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ANTROPOLOGÍA

UPDS

AUTORA:
CAITRIONA OH-UIGINN

LIC. SONIA VICTORIA AVILES LOAYZA

TURNO: MAÑANA

diciembre 2019
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*SACADO DE UN ARTICULO DE SANTIAGO TRANCÓN PEREZ


*SALVADOR RUS RUFINO UNIVERSIDAD DE LEÓN
*FRANCISCO ARENAS-DOLZUNIVERSITAT DE VALÈNCIA
‘ZOON POLITIKÓN’; LITERALMENTE, UN ‘ANIMAL POLÍTICO’

Zoon politikón. Cuando Aristóteles definía al hombre como zoon politikón, hacía
referencia a sus dimensiones social y política. El hombre y el animal por
naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político, siempre y cuando viva en
comunidad.

Cuando Aristóteles define al hombre como zoon politikón, animal político,


se refiere a su dimensión social y política, que se diferencia del animal
porque crea sociedades y organiza la vida en ciudades. Los que son
incapaces de vivir en sociedad, o por su propia naturaleza no la necesitan, son
bestias o dioses.

Qué es El hombre es un animal racional:


“El hombre es un animal racional” es una frase atribuida a Aristóteles (384-322 a.
de C.) y es una continuación a su teoría “el hombre es un animal político”, ambos
de la obra Política.

Para Aristóteles, la polis es algo natural, para ser hombre se necesita a la polis,
pertenece a, la estructura ontológica del ser humano. El hombre es político, es un
animal político, es decir, la polis es esencial.
Los hombres se juntan para satisfacer sus necesidades intelectivas
El término polis proviene del griego y se refiere a los Estados de la antigüedad
que, organizados como una ciudad, disponían de un territorio reducido y eran
gobernados con autonomía respecto a otras entidades.

El ser humano por naturaleza es un animal social que vive con otros
y sólo puede alcanzar la justicia y el bien común a través del diálogo y la
deliberación, puesto que, como el mismo Aristóteles señala, es el único
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*SALVADOR RUS RUFINO UNIVERSIDAD DE LEÓN
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zoon logon ekon (ζῷονλόγονἔχον). Esto implica que la naturaleza política del ser
humano se deriva de su naturaleza retórica.

Lo dijo Aristóteles. El hombre es un ‘zoon politikón’; literalmente, un ‘animal


político’, no en el sentido con que algunos lo han aplicado, enfatizando su
capacidad política, o su habilidad para la supervivencia política. No, sino en el
sentido de que el hombre es un «animal social». Suele usarse la expresión para
resaltar nuestra dependencia social, el hecho de que nadie puede sobrevivir sin la
acogida de un grupo que, desde la cuna a la tumba, nos proporciona protección y
ayuda. A mí me gusta la definición aristotélica (este esdrújulo es contundente) por
algo que no se suele destacar: porque afirma que somos sociales, sí, pero
también animales. Una usted como pueda eso de «animal» y «social» y eso
somos, por más contradictorio que parezca.

Lo de «animal» lo interpreto aquí para referirme a lo biológico, lo instintivo, todo


eso que está determinado por ese inconcebible entramado de células y neuronas
movidas por impulsos electroquímicos, que da lugar a nuestro cuerpo. Es la parte
más inconsciente y automática de nuestro ser, la que se mueve por «algo» que
viene directamente de lo desconocido, o sea, el impulso de la vida (y también de la
muerte, como afirmó Freud). Lo de «social» alude a todo eso que modula, añade,
se superpone o entremezcla con lo biológico. Para simplificar: lo innato (animal)
interacciona con lo aprendido (social) formando un todo difícil de distinguir. Lo uno
no existe sin lo otro, y esto vale tanto para el individuo como para la especie.

Como lo que nos interesa, al final, es entender un poco mejor qué somos y cómo y
por qué actuamos como actuamos, saquemos una conclusión elemental: cualquier
juicio sobre nosotros mismos o sobre los demás, debe aprender a unir esa doble
perspectiva, lo animal y lo social, lo innato y lo aprendido, lo que viene de la
impulsividad biológica y lo que proviene de la influencia social. Hay un espacio en
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el que esta doble corriente (lo que viene de dentro y lo que proviene de fuera) se
encuentra y en el que se resuelve la contradicción: el cerebro. El cerebro, no sólo
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el que se aloja en nuestro cráneo, sino la red de neuronas que se extiende por
todo el cuerpo, de la médula al intestino, es el encargado de recoger los impulsos
biológicos y los estímulos perceptivos para convertirlos en el mundo en el que
vivimos. El cerebro, por tanto, es el resultado de esa doble acción, pero es, a su
vez, el que va a decidir qué hacemos en cada momento.

Si todo esto se tuviera en cuenta, y aquí aterrizo, no deberíamos nunca borrar lo


instintivo y biológico de nuestra vida, por muy socializados que estemos, ya que,
queramos o no, la biología es nuestro primer destino y ahí está, siempre presente;
y si no está, malo, algo muy perverso y retorcido y estrafalario acabará
apoderándose de nuestra vida. El control de los impulsos lo impone la vida en
común, la sociedad, pero siempre debe existir un límite a partir del cual el cuerpo
reclama sus derechos. Pretender que «todo es social», incluido el impulso sexual,
es una aberración de consecuencias catastróficas. Del mismo modo, creer que la
mayoría de los seres humanos es incapaz de controlar sus impulsos, nos llevaría
a otro tipo de aberraciones. Apliquen esto a eso de «la cadena perpetua
revisable».

Un enfoque de este tipo nos ayudaría a entender un poco mejor eso de «la
violencia de género», así mal llamada en la medida en que no integra el elemento
biológico al diagnóstico, quedándose solo con lo social. Pero no, el cerebro está
tan socializado como sexualizado. Porque el cerebro mantiene un diálogo
constante con el cuerpo, con todas las señales biológicas del cuerpo antes de
tomar una decisión. Y muchas de esas señales no llegan a la mente consciente,
se analizan y valoran de modo inconsciente, de acuerdo con los circuitos que se
han forjado a lo largo de la vida a partir de nuestro nacimiento.

La cosa es bastante compleja, ¿verdad? Nos incomoda todo esto, ¿verdad? Nos
gustaría que todo fuera más sencillo para resolverlo de un plumazo, con una
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norma, con una ley, con más centros penitenciarios, ¿verdad? Nos gustaría no ser
animales, ser sólo seres sociales, sólo seres moldeables, seres impecables, seres
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cien por cien políticamente correctos, incólumes, impolutos, vírgenes de todo mal.
Nos gustaría vivir en un mundo sin machismo, sin micro ni macro machismo, sin la
incertidumbre que nos impone la biología y ese rodar de la Tierra por la
inmensidad del cosmos, enganchada a un astro que todo él es fuego, fuego
incandescente.

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