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SISTÉMICO
1. Introducción ………….……………………………………………………………….… 4
8. Bibliografía …………………………………………………………………….. 36
1. Introducción
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2. Factores que afectan al terapeuta
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Son múltiples los factores que afectan o pueden afectar al
psicoterapeuta (Galfré, O y Frascino, G. 2007):
A nivel personal:
- Cuánto se conoce el terapeuta así mismo
- Dificultades y anclajes que puedan provenir de su historia de
vida
- En qué momento de su ciclo vital está: sus familias de
origen y actual
- Capacidad de relación del terapeuta, la calidad de su red
social
- Cómo se maneja con los conflictos
- Mitos del terapeuta, su cultura y experiencia de vida
En la práctica profesional:
- Cómo se maneja con los pacientes, cercanía vs distancia,
flexibilidad, alianza terapéutica, desarrollo de habilidades…
- Características de su formación y déficits de la misma
- Los distintos modelos que orientan su acción
- Claves para detectar los patrones interacciónales (propios y
del paciente)
- Transformación de las debilidades del terapeuta en
herramientas para determinados fines
- Relaciones y competencias con otros profesionales
En el contexto socio-cultural:
- Cambios sociales que influyen en la terapia y las formas de
la demanda
- Las nuevas patologías y sus desafíos
- Las cuestiones éticas y el tema de los valores en
psicoterapia
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Tras esta idea, el proceso de tomar conciencia de su propia historia
familiar servirá al terapeuta para un mejor manejo de sí mismo en
todo proceso terapéutico. De hecho, la apropiación de su historia
familiar le permite conquistar la estabilidad emocional necesaria para
mantener un equilibrio en la intersección entre aquello que lo
constituye de su pasado, su historia familiar, y el contexto presente,
el sistema terapéutico.
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Por esta razón, es fundamental que el terapeuta analice y conozca
sus propios estilos de apego, ya que son patrones de procesamiento
mentales de información que permiten generar modelos de realidad
de sí mismo, lo que, sin duda es clave para el proceso terapéutico.
d. Genograma
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3. El estilo del terapeuta
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A algunos terapeutas les resulta fácil utilizar la provocación, tanto de
forma confrontativa como mediante la ironía; otros, a través de los
chistes, se basan en el humor; también los más tranquilos con su
discurso hipnótico pueden cautivar al paciente; o los que mediante la
elocuencia en el discurso, son perfectos contadores de historias. Los
que tienden a una visión optimista y logran sacar lo bueno de las
peores situaciones, tendrán una habilidad especial a la hora de
reformular y connotar positivamente. Los mediadores, evitarán
confrontaciones y lograrán transformar situaciones caóticas en
acuerdos. Los terapeutas con tendencia a ser concretos y prácticos,
usarán con acierto las prescripciones de comportamiento, sobre todo,
si además posee la habilidad para ser sutil y convencer sin que el otro
lo perciba. Y los terapeutas con facilidad en el conocimiento del
lenguaje corporal, utilizarán bien el espacio y el manejo del propio
cuerpo para llegar al paciente.
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4. Los sentimientos y emociones del terapeuta
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es cuando las narrativas individuales y los mitos familiares cambian y
desaparecen los síntomas y disfuncionalidades familiares.
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5. La salud emocional del psicoterapeuta
Otra de las causas del origen del estrés son las deficientes
condiciones asistenciales en las que, el psicoterapeuta, desarrolla su
labor. Por ejemplo, bajos honorarios que confirman la pérdida de
estatus social y refuerzan una imagen desvalorizada del profesional,
los altos precios de la formación profesional, la gestión de recursos
terapéuticos sometidos a empresas que conllevan falta de autonomía
y frustración al profesional, tratar a pacientes con patologías graves
con pocos recursos…
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realidad externa que comparte con el paciente. Al psicoterapeuta
estresado, se le complica el conocimiento y manejo de dicho
fenómeno, tan esencial en la terapia.
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6. Una cuestión particular de la relación terapéutica: la
resonancia
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ensamblaje terapéutico puede estar constituido por elementos a los
cuales se aplican leyes generales, por elementos ligados a reglas
intrínsecas propias de este sistema terapéutico, particular, pero
también por singularidades que pueden ser significativas o no. La
resonancia es un hecho no objetivo, que nace en la construcción
mutua de lo real que se opera entre la persona que la nombra y el
contexto en el cual se descubre a punto de nombrarla. La resonancia
se manifiesta en una situación donde una misma regla, se aplica, a la
vez, a la familia del paciente, a la familia de origen del terapeuta y a
la institución en que el paciente es recibido.
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7. Experiencia personal
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profesora, psicoanalista y terapeuta sistémica, se dedicó a
explicarnos con todo el empeño que unas horas limitadas le
permitían, qué era la terapia sistémica entre otros muchos tipos de
terapia.
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A medida en que iba avanzando en conocimientos, también comencé
a explorar mi propia historia familiar. Cada cierto tiempo teníamos
tutorías en las que hablábamos de nuestros roles en la familia, los
mitos que de ellas habíamos heredado y fuimos presentándonos entre
los compañeros a nuestras propias familias, primero con precaución,
luego con algo más de soltura. Entonces, conocimos qué era un
genograma. Me gustó empezar a mirar a los miembros de mi familia
con amor y admiración, pues era algo en lo que, tal vez hasta el
momento, no había reparado. He de confesar que el trabajo del
genograma no fue muy complejo en mi caso. Mi familia extensa no es
muy grande y en clase se nos planteó hacer tres generaciones, por lo
que tenía la información completa, casi sin preguntar a nadie. Pero
fue una experiencia muy grata, ya que, mi madre hacía unos años
había realizado el primer curso de formación sistémica y ya había
realizado su propio genograma y, en su momento, consiguió también
contagiar a mi padre las ganas de conocer a su propia familia, así
que, cada uno por su lado, comenzaron a recopilar información sobre
el origen de sus respectivas familias. Recuerdo que mi madre
contactó con la familia de Valencia. Uno de mis tíos maternos, incluso
viajó a Sevilla, tierra de origen de mi familia materna. Mi padre, por
su lado, comenzó indagando en los registros civiles de Euskadi y
acabó en iglesias de Burgos, tierra de mi abuelo paterno, ya que
antes de que existiera el registro civil, era la Iglesia la encargada de
guardar ese tipo de información. Aun veo su sonrisa con orgullo
cuando decía que se había remontado hasta “mil ochocientos y pico”.
Tras la realización de mi propio genograma, una tarde mi madre y mi
padre pusieron los suyos encima de la mesa y junto con mi abuela,
comenzaron a contar las historias que recordaban o que habían
averiguado, haciéndome una perfecta presentación de quién había
sido cada uno, por qué motivos se les recordaba y cómo eran, en
caso de haberles conocido.
El segundo curso, fue más activo. Al mismo tiempo que ampliaba los
conocimientos teóricos, por primera vez vería una familia en directo,
bueno, en mi caso detrás del espejo unidireccional. Sin embargo,
empecé a sentirme un poquito más terapeuta.
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Pero, eso también trajo consigo cosas buenas. Desde detrás del
espejo, observaba como si de una película de un gran director de cine
se tratara. Por un lado, estaba el supervisor, a quien los años de
formación y experiencia le avalaban, desenvolviéndose como pez en
el agua dentro de las dinámicas familiares, sentado en su silla con la
seguridad que dota la práctica y completamente calmado, eligiendo
cada palabra y cada movimiento, en cada momento de la sesión.
“Ojalá yo pueda hacer eso algún día” pensé.
Y por último, el tercer curso, y qué decir de él, pues simboliza el final
de una carrera a largo plazo con toda la carga emocional que eso
conlleva. Comencé el curso con algo de pereza. Una vez haber tenido
la miel en los labios de ver terapia en directo, ya no era momento de
seguir yendo a clase, tenía ansias de intervenir quería sentir la
emoción que supone sentarse en frente de una familia, aunque por
otro lado, me bloqueara el miedo. Fue un curso intenso. Todos fuimos
poco a poco haciendo de terapeutas. En las sesiones se nos
presentaba como tales y ¡qué bien sonaba eso!
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Por fin llegó el día en el que me iba a tocar salir a mí. Mi compañera y
yo entramos y nos presentamos. La familia nos miraba con respeto y
parecía darnos el visto bueno como sus futuras terapeutas, confiaban
en nosotras. La sesión no fue todo lo bien que esperaba.
Probablemente por nerviosismo o con la intención de demostrar en
dos minutos toda la profesionalidad que llevaba dentro. No fui capaz
de respetar los silencios de la familia, lo que desde aquel momento
no dudo en tener en cuenta. El supervisor al final entró en sesión
aquel día y yo me enfadé mucho conmigo misma, pues consideraba
no haber estado a la altura. Ahora entiendo que menos mal que no lo
estuve, pues era el momento de equivocarme y mejor hacerlo
entonces y no ahora. Al final la familia dejó de venir en la quinta
sesión. Parece ser que la confianza que depositaron en nosotras
aquella primera sesión o la falta de ganas de mirarse hacia dentro les
frenó y ya no volvimos a saber nada de ellos. Mi compañera expresó
tristeza, yo en cambio, no sentí pena. Entendí que ese momento, por
lo que fuera, no era el momento de la familia. Aun así, tengo claro
que en manos de otros terapeutas el final habría sido distinto, no voy
a evaluar si hubiera sido mejor o peor, pero en ese momento tanto
ella como yo hicimos lo que pudimos con la mejor intención que
éramos capaces de ofrecer.
En mi segundo caso, las cosas fueron distintas. Fui mucho más cauta
en mi primera sesión, atreviéndome únicamente a reformular ideas
de la familia y a explicar conceptos para “echar un cable” a mi
compañero. Poco a poco me fui soltando y sintiéndome más cómoda.
Así lo notaban el supervisor, el equipo de supervisión, es decir, mis
compañeros de clase, el co-terapeuta y yo misma. ¡Qué bueno es
trabajar con un equipo de supervisión!, sobre todo, si hay cohesión
entre los miembros y sentimiento de grupo. En ese caso, las críticas
son siempre bien aceptadas y se perciben como aportaciones que hay
que tener en cuenta si se quiere crecer como terapeuta, las
frustraciones y las alegrías se comparten, ya que es más fácil sentir
empatía y los refuerzos por el trabajo bien hecho son la mejor
energía para seguir trabajando.
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El mural e historia que representan el primer curso
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Yo soy el responsable de muchas de las cosas que pasan
en el grupo; soy el responsable de las reglas no escritas,
como la forma de involucraros en los trabajos que hacéis
juntos. También soy responsable de que os emocionéis con
las emociones de los compañeros, soy responsable de las
sonrisas y miradas cómplices entre vosotros. Soy
responsable de que las personas externas al grupo me
sientan o no, como los profesores, que algunos me sienten
y deciden no entrar en nuestra casa, otros se sienten tan
cómodos que entran hasta la cocina y otros salen corriendo
porque sienten que aquí no hay sitio para ellos.
Txispi
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El mural e historia que representan el segundo curso
Tic tac, tic tac, tic tac. A Alicia le inquieta el tic tac del
reloj. Se encuentra en una sala. No sabe cómo ha llegado
hasta allí. Colgado en la pared se encuentra un reloj de
marco metálico y esfera blanca.
Tic tac, tic tac, tic tac. Alicia se pregunta qué hace allí. No
hay ventanas. Tan sólo unas sillas colocadas en círculo y
un gran espejo. Sobre una mesa hay teléfono, un
pequeño tiesto con flores y una caja con pañuelos de
papel.
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Oye un tic tac, pero no parece el mismo, suena más
fuerte y más rápido. Parece su corazón que se ha
desbocado y va al galope.
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El mural e historia que representan el tercer curso
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Las herramientas, ya están en el campo, a punto de
chutar ese penalti, algún delantero nota sus nervios, hay
dudas, muchas,… no sabe qué hacer, a alguno más le
ocurre lo mismo… ¡uff! esto se complica, como los
partidos de Oliver y Benji. Pero, ¡no hay problema!
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Y para terminar, ¿qué decir del cuarto curso? En mi caso ha sido otra
de las grandes satisfacciones. Ahora que termino este trabajo, pienso
que nunca he visto la elección de este tema tan acertada, como en
este instante, en el que a las tres de la mañana me planteo ponerle
un punto y final. Como todo buen proceso que tiene un inicio y un
final, yo ya he comenzado a cerrar el mío. Me despido de mis
profesores, de mis supervisores, de mis tutoras y cómo no, de mis
inmejorables compañeros. A la espera ya de ser terapeutas titulados,
diciendo adiós al que hasta ahora ha sido nuestro contexto protegido
en el que hemos aprendido a ser terapeutas y hemos conocido a
nuestras familias y formando nuestro propio estilo personal para de
una vez, volar libres.
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8. Bibliografía:
Libros:
Artículos:
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- Linares, J.L. “El uso de la inteligencia emocional en la
construcción de la terapia” en Perspectivas Sistémicas, Año
1999.
- Peter, R. “La responsabilidad del terapeuta consigo mismo.
Básicamente humano”.
http://www.monografias.com/trabajos46/responsabilidad-
terapeuta/responsabilidad-terapeuta.shtml
- Salgado de Bernal, C y Alvarez Schwarz, M. “El genograma
como instrumento de formación de terapeutas de familia” en
Revista Latinoamericana de psicología, Año 1990.
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