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La Autoestima, una trampa para el amor

Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net


La Autoestima, una trampa para el amor
A través de la Sagrada Escritura,la Tradición,el Magisterio,la vida de los santos y la
teología Tomista, la autora demuestra la incompatibilidad de las teorías psicológicas de la
autoestima con el cristianismo

La Autoestima, una trampa para el amor


– ¿Para qué lees esto? ¡La autoestima no es cristiana! – dije, tomando el libro que mi amiga
acababa de poner sobre la mesa.

Se trataba de un ejemplar de pasta dura en el que se leía con grandes letras azules sobre
fondo blanco: "Convierte a tu hijo en un triunfador‖ y en letras más pequeñas: ―Diez
consejos para elevar la autoestima de tus hijos‖, escrito por una Dra. Scott, psicoanalista y
terapeuta de una Universidad inglesa.

Fue muy notorio el respingo que dieron y la expresión de escándalo con la que me
voltearon a ver todos los presentes al escuchar mi frase, a la que yo no encontraba nada de
extraño. Al ver la reacción y sentir las miradas que me traspasaban como cuchillos
ardientes, alcé un poco los hombros, sonreí tímidamente y mirando un poco a todos, repetí
de manera pausada:
– Pues… de verdad… la autoestima NO es cristiana!

Estábamos en una reunión en la que había padres y madres de familia, algunos de ellos
psicólogos, católicos todos y todos practicantes. Y no digo practicantes de ―misa de
domingo‖, sino de esos practicantes de verdad practicantes: de misa diaria y confesión
quincenal, de Ejercicios espirituales anuales, dirección espiritual y formación continua.
Digamos que se trataba de un público sumamente selecto.

Días más tarde me enteré del porqué de la violenta reacción ante mi frase. Resultó ser que
varias mamás de las ahí presentes, estaban llevando a sus hijos con los psicólogos, también
presentes, por haber sido diagnosticados en el colegio (católico, por supuesto) con un
problema de ―baja auto estima‖ y, claro, el dinero salía del bolsillo de las mamás y se iba al
de los psicólogos, para pagar las terapias enfocadas a ―elevar la autoestima‖ que les estaban
aplicando a sus pequeños retoños.

Peor aún… luego me enteré que uno de los psicólogos ahí presentes vive de impartir
talleres de autoestima a maestros, alumnos y padres de familia. Digamos que… sin yo
saberlo, toqué fibras sensibles, extremadamente sensibles.

Eran mis amigos… Y digo ―eran‖ porque no sé si lo seguirán siendo después de aquella
noche. Pero como yo no sabía en ese momento la historia de las terapias y los talleres,
tranquilamente expliqué por qué había dicho lo que había dicho.

Fue un discurso más corto que el que pondré ahora, pero… a final de cuentas, fue más o
menos lo mismo.

Ahora quise ponerlo por escrito, sólo por si hay algunos más que piensen que la autoestima,
de la que tanto se habla hoy en día, es compatible con el cristianismo.

INDICE DE CONTENIDOS

1. ¿De dónde viene el término "autoestima"? ¿Cuál es su origen?


2. La autoestima es contraria a las enseñanzas de Cristo
3. El Evangelio nos enseña lo opuesto a la autoestima
4. La autoestima en el Antiguo Testamento
5. La autoestima de los santos
6. La autoestima en el Magisterio de la Iglesia
7. La autoestima en el pensamiento tomista y en la doctrina del Juicio final
8. La autoestima… ¿una herejía antigua que vuelve a renacer?
9. Los halagos, los elogios y la autoestima
10. Diferentes significados que se le dan al término "autoestima"
11. Resultados sociales de la promoción de la autoestima
12. Si tu hijo te dice que no puede, que no vale, ¿tampoco hay que elevarle la autoestima?
13. Conclusión: La auténtica realización no tiene que ver con la autoestima

1. ¿De dónde viene el término "autoestima"? ¿Cuál es su origen?


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El término ―auto-estima‖ que viene del inglés ―self-esteem‖ fue inventado por Sigmund
Freud, y difundido luego por Carl Jung y Carl Rogers, que de católicos… no tienen
absolutamente nada y que está comprobado el daño real que han hecho a la Iglesia y al
mundo entero con sus teorías. Para saber más de este tema, hacer click aquí.

Para Freud, la religión es una neurosis infantil que impide crecer al hombre y llegar a su
madurez. Dice que es algo inventado por el hombre para apaciguar su angustia y llenar su
necesidad de protección.

Según él, Dios-Padre es el fantasma del hombre-niño que no se atreve a afrontar su realidad
y que busca un refugio para su sentimiento de culpa. La autoestima es la liberación de ese
Dios-fantasma y al desarrollarse, permite el crecimiento de la persona como adulto
autónomo, sin Dios ni religión.

―Yo soy‖, ―Yo tengo‖, ―Yo puedo‖, ―No necesito de nadie‖, ―Todo me lo merezco‖…
fomentar la autoestima es fomentar el orgullo, la soberbia, la avaricia, la codicia, la
lujuria… porque en ella, el centro es el ―Yo‖ y todo es autocomplacencia del yo.

Pero no es el caso ahora hablar de los errores de Freud, pues ya muchos lo han hecho: el P.
Antonio Orozco Desclós y el Dr. Aquilino Polaino en varios de sus libros.

Principalmente Rudolf Allers (1883-1963) lo ha explicado de manera magistral en su libro


What´s wrong with Freud?

Basta decir por ahora, para los fines de este artículo, que el origen del término ―autoestima‖
no es cristiano y su significado original, tal como fue concebido por Freud y que es el que
se promueve en la sociedad actual en libros, revistas, programas, talleres, clínicas, cursos y
terapias de autoestima, tampoco es cristiano.

2. La autoestima es contraria a las enseñanzas de Cristo


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La autoestima, tal como la concibió Freud y tal como se presenta en los talleres y libros que
están de moda, dice ―ámate a ti mismo‖ y Jesucristo, por el contrario, dice ―niégate a ti
mismo‖:

―El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame enseguida,
porque el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí‖

Jesús no dice ÁMESE a sí mismo, sino NIÉGUESE a sí mismo. ¿Necesitamos más


comprobación que eso?

He visto en algunas clínicas de autoestima, que para ganar clientes católicos, utilizan en sus
anuncios a Jesucristo, arguyendo que Él nos dijo que te tienes que amar a ti mismo para
amar a los demás y para esto, citan la frase: ―Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu
prójimo como a ti mismo‖
Pero, si nos fijamos bien, el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo. El ―como a ti
mismo‖ es sólo el modo de hacerlo. Y por supuesto, no es lo mismo decir ―Ama a tu
prójimo como a ti mismo‖ que ―Ámate a ti mismo para poder amar a tu prójimo‖.

Es un simple truco de mercadotecnia que nos engaña fácilmente.

Si seguimos leyendo el Evangelio, vemos que cuando Jesús dice eso, completa la frase
diciendo ―En esto se resumen la Ley y los profetas‖

La ley hebrea se resume en esos dos mandamientos, pero es una ley todavía incompleta e
imperfecta.

Jesucristo nos dice más adelante: ―No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla‖ y la
perfeccionó, sí que la perfeccionó, dándonos un nuevo mandamiento, el Mandamiento del
Amor: ―Un nuevo mandamiento os doy: Que se amen los unos a los otros, como Yo los he
amado‖

Jesús sustituye el ―como a ti mismo‖ por algo mucho más ambicioso y perfecto: ―como Yo
los he amado‖.

¿Y cómo nos amó Jesucristo? Entregándose a sí mismo, olvidándose por completo de sí,
renunciando a todo por amor a nosotros… y siendo obediente hasta la muerte y una muerte
de cruz.

Los que defienden sólo el ―amar a los otros como a nosotros mismos‖, sin tomar en cuenta
el nuevo mandamiento, se quedaron antes de Jesucristo (están un poco pasados de moda),
se quedaron en la Ley Antigua, en la ley del talión ―Ojo por ojo y diente por diente‖ o en la
ley mínima de ―No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti‖

Se quedan cortos, cortísimos, pues el amor que nos predicó Jesucristo, con su Palabra y con
su vida, va mucho más allá de amar a los otros ―como a nosotros mismos‖. Lo novedoso, lo
actual, es amarnos unos a otros tal como Jesús nos amó.

―Éste es el mensaje revolucionario de Cristo, por el que sus discípulos son puestos en
disyuntiva de negarse a sí mismos, de dominar y sublimar sus egoísmos brutales para servir
desinteresadamente a sus semejantes, o simplemente, de renunciar a ser discípulos suyos. Y
no quiso dejar lugar a dudas: lo afirmó con la palabra, llamándolo su mandamiento nuevo,
distintivo de cuantos quisieran seguirle, y lo confirmó con obras, muriendo en la cruz en
acto de servicio amoroso, el más grande, a los hombres, y de glorificación humilde a su
Padre celestial.‖ (P. Marcial Maciel, 22 de abril de 1973)
3. El Evangelio nos enseña lo opuesto a la autoestima
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Bastan, para comprobarlo, algunas frases y escenas sacadas del Evangelio:

―El que se enaltece, será humillado y el que se humilla será enaltecido‖


―Quien quiera ganar su vida, la perderá y quien la pierda por amor a mí, ése la ganará‖
―El que quiera ser el primero entre vosotros que sea el servidor de todos‖
―Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros‖
―Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos‖
―Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no dará fruto, pero si muere dará mucho
fruto‖
―No he venido a ser servido, sino a servir‖

Jesús reprueba la actitud del fariseo: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los
demás..." y alaba, en cambio, la actitud del publicano, que no se sentía digno: "Apiádate de
mí, que soy pecador". Reprueba al que tiene una ―elevada autoestima‖ y alaba al de la ―baja
autoestima‖.

Alaba la actitud del centurión que se declara indigno ―Señor, yo no soy digno de que entres
en mi casa‖.

Le concede el favor a la mujer moabita que acepta ser comparada con un perro: ―Los
perrillos también comen las migajas que caen de la mesa de sus amos‖.

Perdona los pecados a la mujer pecadora que se lanza a sus pies, ―con la autoestima hasta el
suelo‖ y en cambio, reprueba la actitud de Simón el fariseo, quien por tener ―una elevada
autoestima‖ se olvida de ofrecerle agua a Jesús para que se lavase los pies.

Hay más actitudes del cristiano, tomadas del Sermón de la Montaña, que resultan
impensables para alguien que tenga ―un elevado concepto de sí mismo‖ que es lo que
ofrecen los cursos y talleres de autoestima:

―Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian‖


―Al que te roba el manto, dale también la túnica‖
―Al que te golpea en una mejilla, preséntale también la otra‖
―Al que te obliga a acompañarlo una milla, acompáñalo dos‖
―Da a quien te pida y no reclames al que te quita lo tuyo‖
―Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial‖.
―Cuando ores, métete en tu cuarto y cierra la puerta para que nadie te vea‖
―Cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha‖
―Cuando ayunes, lávate el rostro para que nadie se dé cuenta‖

Están también las Bienaventuranzas:

―Felices los pobres… los que tienen hambre… los que lloran… los mansos… los
misericordiosos…‖

―Felices seréis cuando os injurien y os persigan y digan toda clase de mal contra ustedes
por mi causa… Alegraos y estad contentos porque su recompensa será grande en el cielo‖

¿En dónde quedó la autoestima? En ningún lugar del Evangelio encontramos que Jesús
diga: ―Si quieres ser feliz, ámate a ti mismo‖. Más bien dice todo lo contrario:
―El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…‖.

La teoría de la ―autoestima‖ nos dice que el alto concepto que tengamos de nosotros
mismos y la confianza que tengamos en nosotros mismos y en nuestras capacidades es lo
que nos hará ser personas ―realizadas‖.

Cristo nos dice exactamente lo contrario: que para ser verdaderamente felices debemos
negarnos a nosotros mismos, que primero están Dios y los demás y que uno debe ser el
último. Nos asegura que, al negarnos a nosotros mismos y al poner las cosas en ese orden,
entonces nos realizaremos como personas. La ―autoestima‖, por el contrario, nos lleva a
que seamos nosotros el centro de nuestra atención (egocentrismo) y a que nos sirvamos
primero a nosotros mismos (egoísmo).

Cuando el pobre de Pedro, con buenas intenciones, intentó alimentar la autoestima al Señor,
tratando de disuadirlo de la Pasión, diciéndole seguramente algo como: "No, Señor, eso no
pasará, tú eres muy bueno, no debes sufrir tanto…", Jesús lo rechazó de inmediato:
―Apártate de mí, Satanás‖.

Y… las tentaciones en el desierto, claramente el demonio tentaba a Jesús por su


―autoestima‖. ―Si eres el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan‖; ―Si eres
el Hijo de Dios tírate de este precipicio‖; ―Todos estos reinos te daré…‖.
¿Cuál fue la respuesta de Jesús? ―Apártate de mí, Satanás‖.

Llegado a este punto, tal vez alguno que tenga una elevada autoestima, esté pensando en
renegar de su fe cristiana y quedarse mejor como un buen judío, antes de las enseñanzas de
Jesucristo. Pero en el Antiguo Testamento tampoco se habla a favor de la autoestima.

4. La Autoestima en el Antiguo Testamento


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En la Sagrada Escritura nunca se nos habla de que sea necesaria la estima de uno mismo, la
confianza en uno mismo, la seguridad en nosotros mismos. Todo lo contrario: a lo largo de
toda la Historia de la Salvación, Dios nos narra en las Sagradas Escrituras los nefastos
efectos de la autoestima, tal como la entiende el mundo hoy y la promueven los talleres y
libros.

Ya en el Génesis nos encontramos con Adán y Eva, que, cuando la serpiente les quiso
―elevar la autoestima‖ diciéndoles ―Seréis como dioses‖… cometieron el pecado original,
perdieron el Paraíso, perdieron la presencia de Dios, perdieron los dones preternaturales…
y se vieron ―desnudos‖, es decir, sin nada.

Caín, cuando se sintió ―herido en su autoestima‖ porque su sacrificio no había sido


agradable a Dios, asesinó a su hermano Abel, quedando marcado para siempre y condenado
a vivir como un errante en la Tierra.

Los constructores de la Torre de Babel, por tener ―una elevada autoestima‖ al sentirse que
eran poderosos porque sabían fabricar ladrillos, sus lenguas se confunden y dejan su obra a
medio terminar.

Podemos imaginarnos hasta donde habrá ―bajado la autoestima‖ de Noé, cuando tuvo que
obedecer a Dios, construyendo un barco enorme en lo alto de una montaña y lejísimos del
mar… la de burlas que le habrán hecho. Y luego… para colmo, cuarenta días y cuarenta
noches durmiendo entre animales, limpiando suciedades de animales… a cualquiera se le
baja la autoestima con eso. Se ve que Dios no le daba demasiada importancia a la
autoestima de sus elegidos.

También podemos imaginar en dónde estaba ―la autoestima‖ de David, cuando se presentó
con una vil resortera (honda), confiando sólo en Dios, para luchar contra el gigante Goliat,
quien estaba armado hasta los dientes, tenía una ―elevada autoestima‖ y se burlaba con
grandes carcajadas de él.

Vemos a Sansón, a quien Dios le había dado una fuerza sobrenatural y su larga cabellera
era señal de que estaba consagrado a Dios. Fue capaz de grandes hazañas, hasta el día en
que llegó Dalila a ―impartirle un taller de autoestima‖. Lo durmió acariciándolo,
acariciando sus fuertes músculos y su tupida cabellera… (acariciando su autoestima) y, una
vez dormido, le cortó el pelo, quitándole su confianza en Dios… Sansón perdió toda su
fuerza. Lo apresaron, le sacaron los ojos, lo pusieron a trabajar como un asno… hasta que
tuvo ―su autoestima destrozada‖ y entonces recuperó la confianza en Dios y pudo librar a
su pueblo de los opresores.

También encontramos ejemplos bíblicos con ―una elevada autoestima‖: El rey Antíoco, en
el libro de los macabeos, el rey Nabucodonosor, mandaron construir grandes estatuas con
su imagen para que los hombres los adorasen. Una elevada autoestima, de oro y plata con
pies de barro. La Palabra de Dios no habla bien de ellos.

Gedeón triunfó en la lucha sin querer aparecer y sin sentirse digno de esa misión: «Ah,
Señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo
el menor en la casa de mi padre» (Jue 6,15). Todavía Dios baja más su ―autoestima‖
reduciendo su ejército a sólo 300 hombres, para que se notara bien que el triunfo era de
Dios. Gedeón no tenía de qué jactarse, pues era muy obvio que el Señor le había dado la
victoria.

Salomón, siendo un rey sabio, cuando ―se eleva su autoestima‖ viéndose querido y
admirado por las mujeres más bellas y más ricas del mundo, pierde toda su sabiduría, se
entrega a los dioses paganos y ocasiona la división del Reino de Israel.

Jeremías nos advierte sobre el peligro de confiar en nosotros mismos:"Maldito el hombre


que confía en el hombre, que en él pone su fuerza ... Bendito el hombre que confía en el
Señor y en Él pone su esperanza..." (Jer 17, 5-8).

Toda la historia del pueblo de Israel es una historia de triunfos y fracasos, de dichas y
tristezas. Triunfan cuando confían en Dios y fracasan cuando confían en ellos mismos. Les
va bien cuando confían sólo en Dios y les va fatal cuando desconfían del poder de Dios y
quieren resolver los problemas con sus propias fuerzas.

5. La autoestima de los santos


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No recuerdo a un solo santo que haya sido santo ―por amarse a si mismo‖. Más bien al
revés: todos los ejemplos de los grandes santos nos hablan de su olvido de sí mismos para
entregarse a los demás por amor a Dios.

San Pablo
El gran Saulo de Tarso, antes de encontrarse con Cristo, tenía una elevadísima autoestima:
era fariseo de los más importantes, discípulo de Gamaliel, del linaje de Israel; de la tribu de
Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia de la
Ley, intachable.

Se gloriaba "en sus obras de la ley" y pensaba que por su "justicia" (una alta autoestima),
tenía todos los derechos a "la bendición de Dios" (prosperidad, seguridad, fecundidad,
bienes materiales y espirituales...). Pero el buen Saulo, al conocer a Cristo, reconoce que
todo lo anterior es pérdida, más aún basura, en comparación al conocimiento de Cristo.

San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, al conocer a Cristo ―perdió su autoestima‖ y se
designó a sí mismo como ―el primero de los pecadores‖ (1 Tm 1,15), ―un mísero hombre‖
(Romanos 7,24) y ―menos que el más pequeño de los santos‖ (Ef 3,8).

A los Filipenses les dice: ―Piensen con humildad, estimando cada uno a los demás como
superiores a él mismo‖ (Flp 2,3).

Más adelante escribiría: ―Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las
privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte ‖ (2 Cor 12,10) y ―No soy yo quien vive, es Cristo
quien vive en mí‖ (Gal 2,20).
―Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Todo lo tengo por basura (hasta yo
mismo) con tal de ganar a Cristo‖ (Flp 3,8). "Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy‖ (1
Tm 1,12ss)

San Pablo nos habló de la ‖autoestima‖ al predecir sobre los últimos tiempos: ―los hombres
se amarán más a sí mismos que a Dios, y todo bajo apariencia de bien‖ (2 Tim. 3, 4).

Les escribe a los corintios: ―En realidad, no pretendemos ponernos a la altura de algunos
que se elogian a sí mismos, ni compararnos con ellos. El hecho de que se midan con su
propia medida y se comparen consigo mismos, demuestra que proceden neciamente.‖ (2
Cor 11,12)

―El que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque el que vale no es el que se recomienda a
sí mismo, sino aquél a quien Dios recomienda.‖ (2 Cor 11,18)

San Agustín

San Agustín, mientras fue hereje y pecador, tuvo una ―elevada autoestima‖. Él mismo lo
pone en sus confesiones y cuenta que veía en donde estaba el bien y sabía lo que tenía que
hacer, pero no podía hacerlo, pues él mismo había tejido unas cadenas que lo mantenían
atado.

Se gustaba a sí mismo, se admiraba a sí mismo, se sentía orgulloso de la imagen que los


otros tenían de él y eso le impedía levantarse y convertirse. Fue hasta que se dio cuenta de
su miseria, cuando por fin ―se le bajó la autoestima‖, que se echó debajo de la higuera y
rompió a llorar desconsoladamente. Desde entonces fue un gran santo.

Él mismo dijo: ―Nos has hecho para ti, Señor y nuestro corazón estará inquieto hasta que
descanse en Ti‖. Entendió que el descanso no se encuentra en la auto confianza, sino en
Dios. Escribió, entre otras muchas cosas, esta hermosa oración:

Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a ti; que no desee otra cosa sino a ti;
que me odie a mí, y te ame a ti y que todo lo haga siempre por ti;
que me humille y que te exalte a ti; que no piense nada más que en ti; que me mortifique,
para vivir en ti y que acepte todo como venido de ti;
que renuncie a lo mío y te siga sólo a ti; que siempre escoja seguirte a ti; que huya de mí y
me refugie en ti y que merezca ser protegido por ti;
que me tema a mí y tema ofenderte a ti; que sea contado entre los elegidos por ti; que
desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en ti y que obedezca a otros por amor a ti; que a
nada dé importancia sino tan sólo a ti; que quiera ser pobre por amor a ti. Mírame para que
sólo te ame a ti; llámame, para que sólo te busque a ti y concédeme la gracia de gozar para
siempre de ti. Amén.

San Alfonso María de Ligorio escribe: ―no somos capaces por nosotros mismos de hacer
nada bueno. Cualquier bien que hagamos, viene de Dios y cualquier cosa buena que
tengamos, pertenece a Dios‖.

La Madre Teresa de Calcuta, tampoco demostró tener preocupación por su alta o baja
autoestima. Cuando le preguntaban por su salud, decía: ―No sé, no he pensado en ello,
tengo demasiadas cosas que hacer por los demás como para pensar en mi propia salud‖.

Ella no habló nunca de la importancia de amarse a sí mismo, pero sí nos habló del amor a
los otros:

Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;


Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté desanimado,
dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi
comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;


Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor
misericordioso, imagen del tuyo. Madre Teresa de Calcuta M.C.

Tomás de Kempis

"Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si no te niegas a ti mismo del todo. Todos los que
se aman a sí mismos, están en prisiones, son codiciosos, curiosos y vagabundos, buscan de
continuo las cosas delicadas, y no las que son de Jesucristo‖.
"¡Oh si hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo y estuvieses puramente
a mi voluntad! Entonces me agradarías mucho y pasarías tu vida en gozo y paz. (...)
Desprecia la sabiduría terrena, y el humano contentamiento y el tuyo propio." (Cap XXXVI
de La Imitación de Cristo).

6. La autoestima en el Magisterio de la Iglesia


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Así como no encontré ningún santo con una elevado concepto de sí mismo, tampoco he
podido encontrar en la enseñanza milenaria de la Iglesia nada que hable de la autoestima o
de la necesidad de amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás. Por el
contrario, encontré que siempre se ha enseñado que todo lo hemos recibido de Dios y que
nada podemos y nada somos sin Dios

Los Padres de la Iglesia definen el pecado como ―El amor a uno mismo hasta el desprecio
de Dios‖ y definen la santidad como ―El amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo‖.

El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes, habla del fomento de la autoestima como
una de las formas del ateísmo actual, diciendo ―Mientras unos niegan expresamente a
Dios[...] Algunos exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios [...]‖. (G.S.
n. 19).
El Catecismo de la Iglesia Católica, nos habla de la dignidad de la persona humana, pero no
nos dice que debamos amarnos o enorgullecernos por ello:
1700. La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y
semejanza de Dios […]. Con sus actos libres […] y con la ayuda de la gracia (los hombres)
crecen en la virtud y evitan el pecado […] Así acceden a la perfección de la caridad.

También el Catecismo nos habla de la necesidad de educar a los hijos, pero no nos habla de
los talleres de autoestima, sino por el contrario, nos habla de formar su conciencia para
preservarlos del egoísmo y del orgullo:
1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida […] Una educación
prudente enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los
insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la
debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y
engendra la paz del corazón.

Juan Pablo II en su Mensaje de la Paz del año 2005, cita expresamente a San Agustín para
recordarnos que el Reino del mundo se construye en el amor a uno mismo, mientras que el
Reino de los Cielos se construye en el desprecio de sí hasta el amor a Dios. Estas son sus
palabras textuales:

«El que ama su vida, la pierde». Estas palabras no expresan desprecio por la vida, sino, por
el contrario, un auténtico amor por la misma. Un amor que no desea este bien fundamental
sólo para sí e inmediatamente, sino para todos y para siempre, en abierto contraste con la
mentalidad del «mundo».
En realidad, la vida se encuentra cuando se sigue a Cristo por la «senda estrecha». Quien
sigue el camino «ancho» y cómodo, confunde la vida con satisfacciones efímeras,
despreciando la propia dignidad y la de los demás‖. Juan Pablo II 4-03-2001, Mensaje para
la Cuaresma.

Benedicto XVI en su carta dedicada al amor, Deus Caritas est, no dedica ni un solo número
a hablar del amor a uno mismo. Si, como predican algunos, es tan necesario amarse primero
uno mismo para poder amar a los demás, ¿No resulta extraño que el Papa, en 42 números
dedicados a hablar del amor, no dedique ni uno solo a la autoestima?

Benedicto XVI nos habla del amor de Dios por nosotros y de cómo lo tenemos que reflejar
en el amor a nuestros hermanos (de eso trata toda la encíclica), pero no nos dice jamás que
nos debemos amar primero a nosotros mismos.

―Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que
nosotros debemos comunicar a los demás‖
El amor que nos viene de Dios debe llegar a nosotros y fluir desde ahí, como cascada de
agua viva hacia los demás. No tenemos por qué quedárnoslo y contemplarlo como si fuera
nuestro. El Papa nos define el amor como un salir del yo encerrado en sí mismo, hacia la
entrega de sí‖

―Ciertamente, el amor es ´éxtasis´, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino


como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en
la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más
aún, hacia el descubrimiento de Dios". (Deus Caritas est n.9)

Hace poco nos lo recordó en una de sus homilías:

"Esta es la verdadera subida, esta es la verdadera puerta. No desear llegar a ser alguien,
sino, por el contrario, ser para los demás, para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para
los hombres que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida.

La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio.


Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo.
Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor para
lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan más bellas y más
importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La
libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo
personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien
da su vida la encuentra." (Benedicto XVI . Homilía 7 de mayo de 2006)

La Iglesia como Madre y Maestra conoce la debilidad del hombre y sabe que es imposible
para él dar continuamente sin recibir nada a cambio. Por esta razón, nos enseña una y otra
vez, que la fuente de nuestro amor hacia los demás es el amor que Dios me tiene y no el
amor a mí mismo. Yo puedo amar a los demás sin esperar nada de ellos, porque sé que soy
amado por Dios.

Benedicto XVI nos lo dice con estas palabras:

"Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo,
descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar
amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el
hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No
obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la
primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de
Dios (cf. Jn 19, 34)." (Deus Caritas est n.7)
Así que… para amar a los demás, el Papa nos dice que no hay que beber del amor a uno
mismo (como dicen los talleres de autoestima ―Ámate a ti mismo para poder amar a los
demás‖), sino de la fuente original, que es el amor que Dios nos tiene.

Antes de escribir esto, estuve buscando con mucho detenimiento y durante varios días,
algún documento del magisterio autorizado de la Iglesia en el que se hablara de la
autoestima. Hasta donde llegó mi investigación, puedo afirmar que no existe en todo el
Magisterio de la Iglesia ninguna Encíclica; Carta, Exhortación o Constitución Apostólica;
Motu Proprio o Bula Papal, en 2000 años de historia del Magisterio, en el que el Papa hable
o mencione siquiera el término autoestima.

Sin embargo, hay cientos de documentos que hablan de la negación y el olvido de uno
mismo y se pueden encontrar muy fácil, en cualquier parte del Magisterio y hasta en los
ritos de religiosidad popular.

Como ejemplo, veamos algunas frases que usó el Card. Ratzinger en el Vía Crucis del año
2005:

"Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y
seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él
ha ido por delante en este camino.
[...]
Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin
embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla
para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que
sólo entregándola salvamos nuestra vida.
[...]
Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos
pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos
a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos
dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la
vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn
10, 10)." (Joseph Ratzinger, Vía Crucis en el Coliseo 2005)

7. La autoestima en el pensamiento tomista y en la doctrina del Juicio final


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Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, confirma claramente cómo la autoestima,
tal como se entiende hoy en día, es del todo incompatible con la santidad y cómo, la única
manera de que el amor a sí mismo sea un amor ordenado, es cuando busca no los bienes
sensibles (un elevado concepto de sí mismo), sino sólo los bienes espirituales de la persona
(la santidad).

Para Santo Tomás, la caridad es amistad, que él define como participar la bienaventuranza
al otro. Por esa razón, nos dice que uno sí puede amarse a sí mismo, pues desea la salvación
para sí; nos explica que el recto amor a uno mismo consiste en desear la bienaventuranza
para uno mismo (desear ser santo y luchar por ser santo). Nos hace ver que la manera de
cumplir con ese amor ordenado a uno mismo, es solamente amando a Dios y al prójimo (es
decir, negándonos a nosotros mismos para entregarnos a los demás). Nada que ver con la
autoestima.

Esta explicación de Sto. Tomás, encuadra perfectamente el "ama a tu prójimo como a ti


mismo" de la ley Antigua, que Jesús no vino a abolir, sino a perfeccionar: Si amarme a mí
mismo significa desear para mí la salvación, entonces "amar a mi prójimo como a mí
mismo" significa desear para ellos la salvación. Y esto no es "elevar la autoestima" mía o
de los otros, sino entregarme yo a los demás y ayudarlos a que ellos también se olviden de
sí mismos y se entreguen.

Estas son las citas textuales de Santo Tomás, hablando de este tema:

―El amor propio, principio del pecado, es el característico de los pecadores, que llegan
hasta el desprecio de Dios, como allí mismo se dice, pues los malos de tal modo codician
los bienes externos que menosprecian los espirituales.‖ (Suma Teológica-II-IIae (Secunda
secundae) Cuestión 25 art 8)

―Son vituperados quienes se aman a sí mismos por amarse en conformidad con la


naturaleza sensible a la que obedecen. Y eso no es amarse verdaderamente a sí mismo
según la naturaleza racional, que dicta que amemos para nosotros los bienes que atañen a la
perfección de la razón. De este segundo modo principalmente atañe a la caridad amarse a sí
mismo.‖ (Suma Teológica-II-IIae (Secunda secundae) Cuestión 25 art 4)

―Sin embargo, se debe intimar al hombre el modo de amar, a efectos de que se ame a sí
mismo y a su propio cuerpo de manera ordenada, y esto se cumple efectivamente amando a
Dios y al prójimo.‖ (Suma Teológica-II-IIae (Secunda secundae) Cuestión 44)

Sto. Tomás nos dice, en ese mismo capítulo, que los malos creen amarse a sí mismos, pero
realmente no lo hacen, pues con su amor propio (egoísta) están perdiendo la salvación. Nos
dice también que los buenos, aunque no lo saben ni lo pretenden, sí se aman a sí mismos,
pues con su entrega y su olvido de sí, están ganando la salvación.

Para profundizar en la riqueza del pensamiento de Santo Tomás acerca del recto amor a uno
mismo, entendido como el deseo de llegar a poseer los bienes espirituales (la unión
completa con Dios), y corroborar que este recto amor no se parece nada a la autoestima que
nos quieren vender los psicólogos modernos, sino que es contrario a ella, vale la pena leer
completa la cuestión 25 de esta segunda parte de la Suma Teológica.

Se puede ver que las enseñanzas de Sto. Tomás acerca del recto amor a sí mismo, están
perfectamente resumidas en la frase del Evangelio: "El que quiera ganar su vida, la perderá
y el que pierda su vida por amor a mí, ése la ganará"

Este pensamiento tomista queda perfectamente explicado con la narración que Jesús nos
hace de lo que sucederá en el juicio final. Ahí nos dice Nuestro Señor que seremos
analizados en el amor, pero no en el amor a nosotros mismos, sino en el amor a los demás:

―Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino que hemos preparado para
vosotros, porque tuve hambre y me dísteis de comer, tuve sed y me dísteis de beber, estuve
desnudo y me vestísteis, encarcelado y enfermo y me visitásteis…‖

En ningún momento dice Jesús que se salvarán los que tengan una alta autoestima, pero sí
los que supieron amar a los demás.

Así que si queremos que nuestros hijos se amen a sí mismos de la manera recta que habla
Sto. Tomás, no debemos comprar libros que tengan por título "Eleva la autoestima de tu
hijo", sino regalarles otros muy diferentes, como "La imitación de Cristo" de Kempis, por
poner sólo un ejemplo.

8. La autoestima… ¿una herejía antigua que vuelve a renacer?


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Los talleres de autoestima enseñan a los niños a ―amarse a sí mismos‖, ―aceptarse a sí


mismos‖, ―confiar en sí mismos‖, ―sentirse orgullosos de sí mismos, de lo que son, de lo
que tienen y de lo que pueden‖.

El cristianismo, ya lo hemos visto, nos enseña a ver que todo lo que tenemos y somos nos
viene de Dios, que no tenemos nada de qué enorgullecernos y que nada podemos si no es
con la ayuda de Dios. ―Sin mi, nada podéis hacer‖
Pelagio, un hereje del s. V, enseñaba, entre otros disparates, exactamente lo mismo que
ahora enseñan en los talleres de autoestima. Él afirmaba que el hombre nace siendo bueno
(negaba el efecto del pecado original) y que podía salvarse por sus propias fuerzas, sin
necesidad de la ayuda de Dios (negaba la necesidad de la gracia).

El pelagianismo quedó pronto desaprobado y olvidado, fue rechazado en el Sínodo de


Cartago en el año 418 d.C; en el concilio de Éfeso en el año 431; y en el Sínodo de Orange
en el año 529; sin embargo las herejías no mueren, sino que se transforman.

Lo que hoy llaman "autoestima", "autorrealización", ―autosuficiencia‖, ―confianza en uno


mismo‖, ―seguridad personal‖, etc... pienso, como una opinión muy personal, que no es
más que una mutación del pelagianismo… una herejía antigua, resucitada en el S XX.

Dice el P. Marcelino de Andrés en uno de sus libros: La agonía de Cristo continúa en esos
pobres cristianos que son engañados por los falsos doctores, seducidos por sus teorías
"pseudorredentoras", arrancándoles de cuajo la fe de su alma, al apartarles del verdadero
camino de la cruz, del amor al hombre por Dios, valorando la soberbia disfrazada de
"autoestima" y la adoración al propio YO, en lugar de la adoración al Dios Creador, Padre
de Jesucristo y Padre Nuestro.

9. Los halagos, los elogios y la autoestima


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Es verdad que el niño debe saberse amado para desarrollarse adecuadamente, pero no es
necesario estárselo diciendo todo el día, como recomiendan los talleres de autoestima, para
que él lo sepa.

Pienso que el ejemplo del amor desinteresado de sus padres por él, será la mejor manera de
que el niño se dé cuenta de que lo quieren, sin necesidad de que se lo digan. Si un niño ve
todos los días a unos padres que se entregan uno a otro, a sus hijos y a los demás de manera
desinteresada e incondicional, él se sentirá amado por ellos y aprenderá a amar de la misma
manera que sus padres lo hacen.

Pero vale aclarar que no todos los halagos son forzosamente malos o perjudiciales. Hay
palabras que hacen milagros y son los halagos bien hechos, esto es, dirigidos no a los
talentos del niño: ―Oh, qué guapo‖ ―Oh, qué inteligente‖ ―Oh, qué hábil‖ (de eso no tiene
que enorgullecerse, pues le ha sido dado por Dios), sino dirigidos al recto aprovechamiento
de los talentos recibidos para el servicio de los demás:
Al niño inteligente que explica la tarea al hermano pequeño, se le dirá ―Qué bueno que
estés usando para el bien la inteligencia que Dios te dio‖. Al que es hábil con las manos y
arregla algo que estaba descompuesto, se le elogiará, no la habilidad, sino ―lo bien que está
aprovechando su habilidad manual‖. De esta manera, desde pequeños los haremos
conscientes de la gran responsabilidad que tienen por cada uno de los dones que les han
sido dados.

De esa manera es como elogiaba Jesucristo a las personas:

―Ven, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho,
entra en el gozo de tu Señor‖ Lo elogia no por sus cualidades, sino porque ha hecho buen
uso de lo que había recibido.

A la viuda del templo, la alaba no por ser viuda o ser pobre, sino por lo que hizo con lo
poco que tenía ―Ella ha dado más que todos‖

Sin embargo, también hay que cuidar que esos halagos por el recto uso de los talentos no
generen ―autoestima‖ en el niño, pues el hecho de que sepamos utilizar y aprovechar lo que
nos han dado en bien de los demás, es simplemente lo normal, lo natural, lo que tenemos
que hacer.

―Cuando hayáis hecho todo lo que les he mandado, decid: siervos inútiles somos, no hemos
hecho más que lo que teníamos que hacer‖

Con esta frase de Jesucristo queda muy claro que no debemos sentirnos orgullosos de
nosotros mismos (una elevada autoestima) ni siquiera cuando hayamos hecho obras buenas
con los talentos que Dios nos ha dado.

Al respecto, C.S. Lewis dice en su libro Mere Christanity:

"El niño al que se le dan unas palmadas en la espalda por haber hecho bien la lección, la
mujer a la que su amante le alaba su belleza, el alma salvada a la que Cristo le dice: ―Bien
hecho‖, se complacen, y deberían complacerse. Porque ahí la complacencia reside no en lo
que tú eres, sino en el hecho de que has agradado a alguien a quien querías (y querías de
manera muy justa) agradar. El problema comienza cuando pasas de pensar: ―Le he
agradado; todo está bien‖ a pensar, ―¡Qué excelente persona soy yo por haberlo hecho así!‖

El P. Michel Esparza, autor del libro que lleva por título "La autoestima del cristiano" nos
pone en guardia contra los tratamientos psicoterapéuticos para elevar la autoestima,
diciendo:
"Quien se sabe hijo de Dios, se olvida fácilmente de sí mismo y aumenta la calidad de su
amor a los demás. En cambio, quien desconoce esa dignidad, se ve impelido a cosechar
éxitos que aumenten su autoestima y le hagan merecedor de la estima ajena. Pero de ese
modo nunca alcanza una buena relación consigo mismo y con los demás, porque el yo está
envenenado por el amor propio y jamás se satisface del todo. Quien desconozca el amor de
Dios, ante sus propias miserias, tendrá dos opciones: o bien reconocerlas y deprimirse, o
bien autoengañarse, eventualmente con ayuda de psicoterapia (hay quienes acuden a un
psicoterapeuta para que les convenza de que son personas fabulosas). Pero así nunca se
obtiene una paz duradera, porque la inteligencia engañada siempre protesta. "

Las terapias de autoestima definitivamente no se llevan bien con el cristianismo.

10. Diferentes significados que se le dan al término "autoestima"


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Lo que más me sorprendió en aquella plática con mis amigos, fue cómo fueron cambiando
de significado a la palabra autoestima conforme avanzaba la plática.

Al inicio, todos estaban de acuerdo en que el hombre tenía que amarse a sí mismo para
poder luego amar a los demás. Es decir, aceptaban que ―autoestima‖ era lo mismo que
―amor a uno mismo‖.

Conforme la plática fue avanzando, de pronto decidieron que no, que ellos se referían a
―sentirse orgullosos de lo que son‖

Cuando vieron que esto tampoco funcionaba en los cristianos, dijeron que se referían a
―estar orgullosos de lo que hacen‖

Total que luego, al decir lo de los siervos inútiles, pasaron a ―confianza en uno mismo‖,
―seguridad personal‖ y terminaron diciendo que se referían al ―aprecio por la dignidad del
ser humano‖

Pienso que el lenguaje debe ser bien utilizado y que hay que llamar al pan ―pan ― y al vino,
―vino‖. Es incorrecto utilizar el término ―autoestima‖ para definir ―la valoración de la
propia dignidad como ser humano‖, pues el término es ―self-esteem‖ (estima del YO) y no
humanbeing-esteem o person-esteem. El significado de ―self‖ siempre ha sido, es y será
―mi Yo‖, ―mi Ego‖ (usando términos de Freud) y trae implícito el significado de poner al
Yo en el centro, botando a Dios lejos de la vida de la persona.
El mismo P. Michel Esparza, confiesa en una entrevista, que decidió usar el término
autoestima en el título de su libro… porque suena bonito, porque está de moda, porque así
lo leerá el hombre de la calle… en resumen, por cuestiones de marketing. Sus palabras
textuales en dicha entrevista, son:

"He escogido el término «autoestima» por su indudable resonancia positiva. Esta temática
es universal, pero con mi libro intento ayudar especialmente a personas con cierta tendencia
al agobio perfeccionista.
Hay otra razón por la que empleo el término autoestima: al ser de uso común, permite
divulgar el mensaje cristiano de cara al hombre de la calle. Además, la temática de la
autoestima está de moda y hablar de ella en cristiano permite corregir ciertos enfoques
erróneos."

La autoestima, como tal, no puede ser algo cristiano, pues forzosamente, el lugar que ocupe
en nuestro corazón el amor a nosotros mismos, es un lugar que le quitamos al amor a Dios
y a los hombres.

Pongo la opinión de una persona santa y sabia de nuestro tiempo:

―Tú me mandas que ame a mi prójimo


como yo me amaría a mi mismo,
si yo quisiera a mí mismo amarme.

Porque yo no quiero amarme, Señor,


porque tan efímero soy,
que no merezco ser amado ni de mí mismo.

Mató el asesino
para dar al amor de sí mismo
el placer de la venganza.

Y robó el ladrón
para dar al amor de sí mismo
el placer de su riqueza.

Y se revolcó en el fango el lujurioso


para dar al amor de sí mismo
el placer de su lujuria.

Amor de sí mismo no es verdadero amor,


porque es amor a costa de todos los amores.
Porque el que se ama, no ama.

Porque el amor a sí mismo es exclusión


y el amor al prójimo es donación.

Porque el amor de sí mismo es soberbia


y el amor al prójimo es humildad.

Porque el amor a sí mismo es egoísmo


y el amor al prójimo es caridad.‖

(P. Marcial Maciel. Salterio de mis días)

11. Resultados sociales de la promoción de la autoestima


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La promoción de la autoestima es un tema que ha ocasionado gran confusión y grandes


destrozos en familias y en congregaciones completas, fomentando el egoísmo antes que el
amor.

No existe ningún estudio en el que se demuestre algún resultado positivo de la autoestima


bajo ningún aspecto. Sin embargo, sí existen datos de que no ha tenido resultado positivo
alguno, en estudios estadísticos.

Pero... independientemente de los datos estadísticos formales, los resultados de los talleres
de autoestima que yo personalmente he visto a mi alrededor, son:

Niños malcriados, altaneros, desobedientes, pagados de sí mismos, que se creen


merecedores de todo, exigentes, groseros, inconformes, egoístas.

Padres y madres inseguros y temerosos de llamar la atención y corregir a sus hijos por
temor a ―bajarles la autoestima‖.

Madres de familia que, engañadas por el mito de ―tienes que estar bien contigo misma‖,
abandonan a sus hijos y a su marido porque los consideran un estorbo para su propia
realización. He visto a muchas señoras que en un afán de ―sentirse bien con ellas mismas,
para luego poder darle al otro‖, dejan a sus familias ―por un tiempo‖ y resulta que luego, su
egoísmo ha crecido de tal manera, que ya nunca regresan. Se acostumbran a centrar su
atención en sí mismas, en sus necesidades, gustos, deseos, preferencias y ya no vuelven
jamás.

Cientos de separaciones y divorcios ocasionados por el egoísmo de los cónyuges, a quienes


se les ha convencido que si se auto estiman, no tienen por qué permitir que el otro les pida
nada. ―No es justo que me trate así‖, ―No es justo que me ignore‖, ―Yo doy todo y él (ella)
no da nada‖. Se les ha olvidado, por andar pensando en la autoestima, que el amor
matrimonial consiste en entregarse totalmente al otro de manera incondicional (en las
buenas y en las malas) y permanente (hasta que la muerte nos separe). Estos matrimonios se
quedan en el amor inmaduro del primer encuentro y nunca llegan al amor maduro, del cual
Benedicto XVI nos dice: Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya
no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el
bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.
(Deus Caritas Est n.6)
Este amor maduro, de entrega y olvido de sí mismo, es incompatible con la autoestima, tal
como nos la venden hoy en día.

Seminarios que se vacían, porque los talleres de autoestima les han hecho pensar que las
reglas de disciplina y obediencia son contrarias a su dignidad.

Comunidades religiosas enfrentadas entre sí, contra los superiores y contra el obispo, por
optar por la autosuficiencia (una elevada autoestima) y no por la comunión, porque sería
señal de una ―baja autoestima‖.

Decenas de conferencistas e instructores católicos que temen nombrar a Dios en sus


discursos, por su ―autoestima‖. Por el miedo al qué dirán de ellos, por el miedo a que ya no
los escuchen, a que los tachen de "mochos", dejan de darle el lugar a Dios, que es el único
que puede solucionar los problemas del hombre.

El Card. Ratzinger nos dice cómo debían ser los discursos católicos: ―No buscamos que se
nos escuche a nosotros; no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras
instituciones; lo que queremos es servir al bien de las personas y de la humanidad, dando
espacio a Aquél que es la Vida. Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la
salvación de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor
del Evangelio: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibía; si otro viene en su
propio nombre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43). Joseph Ratzinger Conferencia pronunciada en
Roma, 10.XII.00.

Estos conferencistas e instructores católicos que temen hablar de Dios, no están pensando
en que Dios sea escuchado a través de sus palabras. Su autoestima les preocupa demasiado,
sienten terror de que alguien los critique y prefieren eliminar a Dios de sus discursos.
Cientos de apostolados católicos que, exaltando al hombre, han cambiado su identidad y su
finalidad evangelizadora de llevar a los hombres a la salvación eterna, por un ―humanismo‖
basado en ―la superación personal‖, en la ―promoción humana‖, en "elevar la autoestima de
los oyentes", donde los llamados ―valores humanos‖ sustituyen a las virtudes basadas en un
amor heroico y desinteresado y, poniendo en el centro a la persona, la hacen crecer de tal
manera, que Dios ya no existe dentro de esos apostolados.

El Papa Benedicto XVI muestra su preocupación por estas obras apostólicas que han
perdido su identidad cristiana, sustituyendo al hombre (con una elevada autoestima) por
Dios:

«De ningún modo es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los
hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón» Benedicto XVI
Carta con motivo de la Cuaresma 2006

«Con frecuencia, ante problemas graves, han pensado que primero se debía mejorar la tierra
y después pensar en el cielo. La tentación ha sido considerar que, ante necesidades
urgentes, en primer lugar se debía actuar cambiando las estructuras externas. Para algunos,
la consecuencia de esto ha sido la transformación del cristianismo en moralismo, la
sustitución del creer por el hacer. Por eso, mi predecesor de venerada memoria, Juan Pablo
II, observó con razón: «La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría
meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente
secularizado, se ha dado una ―gradual secularización de la salvación‖, debido a lo cual se
lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera
dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación
integral» (Enc. Redemptoris missio), Benedicto XVI Carta con motivo de la Cuaresma
2006

―Lo diré con otras palabras: la tentativa, llevada hasta el extremo, de plasmar las cosas
humanas dejando completamente de lado a Dios, nos conduce siempre a lo más hondo del
abismo, al desamparo total del hombre‖. BXVI en su libro ―La Europa de Benito en la
crisis de las culturas‖

La autoestima es la puerta grande que se ha abierto en la Iglesia a la infiltración de las


ideologías de la Nueva Era, que todas tienen algo en común: buscar la autocomplacencia, la
autosatisfacción, poner el Yo en el centro, olvidándose de Dios.

Ya hace años S.S. Pablo VI, dijo: "El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia"
Dice "humo", porque el humo es ligero, sutil, penetra fácilmente por cualquier grieta, es
difícil taponarlo, impedir su paso, es volátil, se mezcla perfectamente con el aire puro, se
respira junto con el aire, aún sin pretender aspirar humo.

El amor a uno mismo, la autoestima, es una grieta ideal para que entre el "humo" de
muchas ideologías como las de Freud, Teilhard de Chardin, Hans Küng, Leonardo Boff,
Anthony de Mello, Paulo Coelho, Cony Mendez, etc., porque se meten en la mente de los
católicos de una manera sutil, refinada, casi imperceptible.

Son ideologías que ―suenan bonito‖ (autoestima, autorrealización, libertad interior, paz
interior, bienestar, orden, equilibrio, sentirte bien contigo mismo), pero que son realmente
diabólicas, engañosas, embaucadoras, destructoras de la más auténtica esencia del
cristianismo que es olvidarse de uno mismo por amor a los otros.

Estas ideologías se mezclan, al igual que el humo con el aire, con la verdadera doctrina, con
palabras fáciles de aceptar por las conciencias laxas, y construyen una nueva "doctrina"
contaminada con el egoísmo, que gradualmente, va destruyendo el verdadero mensaje de
Jesucristo (amor y entrega), hasta apoderarse totalmente de la inteligencia y del corazón del
creyente, provocando finalmente el reinado del Yo y la desaparición total de Dios en su
vida

Estas han sido las consecuencias de la infiltración de la autoestima dentro de la Iglesia:


hombres centrados en sí mismos que creen que ya no necesitan a Dios para alcanzar la
felicidad y lo cambian por cualquier cosa que se acomode mejor a sus ideas egoístas.

12. Si tu hijo te dice que no puede, que no vale, ¿tampoco hay que elevarle la autoestima?
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La "alta autoestima" y la "baja autoestima", son las dos caras de una misma moneda, que se
llama soberbia.

Una alta autoestima es pura soberbia, porque pensar "yo valgo", "yo sirvo" es fruto de verse
a sí mismo y compararse con los demás y es llegar a pensar que podemos hacer algo bueno
por nosotros mismos, sin Dios.

Una baja autoestima también es pura soberbia, porque el pensar "no valgo‖, ―no sirvo‖, etc"
también es fruto de verse sólo a sí mismo.

Un cristiano no se debe contemplar a sí mismo por mucho tiempo, sino sólo lo


indispensable para conocerse o para hacer un examen de conciencia, dándose cuenta de que
es una minúscula criatura, de los dones que Dios le ha dado y de compararlos contra los
frutos que debería estar dando con esos dones. Si es una higuera… debería estar dando
higos.

―Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo
halló. Y dijo al viñador: He aquí hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo hallo; córtala‖

Un cristiano no debe amarse a sí mismo, sino negarse a sí mismo para ir en busca de los
demás. Desprenderse de todo lo suyo para servir, para amar. Quitarse todo lo que le estorba
(y lo que más le estorba es su egoísmo) para salir y entregarse a los otros, sin pensar en sí
mismo.

A las personas "con baja autoestima"... no debemos decirles "mira como sí vales, sí puedes"
porque las haremos meterse más en sí mismas, en la contemplación de su propio y
miserable yo. A esas personas hay que empujarlas (o jalarlas) a hacer algo por los demás
para sacarlas del oscuro agujero de su egocentrismo, de su autocontemplación y
autocompasión... que es pura soberbia.

Que vean que hay gente que los necesita, que dejen de verse a sí mismos y empiecen a
ayudar a los demás. Esa es la mejor terapia.

"Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible
también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a
lo mucho que me ama." (Benedicto XVI Deus Caritas Est n.18)

Así que, de acuerdo con lo que nos dice el Papa, la mejor terapia para ―la baja autoestima‖,
es el servicio a los demás, ayudar al prójimo. De esa manera, el hombre descubrirá lo
mucho que le ama Dios.

Negarse a sí mismo no significa decir "no valgo nada" "no soy nada" (eso es "una baja
autoestima" que es lo mismo que "una gran soberbia")

Nosotros, como creaturas de Dios valemos muchísimo y eso nadie lo niega. Pero valemos
porque Dios nos ama y no porque nosotros nos amemos.

El cristiano no tiene porqué darle un valor a su imagen. Se sabe creatura de Dios. Sabe que
todo lo que es y lo que tiene se lo debe a Dios. Perder el tiempo en "formarse una imagen
positiva o negativa de sí mismo", NO es cristiano.

En el cristiano, lo bueno que ha recibido de Dios, no le sirve para "formarse una imagen
positiva de sí mismo" sino que significa un compromiso, una enorme responsabilidad ante
Dios y los hombres.

El auténtico seguidor de Jesucristo, es el que sabe que nada puede sin Él "Sin mí nada
podéis hacer", pues lo que haga al margen de Dios es algo que no tiene valor eterno.

El cristiano sabe que no vale por lo que tiene (coches, casas, etc), sabe que tampoco vale
por lo que es (guapo, simpático, inteligente), sino que vale porque Dios lo ha amado y por
esto puede servir a los demás y a Dios. Está consciente de que "Al final de la vida lo único
que queda es lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres" (P.
Marcial Maciel L. C.)

De nada le sirve al hombre decir "yo soy inteligente" "yo soy simpático"... si esa
inteligencia y esa simpatía no las utiliza en el servicio de los demás.

Jesús nos lo enseña muy bien en la parábola de los talentos: el que recibió cinco, entregó
cinco más, el que recibió dos, entregó dos más, pero… el que se preocupó por ―su
autoestima‖ y se guardó para sí el talento, recibió un fuertísimo regaño.

Los talentos que recibe el cristiano no son algo para enorgullecerse y sentirse "con una
elevada autoestima". Al contrario... para el cristiano, cada talento es un compromiso, una
exigencia: "Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá"

Así que... si ves que tu hijo tiene muchos talentos, lejos de elogiarlo para que "su
autoestima se eleve", lo único que debes elevarle es su grado de entrega a los demás,
porque por cada talento recibido se le pedirán frutos.

Si basas la felicidad de tus hijos en sus talentos personales (en su autoestima) le estarás
dando una base muy frágil, pues todos hemos visto a guapísimas modelos que quedan
desfiguradas, atletas que quedan paralíticos, grandes intelectuales atacados por el
Alzheimer, millonarios que quedan en la ruina. ¿En dónde quedará su felicidad si el único
cimiento eran sus talentos?

13.Conclusión: La auténtica realización no tiene que ver con la autoestima


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La verdadera felicidad no consiste en amarte a ti mismo, sino en saberte amado por Dios y
responsable de dar ese amor a los demás.

Si cada día recuerdas que eres un hijo de Dios, que todo lo has recibido de Él y que tienes
que entregar cuentas de eso que te han dado, será suficiente para que hagas bien todas las
cosas, pero sin dejarte lugar alguno para el orgullo, pues sabrás que Dios es el protagonista
de la obra y tú únicamente el encargado de ponerle la escenografía para que Él sea el que
brille.

Sabrás que Él es el pintor y tú sólo el pincel, que Él es el escritor y tú sólo la pluma, que Él
es el músico y tú eres sólo el violín, que Él es el escultor y tú sólo el cincel. Él es el que
merece los aplausos… ¿o acaso has oído a alguien que le aplauda a un pincel, a un violín, a
un cincel…?

Pienso que la vida es como un juego de pelota, en el que Dios nos lanza un balón para que
se lo pasemos a los otros.

El balón son los talentos que Él nos da, que pueden ser muchos o pocos y que realmente,
para el objetivo del juego, que es ―pasar el balón a los demás‖ interesa muy poco si el balón
es bonito o feo, grande o pequeño, brillante u opaco. Lo importante es que lo pasemos.

Fomentar la autoestima es algo tan tonto como pensar que, en el juego, Dios me pasa el
balón y yo, en lugar de pasárselo a los otros, lo cacho y lo escondo, lo agarro para mí, me lo
llevo a mi cuarto, lo limpio, lo contemplo, lo admiro, lo acaricio, lo beso, le aplaudo, lo
envuelvo y luego… salgo a presumírselo a los otros, como algo mío, sintiéndome
privilegiado y orgulloso "porque Dios me lo lanzó a mí".

¿Qué me dirán los otros?

-Ya lo sabemos, vimos que Dios te lo lanzó, pero… no seas tonto y pásalo ya, que de eso se
trata el juego!

No echemos a perder el juego de Dios. Enseñemos a nuestros hijos a pasar el balón, casi sin
verlo.

Termino con las palabras que pronunció la más grande de las mujeres, María, nuestra
Madre Santísima, expresando las razones de ―su autoestima‖:

―Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi salvador, porque se ha
fijado en la humildad de su esclava. Desde ahora, Bienaventurada me llamarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí‖

De ella, S.S. Benedicto XVI dice: ―María es grande precisamente porque quiere enaltecer a
Dios y no a ella misma‖ Deus Caritas est n.41.

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