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Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.

2018; 38(133): 217-238


doi: 10.4321/S0211-57352018000100012

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la


clínica con antidepresivos: sesgos y resultados
About the influential STAR*D study on clinical antidepressants:
biases and outcomes

Ana Mármol Fábregaa, José Antonio Inchauspe Arósteguib, Miguel


Ángel Valverde Eizaguirrec, Edmund Pigottd

(a) Unidad Docente Multiprofesional de Salud Mental de Navarra, España.


(b) Centro de Salud Mental de San Juan, Pamplona. Servicio Navarro de Salud-
Osasunbidea, España.
(c) Unidad de Hospitalización Psiquiátrica, UHP Sección A. Complejo Hospitalario de
Pamplona. Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea, España.
(d) Positive Brain Training, LLC, Juno Beach, Florida, Estados Unidos / Guiding Light
Wellness Center, Wellington, Florida, Estados Unidos.

Correspondencia: Ana Mármol Fábrega (anamfabrega@hotmail.com)

Recibido: 01/02/2018; aceptado: 20/03/2018

Resumen: Los estudios controlados y aleatorizados (ECA) muestran que los antidepre-
sivos (AD) en el trastorno depresivo mayor (TDM) son apenas superiores al placebo. Sin
embargo, en la práctica, los AD son el principal recurso clínico, utilizándose estrategias de
cambio y potenciación, optimización de dosis y combinación de AD, en el caso, muy fre-
cuente, de fracaso de un primer intento de tratamiento. Para validar estas prácticas se im-
plementó el estudio Sequenced Treatment Alternatives to Relieve Depression (STAR*D),
el mayor y de más impacto sobre el uso de AD en el mundo real, objeto de este artículo.
Los resultados publicados del STAR*D apoyaron el modelo imperante. Justificaban un
uso de AD agresivo en dosis y duración, estrategias de cambio y potenciación en fases
hasta la remisión completa, un tratamiento basado en mediciones aplicable en atención

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primaria y el mantenimiento a largo plazo de las dosis efectivas en la fase aguda. Los
artículos y datos publicados del STAR*D mostraban importantes sesgos e incoherencias.
E. Pigott obtuvo el protocolo y los datos del estudio confirmando los sesgos. Los resulta-
dos reales son similares al tratamiento ordinario. La cifra total de remisiones mantenidas
publicada a los 12 meses de seguimiento fue del 67%, pero los datos reales indican el
2,7%. Las principales guías clínicas siguen recomendando el modelo de tratamiento con
AD en fases. Alguna propone adaptarlo según la severidad del TDM, prefiriendo las tera-
pias psicológicas en las menos severas y tratables en atención primaria. Todas mantienen
el STAR*D como la base principal para el uso de los AD en el mundo real.

Palabras clave: STAR*D, sesgos, resultados, antidepresivos, estrategias de cambio y


potenciación, guías de práctica clínica.

Abstract: Randomized controlled trials (RCTs) show that antidepressants (ADs) in major
depressive disorder (MDD) are only slightly superior to placebo. However, in practice,
ADs are the main clinical resource, and switching and augmentation strategies are fre-
quently used in case of failure of the first treatment attempt. The Sequenced Treatment
Alternatives to Relieve Depression (STAR*D) Study was conducted to validate this practi-
ce. This study is the largest and the most influential about using ADs in real practice and is
the object of this paper. The published STAR*D findings supported the prevailing model.
They justified an aggressive use of ADs in doses and duration, step-by-step switching
and augmentation strategies, a sequential treat-to-remission care, a measurement-ba-
sed treatment applicable in Primary Care, and a long-term maintenance of those doses
that were effective in the acute phase. The published STAR*D articles and data showed
significant biases and inconsistent data. E. Pigott obtained the protocol and study data,
confirming these biases. Actual results are similar to ordinary treatment. The total number
of maintained remissions published at 12 months follow-up was 67%. Actual data indica-
tes 2.7%. The main clinical guidelines continue to recommend the model of step-by-step
treatments with ADs. Some of them propose adapting it according to the severity of
MDD, preferring psychological therapies in the less severe cases, treatable in Primary
Care. All of them maintain the STAR*D as the primary basis for real-world use of ADs.

Key words: STAR*D, biases, outcomes, antidepressants, switching and augmentation


strategies, clinical practice guidelines.

Introducción

L a FDA (food and drug administration) autorizó los antidepresivos (AD)


para el nuevo constructo DSM-III del trastorno depresivo mayor (TDM) ba-

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sándose en ensayos clínicos controlados y aleatorizados (ECA) en los que los AD
inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) y los duales de nueva
generación eran superiores comparados con el placebo, con discreta significación
estadística y escasa y dudosa significación clínica (1). No se hallaron diferencias entre
los nuevos AD y los antiguos tricíclicos (2). De 39 ensayos remitidos a la FDA, solo
el 14% encontró el medicamento superior al placebo (3). La respuesta al placebo era
importante, llegando hasta el 35-45% en el tratamiento del TDM (3). Se estimó que
solo el 18% de la respuesta al AD era atribuible al efecto farmacológico, dudándose
si este era genuino o derivado de la ruptura del cegamiento por sus efectos percepti-
bles (1), como se deduce de comparar los AD con placebos activos (4).
La industria reaccionó restringiendo los criterios de inclusión en sus ensayos
ECA, identificando y excluyendo a pacientes con alta respuesta al placebo y baja res-
puesta al medicamento, para maximizar la diferencia de resultados entre el placebo y
el AD en estudio. Posternak (5) detectó hasta diez criterios de exclusión en los ECA
de AD. Se descartan sistemáticamente a los diagnosticados de trastorno bipolar,
de depresión psicótica, con ideación suicida, uso de tóxicos, ansiedad comórbida,
intensidad insuficiente de la depresión, etc., hasta más del 90% de una muestra ordi-
naria de los tratados ambulatoriamente (6). Dado que los resultados seguían siendo
pobres, la industria optó por multiplicar los ensayos hasta obtener el mínimo de los
2 positivos necesarios para la autorización del AD por la FDA, la mayor parte del
resto no se publicaban (3,7).
El carácter generalizable de tales ECA queda en entredicho, y con ello las bases
científicas de la práctica clínica con AD, que, aun defendiendo un uso prudente de
fármacos solo discretamente superiores al placebo (1), permite la comercialización
de otros AD menos eficaces aún y con mayor secundariedad (8), expandiéndose el
uso de los más nuevos, más caros y sin ventajas comparativas (9), una práctica habi-
tual desde la década de los 90 hasta hoy.
En esa década se produjo una explosión en la prescripción de AD (10), para-
lela a cambios sociales en la percepción de las causas y tratamiento de la depresión,
hacia un encuadre cada vez más biológico (11). Argumentando la importancia epi-
demiológica y la carga asociada al TDM en términos de discapacidad y mortalidad
(12), cuando no se revertía con un primer tratamiento con AD, algo habitual en la
práctica ordinaria (13), se cambiaba de AD o se añadía otro fármaco a criterio de
cada clínico, según su propia experiencia o guiado por consensos de expertos (14).
Abandonada científicamente la hipótesis serotoninérgica de la depresión (15), esta
práctica se defendía por una supuesta heterogeneidad biológica del TDM (16).
En este contexto de escepticismo hacia los ECA de AD, se realizó el estudio
Sequenced Treatment Alternatives to Relieve Depression (STAR*D) para evaluar los
principios teóricos y las creencias clínicas del manejo de la depresión resistente al

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tratamiento, en términos de síntomas, funcionalidad, satisfacción, carga de efectos
secundarios, utilización de recursos sanitarios y costes estimados (17). Se pretendía
definir qué tratamientos eran más efectivos para pacientes con TDM no responde-
dores a un primer tratamiento con AD y, eventualmente, a otros posteriores (17),
o ante una respuesta parcial sin remisión completa, y determinar una secuencia
específica de tratamientos (12). Se pretendía averiguar si las recomendaciones de los
expertos estaban justificadas (12).

Descripción del STAR*D

El STAR*D fue un estudio de financiación pública presentado por su finan-


ciador, el National Institute of Mental Health de Estados Unidos (NIMH), como
“el mayor estudio que se haya realizado para evaluar el tratamiento de la depresión
(…) tanto en formato de atención primaria como especializada” (18). Dio lugar a
unas 120 publicaciones para el año 2009 (19), es ampliamente citado y tuvo una
intensa cobertura por parte del propio NIMH (20,21), un amplio eco en medios de
comunicación generalistas y un gran impacto en el tratamiento de la depresión en
todo el mundo (22).
“Dada la escasez de datos controlados [en pacientes del mundo real], los resul-
tados deberían tener una importancia científica y de salud pública sustancial, porque
se obtendrían en grupos/configuraciones de participantes representativos, utilizando
herramientas de gestión clínica fácilmente aplicables en la práctica cotidiana” (17).
El NIMH contrató el estudio en 1999 (23). El diseño del estudio, su justificación y
antecedentes se publicaron entre 2003 y 2004 (12,17) y sus primeros resultados en
enero de 2006 (24).
Se reclutaron 4.041 pacientes utilizando estrategias de marketing –folletos,
newsletter y un video promocional– (12), sin excluir condiciones médicas o psi-
quiátricas comórbidas y con una duración del episodio depresivo mayor o igual
a dos años. Se incluyeron pacientes con una puntuación de 14 o más en la escala
Hamilton Rating Scale for Depression (HRSD) –menor a la habitual en los ECA
y similar a la de los pacientes deprimidos en tratamiento ambulatorio (6)–, exclu-
yendo aquellos con un diagnóstico principal de trastorno bipolar, psicosis, trastorno
obsesivo compulsivo o trastorno de la conducta alimentaria. Un 77,8% o más de
los pacientes reclutados por el STAR*D habrían sido excluidos por los ECA de la
industria (25).
El ensayo incorporaba un programa “educativo” que definía la depresión como
una enfermedad tratable como cualquier otra, como la diabetes o la tensión arterial,
explicando los mecanismos de acción de los fármacos (26).
Se incluyeron llamadas telefónicas –antes de la cita, el mismo día si se fallaba,

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al día siguiente, cartas al médico tratante a las 48 h., etc.–, un procedimiento “más
agresivo que el habitual, justificado para asegurar la retención y detectar cualquier
signo de empeoramiento o cuestiones de seguridad del paciente deprimido” (12). Se
ofrecieron compensaciones económicas para las evaluaciones telefónicas, desde 10 a
25$, según el tiempo que invertía el paciente (12).
Se utilizó como primera medida de resultados el constructo de “remisión” –
una puntuación de menos de 8 en la HRSD– y no el de “respuesta” –una reducción
del 50% o más de los síntomas depresivos en el HRSD–; es decir, una exigencia más
alta de lo habitual.
Se realizó una “atención basada en mediciones”, que implicaba medir los sín-
tomas y los efectos secundarios en cada visita clínica para permitir una dosificación
suficiente que “asegurara maximizar la probabilidad de obtener la remisión y que
quienes no la obtuvieran fueran realmente resistentes a la medicación” (24). Estas
herramientas de manejo clínico – escalas QIDS (Quick Inventory of Depressive
Symptomatology)– se administraban en cada visita por los coordinadores de inves-
tigación clínica, encargados asimismo de la psicoeducación.
Se realizaron hasta 4 fases, pasos o etapas por paciente, ensayos aleatorizados
abiertos de 12 semanas de duración, con dos semanas adicionales para pacientes que
se consideraran próximos a la remisión. Si esta no se producía, se animaba al paciente
a pasar a la siguiente fase, pudiendo escoger en coordinación con su médico a partir
de la fase 2 el tipo de estrategia a utilizar: de potenciación –añadir otro antidepresivo
al que estaba tomando– o de cambio –sustituir un antidepresivo por otro (12)–, un
procedimiento de asignación al azar de aleatorización de incertidumbre estratificada
(equipoise-stratified randomization) defendido como más próximo al mundo real,
donde algunas opciones de tratamiento no son aceptables para el paciente (27).
La fase 1 fue un tratamiento con citalopram (24). En la fase 2 la estrategia de
cambio incluyó sertralina, venlafaxina y bupropion (16) y la de potenciación, bus-
pirona y bupropion (28). En la fase 3, la estrategia de cambio fue con nortriptilina
y mirtazapina (29), y la de potenciación, con litio y hormona tiroidea (30). La fase
4 utilizó la tranilcipromina –un IMAO–, comparándola con una combinación de
venlafaxina y mirtazapina (31). En ninguna se comparó la(s) molécula(s) activa(s)
con el placebo. Se elije el citalopram en primera instancia, y cada secuencia posterior
propuesta en caso de fracaso de la anterior, con base en estudios previos de eficacia
y seguridad y en los mecanismos de acción atribuidos a los AD y al resto de medica-
mentos, buscando alternarlos o potenciarlos (3) según la teoría de la heterogeneidad
biológica del TDM (32). Se consideraron, sin incluirlas, la terapia electroconvulsiva
y la estimulación magnética transcraneal por motivos de aceptabilidad y falta de da-
tos de eficacia a largo plazo, respectivamente. Fueron once combinaciones diferentes
de fármacos y cinco comparaciones directas.

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En la fase 2 estaba prevista la terapia cognitivo conductual como opción de
cambio, pero pocos pacientes la consideraron una alternativa aceptable, por moti-
vos poco claros1, por lo que se excluyó de los análisis de cambio y potenciación de
tratamiento de la fase 2 (16,28). No obstante, más tarde fue objeto de un análisis
separado que encontró que para las personas que la eligieron, los resultados fueron
similares a los de la estrategia de cambio o potenciación farmacológica (34).
Se permitió el uso de otros medicamentos no objeto del estudio –benzodia-
cepinas y trazodona para la ansiedad e insomnio, medicamentos para la disfun-
ción sexual…, salvo antipsicóticos y estabilizadores diferentes al litio (13,24)–,
de los que se hizo un uso generoso: por ejemplo, en la fase dos, a un 17,1% de
los pacientes se le prescribió trazodona; al 15,5%, un sedante o hipnótico; y al
11,8%, un ansiolítico (16). Se permitieron cambios en las dosis y visitas extras en
caso de reemergencia sintomática y/o efectos secundarios.
Se invitó a quienes lograron la remisión, en cualquier fase, a participar en
una fase de seguimiento durante 12 meses, lo mismo que a los pacientes que, sin
alcanzarla, no deseaban pasar a la siguiente etapa del tratamiento al implicar cam-
bios en la medicación. El protocolo de seguimiento “recomienda vivamente que
los participantes continúen con el/los mismo(s) medicamento(s) que resultaron
efectivos en el tratamiento agudo y en las mismas dosis” de acuerdo con la guía
clínica de la American Psychiatric Association (APA) de esa época (35), aunque
permitía a los médicos tratantes introducir “cualquier psicoterapia, medicación
o cambio de dosis” que juzgaran necesarios para mantener los resultados posi-
tivos durante el seguimiento, incluyendo citas programadas adicionales en caso
de recurrencia de los síntomas depresivos y/o aparición de efectos secundarios
intolerables (32,36).

Resultados publicados

En enero de 2006 se publicaron los resultados de la primera fase del tratamien-


to, con algo menos del 28% de remisiones según el HRSD, que sube al 33% de re-
misiones considerando la escala QIDS (24). En marzo se publican los de la segunda
fase, donde un 25% de pacientes remiten al cambiar el fármaco, sin diferencias entre
los medicamentos (16), y entre el 20 y el 30%, según escalas, con la estrategia de
potenciación, sin diferencias entre fármacos (28).
En noviembre de 2006, se publica un amplio informe sobre los resultados de
las fases agudas y de la fase de mantenimiento que informa de un 67% de remisiones

1
Se hipotetiza acerca del hecho de que había que pagarla, no así los fármacos, y que la decisión de
aceptabilidad se tomaba conjuntamente con psiquiatras esencialmente prescriptores (33).

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acumulativas –36,8%, 30,6%, 13,7% y 13,0% para la primera, segunda, tercera y
cuarta fase de tratamiento, respectivamente, según el QIDS–. No hay diferencias
entre las alternativas de cada fase de tratamiento (32). El porcentaje de remisiones
disminuye en cada fase: “cuantas más fases de tratamiento son necesarias, menor es
el porcentaje de remisiones (sobre todo, en la tercera y la cuarta) y mayor el de recaí-
das en la fase de mantenimiento” (32).
Coincidiendo con este artículo, en noviembre de 2006, el NIMH informó
mediante nota de prensa: “En el curso de las cuatro fases del tratamiento, casi el
70% de los que no abandonaron el estudio quedaron libres de síntomas” (21, punto
5). Según su director, Thomas Insel: “Al permanecer en tratamiento y trabajar estre-
chamente con los clínicos para adoptar los siguientes pasos más apropiados, muchos
pacientes pueden encontrar el tratamiento único o combinado que les lleva a librarse
de los síntomas” (20). El hallazgo tuvo repercusión en los medios en los mismos
términos comunicados por el NIMH (22).

Sesgos patentes a la lectura de los artículos publicados en 2006

Pigott et al. describen hasta siete sesgos patentes de diversa naturaleza e impor-
tancia en los artículos publicados en 2006. Todos ellos aumentan el porcentaje de
pacientes en remisión (37-39). Los principales son:
1. Sustituir la medida primaria de resultados, puntuación en el HRSD admi-
nistrado por evaluadores ciegos, por otra secundaria, el QIDS-SR (Quick
Inventory of Depressive Symptomatology- Self Report), una de las “herra-
mientas de manejo clínico” del STAR*D usada por los coordinadores de
investigación clínica no ciegos, pensada para guiar el tratamiento. En los
resultados de la fase 1, se publican ambas medidas (24), pero en las fases
posteriores y en el informe general solo se publican las medidas QIDS-SR
(32). Cambiar las medidas pre-especificadas de resultados por otras secun-
darias con mejores resultados es un sesgo habitual en los ECA financiados
por la industria para inflar los resultados; un clásico (40) que es objeto de
preocupación actual (41).
2. Se cambian los criterios de elegibilidad de la fase 1 en las fases 2-4. Se inclu-
yeron 607 pacientes inicialmente excluidos en el artículo de la fase 1 porque
su puntuación inicial era <14 en el HRSD (es decir, como máximo solo
síntomas depresivos leves) y también otros 324 pacientes que inicialmente
se informaron como excluidos al carecer de la evaluación inicial HRSD.
3. Se excluye de los análisis posteriores a los 370 pacientes que abandonaron
el tratamiento tras la primera visita, que, según el artículo de la fase 1, de-
berían considerarse como no remisiones (24).

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4. Se elabora una “tasa teórica acumulativa de remisión” bajo la cláusula con-
dicional de que “esta estimación asume que no se produzcan abandonos
de tratamiento, y que quienes dejen el estudio tendrán las mismas tasas de
remisión que quienes continúen en el protocolo” (32), algo que simplemen-
te no es cierto en el mundo real y tampoco lo fue en el STAR*D, puesto
que son más los pacientes que abandonan en cada fase que los que remiten
(37,39).
Tomadas en conjunto, estas desviaciones del protocolo inicial suponen pasar
de una “tasa de éxito teórico” del 67%, tasa obtenida según la cláusula de que no
se produjeran abandonos o que quienes abandonaran obtuvieran las mismas tasas
de remisión que los participantes en el estudio, a un 38% de remisiones reales, tasa
obtenida simplemente ateniéndose a los datos publicados de remisiones y de parti-
cipantes en el estudio (22,33).
Tan importante, o más, es el hecho de que, en el artículo resumen de resulta-
dos, los investigadores del STAR*D no revelan cómo interpretar los datos de super-
vivencia trimestre a trimestre que presentan en diversos gráficos durante los 12 meses
de seguimiento tras la remisión (32).

Deconstruyendo el STAR*D

Para conocer los entresijos del estudio, Pigott solicitó bajo el amparo de la Ley
de Libertad de Información2 (FOIA) el contrato del STAR*D, obteniendo el proto-
colo del estudio y su plan analítico (36).
El protocolo corrobora los sesgos ya descritos: la distinción entre la medida
principal de resultados de los investigadores ciegos (HRSD) y la secundaria de los
clínicos no ciegos prevista para ajustar el tratamiento (QIDS-SR), los criterios de
elegibilidad y de exclusión, y el hecho de categorizar como no remisiones los aban-
donos tras la primera visita, todos claramente establecidos en el protocolo (36).
El Protocolo de Investigación del STAR*D presenta en su figura 7 unas predic-
ciones paso a paso de los abandonos y del número de pacientes que obtendrían una
respuesta satisfactoria y pasarían a la fase de seguimiento. Se declara que “obtuvimos
estas estimaciones mediante tres experimentados clínicos (Drs. Fava, Rush y Thase),
que, independientemente, llegaron a estimaciones sorprendentemente cercanas unas
de otras…, estimaciones hipotéticas procedentes en gran medida de los resultados
de los ECA publicados” (36, p. 31). El propósito inicial de estas estimaciones era
calcular el número de pacientes que a lo largo del estudio estarían disponibles para su

2
La Freedom of Information Act (FOIA) –Ley por la Libertad de la Información– otorga a todos los
ciudadanos de los Estados Unidos el derecho de acceso a la información de las agencias federales USA.

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aleatorización en las fases 2-4 con objeto de asegurar un poder estadístico suficiente
en las comparativas diseñadas. No obstante, se convirtieron en la hipótesis central
del STAR*D, sometiendo a prueba hasta qué punto se podían predecir los resultados
agregados “fase a fase” de un tratamiento con antidepresivos óptimamente adminis-
trado y basado en un modelo secuencial de “tratamiento hasta la remisión”.
Comparar esta predicción con lo que sucedió es importante, ya que los inves-
tigadores del STAR*D no encontraron diferencias significativas entre ninguna de
las 11 combinaciones “medicamento versus medicamento” del tratamiento. Ningún
análisis post-hoc informó de predictores significativos de los resultados de tratamien-
tos farmacológicamente diferentes. Por ello, el STAR*D no puede ofrecer una guía
para el “siguiente paso” que permita confiar en mejorar los resultados tras el fracaso
de un tratamiento AD.
Se acepta que las tasas de abandono de un ensayo constituyen una “medición
poderosa de la efectividad y aceptabilidad del tratamiento” (42), y los investigadores
del STAR*D lo tuvieron presente en su práctica intensa para mantener a los pacientes
en tratamiento y maximizar su probabilidad de lograr la remisión (38), pero no para
publicar sus resultados, siendo esencial incluir los abandonos para evaluar los mismos.
La Figura 1 muestra fase-a-fase el porcentaje de pacientes que deberían haber
sido tratados con éxito y pasar a la fase de seguimiento, la tasa de remisión teórica del
STAR*D y lo que realmente ocurrió, según los datos del artículo de resultados (32).
Mientras las tasas de predicción (73,8%) y de éxito teórico (67%) son similares,
divergen ampliamente con lo ocurrido realmente.
La duración de los efectos del tratamiento es aún más decepcionante. En la
fase 1, solo el 17,8% de los pacientes tratados con citalopram logran la remisión y no
han padecido recaídas confirmadas en una o más de las 12 evaluaciones mensuales
telefónicas con el QIDS-SR. Tras las cuatro rondas de combinaciones de tratamien-
to, la tasa acumulada de pacientes sin una recaída confirmada mejora únicamente
hasta el 23,5%. Si sumamos los abandonos, solo un 2,7% de los pacientes obtienen
un QIDS-SR de remisión tras las cuatro rondas de tratamiento AD sin recaer o
abandonar, teniendo en cuenta los resultados de los meses del 10 al 12 del periodo
de seguimiento.
La Figura 2 presenta las tasas de efectos secundarios intolerables y los abando-
nos por fases del tratamiento.
Cada cambio en el tratamiento implica un aumento en las tasas de efectos
adversos intolerables de la nueva medicación prescrita, comparada con la fase previa,
aumentando del 16,3% de la fase 1 al 30,1% en la fase 4. Se observa la misma ten-
dencia al abandono del tratamiento, desde el 28,1% en la fase 1 al 42,3% en la fase
3. Esto constata el aumento del riesgo a medida que se pasa de la fase uno a la cuatro,
relacionado con cada variación del tratamiento.

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la clínica con antidepresivos 225
En resumen, de los 1.518 pacientes en remisión que habían entrado en el
seguimiento, el 37,6% de los pacientes correctamente reclutados, solo 108 siguen
en remisión a lo largo del ensayo durante los doce meses del seguimiento. Todos
los demás o abandonaron o recayeron en una depresión como mínimo moderada.
Dado que fueron 4.041 los que ingresaron en el estudio, esto representa una tasa de
remisión mantenida al finalizar el año de seguimiento del 2,7%, muy lejos del 67 %
proclamado por los autores.
El STAR*D fue un ensayo fallido, pero demostró que “los principios teóricos
y las creencias que guían en la actualidad el manejo de la depresión resistente al
tratamiento” eran totalmente inválidos. El valor sumatorio de las fases 2-4 de com-
binación de tratamientos medicamento-medicamento para los pacientes “resistentes
al tratamiento” de la fase 1 fue mínimo, negativo para un número sustancial y en
continuo aumento si incorporamos al análisis la probabilidad de efectos secundarios
intolerables y/o los abandonos del tratamiento que acompañan cada cambio de me-
dicación.

“Lecciones aprendidas” del STAR*D

Tras la publicación de las fases 1 a 4 del STAR*D y el resumen de resultados


en 2006, sus investigadores publicaron numerosos artículos secundarios, muchos
de escasa relevancia clínica (19). Mantienen los resultados presentados en 2006 y se
olvidan del carácter especulativo de la “tasa teórica acumulativa de remisión”, basada
en la cláusula de que “no se produzcan abandonos de tratamiento, y quienes aban-
donan el estudio tendrán las mismas tasas de remisión que los que permanezcan”.
Afirman que “tras cuatro tratamientos optimizados y bien administrados, aproxi-
madamente el 70% de los pacientes obtienen la remisión” (43), como si en realidad
hubiera sucedido eso (cf. Figura 1).
En varios artículos, ofrecen directrices prácticas denominadas “lecciones
aprendidas” en línea con las declaraciones del NIMH (20), tanto en lo referente a
algoritmos o guías clínicas como a la atención basada en mediciones (44), y, además,
en términos de política, organización sanitaria (45) y aplicabilidad a la atención
primaria, donde más AD se prescriben (46-48). De hecho, proponen el modelo del
STAR*D como el estándar asistencial para la práctica psiquiátrica en el TDM (39).
Pasan de puntillas sobre el fracaso de los algoritmos de potenciación y susti-
tución del STAR*D, haciendo hincapié en la atención basada en mediciones y en la
necesidad de continuar el tratamiento hasta la remisión (46-48): “La depresión pue-
de tratarse con éxito por los médicos de atención primaria en condiciones del ‘mun-
do real’. Más aún, no es tan importante el medicamento o medicamentos a usar en
concreto como seguir un plan racional: prescribir medicación antidepresiva en dosis

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adecuadas, monitorizar los síntomas del paciente y los efectos secundarios, y ajustar
el tratamiento en consecuencia, cambiando de medicamento o añadiendo otros al
tratamiento únicamente después de un intento de tratamiento adecuado” (46).
Resulta claro que “el medicamento concreto utilizado no es tan importante”,
puesto que el STAR*D no facilita una guía del siguiente paso para mejorar los re-
sultados (39). En cuanto a la atención basada en mediciones, se insiste en su alta
calidad: “Se facilitó una atención de alta calidad (atención basada en mediciones).
Como consecuencia, los resultados de este informe pueden superar los obtenidos
hoy en la práctica cotidiana, en la que ni los síntomas ni los efectos secundarios se
miden regularmente y en la que hay gran variabilidad en las dosis y los tiempos de
tratamiento utilizados por los clínicos” (46).
Como Pigott et al. observan (38,39), es necesaria una gran cautela al tratar los
resultados mediante los sistemas de medición QIDS/HRSD, ya que no ponderan
diferencialmente los síntomas nucleares de la depresión –p.ej., estado de ánimo,
culpa, ideación suicida o anhedonia– y los accesorios –p.ej., apetito, insomnio, o
agitación– ni la autoevaluación del propio paciente sobre la importancia relativa de
cada uno de ellos. Estamos muy lejos de la evaluación de síntomas, funcionalidad,
satisfacción y carga de efectos secundarios prometida al presentar el estudio (17) y
nunca publicada (38).
Se insiste en que el objetivo del tratamiento es la remisión (el completo alivio
del episodio depresivo) en lugar de la respuesta (solo mejoría sustancial), puesto que
la remisión está asociada a un mejor pronóstico y a una mejor funcionalidad (46):
“Aumentar la primera medicación puede ser una manera efectiva para que las perso-
nas con depresión se liberen de los síntomas” (20). Como ya se ha dicho, el STAR*D
define la remisión como una puntuación HRSD <8. Aunque es un criterio frecuente
para tipificar la remisión, esta puntuación no es en absoluto sinónimo de “alivio
completo de un episodio depresivo” o de estar ”libre de síntomas”, pues el paciente
puede presentar hasta 7 síntomas HDRS, entre ellos el ítem “¿Le parece que la vida
no merece la pena de ser vivida?”, y ser considerado de intensidad leve.
Esta atención basada en mediciones puede ser perjudicial para el paciente y
llevarle a resultados peores que el tratamiento ordinario si se le anima, basándose en
cifras muy simplistas y no en una clínica individualizada, a que entre en el siguiente
ensayo (37,39). Al alentar al médico cuyos pacientes obtienen una mejoría “sustan-
cial pero incompleta” con un AD a “cambiar de medicamento o añadir otros nuevos
al tratamiento” en su búsqueda de una puntuación HRSD menor de 8, se comete
el mismo error, subestimándose los riesgos de cada uno de estos cambios, a saber,
las tasas de intolerancia al tratamiento en aumento fase a fase y los abandonos del
mismo, evidentes en el STAR *D (39). Respecto al mejor pronóstico a largo plazo
de la remisión respecto a la respuesta parcial, en el STAR*D, tanto el grupo de “re-

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la clínica con antidepresivos 227
misión” como el de “solo mejoría sustancial” obtuvieron tasas muy altas de recaída
confirmada durante el seguimiento (Figura 1).
Afirman que “no se encontraron diferencias estadísticamente significativas en
resultados entre los pacientes tratados en atención primaria y en formatos psiquiá-
tricos cuando se practica una atención basada en mediciones… Así, los médicos de
atención primaria, que atienden a la mayoría de pacientes deprimidos, pueden encar-
garse razonablemente del tratamiento de la depresión, al menos en las primeras dos
fases del tratamiento” (48). Parecen proponer una clínica “manualizada” basada en
algoritmos y en la atención basada en mediciones del STAR*D, criticada más arriba,
sin considerar la percepción del paciente, su funcionalidad y su calidad de vida. No
parece necesaria una formación especializada para ello y podría practicarse en diferen-
tes niveles de la organización sanitaria. Nada nos dice respecto a la efectividad relativa
de los médicos generalistas y los psiquiatras en el tratamiento de la depresión.
Finalmente, dados los decepcionantes resultados de la fase de seguimiento
del STAR*D, con sus muy altas tasas de recaídas y/o abandonos de tratamiento, las
guías clínicas que fomentan un uso indefinido en el tiempo de los antidepresivos
(“en general, el tratamiento que fue efectivo en las fases agudas y de continuidad
debe usarse en la fase de mantenimiento” (49)) no pueden basarse en este estudio.
Las tasas en aumento, fase a fase, de la intolerancia a los medicamentos, los
abandonos del estudio y las recaídas a lo largo de las fases y el periodo de mante-
nimiento son los tres elefantes en la habitación del STAR*D, y otras tantas refuta-
ciones de los “principios teóricos y creencias clínicas” que eran las creencias básicas
para diseñar este estudio. Realmente, las creencias de la época eran “mitología” (12).

Tras las críticas de Pigott et al.

Tal como se realizaron los análisis del STAR*D y se comunicaron sus resulta-
dos, se creó una narrativa a favor de un modelo agresivo de tratamiento del TDM,
cambiando los fármacos y combinándolos, buscando una remisión basada en medi-
ciones, que no concuerda con los resultados reales de este estudio, no superiores al
tratamiento habitual (39).
La publicación de dos artículos previos de Pigott et al. (37,38) fue objeto de 2
cartas al director (50, 51) y dos editoriales (52,53). Ninguno defiende los resultados
del STAR*D, calificándolo de estudio de baja calidad (51) y fallido en cuanto a sus
resultados (52,53). Ninguno de los investigadores del STAR*D ha publicado hasta
la fecha una réplica, y el American Journal of Psychiatry, que publicó los principales
artículos STAR*D, rechazó publicar las críticas de Pigott (54).
Ninguno de los medios de comunicación generalistas se hizo eco de las crí-
ticas de Pigott (22). El Medscape Medical News escribió sobre ello y preguntó su

228 Ana Mármol Fábrega, José Antonio Inchauspe Aróstegui, et al


opinión a Maurizio Fava, uno de los principales investigadores del STAR*D, que
respondió: “Creo que el análisis [de Pigott] es razonable y no incompatible con
lo que nosotros informamos”, reconociendo el fracaso del estudio para identificar
“robustas ventajas de los AD respecto al placebo” y “la escasa eficacia a largo plazo
de los AD” (55).

Situación actual

Diez años después de la presentación de los resultados, el STAR*D mantiene


su influencia.
La prescripción de antidepresivos sigue creciendo y se mantiene la enorme po-
pularidad entre prescriptores y consumidores de ISRS (56); en especial, en atención
primaria y ciertos tramos de población, como los mayores (57). En Inglaterra, se
dobló la prescripción de AD entre 2005 y 2015, igual que en Australia entre 2000
y 2014, y los AD, frecuentemente en combinación entre sí y con otros fármacos,
son la categoría de fármacos más utilizada en los Estados Unidos, donde los usan
un 13% de la población (58). Es una tendencia que puede continuar, puesto que se
enfatiza la pesada carga social y económica que suponen los TDM (59) y la brecha
existente entre la epidemiología y las personas realmente tratadas, abogando por
redoblar esfuerzos para su captación y tratamiento (60).
En el último metaanálisis de estudios ECA, los ISRS resultan discretamente
superiores al placebo, diferencia de escasa significación clínica, sea cual fuere la gra-
vedad de la depresión. Ningún estudio contra placebo activo fue hallado, y en estos
estudios apenas se facilitan datos sobre el comportamiento suicida, la calidad de vida
y los efectos a largo plazo. Sus autores afirman: “Los ISRS pueden tener efectos esta-
dísticamente significativos sobre los síntomas depresivos, pero todos los ensayos ana-
lizados padecen alto riesgo de sesgos y el significado clínico de los resultados parece
cuestionable. Los ISRS aumentan significativamente el riesgo de efectos secundarios
graves y menos graves. El potencial efecto beneficioso de los ISRS se ve sobrepasado
por sus efectos adversos” (61).
Se siguen autorizando nuevos AD que se muestran menos efectivos que los
AD ya disponibles, e incluso menos efectivos que el placebo en un subconjunto
sustancial de ensayos (62), y que no aportan nada al tratamiento del TDM (9), salvo
quizá mayores riesgos (63).
Respecto a la “alta calidad del tratamiento basado en mediciones”, sigue cues-
tionada la validez de la HDRS, mayoritariamente utilizada en estos estudios, en
particular a la hora de definir una respuesta satisfactoria o la remisión completa (61),
o simplemente la translación de los cambios en las puntuaciones HDRS a cambios
significativos en la clínica del paciente (64).

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la clínica con antidepresivos 229
La guía de la APA (49) cita más de 15 artículos del STAR*D, entre ellos, todos
los de los resultados de las diversas fases. Dedica un apartado propio para describir el
estudio (49, p. 97) y es su principal fuente de evidencia para el tratamiento basado en
mediciones y estrategias de cambio y potenciación de fármacos, exceptuando las de
potenciación con antipsicóticos, no utilizados en el STAR*D.
La guía del National Institute for Health and Care Excellence (NICE) propone
una atención en fases del TDM, escalonada según la severidad del cuadro e intensidad
de los síntomas, de menor a mayor, con un uso preferente de las psicoterapias y el
marco de atención primaria en los casos menos graves y un uso en aumento de los AD
y el formato especialista en los más graves. Defiende una secuencia de uso de los AD
empezando por los ISRS y deja en manos del especialista en salud mental las estrategias
de combinación y potenciación de AD en caso de resistencia al tratamiento. Aconseja,
como mínimo, un periodo de mantenimiento de seis meses en caso de respuesta posi-
tiva y de dos años en pacientes con antecedentes y pobre funcionalidad. También de-
dica un apartado a la descripción del STAR*D –12.3.12– y lo utiliza abundantemente
como fuente de evidencia en caso de respuesta insatisfactoria, en busca de la remisión.
Considera al STAR*D “amplio y naturalístico” y “tan análogo como es posible con la
práctica real”, con pacientes “más representativos del mundo real” que los enrolados
en los ECA, y con mejores resultados que en estos. Reproduce en una tabla los datos
de remisiones fase a fase del artículo de resultados. Reconoce que el ensayo “no facilita
evidencias claras respecto a la secuencia adecuada de opciones de tratamiento –en par-
ticular, la eficacia de los diversos antidepresivos–, pero ha demostrado que los pacien-
tes obtienen cierto beneficio al incorporarse a un tratamiento secuenciado o por fases”
(cursiva de los autores de este artículo). El principal mensaje del STAR*D sería que
“hay pacientes que obtienen la remisión en cada cambio de fase, aunque su proporción
disminuye en cada fase” (65).
La Guía Maudsley (66), ampliamente inspirada en la NICE, propone un trata-
miento en fases similar según la gravedad del trastorno, con estrategias de aumento de
dosis, cambios de AD y potenciación como principales estrategias de manejo de AD
en caso de respuesta insuficiente. Según esta guía, la principal lección del STAR*D es
que existe una pequeña proporción de pacientes no respondedores a los AD que sí lo
hacen en cada fase de cambio “aunque el tamaño del efecto es modesto y no existen
diferencias claras de efectividad según las estrategias” (66, p. 244). Cita los principales
artículos del STAR*D y facilita, en el capítulo acerca de las depresiones resistentes, la
tabla de remisiones del STAR*D según un n=2.876, que excluye a los que nunca vol-
vieron tras una primera prescripción de citalopram, con una tasa de respuesta del 47%
(66, p. 255), afirmando que informa “hasta cierto punto” de la estrategia a utilizar en
esos casos. Considera al STAR*D como evidencia de buena calidad para las estrategias
de cambio y potenciación que propone (66, p. 257).

230 Ana Mármol Fábrega, José Antonio Inchauspe Aróstegui, et al


La guía española (67) cita al STAR*D en las estrategias de cambio y potenciación
y, sobre todo, afirma que pone de manifiesto “el impacto positivo en el manejo de la
depresión y en la práctica clínica de los algoritmos de tratamiento” (p. 188); en parti-
cular, el Texas Medication Algorithm Project (TMAP).
En su última versión (68), el TMAP ofrece algoritmos de potenciación y aumen-
tación de AD, paso a paso, buscando siempre la remisión y basándose en mediciones
con el QIDS como principal herramienta. No cita evidencias, remitiendo a un artículo
“pendiente de publicación” que no hemos encontrado en las bases de datos, firmado,
entre otros, por Trivedi y Fava, investigadores principales del STAR*D.

Conclusión

En la cultura de la psiquiatría basada en la evidencia, los ECA se consideran


el estándar de oro de la investigación y la mejor fuente probatoria (69). Cuando
los resultados ECA de los psicofármacos no coinciden con las creencias y prác-
ticas dominantes, es frecuente apelar al “mundo real”, estudios observacionales,
en espejo, de bases de datos… para justificar que se siga manteniendo la práctica
dominante (70).
El STAR*D es “el estudio más amplio y de mayor duración (siete años) reali-
zado nunca con objeto de evaluar el tratamiento de la depresión” (18), un estudio
probablemente “irrepetible en una generación”, con un coste de más de 35 millo-
nes de dólares (39). Muestra que las recomendaciones y las prácticas dominantes
de su época en el manejo de los AD, similares a las actuales, no están basadas en
pruebas, ni siquiera procedentes “del mundo real”. No puede, de ninguna mane-
ra, reivindicarse como el estándar de atención para la práctica psiquiátrica en los
TDM3.

Conflicto de Intereses

Los autores de este artículo declaran no mantener relaciones en forma de lazos


laborales, económicos o societarios con la industria farmacéutica u otros intereses
que puedan entrar en conflicto con el contenido de este trabajo.

3
El conjunto de datos del STAR*D se encuentra actualmente disponible para su análisis por inves-
tigadores cualificados y acreditados por el NIMH (71).

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la clínica con antidepresivos 231
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Alternatives to Relieve Depression (STAR*D). [Consultado el 25/11/2017]: Dispo-
nible en: https://ndar.nih.gov/edit_collection.html?id=2148

236 Ana Mármol Fábrega, José Antonio Inchauspe Aróstegui, et al


Figura 1

Figura 1. a: 73,8%, calculado a partir de la Figura 7 del Protocolo de Investiga-


ción del STAR*D (36), que predice cuántos pacientes obtendrán una respuesta
satisfactoria pasando a la fase de seguimiento. b: 67%, calculado por los autores del
artículo de resultados del STAR*D (32). c: 45,9 %, calculado a partir del artículo
de resultados, Tabla 3, fila “Remisión en cada fase”, utilizando como denomina-
dor 4041, el número de pacientes que comenzaron tratamiento con citalopram
en su primera visita (es decir, (1346+439+35+53+16)/4041=45,9% en la fase 4).
d: 37,6%, calculado a partir del artículo de resultados, Tabla 5, columna 2, filas
3,6,9 y 12, sumando el número de pacientes en remisión que pasan a la fase de
seguimiento y dividiéndolos por 4041 (es decir (1085+383+35+15)/4041=37,6%
en la fase 4). e: 23,5%, calculado partiendo del artículo de resultados, Tabla 5,
columna 6, filas 3,6,9 y 12. Para cada fase se resta a 1,0 la tasa de recaída, multi-
plicándolo luego por el número de pacientes en remisión que pasan a la fase de
seguimiento (por ejemplo, fase 1: 1,0 -0,335= 0,665 x 1085 = 772 pacientes en
remisión sin recaída confirmada durante el seguimiento). Se repite para las fases 2
a 4. Se suman los pacientes en remisión sin recaída confirmada de las fases 2 a 4 y
se dividen por 4041. f: 2,7%, calculado a partir del artículo de resultados, Tabla 3,
columna 5, sumando el número de pacientes en remisión sin recaída y/o abando-
no del tratamiento durante los meses 10 y 12 y dividiéndolos por 4041 (es decir,
(84+20+2+2)/4041 = 2,7% en la fase 4).

Acerca del influyente estudio STAR*D sobre la clínica con antidepresivos 237
Figura 2
Tasas de efectos secundarios intolerables y abandonos por fases
del tratamiento

Figura 2. a: obtenidos de la fila “efectos secundarios intolerables”, Tabla 4, co-


lumna 8, del artículo de resultados (32). b: calculados partiendo de la Figura 1 del
mismo artículo, sumando todos los pacientes que dejaron el estudio en las fases
uno a tres y dividiéndolos por el número reclutado en cada fase.

238 Ana Mármol Fábrega, José Antonio Inchauspe Aróstegui, et al

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