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MAPA TENTATIVO

DE UNA CONTEMPORANEIDAD
por Martín Kohan

I)<">/>HCÍ de Borges

|,ns Jos escritores fuertes de la literatura argentina de la segunda mitad


tlrl siglo XX, los dos más capaces de suscitar eso que Harold Bloom
IKinio l.i angustia de las influencias (es decir, la posibilidad de que una
llilluciicia literaria angustie), los dos más capaces de provocar fantasías
llr parricidio o necesidades de parricidio, murieron en un lapso de
(penas un par de años: Borges en agosto de 1986; Cortázar poco antes,
911 li-hrcro de 1984.
Por supuesto que tales fantasías y tales necesidades son puramente
limhólicas, como lo fue también la consigna que el escritor polaco
Vfnold Gombrowicz, que llegó al país por apenas unos días pero al
lin.il terminó quedándose por más de veinte años, lanzó con espíritu de
•cándalo, pero también con una profunda honestidad literaria, a todos
|»>s escritores argentinos: «¡Maten a Borges!». De alguna manera había
«(tu 1 resolver a Borges, y aunque en menor medida, también a Cortázar,
p.ir.i trazar líneas posibles de continuidad en la literatura argentina
qiir no resultaran meramente epigonales, que no fueran algo así como
homenajes a perpetuidad, justicieros pero asfixiantes, a los dos autores
mu1 dominaban, algunos lo afirmaban así, hegemónicamente el paisaje
tic las letras argentinas.
Las respectivas muertes reales pasan a ser la expresión, paradóji-
camente figurada, de otra cosa: la necesidad de apartarse o desviarse

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de los escritores «fuertes», esos que generan la opresiva sensación, « H , I < o i i c s p o n d e reconocerle el poder de convertirse en moda,
quienes vienen después, de que han llegado demasiado tarde, de que lo Ins l ) i i l l o s y beneficios sobre su obra y su figura que terminaron
que resulta posible escribir ya ha sido escrito antes. r i u .uleiuiulo los perjuicios de la moda. Su capacidad de generar
La literatura argentina no transitó el realismo mágico; para bu n n y,iii.n ios, no solo de plasmar los que ya preexistían, siempre ha
para mal, no tuvo su Macondo. Lo explica en buena medida un l u í « < • • n un.i uiopí.i legítima para la literatura, muy difícil de lograr. En
muy arraigado en su imaginario cultural, que es pensarse en un.i I" .i medula por su capacidad de poetizar la totalidad de la vida; en
cuencia europea, desapegarse por voluntad del marco de su pertenei n i > icntido, (lortázar retomó los viejos proyectos del surrealismo,
latinoamericana. Como sea, el caso es que el desafío que en otras l.m utopia era fusionar arte y vida. Pero ya en los años sesenta no se
tudes supuso deshacerse de los tópicos de las novelas con personaje» ki de vanguardia histórica en el sentido de los años veinte, sino de
que vuelan y de una expectativa que sellaba lo latinoamericano en lo» II ilismo. Cortázar motivó emulaciones y algunos de sus críticos
lugares comunes de un irracionalismo/or export, en la literatura argén t u v i e r o n en menos, concediendo a lo sumo alguna indulgencia a sus
tina asumió otras características. En Chile, por ejemplo, Alberto I'uguri imeros cuentos, como si fuese el responsable (el responsable, y no
y Sergio Gómez impulsaron la antología McOndo, una ruptura con el Víctima) de las taras del cortazarismo, de su impiadosa reducción a
realismo mágico en clave de años noventa, para no caer en el abismo por los activistas infatigables del tallerismo literario. Pero a
imitativo que encarnaban allí mismo Isabel Allende o Luis Sepúlved.i, .ihura de las cosas (a décadas de su muerte, a más de medio siglo
en México, por poner otro ejemplo, los escritores de la generación del U K-ivHt-'la, a tantos años de todo) es posible considerar la actualidad
«crack» se propusieron expresamente romper con las fórmulas que se ||r MI inactualidad. ¿Qué significa hoy? Porque su veta experimentalista
les imponían por el éxito del boom: negarse a la repetición de los mito* puede haberse desgastado, como cabe por lo demás a todos los experi-
establecidos sobre el continente de la magia y de la exuberancia. 1 Hti'iit.ilismos (y casi podría decirse que es su regla): Theodor W. Adorno
El legado de los años sesenta, o el mandato de los años sesenta, l u r lo eniendió mejor que nadie, y por algo a su gato Cortázar lo bautizó
otro en la literatura argentina. Rajuela, de Julio Cortázar, publicada ni ion ese nombre. Pero en todo caso es posible preguntarse si la clave de
1963, desbordó inclusive la dimensión de las influencias literarias y llej'.o »»,i inactualidad es su reemplazo inexorable por nuevas búsquedas de lo
a funcionar como emblema imaginario generacional, como marca di nuevo, o su declinación resistente y por lo tanto crítica a manos del más
una época y de una cultura. Borges, por su parte, se hizo fuerte a pan u tlr lo mismo en la literatura corriente, subnovelitas de género, mercancía
de una cualidad no muy frecuente: la de ser literariamente perfecto. No tlr satisfacción garantizada. Su compromiso político, no menos que el
le bastó con escribir una obra, escribió una literatura (es lo que d u r lie Sartre en definitiva, puede sonar hoy de otro tiempo. Ahora bien,
Alan Pauls en su ensayo El factor Borges).2 Cada uno de sus cuentos, rNc destiempo ¿es un mero lastre anacrónico, o puede ser concebido
concentrados y a la vez inagotables, funciona como una literatura en también como una impugnación implícita a la lógica dominante de la
tera y pesa como una literatura entera. Su consagración se produjo en época que nos toca? ¿Que un activismo intelectual de esa índole se haya
los años sesenta y le reveló a la cultura argentina que contaba con un vuelto demodé, supondría nada más que su declive, o también una señal
clásico universal. adversa sobre el estado de las cosas en el presente? Así Cortázar, aun
Cortázar influyó por contagio, por carisma y por fascinación de pn lo eventualmente inactual, sigue interpelando lo actual. El desfase
i|uc se le endilgó es al mismo tiempo la clave de sus retornos y de su
' Véase Alberto Fuguet y Sergio Gómez (eds.), McOndo, Barcelona, Grij.\ll>u
permanencia, visibles en las evocaciones y relecturas críticas durante
Mondadori, 1996. El «Manifiesto Crack», leído por primera vez en agosto de 1996, lúa el centenario de su nacimiento, que fue llamado «año Cortázar 2014».
recopilado en Lateral, 70, Barcelona, setiembre de 2000. Sobre ambos textos véase r| La huella borgeana fue más profunda y más indeleble; se debió ni
artículo de Ezequiel De Rosso, «De cómo el pasado se vuelve futuro: sobre McOmlit más ni menos que al fulgor de la clasicidad. Lo de Borges fue más allá,
y el "Manifiesto Crack"», en Boletín de Reseñas Bibliográficas. Número dedicado ¡i y cobró la forma de la perturbadora sugestión de que toda la literatura
narrativa latinoamericana actual, 9/10, Buenos Aires, Instituto de Literatura Hisp
noamericana/UBA, 2006. argentina, la pasada y la futura, ya había sido escrita por él. Mientras
la influencia de Cortázar se agotaba ahogada en el «cortazarismo», en
2 Alan Pauls, El factor Borges, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, j

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la reducción a formula y en la propagación como recela de apli. .1 lt> sciiala Graciela Speran/a. 1 Las novelas y los cuentos de
segura de los rasgos más visibles de la poética corta/anana, la m i l i , m i u |osc San-, por otra parte, en sintonía con la morosa perfección de
de Borges fue más pregnante y requirió, para su resolución, operación Hilo iU- l..s amores de I .\onveau Román francés —pero también con
literarias más complejas y persistentes. Erigido para siempre en el i n Cun.uiva de Antonio Di Bcncdetto, que los anticipó— señaló una
tro exacto del canon literario argentino, impuso a sus contempoi . u n í tniativ.i divergente respecto de los principios de contención verbal
(como Ernesto Sabato o como Bioy Casares) la necesidad de creí ei i ) «ni lema economía narrativa consagrados por la sensibilidad litera-
mayor o menor medida bajo su sombra, si es que no (como a Kdn m idi- llorges, cultivada preferentemente en lecturas inglesas hechas
Mallea) la resignación a perderse en un relativo olvido después de I n i > i «u lengua original. 4 Las intervenciones de Fogwill resultaron, en
logrado destacarse y ser una referencia considerablemente notoria |r sentido, más directas y contenciosas: reescribió «El Aleph» como
a los escritores subsiguientes, a los inmediatamente posteriores, desi p -i ¿1», y en términos generales repuso todo lo que de material, de
su centralidad canónica los indujo a la opción premeditada por el nun nidal, de corporal, de libidinal, podía llegar a faltar en Borges.5 El
gen, o bien a la reformulación de los criterios de validación literal u, Htincalismo borgeano, sostenidamente ejercido y predicado, encontró
es decir a un viraje radical en cuanto a las concepciones de la literaim.i | contrapunto en la perduración de una vocación realista en diversos
dominantes (había que definir y que afianzar otras concepciones de U temores argentinos, como Bernardo Kordon o Germán Rozenmacher,
literatura para poder hacerles lugar, para poder hacerse un lugar). UM que, aunque con diferencias, podría extenderse a Fogwill, o tanto
Es claro que los márgenes literarios supusieron una opción, y no unftl rjor a otro autor, Jorge Asís, que cargó igualmente contra Borges
postergación, para aquellos escritores que, como Osvaldo Lamborghi- pciéndolo figurar en Flores robadas en los jardines de Quilmes en
ni, como Héctor Libertella o como Néstor Perlongher, por ejemplo, |iu circunstancia levemente indecorosa.6 En otros casos se esgrimió
hicieron de la colocación periférica una forma de potencia y un faciui Rodolfo Walsh, paradigma del escritor político, corno antítesis de la
de revulsividad. Las obras de otros escritores, en tanto, bien pueden •resunta prescindencia política endilgada a la obra de Borges, como lo
ser consideradas, al menos en parte, como un intento de desactiva) l.t l|f líala Roberto Ferro/ Una obra algo posterior, pero de fuerte impac-
máquina Borges y de esa forma habilitar las condiciones de posibilidad K podría agregarse a esta serie de literaturas predispuestas al antídoto:
para otras poéticas, otras escrituras, otros escritores. Son notables, en
este sentido, las estrategias, a la vez críticas y ficcionales, que Ricardo
Piglia fue tramando a lo largo de su obra, para convertir a Borges en 1 Graciela Speranza, Manuel Puig. Después del fin de la. literatura, Buenos Aires,

«un escritor del siglo XIX» y centrar su atención en Roberto A r h Brupo Editorial Norma, 2000.
(véase «Homenaje a Roberto Arlt» en Nombre falso), en Macedonm I 4 Véase Julio Premat, La dicha de Saturno: Escritura y melancolía en la obra de
Fernández (véase La ciudad ausente), en Witold Gombrowicz (véase •MN/ose Saer, Rosario, Beatriz Viterbo, 2002.
Respiración artificial): contracaras posibles del horizonte cultural de k > En una entrevista que Sergio Bizzio le hizo en 1985 para Págma/11 Fogwill
Borges (las lecturas de segunda mano y de malas traducciones de Arlt), Lienta: «Una vez Borges me hizo llegar un elogio por Pezzoni. (...). Dijo: "Este
hombre es el que más sabe de autos y cigarrillos". Fijate que dijo "hombre", es decir,
o centros alternativos para su centralidad (un canon macedoniano y no lio dijo "escritor". Pasó otra cosa divertida: le leyeron varias veces mi nouvelle «Sobre
borgeano), o desvíos productivos respecto de las trayectorias rectas (el ti .irte de la novela». Se la leyó Pezzoni y una chica que trabaja con él, Josefina Delgado.
polaco en Buenos Aires: la desestabilización del eje argentino-europeo, Kmonces, cada vez que los personajes se ponían a garchar o a doparse, estos salteaban
cuyos presupuestos eran con preferencia la literatura inglesa o direc- Bpárrafo. Y Borges interrumpía y decía que el escritor tenía un dominio notable de la
tamente París). Eipsis» (incluido en Fogwill, Los libros de la guerra, Buenos Aires, Mansalva, 2008).
Se ha podido pensar la obra entera de Manuel Puig como una '• Jorge Asís, Flores robadas en los jardines de Quilmes, Buenos Aires, Losada,
ampliación del campo de posibilidades de la literatura, mediante una |l>80. Las referencias completas a las primeras ediciones de todos los textos narrativos
tmbrados en este artículo, junto con otros complementarios de sus autores, se halla-
operación camp que habilitó materiales y universos hasta entonces des-
I ráii al final en la Bibliografía.
deñados para la creación literaria, ese mundo clase B relegado como
i 7 Roberto Ferro, Fusilados al amanecer. Rodolfo Walsh y el crimen de Suárez,
subcultura del que Puig supo valerse para escribir sus grandes novelas,
Buenos Aires, Biblos, 2010.

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l.is novólas de ( rs.ii Aira, innumerables, prulilcranics, tramadas en i Uvfl Hopi.r. p . i l . i l ' i . i s , del exilio palabras, lo mismo que de los cuerpos, lo
ilc a/ar, de vértigo o de disparate, instalaron un paradigma altei u mvi| | k k i i i i i que del silencio. I 1 1 cuento que inicia Los acuáticos, «El fin de
al de la mesura bajo control de una narrativa siempre ajustada, i "iw|l | pjl.iln i s t i c a » , es en este sentido bastante más que un cuento: es una
era la de Borges. |fd.ulci M «o> i>t>cttctt, un manifiesto literario, una declaración conclu-
La narrativa de Marcelo Cohén, por fin, situada en un l u n I / » M U idle de lo que se piensa que es la literatura.
imaginario de futuros ficcionales absolutamente original para l.i Inci4*| l-'.stc largo y complicado desarrollo de escrituras y contraescrituras,
tura argentina, abrió otra vertiente posible, que no pocos de los nucviM |t lecturas en desvío y de sesgadas batallas con letras, define en buena
narradores privilegiarían. Los mundos que inventa Cohén t i e n e n <\r que les daHedida ciertoeltratamiento
estado de cosas del para los escritores
lenguaje que empezarían
y nos ponen l í e m e |a publicar
|l textos en el final de la década de los ochenta o en el comienzo de
una vacilación. No es en el choque entre lo real y lo irreal, que d c l i m i t i década de los noventa. No podría decirse que para ellos el desafío
lo fantástico, ni en la sola proyección del presente en el futuro de .ilr.mm Hins i si i era, como había consistido antes, en «Salir de Borges», pro-
ciencia ficción, donde estos mundos se afirman, sino en esa podenn| KkMtivo título de un ensayo de Josefina Ludmer.9 Ni podría decirse
imaginación verbal que no requiere el suplemento de un glos.uio m poco que escribir «después de Borges» representara su escollo o su
precisa ser traducida, porque es autosuficiente, se explica de por si. A<|, ma. Porque esos nuevos escritores, los que empezaban a aparecer
el mundo imaginado, el mundo representado, tampoco es lo o n < > <lti •oí entonces, después de la muerte de Borges, no escribían exactamente
las palabras con que se lo imagina y se lo representa: la relación ruin después de Borges, sino más bien después de (o junto con) Manuel Puig,
el mundo existente y el mundo inexistente, entre la realidad y las mu 1 Rudolfo Walsh, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Osvaldo Lamborghini,
pías, se resuelve como una relación entre palabras: entre las pal.ilu.ui Néstor Perlongher, Héctor Libertella, Fogwill, Marcelo Cohén, César
que existen y las palabras que no existen. Es lo que va de «gubia» (<|Ufll A n a . Y esa abundante intermediación literaria, con sus intervenciones
existe, aunque pueda parecer inventada) a «fibridio» (que es inveni.uU, pui demás disímiles pero en cualquier caso siempre eficaces en el afán
aunque parezca existir). ti e despejar un panorama literario, acabó por funcionar ante todo como
En la relación entre las palabras y el mundo, lo otro de las palabí .u Un tactor liberador. Si Borges, escritor fuerte, autor total, centro del
no es el mundo, sino, una vez más, y definitivamente, otras palabuij Crtiion, supuso un severo problema para los escritores que empezaban a
Así sucede con los mundos que la literatura cuenta, utopías positivas n I fccupar su lugar a fines de los años sesenta y a través de los años setenta,
negativas, lugares inventados como el Delta Panorámico en Los acujM lio lo fue para los escritores que surgieron veinte años después. Para
ticos, Luna y Misterio en Inolvidables veladas o Lorelei en El <>nli> rllos ese problema se encontraba ya resuelto. Y resuelto, justamente,
absoluto. Pero así sucede también con el mundo real en el que Cohén poi aquellos que lo habían padecido.
vive y escribe. También la historia del exilio, sus más de veinte años erí | No se trata, sin embargo, de que fueran a escribir ya sin Borges, sino
España, pudo quedar inscrita en las palabras.8 Hay en Los acuáticoiA precisamente de lo contrario: que podían contar con él. Quienes habían
por ejemplo, historias de exilio, historias de utopías: historias cru/ad.n previamente sufrido y superado la «angustia de las influencias» fueron
de silencios, historias de cuerpos que vienen o se van. Las palabr.il (|iilenes procuraron, a los autores que vinieron después, la ocasión de
cuentan esas historias y representan esos mundos, pero al mismo tieni-' f aliviarse de angustias. Y de poder, por eso mismo, asumir esa influencia,
po los contienen en su inmanencia y los expresan antes aun de contar l o cualquier otra. Teniendo o poniendo de por medio a Piglia, a Fogwill
nada ni representar nada. Hacen de esos mundos palabras, hacen de I.IH u ,\, teniendo o poniendo de por medio a Puig, a Lamborghini o
,i ('.osar Aira, la hgura imponente de Borges ya no era por sí misma
8 No me refiero solo por la aparición de españolismos, como ocurre en l.iti
portadora de la amenaza letal de siempre: la de aplastar, la de asfixiar,
acuáticos, donde se lee «pamplinas», «petimetres», «apeadero», «zalamero», «neveriu» la ile tapar, la de acallar cualquier otra escritura.
o «aviarse»; sino sobre todo por el registro palpable de una coloquialidad argentiiU
que se vuelve levemente desfasada en el tiempo: «cachivache», «monguis», «marmota*,
«mecacho», «turulatos», «camorreros», «sopapo», «tarumbas», «papanatas», o girm '' Josefina Ludmer, «Salir de Borges», en William Rowe et al. (eds.), Jorge Luis
tales como «qué tarro», «tener muñeca», «hacer capote», «ponerse chochos». \ intervenciones sobre el pensamiento y la literatura, Buenos Aires, Paidós, 2000.

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El estado de cosas en ese entonces respondía más bien a una luei i < \e disponihilidad. Los mandatos literarios parecían mitigado»,
(polémicas literarias parecen destinadas a verse atenuadas o desmen-
UN en balances retrospectivos. Pero lo cierto es que, en esos años, la
ningún deber ser estético o ideológico imperaba sobre la l i t e r a t u r a 1 <m
•f rom ación y el cruce de ironías sirvieron para definir posiciones y
real hegemonía, no había que acatar (o que desacatar) la imposición ii*
|r* preparar el terreno que los libros iban a ocupar de inmediato o algo
novelas de compromiso político, o de realismos mágicos, o de re.ili»-
mos, o de fantásticos en lo cotidiano, o de tigres y laberintos y espejo» •pues. 1 AKS principales referentes del grupo Planeta eran Juan Forn
por doquier. n de la medular colección Biblioteca del Sur) y Rodrigo Fresan,
|fl (¡uillcrmo Saccomanno como uno de sus referentes inmediatos.
La amplitud de una disponibilidad literaria, por una parte, \
ocasión de admitir influencias sin angustias, por la otra, permitían >n .1 • escritores de Babel, además de Caparros, Dorio y Saavedra, fue-
los escritores que en esos años se iniciaban manejarse entre variantes > li m C. K. Feiling, Alan Pauls, Marcelo Cohén, Sergio Chejfec, Daniel
versas y contrastantes, valerse de ellas en mayor o menor grado, y Ine^o lebel, Sergio Bizzio, Luis Chitarroni, Matilde Sánchez, entre otros.10
sostenerlas o declinarlas: Thomas Bernhard o Raymond Carvcr, Jolm No parece decisivo que tal o cual de esos escritores haya pretendido,
Berger o Bret Easton Ellis, Juan José Saer u Osvaldo Soriano, podi.m |os después, que las asperezas intercambiadas por los grupos habían
llegar a funcionar como coordenadas de referencia, en combinación o lo impostadas o exageradas; tampoco la verificación empírica de que
en conflicto, para situar a esos escritores que, en el trance de darsr 4 uno de los autores de Babel publicó algún libro en Editorial Planeta.
conocer, se agruparon y se denominaron de un modo que perdur.n i.r p<|iie cuenta es que esos grupos establecieron posturas literarias bien
de un lado, los de Planeta; del otro, los de Babel. Pínulas y bien fundamentadas, y que esas respectivas posturas diferían
IIi c sí, contrastaban entre sí, se oponían objetivamente. Otras veces
^en polémicas que solamente tienen de tales la gestualidad de las pro-
Planeta / Babel Ctciones y apenas las ganas de exhibir un ánimo de belicosidad; pero
)|nis de eso no hay nada, ninguna sustancia literaria o ideológica, tan
Babel erauna «Revista de libros» (tal su subtítulo) cuyo primer numen i lo la cascara hueca de un juego de agresividad falseada. En cambio, y
apareció en abril de 1998, dirigida por Martín Caparros y Jorge Dorioj I « cierto punto con independencia de lo que los propios involucrados
su secretario de redacción fue Guillermo Saavedra, escritores que ( < • lyan querido hacer después con su propia historia, queda claro que
nían también una apreciable trayectoria en el periodismo cultural. I .11 l|o el rótulo de «Planeta» o de «Babel» se postularon concepciones
reseñas bibliográficas ocupaban un lugar más que significativo cu l.m l.i literatura tan claras como elocuentes, y que sobre esa base se
páginas de esa publicación. Planeta era lo que es, una poderosa edit< >i i.il produjeron intercambios que, más allá de las bravatas de ocasión, más
transnacional, y ya mostraba la disposición que luego no haría M H < > de- los aspavientos destinados finalmente más que nada a llamar la
acentuar: la de asegurarse, más allá de ocasionales audacias, una proni.i ftnu ion, tuvieron su contenido, y no era sino un contenido polémico.
y segura respuesta del público. No deja de ser elocuente, a decir verd.nl, MI criterio más esgrimido por los autores de Planeta es que la litera-
que dos grupos de escritores se nuclearan en un sitio o en otro, en un.i ; lili.u (insiste ante todo en saber «contar historias». La eficacia narrativa
revista de lecturas literarias o en una empresa editorial (y eso cuando
Luis Chitarroni, colaborador de Babel, era ya el prestigioso editor de
' Sobre las revistas y suplementos culturales del período, que incluye Babel,
Editorial Sudamericana, sucesor de Enrique Pezzoni). Y aunque con
H" l'.iblo Chacón y Jorge Fondebrider, La paja, en el ojo ajeno: el periodismo cultu-
el correr de los años los propios involucrados prefirieron relativi/.u l.i • d»K<'"""<> (¡983-1998), Buenos Aires, Colihue, 1998. Sobre el contexto cultural
tensión de sus antagonismos y el arraigo de sus respectivas pertenen ||» .i|i.u n ¡('ni de la dicotomía Babel/P\a.neta el artículo de José Luis de Diego, en este
cías, aunque pudiesen demostrar pasajes de un lado al otro o afinidades (tlliiiin volumen. Una entrevista de Mauro Libertella a Martín Caparros, Alan Pauls y
impensadas, parece seguir teniendo validez la oposición entre Htiln-l ( lii» ' 'liiuiToni evoca los enfrentamientos de Babel: «Un cambio de conversación: a
«•uní .unís del cierre de Babel», revista Ñ, Buenos Aires, 17 de junio de 2011. Chita-
y Planeta como una forma de caracterizar la situación de la n a r r a t i v a
M M I I I lid ¡"ii.ili/a en su novela Peripecias del no al grupo «Shangai»: «La reunión fue
argentina a fines de los ochenta y comienzos délos noventa. A menudo |ll 11 ilcp.iit.imento de Charlie [Feiling] en la calle Independencia (el de EI mal me ñor).
( luí lie, Al.m, Chejfec, Guebel, Bizzio, yo».

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tendió a ser su argumento: no había buena literatura sin buenas hisioi i i«i
contar bien una buena historia, eso era lo que había que hacer. I >r rlrl |nlu MU n •mordí míenlos la épica de la identidad nacional para poner
su predilección por las voces narrativas seductoras hacia los ICCIUIMI liir/.n el dislra/, la mentira y la farsa («Memorándum Almazán»,en
voces más bien simples, amables, cordiales, coloquiales, que otrcccn n| i/r noche ile Juan Forn, apuntaba en ese mismo sentido),
desarrollo de una trama como quien presenta las reglas de un juc^i < <\n» «loes lo mismo que se hable de «contar historias» o que se hable de
es sencillo comprender y en el que no se va a poder perder. Hisiom» i l i i i l e x t o s » . Y la diferencia no es menor, aunque pueda parecerlo;
de nitidez en los personajes y en las peripecias, llevadas con gi.u i.r, iill.i de que los contadores de historias no pueden sino escribir, y
buscaban el efecto encantatorio del modelo del relato oral, dcspo|.nln iill.i de que aquellos que apuestan a la escritura acaben por contar
de artificios innecesarios (pero con una clara proclividad a suponcí i|in- rn h i s t o r i a s de u n a manera o de otra. Según el primer criterio,
todos los artificios son innecesarios). El tipo de narrador que «le li.idU m i u r a no va a ser otra cosa que una herramienta narrativa que
al lector» tendía a prevalecer sobre el tipo del que «escribe un l i l > m ||i> mejor cumplirá su función si se vuelve despejada y clara, si no se
De ahí que recuperaran y validaran una tradición de «mala esc'riiin.i • lic.i ni complica al lector, si fluye sin dificultades, si corre pareja
es decir una que rompiese con los gustos esteticistas del bellelctn\inn. il Quienes, en cambio, anteponen la escritura, bajo la premisa de
prefiriendo formas más directas, más sinceras, más viscerales, más 11 .un i ni un texto literario la escritura es el objeto, mal podrían atenuar
parentes, hasta incorrectas. l u i r limar aquello que en verdad es lo que más les importa. Percibir
Guillermo Saccomanno se remitió más de una vez a Roberto A i h , |%ít Miur.i en un texto, demorarse en ella y paladearla, sería según este
y hasta escribió una novela (Roberto y Eva) que lo tiene como pmi.i prin lo más propio de la literatura.
gonista. En otros libros suyos (Bajo bandera, El buen dolor) se nou U ..i oposición Planeta/Babel, cada uno de los cuales con su propia
búsqueda de personajes reconocibles y situaciones sociales represen!.! ii ion y con sus propios precedentes, cabe perfectamente en esta
tivas. La adscripción de estos escritores a las premisas del relato noric.i ri/.ación. Los escritores del grupo Babel, lejos de la búsqueda de
mericano contemporáneo (con Hemingway, Salinger o Cheever comn i.lición narrativa de Forn o de Fresan, van a proponer una literatura
faros orientadores) se extendió a un seguimiento rigurosamente aeiu.il •U* espesa, gustosa de sus artificios, más elaborada y más laboriosa,
de los jóvenes narradores estadounidenses, presentados o reseñados mu •MU exigente con sus propias formas y en consecuencia con los lecto-
frecuencia, aun antes de que llegaran a ser traducidos, o incluso cuamln •|l. I.as historias que se cuentan no se imponen a los procedimientos;
no habrían de serlo, en el suplemento cultural del diario Página/12, <M H rrvrs: brotan de los procedimientos, les deben su misma existencia.
que Juan Forn fue editor y en el que Rodrigo Fresan y Saccomamiu HUrcpiieos de la naturalidad, los escritores de Babel se definen en el
colaboraban habitualmente. La premisa de contar buenas histon.n, Iflilu io y aun en lo artificioso. De hecho, como grupo, antes de recibir
1 f| nombre de la revista que crearon, se dieron como nombre «Shangai»:
como prioridad o como propósito absoluto, resalta en los cuentos <lv
Juan Forn que componen Nadar de noche, o en novelas posterioic» Un loque de exotismo irónico, señal de una opción por lo artificial. La
como Frivolidad. Pero el libro que mayor repercusión alcanzó en car 117,111 ul a novela de Daniel Guebel, La perla del emperador, ganadora del
• entonces fue sin dudas Historia argentina, de Rodrigo Fresan. Hist<»i,i •Imlio I-'mece en 1990, volvía sobre esa misma elección de la sugestión
• argentina consiguió una resonancia que es propia de los libros que cap flr un artificio orientalista (años antes, César Aira publicaba Una novela
l tan un clima de época y entran en sintonía con ciertas identificaciones ftnn.i). Martín Caparros probaba en una novela histórica, Ansay o los
de carácter generacional, en un grado que no tendrían libros posteriores tnfin i unios de la gloria, las posibilidades de una lengua impostadamente
del propio Fresan, como Esperanto o como Jardines de Kensington, «h .tu .1, frondosa en un barroco falsamente epocal, más próxima de un
aunque mantuvieran las características de fábulas; el título del libro, pin lo irónico de estilización de la historicidad que de una vocación de
encabezando esos relatos, implicó una mirada inesperada y sugestiva (uimiica fidelidad histórica. Sergio Chejfec indagaba, con la morosidad
sobre la materia anunciada: sobre lo histórico y sobre lo argentino. Un Itllu.iyada de Lenta biografía o de Moral, en el lenguaje como un es-
par de cuentos incluidos en el volumen propiciaron, por eso mismo, |»iii 10 donde detenerse y donde demorarse, hasta hacer que la reflexión
una visión oblicua e irreverente sobre la guerra de Malvinas, una qtic nuciera de esa misma parsimonia, o que las palabras destilaran ese brillo
que no ofrecen si no se les da su tiempo. Alan Pauls había publicado El

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pudín del pornógrafo unos .um.s antes, en I9S4: uii.i novela cpisiol.u <lf ( « i i r b e l \, | « i i su partí-, parecen haber sido en más de un
miradas y de poses, en la que no hay escena que no involucre un.i pnriM nía-, peí n i e a b l c s a un principio de volatilidad narrativa en
en escena, ni representación que no funcione como .uitorrcprcsi-iit. u, |tir icsiu-n.i ion m u d e / C .osar Aira. Sin dejar de cultivar una prosa
ni palabras que carezcan de la conciencia de ser palabras. Sergio l'i//l<| Itt .1 las i oiu CSIOIK-s, u n t o Ciuebel como BI//IO, en libros como El
apostaba, en El divino convertible, a una vocación de dcscom i. un o romo Piuid, o Guebel y Bizzio juntos, en El día feliz
emparentada con la experimentación en clave de comicidad. 1.a n< >v<<M Iriling, probaron modulaciones de aparente levedad, im-
policial que escribió C. E. Feiling, El agua electrizada, revelaba ioi||| a su narración velocidad de vértigo, arriesgaron incluso el
una manera de entender lo que es un género: no una convención <|Ufl ai j u m e n t a l . Prolíficos por igual y cambiantes por igual de
permite resolver las narraciones, sino una codificación que p c i m i i M fu ni l i b i o , tocaron puntos altos en novelas como Rabia y Era en el
problematizarlas. La primera novela de Matilde Sánchez, La ingrtittmjR 4» (Ui/./.io) o como Derrumbe y El caso Voynich (Guebel).
relato de viaje y de distancia, es tan perfecta en la precisión de su ¡ > i < > « t I Fi l>,i\.ui<>, de Alan Pauls, ganadora del premio Herralde de novela
como en la precisión de su capacidad de observación. Un poco dcspnéfl ).l, 1 1 insiguió una resonancia muy peculiar, que repercutió sin dudas
que sus compañeros de la revista, Luis Chitarroni publica su pi mirrél lie los libros precedentes de su autor, pero acaso también sobre la
novela, El carapálida, en la que la infancia y los años de la vida csi i >l.u I IfUliv.i argentina en un sentido más amplio: que en el nuevo cine ar-
brillan gracias a que brilla el lenguaje, no la memoria ni la veracid.nl, I ftlnuí aparecían directores de valor, que lo mismo ocurría en el teatro
Los escritores de Babel remarcaron en más de un momento un ¡u //;/y I ||l los dramaturgos jóvenes, que el circuito de los nuevos poetas y sus
de sofisticación literaria, que en todo caso les permitió ofrecer resisten» I |f v.ts editoriales se afianzaba, eran todas cosas seguras; la narrativa
cia a los facilismos y a las chaturas de otras estéticas al uso: demagogulfl rra menos fértil ni era menos interesante, pero el reconocimiento
populistas o realismos de lo ya sabido. Queda claro, en definitiva, <|Uf I lo que ahí pasaba fue un poco menos inmediato. El pasado es una
estos escritores habrán de dejar una huella perdurable en la narrativa! livrla ambiciosa, y no solo por su extensión; la historia de amor que
argentina de estos años. Aunque vayan tramando entre sí, ya desde1 su* I •lenta v los personajes tan potentes que compone van a ir alcanzando
primeros libros, recorridos bastante diversos, o bien admitan, cada mu >, I mudad por medio de frases proustianamente extensas y complejas
variantes en su propia trayectoria, hay una zona literaria de peso cu v,u I llr paginas destinadas a discernir cuestiones estéticas en un pintor
coordenadas no son otras que las de esos nombres: los de Chejfec, Pauli,! Urinario. Pero la fuerza indudable de una pasión bien contada y el
Guebel, Sánchez y otros. Con una temporalidad bien diferente de la de I i lo cautivante de una escritura exquisita le conceden a El pasado el
la plena actualidad, las modas imperantes o los éxitos del momento, c» I Vrtloi de hito en el estado de cosas de la narrativa argentina reciente.
decir con la temporalidad más pausada y más persistente de la buciu (,>tie la revista Babel haya existido es de alguna manera tan signi-
literatura, estos autores fueron afianzando sus búsquedas estéticas y cs.i ll'rtlivo como que haya dejado de salir en un determinado momento.
forma de la constancia que acaba resolviéndose como obra. Jitii|iic de ese modo, entre una cosa y la otra, se estableció por una
El legado de Juan José Saer, por ejemplo, tal vez el más valioso, v •mil 1 un apreciablc campo de afinidades, y por la otra la posibilidad de
por eso mismo el más difícil, de lo que se escribió en Argentina des- qtie cada escritor encontrara una voz muy propia y muy singular. Las
pués de Borges, encontró en Sergio Chejfec una línea de emulación tan Hnvcla.s de Matilde Sánchez se destacan en este sentido. Son novelas que
perfectamente legítima como perfectamente apartada de reducciones I ffuponden a ideas iniciales muy fuertes, pero que consiguen llevarlas
imitativas o de una dócil discipularidad. Las novelas de Chejfec van .1 H i a b o sin por eso quedar para nada atadas a ellas. La idea de contar la
mostrar una misma ambición de perfección formal, ya sea en el tiempo I hhtoria de una mujer que fue una promesa incumplida de éxito y de
narrativo general como en la cadencia de la construcción de cada frase, y I Imllantcz, por ejemplo, parece dar impulso a El desperdicio; y la idea
a la vez van a ir definiendo un sello propio marcadamente reconocible: llr ajustar cuentas con una historia de amor y desamor especialmente
contar y pensar, andar y decir, deriva y precisión, se van a acompasar Intensa es la motivación explícita de Los daños materiales. Pero lo que
con prodigiosa solvencia en novelas como El aire, Baroni: un viaje < > U notable escritura de Matilde Sánchez logra hacer con esas ideas ini-
Mis dos mundos.
n.iles, va siempre mucho más allá de las ideas y de los inicios. Hay en El

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desperdicio y en l.os dtiños nutttñtdtí, como lo lialua C.MI /../ i I U»» tcparaba marcadamente de las convenciones del realismo no
y en El Dock, una sutil indagación de mundos íntimos; y de l o n n a s U i|t« que ile las consignas de los libros con mensaje. Únicamente bajo
afecto nada exentos de tensión, pero aquello que podrí¡a ser meramente • |iimusas, las que por cierto ellos descartaban, puede suponerse .
confesional se resuelve siempre, en cambio, en relatos de un cspesm t In político y lo social se han visto eliminados por completo de las
inusual y de una atmósfera por demás inquietante. y«li»s ile los escritores del grupo Babel. Es cierto que en sus textos
Dos objeciones que recibieron a menudo los escriitores del guipo fui i- siempre preferirse la inquietud de las vacilaciones antes que las
Babel, a mi entender con pareja injusticia y por medio de un simen n n 1»/as del dogma; el espesamiento de la representación antes que su
error, han sido, por un lado, la de escapismo y, por el otro, la de di*i« I K.I/amiento en provecho del realismo; la comicidad irónica o pa-
preocuparse por los lectores concretos. Ese escapismo can endilgado, <•» •ira antes que la solemnidad tan propia de los libros con moraleja,
decir una ajenidad algo ligera o algo negligente respecto' de las urgeiu ui \l sea esa moraleja; el repliegue a la intimidad más concreta antes
de la realidad política y social, parece prestarse demasiado al juego que 9 Lis panorámicas sociales tan amplias pero a la vez tan generales.
ellos pueden haber ensayado tan solo para darse un lugar, o cnc.i|.n j l'or qué inferir de estas posturas, sin embargo, una simple prescin-
tanto mejor únicamente en una visión más bien estrecha de lo que NI NUM.I social y política? Parece más atinado destacar hasta qué punto,
supone que la literatura es o lo que se supone que debe; hacer. Hay mu |»*l.i manera, y tal como por caso habían intentado Puig o Saer, tiende
versión cristalizada acerca de la responsabilidad social de la literatuu, •H literatura a indagar otros modos de ser social, otros modos de ser
que tiende a atarla a un mandato de compromiso político, aplicado 4 [Milllu a. Boca de lobo de Sergio Chejfec, por ejemplo, recurre a esa clase
los escritores, o a una prédica de realismo social, aplicada a sus texto», [4* Muieriales que son propios de la tradición de la «literatura social»:
La literatura de denuncia social, bajo las formas del realismo, fue prac* f ffl «ulmrbio fabril, el mundo del trabajo, el drama de una pobre obrera;
ticada en los años sesenta por autores como Bernardo Kordon, David puro los resuelve en términos literarios absolutamente opuestos a los
Viñas o Germán Rozenmacher; una versión muy visible del escritor til' rsa tradición: los resuelve con palabras que tantean, aunque a la vez
comprometido, en tanto, fue actuada por Julio Cortázar a lo largo de MAM precisas, y con un relato que prefiere insinuar, aunque a la vez se
los años setenta. muestre firme. En Los planetas, también de Chejfec, lo político no falta;
Es evidente que la literatura de los escritores del grupo Babel se prto la evocación del amigo desaparecido, en lugar de afirmarse en lo
aparta de estas premisas; y aún más, procura, en más de un sentido, Mritivo, se nutre tanto mejor de la ausencia, de lo difuso, de lo que
contrarrestarlas. Pero colegir de esa tesitura que estaban optando por liiliti a va a poder recuperarse del todo ni tenerse del todo.
el desapego y la displicencia implicaba presuponer que existe una única /•'/ Dock, de Matilde Sánchez, de 1993, parte de una alusión apenas
manera de poner en relación literatura y política, literatura y realidad iililuua a un hecho de violencia política ocurrido apenas cuatro años
social. iintrs: el ataque a un regimiento militar por parte de un grupo de iz-
Por supuesto que la sensibilidad estética de estos autores, expertos quierda en plena democracia y de manera sumamente sorpresiva. Ese
en artificios, los apartaba del realismo, para el cual el artificio es siempre »m eso real y reconocible no es, sin embargo, un punto de llegada para
un pecado. Y por supuesto que su relación abierta y porosa con el sen- Matilde Sánchez, no es el objeto que su novela querría alcanzar y tocar;
tido y con la incertidumbre los alejaba de la literatura de denuncia, par.i di revés, es el punto de partida, el horizonte contra el cual va a definirse,
la cual el sentido es seguro por definición y tiende a verse establecido una historia de fuga y de repliegue en los afectos. Alan Pauls en Historia
de antemano. No obstante, lo interesante es advertir hasta qué punto i/r/ llanto va a rescatar, por su parte, otra circunstancia política de clara
ese modo de entender lo literario, lejos del tan señalado escapismo, los identificación: el golpe militar con que Pinochet derrocó a Salvador
habilitó para la búsqueda de otras formas más complejas de figuración Allende en Chile en septiembre de 1973. Pero no es la realidad política
política y social en las ficciones literarias. De hecho, ya Manuel Puig, Aquello en lo que la novela indaga, sino en una sensibilidad política, en
con El beso de la mujer araña, por ejemplo, o Juan José Saer, con Cí- tu composición y en su expectativa; y no lo hace, por lo demás, para
catrices, con Glosa, o con Nadie Nada Nunca, habían establecido una .isentar, para ratificar, para solidificar, sino para sondear exactamente
conexión entre literatura y política que, además de diferenciarse entre 10 opuesto: la falla en esa formación, el desencuentro capital entre una

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causa (el golpe) y el otéelo esperado (el l l a n t o ) , las Burlas \l n.isi.ilií» gruí 11. . i del eM i n oí IKK 1.1 el lector consisten!e en .simplificarle las
llar de una sensibilidad que se entrenó para lo compacto y pan |>IM» n li.isia el p u n i ó de guiarlo por la novela como se guía al que ape-
en lo más seguro. El Dock empie/a con una escena de conieiii|il.ii m|| M)>C il.u sus pasos, asi se.i por ese sendero liso y recto que son las
televisiva: la mirada clavada en la pantalla donde el ataque s u l n e n J M »l,ts de l.i l a c i l i d a d , no es percibida como gentileza desde esta otra
se desarrolla; otra escena de contemplación televisiva sen.il.i el | > i m i « i p n i n . i l u c r a r í a . Al contrario, se la considera, y se la objeta, como
culminante en Historia del llanto: la mirada clavada en la pan tal la <l»m|| luí ni.i de condescendencia y de subestimación. En vez de pensar
el golpe militarse desarrolla. Las respectivas reacciones (hay que nicluH i'x.i es l.i l i t e r a t u r a que busca lectores y quiere lectores, en el envés
la falta de reacción como reacción) sitúan estas novelas en u n c a m p n i U Id Mipucsia prescindencia soberbia implícita en toda sofisticación
problemas que no pueden ser sino políticos. La política se inscribe .iliuM f d l i v a , se piensa por el contrario que esta aparente contemplación
en un campo de problemas, y no como un reservorio de solucione»; «41 U los lectores en verdad encubre, y encubre mal, la verdad de que
un mundo que la literatura interroga, y noel mundo al que la l n < i . u u i ( lrsi ice de su competencia y de su capacidad: se presume que una
concurre para obtener respuestas prefabricadas. ym complejidad textual solo podrá ser disuasiva, que ante las tramas
Hay en algunos libros de Daniel Guebel un visible i m p a c t o .li I « 11 ases de mayor elaboración los lectores no sabrán muy bien qué
los dispositivos de Aira: someter a los relatos a la prueba de una i«i il I 'i'i v se espantarán o se aburrirán, o las dos cosas al mismo tiempo.
inverosimilitud, acelerar el ritmo de las peripecias hasta volverlos VM |,os libros de Chejfec, de Pauls, de Sánchez, de Guebel, no buscan
iocidad pura, impregnarlos del color del absurdo hasta el límite de li|| ioi m a n la planicie deslizante que garantiza la facilidad de lectura;
disparatado. Todos esos mecanismos rompen, al igual que en A i r a , > mi n .>n de sus lectores, y a la vez lo solicitan, la destreza de elaboración
las convenciones establecidas para la representación de lo real; pero uní i|un n un se resigna a devorar un texto con la avidez y la velocidad
por eso se desprenden, como sucede también con Aira, de la d c i x t s y I fltn que solo puede devorarse lo que viene premasticado y predigerido.
de la referencialidad. ¿Qué es lo que ocurre, entonces, con la polme^r I a incurablemente, esta discusión se entabló, allá por los años en que
en novelas como El terrorista, El perseguido o La vida por Perón' I n |un esi i itores de Babel y los escritores de Planeta se sacaban chispas
ellas, Guebel se remite a la violencia armada o a los años más intenso» liul.ivia, en términos de una literatura de mercado frente a otra litera-
de la militancia de los años setenta; es decir que no parece atinado decir Itli.i l o n t r a r i a al mercado. Y planteándose de ese modo la polémica, se
que existe una supresión de la política. Lo que hay, sí, es una conversión h»dii|o no pocas veces a un cotejo más bien crispado de listas de venta y
radical de lo político al lenguaje de la inverosimilitud, de la aceleración l'iuiico ile ejemplares en stock. Al centrarse en la cuestión del mercado,
total y del disparate absoluto. La literatura busca así esa clase de versión f| debate corrió el riesgo de adoptar el lenguaje del propio mercado,
de los hechos que otra clase de narración difícilmente podría articular, luí leiulo de cada lector un cliente, de cada libro una mercancía, de las
Illucrias simples bocas de expendio, de los críticos literarios meros
•líenles de promoción. La oposición esquemática entre los escritores
Escritura y mercado
•pie vendían mucho o se lo proponían, como escritores de mercado, y
Ins escritores que no vendían tanto o se sometían a otra clase de pautas
¿Qué clase de pacto establecían estos autores con los lectores potencíalo» lie validación, como escritores contrarios al mercado, privilegiaba el
de sus libros? Es evidente que no quisieron ser esa clase de escritora •upecto comercial del problema y relegaba el aspecto más propiamente
que les allanan el camino a los lectores, de tal modo que la lectura tranx- | literario, esto es: de qué manera escribían unos y otros. En definitiva,
curra sin exigencias ni dificultades. Su propio sentido de la escritui.i |n i icrto es que, por una parte, aun los autores que declaraban su fe de
es exactamente opuesto al de una supuesta fluidez natural: se escribe Ulereado no dejaban de pergeñar un proyecto de escritura (como puede
por la dificultad y contra la dificultad, a pesar de ella y gracias a clü •preciarse por ejemplo en el caso de Rodrigo Fresan), y, por otra parte,
(Peripecias del no, de Luis Chitarroni, de 2007, podría funcionar en luda impedía que los autores prescindentes de lo comercial alcanzaran
este sentido como una poética o un manifiesto demorado: novela de la Un cierto éxito de ventas (como ocurriría por ejemplo con El pasado de
imposibilidad de novelar, emanada de su propia neurosis de escritura). A l a n Pauls). Lo que cuenta, en términos literarios, no es quién vendía

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in.i.s o menos, quien tauqueaba en las listas do best selléis y q u i e n no, > lo que introduce el mercado, no son las ventas cuantiosas, ni
sino bajo qué tipo de criterio podían licuar a lomarse las rcspi-uiv.it Tmiii.ii ion, ni la masividad: es la supervivencia. El artista del hambre
decisiones estéticas: quiénes redactaban sus textos cu función di- 11114 una lolcrc-ncia no dicha pero perceptible. Lo que hace el escritor en
captación de una cantidad de lectores lo más amplia posible-, y qmo moteado no es ni triunfar ni renunciar, sino sobrevivir. Y Libertella
nes escribían literatura en términos de la mayor exigencia posiblr do! illkulcr.i entonces, como escribe en Ensayos o pruebas sobre una red
lenguaje y de sus formas, confiando en que luego cada libro habn.i • I- IW/OÍK.», son «las posibles estrategias literarias para sobrevivir en el
encontrar por sí mismo sus lectores. irii .ulii- (un poco en él, un poco contra él, un poco gracias a él), la
Actualmente parece más bien relegado el lugar que ha de tocarlo A lliu i.i para hacer el propio negocio en un campo de posibles negocios,
Osvaldo Soriano en una historia de la literatura argentina, respecto do ff\a de detectar qué vías de escape ofrece el mercado para sus
autores como Saer, Piglia, Aira o Fogwill. No obstante, en los cincel I nitores desviados.
más exasperados de las polémicas sobre literatura y mercado, el •!. I- n /•'/ árbol de Saussure, donde se habla de «los días de mercado»
Soriano era un nombre convocado con particular insistencia: autoi do i l i n a acepción eminentemente barrial, Libertella distingue con abso-
éxito y de relativa popularidad, pero desestimado casi sin atenuantes |x >i niU precisión cuál es el aspecto del que es preciso recelar: la exigencia,
la crítica especializada, motivó las apelaciones más enfáticas a la u-oi 1.1 || U ambición, de masividad; la imposición intrusiva del criterio de lo
de la envidia (teoría según la cual los autores que no venden envidian .1 fUMiiiioso. Como antídoto, y no como plan de fuga, Libertella lumino-
los que sí venden y se vengan de ellos mediante el desprecio) y despi-i m Itnionie estipula entonces que, allí donde hay un interlocutor, hay un
las más aceitadas argumentaciones en contra del mercantilismo literal m |H»ii ado. Recurso al menudeo, microfísica de la distribución literaria,
(la idea de que una obra debía considerarse o desconsiderarse según f« U admisión —también barrial— del diminutivo: el mercadito, el ne-
pautas cualitativas específicamente literarias, que no parecían beneficiar |iioito. No se vive ni se muere en el mercado, se sobrevive, y la manera
a Soriano, en vez de hacerlo según las pautas cuantitativas del mundo 91 mas ajena al modelo de la difusión masiva que a la clásica tutela de
de los negocios, que son las que podrían validarlo). Como sea, y .1 Id Mil Mecenas («Tal vez solo Mecenas podía ser todo el mercado» escri-
largo de los años noventa, mientras la narrativa argentina se ocupaba do b» on l.a Librería Argentina). Los artistas de Libertella son «pobres
debatir si debía o no debía interesarse por el mercado, el mercado pare JMiüiuonales», como se lee en El árbol de Saussure. Su arte, incluso si
cía resolver por su parte que no se interesaría por la narrativa argentina. fumado, es siempre gratuito.
Hubo un período en el que la autoayuda disfrazada de literatura, Luí l.hic para hablar de literatura y mercado haya que hablar de venta de
pseudonovelas históricas puestas de moda, o algunos batacazos muy Hhi i is es ya una victoria del mercado: un punto a favor de la percepción
coyunturales motivados por sus temas escandalosos, ocuparon el cení 111 líiniiomporánea de que el mercado es todo (y que por lo tanto no tiene
de la escena literaria. Fue un lapso opaco de distorsión y desencuentro, lltioi ,t). Si un lector es un mercado, la escritura literaria puede verse
en el que las novelas conseguían llamar la atención en la medida en que •tiviada de la presión cuantitativa y la tiranía de las cifras. Esta escritura
resonaban por sus precisiones sobre el descubrimiento del clítoris, por I» da a la venta (el autor como productor no omite este aspecto: nadie
ejemplo, o por sus revelaciones sobre amantes clandestinas de grande» M!IC más que él lo que es el capitalismo), pero se libera de la obsesión
proceres de rectitud hasta entonces irreprochable, y otras variantes de •Ir la masividad (recuperando la percepción de la violencia que, en la
ese mismo tenor. ilrfti^nación frankfurtiana de la industria de la cultura, la palabra «in-
Héctor Libertella resolvió el problema con una definición notable illiM ria» ejerce sobre la palabra «cultura»). La escritura para el mercado
en El árbol de Saussure: «Allí donde hay un interlocutor, un solo ni f l i v a premisa, sin embargo, es que un lector es un mercado, se libera
terlocutor, allí se constituye un mercado»." Libertella se precave con tío! mandato de conformar a todos, de agradar a todos; se libera de las
un ajuste de términos y de conceptos que resulta fundamental. No es Uiii.mtías de generalidad que procura la standarización, esas con las
ijiio se redactan libros correctos que, por correctos justamente, no se
Mponen a la zozobra de ser tal vez buenos o tal vez malos, y se abre
" Héctor Libertella, El árbol de Saussure. Una utopía, Adriana Hidalgo, Buciu |ioi lo tanto a ser admitida o discutida. ¿Cómo podría haber discusión
Aires, 2000.

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literaria de veras, si lo que esta por iletra.s es una vocación m l l e \ i l > U n i u m a. Incluso quienes expresaban reservas acerca de sus respec-
de unanimidad? De esa manera, toda discusión se vuelve intdlci.il>!», novelas (con criterios por lo general impertinentes; por ejemplo,
y tiende a. ser percibida como un complot, o como un boicot, o i «mil «u o no entretenidas, si eran o no ágiles), admitían la calidad de su
una vendetta, o como un reflejo de autodefensa. Diurna (tendían a concederlo como si fuese un atenuante discreto,
en verdad destacaban un aspecto medular): novelas como El
4ti», LUÍ planetas o Boca de lobo, recuperaban y validaban la cen-
Aira: proliferación y velocidad llid.nl de la escritura.
( Ajando la conexión sincrónica de Borges y Puig se interrumpió y se
Si se hace saltar, también para la literatura, el continuum de la hisim 1,1, ro, arrojó algo que ya no fue idéntico a lo que la precedía. Del
puede pensarse que las novelas de Manuel Puig no vienen despm-> ili> i|u l'uig se desprendió el autor como reproductor, el que corta y pega
los cuentos de Borges, ni tienen por qué situarse entre las vías de escape llénales sin prestigio; solo que lo hace bajo el amparo de un prestigio
de la angustia de las influencias que es propia del período post-Boi ge», llrtiii ido que obtiene justamente de la preexistencia de Puig. Y del polo
Desde una temporalidad distinta, no sucesiva, no lineal (por ejemplo, in HC* se1 desprendió el autor como redactor, con novelas tramitadas en
la temporalidad de la lectura, la de la lectura hipotética de un escritor M* medianía sin sobresaltos, que sin embargo aspiran, en la impostación
de los años ochenta o noventa), Borges y Puig pueden sincroni/arsi 9 un borgismo apocado, al aura de la alta cultura, la hondura del pensa-
como piezas simultáneas de una misma máquina narrativa. No es qu|l licnli > filosófico y una adusta seriedad que se quiere sesuda.
encajen uno en el otro, no es que se amolden; pero sí que sirven, cada l'.sitas dos maneras de encarar la literatura, y las otras maneras que
uno respecto del otro, como dispositivo estabilizador. No se poten |t I«-N puedan oponer o agregar, definían un estado de cosas que no era
cían, más bien se contrarrestan; pero al contrarrestarse propician mu al que se disponía, por ejemplo, en la discusión en torno de
complementariedad que se activaría sin el desarrollo progresivo de mi > Soriano y el sorianismo, o en torno de las operaciones sobre
antes y un después. Esa especie de ecualización Borges-Puig permitió rs de Pigha o de Fogwill, o a propósito del lento y costoso proceso
crear un nuevo lugar para el estilo (haciendo chocar la plenitud del es i i I u (Ir valiidación que tuvo la obra de Saer; o aun a partir de las hostilidades,
de Borges con el vaciamiento del estilo de Puig); un nuevo horizonte ptii lo demás ya disueltas, entre los escritores del grupo Babel y los
cultural para la escritura (haciendo chocar el prestigio de las referencias •ti11 itotres del grupo Planeta. Se trataba de otra clase de posicionamiento
de Borges con el desprestigio de las referencias de Puig); un nuevo cri y ile otra clase de validación, cuya clarificación por parte de la crítica
terio del buen gusto y el mal gusto (haciendo chocar los materiales del lllri.mia era más bien incipiente a comienzos del nuevo siglo.13
mal gusto de Puig, que la operación camp salva del efecto kitsch, con l.i I ,.\a de César Aira supuso, dentro de este marco general, un
altisonancia de cierta solemnidad cultural de Borges, que la comicidad loco d<c atención y una manifestación inusual de novedad: Aira no deja-
y la falsificación salvan de un efecto que también sería kitsch). |)rt ile s>er percibido como «lo nuevo» de la literatura argentina, incluso
Esa lectura «hipotética» de un escritor de los 80-90 puede no serlo rtl cabo de tres décadas después de la publicación de sus dos primeras
tanto sino ser efectiva como en el caso concreto y particular de Alan noveláis (Moreira, en 1975 y Erna, la cautiva, en 1981). Su escritura y
Pauls, que dedicó un libro de crítica literaria a Puig y otro a Borges.12
La narrativa de Pauls vendría tal vez a apoyarse en esos dos basamen-
tos que su crítica señala: en Puig y en Borges (y no en Puig después de '' I Hacia el 2004 Aníbal Jarkowski llegó a señalar y cuestionar una tendencia a la
Borges), así como la narrativa de Sergio Chejfec se apoyaría en Saer y Miiprcsiión de los críticos» en la literatura argentina contemporánea («La larga risita
ilr lodo's estos años», en AA. VV., Lo que sobra y lo que falta en los últimos veinte
en Borges (y no en Saer después de Borges). Si hay algo que se destaca, d»ím de la literatura argentina, Libros del Rojas, Buenos Aires, 2004) y cuyo soste-
en la literatura de Chejfec y de Pauls, es la consistencia excepcional de lliiniciuio o refutación por parte de los propios escritores había sido más bien escaso
(i un excepción de los escritores de la revista V de Vían, que activaron grupalmente la
(unlificaición de una estética realista, lo que primó fue cierto autismo cuentapropista de
12 Alan Pauls, Manuel Puig. La traición de Rita Haywortb, Buenos Aires, Hachet •«TÍtorees ensimismados, descreídos de la literatura como objeto de discusión o asunto
te, 1986, y El factor Borges, op. cit. (reeditado por Anagrama en 2005). (tulilico,, a menos que la promoción editorial requiriera circunstancialmente otra cosa).

192
su perfil de escritor, no menos que su e s e n t m . i , dcv.icomoil.ii 011 luí l i n . n l . i ,\i de l.i escritura como salga, la escritura de un tirón, la
parámetros de lectura que imperaban en la literatura arguitin.i. I >m ",i, st n u l i ' i u 1,1 de l.i corrección). Que la publicación pueda anteponerse
bastante tiempo no se supo qué hacer con él, cómo h.iieer con el I l u í . , , I CM n t u i . i vendría a tener entonces, también en Aira, una forma de
que reacomodarse, hubo que inventar por completo el lug.n ili",il» Itru'ion i cal. I'ero qui/ás importe menos encarar el asunto en términos
donde convenía leer su obra. Incluso quienes con preste/a e x . i h . i K i n Un.i i ucstión de géneros que en el marco del cimbronazo de despro-
al genio (temiendo, quizás, celebrar a un farsante) debieron esloi /.u»i ii i iones que Aira ha provocado en la literatura: una alteración en las
para encontrar la posición de lectura donde validar esa celebr.u uni| Hftcpc iones de lo que es mucho o es poco y también, sobre todo, una
pero lo mismo les sucedió a quienes, con no menor preste/a, d c i m n lita ación en las articulaciones de lo que es la parte y lo que es el todo,
ciaron al farsante (temiendo, seguramente, que un genio les cstm irnt i I..i idea de que «la parte puede llegar a iluminar de furia al todo»,
pasando desapercibido). Aira desacomodaba por igual a los airc.iiun, luiiMgiuda en Haikus, da una clave acerca del modo en que cada libro
a los antiaireanos, a los vacilantes y a los moderados. Si se piens.i »n« 4r ( fsar Aira (en especial, los más breves) funciona en relación con
vez en dos narradores como Chejfec o Alan Pauls, cuyos textos | •I i o t i | i m t o de todos sus libros. Es una idea semejante a la que plantea
diferencia de los de otros escritores que pertenecieron al grupo #,i/W, Id •• 1 )iario de un demonio», incluido en La trompeta de mimbre: la de
como Daniel Guebel o Sergio Bizzio— poco parecen tener que vei i < > n Un di.mo que se escribe un solo día (un diario en sentido literal, podría
Aira, es de notar que en sus ensayos críticos le concedieran a A i i . i un ¿curse), pero que basta para decir «lo que va a ser el resto de mi vida».
lugar de referencia.14 Al^o similar a lo que propone en otro relato breve, Duchamp en México:
Esa profusa descolocación que Aira ha ocasionado se debe, en buen* que pueda meterse un «virtual infinito en una semana». En estos últimos
medida, a una sensible alteración de las proporciones narrativas, l'.l tlf tusos puede verse hasta qué punto pesa en Aira la cuestión temporal.
César Aira se presentaba, antes que nada, como un caso de despropor» I I .o breve es breve porque dura poco: importa más esta fugacidad que
ción: escribía mucho, publicaba mucho, sus libros se multiplicaban 11 m l,t escasa extensión en el espacio. 15 Lo breve es bueno no ya porque
demasía en editoriales «grandes» (como Emecé) y «chicas» (como IU-4- KIM corto, sino porque es rápido. La brevedad supone velocidad y la
triz Viterbo o Mate) —y con el tiempo en otras aún más grandes (como Velocidad es uno de los temas clave de Aira y uno de sus procedimientos
Anagrama o Mondadori) y en otras aún más chicas (como Ediciones I-'.I clave. La diferencia entre cuento y novela, por ejemplo, para volver a
Broche o Eloísa Cartonera). La obra de Aira asumía así, en el conjunto fita distinción, Aira la plantea en términos de sus diversas relaciones
de sus libros, esa misma forma que tan a menudo sostenía el desarrollo con el tiempo: mientras en la novela hay «cálculo del tiempo», el cuento
de sus tramas: la proliferación. Ese rasgo no solo se manifestaba en l.i rs del orden del «instante». ¿Qué decir, entonces, de las «novelitas» de
multiplicación exponencial de los libros publicados, sino también cu Aira? Acaso esto: que son «un cálculo del instante».
la práctica cada vez más acentuada de formas breves, brevísimas; un.»» En el ensayo que escribió sobre Copí, uno de los temas que Aira
pocas páginas que no dejaba, no obstante, de definir como novelas. I .is destaca es el de la velocidad. En el que escribió sobre Alejandra Pizar-
desproporciones literarias de su escritura tiene que ver con lo muclm nik, es el de la brevedad y la fugacidad: el puro presente.16 El tiempo,
pero también con lo poco: con la obra integrada por decenas de títulos entonces: el tiempo en la escritura y en la lectura. En una entrevista
pero también con las novelas integradas por un puñado de páginas. declaró: «Escribir es una forma de perder el tiempo», y expresaba así su
Aira, que no ha cesado de declararse un discípulo insuficiente ilr pasión de escritor.17 En el Diarn de la hepatitis consigna, en cambio,
Osvaldo Lamborghini, afectó la relación entre la escritura y la public.i
ción (de su interés por el ready made hay pruebas en abundancia, como
15 Aira define la música de Cecil Taylor en términos de una «espacialización
también las hay de su desinterés por el cuidado de la «buena» escritur.i, paradójica de elementos de origen temporal» (Copi, Rosario, Beatriz Viterbo, 1991).
Sobre Cecil Taylor Aira ha escrito un cuento.

14 Véase Sergio Chejfec, El punto vacilante. Literatura, ideas y mundo privada


I 16 César Aira, Alejandra Pizarnik, Rosario, Beatriz Viterbo, 1998.

Norma, Buenos Aires, 2005; Alan Pauls, «En el cuarto de herramientas», Radar Libr«\3 de junio de 2004. 17 Graciela Speranza, Primera persona. Conversaciones con quince narradores
argentinos, Buenos Aires, Norma, 1995.

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un horror do lector: lo «horrendo» del Ultses, tal el caso, es -el iiempn i i n di l.i i e i i e / . a de cpie se escribe antes que nada con las palabras y
que lleva». En una novela breve, ¡-'I juego de los mundos, novel.i de un i fon l.i conciencia de las palabras; las historias, las tramas, las intrigas,
futuro tecnológico, falta tiempo para la lectura. En otra novela bicvr, los peisonajes, las ideas, vienen después, y en consecuencia.
El todo que surca la nada, falta tiempo para la escritura (¿cómo escri- I ..\n de estos nuevos escritores fue, en algún sentido, algo
bir cuando el tiempo se acaba? En el apurado final de esta novel.i, ¡-I BUs solapada, algo menos notoria que la de aquellos que contaron con
tema de Aira es, otra vez, el procedimiento de Aira: por qué es preciso ll^iin espaldarazo comercial o la de aquellos que atinaron a autode-
apurarse en los finales). li^narse y autodefinirse y a nuclearse según sus afinidades estéticas de
Los textos brevísimos de César Aira son los que mejor expres.in Muncia mas enfática. La visibilidad y la resonancia literarias tendían a
este dispositivo fundamental de su literatura: la desproporción emu- Irr acaparadas por modas editoriales como las de las novelas históricas,
la parte y el todo (que haya más todo en cada parte que en la sum.i O por el impacto publicitario de ciertos premios literarios que basaban
de las partes) y la instantaneidad del puro presente (la velocidad). Su Id importancia en el prestigio nominal de sus jurados, aunque muy
modelo es más bien, llegado el caso, la miniatura. Un asunto que .1 pr< ibablemente no fuesen a leer en verdad ni tan siquiera una sola página
Aira ciertamente le interesa; que es empleado como motor narrativo dr los manuscritos presentados, y en lo nutrido de las sumas de dinero
de algunas de sus tramas, y al que hace referencia por ejemplo en ofrecidas como recompensa, en los años de dolarización del menemismo
Duchamp en México («El libro no solo miniaturiza el mundo, sino Imperante. De todo eso, por supuesto, casi nada quedaría, casi nada
que además de hacerlo lo dice y explica cómo se hace») o en Copí quedó. Su engañosa refulgencia no estaba destinada a durar, pero bastó
(con la hipótesis de que Uruguay es la Argentina miniaturizada). I .1 rn ese momento para remitir a una franja resignadamente discreta a esa
miniatura no es ajena al propósito de hacer del tiempo un puro pie ir ríe de escritores que, aunque no tardarían en evidenciar su relevancia,
senté: en la memoria, postula Aira acerca de Copi, porque «sucede en tendían en principio a ser detectados más que nada por aquellos que
el presente» puede verse que «el pasado se miniaturiza, llega a ser el lupieran rastrear las pistas de la literatura genuina (postergada, en última
instante». El instante es el tiempo de la miniatura, el puro presente, l.i instancia, en el marco del mercado editorial, tanto como puede estarlo
simultaneidad: «la miniatura es el reino de la simultaneidad absoluta, la literatura entera en el marco de la sociedad en general).
no hay lugar para la memoria». Suele señalarse que la aparición de las pequeñas y medianas edi-
toriales, que devolverían en gran medida a la narrativa argentina su
dinámica y su diversidad, se produjo a partir de 2001 y como respuesta
Nuevas narrativas resistente a los efectos de la crisis económica que se había desatado por
entonces. Pero eso es cierto tan solo en parte. En esos años se verificó,
Los escritores que fueron apareciendo inmediatamente después que por cierto, un crecimiento notable y provechoso de ese tipo de empren-
los de Planeta y Babel ya no mostraron, como ellos, una tan marcada climientos; pero no fue sino la profundización de un proceso que había
disposición a agruparse y definirse, a manifestar su poética de manera comenzado antes, en los años noventa, como reacción a la tendencia
declarada, a entrar tan expresamente en colisión con las tesituras diver- que cada vez más iban marcando las grandes editoriales, que se iban
gentes o antagónicas a las suyas. No por eso, sin embargo, dejaron de viendo a su vez absorbidas por grandes grupos multinacionales: no
tener validez los posicionamientos y las tensiones que se habían plan- publicar libros de cuentos (porque «no venden»); no publicar primeras
teado en la narrativa argentina hasta entonces. Es perfectamente posible novelas (porque «no venden»); inclinarse con mayor resolución que
extender las premisas de gentileza narrativa y llaneza de formas en escri nunca a la edición de libros comercialmente garantizados, lo que es
tores que, como Federico Andahazi o Pablo de Santis, son publicados decir carentes de mayor riesgo literario, dado que la garantía del éxito
además por Editorial Planeta y obtienen con sus libros compensaciones comercial no existe y tiende a manifestarse tan solo como pusilanimi-
monetarias muy atendibles. Por el otro lado, cabe igualmente prolongar dad estética. Este panorama no podía ser sino desconcertante: lo era
concepciones literarias como las de Guebel o Chejfec o Pauls en autores descartar un género completo, y el del cuento nada menos, a favor de
que, como Gustavo Ferreyra o Juan José Becerra por ejemplo, parecen las puras novelas, en el país de Borges que, como sabemos, novelas no

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escribió; y lo era desentenderse di- las p r u n e l a s novelas, a l t e r a n d o 11.iln Del i n . i i e i i . i l casi siempre desechable del alud de novelas histó-
el horizonte de una posible iniciación literaria y renunciando asimismo tlt.is .il uso piulo surgir, pese a todo, un libro como Montevideo,
a una vieja utopía de editor como lo es la de «descubrir a un auloi (ir l'i-dci u o Je.inmaire, irónico y a la vez generoso en el retrato de
Fue en ese contexto que, como respuesta a semejante repliegue 1 , Un p r o i e i como Domingo F. Sarmiento, tan hecho a la solemnidad
comenzaron a surgir pequeñas editoriales como Grupo Editor I .m (pon i ik spucs,Jcanmaire publicaba una novela con el nombre de otro
noamericano, Beatriz Viterbo, Tantalia, Simurg; marcando el c a i n n m pioi ei en el título: Mitre; falsa promesa de novela histórica, porque
que luego, sí, retomarían y ampliarían InterZona, Entropía, A i l i I.MI.I Mu i e es también el nombre de un ramal ferroviario, y lo cierto es que
Hidalgo Editora, El Cuenco de Plata, Gárgola, Santiago Arcos, M.m VM.I n o v e i a transcurre en el ida y vuelta de un viaje en tren). De la
salva, Ediciones al Margen, entre muchas otras. Mientras los grande» notoriedad rimbombante pero tan a menudo efímera de los grandes
grupos, en su afán de rentabilidad pronta y segura, se abocaban in.i premios de efecto publicitario, casi todo fue cayendo en el olvido;
yormente a hacer negocios, buena parte de la narrativa argentnu di1 •un así, pese a todo, del premio Clarín por ejemplo pudieron sur-
interés empezaba a ocupar otros lugares y a transitar por otros sitio», KII autores como Pedro Mairal (lo ganó con Una noche con Sahrina
Un tiempo después, las editoriales más fuertes habrían de reacción.u, l.ovc en 1998; en 2005, se destacaría con El año del desierto) o como
tratando de recuperar el terreno perdido. Ya para entonces, los buo Leopoldo Brizuela (lo ganó con Inglaterra. Una fábula en 1999; en
nos lectores en Argentina se habían adiestrado en el hábito de prcM.n 2010, se destacaría con Lisboa. Un melodrama), autores que lograron
atención también a, o sobre todo a, los sellos más modestos, esos qiu-, Una presencia literaria más allá de los fogonazos de los flashes de su
con menos andamiaje y menos presupuesto y menos poder de di!u noche de consagración aparente.
sión, habían venido aportando varias de las novedades literarias nía» Bajo la mirada retrospectiva, el paisaje literario se ordena y se entien-
significativas. Quienes desatendieran las señales de este otro circuito, de. En el presente de la aparición de esas nuevas narrativas, no obstante,
menos clamoroso y menos anunciado que el de las grandes empresa» din tantas manifestaciones orientadoras, con las grandes editoriales en
con sus grandes aparatos publicitarios, se estarían perdiendo no poca» repliegue, con menos revistas literarias de peso (se destaca, como excep-
de las mejores apuestas literarias emergentes. Los poetas, dejados por la» ción, Con V de Vían), con una crítica no muy atenta o apenas coyuntu-
grandes editoriales mucho antes y mucho más completamente, habían ra!, no siempre imperaba ese sentido de la orientación que permite que
mostrado este camino. cada libro se encuentre con sus potenciales lectores. En ese contexto,
Autores que contaban ya con una trayectoria relevante, como Al cobró verdadera importancia la aparición de Literatura de izquierda,
berto Laiseca, por ejemplo, editaban sus nuevos libros en editoriales de Damián Tabarovsky, en 2004. En ese vehemente ensayo, que fue
como Simurg —por ejemplo Los Sorias, en 1998. Sergio Chejfec publico también en parte un manifiesto, en parte una provocación, y en parte
Cinco en Simurg, Daniel Guebel publicó Los elementales en Beatriz Vi un desafío radical al estado de cosas imperante, Tabarovsky expresó lo
terbo. Por razones de estrategia de autor prolífico, César Aira publicaba que hasta entonces no se había dicho de manera tan directa, tan explí-
en todas: Taxol o Las curas milagrosas del doctor Aira, en Simurg; ¡.<>\ Elbautismo ycita Laprueba, en Grupo
y tan abierta: que Editor Latinoamericano;
los nuevos escritores habitualmente más tenidos
en cuenta, los de mayor figuración en la inercia de los suplementos
El volante, El llanto, Cómo me hice monja, La costurera y el viento, literarios de los diarios, los de más numerosa clientela bajo el criterio
entre muchas otras, en Beatriz Viterbo. Las pequeñas editoriales fueron de rentabilidad comercial de las editoriales, eran los más perfectamente
ganando su espacio en la literatura argentina, y una parte apreciable de
la nueva narrativa fue encontrando a su vez su espacio en ellas.18
José Becerra sería publicado en Norma, en Emecé, en Seix Barral; su primer libro,
Santo, salió por Beatriz Viterbo. Damián Tabarovsky, luego autor de Sudamericana y
de Mondadori, comenzó publicando en Grupo Editor Latinoamericano, donde salió
18 Pocos años después, Carlos Gamerro estaría publicando sus libros en Norma; Fotos movidas, su primer libro. Gustavo Ferreyra publicó sus primeras novelas en
en 1998, su primera novela, Las Islas, aparecía editada en Simurg. Miguel Vitaghano y Sudamericana, pero su libro de cuentos, El perdón, apareció editado en Simurg. Jorge
Aníbal Jarkowski publicarían más tarde en Tusquets, pero El niño perro de Vitagliano Consiglio publicaría en Norma y en Edhasa, pero su libro de cuentos, Marrakech,
y Rojo amor de Jarkowski aparecieron en Tantalia a comienzos de los años 90. Juan apareció igualmente en Simurg.

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convencionales desde el pumo de vista literario, los menos mteivs.ini. » ) n i i . i s p.il.ibv.is, que se tr.ua de literatura en un sentido cabal. Las
para cualquier lectura exigente. ycl.r. ile J u a n José Kccerra (Santo, Atlántida, Miles de años, Toda
Tabarovsky se remitió al tipo de operación crítica que, promcdi.uulu Vr>il,nl, I I e^pecl.ifttlo del tiempo), las de Luis Sagasti (El canon de
los años setenta, dispuso con brillantez Héctor Libcrtella en su Nut-vé /'//V, / '"> »i>in-í. ile la luna), las de Jorge Consiglio (El bien, Gra-
escritura en Latinoamérica: desatender a la literatura, por entonces lu<. i < / < • l.i ><»nln\i) participan por igual de este mismo mérito. Ese
gemónica y al parecer ineludible, de Carlos Fuentes o de Vargas I l< >•.* sim;ul,u con el lenguaje se aprecia en estos autores, ya sea en la
o del propio Julio Cortázar, para resaltar a cambio una tradición nú* p,n ul.id ile manejar y contrastar registros diversos, como hace Juan
audaz y heterodoxa: Osvaldo Lamborghini, Salvador Elizondo, Sr\n i Itei ei ra; ya sea por modular una prosa que no confunde elegancia
Sarduy, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Enrique Lihn. El paso de luí 11 .ileí t.u-ion, como consigue hacer Luis Sagasti; ya sea por dejar im-
años no hace sino evidenciar la completa lucidez y el absoluto acu-i in iur la narración con esa clase de sensibilidad formal de que dispone
de las lecturas de Libertella.19 Tabarovsky se dispuso a intervenir en su n i , además poeta, como sucede con Jorge Consiglio.
presente, sin cautelas calculadas ni refugio en polémicas de arqueologfl Vro lo que torna particularmente interesante la producción literaria
Interpeló su aquí y ahora, desestimando categóricamente a esos nuevo» reciente en Argentina es justamente su riqueza y su diversidad,
narradores bendecidos por el mercado y sus secuaces, y destacando por no responde a una poética dominante o aun determinado modelo
el contrario a una serie de escritores más valiosos y arriesgados, mal «Htm .il del que no sea posible salirse. Lo valioso es que hay propuestas
interesantes y más perdurables, pero que no terminaban de contar en Hiiiv diferentes, libres de mandatos hegemónicos, abiertas cada cual a su
todos los casos con la suficiente visibilidad o con la predilección me- piopi.i búsqueda. Así, por ejemplo, Miguel Vitagliano retoma en Vuelo
recida entre sus lectores posibles. lunnl,i! o en Los ojos asíun tipo de relato realista donde los personajes
Los argumentos literarios con que podían llegar a validarse i » .1 ftji.n i\n como si estuviesen viviendo de veras, en procura de esa clase
cuestionarse una y otra vertiente no estaban nada lejos, a decir verdad, cíe verdad que se busca y se precisa en la vida. En las novelas de Aní-
de los que hacía algunos años habían sido enarbolados para la polcnm .1 Inil Jarkowski, en cambio, en Rojo amor y en Tres y sobre todo en El
de Planeta y de Babel. Siguiendo el gesto disruptivo de Tabarovsky ,il Itiil'.iio, los personajes viven como si siempre estuvieran actuando, su
situar a ciertos autores exitosos en el lugar de un obediente convenció condición más propia es la del teatro y no la de la fluidez espontánea,
nalismo, se volvía posible reparar en otra serie de autores que estaban rl ungimiento y no la naturalidad. No hay una tradición dominante,
marcando de veras algo nuevo en la narrativa argentina. Las novelas niño al revés, diferentes tradiciones y diferentes combinaciones entre
de Gustavo Ferreyra resultaron, en este sentido, fundamentales. El ellas, si uno repara en Cacerías, en la que Marcos Herrera recupera esos
amparo, El desamparo, Gineceo, Vértice, El director, Piquito de oro, climas sórdidos y fronterizos tan propios del mundo de Onetti; en la
Doberman, La familia, presentan mundos de un profundo rebusca- carnavalización del universo letrado por irradiación festiva del uni-
miento y a la vez de una cercana cotidianeidad, tramados con un len- verso popular con que Washington Cucurto compuso Cosa de negros;
guaje exactamente adecuado para dar cuenta tanto de una cosa como en la manera en que Ana Kazumi Stahl en Flores de un solo día narra
de la otra. Algo tienen estas novelas de Ferreyra de las inquietantes un cambio cultural debiendo cambiar ella misma, estadounidense de
abstracciones kafkianas, pero al mismo tiempo encuentran su anclaje origen japonés radicada en Buenos Aires, de lengua; en el sosiego del
más concreto en alguna esquina trivial de la ciudad de Buenos Aires idioma logrado por María Martoccia para contar vidas de provincia; en
o en determinados momentos históricos de la vida política argentina esas otras vidas de provincia, tan distintas por cierto, ajenas al trabajo
que se dejan reconocer prontamente. del día y atadas en cambio a lo más oscuro y a lo más siniestro que
El lenguaje, en estos textos, no es un medio sin ser un fin; vale decir, plasma Carlos Busqued en Bajo este sol tremendo; en las historias de
Marcelo Damiani en El sentido de la vida, que demuestran que no hay
nada menos espontáneo, que no hay nada más calculado, que ponerse a
" Héctor Libertella, Nueva escritura en Latinoamérica, Caracas, Monte Ávila, contar historias; en la perduración de un realismo posible en las novelas
1977. Reeditado con el apéndice «El juego de la novela aplastada» en Buenos Aires,
Ediciones El Andariego, 2008. de Sergio Olguín, como Filo o como Lanús.

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iri.ttiv.i u y i m u í i .11 i ii.11 medí,u He tipificaciones tales mino -novelas
l.stc mapa, a u n q u e muy incompleto, da cuenta de un panoi I |f M.\ mas- o -«novelas de la dictadura». Porque si hay un mérito en
que solo muy forzadamente podría reducirse a tíos » lies rasaos <|ii« idi n.ii i .u iva es precisamente el de resistirse a las reducciones temáticas
pretendieran ser abarcativos. 1.a diversidad formal y temática es, pin i<| | t u .is, no ser novelas de esto o de aquello, no ser novelas determi-
contrario, su cualidad sobresaliente. Esa virtud se extiende sin diul.ii 4 I flitd.f, por una línea de producción a priori. Por eso considero que se le
los narradores de aparición más reciente: los futuros distópicos di- loi ti*i c ni.is justicia con la enumeración por extensión que con cualquier
libros de Oliverio Coelho, deudores de los de Marcelo Cohén; la |>im,i
Iftimul.i i l , síntesis. Porque ha sabido desatarse de los mandatos de
seca y despojada de Hernán Arias en La sed; los relatos sereiiameiiir Vki i n i n a , impuestos como un deber ser: del cortazarismo, por ejemplo,
taciturnos de Matías Capelli; la sensibilidad barrial de Juan Diego I n U M I H I I I , se pueda volver a Cortázar; de la dictadura como tema obliga-
Cardona, que antes venía practicando Fabián Casas; la ironía corrosi\1 do, por ejemplo, aunque se pueda escoger a la dictadura como tema.
de Pola Oloixarac en Las teorías salvajes, apuntada hacia el á m U i i u l.,is apuestas van a ser siempre otras: apuestas a la escritura, apuestas
académico no menos que hacia la generación de los viejos militante 1 » llr escritor, la de encontrar universos propios y registros propios sin
de los años 70; la lograda desolación de Placebo de José María Brindis) ni siquiera condenarse a mantenerlos o repetirlos de libro en libro. La
o de Opendoor y Paraísos, de losi Havilio o de Hidrografía doméstit ,i n a r r a t i v a argentina contemporánea se deja presentar, pero no se deja
de Gonzalo Castro, textos de pérdida o de desvalimiento; la juste/a de irducir o resumir. Se la puede desplegar, como se despliega cualquier
los cuentos que rozan lo fantástico de Ricardo Romero, de Samam.i muestrario. Pero no es posible etiquetarla con dos o tres claves generales
Schweblin, de Federico Falco o las enigmáticas narraciones de Pedio
Lipcovich; la ratificación que suponen La descomposición de Hernán iini incurrir en una simplificación excesiva.
Ronsino o El viento que arrasa de Selva Almada de que la capacidad
generativa de la usina narrativa de Faulkner es acaso inagotable.
Por supuesto que la guerra de Malvinas es un tema convocante Tres legados: Saer, Piglia, Fogwill
en la narrativa argentina contemporánea. En la estela abierta tan teñí l;.n las dos primeras décadas del siglo XXI murieron tres escritores que
pranamente por Los pichiciegos de Fogwill, escrita a toda velocidad redcfinieron el canon de la literatura argentina: Juan José Saer en 2005;
antes incluso de que la propia guerra se acabara, se fueron inscribiendo Fogwill en 2010; Ricardo Piglia en 2017, lo cual incita a pensar en sus
después novelas como Las Islas de Carlos Gamerro (proeza de decons-
legados, por ejemplo acerca de los diversos usos del lenguaje.
trucción de las fábulas de identidad nacional), El desertor de Marcelo La noción de zona en Saer es decisiva por muchas razones y una de
Eckhardt (reversión ficcional del paradigma de las epopeyas heroicas), ellas remite a la cuestión de la lengua y de la forma, en cuanto le per-
Una puta mierda de Patricio Pron (grotesco de guerra a la manera de mitió eludir las limitaciones del costumbrismo literario, esa literatura
Copi), Trasfondo de Patricia Ratto (visiones fantasmales de una guerra que habitualmente se asocia con escritores del interior de la Argentina
submarina) y muchas otras. Y por supuesto que la última dictadura y que transita los tópicos de lo pintoresco o del reflejo localista. Con la
militar ha tenido también su lugar entre los novelistas de los años re- noción de zona Saer escapa de todo eso y lo hace en la misma medida y,
cientes, ya sea en la indagación de las complicidades colectivas que trama podría decirse, incluso por los mismos motivos por las cuales escapa de
Carlos Gamerro en El sueño del señor juez; en la perspectiva oblicua las nociones del reflejo realista. En Saer admiramos entre tantas cosas el
pero exacta de La mujer en cuestión de María Teresa Andruetto; en las espesor de esa escritura, la percepción extraordinaria de las formas del
fantasías de venganza y justicia por mano propia de Escuela de la calle lenguaje y de las formas de la narración, que lo ponen lejos del realis-
13 de Martín Prieto; en la versión heterodoxa de Félix Bruzzone, hijo mo. Y acaso recurre a ese tipo de lenguaje y a ese tipo de elaboración
de desaparecidos, en Los topos, combinando premeditadamente realidad formal para escapar del realismo: por esa extraordinaria sensibilidad
política con inverosimilitud narrativa; en la estremecedora plasmación para con el lenguaje y para con la forma, el realismo no podría sino ser
de una visión de infancia de los años de la represión en La casa de los desbordado y transgredido en la literatura de Saer. Ahora bien, es muy
conejos, de Laura Alcoba. notorio en sus textos que al mismo tiempo abunden las marcas concre-
Sin embargo, sería injusto pretender hacer un encuadramiento de la

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tas y la.s iclcrcncia.s .1 a r i t o s lugares que pueden .ser I C C O I M K ililcs. I Y
combinación parece p.irticul.iimente interesante en l.i noción de Vi'i t oii el .un l.iu , i 011 la hjc/a del que no se m u e v e v no se va, que con
como si pudiéramos situarla, invocando dos títulos de Saer, c n n < - le MILI |'i-i lenencia que se m a n i f i e s t a en el ir y venir, o en el ir y volver. Ya
que está «a medio borrar» y «lo imborrable», es decir, por un Lulc > I I . M fli noM-l.is ionio (.¡losa o La pesquisa, lo que se juega entre volver y
marcaciones nítidas, referenciales, casi diría fácticas, y al mismo t i c n i | > i > hrtluT.se ido, entre una acción y otra, define ese lugar practicado que es
no hay algo del orden del reflejo realista que se preste a un pació Ji- U /<>n.i l-.s decir, ni en una especie de cosmopolitismo que postule una
lo reconocible, o a un pacto costumbrista de lo pintoresco: el lengua)! pn t e n e n c i a universal ni tampoco en el anclaje de un arraigo inmóvil,
queda en primer plano. Por eso no concebimos a un lector que aciul.i lino en i-Me dinamismo del ir y venir. Barbara Cassin, en su ensayo La
a los textos de Juan José Saer para, por ejemplo, enterarse de cómo i••> M<M/,i/t;/.f, expone, a propósito del regreso de Uhses, la manera en que
Santa Fe; y sin embargo nos consta que ocurre lo inverso: los lectores funciona una nostalgia o una sensación de pertenencia: no se define en
de Saer vamos a Santa Fe a buscar en la ciudad los lugares de Saer, el •I quedarse sino en el volver, y a la vez no se juega en el volver como
mundo Saer. Es decir, que así como el lenguaje prevalece por sobre lo lin reencuentro pleno, sino en ese desacomodamiento por el cual el que
representado y por eso no hay realismo, de igual modo podría decirse lo vuelve reconoce y, a la vez, ya no reconoce.21 A su vez es reconocido por
que la noción de zona trabaja con Jos materiales de Ja realidad empírica rl lugar al que vuelve y en parte ya no es totalmente reconocido desde
de Santa Fe, de CoJastiné, deJ río y, a la vez, el lugar no ingresa en la el lugar que vuelve. Esa combinación de reconocimiento y ajenidad es
literatura para plasmarse como realidad, sino a la inversa: la realidad una (orina de pertenencia más cabal y más potente, y es la que aparece
se ve señalada por esa literatura, ese mundo real ha sido transformado en Saer y es la que se determina en la zona. Tampoco esos regresos, esas
para nosotros, Jos lectores de Saer. Desde sus primeros textos se defi- vueltas no se producen para llegar y quedarse, sino para esa otra forma
ne la pertenencia a la zona —los relatos de En la zona, Palo y hueso, de pertenencia que significa volver a irse.
Responso, Unidad de lugar—, cuando ya aparece reconociblemente Existe una santificación de la experiencia como impulso y como
este espacio como un «lugar practicado» —así lo definiría Michel de motor narrativo para la literatura. Bajo tal concepción, lo más habitual
Certeau.22 Es decir, no es un paisaje, no es un escenario, no es un telón es que se consagre, en lo literario, el propósito primordial de «contar
de fondo, no es una ambientación, sino es un espacio que adquiere su historias». Ricardo Piglia encaró el asunto con una inusual agudeza,
sentido a partir de Jas prácticas e intervenciones que habiJita y que son, porque aprovechaba todo su potencial (como narrador y como crítico),
en definitiva, caminar y conversar, encontrarse y conversar, juntarse a pero a la vez, lejos de las simplificaciones, detectaba también sus límites
comer y conversar. En esos primeros textos Ja zona emerge como un y pasaba a interrogarlos. Piglia exploró en profundidad ese «contar
sentido de esas prácticas, pero tal vez no termina de funcionar en clave historias» en la literatura: desde la máquina de narrar de Macedonio
de pertenencia sino un poco más avanzada la obra —podemos tomar el I 'crnández activada en La ciudad ausente hasta la función de sanación en
cuento «A medio borrar», de La mayor, como una bisagra posible, que el texto «La nena» (uno de los relatos de la máquina de contar historias
alude a la víspera o Ja proximidad de la partida del personaje que se va de esa novela); para pasar una vez más del saber de la literatura a un
a ir a vivir a Francia. La pertenencia a la zona en Saer tiene menos que saber del funcionamiento de la sociedad en general, con la idea de que
••contar historias es una de las prácticas más estables de la vida social».22
No es en la narración de historias, sin embargo, donde Piglia va
-° «Espacio es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circuns- a señalar el fundamento de la práctica literaria (porque narrar histo-
tancian, lo temporalizan, y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de
programas conflictuales o de proximidades contractuales. (...). En suma, el espacio es
rias es, justamente, una práctica social general). Lo va a señalar en el
un lugar practicado, de esta forma la calle geométricamente definida por el urbanismo lenguaje, y más específicamente en un desvío «de la ley que rige los
se transforma en espacio por intervención de los caminantes. Igualmente, la lectura es
el espacio producido por la práctica del lugar que constituye un sistema de signos: un
escrito» (Michel de Certeau, «Relatos de espacio», La invención de lo cotidiano. I: Artes 21 Bárbara Cassin, La nostalgia. Ulises, Eneas, Arendt, Buenos Aires, Nueva
de hacer, México, Universidad Iberoamericana/ Instituto Tecnológico y de Estudios Visión, 2015.
Superiores de Occidente, 2007), resaltado del autor.
22 Ricardo Piglia, «Modos de narrar», en Antología personal, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2014.
204
205
lenguajes sociales», como señala en el «Prologo» a su Antología fx-n»
«<//.-" Lejos entonces de la pura narratividad, de los mitos vitalist.i'. n ^f i u,indo diré: «No conocía n i n g ú n novelista que hubiera matado a
del craso espontaneísmo del mero largarse a escribir lo vivido, I'i|;lu lir l ' i a raro», pone en jaque, con ironía, toda una mitología vitalista
hace que los formalistas rusos resuenen en sus planteos (por algo ! • » e«i i u oí de la experiencia. Porque es cierto que, con una vara de
dio el lugar que les dio en una novela como Respiración artificia/, en 11 Itilu ion rigurosa, una que contemple vivencias realmente intensas,
que la teoría se narra) y define lo literario en el artificio de un lengn.iii ,1,11 lai o que las vidas de los escritores son casi siempre pobres en
que se desvía de las normas de su uso social, incluso en textos qm iiencias, insulsas, banales, anodinas, mediocres. Es mejor pensar
dejan ver en sí las huellas de Jo que Piglia ha vivido (desde las calle •. |ili< lit literatura tiene el poder de producir y transferir experiencias,
de Mar del Plata o Adrogué ya en sus cuentos iniciales, en 1967, IUM.I |l viv. ile limitarse a registrarlas.
sus años como docente en la Universidad de Princeton en El camino 1,4 inteligencia de Ricardo Piglia rebosaba de generosidad. Al
de Ida, su novela de 2013), lo que no deja de subrayarse es la idea tl< |»»plen.irsc, nos hacía sentir inteligentes; o más aún, tanto mejor:
que «la esencia de la literatura consiste en la ilusión de convertir .•( hacia serlo. Ocurría con sus clases o con sus entrevistas, con sus
lenguaje en un bien personal». 24 La creación de una lengua priv.ul* rliiios o con sus artículos. Ocurría cuando se aplicaba a analizar un
(que participa, como tal, tanto del afán de contar con un estilo l i t e jtitodio puntual en un libro (como, por ejemplo, su ya clásica lectura
rario en su sentido más fuerte, como de los códigos semicifrados dr |r la escena inicial de Facundo) tanto como a analizar el desarrollo
las conspiraciones) ha de oponerse entonces a «los usos oficiales del
lenguaje». |Uet;i •>' de un género (como hace con el policial, en su novela Blanco
t<H'lM>nu), a ficcionalizar un hecho histórico en particular (el asesi-
Y es que la consagración de la experiencia vita) del escritor como Irtlo de Urquiza en el cuento «Las actas del juicio», por ejemplo), o
usina generadora de relatos literarios, y al tiempo como garantía de explorar la maquinación completa de las leyes y su transgresión en
un criterio de autenticidad, es retomada por Ricardo Piglia tan solo »! mundo del capitalismo (como en su novela Plata quemada). Por-
para superarla mediante un examen más inquieto de la relación entre ||iir no basta con decir que Ricardo Piglia une crítica y ficción en sus
literatura y experiencia. Sucede, sí, en efecto, que Ja literatura se resuel >s, no basta con decir que el narrador y el ensayista conviven en
ve como plasmación narrativa de una experiencia determinada; pero ^f I, I ..\a de Piglia es, a un mismo tiempo, narrativa y crítica,
también sucede que acuda a subsanar la vacancia de vivencias (bova- n eso narra cuando ensaya y ensaya cuando narra, por eso brilla
rismo) o que logre superar, en la experiencia vivida del leer, porque las ficciones de la completa invención no menos que en el paisaje
también leer es una experiencia vivida, Ja trivialidad del mundo de la liiiual de la realidad del mundo.
vida (quijotismo). Piglia considera, tanto mejor, la utopía de «construir I .a atención a lo concreto en su realidad material, y a la circulación
artificialmente la experiencia y vivir como propias vivencias que nunca i norial de las cosas y los lenguajes, se conjuga en los textos de Fogwill
se han tenido». Y hasta toma esa formulación como una definición 11 on esa voluntad de ser verbalmente directo; y es esa combinación la
posible para la literatura. No ya el relato que transpone en lo directo »|nc lo sitúa en el horizonte del realismo literario. Novelas como Vivir
apenas una experiencia propia, sino la posibiJidad fenomenaJ de pro- ,i¡itcra, como La experiencia sensible o como En otro orden de cosas,
ducir experiencias vicarias, dotar de ellas a otros, asumir uno mismo lo ponen en evidencia: todo lo que allí sucede y se cuenta resulta in-
las ajenas. A partir de «La memoria de Shakespeare», de Borges, esto (Ncparable de los procesos sociales en que se inscriben, ya se trate del
es de la idea de recibir la memoria de la vida de otro, Piglia da en ¡ iiienemismo, de la plata dulce cuando Martínez de Hoz o de la secuencia
pensar la literatura como una construcción artificial de la experiencia. ilr la cronología política 1971-1982. El realismo de Fogwill es realismo
i en sentido estricto: es realismo social, ni reflejo costumbrista, ni deta-
ll ismo naturalista ni documentalismo autotestimonial. Sus personajes
23 «El conjunto de los textos de un autor —si uno sabe leerlos en un orden
i r.sponden a la perfección a la premisa realista de ser prototipos: ex-
nuevo— siempre esconde un delito o un leve desvío personal de la ley que rige los
lenguajes sociales» (Antología personal, op. cit.). presan siempre, desde su condición particular, una dimensión social, a
24 «La ex-tradición», en Antología personal, op. cit. la que condensan y representan.
A diferencia de los malos realistas, Fogwill era literariamente sen-

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li « n i r.ilisu q u e |H-I mil.i d i s t i n g u i r me|or sus recursos narrativos,
si lile a las palabras, solo que su consideración a las palabras no i l > . i • n
procura de su oscurecimiento (como en el hermetismo de I lecioi I i
bertclla), o de su suspensión para su delectación (corno en la morosidad
R Rt l a j e e n lealidades concrclas, su uso de la rctcrenciahdad, su sen-
I «Ir la totalidad social, el motor que moviliza sus tramas. Aunque
IfU 11 ni venir también, y no sería menos pertinente, destacar aquello
de Saer), o de su potencia de invención (como en la «palabrística- «le Vil la l i u - i a t u r a de Fogwill no es realista para nada, aquello que se
Marcelo Cohén); esa consideración lo era siempre de las palabras ni | ilrsili i 1 sinsentido, la ruptura de las convenciones de lo verídico,
uso, del carácter social del lenguaje.25 Ryui ,11 <m de escenas fantasmales, las incrustaciones de lo irreal en la
En el sucinto pero rotundo prólogo que adosó a La expcriaii 1.1 ntrt ( a s , poi i aso, el episodio de la aparición de las monjas en Lospi-
sensible, novela sobre los años setenta que Fogwill publica en 2001, Hrfrx»\ un decir antirrealista de la realidad política; así Los pichiciegos
se ocupó expresamente de la cuestión del realismo: del relegamiento |lu i oniunto, despegada de toda veracidad documental o testimonial
literario al que en aquellos años se lo sometía, como prolongación de IIIIIM i r u l a a partir y a través de lo imposible; así la visión estremece-
«un refinado desprecio por la realidad». Y en efecto, hay una f u c i l o f« «Ir los trenes nocturnos en un cuento como «Los pasajeros de la
tradición antirrealista en la literatura argentina, de Macedonio Fcrn.m hr-, i'icctcra). De ahí el destello puramente verbal que, aun en textos
dez a Saer, pasando por Borges o por Leopoldo Marechal; y Fogwill i i r a l i s t a s , tienen un comienzo como «Vi tul» en «La chica de tul de
se mostró decidido a contrarrestaría. ¿Qué otra cosa, sino una apuesta ÍHU's.i ile é n t r e n t e » . De ahí la fuerza propiamente verbal que cobra
al realismo, sostiene a esta novela sobre la familia argentina en viaje a | frtí ínula <• hacer puntos» en el cuento «La larga risa de todos estos
Miami primero (a gastar dinero) y a Las Vegas después (a jugárselo), »-, porque «hacer puntos» (expresión en la que resuena un sentido
en los años del «déme dos» y la «plata dulce»? ¿Qué otra motivación, m i i t u r a ) coloca lo sexual en un registro muy propio de Fogwill
sino la del realismo literario, llevó a Fogwill a sostener que con Vivir h|r nad\, por supuesto, del remilgado y fofo «hacer el amor»,
afuera, de 1998, se proponía plasmar la gran novela del menemismo, |fn se deslinda por igual de la crudeza de «coger» o de «garchar».
su gran retrato, podría decirse? > ^( '.u.il es, entonces, el legado literario de Fogwill? En su caso, como
Ahora bien, esta misma afirmación (o autoafirmación) de una re pocos, se trata de una cuestión abierta, no termina de definirse.
solución estética, de una pura potencia literaria, puede acaso también, iin libros o él mismo, eso que dio en llamarse su «personaje»? ¿Su
con los años, tornar equívoco el lugar de la literatura de Fogwill. Por PH'I itm ,\ su anecdotario? ¿Su talento y su agudeza o su agresividad?
que el realismo, como opción de escritura, ha sido atribuido también, JJtli i oiulición de hacedor y de impulsor o su faceta destructiva? Y en
últimamente, a autores tan dispares como Alberto Laiseca, Juan José |tu libros, ¿qué? ¿El presunto realismo? ¿La inflexión ideológica? ¿La
Saer o César Aira, con lo cual el concepto, así ampliado y hasta esti- eiii u verbal? ¿La eficacia narrativa? «Escribir para mí es pensar»,
rado, empieza a no decir nada, pierde toda cualidad diferencial. Y eso Fogwill en 2007 en una entrevista con Agustín Valle para la revista
para no hablar de algunas otras intervenciones críticas, que emplean la Huitín^, S/owr. La frase suena firme y asertiva, tan segura de sí como
noción de realismo de maneras por demás inciertas, por no decir que al I fI |»i opio Fogwill. Pasar de ahí a La introducción, novela postuma pu-
tuntún, que la aplican acá o allá sin mayor discernimiento, por no decir Mli ada en 2016, resulta interesante porque implica pasar a un lugar de
que la revolean disparatadamente. Tal vez convenga, en este sentido, •fUtiva incertidumbre («Son infinitas las cosas que nunca sabrá»), de
recuperar la especificidad del afán realista de Fogwill, en una auténtica 1 ftlicgue («lo mantenían al reparo de lo que no quería pensar»), de re-
i (tunda al pensamiento («el antes se componía de todo lo que no debería
25 Así, por caso, en Vivir afuera, «las palabras que traen de Quilmes y La Plat.i
Anisar»), y de lo que va a quedar escrito pese atodo («ideas como esta,
los que estuvieron presos» o el hecho de descubrirle «el filo a la palabra cuchillo»; así l|tic no se deben pensar, pero por allí pueden quedar escritas»), incluso
la constatación en En otro orden de cosas de que «hay palabras que desaparecieron: se ki no puede o si no debe pensarse.
descubren en los primeros años de la escuela y vuelven a circular veinte años después»; Un épocas de tendencias muy dominantes, cuando toda una serie
así la disquisición que hace el narrador en La buena nueva... entre decir «hacer el lie textos son fantásticos de una manera semejante, o realistas de una
amor» y decir «coger» o decir «garchar»; así, en Los pichiáegos, la correlación entre
jerarquía militar y maneras de hablar: «Como oficiales, ese modo de hablar. Los tipos • (lunera semejante, o realistas mágicos de una mera semejante, o com-
llegan a oficiales y cambian la manera. Son algunas palabras que cambian».

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prometidos políticamente Je mu manera semejante, los libros I I I M V 4 ni José Becerra, Santo, Rosario, Beatriz Viterbo, 1994; Atlántida;
menudo se parecen entre sí o se repiten entre sí, participan de un un Buenos Aires, Norma, 2001; Miles de años, Buenos Aires, Emecé,
común, se sienten todos de una sola y misma familia. Leyendo mío. y* .,'004; 'Ioda la verdad, Buenos Aires, Seix Barral, 2010; El espectáculo
se ha leído varios; y a veces, aunque pecando de displicencia, se punln i/e/ tiempo, Buenos Aires, Seix Barral, 2015.
pretender haber conocido todos sin haberse detenido a leer con cmil.ulii ir María Brindisi, Placebo, Buenos Aires, Entropía, 2011.
ninguno. La literatura argentina de fines del siglo XX y comien/o . ,|, I opoldo Brizuela, Inglaterra. Una fábula, Buenos Aires, Alfaguara,
XXI se resiste a esa clase de reducción, se afirma en su hetcrogeiu-ul.nl, 1999; Lisboa. Un melodrama, Buenos Aires, Alfaguara, 2010; Una
rehuye de las filiaciones seguras. Cada libro, en singular, se escribió |>.u,i »ii!.ma noche, Buenos Aires, Alfaguara, 2012.
ser leído, espera ser leído, pide ser leído, considerado precisamente en ij;io Bizzio, El divino convertible, Buenos Aires, Catálogos, 1990;
su singularidad, aunque no se pueda pordefiniciondejardecont.il < mi l'ltinet, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Rabia, Buenos Aires,
una tradición ni dejar de pertenecer a un conjunto. • InterZona, 2005; Era el cielo, Buenos Aires, InterZona, 2007.
l'elix Bruzzone, Los topos, Buenos Aires, Mondadori, 2008.
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Hernán Arias, La sed, Buenos Aires, Entropía, 2005. casa de Ottro, Buenos Aires, Alfaguara, 2009; Balada, Buenos

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