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Tijoux 2017 PDF
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Este texto busca que podamos detenernos y reflexionar por un lado sobre la
urgencia de una Ley que contemple las características de las migraciones actuales
y también sobre las condiciones en que hoy viven los inmigrantes de seis países
que han sido considerados como tales por la sociedad chilena.
Al mismo tiempo es necesario que las escuelas, los hospitales o los municipios
comiencen a tejer el respeto que se debe a las personas inmigrantes que trabajan
para nosotros en pésimas condiciones que hemos normalizado a pesar de la
violencia que presentan. Porque más allá de degustar comidas, aprender bailes,
entonar músicas “exóticas” y organizar ferias “multiculturales”, debemos abrir
nuestro país a su palabra y a sus urgencias, comprender sus situaciones e iniciar
al mismo tiempo un ejercicio reflexivo crítico sobre nuestras vidas cotidianas
cuando interactuamos con ellos y ellas, para examinar con cuidado nuestras
prácticas y discursos y los efectos que estos pueden tener. Al mismo tiempo es
importante enriquecernos con los distintos capitales culturales que traen consigo.
Se trata de un compromiso político-crítico que advierta de la preocupación por
cambiar nuestros modos de acercarnos y comprender las situaciones que han
vivido.
El propósito es por lo tanto también pensar en el “nosotros” que tanto se cansa y
se desgasta en pos de una búsqueda identitaria que trata de calmar su angustia,
focalizando a un Otro sobre el cual imperativamente construir la falsa diferencia
que autorice y convenza de que somos efectivamente chilenos.
Pero este no es solo un ejercicio individual, están involucrados los Estados, sus
instituciones y la misma sociedad. La historia social y política de nuestro país,
entrega interesantes pistas –que no podremos abordar de forma exhaustiva- pero
que ayudan a comprender nuestros comportamientos frente a las personas
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inmigrantes, especialmente aquellas que portan el cuerpo “negro” y “mulato”
donde destacan los cuerpos de las mujeres que han experimentado procesos de
racialización y sexualización que consiguen que una ficción racial, sea indisociable
de la desfiguración de las fronteras antropológicas y políticas.
-Introducción-
Son millones las personas que se desplazan por el mundo. La cifra es tan alta que
probablemente ya ha cambiado y eso lo revela el informe del Alto Comisionado de
la ONU para los refugiados (ACNUR) que desglosa las claves de desplazamiento
a nivel mundial, mientras que el espacio de asilo se restringe en Europa y en otras
regiones. Vale señalar que una característica de las políticas migratorias en los
países desarrollados es su carácter restrictivo, pues la inmigración es considerada
en términos de seguridad, como un “problema” y los gobiernos se creen obligados
a enfrentar esta amenaza. Los Estados entonces implementan políticas cada vez
más duras para controlar la inmigración y más hostiles hacia el inmigrante. Solo
que cada vez son mayores los fracasos que se concentran en la restricción de
visas, los controles, las expulsiones del territorio y las diversas sanciones que no
consiguen responder a la demanda real de esta mano de obra -calificada o no-,
en cada país. Así, el comportamiento de los gobiernos en esta materia es
alienada, pues de una parte impone exigencias legales para obtener permisos de
residencia y al mismo tiempo expulsa a los “irregulares”, para después de un
tiempo, otorgar amnistía a los que llegaron sin la visa ni los documentos exigidos.
Los países que antes los veían como una mano de obra bienvenida, los
consideran ahora “peligrosos”, cuestión que los constituye como los “enemigos”,
que se asegura, invadirán los territorios nacionales. Estas cifras podrían explicar la
tesis de la “invasión”, políticamente esgrimida y difundida para administrar la
inmigración, o sea para cuidar y cerrar las fronteras y bajo lógicas estatales,
elaborar también políticas. Pero, ¿Por qué se vincula la inmigración -cuando se la
erige como “problema grave a resolver”-a problemas sociales como la cesantía, la
pobreza o la exclusión? Claramente, hay que enfrentar y desechar las respuestas
emanadas del sentido común, pues un “problema social” no es una entidad
verificable, sino una construcción que proviene de intereses ideológicos y lo que
se califica como “problema”, arranca de intereses muy precisos que buscan
construir una opinión pública (Edelman, 1987), que como bien lo ha demostrado
Bourdieu “no existe”.
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Este enfoque seguritario permite la elaboración y el desarrollo de dispositivos de
controles externos en las fronteras; de dispositivos internos en las regiones para
quienes ya residen regular o irregularmente, y de dispositivos sociales destinados
a controlar los modos de vida y administrar estos cuerpos “extraños”, en torno a
las lógicas que arma el par exclusión/inclusión. Al igual que los pobres, habrá
“buenos y malos inmigrantes”, que se seleccionarán según su disposición por
someterse o no al trabajo precario e hiperexplotado. Habría que entender al
inmigrante entonces como “una paradoja de la alteridad”, si atendemos a Sayad.
Porque dado que la dimensión económica determina todos los otros aspectos de
su estatus y es el trabajo que le da origen, cuando el empleo falta, su presencia se
vuelve ilegítima y será entendida como una presencia provisoria.
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Entonces el inmigrante estará de sobra y en razón de la deshumanización
proveniente de la inmigración entendida como “problema”, su amenaza será
tangible y se atará falsamente al peligro.
De cierto modo, los hechos que acaecen en nuestro país, se agregan lentamente
a la tragedia que presenta al mundo el contenido de una forma brutal y
vergonzosa de desprecio por la vida que ha dejado su mancha en miles de
muertos flotando en el mar, en cadáveres diseminados en los desiertos y en los
cuerpos masacrados, abandonados o congelados de hombres, mujeres y niños
que huyen de sus países intentando atravesar las fronteras de otros, que les
podrían proporcionar la sobrevivencia, después de haberlos colonizado. La
dimensión espacial de los controles, ligados a las fronteras de los Estados, se
encuentra con la dimensión vinculada al estatus y a las condiciones personales de
los inmigrantes que están sujetos a las medidas de control. Y esos mismos estatus
representan fronteras que impiden, favorecen u obstaculizan la travesía de
distintas fronteras territoriales. Y por lo mismo pueden ser usadas por el poder
territorial (Cuttita, 2007).
Las imágenes que remecieron unos días al mundo se hacen más insoportables
cuando exponen el cuerpo de un niño blanco, ahogado en una playa, logrando
construir una emoción más radical que las que provocan las infinitas columnas de
familias extenuadas que terminan acumulándose como basura improductiva del
capital en las fronteras europeas; o la de cuerpos amontonados que se equilibran
sobre los vagones del tren de la muerte, para conseguir entrar al “norte”, desde El
Salvador, Honduras o Guatemala, o los peligros que corren quienes ingresan a los
países acarreados por “coyotes”. Las consecuencias humanitarias y económicas
de estos hechos, se les endosa a los inmigrantes cuando sus verdaderas causas
son los estrictos controles migratorios implementados por políticas ejecutadas por
burócratas que buscan dar una apariencia de seguridad. Medidas de las cuales
constantemente se comprueba su crueldad y su ineficacia.
-¿Quién es inmigrante?-
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omisiones de la visión oficial que consigue reproducir la incomodidad que crea su
molestosa presencia. Está demás, en la sociedad de origen y en la de llegada”.
Desde la década de los noventa, cuando una apertura económica ya iniciada por
la dictadura, ofrece la posibilidad democrática de una expansión, ciudadanos de
países vecinos que emigran de sus países, buscarán establecerse en Chile,
atraídos por la seguridad que el país exhibe internacionalmente. No es una
situación nueva, pues siempre han llegado inmigrantes en distintos momentos de
la historia, por grupos, huyendo también o buscando trabajo. Solo que hoy el
número aumenta y sus actores no son tan bienvenidos como los del siglo XIX por
ejemplo, debido a su color, su condición, su nacionalidad y su género.
Principalmente vienen de Perú, Bolivia, Ecuador, República Dominicana, Colombia
y Haití, orígenes que los cataloga para que la sociedad chilena los perciba
negativamente como “inmigrantes”, logrando que el concepto de inmigración se
vacíe de su sentido al señalarlos como tales, mientras que lo extranjero, será el
concepto que nombrará a quienes serán bien o medianamente bien acogidos, al
menos hasta ahora y según el modo en que siga dándose la dinámica migratoria
en el mundo.
Siguiendo a Brossat, podemos pensar al inmigrante que hoy llega como una
fantasmagoría del poder y sobre todo como “el punto de cristalización de un
dispositivo psíquico colectivo, poblado de malos sueños” (Brossat, 2012, p. 7). Tal
vez, porque es un trabajador pobre y no está de paso, pues –como señalaba
Simmel- es el extranjero que llega para quedarse. Es esa “fuerza de trabajo
provisoria, temporal y en tránsito”, que ya advirtiera Sayad como una fuerza que
se necesita. De lo contrario, no se abrirían los mercados de la trata de personas y
del tráfico ilegal de inmigrantes, dos delitos que implican captar, desplazar o
receptar personas cuando las víctimas no consienten o les limitan su
consentimiento; y sacar beneficios materiales directa o indirectamente con la
entrada ilegal de personas. Manejado por bandas internacionales, este negocio
trafica con los inmigrantes y con los refugiados rechazados en las fronteras, para
que ingresen por los pasos no habilitados en las regiones de Arica y Parinacota,
en medio de campos minados o a través de pistas de aterrizaje del aeropuerto.
Todo un “affaire” manejado por “coyotes” también desafiliados y excluidos que se
mueven en las fronteras.
Durante este acarreo, se producen otros delitos que obviamente quedan impunes
y que proponen “vender la entrada”, al precio que se le ponga a las vidas de estas
personas, ya plenas del sentimiento de inseguridad que involucra su llegada a una
tierra que los acoja. Han sido encontrados en transportes de animales, para
trabajar en la construcción u ocultos por dueños de restaurantes, como cosas
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desechables, junto a sus papeles que nunca les devuelven. Hoy ya hay muertos
en esta ruta de un viaje duro y esos muertos son niños, mujeres y hombres que
vieron en Chile la posibilidad de permanecer. La necesidad de estadía obliga a
aceptar cualquier trato, pero también exige callar y someterse a condiciones
inhumanas de vida. Al mismo tiempo la presencia inmigrante hace regresar viejos
fantasmas coloniales y estatales-nacionales que convierten a una persona en
enemigo.
Para los inmigrantes la vida de todos los días es tan real como el temor que
producen en los chilenos. Imaginado y señalado como amenazante, parasitario o
ingobernable su existencia parece condenada a la exclusión, debido a la ausencia
de un territorio que le entregaba una historia y un amarre y que al dejarlo fuera de
ese lazo esencial, lo desarraigó para llenarlo de inseguridad e incertidumbre en
este país ajeno que ahora lo objeta, empujándolo constantemente a buscar la
invisibilidad que le evite el maltrato atado a la sospecha. Tratará entonces de
desaparecer en una nación que no es la suya. Luchará todo el tiempo contra el
sufrimiento anunciado por su color, ese que le han adherido a su condición de
persona, (llamándolo persona de color), despersonalizándolo.
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producción de una teoría racionalizada y legitimada que se incorpora tanto al
sujeto racista como a quien se desprecia.
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durante trescientos años la sociedad aceptara y naturalizara la condición de
esclavo. De ahí que los indicios sobre lo ocurrido en ese entonces instalan
múltiples preguntas respecto al modo en que esas relaciones tuvieron lugar. La
marca imborrable de lo negro impedía la vida junto a los demás y planteaba
diversos obstáculos para aquellos que intentaban integrarse.
Rosa Soto1, refiere a la memoria histórica de las olvidadas para develar como lo
negro y la esclavitud, incomunican los prejuicios raciales de una sociedad que
segrega y generaliza. Las esclavas aparecen en los registros, como denunciadas
o denunciantes y como objetos para ser vendidas alquiladas, rematadas,
embargadas, heredadas y donadas. La sexualización que operaba las veía como
obscenas y desvergonzadas al igual que lo eran sus bailes y ceremonias. Los
negros eran lujuriosos y desenfrenados y para ello el rey recomendaba traer
esclavas que frenaran estos ímpetus, pero los amos y su descendencia las
usaban y abusaban sexualmente. El mestizaje reinstalará una sexualidad
vergonzosa llena de temor, mistificando la sexualidad de las mujeres negras.
1http://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/19/rsoto.html
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https://palabrademujer.wordpress.com/2009/11/29/la-esclava-en-la-colonia/
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Es violencia, porque implica imposición sobre otros y es simbólica porque impone sentido; es arbitraria,
porque contribuye a reforzar la desigualdad social entre las clases, privilegiando una sobre otras y porque no
está fundada en ningún principio biológico, filosófico u otros que transciendan intereses individuales o de las
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dominadas. Mediante estas prácticas determinados rasgos corporalizados son
considerados jerárquicamente inferiores frente al “nosotros”, impactando
epistemológicamente en la construcción de subjetividades y justificando distintas
formas de violencia, desprecio, intolerancia, humillación y explotación donde el
racismo y el sexismo adquieren una dimensión práctica en la experiencia de las
comunidades de inmigrantes en Chile. Tales prácticas, mediante su misma
realización y a partir de su diversidad, pueden contener el germen de la
subversión de las relaciones de poder que dan origen al sexismo y al racismo.
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se ve obligado a recurrir, como condición de su propia existencia dentro del orden
social.
La performatividad de la imitación colonial, logra que las categorías sociales de
raza y género se incorporen, posibilitando así la construcción de subjetividades
coloniales recíprocas, donde lo blanco produce a la raza (lo negro) tanto como la
raza produce a lo blanco; e igualmente cada categoría de género produce
relacionalmente a sus oposiciones. Para Butler en el seno de la performatividad se
encontraría una permanente tensión entre la habilitación social que conlleva la
subjetivación y la reproducción de estereotipos normativos de raza y género que
yacen en la imitación colonial. Dicho de otro modo, ello permite la inserción social,
aunque reproduciéndola en una posición subordinada construida y reproducida
hasta hoy como situación de colonialidad.
La cicatriz es demasiado grande e impide por ahora cualquier cura. Ha conseguido
armar la costra que se ha endurecido con la historia, los intereses políticos y luego
con el olvido. Se ha hecho más fuerte con la producción de impunidad sostenida
en el marco soberano de un país, que olvida demasiado pronto y que recuerda
solo de repente, según las circunstancias. El cuerpo que acá hemos buscado
mostrar, es el cuerpo que deja ver la gran cicatriz que se ha construido sobre los
inmigrantes, conjuntamente con otros cuerpos, también deshumanizados y
marcados como el de los pobres abandonados o de los niños que sobran o de las
mujeres olas transexuales que salen por la noche buscando subsistir. Pero la
clase sigue marcando sus tiempos y la nación avisa, para nuevamente controlar la
diferencia de venir de acá o de allá y prevenir y controlar todo daño a los
“nacionales”.
La “raza” de la cual no se habla en Europa, en América Latina es -como señala
Quijano-, una categoría mental nueva, proveniente de discusiones históricas
respecto a las relaciones entre europeos y no europeos y de aborígenes que no
tenían alma ni naturaleza humana y que aun cuando un papa decretara que si la
tenían, se había ya construido la idea que los no europeos eran biológicamente
inferiores. Desde entonces funciona en el seno de nuestras sociedades una
construcción subjetiva y estructurada de la diferencia, que no es otra cosa que
racismo.
Es necesario seguir examinando lo que le sucede al “nosotros” con los inmigrantes
desde ese carácter colonial que permanece en las relaciones sociales pues
designa la reproducción de antiguas jerarquías coloniales etno-raciales. El
autoritarismo permanentemente presente en la sociedad y en el Estado, articula
desde el siglo XVI, relaciones que marcan, impregnan y condicionan la vida. Esta
colonialidad forjada en el Estado y en la vida privada, ha permanecido y hoy
adquiere otras formas para expresarse con mucha evidencia en el trato a
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inmigrantes convertidos en sujetos racializados y sexualizados que se intentan
rehumanizar en clave capitalista y neoliberal chilena.
Podemos sin embargo intentar ponernos de acuerdo y trazar alguna ruta reversa
para desarmar lo que se aprendió como verdad y buscar una salida. Comenzar
por entregar la palabra y desapropiarnos de lo que no es nuestro, dejando de
hablar en el nombre de quienes han sido aplastados. Luego valdría la pena
enfrentar lo que somos y reír un poco frente a la idea de la blancura chilena como
signo de europeización. Tenemos sangre negra e indígena en nuestras venas y el
resto proviene a su vez de muchas partes del mundo que probablemente nos
harían regresan al mismo lugar de donde todos y todas partimos. El temor a este
declarado “enemigo” no se sostiene. Pero la violencia racista no terminará por ello,
habrá que seguir trabajando en contra de esta ficción racial que autoriza al
soberano a encarnizarse con un cuerpo hecho cicatriz por su color, para cazarlo y
devolverlo a la frontera.
Queda esta tarea incómoda de preguntarnos cómo y qué hacer, pero saber que
hacer con este nosotros que nos hace inhumanos.
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