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Maternidades adolescentes en contextos de marginalización urbana

Paula Fainsod

Abriendo preguntas…

No podría sola. Hoy todo es muy distinto. Me levanto y está mi hija. Y ya está grande
y camina conmigo, habla conmigo. Dice mamá, me hace re-feliz que me diga
“mamá”. Me hace muy feliz porque a pesar de todo, a pesar de la ignorancia que
uno tiene, yo sé que soy una buena madre. Me considero una re-madre porque me
guardo las abstinencias de un montón de cosas. Conozco gente igual que yo, con
hijos, que sigue en la misma, que no le importa un carajo. Yo era muy cachivache en
todo sentido, pero por ella cambié. Entonces, siempre digo: “a mí me la sacan, o
algún día le pasa algo y yo me muero”; me muero, ella es lo mejor que tengo.
(Graciela, 16 años, vivía en situación de calle y no asistía a la escuela al momento de
su primer embarazo).

¿Qué experiencias se tornan impensadas1 cuando la maternidad se propone como teniendo un


lugar adecuado?, ¿qué orden de relaciones se refuerzan en las exclusiones que señalan la
frontera entre las maternidades “normales” y las que no lo son?, ¿cuáles son las implicancias
materiales y subjetivas en las experiencias de maternidad para quienes son incluidas en el
rango de las maternidades “inesperadas”, “desviadas”, “desventajosas”, “otredad”?
Este artículo indaga sobre una de las caras de las maternidades que se inviste desde el
pensamiento hegemónico como diferencia deficiente: las maternidades adolescentes.2 Se abre
interrogación acerca de cómo habitan sus maternidades las adolescentes que viven en contextos
de marginalización urbana. “Interrogar por el cómo y no por el quién no constituye un mero
detalle. Allí reside uno de los ejes más fuertes del problema y una de sus mayores
complejidades teóricas, que habilita a pensar desde una noción de subjetividad que implique la
indagación de sus procesos de producción más que de sustancias, esencias o invariancias
universales” (Fernández, 2007:27). Lejos de intentar capturar en una definición cerrada la
maternidad adolescente, la pregunta por sus experiencias es, en parte, la pregunta por los
límites y posibilidades de los sujetos; es la pregunta por las tramas en las que estos procesos
tienen lugar.
Concebidas en el marco de contextos socioculturales e institucionales y como
resultado de -y simultáneamente como- procesos productores de relaciones de poder, se parte
de una visibilización de la multiplicidad de experiencias que se producen a partir de los
embarazos y las maternidades. Frente a las argumentaciones a-históricas y deterministas que
establecen destinos inevitables, se revisan en este artículo los binarismos jerárquicos que al
proponer como natural y normal un tipo de experiencia -y como naturalmente anormal todo lo
que se distancie de ella- refuerzan la estigmatización. Aquí se comparten algunos hallazgos de
mi proyecto de tesis doctoral. Sobre los resultados de un estudio socio-educativo desarrollado
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la tesis indaga sobre las experiencias sociales y

1
Ver Fernández (2006)
2
Se refiere a maternidades adolescentes, en tanto en el presente artículo se indagan las experiencias de las mujeres
que entre los 10 y 20 años han dado a luz un/a hijo/a nacido/a vivo/a. Esta mención teórica y política, destaca la
necesaria distinción entre embarazo y maternidad. En ocasiones estos términos se utilizan indistintamente, lo cual
conlleva que bajo la categoría maternidad queden invisibilizados los embarazos –que por diferentes motivos, entre
ellos los abortos– no llegan a término.
escolares de adolescentes madres que viven en contextos de marginalización urbana. En esta
oportunidad, se analizan sólo algunos aspectos de sus experiencias, aquellos que refieren a las
líneas de significación que ellas producen en torno a los embarazos y a las maternidades.
Desde los testimonios de 19 adolescentes y jóvenes se focalizará en cuatro ejes: las
prácticas sexuales a partir de las que llegan las entrevistadas a sus primeros embarazos, las
primeras reacciones frente a la noticia de los embarazos, las formas que toma la continuidad de
los embarazos y los sentidos otorgados a la maternidad. Una de las hipótesis centrales del
trabajo se orienta a afirmar que las múltiples experiencias se ligan, entre otros aspectos, a las
tramas conyugales-familiares-de pares-institucionales que van configurando diferentes tejidos
que juegan un papel fundamental en las formas que adquieren estas experiencias. Una primera
aproximación a las edades y a las tramas familiares en las que las adolescentes de la muestra se
encuentran insertas al momentos de los embarazos de sus primeros/as hijos/as arroja elementos
que permiten comenzar a reflexionar acerca de las particularizaciones de este grupo, como así
también de algunas distinciones a su interior que tienen lugar a partir de estos fenómenos.
Al momento del primer embarazo la mayoría de las entrevistadas (17) tenía entre 14 y
17 años de edad. Presentándose un caso de 12 años y en el otro extremo uno de 18. La
distribución de las edades se da de la siguiente forma: 2 adolescentes de 14 años de edad, 6 de
15, 6 de 16 y 3 de 17. Convivían con sus parejas 4 de ellas, 2 con sus parejas y familia nuclear,
1 sola en situación de calle y la mayoría de las entrevistadas (13) vivía con sus padres, madres
o padres, o tías. Quienes convivían con sus parejas tenían entre 16 y 17 años. En ese momento
no asistían a la escuela 6 de las entrevistadas, de las cuales 4 vivían con sus parejas y una de
ellas en situación de calle.

Discusiones en torno a la maternidad adolescente

La maternidad adolescente comienza a ser visualizada como “problema” a mediados de 1950.


En los países centrales, en un contexto de pleno empleo, crecimiento de la matrícula escolar y
desarrollo de políticas sociales, los embarazos y las maternidades adolescentes se constituyen
como problema, en principio, de salud pública. A partir de allí, y centrados inicialmente en el
paradigma funcionalista, se desarrolla un importante caudal de estudios en la temática. Estos
primeros trabajos, cuyas argumentaciones mantienen su hegemonía en la actualidad,
universalizan a las maternidades que se dan entre los 10 y 19 años bajo el rótulo de
“maternidad temprana”, “maternidad desventajosa”.
En su enunciación esta clasificación propone una dicotomía jerárquica desde la cual
se contrapone una maternidad “normal”, “a tiempo”, “ventajosa” con otra que constituye su
reverso, el polo negativo. En sus explicaciones sobre las “desventajas” que sufren quienes se
alejan del modo “normal y universal” de maternidad la naturaleza gana terreno como excusa.
Desde estos trabajos, esas maternidades se constituyen como riesgosas y deficitarias en tanto
tienen lugar en cuerpos inmaduros física, psicológica y socialmente. Por un lado, se postula a
la edad “temprana” como una situación de riesgo biológico. Según los resultados de los
estudios que se comprenden en este paradigma, la baja edad tiene efectos adversos sobre la
salud de la madre y del niño (nacimientos prematuros, bajo peso al nacer, con el consiguiente
impacto en la morbi-mortalidad perinatal y materna) implicando mortalidades maternas e
infantiles más altas que en otros grupos etarios. Por otro lado, el ser madres en esa etapa de la
vida se convertiría en un riesgo social en tanto traería aparejado el abandono de los estudios y
la inmediata exclusión del sistema productivo, llevando así a la reproducción de la pobreza.
“La” edad y las características propias y naturalmente disfuncionales de la pobreza (familias
“desestructuradas”, adolescentes con baja autoestima, adolescentes “irresponsables”, patrones
culturales “deficitarios”, “falta de información”) se constituyen como las causas de los riesgos
asociados a estas maternidades.
Amparadas en la neutralidad como sinónimo de cientificidad, estas argumentaciones
etnocéntricas y normativas respecto de la adolescencia y de la maternidad, proponen un
análisis a-histórico y a-social, desde el cual las maternidades “tempranas” se constituyen como
desvíos por déficits de ciertos individuos, familias o grupos. Equivaler embarazo y maternidad
adolescente a “precocidad desventajosa”3, invisibiliza otras muchas situaciones en las que la
maternidad resulta desventajosa. Anudando la desventaja sólo a la edad en la que se dan estas
experiencias se invisibilizan las condiciones económicas, sociales y culturales que configuran
diferenciales escenarios sociales e institucionales. Por otro lado, bajo esta categoría se universaliza
la experiencia. Esta nominación, al desconocer las multiplicidades, totaliza la experiencia
postulando “a estas adolescentes como víctimas pasivas de sus adversidades y sin poder advertir
los resortes de producción de proyecto y de autonomía que a partir de su maternidad puedan -en
algunos casos- desplegarse” (Fernández, 2004:14).
A mediados de la década de 1980, y de la mano del paradigma crítico, se desarrollan
una serie de trabajos que aportan otras lecturas respecto de estos procesos. Desde estos
estudios, se determina que “si bien el embarazo precoz -definido en términos biomédicos- 4
podría constituirse efectivamente en un riesgo para la salud; no se observan las mismas
características en los embarazos que ocurren a partir de los 15 años. A partir de esta edad, en
condiciones adecuadas de nutrición, de salud y atención prenatal, los embarazos y partos no
conllevan riesgos mayores que los que ocurren entre los 20 y 25 años, por compararlo con otro
grupo erario” (Atkin, 1994: 26). Además, la asociación que suele establecerse entre la edad en
la que ocurre el embarazo y los daños de salud que conlleva, se debilita considerablemente si
se toma en cuenta que la fecundidad adolescente tiende a concentrarse en los grupos más
pobres de la sociedad, que presentan condiciones desfavorables en la nutrición y la salud de la
madre. Es decir, que “el riesgo asociado a la maternidad adolescente es más una manifestación
de las condiciones de pobreza y desigualdad social que consecuencia de la edad en la que
ocurren los embarazos” (Stern, 1997:139).
Un importante caudal de trabajos desplegados desde esta vertiente comienza a dar
visibilidad a las dimensiones sociales, económicas, culturales y políticas de estos procesos. Se
enuncia, a partir de sus resultados, que la edad, las configuraciones subjetivas y las familiares
se combinan con posicionamientos de clase, de género, de generación y étnicos que generan
diversas desigualdades anudadas a estas experiencias. Se reconoce la matriz socio-histórica que
-en tanto desigual e injusta- opera desigualdades y violencias en el caso de las adolescentes,
mujeres y pobres. Al mismo tiempo, una serie de desarrollos comienzan a denunciar los efectos
devastadores que tienen ciertas totalizaciones sobre estas maternidades. Incluyendo la
dimensión social y subjetiva de estos procesos se ejerce universalización cuando se los explica
como solamente ligados a proyectos de auto-realización en los sectores populares, o sólo al
mito Mujer = Madre, o como embarazos ligados a un deseo inconciente o como no deseados.
Estos discursos que atrapan en una definición certera las experiencias de las adolescentes dejan
en las sombras toda una serie de desamparos sociales e institucionales. Desde allí surge la
indagación sobre las múltiples experiencias que se producen a partir de estos fenómenos. Se
replantean, de este modo, los reduccionismos que demarcaron las posibilidades de saber en
torno a este campo de problemas, desplegando la interrogación de hasta dónde sería posible
pensarlas de otro modo y proponiendo innovadoras perspectivas para su comprensión.

Acerca de cómo llegan a sus primeros embarazos

Te cuento desde el principio. Yo estaba de novia y me quedé embarazada,


pero sin darme cuenta. Él se habrá dado cuenta que no se cuidó, pero es más
3
Ver Fernández, A. M . (2004)
4
El que ocurre antes de tener la madurez ginecológica necesaria, la cual se define dos años después de la menarca,
alrededor de los 14/15 años.
tonto que no me avisó nada. Yo no me di cuenta, que sé yo, era re pendeja, no
sabía, pensé que el sí sabía
(Karen, 15 años, vivía con su madre y asistía a la escuela al momento de su
primer embarazo).

Yo sé que lo hice con él, que no me cuidé. Pero no pensé que iba a llegar el
momento en que yo iba a estar embarazada. Siempre le decía a todas mis
hermanas: “yo no voy a tener hijos, yo no quiero saber nada de hijos”. El
error lo cometí yo en no cuidarme. En las relaciones que tuve con él nunca
me cuidaba
(Raquel, 15 años, vivía con su madre y asistía a la escuela al momento de su
primer embarazo).

Según diferentes trabajos, lejos de ser planificados, los embarazos en esta etapa y en contextos
de pobreza hablan mayormente de situaciones en las que poco lugar hubo para la planificación,
las decisiones autónomas o los proyectos anhelados.5 Al acercarse a las formas en las que las
adolescentes del estudio llegan a los embarazos de sus primeros/as hijos/as nacidos/as
vivos/as,6 se comienzan a visibilizar las marcas materiales y simbólicas de la marginalización y
del género.
Cuando se les pregunta acerca de si estaban utilizando algún método anticonceptivo
al momento del embarazo de su primer/a hijo/a, la mayoría respondió que no. El no usar un
método anticonceptivo no es necesariamente sinónimo de querer un embarazo, buscarlo o
querer tener un/a hijo/a. De las entrevistadas, solo una señaló explícitamente no haberse
cuidado anticonceptivamente -en ese tiempo- porque tenían planeado con su pareja tener un/a
hijo/a. Una utilizaba píldoras anticonceptivas, pero las administraba incorrectamente. El resto
tuvo su primer embarazo sin cuidarse anticonceptivamente y sin haberlo planificado. Al
indagar en sus historias se pueden identificar los diferentes mecanismos que se ponen en juego
en la posibilidad de usar un método anticonceptivo. Se confirma en ellas, tal como lo expresan
las investigaciones en la temática (Grimberg, 2002; Weller, 2003; Fainsod, 2006), el lugar
necesario pero no suficiente que tienen el acceso a la información y a los MAC (métodos
anticonceptivos) en la concreción de su utilización.
Diferentes son las narraciones de cómo llegaron, sin planificarlo en ese momento
inicial, a sus primeros embarazos. Algunas de ellas (5) expresaron que si bien contaban con
información, se cuidaban de vez en cuando, mencionando en tres casos el uso intermitente del
preservativo. Los motivos por los que dijeron cuidarse anticonceptivamente de vez en cuando
se vinculan principalmente con considerar que a ellas no les iba a pasar (sin aclarar en sus
relatos qué es lo que no les iba a pasar). Dos de esas cinco entrevistadas convivían con sus
parejas antes de sus embarazos y tres de ellas comentaron estar de novias. Tres estudiaban y
dos no.
En relación al uso de preservativos, tomando como antecedente las conclusiones de
Grimberg (2002), se podría hipotetizar que el preservativo suele ser la forma más común de
protección sexual aunque su uso es eventual y ligado con el tipo de relacionamiento. En esa

5
Se toma como uno de los antecedentes un estudio sobre embarazo adolescente en sectores populares
desarrollado por el CEDES en 2005, en el cual se encuestaron un total de 1645 adolescentes, con una edad
promedio de 17,5 años, que dieron a luz entre diciembre de 2003 y febrero de 2004. Al momento del último
embarazo, el 81,5% de las encuestadas no estaba utilizando un método anticonceptivo. El 60% de ellas reportó
que no buscaba tener un/a hijo/a en ese momento. Los motivos de la no utilización de MAC fueron: a) no
esperaba tener relaciones en ese momento (35,8%), b) no conocía los métodos (11,8%) y c) quería tener un hijo
(9,4%).
6
Si bien de las entrevistadas de la muestra ninguna menciona haber tenido embarazos previos al de su primer/a
hijo/a nacido/a vivo/a, la mención al respecto intenta visibilizar esta posibilidad; al tiempo que distinguir
embarazos de maternidades.
investigación, se destaca que el preservativo se deja de utilizar en el marco de las relaciones
definidas como “estables” para los y las jóvenes entrevistados/as.
La distribución masiva de información y de MAC, resulta altamente necesaria, se
vincula con criterios de igualación y democratización, constituyendo su accesibilidad un
derecho de todos y todas. Pero en los testimonios se expresa cómo la posibilidad de una
decisión autónoma sobre los cuerpos y el uso de MAC se relacionan -además- con otras
dimensiones que merecen ser tenidas en cuenta a la hora de analizar las prácticas sexuales y las
anticonceptivas puntualmente. Las relaciones de poder en las relaciones sexuales, los sentidos
(en torno al cuerpo, a la anticoncepción, a la femineidad, entre otros), las formas de
experimentar el tiempo, son algunas de las dimensiones que señalan la necesidad de una
mirada más minuciosa en relación a las condiciones de producción de las relaciones sexuales.
Ligado a lo anterior, otras cuatro (4) entrevistadas comentaron que ellas sabían acerca de “qué
hay que hacer” pero que nunca se cuidaban. En los testimonios se presenta un sentido ligado a
cierta “inmunidad”, como si los embarazos u otras situaciones (ETS, vih-sida, que no son
mencionadas en las entrevistas) no resultaran probables para ellas en ese momento. Se desliza
en sus entrevistas un cuerpo que se deja a expensas de lo que acontezca. Esto se expresa en una
lógica temporal en la cual queda anulada la relación causa-efecto entre relación sexual sin
protección-alta probabilidad de embarazo. Esta relación causal se debilita o no se pone en
juego al momento de sus prácticas sexuales o al referirse a ellas.
Por un lado, no parecieran desplegarse como posibles consecuencias de una relación
sexual no segura, ni un embarazo, ni la transmisión de una enfermedad. En este sentido, y
vinculada con la experiencia del tiempo en contextos de marginalización, se destaca la
recurrencia en algunos testimonios de la exposición al riesgo en los robos, en el consumo de
sustancias tóxicas, en las relaciones sexuales desprotegidas. En situaciones de extrema
vulnerabilización, para quienes viven en la calle, la supervivencia conlleva la puesta al máximo
de esta experiencia temporal en la cual se pierde la posibilidad de anticipación. Vivir el día a
día, no saber no sólo qué va a suceder sino si algo va a pasar, no deja lugar para pensar en
posibles consecuencias, llegando a dejar de importar -en ocasiones- la propia muerte como una
de las consecuencias probables.
Por otro lado, se expresa otra insistencia: un quedar a expensas de lo que acontezca
dejando la decisión del uso de un MAC en manos de otros/as, que generalmente son los
varones parteners o las madres. En algunos casos los cuerpos de las mujeres, fragmentados de
la experiencia, como cuerpos objeto, quedan puestos “al servicio” del varón. Son los varones
quienes -según lo expresan las entrevistadas- parecieran decidir cuándo tener relaciones,
cuándo y quién usa MAC, cuándo tener hijos/as. Según algunas de las entrevistadas, los
varones y también ellas mismas consideran que son los varones quienes “deben” decidir. Así,
algunas comentan que no se cuidan porque creen que son ellos los que se cuidarán
anticonceptivamente, los que decidirán por ellas y quienes las cuidarán. Reforzando una noción
de los cuerpos femeninos tutelados, en una entrevista grupal, las adolescentes y jóvenes relatan
cómo para ellas las mujeres y sus sexualidades pasarían de la tutela de los padres a la de los
varones parteners.
El cuerpo a expensas del otro/a, como un cuerpo objeto, queda plasmado en varios
relatos. Se explicita más claramente este sentido en quienes comentan que sus primeros
embarazos se vinculan a su iniciación sexual. La desigualdad de género en las decisiones en
torno a las relaciones sexuales se presenta con mayor intensidad en los relatos de tres de las
entrevistadas quienes tienen su primer embarazo entre los 14 y 15 años. El caso extremo de
avasallamiento y ultraje del propio cuerpo se expresa en una de las entrevistadas, quien con 12
años sufre una violación que trae -entre otras consecuencias- su primer embarazo.
Como parte del discurso sexista que deja desamparadas a las mujeres en la posibilidad
de tomar decisiones autónomas, con otras argumentaciones, desde algunos relatos se sostiene
que somos sólo las mujeres quienes debemos hacernos cargo de la anticoncepción. Algunas de
las entrevistadas sostienen que la reproducción y los embarazos son cosas de mujeres en las
que los varones nada tienen que ver. La responsabilización de las mujeres por sus historias
sexuales y reproductivas se producen y reproducen no sólo en las formas que toman las
relaciones de poder en el mundo privado, sino que ella se reitera en diferentes instituciones
sociales. Así, por ejemplo, tal como lo señalan Morgade (2006) y Fernández (2005) se
producen “diferencias desigualadas” (Fernández, 2007:11) en las estrategias institucionales y
políticas sociales que toman sólo a las mujeres jóvenes como destinatarias de las propuestas de
educación sexual, de salud sexual y reproductiva o de prevención del embarazo adolescente.
En estas apreciaciones, que refuerzan el sexismo y la heteronormatividad, “está operando el
mito Mujer = Madre, con lo cual prácticamente la única particularidad femenina para esta edad
será su capacidad de embarazarse. Se invisibilizan así otras especificidades, problemas y
necesidades de mujeres de esta edad y se invisibiliza también la necesidad de estudios y políticas
referidos a adolescentes varones procreando y/o evitando procrear” (Fernández, 2004: 15).
Como parte de un proceso racional y voluntario, la posibilidad usar un método
anticonceptivo, buscar información y hasta el respeto propio y por el/la otro/a se sostienen
desde las entrevistadas como construcciones libres. Las relaciones de poder, las desigualdades,
los avasallamientos sufridos se invisibilizan en las formas en que relatan cómo llegan a sus
primeros embarazos. De este modo, en la des-historización de estos procesos, los sostienen
como naturales y libres, proponiendo a cada quien como responsable de lo que le acontezca. La
posibilidad de la autonomía en la toma de decisiones, de respetarse y respetar a los/as demás,
se anuda a sus condiciones de producción que refieren a la clase, al género, a la edad, entre
otros posicionamientos. En los testimonios se evidencia la vigencia y la eficacia de los valores
correspondientes a una sociedad tradicional en términos de género, aún cuando se presentan
tensiones con valores que priorizan proyectos de independencia para niñas y adolescentes. Al
mismo tiempo en sus cuerpos, en lo que se sabe y en lo que se ignora, en la posibilidad de la
decisión autónoma, se expresan las marcas de la marginalización.
Cuerpos poco explorados, desconocidos, ajenos a ellas mismas y a expensas del deseo
del otro. La mayoría de ellas no planificó esos embarazos, marcando la concreción de los
mismos las desigualdades de clase, de género y etarias. Aún con algunas distinciones, en este
primer hito, el que refiere a la forma en cómo llegan a sus primeros embarazos resultan sutiles
las distancias según la trama familiar; opera más fuertemente como situación de avasallamiento
la diferencia en las edades, viendo cómo en las más chicas de edad al primer embarazo se
profundizan las relaciones desiguales de poder y las violencias.

La noticia del primer embarazo

Pasaba el primer mes y no me venía (la menstruación), y pasaba el segundo... como


que no lo admitía. No admitía que estaba embarazada. Pensaba que me iba a venir
porque yo no soy regular, no me viene todos los meses, y entonces pensé que me iba
a venir. Después, con el pasar de los días, de las semanas, fui confirmando…porque
después mi cuerpo empezó a cambiar.
(Mayra, 14 años de edad, vivía con sus padres y no asistía a la escuela al momento
de su primer embarazo)

V: Me ponía bien pensar que iba a tener un hijo; también me ponía mal porque era
muy chica y tenía miedo de hacerlo mal… de hacer algo mal.
E: Hacer algo mal, ¿como qué?
V: No sé, de hacer algo mal, de no saber hacer algo acerca del bebé.
E: Y cuando pensabas que eras muy chica, ¿era en relación con esto que pensabas
que no sabías cosas?
V: Sí, me faltaba aprender muchas cosas, me faltaba pasar muchas cosas también.
Bueno, pero no me arrepentí tampoco porque para qué me voy a arrepentir si ya no
se puede hacer nada.
(Viviana, 17 años, vivía en pareja y no asistía a la escuela al momento de su primer
embarazo).

Trasladarse al momento de la noticia del primer embarazo se propone como un ejercicio para
identificar algunas reacciones iniciales ante esta situación. En ellas se confirma que lejos de
una situación racional, voluntaria y buscada, la mayoría de los embarazos y maternidades se
presentan inicialmente como situaciones ligadas a diferentes vulnerabilizaciones que poco
lugar dejan para las decisiones autónomas.
No se trata de negar que para algunas de las adolescentes el embarazo pueda ser una
situación buscada y/o programada anticipadamente, o que para muchas otras el proyecto de
tener un/a hijo/a se constituya como tal una vez procesada la noticia. La maternidad puede
percibirse para algunas adolescentes de sectores populares como “una opción concreta de
autoafirmación y realización personal” (Urresti, 2003:242), situación que -y para no caer en un
relativismo cultural- habrá que seguir indagando. En las entrevistas desarrolladas en el marco
de la presente investigación no es esto lo relatado cuando las entrevistadas refieren al momento
previo y al momento en el cual conocen la noticia. ¿Hasta qué punto los embarazos en ellas
constituyen un opción, una búsqueda concreta o resultan una resolución impuesta anudada a
toda una serie de vulnerabilizaciones?
Ligado al modo en el que llegan a sus embarazos, para la mayoría -salvo uno de los
testimonios- la noticia del embarazo resulta inesperada. En este punto, en este primer momento
no se observan diferencias entre el estar en pareja o no, el estar contenida en una trama familiar
o no, ni siquiera en las diferencias de edades o escolaridad. En las formas en que se estructuran
los relatos se registran algunas insistencias en torno a la noticia del embarazo que lo señalan
como un momento significativo en sus experiencias. Dos fueron las respuestas que insisten en
casi la mayoría de los testimonios. Por un lado, la noticia del embarazo sorprende y; por el
otro, irrumpe/interrumpe “ese” momento de la vida. Excepto para una de las entrevistadas,
quien expresa que anticipadamente planeó el embarazo de su primer hijo, en todos los otros
relatos se menciona como primera reacción la sorpresa ante la noticia. Vinculado a la ausencia
de una relación causa-efecto en torno al vínculo uso de método anticonceptivo-posibilidad de
embarazo; algunas de ellas manifiestan que en un primer momento no podían creerlo, que no
entendían cómo esa situación tenía lugar.
En general, las entrevistadas se dan cuenta que están embarazadas pasados algunos
meses y según comentan, les cuesta llegar a vincular la falta de la menstruación con un posible
embarazo. Por un lado, algunas de ellas relacionan este “no darse cuenta” con un
desconocimiento del propio cuerpo y/o de los síntomas del embarazo, con no considerar la
posibilidad de un embarazo en las primeras relaciones sexuales o por las irregularidades de sus
ciclos menstruales que las lleva a no vincular las faltas con posibles embarazos. Estas
explicaciones otorgadas al “no darse cuenta” arrojan algunos indicios de cómo ellas viven su
cuerpo, su sexualidad. Se presentan estas primeras reaccionas sobretodo con aquellas de menor
edad y que no vivían en pareja. También el “no darse cuenta” se plantea en algunos otros
testimonios como un modo de no querer saber, como una forma de congelar el momento. En
esos casos más que un bajo registro del propio cuerpo, se podría pensar esta práctica como una
estrategia de control de la situación hasta que otra cosa tenga lugar o pueda hacerse. La
sorpresa se combina luego con diferentes expresiones: miedo, tristeza, vergüenza, alegría. A
partir de allí y en las distintas combinaciones se comienzan a vislumbrar algunas distinciones
según las edades al momento del primer embarazo y las tramas en las que las entrevistadas
están insertas.
Para muchas de ellas esos embarazos irrumpen un momento vital, interrumpen una
etapa o el desarrollo de “lo que debiera” ocurrir como desarrollo normal de la adolescencia o
de las etapas de la vida. Desde las entrevistadas, el embarazo no sintoniza con ese momento,
con lo esperado para ellas en ese período de la vida. Para quienes estaban en situación de calle,
para las que no vivían con sus familias, para quienes estaban afuera de la escuela, para quienes
vivían con sus familias y estudiaban, la maternidad pareciera ser un proyecto “para toda mujer”
aunque en ese momento vital la noticia se presenta “fuera de tiempo”.
De las entrevistadas, seis (6) comentan que reaccionan bien ante la noticia, aunque
con algunas ambigüedades, algunas de ellas expresan “por un lado bien y por el otro mal”. De
ellas, cuatro (4) ya vivían en pareja, las otras dos (2) con sus familias que resultan -desde lo
que ellas reportan- altamente contenedoras. En todos los casos surge, aunque ellas dicen
sentirse contentas, el temor de cómo la noticia será tomada por la familia. Al temor que genera
el contar la noticia al resto de la familia, se suman para algunas las contradicciones por el
temor que sienten algunas de ellas respecto de su capacidad para criar a un/a bebé.
Para la mayoría de las entrevistadas (13), sus primeros embarazos constituyen una
mala noticia, tres (3) de ellas recuerdan ese momento con la expresión “Me quería morir”. Seis
de ellas -todas con 15 años de edad al momento de la noticia- expresan que pensaron
inicialmente en no continuar sus embarazos. Según el relato de las entrevistadas, esos
embarazos son una mala noticia por el miedo que generan en relación a las reacciones
familiares, para otras por el temor de no poder cuidar “adecuadamente” a sus hijos/as y
también algunas de ellas comentan que es una mala noticia porque no lo esperaban en ese
momento en el que estaban haciendo “otras cosas”.
Para quienes resulta una mala noticia, algunas (6) lo ocultan/lo silencian a sus
familias y casi la mayoría se da cuenta de los embarazos tardíamente. El ocultamiento, el
silencio ante la noticia puede ser leído de distintas maneras. Tal como propone Calveiro
(2005), al referirse a la violencia familiar, el silencio puede ser leído como una forma de
sumisión, de acallamiento. “En este caso, el silencio remite al no poder decir como un acto que
expresa relaciones de poder públicas o privadas. Los poderosos imponen los silencios que los
protegen. Acallan la palabra. (…) a diferencia del olvido, el silencio suele abrir un compás de
espera para el resurgimiento de la palabra” (Calveiro, 2005:120). Algunas de las adolescentes
silencian y callan la noticia por el temor al castigo, al reto de los padres, al rechazo de sus
familias. El silenciamiento se encuentra en su máxima expresión en el caso de L. quien sufre
una violación y es amenazada por su victimario. Pero también como propone la misma autora,
el silenciamiento se presenta en algunas de las entrevistadas como formas de fuga o resistencia,
que más o menos voluntariamente establecen un impasse. Algo así como controlar la situación
hasta que pueda hacerse alguna otra cosa o se esté en mejores condiciones para contarlo. Así,
por ejemplo, una de ellas que al momento de su primer embarazo tenía 17 años, decide
comentarle la noticia a su novio, irse a vivir con él y con sus suegros -quienes saben de su
embarazo-, pero no le cuenta a su madre hasta luego de varios meses, cuando ella se siente más
segura para hacerlo.
Los modos de tramitar la noticia de los embarazos comienzan a delinear las
diferencias en las edades y las tramas familiares. Para la mayoría de las entrevistadas, los
embarazos resultan inesperados y sorprenden. Al mismo tiempo, al hacer referencia a este
momento inicial, insiste en los relatos una referencia a una noticia que irrumpe e interrumpe
sus vidas. A partir de allí, y en el marco de diferentes tramas institucionales y familiares, se
producen múltiples sentidos y se trazan distintas formas de hacer pública la noticia.

¿La decisión de continuar?

R: Cuando mi mamá se enteró que estaba embarazada se enojó conmigo.


E: ¿Por qué pensás que se enojó?
R: Porque me dijo que perdió la confianza en mí. Ella me dijo: “¿cómo pudiste hacer eso?”
E: ¿A qué se refería cuando decía “cómo pudiste hacer eso”?, ¿Qué sería eso?
R: Hacer el amor. Mi mamá me dijo: “cómo abriste los ojos de un día para otro!”. Ella se
puso mal y me dijo: “bueno, ahora ya es tarde”. Se enteró que yo quería sacármelo y me
dijo: “vos te lo llegas a sacar y va a ser lo último que hagas; yo te hago la denuncia”. Y yo
le dije “¿pero qué voy a hacer con un hijo?”. Y me dijo: “ya está, vos cometiste el error,
ahora bancátela”.
(Raquel, 15 años, vivía con su madre y asistía a la escuela al momento de su primer
embarazo).

D: Por un lado yo quería abortarlo… Pero una chica me ayudó mucho, ella me dijo: “yo
también aborté, pero no sabés lo que te puede llegar a pasar” y quizás eso me hizo pensarlo
más.
E: ¿Y qué pensaste que te podría pasar?
D: Ella me decía que se puso la pastilla y paró en el hospital y obvio que se dieron cuenta y le
dijeron que no la iban a denunciar. Me acuerdo que yo era chica, me dieron turno y me
atendió un ginecólogo, un hombre grande. Yo le dije que me parecía que estaba embarazada y
que no quería tener el bebé. Me dijo:“¿cómo que no querés tener el bebé? ¿y a qué venís?
¿Vos pensás que acá te vamos a dar una solución, que te vamos a sacar a tu bebé? No, acá
venís para controlarte. Nunca más fui a atenderme allá, me hice los controles en la otra salita.
Me acuerdo que me fui y dije:“no quiero que me atienda un hombre”.
(Delia, 15 años, vivía con su tía y no asistía a la escuela al momento de su primer embarazo).

Yo tenía pensado seguir estudiando y no tener ningún bebé porque era chica. Yo no quería.
Pero bueno, pasó y fue así nomás. Después ya me junté con mi marido y él empezó a trabajar y
tuve que volver todo atrás de vuelta.
(Maricel, 15 años, vivía con sus padres y no asistía a la escuela al momento de su primer
embarazo).

La mayoría de las entrevistadas (11) manifestaron que no querían tener un/a hijo/a en ese
momento. A partir de allí diferentes son los modos que toman la continuidad a los embarazos.
Al relatar cómo fue tomada la noticia del embarazo, como una posible opción o como una opción
desechada, el aborto se menciona en siete (7) entrevistas. Una de ellas vivía con su pareja, el
resto estaban de novias y vivían con sus familias y en un caso con una tía. En algunos casos, las
dos más chicas, se menciona el aborto como una opción desechada. Otras tres (3) entrevistadas,
que en aquel momento tenían 15 años, comentan que en un momento piensan en practicarse un
aborto. Diferentes situaciones terminan por anular esta posibilidad.
En los relatos que mencionan el aborto como una opción desechada se expresa que no
pensaron en esa posibilidad por el temor a que les pasara “algo” en relación a su salud, donde
también tiene incidencia la familia. Una de ellas, de 14 años al momento de su primer embarazo,
comenta que son sus padres quienes le piden que no hiciera “macanas” -refiriéndose al aborto-.
Asumir su responsabilidad y la inocencia de los/as “niños/as por nacer” son otras de las
argumentaciones. Entre sus consideraciones se encuentran respuestas asociadas a la condena de la
sexualidad “irresponsable” siendo el embarazo el precio a pagar por el error que cometieron.
Quienes en algún momento pensaron en practicarse un aborto, lo desestiman por el temor a la
sanción legal, a los riesgos para su salud y a la sanción moral. 7 La posibilidad de continuar o no
con el embarazo, queda también supeditada a las decisiones de otros/otras, teniendo los varones
un papel importante para algunas de ellas en la decisión.
Sabiendo que en la Argentina el aborto es una práctica no legalizada, se sabe también la
doble moral que tras él se esconde. La decisión de evitar o de interrumpir un embarazo se anuda al
acceso a bienes materiales y simbólicos que en este caso, por clase, por sexo-género y por edad
marcan vulnerabilizaciones. Para mujeres, pobres y jóvenes la accesibilidad a un aborto seguro se
encuentra obturada, teniendo un lugar preponderante también los otros y las otras (parejas,
madres, profesionales, medios, iglesia) en la decisión. Algunas de ellas manifestaron estar en

7
No se tienen registro en el presente estudio sobre las experiencias de quienes deciden interrumpir sus
embarazos.
contra del aborto como solución a un embarazo “no deseado”. Sus argumentaciones, similares a
las instrumentadas por la Iglesia Católica, muestran el impacto del discurso antiabortista presente
en los debates sociales.
La imposibilidad de tomar una decisión autónoma sobre la continuidad o interrupción
de los embarazos se anuda a una larga lista de desigualdades. El embarazo y la maternidad no
sólo las deja a las mujeres jóvenes y pobres, en ocasiones, desamparadas de recursos materiales
para decidir continuar o no sus embarazos, también se asiste a la culpabilización que opera en
distintas instituciones -familiares, religiosas, del Estado-. Así, por ejemplo, es frecuente
encontrar en las instituciones discursos sostenidos por distintos actores -entre ellos
profesionales que se posicionan con la “fuerza” de la ciencia, que refuerzan la a-historicidad de
estos procesos y la culpabilización. Ante la imposibilidad de la toma de decisiones autónomas,
aunque luego pueda adquirir otros sentidos, en un primer momento, para algunas de ellas (6) la
continuidad de los embarazos se liga a la resignación. Continuar con sus embarazos se impone
como única posibilidad material y simbólica.
Posicionadas como objeto de otros/otras que toman decisiones sobre sus cuerpos y sus
destinos, contenidas por la “racionalidad” y la “completud” de los varones o de los y las adultas
que las rodean, también la decisión queda obturada cuando algunas de ellas manifiestan que
querían dar en adopción. En algunos casos la decisión de dar en adopción se desecha fuertemente
desde el mundo adulto y desde las instituciones apelando al amor maternal y a la culpa. En otros
casos se presenta un avasallamiento al insistir en la adopción por distintos motivos, entre ellos,
por sostener desde el mundo adulto que una adolescente no está preparada para criar a su hijo/a.
Las diferentes subordinaciones se combinan y potencian en muchas de las entrevistadas,
quedando en una situación en la cual pareciera que ninguna otra cosa puede acontecer. La
vulnerabilización que sufren consagra su éxito cuando las familias, las amigas, otras mujeres y
ellas mismas toman como natural e inevitable lo que les toca vivir. Se sienten castigadas si
quieren interrumpir sus embarazos, pero también si continúan con ellos.
Atrapadas en “biopolíticas de culpabilización”,8 algunas de ellas inmediatamente,
luego de explicar los motivos por los cuales estiman o desestiman la posibilidad de no
continuar con el embarazo, expresan que deben tener sus hijos/as como un modo de hacerse
cargo del error cometido. La palabra “culpa” se menciona en la mayoría de los relatos. Otros
proponen y a veces disponen: que den en adopción, que aborten, que no aborten, que se casen,
que sigan la escuela., que trabajen, que no lo hagan… Los cuerpos de las adolescentes madres
que viven en contextos de marginalización urbana, en tanto objeto de violencia y opresión son
objetivados, castigados, discriminados…son eso pero tampoco sólo eso.
Sus relatos expresan resistencias y fugas. Cuando se resquebraja el soporte material
de las desigualdades y violencias se desocultan, para algunas de ellas, sus raíces sociales. Así,
en algunos momentos de los testimonios se quiebra la aceptación de la “inevitable
discriminación” y se asiste a posicionamientos que buscan su confrontación aunque esto no
devenga necesariamente en prácticas menos restrictivas, menos asimétricas, menos
discriminatorias. Las experiencias de las entrevistadas expresan las marcas de las injusticias
sociales, al tiempo que reinventan modos de ser adolescentes que en la tensión entre la
imposibilidad y la posibilidad van construyendo nuevos modos de habitar una situación y por
ende constituirse en sujeto.

Sentidos en torno a la maternidad

8
La vulnerabilización produce no solo desigualdad de oportunidades, desnutrición, desempleo, sino que
configuran procesos de destitución subjetiva, particularmente profundos sentimientos de apatía, culpa,
paralización de la capacidad de iniciativa y el empobrecimiento de la imaginación en la población afectada
(Fernández y López, 2005: 5).
G: Hoy camino por un montón de lados y me miran, y me ven con la nena y
no lo pueden creer.
E: ¿Quiénes te miran?
G: Qué sé yo. La otra vez anduve por Quilmes, viví dos años en la estación, y
conozco a todos los taxistas, al boletero. Entonces ellos me veían y no me
decían nada, yo estaba esperando que me saluden y nadie me saludaba, y
estaba la nena y el boletero nomás me saludó.
E: Que te reconoció…
G: Sí, y me dijo “¿Esa es tu hija?”, “¡Qué linda que es!”, que esto que lo
otro. Y está bueno, yo quiero que me miren
E: ¿Qué te miren?
G: Yo quiero que vean que se puede, creo que vos te alegrás más de ver a una
persona caminar con un hijo que verlo muerto, o verlo en la misma de antes.
(Graciela, 16 años, vivía en situación de calle y no asistía a la escuela al
momento de su primer embarazo).

A partir de la continuidad de los embarazos, diferentes son los sentidos y las estrategias que se
construyen. La trama familiar, conyugal e institucional resulta altamente significativa en las
diferenciales y desiguales experiencias. En este artículo sólo haré mención a algunos de los
sentidos identificados en las entrevistadas, sin detener el análisis en los itinerarios y prácticas de
maternidad y adolescencia a partir de estos fenómenos.
Como proceso de particularización de las experiencias de las entrevistadas que viven sus
embarazos y maternidades en contextos de marginalización urbana podrían señalarse cuatro
insistencias significativas en los sentidos con los que se inviste la maternidad una vez que el hecho
está consumado agrupados en los siguientes ejes:

1. La maternidad como responsabilidad y amor incondicional.


2. La maternidad como salvación, como forma de zafar de situaciones difíciles
3. La maternidad como posibilidad de ser alguien para un/a otro/a.
4. La maternidad como un modo de reposicionamiento.

Los sentidos que se agrupan en los ejes 2, 3 y 4, si bien traen algo que ya se anunciaba
en la literatura especializada señalan ciertos hallazgos que hablan de continuidades pero con
nuevos elementos en las experiencias ligadas a los procesos de marginalización y que refieren a
nuevas identidades/subjetividades. Al mismo tiempo, y para poder seguir analizando el lugar
diferencial de las tramas institucionales, los sentidos otorgados a la maternidad en los ejes 3 y 4
suelen estar presentes más fuertemente en las adolescentes que asisten a programas educativos, es
decir que vuelven a estudiar.
En relación al primero de los sentidos mencionados, en los testimonios se presenta
reiteradamente una relación natural e inevitable entre maternidad y responsabiliad. Las
entrevistadas establecen un vínculo de “necesariedad” entre los dos términos. Se liga la
maternidad a una nueva “función”, a un nuevo “hacer” que implicaría -según ellas- nuevas
responsabilidades. Esas nuevas responsabilidades se cargan de sentidos contrapuestos. Por un
lado, para algunas, y destacando en sus argumentaciones sus edades como límite, la maternidad
implica nuevas tareas difíciles y pesadas que conducen a la “pérdida de libertad”. Por otro lado,
según lo que refieren se trata para otras de ellas de responsabilidades que toda madre debe
asumir, llegando a contraponer y a sopesar, lo difícil y pesado con una responsabilidad que
otorgaría plenitud. Se hace presente en sus relatos la maternidad como una esencia y naturaleza
femenina, reforzando las equivalencias mujer = madre, madre = buena madre.
Al mismo tiempo, se observa en sus testimonios un modo de reforzar cómo estas
responsabilidades tienen especial significancia en sus experiencias. Consideradas por otros/as y
por ellas mismas como “madres a destiempo”, pareciera que debieran asumir la maternidad
como un modo de reparar el error cometido y demostrar/se que “aún bajo esas condiciones”
ellas toman las responsabilidades maternales como “deben” hacerlo. Cobra fuerza en sus
relatos la expresión “hacerse cargo”. Como parte del destino ineludible para toda mujer, las
entrevistadas expresan que las mujeres deben seguir adelante y asumir las responsabilidades de
la crianza, siendo todo amor y presencia incondicional para con sus hijos/as. En algunos pocos
casos, las nuevas responsabilidades se entienden como resultado de un proceso que se
tensionan con una noción a-histórica de amor incondicional. Las ambiguedades en algunos
testimonios ceden al instintos y al amor maternal como aquellos que, en última instancia,
configuran las propiedades naturales de toda madre.9
Otro de los sentidos que insiste en los relatos es aquel que refiere a la maternidad como
posibilidad de salvación. Para algunas de las entrevistadas, sobre todo aquellas que se encuentran
en situación de mayor vulnerabilización por estar en calle, vivir situaciones de violencia familiar o
estar en situaciones de mayor exposición; los hijos/las hijas vendrían a traer la posibilidad de
salida, de zafar de una vida tortuosa. Para algunas otras, se presenta no tanto como el modo de
rescatarse a ellas mismas, sino a sus parejas porque ellos se lo piden o porque ellas creen que
los/as hijos/as conducirían a un cambio de vida. Así, en sus testimonios presentan a “el” hijo
como aquel que da la segunda oportunidad, la posibilidad salir de todo aquello indigno.
Avanzada la maternidad, la fantasía de la salvación, de zafar de una vida difícil a partir
de los nacimientos de los hijos se desvanece, aunque para algunas de ellas estas experiencias
permiten atenuar ciertos obstáculos. Se da, en algunas de ellas un reposicionamiento subjetivo a
partir de la maternidad como así también, para algunas otras se rearma cierta trama
vincular/institucional que hace que nuevas experiencias tengan lugar. De acuerdo a los relatos, sin
negar las dificultades ni universalizando las experiencias, a partir de la maternidad nuevos
sentidos se construyen en torno a las posibilidades y a las limitaciones. Esto ocurre a tal punto de
que para algunas, como comentaba la directora de una escuela media que inició las actividades
para alumnas madres en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, a veces estos nacimientos traen vida
en medio de tanta muerte, traen esperanza de que otra cosa puede ser posible, y se abren nuevas
expectativas como mudarse a lugares más tranquilos y seguros, y tratar de salir de la lógica de la
supervivencia. Los diferentes itinerarios, sentidos y expectativas no se producen en el vacío, la
trama social e institucional en las cuales estas experiencias tienen lugar van habilitando diferentes
procesos. En los encuentros con otros y otras (madres, docentes, hermanas, profesionales) que
actúan como mojones autorizadores se van consolidando estrategias materiales y subjetivas que
delinean nuevas posibilidades.
Para algunas otras de las entrevistadas, en contextos de exclusión, en situaciones en las
que uno/a se convierte en desperdicio, los/as hijos/as devuelven “mirada”, les otorgan
reconocimiento. Más que el hijo como algo propio, más que la maternidad como situación
valorada socialmente; para algunas de ellas, la maternidad no sólo conlleva a que “alguien” las
reconozca, sino que las acepte tal cual ellas son. Frente a la exclusión, frente a la marginalización
y la estigmatización, la maternidad para algunas de las entrevistadas permite no ser desperdicio,
habilita ser alguien frente a otro. Frente a la desubjetivación marcada por la imposibilidad, las
experiencias de las entrevistadas “son presencia abrupta de otros modos de devenir cuerpo, de
corporalizar, que en los márgenes de las formas instituidas de hacer cuerpo, organizan como
pueden sus formas de vivir, adaptarse, rebelarse, enfermar, sobrevivir” (Fernández, 2006:253).
El cuerpo no es un simple objeto de poder externo, sino que en tanto locus dinámico de
relaciones de poder, se convierte en un nudo o centro de expresiones, deseos, contradicciones,
paradojas, protesta y resistencia. Así, en tanto campo de fuerzas, en los cuerpos se dirimen
conflictos y se establecen conquistas. Los embarazos y las maternidades en las adolescencias
nos hablan de procesos de dominación, también ellos se manifiestan –en algunos casos– como

9
La noción del instinto maternal invisibiliza, “complejísimos procesos psíquicos, culturales y sociales”. Si las
madres, en tanto mujeres, poseen esencial y naturalmente un saber-hacer, que daría cuenta de una capacidad
natural de las mujeres; entonces esta noción tensiona con la del vínculo madre-hijo/a como construcción
(Fernández, 1993:171).
formas de resistencia y fuga frente a la imposición de la adolescencia sin futuro, adolescencia
muerte, adolescencia calle, adolescencia violencia.
Al mismo tiempo que los embarazos y las maternidades en la adolescencia se
presentan como situaciones desviadas, la vigencia del mito Mujer = Madre en nuestra
sociedad, vuelve sobretodo más a las maternidades que a los embarazos, como situaciones que
tensionan los procesos de estigmatización sacralizando la maternidad. Así, para alguna de ellas
la maternidad se vuelve como un modo de reivindicación, como una manera de mostrar que
pueden salir adelante. Anudado al sentido de la maternidad como responsabilidad y amor
incondicional se produce otro sentido, la maternidad como posibilidad de ubicarse en otro
lugar, en un lugar de cuidado hacia otro/a. En este sentido habrá que seguir analizando cómo se
entiende el cuidado hacia los demás, también como una situación de dependencia. Este sentido
se anuda a las ilusiones que sostienen al mito, pero al mismo tiempo expresan la posibilidad de
sentirse valoradas.

Reflexiones finales. Indagando sentidos, desafiando fronteras

Reconocer los espacios de grieta, los intersticios que algunas entrevistadas encuentran a partir
de sus experiencias no significa ubicarse en una posición optimista; ni tampoco tomar al
embarazo y a la maternidad como situaciones que se elijan en libertad, en forma deliberada y
que conduzcan a una vida mejor. Sin embargo, a partir de sus maternidades, para algunas de las
entrevistadas se quiebra algo de lo inevitable. Universalizar en una experiencia los embarazos
y las maternidades en esta etapa y en contextos de marginalización implicaría, por un lado,
desconocer las desigualdades que las atraviesan y; por el otro, legitimar el discurso
esencialista y naturalista respecto de la femineidad, la adolescencia y la maternidad que borran
sus condiciones socio-históricas de producción.
Sus experiencias desafían los argumentos universalizantes que les dan un único
sentido. La mayoría de las entrevistadas no planificó esos embarazos, sólo algunas -y bajo
ciertas condiciones- refieren que sí. La atrapada decisión de continuar con sus embarazos se
anuda, en casi todas ellas, a una serie de desigualdades que impiden explicarlos
unicausalmente. Cuerpos objeto, discriminados, culpabilizados, cuerpos que resisten y
reinventan. Cuerpos en los que la maternidad hace marca, profundiza desigualdades de clase,
de género y etarias; cuerpos que en el encuentro con otros van armando tramas y construyen -a
su vez- nuevos sentidos que tensionan la categoría maternidad adolescente como un todo
universal.
Los embarazos y las maternidades se viven como desvíos, y al mismo tiempo, para
algunas de ellas, como marcas disruptivas que abren nuevas posibilidades. En tanto mujeres y
madres de una generación que viven en contextos de marginalización urbana -y por la
ubicación en el espacio social a partir de estas posiciones- comparten ciertas propiedades
materiales y simbólicas a partir de las cuales construyen determinadas experiencias sociales y
escolares. Al mismo tiempo, sus relatos abren nuevas y múltiples significaciones. Encerrar
todo ello en una experiencia, en una definición única conlleva efectos simbólicos y materiales
sobre sus vidas que profundizan invisibilizaciones, desigualdades, discriminaciones. Cada
maternidad conforma una ecuación singular donde confluyen muy diversas variables. Es
imposible atrapar la experiencia de la maternidad adolescente en contextos de marginalización
en una categoría estanca, en un único destino. El lugar diferencial de las tramas familiares, la
conyugalidad, las miradas de los otros, las propias, van abriendo y cerrando posibilidades que
ponen en tensión las predicciones y nos colocan frente a un enigma que demanda nuevos
interrogantes y conceptualizaciones.

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