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Percibir que las transformaciones culturales generadas por las últimas tecnologías y por cambios en
la producción y circulación simbólica no eran responsabilidad exclusiva de los medios comunicacionales,
indujo a buscar nociones más abarcadoras. Como los nuevos procesos estaban asociados al crecimiento
urbano, se pensó que la ciudad podía convertirse en la unidad que diera coherencia y consistencia
analítica a los estudios.
Sin duda, la expansión urbana es una de las causas que intensificaron la hibridación cultural. ¿Qué
significa para las culturas latinoamericanas que países que a principios de siglo tenían alrededor de un 10
por ciento de su población en las ciudades, concentren ahora un 60 o un 70 por ciento en las
aglomeraciones urbanas? Hemos pasado de sociedades dispersas en miles de comunidades campesinas
con culturas tradicionales, locales y homogéneas, en algunas regiones con fuertes raíces indígenas, poco
1
García Canclini, Nestor. Culturas Híbridas, Estrategias para entrar y salir de la Modernidad, México D.F., Grijalbo, 1989.
ciudades, al hacer visible bajo este nombre múltiples dimensiones del cambio social, volvió cómodo
atribuirles la responsabilidad de procesos más vastos. Ocurrió algo semejante a lo que pasaba con los
medios masivos. Se acusó a las megalópolis de engendrar anonimato, se imaginó que los barrios
producen solidaridad, los suburbios crímenes y que los espacios verdes relajan...
DESTERRITORIALIZAR
nuevas producciones simbólicas.
Para documentar esta transformación de las culturas contemporáneas analizaré primero la
transnacionalización de los mercados simbólicos y las migraciones. Luego, me propongo explorar el
sentido estético de este cambio siguiendo las estrategias de algunas artes impuras.
l. Hubo un modo de asociar lo popular con lo nacional que nutrió, según anotamos en capítulos
anteriores, la modernización de las culturas latinoamericanas. Realizada primero bajo la forma de
dominación colonial, luego como industrialización y urbanización bajo modelos metropolitanos, la
modernidad pareció organizarse en antagonismos económico políticos y culturales: colonizadores vs.
colonizados, cosmopolitismo vs. nacionalismo. La última pareja de opuestos fue la manejada por la teoría
de la dependencia, según la cual todo se explicaba por el enfrentamiento entre el imperialismo y las
culturas nacional populares.
Los estudios sobre el imperialismo económico y cultural sirvieron para conocer algunos
dispositivos usados por los centros internacionales de producción científica, artística y comunicacional
que condicionaban, y aún condicionan, nuestro desarrollo. Pero ese modelo es insuficiente para entender
las actuales relaciones de poder. No explica el funcionamiento -planetario de un sistema industrial,
tecnológico, financiero y cultural, cuya sede no está en una sola nación sino en una densa red de
estructuras económicas e ideológicas. Tampoco da cuenta de la necesidad de las naciones metropolitanas
de flexibilizar sus fronteras e integrar sus economías, sistemas educativos, tecnológicos y culturales,
como está ocurriendo en Europa y Norteamérica.
La desigualdad persistente entre lo que los dependentistas llamaban el primer y el tercer mundo
mantiene con relativa vigencia algunos de sus postulados. Pero aunque las decisiones y beneficios de los
intercambios se concentren en la burguesía de las metrópolis, nuevos procesos vuelven más compleja la
asimetría: la descentralización de las empresas, la simultaneidad planetario de la información, y la
adecuación de ciertos saberes e imágenes internacionales a los conocimientos y hábitos de cada pueblo.
La deslocalización de los productos simbólicos por la electrónica y la telemática, el uso de satélites y
computadoras en la,difusión cultural, también impiden seguir viendo los enfrentamientos de los países
periféricos como combates frontales con naciones geográficamente definidas.
El maniqueísmo de aquellas oposiciones se vuelve aún menos verosímil en los ochenta y noventa
cuando varios países dependientes registran un ascenso notable de sus exportaciones culturales. En
Brasil, el avance de la masificación e industrialización de la cultura no implicó, contrariamente a lo que
solía decirse, una mayor dependencia de la producción extranjera. Las estadísticas revelan que en los
últimos años creció su cinematografía v la proporción de películas nacionales en las pantallas: de 13.9 por
ciento en 1971 a 35 en 1982. Los libros de autores brasileños, que ocupaban el 54 por ciento de la
producción editorial en 1973, subieron a 70 por ciento en 1981. También se escuchan más discos y
cassettes nacionales, mientras descienden los importados. En 1972, un 60 por ciento de la programación
televisiva era extranjera; en 1983, bajó al 30. Al mismo tiempo que se da esta tendencia a la
nacionalización y autonomía de la producción cultural, Brasil se convierte en un agente muy activo del
mercado latinoamericano de bienes simbólicos exportando telenovelas. Como también logra penetrar
ampliamente en los países centrales, llegó a convertirse en el séptimo productor mundial de televisión y
lo extranjero. Tales cambios no eliminan la cuestión de cómo distintas clases se benefician y son
representadas con la cultura producida en cada país, pero la radical alteración de los escenarios de
producción y consumo, así como el carácter de los bienes que se presentan, cuestiona la asociación
"natural" de lo popular con lo nacional y la oposición igualmente apriorístico con lo internacional.
2. Las migraciones multidireccionales son el otro factor que relativiza el paradigma binario y
polar en el análisis de las relaciones interculturales. La internacionalización latinoamericana se acentúa en
las últimas décadas cuando las migraciones no abarcan sólo a escritores, artistas y políticos exiliados,
como ocurrió desde el siglo pasado, sino a pobladores de todos los estratos. ¿Cómo incluir en el esquema
unidireccional de la dominación imperialista los nuevos flujos de circulación cultural suscitados por los
trasplantes de latinoamericanos hacia los Estados Unidos y Europa, de los países menos desarrollados
hacia los más prósperos de nuestro continente, de las regiones pobres a los centros urbanos? ¿Son dos
millones, según las cifras más tímidas, los sudamericanos que por persecución ideológica y ahogo
económico abandonaron en los setenta la Argentina, Chile, Brasil y Uruguay? No es casual que la
reflexión más innovadora sobre la desterritorialización se esté desplegando en la principal área de
migraciones de¡ continente, la frontera de México con los Estados Unidos.
De los dos lados de esa frontera, los movimientos interculturales muestran su rostro doloroso: el
subempleo y el desarraigo de campesinos e indígenas que debieron salir de sus tierras para sobrevivir.
Pero también está creciendo allí una producción cultural muy dinámica Si en los Estados Unidos existen
más de 250 estaciones de radio y televisión en castellano, más de 1500 publicaciones en nuestra lengua y
un alto interés por la literatura y la música latinoamericanas, no es sólo porque hay un mercado de 20
millones de "hispanos", o sea el 8 por ciento de la población estadounidense (38 por ciento en Nuevo
México, 25 en Texas y 23 en California). También se debe a que la llamada cultura latina produce
películas como Zoot suit y La bamba, las canciones de Rubén Blades y Los Lobos, teatros de avanzada
estética y cultural como el de Luis Valdez, artistas plásticos cuya calidad y aptitud para hacer interactuar
la cultura popular con la simbólica moderna y posmoderna los incorpora al mainstream norteamericano."
Quien conozca estos movimientos artísticos sabe que muchos están arraigados en las experiencias
cotidianas de los sectores populares. Para que no queden dudas de la extensión transclasista del fenómeno
de desterritorialización es útil referirse a las investigaciones antropológicas sobre migrantes. Roger Rouse
estudió a los pobladores de Aguililla, un municipio rural del suroeste de Michoacán, aparentemente sólo
comunicado por un camino de tierra. Sus dos principales actividades siguen siendo la agricultura y la cría
de ganado para autosubsistencia, pero la emigración iniciada en los cuarenta se incentivo a tal punto que
casi todas las familias tienen ahora miembros que viven o vivieron en el extranjero. La declinante
economía local se sostiene por el flujo de dólares enviados desde California, especialmente de Redwood
City, ese núcleo de la microelectrónica y la cultura postindustrial norteamericana en el valle de Silicon,
donde los michoacanos trabajan como obreros y en servicios. La mayoría permanece períodos breves en
los Estados Unidos, y quienes duran más tiempo conservan relaciones constantes con su pueblo de
origen. Son tantos los que están fuera de Aguililla, tan frecuentes sus vínculos con los que permanecen
allí, que ya no puede concebirse ambos conjuntos como comunidades separadas:
aún, y más en general, por medio de la circulación continua de personas, dinero, mercancías e
información, los diversos asentamientos se han entreverado con tal fuerza que probablemente
se comprendan mejor como formando una sola comunidad dispersa en una variedad de
lugares.
Dos nociones convencionales de la teoría social caen ante estas "economías cruzadas, sistemas de
significados que se intersectan y personalidades fragmentadas". Una es la de la "comunidad", empleada
tanto para poblaciones campesinas aisladas como para expresar la cohesión abstracta de un Estado
nacional compacto, en ambos casos definibles por su relación con un territorio específico. Se suponía que
los vínculos entre los miembros de esas comunidades serían más intensos dentro que fuera de su espacio,
y que los miembros tratan la comunidad como el medio principal al que ajustan sus acciones. La segunda
imagen es la que opone centro y periferia, también "expresión abstracta de un sistema imperial
idealizado", en el que las gradaciones de poder y riqueza estarían distribuidas concéntricamente: lo mayor
en el centro y una disminución creciente a medida que nos movemos hacia zonas circundantes. El mundo
funciona cada vez menos de este modo, dice Rouse; necesitamos "una cartografía alternativa del espacio
social", basada más bien sobre las nociones de "circuito" y frontera".
Tampoco debe suponerse, agrega, que este reordenamiento sólo abarca a los marginales. Se
advierte una desarticulación semejante en la economía estadounidense, dominada antes por capitales
autónomos. En el área central de Los Angeles, el 75 por ciento de los edificios pertenece ahora a capitales
extranjeros; en el conjunto de centros urbanos, el 40 por ciento de la población está compuesto por
minorías étnicas procedentes de Asia y América Latina, y "se calcula que la cifra se aproximará al 60 por
ciento en el año 2010"." Hay una "implosión del tercer mundo en el primero"," según Renato Rosaldo; "la
noción una cultura auténtica como un universo autónomo internamente coherente no es más sostenible"
en ninguno de los dos mundos, "excepto quizá como una 'ficción útil' o una distorsión reveladora".
Cuando en los últimos años de su vida Michel de Certeau : enseñaba en San Diego, decía que en
California la mezcla de inmigrantes mexicanos, colombianos, noruegos, rusos, italianos y del este de los
Estados Unidos hacía pensar que "la vida consiste en pasar constantemente fronteras". Los oficios se
toman y se cambian con la misma versatilidad que los coches y las casas.
Reportero: Si ama tanto a nuestro país, como usted dice, ¿por qué vive en California
Gómez-Peña:Me estoy desmexicanizando para mexicomprenderme...
Reportero: ¿Qué se considera usted, pues?
Gómez-Peña: Posmexica, prechicano, panlatino, transterrado, arteamericano... depende
del día de la semana o del proyecto en cuestión.
Varias revistas de Tijuana están dedicadas a reelaborar las definiciones de identidad y cultura a
partir de la experiencia fronteriza. La línea quebrada, que es la más radical, dice expresar a una
generación que creció "viendo películas de charros y de ciencia ficción, escuchando cumbias y rolas del
Moody Blues, construyendo altares y filmando en súper 8, leyendo El Corno Emplumado y Art Forum".
Ya que viven en lo intermedio, "en la grieta entre dos mundos", ya que son "los que no fuimos porque no
cabíamos, los que aún no llegamos o no sabemos a dónde llegar", deciden asumir todas las identidades
disponibles:
generar un público de lectores, una revista local de calidad en todos los aspectos, de diseño,
de presentación... para contrarrestar un poco esa tendencia centrista que existe en el país,
porque lo que hay en la provincia no logra trascender, se ve minimizado, si no pasa primero
por el tamiz del Distrito Federal.
Algo semejante encontramos en la vehemencia con que todos rechazaron los criterios "misioneros"
de actividades culturales propiciadas por el gobierno central. Ante los programas nacionales destinados a
"afirmar la identidad mexicana" en la frontera norte, los bajacalifornianos argumentan que ellos son tan
mexicanos como los demás, aunque de un modo diferente. Sobre la "amenaza de penetración cultural
norteamericana" dicen que, pese a la cercanía geográfica y comunicacional con los Estados Unidos, los
intercambios comerciales y culturales diarios les hacen vivir intensamente la desigualdad y por lo tanto
tener una imagen menos idealizada que quienes reciben una influencia parecida en la capital mediante
mensajes televisivos y bienes de consumo importados.
Desterritorialización y re-territorialización. En los intercambios de la simbólica tradicional con los
circuitos internacionales de comunicación, con las industrias culturales y las migraciones, no desaparecen
las preguntas por la identidad y lo nacional, por la defensa de la soberanía, la desigual apropiación del
saber y el arte. No se borran los conflictos, como pretende el posmodernismo neoconservador. Se colocan
en otro registro, multifocal y más,tolerante, se repiensa la autonomía de cada cultura -a veces- con
menores riesgos fundamentalistas. No obstante, las críticas chovinistas a "los del centro", engendran a
veces conflictos violentos: agresiones a los migrantes recién llegados, discriminación en las escuelas y los
trabajos.
Los cruces intensos y la inestabilidad de las tradiciones, bases de la apertura valorativa, pueden ser
también -en condiciones de competencia laboral- fuente de prejuicios y enfrentamientos. Por eso, el
análisis de las ventajas o inconvenientes de la desterritorialización no debe reducirse a los movimientos
de ideas o códigos culturales, como es frecuente en la bibliografía sobre posmodernidad. Su sentido se
Esta travesía por algunas transformaciones posmodernas del mercado simbólico y de la cultura
cotidiana, contribuyen a entender por qué fracasan ciertos modos de hacer política basados en dos
principios de la modernidad: la autonomía de los procesos simbólicos, la renovación democrática de lo
culto y lo popular. Puede ayudarnos a explicar, asimismo, el éxito generalizado de las políticas
neoconservadoras y la falta de alternativas socializantes o más, democráticas adecuadas al grado de
desarrollo tecnológico y la complejidad de la crisis social. Además de las ventajas económicas de los
grupos neoconservadores, su acción se facilita por haber captado mejor el sentido sociocultural de las
nuevas estructuras de poder.
A partir de lo que venimos analizando, una cuestión se vuelve clave: la reorganización cultural del
poder. Se trata de analizar qué consecuencias políticas tiene pasar de una concepción vertical y bipolar a
otra descentrada, multideterminada, de las relaciones sociopolíticas.
Es comprensible que haya resistencias a este desplazamiento. Las representaciones maniqueas y
conspirativas del poder encuentran parcial justificación en algunos procesos contemporáneos. Los países
centrales usan las innovaciones tecnológicas para acentuar la asimetría y la desigualdad con los
dependientes. Las clases hegemónicas aprovechan la reconversión industrial para reducir la ocupación de
los obreros, recortar el poder de los sindicatos, mercantilizar bienes -entre ellos los educativos y
culturales- que luego de luchas históricas se había llegado a convenir que eran servicios públicos.
Pareciera que los grandes grupos concentradores de poder son los que subordinan el arte y la cultura al
mercado, los que disciplinan el trabajo y la vida cotidiana.
Una mirada más amplia permite ver otras transformaciones económicas y políticas, apoyadas en
cambios culturales de larga duración, que están dando una estructura distinta a los conflictos. Los cruces
entre lo culto y lo popular vuelven obsoleta la representación polar entre ambas modalidades de
desarrollo simbólico, y relativizan por tanto la oposición política entre hegemónicos y subalternos,
concebida como si se tratara de conjuntos totalmente distintos y siempre enfrentados. Lo que hoy
sabemos sobre las operaciones interculturales de los medios masivos y las nuevas tecnologías, sobre la
reapropiación que hacen de ellos diversos receptores, nos aleja de las tesis sobre la manipulación
omnipotente de los grandes consorcios metropolitanos. Los paradigmas clásicos con que se explicó la
dominación son incapaces de dar cuenta de la diseminación de los centros, la multipolaridad de las
iniciativas sociales, la pluralidad de referencias -tomadas de diversos territorios- con que arman sus obras
los artistas, los artesanos y los medios masivos.
El incremento de procesos de hibridación vuelve evidente que captamos muy poco del poder si
sólo registramos los enfrentamientos y las acciones verticales. El poder no funcionaría si se ejerciera
únicamente de burgueses a proletarios, de blancos a indígenas, de padres a hijos, de los medios a los
receptores. Porque todas estas relaciones se entretejen unas con otras, cada una logra una eficacia que
sola nunca alcanzaría. Pero no se trata simplemente de que al superponerse unas formas de dominación a
otras se potencien. Lo que les da su eficacia es la oblicuidad que se establece en el tejido. ¿Cómo
discernir dónde acaba el poder étnico y dónde empieza el familiar, o las fronteras entre el poder político y
cómplices, en que hegemónicos y subalternos se necesitan. Quienes trabajan en la frontera en relación
constante con el turismo, las fábricas y la lengua de Estados Unidos ven con extrañeza a quienes los
consideran absorbidos por el imperio. Para los protagonistas de esas relaciones las interferencias del
inglés en su habla (hasta cierto punto equivalente a la infiltración del español en el sur de Estados
Unidos) expresan las transacciones indispensables donde ocurren intercambios cotidianos.
No hay que mirar esas transacciones como fenómenos exclusivos de zonas de densa
interculturalidad. La dramatización ideológica de las relaciones sociales tiende a exaltar tanto las
oposiciones que acaba por no ver los ritos que unen y comunican; es una sociología de las rejas, no de lo
que se dice a través de ellas, o cuando no están. Los sectores populares más rebeldes, los líderes más
combativos, satisfacen sus necesidades básicas participando de un sistema de consumo que ellos no
eligen. No pueden inventar el lugar en que trabajan, ni el transporte que los lleva, ni la escuela en que
educan a sus hijos, ni la comida, ni la ropa, ni los medios que les proporcionan información cotidiana.
Aun las protestas contra ese orden se hacen usando una lengua que no elegimos, manifestando en calles o
plazas que otros diseñaron. Por más usos transgresores que se hagan de la lengua, las calles y las plazas,
la resignificación es temporal, no anula el peso de los hábitos con que reproducimos el orden
sociocultural, fuera y dentro de nosotros.
Estas evidencias tan obvias, pero omitidas habitualmente en la dramatización ideológica de los
conflictos, resultan más claras cuando se observan comportamientos no políticos. ¿Por qué los sectores
populares apoyan a quienes los oprimen? Los antropólogos médicos observan que, ante los problemas de
salud, la conducta habitual de los grupos subalternos no es impugnar la explotación que les dificulta
atenderse en forma adecuada, sino acomodarse al usufructo de la enfermedad por la medicina privada o
aprovechar como se pueda los deficientes servicios estatales. No se debe a falta de conciencia sobre sus
necesidades de salud, ni sobre la opresión que las agrava, ni sobre la insuficiencia o el costo especulativo
de los servicios. Aun cuando disponen de medios radicales de acción para enfrentar la desigualdad, optan
por soluciones intermedias. Lo mismo ocurre en otros escenarios. Ante la crisis económica, reclaman
mejoras salariales y a la vez autolimitan su consumo. Frente a la hegemonía política, la transacción
consiste, por ejemplo, en aceptar las relaciones personales para obtener beneficios de tipo individual. En
lo ideológico, incorporar y valorar positivamente elementos producidos fuera del propio grupo (criterios
de prestigio, jerarquías, diseños y funciones de los objetos). La misma combinación de prácticas
científicas y tradicionales -ir al médico y al curandero- es una manera transaccional de aprovechar los
recursos de ambas medicinas, con lo cual los usuarios revelan una concepción más flexible que el sistema
médico moderno sectarizado en la alopatía, y que muchos folcloristas o antropólogos que idealizan la
autonomía de las prácticas tradicionales. Desde la perspectiva de los usuarios, ambas modalidades
terapéuticas son complementarias, funcionan como repertorios de recursos a partir de los cuales efectúan
transacciones entre el saber hegemónico y el popular. Las hibridaciones descritas a lo largo de este libro
nos hacen concluir que hoy todas las culturas son de frontera. Todas las artes se desarrollan en relación
con otras artes: las artesanías migran del campo a la ciudad; las películas, los videos y canciones que
narran acontecimientos de un pueblo son intercambiados con otros. Así las culturas pierden la relación
exclusiva con su territorio, pero ganan en comunicación y conocimiento.
Ante la imposibilidad de construir un orden distinto, erigimos en los mitos, la literatura y las historietas
desafíos enmascarados. La lucha entre clases o entre etnias es, la mayor parte de los días, una lucha
metafórica. A veces, a partir de las metáforas, irrumpen, lenta o inesperadamente, prácticas
transformadores inéditas.
En toda frontera hay alambres rígidos y alambres caídos. Las acciones ejemplares, los rodeos
culturales, los ritos, son maneras de trasponer los límites por donde se puede. Pienso en las astucias de los
migrantes indocumentados a Estados Unidos; en la rebeldía paródica de los grafitis colombianos y
argentinos. Me acuerdo de las Madres de la Plaza de Mayo dando vueltas todos los jueves en una
ritualidad cíclica, con las fotos de sus hijos desaparecidos como ¡conos, hasta lograr, después de años,
que algunos de los culpables sean condenados a prisión.
Pero las frustraciones de los organismos de derechos humanos hacen reflexionar también sobre el
papel de la cultura como expresión simbólica para sostener una demanda cuando las vías políticas se
clausuran. El día en que el Congreso argentino aprobó la Ley de Punto Final, que absolvió a centenares
de torturadores y asesinos, dos ex desaparecidos se colocaron en estrechas casillas, esposados y con los
ojos vendados, frente al palacio legislativo, con carteles que decían "el punto final significa volver a
esto". La repetición ritual de la desaparición y el encierro, como único modo de preservar su memoria
cuando el fracaso político pareciera eliminarlos del horizonte social.
Ésta eficacia simbólica limitada conduce a esa distinción fundamental para definir las relaciones entre el
campo cultural y el político, que analizamos en el capítulo anterior: la diferencia entre acción y actuación.
Una dificultad crónica en la valoración política de las prácticas culturales es entender a éstas como
acciones, o sea como intervenciones efectivas en las estructuras materiales de la sociedad. Ciertas lecturas
sociologizantes también miden la utilidad de un mural o una película por su capacidad performativa, de
generar modificaciones inmediatas y verificables. Se espera que los espectadores respondan a las
supuestas acciones "concientizadoras" con "tomas de conciencia" y "cambios reales" en sus conductas.
Como esto no ocurre casi nunca, se llega a conclusiones pesimistas sobre la eficacia de los mensajes
artísticos.
Las prácticas culturales son, más que acciones, actuaciones. Representan, simulan las acciones
sociales, pero sólo a veces operan como una acción. Esto ocurre no sólo en las actividades culturales
expresamente organizadas y reconocidas como tales; también los comportamientos ordinarios, se agrupen
o no en instituciones, emplean la acción simulada, la actuación simbólica. Los discursos presidenciales
ante un conflicto irresoluble con los recursos que se tienen, la crítica a la actuación gubernamental de
organizaciones políticas sin poder para revertirla, y, por supuesto, las rebeliones verbales del ciudadano
común, son actuaciones más comprensibles para la mirada teatral que para la del político "puro". La
antropología nos informa que esto no se debe a la distancia que las crisis ponen entre los ideales y los
actos, sino a la estructura constitutiva de la articulación entre lo político y lo cultural en cualquier
sociedad. Quizás el mayor interés para la política de tomar en cuenta la problemática simbólica no reside
en la eficacia puntual de ciertos bienes o mensajes, sino en que los aspectos teatrales y rituales de lo
social vuelven evidente. lo que en cualquier interacción hay de oblicuo, simulado y diferido.
http://www.angelfire.com/la2/pnascimento/ensayos.html