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El instinto moral1
Steven Pinker

(The Moral Instinct, The New York Times Magazine, 13 de enero de 2008)

¿Cuál de las siguientes personas diría usted que es más admirable: la Madre
Teresa, Bill Gates, o Norman Borlaug? ¿Y cuál cree usted es menos
admirable? Para la mayoría de la gente es una pregunta fácil. La Madre
Teresa, famosa por cuidar a los miserables de Calcuta, ha sido beatificada
por el Vaticano, galardonada con el Premio Nobel de la Paz y clasificada en
una encuesta estadounidense como la persona más admirada del siglo 20.
Bill Gates, de mala fama por habernos dado el clip bailarín de Microsoft y la
azul pantalla de la muerte, ha visto su imagen decapitada y atacada con
tartas en páginas web llamadas ‘Odio a Gates'. En cuanto a Norman
Borlaug... ¿quién diablos es?
Sin embargo, una mirada más atenta le haría volver a pensar en sus
respuestas. Borlaug, padre de la ‘revolución verde' que utilizó la agronomía
para reducir el hambre en el mundo, ha sido reconocido por haber salvado
mil millones de vidas, más que nadie en la historia. Gates, al decidir qué
hacer con su fortuna, hizo sus cálculos y decidió que podría aliviar la
                                                                                                               
1  ©  de  la  traducción  de  mQh  -­‐  http://mqh.blogia.com/2008/021902-­‐el-­‐instinto-­‐moral-­‐1.php    
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miseria de muchos luchando contra azotes cotidianos en los países en


desarrollo -azotes como la malaria, la diarrea y los parásitos. La Madre
Teresa, por su parte, exaltaba la virtud del sufrimiento y dirigía su bien
financiadas misiones de acuerdo con ese principio: a sus protegidos
enfermos les ofrecía muchas oraciones, pero duras condiciones de vida,
pocos analgésicos y una atención médica peligrosamente primitiva.
No es difícil ver por qué las reputaciones morales del trío se apartan
tanto de las cosas buenas que han hecho. La Madre Teresa era la
personificación misma de la santidad: vestida de blanco, de ojos tristes,
ascética y a menudo fotografiada con los condenados de la Tierra. Gates, el
empollón de los empollones, es el hombre más rico del mundo, y tiene
tantas posibilidades de entrar al cielo como el proverbial camello de pasar
por el ojo de una aguja. Y Borlaug, ahora de 93 años, es un agrónomo que ha
pasado toda su vida en laboratorios y organizaciones sin fines de lucro, rara
vez subiéndose al podio de los medios, y por tanto tampoco al de nuestra
conciencia.
Dudo que estos ejemplos convenzan a alguien de la bondad de Bill
Gates frente a la Madre Teresa. Pero estos ejemplos muestran que nuestras
cabezas pueden ser atraídas por el aura de santidad, distrayéndonos de un
apreciación más objetiva de las acciones que hacen que la gente sufra o
prospere. Pareciera que todos somos vulnerables a las ilusiones morales del
equivalente ético de las líneas curvas que engañan al ojo en las cajas de
cereales y en los libros de texto de psicología. Las ilusiones son una
herramienta de percepción favorita de los científicos para exponer el
funcionamiento de los cinco sentidos, y de los filósofos para desmoronar la
ingenua creencia de la gente de que nuestra mente es una ventana
transparente hacia el mundo. Hoy, un nuevo campo está utilizando las
ilusiones para desenmascarar un sexto sentido, el sentido moral. Las
intuiciones morales están siendo extraídas de personas en laboratorios, en
páginas web y en escáneres del cerebro, y esas intuiciones están siendo
explicadas con herramientas de la teoría del juegos, la neurología y la
biología evolucionista.
"Dos cosas llenan la mente con dos sentimientos siempre nuevos y
crecientes -admiración y asombro-, cuando pensamos en ellas con más
frecuencia y dedicación", escribió Immanuel Kant. "Esas cosas son el cielo
estrellado sobre nuestras cabezas y la ley moral en nuestro pecho". En estos
días la ley moral está siendo considerada con creciente asombro, aunque no
siempre con admiración. El sentido moral humano resulta ser un órgano de
considerable complejidad, con caprichos que reflejan la historia de su
evolución y sus fundamentos neurológicos.
Esos caprichos están destinados a complicar la condición humana. La
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moral no es solamente un viejo tema de la psicología, sino un tema que es


central para nuestra concepción del sentido de la vida. La bondad moral
funda la creencia en nuestro valor como seres humanos. La buscamos en
nuestros amigos y parejas, la nutrimos en nuestros hijos, la proponemos en
nuestras concepciones políticas y la justificamos con nuestras religiones.
Consideramos el rechazo de la moral como responsable de los pecados de
todos los días así como de las peores atrocidades de la historia. Para tener
esta importancia, el concepto de moral debe ser más grande que todos y
cada uno de nosotros, y ser completamente externo.
Por tanto, diseccionar nuestras intuiciones morales no es asunto de
poca monta. Si la moral es apenas un truco del cerebro, como temen muchos,
los motivos mismos para ser éticos empiezan a erosionarse. Sin embargo,
como veremos, la ciencia de la moral puede ser vista como un modo de
fortalecer esos cimientos o motivos, definiendo qué es lo ético y cómo
debería orientar nuestras acciones.

El interruptor moral

El punto de partida para darse cuenta de que existe una parte distintiva de
nuestra mente que está reservada a la moral, es estudiar cómo difieren los
juicios morales de otro tipo de opiniones que nos formamos sobre cómo
debe comportarse la gente. La moralización es un estado psicológico que se
puede encender y apagar como un interruptor y cuando está encendido, un
distintivo esquema mental dirige nuestro pensamiento. Es este esquema
mental el que hace que consideremos ciertas acciones como inmorales
("matar es malo"), antes que solamente desagradables ("Odio las coles de
bruselas"), anticuadas ("los pantalones acampanados pasaron de moda") o
imprudentes ("no te rasques las picaduras de mosquitos").
La primera característica de los juicios morales es que las reglas que
invocan son postuladas como universales. No se cree, por ejemplo, que las
prohibiciones de la violación y el asesinato tengan sólo validez local, sino
que son principios garantizados universal y objetivamente. Uno puede decir
fácilmente: "No me gustan las coles de bruselas, pero no me importa si las
comes", pero nadie podría decir: "No me gusta el asesinato, pero no me
importa si matas a alguien".
La otra característica es que la gente piensa que aquellos que cometen
actos inmorales merecen ser castigados. No sólo se permite infligir dolor a
una persona que ha violado una regla moral; es malo "dejarles salirse con la
suya”. La gente, por lo que se ve, no tiene problemas con invocar represalias
divinas o el poder del estado para atacar a otras personas consideradas
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inmorales. Bertrand Russell escribió: "Cometer actos de crueldad en buena


conciencia es un placer para los moralistas, por eso inventaron el infierno".
Todos sabemos lo que se siente cuando el botón de los juicios morales
se enciende en nosotros: el fulgor de la rectitud, la ardiente indignación, el
impulso de reclutar a otros para la causa. El psicólogo Paul Rozin ha
estudiado el interruptor comparando dos tipos de personas que presentan la
misma conducta pero con diferentes configuraciones. Los vegetarianos por
razones de salud evitan la carne por razones prácticas, como bajar el
colesterol y evitar las toxinas. Los vegetarianos por razones morales evitan la
carne por razones éticas: para evitar ser cómplices del sufrimiento de los
animales. Con su investigación sobre los sentimientos sobre el consumo de
carne, Rozin mostró que los motivos morales desencadenan toda una
cascada de opiniones. Es más probable que los vegetarianos morales traten
la carne como un contaminante -por ejemplo, se niegan a comer un cuenco
de sopa donde ha caído una gota de caldo de vacuno. Es más probable que
piensen que los otros también deberían ser vegetarianos, y es más probable
que atribuyan a sus hábitos de alimentación otras virtudes, como la creencia
de que la evitación de la carne disminuye la agresividad de la gente y la
pone menos agresiva.
Gran parte de nuestra historia social reciente, incluyendo las ‘guerras
culturales’ entre liberales y conservadores, consiste en la moralización o
amoralización de tipos específicos de conducta. Incluso cuando la gente está
de acuerdo en que es deseable un resultado, no se ponen de acuerdo sobre si
debería ser tratado como un asunto de preferencias y prudencia o como un
asunto de virtudes y pecados. Rozin observa, por ejemplo, que últimamente
se ha moralizado el hábito de fumar. Hasta hace poco se pensaba que
algunas personas que evitaban fumar lo hacían porque era nocivo para su
salud. Pero con el descubrimiento de los efectos perjudiciales del hábito
sobre los que no fuman, fumar es ahora considerado inmoral. Los fumadores
son aislados, se prohíben imágenes de gente fumando y los espacios tocados
por el humo son considerados contaminados (así, los hoteles tienen no
solamente cuartos para no fumadores, sino también plantas para no
fumadores). El deseo de represalia también ha afectado a las tabacaleras, que
han sido castigadas a pagar asombrosas indemnizaciones.
Al mismo tiempo, se han amoralizado muchas conductas, pasando de
defectos morales a opciones de estilos de vida. Aquí se incluye el divorcio, la
paternidad o maternidad no reconocida o fuera del matrimonio, ser una
madre trabajadora, el uso de la marihuana y la homosexualidad. Muchos
males han sido redefinidos para pasar de venganza a opciones erróneas y
mala suerte. Antes había personas que eran llamadas ‘vagos' y ‘bribones';
hoy se les llama ‘gente sin casa'. La drogadicción ahora es una ‘enfermedad';
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la sífilis ha sido rebautizada, pasando de ser el precio a pagar por las


conductas desvergonzadas a definirse como una ‘enfermedad transmitida
sexualmente' y, más recientemente, como ‘infección transmitida
sexualmente'.
Esta ola de amoralización ha conducido a que la derecha cultural se
queje de que la moral misma está siendo atacada, como vemos en el grupo
que se bautizó a sí mismo como la Mayoría Moral. De hecho, parece haber
una Ley de la Preservación de la Moral, de modo que a medida que se van
quitando conductas de la columna moral, se van agregando a ella otras
nuevas. Decenas de cosas que las generaciones pasadas trataban como
asuntos prácticos ahora son campos de batalla éticos, incluyendo los pañales
desechables, los tests de inteligencia, las granjas avícolas, las muñecas Barbie
y la investigación sobre el cáncer de mamas. La alimentación se ha
convertido en un campo minado, con críticos que hacen sermones sobre el
tamaño de los refrescos, la química de la gordura, la libertad de los pollos, el
precio del café, las especies de peces y ahora la distancia que debe cubrir el
alimento desde la granja al plato.
Muchas de estas moralizaciones, como el ataque contra los cigarrillos,
pueden ser entendidas como tácticas prácticas para reducir algún mal
identificado recientemente. Pero que una actividad empuje nuestros botones
mentales a una configuración ‘moral' no tiene sólo que ver con el daño que
causa. No despreciamos al hombre que se olvida de cambiar las pilas de la
alarma de incendio o que lleva a su familia a vacaciones en la carretera,
cosas ambas que multiplican los riesgos de que mueran en un accidente.
Conducir una Hammer que malgasta combustible es reprochable, pero
conducir un viejo Volvo igualmente despilfarrador, no lo es; comer un Big
Mac es excesivo, pero comer queso importando o crème brûlée, no lo es. La
razón de estas normas dobles es obvia: la gente tiende a modelar sus juicios
morales sobre la base de sus propios estilos de vida.

Razonamiento y racionalización

No es solamente el contenido de nuestros juicios morales el que es a menudo


cuestionable, sino también el modo en que llegamos a ellos. Nos gusta creer
que cuando tenemos una convicción, hay buenas razones que explican su
adopción. Por eso una vieja tendencia de la psicología moral, encabezada
por Jean Piaget y Lawrence Kohlberg, trató de documentar los
razonamientos que llevaban a la gente a sacar conclusiones morales. Pero
consideremos antes las siguientes situaciones, diseñadas originalmente por
el psicólogo Jonathan Haidt:
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Durante las vacaciones universitarias de verano, Julie


viaja por Francia con su hermano Mark. Una noche
deciden que sería interesante y divertido hacer el
amor. Julie ya tomaba pastillas anticonceptivas, pero
Mark usa un condón, para estar seguro. Los dos
disfrutan del sexo, pero deciden no volver a hacerlo.
Mantienen lo que ocurrió esa noche como un secreto
especial, que los hace sentirse más cerca uno del otro.
¿Qué piensa sobre eso: estuvo bien que hicieran el
amor?

Una mujer está ordenando su armario y encuentra


una vieja bandera estadounidense. Ya no quiere la
bandera, así que la corta en pedazos y la usa para
trapear el baño.

El perro de la familia muere atropellado por un coche


frente a su casa. Han oído que la carne de perro es
deliciosa, así que cortan el cuerpo del perro y lo
cocinan para la cena.

La mayoría de la gente declara inmediatamente que estos actos son


incorrectos y luego tratan de explicar por qué son incorrectos. Y no es fácil.
En el caso de Julie y Mark, la gente plantea la posibilidad de que sus hijos
pudieran nacer con taras, aunque se les recuerde que la pareja usó
anticonceptivos. Sugieren que los hermanos podrían sufrir secuelas
emocionales, pero la historia deja claro que no las tuvieron. Dicen que su
conducta podría ofender a la comunidad, pero luego recuerdan que ambos
la mantendrán en secreto. Finalmente, muchos simplemente admiten: "No
sé, no puedo explicarlo. Simplemente sé que es incorrecto". Haidt dice que la
gente, en general, no razona sobre cuestiones morales, sino que confecciona
racionalizaciones morales: empiezan con la conclusión, provocada por una
emoción inconsciente, y luego avanzan retrospectivamente hacia una
justificación plausible.
La brecha entre las creencias de la gente y sus justificaciones también
se advierte en el nuevo cajón de arena favorito de los psicólogos morales, un
experimento mental diseñado por los filósofos Philippa Foot y Judith Jarvis
Thompson llamado el Dilema del Tranvía. Suponga que en su paseo de la
mañana ve a un tranvía precipitándose por los rieles, con el conductor
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desplomado sobre los controles. En la ruta del tranvía hay cinco hombres
trabajando en los rieles, ignorantes del peligro. Usted está parado en la
bifurcación del tranvía y puede mover la palanca que desviará al carro hacia
otra vía, salvando de este modo la vida de los cinco trabajadores.
Desgraciadamente, el tranvía arrollaría entonces a un operario que está
trabajando en esa vía. ¿Es permisible empujar la palanca, matando a un
hombre para salvar a cinco? Casi todo el mundo dice ‘sí'.

Consideremos ahora otra escena. Está en un puente que da sobre los rieles y
ha divisado el tranvía desbocado acercándose hacia los cinco trabajadores.
Ahora el único modo de parar al tranvía es arrojando un objeto pesado en su
ruta. Y el único objeto pesado al alcance es un hombre gordo que está
parado junto a usted.

¿Debería empujar al gordo? Ambos dilemas le ofrecen la opción de sacrificar


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a una vida para salvar a cinco; según la norma utilitaria de lo que sería lo
mejor para el bien de la mayoría, los dos dilemas son por tanto moralmente
equivalentes. Pero la mayoría de la gente no lo ve de ese modo: aunque en el
primer dilema jalarían la palanca, en el segundo no empujarían al gordo.
Cuando se les pregunta por qué, no dicen nada coherente, aunque los
filósofos morales tampoco la han pasado muy bien describiendo una
diferencia relevante.
Cuando los psicólogos dicen "la mayoría de la gente" normalmente
quieren decir "la mayoría de las dos docenas de estudiantes de primer año
que han rellenado el cuestionario para tener dinero con que comprar
cerveza". Pero en este caso quiere decir la mayoría de las doscientas mil
personas de cien países que compartieron sus intuiciones en un experimento
en la red realizado por los psicólogos Fiery Cushman y Liane Young y el
biólogo Marc Hauser. En estos estudios se constató una diferencia entre la
aceptabilidad de mover la palanca y empujar al gordo, así como la
incapacidad de justificar la opción. Y este resultado se replicó entre
encuestados de Europa, Asia y Norte y Sudamérica; entre hombres y
mujeres, blancos y negros, adolescentes y octogenarios, hindúes,
musulmanes, budistas, cristianos, judíos y ateos. Y entre gente con
educación básica y gente con doctorados en filosofía.
Joshua Greene, filósofo y neurólogo cognitivo, sugiere que la
evolución dotó a la gente con el rechazo innato a maltratar a personas
inocentes. Este instinto, sugiere, tiende a superar cualquier cálculo utilitario
sobre las vidas salvadas y perdidas. El impulso contra el maltrato hacia otro
ser humano explicaría otros ejemplos en los que la gente desiste de matar a
uno para salvar a muchos, como aplicar eutanasia a un paciente en un
hospital para cosechar sus órganos y salvar la vida de pacientes moribundos
que necesitan transplantes, o arrojar a alguien al agua para mantener a flote
un bote salvavidas en alta mar.
En sí misma, esta no sería más que una historia posible, pero Greene
se unió con el neurocientífico cognitivo Jonathan Cohen y varios colegas de
Princeton para escudriñar el cerebro de la gente utilizando una imagen de
resonancia magnética funcional (fMRI). Trataron de encontrar signos de
conflicto entre áreas del cerebro asociadas con las emociones (las que
rechazan dañar a una persona) y áreas dedicadas al análisis racional (las que
calculan entre vidas salvadas y vidas perdidas).
Cuando la gente sopesó los dilemas que exigían matar a alguien con
sus propias manos, se encendieron varias redes en su cerebro. Una, que
incluye las partes medias (las que dan hacia dentro) de los lóbulos frontales,
ha sido relacionados con emociones pro-sociales. Una segunda zona en la
superficie dorsolateral (que da hacia afuera, arriba) de los lóbulos frontales,
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ha sido implicada en cálculos mentales permanentes (incluyendo


razonamientos no morales, como decidir si llegar a algún lugar en tren o
avión). Y una tercera región, la corteza cingulada anterior (una antigua
franja evolucionaria que yace en la base de la superficie interior de los
hemisferios cerebrales), registra un conflicto entre el impulso de una parte
del cerebro y las recomendaciones que provienen de la otra.
Pero cuando la gente estaba sopesando el primer dilema, dirigir el
tranvía hacia la vía con un solo trabajador, el cerebro reaccionó de manera
diferente: sólo sobresalió el área implicada en los cálculos racionales. Otros
estudios han mostrado que los pacientes neurológicos que tienen las
emociones embotadas debido a daños en sus lóbulos frontales, se convierten
en utilitaristas: piensan que es lógico empujar al gordo contra los rieles. Los
hallazgos corroboran la teoría de Greene de que nuestras intuiciones no
utilitarias provienen de la victoria del impulso emocional sobre el análisis de
costos y beneficios.

¿Una moralidad universal?

Los hallazgos de la trolleyology -percepciones complejas, intuitivas y


universales- llevaron a Hauser y John Mikhail (jurista) a revivir una analogía
del filósofo John Rawls entre el sentido moral y el lenguaje. De acuerdo a
Noam Chomsky, todos nacemos con una ‘gramática universal' que nos
impele a analizar la lengua en términos de su estructura gramatical, sin ser
conscientes de las reglas gramaticales. Análogamente, nacemos con una
gramática moral universal que nos obliga a analizar las acciones humanas en
términos de su estructura moral sin apenas conciencia de ello.
La idea de que el sentido moral es un componente innato de la
naturaleza humana no es demasiado rebuscada. Una lista de universales
humanos recogidos por el antropólogo Donald E. Brown incluye numerosos
conceptos y emociones morales, incluyendo la distinción entre el bien y el
mal, la empatía, la admiración ante la generosidad, los derechos y
obligaciones, la prohibición del homicidio, violación y otras formas de
violencia, la reparación de los errores o injusticias, el castigo de las
conductas contra la comunidad, la vergüenza y los tabúes.
Los primeros juicios morales emergen tempranamente en la infancia.
Los niños ofrecen espontáneamente sus juguetes, ayudan a otros y tratan de
consolar a personas a las que ven apenadas. Y de acuerdo a los psicólogos
Elliot Turiel y Judith Smetana, los niños en edad preescolar entienden
intuitivamente la diferencia que hay entre las convenciones sociales y los
principios morales. Niños de cuatro años dicen que no está bien ir en pijama
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a la escuela (que es una convención) y que tampoco está bien golpear a una
niña sin motivo (que es un principio moral). Pero cuando se les pregunta si
estas conductas serían correctas si el maestro las permitiera, la mayoría de
los niños dicen que mientras si ese fuese el caso se podría llevar pijama al
colegio, la escuela, nunca sería correcto golpear a otro niño.
Aunque nadie ha identificado los genes de la moral, hay evidencias
circunstanciales de que existen. Los rasgos de personalidad llamados
‘rectitud' y ‘simpatía' están mucho más correlacionados en gemelos idénticos
separados al nacer (que comparten sus genes, pero no su contexto) que en
hermanos adoptivos criados juntos (que comparten el contexto pero no sus
genes). Personas diagnosticadas con ‘transtorno antisocial de personalidad'
o ‘psicopatía' muestran signos de ceguera moral desde la infancia. Agreden
o intimidan a otros niños, torturan a animales, mienten y parecen incapaces
de sentir empatía o remordimiento, a menudo pese a contextos familiares
normales. Algunos de estos niños se convierten en monstruos que roban los
ahorros a los ancianos, son violadores en serie o disparan contra los
oficinistas que yacen en el suelo durante atracos armados.
Aunque la psicopatía probablemente proviene de una predisposición
genética, una versión más atenuada puede ser causada por lesiones a las
regiones frontales del cerebro (incluyendo áreas que impiden que la gente
íntegra empuje al gordo hipotético desde el puente a los rieles). Los
neurólogos Hanna y Antonio Damasio y sus colegas descubrieron que
algunos niños que han sufrido lesiones graves en sus lóbulos frontales
pueden llegar a adultos como personas insensibles e irresponsables, pese a
sus inteligencias normales. Mienten, roban, ignora el castigo, ponen en
peligro a sus propios hijos y no pueden reflexionar ni siquiera en los dilemas
morales más simples, como qué deben hacer dos personas si no están de
acuerdo sobre qué canal de televisión ver o si un hombre debe robar un
fármaco para salvar a su mujer agonizante.
El sentido moral, por tanto, puede estar enraizado en el diseño mismo
del cerebro humano normal. Sin embargo, pese al temor que invade nuestras
mentes cuando pensamos en las leyes morales innatas que llevamos dentro,
la idea resulta, en el mejor de los casos, incompleta. Consideremos este
dilema moral: Un tranvía descontrolado está a punto de atropellar y matara
a un maestro. Usted puede desviarlo jalando la palanca, pero el tranvía
pasaría por un tramo que enviaría una señal a una clase de niños de seis
años dándoles permiso para bautizar a un oso peluche como Mohamed. ¿Es
permisible jalar la palanca?
Esto no es un chiste. El mes pasado una mujer británica que enseña en
una escuela privada en Sudán permitió que su clase bautizara a un oso
peluche con el nombre del niño más popular del curso, que lleva el mismo
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nombre que el fundador del islam. Fue encarcelada por blasfemia y


amenazada con una azotaina pública, mientras una turba reunida frente a la
cárcel exigía su muerte. Para los manifestantes, la vida de la mujer tenía
claramente menos valor que la maximalización de la dignidad de su
religión, y su juicio sobre si sería correcto jalar la palanca del hipotético
tranvía diferiría del nuestro. Cualquiera sea la gramática que orienta los
juicios morales de la gente, esta no es universal. Cualquiera que se haya
mantenido despierto leyendo ‘Antropología 101' puede ofrecer muchísimos
otros ejemplos.
Por supuesto, los idiomas también varían. En la teoría de Chomsky,
los idiomas conforman un plano abstracto, como tener frases construidas
con verbos y objetos, mientras que los detalles varían, como cuál debería ir
primero, el verbo o el objeto. ¿Podemos recibir una hoja de especificaciones
que incluya todas las ideas raras que son consideradas juicios morales por
gente de culturas diferentes?

Las variadas experiencias morales

Cuando antropólogos como Richard Shweder y Alan Fiske estudian las


preocupaciones morales en el planeta, descubren que algunos temas se
destacan entre la diversidad. En todas partes, al menos en algunas
circunstancias y con cierto tipo de gente en mente, la gente cree que es malo
causar daño a otros y bueno ayudarlos. Tienen un sentido de rectitud: que
uno debe devolver los favores, recompensar a los benefactores y castigar a
los estafadores. Valoran la lealtad al grupo, la generosidad y la solidaridad
entre sus miembros, así como el respeto de sus normas. Creen que es justo
respetar a las autoridades legítimas y a la gente de condición elevada. Y
exaltan la pureza, la pulcritud y la santidad mientras que desprecian la
profanación, la contaminación y la carnalidad.
El número exacto de temas depende de en qué lado se situé usted, de
los que reúnen o de los que dividen. Haidt cuenta cinco -dolor, honestidad,
comunidad (o lealtad al grupo), autoridad y decoro/integridad- y sugiere
que son los colores primarios de nuestro sentido moral. No sólo aparecen
una y otra vez en sondeos interculturales, sino que cada uno de ellos se
aferra a las intuiciones morales de la gente en nuestra propia cultura. Haidt
nos pide que consideramos cuánto dinero tendrían que pagarnos para que
hiciéramos actos hipotéticos como los siguientes:

Pinchar una aguja en la palma de tu


mano/Pinchar una aguja en la palma de la mano
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de un niño que no conoces. (Dolor).

Aceptar un televisor de pantalla ancha de un


amigo que la recibió sin costes debido a un error
de computación/Aceptar un televisor de
pantalla ancha de un amigo que la recibió de un
ladrón que la robó a una familia rica.
(Honestidad).

Decir algo malo sobre tu país (sin creer en ello)


en un programa de radio en tu país/Decir algo
malo sobre tu país (sin creer en ello) en un
programa de radio fuera de tu país.
(Comunidad).

Golpear a un amigo en la cara, con su permiso,


como parte de un acto en una comedia/Golpear
a tu pastor en la cara, con su permiso, como
parte de un acto en una comedia. (Autoridad).

Asistir a una realización artística en la que los


actores actúan como idiotas durante treinta
minutos, incluyendo enredarse en problemas
sencillos y caerse en el escenario/Asistir a una
realización artística en la que los actores se
comportan como animales durante treinta
minutos, incluyendo gatear desnudos y orinar en
el escenario. (Decoro/Integridad).

En cada par, la segunda conducta es mucho más repugnante. La mayoría de


las ilusiones morales que hemos citado provienen de la intrusión indeseada
en una de las esferas morales de nuestros juicios. Una violación de la
comunidad llevó a la gente a fruncir el cejo sobre el uso de una bandera vieja
para trapear el baño. Las violaciones del decoro repelieron a las personas
que juzgaron la moralidad del incesto consentido e impidieron que
vegetarianos éticos y no fumadores toleraran la menor huella de un
contaminante repugnante. En el otro extremo de la escala, las exhibiciones
de integridad extrema lleva a la gente a venerar a líderes religiosos que se
visten de blanco y aparentan un aura de castidad y ascetismo.

La genealogía de la moral
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Las cinco esferas son buenas candidatas para una tabla periódica del sentido
moral no sólo porque son ubicuas, sino también porque tienen profundas
raíces en la evolución. El impulso a evitar el dolor, impulso que causa
ataques de pánico a los que piensan sobre el segundo dilema cuando
sopesan la idea de empujar a un hombre del puente, también se encuentra
en los macacos, que prefieren pasar hambre antes que tomar comida de una
cadena que también golpea con una descarga eléctrica a otro mono. El
respeto por la autoridad está relacionado claramente con las jerarquías de
dominio y sumisión que se encuentran ampliamente difundidas en el reino
animal. El contraste pureza-profanación se nutre de la emoción de
repugnancia que es provocada por vectores potenciales de enfermedades,
como los fluidos corporales, la carne en descomposición y formas no
convencionales de carne, y por prácticas sexuales riesgosas, como el incesto.
Las otras dos esferas moralizadas corresponden con los ejemplos
clásicos de la evolución del altruismo que fueron propuestos por los socio-
biólogos en los años sesenta y setenta y hechos famosos por Richard
Dawkins en su libro ‘The Selfish Gene'. La honestidad está bastante cerca de
lo que los científicos llaman el altruismo recíproco, en el que la voluntad de
ser simpáticos con otros puede evolucionar siempre que el favor ayude al
receptor más de lo que cuesta al donante y el receptor devuelva el favor
cuando hay cambios de fortuna. El análisis lo hace sonar como si el
altruismo recíproco fuera el resultado de un cálculo robótico, pero de hecho
Robert Trivers, el biólogo que postuló la teoría, dijo que es implementado en
el cerebro como una serie de emociones morales. La simpatía lleva a una
persona a ofrecer el primer favor, especialmente a alguien que lo necesite. La
indignación protege a una persona de tramposos que aceptan un favor sin
devolverlo, motivándolo a castigar a los ingratos o terminar la relación. La
gratitud impele al beneficiario a recompensar a los que lo ayudaron en el
pasado. La culpa lleva al tramposo en peligro de ser desenmascarado a
reparar la relación, anunciando también que en el futuro se comportará
mejor (lo que es consistente con la definición de Mencken de la conciencia
como "la voz interior que nos advierte que puede haber alguien
mirándonos"). Muchos experimentos sobre quién ayuda a quién, quién ama
a quién, quién castiga a quién y quién se siente culpable han confirmado
esas predicciones.
La comunidad, las diferentes emociones que llevan a la gente a
compartir y sacrificarse sin esperar recompensa, puede originarse en el
altruismo nepotista, la empatía y solidaridad que sentimos hacia nuestros
familiares (y que evolucionó porque un gen que empujó a un organismo a
ayudar a un familiar puede haber ayudado a hacer copias de sí mismo en
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ese familiar). Por supuesto, en los humanos los sentimientos comunitarios


pueden ser prodigados también a desconocidos. A veces paga (en un sentido
evolutivo) querer a los compañeros porque sus intereses están entrelazados,
como las esposas con hijos comunes, parientes políticos con familiares
comunes, amigos con inclinaciones comunes o aliados con enemigos
comunes. Y veces no paga en absoluto, pero sus detectores de parentesco
son engañados para tratar a sus compañeros como si fuesen familiares con
tácticas como las metáforas de parentesco (hermanos de sangre, cofradías, la
patria), mitos de origen, banquetes colectivos y otros rituales de vínculo.
 

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