desde el fondo
LA OPACIDAD DE LA VIOLENCIA
Teresa Matus
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La intervención en trabajo social es
diferenciada porque las situaciones de
violencia y las conceptualizaciones en
términos de violencia son también variadas.
No existiría un tipo de intervención en
trabajo social porque no existiría un tipo de
violencia tipificada, frente a la cual
tendríamos una sola forma de intervención.
En el campo de la violencia he tenido dos
experiencias distintas: La primera es una
investigación realizada en seis países
latinoamericanos acerca de seis dimensiones
de la violencia. Soy responsable de la
dimensión violencia - cultura en Chile. En
general las situaciones de violencia se
tipifican generalmente y existen algunas
situaciones de violencia o algunas formas de
mirarla, que en t.s. no siempre emergen
aunque uno trabaje con ellas.
La idea central fue que en general detrás de
la idea de violencia y su relación con la
cultura hay otra pareja que acompaña, que es
la idea de civilización y barbarie. Desde el
sentido común la idea sería que a mayor
barbarie, mayor violencia; y a mayor
civilidad, mayor cultura. Pudimos demostrar
en Chile y en otros países también, que en
realidad si bien eso no deja de tener algunos
ecos, también se pueden encontrar ecos en la
idea inversa, es decir, que la cultura legitima
algunas formas de violencia. No es que la
barbarie tenga una correlación directa con la
violencia, porque además ahí debería
problematizarse la idea de los bárbaros. A
propósito de esto hay un poema griego que
se llama “Esperando a los bárbaros” y narra
lo que pasa en una aldea griega, en la cual se
espera mucha violencia porque vienen los
bárbaros, no se hace nada porque vienen los
bárbaros, y pasa el día y los bárbaros no
vienen, y llega la noche y lo peor es que
viene alguien de la frontera a decir que los
bárbaros no existen. Y qué vamos a hacer
ahora sin bárbaros?, porque los bárbaros en
cierto modo eran una explicación.
Entonces muchas veces la idea de violencia
desasociada de la idea de civilización hace
que la idea de violencia sea pensada (y este
es un criterio importante para pensar una
idea de intervención en t.s.) así: en un
círculo concéntrico donde existiría al centro
de nuestras sociedades una hegemonía que a
comienzos de siglo en la constitución de
nuestros estados nacionales coincide con
algunas formas de oligarquía que piensa la
sociedad como un deber ser y desde ese
deber ser hay círculos concéntricos donde
quien está más afuera es más violento y
quien más se acercara a ese deber ser es
menos violento. Por ejemplo, si aquí
tenemos las instancias de delito que
involucran muerte, esas serían situaciones
violentas, pero también si uno va sumando
aquí una serie de estigmatizaciones, por ej.
sumando el sexo, la raza, la edad, el trabajo,
el nivel educacional y mientras más puntos
negativos se sumen a esto, la gente se
volverá más amenazante.
La mirada de la cultura sobre la violencia
hace que nosotros achaquemos la violencia a
las personas más vulnerables, o sea, a
aquellos que ya están más excluidos del
sistema. Un autor brasileño Nascimento,
dice que si tú sumas pobres, jóvenes,
negros, nordestinos, te da la imagen más
amenazante que alguien podría tener. Y por
lo tanto esto hace que si bien es cierto que
los pobres hoy sean económicamente
desnecesarios, porque se ha comprobado que
hoy nuestros países aguantan el 20 % de
desempleo, pero no algunas irregularidades
macroeconómicas. En general nuestros
pobres son además de económicamente
desnecesarios, políticamente seducibles, pero
socialmente amenazantes. La imagen de la
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violencia nos sigue rondando pero con un
código, o lectura, construida desde la
cultura.
La premisa central de este proyecto es que la
violencia tiene que ver no con la barbarie
sino con la cultura. Las formas, los códigos
de interpretación cultural producen violencia
porque se instalan ciertos discursos -que se
puede apreciar bien desde Foucault- los
cuales producen, reproducen y limitan
determinadas prácticas sociales. Este
discurso de círculos concéntricos y deber ser
genera un imaginario de desvío y por lo tanto
marca el lugar a los violentos, sólo que ese
lugar si uno lo empieza a sumar en los países
latinoamericanos, constituye una parte
importante de la población. En varios de
nuestros países han existido varios intentos
de rebajar la imputabilidad penal frente a la
violencia, hacer más responsables cada vez a
las personas más jóvenes, como si eso
pudiera remediar las cosas. Entonces
tenemos el típico mensaje autoritario de
mano dura, no? La idea de un régimen que
discipline a las personas.
En esta época en que es casi un lugar común
decir que las ideologías murieron, me parece
-y en este sentido la fuente es Habermas- que
hay ideologías que se han vuelto más
peligrosas por invisibles y en ese sentido,
más violentas. Justamente, para la gran
ideología contemporánea, es más peligrosa
porque no es que pone un país sobre otro,
una frontera sobre otra, sino pone en peligro
la sobrevivencia de la especie, se trata
justamente de la ciencia y la tecnología.
Conozco alguien en Río de Janeiro, un
psicólogo que cursa un posgrado en su
especialidad y su tema de tesis es el poder
mostrar que cierto tipo de taxonomía, que las
categorías clínicas con que medimos a los
sujetos, en psicología por ej., muchas veces
son categorías culturales violentamente
construídas. Esta persona específicamente se
dedica a estudiar la melancolía, no como
tema literario, sino como expresión de una
situación violenta. Porque se trata de un
discurso no sólo clínico, tiene mucha
importancia el trasfondo biologizante al
respecto que determina no sólo quién es
algo, sino que determina todo el contenido
de lo que significa contemporáneamente para
nuestra cultura, un melancólico. ¿Qué sería
la melancolía en la contemporaneidad,
asumida con ese tinte indeleble de una
taxonomía clínica?.
No sólo en torno a la violencia sino en
general las áreas de intervención en trabajo
social y no sólo en el trabajo social sino más
en general, la primera tarea para una
intervención social compleja es que
tengamos, en este caso sobre las situaciones
de violencia, una comprensión social
compleja. Hay una relación que no es lineal,
que es mediada, yo diría que hay una
correlación directa; a una menor
comprensión social compleja, existe una
menor intervención social compleja y se
podría agregar, consecuencias más violentas.
Por lo tanto, la comprensión social compleja,
la reconstrucción polifónica, tiene que ver
con la descomposición de la violencia que es
vital porque hace emerger códigos que en
general uno no asocia con la violencia;
ayuda a desmitificar otros códigos que el
sentido común sí considera violencia. A
veces denominamos situaciones violentas a
algo que en verdad es un producto de otra
cosa y no denominamos violencia a algunas
cosas que porque permanecen en un área no
trabajada en ese sentido, permanecen opacas,
y por lo tanto aparecen cosas que a simple
vista no tienen mucho que ver con la
violencia. Que están ahí para mostrarnos
cuán profundas son las raíces culturales de la
violencia.
En esto es importante lo planteado por
Horkheimer en el 37, este frankfurtiano que
trabajaba con Adorno decía: “¿saben lo que
pasa, saben lo que es una situación violenta?
Que nuestras matrices epistemológicas para
pensar las ciencias sociales sean
fundamentalmente positivistas. ¿Y por qué
esto es tremendamente violento? Porque el
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todo social hoy día está desgarrado,
escindido, pero cuando lo miro con un filtro,
con un régimen de la mirada positivizado, no
tengo cómo, no tengo camino para que ese
todo social se exprese. Si ese todo social
desgarrado no encuentra camino para
expresarse, yo, como investigador de las
ciencias sociales no tengo cómo oponerme
contra el presente cuando el presente es
miseria.”
Esta situación es tan violenta que desde la
ciencia así pensada, no tengo cómo describir
la violencia existente, no tengo cómo
volverme contra el presente, cuando el
presente es miseria.
El panorama contemporáneo de los 90,
oculta violencias. Por lo tanto nos hace
pensar en descripciones simples de cosas que
son violentas.
Permítaseme enlazarlo con una segunda
experiencia en términos de investigación y
de intervención en cuanto a situaciones de
violencia que se enlaza fuertemente con la
primera que describí. El primer criterio de
intervención para una situación de violencia
es dar cuenta de una comprensión social
compleja que devele los códigos en los
cuales ésta funciona. La violencia social en
la cultura, en una matriz epistemológica, a
tipos de discursos que otorgan el lugar de
“los violentos”. Esto sirve porque también es
aplicado a sistemas y a niveles que el sentido
común también reconoce como situaciones
violentas.
Por ejemplo las situaciones de violencia
doméstica. Indudablemente que si uno dice
que existe violencia doméstica para la gente
es más fácil, más asequible y más directo
entenderlo que esta primera condición. Sin
embargo, esta primera condición se infiltra,
se inserta, en este segundo nivel para
intervenir con la violencia. Si uno no ve esto
primero, es difícil intervenir adecuadamente
en el segundo. ¿Por qué? Porque la violencia
doméstica no sólo es la que sufre una mujer
golpeada, sino que la experiencia que
acuñamos, es que en una oficina legal de la
mujer que una abogada tuvo la lucidez de
crear, es la siguiente: cuando uno atiende a
una mujer golpeada tiene que cuidar que las
lógicas profesionales que atiendan esa
situación de violencia -situación de
“solución” que el sistema social le brinda-
no la vuelvan a golpear.
Diría que la violencia doméstica tiene dos
niveles, por lo menos en el estado que está la
atención de este problema en nuestros países,
que tienen diferencias pero también enormes
semejanzas. La primera es la que sufre la
mujer en su situación familiar y una segunda
es la que sufre esa mujer al ser tratada por
nuestros profesionales para solucionar su
problema de violencia. Hicimos dos cosas:
¿Quiénes atienden a una mujer golpeada? Un
médico legista, un abogado, un sicólogo, un
trabajador social, la policía. Si uno pregunta
por las lógicas que están detrás de esos
profesionales vemos que son lógicas
contradictorias. No fáciles de remover.
Porque muchas de ellas están en el núcleo,
en la concepción de identidad de las
profesiones. Un médico legista ha sido
formado en un código binario de vida o
muerte; la gravedad está asociada a la
muerte. Si esta mujer viene caminando a
decir que le pasó algo grave, indudablemente
el médico no puede verlo, tendría que saltar
toda su formación, tendría que cambiar y eso
no es nada fácil, cambiar todo su horizonte
de diagnóstico para decir que una mujer que
presenta lesiones leves o menos graves, está
puesta en una situación extremadamente
grave; y no sólo medirla por el grado de
acercamiento de esa mujer a una situación de
muerte. ¿Qué es lo que constatará? El grado
de las lesiones físicas. Para eso se formó.
Después, el abogado formado
tradicionalmente tiene otro código binario,
de culpable o inocente. La pregunta será
¿quién es aquí el culpable y quién el
inocente? ¿Quién es la víctima?
Indudablemente que quien ha trabajado con
situaciones de violencia doméstica sabe que
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en realidad, culpable o inocente, es una mala
forma de abordar este problema.
En el caso del psicólogo dependerá del tipo
de abordaje; tendrá diferentes lentes para ver
esta situación, si es más o menos
conductista, más o menos gestáltico,
psicoanalítico, dentro de la enorme variedad
de productos que el psicoanálisis ha
brindado, lo mismo con un trabajador social,
depende qué tipo de matriz use, si es
clásicamente formado o no, qué peso le dará
a una situación económica determinada, o
qué categorías traducirá, en virtud de qué
cosas dirá esta situación social de violencia
que se está produciendo. Para qué vamos a
seguir con los códigos de la policía...
¿Por qué aquí se hace necesario una
comprensión social compleja de este
problema? Porque los “equipos
interdisciplinarios” no se gestan porque los
profesionales tengan oficinas contiguas, ni
porque haya reuniones de trabajo, sino
porque de alguna manera, tenemos que tener
una comprensión compleja de las lógicas de
actuación que están por detrás de las caras,
de las formas de acción de esos
profesionales. Si no, lo que hacemos con
nuestras formaciones profesionales es hacer
una atención violenta a la violencia.
Hace cuatro años, haciendo una
investigación en Chile con un cierto número
de mujeres y siguiendo el recorrido de esas
mujeres durante dos años el resultado fue
bastante desalentador. En el 60 % de los
casos la situación de violencia no había
mejorado, sino que había empeorado.
Además esto no contempla que hay un
sinnúmero de conceptualizaciones y autores
que trabajan estas situaciones que dan cuenta
que la violencia doméstica es un ciclo, que
es un sismógrafo, no es algo lineal que
comienza y acaba. Muchas veces es
trabajada linealmente por estos
profesionales. Que este sistema no está
preparado para las idas y vueltas que el
núcleo familiar tiene en relación a un sistema
de violencia. Que muchas veces las medidas
alternativas que los sistemas sociales han
pensado son medidas que provocan efectos
perversos, aunque estén hechos con buenas
intenciones.
Por ej. en Chile hay una serie de
disposiciones legales por las que en vez de
mandar un golpeador a la cárcel, se le
cambia la pena por trabajos comunitarios en
algunas municipalidades y que allí pudiera
seguir algún tipo de terapia. Pero el 70 % de
las municipalidades existentes no cuentan
con psicólogo, por cuanto qué terapia podían
ofrecer, ni tampoco cuentan con trabajos
comunitarios pensados para personas como
éstas. Entonces los jueces despachaban las
órdenes como si esto estuviese funcionando
y los sujetos llegaban a la municipalidad y
los mandaban a tareas como por ejemplo
barrer la plaza. Muchas veces para él, sobre
todo en comunas pequeñas, era mucho más
contraproducente que sus vecinos lo vieran
barriendo la plaza que para él estar en la
cárcel.
Las medidas alternativas no siempre hacen
un análisis suficientemente complejo porque
las soluciones a este nivel, si no son
pensadas en toda su extensión, van a generar
un efecto perverso que van a impactar
directamente en una situación ya violenta
que tiene ese grupo familiar.
Nuevamente nos encontramos con que ese
primer nivel que no siempre es valorado, la
idea de poner en cuestión los mismos
códigos, la misma lectura acerca de qué es la
violencia, dónde se infiltra la violencia, cuál
es la relación de la violencia y la cultura,
cuál es la relación con la epistemología, eso
nos cobra la cuenta si no lo pensamos. Si lo
consideramos como muy abstracto, si vemos
a las situaciones “concretas”, como por ej. la
violencia doméstica, al intentar intervenir
con ésta, esa deuda de ese primer nivel nos
es altamente cobrada por los profesionales
que trabajamos dentro a las propias personas
que están en este caso sufriéndola. Son
doblemente golpeadas por el sistema.
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Este primer nivel es una tarea indispensable
de abordar por las ciencias sociales en su
conjunto. Y también por el trabajo social
indudablemente. Ese horizonte de
intervención social compleja que requiere
una situación de violencia tiene que ser
pensado desde una comprensión social
compleja. Si no puedo tener un nivel de
reconstrucción lo suficientemente matizado,
con el suficiente cuidado, difícilmente podré
intervenir y por lo tanto solucionar un
problema complejo como éste.
¿Actualmente existe el supuesto de que la
ciencia podría llegar a eliminar la violencia?
Hay que distinguir entre lo ilusorio y lo
utópico. Reivindico la utopía, en un sentido
de un referente para pensar lo posible y no
comparto la ilusión de que si tenemos más
ciencia, merced a esa ecuación racionalista
de que mientras dispongamos de más medios
racionales más cerca estaremos de las
soluciones.
Uno de los espíritus que nos debe animar es
lo referente a una declaración mundial de
científicos de Sevilla que dice: no sólo la
guerra sino también la paz empieza en la
mente de las personas. La guerra no empieza
cuando se dispara la primera bala, de la
misma forma en que la violencia no ocurre
cuando alguien muere necesariamente.
Hemos intentado explicarlo con ese primer
nivel de generación de códigos, de régimen
de la mirada, cultural, científico,
epistemológico, que producen esa violencia.
Nosotros, con todas las diferencias, es sólo
una metáfora, estamos viviendo casi ante un
horizonte desconocido como vivían los
habitantes del siglo XVI cuando les decían
que habían nuevos mundos, cuando todo el
horizonte cartográfico se descentró. Hoy día
necesitamos nuevos mapas, porque hay todo
un horizonte en relación a la violencia que
necesitamos resignificar, redescubrir, a
través de indagaciones interdisciplinarias,
que se adentren en este choque de lógicas.
Se están produciendo múltiples focos en
términos de violencia. No sólo está asociada
a lo que tradicionalmente la hemos asociado:
la guerra, la muerte, el golpe, etc. Está
asociada a fenómenos muchísimo más
entramados, opacos, que está provocando
resultados absolutamente violentos. Estas
cuestiones opacas a que hacía referencia,
tienen que ver con aquellas
conceptualizaciones a las que no asociamos
la violencia, como la cultura, como la
epistemología. Es una hipótesis fuerte para
entender, que la epistemología es violenta.
También es una hipótesis fuerte decir, como
al principio, que la melancolía es un código
violento. Porque esas cosas no se asocian a
la idea de violencia. Es fuerte decir aquí que
quien es violenta es la ciencia, porque es
violenta polivalentemente, complejamente,
opacamente, intransparentemente. En eso, no
estamos muy acostumbrados a una idea
hegeliana vieja que lo que uds. llaman
concreto, en realidad es algo abstracto.
Llamamos violento a los cuerpos, a los
golpes, a las evidencias físicas, a la sangre.
A esas cosas asociamos la violencia. Pero
esas asociaciones que para nosotros son
concretas, en realidad son abstracciones,
porque hay que recordar esa sentencia
hegeliana: conocer es diferenciar. Si yo no
sé diferenciar, si la violencia aparece como
sólo eso y yo no sé encontrar sus múltiples
determinaciones, en realidad cómo voy a
pensar intervenciones que reproduzcan la
complejidad de la violencia. Si yo no sé
dónde está la violencia, cuáles son los
mecanismos multivalentes que están
confluyendo tanto como los meandros del río
Paraná, en términos de hacer emerger no
solamente situaciones violentas, sino qué
códigos de mirada se emplean, en términos
de “diagnosticar” situaciones violentas. Qué
lógicas están asociadas preponderantemente
al uso de esos nombres. Eso que llamamos
concreto es un abstracto, por lo tanto la
importancia de conocer las múltiples
determinaciones de la violencia para llegar a
lo que Hegel denominaría un “concreto
pensado” en sus múltiples determinaciones.
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Porque sólo quien va y viene en esto, porque
el concreto pensado de la violencia no es una
meta, es un horizonte, porque cuando se
conozca una determinación, eso le va a
presentar otra problemática, y otra y otra.
Lo importante no es llegar y es por eso que
no es lineal, por eso es que no es
positivizado, no es llegar a una meta hasta
que yo comprenda y desde allí intervenga.
Sino que esto tiene una forma de
retroalimentación donde este concreto
pensado es un horizonte que plantea una
complejidad inicial a la que uno siempre
tiene que estar capturando, sabiendo que es
inaprehensible.
Puesto eso en el espíritu de los
investigadores, de las personas que
intervendrán, de los trabajadores sociales y
de otros profesionales y no profesionales que
trabajan con “situaciones de violencia”, con
“violentos”, podrían cambiar en
cierta manera el abanico de despliegue de
esa violencia. El violento es una abstracción.
Nosotros a veces somos más violentos que
ellos al trabajar con los “violentos” porque
ejercemos violencia sobre él, más que la que
él ejerció sobre alguien.
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