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Platón - Apología de Sócrates
Platón - Apología de Sócrates
Tras haber dejado claro la forma en la que se defendería, Sócrates continuó recordando
las primeras acusaciones de las que víctima, acusaciones que construyeron la mala fama
que él tenía ante muchos de los presentes, quienes habían escuchado aquellos
rumores cuando eran solo unos niños o adolescentes, edades en las que el ser humano
es más manipulable.
Sócrates prosiguió clasificando a sus acusadores en los antiguos y los recientes, y pidió
que se le permitiera empezar por desmentir las acusaciones hechas por los más antiguos,
y fue así como empezó su defensa de la acusación que aseguraba que el era capaz de
convertir el argumento más débil en uno muy fuerte, y dijo no saber ni poco ni nada sobre
aquellos asuntos y reto a la audiencia a averiguar sobre aquello de lo que él hablaba y
presentar resultados de sus investigaciones para así comprobar que él estaba diciendo la
verdad.
Sócrates siguió adelante con su monólogo asegurando que él no era como los sofistas,
que él no andaba deambulando por las calles con la intención de educar a las personas ni
de cobrar por compartir sus conocimientos y que si bien, encontraba hermoso que hubiera
quien dedicara su vida a enseñar y fascinar a los pobladores de todas la ciudades por las
que pasaban, pero él no era uno de ellos, el no pedía dinero ni agradecimiento de nadie.
Sócrates continuó asegurando que la especia sabiduría que poseía era lo que lo había
llevado a ser objeto de un sin fin de acusaciones tan alejadas de la realidad, pero que su
sabiduría era completamente humana.
Al terminar con los políticos, fue a donde los poetas, y después con los artesanos, con
ambos la historia se repitió, al igual que los políticos, los poetas y los artesanos presumían
ser más sabios de lo que realmente eran, creían que por conocer y saber hacer bien su
oficio, creían que sabían todo, en todos los asuntos, algo que a Sócrates le parecía
petulante y obscurecía todo conocimiento que pudiesen poseer.
Tras aquella investigación, Sócrates se ganó un sin fin de enemigos, pero descubrió que
el dios decía la verdad, que él era más sabio que todos ellos porque era capaz de reconocer
que la verdad era que él no sabía nada.
Con respecto a que no creía en los dioses de la ciudad, Sócrates comprobó que creer en
genios y divinidades era creer en los dioses.
Sócrates fue declarado culpable y aseguró que no tenía miedo a la muerte, que de hecho,
prefería morir que vivir sin poder hacer aquello para lo que los dioses le habían puesto ahí;
Sócrates defendió hasta el último momento que era un hombre justo y que prefería pagar
el peor de los castigos antes de ser infiel a sus pensamientos.