Fogarty
Leo F. Fay Judith Gilbert Kautto
Triángulos relacionales
El a-b-c de la
psicoterapia
Amorrortu editores
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y
David Maldavsky Working with Relationship Triangles. The One-Two-
Three of Psychotherapy, Philip J. Guerin (h), Thomas F. Fogarty, Leo F.
Fay y Judith Gilbert Kautto
©1996, The Guilford Press, por acuerdo con Mark Paterson Traducción,
Ofelia Castillo Unica edición en castellano autorizada por The Guilford
Press, Nueva York, y debidamente protegida en todos los países. Queda
hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de
la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S. A.,
Paraguay 1225, 7° piso (1057) Buenos Aires.
Este libro trata de lo que significa pensar en las tríadas (en nuestra propia
familia y en nuestro trabajo clínico), de lo que descubriremos si pensamos
en ellas y de la conducta a seguir cuando hayamos hecho esos
descubrimientos. Desde los tiempos de Freud se han desarrollado muchos
lenguajes ricos y útiles para pensar en el individuo, entre ellos los del
psicoanálisis, la teoría de las relaciones objetales y el conductismo.
Muchos de estos lenguajes han sido igualmente útiles para pensar en las
díadas. Tanto Murray Bowen como otros fundadores de la teoría de los
sistemas familiares consideraron significativo que las personas
organizaran con frecuencia su vida interior y sus relaciones en tríadas (por
ejemplo, mamá, papá y yo; yo, mi mejor amigo y el amigo de mi mejor
amigo; yo, mi
cónyuge y mi hijo). Bowen, en especial, trató de desarrollar un nuevo
lenguaje, un lenguaje que nos ayudara a pensar en estos triángulos y a
hablar de ellos.
Como todo lenguaje nuevo, este lenguaje está todavía en sus comienzos y
por lo tanto no es tan maduro como otros lenguajes psicológicos y
psiquiátricos más antiguos. Esperamos que, en alguna medida, este trabajo
haga avanzar más el lenguaje de los triángulos. Eso es precisamente lo
que queríamos lograr cuando decidimos escribir este libro. Nuestra
experiencia en nuestra vida y con nuestros pacientes nos ha convencido de
la utilidad de «pensar en los triángulos» para comprender a las personas,
las relaciones, las familias y otros sistemas sociales humanos. Pero al
hablar con otros terapeutas acerca de los triángulos, nuestras dificultades
para formular las ideas y las diferentes maneras que ellos tenían de
abordar el concepto nos llevaron a pensar que la idea de los triángulos no
estaba todavía completamente elaborada. Nuestra comprensión de los
triángulos, así como la de ellos, era un tanto imprecisa, y a veces los
terapeutas, al referirse a los triángulos, parecían estar hablando de cosas
diferentes. Pensamos que para la comunidad terapéutica sería beneficioso
adoptar un lenguaje común acerca de los triángulos y llegar a una
comprensión común de ellos.
Esperamos, entonces, que este libro tenga una triple utilidad. En primer
lugar, que beneficie a toda la comunidad psicoterapéutica al aumentar su
capacidad de advertir la ubicuidad de los triángulos en los problemas
emocionales y de relación y de hablar en términos de triángulos y no sólo
en términos de individuos y díadas. En segundo lugar, y en relación con
quienes ya usan el concepto de triángulo en sus prácticas, esperamos que
este trabajo los ayude a afinar y perfeccionar su comprensión de los
triángulos y les proporcione nuevas ideas sobre su empleo en sus
intervenciones con la gente a la que tratan de ayudar. Y por último, en el
caso de quienes no usan el concepto, esperamos que el libro llegue a ser
una nueva arma en su arsenal y les resulte útil en muchas oportunidades,
pero especialmente cuando se sientan atascados. Pensar en los triángulos
puede ser muy útil para superar el estancamiento de la terapia y destrabar
un caso que se encuentra en un impasse.
Hemos organizado las páginas que siguen en trece capítulos, en los que
abundan las referencias a casos clínicos. El primer capítulo cuenta cómo
la idea de los tríos y las tríadas, y finalmente la de los triángulos, hicieron
su aparición en la terapia familiar y en el pensamiento psicológico en
general. Los capítulos 2 y 3 constituyen nuestro intento de explicar y
ejemplificar lo importante que es para el trabajo clínico el hecho de pensar
en los triángulos. Los capítulos 4 a 6 exploran los triángulos en cuanto a la
estructura, el proceso, el movimiento y la función.
Desde luego, estamos en deuda con Murray Bowen, cuya teoría de los
sistemas familiares iluminó el camino que hemos recorrido (aunque no
siempre de la misma manera que él). Es con gran respeto y afecto que lo
recordamos a él y recordamos su singular manera de pensar sobre las
personas y sus problemas. Agradecemos especialmente a Mike Nichols,
nuestro editor en Guilford Press. Su generosa contribución de tiempo y
sus agudas críticas, envueltas siempre amablemente en su fino humor,
fueron un gran estímulo para nuestro trabajo. Su pericia en el campo de
los sistemas familiares y su amplio conocimiento de la psicología nos
permitieron ampliar el alcance de nuestro pensamiento. En sus largas
cartas que proponían cambios se adivinaba siempre su amor por la
escritura y el buen estilo. Agradecemos también a James McGee, profesor
de trabajo social en el College de New Rochelle, quien leyó nuestro
manuscrito en sus etapas intermedias. Su evaluación de la utilidad del
texto para los estudiantes de trabajo social clínico y para los terapeutas
familiares que recibían entrenamiento fue particularmente útil. Y por
último, agradecemos a nuestras familias, que fueron pacientes, solidarias
y comprensivas cuando trabajábamos en este proyecto.
1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
En el comienzo mismo de su vida, cuando supieron que usted había sido
concebido, tal vez su padre, su madre o ambos lo hayan sentido como un
intruso. Quizás el hecho de su existencia regocijó a su padre y representó
una amenaza para la carrera de su madre, llenándolos a él de entusiasmo y
a ella de preocupación. Y es probable que, aun antes de su concepción, su
abuela materna haya ejercido presiones para nada sutiles e iniciado una
campaña a favor de su futura existencia. Y cuando usted nació, fuera cual
fuese el mapa genético dibujado en su rostro, probablemente su apariencia
constituyó el estímulo para toda clase de distinciones basadas en las
diferentes lealtades de los bienintencionados parientes. «Es idéntico a la
madre de George» , dice la hermana de la madre de George. Contemplada
desde este punto de vista, la vida, más que una serie de caminos posibles,
es un laberinto de bancos de arena y escollos triangulares que es necesario
sortear. Y como si eso no fuera ya suficientemente difícil, uno decide ser
psicoterapeuta, es decir, instructor profesional de navegación. Cada
presentación clínica, cada paciente, enfrenta un gran número de estas
contracorrientes triangulares y uno se ofrece a ayudar. La mayoría de los
psicoterapeutas sistémicos tienen un registro mental de su propia
experiencia de lucha con los triángulos relacionales. Pero siempre-ya sea
que se elija una solución de corto plazo o un modelo de crecimiento de
largo plazo-los triángulos están allí, afectando los resultados.
Recordamos a Anna K. Era una niña solitaria de ocho años con unos
bellos y enormes ojos marrones, destinados a romper algunos corazones
en el futuro. Su madre la trajo a terapia por sugerencia de la maestra de
tercer grado, según la cual Anna parecía triste, mostraba a veces un
cansancio excesivo y en ocasiones permanecía distraída, mirando sin ver.
Ánna era la menor de tres hermanas. Sus padres se habían divorciado
cuando ella tenía cinco años. La madre tenía un nuevo novio, el padre
había dejado Nueva York para establecerse en California, y la vida seguía
su curso.
En la primera sesión, Anna le pidió a su madre que se quedara en la sala
con ella. Respondía con monosílabos pero sus ojos sonreían. La señora K.
deseaba recibir ayuda terapéutica, todavía experimentaba culpa por haber
«fracasado» como madre y se sentía tironeada entre los sentimientos de
responsabilidad por sus hijas y su trabajo y las exigencias de su nueva
relación. El terapeuta escuchó, formuló algunas preguntas y en
determinado momento se encontró pensando en cuál sería la razón por la
que el señor K. se había separado de esa atractiva mujer de 37 años y de la
niñita de los bellos ojos pardos. Hacia el final de la sesión le sugirió a la
señora K. que tal vez las exigencias de su trabajo y de su nueva relación
habían producido un distanciamiento entre ella y su hija. Agregó que, si
ella pasaba más tiempo con Ánna, haciendo lo que a Anna le agradara
hacer, tal vez mejorase la relación entre ambas. En tal caso Anna dejaría
de refugiarse en sus ensueños y se comprometería más activa y
alegremente con su maestra y sus compañeros de clase. O, por lo menos,
la mejoría en la relación entre ambas podría hacer que Anna se decidiera a
compartir con su madre lo que la preocupaba.
_____________________________________________________
1 Freud (1955 [1913]), págs. 128-9). [Tótem y tabú, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu
editores, 24 vols., 1978-85, vol. 13, 1980, págs. 131-2.1 -
2 Haley (1987, págs. 244-61).
El caso trata de un niño de ocho años, adoptado, cuyo temor a los perros
era tan intenso que no se atrevía a salir de su casa. Lo irónico del asunto
es que el padre del niño era cartero, es decir, pertenecía a una categoría de
trabajadores cuya relación conflictiva con los perros es legendaria. La
estrategia de intervención que ideó Haley fue tan exitosa que constituyó la
demostración clínica de los aspectos sistémicos de los síntomas de los
niños. La trampa clínica de venderles terapia familiar a las familias con un
hijo sintomático recibió un duro golpe con la demostración de las técnicas
estructurales utilizadas para resolver el problema planteado en este caso.
«Un moderno Juanito» muestra de modo muy claro la alteración
estructural de una familia centrada en el hijo, inducida clínicamente por
medio de una estrategia desarrollada a partir del síntoma. Como resultado
de la alteración estructural se aliviaron los síntomas del niño, el proceso se
desplazó, y entonces surgieron síntomas en la madre y en las relaciones
conyugales. Este desplazamiento redefinió automáticamente el problema,
que pasó a ser un problema de la familia y no del niño.
Vicki había conocido a Bob unos dos años después de haberse trasladado
a Nueva York. Durante los preparativos para la boda Bob se sintió un
poco intimidado por su futuro suegro, pero lo atribuyó a «cosas de la
familia» y le dejó a Vicki la responsabilidad de tratar ese tema. Como
habían postergado el casamiento hasta los treinta y tantos años, estos dos
exitosos profesionales habían ahorrado dinero suficiente para comprar una
casa. A ambos les interesaba la arquitectura y les encantaban las casas
antiguas. Don había fomentado ese interés en su hija. Propietario de una
casa de venta de artefactos eléctricos, que atendía personalmente, el padre
de Vicki era un artesano entusiasta y con frecuencia hacía arreglos en su
propia casa. Por lo tanto, cuando Vicki y Bob se mudaron a su nuevo
hogar, Don ofreció viajar a Nueva York y ayudarlos a empezar las
reformas. Llegó un viernes por la noche y los tres compartieron una
agradable cena. Pero en la mañana del sábado Vicki advirtió que el interés
de Bob en el proyecto se desvanecía rápidamente. Su falta de
participación empeoró a medida que avanzaba el fin de semana, y culminó
en un estallido emocional que dio por resultado una pelea con su suegro.
Don regresó a Michigan pensando que Bob no lo respetaba. Cada vez que
Vicki le pedía a Bob que se disculpara con su padre, él respondía: «De tu
familia te ocupas tú, ¿de acuerdo? Don es tu padre; yo no tengo por qué
quererlo».
Vicki manejó la creciente tensión en el matrimonio dedicando cada vez
más tiempo a su trabajo y a su hijo. Algunos domingos la pareja
disfrutaba de momentos afectuosos e íntimos con su hijo, pero nunca
llegaron a fundir el hielo que se había instalado en la relación. Bob se dejó
absorber cada vez más por su trabajo y pasaba cada vez menos tiempo en
la casa. Finalmente, Vicki se alarmó por el distanciamiento que se había
producido entre ellos y le contó lo que ocurría a su amiga Debbie. Cuando
Vicki le propuso a Bob que vieran a un terapeuta, él se limitó a informarle
que no estaba seguro de si todavía la quería y que tampoco estaba seguro
de que la relación
entre ambos tuviera futuro. La estrategia de Vicki para encarar la nueva
situación consistió en seguir instando a Bob a acudir a la terapia, pero en
el fondo se sentía desesperanzada de que eso sirviera de algo. Entonces
adoptó la solución que ya había funcionado con su padre:
habló abiertamente de la posibilidad de llevar adelante un matrimonio en
dos ciudades, es decir, de hacer una cura geográfica.
Al principio Bob reaccionó con indiferencia, porque pensó que la idea era
sólo una más de una larga serie de amenazas vanas. Pero cuando leyó la
carta donde le confirmaban a su mujer una entrevista de trabajo en
Washington, entró en pánico y le suplicó que reconsiderara su actitud.
Prometió iniciar una terapia para tratar de superar las desavenencias.
Vicki hizo la cita inicial con la clínica y acudió sola por dos razones. No
estaba segura de que tendría la suficiente resistencia emocional para
volver a pasar por todo aquello una vez más. Además, tenía miedo de que
el hecho de asistir a la terapia con Bob fuera para este una señal de que,
por haber realizado un gesto simbólico, podía volver a su actitud
permanentemente distante. El terapeuta alentó a Vicki a no cambiar de
rumbo y a realizar la entrevista en Washington, pero manteniendo una
actitud de apertura hacia los esfuerzos concretos y sostenidos de Bob.
Podemos rastrear fácilmente los ciclos alternativos de proximidad y
distanciamiento entre Vicki y Bob, desde su encuentro inicial en una
fiesta hasta la crisis de su matrimonio ocho años después. Los triángulos
presentes en este caso incluyen los triángulos explícitos de Vicki, su padre
y Bob, y de Vicki, su hijo y Bob. En un segundo plano (en lo más
recóndito de la familia extensa, podría decirse) acechaba la conflictiva
relación de Bob con sus padres y hermanos, que él había manejado con
distanciamiento físico y desconexión emocional. Estos triángulos
silenciosos de la familia de Bob eran parte del cuadro clínico en no menor
medida que los triángulos activos y obvios de la familia de Vicki- El
terapeuta debe tener conciencia de esta simetría de la disfunción a fin de
comprometer a ambas partes en el trabajo de la terapia de un modo que no
conduzca a atribuir la culpa a una de ellas ni a criticar a una de las
familias de origen en particular.
Hoy Vicki y Bob viven en ciudades separadas por una distancia de
quinientos kilómetros. El hijo permanece con Vicki y la pareja se reúne
los fines de semana, alternadamente en una y otra ciudad. El progreso
logrado con la terapia ha sido modesto; el principal obstáculo lo
constituyen los triángulos que Vicki integra con su padre y Bob por un
lado, y con su hijo y Bob, por el otro.
Si buscamos esos mismos ciclos de proximidad y distanciamiento en
nuestra relación con nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos y colegas,
sin duda los encontraremos. Simplemente son menos intensos y menos
extremos que los que describe Murray Bowen al referirse a los pares
madre-hijo o que los que se observan en la relación entre Vicky y Bob.
Algunos son obvios y sus razones son claras, pero otros, al parecer, se
producen sin motivo. Ayer usted estaba ansioso por conversar con su
amigo sobre algo que sucedió la semana pasada, pero hoy se siente un
tanto irritado cuando él interrumpe su trabajo con su charla. El niño que lo
volvió loco ayer con sus exigencias le parece hoy una criatura encantadora
con quien es delicioso jugar. El amante al que anoche usted no podía dejar
de acariciar le resulta desagradable esta mañana por alguna razón que no
está clara. Un niño pequeño busca ansiosamente a su madre cuando cree
que ella trata de evitarlo o cuando advierte su gesto de alivio al ver que ya
llegó el abuelo para hacerse cargo de él durante la tarde. Más tarde ese
mismo niño parece necesitar menos a su madre y se muestra indiferente
con ella. Y en la adolescencia se vuelve arrogante y sostiene que ella lo
necesitaba más de lo que él la necesitaba a ella. Se resiste a compartir
actividades con ella y para él es mucho más importante pasar el tiempo
con sus amigos. El interés de estas observaciones reside en que revelan la
inestabilidad de las díadas. Es la inestabilidad de las díadas lo que produce
los triángulos relacionales.
Tom Fogarty tomó las observaciones de Bowen sobre los ciclos de
proximidad y distanciamiento y, en vez de concentrarse en la necesidad
interna de establecer contacto o en el temor de ser absorbido, se concentró
en el movimiento relacional de cada individuo. En toda relación, una
persona tiene tres opciones de movimiento: puede acercarse a la otra
persona, alejarse de ella o quedarse inmóvil. Este movimiento no es
teórico, sino que puede ser observado por los participantes y el terapeuta.
Lo que lo causa es el incremento del nivel de excitación emocional del
individuo y su respuesta emocional (su reactividad emocional) ante el
comportamiento de la otra persona o ante su percepción del estado
emocional de la otra perso-
na. La excitación emocional del individuo, junto con el movimiento
reactivo que suscita, constituye el combustible que alimenta la activación
de los triángulos. La reactividad emocional es la clave para percibir cómo
las díadas inestables producen triángulos.
________________________
4 Bowen (1978, pág. 373).
se limitan a los desarrollos edípicos sino que son más genéricos. De
hecho, cada vez que existe tensión en una díada empiezan a operar las
fuerzas emocionales de un modo tal que se produce un triángulo
relacional estabilizador. Por ejemplo, Bowen observó que la tensión
existente entre el niño esquizofrénico y su madre era percibida por el
padre como enfado de la madre. A su vez, esto incrementaba el nivel de
ansiedad en el padre, lo que lo impulsaba a tratar de poner fin al enfado de
su esposa, llegando a cualquier extremo para apaciguarla, incluso al de
negar el papel de ella en su conflicto con el hijo. Esto hacía que el hijo se
sintiera abandonado por ambos padres, excluido, criticado y ubicado en la
posición de ser el único con problemas.
Davy N. pasaba mucho tiempo con su madre, más del que podría
considerarse razonable, aun para un niño de cinco años. La señora N. se
preocupaba especialmente por ayudarlo con sus tareas escolares. Davy
tenía una seria discapacidad de aprendizaje y, a pesar de que recibía una
enseñanza especializada impartida por profesionales, la señora N.
aseguraba que necesitaba también su ayuda. El señor N. discrepaba
abiertamente. Consideraba que su esposa estaba convirtiendo a Davy en
un «nene de mamá». El señor y la señora N. no se permitían discutir sus
diferencias acerca de Davy (en realidad, acerca de nada). La señora N.
concentraba sus energías en los problemas de su hijo, mientras que el
señor N. se mantenía distante de ambos, concentrado en su trabajo y en su
colección de trenes.
____________________________
5 Kerr y Bowen (1988, pág. 145).
Mantenerse fuera de los triángulos parece simple, pero no puede llevarse a
cabo diciendo simplemente «No tomaré partido por ninguno de ustedes»,
o «No voy a formar un triángulo con ustedes». La neutralidad emocional
puede ser una trampa si el terapeuta se preocupa demasiado por no dar la
impresión de que el conflicto entre las partes lo pone ante una situación
diñcil de resolver. De hecho, la ansiedad por permanecer neutrales
paradójicamente aprisiona a los terapeutas en una trampa triangular,
porque pierden la capacidad de moverse libremente entre las partes y se
paralizan. La capacidad del terapeuta para permanecer emocionalmente
calmo frente a los sentimientos intensos es fundamental para evitar tanto
la trampa de tomar partido como la de la parálisis que provoca la
neutralidad. En estos casos resulta muy útil el conocimiento que el
terapeuta tenga de lo que provoca sus reacciones emocionales, como
también su experiencia en el manejo de invitaciones a entrar en triángulos
en su trabajo clínico y en su vida personal.
Por ejemplo, en el caso del niño que tenía fobia a los perros, vimos que el
niño estaba encerrado en un triángulo en el que él y la madre se hallaban
demasiado próximos, en tanto que el padre ocupaba una posición distante.
Los terapeutas idearon una estrategia consistente en hacer que el padre
enseñara a su hijo cómo tratar a los perros. Así, usaron el síntoma
estratégicamente para crear una relación entre el padre y el hijo, cerrando
la brecha que los separaba y modificando la estructura del triángulo.
_______________________
1° Guerin y Gordon (1986).
A los terapeutas de todas las tendencias les resulta muy fácil ver en los
triángulos una manera conveniente de interpretar los casos que se
presentan con un problema en un niño o un adolescente. Les siguen en
dificultad los casos de parejas, especialmente los que involucran aventuras
amorosas y problemas con los suegros. A menudo los casos más diñciles
para ver los triángulos son los casos individuales.
El caso de Haley y Barragan del muchacho que tenía fobia a los perros,
con el cual comenzamos nuestro análisis, ilustra muy bien este punto. El
síntoma (la resistencia del niño a salir de la casa) se resuelve gracias a un
brillante movimiento estratégico destinado a reestructurar el triángulo
parental primario. Pero cuando la madre afloja sus lazos con el hijo,
empieza a manifestarse en ella una depresión leve acompañada de una
gran tristeza. Este giro de los acontecimientos representa la
exteriorización de un conflicto subyacente en el matrimonio y de una
inquietud interior de la madre, a los cuales se debe la formación del
triángulo que involucra al niño. Es importante para el terapeuta prestar
atención al proceso relacional que las intervenciones estructurales ponen
al descubierto. De otro modo pasará por alto la relación latente y las
condiciones individuales que pueden estar activando el triángulo.