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Las Sociedades Humanas y La Familia PDF
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Todo el mundo sabe o cree saber qué es la familia. Ella está inscrita tan
fuertemente en la práctica cotidiana, es de una experiencia tan íntima y tan
“familiar” que aparece de manera implícita como una institución…, un “dato”
natural y, por una especie de extensión muy lógica, como un hecho social
universal. La categoría de dato natural y la de hecho universal se apoyan
mutuamente: la familia debe ser universal si es natural; ella es natural si es
universal. Por lo demás, a este nivel, que es el de las representaciones
populares, la creencia en una universalidad de la familia - fundada casi
naturalmente, biológicamente - no remite a una entidad abstracta que sería
susceptible de tomar formas variadas en el tiempo y en el espacio; por el
contrario, ella remite, de manera precisa, al único modo de organización que
nos es familiar en Occidente. Sus rasgos más marcados son: la dimensión
reducida a la pareja formada por un hombre y una mujer y sus hijos; la
monogamia, al menos en un mismo período; la residencia virilocal; la
transmisión del apellido por los hombres; la autoridad masculina.
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Tomado de la Enciclopedia Francesa Universalis (versión CD -rom). Traducido por
María Cristina Tenorio. 08 - 2001.
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mismo orden, marido y padre. Por último ella es también la unidad de base de
las familias extensas, donde tales células coexisten en una residencia común,
en varias generaciones.
diferentes coesposas. Las que son estériles, o que han perdido a sus niños,
tienen así niños para criar que no son los suyos, los quieren como a los suyos y
quienes, antes de su entrada en la edad adulta, no conocen otra madre que su
madre doméstica: solamente entonces se les da a conocer el vínculo biológico
que los une a otra mujer del padre.
legalmente y para la cual ella cumple los ritos oficiales del matrimonio. Ella le
elige enseguida un hombre, un extranjero pobre, generalmente un Dinka, para
que cohabite con ella y engendre hijos. Este hombre no es nada más que el
servidor de la mujer –esposo; y él cumple, por lo demás, las tareas ordinarias
de un servidor. Los hijos que nacen de esta unión de la sombra son los de la
mujer-esposo, a quien ellos llaman “padre” y quien les trasmite su apellido y
sus bienes. Su esposa la llama “mi marido”; ella le debe respeto y obediencia y
la sirve como serviría a un verdadero marido. La mujer-esposo misma
administra su hogar y su ganado, reparte las tareas y supervisa su ejecución
como lo haría un hombre. Ella entrega a sus hijos el ganado necesario para su
matrimonio. En el matrimonio de sus hijas ella recibe, a título de “padre” el
ganado de su “dote” y entrega por cada una al genitor la vaca que es el precio
(diferido) del engendramiento. El genitor no juega ningún otro rol que aquel
para el cual fue requerido, y no obtiene, de este rol de compañero sexual-
semental, ninguna de las satisfacciones materiales, morales y afectivas ligadas
al mismo rol cuando se cumple en el marco del matrimonio. En este caso, claro
está la mujer-esposo no es sino un sucedáneo del hombre, porque es estéril; y
este matrimonio legal es completamente conforme a los cánones de la ideología
masculina.
Entre los Yoruba (Ekiti y Yagha) de Nigeria, es una mujer rica, una comerciante,
y no una mujer estéril, la que puede legítimamente desposar a otras mujeres y
tener de ellas, de la misma manera sustitutiva descendientes para ella, o sacar
de ellas un beneficio de tipo capitalista. Una comerciante rica desposa
legalmente, mediante el pago de la compensación matrimonial una o varias
mujeres jóvenes, de preferencia vírgenes; ella las manda a comerciar en
poblados alejados. Ellas tienen toda la permisividad para convivir con un
hombre, sin entrega de “dote”, con quien ellas quieran, pero deben prevenir a
su mujer-esposo. Cuando ellas tienen hijos y estos alcanzan los 5 o 6 años, la
mujer-esposo se presenta ante los genitores y les reclama los hijos –que son
legalmente los suyos- así como sus esposas. Muy frecuentemente, el hombre
engañado acepta pagar una compensación financiera para guardar al menos a
los hijos. Este tipo de unión, en la que los hijos pertenecen a la mujer-esposo
legal, o le reportan dinero, está calcado sobre el modelo de la práctica de los
comerciantes musulmanes de sexo masculino quienes envían a sus propias
esposas a producir bien sea hijos o capital, en el seno de las poblaciones
animistas vecinas. En los dos casos, es el pago de la compensación lo que
vuelve legal el matrimonio y lo que legitima a los hijos. No está permitido ver
en estas uniones, que tienen por meta bien sea la constitución de una familia
normal (caso de los Nuer), bien sea la fructificación de un capital (caso de los
Yoruba), una forma cualquiera de homosexualidad femenina. Por el contrario se
encuentran verdaderas uniones homosexuales masculinas entre los Navajo y
Zuni, con una repartición de las tareas según el modelo corriente. Estos
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El matrimonio fantasma
El problema de la paternidad
Entre los Senufo de la costa de Marfil, matrilineales y poliginios, cada uno de los
cónyuges permanece, luego de su matrimonio, en su familia de origen, la cual
es entonces la verdadera unidad doméstica de producción. Al llegar la noche,
los maridos parten a reunirse con sus diferentes esposas por turnos (una por
día), las cuales cocinan para ellos y les hacen los servicios ordinarios del
matrimonio, pero ellos no residen nunca de manera permanente con alguna de
ellas y con los hijos que haya tenido de esta mujer. La institución es conocida
bajo el nombre de “visiting husband” (el marido visitador). Se trata allí,
también, de una forma de familia matricéntrica pero ésta es diferente a doble
título de la que es practicada por los Nayar: por una parte entre los senufo, la
noción de pareja conyugal existe, incluso si la pareja no corresponde a una
unidad residencial o económica y si ella no obra en común para la crianza y la
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educación de sus propios hijos; por otra parte, el marido senufo es también el
único compañero sexual autorizado de la esposa y él es el padre de sus hijos.
De la naturaleza a la cultura
Pero, entonces ¿por qué existe la familia? ¿A qué propósito sirve para ser
universal, cualquiera sea la forma bajo la cual la han instituido las múltiples
sociedades del mundo, actuales o pasadas? Las respuestas a estas
interrogaciones pasan por la respuesta a una pregunta más general, la de la
razón de ser de la leyes que se encuentran asociadas al establecimiento de la
familia: la forma legal del matrimonio, la prohibición del incesto, la repartición
sexual de las tareas. No se puede pretender tampoco que estas leyes estén
fundadas en exigencias naturales: así, la cualidad de los consanguíneos
prohibidos por la prohibición del incesto es extremadamente variable según las
sociedades; en cuanto a las tareas, aquellas que parecen las más femeninas
aquí (la costura, por ejemplo, tomada en su sentido ordinario, y no como
creación de moda) pueden ser las más masculinas en otra parte (son los
hombres lo que cortan los vestidos y los cosen en los países de África
occidental). Pero lo que cuenta y plantea un problema –aunque estas leyes no
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Todas las sociedades establecen una diferencia entre un tipo de unión legal,
sancionado jurídicamente de una manera o de otra, es decir el matrimonio y las
relaciones sexuales ocasionales, sean ellas admitidas o incluso prescritas antes
del matrimonio, toleradas o condenadas después –o, incluso entre el
matrimonio y el concubinato, unión estable pero de otra naturaleza que el
matrimonio. No hay, de manera evidente, ninguna razón biológica para
justificar esta diferencia. La única relación necesaria, que implica relaciones de
larga duración entre dos individuos es la maternidad, es decir la pareja
formada por la madre y el niño ( y aún, hemos visto que ésta puede ser a
veces, luego del destete una pareja de adopción). Entre los primates,
especialmente entre los chimpancés, se encuentran estas unidades
matricentradas, que reagrupan no solamente a una madre y un hijo, sino una
madre y sus hijos, en la medida en que se necesitan entre 7 y 12 años para que
los jóvenes lleguen a la madurez, a la autonomía sexual y a la autonomía de
subsistencia (K. Gough, 1975; V. Reynolds; M. Shlins). La presencia del padre,
de un hombre al lado de la madre y del niño, el afecto del padre por su
progenitura no son hechos de la naturaleza, como tampoco lo es la obligación
de un comercio sexual constante entre compañeros asociados de por vida. Sin
embargo, la unión de tipo conyugal estable y públicamente reconocida es
testimoniada en todas partes o casi todas, comprendidas las sociedades que se
suponían desconocer el rol fisiológico del hombre en el acto procreador (como
en Bellona, en las islas Salomón, o en los Trobriand; ver T. Monberg), pero que
establecen, a través del matrimonio, la paternidad social, como en los ejemplos
Nuer evocados más arriba.
Esto no es suficiente: importa, para que la alianza entre los grupos tenga un
sentido, que las relaciones entre los compañeros sean lo más estables posible.
¿Qué significaría la relación de alianza concluida entre grupos por el
acercamiento de dos individuos si esta relación se rompiera apenas suscrita y
fuera reemplazada por otra? La repartición sexual de las tareas interviene en
este punto, volviendo a los unos dependientes de los otros y complementarios,
ya no los grupos, sino los individuos mismos, compañeros sexuales. Aparecen,
en la relación individual, prestaciones y servicios diferentes al simple comercio
sexual. Hombres y mujeres son empujados, por sus incapacidades respectivas
artificialmente establecidas, hacia asociaciones durables fundadas en un
contrato de cuidado mutuo, contrato que ya no hay sino que sancionar
mediante una institución jurídica que establece su legalidad: el matrimonio.
En la sociedad occidental, cognática –eso quiere decir: donde todas las vías son
reconocidas como equivalentes a través de los ancestros de los dos sexos-, no
se encuentra entonces el equivalente de los grupos estables unilineales, aunque
esta sociedad conozca una notable acentuación patrilineal (transmisión del
apellido, a menudo de la herencia; patri-virilocalidad marcada en medio
campesino, etc.). Aquí, la familia contada genealógicamente, agrupa la
parentela bilateral en la que cada uno reconoce a sus parientes, coexiste
fuertemente con la familia conyugal. Sus límites varían, pero ella comprende,
en primer lugar, los padres y los abuelos de los esposos, luego un cierto
número de colaterales así como los cónyuges de esos colaterales (tíos y tías,
hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas…).
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Una de las fórmulas sociales más exitosas, en cuanto es portadora de las más
débiles ambigüedades, es aquella que está fundada en el principio de la filiación
patrilineal, acompañada de la patri-virilocalidad. La pertenencia al grupo no es
transmitida sino por los hombres; las hijas nacidas de hombres del grupo
pertenecen a ese grupo, pero no los hijos nacidos de esas hijas. El modo de
filiación patrilineal, que no reconoce entonces sino a los hombres como vectores
de la filiación, se acompaña muy generalmente de una fuerte autoridad del
hombre sobre la mujer, en tanto que padre, hermano o esposo, incluso hijo
(aunque el poder masculino no es específico tan solo de los sistemas
patrilineales). Él se acompaña también, generalmente de la existencia de
grupos residenciales organizados en torno a los consanguíneos varones que
viven juntos y a menudo trabajan juntos en el marco de una propiedad común:
el corolario de esto es la obligación para las esposas de dejar, en el sentido
geográfico pero también en el estatutario del término, a su familia de origen
para residir con la de su cónyuge. La prevalencia de la masculinidad hace que
las jóvenes, quienes deben ir a vivir en otro lugar y procrear allá a sus hijos, no
pertenecerán a la familia de origen de su madre, no son desde esta óptica, sino
miembros de segunda categoría para su grupo de origen: no es a través de
ellas como este grupo se perpetúa. Los agrupamientos patrilineales, teniendo
cuenta la obligación de la exogamia, no tienen interés en mantener una presión
del linaje sobre sus hijas luego del matrimonio de estas últimas puesto que
tampoco tienen interés, recíprocamente, en que los otros grupos, que les
proveen de esposas reproductoras y, al mismo tiempo, una fuerza de trabajo,
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mantengan esta misma presión sobre sus propias hijas. Es entonces muy
generalmente en las sociedades patrilineales donde se encuentran fórmulas
matrimoniales rigurosas que buscan asegurar la estabilidad de la unión al precio
de la exigencia sobre las mujeres; estas difícilmente encuentran apoyo de parte
de sus parientes (es decir de parte de su padre y de sus consanguíneos varones
del mismo grupo) en caso de crisis conyugal, sobre todo si su matrimonio ha
involucrado compensaciones matrimoniales en ganado, dinero o diversos
objetos, los cuales han sido entregados por la familia del marido y que habría
que devolver en caso de divorcio. Mientras que, para el marido, los vínculos de
filiación y de solidaridad de linaje siempre serán prioritarios puesto que él vive
en medio de su familia, las esposas desligadas de su propia familia de origen
son otras tantas piezas aportadas, las cuales para establecer intensos vínculos
afectivos no encuentran sino a sus propios hijos y, especialmente a sus hijas,
quienes tendrán el mismo destino –estos vínculos afectivos acrecientan aún
más eventualmente su dependencia con respecto al esposo (puesto que en
caso de divorcio los hijos pertenecen sin apelación posible al padre y a su
linaje).
una de las válvulas de seguridad del sistema familiar y conyugal (en tanto que
estas relaciones no entran en competencia con el ejercicio de la autoridad
masculina, no son consideradas como peligrosas), pero quizá, ella es también
una posibilidad de mutación. Empujada a sus límites extremos, esta solidaridad
totalmente diferente de las otras (solidaridad consanguínea, solidaridad de
linaje, solidaridad conyugal de la que se ha hablado) puede ser la palanca de un
cambio radical de los modos de pensamiento y de vida, de la organización
social y del tipo de sociedad.
entre los linajes, los rituales religiosos o profanos, he aquí lo que constituían
otros tantos medios refinados de articulación entre el dominio del poder familiar
y la necesidad conjunta de una vida social tan armoniosa como fuera posible.
No se trata de hacer de estas sociedades un paraíso (ellas nunca lo fueron para
el individuo) pero ellas habían logrado un sistema equilibrado entre las
exigencias de la vida doméstica reglamentada por la consanguinidad y las
exigencias de la vida social, reglamentada de acuerdo con la coexistencia de
grupos consanguíneos, mientras que las sociedades occidentales han
conservado los principios que eran útiles para su desarrollo o que no eran
contradictorios con los imperativos de ese desarrollo, al tiempo que suprimían
o utilizaban al revés los aspectos corolarios del conjunto de la institución
familiar, considerados como inútiles o molestos. Es en la ignorancia y el rechazo
de la lógica interna de las articulaciones, de las cuales se ha mostrado la
complejidad en la creación de la institución familiar, donde hay que buscar
efectivamente las razones de la crisis de la familia y, por tanto, de la
civilización.