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Duke Ellington, medio siglo de jazz


Un recorrido por la vida y obra de una de las grandes
leyendas del jazz
Por Estefanía Camacho
Abril 30, 2019

La vida musical de Edward Kennedy Ellington es todo un


capítulo en la historia del jazz. Son cincuenta años de
actividad constante que lo respaldan, no sólo como uno de los
músicos más grandes en la historia de su país, sino como un
creador redondo, pues fungió como compositor, líder de
orquesta, arreglista, autor y solista.

El duque se hace
Edward Kennedy nació el 29 de abril de 1899 en Washington
como hijo de James Edward Ellington y Daisy Kennedy. James
trabajaba como mayordomo para la familia de un médico y
Daisy era hija de una familia de buen estrato social. La
personalidad de Edward tomó forma entre expresiones
gentiles, etiqueta y formalidad.

En su casa había no uno, sino dos pianos y gracias a ellos


aprendió música desde la adolescencia, una época en la que
Edward Kennedy se autonombró duque sin que alguien pudiera
decirle lo contrario.
Su carrera profesional tomaba forma rumbo al diseño
comercial, pero en 1918 la Asociación Nacional para el
Progreso de la Gente de Color (NAACP) le otorgó una beca
estudiantil para estudiar arte en Nueva York. En ese mismo
año contrajo matrimonio con Edna Thompson y tuvieron un
hijo, Mercer Ellington, una nueva responsabilidad que le hizo
repensar el futuro de su carrera.

Tras el fin de la beca, Duke Ellington regresó por muy poco


tiempo a Washington, antes de mudarse de manera definitiva a
Nueva York en 1923 con sus amigos músicos Otto Hardwick y
Sonny Greer. Los tres ya eran reconocidos en ese entonces por
tocar música de baile en los bares recién abiertos de Harlem,
donde Ellington pudo reconocer sus dotes como líder de
orquestas pequeñas. El trío hizo del Club Kentucky un sitio al
que recurrir en busca de música para divertirse.

Las composiciones y arreglos de Duke Ellington tenían


entonces una esencia exótica y candente. Ejemplo de ello es la
canción “East Saint Louis Toodle-Oo”, que además incluye
extractos inspirados en “La Marcha Fúnebre” de Chopin.
D u k e E l l i n g t o n t o c a n d o e l p ia n o e n e l A q u a r i u m e n 1 9 4 6 .

No significa nada…
En 1927, Ellington y su banda fueron seleccionados para tocar
en el Cotton Club de Harlem, que no era mas que un Carnegie
Hall para quienes no podían llegar a él, de acuerdo con La
historia del jazz de Ted Gioia.
Sin saberlo en ese momento, los negocios para bailar en ese
barrio de Nueva York, como el Savoy y el mismo Cotton Club,
serían escuelas y entras para el futuro de la música en Estados
Unidos, considerando que además no excluían al público
blanco. Era, además, como si los problemas económicos por los
que atravesaba el país norteamericano no pudieran ingresar a
estos clubes que abrían seis días a la semana.

“La supremacía de Duke durante los años del Cotton Club no


sólo le permitió sobrellevar la llegada de la Depresión, sino
incluso prosperar en una época en la que la mayoría de los
directores de bandas tenían que reducir personal”, escribe
Gioia.

La crisis de los treinta no tocó a Duke, quien tuvo la capacidad


financiera de fichar a los trombonistas Juan Tizol y Lawrence
Brown, otros grandes nombres de la historia del jazz.

En ese mismo año, Duke apareció en su primera película de


Hollywood, Check and Double Check y para 1931 sería invitado
a conocer al presidente Hoover en la Casa Blanca, un acto
inaudito para un músico negro en ese entonces.
***

Es 2014 y Lady Gaga, con el cabello teñido de azul, repite el


scatting –improvisación vocal en jazz- de “It don’t mean a
thing (if it ain’t got that swing)”, una de las canciones más
populares del género. En 1932, cuando se grabó esta canción
compuesta por Duke Ellington con letra de Irving Mills,
probablemente los expertos ya la imaginaban como uno los
mejores trabajos de jazz de la era y también de sus autores. La
pieza sobrevivió el cambio de siglo y varias generaciones más,
interpretada por los cantantes más populares del momento.

La era de la Depresión significó para Duke Ellington todo lo


contrario, pues en 1933 ya había grabado otros éxitos de su
carrera, canciones que entrarían en el repertorio básico
norteamericano. “Mood Indigo”, “In a Sentimental Mood”,
“Sophisticated Lady” y “Solitude” serían replicadas en esa
época por el éxito que tenían entre la gente que quería bailar,
pero también entre los jazzistas, que convirtieron estas piezas
en estándares del género.

D u k e E l l i n g t o n , J u n i o r R a g l i n , J u a n T i z o l , B a rn e y B i g a r d ,
entre otros / Flickr.

***

En 1934 el pianista compuso “Symphony in black”, una pieza


considerada excelsa por su complejidad. La suite de nueve
minutos comprobaba la capacidad de Duke como líder de
orquesta, compositor y genio musical más allá de la fórmula
para hacer a todos bailar o entrar en un estado melacólico.
“Symphony in black”, sin embargo, resumía la capacidad que
tenía Duke Ellington para hacer a la audiencia pasar por esas
dos atmósferas en menos de diez minutos.
Ese mismo año todo estaba por cambiar para la cultura
estadounidense, en parte gracias al trabajo que Duke y sus
contemporáneos ya habían hecho. La ley seca en el país
norteamericano había terminado y la música comenzaba a
llegar a las masas. El swing y el alcohol eran una mezcla
cargada de fulgor para los años posteriores a la Depresión.

Pronto, la sociedad comprendió que ni el jazz ni el alcohol


representaban una amenaza para su status quo. Por el
contrario, los músicos blancos como Benny Goodman o Glenn
Miller también retomaron el swing, inspirados en Ella
Fitzgerald, Fletcher Henderson y Duke Ellington y así
iniciaron los mejores años de este estilo musical.
En 1937 Ellington grabó otra pieza musical que superaba
musicalmente todo lo que había hecho con anterioridad:
“Caravan”. Considerada uno de los epítomes del jazz. El año
2014 la trajo de regreso con mucha fuerza tras su mención en
la película Whiplash de Damien Chazelle.
“Caravan” fue compuesta por el trombonista Juan Tizol, quien
vendió los derechos de su canción por 25 dólares a Ellington
sin conocer su verdadero valor. Una vez que se arregló y grabó
con una big band dirigida por el mismo Ellington, “Caravan”
conquistó las listas de popularidad. En esta grabación
participaron Cootie Williams en la trompeta, Tizol en el
trombón, Barney Bigard en el clarinete, Harry Carney en el
saxófon, Billy Taylor en el contrabajo y Sonny Greer en la
batería, miembros que seguirían a Ellington durante unas
décadas más.

El alcance de esta pieza es difícil de medir por el potencial que


ofrece para improvisar, agregar solos y evolucionar, como le
sucedió a través de Wes Montgomery en 1964 y Wynton
Marsalis en 1986.

Y aunque Duke era una pieza importante en la era del swing, él


prefería no simplificar las melodías. Según el Museo Nacional
de Historia Estadounidense al pianista no le interesaba
especialmente crear un buen ritmo para bailar –aunque lo
hacía-, sino explorar más su imaginario musical.

“Cuando la música swing y el baile se convirtieron en una


obsesión nacional a fines de la década de 1930, Ellington
permaneció por encima de todos y siguió su propio camino”, se
lee en el sitio del Instituto Smithsonian y Smithsonian Jazz.

Duke y su banda cerraron la década dorada del swing de gira


por Europa.
D j a n g o R e i n h a r d t y D u k e E l l i n g t o n e n e l A q u a r iu m ,
Nueva York.

***

En 1938 a su orquesta se unió otro elemento relevante para los


próximos años: el joven arreglista y compositor Billy
Strayhorn, quien no tardó mucho en darle un éxito a la
orquesta: “Take the ‘A’ Train”, una pieza que poco antes había
tirado a la basura al considerarla poco novedosa.

Billy encontró inspiración para la letra de esta pieza en la


nueva línea del metro en Nueva York que hacía que la gente se
confundiera para llegar a Harlem.

“You must take the A Train


To go to Sugar Hill, way up in Harlem”

La canción de 1941 sería reconocida en el año 2000 como una


de las 100 mejore del siglo XX, según NPR.

El tren que lleva a Carnegie


Alejado ya del swing comercial, Duke Ellington se aventuró a
seguir con sus composiciones complejas. “Black, Brown,
Beige”, una suite de tres movimientos o “un paralelo a la
historia del negro estadounidense”, como la presentó Duke en
el Carnegie Hall, se trataba de una declaración frontal sobre el
racismo que enfrentaban los afroamericanos, pero también,
muchos músicos negros en la época.

A pesar de la relevancia de su denuncia fue duramente


criticado por su actuación en uno de los eventos de jazz más
importantes en el mundo, según escribió Claudia Roth para
The New Yorker. Tal incidente estaría lejos de ser el fin de su
carrera. En todo caso, fue un anuncio de una nueva era, pues
de 1943 a 1947, Duke Ellington volvió al Carnegie Hall con otro
repertorio y sin provocación.

En los años siguientes las big bands -aunque lograban


sostenerse económicamente por las regalías-, dejaron de ser
tan redituables, pues el swing comenzaba a perder su toque.
Mientras tanto, Ellington componía aún movimientos largos
como “Do Nothing till You Hear from Me” de 1943 y “The
Perfume Suite” de 1945.

Ante la crisis, entre 1947 y 1955, algunos miembros


importantes de la banda se fueron a otras. Entre las pocas
creaciones importantes de estos años estuvo “Harlem”, de
catorce minutos y “Satin Doll”, posiblemente su último éxito.

Lo que quedaba para Ellington no era más que reinterpretarse,


lo cual no era necesariamente una señal de fracaso. Así lo
probó en 1956 cuando se presentó en el Festival de Jazz de
Newport, donde interpretó “Diminuendo and Crescendo in
Blue”, original de 1937. Esta presentación está considerada
como uno de los 50 momentos más grandes del jazz.
Duke Ellington, Teatro Paramount, Nueva York.
El Pulitzer y otros méritos
Con la colaboración del saxofonista Paul Gonsalves en el
concierto de Newport, la carrera de Duke revivió. Los críticos
volvieron a reconocerlo como el músico respetado y líder de
orquesta que siempre fue. Poco después fue nombrado
embajador honorífico del jazz y empezó giras por todos los
continentes.

En 1959 La Asociación Nacional para el Progreso de las


Personas de Color , con quien colaboró durante toda su
carrera, otorgó a Ellington su presea más importante, antes
concedida a Martin Luther King y otros luchadores de derechos
civiles. Sin embargo, la comunidad afroamericana cuestionó la
decisión preguntando qué es lo que Ellington había hecho para
merecerlo, argumentando que durante su carrera el pianista
había tocado para un público segregado en la región sur de
Estados Unidos, a lo que Duke Ellington simplemente
respondió con un: “todos lo hacen”. Y tenía razón.

Claudia Roth recogió la respuesta más extensa que dio


Ellington a esta pregunta. “No han estado escuchando nuestra
música. (…) Hemos estado hablando durante mucho tiempo
sobre lo que es ser negro en este país”, dijo.

A partir de entonces nunca dejó su activismo a un lado y lo


volvió cada vez más evidente. Grabó una nueva versión de
“Black, Brown, Beige” llamada “Come Sunday” con Mahalia
Jackson en la voz y protestó junto a los estudiantes en contra
de la discriminación que los jóvenes negros sufrían en los
establecimientos.

En 1965 ocurrió algo similar cuando el jurado del Premio


Pulitzer de la Música lo nominó, pero al final decidió no
entregar a nadie la distinción. Argumentaron que Duke
Ellington no cumplía con los términos de lo que el premio
representaba.
El pianista le dijo al crítico musical Nat Hentoff que se sintió
muy frustrado por esta decisión, pero que no lo sorprendía.
“(…) la mayoría de los estadounidenses aún toma por sentado
que sólo la música con bases europeas -música clásica- es la
que debe ser respetada. En este país, el jazz siempre ha sido el
tipo de hombre con el que no querrías que tu hija se asociara”.

***

Durante sus últimos activos, Duke Ellington siguió


componiendo y arreglando música. En 1967 escribió un álbum
llamado “And His Mother Called Him Bill” con dedicatoria a su
colega y gran amigo Billy Strayhorn, luego de su muerte en ese
mismo año.

El 24 de mayo de 1974, el duque del jazz, título nobiliario que


le hacía justicia, falleció de una neumonía agravada por el
cáncer de pulmón que padecía. Miles de personas se
congregaron para despedirlo.

El Premio Pulitzer musical le sería concedido de manera


póstuma en la celebración de su cumpleaños 100, en 1999,
como reconocimiento por su aportación musical.
Mary Lou Williams,
la dama del swing
Talento que marcó para siempre la historia del jazz y
de las mujeres en el género.

Por Estefanía Camacho


Mayo 2, 2019

Una noche de 1954 en el club nocturno de París, le Boeuf sur le


Toit, la pianista de jazz Mary Lou Williams detuvo su
concierto, se levantó sin terminar y salió del escenario.
Después de 41 años ininterrumpidos de carrera musical, ese
fue el momento en el que decidió que ya había dado suficiente
y quiso pasar del “playing” al “praying”, como confesó tiempo
después en una entrevista para la revista People en 1980. Días
antes, Williams había tenido una visión religiosa en un jardín
francés. Sintió un deseo ferviente de acercarse a Dios y dejar el
piano, el dinero y todo lo demás.

Williams, quien ya había logrado tocar en el Carnegie Hall, un


acto inaudito para una pianista en la década de los cincuenta y
fungía como arreglista para Benny Goodman y Dizzy Gillespie,
desconcertó a varios con su decisión.

“Todos pensaron que me había vuelto loca. Regalé mis vestidos


de Dior y vendí mis pieles de miles de dólares por 50. Busqué a
personas que vivieran de la beneficencia y les cociné, les lavé y
dormí en el piso para que ellos pudieran vivir en mi
departamento de Harlem”, relató a la revista estadounidense
tres décadas después.
Mary Lou Williams

***

Mary Lou Williams, nacida Mary Elfrieda Scruggs el 8 de mayo


de 1910 en Atlanta, Estados Unidos, no sólo sabía tocar el
piano desde los tres años de edad, también interpretaba
música espiritual y ragtime, mientras se sentaba en las piernas
de su madre para alcanzar el órgano. Todo lo aprendió de oido,
pues nadie le enseño a leer música.

Entre los seis y los siete años de edad sus hermanastros la


llevaban a las residencias aledañas, donde amenizaba las
tardes tocando el piano a cambio de algo de dinero, así que
pasó su infancia entreteniendo a sus vecinos en Pittsburgh.
En algún punto de su adolescencia, las donaciones voluntarias
empezaron a llegar a su casa, donde habitaba con sus nueve
hermanastros, su madre y su padrastro. La paga por concierto
era cada vez mayor.

En su vecindario ya la conocían como “La pequeña niña del


piano de East Liberty” y a los doce años de edad pasó su
primer verano de gira dando conciertos con bandas de rag.

Cuando grandes músicos de aquel entonces la conocieron, se


fascinaron por su capacidad en el piano. Así sucedió con el
aclamado pianista Fats Waller, quien se emocionó tanto al
verla que la cargó y la lanzó al aire. Otro músico que quedó
impresionado por el talento de la joven pianista fue Art Tatum,
quien la llevó de tour por clubes de jazz, no como observadora,
sino como intérprete.
Dizzy Gillespie, Tadd Dameron, Mary Lou Williams, and
Jack Teagarden / Flickr.

***
En su primera gira con músicos y artistas afroamericanos
recorriendo carnavales conoció a su esposo John Williams, un
saxofonista a quien seguiría en su carrera musical.

En la década de los años veinte, ambos se mudaron a Nueva


York, donde ella consiguió tocar con Duke Ellington durante
los inicios de su carrera en esa ciudad. Sin embargo, poco
después a John Williams le ofrecieron unirse a la banda de
Andy Kirk en Kansas y ella tuvo que abandonar el grupo
musical que dirigía para convertirse en la chofer de Andy Kirk
y su grupo.

Mientras su esposo y los demás ofrecían conciertos, ella


esperaba afuera de los salones en el auto, pero si veían que el
público no se estaba divirtiendo, la mandaban llamar para
tocar un boogie. Mary Lou Williams era tan talentosa que tenía
la capacidad de rescatar cualquier desastre. Así que en poco
tiempo pasó de esperar en el auto a hacer composiciones para
el grupo de Andy Kirk, con lo cual en 1931 se ganó el título de
“la dama que le pone swing a la banda”.

En estos años como pianista titular del conjunto, Mary Lou


compuso piezas con arreglos elementales como “Walkin’ and
Swingin’” y “The Lady Who Swings de Band”. Más adelante
1937 compuso “Roll ‘Em” y “Camel Hop” para Benny Goodman
y otros músicos.

Al iniciar la década de los cuarenta, Mary Lou decidió dejar la


banda de Andy Kirk por problemas con el reacomodo de los
integrantes y decidió partir a Nueva York, donde se asentó
nuevamente sin problema.

En ese momento de su carrera ella ya estaba inmersa en una


composición más personal y extensa. A mediados de la década
de los cuarenta grabó “The Zodiac Suite”, una obra que
recorría los signos zodiacales y que interpretó junto a la
Filarmónica de Nueva York en Carnegie Hall. Su regreso a
Nueva York fue triunfal. En poco tiempo se convirtió el acto
principal del Café Society, firmó contrato con una disquera y
era una clara mentora de la generación bebopper. Su
departamento fue un punto de encuentro para músicos que
apenas se hacían de un nombre como Thelonius Monk, Sarah
Vaughan y Dizzy Gillespie.

Este último grabaría In the Land of Oo Bla Dee en 1949, una


pieza de Mary Lou que pudo haber alcanzado mayor éxito como
obra clave del swing, pero el techo de cristal del jazz era muy
difícil de romper, sobre todo en la post guerra.

Como Dexter Gordon , ella y otros músicos migraron hacia


Europa, donde encontraban una mejor vida como intérpretes
del jazz. El recibimiento fue tan cálido en ese continente que
un compromiso de nueve días se convirtió en una estancia en
Reino Unido y Francia por dos años. Era tan reconocida en los
clubs de jazz que inauguraron uno en su honor: Chez Mary
Lou.
Sin embargo, todo esto terminó esa noche de 1954 en París.
T a d d D a m e r o n , M a r y L o u W i l l i a m s y D i z z y G i l le s p i e /
Flickr.

***
Los meses anteriores a la noche que abandonó el escenario del
club en París, los pasó inmersa en una depresión que crecía
constantemente, además de que se vio envuelta en problemas
de deudas. “Hay un periodo en el que debes parar y cuidarte a
ti mismo. Es la única forma para ayudar a otros”, dijo Mary
Lou Williams a People a sus setenta años de edad, repasando
ese pasaje de 1954.

Esa noche decidió también que se dedicaría a rehabilitar


músicos con adicciones y en 1958 fundó Bel Canto, un centro
de ayuda para adictos.
Mary Lou Williams regresó al escenario en esa década,
únicamente por petición de Dizzy Gillespie, y sólo para que
tocaran juntos en el Festival de Jazz de 1957 en Newport.
***
Aunque en sus inicios su fuerte había sido el swing y el bop, en
realidad su pasión estaba en la música góspel y espiritual. Los
trabajos de Mary Lou Williams durante la década de los
sesenta fueron los más representativos de lo que llevaba
dentro.

“Nadie puede imponerme un estilo. He aprendido de muchas


personas y cambio todo el tiempo. Experimento para
actualizarme con lo que suena en el momento e incluso me
adelanto a ellos; como un espejo que muestra lo que ocurrirá
después”, dijo a Whitney Balliet de The New Yorker.

En 1962 escribió “Hymn in Honor of St. Martin De Porres” y


“The Devil”, y “Anima Christi” en 1963, creaciones a las que
llamó “música para el alma”, pues eran obras vocales con una
mezcla de góspel y jazz experimental, pero a las que no les
atribuía solamente un significado religioso, sino sanador. Para
ella, esta era también “música que sana”.

“Era para desafiar a aquellos que llamaban al jazz ‘la música


del diablo’ y a todos aquellos que tocan música llena de
técnica, pero con muy poco sentimiento”, recordó el padre
Peter F. O’Brien para el Instituto Smithsonian. O’Brien manejó
la carrera de Williams desde 1970 hasta 1981 y dirige la
Fundación Mary Lou Williams, que busca rescatar el trabajo de
la pianista y acercar el jazz a los niños.
La siguiente obra de la pianista fue comisionada por el
Monseñor Joseph Gremillion, un estadounidense en el
Vaticano a quien Mary Lou conoció después de tener una
audiencia privada con el Papa Pablo VI en 1969. Williams
escribiría “Music for Peace” una creación que tuvo su debut en
Nueva York en honor a Tom Mboya un líder keniano que fue
asesinado en 1969, de acuerdo con el New York Times.
Tiempo después, a esta obra remasterizada y con nuevas piezas
se le conocería como la Misa de Mary Lou y sonaría en las
Naciones Unidas. Fue la primera composición de jazz en ser
interpretada durante una misa en la Catedral de San Patricio
en 1975.

Mary Lou Williams / Wikimedia Commons.

***
Mary Lou grabó varios discos durante el inicio de la década de
los setenta como “Zoning”, que marcaba su regreso a la música
“laica”, de acuerdo con la enciclopedia de música Grove de
Oxford. “My momma pinned a rose on me” y “Free Spirits”
fueron sus dos últimos álbumes en 1975, que funcionaron como
el espejo del que ella hablaba, el que mostraría lo que estaba
por suceder.

Todavía en 1977 y en 1978, Williams tuvo presentaciones en el


Carnegie Hall con el pianista Cecil Taylor y después con Benny
Goodman. En sus últimos años dio clases en la Universidad
Duke, como lo había hecho durante la década de los cuarenta
con Thelonious, Riche Powell, Charlie Parker y hasta Miles
Davis, pero en su departamento.

Con ayuda de estos pupilos, el pianista Billy Taylor fundó en


1995 el Festival de Mujeres en el Jazz Mary Lou Williams, que
se celebra en su honor cada año en el Centro Kennedy.
De su vida personal hay registro en varias biografías, pero ella
decía que la música era su única compañía.

“Verás, no fui educada como la mayoría de la gente”, dijo en su


entrevista de 1980 a People. “Soy una solitaria. Duke Ellington
decía que la música era su amante y lo mismo me ocurre a mí.
Puedes tener un novio o un esposo, enamorarte, pero ellos te
dejarán cuando menos lo esperes. Eso puede matarte, pero a
mí no podría importarme menos. La música es mi constante
compañero”, culminó.
Al final de su vida, Williams batalló contra el cáncer de vejiga
durante dos años, en los que siguió componiendo y en 1981
dejó incompleta una obra con 55 vientos, trío a piano y
orquesta de cámara llamada “The history of jazz”.
Mary Lou Williams falleció el 28 de mayo en Durham. A su
funeral acudió Dizzy Gillespie, Benny Goodman y Andy Kirk.
Para despedirla se tocaron extractos de la Misa de Mary Lou.
Dexter Gordon, el gigante sofisticado
Esta es la historia de uno de los saxofonistas más
grandes de la historia del jazz.

Por Estefanía Camacho


Abril 26, 2019

Dexter Gordon camina sin prisa por la noche en las calles


húmedas de Holanda en 1964. Aún sin su saxofón y en la
penumbra, es fácil reconocerlo por su altura de 1.98 metros,
por portar un sombrero negro y una gabardina que estiliza su
fornido cuerpo. Por ello le llaman “el gigante sofisticado”. Se
desplaza con brío y determinación hacia uno de los tantos
clubs de jazz que había en ese entonces en la capital de
Holanda, como si caminara un sábado por la noche a una cita
de café y no a una de las presentaciones musicales más
importantes en su carrera.

Afuera hay neblina y frío, pero adentro del club ya lo espera su


banda que está tocando para acompañar su entrada. El barullo
en la audiencia se calma y los asistentes miran entrar a Dexter
Gordon desde sus asientos, mientras él se deshace de su
gabardina y sombrero para descubrir el traje elegante con el
que tocará. Sube al escenario aún sin prisa, toma su saxofón y
con su presencia ha hecho toda la diferencia entre los músicos.
Todos callan ante su imponente voz al micrófono.

“Y ahora, vamos a la tierra del sol y de la arena, y de las


sandungas, y del calor, y del silencio, y del sosiego, y del shhh,
y es ‘A Night in Tunisia’”, anuncia Dexter Gordon el nombre de
una pieza que en realidad no necesitaba introducción.

La velada quedó registrada para televisora local. Gordon está


en sus mejores años: es joven, fornido y de talento desmedido,
admirado en el continente europeo donde sólo ha vivido dos
años tras una carrera resplandeciente, pero llena de excesos en
Estados Unidos. Es codiciado por las televisoras europeas,
quienes piden más material audiovisual del virtuoso del
saxofón.
“Cuando Dexter tocaba, todos escuchaban. Si tú estabas sobre
el escenario con el, te apagaba”, dijo el también saxofonista
norteamericano, Jimmy Heath en una entrevista sobre Gordon.
***
Nacido el 27 de febrero de 1923, Dexter Gordon era hijo de
Frank Gordon, uno de los primeros doctores afroamericanos
reconocidos en Los Ángeles.
Dexter creció en Los Ángeles donde comenzó sus estudios
musicales con el clarinete y eventualmente cambió al saxofón.
De adolescente había escuchado sobre Duke Ellington, un
jazzista influyente, porque era un paciente del Doctor Gordon.
En sus años escolares comenzó a tocar en bandas de alcance
local, pero con músicos que también forjaron una carrera más
grande en el jazz como Chico Hamilton y William “Buddy”
Collette.

A los 17 años de edad dejó su hogar en Los Ángeles, luego de la


muerte de su padre sin saber que su destino era ubicarse al
centro de la revolución del jazz como uno de sus protagonistas.

Al cumplir los 25 años de edad, Dexter Gordon ya había


pertenecido a varias bandas de jazz, entre ellas la del pianista
Fletcher Hamilton y el trompetista, Louis Armstrong. Al final
de la década de los 40 hizo sus primeras grabaciones como
solista para el sello discográfico Savoy y ya entonces era un
nombre reconocido en el jazz moderno.

“Sus primeras grabaciones (…) demostraron la energía


desbocada de su bramante sonido, similar a la sirena de un
barco (uno de los sonidos más personales y característicos del
jazz moderno)”, escribió el historiador musical, Ted Gioia,
en Historia del jazz.
Wojciech Soporek y Dexter Gordon (1978) / Wikimedia
Commons.

Asombrar al burgués
A mediados de los cuarenta, Dexter Gordon hizo las
grabaciones de sencillos como “Blow Mr. Dexter”, “Dexter’s
Deck”, “Dexter’s Minor Mad”, “Long Tall Dexter”, “Dexter
Rides Again” y más para Savoy, que concentran un sonido
joven y vigoroso que lo posicionó en el estilo del bebop.

En 1946 decidió regresar a Los Ángeles, ciudad donde obtuvo


reconocimiento por los duelos de saxofones con sus colegas.
Uno de sus enfrentamientos con Wardell Gray en 1947 quedó
grabado en The Hunt, un disco que prueba la capacidad de
improvisación de ambos y la exaltación del público con el
momento.
The Hunt se convertiría en un disco de culto, luego de que el
escritor Jack Kerouac lo mencionara en su novela On The
Road como un “salvaje disco bop”. Y es que las grabaciones
amateur de los solos o de jams de Gordon o de otros jazzistas,
como Charlie Parker , eran parte de este estilo que rompía con
los formalismos.

Además de la improvisación, los boppers querían dejar atrás


las big bands por un número más reducido de músicos en las
presentaciones. Otro objetivo era la perfección de las técnicas
y elevar el jazz a un género musical tan admirado como la mal
llamada música clásica.

“No es de extrañar, pues, que el estilo bebop resultante fuera


la versión afroamericana del siglo XX de la idea de épater le
bourgeois”, dice Ted Gioia haciendo referencia al movimiento
artístico francés de mediados del siglo XIX que buscaba “dejar
al burgués atónito” y que los jazzistas repitieron sin pensar en
el lema.

El resurgimiento de Dexter Gordon


La emoción se había ido. Después de formar parte de los
boppers, la década de los cincuenta sería una complicada para
Dexter Gordon.

“Durante años pareció ser el estereotipo del músico de jazz


autodestructivo, hedonista, arrestado y encarcelado por cargos
relacionados al uso de drogas”, escribió David Hadju en The
New York Times.

De acuerdo con el músico, él quería omitir en su biografía esta


etapa de su vida en la que consumió heroína. La viuda de
Dexter Gordon, Maxine Gordon, dijo que el saxofonista quiso
aclarar algunas partes de su vida con una autobiografía, pero
luego descubrió que lo dejó escrito en la década de los ochenta
se había saltado del año 1948 a 1960.
“Cualquier cosa que él pensara como infeliz o negativa, la
sacaba de su vida”, escribe Maxine. Pero no todo en esa época
fue un mal recuerdo. Al principio de esa década, Dexter
Gordon se casó con su primera esposa, Josephin A. Notti, con
quien tuvo dos hijas. Las tres terminaron viviendo con la
mamá de Dexter en Los Angeles y él no las visitaba con
frecuencia.

De 1953 a 1955 estuvo encarcelado en la Prisión Estatal de


Chino, California y durante el resto de los cincuenta no tuvo
tantas presentaciones en vivo como cuando era más joven.

Eso no diluye el hecho de que fueron años musicalmente


prolíficos para “el Gigante Sofisticado” pues en 1955 grabó con
su cuarteto el disco Daddy Plays The Horn, uno más tranquilo
y con una interpretación más cuidada. Varios críticos dijeron
que no se trataba de un disco demasiado original, pero del
álbum destacan canciones como “Autumn in New York” y
“Confirmation”. Stephen King y Peter Straub mencionan este
disco en sus novelas El Talismán y Casa Negra.

Para 1960, después de entrar y salir de la prisión Folsom,


Dexter Gordon lanzó “The Resurgence of Dexter Gordon”. Un
álbum que resume su renacimiento como músico y como
persona, pues tiempo después admitiría que estar en prisión lo
salvó de su adicción con la heroína.
Dexter Gordon & Ernie Andrews / Wikimedia Commons.

Nuestro hombre en París


La racha de producción musical de Dexter Gordon retomó
ritmo en 1961 cuando firmó un contrato con Blue Note
Records, una de las disqueras más importantes que para
entonces, ya había grabado discos cruciales del jazz como
“Blue Train” de John Coltrane y “Something Else” de
Cannonball Adderley, ambos de 1958.

Gracias a este contrato, Gordon sacó en 1962 “Go”, un disco


que incluye su versión de “I Guess I’ll Hang My Tears Out To
Dry”, que hasta la fecha es uno de los estándares que lo
caracteriza.

Sin embargo, tras una década de desaparición, una residencia


en Nueva York y nuevos discos grabados, Dexter sintió que era
ignorado en la escena y por el público, en parte por ser negro.
Entonces partió hacia Europa, donde tuvo lugar la grabación
del programa televisivo holandés de 1964 en el que se ve a un
músico mucho más sereno.

Apenas le tomó un par de años acomodarse sin problema en el


continente. Europa era visto como un destino hospitalario para
muchos músicos afroamericanos que decidían asentarse ahí, de
acuerdo con el libro Changing Times: Music and Politics in
1964 de Steve Millward.

“La paga era casi siempre mejor y sentían que eran tratados
como artistas creativos y no como un objeto de insultos
racistas”, escribe Millward. Durante 1962 y 1964 hizo
grabaciones para televisoras holandesas en las que se
apreciaba la admiración del público europeo, pero también la
comodidad de Gordon en ese territorio.

Fue durante estos años, que, con la perfección alcanzada en la


canción “A Night In Tunisia”, se decidió a grabar uno de los
discos insuperables en la historia del jazz: Our man in Paris. El
álbum de 1963 se hizo en una sesión para Blue Note desde la
capital francesa, con Bud Powell en el piano. En él, destacan
todas las interpretaciones en el orden que se grabaron, al igual
que la portada del disco, que no dejaba de tener el sello
característico de Blue Note.

Al principio de esta nueva vida, Dexter esperaba que su esposa


e hijas en California se mudaran con él a Holanda, pero
ocurrió lo contrario y su esposa le pidió el divorcio. A su paso
por Europa tuvo tres hijos más durante su estancia en
Copenhague, dos de los que no se hizo cargo, pues eran
también hijos de mujeres que conoció durante sus giras
europeas. Sin embargo, eventualmente se estableció con una
mujer llamada Fenja Holberg en 1975 en el distrito Valby y
tuvieron un hijo llamado Benjamin.

Aunque visitaba con frecuencia Estados Unidos, a Gordon le


tomaría 14 años tener una razón suficiente para regresar a su
país natal, considerando que había dejado Blue Note y había
firmado con Prestige, sello con el que grabó otro disco
importante, More Power!

Round Midnight
Durante sus últimos años en Europa, Dexter Gordon y Maxine
se conocieron, porque ella se dedicaba a manejar giras de otros
músicos de jazz en Estados Unidos y en Europa. Cuando el
saxofonista le comentó a Maxine que estaba pensando en
regresar a Estados Unidos, ella arregló todo para que lo hiciera
con el debido reconocimiento.

En la prensa y en la escena, hablaban de varios músicos en


Europa como expatriados, borrando así los años musicales y
profesionales de Gordon en Europa. Como si sus notas no
hubieran tenido impacto en la historia de la música, solamente
por no haber salido de los Estados Unidos.

“Sólo a su regreso a los Estados Unidos en 1976, con más de


cincuenta años, recibió este saxofonista tenor los honores y
aclamaciones que merecía”, explica Gioia.

Sin perder más tiempo, ya tendría un disco esperándolo para


grabar en Nueva York, producto de un concierto en vivo que
daría en Village Vanguard. Despues Gordon regresó al Harlem
esta vez firmado por Columbia Records, con quienes
produjo Homecoming en 1976, un álbum que era también la
celebración musical que le hacía falta en su país.

Era el comienzo de una nueva vida, pero con sus viejos amigos.
Dexter Gordon se amanecía con Charles Mingus en los clubs de
Harlem para retomar su amistad, lo cual provocó que su
matrimonio con Fenja se debilitara. Ella no pudo llevar el
ritmo de la vida musical de su esposo en Nueva York y regresó
a Copenhague con su hijo Benji.

Durante los próximos 10 años, Dexter Gordon sería reconocido


por diferentes instituciones como emérito del jazz y en 1980
entró en el Salón de la Fama del Jazz.
Durante esta etapa, Maxine y Dexter se habían vuelto más
cercanos, aunque mantenían una relación laboral.
Eventualmente cayeron en la cuenta de que ambos habían
vivido una vida frenética por culpa del jazz y decidieron
continuar juntos, pero con una estrategia lo más tranquila
posible. En 1983, cuando Gordon enfermó de enfisema
pulmonar, decidieron mudarse a Cuernavaca en México, en
busca de un clima ideal para seguir los tratamientos que el
saxofonista requería.
“Él decía que intentaba recuperarse de la carretera y de los
años de subir y bajar de aviones o trenes”, recuerda Maxine de
la etapa en la que ambos criaban juntos a su hijo Woody Louis
Armstrong Shaw Tercero.

En 1986 Gordon fue reconocido con una nominación a un


Premio Oscar en la categoría de “Mejor Actor” por interpretar
a un músico de jazz en París para la película Round Midnight.
El filme estaba inspirado en aspectos de las vidas de los
músicos Lester Young y Bud Powell. El último álbum que hizo
este legendario saxofonista fue al cantante de estándares de
jazz, Tony Benett, titulado “Berlín” y grabado en 1987.

Dexter Gordon hizo una última aparición en cine, en la


película Despertares, junto Robin Williams y Robert De Niro y
a la edad de 67 años, falleció. El 25 de abril de 1990, después
de estar internado por más de un mes en el Hospital de la
Universidad Thomas Jefferson en Filadelfia, el revolucionario
del jazz perdió la batalla con el cáncer de laringe.
***
Durante el festival artístico de jazz de Barcelona de 2018,
alguien le preguntó a Maxine, historiadora de la música
experta en jazz, si sentía que el legado de su esposo sería
percibido por los músicos más jóvenes y ella dijo que sí.

Dexter y muchos de sus contemporáneos se hicieron escuchar
como ninguno fue escuchado antes. Trajeron felicidad,
esperanza y satisfacción a través de sus voces -musicales,
políticas, raciales, culturales-“, respondió sin dudar.
Ella Fitzgerald, una voz de presagio
“Lo único mejor que cantar, es cantar aún más”, solía
decir.
Por Aurora Villaseñor
Abril 25, 2019

Un fantasma deambulaba por los Estados Unidos, se detenía a


ver a los agricultores en quiebra, luego seguía su recorrido y
observaba una mancha de adultos desempleados, pasaba por
bancos cerrados y fábricas vacías, escuchaba murmullos afuera
de Wall Street, ahí la gente rememoraba panoramas
maravillosos que pudieron ser pero no fueron. Crisis. El
presidente de esa nación, lo intentó acorralar con un programa
que llamó el Nuevo Trato, el capital humano sería su base.

Mientras intentaban capturarlo, se paseaba por Harlem, al


norte de Nueva York. Se sentaba en las escalerillas de edificios
de ladrillos grafiteados y cuando se aburría intentaba colgarse
de los tendederos que se comunicaban de ventana a ventana, se
quitaba los tenis y los ataba en los cables. No es que ahí la
gente no le temiera, más bien, lo recibían con trompetas y
clarinetes. Lo invitaban a bailar, lo toreaban con el vuelo de
las faldas agitándose, le enseñaban a derraparse en las fiestas.

Entraba a las panaderías, descansaba en las loncherías,


observaba tras los vitrales de las lavanderías el ir y venir de
sombreros y boinas, de faldas a la pantorrilla, de zapatos de
tacón bajo. En Harlem no era algo que destacara o llamara la
atención, la gente no se fijaba en su rostro descarnado, ni lo
escuchaban cuando se presentaba bajo el nombre de la “Crisis
de los Años Treinta”. Sólo lo evadían en los clubes nocturnos.

Tanta luz le alteraba la pupila, pero aún así lograba prestar


atención a la gente que solía frecuentar el número 253 de la
125th Street. “Apollo Center”, decía un letrero en luz neón.
“Miércoles: Noche de Amateurs”, anunciaba otro cartel
enmarcado por focos. Adentro, una joven de 17 años tomó el
micrófono recurriendo a las más sentidas de sus referencias
musicales, las canciones preferidas de su madre fallecida.

“Si su voz puede traer la esperanza de la primavera, esa es


Judy, mi Judy”, su garganta entonaba y el público lo agradecía.
Vino la segunda canción: “El objeto de mi cariño puede
cambiar mi cutis de blanco a rosa, cada vez me toma la mano y
dice que es mío”.

Los aplausos que siguieron tras esas interpretaciones,


significaban la aprobación de un público que también era
jurado en un show de talentos. Hacía dos años que había
escapado de una escuela reformadora, su familia se había
desintegrado con la muerte de su mamá y no tenía dinero, pero
Ella Fitzgerald, comenzaba a descubrir la música. ¿Qué más
necesitaba?
Ella Fitzgerald en septiembre de 1947

***

Aquella voz jovial alimentó el presagio de un nuevo horizonte


en la música estadounidense, por un momento el futuro lejano
retaba al tiempo y se condensaba en la sala del Apollo Center,
con Ella Fitzgerald sosteniendo un micrófono, invadiéndolo
todo con un canto prolongado en su expresión más pueril.
No hubo que esperar mucho, el saxofonista Benny Carter la
ubicó y consiguió que entrara a la orquesta del percusionista
Chick Webb. Tres años después grabaron una versión de “A-
Tisket A-Tasket” y vendieron un millón de copias. A Ella
Fitzgerald la escuchaban en barrios enteros, pero esa melodía
alegre terminó de presentarla ante sus desconocidos.

Ya escribían de ella los críticos: “Aquí tenemos a la número


uno, la joven joya que canta en el Harlem Savoy Ballroom con
la estupenda orquesta de Chick Webb y su gran aptitud natural
para el canto. Una de la mejores. No hay razón para pensar que
no llegue a ser la mejor dentro de un tiempo”.

La muerte con su paso firme la rosó de cerca. Terminó con la


rutina de Chick Webb, el amigo de las vértebras dañadas que
mejor tocaba las percusiones. Se lo llevó. La banda pasó a
llamarse “Ella Fitzgerald and her Famous Band”, hasta que en
1942 comenzó su carrera como solista.

***

El Mocambo era la referencia del mundo artístico en Los


Ángeles. Eran los años 50, cuando la incomprensión racial en
su grado límite se reflejaba en los letreros de establecimientos
que prohibían la entrada a mascotas y personas de piel negra.
El Mocambo, no faltaba a la norma. Ella Fitzgerald podía
atraer con su canto a criaturas maravillosas de regiones
inhóspitas, no fuera a ser que al calentar la garganta, su boca
se tornara en una caja de Pandora que vertiera sobre aquel
sitio un mal augurio.

Marilyn Monroe, el corazón blando del ideario


norteamericano, le pidió al dueño que permitiera a Ella
Fitzgerald presentarse frente a ese público educado en el lujo y
la exclusividad. Félix Young aceptó, el favor sería devuelto con
la presencia de Monroe en la mesa más cercana al escenario en
cada ocasión que ella cantara.
“Nunca tuve que volver a tocar en un club de jazz pequeño,
Marilyn era una mujer inusual, un poco más adelantada a su
tiempo y no lo sabía”, recordó un día la cantante.

Ella Fitzgerald en Schiphol / Wikimedia Commons.

***

La melodía de Ella Fitzgerald proyectaba la idea de un ser


tímido, pero audaz. Su musicalidad la conectó con Norman
Granz. Se conocieron en una gira de Jazz at the Philarmonic, a
la que la invitó. Fue el amigo que la procuró, la cuidó ante la
discriminación racial, nunca permitió que entrara por una
puerta trasera y buscaba lugares contiguos en los aviones para
que su codo blanco se rozara con el suyo negro. Era el
representante que encontraba en el jazz “un arma social frente
a la segregación”.
Hay una foto en la que Fitzgerald aparece cabizbaja, encogida
de hombros, con los dedos entrecruzados sobre la tela brillosa
de su vestido. A su lado estaba su asistente, ella, absorta. Fue
tomada en la estación de policía de Houston en 1955.

“No tengo nada que decir. ¿Qué se puede decir? Sólo estaba
comiendo un trozo de pastel y una taza de café ”, dijo a los
periodistas.

Ella Fitzgerald y Norman Granz, conversaban en el camerino


del Music Hall de Houston. El resto de la banda Dizzie
Gillespie, Illinois Jaquet y Georgiana Henry jugaba a los
dados, cuando un grupo de policías entró arbitrariamente para
arrestarlos, después los regresaron y salieron al escenario. El
público desconoció lo ocurrido, la agresión fue breve, pero la
afrenta lastimosa.

Ella Fitzgerald no se limitaba ni a lo claro ni a lo oscuro, antes


de que unos u otros la prefirieran, se ahogaba en su propia
luminosidad. “Lo único mejor que cantar, es cantar aún más”,
solía decir.

***

Ella Fitzgerald logró que en su garganta cupiera el eco de los


trombones, su voz era tan camaleónica que lo mismo adquiría
las ondas de un clarinete soplado en la punta de una montaña,
que el llanto de la última armónica tocada. Era una voz capaz
de arrullar a cien niños en un barrio turbulento o provocar a
los pies más rígidos de un bar.
“Nunca supe lo buenas que son nuestras canciones hasta que
escuché a Ella Fitzgerald cantarlas”, diría Ira Gershwin, el
compositor que escribió junto con su hermano George las
letras que seductoramente grabó en 1959.

Tras dos semanas gloriosas en Nueva York durante 1974, Frank


Sinatra dijo de su voz: “es cristalina, milagrosa, proyectada de
una manera natural”.

“Era sencilla, no necesitaba nada, llevaba su propio vestido


sobre su brazo. Llegaba tranquila a diferencia de otros artistas.
Era reservada, al terminar su presentación se preguntaba si al
público le habría gustado. Era notable, verdaderamente
notable”, decía de ella Gino Francesconi, director de los
archivos del Carnegie Hall.
Ella Fitzgerald / Pexels

***

Obtuvo un lugar en la historia de la música, ganó 14 Grammys,


grabó más de 200 álbumes, erigieron estatuas en su honor,
asoció su nombre a un género musical que existía antes de que
ella naciera. Lejos había quedado el fantasma de la
incertidumbre que vio a la joven Ella Fitzgerald en el Apollo
Center. Para aquel público naciente se convirtió en la Primera
Dama de la Canción, en la Reina del Jazz, en Lady Ella.
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Nina Simone, una voz invencible


La historia de una mujer que uso su música para la
luchar contra el racismo y la desigualdad.
Por Samantta Hernández Escobar
Marzo 28, 2019
Mujer, afroamericana y activista, Nina Simone era todo lo que
incomodaba a Estados Unidos en tiempos de la lucha por los
Derechos Civiles . Sin embargo, ella tenía una meta clara,
quería ser la primera pianista clásica de raza negra del país, su
sueño era tocar en el Carnegie Hall de Nueva York. No lo logró,
al menos no acorde a sus expectativas, lo que sí consiguió fue
conquistar los escenarios, no sólo de su país, sino del mundo
con su inolvidable voz, que la llevó a pasar a la historia como
la sacerdotisa del soul.

“Un par de veces me sentí libre de verdad en el escenario y eso


es de otro mundo”, dijo Nina en 1968, según muestra en el
documental What Happened, Miss Simone? de Netflix.

Nació en Tryon, Carolina del Norte el 21 de febrero de 1933, su


verdadero nombre era Eunice Kathleen Waymon y desde los
tres años mostró su gran habilidad musical. Su madre era
predicadora y era común verla en la iglesia del pueblo, fue ahí
donde el piano se convirtió en su instrumento.

Su talento era reconocido por su familia y demás miembros de


la comunidad, pero fue a la edad de siete años cuando su
camino por la música comenzó a tomar forma. A esa edad tuvo
una presentación junto al coro de la iglesia, y durante el recital
había un par de mujeres blancas entre el público, una de ellas
era la señora Mazzanovich, una reconocida profesora de
música que durante los siguientes cinco años instruyó a Eunice
a través de clásicos como Chopin, Brahms y Johann Sebastian
Bach, uno de sus favoritos.

La leyenda de Nina Simone, más allá de su magia con el jazz y


el soul, adquirió forma poco después. Antes, Eunice Kathleen
siguió estudiando música clásica, mientras ofrecía recitales
para recaudar fondos. Sus ahorros le alcanzaron para estar
poco más de un año en Julliard, una de las mejores escuelas de
música en Estados Unidos, antes de postularse al prestigioso
Instituto de Música Curtis en Filadelfia. A pesar de su
apabullante postulación, fue rechazada al tiempo en que su
sueño y el de su familia por verla como una reconocida
pianista afroamericana se eclipsaba.
Nina Simone y Al Schackman en el escenario.

Su familia se había mudado con ella a Filadelfia, el dinero no


era suficiente y ella no tenía opción para continuar sus
estudios o al menos seguir practicando, por lo que decidió
buscar un trabajo y lo consiguió.
Pocos días después de la mala noticia empezó a trabajar como
pianista en un bar de Atlantic City. Efecto casi inmediato,
Eunice se convirtió en la gran Nina Simone. El nombre
artístico lo adoptó cuando condicionaron su participación en el
escenario de aquel lugar a que sumara el canto a su
espectáculo. Ella nunca había cantado, pero apenas comenzó a
hacerlo, todos quedaron anonadados con aquella voz, poderosa
y andrógina que sacudió el salón.

“Lo que me hace más feliz es salir a tocar y que haya personas
ahí que sientan lo mismo que yo, saber que las conmuevo. Pero
para ser honesta, todo esto parece una especie de
sueño”, aseguró Nina Simone al ser cuestionada sobre si lo que
hacía le permitía ser feliz, mientras estaba en la cumbre de su
carrera.

Nina es una variante de la palabra “niña” que era la manera en


la que la llamaba su novio de aquel entonces. El “Simone”, lo
tomó prestado de la actriz francesa Simone Signoret. Eunice
cambió su nombre para ocultar a su familia lo que realmente
hacía, pero eso no duró mucho tiempo, pues a la voz de Nina
Simone ya la esperaba la industria discográfica. La travesía la
llevó a presentarse al prestigioso Festival de Jazz de Newport
en 1960 y fue ahí donde conoció a Al Schackman, un
guitarrista que se convertiría en su colega y con quien tocaría
durante mucho tiempo.

La transformación de Nina

“La libertad es solo un sentimiento. ¿Cómo le explicas a


alguien que nunca se enamoró lo que se siente estar
enamorado? No podrías hacerlo aunque se te vaya la vida en
ello”, aseguró Nina Simone.

Ella sí se enamoró cuando conoció a Andy Stroud, un sargento


de la policía que decidió dejar su carrera para representar la de
su esposa. Poco después tuvieron una hija, Lisa Simone
Kelly. Es verdad que a partir de que Stroud se convirtió en su
representante, su carrera despuntó, pero también es verdad
que él era un hombre violento que la golpeaba. Nina lo
soportaba y lo expresaba en sus canciones, pero se rehusaba a
dejarlo.
Sin embargo, esa no fue la única batalla que Nina Simone
emprendió a través de su música. A pesar de la excelente
estrategia comercial con la que hasta el momento la manejaba
su esposo, en ella comenzó a avivar un sentimiento que
siempre estuvo presente pero que había omitido, enojo.

En 1963, cuando una serie de ataques en Birmingham,


Alabama, cobraron la vida de cuatro niñas de raza negra, la
Sacerdotisa del soul compuso una de sus más violentas y
emotivas canciones: “Mississippi Goddam”. Fue entonces que
su música adquirió una dimensión social cada vez más
arraigada.

“Alabama me enojó
Tennesse me hizo perder la calma
Todos saben lo de Missisipi, maldición
¿Acaso no lo ven? Sé que lo sienten”

Tras ser lanzado, el sencillo fue boicoteado en algunos estados


al sur de Estados Unidos. Todo indicaba que tanto la industria
como el público la rechazaban por usarmalas palabras. En
realidad, “Mississippi Goddam” consistía en una condena a la
violencia que vivían los negros en manos de los supremacistas
blancos. A pesar de las peticiones por regresar a su faceta
musical anterior, Simone se negó y defendió la causa más que
nunca.

La música, su frente de batalla


“Todos los fines de semana cruzaba las vías del tren para llegar
a casa de la Sra. Mazzanovich. Esas vías servían para dividir a
blancos y negros, así era antes y yo estaba muerta de miedo. La
Sra. Mazzanovich me asustaba porque era blanca, de un modo
que yo nunca había visto, me resultaba extraña, su pelo blanco,
las peinetas, la amabilidad que tenía y todo eso me encantaba”,
contó Nina Simone años más tarde.

El racismo fue un factor con el que Nina siempre convivió,


pero del que muchas veces no fue consciente. Desde pequeña
recibía comentarios por el tono de su piel o por el grosor de
sus facciones, ella no entendía el por qué. Su única prioridad
era seguir tocando el piano. Sin embargo, todo tuvo sentido
años después, cuando fue rechazada del Instituto de Música
Curtis, pues comprendió que la negativa se debía a su color de
piel. Lejos de afectarle, la impulsó a seguir luchando, tocando
y cantando, una habilidad nata que con el tiempo y luego de
tanta práctica encontró su punto exacto.
Conforme iba haciendo de la lucha por los Derechos Civiles su
propia causa, su relación familiar y la profesional se fueron
deteriorando. Nina Simone comenzó a reunirse con los líderes
del movimiento, se presentaba en los mítines e incluso
participó en la Marcha de Selma a Montgomery en 1965, como
muestra del deseo de los ciudadanos afroamericanos de
ejercitar su derecho constitucional del voto, desafiando la
represión segregacionista. Nina siguió escribiendo canciones
con un toque activista, algo que no fue del agrado de su
marido.

Aunque Nina Simone representaba cada vez más un referente


en la cultura afroamericana, internamente comenzaba a
decaer. Siempre fue una mujer de carácter fuerte, solía
molestarse y discutir mucho cuando las cosas no salían a su
manera. Esa faceta se intensificó y reflejó en la canción de
1966

“Images”, que a través de su letra muestra la dualidad de que


llevaba dentro y lo vulnerable que la hacía sentir.

A partir de 1970 su situación empeoró cuando tuvo que dejar


Estados Unidos por problemas fiscales. La cantante y amiga de
Nina, Miriam Makeba, la convenció de mudarse a Liberia.
Posteriormente residió en Suiza y Holanda antes de
establecerse en Aix-en-Provence en el sur de Francia en el año
1992. Con el paso del tiempo, Simone se fue apagando, sus
amigos la encontraron alguna vez en un estado deplorable y
descuidado, intentaron ayudarla y al ser sometida a análisis
médicos, pudieron constatar que la Sacerdotisa del soul
padecía bipolaridad.

Exiliada en el extranjero buscó regresar a los escenarios


durante los últimos años de su vida, ya medicada, y poco a
poco su vida comenzó a tener sentido una vez más. En esa
época se reencontró con su hija y pudo volver a cantar tras
años de no hacerlo.

Falleció el 21 de abril de 2003 a los 70 años pero su voz no se


apagó nunca, pues se mantiene viva a través de sus canciones y
de todos aquellos artistas y activistas afroamericanos que a
diario luchan porque se respeten sus derechos.
Magos Herrera, abriendo camino en el jazz
Con más de diez discos en le género, su voz tiene ya
un largo camino andado.
Por Alejandra González Romo
Febrero 20, 2019

Hay pocos artistas mexicanos que han logrado abrirse camino en la


escena internacional del jazz. Magos Herrera es una de ellas. Con más
de diez discos en el género, su voz tiene ya un largo camino andado.
Para su más reciente disco, Dreamers, grabó poesías de Federico García
Lorca, Rubén Darío y Octavio Paz; y letras de Caetano Veloso y Gilberto
Gil, que fueron exiliados de Brasil durante la dictadura. La canción
“Niña”, inspirada en el poema homónimo de Paz, fue nominada a los
premios Grammy en la categoría de Mejor Arreglo Instrumental y Vocal

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