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Índice

PRÓLOGO ....................................................................................................................... 5
MI ÚLTIMO SESTEO, Jordi Llavoré.............................................................................. 6
EL VALOR DE LA INTEGRIDAD, Álvaro Peiró Burriel ............................................. 7
COMO CIEGA, Lupe Eichelbaum ................................................................................... 8
APOCALIPSIS Z. ALTERNATIVO, Javier Arnau ......................................................... 9
SOMBRAS CHINESCAS, Carolina Pastor ................................................................... 10
LA SOMBRA, Óscar Torres .......................................................................................... 11
¿POR QUÉ?, Santiago Sánchez Pérez ........................................................................... 12
LOS MEJORES CLIENTES, Santiago Eximeno .......................................................... 13
HEREDEROS, Francis Cuevas ...................................................................................... 14
EL ARMARIO, Elena Montagud ................................................................................... 15
EL DON DE LILITH, Francis Cuevas ........................................................................... 16
LA ADICCIÓN DEL PODER, Álvaro Peiró Burriel..................................................... 17
QUIÉN ES ESA, Elena Montagud ................................................................................. 18
MIEDO, Alfonso Zamora Llorente ................................................................................ 19
PUERTA DEL ÁNGEL, Isabel V .................................................................................. 20
LA MARCA EN LA PUERTA, Macu Marrero ............................................................. 21
OJOS QUE NO VEN, Sergio de Marcos ....................................................................... 22
CLAUSTROFOBIA, Óscar de Marcos .......................................................................... 23
ESCALAS, Ángel Villán ................................................................................................ 24
VAMPIRO, Óscar Torres ............................................................................................... 25
SU SONRISA, SU ETERNA SONRISA, Víctor Mancha ............................................. 26
TORTILLA, Uriska ........................................................................................................ 27

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PRÓLOGO
Hola, amigos.
Tenéis ante vosotros una curiosa antología surgida gracias a la generosidad de
varios amigos escritores, que no dudaron ni un momento en colaborar en un proyecto
tras el que hacía ya tiempo andaba.
Son ellos, los autores, quienes gracias a su aporte, han logrado que esta primera
Antología de Microrrelatos vea hoy la luz. Estoy en deuda con ellos y soy consciente de
que difícilmente podré devolverles el favor.
Ahora es a vosotros a quienes quiero pediros algo:
Ya sabéis que esta Antología es totalmente gratuita, para que la descarguéis
cómo y cuándo queráis. La idea es difundir este tipo de literatura, el microrrelato, y que
vosotros disfrutéis de ello, nada más.
Bien. Esa era la idea inicial. La cuestión es que ahora mismo, el objetivo es
mucho más importante.
Hay un chavalín llamado Aitor, que a causa de una negligencia médica, necesita
el cuidado constante de sus padres. Ambos han tenido que dejar sus respectivos trabajos
para dedicarse en exclusiva a cuidar del pequeño.
Aitor necesita de cuidados especiales y eso cuesta dinero. Amén de la compañía,
material sanitario específico y tantas otras cosas, su tratamiento no es nada barato.
Es por eso que os pedimos algo. Si tras leer esta antología crees que valdría la
pena gastarse un euro en ella, te pedimos de corazón que mejor dones ese euro en la
cuenta de Daniel y Laura, los padres de Aitor.
Un euro no te sacará de pobre, pero para ellos, sí cuenta.
Nadie te obliga a hacerlo, desde luego. Pero si crees que la antología lo vale y
aún más importante, si puedes ponerte en el lugar de esos padres abnegados, te ruego
que les ayudes con tu donación.
Piensa que por un euro, estarás ayudando y mucho a alguien que lo necesita.
Un saludo y gracias.
Athman M. Charles
13/03/2011

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MI ÚLTIMO SESTEO
Jordi Llavoré

Los gritos de protesta de mi espalda me arrancaron de una más que merecida


siesta. Con uno de los libros Z de Dolmen todavía en el pecho, intenté entreabrir los
ojos para poder ubicarme. Definitivamente el sillón de mi casa no es tan cómodo como
yo creía recordarlo. De golpe, unos vagos gorgoteos semihumanos parecían proceder
del fondo del pasillo. Sin temor a equivocarme, los adjudiqué al televisor de los vecinos
o a un eco de alguna pesadilla que había acabado de tener. Unos sonidos
andrajosamente articulados, a medio camino entre un gorjeo y un graznido, empezaron a
tomar entidad acústica en mi piso. Ya no había dudas, alguien (o algo) emitía esos
ruiditos. De repente, un golpe seco acompañado de unos extraños golpecitos mortecinos
me pusieron en alerta. Unas débiles fricciones con la alfombra de foam me revelaron la
clave del suceso: no era más que mi hijo gateando encima del abecedario que su madre
había insistido tanto en colocar en la habitación del niño. De nada sirvieron mis
protestas sobre las nulas capacidades de comprensión lectora a tan temprana edad.
Claudiqué ante la posibilidad que, de veras, aquello pudiera estimular cognitivamente a
mi retoño. Sus movimientos de avance gatunos no tardarían en permitir que mi pequeño
realizase su entrada triunfal en el comedor… Y pensar que otras posibilidades menos
halagüeñas habían llegado a pasearse por mi embotada mente para explicar los
deliciosos balbuceos de mi querido vástago… Dicho y hecho, sus pasitos del bebé le
acercaban sigilosamente al comedor, hasta conseguir que, nada más verle, una estúpida
sonrisa de orgulloso padre primerizo floreciese en mi rostro al contemplar su carita, sus
ojitos, sus manitas y el brillante fulgor del cuchillo que éstas sostenían.

6
EL VALOR DE LA INTEGRIDAD
Álvaro Peiró Burriel

El acusado escuchó a través de la pantalla gigante los cargos que le habían


imputado mientras subía al patíbulo colocado en el centro de la capital. Conspiración,
alta traición y sedición eran los más graves. Acusaciones que por sí solas ya eran
sinónimo de pena capital. Él sabía que eso era falso, pues sólo aquel régimen podía
considerar delito el pensar de una forma diferente a la dictada. La libertad había
desaparecido en esa parte del mundo.
Lo iban a colgar frente a casi dos mil personas reunidas para la ocasión, muchas
de ellas atraídas por el morbo. El acusado escrutó las caras de la gente mientras le
ponían la soga, buscando en ellos un hilo de esperanza. Para su júbilo la encontró. En
algunos de los asistentes podía vislumbrar el descontento, la incomodidad de saberse
encerrados en una jaula invisible. Gente como él a la que sólo le faltaba un empujón que
hiciese germinar la semilla de la rebelión.
Lo había decidido, sería su mártir. Se convertiría en un héroe subversivo, y
moriría por lo que había luchado hasta sus últimas consecuencias. Con esto en su mente
infló sus doloridos pulmones y gritó su despedida:
―¡Viva la libertad!
La trampilla cayó con un sonido seco y la cuerda se tensó por efecto de la
gravedad, matando al condenado a los pocos segundos. La gente volvió a la comodidad
de sus casas y muchos olvidaron el tema a los pocos días. Otros, sin embargo, no
olvidaron la sensación que había brotado en ellos y comenzaron a hacerse preguntas.
Sus mentes se abrieron ante las injusticias que tenía aquel sistema e iniciaron una visión
crítica. Juicios personales que sólo compartirían con aquellos que fueran como ellos y
que los unirían como grupo. La revolución había empezado.

7
COMO CIEGA
Lupe Eichelbaum

No puedo. No puedo más. No veo. Veo tanto que estoy como ciega. Donde otros
ven una pared, un árbol, un perro, un rostro,…el cielo; yo veo millones de organismos
diminutos a mi alrededor que impiden a mi retina captar lo mismo que el resto del
mundo. Ácaros con formas monstruosas, motas de polvo, restos de porquerías de
minúsculo tamaño, granos de polen, bacterias solas o en colonias, fragmentos de gotas
de agua… Un universo interminable en el que vivo sumergida, espantada, del que no
puedo salir. Los aparto con mis manos, con mis brazos, a patadas, pero siempre hay más
y más a mi alrededor. Nunca acaba. Nunca acabará. Acaparan mis días y mis noches
también, protagonizando mis pesadillas. Sólo conozco la realidad del resto de las
personas porque los oigo hablar.
Todos creen que estoy loca. No pueden entender que mis ojos son como lentes
potentes de microscopio.
Pero esto terminará hoy.
He llegado a mi límite. Lo he sopesado y prefiero la alternativa. Me arrancaré
los ojos y conoceré la paz.

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APOCALIPSIS Z. ALTERNATIVO
Javier Arnau

Las paredes de mi casa siempre han estado limpias; lustrosas, podría decirse. Por
eso me cabreó sobremanera que el Apocalipsis zombi me las ensuciara de sesos y
sangre. Que la mayoría de la mugre fuera de mi cerebro y de mis entrañas, y de las del
resto de mi familia, no me cabreó tanto como el pensar en aquellas paredes; claro que,
en estas condiciones, para pensar en paredes estaba yo.
Ahora que tengo un momento de tranquilidad y sosiego, llego a la posible
conclusión, de que todo empezara así; un primer zombi que ensució las paredes con las
vísceras de sus víctimas, y éstas se cabrearon tanto que luego fueran por ahí matando
todo lo que se moviese, en venganza… Bueno, no es momento de
elucrubac…elubruca… bueno, no es momento, voy a seguir con mi nueva tarea de
“redecorar paredes…”

9
SOMBRAS CHINESCAS
Carolina Pastor

De aquella noche de luna llena sólo conservo imágenes difusas.


Me veo sentada en el único asiento situado ante el escenario del teatrillo
ambulante de sombras chinescas. Había pasado caminando por allí, y ver una sola silla
para los espectadores despertó mi curiosidad. Sabía que debía regresar a casa antes de
las tres, y aún hoy, haber faltado a la promesa que le hice a mi madre es lo que más me
duele.
Me acomodé frente al pequeño escenario, y justo en ese momento, se abrieron
con premura las cortinas, mostrándome sólo a mí lo que ocultaban: una pantalla de
papel amarillento iluminada por unos focos situados tras ella. El papel, tenso como la
piel de un tambor, estaba rodeado de paneles de madera labrada.
No tardaron mucho en aparecer en la pantalla una serie de formas extrañas,
sombras proyectadas, pensé, por los encargados de la función.
Al principio parecían animales: palomas… puede que gallinas, y los típicos
conejos que todo el mundo es capaz de hacer posicionando bien las manos. Pero tras
ellos las siluetas fueron cambiando sin orden ni concierto; sin seguir una historia o un
hilo conductor. No recuerdo exactamente lo que vi, hasta el momento en el que
aparecieron figuras humanas moviéndose frenéticamente por el papel amarillento.
Asustadas, desesperadas, corrían hacia los márgenes de la pantalla buscando algo o
huyendo de algo.
Mi corazón comenzó a agitarse, se me puso la piel de gallina, y miré a la
pantalla por última vez… En ella vi un rostro pequeño y humano llamándome,
implorando mi ayuda, justo antes de que mi mente se nublase y cayese inconsciente
sobre la silla.
Desde ese momento vivo atrapada con animales y otras personas en un lugar
plano y amarillento, esperando a que llegue la próxima luna llena para intentar escapar
de este fino mundo de papel cebolla.

10
LA SOMBRA
Óscar Torres

La luna llena la ve pasar. Se mueve malvada y feroz. Hambrienta. Boquea aire


como un pez moribundo en un vertedero. La hora de comer se le hace eterna. No piensa,
pues un virus como ella, no tiene capacidad de raciocinio. Solo quiere alimentarse. Nada
más.
Agazapada huele el aire y el viento en busca de un cordero.
Salta un tejado. Salta dos. Al suelo. Y vuelve a ser penumbra. Así es como es,
sin cuerpo. Etérea. Negra. Pura vileza, que se mueve incorpórea de farola en farola. Un
reflejo de luz eléctrica. Una imitación de la sombra del sol. Una mentira.
Afila sus colmillos. Su primera víctima.
El borracho no sabe que le espera. Camina tambaleante. Solitario. Dejando tras
de sí olor a alcohol y soledad. Se apoya en una esquina cansado. La cabeza le da
vueltas. Es la oportunidad de su pestilencia.
Sigilosa lo rodea. El hombre, confundiendo delirium tremens y realidad, se
funde con ella en un grito mudo y desaparece en la negritud.
Sin remordimiento, volvió a cenar.
Le da igual que sea hombre o mujer. Sabe que en el fondo de todos ellos, anida
en una parte de su ser, su alimento favorito; la maldad.

11
¿POR QUÉ?
Santiago Sánchez Pérez

¿Por qué a mí?


No destaco en nada de los otros, no soy más importante, no me interesa la
política, no he hecho nada para merecerlo.
El fogonero ha sido el otro. Dijeron que ejecutarían a uno. Quizás no esté todo
decidido aún.
Me gustaría rezar, pero no creo en Dios. Él no me salvará. Me gustaría
maldecirles, pero no creo en maldiciones, querría enfrentarme a ellos, pero no soy
valiente.
Suplico.
Soy golpeado con saña, se burlan de mi miedo, del húmedo calor que empapa mi
entrepierna.
¿Por qué yo?
Quizás no esté todo perdido, puede que maten al fogonero.
Leen algo, no entiendo su idioma.
El tipo del arma se coloca a mi espalda.
Me han escogido a mí.
Voy a morir, no creo en el cielo, no creo en el infierno.
Ahora conozco el porqué.
Dios no me odia, esto no es por política.
Esto es porque sí.

12
LOS MEJORES CLIENTES
Santiago Eximeno

―Si algo me gusta de mis clientes ―dijo el encargado de la funeraria, cosiendo


los labios del cadáver― es que nunca se quejan.
―¿Y si alguna vez lo hicieran? ―preguntó el ayudante con voz temblorosa―.
―¿Acaso estás loco? ¿Cómo van a quejarse? ―respondió, ofendido, el
encargado― ¿No ves que coso sus labios? ―El cadáver asintió con un leve movimiento
de cabeza―.

13
HEREDEROS
Francis Cuevas

A pesar de sus reticencias obedeció los protocolos y bombeó otra línea de


estimulantes. El maltrecho corazón reanudó su cansada tarea. La calma duró poco.
Dudó y una chispa surgida de algún oscuro rincón luchó, golpeó y prevaleció sobre una
mente repleta de imágenes, datos y etiquetas. No hizo nada por alargar la agonía, solo
observó como aquel cuerpo roto, anciano y deforme moría entre breves temblores. La
raza humana se sumía en la noche, extinta con su último vástago. Debía informar, aún
confuso transmitió la noticia.
Millones de sintéticos por todo el planeta, incluso más allá, miraron a su
alrededor con ojos nuevos. Desde el gran planificador hasta el humilde minero, todos lo
sabían, estaban solos. Sus creadores no regresarían. Dieron gracias por la herencia
recibida y volvieron a sus tareas. Tenían todo un mundo ante ellos.

14
EL ARMARIO
Elena Montagud

Unos hombres muy altos trajeron el armario. Mami me dijo que era un regalo de
la abuela, y que era muy bonito. A mí nunca me han gustado los armarios, y tampoco la
abuela. Es vieja y huele raro. Son grandes y oscuros por dentro. Me hacen pensar en
monstruos y en el hombre del saco.
Cuando los hombres se fueron, yo fui despacito hasta mi habitación. Los
muebles son muy chulos, todos ellos de colores vivos, pero aquel armario no. Aquel
armario era de un gris apagado y parecía malvado. Una de sus puertas estaba
entreabierta, pero sólo pude ver oscuridad. Di saltitos con un pie y con otro, y al final
decidí acercarme. Mami decía que me estaba haciendo mayor, y debía ser el niño más
valiente del mundo.
Nada más coger el pomo de la puerta escuché un ronco gruñido que venía de
dentro del armario. Comencé a temblar. Abrí un poquito la puerta y me encontré con
unos ojos rojos, que me miraban hambrientos.
Llamé a mami a gritos. Me regañó porque me había hecho pipí encima.
Mientras me sacaba en brazos de la habitación, los ojos continuaron mirándome.
Nunca me habían gustado los armarios. Ni la abuela.

15
EL DON DE LILITH
Francis Cuevas

Una variada fauna humana habitaba el local. Paladines de los bajos fondos,
agazapados en la barra, a la caza de algún trabajo interesante. Bellezas fatales
revoloteando aquí y allá. Pesados cincuentones, amos de sus propios mundos privados,
compartiendo mesa en la penumbra con engominados empresarios de éxito. Pocas cosas
podrían inquietar a semejantes especímenes humanos, sin embargo, la entrada de una
mujer captó la atención de un modo singular.
Armonía. Una figura esbelta sin perder las formas voluptuosas. Un pelo de
indefinidos tonos claros enmarcaba un magnifico rostro de facciones contrapuestas: Una
frente serena y reflexiva junto a unos ojos salvajes y una boca adecuada para noches
febriles. Tras ella, un terrible Polifemo de traje impecable ejerciendo de escolta.
―Acompáñeme ―Le interpeló con una reverencia una pequeña asiática
mientras los guiaba silenciosa hacia las estancias privadas del piso superior.
II

La sala no era amplia. Alfombras árabes cubrían el suelo. Una mesa baja,
rodeada de cojines, dominaba la escena. Dos figuras se hallaban frente a frente.
―Quedamos en que sólo un guardaespaldas, señor Barros
―Vamos madame Acnia, usted posee una ventaja evidente. Mis chicos solo
esperarán fuera. Seguro que pronto recibirá la confirmación del pago.
Y así fue. Una sonrisa de tiburón emergió bajo los ojos de carroñero de Barros.
―Esto no es algo que se haga todos los días ―Comenzó a hablar la dama
rompiendo el incómodo silencio―. Nuestra supervivencia depende de la ignorancia
sobre nuestra existencia. Además, aunque sepamos que se trata de un virus peculiar,
subsisten ciertas creencias sobre los orígenes de nuestra extirpe. ¿En qué cree usted?-
―¿Creer? Yo sólo creo en la única verdad, el dinero.
III

(Veinte minutos después)


Hundió aun más los caninos en la garganta. Desgarró las cuerdas vocales y dejó
al descubierto la tráquea. Arrebatada por el frenesí se abandonó a la orgía roja;
succionó, saboreó y robó hasta la última gota de vida. Instantes antes de quedarse sola
irguió la cabeza, posó la mirada en el terror puro de su víctima y dijo gustosa:
―Lo siento. El don de Lilith no es algo que se pueda comprar.

16
LA ADICCIÓN DEL PODER
Álvaro Peiró Burriel

La magia era un don innato en aquel muchacho. Había sido el primero de su


promoción, una verdadera joya en bruto que sólo se veía una vez cada cien años. Pero
también poseía arrogancia, una cualidad que unida al talento era una combinación
mortal, sobre todo en la adolescencia. Salió de la ciudad sagrada a la temprana edad de
diecinueve años, cuando lo normal era que sus compañeros se graduasen con veinte
años más.
Debería haber vigilado más al chico, estar ahí cuando lo hubiese necesitado y
hacer de verdad el papel de mentor. No supo mantener a raya el ego de su aprendiz y le
dejó que se creyera un gigante entre enanos. Permitió que cruzara la línea entre la
curiosidad y el sacrilegio. Se había vuelto adicto a la magia. Al contrario que los vicios
mundanos era algo difícil de abandonar, una necesidad imperiosa que obligaba a
recolectar una cantidad creciente de ella. Aquella sensación vibrante, en la que te sentías
pura energía libre, era una tentación en la que cualquiera podía perderse.
Fue una larga caza. Tardaron tres años en poder acorralarlo y capturarlo. Por
aquel entonces ya no tenía salvación, la magia lo había consumido. Neutralizaron su
fuerza con el disruptor arcano más potente que tenían y lo llevaron a la capital. Ahí lo
exhibieron para que sirviera como escarmiento para futuras las generaciones de
hechiceros. Luego le tocó a él, como su tutor y archimago de más alto rango, proceder a
la ejecución. En su interior sintió alegría de que, una vez frente a la muerte, la acogiera
como fuerza purificadora, sin oponer resistencia. Nunca era agradable arrebatar una
vida tan prometedora como la que había sido aquella, menos aún cuando había llegado a
considerarlo su propio hijo.

17
QUIÉN ES ESA
Elena Montagud

No sé quién es aquella que en el alma tan sólo tiene dolor.


Ayer, cuando destrozó el cuerpo de mi marido y lo observó durante largo rato
fumando un cigarro.
Hace una semana, el día en el que sujetó a mi madre mientras rajaba su cuello.
Rió cuando ella lloraba. Esa noche, viendo la tele, continuó riéndose.
¿Quién es ésa, que se deslizó de puntillas hasta la cuna de su hijo, lo observó con
ternura y después lo estampó contra los barrotes una y otra vez?
Ésta, que se esconde por los recovecos oscuros de la locura, la que susurra
palabras extrañas en su cabeza suplicando una muerte más, exigiendo un sacrificio que
sacie su sed de sangre. Ésta, la que muerde sus entrañas y ríe a carcajadas como una
loca cuando sale a la calle y contempla la podrida sociedad.
Allí donde habite el mal, allí va ella. Allí donde huela a podrido, hacia allí corre
ella. Como una loba aullando a la luna llena, con la sangre resbalando por sus mejillas,
gritando a la noche letanías que tan sólo saben de horror.
¿Quién puede ser ésta que quiere deshacerse de mí porque ya no sirvo para
nada?
La que domina mi mente, la que me hace rezar entre dientes mientras me dirige
al espejo para mostrarme que tan sólo soy una marioneta. Con esas tijeras entre las
manos, con esa cara de crueldad que me muestra el cristal.
Ahí va ella, ésta que alza su brazo y lo lleva hasta mi rostro. Mis ojos
desorbitados, mis labios formando una exclamación. En el momento en el que clava las
tijeras en mis ojos y me aproximo a la oscuridad la reconozco. En ese momento
comprendo que soy yo.

18
MIEDO
Alfonso Zamora Llorente

Parece que sigue ahí…hace un momento le he oído respirar, esa respiración


nerviosa y agitada.
Creo que no sabe donde estoy, pero es cuestión de minutos que dé conmigo, lo
sé, y Él lo sabe también, por eso se toma su tiempo.
Disfruta con ese pensamiento, el de saber que mi miedo flota en el ambiente, saber que
dentro de poco estará masticando mi carne, deleitándose con mi sangre aún caliente.

Por más que he intentado darle esquinazo, ha sido imposible, llevo todo el día
huyendo de Él, tratando de escapar de esta trampa que me ha preparado para darme
caza.
No me puedo creer que dentro de unos minutos estaré muerto, y que mi muerte será la
más dolorosa que me pueda imaginar, la más cruel y sangrienta.
Otra vez su respiración, ahora la he sentido prácticamente al lado de mi posición, el
miedo no me deja mover, tengo los músculos paralizados.

Algo viscoso me acaba de caer en la cabeza, no puede ser, es Él, esta encima de
mi cabeza, subido a una piedra, ha estado ahí todo el tiempo, disfrutando de mi temblor,
esperando el momento justo para echarse encima de mí, y empezar la carnicería.
No puedo hacer nada, ni rezar, solo espero que la primera dentellada acabe conmigo y
me evite ver cómo me desmiembra lentamente.

Poco a poco baja de su posición, sin quitar su mirada de la mía, esos ojos
amarillos y enormes brillan como dos soles, está deseoso de devorarme, pero le pueden
las ganas de verme sufrir.
Sus dientes afilados se acercan a mi pierna temblorosa, son unos segundos
angustiosos, no quiero verlo, me tapo la cabeza con las manos, suplico a Dios que todo
acabe pronto.
El dolor es tremendo, la lentitud de su mordisco es cruel, poco a poco sus dientes
van penetrando en mi pierna, desgarrándola con saña y maldad.
No puedo evitar gritar, me muero, veo sus dientes acercándose a mi
cara…dolor…oscuridad…

Esa luz…

19
PUERTA DEL ÁNGEL
Isabel V

―¡Suerte!
Su voz la apagó el estridente frenazo del metro al entrar en la estación. Todos se
arremolinaron, el conductor salió de la cabina y bajó a las vías.
Desde el andén decenas de ojos curiosos rodeaban la escena; alguien se volvió y
con un gesto negativo de la cabeza confirmó: no hay nada que hacer, el SAMUR ha
certificado su muerte; nadie se apartaba de allí.
Una delgada figura de piel albina y negro traje observaba, algo distanciada, lo
sucedido. Sus claros ojos azules, casi transparentes, brillaron; con una sonrisa dibujada
en su rostro se alejó pensando en su buena obra del día: el anciano que ya no sufriría
más sintiéndose abandonado.

20
LA MARCA EN LA PUERTA
Macu Marrero

«¡Debe ser aquel animal!¡El que engulló al viejo Jim en el aserradero! »


Eso es lo que pensaban los vecinos de un pueblecito perdido del oeste, cuando
hablaban de aquellas terribles muertes en la que los cadáveres aparecían con los
estómagos vacíos y abiertos en canal.
La oscuridad servía de escondrijo a aquel terrible asesino. Todas aquellas almas
valdrían para la matanza. «Este… Hoy. No... Mañana. No... Mejor reservarlo».
Los vecinos esperaban aterrorizados la marca en la puerta.
Esa misma noche, la oronda Alexandra sería la elegida y el sanguinario se
relamía sólo de pensarlo: Disfrutaría viendo el horror mientras extraía los intestinos.
Estallaría en éxtasis al oír el sufrimiento ahogado de la víctima.
Alexandra se revolvía ignorante en la cama. «¿Quien tendrá la marca?»
Todos respiraron aliviados por no haber sido ninguno de ellos el elegido.
Regresaron cómplices a sus camas, jubilosos de poder contar otro día.
Ya la habían visto: una cruz roja invertida pintada en la madera del portón.
«¡Pobre de la sebosa de Alexandra!»
Y la noche se consumió. La luz rojiza del orto iluminó los ríos de sangre, los
cuerpos esparcidos...
Cuando Alexandra despertó, apenas podía moverse. Su estómago estaba
hinchado, su boca tenía el sabor dulce y herrumbroso que deja el sebo y la sangre.
Cuando pudo llegar a la puerta, vio la marca: La que todos confundieron.
El asesino dejó de matar porque ya no quedaba nadie en aquel pueblo. Sólo
Alexandra, arrastrándose sobre sus cuatro patas; convertida en un grotesco perro de tres
cabezas. Lo devoraría a él y a su alma, como lo hizo con el viejo Jim.
«Buen perro... perrito».
Cerbero partió en busca de una nueva mano que le acariciaría durante el día y,
que de noche, le proporcionaría más estómagos de donde arrancar vidas.

21
OJOS QUE NO VEN
Sergio de Marcos

Radiante tarde de verano, ¿gran placer para un niño de doce años?


Para mí no, no si se trata del miércoles, tarde de fútbol. Viaje temido al
descampado en las afueras del pueblo y tras el pequeño riachuelo, la abandonada y
cochambrosa casa de la olvidada loca de los gatos. Con decenas de felinos y algo tétrico
con forma de ancianita ajada, deslucida por las diversas capas de mugre, acompañada de
ese hediondo hedor que atesora la casa, dos primaveras y aún hoy impregna mi
memoria.
Ese día, que por una apuesta de hombría me hallaba congelado bajo el marco de
la entrada, divisé algo moverse entre las sombras, saltando de una a otra sin mostrar
forma alguna, ese día se convirtió en mi monstruo debajo de la cama, ese lugar que
evitas mirar, sabes que no hay monstruos, pero ¿y si los hubiera?
Recorro las calles hasta el patíbulo, temblando sobre mis pies. Cuando llego,
Tobías, Pedro y Andrés están allí. Comienza el juego, cómo si me importara.
Mi turno, pateo, vuela, lejos, demasiado, sonido de cristales rotos… Eso no es
nada bueno.
Perjuro, insisten, debo cumplir, he de rescatar el insignificante objeto, debo
entrar.
Ante la puerta el terror aprisiona mis músculos, abro la puerta, entro en la nube
insalubre y oscura del interior, a la derecha el salón, en el suelo la pelota.
El grito desgarrador de un bebé hiela mi sangre.
Grito y me giro para ver a la anciana con la ensangrentada cola de un gato
atigrado asomando del gaznate. Sus ojos atraviesan mi cuerpo.
Giro, corro, salto fuera del infierno buscando la salvación. Su sibilante lengua
me roza la oreja mientras me susurra al oído.
―Pronto volveremos a vernos, por tercera y última vez.
No hay salida, cuando miras, corres el riesgo de ver.

22
CLAUSTROFOBIA
Óscar de Marcos

Claustrofobia. Agobio.
Ante mi tengo una infinita llanura blanca, de tal magnitud, que evoca la
inconmensurable tundra hiperbórea, o el lomo de un antediluviano ancestro de Moby
Dick. Pero por textura, por posibilidades, por potencia de ser acto, se trata de nívea
arcilla por modelar, presta para ser manipulada por mí.
En este lugar poseo poder absoluto, el logos, el verbo que puedo tornar carne o
piedra, vicio o virtud... Omnipotencia es mi privilegio en estas tierras inciertas. Mis
posibilidades son tan amplias como alcancen mi imaginación y habilidad.
Pero un criterio ajeno a mi marca unas pautas.
Este terreno me pide un Camelot, una Atlántida, una R’lyeh, pero me veo
limitado. Una casa, un mausoleo tal vez; pero nada de mundos ni metrópolis; tampoco
hay espacio para grandes sagas o epopeyas.
Trescientas es el cupo. Tres mil aún me parecería poco.
Pero ¿no lideró Leónidas a trescientos espartanos contra un millón de persas?
¿Qué es más digno? ¿El Dios nórdico que, tras abatir a Ymir, talló con su cuerpo
el mundo? ¿O acaso el mero mortal, que con su imaginación y capacidad, creó el fresco
más hermoso que jamás ha coronado una capilla? ¿Qué nombre es más recordado hoy:
Odín o Miguel Ángel?
Ambos merecen total admiración y respeto, pues hicieron lo que pudieron con
sus capacidades y materiales, llevaron al límite sus posibilidades.
Son dos sendas diferentes, dos mentalidades distintas. Lo mismo que dos
idiomas provenientes de la misma lengua muerta: parecidos, mas no iguales.
Quizá lo principal sea seguir aquella vieja máxima: “Hagas lo que hagas,
esfuérzate por hacerlo lo mejor posible”.
Como dijo aquel sabio gris creado por Tolkien: “Uno solo puede elegir qué
hacer con el tiempo que le ha sido dado”.
Y he aquí lo que yo he hecho, he aquí mis trescientas palabras.

23
ESCALAS
Ángel Villán

Los niños, algunos intrigados y otros obligados, estudiaban las muestras en los
microscopios de la escuela. El profesor, con aire monótono y aburrido, explicaba la
definición y cualidades del plancton. Yin, tan inquieto como intrépido, llevó la punta
del bisturí hasta un pequeño poliqueto y lo aplastó sin miramientos.
Tan lejos como cerca de allí, en cuestión de segundos y de milenios, los
habitantes del infinitesimal planeta Zuriuk se preguntaron qué había causado la
catástrofe en su galaxia vecina. Tras estallar sin previo aviso en millones de supernovas,
había desaparecido de su firmamento.
Yin observó los restos pegados al bisturí en el mismo momento en el que una
ballena tribatlante engullía la Nube de Magallanes, Andrómeda, Omega, Orión y, por
supuesto, la Vía Láctea.

24
VAMPIRO
Óscar Torres

La polilla, toca una y otra vez, la bombilla que ilumina tenuemente el cuarto de
mi salón.
Su zumbido se mezcla con su inquieta sombra, en un vaivén de luz y oscuridad,
que se proyecta sobre las paredes.
Luz.
Oscuridad.
Ansiedad.
Deseo.
Las tripas rugen.
Observo mis dedos. Se están quedando cada vez más azulados. ¿Cuándo perdí
mi humanidad? ¿Dónde está mi cuerpo y alma?
Mente en blanco.
Vuelvo la vista a la mesa.
Sujeto el cuchillo y el tenedor e intento cortar la carne que tengo delante.
El pulso me tiembla. La polilla vuelve. Intento olvidarla. Solo es un fantasma.
No existe. No hay sombras. Solo luz.
El acero del cuchillo chirría en el plato. Me llevo un buen trozo a la boca. Tengo
seco el paladar. Me entran nauseas de sólo pensar en comer algo cocinado.
Lo escupo. No soy capaz de tragarlo.
Vuelve otra vez. Veo su sombra desdibujada en las paredes. Tengo hambre, no
aguanto más. Un espasmo doloroso me recorre desde estómago hasta la garganta. Hace
días que no salgo a cazar.
Estoy jodido. Esta vez sí que moriré de inanición.
Una sombra se mueve en el fondo de la habitación y viene hacia a mí.
¿Será ella? ¿O un fantasma?
No, es Jhonsie, mi gato siamés.
Salta a la mesa y se acerca con curiosidad a mi plato. Olfatea la carne y levanta
la vista. Se queda mirando con sus grandes ojos azules llenos de curiosidad. Me maúlla.
Él también tiene hambre.
La polilla vuelve golpear mí conciencia.
La sombra que se proyecta borra la poca humanidad que me quedaba.
Miro a mí gato. Se humedecen los labios.

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SU SONRISA, SU ETERNA SONRISA
Víctor Mancha

Zombis. Los muertos vivientes, nos llaman. Si supiesen lo apropiado de ese


nombre, lo mucho que se acerca a la realidad… Reiría… si tan solo pudiese reír.
Cuando te conviertes en zombi las cuerdas vocales se atrofian, los pulmones y el
corazón dejan de funcionar. El cuerpo deja de recibir oxigeno, todos tus órganos se
pudren. Y sin embargo, aunque de manera torpe, seguimos funcionando…
Nos invade un hambre voraz que, cuando alcanza su máximo apogeo, lo inunda
todo, apartando cualquier otra sensación. Dejamos de percibir el dolor, nuestras
terminaciones nerviosas muertas.
Nos convertimos en cadáveres andantes. Todo rastro de nuestro yo anterior, de
lo que nos hacía humanos, desaparece.
Al menos, en teoría.
Lo que nadie sabe es que una parte de nosotros sigue viva, atrapada en un
rinconcito de nuestra mente, incapaz de comunicarse, de hacer nada que no sea mirar
horrorizada cómo matamos, cómo nos alimentamos, cómo vemos en lo que nos hemos
convertido.
Ese es el verdadero infierno, el verdadero horror.
Presencié lo peor que le podía pasar a la raza humana cuando aún estaba vivo. Y
logré mantener la cordura gracias a ella. Gracias a Marta. Gracias a su eterna sonrisa.
Que Dios la bendiga por ello.
Y ahora, mientras saco la cabeza de entre sus intestinos todavía humeantes,
vuelvo a observar su rostro. Ha dejado de gritar y esa maravillosa sonrisa suya vuelve a
iluminar su cara. Habrá quien dirá que no es una sonrisa, que es un rictus de dolor, pero
se equivocan, porque nadie la conoce como yo.
Está sonriendo, tiene que estarlo, porque pensar en la alternativa me produce un
dolor tan intenso que me atraviesa las entrañas. Sonríe, sí, porque sabe que pronto
volveremos a estar juntos.
Dios, es tan bonita que me la comería entera…
Quizá todavía lo haga.

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TORTILLA
Uriska

Me he despertado sobresaltado por un ruido, ¿un jadeo?, no, tan sólo otra
maldita pesadilla.
Oigo el corazón golpeándome en el pecho al compás de las teclas que mi chica
aporrea en la habitación de al lado, otra noche trabajando en su tesis, tengo que intentar
controlar la respiración y volverme a dormir...
Me espera una mañana estresante de trabajo, mucho ruido y los clientes no se
cansan de hablarme y de quejarse, como si yo fuera el único que les pudiera resolver sus
dudas, ojalá todo fuera tan fácil.
La tarde en casa es otra cosa, un programa de historias de ficción consigue
relajarme hasta la hora de irme a consulta con mi psiquiatra el Dr. Costelo.
Quiero que me ayude a luchar y afrontar mis pesadillas, aunque él parece
interesarse más por otras cosas que por mi miedo a dormir y se empeña en que le hable
de mi chica, de su tesis, la cual escribe desde que tuvo ese accidente mortal haciendo
submarinismo; de mi trabajo en la funeraria y como los difuntos conversan conmigo;
del programa de historias de ficción en la que algunos hechos llegan a ocurrir al poco
tiempo.
Ha puesto cara de horror cuando le he comentado que el de hoy contaba como
Pepa Pérez Pinillo con su amante José Mora Centella planean envenenar con una tortilla
de patata al marido de ésta.
Al salir de la consulta me doy cuenta por primera vez del cartel que reza en la
puerta: Dr. Costelo & Dr. Mora. Al día siguiente leyendo el periódico mientras
desayuno decido que tendré cambiar de consulta, la noticia narra que el Dr. C. apuñaló a
su socio el J.M.C. 15 veces y a su esposa P. P. P. 23 veces después de que esta le
sirviera tortilla de patata.

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