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El instinto moral1
Steven Pinker
(The Moral Instinct, The New York Times Magazine, 13 de enero de 2008)
¿Cuál de las siguientes personas diría usted que es más admirable: la Madre
Teresa, Bill Gates, o Norman Borlaug? ¿Y cuál cree usted es menos
admirable? Para la mayoría de la gente es una pregunta fácil. La Madre
Teresa, famosa por cuidar a los miserables de Calcuta, ha sido beatificada
por el Vaticano, galardonada con el Premio Nobel de la Paz y clasificada en
una encuesta estadounidense como la persona más admirada del siglo 20.
Bill Gates, de mala fama por habernos dado el clip bailarín de Microsoft y la
azul pantalla de la muerte, ha visto su imagen decapitada y atacada con
tartas en páginas web llamadas ‘Odio a Gates'. En cuanto a Norman
Borlaug... ¿quién diablos es?
Sin embargo, una mirada más atenta le haría volver a pensar en sus
respuestas. Borlaug, padre de la ‘revolución verde' que utilizó la agronomía
para reducir el hambre en el mundo, ha sido reconocido por haber salvado
mil millones de vidas, más que nadie en la historia. Gates, al decidir qué
hacer con su fortuna, hizo sus cálculos y decidió que podría aliviar la
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http://mqh.blogia.com/2008/021902-‐el-‐instinto-‐moral-‐1.php
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El interruptor moral
El punto de partida para darse cuenta de que existe una parte distintiva de
nuestra mente que está reservada a la moral, es estudiar cómo difieren los
juicios morales de otro tipo de opiniones que nos formamos sobre cómo
debe comportarse la gente. La moralización es un estado psicológico que se
puede encender y apagar como un interruptor y cuando está encendido, un
distintivo esquema mental dirige nuestro pensamiento. Es este esquema
mental el que hace que consideremos ciertas acciones como inmorales
("matar es malo"), antes que solamente desagradables ("Odio las coles de
bruselas"), anticuadas ("los pantalones acampanados pasaron de moda") o
imprudentes ("no te rasques las picaduras de mosquitos").
La primera característica de los juicios morales es que las reglas que
invocan son postuladas como universales. No se cree, por ejemplo, que las
prohibiciones de la violación y el asesinato tengan sólo validez local, sino
que son principios garantizados universal y objetivamente. Uno puede decir
fácilmente: "No me gustan las coles de bruselas, pero no me importa si las
comes", pero nadie podría decir: "No me gusta el asesinato, pero no me
importa si matas a alguien".
La otra característica es que la gente piensa que aquellos que cometen
actos inmorales merecen ser castigados. No sólo se permite infligir dolor a
una persona que ha violado una regla moral; es malo "dejarles salirse con la
suya”. La gente, por lo que se ve, no tiene problemas con invocar represalias
divinas o el poder del estado para atacar a otras personas consideradas
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Razonamiento y racionalización
desplomado sobre los controles. En la ruta del tranvía hay cinco hombres
trabajando en los rieles, ignorantes del peligro. Usted está parado en la
bifurcación del tranvía y puede mover la palanca que desviará al carro hacia
otra vía, salvando de este modo la vida de los cinco trabajadores.
Desgraciadamente, el tranvía arrollaría entonces a un operario que está
trabajando en esa vía. ¿Es permisible empujar la palanca, matando a un
hombre para salvar a cinco? Casi todo el mundo dice ‘sí'.
Consideremos ahora otra escena. Está en un puente que da sobre los rieles y
ha divisado el tranvía desbocado acercándose hacia los cinco trabajadores.
Ahora el único modo de parar al tranvía es arrojando un objeto pesado en su
ruta. Y el único objeto pesado al alcance es un hombre gordo que está
parado junto a usted.
a una vida para salvar a cinco; según la norma utilitaria de lo que sería lo
mejor para el bien de la mayoría, los dos dilemas son por tanto moralmente
equivalentes. Pero la mayoría de la gente no lo ve de ese modo: aunque en el
primer dilema jalarían la palanca, en el segundo no empujarían al gordo.
Cuando se les pregunta por qué, no dicen nada coherente, aunque los
filósofos morales tampoco la han pasado muy bien describiendo una
diferencia relevante.
Cuando los psicólogos dicen "la mayoría de la gente" normalmente
quieren decir "la mayoría de las dos docenas de estudiantes de primer año
que han rellenado el cuestionario para tener dinero con que comprar
cerveza". Pero en este caso quiere decir la mayoría de las doscientas mil
personas de cien países que compartieron sus intuiciones en un experimento
en la red realizado por los psicólogos Fiery Cushman y Liane Young y el
biólogo Marc Hauser. En estos estudios se constató una diferencia entre la
aceptabilidad de mover la palanca y empujar al gordo, así como la
incapacidad de justificar la opción. Y este resultado se replicó entre
encuestados de Europa, Asia y Norte y Sudamérica; entre hombres y
mujeres, blancos y negros, adolescentes y octogenarios, hindúes,
musulmanes, budistas, cristianos, judíos y ateos. Y entre gente con
educación básica y gente con doctorados en filosofía.
Joshua Greene, filósofo y neurólogo cognitivo, sugiere que la
evolución dotó a la gente con el rechazo innato a maltratar a personas
inocentes. Este instinto, sugiere, tiende a superar cualquier cálculo utilitario
sobre las vidas salvadas y perdidas. El impulso contra el maltrato hacia otro
ser humano explicaría otros ejemplos en los que la gente desiste de matar a
uno para salvar a muchos, como aplicar eutanasia a un paciente en un
hospital para cosechar sus órganos y salvar la vida de pacientes moribundos
que necesitan transplantes, o arrojar a alguien al agua para mantener a flote
un bote salvavidas en alta mar.
En sí misma, esta no sería más que una historia posible, pero Greene
se unió con el neurocientífico cognitivo Jonathan Cohen y varios colegas de
Princeton para escudriñar el cerebro de la gente utilizando una imagen de
resonancia magnética funcional (fMRI). Trataron de encontrar signos de
conflicto entre áreas del cerebro asociadas con las emociones (las que
rechazan dañar a una persona) y áreas dedicadas al análisis racional (las que
calculan entre vidas salvadas y vidas perdidas).
Cuando la gente sopesó los dilemas que exigían matar a alguien con
sus propias manos, se encendieron varias redes en su cerebro. Una, que
incluye las partes medias (las que dan hacia dentro) de los lóbulos frontales,
ha sido relacionados con emociones pro-sociales. Una segunda zona en la
superficie dorsolateral (que da hacia afuera, arriba) de los lóbulos frontales,
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a la escuela (que es una convención) y que tampoco está bien golpear a una
niña sin motivo (que es un principio moral). Pero cuando se les pregunta si
estas conductas serían correctas si el maestro las permitiera, la mayoría de
los niños dicen que mientras si ese fuese el caso se podría llevar pijama al
colegio, la escuela, nunca sería correcto golpear a otro niño.
Aunque nadie ha identificado los genes de la moral, hay evidencias
circunstanciales de que existen. Los rasgos de personalidad llamados
‘rectitud' y ‘simpatía' están mucho más correlacionados en gemelos idénticos
separados al nacer (que comparten sus genes, pero no su contexto) que en
hermanos adoptivos criados juntos (que comparten el contexto pero no sus
genes). Personas diagnosticadas con ‘transtorno antisocial de personalidad'
o ‘psicopatía' muestran signos de ceguera moral desde la infancia. Agreden
o intimidan a otros niños, torturan a animales, mienten y parecen incapaces
de sentir empatía o remordimiento, a menudo pese a contextos familiares
normales. Algunos de estos niños se convierten en monstruos que roban los
ahorros a los ancianos, son violadores en serie o disparan contra los
oficinistas que yacen en el suelo durante atracos armados.
Aunque la psicopatía probablemente proviene de una predisposición
genética, una versión más atenuada puede ser causada por lesiones a las
regiones frontales del cerebro (incluyendo áreas que impiden que la gente
íntegra empuje al gordo hipotético desde el puente a los rieles). Los
neurólogos Hanna y Antonio Damasio y sus colegas descubrieron que
algunos niños que han sufrido lesiones graves en sus lóbulos frontales
pueden llegar a adultos como personas insensibles e irresponsables, pese a
sus inteligencias normales. Mienten, roban, ignora el castigo, ponen en
peligro a sus propios hijos y no pueden reflexionar ni siquiera en los dilemas
morales más simples, como qué deben hacer dos personas si no están de
acuerdo sobre qué canal de televisión ver o si un hombre debe robar un
fármaco para salvar a su mujer agonizante.
El sentido moral, por tanto, puede estar enraizado en el diseño mismo
del cerebro humano normal. Sin embargo, pese al temor que invade nuestras
mentes cuando pensamos en las leyes morales innatas que llevamos dentro,
la idea resulta, en el mejor de los casos, incompleta. Consideremos este
dilema moral: Un tranvía descontrolado está a punto de atropellar y matara
a un maestro. Usted puede desviarlo jalando la palanca, pero el tranvía
pasaría por un tramo que enviaría una señal a una clase de niños de seis
años dándoles permiso para bautizar a un oso peluche como Mohamed. ¿Es
permisible jalar la palanca?
Esto no es un chiste. El mes pasado una mujer británica que enseña en
una escuela privada en Sudán permitió que su clase bautizara a un oso
peluche con el nombre del niño más popular del curso, que lleva el mismo
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La genealogía de la moral
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Las cinco esferas son buenas candidatas para una tabla periódica del sentido
moral no sólo porque son ubicuas, sino también porque tienen profundas
raíces en la evolución. El impulso a evitar el dolor, impulso que causa
ataques de pánico a los que piensan sobre el segundo dilema cuando
sopesan la idea de empujar a un hombre del puente, también se encuentra
en los macacos, que prefieren pasar hambre antes que tomar comida de una
cadena que también golpea con una descarga eléctrica a otro mono. El
respeto por la autoridad está relacionado claramente con las jerarquías de
dominio y sumisión que se encuentran ampliamente difundidas en el reino
animal. El contraste pureza-profanación se nutre de la emoción de
repugnancia que es provocada por vectores potenciales de enfermedades,
como los fluidos corporales, la carne en descomposición y formas no
convencionales de carne, y por prácticas sexuales riesgosas, como el incesto.
Las otras dos esferas moralizadas corresponden con los ejemplos
clásicos de la evolución del altruismo que fueron propuestos por los socio-
biólogos en los años sesenta y setenta y hechos famosos por Richard
Dawkins en su libro ‘The Selfish Gene'. La honestidad está bastante cerca de
lo que los científicos llaman el altruismo recíproco, en el que la voluntad de
ser simpáticos con otros puede evolucionar siempre que el favor ayude al
receptor más de lo que cuesta al donante y el receptor devuelva el favor
cuando hay cambios de fortuna. El análisis lo hace sonar como si el
altruismo recíproco fuera el resultado de un cálculo robótico, pero de hecho
Robert Trivers, el biólogo que postuló la teoría, dijo que es implementado en
el cerebro como una serie de emociones morales. La simpatía lleva a una
persona a ofrecer el primer favor, especialmente a alguien que lo necesite. La
indignación protege a una persona de tramposos que aceptan un favor sin
devolverlo, motivándolo a castigar a los ingratos o terminar la relación. La
gratitud impele al beneficiario a recompensar a los que lo ayudaron en el
pasado. La culpa lleva al tramposo en peligro de ser desenmascarado a
reparar la relación, anunciando también que en el futuro se comportará
mejor (lo que es consistente con la definición de Mencken de la conciencia
como "la voz interior que nos advierte que puede haber alguien
mirándonos"). Muchos experimentos sobre quién ayuda a quién, quién ama
a quién, quién castiga a quién y quién se siente culpable han confirmado
esas predicciones.
La comunidad, las diferentes emociones que llevan a la gente a
compartir y sacrificarse sin esperar recompensa, puede originarse en el
altruismo nepotista, la empatía y solidaridad que sentimos hacia nuestros
familiares (y que evolucionó porque un gen que empujó a un organismo a
ayudar a un familiar puede haber ayudado a hacer copias de sí mismo en
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