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LONDRES Y EL MUNDO EN 1851

Siglo XIX: un siglo de guerras y revoluciones. Ya con la Primera Revolución Industrial (a finales del
SXVIII), la sociedad, las ciudades y el mundo habían experimentado grandes cambios económicos,
políticos, tecnológicos y culturales ligados a las nuevas formas de producción: el paso de una
economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de
carácter urbano, industrializada y mecanizada.

En 1850, la Segunda Revolución Industrial llego como una nueva fase, un fortalecimiento y
perfeccionamiento de las tecnologías de la Primera Revolución Industrial. La aparición y uso del
acero como material característico de la época dio lugar, también, a nuevas tecnologías que
permitieron no solo mejorar la eficiencia y rapidez de las producciones, sino que también (y a raíz
de estas) dio lugar a nuevos pensamientos e ideologías. Gran Bretaña y, específicamente, la ciudad
de Londres, tienen un papel central en Europa y en el mundo.

La industrialización y mecanización de los antiguos oficios permitieron el paso del objeto


manufacturado al producto industrial. Esta posibilidad de producir rápidamente, en serie y a bajos
costos todo tipo de cosas produjo un cambio cualitativo y cuantitativo en la producción, dando
lugar a un nuevos sistemas productivos y económicos: el capitalismo y el capitalismo industrial, es
decir, la acumulación del capital para su futura inversión y un cambio en la forma de producción a
través de la mecanización.

Este nuevo sistema llevo a la aparición de nuevas teorías e ideologías económicas, como el tratado
de economía de Marx y el liberalismo económico (que determinaba que el Estado ya no debía
regular los negocios y economía del país, sino que esta se regulaba a si misma según la oferta y la
demanda del mercado) o el concepto de plusvalía (es decir, la diferencia de renta entre la fuerza
de trabajo y lo que el capitalista le paga al obrero).

A su vez, este capitalismo industrial sumado a las nuevas tecnologías permitió la expansión del
mercado no solo dentro de Europa, sino hacia el resto del mundo (mercantilismo) De esta manera,
se consolidaron el sistema colonial y una economía global manejada solo por unos pocos, aquellos
países más industrialmente desarrollados como Francia, Alemania, EEUU y Bélgica, entre los cuales
Gran Bretaña y Londres eran potencias dominantes.

En cuanto a la política, en el Reino Unido de 1851 estaba establecida una monarquía


constitucional, donde el soberano tenía pocos poderes políticos directos. Nos encontramos en la
época victoriana (1837-1901), donde reinaba la primera reina legitima mujer: la Reina Victoria I, y
donde el sentimiento nacionalista y de fe en el progreso está muy presente en las masas.

A pesar de que aun prevalecían las estructuras monárquicas y títulos nobles, era la nueva clase
burguesa la que tenía más poder a nivel económico, político y social. La clase social ya no estaba
solamente condicionada por un vínculo de sangre, sino que existía la posibilidad de ascenso
cultural y social a través de la educación formal.
Los avances técnicos y tecnológicos permitieron el desarrollo de nuevas maquinarias y, con esto,
un aumento y mejoramiento de las cosechas: una revolución agraria a la cual se le debe el
aumento demográfico.

La industria, a su vez, necesitaba mano de obra barata para trabajar en las fábricas y esto, ligado a
la falta de trabajo en el campo en donde el hombre fue reemplazado por la máquina, produce un
movimiento en masa de la población rural hacia la zona urbana que, a su vez, se hacía cada vez
más atractiva gracias a todo lo nuevo que podía ofrecer (nuevas instituciones, medios de
entretenimiento, vida nocturna, etc.).

La antigua clase campesina se transforma en la nueva clase obrera (explotada por la industria) y se
produce el fenómeno conocido como alienación moderna, es decir, la perdida de sentido e
identidad ante la experiencia de multitud. La ciudad histórica, a través de la Revolución Industrial
se transforma en la Ciudad Industrial, que no responde a ningún plan o estrategia, sino que va
surgiendo sobre la marcha.

Este aumento demográfico y surgimiento repentino de la Ciudad Industrial sin una planificación a
priori, trajo a su vez muchos problemas ligados con la higiene y la distribución espacial. Las
ciudades no estaban preparadas para soportar tantos habitantes ni cambios tan drásticos como la
aparición de las fábricas. Es por esto que, luego de un periodo de decadencia, desconsuelo e
incertidumbre (en donde la falta de higiene, las enfermedades y las malas condiciones de vida
trajeron un sentimiento de nostalgia e idealización del pasado), las nuevas teorías utopistas e
higienistas para solucionar los problemas de la ciudad moderna y los avances científicos dentro del
campo de la medicina devolvieron a los ciudadanos esa fe en el progreso, la tecnología y el futuro.

Nace el urbanismo como ciencia para cumplir los requerimientos del estado industrial y la zona
urbana se reestructura y modifica para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes
(ampliación de las calles, sistemas pluviales y de agua potable, cloacas, inserción de espacios
verdes como plazas para mejorar la circulación de aire, alejamiento de las fábricas y barrios
industriales, hospitales, etc.).

Las nuevas instituciones de la ciudad moderna conllevan a nuevas formas y edificios, como
estaciones de ferrocarril, fábricas, etc. La fabricación en serie fue clave para las nuevas técnicas
constructivas, que se basaban en la asociación de piezas in situ para lograr una mayor resistencia y
cubrir grandes espacios. De esta manera se ahorraba tiempo de montaje y el costo era mucho
menor. Nacen, también, las escuelas de ingeniería, y la evolución del cálculo matemático permitió
grandes innovaciones dentro de la industria, la economía y la arquitectura: las construcciones eran
programadas y prefiguradas a priori bajo decisiones sistemáticas y proyectuales.

Dentro de las técnicas y tecnologías desarrolladas en esta época, el acero como material
revolucionario y el uso del hierro y el hierro colado (fundido, ya no forjado) son de las más
importantes. Hay un desarrollo del transporte a vapor y, por consiguiente, grandes explotaciones
de las minas de carbón. Se inventa la fotografía como nueva forma de captar la realidad y
aparecen también las máquinas de escribir y coser, permitiendo la inserción paulatina de la mujer
en el mercado laboral.

Dentro del mundo de la impresión, surgen la monotipia, linotipia, prensa a vapor, grabadora y
litografía policromática como nuevas técnicas. Aparecen también nuevas tipologías gráficas para
satisfacer las necesidades de la ciudad moderna, como el periódico, las revistas, los libros
infantiles ilustrados, sellos postales, papel moneda, carteles o posters, etc. (cada una con su propia
lógica compositiva, tipográfica e ilustrativa), ampliando así las posibilidades del diseño gráfico y la
comunicación visual: un eje clave dentro de la ciudad industrial.

En 1851, periodo de pleno desarrollo industrial, el diseño gráfico adquiere gran importancia
dentro de la sociedad y la comunicación de masas. Era el encargado de transmitir al pueblo
(muchas veces analfabeta) todo lo que estaba sucediendo en ese momento: los espectáculos que
había, los nuevos productos que se lanzaban al mercado, etc.: es la industria la que despierta el
espíritu propagandista.

Gracias a la aparición de la litografía y su posibilidad de impresión poli cromática, se produce una


explosión en la ilustración y la producción de carteles o afiches. También hay un gran desarrollo en
el diseño tipográfico, que da lugar a nuevas tipologías (fat face, egipcias, palo seco), familias
tipográficas y tipos de variables, siendo tan utilizadas para la comunicación gráfica como la
ilustración y, muchas veces, como complemento de la misma.

Este periodo de la historia del diseño está fuertemente determinado por la influencia de la Reina
Victoria, lo que ésta representa y las necesidades comunicativas que conlleva esta figura de poder
femenina. El estilo victoriano se caracteriza por su heterogeneidad: la mezcla de estilos y la afición
por lo gótico, ornamentado, intrincado y extravagante están siempre presentes en las
composiciones de la época. Los ornamentos florales y orgánicos aparecen por doquier, y la figura
femenina es tratada con respeto, solemnidad y poder. La mujer es el eje de todas las
representaciones y aparece usualmente potenciando sus aspectos eróticos en afiches y
publicidades con el fin de seducir, atraer y captar la atención del receptor.

En cuanto al Arte, este siglo está caracterizado por dos vertientes, dos movimientos opuestos que
buscan expresar los sentimientos confusos de la época. En un periodo de incertidumbre, el Arte
abandona definitivamente las formas academicistas y tradicionales en pos de encontrar su propia
voz. Estos dos movimientos son el Romanticismo y el Neoclasicismo.

El Neoclasicismo se caracteriza por el racionalismo extremo y el gran desarrollo matemático: lo


bello es lo perfecto, objetivo universal, inmutable, y genera gusto o placer desde el asombro y la
maravilla: en vez de conmover, encanta y asombra. Tiene alto compromiso social, en donde los
derechos colectivos son más importantes que los individuales, y se inspira en el arte grecorromano
clásico para componer y realizar sus obras. Reacciona frente a los excesos barrocos para volver a la
forma pura, proporcionada y armónica, a la mimesis, perfección y precisión.
El Romanticismo, en cambio, no se basa tanto en la perfección formal y técnica como en los
sentimientos. Surge como reacción al racionalismo Neoclásico, tomando a lo bello como lo
pasional, contingente, subjetivo, mutable y pintoresco. No apela a una cuestión racional sino a una
cuestión de gusto, sensible. Tiene una mirada nostálgica hacia el pasado y representa a lo
marginal/marginados con intencionalidad poética. Es por esto que este movimiento es
considerado contracultural, “under”.

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