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(Sol Silvestre)
“Todas las cosas por fuerza inmortal, ocultamente, están ligadas una a otra;
tanto, que uno no puede tocar ni una flor sin perturbar a una estrella”.
(Proverbio azteca)
Al principio de todo, te digo, pensé que la abuela tenía razón. Que al venirnos para
acá habíamos metido la pata hasta el fondo del Nahuel Huapi. Pero después no. Por un
montón de cosas te digo que no. Cosas que al principio parecieron medio catastróficas.
Que hubieran espantado a cualquier creyente, porque fueron como señales, ¿entendés?
Señales que nos decían que algo no andaba bien, que este no era nuestro lugar en el
mundo y que mejor le hiciéramos caso a la abuela y nos volviéramos para Buenos Aires
El primer problema fue con la casa. Porque nadie nos quería alquilar por todo el
año. ¡También! Justo en enero se nos dio por venir: plena temporada alta.
─Nooo, caballero –le dijo el tipo de la casa uno (porque las íbamos nombrando así,
por número) a mi papá ─. Alquilarle todo el año no me sirve, no. Y mucho menos con él ─
no hace falta decir a quien miró─. No es nada personal pero en la casa hay muchos
Y eso que no había visto a Quela, que si no… El de la casa dos sí que la vio, y
enseguidita nos preguntó si era nuestra. A la muy pavota, encima, le dio por ladrar. Que
no, que la casa estaba reservada hasta el 2015; eso nos dijo. Y lo dijo serio, como si fuera
posible creerle semejante barbaridad. Y así siguieron las casas tres, cuatro, cinco…hasta la
─¿Qué querés que haga, mamá? ─le dijo después a la abuela, que protestaba desde
Buenos Aires─ No me queda otra que alquilar como turista. Ya sé que pago tres veces
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más. También lo sé: me lo dijiste. Pero ya van a aflojar cuando baje la temporada, vas a
revista, en una servilleta. A veces sin lapicera, sobre la mesa. Con el dedo dibujaba un
cero, un seis, un dos. Y después ─paf, paf, paf─ iban cayendo el índice, el mayor, el anular
sobre la madera, como si escribiera en un teclado imaginario. Una vez lo escuché decir
doce, trece, catorce, y entonces supe que estaba contando. Con los dedos contaba, como yo; y
a mí me sorprendió porque pensaba que eso de contar con los dedos no era para
ingenieros.
─Con tanto Parque Nacional, ¿podés creer que nadie necesita agrónomos?
Creer lo creía. Porque mirá que íbamos de aquí para allá llevando papeles. Uno de
esos días, en el auto, fue cuando le dije lo del Nahuelito. Y hay que ver cómo se rió. Me
dijo que sí, que lo había leído en algún lado, pero que no me creyera cualquier pavada que
dijeran por ahí. Que los monstruos marinos no existían, y que si así fuera él tendría
trabajo, porque como agrónomo podría investigar qué flora los favorece o qué se yo.
Cuando empecé las clases la seño corroboró la historia: al Nahuelito los mapuches le dicen
trelke, que en mapudungun (el idioma de los mapuches) quiere decir cuero. Pero que la
verdad, la verdad nadie sabe. Porque fotos hay, pero siempre son de re-lejos; además
ahora hay programas en la compu con los que te pueden inventar lo que quieran. Obvio
Y después de lo de la casa, vino lo del volcán. Y todo lo demás: que nos quedamos
sin luz, que nos quedamos sin agua, presos aquí porque ni en auto se podía andar, con
todos los pasos fronterizos cerrados. Para colmo a los pocos días ya nevaba. En el cole sin
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clases, obvio, ¿y yo con quién me iba a quedar? Encima la abuela no podía venir porque
más vale que el aeropuerto estaba también cerrado. El problema fue que todo pasó justo
cuando papá encontró trabajo. Entró al INTA para estudiar el impacto de la ceniza
volcánica en los suelos de la zona. O algo así como eso, no sé bien. Al principio fue un
contrato por tres meses, pero viste cómo son estas cosas ¿Quién se iba a imaginar que esto
iba a durar tanto? Porque el Puyehue no deja de largar ceniza. De entrada dijeron que
estaría así quince días, y después dos meses. Cuatro. Seis. ¿Qué les vas a creer? Igual, vos y
yo sabemos que abajo de esta capa gris sigue estando todo, ¿no? Porque el lago sigue
siendo transparente como siempre. Está bien: hay como una bruma todo el tiempo, pero
eso para la gente que lo mira de lejos, que quiere sacar fotos desde el punto panorámico.
¿No ves? Hasta eso es mejor ahora, porque no me vas a decir que no estabas cansado de
¡Todas! Pensalo: gracias al Puyehue mi papá encontró trabajo. Y casa: porque después de
ese día fue como si las rifaran. Ya no les importaba la temporada, ni yo, ni siquiera Quela.
─¡Podríamos tener un elefante de mascota que nos alquilarían igual, Manu! ─me
dijo papá la noche anterior a mudarnos. Y sí, yo no te digo que a todo el mundo le vino
bien lo del volcán, pero al planeta hay que equilibrarlo. Los que vivían del turismo,
¡pobres! Pero por ahí es algo bueno. Porque antes acá, hace como ochenta años, se
sembraba. Y eso lo sé porque mi papá es agrónomo, pero seguro que se pueden hacer
otras miles de cosas. Yo no puedo creer que en este lugar con tantos lagos y montañas y
Pero la mejor señal de todas fuiste vos, por lejos. En cualquier otro momento nos
habríamos ignorado, es así. Yo me habría puesto a leer, seguro, y mirá que cuando leo no
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estoy quejando. En eso yo también soy un bicho raro: no te creas que me la paso charlando
¡Ese día estabas tan asustado! Yo tampoco andaba muy tranquilo, la verdad.
Ponerse el cielo así de golpe, todo violeta como se puso, no fue una cosa normal. Se me
cruzó que se venía el fin del mundo o algo así; como encima estamos cerca del 2012... Ver
esa sombra morada en los árboles, el lago, los lupinos, las retamas; las nutrias saliendo de
sus escondites; las bandurrias aleteando como locas; los alerces moviéndose como muertos
de risa, o de miedo, no sé; las lengas encorvadas, casi metiéndose en el agua que empezaba
a dar pequeños saltos. Y el viento. Sobre todo el viento. Porque soplaba así como si
quisiera llevarse todo el lago ¿viste? Y en medio de todo eso, a vos se te ocurrió salir. ¿Te
dije que lo primero que vi fueron tus fosas nasales? Al principio pensé que eran los ojos; y
te juro que habría salido corriendo: verlos así, vacíos, como de zombi… Pero por suerte
enseguida te vi los verdaderos, que me miraron como preguntándome qué pasa. Los
tenías así, arrugaditos, con ese brillo que tiene la mirada de Quela en navidad, cuando
todavía no suenan las bombas de estruendo y las bengalas, pero ya parece que las
olfateara.
Cuando se hizo de noche, así de repente y a las tres de la tarde, pensé que ─si tenía
que terminarse el mundo─ estaba bueno no morirme solo. En serio pensé eso, te juro que
ya me caías bien. Y cuando empezó a llover esa lluvia seca, áspera y grisácea (después
supimos que era arena volcánica, pero en ese momento qué se yo qué pensé); cuando
empezó a llover, te decía, ya no tuve más miedo. Pensé que si salíamos de esa, juntos como
estábamos, íbamos a ser amigos para siempre jamás. Es como si todo esto (mudarnos para
acá, el volcán, la arena, la ceniza) hubiera pasado solo para juntarnos a nosotros dos.
Por eso no voy a decir nada. ¿Para qué, para perderte? Porque vos sos una mina de
oro, y vos viste lo que hacen con las minas de oro. ¿Te imaginás el revuelo, si te ven?
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Pasaría lo mismo que en E.T.: los del CNEA ─que trabajan directo con la NASA─
Igual no tenés nada que ver con El Cuero de los mapuches, que siempre andaba
comiéndose a alguno. Y mucho menos con el Nahuelito ese de internet. Vos no das nada
de miedo. Ni de risa. Vos sos lo más lindo que me dio el Puyehue. Y mirá que ese volcán a