La evolución arquitectónica y urbanística en la Francia del siglo XVII.
Si tuviéramos que definir la evolución arquitectónica y urbanística de la Francia
del siglo XVII en una o dos frases, podríamos afirmar que se trata de una arquitectura al servicio del poder absoluto de la monarquía, que va configurando a lo largo del siglo un nuevo modelo palaciego en torno a Versalles y acomete, a la vez, reformas urbanísticas de gran calado en su capital, Paris, convirtiéndola en el modelo urbano a imitar en toda Europa. Las grandes obras arquitectónicas que se realizan y la modernización y engrandecimiento de la capital son la prueba evidente del proceso de centralización del poder político y de la manifestación de la gloria del monarca absoluto. En relación con el gusto estético que triunfa en la corte francesa, podemos hablar de un cierto “cartesianismo arquitectónico” frente a los excesos del barroco italiano; se rechaza el movimiento y la exageración, triunfando la simetría y regularidad, que formula la Academia Real a través de sus normativas. En la definición de este nuevo estilo clasicista francés hay que destacar la figura de Claude Perrault, traductor de los 10 libros de Vitruvio, publicados en 1653 En primer lugar, centraremos el comentario en la evolución del urbanismo que moderniza y transforma la ciudad París, para abordar posteriormente la conformación de un nuevo modelo palaciego, en torno a la gran obra de Versalles. El reinado de Enrique IV supuso el fin de las guerras europeas de religión en las que estaba sumida la monarquía francesa, para dejar paso a un periodo de esplendor y desarrollo del absolutismo monárquico. Paris, como capital del reino, se convierte en el centro de las reformas emprendidas por este monarca y sus sucesores Luis XIII y Luis XIV. La antigua ciudad medieval de callejuelas estrechas y de carácter cerrado se verá transformada por la apertura de plazas, que se convierten en amplios espacios donde se refleja el poder absoluto del monarca. Era habitual erigir en sus centros esculturas reales para la glorificación de estos monarcas absolutos. Surgen así en el Paris del XVII grandes plazas, como la de Los Vosgos (1605-1612), Place Dauphine (1607), Place Vendôme (1680), o Place des Victoires de trazado circular. Estas plazas se van a convertir en auténticos ejes vertebradores de la ciudad. En torno a ellas, se urbanizan los espacios circundantes construyendo viviendas con fachadas uniformes y soportales, que servirán de modelo y se extenderán por muchas ciudades francesas y por el resto de Europa. A partir de estos espacios regulares se abren anchas avenidas rectas y despejadas, en ocasiones con trazados radiales. El engrandecimiento y modernización de la ciudad originó también la construcción de nuevas infraestructuras y obras de ingeniería como puentes o baluartes, sin olvidar el embellecimiento de la ciudad con el trazado de jardines, como el de las Tullerias, remodelado en 1637 por André le Nôtre. Las antiguas murallas son derribadas y sustituidas por un anillo de boulevards, que supone la apertura de grandes perspectivas centrífugas, tan del gusto del urbanismo barroco. A la transformación urbanística y engrandecimiento de la capital también contribuye la construcción de nuevos edificios civiles y religiosos. La arquitectura religiosa francesa adopta formas romanas, pero introduciendo características peculiares como la tendencia a la verticalidad y el empleo de cúpulas más elevadas que las italianas. La Iglesia de la Sorbona, proyectada por Jacques Lemercier y la Iglesia de Val-de-Grâce, obra de Mansart, son claros ejemplos de esta arquitectura, en la que triunfa la planta centralizada y la construcción de grandes y elevadas cúpulas Durante los reinados de Luis XIII, Luis XIV y sus respectivos regentes, los cardenales Richelieu y Mazarino, se impone en arquitectura el racionalismo filosófico de Descartes con un claro triunfo del clasicismo. Sin embargo, quizá una de las características que sorprende más de la arquitectura francesa del XVII es el contraste que se produce entre los exteriores, dominados por este espíritu clasicista, marcado por la sobriedad y el equilibrio, y la exuberante decoración de los interiores palaciegos. En el reinado de Luis XIV, las principales obras arquitectónicas se van a centrar en la construcción civil. Durante su reinado se acometerá la reforma del Palacio del Louvre, pero su gran aportación será la conformación de un nuevo modelo palaciego en torno a Versalles que se convierte en el principal foco de atracción de las cortes europeas para todo tipo de artistas: arquitectos, pintores, escultores, grabadores, paisajistas, etc... En Versalles se conforma una nueva tipología de construcción palaciega que tiene sus antecedentes en la arquitectura civil francesa. La tipología del palacio francés difiere bastante del español o italiano, adoptando a menudo una estructura en forma de U abierta al exterior con dos alas de pabellones laterales. Como precedentes de Versalles, podemos citar varios palacios construidos hacía la mitad del siglo: Maisons-Laffite de François Mansart o la propuesta del arquitecto Louis Le Vau en el palacio de Vaux-le-Viconte, construido para el ministro de Luis XIV Nicolás Fouquet, y auténtico referente para la construcción de Versalles. Su decoración interior, encargada a Charles Le Brun, tuvo también una clara influencia en su decoración. El origen de Versalles está en un palacete encargado por Luis XIII como refugio de caza, que se convirtió posteriormente en un lugar de retiro para Luis XIV. En la década de 1660 se encarga a Louis Le Vau su ampliación y reforma para albergar cada vez con más regularidad al monarca. En 1679, tras la firma de la Paz de Nimega, Luis XIV tomó la decisión de convertir Versalles en la sede del gobierno y así toda la corte del Rey Sol se trasladará allí en 1682, surgiendo la necesidad de albergar a más de veinte mil personas. La ampliación del palacio se encargó al arquitecto Jules-Hardouin Mansart. Las principales reformas realizadas fueron el cerramiento de la terraza exterior que daba a los jardines, instalando una gran estancia, la Galería de los Espejos, que se convirtió en el salón más representativo del absolutismo monárquico por su lujo y grandiosidad. J.H. Mansart añadió también dos grandes construcciones en perpendicular a las alas laterales del palacio original. Una vez realizada la ampliación entre 1671 y 1681, se procedió a la decoración de los grandes salones interiores que conformaban los” appartements” del rey y de la reina. En 1684, le Brun se encargó de la decoración de la Galería de los Espejos, marcando un hito en la manifestación de la gloria y el poder de la monarquía absoluta. Frente a las dieciséis ventanas se colocan otros tantos espejos que ampliaban el espacio, aumentando la iluminación y suntuosidad del salón. Entre grandes pilastras de mármol se abren una serie de nichos para albergar esculturas de dioses de la antigüedad con un claro carácter alegórico al poder del monarca. El modelo de palacio se completa con el trazado de los jardines, obra de André Le Nôtre, artífice también de los jardines de Vaux-le-Viconte. La tipología del jardín “a la francesa” se caracteriza por la creación de grandes parterres geométricos y amplios ejes visuales, suponiendo un total dominio de la naturaleza frente al modelo inglés, mucho más salvaje. Le Nôtre diseña en Versalles varios espacios en los que, de una manera progresiva, se va dando paso a una naturaleza más asilvestrada conforme nos alejamos del palacio. Entre la vegetación se disponen pequeñas construcciones y esculturas, jugando también un papel fundamental la presencia del agua, mediante su canalización y la construcción de magníficas fuentes con grupos escultóricos, auténticas alegorías del poder absoluto del Rey Sol.