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Formación reactiva

La formación reactiva es un concepto del psicoanálisis que alude a una formación del
inconsciente que interviene en la formación de síntomas. Se manifiesta como comportamiento,
actitud o hábito que marcha en la dirección opuesta a la de un deseo reprimido. Surge como
defensa contra la pulsión perturbadora, es decir, el sujeto construye una reacción contra la
expresión de su deseo con el objetivo de protegerse de él (y en ese sentido, puede ser
definida también como mecanismo de defensa). De este modo, por ejemplo, un excesivo
pudor o autonegación pueden ser la formación reactiva desarrollada por una persona con
tendencias pulsionales exhibicionistas de raigambre inconsciente.
Formulado en la terminología de la economía libidinal del lenguaje técnico psicoanalítico, la
formación reactiva es una «contracatexis» fenoménicamente consciente, de igual fuerza, pero
de dirección opuesta, a la «catexis» inconsciente.
En una somera clasificación de las formaciones reactivas, pueden agruparse en dos grandes
categorías:

 Localizadas, que se hacen palmarias en un comportamiento muy particular y específico


 Generalizadas, que saliendo de su núcleo de origen se explayan hasta constituir rasgos
de carácter generales, mediana o grandemente integrados a la estructura de
la personalidad.
Aparte de su función como mecanismo de defensa, las formaciones reactivas constituyen una
de las maneras como se forman los síntomas definidos desde un punto de vista clínico o
de psicodiagnóstico. La naturaleza de la formación puede ser tan rígida, compulsiva o forzada
que trastorna gravemente la vida del sujeto y su comportamiento, conduciendo a un resultado
que parece, llevado a su extremo, opuesto (por segunda vez) al que se buscaba.

Freud y la formación reactiva


Ya en sus primeras descripciones de las neurosis obsesivas, Freud se ocupó de poner en
descubierto este mecanismo psicológico específico mediante el cual el sujeto lucha contra la
representación penosa. Freud sostiene que esta representación se sustituye por un "síntoma
primario de defensa", también denominado, "contrasíntoma".
Algunos rasgos marcados e idiosincrásicos de personalidad se constituyen a través de este
tipo de formaciones inconscientes. Así por ejemplo, la pulcritud, la escrupulosidad, el pudor,
pueden ser formaciones reactivas que se hallan en evidente contradicción con la sexualidad
infantil a la que tempranamente estuvo entregado el sujeto, en un período que el psicoanálisis
de Freud ha caracterizado como exento de barreras (puesto que aún no se han instalado los
«diques pulsionales» de la vergüenza, el asco y la moralidad).
Se trataría entonces de una "defensa exitosa", en la justa medida en que los componentes
que intervienen en el conflicto, tanto la representación sexual como el censurado "reproche"
(el afecto asociado a la representación), han sido globalmente segregados de la conciencia en
beneficio de actitudes o conductas que representen virtudes morales extremas.
Análisis
Es a partir de entonces que la doctrina psicoanalítica continuará reafirmando la trascendencia,
dentro del marco típico de la neurosis obsesiva, de las mencionadas defensas. El calificativo
de "reactivas" trata de subrayar su contraposición directa con la efectivización del deseo, su
cumplimiento.
En las neurosis obsesivas, las formaciones reactivas tienden a conformarse como rasgos
caracterológicos. De suerte que este mecanismo de defensa se constituye en una
contracatexis permanente. Así, estos mecanismos de defensa han dejado de ser meros
levantamientos de muros ocasionales, transformándose en andamiajes de verdaderas
"neurosis de carácter". Dentro de la teoría de Freud, las formaciones reactivas ponen su sello
típico en el denominado "carácter anal".
Lo antedicho no significa necesariamente que las formaciones reactivas solo están adscriptas
a la neurosis obsesiva. Se encuentran también en la histeria, pero en estos casos, no tienden
a constituirse en armazones de carácter. Actúan de modo ocasional o circunstancial. Un
ejemplo posible sería una madre histérica que trate a sus hijos con desaforada ternura,
ocultando con esta formación una pulsión agresiva que hacia ellos la anima.

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