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Los judeoconversos en el mundo ibérico

Enrique Soria Mesa y Antonio J. Díaz Rodríguez (Eds.)

Servicio de Publicaciones

Córdoba
MMXIX
Conversos, curiales y canónigos.
Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos1

Antonio J. Díaz Rodríguez2


Universidad de Córdoba

1. Introducción: estatutos de limpieza y mercado beneficial

En varios cabildos catedrales ibéricos coexistieron en la Edad Moderna dos factores diferentes
y hasta cierto punto contrapuestos a la hora de acceder a sus distinguidas filas. De una parte, la
defensa del reclutamiento exclusivamente cristiano viejo de estas élites eclesiásticas, materializado en la
imposición de estatutos de limpieza de sangre. De la otra, la generalización de formas mercantilizadas
de reproducción de estas instituciones. En época moderna, era posible obtener prebendas —o sea,
los beneficios que conformaban sensu lato un cabildo— en un mercado romano ajeno a la cuestión
judeoconversa. En él, el factor decisivo era el dinero, no la sangre, pero las provisiones apostólicas
debían ser igualmente obedecidas. Familias con un origen judío y el suficiente poder adquisitivo no
dejaron pasar la oportunidad. Frente al cuánto tienes curial, el cuánto vales local ¿Cómo interactuaron
el factor racial con el pecuniario, la injerencia romana con estas normativas ibéricas?

Procuraré en este trabajo ofrecer una perspectiva comparada de la cuestión para el conjunto de
la Península Ibérica. Las estrategias de instrumentalización social de los cabildos por parte de los
conversos fueron equiparables a ambos lados de la raya. Los tempos en cambio fueron distintos. Los
cabildos portugueses vivieron tanto el momento de mayor acceso de cristãos-novos como la fase de
reacción anticonversa décadas después que los castellanos, con casi un siglo de diferencia. Los primeros
estatutos capitulares de limpieza aparecen en Castilla en el primer tercio del siglo XVI. Sus equivalentes
portugueses en el primer tercio del XVII. Esto no es sino el natural reflejo de la divergencia entre las
comunidades conversas en uno y otro territorio.

En teoría, los estatutos de limpieza adoptados por varios cabildos cerraban las puertas al ingreso de
cristianos nuevos y sus descendientes en este sector del clero. Esta imposición respondía a la necesidad
de toda élite de restringir el acceso a sus filas. En un tiempo marcado por el antisemitismo y en una
sociedad con un pasado multicultural indeseado, se buscaba asimilar la condición de prebendado de
estas iglesias con la de cristiano viejo. Contar con estatuto de limpieza suponía un incremento del poder
simbólico de la institución capitular, un poder ya notable por elementos como el renombre, el prestigio,
el honor, la autoridad o la antigüedad3.

1.- Este texto recoge la ponencia presentada en abril de 2015 en el Congreso Internacional Los Judeoconversos en la Monarquía
Española. Previamente a su publicación en este libro, dicho trabajo sirvió de base a un estudio más amplio en lengua inglesa
publicado en A. J. Díaz Rodríguez, «Purity of Blood and the Curial Market in Iberian Cathedrals», eHumanista/Conversos, 4
(2016), pp. 38-63. En este lapso de tiempo se han añadido algunas modificaciones al texto original de la ponencia.
2.- Este trabajo se ha desarrollado en el marco del UID/HIS/00057/2013 (POCI-01-0145-FEDER-007702), FCT/Portugal,
COMPETE, FEDER, Portugal2020, así como en el del Proyecto de Investigación I+D Ref. HAR2015-68577 del Ministerio de
Economía y Competitividad del Gobierno de España.
3.- P. Bourdieu, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, 1988.

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La hipótesis que intentaré desarrollar es la de que Roma fue, sin punto de comparación, la vía de
acceso de los conversos a las élites eclesiásticas locales ibéricas en la Edad Moderna. El mercado curial
fue el medio que hizo posible la instrumentalización de los cabildos hispano-portugueses por parte de
la minoría judeoconversa, incluso en la exclusiva fracción dotada de estatuto de limpieza.

Dichos estatutos formaban parte de la normativa interna de algunos cabildos. No eran leyes generales
del reino ni cánones emanados de un decreto conciliar o pontificio. Eran ordenaciones particulares
privativas de cada cabildo para su propia regulación. Las dispensas papales relativas al cumplimiento de
cualquier estatuto capitular eran rechazadas, salvo que se tratara de defectos subsanables dentro de un
plazo posterior al ingreso, como la obtención de un grado académico o de determinadas órdenes sacras.
Obviamente, la mancha de un origen cristiano nuevo no entraba dentro de lo subsanable.

Esto generaba conflictos cuando los derechos de un pretendiente venían respaldados por un proceso
fulminado desde Roma. Negarse a ejecutar ese mandato de provisión suponía la excomunión inmediata.
La corporación se veía así muchas veces obligada a negociar con la mayor discreción posible. Muchos
pretendientes indeseados no llegaron a formar parte real del cabildo, pero la mera toma de posesión, aun
forzados luego a renunciar, solía ser un futuro triunfo. Aquí residió la clave en numerosos casos.

Los cabildos no deseaban que su imagen como optima pars del clero diocesano sufriera menoscabo.
Tras las primeras olas de represión inquisitorial, en que varios de ellos vieron marcadas a fuego
públicamente sus propias filas, el establecimiento de estos filtros logró ganar de cara al exterior una
doble baza.

En primer lugar, la institución se proyectaba hacia el futuro como un cuerpo selecto vedado a
elementos socialmente indeseables. En el mundo ibérico nada había que representara este ideal como la
puritas sanguinis. Era una condición equiparable si no superior a la nobleza que exigían algunos cabildos
de Francia o el Imperio. La nobleza podía estar manchada por enlaces infectos4. Se podía o no ser noble,
pero jamás no ser limpio.

En segundo lugar, se remarcaba de cara al exterior la limpieza de los prebendados que aprobaban el
estatuto. Una vez purgado en teoría el cuerpo por la labor inquisitorial de cualquier rastro de impureza,
era la conservación de esa pureza la motivación principal para su establecimiento.

Los cabildos, no obstante, venían siendo desde la Baja Edad Media destino predilecto de la
minoría judeoconversa. El Santo Oficio sólo había hecho mella, por más escándalo que conllevaran sus
actuaciones, en los peor asimilados, en los judaizantes. Aunque la letra de los estatutos quisiera hacer
creer lo contrario, el elemento judeoconverso había estado y siguió estando presente. El momento en
que se impusieron los estatutos de limpieza en cada catedral es tremendamente significativo. Más allá
de los procesos mejor conocidos, a poco que se escarbe no es raro encontrar condenas inquisitoriales de
linajes de capitulares en los años previos a la imposición del estatuto.

Como ya he señalado en alguna ocasión, la fuerza simbólica del estatuto era tal que no sólo
legitimaba la condición de sus futuros miembros, sino la imagen corporativa en esencia. El cabildo se
hacía así en sí mismo limpio a vista de todos y, con él, los que ya lo integraban5.

4.- Y de hecho lo estaba, como muestra magistralmente E. Soria Mesa, La realidad tras el espejo. Ascenso social y limpieza de
sangre en la España de Felipe II, Valladolid, 2016. Véase también E. Soria Mesa, La nobleza en la España moderna. Cambio y
continuidad, Madrid, 2007, pp. 103-114.
5.- Me remito especialmente a A. J. Díaz Rodríguez, El clero catedralicio en el España Moderna. Los miembros del cabildo de la
catedral de Córdoba (1475-1808), Murcia, 2012.

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La aplicación del estatuto de limpieza podía adaptarse y se adaptaba a los intereses del cabildo. Para
Diego Pérez de Valdivia, arcediano de Jaén, con él los capitulares «le dan la guerra como lo suelen hacer
cuando quieren y a quien quieren»6.

No olvidemos un punto clave en el caso de estas instituciones: el expediente en sí no era vinculante


en el proceso real de toma de decisiones. Un grupo de poder reducido, los llamados canónigos in
sacris por lo general, votaba su parecer tras examinar a puerta cerrada las informaciones recopiladas,
que después se mandaban archivar bajo llave. Es un punto esencial a tener en cuenta para saber cómo
funcionaba el proceso. Lo realmente vinculante siempre fue el veredicto emitido por un reducido número
de personas ¡ni tan siquiera el cabildo en su conjunto! Unos pocos canónigos tenían la facultad de juzgar
si se satisfacía o no, a su criterio, el estatuto. Declaraban con la enorme autoridad de la institución a la
que representaban quién era apto, incluso a pesar de las pruebas en contra. Ahí residía su poder.

El elemento desestabilizador de esta ecuación nació y se desarrolló en paralelo, por causas ajenas
al fenómeno converso: el mercado curial de beneficios eclesiásticos. Como veremos, la fuerza de la
injerencia romana fue grande; si no capaz de tumbar los estatutos, sí de forzar a negociaciones muy
duras. Los factores en juego eran múltiples, lo que convierte las dinámicas de reproducción de estas
instituciones eclesiásticas en algo complicado. Los conversos continuaron entrando, tanto los candidatos
deseados —estos evidentemente sin problemas— como algunos sin los suficientes apoyos internos.
Incluso aquellos contra los que se había intentado emplear el arma de las informaciones de limpieza
de sangre. Un arma de doble filo, ya que forzados a aceptar al pretendiente, la nota de infamia podía
manchar a todo el cuerpo y menoscabar la lógica simbólica del filtro de limpieza.

2. Tierra Prometida para clérigos conversos

Desde finales del siglo XV la ciudad de los papas llegó a ser un auténtico foco de atracción para
los conversos, primero los procedentes de Castilla y Aragón, algo más tarde los de Portugal7. En las
fases de más dura represión fue un destino que ofreció cierta seguridad para sus personas y bienes, lejos
del alcance de la Inquisición española o portuguesa, sobre todo para aquellas familias que sabían que
podían quedar más fácilmente comprometidas. Esto aparte, era siempre útil contar con alguien en Roma
con quien enviar a algunos parientes en caso de necesidad. Servía para asegurar la buena marcha de los
negocios o como parte de la formación de los varones jóvenes llamados a suceder a sus mayores como
eclesiásticos, agentes o banqueros curiales.

Pero si Roma se presentaba ante los cristianos nuevos como una tierra de oportunidades, no fue
sólo por su condición de refugio. No olvidemos que, dentro de este colectivo, no todos los casos eran en
absoluto los de individuos o familias perseguidos o sospechosos por causa de su fe. Independientemente
de la mayor o menor amenaza inquisitorial, lo que Roma ofrecía era una vía alternativa para el
enriquecimiento y la integración social a través del clero secular hispano-portugués. De manera especial,
algo que puede parecer paradójico, a través de sus corporaciones locales más elitistas: los cabildos
catedralicios.

La Santa Sede había sabido crear un mercado alternativo de acceso al sistema beneficial. Con él
lograría fiscalizar, directa o indirectamente, una fracción importantísima de las provisiones y traspasos
de beneficios de todo tipo, entre ellos las ricas prebendas de las catedrales. Se abría la puerta a que
aquellos con capacidad para obtener y pagar las correspondientes bulas pudieran acceder a beneficios
vacantes apartados de la provisión de obispos y cabildos, e incluso enajenarlos.

6.- F. J. Martínez Rojas, «Sobre conversos, inquisición y limpieza de sangre en el Jaén del XVI», XX Siglos, 51 (2002), p. 167.
7.- Un interesante análisis de la presencia conversa portuguesa en la Roma del siglo XVI en J. Nelson Novoa, Being the Nação in
the Eternal City. New Christian Lives in Sixteenth-Century Rome, Peterborough, 2014.

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Conversos, curiales y canónigos. Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos

Teniendo en cuenta el gran peso proporcional que la Península Ibérica tuvo en la solicitud de
beneficios eclesiásticos y dispensas dentro del conjunto de la Europa Católica, no resulta extraña la
significación de los conversos hispano-portugueses en estos circuitos. Por añadidura, las compañías de
mercaderes-banqueros y sus redes transnacionales eran indispensables para el correcto funcionamiento
de este sistema. Los instrumentos de crédito y los circuitos de información fueron fundamentales. En
todo ello los conversos gozaron de protagonismo, cuando no se trataba de las mismas familias, con un pie
en los negocios y otro en el clero. La percepción coetánea era la de una altísima proporción de conversos
entre el clero ibérico residente en la Ciudad Eterna.

3. La mercantilización ¿un factor de integración social?

La tabla que sigue ofrece una quincena de ejemplos de individuos de ascendencia judía que lograron
una prebenda en la catedral de Córdoba en fecha posterior al establecimiento del estatuto de limpieza de
sangre. Entre la maraña de nombres es posible ver el común denominador en cuanto a la vía de acceso:
las letras apostólicas. Esta no es una muestra exhaustiva, sino meramente ilustrativa. Algo similar podría
ofrecerse para otros cabildos ibéricos con estatuto.

A lgunos prebendados conversos tras la implantación del estatuto en Córdoba

Nombre Prebenda Medio de acceso


Valerio Ruiz Media ración Bula de resigna (1540)
Fernando de Solier Canonjía Bula de resigna (1543)
Bartolomé de Baena Media ración Bula de resigna (1547)
Antonio de Eraso Ración Bula de resigna (1552)
Juan de Velasco Media ración Bula de resigna (1554)
Juan Sánchez Sevillano Media ración Bula de resigna (1554)
Martín Fernández de Salazar Canonjía Bula de resigna (1560)
Andrés Vela Canonjía Bula de resigna (1564)
Francisco de Astudillo Arcedianato de Pedroche Bulas (1577)
Luis Carrillo Garavatea Media ración Bulas (1578)
D. Luis de Góngora Ración Bula de resigna (1585)
D. Francisco de Vera Arcedianato de Pedroche Bulas (1595)
D. Francisco de Hoces Media ración Bulas (1610)
Francisco de Mendoza Media ración Bula de coadjutoría (1645)
Juan de Mendoza Media ración Bula de resigna (1659)

Para muchos conversos, el mercado curial de beneficios abría varias posibilidades una vez obtenida
una letra apostólica de provisión. La primera de ellas, naturalmente, era presentar las letras en cabildo
y salir airoso de las pruebas de limpieza de sangre. Al fin y al cabo, el potencial para limpiar un pasado
problemático era por sí sólo una demostración de poder capaz de abrir las puertas de la institución.

Ningún problema serio con el estatuto tuvo en 1585 don Luis de Góngora en el cabildo cordobés. No
fue por falta de sangre judeoconversa en la ascendencia del famoso poeta, como ha demostrado Enrique
Soria8. La familia de don Luis era desde generaciones atrás parte del cabildo. De hecho, él sucedía por
bula de resigna a su tío.

Otro buen ejemplo es el del converso Antonio de Eraso. En 1552 su procurador y pariente, don
Francisco de Góngora (el mencionado tío de don Luis de Góngora), presentó las bulas de Eraso para
suceder en una prebenda a Cristóbal de Hojeda. Hubo una mínima oposición, rápidamente silenciada con

8.- E. Soria Mesa, El origen judío de Góngora, Córdoba, 2015.

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la detención del principal alborotador por orden del deán. Lo que había tras este enfrentamiento no era
tanto una cuestión de limpieza de sangre como de intereses. También deseaba la prebenda el cardenal de
Santiago, fray Juan de Toledo, pero dar la posesión a Antonio de Eraso significaba integrar en el cuerpo
al hermano del poderoso secretario del emperador9.

La misma arbitrariedad a la hora de aplicar la normativa anticonversa se dio en otros cabildos,


españoles y portugueses. Como acertadamente señaló João de Figueiroa Rego, cualquier pretendiente
tenido por intruso indeseable veía evocado de forma instrumental el estatuto: «o meio mais eficiente de
o erradicar seria descobrir-lhe uma nota de infâmia no sangue»10.

Tomemos el cabildo de Évora como muestra. Fue en el pontificado de dom José de Melo, arzobispo
de Évora desde 1611, cuando se solicitó a la Santa Sede la confirmación del estatuto de limpieza de
sangre. Ésta no llegaría hasta la década de 1630. No obstante, desde antes se estaba empleando como
arma de veto los breves anticonversos de Sixto V y Clemente VIII, vigentes desde fines del siglo XVI.
Cuando interesaba, claro.

Ese mismo año de 1611 el cabildo había acatado «hum executorial no qual se mandava dar posse da
conesia que vagou per morte do Senhor Dioguo Rodrigues, na qual veu provido Francisco Pereira, agente
de Sua Magestade»11. No solo no hubo problema alguno con su ascendencia, sino que se obstaculizaron
las pretensiones de los sobrinos del anterior propietario de pensionar la prebenda. Se arguyó como causa
el hecho de que el juez ejecutor, chantre de la catedral de Elvas, era sospechoso: el anterior arzobispo,
dom Teotónio de Bragança, «de conselho de alguns capitulares lhe estorvou ser cónego nesta sé por ser
preto nas cores»12. Al mes siguiente de darse la posesión, el cabildo nombraba un nuevo procurador en
Roma, con acceso privilegiado a los órganos de poder en la corte y en la curia: su nuevo hermano el
canónigo Francisco Pereira Pinto13.

En 1616, monseñor António Mendes Henriques pidió desde Roma por medio de su procurador,
el notario de la Inquisición de Évora, posesión del arcedianato de la ciudad. Se trataba de una de las
prebendas más ricas de todo Portugal, para la que contaba con bulas de provisión. António Mendes
era secretario personal del papa y un poderoso curial, poseedor de una auténtica fortuna en beneficios
eclesiásticos, entre otros el arcedianato de la catedral de Viseu. El cabildo se aprestó a darle la posesión
sin ningún problema, a pesar de ser notoriamente converso14. Años después, su padre, el banquero
Francisco Gomes Henriques, fue quemado por judaizante, como arriba vimos.

Sólo tres años antes, la reacción capitular fue otra ante el similar intento de acceso a una canonjía
por parte del converso António de Gouvea, también residente en Roma. El cabildo acató las bulas para
no incurrir en excomunión, pero oponiéndose inmediatamente. Para empezar, se ordenó hacer lectura
en la catedral de los breves pontificios que prohibían el acceso de judeoconversos al cabildo.

«E tratandose sobre a posse que se diz havia de tomar o licenciado António de Gouvea, provido no
canonicato que vagou por morte de Damião Dias Magro, se ordenou se formassem huns embargos contra
isso por se dizer que era cristão novo e se procurasse contra isso todos os remédios necessários e se pedisse
a Sua Magestade cartas na forma que as concedeo ao Cabido de Coimbra»15.

9.- Archivo de la Catedral de Córdoba (ACCo), Actas capitulares, tomo 14, fol. 59r.
10.- J. de Figueiroa-Rego, «A honra alheia por um fio». Os estatutos de limpeza de sangue nos espaços de expressão ibérica (sécs.
XVI-XVIII), Universidade do Minho [Tesis Doctoral], 2009, p. 145.
11.- Arquivo Capitular da Sé de Évora (ACSE), Livros de Lembranças, tomo 11, fol. 64r.
12.- ACSE, Livros de Lembranças, tomo 11, fol. 62v.
13.- ACSE, Livros de Lembranças, tomo 11, fol., 67r.-v.
14.- ACSE, Posses de Dignidades, Cónegos e Quartanários, tomo 1, fol. 102r.
15.- ACSE, Livros de Lembranças, tomo 11, fol. 172v.

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Conversos, curiales y canónigos. Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos

Gouvea no era el poderoso monseñor Mendes ni el agente Francisco Pereira Pinto, casos de interés
para la institución. Junto con Gouvea, competía por la misma canonjía y con bulas de provisión igual de
válidas André Correia de Mesquita, miembro de un linaje presente en el cabildo desde décadas atrás. En
esta tesitura, sí que se hizo uso del filtro anticonverso. Y no obstante, los capitulares exigieron al nuevo
canónigo Mesquita una garantía personal frente a Gouvea. Éste, en virtud de la provisión papal, tenía
derecho a pedir una pensión compensatoria.

La obtención de una provisión apostólica siempre equivalió a obtener algún provecho de un cabildo.
De su capital económico en primer término y de su capital simbólico a más largo plazo. Exceptuados
quedaban los rarísimos casos en que, recurriendo un cabildo a Roma, el papa revocara la bula. Era
necesario demostrar que la obtención de ésta había sido obrepticia o subrepticia. O sea, había que
demostrar la intención dolosa del solicitante por omisión de datos o falsedad. Esto era casi un imposible
en la mayoría de las ocasiones, puesto que se podía alegar desconocimiento de la supuesta mancha en
la propia ascendencia. Sumemos a ello la posibilidad de los descendientes de condenados por el Santo
Oficio de ser habilitado por el papa. Era una complicación añadida en este tipo de pleitos, aunque en
teoría tales habilitaciones no fueran válidas frente a una normativa particular como la de los cabildos (sí
en el caso de los breves que prohibían en Portugal el acceso de cristãos novos a beneficios eclesiásticos
en general).

En definitiva, quien había sido provisto legalmente mediante letras apostólicas, tenía unos derechos
adquiridos. Debía ser resarcido si se veía forzado a resignar por circunstancias ajenas a la Curia. Aquí
residió la clave del éxito del mercado beneficial entre los judeoconversos.

4. «Ir y quedarse, y con quedar partirse»: resignar con condiciones

Un oxímoron similar al del verso de Lope de Vega define los acuerdos alcanzados entre candidatos
conversos y cabildos de estatuto. El filtro anticonverso era a veces insalvable y la institución se negaba
a recibir públicamente al provisto en Roma. El pleito y la negociación se hacían inevitables. Raramente
quien invertía grandes cantidades de dinero a la caza de una prebenda en el mercado curial abandonaba
tras el primer rechazo de un cabildo. La solución fue por lo común la resigna condicionada, que algunos
contemporáneos denunciaban como tendencialmente simoníaca16. Es lo que en la Castilla de entonces se
denominaba medio de dar a pensión. Esta vía ofrecía tres alternativas de acuerdo entre las partes, de la
más simple a la más compleja. Todas pasaban por dar en apariencia un paso atrás para poner en realidad
un pie dentro del cabildo, siquiera testimonialmente. Lo explicaré en otros términos.

Para no menoscabar su imagen de pureza, un cabildo de estatuto no podía aceptar como a uno de los
suyos a quien no era capaz de salvar el filtro anticonverso. Tanto daba si el obstáculo real era la excesiva
notoriedad de la ascendencia, la incapacidad para reinventar la memoria (por falta de medios económicos
y sociales), o una mera cuestión de intereses grupales en el seno de la corporación.

El pretendiente rechazado resignaba el beneficio a cambio de una renta que lo hipotecaba. Le


quedaba la constancia de haber sido técnicamente provisto. Esto era el medio de dar a pensión: renunciar
al título de propiedad quedándose con parte de los ingresos —y aun con todo, como veremos. A estas
exigencias económicas hacía referencia el caso de Gouvea que antes examinamos.

Se dejaba pasar entonces un tiempo prudencial, pocos años unas veces, un par de generaciones otras.
Convenientemente olvidados el revuelo de los pleitos y sus verdaderas causas, llegaría a la familia la
oportunidad de argüir las letras de provisión apostólica. Claro está que había empresas fallidas, ruinas
financieras, escándalos infamantes para la parentela, accidentes biológicos… No obstante, con suficiente
suerte y poder, la lógica de los mecanismos de movilidad social terminaba por imponerse.
16.- A. J. Díaz Rodríguez, «La especulación beneficial entre Roma y España (ss. XVI-XVII)», en P. A. Galera Andreu & Mª A.
López Arandia (eds.), Un humanista giennense en Roma. Gutierre González Doncel, Jaén [En prensa].

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Hacia 1557, Martín Fernández de Salazar consiguió una prebenda en la catedral de Jaén a través de
su hermano, Andrés Vela, un activo comprador y especulador de beneficios eclesiásticos en Roma. El
cabildo de Jaén contaba desde poco antes con estatuto anticonverso. Siendo nieto de judíos y descendiente
de condenados por la Inquisición, surgieron los problemas en las informaciones17. Andrés Vela era
camarero de Su Santidad y uno de los agentes en la Curia de la Monarquía Católica. No le faltaban ni
contactos ni dinero18. El cabildo terminó pactando. Dio la posesión de la prebenda, con efecto desde la
provisión pontificia, y pagó una cantidad alzada por los frutos perdidos a Martín Fernández de Salazar.
A cambio, éste se comprometió a renunciar en unos meses. Al cabo del plazo, la media ración fue
resignada discretamente en favor de un tercer hermano, don Francisco de Valdivia Salazar. Éste ocupaba
ya la dignidad de prior de la catedral. Había entrado antes del establecimiento del estatuto. No había
necesidad de hacer pruebas de limpieza, tal cual se había resuelto. Lo que señalarían años después los
testigos en los expedientes de limpieza de descendientes de esta familia fue el hecho de que Fernández
de Salazar había sido racionero de una catedral de estatuto. Poco importaba durante cuánto tiempo. Lo
probaban las bulas conservadas y, a mayor demostración, la propia renuncia ¿Cómo iba si no a resignar
una prebenda quien no era su poseedor legítimo?

Los pleiteantes con mayor capacidad de negociación no se contentaban apenas con la pensión. Una
variante del medio de dar a pensión era la resigna condicionada con reservatio. Por algo más de dinero
del que costaban unas bulas de resigna con pensión, se obtenía la reserva de frutos, estatus y nombre. La
Curia ofrecía así la posibilidad al resignante de reservarse todos los derechos y rentas, salvo el título de
propiedad en sí mismo. En la práctica era casi como no renunciar. De hecho, así lo decían expresamente
las bulas con la cláusula ut si minime resignasset.

La tercera forma en que se podía dar la prebenda a pensión era con el llamado regressum. Mediante
esta fórmula el resignante podía obtener las opciones de futuro de la prebenda. Es decir, se le reservaba el
derecho de propiedad del beneficio que acababa de renunciar cuando vacara en el futuro. Negociar esto
resultaba más complejo que resignar con pensión, pero también más beneficioso. La posesión pacífica
que se negaba de primeras, podía muy bien conseguirse años después en un segundo intento. Ese margen
de tiempo podía servir para ocultar un pasado, estrechar amistades y contar con más amplios apoyos.
Veamos algunos ejemplos.

Fernando Solier era un clérigo judeoconverso establecido en Roma desde joven. Allí alcanzó el
oficio de escritor apostólico y numerosos beneficios, entre ellos la dignidad de arcipreste de la catedral
de Segovia, de donde era natural. En 1542 obtuvo bula expectativa para una canonjía en Córdoba, pero
pronto surgieron los problemas por la existencia de otros pretendientes19. El cabildo se hallaba inmerso
en un enfrentamiento entre dos facciones, una de ellas la del obispo don Leopoldo de Austria. Solier llegó
al acuerdo de resignar sus derechos en favor de Esteban del Hoyo, criado del obispo. A cambio recibió
una pensión y el derecho de regreso20.

En 1559, a la muerte del canónigo Hoyo, el Santo Oficio se interesó por la prebenda. Solier no dudó
en intentar un segundo asalto al cabildo, haciendo valer su derecho de regreso21. La correspondencia
de uno de los inquisidores del distrito con el Consejo refleja bien el ambiente de desinformación que
caracterizaba este tipo de asuntos:

17.- Una copia se conserva en ACCo, Memoriales de Genealogía, caja 7.540.


18.- A. J. Díaz Rodríguez, «Papal Bulls and Converso Brokers. New Christian Agents at the Service of Catholic Monarchy (1550-
1650)», Journal of Levantine Studies, 6 (2016), pp. 13-33.
19.- Archivio Segreto Vaticano (ASV), Schedario Garampi, vol. 10, fol. 30v.
20.- ACCo, Actas Capitulares, tomo 12, fols. 117v. y 120r.
21.- ACCo, Actas Capitulares, tomo 16, fol. 151r.

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«Dicen algunos que un canónigo Solier de Segovia tiene derecho a ello, aunque los más no lo tienen por
cosa cierta, avísolo para si algo saliere, dicen que es muy confeso y esta iglesia tiene estatuto contra ellos»22.

Desde Roma, Solier negoció en privado con el cabildo un acuerdo similar al anterior que puso fin al
pleito interpuesto en la Curia. Cerrado el acuerdo, en 1560 los inquisidores cordobeses recibieron desde
Madrid la orden de desistir de sus pretensiones a la canonjía. De inmediato, el cabildo le dio posesión,
haciendo caso omiso del estatuto de limpieza. Tras once meses de disfrute de la prebenda, Solier resignó
en favor de Juan Sigler de Espinosa, otro criado del obispo don Leopoldo de Austria. Esta vez, a cambio
del derecho de regreso y de la reserva de estatus y frutos. Fuera de Córdoba, Solier se consideró canónigo
de esta catedral hasta su muerte23.

Otro ejemplo podría ser el del curial Juan Rubio de Herrera, hijo de una familia de plateros conversos.
Era amigo personal del vicedatario Brandão, un cristiano nuevo portugués por cuyas manos pasaban
todas las componendas de beneficios de la Dataría. Esta posición y su impresionante conocimiento de la
práctica curial le sirvieron para acumular bastantes beneficios eclesiásticos, entre ellos, una media ración
en la catedral de Córdoba y una canonjía en la catedral de Murcia. Su ascendencia judía y las condenas
inquisitoriales en su familia eran conocidas. El problema con el estatuto de la catedral de Córdoba no se
hizo esperar. Él acudió con las bulas de provisión ante los tribunales de la Curia, su terreno. Tras años de
proceso de los que queda abundante correspondencia, ambas partes llegaron al acuerdo habitual. Como
resultado del mismo, el cabildo podía proclamar en Córdoba que el estatuto seguía intacto. Mientras tanto
en Roma Rubio de Herrera pudo continuar titulándose prebendado de catedrales de estatuto y cobrando
buena parte de los ingresos aparejados. En la lápida encargada por su sobrino, timbrada con un escudo
de armas a imitación del de los duques de Sessa, aparece calificado como noble cordobés y prebendado
de las mencionadas catedrales24.

He de insistir en que no se trata de excepciones. Es la regla. La inmensa mayoría de los pretendientes


conversos hasta ahora estudiados por la historiografía como ejemplos de rechazo, de un rechazo
traducido en fracaso, se beneficiaron en realidad de algún modo. Es en este extremo donde se demuestra
la necesidad de cruzar de forma crítica el mayor volumen de documentación local y curial para calibrar
bien el fenómeno. Más aún cuando el ocultamiento era el común denominador. Las informaciones de
limpieza, negociaciones y renuncias se ejecutaban con la mayor discreción posible.

Las mismas bulas no se presentaban al cabildo hasta el momento preciso y con conocimiento para
el mínimo posible de personas. De hecho, existía la posibilidad de especular sin tan siquiera comunicar
al cabildo la provisión pontificia. No se tomaba posesión, pero se obtenían mediante la bula los derechos
de propiedad. Si no se quería enfrentar el estatuto de limpieza ni pleitos, existía la posibilidad de sacar
una ganancia económica resignando en favor del mejor postor esos derechos. Ello producía a veces
prebendados fantasma, como el converso Gaspar de Brito. En Roma, fue tenido hasta su muerte por
canónigo de la catedral de Évora. En Évora, los capitulares negaron conocerle o tener constancia de
dicha provisión25.

La Monarquía Católica era muy consciente de la existencia de este mercado. A fin de cuentas,
jugaba un papel fundamental en la dinámica social de territorios bajo su gobierno. En ocasiones,
intervenía en algunos de estos negocios curiales, ya fuera a través de su embajador ante la Santa Sede
o de una red de agentes especializados con la que contaba26. Tal vez una de las más sonadas fue el caso
del arcedianato de Toledo en tiempos de Felipe II. Era la prebenda más rica de Castilla y a menudo se

22.- Archivo Histórico Nacional (AHN), Inquisición, caja 2.392, s.f.


23.- ACCo, Actas Capitulares, tomo 17, fols. 9r. y 102v.
24.- A. J. Díaz Rodríguez, «Papal Bulls and Converso Brokers…».
25.- ACSE, Posses de Dignidades, Cónegos e Quartanários, tomo 1, fol. 76r.-v.
26.- A. J. Díaz Rodríguez, «El sistema de agencias curiales de la Monarquía Hispánica en la Roma pontificia», Chronica Nova, 42
(2016), pp. 45-72.

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Antonio J. Díaz Rodríguez - Universidad de Córdoba

reservaba a miembros de la Casa Real o de la alta nobleza. Sin embargo, en 1571 Pío V la proveyó en su
camarero privado, don Francisco de Reinoso y Baeza.

El correr de los acontecimientos podría haber sido similar a otros casos. Sin embargo, la prebenda
en cuestión era demasiado relevante y la ascendencia conversa del pretendiente imposible de ocultar. Era
hijo de Jerónimo de Reinoso, señor de Autillo, y de Juana de Baeza, hija de Pedro de Baeza y de Leonor
de las Casas, ambos conversos. El pasado judío de su familia bien podría haber sido maquillado si no
fuera por las condenas inquisitoriales tan recientes y sonadas.

Fray Gregorio de Alfaro, biógrafo de Reinoso, maquilla la causa real de su viaje a Roma con el deseo
de «pasar adelante» en el servicio de la Iglesia27. Ardiente debía de ser el deseo, pues partió en 1561 en
cuanto logró reunir dinero, aún calientes en la memoria los rescoldos del gran auto de fe de Valladolid
de 1559. En él, su hermana doña Catalina había muerto en la hoguera. Otra hermana, doña Francisca de
Zúñiga Reinoso, y una prima, doña Francisca de Zúñiga y Baeza, habían sido condenadas a prisión. La
familia política de su hermana Inés, los Vivero Cazalla, fue diezmada28. Parecen motivos suficientes para
poner tierra de por medio y buscar en Italia un futuro, como también hicieron otros de sus hermanos.29

Al amparo de la embajada española, pronto medró en la corte pontificia hasta una posición de
poder como camarero del papa. Su fortuna creció a base de beneficios eclesiásticos, varios de los cuales
repartió entre sus parientes. Desde esta posición en la Curia, era lógico tentar la posibilidad de acceder
a un cabildo con estatuto de limpieza de sangre, dado como funcionaban realmente estos filtros.

No obstante, pretender nada menos que la dignidad de arcediano de Toledo hizo intervenir
directamente al rey. Estaban en juego una posición de enorme prestigio y miles de ducados anuales de
renta. El escándalo podía tornarse incontrolable si se daba la mayor dignidad catedralicia de Castilla
no ya a alguien sospechoso de converso, sino al hermano, primo y concuñado de conocidos herejes,
condenados además en el auto de fe con más impacto y solemnidad de todo el reinado. El propio Felipe
II había estado presente entonces e intentó que se convenciera a Reinoso para no presentar sus bulas e
iniciar el proceso de información genealógica.

Lo más interesante del caso es cómo la correspondencia refleja, por un lado, la clara concepción
del monarca de esta compleja dinámica curial, por el otro, la percepción que desde Roma se tenía de la
particular obsesión ibérica.

El papa, a través de su legado en Madrid, instaba a Felipe II a obviar el problema de la ascendencia


de Reinoso —«disimular con el estatuto de la iglesia,» en palabras del rey30 —, como tantas veces se
hacía con caballeros de órdenes militares:

«Desidera N. S. che havendo conferito l’Archidiaconato della Chiesa di Toledo à don Francesco Raynoso,
possa il detto don Francesco piglar la possessione senza entrar in disputa de il statuto di quella Chiesa li
obsta o no, poi che li ha Sua Beatitudine derogato, et poi che nelle Militie ad instantia della M. V. è stato
derogato più volte al medessimo statuto per huomini anchora che da qualche lato havevono origine da
Mori, et si come i Papi alla dispositione de quali sono queste cose, hanno quietato la conscientia loro sopra
la instantia di V. M. la quale ha giudicato quelli huomini tali a chi quel deffetto non debba mocare, così
par molto conveniente che la M. V. possa quietar la sua sopra la cognitione che ha Sua Santità di questo
Cameriere quasi allevato da lei et posto a suo servitio dal Ambasciatore di V. M.».

27.- G. de Alfaro, Vida del Illustrísimo Sr. D. Francisco de Reynosso, obispo de Córdoba, Valladolid, 1617, fols. 4v.-5r.
28.- J. A. Llorente, Historia crítica de la Inquisición de España, Barcelona, 1870, pp. 403 y 408-409.
29.- Alfaro falsea lo referido a la ascendencia conversa y despacha a las hermanas de Reinoso con escueta noticia: «También tuvieron
las hijas diferentes estados en que vivieron con mucha gloria suya y de sus padres». G. de Alfaro, Vida del Illustrísimo…, fol.
3v.
30.- Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 917, s.f. Las siguientes citas proceden de esta misma fuente.

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Conversos, curiales y canónigos. Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos

Mientras tanto, a través de su embajador en Roma, el monarca proponía llegar en secreto con
Reinoso a la solución habitual, siempre que no se divulgara que era iniciativa de la Corona. Lo que
proponía no era otra cosa que la vía de la resigna condicionada, o sea, el medio de dar a pensión:

«don Francisco de Reynoso, por los medios que a vos os paresçiere, deve entender quán mal le estará insistir
en esta pretensión, cuyo <trato> le es de tan poco honor, y de la qual no puede bien salir, y que entienda
en esta parte mi voluntad y determinaçión y quánto mejor le será disponer desta dignidad sin venir a <esto
restrictión>, dándola a pensión, y quando él pudiese obtener de Su Santidad que esto fuese, quedando con
el regreso, aun sería con menos quiebra de su persona, y que con título de que quería asistir al servicio de
Su Santidad a que tanta obligaçión tiene, quería disponer en esta forma, que en efecto sería quedar con la
pieça y en su derecho. […] Podríasele dar en esto satisfaçión, como se consiga el efecto de que el estatuto
se guarde».

La mejor solución para Felipe II era que Reinoso resignara el arcedianato en favor del cardenal
Alejandro Farnesio, bajo el pretexto de querer seguir sirviendo al pontífice en Roma. Con las cláusulas
de regreso y de reserva de frutos, «en efecto sería quedar con la pieza», como ocurría en tantos otros
casos. Si esto no era suficiente para convencerlo, podría ofrecérsele la resigna por parte de Farnesio
del arzobispado de Monreale. La técnica del promoveatur ut amoveatur parecían al rey «muy buenos
medios y expedientes para salir desta dificultad». Por otra parte, dejaba en evidencia la idiosincrasia de
los cabildos de estatuto: individuos dignos del episcopado no eran lo suficientemente buenos para estas
en teoría cerradas aristocracias eclesiásticas locales.

No obstante, Reinoso estaba más interesado en la acumulación de rentas que en las labores
pastorales por entonces –«que no tenía gana de ser obispo», dicen que respondió a la oferta regia31.
Finalmente optó por el medio de dar a pensión la dignidad con la cláusula de reserva. Se plegó a este
acuerdo como resignatario don Francisco Dávila, inquisidor y más tarde cardenal, amigo íntimo de
Reinoso desde los tiempos en que ambos estudiaban en Salamanca. O sea, salvo por la titularidad, era
Reinoso quien disfrutó del arcedianato, con una renta anual variable pero exorbitante, entre los 24.000 y
los 30.000 ducados32. Rechazó el arzobispado de Monreale, que obtuvo entonces el converso malagueño,
don Luis de Torres33. En compensación el papa le concedió un conjunto de beneficios eclesiásticos y
pensiones por renuncia de su sobrino, el cardenal Alejandrino.

Sumemos a ellos las jugosas prebendas en varias diócesis que ya poseía. Entenderemos entonces
las dudas que compartió con su amigo Dávila al comunicarle éste oficiosamente la intención del rey de
presentarlo a algún obispado de Castilla, lo que supondría tener que renunciar por fuerza a todos sus
beneficios:

«mi caudal es corto quanto a lo espiritual; quanto a lo temporal, aunque no ago tanto caso de ello, en
ninguna de esas iglesias que v. md. nombra me darán tanto como yo tengo, las costas de oficiales son
mayores, la hacienda más obligada, menos libre para disponer de ella ni testar»34.

Finalmente fue preconizado obispo de Córdoba en 159735. Según uno de sus biógrafos36, la Compañía
de Jesús había logrado convertir al curial renacentista de vida regalada en un caritativo sacerdote adalid
de la Reforma Católica. Para don Luis de Góngora, ciertamente malicioso, pero mejor conocedor de la

31.- L. Fernández Martín, «Episcopables terracampinos en tiempo de Felipe II 1556-1598», Publicaciones de la Institución Tello
Téllez de Meneses, 45 (1981), p. 19.
32.- Ibidem, p. 44.
33.- G. van Gulik & C. Eubel, Hierarchia Catholica Medii et Recentioris Aevi, Patavi, 1960, vol. 3, p. 250.
34.- L. Fernández Martín, «Episcopables terracampinos…», p. 41.
35.- G. van Gulik & C. Eubel, Hierarchia Catholica…, p. 178.
36.- L. Fernández Martín, «Episcopables terracampinos…», p. 21.

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realidad de este sector del clero al que pertenecía, las motivaciones de Reinoso eran más crematísticas:
«un pastor y sacerdote/ que se casa con su iglesia/ por cuarenta mil de dote»37.

5. Estatutos de limpieza y conformismo lógico

No todas las catedrales ibéricas contaban con estatuto de limpieza de sangre38. Roma abría una
vía que compensaba parcialmente esta traba, pero en el mercado curial podía conseguirse con similar
esfuerzo y coste prebendas menos problemáticas.

Está claro que en el desarrollo de algunas informaciones genealógicas podían descubrirse


impedimentos desconocidos por el propio pretendiente. La ocultación familiar a lo largo de generaciones
jugó un papel en los procesos de integración social. Estos, sin embargo, no son una mayoría de casos. A
partir de muchos observados, podría afirmarse que familias bien integradas y con el suficiente poder no
tuvieron problemas graves a la hora de salvar el estatuto.

Por el contrario, familias de cuya ascendencia judía se guardara memoria, con condenas
inquisitoriales en su haber, extrañas a la élite local o con alguna oposición en el cabildo tenían todas las
posibilidades de ver descubierto su pasado. Las informaciones eran secretas en teoría, pero los rumores
corrían rápido. Un expediente rechazado o detenido era suficiente nota de infamia ¿Por qué pretender
entonces entrar en cabildos qué anunciaban rechazo? Para responder a esta cuestión hemos de percibir
la capacidad legitimadora de estas instituciones. Veamos un ejemplo.

En 1645, Francisco de Mendoza había conseguido la sucesión en una prebenda de la catedral de


Córdoba en forma de bula de coadjutoría. Las informaciones de limpieza demostraron su ascendencia
judía. En un caso como otros tantos, el cabildo forzó al pretendiente a renunciar. Públicamente, el estatuto
se había respetado. En realidad, tras una década de pleitos se le ofreció a cambio una prebenda idéntica,
de forma discreta y obviando el filtro anticonverso39.

El problema estalló de nuevo en la primavera de 1659. Su hermano, Juan de Mendoza y Figueroa, se


presentó ante el cabildo para que se ejecutara el proceso fulminado sobre la prebenda en disputa. Había
sido provisto por bulas apostólicas y, so pena de excomunión, los capitulares debían darle la posesión. La
estratagema resulta llamativa, aunque la historia no tuvo nada de extraordinario. Se documentan otros
casos similares. Ajena a estas diatribas locales, en las oficinas de la Curia Francisco de Mendoza había
sido provisto legalmente. Tenía pues el derecho a resignar en favor de quien quisiera —incluso aunque no
hubiese podido o querido tomar posesión del beneficio—, siempre que pagara las letras correspondientes.
Al ceder sus derechos en la persona de su hermano, el cabildo cordobés esgrimió de nuevo el estatuto en
su contra. El expediente comenzó a cursarse en mayo de ese año y los testigos fueron cuidadosamente
elegidos entre lo más cualificado.

Se acudió en primer lugar a la casa del regidor don Francisco de las Infantas Córdoba y Aguayo, de
74 años de edad. El caballero juró sobre la cruz de Calatrava de su hábito tener al pretendiente y a todos
sus ascendientes por cristianos viejos. Por lógica no podía ser de otro modo si tenía un hermano entero

37.- L. de Góngora, Romances II. Edición crítica de Antonio Carreira, Barcelona, 1988, p. 23.
38.- Llegaron a imponerlo en territorio castellano la mitad de los cabildos catedrales existentes en el siglo XVII: Badajoz, Sevilla,
Córdoba, Guadix, Santiago, Toledo, Sigüenza, Jaén-Baza, Granada, Málaga, Almería, León, Osma, Oviedo, Ávila, Murcia y
Cádiz. Se intentó sin éxito su imposición en otros y no en todos en los que se impuso fue ni mucho menos efectivo o de
aplicación generalizada en la realidad. Según A. Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en España y América, Madrid, 1971,
p. 98, la catedral de Valencia fue la única catedral en la corona de Aragón que lo tuvo, desde 1566. En el siglo XVII en Portugal
terminarían por imponerse en al menos 8 de las 13 diócesis del territorio peninsular, concretamente en los cabildos de Elvas,
Coimbra, Braga, Oporto, Lisboa, Évora, Lamego y Faro.
39.- A. J. Díaz Rodríguez, El clero catedralicio…, pp. 412-413.

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Conversos, curiales y canónigos. Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos

recibido por racionero «en una iglesia de tanto lustre, autoridad y grandeza como es la de Córdoba, y
que tanto cuida del estatuto de limpieza»40.

Esta afirmación y la puntualización de tratar siempre de don a Francisco de Mendoza debió picar el
humor de uno de los informantes, que le replicó con cierta sorna. Los ánimos se encresparon. El anciano
caballero se negó a responder nuevas preguntas «porque en esto juzgaba hacía servicio a la Iglesia, en
hacer este dictamen, porque no era crédito en su estimación de esta Santa Iglesia que un sujeto particular
la hubiese vencido». La insistencia de los capitulares sólo provocó un revuelo tal en la casa que hubieron
de salir de ella.

Se acudió a continuación al licenciado Jacinto de Aguado, sacerdote sexagenario, canónigo de la


Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba, notario del Santo Oficio y miembro de al menos cuatro o
cinco cofradías con estatuto de limpieza de sangre. Un declarante perfecto y más sosegado, pero que para
sorpresa de los informantes dijo tener también a todos los ascendientes del pretendiente por cristianos
viejos. Más aún, aseveró que era sabido en la ciudad que las pruebas que «se hicieran a don Francisco
de Mendoza por informante nombrado por Su Señoría el Cabildo vinieron muy buenas». Era lo último que
esperaban oír de él.

Repreguntaron inmediatamente si acaso no conocía los problemas y largos pleitos habidos con el
cabildo por dichas pruebas. Siendo notario de la Inquisición ¿acaso desconocía el hecho notorio de descender
de condenados por dicho tribunal? La respuesta afirmativa fue aún más impactante: por supuesto lo había
oído. Lo de las condenas, empero, «dijo que determinadamente no lo sabe, sólo vagamente» y por añadidura
conoció a varios de los testigos que dijeron muy mal la primera vez.

«Antes le tuvo en reputación de descendiente de confesos y penitenciados, pero ahora que ha visto que el
dicho don Francisco de Mendoza ha entrado en la iglesia y está en posesión de una media ración de ella,
ha mudado de dictamen y lo tiene al dicho Diego García de Orbaneja [su abuelo], a sus ascendientes y
descendientes, por cristianos viejos, limpios de limpia casta y generación».

Insisten los informantes del cabildo, dado que el testigo antes había declarado conocer la ascendencia
conversa de los Mendoza. De nuevo el testigo «dijo que después que entró en la iglesia dicho don
Francisco, lo tiene por bueno y por limpio a él y a sus ascendientes, como tiene dicho».

«Preguntado si por las noticias que tiene de la limpieza del pretendiente y los demás sus ascendientes,
a él o a todos ellos los recibiera y votara por él para ser cofrades de alguna o de todas las cofradías de
que es cofrade este testigo, o los admitiera si estuviera en su mano por ministros del Santo Oficio como
el susodicho lo es, dijo que votara por todos y por cualquiera de ellos para el tribunal del Santo Oficio y
cualquiera otra cofradía de estatuto de limpieza, por cuanto su hermano del pretendiente está admitido por
racionero de dicha Santa Iglesia de Córdoba».

Probablemente el testigo había sido comprado. Tal vez incluso se tratara de uno de tantos linajudos,
extorsionadores profesionales de las genealogías ajenas, que poblaban la geografía del mundo ibérico41. Lo
que me interesa señalar no es eso, sino el marco de percepción de la realidad que denota las justificaciones
de los testigos, la lógica simbólica implícita. Incluso cuando los informantes decidieron abordar por
sorpresa a testigos, para asegurarse juicios independientes, toparon con el mismo razonamiento.

En mitad de la calle pidieron a Luis Martínez de Mesa que testificara en el cercano convento de San
Pablo. Como buena parte de la ciudad, sabía del largo pleito con el cabildo y que el dicho don Francisco
de Mendoza se marchó a Roma para litigar. Empero, «hoy está en posesión de dicha media ración, por lo

40.- ACCo, Secretaría: Expedientes de Limpieza de Sangre, caja 5.026, s.f. Las siguientes citas proceden de este mismo expediente.
41.- R. Pike, Linajudos and conversos in Seville. Greed and Prejudice in Sixteenth- and Seventeenth-Century Spain, New York,
2000. E. Soria Mesa, «Los linajudos. Honor y conflicto social en la Granada del Siglo de Oro», en J. J. Lozano Navarro & J.
L. Castellano (eds.), Violencia y conflictividad en el universo barroco, Granada, 2010, pp. 401-427.

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Antonio J. Díaz Rodríguez - Universidad de Córdoba

cual juzga tener todas las calidades que requiere el estatuto de limpieza que la dicha Santa Iglesia tiene»42.
Continuar con las informaciones resultaba ridículo. Era vano luchar contra una lógica impuesta por el
orden social imperante. Manifestaciones parecidas podemos encontrar en expedientes de limpieza de
otras catedrales de estatuto.

En 1665, Álvaro Ferreira de Carvalho presentaba ante el cabildo de Évora las bulas de resigna en
su favor de la canonjía que poseyera Nuno de Mendonça Furtado. El pretendiente era rico y tenido por
noble, nieto a su vez de un canónigo de esa misma catedral portuguesa, Álvaro Ferreira Magro. Los
testigos daban por acto positivo de limpieza este último dato, ya que «bastava ser cónigo na Sée de Évora,
onde naquelle tempo se farião as mesmas diligências que hoie se fazem pera efeito de serem cónigos na
dita Sée»43. Así se aceptó por los informantes. En realidad, cuando Ferreira Magro tomó posesión de su
canonjía en 1606, el cabildo de Évora ni disponía de estatuto de limpieza de sangre ni realizaba pruebas
al respecto44. Aunque en efecto fuera limpio, ser prebendado de Évora entonces no era prueba alguna
real de la condición cristiano vieja. En esa misma época accedieron al cabildo conversos notorios como
monseñor António Mendes o Francisco Pereira Pinto. Se trataba, no obstante, de una poderosa ficción
retroactiva.

En el caso de los Salazar, que vimos antes para el cabildo cordobés a mediados del XVI, resulta
ilustrativo ver la utilización hecha por la familia. En un expediente de limpieza, unos cincuenta años
después, la obtención de una prebenda por Martín Fernández de Salazar fue presentada como acto
positivo. Entre los destacados testigos, se acudió a don Ambrosio Suárez del Águila, veinticuatro de Jaén.
Éste juró conocer los pormenores del hecho. Dijo saber cómo en verdad Martín Fernández de Salazar
había sido admitido con condición de resignar, pero también sabía de su ascendencia cristiano vieja. El
informante repreguntó de inmediato cómo podía afirmar tal cosa, conociendo como decía el pleito que
trajo con el cabildo. La respuesta del veinticuatro no pudo ser más clara sobre la capacidad legitimadora
de la institución capitular:

«los señores prebendados de esta Santa Iglesia proceden siempre con tanta justificación en todas las cosas
que tratan, especialmente en la conservación de su estatuto de limpieza, que en la que se trató del dicho
racionero Martín de Salazar, entiende y cree este testigo que no le dieran la dicha posesión que ha oído
decir le dieron, si no tuvieran satisfacción de su limpieza, y respecto de que un tribunal tan grave como los
prebendados del cabildo de esta Santa Iglesia dieran al dicho racionero posesión de la dicha ración aunque
hubiera alguna sospecha de falta de limpieza del susodicho, con aqueso se reparaba»45.

Todas las referencias señaladas manifiestan el conformismo lógico clave en el proceso de


legitimación social. Esto hizo precisamente de los cabildos con estatuto de limpieza el objeto de deseo
de cualquier familia con necesidad de purificar un pasado estigmatizado. No hablamos tan sólo del clero
capitular, sino de los fundamentos de las sociedades ibéricas del Antiguo Régimen. Como señalara Émile
Durkheim:

«La société ne peut-elle abandonner les catégories au libre arbitre des particuliers sans s’abandonner
elle-même. Pour pouvoir vivre, elle n’a pas seulement besoin d‘un suffisant conformisme moral; il y a un
minimum de conformisme logique dont elle ne peut davantage se passer»46.

42.- ACCo, Secretaría: Expedientes de Limpieza de Sangre, caja 5.026, s.f.


43.- ACSE, Habilitações: Cónegos, maço 2, s.f.
44.- ACSE, Posses de Dignidades, Cónegos e Quartanários, tomo 1, fol. 85v.
45.- ACCo, Memoriales de Genealogía, caja 7.540, fol. 40r.-v.
46.- E. Durkheim, Les formes élémentaires de la vie religieuse. Le sistème totémique en Australie, Paris, 1985, p. 24.

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Conversos, curiales y canónigos. Limpieza de sangre y negociación en los cabildos ibéricos

6. Conclusiones
Los cabildos catedrales se erigieron en escogidos senados sacros, la optima pars del clero de cada
diócesis. En la Península Ibérica, ello implicaba defender la inmemorial condición distinguida y cristiano
vieja de sus miembros. Muchas catedrales contaron de hecho con estatutos de limpieza de sangre que
prohibían el acceso a personas de origen judío. En la práctica, podían ser y eran instrumentalizados por
los cristianos nuevos, en un juego que combinaba el fraude, las connivencias de otros capitulares, la
utilización de las censuras eclesiásticas o de una posición privilegiada en Roma. Fue la extraordinaria
capacidad para actuar como maquinarias de encauzamiento y legitimación de la movilidad, dentro del
discurso social imperante, lo que hizo de los cabildos organismos de gran significación sociológica.

La vía romana no era desde luego la única para acceder a determinados beneficios eclesiásticos,
en especial a las tan ambicionadas prebendas catedralicias. Algunos conversos accedieron a diferentes
cabildos ibéricos gracias al apoyo de un grupo de individuos dentro de estas instituciones o, de forma
más usual, al favor de un obispo. No obstante, Roma fue con mucho, desde un punto de vista cuantitativo,
el recurso habitual, y esto por varias causas, en mi opinión.

En primer lugar por el factor mercantilista asociado a un gran número de provisiones romanas.
Era mucho más sencillo pagar en la curia por la bula de provisión de un beneficio que jugar en el
enredoso equilibrio de poderes en el ámbito eclesiástico local. El favor de un obispo, además, tampoco
equivalía a la consecución de una dignidad o una canonjía. Un cabildo podía convertir la labor casi en
un imposible si se lo proponía.

Frente a ello, las letras apostólicas contaban con un valor coercitivo añadido digno de ser tenido
en cuenta. Las censuras eclesiásticas y las amenazas de excomunión, que acompañaban las ejecutoriales
del proceso fulminado de una bula, fueron un instrumento muy útil para hacer frente a cabildos que
cerraban filas. Fórmulas como ésta son habituales:

«Los dichos señor provisor e canónigos dijeron que vistas e examinadas las dichas letras, así por reverencia
de los mandamientos apostólicos como por miedo de las censuras e sentencias de excomunión en las dichas
letras contenidas, amovían e amovieron al dicho don Sancho de Castilla de la posesión de la dicha calongía
e admitían e admitieron al dicho Doctor Pedro de Guiral a la dicha prebenda e calongía»47.

Incluso cuando la existencia de estatutos de limpieza de sangre en algunas de estas corporaciones


hacía en teoría imposible la entrada de este tipo de individuos (al menos no sin la anuencia de un grupo
de poder interno capaz de legitimar genealogías poco convincentes), la obtención de una provisión
pontificia y el empleo del poder coercitivo aparejado fue una táctica de primer orden. Gracias a ello era
posible sacar algún beneficio, económico o social, de los cabildos eclesiásticos.

Añadamos a todo eso que la Curia era un campo de competición por los beneficios eclesiásticos
ajeno a la cuestión de la limpieza de sangre. Era una distinción socio-religiosa criticada e incluso
ridiculizada48. El control sobre la minoría cristiano nueva fue un factor presente en la política de varios
papados en esta época. Sin embargo, no cabe punto de comparación con lo que significó en el día a día
de las sociedades ibéricas. Para el mundo hispano-portugués fue un fenómeno más allá de lo religioso
y de la práctica sincera o no de la fe, un fenómeno que suponía una verdadera obsesión cotidiana y
condicionaba las posibilidades de movilidad social en su seno.

47.- ACCo, Actas Capitulares, tomo 6, fol. 110r. La cursiva es mía.


48.- Cf. A. Domínguez Ortiz, «Documentos sobre estatutos de limpieza de las catedrales españolas», Miscelánea de estudios árabes
y hebraicos. Sección de hebreo, 14-15 (1965-1966), pp. 33-42.

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