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EL TERAPEUTA

SISTÉMICO

Itziar Molero Feijoo


15 de noviembre de 2010
Trabajo de 3er curso
“La responsabilidad del terapeuta es
funcionar como persona, esto es,
conservarse básicamente humano.
Este es su triunfo”

(Minuchin, S y Nichols, M. P. año 1993)


INDICE:

1. Introducción ………….……………………………………………………………….… 4

2. Factores que afectan al terapeuta …………………………………….. 6

2.1. Familia de origen …………………………………………………… 7

3. Estilo del terapeuta ……………………………..………………………..….. 12

4. Los sentimientos y emociones del terapeuta ………………… 16

5. La salud emocional del psicoterapeuta …………………………. 18

6. Una cuestión particular de la relación terapéutica:


La resonancia ……………………………………………………………….. 20

7. Experiencia personal ………………………………………………………… 22

8. Bibliografía …………………………………………………………………….. 36
1. Introducción

“La terapia familiar nació como respuesta alternativa a las


limitaciones que desde siempre y hasta ahora, han
conllevado los tratamientos individuales de las personas que
padecen algún tipo de desequilibrio emocional que afecta al
curso normal de sus vidas. La historia de la Terapia Familiar
Sistémica es relativamente corta, pero a su vez, intensa,
apasionante y llena de esperanza en un futuro más humano
en la comprensión y tratamiento de los trastornos que el
hecho del vivir comporta.”

En España, la terapia familiar todavía es un tierno árbol


necesitado de cuidados. Tanto en Catalunya como en
Euskadi la semilla empezó a germinar hace apenas un par
de décadas. Aquel brote alcanza hoy unas dimensiones
notables. En la actualidad sus ramificaciones se han
ampliado, son fuertes y llenas de vida.”

Grupo Cheetah - Buenos Aires. Argentina

Hasta el nacimiento de la terapia sistémica predominaban dos formas


de pensar en el ámbito de la psicopatología. Por un lado, el
psicoanálisis con su teoría de la personalidad humana, a través de la
cual, se explica que los comportamientos “extraños” son siempre
“síntomas” de algo más profundo que se describe como un daño
estructural más o menos grave (neurosis y psicosis) debido a
conflictos y/o traumas infantiles no resueltos y por otro, el enfoque
que nació desde la psicología experimental, con la teoría del
aprendizaje que abarca los enfoques conductuales y cognitivos, según
la cual el origen de los problemas está en un mal condicionamiento
de las respuestas del individuo a estímulos del entorno.

La perspectiva sistémica considera el contexto y las pautas de


interacción y comunicación con su interdependencia circular entre
paciente y entorno, con una mirada especial a la familia, como punto
clave en el desarrollo y el mantenimiento de las patologías o
trastornos. Desde este punto de vista, el individuo deja de ser la
fuente única de patología y el conjunto familiar pasa a ser objeto de
estudio e intervención.

Una vez presentada la aparición de la terapia sistémica y como el


objeto del presente trabajo es la figura del terapeuta, me interesa
particularmente señalar que lo que hoy parece un modelo o teoría
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cerrada ha sufrido con el paso del tempo una evolución que ha
afectado directamente a la figura del terapeuta.

Así, en un primer momento, la Cibernética de primer orden se


caracterizó por el concepto de desplazamiento del foco, es decir, de la
conducta individual se pasó al sistema observado. Desde esta
perspectiva, se considera al sistema como algo a observar, separado
del observador. Dicho en otras palabras, el observador describe
realidades independientes a él mismo, estudia los enlaces circulares,
los mensajes… Estos presupuestos epistemológicos unen el síntoma
del paciente identificado circularmente a los comportamientos de los
otros miembros de la familia. Con respecto a la función del
observador, es decir, del terapeuta, se destaca la neutralidad, como
función principal. El observador no puede, ni debe influir o
contaminar al objeto. De hecho, si la intervención terapéutica no era
eficaz, el error se debía a que la hipótesis del terapeuta sobre el
funcionamiento del sistema era falsa. Por otro lado, todo lo referente
a la psique tanto del paciente como del terapeuta se le conocía como
“caja negra”.

Unos años más tarde se desarrolló la Cibernética de segundo orden,


cuyos postulados principales se basan en la comprensión de la
relación entre el terapeuta y la familia, la observación de los sistemas
y el proceso de la intervención terapéutica. En esta ocasión, se
desmitifica por primera vez el principio de objetividad clásico, y se
pasa a cuestionar el conocimiento de la realidad. La función del
observador cambia también en otra dirección y se concibe que las
características psicobiológicas del observador organizan su precepción
y la realidad que él cree identificar. Así pues, el observador influencia
el campo de observación y a su vez el sistema observado influencia al
observador, dándose una circularidad constructiva.

Por último, presentar el enfoque más actual, el constructivista, cuyo


punto de vista, recoge que toda realidad es la construcción de
quienes creen que descubren e investigan la realidad, o lo que es lo
mismo, la realidad supuestamente hallada es una realidad inventada,
consecuencia del modo propio de la persona de buscar la realidad. Así
mismo, el observador participa en la construcción de lo observado, y
por ello, escuchar lo que un terapeuta de familia (observador) percibe
en terapia dice tanto o más del terapeuta en sí que acerca de la
familia (sistema observado). En conclusión, el terapeuta es el
copartícipe de lo que ocurre en el sistema terapéutico y co-
constructor de la realidad terapéutica. De esta manera, se da por
imposible la concepción del terapeuta como figura poseedora de
neutralidad total.

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2. Factores que afectan al terapeuta

Muchos fueron los que consideraban sus modelos psicoterapéuticos


como piedra angular del éxito en psicoterapia. En cambio, hoy en día,
ha quedado claro que el elemento fuerte de la terapia no radica
fundamentalmente en el tipo de técnicas, estrategias o modalidades
de tratamiento que se utilizan, sino, como dijo Rogers en los años 50,
en la calidad del funcionamiento del terapeuta como persona.

Si bien la apreciación de Rogers es correcta, la de su discípulo,


Carkhuff, la completa. Carkhuff (1969), elaboró un modelo de
relación en el que subrayó dos elementos fundamentales: Que el
funcionamiento del terapeuta como persona se define en términos de
nueve variables y que sólo un alto nivel de funcionamiento como
persona el tales variables, podía estimular el crecimiento o el
mejoramiento del cliente. Las variables a las que hace referencia el
autor son estas: la empatía, el respeto, la autenticidad, la
especificidad, la confrontación, el impacto de personalidad, la
autorrevelación, la relación al momento y la autorrealización.

Así es como la conducta y la actitud del terapeuta ofrecen al cliente


una propuesta, una indicación más productiva, un modelo de cómo
modificar sus actitudes y conducta y cómo vivir de manera más eficaz
y funcional.

Sin embargo, lo que ni Rogers ni Carkhuff mencionaron al hablar del


funcionamiento como persona, es la actitud que el terapeuta asume
ante su propia condición limitada, o dicho de otro modo, las
limitaciones inherentes a su misma existencia, que están en la base
de su existir concreto. El terapeuta antes que sanador es persona y
no se puede por ello, arrancarlo de su condición de ser humano.
También el terapeuta puede manifestar una cierta disfunción
personal, pasar crisis, conocer la falta de sentido de la vida por el
estrés de la pérdida… y como consecuencia de esto, deteriorarse,
agotarse y experimentar ciertos síntomas patológicos.

Es común que la sociedad en general vea al terapeuta como a un


individuo especialmente dotado para tratar los asuntos mentales de
los demás, y al mismo tiempo, inmune a esos mismos problemas,
pero es importante tener en cuenta, que a pesar de que en base a
sus estudios y experiencias tiene en ocasiones a mano las respuestas
a las crisis que atormentan a sus clientes, no por ello está libre de
caer en ellos.

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Son múltiples los factores que afectan o pueden afectar al
psicoterapeuta (Galfré, O y Frascino, G. 2007):

A nivel personal:
- Cuánto se conoce el terapeuta así mismo
- Dificultades y anclajes que puedan provenir de su historia de
vida
- En qué momento de su ciclo vital está: sus familias de
origen y actual
- Capacidad de relación del terapeuta, la calidad de su red
social
- Cómo se maneja con los conflictos
- Mitos del terapeuta, su cultura y experiencia de vida

En la práctica profesional:
- Cómo se maneja con los pacientes, cercanía vs distancia,
flexibilidad, alianza terapéutica, desarrollo de habilidades…
- Características de su formación y déficits de la misma
- Los distintos modelos que orientan su acción
- Claves para detectar los patrones interacciónales (propios y
del paciente)
- Transformación de las debilidades del terapeuta en
herramientas para determinados fines
- Relaciones y competencias con otros profesionales

En el contexto socio-cultural:
- Cambios sociales que influyen en la terapia y las formas de
la demanda
- Las nuevas patologías y sus desafíos
- Las cuestiones éticas y el tema de los valores en
psicoterapia

“Cuanto mejor se conozca un terapeuta a sí mismo estará en mejores


condiciones de utilizar sus propios recursos en la terapia” (Chouhy, A.
2007)

2.1 Familia de origen:

Reconociendo que todos estos factores pueden ser objeto de trabajo,


a la vista de que somos terapeutas familiares vamos a centrarnos en
el ámbito en que el terapeuta, a lo largo de su vida, se nutrió, se
nutre y se nutrirá y, por lo tanto, es esencial tener en cuenta: su
propia familia.

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Tras esta idea, el proceso de tomar conciencia de su propia historia
familiar servirá al terapeuta para un mejor manejo de sí mismo en
todo proceso terapéutico. De hecho, la apropiación de su historia
familiar le permite conquistar la estabilidad emocional necesaria para
mantener un equilibrio en la intersección entre aquello que lo
constituye de su pasado, su historia familiar, y el contexto presente,
el sistema terapéutico.

La familia aporta motivos de satisfacciones, de euforia y bienestar,


pero agrega también una carga adicional de estrés de naturaleza
emocional. Por ello, es importante para el terapeuta la toma de
conciencia de la dinámica interaccional, los roles y la función de los
miembros de su propia familia de origen con el fin de evitar posibles
dificultades que puedan surgir en el desempeño y en la eficacia del
rol del terapeuta.

Nos apoyaremos en la Teoría del apego de Bolwby, en la Teoría de la


diferenciación del Yo de Bowen, en la Teoría de las Lealtades
Invisibles de Boszormenyi-Nagy y en el genograma para facilitar el
conocimiento del terapeuta de su propia historia familiar.

a. Teoría del apego (Bolwby, J. 1958):

El apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres


(o cuidadores) y que le proporciona la seguridad emocional
indispensable para un buen desarrollo de la personalidad. La tesis
fundamental de la Teoría del Apego es que el estado de seguridad,
ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la
accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de
afecto. Por ello, el mejor contexto dentro del cual es posible prever
las necesidades específicas de cada uno de sus miembros es la propia
familia.

Los estilos de apego se desarrollan tempranamente y se mantienen


generalmente durante toda la vida, permitiendo la formación de un
modelo interno que integra por un lado creencias acerca de sí mismo
y de los demás, y por el otro una serie de juicios que influyen en la
formación y el mantenimiento de las dinámicas relacionales durante
toda la vida del individuo. Por ello, una de las funciones del terapeuta
es buscar la manera de establecer una buena alianza terapéutica para
lograr un objetivo común con el paciente. Y esto se consigue, cuando
el terapeuta desarrolla una sensibilidad hacia el paciente, haciendo
consciente su propia subjetividad y su propio estilo de apego.

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Por esta razón, es fundamental que el terapeuta analice y conozca
sus propios estilos de apego, ya que son patrones de procesamiento
mentales de información que permiten generar modelos de realidad
de sí mismo, lo que, sin duda es clave para el proceso terapéutico.

b. La diferenciación del yo (Bowen, M. 1974)

La base de la teoría de Bowen está en que los sistemas de relaciones


humanas hay dos fuerzas principales que se mantienen en tensión.
Por una parte, una fuerza que impulsa hacia la autonomía y por otra,
la que impulsa hacia la fusión. Cuando las personas se encuentran
ansiosas, la tendencia a la fusión se acentúa.

Las personas con similares tendencias a la fusión se atraen y pueden


llegar a formar relaciones largas (complementariedad emocional). Las
personas pobremente diferenciadas de su familia de origen
establecen relaciones caracterizadas por la fusión con su pareja y su
familia actual. Existiría un continuo en el que un extremo estaría
constituido por los dominados por un sistema emocional automático,
poco flexible, con poca capacidad de adaptación y bastante
dependencia emocional; en el otro extremo se encontrarían los
sujetos bien diferenciados, que presentarían características opuestas
a los anteriores.

La teoría de la diferenciación del yo de Bowen, sirve para ver en qué


situación se encuentra la pareja o familia que viene a sesión. Del
mismo modo, la visión que este autor ofrece también se aplica a la
propia familia o pareja del terapeuta. Tras una toma de conciencia del
terapeuta de en qué nivel de diferenciación se encuentra, ha de
trabajar su propia historia para ver de qué manera ha logrado dicha
desvinculación o cómo alcanzar una apropiada, para que el proceso
terapéutico no se vea por ello bloqueado.

c. Lealtades invisibles (Boszormenyi-Nagy, I y Spark, G. 1973):

Boszormenyi-Nagy, introduce un nuevo concepto, el de las lealtades


invisibles, afirmando que toda relación con la familia de origen y
familia actual tiene lazos de lealtades más o menos inconscientes que
constituyen los lazos de pertenencia y de identidad grupal.

Lealtad, propiamente dicha es algo que mueve a una persona a hacer


cosas por un grupo, institución, o por otra persona. Pero cuando se
habla de lealtad invisible, son aquellas fuerzas que nos hacen
movernos en una dirección determinada, sin que seamos conscientes
de por qué razón lo hacemos. Por ejemplo, ¿cómo se entendería a un
niño que por lealtad a sus padres siempre esté enfermo? Pues sí, aquí
esta lo genial de esta visión. Se ha observado que en muchas
relaciones de pareja que no funcionan de manera adecuada y que son
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proclives a la separación, el hijo se sacrifica de manera inconsciente y
enferma sin siquiera saber que está enfermo, con el simple propósito
de mantener la cohesión de sus padres. Es como si una persona se
sacrificara, para que se mantenga un estatus en el objeto al que tiene
la lealtad invisible.

Un importante aspecto de la teoría, es la identificación de los


conflictos de lealtades no admitidos o inconscientes, en los que el
aparente "traidor" es destruido o castigado por sus intentos de
autonomía. También añade la idea de “justicia" en el marco familiar.
El "balance" o desequilibrio de las "cuentas" que el individuo registra
a lo largo de los años en su "libro mayor" de la justicia familiar,
pondrán en evidencia un proceso de interacción dinámica.

Desde este punto de vista, los patrones interaccionales se pueden


repetir de unas generaciones a otras, en la vida de todo ser humano.
El terapeuta ha de conocer la mitología y las cargas que trae por
haber formado parte de la familia en la que le ha tocado nacer. Por
todo ello, es interesante y sanador para el terapeuta, el trabajo con
su propia familia de origen desde esta perspectiva.

d. Genograma

Llegados a este punto, el terapeuta podría plantearse cómo trabajar


su propia historia, en una familia que él no eligió, pero de la que
forma parte y con sus motores y frenos es la mejor que le pudo haber
tocado. En la formación en terapia sistémica se hace gran referencia
al uso terapéutico del genograma, como una herramienta mediante la
cual el terapeuta sistémico puede entender desde su historia, la de su
familia de origen, de la cual es representante y representativo, sus
diferencias y concordancias, su estilo personal, es decir, todo lo que
contribuye a conocer como se conoce.

Una de las utilidades del genograma es promover el crecimiento


personal del terapeuta en formación, dentro del contexto de
orientación familiar que recomienda el reconocimiento de la familia de
origen a los profesionales del área. De hecho, el genograma es un
instrumento diseñado para integrar de modo sencillo, rápido y eficaz,
datos pertinentes a la estructura y funcionamiento del sistema
familiar.

Esta técnica, ha sido utilizada por un amplio número de terapeutas


familiares de diversas orientaciones, que coinciden en dar
importancia al contexto familiar multigeneracional, con la finalidad de
contextualizar el problema de la familia que viene a sesión, como
parte de un ciclo familiar recursivo en el cual se repiten los mismos
patrones comportamentales, de generación en generación. De hecho,
el genograma permite reconocer cómo los errores de juicio de la vida
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de interacción en general, y la actividad terapéutica, en particular, se
deben en gran parte a distorsiones perceptivas, mediadas por
contenidos no conscientes, los cuales se consideran relacionados con
la familia de origen.

La historia que se cuenta el profesional de sus familias extensas y de


origen son muy influyentes en la conformación de su estructura
cognitiva, razón por la que la exploración del propio genograma se
considera imprescindible en la formación del arte de resolver
problemas. De hecho, en cada apropiación de la historia vivida, el
terapeuta descubre nuevas configuraciones relacionadas en su familia
de origen que reorganizan la percepción de sí mismo y de su relación
con los demás miembros.

En el trabajo con la familia de origen, el terapeuta tiene ante sí una


gran oportunidad de crecimiento y desarrollo personales para
comprender con mayor amplitud y profundidad las experiencias que
tuvo en su familia de origen, lo que le ayudará a comprender el
proceso de cambio y crecimiento dentro de su familia actual.

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3. El estilo del terapeuta

La psicoterapia implica, entre otras cosas, ética y responsabilidad,


como también formación y capacitación, conocimiento de la teoría,
experiencia clínica y sobre todo grandes dosis de creatividad. Por ello,
además de todo lo que se pueda aprender de los grandes maestros
de la terapia sistémica, el papel del terapeuta y su modo de hacer
cumplen una función esencial. Dicho rol, lo llamaremos estilo
terapéutico.

El estilo terapéutico consiste en la particular instrumentación del


modelo por el terapeuta. Nunca un modelo será aplicado de la misma
manera y siempre sufrirá las variaciones que le impone quien lo
aplica. Aunque cada corriente o modelo psicoterapéutico tiene bien
asentadas sus bases, es difícil definir cada estilo terapéutico. Como
bien dice Ceberio (2000) la elección de un estilo de psicoterapia
depende de un complejo proceso de abstracciones, particulares e
inherentes a la funcionalidad cognitiva del terapeuta. A partir de esta
idea, se puede afirmar que no existen estilos puros, sino que hay
terapeutas que se adhieren a ciertas líneas. El terapeuta a lo largo de
su vida, va creando estructuras conceptuales que formarán un mapa
determinado de su realidad. Se posicionará ante su elección, con la
carga de su historia, como portavoz de un código familiar y de una
serie de estereotipos. A través de ello, de su propia forma de conocer
el mundo, cada terapeuta elige un modelo teórico, por el cual la
teoría entra en él, él mismo entra en la teoría dando paso al propio
estilo terapéutico.

Así, todos estos elementos de sus rasgos de personalidad, de sus


constructos personales, conformarán un estilo personal que se pondrá
en juego en el plano de lo pragmático, por lo tanto es inevitable una
fusión entre modelo y terapeuta. Además, el terapeuta, por ser
persona y vivir su propia historia, el estilo irá cambiando con el paso
de los años, con los diferentes cambios de contexto y con sus propias
experiencias.

En función de los rasgos de personalidad el terapeuta se sentirá más


cómodo con un tipo de intervención u otra o, por el contrario, se
sentirá violento si en algún momento no se siente seguro con lo que
dice o hace en sesión. En este caso, también es labor del terapeuta
ser consciente de dónde están sus limitaciones o qué le impide actuar
así. También es importante, que el paciente no perciba la inseguridad
del terapeuta en un modo de hacer, ya que su figura es referente y
ha de ser creíble.

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A algunos terapeutas les resulta fácil utilizar la provocación, tanto de
forma confrontativa como mediante la ironía; otros, a través de los
chistes, se basan en el humor; también los más tranquilos con su
discurso hipnótico pueden cautivar al paciente; o los que mediante la
elocuencia en el discurso, son perfectos contadores de historias. Los
que tienden a una visión optimista y logran sacar lo bueno de las
peores situaciones, tendrán una habilidad especial a la hora de
reformular y connotar positivamente. Los mediadores, evitarán
confrontaciones y lograrán transformar situaciones caóticas en
acuerdos. Los terapeutas con tendencia a ser concretos y prácticos,
usarán con acierto las prescripciones de comportamiento, sobre todo,
si además posee la habilidad para ser sutil y convencer sin que el otro
lo perciba. Y los terapeutas con facilidad en el conocimiento del
lenguaje corporal, utilizarán bien el espacio y el manejo del propio
cuerpo para llegar al paciente.

Existen múltiples maneras de actuar en terapia, tantos estilos como


terapeutas. La clave está en cómo el terapeuta puede beneficiarse de
lo que ya posee en sí mismo y cómo trabajar los puntos sus puntos
débiles para poder desenvolverse de una manera más eficaz.

Pero para que un modelo y el terapeuta se adapten hay que tener en


cuenta que existen limitaciones, es decir, variables personales y
variables contextuales que influyen en el proceso terapéutico.

Las variables personales son los elementos que responden a las


particularidades del terapeuta.

- La cultura, los mitos, valores y creencias: La cultura


determina en cierto sentido al terapeuta, por lo que a su vez
participa de una mitología que le aporta ciertos valores y
creencias. El terapeuta ha de conocerlos para, sin renunciar
a ellos, ser capaz de relativizarlos considerándolos con
flexibilidad, respetando a su vez los de la familia.
- Ideología política: ligada a los valores y creencias. En cierto
sentido, la ideología política marca una filosofía de
pensamiento.
- Ciclo vital: las crisis evolutivas marcan la manera de hacer y
pensar del terapeuta dependiendo del momento vital en el
que se encuentre. Además, el ciclo vital del terapeuta, en su
propiedad de fenómeno dinámico, también conlleva la
constante modificación de la aplicación del modelo.
- Historia: Las diversas experiencias de vida por las que ha
pasado un terapeuta son elementos determinantes a la
aplicación de un modelo. Las crisis que construyen la historia
pesan en el terapeuta a la hora de elegir y aplicar su
modelo. Además, los procesos de identificación con figuras
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significativas, experiencias o anécdotas que han dejado un
mensaje o enseñanza, son elementos que influyen
constantemente en la estructura cognitiva del terapeuta.
- Características personales y relacionales: el terapeuta ha de
reconocer su propio perfil para que pueda entender sus
reacciones ante la relación, con independencia del contenido
que se trate.

Las variables contextuales son las que dependen de las


características del contexto donde se aplica el modelo.

- Contexto sociocultural: las creencias, mitos, expresiones


lingüísticas, costumbres… son algunos de los elementos que
influyen en el desarrollo de la terapia. El terapeuta ha de
tenerlos en cuenta y evaluar si su modelo es indicado o no
dependiendo del lugar en el que desea aplicarlo.
- Clase social: es importante conocer el sector en el que se va
a trabajar. La terminología, expresiones, posibilidades
económicas, estilos relacionales… de cada clase social son
diferentes.
- Contexto público o privado: la diferencia funda mental reside
en que al ser un contexto público de ofrece al paciente la
libertad de poder acudir a un servicio gratuito, pero se
convierte en un arma de doble filo cuando, por ello, su
interés y motivación disminuyen.
- Historia del paciente: las experiencias de vida del paciente
son la base de la narración que éste se cuenta y nos cuenta
acerca de su pasado.
- Características personales y relacionales del paciente: el
ciclo vital del paciente, así como, su ideología, mito, valores
y creencias… son elementos que obligan al terapeuta a ser
flexible para alcanzar la efectividad en la terapia.
- Problemática que trabajar: hay modelos terapéuticos que se
adaptan mejor y resultan más exitosos con ciertos tipos de
trastornos. Del mismo modo, hay estilos terapéuticos que se
acoplan mejor dependiendo el problema que ha de tratarse.
- Tipos de terapia: no es lo mismo una terapia individual, que
una de pareja, que una de familia o que una grupal, entre
otras.

Todos estos elementos son los que condicionan la aplicación de un


modelo. Pero la confluencia de todos ellos, ha de estar ligada a dos
características que ha de tener todo terapeuta: La flexibilidad y la
creatividad. Ambas condiciones, son imprescindibles, ya que, facilitan
amoldarse plásticamente a las diversas situaciones que plantea el
quehacer psicoterapéutico y permiten inventar realidades, producir
nuevas situaciones y sugerir alternativas de solución no tenidas en
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cuenta hasta el momento. Por otro lado, no hay que olvidar la
formación teórica. La esencia del modelo está en ella y a pesar de
todos los factores que influyen a la hora de llevar a cabo una terapia,
las raíces y el tronco han de estar asentadas en una base sólida.

El psicoterapeuta es el factor común de toda clase de psicoterapia. El


rol del terapeuta tiene dos dimensiones: su dimensión personal
(personalidad y experiencia de vida) y su dimensión profesional
(formación como terapeuta). Cuando lo personal es congruente con lo
profesional, esto constituye uno de los aspectos más curativos.

El proceso de la terapia familiar gira en torno a personas y relaciones,


no únicamente a técnicas de intervención o abstracciones teóricas. La
teoría y la técnica cobran vida y adquieren una forma cuando pasan a
través de la personalidad del terapeuta. Todo lo anteriormente citado
referido a los valores, creencias, supuestos filosóficos… forman parte
del terapeuta en sí, a menudo sin que haya un sentimiento
consciente. Y a todo ello se le suma de manera irremediable la
capacidad del terapeuta de ser persona.

Y para terminar, cómo no, hacer un guiño a la propia evolución del


terapeuta como persona. La preparación formal de un terapeuta no
requiere tener crecimiento personal, sin embargo, tal crecimiento
puede contribuir a que el terapeuta tenga disponible más de su
propio ser como material crudo para la labor terapéutica.

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4. Los sentimientos y emociones del terapeuta

Desde los inicios de la psicoterapia, las emociones del terapeuta se


consideraban un campo de escasa importancia, en los cuales no era
importante reparar. De hecho, el psicoanálisis freudiano impedía al
terapeuta mostrar cualquier atisbo de emoción proclamando a viva
voz la importancia de la neutralidad, objetividad del terapeuta, siendo
un espejo en el que el paciente debía reflejarse sin contaminarse por
la persona que conducía la terapia.

El enfoque sistémico en su comienzo no se alejaba tanto del modelo


psicoanalíticos en la cuestión de los sentimientos y las emociones.
Autores como Bateson (1972), que llegó a considerar las emociones
como un concepto dormitivo o Minuchin (1993), que evitaba hacer
referencias a lo emocional, recurriendo a “la utilización del sí mismo
del terapeuta”. De hecho, por todos es conocido el término “caja
negra” con el que se acuñaba a lo referente a los sentimientos en
terapia.

En esencia la psicoterapia, es el trabajo con las emociones, bien sean


las del paciente, bien sean las del terapeuta. Hacer terapia implica,
para el terapeuta, realizar un complejo trabajo de administración de
sus propias emociones al servicio de la terapia, del equipo, y de su
crecimiento personal.

Existen tres grandes espacios relevantes en el mundo relacional


(Linares, 1999): el cognitivo, el pragmático y el emocional, el qué
pensar, qué hacer y qué sentir. El terapeuta sistémico posee dos
técnicas fundamentales para los espacios cognitivo y pragmático: la
reformulación y la prescripción. Pero… ¿y el campo emocional? Por lo
que se sabe hasta el momento un cambio cognitivo es imposible sin
un componente emocional y, a su vez, ambos serían irrelevantes sin
su correspondiente modificación pragmática. Gracias a ello, sabemos
que los tres espacios están intercomunicados, por lo que un cambio
en cualquiera de ellos puede extenderse a los otros, generando
modificaciones, a veces impredecibles. Es decir, un cambio mínimo,
en cualquiera de los tres espacios, con la capacidad suficiente para
movilizar al sistema, se extiende a los otros de un modo significativo,
lo que puede ser satisfactorio en la terapia.

Si el terapeuta puede usar indistintamente los canales cognitivo,


pragmático y emocional, recurriendo para ello, a su capacidad
narrativa para crear historias, a su espíritu práctico para montar
estrategias y a su inteligencia emocional para sintonizar afectos, es
evidente que los individuos y las familias con los que trabaja pueden
también procesar su intervención en esos mismos espacios. Entonces

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es cuando las narrativas individuales y los mitos familiares cambian y
desaparecen los síntomas y disfuncionalidades familiares.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el trabajo del campo emocional,


estaría vinculado al concepto de inteligencia emocional descrito por
Goleman (1995). La inteligencia emocional es la capacidad de las
personas de utilizar sus emociones relacionalmente de modo
controlado. Por ello, la persona que moviliza y pone en juego su
inteligencia emocional tiene mayor poder de convicción, resulta más
creíble y aumenta su capacidad de influir a los demás.

El cambio de una visión fundamentalmente cognitiva y pragmática a


otra en la que se introduce el factor emocional, fortalece el proceso
terapéutico. Pero no influye únicamente en el transcurso de la
terapia. Dicho en otras palabras, el terapeuta en sí, también actúa,
piensa y siente. Muchas veces y sobre todo en terapeutas nóveles, la
preocupación por llevar un proceso correctamente, nos lleva a
obcecarnos con factores cognitivos y sobre todo, pragmáticos. Por
ello, también es necesario cambiar el registro de preguntas que
generalmente nos hacemos a nosotros mismos sobre la terapia:

Algunas preguntas que nos hacemos habitualmente (Baringoltz,


2009):

- ¿Qué diagnóstico tiene este paciente?


- ¿Qué me falta hacer?
- ¿Qué técnicas usar?
- ¿Qué no veo yo que otros puedan ver?
- Etc, etc.

Habría que agregar otras como:


- ¿Por qué no tengo ganas de atenderlo?
- ¿Qué me angustia tanto?
- ¿Qué tengo en común con él?
- ¿Cuán disonante es con mi forma de pensar y de sentir?
- ¿Qué otros factores del contexto: familiar, institucional, etc.
están actuando?

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5. La salud emocional del psicoterapeuta

El estrés laboral es un tema muy común hoy en día en diversos


ámbitos laborales. De la misma manera, derivado de su práctica
profesional, el psicoterapeuta, también puede verse aquejado de esta
patología concreta.

El estrés se entiende en la relación, demandas vividas como


amenazantes entre estrategias defensivas o de afrontamiento.
Cuando lo amenazante supera la capacidad de adaptación del
profesional, podría hablarse del síndrome de burnout, peligroso
exponente del estrés mental. Profundizando un poco más,
dependiendo del estresor y cómo lo viva el profesional el nivel de
estrés será diferente. Por ello, varios autores acentúan la importancia
de los estresores en sí y otros lo hacen en la respuesta o
vulnerabilidad personal al estrés del profesional.

El síndrome de burnout o desgaste profesional, fue descrito en


profesionales de asistencia sanitaria y de ayuda humana, que
requieren un alto compromiso emocional y que generan fácilmente
sobre-involucración personal. Son personas muy comprometidas
vocacionalmente y con los valores e ideales de la profesión elegida,
como suele ser en el caso de la psicoterapia. La aparición del burnout
tiene como consecuencia la disminución del potencial del terapeuta,
la alteración de su rendimiento, salud, creatividad y capacidad de
estudio, el deseo de atender a los pacientes… entre otras muchas.

Uno de los motivos principales por las que el profesional de la salud


podría desarrollar estrés, es debido, a que culturalmente, tanto
médicos como psicólogos y psiquiatras han sido y son depositarios de
la omnipotencia del mago que previene y cura la enfermedad y la
locura. Por ello, la imposibilidad de alcanzar estos ideales frustra y
presiona al profesional.

Otra de las causas del origen del estrés son las deficientes
condiciones asistenciales en las que, el psicoterapeuta, desarrolla su
labor. Por ejemplo, bajos honorarios que confirman la pérdida de
estatus social y refuerzan una imagen desvalorizada del profesional,
los altos precios de la formación profesional, la gestión de recursos
terapéuticos sometidos a empresas que conllevan falta de autonomía
y frustración al profesional, tratar a pacientes con patologías graves
con pocos recursos…

Por otro lado, el psicoterapeuta, más allá de la orientación o escuela


a la que pertenece, se ve afectado por la contratransferencia y la

18
realidad externa que comparte con el paciente. Al psicoterapeuta
estresado, se le complica el conocimiento y manejo de dicho
fenómeno, tan esencial en la terapia.

La prevención es también un factor clave a destacar. Está orientada a


un desarrollo personal creativo y planificado y tiene la finalidad de
reducir los factores de riesgo para la salud y fomentar los de
protección. Existen diversas maneras de prevenir el estrés del
psicoterapeuta, así como, el aprendizaje y formación profesional, las
supervisiones individuales o colectivas, hacer terapia sobre la propia
historia del psicoterapeuta, establecer los límites y normas dentro del
proceso terapéutico, mejorar la calidad de vida y utilizar diversas
técnicas de respiración o relajación.

La salud emocional del psicoterapeuta es un tema reamente


relevante, que a veces se pasa por alto, haciendo referencia a esa
omnipotencia antes mencionada. De hecho, hay estudios que
muestran un alto índice de patología clínica, ansiedad, depresiones,
conflictos matrimoniales, alcoholismo y adicciones en personas que
desempeñan su labor en torno a la salud. Por todo ello, poco a poco
cada vez son más las instituciones que se dedican a “cuidar al
cuidador”.

19
6. Una cuestión particular de la relación terapéutica: la
resonancia

El concepto de resonancia descrito por Elkaïm (1989) tiene sus raíces


en la contratransferencia descrita por Freud a principios del siglo XIX.
Por ello, comenzaremos analizando los fenómenos de la transferencia
y la contratransferencia, para dar lugar a lo que hoy conocemos como
resonancia.

La transferencia (Freud, año 1905) se refiere al desplazamiento del


afecto de una persona a otra. Los patrones de sentimiento y
comportamiento que originalmente se experimentaron con las figuras
importantes en la niñez se desplazan o vinculan a los individuos en
relaciones actuales, como pude ser el psicoterapeuta. La
contratransferencia (Freud, año 1910), en cambio, se define como el
conjunto de reacciones y sentimientos que el analista experimenta
respecto al paciente.

Partiendo de la complejidad de ambos conceptos, la


contratransferencia es la referida en sí misma a la figura del
terapeuta y, por lo tanto, la que está en su mano elaborar. Por ello,
desde sus inicios fue un concepto de controversia. Para algunos
autores, la contratransferencia se considera un obstáculo para el
proceso terapéutico, ya que, de alguna manera, el terapeuta nunca
debe ofrecer nada al paciente proveniente de su propio inconsciente.
Sin embargo, para otros autores abarca un concepto amplio que
sostiene que se debe considerar contratransferencia al conjunto de
estados emocionales que tiene el terapeuta dentro del tratamiento.
Aunque no hay que olvidar que es necesario comprender y diferenciar
cuánto de lo que le sucede al terapeuta dentro del tratamiento
depende del paciente, de sí mismo y finalmente de la relación de
ambos. Por lo tanto, lo que se da en el proceso terapéutico, y lo que
interpreta el terapeuta no solo depende de sus teorías sino también
de la interacción con el paciente.

Años más tarde Elkaïm propone trabajar en psicoterapia a partir de la


auto-referencia y aporta que lo que siente el terapeuta remite no
solamente a su historia personal, sino que también al sistema en el
que este sentimiento emerge. De esta manera, es como el sentido y
la función de lo vivido pasan a ser herramientas de análisis e
intervención al servicio del sistema terapéutico. Además, añade los
conceptos de ensamblaje y resonancia. El ensamblaje es el conjunto
creado por diferentes elementos en interrelación en una situación
particular, elementos que pueden ser tanto genéticos o biológicos
como ligados a reglas familiares o a aspectos sociales o culturales. Un

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ensamblaje terapéutico puede estar constituido por elementos a los
cuales se aplican leyes generales, por elementos ligados a reglas
intrínsecas propias de este sistema terapéutico, particular, pero
también por singularidades que pueden ser significativas o no. La
resonancia es un hecho no objetivo, que nace en la construcción
mutua de lo real que se opera entre la persona que la nombra y el
contexto en el cual se descubre a punto de nombrarla. La resonancia
se manifiesta en una situación donde una misma regla, se aplica, a la
vez, a la familia del paciente, a la familia de origen del terapeuta y a
la institución en que el paciente es recibido.

Por lo tanto, el concepto de resonancia es un caso particular de lo


que él denomina ensamblaje constituido por la intersección de
diferentes sistemas alrededor de un mismo elemento. Las
resonancias son elementos redundantes que ligan los universos más
dispares, mientras que las singularidades, aunque auto-
referenciadas, permanecen únicas.

Llegado a este punto, nos preguntamos ¿por qué es importante tener


en cuenta factores como la auto-referencia o resonancia en la
relación terapéutica? En primer lugar, porque, de alguna manera, son
inevitables en todo proceso que implique relaciones sociales. Toda
persona que trabaja en el intercambio del tú a tú, bien sean en el
ámbito de la salud o en otros, lleva consigo una “mochila” formada a
base de sus propias creencias, valores y sus experiencias personales.
Por ello, siempre va a estar influenciado por lo vivido y lo aprendido.
En el caso de la terapia, dichos factores llegan con más fuerza
todavía. El terapeuta ha de prestar atención a lo que dice y lo que
hace, siendo siempre consciente de que él mismo en sí, es persona y
como tal, se ve influenciado por lo que trae el paciente a sesión. En
segundo lugar, porque tal y como dicen los psicoanalistas de la
transferencia y la contratransferencia o Elkaïm de la resonancia,
pueden ser utilizados como una herramienta más en la terapia. En
este caso, es imprescindible, que el terapeuta se dé cuenta de cuándo
y en qué sentido, está siendo influenciado por el paciente para luego
poder utilizarlo en sesión.

Por otro lado, el simple hecho de conocer la existencia de estos


fenómenos relacionales, no es suficiente para el éxito de la terapia.
Es decir, para que el terapeuta se sienta “libre” de influencias, es
necesario que trabaje su propia historia. La idea no es que el
terapeuta sea una figura impenetrable o sin sentimientos en el que el
discurso de la familia no cale, sino, que sea capaz de estar al servicio
de la familia, sin caer en su juego. Las supervisiones, son también
una herramienta muy útil para el terapeuta en el caso de pasar
inadvertidas dichas influencias.

21
7. Experiencia personal

Para terminar, con la intención de poner la guinda final al pastel, me


gustaría contar cuál ha sido mi experiencia en el proceso de
formación de terapeuta sistémica, cómo fue para mí el paso de un
pensamiento lineal a otro circular, las sensaciones que tuve al realizar
mi propio genograma, de qué manera me sentí la primera vez que vi
en directo a una familia y cómo voy poco a poco desenvolviéndome
en sesión y me enfrento a mis miedos.

Allá por el año 2007, en mi cuarto año de la carrera de psicología,


empecé a plantearme qué orientación elegiría para mi desarrollo
profesional. Recuerdo que estuve a punto de decidirme por la rama
de psicología de las organizaciones, con el fin de desarrollarme en el
ámbito de los Recursos Humanos. Aún recuerdo la cara de mi madre,
pedagoga de profesión y amante de la terapia psicológica en todas
sus variantes, al plantearle la que en ese momento me parecía la
mejor decisión. Vi en sus ojos, su apoyo incondicional, como siempre
me ha demostrado, pero a su vez sentí, su tristeza al darse cuenta
que ese no sería el camino que me ayudaría a crecer. De hecho, con
el paso de los años, me ha confesado, que ella siempre ha tenido
claro que por vocación, mi trabajo se desarrollaría en el trabajo de tú
a tú, que mi potencial interior está ligado a la ayuda psicológica, pues
en mi esencia está poner el corazón al servicio de los demás. En
terapia, de aquel o de aquellos, que se sientan en frente.

En el centro donde trabajaba mi madre, un centro de atención


psicológica, hacían con cierta frecuencia, supervisiones de equipo,
donde consultaban casos con un supervisor externo. Tal vez con un
poquito de picardía, mi madre me invitó a asistir a una sesión como
oyente. Recuerdo que salí impresionada y se abrió ante mí un mundo
maravilloso del que ya no volvería a salir.

Por diferentes circunstancias de la vida, decidí hacer terapia


sistémica, sin saber muy bien ni en qué me estaba metiendo. Estaba
en último año de carrera y sólo había oído hablar de las interesantes
teorías de Freud sobre la psique humana en su psicoanálisis más
puro, pero sus métodos no iban conmigo. También tuve mi primer
acercamiento a la terapia Gestalt y la psicología transpersonal, pero
tal vez por mi corta edad, yo no estaba preparada para un enfoque
“tan experiencial”. Fueron varios los contactos con las diferentes
maneras de hacer psicología, unas eran más vivenciales, otras más
corporales y otras más teóricas… Poco a poco empecé a sentir algo
que me impulsaba a seguir por ese camino. Por ello, en el último
cuatrimestre, elegí psicoterapia como última de mis optativas. La

22
profesora, psicoanalista y terapeuta sistémica, se dedicó a
explicarnos con todo el empeño que unas horas limitadas le
permitían, qué era la terapia sistémica entre otros muchos tipos de
terapia.

Al final, entre el empujón de mi madre y la labor de aquella


profesora, me incliné por la terapia sistémica y dejé, por lo menos de
momento, la psicología del trabajo. Paso del que estoy firmemente
orgullosa.

Así, en el mismo año en el que hacía las prácticas de la universidad,


orientadas a la psicología clínica con niños y adolescentes, empecé
con la formación de terapia familiar y me metí por primera vez en un
mundo adultos dentro del ámbito psicológico. Aunque había
compañeras de clase cercanas a mi edad yo era la benjamina del
grupo, lo que en múltiples ocasiones me hizo pensar que este mundo,
en el que acababa de meter la nariz, se me quedaba demasiado
grande y siempre en a mediados de año, decía que ese año dejaría la
formación. Pero cuando se acercaba el momento de decidir si
continuaba o paraba definitiva o circunstancialmente, como si
estuviera enganchada, siempre decidía avanzar un curso más. Al
final, mi madre tenía razón, estaba unida a esta profesión y ese
“algo” que me ataba era yo misma. Al final entendí que por muy
pequeña que me sintiera al principio, si ese era mi camino acabaría
por sentirme grande, y me agrada decir que en ello estamos.

Me gustaría brevemente narrar mi experiencia en cada curso de


formación, ya que de todos me llevo momentos maravillosos y
grandes aprendizajes.

El primer año, fue el más teórico. Fui descubriendo los


planteamientos y las maneras de hacer del modelo. Cambié de una
visión lineal a una más circular con la riqueza que ello conlleva.
Conocí los diferentes tipos de familias y sus estructuras, las etapas
por las que pasan en consonancia al ciclo vital, interesantes teorías
sobre las mitologías familiares, conceptos como la función del
síntoma y la homeostasis o los que proponen los teóricos de la
comunicación humana. Descubrí que cada paso que da la familia,
desde la primera llamada hasta cada movimiento que da tanto fuera
como dentro de sesión, es relevante, que hay que analizar la
demanda y que el contexto de intervención también es importante
tenerlo en cuenta. Y lo más importante, reparé en la idea de que la
familia en sí, es un sistema formado a sus vez por subsistemas que
forman los miembros de la familia y que el todo es algo más que la
suma de sus partes, por lo cual, cada una de las partes de un sistema
está relacionada de tal modo con las otras que un cambio en una de
ellas provoca un cambio en todas las demás en el sistema total.

23
A medida en que iba avanzando en conocimientos, también comencé
a explorar mi propia historia familiar. Cada cierto tiempo teníamos
tutorías en las que hablábamos de nuestros roles en la familia, los
mitos que de ellas habíamos heredado y fuimos presentándonos entre
los compañeros a nuestras propias familias, primero con precaución,
luego con algo más de soltura. Entonces, conocimos qué era un
genograma. Me gustó empezar a mirar a los miembros de mi familia
con amor y admiración, pues era algo en lo que, tal vez hasta el
momento, no había reparado. He de confesar que el trabajo del
genograma no fue muy complejo en mi caso. Mi familia extensa no es
muy grande y en clase se nos planteó hacer tres generaciones, por lo
que tenía la información completa, casi sin preguntar a nadie. Pero
fue una experiencia muy grata, ya que, mi madre hacía unos años
había realizado el primer curso de formación sistémica y ya había
realizado su propio genograma y, en su momento, consiguió también
contagiar a mi padre las ganas de conocer a su propia familia, así
que, cada uno por su lado, comenzaron a recopilar información sobre
el origen de sus respectivas familias. Recuerdo que mi madre
contactó con la familia de Valencia. Uno de mis tíos maternos, incluso
viajó a Sevilla, tierra de origen de mi familia materna. Mi padre, por
su lado, comenzó indagando en los registros civiles de Euskadi y
acabó en iglesias de Burgos, tierra de mi abuelo paterno, ya que
antes de que existiera el registro civil, era la Iglesia la encargada de
guardar ese tipo de información. Aun veo su sonrisa con orgullo
cuando decía que se había remontado hasta “mil ochocientos y pico”.
Tras la realización de mi propio genograma, una tarde mi madre y mi
padre pusieron los suyos encima de la mesa y junto con mi abuela,
comenzaron a contar las historias que recordaban o que habían
averiguado, haciéndome una perfecta presentación de quién había
sido cada uno, por qué motivos se les recordaba y cómo eran, en
caso de haberles conocido.

El segundo curso, fue más activo. Al mismo tiempo que ampliaba los
conocimientos teóricos, por primera vez vería una familia en directo,
bueno, en mi caso detrás del espejo unidireccional. Sin embargo,
empecé a sentirme un poquito más terapeuta.

El primer día que llegamos al centro donde haríamos las


supervisiones, iba muy nerviosa, me daba miedo enfrentarme al
contexto terapéutico in situ. De hecho, cuando el supervisor preguntó
a ver qué alumno saldría para llevar junto a él la sesión, recuerdo
que sentí un escalofrío y fui de las primeras en rechazar mi propia
candidatura para el puesto vacante. Y gracias a la generosidad de
una de mis compañeras, el resto pudimos, por lo menos por el
momento, disfrutar de nuestra propia tranquilidad. En mi caso, la de
aquel que por miedo, no se atreve y se queda en un segundo plano.

24
Pero, eso también trajo consigo cosas buenas. Desde detrás del
espejo, observaba como si de una película de un gran director de cine
se tratara. Por un lado, estaba el supervisor, a quien los años de
formación y experiencia le avalaban, desenvolviéndose como pez en
el agua dentro de las dinámicas familiares, sentado en su silla con la
seguridad que dota la práctica y completamente calmado, eligiendo
cada palabra y cada movimiento, en cada momento de la sesión.
“Ojalá yo pueda hacer eso algún día” pensé.

Por otro lado, estaba la co-terapeuta, un poco a la sombra del


supervisor, más callada, pero muy atenta y dispuesta a dar lo mejor
de sí. De ella aprendí, que cuando somos principiantes en algo, es
mejor ir con cautela, pero con pasos firmes, observando en un
principio y actuando con precaución después. En cualquier caso, a
veces es mejor no dejar pasar el tren y menos aún por el miedo,
sobre todo, cuando somos principiantes, ya que es cuando más se
nos permite errar.

Y por último estaba la familia, la responsable, y por tanto, a la que


hay que dar las gracias, de que podamos formarnos como terapeutas
y ejercer como tales en nuestro desempeño laboral. Fuimos muchos
los que por primera vez, veíamos una intervención familiar en vivo y
en directo. Entonces, empecé a comprobar cómo se daban en las
familias algunos de los conceptos de los que había oído hablar en
clase. Por mi cabeza rondaban mil ideas y preguntas… “¿Será una
familia desligada?” “¿Estará el hijo mayor parentalizado?” “¿Tiene el
padre un papel periférico?”… entre muchas otras. También empecé a
sentir por primera vez emociones que me suscitaba la familia, aun y
sin, estar en contacto con ellos. Al terminar la sesión, el supervisor
inició la post-sesión, al principio todos estábamos un poco tímidos,
pero poco a poco fueron surgiendo las ideas. Yo recuerdo quedarme
boquiabierta con las aportaciones de mis compañeros y me pregunté
a mí misma, a ver si habíamos estado todo este tiempo juntos en la
misma clase. También recuerdo quedarme impresionada con las
palabras del supervisor, quien en unas pocas líneas resumió con
acierto la problemática familiar y realizó una hipótesis sistémica de
esas que unos un año antes habíamos aprendido a formular.

Y por último, el tercer curso, y qué decir de él, pues simboliza el final
de una carrera a largo plazo con toda la carga emocional que eso
conlleva. Comencé el curso con algo de pereza. Una vez haber tenido
la miel en los labios de ver terapia en directo, ya no era momento de
seguir yendo a clase, tenía ansias de intervenir quería sentir la
emoción que supone sentarse en frente de una familia, aunque por
otro lado, me bloqueara el miedo. Fue un curso intenso. Todos fuimos
poco a poco haciendo de terapeutas. En las sesiones se nos
presentaba como tales y ¡qué bien sonaba eso!

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Por fin llegó el día en el que me iba a tocar salir a mí. Mi compañera y
yo entramos y nos presentamos. La familia nos miraba con respeto y
parecía darnos el visto bueno como sus futuras terapeutas, confiaban
en nosotras. La sesión no fue todo lo bien que esperaba.
Probablemente por nerviosismo o con la intención de demostrar en
dos minutos toda la profesionalidad que llevaba dentro. No fui capaz
de respetar los silencios de la familia, lo que desde aquel momento
no dudo en tener en cuenta. El supervisor al final entró en sesión
aquel día y yo me enfadé mucho conmigo misma, pues consideraba
no haber estado a la altura. Ahora entiendo que menos mal que no lo
estuve, pues era el momento de equivocarme y mejor hacerlo
entonces y no ahora. Al final la familia dejó de venir en la quinta
sesión. Parece ser que la confianza que depositaron en nosotras
aquella primera sesión o la falta de ganas de mirarse hacia dentro les
frenó y ya no volvimos a saber nada de ellos. Mi compañera expresó
tristeza, yo en cambio, no sentí pena. Entendí que ese momento, por
lo que fuera, no era el momento de la familia. Aun así, tengo claro
que en manos de otros terapeutas el final habría sido distinto, no voy
a evaluar si hubiera sido mejor o peor, pero en ese momento tanto
ella como yo hicimos lo que pudimos con la mejor intención que
éramos capaces de ofrecer.

En mi segundo caso, las cosas fueron distintas. Fui mucho más cauta
en mi primera sesión, atreviéndome únicamente a reformular ideas
de la familia y a explicar conceptos para “echar un cable” a mi
compañero. Poco a poco me fui soltando y sintiéndome más cómoda.
Así lo notaban el supervisor, el equipo de supervisión, es decir, mis
compañeros de clase, el co-terapeuta y yo misma. ¡Qué bueno es
trabajar con un equipo de supervisión!, sobre todo, si hay cohesión
entre los miembros y sentimiento de grupo. En ese caso, las críticas
son siempre bien aceptadas y se perciben como aportaciones que hay
que tener en cuenta si se quiere crecer como terapeuta, las
frustraciones y las alegrías se comparten, ya que es más fácil sentir
empatía y los refuerzos por el trabajo bien hecho son la mejor
energía para seguir trabajando.

Al inicio de cada sesión me ponía muy nerviosa. ¿Tenía claro lo que


queríamos hacer ese día con la familia? ¿Les diré algo que esté fuera
de lugar? ¿Percibirá la familia mi inseguridad? ¿Se me ocurrirá justo
utilizar una técnica que leí en un libro de…? ¿Quién me mandaría a mí
meterme en esto? Mil y una preguntas a las que no podía responder,
pues mientras me abstraía en mis propios miedos, llegaba la familia y
había que empezar. Este proceso fue bastante mejor, logramos una
buena alianza terapéutica y la familia nos sentía como dos personas
que estaban a su servicio y de las que podrían sacar algo bueno para
ellos. De hecho conseguimos que la familia estuviera un año con
nosotros y cumplimos con los objetivos que se plantearon desde las
sesiones iniciales.
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De todas formas, me gustaría destacar, que es increíble la cantidad
de frenos que nos ponemos a nosotros mismos y que no somos
conscientes de ellos hasta que nos toca vivirlos. Es el caso de cuando
en una sesión procedía tocar el tema del suicidio, la familia nos abrió
la puerta dos veces para hablar de ello y ni mi compañero ni yo los
recogimos. Por otro lado, en mi caso, me daba pavor coger el
teléfono al supervisor, por miedo a no entender su intervención,
cuando desde luego es peor quedarse esperando sin saber qué le han
dicho a tu partner. Otro tema personal que siempre he tenido y que
todavía trato de elaborar es mi juventud a la hora de hacer terapia.
Aunque hay compañeros de formación que en repetidas ocasiones me
dicen que esa juventud es una oportunidad, yo trato de luchar con
eso de sentirme como el polluelo que sale del cascarón. Soy
consciente de que la juventud, de alguna manera, simboliza las
muchas puertas abiertas que me quedan por abrir, pero no es eso a
lo que hago referencia. En mi opinión, la formación, el trabajo
personal… y todas las ideas que he comentado en el trabajo son una
parte muy importante para el terapeuta, pero le queda una cuarta
pata a la silla y es la experiencia vital. La sabiduría que dan los años
solo se adquiere viviendo. De todas formas no pienso renunciar a
hacer terapia por ello.

Ya que he hecho un repaso a las tres etapas de la formación en


Terapia Sistémica, no puedo terminar sin mencionar las clases de
trabajo personal que realizamos en tercer curso. En ellas realizamos
varias dinámicas algunas individuales, en las cuales gracias a la
amabilidad de algunos compañeros que se prestaron voluntarios,
pudimos ver diferentes maneras de crecimiento personal, y otras
grupales en las que todos formamos parte. De todas ellas me quedo
con una de las últimas en la que divididos en tres grupos hicimos tres
magníficos murales de lo que había significado la formación para
nosotros. Fue estupendo trabajarlos pues en los tres murales
estamos todos nosotros y las experiencias que hemos compartido. De
hecho, cuando todos juntos miramos todos los murales, las personas
que no habían participado en el que se estaba prestando atención al
momento, se oían frases como “es verdad” “¿Te acuerdas de eso?”
“¿qué tiempos aquellos, no?” Después, tres compañeros se
encargaron de inventar una historia para cada mural y las
compartieron con el resto del grupo. Gracias a la implicación de la
clase, puedo mostrar nuestro último trabajo como grupo.

27
El mural e historia que representan el primer curso

Hola yo soy Txispi y quiero presentarme: Soy un pequeño


duende que vive entre vosotros, nací aquel primer día de
clase de octubre de 2007, y aunque nadie me podéis ver,
todos me habéis sentido en algún momento. Cuando nací
era muy chiquitín, como una pequeña mota de polvo que
sólo puede ser vista con la luz directa del sol, pero como
en nuestra clase no hay ventanas por donde entren los
rayos del sol...ninguno os disteis cuenta de que ya
merodeaba por el grupo.

Poco a poco me fui nutriendo de vuestras historias, de


vuestras emociones, de vuestras vivencias y haciéndome
más y más grande. Llegué a entrar en vuestros
ordenadores, animándoos a miraros por dentro y compartir
vuestras vidas a través del ciberespacio. Recuerdo que a
algunos de vosotros se os movió el suelo firme que
pisabais, de la cantidad de emociones, datos, nuevas
relaciones... buscabais un equilibrio, porque habíais pasado
de ser vosotros, a ser vosotros con vuestra familia y con
vuestros compañeros.

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Yo soy el responsable de muchas de las cosas que pasan
en el grupo; soy el responsable de las reglas no escritas,
como la forma de involucraros en los trabajos que hacéis
juntos. También soy responsable de que os emocionéis con
las emociones de los compañeros, soy responsable de las
sonrisas y miradas cómplices entre vosotros. Soy
responsable de que las personas externas al grupo me
sientan o no, como los profesores, que algunos me sienten
y deciden no entrar en nuestra casa, otros se sienten tan
cómodos que entran hasta la cocina y otros salen corriendo
porque sienten que aquí no hay sitio para ellos.

Cuantas más compartís vosotros más grande me siento yo,


por eso os animo con la canción de Piero José, interpretada
por Mercedes Sosa “Soy pan, soy paz, soy más” que dice
así: ”…y vamos decime contame todo lo que a vos te está
pasando ahora, porque sino cuando está tu alma sola llora,
hay que sacarlo todo afuera, como en la primavera, nadie
quiere que a dentro algo se muera, hablar mirándose a los
ojos, sacar lo que se pueda fuera, para que adentro nazcan
cosas nuevas...” Los que no la conozcáis os animo a
buscarla en internet, y veréis que eso “soy yo”.

Un saludo a todos y gracias a Fuentes-Pila por permitirme


salir y hacerme más presente entre vosotros.

Txispi

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El mural e historia que representan el segundo curso

Tic tac, tic tac, tic tac. A Alicia le inquieta el tic tac del
reloj. Se encuentra en una sala. No sabe cómo ha llegado
hasta allí. Colgado en la pared se encuentra un reloj de
marco metálico y esfera blanca.

Tic tac, tic tac, tic tac. Alicia se pregunta qué hace allí. No
hay ventanas. Tan sólo unas sillas colocadas en círculo y
un gran espejo. Sobre una mesa hay teléfono, un
pequeño tiesto con flores y una caja con pañuelos de
papel.

Tic tac, tic tac, tic tac. Alicia se acerca al espejo. En el


espejo ve la imagen reflejada de la sala en la que se
encuentra. Es la misma. Sin embargo, se detiene a pensar
un poco. No, no puede ser la misma. En el espejo todo se
ve al revés. Allí las cosas tienen que ser diferentes
¡Cuánto le gustaría pasar al otro lado! Acerca su mano al
espejo lentamente y… ¡No puede ser verdad! ¡Su mano
está ahora al otro lado! ¡Luego el brazo, el otro brazo, el
cuerpo y las piernas! ¡Ha pasado al otro lado!

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Oye un tic tac, pero no parece el mismo, suena más
fuerte y más rápido. Parece su corazón que se ha
desbocado y va al galope.

“¿Qué hago yo aquí?” – se pregunta Alicia.

“La familia vendrá en un momento” – le responde una voz


tan temblorosa como la suya.

Alicia se gira sobre sí misma asustada. ¿Le han hablado


las flores? ¿Se ha vuelto loca? ¡No! Ha sido una niña de
su edad ¿O no? Parece algo más mayor. Se mira sus
propias manos, no son tan suaves como suelen ser,
parecen de las de una mujer.

“¿Qué haces aquí? ¿Cómo he crecido tan rápido?” – le


pregunta Alicia a la otra mujer.

“Estamos aquí para crecer, y para ayudar a otros a que


crezcan. Lo que no crece de una u otra manera es porque
está muerto” – le responde dulcemente esa mujer,
intentando calmarla.

“Tu cara me resulta familiar, eso me tranquiliza. Pero


¿Cómo puedo ayudar yo a otras personas?” – vuelve a
preguntar Alicia.

“Aunque parece todo un poco loco y que se trata del


mundo al revés, tan sólo tenemos que respetar unas
normas y dejar que nuestro corazón nos lleve. Mira el
suelo. Las baldosas son blancas y negras, como las
casillas de un tablero de ajedrez. Ahora somos un equipo.
Yo confío en ti, tú confiarás en mí. Detrás del espejo hay
más compañeros que nos apoyan. Hablarán con nosotros
a través de ese teléfono. Ahora entrará una familia por
esa puerta y jugaremos con ellos un juego. Pero no
tenemos que ganarles, ni tenemos que perder” – le
explica la mujer, quien ya no le parece una extraña a
Alicia, sino alguien cercano. Le parece que llevan siendo
amigas desde hace mucho aunque no se acuerde de su
nombre.

“Si no tenemos que ganarles ni tenemos que perder ¿Qué


sentido tiene el juego?” – pregunta algo confusa Alicia.

“Se trata de que entiendan que la forma que tienen de


relacionarse entre ellos es un juego, y que pueden jugar
31
de manera que se hagan felices mutuamente, o de
manera en la que se hagan daño unos a otros” – contesta
la mujer creyendo haber sido lo suficientemente clara.

“No sé si sabré jugar a esto” – responde Alicia – “A mí


siempre me enseñaron a que había que intentar ganar por
encima de todo, pero presiento que tienes razón en lo que
dices ¿Podré contarles un cuento? ¡Me encantan los
cuentos! También podría recitarles el poema de la morsa
y el carpintero.”

“Sí, por supuesto. Parece que llega la familia. Son la


Reina Roja y la Reina Blanca, Tentetieso, los gemelos
Patachunta y Patachún, el Caballo Rojo, el Caballo Negro,
el León y el Unicornio” – le comenta su amiga.

“¡Qué nombres tan graciosos! ¡Me entran ganas de


conocerles! ¡Ojalá esto, no sea un sueño!” – añade Alicia
excitada. Ya no oye el tic tac del reloj…

32
El mural e historia que representan el tercer curso

A final del partido, en el tiempo de descuento. Las


emociones al pil-pil, los nervios a flor de piel, la tensión al
rojo vivo…

“¡Pero, qué hay aquí!” - grita el público ensimismado.

Algunos emocionados no son capaces de articular palabra,


otros sin embargo muestran alegría, gratitud, también los
hay quienes muestran esfuerzo, aprendizaje, cambios…
Todo queda impregnado por sonrisas, amor, felicidad,
cariño, hay incluso retroalimentación, circularidad, todo
parece estar inundado por el aprecio, incluso son capaces
de decir cosas bonitas los unos a los otros, desde el
respeto y la confianza.

Pero, ¿qué ocurre en el campo?, ¿hay algo que hay que


cambiar? “¡Pita, algo arbitro! ¡Pita ya! ¡Ponte las gafas!” Y
el árbitro pita penalti. Algunos dicen que sí, otros que no,
pero no importa todo está bajo control.

33
Las herramientas, ya están en el campo, a punto de
chutar ese penalti, algún delantero nota sus nervios, hay
dudas, muchas,… no sabe qué hacer, a alguno más le
ocurre lo mismo… ¡uff! esto se complica, como los
partidos de Oliver y Benji. Pero, ¡no hay problema!

En este campo, este equipo, tiene fuerza, comprensión,


apoyo, confianza… no importa quién chute, ya que se
convertirá en gol, no hay duda, alisamos el césped,
colocamos el balón y nos ayudamos desde la diferencia
porque todos somos uno. ¡Somos el equipo!

Hay muchos gritos: “puedes”, “contamos contigo”,


“estamos aquí”, “confiamos en ti”, chuta cómo quieras y a
dónde quieras, porque ahí va… ¡va a ser gol!

Y sí… ¡Es GOOOOOOOOOOOOLLLLL! ¡La gente no cabe en


el estadio! No entran en sí de gozo, ya el equipo es
CAMPEOOOOÓN.

Ahí está, el orgullo, el fruto, la locutora radiofónica de la


radio Vasco Navarra, no sabe si quiera expresar lo que se
siente en el ambiente.

Sólo dice y repite: “grandes jugadores, diferentes entre sí


pero, ¡cojonudos como los espárragos! ¡CAMPEONES!”

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Y para terminar, ¿qué decir del cuarto curso? En mi caso ha sido otra
de las grandes satisfacciones. Ahora que termino este trabajo, pienso
que nunca he visto la elección de este tema tan acertada, como en
este instante, en el que a las tres de la mañana me planteo ponerle
un punto y final. Como todo buen proceso que tiene un inicio y un
final, yo ya he comenzado a cerrar el mío. Me despido de mis
profesores, de mis supervisores, de mis tutoras y cómo no, de mis
inmejorables compañeros. A la espera ya de ser terapeutas titulados,
diciendo adiós al que hasta ahora ha sido nuestro contexto protegido
en el que hemos aprendido a ser terapeutas y hemos conocido a
nuestras familias y formando nuestro propio estilo personal para de
una vez, volar libres.

Ama, una vez más tenías razón… ¡Esto es lo mío! ¡Gracias!

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8. Bibliografía:

Libros:

- Boszormenyi-Nagy, I y Spark, G. Lealtades invisibles, Ed:


Amorrortu, 1973.
- Bowlby, J. Vínculos afectivos: Formación, desarrollo y
pérdida, Ed: Morata, 1986.
- Cancrini, L y La Rosa, C. La caja de pandora: manual de
psiquiatría y psicopatología. Ed: Paidós ibérica, 1996.
- Ceberio, M. y Linares J.L. Ser y hacer en terapia, Ed: Paidós,
2005.
- Elkaïm, M. Si me amas, no me ames, Ed: gedisa, 1989.
- Framo, J.L. Familia de origen y psicoterapia, Ed: Paidós,
1996.
- Whitaker, C.A. y Bumberry, W.M. Danzando con la familia,
Ed: Paidós, 1991.
- Minuchin, S y Nichols, M.P. La recuperación de la familia. Ed:
Paidós, 1994.
- Peter A. Martin. Manual de terapia de pareja, Ed: Amorrortu,
1976.

Artículos:

- Baringoltz, S. “Las emociones del terapeuta en el interjuego


de la relación terapéutica”. I Congreso Internacional de
Terapias Cognitivas Constructivistas y Posracionalistas, Año
2009.
- Ceberio, M. Moreno, J y Des Champs C. “La formación y el
estilo del terapeuta”, en Perspectivas Sistémicas, Año 2000,
Nº 60.
- Chouhy, A. “Parámetros de desarrollo en la formación del
terapeuta familiar: el proceso de apropiación de la historia
familiar del terapeuta”, en Redes, Año 2007, Nº 18.
- Galfré O. y Frascino G. “El trabajo con la persona del
terapeuta”, en Perspectivas Sistémicas, Año 2007.
- Guevara, L. “En torno a la cuestión de los sentimientos del
terapeuta sistémico”, en Perspectivas Sistémicas, Año 1991,
Nº 17.
- Koszer, N. “El estrés del psicoterapeuta” en Interpsiquis, Año
2002.
- Kreuz, A. “Emociones en terapia familiar, del tabú a la
resonancia”, en www.ctff-fasedos.com, Año 2009

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- Linares, J.L. “El uso de la inteligencia emocional en la
construcción de la terapia” en Perspectivas Sistémicas, Año
1999.
- Peter, R. “La responsabilidad del terapeuta consigo mismo.
Básicamente humano”.
http://www.monografias.com/trabajos46/responsabilidad-
terapeuta/responsabilidad-terapeuta.shtml
- Salgado de Bernal, C y Alvarez Schwarz, M. “El genograma
como instrumento de formación de terapeutas de familia” en
Revista Latinoamericana de psicología, Año 1990.

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