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© Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá

Facultad de Medicina
Centro de Historia de la Medicina
© Autor
Juan Carlos Eslava Castañeda

Facultad de Medicina
Decano
José Ricardo Navarro Vargas
Vicedecano de Investigación y Extensión
Javier Eslava-Schmalbach
Vicedecano Académico
José Fernando Galván Villamarín
Coordinadora Centro Editorial
Vivian Marcela Molano Soto

Preparación editorial
Centro Editorial Facultad de Medicina
upublic_fmbog@unal.edu.co

Diseño editorial y diagramación


Damian Medina Crofort
Corrección de estilo y ortotipográfica
Shaunny Ariza Salas


Hecho en Bogotá, D. C., Colombia, 2019
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los derechos patrimoniales.
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editores o el de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia.
UNA MIRADA FUGAZ A LA HISTORIA DE LA
ANESTESIOLOGÍA EN LA FACULTAD DE MEDICINA DE
LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Juan Carlos Eslava Castañeda1

Si bien el desarrollo formal de la especialidad de anestesiología en la Facultad de


Medicina de la Universidad Nacional de Colombia es muy reciente, pues data de
la segunda mitad del siglo xx, la práctica de la anestesiología en nuestra escuela se
remonta mucho más atrás en el tiempo y se entreteje con el desarrollo propio de la
práctica quirúrgica moderna.
Cabe tener presente que la creación y la apertura de la Facultad de Medicina de
los Estados Unidos de Colombia, llevadas a cabo en los años 1867 y 1868 respecti-
vamente, ocurrió posterior al momento en el cual los odontólogos estadounidenses
Horace Wells y William Morton2 usaron el óxido nitroso y el éter en procedimien-
tos quirúrgicos y, con ello, inauguraron un nuevo periodo en el desarrollo de la
cirugía y, en especial, la era moderna de la anestesia.

1 Profesor asociado, Departamento de Salud Pública, Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia.
2 Si bien estos personajes son ampliamente reconocidos en la historia de la anestesiología y su lugar protagónico
es indiscutible, cabe señalar que no fueron los primeros en hacer uso de gases anestésicos dado que previamen-
te estos habían sido usados por el joven médico estadounidense Crawford William Long y por el estudiante de
química, y futuro médico estadounidense, William E Clark (Peset, 1976; Wagensteen, 1976; López-Valverde, Mon-
tero, Albaladejo y Gómez de Diego, 2011).

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Figura 1. William Thomas Green Morton nació en Charlton, Massachussetts, el 9 de agosto de 1819

De tal manera, la medicina y la cirugía enseñadas en la Universidad Nacional


de Colombia y practicadas tanto en los domicilios como en los hospitales de
Bogotá y otras regiones del país a lo largo de la segunda mitad del siglo xix, no solo
conocieron los logros alcanzados por los cirujanos extranjeros con el uso de los
procedimientos anestésicos, sino que paulatinamente los utilizaron. Así queda evi-
dente en el registro de las observaciones médico-quirúrgicas del connotado médico
santandereano Antonio Vargas Reyes, que hicieron sus estudiantes en 1856. Allí,
en el relato de la operación de extirpación de un tumor canceroso en el pecho de
una paciente, se lee lo siguiente

La enferma se acostó en una cama preparada exprofeso, y el señor Luis Convers


le hizo respirar el cloroformo hasta que perdió completamente el sentido: un
ayudante separó el brazo de la enferma y el operador hizo dos incisiones de
manera que formasen una elipse que comprendía en su espesor la parte altera-
da de la piel. Disecó con cuidado los labios de la herida y aisló en todas partes
el tumor de sus adherencias a los tejidos vecinos: lo agarró con una heriña y lo
levantó para desprenderlo posteriormente de las partes subyacentes. (Vargas-
Reyes, 1972, p.105-106)

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Figura 2. Antonio Vargas Reyes. Grabado de Antonio Rodríguez, 1884, tomado de Papel Periódico Ilustrado. 1º
de enero de 1884, No. 56, año 3. Pp. 117.

Como se puede apreciar, el uso del cloroformo ya formaba parte del proce-
dimiento quirúrgico, aunque cabe señalar que durante la segunda mitad del siglo
xix no todas las intervenciones quirúrgicas se realizaban de esta manera. A la
postre, Vargas Reyes fue el primer decano (en ese momento llamado rector) de la
Facultad de Medicina y, como cirujano, se convirtió en un adalid de la moderna
medicina colombiana y del uso de los procedimientos anestésicos (Zubiría, 1968).
Si bien el uso del éter y el cloroformo fueron cobrando gran importancia
durante la segunda mitad del siglo xix —más el segundo que el primero, según se
percibe al revisar la literatura de la época—, la presencia de otras sustancias como
el opio, el hidrato de cloral, la morfina y el óxido nitroso también formaron parte
del arsenal anestésico que se fue acumulando durante ese periodo. De hecho, pro-
fesores de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia como
Liborio Zerda, Abraham Aparicio y Pío Rengifo escribieron sobre el particular
(Herrera-Pontón, 1999).

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Figura 3. Eter

Con todo, el uso del cloroformo adquirió mayor prestancia y fue motivo de
preocupación para los médicos de la Universidad Nacional de Colombia. Tanto así
que en 1891 se publicó la tesis de grado del estudiante Teodoro Castrillón, bajo el
título de Contribución al estudio de la anestesia en las alturas. Contraindicaciones del
cloroformo en la Altiplanicie de Bogotá. Tal como queda manifiesto en el título, la
preocupación por el uso de gases anestésicos en una ciudad como Bogotá, anclada
en una meseta alta de la cordillera de los Andes a 2640 metros sobre el nivel del mar,
estuvo presente entre los facultativos capitalinos.
La tesis está dedicada al profesor Liborio Zerda, presidente de la misma y quien
en ese entonces ocupaba el cargo de rector (decano) de la Facultad de Medicina. En
ella se hace un breve repaso de la historia de la anestesia y se identifican las complica-
ciones del cloroformo que, según el documento, esencialmente afectan a los aparatos
respiratorio, circulatorio, cerebroespinal y a la sangre y la piel. Especial atención le
merece al autor la situación de introducir «vapores anestésicos» en un aire pobre en
oxígeno, como se considera la situación en Bogotá, dado que en la altura, las condi-
ciones de hematosis se hacen más precarias debido a la disminución de la presión ba-
rométrica. Al final, el autor recomienda dosis tituladas de oxígeno y cloroformo, «se-
gún el método de Paul Bert, o según los trabajos de Kreutzmann de San Francisco»
(como se cita en Herrera-Pontón, 1999, p.77).

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Figura 4. Facultad de Medicina UN

En 1895, otra tesis titulada Anestesia general vuelve a abordar el tema de la


anestesia con cloroformo y su autor, el estudiante José Joaquín Azula, elabora algu-
nas consideraciones generales acerca de la preparación y las propiedades del cloro-
formo y analiza con detenimiento las etapas del proceso anestésico y los problemas
y complicaciones asociadas al uso del cloroformo. Además, se detiene con especial
dedicación en el estudio del uso y manejo de la anestesia en procedimientos obs-
tétricos. Asunto este último que, por demás, fue tema de interés muy rápidamente
después de los primeros éxitos anestésicos y cuyo impulso fue liderado por el médi-
co obstetra inglés James Young Simpson, quien empezó a usar el cloroformo para
aliviar los dolores del parto (Porter, 2002). El joven médico Azula dice,

En el mes de noviembre de 1847 el cloroformo destronó al éter en las opera-


ciones quirurgicales, y Simpson fue el primero que lo empleó en los partos.
Fue seguido en esta vía por Meriman, Murphy y Grean en Inglaterra; por Bret,
Krieger y Sachs en Alemanía, y en 1849 apareció en la Memoria de Denham,
quien mostró todas las ventajas de este método. Pero mientras que en Francia
se limitaba su empleo a los partos difíciles, en los otros países de Europa lo
aplicaban a todos los partos indistintamente. (Azula, 1895, p.58)

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Llama la atención que en la tesis de Azula se hace un expreso llamado a es-
pecializar el trabajo del «cloroformista» quien, según el autor, debía tener los
suficientes conocimientos médicos y fisiológicos para efectuar el procedimiento.
En palabras de Azula,

Algunos operadores tienen el hábito de confiar de preferencia el cloroformo


a personas extrañas al arte, censuramos este uso porque, aun cuando es fácil
esta maniobra, que consiste en verter el cloroformo sobre la compresa o un
aparato, sin embargo se necesitan conocimientos, a lo menos fisiológicos, para
poder apreciar, como se debe el destino que se le confía […] A menos de estu-
dios especiales sobre la cuestión, la cloroformización no deber ser hecha sino
por un médico. Aquel que esté encargado para esto, y este no debe tener a su
cargo otros cuidados. (Azula, 1985, p.26-27)

Figura 5. Mascarilla de Ombredanne. Fotografía de Ernesto Monsalve, 2010, tomada de Colección Museo de His-
toria de la Medicina, Centro de Historia de la Medicina Andrés Soriano Lleras, Universidad Nacional de Colombia.

Tal como queda presente, la exhortación del joven médico Azula prefigura la
exigencia del trabajo especializado en el campo de la anestesiología, algo que solo
muchos años después se concretará en programas de formación especial, cursos
cortos de postgrado y, al final, programas específicos de especialización médica.
De igual manera, en la tesis se afirma que la anestesia debe ser un procedimien-
to reglamentario en las operaciones quirúrgicas, aunque se advierte que dados los
riesgos propios de este procedimiento, solo se debe hacer uso de la anestesia gene-
ral bajo indicaciones precisas, serias y debatidas de antemano entre los cirujanos.
Sensatas recomendaciones que, en todo caso, no siempre fueron puestas en práctica
durante la época.

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El despliegue de la anestesia hospitalaria
Lo que fue un inicial impulso al finalizar el siglo xix se convirtió en una arrolladora
tendencia ya entrado el siglo xx, de la mano de la paulatina expansión de la estruc-
tura asistencial en el país. En la medida en que la medicina moderna se afianzaba
en el país y la Universidad Nacional de Colombia y se acrecentaba la labor hospi-
talaria, la necesidad de acompañar las intervenciones quirúrgicas con el apoyo del
trabajo de anestesistas fue incrementando, aunque la cantidad de personal experto
en el asunto fuese muy reducida.
Al decir del médico anestesiólogo e historiador de la anestesia en Colombia,
Jaime Herrera Pontón, dos sucesos tuvieron una enorme repercusión en el desarrollo
de la anestesia en Bogotá y, en general, en el país. La fundación del Hospital San José
y, posteriormente, la fundación de la Clínica Marly. En las dos instituciones tuvieron
gran protagonismo profesores de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional
de Colombia y, de hecho, los dos sitios fueron lugares de práctica para los estudiantes
de medicina, aunque más el primero que el segundo (Herrera-Pontón, 1999).

Figura 6. Hospital San José Bogotá. Fotografía anónima, s. f., tomada del archivo de Eduardo Santos, Biblioteca
Luís Ángel Arango. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/imagen/gumercindo-cuellar/hospital-san-jo-
se-bogota-colombia.

Finalizando el siglo xix e iniciando el xx, la guerra civil llamada Guerra de


los mil días azotó al país y afectó de manera profunda la vida de la Facultad de
Medicina de la Universidad Nacional de Colombia. Pero más impacto aún tuvo

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la discusión política y, en particular, algunas decisiones del gobierno conservador
que, por demás, se asumió ganador hacia el final de la guerra. Sin que hubiera con-
cluido el conflicto bélico, el ministro de Instrucción Pública del presidente José
Manuel Marroquín tomó la polémica medida de solicitarle a todos los profesores
de la Universidad Nacional de Colombia «hacer profesión de fe» para continuar
con sus puestos en la cátedra universitaria, bajo el argumento de evitar que se pro-
pagaran ideas contrarias al dogma católico en el país.
Ante esta solicitud, varios profesores prestantes, entre los cuales se encontra-
ban José María Lombana Barreneche, Luis Zea Uribe y Juan David Herrera renun-
ciaron inmediatamente mientras otros cuantos, como Luis María Rivas Merizalde,
Pompilio Martínez y Abraham Aparicio, no asistieron a la reunión prevista para tal
fin y fueron expulsados. Esto creó una ruptura importante dentro de la Facultad
de Medicina. Y en medio del conflicto partidista, un grupo de jóvenes médicos
liberales, egresados de la Universidad Nacional de Colombia, afianzaron un tra-
bajo médico-quirúrgico en la casa de salud en el Campito de San José y crearon la
Sociedad de Cirugía de Bogotá (Eslava, Vega y Hernández, 2017).

Figura 7. Miembros de la Sociedad de Cirugía en la casa de San José del Campito. Juan Evangelista Manrique
(el segundo de izquierda a derecha, sentado), Isaac Rodríguez (el primero de pie, de izquierda a derecha). Foto-
grafía anónima, 1902, Hospital San José, tomada del archivo privado de Ernesto Monsalve.

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Esta iniciativa condujo a la construcción de un nuevo hospital para la atención
de la población pobre de la capital, el cual se fundó muy rápido pero cuya obra
demoró varios años. Así nació el Hospital San José, donde años después empezó a
funcionar la primera escuela de anestesia del país (Herrera-Pontón, 1999). Como
competencia para este nuevo espacio hospitalario, y bajo el liderazgo de médicos
mayoritariamente conservadores, se creó por la misma época la Casa de Salud
María Auxiliadora, la cual tuvo una vida accidentada y breve pues, a la postre, se
incorporó a una nueva institución llamada Clínica de Marly.

Figura 8. Sala de maternidad y anestesia, de la Clínica de Marly. Fotografía anónima, s. f., tomada de Clínica de Marly.

Vale la pena tener presente que en esta primera mitad del siglo xx hubo una
importante, aunque lenta, expansión de las instituciones asistenciales en el país,
dado que aparte de la creación de los ya mencionados Hospital San José y Clínica
Marly, el país vio nacer al Hospital de la Misericordia, la Casa de la Salud de
Medellín, el Hospital San Vicente de Paul, la Clínica Peláez, la Clínica Santa Inés y
el Hospital de Cartagena —también conocido como Hospital americano—, entre
otros (Quevedo, Pérez, Miranda, Eslava y Hernández, 2013).
Con este vivaz auge hospitalario, y la creciente inversión de recursos tecno-
lógicos que implicó, la cirugía se volcó hacia el interior de los hospitales y en cada

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uno de ellos se empezaron a construir salas especiales y quirófanos, los cuales se
convirtieron en lugares emblemáticos donde se consolidó una práctica médica más
moderna, tecnológica y eficaz para el manejo de ciertas enfermedades y lesiones.
Todo esto le dio una nueva imagen al trabajo médico en el país y propició, de ma-
nera tímida al comienzo, el despliegue de la labor del anestesista.
Por ello, no fue gratuito que en las primeras décadas del siglo xx aparecieran
diversos trabajos médicos que discuten las técnicas anestésicas y el uso de las variadas
sustancias con efectos anestésicos que fueron apareciendo en el escenario nacional. Tal
como lo refiere Herrera Portón, en el muy reconocido Congreso Médico Nacional,
llevado a cabo en Medellín en 1913, se presentaron múltiples informes acerca del uso
de sustancias anestésicas. Si bien la mayoría hizo referencia al cloroformo, también se
habló del éter y el oxido nitroso como anestésicos generales y de la morfina, la cocaí-
na, la estovaína y la escopolamina como anestésicos locales (Herrera-Pontón, 1999).
Pero allí también se presentaron algunas experiencias de connotados médicos
nacionales, como Juan Bautista Montoya y Flórez y Lisandro Leiva, quienes en su
labor como cirujanos ya tenían una importante trayectoria con el uso de sustancias
anestésicas en sus procedimientos quirúrgicos. Pero las experiencias de los médicos
no se circunscribieron a Bogotá y Medellín. Además, se presentaron experiencias de
lo ocurrido en los departamentos de Caldas y Cauca. Así lo refiere Herrera en su libro,

Con ocasión de este Segundo Congreso Médico Nacional, en el informe que


presentaron los doctores Emilio Robledo y José Tomás Henao sobre el estado de
la cirugía en el Departamento de Caldas dicen: «[…] la práctica de la anestesia
clorofórmica se implantó definitivamente en el Departamento, y a ella se ha recu-
rrido siempre que se trate de anestesia general, siendo de notar que ninguno de los
operadores manifiesta haber tenido casos de muerte por causa del anestésico… la
anestesia local con cocaína, estovaína y novocaína más adrenalina. En Manizales
se han practicado varias operaciones por el método de la raquianestesia, pero casi
siempre ha dejado mucho que desear. (Herrera-Pontón, 1999, p.88).

En lo referente a la Universidad Nacional de Colombia, cabe señalar que en


estos años se publicaron varias tesis de grado, cuyo interés estuvo centrado en la
anestesia, como las de los médicos Uladislao Prieto, titulada Estudio de la hipertro-
fia de la próstata y la anestesia local en el tratamiento radical (1922); Luis Alfonso
Pinzón, titulada La estovaína. Sus aplicaciones en medicina y cirugía (1924);
Ignacio Moreno Pérez, titulada Contribución al estudio de la anestesia en obstetricia
(1925); Rafael Prado, titulada La raquianestesia por sincaína (1925); Hernando
Anzola Cubides, titulada La anestesia raquídea en la cirugía abdominal (1925);
Sergio Reyes Moreno, titulada La anestesia regional en prostatectomía (1927);

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Jorge Suárez Hoyos, titulada La anestesia troncular de la cara y cuello (1929); Ángel
María Riveros, titulada Anestesia troncular (1930), y Rafael Silva Gamboa, titulada
Contribución a la práctica de la narcosis en cirugía general (1931). Cabe señalar que
varios de estos jóvenes médicos trabajaron como internos en el Hospital San José.
Por lo que se puede apreciar, los médicos colombianos estaban enterados de
los desarrollos de la anestesia en Europa y Estados Unidos, discutían las técnicas
existentes y ajustaban los procedimientos según sus necesidades3. Y, como un as-
pecto a resaltar, vale la pena señalar que por la misma época empezaron a llegar al
país nuevos equipos de anestesia que reforzaron la labor quirúrgica y favorecieron el
trabajo que algunos facultativos adelantaban en este floreciente campo de acción. El
médico con formación de anestesista en Nueva York, Clímaco Alberto Vargas, dice:

En 1928, yo fui Anestesista Residente en El Bellevue Hospital de New York


donde realicé varios cientos de anestesias con los aparatos Foregger Company;
a finales del mismo año traje a Bogotá dos de aquellos aparatos con los cuales
y en diferentes operaciones le hice las primeras demostraciones a los doctores
Alfonso Esguerra, Jorge Cavelier, Rafael Meoz, Jaime Jaramillo Arango y a
Manuel V Peña. También hice demostraciones gratuitas en el Hospital San
José pero dentro de una gran tirantez científica —eufemismo analgésico— con
inaudibles comentarios (narcotización de especialista). (Vargas, 1954, p.15)

En 1930 también llegó al país el primer aparato de anestesia Heldbrink, con el


cual se daba anestesia mediante etileno y que, según lo relata Herrera, se introdujo
sin instrucciones para su uso. El aparato fue instalado en la Clínica de Marly y las
primeras anestesias con él las realizó el doctor Hernando Matallana quien, junto con
Gonzalo Esguerra, había traído el aparato desde Estados Unidos. Posteriormente,
la maquina fue utilizada por Juan F. Martínez, en ese entonces interno de la clínica,
quien llegó a ser a la postre el anestesiólogo de la Clínica de Marly durante 19 años
(Herrera-Pontón, 1999).
Pero si bien la labor académica fue importante y tuvo alguna visibilidad nacio-
nal, la labor práctica no mantuvo su ímpetu y, al parecer, cayó en un «periodo de
oscurantismo» en el cual la anestesia terminó siendo aplicada por personajes sin
ninguna formación médica, por monjas o, como también fue habitual, por estu-
diantes de medicina encargados de los procedimientos a modo de castigo (Herrera-
Pontón, 1999). El mismo doctor Vargas dice:

3 Según consta en el trabajo de Bernardo Ocampo, los médicos no fueron los únicos que se preocuparon por el
asunto de la anestesia. Los odontólogos (también llamados dentistas) realizaron un trabajo importante. Por ejem-
plo, varios odontólogos presentaron tesis referidas al uso de la anestesia, para optar al grado en la Escuela Nacional
Dental (Ocampo-Trujillo, 2016).

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Los cirujanos más prudentes que timoratos le [sic] ponían cuarentena a las in-
novaciones, pues no les había llegado la mentalidad de «los modelos anuales»
de automóviles, anestésicos, de antibióticos. En aquella época [hablando del
año 1928] todos los cirujanos no sólo estaban habituados a indicar y dirigir
la anestesia, sino que empleaban como anestesista a cualquier estudiante de
medicina o enfermera, y en muchos casos a profanos. El anestesista era un es-
pectáculo para los cirujanos y una extravagancia para los administradores de
cloroformo, de éter o de la mezcla de Schleich. (Vargas, 1954, p.15)

Todo parece indicar que si bien la discusión técnico-científica frente al uso


de los anestésicos en los procedimientos quirúrgicos se hizo más profunda y exi-
gió conocimientos avanzados en física, química y fisiología, la acción práctica de
aplicación de la anestesia estaba altamente rutinizada y se manejó como una labor
secundaria que no requería mayor entrenamiento y dedicación. Por ello, en 1932
el prestigioso medico y cirujano paisa Gil Juvenal Gil pudo afirmar que pocos eran
los médicos y estudiantes que se daban cuenta de la importancia de la anestesia
dado que solo ven en la labor del anestesista «la parte mecánica de echar unas go-
tas de una sustancia sobre una compresa o manejar rutinariamente un aparato»
(Ocampo-Trujillo y Peña, 2012, p.122) sin reparar en la gran trascendencia que
tiene el trabajo del anestesista para el acto quirúrgico. Y fue en este árido escenario
en el que se formó uno de los protagonistas más destacados y carismáticos del desa-
rrollo de la anestesiología en Colombia: el médico honoris causa de la Universidad
Nacional de Colombia y anestesiólogo autodidacta, Juan Ramón Marín Osorio
(González y Navarro, 2010; Ocampo-Trujillo y Peña, 2012).

A la zaga de una escuela


Como practicante de medicina en los hospitales de la Universidad Nacional de
Colombia, Juan Marín vivió los vacilantes desarrollos de la labor anestésica y sufrió
en carne viva la baja estima que llegó a tener esta labor entre los ilustres profesores
universitarios. Según lo refieren varias de las personas que han escrito acerca de la
vida del doctor Marín, su primera anestesia fue un poco dramática por la forma
como se llevó a cabo. Esto ocurrió en 1932, en uno de los quirófanos del Hospital
San Juan de Dios de Bogotá (hsjd), bajo la dirección del distinguido profesor Juan
N. Corpas. Según el testimonio del propio doctor Marín, su experiencia con el uso
del éter según las indicaciones de su profesor fueron las siguientes:

Allí ves tú del lado de allá, en la bola una serie de números, con ese tornillo que
está allá al extremo, tú lo vas moviendo, el índice te va indicando de 1, 2… hasta 9.

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La anestesia es muy sencilla, yo te digo: «Marín 1», y tú subes 1; «Marín 3»,
y subes a 3; «Marín 7», subes a 7; «Marín 9»… muy bien, «¡Marín quítale
ese aparato que se está muriendo el paciente!», bueno, quítale el aparato. Este
era el concepto que tenía uno de los mejores cirujanos que había en ese enton-
ces en nuestra república: sólo se necesitaba saber contar para dar anestesia. [...]
Por puro azar no se murió este anónimo paciente. (como se cita en González y
Navarro, 2010, p.388)

Figura 9. Juan Marin Osorio. Detalle del mosaico de la Escuela de Anestesiología del Hospital San José. Museo
de la Sociedad de Cirugía, Hospital San José, Fundación Ciencias de la Salud. Fotografía Valenzuela, 1948.

Sin mayor afán en concluir sus estudios, y comprometido en su propia for-


mación autodidacta4, en 1933 Juan Marín inició su trabajo en el Hospital de la
Misericordia y, si bien su primera inclinación fue dedicarse a la ortopedia, allí se
convirtió en un experto en el manejo del cloroformo, aunque su labor fue poco
reconocida entre los cirujanos. El propio doctor Marín rememora así sus inicios en
dicha institución y su encuentro con su maestra,
4 Según se menciona en el libro de Bernardo Ocampo y Julio Enrique Peña (2012), en el apartado correspondiente
al pionero de pioneros, Juan Marín inició sus estudios de medicina en 1928 y los terminó en 1946. Pero solo años
después recibió su grado, al parecer mediante una excepción que posibilitó que estudiantes que no habían logra-
do terminar sus estudios pudiesen graduarse en una amplia ceremonia colectiva. Mucho de la demora en sus es-
tudios y su eventual expulsión, se debió a que su profesor de Anatomía lo sentenció a reprobar la materia mientras
estuviera vivo, lo cual hizo efectivamente. Lo que no queda del todo claro es si, al final, el estudiante Marín volvió
a presentar exámenes o si solo continuó sus estudios por su cuenta.

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Llegué como observador curioso y me encuentro con una mujer inteligente,
trabajadora incansable, autodidacta, acertada en el diagnóstico clínico y con
profundos conocimientos de farmacia, hábil cirujana y habilísima ortopedista.
Era la cloroformista de planta. Fue mi maestra en anestesia. Hermana María
Hermelinda era su nombre. Sus plegarias y gran corazón suavizaron nuestros
puntos de vista religiosos antagónicos. Cuando nos despedimos éramos ami-
gos. Llevaba en la Misericordia 15 años y permaneció en este hospital 50 más.
Como aparato de anestesia usaba una compresa doblada en cuatro formando
un cucurucho y dentro de él una mota de algodón como vaporizador. El clo-
roformo en un frasco gotero. Este fue mi Engstrom durante 12 años. (Citado
en Herrera, 1999: 97-98).

Esta experiencia en la Misericordia se prolongó por cerca de 13 años y lo


convirtió en todo un anestesiólogo autodidacta. Si bien su destreza en el uso del
cloroformo lo posicionó como anestesista, paulatinamente fue incrementando sus
conocimientos y sus habilidades en el arte. Hasta tal punto que ya para comienzos
de los años 40 empezó a usar la máquina de Foregger y utilizar el pentotal. Más
adelante, y ya con una gran experiencia, empezó a trabajar en el Hospital San José
en donde fue nombrado jefe del Departamento de Anestesia en 1945 y desde allí
empezó a desarrollar su labor docente.
En estos años, algunos estudiantes de medicina de la Universidad Nacional de
Colombia presentaron sus tesis de grado, explorando nuevos temas en el manejo de
la anestesia. Entre ellos, cabe mencionar a Carlos J. Cárdenas García, con su trabajo
titulado Valor profiláctico de la glucosa en los accidentes por anestesia general (1936);
Leopoldo Reyes Galvis, con su trabajo Contribución al estudio de la anestesia gene-
ral por los derivados del ácido barbitúrico (1936); Arturo Aparicio Jaramillo, con
su trabajo Simpatectomía. Tratamiento quirúrgico de algunos síndromes dolorosos
en ginecología (1937); Humberto Pineda, con su trabajo La anestesia troncular del
plejo braquial en la cirugía y ortopedia del miembro superior (1940); Tirso Mayor
Rosas, con su trabajo Cirugía y la anestesia intravenosa con el pentotal sódico (1942);
Alfonso Gutiérrez Reyes, con su trabajo Analgesia raquídea generalizada (1943);
Eduardo Baquero Monzón, con su trabajo Anestesia general por oleo-eterización
rectal (1943) y Gabriel Velásquez Palau, con su trabajo Analgesia caudal simple y
continua. Sus aplicaciones quirúrgicas y obstétricas (1944). Sin embargo, aún falta-
ban algunos años para que la anestesia adquiriera reconocimiento institucional y se
convirtiera en una unidad académica por derecho propio.

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El llamado de atención norteamericano
Hacia finales de los años 40 del siglo xx, un suceso de gran trascendencia conmo-
cionó el escenario de la educación médica en el país y tuvo una importante reper-
cusión en el campo de la anestesiología. Fue la visita de la Misión Médica enviada
por el Unitarian Service Committee. La misión fue conformada por los doctores
George H. Humphreys II, McKeen Cattell, Rafael Domínguez, Carney Landis,
Salvatore P. Lucia, Donovan J. McCune, y Perry P. Volpitto, quienes llegaron a
Bogotá entre los días 11 y 15 de octubre. El 16 de octubre, la misión fue recibida
por el doctor Luis López de Mesa, rector de la Universidad Nacional de Colombia,
y se declaró formalmente instalada la Misión Médica Unitaria que, a la postre, reci-
bió el nombre de Misión Humphreys debido al apellido de su director.

Figura 10. Perry Volpitto, fotografía anónima, s. f., tomada de Wood Library Museum of Anesthesiology.

Según declaraciones del propio doctor Humphreys dadas a la prensa nacional,


dentro de las expectativas de la misión se encontraba el conocer la organización
hospitalaria del país, las prácticas quirúrgicas y los adelantos logrados por los médi-
cos colombianos. Adicionalmente, el doctor Humphreys dice,

Queremos conocer especialmente a nuestros colegas y sobre todo a los que es-
tán dedicados en las aulas universitarias al ejercicio de la enseñanza profesional

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de la medicina. Esperamos mostrarles los recientes progresos logrados en
Estados Unidos en el ramo de la medicina. Queremos discutir con ellos sobre
los diversos problemas que son comunes a la ciencia médica en Estados Unidos
y en Colombia. Esperamos finalmente ver los trabajos de los profesionales co-
lombianos y apreciar y aprender de sus progresos en el campo científico. Por
eso también me importa sobre todo, declarar que el alcance es exclusivamente
científico y ninguno político o religioso. (El Siglo, 1948)

La misión adelantó un trabajo que incluyó conferencias y seminarios, visitas


a las cuatro facultades de medicina existentes en ese momento en el país, a varios
hospitales y la realización de algunas demostraciones médico-quirúrgicas. Durante
los días que la misión estuvo en Bogotá, se llevaron a cabo conferencias en los hos-
pitales La Samaritana e Instituto Nacional de Radium y la Facultad de Medicina de
la Universidad Nacional de Colombia, la cual aún se encontraba situada en la zona
céntrica de la ciudad. Los seminarios especializados se realizaron en los diversos
hospitales (Samaritana, San Juan de Dios, Misericordia y San José) y estuvieron
abiertos a todos los médicos y estudiantes de la ciudad. Adicionalmente, durante
esos días los visitantes tuvieron algunas reuniones sociales con colegas.
Al terminar su labor, los miembros de la misión médica presentaron un in-
forme en el cual se elabora un balance general de los hallazgos de la exploración
efectuada y se ofrecen las opiniones particulares de cada uno de sus miembros,
quienes analizaron aspectos diferentes del desarrollo de la educación médica y las
facultades de medicina del país. En su conjunto, el informe fue bastante crítico de
la situación existente en el país aunque manifestó un franco optimismo frente a las
potencialidades de cambio5.
En Bogotá, Humphreys realizó siete operaciones quirúrgicas como parte de la
demostración de los logros alcanzados por la medicina norteamericana y observó otras
tantas efectuadas por profesores de cirugía y jefes de clínica quirúrgica, entre los cua-
les estaban los doctores Pantoja, Cruz, Anzola y Bonilla Naar. En particular, y según
consta en la prensa de la época, se le dio a conocer la llamada operación Triana, la cual
fue desarrollada por el profesor de técnica quirúrgica de la Universidad Nacional de
Colombia Santiago Triana Cortés, estableciéndose como una técnica urológica no-
vedosa. Para Humphreys, las experiencias vividas fueron muy positivas pese a algunos
problemas detectados. Según su opinión, la técnica quirúrgica de los médicos bogota-
nos era muy buena, aunque para Humphreys los jóvenes operaban con cierta celeridad,
lo que conllevaba fallas en los detalles finos y cierta chapucería que, para el ojo experto
del visitante, era improcedente en un centro de enseñanza (Humphreys, 1948).
5 El informe ha sido analizado con detalle en varios trabajos. Para tener una visión general de lo expresado por el
informe a nivel nacional, ver Quevedo et al., 2013; para una visión más particular, referida al caso de la Facultad de
Medicina de la Universidad Nacional de Colombia, ver Eslava et al., 2017.

18
Figura 11. George Humphreys en el Hospital La Samaritana, fotografía anónima. En: Revista Semana, noviem-
bre 27 de 1948.

En su observación sobre los hospitales, Humphreys anotó que solo La Samaritana


contaba con un banco de sangre, mientras en los otros se solicitaba directamente a los
donadores quienes la entregaban a cambio de algún pago. Ello hacía que las trans-
fusiones no fueran muy comunes, lo cual limitaba el trabajo quirúrgico. Por demás,
la anestesia carecía de desarrollo, pues no había quien la enseñara pese al interés de
algunos jóvenes. A esto se sumaba la precariedad de instrumentos, su mal estado, es-
casez de anestésicos, mal manejo y almacenamiento de los mismos, uso mayoritario
del ciclopropano, mala atención posoperatoria y ausencia de registros de seguimiento
de pacientes que realmente fuesen útiles.
De manera especial, se señalaba la mala atención nocturna en los hospitales,
reforzada por la ausencia de médicos que vivieran dentro del hospital o, por lo
menos, cerca del mismo. Humphreys se percató de que los hospitales cerraban sus
puertas por la tarde y era difícil entrar hasta la mañana siguiente. En lo que atañe
al Hospital San Juan de Dios, también denominado Hospital de la Hortúa por su
ubicación, este fue descrito como un hospital de tipo horizontal de pabellones di-
seminados, situado en el extremo sur de la ciudad y en un barrio pobre.
Como aspectos esenciales descritos por el cirujano visitante al Hospital de la
Hortúa, vale la pena destacar los siguientes: inadecuada separación de hombres y
mujeres; precariedad en el servicio de maternidad y desigualdad en la manera de
atender a las pacientes de bajos recursos en relación con las de mayores recursos;
división de pabellones por especialidad, y separación inadecuada de las unidades
quirúrgicas y de los pabellones. No obstante, al analizar los cuartos de cirugía,

19
Humphreys encontró que ellos eran amplios, estaban bien equipados y contaban
con personal propio. Al dialogar con el doctor Pedro Eliseo Cruz, jefe del servicio
quirúrgico del hospital, Humphreys encontró que los estándares de técnica quirúr-
gica eran buenos y superaban los de la atención médica.

Figura 12. Hospital San Juan de Dios 1952.

En contraste con la situación en la Hortúa, Humphreys presentó las bondades


del Hospital San José. Este era un hospital ubicado en un edificio grande, de tres
pisos, más limpio, con pabellones próximos articulados por un corredor central,
patios cubiertos de hierba, palmeras y flores, salas amplias y adecuada separación
por sexos. También se resaltaba que la supervisión se realizaba igualmente por
monjas «pero más jóvenes, más limpias y más listas». Adicionalmente, se resaltaba
la presencia de algunas enfermeras, buenas salas de cirugía, equipos bien cuidados y
gabinetes de instrumental moderno.
A los ojos de Humphreys, el Hospital San José parecía ser «de los mejores hospi-
tales para trabajar». Su director, el doctor Enrique Torres, contaba con la colaboración
del doctor Hernando Anzola Cubides, en ese momento presidente de la Sociedad de
Cirugía de Bogotá. El hospital parecía funcionar bien, con excepción de algunas falen-
cias como la insuficiencia de las historias clínicas, el incumplimiento de las prescrip-
ciones, la ausencia de banco de sangre, y el hecho de que rara vez se hacían autopsias y
los informes de biopsias no eran fidedignos. Es más, no pasó inadvertido el hecho de

20
que era el único con un personal de anestesia de tiempo completo y con condiciones
mínimas para la formación. Esto último seguramente debido al trabajo que allí esta-
ba desarrollando Juan Marín. Vale la pena tener en mente que, en este momento, el
Hospital San José era el principal centro de enseñanza de la Universidad Nacional de
Colombia, claramente superior a la Hortúa en su funcionamiento y organización, lo
que le permitió a Humphreys afirmar que dicho hospital «puede compararse favora-
blemente con muchos hospitales de los Estados Unidos» (Humphreys, 1948, p.18).
El informe también ofreció una visión panorámica de la situación de otros hos-
pitales capitalinos como la Samaritana, el San Carlos, el Santa Clara, el Militar, el
Instituto de Radium y las clínicas de Marly y Palermo. Se puede apreciar cómo la mi-
rada del cirujano estadounidense, técnicamente diestra y formada desde los cánones
propios de la práctica quirúrgica, corroboraba la preocupación nacional por el pro-
blema hospitalario. Sin embargo, a pesar de las críticas efectuadas, el tono optimista
usado por el cirujano visitante halagaba los oídos de los médicos bogotanos y, de una
forma sutil, reforzaba sus apreciaciones sobre el ejercicio liberal de la medicina.
Pero aunque la diplomacia de Humphreys morigeraba sus apreciaciones, en
todo caso para él fue claro que los estándares de formación médica en Colombia
no estaban a la altura de aquellos exigidos en Estados Unidos. Y al intentar explicar
las causas de la situación, los aspectos culturales resaltaron en la interpretación del
analista extranjero, junto con la inestabilidad política que se percibía en el país. En
palabras de Humphreys,

No me parece que la extensión menor y la pobreza comparativa de Colombia


sean las principales razones para esta desigualdad, aunque ciertamente juegan
algún papel. Un factor mucho más importante me parece ser el relativo ais-
lamiento de Colombia, y el hecho de conservar un sistema educacional que
hace difícil el intercambio de ideas y personal con los Estados Unidos. Parece
también que falta la tradición de responsabilidad, sobre la cual tanto se depen-
de en nuestro país. (Humphreys, 1948, p.31)

Por su parte, y desde intereses y prácticas distintas, los otros miembros de la


misión médica también opinaron sobre la situación de la educación médica y de
los hospitales. Así, por ejemplo, el doctor Cattell consideró que en el país existía
muy poco estímulo para la investigación y se desaprovechaba el material clínico a la
mano, aunque también reconoció que, en general, los procedimientos terapéuticos
estaban actualizados de manera razonable. A su vez, el doctor Domínguez presentó
un balance de la enseñanza de la patología donde consideraba que si bien la ense-
ñanza de la patología clínica se parecía a la de Estados Unidos, la enseñanza de la
anatomía patológica era muy rudimentaria. Mientras que el doctor Landis valoró

21
que la psiquiatría, como ciencia médica, aún no había llegado a Colombia y el de-
sarrollo de la psicología médica se encontraba muy limitado, pese a los esfuerzos
desplegados por algunos médicos como el profesor Edmundo Rico a quien, por
cierto, se le daba un claro reconocimiento.
En el reporte del doctor Lucía se reiteran varias de las críticas formuladas por
sus colegas al subrayar, para el caso de la Facultad de Medicina, sus inadecuadas
condiciones locativas, los bajos salarios de los profesores y la precariedad de medios
con que se contaba para la investigación y el desarrollo de una verdadera medicina
científica. Al sentir de este personaje, los hospitales de la ciudad eran lugares tristes,
lúgubres y algo decaídos, con la doble excepción del Hospital San Carlos, en el cual
reconoce «un modelo de belleza arquitectónica formal, de eficiencia administra-
tiva y organización técnica» y la Clínica de Marly, que caracterizó como un sitio
alegre y grato aunque con muchas limitaciones (Humphreys, 1948, p.58).
Como aporte final, el doctor Volpitto hizo un balance del desarrollo de la anes-
tesiología en Colombia, concluyendo que esta especialidad apenas se encontraba
en su infancia. Aunque más desarrollada en Bogotá que en las demás partes del país,
el visitante solo encontró allí nueve médicos que dedicaban parte de su tiempo a la
anestesia y solo uno de ellos con entrenamiento formal en la especialidad, haciendo
referencia al doctor Juan Salamanca, quien había hecho su entrenamiento con el
doctor Beecher en el Hospital General de Massachusetts.
En cuanto al trabajo de Juan Marín, Volpitto hizo mención expresa de su labor
en los siguientes términos:

El Dr. Marín, aunque no tiene otros conocimientos que los obtenidos ensayando
y errando, y por sus lecturas, estableció el primer Departamento de Anestesiología
de Bogotá, en el Hospital San José. Hace aproximadamente tres años ha venido
también dictando clases de anestesia para enfermeras; en la actualidad las gradúa
después de un curso que dura cuatro o seis meses. Aunque este es un comienzo
modesto, el Dr. Marín merece considerable aplauso y debe dársele la oportunidad
de expansionar sus servicios particulares. (Humphreys, 1948, p.75)

En lo referente a los tipos de anestesia dados en el país, Volpitto señaló que


estos eran muy limitados y que fundamentalmente se usaba la anestesia por inha-
lación de etileno, ciclopropano o éter. Según el analista extranjero, «No parece
que la anestesia se escoja para cada caso particular, más bien se administra lo que el
anestesista cree poder manejar, lo que naturalmente limita la escogencia casi siem-
pre» (Humphreys, 1948, p.75).
De igual manera, Volpitto advirtió que no existían visitas preanestésicas y
posanestésicas, que los equipos de succión eran inadecuados y que no existía una

22
conveniente identificación de los tanques de gases. Además, señaló que «con ex-
cepción de la Clínica [de] Marly, en las salas de cirugía no se toman precauciones
contra los incendios y explosiones por éter, etileno y ciclopropano» (Humphreys,
1948, p.76). Con todo, al final se menciona como algo positivo el interés crecien-
te que la anestesia estaba despertando en algunos médicos colombianos, lo cual
era motivo de esperanza para el especialista norteamericano. Y claro, no faltó la
recomendación de la necesidad de enviar a médicos nacionales para formarse en
Estados Unidos, en programas de al menos 2 años de duración.
Mientras esto ocurría, nuevas tesis de grado relacionadas con temas de anes-
tesia se presentaron en la Universidad Nacional de Colombia. Por ejemplo, el
trabajo de Roberto Wills titulado Anestesia local en el parto (1948); el trabajo de
Rubén Camargo Acosta titulado Anestesia raquídea con la mezcla procaína-marcaí-
na (1948); el trabajo de Hugo Franco Camacho titulado La anestesia endovenosa
en cirugía ortopédica; el trabajo de Gustavo Escallón Caicedo titulado Anestesia
troncular paravertebral (1948); el trabajo de José Vicente Sandino Pardo titula-
do Algunas observaciones sobre anestesia general (1949), y el trabajo de Gustavo
Delgado Sierra titulado Anestesia raquídea alta y pentotal sódico en intervenciones
abdominales supraumbilicales (1949), entre otros. Con lo cual se reitera la situación
ya antes mencionada, en la que se establece cierta distancia entre el interés científico
y académico por la anestesia y la difícil situación de la labor práctica.
En todo caso, al decir del doctor Jaime Herrera Portón, la Misión Médica
Norteamericana marcó un despertar y un nuevo interés por la anestesia. Y, de he-
cho, la labor de Volpitto sirvió de acicate para que el doctor Marín pensara en la
necesidad de crear una Sociedad de Anestesiología en el país lo cual se concretó en
septiembre de 1949, con la presencia de la mayoría de los anestesistas de Bogotá,
incluyendo a Carlos Gaitán, Edmundo Lozano y Ramón Morales, del Hospital San
Juan de Dios (Herrera-Pontón, 1999).

Los cursos para graduados


El llamado efectuado por el Informe Humphreys, y en especial por Perry Volpitto,
no cayó en saco roto pero se requirió de un buen tiempo para que se empezaran a for-
mar personas en el campo de la anestesiología y tuvieran la oportunidad de forjar una
dinámica docente amplia y continua. La creación de la Sociedad de Anestesiología
de Colombia sirvió de acicate, así como la creación de las Sociedades Regionales y la
participación en los Congresos Latinoamericanos de Anestesiología. Esto conllevó
un intenso trabajo académico y, sobre todo, gremial que se desplegó a lo largo de la

23
década de los 50 y tuvo como episodios sobresalientes la llamada revolución de las
tarifas y la contratación con el Instituto Colombiano de Seguridad Social6.
Pero más importante aún para el desarrollo técnico de la especialidad, fue el
estímulo para la formación de médicos colombianos en el exterior quienes paulati-
namente forjaron redes de expertos que posibilitaron la apertura y la continuidad
de cursos especializados de formación en anestesia para profesionales médicos. Esto
ocurrió en diversas partes del país, pero en lo que atañe a la Universidad Nacional
de Colombia, esto se dio bajo el liderazgo de personajes como Aníbal Galindo
Holguín, Germán Muñoz Wütscher y Gustavo Delgado Sierra.
En particular, el doctor Delgado Sierra —quien fue uno de los primeros alum-
nos de Juan Marín7 en el Hospital San José y anestesista de formación de la Clínica
Lahey de Boston— inició lo que puede llamarse el primer curso de postgrado en
anestesiología en el país, en el Hospital San Juan de Dios en 1954. Este programa ter-
minó convertido en la base para los cursos de posgrado de la Universidad Nacional
de Colombia llevados a cabo en 1959 y 1961 (Ocampo-Trujillo y Peña, 2012).

Figura 13. Gustavo Delgado Sierra, fotografía de Bernardo Ocampo, 2010, tomada de archivo de la S.C.A.R.E.

6 Para conocer algunos detalles de estos significativos episodios en el desarrollo de la Sociedad Colombiana de
Anestesiología, y en la historia del gremio de los anestesiólogos, se remite al lector al capítulo 7 del libro del
doctor Herrera Portón (1999), así como al capítulo 2 del libro de Bernardo Ocampo y Julio Enrique Peña (2017).
7 Según lo señala Ocampo en su Historia de la anestesiología colombiana, en 1948 inició el segundo grupo
de la Escuela de Anestesiología del Hospital San José y a ella ingresó el primer estudiante de medicina Armando
McCornick, a quien luego se le sumaron los estudiantes de medicina Hugo Franco, Gustavo Delgado y José Vicente
Sandino (Ocampo-Trujillo, 2016).

24
Tal como lo señala Jaime Herrera Pontón, en su obra varias veces referenciada, el
curso de posgrado de 1954 se llevó a cabo bajo los auspicios del Hospital San Juan de
Dios y se desarrolló a lo largo de 6 meses8. Como conferencistas invitados, se contó con
los anestesistas Alberto Delgadillo, José Vicente Sandino, Juan Martínez, Juan José
Salamanca y Juan Marín; y con el fisiólogo Luis María Borrero, el cardiólogo Fernando
Valencia y el cirujano Álvaro Caro. A su vez, asistió Robert Hingson, profesor de
anestesia de la Universidad Case de la Reserva Occidental, quien abordó el tema de la
anestesia obstétrica y realizó algunas demostraciones (Herrera-Pontón, 1999).
Bajo el liderazgo del doctor Delgado Sierra, la formación en anestesia sufrió un
cambio importante toda vez que en ella se involucraron más directamente los médi-
cos y se transitó de una práctica que se reputaba demasiada empírica a otra práctica
más exigente y soportada, de manera más directa y profunda, en los crecientes de-
sarrollos científico-técnicos. Por demás, se comenzó a realizar la evaluación preope-
ratoria y la administración de medicamentos preanestésicos al mismo tiempo que
se refinó el manejo transoperatorio. Esta labor fue continuada por Aníbal Galindo,
quien sucedió a Delgado tras su viaje a Estados Unidos. Hacia 1956, Galindo9
adoptó la modalidad de formación de residencias médicas aunque la Universidad
Nacional de Colombia todavía no había reglamentado esta forma de organización
del trabajo académico. Germán Muñoz, sucesor de Galindo, dice a su vez:

Los que tuvimos la fortuna de estar vinculados a la anestesia en esa época asisti-
mos a lo que podría llamarse el inicio de la era moderna de la Anestesiología en
nuestra Universidad. Se estableció definitivamente la consulta preanestésica,
mejoró la atención transoperatoria, se inició el uso relativamente sistemático
de los relajantes musculares iniciándonos en la era de la ventilación controlada
manualmente o con el auxilio de dos respiradores que disponíamos en ese en-
tonces, y lo que es más importante, se inició el intercambio científico con los
cirujanos buscando siempre una mejor atención al paciente. (como se cita en
Herrera-Pontón, 1999, p.197)

8 Según lo mencionan los doctores Herrera, Ocampo y Peña, en este curso se graduaron 22 médicos, entre quienes
se encontraron muchas de las personas que, posteriormente, fueron los líderes de la anestesiología en el país.
Entre estos graduados se destacan los doctores Hernando Barreto, Eliseo Cuadrado, Elberto Carrillo, Jaime de la
Hoz, Siervo Guzmán, Roberto Nel Peláez, Alvaro Niño, José Rodríguez y Jaime Téllez (Herrera-Pontón, 1999; Ocam-
po-Trujillo y Peña, 2012)
9 Según lo mencionan Ocampo y Peña, el doctor Galindo, en su momento jefe de anestesia del Hospital San Juan
de Dios, practicó en el país las dos primeras hipotermias para cirugía cardiovascular con circulación extracorpórea, lo
que le llevó a plantear la necesidad de crear una unidad de cuidados intensivos, idea que fue planteada antes de que
se creara la primera unidad en Boston. Sin embargo, solo fue hasta 1969 cuando se instauró la que es considerada la
primera uci en el país: la del hsjd. Galindo viajó a Estados Unidos para trabajar con el profesor John Bonica en Seattle
y luego se estableció definitivamente en ese país, en el Hospital Jackson Memorial (Ocampo-Trujillo y Peña, 2012).

25
En 1959 se empezaron a reglamentar los programas de residencias médico-qui-
rúrgicas en la Universidad Nacional de Colombia en un contexto de reorganiza-
ción institucional que conllevó no solo el reordenamiento de los departamentos de
la Facultad de Medicina sino la instauración de toda una reforma académica (Eslava
et al., 2017). En dicho año empezó a funcionar, ya en propiedad, la residencia de
anestesiología, la cual adquirió un gran prestigio en los años 60, bajo la égida de
Jaime Casasbuenas Ayala, Germán Muñoz y Fernando Flórez Burgos. Si bien la
residencia de anestesiología inició como programa académico de la universidad,
en sus primeros años contó con el apoyo y el aval de la Asociación Colombiana de
Facultades de Medicina (Ascofame).
Ascofame jugó un papel protagónico en el desarrollo e institucionalización de
los programas académicos de posgrado en medicina desde su creación en 1959 y ya
en 1963 erigió la anestesiología como una especialidad médica en el país. Esto, por su-
puesto, fortaleció la presencia de los anestesiólogos en las facultades de medicina. En
la Universidad Nacional de Colombia, la residencia de anestesiología adquirió mayor
importancia al igual que, un poco después, la recién creada Sección (luego llamada
unidad) de Anestesiología, dependencia del Departamento de Cirugía de la Facultad
de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia, la cual ofreció una rotación
para los estudiantes de pregrado en medicina que ha perdurado hasta el presente.

El programa de anestesiología y reanimación


Los años sesenta del siglo xx fueron particularmente importantes no solo para la
Facultad de Medicina sino para toda la Universidad Nacional de Colombia. En
ellos se vivió un intenso proceso de transformación institucional al mismo tiempo
que el clima político se fue radicalizando como respuesta a los múltiples cambios
experimentados en una sociedad en transición. Mientras la Facultad de Medicina
se iba acomodando al giro en el modelo de educación médica que se instauró entre
finales de los años 50 y comienzos de los 60, la universidad en su conjunto experi-
mentó el impacto de un proceso modernizador (Eslava et al., 2017).
Todo esto conllevó una dinámica de cambio, innovación y experimentación. En
la facultad, los cambios generaron un remezón en su cuerpo profesoral, algunos de
cuyos miembros renunciaron y terminaron en otras facultades de medicina10. Esto
posibilitó el ingreso de nuevo personal docente, muchos de los cuales empezaron a
10 Cabe señalar que hasta el comienzo de los años 40 del siglo xx, en el país solo había tres facultades de medicina.
En 1942 se creó una cuarta. Y entre 1950 y 1965 se crearon cuatro más, de tal manera que al comenzar los años 70
existían ocho facultades de medicina. Posteriormente, el aumento de la matrícula en medicina, y la multiplicación
de las facultades, fue exponencial llegando a sumar 58 programas de medicina en 2010. Crecimiento desmedido
que fue favorecido por las normativas nacionales de educación superior, en especial la Ley 30 de 1992. Hoy se
habla de que existen en el país un poco más de 60 facultades de medicina aunque, al parecer, hay solicitudes para
la apertura de nuevos programas (Sánchez-Bello, Galván-Villamarín y Eslava-Schmalbach, 2016; Escobar, 2017).

26
trabajar en calidad de profesores de tiempo completo11. De igual manera, los cam-
bios condujeron, por un lado, a un gran despliegue científico técnico que empezó
a posicionar a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia (y
sus centros hospitalarios insignia, el Hospital San Juan de Dios, La Misericordia y el
Instituto Materno Infantil) a la cabeza en muchos de los adelantos médico-quirúrgi-
cos implementados en el país y, por otro lado, al desarrollo de los programas de pos-
grado que, por demás, generó una nueva dinámica de formación dentro de la facultad.
Uno de esos programas de posgrado que empezó a funcionar fue el de anestesiología.

Figura 14. Cortesía de la Unidad de Medios de Comunicación (Unimedios), Universidad Nacional de Colombia.

11 Uno de los cambios importantes propuestos en la reforma de la Facultad de Medicina de aquel entonces,
que recogía las propuestas emanadas de las misiones médicas y los seminarios de educación médica llevados
a cabo entre 1948 y 1959, fue la contratación de personal docente de tiempo completo. Esto conllevó, por
supuesto, un esfuerzo presupuestal muy importante para la universidad a la par que una recomposición del
cuerpo docente, el cual acrecentó el personal especializado con formación en el extranjero, en especial en las
universidades y hospitales estadounidenses.

27
Bajo el liderazgo de Jaime Casasbuenas, Germán Muñoz y, un poco más tar-
de, Fernando Flórez, la escuela de anestesiología de la Universidad Nacional de
Colombia adquirió un enorme prestigio. El profesor Muñoz, oriundo del Líbano,
descolló como un espíritu inquieto y multifacético, riguroso pero atribulado por el
exceso. En su práctica clínica inventó una técnica anestésica para procedimientos
quirúrgicos cortos utilizando la llamada anestesia multimodal, la cual aplicó de ma-
nera amplia y solvente en la Clínica de Profamilia, lugar donde trabajó por muchos
años (Ocampo-Trujillo y Peña, 2012).

Figura 15. De pie: Germán Muñoz Wutcher; Aníbal Galindo; José María Zuluaga; Alberto Gutiérrez; César Arbo-
leda Cataño; Nacianceno Valencia Jaramillo; Xairo Vieira; Juan Marín Osorio. Sentados: Eliseo Cuadrado Del Rio;
Uberto García Orozco y esposas de los doctores. Detalle fotografía asistentes al III Congreso Latinoamericano
celebrado en Bogotá. Fotografía anónima, 1956, archivo privado de Humberto García.

Por su parte, Jaime Casasbuenas, oriundo de La Vega, se convirtió en el


impulsor y ejecutor de la idea propuesta por el doctor Galindo Holguín, de tal
manera que recibió cursos sobre cuidado intensivo en el paciente crítico y, junto
con otros importantes personajes, le dio vida a la uci del hsjd. Por su disposición
para el cambio y la innovación, se le apodó el loco Casasbuenas y en medio de su
inquieta disposición para participar en innovadores proyectos como la creación de
la Unidad de Recuperación Posanestésica, la Unidad de Cuidados Intensivos, el
primer banco de sangre de Bogotá y la primera toma de gases arteriales, se convirtió
en un promotor de la investigación, junto con su colega Muñoz.
Ya en 1963, en el boletín de la Unidad de Anestesiología del hsjd, Casasbuenas
y Muñoz escribieron lo siguiente:

Nosotros no creemos que la investigación sea un lujo, en primer lugar, y menos


aún que no podamos hacer investigación. Juzgamos que ello es difícilmente
posible , pero posible al fin y al cabo, si dicha labor se lleva a efecto comenzando

28
por el principio, es decir enseñándole a quien pueda y deba aprender, que la
principal amenaza para la anestesia es el olvidar, como ocurre en muchos si-
tios, que el anestesista es antes que todo un médico y que como tal es capaz
de adoptar una actitud terapéutica ante el enfermo; seguidamente, que esta
actitud terapéutica reposa sobre las altas calidades de conocimiento demos-
trable en cualquier momento, por lo cual debe acentuarse la precisión en la
enseñanza y en el aprendizaje haciendo más estrictas las condiciones del per-
sonal dedicado a ello. (como se cita en Ocampo-Trujillo y Peña, 2012, p.342)

Figura 16. Germán Muñoz. Foto cedida por la familia al Dr. Navarro

Figura 17. Doctor Jaime Casasbuenas, líder de la anestesia y del cuidado intensivo en Colombia. Fotografía de
Bernardo Ocampo, 2009, tomada de archivo de la S.C.A.R.E.

29
Con ello, los profesores no solo dejaban en claro su posición frente a la importan-
te labor de la investigación, sino que dejaban sentados dos de los pilares fundamentales
que han caracterizado a la formación del anestesiólogo de la Universidad Nacional de
Colombia: la noción de que el anestesiólogo es un médico en igual condición a la del
cirujano, dedicado a la atención y al cuidado del enfermo y, además, que para cumplir a
cabalidad su tarea, el anestesiólogo debe tener una rigurosa formación científica.

Figura 18. Ilustración realizada por el Dr. Muñoz para el boletín Vistazo, del Instituto de Seguros Sociales Edi-
ción No. 35-36. Julio-diciembre de 1990

Estos dos pilares, serán retomados y enaltecidos por el profesor Flórez Burgos,
quien con su enérgica presencia y su poderosa voz se convirtió en símbolo indis-
cutible del poder del anestesiólogo en la sala de cirugía. Tal fue su impacto en el
ejercicio docente de la anestesiología en la Universidad Nacional de Colombia, que
varios de quienes fueron sus discípulos suelen referirse a la escuela de anestesia de
la Universidad Nacional de Colombia como la «escuela del profesor Flórez12».
Dicho profesor fue uno de los primeros graduados del programa de posgrado de
anestesiología y allí fue discípulo de los doctores Muñoz y Casasbuenas. De mane-
ra muy rápida tras su grado, fue incorporado al programa docente y luego viajó a
Dinamarca y Suecia para llevar a cabo estudios avanzados de posgrado (Ocampo-
Trujillo y Peña, 2012).
12 Esta expresión se la escuché al profesor de anestesiología José Ricardo Navarro Vargas, actual decano de la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia, quien me confirmó la importancia de la figura del
profesor Flórez. Esto mismo lo confirmó el profesor de anestesiología José Francisco Valero Bernal, actual director
de la Unidad de Anestesiología de la Facultad de Medicina.

30
A su regreso al país y la Universidad Nacional de Colombia, trabajó durante
muchos años como jefe de la Sección de Anestesiología y, por ello, el programa de
formación tuvo su impronta. Según consta en el programa de posgrado presentado por
el profesor Flórez en 197313, la Sección de Anestesiología contaba con ocho profesores
de tiempo completo y uno de medio tiempo, cuya labor se desarrollaba, fundamental-
mente, en el Hospital San Juan de Dios y el Instituto Materno Infantil (imi).

Figura 19. Fernando Flórez B.

El contenido académico del programa, previsto para ser cursado en 2 años,


estaba organizado con un eje central: la atención directa del paciente, complemen-
tado con labores académicas dirigidas a darle soporte científico a las decisiones
tomadas en el desarrollo del servicio. La formación incluía aspectos de anestesia
general y elementos referidos a la anestesia según especialidades, con énfasis en la
anestesia pediátrica y obstétrica. Sin embargo, la idea era poder ampliar la labor a
otros campos. Tal como se consigna en el correspondiente programa,

En la actualidad el personal en entrenamiento deberá rotar por el Instituto


Materno Infantil por un periodo de dos meses donde el gran número de pacientes
se podrá obtener buena experiencia [sic] en lo que a anestesia obstétrica se refiere
y algo en anestesia pediátrica, específicamente en recién nacidos y lactantes. En
un futuro próximo se establecerá una rotación por un servicio de cirugía pediá-
trica. La limitación del tiempo de entrenamiento no ha permitido el establecer
13 Cabe señalar que si bien la formación de especialistas en anestesiología en la Universidad Nacional de Co-
lombia se lleva a cabo, de manera oficial, desde 1959 según las Resoluciones 307/59 y 239/60 de la Facultad de
Medicina (Flórez, 1973), en el año 1973 se vuelve a aprobar el curso de posgrado en anestesiología (Universidad
Nacional de Colombia, 1973). Se desconoce el motivo de estos ajustes normativos al interior de la Universidad
Nacional y no se han podido consultar de manera directa las resoluciones mencionadas en el programa presen-
tado por el profesor Flórez, aunque se presume que estos cambios pudieron estar relacionados con el hecho de
que, en un comienzo, los programas estuvieron avalados por Ascofame.

31
rotaciones planificadas por servicios como Cardiología y Neumología pero se
contempla en conjunto con dichos servicios la elaboración de un programa de
practicantía por tiempo limitado. (Flórez, 1973, p.18-19)

Atendiendo a estos deseos, y siguiendo las directrices de los seminarios de


formación en anestesiología de los años 1974 y 1978, y de la xxiii Convención
Nacional de Anestesiología, al comenzar los años 80 se llevó a cabo una reforma
curricular que incrementó el tiempo de entrenamiento en 3 años, cuya justificación
se dio en términos de «las exigencias que de ésta especialidad han hecho las demás
actividades médico-quirúrgicas, así como por la ampliación en los campos de apli-
cación, específicamente en la reanimación en los servicios de urgencias y cuidados
intensivos» (Céspedes, 1983, p.3).
Y es por este mayor peso que va teniendo el campo de la reanimación por lo que
el programa cambió su nombre a Especialización en Anestesiología y Reanimación,
identidad que va a conservar hasta la fecha y que quedó consignada en el Acuerdo
del 26 de 1983, «Por el cual se reestructura el programa de Especialización en
Anestesiología y Reanimación, adscrita a la Facultad de Medicina, Sede Bogotá»
(Universidad Nacional de Colombia, 1983). Según el programa presentado por
el profesor Mario Céspedes Vizcaíno, quien reemplazó al profesor Flórez varias
veces como jefe de sección a lo largo de los años 80 y 90, para 1983 el programa de
especialización contaba con nueve profesores de tiempo completo y uno de medio
tiempo, quienes laboraban en el hsjd, el imi y el Hospital de la Misericordia14.
Cabe señalar como un dato de singular importancia que al inicio de los años
80 ingresaron al programa las dos primeras mujeres docentes. Según los recuer-
dos de una de ellas, la profesora Madiedo, ella se presentó a la convocatoria de la
Universidad Nacional de Colombia y, al pasar, se convirtió en la primera mujer
docente de anestesiología de la Facultad de Medicina. Ella inició labores en 1982
en el hsjd. Según se menciona en la reseña que se hace de la doctora Madiedo en el
libro de los doctores Ocampo y Peña,

Se trabajaba con estudiantes de pregrado y posgrado. En esto no había dife-


rencia para los docentes, a menos que se dedicaran solo a la investigación. Eso
le daba fuerza a la especialización, porque el pregrado era el semillero del pos-
grado. El Dr. Fernando Flórez había traído el primer maniquí para enseñanza
de la reanimación que se conoció en Colombia. Lo consiguió en Copenhague,
y con ese equipo se daban las clases de reanimación. Para la enseñanza de la
14 Según el listado de profesores incluido en el documento de presentación del programa, los profesores eran
Mario Céspedes Vizcaíno, Fernando Flórez Burgos, Guillermo Torres Gaitán, Jaime Fonseca Perdomo, Guillermo
Charris Torres, Pedro José Sánchez Villamizar, Margarita de Arteaga, Nohora Madiedo de Jiménez, Octavio Baquero
y Germán Sandoval (Céspedes, 1983).

32
intubación el maniquí no se usaba, porque como había tanto trauma y mucho
muerto en el área quirúrgica, por la gran violencia de la época, se permitía a
los residentes e incluso a los de pregrado hacer la práctica de intubación en el
paciente que recién moría. «Además, porque ese maniquí era durísimo y por
esa razón era difícil de intubar». (Ocampo-Trujillo y Peña, 2017, p.152)

El contenido ampliado del programa desarrollaba ocho grandes áreas de co-


nocimiento que iban desde las nociones generales de física aplicada a la anestesia
hasta los problemas particulares de la reanimación, pasando por el análisis de los
equipos y máquinas de anestesiología, la anatomía topográfica, la fisiopatología, la
farmacología, los fundamentos técnicos de la anestesiología y la metodología de la
investigación. Además, en la práctica de los estudiantes se incluyeron las rotaciones
por los servicios de neumología, cardiología, urología, gineco-obstetricia y pedia-
tría, aparte de una actividad extramural (Céspedes, 1983).
El programa formulado en los 80 se mantuvo vigente durante varios años pero,
por supuesto, fue ajustándose a las exigencias propias de los servicios asistenciales
y los cambios técnicos dentro del propio campo de la especialidad. Además, en
la medida en que se fue dando un cambio generacional en el cuerpo docente, las
orientaciones fueron modificándose un poco y se replantearon algunas actividades,
lo cual fue estimulado por algunos cambios de importancia en la propia dinámica
institucional tanto de la Facultad de Medicina, como en la Universidad Nacional
de Colombia en su conjunto.

La renovación del personal


Hacia finales de los años 80 y comienzos de los años 90 del siglo xx, después de
experimentar un periodo de cierre, la Universidad Nacional de Colombia vivió un
nuevo momento de cambio estimulado por las propuestas de reforma curricular. En
ellas, no solo se propugnó por la transformación de las modalidades pedagógicas, la
disminución de asignaturas de los programas académicos y la reducción de la inten-
sidad horaria de la docencia presencial, sino que se buscó fortalecer las comunidades
académicas y la producción de conocimientos, bajo la consigna de la construcción de
una universidad de investigación (Universidad Nacional de Colombia, 1995).
Todo este agite académico propició una reorganización administrativa de los
programas de pregrado así como una intensa reflexión acerca del sentido, el alcan-
ce y la estructura de los programas de posgrado, una de cuyas modalidades es la
especialización. Por supuesto, se reconoció la especificidad de las especialidades

33
médicas pero también se propició que ellas entraran en dinámicas de cambio guia-
das por los mismos principios de flexibilidad, pertinencia y excelencia (Universidad
Nacional de Colombia, 1995).
La Facultad de Medicina no fue ajena a este proceso y ello condujo a la refor-
mulación de sus planes de estudio y al ajuste de todos sus programas académicos.
Las discusiones fueron permanentes, así como las propuestas y los debates. Y esto
empató con un momento de cambio generacional que ocurrió en los diferentes
departamentos y unidades de la facultad.

Figura 20. Facultad de Medicina

Para el caso de la Unidad de Anestesiología, esta época fue un momento es-


pecial en el que los profesores que guiaron durante años el rumbo de la anestesia
y la reanimación fueron retirándose y le dieron paso a un nuevo contingente de
profesores con una formación más formalizada y especializada en lo técnico y con
nuevos intereses y expectativas académicas y científicas. Fue entonces, entre los
años 80 y 90, cuando dejaron su labor docente los doctores Muñoz (quien falleció
debido a un cáncer de próstata), Casasbuenas, Céspedes, Flórez y Baquero.
Y fue en los años 90, cuando se incorporaron muchos de los profesores que
han guiado los rumbos de la anestesiología en la Facultad de Medicina durante los
años posteriores. Durante estos años ingresaron a la unidad los profesores Javier
Eslava Schmalbach, José María Lozada Camacho, María Patricia Gómez López,
José Ricardo Navarro Vargas, Rubén Darío Reyes Pardo, José Francisco Valero y
Bibiana Escobar Suárez.

34
Figura 21. Celebración de los 50 años del programa de Anestesiología de la UN, en el Hotel Tramonti de Bogotá (2009).

Todos ellos han continuado con el legado de sus viejos profesores en lo con-
cerniente a los principios de liderazgo profesional tanto en salas de cirugía como a
nivel gremial, desarrollo científico-técnico, investigación y, en especial, lucha por
la seguridad del paciente. Principios esenciales que, hoy en día, pueden ser conside-
rados como los pilares de una prestigiosa tradición que, a pesar de las dificultades
afrontadas en los últimos años, se sigue reconociendo como la escuela de anestesio-
logía de la Universidad Nacional de Colombia.
Posteriores cambios en el programa de la especialidad (Universidad Nacional de
Colombia, 2008; Universidad Nacional de Colombia, 2009; Universidad Nacional
de Colombia, 2010) han actualizado sus propósitos y objetivos y los han articulado
de mejor manera a las directrices generales de la universidad, pero sus principios per-
manecen incólumes y siguen guiando el compromiso que la Unidad de Anestesiología
mantiene tanto con la población colombiana como con el desarrollo profesional.

35
REFERENCIAS

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37
TABLA DE EGRESADOS DEL PROGRAMA DE
ESPECIALIZACIÓN DE ANESTESIOLOGÍA (Y
REHABILITACIÓN)
Año Egresados Alfonso Escobar L
Fernando Ignacio Flórez Burgos Carlos Díaz Núñez
1970
Jorge López Calero German Franco Colonia
1961 Medardo Marulanda Mejía
Jorge Osorio Reyes
José J Montoya Mejía Álvaro José Acosta Castañeda
Gustavo Ramírez Q 1971 Enrique Beltrán Mercado
1962 Juan López Portilla
Luis Mariano M
Guillermo García Triana Carlos Julio Rojas Guzmán
Julio Enrique peña Luis Eduardo Mena Lozano
1963 1972
Neftalí Díaz Reinaldo Oliva Buelvas
Oscar Angulo Uldarico Castaño Cárdenas
Carlos Osorio Reyes Cesar Alfonso Ortiz Bernal
1973
Guillermo García Giraldo Juan Simancas Rivera
1964
Jairo Paucart Molina Alberto Montañés Suárez
Mario camilo Céspedes Vizcaíno Fernando Almonacid Gálviz
Alberto Castellanos Perilla 1974 Guillermo Zabaleta Vega
Armando Sánchez Fonseca Luis Guillermo Márquez Lancherga
Ernesto Correa Sanabria Octavio Segura Guerrero
1965
Guillermo Torres Gaitán Max del Valle Zucardi
Jorge Mario Montañez Chacón 1975 Pedro Gustavo Valcarcel Cerón
Simón Hofman Zito Reinaldo Gutiérrez Torres
Guillermo Bernal puentes Wenceslao Cruz Gutiérrez
Humberto Mateus Cortés Guillermo E Riveros Rodríguez
1966 Jaime Arango Vélez 1976 Jesús Ernesto Rojas Escobar
Luis Corredor Castel Regulo Hernando Nates Nates
Octavio Garzón Roberto Chavarro Chavarro
Gabriel Franco Mejía Esperanza López Aristizabal
Humberto Moya Jiménez Fanny Gracia de Pérez
1967
Julio Sánchez Aldana 1977 Iván Humberto Navarro Beltrán
Luis Arroyabe L Jorge Ariel Marín Grisales
Alberto Bonilla Mateus Miguel Serrano Gómez
1968
Carlos Hernández Herrera 1978
Gonzalo Giraldo Muños Amilkar Parada Vivas
Jorge García Ortiz German Antonio Sandoval Vélez
1969 1979
Lucio Jenaro Fajardo Rueda Jorge Eliécer Sánchez Archila
Mario Granados Sandoval Pedro José Sánchez Villamizar

38
1980 Alfonso Beleño Díaz
José Enrique Calves González Fabio Hernando Useche Orjuela
Luisa cristina Beltrán Peñuela Gilberto Fernández Roa
1981 1988
Manuel Antonio Galindo Arias Luz Esperanza Ososrio Díaz
Stella Cristina Medina Lama María Isabel González Salazar
Omar Humberto Andrade Ossa
Carlos Patricio Molina López
1982 Juan Dagoberto Sotelo Salas Carlos Ignacio Ardila Millán
Margarita Rosa Ariza de Arteaga Clara Inés Zafra Delcey
Doris Jeannette Quintero Pardo
1983 Alonso Gómez Duque 1989
Francisco Joya Pinilla
Alfredo Quijano Caicedo Juan Martín González León
Fabio Reyes Avendaño Rafael Angel Ortiz Bayona
Fernando González Uribe Elsa Alvarado Conde
Guillermo González Reyes Héctor Orlando Arteaga Pesellín
Hernán Forero Pardo
1984 Jesús Isaías Salas Hinestrosa
José David Arévalo Vargas Jesús María Guzmán Quitian
Luz Gabriela Velásquez Romero 1990
Leonor Emperatriz Vargas de Otega
Martha Lucero Almanza de Herrera Luis Antonio Delgado Mela
Santiago eslava Cerón Rafael Humberto Herrera Mancipe
Simón Orlando León Corredor Sergio Enrique Mogollón Pérez
Carlos Alberto Ortiz Anaya Bernardo José López Robles
Francisco Duque Rojas Carlos Ruíz Pérez
Germán Ramos Arias Cesar Augusto Candia Arana
Jaime Eduardo Guevara Delgado
1985 Jorge Eliécer Conde Salcedo
Jhon F Prieto Barrero 1991
Jorge Luis Corredor Hernández
Mario Alberto Gutiérrez León José Fernando Torres Hernández
Oscar Palva Tibaduiza José María Lozada Camacho
Rafael Alberto Jiménez Delgado Luis Eduardo Cruz Martínez
1986 Carlos Álvarez Sánchez
Álvaro Augusto Gutiérrez Guerrero Humberto Elías García Amaya
Carlos Henry Ardila Orjuela Javier Hernando Eslava Schmalbach
Francisco Javier Restrepo Vélez 1992
Juan Carlos Villalba González
Gustavo López Corredor Myriam Fabiola Vanegas Torres
1987
Luis Eduardo Urrego Torres Olga Marina Restrepo Jaramillo
Olegario González Vargas
Pedro José Herrera Gómez
Rafael Ignacio Arteaga Villamizar

39
Alicia Elizabeth Barreto Rojas Diego Leonardo Pérez Monroy
Eduardo Flórez Martín Efraín Riveros Pérez
Gloria Inés Yepes Sanz Gabriel Alberto Solano Mojica
1993
Guillermo A. Peña Buitrago José Vicente Aragón
1999
Johnnie Smith Husbands Luque Martha Lucía Ángel Ángel
Juan Vicente Torres Pabón Oscar Fernando Cañón Pinilla
Andredi Miguel Pumarejo García Rubén Darío Carrasquilla Meléndez
Efrén Ricardo Velandia Aparicio Wilson Javier Gómez Barajas
Esther Clemencia Novoa Pineda Diana Patricia Romero Galvis
1994
Guillermo González Silva Gustavo Adolfo Victoria Cifuentes
Jaime torres Cruz Isabel Victoria Pinilla pico
2000
Pablo Luis Rojas Romero Luis Alberto Garzón Fernández
Amalia del toro Mosquera Ricardo Alfonso Morales Tamayo
Armando Eduardo Duque Mendoza Sergio Elías Bustamante Bejarano
1995 Darío Rodríguez Ferreira Amanda Alexandra Vargas
José Ricardo Navarro Vargas Carlos Enrique Cruz Contreras
Pedro Elías Lopierre Torres Cesar Guillermo Lora quintana
Claudia Rocío Carvajal Luis Fernando Pérez Medina
2001
Guillermo Alfredo Abella Pedraza Margarita María Corredor Ruano
Jorge Rodríguez Monroy Néstor Armando Pinzón Segura
1996 José Francisco Valero Bernal Néstor Augusto Sánchez Mojica
Juan Carlos Gómez Núñez Ricardo Orlando Torres Vargas
Juan Enrique López Dávila Alfonso Velandia Suárez
Luis Enrique Restrepo Perdomo Carlos Tarazona Sandoval
Agustín Matorel Ibañez Ingrid Pabón Reverend
Bibiana Jeannette Escobar Suárez Javier Alonso Vidal López
2002
Eric Brian Rosero Mora Luis Rafael Vargas Acero
1997 María del pilar Gutiérrez Roa
Javier Alonso Niño Rodríguez
John Jairo Gómez Montoya Olga Buenaventura Martínez
Mónica Cecilia Escudero Vega William Manybert Prieto Daza
Claudia Yazmina Komaromy Obando 2003 John Elkin Villota Sánchez
Javier Fernando Mendoza Jiménez 2004 Álvaro Luis Ochoa Solana
María Adiela Becerra Reyes Elkin Eduardo Garzón Rico
Mario Alejandro Villabón Gonzléz Guillermo enrique Ospino
1998 2005
Mary Hady Hidalgo Rentería Jorge Mario Córdoba Soto
Miguel Angel Mejía Sarmiento José Luis Afanador García
Rocío Esperanza Caro Pineda
Cesar Armando Rubiano Macías
Sandra Iris Sánchez Mejía
2006 Héctor Javier Benítez Quiroz
Leonardo Palacios Palacios

40
Hernando Gómez Danies Harold Berdejo Pacheco
2007 Juan Carlos Amaya Lamas 2014 Paula Andrea Medina Piedragita
Rubén Darío Pérez Anillo Sonia Romero Fuentes
David Alberto rincón Valenzuela Efraín Troncoso
2008 2015
José Francisco Pinzón Gómez Felipe González
Diana Esperanza Sabogal Linares Federico Garzón
2009 Jenny Paolo Garzón Rico 2016 Héctor González
Liliana Álvarez Plata Lorenna fierro
Etelberto Tejada López Alejandro Ospina
2010 Jorge armando Luqueta Berrio Cristian Borrero
José Luis Aldana Díaz 2017 Diego Velázquez
Andrés García Botero Marco Antonio Bolívar
2011 Darío José Perea Solano Oscar Zuluaga
Viviana Paulina Castillo Rosado Catalina Puello
Andrea Catherine González Torres Christian Briceño
2012 Andrés Felipe Corrales Rivera 2018 Joaquín Ruíz
John Elixander Bautista Sánchez Juan José Velásquez
Martha Lozano
Adriana Paola Barriga Moreno
Gustavo Duarte Ortiz
2013
John Jairo Páez López

41

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