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REAL ACADEMIA DE SAN CARLOS DE LA NUEVA ESPAÑA

Hubo en la Ciudad de México un primer intento para formar una academia "o sociedad o
compañía" de pintura en 1754. El intento fracasó, El error de estos artistas fue creer que
podían fundar una academia siguiendo el procedimiento por el que se habían fundado las
academias del Renacimiento, a impulsos de los mismos autistas Pero de esto ya habían
pasado doscientos años y en pleno siglo del absolutismo no se podía emprender ningún
proyecto que no contara de antemano con la aprobación del rey. Podemos así considerar
que nuestra fundación hubo de transcurrir por tres etapas: Escuela de grabado (1778-
1781), escuela provisional de Bellas Artes (1781-1783) y Real Academia a partir de 1783.
En España, Carlos III parecía preocupado por algunas anomalías y desatenciones de sus
casas de Moneda en las colonias de América, Por esta razón había mandado un grabador
académico de San Fernando, Francisco Casanova, para que se encargara de la grabaduría
mayor de la casa de México, peto en poco tiempo empezó este artista a perder la vista, de
manera que en 1773 se nombró, como su lugarteniente, a Alejo Bernabé Madero, quien
vino con nombramiento de grabador honorario, inferior en rango a Casanova Parece que
Madero no era académico, lo que movió el- ánimo del rey a designar otro que sí lo fuera,
Jerónimo Antonio Gil, académico de San Fernando en el ramo de grabado, quien pasó con
el cargo de grabador propietario, nombrado el 15 de marzo de 1778.
Aparejada a su nombramiento de grabador mayor y propietario de la Casa de Moneda, Gil
traía la encomienda real de establecer una escuela de grabado, con "la obligación de
enseñar a los discípulos que se os pongan, para destinarlos a las demás casas de moneda
de Indias”. Como artista formado en el más puro academicismo, Gil traía en sus 24 cajas
una serie de estampas y libros adecuados a la enseñanza del dibujo, cimiento y base de
todas las bellas artes clases se iniciaron en la mucha incomodidad de los aposentos de la
Casa de Moneda, con los cuatro discípulos que vinieron con Gil desde Madrid y los tres
que trabajaban y aprendían como oficiales en la dicha Casa de Moneda Los primeros eran
Gabriel y Bernardo Gil, hijos del grabador, Tomás Suda y José Esteve; los segundos eran
Lorenzo Benavides, Ignacio Bacerot y José Leonel de Cervantes. Alguna ampliación se hizo
en los aposentos de la Casa de Moneda, pero la creciente afluencia de los alumnos que
acudían con la intención de aprender el dibujo, base de toda ocupación artesanal, pronto
rebasó el espacio de la escuela, lo que debió causal gran satisfacción a Gil, se dio cuenta de
que en la Nueva España no había profesionales en las finas artes y que estos debían ser
enviados desde Europa, por lo que empezó a promover la creación de una academia de
artes como las que había en España. Determinándolo a apresurar la realización del
proyecto de construir, sobre el éxito de la escuela de grabado, una completa Academia de
Bellas Artes.
Esta institución fue fundada el 4 noviembre de 1781, en honor al rey Carlos III (de ahí su
nombre), en el día de su santo. Empezó a impartir clases bajo el nombre de Academia de
las Tres Nobles Artes de San Carlos: arquitectura, pintura y escultura de la Nueva España.
Utilizando provisionalmente el mismo edificio de Moneda (hoy Museo de las Culturas).

Carlos III da su aprobación, expide los estatutos, escatima tres mil de los doce mil pesos
anuales que le solicita el virrey Mayorga y recomienda el edificio de San Pedro y San Pablo
para establecer la Academia.
Al ser la primera escuela de arte fundada en el continente americano, durante varios años
tuvo gran afluencia de jóvenes provenientes de otros países que llegaron a conformar una
plantilla de alrededor de 400 alumnos.
El virrey (Martín de Mayorga) mandó integrar un expediente con todo lo actuado y lo
remitió a la corte. Casi seis meses después, el 4 de abril de 1782, Mangino volvió a
promover, esta vez informando a Mayorga del fondo reunido y proponiéndole, para
conformar la Tunta Preparatoria, a los siguientes personajes: Para viceprotector se
propuso él mismo; para consiliarios al corregidor y al regido decano de la nobilísima
Ciudad de México, Francisco Antonio Crespo y José Ángel de Cuevas y Aguine,
respectivamente; al prior y al cónsul más antiguo del Consulado, don Antonio Barroso y
Tonubia y don Antonio Basoco, respectivamente; al administrador general y el director del
Tribunal de Minería, Juan Lucas de Lasaga y Joaquín Velázquez de León, al marqués de San
Miguel de Aguayo y al mariscal de Castilla y marqués de Ciria Para secretario propuso al
apartador general José Ignacio Bartolache y para director general a Jerónimo Antonio Gil.
El director general quería apresurar el proceso de fundación; el 4 de julio de 1782 solicitó
ante la Junta que se suministraran papel, carboncillos y láminas a los discípulos de notoria
pobreza, sus "pobres de solemnidad" Casi enseguida, el 18 de julio de 1782, presentó un
escrito que por el alcance y audacia de su contenido induce a pensar en la seguridad que
tenía de que su proyecto de academia habría de cristalizar. En primer lugar, propuso que se
nombraran profesores de la Academia de San Fernando para que vinieran a enseñar las
bellas artes a México, pero en su euforia no se conformó con menos que las figuras
principales de la corte Para las clases de pintura, en primer término propuso a Salvador
Maella; para las de escultura a Isidro Carnicero y para la arquitectura a Juan de Villanueva,
En segundo lugar, previendo que los anteriores no aceptaran, sugirió a Agustín Esteve para
la pintura, Ildefonso Bergaz para la escultura y Antonio Machuca para la arquitectura.
En segundo término solicitó una colección de vaciados de estatuas griegas y romanas, de
cabezas, pies y manos existentes en San Femando y una serie de libios y estampas, todos
de corte clásico, para la enseñanza académica. Los libros solicitados eran Herculano y
Pompeya, Ornatos de las logias de Rafael, estampas de la Calcografía Real, Jarrones
etruscos, retratos por Deling y Drebed, Estampas de la columna Antonina, Antigüedades
de Palmiía. Obras de Piranesi, Estampas de Le Poutre, Historia de España del padre
Mariana, La conquista de México por Solís, Crónicas de los revés de España editadas por
Sancha y La guerra de Yugurta de Salustio, La Junta recibió el escrito de Gil y pasados unos
días los remitió a Madrid.

Mientras la corte proveía las plazas propuestas por Gil, éste, que no perdía tiempo,
contrató a los pintores de mayor prestigio en el virreinato para que desempeñaran la tarea
de correctores en las clases de dibujo, siguiendo siempre el modelo de la Academia de San
Fernando. Fueron estos artistas Francisco Ciapera, losé Alcíbar, Rafael Gutiérrez, Andrés
López, Juan Sáenz, Mariano Vázquez, Manuel Serna y Manuel García. Para las clases de
escultura llamó a Santiago Sandoval y para principiar con la de arquitectura al ingeniero
militar Miguel Costansó y a Damián Ortiz de Castro. Francisco Antonio Vallejo empezó
también a trabajar en la Academia, pero sus enfermedades no le permitieron permanecer
en ella más que dos meses. Con estos artistas empezó a trabajar la futura Academia, Ellos
fueron, junto con Gil, los verdaderos fundadores.
Enterado el rey de todos los pasos seguidos para la fundación de la Academia dispuso,
como era pertinente, que su virrey en la Nueva España le hiciera un informe sobre la
conveniencia de dicha fundación, pues no se podían crear instituciones sin una verdadera
justificación. La tarea le fue encomendada a la persona idónea, don Ramón de Posada,
entonces fiscal de la Real Hacienda, escribió un informe que presentó al virrey, ya para
entonces Matías de Gálvez, que éste a su vez remitió a Madrid.
Se empieza a formar la pinacoteca, con pinturas traídas principalmente de conventos
suprimidos, y desde 1782 Carlos III ordena el envío de libros para formar la biblioteca de la
Academia.

Es el dibujo la base en que descansan todos los oficios y los artefactos, además de que es
útil pata todas las artes, incluyendo la guerra. Su razonamiento pragmático consistía en
advertir cómo la riqueza América se rugaba hacia otras naciones cuyos productos
atestaban los mercados. Su idea era que la enseñanza del dibujo en las aulas de la
Academia proporcionaría mejor formación a los artesanos, capacitándolos para competir
con éxito contra los productos provenientes de otros países, con el consiguiente beneficio
para la nación y el Estado.
El informe de Posada está fechado en 13 de julio de 1783, y el día 31 siguiente se trasladó
al soberano, Revisado el expediente y los informes, Carlos III expidió su real provisión
fechada en Madrid el 25 de diciembre de 1783 en uno de cuyos párrafos, después de
hacer la relación de antecedentes, mandaba: que desde luego tenga efecto, y así queda
erigida, establecida y aprobada en Real Academia de las Artes con el título de San Carlos
de Nueva España.
El virrey Matías de Gálvez recibió la real provisión y ordenó su publicación en todo el
virreinato por bando de 2 de abril de 1784.
Posteriormente se expidió la Cédula Real el 18 de noviembre de 1784 para constituir la
Real Academia de San Carlos de la Nueva España y se difundió la real orden por el virrey
Matías de Gálvez el primero de julio de 1785. Las primeras clases son impartidas por
Jerónimo Antonio Gil y posteriormente se envían maestros de la Academia de San
Fernando, España.

El objeto de los estudios era la enseñanza del dibujo, la pintura, la arquitectura, la


escultura y el grabado en lámina y en hueco. Es significativo que el grabado se incluyera en
el mismo rango que las otras bellas artes, cuando en España, en las primeras versiones de
los estatutos de San Fernando no se hallaba incluido junto a la pintura, la escultura y la
arquitectura y no sería sino hasta las reformas de 1757 cuando se le consideró hermanado
a las otras tres ramas plásticas, Influyó sin duda, el hecho de que el embrión de la
academia hubiera sido la escuela de grabado de la Casa de Moneda y el principal
promotor un maestro de grabado.
El objetivo primordial al fundar la Academia de San Carlos era educar y capacitar a los
llamados “naturales”, es decir, los indígenas de la Nueva España. Para ello se invitó a
artistas españoles relevantes, como Manuel Tolsá, que formaron parte del grupo de
profesores que impartieron cátedra, tomando en cuenta los modelos franceses, ingleses y
españoles como principal influencia. Su florecimiento se dio durante los Siglos XVIII y XIX,
pues fue el punto de origen de casi toda la pintura, la escultura y el dibujo que se produjo
en México y Centroamérica en ese momento.
En lo que se refiere a la arquitectura, los errores cometidos por aficionados locales era un
buen argumento: "la necesidad de buenos arquitectos es en todo el reino tan visible, que
nadie puede dejar de advertirla; principalmente en México, donde la falsedad del sitio y el
acelerado aumento de la población hacen muy difícil el acierto para la firmeza y
comodidad de los edificios", informó Mangino.

Entre los estatutos se menciona que, para cada sección, habría cuatro alumnos
pensionados que así podrían emplear todo su tiempo en el estudio, que deberían ser de
sangre pura (españoles o indios), que cada tres años se entregarían medallas para mejores
artistas, "y que ciertas personas asistirían a los salones de clase así para lo que pudiera
ofrecerse a los directores como para impedir las conversaciones y juguetes de los jóvenes.”
Con la segunda remesa (1785) la biblioteca cuenta con 84 títulos de los cuales 26 eran de
arquitectura. Bastaba ver los temas de éstos para darse cuenta de que estaba definida la
tendencia de la escuela: tratados de Vitrubio y Viñola, en diferentes ediciones, otras obras
sobre órdenes clásicos, Herculano, Pompeya, Antigüedad romana (Piranesi), La columna
de Antonino, Las Antigüedades de Palmira entre otros. El primer profesor de arquitectura,
González Velázquez era naturalmente de tendencias clásicas.
En otra real orden fumada en Madrid el mismo día 12 de abril de 1786, el ministro
comunicaba que Su Majestad nombraba para la Academia de San Carlos de la Nueva
España a los siguientes artistas: A Ginés de Andrés de Aguirre para primer director de
pintura, a Cosme de Acuña para segundo director de pintura, a Manuel José Arias como
director de escultura y a Antonio González Velázquez como director de arquitectura Todos
eran académicos de mérito de San Fernando, excepto Acuña, de quien se dice que era
alumno solamente, Todos estaban dotados con dos mil pesos anuales, que empezarían a
correr en el momento en que se embarcaran.
En 1791 viene a México Manuel Tolsá, con una colección de reproducciones en yeso de
esculturas europeas famosas, quien sustituye a Manuel Arias como director particular de
escultura. En el mismo año la Academia se establece en el edificio que había pertenecido
al hospital del Amor de Dios, fundado para enfermos de bubas y males venéreos. Primero
se rentó y después se compró el ex hospital y casas anexas permaneciendo allí
definitivamente. Hubo intentos fallidos de construir un edificio para la Academia en donde
se hizo después el Colegio de Minería, y también se intentó adaptar diversos locales.
En 1791, la Academia se mudó a su nueva sede en la esquina de las actuales calles de
Moneda y Academia, establecida en el inmueble que antiguamente ocupaba el Hospital
del Amor de Dios, el cual fue modificado para alojar a los alumnos.
Dicha sede fue la definitiva, pues a pesar de que se pensaba construir un edificio para la
escuela, este nunca se realizó.
El primer alumno que recibió el título de académico supernumerario en arquitectura fue
Esteban González en 1788, quien presentó un proyecto de aduana. El grado de académico
de mérito en arquitectura lo solicitan personas con experiencia como arquitectos: Tolsá,
que ya poseía el grado en escultura desde España; Francisco Eduardo Tresguerras y José
Damián Ortiz de Castro. Para graduarse los tres presentaron proyectos: Tolsá del Colegio
de Minería, un retablo y la celda para la marquesa de Selva Nevada en el convento de
Regina; Ortiz, que era maestro de arquitectura de esta ciudad y de la catedral, presentó un
proyecto de reconstrucción de la iglesia de Tulancingo; Tresguerras solicitó el título en
1794, pero no se ha encontrado en los archivos de la Academia nada que demuestre que
lo haya obtenido
Los maestros de arquitectura que habían sido nombrados por el Ayuntamiento se tuvieron
que recibir de académicos de mérito con la obligación de que antes de ejecutar una obra
debían presentar el proyecto a la junta Superior de Gobierno, y sujetarse "sin réplica ni
excusa alguna a las correcciones que se hicieran en ellos con apercibimiento de que en
caso de contravención se les castigaría severamente". Sin embargo estos maestros, que
generalmente sólo tenían conocimientos prácticos, resolvían sus problemas teniendo
como dibujantes a los alumnos de la Academia. No se sabe desde cuándo ni por qué la
Academia expidió el título de agrimensor. Consta que Antonio Icháurregui, maestro mayor
de arquitectura de Puebla y académico supernumerario de la Real de San Carlos solicita
dicho título en el año de 1797.
La academia tardó en desenvolverse. En 1796 se enviaron trabajos de 11 alumnos (se
incluyeron también de ex alumnos), a un concurso que se realizó en la Academia de
Madrid, y las opiniones del jurado fueron bastante desfavorables; en relación con pintura y
escultura se dijo que deberían tomarse mejores modelos para copiar y no amaneradas
estampas francesas, y en cuanto a los futuros arquitectos se criticó la falta de principios
fundamentales en dibujo, proporciones y ornato. En conocimientos técnicos parece que
estaban peor: en 1795 y 1796 la Academia es consciente de sus problemas e informa al
virrey que la enseñanza sería más efectiva si además de copiar a Vitrubio y el palacio de
Caserta aprendieran la técnica de las monteas, cálculo de arcos y bóvedas, materias de
construcción, "formación de cimbras, andamios y demás cosas pertenecientes a la
práctica."
Si bien desde su fundación la Academia no contaba con suficientes recursos económicos,
con las guerras de independencia empeoró. En 1811 dejaba de percibir la real dotación y
en 1815 sus dos más fuertes contribuyentes, minería y el consulado, suspenden también
sus entregas. Entre 1821 y 1824 no hubo más remedio que cerrar la Academia. Para
después ser reabierta como Academia Nacional de San Carlos.

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