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ACTO POR EL 130 ANIVERSARIO

DEL NATALICIO DE FERNANDO ORTIZ

Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana - 16 julio


2011

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“Ciencia, Conciencia, Paciencia”

Queridos colegas y amigos:

Con estas tres ideas, en las que Fernando Ortiz sintetizó la


máxima de su labor profesional y su actitud ciudadana,
conmemoramos este 16 de julio, el 130 aniversario del nacimiento
del maestro de los estudios cubanos, ocurrido un día como hoy, en
La Habana de 1881.

Lejos de pronunciar esas tres palabras como repetición de un lema


más, me propongo argumentar, entre quienes reconozco a
estudiosos y colaboradores de Don Fernando, el sentido que
alcanza dicha frase en el desarrollo de su vida científica. Desde
esa perspectiva quiero honrar y aquilatar -como él merece, su
actitud de cubano ejemplar, su empírica vocación antropológica y
la vigencia teórica y práctica de su legado.

Ciencia.- Fernando Ortiz Fernández puede considerarse, sin que


me quepa duda, el más útil de los cubanos del siglo XX en las
ciencias sociales. Sostengo esta afirmación una vez más, basado
en el aporte esencial que han significado sus resultados
investigativos en el ámbito de la historia, la arqueología, la
lingüística, la sociología y la antropología, entre otras disciplinas. Y
sobre todo por la visión multifacética de sus estudios sociales. Fue
él un espejo de lo cubano porque nos hizo descubrir y revalorizar

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zonas ocultas de la realidad. Desafiando el ocio, los relojes, la
pereza tropical, solo, sin apoyo institucional, con su talento y la
vehemencia del trabajo realizó una obra monumental que superó
con creces a todos sus contemporáneos.

Recordemos varios títulos de sus libros, y conferencias más


importantes: Los negros brujos (1906), A los gallegos de Cuba
(1912), Entre cubanos, psicología tropical (1913), Los negros
esclavos (1916), Los cabildos afrocubanos (1921), Un catauro de
cubanismos (1924), Los factores humanos de la cubanidad (1939),
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940), Las cuatro
culturas indias de Cuba (1943), Los bailes y el teatro de los negros
en el folklore de Cuba (1951), Los instrumentos de la música
afrocubana (1952), Historia de una pelea cubana contra los
demonios (1959), entre más de un centenar de textos publicados
con su firma.

Analizar integralmente el corpus de la obra de Fernando Ortiz es


una tarea ardua no sólo por la amplia y valiosa bibliografía, sino
también por el estilo desarrollado a lo largo de toda su obra, con
una creatividad que alcanza registros que abarcan desde la frase
definitoria “Cuba es un ajiaco” hasta conceptos como el de
transculturación.

Entusiasmado ante ese neologismo, Bronislaw Malinowski no tardó


en calificar a Fernando Ortiz como un “verdadero funcionalista”,
aunque como él mismo reconoció, su pensamiento va mucho más
allá del análisis de las funciones de los elementos participantes en
los objetos de estudio. El llega a abordar el análisis comparado de
factores históricos, demográficos, étnicos, económicos, estéticos,

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psicológicos, jurídicos y religiosos, que hacen que la idea de la
transculturación además de un trascendental resultado se
convierte en nuevo punto de partida para futuras investigaciones,
con énfasis en las dirigidas a superar las limitaciones de la
denominada «aculturación» defendida por Melville Herkovitz. Así
explica procesos complejos, y demuestra la necesidad de crear
una nomenclatura capaz de eliminar criterios discriminatorios y
acciones depredadoras de unos pueblos sobre otros. Y abre un
nuevo camino de intercambio orgánico que genera un tercer
producto de factura nacional.

Como sentenció Miguel de Carrión en la primera semblanza escrita


sobre el joven investigador cubano ¿Quién es Fernando Ortiz? Yo
lo definiría así; dice el novelista: “el único de nuestros hombres de
ciencia dotado de facultad creadora”.

En realidad, nos encontramos ante una obra que revela un


proyecto moderno, democrático y no reduccionista, animado por
una filosofía que supera el positivismo, el neopositivismo y el
funcionalismo, para situarse con pie firme en el terreno emergente
de la realidad transcultural y del conocimiento transdisciplinario.

Para aprehender la fuerza telúrica de su pensamiento y su


profunda voluntad reformista debemos recordar que fue capaz de
beber del humanismo grecolatino y helénico para hacerlos
reverdecer en una epifanía de lo fundacional identitario. Elevó a
nuevas cotas el ejercicio de la imaginación sociológica, donde
considero que radica el más eficaz recurso científico de Ortiz,

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aliado a la calidad literaria de su discurso metafórico, cuyos
elementos formales sostienen el vuelo de sus contenidos formales.

Señalar los modelos que siguió Fernando Ortiz en el transcurso de


su producción científico-social sería perderse en una espiral,
iniciada por los grandes pensadores de la Antigüedad y
completada por algunos de sus contemporáneos, como Durkheim,
Herskovits, Benedict, Sachs, o el propio Malinowski, aunque el
enfoque y el tono en que Ortíz elabora sus ensayos han sido
comparados más bien con los de Toynbee, Hainchelin y Gerbi.

Por otra parte, como argumenta Jesús Guanche en su artículo


Fernando Ortiz antirracista, las ideas del sabio antropólogo cubano
mantienen su vigencia actualmente debido a que muchas de las
discusiones científicas sostenidas por él se manifiestan tanto en el
sustrato social como en el debate ideológico en su más amplia
acepción; y dan pruebas de su convencida fe en el poder de la
ciencia como vía para fortalecer convicciones, por lo que lo califica
de “connotado divulgador de las ideas antirracistas mediante
artículos, conferencias, libros, discursos y la radio”.

Cierto es que la labor intelectual de Fernando Ortiz va más allá de


la palabra oral o impresa, para prolongarse en un sinfín de
actividades socioculturales, entre las que destaca la creación y
dirección de instituciones científicas y revistas especializadas, sin
excluir su participación en congresos, reuniones y eventos
académicos nacionales e internacionales. Centro y pivote de un
movimiento cultural que fue fermento de una época decisiva para

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el devenir cultural cubano, Ortiz asumió como pocos la fragua de la
nación con una labor promocional y vindicadora.

Doctorado en Derecho por la Universidad Central de Madrid (1901)


y por la Universidad de La Habana (1902), donde ingresó al
Claustro de la Facultad de Derecho en 1908, su quehacer
profesional lejos de circunscribirse a la docencia o la investigación
propiamente dichas se vio complementado por un incansable
espíritu emprendedor en el terreno institucional y editorial, del que
enunciaré solo una mínima muestra cronológica.

En 1910.- asume la dirección de la Revista Bimestre Cubana, en la


Sociedad Económica de Amigos del País, de forma
ininterrumpida hasta 1959.
En 1913.- inicia y dirige la Colección Cubana de Libros y
Documentos Inéditos y Raros, hasta 1929.
En 1923.- participa en la creación y es designado primer
presidente de la Sociedad del Folklore Cubano.
En 1924.- crea la revista Archivos del Folklore, junto a su primer
director Emilio Roig de Leuchsenring, y la dirige desde 1926
hasta su cierre en 1930.
En 1926.- junto a otros intelectuales funda la Institución Hispano
Cubana de Cultura, y es electo su presidente. Invita a la Isla
a prominentes intelectuales españoles como Juan Ramón
Jiménez, Federico García Lorca y María Zambrano entre
otros. Fortalece sus vínculos con la Universidad de La
Habana.
En 1930.- crea y dirige la revista Surco, subtitulada Cultura
contemporánea. Revista de revistas extranjeras.
En 1936.- funda y dirige la revista Ultra, título que identifica su
ideal de la cultura: “¡Más allá, siempre más allá!”, y que
luego complementa con el programa radial Hora Ultra,
apoyado por José Antonio Portuondo.

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En 1937.- crea la Sociedad de Estudios Afrocubanos, dirigida
inicialmente por Emilio Roig de Leuchsenring, y entre 1944
y 1946 por Fernando Ortiz.
En 1944.- preside la Junta Nacional de Arqueología y Etnografía
de Cuba.
En 1954.- asiste al Congreso Internacional de Folklore, en Sao
Paulo, así como a la Conferencia internacional organizada
por la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde
recibió el Doctorado Honoris Causa.
En 1961.- es nombrado presidente de honor de la Academia de
Ciencias de Cuba.
Y en 1968.- Ortiz es invitado como delegado al Congreso Cultural
de La Habana, y participa en el Coloquio sobre las
Aportaciones Africanas en América Latina y el Caribe,
donde es homenajeado por la UNESCO y el Instituto de
Etnología y Folklore de la Academia de Ciencias de Cuba
dirigido por su discípulo Argeliers León.
La vida y la obra de Fernando Ortiz cubren un universo tan
heterogéneo de la cultura cubana que resulta imposible resumirlas
en unas cuartillas; pocas han sido las inteligencias capaces de
alternar el estudio y la creatividad con una premura de información
y una elaboración tan depurada que aún nos sorprende por sus
técnicas de trabajo de campo, su personal metódica, el tratamiento
de los informantes y la recolección de datos y muestras, como por
su capacidad para la organización de los materiales y la
realización de análisis dirigidos no a llenar lagunas de información
o a sobresalir por erudición acumulada, sino a formular con
criterios sustentados nuevas tablas de valores. Estos modos de
hacer dieron pie a categorías que revitalizaron la antropología en
Cuba y en toda la América, porque el fue sin dudas un pionero de
la antropología transcultural.

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Cada uno de sus trabajos puede ser motivo suficiente para la
elaboración de Tesis de licenciatura o doctorado de muchos de los
jóvenes estudiantes de nuestras universidades, así como cada una
de sus obras inéditas, que celosamente conservan en sus fondos
la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País y la
Biblioteca Nacional de Cuba; un verdadero tesoro bibliográfico y
archivístico para las nuevas generaciones sobre todo si como ha
dicho Alfonso Reyes “la sabiduría de Ortiz es válida tanto en el
concepto humanístico como humano”.

Las miras de su pensamiento dialéctico le permitieron en una


época plagada de prejuicios, distinguirse de otros investigadores y
llegar a profundizar sin límite en el estudio acucioso, profundo y
vindicador, con una audacia intelectual reservada a pioneros y
fundadores.

Considerado por Nicolás Guillén como un maestro de cubanos y


de cubanía, el poeta nacional lo definió con estas elocuentes
palabras: “Existe eso que los franceses llaman animateur,
personaje cuya vigilancia descubre, ayuda, empuja, sostiene a los
creadores jóvenes y bien dotados. Algo como esto fue para su
clase Domingo del Monte, en la primera mitad del siglo XIX
cubano. Eso lo fue Ortiz en nuestro siglo XX, pero con una
dimensión humana más amplia…”

Nadie ha conocido y dado a conocer a través de un espejo


cóncavo la idiosincrasia cubana como él. Hace casi un siglo,
cuando en 1913 apareció Entre Cubanos, ya el joven investigador
había sentado cátedra de la más avanzada sociología. Aunque fue
con el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar que su obra

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cobró un sesgo universal en las ciencias sociales, y aún más, a
partir de una metáfora elaborada con sapiencia y originalidad en
torno a la dicotomía tabaco - azúcar, logró denunciar las causas
que marcaban la situación política imperante en Cuba en la
primera mitad del siglo XX, con argumentos como, que: “Cuba no
será de verdad independiente sin que se libre de esa retorcida
sierpe de la economía colonial que se nutre de sus campos, pero
estrangula a su gente y se enrosca en la palma de nuestro escudo
republicano, convirtiéndola en un signo del dólar extranjero”.

Conciencia.- Hombre comprometido con su época, Fernando Ortiz


también se nos presenta desde la altura política de un cubano
progresista, defensor de su país y de las ideas más avanzadas de
su tiempo. Aunque es imposible marcar una línea entre su obra
científica y su ideario democrático, quiero enfatizar en la actitud
consecuente que él asumió ante los principales problemas que
sufría la sociedad cubana.

Por ejemplo, sin apartarnos del Contrapunteo, en sus propias


páginas demuestra cómo a partir del complejo paralelismo entre
dos elementos claves de nuestro paisaje natural y económico
construido con una prosa cuajada de acertijos e invenciones- nos
ofrece una profunda reflexión sobre la realidad política, económica
y social de nuestra nación, al exponer los mecanismos de
dependencia de la economía cubana a la norteamericana. Y lo
hace con el ánimo científico de denunciar un problema que afecta
al pueblo cubano no sólo desde el punto de vista económico, sino

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en la expresión plena de su identidad sociocultural y en la
integración a los valores nacionales.

Igualmente, o aún con mayor denuedo, Ortiz emprendió una


titánica batalla contra todas las causas y manifestaciones de
racismo y discriminación racial.

Un sinnúmero de acciones en torno a esta temática fueron el eje


programático de toda la vida y la obra de Ortiz. Entre ellos el
colosal El engaño de las razas publicado inicialmente en 1946 y
que la Fundación Fernando Ortiz acaba de presentar en su tercera
edición. Con esta obra precursora del código genético y del ADN,
Don Fernando difundía con lenguaje inteligible las teorías en boga
sobre las razas. Desmentía viejas falacias y mostraba la falsedad
de las tesis biológicas sobre la superioridad de las razas.

Volviendo al tema racial, sólo añadiré una cita tomada de su obra


inédita Transculturación y mestizaje, que José Matos ha incluido
en su más reciente artículo titulado Un tambor caribeño para
Fernando Ortiz, quien anotó de una de sus fichas manuscritas y
cito: “Claro está que en Cuba, en toda la América, en todo el
mundo, los problemas raciales están inextricablemente
correlacionados con los económicos, de tal manera que será
imposible pensar en la solución de los unos sin al propio tiempo
considerar la de los otros”.

Quisiera mencionar a muchos otros autores, obras, instituciones,


vinculados a ésta y otras temáticas que evidencian la estrecha
unión existente entre el trabajo científico y la conciencia
comprometida de Ortiz, pero no alcanzaría el tiempo de que

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disponemos en este acto para ello, ni siquiera para esbozar
algunas de las facetas afines a su vocación civil. No puedo
soslayar el trabajo que logró desplegar en el campo de la
jurisprudencia y la criminología, el servicio consular, la Cámara de
Representantes de Cuba , o el propio exilio en Estados Unidos al
que se vio obligado entre los años 1931 y 1934 por causa de su
oposición al gobierno de Gerardo Machado, todo lo cual,
observado en su conjunto y desde la perspectiva del tiempo
transcurrido revela el patriotismo consecuente con que Fernando
Ortiz contribuyó a perfilar el destino de nuestro país.

Paciencia.- Anclados a esta idea, a esta palabra que completa su


máxima ciencia y conciencia, quiero compartir con ustedes algo
que tampoco voy a obviar. Atávicos convencionalismos y
enraizados prejuicios no pudieron impedir que el fruto íntegro de
sus investigaciones fuera aceptado por gran parte de sus
contemporáneos…

Fue persistente y de esa persistencia surgió su noción de la


necesaria paciencia, el rigor científico y la conciencia social, en los
proyectos a los que dedicó su vida. Necesitó mucha calma y
espera, como la que ha requerido su obra para abrir trochas y
señalar derroteros.

Pero tengo la certeza de que esa paciencia ha sido compensada


con la expansión paulatina de los valores de su pensamiento y el
ejemplo de su acción. El paso del tiempo, su vida y su obra no sólo
han tenido eco en investigadores aislados y obras esporádicas,
sino también en la sistematicidad que confieren a estos temas
instituciones cubanas como la Casa de África, la Casa de Altos

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Estudios Don Fernando Ortiz, El Instituto Juan Marinello o la propia
Fundación Fernando Ortiz.

Allí también ese es el lema que nos guía en un sostenido trabajo


que abarca tres colecciones editoriales, la revista de antropología
CATAURO, una serie de Mapas Etnográficos, el programa de
seminarios y actividades científicas, así como adiestramientos
especializados, por no extenderme en enunciar las Colecciones
Digitales, Archivos Audiovisuales y el Sitio Web.

Pero la paciencia a que aludía nos brinda hoy la satisfacción de


comprobar los avances que han venido ocurriendo en la
concientización internacional, a escala de la “aldea global”, sobre
problemas identificados por Don Fernando años atrás. Un ejemplo
concreto es la resolución de la Asamblea General de Naciones
Unidas declarando 2011 como Año Internacional de los Afro-
descendientes, lo que valoramos como una reivindicación más
del aporte africano a la cultura cubana, americana y universal. Y a
la ingente obra de Ortiz.

Creo que, en sentido general, su paciencia y la nuestra han sido


una misma paciencia creadora, que sin dudas ha contribuido a que
la ciencia y la conciencia de Ortiz hayan trascendido más allá de
su muerte, ocurrida el día 10 de abril de 1969, en una Habana muy
distinta a la de su nacimiento en el siglo XIX, tan convulsa como
aquella pero más prometedora.

Ojalá que La Habana de los próximos tiempos, como toda Cuba,


siga siendo fiel a su memoria, como hemos pretendido que sea en
nuestra época; un empeño en el que tantas veces vuelven a mi

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mente las palabras que en su día pronunció -como una
premonición- el poeta y revolucionario Rubén Martínez Villena:

“cuando rueden al olvido piadoso los hombres que usaron


máscara intelectual o patriótica y eran por dentro lodo y serrín,
la figura de Fernando Ortiz, por toda la solidez de su talento y
su carácter, quedará en pie sobre los viejos escombros y será
acogida por la juventud reconstructora para servir como uno de
los pilares maestros sobre los que se asiente la nueva
República.”

Queridos amigos, hace quince años, en enero de 1996, con la


presencia de muchos de ustedes reinauguramos la “Casa de Don
Fernando Ortiz” en esa esquina de El Vedado donde culmina La
loma de Aróstegui. Quiero recordar las palabras que aquella
mañana dije allí. Y leo:

“Una tarde de 1959 toqué a esta puerta: hay puertas que se


abren para nunca cerrarse, esa fue para mí la puerta de esta
casa...

Quiero evocar desde aquí a todos los que en tranvía o a pie


llegaban a entregar sus conocimientos a quien como nadie
supo valorarlos: Trinidad Torregrosa, chekeré, Jesús Pérez,
Oba Ilú, Raúl Díaz, nasakó, Pablo Roche, akilapwa, Marcelino
Ordaz, oriaté, Merceditas Valdés, su pequeña aché…

Hombres tan diferentes como Jorge Mañach o Carlos Rafael


Rodríguez se encontraron en esta casa, donde dejaron su
huella intelectuales de la talla de Alejandro Lispchutz,
Bronislaw Malinowski y los cubanos José Luciano Franco,

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Emilio Roig de Leuchsenring, Julio Le Riverend, Argeliers
León, Nicolás Guillén, Salvador Bueno, Lydia Cabrera, Miguel
Ángel Céspedes, Mariano Rodríguez Solveira, José Antonio
Portuondo, Antonio Núñez Jiménez, ó Conchita Fernández,
que compartieron en sus amplios salones quizás los
momentos más felices de Don Fernando.

Ojalá que nunca dejemos de escuchar en sus pasillos el


sístole diástole de su respiración, una respiración que nutrió
como pocas el tesoro de la Patria, si como él mismo afirmó: la
cultura es la Patria.

Ábranse de nuevo sus puertas y rece en su dintel el lema que


definió la vida y la obra de Fernando Ortiz: Ciencia,
Conciencia, Paciencia.”

Miguel Barnet

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