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El barril de amontillado
Edgar Allan Poe
En el extremo más alejado de la cripta se veía otra menos espaciosa. Contra sus paredes se
habían apilado restos humanos que subían hasta la bóveda, como puede verse en las grandes
catacumbas de París. Tres lados de esa cripta interior aparecían ornamentados de esta
manera. En el cuarto, los huesos se habían desplomado y yacían dispersos en el suelo,
formando en una parte un amontonamiento bastante grande. Dentro del muro así expuesto
por la caída de los huesos, vimos otra cripta o nicho interior, cuya profundidad sería de unos
cuatro pies, mientras su ancho era de tres y su alto de seis o siete. Parecía haber sido
construida sin ningún propósito especial, ya que sólo constituía el intervalo entre dos de los
colosales soportes del techo de las catacumbas, y formaba su parte posterior la pared, de
sólido granito, que las limitaba.
Fue inútil que Fortunato, alzando su mortecina antorcha, tratara de ver en lo hondo del
nicho. La débil luz no permitía adivinar dónde terminaba.
—Continúa —dije—. Allí está el amontillado. En cuanto a Lucresi…
—Es un ignorante —interrumpió mi amigo, mientras avanzaba tambaleándose y yo le
seguía pegado a sus talones. En un instante llegó al fondo del nicho y, al ver que la roca
interrumpía su marcha, se detuvo como atontado. Un segundo más tarde quedaba
encadenado al granito. Había en la roca dos argollas de hierro, separadas horizontalmente por
unos dos pies. De una de ellas colgaba una cadena corta; de la otra, un candado. Pasándole la
cadena alrededor de la cintura, me bastaron apenas unos segundos para aherrojarlo.
Demasiado estupefacto estaba para resistirse. Extraje la llave y salí del nicho.
Fausto
Goethe
Wagner
Fausto
Teníamos la impresión de estar viviendo una pesadilla llamada Lucy. Los dientes puntiagudos,
los labios voluptuosos, manchados de sangre… Todo ello era suficiente para producir
escalofríos de terror, y su cuerpo sensual, visiblemente carente de alma, era como una burla
diabólica de lo que fuera en vida el cuerpo de Lucy.
[…]
«Van Helsing abrió el libro de rezos y empezó a leer; Quincey y yo contestábamos lo mejor
posible. Arthur colocó la punta de la estaca sobre el corazón de Lucy, y observé que empezaba
a hundirla ligeramente en la blanca carne. Después, golpeó con el martillo con toda su fuerza.
Poco a poco, el cuerpo cesó de temblar, las contorsiones disminuyeron, mas los dientes
continuaron clavados en los labios, y los rasgos del rostro siguieron estremeciéndose.
Finalmente, el cadáver quedó completamente inmóvil. La terrible tarea había terminado.
Los Miserables
Víctor Hugo
La probidad, la sinceridad, el candor, la convicción, la idea del deber son cosas que en caso de
error pueden ser repugnantes; pero, aún repugnantes, son grandes; su majestad, propia de la
conciencia humana, subsiste en el horror; son virtudes que tienen un vicio, el error. La
despiadada y honrada dicha de un fanático en medio de la atrocidad conserva algún
resplandor lúgubre, pero respetable. Es indudable que Javert, en su felicidad, era digno de
lástima, como todo ignorante que triunfa.
Una cierta cantidad de ensueño es buena, como un narcótico, a dosis discretas. Esto
adormece las fiebres a algunas veces obstinadas de la inteligencia en activo, y hace nacer en el
espíritu un vapor fresco que corrige los ásperos contornos del pensamiento puro, colma aquí y
allá lagunas e intervalos, une los conjuntos y borra los ángulos de las ideas. Pero demasiado
ensueño sumerge y ahoga. Desgraciado el trabajador que se deja caer entero del pensamiento
al ensueño. Cree que se remontará fácilmente, y se dice que, al fin y al cabo, es lo mismo.
¡Error!
Marius, lo recordamos, había empezado por ahí. Había sobrevenido la pasión y había acabado
de precipitarle en las quimeras sin objeto y sin fondo. Ya no salía de su casa más que para ir a
soñar. Alumbramiento perezoso. Abismo tumultuoso y estancado. Y a medida que el trabajo
disminuía, aumentaban las necesidades. Esto es una ley. El hombre en estado soñador es
naturalmente pródigo y débil; el espíritu distendido no puede mantener la vida apretada. Hay
en este modo de vivir bien mezclado con mal, pues si la debilidad es funesta, la generosidad es
sana y buena. Pero el hombre pobre, generoso y noble que no trabaja, está perdido. Los
recursos cesan, la necesidad surge.