Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Otra alternativa para el transporte a escala atómica son una familia de grandes
moléculas llamadas dendrímeros (fig. 4). Su nombre, derivado del griego dendros
(árbol), hace referencia al hecho de que presentan una estructura arborescente,
similar a las ramas de un árbol, aunque también nos pueda recordar a la forma de
un copo de nieve o incluso a la de una mano extendida. La característica principal
es que a partir de un núcleo central emergen diferentes ramas que se van
dividiendo en más ramas de manera simétrica. No hay un compartimento interno
como en el caso de los liposomas, sino que las moléculas que se pretenden
transportar se unen a los extremos o a la superficie del dendrímero. El hecho de ser
una estructura arborescente hace que se disponga de muchos lugares de unión, de
manera que su capacidad de transporte es elevada. Pero su principal interés reside
en que no es necesario unir la misma molécula a todos los extremos: en unos
lugares se puede unir el fármaco que se pretende transportar y en otras partes del
dendrímero se pueden colocar moléculas marcadoras que dirijan el complejo hacia
unas células u otras. El resultado es un todo en uno a escala nanométrica que
puede ser muy útil para matar células cancerígenas y marcar otras células vecinas
al tumor y vigilar su evolución. Por otra parte, este tipo de estructura presenta una
interesante flexibilidad: dado que las cadenas están formadas por moléculas que se
pliegan en el espacio de manera diferente en función del pH del medio, en
condiciones ácidas o alcalinas la estructura del dendrímero se puede modificar,
abriéndose y extendiéndose, o cerrándose y compactándose. Se trata de una
capacidad que se puede explotar si usamos los dendrímeros para transportar
fármacos diseñándolos de manera que se depositen en lugares donde el pH sea el
adecuado para que la estructura se abra.
FIG. 4
Esquema básico de la estructura de un dendrímero, en el que se aprecia cómo de su núcleo surgen varias
ramas moleculares de las que salen otras ramas con tantos niveles como se quiera.
Estos nanotubos corresponderían a los cables con los que podremos construir
andamios para controlar la reparación de huesos o para fabricar estructuras de
sustitución biomecánica, como músculos o tendones. Con ellos también se podrían
guiar células nerviosas en el proceso de regeneración de nervios dañados, uno de
los principales retos en el campo de la medicina. Por otra parte, su misma
estructura facilita la unión de moléculas muy largas y relativamente rígidas como
el ADN, lo que resulta esencial cuando se pretende combinar la nanomedicina con
las nuevas terapias génicas. En este tipo de terapias, se introducen en el organismo
fragmentos de ADN para reemplazar los genes mutados que, al no ser funcionales,
impiden que el organismo realice determinadas funciones como, por ejemplo, la
correcta síntesis de la insulina en el caso de los diabéticos. Los nanotubos de
carbono se pueden adaptar para que ejerzan la función de transportadores del
ADN hasta el interior de las células.
FIG. 5
Un nanotubo de carbono de pared simple se forma al enrollar sobre sí misma la estructura hexagonal
plana de átomos de carbono (grafeno) que forman cada capa de grafito.
Ya hemos visto que existe una gran variedad de materiales que pueden
introducirse en el cuerpo con distintos objetivos médicos. Pero tan importante
como introducirlos es determinar cuándo y cómo eliminarlos. Los nanomateriales
suelen eliminarse mediante la filtración en los riñones y la excreción a través de la
orina. Por ello, y para garantizar una óptima eliminación, es necesario que el
tamaño de los elementos sea menor que el de los poros de la membrana del
glomérulo renal (la estructura del riñón donde la sangre filtra los productos que
elimina). Se ha comprobado que las partículas de tamaño inferior a los 5 nm
pueden eliminarse con rapidez (las menores de 4 nm tienen una vida media en el
interior del cuerpo de unos pocos minutos), mientras que las de tamaños
superiores se mantienen mucho más tiempo en el organismo (hasta quince horas
las de más de 10 nm) y pueden causar toxicidad. Por supuesto, el tamaño no es el
único factor que tener en consideración, ya que los materiales con los que se
recubran para dirigirlos a una u otra estructura pueden alterar estos tiempos, pero
sí es el más determinante.