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Triángulos relacionales

Triángulos relacionales El a-b-c de la psicoterapia


Philip J. Guerin (h) Thomas F. Fogarty Leo F. Fay Judith Gilbert Kautto
Amorrortu editores
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
Working with Relationship Triangles. The One-Two-Three of Psychotherapy, Philip J.
Guerin (h), Thomas F. Fogarty, Leo F. Fay y Judith Gilbert Kautto
©1996, The Guilford Press, por acuerdo con Mark Paterson Traducción, Ofelia Castillo
Unica edición en castellano autorizada por The Guilford Press, Nueva York, y debidamente
protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. ©
Todos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S. A.,
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derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 950-518-085-3
ISBN 1-57230-143-0, Nueva York, edición original
CEXTRO UPIIV7-'nITARIO DE LA .
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Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos
Aires, en mayo de 2000.
Indice general
13 Prefacio
17 1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
20 Una perspectiva histórica
39 2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico
41 Tres tipos de triángulos
49 Importancia clínica de los triángulos
59 3. Cómo encarar los triángulos en la terapia
65 El autoexamen
69 Lo que un triángulo no es
76 4. Estructura de los triángulos relacionales
76 Cómo ver un triángulo
84 Disección de la estructura de un triángulo
105 5. El proceso emocional dentro de la estructura triangular
105 Cómo ver el proceso relacional
112 Preguntas sobre el proceso
116 Proceso emocional y triángulos
126 6. Interacción de la estructura, el proceso y la función
126 La relación entre la estructura y el proceso 128 Mecanismos de activación de los
triángulos 132 La %-náón
9
141 7. Introducción de triángulos en terapia individual 252 Triángulos con un
niño-objetivo
256 Triángulos con un padre y un hermano
144 Empleo de triángulos en terapia individual 258 Triángulos del
subsistema de los hermanos
153 Contextualización de los síntomas del paciente 262 Triángulos
trigeneracionales
individual 265 Triángulos en la familia de segundo matrimonio
160 Indicaciones para trabajar con triángulos en terapia
individual 273 13. Conclusión: cómo llegar a ser un «experto en
triángulos»
166 8. Entrenamiento e intervención directa con
triángulos en terapia individual 273 Omnipresencia de los triángulos en las
relaciones y en
la terapia
167 Casos que presentan problemas relacionales 274 Métodos de manejo de
los triángulos relacionales
170 Casos con problemas de desarrollo 286 Resumen y conclusión
179 Casos de ansiedad o depresión resistentes
185 El triángulo terapéutico ¡ 289 Referencias bibliográficas
189 9. Triángulos extrafamiliares en el conflicto conyugal
191 El triángulo con la aventura amorosa
extramatrimonial
203 Los triángulos de red social
209 Los triángulos ocupacionales
212 10. Triángulos conyugales dentro de la familia
212 La primacía de la vinculación y la jerarquía de la
influencia
215 Desplazamiento del conflicto
216 Triángulos con parientes políticos
230 El triángulo parental primario de cada uno de los
cónyuges
232 Triángulos con los hijos
236 11. Triángulos con niños y adolescentes
236 Triángulos relacionados con la escuela
241 Triángulos de red social
245 Triángulos con el hijo sintomático
252 12. Triángulos intrafamiliares con niños y
adolescentes sintomáticos
Prefacio
Este libro trata de lo que significa pensar en las tríadas (en nuestra propia familia y en
nuestro trabajo clínico), de lo que descubriremos si pensamos en ellas y de la conducta a
seguir cuando hayamos hecho esos descubrimientos. Desde los tiempos de Freud se han
desarrollado muchos lenguajes ricos y útiles para pensar en el individuo, entre ellos los del
psicoanálisis, la teoría de las relaciones objetales y el conductismo. Muchos de estos
lenguajes han sido igualmente útiles para pensar en las díadas. Tanto Murray Bowen como
otros fundadores de la teoría de los sistemas familiares consideraron significativo que las
personas organizaran con frecuencia su vida interior y sus relaciones en tríadas (por
ejemplo, mamá, papá y yo; yo, mi mejor amigo y el amigo de mi mejor amigo; yo, mi
cónyuge y mi hijo). Bowen, en especial, trató de desarrollar un nuevo lenguaje, un lenguaje
que nos ayudara a pensar en estos triángulos y a hablar de ellos.
Como todo lenguaje nuevo, este lenguaje está todavía en sus comienzos y por lo tanto no es
tan maduro como otros lenguajes psicológicos y psiquiátricos más antiguos. Esperamos
que, en alguna medida, este trabajo haga avanzar más el lenguaje de los triángulos. Eso es
precisamente lo que queríamos lograr cuando decidimos escribir este libro. Nuestra
experiencia en nuestra vida y con nuestros pacientes nos ha convencido de la utilidad de
«pensar en los triángulos» para comprender a las personas, las relaciones, las familias y
otros sistemas sociales humanos. Pero al hablar con otros terapeutas acerca de los
triángulos, nuestras dificultades para formular las ideas y las diferentes maneras que ellos
tenían de abordar el concepto nos llevaron a pensar que la idea de los triángulos no estaba
todavía completamente elaborada. Nuestra comprensión de los triángulos, así como la de
ellos, era un tanto imprecisa, y a veces los terapeutas, al referirse a los triángulos, parecían
estar hablando de cosas diferentes. Pensamos que para la comunidad terapéutica sería
beneficioso adoptar un lenguaje común
13
acerca de los triángulos y llegar a una comprensión común de ellos.
Esperamos, entonces, que este libro tenga una triple utilidad. En primer lugar, que beneficie
a toda la comunidad psicoterapéutica al aumentar su capacidad de advertir la ubicuidad de
los triángulos en los problemas emocionales y de relación y de hablar en términos de
triángulos y no sólo en términos de individuos y díadas. En segundo lugar, y en relación
con quienes ya usan el concepto de triángulo en sus prácticas, esperamos que este trabajo
los ayude a afinar y perfeccionar su comprensión de los triángulos y les proporcione nuevas
ideas sobre su empleo en sus intervenciones con la gente a la que tratan de ayudar. Y por
último, en el caso de quienes no usan el concepto, esperamos que el libro llegue a ser una
nueva arma en su arsenal y les resulte útil en muchas oportunidades, pero especialmente
cuando se sientan atascados. Pensar en los triángulos puede ser muy útil para superar el
estancamiento de la terapia y destrabar un caso que se encuentra en un impasse.
Hemos organizado las páginas que siguen en trece capítulos, en los que abundan las
referencias a casos clínicos. El primer capítulo cuenta cómo la idea de los tríos y las tríadas,
y
finalmente la de los triángulos, hicieron su aparición en la terapia familiar y en el
pensamiento psicológico en general. Los capítulos 2 y 3 constituyen nuestro intento de
explicar y ejemplificar lo importante que es para el trabajo clínico el hecho de pensar en los
triángulos. Los capítulos 4 a 6 exploran los triángulos en cuanto a la estructura, el proceso,
el movimiento y la función.
En los capítulos 7 a 12 entramos en más detalles acerca de las técnicas clínicas. Ofrecemos
una tipología de los triángulos que se encuentran más a menudo en la práctica clínica con
individuos (capítulos 7-8), parejas (capítulos 9-10) y niños y sus familias (capítulos 11-12),
junto con algunos métodos de intervención. Cierra el libro el capítulo 13, con un resumen
de los métodos de tratamiento.
Este libro es el producto de los más de cien años que suma la experiencia combinada de los
autores en la terapia familiar, de parejas y de individuos, como también de las muchas horas
empleadas en precisar los conceptos de la teoría de los sistemas familiares y desarrollar
planes de tratamiento basados en dicha teoría. A lo largo de los años hemos descubierto lo
difícil
que es perfeccionar el concepto de triángulo relacional y traducirlo en métodos de
intervención clínica. Las páginas que siguen representan lo que pudimos lograr en tal
sentido. No creemos que sean la última palabra en triángulos, pero sí que constituyen un
buen comienzo.
Durante los últimos veintidós años, el Center for Family Learning, con sede en New
Rochelle y posteriormente en Rye Brook, Nueva York, ha sido un lugar donde florecieron la
teoría y la terapia familiares. El ambiente del CFL nutrió nuestras ideas, y nuestros colegas,
amigos, familias y pacientes fueron nuestros maestros. Agradecemos a todas esas personas
su comprensión y sus aportes a nuestro trabajo. Queremos expresar nuestra gratitud al
actual cuerpo docente del Centro, en especial a los miembros del Proyecto de Pareja
-Nancy Edelman, Barbara Gewirtz, Donna Gundy, Wendy Michel y Katherine Moseley-,
cuyo asesoramiento sobre el material clínico usado en este libro fue invalorable.
Desde luego, estamos en deuda con Murray Bowen, cuya teoría de los sistemas familiares
iluminó el camino que hemos recorrido (aunque no siempre de la misma manera que él). Es
con gran respeto y afecto que lo recordamos a él y recordamos su singular manera de
pensar sobre las personas y sus problemas. Agradecemos especialmente a Mike Nichols,
nuestro editor en Guilford Press. Su generosa contribución de tiempo y sus agudas críticas,
envueltas siempre amablemente en su fino humor, fueron un gran estímulo para nuestro
trabajo. Su pericia en el campo de los sistemas familiares y su amplio conocimiento de la
psicología nos permitieron ampliar el alcance de nuestro pensamiento. En sus largas cartas
que proponían cambios se adivinaba siempre su amor por la escritura y el buen estilo.
Agradecemos también a James McGee, profesor de trabajo social en el College de New
Rochelle, quien leyó nuestro manuscrito en sus etapas intermedias. Su evaluación de la
utilidad del texto para los estudiantes de trabajo social clínico y para los terapeutas
familiares que recibían entrenamiento fue particularmente útil. Y por último, agradecemos a
nuestras familias, que fueron pacientes, solidarias y comprensivas cuando trabajábamos en
este proyecto.
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1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
En el comienzo mismo de su vida, cuando supieron que usted había sido concebido, tal vez
su padre, su madre o ambos lo hayan sentido como un intruso. Quizás el hecho de su
existencia regocijó a su padre y representó una amenaza para la carrera de su madre,
llenándolos a él de entusiasmo y a ella de preocupación. Y es probable que, aun antes de su
concepción, su abuela materna haya ejercido presiones para nada sutiles e iniciado una
campaña a favor de su futura existencia. Y cuando usted nació, fuera cual fuese el mapa
genético dibujado en su rostro, probablemente su apariencia constituyó el estímulo para
toda clase de distinciones basadas en las diferentes lealtades de los bienintencionados
parientes. «Es idéntico a la madre de George» , dice la hermana de la madre de George.
Contemplada desde este punto de vista, la vida, más que una serie de caminos posibles, es
un laberinto de bancos de arena y escollos triangulares que es necesario sortear. Y como si
eso no fuera ya suficientemente difícil, uno decide ser psicoterapeuta, es decir, instructor
profesional de navegación. Cada presentación clínica, cada paciente, enfrenta un gran
número de estas contracorrientes triangulares y uno se ofrece a ayudar. La mayoría de los
psicoterapeutas sistémicos tienen un registro mental de su propia experiencia de lucha con
los triángulos relacionales. Pero siempre-ya sea que se elija una solución de corto plazo o
un modelo de crecimiento de largo plazo-los triángulos están allí, afectando los resultados.
Recordamos a Anna K. Era una niña solitaria de ocho años con unos bellos y enormes ojos
marrones, destinados a romper algunos corazones en el futuro. Su madre la trajo a terapia
por sugerencia de la maestra de tercer grado, según la cual Anna parecía triste, mostraba a
veces un cansancio excesivo y en ocasiones permanecía distraída, mirando sin ver. Ánna
era la menor de tres hermanas. Sus padres se habían divorciado cuando ella tenía cinco
años. La madre tenía un nuevo novio, el padre había dejado Nueva York para establecerse
en California, y la vida seguía su curso.
En la primera sesión, Anna le pidió a su madre que se quedara en la sala con ella.
Respondía con monosílabos pero sus ojos sonreían. La señora K. deseaba recibir ayuda
terapéutica, todavía experimentaba culpa por haber «fracasado» como madre y se sentía
tironeada entre los sentimientos de responsabilidad por sus hijas y su trabajo y las
exigencias de su nueva relación. El terapeuta escuchó, formuló algunas preguntas y en
determinado momento se encontró pensando en cuál sería la razón por la que el señor K. se
había separado de esa atractiva mujer de 37 años y de la niñita de los bellos ojos pardos.
Hacia el final de la sesión le sugirió a la señora K. que tal vez las exigencias de su trabajo y
de su nueva relación habían producido un distanciamiento entre ella y su hija. Agregó que,
si ella pasaba más tiempo con Ánna, haciendo lo que a Anna le agradara hacer, tal vez
mejorase la relación entre ambas. En tal caso Anna dejaría de refugiarse en sus ensueños y
se comprometería más activa y alegremente con su maestra y sus compañeros de clase. O,
por lo menos, la mejoría en la relación entre ambas podría hacer que Anna se decidiera a
compartir con su madre lo que la preocupaba.
Al regresar para su entrevista de control, tres semanas más tarde, la señora K. informó que
la situación había empeorado. Ella había seguido fielmente las sugerencias del terapeuta,
pero no sólo Anna no había mejorado en la escuela, sino que había empezado a tener
berrinches en la casa. A esta altura el terapeuta podría haberse sentido responsable y
haberse puesto a la defensiva, cayendo así en la trampa de tratar de arreglar algo que,
evidentemente, todavía no entendía bien. En cambio, escuchó atentamente el relato de la
señora K. y le preguntó qué había hecho y con qué resultados. Le preguntó además si tenía
una teoría acerca de lo que había sucedido. Ella dijo que era incapaz de encontrar una
explicación a la reacción de Anna y que se sentía desalentada y más preocupada que antes.
El terapeuta se dirigió entonces a Anna y le preguntó si su madre podía salir por un rato de
la sala, para que ellos conversaran e hicieran algunos dibujos. Anna accedió. Entre los dibu
jos que hizo había uno que representaba a su familia. La niña colocó a su padre bien lejos
hacia la izquierda de la página; la madre y su nuevo novio estaban juntos en el centro, y sus
dos hermanas mayores estaban juntas y más cerca del padre, pero situadas más abajo, erg el
ángulo inferior izquierdo de la página. Aun más sorprendente que la distribución de los
persona
jes era la diferencia de tamaño entre su hermana mayor, Connie, y los demás. El dibujo le
recordó al terapeuta aquella línea de Julio César, de Shakespeare, que dice: «domina el
estrecho mundo como un coloso». Entonces le preguntó a Anna acerca de Connie. La niña
no se mostró muy comunicativa pero dijo que Connie era la que más extrañaba al padre.
El terapeuta le dijo a Anna que fuera a buscar a su madre y después se entretuviera un rato
con los juguetes en la sala de espera mientras ellos conversaban. Anna aceptó, y cuando
volvió acompañada por su madre, el terapeuta le pidió que le mostrara a esta sus dibujos.
Cuando Anna salió de la habitación, el terapeuta utilizó el dibujo de la familia para diseñar
la intervención siguiente. Explicó a la señora K. que el primer experimento había fracasado
porque aumentó la tensión entre Anna y su hermana mayor, Connie, quien veía en Anna a
una niña malcriada. Luego señaló que la información obtenida del primer experimento,
sumada a la que proporcionaba el dibujo de la familia hecho por Anna, justificaba la
realización de un nuevo ensayo. En este la señora K. dejaría de prestarle una atención
especial a Anna y lo haría en cambio con su hija mayor, Connie.
La señora K. siguió el consejo del terapeuta y pasó más tiempo con Connie y menos con
Anna. Se encontró con una significativa dosis del cinismo propio de los trece años de
Connie y esto hizo que la llevase a algunas sesiones. Entonces Connie y su madre tuvieron
ocasión de conversar sobre lo mucho que Connie extrañaba a su padre, la pesada carga que
representaba para ella el cuidado de sus hermanas y otras responsabilidades domésticas que
su madre le había asignado y la forma en que la afectaban las críticas que, para colmo,
recibía. Connie confió a su madre que lo que más le dolía era que ella no la apoyara cuando
Anna se negaba a cooperar. Y como si todo eso fuera poco, le preguntó «quién le había
pedido que introdujera a ese pelmazo en sus vidas».
La señora K. y Connie se entendieron muy bien. Connie empezó a hablar más por teléfono
con su padre y consiguió que la autorizaran a tomar unas breves vacaciones en la primavera
para visitarlo en California. Iría sola. En los siguientes tres meses, la tensión entre Anna y
Connie disminuyó notablemente. La maestra de Anna informó que las cosas habían
mejorado mucho y Anna empezó a ayudar a Connie en las tareas domésticas.
Una perspectiva histórica
El conocimiento de los triángulos puede producir resultados sorprendentes, y esto sucede
más a menudo de lo que muchos suponen. Pero por otra parte todos sabemos que los
«triángulos» tienen que ver principalmente con los problemas de los niños. Freud lo sabía
muy bien antes de que Bowen, Fogarty, Haley y Minuchin nos lo recordaran. Freud curó a
Juanito de su fobia a los caballos explicándole al padre que, a causa del dilema edípico, un
niño puede desplazar hacia un animal su miedo al castigo paterno.
«Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por
la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. Se
averiguó que sería el castigo por su deseo de que el caballo se cayera (muriera). Después
que mediante reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le ocurrió
batallar con deseos cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte) del padre. Según lo
dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre como un competidor en el favor de la
madre, a quien se dirigían en oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto,
se encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores que hemos
designado "complejo de Edipo" y en la cual discernimos el complejo nuclear de las
neurosis. Lo nuevo que averiguamos en el análisis del pequeño Hans fue el hecho,
importante respecto del totemismo, de que en tales condiciones el niño desplaza una parte
de sus sentimientos desde el padre hacia un animal (...) Tan pronto como su angustia se
mitiga, él mismo se identifica con el animal temido, galopa como un caballo y ahora es él
quien muerde al padre». 1
El grupo de la Child Guidance Clinic de Filadelfia, constituido por Salvador Minuchin, Jay
Haley, Braulio Montalvo, Mariano Barragan y otros, nos brindó el famoso caso que ellos
llamaron «Un moderno Juanito».2 El caso trata de un niño de ocho años, adoptado, cuyo
temor a los perros era tan intenso
1 Freud (1955 [1913]), págs. 128-9). [Tótem y tabú, en Obras completas, Buenos Aires:
Amorrortu editores, 24 vols., 1978-85, vol. 13, 1980, págs. 131-2.1 -
2 Haley (1987, págs. 244-61).
que no se atrevía a salir de su casa. Lo irónico del asunto es que el padre del niño era
cartero, es decir, pertenecía a una categoría de trabajadores cuya relación conflictiva con los
perros es legendaria. La estrategia de intervención que ideó Haley fue tan exitosa que
constituyó la demostración clínica de los aspectos sistémicos de los síntomas de los niños.
La trampa clínica de venderles terapia familiar a las familias con un hijo sintomático
recibió un duro golpe con la demostración de las técnicas estructurales utilizadas para
resolver el problema planteado en este caso. «Un moderno Juanito» muestra de modo muy
claro la alteración estructural de una familia centrada en el hijo, inducida clínicamente por
medio de una estrategia desarrollada a partir del síntoma. Como resultado de la alteración
estructural se aliviaron los síntomas del niño, el proceso se desplazó, y entonces surgieron
síntomas en la madre y en las relaciones conyugales. Este desplazamiento redefinió
automáticamente el problema, que pasó a ser un problema de la familia y no del niño.
El grupo de Filadelfia interpretó del siguiente modo el triángulo central de la familia
nuclear constituida por el niño, su padre y su madre. La relación entre los padres era
distante pero no abiertamente conflictiva. La relación entre la madre y el hijo era intensa y
muy comprometida, y la relación entre el padre y el hijo, sumamente distante. La estrategia
del terapeuta combinó dos elementos: 1) una prescripción del síntoma con sus efectos
paradójicos, y 2) la introducción de un objeto en torno del cual fuera posible organizar la
relación entre el padre y el hijo y superar su distanciamiento.
La tarea terapéutica requería que la familia adoptase un perrito como mascota, pero este
debía ser asustadizo y sería responsabilidad del niño enseñarle a ser amigable. El padre, que
como cartero había tenido experiencias de todo tipo con los perros, lo ayudaría a entrenar al
animal. Algún tiempo después, cuando llevaron al perrito a la sesión, el terapeuta pudo
apreciar que el niño y su padre jugaban con él y disfrutaban al hacerlo. Un efecto
secundario imprevisto fue la visible depresión que afectaba a la madre. En ese momento,
los terapeutas definieron el problema del niño como un problema de familia.
El caso de Freud ejemplifica el mecanismo de desplazamiento. El caso de Filadelfia
muestra no sólo el desplazamiento sino también la absorción por un niño de la ansiedad de
un progenitor y de la tensión conyugal. Esto último ya había sido
propuesto anteriormente por Murray Bowen en su trabajo con esquizofrénicos, cuando
postuló la existencia de un proceso de proyección multigeneracional.3
En su innovador trabajo sobre la esquizofrenia realizado en la Clínica Menninger, Bowen
prestó especial atención al vínculo simbiótico que suele existir entre las madres y sus hijos
esquizofrénicos. Además de la intensa dependencia mutua, observó una sorprendente pauta
de comportamiento, que consistía en ciclos de gran proximidad seguidos por otros de gran
distanciamiento. Los ciclos se sucedían en el tiempo de una manera bastante predecible.
Bowen pensó que los ciclos de proximidad y distanciamiento eran provocados,
respectivamente, por estados internos de ansiedad de separación y de miedo a ser
aprisionado, es decir, de ansiedad de incorporación.
Más adelante veremos que estos ciclos de proximidad y distanciamiento son muy
importantes aunque a veces no se los entienda correctamente. Su formación psicoanalítica
llevó a algunos terapeutas de familias a interpretar mal el esfuerzo de Bowen por construir
una teoría de los sistemas. El vínculo entre estos ciclos de proximidad y distanciamiento y
los triángulos se advierte con claridad cuando nos preguntamos hacia quién (o hacia qué) se
dirigen las personas cuando se distancian de alguien con quien habían estado en una
relación íntima.
Vicki P. era una licenciada en economía que trabajaba en una gran compañía de fondos de
inversión. Cuando acudió a nuestra clínica, por sugerencia de Debbie, su mejor amiga,
Vicki tenía 37 años. Debbie había dado un giro muy favorable a su vida y a su matrimonio
unos dos años antes, y atribuía a su terapeuta una gran parte del mérito por el éxito logrado.
Vicki dijo que ella quería «conseguir por lo menos algo de lo que fuera que Debbie había
conseguido».
Cuando Vicki y Bob se conocieron, Bob fue el primero en percibir la sintonía entre ambos.
Persiguió a Vicki, y a medida que el cortejo avanzaba, ambos se sintieron acunados en el
calor de su atracción mutua. Como cada uno de ellos estaba a más de ochocientos
kilómetros de distancia de su familia de origen, se envolvieron en su romántico capullo y lo
disfrutaron sin interferencias. Después de un año de noviazgo (los dos tenían poco más de
treinta años) decidieron casarse. La pareja viajó entonces a la casa de los padres de Vicki en
Michigan
3 Kerr y Bowen (1988, cap. 8).
para anunciar el compromiso. Durante su infancia, su adolescencia y su primera juventud,
Vicki había estado muy unida (algunos dirían que demasiado unida) a su padre, Don. De
hecho, se había ido a vivir a Nueva York para poner distancia fisica en esa relación. La
maniobra dio buenos frutos, porque Vicki empezó a sentirse mucho menos controlada y
presionada por su padre.
Vicki había conocido a Bob unos dos años después de haberse trasladado a Nueva York.
Durante los preparativos para la boda Bob se sintió un poco intimidado por su futuro
suegro, pero lo atribuyó a «cosas de la familia» y le dejó a Vicki la responsabilidad de tratar
ese tema. Como habían postergado el casamiento hasta los treinta y tantos años, estos dos
exitosos profesionales habían ahorrado dinero suficiente para comprar una casa. A ambos
les interesaba la arquitectura y les encantaban las casas antiguas. Don había fomentado ese
interés en su hija. Propietario de una casa de venta de artefactos eléctricos, que atendía
personalmente, el padre de Vicki era un artesano entusiasta y con frecuencia hacía arreglos
en su propia casa. Por lo tanto, cuando Vicki y Bob se mudaron a su nuevo hogar, Don
ofreció viajar a Nueva York y ayudarlos a empezar las reformas. Llegó un viernes por la
noche y los tres compartieron una agradable cena. Pero en la mañana del sábado Vicki
advirtió que el interés de Bob en el proyecto se desvanecía rápidamente. Su falta de
participación empeoró a medida que avanzaba el fin de semana, y culminó en un estallido
emocional que dio por resultado una pelea con su suegro. Don regresó a Michigan
pensando que Bob no lo respetaba. Cada vez que Vicki le pedía a Bob que se disculpara con
su padre, él respondía: «De tu familia te ocupas tú, ¿de acuerdo? Don es tu padre; yo no
tengo por qué quererlo».
Vicki manejó la creciente tensión en el matrimonio dedicando cada vez más tiempo a su
trabajo y a su hijo. Algunos domingos la pareja disfrutaba de momentos afectuosos e
íntimos con su hijo, pero nunca llegaron a fundir el hielo que se había instalado en la
relación. Bob se dejó absorber cada vez más por su trabajo y pasaba cada vez menos tiempo
en la casa. Finalmente, Vicki se alarmó por el distanciamiento que se había producido entre
ellos y le contó lo que ocurría a su amiga Debbie. Cuando Vicki le propuso a Bob que
vieran a un terapeuta, él se limitó a informarle que no estaba seguro de si todavía la quería
y que tampoco estaba seguro de que la relación
entre ambos tuviera futuro. La estrategia de Vicki para encarar la nueva situación consistió
en seguir instando a Bob a acudir a la terapia, pero en el fondo se sentía desesperanzada de
que eso sirviera de algo. Entonces adoptó la solución que ya había funcionado con su padre:
habló abiertamente de la posibilidad de llevar adelante un matrimonio en dos ciudades, es
decir, de hacer una cura geográfica.
Al principio Bob reaccionó con indiferencia, porque pensó que la idea era sólo una más de
una larga serie de amenazas vanas. Pero cuando leyó la carta donde le confirmaban a su
mujer una entrevista de trabajo en Washington, entró en pánico y le suplicó que
reconsiderara su actitud. Prometió iniciar una terapia para tratar de superar las
desavenencias. Vicki hizo la cita inicial con la clínica y acudió sola por dos razones. No
estaba segura de que tendría la suficiente resistencia emocional para volver a pasar por todo
aquello una vez más. Además, tenía miedo de que el hecho de asistir a la terapia con Bob
fuera para este una señal de que, por haber realizado un gesto simbólico, podía volver a su
actitud permanentemente distante. El terapeuta alentó a Vicki a no cambiar de rumbo y a
realizar la entrevista en Washington, pero manteniendo una actitud de apertura hacia los
esfuerzos concretos y sostenidos de Bob.
Podemos rastrear fácilmente los ciclos alternativos de proximidad y distanciamiento entre
Vicki y Bob, desde su encuentro inicial en una fiesta hasta la crisis de su matrimonio ocho
años después. Los triángulos presentes en este caso incluyen los triángulos explícitos de
Vicki, su padre y Bob, y de Vicki, su hijo y Bob. En un segundo plano (en lo más recóndito
de la familia extensa, podría decirse) acechaba la conflictiva relación de Bob con sus padres
y hermanos, que él había manejado con distanciamiento físico y desconexión emocional.
Estos triángulos silenciosos de la familia de Bob eran parte del cuadro clínico en no menor
medida que los triángulos activos y obvios de la familia de Vicki- El terapeuta debe tener
conciencia de esta simetría de la disfunción a fin de comprometer a ambas partes en el
trabajo de la terapia de un modo que no conduzca a atribuir la culpa a una de ellas ni a
criticar a una de las familias de origen en particular.
Hoy Vicki y Bob viven en ciudades separadas por una distancia de quinientos kilómetros.
El hijo permanece con Vicki y la pareja se reúne los fines de semana, alternadamente en
una
y otra ciudad. El progreso logrado con la terapia ha sido modesto; el principal obstáculo lo
constituyen los triángulos que Vicki integra con su padre y Bob por un lado, y con su hijo y
Bob, por el otro.
Si buscamos esos mismos ciclos de proximidad y distanciamiento en nuestra relación con
nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos y colegas, sin duda los encontraremos.
Simplemente son menos intensos y menos extremos que los que describe Murray Bowen al
referirse a los pares madre-hijo o que los que se observan en la relación entre Vicky y Bob.
Algunos son obvios y sus razones son claras, pero otros, al parecer, se producen sin motivo.
Ayer usted estaba ansioso por conversar con su amigo sobre algo que sucedió la semana
pasada, pero hoy se siente un tanto irritado cuando él interrumpe su trabajo con su charla.
El niño que lo volvió loco ayer con sus exigencias le parece hoy una criatura encantadora
con quien es delicioso jugar. El amante al que anoche usted no podía dejar de acariciar le
resulta desagradable esta mañana por alguna razón que no está clara. Un niño pequeño
busca ansiosamente a su madre cuando cree que ella trata de evitarlo o cuando advierte su
gesto de alivio al ver que ya llegó el abuelo para hacerse cargo de él durante la tarde. Más
tarde ese mismo niño parece necesitar menos a su madre y se muestra indiferente con ella.
Y en la adolescencia se vuelve arrogante y sostiene que ella lo necesitaba más de lo que él
la necesitaba a ella. Se resiste a compartir actividades con ella y para él es mucho más
importante pasar el tiempo con sus amigos. El interés de estas observaciones reside en que
revelan la inestabilidad de las díadas. Es la inestabilidad de las díadas lo que produce los
triángulos relacionales.
Tom Fogarty tomó las observaciones de Bowen sobre los ciclos de proximidad y
distanciamiento y, en vez de concentrarse en la necesidad interna de establecer contacto o
en el temor de ser absorbido, se concentró en el movimiento relacional de cada individuo.
En toda relación, una persona tiene tres opciones de movimiento: puede acercarse a la otra
persona, alejarse de ella o quedarse inmóvil. Este movimiento no es teórico, sino que puede
ser observado por los participantes y el terapeuta. Lo que lo causa es el incremento del
nivel de excitación emocional del individuo y su respuesta emocional (su reactividad
emocional) ante el comportamiento de la otra persona o ante su percepción del estado
emocional de la otra perso-
na. La excitación emocional del individuo, junto con el movimiento reactivo que suscita,
constituye el combustible que alimenta la activación de los triángulos. La reactividad
emocional es la clave para percibir cómo las díadas inestables producen triángulos.
El día que supo que sus superiores de la oficina de correos no le habían concedido un
ascenso, Fred S. sintió como si alguien hubiese atravesado con una espada su sueño de
autoestima. Las horas se le hicieron interminables hasta que, transcurrida la jornada, pudo
salir de ese lugar hostil y dirigirse a su hogar para buscar solaz en su valiosa colección de
estampillas. Le encantó comprobar que su esposa Gerry y su hijo Sean no estaban aún en
casa, y se dirigió directamente a su pequeño estudio. Gerry y Sean llegaron tres horas más
tarde y Gerry se dio cuenta de que Fred estaba en casa porque su saco estaba colgado en el
ropero de la sala. También se dio cuenta de que algo andaba mal y se dirigió a buscar a su
marido. Sean, un adolescente larguirucho y tímido de 14 años, aprovechó la oportunidad
para refugiarse en su cuarto con su amado equipo de música.
La relación de estas tres personas es fácil de comprender. Todas actuaron con el propósito
de calmar su estado emocional y lograr que el medio en que se movían fuera
emocionalmente seguro. Todavía no habían activado el triángulo potencial. Gerry se acercó
a Fred. Cuando llegó a la pequeña habitación, comprobó que la puerta estaba cerrada con
llave. Su excitación emocional aumentó. «Fred, ¿estás ahí?». «Sí, estoy bien», respondió
Fred sin abrir la puerta. Después de hacerle a su marido algunas preguntas más, que fueron
respondidas con monosílabos, Gerry se dirigió a la cocina para preparar la cena. Puso en el
horno de microondas las sobras de una comida que había comprado en su restaurante
italiano favorito. Molesta aún por la actitud de Fred, decidió que no iba a permitir que eso
la afectara, exhaló un suspiro y se dirigió a la habitación de Sean para ayudarlo con sus
tareas escolares.
Cuando su madre entró en su habitación, Sean salió quejándose de que tenía hambre.
Entonces Gerry perdió el control y empezó a gritarle que tenía que hacer sus tareas y que
quería saber inmediatamente cuáles eran esas tareas. Como Fred no podía soportar los
ruidos fuertes, salió de su refugio, evaluó la situación y se unió a Gerry para reprender a
Sean. Las pautas de movimiento son clarás: estas tres personas activaron el
triángulo y es fácil deducir que esa activación se originó en la reactividad emocional.
En la investigación sobre la esquizofrenia que llevó a cabo en el Instituto Nacional de Salud
Mental, Bowen documentó el papel decisivo que desempeña el padre distante en las
familias de esquizofrénicos. Los padres, según pudo observar, reaccionaban intensamente
ante la ansiedad de las madres y se comportaban reactivamente cuando percibían un
incremento en la inquietud de estas. En algunos casos se unían a sus esposas para criticar a
sus hijos esquizofrénicos o para preocuparse por ellos, y en otros se distanciaban cada vez
más para escapar a la creciente tensión; lo que nunca hacían era acercarse a sus hijos
esquizofrénicos. Bowen se refería precisamente a este fenómeno cuando comenzó a usar el
término tríada y, posteriormente, el término triángulo.
«Empecé a elaborar este concepto básico en 1955. En 1956 el grupo de investigación
pensaba en términos de "tríadas" y hablaba de ellas. Al evolucionar, el concepto adquirió un
significado mucho más amplio que el del término convencional tríada, y por lo tanto
teníamos problemas para comunicarnos con personas que daban por sentado que conocían
el significado de la palabra "tríada". Entonces elegí triángulo para dar a entender que el
concepto tiene un significado específico que no coincide con el de tríada».4
A partir de estas observaciones clínicas, Bowen intentaba trascender el pensamiento de
Freud sobre los triángulos. En su opinión, los triángulos no se limitan a los desarrollos
edípicos sino que son más genéricos. De hecho, cada vez que existe tensión en una díada
empiezan a operar las fuerzas emocionales de un modo tal que se produce un triángulo
relacional estabilizador. Por ejemplo, Bowen observó que la tensión existente entre el niño
esquizofrénico y su madre era percibida por el padre como enfado de la madre. A su vez,
esto incrementaba el nivel de ansiedad en el padre, lo que lo impulsaba a tratar de poner fin
al enfado de su esposa, llegando a cualquier extremo para apaciguarla, incluso al de negar
el papel de ella en su conflicto con el hijo. Esto hacía que el hijo se sintiera abandonado por
ambos padres, excluido, criticado y ubicado en la posición de ser el único con problemas.
4 Bowen (1978, pág. 373).
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Davy N. pasaba mucho tiempo con su madre, más del que podría considerarse razonable,
aun para un niño de cinco años. La señora N. se preocupaba especialmente por ayudarlo
con sus tareas escolares. Davy tenía una seria discapacidad de aprendizaje y, a pesar de que
recibía una enseñanza especializada impartida por profesionales, la señora N. aseguraba
que necesitaba también su ayuda. El señor N. discrepaba abiertamente. Consideraba que su
esposa estaba convirtiendo a Davy en un «nene de mamá». El señor y la señora N. no se
permitían discutir sus diferencias acerca de Davy (en realidad, acerca de nada). La señora
N. concentraba sus energías en los problemas de su hijo, mientras que el señor N. se
mantenía distante de ambos, concentrado en su trabajo y en su colección de trenes.
Bowen advirtió que los problemas clínicos estaban invariablemente incorporados a estas
estructuras de tres personas (por ejemplo, el adulto joven esquizofrénico y sus padres). Pero
a diferencia de Freud, rechazó la idea de que la energía que impulsa el proceso emocional
en ellas es siempre libidinal. Postuló que la fuerza impulsora de los triángulos era un apego
ansioso llevado al extremo. A este apego ansioso lo llamó «fusión»: un vínculo simbiótico
con desdibujamiento de los límites entre dos personas, en el cual la transmisión de la
ansiedad es tan intensa que cada una de ellas llega a convencerse de que no puede
sobrevivir sin la otra. Ese vínculo simbiótico, o fusión, tiene su correlato en una conducta
cíclica de aproximación y distanciamiento entre la madre y su hijo esquizofrénico, quienes
se acercan y se alejan en lo que parece ser una búsqueda interminable de un espacio
relacional cómodo. Actúan como un conjunto de imanes que se atraen entre sí cuando están
a cierta distancia pero que empiezan a repelerse tan pronto como su proximidad se ha
vuelto excesiva.
Estos mismos ciclos de aproximación y distanciamiento se producen, aunque quizás en
forma menos acentuada, en todas las relaciones diádicas: progenitor e hijo, hermano y
hermana, marido y mujer, y hasta amigo y amigo. Estos ciclos de comportamiento son
reacciones a la ansiedad interna: la ansiedad de separación impulsa a realizar intentos de
aproximación, mientras que la ansiedad de incorporación impone el distanciamiento. Esta
dinámica constituye la clave de la inestabilidad inherente a la relación. diádica.
En la terapia, Bowen trabajó con los triángulos de dos maneras. Un enfoque consistía en
colocarse, como terapeuta, en la posición de un tercero que podía llegar a formar parte del
triángulo. Después hacía lo necesario para permanecer fuera del triángulo, pero mantenía su
conexión con ambos miembros de la díada.5 Por cierto, Bowen sostuvo que lo esencial en
la terapia de parejas es que el terapeuta se mantenga conectado con ambos cónyuges, pero
sin permitir que lo incluyan en un triángulo. En la práctica Bowen se conectaba con cada
persona, una por vez, a menudo eligiendo empezar con la parte más motivada. Formulaba
preguntas que no suscitaban confrontación, verificaba hechos y escuchaba la expresión de
los sentimientos de cada una. Sus preguntas estaban destinadas a estimular la cognición y
no a forzar la exteriorización de sentimientos. Su objetivo era desarrollar y escuchar, a
través de preguntas y respuestas, las percepciones y opiniones de cada parte, sin tomar
emocionalmente partido por ninguna de ellas. Es precisamente el tomar partido lo que
mantiene en funcionamiento a los triángulos.
Mantenerse fuera de los triángulos parece simple, pero no puede llevarse a cabo diciendo
simplemente «No tomaré partido por ninguno de ustedes», o «No voy a formar un triángulo
con ustedes». La neutralidad emocional puede ser una trampa si el terapeuta se preocupa
demasiado por no dar la impresión de que el conflicto entre las partes lo pone ante una
situación diñcil de resolver. De hecho, la ansiedad por permanecer neutrales
paradójicamente aprisiona a los terapeutas en una trampa triangular, porque pierden la
capacidad de moverse libremente entre las partes y se paralizan. La capacidad del terapeuta
para permanecer emocionalmente calmo frente a los sentimientos intensos es fundamental
para evitar tanto la trampa de tomar partido como la de la parálisis que provoca la
neutralidad. En estos casos resulta muy útil el conocimiento que el terapeuta tenga de lo
que provoca sus reacciones emocionales, como también su experiencia en el manejo de
invitaciones a entrar en triángulos en su trabajo clínico y en su vida personal.
El segundo método de Bowen para resolver los triángulos consistía en trabajar con el
individuo que mejor funcionara en un sistema. Bowen enseñaba a ese individuo a
destriangular
5 Kerr y Bowen (1988, pág. 145).
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se, es decir, a actuar en función de sus propias creencias y valores sin aislarse de los demás
miembros del sistema. El ahora famoso trabajo de Bowen sobre sus esfuerzos para
diferenciarse en su familia de origen muestra cómo hacerlo.6 Debemos recordar, sin
volvernos por eso paranoides, que cada individuo o pareja con los que tratamos es un
problema en busca de un triángulo. Los esfuerzos de los pacientes por resolver sus
problemas con los triángulos pueden ser muy estimulantes cuando un terapeuta trabaja con
pacientes individuales y les enseña a funcionar mejor y a conectarse mejor en sus sistemas
de relación personales y ocupacionales. Un terapeuta que ha aprendido a pensar en los
triángulos se mantiene alerta al número e intensidad de los que se ponen en evidencia en la
habitación. Esto se aplica incluso en el caso de los pacientes individuales e incluye los
triángulos potenciales que involucran al terapeuta.
La idea de los triángulos surgió mientras se trabajaba con esquizofrénicos pero su
aceptación y empleo en la terapia familiar se produjo en la Child Guidance Clinic de
Filadelfia, en el trabajo con familias centradas en los niños. Allí la idea se centró más en la
estructura que en el proceso. En opinión de los terapeutas, los triángulos eran el resultado
directo de un desdibujamiento de los límites entre los subsistemas familiares y no el
resultado de la reactividad y el proceso emocional. Pensaban que los triángulos no variaban
constantemente sino que tenían una forma fija. Creían que un triángulo operaba como una
unidad modular única a lo largo de dos generaciones y no que se conectaba con una serie de
triángulos entrelazados, algunos de los cuales podían involucrar una o tres generaciones.
Thomas Fogarty, influenciado por Bowen pero menos apegado que este al pensamiento
psicoanalítico, fue el primero en concentrarse en el movimiento relacional en los triángulos.
Fogarty sostuvo que los individuos se acercan y se alejan uno de otro en respuesta a la
incomodidad que les produce estar demasiado próximos o demasiado distantes. Puntualizó
que el movimiento es lo que crea la estructura del triángulo: un individuo se mueve hacia
una tercera persona mientras se aleja del segundo miembro de una díada (por ejemplo, un
marido se mueve hacia una aventura amorosa mientras se aleja de su esposa). En otras
palabras, para Fogarty los triángulos son un
mecanismo de evitación cuyo propósito es eludir la incomodidad, tanto si esta es producida
por la intimidad como si lo es por el hecho de tener que enfrentar cuestiones conflictivas.
Fogarty observó que la mayoría de las parejas con hijos pequeños que acudían a consultarlo
sobre sus problemas conyugales tenían una dinámica similar, subyacente a la diversidad
que presentaban sus historias. En los comienzos del matrimonio había suficiente amor y
afecto como para satisfacer a ambos cónyuges. Con el nacimiento del primer hijo, advertían
que disponían de menos tiempo, menos energía, menos privacidad y menos libertad. La
atención del bebé absorbía a la esposa, que se tornaba menos esposa y más madre. Cuando
el marido se acercaba a ella y trataba de restablecer el antiguo estado de cosas, fracasaba. El
dúo se había convertido en un trío (y, al menos potencialmente, en un triángulo). Por lo
general los maridos comprendían que el anterior estado de cosas se había ido para no
volver, pero aun así echaban de menos a sus esposas. Muchas veces manejaban la pérdida
entregándose más al trabajo y a la carrera y distanciándose cada vez más de la esposa y el
hijo. En ese punto el triángulo se había convertido en un problema y formaba parte de la
manera de operar de la familia. Destriangular en este caso significaba lograr que el padre se
acercara a su hijo y asumiera su paternidad.
De la observación de sus pacientes, Fogarty dedujo que en algunas personas predomina la
ansiedad de separación y, en otras, la ansiedad de incorporación. Esto da origen a conductas
que él denominó «persecución emocional» y «distanciamiento emocional, .7 Los cónyuges
de los perseguidores emocionales perciben a estos como una amenaza de incorporación, lo
cual activa la ansiedad de los distanciadores e intensifica su conducta de distanciamiento.
Los cónyuges de los distanciadores emocionales perciben a estos como una amenaza de
abandono (separación), lo cual desencadena la ansiedad de los perseguidores e intensifica
su persecución. Cuanto más intensa sea la ansiedad de una u otra de las partes, más
probable es que se realicen esfuerzos para estabilizar la díada mediante la activación de un
triángulo.
El principal método de intervención de Fogarty consistía en cambiar la dirección del
movimiento de las personas que inte
6 Bowen (1978, pág: 529 y sigs.).
7 Fogarty (1979).
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graban los triángulos, modificando así la estructura de estos. Modificar la estructura
cambiando el movimiento pone al alcance de las personas un modo diferente de actuar en la
familia. También descubre los problemas que estaban evitando a través del triángulo y les
permite enfrentarlos en la terapia. Por ejemplo, si una madre habitualmente se ocupaba de
los detalles de la vida de su hijo mientras su marido se distanciaba de ambos, Fogarty
prescribía que la madre se apartara algo del hijo y que el padre se acercara a él y dedicara
más tiempo a prodigarle cuidados o a fortalecer la relación. Si los padres hacían esfuerzos
sinceros por cumplir la prescripción, invertían la dirección de su movimiento. Mientras lo
hacían, Fogarty les enseñaba a controlar sus reacciones emocionales internas ante ese
cambio operado en el movimiento. El creía que el movimiento anterior era una manera de
mitigar la incomodidad emocional. El nuevo movimiento contrarrestaba las tendencias de
sus estados emocionales. También iba en contra de lo que su propia experiencia les había
enseñado que aliviaba de sus estados internos incómodos. En este punto, la gente empieza a
ponerse en contacto con esos estados internos de incomodidad y es probable que
experimente más ansiedad o depresión. Si la familia ha cumplido la prescripción dirigida a
la reestructuración, se producirá una alteración estructural en el triángulo con el
consiguiente alivio del síntoma que llevó a la terapia. Cuando se produce el alivio de ese
síntoma pueden aparecer otros cuya existencia aquel había camuflado. La nueva serie de
síntomas podría incluir un conflicto conyugal subyacente, una depresión del marido o el
alcoholismo de la esposa.
Salvador Minuchin y Jay Haley, con la colaboración de Mariano Barragan, Braulio
Montalvo y otros, desarrollaron métodos estructurales y estratégicos para lidiar con los
triángulos. Su principal método de intervención consistía en utilizar los síntomas y
promover un cambio estructural para aliviar al portador del síntoma de su dificil situación.
Minuchin reflexionó detenidamente sobre la estructura de la familia como un todo, incluso
sobre el conocido hecho de que las madres están fuertemente involucradas con sus hijos,
mientras que los padres se desentienden. Esto hace improbable el éxito de cualquier intento
de tratar el mal comportamiento de Johnnie que no tome en cuenta el hecho de que su
madre no es estricta con él. Pero no tomar en cuenta que la falta de severidad de la madre es
parte de su excesivo com
promiso con el hijo, y que esto se relaciona con el escaso compromiso con su marido -y de
él con ella-,también conduciría al fracaso. Un caso de Minuchin -el de Sally Brown, una
niña de diez años hospitalizada por anorexia nerviosa- ilustra este principio.$ Minuchin
provocó una crisis familiar en la sesión dedicada a considerar los hábitos alimentarios de
Sally, crisis que reveló la actitud de sobreprotección de los padres de Sally, su falta de
compromiso mutuo, el papel periférico del padre en la familia y el intenso compromiso de
la madre con el subsistema de la niña. El terapeuta insistió en que los padres le permitieran
a Sally, con la guía de su pediatra, elegir por sí misma los alimentos que quería comer. Esto
alivió la anorexia de Sally y fue el primer paso en el proceso de reestructuración de la
familia. Para reestructurarla fue necesario transformar tanto el subsistema de los cónyuges
como el de los hermanos, fijándoles límites apropiados y estableciendo una efectiva
comunicación entre los subsistemas y dentro de ellos.
Haley, por el contrario, se concentró más estrechamente en lo que él llamó las coaliciones
transgeneracionales. Desarrolló una estrategia de tres pasos para tratarlas:
1. Conectar al progenitor distante con el hijo dependiente, a fin de separar a este del
progenitor demasiado involucrado.
2. Acercar a los padres.
3. Encarar el síntoma directamente, por lo general con alguna prescripción paradójica.
Por ejemplo, en el caso del niño que tenía fobia a los perros, vimos que el niño estaba
encerrado en un triángulo en el que él y la madre se hallaban demasiado próximos, en tanto
que el padre ocupaba una posición distante. Los terapeutas idearon una estrategia
consistente en hacer que el padre enseñara a su hijo cómo tratar a los perros. Así, usaron el
síntoma estratégicamente para crear una relación entre el padre y el hijo, cerrando la brecha
que los separaba y modificando la estructura del triángulo.
El enfoque estructural de Minuchin y el estratégico de Haley llegaron a dominar la terapia
familiar. Cuando lo estratégico prevaleció sobre lo estructural, Haley se apartó de los
a Minuchin (1974).
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triángulos y comenzó a trabajar con estrategias para individuos, siguiendo las huellas de
Milton Erickson.
La siguiente etapa en el desarrollo del concepto de triángulo surgió de la conexión entre
Philip Guerin y Murray Bowen. Guerin conoció a Bowen mientras cumplía su segundo año
de residencia psiquiátrica en Georgetown. El encuentro entre ambos hombres se produjo en
1967, es decir, ocho años después que Bowen dejó el National Institute of Mental Health
para trasladarse a Georgetown. Después de escuchar la conferencia de Bowen sobre la
esquizofrenia y la familia, Guerin le pidió que supervisara su trabajo en el caso de una
joven esquizofrénica de 19 años y su familia.
Guerin había estado llevando este caso en el Hospital General del Distrito de Columbia
desde las primeras semanas de su primer año de residencia. Creía que su paciente estaba
atrapada en una relación sumamente ambivalente con su madre. La madre, por su parte,
trataba con frialdad a su hija y la consideraba una carga. El padre, funcionario público en el
campo de la salud, estaba ansioso y parecía no tener opinión alguna acerca de su hija o su
esposa o de la relación entre ambas. Parecía tener miedo de perder a su esposa y de que su
hija no pudiera hacer una vida normal.
Guerin le presentó este triángulo a Bowen y le pidió que lo ayudara a desactivarlo,
pensando que si esto se lograba la joven mejoraría y podría llevar una vida más normal.
Bowen le sugirió que empleara con esta familia una terapia de red. En esa época, Ross
Speck y Carolyn Attneave9 estaban desarrollando un método de <desintensificación» de
esquizofrénicos y sus familias, a quienes hacían formar redes sociales que se reunían
regularmente con su terapeuta. Bowen estaba probando este método, sobre todo porque lo
veía como potencialmente capaz de disminuir la intensidad del vínculo simbiótico entre las
madres y sus hijos esquizofrénicos, casi como si las relaciones de red pudiesen crear una
serie de circuitos triangulares entrelazados que drenarían parte de la tensión existente en el
triángulo familiar central. Guerin pensó que el método posibilitaba la formación artificial
de una familia extensa.
La supervisión de Bowen, vaga y a la vez llena de sabiduría, carecía de una explicación
detallada del concepto de triángulos y de cómo usarlos clínicamente. Fue entonces cuando
9 Speck y Attneave(1973).
Guerin decidió tomar algunas de las nuevas ideas sobre los sistemas familiares y
elaborarlas de un modo que las volviera más comprensibles y más fáciles de aplicar en la
práctica clínica cotidiana. Las ideas de Bowen sobre los triángulos le hicieron cobrar
conciencia de varios triángulos profesionales y personales en un momento crítico de su
formación. Cuando estudiaba medicina había desarrollado un estrecho vínculo con el
director del Departamento de Psiquiatría de Georgetown, Richard Steinbach. Este, un
hombre imponente que medía casi dos metros y tenía una voz profunda y resonante,
profesaba ideas psicoanalíticas conservadoras adquiridas en su Georgia natal y en el
Psychoanalytic Institute de Baltimore. Steinbach influyó fuertemente en la decisión de
Guerin de especializarse en psiquiatría. Aun cuando Bowen era un miembro importante del
cuerpo de profesores de Georgetown, lo poco ortodoxo de sus ideas y la influencia que
estas ejercían en algunos residentes jóvenes, como Guerin, preocupaban a Steinbach.
Además, Guerin estaba en terapia analítica (aunque no en psicoanálisis) dos veces por
semana, a causa de su idealización de objetos internalizados importantes. La idea de los
triángulos amplió su perspectiva y le permitió comprender que estaba aprisionado en
triángulos con esos objetos (por ejemplo, en el que formaba con Bowen y Steinbach). Todas
estas fuerzas convergentes dieron origen a la idea de Guerin de que los triángulos son un
subproducto de la lucha por «la primacía de la adhesión y la jerarquía de la influencia».
Guerin llevó a Bowen los triángulos combinados de su familia nuclear, su familia extensa y
su vida profesional, y le pidió que lo aceptara como alumno. Así se libró del diván-y, con el
tiempo, también de Washington- y se refugió en el maravilloso caos de una residencia en la
Facultad de Medicina Albert Einstein, en el Bronx. Durante su último año de residencia en
Georgetown, Guerin se había relacionado con Tom Fogarty y se había interesado en sus
ideas sobre el movimiento, la persecución y la distancia en las relaciones, ideas que Fogarty
expuso en el Simposio sobre la Familia realizado en Georgetown. Guerin pensó que estos
conceptos eran operacionales para las ideas de Bowen sobre los ciclos de aproximación y
distanciamiento. Le interesaba particularmente la aplicación que hacía Fogarty de dichas
ideas en experimentos cuyo objetivo era alterar la estructura de los triángulos relacionales,
en especial de los triángulos centrados en los hijos.
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Cuando Guerin llegó a la Facultad de Medicina, Einstein se puso en contacto con Fogarty y,
con el beneplácito de las autoridades administrativas, lo invitó a colaborar en el desarrollo
de ideas sobre los sistemas familiares. Guerin combinó entonces la idea centrada en el
proceso, tomada de su trabajo con Bowen, con la idea de Fogarty sobre la importancia de
rastrear el movimiento en la estructura de los triángulos relacionales.
A fines de los años 70 y comienzos de los 801a frustración -propia de la mediana edad- que
le producía a Fogarty la recurrencia de los síntomas en los perseguidores emocionales lo
llevó a emprender el estudio clínico de la experiencia existencial del vacío interior. Para
Fogarty, esa experiencia era un estado emocional que afectaba a los individuos cuando
percibían las limitaciones de lo que podían obtener de sus relaciones.
A esta altura, la distimia de Fogarty y la ciclotimia de Guerin hicieron que tomaran rumbos
diferentes. Guerin pensaba que Bowen y Fogarty se escapaban por la tangente: Bowen por
la de la regresión social, y Fogarty por la de la vacuidad individual. Entonces, junto con sus
colegas Leo Fay, Susan Burden y Judith Kautto, dirigió sus esfuerzos a destacar la
importancia de los triángulos relacionales en la psicoterapia de sistemas. Esta posición
quedó reflejada primero en un trabajo sobre las familias centradas en los niños y en los
adolescentes, 10 y más tarde en un trabajo sobre la relación conyugal. 11 Este grupo
investigó los mecanismos de activación de los triángulos y combinó las orientaciones
estructural y procesal. Introdujo las ideas de jerarquía de la influencia y primacía de la
adhesión y mostró la utilidad clínica de una tipología de los triángulos basada en los
síntomas.
En su modelo conyugal, Guerin y sus colegas desarrollaron métodos de intervención para
tratar los triángulos relacionales. Entre las técnicas propuestas por el grupo se encuentran
las siguientes:
1. Identificar el triángulo clave y llevar a la superficie el proceso emocional que hay en él
introduciendo experimentos relacionales, ya sea a través de alteraciones estructurales
directamente prescriptas o, indirectamente, a través de la
1° Guerin y Gordon (1986).
11 Guerin, Fay, Burden y Kautto (1987).
formulación de preguntas sobre el proceso (por ejemplo, «¿Qué pasaría si usted le entregara
su hijo a su marido?»).
2. Enseñar a cada una de las personas que integran el triángulo (o a una sola cuando en la
terapia no están incluidas las demás) a cambiar su papel, también a través de experimentos
relacionales.
3. Reforzar el progreso ocupándose de los principales triángulos entrelazados (por ejemplo,
la desactivación de un triángulo que se formó como consecuencia de una aventura amorosa
extramatrimonial puede revelar la existencia de un triángulo, activo pero hasta ese
momento invisible, con un pariente político, triángulo este último del cual también será
necesario ocuparse).
Los métodos desarrollados por Minuchin, Haley y los otros terapeutas estructurales y
estratégicos para tratar la disfunción emocional a través de los triángulos se concentraron
en la producción de alteraciones estructurales cuya finalidad era aliviar el síntoma. Los
métodos desarrollados y usados por Bowen, Fogarty y Guerin incluyen la producción de
alteraciones estructurales destinadas a aliviar el síntoma, pero también un esfuerzo dirigido
a sacar a la superficie el proceso emocional que tiene lugar dentro de los triángulos. Este
último enfoque tiene una ventaja importante: brinda acceso terapéutico a los procesos
subyacentes individuales y diádicos causantes del síntoma que motivó la consulta. A menos
que los procesos subyacentes sean expuestos y tratados, el alivio del síntoma resulta ser
sólo eso: una mejoría temporaria con frustrantes ciclos de recurrencia. Por ejemplo, en una
familia es posible aliviar los síntomas del hijo. Pero sólo ocupándose del triángulo se podrá
sacar a la luz el conflicto conyugal, la dependencia del padre respecto de la madre y su
miedo al rechazo, como así el miedo de la madre a ser abandonada.
En los Estados Unidos, a raíz de ciertos cambios producidos en el sistema de prestación de
la asistencia médica, se ha impuesto una forma de práctica clínica que se concentra casi
exclusivamente en el alivio del síntoma. Esta situación tiene ventajas y desventajas. Una de
las ventajas es que desde hace mucho tiempo se necesitaba que la psiquiatría y la
psicoterapia dedicaran más atención al manejo y el alivio de los síntomas. La nueva
tendencia obligará a los profesionales a prescindir de lo superfluo en la psicoterapia.
Ampliar el ego observa
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dor y producir sistemas relacionales más sanos son objetivos deseables, pero tendrán que
ser alcanzados con métodos más eficientes. Una de las desventajas es que hay muchas
situaciones clínicas en las que medicar, y un breve manejo cognitivo y conductista no basta
para llevar a buen término la tarea. Recetar Prozac o dar un consejo no siempre es
suficiente para alcanzar los resultados que serían de desear.
Los médicos se enfrentan ya con el dilema de elegir entre métodos de contención y
métodos que apuntan a poner al descubierto el proceso emocional subyacente. Por otra
parte, siempre hubo terapeutas que prefirieron la terapia breve a la prolongada. Pero
brevedad no quiere decir ingenuidad. Lo bueno de los triángulos es que constituyen un
ingrediente fundamental de nuestra comprensión conceptual del problema y de nuestra
intervención clínica tanto si estamos haciendo terapia breve y manejo de síntomas como si
estamos emprendiendo un trabajo individual o relacional de largo plazo.
CENTM
el UO"CM~*
2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico
Todo psicoterapeuta ha tenido que enfrentarse alguna vez con la observación de que los
profesionales de la salud mental han escogido su carrera a causa de sus problemas
personales. Esta caricatura tiene algo de verdad. Muchos de nosotros nos hemos interesado
en este campo a raíz de una experiencia personal, como por ejemplo un episodio de
depresión, una infancia entristecida por una enuresis prolongada, una adolescencia
perturbada por el rechazo, o un padre o abuelo afectado por un problema de alcoholismo.
Pero también es cierto que los complejos matices de la personalidad humana (el
egocentrismo de algunos, el entrometimiento de otros) han espoleado nuestra curiosidad o
turbado nuestro espíritu. Llegó a gustarnos jugar con la idea de que los aspectos
compulsivos de la personalidad que observamos en nosotros mismos o en los demás pueden
estar ligados a las luchas que tienen lugar durante el desarrollo psicosexual.
Nuestros profesores nos han enseñado que al tratar clínicamente la depresión debemos
pensar en experiencias infantiles de pérdida o privación que se repiten posteriormente.
Pensamos en la ira reprimida en la mediana edad o en la pérdida de status y función cuando
se enfrenta la inevitabilidad de la vejez. Es muy fácil vincular la predisposición biológica y
el trauma psicológico de los individuos con la tensión y el conflicto presentes en sus
relaciones. Es fácil además percibir la importancia de los conflictos conyugales de los
padres y de los enfrentamientos entre los hijos. No obstante, aun con triángulos obvios
como las aventuras extramatrimoniales o las suegras autoritarias, es más fácil pensar en
conjuntos de dos personas que en conjuntos de tres: por ejemplo, en Joe Blow y su suegra o
en Suzy Q. y su último amante. Tendemos a pensar en individuos y díadas, y esto a pesar
del hecho de que desde el momento mismo de la concepción nosotros y todos los demás
estamos justo en el medio del triángulo más importante de nuestras vidas.
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Debemos aprender a pensar tanto en individuos y díadas como en triángulos, y a
desplazarnos libremente en la terapia de un nivel a otro. La madre le dice a su hijo de dos
años «No, no», e inmediatamente mira al padre para asegurarse de que no hay ninguna
grieta en el muro de la autoridad parental. El adolescente de 16 años a quien su padre le ha
dicho que no puede sacar el automóvil el sábado a la tarde se dirige inmediatamente a su
madre y le pregunta si necesita que le haga alguna compra. «Si no lo consigo de papá,
siempre puedo recurrir a mamá», piensa. O sea que la tendencia instintiva a triangular está
siempre presente, pero nuestro pensamiento sigue siendo lineal o diádico.
A los terapeutas nos agrada pensar que somos seres informados, comprensivos y solidarios.
Estas características son deseables, pero recordemos que todas las personas que entran en
nuestro consultorio, tanto las prósperas, atractivas e inteligentes como las traumatizadas,
oprimidas y de aspecto descuidado, están hasta cierto punto buscando la convalidación de
su condición de víctimas. La convalidación de los sentimientos suscitados por experiencias
tensionantes o traumáticas es fundamental para la buena psicoterapia, pero también lo es
ayudar a los pacientes a objetivar sus experiencias, modificar sus distorsiones y aceptar la
responsabilidad por su participación en sus problemas y en la resolución de esos problemas.
Un conocimiento funcional de los triángulos es fundamental para este acto de equilibrio
terapéutico. Es preciso tener siempre presente que en toda pareja con conflictos conyugales,
pese a lo autocentrada que pueda parecer, es muy probable que uno de los miembros (o
ambos) intente transferir la competencia que se desarrolla en el hogar, la oficina o la cancha
de tenis a la sala del terapeuta, tratando de «ponerlo de su lado».
El trabajo de Minuchin y otros ha dado amplia credibilidad a la terapia familiar, al
demostrar clínicamente la eficacia de tratar el síntoma de un niño como parte del sistema
familiar. El éxito de Minuchin al alertarnos respecto de la importancia de los subsistemas y
los límites que estructuran la vida familiar hizo que la mayoría de los terapeutas tomaran
conciencia de que un niño que se porta mal o se deprime es probable que esté aprisionado
en un triángulo malsano con sus padres. Pero en la práctica es frecuente que se soslaye este
tipo de comprensión y que los terapeutas retomen la idea de que el «verdadero» problema
reside en los padres. Después de todo, hemos sido
programados para pensar que los padres son responsables por el bienestar de sus hijos. De
todos modos, si no había tensión en el matrimonio antes de que el niño desarrollara el
síntoma, seguramente la habrá después. Además, el modelo tradicional de orientación
infantil consideraba que los padres eran la fuente del problema o contrarrestaban el
progreso terapéutico. En los primeros tiempos de la terapia familiar, en un intento por
ampliar el contexto de los síntomas del niño, la tensión en la relación parental (que podía o
no haber existido antes de que el niño presentara los síntomas) era una explicación fácil del
problema clínico. Todos estos factores, sumados tal vez a nuestra propia ambivalencia hacia
nuestros padres, pueden hacer que esta trampa sea irresistible para un terapeuta.
En vez de tener en mente el triángulo (las tres personas), los terapeutas se desplazan del
hijo al matrimonio. Es mucho más fácil pensar en individuos y díadas, en víctimas y
villanos, que tener presente la complejidad de las relaciones entre tres personas y su mutua
influencia.
Tres tipos de triángulos
A los terapeutas de todas las tendencias les resulta muy fácil ver en los triángulos una
manera conveniente de interpretar los casos que se presentan con un problema en un niño o
un adolescente. Les siguen en dificultad los casos de parejas, especialmente los que
involucran aventuras amorosas y problemas con los suegros. A menudo los casos más
diñciles para ver los triángulos son los casos individuales.
Triángulos centrados en un niño o en un adolescente
En los casos de niños y adolescentes, los terapeutas ven en los triángulos un indicio de la
necesidad de emplear técnicas de reestructuración, muchas de las cuales son de naturaleza
estratégica. Esa reestructuración produce a menudo un rápido alivio del síntoma en las
familias centradas en niños o adolescentes, y por lo tanto es un valioso instrumento de
trabajo para la terapia familiar. Sin embargo, lo que la reestructuración no proporciona es el
conocimiento clínico del proceso emocional
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que se desarrolla dentro de la estructura del triángulo. A menos que se trate ese proceso
junto con la reestructuración, el triángulo no resuelto permanecerá latente aun después del
alivio del síntoma, y en cualquier momento podrá reactivarse.
El caso de Haley y Barragan del muchacho que tenía fobia a los perros, con el cual
comenzamos nuestro análisis, ilustra muy bien este punto. El síntoma (la resistencia del
niño a salir de la casa) se resuelve gracias a un brillante movimiento estratégico destinado a
reestructurar el triángulo parental primario. Pero cuando la madre afloja sus lazos con el
hijo, empieza a manifestarse en ella una depresión leve acompañada de una gran tristeza.
Este giro de los acontecimientos representa la exteriorización de un conflicto subyacente en
el matrimonio y de una inquietud interior de la madre, a los cuales se debe la formación del
triángulo que involucra al niño. Es importante para el terapeuta prestar atención al proceso
relacional que las intervenciones estructurales ponen al descubierto. De otro modo pasará
por alto la relación latente y las condiciones individuales que pueden estar activando el
triángulo.
Triángulos conyugales
En 1987 Guerin, Fay, Burden y Kautto informaron sobre su experiencia clínica en los
conflictos conyugales. Su informe, titulado The Evaluation and Treatment of Marital
Conflict, trata de la teoría y la terapia de la disfunción conyugal y es el resultado de muchos
años de esfuerzos, durante los cuales se sentaron a hablar con parejas resentidas y trataron
de ayudarlas. Estos terapeutas descubrieron que cuando el conflicto conyugal es leve,
reciente y no muy intenso, el trabajo con la díada suele ser suficiente para obtener buenos
resultados. Pero si el conflicto conyugal es grave, de larga duración y gran intensidad, el
terapeuta casi siempre debe localizar, definir y resolver los triángulos que rodean la
relación conyugal. De otro modo, en un alto porcentaje de casos el tratamiento o bien
fracasa o bien sólo produce una mejoría breve, seguida de una rápida reactivación del
conflicto y a veces, a la larga, de la separación de la pareja. De hecho, fue este
descubrimiento sobre los triángulos en el tratamiento de parejas gravemente conflictuadas
lo que nos llevó a considerarlos como una entidad singular y separada.
Trabajar con los triángulos en terapia conyugal tiene sentido para muchos terapeutas,
especialmente en los casos en que el problema que motiva la consulta involucra una
aventura amorosa extramatrimonial o la interferencia de parientes políticos. Sin embargo,
los triángulos conyugales no son tan fáciles de percibir o de tratar como los triángulos
centrados en los hijos. Los terapeutas se sienten atascados en la ciénaga de las guerras
diádicas. Son incapaces de ver los triángulos que refuerzan las guerras y dificultan una
salida negociada. La gente desplaza el conflicto no resuelto. Los maridos y las esposas
pueden desplazar (y de hecho desplazan) a su matrimonio los conflictos no resueltos de sus
familias de origen. Considérese, por ejemplo, el caso de la esposa que está convencida, con
una certeza absoluta, de que sus padres y hermanos no la quieren y nunca la han querido.
Se aparta de ellos, pero inmediatamente reinicia la batalla con su marido, bajo el lema «No
te importa nada de mí». Del mismo modo, un cónyuge puede desplazar hacia un hijo la ira
y el resentimiento que siente por el otro cónyuge, convirtiendo a ese hijo en el problema
que los enfrenta. («Si ella fuese más estricta con nuestro hijo en vez de perdonarle todo lo
que hace», por ejemplo. O bien, «Si él fuera más comprensivo con nuestra hija».) En estos
casos la terapia de la pareja fracasará a menos que esos problemas no resueltos se traten
dentro de las relaciones a las que pertenecen.
La disfunción individual y los triángulos
En psicoterapia, cuando trabajamos con individuos que no han respondido a otras
modalidades de tratamiento, podemos obtener buenos resultados si asumimos que esa
situación se debe a que los pacientes están aprisionados en uno o más triángulos. Cuando
los individuos están atrapados en triángulos, su libertad de movimiento es muy limitada.
Hemos comprobado que trabajar en la destriangulación de los individuos tiene importantes
consecuencias que se traducen en una significativa mejoría en el problema traído a consulta
y en la resolución de los problemas subyacentes. Esa destriangulación puede lograrse
instruyendo al paciente o bien convocando a la sala del terapeuta a uno o más de los otros
miembros del triángulo. Para el terapeuta el desaño consiste en seguir pensando en los
triángulos. Aunque mantener esta actitud es ya dificil en los
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casos centrados en los niños o en los que involucran a parejas, mucho más lo es en los
casos individuales.
En algunas situaciones, las familias y los terapeutas perciben el síntoma como localizado
casi el ciento por ciento en el individuo. Esas situaciones se presentan, por ejemplo, cuando
una persona es hospitalizada, o ha intentado suicidarse, o deja de ir a su trabajo, o no se
baña ni se viste. Los triángulos están presentes pero pueden estar ocultos u oscurecidos por
la gravedad del síntoma del individuo. En estas situaciones lo único que podemos hacer es
tratar el síntoma individual y tener presente que hay estructuras y procesos diádicos y
triangulares subyacentes. Cuando el síntoma individual cede, esas estructuras y procesos se
hacen más visibles, siempre que el terapeuta sepa dónde buscarlos.
Veamos un ejemplo. Pamela B., una abogada de 39 años, fue hospitalizada por su adicción
a la cocaína y el alcohol. Durante más de dos años, Pamela se había ido «de juerga» los
fines de semana junto con su marido, Jerome, y algunos amigos. Pero en los últimos
tiempos había empezado a consumir cocaína durante la semana. No consumir cocaína
durante la semana había sido una norma que ella y Jerome habían establecido para que las
cosas siguieran siendo «recreativas». Pero Pamela sufría una creciente presión en su
exigente práctica legal, estaba ansiosa por finalmente formar una verdadera pareja, y
pensaba que Jerome estaba más elusivo e irritado que nunca con ella. Pamela conseguía
serenarse aspirando rápidamente una línea de cocaína por la mañana, o antes de una
reunión difícil, o tarde en la noche, cuando Jerome estaba dormido o no tenía interés en
hacer el amor. En esos casos el uso de la droga era magnético y, por lo tanto, relajante.
Un día se puso histérica en la oficina cuando su secretaria demoró demasiado en pasar a
máquina un contrato importante. Su estallido fue tan intenso que un colega, asustado, pidió
una ambulancia. Pamela terminó en la sala de guardia de un gran hospital que, casualmente,
tenía un programa de 28 días para rehabilitación y desintoxicación. Sólo cuando estaba en
la sala de guardia Pamela comprendió hasta qué punto había perdido el control. Durante los
primeros días en el hospital atravesó la pesadilla de la desintoxicación. Cuando no
vomitaba, se retorcía de dolor por los cólicos estomacales. Por último, el cuarto día
comenzó la lenta y dificil tarea de aceptar que era una adicta y que su vida se había vuelto
inmanejable.
Desde la niñez Pamela había encontrado siempre maneras diversas de aliviar el dolor y la
inquietud emocionales. Su padre había abandonado a la familia cuando ella tenía cinco años
y su madre había empezado a beber en exceso. En esa época Pamela huía de su situación
entregándose a ensoñaciones diurnas. Cuando era ya una adolescente, su madre se casó con
un hombre mucho más joven y muy exigente. Entonces Pamela empezó a salir con amigos,
a fumar marihuana y a beber. Descubrió el sexo cuando se dio cuenta de que los muchachos
la encontraban muy linda. Con una sonrisa cínica afirmaba que ella era «la chica sexo,
droga y rock and roll». A los 18 años se fue de su casa y se instaló en Nueva York para
iniciar una carrera de modelo. Poco después conoció a Jerome. Su primera cita con él duró
cinco días y terminó en un «éxtasis de cocaína» en la cabaña de Jerome en los Montes
Adirondacks.
Durante la segunda etapa de su tratamiento, cuando comenzaron a aclararse sus
pensamientos, Pamela se dio cuenta de que su adicción a la cocaína estaba vinculada con un
grave problema conyugal de larga data. Nunca se había enfrentado con Jerome, nunca le
había hecho saber que ciertas cosas la molestaban o la irritaban. En lugar de hablar con él
se iba de la casa y lo llamaba por teléfono para decirle que estaba en camino, aunque nunca
llegaba. En esas ocasiones estaba en brazos de otro amante: la cocaína. Su pauta de
distanciamiento y de conducta autodestructiva era antigua y se remontaba a la época en que
era incapaz de hablar directamente con su madre, su padre, su hermana o su hermano. Ellos
habían conversado entre sí acerca de su preocupación por Pamela. Ella, en cambio, había
guardado toda su rabia para sí. Nunca se había enfrentado franca y directamente con
ninguno de sus familiares; en vez de hacerlo huía, utilizando las drogas y el alcohol como
medio de transporte. Los triángulos relacionales no fueron la causa de las adicciones ni del
acting out de Pamela, pero la estructura y los procesos de los triángulos dentro de su
matrimonio y su familia de origen contribuyeron a perpetuar la pauta.
La idea de los triángulos relacionales es clínicamente útil de muchas maneras. En primer
lugar, pensar en un caso en términos de los triángulos que contiene le proporciona al
terapeuta un mapa de ruta para encarar una intervención temprana. Si, por ejemplo, un
terapeuta ve a una madre excesivamente ligada a un hijo, y a un padre distante, sabe que
una de
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las primeras cosas que se requieren desde el punto de vista clínico es reducir el exceso de
proximidad y reducir también la distancia. Al explicar el triángulo y prescribir rápidamente
un cambio estructural demuestra su capacidad de influir sobre la familia. Esta intervención
temprana puede aumentar su credibilidad y comprometer a la familia en una etapa temprana
de la terapia. (Desde luego, el terapeuta sólo debe hacer esto después de haber desarrollado
una relación con los miembros de la familia y escuchado su definición del problema.)
Pensar en los triángulos mantiene al terapeuta concentrado en el proceso y lo ayuda a no
empantanarse en las minucias del contenido y a no perderse en el laberinto del conflicto
diádico. Supongamos, por ejemplo, que una pareja discute acerca de si deben permitirle a
su hija de 15 años salir con jóvenes. Ocuparse del triángulo -la madre toma partido por la
hija mientras que el padre pone objeciones-mantiene a la terapia concentrada en lo que
realmente importa: las relaciones entre las tres personas.
El error consiste en permitir que la terapia se desvíe (como lo ha hecho la familia) para
atender a la cuestión de «la verdad» acerca de si una joven de 15 años debería salir sola con
un amigo. Es decir, al examinar la estructura y el proceso de las relaciones entre las tres
personas se pondrá de manifiesto la alianza entre la madre y la hija y la posición exterior
del padre. Ocuparse de las relaciones es más importante que hablar como si hubiera una
edad determinada a la cual los padres deben permitir a los jóvenes que salgan con otros
jóvenes.
Independientemente del modelo terapéutico que se emplee, es importante tener en cuenta
que el problema con que un paciente, una pareja o una familia acuden a la terapia cuenta
menos que los obstáculos relacionales que les impiden trabajar para resolverlo. En lo que a
esto se refiere, los terapeutas enfocados en soluciones suelen concentrarse demasiado
estrictamente en las conductas de los pacientes que mantienen el problema o en sus
construcciones narrativas irrelevantes. Los terapeutas multigeneracionales pueden vagar sin
rumbo por los amplios dominios de la familia extensa sin llegar nunca al punto importante.
Los triángulos ofrecen un foco organizativo que ayuda a los terapeutas a evitar que su
concentración sea demasiado estricta o demasiado amplia.
El trabajo con triángulos ayuda a promover un tipo diferente de movimiento relacional en la
familia. Una vez que se ¡ni
cia un movimiento diferente del antiguo movimiento homeostático, se abren para el
terapeuta nuevas vías de acceso al sistema emocional de la familia. Concentrarse en los
triángulos durante la terapia no es una manera de eludir los problemas que afectan a los
individuos y las díadas. Por el contrario, al eliminar o modificar los triángulos podemos ver
esos problemas más fácil y claramente y en menos tiempo, y también tratarlos con más
eficacia. Por ejemplo, cuando la madre se aparta de su hija, tal vez salga a la superficie su
depresión, puesto que su compromiso con su hija ya no está allí para enmascararla. Cuando
el padre se esfuerza por tratar directamente con su hija, surge a la luz el hecho de que ellos
nunca han tenido una relación verdaderamente personal. Y cuando la hija trata de
restablecer la antigua pauta, aparecen sus temores y su dependencia, anteriormente no
reconocidos. Además, los problemas de cada díada se ven con más claridad y aparecen
importantes problemas no resueltos en la familia extensa.
Estos problemas diádicos y familiares surgen de las experiencias de la gente que atraviesa
el proceso de reestructuración de los triángulos. No son interpretaciones hechas por el
terapeuta. Los pacientes experimentan realmente sus propios sentimientos. Por eso se
sienten menos inclinados a oír hablar de los problemas y sentimientos que han
experimentado como si se tratara de ideas intelectuales comunicadas por el terapeuta. Los
pacientes se sienten más inclinados a cambiar, ya que los sentimientos cambian por la
experiencia.
Pensar en los triángulos relacionales puede proporcionar una estructura para instruir a un
paciente que quiere mejorar su nivel adaptativo de funcionamiento en una relación o un
sistema. Por ejemplo, Leslie P. era una mujer a quien le preocupaban todos los aspectos de
la vida de sus hijos, con los que siempre había tenido una relación muy estrecha. Su hijo
Carl se había casado y él y su esposa habían tenido un hijo hacía poco. Leslie se daba
cuenta de que la esposa de Carl, Betsy, si bien se mostraba siempre amable con ella, sentía
inquietud por su estrecho vínculo con Carl y por su tendencia a interferir. El terapeuta le
enseñó a Leslie cómo preservar el vínculo y demostrar su afecto sin imponer su presencia a
Carl y Betsy. Leslie telefoneó regularmente a la pareja pero sólo los visitó cuando ya habían
transcurrido cuatro semanas desde que Betsy volvió a su casa con el bebé. Cuando
finalmente fue de visita, Carl le dio a entender que se sentía dolido por el tiempo
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que había dejado pasar sin visitarlos, pero una semana más tarde Betsy la llamó y la invitó a
almorzar y a ver una obra de teatro en Nueva York.
Ocuparse de los triángulos es una manera sumamente eficaz de superar la homeostasis. El
trabajo con los triángulos ayuda a las personas a «liberarse» de las pautas de conducta
repetitivas y predecibles en que incurren aunque esas pautas no den resultado y aunque las
personas sepan que no dan resultado. Los triángulos estabilizan esas pautas al permitir que
se las repita una y otra vez sin poner fin a las relaciones (y sin forzar su modificación). El
hecho de poder centrar las discusiones y el resentimiento en un tercero (o en una cosa)
mantiene la ilusión de que el verdadero problema entre dos personas es ese tercero. Si la
discrepancia entre dos personas acerca de un tercero parece insuperable, seguirán
enfrentándose respecto de él como lo hicieron siempre.
La destriangulación acaba con las pautas y da a las personas la oportunidad de actuar de
otro modo. George F. era un hombre de 39 años, soltero, que acudió en busca de terapia y
explicó que su problema consistía en que «no podía asumir ningún compromiso». Su novia,
con quien convivía, le daba un ultimátum tras otro respecto del casamiento, pero él se
rehusaba. Cuando ella amenazó con cortar la relación, él aceptó comprometerse. Ella se
quedó, pero George nunca le propuso matrimonio. Entonces ella amenazó una vez más con
dejarlo. El tercer punto del triángulo era una mujer idealizada, que al parecer poseía muchas
de las cualidades de su madre, aunque George lo negaba. «Quiero mucho a mi madre, pero
es una tonta y nunca podría vivir con una mujer como ella». Un triángulo entrelazado con
el anterior incluía a un hombre que era el novio de la madre de George desde hacía mucho
tiempo. Este no vivía con ella, viajaba mucho solo y, según George, hacía siempre lo que
quería, sin dejar por eso de ser «un gran tipo». La madre de George no le planteaba
exigencias y parecía estar satisfecha con la clase de vida que llevaban.
La incapacidad de George para asumir un compromiso emocional no tiene mucho sentido si
la examinamos fuera del contexto de los triángulos. En una terapia basada en el modelo de
la transferencia, el terapeuta quizá permita que la dependencia aumente en el contexto
terapéutico. Si el terapeuta no satisface la necesidad del paciente de, por ejemplo, hablarle
por teléfono entre sesiones, y el paciente se enoja, el terapeuta
interpretará que la madre del paciente nunca satisfizo sus necesidades de atención y cariño.
En una terapia de apoyo, el terapeuta quizá trate la dependencia de George respecto de su
madre instándolo a separarse de ella: a verla y hablarle menos, por ejemplo. Pero si
examinamos el problema de George dentro de un contexto triangular, el cuadro es diferente.
George está siempre apartándose de su madre y acercándose a las mujeres. Sin embargo,
cuando está cerca de alguna, se aleja de ella y va en busca de la «mujer idealizada». En este
triángulo, el proceso emocional está centrado en la negación de George de su dependencia
(tanto de su madre como de las mujeres a las que se acerca). Desde este punto de vista,
tiene sentido para la terapia procurar que George se acerque a su madre. Si se esfuerza por
establecer una relación más adulta, de uno a uno, con su madre, si permite que su
dependencia se manifieste y logra manejarla, puede llegar a liberarse de este triángulo lo
suficiente como para tener una relación adulta con otra mujer.
Para cualquier terapeuta, sea cual fuere su orientación teórica, es importante saber qué son
los triángulos, estar familiarizado con su funcionamiento y poseer un repertorio de
intervenciones para explorarlos y resolverlos. Cuando se examinan casos que no responden
al tratamiento o parecen estar estancados, es preciso buscar un triángulo que todavía no se
haya visto. Ya sea que apliquemos la terapia sistémica, la terapia psicodinámica, un
tratamiento médico o una combinación de técnicas, descubriremos que es fundamental para
el progreso terapéutico definir y modificar los triángulos relacionales que rodean al
portador del síntoma o al conflicto relacional.
Importancia clínica de los triángulos
La importancia clínica de los triángulos relacionales se basa en seis factores. El éxito
duradero de la terapia depende por lo general de cierta resolución de los principales
triángulos que rodean el problema traído a terapia. Imaginemos el siguiente caso. Dos
cónyuges, Mary y John D., se fueron distanciando con el tiempo en forma gradual, debido
en parte al silencio de él y en parte a la necesidad de ella de expresarlo todo. Mary se
acercó más a sus hijos y John terminó por ocupar en ese triángulo la posición exterior. Esa
posición le provocó un
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sentimiento de pérdida y soledad, acompañado de dificultad para concentrarse, falta de
energía, somnolencia y sobrealimentación. Su ánimo decaído se convirtió en una depresión
clínica leve (factor número uno: los triángulos promueven el desarrollo de síntomas en el
individuo). John no estaba en una situación lo suficientemente difícil como para que
alguien en la familia sintiera la necesidad de proponer una terapia. Poco a poco comenzó a
alternar dos comportamientos: por un lado el de retraerse y sumirse en su depresión, y por
el otro el de enfrentarse con Mary en forma airada respecto de la cuestión triangular de
cómo criar a los hijos. Este modo de comportarse se manifestaba cuando en realidad lo que
él deseaba era obtener más cariño y atención de su esposa y estar en un pie de igualdad con
ella en relación con los hijos (factor número dos: los triángulos contribuyen a la cronicidad
de los síntomas en un individuo y del conflicto en una relación).
Muchos de los problemas conyugales de John y Mary empezaron poco después de la boda.
A Mary le resultó muy difícil separarse de su padre y hacer que su vínculo con John fuera el
más importante de su vida. Cuando tuvieron hijos se apegó a ellos en exceso, dejando a
John en la posición exterior en ambos triángulos. John, por su parte, nunca había podido
manejar la intensidad emocional de su madre, de modo que se desvinculó de ella y se aferró
a Mary como a un salvavidas emocional. En la relación de Mary con su padre también
había problemas subyacentes, porque ella lo colocaba en un pedestal y no dejaba que
hubiera un lugar para su esposo en su corazón. La incapacidad de John de desarrollar una
relación madura con su madre era un factor adicional de dificultad. Si la familia no
reconoce estas complejidades, el problema puede definirse diciendo que Mary es
demasiado permisiva con los hijos, mientras que John es demasiado estricto. Entonces la
familia y el terapeuta no identificarán ni se ocuparán de las dificultades emocionales
tóxicas subyacentes (factor número tres: los triángulos conspiran contra la resolución de los
problemas tóxicos o conflictivos que afectan a un individuo o una relación).
John se aisló de sus hijos, Mary buscó refugio en su proximidad con ellos, y las relaciones
entre padres e hijos se fijaron en distanciamiento por un lado y excesiva intimidad por el
otro. La relación conyugal quedó fijada en el conflicto (factor número cuatro: los triángulos
bloquean la evolución funcional de una relación en el tiempo). El terapeuta encontró la si
tuación de adhesión emocional de Mary más comprensible que la estrictez de John, pero no
quiso tomar partido por ninguno de ellos. Un terapeuta que no sepa nada acerca de los
triángulos posiblemente se esfuerce por lograr que los padres lleguen a un acuerdo sobre el
modo de tratar a los hijos. Esto desembocaría en una interminable serie de pactos entre los
padres para manejar una situación tras otra de común acuerdo. Las situaciones serían
innumerables y los acuerdos serían mal ejecutados y olvidados. La terapia continuaría hasta
que todos los miembros de la familia se sintieran exhaustos o hasta que se les acabara el
dinero (factor número cinco: los triángulos pueden crear o facilitar el impasse terapéutico).
Pero John y Mary estaban aprisionados en triángulos parentales primarios en sus familias
de origen y nunca se habían liberado lo suficiente de ellos como para formar su propia
relación. Así, las dificultades de relación presentes en sus familias de origen se desplazaron
hacia el matrimonio, y John y Mary se vieron aprisionados en triángulos que incluían a sus
suegros. Cuando tuvieron hijos, el conflicto conyugal se desplazó hacia la relación con
estos, y los cónyuges quedaron atrapados en triángulos que incluían a sus hijos. La manera
en que estaban atrapados en esos triángulos dirigía su comportamiento. No tenían
autonomía ni control sobre ese comportamiento, y los triángulos establecían el
comportamiento en lo concreto (factor número seis: los triángulos «atrapan» a las personas,
privándolas de la posibilidad de elegir).
El mecanismo de activación del síntoma
Los triángulos promueven el desarrollo de síntomas en el individuo. Estar aprisionado en
un triángulo es tensionante y provoca un sentimiento de indefensión y desesperanza. Por
ejemplo, un niño que queda atrapado en un triángulo porque es sensible a la perturbación
emocional de su madre internaliza su propia excitación emocional y empieza a rendir
menos en la escuela y a aislarse de sus amigos. Un adolescente que atraviesa la confusión y
el tumulto del desarrollo trastorna la precaria tregua en la relación disfuncional de sus
padres. Los triángulos fortifican el frágil vínculo conyugal, ya que los padres se unen para
preocuparse por ese hijo y también para criticarlo. La respuesta del hijo es enojarse y
sentirse jus
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tificado para usar el coche de la familia sin permiso. Una mujer de 52 años que soporta
desde hace décadas la presión y las críticas de su esposo y de su madre siente que el lazo se
cierra en torno de su cuello cuando su madre de 75 años se traslada a vivir con ellos. La
frustración y la desesperanza que experimenta a raíz de esa situación desencadenan un
episodio de depresión clínica. (A veces, sin embargo, el hecho de estar aprisionado en un
triángulo no resulta estresante. La esposa que está encantada con su nueva aventura
amorosa y el niño ya crecido que se siente alguien especial cuando su madre se queja ante
él de su padre son buenos ejemplos. Pero, finalmente, las consecuencias negativas de esta
disposición a formar parte de un triángulo se manifiestan y provocan tensión.)
Es probable que una persona emocionalmente atrapada en un triángulo sufra cierta pérdida
de función. El hecho de estar atrapada en un triángulo intensifica su reactividad emocional
hasta el punto en el que esa reactividad determina su conducta, sin dejarle ninguna opción.
Consideremos, por ejemplo, el caso de una niña pequeña cuya madre desarrolla un apego
ansioso hacia ella en respuesta al distanciamiento de su esposo. Como resultado, el padre se
torna muy crítico de la niña. En respuesta a su posición en el triángulo, es posible que la
niña se niegue a ir a la escuela o que sus ataques de asma empeoren. En este caso la
intervención adecuada consistiría en lograr que el padre disminuyera su nivel de crítica, se
acercara a su hija y dedicara más tiempo a relacionarse con ella (no a corregir sus defectos).
Al mismo tiempo, habría que alentar a la madre a concentrarse menos en su hija y más en
otras zonas descuidadas de su propia vida. Tal vez ella necesite disminuir la distancia que la
separa de su propia madre. Cuando el triángulo cambia pueden salir a la luz los conflictos
conyugales, en cuyo caso será posible tratarlos. Sea como fuere, el trabajo con el triángulo
por lo menos liberará a la niña y aliviará el síntoma de la madre.
La cronicidad de los síntomas
Los triángulos contribuyen a la cronicidad de los síntomas en un individuo y del conflicto
en una relación. Bob M., un ejecutivo de 48 años, aspiraba a un ascenso en su trabajo pero
no lo consiguió. A consecuencia de ello se puso irritable y sus
ceptible en el hogar y empezó a exigir más atención sexual de Terry, su esposa. La
decepción que sufrió había activado en él una depresión leve. Terry, preocupada por la
amenaza que se cernía sobre el bienestar económico de la familia, empezó a eludir la
relación sexual, especialmente al advertir la irritabilidad y el comportamiento infantil de
Bob. Se apartó de él y buscó un empleo para tener mayor seguridad en caso de que su
esposo perdiera su trabajo. Entonces Bob sintió que tenía un buen motivo para iniciar una
aventura amorosa con una vecina divorciada que lo llevaba al trabajo en su coche todos los
días. Mientras las mieles de la aventura extramatrimonial duraran, Bob no tendría que
enfrentar su problema laboral, su depresión por no haber conseguido un ascenso ni el
conflicto y los problemas sexuales en su matrimonio. Cuatro años después, los problemas
eran crónicos y seguían camuflados. Una vez que los síntomas han aparecido o el conflicto
ha empezado, estar aprisionado en un triángulo aumenta el estrés. El estrés es un factor que
influye de modo decisivo en la persistencia de los síntomas y del conflicto.
Ciertos síntomas presentes en un individuo o en una relación que podrían ser controlados, e
incluso modificados, a veces se consolidan y se tornan resistentes a la intervención directa.
Con frecuencia esto ocurre porque la terapia pasó por alto un triángulo relacional. Por
ejemplo, una mujer de edad mediana tenía una depresión que no mejoró con ninguno de los
medicamentos que le administraron. El marido y la madre de la mujer se habían aliado, la
definían como enferma y trataban de conseguir que «saliera adelante por sus propios
medios». Al trabajar con esta pareja el terapeuta puso en evidencia la alianza entre el
marido y su suegra. Esto aclaró a su vez la reacción de la esposa ante esa alianza y el
terapeuta le enseñó al marido a adoptar una posición diferente dentro del triángulo. El
cambio de la estructura y el proceso del triángulo afectó a la causa subyacente a la
depresión de la mujer. Si la medicación destinada a aliviar los síntomas se prescribe
después de operados estos cambios, la recurrencia del problema es menos probable que si
se la prescribe sin tratar los desequilibrios relacionales que llevaron a la depresión o la
exacerbaron.
La resolución de los problemas tóxicos o conflictivos
Los triángulos conspiran contra la resolución de los problemas tóxicos o conflictivos que
afectan a un individuo o una relación. Consideremos el caso de Bob y Terry. Ninguno de
los problemas que perturbaban su relación fue abordado. De no ser por el efecto
estabilizador de la aventura amorosa extramatrimonial de Bob, los problemas se hubieran
vuelto más visibles y hubiesen requerido atención. Los triángulos son una distracción
estabilizadora.
La evolución funcional de una relación
Los triángulos bloquean la evolución funcional de una relación en el tiempo. Por ejemplo,
una aventura amorosa extramatrimonial hace que sea «innecesario» ocuparse de la
inmadurez sexual de una pareja en la que uno de los cónyuges es sexualmente exigente y el
otro es sexualmente reprimido. El o la amante satisface las exigencias del cónyuge infiel y
de ese modo alivia la situación del otro cónyuge, quien se siente menos presionado. Si el
terapeuta convence al cónyuge infiel de que debe poner fin a la aventura, es muy probable
que los problemas sexuales de la pareja se tornen explícitos y puedan ser abordados en el
tratamiento. El cónyuge infiel, por otra parte, experimentará tres reacciones: sentimiento de
pérdida de la relación y de los beneficios emocionales y sexuales que la acompañaban; ira
contra el otro cónyuge por la pérdida sufrida, sobre todo teniendo en cuenta que el
comportamiento de ese cónyuge justificaba la aventura amorosa y problemas de
incompatibilidad sexual que probablemente provocaron el distanciamiento y la conducta
inapropiada.
Un terapeuta que no conozca los triángulos quedará atrapado en un triángulo terapéutico,
tanto si emite un juicio demasiado estricto acerca de la aventura extramatrimonial como si
la justifica basándose en el comportamiento del cónyuge engañado. En ambos casos el
terapeuta quedará aprisionado, se formará un nuevo triángulo y el proceso se desplazará
hacia el triángulo terapéutico en vez de encarar directamente el problema. Un triángulo
puede permitir -y a menudo permiteque el sistema relacional permanezca inalterado y que
no se resuelvan cuestiones que deberían ser resueltas.
Los triángulos mantienen estancada a la relación en las mismas viejas querellas y
problemas e impiden que vaya cambiando a medida que cambian las circunstancias y
avanza el ciclo de la vida. La aventura extramatrimonial de Bob mantuvo en suspenso a la
relación conyugal durante cuatro años. Como esa aventura perduró en el tiempo y Bob y
Terry no abordaron los problemas subyacentes ni sus consecuencias, la relación entre
ambos no maduró. Su matrimonio empezó a deslizarse hacia el distanciamiento crónico y el
divorcio emocional. La siguiente crisis de desarrollo podría causar la fractura final del
matrimonio.
Es natural y deseable que las relaciones evolucionen y maduren a lo largo del tiempo. Por
ejemplo, a medida que un hijo crece, su relación con los padres debe pasar de la
dependencia infantil a una relación adulta. Los triángulos pueden retardar ese desarrollo,
como por ejemplo en el caso de un triángulo en el que la madre tiene un vínculo demasiado
estrecho con el hijo y el padre se mantiene a distancia. La relación entre la madre y el hijo
no evolucionará adecuadamente a medida que el hijo crezca, y este puede conservar una
actitud infantil incluso en la edad adulta. Tal vez de adulto busque terapia debido a su
dificultad para formar vínculos amorosos. Si el terapeuta piensa que el problema de su
paciente se debe a la posición que ocupaba en su triángulo parental primario, le enseñará a
modificar el triángulo. El paciente puede hacerlo buscando maneras de acercarse al padre y
de comportarse de un modo menos infantil con la madre.
El impasse terapéutico
Los triángulos pueden crear o facilitar el impasse terapéutico. Un triángulo no tratado
puede ser el vehículo de una rebelión voluntaria contra la terapia, o la razón de una rebelión
involuntaria. Cuando un paciente que sufre de depresión no responde a la más elaborada
combinación de drogas y psicoterapia, debemos buscar un triángulo que no sea demasiado
evidente. Lo mismo debemos hacer ante un conflicto conyugal que desafie toda
intervención. En primer lugar debemos tratar de establecer si el terapeuta está aprisionado
en un triángulo con la pareja. De no ser así, es preciso buscar un triángulo de fondo que esté
sustentando el incumplimiento de la terapia.
(La búsqueda puede orientarse, aunque no limitarse, al terapeuta individual de uno o de
ambos esposos.)
Casi siempre el impasse terapéutico es causado por el incumplimiento, el error de
diagnóstico o la falta de adecuación de las capacidades del paciente al tipo de terapia que
recibe. Los triángulos desempeñan un papel en la creación o el fortalecimiento del impasse.
Cuando la terapia se atasca, es posible destrabarla si el terapeuta deja de buscar y se dedica
a trabajar con los triángulos no resueltos. Estos pueden estar confundiendo al paciente,
bloqueando la terapia o haciendo ambas cosas al mismo tiempo.

Cuando los profesionales de la salud mental formados en un paradigma psicodinámico se


enfrentan con un impasse terapéutico, piensan en las defensas o la resistencia del paciente,
o en los problemas relacionados con la transferencia. Después de revisar esos factores,
consideran los posibles problemas de contratransferencia. Por ejemplo, un analista podría
muy bien preguntarse por qué una mujer de 50 años no ha desarrollado todavía una
transferencia positiva, a pesar de lo prolongado de la terapia. Podría pensar que la
curiosidad aparentemente obsesiva que la mujer siente por él es la causa del problema. Tal
vez sea así, pero es posible que el problema haya sido suscitado por el marido de la
paciente. Quizás el marido sospeche que el terapeuta está poniendo a su mujer en su contra
e insista en conocer su estado civil.
Supongamos que un psiquiatra está tratando a una paciente afectada por una depresión
clínica importante que no responde a los antidepresivos. El primer paso consiste en
controlar si la paciente está tomando la medicación prescripta. En caso afirmativo, el
psiquiatra recurre a otro fármaco que tal vez dé mejor resultado. Además, sería conveniente
que controlara si hay algún miembro de la familia capaz de influir en la paciente que tenga
una actitud negativa respecto de la medicación en general o de la medicación con
psicotrópicos en particular. Consideremos, por ejemplo, el caso de una mujer casada de 27
años que se despierta muy temprano por la mañana, ha perdido el apetito y la libido, tiene
dificultades para concentrarse y piensa a menudo en la muerte. El psiquiatra ha probado
varios medicamentos que inhiben la recaptación de la serotonina sin lograr mayores
cambios. Cuando interroga a la paciente, descubre que ella «se olvida» de tomar la
medicación unas tres veces por semana. El médico pide hablar con el espo
so, y se entera de que a este lo aterra la posibilidad de que su mujer se vuelva adicta a la
medicación, y así se lo hace saber diariamente. El psiquiatra instruyó a este hombre sobre
los aspectos bioquímicos de la depresión y el modo de actuar de los antidepresivos. Le
explicó que la depresión era la causa del comportamiento reciente de su esposa (incluyendo
la pérdida del deseo sexual) y que era probable que la medicación mitigara sus síntomas. El
marido se sintió aliviado y prometió que alentaría a su esposa a cumplir el tratamiento
médico. Esta lo hizo y experimentó una acentuada mejoría en el término de un mes.
Quedar atrapado
Los triángulos «atrapan» a las personas, privándolas de la posibilidad de elegir y
asegurando la persistencia de su comportamiento disfuncional. Las personas pueden llegar
a ver en los triángulos terapéuticos una fuente de apoyo, cuando en realidad lo único que
estos apoyan es la cronicidad de los síntomas alrededor de los cuales se formaron.
En los triángulos activos, las personas nunca son libres. Sus respuestas a los
acontecimientos están condicionadas y son predecibles. Esas personas son incapaces de
considerar alternativas. Incluso cuando se les ocurre que podrían actuar de un modo
diferente, no se atreven a correr el riesgo. Temen que alguien salga lastimado, se enoje o se
marche. Joseph P., un hombre casado, de 30 años, que estaba en terapia de pareja, se
esforzaba por controlar su tendencia a gritarle a Linda, su mujer. El terapeuta le preguntó si
él le había gritado a alguna otra persona de ese modo y si alguien le había gritado a él. Estas
preguntas permitieron a Joseph vincular su ira con los sentimientos que solía experimentar
en su adolescencia. Su madre, que se sentía insatisfecha de la vida que llevaba, le iba con
sus quejas, esperando -así pensaba Joseph- que él enderezara las cosas. Como Joseph no
podía mejorar la vida de su madre, ella le demostraba que estaba decepcionada y entonces
él se sentía indefenso y torpe. Se volvía retraído y rebelde, lo que le valía los gritos e
insultos de su padre. Cuando Linda lo criticaba o le planteaba exigencias, Joseph se sentía
indefenso y torpe otra vez, y se enfurecía con ella «porque lo hacía sentirse de ese modo».
Joseph concordó en que él nunca había encontrado una manera de encarar las quejas y las
exigencias de su madre, de modo que había optado por ignorarlas, pero sin romper el
contacto con ella. Cada vez que su madre se quejaba o exigía algo, él trataba de solucionar
los problemas o de tranquilizarla diciéndole que todo saldría bien. Inevitablemente fallaba.
Entonces se enojaba con su madre por «hacer que se sintiera torpe». En la terapia Joseph no
podía imaginar ningún modo de encarar estas situaciones que no fuera evitar a su madre.
Cuando el terapeuta le sugirió diversos experimentos, Joseph comprobó que era incapaz de
ponerlos en práctica, aunque en la sala de terapia le habían parecido «fantásticos». Uno de
los problemas que le planteaban esos experimentos es que esperaba no tener los
sentimientos desagradables que generalmente experimentaba en presencia de su madre
cuando intentaba comportarse con ella de una manera diferente. Tan pronto como empezaba
a sentirse incómodo daba por sentado que el experimento fracasaría, aun antes de
intentarlo. El había alentado la esperanza de que el hecho de contar con un plan diferente
evitaría esos sentimientos. Pero lo real es que los sentimientos seguirán estando presentes
por un tiempo. Por lo tanto, lo primero que debe hacer Joseph para liberarse consiste en
controlar sus sentimientos y no permitir que determinen su conducta. De este modo evitará
que sus emociones lo lleven a realizar una serie de actos predecibles. A continuación,
Joseph debe observar lo que sucede en su interior cuando se abstiene de enojarse con su
madre. ¿Surge un nuevo sentimiento, se produce un vacío, o qué? Este tipo de autocontrol y
concientización es el comienzo del cambio. El paso siguiente consiste en observar lo que le
sucede a la madre de Joseph cuando este se comporta de un modo diferente. Es de prever
que ella incrementará sus esfuerzos por llevarlo de vuelta a su pauta habitual de
comportamiento. Si él logra superar eso, si puede ver lo que está sucediendo y mantener su
posición sin mostrar resentimiento, finalmente también sus sentimientos cambiarán. Al
llegar a este punto estará destriangulado y tendrá más posibilidades de controlar su ira hacia
su esposa.
3. Cómo encarar los triángulos en la terapia
En sus clases sobre la intervención clínica basada en la teoría de los sistemas familiares,
Guerin describe un modelo de terapia que se basa en el supuesto de que el estrés situacional
y el relacionado con el desarrollo desencadenan ansiedad y depresión en el individuo. Este
estado de excitación emocional con frecuencia da origen a pautas de comportamiento que
producen conflicto en las relaciones y refuerzan la disfunción en los individuos. Este
proceso activa inevitablemente los triángulos relacionales circundantes y se encarna en
ellos. A su vez estos triángulos refuerzan la patología en los individuos y el conflicto en las
relaciones. Veamos un ejemplo. Un hombre que ha traba] ado durante 20 años en una
empresa ve de pronto amenazado su empleo por el ingreso en la firma de un empleado
nuevo. Se vuelve entonces irritable, iracundo, distraído y distante durante los momentos
que pasa con los suyos en su hogar. Su esposa, atemorizada por ese tumulto interior y
consciente de que su marido por lo general no está dispuesto a hablar de sus problemas,
inicia una predecible serie de comportamientos solícitos dirigidos a él. Esa conducta irrita
aun más al esposo y hace más improbable que este le hable de la amenaza que se cierne
sobre su empleo. Sintiéndose herida por el rechazo, la esposa se retira y se dirige a ayudar a
su hijo con las tareas escolares, sólo para encontrarse con que su marido la ha precedido y
está en la habitación del hijo criticando sus hábitos de estudio y su desempeño escolar. Los
triángulos se multiplican, la disfunción individual persiste y el estrés situacional nunca es
encarado ni manejado.
La psicoterapia basada en este modelo pretende descubrir los hilos vulnerables y dañados
de los individuos y sus relaciones, desenredarlos de las marañas de sus triángulos
entrelazados y volver a tejerlos entre sí, con relaciones más fuertes entre individuos que
funcionan mejor y son más autónomos. Agregar el triángulo relacional al marco conceptual
del terapeuta y trabajar con los triángulos son condiciones fundamentales
para poder realizar en la terapia un trabajo exitoso con los problemas, tanto individuales
como relacionales. El hecho de vincular los problemas individuales y relacionales con los
múltiples triángulos que los rodean y los complican es un factor importante que distingue a
nuestro modelo terapéutico. Esto significa que la terapia se convierte en un enrejado donde
el foco se desplaza libremente hacia atrás y hacia adelante entre las vidas interiores de los
individuos, las relaciones personales diádicas en las que esos individuos están involucrados,
y los triángulos relacionales que rodean y complican a esas díadas.
Los casos que siguen ilustran la interacción entre los factores individuales, las relaciones
interpersonales y los triángulos que rodean a esas relaciones. Cada caso llegó a la terapia
con un planteo original diferente. Uno se presentó como una disfunción individual. El
segundo fue un problema conyugal sin triángulos explícitos y el tercero fue un caso
conyugal con triángulos explícitos. El cuarto fue un caso centrado en el hijo. A pesar de sus
diferencias, los cuatro casos requirieron que se prestara atención a la red de individuos,
díadas y triángulos.
Connie B. era una mujer de cincuenta años, soltera, empleada en un banco, que llegó en
busca de terapia quejándose de depresión y ataques de pánico. Lloraba a menudo, no podía
dormir, no podía concentrarse en su trabajo y tenía pocas esperanzas de que las cosas
mejoraran algún día. Dijo que los ataques de pánico se producían sin aviso previo en las
más diversas circunstancias, por ejemplo cuando estaba en su oficina, iba de compras o
manejaba su coche. Agregó que esos ataques le producían una sensación de ahogo,
palpitaciones, mareos y la aterradora sensación de que estaba por suceder algo catastrófico.
En los períodos de calma vivía atemorizada, pensando con preocupación en el próximo
ataque.
Connie había vivido siempre con sus padres, y ella y su madre habían seguido
compartiendo la casa después de la muerte del padre. Connie mantenía desde hacía quince
años una relación amorosa con un hombre mayor, divorciado, que vivía en una ciudad
distante. Poco tiempo atrás había descubierto que su amigo le era infiel: encontró en su
dormitorio fotografias de otra mujer en ropa interior. Connie no quiso enfrentarse con su
amigo porque pensó con terror que en tal caso la relación podía terminar y ella se quedaría
sola.
Connie B. empezó su terapia como un caso «individual»: una depresión clínica, complicada
por ataques de pánico, que
requería medicación y psicoterapia. Sin embargo, bastó una breve entrevista para que se
pusiera de manifiesto que los síntomas individuales estaban vinculados con un problema
relacional con su amigo. Y ese problema formaba parte de un triángulo obvio, la aventura
amorosa de su amante con otra mujer. Había también otro triángulo más sutil, que era un
elemento importante de la mezcla. La madre de Connie era la influencia más importante en
su vida. El terapeuta pensó que la fusión madre-hija se había visto intensificada por la
muerte del padre y por cuestiones no resueltas en el triángulo parental primario de Connie.
Esa fusión desempeñó un papel importante en los ataques de pánico de Connie y en la
manera en que se desarrolló su relación con su amigo. El caso de Connie requería una
contextualización de los síntomas y una comprensión de su evolución. Idealmente, el
tratamiento debía incluir no sólo medicación para los síntomas, sino también una
psicoterapia que se ocupara de las fuerzas emocionales subyacentes (individuales, diádicasy
triangulares) que provocaban esos síntomas. Lamentablemente, Connie no deseaba explorar
esas cuestiones y abandonó la terapia una vez que cedieron la depresión y los ataques de
pánico.
Una decisión como esa es frecuente: muchas personas acuden en busca de terapia, obtienen
alivio para sus síntomas y se marchan sin hacer el esfuerzo necesario para lograr un cambio
de largo plazo. En la práctica de la terapia esto es una realidad y plantea el interrogante de
qué debe hacer el terapeuta al respecto. La única manera que tiene un terapeuta de encarar
la deserción es aplicar su modelo terapéutico en la medida en que lo requiere el caso y lo
permiten las decisiones del paciente sobre el tratamiento. Sin embargo, el terapeuta debe
verificar siempre si existe un triángulo activo que esté impulsando el abandono prematuro
de la terapia. En un modelo basado en la transferencia, por ejemplo, una interrupción
temprana podría ser el resultado de un triángulo constituido por el terapeuta, el paciente y
algún objeto internalizado. Bien puede suceder que el terapeuta esté tratando de lograr que
el paciente se acerque a un objeto que este no desea enfrentar, y que a causa de ello deje la
terapia. En un modelo como el nuestro, que procura reducir la transferencia, el terapeuta
tiene que estar alerta a la posibilidad de que un triángulo esté determinando su respuesta a
la finalización de la terapia. Su decisión de manifestarse en desacuerdo con lo resuelto por
el paciente, ¿se
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basa en el hecho de que está atrapado en un triángulo terapéutico (se siente responsable de
mantener al paciente en terapia e impedir que vuelva con su familia, como es su deseo) o en
el principio de expresar claramente su opinión? Su decisión de no objetar lo resuelto por el
paciente, ¿se basa en un triángulo terapéutico (se siente demasiado distante del paciente
porque hay algo en él que lo irrita o le provoca ansiedad) o en el principio de mostrar
siempre respeto por lo que decide el paciente? El deseo del paciente de abandonar la
terapia, ¿se basa en la creencia de que ya ha conseguido lo que quería o hay un triángulo
terapéutico activo (tal vez el terapeuta haya quedado atrapado entre el paciente y un
miembro de la familia a quien ha llegado a considerar como el villano de la historia) que lo
pone incómodo y lo induce a desertar?
Phil y Jeanne C. eran una pareja de poco más de cuarenta años, con dos hijos adolescentes.
Acudieron en busca de terapia quejándose de un conflicto conyugal. Se sentían separados,
distanciados, con poca comunicación y escaso afecto. Además estaban constantemente
criticándose el uno al otro, por ofensas reales o imaginarias. Ambos afirmaban que el
deterioro de su relación había empezado después de un accidente de automóvil que había
tenido Phil cuatro años antes. Desde entonces no había vuelto a conseguir un empleo
estable y Jeanne tuvo que volver a trabajar.
Muchos de los problemas que habían surgido entre ellos tenían que ver con el dinero. Por
ejemplo, Phil había dejado de pagar la hipoteca de la casa durante varios meses y no se lo
había dicho a Jeanne, quien sólo lo descubrió cuando el banco amenazó con ejecutar la
deuda. Pero el problema más agudo era el comportamiento de su hija, Sara, de doce años.
Jeanne decía que no había modo de controlarla y que no podían lograr que «se comportara
como un ser humano». Estaba dispuesta a permitir que se la tratara con Ritalina, a pesar de
que durante mucho tiempo se había opuesto a ello. Phil atribuía los problemas de Sara a la
«falta de consecuencia» de Jeanne en materia de disciplina. Cada uno de los cónyuges
culpaba al otro por el problema.
Aunque Phil y Jeanne ingresaron en terapia como un caso conyugal, en las primeras
semanas de tratamiento les resultó prácticamente imposible mantenerse centrados en su
relación. Cualesquiera que fuesen las preguntas que les formulaba el terapeuta, las
respuestas siempre aludían a los problemas que
tenían con su hija o a los problemas laborales de Phil. Jeanne acusaba a Phil de
irresponsabilidad y falta de consideración y Phil se defendía. En este caso, el plan de
tratamiento debía centrarse primero en la relación conyugal. Era necesario que Jeanne
bajara el tono de sus críticas a Phil; y Phil, por su parte, debía dejar de defenderse y tratar
de elevar su nivel de funcionamiento. La segunda parte del plan consistía en modificar el
triángulo parental con Sara cambiando el papel que cada una de las partes desempeñaba en
el proceso. Y tercero, la terapia tenía que descubrir los importantes triángulos que se
entrelazaban con el de Sara y trabajar con ellos. A diferencia de Connie, cuyos síntomas
requerían contextualización, Phil y Jeanne habían acudido con un problema multifocal que
requería que dejaran de proyectar y se centraran en ellos mismos.
Stan y Maryellen D., ambos cercanos a los treinta años, casados desde hacía cuatro,
buscaron terapia a causa de que ya casi no tenían relaciones sexuales. Eran personas
brillantes y exitosas, sin signos visibles de patología individual, pero ambos se preguntaban
si su matrimonio no estaría llegando a su fin. Stan decía que a menudo se sentía «en el
medio» entre su madre y Maryellen, que no cesaban de criticarse la una a la otra. A él le
parecía que lo presionaban para que tomara partido. Maryellen sostenía que su suegra
quería controlar la vida de ambos y estaba siempre diciéndoles lo que tenían que hacer.
Ciertos triángulos se forman con mayor frecuencia en determinadas etapas del desarrollo.
Por ejemplo, en los primeros tiempos del matrimonio el triángulo con alguno de los suegros
es el más común. Cuando nace un hijo o cuando los hijos llegan a la adolescencia, es
probable que el triángulo centrado en los hijos sea intenso y activo. Stan y Maryellen eran
una pareja joven, se encontraban en las primeras etapas de su matrimonio y lo que tenían
que negociar era el triángulo con los suegros, en este caso la madre de Stan. ¿Quién iba a
ser más importante para Stan, su madre o su esposa? ¿Quién iba a tener más influencia
sobre él? La primacía en el vínculo y en la influencia importa mucho en los comienzos del
matrimonio. Así, el terapeuta planeó alterar el triángulo modificando la participación de
ambos cónyuges en él: Stan podía acercarse a su madre de un modo más adulto y Maryellen
podía alcanzar una mayor neutralidad emocional respecto de su suegra. Una vez que
hubieran progresado en el triángulo, el terapeuta podría abordar cualquier problema sexual
remanente.
Kevin E. era un niño de 11 años que fue llevado a terapia por su madre porque estaba
obteniendo malas calificaciones en el colegio. Era el menor de tres hermanos, y había una
diferencia de doce años entre él y el que lo precedía en el orden de los nacimientos. Tenía
una relación demasiado estrecha con su madre, Anne, de 50 años, que se encontraba en
tratamiento médico por cáncer de mama. El padre de Kevin, Paul, también de 50 años, se
mostraba distante con Kevin y Anne. Nadie hablaba del cáncer de Anne excepto para
referirse a los detalles del tratamiento. En cuanto a Kevin, pensaba de sí mismo que «no
encajaba» en el ambiente escolar y deseaba desesperadamente tener más aceptación entre
sus compañeros.
Evidentemente, Kevin tenía problemas de temperamento y de desarrollo que debía
enfrentar por sí mismo. Pero la lucha que se libraba en el seno de la familia empeoraba las
cosas para él. La familia no enfrentaba la enfermedad ni la posible muerte de Anne. Había
un triángulo crónico en el cual Anne estaba demasiado unida a Kevin y Paul se mantenía a
excesiva distancia. Kevin había nacido poco después de la muerte del padre de Ánne y al
parecer ese hecho lo hacía muy especial para su madre. Por otra parte, difería mucho del
hijo que Paul, atleta destacado en la universidad, hubiera deseado tener.
El tratamiento de este caso requería que se trabajara en los tres niveles. Las sesiones
individuales con Kevin se concentraron en tiempo de juego con el terapeuta para
consolidarla relación entre ellos. El niño fue invitado a llevar a la sesión sus videojuegos
para que el terapeuta pudiera practicar. Además, Kevin se mantenía atento para ver si las
relaciones con sus compañeros de estudios mejoraban. Juntos, Kevin y el terapeuta
determinarían si había habido un incremento o una disminución de su comportamiento
«raro» en las dos semanas que separaban una sesión de otra. Cuando Kevin se sintió lo
suficientemente seguro como para hablar de su progreso o falta de progreso en la escuela, el
terapeuta consideró que había llegado el momento de hablar abiertamente de las
enfermedades en la familia: el cáncer de su madre y la enfermedad de Alzheimer de su
abuelo paterno.
En las sesiones quincenales alternadas que realizaba con los padres de Kevin, el terapeuta
alentó a Paul, el padre, a dedicar más tiempo a relacionarse con su hijo, emprendiendo
actividades elegidas por este. También le sugirió que no eludiera el tema si Kevin hacía
alguna referencia a la enfermedad de
su abuelo o a la de Anne. A Ánne le indicó que concentrara sus esfuerzos en curar su cáncer
y le ofreció sesiones individuales, de pareja o familiares para ayudarla con las secuelas
emocionales que podría sufrir al concentrarse en el cáncer. El terapeuta mantuvo
conversaciones francas y sensibles acerca del cáncer de Anne y les sugirió a todos que
hablaran sobre el tema en el hogar. El antiguo triángulo debía ser reestructurado para que
Kevin y Paul mejoraran su relación y para que la relación de Kevin con su madre fuese
menos intensa. Corresponde al terapeuta evaluar la conveniencia de que en el curso de la
terapia todos los problemas sean abordados a la vez y de que los miembros de la familia
asistan juntos a las sesiones o de que algunas cuestiones se traten en pares o
individualmente. Siempre es mejor mantener abiertas todas las opciones. En ciertas
situaciones puede ser aconsejable que los pacientes sean atendidos por distintos terapeutas.
La mejor terapia es la que conecta la experiencia individual de la ansiedad y la depresión
con el proceso diádico del conflicto relacional y los triángulos que los rodean. Para poder
tejer todos estos hilos en la terapia se requiere un cierto nivel de familiaridad y comodidad
con las formas clínicas y las funciones de los triángulos. Esto incluye el conocimiento del
concepto, cierta facilidad para pensar en los triángulos que ayude a descubrirlos, como así
cierta facilidad para trabajar con los triángulos dentro de los sistemas que acuden a la
terapia, y la capacidad de mantenerse fuera de los triángulos como terapeuta. En el texto
que sigue esperamos desmitificar los triángulos relacionales y ayudar al lector a aprender a
reconocerlos y a tratarlos dentro de una amplia gama de problemas individuales y
familiares.
El autoexamen
Todos tenemos un reflejo emocional natural que consiste en buscar fuera de nosotros
mismos la causa de nuestro dolor o nuestra incomodidad. Nuestras conversaciones
cotidianas revelan esa tendencia. «Me hiciste enojar». «Si no hubieras fracasado como
padre, yo podría haber hecho algo de mi vida». Llegar a ser un adulto consiste en parte en
desarrollar cierta facilidad para asumir la responsabilidad por las propias emo-
ciones y por el comportamiento relacional que es su consecuencia. Si una persona no logra
cumplir esta tarea evolutiva, estará condenada a sentirse siempre víctima, con la ira y el
resentimiento que ello implica. Cuando un terapeuta trata de brindar apoyo a su paciente,
debe tener sumo cuidado de no autorizarlo a sentirse victimizado. Un antídoto importante
para esta trampa terapéutica es destacar la importancia de ser capaz de observarse a sí
mismo con ojo crítico, es decir, de ver la parte de uno mismo que contribuye al sufrimiento
y a las dificultades de relación.
Es habitual que veamos claramente cuál es el papel que desempeña la otra persona en un
problema de relación. Nos vemos a nosotros mismos como personas bienintencionadas que,
de alguna manera, se ven envueltas en problemas de relación a causa de los demás. Si ellos
pudieran ser diferentes, más sensibles, entonces no habría problemas.
Aceptamos sin cuestionamientos nuestra manera de ser y creemos que si a veces causamos
problemas es porque no podemos evitarlo. Los del otro bando -nuestros cónyuges, hijos,
padres, jefes, colegas-podrían modificar su conducta si realmente lo desearan. Nosotros,
que nos comportamos tan bien como podemos, perdemos de vista nuestra participación en
la cuestión, especialmente en las relaciones cotidianas, en las que desde hace ya mucho
tiempo nos hemos deslizado hacia las respuestas automáticas. Cegados por el sufrimiento
que nos producen nuestros conflictos relacionales, no advertimos nuestra participación en el
problema. Lo único que podemos ver es la parte problemática de la persona que amamos,
una persona que para nuestra sorpresa actúa a veces como si fuera nuestro enemigo.
A fin de que el trabajo con los triángulos relacionales tenga sentido para las personas, el
terapeuta debe reforzar la capacidad de sus pacientes de reconocer que culpar al otro por el
problema sin comprender la propia contribución perpetúa la disfunción relacional y los
priva de la posibilidad de aliviar su sufrimiento. En cambio, le entregan todo el poder al
otro. La tarea del terapeuta consiste en ayudar a las personas a ver que pueden cambiar el
papel que desempeñan en un proceso, cambiando de este modo también sus propias vidas.
La interacción es como una obra teatral: cada uno de los participantes desempeña un papel.
Si uno no está desempeñando el papel de Romeo, estará desempeñando el de Julieta, el del
señor
Capuleto o el de la señora Montesco. Si la terapia no logra que cada persona asuma su
propia responsabilidad, el conflicto y la disfunción proseguirán y se intensificarán.
El autoexamen nos permite ver que un problema de relación no resulta sólo de las
limitaciones de la otra persona sino también de nuestras limitaciones. Por ejemplo, en un
matrimonio en el que a menudo el marido se aísla y permanece en silencio, su participación
en el problema es evidente (al menos para su esposa). Pero bien podemos preguntarnos qué
papel desempeña ella. ¿Es una buena oyente o lo interrumpe y lo critica cada vez que
habla? ¿Ese hombre experimenta la interacción con su esposa como un proceso en el que se
siente lo suficientemente seguro como para decir lo que piensa? ¿O acaso cree que ella se
molestará por cualquier cosa que él diga y que entonces tendrá que enfrentar eso, una de las
cosas que menos le gusta hacer? Si una madre ya mayor está todavía diciéndole a su hija
adulta cómo tiene que vivir su vida ¿es posible que la hija haya contribuido a causar el
problema? escaso la hija fue incapaz de manejar el asalto de la ansiedad de su madre y
neutralizar amablemente los ciclos de conflicto de su relación o, llegado el caso, de afirmar
su autonomía frente a su madre? Podría haberle dicho, por ejemplo: «Sabes, mamá,
mientras más me digas lo que tengo que hacer más trataré de hacer lo contrario, y quedaré
resentida contigo porque siempre me das consejos sin que te los pida».
En la terapia, fomentar el reconocimiento de la propia responsabilidad no es una manera de
exculpar a la otra persona, sino más bien una manera de desalentar la inculpación. La
inculpación sólo sirve para fomentar la reactividad en una relación. El reconocimiento de la
propia responsabilidad no es un intento de liberar de responsabilidad a los demás, sino una
manera de lograr que la gente tenga mayor control sobre su propia vida. Es una manera de
pensar que les ofrece a las personas más opciones de movimiento que las que tiene una
víctima indefensa e iracunda. Por ejemplo, ser padre de un drogadicto es algo muy dificil.
Los padres se sienten responsables y furiosos porque el joven está malgastando su vida.
Evidentemente el hijo es disfuncional y tiene serios problemas, que pueden incluso poner
en peligro su vida. Los padres, que tal vez se desempeñen bien en todos los demás aspectos,
necesitan sin embargo hacer un autoexamen. ¿Cuál es el balance final de la relación con su
hijo? ¿Cómo encaran el desamparo que sienten
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cuando comienzan a darse cuenta de que son impotentes para salvar a su hijo, para «alejarlo
de las drogas»?
Aprender a ver el papel que uno desempeña en una relación entre dos puede ser diñcil. Y
aprender a ver el papel que desempeña en un triángulo puede ser aun más difícil. Tal vez
eso se deba a que la situación «dos contra uno» puede aumentar el sentimiento de
victimización de una persona. O al hecho de que algunos triángulos están bajo la superficie
y es diñcil verlos. Sólo cuando el terapeuta pone en evidencia el triángulo, lo hace explícito,
se aclara por qué una persona está atrapada en ese triángulo sin saber cuál es la razón para
ello. A veces nos resulta dificil ver el papel que desempeñamos en un triángulo por la
sencilla razón de que no estamos acostumbrados a pensar en los triángulos.
La capacidad de percibirse a sí mismo y percibir el propio comportamiento en el contexto
de una relación es muy importante para poder modificar la posición que uno ocupa en un
triángulo. Es importante aprender a no culpar, a fin de no ser víctima de la reactividad del
otro. Las personas pueden pensar mejor y más claramente si sus emociones no están en
ebullición. Con menos reactividad y menos emotividad, la gente puede empezar a ver cómo
cambiar. Aprender a rastrear nuestras reacciones y nuestro comportamiento puede
ayudarnos a evitar las respuestas instintivas que contribuyen a perpetuar un problema.
Ellen S. acudió a la terapia a causa de una depresión. Además estaba furiosa con su marido,
a quien culpaba de su infelicidad. Cuando no culpaba a su marido, Ellen se concentraba en
su hijo, a quien consideraba manipulador y egoísta, o en su madre, que según ella era
narcisista, o en su suegro, en quien veía la causa de la insensibilidad de su esposo. La única
persona que parecía gustarle a Ellen era su hija de siete años, a quien estaba tan ansiosa por
ver al final del día que siempre la iba a buscar a la escuela. Que alguien vaya a buscar a su
hija a la escuela todos los días no tiene una significación particular, pero en el caso de
Ellen, su excesiva dedicación a su hija y su furia hacia su esposo y su hijo contribuían a
crear algunos triángulos muy intensos. Una vez que el terapeuta la ayudó a comprender que
la única persona a la que ella podía cambiar era ella misma, y que la ira y el sentimiento de
impotencia que experimentaba frente a los demás alimentaban su depresión,
Ellen empezó a interesarse en lo que podía hacer para cambiar. Entonces se concentró en sí
misma, dejó de criticar a los demás y asumió la responsabilidad de su propia desdicha.
No siempre las personas que acuden a nosotros piensan que todo es culpa de los demás. A
veces se culpan a sí mismas. «Soy un desastre. Necesito cambiar todo. Es por mi culpa que
las cosas andan tan mal». Se trata de un falso autoexamen y eso no ayuda. Si los terapeutas
escarban un poco bajo la superficie, por lo general encuentran ira e indignación, o
descubren que el paciente está tan deprimido que es necesario tratar la depresión antes de
trabajar con los triángulos.
Ya sea que el terapeuta se esté ocupando de la culpa, la impotencia o la autodenigración, la
falta de autoexamen del paciente afectará el resultado de su trabajo. Cuanto más intenso es
el sentimiento de culpa, menor es la capacidad para concentrarse en el yo, y más graves los
conflictos relacionales implícitos o explícitos. Una manera de evaluar el grado de
autoexamen es pedir a la persona que confeccione una lista de las limitaciones que le son
propias y que contribuyen a los problemas de relación. Esto ayuda cuando el individuo
insiste en que la otra persona es realmente responsable del 95% del problema. El terapeuta
puede concentrarse en el 5 % que el individuo admite puede ser su responsabilidad, y
empezar entonces el trabajo de autoexamen.
Es necesario decir también que un formidable obstáculo que se opone al aumento del
autoexamen de nuestros pacientes es el desarrollo de un triángulo terapéutico (véanse pág.
185 y sigs.). Cuando nos encontramos atrapados en un triángulo en vez de estar lo
suficientemente desligados como para ser útiles y eficaces, las personas a las que se supone
debemos ayudar tendrán pocas posibilidades de desarrollar suficiente autoexamen como
para cambiar sus vidas. Un triángulo terapéutico es indicio de que alguien (¿el terapeuta?
¿el paciente?) ha perdido la capacidad de hacer un examen de sí mismo.
Lo que un triángulo no es
Los triángulos son diferentes de las tríadas. Un grupo de tres no es necesariamente un
triángulo. Hacer esta distinción es importante porque la gente puede volverse tan sensible a
la
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existencia de los triángulos como para ver un triángulo en cualquier grupo de tres personas
o en cualquier punto de vista sobre una tercera persona.
Una tríada puede dividirse en tres díadas simultáneas, es decir, en tres díadas
interconectadas que simultáneamente están en cierto tipo de relación distante o en una
relación íntima e intensamente comprometida. Los tres miembros pueden interactuar de uno
a uno, dependiendo de lo que la situación exija. Todos los miembros de la tríada tienen
opciones; pueden decidir implicarse o no implicarse y pueden modificar su compromiso de
modo que no sea necesariamente reactivo y previsible (como lo sería, por ejemplo, si se
enojaran siempre o se mostraran siempre amables). Cada uno de los miembros de la tríada
puede adoptar con franqueza y diplomacia una posición personal sin tratar de imponerla a
los demás. Cada miembro puede permitir que los otros dos tengan su propia relación,
resuelvan sus propios problemas y disfruten de lo que les plazca, sin intervenir para
restablecer la paz, sin instigar conflictos y sin tomar partido por uno de ellos en contra del
otro. Una de las características de las tríadas es que cada uno de sus miembros se siente
libre y es capaz de concentrarse en sí mismo en vez de estar siempre tratando de saber cuál
es la postura de los otros antes de adoptar la propia; en otras palabras, en vez de dejarse
determinar por los otros (véase el cuadro 3.1 ).
Para mostrar la diferencia entre un triángulo y una tríada tomaremos como ejemplo una
familia centrada en el hijo, en la que el problema se manifiesta en el hijo. En este tipo de
presentación clínica, el triángulo típico incluye un vínculo demasiado estrecho entre la
madre y el hijo y el distanciamiento del padre. Para un terapeuta, esta configuración no
indica necesariamente que se trate de algo más que un triángulo potencial. En ausencia de
un nivel crítico de reactividad que determine el comportamiento, la formación sigue siendo
una tríada (aunque potencialmente sea un triángulo). Puede ser sólo un episodio en la vida
de la familia, un trastorno real pero temporario en la relación entre el padre y su hijo.
También es posible que los padres tengan una verdadera diferencia de opinión acerca de la
manera de tratar al niño, y que el padre se mantenga apartado de la madre y el niño porque
ella tomó la iniciativa y está manejando el problema. Pero si esta pauta se torna coherente y
predecible, fija a lo largo del tiempo, y es suscitada y mantenida por la irá, el dolor y el
resentimiento, se convierte
Cuadro 3.1. Comparación entre las tríadas y los triángulos.
Tríadas Triángulos
Cada díada puede interactuar La interacción en cada díada
de uno a uno. está vinculada al comportamiento de la tercera persona.
Cada persona puede optar Cada persona está atada a
entre distintos comportamien- formas reactivas de comporta
tos. miento.
Cada persona puede adoptar Nadie puede adoptar una
posiciones personales sin tratar posición personal sin tener que
de cambiar a las otras dos. cambiar a los demás.
Cada persona puede permitir Cada persona interviene en la
que las otras dos tengan su relación entre las otras dos. propia relación sin interferir en
ella.
El autoexamen es posible y es Nadie realiza un autoexamen;
la situación usual. cada persona está constantemente concentrada en las otras dos.
en un triángulo. Cuando observamos la evolución en el tiempo de una tríada-triángulo, la
diferencia se torna clara.
Para destriangular el caso centrado en el hijo, tenemos que hacer que la madre (si es la más
involucrada) se aparte del hijo; también debemos lograr que el hijo se acerque al padre
distante. El proceso que sigue es siempre el mismo. Primero la madre se siente aliviada, al
no tener que soportar ya la frustrante carga del hijo. Pero después empieza a sentirse
deprimida, enojada y vacía. Alguien le ha quitado a su hijo y se lo ha dado al padre, que no
lo merece. Mientras lucha con estos sentimientos, siente cada vez más impaciencia ante la
lentitud con que el padre se acerca al hijo. Además, el hijo le informa que el padre es
inaccesible o que es imposible tratar con él. Al padre le resulta dificil acercarse al hijo y
busca a su esposa para pedirle consejo acerca de cómo hacerlo o para recabar su aprobación
respecto de su manera de manejar la relación con el hijo. El terapeuta puede sentir
literalmente la tensión emocional mientras el triángulo lucha desde las tres posiciones para
evitar la destriangulación. La presión homeostática puede ser promovida desde fuera del
triángulo. Por ejemplo, la abuela materna puede criticar a su hija por no involucrarse
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más con el niño. Esta pauta ilustra la producción de triángulos entrelazados.
Si los padres perseveran, el comportamiento del hijo mejora. Cuando esto sucede se
produce por lo general un deterioro de la relación conyugal. El problema interpersonal del
marido y la esposa sale a la superficie por sí mismo. El terapeuta no tiene que desenterrarlo,
y por lo general no lo hace. La característica fundamental de los triángulos, la evitación de
los problemas en una díada, se pone de manifiesto y los padres informan que «las cosas
están empeorando», aunque la conducta del hijo haya mejorado.

En una tríada el proceso es totalmente diferente. La madre puede apartarse de su hijo sin
mayores dificultades, y el padre puede comprometerse fácilmente con el hijo. Las díadas
pueden desarrollarse y resolver sus problemas por sí mismas. Aunque los padres pueden ser
muy diferentes, cada uno confía en que el otro tendrá éxito o, si no lo logra, realizará los
cambios necesarios. Las díadas se forman fácilmente y el tercero reconoce que tiene una
interacción legítima con cada una de las otras dos personas, pero que no puede interactuar
en esa tercera relación, es decir, la relación que existe entre los otros dos. El padre puede
castigar al hijo y la madre puede abstenerse de intervenir aunque no esté de acuerdo con su
marido. Todos pueden respetar la regla de que el progenitor que llegue primero al lugar del
hecho manejará el problema con el niño a menos que se trate de una cuestión respecto de la
cual han decidido que debe intervenir uno de los dos. Del mismo modo, existe consenso
acerca de que el hijo está actuando mal si, después que uno de sus progenitores ha tomado
una decisión que a él no le agrada, trata de formar un triángulo dirigiéndose al otro
progenitor en busca de una decisión diferente. En otras palabras, se da por sentado que la
persona que trata de formar un triángulo está actuando disfuncionalmente. Por lo general en
una tríada (a diferencia de lo que ocurre en un triángulo activo) suele estar presente en todo
momento una persona que escucha y siente pero no reacciona ni toma parte en la
interacción.
Como ocurre con muchas otras cosas, cuanto más definido es un triángulo, más fácil es de
advertir. En la zona gris no está siempre claro si existe un triángulo o una tríada. A veces
hay que observar el proceso durante cierto tiempo, ya que tanto el triángulo como la tríada
son parte de un continuo y una
tríada puede convertirse en triángulo en situaciones de estrés y volver después a la
condición de tríada. Cuando la acción respecto de determinada cuestión o problema es
coherente y predecible, es muy probable que se trate de un triángulo. Cuando no se puede
elegir la respuesta, el proceso es reactivo y casi con certeza triangular.
Como si las cosas no fueran ya bastante complicadas, también puede ocurrir que una
persona esté en una tríada y las otras dos estén en un triángulo, lo que logran usando a la
primera como miembro del triángulo sin su participación activa. Esto sucede con frecuencia
en la terapia. Por ejemplo, el terapeuta le pide a la pareja que no discutan su situación en el
viaje de vuelta a su casa. Sin embargo, uno de sus miembros le dirá al otro que el terapeuta
se mostró de acuerdo con él y le adjudicó la responsabilidad del problema al otro. Después
discutirán sobre el terapeuta. La díada está usando como tercera pata del triángulo lo que
ellos quieren que sea la posición del terapeuta, y no al terapeuta real, su actitud o sus
instrucciones. Un terapeuta experimentado tratará de neutralizar ese comportamiento
respondiendo a él con preguntas sobre el proceso. Por ejemplo, «¿Cómo fue el viaje de
regreso después de nuestro último encuentro? ¿Se pusieron de acuerdo sobre de qué lado
estoy yo?».
Algunas personas tienen tanto miedo a los triángulos que se niegan a hablar de cualquiera
que no esté en la habitación. Esto va en contra de una de las disfunciones universales de la
humanidad, el deseo de chismorrear. El chismorreo no es atractivo, pero tampoco es
necesariamente disfuncional. Puede ser simplemente chismorreo. Es importante recordar
que la función esencial de un triángulo es disminuir la ansiedad en el individuo y la tensión
en la díada, desviando la discusión hacia una tercera persona o asunto. Por otra parte, el
chismorreo es la difusión de rumores insignificantes y a menudo carentes de base, por lo
común de índole personal, sensacionalista, íntima y negativa, motivada por el deseo de
satisfacer la curiosidad, de sentirse mejor denigrando a otros o de evitar mirar el propio yo
(evitación del yo pero no necesariamente de la tensión reinante en una díada). El hecho de
estar en un triángulo (y no en una tríada) se experimenta internamente como una sensación
de ansiedad, una interrupción del fácil fluir de la conversación, un preguntarse
constantemente qué decir o un silencio incómodo.
Un triángulo no es cualquier reunión de tres personas. Tampoco es cualquier reunión en que
las personas sostienen distintos puntos de vista o en que la temperatura emocional se eleva.
No es, excepto en los casos más graves, un proceso fijo, permanente. En una tríada hay una
fluidez de movimiento de avance y retroceso donde las pautas son mudables y no
predecibles. Las personas pueden cambiar de actitud y el movimiento fluye en todas
direcciones. Se recurre a un mínimo de presunciones y a un máximo de preguntas para
confirmar que una persona ha oído realmente a la otra. Poco es lo que se da por sentado, y
cada persona sabe que no conoce ni conocerá jamás por completo a la otra. En los
triángulos, en cambio, el flujo de movimiento tiende a ser limitado, y el clima emocional es
rígido y con frecuencia muy intenso.
Un punto importante acerca de lo que los triángulos no son es que no hay necesariamente
un triángulo cuando una persona concuerda con otra y discrepa con una tercera. A la
primera persona se la puede acusar de parcialidad y entonces pueden surgir intensos
sentimientos negativos. Que esto sea o no un triángulo depende de si la primera persona
basa sus puntos de vista en principios o en sentimientos. Si A tiene un punto de vista que
coincide con el de B y difiere del de C, A estará en un triángulo si ese punto de vista se basa
en sus sentimientos hacia B o C. No estará en un triángulo si el punto de vista se basa en
una creencia (correcta o errónea), en un principio que A está dispuesto a aplicar tanto a B
como a C (y también a sí mismo). A puede estar equivocado, pero no está en un triángulo.
(Desde luego, a veces es muy dificil trazar el límite, porque lo que es un principio para una
persona puede ser un sentimiento para otra.)
Una interpretación errónea de este principio hace que a menudo los terapeutas se abstengan
de responder a las preguntas y que, apoyándose en su amplia experiencia, eviten abordar
aspectos críticos del funcionamiento emocional. Proceden así para «evitar estar en un
triángulo». Los terapeutas, como cualquier persona, deben aprender que es mejor estar en
un triángulo o triangular que negarse a involucrarse y mantenerse a salvo pero perdiendo
eficacia. Todos nos involucramos en triángulos. Es algo que cabe esperar. El verdadero
problema consiste en estar en un triángulo, no reconocerlo y permanecer en él por tiempo
indefinido. El temor a estar en un triángulo puede ser tan destructivo como
el alegato farisaico de que se participa en un triángulo por motivos nobles.
La gente se pregunta si alguna vez dejamos de triangular en nuestras relaciones íntimas.
Desde el punto de vista de la estructura, es indudable que podemos reconocer y manejar
nuestros sentimientos a fin de evitar o reducir la frecuencia e intensidad de los triángulos en
los que estamos involucrados. Desde el punto de vista emocional, es discutible que
podamos ir más allá de manejar estos sentimientos. Requiere el esfuerzo de toda una vida
cambiar sentimientos que hemos alentado desde la niñez y que pueden seguir siendo
operativos sin importar cuán bien los manejamos ni durante cuánto tiempo los hayamos
manejado. Manejar nuestros sentimientos es quizá todo lo que podemos lograr en este
proceso de destriangulación. Aunque manejemos nuestros sentimientos, es posible que
digamos al mismo tiempo que la otra parte no está manejando muy bien sus sentimientos.
¿Es siempre mala la depresión? ¿O existe una diferencia entre el control del yo disciplinado
y deliberado y la expresión abierta y libre de los sentimientos?
4. Estructura de los triángulos relacionales
Cómo ver un triángulo
Un sistema es un montaje de partes interrelacionadas que funcionan juntas de cierto modo.
El cuerpo humano nos proporciona un buen ejemplo del funcionamiento de los sistemas
orgánicos. La estructura de una célula del cuerpo humano está constituida por una pared,
una membrana y un núcleo, con su citoplasma e importantes organoides. El proceso que
tiene lugar dentro de la célula consiste en la incorporación de nutrientes y la expulsión de
desechos. La estructura y el proceso sirven a una función: asegurar la supervivencia y la
reproducción de la célula. Un motor de automóvil es un ejemplo bien conocido de un
sistema mecánico. Está compuesto por elementos como el carburador, las válvulas, los
pistones, las bujías y el distribuidor (estructura). Esos elementos absorben el combustible y
producen una combustión controlada (proceso), lo que da por resultado la locomoción
(función). Estructura, proceso y función son elementos de todos los sistemas, orgánicos,
mecánicos o de otro tipo. Los sistemas emocionales no son una excepción; también ellos
implican estructura, proceso y función. Y el triángulo relacional constituye un ejemplo de
un sistema emocional.
Advertir la existencia de un triángulo relacional requiere tiempo. Una de las características
del triángulo es su estructura repetitiva. Otra es la índole predecible del proceso que se
desarrolla en él, ya que se trata de un proceso reactivo y automático. Se necesita tiempo
para observar la repetición y la predecibilidad. Es dificil dar vida a la idea de la estructura,
el proceso y la función del triángulo, como así de la interrelación de estos elementos, con la
misma inmediatez con que podemos hacerlo en el caso de la célula o el motor de
automóvil. Una manera de lograrlo consiste en utilizar la idea de Thomas Fogarty1 acerca
de la banda elástica que mantiene unidas a
1 Fogarty (1975).
tres personas. Imaginemos a tres personas ceñidas por una banda elástica. Debido a una
regla tácita pero insoslayable, no pueden dejar caer la banda al piso. La banda elástica crea
así una estructura que une a las tres personas y las relaciona entre sí. La estructura limita su
movimiento. Obliga a cada una de ellas a compensar el movimiento de las otras, o de una
de las otras, a fin de mantener la banda ajustada. Mantener la banda elástica de modo que
no se corte ni caiga al piso es el proceso reactivo, la tensión necesaria, que requiere que
cada miembro del triángulo esté atento al lugar en que se encuentran los otros dos y a lo
que están haciendo. Cada miembro debe modificar su posición como reacción a los
movimientos de los otros dos y no puede moverse libremente siguiendo sus propios
impulsos. La consecuencia (es decir, la función o la disfunción) de la estructura y el
correspondiente proceso del triángulo es estabilizar las tres relaciones y evitar el cambio.
Imaginemos ahora a dos personas: dos cónyuges, dos amigos, un padre y su hijo o una
madre y su hijo, y veamos cómo la díada se convierte en un triángulo activo. Tomemos por
ejemplo a Jane F. y su hija de seis años, Jennifer. La relación entre ellas existe en lo que
podríamos llamar un espacio relacional. El espacio relacional entre las dos es un canal por
el cual fluye, invisible, la energía emocional que procede de ambas. Si Jane, por ejemplo,
está ansiosa por su relación con su marido, Peter, Jennifer puede captar la ansiedad de la
madre aun sin saber qué la provoca. Esta absorción de la ansiedad de Jane desencadenará
en Jennifer una reacción emocional que ella puede convertir en comportamiento
sintomático: por ejemplo, la niña puede mostrarse llorosa y exigente. Jane puede quejarse a
Peter acerca de la niña y tal vez los cónyuges se unan en un proyecto para disciplinar a
Jennifer. De este modo Peter y Jane se concentran en Jennifer y eluden su propia relación
conflictiva. Cuando se ha llegado a este punto, las emociones activan un triángulo. El
proceso parece natural y automático, pero podemos observar cómo se desarrolla. El
terapeuta capta la excitación emocional de una persona (bajo la forma de tensión, ansiedad,
conflicto interno o algo similar) y su incorporación a una díada que no puede tolerar
semejante nivel emocional. En ese momento se activa el triángulo.
En este ejemplo Jane, en una díada llena de tensión (ella y su marido), se puso cada vez
más ansiosa y se movió en dirección a una tercera persona (Jennifer) en busca de refugio.
El
nivel de ansiedad de Jane fue captado por Jennifer (gracias a su fusión) y la niña fue
incapaz de tolerarlo. Jennifer reaccionó por medio de un comportamiento inaceptable
(expresado como movimiento; portarse mal era una manera de distanciarse de la madre), y
Jane se acercó a su esposo en busca de otra alianza. Peter se unió a Jane para concentrarse
en Jennifer, y así el triángulo se activó totalmente. La clave para seguir este proceso es
concentrarse en el movimiento. Es decir, en vez de dejarse atrapar por la historia, el
terapeuta debe observar lo que hacen las personas con la ansiedad que fluye a través del
canal. ¿En qué dirección se desplazan las personas? ¿A quién o a qué se están acercando o
de quién o de qué se están alejando como reacción a esa corriente de ansiedad? El triángulo
sirve a un propósito, funcional o disfuncional. En este caso, el proceso triangular entre Jane
y su hija sirve a la (dis)función de evitar la ansiedad -más intensa- entre Jane y Peter.
Un caso de estas características puede presentarse como un problema centrado en el hijo.
La tarea del terapeuta consiste en modificar la estructura del triángulo encontrando una
manera de acercar a Peter y Jennifer, y ayudando al mismo tiempo a Jane a reducir su
excesivo compromiso con su hija. Esta modificación de la estructura mediante el
movimiento de Peter y Jane probablemente producirá cierto alivio de los síntomas. También
revelará el proceso emocional que subyace al triángulo, incluyendo la ansiedad y la
depresión de Jane y la distancia o el conflicto conyugal. La función del triángulo -en este
caso, la evitación del proceso y de la necesidad de enfrentarlo- también quedará en claro,
por lo menos para el terapeuta. Tal vez la familia deje la terapia después de conseguir el
alivio del síntoma, o tal vez decida continuarla y abordar las cuestiones que salieron a la
luz.
Sería inexacto afirmar que siempre que los padres llevan a un hijo a terapia el problema
resulta ser un problema conyugal o un problema individual con uno de los padres. A veces
el problema está también en el niño, y a veces está sólo en el niño. Brenda T., una niña de
14 años, es un ejemplo de lo primero. Consumada bailarina y actriz, fue llevada a terapia
por su madre, una mujer de 40 años, de familia acaudalada y casada con un exitoso
abogado. La señora T. informó que Brenda era «mala» con sus hermanos menores, un niño
y una niña, y se negaba a comer con la familia y a participar en las actividades comunes.
En la historia reciente de la familia había muchos factores de estrés, entre ellos la operación
a la que tres años antes había sido sometida la señora T. por un cáncer de ovario. Además su
marido había pasado dos años sin conseguir empleo, durante los cuales consumió todos sus
ahorros. Había vuelto a trabajar un año atrás. La señora T. admitía que Brenda compartía
muchos de los rasgos de la rama paterna de la familia, con la que ella no se llevaba bien. A
menudo culpaba a su esposo por el comportamiento de Brenda y este era el principal
motivo de conflicto entre ellos. Las respuestas de Brenda a las preguntas que se le hicieron
sobre su vida revelaron perturbaciones del sueño, pérdida de peso, dificultad para
concentrarse en la escuela y falta de placer en el ballet y en el teatro. El terapeuta la derivó
a un psiquiatra y este le prescribió un inhibidor de la recaptación de serotonina. El
tratamiento suprimió sus síntomas depresivos, y su comportamiento empezó a mejorar
después que el terapeuta enseñó a los padres modos más eficaces de tratar a su hija. El
terapeuta intentó también abordar el triángulo entrelazado con la familia extensa del señor
T., pero la señora T. no se mostró dispuesta a tocar el tema.
Un ejemplo de un problema centrado exclusivamente en el niño fue el estremecedor caso de
Irene W., de ocho años. La madre de Irene era una mujer sola y de escasos recursos. Llevó a
su hija a terapia a instancias del psicólogo escolar, quien creía que el súbito deterioro
observado en el trabajo de Irene podía deberse a conflictos con su madre. Esta se veía
preocupada y contrariada pero era cariñosa con su hija. Al confeccionar el genograma, el
terapeuta descubrió muchos factores de estrés que podían explicar los problemas de
comportamiento de la niña: su padre había sido asesinado en un episodio de tráfico de
drogas hacía apenas un año; la madre tenía constantes problemas laborales y económicos.
Al final de la sesión, cuando Irene se retiraba con su madre, el terapeuta notó que la niña
arrastraba una pierna. La madre dijo que el problema había surgido unos tres meses antes y
que estaba empeorando. El terapeuta derivó entonces a Irene a la clínica pediátrica del
hospital local, que a su vez la derivó a un hospital especializado. Allí los médicos
descubrieron que Irene tenía un tumor cerebral benigno, que fue eliminado
quirúrgicamente.
Un triángulo potencial también puede activarse cuando una tercera persona, sensible al
conflicto de una díada, asume el papel de pacificador o sale en defensa de una de las partes,
a
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la que percibe como víctima. Una mujer de 45 años, que estaba tratando de lograr la
reconciliación entre su esposo y su cuñado (quien era socio del esposo), relató que cuando
era niña solía interceder por su hermana menor ante sus padres. En el próximo capítulo
expondremos algo más acerca de los mecanismos de activación de los triángulos. Es
conveniente tener en cuenta que, sea cual fuere el mecanismo de activación, debemos
pensar siempre en los triángulos relacionales como estructura, movimiento, proceso y
funciones.
La estructura de un triángulo relacional se refiere a la representación espacial de la
proximidad y la distancia influenciadas por el conflicto que existe en el espacio relacional
entre las tres personas. Dentro de ese espacio relacional hay un flujo constante de energía
emocional y de comunicación verbal y no verbal. Este flujo contiene mezclas variables de
afectividad -por ejemplo, sentimientos negativos y positivos- y grados variables de
intensidad emocional investida en esos sentimientos. A este flujo emocional lo llamamos
proceso relacional.
El proceso relacional en un triángulo puede ser calmo, en cuyo caso el triángulo está
latente; o puede ser reactivo, en cuyo caso el triángulo está activo. El proceso reactivo
produce movimiento dentro de la relación, lo que cambia la estructura del triángulo.
Movimiento significa que las personas se acercan y se alejan unas de otras, fisica o
emocionalmente («persecución», «distanciamiento»). El movimiento es el resultado del
proceso emocional que tiene lugar en cada individuo y en sus relaciones. Ese movimiento
puede ser espontáneo, como cuando aumenta la ansiedad de un hombre y automáticamente
este se vuelve silencioso, triste y retraído. Su pareja lo advierte y, preocupada, le pregunta
qué pasa. El hombre dice «Nada», y sale de la habitación. Ella se siente herida por lo que
interpreta como un rechazo y llama por teléfono a una amiga que vive en otro Estado. Pasa
una hora en el teléfono, lo que enfurece a su pareja, quien le recrimina el gasto.
No todo movimiento es reactivo; también puede planificarse un movimiento como
consecuencia de una intervención clínica dirigida a poner al descubierto el proceso
emocional. En el caso de la pareja a la que acabamos de referirnos, el terapeuta podría
sugerir a la mujer que, en lugar de hacer preguntas, esperara a que el hombre le dijese qué
le pasaba. Esto no implica que la mujer haya obrado mal al expresar su preocupación.
Todo lo contrario. Sin embargo, la respuesta típica del hombre a esa preocupación puede
ser el ocultamiento del proceso emocional que incluye su dependencia respecto de ella
(dependencia que viene sugerida por su reacción ante el acercamiento -telefónico- de la
mujer a su amiga). Por otro lado, si la mujer es capaz de manejar su preocupación y
abstenerse de hacer preguntas, tal vez se produzca un movimiento de parte del hombre, lo
cual pondrá de manifiesto su dependencia de un modo más explícito que la queja por la
cuenta del teléfono.
El movimiento, cuando las personas se acercan o se alejan unas de otras, repercute en la
estructura. La arquitectura del triángulo cambia en respuesta al movimiento. Sea cual fuere
el cambio operado en la estructura, y sea cual fuere el nivel de reactividad en el proceso,
suponemos que todo triángulo cumple una función para las tres personas que lo forman y
para el sistema relacional como un todo. Así, la estructura, el proceso, el movimiento, los
mecanismos de activación del triángulo y la función que este cumple están
interrelacionados y se influyen mutuamente.
La familia, o cualquier otro sistema relacional, puede ser vista estructuralmente como una
red de triángulos potenciales entrelazados. (Por ejemplo, en una familia el marido y la mu
jer son dos puntos que tienen conexiones con cada uno de sus hijos, con varios parientes
políticos, amigos, etc.) Estos triángulos están latentes cuando el nivel de excitación
emocional en el individuo y la tensión en la relación son bajos. El estrés desencadena la
excitación emocional en los individuos, incrementando así la tensión en la díada. La
combinación de estos factores (estrés, excitación emocional y tensión) activa el triángulo.
Esa combinación produce un movimiento automático y reactivo dentro de la estructura
triangular y la modifica. Por ejemplo, el padre habla mucho con su hijo e ignora a su mujer.
Este movimiento y la resultante modificación estructural del triángulo operan para contener
la tensión y mantener el equilibrio del sistema. Hacen esto a veces por medio de la
formación de síntomas en un individuo y a veces a través de un conflicto relacional. Así, el
triángulo cumple una función estabilizadora, homeostática, para el sistema. Por ejemplo,
Jane F. pasaba gran parte de su tiempo con Jennifer porque estaba preocupada por la escasa
socialización de la niña en la escuela. Peter se sentía rechazado, pero en vez de asumir su
sentimiento hacia Jane, se disgustaba con Jennifer por su mal de
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sempeño escolar. Su disgusto estaba mal dirigido, pero el triángulo, al encauzar ese
disgusto hacia Jennifer, le proporcionaba una salida estabilizadora, aunque disfuncional.
Es importante destacar la diferencia entre desempeñar una función y ser funcional. La
función homeostática del triángulo va en contra de lo que es funcional para el sistema
y para sus miembros. Muchos autores han cuestionado vigorosamente la idea de que el
comportamiento sintomático es funcional, y sobre todo la idea de que las personas obtienen
algún beneficio de sus dificultades. Haley resuelve esta cuestión diciendo que los síntomas
no existen para cumplir una función sino para actuar como si pudieran ser útiles
clínicamente. Nosotros creemos que las personas desarrollan síntomas para sentirse mejor y
que, en ese sentido, los síntomas cumplen una función. Sin embargo, a la larga el síntoma
conduce a la disfunción en el individuo o el sistema.
Cuando advierte la existencia de un triángulo, el terapeuta piensa que cumple una de las
siguientes funciones: estabilizar una díada inestable, desplazar un conflicto diádico o eludir
la intimidad en una díada. Se puede suponer que la estructura del triángulo se ha formado a
causa de la tensión o la ansiedad subyacentes. Un triángulo no es un proceso deliberado o
racional, sino un proceso emocional reactivo. Podemos observar e investigar la estructura;
ese examen pondrá al descubierto el proceso emocional reactivo original, del cual
podremos entonces ocuparnos.
Los triángulos tienen funciones pero no son funcionales. Estabilizar díadas inestables,
desplazar el conflicto y evitar la intimidad pueden ser respuestas naturales a la ansiedad,
pero van en contra de lo que consideramos que es funcional: individuos autónomos que
entablan relaciones personales de uno a uno. En un sistema emocional determinado, los
triángulos se activan con regularidad a lo largo del tiempo y constituyen un obstáculo para
la autonomía individual y las relaciones personales. En última instancia, esa es la verdadera
razón por la que es importante ocuparse de los triángulos en la terapia.
Jeffy Annemarie Y. se habían casado sólo seis meses antes de acudir en busca de
tratamiento. Jeff, de 21 años, era agente de policía y trabajaba también como carpintero.
Annemarie, de 25 años, era cajera de un banco. Ambos se encontraban atrapados en un
matrimonio sofocante, que los obligaba a hacer cosas que no querían hacer y a convertirse
en la clase de
gente que no querían ser. Jeffera adicto al trabajo, esposo infiel y resentido. Annemarie era
criticona y se sentía ofendida y enojada.
Su relación, que se remontaba a la época en que Jeff cursaba estudios secundarios, había
sido siempre tempestuosa. Tuvieron una «maravillosa» luna de miel en Aruba, pero
empezaron a pelear casi inmediatamente después del regreso. Annemarie criticaba a Jeffpor
trabajar demasiado, por su tendencia a dar órdenes y por negarse a colaborar en las tareas
domésticas. Jeffdecía que ya estaba cansado de pelear y se sentía molesto por las constantes
críticas de Annemarie. Se habían excedido económicamente al comprar una casa en el
comienzo mismo del matrimonio (el estrés) y esto molestaba especialmente a Jeff. Estaba
ansioso y sentía que no era un buen proveedor (la excitación emocional). Manejaba su
inquietud trabajando aun más horas (distanciamiento de Annemarie), lo que provocaba más
críticas de parte de ella (la tensión en la díada). Con todos estos factores en juego, Jeff
empezó a responder más afirmativamente a los coqueteos y las insinuaciones de Susan, una
linda empleada civil de la comisaría donde él trabajaba. Susan se había pasado meses
demostrándole que lo encontraba atractivo. Le hacía bromas, conversaba con él durante el
cambio de turno y le contaba chistes de tono subido. Hasta entonces Jeffhabía disfrutado
del flirteo, pero sin ir más allá. Finalmente invitó a Susan a tomar una copa después del
trabajo. La copa se convirtió en varias y terminaron en la cama, en el departamento de ella.
Así la aproximación de Jeff a Susan activó un triángulo basado en la aventura amorosa
extramatrimonial con Jeffy Susan en el interior y Annemarie en el exterior (la estructura del
triángulo).
Si Annemarie no la hubiese descubierto, la aventura de su marido podría haber estabilizado
temporariamente el tambaleante matrimonio (la función del triángulo). Alguien (Annemarie
se negó a decir quién, pero Jeff sospechó que había sido el anterior amante de Susan) llamó
por teléfono a Annemarie y le contó lo que pasaba. Inmediatamente Annemarie habló con
los padres de Jeff, quienes la apoyaron y se unieron a ella para criticar y presionar a Jeff (un
triángulo entrelazado). Este movimiento reveló algo muy interesante referente al proceso:
Jeff declaró que no le importaba la reacción de sus padres ante su amorío porque «Ellos
siempre me han echado la culpa de todo; nunca me defendieron». Agregó
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que las críticas de Annemarie eran exactamente iguales a las que había recibido siempre de
sus padres. La calidez y la admiración de Susan fueron un alivio muy bien recibido por Jeff,
que se aferró a esa relación. Este triángulo de la familia nuclear tenía un paradigma en la
familia extensa de Jeff. Los dos triángulos se entrelazaron cuando fueron activados por la
aventura amorosa de Jeff. Como consecuencia, el triángulo disfuncional, resultante de la
aventura, destinado a estabilizar el matrimonio, terminó en un caos.
En el resto del capítulo nos ocuparemos de la estructura: daremos su definición,
describiremos las diversas clases de estructura que se observan en los triángulos y
detallaremos las implicaciones de la estructura triangular para el trabajo clínico. En los
capítulos 5 y 6 estudiaremos el proceso y la función.
Disección de la estructura de un triángulo
La estructura de un triángulo está formada por las tres personas que lo componen y el
espacio relacional que hay entre ellas. El espacio relacional incluye por ejemplo la
proximidad y la distancia, el clima emocional y el grado de tensión y ansiedad entre las tres
personas y entre los miembros de cada una de las díadas que pueden formarse. Al pensar en
un triángulo relacional, la mayoría de las personas evocan una figura de tres lados dibujada
en un papel. Eso está muy bien, pero tiene una falla: un triángulo geométrico es demasiado
estático y carece de la fluidez y posibilidad de movimiento que caracteriza a los triángulos
relacionales. Para explicar la estructura restrictiva y al mismo tiempo fluida de un triángulo
relacional, hemos sugerido ya la imagen de una banda elástica. Las tres personas
permanecen juntas, pero su libertad de movimientos resulta limitada por la necesidad que
tiene cada una de ellas de moverse en respuesta a los movimientos de las demás, a fin de
evitar que la banda elástica caiga. En esta situación, un cambio en la posición de una de
ellas determinará necesariamente un cambio en la posición de las otras o un aumento de la
tensión entre ellas. La banda elástica hará que la suma de las distancias entre las tres
personas se mantenga constante. Si una se aparta, las otras dos se verán obligadas a
acercarse.
Tanto la proximidad como la distancia pueden experimentarse como emocionalmente
positivas o negativas. Los términos «proximidad» y «distancia» se refieren a la intensidad
del vínculo y a la magnitud del compromiso entre las personas, y, a veces, al grado de
proximidad fisica. La proximidad no significa necesariamente afecto ni la distancia
significa necesariamente animosidad. En una relación íntima, las personas pueden sentirse
amadas y cuidadas, pero también pueden sentirse sofocadas. La proximidad entre una
madre y su hija es a veces satisfactoria para ambas. Van de compras juntas, conversan de
diversos temas, se ven la una a la otra como buenas amigas. Pero en ocasiones esa
proximidad se hace amarga: una u otra se siente invadida, controlada, atrapada. Entonces se
pelean, se critican, se encolerizan y prorrumpen en llanto. El resultado usual es un
distanciamiento reactivo. Lo mismo puede decirse de la distancia. A veces las personas
sienten alivio, libertad y respeto en una relación distante, pero también puede ocurrir que se
sientan descuidadas, ignoradas, solas. El terapeuta que trabaja con triángulos no da nada
por sentado respecto de la ambigüedad emocional de la proximidad y la distancia; lo que
hace es preguntar.
Proximidad y distancia son términos relativos definidos por las experiencias pasadas y por
el mayor o menor grado de bienestar que las personas hayan experimentado en determina
das relaciones. Las personas buscan la combinación de proximidad y distancia en la que el
cuidar y ser cuidado pueda experimentarse como satisfactorio, y en la que puedan
mantener, sin sentir por ello incomodidad, la capacidad de seguir siendo individuos no
fusionados con otros. Lamentablemente, en los sistemas relacionales esa distancia ideal
entre el yo y el otro no es la misma para todos y varía además por diversas circunstancias y
en distintos momentos. No existe una distancia -una cantidad de espacio- entre las personas
que pueda considerarse «correcta». Si les resulta conveniente a las personas involucradas,
entonces es «correcta». Las díadas tienen que luchar para acercarse a esa posición cómoda,
«correcta», a partir de la decisión de sus miembros de comprometerse a llegar allí.
Al margen de lo que sienten las personas respecto de la proximidad o la distancia, debemos
hacer otra distinción entre tipos de proximidad y distancia. La proximidad puede ser un
vínculo funcional. Este vínculo permite a las personas que
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participan de la relación preservar sus límites y su autonomía de pensamiento, sentimiento
y acción, permaneciendo al mismo tiempo conectadas de manera personal entre sí. Por otra
parte, la proximidad puede ser reactiva y causada por la ansiedad, consistir en una suerte de
adhesión dependiente o un vínculo ansioso que expresa, implícita o explícitamente, «Por
favor, no me dejes; haré cualquier cosa para conservarte; si me dejas, sucederá algo
terrible». Asimismo, la distancia puede ser un ejercicio deliberado y planificado para tratar
adecuadamente un problema relacional o de desarrollo. También puede ser una respuesta
reactiva para evitar un problema que debería enfrentarse.
Vale la pena señalar aquí que los sentimientos reactivos no son el problema; son
simplemente un hecho. La gente siente lo que siente. En el nivel de la afectividad, todos
somos reactivos; de otro modo seríamos robots. El problema es lo que hacemos con esos
sentimientos reactivos, cómo los manejamos. La ira expresada por medio de actos violentos
es destructiva. La ira manejada por medio de la conversación acerca de ella y del agravio
que la motiva es útil.
El vínculo ansioso es un vínculo dominado por la emoción reactiva que controla el
comportamiento de las personas dentro de una relación. Un perseguidor que está vinculado
ansiosamente a alguien suele aferrarse a esa persona en respuesta a la ansiedad por un
posible abandono; un distanciador que está ansiosamente vinculado puede alejarse como
respuesta a la ansiedad que provoca en él la posibilidad de ser rechazado o controlado.
Ambos comportamientos son reactivos y resultan de la ansiedad, y ninguno de ellos
constituye un ejemplo de madurez emocional. Ambos ilustran la otra cara del vínculo
ansioso.
Betty y Jim O. acudieron a la terapia en busca de ayuda para resolver sus problemas
conyugales. Jim se sentía herido y furioso por la frialdad emocional de Betty y su manera
de mantenerse apartada de él; Betty, por su parte, estaba harta del comportamiento
irresponsable de Jim. Al confeccionar la historia clínica y el genograma, el terapeuta se
enteró de que Betty había estado en terapia individual durante largo tiempo debido a sus
dificultades para entenderse con su familia extensa. Ella había asumido siempre la
responsabilidad por sus padres y sus hermanos, pero estos -en especial su madre-, en lugar
de sentirse agradecidos, la criticaban constantemente.
Betty informó que su terapia individual había sido muy satisfactoria porque su terapeuta le
había dicho que la única solución para la imposible conducta de su madre era mantenerse
apartada de ella. Betty se había sentido «estupendamente» desde entonces. Poco menos de
un año antes, Betty y Jim habían iniciado una terapia de pareja. El padre de Betty, con
quien ella había tenido siempre una buena relación, murió. Betty no asistió al funeral
porque no quería ver a su madre. Creía que ya había resuelto su problema con ella y ahora
quería encarar el tema de su matrimonio.
Un terapeuta acostumbrado a pensar en los triángulos vería inmediatamente que Betty había
estado aprisionada toda su vida en su triángulo parental primario. Explorando las
particularidades de ese triángulo, el terapeuta descubrió que Betty y su madre habían tenido
siempre una relación reactivamente distante y crítica; su padre era el único que la había
apoyado y elogiado. Betty informó que ella había evitado a su madre pero había asumido
parte de la responsabilidad por sus hermanos para apaciguar sus críticas. El padre era
propietario de un bar y estaba poco en la casa, de modo que Betty pasaba mucho tiempo
sola y evitaba cuidadosamente poner en evidencia su vulnerabilidad.
Al casarse con Jim se activó un nuevo triángulo: el triángulo que incluye a los suegros. Sus
padres (más específicamente su madre) estaban en un punto, ella estaba en otro, y Jim, en el
tercero. El distanciamiento defensivo de Betty y su frialdad resultaron ser la manera que
ella había encontrado de manejar la inquietud con Jim cada vez que este planteaba una
exigencia o formulaba una crítica. Es decir, reaccionaba del mismo modo que ante las
exigencias y las críticas de su madre. Al interpretar esa dinámica como un triángulo queda
en claro que, si Betty seguía distanciándose de su madre, sólo conseguiría agravar su
problema conyugal. Por lo tanto, el terapeuta trabajó arduamente durante bastante tiempo y
poco a poco fue llevando a Betty a experimentar maneras de manejar sus reacciones hacia
su madre sin desvincularse de ella.
La otra cara del problema conyugal era que Jim exigía de Betty un afecto más franco y una
mayor demostración de ese afecto, y que, cuando ella no podía ofrecérselo, la criticaba. Jim
estableció la conexión con otro triángulo con parientes políticos: sus padres y su único
hermano habían muerto al incendiarse su casa mientras él estaba en la universidad. Jim dijo
al
terapeuta que a raíz de ese acontecimiento su actitud hacia Betty, que ya por entonces era su
novia, había cambiado. El se había vuelto mucho más desvalido emocionalmente, y ella
había respondido en forma cálida y generosa. El la acusaba de haber cambiado después que
empezaron a vivir juntos y en ese momento era abiertamente crítico. Observando esta
dinámica de triángulo, el terapeuta se vio obligado a reflexionar acerca de cómo Jim podría
satisfacer parte de sus necesidades emocionales sin depender enteramente de Betty. Cuando
la persona o las personas que ocupaban el tercer punto de un triángulo han muerto o de
algún modo ya no son accesibles, suele ser útil dirigir al paciente hacia otras personas que
hayan estado conectadas con los familiares ausentes. Jim admitió que, después del funeral,
había tenido escaso o ningún contacto con sus parientes. El terapeuta trabajó con él y lo
ayudó mientras intentaba establecer contacto con esos familiares y anudar relaciones con
algunos de ellos.
Aspectos de la estructura triangular
Para el trabajo clínico es conveniente tener en cuenta cuatro aspectos de la estructura
triangular, que son: 1) la estabilidad y la fluidez del triángulo; 2) la posición de cada
individuo en el triángulo; 3) la distribución del dolor y la incomodidad en el triángulo, y 4)
la localización de los síntomas en el triángulo.
Estabilidad y fluidez de los triángulos
La estabilidad y la fluidez se refieren al grado de rigidez que presenta la estructura de un
triángulo. Tres personas cuyas relaciones mutuas no están gobernadas por la emoción
reactiva constituyen un triángulo potencial o latente. Una pareja y su hijo discrepan acerca
de la asignación que este debe recibir mientras estudia en la universidad. La pareja discute
el problema, cada uno escucha la opinión del otro y luego deciden. Comunican la decisión a
su hijo, este discute con ellos y presenta un argumento razonable que sus padres no habían
considerado. Entonces los padres modifican su decisión y resuelven el problema.
En cambio, tres personas cuyas relaciones mutuas están gobernadas por la emoción reactiva
se encuentran en un triángulo activo. La estructura de un triángulo activo puede variar,
desde ser algo fluida y capaz de cambiar su forma estructural, hasta ser rígidamente estable.
Un triángulo activo es fluido en la medida en que el grado de proximidad y distancia entre
las personas cambia a través del tiempo. Hay cierta estabilidad, pero se produce un
movimiento reactivo y las posiciones cambian dentro de límites más o menos estrechos. La
pareja y su hijo tratan de llegar a un acuerdo acerca de la asignación para los estudios, pero
no lo logran. A veces la madre y el hijo forman una alianza contra el padre, de quien
piensan que se muestra poco razonable respecto del dinero. A veces el padre y el hijo tratan
de resolver la cuestión pero la madre se entromete, de modo que ambos se vuelven contra
ella. En otros momentos, el padre y la madre concuerdan en que los gastos del hijo son
excesivos y deciden que es necesario ponerles freno. Las alianzas siguen cambiando, el
movimiento es constante, pero la emoción reactiva comanda todo y los problemas nunca se
resuelven realmente.
Un triángulo es estable en la medida en que en cada díada la proximidad o la distancia
permanece invariable, con relativamente poco movimiento. Aunque incluso en los
triángulos estables se producen de vez en cuando cambios estructurales, esos cambios son
muy limitados. En condiciones de estrés, los triángulos con alto grado de estabilidad
recobran su estructura característica. Los puntos de vista, las posiciones y el movimiento de
los individuos son tanto más predecibles cuanto más estable es el triángulo que integran.
Una vez más, una pareja y su hijo tratan de decidir la asignación que el joven debe recibir
pero no pueden hacerlo. En este caso, sin embargo, los padres se mantienen rígidamente
unidos e inflexibles y hasta se niegan a escuchar los argumentos de su hijo. Entonces el hijo
se deprime debido a la frustración que experimenta cuando trata de resolver el problema
junto con ellos.
La expresión sintomática de la activación de un triángulo suele tomar la forma de un
conflicto relaciona) (en casos extremos, de una ruptura) y/o de una disfunción en un
individuo (por ejemplo ansiedad, depresión o enfermedad ñsica). La experiencia clínica
indica que cuanto más estable es la estructura
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del triángulo, más nocivos son sus efectos. Los conflictos explícitos que se desplazan de
una relación a otra en general son característicos de los triángulos relativamente fluidos.
Los síntomas individuales que se desplazan por el sistema (las personas se turnan para
presentar síntomas) también pueden considerarse característicos de triángulos fluidos. No
obstante, cuando la familia se presenta con síntomas firmemente establecidos en una
persona, por lo general el triángulo es obstinadamente estable. Esto, a su vez, estabiliza la
localización de los síntomas en una persona. Por ejemplo, en la familia de alguien que
padece una enfermedad crónica como la esquizofrenia, la artritis reumática o la colitis
ulcerosa, o una enfermedad renal terminal, los triángulos se organizan alrededor de la
enfermedad crónica. Es frecuente que se tornen estables hasta el punto de una total rigidez e
inmutabilidad. En términos sistémicos, esto hace más dificil para la persona que presenta
los síntomas abandonar el rol de paciente. Por lo común, cuanto más funcional es un
sistema emocional dado, más fluidos son los triángulos que se producen en ese sistema.
Cuanto menos funcional es el sistema emocional, más estables son los triángulos que se
producen.
Por ejemplo, Alex y Joan W., ambos de 48 años, y su hija Julie, de 22, discutían todo el
tiempo porque a Julie no le iba bien en sus estudios en Oberlin y porque salía con músicos
que no eran del agrado de sus padres. (La pareja caracterizaba el problema como localizado
en Julie.) Joan estaba preocupada y empezó a bombardear a Julie con instrucciones y
consejos. Julie empezó a pelear con su madre y a pedir dinero a su padre para salir de
noche, evitando así tratar con la madre. (En ese punto el problema se había desplazado y
era visto como si estuviera localizado en la madre.) Cuando Alex respondió positivamente a
Julie, Joan se desplazó irritada hacia Alex, quien a su vez se distanció de la ira de Joan
refugiándose en su estudio. (Ahora ambos veían el problema como si estuviera en el
matrimonio.) Cuando más tarde Julie regresó a Oberlin, Alex y Joan se tomaron unas
vacaciones juntos y en ese período tuvieron tiempo de cerrar filas y preocuparse por su
querida hija. (La percepción del problema se había vuelto a desplazar y ahora se lo
consideraba una vez más como localizado en Julie.) En este triángulo se producía un
movimiento constante y todos estaban incómodos en diversos momentos. A veces Joan
lloraba y a veces gritaba por su ansiedad respecto de Julie; con frecuen
cia Alex se sentía fastidiado por Joan y usado por Julie, y Julie se sentía criticada y
subestimada. En este triángulo predominaba un proceso reactivo que desplazaba el
movimiento y cambiaba la estructura. No obstante, su relativa fluidez indica que esta
familia se beneficiaría con una intervención clínica.
El caso de Grace V. puede servir como ejemplo de un triángulo más estable en su
movimiento. Grace era una mujer de 50 años, gravemente deprimida, que había sido
hospitalizada varias veces a causa de las amenazas que profería de suicidarse estrellándose
con su automóvil. Hacía veinticinco años que estaba casada y en ese lapso Bill, su esposo, y
Harriet, su madre, se habían hecho amigos. Grace se sentía criticada y menospreciada por
ellos, y ellos, por su parte, desesperaban y se enojaban por su depresión y por la manera de
«manipular» a su familia. A veces Grace y Bill se aliaban en contra de la interferencia de
Harriet, y a veces Grace y Harriet eran capaces de sostener una conversación tranquila y
amable. Sin embargo, la mayor parte del tiempo Grace se encontraba en la posición
exterior. Era blanco de las críticas «útiles» y «constructivas» de su madre y su esposo, y no
podía establecer una conexión positiva con ninguno de ellos. La estabilidad de este
triángulo aumentaba la frustración de Grace, la sensación que experimentaba de estar
atrapada y de no tener control sobre su vida. Sus síntomas depresivos fueron empeorando y
finalmente desarrolló ataques de asma que ponían en peligro su vida y obligaron a
internarla reiteradamente en el hospital. Aunque sus enfermedades psiquiátricas y somáticas
se presentaban cíclicamente, incluso en los momentos más favorables de esos ciclos Grace
seguía siendo la portadora del síntoma.
Un ejemplo de triángulo potencial es el de una madre, un padre y un hijo que habitualmente
pueden establecer entre sí relaciones de uno a uno. (La madre y el padre pueden tener su
propio tiempo de relación sin el hijo; la madre y el hijo pueden demostrarse afecto sin que
el padre se resienta, y el padre y el hijo pueden discutir las calificaciones escolares de este
último sin que la madre intervenga para «protegerlo».) Sólo en presencia de cierto grado de
estrés (al hijo lo reprueban en matemática de segundo año) el triángulo potencial se
convierte en un triángulo activo, aunque fluido. Una vez que el triángulo se ha activado,
empieza el movimiento reactivo. Como el padre se siente ansioso por las notas obtenidas en
matemática por su hijo, automáticamente (es decir, sin pensar en ello) empieza a
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criticarlo y después se desplaza hacia la posición distante diciendo que tiene algunas cosas
que hacer y yéndose de la casa. El hijo se vuelve hacia la madre en busca de protección y
dice que, si sacó una mala nota, no fue por su culpa. La madre lo tranquiliza y le promete
hablar con el padre. Algún tiempo después, el padre reacciona ante su posición exterior y
habla con su esposa acerca de la preocupación que le inspira su hijo. Entonces ambos, de
común acuerdo, deciden imponerle un castigo: durante dos semanas no podrá salir con sus
amigos. Esto pone al hijo en la posición exterior como objeto de la preocupación de sus
padres. Es posible predecir que cuando disminuya el nivel de estrés este triángulo fluido
volverá (temporariamente) a ser un triángulo potencial.
Una aventura extramatrimonial es por lo general parte de un triángulo rígidamente
estructurado, en el cual el cónyuge infiel y su amante están muy unidos, mientras que el
cónyuge engañado se encuentra en la posición exterior. La estructura de un triángulo
semejante casi nunca cambia, al menos en lo que hace a la relación entre el cónyuge
engañado y el o la amante. Sin embargo, aun en este caso existe cierta fluidez. Las
relaciones entre el cónyuge infiel y su amante y entre los dos cónyuges fluctúan a lo largo
del tiempo. La relación extramatrimonial se rompe y los esposos se reconcilian
temporariamente. Esto es seguido por un incremento de la distancia entre los esposos y,
finalmente, por la reactivación de la aventura.
Las aventuras amorosas son a veces «triángulos de revolución», que por lo general se
tornan bastante estables. Un triángulo de revolución es aquel en el cual uno de los
miembros de una díada se encuentra atrapado y en el que la dinámica de la relación lo
obliga a ocupar una posición adaptativa. Hace ya algún tiempo que usamos el término
«adaptativo».2 Como el camaleón, la persona que ocupa la posición adaptativa renuncia a
su programa y sus creencias para adaptarse al programa y las creencias del otro miembro de
la díada. Y, también como el camaleón, lo hace para sobrevivir, pero el precio que paga es
la renuncia al propio yo, la producción de un estado de no-yo.
Con el tiempo, la posición adaptativa conduce a una depresión de leve a moderada y a un
acting out que puede revestir la forma de una aventura amorosa o de alguna otra respuesta
triangular. El padre Edward F., un sacerdote católico que se
2 Por ejemplo, en Guerin et al. (1987, págs. 131-2).
desempeñaba como auxiliar en una parroquia suburbana, fue enviado a terapia por su
obispo cuando este se enteró de que mantenía relaciones con una mujer casada. Edward, de
38 años, llevaba ya tres en la parroquia cuando la aventura se inició. Desde que se produjo
su arribo, el cura párroco, un hombre mucho mayor y más conservador, había controlado
rígidamente las actividades de Edward como sacerdote auxiliar, dejándole poco espacio
para expresar sus propias ideas y su creatividad como sacerdote. Edward se sintió cada vez
más frustrado y solicitó un traslado, que el obispo no autorizó. Pocos días después de la
negativa, acudió a la casa parroquial Arlene G., en busca de consejo para su situación
matrimonial. Arlene, una hermosa mujer de 35 años, admitió que hacía ya tiempo que se
sentía atraída por Edward. La atracción fue mutua y los dos iniciaron un romance.
¿De qué manera los triángulos latentes se vuelven activos y fluidos? ¿De qué manera los
triángulos fluidos se convierten en estables? Uno de los factores que influyen es que la
gente repite una y otra vez ciertas pautas de relacionamiento. Estas pautas se convierten en
«respuestas condicionadas» que la gente produce -y a las que responde- de manera
invariable. Con el tiempo, las personas creen que se conocen mutuamente. Hacen
suposiciones sobre los demás y dejan de escuchar porque «saben» lo que la otra persona
dirá y hará. Tales suposiciones se convierten en profecías de autocumplimiento y confieren
rigidez a las creencias y la conducta. En cambio, si una persona advierte que nunca podrá
llegar a conocer por completo a otra, la escucha para llegar a conocerla lo mejor posible.
Entonces las suposiciones erróneas se corrigen y resulta más factible establecer relaciones
de uno a uno. Los triángulos activados se vuelven menos estables y se requieren niveles
más elevados de estrés para que los triángulos potenciales se activen.
Hay otros dos factores que influyen en la conversión de los triángulos potenciales en
fluidos, y en la de estos, en estables: el nivel de estrés en el sistema y el nivel de
funcionamiento premórbido del sistema. Estos factores actúan juntos. En una familia
relativamente funcional, el estrés común no convertirá en estables a los triángulos fluidos,
pero un estrés muy elevado podría hacerlo. En cambio, en los sistemas con bajos niveles de
diferenciación, hasta los sucesos más corrientes serán lo suficientemente tensionantes como
para desplazar los triángulos hacia la estabilidad o para mantenerlos estables.
Veamos ahora un ejemplo de un triángulo estable en una familia relativamente funcional,
que se encontró en una situación de estrés debido a la muerte de un miembro clave,
situación complicada por uno de los mayores factores de estrés que existen: una boda. La
abuela G. era la abuela favorita de Aarón G. y este era su nieto favorito. Sin embargo, todo
cambió cuando el padre del joven murió y el conflicto entre su madre y su abuela paterna
salió a la luz. El conflicto se desencadenó por causa del testamento y el reparto entre los
herederos de algunos recuerdos de familia. Aarón se sintió muy decepcionado por la
conducta de su abuela. Nunca le mencionó el hecho a ella, pero se volvió más distante y
empezó a visitarla y escribirle cada vez menos.
Las cosas parecían estar bien en las reuniones familiares y en las ocasiones especiales,
hasta que se aproximó la fecha de la boda de Aarón. La abuela G. insistió en invitar a
algunas personas que no eran del agrado de la madre de Aarón, y eso desencadenó un
escándalo. Aarón y la abuela G. tuvieron una pelea terrible, la primera. Aarón estaba
enojado con su abuela y preocupado por su madre. Desde luego, este triángulo se veía
alimentado fundamentalmente por el dolor que las tres personas sentían por la muerte del
padre de Aarón y por el hecho de que no pudiera estar presente en la boda.
La abuela G. había mostrado siempre un gran favoritismo hacia Aarón. Como ella y la
madre de Aarón nunca habían congeniado, al morir el padre el conflicto entre las dos
mujeres estalló. Aarón estaba tan atrapado entre ellas que o bien se distanciaba de ambas o
bien tomaba partido por su madre. El funeral del padre había sido difícil, no sólo porque la
gente estaba triste, sino también porque la tensión era tan grande que casi se podía palpar.
Aarón se encargó de mantener la calma pero se sintió resentido por tener que desempeñar
ese papel. Había pensado que sus hermanos asumirían una mayor responsabilidad respecto
de la madre y la abuela, ya que él no sabía qué hacer con las disputas entre ambas. Su novia
pensaba que todos lo criticaban. Creía que él debía apartarse no sólo de su madre sino
también de la abuela G. y que entonces se sentiría mejor. De este modo, los triángulos
empezaron a multiplicarse y entrelazarse.
En esta familia, cuyos miembros funcionaban típicamente en un elevado nivel, los factores
de estrés (el funeral y la boda) incrementaron la estabilidad y la intensidad del triángulo
Aarón-abuela G.-madre. En una familia con mejor funcionamiento, aunque con la misma
historia y los mismos factores de estrés, las reacciones habrían sido similares pero menos
intensas y menos estables. En una familia con peor funcionamiento es posible predecir que
los factores de estrés habrían provocado reacciones mucho más estables e intensas.
Las posiciones en los triángulos
Un segundo aspecto clínicamente importante de la estructura se refiere a la posición que
cada persona ocupa en el triángulo. Estructuralmente, los individuos pueden ocupar tres
posiciones: la interior, la exterior y la de atrapado en el medio. La posición interior es la
que ocupan los dos miembros del triángulo a quienes unen: 1) la proximidad emocional
(por ejemplo, la relación especial que la hija mayor tiene con su padre y el modo como
aquella afecta las relaciones de ambos con la madre y con los hermanos y hermanas más
pequeños); 2) un programa común (por ejemplo, el padre y el hijo que con frecuencia van
juntos de pesca para eludir las críticas de la esposa y madre a su afición a la bebida), y 3) la
adhesión dependiente recíproca (por ejemplo, la madre y la hija que no pueden ir a ninguna
parte ni hacer nada separadamente en los primeros meses después de la muerte del esposo y
padre). La posición exterior es la que ocupa el miembro del triángulo que emocionalmente
se halla más distante de los otros dos. El miembro externo del triángulo puede encontrarse
en esa posición porque está siendo excluido activamente de la relación por los otros dos
(por ejemplo, los hermanos de cinco y ocho años que no dejan jugar con ellos a su hermana
de seis años) o porque está distanciándose deliberadamente de los otros dos (por ejemplo, el
hombre que no se habla con su hermana porque ella está saliendo con una persona de otra
religión). A veces el que ocupa la posición exterior es ignorado, y otras se aleja por propia
decisión; a veces, también es la persona alrededor de la cual las otras dos se organizan,
presionándola para que cambie (por ejemplo, el hombre a quien su esposa y su madre tratan
de convencer de que debe dejar la bebida). En cuanto a la persona que está atrapada en el
medio, es el miembro del triángulo emocionalmente atrapado por la tensión de la relación
entre los otros dos e intenta restablecer la paz entre los contendientes (por ejemplo, el hijo
que,
frente al combate cotidiano que libran sus padres, pasa a desempeñar una función parental e
intenta inútilmente reconciliarlos). A veces la tarea de pacificar se lleva a cabo
explícitamente, pero también puede realizarse implícitamente, lidiando con la tensión de
una manera inconsciente, a través de un acting out que une a las personas en conflicto.
Estas posiciones estructurales son reforzadas y mantenidas por la reactividad emocional de
cada individuo y por la función estabilizadora del triángulo.
También es posible definirlas en función del grado en que la reactividad determina el
comportamiento de las personas que las ocupan. El cuadro 4.1 representa la matriz en la
cual las tres posiciones y esas características emocionales pueden intersectarse. En las
posiciones reactivas (nos 1, 2 y 3 en el cuadro 4.1), la persona reacciona sin pensar ante el
comportamiento de los demás. En las posiciones adaptativas (nos 4, 5 y 6), una variante de
la posición reactiva, una persona abandona su propio programa y se allana, bajo la presión
de la relación, a comportarse de determinada manera o a aceptar el programa de otra
persona. Estas seis posibilidades son por definición disfuncionales y se las encontrará en
alguna combinación en todos los triángulos activos. En la terapia, las posiciones
experimentales (nos 7, 8 y 9) pueden concebirse como una estrategia para el cambio
individual y relacional. En la terapia es posible idear experimentos para modificar la
estructura y poner en evidencia el proceso. Se insta a las personas a trasladarse a una
posición diferente (desde la interior hacia la exterior, por ejemplo). De modo simultáneo,
deben controlar cuidadosamente su propio proceso emocional interno y observar el proceso
relacional. En las posiciones funcionales (nos 10, 11 y 12), la persona está emocional y
fisicamente disponible para una relación y dispuesta a negociar las diferencias de opinión;
es capaz de adoptar una posición personal firme cuando sea necesario y permite que los
otros asuman el liderazgo en aquellas áreas en las que son más competentes. Cuando por lo
menos uno de los miembros del triángulo está ocupando una posición funcional frente a los
otros dos, el triángulo ha sido desactivado. El terapeuta debe elegir al individuo más
funcional del triángulo, que probablemente no será alguien que se encuentre en la posición
adaptativa. El objetivo es lograr que esa persona, después de pasar por una o más
posiciones experimentales, ocupe una posición funcional. -
Cuadro 4.1. Tipos de posiciones en los triángulos.
Interior Exterior Atrapado
en el medio
Reactiva 1 2 3
Adaptativa 4 5 6
Experimental 7 8 9
Funcional 10 11 12
Veamos ahora un ejemplo de cómo el hecho de pensar en las posiciones que las personas
ocupan en los triángulos puede ser útil en una situación clínica. Joel y Marcy T. recurrieron
a la terapia a causa del problema de Joel con el alcohol. Joel no había podido dejar la
bebida a pesar de haber ingresado en un grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) y de las
cuatro semanas pasadas en un centro de rehabilitación. Al confeccionar el genograma, el
terapeuta descubrió que Marcy no era la única persona que se preocupaba por la afición a la
bebida de Joel. La madre de Joel hablaba frecuentemente con Marcy acerca de lo que
debían hacer para lograr que él dejara de beber, y ambas lo presionaban, juntas y por
separado, para que cambiara su comportamiento. Joel acudía regularmente a las reuniones
de AA porque Marcy y su madre le pedían que lo hiciera, y su estadía en el centro de
rehabilitación fue el resultado de un ultimátum que recibió de las dos mujeres. Es decir que
Marcy y su suegra estaban en posiciones interiores reactivas, presionaban de común
acuerdo a Joel y reaccionaban espontánea y emocionalmente ante su alcoholismo. Joel, por
su parte, estaba en la posición exterior adaptativa (recordemos que adaptarse significa aquí
renunciar al propio programa y allanarse al programa de otros -véase pág. 92-). Joel era
también reactivo hacia su esposa y hacia su madre, de modo que los tres eran reactivos
hacia el alcoholismo o hacia los sentimientos suscitados por el alcoholismo. Joel era
presionado constantemente para que cambiara a fin de complacer a su esposa y a su madre,
pero nunca tuvo una postura propia al respecto. En este caso no se podían lograr progresos
a menos que se modificara el triángulo. Marcy y la madre de Joel podían tratar de ser más
tolerantes respecto de la afición a la bebida de Joel y dejar de presionarlo. Joel podía
intentar una vez más dejar la bebida. Sin embargo, todo eso sería inútil porque los tres
estaban atrapados en la invisible red de un triángulo potente y pegajoso. El
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terapeuta advirtió que debía cambiarse la posición que cada persona ocupaba en el triángulo
en relación con las otras dos. Marcy y la madre de Joel tenían que esforzarse por ser menos
reactivas y por adoptar posiciones diferentes respecto del problema del alcoholismo de Joel.
Joel debía adoptar una postura por sí mismo (en vez de ceder siempre a las presiones de su
esposa y su madre) y desplazarse hacia una posición interior con su esposa frente a su
madre.
El terapeuta entrevistó a la madre de Joel, que tenía antecedentes de depresión y ataques de
pánico. Su elevado nivel de ansiedad y las respuestas incoherentes que dio en la entrevista
lo convencieron de que Marcy era el miembro más funcional del triángulo. Por lo tanto,
decidió trabajar con Marcy para experimentar con diversos movimientos dentro del
triángulo. Sugirió que Marcy se abstuviera de concentrar su atención en la afición a la
bebida de Joel y dejara que él y su madre disputaran acerca de ello. Su plan era apartar a
Marcy de la posición interior que compartía con la madre de Joel en el triángulo. Marcy
debía decirle claramente a Joel cuál era su nueva actitud, dejar de lado sus infructuosos
esfuerzos por apartarlo de la bebida y mantener su vinculación con su suegra, pero sin
hablar con ella de Joel. Esto disminuiría la presión sobre Joel lo suficiente como para que él
pudiera tratar con su madre de uno a uno y decidir qué quería hacer él respecto de su
alcoholismo.
La distribución de la incomodidad era los triángulos
Un tercer aspecto de la estructura se refiere al dolor. La distribución de la incomodidad
entre los tres miembros de un triángulo es variable: depende de la índole de las díadas que
lo integran y de los principios operativos de los tres individuos. (Estamos hablando de
grados de incomodidad; nadie en un triángulo activo se siente totalmente cómodo.) Por
ejemplo, la persona que ocupa la posición exterior no es siempre la que más sufre. Si se
trata de un distanciador que está siendo ignorado por una díada cómoda, es probable que se
encuentre cómodo, por lo menos hasta cierto punto. A menudo un marido se siente muy
feliz cuando su esposa y su madre son buenas amigas, especialmente si a raíz de ello le
plantean menos exigencias. Cuando las díadas se vuelven conflictivas, el que queda afuera
es el más cómodo siempre y cuando sea un distan
ciador. Es posible que se esfuerce por permanecer afuera y resista cualquier intento de
hacerlo entrar. Cuando la esposa y la madre de un distanciador se pelean, por lo general este
hará cualquier cosa para permanecer ajeno al conflicto.
Sin embargo, si el que ocupa la posición exterior es un perseguidor, tal vez se sienta
incómodo y trate activamente de mediar en el conflicto relacional de la díada íntima.
Cuando las dos personas en la posición interior son una díada cómoda y el de afuera es un
perseguidor a quien están ignorando, es muy posible que este se sienta muy incómodo y se
acerque a una de ellas, o a ambas, para que lo dejen «entrar».
Cuando las posiciones dentro del triángulo cambian constantemente y existe una
significativa reactividad relacional, la incomodidad se distribuye en forma bastante pareja.
En cambio, cuando la estructura permanece fija a través del tiempo, el síntoma reside en
una sola persona y se producen escasos movimientos, la incomodidad se concentra por lo
general en un solo miembro del triángulo.
Jake S., que tenía 23 años y no había completado sus estudios universitarios, vivía con sus
padres y trabajaba como carpintero. Tenía continuos enfrentamientos con su padre, quien lo
sobreprotegía pero también lo criticaba mucho. Jake adoraba a su padre y se sentía muy
dolido por su actitud negativa hacia él. Sus respuestas ante la negatividad del padre
fluctuaban entre arranques de ira y una retirada hacia la depresión, que en sus peores
momentos lo llevaba a acariciar ideas de suicidio. La madre de Jake era una perseguidora
que trataba de evitar los conflictos entre padre e hijo. Estos se volvían hacia ella en busca
de consuelo y trataban de convertirla en su aliada. Cuando Jake y su padre no estaban
peleando eran sumamente unidos, hacían cosas juntos, conversaban y paseaban.
En este triángulo sería dificil decir quién se sentía peor en cada momento, debido a que las
alianzas y las relaciones se modificaban mucho. Sin embargo, si la madre y el padre de Jake
formaran una alianza estable contra él y lo presionaran para que cambiase, es fácil predecir
que Jake no tardaría mucho en convertirse en el miembro más desdichado del triángulo.
Cuando Jake y su padre peleaban, la madre había sido siempre el miembro que se sentía
más incómodo.
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La localización del síntoma en los triángulos
Un cuarto aspecto de la estructura se refiere a la localización del síntoma. ¿Quién tiene el
síntoma? ¿Qué relación hay entre la localización del síntoma en una persona y la posición
estructural que ella ocupa? En una familia, el portador del síntoma puede ocupar cualquiera
de las posiciones estructurales. No obstante, si en un triángulo alguien está en la posición
exterior adaptativa, es muy probable que se trate de la persona que desarrolle el síntoma. El
enfoque terapéutico varía según la índole del síntoma y la posición que ocupe el portador.
Nathan R. es un buen ejemplo de un portador que estaba en la posición de «atrapado en el
medio». Nathan es un abogado de 38 años que tuvo una aventura amorosa extramatrimonial
y ahora no sabe qué hacer: si permanecer con su amante o volver al lado de su esposa (el
síntoma). Cuando todavía era un estudiante de derecho, Nathan se casó con Ruth, una
mujer con la que siempre había tenido una excelente relación, basada en la afinidad y la
pasión. Antes sólo había salido con mujeres italianas, algo que su madre, de origen judío,
desaprobaba. Ruth, en cambio, es judía, y la madre de Nathan la aprueba. La relación entre
Nathan y Ruth fue buena hasta que Ruth decidió tener hijos, una decisión que la madre de
Nathan aprobó inmediatamente. Cuando Ruth le dijo a Nathan: «Hace siete años que
estamos casados; ya es tiempo de que tengamos hijos», él respondió: «Yo me casé contigo
para que me cuides a mí».
Tuvieron problemas de fertilidad, adoptaron una hija y más tarde tuvieron un hijo propio.
La hija adoptada, Lauren, resultó tener discapacidades de aprendizaje. Ruth sintió
vergüenza y decepción; nunca logró establecer una verdadera conexión con la niña. Nathan,
en cambio, se llevaba muy bien con ella y se enojaba con Ruth porque le parecía que no
estaba esforzándose por aceptarla. Nathan sentía que Ruth estaba mucho más vinculada
emocionalmente a su hijo, Luke, y que no era una buena madre para Lauren. Y objetaba sus
hábitos dispendiosos, su falta de interés en las tareas domésticas y su excesiva dedicación al
arte como pasatiempo. Entonces Nathan inició un romance con otra mujer y se fue de la
casa.
La amante de Nathan era una mujer italiana y católica, muy sensual, con la que convivió
durante tres años. Cuando llegó el momento de formalizar el divorcio, Nathan dejó a su
amante y volvió a su casa para tratar de reconstruir su matrimonio. La amante se deprimió y
amenazó con suicidarse; entonces Nathan comenzó a verla otra vez y a tener relaciones
sexuales con ella. En este punto, la amante empezó a llamar a Ruth y a mofarse de ella por
las visitas de Nathan. Nathan dijo al terapeuta que él amaba realmente a su amiga, pero que
quería conservar su hogar y su familia. Dijo que se sentía «atrapado en el medio». La
hipótesis clínica es que el síntoma de indecisión obsesiva de Nathan se resolverá si logra
una tregua en ambas relaciones. Puede intentarlo yéndose a vivir solo. De este modo
cambiará su posición en el triángulo: de la posición reactiva de «atrapado en el medio»
pasará a la posición exterior experimental.
Si toma esa decisión, Nathan se verá también confrontado con la perturbación emocional
que hasta ahora ha estado «automedicando» con su aventura amorosa extramatrimonial.
Para superar esta confusión, tendrá que atravesar varios triángulos entrelazados. Por
ejemplo, el triángulo con Ruth y su hija Lauren; el triángulo con Ruth y su madre, y por
último la relación con su madre como parte de su triángulo parental primario. Todos estos
triángulos entrelazados han sido activados como desplazamientos sucesivos de sus
problemas individuales con su madre cuando oscilaba entre la rebelión y la sumisión.
Durante estos desplazamientos sucesivos, el problema básico queda sepultado bajo
montañas de escombros relacionales. Sin embargo, el cambio en la estructura del triángulo
pone al descubierto todo este proceso relacional, que puede así ser visto y abordado.
Veamos ahora el caso de un portador del síntoma en la posición exterior. Roger N., un
joven ejecutivo, indujo a su esposa Melissa a dejar de tomar anticonceptivos. Aunque al
principio la idea no la entusiasmó, Melissa desarrolló, cuando tuvo hijos, algo que nunca
antes había experimentado: una zona de competencia. Se convirtió en una «experta» en
criar niños y decidió que educaría muy bien a sus hijos. Entre otras cosas, esto incluía decir
a Roger cómo relacionarse con ellos. Así se generó el conflicto que finalmente los llevó a la
terapia. El «síntoma» de Roger era su incapacidad de permitir que su esposa tuviera esta
zona de competencia y liderazgo. El rechazaba de antemano cualquier sugerencia que ella
hiciera acerca de la manera de tratar a los niños.
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En la terapia Roger dijo que tenía graves problemas con la autoridad: «Nadie me dice a mí
lo que tengo que hacer». Su problema con la autoridad se vinculaba al hecho de que su
madre dominaba a su padre. Roger insistía en que su esposa nunca lo «convertiría en un
dominado, como mi madre hizo con mi padre». El síntoma de Roger era desencadenado por
su posición exterior en el triángulo que integraba con Melissa y sus hijos. La hipótesis
clínica es que Roger tiene que ser capaz de tener una relación con sus hijos sin luchar con
su esposa por el control. Una manera de lograrlo es concentrarse en su reactividad negativa
a estar en la posición exterior y vincularla al triángulo entrelazado con sus padres. El
objetivo sería trasladarlo desde la posición exterior reactiva hacia una posición exterior
funcional. Desde allí podría pasar fácilmente a una posición interior con su esposa o, en
otros momentos, a una posición interior con sus hijos. En otras palabras, Roger tendría la
opción de entrar y salir a voluntad, según el contexto, en vez de tener una respuesta única y
predecible a este tipo de situaciones.
A continuación daremos un ejemplo de un portador del síntoma que ocupa la posición
interior. Eric M. era un niño de 13 años a quien su madre llevó a terapia con el síntoma de
no poder levantarse por la mañana para ir a la escuela. Los padres de Eric estaban
divorciados y en la familia había habido dos muertes en los últimos nueve meses: el abuelo
materno y un tío materno. En ese mismo período, el padre de Eric se mudó de Nueva York
a California, con su segunda esposa y sus hijos (o sea, con la madrastra y los hermanastros
de Eric). Además, la madre de Eric estaba saliendo con un hombre divorciado, con el que se
suponía que iba a casarse. Sin embargo, el hombre se marchó y volvió con su ex esposa.
Todas estas pérdidas, especialmente las de figuras masculinas, fueron muy duras tanto para
Eric como para su madre. La consecuencia fue que el niño se vinculó emocionalmente más
que nunca a su madre. La hipótesis clínica es que para que el síntoma desaparezca hay que
aflojar ese vínculo y liberar a Eric.
Mientras interviene para modificar la estructura de los triángulos, el terapeuta debe
observar cuidadosamente los cambios que se produzcan en respuesta a sus intervenciones y
a los experimentos que sugiera. Una manera de hacerlo es visualizar los triángulos según
las formas que toman. La observación de la forma del triángulo permite al terapeuta obte
ner una imagen visual de su estructura y conocer su movimiento a través del tiempo.
También le permite desarrollar nuevas estrategias de movimiento que elaborarán el proceso
y seguirán reestructurando el triángulo. La visualización de la forma del triángulo y la
observación del movimiento que se produce dentro de él brindan un mapa de ruta para
rastrear el movimiento y un foco para concentrar la observación durante cada entrevista con
la familia. El terapeuta puede usar este mapa para dirigir el cambio en las posiciones dentro
del triángulo y en lo que sucede dentro de sus límites.
Es conveniente que dibuje el triángulo en sus notas. Para hacerlo, debe buscar una cuestión
prominente, central, que la familia lleve a la terapia e indagar luego cuáles son las
posiciones consecuentes y predecibles de los familiares en relación con esa cuestión.
¿Quién se pone del lado de quién? ¿Quién está aislado? ¿Quién se acerca a quién y quién se
aleja de quién? ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Por ejemplo, un hijo y sus
padres pueden alinearse con otro hijo, que está distante y aislado en la posición del «malo».
O un hijo puede terminar por estar muy próximo a ambos padres, quienes están
distanciados y sólo se comunican a través del hijo.
En el primer caso, cuando la situación cambia la hija y su hermano pueden desarrollar su
propia relación, lo que acorta la distancia. El mismo proceso tiene lugar entre los padres y
su hijo. Luego empieza a disminuir la excesiva proximidad entre los padres y su hija. En el
segundo caso, cuando el proceso cambia el hijo deja de ser el canal de comunicación entre
los padres y desarrolla con cada progenitor una relación de uno a uno. Después los padres
empiezan a conversar entre ellos.
Volver a ver el viejo filme The subject was coses proporciona una oportunidad para
practicar este tipo de rastreo. En esta película, un hombre joven que ha participado en la
Segunda Guerra Mundial regresa a la casa de sus padres en el Bronx. El planteo no es muy
diferente del planteo más reciente de A Bronx tale. El desarrollo de la historia pone en
evidencia que madre e hijo han estado siempre muy unidos -en realidad, demasiado unidos-
y que el padre ocupa una posición distante y está enojado. La película trata de los primeros
días que el hijo pasa en la casa y también de cuáles son sus lealtades ahora que ya es «un
hombre». Hacia su padre lo impulsan su problema con el alcohol, sus experiencias de
guerra y su cariño por la casa de verano de la familia. Hacia su madre lo llevan el dolor
de ella y el rencor que guarda al padre porque lo considera la causa de ese sufrimiento. El
distanciamiento de los padres, la tacañería del padre y la indiferencia sexual de la madre
impiden que en sus pocos momentos de ternura los cónyuges se comuniquen realmente. A
medida que se desarrolla la película vemos que el hijo oscila entre el padre y la madre.
Asistimos a su intento de liberarse y empezar a vivir su propia vida. En la escena final
comprobamos que está aprisionado en el triángulo con sus padres y que los problemas de
ellos lo mantienen cautivo.
Aunque la estructura es el elemento más visible de un triángulo, no es el único. Pasaremos
ahora a considerar el proceso, el movimiento y la función.
CENTRO UNIVERSITeu» DE tA COSTA
El1BLJOTECA
5. El proceso emocional dentro de la estructura triangular
Cómo ver el proceso relacional
Una manera de vincular las ideas de proceso emocional y triángulos es ver el proceso
emocional como interno. El proceso emocional interno genera un movimiento hacia y
desde otras personas, y ese movimiento crea posiciones frente a los demás. Estas posiciones
definen una estructura interpersonal que es clínicamente conveniente descomponer en
triángulos. Por ejemplo, un niño que cursa el quinto grado es reprobado en matemática.
Tanto el niño como sus padres experimentan distintas clases de excitación emocional en
respuesta a este factor de estrés. Empiezan a moverse en torno del sistema como una
manera de manejar la incomodidad de su excitación emocional. El niño se siente
avergonzado y deprimido y se aparta de sus padres. El padre, que se siente ansioso e
irritado, lo critica y le impone un castigo. La madre está preocupada por el fracaso del niño
en matemática y se enoja con su esposo a causa de su negatividad y sus críticas, que
habitualmente la tienen a ella como blanco. Se acerca entonces a su esposo con ira y una
actitud defensiva respecto del hijo. Tenemos ahora un triángulo en el que el conflicto
conyugal ha hecho eclosión con el foco en el hijo, quien está en la posición exterior.
Este modelo tiene muchas ventajas. Es simple y fácil de comprender. Su aplicación da lugar
a intervenciones directas que por lo general proporcionan un rápido alivio de los síntomas.
Por ejemplo, un terapeuta podría intervenir modificando la estructura del triángulo:
haciendo que las personas cambien experimentalmente la dirección de su movimiento y
observando los cambios emocionales y de conducta que se producen.
Alternativamente, se podría actuar sobre el estado emocional interno de uno o más de los
individuos involucrados. El objetivo es liberar a ese individuo para que pueda moverse más
funcionalmente en el sistema interpersonal. Por ejemplo, el
terapeuta podría concentrarse en la decepción del padre respecto de su hijo y explorar con
él sus sentimientos acerca de sus propios fracasos en la vida y de su necesidad de que su
hijo triunfe. O bien podría concentrarse en el hijo y hacerlo examinar para establecer si
presenta discapacidades de aprendizaje o problemas de comportamiento; podría verlo en
terapia o recomendar que tome clases con un profesor particular. Una tercera posibilidad es
que el terapeuta explore la reacción de la madre a la ira y su identificación con el hijo.
Cualquiera de estos métodos podría modificar el proceso triangular en la relación. Si lo
modifica, tendrá éxito; de lo contrario, no lo tendrá.
No obstante, el hecho de ver el proceso emocional como puramente intrapersonal tiene
varias desventajas. En primer lugar, no se toma en consideración la transmisión
interpersonal de la ansiedad y de otras clases de excitación emocional. Se pasa por alto la
capacidad de una persona de captar el estado emocional de otra y de responder a él sin que
medie signo de comportamiento alguno dirigido por la primera persona a la segunda. En
otras palabras, se deja fuera la idea del proceso relacional interpersonal. No se enfrenta el
hecho de que en el espacio relacional entre las personas transcurre un proceso. Este proceso
emocional entre las personas es tan real como el proceso emocional que se da dentro de
ellas.
Desde luego, ambas ideas -e1 proceso emocional interno y el proceso relacional
interpersonal- son abstracciones, no fenómenos directamente observables. El proceso
emocional interno como abstracción tiene una larga historia y es mucho más fácil hablar de
él porque en psicología se ha desarrollado todo un lenguaje para describirlo. Palabras como
represión, ansiedad, ira y autoestima son usadas y comprendidas por tanta gente que damos
por sentada la idea de un proceso emocional interno. Nuestro problema es hallar una
manera de definir lo que acontece entre las personas y hablar de ello. Tenemos que
trascender la psicología del individuo y desarrollar una psicología de la díada, e ir aun más
allá y desarrollar una psicología de los triángulos (una psicología de los grupos de tres
personas) que pueda explicar la interacción de diferentes mentes, cada una de ellas con su
propio programa. Y después necesitamos encontrar maneras de intervenir en ese proceso y
de actuar sobre él.
Lonnie y Calvin Z. estaban en terapia conyugal porque Lonnie no se sentía-atraída
emocional ni sexualmente por su
esposo. El terapeuta había establecido que los sentimientos de Lonnie comenzaron a
cambiar cuando a su padre le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Después el padre murió
y el trance fue dificil para ambos, porque los dos lo querían mucho.
El terapeuta identificó varios triángulos que involucraban a Lormie y Calvin y decidió que
el triángulo con la madre de Calvin estaba presionando considerablemente a la pareja. La
presión se intensificaba cada vez que viajaban a Kansas para visitar a sus respectivas
familias. Lonnie odiaba tener que visitar a la madre de Calvin; en los últimos tiempos se
había negado varias veces a acompañar a su esposo y sus dos hijos pequeños en esa visita.
Se disculpaba diciendo que su madre viuda la necesitaba, cuando lo que realmente pensaba
era que la madre de Calvin era una idiota.
El terapeuta se enteró de que Calvin tenía una relación ritualizada con su madre: la llamaba
sin falta cada quince días y le mandaba tarjetas y cartas en Navidad, el día de su
cumpleaños y el Día de la Madre. Además la visitaba varias veces por año. Pero la verdad
es que no quería a su madre. Esta había sido cruel con él cuando niño, trataba a sus hijos
con frialdad y a Calvin le resultaba imposible sostener una conversación personal con ella.
En la época en que estaban en terapia, sin embargo, Calvin prestaba más atención al
comportamiento de Lonnie hacia su madre que al suyo propio.
El terapeuta decidió ocuparse primero del triángulo Lonnie-Calvin-madre de Calvin. El
primer paso fue ayudar a Lonnie a cambiar su posición en el triángulo. Lonnie necesitaba
situarse en una posición emocionalmente neutral respecto de su suegra. El terapeuta le dijo
que ella era un modelo de rol para sus hijos en cuanto a la manera de tratar a los suegros y
le habló también de la necesidad que tiene todo el mundo de mantener una relación
civilizada con la persona que es la madre de su cónyuge y la abuela de sus hijos. Cuando
Lonnie elaboró todo esto y se volvió más neutral en relación con la madre de Calvin, el
cambio operado en sus sentimientos le dio la oportunidad de reflexionar sobre lo que sentía
al volver al hogar familiar, donde su padre ya no estaba, y sobre su manera de encarar el
pesar de su madre.
El segundo paso consistió en modificar la posición de Calvin. El terapeuta le preguntó:
«Ahora que Lonnie está tratando de mejorar su relación con su suegra, ¿hasta dónde cree
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usted que la ira que ella expresaba es de usted y no de ella?». Calvin respondió: «Cuanto
menor es el enojo de Lonnie con mi madre, mayor es el mío». Durante la conversación que
siguió, el terapeuta relacionó la ira de Calvin con su manera de comportarse con su madre.
Calvin comprendió hasta qué punto necesitaba que su madre fuera menos posesiva en su
trato con él y que controlara menos su vida. Se dio cuenta de que la conexión ritualizada
con su madre y la distancia emocional entre ambos era consecuencia de la intensidad de su
madre y de su propia ira. Después el terapeuta le enseñó a Calvin a acortar la distancia entre
él y su madre recurriendo a llamadas telefónicas breves e imprevistas, durante las cuales él
debía intentar mantener baja su reactividad y darle a su madre alguna información sobre sí
mismo. El terapeuta logró establecer que existía una conexión entre la preocupación y la
reactividad de Calvin acerca de su propia condición de padre y el logro de una relación
menos tensa y más natural con su madre. La motivación de Calvin para mejorar su relación
con su madre se veía incrementada por su deseo de ser un buen padre y por su temor de no
lograrlo.
Para cuando hicieron el siguiente viaje a Kansas, Lonnie y Calvin habían cambiado algunas
pautas. Lonnie aceptó de buena gana visitar a su suegra. Calvin había estado llamando a su
madre en ocasiones inesperadas, tal como se había planeado. A la madre le encantaron esas
llamadas y cuando la pareja fue a visitarla la encontró más cordial que de costumbre.
Lonnie pensó que Calvin estaba asumiendo una mayor responsabilidad por su madre y esa
idea suscitó en ella sentimientos de cariño hacia su esposo. Calvin advirtió que en esa visita
Lonnie estaba mucho más triste por su padre, pero también que hablaba de él como nunca
lo había hecho antes.
La falta de deseo sexual de Lonnie (un síntoma individual) sólo podía comprenderse en el
contexto del matrimonio. Eso es obvio. Lo que es menos obvio es que el síntoma de Lonnie
y la tensión entre ella y Calvin estaban vinculados con varios triángulos, y que ocuparse de
esos triángulos era fundamental para resolver el síntoma de Lonnie y la tensión en la pareja.
Dieciocho meses después de que Lonnie y Calvin hubieron terminado la terapia con una
significativa mejoría en su relación sexual, Lonnie volvió por algunas sesiones, quejándose
de «apatía sexual». Iniciada la exploración, el terapeuta se enteró de que Lonnie se sentía
apática no sólo en el dormitorio sino
también fuera de él. Además había pasado a ocupar la posición, que antes tenía su padre, de
componedor de los problemas de la familia. La sobrina de Lonnie, con quien esta mantenía
una estrecha relación, y el hermano de Calvin tenían graves problemas conyugales. Los
familiares pedían consejo a Lonnie, quien se sentía muy apenada por ellos y molesta
consigo misma porque no podía resolver los problemas. La consecuencia fue que empezó a
encerrarse en sí misma. Sólo al hablar con el terapeuta advirtió que estaba atrapada una vez
más en triángulos con la familia extensa. Ese reconocimiento era lo único que necesitaba
para cambiar las cosas. Su apatía cedió cuando inició el proceso de liberarse de esos
triángulos con su familia extensa.
Definición del proceso emocional interpersonal
La idea de proceso relacional interpersonal está vinculada a la antigua idea de la fusión. La
fusión se refiere al proceso emocional interno en cuanto este se relaciona con la necesidad
de autonomía y conexión de un individuo. La activación de una conexión con otra persona
genera un canal emocional. Dentro de ese canal, el estado emocional interno de cada
persona puede manifestarse y afectar lo que sucede dentro de ambas. Esta unión e
interacción del proceso emocional interno de dos (o más) personas en el espacio relacional
entre ellas constituye una realidad emergente que llamamos proceso relacional
interpersonal.
Maneras de hablar del proceso emocional interpersonal
El proceso relacional interpersonal está constituido por
varios elementos.
1. Los estados individuales de excitación emocional. En ciertos momentos la gente puede
sentirse ansiosa o llena de confianza, deprimida o feliz, optimista o pesimista. Puede
sentirse ofendida y enojada, afectuosa y agradecida, distante o próxima. Estos sentimientos
pueden ser más o menos intensos que en otras ocasiones. En cualquier momento su
sentimiento
de vulnerabilidad puede aumentar o disminuir. Además, el estado emocional de dos o más
personas vinculadas entre sí puede coincidir o ser diferente.
2. Las diferencias individuales en la capacidad de las personas para controlar su excitación
emocional. Algunas personas son dominadas por sus estados emocionales, mientras que
otras pueden manejarlos. Hay gente cuyo comportamiento es reactivo. Si usted conoce a
alguien que casi nunca escucha lo que está tratando de decirle, porque constantemente
intercala en el diálogo críticas o consejos sobre detalles intrascendentes, entonces sabe muy
bien cuán irritante puede ser tratar con gente emocionalmente reactiva. Estas personas
tienen escasa capacidad para reflexionar sobre su estado emocional, y su comportamiento
fluye directamente de ese estado. No pueden elegir un curso de acción basado en otra cosa
que no sean sus emociones. Reaccionan como por reflejo, y tienen pocas opciones respecto
de cómo manejar sus sentimientos. Otras personas, en cambio, son más reflexivas. Como
pueden manejar mejor sus estados emocionales, pueden también escoger un curso de acción
por sí mismas, en vez de ser dirigidas por sus emociones. Tienen opciones acerca de cómo
manejar sus sentimientos. La fuerza del yo reside en la capacidad de postergar.
3. Las variaciones en la importancia de la relación específica y el nivel de apego que le es
propio. La relación entre un padre y su hijo, por ejemplo, es mucho más intensa que la
relación entre un cliente y un empleado de una rotisería (dependiendo, por supuesto, de lo
hambriento que esté el cliente y lo larga que sea la fila de los que esperan turno). Entre los
miembros de una familia es habitual que haya un proceso relacional interpersonal intenso,
mientras que entre un cliente y un vendedor puede haberlo o no.
4. Diferencias individuales de sensibilidad en cuanto a ciertas formas de conducirse o de
expresar los sentimientos. Algunas personas están tan sensibilizadas a la ira, por ejemplo,
que la ven en todas partes -aun en personas desconocidas- y reaccionan ante ella
intensamente. Por ejemplo, el mozo a quien le pedimos hielo reacciona como si le
hubiéramos propuesto que se suicide con nuestro cuchillo de mesa. Otras personas son
demasiado sensibles a la tristeza o la depresión. Un joven que llama por teléfono a su casa
desde la universidad y le dice a su padre: «¿Estás bien? Parece que estuvieras triste»,
cuando en realidad él padre está perfectamente, es proba
ble que sea demasiado sensible a su padre o la tristeza y la depresión. En el otro extremo,
algunas personas suelen estar tan desconectadas que no captan las señales de emoción por
claras que sean y ni siquiera cuando provienen de familiares próximos. Una mujer contó el
siguiente episodio: su hija volvió de una cita con un muchacho con la cara bañada en
lágrimas y subió corriendo las escaleras para refugiarse en su habitación. La mujer y su
marido estaban mirando televisión y ella exclamó: «¡Caramba! ¿Qué pasó?». El marido
contestó: «Charles Bronson acaba de pegarle un tiro a uno de los malos».
Intervención con el proceso interpersonal
La posibilidad de actuar sobre el proceso relacional interpersonal se desprende de la idea de
diferenciación. Si usted está ansioso y yo no, y si yo no me dejo atrapar por su ansiedad, la
neutralizaré. Usted empezará a sentirse menos ansioso. Un ejemplo conocido tomado de la
vida cotidiana es el del dueño de casa que descubre que caen gotas de agua del techo de una
habitación. Preocupado, llama a un plomero e incluso mientras habla con él por teléfono se
advierte su ansiedad. «¿Qué le parece que será? ¿Usted cree que tiene arreglo? ¿Tendremos
que reconstruir el baño?». El plomero, que ha pasado muchas veces por experiencias
similares, mantiene la calma y dice que irá de inmediato. Llega, descubre la causa de la
gotera y soluciona el problema actuando como si una cosa así sucediera todos los días. La
ansiedad del dueño de casa disminuye mientras el plomero trabaja y pronto se encuentra
conversando con él como si siempre hubiera sabido que el problema no era grave y tenía
solución. Cuando termina el arreglo, el plomero dice que sería conveniente revisar todo el
baño para mejorar su funcionamiento y prevenir futuras filtraciones. La idea de Bowen
acerca de lo que constituye la esencia de la terapia de parejas también puede servir de
ejemplo. Bowen expresó que si un terapeuta pudiera mantener una conexión emocional con
ambos cónyuges sin quedar atrapado en el estado emocional de ninguno de los dos ni en el
proceso relacional entre ellos, el matrimonio mejoraría. Después la pareja podría (o no)
estar dispuesta a abordar la relación con su familia extensa para consolidar los logros.
Preguntas sobre el proceso
El American Heritage Dictionary of the English Language, tercera edición, define la
palabra «proceso» como una serie de acciones, cambios o funciones que producen un
resultado: por ejemplo, el proceso de la digestión o el proceso de obtención de una licencia
para conducir. En este sentido, puede decirse que todos los psicoterapeutas formulan
preguntas sobre el proceso. Pero la índole de esas preguntas deriva directamente del modelo
de comportamiento y terapia que usan. Si observamos una grabación de video que muestre
a Murray Bowen trabajando, advertiremos que hace mil y una preguntas genéricas,
dirigidas a neutralizar la afectividad y la ansiedad excesivas, a galvanizar los centros
cognitivos del cerebro y a alentar a los pacientes a encontrar sus propias soluciones. Por
ejemplo: «¿Por qué demonios se enoja usted tanto cuando su madre hace eso?». También
las preguntas que formula Aarón Beck en psicoterapia tienen como objetivo documentar la
conexión entre el síntoma de un paciente y sus distorsiones cognitivas y ayudar a ese
paciente a encontrar una manera de corregir tales distorsiones: «Cuando algún miembro de
la familia tarda en volver al hogar, ¿su mente tiende a elegir la más horrenda entre dos
explicaciones posibles?». Un analista formula preguntas con la intención de favorecer la
transferencia. Paciente: «¿En qué está pensando?». Analista: «¿Pensando?».
Nuestro modelo toma las preguntas sobre el proceso de la fórmula de Bowen, pero dirige el
interrogatorio más específicamente hacia pautas de cognición, movimiento relacional,
expresión de la afectividad y triangulación. Al igual que el plomero, creemos que lo mejor
es ocuparnos primero del síntoma, hallar un remedio para él y volver otro día para hacer el
trabajo más importante. Ese regreso queda librado al interés y la motivación del paciente o
de la familia, y sabemos que puede no producirse nunca.
Los terapeutas que trabajan con los triángulos se interesan por los actos, los cambios y las
funciones que transcurren dentro de la persona A, dentro de la persona B, dentro de la
persona C, entre A y B, entre A y C y entre B y C. Llamamos preguntas sobre el proceso a
aquellas cuyo objetivo es obtener esa información. «Si usted tiene un problema con su hijo,
¿cómo lo encara su esposo?», «Cuando su hijo llega tarde por la noche, ¿qué siente usted en
su interior?». Estas preguntas sobre el
proceso desempeñan diversas funciones: 1) hacen explícito el proceso emocional implícito,
tanto para el terapeuta como para los pacientes; 2) colocan el comportamiento, sobre todo
el comportamiento sintomático, dentro de un contexto interpersonal, y 3) son la manera
más importante que tiene el terapeuta de mantenerse fuera de los triángulos con los
pacientes.
Sam y Jeannine L. acudieron en busca de tratamiento después de muchos años de
distanciamiento reactivo y varios intentos de terapia de pareja. En la fase de compromiso de
la te rapia, Jeannine se interesó por primera vez por verse como parte del problema.
Entonces se hicieron evidentes para ' ella su exagerada emotividad, su preocupación por sus
hijos y su indiferencia hacia la intimidad sexual con su marido.
Cuando, por primera vez en más de 10 años, Jeannine intentó tomar la iniciativa en la
relación sexual, Sam la rechazó; dijo que estaba «demasiado cansado». El terapeuta
entrevistó a ambos por separado, como parte de la fase de evaluación de la terapia. En su
sesión Sam reveló que desde hacía ya bastante tiempo tenía un romance con Sarah, una
instrumentista del hospital donde él se desempeñaba como cirujano. Sam y el terapeuta
examinaron los problemas que esta situación podía ocasionar a todas las personas
involucradas. Al día siguiente Sam empezó a hablar con Sarah acerca de la posibilidad de
poner fin a la parte sexual de su relación.
Sarah respondió llamando a Jeannine y hablándole de su relación con Sam. Además, le
informó sobre ciertos detalles sexuales. El llamado a Jeannine se produjo un domingo por
la mañana. Al día siguiente Sam y Jeannine fueron a ver al terapeuta para encarar el
disgusto, que había sido grande.
La estructura del triángulo con la aventura extramatrimonial de Sam se había mantenido
estable durante años, con Jeannine en la posición exterior. El terapeuta había conmocionado
el proceso en Sam, en Jeannine y en la relación entre ambos. Al hacerlo, había modificado
el movimiento en el triángulo de tal modo que su estructura cambió dramáticamente,
poniendo a Sarah en la posición exterior. Al llamar por teléfono a Jeannine, Sarah había
hecho un movimiento desesperado: quería restablecer la antigua estructura del triángulo,
con ella en el interior y Jeannine en el exterior. Y si no lo lograba, quería por lo menos
vengarse.
Para comprender mejor el proceso en este triángulo extramatrimonial de largo plazo
convendrá rastrear el proceso
emocional que lo alimentó desde el comienzo mismo de la relación entre Sam y Jeannine.
Se conocieron en la universidad. Sam era el único hijo de una pareja de inmigrantes
italianos. Ambos padres, pero sobre todo la madre, tenían un intenso vínculo emocional con
él. Para Sam, irse a la universidad fue una oportunidad de escapar a ese sofocante amor.
Jeannine también formaba parte de un triángulo parental primario muy intenso, ya que era
la preferida de su padre y de su familia paterna. El hermano de Jeannine era el preferido de
la madre, pero esta era la verdadera forastera en la familia: había nacido en un lejano
Estado del Noroeste del país y no estaba en contacto con su familia de origen. Jeannine
había sentido siempre una fuerte presión debida al extraordinario apego que su padre sentía
por ella. Lo mismo que Sam, vio en la universidad una oportunidad para liberarse de esa
presión.
Sam y Jeannine se conocieron en su segundo año de estudios. Muy pronto entablaron una
intensa relación afectiva y también sexual. En cierto modo esa relación era para ambos un
refugio contra sus respectivas familias; pero al mismo tiempo reproducía la intensidad
emocional que reinaba en ellas. Jeannine quedó embarazada y se casaron. La familia de
Jeannine expresó su disgusto por el matrimonio retirándose emocionalmente; entonces
Jeannine adoptó a la familia de Sam como propia.
Pero cuando llegaron los hijos, Jeannine siguió el ejemplo de ambas familias: desplazó su
apego emocional hacia ellos. Se distanció de Sam y de sus parientes políticos. Mientras
tanto, Sam progresaba en su carrera, obtenía un éxito tras otro. Había sido el alumno más
destacado de su clase en la facultad de medicina, hizo su residencia en uno de los mejores
hospitales escuela de Nueva York y finalmente obtuvo allí un cargo docente.
Con el tiempo, la dedicación de Jeannine a sus hijos se hizo cada vez mayor. No estaba
dispuesta a dejarlos al cuidado de otra persona para salir con Sam; pasaba la mayor parte
del día trabajando como voluntaria en la escuela a la que iban los niños; sólo hablaba de
ellos. Sam se sentía importante en su trabajo y en su vida, pero estaba resentido por el
distanciamiento de Jeannine. Había conocido a Sarah durante su residencia y dos años
después inició el romance con ella. El triángulo se
consolidó y llevaba diez años cuando Sam y Jeannine iniciaron su terapia.
Sam dijo que él había sido un niño bastante competente. Creció en Brooklyn, Nueva York,
en un ambiente cultural mixto. Algunos de sus pares triunfaron y otros no. Los crite rios por
los cuales estos jóvenes se juzgaban y juzgaban a los demás eran: el logro académico, en lo
que Sam era muy bueno; la aptitud para los deportes, en lo que era regular; y los éxitos
sexuales, de los que carecía en absoluto. Sam no entendía bien su falta de habilidad sexual,
pero se daba cuenta de que era inseguro. Tenía miedo de no poder desempeñarse bien y
pasar por estúpido. Recordaba haber trabado relación con una chica inteligente pero «fácil»,
una joven con la que «todos» se habían acostado. El no tuvo con la muchacha una relación
sexual sino intelectual.
En cuanto a Jeannine, era una hija dócil cuya primera rebelión consistió en negarse a
abortar como su padre, que era abogado, le exigía. Su segunda rebelión fue su decisión de
casarse con un muchacho pobre pero con grandes posibilidades de hacer carrera.
El matrimonio tuvo que afrontar muchos problemas y conflictos. Jeannine se sentió
atrapada por el embarazo y sufrió por tener que dejar la universidad. Sin embargo, entre
Sam y ella siempre hubo un vínculo fuerte. Sam, por ejemplo, recordaba exactamente qué
aspecto tenía y cómo iba vestida Jeannine el día en que la conoció. Lejos de pensar que ese
detalle probaba que Sam la veía como un objeto sexual, Jeannine creía que el hecho
demostraba que él había sido siempre cariñoso y atento.
Con franqueza poco común, Jeannine reconoció que la aventura amorosa de Sam le había
proporcionado alivio al limitar los requerimientos sexuales de su marido. Repasando los
hechos históricos, pudo vincular los comienzos de esa relación extraconyugal con su
sentimiento de alivio porque Sam dejó de presionarla sexualmente. Sam sigue sintiéndose
inseguro respecto de su atractivo sexual, a pesar de su éxito en la profesión y de las
numerosas pruebas que ha tenido a lo largo de los años de que las mujeres lo encuentran
atractivo.
Al progresar la terapia, Sam se enfrentó con su negación de su apego a Jeannine y su
dependencia de ella. Se dio cuenta de que nunca había percibido realmente su apego y su
dependencia hasta que se descubrió su relación con su amante. Cuando
el miedo de perder a Jeannine afloró a la superficie, aceptó la idea de que tal vez sus
actividades extraconyugales eran su manera de dejar la relación sin tener que marcharse.
Llegó a ver en el episodio una manera de negar su dependencia y de comportarse de un
modo sólo en apariencia independiente. En ese sentido, este caso ilustra el triángulo con
una aventura amorosa como una consecuencia de la fusión emocional en el matrimonio. i
El tipo de proceso emocional interno e interindividual que vemos en el distanciamiento y el
mutuo resentimiento de Sam y Jeannine alimenta la activación de triángulos y el
movimiento reactivo y repetitivo dentro de ellos. A su vez, los triángulos alimentaron
procesos emocionales más reactivos cuando la relación de Sam con Sarah incrementó la
distancia entre él y Jeannine. Esto a su vez fortificó el compromiso emocional de Jeannine
con sus hijos y de Sam con su trabajo. Estos dos triángulos entrelazados iban a durar una
década. Así se conectan la estructura y el proceso.
Proceso emocional y triángulos
La excitación emocional de casi cualquier tipo (por ejemplo ansiedad, depresión o intenso
conflicto relacional) puede impulsar a un miembro de una díada a volverse hacia una
tercera persona en busca de consuelo, dejando al otro miembro en la posición exterior. Por
otra parte, la excitación emocional puede impulsar a una tercera persona a acercarse a uno o
a los dos miembros de una díada. Una vez que esto sucede y se ha formado un triángulo, su
existencia y su actividad perpetúan el proceso emocional que llevó a su formación o
provocan otros tipos de excitación emocional (por ejemplo ira, celos, sospechas). Como el
triángulo es disfuncional, perpetúa la intensidad emocional y finalmente la aumenta. Se
perpetúa a sí mismo y a menudo necesita de más triángulos para manejar la mayor
intensidad. La familia desorganizada y acosada por múltiples problemas es un ejemplo; con
frecuencia termina rodeada por muchos organismos: asistencia social, tribunales, terapia,
libertad condicional.
r Véase Guerin et al. (1987, págs. 44-50).
Hay muchas teorías acerca de la índole del proceso emm-2rrlocional en los triángulos.
Freud pensaba que los impulsos al agresivos y sexuales de raíz biológica explicaban la
activaciólúi°ión del triángulo edípico. Bowen enseñó que el proceso emociona mal que
subyace a los triángulos es la fusión. Fogarty se concentúntra en la estructura y el
movimiento, pero ha escrito que los proGTrocesos emocionales básicos están en el
individuo: ansiedad, deprenresión, vacío, muerte interior. El enfoque de Guerin destaca laí
las interconexiones de estructura y proceso, y atiende al proceso (~^so dentro de las
relaciones: lo que sucede (por ejemplo, la transmmanisión de la ansiedad) en el canal que
conecta a una persona con non otra. Por ahora preferimos dejar abierta la cuestión teórica y
s6:o seguir escuchando lo que dice la gente acerca de sus reacciones #z°s emocionales en
los triángulos.
Comencemos con la convicción de Bowen, reforzada paa por las observaciones clínicas y
naturalistas -nuestras y ajena°nasde que el proceso emocional en las díadas es inestable.
P9.. Por lo general, la gente cree que las relaciones son estáticas. «id «Yo no quiero a mi
hermano, nunca lo quise. Lo evito todo lo que suue puedo». De hecho, todas las relaciones
cambian a través del tlel tiempo. «Bueno, durante la infancia mi hermano y yo éramos lo.os
buenos amigos, pero rompimos cuando me previno que no mfl me casara con la que hoy es
mi mujer y yo no le hice caso. En can cierto modo volvimos a estar unidos cuando murió
nuestro paq Padre, pero mi mujer nunca lo perdonó realmente, así que se acauacabó». Los
terapeutas también tienden a considerar estables a lata las relaciones. Cuando ven que una
pareja que se peleaba constá.stantemente mejora después de unas pocas sesiones de terapia,
,s-a,a veces suponen que una nueva y amistosa estabilidad ha reemeeroplazado a la antigua
estabilidad de las peleas. Ellos (y tambié ioién las parejas) subestiman la índole cíclica de
las relaciones pregprolongadas, y no están preparados para la reaparición de la aja amargura
y el resentimiento al cabo de unas cuantas sesiones ves rnás.
Al igual que Bowen2 y Fogarty,3 nosotros creemos qg; que la inestabilidad diádica está
vinculada a las conflictivas necea•.cesidades de autonomía y conexión de las personas. Los
esfuerzo:(T*zos por satisfacer simultáneamente estas dos necesidades prodñoducen ciclos
alternados de ansiedad de separación y ansiedad dbd de in
2 Bowen (1966; reproducido en Bowen, 1978). 3 Fogarty (1975).
corporación.4 Entonces uno o ambos miembros de la díada empiezan a experimentar
insatisfacción interna y excitación emocional, y la tensión aumenta dentro de la relación. A
esta altura la díada está preparada para activar uno o más triángulos que estabilicen el
proceso relacional.
En teoría, todo individuo busca la supervivencia emocional con un mínimo de incomodidad
y ansiedad internas. La mayoría de las personas se comportan como si la supervivencia
requiriera la conexión con otro ser humano, pero el estar ligado a otra persona conlleva el
riesgo de perderse, de ser incorporado, engullido por esa otra persona. Es decir que la otra
cara de la moneda de estar conectado es ser controlado.
Los individuos difieren en cuanto a lo que constituye el correcto equilibrio entre conexión e
independencia, proximidad y distancia, controlar y ser controlado. Todos dedicamos
bastante tiempo y energía a tratar de encontrar ese equilibrio. Esto significa que toda díada
está constantemente en movimiento. Ambos miembros de la díada se acercan y se alejan,
impulsados por ciclos alternados de ansiedad de separación y ansiedad de incorporación de
intensidad variable. Este movimiento constante y ansioso es el marcador externo de la
fusión y del establecimiento de la inestabilidad relacional.
Lo que para una persona es confortable depende del tipo de ansiedad (ansiedad de
separación o de incorporación) que predomine en ella en un momento determinado. En un
distanciador emocional, lo que predomina la mayor parte del tiempo es la ansiedad de
incorporación; en un perseguidor emocional, la experiencia más común es la ansiedad de
separación. Como los perseguidores y los distanciadores emocionales se atraen
mutuamente, es probable que los miembros de una díada estén experimentando tipos
opuestos de ansiedad. Desde luego que no siempre es así, ya que todo distanciador puede
sentir ansiedad de separación, y la posibilidad de sentir ansiedad de incorporación existe
para todo perseguidor; estos sentimientos salen a la luz en ciertos contextos o en ciertas
condiciones. No obstante, como los miembros de toda díada experimentan a menudo tipos
opuestos de ansiedad, la tensión y la inestabilidad de las díadas son inevitables.
4 Bowen (1957; reproducido en Bowen, 1978).
Cuando la tensión y la inestabilidad crecen, los dos miembros tratan de manejar su
problema aumentando la distancia o permitiendo que uno de ellos controle al otro. Se
desarrolla una susceptibilidad extrema y toda discusión sobre ciertas cuestiones de la
relación queda vedada. Uno de los miembros experimenta sus deseos como necesidades
que el otro no satisface, y la tensión se torna intolerable para ambos, aunque quizás en
diferente grado. En este punto, o bien la distancia dentro de la díada aumenta o bien uno se
adapta a las exigencias del otro y se somete a su control. En ambos casos la incomodidad
aumenta, uno de los miembros de la díada se acerca a una tercera persona y se activa un
triángulo potencial. Las alternativas a la activación de un triángulo son que los dos
miembros traten de resolver los problemas de la díada o que la díada se rompa.
La tendencia a introducir a una tercera persona en escena es automática (es decir, reactiva,
irreflexiva, emocional); es una respuesta a la inestabilidad en una díada donde hay tensión,
incomodidad, frustración o conflicto, y las dos personas no pueden ver la dificultad básica.
Entonces lo expresan concretamente como un problema de sexo, hijos, suegros o alguna
otra cosa que en realidad no es lo esencial del problema, y por lo tanto concluyen en que la
solución tampoco se encuentra allí. O bien «saben» cuál es la solución, pero les resulta
demasiado penoso enfrentarla. Así, una esposa puede acusar a su marido de tener una
aventura, un hijo puede decirle a su madre que su maestra no lo quiere, un hombre puede
decirle a su hermana que la madre de ambos está ofendida porque ella ve poco a su abuela
materna. Todos estos son ejemplos de triangulación, porque introducen a un tercero en la
conversación entre dos personas. También se produce la activación de un triángulo cuando
en una díada tensa una de las personas se mueve para quedar próxima a un tercero. Esto
deja a la otra persona en la posición exterior. Sería, por ejemplo, el caso de una esposa que
tiene un romance en respuesta a la falta de interés sexual de su marido en ella, lo que hace
que el marido empiece a sentirse nervioso y rechazado. O el caso de un hombre casado que
incluso después de haberse recuperado de su alcoholismo sigue asistiendo a las reuniones
de AA dos veces por día. Su esposa dice cosas como esta: «Yo lo veía más cuando bebía;
además, no tenía que escuchar toda esa charla sobre AA». Un tercer ejemplo
es el de un niño que cada vez que uno de sus padres le niega algo se dirige al otro para
conseguirlo.
Es importante recordar que la activación de un triángulo es un proceso emocional
automático y que, por lo tanto, no implica conocimiento consciente de lo que se está
haciendo. En relación con esto, es necesario recordar dos principios. Primero, cuanto mayor
es el apego en una díada, mayor es el potencial de reactividad y, en consecuencia, la
posibilidad de que se active un triángulo. Segundo, una vez que se ha establecido un
triángulo potencial, este sigue existiendo permanentemente y puede ser activado y
reactivado en cualquier momento, o puede ser reproducido en otra generación.
El triángulo parental primario (el triángulo formado por un niño y sus padres), que se
establece en la infancia, es un ejemplo fundamental de estos dos principios. A lo largo de
nuestra vida nos vemos atrapados en él reiteradamente, cuando se activa y se reactiva en
situaciones de estrés. La experiencia nos condiciona para repetir sus pautas con otras
personas, sobre todo con nuestro cónyuge y nuestros hijos. Edmund L. era un hombre de 38
años cuyos padres tenían poco más de 60. Siendo hijo único, había sido mimado por sus
padres, pero él siempre se había sentido más próximo a su madre que a su padre. Con la
madre era «más fácil hablar» y además ella siempre había tenido una actitud de mayor
aprobación a su respecto. Edmund recordaba que de niño «le tenía un poco de miedo» a su
padre y trataba de evitarlo en la medida de lo posible. Cuando alcanzó la adolescencia y
tuvo leves problemas de conducta en el colegio, su padre se mostró sumamente crítico y
culpó a la madre por ser demasiado benévola con él. Después que Edmund terminó de
cursar el primer ciclo de sus estudios universitarios, sus padres se divorciaron y el joven se
puso claramente del lado de su madre. La alentaba, la acompañaba y escuchaba
pacientemente su versión del problema conyugal. Evitaba a su padre, se negaba a escuchar
críticas dirigidas a su madre y no quería hablar con el abogado de su padre. Durante ese
período enfermó de colitis ulcerosa.
Edmund se casó a los 26 años y varios años después él y su esposa, Allison, tuvieron un
hijo a quien llamaron Stephen, como el abuelo materno de Edmund. Mientras tanto, su
padre se había mudado de Nueva York a Florida y casi no se veían. Sin embargo, buscó
tratamiento después de una pelea particularmente dolorosa con Allison, quien decía que él
pasaba dema
siado tiempo con sus amigos en un club náutico. Edmund estaba preocupado porque creía
que empezaba a parecerse a su padre. «Me estoy volviendo igual al viejo», decía.
Descubrió, por ejemplo, que criticaba a Stephen y se distanciaba de él cada vez más y que
le molestaba el fuerte apego de Allison por el niño. La pauta establecida en su triángulo
parental primario todavía lo perseguía, no sólo en su relación con sus padres sino también
en su rol de marido y padre.
En las situaciones muy estresantes, la activación (o reactivación) de los triángulos aumenta
y conduce a la formación de muchos triángulos entrelazados, tanto dentro como fuera del
sistema familiar. Consideremos lo que sucede cuando un miembro de una díada se mueve
para quedar próximo a un tercero y deja afuera al otro miembro. Este puede llegar a sentirse
tan incómodo que hace lo mismo: se desplaza para acercarse a una cuarta persona. Su
movimiento activa un segundo triángulo, entrelazado con el primero, lo cual puede llevar a
la activación de un tercer triángulo, y así sucesivamente. Supongamos, por ejemplo, que
una mujer se siente abandonada y descuidada por su marido. Pone sus energías emocionales
en cuidar de su hija y se aleja de su marido. Al principio el hombre se siente aliviado ante la
disminución de sus exigencias, pero después empieza a culpar a su esposa y a experimentar
resentimiento. Luego inicia un romance con otra mujer. Su esposa lo descubre y llama a su
suegra para quejarse de él. Cuando la activación de los triángulos no puede contener la
incomodidad y la tensión dentro del sistema familiar, se triangulan los sistemas externos:
escuela, policía, comunidad médica, psicoterapeutas.
¿Qué debe hacer un terapeuta frente a esta constante triangulación por parte de individuos,
parejas y familias? Murray Bowen dijo que la única manera de romper el ciclo de la
triangulación es que el terapeuta, o un familiar bien entrenado, permanezca en contacto
emocional con ambos miembros de la díada original, manteniendo a raya su propia
reactividad y absteniéndose de tomar partido. Si alguien logra hacer esto, automáticamente
disminuirá la reactividad emocional dentro de la díada. Estarán dadas entonces las
condiciones necesarias para que las partes encaren los problemas de su relación sin
triangular.
Una clave para mantenerse fuera de los triángulos es no tomar partido por una persona en
contra de la otra. Algunos
terapeutas lo hacen absteniéndose de adoptar una postura o negándose a responder
preguntas específicas o no manifestando claramente su postura cuando se los interroga
acerca de problemas familiares concretos. Lamentablemente, este miedo a integrar un
triángulo puede paralizar a los terapeutas, quienes con frecuencia no distinguen entre
neutralidad y palabrerío impersonal. En el trabajo clínico, «neutralidad» significa
neutralidad emocional o ausencia de reactividad frente al comportamiento, los sentimientos
o las creencias de un paciente o un miembro de la familia. Pero no significa negarse a decir
algo, ni tampoco declarar algo equivalente a «Ustedes no van a meterme en un triángulo».
Idealmente, cuando el terapeuta decide adoptar una posición respecto de cuestiones de
relevancia terapéutica, esa posición tiene mucho que ver con observaciones basadas en
hechos acerca de lo que funciona o no funciona en las familias y las relaciones, y muy poco
que ver con creencias emocionalmente cargadas del terapeuta acerca de cuestiones de la
vida cotidiana o perspectivas filosóficas, teológicas o de otra índole. Esto permite que
existan respetuosas diferencias de opinión y niveles de influencia psicoterapéutica
apropiados para la empresa común que es la terapia. Por ejemplo, las opiniones del
terapeuta sobre el aborto, el divorcio y la ética sexual son menos relevantes para el proceso
terapéutico que sus observaciones basadas en hechos acerca de la importancia que tienen el
respeto y el hecho de que las personas asuman la responsabilidad por sus sentimientos y
conducta.
Sin embargo, para poder mantener el control del proceso terapéutico el terapeuta debe
manifestarse claramente sobre algunas cosas, entre ellas la violencia, la intimidación y la
violación de los límites sexuales. Ninguna terapia puede estar bien encaminada mientras
existan amenazas de maltrato fisico y emocional o violación de los límites sexuales. Es
indispensable que el terapeuta sea capaz de adoptar una posición firme respecto de la
inaceptabilidad de este tipo de comportamiento y de la importancia de controlarlo antes de
intentar comprender la dinámica subyacente. De este modo el terapeuta puede adoptar una
postura adecuada, mantener el control del proceso y actuar con un claro límite entre lo que
es el material personal del terapeuta y lo que es terapéuticamente relevante.
La indagación sobre uno mismo y sobre su propia familia puede inspirar un saludable
respeto por la omnipresencia, la
sutileza y los problemas de la triangulación. Después es posible adoptar posiciones basadas
en principios en los que se cree, sin quedar atrapado en un triángulo terapéutico. Por
supuesto, la presentación de esos principios variará de un caso a otro y de un momento a
otro, y dependerá de factores tales como el clima emocional del momento y la solidez de la
relación terapéutica con determinado paciente en determinado momento. No obstante, la
creencia en el principio (por ejemplo, que cada miembro de la familia es responsable por
sus propios sentimientos) debe permanecer constante.
Como terapeuta, usted debe aprender a reconocer las señales de que está expuesto a quedar
aprisionado en un triángulo. Esas señales difieren de un terapeuta a otro, pero entre las
genéricas figuran: no saber qué más preguntar (su modelo recomienda el uso continuo de
preguntas sobre el proceso, pero la tensión en la sala es tan alta que usted está perdiendo su
dominio del modelo); tener la sensación de que el tiempo transcurre muy lentamente (tal
vez usted esté ansioso y se sienta menos capaz de distanciarse del proceso familiar, o tal
vez esta sea la décima familia que ve hoy); sentirse irritado; sin ganas de ver a este
paciente; enojado con el paciente, deseando cambiarlo, y sin escucharlo ni tratar de
comprenderlo. En el caso de algunos terapeutas, las señales más específicas aparecen
cuando las cuestiones que se ventilan (divorcio, abuso sexual, abandono de los hijos) tocan
hechos históricos del sistema familiar del terapeuta.
Esta destriangulación terapéutica in situ es una condición previa para la realización de otros
movimientos experimentales. La destriangulación disminuye la excitación emocional en los
individuos y genera una claridad de pensamiento que les permite comprender cómo forman
triángulos y cómo actúan dentro de ellos. Reducida la excitación emocional, el terapeuta
puede enseñarles a no hacer los movimientos que siempre han hecho al formar triángulos y
a intentar movimientos diferentes. Podemos combinar esos experimentos relacionados con
la estructura con una reflexión sobre el proceso emocional que ha formado parte de los
triángulos a través del tiempo o sobre el proceso que se revela debido a estos nuevos
movimientos (experimentos relacionados con el proceso).
Un ejemplo de un experimento relacionado con la estructura en un triángulo con niños sería
la antigua prescripción utilizada en la terapia familiar que consiste en apartar a la madre
122
123
y acercar al padre. Recordemos, por ejemplo, el caso de Sam (el cirujano que no podía
decidir entre separarse de su mujer o dejar a su amante) y Jeannine. Si el terapeuta
decidiera actuar sobre el triángulo entrelazado con los hijos, podría instar a Sam a pasar
más tiempo con estos y a asumir una mayor responsabilidad por su crianza. Al mismo
tiempo alentaría a Jeannine a apartarse de los hijos y a concentrarse en otro aspecto de su
vida. Esta alteración de la estructura del triángulo sacaría a la luz el proceso individual y
diádico, que luego sería discutido y tratado.
Las feministas han criticado esta estrategia porque a menudo la manera en que los
terapeutas la implementan da a entender que el enredo madre-hijo es culpa de la madre y
porque acercar al padre es «privilegiar el patriarcado».5 Por lo tanto, conviene tener
presente que al emplearla es posible que estemos enviando un mensaje sexista. El terapeuta
puede aclarar sus intenciones concertando una entrevista por separado con la madre para
explicar más claramente su pensamiento y responder a las preguntas que esta le formule
acerca de lo que se propone lograr. Destacará entonces que no está culpando a nadie sino
que cuando enfrenta problemas emocionales dificiles lo que hace es buscar algo que
funcione. También puede señalar que está apartando a la madre porque su esposo no
ocupará su posición de padre hasta que ella no desaparezca de la vista. Intentarlo de otra
manera por lo general no da resultado. En todo caso, se trata de un movimiento temporario,
que le permitirá al padre conocer por experiencia lo difícil que es comprometerse más en la
función parental. El mensaje es que ella misma es su principal recurso, y que al apartarse,
está haciendo uso de ese recurso, más que tratando de cambiar al padre.
El experimento relacionado con el proceso podría estar indicado por derecho propio cuando
un experimento estructural está contraindicado o es imposible, o cuando un experimento
estructural saca a la superficie un proceso que debemos tratar. En el caso de Sam y
Jeannine, un experimento procesal podría ser el siguiente: Sam se queja de la distancia
sexual de Jeannine y ella replica que Sam es demasiado crítico como para que ella esté
interesada en hacer el amor con él. El tera
peuta podría pensar que la actitud crítica de Sam es una expresión indirecta de su ira
relacionada con el sexo, que la crítica aparta aun más a Jeannine, y que así se cierra el
círculo. Podría sugerir entonces un experimento procesal en el que Sam se abstendría de
hacer comentarios críticos acerca de su esposa, lo cual, como tal vez descubriría Sam,
aumentaría su propia confusión interior. Esa confusión interior del marido se comunicaría a
través de la relación y produciría el mismo efecto que la crítica: el distanciamiento de
Jeannine. En la fase siguiente del experimento, Sam modularía y controlaría su tensión
interior, a fin de no transmitirla. Recurriendo a un esfuerzo cognitivo, medicación,
sublimación u otro mecanismo, Sam logra controlar su malestar. En respuesta, Jeannine no
se acerca a Sam sino que insiste en afirmar que él todavía es crítico y desconcertante con
ella. Si Jeannine no puede probar esa afirmación y Sam realmente ha manejado mejor su
ansiedad, el experimento muestra que la actitud crítica de Sam desempeñaba cierta función
para Jeannine. Tal vez la ayudaba a evitar la intimidad y la ira o le servía para no abordar su
antiguo pesar por haber cortado relaciones con su familia.
En este capítulo y en el anterior nos hemos referido a la estructura de los triángulos, los
procesos emocionales que en ellos se producen y las funciones que cumplen para
individuos, díadas y sistemas relacionales. En el que sigue mostraremos de qué modo
interactúan la estructura, el proceso y la función.
5 Luepnitz (1988).
124
125
6. Interacción de la estructura, el proceso y la función
La relación entre la estructura y el proceso
La activación de un triángulo produce un resultado semejante al que ocurre cuando se
acciona un interruptor en un circuito eléctrico: se abre un conducto para que la energía
emocional pueda desplazarse entre las personas que forman el triángulo. La energía se
mueve de modo que obstruye toda genuina relación de uno a uno entre esas personas. Esta
energía es el combustible para el movimiento disfuncional dentro del triángulo. El proceso
emocional subyacente del triángulo -que en general es inconsciente-impulsa el movimiento
disfuncional. El proceso subyacente se vuelve consciente durante la terapia cuando las
personas ensayan diferentes movimientos (de destriangulación) en la reconstrucción de los
triángulos.
Para comprender los circuitos emocionales de un triángulo es necesario recordar que cada
una de las personas que lo forman tratará de aproximarse a una de las otras dos o intentará
evitar la tensión distanciándose en los períodos de estrés. La energía emocional del
triángulo alimenta los movimientos de acercamiento y alejamiento mutuo de las personas
(afectando así la estructura del triángulo); esos movimientos, a su vez, producen reacciones
emocionales que son el combustible para nuevos movimientos, y así sucesivamente.
Cuando las personas acuden en busca de tratamiento, esa interacción entre el proceso
emocional y la estructura se ha convertido ya en algo fijo e invariable y encierra a las
personas en movimientos, contramovimientos y reacciones emocionales repetitivos. Este es
el primer elemento de la triangulación. Cuando las personas realizan movimientos
diferentes, quizá como experimento sugerido en la terapia, tienen lugar nuevas reacciones
emocionales. Estas reacciones representan el proceso emocional subyacente del que es
preciso ocuparse en las díadas y los individuos que constituyen el triángulo. Este proceso
emocional es el segundo elemento de la triangulación.
El proceso emocional de los triángulos tiene que ver con el apego, con la influencia o con
ambos. Fue la perturbación de Sam por el apego de Jeannine a los hijos, cuando su
expectati va había sido que se apegara principalmente a él, lo que desencadenó su
movimiento hacia un romance con Sarah (véanse págs. 113-6). Al enterarse de que el
interés sexual de Sam se había desplazado hacia otra mujer, Jeannine se acercó a la terapia.
En las díadas hay siempre expectativas respecto de dónde estará la primacía del apego y la
influencia. En tres díadas interconectadas (un triángulo potencial) esas expectativas pueden
entrar fácilmente en conflicto. Por ejemplo, un hombre espera que su esposa escuche su
opinión cuando llegue el momento de decidir qué hacer con la herencia que ella recibió de
su abuela paterna. El padre de la esposa también quiere ser escuchado. Después de todo, el
dinero era de su madre, y en asuntos de dinero él siempre guió a su hija. Si este triángulo
potencial no estaba ya activo, se activará cuando conozcan las disposiciones testamentarias.
Pensemos otra vez en la banda elástica que rodeaba a las tres personas. Un cambio en la
posición de una de ellas generará necesariamente un cambio en la posición de las otras o un
incremento de la tensión entre las tres. La banda elástica determinará que la suma de las
distancias entre las tres personas sea siempre la misma. Si una de ellas se aparta, las otras
dos se acercarán entre sí. Este efecto de la banda elástica evita que el sistema se rompa,
pero es también muy limitante.
Una sobrecarga de emoción en cualquiera de las díadas es transferida parcialmente a otra.
El resultado es una dilución y confusión de los problemas y las tensiones emocionales. La
sobrecarga de tensión sigue existiendo, pero se desplaza a través del sistema. Puede
aparecer como conflicto en cualquiera de las díadas o como síntoma en cualquiera de los
miembros.
En este punto el triángulo adquiere vida propia. Se convierte en algo mayor que la suma de
sus partes. La triangulación es un proceso que se eleva por sobre las tres personas y sus
relaciones, y las domina. Cuando la banda elástica entra en funciones, el movimiento en
una persona o relación provoca necesariamente un movimiento en otra persona o relación.
La autodeterminación, la capacidad de cada persona para decidir y dirigir su propio
movimiento, deja su lugar al movimiento reactivo. La libertad de cada persona se ve
limitada. Así, el
triángulo domina a las tres personas aunque no tengan conciencia de ello.
Si la terapia se encauza hacia la reestructuración del triángulo haciendo que uno o más
individuos realicen movimientos diferentes dentro de él, surgirá un proceso emocional
diferente. Imaginemos, por ejemplo, que una madre ha estado prodigando atención y
cuidados a su hija y distanciándose de su marido, quien durante años se ha dejado absorber
por su trabajo. El proceso emocional resultante ha sido que la madre esté enojada con su
marido y admire a su hija, y que el padre critique duramente a ambas. El terapeuta instruye
a la madre para que se aleje de su hija y se concentre en su relación con una hermana de la
cual se distanció. Instruye al padre para que se acerque a su hija y asuma una mayor
responsabilidad por su cuidado. Cuando realizan estos movimientos, ambos experimentan
nuevas reacciones emocionales: la madre se deprime y el padre se siente incompetente.
Pensamos que los sentimientos de depresión e incompetencia de estas personas constituyen
el proceso subyacente del que es preciso ocuparse. El hecho de dedicarse a su hija le
permitió a la madre evitar la depresión, y el hecho de concentrarse en el trabajo permitió al
padre mantener a raya su permanente sentimiento de incompetencia. El trabajo con los
triángulos sacó a la luz el proceso y lo hizo accesible a la terapia.
Mecanismos de activación de los triángulos
Tres personas que han estado en un triángulo activo son susceptibles de triangularse otra
vez si el estrés aumenta lo suficiente. El estrés desencadena la activación de los triángulos
potenciales. Los individuos se acercan y se alejan unos de otros impulsados por la
necesidad de calmar su ansiedad o la excitación emocional. Dado el proceso emocional que
posibilita a los triángulos, la activación de un triángulo requiere la cooperación de las tres
personas (o grupos de personas) involucradas. Todas ellas tienen tres opciones en relación
con el movimiento: alejarse, acercarse o permanecer inmóviles. Podemos describir la forma
en que se activan los triángulos ateniéndonos al punto de vista de cualquiera de las tres
personas y observando cómo se mueven.
1. Una persona que forma parte de una díada tensa se acerca a un tercero, dejando al otro
miembro de la díada original en la posición exterior. Un ejemplo obvio de este meca nismo
es la aventura amorosa. Uno de los cónyuges se acerca a un tercero de un modo
emocionalmente intenso, dejando afuera al otro cónyuge, que se siente solo y abandonado.
Otro ejemplo es el de un hijo que le habla a su hermana mayor sobre el enojo que le
provoca el hermano menor, lo que incrementa la distancia y la falta de conexión entre su
hermano y él. Situaciones análogas suelen presentarse en los lugares de trabajo, donde es
frecuente que un empleado insatisfecho se queje del supervisor ante un colega en vez de
hablar directamente del problema con el supervisor. En los comienzos de la concientización
en la década de 1960, las mujeres se reunían y se sentían unidas por su frustración y su
resentimiento contra los hombres de su vida. La conmiseración las ayudaba a sentirse
menos solas, pero con frecuencia no abordaban su malestar en las relaciones con esos
hombres.
2. Una persona que forma parte de una díada tensa se aísla lo suficiente como para
promover un acercamiento entre el otro miembro de la díada y un tercero. Sería el caso de
un hombre adicto al trabajo cuya esposa empieza a dedicar la mayor parte de su tiempo y
de su energía emocional a un hijo (o a uno de sus padres o a su hermana). O bien el de una
persona gravemente enferma que está pendiente de su tratamiento y sus problemas de salud.
Los familiares no quieren perturbar al paciente, de modo que evitan hablar con él del tema
y se limitan a hablar entre ellos de la preocupación que les causa su estado. Otra versión de
esta categoría sería un adolescente enojado y distante que evita a la familia mientras sus
padres se lamentan entre sí pero no se hacen cargo de él.
3. Un tercero se acerca a uno o a los dos miembros de una diada tensa. Un ejemplo de este
mecanismo es el de una madre que, al enterarse de que el matrimonio de su hija está en
crisis, trata de actuar como mediadora y consejera de los cónYuges o de uno de ellos. (Esto
es invariablemente un triángulo. Nadie puede actuar como mediador en su propia familia y
no quedar atrapado. Un padre o una madre que tratan de mediar en el matrimonio de su hijo
es algo muy diferente de un terapeuta en la misma situación, porque el terapeuta no tiene un
compromiso emocional con el desenlace del problema. Si lo tuviera, se establecería
inmediatamente un triángulo terapéuti
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129
co.) Otro ejemplo que todos conocemos es el del progenitor que no puede dejar que sus
hijos resuelvan sus desavenencias y tiene que intervenir siempre como una especie de rey
Salomón. Esta actitud es muy frecuente entre los terapeutas. A la mayoría de nosotros nos
cuesta mucho dejar que la gente que queremos resuelva por sí misma sus disputas y
problemas.
Estos son los tres mecanismos básicos de activación de los triángulos. Los tres varían según
la polaridad -positiva o negativa-del movimiento que se produce en ellos. Por ejemplo,
Joyce y Dan K. pidieron una consulta con el terapeuta poco después de que Joyce
descubriera que Dan tenía una aventura desde hacía unos seis meses. (Dan había dejado dos
talones de entradas para un concierto de rock en el bolsillo de su saco. Joyce los encontró y
exigió una explicación a su marido, cuya versión original de los hechos era que había
pasado esa tarde en la oficina.) Dan era un gerente de nivel intermedio, de 41 años, que
estaba en trance de cambiar de trabajo. Diabético desde los 15 años, actuaba de manera
irresponsable en lo que se refiere al cuidado de su salud. Primero su madre y luego su
esposa se hicieron cargo de su atención. El hacía cosas como salir a correr sin llevar
tabletas de glucosa para usar en caso de emergencia, y más de una vez se desmayó. Joyce lo
encontraba tirado al costado de la ruta y llamaba a una ambulancia para que lo transportara
al hospital. La madre de Dan, a quien él idealizaba, había muerto dos años antes. Y su
expectativa de que Joyce lo cuidara le resultaba a esta cada vez más irritante. La muerte de
su madre y la perspectiva de cambiar de empleo tenían a Dan en un estado de gran
ansiedad. Joyce, aunque se ocupaba de cuidarlo, siempre había sido sexual y
emocionalmente distante. Dan afirmaba que era indiferente en la cama y reacia a iniciar o a
aceptar demostraciones físicas de afecto, y que nunca lo elogiaba. En cuanto a su relación
con la mujer con quien salía, dijo que lo hacía sentirse «maravillosamente bien».
A veces la terapia puede ilustrar una variación en la manera en que se activan los
triángulos: en una díada reactiva ambas personas se acercan a una tercera (el terapeuta) para
estabilizar su relación. George y Loretta J., ambos de unos 50 años, hacía veinte años que
estaban casados. Su matrimonio pasaba por períodos de proximidad moderada y distancia
hostil. Informaron que las fluctuaciones habían empeorado en los
últimos años. Temían que algún día el distanciamiento y el rencor se tornaran muy intensos
y que uno de los dos pidiera el divorcio. Acudieron a la terapia con la esperanza de que el
terapeuta salvara su matrimonio, pero en la primera reunión declararon que ninguno de
ellos estaba interesado en ahondar demasiado en sus problemas individuales. En el curso de
la terapia la pareja encontró maneras de eludir varios problemas dolorosos pero
importantes. Finalmente resultó claro que George esperaba que el terapeuta hablara con
Loretta y la convenciera de que debía abandonar ciertas conductas que a él no le agradaban.
Loretta esperaba lo mismo: que el terapeuta hablara con George y lo hiciera cambiar.
Existe aun otra variante, a la que llamaremos el mecanismo del «pacificador». En casos
como este, el conflicto de la díada incorpora o «engancha» a una tercera persona, quien se
acerca para estabilizar la díada. Albert G. y Jill H. son una joven pareja con muchos
problemas de relación. Álbert se queja amargamente de la madre de Jill, quien según él
interfiere constantemente. Está siempre alerta y en cuanto surge un conflicto entre Albert y
su hija interviene para dar consejos. Según el joven, la mayoría de los consejos están
dirigidos a demostrar que Albert podría tratar mejor a Jill. Esta insiste en que su madre es
igualmente dura con ella. Ambos informan que, mientras más la eluden, la madre de Jill
incrementa signos de depresión.
Otra variante es el mecanismo del acting out. Se observa, por ejemplo, en el caso de un
niño que, sin advertirlo, es sensible al malestar de uno de sus padres. Cuando el niño
percibe la ansiedad de su padre (o de su madre), empieza a expresar sus emociones a través
de su conducta y se convierte en motivo de preocupación para ambos padres. Abbie F. era
una joven de 15 años que había sido internada en la sala psiquiátrica de un hospital para su
observación después de un intento de suicidio que cometió bebiendo media botella de
Xanax, un medicamento de su madre. El intento de suicidio fue el último y el más grave de
una serie de actos que sus padres consideraban propios de una persona perturbada. El
terapeuta entrevistó a solas a la madre de Abbie y le preguntó a esta por qué tomaba Xanax.
Ella respondió que desde la muerte de su padre, ocurrida hacía un año, se sentía deprimida
y tenía dificultad para conciliar el sueño. Interrogada acerca de la existencia de factores de
estrés más recientes, admitió que durante ese período no
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sentía deseo sexual y temía que su marido tuviera una aventura amorosa con otra mujer.
La función
Cuando hablamos de la función de los triángulos nos referimos a la dialéctica entre el
atractivo de la estabilidad y la necesidad de cambio. Los triángulos brindan estabilidad a los
sistemas relacionales, pero impiden la resolución de los conflictos.
Tan pronto como uno comienza a advertir la existencia de triángulos, clínicamente o en sus
relaciones cotidianas, empieza a notar que los triángulos desempeñan por lo menos tres
funciones en cualquier sistema relacional: contención de la tensión, desplazamiento del
conflicto y evitación de la intimidad en la relación diádica.
La contención de la tensión puede ejemplificarse con el caso de Tom E., un abogado de 50
años, Andrea, su esposa, trabajadora social, y Deirdre, la hija de ambos, alumna de segundo
año en una universidad situada a dos horas de su casa. Deirdre era su única hija, y tanto
Tom como Andrea se sentían sumamente apegados a ella. Cuando la joven estaba en la
universidad, Tom y Andrea se deprimían un tanto, frecuentaban menos a sus amigos y
prácticamente sólo hablaban de su hija. La tensión se hallaba muy cerca de la superficie y
era manejada por medio del distanciamiento y la dedicación al trabajo. En cambio, cuando
Deirdre estaba en la casa, el ánimo de sus padres mejoraba. Los tres iban de vacaciones
juntos, salían a cenar y al cine. Deirdre percibía la necesidad que sus padres tenían de ella y
sus sentimientos al respecto eran ambivalentes. Quería independizarse, pero esa posibilidad
la intimidaba y además sentía preocupación por sus padres. Las conversaciones versaban
sobre temas diversos: política, literatura y las actividades de Deirdre y sus numerosos
amigos. El triángulo con Deirdre proporcionaba estabilidad a la relación de Tom y Andrea
pero pasaba por alto la necesidad de abordar las tensiones entre ellos y los numerosos
problemas de la mediana edad. Tal vez el «síndrome del nido vacío» debería llamarse
«síndrome del banco de dos patas».
El caso de Jack C. y Keith D. ilustra la función de desplazamiento del conflicto: Colegas y
amigos, se desempeñaban como
gerentes de departamento en una gran empresa de Nueva York. A ambos les gustaban los
autos deportivos y en la universidad se habían destacado como jugadores de basquetbol. La
compañía los había contratado casi al mismo tiempo y habían ido escalando posiciones en
forma prácticamente simultánea. Bromeaban sobre muchas cosas, excepto sobre el afán de
cada uno de demostrar su superioridad sobre el otro. De algún modo ese tema los excedía,
aunque sus partidos de tenis jugados a muerte- eran motivo de comentario en el picnic
anual de la firma. Era posible, por ejemplo, descubrir a Keith echando un vistazo furtivo a
las estadísticas de desempeño del departamento de Jack diez días antes de que fueran
publicadas, o a Jack llevando la cuenta del tiempo que duraba una reunión entre Keith y el
vicepresidente de la división.
Los empleados sabían muy bien que no debían cuestionar la negación de ambos respecto de
su rivalidad. Así, todos se unieron en una especie de conspiración para mantener oculto el
problema. Pero los procesos subterráneos siempre encuentran una manera de salir a la
superficie. En este caso, el conflicto se materializó a través de una desavenencia sobre una
ayudante administrativa que había trabajado para ambos en distintos momentos. Jack le
había pedido varias veces que trabajara hasta más tarde y por lo general ella se había
negado. En una ocasión la presionó para que completara una tarea más rápidamente que lo
usual y ella no pudo cumplir el plazo. Keith, por su parte, nunca le había pedido que
trabajara horas extra y estaba satisfecho con su desempeño. La frustración de Jack con la
empleada lo llevó a pedir a Keith su conformidad para despedirla. Keith replicó que Jack
esperaba demasiado de ella y que estaba reaccionando exageradamente. Así, los dos
desplazaron el conflicto que había entre ellos hacia la cuestión de la asistente y nunca
encararon el verdadero problema, es decir, su rivalidad.
Un ejemplo obvio de la función de evitar la intimidad lo proporciona la aventura amorosa
extramatrimonial. En muchos casos, el cónyuge que tiene un aventura niega su dependencia
del otro y el apego que siente por él. Tener una aventura es muchas veces una manera de
«irse sin marcharse»: una manera de negar la dependencia y el apego y actuar como si no
existieran, pero sin enfrentar funcionalmente la realidad de estas emociones. El mismo
proceso ocurre, al parecer más inocentemente, cuando una de las partes empieza a pasar
todo su tiem-
po libre con un amigo o amiga. Comparten confidencias, hablan de cosas que no mencionan
a nadie más y no les cuentan nada a sus cónyuges. Es como si tuvieran una vida secreta.
Para comprender las funciones de los triángulos, debemos hacer ciertas distinciones
conceptuales.
1. La función como consecuencia positiva. «La función del corazón es bombear al resto del
cuerpo sangre oxigenada y cargada de nutrientes». Este enunciado expresa que la
consecuencia beneficiosa -esencial, en realidad- de la acción del corazón es proporcionar al
cuerpo los nutrientes necesarios. «Las funciones de esta aventura extramatrimonial son
aliviar la presión sexual que el marido ejerce sobre la esposa y satisfacer las necesidades
sexuales del marido». Este enunciado expresa que una aventura extramatrimonial puede
tener consecuencias positivas para individuos o para una díada.
2. ¿Positiva para quién? «La función de las entidades administradoras de los servicios de
salud es bajar los costos del cuidado de la salud». Este enunciado, si bien es correcto
cuando se aplica a las compañías de seguros y a los que pagan primas, ignora las
consecuencias negativas para los profesionales de la medicina y los hospitales, cuyos
ingresos y cuya autonomía disminuyen; y para los pacientes, que son dados de alta
«rápidamente pero más enfermos que antes». «La función del triángulo entre un alcohólico
en recuperación, su padrino de tratamiento y su esposa es permitir que el esposo, gracias a
la conexión con su padrino de tratamiento, se mantenga sobrio». Este enunciado, si bien es
correcto, no toma en consideración las consecuencias negativas que tiene el triángulo para
la esposa, que pasa a ocupar la posición exterior, o para el matrimonio, que puede resultar
perjudicado por esa causa.
3. Consecuencias negativas. Se las entiende mejor como disfunciones. «La función de un
triángulo padre-hijo es permitir que los cónyuges/padres eludan los verdaderos problemas
que hay entre ellos». Este enunciado, al menos desde cierto punto de vista, es un enunciado
de la consecuencia negativa de un triángulo. Evitar los verdaderos problemas es
probablemente una mala idea para cualquiera de los involucrados. Por eso tal vez sería
mejor formularlo así: «La disfunción de este triángulo... ».
La función que cumplen los triángulos en relación con los individuos es que les-permite
calmar su ansiedad buscando la
proximidad o evitando la tensión en la relación. Aunque esos efectos son sólo temporarios,
la necesidad de proximidad y la incomodidad de la tensión son tan grandes que las personas
tienden automáticamente a formar triángulos.
Los triángulos permiten a las díadas diluir, confundir o evitar los problemas que surgen
entre sus miembros. Al aliviar la tensión, los triángulos evitan que la díada se rompa. Estos
efectos también son temporarios, pero la permanente creación de nuevos triángulos puede
prolongarlos.
En el caso de sistemas más grandes, como por ejemplo los sistemas familiares, los
triángulos encapsulan y proyectan los problemas o cuestiones sistémicos, con lo que
cumplen una función homeostática. Los triángulos permiten que los sistemas sobrevivan sin
cambiar. Suponemos que también esta función es sólo temporaria, aunque puede durar
mucho tiempo -inclusive a través de las generaciones-hasta que el colapso se hace
inminente.
Desde el punto de vista clínico, la observación de las funciones que cumplen los triángulos
plantea la cuestión de si siempre debemos eliminar los triángulos que descubrimos en
terapia. Quizá determinado triángulo sea un elemento necesario para la resolución de un
problema. Sería, por así decir, una muleta que las personas necesitan mientras avanzan
hacia una solución de largo plazo.
La palabra «función» puede ser usada de diferentes maneras. Por lo general indica un
propósito, como por ejemplo realizar su acción normal. El propósito del motor de un
automóvil es impulsar el vehículo a lo largo de la carretera. El propósito del corazón es
impulsar la sangre a través del sistema circulatorio. Estas son las acciones para las que estos
objetos son adecuados.
«Función» también puede aludir a la medida en que algo cumple su cometido, en que algo
«funciona». «¿El corazón trabaja bien? ¿El motor impulsa el coche por la carretera?». ¿Es
funcional o disfuncional un sistema familiar, un corazón o un motor? ¿Opera o se
desempeña exitosa o eficazmente?
Estas definiciones suscitan algunos interrogantes. ¿Qué es una acción normal o un
propósito correcto? ¿Cuál es la unidad que debemos estudiar para ver si el objeto o la
persona están desempeñándose bien? Cuando se trata de objetos, las respuestas suelen ser
simples y claras. Cuando se trata de personas, las respuestas ya no son tan simples ni claras.
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¿Qué quiere decir «normal» y quién establece las normas? Durante muchos años la
American Psychiatric Association calificó de anormal a la homosexualidad; después hubo
una votación y se decidió que había dejado de ser anormal. ¿Ser normal significa adaptarse
a la manera de ser de la mayoría de las personas o a la cultura popular? ¿Entonces la
calificación de normalidad cambia según cambian la mayoría y la cultura? ¿«Normal»
significa usual o natural? Si enfurecerse cuando a uno lo ofenden es natural, ¿puede decirse
que esta es la reacción normal y también funcional? ¿O la reacción «normal» es en este
caso disfuncional? ¿Hacer lo que surge de nosotros naturalmente es funcional o tan siquiera
normal? Si una persona me ofende y yo reacciono y la hiero gravemente, tal vez mi
reacción haya sido natural y normal, pero ¿queremos fomentar este tipo de comportamiento
natural, normal? Y si consideramos la palabra «correcto», las complicaciones se hacen
mayores. ¿Qué significa «correcto»? ¿Lo corriente, lo moral, la respuesta o actividad
esperadas o simplemente la respuesta o el acto que funcionan desde un punto de vista
pragmático? ¿Y quién decide cuáles son las normas?
• La señora A., de 40 años, está afectada por un trastorno de pánico que le ocasiona
síntomas tales como dolor en el pecho y miedo a desmayarse. Estos síntomas se presentan
sobre todo cuando maneja su automóvil en la carretera. En cambio, el trastorno no la
molesta mucho mientras permanece en su casa, dedicada a las tareas domésticas. Resuelve
adaptarse a la situación y usar el auto sólo para desplazarse dentro de la ciudad. No
experimenta más ataques de pánico.
• La señora A. es un ama de casa de 40 años que sufre ataques de pánico. Inicia una terapia,
le prescriben medicamentos y no vuelve a tener ataques. A menudo se pregunta si se curó
del trastorno o si se trata sólo de que la medicación lo mantiene bajo control. Tiene miedo
de que el pánico vuelva.
• La señora A. acude a un consejero matrimonial, quien identifica el pánico como miedo a
ser abandonada: por su madre cuando era una niña, y por su marido después. Tiene miedo a
estar sola en su casa. Después de mucho insistir, se logra que el esposo suspenda sus
partidos de tenis y golf y la señora A. se siente mejor, con menos ansiedad.
Pero el marido se siente deprimido, como si hubiera perdido algo.
• El señor y la señora A. y sus dos hijos inician una terapia familiar. La señora A. se siente
mucho mejor porque todos comparten la responsabilidad por la vida familiar. El terapeuta
concuerda en que todos deben hacerlo. Sin embargo, el señor A. siente la terapia como una
imposición y los hijos están enojados, como si sus padres debieran resolver por sí mismos
sus problemas. Lo último que los hijos necesitan es otro padre (el terapeuta).
• La señora A. ingresa en un grupo religioso basado en los principios de Alcohólicos
Anónimos y decide poner en manos de Dios las cosas que no puede controlar en su vida. Se
siente bien, pero su marido está molesto por sus frecuentes ausencias del hogar para asistir
a reuniones que se realizan de noche o los fines de semana.
Aparentemente, con buenas intenciones las personas difieren entre sí en cuanto a sus
normas, y adhieren a distintas normas en diferentes momentos de su vida. Es decir que los
criterios en que nos basamos para formular juicios son mucho más emocionales de lo que
quisiéramos creer. Supongamos que todo juicio acerca de personas, motivaciones,
situaciones e interacciones complejas transcurre en un continuo. Las cosas serán entonces
más claras en ambos extremos del continuo. Cuando nos acercamos al centro, la visión se
hace borrosa y el juicio es más matizado. El continuo es blanco y negro en los extremos y
gris hacia el centro, donde se produce la mayoría de los acontecimientos. Además existen
otras complicaciones, como por ejemplo el eterno interrogante: ¿quién establece las
normas? Otro factor importante en el campo de la salud mental es la unidad de estudio.
¿Evaluamos la mejoría en el funcionamiento observando al individuo, la relación personal
(díada) o el sistema familiar?
Si una esposa no tiene más síntomas de pánico pero el marido es incapaz de contenerla ira,
¿es eso una mejoría? La respuesta depende del campo de visión que estemos usando. Si un
hombre casado tiene una aventura y trata de estabilizar su matrimonio por ese medio, ¿es
eso mejor que el divorcio? Si un hombre bebe para eludir ciertos sentimientos, ¿es eso una
disfunción? ¿O sería capaz de suicidarse para eludirlos, en el caso de que no bebiera? Si el
alcohol lo hace sentir mejor pero
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su esposa está peor, ¿es eso funcional o disfuncional? ¿Es mejor o peor? Si un hombre tiene
una aventura para preservar su matrimonio, el triángulo cumplirá su propósito, a condición
de que la esposa no se entere. Pero ¿es funcional la aventura? ¿Sería más funcional que ese
hombre se esforzara por modificar su relación conyugal de modo que la aventura fuera
innecesaria? Resulta ser que los términos «función» y «funcional» son enormemente
complicados. Trataremos de aclarar parte de esa complejidad.
Triángulos y disfunción
Por lo general los triángulos cargan los problemas sobre una persona y liberan a las otras.
Se construyen sobre la reactividad, y esta pone anteojeras a la observación del yo. Por lo
tanto, disminuyen la libertad del yo para moverse con opciones dentro de un sistema. Al
desplazar los problemas, oscurecen el proceso básico y muestran sólo cuestiones e
imágenes superficiales. Ninguna de estas conduce a la diferenciación o a la realización.
saparecido. Desde un punto de vista sistémico, nos queda esta definición de lo que
funciona: la familia (o la unidad de estudio) dice: «Esta es una familia (o un grupo) lo
bastante buena como para que uno desee pertenecer a ella (o a él) durante largo tiempo».
Pero en cualquier momento pueden surgir complicaciones, porque ningún cambio
significativo se produce sin sufrimiento y dolor. El cambio es parte de la vida. Sucede lo
queramos o no. Los triángulos son intentos de preservar la homeostasis frente a la realidad
del cambio. La tensión entre la búsqueda de la homeostasis dentro del yo y en las relaciones
personales y el cambio que inevitablemente se produce en el sistema genera ansiedad,
estrés y triángulos. El camino hacia las relaciones funcionales está sembrado de
sufrimiento.
Como el lector probablemente habrá descubierto, mientras más sabemos y aprendemos,
más grande se torna la zona gris de la vida y más pequeños, claros y firmes los extremos
del continuo. Como casi todos operamos principalmente dentro de las zonas grises, es
inevitable que las personas evalúen la vida de distinto modo, sobre todo en relación con lo
que es normal, correcto o funcional.
Función y funcional
El propósito (la función) de los triángulos es estabilizar la díada. Con frecuencia esto
funciona sólo temporariamente; con mayor frecuencia aun, termina por crear más
dificultades. Por lo tanto, después de cierto tiempo no funciona (no es funcional). El
triángulo no funciona porque la díada es tanto la mayor prueba de diferenciación como el
punto más próximo a la realización que una persona puede alcanzar. Esta es una presunción
basada en el amor romántico, la intimidad, la monogamia. A pesar de las rupturas y los
divorcios, la sociedad norteamericana sigue siendo obstinadamente una sociedad «de
parejas
¿Qué es funcional?
Determinar qué es lo que funciona es algo muy complicado, ya que hay grandes diferencias
de opinión entre la gente acerca de lo que es normal y de lo que es correcto. Además, lo que
para uno funciona puede no funcionar para otro. Desde un punto de vista individual, las
cosas son más claras: el síntoma ha de
Otra razón por la que resulta complicado hablar de la función y lo funcional es que no todos
los individuos tienen la misma visión o filosofía de la vida. Para algunos el propósito de la
vida es vivir sin depresión ni ansiedad. Para otros, la vida es un continuo en el que la
depresión y la ansiedad son inevitables, puesto que son parte de la condición humana. Para
estos la vida es un continuo en el que una cantidad no especificada de estos sentimientos es
necesaria y existe para mantenernos íntegros. Tales sentimientos existen no como
problemas de los que hay que librarse sino como oportunidades de aprender. Aun en este
grupo hay opiniones diferentes respecto de cuándo los síntomas emocionales se convierten
en problemas o en signos de enfermedad mental. Como siempre, estas cuestiones son más
claras en los extremos del continuo y se vuelven más confusas a medida que se acercan al
centro.
La mayoría de las personas que se hayan tomado el trabajo de reflexionar sobre el tema
estarán de acuerdo en que existe algo que podríamos denominar triángulo relacional. Esas
personas han presenciado la lucha de su madre contra una aventura amorosa
extramatrimonial, han sido excluidas por sus dos hermanos mayores de un partido de fútbol
o han padecido
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cuando su mejor amiga les robó 4E3,1 novio, Sin embargo, no siempre creen que sea
necesario emprender un estudio teórico de la repercusión que han tenido es os fenómenos
sobre su vida emocional y de relación. Nosotros opinamos, basándonos en nuestra
experiencia personal y clín 1ca, que la comprensión de un marco conceptual adecuado
mejora notablemente la capacidad de un individuo para abrirse p ...aso a través de la
intrincada maleza de los triángulos y alcanzar una suerte de libertad emocional. Es a causa
de esta creencia que hemos tratado de formular y presentar un modelo teóZ 1c0- Volvamos
ahora a consideraciones rnás específicamente clínicas
En este capítulo hemos definido un modelo de trabajo para ese amorfo movimiento
molecular que transcurre en el espacio relacional entre dos individuos y detE-,-Pués dentro
de la estructura de un triángulo relacional. Además hemos abordado un resultado del
proceso relacional: la fi, "ción que un triángulo o un conjunto de triángulos entrelazados
cumplen en un sistema relacional. Hemos presentado alguflos ejemplos de experimentos y
maniobras relacionales para ayudar a los terapeutas a poner en evidencia el proceso
emocional encubierto que está incorporado en los triángulos relacs-onales clave. Este
enfoque más clínico constituye el meollo de los restantes capítulos.
7. Introducción de triángulos en terapia individual
Hace veinte años que impartimos enseñanza sobre los triángulos. A nuestros alumnos les
resultó fácil captar la idea del triángulo como estructura relacional y la de la triangulación
como proceso emocional reactivo que tiene lugar dentro de esa estructura. Pero cuando nos
reunimos para escribir este libro acerca de los triángulos y la triangulación descubrimos que
esas ideas eran infinitamente más complejas de lo que habíamos previsto. Hubo
discrepancias acerca de la pertenencia a un triángulo; se planteó si podíamos incluir en el
triángulo a varias personas (por ejemplo, a los miembros de la familia extensa) como
grupo; si un objeto, en lugar de una persona, podía ser una de las patas de un triángulo.
¿Podía el alcohol ser una pata del triángulo? ¿Podían cuestiones como la moralidad servir
de pata a un triángulo? ¿El triángulo era siempre destructivo o en algunas circunstancias
podía servir para mantener unido a un grupo, aun de manera disfuncional? ¿Si el triángulo
no existiera, las cosas serían peores? ¿Hablar de una tercera persona era siempre un caso de
triangulación o podía tratarse simplemente de chismorreo? ¿La señal inequívoca de la
existencia de un triángulo era que dos personas evitaran encontrarse y analizar sus
problemas?
Llegamos así a darnos cuenta de que estas y otras incertidumbres hacían muy dificil ayudar
a los estudiantes y terapeutas a percibir los triángulos y la triangulación en una familia, a no
quedar atrapados en un triángulo y a adquirir habilidad en la planificación del tratamiento.
En respuesta a este problema, en 19811 Guerin empezó a desarrollar una tipología clínica
de los triángulos basada en el síntoma que motivaba la consulta. En 19872 se agregó una
clasificación de los triángulos relacionados con los conflictos conyugales. Anteriormente ya
se había elaborado una clasificación de los triángulos cen
1 En Guerin y Gordon (1986).
2 Guerin, Fay, Burden y Kautto (1987).
140
trados en niños y adolescentes. En este capítulo y en los siguientes perfeccionamos esas
tipologías ya existentes e introducimos un agrupamiento adicional de los triángulos basado
en los problemas de la enseñanza y la psicoterapia sistémica del individuo adulto.
Esta tipología de los triángulos con sus tres categorías -triángulos conyugales, triángulos
con niños y adolescentes y triángulos del individuo adulto- se basa en miles de horas de
trabajo clínico con personas de la más diversa extracción que buscaban ayuda movidas por
su sufrimiento individual o sus conflictos relacionales. A veces los problemas que
mencionaban incluían explícitamente un triángulo activo. En otros casos se quejaban de
algún conflicto diádico o de su propia perturbación emocional interna. El lector habrá
advertido que por lo general hay una conexión entre la tormenta interior de una persona y
un conflicto relacional. El proceso emocional responsable de esta conexión
automáticamente favorece la formación de triángulos relacionales.
La tipología de los triángulos que proponemos está construida sobre dos ejes. El primero es
el problema que menciona el paciente, por lo general un problema conyugal o centrado en
un niño o un adolescente. Pero también puede tratarse del problema de un individuo adulto
que acude a la terapia solo, ya sea porque así lo quiere o porque su cónyuge no desea
participar. El segundo eje es si la tercera persona del triángulo está fuera del sistema
familiar multigeneracional (un «triángulo extrafamiliar») o pertenece a él (un «triángulo
intrafamiliar»). Esto nos da seis tipos de triángulos, como el intrafamiliar conyugal, el
extrafamiliar del individuo adulto, etc. (véase el cuadro 7.1). Cada uno de estos tipos
comprende varios subtipos bastante frecuentes, algunos de los cuales se describen y
ejemplifican en este capítulo y en los que lo siguen.
Esta tipología es útil para el clínico porque le proporciona una lista de control que lo alerta
sobre la existencia de triángulos, los cuales, aun estando presentes, no siempre pueden
distinguirse con claridad a partir de la presentación de los síntomas. Esperamos que la
tipología ayude al terapeuta a pensar en los triángulos y a buscarlos en todas las situaciones
clínicas. Según cómo se presente el caso se consultará la columna apropiada del cuadro 7.1,
la cual recordará al psicoterapeuta cuáles son los triángulos extrafamiliares e intrafamiliares
que se observan con más frecuencia en ese tipo de presentación. Es
Cuadro 7.1. Tipos y subtipos de triángulos.
Triángulos Triángulos con niños Triángulos del
conyugales y adolescentes individuo adulto
Triángulos Aventuras Triángulos Triángulos de
extra- amorosas relacionados red social
familiares extramatrimoniales con la escuela Triángulos
Triángulos de Triángulos de red ocupacionales
red social social / con
Triángulos pares
ocupacionales
Triángulos Familia de origen Familia de origen Familia de origen
intra- Triángulos con Triángulos Triángulos
familiares parientes trigeneracio parentales

políticos nales primarios


Triángulos Triángulos con
parentales Familia nuclear un cónyuge
primarios Triángulos con disfuncional
un hij o Triángulos del
Familia nuclear sintomático subsistema de
Triángulos Triángulos con los hermanos
centrados en un hijo

los hijos objetivo Familia nuclear


Triángulos con Triángulos con el
un padre y cónyuge y un
un hermano hijo
Triángulos del
subsistema de
los hermanos
Triángulos en la
familia de
segundo
matrimonio
to permite buscar cosas concretas. Así, si un individuo adulto acude a la terapia porque está
deprimido, el terapeuta puede tratar de aliviar el síntoma recetando medicación. Sin
embargo, los pacientes sólo obtienen un alivio óptimo y duradero de la depresión cuando
enfrentan el proceso emocional subyacente. Dado que este proceso emocional es con
frecuencia de índole triangular, o que sólo podemos tener acceso a él si nos centramos en
un triángulo sintomático, debemos prestar mucha atención a las referencias que hace el
paciente a otras personas que forman parte de su vida. Si el terapeuta está buscando
triángulos y oye referencias de este tipo, empezará a formular preguntas que revelarán la
estructura del triángulo y pondrán al descubierto su proceso emocional.
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143
Al comenzar esta parte del libro queremos aclarar qué estamos haciendo al ofrecer una
tipología de los triángulos. Nuestra tipología tiene base clínica. Es decir, hemos optado por
construir un «archivo» de los tipos de triángulos que se presentan habitualmente en diversas
situaciones clínicas. Esperamos que esto permita al terapeuta encontrar más fácilmente los
triángulos más frecuentes, reconocer las formas que adoptan y los procesos que tienen lugar
en su interior, y disponer de maneras para intervenir en ellos.
El punto esencial es pues que el terapeuta debe buscar los triángulos que se observan con
más frecuencia en el tipo de situación clínica que está tratando, tanto si es un conflicto
conyugal como un problema familiar centrado en un hijo o la ansiedad, la depresión o
cualquier otra disfunción presente en un individuo.
Empleo de triángulos en terapia individual
Los pacientes individuales acuden al terapeuta para que este alivie sus sufrimientos,
resuelva sus conflictos y les confirme que sus percepciones son correctas por lo menos en
parte, que no son descabelladas. Cuando Richard H. inició su terapia estaba muy ansioso.
Llevó a la consulta un diario íntimo de 230 páginas lleno de episodios de su vida laboral y
conyugal que le habían causado consternación y sufrimiento emocional. Se sentó y empezó
a leer; el terapeuta escuchaba. La experiencia fue singular y el contenido fascinante,
compuesto por un conjunto de relatos que apoyaban la tesis de que Richard había nacido
con mala suerte, de que había nacido para mostrar que a algunas personas buenas les
suceden muchas cosas malas. Después de escuchar durante cincuenta minutos, el terapeuta
dio por finalizada la sesión y programó una nueva entrevista. Como era la última consulta
del día, terapeuta y paciente salieron juntos del edificio. Cuando pusieron el pie en la calle
se desató una tormenta súbita, hecho que hizo pensar al terapeuta que tal vez su paciente
tuviera razón.
A los 39 años, Richard era socio en una importante firma contable. Durante el tratamiento
el terapeuta y él trabajaron juntos para definir lo que era real y lo que era una manifesta
ción de la ansiedad obsesiva del paciente. Además, el terapeuta alentó a Richard a rever su
aislamiento y a volver a frecuentar gente. Desde que se casó y tuvo dos hijos, Richard
trabajaba demasiado.
Como era de prever, Richard se abocó diligentemente a reflexionar sobre sus distorsiones
cognitivas y tomó en serio -tal vez demasiado en serio- las sugerencias del terapeuta. En
cierto modo un paciente demasiado dócil, que trata de complacer a su terapeuta, es más
dificil de manejar que uno reacio, que se especializa en oponerse a todo. Varias sesiones
después de que lo alentara a romper su aislamiento, Richard informó que haría un viaje de
negocios y que planeaba tomarse algo de tiempo para visitar a quien había sido su sargento
cuando estaba en la Infantería de Marina. Regresó dos semanas después. Se lo veía bien
pero con cierta rigidez corporal. Parecía sentir alguna incomodidad fisica. Cuando el
terapeuta le preguntó qué le pasaba, Richard contó una historia fascinante. Había invitado
al sargento a cenar en un restaurante. Mientras comían, Richard inhaló un poco de vinagre
balsámico junto con un bocado de ensalada. Tuvo un espasmo laríngeo, con sensación de
ahogo e imposibilidad temporaria de vocalizar. El sargento, hombre entendido y dinámico,
se levantó de inmediato, dio la vuelta a la mesa y le aplicó la llave de Heimlich. El espasmo
laríngeo pasó, pero dos costillas quedaron rotas.
Durante el tratamiento, el terapeuta trató de prestar atención a los interesantes relatos sin
dejar de concentrarse en el trabajo. En ocasiones pudo utilizar las historias como material
para ayudar a Richard a distinguir entre la realidad y la distorsión ansiosa. Los relatos de la
época en que sirvió bajo el mando del sargento incluían reminiscencias de un ritual que
Richard había practicado cuando formaba parte de la Infantería de Marina. A raíz de esto
fue capaz de referirse en la terapia a los rituales diarios cuya existencia había negado
cuando se lo interrogó durante la evaluación inicial. Esta revelación y el hecho de que
Richard había experimentado una mejoría de sólo el 40% en sus síntomas llevaron al
terapeuta a prescribirle Anafranil, un antidepresivo tricíclico especialmente eficaz para el
tratamiento de la conducta obsesivo-compulsiva. En un plazo de entre 6 y 8 semanas la
medicación elevó el nivel de alivio sintomático a un 70 %. El terapeuta pudo entonces
comprobar una considerable disminución de la frecuencia e intensidad de los rituales de
Richard y de su ansiedad obsesiva gene-
ralizada. Sus sueños distímicos crónicos terminaron, la relación con sus hijos mejoró y
hubo progresos en su vida social. Aunque en su relación matrimonial disminuyeron la
tensión y la negatividad, su esposa, Rona, siguió mostrándose distante, crítica y preocupada
por todo menos por Richard. Sin embargo, estaba impresionada por la mejoría de su esposo
y dispuesta a unirse a la terapia.
En la primera sesión conjunta, Rona confirmó el progreso de Richard. «Sí, creo que ahora
está mucho mejor», dijo. El terapeuta le hizo notar que ella seguía mostrándose distante y al
parecer indiferente hacia su esposo, a pesar de sus progresos, y empezó a indagar en busca
de indicios de resentimiento acumulado a través de los años. Rona dijo que estaba cansada
de las obsesiones y la negatividad de Richard, pero negó tener intensos sentimientos de ira
o resentimiento. Cuando el terapeuta le preguntó si Richard había nacido así o si su modo
de ser se debía a la influencia de su madre, Rona suspiró profundamente y contó su propia
historia. Según ella, Richard había canonizado a su madre en su mente, pero esta nunca
había aceptado a Rona, ni siquiera después del nacimiento de los niños. La presencia de su
hermano había bloqueado la conexión de Rona con su propia madre, y ella sintió la
necesidad de acercarse a su suegra. En este punto Richard interrumpió el relato, se puso a la
defensiva y habló en favor de su madre, que había fallecido seis años antes.
El alivio de los síntomas de la ansiedad de Richard permitió que la terapia se concentrara en
sus relaciones; y esto a su vez llevó al descubrimiento de los triángulos clave. El triángulo
central incluía a Richard, Rona y la santificada madre de Richard. La génesis de ese
triángulo se remontaba a la época en que, después de contraer matrimonio con Rona,
Richard no había sido capaz de desplazar de su madre a su esposa la primacía de su apego.
En los seis meses siguientes Richard, Rona y el terapeuta trabajaron en esta parte de la vida
de relación de la pareja. Durante este proceso Rona pudo ver hasta qué punto su propia
experiencia con su familia de origen la había impulsado a depositar expectativas poco
realistas en su suegra y a proyectar en su matrimonio y en la relación con su suegra gran
parte de lo que no había elaborado con su madre y con su hermano. Cuando las críticas de
Rona a su suegra disminuyeron, Richard pudo responder iniciando la-tarea de
desidealizarla, algo que
Rona había creído que no sucedería nunca. Este trabajo produjo una mejoría del 25 % en
los síntomas de Richard, lo que elevó la mejoría total al 95 % en doce meses.
La pareja se preparaba para tomarse unas vacaciones de la terapia cuando una mamografla
de rutina reveló que Rona tenía una lesión sospechosa, que resultó ser cáncer de mama. El
terapeuta llegó a preguntarse si esta desgracia era una más de las cosas malas que sucedían
alrededor de Richard o si se trataba simplemente de una muestra de la reciprocidad en la
relación. La terapia prosiguió durante un año, mientras se realizaba el tratamiento del
cáncer. Ahora, cinco años después, el terapeuta los ve de vez en cuando, siempre por
cuestiones relacionadas con sus hijos adolescentes. Richard se ha mantenido casi
completamente libre de síntomas, con ocasionales recaídas en el sueño distímico. El cáncer
de Rona no tuvo metástasis. Rona y Richard se llevan bien. Lo que empezó siendo el caso
de un individuo afectado de ansiedad terminó por incluir su relación con su esposa y,
además, el triángulo que integraba con su madre.
A la mayoría de los terapeutas no les resulta diflcil advertir la importancia que tienen las
ideas sobre los sistemas familiares, incluida la de los triángulos, en determinados contextos;
por ejemplo, en el tratamiento de los problemas conyugales, de los problemas entre uno o
ambos padres y un hijo e incluso de los síntomas que presenta un hijo. Pero cuando se trata
de la psicoterapia de individuos adultos, muchos terapeutas limitan la aplicación de ideas
sistémicas como la de los triángulos a ejercicios destinados a lograr diferenciación y
autonomía.
De hecho, en el trabajo con individuos es posible dar a estas ideas y métodos, y en especial
a la idea de los triángulos, un uso mucho más amplio. Pensar en los triángulos puede
ofrecer al terapeuta una nueva serie de opciones de tratamiento cuando la terapia con un
individuo se estanca. Ocuparse de los triángulos que rodean el problema de un individuo
puede reforzar y consolidar los logros obtenidos por medio de la medicación y de otro
trabajo terapéutico. En este capítulo mostraremos cómo buscar triángulos y resolverlos
cuando se trabaja con pacientes individuales.
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Descripción de la ansiedad
La mayoría de los síntomas que se presentan como problemas en un individuo son
manifestaciones de ansiedad o de depresión, o de una combinación de ambas. El término
ansiedad se ha tornado tan difuso y generalizado que para que sea útil es preciso analizar
por separado los elementos que lo componen. La ansiedad incluye elementos biológicos y
psicológicos, y los pacientes la experimentan subjetivamente en términos fenomenológicos
y existenciales. Examinemos brevemente cada uno de estos elementos.
Cuando el avión en que usted viaja cae en un pozo de aire, su corazón se detiene y luego se
desboca dentro de su pecho. Caminando por una calle oscura, oye pasos detrás de usted y se
pone alerta como un animal amenazado. Están por ponerle una inyección y usted siente un
relámpago de miedo, pese a que sabe que no hay nada que temer. El gran William James
dijo hace mucho tiempo que los sentimientos como la ansiedad son la toma de conciencia
por un individuo de ciertas reacciones fisiológicas que preceden a una emoción reconocida.
Todavía falta establecer con certeza si es así o no. Tampoco está claro qué se produce
primero, si la activación fisiológica o la emoción, ni qué son esas reacciones fisiológicas.
Lo que no puede ponerse en duda es que la ansiedad tiene muchas manifestaciones
fisiológicas. Algunas son específicas del pánico, otras son peculiares de la ansiedad
generalizada y otras aun están presentes en ambos tipos de ansiedad. Entre esas
manifestaciones figuran: palpitaciones, sudor, temblor, respiración entrecortada, dolor de
pecho, náuseas o malestar abdominal, parestesias, escalofríos o golpes de calor, tensión
muscular y perturbación del sueño.3
Las teorías psicodinámicas que se ocupan de su origen y sus síntomas describen los
elementos psicológicos de la ansiedad. Según la teoría freudiana, la ansiedad es una
respuesta a las temidas consecuencias de llevar a cabo un acto inspirado en un deseo
inconsciente. El deseo suele ser agresivo pero también puede ser sexual. (Tal vez el lector
recuerde haber sentido una oleada de ansiedad al pensar en decirle algo realmente
desagradable a alguien o al mirar subrepticiamente material pornográfico.) La gente que
siente ansiedad por el deseo incons
3 American Psychiatric Association (1994, págs. 395, 436).
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ciente le teme al castigo que sobrevendrCa si actuara guiándose por ese deseo. El castigo
que temen está relacionado con lo que aprendieron a esperar cuando tenían :muy corta
edad. Esos castigos son las cuatro grandes calamidades de la infancia: la pérdida del objeto
(si hago algo terrible mamá se irá y me abandonará), la pérdida del amor del objeto (sí
vuelvo a toquetearme mamá y papá no me querrán más), la a_nsiedad de castración (que se
entiende mejor como símbolo de un castigo severo e inhabilitante) y la condena del propio
superyó (algunas cosas son tan vergonzosas que si las hacemos sentiremos repugnancia por
nosotros mismos). Como la ansiedad es muy dolorosa, activamos diversos mecanismos de
defensa para no actuar siguiendo nuestros impulsos y no exponernos, por ende, a sufrir las
temidas consecuencias.
La psicología del self relaciona la ansiedad con la experiencia de los niños que, al no ser
adecuadannente atendidos en su infancia, no aprendieron a contener sus emociones. En
consecuencia, cuando algo los perturba o incluso cuando no son apreciados, son propensos
a experimentar incontrolables brotes de sentimiento (por ejemplo, de ansiedad), de los que
tratan de escapar por medio de cierta forma de autoconsuelo (atracándose con helado) o de
excitación (aspirando cocaína o mirando videos pornográficos).
Otros síntomas comunes de la ansiedad descriptos en la 4a edición del Manual de
diagnóstico y estadística de los trastornos mentales incluyen sensación de ahogo,
desrealización o despersonalización, miedo de perder el control o enloquecer, miedo de
morir,4 persistente temor de sufrir nuevos ataques,5 pensamientos, imágenes o impulsos
que se perciben como invasores,6 inquietud, fatiga, dificultad para concentrarse, mente en
blanco, irritabilidad.?
Muchos clínicos han oído a sus pacientes describir sus síntomas subjetivamente. Estas
descripciones fenomenológicas de la ansiedad incluyen: sensación de aprensión, inquietud,
miedo o terror que no responde a una causa clara, preocupación relacionada con
acontecimientos inciertos, sensación de hallarse en peligro, falta de seguridad y sensación
de inminente catástrofe. Estos sentimientos de ansiedad parecen auto
4 American Psychiatric Association (1994, pág. 395). s American Psychiatric Association
(1994, pág. 402). 6 Ámerican Psychiatric Association (1994, pág. 422). 7 American
Psychiatric Association (1994, pág. 436).
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abastecerse, salirse de control, volverse cada vez más reales hasta que la ansiedad se
convierte en una forma de vida. La ansiedad puede manifestarse en las relaciones a través
de un discurso demasiado enfático, de la tendencia a no escuchar o a interrumpir, de la
conversación excesiva o demasiado rápida, de la hiperactividad, de la impaciencia y de la
suposición de que uno sabe todo. Puede existir en el presente, cuando los sentimientos de
pánico de origen desconocido limitan el movimiento, la función o la capacidad de vivir en
el momento. Sobre todo, estos signos indican que en el fondo la ansiedad puede ser un
intento de la persona de controlar lo que no puede controlar (a los otros) o de evitar
controlar lo que sí puede controlar (a sí misma).
Descripción de la depresión
La depresión no es fácil de comprender. Sus síntomas, como los de la ansiedad, son
numerosos, pero puede ser útil pensar en ella en términos biológicos, psicológicos y
fenomenológicos. El pensamiento actual sobre la etiología de la depresión es
predominantemente biológico. Se cree que la causa principal de la depresión grave es la
insuficiencia de serotonina, de norepinefrina, o de ambos neurotransmisores. (Sin embargo,
los correlatos de la depresión debidos al estrés indican que su etiología puede ser más
complicada.) Sus síntomas biológicos incluyen perturbaciones del sueño y del apetito,
retardo o agitación psicomotores, falta de energía y pérdida de la libido.$
Las teorías psicológicas sostienen que en la base de la depresión hay siempre una pérdida.
La posición freudiana clásica es que, mientras que la ansiedad es señal de que algo horrible
podría suceder, la depresión es señal de que (inconscientemente) algo horrible ya ha
sucedido. Así, la pérdida en el presente -digamos, la muerte de una mascota muy
queridadesencadena la creencia (inconsciente) de que, debido a sus propias acciones, uno
ha perdido algo profundo: una de las cuatro calamidades de la infancia. «Mi gato ha muerto
y yo estoy sola. Nadie me quiere realmente. En realidad, nadie me ha querido nunca. ¿Y
quién podría quererme, si soy una persona egoísta y de mal carácter?». El punto de vista de
la psicología
del self destaca la herida narcisista -la pérdida de experiencias especulares
autosustentadoras- y la incapacidad de controlar los propios sentimientos.
Los síntomas psicológicos incluyen un estado de ánimo depresivo con sentimientos de
vacío y tristeza o accesos de llanto, una disminución muy marcada del interés por las
actividades cotidianas, sentimientos excesivos o inadecuados de desvalorización o
culpabilidad, menor capacidad de pensar o concentrarse, pensamientos recurrentes de
muerte, ideas de suicidio o intento de suicidio.9
Fenomenológicamente, los pacientes con depresión pueden describir un estado de
incomodidad o pesar potencial acerca de incertidumbres futuras. Pueden hundirse en el
pasado en respuesta a un estímulo evocador de malos recuerdos. Y dicen experimentar
retraimiento, falta de productividad, menos contacto con la familia y los amigos,
introspección, preocupación por sí mismos. La ira suele ser un signo de depresión
subyacente. En los comienzos de la depresión suele manifestarse una desesperada
persecución de los otros, que con el tiempo es sustituida por el retraimiento. Son frecuentes
los cambios de humor: tristeza, nostalgia, irritabilidad, desinterés, falta de alegría o
entusiasmo, períodos de ansiedad. A veces quienes sufren de depresión informan que
experimentan sentimientos de egoísmo, autodesvalorización y vergüenza. Dicen que se
sienten desvalidos y desesperanzados y creen que siempre se sentirán así. En lo profundo
existe un penetrante sentimiento de vacío y de soledad.
Ansiedad y depresión combinadas
La mayoría de las personas que acuden a la terapia presentan una mezcla de síntomas de
ansiedad y depresión. Por lo general uno de esos sentimientos predomina sobre el otro. La
mezcla incluye, en diverso grado, sentimientos de inseguridad, perturbación, peligro, la
sensación de que el suelo cede bajo sus pies. Estas personas piensan que algo indefinido las
espera, tienen una sensación de inminente catástrofe que no desaparece aunque los demás
procuren tranquilizarlas. Esta situación varía diariamente, pero la desesperanza y la
sensación de de
8 American Psychiatric Association (1994, pág. 327).
9 American Psychiatric Association (1994, pág. 327).
samparo son permanentes, como también la sensación de que nada cambiará jamás. No hay
luz ni esperanza.
Todo terapeuta se enfrenta en algún momento con esta multitud de síntomas y dolencias. El
paciente se queja de depresión o de ansiedad. Pero el significado de estas palabras es tan
impreciso y variable que cada caso debe encararse como único. Para una persona,
«depresión» significa algo que se ha apoderado de su vida; para otra, es una «tristeza» que
desaparecerá con la primera taza de café; para una tercera, significa una manera de lograr
que alguien le demuestre simpatía, le dé un abrazo. Lo mismo se puede decir de la
ansiedad. Para uno, es lo que siente antes de un examen y hace que se quede en su casa
estudiando; para otro, es la sensación de que el organismo recaudador de impuestos lo
pescará en algo que hizo mal; para un tercero, es una sensación de pánico agudo, de muerte
inminente. Es fundamental hacer que el paciente describa su experiencia. La descripción
debe incluir no sólo los aspectos biológicos o psicológicos de esa experiencia, sino también
la forma en que el paciente la percibe.
Para entender los síntomas, el terapeuta debe formular preguntas acerca de la dolencia.
¿Cuándo y dónde empezó? ¿Quién estaba presente y quién estaba ausente? ¿Qué la alivia?
¿Qué la empeora? ¿Qué hizo usted al respecto? ¿Quién lo ayudó y quién no? ¿Cuándo se le
pasó? Estas preguntas y otras similares permiten conocer los detalles y colocan una
dolencia genérica como la depresión o la ansiedad dentro de un contexto. El contexto da un
significado específico a la dolencia. La depresión y la ansiedad tienen diferentes
significados según el contexto. No hay una definición universal de la depresión ni de la
ansiedad. Los síntomas son tan variables que por lo general debemos individualizar la
definición, aunque el tema general siga siendo universal. Por ejemplo, la historia del
desarrollo de la ansiedad es diferente de una persona a otra. Al mismo tiempo, tiene la
característica general de ser un miedo a perder el control de uno mismo o un sentimiento de
frustración ante la imposibilidad de controlar a los otros.
Es importante que el terapeuta utilice las listas de verificación de síntomas que prueban la
presencia o ausencia de ansiedad y depresión; que haga preguntas abiertas, preguntas que
comprometan al paciente, permitan contextualizar los síntomas y limiten la distorsión
terapéutica.
Contextualización de los síntomas del paciente individual
Todos los síntomas forman parte de un contexto. El contexto interno incluye el
temperamento de la persona, su constitución biológica y su estado psicológico. Este último
incluye obje tos buenos y malos introyectados en el pasado; los sentimientos que una
persona experimenta por esos objetos actúan en el presente con representantes reales de los
objetos. Estas personas forman parte del contexto externo. Los triángulos pueden explicar
este proceso. Por ejemplo, un hombre representa sus sentimientos ambivalentes acerca de
su madre en su relación con su esposa. Una mujer representa su resentimiento con un padre
dominante al tratar con un supervisor del sexo opuesto. En el psicoanálisis tradicional el
paciente representa, en su relación con el analista, sentimientos que experimenta por su
padre, su madre u otro objeto introyectado.
Las personas que han sido muy heridas por las experiencias pasadas deciden a veces
mantenerse distantes y desconectadas de los demás para protegerse. Consideran que la
posición más distante y menos comprometida es la más segura. Su distanciamiento las
protege, pero al precio de la soledad. Estas personas desarrollan síntomas «dentro de sí».
Tal vez se depriman a causa de la soledad o se sientan ansiosas cuando tienen que
relacionarse con las demás (por ejemplo, en el trabajo). Las relaciones diádicas que
entablan con otras personas tienden a convertirse en triángulos cuando surgen problemas.
Si las relaciones se hacen demasiado íntimas como para ser cómodas, cuando estas
personas se sienten heridas, o simplemente piensan que podrían serlo, tratan de protegerse.
Se apartan de la relación o tratan de permanecer en ella desviando los puntos neurálgicos,
reales o potenciales, hacia un triángulo.
Los triángulos son mecanismos de defensa que están siempre presentes en la depresión y la
ansiedad. La teoría psicoanalítica considera que las personas recurren a mecanismos de
defensa para controlar las ideas e impulsos que amenazan con causarles ansiedad o
depresión. Los mecanismos de defensa son, entre otros, la represión, la supresión, la
proyección, la negación y la formación reactiva. Pero de hecho cualquier cosa puede ser
usada con propósitos defensivos, hasta las actividades aparentemente constructivas. No es
sorprendente, entonces, que los individuos lleguen a cambiar en sus relaciones con
tal de defenderse contra los sentimientos penosos. Es en ese punto cuando aparecen los
triángulos. Estos pueden no ser evidentes al principio, pero a la larga, cuando la persona
portadora de síntomas empieza a encararlos, se hacen visibles. No obstante, no es preciso
activarlos a todos ellos constantemente. Si sus defensas funcionan de manera aceptable, y si
su situación interna y externa es tolerable, una persona puede decidir que no quiere ir más
allá de ese estado «tolerable». Un hombre puede manejar su soledad entablando una
relación muy afectuosa con su hermana, y su esposa puede manejar el distanciamiento
resultante desarrollando un profundo interés en el arte. Ambos pueden considerar que este
arreglo es satisfactorio y que no vale la pena ir más allá. Un triángulo semejante puede
funcionar bien hasta que la hermana muera, pero de igual modo puede romperse si el
hombre quiere estar más cerca de su esposa y le pide que renuncie a su actividad artística.
En situaciones de estrés, un triángulo potencial no sólo se activa sino que se vuelve
clínicamente sintomático.
Podemos manejar los síntomas de la ansiedad y la depresión con medicamentos, terapia
cognitiva, hipnosis o intervenciones sistémicas estratégicas, para mencionar sólo algunos de
los recursos disponibles. De acuerdo con nuestra experiencia, estos métodos son útiles para
el control de los síntomas. Si la fuente de la ansiedad y la depresión es aguda o de índole
circunstancial, y por lo tanto de duración limitada, el control del síntoma puede ser todo lo
que el paciente necesita. En tales casos basta con adecuar la intervención al paciente y sus
síntomas. No estamos refiriéndonos despectivamente al «mero» control de los síntomas; en
la vida real, la mayor parte de la práctica clínica en cualquier campo de la salud está
orientada hacia el control del síntoma.
Paul Y., un carpintero de 27 años, acudió a terapia quejándose de ansiedad. Paul era hijo
único y su padre había abandonado a la familia cuando él tenía nueve años. Los cuatro años
siguientes los pasó con su abuela, mientras su madre trataba de adaptarse a su nueva
situación. Paul informó que durante esos años ella frecuentaba bares, bebía demasiado y
tuvo aventuras con muchos hombres. Cuando Paul tenía 13 años su madre volvió a casarse
y lo llevó a vivir con ella. Durante los dos años siguientes, él se enteró de la clase de vida
que su madre había llevado. A los 14 años Paul empezó a beber y a consumir drogas.
También se hizo -sexualmente promiscuo: para él las
mujeres eran objetos que le proporcionaban gratificación fisica y confirmaban su atractivo.
Dejó el colegio a los 16 años, y tanto el abuso de alcohol y de drogas como su
promiscuidad aumentaron. Tuvo un hijo con una de sus amigas. Era incapaz de conservar
un empleo: siempre lo despedían por llegar tarde o faltar.
Paul fue enviado a terapia por su madre, que no conocía bien su situación. El le había
pedido que averiguara, por intermedio de una amiga enfermera, el nombre de un buen
terapeuta. Ella pensaba que el joven era inmaduro y necesitaba ayuda. Había estado
preocupada por él desde su adolescencia por su falta de adaptación a la vida adulta. Paul
pensaba que además ella se sentía culpable y se consideraba responsable de algunos de sus
problemas.
Cuando comenzó la terapia, Paul tenía un empleo estable y ayudaba a mantener a su hijo de
cinco años, a quien veía regularmente. Negó estar consumiendo drogas en ese momento
pero admitió que de vez en cuando, siempre durante los fines de semana, bebía bastante.
(«Cuando salgo con mis amigos, tomo una o dos docenas de cervezas».) Paul no tenía
novia pero quería tenerla. Lamentaba no sentirse más apegado a su hijo. Hubiera querido
tener con él ese tipo de relación que tienen los padres con sus hijos en la televisión, donde
«el padre lleva a su hijo a pescar y cosas así», y «el chico toma a su padre como ejemplo».
Reveló que su padre había empezado a escribirle de vez en cuando unos dos años antes
pero que él no le había contestado. Dijo que la sola idea de escribirle lo ponía «realmente
tenso». De hecho, le dijo al terapeuta que en ese mismo momento la mención del tema lo
ponía nervioso y lo hacía sudar.
El terapeuta no pudo comprender totalmente la ansiedad de Paul hasta que la colocó en el
contexto de los triángulos en los que estaba incorporada. Veamos por qué. Las
preocupaciones de Paul se concentraron en la relación con su hijo y en su incapacidad para
entablar un vínculo de largo plazo con alguna de las muchas mujeres con las que se había
involucrado. El apego a su madre incluía dependencia económica, fuerte necesidad de
aprobación y la creencia de que ella era sensata y siempre tenía razón. La dependencia y la
idealización influían en lo que sentía por su hijo (un triángulo) porque -lo quisiera o no- él
adoptaba la opinión de su madre sobre las personas. Además, el apego a su madre relegaba
a todas las mujeres con las que salía a la posición exterior en otro triángulo.
Paul: Cada vez que empiezo a intimar con una mujer, le encuentro algún defecto.
Terapeuta: ¿Qué clase de defectos encuentra? ¿Se trata de un defecto diferente en cada una
o hay algún patrón?
Paul: Bueno, en el caso de Madeline (su última novia) pensé que no le gustaría a mi madre.
Fue lo primero que pensé. No lo soporto.
Terapeuta: ¿Es ese su primer pensamiento? ¿Que a su madre no le gustará la mujer con la
que está saliendo?
Paul: Sí. Soy muy apegado a mi madre, ¿no?
Para que Paul pueda entablar una relación estable con una mujer, es preciso que cambie la
naturaleza del apego que siente por su madre. Su adhesión a su madre y la influencia que
ella ejerce sobre él tienen que ver con su condición de hijo único en una familia
uniparental. Paul y su madre vivieron solos por años, y durante todo ese tiempo ella estuvo
pendiente del bienestar del joven. En ese período, Paul no tuvo ningún contacto con su
padre. En otras palabras, en su triángulo parental primario Paul y su madre estaban en una
situación de gran proximidad, mientras que el padre ocupaba la posición exterior. Paul
puede esforzarse por entablar una relación con su padre, lo que automáticamente
modificaría la intensidad de su relación con la madre. Ese movimiento generaría un mayor
equilibrio en el triángulo parental primario. Una vez que la relación con su madre fuera
menos intensa, estaría más libre para desarrollar una relación más íntima con una mujer.
La preocupación de Paul acerca de su relación con su hijo estaba vinculada al mismo
problema.
Paul: Cuando estoy con él, siento que sólo le dedico tiempo. No me siento cerca de él.
Terapeuta: ¿Es como la relación entre usted y su padre? Paul: Creo que sí. Mi madre no
quiere saber nada de Ronnie [su hijo]. Ni siquiera lo conoce. Yo odio esa actitud. Me lleva a
pensar que el niño tiene algo malo.
Terapeuta: ¿O sea que usted se siente distante de su hijo, su madre está distante de su hijo y
usted y su madre están demasiado unidos?
Paul: Sí. Es como yo, mi madre y mi padre, ¿no?
Por lo general los individuos acuden en busca de tratamiento con síntomas de ansiedad, de
depresión o de ambos trastor
nos. A menudo los terapeutas piensan que se trata de un proceso que tiene lugar únicamente
dentro de la persona. No obstante, es necesario ver no sólo el proceso intrapersonal sino
también las implicaciones sistémicas del síntoma. Esto significa que el terapeuta que trata a
un individuo puede pasar de los estados internos de este a la díada o las díadas importantes
de su vida, de aquí a los triángulos en los que él y las díadas están aprisionados, y así
sucesivamente. Los síntomas internos de un individuo suelen significar que hay problemas
en las relaciones, y los problemas en las relaciones con frecuencia significan que un
individuo tiene problemas internos.
Alice H. acudió a una consulta en busca de medicación para sus síntomas fábicos y
depresivos. Había sido fóbica desde que cursaba el séptimo grado, cuando se negó a seguir
yendo a la escuela. Ahora no quiere salir de su casa. Cuando Alice estaba en séptimo grado
su padre perdió el empleo, la familia tuvo que mudarse y la madre de Alice sufrió un
colapso emocional. Cuando tenía 20 años Alice se casó con Vincent, un camionero
alcohólico que «se enderezó» cuando se enamoró de ella. Cuando logró mantenerse sobrio,
Vincent se convirtió en un hiperactivo. Desde el colapso de la madre de Alice, su tía había
sido su madre funcional. Cuando la tía murió el pesar de Alice la incapacitó, de modo que
volvió a tener graves ataques de pánico y fobia social.
Sin duda hay aquí un proceso intrapersonal. Tal vez debido a los genes que heredó de su
madre o a los hechos traumáticos de su infancia, Alice era propensa a la ansiedad y la
depresión. Sin embargo, los acontecimientos sistémicos (la muerte de la tía y la
hiperactividad del marido) la han empujado más allá del punto en que su propensión puede
ser manejada.
Todas las personas tratan de mantenerse interna y externamente calmas, seguras y pacíficas.
Cuando esto es imposible en un mundo en constante cambio, aparece la ansiedad. Cuando
preguntamos qué se opone a la preservación de la paz y la seguridad, empezamos a
sistematizar la ansiedad de una persona (es decir, a colocarla en el contexto de la familia o
de otro sistema del que el paciente forma parte). Lo mismo puede decirse de la depresión.
Cuando una persona renuncia a sus intentos de controlar el entorno y advierte cuán escasas
son sus posibilidades de manejar cualquier cosa que no sea su propio comportamiento,
empieza a sentirse indefensa y desespe
156
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ranzada. Para colocar la depresión individual dentro de su contexto es conveniente formular
la siguiente pregunta: «¿Desesperanzada e indefensa respecto de qué?». El esfuerzo por
mantener la paz y la serenidad dentro de uno mismo y a su alrededor está condenado al
fracaso. Todas las personas con las que nos conectamos quieren lo mismo, pero en sus
propios términos, no necesariamente en los nuestros. Esto produce una lucha por la paz y la
serenidad, una lucha que es inevitable debido al deseo humano de conectarse con otros o de
eludirlos por medio de la distancia.
Cuando un paciente acude a la terapia desdichado pero no agudamente sintomático, casi
siempre el terapeuta empieza de inmediato a preguntar qué le está sucediendo a esa persona
para que se sienta desdichada. Pero cuando alguien llega con tal carga de ansiedad que no
puede permanecer quieto en la silla y prorrumpe en una súplica: «¡Haga algo! No puedo
soportarlo. ¡Ayúdeme!», el terapeuta también se pone ansioso y trata en primer lugar de
aplacar los síntomas, sobre todo si tiene fácil acceso a la medicación. Lo mismo ocurre en
el caso de la depresión, en especial si el paciente menciona el suicidio. El terapeuta se pone
nervioso, formula toda clase de preguntas sobre los planes de suicidio, pero nunca dice:
«Usted probablemente se está sintiendo muy mal. ¿Qué pasa en su vida?».
La ansiedad surge cuando sentimos que nuestra seguridad está amenazada. Cuando la
ansiedad aumenta y fracasan las operaciones tendientes a preservar la seguridad, disminuye
la capacidad de distinguir una amenaza real (ante la cual la ansiedad es una respuesta
adecuada) de una imaginaria. Estar ansioso es adecuado si a uno lo están apuntando a la
cabeza con un revólver, pero si cada vez que uno sale a la calle se preocupa pensando que
al llegar a la esquina alguien le pondrá un revólver en la cabeza, entonces se trata de un
caso en el que la ansiedad distorsiona la realidad. Esto tiene correlatos biológicos. La
ansiedad constante agota las sustancias neuroquímicas, se instalan sentimientos de
indefensión debido a la pérdida de control y la depresión se adueña de la persona.
La intervención terapéutica puede tener lugar en un nivel o en varios. Se puede intervenir
en el nivel neuroquímico. Se puede intervenir también en un nivel cognitivo tratando de
distinguir la ansiedad inadecuada de la adecuada, analizando los infructuosos intentos de
resolverla o vinculando la frustración con las expectativas y sistematizando con ello la
ansiedad.
La depresión es una pérdida, sobre todo de objetos importantes, de función o de status; pero
algunos estudios señalan una correlación entre el estrés sistémico y lo que la psiquiatría ha
llamado «depresión endógena». El sentimiento de pérdida es una reacción emocional
interna ante ciertos acontecimientos en la vida de una persona. Esos acontecimientos
pueden producir: 1) cambios en las necesidades relacionales; 2) estrés o exigencias en una
relación; 3) expectativas desmesuradas o no satisfechas, y 4) conflicto relacional silencioso
o explícito. Veamos un ejemplo. Joe P. era un abogado de 50 años que se vio obligado a
abandonar el ejercicio de la profesión a causa de un linfoma crónico. Su imposibilidad de
trabajar privaba de objetivos a su vida cotidiana y lo hacía sentirse inútil. Consideraba que
su vida había terminado y que ya nadie lo respetaría por su inteligencia y su habilidad para
litigar. Estas gratificaciones narcisistas que obtenía en el trabajo habían contribuido
sustancialmente a su sensación de bienestar. Su pérdida generó un desafio de desarrollo: no
sólo debía enfrentar su miedo a la muerte; también debía conectarse con su familia de otro
modo. Así recuperaría algo de lo perdido y obtendría el apoyo que necesitaba para
reorganizar su vida y luchar contra su linfoma. Lo menos que podemos decir es que la
transición fue dificil. El «férreo Joe» trató de ser fuerte, pero las manifestaciones internas
de su pérdida lo tornaron irritable y crítico de su esposa y su hija. Estas, por su parte, se
unieron en una suerte de alianza para evitar sus críticas y su irritación. Ahora Joe estaba en
el exterior del triángulo. Esta posición reforzó su estado emocional negativo, lo que a su
vez intensificó su irritabilidad y su actitud crítica, y así sucesivamente.

Cuando consideramos el estrés sistémico, colocamos el síntoma en el contexto de un


sistema. Cuando sistematizamos, si hay triángulos, estos se vuelven claros.
La sensación de estar aprisionado en un triángulo sin poder liberarse es la más frustrante
que pueda imaginarse. Estrés, ansiedad, depresión y triangulación; todo está vinculado a un
permanente temor de incorporación o de abandono. Las personas tratan de encontrar un
equilibrio, pero eso es imposible y, por ende, nunca lo logran. Ese fracaso puede generar la
ansiedad y la depresión.
Indicaciones para trabajar con triángulos en terapia individual
En el trabajo clínico con individuos hay por lo menos tres series de circunstancias en las
que es importante tener conocimiento de los triángulos relacionales. Por lo general se
presentan mezcladas, pero siempre hay una que sobresale entre las demás. Cualquiera de
ellas es una bandera roja que indica la necesidad de pensar en los triángulos. Esas
circunstancias son los problemas relacionales, las dificultades de desarrollo y los síntomas
psiquiátricos refractarios.
1. El individuo se presenta quejándose de un problema de relación que está firmemente
incorporado en un triángulo del que las partes no tienen conciencia. Catherine C., una
mujer corpulenta, tenía gracia y encanto. Sonreía con frecuencia y hacía sentir cómodas a
las personas. La gente la encontraba simpática y descubría que le resultaba fácil hablar con
ella, especialmente sobre cuestiones personales. Estas dotes naturales la habían ayudado a
hacer una carrera destacada como trabajadora social psiquiátrica. Catherine tenía una
actuación prominente a nivel nacional en varias organizaciones profesionales y contaba con
muchas amistades. A los 40 años lamentaba la probable pérdida de su capacidad de ser
madre, pero aún abrigaba la esperanza de casarse algún día.
A Catherine no le era desconocida la psicoterapia, ya que había estado en terapia en los
comienzos de su carrera, como parte de su formación profesional. Pero la terapia no había
resuelto el problema de la mayor némesis de su vida, su madre. Durante muchos años
Catherine había tenido la sensación de que dominaba la relación. Los logros profesionales y
la frenética actividad vinculada con ellos habían justificado un cierto distanciamiento entre
ellas. Catherine le había cedido el campo de la relación a su hermana menor, quien, pese a
haberse destacado mucho menos que ella, había disfrutado siempre de los elogios de la
madre. En cierto modo, esa condición de hija favorita de su hermana Mary había sido una
fuente de alivio para Catherine. Desde la muerte de su padre, cinco años antes, Mary había
asumido la responsabilidad por el bienestar de la madre. Catherine y Mary charlaban por
teléfono todas las semanas y una vez por mes Catherine visitaba a sus amados sobrinos, un
niño y una niña. Llamaba a su madre una vez por mes y de cuando en cuando cenaban
juntas.
La noticia de que su madre tenía un cáncer había trastornado todo. Despertó en Catherine el
anhelo de establecer un mejor contacto con ella. En los seis meses que siguieron al
diagnóstico de cáncer de páncreas de la madre, Catherine intentó salvar la distancia que
había entre ellas. Quería darle una última oportunidad a la relación; y a su madre, la última
oportunidad de ser la madre que ella necesitaba. Pero el intento no dio resultado. Catherine
pasaba bastante tiempo junto a su madre, pero no lograba mitigar el vacío y la desesperanza
que sentía respecto de la relación. Esto para no mencionar el fastidio, cercano a la ira, que
experimentaba cuando su madre, durante sus visitas, hablaba entusiasmada de Mary como
esposa y madre y de lo maravillosos que eran sus nietos.
Pocos días antes de acudir a una consulta, Catherine estalló en lágrimas cuando salía del
hospital donde trabajaba. Después le contó al terapeuta que había andado por las calles con
la cara bañada en lágrimas y deseando intensamente que su padre todavía estuviera vivo.
Catherine era una mujer exitosa con sólidos conocimientos de psicología. Era una buena
candidata para recibir entrenamiento. El terapeuta rastreó junto con ella el funcionamiento
de su relación con su madre. ¿Qué desencadenaba la ira de Catherine? ¿Cómo funcionaban
los triángulos en los que se enmarcaba la relación con su madre? Una vez aclarados esos
procesos, el terapeuta y Catherine idearon experimentos para cambiarlos. Catherine los
aplicó y comunicó los resultados al terapeuta para su clarificación y modificación.
Si Catherine hubiera sido una persona diferente, tal vez recurrir al entrenamiento no habría
sido adecuado. Si hubiera resultado menos activa y más ansiosa, lo indicado habría sido la
intervención directa. Esto hubiera implicado incorporar a la terapia a otros miembros de su
sistema relacional y trabajar directamente con los principales triángulos. Por ejemplo, el
terapeuta pudo pedirle a Catherine que llevara a su hermana a una o más sesiones. En esas
sesiones hubiesen podido explorar la historia de la relación entre ambas y la de la relación
de cada una de ellas con la madre y con el padre.
Una parte importante de la pérdida y la frustración de Catherine -que eran la causa de sus
síntomas- estaba vinculada a su relación con la madre y al triángulo que integraba junto con
su madre y su hermana. Catherine no era como su hermana y, por lo tanto, no podía tener
con su madre el mismo
tipo de relación que tenía su hermana. El intento de tener lo que no podía tener complicaba
su relación con la madre y la hermana. Al no integrar el favoritismo de su padre hacia ella
como un factor en la actitud crítica de su madre, pasó por alto un importante «triángulo
entrelazado» en este guión clínico. Preguntando simplemente «¿cómo llegaron sus padres a
dividirlas a ustedes dos de este modo?» se podría iniciar el proceso de integración.
Si en el tratamiento de Catherine no se hubieran encarado estos triángulos, podríamos
imaginar los siguientes desenlaces. La madre se hubiera ido a la tumba alentando
sentimientos demasiado negativos hacia Catherine y demasiado positivos hacia su hermana.
Catherine continuaría experimentando pérdida y frustración a causa de su incapacidad para
relacionarse con su madre, y tanto la pérdida como la frustración se trasladarían a la
relación con su hermana. Las hermanas representarían en su relación el conflicto
subyacente que, fuera cual fuese, había existido entre sus padres. Catherine se convertiría
en candidata a una depresión crónica que respondería a la medicación sólo parcialmente.
Ya sea a través del entrenamiento o de una intervención directa, el trabajo con los
triángulos puso los sentimientos de Catherine dentro de un contexto. Al ayudarla a definir
los triángulos clave y a trabajar con ellos, se logró un notable alivio de los síntomas. De ese
modo, Catherine pudo además alcanzar una relación adecuada desde el punto de vista
evolutivo con su hermana mientras ambas enfrentaban la muerte de la madre y el resto de
sus vidas como miembros sobrevivientes de la familia.
En la terapia, el trabajo con triángulos ayuda a evitar dos trampas peligrosas. Una es la de
ser demasiado «solidario» con Catherine y reforzar su convicción de que sus sentimientos
reactivos son legítimos.
La otra trampa consiste en perder de vista que, para Catherine, tener una relación funcional
con su madre no significa ser amable con ella sin cambiar nada. Se le podría decir: «Está
usted atrapada en un proceso que la ha paralizado. Usted, su madre y su hermana están
involucradas en el mismo proceso. Para destrabar la situación, es preciso que descubra
cómo funciona el proceso en su conjunto y después cambie su participación en él».
Además, el llanto de Catherine puede ser el punto focal para evaluar si está clínicamente
deprimida.
Terapeuta: ¿Cómo ha sido su pauta de sueño desde que su madre se enfermó?
Catherine: Algunas noches me cuesta dormirme, pero todas las noches me despierto un par
de veces.
2. Algunos individuos acuden a la terapia con dificultades de desarrollo que han sido
refractarias a otras formas de tratamiento. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, la
incapacidad de abandonar el hogar paterno y la de formar un vínculo que lleve al
matrimonio. Esto es una indicación más de que el trabajo con triángulos será importante.
Rod T. era un hombre soltero, de 38 años, apuesto, inteligente y vivaz, que trabajaba como
corredor de bolsa en Wall Street. Tenía una constitución fisica atlética, medía 1,95 m e
invariablemente llegaba a las sesiones en su Jaguar verde, vestido con atuendo de correr
(sus citas eran los sábados por la mañana). Llegó para una evaluación después de la ruptura
de una relación que había mantenido durante cuatro años con una mujer con la que él quería
casarse. La razón que dio para explicar la ruptura fue que no podía manejar al hijo de ella,
de 8 años, nacido de un matrimonio anterior. Se quejaba de falta de energía, de que ya no
encontraba placer en correr y jugar al squash, de que a veces sentía deseos de llorar y de
que se despertaba muy temprano por la mañana. Estos síntomas lo afectaban desde hacía
seis meses.
Para aliviar sus síntomas de depresión leve se le podría haber recetado Prozac o alguna
medicación similar, pero él se negaba a tomar medicamentos. «No quiero tomar drogas que
me alteren la mente», decía. Con medicación o sin ella, la forma en que manejase los
numerosos triángulos entrelazados de sus relaciones pasadas y presentes sería clave para su
estado emocional interno y para su vida de relación.
El genograma reveló algunos detalles importantes. Su único hermano, mayor que él, había
muerto en un accidente automovilístico a los 24 años, dejando esposa y dos hijos. En ese
momento Rod tenía 18 años y su hermano era muy importante para él. Seis años después,
su madre murió «de pena». Rod declaró que ella no había vuelto a ser la misma desde que
murió su hijo mayor. El primer compromiso matrimonial de Rod se rompió seis meses
después de la súbita muerte de su madre. Siguió teniendo una activa relación con su
cuñada, su nuevo marido y sus hijos, los sobrinos de Rod.
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Se puso entonces en evidencia que Rod había quedado congelado en su desarrollo a los 18
años. Cuando murió su idealizado hermano, la «superestrella» de la familia, su madre
quedó disfuncional y él tuvo que cuidar de su padre, un hombre competente pero «negativo
y crítico». El terapeuta abordó estos triángulos en la primera sesión.
Terapeuta: ¿Su vida habría sido diferente si su hermano y su madre no hubieran muerto?
Rod: Totalmente diferente. Terapeuta: ¿En qué sentido? Rod: Yo hubiera tenido a alguien
que aprobara mis elecciones en materia de relaciones, alguien que me alentara a seguir
adelante y a asumir el riesgo.
Este intercambio brindó una favorable apertura para que el terapeuta explorara junto con
Rod el nexo que él había establecido entre la pérdida de su hermano y su madre, y su
dificultad para liberarse de su padre y entablar una nueva relación primaria. El intercambio
significaba que Rod estaba dispuesto a trabajar en los problemas no resueltos en vez de
reclamar consejos sobre cómo tratar a las mujeres. Debajo de su jactancia y de su necesidad
de demostrar al terapeuta que era inteligente y exitoso había una verdadera disposición para
escuchar, aprender e intentar algo nuevo.
3. El individuo se presenta con síntomas psiquiátricos, como depresión o ansiedad, que han
sido refractarios a la medicación y a los intentos previos de tratarlos con psicoterapia. El
paciente se queja de esos síntomas y de sus consecuencias sin referirse explícitamente a
ninguna relación. En estos casos es necesario considerar los medicamentos administrados,
sus resultados (o falta de resultados) y sus efectos secundarios. Después es preciso colocar
los síntomas del paciente en el contexto de su familia, su actividad laboral y sus terapeutas
anteriores en busca de los triángulos que podrían estar obstaculizando su recuperación.
Greg D. era un hombre de 52 años, viudo. Era gerente en una fábrica y su esposa había
muerto hacía dos años, después de una larga lucha con un cáncer de mama. El médico que
derivó a Greg estaba desconcertado por una respuesta mediocre al Paxil y después al
Prozac. Pensaba que tal vez los hijos
de Greg estaban de algún modo alimentando en él un sentimiento de culpa. Greg se quejó
de perturbaciones del sueño, fatiga constante, desesperanza, intensos sentimientos de culpa
por la muerte de su esposa, síntomas somáticos frecuentes y ansiedad ante la idea de su
propia muerte. Dijo que había experimentado estos síntomas sin cambio alguno desde la
muerte de su esposa. El Prozac había producido entre un 35 y un 40 % de mejoría.
En primer lugar, el terapeuta instó a Greg a continuar con la medicación y le pidió
autorización para hablar con el médico, a lo que Greg accedió. Luego trató de
contextualizar los síntomas para entender mejor la depresión de Greg y la falta de respuesta
al tratamiento. Empezó por explorar la relación de Greg con su esposa fallecida y con sus
hijos. Esto llevó al descubrimiento de que Greg había tenido una amante durante diez años.
Experimentaba un profundo sentimiento de culpa y sólo podía hablar de ello con su amante,
a quien extrañamente responsabilizaba por la muerte de su esposa. Entonces fue posible
poner los triángulos sobre la mesa. Una vez dado ese primer paso, se empezó a trabajar con
Greg en la destriangulación y se pudo salir del estancamiento.
Es un hecho clínico que la ansiedad y la depresión están vinculadas a cambios
neurohormonales en la neurosinapsis; pero nosotros hemos tratado de mostrar, basándonos
en nuestra experiencia clínica, que el origen y el tratamiento de la ansiedad y la depresión
se vinculan también con los triángulos relacionales presentes en la vida del individuo
afectado. El conocimiento de los triángulos relacionales es otra herramienta importante en
el manejo clínico de la ansiedad y la depresión en los individuos. El siguiente capítulo
contiene una elaboración más profunda del uso del entrenamiento y de la intervención
directa con triángulos en la terapia individual.
8. Entrenamiento e intervención directa con triángulos en terapia individual
Casos que presentan problemas relacionales
El caso de Jeanne: ¿problema laboral o problema personal?
En el capítulo precedente dijimos que es más probable que los casos individuales se
beneficien con la terapia de triángulos cuando se presentan en alguna de las siguientes
formas como problemas relacionales, como dificultades de desarrollo o como problemas
refractarios a otros métodos de intervención. También sostuvimos que en el tratamiento de
estos casos se pueden emplear dos métodos: el entrenamiento o la intervención directa.
Entrenar a un individuo para que trabaje con los triángulos presentes en su familia o en su
sistema laboral dará resultado si se trata de alguien que funciona en un nivel elevado. Las
personas que poseen esta condición pueden apartarse en cierta medida del proceso
emocional en curso, disminuir su reactividad emocional, imaginar la estructura de
determinado conjunto de relaciones y la forma en que fluye el proceso emocional, y
elaborar un plan de acción experimental. La intervención directa, que implica incorporar la
terapia a uno o más de los miembros del triángulo y trabajar con el triángulo en ese
contexto, es más adecuada para quienes no son capaces de desligarse lo suficiente del
problema. Estas personas mantienen su reactividad y siguen atrapadas en el proceso
emocional de un modo que les impide ver las opciones que tienen a su alcance para
encararlo. Se requiere una intervención directa para despolarizar el conflicto, bajar la
temperatura emocional y arrojar luz sobre la situación.
Los casos que siguen pretenden transmitir un sentido cabal de cómo hacer terapia de
triángulos con individuos cuando los problemas que estos presentan corresponden a alguna
de las tres categorías mencionadas al comienzo.
Jeanne Y. era una asesora de inversiones atractiva e inteligente; tenía 50 años pero
representaba diez años menos. Acudió a terapia después de una crisis en su trabajo. Hasta
entonces se había llevado bien con sus superiores, colegas y clientes. Pero la situación
económica había cambiado y los clientes de la empresa ya no compraban tanto como antes
ciertos productos derivados en los que ella se especializaba. A fin de remediar en parte la
situación, el jefe de Jeanne inició una campaña orientada a desarrollar y comercializar un
nuevo producto de inversión, pero no reveló totalmente los significativos riesgos inherentes
al producto. Uno de los mejores clientes de Jeanne lo descubrió y se lo hizo notar.
Además de experimentar escrúpulos ante esa falta de transparencia, Jeanne se sintió
atrapada entre su lealtad a su jefe y sus obligaciones hacia sus clientes. El jefe trató de
restar importancia al asunto y minimizar el aspecto ético. Jeanne exigió una total
transparencia con los pocos clientes que ya habían comprado el producto y la disposición
de la compañía de volver a comprar a quienes, al informarse sobre el riesgo, desearan
vender. El comportamiento ético de Jeanne la convertía en aliada de su cliente. El jefe
quedó en la posición exterior, enojado pero reacio a despedir a Jeanne o a deshacerse del
cliente. Aunque su posición tenía un fundamento ético, Jeanne fue incapaz de controlar su
ansiedad al enfrentarse con las acusaciones de deslealtad que le hizo su jefe. Entonces
inició una terapia.
El terapeuta de Jeanne la entrenó para que tratara de neutralizar este triángulo manteniendo
su posición personal basada en sus principios éticos y le enseñó a prepararse para enfrentar
las reacciones, tanto de su jefe como de su cliente. Mientras trabajaba en esta tarea, Jeanne
empezó a darse cuenta de que había permitido que el cliente llegara a depender demasiado
de ella. Había dedicado mucho tiempo a escuchar el relato de sus problemas personales y
había pasado por alto sus ocasionales insinuaciones sexuales, todo con el objetivo de no
perder el negocio. Era como si no hubiera confiado lo suficiente en su talento corno asesora
de inversión y necesitara otros do
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nes para satisfacer a su cliente. En cuanto
a la reacción de su
jefe ante la crisis, le sirvió a Jeanne para re cardar cuántas veces no la habla incluido en
reuniones importantes o no le había informado Sobre sus políticas y planes. Se dio cuenta
de que su jefe valoraba su encanto y su capacidad cotho vendedora pero subestimaba su
creatividad, inteligencia yb
esar en la terapia y en su trab uen juicio.
Al progr ajo con el triángulo laboral, Jealine empezó a sentirse más fuerte y se liberó
de las ataduras g4e,la unían a su puesto. Finalmente cambió de empleo y empedo a
reflexionar sobre el significado de todo lo que había estada haciendo por sus relaciones
pCrsonales. Advirtió cuánto depeñlía de ella su marido y hasta qué punto ella había
fomentado esa dependencia. Se permitió recordar que su padre, que tenla 81) anos, la había
utilizado dtirante muchos años para sus in<erslones mientras que al misto tiempo la excluía
de las reuníoneg de planificación de negocies inmobiliarios que mantenía con sus tres hijos.
Jeanne decidió que trabajar con los triángnlafióue integraba con su maride Y su padre sería
su próximo dey
Lucie: ufli madre sola y su hijo único
Lucie f' tebía 36 años cuando inició su terapia. Estaba preocupada Po'C su único hijo, Ben,
de 19 años. El joven se había trasladado 1 otra ciudad para asistir a 1a universidad y con
frecuenci? llgmaba a altas horas de la noche, ansioso y preocupado por sU s estudios.
Comenzaba por decir que no podía dormir y tela lfantasías de que cuando terminara los
estudios no sería capaz de encontrar un trabajo, lleziar la planilla de sus impuestosi
álssiguiente ar t tenía un exame ato' Después le con
taba que a y que no había estudiado.
Ben estaba a cargo de Lucie y a ella la Areocupaba el hecho de que suhljo fuera tan ansioso.
Quería encontrar una manera de logrdquIEb el joven iniciara una terapia pero sólo atinaba a
decirle 0' todo saldría bien y luego le alaba consejos sobre cómo debíar9'anizar su tiempo a
fin de estudiar mejor. Lucie se preguntaba 1Púe se trataba de algo vinOn su híj o y llego a
la conclusión de
miento decalp:a por haberse divorciado de alado con su en. El padre no °e ocLzpaba de
Ben, salvo en el a s pe padre económico, Y
Lucie quería hallar algún modo de convencerlo de que se interesara más por su hijo. Desde
luego, esta es una descripción de una persona sobrefuncional aprisionada en un triángulo
con su ex marido y su hijo. Lucie trataba de solucionar los problemas de su hijo y la
relación de este con su padre. Hacía años que lo intentaba.
La terapeuta trató de conseguir que Lucie experimentara estableciendo algunos límites:
debía aconsejar menos a Ben y pedirle que no llamara después de las 10:30 de la noche,
salvo en caso de emergencia. Mientras realizaba el experimento, Lucie debía vigilar su
estado emocional y tomar nota de cualquier cambio que se produjera en su relación con
Ben. La terapeuta alentaba la esperanza de que el joven llamara a su padre para quejarse de
su madre. Para ayudar a Lucie a distanciarse de su hijo, la terapeuta vinculó el proceso
terapéutico con su familia extensa. Le preguntó de qué modo habría cambiado su vida si
ella, como Ben, hubiera sido hija única.
Lucie empezó entonces a concentrarse en el triángulo que integraba junto con su madre y
su hermana mayor, Carla. La madre solía llamarla para quejarse de Carla: «Garla nunca me
llama», «Garla despilfarra su dinero comprando un coche demasiado caro», «Garla nunca
encontrará un hombre si se muestra desagradable con todo el mundo». Lucie, que había
tenido sus propios desencuentros con su hermana, no se quedaba atrás en las críticas. Carla
era seis años mayor que Lucie y de niñas habían sido muy unidas. Lucie se acordaba de
cuando jugaban a estar en clase (Garla siempre representaba a la maestra) y charlaban de
todo un poco. Las cosas cambiaron cuando Carla fue a la universidad y escapó de la
conflictiva relación que tenía con su madre. Lucie se sintió abandonada. Pero cuando su
padre murió y la salud de su madre empezó a resentirse, se dio cuenta de que muy pronto
Carla sería lo único que le quedaría de su familia. Pensó entonces que tenía sentido
esforzarse por modificar su reactividad hacia su hermana y dejar de situarse entre ella y su
madre. Para lograr ese objetivo, Lucie arregló con Carla una serie de encuentros para cenar.
Le dijo que se sentía muy sola sin Ben en la casa y que necesitaba a su hermana mayor, que
siempre la había acompañado en la infancia. Carla respondió positivamente y el
movimiento dentro del triángulo empezó a cambiar.
La terapeuta de Lucie se concentró también en los triángulos que alimentaban los
problemas con Ben. Si podía ayudar a
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Lucie a disminuir su ansiedad, esta le transmitiría menos ansiedad a Ben, no se empeñaría
tanto en ayudarlo ni en justificar su conducta, con lo cual probablemente los problemas del
joven se aliviarían.
Casos con problemas de desarrollo
Joshua: un joven vuelve a su casa
Joshua F. era un joven de 26 años que vivía con sus padres. Cuando finalizó sus estudios
universitarios se trasladó a Virginia, donde consiguió un empleo de auditor en un banco.
Mientras vivía en Virginia sufrió un accidente automovilístico, en el que resultó gravemente
herido. Entonces volvió a su casa para recuperarse. Pasado un tiempo volvió a irse, pero a
los pocos meses regresó. Inició una terapia a instancias de sus padres. Estos pensaban que
ya era tiempo de que Joshua se fuera de la casa definitivamente e hiciera su propia vida, y
Joshua concordaba con ellos. Se sentía frustrado y enojado consigo mismo por no poder
afrontar una vez más el hecho de vivir solo, y también enojado con sus progenitores,
especialmente con su padre, por apremiarlo.
Esta incapacidad para irse a pesar de haberse recuperado de sus heridas era un fuerte
indicio de que había de por medio un problema de desarrollo, complicado (no causado) por
el accidente. Era como si la primera vez Joshua se hubiera liberado a duras penas de su
triángulo parental primario pero después del accidente hubiera quedado atascado en él.
Después del accidente Joshua desarrolló síntomas de depresión, acompañados por episodios
de intensa ansiedad. Durante esos episodios fluctuaba entre el temor a dejar el hogar
paterno y el miedo a quedar atrapado en él para siempre.
Desde la infancia Joshua había estado atrapado en el medio, entre su padre y su madre. Su
situación de ese momento, con depresión, ansiedad y bajo nivel de funcionamiento, se vio
complicada por el accidente, el dolor físico y el interminable juicio que inició para exigir
compensación financiera por sus daños y sufrimientos: Pero en el fondo el factor más impor
tante, anterior al accidente, era su posición en el triángulo parental primario. Durante la
investigación que realizó la terapeuta acerca de la relación pasada y presente de Joshua con
sus padres, salió a luz que cuando él era pequeño su madre había sido la beneficiaria de un
importante fondo de fideicomiso instituido por sus abuelos. La madre le había dado al
padre sumas considerables para iniciar diversos emprendimientos, todos los cuales
fracasaron. Lo que mejor recordaba Joshua de su padre era su costumbre de salir a jugar al
golf cuatro o cinco mañanas por semana. También recordaba que su padre no pasaba mucho
tiempo en la casa y que, cuando estaba, bebía demasiado y criticaba a Joshua cada vez que
le dirigía la palabra. Joshua no recordaba haber presenciado discusiones entre sus padres
por estas cuestiones. La señora F. nunca le decía a su marido cómo se sentía por sus
fracasos en los negocios. Sus padres estaban bastante distanciados y, al parecer, llevaban
vidas paralelas. La señora F. compadecía regularmente a Joshua por las críticas que recibía
y encontraba siempre los medios para transmitirle su desdén por el estilo de vida
improductivo de su padre. La terapeuta sugirió a Joshua la conveniencia de que sus padres
asistieran a algunas sesiones.
En las sesiones conjuntas la terapeuta se refirió en primer término a las preocupaciones que
Joshua inspiraba a sus padres: ¿sus dolores eran reales, estaba recibiendo un buen
tratamiento para el dolor en la clínica en la que se atendía o tal vez se estaba volviendo
adicto a la medicación? Después de oírlos hablar de sus ansiedades y de opinar sobre ellas,
la terapeuta tocó el tema de la permanencia de Joshua en la casa paterna y su dificultad para
irse. Preguntó al señor y a la señora F. si habían pensado cómo podían apoyar a su hijo sin
ser permisivos. Esta conversación llevó a que la terapeuta hiciera dos sugerencias
orientadas a modificar la estructura del triángulo parental primario.
Primero habló con la señora F. y le dijo que sería muy conveniente que aprendiera a no
transferir su ansiedad a Joshua. Señaló que la señora F. podría, en cambio, hablar con la
terapeuta sobre las cosas que la perturbaban, o hablar con su marido, un familiar o un
amigo. Pero no debía convertir a Joshua en su confidente.
Segundo, la señora F. debía aclarar a Joshua hasta dónde estaba dispuesta a llegar en lo que
se refería a proporcionarle apoyo económico. Su riqueza le permitía hacer los arreglos ne
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cesarios para que Joshua no necesitara trabajar nunca más, pero eso podría resultar
perjudicial para el joven. La terapeuta sugirió que Joshua y su madre negociaran la
cuestión: Joshua podía empezar por declarar cuál era el apoyo económico que necesitaba y
la señora F. evaluaría si, a su juicio, concederle lo que pedía implicaba darle apoyo o
incurrir en permisividad. La terapeuta se ofreció a colaborar en la negociación el' caso de
que fuera necesario.
Tercero, la terapeuta habló con el señor F. acerca de su tarea en este experimento familiar.
Le dijo que podía considerar la desgracia de Joshua como una oportunidad para hacer lo
que nunca había hecho: anudar una relación con él, El único modo que había tenido el
señor F. de relacionarse con Joshua durante su infancia y los años de universidad había
consistido en criticarlo. Ahora tenía una oportunidad de desarrollar una relación personal
con su hijo adulto. La terapeuta sugirió que Joshua y su padre pasaran más tiempo juntos,
haciendo algo que les agradara a ambos. También pensó que sería iliteresante para los dos
reunirse y hablar del padre del señor F. y, en general, de los hombres de la familia, de si
habían tenido éxito en la vida o no, y de las causas de que así fuera.
Durante este trabajo, Joshua, aunque con bastante aprensión, se mudó a un departamento en
la misma ciudad y consiguió trabajo como funcionario en la oficina de crédito de un banco
local. En ese punto la familia decidió tomarse una vacación de la terapia. En la última
sesión con Joshua, la terapeuta le preguntó si creía que alguna vez su madre aceptaría su
invitación de acercarse y hablar sobre sus preocupaciones. Esa pregunta hizo que Joshua se
refiriera al matrimono de sus padres. Le dijo a la terapeuta que durante su último encuentro
con su padre (se reunieron para cenar) le había preguntado cómo evaluaría su matrimonio.
Le había explicado que pensaba que algún día se casaría y que deseaba saber qué opinaba
su padre acerca del matrimonio en general y de su matrimonio en particular. El padre había
cambiado de tema. Evidentemente, en esta familia la terapia tiene todavía mucho camino
por recorrer.
A veces la presencia de circunstancias extremas, como un accidente grave, induce a clientes
y terapeutas a pasar por alto el contexto familiar, como si los problemas estuvieran o en el
individuo o en el sistema relacional circundante. Los seres humanos tienden a pensaren
términos de todo o nada, de esto
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o aquello. Integrar individuo y sistema es más dificil de lo que parece. Aunque la mayoría
de las personas aceptan la importancia de integrar la naturaleza y la crianza, la experiencia
formativa y el ADN, todavía se comportan como si todo lo importante ocurriera o en la
neurosinapsis o en las rodillas de mamá.
El accidente de Joshua y sus consecuencias físicas y emocionales lo afectaron
adversamente y afectaron a quienes tenían relación con él. La terapeuta alimentaba la
esperanza de que la intervención directa con sus padres facilitaría los permanentes
esfuerzos por llevar a Joshua y a su familia a un mejor funcionamiento y a una mejor
conexión mutua. En el logro de estos objetivos tendrían incidencia sus cualidades positivas
y negativas como individuo, así como las de su sistema de relación.
Cynthia: enfermera en el hospital y en su hogar
Cynthia U., de 48 años, llamó al terapeuta en un estado de gran agitación y le explicó que
dos días antes había tenido una fuerte confrontación con su jefa y que desde entonces
lloraba, estaba deprimida y no podía dormir. Se sentía asustada e incapaz de controlarse y le
había pedido a un médico amigo que le recomendara a un psicólogo. Cynthia era jefa de
enfermeras y había «perdido los estribos» cuando su supervisora le informó que sería
trasladada a otro piso el próximo mes. Cynthia era feliz con su trabajo en pediatría y la
supervisora pretendía derivarla a ginecología y obstetricia. Con 26 años de antigüedad y
una foja de servicios ejemplar, Cynthia se sintió avasallada y así lo dijo, a gritos. Sin
embargo, estaba perpleja por su reacción, porque rechazar un traslado -para no hablar de
hacer una escena en público- era algo completamente ajeno a su manera de ser. Desde el
incidente no se había sentido con fuerzas para volver al hospital, y le resultaba dificil
serenarse.
Como la mayoría de las personas que se acercan a los 50 años, Cynthia estaba bajo
considerable presión. El año anterior había sido particularmente diñcil. Ocho meses antes
del incidente con su supervisora, había iniciado una terapia de reemplazo hormonal y le
habían realizado una histerectomía. Sus problemas físicos, sin embargo, no se habían
resuelto. Ella creía que sus niveles hormonales estaban más desequilibrados
173
que cuando inició el tratamiento y que su emotividad había aumentado a causa de ello.
Además, el hijo mayor de Cynthia se había trasladado a otra ciudad para iniciar sus estudios
universitarios, y ella estaba muy preocupada pensando cómo se adaptaría el muchacho a la
nueva situación.
Había otras presiones que involucraban tanto a su familia extensa como a la de su esposo.
Cynthia pertenecía a una familia ítalonorteamericana. Tenía un hermano y una hermana,
ambos menores que ella. Los padres, que estaban retirados y enfermos, constituían su
principal preocupación. La hermana se había casado con un hombre a quien Cynthia
describía como «loco». En la última crisis, la hermana informó a su familia que el marido
había intentado prender fuego a la casa y que ella había llamado a la policía. Como
corolario, ella y sus tres hijos se habían ido a vivir con los padres de Cynthia.
Los padres y el hermano (que vivía en otro Estado) la llamaban diariamente, en ocasiones
más de una vez, para quejarse por la situación. Ella vivía pendiente del bienestar físico y
emocional de sus padres. Además, la indignaba que sus familiares se negaran a seguir sus
consejos.
Cynthia había desempeñado siempre en su familia el papel del protector responsable. Todos
sus familiares se dirigían a ella para que los ayudara a resolver sus problemas o para que
jarse unos de otros. Ella había sido la que se portaba bien y se amoldaba a los deseos de sus
padres, pese a que sentía que no le prestaban atención ni la valoraban tanto como a sus
hermanos menores. Nunca había sido hermosa como su hermana ni brillante como su
hermano. Cynthia dijo que la relación con su madre era dihcil y siempre lo había sido. La
madre la llamaba cuando tenía algún problema pero se enojaba si ella sugería soluciones. El
padre, por su parte, era un hombre tranquilo y pasivo, reacio a expresar sus opiniones. En
los últimos tiempos, debido al deterioro de su salud, Cynthia temía que el creciente estrés
derivado de la convivencia con su hija menor y sus nietos lo llevara a la muerte.
Cynthia había encontrado en la familia de su marido la atención y la aprobación que
anhelaba. Ella y su suegra eran como hermanas y todos los días se veían o se hablaban por
teléfono. Pero el año anterior la relación había cambiado, debido a una infortunada
intervención con el hermano alcohólico de su marido. Ya no era para Cynthia una fuente de
apoyo y de aliento; ahora su suegra-la llamaba para transmitirle su
ansiedad por el fracaso del tratamiento de su hijo alcohólico. Este cambio fue perjudicial
para Cynthia, drenó su energía y la privó de un apoyo que había durado años. Entonces
Cynthia empezó a eludir a su suegra.
Cynthia acudió a la terapia con una letanía de síntomas. No tenía energía, pero aunque
siempre estaba cansada no podía disfrutar de un sueño tranquilo; se despertaba dos o tres
veces cada noche. Pensaba que se veía como su anciana y ojerosa madre y no como la
mujer vital que siempre había sido. Estaba irritable y sus dolores de cabeza y de espalda
eran ahora más frecuentes. De vez en cuando tenía palpitaciones. En resumen,
experimentaba una pronunciada languidez y una negatividad que a muchas personas les son
familiares cuando llegan a la mediana edad. Al sentirse de este modo le resultaba dihcil
trabajar, aunque el trabajo había sido durante años su zona de competencia.
Después de evaluar, valiéndose de un genograma, los factores de estrés que incidían en la
vida de Cynthia, el terapeuta pudo ver ciertas cosas con mayor claridad. Primero, los
cambios que suelen producirse en la mediana edad se habían abatido sobre Cynthia el año
anterior. La enfermedad, la amenaza de un cambio en su empleo, la partida de su hijo para
ir a la universidad y la pérdida de la agradable relación con su suegra, todo había
contribuido a aumentar su ansiedad y la de su familia. En segundo lugar, Cynthia, una
mujer seria y sumamente responsable, respondió al estrés redoblando sus esfuerzos por
resolver los problemas de los demás. Como no pudo lograrlo, se encolerizó y se sintió
culpable. Entonces se esforzó aun más y llegó al agotamiento. Cuando su supervisora le
comunicó el traslado, ya no tenía reservas emocionales.
Cualquiera que fuese el enfoque que adoptara el terapeuta para tratar el trastorno emocional
de Cynthia -conductista, psicodinámico, de sistemas familiares, cognitivo- era crucial, para
ayudarla a recuperar un buen funcionamiento, estudiar su conducta dentro de los triángulos
de su familia extensa, sobre todo dentro del triángulo parental primario. Recuperar el buen
funcionamiento significaba, en primer lugar, volver al trabajo. El terapeuta encaró el
funcionamiento individual de Cynthia reencuadrando su situación. Esto implicaba enseñarle
el modo de realizar un cambio cognitivo, alterando su perspectiva demasiado negativa y
adquiriendo un punto de vista más positivo, para facilitar los cambios que iban a ser necesa
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rios. También implicaba ayudarla a comprender que había cosas más importantes en su vida
que un traslado y un problema con su jefa. Este cambio de perspectiva ayudó a Cynthia a
ver que en realidad ella tenía desde hacía tiempo una buena relación con su supervisora y
que su traslado no implicaba una crítica sino más bien un voto de confianza en su
capacidad. El terapeuta atribuyó los problemas de Cynthia a las ansiedades y presiones que
suelen acechar a las personas de mediana edad y a las dificiles situaciones que había tenido
que enfrentar, analizando junto con ella cuán predecibles eran muchos de esos problemas y
hasta qué punto su reacción era comprensible. Esto facilitó a Cyrithia la tarea de hallar una
explicación al hecho de haber «perdido los estribos» en el trabajo: su naturaleza seria y
excesivamente responsable, el año de cambios fisicos y emocionales, su incapacidad para
desentenderse de los problemas y su necesidad de tomar las cosas con más calma.
Por otra parte, hablar de los triángulos en su vida podría servir para prevenir un
resurgimiento de estos problemas en caso de que el nivel de estrés de Cynthia aumentara
debido a algún otro acontecimiento propio de la mediana edad. En su vida adulta, su
manera de relacionarse con sus padres había sido continuar desempeñando el rol de persona
responsable de la familia. Todavía era la confidente de su madre, pero no su favorita; ese
papel estaba reservado para la hermana menor. La relación con su padre, más distante que
nunca desde que él había desarrollado el mal de Parkinson, le aportaba cada vez menos. La
relación de Cynthia con sus padres era unidimensional: una relación sin opciones. Cynthia
estaba aprisionada en una modalidad: la de ser quien resolvía los problemas de toda la
familia, y por lo tanto no estaba en libertad de actuar de persona a persona con ninguno de
sus miembros. Atascada en ese lugar, no tenía una relación «real» con sus padres, en un
momento de su vida en que la acosaban pérdidas verdaderas o potenciales. Su contacto con
la familia le producía irritación, frustración y temor. En cierto modo, la supervisora del
hospital había sido para ella una figura parental, alguien que la aprobaba. Y también eso
cambió con la reciente confrontación.

El terapeuta evaluó los triángulos con la familia extensa y los parientes políticos. Cyrithia
no ocultaba la repercusión que había tenido en ella el cambio en su relación con su suegra.
Era evidente para el terapeuta que había habido un terreno fértil para la conexión de
Cyrithia con su suegra, porque esta
era una mujer cálida y afectuosa, a quien le encantó tener una «hija» como Cynthia. Esto
contrastaba agudamente con la percepción que tenía Cynthia de su propia madre. Por eso la
pérdida del afecto de la madre de su marido le dolió.
La necesidad de la relación con su suegra estaba sustentada por las dificiles relaciones que
Cynthia mantenía con su familia extensa. Durante años ella había manejado la decepción
que le producían sus relaciones con su padre y su madre recurriendo a la distancia y el
contacto ritualizado. Mantuvo su estilo amable y educado durante muchos años, hasta que
la dificil situación de su hermana provocó un cambio en la manera de operar de la familia.
Cynthia se convirtió en la persona a la que todos acudían para que resolviera lo que ya era
una situación insoluble. Entonces quedó aprisionada entre su propia reactividad y su
familia, y experimentó ansiedad y temor por la seguridad de todos.
Cuando el terapeuta analizó con Cyrithia el rol que ella desempeñaba en relación con sus
parientes políticos, quedó claro que también con ellos sobrefuncionaba. Su marido había
desistido de ocuparse de su hermano alcohólico. No tenía paciencia para soportar los
intentos de su madre por infantilizarlo. También se sintió frustrado porque Cynthia se
entrometió en la relación entre su madre y él y lo presionó para que hiciera algo a fin de
que su madre no se sintiera trastornada. El terapeuta entrenó a Cynthia para que dejara los
problemas de la familia de su marido en manos de este y se limitara a tener una relación de
mujer a mujer con su suegra. A Cynthia le gustó la idea pero admitió que sería difiicil
ponerla en práctica. El terapeuta tomó nota para sí de que el cambio en este triángulo con
los parientes políticos podía sacar a la luz algún conflicto entre Cynthia y su esposo.
Para lograr que Cynthia se recuperara de su depresión, era decisivo ocuparse del triángulo
parental primario. El terapeuta empleó la siguiente estrategia para modificar la posición de
Cynthia en el triángulo con sus padres Primero le enseñó a cesar en sus intentos de resolver
la situación de su hermana y sus padres. Esto significaba enseñarle a comportarse de una
manera menos parental y más desvalida. Cynthia admitió ante su madre que se encontraba
en dificultades. Le dijo que el problema era serio y que se sentía triste por no poder ayudar
a su familia, en especial a su madre. Esta posición no defensiva era totalmente nueva para
Cynthia y al comienzo le causó an
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siedad y preocupación. Pero, cuando comprobó que ningún daño había resultado de ella, se
sintió muy aliviada.
A continuación, el terapeuta le enseñó a Cynthia a acortar la distancia entre ella y su padre
enfermo. Lo haría visitándolo a solas durante una o dos horas. En esas visitas se limitaría a
acompañarlo y no discutiría los problemas de la familia. Si conversaban, Cynthia le pediría
que hablara de su pasado, por ejemplo de sus propios padres. Debía observar la reacción de
su madre ante este cambio y llevarle siempre un pequeño obsequio cuando fuera a visitarla.
Cynthia planificó sus visitas de modo que coincidieran con los momentos en que su
hermana no estaba presente, ya que habría sido excesivo para ella tener que tratar además
con la hermana. Eso vendría después.
Las sesiones habían tenido lugar una vez al mes. El terapeuta analizó con Cynthia la
posibilidad de hacer concurrir a toda la familia a fin de poder realizar una intervención
directa, pero, cada uno a su modo, todos eran alérgicos a la terapia. Cynthia pensó que no
daría resultado.
La posición de Cynthia en su triángulo parental primario había cambiado con el tiempo. En
todos los triángulos las relaciones y la intensidad de la reactividad entre las personas varían
de un día para otro y según cuál sea la cuestión de que se trate. Cuando se encara un
problema clínico que involucra un triángulo como el de Cynthia, no es conveniente
concentrarse en la motivación ni en la culpa de los padres. Es importante recordar que cada
uno de los miembros de un triángulo desempeña un papel. Para poder entrenar a un
paciente a fin de que cambie su posición, es preciso que la reactividad del paciente y la del
terapeuta estén bajo control. El hecho de que Cynthia fuera la heroína no aclamada de la
familia quizá contribuyó a que se sintiera victimizada e incapaz de cambiar su posición. El
terapeuta tuvo que poner en claro que, con su nueva manera de actuar en los triángulos,
Cynthia estaba convirtiéndose en una heroína para ella misma.
Cynthia resultó ser mejor sujeto de entrenamiento de lo que el terapeuta había previsto:
estaba muy motivada para recuperar cierto control sobre su vida y estos métodos le
parecían sensatos y correctos. Actualmente se siente mucho menos cansada e incluso pudo
mantener con su madre algunas conversaciones amables respecto del alejamiento de su hijo
del hogar paterno.
Casos de ansiedad o depresión resistentes
Denise: una depresión persistente con afecciones somáticas
A Denise T. le encantaba su vida activa. Trabajaba en la sección de préstamos hipotecarios
de una gran institución financiera, tenía 45 años, estaba casada y tenía dos hijos. Siempre
había sorprendido a la gente que la conocía con su energía y excelente desempeño.
Aproximadamente un año antes de acudir a terapia empezó a experimentar terribles dolores
de cabeza precedidos por náuseas, fotofobia y otros síntomas visuales. Al principio tenía
jaqueca sólo una vez por mes, pero en los últimos tiempos había llegado a perder hasta seis
días de trabajo por mes a causa de su problema. Cuando comenzaba el dolor, lo único que
podía hacer era retirarse a su dormitorio, tomar un analgésico y quedarse durmiendo en la
oscuridad hasta que pasara todo.
El médico clínico y el neurólogo habían tratado por todos los medios de aliviar su malestar
pero sólo alcanzaron un éxito limitado, por lo cual derivaron a Denise a una clínica
especializada de un importante hospital escuela de la ciudad de Nueva York. En esa clínica
el médico que se hizo cargo del caso creó lo que él llamaba su cóctel personalizado contra
la jaqueca, consistente en una combinación de antiinflamatorios, relajantes musculares y
antidepresivos tricíclicos. Este tratamiento alivió la intensidad del dolor. El neurólogo
recomendó psicoterapia porque consideraba que la paciente también sufría de depresión.
Cuando Denise inició la psicoterapia, tenía la esperanza de que la intensidad y la frecuencia
de sus dolores de cabeza disminuyeran con el tiempo. La depresión la preocupaba menos.
La evaluación inicial reveló que en los últimos 18 meses la paciente había estado expuesta
a diversos factores de estrés: 1) su padre había fallecido después de luchar durante seis
meses contra un cáncer de páncreas; 2) su madre había puesto en venta la casa familiar y se
había ido a vivir con Denise; 3) su marido había aceptado un nuevo empleo en una ciudad
situada a 300 km de distancia y sólo volvía a la casa los fines de semana, y 4) el hijo menor
se había marchado a otra ciudad para estudiar. Estos hechos tuvieron profundas conse-
cuencias para la vida emocional de Denise. Primero, perdió la conexión con su padre, el
apoyo emocional y la aprobación incondicional que siempre recibió de él. Segundo, se
encontraba ahora sujeta a la constante «crítica constructiva» de su madre, que antes sólo le
llegaba por teléfono, una vez a la semana. Tercero, su esposo regresaba al hogar los fines de
semana y le endilgaba su propia versión de crítica constructiva. Y, por último, la partida de
su hijo la había privado de su tranquilizadora presencia, generando así un vacío emocional
en su vida.
Además, la actitud del marido hacia sus dolores de cabeza indicaba su creencia de que eran
psicosomáticos (lo que para él significaba que eran un producto de su febril imaginación) y
de que ella los usaba para castigarlo por haber aceptado un empleo en otra ciudad. De
hecho, Denise pensaba que era una extraña coincidencia que la nueva oportunidad de
trabajo de Dan se hubiera presentado poco después de que la madre de ella se mudó a la
casa. Reconocía que estaba enojada con él, pero sabía que su agobiante dolor era real.
Cuando la terapeuta le preguntó cómo creía que se manifestaba su resentimiento hacia Dan,
Denise dijo que tenía dificultad para conciliar el sueño, comía demasiado y no podía pensar
en otra cosa.
La mayoría de las situaciones clínicas representan un triángulo que está en vías de formarse
(o, lo que es más probable, un triángulo que ya se ha formado y está en vías de
manifestarse). Con frecuencia el portador del síntoma se siente victimizado o
incomprendido por sus familiares o por los profesionales de la salud. El terapeuta debe
caminar por una cuerda floja que consiste en brindar la confirmación, empatía y apoyo
necesarios sin unirse al paciente para culpar a la familia o evitar el contacto con ella, y sin
convertirse en el representante y defensor del paciente ante su familia. Para caminar con
éxito por esta cuerda floja, es crucial tener la capacidad de ver los triángulos y manejarlos.
Así se podrá brindar apoyo al paciente y calmar a la familia, permitiendo a todos ser menos
reactivos, y por lo tanto, mutuamente solidarios.
En este caso la teoría es que las pérdidas de Denise, combinadas con los cambios evolutivos
y estructurales producidos en la familia, desencadenaron una vulnerabilidad biológica a los
dolores de cabeza. También activaron el triángulo adulto disfuncional (su madre y su
marido tratando de corregirla a ella). Denise se distanció de sus críticas acudiendo a
neurólogos por sus jaquecas y a psiquiatras por su depresión. La intro
ducción de innumerables médicos creó triángulos terapéuticos, porque algunos de ellos se
alinearon con Denise en contra de su esposo y su madre. Á1 quedarse sin opciones, y
deseoso de probar algo distinto, uno de esos profesionales la derivó a la psicoterapeuta.
La ventaja de ver triángulos en esta situación clínica es que ello le dio a la terapeuta
opciones que aún no habían sido ensayadas. En primer lugar la terapeuta, teniendo en
cuenta la historia de Denise, supuso que en esta terapia corría un riesgo potencialmente
importante de ingresar en un triángulo terapéutico, tal como les había ocurrido a otros
profesionales. Por ende, tomó medidas específicas para evitar la trampa del triángulo
terapéutico en la que Denise trataba de inducirla a caer para que se pusiera de su lado
contra la coalición maridomadre. También llamó al médico que estaba tratando las jaquecas
de Denise y recabó su opinión sobre la situación. Compartió con él su punto de vista sobre
el caso y le comunicó su plan de trabajar con la madre y el marido de Denise. Esto agradó
sobremanera al médico, quien ya estaba cansado de las constantes interferencias y
cuestionamientos de ambos. Al invitar a la madre y al marido de Denise a que concurrieran
a las sesiones como «consultores», la terapeuta mantuvo a raya su potencial reactividad
hacia ella y los tranquilizó. Los pacientes como Denise están demasiado atrapados e
indefensos y por lo tanto no se les puede enseñar eficazmente cómo salir de este tipo de
triángulos. Lo que sucede es que, una vez que la presión relacional y la depresión han
cobrado su tributo, al paciente no le queda suficiente resistencia emocional. En situaciones
clínicas como esta es importante incluir a los otros dos miembros del triángulo y lograr que
se comprometan a hacer un esfuerzo para cambiar su participación en el funcionamiento del
triángulo. Por otra parte, esta actitud preserva un nivel crítico de objetividad y refuerza la
intención del terapeuta de no tomar partido por el paciente.
Para modificar el triángulo formado por Denise, su madre y su marido, la terapeuta
mantuvo entrevistas por separado con cada uno de ellos. La ansiedad que la madre y el
marido le transmitían intensificaba el estrés de Denise y disminuía la eficacia de los
fármacos que le administraban. La terapeuta puso en evidencia la preocupación que sentían
la madre y el marido y destacó que el hecho de que concentraran su atención en Denise
agravaba y mantenía los síntomas. Hizo que Denise
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hablara de lo que experimentaba ante esa actitud y de los efectos que producía en ella.
Destacó que, con la mejor intención, el marido y la madre estaban dando a Denise lo que
creían que necesitaba: aliento, consejos e instrucciones. Indicó entonces que eso no daba
resultado y les recomendó que se tomaran su tiempo para escuchar a Denise y le
permitieran explicar lo que necesitaba de ellos.
Además, la terapeuta pidió a Denise que escuchara lo que sus familiares necesitaban de
ella. Estos dijeron que a veces tenían la impresión de que Denise no se esforzaba, de que
descuidaba el tratamiento y no quería mejorar. Cuando la terapeuta les preguntó por qué
pensaban eso, contestaron que Denise no les contaba nada. En realidad, era cierto que ella
se retraía y se desconectaba, probablemente como reacción a las críticas y las instrucciones,
y no les hablaba de lo que estaba haciendo ni de lo mucho que se esforzaba. Denise aceptó
ser más comunicativa con ellos. Ocho semanas después, la terapeuta se puso en contacto
con el médico de Denise para verificar sus progresos. El médico le informó que hacía dos
semanas que Denise no tenía jaqueca y que él se sentía optimista. Y expresó su alivio por el
hecho de que el marido y la madre de Denise hubieran dejado de perseguirlo.
Connie: una depresión grave
Connie B. buscó tratamiento por un perfil sintomático de depresión grave. Durante las diez
semanas que precedieron a su llamado había observado que su sensación de fatiga iba en
aumento. Permanecía mucho tiempo acostada, mirando el techo y rumiando pensamientos
morbosos. Cuando empezó a inventar pretextos para no ir al trabajo, se asustó y buscó
ayuda. Acudió al médico de su familia, quien le recetó Prozac. Lo tomó durante cuatro
semanas con escasos resultados. Entonces el médico la derivó a un psiquiatra, quien
aumentó la dosis del medicamento y habló con ella sobre los factores de estrés de su vida.
El psiquiatra sospechó que había problemas conyugales y la derivó a un terapeuta
sistémico.
En la sesión de evaluación, Connie informó que este episodio de depresión era el tercero de
su vida. El primero se había producido dieciséis años antes, cuando ella tenía 16 años y su
hermana mayor, Dale, había partido a otra ciudad para iniciar
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sus estudios universitarios. Ese otoño Connie empezó a tener dificultades en el colegio,
perdió interés enjugar al voleibol y en salir con amigos y engordó siete kilos. Recordaba
vívidamente los enfrentamientos con su madre a causa de las tareas domésticas y la
frustración de su padre al verlas reñir constantemente. Connie sentía que nunca había
estado a la altura de las expectativas que tenía su madre respecto de sus hijas. Además tenía
relaciones muy distantes con sus dos hermanas mayores, Joann y Dale, que en el momento
de iniciarse el tratamiento tenían 41 y 34 años, respectivamente.
De hecho, Connie nunca había sentido que encajara en su familia. Se crió en el condado de
Westchester y siempre fue más corpulenta que la mayoría de las jóvenes de su edad, pero
también estaba mejor dotada que ellas para los deportes. Desde pequeña sobresalió no sólo
en voleibol, sino también en lacrosse y natación.
Estas circunstancias la apartaban de sus hermanas, quienes eran más bajas y delgadas, se
especializaban en lucir atractivas y obtenían más de 1.400 puntos en el Test de Aptitud
Escolar. En aquella época Connie deseaba que su relación con sus hermanas mayores fuese
más estrecha, como también que su abuela paterna fuese su madre. La abuela jamás la
criticaba y era comprensiva.
Las hermanas de Connie estudiaron en universidades prestigiosas, se graduaron en derecho
y se establecieron en Washington DC. Se casaron, tuvieron hijos y, en opinión de Connie,
gozaban de una felicidad perfecta. Le parecía una ironía que sus hermanas, que habían sido
estrellas en la ciudad natal, se hubieran ido, y que ella, que había sido tan desdichada, se
hubiera quedado. Viajó poco: asistió a una universidad situada en el condado de
Westchester, estado de Nueva York, y obtuvo su licenciatura en terapia física en Manhattan.
Cuando era una adolescente, y casi siempre después de algún conflicto con su madre,
Connie alimentaba la fantasía de irse a vivir a California. Esa fantasía terminó, según creía,
cuando, siendo estudiante, conoció a Justin en un bar de solteros de la ciudad de Nueva
York. Justin tenía 30 años, era propietario de un negocio y era «un tipo común, tranquilo,
pero muy divertido». Salieron durante dos años y, cuando Connie terminó sus estudios, se
casaron y se establecieron en Westchester. La agencia de publicidad y relaciones públicas
de Justin prosperó, lo cual convirtió en improbable el traslado a California.
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Dos años después del casamiento, Connie y Justin empezaron a pensar en tener hijos.
Dejaron de tomar precauciones y no pasó nada. A mitad de camino de un prolongado
tratamiento de fertilidad, Connie tuvo su segundo episodio de depresión grave. El flujo
hormonal y la labilidad emocional que le produjeron las drogas la afectaron bastante, pero
el resultado negativo del tratamiento le resultó devastador. Recordaba que su abuela, que
había muerto cuando ella tenía 13 años, le decía que se consolara de ser alta y robusta
porque algún día tendría hijos hermosos y sanos. Connie decidió suspender por un tiempo
los intentos de quedar embarazada y, con la ayuda del Prozac y la terapia, en seis meses
empezó a sentirse mejor.
Hacia esa época notó que entre Justin y su madre nacía cierto apego. Esto la alegró, porque
significaba que su madre aceptaba a Justin aunque no hubiera estudiado en una universidad
prestigiosa. En las últimas semanas, sin embargo, empezó a sentirse molesta porque Justin
la alentaba y le daba instrucciones diariamente, actitud que le recordaba mucho las críticas
de su madre.
En la vida de Connie había habido una serie de triángulos sucesivos. Á1 ser la menor de
tres hermanas, había ocupado desde un principio la posición exterior de un triángulo que
incluía a sus hermanas mayores. Estas eran muy unidas y siguieron siéndolo de adultas;
incluso se establecieron en la misma ciudad, a 400 km del hogar. Estar afuera, como lo
estaba Connie, es una posición vulnerable para una niña que desea estar adentro. En el
triángulo que formó con su madre y su hermana Dale, ella ocupaba también la posición
exterior. Su madre la criticaba y las críticas se intensificaron cuando Dale se fue a la
universidad. Sin embargo, de algún modo Connie superó todo aquello, a pesar de sus
depresiones.
Su dilema actual incluía todos los ingredientes necesarios para provocar otro brote de
depresión. Si tomaba las drogas para la fertilidad, tendría problemas hormonales; si no las
tomaba, probablemente no tendría hijos. Como si esto no bastara, la activación de un
triángulo con su marido y su madre completó el cuadro. Cuando el terapeuta sistémico
revisó la historia de Connie, repleta de triángulos, llegó a la conclusión de que un trabajo
sostenido con los triángulos probablemente mejoraría su respuesta al Prozac, disminuiría la
intensidad de sus intermitentes brotes de depresión y le daría la fortaleza necesaria
para volver a intentar el tratamiento de fertilidad, en caso de que deseara hacerlo.
El triángulo terapéutico
El triángulo terapéutico se produce cuando un terapeuta se torna reactivo al proceso
emocional que tiene lugar en la relación terapéutica o en la familia y toma partido o queda
paralizado y es incapaz de trabajar con eficacia. Evitar el triángulo terapéutico cuando se
trabaja con parejas en problemas o con niños sintomáticos y sus familias es bastante difícil.
Y es un verdadero reto cuando se trata a individuos. El hecho de tener a una sola persona en
la sala genera un nivel de empatía e identificación que puede llevar al terapeuta a aliarse
con el paciente en contra de las otras personas que hay en su vida. Cerraremos este capítulo
con algunas reflexiones sobre el problema.
Ocuparse del triángulo terapéutico significa ocuparse de los fenómenos relacionales que
tienen lugar entre el paciente, el terapeuta y otras personas importantes en la vida del
paciente. En la terapia psicodinámica, estos fenómenos son tratados como problemas de
transferencia y contratransferencia. Es relativamente simple cambiar el punto de vista y ver
los fenómenos de transferencia y contratransferencia como fenómenos triangulares. Hacerlo
es ventajoso porque proporciona más opciones al terapeuta.
En el paradigma clásico de la transferencia, el paciente lucha con el problema universal de
satisfacer sus necesidades emocionales. En el proceso debe enfrentar conflictos entre su
versión internalizada (intrapsíquica) de un objeto relacional importante (a los fines de la
discusión, digamos que se trata de su madre) y el objeto de la realidad que es la madre tal
como la percibe en la vida cotidiana. Si el paciente tiene un objeto internalizado
distorsionado -que podría ser la madre idealizada-, tal vez alimente la expectativa de que su
madre le provea constantemente experiencias positivas. Esto conduce una y otra vez a la
decepción, el sufrimiento y la ira. Cuando la dependencia del paciente en la relación
terapéutica se intensifica, la versión internalizada de la madre se externaliza en la relación
terapéutica. Entonces se activa la expectativa de que el
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terapeuta provea apoyo emocional y una vez más esa expectativa se frustra. El conflicto
entre el paciente y la madre se transfiere al terapeuta. Si olvidamos por un momento el
inconsciente, podemos ver que este fenómeno representa el desplazamiento de las
necesidades y expectativas de la madre al terapeuta.
El desplazamiento es un mecanismo fundamental de la activación de triángulos. Sin
embargo, en la psicoterapia sistémica, en vez de alentar la dependencia del paciente
respecto del terapeuta, fomentando así la transferencia, trabajamos para minimizar la
intensidad de la dependencia dentro de la relación terapéutica, a fin de minimizar la
transferencia. Lo logramos participando de manera real y activa en la relación terapéutica,
limitando la frecuencia de las sesiones y centrando el tratamiento en las relaciones de la
vida real del paciente y no en la relación con el terapeuta. También tratamos de educar al
paciente para que perciba que las expectativas de una persona a menudo no coinciden con
lo que, si se juzga con realismo, cabe esperar que la otra persona brinde. Y, por último,
inducimos al paciente a que vuelva a trabajar en la relación con la otra persona, o
incorporamos a esa persona a las sesiones de terapia.
No es una novedad que los terapeutas están expuestos a tornarse emocionalmente reactivos
cuando examinan la situación de un paciente y tratan de dar con un plan de tratamiento
eficaz y satisfactorio. La mayoría de nosotros hemos invertido tiempo, energía y dinero en
nuestra propia terapia, en el trabajo con nuestra familia o en la supervisión tratando de
hallar el modo de manejar nuestras cuestiones personales sin que interfieran en el
tratamiento de los pacientes. En la práctica clínica todos nos hemos encontrado alguna vez
en situaciones en las que nos han cegado nuestras emociones, necesidades, preferencias y
preconceptos. Hasta en la terapia familiar y en la de parejas nos enojamos con una o más
personas porque las encontramos difíciles o resistentes. Nos enzarzamos en luchas por el
poder con algunos pacientes. Como resultado de la exasperación, rotulamos reactiva e
inadecuadamente a un paciente como borderline y a otro como narcisista, porque somos
incapaces de encontrar una manera de sortear nuestra falta de empatía. En ocasiones nuestra
empatía rebaza los límites y nos volvemos protectores. Nuestra ansiedad nos hace sentir
responsables por las decisiones y el bienestar del paciente. Trabajamos demasiado y nos
preocupamos demasiado, incapaces de
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seguir un rumbo claro a través de nuestra propia reactividad. La consecuencia es que
paralizamos al paciente. Habitualmente, al considerar estas situaciones encontramos
problemas de contratransferencia. Cuando ello ocurre, podemos tener la certeza de que hay
uno o más triángulos terapéuticos que es preciso abordar. El terapeuta tiene la
responsabilidad de buscar las reacciones de contratransferencia intentando activamente
comprenderlas dentro del contexto de su propia familia. La mejor manera de hacerlo es
recurriendo a un colega, asesor o terapeuta en busca de supervisión, consejo o
entrenamiento. No obstante, muchas de las reacciones menores de contratransferencia, si se
las ve como triángulos, pueden ser resueltas por los mismos terapeutas. Para ello deben
identificar los factores que los impulsan a formar triángulos con sus pacientes, apaciguar su
reactividad, eliminar la conducta regida por su reactividad, destriangular situando
nuevamente el problema en el contexto de la vida del paciente y ayudar a este a lidiar con él
en ese contexto.
Un terapeuta solicitó una consulta a causa de Eleanor, una mujer de 39 años, divorciada, a
quien había estado tratando durante diez meses. En las sesiones, Eleanor hablaba de su
atracción por el terapeuta, sus fantasías acerca de él y su falta de interés en conocer a otros
hombres. Esta mujer había sido en extremo dependiente de su marido, un hombre muy
controlador que la había dejado. En un comienzo el terapeuta los veía a ambos, pero el
marido dejó la terapia casi inmediatamente. El terapeuta quedó entonces a solas con la
esposa devastada, que se volvió cada vez más dependiente de él y erotizó la dependencia.
El terapeuta estaba ansioso a causa del material erotizado y su reactividad surgió porque no
sabía qué hacer al respecto. Trató de convencer a la mujer de que ella no experimentaba
esos sentimientos hacia él, o de que si los experimentaba, no debía hacerlo. El
comportamiento del terapeuta respondía a su ansiedad y su reactividad ante los
sentimientos eróticos de la paciente, desplazados del marido a él.
La asesora comprendió casi de inmediato que los sentimientos de Eleanor hacia el terapeuta
eran un desplazamiento de problemas internos. Entonces, directamente y sin ansiedad,
exploró las fantasías sexuales de Eleanor respecto del terapeuta y, haciéndole preguntas
precisas, vinculó esas fantasías con cuestiones no resueltas con su esposo. A continuación
enseñó al terapeuta a dejar de huir de la paciente y a empezar a hablar
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con ella de ese problema y de lo que significaba, de un modo que le permitiera explorar los
sentimientos sabiendo que al menos uno de ellos mantenía el control. La asesora pudo
llegar a esta conclusión porque en todo momento estuvo consciente del triángulo: con el ex
marido en la posición distante, la mujer se acercaba al terapeuta y el terapeuta se
distanciaba de la mujer en vez de mantenerse firme y tratar con ella su dependencia
respecto del esposo. Á1 ver la situación como producto de un triángulo, y al mantener el
triángulo en su mente, el terapeuta pudo comprender el proceso emocional, quitarle
toxicidad y alentar a la paciente a vivir su vida y a encontrar nuevos objetos de amor, en
vez de concentrarse en una relación en la que sus fantasías nunca se realizarían.
Lo que importa no es saber si, en nuestro rol de curadores, nos enfrentamos a la verdad o a
la ficción, sino más bien la manera en que manejamos las presiones emocionales que nos
cercan y distorsionan nuestra visión. Aquí la idea de la posibilidad de un triángulo
terapéutico es invalorable porque nos ayuda a mantener nuestro equilibrio y nuestra
perspectiva terapéutica. Además, comprender la manera en que como terapeutas podemos
mantenernos libres de triángulos terapéuticos es crucial para comprometer a los individuos
que tratamos y para hacer avanzar la terapia. Lo fundamental es que, al no formar
triángulos con los pacientes y su mundo, llegamos a ser confiables y seguros para ellos.
Los estudios de casos de este capítulo revelan la importancia de comprender el papel que
cumplen los triángulos en la formación de síntomas en el individuo, así como el manejo
clínico de esos síntomas en el contexto relacional en que se producen. Habiéndonos
ocupado ya de los individuos, avancemos ahora, en los siguientes capítulos, hacia los
triángulos que involucran a parejas, niños y adolescentes en tratamiento.
188
9. Triángulos extrafamiliares en el conflicto conyugal
Ann y David G. se conocieron por casualidad, a través de un amigo común. Ambos eran de
mediana edad y estaban divorciados. Ann se había prometido a sí misma que jamás volvería
a casarse. Quería terminar de criar a sus hijos. David se había separado hacía poco y estaba
tratando de adaptarse a su condición de padre soltero. Por lo tanto, se sorprendieron cuando
después de salir algunas veces se dieron cuenta de que entre ellos se estaba formando un
lazo muy fuerte. A Ann le encantaba la voz de David. A David le encantaba la sonrisa de
Ann. Dos meses después se confesaron su amor. Seis meses más tarde se casaron, llenos de
planes para el futuro y deseando unir a sus familias. Sentían lástima por la gente a la que no
le sucedía algo tan hermoso.
Después de una luna de miel de tres días en Vermont, Ann y David volvieron a su casa para
iniciar su nueva vida. Dos semanas después, horas antes de la fiesta que habían organizado
para celebrar con familiares y amigos, Ann estaba llorando y llamando a gritos a David
porque su hija de 7 años había arrancado y roto las figuras del novio y la novia que
adornaban la torta. David no le hizo caso: estaba ocupado con el ex marido de Ann, que
había llegado a la fiesta sin invitación y borracho. El escándalo fue en aumento. David
tomó a su hija de la mano y salió corriendo de la casa.
Ann y David se reconciliaron después de una tarde difícil. Le echaron la culpa de la pelea al
estrés. Sin embargo, en los meses que siguieron la pareja continuó teniendo problemas.
David se sentía irritado porque Ann, antes de salir a trabajar, le dejaba notas con listas de
cosas que quería que él hiciera. Enojado, preparaba comidas que los niños no comían y los
llevaba a sus diversas actividades. Tenía miedo de atender el teléfono porque el ex marido y
la ex suegra de Ann llamaban con frecuencia de noche, cuando ella estaba en el trabajo.
Hasta el perro de la familia parecía reclamar su atención. Mientras tanto, Ann trabajaba con
frecuencia de noche, es decir, cuando
189
las responsabilidades hacia su familia eran mayores. Se sentía aliviada porque su nuevo
esposo podía reemplazarla en algunas tareas y, sobre todo, porque sus hijos volvían a tener
un padre presente. Sólo la decepcionaba el hecho de que David parecía haber perdido el
interés en hacer el amor con ella. Antes de que se casaran no podía quitarle las manos de
encima.
Una noche Ann se desahogó con David. Llorando, le dijo que no soportaba que no la
hubiera tocado en semanas. David devolvió los reproches: dijo que estaba harto de que
fuera tan autoritaria. Ánn se sintió ofendida. David se negó a seguir hablando, se dio vuelta
y ya roncaba antes de que ella se fuera a dormir al cuarto que usaban como estudio.
¿Cómo fue que esta pareja, enamorada y llena de entusiasmo, llegó a tal estado de malestar
en tan poco tiempo? Habían empezado como una díada cariñosa, pero pronto se vio que en
lugar de una díada había muchas tríadas que influían en la pareja constantemente. Una
respuesta a la pregunta inicial es que el conflicto conyugal siempre implica triángulos. A
veces esos triángulos son muy intensos, y es común que varios de ellos estén activos al
mismo tiempo.
rientes políticos, los triángulos con los hijos, los triángulos con el cónyuge y los hermanos,
y el triángulo parental primario de cada cónyuge. Los triángulos extrafamiliares se activan
porque el sistema no puede abordar uno o más triángulos intrafamiliares.
Los triángulos extrafamiliares representan por lo general la externalización de un proceso
disfuncional que afecta a la familia. Cuando el terapeuta advierte la presencia de triángulos
extrafamiliares, puede suponer dos cosas. En primer lugar, que están vinculados a un
triángulo intrafamiliar o a un conjunto de triángulos intrafamiliares entrelazados. En
segundo lugar, que la unidad familiar multigeneracional no ha podido contener, dentro de
los límites de ese triángulo o conjunto de triángulos, el proceso emocional reactivo. El
resultado es que el proceso desborda e incorpora personas ajenas al sistema mediante la
formación de un triángulo extrafamiliar.
El triángulo con la aventura amorosa extramatrimonial
El lector ya conoce el triángulo con la aventura extramatrimonial, el triángulo con los
parientes políticos y el triángulo con el primer hijo. Pero hay otros triángulos, menos
conocidos, que también enlazan los conflictos sutiles y no tan sutiles entre marido y mujer.
Los triángulos organizan el conflicto conyugal, proporcionándole un foco, y con frecuencia
ocultan problemas emocionales del matrimonio. Son ejemplos la mujer que adora a su
padre y nunca está satisfecha con los logros de su marido, y la que pierde interés en el sexo
cuando sus hijos se van de la casa para estudiar o su madre tiene un cáncer incurable.
Los triángulos conyugales se forman cuando los cónyuges no resuelven las diferencias que
los separan. Los desechos de la relación, implícitos o explícitos, constituyen un terreno
fértil para la triangulación dentro de la familia o, externalizados y proyectados, para la
triangulación fuera de ella. En el conflicto conyugal hay siete tipos principales de triángulos
y casi todos tienen variantes o subtipos. Tres de esos tipos son extrafamiliares: las aventuras
amorosas extramatrimoniales, los triángulos de red social y los triángulos ocupacionales.
Los cuatro restantes son intrafamiliares: los triángulos con los pa
Las razones que llevan a las personas a tener aventuras amorosas son tantas como las
aventuras mismas. Con frecuencia la gente se sorprende de que esto les suceda. «Son cosas
que pasan», dicen. Sea cual fuere el factor desencadenante -crisis de la mediana edad,
necesidad de ser comprendido, deseo de una escapada sexual exótica, necesidad de aliviar
la tensión, un episodio de transición fuera del matrimonio-, la mayoría de las personas no
planea sus aventuras; al menos, no conscientemente. A menudo el miembro de la pareja que
se siente más incómodo es el que tiene la aventura, aun en el caso de quien lo hace para
vengarse por la aventura que el otro tuvo antes.
Una aventura amorosa no es síntoma de un trastorno del carácter. Rara vez queremos hacer
sufrir al otro, aun cuando la causa de la infidelidad sean la ira o el sentimiento de soledad.
Una aventura extramatrimonial es un esfuerzo por reducir la incomodidad y la ansiedad
exteriorizando a través de la aventura los problemas no resueltos entre dos personas. Es el
caso, por ejemplo, del marido excluido en un triángulo con su esposa y sus hijos o el de la
esposa que recibe constantes críticas de su marido y su madre.
190
La aventura amorosa puede tener distintos efectos sobre el matrimonio. Una posibilidad es
que calme al cónyuge que se siente incómodo sin perturbar al otro, estabilizando así el
matrimonio y ocultando su disfunción básica. Este efecto suele ser temporario y, por lo
general, termina cuando el otro cónyuge descubre la infidelidad.
Una segunda posibilidad es que, al ser descubierta, la aventura extramatrimonial se
convierta en el problema central entre los esposos. En ese caso encubrirá el conflicto
conyugal que le dio origen. Cuando la aventura extramatrimonial es conocida, resulta
especialmente importante que el terapeuta recuerde la distinción entre ser parte en un
proceso relacional y ser responsable de la propia conducta. En el triángulo por aventura
extramarital, el cónyuge que participa debe asumir la responsabilidad por su
comportamiento y no alegar como excusa que había problemas relacionales preexistentes.
Por otra parte, ambos cónyuges deben asumir la responsabilidad por su participación en el
proceso relacional que precedió a la aventura.
Una tercera posibilidad es que la aventura no cumpla plenamente su función de
encubrimiento. En ese caso, la pareja buscará tratamiento por otros problemas y la aventura
será aún secreta. Esta situación plantea al terapeuta la espinosa cuestión de la
confidencialidad.
Si el terapeuta se entera de la relación extramatrimonial, debe decidir si ha de plantear el
tema en una sesión conjunta. Aunque algunos autoresl sostienen con argumentos teóricos la
conveniencia de proceder con total franqueza y revelar la existencia de la relación
clandestina, nuestra posición es que esto no debe hacerse. Al informar al esposo ignorante
se contribuirá a aumentar la ansiedad de la pareja en un momento del tratamiento en que el
principal objetivo es precisamente reducir la ansiedad. Esta regla, sin embargo, no es
aplicable cuando el cónyuge ignorante, convencido de que algo sucede pero enfrentado a
una negativa constante, se desliza hacia una depresión grave o incluso hacia una psicosis.
1 Por ejemplo, Pittman (1989).
192
La tarea de los terapeutas en los triángulos amorosos
Las aventuras extramatrimoniales generan fuertes sentimientos y acaloradas discusiones
entre los terapeutas. Los que tienen una aventura extramatrimonial o se sienten
victimizados por alguien que la ha tenido (su pareja, su padre o su madre) suelen tomar
posiciones extremas a favor o en contra de tal comportamiento. Como ocurre con la
mayoría de las cuestiones emocionales, los terapeutas tienen que tener claros sus propios
preconceptos para poder ayudar a las parejas que tratan. Si no pueden hacerlo, generarán
intensos triángulos terapéuticos al tomar partido por el cónyuge ofendido o al aplaudir
interiormente al que lo ofendió. Cuando el terapeuta se entera de la existencia de una
aventura, se enfrenta con tres tartasimportantes. La primera consiste en elaborar un juicio
clínico acerca de si pondrá o no en evidencia una relación, pasada o presente, que es
secreta. La segunda es aclararle al cónyuge infiel que deberá poner fin a la aventura si
desea que la pareja progrese en la terapia conyugal. Y la tercera es reconocer y aceptar
como legítimos el dolor y el sentimiento de pérdida que esa persona experimentará. Esto
tiene que hacerse en sesiones individuales con el cónyuge involucrado en la relación.
El triángulo de la aventura extramatrimonial plantea algunas de las cuestiones más
interesantes y difíciles con que puede tropezar un terapeuta que trabaja con parejas. Uno de
los autores debió enfrentar las siguientes situaciones clínicas en un período de un año. Una
mujer casada acudió sola a terapia para encarar el hecho de que hacía siete años que tenía
una relación extramatrimonial cuya existencia su esposo desconocía. Hacía varios meses
que esta mujer estaba en terapia cuando murió a raíz de una cirugía de emergencia. Poco
después su desconsolado marido inició un tratamiento para enfrentar la pérdida. Su
idealización de su esposa y del matrimonio interfería con el proceso de duelo y con su
retorno a la normalidad. En otro caso, el terapeuta sabía que una niña de 8 años era hija del
amante y no del marido de su madre. En un tercer caso, el terapeuta trabajaba con dos
parejas. Estas personas eran amigas. El terapeuta se enteró de que una de las esposas tenía
una aventura con el marido de la otra.
193
Si bien estos casos fueron particularmente dramáticos, en todos los casos de triángulo por
aventura extramatrimonial nos concentramos en los siguientes objetivos:
1. Tranquilizar a la pareja a fin de modificar el clima emocional. Esto se logra
normalizando las cuestiones y asignando a ambos miembros tareas que los induzcan a
tratarse decentemente mientras trabajan con los problemas que los llevaron a la terapia.
2. Cambiar el comportamiento de ambos relacionado con la aventura. Por ejemplo, el
cónyuge que tiene una aventura debe ponerle fin. El terapeuta deberá dedicarle tiempo para
permitirle que haga el duelo por la pérdida, en sesiones individuales. A veces el cónyuge
que no tuvo la aventura puede controlar al otro constantemente o exigirle que le dé detalles
de la relación sexual. Ese comportamiento debe cesar.
3. Sistematizar la aventura. Ambos miembros de la pareja contribuyeron a crear un terreno
fértil para que se desarrollara una relación paralela. Esto no quiere decir que el cónyuge
traicionado sea tan culpable como el que traicionó. Se trata simplemente de equiparar
responsabilidades por el estado emocional del matrimonio, el cual contribuyó a alimentar la
ansiedad, de la que surgen triángulos como los que nos ocupan. Al sistematizar la aventura,
el terapeuta puede abordar el conflicto no resuelto que está en la raíz del triángulo.
4. Trabajar con los triángulos intrafamiliares que aparecen. Al progresar el trabajo de
desmantelamiento del triángulo con la aventura, los triángulos intrafamiliares se vuelven
más visibles. Estos triángulos, que operan dentro de la familia nuclear o la familia extensa,
por lo general son anteriores a la aventura pero no han sido expuestos ni resueltos.
Contribuyen a alimentar el triángulo con la aventura extramatrimonial.
5. Restablecer la confianza y la credibilidad. Esto debe hacerse tratando las ansiedades y la
necesidad de preguntar de la parte traicionada. El que tuvo la aventura debe asumir la
responsabilidad de sus actos y expresar remordimiento por ellos. La terapia debe explorar
también la cuestión de la confianza simétrica (véase abajo).
Las parejas que mejor superan el triángulo de la aventura extraconyugal tienen cuatro
características clave. Llegan a comprender el proceso que llevó a la aventura y el papel que
194
cada uno desempeñó en él. Cambian sus respectivas posiciones en el proceso en marcha.
Avanzan lenta y cuidadosamente hacia un nuevo tipo de confianza e intimidad en la
relación conyugal. Y, por último, llegan a comprender la influencia que sus familias de
origen tienen en su comportamiento. He aquí un ejemplo.
Ed y Linda G. se conocieron en la universidad. Empezaron a salir juntos y poco después
Linda quedó embarazada y sufrió un aborto. Se casaron en 1984, tres años después de la
graduación de Ed. De esa unión nació una hija, Laurie, que tenía tres años en el momento
en que la pareja acudió a la terapia. Linda acababa de descubrir que durante nueve meses
Ed la había estado engañando con Nadine; la relación con Nadine concluyó cuando esta
abortó un embarazo.
Ed tenía 32 años y era gerente de marketing de la filial local de una gran empresa. Durante
cierto tiempo había vivido con el constante temor de que la casa central, situada a 1.600 km
de su ciudad, vendiera o cerrara la sucursal, con lo que él perdería el trabajo. Era el mayor
de cuatro hijos y el único varón. Le gustaban mucho los deportes, estaba bien dotado para
practicarlos y se enorgullecía de jugar bien al golf y al béisbol. Su padre y su madre tenían
ambos 60 años. Su madre gozaba de buena salud y trabajaba como secretaria. Su padre se
había retirado por incapacidad ocho años antes. Sufría una grave enfermedad
neuromuscular que lo convertía prácticamente en un inválido. Los ojos de Ed se llenaron de
lágrimas cuando le dijo al terapeuta que a su padre no le quedaba mucho tiempo de vida. Ed
idealizaba a sus padres y se resistía a criticarlos, pero Linda lo interrumpió para decir que
los padres de Ed siempre lo habían hecho sentirse «una porquería».
Linda era la menor de cinco hermanos, dos de los cuales eran mellizos. Trabajaba como
gerente de recursos humanos para una compañía mediana. Su padre, a quien profesaba un
gran afecto, había muerto cuando ella estaba en la universidad, de la misma enfermedad
que afectaba al padre de Ed. Su madre se volvió a casar; el nuevo marido no le cayó bien al
resto de la familia. Linda dijo que su madre había tenido un amante durante los años de
enfermedad de su padre.
El terapeuta preguntó acerca de la aventura amorosa de Ed. Este le dijo que, poco después
de casarse, Linda y él se habían hecho amigos de Nadine y su esposo. Además, eran
vecinos y se veían bastante seguido. Añadió que la atracción entre
195
Nadine y él había empezado el Día de Acción de Gracias y que hacia la Navidad se habían
escabullido de una reunión para dar comienzo a su relación sexual. En privado describió su
relación sexual con Nadine como intensamente gratificante. Por supuesto, la teoría de Ed
acerca de las razones o el origen de la aventura se centraba en el hecho de que su esposa no
se mostraba dispuesta a tener sexo con la frecuencia que él deseaba. La opinión de Linda
sobre la aventura de su marido era compleja. Culpaba en parte a los padres de Ed, quienes
según ella siempre lo habían menospreciado. Por eso Ed necesitaba que lo aprobaran y
elogiaran constantemente. «Yo me cansé de hacer eso, pero Nadine lo hizo», dijo. También
se culpaba a sí misma y concordaba con Ed en que su «débil impulso sexual» desde el
nacimiento de Laurie había creado un verdadero problema entre ambos. Cuando el
terapeuta preguntó cuál era el estado actual de la relación de Ed con Nadine, ambos dijeron
que había terminado. El no había tenido ningún contacto con ella desde el aborto. Ed
manifestó un gran miedo de verla. Expresó que creía que Nadine era la persona que llamaba
a su trabajo y colgaba, y que la idea de que estaba buscándolo lo inquietaba mucho. Tenía
miedo de que le dijera cosas hirientes.
El hecho de que la aventura hubiera terminado resolvía un problema que el terapeuta debe
enfrentar en las primeras etapas de un caso de estas características: adoptar la posición de
que la aventura debe terminar. Evidentemente, esta relación ya había terminado. De no ser
así, el terapeuta habría explicado que la terapia sería una pérdida de tiempo y dinero
mientras la relación no llegara a su fin. El terapeuta habría controlado después el estado
emocional de Ed, sabiendo que, en caso de que cumpliera lo pactado, estaría triste o
enojado.
Otro problema de la primera etapa del tratamiento en estos casos es alentar al cónyuge
traicionado a imaginar qué comportamiento no toleraría y con qué cosas no podría convivir.
Luego el cónyuge traicionado debe retroceder hacia una posición no reactiva. Linda le hizo
saber a Ed que cualquier repetición de su infidelidad significaría el fin del matrimonio. Para
ella la exigencia de fidelidad no era negociable. Su intento de retroceder a una posición no
reactiva, de abstenerse de acosar a Ed con preguntas y recriminaciones, no fue fácil. Sin
embargo, comprendía la importancia de esa actitud para la recuperación del matrimonio,
por lo que se abocó a la tarea con energía y decisión. Su éxito o fracaso debía controlarse
una vez
196
por semana; en el caso de Linda, sus «deslices» revestían la forma de preguntas ocasionales
y depresión leve.
En cumplimiento de otra tarea fundamental para las primeras etapas de la terapia, el
terapeuta ayudó a Ed a lamentar la pérdida. Ed negaba tener un sentimiento de pérdida,
excepto tal vez la pérdida de la admiración y los elogios de Nadine. Sin embargo,
presionaba mucho a Linda para que lo perdonara inmediatamente y para recuperar una
relación sexual plena. Linda se quejó al terapeuta y este trabajó para lograr que Ed
renunciara a presionarla sin sentirse enojado o emocionalmente distante. Ed convino en
intentarlo pero fue una verdadera lucha y, cuando lo logró, se vio afectado por una
depresión leve.
Dados el compromiso mutuo de Ed y Linda y el hecho de que la aventura había concluido
definitivamente, estos pasos estabilizaron con rapidez el estado emocional de ambos y
mejoraron el clima conyugal. Ed siguió teniendo brotes de desaliento y depresión,
resultantes sobre todo de su autocompasión, cuando lograba no presionar a Linda. Linda
continuó sintiéndose herida y enojada cuando pensaba en la aventura, y resentida con Ed
cuando él la presionaba para que lo perdonara y accediera a sus requerimientos sexuales.
No obstante, el comportamiento de ambos era más calmo.
Mientras exploraba sus sostenidos esfuerzos por encarar las repercusiones de la aventura, el
terapeuta descubrió algunas pautas de comportamiento de Ed y Linda que, según ellos
mismos lo reconocieron, siempre les habían causado problemas. Ed admitió que a veces era
asaltado por sentimientos de temor e ira que lo inducían a retraerse. Tenía miedo de no ser
perfecto, de fracasar, de sentirse mal. Entonces culpaba a Linda porque no lo alentaba, no lo
apoyaba y se negaba a tener relaciones sexuales. Por último, se refugiaba en el silencio y el
desinterés en la relación. Linda admitió que la asustaba lo que ella percibía como
vulnerabilidad e indefensión de Ed. Dijo que frente a un problema ella prefería retraerse y
dejar que se agravara.
El terapeuta ayudó a Linda y a Ed a buscar el origen de esas pautas en sus triángulos
parentales primarios y en los roles que habían desempeñado en ellos. En su niñez, Ed había
sido el «blanco» 2 de la preocupación y las críticas de sus padres, que siempre lo habían
subestimado y le habían retaceado su
2 Véase Guerin y Gordon (1986).
197
apoyo. Linda había sido la hija preferida de su padre, quien encontraba en ella un sustituto
emocional para una esposa que no podía soportar su enfermedad y debilidad.
Además, el terapeuta los ayudó a idear métodos para modificar esas pautas. Por ejemplo,
sugirió a Ed que prestara atención a Linda a la hora de la cena a fin de que ella pudiera
conversar con él sobre sus preocupaciones y sus actividades cotidianas. También ayudó a
Ed a darse cuenta de que sus exigencias sexuales sólo servían para que Linda se pusiera
más distante y negativa hacia él. Ed convino en tratar de concentrarse en ser afectuoso con
Linda dentro de un contexto no sexual. Con frecuencia Linda había comentado en las
sesiones que Ed mostraba escaso interés en la relación entre ambos a menos que deseara
tener relaciones sexuales, a tal punto que, cuando él era «amable», ella desconfiaba.
Cuando Linda volvía a la casa de su trabajo, debía concederle a Ed algunos minutos para
estar solo (Ed salía de su trabajo más temprano y se ocupaba de cuidar y entretener a
Laurie). También debía asumir la responsabilidad por su vida sexual, por ejemplo tomando
la iniciativa (algo que rara vez hacía) cuando sintiera deseos de tener relaciones. Estos
planes funcionaron bastante bien. Entre otras cosas, Linda entró en contacto con su impulso
sexual, que no era tan «débil» como ella creía (ni tan fuerte como Ed hubiera deseado). El
sexo siguió siendo difícil para ellos, pero con un nivel más bajo de resentimiento por ambas
partes. Incluso pudieron escuchar sin reactividad lo que cada uno de ellos tenía que decir
sobre su vulnerabilidad y sus puntos de vista sobre el sexo.
Un segundo proceso vinculado a la aventura amorosa de Ed se centraba en el triángulo con
su hija Laurie. Ed y Linda reconocieron que sus problemas empezaron después del
nacimiento de Laurie, cuando Linda experimentó una disminución de su interés en el sexo.
Cuando Linda decidió volver al trabajo de inmediato sintió culpabilidad, o al menos dudas
sobre su proceder. En cuanto a Ed, su miedo al fracaso y su necesidad de ser perfecto se
intensificaron cuando se convirtió en padre. Quería ser un padre perfecto. Además, Ed y
Linda discrepaban sobre la manera de criar a Laurie. Cuando Laurie tenía una rabieta, Ed
perdía la paciencia y le gritaba; entonces Linda intervenía para defenderla. Ed hablaba de
«entrenar» a Laurie para que no fuera mala (como lo había sido él), mientras que Linda leía
libros sobre crianza de niños y decía cosas como «Es normal», «Es sólo una fase», «Lo
superará».
El origen de estos comportamientos también fue relacionado con lo que sucedía en las
familias de Ed y Linda. Ed decía que en el fondo estaba convencido de que nunca se habría
enderezado si sus padres no hubieran sido estrictos con él. Aunque sentía resentimiento por
el daño que le habían provocado las críticas de sus padres, él estaba haciendo lo mismo con
su hija. Linda se dio cuenta de que, como su madre, prefería no hablar de los problemas y
actuar como si todo estuviera bien, pasando por alto las opiniones en contrario. Linda era
particularmente recelosa frente a cualquier interpretación de la conducta de Laurie que
pudiera indicar que su trabajo (que ella amaba) estaba interfiriendo en su desempeño como
madre.
Al aumentar su comprensión de sus respectivas familias, Ed y Linda fueran capaces de
moderar su comportamiento hacia Laurie. Además, elaboraron junto con el terapeuta
algunas estrategias de destriangulación estructural que, según pensaba el terapeuta,
reforzarían la nueva actitud de la pareja. En primer lugar, el terapeuta le señaló a Ed que
había idealizado a su padre y que eso contribuía a que tratara a su hija como su padre lo
había tratado a él. Así como su padre no se sentía satisfecho con nada de lo que él hacía
-con las calificaciones que obtenía en la escuela, con su desempeño en los deportes, con su
elección de esposa-, él estaba en camino de hacer lo mismo con su hija. El terapeuta le
indicó a Ed que tratara de lograr una relación más personal (y, por lo tanto, más
equilibrada) con su padre. Ed debía conversar con él acerca de su propia negatividad y
pesimismo. Además, indicó que cada uno de los miembros de la pareja debía abstenerse de
interferir en la relación del otro con Laurie. Dado que en este caso no existía ningún tipo de
maltrato, el terapeuta señaló que el padre y la madre debían establecer una relación propia y
personal con Laurie y asumir la responsabilidad por los resultados.
Ed y Linda asumieron su parte de responsabilidad por el problema con Laurie. Ed se ocupó
de su reactividad hacia su padre, Laurie y Linda. Linda empezó a examinar el sentimiento
de culpa que experimentaba por tener una carrera y su tendencia a esconder la cabeza en la
arena como su madre. En vez de culpar a Ed, empezó a reconocer que ella era bastante
ambivalente en lo que respecta a establecer un equilibrio entre sus necesidades y las de la
niña. Mientras tanto, la tensión
198
199
provocada por la aventura sufría altibajos relacionados con el nivel de estrés que afectaba al
sistema. Esa tensión aumentaba, por ejemplo, cuando pensaban que Nadine estaba hablando
de ellos con amigos comunes o que era ella quien llamaba por teléfono y cortaba la
comunicación. Aumentó cuando murió el padre de Ed (para ese entonces la pareja llevaba
ocho meses en terapia) y también cuando se cumplió un año desde el día en que Linda
había descubierto la aventura. En estos casos es importante normalizar tales fluctuaciones
para tranquilizar a la pareja y enseñarles a usar los instrumentos que les ha proporcionado
la terapia para enfrentar esas repercusiones.
La reconstrucción de la credibilidad
El terapeuta le preguntó a Linda qué necesitaba para volver a confiar en Ed. Ella dijo que le
resultaba dificil confiar en su marido cuando él salía; se preguntaba dónde y con quién
estaría. Agregó que si Ed le dijera adónde iba, con quién y a qué hora volvería, las cosas
andarían mejor. Ed afirmó que hacer semejante cosa sería como tener un carcelero y le
recordaría los tiempos de su adolescencia, cuando tenía que dar cuenta a su madre de todo
lo que hacía. No obstante, comprendía lo importante que era para Linda y prometió
intentarlo. Satisfizo puntualmente las exigencias de su mujer, pero se enojó al comprobar
que esta seguía dudando y preocupándose cuando él salía. El terapeuta le dijo que no era
razonable esperar que Linda volviera a confiar en él de inmediato; era necesario contar con
un historial de confiabilidad, y eso llevaba tiempo. Aunque a regañadientes, Ed aceptó la
idea.
Las preguntas sobre los detalles
Se trata de un problema espinoso. Cuando una pareja acude a terapia, es común ver que el
cónyuge engañado acosa al otro con preguntas sobre los detalles de la aventura y sobre el
cómplice. El cónyuge infiel, por su parte, encuentra agraviante el interrogatorio y asume
una actitud defensiva y distante. En estos casos, la elección del momento adecuado es
fundamental. Contestar a las preguntas de Linda en una etapa demasiado temprana del
proceso terapéutico sólo hubiera servido para
200
aumentar su turbación. Pero responder a las preguntas puede ser conveniente cuando ya se
ha producido una reparación suficiente. En el caso de Linda, conocer los detalles la habría
ayudado a tener una visión más realista de lo sucedido. Por otra parte, en el controlado
ambiente de la sala de terapia el terapeuta puede dar al cónyuge traicionado la oportunidad
de formular sus preguntas sin usarlas para atacar y censurar al otro. El interrogado debería
responder. Si no está dispuesto a hacerlo parecerá que está protegiendo a su cómplice, con
lo que se perjudicará el proceso de restablecimiento de la confianza.
Cuando Ed y Linda llegaron a este punto en la terapia, Linda dijo que no tenía preguntas
que formular. No deseaba preguntar nada, no le interesaban los detalles. Ed, por su parte,
declaró que, por penoso que le resultara «revivir las cosas», estaba dispuesto a responder a
cualquier pregunta. El terapeuta le dijo a Linda que hacer preguntas era normal y le explicó
que, a esa altura del tratamiento, hasta sería productivo. Linda se mantuvo firme y dijo que
por el momento no tenía preguntas que formular. El terapeuta decidió aceptar su resistencia,
que concordaba perfectamente con su estilo elusivo. En sesiones posteriores volvió sobre el
tema para alentarla a preguntar. Por último, en una sesión individual, el terapeuta indagó las
causas de su falta de curiosidad. Linda dijo que ya había aceptado no saber y que así se
sentía más cómoda.
La necesidad de asumir la responsabilidad y expresar remordimiento
Si un cónyuge que ha tenido una aventura dice que la culpa no fue suya o que no hizo nada
malo, hay que olvidarse de la posibilidad de restablecer la confianza. Esa no fue la actitud
de Ed. Desde el principio se culpó y expresó un profundo remordimiento. Lejos de negar su
responsabilidad, reaccionó exageradamente: su remordimiento se convirtió en odio hacia su
propia persona, en un sentimiento rayano en la autocompasión. El problema que se presenta
cuando el cónyuge que tuvo la aventura emerge de ella con un concepto demasiado
desfavorable de sí mismo es que esa actitud perpetúa el triángulo con la aventura aunque
esta haya terminado. La mentalidad maniquea -la visión de «el santo y el pecador»-
perpetúa el triángulo, aunque el tercer punto sea ahora la aventura mis
201
ma y no el amante o la amante. La aventura se convierte en el hecho alrededor del cual
giran ahora marido y mujer. Por supuesto, esto tiene sentido si consideramos que la función
de los triángulos es estabilizar una díada inestable.3 Una concepción y un reconocimiento
realistas de la propia responsabilidad y la expresión de un remordimiento adecuado son
elementos necesarios para que la pareja deje atrás el triángulo. A Ed le resultó dificil
hacerlo. Alterar la estructura triangular es imposible a menos que ambas partes puedan ver
la contribución que hizo cada una de ellas al conflicto no resuelto.
Con frecuencia el cónyuge traicionado perpetúa el triángulo atribuyendo toda o la mayor
parte de la culpa a la tercera persona. En vez de considerar responsable de la infidelidad a
su pareja, el cónyuge traicionado inculpa al amante o a la amante. Esta es otra versión de la
actitud de culparse exclusivamente a sí mismo. Es una actitud sesgada, poco realista y hasta
irrespetuosa. ¿Acaso quien traicionó es una persona tan inepta e indefensa que no pudo
dominar la situación? Linda mostró cierta tendencia a absolver a Ed y a adjudicarle más
culpabilidad a Nadine. Dijo que la «odiaba». «¿Cómo pudo una mujer hacer algo así?
¿Cómo pudo tener un romance con el esposo de una amiga?». Desde luego, esto tuvo la
consecuencia no buscada de mantener a Nadine en sus vidas, mental y emocionalmente,
aunque estuviera físicamente alejada. La mejor manera de dejarla atrás, por supuesto,
consiste en verla como una persona, con sus virtudes y defectos, y con una historia de vida,
como todo el mundo. Rara vez se oye hablar así a un terapeuta, y por lo tanto rara vez la
gente se desliga por completo de un triángulo de este tipo.
La cuestión de la confianza simétrica
Invariablemente el cónyuge infiel tiene con el engañado un problema de confianza que ha
permanecido oculto. En el caso de Ed, la cuestión de la confianza simétrica se centraba en
la relación sexual. A Ed le resultaba dificil confiar en que a Linda realmente le importaran
las necesidades sexuales de él y la vida sexual de ambos, y en que se propusiera mejorar las
cosas, ya que durante años lo había eludido en el dormitorio. Fue
3 Fogarty (1975).
202
cuando empezaron a trabajar en este tema que Ed y Linda decidieron, a instancias de Linda,
poner punto final a la terapia. Habían transcurrido trece meses desde la primera sesión.
Los triángulos de red social
Estos triángulos incluyen como terceros a personas ajenas al sistema familiar. Es común
que una persona se queje de que su cónyuge tiene amigos que «le llenan la cabeza con ideas
equivocadas». Los triángulos son a menudo una cuestión de influencia, y eso se aplica
sobre todo a los triángulos de red social. Un triángulo puede describirse como una
competencia de influencias. Si el lector duda del poder de esta dinámica, bastará que
recuerde la última vez que expuso en su casa alguna opinión, sólo para oírle decir con
rencor a su pareja que es lo mismo que ella ha estado repitiéndole desde hace años. Todos
luchamos por nuestra autonomía pero muchas veces terminamos yendo de aquí para allá
entre distintas fuentes de conexión e influencia.
Nadie, excepto los cónyuges, cree que el matrimonio hace que cada uno de ellos ponga las
opiniones del otro por encima de las opiniones de los demás. Pero los cónyuges así lo
esperan, pese a lo insensata que esa pretensión pueda parecerle a un observador externo.
Por ejemplo, en cierto momento una esposa empieza a volver su atención hacia su
realización personal. En el proceso inicia una amistad con otra mujer cuyas creencias
podrían entrar en conflicto con las de su esposo. Cuando esa amiga la ayuda a tomar
conciencia, se activa un potente triángulo. Si el marido tiene ideas conservadoras, el
conflicto será franco y la batalla por el dominio de la influencia se librará en la superficie.
Pero si el marido es más liberal en sus puntos de vista, el conflicto será más sutil. Ese
hombre, que apoya la carrera, la igualdad y la independencia de su mujer, se tornará
reactivo ante la pérdida que percibe cuando parte de la atención y del compromiso
emocional de su esposa se dirigen en otra dirección. Cuando, como sucede con frecuencia,
el esposo es un distarlciador emocional, el hecho de que su esposa no esté donde a él le
gustaría que estuviera genera incomodidad en su fuero íntimo. Como intelectualmente no es
aceptable que se sienta
203
perturbado por el comportamiento de su mujer o enojado por la nueva influencia, el
conflicto se expresa de modo encubierto. Intelectualmente, esta persona es progresista; pero
emocionalmente es conservadora.
En cuanto a la esposa, sus expectativas de que su marido, tan liberal, y sus hijos, tan cultos,
aplaudan su decisión de desarrollar su potencial suelen engañarla. Ellos aplauden, desde
luego, pero dentro de ciertos límites. Y esos límites están definidos por sus propios niveles
de incomodidad interior y su necesidad de que ella se ocupe de todos.
Los terapeutas deben vigilar sus propios impulsos emocionales, ya que estos pueden llevar
a la formación de un triángulo terapéutico en respuesta a la actitud que un cónyuge adopta
frente al otro a causa de una influencia externa. Por ejemplo, una terapeuta requirió
supervisión para un caso con un esposo muy controlador y tacaño y una esposa sumisa,
insegura y económicamente irresponsable. La terapeuta se dio cuenta de que estaba
presionando al marido para que diera a conocer a la esposa la composición del patrimonio
de ambos. Se podría decir que la terapeuta sólo estaba tratando de generar franqueza y
equilibrio en la lucha por el poder relacionada con el dinero. Y así sería. No obstante, la
terapeuta tenía conciencia a cierto nivel de que estaba molesta con el comportamiento del
marido, que le recordaba un triángulo en el que había estado (y aún estaba) con su propia
familia extensa. Su padre era muy gastador, mientras que su madre ahorraba y escondía
cuanto podía, en especial el dinero que sacaba de la billetera de su esposo cuando este
dormía.
Otro ejemplo es el del terapeuta que se sintió casi paternal con una esposa a quien alentó a
obtener su título en la universidad, al tiempo que pasaba por alto o desestimaba las quejas
del esposo respecto de que ella nunca tenía tiempo disponible para él ni para los hijos. Aquí
el terapeuta estaba representando el triángulo de su propio matrimonio. Este hombre estaba
casado con una mujer a quien no respetaba porque nunca hacía nada «intelectual» y tenía
dos amigas íntimas que no habían ido a la universidad.
La comprensión de los triángulos existentes en su propia familia es fundamental para que
un terapeuta pueda trabajar adecuadamente con los triángulos relacionales. ¿Cómo puede
saber un terapeuta si está aprisionado o no en un triángulo? Si tiene una fuerte respuesta
emocional hacia una de las partes,
204
si no sabe qué preguntas formular o si empieza a tomar partido, es porque está atrapado.
Naturalmente, aunque somos terapeutas, somos ante todo personas que tienen relaciones.
Debemos recordar que estamos tan expuestos a involucrarnos en triángulos con nuestros
pacientes como estos a involucrarse en triángulos con otras personas de su entorno.
Debemos mantenernos en contacto con nuestra reactividad emocional aun cuando estemos
intelectualmente comprometidos con la igualdad entre los sexos.
Como el matrimonio sigue evolucionando desde el modelo tradicional hacia un estilo más
igualitario, muchas parejas jóvenes se esfuerzan por encontrar una manera de ser socios con
iguales derechos y por llegar a un acuerdo que les permita a cada uno de ellos seguir siendo
un individuo mientras, al mismo tiempo, procuran convertirse en una pareja. El hecho de
que el acuerdo sea más o menos explícito dependerá en gran medida de sus respectivas
filosofías políticas, de las características de sus redes sociales y del lugar donde vivan. Sin
embargo, la cuestión de la influencia es importante en todos los matrimonios, y al encarar
el conflicto conyugal el terapeuta debe mostrarse diligente en la búsqueda de los triángulos
de influencia.
El vinculo entre los miembros de un matrimonio implica una expectativa de lealtad que no
está presente en ninguna otra relación. Cuando uno de los cónyuges cree que el vínculo se
ha roto y que su posición ha sido ocupada por alguien de afuera, los celos y el resentimiento
son profundos. Tomemos por ejemplo el caso de Don y Sue. Don se había mantenido sobrio
gracias a Alcohólicos Anónimos durante varios años. El y su esposa estaban en terapia
porque reñían por diversas cuestiones. Una de ellas se refería al grupo de Al-Ánon al que
asistía Sue y que, según Don, estaba envenenando la actitud de su esposa hacia él. El
hombre acusaba a las participantes del grupo de ser «un hato de arpías» que le decían a su
esposa que no tuviera relaciones sexuales con él y le enseñaban a ser egoísta y mezquina.
La respuesta de Sue consistía en atacar a Don y a sus compinches de AA, con quienes su
marido solía ir a tomar café después de las reuniones. Para ella, todos eran unos machos
chauvinistas. La adhesión de Don y Sue a sus respectivos grupos y los intensos triángulos
en los que estaban atrapados les impedían abordar los problemas del cambio que había
empezado a producirse en su relación desde que Don dejó de beber.
205
Por otra parte, las discusiones les proporcionaban un espacio para desahogar su ira y su
resentimiento, que nunca habían analizado.
Otra variante del triángulo de red social es la que incluye amigos que perjudican al
matrimonio. Un hombre casado sigue en contacto con los que fueron sus compañeros en la
uni versidad. Se reúnen dos veces por año en Nueva York para pasar un fin de semana
bebiendo y concurriendo a bares con espectáculos de striptease. Su esposa considera que
esas actividades y la importancia que su marido les da inciden en el tiempo que él podría
pasar con ella y los hijos. Abomina de su comportamiento adolescente bajo la influencia de
sus amigos y sospecha que en esas ocasiones también hay sexo. El plan terapéutico consiste
en estos casos en ayudar a la pareja a resolver los problemas relacionados con la influencia,
con el tiempo que el individuo reserva para sí y el que dedica a su cónyuge y a su familia y
con la dificultad, subyacente pero siempre presente, de equilibrar proximidad y distancia.
Hay también otras influencias que pueden activar el triángulo de red social: actividades
deportivas, clubes, actividades comunitarias, relación profesor-alumno. Detectar el
triángulo es por lo general bastante simple, porque el cónyuge reactivo expresa su creencia
de que la tercera persona (o el tercer grupo) absorbe demasiado tiempo de su pareja y
probablemente está lavándole el cerebro.
Dorothy S. estaba casada con Ron, un abogado. En los primeros tiempos del matrimonio,
Ron estudiaba derecho y Dorothy mantenía el hogar. A Dorothy no le importaba tener que
trabajar. Era enfermera en un gran hospital de Nueva York y creía que, cuando Ron
terminara sus estudios e iniciara su práctica profesional, podrían pasar más tiempo juntos.
Después de graduarse Ron estaba mucho tiempo fuera del hogar, ocupado en formarse una
clientela. Dorothy se dijo que esa situación también sería temporaria y se dedicó a criar a
sus cuatro hijos. A Ron le fue bien como abogado y decidió emplear su tiempo libre
participando en carreras de larga distancia. Era un buen atleta y había corrido en pista
cuando estaba en la universidad. Se asoció a un club local de atletismo y empezó a
entrenarse para la maratón de Nueva York. Ron pasaba muchas horas por semana corriendo
con sus amigos del club y todos los domingos participaba en una carrera local. Pidió a
Dorothy que asistiera a sus carreras y ella lo hizo algunas veces,
206
pero empezó a sentir enojo y disgusto, cansada como estaba de esperarlo constantemente. A
Dorothy le gustaba el golf y había alimentado la esperanza de que, ahora que estaban en
condiciones de ser socios de un club adecuado, Ron practicara con ella.
Por las noches Ron se quedaba dormido frente al televisor, exhausto a causa de la actividad
física que había desarrollado. Los niños pensaban que su padre era «fantástico»; para
Dorothy, en cambio, era frío, obsesivo y egoísta. Para empeorar las cosas, Ron sólo hablaba
de carreras. Además, decidió hacerse vegetariano y la consecuencia fue que adelgazó.
Dorothy, que tenía tendencia a aumentar de peso, engordó veinte kilos. Ron no se privaba
de comentar cuánto le desagradaban las mujeres gordas. Dorothy y Ron peleaban
constantemente a causa de las actividades deportivas de él y el peso de ella. Llegaron a
sentir terror por los fines de semana.
Es común que una persona culpe de la infelicidad conyugal a la última manía o actividad de
su cónyuge, o a la gente con la que este comparte tal actividad. La acusación suele ser
particularmente virulenta cuando esas personas han estado relacionadas con el cónyuge
durante largo tiempo, incluso desde antes que contrajera matrimonio.
Uno de los autores de este libro recuerda un caso que se presentó en los comienzos de su
carrera y que constituye un buen ejemplo de lo antedicho. Una pareja joven acudió en busca
de terapia. Cuando llevaban sólo cinco meses de casados, había estallado entre ellos una
feroz disputa en torno de la concurrencia del marido a las prácticas y partidos de softball. El
marido contó que se habían conocido en un bar después de un partido en el que él había
participado y al que ella había asistido. Durante el noviazgo la pareja había dedicado gran
parte del tiempo que pasaban juntos frecuentando lugares vinculados con el softball. Ella
jamás se perdía un partido ni se quejaba de los entrenamientos o de la tradicional
concurrencia a los bares luego de estos.
Cuando ya estaban casados, una noche, durante el entrenamiento de primavera, la esposa
preguntó a su marido adónde iba. El pasaba en ese momento por la cocina, ya con su ropa
de entrenar, y ella estaba cocinando. «Voy a practicar sof ball, por supuesto». «Ah, no, no
vas», replicó ella; «Ahora estamos casados y el matrimonio está primero». El la acusó de
cambiar las reglas de juego y se sintió enojado y confundido. Desde en
207
tonces libraban diariamente una lucha por el poder relacionada con la afición de él al
softball. En pocos meses los amigos del marido, que antes eran parte de la vida de ambos,
pasaron a ser el «enemigo». Para poder acceder al proceso emocional que alimentaba la
lucha por el poder entre los cónyuges, el terapeuta tuvo que ocuparse previamente de este
triángulo.
Sally P. había sido apicultora aficionada desde los 20 años, mucho antes de conocer a Gene,
con quien se casó. Hacía dos años que estaban casados y Gene siempre se había
manifestado encantado por el hobby de ella e impresionado por sus conocimientos. Incluso
habían planeado la luna de miel de modo que coincidiera con un congreso internacional de
apicultores en España. Pero poco a poco Gene empezó a sentir que a Sally le interesaban
más las abejas que él. Sally pasaba muchas horas por semana conversando con otros
apicultores y realizaba excursiones para conocer otros colmenares de la zona. Gene se
sentía tan frustrado con su mujer que llegó a tener fantasías de incendiar sus colmenas.
Dejó de consumir la miel de las colmenas de Sally, aunque alguna vez había disfrutado
untando con ella las tostadas que comía con el desayuno.
En este triángulo, como en otros, el primer paso para la destriangulación consistió en instar
a Gene a neutralizar su reactividad y a comprender cómo operaba ese triángulo y qué
función cumplía en el matrimonio. Gene y Sally se habían casado, ambos por primera vez,
cuando tenían poco más de 40 años. Los dos habían sido personas solitarias que disfrutaban
de su independencia y su espacio propio. La cuestión de la cría de abejas y todas sus
repercusiones estaban desviando la atención de estas personas de la dificultad que tenían
para convertirse en una pareja. Por debajo del problema con las abejas estaban la
incomodidad que les producía el hecho de vivir juntos y su dificultad para negociar sus
diferencias y sus espacios. Ninguno era capaz de comprender ni de hablar de la
incomodidad que sentían por estar casados. La terapeuta generó un ámbito seguro para que
discutieran sus expectativas y decepciones. Normalizó sus sentimientos y convalidó sus
preocupaciones. Los ayudó a situar en perspectiva el tercer punto del triángulo (la
apicultura y los apicultores) y les enseñó a conversar directa y constructivamente.
Además, la terapeuta examinó los problemas de las familias de origen que habían
contribuido a determinar la forma en que Gene y Sally se relacionaron entre sí. Ambos
habían creci
do en familias en las que los padres nunca hablaban de nada que pudiera ser ni siquiera
mínimamente perturbador. El padre de Gene era un alcohólico violento y la madre había
tratado siempre de mantener las cosas tranquilas. La madre de Sally había enfermado de
esclerosis múltiple y quedó inválida. Sally, en su condición de hija mayor, pasó muchos
años cuidando a su padre y a sus tres hermanas. Con el tiempo llegó a amar su privacidad.
«Sabía» que no hay que agitar la superficie de las cosas para no hacer sufrir a los seres
queridos. Gene y Sally eran personas sumamente responsables pero soportaban una pesada
carga.
A medida que Sally y Gene aprendían a hablar de las familias en las que habían crecido,
escuchándose mutuamente y enterándose de diversas circunstancias de su vida, empezaron
a notar y comentar que realmente «estaban hechos el uno para el otro». Ambos habían
ocupado la misma posición en su familia de origen y ambos creían que la mejor noticia era
la falta de noticias. Comprendieron entonces que la posición que habían ocupado entre sus
padres y entre sus hermanos y hermanas había sido una manera de mantener la calma
cuando las cosas se ponían caóticas. Pero también advirtieron que esa posición contribuía a
generar aislamiento, distancia y soledad. Aprender a dejar atrás su necesidad de ocupar esa
posición les permitió convertirse en una pareja.
Los triángulos ocupacionales
Las quejas por la excesiva dedicación de uno de los cónyuges a su trabajo son sumamente
comunes. Una buena manera de analizar estos agravios consiste en determinar si es
realmente el trabajo la tercera pata del triángulo o si este incluye a una tercera persona,
cuya relación es resistida por el otro cónyuge. En estos casos es importante recordar que lo
que cuenta es el proceso emocional. Una relación muy íntima con una tercera persona, aun
cuando no sea sexual, puede ser un triángulo tan intenso como una aventura amorosa.
Cuando Mark y Jessica Z. iniciaron su terapia, ella estaba furiosa porque, según afirmaba,
Mark no quería ponerle límites a Lewis, su jefe. Lewis llamaba a la casa del matrimonio al
menos una vez por día. Con frecuencia lo hacía cuando Lewis
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209
acababa de llegar. Los hijos, de cinco y seis años, gritaban y saltaban a su alrededor porque
querían estar con su padre, pero él permanecía en el teléfono hablando con Lewis, a veces
durante más de una hora. En los últimos tiempos Jessica se había enojado tanto a causa de
la negativa de Mark a tomar en serio el asunto que ni siquiera podía mostrarse amable con
Lewis cuando este llamaba. Confesó que en dos ocasiones le había dicho que Mark no
estaba en la casa, aunque sabía perfectamente que en ese momento estaba entrando al
garaje con el coche.
Mark, por su parte, no podía creer que Jessica estuviera comportándose de semejante
manera. Lewis les había prestado dinero para la compra de la casa y había financiado su
negocio; además, como no le gustaba viajar solo, invitaba a Mark a fabulosos viajes para
esquiar. Mark puntualizaba que a Jessica no le importaba gastar el dinero ni llevar el
próspero estilo de vida que su relación con Lewis hacía posible. Jessica quería el divorcio.
No podía tolerar la actitud que asumía Mark ante sus quejas ni su excesiva lealtad a Lewis.
Jessica y Mark iniciaron los trámites de un divorcio hostil. Ninguno de los dos podía
controlar sus emociones lo suficiente como para advertir la danza automática que se había
desencadenado alrededor de Lewis. Mark no podía aceptar la actitud de Jessica, a quien
veía como una persona celosa y resentida que prácticamente mordía la mano que le daba de
comer. Pero Jessica seguía furiosa. Mark, por otra parte, no tenía reparos en quejarse y
lamentarse cuando Lewis lo trataba mal. Jessica pensaba que ella ocupaba el número 10 en
la lista de prioridades de su marido. Así que exigió que vendieran la casa y compraran otra
sin compromiso alguno con Lewis y su dinero. Mark se negó, la danza del resentimiento
continuó y la pareja se distanció irremediablemente.
Si la terapia hubiera logrado modificar el clima emocional entre Mark y Jessica y
comprometer sus mentes y sus esfuerzos para cambiar el movimiento en el triángulo con
Lewis, el terapeuta habría tenido ocasión de enseñarles a comportarse de otro modo.
Jessica, por ejemplo, podría haber intentado acercarse a Lewis en vez de alejarse de él:
conversar con él, invitarlo a cenar (tal como uno haría con un amigo poco grato de sus
hijos), preguntarle a Mark cosas que involucraran a su jefe, como «¿Qué piensa Lewis de
esto?» o «¿Cómo resolvería Lewis este problema?». De este modo Jessica hubiera modifica
210
do deliberadamente su posición en el triángulo y se hubiera liberado del tipo de respuesta
emocional automática que alimenta los sentimientos de indefensión y victimización.
Un cónyuge que pasa buena parte de su tiempo viajando, por lo general no está a mano
cuando el otro cónyuge o su familia lo necesitan. Por eso las personas que experimentan esa
clase de soledad originada en el trabajo suelen decir que se sienten como si fueran padres
solteros. El empleado que se lo pasa hablando de un compañero de oficina, los jóvenes que
trabajan en íntima relación con un profesor al que han endiosado, la situación laboral difícil
cuyas demandas el cónyuge que trabaja no alcanza a satisfacer y que por lo tanto gobierna
su vida familiar son todos ejemplos de triángulos ocupacionales. En la sociedad
norteamericana, donde el trabajo se valora y el éxito es importante, no se considera válido
criticar la excesiva dedicación al trabajo de un cónyuge. El trabajo genera entonces
resentimiento en el otro miembro de la pareja, al que se califica de injustificadamente
celoso. No es como si el cónyuge absorbido por su trabajo estuviera siendo infiel, pero el
que ocupa la posición exterior del triángulo suele experimentar la dedicación laboral como
una falta de lealtad hacia él y hacia la familia. La tarea del terapeuta consiste en sacar a luz
el proceso emocional que subyace a este triángulo y ayudar a la pareja a alcanzar cierto
equilibrio y sentido de la realidad.
Cuando en la terapia se aborda el caso de una pareja con un triángulo extrafamiliar en
primer plano, a veces basta resolverlo para que la pareja esté dispuesta a ocuparse
directamente de su relación. Pero lo usual es que la resolución de los triángulos
extrafamiliares revele la existencia de triángulos intrafamiliares que son los que realmente
la pareja está evitando. Consideraremos a continuación los triángulos conyugales
intrafamiliares.
CENTRO UNIVERSITARIO RE LA COSTA
8IBLIQTEC*
10. Triángulos conyugales dentro de la familia
Agrupamos en dos categorías los triángulos intrafamiliares más comunes que se observan
en los casos de conflicto conyugal: triángulos de familia de origen y triángulos de familia
nuclear. Entre los primeros están los triángulos con los parientes políticos, con el cónyuge y
con los hermanos, y los triángulos parentales primarios de cada cónyuge. Los triángulos de
familia nuclear son los que incluyen a uno o más de los hijos.
Los triángulos de familia de origen son los que incluyen a los cónyuges o a uno de ellos y a
uno o varios miembros de sus propias familias. Los triángulos de familia extensa que
predominan en los casos clínicos son los que involucran a los parientes políticos, a uno de
los cónyuges y sus hermanos, y al triángulo parental primario de cada cónyuge. Los
triángulos de familia extensa en que participa un matrimonio son producto de tres factores:
la primacía de la vinculación, la jerarquía de la influencia y el desplazamiento del conflicto.
La primacía de la vinculación y la jerarquía de la influencia
La formación del vínculo conyugal requiere que los cónyuges desplacen su vinculación
emocional primaria -su apegode la relación con sus padres a la relación con su pareja. Si
este desplazamiento se produce de una manera funcional, la relación con los padres
permanece intacta. Con el tiempo, a la primacía de la relación con los padres sucede la
primacía de la relación con la pareja. Mientras las parejas intentan llevar a cabo este cambio
se presentan diversos problemas. Y la forma que asumen esos problemas tiene gran
influencia sobre la estructura de los triángulos con la familia extensa.
Durante el noviazgo y en los primeros tiempos del matrimonio, que es cuando tiene lugar el
intento de realizar el des
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plazamiento de la primacía de la vinculación, suele producirse una lucha por la jerarquía de
la influencia. La lealtad al propio clan se convierte en un problema. No son sólo los
cónyuges quienes discuten qué sistema de valores y qué manera de hacer las cosas
prevalecerán en su vida en común; también lo discuten los familiares. Un estudiante
universitario, alumno de uno de los autores, escribió lo que sigue a partir de una tarea que
le fue asignada:
«Mi padre siempre nos aconsejó a mis hermanos, a mi hermana y a mí: "Pase lo que pase
manténganse unidos, porque sus cónyuges podrían tratar de separarlos". El y mi madre nos
dicen: "Tu familia inmediata está primero, porque allí están tus raíces. Tu esposa (o tu
esposo) podría tratar de decirte que tu hermano (o tu hermana) o tu madre están
equivocados. Pero no permitas que te separe de tu familia, porque tu familia es todo lo que
tienes". Yo creo que tienen razón. Quiero mucho a mi familia y pienso que tal vez las
esposas de mis hermanos podrían decirles que algo que yo hago no está bien. Por lo tanto,
creo que toda nuestra familia tiene que vivir según lo que nuestros padres nos enseñaron,
porque eso es importante.
»La palabra "familia" es muy poderosa. Significa mucho. Algunos de los sentimientos que
tenemos forman parte de nuestro yo hasta tal punto que nunca podríamos cambiarlos. Los
actos o los sentimientos de otras personas pueden cambiar nuestras actitudes, pero el yo
íntimo es algo diferente. La relación que tengo con mi familia es parte de mi yo íntimo y
siempre lo será. No importa con quién me case [esa persona] nunca llegará a conocer a mi
familia como yo la conozco. Cada persona tiene una personalidad que es única, y por eso
mi papá nos aconsejaba a mis hermanos, a mi hermana y a mí que mantuviéramos el
vínculo que nos une ahora. La vida con mi familia siempre será lo más importante para
mí».
Mientras más exitoso sea el desplazamiento de la vinculación primaria desde los padres
hacia el cónyuge, mayor será la influencia de cada cónyuge sobre el otro. La meta evolutiva
ideal sería que los miembros de la pareja estuvieran abiertos a la influencia de las personas
que respetan, pero sin perjuicio de adoptar posiciones personales relativamente libres de
alineamientos emocionales. En la práctica, sin embargo, esto es más la excepción que la
regla. Por lo tanto, es importante identificar las fuentes potenciales de influencia y
determinar
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cómo actúan esas fuerzas competitivas en los triángulos del conflicto conyugal. A veces la
influencia del padre o de la madre de un miembro de la pareja es fácil de advertir. Pero a
menudo el proceso es más sutil y descubrir la influencia resulta más dificil. En todo
matrimonio hay ocasiones en que este proceso se pone en evidencia. Cuando se hacen
planes para la boda, se elige un lugar para vivir, se compra un automóvil, nace un bebé o se
elige una escuela, la lucha suele volverse explícita. Un ejemplo clásico es el momento del
nacimiento de un hijo: es entonces cuando suele empezar la «batalla de las abuelas».
Cuando Molly B. entró en el trabajo de parto llamó a su madre, que vivía a una hora de
viaje. Brad llamó a sus padres, que vivían aún más cerca. La pareja tenía plena conciencia
del gran acontecimiento que representaba para una familia judía el nacimiento del primer
nieto. Las futuras abuelas tenían cada una su propio estilo, pero ninguna de ellas era tímida.
Molly quiso que su madre diera los últimos toques a la habitación del bebé, y la madre de
Brad se encaminó inmediatamente a la farmacia más cercana para asegurarse de que
hubiera pañales y otros elementos cuando el niño llegara a la casa.
Al niño le dieron el nombre de Eli, el mismo que llevaba el abuelo paterno de Brad. La
madre de Molly insistió en que El¡ tuviese también un nombre tomado de su familia.
Durante el primer año de vida de su hijo, Molly y Brad percibieron que se irritaban cada
vez que hablaban de sus padres. Hasta que nació el niño las abuelas no habían sido un
problema, pero después las cosas cambiaron. La gota que colmó el vaso fue la decisión de
la madre de Molly de acudir a la fiesta con que se celebraba el primer cumpleaños de Eli
con cuatro horas de anticipación, porque quería pasar algún tiempo «a solas» con su nieto
antes de que llegaran los otros abuelos. El bebé estaba durmiendo su siesta y los padres no
parecían deseosos de compañía, pero nada de eso pareció perturbarla. Algo similar había
ocurrido dos semanas antes, con motivo de la celebración del Día del Padre. En esa ocasión
fue la madre de Brad la que apareció de improviso para poder estar con El¡ antes de que
llegara la otra abuela.
En este caso, el terapeuta enseñó al marido y a la mujer a trabajar en la relación con sus
respectivas madres. Se trataba de convertir la relación materno-filial en una relación más
funcional entre dos personas adultas. A medida que Molly y Brad pasaban más tiempo a
solas con sus madres (y sin El¡), preocu
pándose por actuar como adultos con ellas, la batalla de las abuelas por el nieto fue
perdiendo intensidad y Molly y Brad se volvieron menos reactivos.
Desplazamiento del conflicto
Cuando surgen problemas relacionados con la primacía de la vinculación y la jerarquía de
la influencia, puede producirse también un importante conflicto entre uno de los padres y su
yerno o su nuera. Casi siempre esto indica que existe un conflicto no resuelto entre el
progenitor y su hijo, conflicto que se desplaza hacia la pareja de este. Es conocido el
ejemplo del marido que, al casarse, le entrega amablemente su madre a su esposa. Estos
hombres también les entregan implícita y simbólicamente sus bebés a sus madres. Un
ejemplo típico es el del hombre que va a comer un domingo a la casa de sus padres y le
pasa el bebé a su madre, mientras él se desploma frente al televisor y evita toda
conversación personal con ella.
Otra variante de este problema tiene lugar cuando ambos esposos se distancian
dramáticamente de padres conflictivos o demasiado controladores, buscan refugio en el
matrimonio y hacen de este un «capullo» protector. Los dos cortan ritualmente la relación
con sus padres, los mantienen a distancia y se refugian en el matrimonio. En tal situación,
las exigencias emocionales que el matrimonio debe satisfacer resultan excesivas y el
capullo se torna opresivo. Cuando un matrimonio de estas características comienza a
resquebrajarse (sin que haya de por medio una aventura amorosa), inevitablemente sus
miembros vuelven a sus familias de origen. Entonces ven a sus familias como un lugar
donde refugiarse en su huida de un matrimonio asfixiante. Un matrimonio puede pasar por
todas estas etapas en diferentes momentos y el orden en que se suceden las etapas puede
variar. De este modo puede haber desplazamientos desde el triángulo parental primario,
pasando por alguna variante de triángulo con parientes políticos, hasta un intento de
encerrarse en un «capullo».
Hemos examinado hasta aquí los tres procesos más importantes que determinan los
mecanismos y las formas de los triángulos de la familia extensa. A continuación nos
referiremos a los tipos y subtipos de estos triángulos.
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Triángulos con parientes políticos
El triángulo del regalo de boda
Cuando dos personas se unen para formar una familia deben desplazar su alianza primaria
hacia la nueva relación, aunque sin perder su conexión con sus familias de origen. Las
personas se desempeñan mejor en la vida si mantienen algún tipo de equilibrio entre las dos
familias. La razón para mantener el equilibrio es que de ese modo resulta menos probable
que se den las circunstancias que llevan a demonizar a una familia y a idealizar a la otra. La
gente tiende a aislarse de la parte demonizada, y el aislamiento no es funcional como
proceso emocional. Si los miembros de la pareja no consideran que su relación es de
primordial importancia, surgirán diversos problemas. La principal razón para ello es que el
vínculo que une a la pareja debe reforzarse con el paso del tiempo y con la construcción de
su historia a fin de poder soportar las presiones de la vida. Por otra parte, los miembros de
la pareja también necesitan tener fuertes opciones de relación dentro de sus familias de
origen para que su bienestar emocional no dependa exclusivamente de la relación entre
ambos.
Hay tres subtipos de triángulos con parientes políticos que son de la mayor importancia en
el conflicto conyugal: 1) el triángulo del regalo de boda; 2) el triángulo de alineación de la
lealtad, y 3) el triángulo del suegro dominante. Un terapeuta debe deducir qué tipo
específico de triángulo con parientes políticos está activo en el momento en que la pareja
acude en busca de tratamiento, trabajar con esta para identificarlo y neutralizarlo, y
finalmente volver al material pertinente del triángulo parental primario de cada uno de sus
miembros. Las siguientes recomendaciones pueden servir de orientación:
1. Mostrar, a través de preguntas sobre el proceso y de la posición personal del terapeuta, la
importancia de que cada uno de los cónyuges asuma la responsabilidad de ocuparse de su
propia familia.
2. Ayudar al cónyuge menos aprisionado en el triángulo con un pariente político a
experimentar con maniobras de destriangulación.
3. Trabajar para incrementar la primacía del vínculo conyugal sobre el vínculo con los
padres.
Un hombre tiene a su disposición una manera culturalmente aceptable de evitar la presión
de una relación con su madre sin cortar del todo con ella: regalársela a su esposa. Así el
hombre transfiere a su mujer la responsabilidad de mantenerse en contacto con la madre de
él, ocupándose de que los nietos la frecuenten, comprándole regalos de cumpleaños, etc. En
otras palabras, un marido traspasa a su mujer la responsabilidad emocional o real que le
incumbe respecto de sus padres. Después de la boda, la madre de él se convierte en la
aliada de la esposa o en el problema de la esposa o en ambas cosas al mismo tiempo,
mientras que el hombre evita todo contacto real con su madre.
En este triángulo es dificil visualizar claramente y evaluar la primacía de la vinculación del
esposo. Casi siempre este adopta una posición distante tanto de la madre como de la esposa.
La madre y la esposa pueden enfrentar esta dinámica de varias maneras. A veces les gusta
la idea y se unen aun más. Pueden coligarse para reformar al hombre distante o
simplemente pasarlo por alto y concentrar sus energías en criar a los hijos o incluso en
manejar una empresa comercial conjunta. Esto suele suceder cuando la esposa está huyendo
de su familia de origen y busca experimentar un sentimiento de pertenencia respecto de un
clan nuevo y diferente.
Cuando este triángulo se presenta clínicamente como un conflicto conyugal, por lo general
asume la forma de una disfunción en el esposo. Por ejemplo, el hombre tiene una aventura
amorosa o está bebiendo en exceso. En este triángulo, primero el marido se siente aliviado
por la conexión entre su esposa y su madre. Con el tiempo, sin embargo, incluso su
tolerancia al hecho de ocupar la posición exterior se agota. El alivio es reemplazado por un
sentimiento de que se lo rechaza, de que no es apreciado. A veces ese sentimiento es
reforzado por la acción conjunta de la madre y la esposa, quienes, con sus frecuentes
críticas, tratan de producir en él algún cambio. Es entonces cuando el marido termina por
absorber la preocupación y la ansiedad de las dos mujeres y su funcionamiento declina.
Para calmar su tumulto interior, recurre al alcohol o busca refugio en un romance
extraconyugal.
El manejo clínico de este triángulo requiere que el terapeuta establezca primero una
adecuada conexión con la esposa y
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luego la inste a ensayar, una por vez, las siguientes tácticas: 1) moderar el apego a su
suegra; 2) esforzarse menos por manejar a su marido; 3) prestar atención a su desempeño
como esposa y no como madre y nuera, y 4) tratar de establecer en qué medida la posición
que ocupaba en su triángulo parental primario la llevó a ocupar su actual posición en el
triángulo con su esposo y su suegra. La esposa que ocupa una posición semejante en un
triángulo como el descripto es con frecuencia una persona que se apartó de un triángulo
parental primario en el que el padre era un alcohólico, y la madre, una mujer dominante y
controladora.
El marido deberá concentrarse en dominar su disfunción. Si se trata de alcoholismo, tendrá
que hacer lo que sea necesario para controlar su afición a la bebida; si se trata de una
disfunción ocupacional, tendrá que esforzarse por conseguir un empleo. A su debido
tiempo, el terapeuta lo alentará a asumir más responsabilidad por el trato con su madre.
También tendrá que identificar los factores emocionales que lo llevan a adoptar una
posición muy distante en relación con su esposa y su madre.
Una variante de este modelo es aquella en que la esposa está deprimida, y su madre y su
marido se unen para criticarla. Es posible que el marido y su suegra no estén de acuerdo
respecto de otras cuestiones y que sólo se unan cuando se trata de «corregir» a la mujer. No
obstante, cuanto más estrecha sea la relación entre ambos, peor será la situación para la
esposa. El manejo clínico de esta variante es similar al de la anterior: el marido debe poner
fin a la alianza con su suegra y dejar de criticar a su esposa; la esposa debe manejar su
disfunción, sea cual fuere, y después ocuparse de su madre.
Es un principio básico que la responsabilidad de atender la relación con la familia de origen
corresponde a los descendientes biológicos.
Más común que la situación que hemos descripto es aquella en que tanto la suegra como la
nuera se rebelan contra la relación que se les pretende imponer. En este caso, la lucha
emocional no resuelta entre la madre y el hijo se desplaza hacia un conflicto a veces franco,
a veces encubierto, entre la madre y la nuera. Por lo general, el conflicto es acerca de quién
ejerce más influencia y control sobre el marido.
Kim y Henry A., ambos de treinta y tantos años, se encontraban en conflicto. Kim estaba
muy nerviosa porque a veces
Henry desaparecía durante muchas horas y ella no sabía dónde se encontraba ni qué estaba
haciendo. Interrogado, Henry manifestó que en ocasiones sentía la necesidad de «salir de la
casa». Tenía una vaga idea de que el hecho se vinculaba con el estrés. Este hombre amaba a
su esposa, pero ella era demasiado intensa para él. Peleaban con frecuencia a causa de la
madre de Henry, y casi siempre era Mm la que iniciaba la disputa. Henry no comprendía
por qué Kim era tan crítica respecto de su madre, aunque admitía que él mismo la veía poco
y que sus conversaciones con ella eran siempre superficiales. A Kim no le gustaba la
constante intromisión de su suegra en la vida de la familia, con llamadas telefónicas diarias
y muchas preguntas sobre Henry y los niños. Con frecuencia criticaba a Kim y le daba
consejos sin que ella se los pidiera. A Kim le dolía también la falta de comprensión que
mostraba Henry cuando ella se quejaba de su suegra. En cuanto a Henry, pidió al terapeuta
que lograra que Kim no fuese tan negativa con su madre.
Resultó claro para el terapeuta que Henry le había entregado su madre a Kim desde el
comienzo del matrimonio y se había permitido seguir distanciado de ella. En su
adolescencia, Henry huía de su madre. Esta era una mujer ansiosa y sobreprotectora,
incapaz de reconocer el derecho a la privacidad de su hijo. No le permitía cerrar la puerta
de su dormitorio y a veces revisaba sus cajones. Para Henry esto constituía una intromisión
intolerable. Nunca le dijo nada a su madre porque la consideraba una «histérica» y no
quería perturbarla. En cuanto al padre de Henry, su actitud consistía en tomar partido por su
mujer o guardar silencio. Henry había reaccionado ante la invasión de su madre
distanciándose de ella tanto como le fue posible. Por ejemplo, en una ocasión en que
encontró a su madre revisando los cajones de su cómoda, se fue de la casa y permaneció
dos días ausente, sin que nadie supiera su paradero. En vez de enfrentarse con ella, había
desaparecido; es decir, había manejado la situación del mismo modo como, ya casado,
manejaba su reactividad hacia Kim.
El terapeuta se concentró primero en la extrema emotividad de Kim, que lloraba mucho y
tenía insomnio. Estaba tan angustiada a causa de su suegra que no podía hablar de ella sin
alterarse. Pero se sintió interesada en moderar su reactividad hacia su suegra cuando el
terapeuta le dijo que alguna vez ella también sería suegra y que, si ahora lograba ma
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nejar la situación, más adelante podría evitar la trampa del enfrentamiento. También le
gustó la idea de que era preciso que Henry asumiera una mayor responsabilidad por su
madre.
El terapeuta explicó a Kim que no debía esperar una relación ideal, abstracta, con su suegra.
Le sugirió que, en vez de eludir sus llamadas telefónicas, empezara a llamarla para pedirle
consejo sobre algunas cosas. Le hizo ver también que en esa relación podía tomar más
iniciativa y decir que no. Cuando las preguntas se refirieran a Henry, ella debía derivar a la
suegra a su hijo. Otra sugerencia del terapeuta fue que Kim hablara con su madre acerca de
la difícil relación de esta con su propia suegra, la abuela de Kim. Este trabajo ayudó a Mm
a ver los problemas de tres generaciones en su familia de origen y el efecto que producían
en su matrimonio. Cuando el terapeuta le enseñó a Mm cómo manejar de otro modo a su
suegra, Kim se calmó. Luego el terapeuta instó a Henry a acometer el proyecto de ocuparse
de su madre y a combatir su tendencia a huir de la presión que sentía al percibir que dos
mujeres querían tener una relación con él. A Kim, por otra parte, la alentó a revisar su
respuesta ante el distanciamiento de Henry.
En un caso como el de Kim y Henry, la posibilidad de que surjan problemas relacionales
disminuirá sólo si el marido acepta la responsabilidad de ocuparse de su madre y de su
relación con ella, y si, por su parte, la esposa acepta la responsabilidad de darle la libertad
de hacerlo. Clínicamente, este objetivo puede alcanzarse ayudando directamente al esposo a
aceptar su responsabilidad o enseñándole a la esposa a moderar su reactividad y a usar su
creatividad, indirecta y sutilmente, a fin de crear un clima propicio para que Henry y su
madre puedan entablar una mejor relación.
El triángulo de alineación de la lealtad
En el triángulo de alineación de la lealtad, un cónyuge y su padre o su madre (u otro
miembro de la familia) mantienen una relación demasiado estrecha, mientras que el otro
cónyuge ocupa la posición distante. Este triángulo se produce cuando uno o ambos
cónyuges nunca se separan realmente de su familia de origen.
Un terapeuta le preguntó a una joven por qué estaba tan resentida con su esposo, de 23
años. Ella replicó: «Era la noche antes de nuestra boda. Acabábamos de hacer el amor. Yo
miré a John y le pregunté: "¿A quién quieres más, a tu madre o a mí?". El contestó: "A mi
madre, por supuesto". Nunca lo perdoné».
El triángulo de alineación de la lealtad se centra en la primacía de la vinculación y en la
jerarquía de la influencia. Uno de los cónyuges, por ejemplo el marido, tiene una relación
demasiado estrecha con su familia de origen. Su esposa ocupa la posición exterior, incapaz
de conquistar la pertenencia que desea en la familia de su esposo o, lo que es más
importante, el vínculo que quiere tener con él. Cuando surge un tema conflictivo o tóxico,
como el del dinero, las personas que ejercen mayor influencia sobre el esposo son sus
familiares, especialmente su madre. Así la influencia de la familia extensa y la vinculación
con ella se imponen a la relación conyugal.
La planificación de la boda puede ser el factor desencadenante que pone en movimiento el
triángulo de alineación de la lealtad. Este fue el caso de Beth y David A., ambos de
veintitantos años. Acudieron a la terapeuta cinco semanas antes de la boda. Beth había roto
el compromiso a raíz de una pelea con David, relacionada con la conversación que ambos
habían mantenido poco antes con la madre de ella. El tema en discusión eran los manteles.
Beth y su madre querían tener manteles negros en la recepción, mientras que David
pensaba que el negro era un color deprimente para una boda. Su abuela, a quien tenía
mucho afecto, había muerto recientemente, y el joven citó el hecho como una razón para
oponerse al color negro.
David dijo al terapeuta: «Siento un verdadero aprecio por la madre de Beth, pero tengo la
impresión de que no se trata de nuestra boda, sino de la boda de Beth y su madre». Beth
explicó que toda su vida ella y su madre habían planeado el día de su boda. Agregó que
creía que David no tenía derecho a interferir en los sueños de su madre. «Después de todo,
los que pagan la fiesta son mis padres», agregó. Este triángulo muestra la dificultad que
tenía la joven para desplazar su lealtad hacia su futuro marido. Aunque David afirmó que
apreciaba a su suegra, no hubiera sido sorprendente que llegara a odiarla.
En esta situación, la terapeuta decidió enseñar algunas cosas a David y Beth. Les explicó
que era importante que formaran una díada al entrar en una nueva etapa de su vida, sin
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perjuicio de hallar un modo de mantener la conexión con sus familias de origen. La
terapeuta se refirió a las diversas situaciones que pueden presentarse en el desarrollo de los
acontecimientos que rodean una boda. Señaló que aunque a ambos les preocupaba el color
de los manteles, en realidad se enfrentaban con un dilema que era clásico y requería un
manejo sensible. Beth y su madre estaban atravesando un momento en que experimentaban
grandes emociones. La terapeuta alentó a Beth a concentrarse en los sentimientos de su
madre respecto del cambio que se estaba produciendo en la posición de Beth en la familia:
pasaba de ser la hija a ser la esposa de David. ¿Qué efectos produciría eso en su relación
con su madre? ¿Qué debía hacer Beth para llegar a tener una relación de mujer a mujer con
su madre? La terapeuta habló también con David acerca de la tristeza que le provocaba el
hecho de que su abuela no estuviera viva y no pudiera estar presente en su boda. Cuando
Beth comprendió que el negro entristecía a David, y que su oposición no era una actitud en
contra de su madre, se mostró dispuesta a cambiar el color de los manteles por otro menos
fúnebre. También explicó a su madre que los sentimientos de David eran importantes para
ella. David se sintió inmediatamente aliviado. Percibió que ocupaba el primer puesto en la
lista de prioridades de Beth. La boda transcurrió sin el menor roce.
El triángulo del suegro dominante
En el triángulo del suegro dominante, la esposa y su padre idealizado se unen en una crítica
implícita del marido. Este triángulo puede ser significativo en el conflicto conyugal aun
cuando el padre de la esposa haya muerto. Olivia C., una enfermera de 44 años, explicó al
terapeuta que la preocupaba la depresión de su hija Justine. El novio de Justine había tenido
un problema con la ley y estaba prófugo. El marido de Olivia, Kyle, era un padre enojado y
distante y había mucho conflicto en la familia, sobre todo entre cónyuges. Kyle se
desentendía totalmente de Justine. El padre de Olivia había sido un hombre dominante y
muy venerado. Era abogado y ocupaba un pedestal que había construido por sí mismo. Su
hija lo adoraba. Calladamente -y a veces no tan calladamente-, Olivia comparaba a su
marido con su padre y hallaba que la compa
ración no favorecía a su marido. A Kyle le molestaban el apego de Olivia por su padre y la
preocupación de esta por la hija. La manera de manifestar su ira era mantener una distancia
pasiva respecto de Justine.
En este caso había tres triángulos entrelazados. En uno estaba Kyle en una posición
distante, con Olivia y Justine muy apegadas. En otro, Kyle ocupaba también la posición
distante, mientras que Olivia y su padre estaban demasiado unidos. En un tercer triángulo,
Olivia y su padre estaban demasiado unidos y la madre de Olivia ocupaba la posición
distante. Estos triángulos cumplían la función de estabilizar todas las díadas en los
matrimonios de ambas generaciones involucrando a una tercera persona, es decir, a un hijo.
Los elementos activadores incluían todo intento de uno de los cónyuges de modificar la
relación de proximidad y distancia en los dos matrimonios. Una vez iniciado, el proceso
tomaba la forma de que uno de los progenitores se sentía excluido por el otro y pensaba q-
ue este estaba dándole a un hijo la simpatía, el interés y la atención que él necesitaba. La
excesiva proximidad entre un progenitor y un hijo pasaba de una generación a otra e
interfería con el matrimonio del hijo involucrado. Esto hacía que el suegro tuviera una
influencia nefasta sobre la generación siguiente.
Intervenir significaba acortar las distancias y disminuir la proximidad excesiva, de modo
que todos se desplazaran hacia una posición más equilibrada. Esto implicaba mostrar a
Olivia una manera a través de la cual tuviera sentido para ella el hecho de estar menos
involucrada con Justine y de permitir que esta desarrollara una verdadera relación con su
padre. En este punto generalmente surge un dilema para el terapeuta: ¿cómo lograr que la
familia dé importancia a la modificación de las posiciones en un triángulo? Supongamos
que Olivia dijera: «Si Kyle fuera mejor padre, yo no tendría necesidad de estar con Justine
tanto como estoy». Y en cierto sentido tendría razón. Una manera de neutralizarlas
objeciones de este tipo es recordarle a la persona que está en la posición de Olivia que ella
es el modelo de rol para su hija en lo que respecta a la manera de tratar a los hombres. Y
que está moldeando también la manera de encarar otras relaciones, como la relación entre
Olivia y su madre. Se le puede recordar que lo que su hija aprenda será quizá lo que puede
esperar que suceda entre Justine y ella en el futuro. Si Olivia considera que vale la pena
cambiar lo que hace en la familia y ver las consecuencias positivas para ella y
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para su hija en el transcurso dehenPo, es posible que surja un interés en el cambio.
Fue preciso instruir a Olivia acerca de su nivel de crítica hacia Kyle mientras se apartabade
Justine, porque ella estaría dejando un vacío que Kyle llenaría (o no). Si lo llenaba, no sería
de la manera que Olivia consideraría adecuada. El terapeuta indicó a Olivia que pensar ea
ciertas cosas la ayudaría a llevar adelante la transición. En primer lugar, debía saber que iba
a experimentar ansiedad al alejarse. Debía mantenerse concentrada en lo que ocurriera en
su interior en vez de observar lo que pasaba con los otros das lados del triángulo (Kyle y
Justine). Segundo, debía tener presente que una persona no puede simplemente desplazarse
desde una atadura hacia la nada. Eso no funcionaría. Por le tanto, Olivia debía concentrarse
en algún otro proyecto importante. En este caso el proyecto consistía en acortar la distancia
en la relación con su madre y disminuir su reactividad hacia ella. El terapeuta le hizo notar
que tenía con su madre una relación muy similar a la que existía entre Kyle y Justine.
calentarla a alterar esa pauta, logró que el cambio tuviera sentido para Olivia. Y al hacerle
saber que Justine podía resultarbeneficiada, consiguió suscitar su entusiasmo.
Tercero, el terapeuta les explicó a Kyle y a Olivia que Kyle necesitaba, por así decir,
ejercitarlos músculos de su relación con Justine, que se habían atrofiado por falta de uso.
También les aclaró que los errores eran inevitables y estaban permitidos. Esto transmitió a
la pareja un mensaje poderoso: que la dirección del movimiento importaba más que su
índole. Lo más importante era que Kyle se acercara a Justine y no que cada uno de sus
movimientos fuera perfecto. Tal vez Kyle se había alejado de Justine debido enparte a la
falta de confianza en sus habilidades para desempedarse como padre y en parte porque creía
que Olivia, como mujer, estaba mejor preparada para manejar a Justine. Era de prever que
se sentiría torpe e inseguro cuando empezara a convertirse en un padre más activo. El
terapeuta lo ayudó alentarlo gentilmente sus intentos de llegar a conocer a su hija a su
manera. Mientras tanto, ayudó a Olivia a conocer a su madrecoino mujer sugiriendo, por
ejemplo, que dos mujeres que tienen hijas pueden sostener una conversación interesante.
Cuarto, el terapeuta enseñó a0livia y a Kyle a controlar su ansiedad cuando empezaron a
modificar la pauta triangular.
Es una buena manera de conducir a las personas hacia la siguiente intervención terapéutica,
que consiste en enseñarles a practicar la autocrítica y a identificar cuáles son las presiones
internas que provocan su movimiento en las relaciones. El terapeuta sabía que durante este
trabajo podían salir a la luz los problemas conyugales y que, cuanto más dispuestos
estuvieran Olivia y Kyle a concentrarse en la parte que le tocaba a cada uno en el
surgimiento de dichos problemas, más accesibles serían estos a una intervención.
Este caso es un buen ejemplo de que el manejo correcto de un triángulo de familia extensa
(aquí, el triángulo con el suegro dominante) tiene efectos positivos en las relaciones de la
familia nuclear. Al alterar el movimiento en ese triángulo, Olivia y Kyle ayudaron a su hija
e hicieron posible la búsqueda de soluciones a sus problemas conyugales.
Triángulos con los hermanos del cónyuge
Nancy G., una mujer de 42 años que vestía con suma elegancia, explicó a la terapeuta que
la mayor fuente de problemas en su matrimonio eran sus egoístas y ociosas cuñadas, a
quienes Frank, su esposo, trataba como princesas. Nancy le había dicho claramente a Frank
que no le agradaban sus hermanas ni la forma en que él las trataba. La respuesta de Frank
había sido indignarse e insultar a Nancy. La pareja tenía una historia de conflictos en su
relación, conflictos que casi siempre terminaban con Frank diciendo palabrotas y
humillando a Nancy. En cuanto a ella, el único problema que percibía era la relación de su
esposo con su familia.
Frank, exitoso y acaudalado ejecutivo de una empresa, admitió que Nancy tenía razón. El
se sentía frustrado y desesperanzado en su matrimonio porque Nancy no era afectuosa y
hablaba poco. También dijo con sorna que el único hobby de su esposa era gastar dinero. La
reacción de Nancy ante ese comentario fue la que cabía esperar: enrojeció de ira y se
defendió acaloradamente.
La explosión más reciente se relacionaba con la inminente celebración de la Pascua judía.
Todos los años para esa fecha las dos familias extensas se reunían en casa de Nancy y
Frank. Nancy estaba furiosa porque las hermanas de Frank, como de costumbre, «no
movían un dedo» para ayudar y ade
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más «nunca ofrecían llevar algo». Nancy estaba harta. De modo que este año se negó a
hacer preparativos para la fiesta. Estaba en huelga. Frank, por su parte, defendía a sus
hermanas y criticaba duramente a Nancy por su falta de habilidades domésticas. Además,
no podía soportar la permanente letanía de comentarios negativos de Nancy sobre sus
hermanas. Reconocía que no eran las mujeres más serviciales del mundo, pero después de
todo eran sus hermanas. La cuestión de la fiesta no era lo único que molestaba a Nancy
respecto de Frank y sus hermanas. «Aparte de ser perezosas, no hacen más que sacarle
dinero a Frank. El vive dándoles dinero, a veces sumas exorbitantes, por cualquier motivo.
Y no le parece que eso tenga nada de malo. ¡Si él les da 10.000 dólares a sus hermanas,
tendría que darme otros 10.000 a mí, pero no lo hace!». Aquí la trampa clínica está en que
probablemente casi todos, desde un observador casual hasta el terapeuta más
experimentado, estarán de acuerdo con el razonamiento de Nancy acerca de los regalos de
Frank a sus hermanas. Es indudable que Frank obraba arbitrariamente al darles sumas
importantes a sus hermanas sin consultar a Nancy, su compañera en la vida. Sin embargo, el
hecho es que esta disputa no debía ser encarada en función de su contenido sino en función
de la estructura y el proceso triangulares que tan claramente ilustra. Veamos cómo trató la
terapeuta este caso.
Frank y Nancy se habían casado hacía 24 años. Crecieron en la misma ciudad y eran
vecinos. Nancy era la mayor de dos hijos. Ella y su hermano menor no se llevaban bien;
Nancy afirmó que no lo quería. Dijo además que el matrimonio de sus padres había sido
horrible y su infancia muy desdichada. Su padre no le dedicaba tiempo a su madre y,
aunque tenía un buen pasar, no gastaba en su esposa ni en sus hijos. Según Nancy, su padre
nunca la había querido y se lo hacía notar de diversas maneras. Lo describió como un
hombre sin emociones y al parecer no le daba importancia a su frialdad. La relación de
Nancy con su madre era conflictiva; sin embargo, se mantenía diariamente en contacto con
ella, usualmente por teléfono.
Frank, en cambio, describió a su familia como «normal y feliz». Nancy interrumpió para
dar una visión diferente: según ella, la familia había mimado a las hijas y había tratado a
Frank, el único varón, con dureza. Frank era el mayor. Sus hermanas dependían mucho de
él como consejero y como proveedor de dinero. En la época en que la pareja inició su
terapia,
Frank mantenía a las dos. La mayor estaba casada, pero su marido tenía problemas legales
y financieros. Frank les había dado el dinero para comprar una casa y, aunque se trataba de
un préstamo, Nancy dudaba de que lo reembolsaran algún día. La otra hermana no
trabajaba y su hermano la mantenía desde hacía años.
Frank se convirtió en el jefe de la familia a los 21 años, cuando su padre murió
súbitamente. La muerte del padre fue un choque tremendo para él y devastó a la familia.
Desde en tonces sintió que era su responsabilidad cuidar a su madre y a sus hermanas.
En su adolescencia, Frank era muy dependiente de su madre. Le resultó difícil separarse de
ella para ir a la universidad, e incluso en la actualidad se siente ansioso cuando tiene que
viajar y alejarse de su casa. La relación de Frank con su madre cambió dramáticamente
cuando murió el padre. Desde entonces, Frank se hizo cargo de ella.
Frank y Nancy tenían un hijo y una hija. La hija, de 22 años, sufría de epilepsia desde la
adolescencia. Si bien había completado el primer ciclo de sus estudios universitarios, los
ataques seguían siendo dificiles de controlar. El hijo, al parecer, no tenía problemas. Tanto
Frank como Nancy pensaban que, dadas las circunstancias, su hija estaba bien, y negaban
que hubiera algún problema con ella. Frank, sin embargo, se apresuró a decir que Nancy no
era suficientemente afectuosa con los hijos.
El triángulo que llevó a Nancy y Frank a la terapia era muy estable. Frank y sus hermanas
tenían una relación muy estrecha y Nancy estaba en la posición exterior. La mayor parte del
tiempo este triángulo no era evidente y, cuando la pareja estaba en buenos términos, nadie
advertía su existencia. Sin embargo, al acercarse la fecha de alguna festividad, con Nancy
obligada a proveer comida y hospitalidad a la familia de Frank, o cuando Nancy se enteraba
de que Frank les había dado dinero a sus hermanas, el triángulo se volvía explícito y activo.
En este triángulo había poca fluidez. La distancia que separaba a los tres participantes era
invariable. Nancy era explícita o implícitamente negativa respecto de las hermanas de
Frank y se mantenía siempre a la misma distancia de ellas; no se acercaba ni se alejaba.
Frank estaba siempre a la defensiva por sus hermanas e irritado por la actitud de Nancy
hacia ellas. El triángulo era rígido, estable y crónico. La naturaleza
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predecible de las respuestas de los participantes es siempre la clave de la rigidez de un
triángulo ,
Era Areciso vincular los problemas que este triángulo planteaba a la pareja con su problema
original. En este caso no fue diñcil, ya que Nancy tenía conciencia de que las peleas y el
enojo que le provocaban las hermanas de Frank habían comenrado 'unt° con su matrimonie.
Frank reconocía que no le agradaba la actitud de Nancy. La terapeuta sabía por experieaala
que laS dificultades de relación entre Frank y Nancy se cesaban con más «seguridad»
alrededor de la cuestión de lash~rmana5 4ue en otro contexto, para verificar la suposición,
procedió del siguiente modo:
p~ulero, aplacó el conflicto sugiriendo a Nancy que cambiara su posición en el triángulo.
Le recomendó que pusiera fin a las cuitas y las quejas a Frank acerca de su familia. La
expectativa de la terapeuta era que, si Nancy empezaba a actuar menos reacti~amente en el
triángulo, terminaría por ser menosrea~tiva.
S~~ndo, le pidió a Frank que asumiera la responsabilidad de ayudar a Nancy con la
celebración de la festividad y de hacerque los hijos también ayudaran,
Tercero, le solicitó a Frank que instara a sus hermanas a contribuir al festejo con alguna
comida.
Cuarto, la terapeuta examinó la cuestión del dinero. Descubrió que a Nancy le molestaba
más el trato desigual que recibíade su esposo que el hecho de que no le diera dinero. En
realidad, Ñancy Pensaba que él era muy generoso con ella y los hijog. Y aunque criticaba
su manera de gastar, nunca le había puegto límites Además, Nancy se Sentía independiente
porque ganaba algún dinero como agente de una inmobiliaria.
Quinto, la terapeuta adoptó con Nancy la postura de que ella estaba desubicada al pelear
con Frank porque él les daba dinero a sus hermanas. Su ira tetüa una causa más importante.
Se relacionaba con el grado de influencia que las mujeres de su familia tenían sobre Frank,
en comparación con la influencia que tenía ella, la esposa. La terapeuta analizó la diferencia
en la distribución del poder: por un lado, Frank, que se sentía responsable Por su madre y
sushermanas desde la muerte de su padre, y por el otro, Nancy, que estaba enojada por no
ser ella su priofidad número uno.
A~hbos cónyuges hicieron los cambios asignados en el tri$ngulo y el conflicto dejó
momentáneamente de ser un pro
Mema. Entonces otro triángulo ocupó su lugar. La pareja desplazó su conflicto hacia el
problema de su hijo, Alan, de quien habían dicho al comienzo que «le iba bien». Alan se
había marchado para iniciar sus estudios universitarios y se sentía desdichado.Ambos
padres estaban ansiosos pero no se ponían de acuerdo sobre la mejor manera de manejar el
problema. Los mismos motivos de queja volvieron a aparecer: la frialdad de Nancy y la
actitud ofensiva de Frank hacia ella.
Entonces los cónyuges comenzaron a percibir que las dificultades externas que provocaban
el conflicto entre ellos eran sólo una parte del proceso emocional que debían encauzar.
Empezaron también a percibir que el verdadero interrogante podía formularse más o menos
así: ¿qué factores inherentes a la naturaleza de la díada y a ellos como individuos causaban
la disfunción entre ambos? El uso de triángulos como estructura de tratamiento fue
sumamente útil para conducir a la pareja hasta ese punto. También fue útil para evitar que la
terapia se empantanara en un arbitraje sobre el dinero y las festividades.
Nancy y Frank han mantenido el progreso que hicieron en la terapia. En una carta reciente a
la terapeuta, Nancy informó que, «a pesar de algunas sorpresas» -un ascenso que obtuvo
Frank y el compromiso de Alice para casarse con un muchacho que ellos no deseaban como
yerno-,estaban trabajando juntos para ser felices. Frank hizo construir la casa que ambos
habían soñado, Nancy la decoró por dentro y él por fuera, y los dos quedaron satisfechos
con el resultado. Hace un año que dejaron la terapia.
Manejo clínico de los triángulos con parientes políticos
Si el plan del terapeuta y de la pareja consiste en trabajar en la solución de los problemas
relacionales de la pareja por un período de tiempo no determinado, probablemente podrán
abordar la mayoría de los triángulos hasta aquí mencionados. Si el número de sesiones es
limitado (por ejemplo, por imposición de la obra social), el terapeuta deberá concentrarse
en lo siguiente:
1. Empezar con el triángulo más próximo y sintomático y llegar hasta el triángulo parental
primario de cada uno de los cónyuges.
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2. Establecer una creciente primacía del vínculo conyugal sin dañar las relaciones de los
esposos con sus padres. 3. Ayudar a los miembros de la pareja a desarrollar la capacidad de
identificar las influencias que reciben y de adoptar sus propias posiciones y cursos de
acción sin ofender a las personas que son importantes para ellos. 4. Trasladar el conflicto y
el resentimiento desplazados al contexto relacional adecuado y abordarlos allí.
El triángulo parental primario de cada uno de los cónyuges
Invariablemente, el lugar que cada miembro de la pareja ocupó en su familia de origen
tendrá gran influencia sobre el conflicto conyugal. Esto se aplica particularmente al proceso
del que participaron todos los integrantes del triángulo parental primario (es decir, el hijo y
sus padres). Ese triángulo constituye el terreno básico de aprendizaje para la madurez
emocional de los individuos. La madurez emocional de cada cónyuge puede medirse
principalmente por el grado en que cada uno de ellos puede operar dentro de ese triángulo
parental primario con un bajo nivel de ansiedad. También es una medida de hasta dónde
cada uno de ellos está emocionalmente disponible para comprometerse en la relación
matrimonial.
Por ejemplo, mientras más energía psíquica gaste un esposo en rechazar o aceptar las
demandas emocionales explícitas e implícitas de su madre, menos disponible estará para
formar un vínculo primario con su esposa. Además, si se aparta de su madre, repetirá los
problemas que tuvo con ella en su relación con su esposa. No estamos diciendo que «se
casó con su madre» sino que ha quedado sensibilizado a los problemas emocionales no
resueltos entre su madre y él. Recordemos el caso de Henry y Kim (págs. 218-20). Henry
no se casó con su madre: Kim era muy diferente de su suegra. Pero sí era similar la
ansiedad que Henry experimentaba cuando debía enfrentarse con la expresión de las
emociones de Kim, especialmente si él las había causado. Su respuesta emocional
automática era encerrarse en sí mismo y apartarse. En el mejor de los casos, era defensivo.
Así, el triángulo parental primario es el terreno de aprendizaje para todas las otras
relaciones. Si la gente puede
aprender a desensibilizar sus reacciones automáticas a ciertos ,,,,Iportamiantos y actitudes
de sus padres, las otras relaciones de su vida fluirán más fácilmente. Lo mismo puede
decirse de los psicote• rapeutas interesados en aprender a manejar sus
pulsos emocionales en la terapia de pareja. El secreto consiste en mane] ar la reactividad de
las personas respecto de sus
pacires.
y,1 proceso reactivo en el triángulo parental primario influye ern la relación conyugal al
menos de dos maneras. Primero, pre;sensibiliza al individuo a ciertos factores que
desencadenan une respuesta emocional interna y el consiguiente comportamiento reactivo.
El mejor ejemplo de esto es el caso de un espos o que proviene de una familia con
problemas de alcoholismo. Esa persona ha quedado sensibilizada al alcoholismo en general
y a veces también a determinados comportamientos propios de las personas que se
encuentran en estado de ebriedacfl. Segundo, establece pautas de docilidad y sumisión o,
por el contrario, de oposición y rebelión.
:Este último fenómeno puede ser ejemplificado con dos variantes interesantes. Imaginemos
que una mujer tiene una relación especial con su padre, hombre destacado y exitoso. Si la
reacción de su madre ante esa relación consiste en presionar y criticar a su hija, esta podría
rebelarse abiertamente contra ellar.. Su rebelión surgiría de la fuerza ganada en la relación
con su Ipadre y podría incluso contar con el apoyo encubierto de este,. Habría entonces
mayor probabilidad de que ella encarara un *conflicto con su esposo desafiándolo
abiertamente y amenazanado con rebelarse si él no aceptara sus condiciones o no pusierra
fin a su comportamiento indeseable.
Cambiemos un poco el guión convirtiendo al padre en un honnbre sólo marginalmente
exitoso y sumiso en la relación cono su esposa. En ese caso, la presión y las críticas de su
madre Podarían producir un comportamiento sumiso y complaciente de 11a esposa. En su
matrimonio, cuando su esposo y su madre uniteran fuerzas para hacerla cambiar, ella
tendería a volverse ad aptativa y, con el tiempo, disfuncional. Su disfunción sería SU
tiúnico recurso para mantener el equilibrio en el sistema. Al tratbajar con el triángulo
parental primario de cada cónyuge, o corle el de uno de ellos, se persiguen tres objetivos:
1. Descubrir y poner en evidencia la manera en que el triáángulo parental primario de cada
uno de los cónyuges influ
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ye en el proceso emocional dentro del matrimonio. Por ejemplo, puede ocurrir que ambos
cónyuges se hayan aferrado el uno al otro desde el comienzo de su relación como una
manera de escapar al conflicto o al apego excesivo. O bien que uno de los cónyuges se haya
distanciado abiertamente o se haya aislado de su familia mientras que el otro mantiene con
la suya una relación muy estrecha. Cada una de estas configuraciones implica una presión
adicional sobre la relación conyugal.
2. Enseñar a ambos cónyuges el modo de incrementar su capacidad de actuar en forma no
reactiva dentro de sus triángulos parentales primarios. Este es un objetivo laudable en
teoría, pero en la realidad clínica lo usual es que un cónyuge esté mucho más motivado que
el otro para hacer un trabajo de familia extensa. De todos modos, es importante que el
terapeuta fomente en cada cónyuge el respeto y la sensibilidad por la posición del otro en
esta materia. Como lo expresó una mujer: «Si no quieres trabajar con tu familia, por lo
menos no obstaculices el trabajo que estoy haciendo con la mía».
3. Ayudar a los esposos a identificar su resentimiento, distinguiendo el provocado por el
cónyuge del provocado por el triángulo parental primario.
Á1 evaluar cualquier conflicto conyugal, el terapeuta debe formarse una imagen muy clara
del triángulo parental primario de cada uno de los cónyuges. Esto se logra con mayor
facilidad y eficacia confeccionando un genograma. El trabajo con cada cónyuge en el
triángulo parental primario puede ser considerado como trabajo individual dentro de la
terapia de pareja. Ya hicimos una larga exposición acerca de este proceso al referirnos al
triángulo parental primario en la terapia individual. l
Triángulos con los hijos
Los hijos de una pareja están hechos a medida para formar un triángulo. Sería dificil
imaginar una manera más conveniente de confundir los problemas o disminuir la tensión
entre marido y mujer que estableciendo un triángulo con uno o más de los hijos. Desde el
momento mismo de la concepción, un hijo es una tercera persona potencial para un
triángulo. Los capí
1 Véanse los capítulos 7 y S.
tulos 11 y 12 están dedicados a los triángulos en que quedan aprisionados los hijos, pero es
importante ver también cómo los hijos pueden estar en el medio del problema conyugal.
Vito y Fran M. son un ejemplo. Ambos fueron criados en familias ítalonorteamericanas y la
relación de cada uno de ellos con su madre tiene enorme influencia sobre su matrimonio.
Vito y Fran iniciaron una terapia en medio de una crisis que había comenzado varias
semanas antes. Vito había adelgazado 5 kg en dos semanas y no podía dormir. Fran asumió
toda la responsabilidad por el problema. Explicó al terapeuta que Vito había contratado a un
detective e interceptado el teléfono; descubrió así que ella se había estado viendo con Sam,
un compañero de trabajo. Fran negó toda relación sexual pero admitió que Sam le gustaba.
Lloró y dijo que era una extraña en su propia casa. Hablaba con la mirada fija en el suelo.
Vito, también llorando, declaró que «lo peor de todo es lo que está haciendo a nuestras
hijas».
Vito y Fran tenían dos hijas, una de 17 años y otra de 12. Resultaba evidente que la mayor
era la preferida de Vito, quien afirmó que la joven estaba enojada con su madre por
abandonarlos a todos. No habían ocultado a las hijas la conducta de Fran; además, la madre
de ella llamaba todos los días porque se daba cuenta de que algo andaba mal. Vito había
hablado brevemente a su suegra sobre las transgresiones de Fran y también lo habían hecho
con su propia familia, sobre todo con su madre y su hermana.
Al tomar nota de los hechos, el terapeuta se interesó en los viejos problemas entre Fran y su
hija mayor. Vito se había apropiado constantemente del rol de Fran con la hija, y Fran
nunca había hecho nada al respecto porque temía que él la interpretara mal. «Todos los
niños deben tener un padre cariñoso», decía. Describió lo extraño que le resultaba no tener
conexión con su propia hija, sobre todo por el vínculo muy estrecho que ella tenía con su
propia madre. Admitió que tenía tanta intimidad con su madre que a veces casi no podía
respirar. Su madre quería saber todo lo que pasaba en su vida y en la de Vito. Si no lo
averiguaba a través de Fran, se dirigía a Vito. Fran decía que eso había sido así toda su vida.
Cuando se le preguntó dónde estaba su padre, contestó que estaba «ausente, ocupándose de
sus cosas».
Cuando Fran y Vito se sintieron más cómodos con la terapia y se calmaron un tanto, el
terapeuta se enteró de que la
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hija menor había estado metiéndose en la cama con ellos casi todas las noches desde que el
matrimonio había entrado en crisis. Fran explicó que las dos hijas iban con frecuencia al
dormitorio y que la de 12 años había dormido periódicamente en el cuarto de sus padres
desde que nació.
Tal como los describía Vito, sus padres eran parecidos a los de Fran. El padre trabajaba
siete días por semana y la madre, que según Vito era loca y cruel, solía pegarle a su
hermano mayor. Vito se había convertido en un niño bien educado porque pensaba que así
su madre no lo golpearía. Siempre había acudido a su hermana mayor en busca de afecto, al
mismo tiempo que evitaba a su madre. (De hecho, nunca dejó de evitarla.)
Es fácil advertir que Vito y Fran habían dado participación a sus hijas en sus problemas. No
se habían separado de sus propios padres. Habían seguido el modelo de sus padres al no
encarar su propia relación y al asignar a sus hijas un lugar que no les correspondía. Para que
las cosas cambiaran en su matrimonio, Fran tenía que poner punto final a su triángulo
extramatrimonial y ambos cónyuges tenían que fijar límites apropiados entre ellos y sus
hijas. Además, debían abordar sus triángulos parentales primarios y los triángulos con cada
una de sus hijas.
En un conflicto conyugal, los triángulos con los hijos desempeñan dos funciones
importantes: encubrir el conflicto y hacer que ese conflicto se organice en torno del cuidado
de los hijos. Estos triángulos pueden funcionar de diversas maneras y las familias pueden
ejecutar innumerables variaciones del mismo tema. Los triángulos se superponen con los
subtipos de triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes de la familia nuclear que
veremos más adelante.
En las parejas que acuden a terapia a causa de un conflicto conyugal se puede advertir una
pauta común: uno de los padres está en una posición muy próxima y defensiva con un hijo,
y el otro, en una posición distante y crítica. La crítica puede estar dirigida al hijo, al
cónyuge o a ambos. Ruth y Gil E. son un ejemplo. Tenían dos hijos; el mayor, Zach, de 5
años, padecía una enfermedad crónica. Gil dijo al terapeuta que estaba furioso con Ruth
porque ella cuidaba al niño a cuerpo de rey y satisfacía sus más extravagantes caprichos.
Tan mal lo educaba que Zach demoraba una hora en vestirse para ir a la escuela porque se
cambiaba de ropa cinco o seis veces. Además,
Ruth lo trataba como a un bebé. Ruth, por su parte, explicó que cuando Gil se enojaba
infundía miedo y que Zach se asustaba. Ruth creía que Zach se comportaba de ese modo a
causa de Gil. Cuando el terapeuta exploró la historia de la pareja, salió a la luz que debajo
de este intenso triángulo había un grave problema sexual. Gil se sentía privado y humillado
porque Ruth no tenía interés en la intimidad sexual. Según ambos cónyuges, hacía varios
años que no tenían contacto sexual.
De un modo u otro, las personas casadas suelen hacerse mutuamente las preguntas
referentes a la primacía de la vinculación (¿quién ocupa el número uno en tu lista de
relaciones?) y a la jerarquía de la influencia (¿a quién le harás caso?). Esas preguntas tienen
formulaciones diversas: «¿Con quién estás casado, conmigo o con tu madre?», «En esta
casa tu padre no toma ninguna decisión», «Yo estaba aquí antes que tu preciosa hijita».
Teniendo en mente esos dos temas, en este capítulo se han examinado los triángulos
intrafamiliares clave que complican la relación conyugal. A continuación estudiaremos más
detenidamente los triángulos centrados en los niños y los adolescentes.
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11. Triángulos con niños y adolescentes
La idea de los triángulos familiares centrados en los niños y adolescentes nació a fines de la
década de 1950 y recibió considerable atención clínica en las décadas de 1960 y 1970. Hoy
en día los terapeutas en general admiten que estos triángulos constituyen un fenómeno
clínicamente significativo. Desde la publicación de la obra de Guerin y Gordon sobre el
tema, 1 estamos convencidos de que su tipología de los triángulos con niños y adolescentes
es una herramienta útil que permite al clínico ver de qué manera los procesos relacionales
se incorporan al desarrollo de síntomas en niños y adolescentes. En nuestra versión de la
tipología hay siete categorías, que se analizan en este capítulo y en el siguiente.
Triángulos relacionados con la escuela
Una situación común en las familias centradas en los hijos es la presencia de un hijo
sintomático cuyo síntoma primario incluye mal comportamiento o conflicto relacional en la
escuela y, en algunos casos, negativa a concurrir a ella («fobia escolar»). Como sucede
siempre en las familias centradas en los hijos, el alivio del síntoma constituye la primera
prioridad de la terapia. Sin alivio del síntoma no se logra credibilidad. La segunda
prioridad, si a la familia le interesa, es abordar las dificultades del sistema que
desencadenaron el síntoma o lo mantienen. Ambos objetivos requieren el descubrimiento y
la neutralización de los triángulos activos.
Por lo general, en un problema vinculado con la escuela están presentes uno o más de los
siguientes factores:
1. El niño sintomático suele ser el miembro de la familia
más vulnerable emocionalmente, y esta vulnerabilidad se manifiesta en la escuela y no en el
hogar.
2. Existe un conflicto explícito entre el niño sintomático y una figura de autoridad de la
escuela, usualmente el maestro.
3. Existe un conflicto encubierto entre el hijo y sus padres o uno de ellos, y ese conflicto es
desplazado a la relación entre el niño y el maestro.
4. El niño sintomático tiene con el maestro una relación especial que lo convierte en blanco
de otros alumnos menos dotados pero físicamente más fuertes.
5. El niño se encuentra atrapado en un triángulo basado en un conflicto, explícito o
encubierto, entre uno de sus padres y el maestro.2
La primera tarea del terapeuta es el diagnóstico. A veces el problema relacionado con la
escuela es un desplazamiento de un problema familiar. En tal caso el triángulo clave es
intrafamiliar, como por ejemplo el triángulo con un niño-objetivo3 o el triángulo con un
padre y un hermano. El niño puede estar desempeñando su parte en los problemas
conyugales en el hogar o en los triángulos de rivalidad entre hermanos y continúa ese
proceso en la escuela. También puede haber un triángulo extrafamiliar, con el maestro, el
director o un compañero que incorporan sus propios triángulos al problema. No es fácil
identificar estas alternativas que, de hecho, pueden coexistir. Sólo la forma en que
evolucione la situación permitirá conocer el origen del problema. Si el maestro puede tener
una relación de uno a uno con el niño y los padres pueden hacer otro tanto, es porque el
triángulo no está activo. Si las partes involucradas no repiten las pautas de comportamiento
una y otra vez, no hay un triángulo activo. Pero si uno de los padres o el maestro siguen
viendo las circunstancias de la misma manera y se abstienen de tomar en cuenta su propia
participación en el problema, se puede percibir en qué lugar está activo el triángulo. Con el
tiempo, la estabilidad del proceso y el carácter predecible de las respuestas permiten
localizar el triángulo en la familia, en la escuela o en ambos lugares. La ventaja de formular
el problema acerca de la familia es que ello da a esta mucho más
1 Guerin y Gordon (1986).
2 Guerin y Katz (1984).
3 Véase la referencia al «niño-objetivo» en el capítulo 12.
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control. La formulación del problema permite que cada uno de los individuos trabaje sobre
sí mismo y sobre el papel que desempeña en él. Esto es más fácil y más factible que tratar
de modificar el sistema escolar.
No obstante, el terapeuta no debe dar por sentado que todo problema escolar es meramente
un desplazamiento de un problema familiar. Con frecuencia el triángulo activo incluye al
niño, a uno de los padres y a un maestro u otra figura escolar. En su forma más común, el
triángulo padre-hijo-maestro es el resultado de un desplazamiento de un conflicto padre-
hijo hacia la relación maestro-niño. Este proceso suele caracterizarse por una notable
diferencia entre el comportamiento del niño en el hogar y en la escuela. La reactividad del
niño con respecto a su progenitor, en general vinculada con cuestiones de control y
autoridad, se manifiesta en la escuela. Si el padre y el maestro unen fuerzas para «corregir»
al niño, la conducta problemática se intensifica. La manera más eficaz de intervenir en tal
situación es instar a la parte no involucrada a asumir las funciones parentales, incluyendo el
trato con la escuela y el maestro.
Algunas personas creen que los problemas en el hogar resultan de un comportamiento
parental permisivo, mientras que los problemas en la escuela son consecuencia de un
comportamiento parental estricto. Nosotros hemos observado esta conexión, pero tales
formulaciones exceden nuestro conocimiento actual. El comportamiento sin inhibiciones -el
llamado acting out- en la escuela puede originarse en la estrictez en el hogar o la
permisividad en el hogar, pero también en cierta discapacidad -emocional, biológica o
caracterológica- del niño. Para no caer en un triángulo de culpabilización, los terapeutas
debemos recordar que el «mejor» de los padres puede tener un hijo que se desborda en el
colegio.
Existe otra forma de triángulo padre-hijo-maestro: el padre o la madre tienen un conflicto
con el maestro debido a un choque de personalidades o a una discrepancia respecto de los
métodos de enseñanza. El niño expresa en sus actos los sentimientos de los padres hacia el
maestro. Esta variante es común cuando el padre o la madre son profesionales, en especial
docentes. También en este caso la intervención adecuada es pedirle al progenitor no
involucrado que tome a su cargo el manejo de la relación con el maestro y la escuela.
Debemos recordar que la familia es sólo una forma de sistema. Los miembros de todos los
grupos están relacionados en alguna for
ma de proceso sistemático, y con frecuencia estos sistemas funcionan con diferentes
propósitos, e incluso con propósitos encontrados. Todos los sistemas buscan el equilibrio
interno y la supervivencia (autoperpetuación). Con la ruptura de los sistemas familiares y
de la familia intacta, la sociedad ha traspasado cada vez más responsabilidad respecto del
niño a la comunidad, en particular a la escuela. El resultado es que con frecuencia la
escuela tiene responsabilidad sin autoridad, una receta segura para la aparición de
problemas.
A veces el triángulo se activa porque el niño desencadena en el maestro una reacción
emocional que se relaciona con otro aspecto de su vida. En una situación como esta, los
padres no deben apresurarse a respaldar las críticas que el maestro hace del niño. De lo
contrario, el papel del maestro en el problema puede pasar inadvertido para el terapeuta, lo
que aumentará la conducta problemática. A veces es conveniente dar participación a las
autoridades escolares para que ayuden al maestro a percibir la causa de su reacción
emocional.
Chris J. era un niño de 11 años que tenía problemas en la escuela. Contaba con pocos
amigos, los otros chicos lo molestaban, y él se aislaba o pasaba mucho tiempo con los
adultos. Sus problemas vinculados con la escuela empezaron cuando ingresó en el jardín de
infantes. Ya en esa época su madre lo calificaba de «psicosomático» y afirmaba que tenía
«fobia a la escuela». Las necesidades especiales que había tenido a una edad muy temprana
habían contribuido a complicar estos síntomas; una deformidad de la cadera lo había
convertido temporariamente en un inválido. La madre de Chris había estado siempre
pendiente del niño y de sus problemas con la escuela y en ella recayó principalmente la
tarea de cuidarlo cuando tuvo que usar un aparato ortopédico para corregir su discapacidad
fisica. El padre había ocupado habitualmente la posición distante. Chris y su madre habían
estado en terapia individual durante dieciocho meses en una clínica de orientación infantil.
El padre no participó.
En los doce años anteriores al ingreso de esta familia en la terapia se habían producido una
serie de acontecimientos nodales que crearon suficiente estrés como para iniciar el proceso
de triangulación en varios triángulos entrelazados fijos. Durante el primer año de vida de
Chris había muerto el padre de la señora J. Ella y Chris, que tenía entonces diez meses,
permanecieron en Inglaterra mientras el señor J. se trasladaba a
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los Estados Unidos; seis meses después se reunieron con él. Cuando Chris, a los seis años,
inició sus estudios primarios, la señora J. estaba sumamente preocupada por la salud de su
madre. Chris, atento a la inquietud que sentía su madre a causa de su familia extensa, que
vivía en Inglaterra, devino sintomático. El comienzo de los síntomas de Chris coincidió con
el conflicto conyugal encubierto acerca de la responsabilidad parental. Esta pauta siguió
reciclándose y resultó ser el contexto dentro del cual el terapeuta de Chris pidió una
consulta sobre la negativa del niño a concurrir a la escuela.
Un niño sintomático atrapado en un conflicto con un maestro con frecuencia está
desplazando la ansiedad que le provocan el conflicto entre sus padres, el estrés en la familia
extensa, o ambas cosas. El conflicto con el maestro puede ser explícito o implícito. En el
caso de Chris, el conflicto era implícito y asumió la forma de una negativa a ir a la escuela.
Cuando el síntoma apareció por primera vez, muchos factores se habían combinado para
formar un contexto muy tensionante y activar varios triángulos: el triángulo
intergeneracional que Chris, sensibilizado desde niño a la tensión en la familia materna,
integró junto con su madre y con la preocupación que esta sentía por la salud de su propia
madre, y el triángulo parental primario, activado por el conflicto conyugal acerca de los
cuidados parentales.
En la época en que Chris y su madre fueron recibidos en consulta, el problema inmediato
era el triángulo relacionado con la escuela. Era preciso abordarlo antes de tratar los otros
triángulos intrafamiliares subyacentes. La respuesta de la madre ante los problemas de
Chris había sido concentrar cada vez más su atención en el niño, presionándolo para que
asistiera a la escuela. También presionó a la escuela para que brindara más servicios a Chris
y para obtener su traslado a otro establecimiento. El supervisor recomendó al terapeuta que
instruyera a la madre para que dejara de presionar a Chris y a la escuela. Indicó que ella
debía aprender a controlar sus reacciones ante ese cambio y a llevar esas reacciones a la
terapia. Por último, los problemas conyugales y de la familia extensa se harían
inevitablemente explícitos si la señora J. dejaba de desplazarlos hacia Chris y la escuela. En
ese punto, ella tendría que involucrar a su marido en el tratamiento y encarar las cuestiones
subyacentes relacionadas con las responsabilidades parentales y las preocupaciones por su
familia extensa.
Triángulos de red social
Cuando los adolescentes transfieren su lealtad de sus padres a sus amigos (o «red de
pares»), es inevitable que se activen ciertos triángulos potenciales. La pauta estructural de
estos triángulos es uniforme. Los padres ocupan la posición exterior distante, mientras que
el adolescente y sus influyentes amigos construyen una alianza generacional protectora.
Prácticamente todos (salvo los padres a quienes les está sucediendo) saben que ese marco
es adecuado desde el punto de vista evolutivo y que, dentro de lo razonable, favorece el
desarrollo normal de todas las partes afectadas. El adolescente se compromete
emocionalmente con un objeto diferente de sus padres. Ese amigo elegido se convierte en
uno de los «objetos de transición» del adolescente, el equivalente del osito de felpa de la
niñez. Para los padres, es el comienzo de un período de la vida en el que pierden influencia
y deben aflojar lazos sin perder la conexión emocional. Y, además, se espera de ellos que lo
disfruten. Este proceso normal de desarrollo se torna sintomático cuando, a causa del estrés
externo o interno, se polariza en una o más de las partes que integran el triángulo relacional.
El siguiente ejemplo puede aclarar este punto.
Dana W., de 13 años, era la menor de dos hermanos. Su hermano mayor, Fred, tenía 16. El
señor W. era un abogado exitoso que trabajaba mucho. Prácticamente sólo pasaba los fines
de semana con su familia, y no siempre. La señora W. trabajaba medio día en su propia
consultoría y concentraba la mayor parte de sus cuidados maternales en su hijo. Dana se
sentía dolida por eso, pero al mismo tiempo experimentaba una cierta liberación. Además,
sabía que era la favorita de su padre. Un año antes de que comenzara la terapia, Dana había
entablado una relación muy estrecha con Sabrina, una nueva compañera de estudios que
había llegado poco antes de California. Dana no sólo estaba prendada de Sabrina sino que
además pensaba que esta tenía una madre «fantástica». Sabrina era buena alumna, jugaba
muy bien al tenis y se relacionaba fácilmente con los adultos.Tenía una afición compulsiva
a los centros comerciales y le encantaban los muchachos que los frecuentaban. Su madre
encontraba que esta sexualidad precoz era encantadora.
Por entonces ocurrió un incidente: Dana tuvo un arrebato prolongado y muy negativo y sus
padres la mandaron a su
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cuarto como castigo. Dana escapó por la ventana y fue a visitar a Sabrina. Esa misma
semana había obtenido sus primeras malas calificaciones, en español y matemática.
Entonces la madre la llevó a la clínica para una evaluación. La evaluación consistió en una
sesión inicial con Dana y la madre, una segunda sesión en la que la terapeuta entrevistó a
ambas por separado y una tercera sesión en la que primero habló con el padre, y luego, con
los tres juntos.
El genograma puso en evidencia varios hechos interesantes, que documentaban un
incremento en el nivel de estrés de la familia. Tres meses antes de la visita a la clínica, el
padre de Dana se enfrentó a una perspectiva laboral sombría: la empresa para la que
trabajaba estuvo a punto de ser adquirida por un grupo corporativo. En el mismo período la
abuela materna de Dana, con quien ella era muy unida, se enteró de que tenía cáncer de
útero.
Durante las sesiones de evaluación, la terapeuta, una mujer de la misma edad que la señora
W., se dio cuenta de que Dana la observaba con la intención de saber si sus actitudes eran
similares a las de su madre o a las de la «fantástica» madre de Sabrina. La madre de Dana,
por su parte, parecía principalmente interesada en dilucidar si la terapeuta creía en la ley y
el orden y era partidaria de una disciplina más bien rígida. En cuanto al padre de Dana,
preocupado por sus problemas laborales y molesto por haber sido obligado a ausentarse de
su oficina en circunstancias poco propicias, no demostraba interés. Creía que ya había
hecho bastante por su hija al demostrarle su cariño. Cercada por muchas cuestiones que
producían ansiedad y por una plétora de triángulos entrelazados, la terapeuta adoptó el
siguiente plan de tratamiento.
El primer paso consistiría en entablar una relación con Dana y con su madre, evitando
tomar partido. La terapeuta lo logró alentando a Dana a expresar su frustración y su enojo
con su madre, su inquietud por la enfermedad de la abuela y su opinión respecto de qué
clase de madre evaluaría mejor a una hija como ella. Cuando se le preguntó qué era, en su
opinión, lo que más temía su madre, respondió sin vacilar: «Que yo me acueste con toda
una banda de tipos en un volquete detrás del centro comercial».
Volviéndose a la madre, la terapeuta le preguntó si ese era en efecto su temor más grande y
ella respondió: «Es uno de mis miedos». La terapeuta le preguntó entonces cuáles eran los
otros miedos y trató de explorar cómo había sido su vida en los comienzos de su
adolescencia. Esto llevó a una conversación acerca de su propia madre, la abuela de Dana,
y planteó la cuestión de la enfermedad. Durante esa parte de la sesión Dana y su madre
olvidaron momentáneamente su animosidad y compartieron lágrimas de pesar. Dana dijo
que no sabía qué haría sin su abuela. «Yo la adoro», agregó.
En una sesión separada con Dana, la terapeuta la instó a tomar la iniciativa con sus padres
poniendo por escrito sus ideas acerca de lo que ella consideraba una buena orientación para
su conducta. Además, le sugirió que consultara a Sabrina mientras preparaba el documento.
Al mismo tiempo, en una sesión separada con los padres, la terapeuta les aconsejó que
desistieran de su actitud crítica hacia Sabrina y su madre. El señor W. fue elegido para
desempeñarse como encargado de asuntos administrativos y principal negociador en la
cuestión de las pautas de «orientación» para Dana. La terapeuta le preguntó a la señora W.
si le parecía más fácil criar a un hijo que criar a una hija, y le sugirió que desarrollara una
relación personal con su hija poniendo el énfasis en los intereses comunes, conversando de
cosas de la vida y pasando más tiempo juntas. Debía cumplir esa tarea aflojando los lazos
con su hijo y pasando más tiempo no instructivo, no programado, con Dana. También le
pidió que observara qué parte del tiempo que pasaba con Dana lo dedicaba a aconsejarla y
criticarla y qué parte destinaba a apoyarla y expresarle su afecto. Y trató de motivarla para
hacer esto último. La idea era permitir que su marido se convirtiera en el «progenitor que
dicta las reglas» y ella en la «madre divertida».
El plan de la terapia trataba de enfrentar ciertas fallas y trampas previsibles abordándolas
tempranamente. La terapeuta le preguntó a la señora W., por ejemplo, si el plan
experimental la hacía sentirse desplazada y criticada. Al señor W. le preguntó cómo
encontraría tiempo para desempeñar su función administrativa, con todo lo que tenía que
hacer. A Dana le dijo que si se sentía conflictuada y no podía comunicarse con su padre
para aclarar algo, se dirigiera a ella como recurso de emergencia. Cuando la señora W.
logró limitar el tiempo que dedicaba a resolver los problemas de su hija, se tranquilizó y
empezó a disfrutar de su compañía. Pudo así pensar más en sí misma y en su vida, en cómo
sería su trabajo cuando Dana dejara el hogar y en cómo sería la vida en caso de que su
madre
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muriese. La terapeuta prestó atención a todos estos sentimientos de pérdida, tristeza,
confusión y vacío que habían permanecido ocultos a causa de su preocupación por Dana.
Cuando la señora W. se apartó emocionalmente de Dana, tuvo oportunidad de reflexionar
sobre sí misma, sobre la soledad de su matrimonio y la ansiedad por la enfermedad de su
madre.
Había llegado pues el momento de que la terapeuta se ocupara del triángulo con el grupo de
pares, integrado por Dana, sus padres y su amiga Sabrina. En este triángulo Dana ocupaba
una posición de franca proximidad con Sabrina, y esa proximidad era fuertemente reactiva
hacia sus padres, que se encontraban en la posición exterior. El triángulo fue abordado de
dos maneras. Primero, la terapeuta empujó a Dana hacia Sabrina, en vez de tratar de
separarlas, como intentaban hacer los padres. En la terapia, esa actitud no hubiera dado
buen resultado. Segundo, trató de sacar a los padres de su posición de crítica de la «mala
compañía», poniendo punto final a las críticas a Sabrina. El verdadero problema no era la
mala influencia de Sabrina sobre Dana, que en realidad no existía. El verdadero problema
eran las tensiones y conflictos intrafamiliares (como la enfermedad de la abuela y el
distanciamiento del padre), que la familia evitaba concentrándose en Sabrina. Estas
cuestiones se arraigaban en el triángulo parental primario, al que la terapeuta pasó a
dedicarse.
Este caso es un ejemplo de un triángulo de red de pares en el que los padres temían la mala
influencia de la amiga de su hija. Esos temores eran en gran medida infundados. Dana
había estado usando a Sabrina como la contrapartida de las ideas de sus padres acerca de
cómo debe ser una niña de 13 años. Pero Sabrina no era una verdadera amenaza para la
salud o el bienestar de Dana. El principal trabajo con los padres consistió en lograr que se
abstuvieran de librar una batalla por el poder con Dana a causa de su amiga.
Pero a veces sucede que un triángulo con los pares implica un verdadero peligro. Si, por
ejemplo, se sabe que el amigo o la amiga de una adolescente de 13 años consume o vende
drogas o realiza otros actos peligrosos (correr carreras con autos trucados, llevar armas al
colegio, irrumpir en viviendas), es preciso enfrentar ese peligro. Salir con un amigo malo es
diferente que salir con uno bueno.
Sin embargo, un triángulo es un triángulo y los principios básicos son siempre los mismos:
no embarcarse en una lucha
por el poder y mantener la reactividad en la familia en un nivel tan bajo como sea posible,
favoreciendo al mismo tiempo la reflexión. Si el terapeuta no enfatiza la necesidad de
respetar estos principios, y si los padres no pueden o no quieren ponerlos en práctica en la
terapia y en el hogar, la reactividad aumentará y las intervenciones conservadoras
fracasarán. En la etapa siguiente, el terapeuta puede verse obligado a internar al adolescente
en un hospital o a recurrir a alguna otra intervención igualmente drástica.
Además de ocuparse de la dinámica del triángulo, en casos como este el terapeuta debe
dedicar tiempo al adolescente y preguntarle si cree que su amigo o amiga vende drogas. Si
así fuera, ¿qué lo llevó a buscar su amistad? Por otra parte, en el marco de la terapia es
preciso saber si el adolescente está consumiendo drogas. Si lo niega, pero los padres
sospechan, se puede manejar la situación sugiriendo al adolescente (en una sesión
individual) que se someta voluntariamente a los análisis necesarios, a fin de descartar de
una vez por todas un asunto tan molesto. El terapeuta también debe analizar con los padres
si es necesario que ellos adopten la posición de que esa amistad no es algo bueno para su
hijo y, en consecuencia, decidan que debe terminar. Si los padres pueden actuar así
basándose en hechos y no en su reactividad emocional, habrán manejado funcionalmente el
triángulo de red de pares. Después deberán abordar las repercusiones de su actitud en el
triángulo parental primario (donde reside el verdadero problema). El método del terapeuta
debe consistir siempre en mantener los ojos puestos en el triángulo activo, destriangularlo y
seguir avanzando.
Triángulos con el hijo sintomático
Los enfoques estructurales, como los de Fogarty, Minuchin y Haley, han alcanzado un éxito
considerable en el alivio del síntoma en familias centradas en los hijos. Pero en los últimos
años estas maniobras terapéuticas han sido usadas de manera mecánica y menos creativa.
Por ejemplo, la presentación estructural más común de un triángulo centrado en el hijo
consiste en que la madre y el hijo están enredados en su relación y el padre se mantiene
distante, en una posición exterior. El
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método adoptado por Fogarty requiere que la madre se aleje del hijo sintomático y que el
padre se acerque a él. Eligió esta intervención debido a la importancia que asigna a la
dirección del movimiento relacional dentro de los triángulos. Durante largo tiempo, su
premisa fue que alterar la dirección del movimiento en un triángulo o una díada conyugal
es la mejor manera de revelar el síntoma de un individuo y de poner en descubierto los
procesos relacionales a fin de que se tornen observables para el terapeuta y los miembros de
la familia.
El enfoque de Minuchin se concentra en los límites entre la familia y el terapeuta, y en la
importancia de las fronteras generacionales dentro del sistema familiar. Minuchin se
preocupa siempre por mantener una postura prudente con el padre, hablar primero con él y
luego obtener su autorización para entrar en la familia. Hecho esto, trabaja para lograr que
los padres restablezcan el límite generacional adecuado entre ellos y sus hijos. El método
de Haley agrega al de Minuchin la importancia de un foco estratégico para la alteración
estructural. Por eso, en el caso del niño que tenía fobia a los perros, Haley hizo que el padre
comprara un perrito a fin de organizar la relación padre-hijo alrededor de esa experiencia.
Todos estos métodos pueden, si se los aplica de manera rutinaria, llevar a una
sobresimplificación del complejo proceso emocional implícito en toda familia disfuncional
y a una predecible reaparición de los síntomas de seis a ocho meses después de finalizada la
terapia.
Los cambios en la dirección del movimiento relacional y la alteración estructural de los
triángulos logran aliviar el síntoma y asimismo revelan conflictos relacionales y estados
emocionales subyacentes en los individuos que componen el sistema. Una vez que estos
conflictos y estados emocionales son visibles, la investigación y la intervención clínicas
resultan mucho más fáciles. Por ejemplo, no sería raro que en un caso como el de la fobia a
los perros se obtenga un resultado espectacular en lo que hace a la fobia y que luego la
madre, emocionalmente perturbada por haber perdido su intenso vínculo con su hijo,
empiece a criticar a su marido y a la terapia y termine devolviendo la mascota a la
veterinaria. Aunque ese desarrollo sería perturbador para el niño y para el terapeuta,
podemos ver en él el resultado de una intervención experimental que nos dice algo
importante acerca del sistema y de las personas que lo forman. Las consecuencias del
experimento han cambiado el foco,
que se desplazó del niño a la infelicidad de la madre y al conflicto conyugal subyacente.
Por lo tanto, para nosotros el alivio del síntoma en una familia centrada en los hijos es la
primera etapa de un abordaje más amplio del proceso familiar multigeneracional que
produjo el síntoma.
Decimos esto con plena conciencia de que, una vez aliviado el síntoma, muchas familias
optarán por no ir más allá. Este método de la «primera etapa» no garantiza que podamos ali
viar los síntomas de un niño concentrando nuestro trabajo en el triángulo central madre-
padre-hijo sin causar importantes repercusiones en otro lugar del sistema. Sin embargo,
podemos mejorar la confiabilidad y durabilidad de los resultados manteniéndonos sensibles
a los desplazamientos del síntoma a otros miembros o relaciones de la familia y
manejándolos clínicamente como una sucesión natural de procesos interrelacionados.
Nuestro trabajo en esta dirección implica el desarrollo de un paradigma multigeneracional
que proporciona un contexto amplio para considerar los síntomas del niño sin perder de
vista el problema que motivó la consulta.
Este paradigma clínico, desarrollado por Guerin y Gordon4 para tratar con familias
centradas en los hijos, consiste en la siguiente serie de supuestos teóricos:
1. Un niño nace con ciertos atributos y limitaciones constitucionales. Entre las limitaciones
figura la propensión al tipo y gravedad de los síntomas ñsicos y emocionales que puede
desarrollar durante su vida. Mona L. era la más joven de cuatro hermanas. Su madre
anhelaba tener un hijo varón y este hecho, sumado al temperamento de Mona -la niña
tendía a ser fría y a retraerse cuando su madre la acariciaba-, contribuyó a que la relación
madre-hija fuera menos íntima de lo que podría haber sido. El señor L., que percibía el
distanciamiento y creía que Mona se parecía a su familia, sentía por ella un afecto especial.
2. El que estas vulnerabilidades surjan con el tiempo y, si surgen, el grado en que se
manifiesten dependerá: a) del nivel de funcionamiento básico del sistema familiar en la
época del nacimiento del niño; b) de cómo encaje el temperamento del niño en la familia y
de su posición en el orden de nacimientos, y c) del monto de estrés interno y externo que la
familia deba
4 Guerin y Gordon (1986).
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absorber y disipar durante su ciclo vital. La señora L. se esforzaba muchísimo por superar
la fría relación entre ella y Mona, y el señor L. la mimaba, de modo que a Mona le iba bien
en su posición respecto de sus hermanas. Ser el menor es siempre una buena ubicación
dentro del sistema familiar. Este arreglo funcionó bien durante su infancia y adolescencia.
3. Los síntomas se desarrollarán cuando el monto de la ansiedad libremente flotante o no
ligada dentro de la familia haya alcanzado un nivel crítico, es decir, cuando haya superado
la capacidad del sistema relacional para ligarla o disiparla. Cuando Mona L. estaba por
cumplir 16 años, empezó a manifestarse en sus padres el síndrome del nido vacío. Las otras
hijas ya se habían ido. Al mismo tiempo, la señora L. atravesaba lo que ella llamaba una
crisis de la mediana edad, y se preguntaba qué haría cuando ya no tuviera hijos a quienes
cuidar. El señor L., gerente de nivel intermedio en una gran empresa del rubro de la
alimentación, fue despedido y cayó en una depresión.
4. La fuerza impulsora para este nivel de ansiedad es la aparición de múltiples motivos de
estrés. Cuando coinciden en el tiempo una serie de transiciones y otros acontecimientos
familiares en cantidad suficiente, se altera el equilibrio emocional de la familia. Un ejemplo
clásico es el de la familia que debe soportar simultáneamente el alboroto de la adolescencia,
las crisis de la mediana edad y el envejecimiento y la muerte de los abuelos. En la familia
L., la madre se dedicó a cavilar sobre su propia vida y el padre se entregó a su depresión;
ello desvió la atención de ambos, que dejó de centrarse en Mona. Por primera vez en su
vida Mona se sintió sola, independiente, pero también aislada dentro de la familia.
5. Un miembro vulnerable de la familia absorberá la excesiva ansiedad y desarrollará un
síntoma. Mona L. era vulnerable debido a que su posición dentro de la familia había
cambiado, y comenzó a expresar a través de su conducta la ansiedad de la familia: mostraba
enojo hacia su madre y se sentía responsable por la depresión del padre.
6. El individuo vulnerable más propenso a absorber y expresar la ansiedad de la familia es
el más aislado y anulado de sus miembros, el que cuenta con menos apoyo dentro del
sistema. Mona L. no tenía a sus hermanas como aliadas y tanto la atención que le prestaba
su padre como el sentimiento de culpa
de su madre, que durante largo tiempo la habían apuntalado, ya no existían.
7. El síntoma cumple la función de ligar la excesiva ansiedad del sistema, permitiendo a la
familia mantener su organización o reorganizarse y seguir funcionando. Cuando Mona
desarrolló sus síntomas, el padre y la madre se alarmaron por su comportamiento. Pudieron
zafar temporariamente de sus problemas y unirse para buscar ayuda para Mona. Fue sólo en
el transcurso de la terapia familiar por el problema de Mona cuando salió a luz toda la
información que hemos consignado.
En un triángulo con hijos sintomáticos, uno de los padres está estrechamente ligado a uno o
más de sus hijos y el otro se encuentra en la posición distante y crítica. Una esposa que es
una perseguidora emocional, frustrada por la actitud distante de su marido, empieza a
perseguir a sus hijos. Uno de estos, sensible a la perturbación de la madre, queda
aprisionado en el triángulo y empieza a expresar sus sentimientos a través de su conducta.
El acting out del niño une a los padres, quienes, al preocuparse por él, evitan sus conflictos
personales. El conflicto conyugal queda encubierto.
Karl H., de 11 años, era el único hijo de una pareja que había estado en tratamiento a causa
de sus problemas conyugales tres años antes de que Karl se volviera sintomático. Al llamar
para pedir una entrevista, la señora H. se apresuró a decirle al terapeuta que «todo estaba
muy bien» entre ella y su marido y que el problema era Karl. El niño sacaba malas notas en
la escuela y se mostraba impertinente y atrevido en el hogar. Además, en varias ocasiones
había mentido y robado. El genograma y la anamnesis revelaron que Karl había sufrido
varias pérdidas algunos meses antes de la aparición de los síntomas. Los padres atribuían a
esas pérdidas el comportamiento de Karl (aunque el señor H. pensaba que la excesiva
benevolencia de su esposa con el niño también influía en el problema). Ambos padres
sentían afecto por su hijo, pero la madre estaba excesivamente apegada a él. El padre, que
trabajaba mucho, se apoyaba en ella para la educación del hijo, pero a veces discrepaba.
El mejor amigo de Karl se había mudado a otra ciudad y él lo extrañaba. Hablaban por
teléfono y se veían cada tanto, cuando el amigo iba a visitar a sus abuelos. La segunda
pérdida tenía que ver con la abuela materna de Karl, que a causa de
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su lucha (aparentemente exitosa) contra el cáncer que la aquejaba no podía verlo con tanta
frecuencia como antes. La señora H. reconoció que también ella estaba muy afligida por la
enfermedad de su madre, aunque confiaba en que la superaría. La tercera pérdida de Karl -y
probablemente la más grave- se relacionaba con su abuela paterna, quien había estado
viviendo con la familia y lo había cuidado desde que nació. Más o menos en la misma
época en que su abuela materna enfermó de cáncer y su amigo se marchó a otra ciudad, su
madre y su abuela paterna tuvieron una disputa que culminó cuando la madre le pidió que
se fuera. Ella lo hizo y se fue a vivir con una hija.
El señor H. no era muy cariñoso con su madre, pero le había jurado a su padre, cuando este
se hallaba en su lecho de muerte, que siempre la cuidaría. Ante el terapeuta negó estar
enojado con su esposa por el curso que habían tomado los acontecimientos, pero afirmó que
algún día su madre volvería a la casa. Cuando lo dijo, su esposa se estremeció visiblemente.
De este relato sobre el caso se desprende que había varios triángulos: el del señor H. con su
padre y su madre; el del señor H. con su esposa y la madre del señor H.; el de Karl con su
madre y las abuelas de Karl (dos triángulos diferentes), y el de Karl con sus padres. Todos
estos triángulos estaban entrelazados, y la energía emocional procedente de cada uno de
ellos alimentaba el proceso en todos los demás. Para lograr una curación completa hubiera
sido necesario ocuparse de todos los triángulos, pero la familia no permaneció en
tratamiento el tiempo suficiente. El terapeuta logró aliviar los síntomas abordando en
primer término el triángulo entre Karl y sus padres, ya que probablemente era este el que
más oprimía al niño.
El primer paso consistió en sugerir que el señor H. vigilara el comportamiento de Karl,
estableciendo las normas y enfrentando las posibles violaciones. Esto reveló la depresión de
la señora H. y su ansiedad por su propia madre. En este punto, el terapeuta evaluó a la
señora H. y comenzó un tratamiento para su depresión. La conversación con la señora H.
acerca de su madre condujo a hablar sobre la madre del señor H. y sobre cómo había sido
para la señora H. convivir con ella durante toda su vida de casada. Con Karl ausente de las
sesiones, el terapeuta empezó a tratar el problema subyacente relacionado con la madre del
señor H. Aquí la familia interrumpió el tratamiento.
De cualquier modo Karl y sus padres obtuvieron cierto alivio, aunque temporario, de los
síntomas del niño. Eso era lo que la familia quería, y cuando lo consiguieron, se fueron. Los
síntomas de Karl reaparecerán en una u otra forma porque los triángulos subyacentes
quedaron intactos. Dado que la familia logró un alivio de los síntomas, probablemente
volverá y entonces el terapeuta tendrá otra oportunidad.
En este capítulo hemos presentado las tres formas principales en que se presentan
clínicamente los triángulos con niños y adolescentes. En el capítulo siguiente analizaremos
con más detalle los triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes sintomáticos que se
ven con más frecuencia en la práctica clínica.
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12. Triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes sintomáticos
Los triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes pueden subdividirse en cinco
categorías: triángulos con un niño-objetivo, triángulos con un padre y un hermano, trián
gulos del subsistema de los hermanos, triángulos trigeneracionales y triángulos en la
familia de segundo matrimonio. Los examinaremos a continuación.
Triángulos con un niño-objetivo
Un niño que es el preferido de uno de sus padres puede convertirse en el blanco u objetivo
del resentimiento del otro, que ocupa la posición exterior en el triángulo. Las causas pueden
ser diversas. Se le tiene fastidio porque comparte ciertas cualidades con el otro progenitor,
porque presenta algún parecido con la familia extensa de este o, simplemente, porque es su
preferido. El progenitor que convierte a su hijo en blanco de su ira y de sus críticas, las
desplaza de otra persona dentro del sistema; en general, de su cónyuge.
Los hijos-objetivo suelen tener versiones internalizadas de ambos padres, las cuales libran
batalla en su interior. Las personas experimentan esta guerra como una tensión, y los
hijosobjetivo se sienten tironeados entre sus padres. No pueden tolerar el conflicto de sus
padres debido a la perturbación interna que les causa. El resultado es que se comportan de
maneras autodestructivas por su propia conmoción emocional, y entonces los padres se
unen en una unidad artificial vinculada con el hijo problemático. En vez de ser un hombre y
una mujer que tienen conflictos entre sí, se convierten en padres unidos en su preocupación
por el hijo.
Estructuralmente, estos triángulos con un hijo-objetivo suelen presentarse como una
relación excesivamente estrecha entre el hijo sintomático y su madre, mientras que el padre
ocupa la posición exterior, distante tanto del hijo como de la
esposa. En esta situación clínica disponemos de, por lo menos, dos técnicas de intervención
corrientes. La primera intenta suprimir la distancia entre el padre y su hijo sintomático. Lo
logra organizando su relación en torno de una actividad o un objeto de interés común. Se
insta al padre y al hijo a pasar tiempo juntos haciendo algo que los dos encuentren
interesante y placentero: asistir a un evento deportivo, que el padre entrene al equipo
deportivo donde juega su hijo o, simplemente, sentarse a mirar televisión. Lo importante es
que no empleen esos momentos en discutir problemas sino en aprender a sentirse cómodos
cuando están juntos. También se les debe aconsejar que hagan un esfuerzo por no hablar de
la madre.
La otra técnica prescribe una intervención bilateral consistente en instar al padre a hacerse
cargo de todas las funciones parentales en relación con el hijo sintomático. Al mismo
tiempo, se instruye a la madre excesivamente apegada para que abandone
momentáneamente su rol maternal; es decir, para que se aparte del hijo sintomático y se
abstenga de dar instrucciones a su marido y de hacer comentarios sobre la relación de este
con el hijo.
Ambos métodos pueden ser eficaces para aliviar rápidamente los síntomas del hijo y
facilitar el acceso a otros procesos familiares disfuncionales que están alimentando los
síntomas. No obstante, el terapeuta debe tener conciencia de que estos métodos tienen
algunas limitaciones. En primer lugar, el hijo sintomático suele estar altamente
sensibilizado al nivel de perturbación emocional de la madre. Es previsible que las
reacomodaciones estructurales prescriptas por estos métodos eleven el nivel de ansiedad de
la madre y su conmoción interna, lo que también aumentará la ansiedad del niño. El
compromiso creciente del padre con su hijo puede aislarlo de esa conmoción. Pero además
suele suceder que la ansiedad de la madre supere el efecto aislante de la mayor intimidad
entre padre e hijo. Esto ocurre cuando al padre le resulta muy difícil cumplir con su parte de
la tarea o cuando la ansiedad de la madre se eleva más allá de un nivel crítico. (Si el hijo
sintomático es una adolescente, la prescripción anterior resulta inapropiada desde el punto
de vista evolutivo, porque en ese momento es fundamental que los hijos establezcan un
puente relacional efectivo con el progenitor del mismo sexo.)
Cuando la ansiedad de la madre amenaza con llegar a un nivel crítico, se puede manejar el
problema trabajando con
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ella, sola o en sesiones con la familia, para lograr que tome conciencia de que el hijo
sintomático está sensibilizado a su creciente ansiedad. Casi siempre basta con formular
algunas preguntas sobre el proceso, como: «¿Ha notado cuál de sus hijos parece sentirse
más afectado por su desasosiego, aun cuando usted trate de disimularlo?» o «¿Cuál de sus
hijos parece estar sensibilizado a los estados de ánimo de su cónyuge?». El terapeuta debe
formular las mismas preguntas al padre. También se le pueden formular una serie de
preguntas al hijo sintomático: «¿Te das cuenta cuando tu madre está intranquila?»,
«¿Cómo?», «¿Y qué sientes por dentro?», «¿Cómo te comportas cuando te sientes así?». Si
estas preguntas cumplen con su propósito, el proceso emocional que está alimentando la
ansiedad en la familia se pondrá en evidencia, será posible tratarlo y la ansiedad disminuirá.
Por lo general esto alivia los síntomas del hijo y localiza las fuentes de ansiedad y el
proceso emocional conflictivo en otro lugar en la familia, de modo que será posible
encararlo más funcionalmente.
Las críticas y la negatividad del padre como reacción ante la preferencia de la madre por el
hijo y su incomodidad por encontrarse en la posición exterior son significativas.
Determinan que el proceso terapéutico se centre en averiguar en qué medida es la relación
íntima del hijo con la madre o su parecido con ella lo que desencadena esa negatividad.
Es preciso tener en cuenta que la intervención que se elija, sea cual fuere, debe ser
contextualmente relevante para la familia. Cuanto más cerrado sea el sistema, más intenso
será el proceso de proyección hacia el hijo. Cuanto más concreta y menos cognitivamente
orientada sea la familia, más requerirá la situación una simple maniobra estructural.
Gloria y Bruce V. acudieron al terapeuta para una evaluación. El problema era su hijo de 6
años, Justin, quien tenía berrinches en el hogar y en la escuela. Además, padecía de
encopresis. Cuando en la casa se le pedía que hiciera cualquier cosa, se enfurecía, tenía una
rabieta e insultaba a sus padres, sobre todo a la madre. En la escuela se paseaba por el aula
molestando a los otros alumnos, requería una atención constante de la maestra y a menudo
se negaba a obedecer. Al terapeuta le pareció inicialmente que se trataba de un caso de
hiperactividad. La terapia empezó haciendo que los padres se pusieran de acuerdo sobre la
manera de tratar a Justin. Lo expondrían gradualmente a la disciplina, de un modo coheren
te, con recompensas para la buena conducta y con consecuencias cuando no obedeciera.
Esta modificación de la conducta dio al principio buenos resultados. Pero al parecer había
diferencias de opinión entre Gloria y Bruce respecto de cómo se debía manejar al niño. Los
padres empezaron a discutir acerca de la manera correcta de tratar a Justin. Estaban
librando una lucha por el poder en torno del niño. Gloria quería ser más comprensiva y
Bruce más estricto, con menos conversaciones. Gloria tendía a explicarse y Bruce levantaba
los brazos al cielo y se retiraba. De este modo se neutralizaban mutuamente.
Cuando se abordó este conflicto entre los padres, finalmente Gloria comentó que Bruce
estaba tratando a Justin de la misma manera que la trataba a ella: abruptamente, sin
paciencia ni comprensión. Cuando la ansiedad de la familia se desplazó hacia lo que pasaba
entre Gloria y Bruce, la conducta de Justin mejoró. Pudo mejorar porque ya no cumplía la
función de ligar la ansiedad entre Gloria y Bruce, y dentro de ambos. Entonces la terapia se
concentró en Gloria, Bruce, sus estados emocionales y su relación.
Hay que decir que la mayoría de los triángulos con un hijoobjetivo están mucho más
arraigados en algunas familias que en otras. Con frecuencia no es fácil llegar al conflicto
conyugal que subyace a este tipo de triángulo. Como la relación conyugal en una familia
centrada en los hijos es la más sensible, es también la más protegida. A menos que
tengamos en mente que hay un triángulo, podemos ser inducidos, por las medidas de
protección que toman los padres, a concentrarnos en el hijo sintomático.
Pero por los mismos motivos es un error dirigir demasiado rápidamente el proceso
terapéutico hacia la relación conyugal. Lo más probable es que la familia interrumpa la
terapia. Debemos ser pacientes y permitir que el proceso evolucione. Debemos
mantenernos alerta y esperar que se abra una brecha, como podría ser la depresión de una
madre cuando la intimidad de la relación con su hijo disminuye, o la resistencia de un padre
a desarrollar una relación con su hijo.
La conciencia de la existencia de triángulos y el proceso de destriangulación son
esclarecedores y producen cambios en casi todas las situaciones familiares. Los resultados
suelen conducir a una mejora aparentemente mágica en el hijo
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sintomático y, desde luego, a la manifestación de un problema conyugal oculto.
Triángulos con un padre y un hermano
Además de las dos formas de triángulo parental primario mencionadas más arriba, hay
varios triángulos auxiliares entrelazados que debemos definir para poder comprender
cabalmente el proceso en una familia centrada en los hijos y contar con el mayor número
posible de opciones terapéuticas. El primero de estos triángulos es el que integran el hijo
sintomático, uno de sus padres y uno de sus hermanos. Este triángulo está potencialmente
presente en toda constelación familiar en la que haya por lo menos dos hijos, pero donde se
lo encuentra con más frecuencia es quizás en las familias uniparentales.
En la mayoría de los hogares uniparentales encabezados por la madre, esta debe ausentarse
todos los días para ir a trabajar, con lo que se produce un vacío de liderazgo en el hogar.
Habitualmente, la hija mayor llena el vacío y se hace cargo del manejo de la casa mientras
la madre está ausente. Desde luego, una situación análoga puede darse también en un hogar
donde tanto el padre como la madre trabajan, pero en ese caso es menos dramática. Casi
siempre la hija mayor termina colocada en una posición dificil: asume una cuota importante
de responsabilidad sin poder real y después, cuando la madre regresa, debe abandonar esa
posición de autoridad y volver a estar en pie de igualdad con sus hermanos.
Cuando combinamos esta pauta con la posibilidad de que la hija mayor sea la preferida del
padre ausente, apreciamos que existe un gran potencial de conflicto entre madre e hija. Casi
siempre el conflicto se manifiesta en que la hija mayor es muy criticada por la madre, lo
cual implica que esta no mide a todos sus hijos con la misma vara. La hija mayor se
mantiene a distancia cuando la madre está en la casa. Expresa su negatividad hacia ella por
medios pasivos-agresivos y se comporta en una forma abiertamente punitiva hacia la menor
de sus hermanas, que es la preferida de la madre. La hija que se ve obligada a desempeñar
un rol parental suele tener un comportamiento peligroso fuera del hogar y a veces tiene
gestos suicidas.
Con frecuencia estas familias acuden a la terapia a causa de los síntomas que presenta la
hija menor, y si la intervención del terapeuta determina un aumento de la atención que la
madre le presta, los síntomas empeorarán. El empeoramiento de los síntomas es el resultado
del aumento de la presión que la hija mayor ejerce sobre la menor en respuesta a la atención
de la madre. Si, en cambio, concentramos la intervención en exponer y aliviar el conflicto
entre la madre y la hija mayor, eliminaremos la presión de esta sobre su hermana, lo que
hará que los síntomas desaparezcan.
Janis L., una madre que criaba sola a sus tres hijas, buscó ayuda terapéutica para la familia
a causa de un problema de conducta que presentaba Ginny, la menor. Una observación
cuidadosa del proceso en esta familia reveló el hecho de que Janis tenía con Ginny una
relación especial, demasiado estrecha. Se preocupaba mucho por ella y le dedicaba una
cantidad desproporcionada de tiempo. Ginny era extremadamente leal a su madre y se había
apartado emocionalmente de su padre ausente, Jack. Ámy, la hija mayor, era una suerte de
«clon» de su padre, tanto por su fisico como por su modo de conducirse. Además, sentía
resentimiento por su hermanita. Sue, la hija del medio, operaba bien en las diferentes
facciones familiares y estaba libre de conflictos, tanto evidentes como encubiertos.
En este caso el terapeuta se ocupó de dos triángulos entrelazados. El más activo incluía a
Janis, a su hija mayor, Amy, y a la menor sintomática, Ginny. El terapeuta sacó a luz el
conflicto encubierto entre Janis y Amy y lo ubicó en el contexto del triángulo constituido
por Janis, Ginny y su padre ausente. Cuando Janis y Amy abordaron el conflicto que había
entre ellas, la tensión entre Amy y Ginny disminuyó y Ginny se liberó de los síntomas. En
el largo plazo este desarrollo abrió también la posibilidad de que Ginny tuviera una relación
más comprometida con su padre.
La parte más instructiva de este caso es la demostración de la existencia de un triángulo
relacional clave subyacente a los síntomas de la hija menor. Si el terapeuta no hubiera
descubierto este triángulo a través de la experimentación clínica, el hecho de no ocuparse
de él habría prolongado el resultado terapéutico negativo. Al captar la dificil posición de la
hija mayor en la familia y su participación indirecta en los síntomas de su hermana, el
terapeuta pudo formular un plan de intervención.
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Triángulos del subsistema de los hermanos
El segundo triángulo auxiliar de importancia clínica es el triángulo del subsistema de los
hermanos. Como por lo general quien inicia la terapia es un adulto, casi siempre el padre o
la madre, es fácil formular el sistema perturbado de modo tal que incluya a los padres.
Esperamos que ellos, como adultos, controlen a la familia. Los hijos todavía son menores.
Esperamos que entre los hermanos se produzcan reyertas y casi siempre las percibimos
como mal comportamiento que se manifiesta en discusiones sobre «quién le hizo qué a
quién» y «quién empezó». A menudo los padres culpan de esas peleas a uno de los
hermanos y absuelven a los otros. De este modo, es posible que el terapeuta pase por alto
los triángulos entrelazados que hay entre los hermanos. Por ejemplo, dos hermanos que
están a favor de su madre y en contra de su padre en una disputa de divorcio pueden ejercer
presión sobre otro hermano para que se aparte del padre y tome partido por la madre. O
puede suceder que uno de los hijos afirme su identidad no tratando de llegar a ser alguien,
sino aislándose de sus hermanos y diferenciándose de ellos reactivamente. El triángulo que
salta a la vista cuando atendemos a una familia puede no ser el único importante en la
familia.
En toda familia centrada en los hijos, el subsistema de los hermanos merece ser
investigado. En primer lugar hay que examinar su índice de cohesión-fragmentación. Este
índice representa el grado en que los hermanos están emocionalmente conectados o
distantes entre sí. Una manera simple y eficaz de enterarse es preguntar a los niños con qué
frecuencia se reúnen a puertas cerradas para quejarse de sus padres. Las familias en las que
el subsistema de los hermanos está unido y funciona bien aprobarán entusiastamente esa
actividad, mientras que las familias fragmentadas reaccionarán como si el terapeuta
estuviera hablando en un idioma desconocido.
Según nuestra experiencia, los subsistemas de hermanos fragmentados aparecen con más
frecuencia en las familias en que hay casos de anorexia, trastornos graves del
comportamiento o procesos de nivel psicótico. Invariablemente, el portador del síntoma es
el hijo que ocupa la posición exterior en los triángulos que existen entre los hermanos. En
estas situaciones clínicas, los padres suelen oponer fuerte resistencia a la inclusión en las
sesiones de terapia de los hijos libres de síntomas y que funcionan mejor. Cuando esto
sucede, el terapeuta
dice que también esos hijos deben participar. Puede aislar temporariamente al subsistema
de los hermanos trabajando a solas con ellos en algunas sesiones. Procede así en un intento
por incrementar la conexión entre ellos y modificar los triángulos disfuncionales en los que
participan.
La familia S. inició una terapia tres meses después de que el hijo mayor, Andrew, se fue de
la casa para iniciar sus estudios universitarios. La hija del medio, Katie, que cursaba el
segundo año de la escuela secundaria, mostraba síntomas de una anorexia progresiva. Se
quejaba de estar gorda aunque su peso era inferior al normal para una persona de su
estatura. Hacía dieta y dedicaba entre dos y tres horas por día a clases de gimnasia. Otra
hija, Hillary, de 13 años, cursaba el octavo grado en una escuela parroquial de la localidad.
El señor S. era un exitoso hombre de negocios y la señora S. trabajaba a tiempo parcial
como profesora de una lengua extranjera en el colegio secundario de la zona. Andrew había
sido una superestrella en el colegio secundario, con premios en fútbol, béisbol y basquetbol.
Estudiante destacado y voluntario en el hospital de la comunidad, la gente lo quería. Tenía
una relación cariñosa con sus padres y con su hermana menor, Hillary. En cuanto a la
relación con su hermana sintomática, Katie, siempre había sido cordial, pero a Andrew no
le gustaban su estilo lloroso, sus cambios de humor ni su tendencia a pegarse a la gente.
Katie había nacido tres días después de la muerte de su abuelo materno, y desde la primera
infancia había sido el barómetro de las perturbaciones de la familia, y en especial de las de
su madre. Siempre había admirado a su hermano mayor, pero le molestaba la intimidad
entre él y Hillary y se sentía excluida. En la terapia familiar ambos padres se mostraron
renuentes a incluir a los dos hijos asintomáticos, y sobre todo a hacer venir a Andrew los
fines de semana para que participara en sesiones familiares especiales. El terapeuta insistió
y la presencia de Andrew en las sesiones resultó decisiva en dos frentes: primero, permitió
que saliera a la superficie la intensa reactividad de la familia ante su alejamiento y,
segundo, sentó las bases para un incremento de la comunicación entre Andrew y Katie.
Sobre todo esta última circunstancia tuvo un efecto positivo sobre los síntomas de Katie.
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La estructura
En este triángulo del subsistema de los hermanos, Katie ocupaba la posición exterior.
Aunque el triángulo estaba latente, su forma no variaba. A veces Katie y su hermana menor
se acercaban por «cosas de chicas», pero en la mente de Katie la sombra de su hermano
mayor tan «especial» hacía que su presencia se sintiera siempre en la relación entre las
hermanas.
Cuando Andrew partió para estudiar en la universidad, el padre dedicó a su hija menor el
escaso tiempo libre de que disponía. La madre se sintió desolada ante la inevitabilidad de la
partida de Andrew, y Katie se sensibilizó a su aflicción. Katie no participaba de un modo
funcional en ninguna otra relación. El proceso emocional siguió su curso y la tendencia de
Katie a somatizar provocó la aparición de los síntomas de un trastorno de la alimentación.
El proceso
La función
La historia evolutiva que precedió a la formación del síntoma en Katie influyó
significativamente en la estructura y el proceso en este triángulo. Otro factor fue la
intrusión en el sistema de la ansiedad y la excitación emocional que rodearon la partida de
Andrew a la universidad. Cuando nació Katie, Andrew estaba ya firmemente instalado en el
papel de «hijo favorito». Contribuyó a ello el hecho de que fuera el primer nieto varón en
una familia que sobrevaloraba el tener hijos varones. Además, es probable que el haber
nacido poco después de la muerte de su abuelo materno haya sensibilizado a Katie a la
ansiedad y la aflicción de su madre. Cabe suponer que la zozobra emocional de su madre
fue importante en los primeros años de vida de Katie, y podemos atribuir a esa
circunstancia sus problemas para adaptarse a las rutinas de comida y sueño. Estos
problemas tempranos hicieron que la madre se ocupara mucho de ella, lo cual no
contribuyó a hacerla querible para su hermana menor, que estaba acostumbrada a
monopolizar la preocupación y la atención. Además, la manera de Katie de responder a la
tensión interna era somatizar, retraerse socialmente y ser en general pasiva y quejosa. Esos
comportamientos formaron un perfil temperamental que no satisfizo las expectativas de la
familia ni agradó al hermano mayor.
Cuando Katie tenía dos años, sus padres la confrontaron con la llegada de su hermanita,
Hillary, y el conocido proceso se repitió. Hillary manifestó tempranamente un carácter
alegre que concordaba perfectamente con su posición de hermana menor, la que siempre se
siente más libre. En las épocas de mayor tensión en la familia Hillary respondía de dos
maneras: cuando pequeña, adoptando el papel de consoladora y animosa; y ya mayor,
aumentando el ritmo de sus actividades sociales.
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De todos los hijos, Katie era la más afectada cuando aumentaba la tensión en su madre.
Como consecuencia de la posición externa que ocupaba en el triángulo del subsistema de
los hermanos, no recibía ningún apoyo de estos en los momentos de tensión, es decir,
durante la mayor parte del tiempo. La familia no manejó apropiadamente la perturbación de
la madre ni sus expresiones de afecto negativo. El triángulo del subsistema de los hermanos
proporcionó a la familia una manera de no concentrarse en la perturbación de la madre y
también de desplazar su incapacidad para manejar la expresión de la emoción negativa.
Ambas cosas pasaron a ser problema de Katie.
La intervención
En el nivel del triángulo del subsistema de los hermanos, la terapia tenía que orientarse a
mejorar el vínculo entre las dos hermanas. El terapeuta señaló a la menor que las relaciones
de mujer a mujer no eran satisfactorias en la familia y planteó la cuestión de la reacción
emocional de todos ante la partida de Ándrew. Este asistió a una sesión de fin de semana y
de este modo fue posible encarar el antiguo problema de su reacción emocional ante las
«enfermedades» de su hermana.
Además, la terapia exploró la posición de Katie en el triángulo parental primario
entrelazado y la posición del padre: poco apoyo para su esposa y débil vínculo con Katie.
Fue importante, al trabajar con el triángulo del subsistema fraterno, hacer constar que
ninguno de los hermanos era responsable por el bienestar y la salud ñsica o mental de los
otros. Sólo eran res
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ponsables de fomentar un vínculo funcional con los demás. Y también se los ayudó a tomar
conciencia de la naturaleza potencialmente destructiva de los triángulos estables.
Triángulos trigeneracionales
El tercer tipo de triángulo auxiliar clínicamente importante en las familias centradas en los
hijos es el triángulo trigeneracional, que integran el hijo sintomático, un padre y un abuelo.
En los triángulos trigeneracionales el proceso puede iniciarse con el nacimiento del hijo, o
incluso antes. Hay dos vías principales que permiten llegar a esto.
La primera vía para activar el triángulo trigeneracional se relaciona con lo que podría
llamarse «la batalla de las abuelas». Poco antes e inmediatamente después del nacimiento
de un bebé suelen producirse en el sistema familiar una serie de maniobras relacionales. Se
trata de intentos de establecer la primacía del vínculo entre el recién nacido y una de las
ramas de la familia extensa. Los aspectos menos sutiles de este proceso tienen lugar en la
sala de visitas del hospital, cuando los ansiosos parientes comentan el supuesto parecido
entre el niño y diversos miembros de la familia. Por ejemplo, la madre de la madre
exclama: «¡Qué bonita! Es idéntica a mi madre». Y la madre del padre replica: «¿Te
parece? Yo creo que es igual al padre». La proximidad geográfica y la cohesión de la
familia hacen más observable el proceso. En familias menos unidas o geográficamente
dispersas puede ser menos visible. Puede ocurrir, sin embargo, que el padre o la madre
desarrollen una reactividad inconsciente hacia el parecido del niño con un miembro de la
familia distante pero importante.
El proceso emocional desencadenado por la muerte de un abuelo o de otro miembro
importante de la familia extensa abre otra vía a través de la cual un hijo puede quedar
aprisionado en un triángulo trigeneracional. Suele suceder que la ansiedad y el malestar que
rodean a la pérdida se manifiesten en la relación entre un padre y el niño nacido en los dos
años anteriores o posteriores a la muerte del abuelo o la abuela. Este niño se sensibiliza a la
ansiedad de su padre o su madre o al incremento de la excitación emocional en la familia
provocados por un acontecimiento como la muerte de un abuelo. Al estar
sensibilizado, el niño se torna vulnerable, al menos durante la niñez y la adolescencia, a
futuros incrementos de la ansiedad de su padre o su madre o del nivel de excitación
emocional en la familia, y su malestar puede manifestarse de diversos modos en su
conducta.
Cuando Mitch B. estaba en gestación, su abuelo materno sufrió un infarto, a la edad de 52
años. Dos meses después del nacimiento del niño, un segundo infarto le provocó la muerte.
La señora B. había sido muy apegada a su padre, y el primer ataque que este sufrió la asustó
mucho. Cuando el padre murió, ella entró en una depresión clínica. Cuando Mitch tenía 13
años, a su abuela materna le diagnosticaron cáncer. Pocas semanas después, la madre
empezó a recibir quejas del colegio secundario donde estudiaba Mitch: faltaba a clase,
violaba la prohibición de fumar dentro del edificio escolar, se peleaba a puñetazos con sus
compañeros y gritaba a los profesores. La señora B. lo llevó a tratamiento. La hipótesis del
terapeuta fue que Mitch estaba respondiendo a la perturbación de su madre por la
enfermedad de la abuela, y que esa respuesta podía haberse originado en la época de la
enfermedad y posterior fallecimiento del padre de la señora B. El terapeuta inició
conversaciones con Mitch y su madre acerca de los padres de esta y de la tristeza que su
pérdida provocaba en ella.
Aun durante el embarazo, la conmoción de una madre ante la muerte de un miembro
significativo de la familia, particularmente un abuelo, puede sensibilizar al niño al
incremento de la ansiedad y la perturbación emocional que se produzcan en el futuro en esa
rama de la familia extensa. El mecanismo de transmisión de esa ansiedad es más fácil de
rastrear cuando se trata de una muerte en la familia de la madre: podemos postular que la
respuesta emocional de la madre y el impacto de esa respuesta en el feto son el mecanismo
a través del cual se produce la sensibilización del niño a la perturbación emocional en esa
rama de la familia extensa.
Cuando el hijo se sensibiliza a la rama paterna de la familia, puede haber luego dos factores
importantes. Uno es la amplia participación de la abuela paterna en los primeros años de
vida del niño. Los acontecimientos posteriores de la vida de la abuela, como por ejemplo la
muerte de su esposo, afectarán enormemente a ese niño. El otro factor es la situación en la
que la madre del niño está distanciada de su familia extensa y ha adoptado a la familia de su
marido como propia. Aquí un hecho
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traumático o un aumento de la ansiedad en la familia del marido tiene un profundo efecto
sobre ella y, por ende, sobre el niño que está sensibilizado a ella. Este efecto es más
complejo cuando la madre, que se considera hija «adoptiva» de la familia de su marido, se
sorprende al encontrarse colocada en la posición exterior en el momento de la conmoción.
La familia J. acudió a la terapia con Brenda, una adolescente de 14 años, alumna de primer
año de una escuela secundaria que la derivó por comportamiento antisocial. El director
adjunto la había sorprendido varias veces fumando en el baño y faltando a clase. La gota
que colmó el vaso para la escuela fue que Brenda, molesta porque otra alumna no le
devolvía un dinero que le había prestado, se tomó a golpes de puño con ella. La adolescente
acudió a la primera sesión llevada por su padre, a quien acompañaba su segunda esposa.
Brenda vivía con su madre, pero esta pensaba que la terapia era una pérdida de tiempo. Ella
había estado en terapia individual durante ocho años después del divorcio y en ese
momento practicaba meditación trascendental con su último amante. Consideraba que el
comportamiento de Brenda era normal para su edad y que «con el tiempo lo superaría». El
señor J. y su segunda esposa opinaban que la causa del problema era la falta de cuidados
maternales apropiados. Brenda defendía a su madre y decía que, aunque era un poco
«chiflada», no había sido ella la que puso fin a su matrimonio. Fue su padre quien lo hizo,
cuando Brenda tenía tres años.
Brenda pidió ver al terapeuta a solas. Este aceptó y, cuando se encontraron, ella le contó
que había oído decir a una de sus amigas que él entendía a los chicos mejor que la mayoría
de los adultos. Por eso quería explicarle cómo eran realmente las cosas. Dijo que su padre y
su madre se habían casado muy jóvenes y que ella había tenido la mala suerte de nacer
cuando ninguno de los dos sabía lo que quería realmente. Según Brenda, tanto el padre
como la madre habían iniciado una nueva vida y ella no encajaba en ninguna de las dos. El
terapeuta le preguntó quién, además de sus padres, había sido para ella un adulto especial.
Brenda se echó a llorar y murmuró «mi abuela». En ese momento parecía desdichada y
sola. El terapeuta recordó que, según constaba en el genograma, la abuela paterna había
muerto seis meses antes. Pidió a Brenda que le hablara de ella y de su muerte. Con los ojos
llenos de lágrimas, Brenda dijo
que con su abuela siempre podía contar, y que «ahora no tenía a nadie».
El terapeuta le preguntó si había hablado con su padre o con su abuela materna acerca de su
aflicción. Ella dijo que no, pero aceptó reunirse con ambos en sesiones separadas para
hablar de la muerte de su abuela y de cómo se sentía ella a causa de ese hecho. Después de
escuchar a Brenda, el señor J. reveló su propia pena no resuelta por la muerte de su madre.
También sentía algo de culpabilidad por su madre y por Brenda y por su distanciamiento de
ambas. La abuela materna declaró que sentía un gran respeto por la otra abuela, ya
fallecida, y confesó que había sentido celos por la especial relación de Brenda con ella.
Una semana después de esa sesión, Brenda llamó al terapeuta para decirle que se sentía
mucho mejor. Agregó que, como su madre y su abuela no querían volver a la terapia, ella
había pensado que no valía la pena discutir. Prometió llamar si las cosas volvían a andar
mal.
El señor J. le hizo una visita al terapeuta para informar que la mejoría en el comportamiento
de Brenda había encontrado una acogida favorable en la escuela, manifestando además que
estaba dispuesto a continuar la terapia si era necesario. El terapeuta le dijo que se
mantuviera en contacto y le hiciera saber cómo andaban las cosas. Si el problema
reaparecía, la familia siempre podría volver. Seis meses después, el padre llamó para
informar que todo andaba bien. El pasaba más tiempo con su hija. Habían ido juntos al
cementerio a visitar la tumba de su madre. La abuela materna y Brenda se llevaban bien y
la madre de Brenda seguía entregada a la meditación.
Un comentario final. Los triángulos con los hijos pueden asumir estas formas y muchas
otras, y el terapeuta debe tratarlos con cautela. Cuando el motivo de la consulta no es un
conflicto conyugal, los terapeutas deben evitar la tentación de hacerlo explícito
prematuramente.
Triángulos en la familia de segundo matrimonio
Una última variante de los triángulos intrafamiliares es la constituida por los que se
producen en la familia de segundo
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matrimonio. La historia de Alan y Elizabeth H., ambos de cuarenta y tantos años, es una de
la más frecuentes. Los dos tenían cicatrices emocionales provocadas por el divorcio y
habían perdido la esperanza de volver a enamorarse. Debido a esa circunstancia, el
noviazgo se prolongó unos cuatro o cinco años. Durante ese tiempo fueron intimando cada
vez más y empezaron a dormir en la casa de uno u otro cuando sus hijos no estaban. Cinco
años después de haberse conocido, sintieron que el tiempo había curado sus heridas y que el
matrimonio era posible.
No tardaron en casarse, y así empezó la convivencia de Álan, Elizabeth, las dos hijas
adolescentes de ella, y el hijo y la hija de Alan (estos últimos, cuando iban a visitar a su
padre). Todo anduvo bien hasta que Álan trató de imponerle reglas de comportamiento en la
casa a Jane, la hija de Elizabeth. Jane, de 16 años, se enojó y le dijo a Alan: «Tú no eres mi
padre». Después acudió a su madre y se quejó de Álan, diciendo «es igual a mi padre». Con
el tiempo, después de muchas quejas de Jane y muchas defensas de Alan, Elizabeth empezó
a pensar que en su segundo matrimonio había cometido el mismo error que en el primero:
había elegido un compañero violento.
Una vez iniciado, este proceso triangular empeoró cada vez más durante los dos años
siguientes. Por último, Elizabeth sugirió la terapia y Alan accedió.
Como todos los otros triángulos que hemos mencionado en nuestro análisis del conflicto
conyugal, los triángulos dentro de las nuevas familias permiten eludir los problemas entre
marido y mujer. A menudo las cuestiones conyugales contienen vestigios de problemas no
resueltos en el matrimonio anterior de cada uno de los cónyuges. En el meollo mismo de la
triangulación hay cuestiones de lealtad en las relaciones. El vínculo biológico con los hijos
y el vínculo histórico y económico con los anteriores cónyuges facilitan el surgimiento de
conflictos en la nueva familia. («No eres mi padre, no tengo por qué hacerte caso». O bien:
«Yo sé que es hija tuya y no mía, pero deberías exigirle que vuelva a casa más temprano».)
Con frecuencia la luna de miel termina antes de la boda, cuando los sistemas familiares
implicados empiezan a vibrar en respuesta al inminente matrimonio. A este cuadro ya
complicado se agrega además el potencial de conflicto que representan cuatro parejas, entre
suegros y ex suegros, que temen que el nuevo casamiento perturbe sus relaciones con los
nietos.
Tipos de triángulos en la familia de nuevo matrimonio
Clínicamente, las parejas casadas en segundas o ulteriores nupcias presentan en forma
manifiesta uno o más de los siguientes triángulos.
El triángulo con el padrastro o la madrastra malvados
En este triángulo se desencadena una guerra franca entre el padrastro o la madrastra y los
hijastros. El padre biológico se encuentra casi siempre tironeado entre un hijo y su nueva
pareja. El padrastro o la madrastra suelen mostrar una actitud crítica hacia los hijastros, y
estos, casi siempre adolescentes, se enfurecen ante la intromisión y prorrumpen en frases
como: «¿Quién se cree que es?». El progenitor biológico se siente desgarrado por la
necesidad de defender a uno de los contendientes, cuando no a ambos. Parece una situación
en la que todos pierden.
El triángulo con el padrastro o la madrastra perfectos
A menudo el padrastro o la madrastra, accediendo a un pedido implícito del cónyuge, se
hace cargo del hijastro o la hijastra como si fuera su propio hijo. En este triángulo el
padrastro (o la madrastra) actúa como el salvador y se acerca al hijastro (o la hijastra) para
«corregirlo» o tal vez para resarcirlo por el pasado. El padre biológico, mientras tanto, se
encuentra en una posición distante y más cómoda, encantado al principio por el afecto entre
el hijo y su nueva pareja. El problema surge cuando el padrastro (o la madrastra) falla
inevitablemente en algo y el padre biológico se pone cada vez más crítico. El hijastro
también se torna reactivo cuando el padrastro trata de llenar el espacio vacante entre él y su
padre biológico. Este proceso se observa a menudo cuando hay una madrastra muy
afectuosa y un padre biológico distante, o cuando el padrastro trata de resarcir a su hijastro
por la ausencia del padre biológico, que se ha divorciado o ha fallecido.
Cheryl y William C. ilustran bien el problema del triángulo con el padrastro perfecto. La
pareja acudió a terapia a causa de
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la hija de siete años de Cheryl, Bo, que era obstinada y no obedecía a su madre. Cheryl, de
26 años, no había estado casada con Sal, el padre de Bo. Ella y William, de 28, se habían
casado hacía dos años. Bo llamaba a William papito, y a Sal, a quien veía una vez por
semana, papá. William fue quien más habló durante la evaluación. Explicó que Sal era un
bebedor, un hombre inmaduro cuya conducta confundía a Bo. Dijo también que él y Cheryl
habían tratado de alertar a Bo acerca del comportamiento de su padre, pero que ambos
pensaban que para ella era importante seguir viéndolo. Cheryl, por su parte, admitió que no
podía tratar con Sal y que William lo hacía por ella. También le resultaba diñcil manejar a
Bo, quien al parecer le tomaba el pelo. En este caso era fundamental enseñar a Cheryl a
tratar con su hija y con el padre de su hija. También era importante ayudar a William a
encontrar una manera de tener con Bo una relación más adecuada para un padrastro.
Esta situación muestra que un padrastro como William puede ser operacionalmente el
padre, en el sentido de que Cheryl esperaba de él que controlara a Bo. Sin embargo,
William no podía invocar ningún título que le permitiera hacerlo y, por lo tanto, tenía
responsabilidad sin autoridad. Quien tenía el legítimo derecho de manejar a la niña era
Cheryl, pero no lo usaba sino que esperaba que William se ocupara de Bo y de Sal en lugar
de ella. La estrategia adoptada por el terapeuta consistió en persuadir a Cheryl de que
entablara una relación de uno a uno con Sal y con Bo, y en ayudar a William a encontrar
una posición eficaz en relación con Bo. Esto ayudaría a disipar la confusión respecto de
quién estaba tratando con quién y sobre qué. También le brindaría a Bo cierta estructura y
haría que fuese más fácil tratar con ella. Si todo esto no se llevara a cabo, es probable que
persistiera el acting out de Bo en su hogar y, posteriormente, también fuera de él. Por
último, la desorganización podría llegar a ser tan grande como para llevar a William y
Cheryl a disolver su matrimonio.
El triángulo con el fantasma del ex cónyuge
Este triángulo se caracteriza por la reactividad de uno de los cónyuges hacia la relación del
otro con su anterior pareja. El caso más usual es el de la esposa que reacciona ante la rela
ción de su marido con su ex mujer, la madre de sus hijos. Las cuestiones vinculadas con la
pensión de alimentos para la ex mujer y los hijos, así como la índole y frecuencia del
contacto con la ex mujer, suelen crear un conflicto entre los cónyuges. Ya sea que el
matrimonio anterior haya terminado por divorcio o por fallecimiento, sentirse una prioridad
en la familia es difícil para el nuevo cónyuge. Si el matrimonio terminó por divorcio, los
conflictos en torno del dinero y los hijos a menudo atan al cónyuge a su anterior pareja. Si
terminó por muerte, el fantasma de la anterior pareja suele estar presente e, incluso, ser
idealizado.
Todd y Pam Y. son un ejemplo de esto último. El primer marido de Pam se suicidó dos años
antes de que ella conociera a Todd. Después de la boda la pareja se mudó al departamento
que había pertenecido al primer marido de Pam y que ella había heredado. Todd se mostró
pasivo y en apariencia indiferente hacia todo lo que tuviera que ver con el nuevo hogar.
Pam estaba enojada y se sentía acosada por las responsabilidades de la vida cotidiana. Todd
no hacía nada, ni siquiera cambiar una lamparita cuando se quemaba. Se olvidaba incluso
de las tareas que había prometido realizar. Pam estaba harta y se sentía engañada, porque
antes de casarse Todd había sido muy activo en la vida en común. En terapia, Todd explicó
que se sentía un extraño en su hogar. Percibía la influencia del primer marido de Pam en
todo el departamento. También pensaba que Pam era muy controladora y no le permitía
ocupar un espacio propio. El marido de Pam había muerto, pero se interponía entre ellos.
Cuando el nuevo casamiento se produce después de un divorcio, suele darse un proceso
similar. El tono del triángulo puede ser diferente según que el divorcio haya sido amigable
u hostil, pero el proceso es parecido. Stu y Shana H. son un ejemplo. Shana se enfurecía
cada vez que Stu iba a una reunión en la escuela con Peggy, su primera esposa. Le parecía
que él estaba siempre a disposición de Peggy y que ella no era su primera prioridad. Stu
había estado casado con Peggy durante quince años. Tenían tres hijos, dos de los cuales
padecían discapacidad de aprendizaje. Stu, que era docente, creía que debía ayudar a Peggy
en todo lo referente a los hijos. Shana pensaba que Peggy aprovechaba esta circunstancia
para socavar el nuevo matrimonio de Stu. Cuando se sinceraba con Stu, él la acusaba de ser
egoísta y decía que llevarse bien con ella era difícil. El
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problema adquirió tal magnitud que los indujo a iniciar una terapia.
En estas dos situaciones -la ruptura de un matrimonio (Shana y Stu) y la muerte de uno de
los cónyuges (Todd y Pam)--- necesitamos tener una visión general que incluya a algunos
familiares que están «ausentes». Estos familiares, aunque estén ausentes, participan
activamente en los triángulos. Cuando uno de los cónyuges ha muerto, los terapeutas deben
esforzarse en ayudar al otro a estructurar una suerte de divorcio con la relación anterior, a
fin de que esta no interfiera en el segundo matrimonio. De otro modo habrá un fantasma en
el matrimonio, que será una interferencia real pero no reconocida en las relaciones de la
nueva familia. Esa intrusión puede llevar a toda clase de conflictos: apego excesivo en las
díadas integradas por los cónyuges o por padres e hijos, con alguien relegado a la posición
exterior, o un triángulo basado en un triángulo no reconocido que existía en la relación
previa.
El triángulo con los abuelos
Este triángulo se presenta principalmente si los abuelos se ven obligados a tratar con un ex
yerno o una ex nuera con quien tuvieron gran reactividad antes del divorcio. Por ejemplo, si
un hombre piensa que su ex suegra tenía mucha influencia sobre su ex esposa y que
interfirió en su matrimonio, es probable que no esté muy dispuesto a permitirle que
mantenga su rol de abuela después del divorcio y el nuevo casamiento. Si una persona
atribuye a sus ex suegros parte de la responsabilidad por la ruptura del matrimonio anterior,
se presentarán problemas para el contacto de los hijos con esos abuelos.
Objetivos del tratamiento en los triángulos de familia de segundo matrimonio
Una vez que el terapeuta ha identificado el triángulo más relevante de la nueva familia y
sacado a la luz el proceso, el manejo clínico implica cambiar las relaciones de modo que
reflejen el cuadro real y funcional del rol de cada uno de los
miembros de la familia. Por ejemplo, los padrastros o madrastras que intentan actuar como
si fueran los padres biológicos se encuentran casi siempre en dificultades. Un padrastro al
que los niños consideran «bueno» o «malvado» puede estar avanzando demasiado rápido o
tratando de atravesar los límites biológicos. En esos casos es preciso que el padrastro o la
madrastra construyan un rol más apropiado y lo elaboren a lo largo del tiempo junto con los
niños. Las personas que contraen segundas nupcias deben tener expectativas realistas sobre
su nuevo cónyuge como padrastro o madrastra. El terapeuta debe poner en evidencia a los
fantasmas de los ex cónyuges y lograr que la familia se ocupe de ellos abiertamente. Esto
requiere aceptar el hecho de que el vínculo entre los ex cónyuges no se rompe nunca si han
tenido hijos.
El segundo objetivo al tratar el triángulo de la nueva familia es abordar los triángulos
entrelazados que están influyendo sobre el triángulo principal. Cuando dos personas
vuelven a casarse, es posible que el primer matrimonio y la nueva relación hayan relegado a
segundo plano las relaciones entre los hijos biológicos. Los resentimientos y el enojo a
veces implícitos en esas relaciones se desplazan hacia la nueva familia. Un padre alejado de
sus propios hijos, por ejemplo, puede acercarse a sus hijastros para educarlos o para
hacerlos suyos. Y es posible que lo haga sin tomar en consideración la pérdida que ha
sufrido al no tener una relación con sus propios hijos. Si los hijastros lo rechazan, su
reactividad puede ser intensa.
Cuando una persona cambia de posición en el triángulo y empieza a examinar la índole de
los motivos que la llevan a hacerlo, inevitablemente expone las cicatrices de su anterior
matrimonio. Los procesos inconclusos y sobre todo la amargura silenciada de la relación
anterior deben ser explorados. Este es el tercer objetivo en el tratamiento de los triángulos
de la nueva familia.
En los triángulos que incluyen a los hijos, el terapeuta tratará de lograr que los padres
entablen una relación de uno a uno con ellos y eviten interferirse mutuamente. Por lo
general, cuando el hijo mejora empieza a desplegarse el conflicto en la pareja. Los
cónyuges suelen ver en ello un deterioro de la familia, cuando en realidad ese proceso
representa una etapa en la evolución de la familia hacia la función. Esto lleva naturalmente
a los tipos de triángulos que los terapeutas encuentran en las parejas.

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Si el terapeuta no reconoce y comprende los triángulos, la terapia tiende a centrarse en un
proceso intrapsíquico de una manera que no toma en cuenta plenamente la fuerza y el poder
de la dinámica triangular interpersonal. Es probable que los hijos definan sus dificultades
en función de su relación con el padre o la madre, sin darse cuenta de que al centrarse en
esa relación pierden la visión del conjunto. Por ejemplo, un hijo que defiende a la madre y
ataca al padre pasa por alto las dificultades que tiene en su relación con la madre y da por
sentado que con ella «todo está bien». Al concentrar su atención en un «mal padre»
tampoco advierte cuál es su propia participación en el problema, es decir, no percibe lo
único que puede modificar. Es crucial definir el problema en términos de triángulos, hacer
que las personas entablen relaciones de uno a uno entre sí y que definan el papel que
desempeñan en el problema en términos de esas relaciones de uno a uno. Cuando el
terapeuta usa este paradigma, las dinámicas internas del yo no se pierden, sino que se
manifiestan más rápida y claramente.
13. Conclusión: cómo llegar a ser un «experto en triángulos»
Omnipresencia de los triángulos en las relaciones y en la terapia
No sólo la gente corriente sino también los profesionales de la salud mental piensan
automáticamente en función de uno y de dos. Cuando las cosas nos van mal en la vida o en
la terapia, rápidamente nos formulamos preguntas como: «¿En qué me equivoqué?» o
«¿Quién me engañó?». En este libro nuestro propósito ha sido ayudar a los lectores a pensar
en los grupos de tres y a reconocer los triángulos cuando se presentan.
Una manera posible de ver la vida es como una serie interminable de triángulos relacionales
que deben ser reconocidos y resueltos. Desde el momento de la concepción, formamos
parte de nuestro triángulo parental primario. A lo largo de nuestra infancia el paisaje
relacional está lleno de triángulos con nuestros hermanos, padres, tíos y primos. En la
adolescencia, con sus famosas tormentas emocionales, los triángulos que se forman dentro
y fuera de la familia son explícitos y fácilmente identificables. Cuando los adultos jóvenes
pasan a formar su propia familia nuclear, los triángulos relacionales se multiplican y
adquieren mayor complejidad. Si tenemos conciencia de la densidad evolutiva de los
triángulos que pueblan nuestra vida y la vida de nuestros pacientes, podremos descubrir,
definir y neutralizar más fácilmente los triángulos específicos que puedan estar
derrotándonos en determinado momento.
Por razones de eficiencia y economía, como clínicos trabajamos con la materia que tenemos
a mano -ansiedad, depresión, conflictos relacionales-congelándola en el tiempo,
analizándola y tratándola. Esto no significa desconocer que cada síntoma o episodio clínico,
con su correspondiente triángulo, es sólo parte de una serie que se prolonga en el tiempo.
Nuestra vida y nuestro trabajo terapéutico se complican enormemente por el con frecuencia
invisible poder de los trián
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gulos relacionales. Pensemos en un recuerdo de infancia posible. Usted tenía siete años y
fue con su mejor amigo a comprar caramelos. Para acortar camino, propuso cruzar por el
estanque, que estaba helado. Su amigo dijo que la madre no le permitía hacerlo, y que por
lo tanto no lo haría. Usted cruzó de todos modos. Su amigo corrió a avisarle a su hermana
mayor. Esta lo fue a buscar y lo llevó de vuelta a su casa, sin darle tiempo para comprar los
caramelos; además, lo delató a su madre. Su madre lo mandó a su cuarto con la conocida
amenaza: «Ya vas a ver cuando venga tu padre». Desde luego, el padre pensó que la
hermana había obrado bien y que usted, en cambio, dejaba mucho que desear, aunque ya
supiera jugar bastante bien al basquetbol a los siete años.
¿Alguna vez le contó usted a su mejor amigo su secreto más profundo y terrible y al día
siguiente llegó al colegio y vio que varios de los chicos más populares y poderosos se
habían reunido en un rincón del patio y se estaban riendo de algo? Sí, su amigo había
revelado el secreto. Por el resto del año usted fue un paria en la escuela. ¿Y nunca le
sucedió, ya en la universidad, que su amigo persiguiera a su novia? Después usted creció,
se recibió, encontró a la compañera de su vida y a continuación siguió un curso de posgrado
sobre las suegras.
Á1 iniciar su práctica clínica se encontró rodeado de triángulos: chicos que eran blanco de
las críticas de sus padres, maridos que no podían controlar sus compulsiones sexuales, y
esposas arrojadas a la depresión por la constante crítica de la madre y el marido. Fue
precisamente esa omnipresencia de los triángulos y sus consecuencias lo que nos indujo a
aceptar el desafio de escribir este libro.
Métodos de manejo de los triángulos relacionales
Nuestro enfoque del manejo clínico de los triángulos incluye los siguientes pasos: 1)
descubrir el triángulo; 2) definir la estructura del triángulo y el flujo del movimiento dentro
de él; 3) invertir el flujo del movimiento del triángulo; 4) exponer el proceso emocional, y
5) abordar el proceso y avanzar hacia un mejor funcionamiento.
Cuando Scott O. conoció a Carolyn W., un verano en la playa, ambos tenían 23 años. Hacía
un año que habían salido de
la universidad y estaban cansados de reunirse en los bares para beber cerveza. Los dos
tenían un anhelo oculto: conocer a alguien especial con quien pudieran pasar el resto de sus
vidas. Pero no creían que se cumpliría dentro de la caótica locura de otro verano en
Newport.
Dieciocho meses después, Scott se encontraba en un lugar donde jamás había pensado que
estaría: el consultorio de un psiquiatra. Scott y su familia no creían en la psiquiatría ni en
«esos disparates de la salud mental», pero desde hacía tres meses Scott sufría ataques de
ansiedad en diversas circunstancias: manejando su coche, en un partido de béisbol con sus
amigos y hasta en el trabajo. Los ataques de ansiedad incluían una sensación de catástrofe
inminente, palpitaciones, sudoración excesiva y náuseas. Y eso a pesar de que su trabajo
andaba bien y su relación con Carolyn era magnífica. De hecho, en los últimos meses,
especialmente cuando se aproximaba la Navidad, los novios habían empezado a hablar de
la posibilidad de comprometerse en el mes de abril, el día del cumpleaños de Carolyn.
Scott había consultado al médico de su familia, pensando que podía tener un problema
cardíaco. El médico lo revisó, indicó varios exámenes, incluyendo un electrocardiograma, y
por último llegó a la conclusión de que Scott estaba ñsicamente sano pero padecía de
ataques de ansiedad. Le recetó una pequeña dosis de Xanax. La medicación alivió a Scott.
Sin embargo, en una visita de seguimiento Scott informó que se despertaba diariamente a
las tres de la mañana, presa de pánico porque había soñado que su madre estaba en un
hospital, con un cáncer terminal. Ante esa información, el médico le recomendó que
consultara a un psiquiatra.
El psiquiatra le indicó que debía suspender el Xanax y le recetó una dosis moderada de
imipramina a la hora de dormir. La imipramina es un antidepresivo tricíclico muy eficaz
para controlar los ataques de pánico. El psiquiatra le aseguró a Scott que su condición
respondería a la medicación si él seguía fielmente el tratamiento. Además le hizo algunas
preguntas sobre su vida, en busca de información sobre los procesos de relación que
podrían haber intervenido en la formación o el mantenimiento de sus síntomas.
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Descubrir el triángulo
En el caso de Scott, el triángulo activo responsable de sus síntomas (Scott, su madre y
Carolyn) era fácil de identificar teniendo en cuenta el contenido de su sueño y el momento
de aparición de los síntomas: cuando su relación con Carolyn se encaminaba al
compromiso matrimonial. Pero una presentación tan clara como esta no es habitual:
descubrir los triángulos no siempre es fácil. Otra persona que se encontrara en la situación
de Scott probablemente hubiera mencionado sus síntomas sin advertir su vinculación con el
momento ni con el espacio relacional. Por vergüenza o negación no habría hablado de su
relación con Carolyn ni de su sueño repetitivo acerca de su madre. En el nivel consciente
no les habría dado importancia. Si el psiquiatra que consultó Scott hubiese pensado sólo en
la biología, se hubiera limitado a prescribir un medicamento apropiado.
Pero un psiquiatra que creyera en la importancia del proceso relacional hubiera incluido en
su evaluación una búsqueda de problemas evolutivos o situacionales en la vida de Scott.
Lógicamente hubiera comenzado por investigar su vida laboral y afectiva. La indagación en
esas áreas habría suscitado informes favorables y entusiastas de Scott. Pero sólo si el
médico hubiera agregado una perspectiva sistémica a su-conocimiento de individuos y
díadas, las preguntas habrían estado dirigidas a detectar la existencia de triángulos
relacionales potencialmente activos en la vida de Scott.
Para captar problemas que de otra manera permanecerían invisibles, el terapeuta debe ser
capaz de pensar en las tríadas. Cuando lo hace, todo se vuelve más simple, porque para
buscar los triángulos sintomáticos en cualquier caso clínico se utilizan los mismos indicios
que para establecer los factores individuales y diádicos. Las principales herramientas para
descubrir los triángulos relevantes son el genograma del paciente y las preguntas acerca de
las amenazas o desafíos evolutivos y situacionales que tienen lugar, como también acerca
de los triángulos que es más probable que se hayan activado en el sistema relacional del
paciente. El genograma ayuda al terapeuta a visualizar rápidamente los desafíos
situacionales y de desarrollo en la vida del paciente, y de este modo dirige el flujo de las
preguntas sobre el proceso. Si Scott hubiera expuesto su problema sin hacer
explícito el triángulo clave, estas dos herramientas habrían sido fundamentales.
Pero, ¿cuál sería la verdadera situación? En este caso la imipramina controlaría bastante
bien los síntomas y los ataques de pánico desaparecerían. Scott se sentiría mejor, aunque en
realidad se encontraría peor que antes por la falta de comprensión de la causa de su
ansiedad. Clínicamente es posible defender esta posición, en especial a la luz de la actual
tendencia a reducir la duración y el costo de los tratamientos, y a obtener un rápido alivio
de los síntomas. Pero también esta posición puede ser criticada. Un equivalente sería que un
paciente joven acudiera al médico con hipertensión y el médico le recetara diuréticos y
otros antihipertensivos, sin indagar nada acerca de su historia familiar, su dieta y su
actividad física.
En la situación de Scott, aun sin conocer sus planes de matrimonio y los sueños sobre la
muerte de su madre, una mirada superficial al genograma hubiera puesto en evidencia los
desafíos que enfrentaba. Unas pocas preguntas sobre el proceso bien formuladas habrían
revelado el triángulo activo. Cuando el terapeuta tiene en mente un cuadro de los triángulos
posibles, le resulta más fácil hacer las preguntas sobre el proceso. En este caso, por
ejemplo, algunas de esas preguntas podrían haber sido las siguientes: «¿Qué opina su madre
de Carolyn?», «¿Su madre tuvo problemas de salud o ansiedad de separación cuando usted
o su hermana se fueron de la casa para estudiar?», «¿Cómo cree que se sentiría su madre si
usted y Carolyn se casaran y su empresa lo trasladara a Europa?», «¿Carolyn admira el
apego que tiene usted a su madre?», «¿A Carolyn le preocupa la influencia que ese apego
podría tener sobre su matrimonio?».
Ahora bien, si Scott no respondiera con franqueza a este interrogatorio, el terapeuta no
recogería mucha más información que la que ya tenía. Finalmente, después de décadas de
indagar para revelar los conflictos internos y de relación, la terapia ha entrado en una era de
contención. Pero aun en medio de esa revolución, el discernimiento clínico sigue siendo
importante. El juicio clínico correcto requiere por lo menos un modesto intento de abrirse
paso a través de la negación, en vez de celebrar los relatos superficiales de algunos
pacientes aceptando su perspectiva limitada y permitiéndoles decidir así el curso del
tratamiento. Por eso vale la pena hacer un esfuerzo y tomarse el tiempo necesario para
buscar los triángulos.
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277
Definir la estructura del triángulo y el flujo del movimiento dentro de él
En otro lugar de este libro' hemos expuesto la diferencia entre una relación de tríada y una
relación triangular. Si rastreamos el triángulo central de la vida de Scott (con Carolyn y su
madre) desde el momento en que conoció a Carolyn hasta la activación del triángulo,
veremos que el potencial para un triángulo activo existía desde el comienzo. A medida que
la relación de Scott con Carolyn se desarrollaba, la dirección e intensidad de su movimiento
estaba orientada cada vez más hacia Carolyn y cada vez menos hacia la madre. Tal vez
cuando la señora O. conoció a Carolyn, a pesar de tener un sentimiento positivo hacia ella,
formuló involuntariamente preguntas críticas a Scott acerca de Carolyn y su relación. En
ese punto, el triángulo se activó. Su estructura y la dirección del movimiento dentro de él
fueron determinadas en gran medida por el desafio que representaba para Scott separarse de
su madre y formar una nueva relación primaria. Scott y Carolyn se encuentran más
próximos entre sí, y la madre de Scott se encuentra en la posición exterior respecto de la
díada.
Desde luego, podrían haberse dado muchas variantes de este tema. La señora O. y Carolyn
podrían haber simpatizado mutuamente y haber hablado tan bien la una de la otra que Scott
se habría sentido incómodo y hubiera empezado a preguntarse si estaba haciendo lo
correcto. O bien la simpatía entre las dos mujeres habría aliviado a Scott al sentir que cada
una de ellas asumía la presión que ejercía sobre él su relación con la otra. En tal caso quizás
hubiera llegado a creer que estaba libre de obligaciones y que podía dedicarse a pasar el
tiempo con sus amigos sin preocuparse por las exigencias o las críticas de Carolyn o su
madre. De hecho, lo que sucedió fue que la señora O. reaccionó con frialdad hacia Carolyn
y se mostró distante y crítica (a la manera del personaje de Maureen O'Hara en la película
Only the Lonely). Carolyn respondió insistiendo en que Scott controlara a su madre y la
defendiera de ella, o incluso en que eligiera entre ambas.
Lo cierto es que, más allá de las variantes posibles, el problema que Scott presenta
clínicamente no se resolverá a me
1 Véase el capítulo 3 (págs. 69-75).
nos que se lo considere en términos triangulares además de biológicos, individuales y
diádicos. El proceso triangular subyacente es el mismo, independientemente de la forma
que asuman la estructura y el movimiento. Tiene que ver con el hecho de que Scott se está
separando de su madre para formar una nueva relación primaria: las tres díadas están
interrelacionadas y deben ser abordadas, tanto por separado como en su interconexión.
Cada nueva relación en la vida de una persona se ve afectada por las relaciones existentes.
Si la nueva relación es (o debería ser) primaria, es probable que surjan conflictos por la
primacía del vínculo y la jerarquía de la influencia entre la nueva relación y las anteriores.
Invertir el flujo del movimiento
Una vez que el terapeuta tiene una idea clara de la estructura y de la manera en que el
movimiento fluye dentro del triángulo, lo primero que deberá hacer es idear un experimento
que invierta la dirección del movimiento relacional. Fundamentalmente, el propósito de
esos experimentos es lograr que uno o más miembros del sistema dejen de moverse en la
dirección impuesta por sus emociones y su reactividad y empiecen a moverse en una
dirección planificada y experimental, que por lo general es opuesta a la anterior.
Hay varias razones para actuar así. Primero, la intervención incrementa el autoexamen, ya
que las personas advierten lo dificil que es realizar un experimento aparentemente simple
concerniente al movimiento relacional. Empiezan a percibir que están aprisionadas y
controladas por sus emociones. Segundo, esta intervención da a la gente la impresión de
que puede optar entre distintos comportamientos. Hay diversas maneras de hacer las cosas.
Si nuestra manera de actuar no dio resultado, podemos cambiarla. Tercero, las reacciones
de las personas cuando hacen (o incluso cuando piensan en hacer) algo diferente ponen en
evidencia el proceso emocional subyacente.
En este caso, la medicación alivió los ataques de pánico de Scott y mitigó su tumulto
interior. El psiquiatra le ofreció una opción: podía contentarse con ese logro o seguir
adelante hasta descubrir la fuente de la ansiedad que estaba provocando sus síntomas. Scott
escogió lo segundo. En lugar de brindar una
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explicación sobre los triángulos en esa etapa inicial de la terapia, lo que podría haber dado
lugar a cierta confusión y a un uso erróneo del concepto, el terapeuta sugirió un
experimento relacional. Se preocupó por aclarar a Scott que se trataba precisamente de eso,
de un experimento, y no necesariamente de una solución. Cuando lo realizara, Scott debía
controlar tanto sus reacciones emocionales internas como la respuesta en la relación donde
el experimento tenía lugar.
El terapeuta indicó a Scott que se acercara a su madre (lo contrario de lo que había estado
haciendo). Sugirió que le preguntara qué pensaba de su relación con Carolyn y de la
posibilidad de que se casaran. Scott podía sincerarse con su madre, confesar lo que sentía
por no estar ya tan cerca de ella y decirle que ambos podían seguir conectados de un modo
apropiado para una madre y su hijo casado. También podía pasar más tiempo con ella, salir
a pasear de vez en cuando y conversar de los viejos tiempos.
Para entonces Carolyn se había unido a la terapia y el terapeuta le pidió también a ella que
realizara un experimento. Predijo que Carolyn tendría una reacción emocional de algún tipo
ante el acercamiento de Scott a su madre y le pidió que la controlara cuidadosamente.
También le sugirió que llevara un diario de sus reacciones y lo presentara en la terapia.
Carolyn no estuvo de acuerdo en que Scott pasara más tiempo con su madre; dijo que la
señora O. estaba en contra de ella y se oponía al casamiento. El terapeuta señaló que a
menos que el triángulo se resolviera de algún modo, sería una amenaza permanente para el
matrimonio. Agregó que Scott estaba haciendo el experimento por ellos dos y en beneficio
de su relación, y no por su madre.
El objetivo del experimento de Scott era enfrentar su evitación fóbica de su madre, la
comprensible ansiedad de esta ante la perspectiva de perder a su hijo, y el efecto que esa
ansiedad tenía sobre el hijo. El terapeuta indicó dos conductas posibles. Una consistía en
que Scott se acercara directamente a su madre y pasara más tiempo con ella. Luego le
hablaría de su ansiedad, sus síntomas, su proyecto de casarse, e incluso de la relación
especial que había entre ellos dos, y de cómo enfrentarían ese momento dificil de sus vidas.
La otra consistía en que se acercara a su padre y discutiera con él el modo de encarar su
problema de relación con su madre. A primera vista podría parecer que el resultado de esta
conducta e sería la activación de un nuevo triángulo. Pero es con~enierx-ite recordar la
distinción que hemos hecho entre tríadas y ttriátngulos: señalamos que el comportamiento
en un triánó11lo - activo está guiado por la reactividad emocional. Si Scott se acercara a su
padre para devolverle a su madre, que le había sidop entregada por él muchos años antes, se
trataría de uncompozrtamiento planificado, sensato y apropiado desde el pucto de vvista del
desarrollo. (Por supuesto, si el acercamiento deScott estuviera cargado de sentimientos
reactivos de enojo y resentimiento hacia su padre, de hecho representaría la reactivaci ,ón
de su triángulo parental primario.)
En est.,e punto tal vez el lector esté pensando: «Bien, si los hombres I-jierlen de Marte y las
mujeres de Venus, entonces las familias clkue ustedes tratan deben de venir de Plutón, ya
que pueden inducirlas a hacer un experimento como el de acercarse elpadr*e o a la madre».
Este pensamiento plantea la cuestión deljuicio clínico: ¿qué familias y qué familiares son
susceptibles de se -r entrenados y cuáles requerirán la intervención directa que consiste en
reunir a todos en la sala de tratamiento? Engenergl el entrenamiento como técnica requiere
adultos altamente motivados y de elevado funcionamiento, con un significativo aAoyo
relacional en la familia. También requiere creer firnpemerite que, a través de la modulación
de la ansiedad y las emocione a y por medio de experimentos relacionales, el
comportamiento de las personas puede cambiar. En ausencia de alguna de estas
características, será sin embargo conveniente intentar entrenar a un paciente a través del
experimento relacional. Si el entrenamiento falla, entonces se puede recurrir a ampliar el
número de familiares que concurren a las sesiones, para encarar directamente el triángulo.
Volvamos a Scott y su dilema.
Exponer el proceso emocional del triángulo
Seis semanas más tarde, después de otras dos sesiones y una cancelación, Scott aún no se
había acercado a su madre. Explicó al terapeuta que ese movimiento le inspiraba temor y
aversión. Le dijo también que Carolyn, al enterarse del experimento, había manifestado que
no lo entendía. En su opinión, las personas adultas trazan límites entre ellas y sus padres.
Esa era la razón por la que Carolyn se había trasladado de
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Baltimore a Connecticut y había redt-'eido al mínimo las visitas al hogar paterno.
El terapeuta repitió lo que ya habla dicho antes: que Scott no estaba obligado a participar
del exppenmehto. Podía limitarse a tomar su medicación y olvidarse dp-l expF~mento
proyectado. De todos modos, también le ofreció un plan Para ayudarlo a decidir cómo
proceder. Le prestó una copla dE vicleo de Only the Lonely, una película de John Candy
acerca de la lucha que un policía soltero de Chicago que vivía con su madre tuvo que librar
para separarse de ella y casarse con la mujer de sus sueños. El terapeuta sugirió que Scott
viera el 'ideo con Carolyn y la invitara a la siguiente sesión de terapia.
Uno de los propósitos de un experimento helacional es sacar a la superficie el proceso
emocional subyacente, El solo hecho de proponer el experimento al que nigs he%os
referido hasta aquí reveló los siguientes aspectos del proceso:
1. Scott tenía una relación intensa con sy madre y era incapaz de hablar abiertamente con
ella sobre cuestiones importantes para la vida de ambos. Esta falta de f~anqueza lo había
forzado a mantener oculta la ansiedad que k provocaban tales cuestiones. La ansiedad se
manifestó desencadenando en Scott una vulnerabilidad biológica a los ataques de Pánico.
2. Basándose en la experiencia acumulada a lo largo de muchos años, Scott tenía serias
dudas de que su padre pudiera ser un refugio y una ayuda para su madre cuando ella
sufriera a causa del alejamiento de su hijo. Además su relación con el padre era tan débil
que ni siquiera podía pedirle que apoyara a la madre.
3. El temor que le inspiraba a Scotti el experimento hizo que su ansiedad se intensificara, lo
cual produjo dos importantes efectos colaterales. Primero, sus ataques qe pánico, aunque
moderados, reaparecieron. Segundo, 9e activó un triángulo terapéutico formado por Scott,
Carolyn y el terapeuta.
El terapeuta tuvo entonces que abocarse a la tarea de idear un plan para neutralizar este
proceso tripaaito.
Neutralización del proceso y destriangulación
El terapeuta había iniciado el tratamiento de Scott manejando sus síntomas de ansiedad y
ayudándolo luego a encarar el triángulo sintomático con Carolyn y su madre. El
experimento relacional, diseñado con ese triángulo en mente, cumplió su función revelando
el proceso descripto más arriba: el apego ansioso de Scott a su madre y su incapacidad de
comunicarse con ella acerca de temas dificiles; su vínculo insuficiente con su padre, y la
formación de un triángulo terapéutico alrededor del experimento.
La activación de un triángulo terapéutico casi siempre requiere que se lo trate
inmediatamente. El hecho de que Scott se llevara Only the Lonely para verla con Carolyn
fue el primero de una serie de pasos cuyo propósito era incorporar a la joven a la terapia.
Este es un buen momento para plantear una cuestión filosófica (y quizás ética) acerca de los
métodos que estamos describiendo. Alguien que adhiera a un enfoque minimalista de la
terapia podría argumentar que esta manera de jugar con los triángulos de Scott está
produciendo problemas iatrogénicos, para no mencionar la prolongación de la terapia con el
consiguiente aumento de su costo. Este crítico podría agregar que si los ataques de pánico
de Scott no hubieran respondido a la medicación y a las técnicas cognitivas, o que si
después del alivio inicial hubiera sufrido múltiples recaídas, el tratamiento que aquí hemos
descripto podría ser ofrecido como un accesorio para fortalecer la intervención primaria.
Sin embargo, nosotros creemos en la conveniencia de poner un gran énfasis en la educación
del paciente y en los esfuerzos orientados a la prevención. Actualmente, la medicina
preventiva primaria destaca la importancia de los cambios en la dieta, el ejercicio y el estilo
de vida de las personas propensas al cáncer o a las cardiopatías. Del mismo modo, creemos
que el trabajo con los triángulos relacionales es fundamental para el tratamiento exhaustivo
de la ansiedad, la depresión y los conflictos relacionales. Es importante instruir a los
pacientes acerca de las opciones disponibles y permitirles elegir.
Volvamos ahora a Scott y su novia. Carolyn asistió a la siguiente sesión y, clara y
directamente, expresó sus ideas sobre la situación de Scott. Dijo que a ambos les había
gustado Only the Lonely y que después de verla habían tenido una larga conversación
acerca de la posibilidad de ir a Baltimore para que
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Scott conociera a la familia de ella. Ambos considerabas que la visita era un paso más en el
camino que llevaba al compromiso matrimonial. En ese punto el terapeuta le preguntó a
Carolyn cómo era su familia y en qué difería de la de Scott. También le preguntó
directamente si creía que la separación entre Scott y su madre podría realizarse mejor
abordando abiertamente los problemas entre ellos, en vez de dejarlos sinexpresar y soportar
que todos estuvieran ansiosos por esa causa. Carolyn dijo que, aunque podía imaginarla,
nunca había presencigdo una situación de ese tipo. El terapeuta le pidió que lo ayudara
tratando de mantenerse emocionalmente neutral acera de la idea, comportándose como
espectadora y ayudándole a evaluar los resultados. Agregó que, previa autorización de Scott
y sus padres, filmaría en video las sesiones y le entregada las videocintas para que las
estudiara como parte de su tarea de evaluación.
Carolyn dijo que el terapeuta era más implacable que su madre, pero aceptó el desafio.
Scott convino en pedir a sus padres que asistieran a una serie de tres sesiones para abordar
algunas cuestiones que eran importantes para él.
Todos estos pasos estaban dirigidos a neutralizar el triángulo terapéutico que el
experimento propuesto había activado. El terapeuta despolarizó el triángulo disminuyendo
la distancia entre él y Carolyn y, por lo tanto, disminuyendo la reactividad emocional en el
triángulo terapéutico. Si hubiera tratado de sermonear a Carolyn porque estaba bloqueando
la terapia de Scott, de convertirla a su manera de pensar o de excluirla del trabajo que Scott
debía hacer con sus padres, la polarización y la reactividad del triángulo hubieran
aumentado. Y la terapia podría haber naufragado, sin posibilidades de ser reanudada en un
futuro previsible.
El terapeuta confiaba en que la participación activa de Carolyn en el proceso, además de
neutralizar el triángulo terapéutico, produciría también otros efectos favorables, Si Scott y
sus padres tenían éxito, la postura de Carolyn cambiaría lo suficiente como para permitirle
apoyar el esfuerzo terapéutico presente y hacer que la posibilidad de problemas futuros, o al
menos las consecuencias de los problemas futuros fueran menores.
Con el triángulo terapéutico bajo control, el trabajo con Scott y sus padres podía comenzar.
La resistencia de Scott a realizar el experimento sugerido por el terapeuta derhostraba
que entrenarlo a él no daría resultado. Incluir a los padres en la terapia parecía la manera
más eficaz de abordar el fuerte vínculo de Scott con su madre y el débil vínculo con su
padre. Los sentimientos de pérdida que acompañan el crecimiento de los hijos son tan
predecibles como el curso de los astros, pero por lo general se los maneja por medio de una
distancia hostil o una parálisis emocional silenciosa. Por lo tanto, el primer punto de la
agenda era crear un ambiente seguro para que Scott y su madre pudieran conversar sobre el
componente emocional de sus problemas evolutivos.
Para crear ese ambiente «seguro», en la primera sesión el terapeuta formuló amablemente
preguntas sobre la capacidad de la familia para encarar los sentimientos duros (enojo y
resentimiento) en oposición a los sentimientos tiernos (pérdida y anhelo). Scott y su madre
fueron quienes más hablaron de estos temas y declararon que pensaban seguir haciéndolo
fuera de la terapia. (Podría pensarse que alentar esa conversación y esa conexión entre Scott
y su madre sólo sirve para intensificar y prolongar las dificultades de la separación. Nuestra
experiencia y nuestra teoría predicen justamente lo contrario: es la incapacidad de
comunicarse francamente y elaborar esas conexiones demasiado estrechas lo que convierte
a la separación en un problema.)
En la segunda sesión, el terapeuta dirigió la controversia hacia la cuestión de si en alguna
de las dos ramas de la familia existía una tradición de que los hombres se conectaran entre
sí para apoyarse emocionalmente. La idea era plantar una semilla que podría germinar y
favorecer una mejora en el vínculo entre Scott y su padre.
En la tercera sesión, el terapeuta preguntó al padre de Scott qué opinaba de las dos primeras
sesiones. El señor O. dijo que creía que habían sido útiles y esperaba que su hijo pensara lo
mismo. Unos quince minutos después la señora O. dijo, con cierta vacilación, que las dos
primeras sesiones la habían hecho pensar en su propia suegra. Agregó que no había querido
hablar de eso antes y le preguntó a su marido si estaba dispuesto a volver a ver al terapeuta,
con ella y sin Scott, para conversar sobre su relación con su suegra y el efecto que esa
relación había tenido en ella. El señor O. se mostró atónito y dijo que no entendía bien a
qué se refería su esposa. Aceptó con cierta reticencia asistir a otra sesión con su esposa,
pero le costó mucho concretar la fecha del encuentro.
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Carolyn acudió una vez más con Scott. Había visto la grabación de una de las sesiones en
que participaron los padres de Scott y dijo que le parecía demasiado bueno para ser cierto,
pero que quería mantener su mente abierta. Después bromeó con el terapeuta preguntándole
si quería acompañarlos en el viaje a Baltimore. No se concertaron nuevas entrevistas y el
terapeuta le dijo a Scott que lo llamara si quería seguir trabajando o si sus síntomas de
ansiedad reaparecían.
El tratamiento resultó satisfactorio. Con ayuda de la imipramina Scott no había tenido más
ataques de pánico durante seis meses. Cuando después de ese tiempo el psiquiatra lo vio, le
explicó que podía hacer dos cosas: dejar de tomar el medicamento disminuyendo la dosis
en forma gradual o seguir un tiempo más con una dosis de mantenimiento. Scott le pidió
que le indicara por escrito el programa para dejar gradualmente la medicación y se fijó
fecha para una entrevista de control. Posteriormente canceló esa entrevista y el psiquiatra
no volvió a saber de él, ni de sus padres ni de Carolyn en los cuatro años siguientes. Al
cabo de ese tiempo, Scott llamó para pedir una entrevista. Justo el día anterior, en el tren
que lo llevaba a su trabajo, había tenido otro ataque de pánico. Por lo tanto, pensó que debía
consultar al terapeuta antes de que la situación se le fuera de las manos. En la sesión, Scott
informó que él y Carolyn se habían casado hacía dos años y medio y eran muy felices.
Agregó que, en lo que se refería a su madre, la situación era satisfactoria: ella y Carolyn se
llevaban bien, y él, por su parte, no había descuidado la relación entre ambos. La sesión se
acercaba a su fin y el terapeuta se sentía perplejo al no poder encontrar un motivo
desencadenante del ataque de pánico. Cuando, después de concertar una nueva entrevista,
se dirigía a la puerta para irse, Scott sonrió y dijo: «A propósito, Doc, hace dos semanas que
nos enteramos de que Carolyn está embarazada».
Resumen y conclusión
En este capítulo se ha mostrado la omnipresencia de los triángulos relacionales en la vida
personal y laboral de la gente. La lucha de Scott en el proceso de su desarrollo ilustra el
papel que desempeñan los triángulos en los acontecimientos predecibles de nuestra vida.
Todos los terapeutas, cualquiera que sea su orientación teórica, han escuchado muchas
veces en su consultorio historias como la de Scott. Y en su vida personal han
experimentado triángulos activados por el nacimiento de un hijo, la muerte de un padre o el
alejamiento de un hijo que se va de la casa para iniciar sus estudios universitarios. Nuestro
propósito ha sido convertirlo a usted, lector, en un «doctor en triángulos». Por lo tanto, en
este libro le hemos dado las herramientas necesarias para lograrlo. Explicamos cómo se fue
desarrollando el concepto de triángulos relacionales. Analizamos la idea dividiéndola en sus
componentes: estructura, movimiento, proceso y función. Para facilitar el empleo de los
triángulos en el trabajo clínico, ofrecimos una tipología clínica de los triángulos más
usuales y una metodología clínica para abordarlos. Presentamos información que conduce
al reconocimiento y la comprensión de los triángulos. Mostramos cómo se establecen los
triángulos estructuralmente, cómo fluye el proceso emocional a través de esa estructura y
cómo los triángulos cumplen ciertas funciones en todos, los sistemas relacionales.
Para hacer más útil desde el punto de vista clínico el conocimiento de los triángulos,
propusimos en este capítulo un paradigma de cinco pasos. Este método permite identificar
los triángulos que las personas nos presentan y los que creamos en terapia y en nuestras
propias vidas, comprenderlos e intervenir en ellos. Ahora bien, usando el genograma para
captar el contexto de los síntomas del individuo o la díada, y teniendo en mente la tipología
de los triángulos, el lector podrá descubrir el triángulo o los triángulos de los que es
necesario ocuparse. Una vez hecho esto, podrá definir la estructura del triángulo y ver el
flujo del movimiento en él. Cuando ya tenga en claro la estructura y el movimiento, podrá
comenzar a intervenir invirtiendo experimentalmente el sentido del movimiento. Si las
personas siguen sus indicaciones y hacen el experimento, ello inevitablemente expondrá el
proceso emocional que había permanecido oculto bajo los síntomas. El experimento
expondrá el proceso emocional ante usted y ante el individuo, la pareja o la familia.
Entonces podrá, como terapeuta, abordarlo directamente y conducir a las personas hacia un
mejor funcionamiento.
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Creemos firmemente, basándonos en años de experiencia, que si el terapeuta desarrolla una
suerte de radar para detectar triángulos, obtendrá una perspectiva más amplia de las
intervenciones que puede llevar a cabo en cada caso que vea. Ello contribuirá a la obtención
de resultados clínicos satisfactorios.
Para terminar, quisiéramos referirnos una vez más a una cuestión fundamental para la
buena práctica clínica. Para trabajar bien con los triángulos, un terapeuta debe tener buena
formación y bastante experiencia en el trabajo con individuos y díadas. Dado que la
práctica de la psicoterapia evoluciona con el tiempo y cada vez más los costos se
constituyen en un factor de la terapia, es importante desarrollar la capacidad de integrar los
siguientes factores: 1) los procesos internos biológicos y psicológicos del individuo; 2) los
procesos emocionales en las díadas relacionales que dan a esos individuos las conexiones
importantes para su vida, y 3) los inevitables triángulos emocionales reactivos que forman
parte de las relaciones y son componentes básicos de todo sistema relacionel. La
psicoterapia eficaz alivia síntomas, posibilita y facilita el proceso de cambio psicológico en
los individuos, y mejora la naturaleza de las conexiones mutuas. La trama de esta terapia
está formada por la integración de los factores individuales, diádicos y triangulares. Bien se
podría decir que esto constituye el a-b-c de la psicoterapia.
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Obra en preparación
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Fr
Erg Gé Gél Gér Giu
n
CENTRO UNIVERSITARIA DE LA COSTA
Philíp Guerin (h) fThomas Fogarty Leo Fay / Judith GWert Kautto wlángtdos r+sladonalss
El a-b-c de la psicoterapia
TERAPIA FAMILIAR
Este texto constituye un avance en lo que se refiere al perfeccionamiento teórico y la
utilidad clínica del concepto de triángulo, que es de gran importancia para la terapia
estructural y multigeneraeional de la familia. De fácil lectura e ilustrado con numerosos
ejemplos clínicos, lo recomicndo calurosamente a los terapeutas, cualquiera que sea su
orientación. SALVADOR MINUCHIN.
PHII,IP GUERIN (h) y THOMAs FoGARFY son psiquiatras formados en el Georgetown
University Medical Center; se desempeñaron como docentes en el Albert Einstein College
of Medicine y en 1973 fundaron el Center for Family Learning en Rye Brook, Nueva York.
Este libro es la culminación de más de veinticinco años de trabajo conjunto.
I,Eo FAY y JUDt71I GII,BERT KALr1To se formaron en el Center for Family Learning
con Guerin y Fogarty. Coautores junto con Guerin y Susan Burden de la obra Teatrrtient (f
Marital Cortfiet, son bien conocidos por su investigación sobre la aventura amorosa
extramatrimonial. El doctor Fay es también Associate Professor of Sociology and
Anthropology de la Fairfield University en Fairfield, Connecticut.
Amorrortu/editores
ISBN 950-518-085-3
9"789505"180851
0CQ
ÁÚ

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