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CAPÍTULO III: “ADULTOS DEL SIGLO XXI. LOS CHICOS DE HOY”.

Futuros Adultos.

Se harán adultos en las primeras décadas del siglo XXI. En los sectores medios urbanos
crecieron con televisor encendido durante el día, jugueterías hechos para ellos, boliches,
casetes, CDs, con una publicidad que aprendió del psicoanálisis a apuntar su munición a
los deseos infantiles inconscientes sin dejar funcionar mínimamente a la razón. Crecieron
sobreagendados. En los sectores medios y altos con clases de inglés y computación. En los
sectores bajos, trabajando. Los adolescentes de clases altas eran considerados como
inversiones a través de profesiones o alianzas matrimoniales; los de sectores medios se
convirtieron en una carga para los padres, con adolescencias cada vez más prolongadas.

En todos los sectores los chicos crecen conociendo una diversidad de grupos familiares,
con una enorme cantidad de información disponible. Crecen en una subcultura creada
para ellos por adultos que no quisieron dejar de ser adolescentes. Todos forman parte de
la llamada “cultura adolescente”.

Si la “buena educación” comenzó a ser demolida en los años 50 por jóvenes blancos
norteamericanos que imitaban a los negros, el proceso sigue profundizándose. La ropa
pasó a usarse sucia y rotosa, las malas palabras aparecieron en el lenguaje cotidiano y en
los medios.

La publicidad y el consumo han crecido con ellos y forman parte importante de sus vidas.
Todos consumen. La publicidad ubica modelos sociales no solo para los adolescentes sino
para adultos que no quieren perder la juventud.

La cuestión de la diferenciación de género aparece de manera contradictoria: por un lado,


gana lo unisex y por el otro, surgen jóvenes que explotan diferencias genéricas al máximo.

La consigna es no preocuparse, no angustiarse demasiado. En contraposición con sus


abuelos, estos jóvenes, no se sienten frágiles ante casi nada.

Parecer o perecer.

La adolescencia ha sido definida como una etapa de la vida propia de los sectores medios
urbanos, identificable por un medio de vida, un modo de vestir, gustos musicales, un
aspecto físico. Los sectores populares no tienen la posibilidad de disfrutarla ya sea porque
deben trabajar o por embarazos prematuros. En la segunda mitad del siglo XX la
adolescencia pasó a ser un momento privilegiado que había que vivir intensamente,
sintiéndose exponente del ideal social.

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Entre los 50 y 60 emergió la generación que usó el término “viejos” para llamar a los
padres. Fueron los primeros adultos adolescentes. Diferenciaron la “cultura adulta” (vieja,
diurna) de la “adolescente” (nocturna). Mario Margulis la ha denominado cultura de la
noche, porque “la noche aparece como la ilusión liberadora. La noche comienza cada vez
más tarde. Se procura el máximo distanciamiento con el tiempo diurno, con el tiempo de
todos, de los adultos, el tiempo “reglamentado”; la mayor separación entre el tiempo de
trabajo y el tiempo de ocio. Este tiempo distanciado conquistado a contracorriente de las
costumbres y los hábitos, este tiempo especial, parece propicio para la fiesta”.

¿Por qué “ilusión liberadora”? Porque esa ilusión es ilusoria en la medida en que no son
jóvenes quieres crean las reglas, regulan el espacio, los horarios. También ilusión
liberadora porque el mundo de la inseguridad, del desempleo, de la violencia, de la
pobreza, del pesimismo que arrastra la sociedad adulta actual queda afuera de los
decorados plásticos, la bebida, la música, la belleza juvenil. Por eso esta cultura destinada
a los adolecentes crece y se mantiene con éxito: opone un mundo perfecto a las
imperfecciones cotidianas, opone “el todo está bien” a la queja y el pesimismo
permanente. En este ambiente el adulto-adolecente consiguen mimetizarse con sus
ídolos, los jóvenes.

La cultura de la noche excluye a los adultos, o por lo menos acepta solamente a los
adultos- adolecentes. Al hacerlo crea una ilusión de homogeneidad de “somos solos
jóvenes”

La cultura adolecente es amplia, incorpora de todo desde quienes no viven sin un porro o
mezclando alcohol y cocaína a los “straight”, desde los “punkys” de crestas de gallo a
“chetos” vestidos con la mejores marcas del merado. En ella se cruza el rock y la cumbia
villera, todos tienen en común ser jóvenes y parecerlos.

Un efecto importante que ha producido este cambio cultural fue modificar la duración de
las etapas de la vida. Tradicionalmente existía un larga infancia de los 15 a 16 años de
edad, y una adolescencia muy corta que se daba por terminado a los 21 o 23 años. En la
mitad del XX las cosas cambiaron, la infancia se acorto ya que a los 8-9 años los chicos
comienzan a ser estimulados para adolescentizarse, la adolescencia se extiende desde la
pubertad hasta un punto mal definido que puede llegar hasta los 30-35 años.

Poder y autoridad de los jóvenes.

Los niños del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX tenían muy pocos derechos. Los
niños pequeños tenían como tesoros aquellas posiciones que podían esconder de la
vigilancia materna en los bolsillos, piedritas, algunas monedas el etc. Ni ellos ni sus

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hermanos adolescentes disponían de dinero más que a través de algún regalo familiar,
cuyos gastos seria convenientemente supervisarlo.

La gran depresión favoreció que se les permitiera tener algún ingreso propio. Más tarde,
el mercado los descubre como consumidores y comienza a producir para ellos. Los padres
tienen en contra todo el peso de la publicidad que los supera, apuntando directamente a
niños y jóvenes que comienza a exigir. Los padres que suministran lo que se les pide
temen perder el amor de sus hijos, situación que comienza a preocupar a muchos.

No todos los padres dejaron las viejas prácticas de explotar a sus hijos, algunos la
camuflaron y ganaron mucho con ello. Los que tuvieron hijos que podían convertirse en
modelos, actores o actrices o deportistas. Dado que la cultura adolescente necesita
permanentemente ídolos de los cuales alimentarse.

¿Quién consume a quién?

Una buena parte de la industria que vive de y para satisfacer deseos juveniles. Según una
encuesta de mediados de los 90” los principales consumidores eran jóvenes, consumían
Cd, vestimenta, gaseosas el etc.

Estos jóvenes aparecen como jóvenes educados por el mercado más que por sus padres,
quienes primero no quisieron y luego no pudieron poner límites. Las generaciones más
viejas creían que la tolerancia a la frustración era “natural”, que la represión que ejercía
sobre el deseo desde temprano llevaba a poder esperar, ahorrar, hacer esfuerzos. La
educación liberal alivio el exceso de represión, pero en muchos casos, dio origen a jóvenes
discapacitados para tolerar momentos de frustración imprescindibles para no pasar la vida
consumiendo el capital de sus padres.

Los jóvenes consumistas son educados de un modo que, décadas atrás, solo podían
permitirse los muy ricos y, en particular, los miembros de la nobleza a quienes el trabajo
les estaba vedado.

Después de una primera etapa, la preadolescencia, en la cual el consumo se manifiesta


desfachatado, aparece otra, en la cual las características del objeto son estudiados a
fondo, se compara rigurosamente entre productos muy semejantes, se considera el
ahorro, la utilidad, la ventaja económica.

Los adultos, en este contexto, deberían aprender a diferenciar cuando el consumo


representa una regresión y cuando se inscribe en el proceso de individuación. La
diferencia, pasaría porque en el primer caso el consumo es una conducta simplemente
imitada al servicio de secundar las expectativas del grupo.

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¿Qué consumían los jóvenes italianos de sectores medios y altos?, productos de belleza
solo para mujeres, pero progresivamente fueron compartidos por los varones, vestimenta,
el calzado deportivo, también incluía jeans y ropa informal. La música también ocupaba un
lugar privilegiado en el consumo.

Las discotecas son el espacio de encuentro de los jóvenes de sectores medios en casi
todas las grandes ciudades. Conseguir una tarjeta para entrar, superar el examen de la
puerta, ser admitido, es el gran estimulo para acercarse a ellas. Los elegidos se sienten
superiores, especiales, la satisfacción narcisista es clara. Entrar en la disco significa
“entrar” en la música.

Pero no solo hay consumo para los sectores medios y altos, los sectores de menores
recursos se identifican por compartir los mismos objetos de consumos de marcas más
económicas. Y por recitales y lugares de baile propios, las bailantas.

Tolerar la frustración en la posmodernidad:

La era postindustrial sustituyo el ahorro por el consumo, nos exige consumir


constantemente, nos crea deseos nuevos, nos ofrece los insumos para satisfacerlos.

El pasaje del consumo al consumismo ha cambiado tanto en los últimos cincuenta años
que se podría adaptar la vieja frase: dime como consumes y te diré que edad tienes.

La generación hoy adulta está a caballo entre un educación decimonónica y el


descubrimiento del consumo juvenil con el tocadiscos Winco, el Jean y el calzado
deportivo.

Para comprender el proceso por el cual los seres humanos aprendamos a postergar la
satisfacción de nuestros deseos, a tolerar la frustración, debemos enfocar al niño desde su
nacimiento. Nace exigiendo satisfacer sus deseos, a los gritos. Hace algunas décadas, se
apelo al psicoanálisis mal interpretado para sostener que no debía traumatizarse al niño y,
por lo tanto, se considero bueno satisfacer sus deseos y demandas, partiendo del
supuesto de que el bebe sabría controlarse solo.

Los docentes de educación preescolar saben de este tema. Y los más viejos han visto
como ha evolucionado. Uno de los objetivos básico de la educación preescolar es la
socialización del niño. Pero la escuela no puede suplementar lo que la familia o ha dado.

Cuando ese niño crece y se convierte en adolescente, inevitablemente descubre que, por
ricos que sean sus padres, ya no pueden darle todo lo que necesita, o bien que todo eso
no le sirve si no lo consigue por si mismo. Y su incapacidad para tolerar frustraciones,
dramáticamente, no hace más que llevarlo al fracaso.

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Una faceta particular de la intolerancia a la frustración y los conflictos entre jóvenes y
adultos ha sido puesta de manifiesto por la irrupción del sida. Prevenirse supone conocer
los limites, renunciar a la omnipotencia del “a mí no me va a pasar”, aprender a postergar
placer si es necesario o aceptar que no pueda lograrse como espera.

Con respecto a la frustración, cada generación muestra sus falencias de acuerdo con lo
que le toco vivir en momentos decisivos para su formación. El corte pasa por cómo nos ha
atravesado la falta de tolerancia a la frustración en diferentes aspectos o momentos
decisivos de la vida.

¿Cómo los vemos?

Nosotros, los adultos, hemos cambiado, y dentro de esos cambios se incluye el modo en
que miramos a los jóvenes y nos vemos a nosotros mismos. Los adultos- adolescentes
proyectan su envidia y sus deseos de mimetización bajo la forma de la idealización, al
presentarlos como los únicos creativos, hermosos, libres, expresivos. Los adultos
inseguros alteran temiéndolos o amparándose en ellos. Pero entre estos extremos la
realidad de los jóvenes es mucho más rica y la forma en que los adultos los mostramos,
también.

El problema aquí no parece ser el no entender a los adolescentes, sino no actuar como
adultos., es decir hacerse cargo de los hijos, que no son un botín del divorcio.

El macho cabrío ha dejado de ser una imagen puramente machista, para representar a un
padre, y también una madre peleando narcisistamente por sus hijas.

Las hijas son trofeos a ganar para satisfacer la propia autoestima, y no personas a
proteger y dejar lo más lejos posible del trauma de un divorcio.

Narcisista porque los padres ocupan el escenario con sus intereses y las hijas quedan a la
espera de que alguien se haga cargo de que son menores y están sufriendo la situación.

Cuando Martin cumple trece años, sus padres lo sorprenden: como regalo de cumpleaños
lo acompañan a su iniciación sexual (lo llevan al encuentro con una prostituta). Se quedan
esperando en una confitería. Este episodio conmueve intensamente a Martín, que al poco
tiempo comienza con hipocondrías, temores intensos a enfermarse.

Parece interesante pensar en los padres. En este caso ambos arman el ¨regalo¨. En vez
de ser el hijo quien fantasee con la ¨escena primaria¨, son los padres los que lo hacen. No
se sabe que elementos de juicio tomaron los padres para decidir qué era lo que quería su
hijo, pero es obvio que estaban muy equivocados, entre otras cosas, respecto al
momento. El texto los describe como padres ¨compinches¨, que borran distancias y

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facilitan situaciones por ser ¨comprensivos¨. Lo que subyace, es que resuelven con
superficialidad y en el mercado de consumo todo necesidad personal o de sus hijos. La
hipocondría del chico, es casi sensata en la era del sida.

Características como la omnipotencia, el fanatismo, la idealización sin fisuras, son


descriptas como propias de la adolescencia. Aquí son desvirtuadas con el peyorativo
nombre de ¨seniles¨. Los jóvenes deben conocer sus limitaciones, ser humildes y
tolerantes. Sería más cómodo para los adultos, pero significaría borrar de un plumazo la
adolescencia como proceso por el cual se podrá llegar, con dificultad, a desarrollar tales
características.

Kovadlof sostiene: -¨Daría la impresión, más bien, de que los adultos aspiran a parecerse
más a sus hijos que a ellos mismos, y siendo así, que no ofrecen a éstos una contraparte
clara de la que ellos puedan diferenciarse con nitidez. La templanza ya no es como antes,
una virtud discernible en los adultos¨.

Adultos vistos por jóvenes

Varían las opiniones, según quienes sean los adultos, o quienes sean los adolescentes.
Generalmente, los adolescentes rechazan a los adultos tradicionales, tildándolos de
autoritarios. Esto se puede ver en la rebeldía, o el directo rechazo.

Las quejas expresadas son las mismas que la generación anterior: falta de comunicación,
rigidez en los horarios, la limpieza, el orden, no escuchar sus opiniones, etc. Pueden
experimentar vergüenza al quedar expuesta su situación frente a otros jóvenes, y
considerar que “pagan” un impuesto a la vida.

Es más interesante estudiar que sucede con los hijos de los adultos-adolescentes.
Teóricamente serian padres ideales. En palabras de Nicole Neumann sobre su madre:

No, no creo que compita conmigo. Pero a veces nos estamos vistiendo y con mi hermana,
le empezamos a gritar: -¨ ¡Mamá!, ¡Vestite de mamá!

Nicole, a los 15 años, tenía novios de 20, y en la misma época, su madre tenía novios de
30. El acercamiento superaba la cuestión de la ropa.

Mi papá es un pendeviejo, se pone a nuestro nivel. Yo parezco un adulto y él un


pendeviejo, parece mi hermano. Quiero que cumpla su rol de padre. Siento que invade lo
que me pertenece, que compite conmigo, que él genera la competencia. Él se cree más
piola. Me avergüenza mi papá.

La vergüenza es un sentimiento común en ambos relatos. Pero bajo la vergüenza aparece

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también la sensación de abandono, porque no hay adulto acompañando al hijo, sino a un
aparente ¨igual¨ que compite en el mismo terreno, y sentimientos de odio porque ese
igual no es tal, sino que es alguien que compite deslealmente.

Por su parte, los adultos inseguros pueden provocar diferentes sensaciones a los jóvenes,
pero la más frecuente es la de confusión. Esta deriva de los cambios abruptos de
conducta, que van de un extremo a otro del amplio campo de posibilidades, y ante los
cuales los chicos no saben nunca demasiado bien a qué atenerse, o por el contrario, se
hacen expertos en manejarlos. A los niños más pequeños, los padres inseguros los
enfrentan a decisiones que ellos mismos se sienten incapaces de tomar y que sus hijos no
pueden asumir, lo que genera violencia. Cuando a un niño pequeño se le hace decidir si
salir un día con su padre o su madre, se lo expone a un conflicto excesivo que libera a los
padres de la decisión, pero lo enfrenta a un sufrimiento que se manifestará en su
conducta.

La inseguridad en los padres, genera inseguridad en los hijos también. Los adultos
generan una fachada conservadora, que se quiebra fácilmente, o se disfrazan de
compinches, escapándoseles el control de la situación cuando estas los sobrepasan.

Padres inseguros pueden producir hijos conservadores, que se identifican con otra familia,
con los abuelos, con instituciones tradicionales. A veces, padres inseguros, ateos o no
practicantes, generan hijos que pueden adoptar una religión tradicional. Pueden producir
hijos inseguros, pasibles de ser adoptados temporalmente por quien les proponga un
apoyo. Padres inseguros, pueden producir hijos seudomaduros, que intentan
autopaternizarse.

Ilusiones de ricos, ilusiones de pobres

Los seres humanos crían a sus hijos fuera de los embates de la realidad, por lo menos en
los primeros años. Esto se ha incrementado, ya que hoy un gran número de personas
pueden ofrecer a sus hijos insumos para satisfacer sus diversos.

Cuando los deseos sean más caros, cuando la realidad de la pobreza se haga evidente, el
adolescente sufrirá las consecuencias de encontrarse de golpe y desarmado ante ella.
Desarmado porque no habrá conseguido herramientas básicas: la capacidad para tolerar
la frustración, para esforzarse, etc. Quien no tolere la frustración de no ser “rico”, podrá
ser candidato al robo o corrupción.

Todo el proceso de ataque a la educación burguesa significó lo que tradicionalmente


había estado en manos de sectores populares: el rock, bailar moviendo el cuerpo

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espontáneamente, usar ropa de trabajo como el jean. Los jóvenes ricos se expresan con
un vocabulario pobre.

En los sectores medios y medios bajos se ha ido difundiendo una ilusión de riqueza
apoyada en la glorificación y el aumento del consumo.

Entre las múltiples opciones que comenzó a ofrecer el mercado en el siglo XX estuvo la de
ser rico por unas horas o días, a través de concursos para hacerse ricos, boliches de
película, etc.

En este contexto, ¿qué ofrece la escuela? Ante la cultura adolescente que regala ilusiones
de “rico”, la escuela enseña a ser “pobre”, trabajador, esforzado, alguien que se contenta
con la tarea bien hecha, con el conocimiento por placer.

De todos modos, hay que distinguir entre la manera en que enfrentan esta situación los
varones y las mujeres.

Los varones, educados mucho más en el afuera, se enfrentan más a las dificultades reales,
optan por no estudiar y trabajar, sino en “vivir como si fueran ricos”.

Las chicas esperan algo de la escuela aunque luego no lo consigan, ya sea porque la
escuela en si no las forma para la vida o porque con ella sola no alcanza para un empleo
con buen sueldo, por que se pide inclusive la “buena presencia”, así las mujeres en su
mayoría, siguiendo la pauta tradicional, pasan de ayudar en sus casa a ocuparse de su
vida en pareja.

Muchos varones viven al día no trabajan por que les es difícil conseguir trabajo, no
estudian porque creen que no les servirá para conseguir empleo o no se creen capaces de
terminar los estudios.

Los jóvenes no trabajan por creer que es sinónimo de explotación, por rechazo a ser
empleado y no un “señor, quizá los jóvenes sean producto de la cultura adolescente de
vivir de “fiesta” y se ha contribuido a desvalorizar las figuras adultas y a los valores que
ellas sustentaron.

Adiós profesora

Investigadores de la OCSE comparaba la escuela de los 90 con la que criticaban los chicos
de Barbiana. La escuela italiana de los 90 era descripta como aquella donde reinaba el
aburrimiento, la indiferencia, la apatía y la resignación además de falta de motivación. En
Italia la cuestión no estaba ligada a la falta de docentes ya que en 1993 la relación
docente - alumno tenía un valor alto, pero los docentes habían perdido el reconocimiento

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social y experimentaban estrés; además, estaban sumergidos en una crisis de figura
autoritaria donde la profesora había dejado de ser temida y la suplantó un docente con
poca valoración social a quien se le pidió que cumplieran roles para los que no estaban
capacitados provocándoles inseguridad, estrés y desconsideración social .

Puede pensarse que este fenómeno fue acompañado por el aumento de la mujer en la
docencia. En la educación tradicional la maestra era la segunda madre, papel que se
volvió más necesario cuando las primeras mamás se alejaron de sus casas o no se
ocupaban de sus hijos. En las décadas de los 50 y 70 y aun hoy, la mujer simbolizaría el
corazón. El estudiante pasó a ser visto como un niño indefenso, al cual el sistema
educativo debe mantener a cualquier costo.

A la escuela se le pidió que sea contenedora social ya que en su casa poco podían hacer.

Sobre la deserción se dice que los chicos desertan porque no encuentran una familia y
ni salen de la escuela con herramientas básicas para el mundo del trabajo. En la
actualidad los chicos que desertan son una carga económica para su familia ya que no
trabajan y además empeoran los vínculos familiares y la escuela debe funcionar como
hogar alternativo adoptando al chico desertor hasta que cumplan una edad que la
sociedad los absorba para bien o para mal. Surgen así las escuelas “aguantaderos”.

Los docentes mantienen el criterio de la función de enseñar y se les produce un


cortocircuito entre lo que se supone deben hacer y lo que se les pide.

Los actuales desertores de la escuela son desertores del aprendizaje que sobreviven en
la escuela mientras pueden y luego corren el riesgo, por la propaganda consumista y crisis
económica, de ser absorbidos por el mundo del trabajo pero como traficantes o ladrones.

Summerhill 70 años después

Summerhill fue una escuela vanguardista al incorporar a los estudiantes como parte en
la toma de decisiones, eliminar formalidades, evitar el enciclopedismo y respetar lo
afectivo. Tuvo un fuerte impacto en la mitad siglo XX con la educación enciclopedista y
autoritaria. Neill creó esta escuela para niños donde los adultos estaban poco
presentes. ¿Qué pasó con Summerhill a fines del siglo XX? Siguió adelante fiel a sus
principios. Esto ocurrió justo en la sociedad donde los adultos dieron un paso al
costado y aparecieron los jóvenes en escena. Los chicos decidían a qué clase ir y a qué
horarios, pero con materias mínimas obligatorias y un estricto control de horario para
los niños menores de 12 .

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Una innovación que sumó esta escuela en los 90 era que algunos profesores, además de
sus tareas docentes, reemplazaban a los padres en lo afectivo, en especial en los
alumnos pupilos.

En algunos países donde la exigencia académica es alta como Japón, ocurren


fenómenos impensables como destrucción de aulas, violencia entre alumnos, prestan
poca atención y van cuando quieren. Estos fenómenos se pueden explicar porque los
padres trabajan mucho tiempo fuera de su casa, están en un sistema educativo rígido, y
ven mucha tv.

Si bien Summerhill no creció en número no se reprodujeron escuelas con su mismo


programa, algunas instituciones incorporaron cierto número de principios de esta, como
por ejemplo el objetivo de dar mayor autonomía al niño en el proceso de aprendizaje,
evitar el autoritarismo, tratar de hacer placentero el aprendizaje y convertirlo en
descubrimiento.

El problema es que los niños llegan a la escuela educados por la anomia, sin figuras
parentales y se las arreglan como pueden, solos, y no tanto el de una educación represiva
como antes. El resultado de confundir el diagnóstico de niño sometido con otro sin pauta
alguna y aplicar a ambos los mismos métodos para “liberarlo” pueden ser explosivos.

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