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CÉSAR AIRA

POR QUÉ ESCRIBÍ


Si me pongo a pensar por qué escribo, por qué es- Segunda aclaración: dónde y cuándo llegué a
cribí, por qué podría seguir escribiendo... Como todo admitir que la literatura era el arte supremo. Fue hace
el que piense en su vida, en retrospectiva, no puedo poco, como dije, hace unos meses. Lo leí en un libro,
sino verla como un conjunto de azares y conjunciones porque yo soy de los que necesitan que las grandes
accidentales... Diría que escribí por descarte, por- verdades se las digan otros. La frase la dice Paul
que para escribir no se necesitaba un talento espe- Léautaud, en el libro que transcribe las conversacio-
cial como para la pintura o la música. Con el tiempo, nes que tuvo con Robert Mallet. No habría sido lo mis-
muy a la larga, en realidad ahora, este año, llegué a mo si la hubiera dicho otro, no solo porque Léautaud
admitir que la literatura es el arte supremo. Me pasé es uno de mis escritores favoritos, sino porque en este
toda la vida creyendo lo contrario; que era un simula- libro, que era lo último que me faltaba leer de él, com-
cro de arte, un exterior del arte. pleté o creí completar mi imagen de Léautaud, y pude
A la zaga de esta aceptación tardía vino otra, unir todas las piezas. El elogio de la literatura tomaba
aunque más vacilante e intrigante. Alguna vez había sentido en su sistema general.
imaginado una respuesta a la pregunta por la finalidad Léautaud fue, como ya lo he dicho en un ensa-
última de mi trabajo de escritor; según ella, yo escri- yo, de esos escritores que no pueden inventar, que
biría para que, si la Argentina desapareciera, los ha- escriben exclusivamente sobre su experiencia. Su obra
bitantes de un hipotético futuro sin Argentina pudie- solo quiere ser testimonio, documento. Ese es el pri-
ran reconstruirla a partir de mis libros. mer dato con el que se arma su figura. El segundo es
Si lo dije, fue sin la menor convicción, como una su prédica por un lenguaje simple y directo, sin ador-
ocurrencia más, más o menos ingeniosa, por lo de- nos, una prosa de Código Civil (su escritor favorito
más no tan original... Pero ahora, al admitir la supre- era Stendhal). El tercero: que escribir era su máximo
macía de la literatura, empiezo a verla bajo otra luz, y placer; esto también se lo dice a Robert Mallet, res-
a tomármela más en serio. pondiendo a una pregunta: ¿qué es lo que más le ha
gustado en la vida? “Escribir, y sentarse en un sillón a
Dos aclaraciones, antes de tratar de explicar-
fumar”.
me. La primera, respecto de que para la literatura no
se necesita ningún talento especial. No debe de ser ¿Qué resulta de esos tres datos (escribir a par-
tan así, a juzgar por la extrema rareza de escritores tir de la experiencia, escribir sin arte, y obtener pla-
buenos. Pero tiene un fondo de verdad. Yo había com- cer de escribir), y cómo ese resultado lleva a la con-
probado, de chico, que era sordo para la música y clusión de que escribir es el arte supremo? Los dos
ciego para la pintura, y lo había aceptado. Muy bien, primeros puntos en realidad son uno solo, o se dedu-
me quedaba la poesía. Entonces empezamos a escri- cen uno del otro: a un testimonio verídico le estarían
bir, con Arturito, y pude advertir, por contraste con de más metáforas y aliteraciones. Habría que agregar
él, que yo tampoco servía para eso; no había nacido que el placer que obtiene Léautaud de la escritura es
poeta, como él, y a todo lo que podía aspirar era a puramente privado, no tiene nada que ver con las gra-
una buena imitación. De ahí debió venir mi convicción tificaciones públicas de la literatura.
de que la literatura era una especie de simulacro, que Hay una frase que debe de haber dicho el mismo
se hacía con prosa. Y me dediqué a escribirla, labo- Léautaud, y que siempre se cita como cifra de su idea
riosamente. Una prosa transparente, no artística, in- de la ventaja y la finalidad de la literatura: “escribir es
formativa... Se necesitaba la mayor claridad para ex- vivir dos veces”. Pero creo que no es exactamente eso.
plicarse bien, sobre todo para explicar lo inexplica- Si lo dijo, fue para hacerse entender. Escribir es vivir,
ble. Pero esa técnica podía adquirirse. A mí me llevó simplemente, a condición de creer no haber vivido. Él
casi veinte años de escribir todos los días, sin hacer también podía decir que no había vivido, y culpaba a
casi otra cosa, como una gimnasia ciega. Si había que su pobreza, a su timidez, al tiempo que le robaba su
elegir entre escribir y vivir, yo elegía escribir, lo que amor por los animales... Pero aún a él le pasaban co-
es bastante inexplicable en un joven. Pero al cultivar sas, siquiera marginalmente. ¿A quién no le pasan? Y las
exclusivamente la explicación, dejaba crecer lo inex- escribía, en sus diarios, en sus crónicas, en sus cartas.
plicable, que lo iba invadiendo todo, y hacía necesa- Con la escritura, las cosas que habían pasado tomaban
rio perfeccionar más y más la técnica. Hubo algo de forma, se hacían definitivas, se hacían vida. Lo marginal
locura en eso, y hoy me deja perplejo. Cuando, en se hacía central. Escritos, los hechos ganaban lo que no
esos años, leí a Barthes, y ví la diferencia que hacía tenían en el azar de la experiencia –y lo ganaban en el
entre écrivain y écrivant, me identifiqué sin dudas con trabajo de escribir, que a su vez ganaba la importancia
el écrivant... Arturito era el escritor, yo el escribiente. suprema de estar realizando la experiencia.

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Ya se ve, dadas estas premisas, qué fuera de la humanidad corre atrás de la felicidad, no es atrás
lugar estaría el écrivain barthesiano, el gusto de la de la felicidad de los otros, sino la de uno mismo, y
textura del lenguaje, el juego de los timbres y matices reconocerlo es hacer caer todo un castillo de hipocre-
y rugosidades del discurso poético. sía, con lo que cae también todo el aparato del len-
La lengua solo puede lograr una sombra imper- guaje común de la comunicación; a partir de ahí, hay
fecta y laboriosa de las sensaciones plenas que dan que hablar solo, o sea escribir.
la música o la pintura, o el arte en general. Es el escri-
tor artista el que con justicia puede sentir nostalgia
del arte, y del talento para hacerlo. Es él quien no
logró ser músico o pintor. El poeta es el que no tiene
derecho a creer que la literatura es el arte supremo. Después de todos estos prolegómenos, vuelvo
El escritor de prosa de Código Civil, de ramplona pro- a la intención original: escribir para poder reconstruir
sa informativa, sí se beneficia del poder máximo de la la Argentina si desapareciera. Y se me ocurren tres
literatura. preguntas:
Precisamente porque con esa clase de prosa La primera es ésta: ¿de dónde salió esta idea
lo que puede hacerse es un simulacro, y el simulacro tan peregrina de que la Argentina va a desaparecer?
bien hecho obliga a un largo rodeo; en realidad Y si desapareciera, ¿quién tendría interés en recons-
larguísimo, porque dura toda la vida y da toda la vuel- truirla tal como fue? Lo razonable en ese caso sería
ta a la experiencia y las lecturas, a la memoria y el hacer una Argentina nueva, mejor, más eficaz. Pero mi
olvido. En contraste con el relámpago instantáneo en idea es la de una reconstrucción idéntica, exacta, mi-
que se consuma el arte de verdad, el simulacro abre croscópica, hasta el último detalle.
la posibilidad de un tiempo común, compartido con la A esto último se puede responder diciendo que
humanidad. lo que desaparece, lo que se lleva el que muere, no es
Una vez que se le reconoce poder a la literatu- el mundo común sino el mundo de su felicidad indivi-
ra, hay que preguntarse qué puede este poder. Aquí dual. Eso es lo único que importa en la reconstruc-
el mínimo coincide con el máximo. Lo mínimo: seguir ción. Y nadie sabe de qué depende su felicidad; de
vivo. Aun en malas condiciones, enfermo, pobre, de- modo que, preventivamente, debe hacer una recons-
crépito, haber sobrevivido a los hechos como para trucción completa, con cada átomo en su lugar, por-
poder dar testimonio. Se escribe a partir de este mí- que la menor diferencia podría causar una divergen-
nimo, pero por el solo hecho de escribirlo se vuelve cia catastrófica.
un máximo. La transformación del sujeto en testigo
crea el individuo, es decir la particularidad histórica
intransferible. El escritor se inviste de los superpoderes
de lo único.
Lo único, por ser único, por estar fuera de todo
En cuanto a la desaparición en sí, no importa lo
improbable que sea, porque está en el comienzo, no
en el final. Es la premisa del placer. En lo que me con-
cierne, debo hacer un agregado al listín de Léautaud:
lo que más placer me da es leer. Y el placer de la
lectura está todo en la reconstrucción de lo que ha
p
paradigma, nadie sabe cuánto puede, qué puede. Ese
es el verosímil que sostiene el contraste entre el indi- desaparecido.
viduo que sobrevive y el mundo que muere.
Un efecto marginal de la individuación, o de la La segunda pregunta: ¿por qué la Argentina, y
historia, es la inteligencia. Stendhal dijo: “La humani- no el mundo? Si vamos al caso, el mundo podría des-
dad corre atrás de la felicidad”. Eso es algo que hay aparecer tanto como la Argentina... Y los objetos de
que entender en términos individuales. Y decirlo, como mi nostalgia anticipada, los que querría preservar (un
lo dijo Stendhal, corre por cuenta de una lucidez que árbol, una sonrisa, el canto de un gallo), pertenecen
solo puede expresarse en el cinismo, como reverso más al mundo que a la Argentina. Sucede que el mun-
de la hipocresía que rige el lenguaje compartido. do se organiza como Argentina para ser puesto en
“Los hombres corren atrás de la felicidad.” A lenguaje. El mundo toma una configuración nacional
eso se reduce todo, al fin de cuentas, y es algo que para hacerse inteligible históricamente, y esa configu-
hay que reconocer cuando caen todas las mentiras y ración es un lenguaje. Pues bien, lo que importa de un
autoengaños. Si es que caen. ¿Y qué puede hacerlos lenguaje es que lo entiendan sus usuarios; compartir
caer? Una voluntad de verdad, una obstinación mili- un lenguaje hace una nación, pero al compartir un len-
tante en el sentido común, una cierta radicalidad, todo guaje se lo entiende demasiado bien, así como desde
muy característico de Léautaud. Y a todo lo cual po- afuera de la nación se lo entiende mal. Hay una oscila-
dría reemplazar la inteligencia, la lucidez, que no le es ción entre excesos, sin términos medios, un juego en-
concedida a todo el mundo y que es tan peligroso dar tre sobreentendido y malentendido. El lenguaje que
por sentado en uno mismo. habla una comunidad es un balbuceo todo hecho de
sobreentendidos; y no bien el lenguaje se hace arte,
¿Cuál era el mayor placer de Léautaud? Ya lo
en las manos del poeta (el écrivain barthesiano), se
cité: “escribir”. Pero la cita se completaba con esto:
universaliza, por la radicalidad propia del arte, y cae
“y sentarse a fumar en un sillón”. ¿Como interpretar-
en el campo del malentendido, resultado inevitable
lo? Como placer privado, improductivo, no
de la plusvalía de sentido, la trascendencia, etc. La
participativo. Como una negativa a trabajar, a ser útil.
prosa que yo he practicado, la del écrivant, es media-
Ahí empieza, o termina, la resistencia a la mentira. Si
dora del sobreentendido y el malentendido, y esa ne-

n ue
uevve
perros
gociación es su razón de ser. El polo de lo particular tituyen la realidad, y hasta la experiencia de la reali-
está ocupado por la Argentina. dad.
Casi nunca se pregunta por qué leer, quizás por-
Recientemente me he puesto a pensar con cier- que los beneficios de la lectura se dan por sentados;
to desaliento en la imposibilidad de contarlo todo. en cambio siempre se está preguntando qué leer. Con
Pasan demasiadas cosas, y todas ellas tienen de- la escritura pasa lo contrario: la pregunta de por qué
masiadas relaciones con otras cosas, con otros he- escribir vuelve siempre, mientras que casi nadie se
chos, como para poder contar todo. De hecho, ahora pregunta qué escribir. Esta última cuestión es vista con
que lo escribo, advierto que “contar” además de “na- suspicacia, casi como un rasgo de neurosis, como un
rrar” quiere decir “numerar”, y aun en este sentido, emergente del síndrome de la página en blanco. Se
simplificados a lo cuantitativo, los hechos son supone que una vez tomada la decisión de escribir, el
inabarcables. En realidad, lo que más me desalienta material con el cual cumplimentarla se va a presentar
es la proliferación; dentro de un hecho hay otros he- por sí solo.
chos, es difícil llegar a los hechos primarios o atómi- Yo no me pregunto por qué leo; no encontraría
cos. Y lo que es peor, a medida que se desciende respuesta; pero sí me he preguntado por qué leo lo
hacia lo primario se hace más difícil contar: una re- que leo. Por qué leo a los llamados “clásicos”, por qué
volución puede contarse en una frase, un adulterio me atrae la literatura del pasado, o más bien por qué
lleva tres o cuatro, y la maniobra de pinchar una ar- no leo a mis contemporáneos. Y ahí sí tengo respues-
veja con el tenedor requiere una página entera, y una tas. No sé si será la mejor, o la más verídica, pero la
página de prosa muy precisa y laboriosa. respuesta que más me satisface es ésta: leo los libros
La vieja solución tradicional a este problema del pasado porque en ellos encuentro el sabor y el aro-
es un cambio de perspectiva, o sea de pregunta: se ma de mundos que han desaparecido. Mundos huma-
pasa de “cómo contar” a “por qué contar”, y una vez nos, naciones, mundos de sobreentendidos, que han
que esta última pregunta queda contestada, de un pasado y que solo pueden revivir en las ensoñaciones
modo u otro, el campo de los hechos a contar queda de la lectura. Me consta que casi todos los lectores de
automáticamente restringido y se puede poner ma- clásicos van a buscar en ellos lo contrario, es decir las
nos a la obra. cuestiones eternas del hombre y del mundo, lo perma-
nente, lo que se sedimenta de las contingencias histó-
Pues bien, ¿por qué contar? O mejor dicho, ¿por
ricas. No me importa, y de hecho creo que están equi-
qué escribir? En el discurso oral las causas no se

R
vocados, que ese residuo de eternidad ahistórica, si
presentan como un problema porque están dadas
existiera, podrían encontrarlo mejor en la literatura
en el intercambio, en el diálogo. No se habla solo,
contemporánea.
salvo que uno sea un loco. La forma cuerda de hablar
solo es escribir, y ahí sí hay que buscar o suponer o El escritor, en tanto ha encontrado la felicidad
inventar motivos. escribiendo, se lleva el mundo con él al morir. La felici-
dad no ha podido encontrarla sino en la red microscó-
No es fácil, y creo que no debe de ser posible
pica de particularidades históricas que hacían su na-
en realidad, responder por anticipado. Se responde
cionalidad; pero al escribir un paso más allá de esa
en retrospectiva: por qué escribí. (De ahí que sea
nacionalidad, en el punto donde la nacionalidad se des-
tan difícil seguir escribiendo; los motivos funcionan
vanece, porque para contar tiene que haber sobrevivi-
hacia atrás, no hacia adelante.) Y al contar por qué
do (el escritor es póstumo por naturaleza), saca un
escribió uno cae en las generales de la ley: crea una
pie del sobreentendido y lo pone en el malentendido.
proliferación de sobredeterminaciones, encuentra
La resbalosa negociación entre ambos campos no pue-
hechos dentro de hechos, y es de nunca acabar.
de hacerse sino con la prosa más simple y clara, más
Todas las respuestas se equivalen en tanto to- informativa y prosaica. A eso llamo “documentación”.
das son ficciones benévolas que limitan el campo de
la innumerable cantidad de hechos conexos que cons-

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