Informaciones recientes parecen ratificar el compromiso formal de los mayores bancos
españoles con la responsabilidad social: el Banco Santander reitera su compromiso con la
banca responsable y BBVA informa de su nueva y ambiciosa estrategia de desarrollo sostenible , noticias a las que debe sumarse el hecho de que CaixaBank fue galardonado no hace mucho como el “mejor banco responsable de Europa”. Aunque deben ser recibidas con precaución, porque en este campo del dicho al hecho hay demasiado trecho, son noticias que -al menos en parte- son desde luego positivas: fundamentalmente porque -políticas de imagen al margen- reflejan la cada vez mayor exigencia social de responsabilidad en el negocio bancario y el eco creciente que, poco a poco, esa demanda está requiriendo en las entidades financieras. Está muy bien, sin duda. Pero convendría profundizar un poco más en esta cuestión: la valoración de estas informaciones no puede quedarse en este punto, porque eso supondría dejar de lado consideraciones imprescindibles. En efecto, cuando hablamos de responsabilidad en el negocio financiero no deberíamos olvidar las múltiples dimensiones que este concepto tiene en este ámbito: su carácter distintivo frente al que tiene en el resto de sectores económicos. Algo que deriva de la propia importancia y centralidad del sector financiero y de su intensa y múltiple influencia en el conjunto de la actividad económica. Una importancia, una centralidad y una influencia diferenciales que imponen una exigencia de responsabilidad también diferencial. Por eso creo que en este terreno -en el conjunto de los mercados financieros, no sólo en la banca-, y en lo que respecta a grandes empresas, no basta con cumplir con los tres niveles que Alberto Andreu consideraba recientemente -en estas mismas páginas- como los requisitos esenciales de la responsabilidad social empresarial (cumplir las leyes, minimizar los impactos negativos de la actividad y maximizar los positivos). No es que eso sea moco de pavo, por supuesto: pocas empresas grandes -si es que alguna- hay que los aprueben con mínima seriedad. Criterios, además, que en el caso del sector financiero implican algo que suele tener mucha menos importancia en otros sectores, pero que en el caso de las finanzas afecta al núcleo central de la actividad de muchas grandes entidades: que deben minimizarse los impactos negativos y maximizarse los positivos no sólo de la actividad directa, sino también de la indirecta. Es decir, de los efectos que genera la actividad de las empresas y proyectos financiados o participados por el sector. Si en la incidencia directa es ya muy cuestionable el nivel de la responsabilidad de las grandes entidades, en lo que respecta a la indirecta las insuficiencias son de una enorme -y con frecuencia devastadora- dimensión (pese al presunto compromiso con la RSC y a la firma de todo tipo de adhesiones para el respeto