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ADVERTENCIA DEL AUTOR

Advierto a los lectores que soy un déspota literario. Los personajes de mi novela me
habitan y yo los alimento a cambio de que me cuenten cosas. A veces me divierten, otras
me aburren, pero siempre obtengo lo que quiero: los exprimo como naranjas, relato y
publico lo que se me antoja.
Últimamente se han declarado en huelga, dicen que los trato como esclavos, no quieren
contarme nada. Irrumpen de noche golpeando la tapa de mis libros para que no pueda
dormir. No pienso liberarlos. Me tomo un Dormitrol, me río de ellos.
El que lidera la banda es una tal Balmaceda. Parece astuto pero es un imbécil. No advierte
que sólo yo puedo darles vida. Si quieren seguir existiendo deberán aceptar sus historias
como a mí se me ocurren y no como me las han contado.
T.J.B.
DERECHO A REPLICA
(Solicitado por el doctor Exequiel Balmaceda protagonista del cuento “El Duraznito.”)
Víctima de los injuriosos y malintencionados relatos de este aprendiz de escritor, declaro
bajo juramento: Tomás Juárez Beltrán es un escritor prosaico. Vivió casi toda su infancia
en Villa Cabrera y parte de su adolescencia en Nueva Córdoba. Actualmente está
refugiado en Unquillo, ciudad serrana con pretensiones pueblerinas, desde donde ejercita
su esgrima literaria: una suerte de mallurrerías sociales de poca estofa.
Cuando era chico le gustaba nadar bajo el puente La Tablada, fabricar barriletes, jugar al
balero y también al doctor. Esta última afición le trajo algunos problemas con las chicas del
barrio.
Se destacó en diversas disciplinas deportivas. Con una bicicleta rodado veintiséis (sin
cambios) salió tercero en la tradicional vuelta olímpica del club Palermo Bajo y fue
revelación del repechaje en una carrera de carritos con rulemanes en Barrio Suizo. Inició la
primaria en el Colegio Taborín y la terminó en el Instituto Peña. Después ingresó al Liceo
Militar General Paz. Debo aclarar que no es cierto, como dicen por ahí, que “la institución
no supo contenerlo”: en realidad lo echaron a patadas porque era un pésimo alumno.
Finalizó sus andanzas secundarias en el Colegio Deán Funes, donde repitió tercer año.
Después de una época de holganza estudió Ciencias Económicas en la Universidad
Católica de Córdoba, pero con el tiempo decidió “economizar” esfuerzos.
Su formación literaria comenzó a través de la lectura voraz de las obras completas de
Patoruzú, Isidoro Cañones, El Llanero Solitario y Nippur de Lagash.
Tiempo después ejercitó sus dotes de narrador inventando historias desopilantes para que
sus hijos se fueran a dormir. A partir de allí escribió un par de cuentos para niños que
fueron un verdadero fracaso.
Conocedor de sus limitaciones, decidió mejorar su prosa y participó activamente en
talleres literarios.
Tras estériles esfuerzos tuvo la osadía de publicar varios libros de cuentos que sólo
compraron familiares y amigos de la infancia. Como era de esperar, la situación no hizo
mella en su autoestima ni en sus aspiraciones como escritor.
Pasaron los años y, con el audaz apoyo de una destacada editorial -que terminó en la
ruina- publicó la totalidad de sus fabulaciones sociales en un libro que tituló Infidencias.
Fue lamentable que una afamada escritora cordobesa, María Teresa Andruetto, con una
generosidad profesional poco frecuente, lo presentara en la Biblioteca Córdoba elogiando
uno de sus cuentos.
En la actualidad, continúa escribiendo y bajo falsas promesas de liberación, convoca a sus
esclavos literarios a una suerte de aquelarre nocturno para que le contemos nuestras
intimidades. Después de alcoholizarnos y provocar peleas entre nosotros, este alcahuete
serial se sienta frente a la computadora y, muerto de risa, tergiversa las cosas que le
hemos contado exponiéndonos al ridículo perpetuo.
Quiero advertirles que este aprendiz de escritor es un embustero social, que sus relatos no
se ajustan a la verdad y que nuestra venganza será terrible.
Ezequiel Balmaceda
El Duraznito
Sierras de Córdoba

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