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D.

WINNICOTT
La juventud no dormirá
1964
Escrito para New Society, 1964

"Desearía que no hubiese edad intermedia entre los 16 y 23 años o que la juventud durmiera hasta
hartarse, porque nada hay entre esas edades como no sea dejar embarazadas a las chicas,
agraviar a los ancianos, robar y pelear."
Cuento de invierno

Esta cita pertinente apareció hace poco en The Times, incluida en una correspondencia por lo
demás necia sobre el tema de los jóvenes pandilleros. La situación actual es realmente peligrosa, y
el peor resultado a que podría llevar la actual tendencia de los adolescentes a practicar la violencia
en grupos sería empezar un movimiento comparable a la fase inicial del régimen nazi, cuando
Hitler resolvió de la noche a la mañana el problema de los adolescentes ofreciéndoles el papel de
superyó de la comunidad. Fue una solución falsa, como se advierte al echar una mirada
retrospectiva, pero que resolvió de manera temporaria un problema social que presentaba algunas
semejanzas con nuestro problema actual.

Todos preguntan cuál es la solución. Personas importantes proponen varias respuestas


alternativas, pero lo cierto es que no hay solución alguna, salvo que cada adolescente de uno u
otro sexo crezca y madure con el tiempo hasta hacerse adulto (a menos que esté enfermo).
Quienes no comprenden -como lo hizo Shakespeare- que aquí interviene el factor tiempo,
reaccionan de un modo nocivo. En verdad, la mayor parte de la alharaca proviene de individuos
incapaces de tolerar la idea de dejar que el tiempo resuelva el problema, en vez de recurrir a una
acción inmediata.

Si aprehendemos la situación en su totalidad notaremos que, por supuesto, hay factores


favorables. El que infunde más esperanzas es la capacidad de la inmensa mayoría de los
adolescentes para tolerar su propia posición de "no saber hacia dónde ir". Esos jóvenes idean toda
clase de actividades interinas para hacer frente al aquí y ahora, mientras cada uno aguarda el
momento en que adquirirá el sentido de existir como una unidad; para que esto suceda, es preciso
que el proceso de socialización se haya desarrollado suficientemente bien durante la niñez y en
esa fase que a veces se denomina "período de latencia". Si observamos cómo juegan los niños a
"¡Yo soy el rey del castillo, tú eres el sucio bribón!", percibiremos que convertirse en un individuo y
disfrutar la experiencia de la autonomía plena es de por sí un acto violento.

La publicidad dada a todo acto de vandalismo cometido por pandillas se explica porque, en
realidad, el público no quiere enterarse (por vía oral o escrita) de las actividades emprendidas por
adolescentes que carezcan de una predisposición antisocial. Es más: cuando sucede un milagro,
como lo fueron los Beatles, algunos adultos dan un respingo, cuando podrían suspirar aliviados... si
no envidiaran a los jóvenes en esta época en que se privilegia la adolescencia.

Vale la pena señalar un titular aparecido en The Observer el 24 de mayo [de 1964]: "Mantienen a
raya a roqueros" (1). Es una sobria explicación de cómo funciona la autoridad, con los dos
fenómenos -la policía que "sostiene" ["holding"] y la sociedad que contiene- inherentes a la eterna
dialéctica de los individuos que crecen en una sociedad de adultos que han logrado identificarse
con ella por las buenas o por las malas. (A veces este logro es precario y depende de la existencia
de un subgrupo social.)

1
El hecho de que exista un elemento positivo en la actuación antisocial puede ayudarnos mucho en
nuestro examen del elemento antisocial, actual en algunos adolescentes y potencial en casi todos.
Este elemento positivo pertenece a la historia personal completa del individuo antisocial. Cuando la
actuación es muy compulsiva, se relaciona con una falla ambiental experienciada por el individuo.
Así como en el robo (si tenemos en cuenta el inconsciente) hay un momento en que el individuo
abriga la esperanza de saltar hacia atrás, por encima de una brecha, y alcanzar algo que le
reclama a un padre con pleno derecho, del mismo modo en la violencia hay un intento de reactivar
un sostén firme, perdido por el individuo en una etapa de dependencia infantil. Sin ese sostén firme
un niño es incapaz de descubrir los impulsos, y los únicos impulsos disponibles para el autocontrol
y la socialización son los que se descubren y asimilan.

Cuando una pandilla empieza a cometer actos de violencia a causa de las actividades compulsivas
de algunos muchachos y chicas verdaderamente deprivados, siempre existe en los otros
adolescentes leales al grupo la violencia potencial en espera de-esa edad que Shakespeare (en el
pasaje citado) fijó en los 23 años. Hoy en día, desearíamos más bien que "la juventud durmiese"
desde los 12 años hasta los 20, y no desde los 16 hasta los 23, pero la juventud no dormirá. La
tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y contenerlos,
evitando a la vez la solución falsa y esa indignación moral nacida de la envidia del vigor y la
frescura juveniles. El potencial infinito es el bien preciado y fugaz de la juventud; provoca la envidia
del adulto, que está descubriendo en su propia vida las limitaciones de la realidad.

O bien digamos, para citar una vez más a Shakespeare, que algunos no tienen "juventud ni vejez,
sino una especie de letargo de sobremesa que con ambas sueña" (Medida por medida).

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