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HISTORIA DEL ABANICO

Leyendas orientales

Dos leyendas sitúan el origen o la invención del abanico en


el Lejano oriente. Una de ellas cuenta que, durante
la festividad de las antorchas, la bella Kau-Si, hija de
un mandarín, sofocada por el calor se quitó el antifaz que
preservaba su intimidad, y con gesto nervioso y energía
singular lo agitó ante su nariz llegando a formar una
cortina que, además de lograr que su rostro siguiera
invisible para los curiosos -por estar prohibida su visión
a los hombres-, refrescó el aire que la circundaba; el
gesto atrevido, pero inteligente, fue imitado por el resto
de las damas que la acompañaban, para general alivio.12

La otra leyenda llega de Japón y hace referencia más


técnica al origen del abanico plegable. Ocurrió una noche
calurosa en el hogar de un humilde artesano de abanicos,
cuando un murciélago que entró por la ventana abierta fue a
estrellarse contra la llama de un candil cuando el hombre
lo trataba de espantar acuciado por su asustada mujer. Al
día siguiente, la curiosidad del artesano le llevó a imitar
las membranas plegables de las alas del murciélago en la
elaboración de un abanico. Sea cierto o no tal origen, los
más antiguos abanicos plegables japoneses se llaman
«komori», en japonés "murciélago".4

Historia[editar]

Eros ofreciendo a una mujer un abanico y un espejo, como


atributos de la femineidad y la coquetería. Pintura en
una vasija de la Apulia, Museo Arqueológico de
Milán (Italia).

La umbela o quitasol y el flabellum, gran abanico fijo de


largo mango, se consideran precedentes en Egipto –al menos
desde la dinastía XIX– y en Asia del modesto y funcional
abanico plegable y sus variantes occidentales. Ya en la
tumba de Tutankamón se depositaron, como parte
del ajuar del faraón, dos abanicos con mango de metales
preciosos. Asimismo aparecen en los templos de Medinet-
About y en las tumbas de Beni-Hassan, decorando algunas
pinturas y bajorrelieves grandes abanicos de plumas de
avestruz, semicirculares o triangulares, usados al parecer
para ahuyentar insectos y disipar el calor. Y como también
en Asiria sus monarcas aparecen escoltados por sendos
esclavos con parasoles, la investigadora Ruiz Alcón razona
que el sencillo hecho de espantarse las moscas se convirtió
en atributo de los poderosos y la suntuosidad.12

A partir del siglo V antes de Cristo, el flabelo egipcio


aparece en la Antigua Grecia representado en forma
de palmeta en diversos tipos de vasos pintados, con el
mango más corto y manejable, de modo que pudiera utilizarse
con una sola mano. También se han encontrado flabelos en
la civilización etrusca de donde se suponen pasaron a
la Antigua Roma. Se conservan pinturas donde esclavos
abanican con flabelos a las matronas o para avivar el fuego
de los sacrificios.

Abanicos chinos y japoneses[editar]

Abanico gunsen japonés del período Edo (1800-1850)


representando al sol; hecho de hierro, bambú y laca. Museo
de Arte Asiático de San Francisco, California.

Objeto esencial en las culturas china y japonesa, tanto en


ceremonias como en el teatro, que sintetiza la fantasía de
estos pueblos en los diferentes tipos de abanico. Fabricado
en bambú, seda, papel, marfil, tortuga, plumas y crespones,
su suntuosidad llegaría en ocasiones a hacerlo inútil para
su original objetivo: darse aire.12 Uno de los más famosos
fue el que en el siglo XVII el emperador chino Chun-Hi le
regaló a su esposa; estaba fabricado en jade blanco, con
mango de ámbar tallado con bajorrelieves. En China, el
origen del abanico rígido se sitúa hacia 2697 a. de C., con
el emperador Hsiem Yuan, y la referencia escrita más
antigua (1825 a. de C.) menciona dos abanicos de plumas
ofrecidos al emperador Tchao Wong, de la dinastía Chou.

Casi limitado a su uso ceremonial en China, sin embargo en


Japón el abanico ha estado unido a lo cotidiano y a lo
artístico; sobresalen en especial los relacionados con la
ceremonia del té, los usados como objetos en el ritual
Shinto, y los abanicos del atrezo teatral, como los
exhibidos en los dramas Noh y el «tessen» o abanico de
guerra.

En Europa se conoce desde el siglo XVI, traído de Oriente


por los navegantes y comerciantes portugueses. Objeto raro
y caro, fue en principio privilegio de damas linajudas,
como Isabel I de Inglaterra que llegó a pagar 500 coronas
por un bello ejemplar.4 Eran aquellos, en general, objetos
de fantasía con elaborados trabajos de orfebrería en los
mangos y cuerpo de exóticas plumas. Otros modelos, como los
que pinta en Venecia Tiziano eran los llamados de
banderita, muy comunes en la Italia del siglo XVII.

Abanicos españoles[editar]

Cuadro costumbrista de John Bagnold BurgessThe fan


seller (El vendedor de abanicos), pintado durante sus viaje
por España en la segunda mitad del siglo XIX.

La más antigua referencia documental en España aparece en


la Crónica de Pedro IV de Aragón, donde entre los varios
servidores del rey se cita "el que llevaba el abanico".
También se mencionan "dos «ventall» de raso" en el
inventario de bienes del príncipe de Viana; y en contextos
relacionados con la liturgiaeclesiástica aparecen con
frecuencia los «flabellum». Todas son referencias de
finales del siglo XV, anteriores al comercio de
la Península Ibérica con Oriente, que fue la vía por la que
llegaron a Europa los abanicos plegables.13
Los primeros maestros abaniqueros conocidos en España son
del siglo XVII. Así, se cuentan en Madrid Juan Sánchez
Cabezas, Juan García de la Rosa, Francisco Álvarez de Borja
o Jerónimo García. Con ellos trabajan pintores como Duarte
de Pinto y Juan Cano de Arévalo. Una muestra de los
abanicos bordados españoles en aquel Siglo de Oro es el que
aparece en La dama del abanico, cuadro pintado
por Velázquezhacia 1635. En Sevilla, trabajan los talleres
de Carlos de Arocha, José Páez y Alonso de Ochoa. Del 8 de
junio de 1693 se guarda noticia de una solicitud de
abaniqueros madrileños para crear un gremio, que no llegó a
cuajar.14

Los defectos técnicos de los abanicos españoles hicieron


que su producción fuera superada a finales del XVII por los
fabricantes franceses e italianos. La perdida primacía no
se restableció hasta el último cuarto del siglo XVIII,
cuando el gobierno de Carlos II decidió subvencionar esa
industria, traer de Italia un buen maestro en el oficio y
limitar la entrada en España de abanicos extranjeros. En
ese mismo periodo, también en Madrid, se conocen talleres
en la calle del Carmen y en la Red de San Luis.

Anota Eugenio Larruga que, bajo la protección del conde de


Floridablanca, se instaló en España Eugenio Prost, artesano
francés que, ayudado por su esposa, puso la calidad
española a la altura del resto del continente.15 16 Casi a
punto de concluir el siglo XVIII, se oficializó
el gremio de abaniqueros fundándose en Valencia la Real
Fábrica de Abanicos.17

Valencia y Colomina[editar]

La calidad de la producción valenciana hizo que floreciera


definitivamente en España la industria del abanico; de ese
periodo son famosos los talleres de Baltasar Talamantes,
Puchol, Mateu y Chafarandes. Estos tres últimos tuvieron
que acudir a Fernando VII cuando en 1825 se instalaron en
Valencia dos fabricantes franceses, Coustelier y Simonet,
este último importador de los abanicos de la casa francesa
Colambert. La competencia inspiró a algunos artesanos como
el alicantino José Colomina Arquer (1809-1875),18 cuya
fábrica supuso para la ciudad de Valencia un sello de
calidad y prosperidad, admirada por Amadeo I de España en
su visita a la capital del Turia.619 Colomina impuso
diversos estilos todos ellos con el apellido de la
monarquía española, así el estilo cristino en el periodo de
la regencia de María Cristina de Borbón (1833-1844), al que
siguió el isabelino con Isabel II de España (1844-1868),
el pericóncontemporáneo de la regencia de María Cristina de
Habsburgo (1885-1895) y el estilo alfonsino con Alfonso
XIII (1902-1931). En ellos se desplegaba temas mitológicos,
de género, galantes, bucólico-pastoriles, históricos,
religiosos, "revival" e incluso infantiles.20

Talleres importantes a finales del siglo XIX e inicios del


XX son los de Francisco Martí, José Tior, Juan Bautista
Montaignal, Pedro Chara o José Herans (súbdito belga
establecido en Valencia).nota 3

Lenguaje y códigos[editar]

Dama con velo vestida ‘a la boloñesa’ (1768), por Alexander


Roslin. La modelo fue Susana Giroust, esposa francesa del
pintor sueco. Museo Nacional de Estocolmo.

En un principio su uso era común para ambos sexos, llevando


los hombres pequeños ejemplares en el bolsillo,6 y las
mujeres unos de mayor tamaño como el "abanico de
pericón".nota 421 Su utilización se hizo progresivamente
exclusiva de las damas, llegando a desarrollar un
complicado código o "lenguaje del abanico" (según la
posición en la que se situaba, o la forma de sostenerlo o
usarlo, se estaba transmitiendo un tipo de mensaje u otro).

Así, por ejemplo, abanicarse rápidamente mirándote a los


ojos se traducía como “te amo con locura”, pero si se hacía
lentamente, el mensaje era muy distinto: “estoy casada y me
eres indiferente”. Abrir el abanico y mostrarlo equivalía a
un: “puedes esperarme”. Sujetarlo con las dos manos
aconsejaba un cruel “es mejor que me olvides”. Si una mujer
dejaba caer su abanico delante de un hombre, el mensaje era
apasionado "te pertenezco". Si lo apoyaba abierto sobre el
pecho a la altura del corazón: “te amo”. Si se cubría la
cara con el abanico abierto: “Sígueme cuando me vaya”. Si
lo apoyaba en la mejilla derecha equivalía a un “sí”, pero
si lo apoyaba sobre la izquierda era un “no” rotundo y
cruel.22

Simbolismo[editar]

Atributo de rango en Asia y África, como símbolo


relacionado con el elemento aire, el viento, lo aéreo y lo
celeste.

Asociado a la liberación de la forma en el taoísmo, Chung-


li Chuan (el primero de los ocho inmortales chinos) lo
usaba para avivar el espíritu de los muertos;23 considerado
como su emblema, suele tener perfil acorazonado y adornarse
con plumas.a24

En Occidente, como objeto pequeño y plegable, es símbolo de


la imaginación y el cambio que representan las fases de la
Luna; desarrolla así el simbolismo selénico y los atributos
de las esferas de la imaginación y lo mudable comunes a lo
femenino. Cirlot explica esa trasmutación fenoménica lunar
como "alegorismo erótico": "no ser, aparecer, crecer, ser
plenamente, disminuir"... El juego de un abanico. Retomando
lo dicho por Revilla, añade Cirlot: «Los abanicos de este
tipo suelen tener perfil de corazón, a veces están
adornados con plumas, que refuerzan su integración en el
simbolismo general aéreo y lo celeste y son atributos de
rango en diversos pueblos de Asia y África. Todavía los usa
con este sentido cósmico el romano pontífice.»25

Por su parte, el surrealista germano-francés Max Ernst, lo


usa en uno de sus cuadros como elemento fantasmagórico,
recuperando el sentido heraclitiano del "todo pasa".25

Instrumento de seducción[editar]

La historia de la pintura universal, desde el


grabado japonés a los impresionistas, ha dejado una variada
colección de ejemplos pictóricos que recogen y amenizan la
estética del abanico como arma de seducción femenina.26

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