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El Expreso del Hielo: La leyenda del tren con el que Manu Chao

recorrió Colombia

Reconstruyendo la leyenda de aquel tren mágico que en 1993


recorrió Colombia cargado de saltimbanquis y un francés soñador y
delirante.

Foto y Thumbnail por Milton Meneses Noriega

Hace 22 años, Manu Chao pasó la navidad en Colombia a bordo del Expreso del
Hielo, un tren que recorría las vías abandonadas que conectan a Santa Marta con
Bogotá. Lo acompañaba un tropa de cirqueros, artistas y músicos; franceses,
españoles, argentinos, brasileros, italianos y colombianos que, con la ayuda de un
dragón mecánico que escupía fuego y una máquina de nieve artificial hecha en la
Universidad Nacional, ofrecieron espectáculos gratuitos en Aracataca, Bosconia,
Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá.

Hasta ahí va la historia que está documentada tanto en el magazín dominical de El


Espectador, diario que en el 93 cubrió el recorrido de seis semanas del tren por
Colombia, como en un libro llamado Un tren de hielo y fuego, escrito por Ramón
Chao, padre de Manu Chao. Luego viene el mito: Que Manu Chao vivió en
Bogotá, precisamente en El Cartucho. Que fumaba Basuco y que se lo compraba
a un niño, el mismo niño negro que aparece en el video de Señor Matanza.

Hace dos años me di a la tarea de reconciliar la historia y el mito y fue así como
conocí a Carlos Rojas, un profesor de teatro, de cabeza afeitada y barba hasta el
pecho, quien fue el encargado de construir el famoso dragón y estuvo presente
durante todo el recorrido del tren. Así también conocí a Héctor Calderón, un
arquitecto flaco, alto y de voz suave que hospedó a Manu Chao en su casa de La
Candelaria mientras se hacían todos los preparativos para la partida del tren. Por
último me encontré con Claudia Arcila, la ex periodista que estuvo encargada del
cubrimiento del Expreso del Hielo para el Magazín Dominical de El Espectador.

Acompañado de mi grabadora, toqué las puertas de estas tres personas, que ya


rondan los cincuenta, y me contaron casi todo lo que recordaban acerca del paso
de Manu Chao por Colombia. Hace un par de semanas encontré la grabadora en
uno de los cajones de mi mesa de noche. Es una de esas Sony negras que se
agarran como banano, mi fiel compañera de universidad. Le puse las pilas de un
control remoto y, temiendo haber perdido el material, le di play. Ahí estaban: mis
tres conversaciones con los testigos directos del paso de Manu Chao por
Colombia.

Todas las fotos en blanco y negro fueron tomadas del fotoensayo 'Un train de
glace et de feu', de Emanuel Bovet.

La entrevista con Carlos Rojas es la primera que tengo registrada en ese aparato.
80 minutos de conversación ambientados por el ruido de la Carrera 13 durante la
primera mitad y un aguacero en la segunda parte.

Durante el Festival Iberoamericano de Teatro del 92, Carlos Rojas fue el


encargado de hacer el montaje para la Royal Deluxe, una compañía francesa de
teatro callejero que había viajado desde Nantes hasta Caracas a bordo de un
buque llamado Melquiades. El buque, que era lo suficientemente grande para
albergar una réplica de una calle de dicha ciudad francesa, hacía parte de la
giraCargo 92, un proyecto financiado por el gobierno francés como parte de la
celebración del quinto centenario del descubrimiento de América. A bordo
del Melquiades viajaban dos compañías de teatro, una de danza y un grupo de
rock llamado Mano Negra.

«Fue ahí donde conocí a dos personajes muy importantes: 'Cocó' que se llamaba
Didier Jaconelli y era miembro de Royal Deluxe y el otro es Manú”, me dijo Carlos,
quien se refiere siempre a Manu Chao como “Manú“ en esta grabación. El 18 de
abril de ese año Carlos, Cocó y Manu (¿Manú?) presentaron en la Plaza de
Bolívar La verdadera historia de Francia, obra de la compañía Royal Deluxe que
estuvo acompañada por un concierto de Mano Negra. Un grupo que, según
Carlos, nadie conocía en Colombia en aquella época. “El día del concierto, la
gente estaba esperando un grupo de rock francés con toda la pompa. Se
encontraron con un grupo de chinos sucios que venían por tierra desde
Cartagena, jalaban sus propios cables, cantaban en español y tocaban salsa.
Quedaron desconcertados, pero se formó tremenda rumba”, nos contaba Carlos a
mí y a mi grabadora.

Tras la presentación, Cocó, un cirquero anarquista francés que tenía una cicatriz
en la cara y una chucha terrible, se quedó unos días más viajando por Boyacá y,
antes de irse de Colombia, le comentó a Carlos sobre la ironía de un país en el
que están las vías pero jamás pasa el tren.

Durante las siguientes semanas, Cocó, Manú y Carlos intercambiaron


correspondencia mediante la cual fue tomando forma un proyecto que consistía en
restaurar un tren que recorrería las vías abandonadas que conectan a Santa Marta
con Bogotá, deteniéndose en varios pueblos para ofrecer un espectáculo con
música, efectos especiales, circo y teatro. El recorrido finalizaría con una entrada
victoriosa, a bordo del tren, hasta la Plaza de Bolivar. “La idea era un poco
inspirada en el regreso de Melquiades y sus gitanos a Macondo, así que
decidimos ponerle el Expreso del Hielo”, recuerda Carlos en un café que ahora
sólo existe en mi grabadora.

En enero de 1993 Cocó, Manú y Antonio (hermano mayor de Manu Chao)


regresaron a Colombia con un patrocinio de la Asociación Francesa de Acción
Artística (AFAA). Carlos, por su parte, había conseguido apoyos de Ferrovías y
Colcultura, el Instituto colombiano de cultura . Era el momento de armar un equipo
para restaurar una locomotora y 21 vagones fuera de servicio que Ferrovías había
donado a la causa.

La grabación me recuerda lo incómoda que fue esa entrevista con Carlos. La


conversación es un tira y afloja entre mi deseo por saber más acerca del día a día
de Manu Chao en Bogotá y el esfuerzo deliberado de Carlos por proteger la
intimidad de “Manú”, a quién considera su hermano. En un punto de la grabación
le pregunté por el nombre de un corrientazo de San Victorino en el que Manu
Chao y él solían almorzar, Carlos me contesta que, a pesar de saber el nombre,
no me lo va a decir porque a Manú no le gustaría que esa información se supiera.
Él, y por extensión Manú, se oponen a toda esa “estupidez del culto a la
personalidad”. Los últimos 20 minutos de la grabación son una discusión sin fin en
la que yo trato de convencer a Carlos de que soportar las miradas de los curiosos
es uno más de los gajes del oficio de quienes se han hecho una carrera a punta
del reconocimiento público y el barbado profesor de teatro intenta explicarme el
dolor que le produce a Manú, el hecho de no poder salir a tomarse una cerveza en
una tienda cualquiera del centro de Bogotá sin ser reconocido. Es como si Carlos
hubiera preferido que su amigo Manú, el cantante de Mano Negra, nunca se
hubiera convertido en Manu Chao, el solista que yo escuché por Radioacktiva y
que sale en un episodio de Live from Abbey Road.

Pero tuve suerte. El aguacero mantuvo a Carlos en la mesa durante casi una hora
y media. Tiempo suficiente para que Carlos compartiera, casi por error, algunas de
los anécdotas que ocurrieron mientras Manu Chao estuvo en Colombia. Como la
del día en el que Manú lo acompañó a El goce pagano, el bar de salsa donde
conoció y quedó fascinado con la música de Fruko. O la de una noche en la que,
mientras discutían acerca de la situación del país en una mesa del mismo bar,
surgió la idea de crear una obra que girara alrededor de un personaje llamado
Señor Matanzas.
El tiempo también alcanzó para que Carlos me ayudara a encajar una de las
piezas del mito, la de ese niño que aparece en el video de Señor Matanza. «Ah,
Honder. Claro. ¿Qué será de la vida de Honder? Yo creo que ya está muerto», me
decía Carlos en la grabación cuando le pregunté por ese niño que baila, y lo hace
muy bien, en el video que Mano Negra grabó en Bogotá en 1994.

Carlos no recuerda exactamente en qué parada conoció a un niño moreno que


con sus pasos de baile se ganó la atención de todos los tripulantes del tren. Pero
sí recuerda que Honder, como se presentó el niño, que además afirmaba ser
huérfano, se unió al grupo que viajaba a bordo del Expreso, se perdió en una de
las siguientes paradas y reapareció misteriosamente en La Dorada. «Honder llegó
con nosotros a Bogotá y se quedó un rato más con Manú, quien le cogió mucho
cariño y hasta se lo quiso llevar con él a Europa, pero finalmente no se pudo
porque no encontramos a nadie para que firmara los permisos». «¿Y por qué dice
que seguramente Honder ya está muerto?», le pregunto a Carlos en la grabación.
«Hombre, Honder era un niño muy talentoso y muy simpático, pero también tenía
muchos problemas», me contestó Carlos. «Era muy desobediente y muy loco.
Finalmente lo dejamos viviendo en la casa de una amiga en Bogotá. Cuando
Manú volvió en el 94 para grabar el video de Señor Matanza, Honder ya se había
vuelto a escapar. Luego apareció en plena grabación. Fue increíble, pero esa
también fue la última vez que lo vimos».

Carlos también me dió la siguiente pista para seguir investigando. «Háblate con
Héctor Calderón, él es un arquitecto que vivía en La Candelaria y recibió a Manú,
a Cocó y a todos los que fueron llegando de Francia».

Más adelante, en una curaduría urbana del barrio de la Candelaria encontré una
licencia para restaurar una casa a nombre de un tal Héctor Calderón que afirmaba
tener una oficina en el barrio La Soledad, a pocas cuadras del Park Way. Su
asistente pastuso me recibió, anotó mis datos y me dijo que le daría mi razón a
Héctor tan pronto como él regresara a la oficina. Esa misma tarde recibí una
llamada de Héctor, quien 24 horas después me invitó a sentarme en un sillón que
parecía perderse en la inmensidad de una antigua casa familiar que estaba
adaptando como oficina.

En la grabación, que es mucho más nítida que la de mi conversación con Carlos,


puedo escuchar la voz suave y el ritmo pausado con el que habla Héctor, un tipo
flaco, alto, desgarbado, de pelo crespo y candado, quien, al igual que Carlos, ya
ronda los 50. Fue en febrero del 93 cuando Héctor conoció a un grupo de
franceses que querían restaurar un tren para ponerlo a andar por las vías
abandonadas que conectan Bogotá con Santa Marta. Los conoció gracias a
Claudia Arcila, una amiga suya que trabajaba en el magazín dominical de El
Espectador y que había conocido a Manu, Cocó y Carlos durante el festival de
teatro del año anterior. «Ese día yo llegué a una casa de La Candelaria donde
estaban exactamente 12 personas, Carlos Rojas, Claudia Arcila, Manu Chao,
Cocó y ocho franceses más. Me explicaron la idea, me dijeron que Ferrovías ya
los había autorizado para utilizar toda la maquinaria abandonada que tenían en
sus talleres y que en el proyecto había plata del gobierno francés y el Colcultura.
Por ese entonces yo estaba trabajando mucho con materiales reciclados y
chatarra así que el proyecto me pareció una oportunidad inmejorable».

Héctor no sólo aceptó unirse al equipo, sino que invitó a los franceses a quedarse
en su casa, una casona colonial ubicada en la calle 9 con carrera 4, en Bogotá.
Fue allí donde empezaron a trazarse los primeros bocetos del Expreso del Hielo.
«Nos amontonábamos todos frente a una mesa de dibujo y empezábamos a botar
ideas», lo escucho decir en la grabación. «Siempre había algún trago, algún pase
por ahí. Eran unas sesiones que iban hasta la madrugada y a veces hasta se nos
iba desbordando la cosa». Según Héctor esta fue una época de acostarse y
levantarse tarde.

Hector parece encantado de contar la historia del tren. Recuerda cómo él y Manu
bajaban desde La Candelaria hasta la plaza de San Victorino, para almorzar en un
corrientazo llamado El Paraíso. «Era un restaurante donde se tomaba cerveza,
había una rockola, olía platos y al eucalipto que ponían en los orinales del baño,
desde el cual se podía ver toda la plaza», nos dice a mí y a mi grabadora. Yo casi
ni aparezco en la grabación. En algun momento, Héctor hace una pausa y me
dice: “Te voy a contar cosas que nadie sabe”.

La primera vez que Héctor Calderón visitó los talleres del Corzo, un lote ubicado
en Facatativá, en el que Ferrovías guardaba todas las locomotoras y vagones
abandonados de esa quimera que fue el tren en Colombia, se dió cuenta que este
no podía ser un proyecto de doce locos trabajando desde su casa. Para hacer
realidad ese tren de 21 vagones con un museo de esculturas de hielo, un vagón
en llamas, una máquina capaz de hacer nevar en Aracataca, un estudio de
tatuajes y una iguana que escupiera fuego, serían necesarias más manos y más
recursos.

Fue entonces cuando Héctor le dió una llamada a Michelle Goldstein, amiga suya
y agregada cultural de la Embajada Francesa para que los pusiera en contacto
con el que era su novio en esa época, el rector de la Universidad Nacional,
Antanas Mockus. La cita fue en el apartamento de Goldstein. Héctor y Cocó, el
mismo de la cicatriz en la cara, el de la chuca aterradora mezclada con perfume,
llegaron con una misión clara a la residencia de Goldstein: convencer al Rector de
permitirles abrir una convocatoria para un taller interdisciplinar en la Universidad y
permitirles trabajar en las instalaciones de la Facultad de Artes durante todas las
vacaciones a mitad del año 93.

“Le hicimos la propuesta a Antanas y el nos contestó con una prueba de


inteligencia: nos amarró a mí y a Cocó con unos cordones y nos explicó que
debíamos trabajar en equipo para soltarnos. Lo que él no sabía es que Michelle ya
nos había soplado la prueba. Nos soltamos en dos minutos y luego los cuatro nos
emborrachamos”.

Calderón y compañía trabajaron durante esas vacaciones en las instalaciones de


la universidad en compañía de una veintena de profesores y estudiantes de arte,
ingeniería, física y matemáticas que se inscribieron al taller. Fue allí donde se creó
el Yeti, una idea de Cocó que consistía en montar una máquina de raspado sobre
una turbina y ocultar las dos cosas al interior de un vagón decorado con el busto
de un hombre de las nieves. Otro grupo de personas trabajaban simultáneamente
en los talleres de El Corzo, donde Carlos le dio vida al dragón Roberto con la
ayuda del especialista en efectos especiales, Jean Marc Mouligné.

La narración de Héctor tiene como personaje principal a Didier 'Cocó' Jaconelli. «A


pesar de ser francés él tenía una inteligencia muy parecida a la de un gamín
colombiano», dice Calderón en la grabación. «Cocó era un tipo que sabía cómo
devolverle el tacómetro a un carro, cómo negociar con un costeño, cómo estirar
cada billete, un tipo muy recursivo».

Según Héctor, durante todo ese año Manu Chao iba y venía de Colombia a
Francia, donde debía cumplir con sus obligaciones como miembro de Mano
Negra. Aún así hubo tiempo suficiente para que todos hicieran juntos un viaje a la
ciénaga grande donde, según Héctor, Manu compuso la canción "Señor Matanza"
con una guitarra que le pertenecía originalmente a su hija Sara. Pero nunca hubo
basuco ni cartucho, ni una temporada larga de Manu Chao en Bogotá.

Una vez que el Expreso del Hielo fue tomando forma en los talleres de El Corzo y
la Universidad Nacional, sus miembros tuvieron que enfrentarse a una dificultad
que iba más allá de los técnicos: la situación de orden público de la Colombia
Rural de 1993.

El recorrido del tren incluía paradas en zonas rojas como Gamarra o


Barrancabarmeja, cosa que preocupaba a propios y extraños, entre ellos Charles
Crettien, quien era el embajador de Francia en Colombia para esa época. Hector
afirma en la grabación que Crettien, quien se opuso al proyecto desde un principio,
vió su oportunidad para sabotearlo en agosto del 93 durante una fiesta en la casa
de Michelle Goldstein. En aquella ocasión Álvaro Mutis expresó en voz alta su
preocupación por lo que consideraba sería una muerte segura para los tripulantes
del tren. Animado por el espaldarazo del poeta, Crettien anunció que iba a
comunicarse directamente con el Presidente Francois Mitterrand para abortar el
proyecto a la mañana siguiente.

Lo que Crettien no sabía es que, para ese momento Mitterand ya había enviado a
un diplomático de nombre Denis Vène, quien tenía experiencia mediando en
procesos de paz en África, para llegar a un pacto de no agresión con los frentes
del ELN que controlaban el corredor por el que habría de pasar El Expreso del
Hielo. El 18 de agosto del 93, durante un evento que conmemoraba el cuarto
aniversario del asesinato de Carlos Galán, Vène tomó la palabra para lanzar
oficialmente ese magnífico proyecto de cooperación binacional y le pusieron El
Expreso del Hielo.

El 16 de noviembre de ese año, una locomotora apodada 'La consentida' partió de


la largamente abandonada Estación de El Corzo, en Facatativá, arrastrando 21
vagones con rumbo a Santa Marta. A bordo de El Expreso del Hielo viajaban los
integrantes de Mano Negra de The French Lovers (otra banda francesa) y algunos
miembros de Royal Deluxe.

El tren se tomó 45 días en ir hasta Santa Marta y regresar a Faca. 45 días en los
que hicieron presentaciones en Santa Marta, Aracataca, Bosconia,
Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá. Así registró El Espectador su
presentación del 29 de noviembre del 93 en Aracataca:

“El pueblo aturdido por la feria se aglutinó frente a los vagones cuando se iniciaron
los rugidos del Dragón Roberto. Entretanto, Yeti, el hombre de las nieves, abría su
enorme boca iluminada por luces artificiales de colores. De un lado a otro corrían
los portadores del fuego y en medio del pánico y la incertidumbre que se apoderó
del público, Roberto expulsó por su boca ráfagas de fuego mientras el Yeti hacia lo
mismo con la nieve”.

Tras esa presentación regresaron a París varios miembros de Mano Negra,


quienes se encontraban agotados tras lo que ya eran casi dos años completos de
giras en barcos, buses y trenes. Permanecieron en el tren Manu Chao con su
padre, Ramón Chao, y el guitarrista Thomas Darnal. De las 70 personas que
partieron de Faca el 16 Noviembre, sólo 40 regresaron el 30 de diciembre, el resto
se hartaron y se bajaron en distintos puntos del camino.
En Gamarra, algunos desconocidos robaron tres maletas del tren y la primera
noche en La Dorada les quemaron tres vagones, según Carlos, por ocupar una
bodega que funcionaba como expendio de bazuco.

Foto: Emanuel Bovet

Claudia Arcila, la periodista que cubrió el evento para El Espectador, recuerda que
en Barrancabermeja y Bosconia los viajeros debieron recurrir a la caridad de los
residentes, ya que las provisiones nunca llegaron. Claudia, quien se retiró de los
medios y hoy en día tiene una bodega de vegetales orgánicos en Codabas, dice
que las condiciones de higiene eran terribles ya que sólo había un vagón en el que
funcionaba un baño para todos los ocupantes. Además, el tren se descarriló al
menos seis veces. La historia del recorrido del tren, o al menos una de sus
versiones, quedó registrada en el libro Un tren de hielo y fuego del periodista
Ramón Chao, padre de Manu. También existe una increíble serie de fotos en el
website del fotógrafo francés Emanuel Bovet.

Aparte del cubrimiento que El Espectador realizó en su magazín dominical, la


historia del Expreso pasó casi desapercibida en Colombia. El primero de diciembre
de 1993, mientras el tren se acercaba a Barrancabermeja, un bloque de búsqueda
de las Fuerzas Armadas colombianas mató al narcotraficante más buscado del
mundo, Pablo Escobar. No hay dragón ni Yeti que compita con eso las prioridades
de ningún noticiero.

En la grabación que estoy escuchando, Héctor me dice que tal vez las cosas
hubieran sido distintas si se hubiera llevado a cabo el plan original: “La idea era
poner unos rieles provisionales y hacer que el tren entrara hasta la plaza de
Bolívar para hacer un gran espectáculo de clausura pero fue imposible. No había
plata ni energía, ni la logística necesaria para hacerlo, fue simplemente
imposible”. El tren hizo su última presentación el 30 de diciembre del 93 en
Facatativá y sus restos quedaron abandonados de nuevo en la Estación de El
Corzo. «Quizá haya sido mejor que todo quedara así, casi como un mito o una
leyenda», me dijo Héctor, segundos antes de que le diera Stop a la grabadora.

http://emanuelbovet.com/?ds-gallery=un_train_de_glace_et_de_feu

https://es.scribd.com/doc/33173447/Mano-Negra-En-Colombia-Un-tren-de-hielo-y-
fuego

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