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“Alumno” vs.

“estudiante”: ¡paremos con los


mitos en educación!
El concepto “alumno” se encuentra prohibido en algunos círculos.
Incluso, a nivel de la formación inicial de profesores, pero aquí te
explicamos las razones por las que la palabra se puede utilizar.
Escrito por: Leslie Tapia
abril 26, 2016
Foto:

Colegio Universitario Inglés, Providencia/Jose Puebla

En algunos círculos docentes, el concepto “alumno” se encuentra prohibido.


Incluso, a nivel de la formación inicial de profesores, hemos sabido de docentes
formadores que critican con vehemencia su uso por parte de los estudiantes de
pedagogía. Quienes promulgan ese rol inquisidor por el uso de este concepto,
explican que alumno significa “sin luz”. El prefijo a sería “sin” y lumnua, “luz”,
articulado que tendría su origen en la mirada oscura, conductista e instruccional,
de la educación. Por eso -señalan los “anti-alumno”- la expresión correcta para
referirnos a aquellas personas que activamente aprenden de otros sería
“estudiantes”.

Pero la verdad es que si bien el conductismo y la instrucción tuvieron su momento


histórico -y actualmente también es posible ver sus vestigios-, la etimología
de alumno está muy lejos de representar directamente tal condición y más todavía
de significar “sin luz”. Una simple consulta al diccionario (“el lugar donde las
palabras van a morir”, decía un profesor amigo) muestra que la palabra alumno
proviene del latín alumnus, conjugación del verbo alere, que significa
“alimentarse”. Por lo que alumno sería “el que se ha alimentado”, o “el que
aprende para crecer”, en alusión al sentir profundo de la educación como un
proceso educativo activo, en el que el alumno se alimenta en la participación con
el docente.

Hay miles de profesores que día a día tienen que convivir con cientos de mitos
sobre la educación. Algunos son propios de ciertos profesores -como en este
caso-, pero muchos otros son de la sociedad. Un grupo no menor de docentes
cree que hay niños y niñas que no pueden aprender, que algunos nacieron malos
para determinadas asignaturas, y que por eso les va mal. En la misma línea, un
sector grande de la sociedad cree que ser profesor es fácil, que “nunca se quieren
evaluar” y que quienes están en el aula son aquellos a quienes no le dio para otra
cosa. Pero aunque a algunos les duela, todo eso es cuento, y un cuento bastante
dañino.

Hoy sabemos que los prejuicios sobre las capacidades -o falta de ellas en los
alumnos- son inmensamente destructivos para los aprendizajes. Así ocurre, por
ejemplo, en matemáticas, particularmente con las niñas, las que en sus primeros
años obtienen los mismos resultados que los niños, pero con el tiempo empeoran.
¿Qué pasa en el camino? Si un profesor cree que una niña no puede aprender
matemáticas, lo más probable es que no aprenda matemáticas; pero no
porque no pueda, sino porque no se dispone a ello ni se esfuerza en hacerlo, ni
tampoco busca nuevas estrategias de aprendizaje, porque simplemente cree que no
puede. Y en muchos casos esa creencia la construye su propio profesor e
incluso su propia familia (como víctimas -y cómplices- de una cultura
sexista). Lo mismo pasa con algunos docentes que ya no creen en su profesión
ni en la capacidad transformadora del aula, y que refrendados en la creencia
social de muchos, terminan por vivir la sala de clases como un calvario.

Paremos con los mitos en educación. Todos pueden aprender, y los profesores
tienen un potencial impresionante de transformar trayectorias de vidas. Ellos
ejercen una profesión complejísima -probablemente como ninguna otra en
términos de demanda emocional-, son capaces de enfrentar urgencias, viven a
diario la multidisciplina y enfrentan minuto a minuto grandes desafíos
profesionales dentro y fuera del aula. Está bien decir alumno, y está muy mal
creer que ser profesor es fácil.

Dejemos que profesores, directivos, apoderados y alumnos se sigan alimentando


intelectualmente y alimenten el futuro de Chile. Rompamos con las malas ganas,
creencias y mitos de muchos. El desafío es grande, requiere trabajo en equipo,
confianza y saber que podemos. No nos ahoguemos en los mitos; transformemos
la compleja realidad en una oportunidad.

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