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Teologia de La Encarnacion PDF
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LIMA
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2013
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
Epithalamica
1
«Canta, ¡oh¡ esposa, tu canción nupcial. Proclama la alegría interior que contemplas, y damos la bienvenida al
anunciado esposo, cuya presencia significa para ti una vida nueva y eterna». De la secuencia pascual
Epithalamica, inspirada en el Cantar de los Cantares, producida por Pedro Abelardo (1079-1142). En: Holanda
Cavalcanti, Geraldo. O Cântico dos Cânticos. Um ensaio de interpretação através de suas traduções. São Paulo:
USP, 2005, p. 175.
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RESUMEN
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
ABSTRACT
The Incarnation of the Verb is one of the main mysteries of Christian faith, since,
becoming man, the Son of God makes himself the real and unique Mediator between
God and men. The depth of this mystery is analyzed in this brief work – especially
based on XXth century theology – under its triple dimension: theological, historical
and anthropological, studying the fundamental role of the Blessed Virgin Mary in the
salvific project of God, which opens with the Incarnation of the Verb and continues in
the Church inter tempora waiting for the eschatological coming of Christ.
KEYWORDS: Incarnation, Mystery, Mariology.
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
SIGLAS Y ABREVIATURAS
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SUMARIO
1. Introducción ............................................................................................................. 7
7. Conclusión .............................................................................................................. 34
8. Bibliografía ............................................................................................................. 35
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
1. INTRODUCCIÓN
2
El profeta Isaías utiliza la expresión ’almah, que significa directa y formalmente una chica o muchacha joven e
indirectamente comporta siempre la virginidad. En las Sagradas Escrituras esta expresión siempre significa una
doncella que se presume virgen y nunca es aplicada a una mujer casada. En Alejandría, cuando los autores griegos
crearon la versión de los LXX, se utilizó la palabra «parthénos», virgen en sentido estricto. La versión sirio-
peshitta lo transcribió por bethulah, que también significa virgen y la Vulgata por virgo. Sin embargo, las
versiones griegas de Aquila y Simmaco lo traducen por joven, con abstracción de la virginidad. No obstante, hay
que decir que estas versiones, realizadas después de Cristo, tienen un marcado matiz anticristiano y procuran
prescindir de toda connotación positiva. Cf. BASTERO DE ELEIZALDE, J. L. María, Madre del Redentor. Navarra:
EUNSA, 2004, pp. 91-93.
3
Cf. LAURENTIN, René. La Vergine Maria: Mariologia post-conciliare. 4 ed. Roma: Paoline, 1973, p. 229.
4
Cf. LENNERZ, Heinrich. De Beata Virgine: Tractatus dogmaticus. 3 ed. Roma: Pontificiæ Universitatis
Gregorianæ, 1939, p. 5.
5
El constitutivo formal de la persona no está en la relación predicamental, como se da en la persona humana o
angélica. En el caso de las personas trinitarias, se constituye por una relación subsistente. Por eso afirma Santo
Tomás (I, 29, 3) que aunque en la significación de la persona divina se contenga la relación, esto no significa que
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momento culmen de esta inserción se da por una acción objetivamente trinitaria pero
que, sin embargo, se hace efectiva en la Segunda Persona de la Trinidad, el Logos
eterno, nacido del Padre, antes de todos los siglos. El texto escriturístico deja claro la
acción del Padre, la actuación del Espíritu Santo y la Encarnación del Hijo. Este
carácter trinitario de la Encarnación ha sugerido en algunas teologías del siglo XX
una teoría participativa y trinitaria en la misma generación del Verbo. Por ejemplo,
afirma Jürgen Moltmann:
el concepto sea equívoco. La relación, en cuanto relación, ni subsiste ni hace subsistir, puesto que esto es propio de
la substancia. Por eso, aunque ocurriese que no existiesen otras hipóstasis de la misma naturaleza, bastaría una
para que fuese persona, como le ocurría a Adán cuando estaba solo en el Paraíso (Cf. RODRÍGUEZ, Victorino.
Estudios de antropología teológica. Madrid: Speiro, 1991, p. 15). Personal, aplicado a Dios no significa que Él sea
limitado y finito como las personas humanas, sino que Dios se comunica, entiende y ama, con Palabra y Verdad;
es decir es un Ser que entiende y ama, y que además es distinto de cualquier otro (Cf. ROVIRA BELLOSO, José
María. Introducción a la Teología. 2 ed. Madrid: BAC, 2007, p. 11). Este amor divino es el principal móvil de la
decisión del Padre de enviar a su Hijo para la salvación de la humanidad, y del Hijo en tomar la naturaleza humana
para ser Cabeza, Mediador y Redentor de los hombres (Cf. BETTENCOURT, Estevão. Curso de iniciação teológica.
Rio de Janeiro: Mater Ecclesiae, 1996, p. 63.
6
MOLTMANN, Jürgen. A Espírito da Vida. Uma pneumatologia integral. 2 ed. Petrópolis: Vozes, 2010, pp. 77; 284.
7
Cf. CONCILIO DE FLORENCIA. Bula Letentur cæli; Conciliorum Œcumenicorum Decreta, 501; DH 1300.
8
Cf. CONCILIO LATERANENSE IV. Constitución Firmiter credimus; Conciliorum Œcumenicorum Decreta, 206; DH
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n. 800.
9
Cf. Ibid.
10
Cf. RODRÍGUEZ, Victorino. Op. cit., pp. 381-382.
11
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Epílogo. Madrid: Encuentro, 1998, pp. 88-89.
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Cf. CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI. Delaração sobre a salvaguarda da fé em alguns erros recentes sobre os
mistérios da Encarnação e da Santissima Trindade, del 21 de febrero de 1972. En: Documenta. Congregação para
a Doutrina da Fé: Documentos publicados desde o Concílio Vaticano II até nossos días (1965-2010). Brasília:
CNBB, 2011, pp. 59-62.
13
Cf. KLOPPENBURG, Boaventura. Basiléia: O reino de Deus. São Paulo, Loyola, 1997, p. 38.
14
La afirmación paulina presente en la epístola a los Gálatas (4, 4): «En la plenitud de los tiempo, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer» es considerada el «primer anunciado del cristianismo naciente sobre la Maternidad divina
de María». El historiador de los dogmas Georg Söll sustenta ser el «texto mariológicamente más significativo del
Nuevo Testamento». SÖLL, Georg. Storia dei dogmi mariani. Roma, 1981, p. 31. En: FORTE, Bruno. Maria, a
mulher ícone do mistério: Ensaio de mariologia simbólico-narrativa. São Paulo: Paulinas, 1992, pp. 46-47.
15
Cf. SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA. Comentário sobre o Evangelho de São João. Lib. 5, cap. 2: PG 73, 751-754.
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JUAN PABLO II. Jesucristo, verdadero hombre, “semejante en todo a nosotros, menos en el pecado”. Audiencia
general del 3 de febrero de 1988.
17
La «cristología del Logos-sarx» del primer cristianismo debió rectificarse ulteriormente, puesto que su
desviación llevó a las doctrinas heréticas de Apolinar y de otros.
18
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Epílogo, p. 93.
19
SAN LEÓN MAGNO. Carta Licet per nostros, a Juliano de Cós (13/06/449). DH 297.
20
SAN ATANASIO. Epist. ad Epictetum, 5-9: PG 26, 1058.
21
Karl Rahner puntualiza que «La encarnación se presenta como el fin supremo de toda autocomunicación de Dios
al mundo, fin al que de hecho está subordinado todo lo demás como condición y consecuencia, en tal forma que, si
consideramos desde el punto de vista de Dios la totalidad de su autoparticipación en el ámbito de los seres
espirituales-personales, la encarnación es un medio, mientras que considerada desde el punto de vista de las
realidades creadas, es la cumbre y meta de la creación». RAHNER, Karl. María, Madre del Señor. Barcelona:
Herder, 2012, p. 15.
22
Cf. SAN MÁXIMO CONFESOR. Centuria 1, 8-13: PG 90, 1182-1186.
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Equivocadamente afirmaba Orígenes que la unión del Verbo con la naturaleza humana es anterior a la
Encarnación, puesto que el alma humana del Verbo habría sido creada junto con las otras almas en la preexistencia
–doctrina rechazada por el magisterio–; mediante su unión con el Verbo, ella sería “bajo la forma de Dios”,
impecable, y Cristo, en su humanidad, es por eso el esposo de la Iglesia que, en la preexistencia, era formada por el
conjunto de las otras almas. CROUZEL, H. Orígene et la philosophie. En: Dicionário Patrístico e de Antiguidades
Cristãs. Petrópolis: Vozes – Paulus, 2002, p. 1049. También Eutiques decía que antes de la Encarnación existían
en Cristo dos naturalezas y después de la Encarnación una sola, puesto que el alma que el Salvador asumió
habitaba en el cielo antes de nacer de la Virgen María y que el Verbo la unió a sí en el seno de la Madre. Esta
opinión es rechazada por San León Magno que afirma que mentes y oídos católicos no pueden tolerar eso, puesto
que el Señor, al venir de los cielos no exhibió consigo nada de nuestra condición; no recibió un alma que existía
anteriormente, ni una carne que no fuera la del cuerpo materno. La naturaleza humana de Cristo fue creada por el
Verbo en el momento en que fue asumida y no anteriormente. San León critica también la opinión de Orígenes de
la preexistencia del alma humana de Jesús. Cf. SAN LEÓN MAGNO. Carta Licet per nostros, a Juliano de Cós (DH
298).
24
Cf. BARRIENDOS, Vicente Ferrer. Jesus Cristo Nosso Salvador. Iniciação à Cristologia. Lisboa: Diel, 2005, p. 47.
25
Cf. KLOPPEMBURG, Boaventura. Ágape, o amor do cristão. São Paulo: Loyola, 1998, p. 20.
26
Cf. 2Cor 5, 17.
27
La Encarnación trae incoada también la esperanza de la resurrección, puesto que San Pablo vincula la
resurrección de los muertos a la resurrección de Cristo, tal como ésta solía ser esperada en la expectativa
apocalíptica de un fin próximo, característica de las comunidades judías amenazadas de muerte. Para que Cristo
resucitase hacía falta tener cuerpo. Corolariamente, es la Encarnación que abre a los hombres la esperanza
escatológica de la resurrección participada de la resurrección de Cristo. Cf. METZ, Johann Baptist. Memoria
passionis. Una evocación provocadora a una sociedad pluralista. Santander: Sal Terrae, 2007, p. 68.
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una mujer (Gl 4, 4) y no aparecer o bajar del cielo en cuerpo adulto, formado
directamente por la mano de Dios, sino, como auténtico retoño (Is 1, 11) de la estirpe
de Jesé, es decir, de la estirpe humana a quien venía a salvar28. El designio divino se
torna patente con esa elección, puesto que con esta manera más perfecta de salvar,
Cristo obra el proyecto divino no como un extraño que viene de afuera, sino como un
hermano, perfectamente hombre, de la estirpe humana que viene a redimir, siendo
perfectamente Dios de la misma naturaleza del Ofendido. Esto explica la misión
fundamental de María que es recibir al Salvador y engendrar su naturaleza humana,
colocando a esta doncella judía en el centro mismo del misterio salvífico de Cristo.29
La presencia de Cristo entre los hombres, viviendo las mismas necesidades y
sufrimientos inherentes a toda la humanidad, excepto el pecado, es un medio perfecto
para la invitación a la práctica concreta del bien por el ser humano, puesto que, antes
de la Encarnación, el modelo divino era esencialmente inaccesible al hombre,
mientras que en su corporeidad, Cristo se hace modelo accesible de perfección
humana, alcanzada por la presencia y acción de la gracia divina, concedida por el
Espíritu Santo en su misión conjunta con el Hijo, de modo que la exhortación que
antes era hecha por palabras y oráculos, pasa a ser dada por la propia vida del Verbo
encarnado, como afirma un viejo proverbio árabe: “las palabras conmueven, los
ejemplos arrastran”. La Encarnación exalta el valor intrínseco de la naturaleza
humana y del mundo material creados por Dios. Esta consciencia eleva la esperanza
del hombre y lo incita a una respuesta más generosa.30
Hay tesis divergentes sobre el motivo teológico de la Encarnación del Verbo. El
Símbolo de la Fe afirma claramente que el Hijo de Dios se hizo hombre «por nuestra
salvación» y la propia Escritura nos afirma el carácter salvífico de la Encarnación. El
nombre teofórico que el ángel indica a María, así como a José,31 para colocar en el
Niño: Jesús (Yeh-shua) significa “Dios salva”32, por eso, el argumento de que sólo
podemos conocer el designio de Dios a través de la revelación del mismo Dios,
sostiene que el motivo único de la Encarnación reside en la salvación del pecado
humano, tanto el original cuanto el actual. Sin embargo, cuando el Evangelista Juan
afirma que «El Logos se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), su texto
anterior habla del rechazo del hombre a la luz de Dios, y por tanto, del pecado, pero el
texto posterior declara que con la Encarnación «nosotros hemos visto su gloria, que Él
recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1, 15). El hecho de Jesús haberse encarnado
por causa del pecado no lo subordina a ninguna criatura, sino que pone de relieve su
infinito amor condescendiente que prefiere sacar un bien del mal. El Hijo de Dios se
tornó Hijo del hombre para que los hombres en Él se hiciesen hijos de Dios. En
definitiva, haciéndose hombre, Jesús ofrece a Dios el sacrificio perfecto, puesto que la
Escritura nos explica que Dios no desea el sacrificio y la ofrenda de toros y carneros
28
González de Cardedal puntualiza que no hay acceso posible a Cristo sin pasar por la historia de Dios en relación
con Israel, el pueblo de la Alianza. Frente a todos los intentos realizados desde Marción hasta Harnack por
eliminar la presencia de Cristo del conjunto de la unidad de las Escrituras veterotestamentarias, la Iglesia lo ha
mantenido sin la menor dubitación al respecto, puesto que la relación de la predicación de Jesús con el Antiguo
Testamento ha sido siempre el presupuesto fundamental del hablar de Cristo y del hablar sobre Cristo. Cf.
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario. Fundamentos de cristología I. El Camino. Madrid: BAC, 2005, pp. 85-86.
29
Cf. LAURENTIN, René. Op. cit., pp. 230-231.
30
Cf. BETTENCOURT, Estevão. Op. cit., pp. 62-63.
31
Cf. Lc 1, 31; Mt 1, 21.
32
Karl Rahner explica que el nombre de Jesús significa «Yahweh salva». Si se puede dar un nombre a Dios, al
Incomprensible, en último análisis es porque este Dios se hizo conocer en la historia a través de su acción y de su
palabra y la manera como estos actos divinos infieren en la realidad histórica de la humanidad. Es Dios que salva,
presente en la historia del hombre. Cf. RAHNER, Karl. Meditazioni di un teologo sull’avvento e sul natale. Torino:
San Paolo, 1997, pp. 59-60.
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(cf. Sl 40, 7-9), sino el hacer su voluntad. Yves Congar explica que este texto es
tomado por San Pablo en un importante pasaje de la Carta a los Hebreos, en la cual el
Apóstol declara expresamente lo que se puede considerar –enfatiza Congar– la
intención de la Encarnación: Cristo, «entrando en este mundo, dice: No quisiste
sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los holocaustos y los
sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo [...]
para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Heb 10, 5-9).33 Así, el motivo de la Encarnación
fue un motivo de misericordia, para «salvar lo que estaba perdido» (cf. Lc 19, 10). Lo
que es propio de la misericordia es inclinar al superior hacia el inferior, no para
subordinarse al inferior, sino para elevarlo hacia sí. De este modo el Verbo,
encarnándose, se inclina para restaurar el orden primitivo, la armonía original e
incluso para elevarlo inmensamente, uniéndose personalmente a la naturaleza humana
que había caído voluntariamente por el pecado.
Por otro lado, hay otra importante corriente teológica para la cual el Verbo se habría
encarnado incluso si el hombre no hubiera pecado. Para estos, los planes divinos no
pueden estar en dependencia del pecado del hombre y ser modificados a causa de un
accidente imprevisto, subordinando la Encarnación a la Redención, cuando la
Encarnación es superior a nuestra redención, por ser la primera en orden teologal y la
segunda en orden a salvar la criatura. En ese caso Cristo no sería Víctima, sino Cabeza
del reino de Dios y Doctor supremo para dar mayor gloria a Dios y así coronar la obra
divina de la Creación. Vendría en cuerpo inmortal no sujeto al sufrimiento y al dolor.
Pero habiendo sobrevenido el pecado, Cristo vino en carne mortal y pasible, como
Salvador y Víctima. Para Santo Tomás esta postura estaría en desacuerdo con la
revelación contenida en la Escritura que justifica la Encarnación por la redención del
género humano34. Sin embargo, admite como hipótesis que la Encarnación habría
podido tener lugar sin la condición del pecado humano.35 Juan Duns Scotto (†1308) y
con él la escuela franciscana, proponen otra tesis. Afirman que Jesucristo es de tal
excelencia en el plan divino que, incluso si el hombre no hubiera pecado, el Hijo de
Dios se habría encarnado para ser la plenitud de toda la creación divina, sería el
«perfectus Mediator» que no sólo es aquél que redime y restaura el orden roto36. Para
esta postura, el Verbo Encarnado estaba previsto antes de las criaturas y, en particular,
antes del pecado del hombre como Cabeza y Mediador de los ángeles y de los
hombres. Si el hombre no hubiera pecado el Verbo Encarnado cumpliría las funciones
de maestro de los hombres y Rematador de la obra del Padre. Puesto que el hombre ha
pecado, el Verbo se ha hecho también Redentor de los hombres.37 De un modo o de
otro, la Encarnación alcanza la doble dimensión, puesto que Jesús es, en su naturaleza
humana, al mismo tiempo el culmen de toda la obra material y el Salvador
escatológico de todo el género humano, salvación esta que estaba incoada en el
misterio de la Encarnación. Por esta razón, la participación activa de María en el
misterio de la Encarnación, con su «fiat» se extiende a todo el misterio de la obra
salvífica de su Hijo, en la propia estructura del mismo, siempre dependiente del aporte
de Cristo, puesto que solamente Ella fue asociada a esta obra desde su inicio hasta el
sacrificio redentor, por el cual Él mereció la salvación de todos los hombres.38
33
Cf. CONGAR, Yves-M. Sacerdocio y laicado. Barcelona: Estela, 1964, p. 96.
34
San Agustín es también contrario a esta postura, afirmando: «Si el hombre no hubiese caído, el Hijo del hombre
no habría venido». (Sermo 174, 2, 2).
35
Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginald. El Salvador y su amor por nosotros. Madrid: Rialp, 1977, pp. 171-179.
36
DUNS SCOTO. Ordinatio III. En: GARCÍA PAREDES, José Cristo Rey. Mariología. Madrid: BAC, 2009, p. 262.
37
Cf. BETTENCOURT, Estevão. Curso de iniciação teológica, p. 63.
38
Cf. JUAN PABLO II. Catequesis mariana del 09 de abril del 1997: María, la única colaboradora en la redención.
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
No resta duda de que la acción más grande y la intervención divina más decisiva y
al mismo tiempo paradójica de Dios en la historia de la humanidad, es la Encarnación
de su Palabra eterna, puesto que por ella el Ser eterno e inmutable, Creador, invisible,
omnipotente, entra en el tiempo, se hace perceptible, oculta su gloria y se hace
hombre para que el hombre viva la vida de su propio Dios. Con la Encarnación de
Cristo (con su muerte y resurrección), quedó convertida la apertura del mundo a la
intimidad misma de Dios en un dato de la Historia sagrada, dato revelado
expresamente en el Verbo, irrevocable ya, e históricamente accesible.39 No sería
posible al hombre conocer al Padre sin el Verbo de Dios, es decir, el Hijo que lo
revela. Esto evidencia el carácter revelatorio de la Encarnación por voluntad del Padre,
puesto que –afirma San Ireneo40– nadie conoce al Hijo sin la voluntad del Padre. De
esta forma el Padre que es incognoscible al hombre se hace conocido mediante la
encarnación de su Palabra, puesto que, en definitiva, todo nos es revelado por el
Verbo. Por esta asunción corporal del Verbo el Padre se ha revelado, de modo que
todos pueden ver el Padre en el Hijo. La realidad invisible que se manifestaba en el
Hijo –continúa Ireneo– era el Padre, y la realidad visible en la cual se revela es el Hijo
presente en la historia humana.
Este evento sin par de la Encarnación aconteciendo por obra del Espíritu Santo en
María y por María, no puede ser comprendido sin Ella.41 María no ha engendrado una
naturaleza abstracta, sin subsistencia personal, sino una persona concreta: Jesucristo.
Esta participación ontológica de María en la formación somática del cuerpo
sacratísimo del Hijo de Dios proporciona que María, en su divina maternidad,
magistralmente reconocida por el Concilio de Éfeso (431), sea a un tiempo signo y
garantía de la recta fe sobre la Encarnación. Por eso, afirmaba con razón San Juan
Damasceno:
En: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 11 de abril del 1997.
39
Cf. RAHNER, Karl. Escritos de Teología, III, Cristiandad, Madrid: 2002, p. 60.
40
SAN IRENEO. Adv. Haer., Liv. 4, 6, 3.5.7: SCh 100, 442, 446.448-454).
41
Cf. DE FIORES, Stefano. María Madre de Jesús: Síntesis histórico-salvífica. Salamanca: Secretariado Trinitario,
2002, p. 391.
42
SAN JUAN DAMASCENO. Exposición de la fe ortodoxa, 3, 12: TMPM III, pp. 488-489.
43
Cf. RAHNER, Karl. Meditazioni di un teologo sull’avvento e sul natale, p. 18.
44
El Papa San León Magno, se pregunta, en la Carta Licet per nostros, dirigida a Juliano de Cós: «¿Por qué
debería parecer inconveniente o imposible que el Verbo y la carne y el alma sean el único Jesucristo y el único
Hijo de Dios y del hombre, si carne y alma, que son de naturalezas diferentes, constituyen una única persona,
también fuera del caso de la encarnación del Verbo?». (DH 297)
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
del Verbo. Estas razones llevan a concluir que para acceder al concepto teológico de
la realidad de la Encarnación, es necesario percibir la realidad de Jesús de Nazaret
como Aquel que fue constituido por Dios Mesías y Señor, que murió y resucitó, sin
nunca haber dejado el seno eterno del Padre, como su Hijo Unigénito. Es exactamente
de aquí que derivan el realismo, el valor salvífico y el significado teológico de su
«hacerse carne» para habitar entre nosotros.45
En el marco de las controversias cristológicas antecedentes al Concilio de
Calcedonia, San León Magno expresa esa paradoja del Dios-hombre y de la Virgen-
madre, en el conocido Tomus ad Flavianum (449):
«Su natividad de la carne demuestra el origen de su naturaleza humana; el parto de
la Virgen es signo de su omnipotencia divina».46
A través de la Encarnación de su Hijo –puntualiza Karl Rahner– el designio
salvífico de Dios se hizo auténtica realidad en el ámbito de la existencia humana y
Heinrich Lennerz enfatiza que, así como el Padre puede decir al Hijo: «Tú eres mi
hijo, yo te he engendrado hoy» (Sl 2, 7), también la Bienaventurada Virgen puede con
seguridad decir al Verbo encarnado: «Tu eres mi hijo, yo te engendré». El Padre lo
engendró ad æterno según la divinidad; María lo engendró en el tiempo según la
humanidad.47
El encuentro del hombre con Dios no se da en un salto idealista, gnóstico o místico,
ni dislocado de su existencia «natural», sino que se convierte en la realidad de
Jesucristo, Dios y hombre, propia de la historia humana, insertada en su esfera
existencial con la venida de Dios al círculo de la humanidad como eterno escándalo
de toda filosofía y de toda mística autosuficiente, puesto que el misterio no se
encuentra abarcable por la finitud humana por estar excluida de la misma, debido al
carácter estrictamente sobrenatural de su realidad, que rompe el círculo de la
autosuficiencia humana, trascendiendo su posibilidad experimental y su respectivo a
priori subjetivo, colocando al ser humano en la dependencia de la gracia de la fe que
puede conocer el signo que hace presente para el hombre el Dios que existe en Sí
mismo.48 El propio Cristo, haciéndose hombre, venía a romper la autosuficiencia del
primer Adán que no aceptó la filiación divina y prefirió conocer «el bien y el mal»
según sus propios criterios y no según la voluntad del Creador. La singular
autoconciencia49 de su condición de Hijo en relación a Dios a quien llamaba Abbá –
Padre, indica su dependencia voluntaria, que «no quiso hacer alarde de su condición
de Hijo de Dios» (cf. Flp 2, 6-7), sino que voluntariamente ha recapitulado la
autosuficiencia del protogenitor de la humanidad, por su sí a la voluntad del Padre,
perfectamente imitado por María, al decir sí a la invitación a ser Madre de Dios.
45
Cf. CODA, Piero. Encarnação. En: PIKAZA, Xabier; SILANES, Nereu. Dicionário Teológico o Deus cristão, p. 245.
46
SAN LEÓN MAGNO, Carta 28 a Flaviano: TMPM III, 509.
47
Cf. LENNERZ, Heinrich. Op. cit., p. 17.
48
Cf. RAHNER, Karl. Escritos de Teología, III, p. 256.
49
Algunos autores modernos ponen en tela de juicio la autoconciencia que Jesús tenía de su propia misión y
personalidad divina. Quien, como Nestorio, considera la unión entre Dios y el hombre en Cristo como sólo moral,
reducirá la ciencia de Cristo-Hombre a un nivel puramente humano. Quien, por otro lado, como Apolinar y Arrio,
niega la presencia de un alma humana en Cristo, no será capaz de atribuir a Jesús una ciencia humana. El
monofisismo, en plena contradicción con su propio principio afirma que Jesús no conocía las cosas del más allá.
Este agnoetismo fue condenado por el Papa San Gregorio Magno. Sin embargo, el alma humana de Cristo, que era
de la misma especie de la de los otros hombres, pero sobresalía por la sublimidad de virtudes (DH 299) necesitaba
de la sucesión del tiempo para pensar, lo que no quita su autoconciencia, puesto que la Escritura atestigua que
Cristo es el Maestro infalible de la verdad y es la Verdad misma. Cf. BARTMANN, Bernardo. Teologia Dogmatica.
Vol. II, La Redenzione – la Grazia – la Chiesa. 6 ed. Roma: Paoline, 1950, pp. 104-108.
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Henri de Lubac explica que Augusto Comte utiliza la doctrina de la Encarnación y sobre todo el culto de la
Virgen para responder a la perplejidad y contradicción que el humanismo ateo ve en la interpretación de la verdad
católica: «¿Acaso no son éstas brechas abiertas en el absoluto monoteísmo, en la intransigencia de la fe en Dios?
¿No son piedras de escándalo contra el edificio de la verdadera religión? Más que las creaciones más humanas del
politeísmo antiguo, “la encarnación del motor universal” manifiesta “nuestra creciente tendencia hacia la
homogeneidad real entre los adoradores y los seres adorados”; “completada ya, en un principio, con la institución
de la trinidad, que perpetuaba una conformidad pasajera, y más tarde con la del misterio en el que cada uno se
incorpora a menudo a la divinidad”, una asimilación de esta naturaleza “permite al Dios de la Edad Media ofrecer
a los corazones occidentales una imagen anticipada de la humanidad” (Polit., 2, 108; 3, 455). A esta proposición
de Comte –continúa De Lubac– se opondrá la declaración de Kierkegaard: «Jamás doctrina humana ha acercado
tanto Dios al hombre como la cristiana; ninguna fue capaz de esto. Solamente Dios tiene poder para ello; toda
invención de los hombres no es más que un sueño, una ilusión precaria. Y nunca doctrina alguna se ha guardado
con tanto cuidado contra la más atroz de las blasfemias, la de, una vez hecho Dios hombre, profanar su acto, como
si Dios y el hombre no fueran más que una cosa» (Traité du désespoir, p. 230). Cf. DE LUBAC, Henri. El drama del
humanismo ateo. 4 ed. Madrid: Encuentro, 2011, p. 182.
51
Cf. FORTE, Bruno. Maria, a mulher ícone do mistério: Ensaio de mariologia simbólico-narrativa, pp. 188.
52
LG n. 65.
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_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
de la humanidad subyugada por el pecado, al nacer en su seno esta nueva vida, que es
Vida para toda la humanidad.53 Esta concepción virginal es aceptada por la fe de la
Iglesia, con la misma disposición con que acoge el misterio de la Encarnación, puesto
que, en ambos casos, se trata de realidades imposibles al hombre, pero posibles a Dios
(Lc 1, 37).54
4. TRIPLE DIMENSIÓN DEL MISTERIO
El Misterio de la Encarnación puede ser analizado bajo tres dimensiones: teológica,
histórica y antropológica.
4.1. DIMENSIÓN TEOLÓGICA
San Juan es el único evangelista que enseña explícitamente la Encarnación. El
Prólogo de su Evangelio55 presenta la verdadera personalidad del Hijo como Palabra
de Dios y describe los atributos del Logos, posteriormente referidos a Jesucristo a lo
largo del texto. La primera idea presentada por Juan es la preexistencia y eternidad del
Logos. El Logos aparece como realidad teológica en identidad con el Padre y en vida
íntima con Él. La distinción de las dos personas divinas aparece claramente afirmada
por San Juan, puesto que al decir que el Verbo estaba junto a Dios, evidencia que
nadie está cerca de sí mismo. Es claro en todo el Prólogo que el Hijo unigénito es el
Verbo de Dios, distinto del Padre en cuyo seno está, evidenciando que este Hijo no es
el nombre de un atributo divino, sino un nombre de persona, como el de Padre. Las
dos personas son realmente distintas: el Padre no es el Hijo, puesto que nadie se
engendra a sí mismo.56 Continúa el Prólogo: «Y la Palabra se hizo carne y habitó
entre nosotros» (Jn 1, 14). A partir de estas afirmaciones se debe continuar y no sólo
poner en relación con la encarnación del Logos, tanto prológica como
escatológicamente, a la humanidad misma, sino al cosmos material en bloque, de
acuerdo con los himnos neotestamentarios57 que coinciden en que el cosmos entero
fue creado por el Logos, el Hijo de Dios que, desde toda la eternidad, estaba destinado
a la Encarnación: «Sin él no se hizo nada de lo que ha sido hecho» (Jn 1, 3).58
En los otros evangelios la descripción se refiere más a la concepción virginal,
mientras que Juan enuncia textualmente la Encarnación y profundiza en el sentido del
Misterio, preparado por los sinópticos. Los himnos del prólogo del Evangelio de Juan,
de Filipenses y de la Carta a los Romanos explicitan la dualidad de aspectos referidos
a un único sujeto, llevando a la consideración teológica de Cristo no como un factum
un acontecimiento o un concepto, sino como una persona con su conciencia y libertad,
sus decisiones y predilecciones, su afrontamiento y consumación de un destino
particular. Jesucristo –desde el punto de vista teológico– no es un judío anónimo ni un
neutro universal59. Es un hombre con nombre y rostro, con una madre verdaderamente
humana, sin dejar, en ningún momento, su personalidad divina, eternamente insertada
en la circuminsessio inmanente de la Trinidad.
53
Cf. RAHNER, Karl. María, Madre del Señor, p. 19.
54
Cf. DE FIORES, Stefano. Op. cit., p. 392.
55
San Andrés de Creta en la Homilia IV in nativitatem B.M.V. (PG 97, 865. 3), mencionada en la nota 47 de la RM n.
23, cita la frase de Orígenes sobre el Evangelio de San Juan: «Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y
el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios». (Comm. in loan., 1,6: PG 14, 31). Cf. ESQUERDA BIFET, Juan.
Espiritualidad Mariana: María en la vida espiritual cristiana. Madrid: Sociedad de Educación Atenas, 1994, p. 81.
56
Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginald. Op. cit., p. 515.
57
Jn 1; Ef 1; Col 1.
58
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Epílogo, p. 95.
59
Cf. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario. Op. cit., p. 54
– 18 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
Esta perspectiva teológica se transforma en verdadera guía para una relectura del
acontecimiento cristológico del cuarto evangelio que encuentra su centro en el doble
movimiento de salida del Logos: del Padre para venir al mundo y la partida del mundo
para volver al Padre. Es en este evangelio que encontramos las afirmaciones más
explícitas y densas sobre el acontecimiento de la Encarnación como inicio y
dimensión permanente del acontecimiento de Cristo, que parte de la afirmación clara
de la preexistencia eterna del Hijo y llega a la afirmación de su encarnación y real
habitación en la esfera del mundo humano y material. Esta Encarnación como
decisión teologal y central de la creación material no prescinde de la participación de
la propia humanidad60, puesto que prescindir de esta participación determinada por
Dios –puntualiza González de Cardedal 61 – pone en peligro la real historicidad
concreta y la real objetividad divina del cristianismo y del propio Cristo. No hay
revelación ni salvación de Dios sin el hombre como sujeto, pero tampoco hay fe y
justificación del hombre sin Dios que se revela y justifica. La acción divina utiliza el
medio humano para actuar, pero no como mero instrumento, o medio pasivo, sino
como co-partícipe de la acción divina. Por eso, la presencia de María en el misterio de
la Encarnación no puede ser considerado simplemente como medio pasivo utilizado
por la acción teologal para ejecutar su plan de salvación. María es parte real y
concreta del género humano a quien Dios decidió conceder la salvación y, su
participación, la coloca en el primer plano en relación a los demás hombres en todos
los aspectos. Ella es la servidora que humildemente se pone al servicio de Dios, pero
que voluntariamente acepta la acción divina y por eso hace con que la Encarnación
encuentre una doble dimensión: teologal y humana. Teologal, por la acción divina,
trinitaria, donde cada una de las Personas de la Trinidad actúa en María y por María;
humana, por su colaboración activa62 en el misterio operado por la omnipotencia
divina.
Desde el punto de vista teológico, la Encarnación fue la misión que Dios Padre dio
a su Hijo para que, hecho hombre, fuese Redentor de la humanidad, por eso la
Encarnación es la encarnación del Hijo y no del Padre o del Espíritu Santo. La Carta a
los Hebreos pone en los labios del propio Cristo la afirmación de que el Padre ha
formado su cuerpo (cf. Hb 10, 5) y en la Carta a los Gálatas, Pablo afirma claramente
que «Dios envió a su Hijo» (4, 4). El mismo Apóstol, al escribir a los Filipenses,
afirma que Cristo se anonadó a Sí mismo, tomando la naturaleza humana (Flp 2, 7),
caracterizando la decisión del Hijo, distinta, pero en perfecta sintonía, con la del Padre
y del Espíritu Santo, que se revela en el relato lucano donde se afirma con claridad:
60
Cuando Lutero procuró separar la participación de la humanidad de la economía salvífica, estableció un criterio
fatal para todo el futuro de la cristología y de la soteriología: distinguir lo que Cristo es y tiene en sí mismo (in se)
y lo que es y tiene para nosotros (pro nobis), relegando al silencio lo primero por insignificante y centrando el
interés en lo segundo, aislando la afirmación de la divinidad y humanidad de Cristo formulada por Calcedonia con
la teoría de las dos naturalezas y la unidad de persona, de la afirmación de su obra salvífica como Mesías de Dios a
favor de los hombres. Para Lutero, Jesús no es llamado Cristo por su doble naturaleza, sino en razón de su obra
salvífica. Cf. Ibid., p. 55.
61
Cf. Ibid., p. 56.
62
La toma de conciencia que se tuvo en el Congreso Mariológico de Lourdes de 1958, de que, además de la
concepción ya vigente en la mariología llamada “cristotípica”, según la cual Dios había aceptado para nuestra
salvación la pasión de Cristo y la compasión de María, aliada al polo opuesto de la propuesta eclesiotípica, que
presentaba la cooperación de María junto a la Cruz, señaló el declive definitivo de la teoría minimalista de Lennerz.
Finalmente, el Concilio Vaticano II vino a dar el «golpe de misericordia» que torna teológicamente inadmisible la
postura minimalista que da a María un papel pasivo y restringido a la Encarnación, como evento no propiamente
salvífico, sino como etapa preparatoria al sacrificio redentor de Cristo, puesto que los textos conciliares afirman
claramente que la participación de María no fue pasiva y se extiende a toda la obra de la salvación desde la
anunciación hasta la cruz de una manera impar (LG 61). Cf. POZO, Cándido. María, Nueva Eva. Madrid: BAC,
2005, p. 21.
– 19 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra»
(Lc 1, 35). La expresión «Altísimo» puede entenderse como la acción del Padre, en
perfecta concordancia con la Epístola a los Hebreos, como también al mismo Espíritu,
puesto que la sombra siempre aparece como símbolo del Espíritu Santo y,
explícitamente en el caso de la Anunciación, el Catecismo de la Iglesia Católica lo
aplica al Paráclito.63
Esta triple atribución indica de modo claro que la obra de la Encarnación, en su
dimensión teológica, fue un único acto, común a las tres Personas divinas. Sin
embargo, la Encarnación, como acción ad extra, tiene su término ad intra, puesto que
la humanidad de Jesús es asumida –«introducida»– en la Trinidad como humanidad
del Hijo, y no del Padre ni del Espíritu Santo.64
4.2. DIMENSIÓN HISTÓRICA
63
CEC n. 697: «Él [el Espíritu Santo] es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para
que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien “vino en una nube y
cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que
decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”» (Lc 9, 34-35).
64
Cf. OCÁRIZ, Fernando; MATEO-SECO, Lucas F.; RIESTRA, José Antonio. El Misterio de Jesucristo. 3 ed.
Pamplona: EUNSA, 2004, pp. 103, 131.
65
Cf. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario. Op. cit., p. 12.
– 20 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
66
Cf. PANNENBERG, Wolfhart. Teología Sistemática, Vol. II. Madrid: Universidad Pontificia Comillas, 1996, pp.
415-421.
67
Cf. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Olegario. Op. cit., pp. 84-85.
68
SAN IRENEO. Adv. Haer. III, 20, 2.
69
Sánchez Caro afirma que la creación está orientada hacia Cristo y su segunda venida es consecuencia de su obra.
Así, el hecho y la persona de Cristo, en el centro de la historia, divide a ésta en dos partes perfectamente
cualificadas: la anterior a Él está dirigida hacia ese punto central, la subsiguiente es determinada cualitativamente
por Él. Cf. SÁNCHEZ CARO, J. M. Eucaristía e historia de salvación. Estudio sobre la plegaria eucarística oriental.
Madrid: BAC, 1983, p. 416.
– 21 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
70
Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. III, q. 1, aa. 5-6; In Epist. Ad Galat., c. 4, lec. 2.
71
Cf. OCÁRIZ, Fernando; MATEO-SECO, Lucas F.; RIESTRA, José Antonio. Op. cit., pp.128-129.
72
DANIÉLOU, J. Cristo e noi. Alba: Paoline, 1968, p. 72.
73
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia. Madrid: Encuentro, 2008, p. 26.
– 22 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
74
Cf. RODRÍGUEZ, Victorino. Op. cit., pp. 260-262.
75
Garrigou-Lagrange habla de tres nacimientos del Verbo, según el Evangelio de San Juan: su nacimiento eterno,
su nacimiento temporal según la carne y su nacimiento espiritual en las almas. En el primer caso, su nacimiento se
da en el Padre, en el segundo en María y en el tercero en la Iglesia, por lo cual la Iglesia es también madre de los
hombres y Esposa de Cristo. Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginald. Op. cit. p. 514.
76
Cf. BARTMANN, Bernardo. Op. cit., p. 198.
77
Cf. CODA, Piero. Op. cit., p. 247.
– 23 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
El Hijo de Dios que es engendrado eternamente por el Padre se hace hijo de una
mujer elegida: María. La elección de María es fruto gratuito de la misericordia divina,
pero esta elección está en relación directa con el designio divino de salvar al hombre
por el propio hombre, contando con la participación activa de la humanidad en su
propia salvación, como afirma Hugo de San Victor: Dios tomó «la ofrenda sacrifical
78
Cf. OCÁRIZ, Fernando; MATEO-SECO, Lucas F.; RIESTRA, José Antonio. Op. cit., pp. 133-134.
79
Cf. GHERARDINI, Brunero. La Madre: Maria in una sintesi storico-teologica. 2 ed. Frigento: Casa Mariana, 2007,
pp. 78-81.
– 24 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
de nuestra misma naturaleza, a fin de que el sacrificio por nosotros fuera algo nuestro,
para que la redención nos perteneciera por cuanto que la víctima había sido tomada de
lo nuestro».80
Es necesario distinguir la Madre del Redentor de la persona del Redentor, pero
nunca separarla. Esta distinción es necesaria puesto que María es simple criatura y su
Hijo es el Verbo de Dios hecho hombre para redimir a la humanidad, y su Madre es la
primera redimida –preservativamente–, pero indubitablemente redimida. Hecha la
distinción, no se puede hacer la separación puesto que la Madre del Redentor está
estrechamente asociada a la obra de la salvación. 81 El Verbo no ha tomado la
naturaleza humana mediante una nueva creación o un nuevo acto creatural de Dios82,
sino que ha elegido la vía de la generación humana, para la cual, la participación de
María estaba prevista desde toda la eternidad y se daba en el tiempo anunciado por los
profetas.
La Santísima Virgen, por cierto, conocía las profecías que localizaban el tiempo de
la esperada llegada del Mesías para sus días. Sin embargo, Ella debe haber pasado
inadvertida, como una más entre las mujeres de su pueblo. La profundidad del texto
del Magnificat –que puede ser comprendido como la autorrevelación personal de
María83– sugiere la convicción de que la Virgen conocía las Escrituras y sabía que las
profecías mesiánicas se cumplirían en su tiempo84. La expectación del Mesías, que
vivía todo el pueblo de Israel, en María se hace personal, por eso Ella es considerada
la verdadera Hija de Sión, donde confluyen las antiguas esperanzas de todo el pueblo
de Dios. En María convergen elementos que parecen excluirse recíprocamente:
nacimiento a partir de Dios y a partir del pueblo elegido, lo que es sintéticamente
80
Summa de Sacramentis christianae fidei, I, p. 8, c. 7 [SSL 176, 310]. Cf. AUER, Johann. Curso de Teología
Dogmática, Tomo IV/2, Jesucristo, Salvador del Mundo, María en el plan Salvífico de Dios. Barcelona: Herder,
1990, p. 231.
81
Cf. BARTMANN, Bernardo. Op. cit., p. 192.
82
San León Magno explica que Cristo, según la carne no fue creado de la nada, porque, teniendo la personalidad
divina del Verbo, posee una naturaleza humana común con nosotros en el cuerpo y en el alma, condición sin la
cual no sería, de hecho, mediador de Dios y de los hombres, si el mismo Dios y el mismo hombre no fueren en
ambos único y verdadero. Cf. SAN LEÓN MAGNO. Carta Licet per nostros, a Juliano de Cós (DH 299).
83
Cf. PASCUAL DÍAZ DE AGUILAR, Juan Antonio. Manifestación de María a través de la liturgia. Madrid: BAC,
2004, p. 18.
84
No discutimos la opinión de que el Magnificat es un texto atribuido a María. Puede ser que sí, muchos sustentan
que no. Pero su conocimiento de las Escrituras no debe causar extrañeza, pues por ser llena de gracia, Ella – afirma
M. M. Philipon, O.P. – era dotada de una inteligencia «superior a la de los más grandes genios, pero sobre todo
iluminada directamente por el Espíritu Santo» (PHILIPON, Marie-Michel. Los dones del Espíritu Santo. Barcelona:
Balmes, 1966, p. 370). A creer en la antigua tradición de que María habría vivido en el templo por más o menos
diez años, con certeza ahí habría estudiado las Escrituras con el auxilio de los sacerdotes y escribas. Esta tradición
no encuentra base histórica, puesto que sólo se presenta escrita en el Protoevangelio de Santiago, apócrifo, pero
recibe una señal de aceptación eclesiástica en la fiesta de la Presentación de María en el templo, el 21 de
noviembre (lex orandi, lex credendi) y teológica en muchos autores, como por ejemplo San Andrés de Creta, en la
homilía sobre la Natividad de María. Aunque haya permanecido en casa con sus padres, debió recibir una
educación religiosa especial y debía conocer las escrituras y las profecías mesiánicas confiadas a su pueblo,
asistiendo a las sinagogas en las fiestas judías y todos los sábados, donde se leía por la mañana y por la noche la
Ley y los Profetas, traducidos al arameo, se hacían comentarios y se cantaban los salmos. Sin embargo, María
debería ir a Jerusalén todos los años en peregrinación (a partir de los doce), aprendiendo los salmos graduales
mientras caminaban hacia la Ciudad Santa. La Virgen poseía en grado eminente el Espíritu de ciencia, las cosas
aparecían a sus ojos iluminadas por la claridad de Dios, por el don de entendimiento dado a Ella como no fue dado
a nadie jamás. «El Espíritu de inteligencia –enseña el P. Philipon– la hacía penetrar hasta un grado único el
profundo sentido de todos los misterios de Dios. Ella leía las Sagradas Escrituras con el alma llena de luces
mayores que las de Isaías y los demás profetas» (Ibid., p. 370). Comprendía más que todos los justos del Antiguo
Testamento el simbolismo de las profecías que leía en el templo. (Cf. ROYO MARÍN, Antonio. La Virgen María:
Teología y espiritualidad marianas. Madrid: BAC, 1996, pp. 7; 323 pp. 7; 320-323). Si en el Magnificat –
parafraseando a Joachim Jeremías– no encontramos «ipsissima verba Mariæ», encontramos su corazón. Afirmar lo
contrario sería negar la verdad de las Escrituras.
– 25 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
85
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Gloria: Una estética teológica. Vol. 7: Nuevo Testamento. Madrid: Encuentro,
1998, pp. 51-53.
86
La preparación de la persona de María para recibir la maternidad divina en la Encarnación, pide como
presupuesto su concepción inmaculada, puesto que este santuario fue construido por la acción del Espíritu Santo
desde el inicio de la Concepción de la Bienaventurada Virgen María, como templo real preparado para recibir el
Hijo de Dios. Así que si este templo fuera en algún momento corrompido por algún pecado, la fundación de la casa
construida por la Sabiduría Divina no correspondería y no se ayustaría al cuerpo del edificio. Cf. CERBELAUD,
Dominique. Marie un parcours dogmatique. París: Cerf, 2004, p. 152.
87
«Et mater est et virgo. Et mater quidem spiritu, non Capitis nostri quod est ipse Salvator, ex quo illa
spiritualiter nata est; quia omnes qui in eum crediderint, in quibus et ipsa est, recte filii Sponsi appellantur». (De
sancta virginitatis 6: PL 40, 399).
88
Cf. SCHELKLE, Karl Hermann. A Mãe do Salvador: Maria em sua dimensão histórico-salvífica tipo da redenção e
da Igreja. São Paulo: Paulinas, 1972, p. 9.
– 26 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
Dios ha querido que el pecado cometido por un hombre y una mujer, fuese rescatado
por un Hombre y una mujer, en distintos grados. Por eso, afirma San Basilio:
«Como el primer Adán no nació de hombre y de mujer, sino que fue
plasmado de la tierra, así también el último Adán, que había de curar la
herida del primero, tomó un cuerpo plasmado en el seno de la Virgen para
89
ser, en cuanto a la carne, igual a la carne de los que pecaron» .
La Constitución Lumen gentium, en su número 56 afirma que «El Padre [...] quiso
que precediera a la encarnación la aceptación de la madre predestinada, para que de
esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la
vida». Y añade el Concilio Vaticano II citando a San Ireneo: «[María] obedeciendo
fue causa de la salvación propia y de la del género humano».
Por otro lado, en la magistral Exhortación Apostólica Marialis Cultus, el Papa
Pablo VI refuerza la idea de la naturaleza salvífica y maternal del consentimiento de
María al utilizar expresiones como «maternidad salvífica» y «fiat salvífico»90, bien
como cuando añade: «Se percibe cómo por la aceptación de la humilde servidora del
Señor la humanidad comienza su regreso hacia Dios»91.
La Encarnación, con la consecuente maternidad divina de María, pertenece al
fundamento mismo de la fe cristiana, puesto que el título de Madre de Dios
“Theotokos” es el título de honra más importante de María, toda vez que su
participación maternal no es obra de un proceso biológico, sino obra de la fe,
constituyéndose en el acontecimiento central de la historia salutis, puesto que esa
maternidad aceptada libremente por María se verifica por acción del Espíritu Santo
posterior a esta aceptación, aunque ayudada por la gracia eficaz, caracterizando una
auténtica cooperación de la humanidad con Dios92, pues convenía –afirma también
San Agustín– que Cristo «se hiciese hombre por el hombre»93. Para hacer realidad
este designio divino, Dios ha elegido una mujer para en Ella operarse el misterio
único de la Encarnación y colaborar de manera definitiva y única con su acción
redentora. No resta duda de que el único Redentor es Cristo, pero en esta acción
redentora Él ha querido ofrecer lo que pertenecía a la naturaleza humana, divinizada
por la unión hipostática, proporcionando una participación activa no sólo de su
humanidad, sino de los mismos redimidos en su misterio de salvación. La elección de
María la coloca en el centro mismo de este misterio, puesto que su participación es
definitivamente considerada activa, toda vez que la Encarnación ha dependido de su
aceptación libre y voluntaria, haciendo parte de la estructura misma de la salvación, a
diferencia de las participaciones de las otras criaturas que pueden ser dispensadas o
sustituidas por otras. La participación de María es singular, única e insustituible.
6. ENCARNACIÓN, IGLESIA Y EUCARISTÍA
Analizando el Salmo 18 (6), San Fausto de Riez afirma que Cristo vino a la tierra,
como un esposo que se levanta del cuarto nupcial, a fin de unirse, por la Encarnación,
a la Iglesia en que había de reunir todos los pueblos de la humanidad, judíos y
paganos. Como arras, le ha dado el don de unirse al hombre y como dote matrimonial
89
Cf. SAN BASILIO, Commentarius in Isaiam, 7, 201. (PG 30, 466)
90
Cf. MC, n. 5-6.
91
Cf. Ibid., n. 20.
92
Cf. RAHNER, Karl. María Madre del Señor, p. 17.
93
AGUSTÍN DE HIPONA. Sermón LXXII A 4. En: Obras completas de San Agustín, edición bilingüe, Tomo X,
Sermones (2°) 51-116. Sobre los Evangelios Sinópticos. Madrid: BAC, 2007, p. 359.
– 27 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
94
SAN FAUSTO DE RIEZ. Sermo 5, de Epiphania 2: PLS 3, 560-562.
95
Cf. CODA, Piero. Op. cit., p. 244.
96
Expresión utilizada por el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica Marialis cultus, que señala la naturaleza
salvífica y maternal del consentimiento de María al utilizar expresiones como «maternidad salvífica» y «fiat
salvífico». Cf. MC nn. 5-6.
97
Cf. POZO, Cándido. Op. cit., p. 22.
– 28 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
98
Cf. DE LUBAC, Henri. Memoria en torno a mis escritos. Madrid: Encuentro: 2000, p. 64.
99
Cf. GHERARDINI, Brunero. Op. cit., p. 233.
100
SC 103; cf. MC 22.
101
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Verbum Caro. 2 ed. Brescia: Morcelliana, 1970, pp. 221-222.
– 29 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
102
Cf. BELLOSO, José Rovira. Valoración y frutos teológicos que se obtienen al considerar a María como tipo de
la Iglesia. En: Ciencia Mariana y Posconcilio. Madrid: Coculsa, 1969, p. 135.
103
La teología protestante ha hecho de la guerra a María uno de los principales artículos de su programa de
pseudo-reforma. Suponen ver en el culto a la Virgen un superfluo extraño a la Escritura y una usurpación sacrílega
de la posición que, en la economía de la salvación, está reservada exclusivamente a Cristo, pero la moderna
cristología y el conocimiento verdadero de la perfecta humanidad de Cristo dejan claro que quien abandona a la
mariología, rechaza indubitablemente a Cristo y al verdadero cristianismo. Cf. BARTMANN, Bernardo. Op. cit., p.
192.
104
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, pp. 335-336.
105
Cf. CEC n. 398.
– 30 –
_____________________________Aspectos teológicos de la Encarnación en la perspectiva de la teología del siglo XX
nos las muestre siempre asociadas y que los desarrollos que adquieren en la
conciencia común vayan a menudo a la par. Los vínculos entre la Iglesia y María son
esenciales y están tejidos desde el interior. Estos dos misterios de nuestra fe son más
que solidarios: se ha podido decir que son «un solo y único misterio». 106 Esto
fundamenta teológicamente la verdad de que la maternidad divina de María, que se
hizo real y concreta en el misterio de la Encarnación, es la verdadera imagen de la
maternidad de la Iglesia, como afirma Honorio de Autun:
«La Virgen gloriosa representa a la Iglesia, que también es virgen y madre.
Madre, porque, fecundada por el Espíritu Santo, cada día da a Dios nuevos
hijos en el bautismo. Virgen al mismo tiempo, porque, conservando de una
manera inviolable la integridad de la fe, no se deja corromper en absoluto
por la mancha de la herejía. Así María fue madre dando a luz a Jesús, y
Virgen permaneciendo intacta antes, durante y después del parto. Una ha
dado la salvación a los pueblos, la otra da los pueblos al Salvador. Una ha
llevado la Vida en su seno, la otra la lleva en la fuente del sacramento. Lo
que en otro tiempo fue concedido a María en el orden carnal, es ahora
concedido espiritualmente a la Iglesia: ella concibe al Verbo en su fe
indefectible, ella lo da a luz en un espíritu libre de toda corrupción, ella lo
contiene en un alma cubierta por la virtud del Altísimo».107
Entregando como esclava al Señor su propio ser, María puso en el mundo a quien
Ella había concebido en la fe. Por esto se puede afirmar –sustenta Henri de Lubac– que
todo aquello que se escribe sobre la Iglesia, es posible leer pensando en María y todo lo
que se escribe de María se puede también, en lo esencial, leer pensando en la Iglesia.108
Después de la Encarnación de la Palabra, que es plenitud de la Revelación divina,
la Escritura sólo puede ser comprendida como una función de la corporeidad viva de
Dios. La Escritura misma atestigua esta trascendencia. La palabra atestigua que la
Palabra atestiguada tiene infinitamente más riqueza que la que puede ser consignada
en el testimonio de la Escritura (cf. Jn 21, 25)109. En esto se distingue esencialmente la
palabra posterior a la Encarnación de la palabra anterior a ella. La palabra y la
Eucaristía son el fundamento de la Iglesia de Cristo, que es Palabra de Dios y se
entrega por el Misterio Pascual actualizado en la Eucaristía.
También en la oración se encuentra el perfecto paralelo entre María y la Iglesia, a
partir del misterio de la Encarnación. La acción de la Iglesia, como canal fundamental
de la gracia sacramental, significa para la redención subjetiva lo que María representa
en la realización de la redención objetiva que se inicia en la Encarnación del Verbo.
Las prerrogativas de una pasan así a la otra, y recíprocamente. Como la Iglesia,
mientras en este mundo haya fieles, miembros de Cristo, María los contiene en cierta
medida y los lleva en sus entrañas. Si la Iglesia, por sumisión a la Palabra, aleja todas
las herejías, María las ha vencido igualmente al creer en la palabra del ángel.110
San Agustín afirma que la Iglesia es mayor que la Virgen María porque ésta es
parte de la Iglesia, miembro santo, supereminente, pero miembro del cuerpo total. Si
Ella pertenece al cuerpo total – continúa el cartaginense – luego es mayor el cuerpo
que el miembro111.
106
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, p. 336.
107
Liber mozarabicus sacramentotum, Misa de Nat. Domini. En: DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, p.
343.
108
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, p. 343.
109
Cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Verbum Caro, 1970, pp. 23-24.
110
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, p. 351.
111
Cf. Sermo 25, 7: PL 46, 937. En: Liturgia das Horas, segundo o Rito Romano. Tomo IV, Tempo Comum, 18ª –
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Por otro lado, Scheeben reconoce una superioridad de María sobre la Iglesia:
«En esto mismo vemos el carácter superior y más fundamental de la
maternidad de María con respecto a la de la Iglesia, al mismo tiempo que
la unión orgánica de una y otra. La maternidad de la Iglesia actúa sobre la
base y por la virtud de la de María, la de María continúa actuando en y por
la de la Iglesia» (Dogmatik, 1. V, n. 1819).112
Por consiguiente, si en un sentido María pertenece a la Iglesia, hasta el punto de
que se ha podido a veces llamarla «su hija», con más razones la llamará madre suya,
como lo declaró magistralmente el Papa Pablo VI en la clausura de la tercera sección
del Concilio Vaticano II. Como Madre del Cuerpo místico de Cristo, María se
muestra verdadera Madre de Dios, puesto que la doble dimensión eclesial de
asamblea convocada y asamblea congregada, es decir, los dos aspectos visible e
invisible de la Iglesia, encontrándose, ambas, bajo la maternidad espiritual de María,
trazan un perfecto paralelo con el momento en que la Virgen, aceptando la
encarnación del Verbo, pasa a ser madre no sólo de la dimensión visible (naturaleza
humana) del Hijo de Dios, sino del Cristo total, es decir, madre del Verbo encarnado,
y por tanto, con razón –confirma el Concilio de Éfeso (431)– Madre de Dios.
El origen trinitario de la Iglesia que es en su misma naturaleza eucarística y
humana, no puede estar desencarnada de su existencia material después del hecho
histórico de la Encarnación de Cristo. Si Cristo es verdadero hombre, su «Cuerpo
místico» no puede ser una realidad sólo mistérica, invisible y espiritual, sino que
asume una realidad material que mantiene la intrínseca comunión con el misterio de
Cristo, a través de la Eucaristía, que se celebra en un «hic et nunc» concreto: los
hombres que constituyen la Iglesia no existen en abstracto, sino que son herederos de
una historia en la que la Iglesia se edifica y alcanza su plenitud en la comunión interna
entre sus miembros (peregrinos, purificantes y celestiales) y con Dios Trinidad, lo que
se da material y espiritualmente en la Eucaristía. Esta comunión en las realidades
santas («communio sanctorum sacramentorum»), convierte la Iglesia en sacramento
de Cristo, como Cristo es el sacramento de Dios. Esta sacramentalidad se expresa a
través de dos caminos privilegiados: la palabra de Dios que convoca a la salvación, y
el sacramento, condensación máxima de la palabra y presencia del misterio pascual de
Cristo en la vida de los hombres. La Eucaristía es el memorial de la pascua de Jesús y
reactualización de la misma en la diversidad de los tiempos y de los lugares,
reconciliando a los hombres con Dios y entre ellos mismos. «La comunión eucarística
con Cristo presente, que alimenta la vida de la Iglesia, es al mismo tiempo comunión
en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El hecho de compartir el único pan y el cáliz
común, en un lugar determinado, manifiesta y lleva a cabo la unidad de los
participantes con Cristo y con todos los comulgantes, en todo tiempo y lugar»113. La
Eucaristía hace la Iglesia, comunión en las realidades santas que se dan en la
celebración del memorial eucarístico.114 Por esta razón no se puede prescindir de una
relación íntima y esencial entre la Encarnación, la Iglesia y la Eucaristía. La tarea de
la Iglesia es hacer presente en todo tiempo y frente a todas las situaciones el encuentro
del Espíritu y la carne, de Dios y de los hombres, tal como se realizó en el Verbo
encarnado, la única palabra, el único pan, el único espíritu del Resucitado son los
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7. CONCLUSIÓN
121
Cf. DE LUBAC, Henri. Meditación sobre la Iglesia, p. 386.
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