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Philip J. Guerin (h) Thomas F.

Fogarty
Leo F. Fay Judith Gilbert Kautto

Triángulos relacionales
El a-b-c de la
psicoterapia

Amorrortu editores
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y
David Maldavsky Working with Relationship Triangles. The One-Two-
Three of Psychotherapy, Philip J. Guerin (h), Thomas F. Fogarty, Leo F.
Fay y Judith Gilbert Kautto
©1996, The Guilford Press, por acuerdo con Mark Paterson Traducción,
Ofelia Castillo Unica edición en castellano autorizada por The Guilford
Press, Nueva York, y debidamente protegida en todos los países. Queda
hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de
la edición en castellano reservados por Amorrortu editores S. A.,
Paraguay 1225, 7° piso (1057) Buenos Aires.

Industria argentina. Made in Argentina


ISBN 950-518-085-3
ISBN 1-57230-143-0, Nueva York, edición original
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, en mayo de 2000.
Indice general
Prefacio

1. Triángulos relacionales: evolución del concepto


Una perspectiva histórica

2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico


Tres tipos de triángulos
Importancia clínica de los triángulos

3. Cómo encarar los triángulos en la terapia


El autoexamen
Lo que un triángulo no es

4. Estructura de los triángulos relacionales


Cómo ver un triángulo
Disección de la estructura de un triángulo

5. El proceso emocional dentro de la estructura triangular


Cómo ver el proceso relacional
Preguntas sobre el proceso
Proceso emocional y triángulos

6. Interacción de la estructura, el proceso y la función


La relación entre la estructura y el proceso
Mecanismos de activación de los

7. Introducción de triángulos en terapia individual

8. Triángulos con un niño-objetivo

9. Triángulos con un padre y un hermano


Empleo de triángulos en terapia individual
Triángulos del subsistema de los hermanos
Contextualización de los síntomas del paciente
Triángulos trigeneracionales individual
Triángulos en la familia de segundo matrimonio
Indicaciones para trabajar con triángulos en terapia individual
Conclusión: cómo llegar a ser un «experto en triángulos»

8. Entrenamiento e intervención directa con


triángulos en terapia individual
Omnipresencia de los triángulos en las relaciones y en la terapia
Casos que presentan problemas relacionales
Métodos de manejo de los triángulos relacionales
Casos con problemas de desarrollo
Resumen y conclusión
Casos de ansiedad o depresión resistentes
El triángulo terapéutico
Referencias bibliográficas

9. Triángulos extrafamiliares en el conflicto conyugal


El triángulo con la aventura amorosa
extramatrimonial
Los triángulos de red social
Los triángulos ocupacionales

10. Triángulos conyugales dentro de la familia


La primacía de la vinculación y la jerarquía de la influencia
Desplazamiento del conflicto
Triángulos con parientes políticos
El triángulo parental primario de cada uno de los cónyuges
Triángulos con los hijos

11. Triángulos con niños y adolescentes


Triángulos relacionados con la escuela
Triángulos de red social
Triángulos con el hijo sintomático

12. Triángulos intrafamiliares con niños y adolescentes sintomáticos


Prefacio

Este libro trata de lo que significa pensar en las tríadas (en nuestra propia
familia y en nuestro trabajo clínico), de lo que descubriremos si pensamos
en ellas y de la conducta a seguir cuando hayamos hecho esos
descubrimientos. Desde los tiempos de Freud se han desarrollado muchos
lenguajes ricos y útiles para pensar en el individuo, entre ellos los del
psicoanálisis, la teoría de las relaciones objetales y el conductismo.
Muchos de estos lenguajes han sido igualmente útiles para pensar en las
díadas. Tanto Murray Bowen como otros fundadores de la teoría de los
sistemas familiares consideraron significativo que las personas
organizaran con frecuencia su vida interior y sus relaciones en tríadas (por
ejemplo, mamá, papá y yo; yo, mi mejor amigo y el amigo de mi mejor
amigo; yo, mi
cónyuge y mi hijo). Bowen, en especial, trató de desarrollar un nuevo
lenguaje, un lenguaje que nos ayudara a pensar en estos triángulos y a
hablar de ellos.

Como todo lenguaje nuevo, este lenguaje está todavía en sus comienzos y
por lo tanto no es tan maduro como otros lenguajes psicológicos y
psiquiátricos más antiguos. Esperamos que, en alguna medida, este trabajo
haga avanzar más el lenguaje de los triángulos. Eso es precisamente lo
que queríamos lograr cuando decidimos escribir este libro. Nuestra
experiencia en nuestra vida y con nuestros pacientes nos ha convencido de
la utilidad de «pensar en los triángulos» para comprender a las personas,
las relaciones, las familias y otros sistemas sociales humanos. Pero al
hablar con otros terapeutas acerca de los triángulos, nuestras dificultades
para formular las ideas y las diferentes maneras que ellos tenían de
abordar el concepto nos llevaron a pensar que la idea de los triángulos no
estaba todavía completamente elaborada. Nuestra comprensión de los
triángulos, así como la de ellos, era un tanto imprecisa, y a veces los
terapeutas, al referirse a los triángulos, parecían estar hablando de cosas
diferentes. Pensamos que para la comunidad terapéutica sería beneficioso
adoptar un lenguaje común acerca de los triángulos y llegar a una
comprensión común de ellos.

Esperamos, entonces, que este libro tenga una triple utilidad. En primer
lugar, que beneficie a toda la comunidad psicoterapéutica al aumentar su
capacidad de advertir la ubicuidad de los triángulos en los problemas
emocionales y de relación y de hablar en términos de triángulos y no sólo
en términos de individuos y díadas. En segundo lugar, y en relación con
quienes ya usan el concepto de triángulo en sus prácticas, esperamos que
este trabajo los ayude a afinar y perfeccionar su comprensión de los
triángulos y les proporcione nuevas ideas sobre su empleo en sus
intervenciones con la gente a la que tratan de ayudar. Y por último, en el
caso de quienes no usan el concepto, esperamos que el libro llegue a ser
una nueva arma en su arsenal y les resulte útil en muchas oportunidades,
pero especialmente cuando se sientan atascados. Pensar en los triángulos
puede ser muy útil para superar el estancamiento de la terapia y destrabar
un caso que se encuentra en un impasse.

Hemos organizado las páginas que siguen en trece capítulos, en los que
abundan las referencias a casos clínicos. El primer capítulo cuenta cómo
la idea de los tríos y las tríadas, y finalmente la de los triángulos, hicieron
su aparición en la terapia familiar y en el pensamiento psicológico en
general. Los capítulos 2 y 3 constituyen nuestro intento de explicar y
ejemplificar lo importante que es para el trabajo clínico el hecho de pensar
en los triángulos. Los capítulos 4 a 6 exploran los triángulos en cuanto a la
estructura, el proceso, el movimiento y la función.

En los capítulos 7 a 12 entramos en más detalles acerca de las técnicas


clínicas. Ofrecemos una tipología de los triángulos que se encuentran más
a menudo en la práctica clínica con individuos (capítulos 7-8), parejas
(capítulos 9-10) y niños y sus familias (capítulos 11-12), junto con
algunos métodos de intervención. Cierra el libro el capítulo 13, con un
resumen de los métodos de tratamiento.
Este libro es el producto de los más de cien años que suma la experiencia
combinada de los autores en la terapia familiar, de parejas y de
individuos, como también de las muchas horas empleadas en precisar los
conceptos de la teoría de los sistemas familiares y desarrollar planes de
tratamiento basados en dicha teoría. A lo largo de los años hemos
descubierto lo difícil
que es perfeccionar el concepto de triángulo relacional y traducirlo en
métodos de intervención clínica. Las páginas que siguen representan lo
que pudimos lograr en tal sentido. No creemos que sean la última palabra
en triángulos, pero sí que constituyen un buen comienzo.
Durante los últimos veintidós años, el Center for Family Learning, con
sede en New Rochelle y posteriormente en Rye Brook, Nueva York, ha
sido un lugar donde florecieron la teoría y la terapia familiares. El
ambiente del CFL nutrió nuestras ideas, y nuestros colegas, amigos,
familias y pacientes fueron nuestros maestros. Agradecemos a todas esas
personas su comprensión y sus aportes a nuestro trabajo. Queremos
expresar nuestra gratitud al actual cuerpo docente del Centro, en especial
a los miembros del Proyecto de Pareja -Nancy Edelman, Barbara Gewirtz,
Donna Gundy, Wendy Michel y Katherine Moseley-, cuyo asesoramiento
sobre el material clínico usado en este libro fue invalorable.

Desde luego, estamos en deuda con Murray Bowen, cuya teoría de los
sistemas familiares iluminó el camino que hemos recorrido (aunque no
siempre de la misma manera que él). Es con gran respeto y afecto que lo
recordamos a él y recordamos su singular manera de pensar sobre las
personas y sus problemas. Agradecemos especialmente a Mike Nichols,
nuestro editor en Guilford Press. Su generosa contribución de tiempo y
sus agudas críticas, envueltas siempre amablemente en su fino humor,
fueron un gran estímulo para nuestro trabajo. Su pericia en el campo de
los sistemas familiares y su amplio conocimiento de la psicología nos
permitieron ampliar el alcance de nuestro pensamiento. En sus largas
cartas que proponían cambios se adivinaba siempre su amor por la
escritura y el buen estilo. Agradecemos también a James McGee, profesor
de trabajo social en el College de New Rochelle, quien leyó nuestro
manuscrito en sus etapas intermedias. Su evaluación de la utilidad del
texto para los estudiantes de trabajo social clínico y para los terapeutas
familiares que recibían entrenamiento fue particularmente útil. Y por
último, agradecemos a nuestras familias, que fueron pacientes, solidarias
y comprensivas cuando trabajábamos en este proyecto.
1. Triángulos relacionales: evolución del concepto
En el comienzo mismo de su vida, cuando supieron que usted había sido
concebido, tal vez su padre, su madre o ambos lo hayan sentido como un
intruso. Quizás el hecho de su existencia regocijó a su padre y representó
una amenaza para la carrera de su madre, llenándolos a él de entusiasmo y
a ella de preocupación. Y es probable que, aun antes de su concepción, su
abuela materna haya ejercido presiones para nada sutiles e iniciado una
campaña a favor de su futura existencia. Y cuando usted nació, fuera cual
fuese el mapa genético dibujado en su rostro, probablemente su apariencia
constituyó el estímulo para toda clase de distinciones basadas en las
diferentes lealtades de los bienintencionados parientes. «Es idéntico a la
madre de George» , dice la hermana de la madre de George. Contemplada
desde este punto de vista, la vida, más que una serie de caminos posibles,
es un laberinto de bancos de arena y escollos triangulares que es necesario
sortear. Y como si eso no fuera ya suficientemente difícil, uno decide ser
psicoterapeuta, es decir, instructor profesional de navegación. Cada
presentación clínica, cada paciente, enfrenta un gran número de estas
contracorrientes triangulares y uno se ofrece a ayudar. La mayoría de los
psicoterapeutas sistémicos tienen un registro mental de su propia
experiencia de lucha con los triángulos relacionales. Pero siempre-ya sea
que se elija una solución de corto plazo o un modelo de crecimiento de
largo plazo-los triángulos están allí, afectando los resultados.
Recordamos a Anna K. Era una niña solitaria de ocho años con unos
bellos y enormes ojos marrones, destinados a romper algunos corazones
en el futuro. Su madre la trajo a terapia por sugerencia de la maestra de
tercer grado, según la cual Anna parecía triste, mostraba a veces un
cansancio excesivo y en ocasiones permanecía distraída, mirando sin ver.
Ánna era la menor de tres hermanas. Sus padres se habían divorciado
cuando ella tenía cinco años. La madre tenía un nuevo novio, el padre
había dejado Nueva York para establecerse en California, y la vida seguía
su curso.
En la primera sesión, Anna le pidió a su madre que se quedara en la sala
con ella. Respondía con monosílabos pero sus ojos sonreían. La señora K.
deseaba recibir ayuda terapéutica, todavía experimentaba culpa por haber
«fracasado» como madre y se sentía tironeada entre los sentimientos de
responsabilidad por sus hijas y su trabajo y las exigencias de su nueva
relación. El terapeuta escuchó, formuló algunas preguntas y en
determinado momento se encontró pensando en cuál sería la razón por la
que el señor K. se había separado de esa atractiva mujer de 37 años y de la
niñita de los bellos ojos pardos. Hacia el final de la sesión le sugirió a la
señora K. que tal vez las exigencias de su trabajo y de su nueva relación
habían producido un distanciamiento entre ella y su hija. Agregó que, si
ella pasaba más tiempo con Ánna, haciendo lo que a Anna le agradara
hacer, tal vez mejorase la relación entre ambas. En tal caso Anna dejaría
de refugiarse en sus ensueños y se comprometería más activa y
alegremente con su maestra y sus compañeros de clase. O, por lo menos,
la mejoría en la relación entre ambas podría hacer que Anna se decidiera a
compartir con su madre lo que la preocupaba.

Al regresar para su entrevista de control, tres semanas más tarde, la señora


K. informó que la situación había empeorado. Ella había seguido
fielmente las sugerencias del terapeuta, pero no sólo Anna no había
mejorado en la escuela, sino que había empezado a tener berrinches en la
casa. A esta altura el terapeuta podría haberse sentido responsable y
haberse puesto a la defensiva, cayendo así en la trampa de tratar de
arreglar algo que, evidentemente, todavía no entendía bien. En cambio,
escuchó atentamente el relato de la señora K. y le preguntó qué había
hecho y con qué resultados. Le preguntó además si tenía una teoría acerca
de lo que había sucedido. Ella dijo que era incapaz de encontrar una
explicación a la reacción de Anna y que se sentía desalentada y más
preocupada que antes. El terapeuta se dirigió entonces a Anna y le
preguntó si su madre podía salir por un rato de la sala, para que ellos
conversaran e hicieran algunos dibujos. Anna accedió. Entre los dibu jos
que hizo había uno que representaba a su familia. La niña colocó a su
padre bien lejos hacia la izquierda de la página; la madre y su nuevo novio
estaban juntos en el centro, y sus dos hermanas mayores estaban juntas y
más cerca del padre, pero situadas más abajo, erg el ángulo inferior
izquierdo de la página. Aun más sorprendente que la distribución de los
personajes era la diferencia de tamaño entre su hermana mayor, Connie, y
los demás. El dibujo le recordó al terapeuta aquella línea de Julio César,
de Shakespeare, que dice: «domina el estrecho mundo como un coloso».
Entonces le preguntó a Anna acerca de Connie. La niña no se mostró muy
comunicativa pero dijo que Connie era la que más extrañaba al padre.

El terapeuta le dijo a Anna que fuera a buscar a su madre y después se


entretuviera un rato con los juguetes en la sala de espera mientras ellos
conversaban. Anna aceptó, y cuando volvió acompañada por su madre, el
terapeuta le pidió que le mostrara a esta sus dibujos. Cuando Anna salió
de la habitación, el terapeuta utilizó el dibujo de la familia para diseñar la
intervención siguiente. Explicó a la señora K. que el primer experimento
había fracasado porque aumentó la tensión entre Anna y su hermana
mayor, Connie, quien veía en Anna a una niña malcriada. Luego señaló
que la información obtenida del primer experimento, sumada a la que
proporcionaba el dibujo de la familia hecho por Anna, justificaba la
realización de un nuevo ensayo. En este la señora K. dejaría de prestarle
una atención especial a Anna y lo haría en cambio con su hija mayor,
Connie.
La señora K. siguió el consejo del terapeuta y pasó más tiempo con
Connie y menos con Anna. Se encontró con una significativa dosis del
cinismo propio de los trece años de Connie y esto hizo que la llevase a
algunas sesiones. Entonces Connie y su madre tuvieron ocasión de
conversar sobre lo mucho que Connie extrañaba a su padre, la pesada
carga que representaba para ella el cuidado de sus hermanas y otras
responsabilidades domésticas que su madre le había asignado y la forma
en que la afectaban las críticas que, para colmo, recibía. Connie confió a
su madre que lo que más le dolía era que ella no la apoyara cuando Anna
se negaba a cooperar. Y como si todo eso fuera poco, le preguntó «quién
le había pedido que introdujera a ese pelmazo en sus vidas».
La señora K. y Connie se entendieron muy bien. Connie empezó a hablar
más por teléfono con su padre y consiguió que la autorizaran a tomar unas
breves vacaciones en la primavera para visitarlo en California. Iría sola.
En los siguientes tres meses, la tensión entre Anna y Connie disminuyó
notablemente. La maestra de Anna informó que las cosas habían mejorado
mucho y Anna empezó a ayudar a Connie en las tareas domésticas.

Una perspectiva histórica

El conocimiento de los triángulos puede producir resultados


sorprendentes, y esto sucede más a menudo de lo que muchos suponen.
Pero por otra parte todos sabemos que los «triángulos» tienen que ver
principalmente con los problemas de los niños. Freud lo sabía muy bien
antes de que Bowen, Fogarty, Haley y Minuchin nos lo recordaran. Freud
curó a Juanito de su fobia a los caballos explicándole al padre que, a causa
del dilema edípico, un niño puede desplazar hacia un animal su miedo al
castigo paterno.
«Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se
rehusaba a andar por la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo
entrara en la habitación y lo mordiera. Se averiguó que sería el castigo por
su deseo de que el caballo se cayera (muriera). Después que mediante
reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le
ocurrió batallar con deseos cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte)
del padre. Según lo dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre
como un competidor en el favor de la madre, a quien se dirigían en
oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto, se
encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores
que hemos designado "complejo de Edipo" y en la cual discernimos el
complejo nuclear de las neurosis. Lo nuevo que averiguamos en el análisis
del pequeño Hans fue el hecho, importante respecto del totemismo, de que
en tales condiciones el niño desplaza una parte de sus sentimientos desde
el padre hacia un animal (...) Tan pronto como su angustia se mitiga, él
mismo se identifica con el animal temido, galopa como un caballo y ahora
es él quien muerde al padre». 1
El grupo de la Child Guidance Clinic de Filadelfia, constituido por
Salvador Minuchin, Jay Haley, Braulio Montalvo, Mariano Barragan y
otros, nos brindó el famoso caso que ellos llamaron «Un moderno
Juanito».2

_____________________________________________________
1 Freud (1955 [1913]), págs. 128-9). [Tótem y tabú, en Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu
editores, 24 vols., 1978-85, vol. 13, 1980, págs. 131-2.1 -
2 Haley (1987, págs. 244-61).
El caso trata de un niño de ocho años, adoptado, cuyo temor a los perros
era tan intenso que no se atrevía a salir de su casa. Lo irónico del asunto
es que el padre del niño era cartero, es decir, pertenecía a una categoría de
trabajadores cuya relación conflictiva con los perros es legendaria. La
estrategia de intervención que ideó Haley fue tan exitosa que constituyó la
demostración clínica de los aspectos sistémicos de los síntomas de los
niños. La trampa clínica de venderles terapia familiar a las familias con un
hijo sintomático recibió un duro golpe con la demostración de las técnicas
estructurales utilizadas para resolver el problema planteado en este caso.
«Un moderno Juanito» muestra de modo muy claro la alteración
estructural de una familia centrada en el hijo, inducida clínicamente por
medio de una estrategia desarrollada a partir del síntoma. Como resultado
de la alteración estructural se aliviaron los síntomas del niño, el proceso se
desplazó, y entonces surgieron síntomas en la madre y en las relaciones
conyugales. Este desplazamiento redefinió automáticamente el problema,
que pasó a ser un problema de la familia y no del niño.

El grupo de Filadelfia interpretó del siguiente modo el triángulo central de


la familia nuclear constituida por el niño, su padre y su madre. La relación
entre los padres era distante pero no abiertamente conflictiva. La relación
entre la madre y el hijo era intensa y muy comprometida, y la relación
entre el padre y el hijo, sumamente distante. La estrategia del terapeuta
combinó dos elementos: 1) una prescripción del síntoma con sus efectos
paradójicos, y 2) la introducción de un objeto en torno del cual fuera
posible organizar la relación entre el padre y el hijo y superar su
distanciamiento.
La tarea terapéutica requería que la familia adoptase un perrito como
mascota, pero este debía ser asustadizo y sería responsabilidad del niño
enseñarle a ser amigable. El padre, que como cartero había tenido
experiencias de todo tipo con los perros, lo ayudaría a entrenar al animal.
Algún tiempo después, cuando llevaron al perrito a la sesión, el terapeuta
pudo apreciar que el niño y su padre jugaban con él y disfrutaban al
hacerlo. Un efecto secundario imprevisto fue la visible depresión que
afectaba a la madre. En ese momento, los terapeutas definieron el
problema del niño como un problema de familia.

El caso de Freud ejemplifica el mecanismo de desplazamiento. El caso de


Filadelfia muestra no sólo el desplazamiento sino también la absorción
por un niño de la ansiedad de un progenitor y de la tensión conyugal. Esto
último ya había sido propuesto anteriormente por Murray Bowen en su
trabajo con esquizofrénicos, cuando postuló la existencia de un proceso de
proyección multigeneracional.3

En su innovador trabajo sobre la esquizofrenia realizado en la Clínica


Menninger, Bowen prestó especial atención al vínculo simbiótico que
suele existir entre las madres y sus hijos esquizofrénicos. Además de la
intensa dependencia mutua, observó una sorprendente pauta de
comportamiento, que consistía en ciclos de gran proximidad seguidos por
otros de gran distanciamiento. Los ciclos se sucedían en el tiempo de una
manera bastante predecible. Bowen pensó que los ciclos de proximidad y
distanciamiento eran provocados, respectivamente, por estados internos de
ansiedad de separación y de miedo a ser aprisionado, es decir, de ansiedad
de incorporación.
Más adelante veremos que estos ciclos de proximidad y distanciamiento
son muy importantes aunque a veces no se los entienda correctamente. Su
formación psicoanalítica llevó a algunos terapeutas de familias a
interpretar mal el esfuerzo de Bowen por construir una teoría de los
sistemas. El vínculo entre estos ciclos de proximidad y distanciamiento y
los triángulos se advierte con claridad cuando nos preguntamos hacia
quién (o hacia qué) se dirigen las personas cuando se distancian de
alguien con quien habían estado en una relación íntima.
Vicki P. era una licenciada en economía que trabajaba en una gran
compañía de fondos de inversión. Cuando acudió a nuestra clínica, por
sugerencia de Debbie, su mejor amiga, Vicki tenía 37 años. Debbie había
dado un giro muy favorable a su vida y a su matrimonio unos dos años
antes, y atribuía a su terapeuta una gran parte del mérito por el éxito
logrado. Vicki dijo que ella quería «conseguir por lo menos algo de lo que
fuera que Debbie había conseguido».
______________________
3 Kerr y Bowen (1988, cap. 8).
Cuando Vicki y Bob se conocieron, Bob fue el primero en percibir la
sintonía entre ambos. Persiguió a Vicki, y a medida que el cortejo
avanzaba, ambos se sintieron acunados en el calor de su atracción mutua.
Como cada uno de ellos estaba a más de ochocientos kilómetros de
distancia de su familia de origen, se envolvieron en su romántico capullo
y lo disfrutaron sin interferencias. Después de un año de noviazgo (los dos
tenían poco más de treinta años) decidieron casarse. La pareja viajó
entonces a la casa de los padres de Vicki en Michigan para anunciar el
compromiso. Durante su infancia, su adolescencia y su primera juventud,
Vicki había estado muy unida (algunos dirían que demasiado unida) a su
padre, Don. De hecho, se había ido a vivir a Nueva York para poner
distancia fisica en esa relación. La maniobra dio buenos frutos, porque
Vicki empezó a sentirse mucho menos controlada y presionada por su
padre.

Vicki había conocido a Bob unos dos años después de haberse trasladado
a Nueva York. Durante los preparativos para la boda Bob se sintió un
poco intimidado por su futuro suegro, pero lo atribuyó a «cosas de la
familia» y le dejó a Vicki la responsabilidad de tratar ese tema. Como
habían postergado el casamiento hasta los treinta y tantos años, estos dos
exitosos profesionales habían ahorrado dinero suficiente para comprar una
casa. A ambos les interesaba la arquitectura y les encantaban las casas
antiguas. Don había fomentado ese interés en su hija. Propietario de una
casa de venta de artefactos eléctricos, que atendía personalmente, el padre
de Vicki era un artesano entusiasta y con frecuencia hacía arreglos en su
propia casa. Por lo tanto, cuando Vicki y Bob se mudaron a su nuevo
hogar, Don ofreció viajar a Nueva York y ayudarlos a empezar las
reformas. Llegó un viernes por la noche y los tres compartieron una
agradable cena. Pero en la mañana del sábado Vicki advirtió que el interés
de Bob en el proyecto se desvanecía rápidamente. Su falta de
participación empeoró a medida que avanzaba el fin de semana, y culminó
en un estallido emocional que dio por resultado una pelea con su suegro.
Don regresó a Michigan pensando que Bob no lo respetaba. Cada vez que
Vicki le pedía a Bob que se disculpara con su padre, él respondía: «De tu
familia te ocupas tú, ¿de acuerdo? Don es tu padre; yo no tengo por qué
quererlo».
Vicki manejó la creciente tensión en el matrimonio dedicando cada vez
más tiempo a su trabajo y a su hijo. Algunos domingos la pareja
disfrutaba de momentos afectuosos e íntimos con su hijo, pero nunca
llegaron a fundir el hielo que se había instalado en la relación. Bob se dejó
absorber cada vez más por su trabajo y pasaba cada vez menos tiempo en
la casa. Finalmente, Vicki se alarmó por el distanciamiento que se había
producido entre ellos y le contó lo que ocurría a su amiga Debbie. Cuando
Vicki le propuso a Bob que vieran a un terapeuta, él se limitó a informarle
que no estaba seguro de si todavía la quería y que tampoco estaba seguro
de que la relación
entre ambos tuviera futuro. La estrategia de Vicki para encarar la nueva
situación consistió en seguir instando a Bob a acudir a la terapia, pero en
el fondo se sentía desesperanzada de que eso sirviera de algo. Entonces
adoptó la solución que ya había funcionado con su padre:
habló abiertamente de la posibilidad de llevar adelante un matrimonio en
dos ciudades, es decir, de hacer una cura geográfica.
Al principio Bob reaccionó con indiferencia, porque pensó que la idea era
sólo una más de una larga serie de amenazas vanas. Pero cuando leyó la
carta donde le confirmaban a su mujer una entrevista de trabajo en
Washington, entró en pánico y le suplicó que reconsiderara su actitud.
Prometió iniciar una terapia para tratar de superar las desavenencias.
Vicki hizo la cita inicial con la clínica y acudió sola por dos razones. No
estaba segura de que tendría la suficiente resistencia emocional para
volver a pasar por todo aquello una vez más. Además, tenía miedo de que
el hecho de asistir a la terapia con Bob fuera para este una señal de que,
por haber realizado un gesto simbólico, podía volver a su actitud
permanentemente distante. El terapeuta alentó a Vicki a no cambiar de
rumbo y a realizar la entrevista en Washington, pero manteniendo una
actitud de apertura hacia los esfuerzos concretos y sostenidos de Bob.
Podemos rastrear fácilmente los ciclos alternativos de proximidad y
distanciamiento entre Vicki y Bob, desde su encuentro inicial en una
fiesta hasta la crisis de su matrimonio ocho años después. Los triángulos
presentes en este caso incluyen los triángulos explícitos de Vicki, su padre
y Bob, y de Vicki, su hijo y Bob. En un segundo plano (en lo más
recóndito de la familia extensa, podría decirse) acechaba la conflictiva
relación de Bob con sus padres y hermanos, que él había manejado con
distanciamiento físico y desconexión emocional. Estos triángulos
silenciosos de la familia de Bob eran parte del cuadro clínico en no menor
medida que los triángulos activos y obvios de la familia de Vicki- El
terapeuta debe tener conciencia de esta simetría de la disfunción a fin de
comprometer a ambas partes en el trabajo de la terapia de un modo que no
conduzca a atribuir la culpa a una de ellas ni a criticar a una de las
familias de origen en particular.
Hoy Vicki y Bob viven en ciudades separadas por una distancia de
quinientos kilómetros. El hijo permanece con Vicki y la pareja se reúne
los fines de semana, alternadamente en una y otra ciudad. El progreso
logrado con la terapia ha sido modesto; el principal obstáculo lo
constituyen los triángulos que Vicki integra con su padre y Bob por un
lado, y con su hijo y Bob, por el otro.
Si buscamos esos mismos ciclos de proximidad y distanciamiento en
nuestra relación con nuestros padres, cónyuge, hijos, amigos y colegas,
sin duda los encontraremos. Simplemente son menos intensos y menos
extremos que los que describe Murray Bowen al referirse a los pares
madre-hijo o que los que se observan en la relación entre Vicky y Bob.
Algunos son obvios y sus razones son claras, pero otros, al parecer, se
producen sin motivo. Ayer usted estaba ansioso por conversar con su
amigo sobre algo que sucedió la semana pasada, pero hoy se siente un
tanto irritado cuando él interrumpe su trabajo con su charla. El niño que lo
volvió loco ayer con sus exigencias le parece hoy una criatura encantadora
con quien es delicioso jugar. El amante al que anoche usted no podía dejar
de acariciar le resulta desagradable esta mañana por alguna razón que no
está clara. Un niño pequeño busca ansiosamente a su madre cuando cree
que ella trata de evitarlo o cuando advierte su gesto de alivio al ver que ya
llegó el abuelo para hacerse cargo de él durante la tarde. Más tarde ese
mismo niño parece necesitar menos a su madre y se muestra indiferente
con ella. Y en la adolescencia se vuelve arrogante y sostiene que ella lo
necesitaba más de lo que él la necesitaba a ella. Se resiste a compartir
actividades con ella y para él es mucho más importante pasar el tiempo
con sus amigos. El interés de estas observaciones reside en que revelan la
inestabilidad de las díadas. Es la inestabilidad de las díadas lo que produce
los triángulos relacionales.
Tom Fogarty tomó las observaciones de Bowen sobre los ciclos de
proximidad y distanciamiento y, en vez de concentrarse en la necesidad
interna de establecer contacto o en el temor de ser absorbido, se concentró
en el movimiento relacional de cada individuo. En toda relación, una
persona tiene tres opciones de movimiento: puede acercarse a la otra
persona, alejarse de ella o quedarse inmóvil. Este movimiento no es
teórico, sino que puede ser observado por los participantes y el terapeuta.
Lo que lo causa es el incremento del nivel de excitación emocional del
individuo y su respuesta emocional (su reactividad emocional) ante el
comportamiento de la otra persona o ante su percepción del estado
emocional de la otra perso-
na. La excitación emocional del individuo, junto con el movimiento
reactivo que suscita, constituye el combustible que alimenta la activación
de los triángulos. La reactividad emocional es la clave para percibir cómo
las díadas inestables producen triángulos.

El día que supo que sus superiores de la oficina de correos no le habían


concedido un ascenso, Fred S. sintió como si alguien hubiese atravesado
con una espada su sueño de autoestima. Las horas se le hicieron
interminables hasta que, transcurrida la jornada, pudo salir de ese lugar
hostil y dirigirse a su hogar para buscar solaz en su valiosa colección de
estampillas. Le encantó comprobar que su esposa Gerry y su hijo Sean no
estaban aún en casa, y se dirigió directamente a su pequeño estudio. Gerry
y Sean llegaron tres horas más tarde y Gerry se dio cuenta de que Fred
estaba en casa porque su saco estaba colgado en el ropero de la sala.
También se dio cuenta de que algo andaba mal y se dirigió a buscar a su
marido. Sean, un adolescente larguirucho y tímido de 14 años, aprovechó
la oportunidad para refugiarse en su cuarto con su amado equipo de
música.
La relación de estas tres personas es fácil de comprender. Todas actuaron
con el propósito de calmar su estado emocional y lograr que el medio en
que se movían fuera emocionalmente seguro. Todavía no habían activado
el triángulo potencial. Gerry se acercó a Fred. Cuando llegó a la pequeña
habitación, comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Su
excitación emocional aumentó. «Fred, ¿estás ahí?». «Sí, estoy bien»,
respondió Fred sin abrir la puerta. Después de hacerle a su marido algunas
preguntas más, que fueron respondidas con monosílabos, Gerry se dirigió
a la cocina para preparar la cena. Puso en el horno de microondas las
sobras de una comida que había comprado en su restaurante italiano
favorito. Molesta aún por la actitud de Fred, decidió que no iba a permitir
que eso la afectara, exhaló un suspiro y se dirigió a la habitación de Sean
para ayudarlo con sus tareas escolares.
Cuando su madre entró en su habitación, Sean salió quejándose de que
tenía hambre. Entonces Gerry perdió el control y empezó a gritarle que
tenía que hacer sus tareas y que quería saber inmediatamente cuáles eran
esas tareas. Como Fred no podía soportar los ruidos fuertes, salió de su
refugio, evaluó la situación y se unió a Gerry para reprender a Sean. Las
pautas de movimiento son clarás: estas tres personas activaron el
triángulo y es fácil deducir que esa activación se originó en la reactividad
emocional.
En la investigación sobre la esquizofrenia que llevó a cabo en el Instituto
Nacional de Salud Mental, Bowen documentó el papel decisivo que
desempeña el padre distante en las familias de esquizofrénicos. Los
padres, según pudo observar, reaccionaban intensamente ante la ansiedad
de las madres y se comportaban reactivamente cuando percibían un
incremento en la inquietud de estas. En algunos casos se unían a sus
esposas para criticar a sus hijos esquizofrénicos o para preocuparse por
ellos, y en otros se distanciaban cada vez más para escapar a la creciente
tensión; lo que nunca hacían era acercarse a sus hijos esquizofrénicos.
Bowen se refería precisamente a este fenómeno cuando comenzó a usar el
término tríada y, posteriormente, el término triángulo.
«Empecé a elaborar este concepto básico en 1955. En 1956 el grupo de
investigación pensaba en términos de "tríadas" y hablaba de ellas. Al
evolucionar, el concepto adquirió un significado mucho más amplio que el
del término convencional tríada, y por lo tanto teníamos problemas para
comunicarnos con personas que daban por sentado que conocían el
significado de la palabra "tríada". Entonces elegí triángulo para dar a
entender que el concepto tiene un significado específico que no coincide
con el de tríada».4
A partir de estas observaciones clínicas, Bowen intentaba trascender el
pensamiento de Freud sobre los triángulos. En su opinión, los triángulos
no

________________________
4 Bowen (1978, pág. 373).
se limitan a los desarrollos edípicos sino que son más genéricos. De
hecho, cada vez que existe tensión en una díada empiezan a operar las
fuerzas emocionales de un modo tal que se produce un triángulo
relacional estabilizador. Por ejemplo, Bowen observó que la tensión
existente entre el niño esquizofrénico y su madre era percibida por el
padre como enfado de la madre. A su vez, esto incrementaba el nivel de
ansiedad en el padre, lo que lo impulsaba a tratar de poner fin al enfado de
su esposa, llegando a cualquier extremo para apaciguarla, incluso al de
negar el papel de ella en su conflicto con el hijo. Esto hacía que el hijo se
sintiera abandonado por ambos padres, excluido, criticado y ubicado en la
posición de ser el único con problemas.

Davy N. pasaba mucho tiempo con su madre, más del que podría
considerarse razonable, aun para un niño de cinco años. La señora N. se
preocupaba especialmente por ayudarlo con sus tareas escolares. Davy
tenía una seria discapacidad de aprendizaje y, a pesar de que recibía una
enseñanza especializada impartida por profesionales, la señora N.
aseguraba que necesitaba también su ayuda. El señor N. discrepaba
abiertamente. Consideraba que su esposa estaba convirtiendo a Davy en
un «nene de mamá». El señor y la señora N. no se permitían discutir sus
diferencias acerca de Davy (en realidad, acerca de nada). La señora N.
concentraba sus energías en los problemas de su hijo, mientras que el
señor N. se mantenía distante de ambos, concentrado en su trabajo y en su
colección de trenes.

Bowen advirtió que los problemas clínicos estaban invariablemente


incorporados a estas estructuras de tres personas (por ejemplo, el adulto
joven esquizofrénico y sus padres). Pero a diferencia de Freud, rechazó la
idea de que la energía que impulsa el proceso emocional en ellas es
siempre libidinal. Postuló que la fuerza impulsora de los triángulos era un
apego ansioso llevado al extremo. A este apego ansioso lo llamó «fusión»:
un vínculo simbiótico con desdibujamiento de los límites entre dos
personas, en el cual la transmisión de la ansiedad es tan intensa que cada
una de ellas llega a convencerse de que no puede sobrevivir sin la otra.
Ese vínculo simbiótico, o fusión, tiene su correlato en una conducta
cíclica de aproximación y distanciamiento entre la madre y su hijo
esquizofrénico, quienes se acercan y se alejan en lo que parece ser una
búsqueda interminable de un espacio relacional cómodo. Actúan como un
conjunto de imanes que se atraen entre sí cuando están a cierta distancia
pero que empiezan a repelerse tan pronto como su proximidad se ha
vuelto excesiva.
Estos mismos ciclos de aproximación y distanciamiento se producen,
aunque quizás en forma menos acentuada, en todas las relaciones
diádicas: progenitor e hijo, hermano y hermana, marido y mujer, y hasta
amigo y amigo. Estos ciclos de comportamiento son
reacciones a la ansiedad interna: la ansiedad de separación impulsa a
realizar intentos de aproximación, mientras que la ansiedad de
incorporación impone el distanciamiento. Esta dinámica constituye la
clave de la inestabilidad inherente a la relación. diádica.

En la terapia, Bowen trabajó con los triángulos de dos maneras. Un


enfoque consistía en colocarse, como terapeuta, en la posición de un
tercero que podía llegar a formar parte del triángulo. Después hacía lo
necesario para permanecer fuera del triángulo, pero mantenía su conexión
con ambos miembros de la díada.5 Por cierto, Bowen sostuvo que lo
esencial en la terapia de parejas es que el terapeuta se mantenga conectado
con ambos cónyuges, pero sin permitir que lo incluyan en un triángulo. En
la práctica Bowen se conectaba con cada persona, una por vez, a menudo
eligiendo empezar con la parte más motivada. Formulaba preguntas que
no suscitaban confrontación, verificaba hechos y escuchaba la expresión
de los sentimientos de cada una. Sus preguntas estaban destinadas a
estimular la cognición y no a forzar la exteriorización de sentimientos. Su
objetivo era desarrollar y escuchar, a través de preguntas y respuestas, las
percepciones y opiniones de cada parte, sin tomar emocionalmente partido
por ninguna de ellas. Es precisamente el tomar partido lo que mantiene en
funcionamiento a los triángulos.

____________________________
5 Kerr y Bowen (1988, pág. 145).
Mantenerse fuera de los triángulos parece simple, pero no puede llevarse a
cabo diciendo simplemente «No tomaré partido por ninguno de ustedes»,
o «No voy a formar un triángulo con ustedes». La neutralidad emocional
puede ser una trampa si el terapeuta se preocupa demasiado por no dar la
impresión de que el conflicto entre las partes lo pone ante una situación
diñcil de resolver. De hecho, la ansiedad por permanecer neutrales
paradójicamente aprisiona a los terapeutas en una trampa triangular,
porque pierden la capacidad de moverse libremente entre las partes y se
paralizan. La capacidad del terapeuta para permanecer emocionalmente
calmo frente a los sentimientos intensos es fundamental para evitar tanto
la trampa de tomar partido como la de la parálisis que provoca la
neutralidad. En estos casos resulta muy útil el conocimiento que el
terapeuta tenga de lo que provoca sus reacciones emocionales, como
también su experiencia en el manejo de invitaciones a entrar en triángulos
en su trabajo clínico y en su vida personal.

El segundo método de Bowen para resolver los triángulos consistía en


trabajar con el individuo que mejor funcionara en un sistema. Bowen
enseñaba a ese individuo a destriangularse, es decir, a actuar en función
de sus propias creencias y valores sin aislarse de los demás miembros del
sistema. El ahora famoso trabajo de Bowen sobre sus esfuerzos para
diferenciarse en su familia de origen muestra cómo hacerlo.6 Debemos
recordar, sin volvernos por eso paranoides, que cada individuo o pareja
con los que tratamos es un problema en busca de un triángulo. Los
esfuerzos de los pacientes por resolver sus problemas con los triángulos
pueden ser muy estimulantes cuando un terapeuta trabaja con pacientes
individuales y les enseña a funcionar mejor y a conectarse mejor en sus
sistemas de relación personales y ocupacionales. Un terapeuta que ha
aprendido a pensar en los triángulos se mantiene alerta al número e
intensidad de los que se ponen en evidencia en la habitación. Esto se
aplica incluso en el caso de los pacientes individuales e incluye los
triángulos potenciales que involucran al terapeuta.
La idea de los triángulos surgió mientras se trabajaba con esquizofrénicos
pero su aceptación y empleo en la terapia familiar se produjo en la Child
Guidance Clinic de Filadelfia, en el trabajo con familias centradas en los
niños. Allí la idea se centró más en la estructura que en el proceso. En
opinión de los terapeutas, los triángulos eran el resultado directo de un
desdibujamiento de los límites entre los subsistemas familiares y no el
resultado de la reactividad y el proceso emocional. Pensaban que los
triángulos no variaban constantemente sino que tenían una forma fija.
Creían que un triángulo operaba como una unidad modular única a lo
largo de dos generaciones y no que se conectaba con una serie de
triángulos entrelazados, algunos de los cuales podían involucrar una o tres
generaciones. Thomas Fogarty, influenciado por Bowen pero menos
apegado que este al pensamiento psicoanalítico, fue el primero en
concentrarse en el movimiento relacional en los triángulos. Fogarty
sostuvo que los individuos se acercan y se alejan uno de otro en respuesta
a la incomodidad que les produce estar demasiado próximos o demasiado
distantes. Puntualizó que el movimiento es lo que crea la estructura del
triángulo: un individuo se mueve hacia una tercera persona mientras se
aleja del segundo miembro de una díada (por ejemplo, un marido se
mueve hacia una aventura amorosa mientras se aleja de su esposa). En
otras palabras, para Fogarty los triángulos son un
mecanismo de evitación cuyo propósito es eludir la incomodidad, tanto si
esta es producida por la intimidad como si lo es por el hecho de tener que
enfrentar cuestiones conflictivas. Fogarty observó que la mayoría de las
parejas con hijos pequeños que acudían a consultarlo sobre sus problemas
conyugales tenían una dinámica similar, subyacente a la diversidad que
presentaban sus historias. En los comienzos del matrimonio había
suficiente amor y afecto como para satisfacer a ambos cónyuges. Con el
nacimiento del primer hijo, advertían que disponían de menos tiempo,
menos energía, menos privacidad y menos libertad. La atención del bebé
absorbía a la esposa, que se tornaba menos esposa y más madre. Cuando
el marido se acercaba a ella y trataba de restablecer el antiguo estado de
cosas, fracasaba. El dúo se había convertido en un trío (y, al menos
potencialmente, en un triángulo). Por lo general los maridos comprendían
que el anterior estado de cosas se había ido para no volver, pero aun así
echaban de menos a sus esposas. Muchas veces manejaban la pérdida
entregándose más al trabajo y a la carrera y distanciándose cada vez más
de la esposa y el hijo. En ese punto el triángulo se había convertido en un
problema y formaba parte de la manera de operar de la familia.
Destriangular en este caso significaba lograr que el padre se acercara a su
hijo y asumiera su paternidad.
De la observación de sus pacientes, Fogarty dedujo que en algunas
personas predomina la ansiedad de separación y, en otras, la ansiedad de
incorporación. Esto da origen a conductas que él denominó «persecución
emocional» y «distanciamiento emocional, .7 Los cónyuges de los
perseguidores emocionales perciben a estos como una amenaza de
incorporación, lo cual activa la ansiedad de los distanciadores e intensifica
su conducta de distanciamiento. Los cónyuges de los distanciadores
emocionales perciben a estos como una amenaza de abandono
(separación), lo cual desencadena la ansiedad de los perseguidores e
intensifica su persecución. Cuanto más intensa sea la ansiedad de una u
otra de las partes, más probable es que se realicen esfuerzos para
estabilizar la díada mediante la activación de un triángulo.
El principal método de intervención de Fogarty consistía en cambiar la
dirección del movimiento de las personas que integraban los triángulos,
modificando así la estructura de estos. Modificar la estructura cambiando
el movimiento pone al alcance de las personas un modo diferente de
actuar en la familia. También descubre los problemas que estaban
evitando a través del triángulo y les permite enfrentarlos en la terapia. Por
ejemplo, si una madre habitualmente se ocupaba de los detalles de la vida
de su hijo mientras su marido se distanciaba de ambos, Fogarty prescribía
que la madre se apartara algo del hijo y que el padre se acercara a él y
dedicara más tiempo a prodigarle cuidados o a fortalecer la relación. Si los
padres hacían esfuerzos sinceros por cumplir la prescripción, invertían la
dirección de su movimiento. Mientras lo hacían, Fogarty les enseñaba a
controlar sus reacciones emocionales internas ante ese cambio operado en
el movimiento. El creía que el movimiento anterior era una manera de
mitigar la incomodidad emocional. El nuevo movimiento contrarrestaba
las tendencias de sus estados emocionales. También iba en contra de lo
que su propia experiencia les había enseñado que aliviaba de sus estados
internos incómodos.
_________________
6 Bowen (1978, pág: 529 y sigs.).
7 Fogarty (1979).

En este punto, la gente empieza ponerse en contacto con esos estados


internos de incomodidad y es probable que experimente más ansiedad o
depresión. Si la familia ha cumplido la prescripción dirigida a la
reestructuración, se producirá una alteración estructural en el triángulo
con el consiguiente alivio del síntoma que llevó a la terapia. Cuando se
produce el alivio de ese síntoma pueden aparecer otros cuya existencia
aquel había camuflado. La nueva serie de síntomas podría incluir un
conflicto conyugal subyacente, una depresión del marido o el alcoholismo
de la esposa.
Salvador Minuchin y Jay Haley, con la colaboración de Mariano
Barragan, Braulio Montalvo y otros, desarrollaron métodos estructurales y
estratégicos para lidiar con los triángulos. Su principal método de
intervención consistía en utilizar los síntomas y promover un cambio
estructural para aliviar al portador del síntoma de su dificil situación.
Minuchin reflexionó detenidamente sobre la estructura de la familia como
un todo, incluso sobre el conocido hecho de que las madres están
fuertemente involucradas con sus hijos, mientras que los padres se
desentienden. Esto hace improbable el éxito de cualquier intento de tratar
el mal comportamiento de Johnnie que no tome en cuenta el hecho de que
su madre no es estricta con él. Pero no tomar en cuenta que la falta de
severidad de la madre es parte de su excesivo com
promiso con el hijo, y que esto se relaciona con el escaso compromiso con
su marido -y de él con ella-,también conduciría al fracaso. Un caso de
Minuchin -el de Sally Brown, una niña de diez años hospitalizada por
anorexia nerviosa- ilustra este principio.$ Minuchin provocó una crisis
familiar en la sesión dedicada a considerar los hábitos alimentarios de
Sally, crisis que reveló la actitud de sobreprotección de los padres de
Sally, su falta de compromiso mutuo, el papel periférico del padre en la
familia y el intenso compromiso de la madre con el subsistema de la niña.
El terapeuta insistió en que los padres le permitieran a Sally, con la guía
de su pediatra, elegir por sí misma los alimentos que quería comer. Esto
alivió la anorexia de Sally y fue el primer paso en el proceso de
reestructuración de la familia. Para reestructurarla fue necesario
transformar tanto el subsistema de los cónyuges como el de los hermanos,
fijándoles límites apropiados y estableciendo una efectiva comunicación
entre los subsistemas y dentro de ellos. Haley, por el contrario, se
concentró más estrechamente en lo que él llamó las coaliciones
transgeneracionales. Desarrolló una estrategia de tres pasos para tratarlas:

1. Conectar al progenitor distante con el hijo dependiente, a fin de separar


a este del progenitor demasiado involucrado.
2. Acercar a los padres.
3. Encarar el síntoma directamente, por lo general con alguna prescripción
paradójica.

Por ejemplo, en el caso del niño que tenía fobia a los perros, vimos que el
niño estaba encerrado en un triángulo en el que él y la madre se hallaban
demasiado próximos, en tanto que el padre ocupaba una posición distante.
Los terapeutas idearon una estrategia consistente en hacer que el padre
enseñara a su hijo cómo tratar a los perros. Así, usaron el síntoma
estratégicamente para crear una relación entre el padre y el hijo, cerrando
la brecha que los separaba y modificando la estructura del triángulo.

El enfoque estructural de Minuchin y el estratégico de Haley llegaron a


dominar la terapia familiar. Cuando lo estratégico prevaleció sobre lo
estructural, Haley se apartó de los
a Minuchin (1974).

triángulos y comenzó a trabajar con estrategias para individuos, siguiendo


las huellas de Milton Erickson.

La siguiente etapa en el desarrollo del concepto de triángulo surgió de la


conexión entre Philip Guerin y Murray Bowen. Guerin conoció a Bowen
mientras cumplía su segundo año de residencia psiquiátrica en
Georgetown. El encuentro entre ambos hombres se produjo en 1967, es
decir, ocho años después que Bowen dejó el National Institute of Mental
Health para trasladarse a Georgetown. Después de escuchar la conferencia
de Bowen sobre la esquizofrenia y la familia, Guerin le pidió que
supervisara su trabajo en el caso de una joven esquizofrénica de 19 años y
su familia.
Guerin había estado llevando este caso en el Hospital General del Distrito
de Columbia desde las primeras semanas de su primer año de residencia.
Creía que su paciente estaba atrapada en una relación sumamente
ambivalente con su madre. La madre, por su parte, trataba con frialdad a
su hija y la consideraba una carga. El padre, funcionario público en el
campo de la salud, estaba ansioso y parecía no tener opinión alguna acerca
de su hija o su esposa o de la relación entre ambas. Parecía tener miedo de
perder a su esposa y de que su hija no pudiera hacer una vida normal.
Guerin le presentó este triángulo a Bowen y le pidió que lo ayudara a
desactivarlo, pensando que si esto se lograba la joven mejoraría y podría
llevar una vida más normal. Bowen le sugirió que empleara con esta
familia una terapia de red. En esa época, Ross Speck y Carolyn Attneave9
estaban desarrollando un método de <desintensificación» de
esquizofrénicos y sus familias, a quienes hacían formar redes sociales que
se reunían regularmente con su terapeuta. Bowen estaba probando este
método, sobre todo porque lo veía como potencialmente capaz de
disminuir la intensidad del vínculo simbiótico entre las madres y sus hijos
esquizofrénicos, casi como si las relaciones de red pudiesen crear una
serie de circuitos triangulares entrelazados que drenarían parte de la
tensión existente en el triángulo familiar central. Guerin pensó que el
método posibilitaba la formación artificial de una familia extensa.
La supervisión de Bowen, vaga y a la vez llena de sabiduría, carecía de
una explicación detallada del concepto de triángulos y de cómo usarlos
clínicamente. Fue entonces cuando 9 Speck y Attneave(1973).
Guerin decidió tomar algunas de las nuevas ideas sobre los sistemas
familiares y elaborarlas de un modo que las volviera más comprensibles y
más fáciles de aplicar en la práctica clínica cotidiana. Las ideas de Bowen
sobre los triángulos le hicieron cobrar conciencia de varios triángulos
profesionales y personales en un momento crítico de su formación.
Cuando estudiaba medicina había desarrollado un estrecho vínculo con el
director del Departamento de Psiquiatría de Georgetown, Richard
Steinbach. Este, un hombre imponente que medía casi dos metros y tenía
una voz profunda y resonante, profesaba ideas psicoanalíticas
conservadoras adquiridas en su Georgia natal y en el Psychoanalytic
Institute de Baltimore. Steinbach influyó fuertemente en la decisión de
Guerin de especializarse en psiquiatría. Aun cuando Bowen era un
miembro importante del cuerpo de profesores de Georgetown, lo poco
ortodoxo de sus ideas y la influencia que estas ejercían en algunos
residentes jóvenes, como Guerin, preocupaban a Steinbach. Además,
Guerin estaba en terapia analítica (aunque no en psicoanálisis) dos veces
por semana, a causa de su idealización de objetos internalizados
importantes. La idea de los triángulos amplió su perspectiva y le permitió
comprender que estaba aprisionado en triángulos con esos objetos (por
ejemplo, en el que formaba con Bowen y Steinbach). Todas estas fuerzas
convergentes dieron origen a la idea de Guerin de que los triángulos son
un subproducto de la lucha por «la primacía de la adhesión y la jerarquía
de la influencia». Guerin llevó a Bowen los triángulos combinados de su
familia nuclear, su familia extensa y su vida profesional, y le pidió que lo
aceptara como alumno. Así se libró del diván-y, con el tiempo, también de
Washington- y se refugió en el maravilloso caos de una residencia en la
Facultad de Medicina Albert Einstein, en el Bronx. Durante su último año
de residencia en Georgetown, Guerin se había relacionado con Tom
Fogarty y se había interesado en sus ideas sobre el movimiento, la
persecución y la distancia en las relaciones, ideas que Fogarty expuso en
el Simposio sobre la Familia realizado en Georgetown. Guerin pensó que
estos conceptos eran operacionales para las ideas de Bowen sobre los
ciclos de aproximación y distanciamiento. Le interesaba particularmente
la aplicación que hacía Fogarty de dichas ideas en experimentos cuyo
objetivo era alterar la estructura de los triángulos relacionales, en especial
de los triángulos centrados en los hijos.

Cuando Guerin llegó a la Facultad de Medicina, Einstein se puso en


contacto con Fogarty y, con el beneplácito de las autoridades
administrativas, lo invitó a colaborar en el desarrollo de ideas sobre los
sistemas familiares. Guerin combinó entonces la idea centrada en el
proceso, tomada de su trabajo con Bowen, con la idea de Fogarty sobre la
importancia de rastrear el movimiento en la estructura de los triángulos
relacionales.
A fines de los años 70 y comienzos de los 801a frustración -propia de la
mediana edad- que le producía a Fogarty la recurrencia de los síntomas en
los perseguidores emocionales lo llevó a emprender el estudio clínico de
la experiencia existencial del vacío interior. Para Fogarty, esa experiencia
era un estado emocional que afectaba a los individuos cuando percibían
las limitaciones de lo que podían obtener de sus relaciones.
A esta altura, la distimia de Fogarty y la ciclotimia de Guerin hicieron que
tomaran rumbos diferentes. Guerin pensaba que Bowen y Fogarty se
escapaban por la tangente: Bowen por la de la regresión social, y Fogarty
por la de la vacuidad individual. Entonces, junto con sus colegas Leo Fay,
Susan Burden y Judith Kautto, dirigió sus esfuerzos a destacar la
importancia de los triángulos relacionales en la psicoterapia de sistemas.
Esta posición quedó reflejada primero en un trabajo sobre las familias
centradas en los niños y en los adolescentes, 10 y más tarde en un trabajo
sobre la relación conyugal. 11 Este grupo investigó los mecanismos de
activación de los triángulos y combinó las orientaciones estructural y
procesal. Introdujo las ideas de jerarquía de la influencia y primacía de la
adhesión y mostró la utilidad clínica de una tipología de los triángulos
basada en los síntomas.
En su modelo conyugal, Guerin y sus colegas desarrollaron métodos de
intervención para tratar los triángulos relacionales. Entre las técnicas
propuestas por el grupo se encuentran las siguientes:

1. Identificar el triángulo clave y llevar a la superficie el proceso


emocional que hay en él introduciendo experimentos relacionales, ya sea a
través de alteraciones estructurales directamente prescriptas o,
indirectamente, a través de la formulación de preguntas sobre el proceso
(por ejemplo, «¿Qué pasaría si usted le entregara su hijo a su marido?»).
2. Enseñar a cada una de las personas que integran el triángulo (o a una
sola cuando en la terapia no están incluidas las demás) a cambiar su papel,
también a través de experimentos relacionales.

_______________________
1° Guerin y Gordon (1986).

11 Guerin, Fay, Burden y Kautto (1987).

3. Reforzar el progreso ocupándose de los principales triángulos


entrelazados (por ejemplo, la desactivación de un triángulo que se formó
como consecuencia de una aventura amorosa extramatrimonial puede
revelar la existencia de un triángulo, activo pero hasta ese momento
invisible, con un pariente político, triángulo este último del cual también
será necesario ocuparse).

Los métodos desarrollados por Minuchin, Haley y los otros terapeutas


estructurales y estratégicos para tratar la disfunción emocional a través de
los triángulos se concentraron en la producción de alteraciones
estructurales cuya finalidad era aliviar el síntoma. Los métodos
desarrollados y usados por Bowen, Fogarty y Guerin incluyen la
producción de alteraciones estructurales destinadas a aliviar el síntoma,
pero también un esfuerzo dirigido a sacar a la superficie el proceso
emocional que tiene lugar dentro de los triángulos. Este último enfoque
tiene una ventaja importante: brinda acceso terapéutico a los procesos
subyacentes individuales y diádicos causantes del síntoma que motivó la
consulta. A menos que los procesos subyacentes sean expuestos y
tratados, el alivio del síntoma resulta ser sólo eso: una mejoría temporaria
con frustrantes ciclos de recurrencia. Por ejemplo, en una familia es
posible aliviar los síntomas del hijo. Pero sólo ocupándose del triángulo se
podrá sacar a la luz el conflicto conyugal, la dependencia del padre
respecto de la madre y su miedo al rechazo, como así el miedo de la
madre a ser abandonada.

En los Estados Unidos, a raíz de ciertos cambios producidos en el sistema


de prestación de la asistencia médica, se ha impuesto una forma de
práctica clínica que se concentra casi exclusivamente en el alivio del
síntoma. Esta situación tiene ventajas y desventajas. Una de las ventajas
es que desde hace mucho tiempo se necesitaba que la psiquiatría y la
psicoterapia dedicaran más atención al manejo y el alivio de los síntomas.
La nueva tendencia obligará a los profesionales a prescindir de lo
superfluo en la psicoterapia. Ampliar el ego observador y producir
sistemas relacionales más sanos son objetivos deseables, pero tendrán que
ser alcanzados con métodos más eficientes. Una de las desventajas es que
hay muchas situaciones clínicas en las que medicar, y un breve manejo
cognitivo y conductista no basta para llevar a buen término la tarea.
Recetar Prozac o dar un consejo no siempre es suficiente para alcanzar los
resultados que serían de desear.
Los médicos se enfrentan ya con el dilema de elegir entre métodos de
contención y métodos que apuntan a poner al descubierto el proceso
emocional subyacente. Por otra parte, siempre hubo terapeutas que
prefirieron la terapia breve a la prolongada. Pero brevedad no quiere decir
ingenuidad. Lo bueno de los triángulos es que constituyen un ingrediente
fundamental de nuestra comprensión conceptual del problema y de
nuestra intervención clínica tanto si estamos haciendo terapia breve y
manejo de síntomas como si estamos emprendiendo un trabajo individual
o relacional de largo plazo.
2. Importancia de los triángulos en el contexto clínico

Todo psicoterapeuta ha tenido que enfrentarse alguna vez con la


observación de que los profesionales de la salud mental han escogido su
carrera a causa de sus problemas personales. Esta caricatura tiene algo de
verdad. Muchos de nosotros nos hemos interesado en este campo a raíz de
una experiencia personal, como por ejemplo un episodio de depresión,
una infancia entristecida por una enuresis prolongada, una adolescencia
perturbada por el rechazo, o un padre o abuelo afectado por un problema
de alcoholismo. Pero también es cierto que los complejos matices de la
personalidad humana (el egocentrismo de algunos, el entrometimiento de
otros) han espoleado nuestra curiosidad o turbado nuestro espíritu. Llegó a
gustarnos jugar con la idea de que los aspectos compulsivos de la
personalidad que observamos en nosotros mismos o en los demás pueden
estar ligados a las luchas que tienen lugar durante el desarrollo
psicosexual.
Nuestros profesores nos han enseñado que al tratar clínicamente la
depresión debemos pensar en experiencias infantiles de pérdida o
privación que se repiten posteriormente. Pensamos en la ira reprimida en
la mediana edad o en la pérdida de status y función cuando se enfrenta la
inevitabilidad de la vejez. Es muy fácil vincular la predisposición
biológica y el trauma psicológico de los individuos con la tensión y el
conflicto presentes en sus relaciones. Es fácil además percibir la
importancia de los conflictos conyugales de los padres y de los
enfrentamientos entre los hijos. No obstante, aun con triángulos obvios
como las aventuras extramatrimoniales o las suegras autoritarias, es más
fácil pensar en conjuntos de dos personas que en conjuntos de tres: por
ejemplo, en Joe Blow y su suegra o en Suzy Q. y su último amante.
Tendemos a pensar en individuos y díadas, y esto a pesar del hecho de que
desde el momento mismo de la concepción nosotros y todos los demás
estamos justo en el medio del triángulo más importante de nuestras vidas.

Debemos aprender a pensar tanto en individuos y díadas como en


triángulos, y a desplazarnos libremente en la terapia de un nivel a otro. La
madre le dice a su hijo de dos años «No, no», e inmediatamente mira al
padre para asegurarse de que no hay ninguna grieta en el muro de la
autoridad parental. El adolescente de 16 años a quien su padre le ha dicho
que no puede sacar el automóvil el sábado a la tarde se dirige
inmediatamente a su madre y le pregunta si necesita que le haga alguna
compra. «Si no lo consigo de papá, siempre puedo recurrir a mamá»,
piensa. O sea que la tendencia instintiva a triangular está siempre
presente, pero nuestro pensamiento sigue siendo lineal o diádico.

A los terapeutas nos agrada pensar que somos seres informados,


comprensivos y solidarios. Estas características son deseables, pero
recordemos que todas las personas que entran en nuestro consultorio,
tanto las prósperas, atractivas e inteligentes como las traumatizadas,
oprimidas y de aspecto descuidado, están hasta cierto punto buscando la
convalidación de su condición de víctimas. La convalidación de los
sentimientos suscitados por experiencias tensionantes o traumáticas es
fundamental para la buena psicoterapia, pero también lo es ayudar a los
pacientes a objetivar sus experiencias, modificar sus distorsiones y aceptar
la responsabilidad por su participación en sus problemas y en la
resolución de esos problemas. Un conocimiento funcional de los
triángulos es fundamental para este acto de equilibrio terapéutico. Es
preciso tener siempre presente que en toda pareja con conflictos
conyugales, pese a lo autocentrada que pueda parecer, es muy probable
que uno de los miembros (o ambos) intente transferir la competencia que
se desarrolla en el hogar, la oficina o la cancha de tenis a la sala del
terapeuta, tratando de «ponerlo de su lado».
El trabajo de Minuchin y otros ha dado amplia credibilidad a la terapia
familiar, al demostrar clínicamente la eficacia de tratar el síntoma de un
niño como parte del sistema familiar. El éxito de Minuchin al alertarnos
respecto de la importancia de los subsistemas y los límites que estructuran
la vida familiar hizo que la mayoría de los terapeutas tomaran conciencia
de que un niño que se porta mal o se deprime es probable que esté
aprisionado en un triángulo malsano con sus padres. Pero en la práctica es
frecuente que se soslaye este tipo de comprensión y que los terapeutas
retomen la idea de que el «verdadero» problema reside en los padres.
Después de todo, hemos sido programados para pensar que los padres son
responsables por el bienestar de sus hijos. De todos modos, si no había
tensión en el matrimonio antes de que el niño desarrollara el síntoma,
seguramente la habrá después. Además, el modelo tradicional de
orientación infantil consideraba que los padres eran la fuente del problema
o contrarrestaban el progreso terapéutico. En los primeros tiempos de la
terapia familiar, en un intento por ampliar el contexto de los síntomas del
niño, la tensión en la relación parental (que podía o no haber existido
antes de que el niño presentara los síntomas) era una explicación fácil del
problema clínico. Todos estos factores, sumados tal vez a nuestra propia
ambivalencia hacia nuestros padres, pueden hacer que esta trampa sea
irresistible para un terapeuta.

En vez de tener en mente el triángulo (las tres personas), los terapeutas se


desplazan del hijo al matrimonio. Es mucho más fácil pensar en
individuos y díadas, en víctimas y villanos, que tener presente la
complejidad de las relaciones entre tres personas y su mutua influencia.

Tres tipos de triángulos

A los terapeutas de todas las tendencias les resulta muy fácil ver en los
triángulos una manera conveniente de interpretar los casos que se
presentan con un problema en un niño o un adolescente. Les siguen en
dificultad los casos de parejas, especialmente los que involucran aventuras
amorosas y problemas con los suegros. A menudo los casos más diñciles
para ver los triángulos son los casos individuales.

Triángulos centrados en un niño o en un adolescente

En los casos de niños y adolescentes, los terapeutas ven en los triángulos


un indicio de la necesidad de emplear técnicas de reestructuración,
muchas de las cuales son de naturaleza estratégica. Esa reestructuración
produce a menudo un rápido alivio del síntoma en las familias centradas
en niños o adolescentes, y por lo tanto es un valioso instrumento de
trabajo para la terapia familiar. Sin embargo, lo que la reestructuración no
proporciona es el conocimiento clínico del proceso emocional que se
desarrolla dentro de la estructura del triángulo. A menos que se trate ese
proceso junto con la reestructuración, el triángulo no resuelto
permanecerá latente aun después del alivio del síntoma, y en cualquier
momento podrá reactivarse.

El caso de Haley y Barragan del muchacho que tenía fobia a los perros,
con el cual comenzamos nuestro análisis, ilustra muy bien este punto. El
síntoma (la resistencia del niño a salir de la casa) se resuelve gracias a un
brillante movimiento estratégico destinado a reestructurar el triángulo
parental primario. Pero cuando la madre afloja sus lazos con el hijo,
empieza a manifestarse en ella una depresión leve acompañada de una
gran tristeza. Este giro de los acontecimientos representa la
exteriorización de un conflicto subyacente en el matrimonio y de una
inquietud interior de la madre, a los cuales se debe la formación del
triángulo que involucra al niño. Es importante para el terapeuta prestar
atención al proceso relacional que las intervenciones estructurales ponen
al descubierto. De otro modo pasará por alto la relación latente y las
condiciones individuales que pueden estar activando el triángulo.

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