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recorrió Colombia
Hace 22 años, Manu Chao pasó la navidad en Colombia a bordo del Expreso del
Hielo, un tren que recorría las vías abandonadas que conectan a Santa Marta con
Bogotá. Lo acompañaba un tropa de cirqueros, artistas y músicos; franceses,
españoles, argentinos, brasileros, italianos y colombianos que, con la ayuda de un
dragón mecánico que escupía fuego y una máquina de nieve artificial hecha en la
Universidad Nacional, ofrecieron espectáculos gratuitos en Aracataca, Bosconia,
Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá.
Hace dos años me di a la tarea de reconciliar la historia y el mito y fue así como
conocí a Carlos Rojas, un profesor de teatro, de cabeza afeitada y barba hasta el
pecho, quien fue el encargado de construir el famoso dragón y estuvo presente
durante todo el recorrido del tren. Así también conocí a Héctor Calderón, un
arquitecto flaco, alto y de voz suave que hospedó a Manu Chao en su casa de La
Candelaria mientras se hacían todos los preparativos para la partida del tren. Por
último me encontré con Claudia Arcila, la ex periodista que estuvo encargada del
cubrimiento del Expreso del Hielo para el Magazín Dominical de El Espectador.
Todas las fotos en blanco y negro fueron tomadas del fotoensayo 'Un train de
glace et de feu', de Emanuel Bovet.
La entrevista con Carlos Rojas es la primera que tengo registrada en ese aparato.
80 minutos de conversación ambientados por el ruido de la Carrera 13 durante la
primera mitad y un aguacero en la segunda parte.
«Fue ahí donde conocí a dos personajes muy importantes: 'Cocó' que se llamaba
Didier Jaconelli y era miembro de Royal Deluxe y el otro es Manú”, me dijo Carlos,
quien se refiere siempre a Manu Chao como “Manú“ en esta grabación. El 18 de
abril de ese año Carlos, Cocó y Manu (¿Manú?) presentaron en la Plaza de
Bolívar La verdadera historia de Francia, obra de la compañía Royal Deluxe que
estuvo acompañada por un concierto de Mano Negra. Un grupo que, según
Carlos, nadie conocía en Colombia en aquella época. “El día del concierto, la
gente estaba esperando un grupo de rock francés con toda la pompa. Se
encontraron con un grupo de chinos sucios que venían por tierra desde
Cartagena, jalaban sus propios cables, cantaban en español y tocaban salsa.
Quedaron desconcertados, pero se formó tremenda rumba”, nos contaba Carlos a
mí y a mi grabadora.
Tras la presentación, Cocó, un cirquero anarquista francés que tenía una cicatriz
en la cara y una chucha terrible, se quedó unos días más viajando por Boyacá y,
antes de irse de Colombia, le comentó a Carlos sobre la ironía de un país en el
que están las vías pero jamás pasa el tren.
Pero tuve suerte. El aguacero mantuvo a Carlos en la mesa durante casi una hora
y media. Tiempo suficiente para que Carlos compartiera, casi por error, algunas de
los anécdotas que ocurrieron mientras Manu Chao estuvo en Colombia. Como la
del día en el que Manú lo acompañó a El goce pagano, el bar de salsa donde
conoció y quedó fascinado con la música de Fruko. O la de una noche en la que,
mientras discutían acerca de la situación del país en una mesa del mismo bar,
surgió la idea de crear una obra que girara alrededor de un personaje llamado
Señor Matanzas.
El tiempo también alcanzó para que Carlos me ayudara a encajar una de las
piezas del mito, la de ese niño que aparece en el video de Señor Matanza. «Ah,
Honder. Claro. ¿Qué será de la vida de Honder? Yo creo que ya está muerto», me
decía Carlos en la grabación cuando le pregunté por ese niño que baila, y lo hace
muy bien, en el video que Mano Negra grabó en Bogotá en 1994.
Carlos también me dió la siguiente pista para seguir investigando. «Háblate con
Héctor Calderón, él es un arquitecto que vivía en La Candelaria y recibió a Manú,
a Cocó y a todos los que fueron llegando de Francia».
Más adelante, en una curaduría urbana del barrio de la Candelaria encontré una
licencia para restaurar una casa a nombre de un tal Héctor Calderón que afirmaba
tener una oficina en el barrio La Soledad, a pocas cuadras del Park Way. Su
asistente pastuso me recibió, anotó mis datos y me dijo que le daría mi razón a
Héctor tan pronto como él regresara a la oficina. Esa misma tarde recibí una
llamada de Héctor, quien 24 horas después me invitó a sentarme en un sillón que
parecía perderse en la inmensidad de una antigua casa familiar que estaba
adaptando como oficina.
Héctor no sólo aceptó unirse al equipo, sino que invitó a los franceses a quedarse
en su casa, una casona colonial ubicada en la calle 9 con carrera 4, en Bogotá.
Fue allí donde empezaron a trazarse los primeros bocetos del Expreso del Hielo.
«Nos amontonábamos todos frente a una mesa de dibujo y empezábamos a botar
ideas», lo escucho decir en la grabación. «Siempre había algún trago, algún pase
por ahí. Eran unas sesiones que iban hasta la madrugada y a veces hasta se nos
iba desbordando la cosa». Según Héctor esta fue una época de acostarse y
levantarse tarde.
Hector parece encantado de contar la historia del tren. Recuerda cómo él y Manu
bajaban desde La Candelaria hasta la plaza de San Victorino, para almorzar en un
corrientazo llamado El Paraíso. «Era un restaurante donde se tomaba cerveza,
había una rockola, olía platos y al eucalipto que ponían en los orinales del baño,
desde el cual se podía ver toda la plaza», nos dice a mí y a mi grabadora. Yo casi
ni aparezco en la grabación. En algun momento, Héctor hace una pausa y me
dice: “Te voy a contar cosas que nadie sabe”.
La primera vez que Héctor Calderón visitó los talleres del Corzo, un lote ubicado
en Facatativá, en el que Ferrovías guardaba todas las locomotoras y vagones
abandonados de esa quimera que fue el tren en Colombia, se dió cuenta que este
no podía ser un proyecto de doce locos trabajando desde su casa. Para hacer
realidad ese tren de 21 vagones con un museo de esculturas de hielo, un vagón
en llamas, una máquina capaz de hacer nevar en Aracataca, un estudio de
tatuajes y una iguana que escupiera fuego, serían necesarias más manos y más
recursos.
Fue entonces cuando Héctor le dió una llamada a Michelle Goldstein, amiga suya
y agregada cultural de la Embajada Francesa para que los pusiera en contacto
con el que era su novio en esa época, el rector de la Universidad Nacional,
Antanas Mockus. La cita fue en el apartamento de Goldstein. Héctor y Cocó, el
mismo de la cicatriz en la cara, el de la chuca aterradora mezclada con perfume,
llegaron con una misión clara a la residencia de Goldstein: convencer al Rector de
permitirles abrir una convocatoria para un taller interdisciplinar en la Universidad y
permitirles trabajar en las instalaciones de la Facultad de Artes durante todas las
vacaciones a mitad del año 93.
Según Héctor, durante todo ese año Manu Chao iba y venía de Colombia a
Francia, donde debía cumplir con sus obligaciones como miembro de Mano
Negra. Aún así hubo tiempo suficiente para que todos hicieran juntos un viaje a la
ciénaga grande donde, según Héctor, Manu compuso la canción "Señor Matanza"
con una guitarra que le pertenecía originalmente a su hija Sara. Pero nunca hubo
basuco ni cartucho, ni una temporada larga de Manu Chao en Bogotá.
Una vez que el Expreso del Hielo fue tomando forma en los talleres de El Corzo y
la Universidad Nacional, sus miembros tuvieron que enfrentarse a una dificultad
que iba más allá de los técnicos: la situación de orden público de la Colombia
Rural de 1993.
Lo que Crettien no sabía es que, para ese momento Mitterand ya había enviado a
un diplomático de nombre Denis Vène, quien tenía experiencia mediando en
procesos de paz en África, para llegar a un pacto de no agresión con los frentes
del ELN que controlaban el corredor por el que habría de pasar El Expreso del
Hielo. El 18 de agosto del 93, durante un evento que conmemoraba el cuarto
aniversario del asesinato de Carlos Galán, Vène tomó la palabra para lanzar
oficialmente ese magnífico proyecto de cooperación binacional y le pusieron El
Expreso del Hielo.
El tren se tomó 45 días en ir hasta Santa Marta y regresar a Faca. 45 días en los
que hicieron presentaciones en Santa Marta, Aracataca, Bosconia,
Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá. Así registró El Espectador su
presentación del 29 de noviembre del 93 en Aracataca:
“El pueblo aturdido por la feria se aglutinó frente a los vagones cuando se iniciaron
los rugidos del Dragón Roberto. Entretanto, Yeti, el hombre de las nieves, abría su
enorme boca iluminada por luces artificiales de colores. De un lado a otro corrían
los portadores del fuego y en medio del pánico y la incertidumbre que se apoderó
del público, Roberto expulsó por su boca ráfagas de fuego mientras el Yeti hacia lo
mismo con la nieve”.
Claudia Arcila, la periodista que cubrió el evento para El Espectador, recuerda que
en Barrancabermeja y Bosconia los viajeros debieron recurrir a la caridad de los
residentes, ya que las provisiones nunca llegaron. Claudia, quien se retiró de los
medios y hoy en día tiene una bodega de vegetales orgánicos en Codabas, dice
que las condiciones de higiene eran terribles ya que sólo había un vagón en el que
funcionaba un baño para todos los ocupantes. Además, el tren se descarriló al
menos seis veces. La historia del recorrido del tren, o al menos una de sus
versiones, quedó registrada en el libro Un tren de hielo y fuego del periodista
Ramón Chao, padre de Manu. También existe una increíble serie de fotos en el
website del fotógrafo francés Emanuel Bovet.
En la grabación que estoy escuchando, Héctor me dice que tal vez las cosas
hubieran sido distintas si se hubiera llevado a cabo el plan original: “La idea era
poner unos rieles provisionales y hacer que el tren entrara hasta la plaza de
Bolívar para hacer un gran espectáculo de clausura pero fue imposible. No había
plata ni energía, ni la logística necesaria para hacerlo, fue simplemente
imposible”. El tren hizo su última presentación el 30 de diciembre del 93 en
Facatativá y sus restos quedaron abandonados de nuevo en la Estación de El
Corzo. «Quizá haya sido mejor que todo quedara así, casi como un mito o una
leyenda», me dijo Héctor, segundos antes de que le diera Stop a la grabadora.
http://emanuelbovet.com/?ds-gallery=un_train_de_glace_et_de_feu
https://es.scribd.com/doc/33173447/Mano-Negra-En-Colombia-Un-tren-de-hielo-y-
fuego