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Y el mundo se

Cuen
para le tos
con la er
Luna

llenó de moños
Por Sol Silvestre Ilustró: Diego Stigliano

E
- l cuento lo llevó un fraile que tenía permiso Y, claro, en algún momento, la historia cruzó el océano. junto a un montón de monjes (entre ellos, aquel que le en los tiempos de Anselmo era un lujo fenomenal. Y
para salir de la abadía y lo comentó en No sé si habrá sido en boca de algún explorador. Tal fue con el cuento al pescadero). Pero lo principal de esta hacerlo, un privilegio de muy pocos. Es que los copistas
el mercado. Creo que al pescadero. Y vez, de un marinero o un corsario. Porque eso de llevar historia es que Anselmo era copista. se divertían metiendo mano. Quiero decir, hacían sus
el pescadero se lo dijo a su mujer. Y ya y traer historias es algo que hace todo el mundo, sin No, no lavaba copas. Tampoco coleccionaba copos de comentarios y hasta cambiaban algunos detallitos.
sabemos cómo son las mujeres, a la mañana lo sabía distinción de clases ni profesión. A todos nos encanta nieve. No se copiaba en la escuela, aunque por ese lado Así, si en el libro original decía “¡moros a la vista!”,
media aldea: el zapatero y su aprendiz, el sastre, contar historias, desde los tiempos de Anselmo hasta vamos mejor: Anselmo copiaba libros. Y en los tiempos el copista podía escribir “la vista de los moros”, y ahí
la lavandera, el herrero, los soldados del rey, las nuestros días. de Anselmo copiar libros era toda una profesión. Bueno, nomás el libro dejaba de ser un relato de aventuras para
amas de la condesa de Acanomás (y la condesa, por Y eso que pasó una pila de años. ¿Qué digo años? libros –lo que se dice libros–, no eran. En esos tiempos convertirse en un manual de Oftalmología.
supuesto), los vasallos del duque de Masallá (y la ¡Siglos! Porque Anselmo habrá vivido, no sé, ¿en el año se llamaban códices, porque estaban escritos a mano Y así fue, me parece, cómo fueron multiplicándose los
duquesa, que después se lo contó al duque porque 1000? Tal vez, incluso, mucho antes. De lo que sí puedo y se armaban artesanalmente. Se cosían por pliegos y libros. Porque al principio todos hablaban de historia o
ese día, me dijeron, andaba de cacería). dar cuenta es del lugar: Anselmo vivía en una abadía, se encuadernaban con madera o cuero. Tener un libro de religión y después fueron apareciendo un montón de

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otros temas. Y lo mismo, exactamente lo mismo, debe
haber pasado con las letras, supongo.
Porque dicen que las letras no surgieron todas de
pronto. Algunas tardaron en aparecer, como la eñe. En
realidad no sé muy bien cómo es la historia de cada
letra: si las zanahorias aparecieron cuando empezó a
usarse la letra z o si empezó a usarse la letra z cuando
aparecieron las zanahorias.
La que sí conozco es la historia de la letra eñe, que es la
que le contó aquel fraile al pescadero y el pescadero a
su mujer... Bueno, creo que ya les dije eso. La cuestión
es que Anselmo, el copista, estaba como siempre
en la biblioteca de la abadía. Fuera de los ruidos
habituales –el trazo de la pluma, las gotitas de tinta
cayendo sobre el escritorio, la lámpara de aceite que
chispeaba– todo era silencio alrededor. Y él estaba
muy cansado. ¡También! No cualquiera puede estar
mil horas sentado, con la pluma en una mano y la lija
en la otra (porque en ese entonces los errores no se
borraban, ¡se lijaban!), copiando con cuidado letra por
letra, página por página. ¡Ay, cuántas ganas tenía de
terminar! Si hubiera existido el reloj en ese entonces,
segurísimo Anselmo lo habría mirado. Lo que hizo, en
cambio, fue mirar la Luna. Justo, justito, cuando estaba
escribiendo: “África está repleta de monos”. ¡Para
qué! A ver, imagínense esto: una pluma de oca con la
punta cargada de tinta, sostenida por una mano que
acompaña el movimiento de unos ojos a los que justo,
justito, se les ocurre mirar la Luna.
Y sí, fue inevitable que la gota cayera sobre el
pergamino. Más precisamente, sobre la letra ene, a la
que le quedó un sombrerito de lo más simpático, así:
“ñ”. Anselmo, claro, se quiso morir. Ahí nomás agarró
la lija, para enmendar el error. Pero en medio del “lij
lij” (muy suavecito, porque el pergamino tiende a
romperse) se escuchó una voz que venía directo del
sombrerito aquel:
–¡Moño!
¡El mundo se puso patas para arriba, obvio! En la
abadía, porque debe dar impresión que las letras te
hablen. Y en África, porque todos se vistieron de frac:
cuentan que hasta las jirafas andaban con moñito. Y
yo no digo que una revolución igual no haya pasado,
también, con el surgimiento de cada nueva letra. Pero
con la eñe tuvo que ser especial. Mucho más especial.
Primero, porque aquel día nacieron los ñoquis y los
ñandúes y las mañas y cigüeñas y las piñatas y el otoño
y la leña y las arañas y las castañuelas. Y segundo,
porque los hombres conocimos esta historia que –
atravesando siglos y cruzando océanos– llegó para
contarnos del origen de un idioma que (además de ser
el nuestro) está lleno de sueños, añoranzas y mañanas.

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