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LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD

I. ASPECTOS INTRODUCTORIOS. La autonomía de la voluntad en la creación y


modificación de las obligaciones, es uno de los principios troncales de las
relaciones jurídicas, y plantea la reflexión sobre la creación del Derecho, es
eminentemente social, en forma primaria, o si siempre prevalece la creación
legislativa, a cargo del Estado.

El triunfo del Estado como ente social por excelente con su estructura jurídica
regulativa no ha podido apartar u obviar la importancia de la autonomía de la
voluntad del individuo como fuente creadora de obligaciones, y por lo tanto
regulativa de las relaciones jurídicas, por lo que en cierta forma, la autonomía de la
voluntad es una fuente normativa.

La doctrina ha observado que la autonomía de la voluntad tiene dos aspectos: uno


material, al que se ha hecho referencia, y otro formal. Para ello, el Derecho inviste
a la declaración de voluntad de un aspecto formal, como lo es el negocio jurídico,
que puede ser típico, o atípico, donde la propia autonomía es creativa de una
estructura jurídico-relacional no preexistente legislativamente, de la surgen
determinados derechos y obligaciones.
I. CONCEPTO DE AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD.

Es preciso comprender el concepto de autonomía de la voluntad doctrinariamente.


De Castro y Bravo lo entiende como “el poder de autodeterminación de la persona.
El sentido inmediato del término se amplía así hasta comprender todo el ámbito de
la autarquía personal. Se piensa entonces en la esfera de libertad de la persona,
para ejercitar sus facultades y derechos, y también para conformar las diversas
relaciones que le atañen. De modo que podría ser definida, como aquel poder
complejo reconocido a la persona para el ejercicio de sus facultades, sea dentro del
ámbito de libertad que le pertenece como sujeto de derechos, sea para crear reglas
de conducta para sí y en relación con los demás, con la consiguiente
responsabilidad en cuanto actuación en la vida social1”. En ese sentido, la
autonomía de la voluntad implica autodeterminación en la esfera jurídica,
especialmente en aquellos ámbitos del desarrollo de la persona y de sus libertades
que no se encuentran sujetos a requerimientos de orden público, en el ámbito de
las relaciones jurídicas, por ejemplo, en materia contractual, pero no así, en materia
de derecho de la persona y de familia, particularmente vinculados al estado civil.
Por ello, Puig Brutau, lo reduce en su definición a la expresión de que “todo
individuo puede contratar cuando quiera como quiera y con quien quiera2”. Ahora
bien, dicha libertad regulativa de los particulares debe ser reconocida por el
ordenamiento jurídico3, creando un ámbito normativo autónomo (no heterónomo)
tanto en aspecto material de darle contenido a la relación jurídica (estatutario para
cada relación jurídica que socialmente es útil) y formal (darle una estructura jurídica
al convenio o negocio jurídico celebrado).

Lo que se discute es los sujetos pueden dictar “normas autónomas”. Como señala
Leyva Saavedra si: “la persona que puede decidir libremente como proyectar,

1
DE CASTRO Y BRAVO, Federico. El negocio jurídico. Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, Madrid,
1971.
2
PUIG BRUTAU, José. Compendio de Derecho Civil. Volumen II. Ed. Bosch, Barcelona, 1987. Pág.169.
3
LEYVA SAAVEDRA, José. “Autonomía privada y contrato”. Revista Oficial del Poder Judicial: Año 4 - 5,
N° 6 y N.° 7 / 2010-2011. Pág. 267.
perseguir y alcanzar sus propios objetivos, pero dentro de los límites señalados por
cada ordenamiento jurídico4”. El problema nos retrotrae a la fundamentación
constitucional de la autonomía privada en base a la libertad de acción en sentido
positivo-material, y se enlaza con el concepto moderno de “autonomía privada”,
como potestad de autogobierno de las relaciones privadas, y por lo tanto su
reconocimiento como fuente del derecho5. Por ello, se considera a la autonomía de
las partes o de la voluntad (por ejemplo, el testamento, las declaraciones
unilaterales de reconocimiento de obligaciones o de institución de situaciones
jurídicas, como el reconocimiento de la filiación, por citar algunos ámbitos jurídicos
donde son eficaces), como auténtica fuentes normativa.

II. AUTONOMÍA Y ORDENAMIENTO JURÍDICO.

Tras conceptuar el carácter normativo de la autonomía de la voluntad, es preciso


considerar que existe un debate entre autonomía y ordenamiento legal, y que puede
existir discrepancia entre voluntad privada y derecho, es decir, el planteamiento de
límites fijados por el ordenamiento jurídico a los efectos de la autonomía de la
voluntad, y que por lo tanto, obligan a amparar o no dichos efectos derivados de las
declaraciones de voluntad6. Por ello, existen efectos jurídicos reconocidos y
tutelados y otros a los cuales el derecho no va a reconocer efectos jurídicos en caso
de incumplimiento de las obligaciones surgidas. Se trata del concepto doctrinario de
ley negocial, típica del contrato consensual bilateral y sinalagmático, regidos bajo el
principio “pacta sunt servanda7”. Ya en el Derecho Romano, la limitación legal fue
señalada por Gayo: los pactos convenidos en contra de la ley Civil eran no válidos,
(Digesto, 2,14,28) y bajo el principio “ius publicum privatorum pactis mutari non
potest”. Y reiterada en el Código Civil francés de Napoleón, cuyo artículo 6

4
Ibíd. Pág. 269.
5
Loc. Cit, citando a Alterini – López Cabana. La autonomía de la voluntad en el contrato moderno. Buenos
Aires, 1989, p. 7 ss.; Barassi. Instituciones de derecho privado. Barcelona, 1955, vol. II, p. 217; Carbonnier.
Droit civil. Barcelona, 1960, t. II, vol. I, p. 127 ss.; Díez-Picazo. Fundamentos del derecho civil patrimonial.
Madrid, 2007, vol. I, p. 143 ss.; Weill – Terré. Droit civil. Les obligations. Paris, 1986, p. 48 ss.
6
Ibíd. Pág. 274.
7
ÁNGEL, L. K. “Autonomía de la voluntad ¿Decadencia o auge?”. Revista Verba Iuris, 11(36). 2016. Págs.
71- 91.
establecía que: “On ne peut déroger par des conventions particulières, aux lois qui
intéressent l’ordre public et les bónnes mœurs”,

Los límites legal y doctrinariamente señalados son la licitud del negocio jurídico
pretendido, el respeto al orden público y las buenas costumbres, y las formalidades
intrínsecas del negocio jurídico, tales como la normas prohibitivas de los contratos
y actos jurídicos. Como se señala: “Con estas disposiciones se busca proteger el
ordenamiento interno, a través de la consideración de sus normas positivas y sus
valores políticos, jurídicos, económicos y morales, que están en la base misma de
su organización jurídica y económica8.” Dominguez Martínez, define orden público
como “el conjunto de principios, normas y disposiciones legales en que se apoya el
régimen jurídico para preservar los bienes y valores que requieren de su tutela, por
corresponder estos a los intereses generales de la sociedad, mediante la limitación
de la autonomía de la voluntad, y hacer así prevalecer dichos intereses sobre los de
los particulares9”. Los valores fundamentales de una sociedad se encuentran
regulados en la Constitución Política de la República como bienes jurídicos
tutelables por el Estado, aún en las relaciones jurídicas-privadas, y sirven de límite
último de la libertad de acción, en el ámbito social.

Sin embargo, esta limitación es más atenuada en el ámbito de los ordenamientos


jurídicos del common law y en materia de contratación mercantil internacional (por
ejemplo, los Principios UNIDROIT sobre libertad de contratación y forma)10.

8
LEYVA SAAVEDRA, José, Op. Cit. Pág. 273.
9
DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ, Jorge Alfredo. “Orden Público y autonomía de la voluntad”. Biblioteca
Jurídica Virtual. Instituto de Investigaciones Jurídicas. Pág. 83.Disponible en www.biblio.juridicas.unam.mx
10
ÁNGEL, L. K . Op. Cit. Pág. 77 y ss.
BREVES CONCLUSIONES.

Ha quedado demostrada la importancia histórica-jurídica del principio de la


autonomía de la voluntad en la regulación de las relaciones jurídicas-privadas, y las
limitaciones que el ordenamiento jurídico estatal ha ido efectuado a la auto-
regulación contractual y la autodeterminación jurídica del individuo. Por ello, se
concluye que la autonomía de la voluntad no puede ser absoluta, ello a pesar de
que las posiciones ius-filosóficas más liberales lo estimen conveniente para la
libertad del individuo, lo que equivaldría negar la eficacia de la potestad legislativa
estatal sobre las relaciones privadas, en ciertos ámbitos donde existen relaciones
desiguales, discriminatorios, o posible abuso de derecho, que solo la ley general
puede paliar con un efecto preventivo-ordenador sobre las relaciones sociales.
Además, todo reconocimiento jurídico de efectos a las declaraciones de voluntad o
acuerdos consensuales debe ponderar el impacto sobre terceros y sobre
situaciones jurídicas interrelacionadas tales como derechos adquiridos por
personas ajenas al vínculo creado. Sin embargo, en materia civil y mercantil, no
puede negarse la fuerza normativa de la autonomía de la voluntad puesto que la ley
es como regla general dispositiva o supletoria en defecto de regulación autónoma
de las partes.

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