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Emilio Martínez Navarro: Las pobrezas antropológicas en las sociedades ricas.

Las pobrezas antropológicas en las sociedades ricas

Emilio Martínez Navarro (Universidad de Murcia, emimarti@um.es,


http://www.emiliomartinez.net)

1. Un caso para reflexionar


Andrés y Juana son una pareja de mediana edad que ha vivido una juventud
difícil: ambos han tenido una infancia llena de penurias económicas, con
algunos episodios de malos tratos paternos y con escasa asistencia a la
escuela. Sin embargo, ambos han desarrollado un agudo sentido de la
supervivencia y han logrado empleos estables en unos invernaderos dedicados
al cultivo de hortalizas. Ahora tienen una situación económica desahogada,
sobre todo en las épocas del año en que se ven obligados a hacer horas extra.
Han logrado acceder a una vivienda mediante un préstamo hipotecario, pero el
resto de lo que ganan se les va de las manos en caprichos de consumo
compulsivo y a menudo tienen dificultades para llegar a fin de mes. Aparte del
trabajo y del ocio consumista no tienen otras aficiones ni compromisos: no
participan en asociaciones, no se interesan por la política ni por la religión, y no
practican deporte alguno. Tienen tres hijos: un adolescente y dos más
pequeños, pero apenas les dedican la atención que necesitan. Los niños pasan
una parte del día en el colegio y el resto en la calle o ante el televisor de su
casa, en donde una de las abuelas se encarga a menudo de atenderles, no
siempre de buena gana. Cuando los padres regresan del trabajo escuchan
resignados las quejas de la abuela por la mala educación de los niños, pero
ellos se sienten tan cansados que no toman ninguna medida para corregir el
comportamiento cada día más tiránico de los menores con su abuela. Lo único
que preocupa a la pareja es que a sus hijos “no les falte de nada” y eso incluye
la compra de cualquier capricho que se les ocurra pedir. Les preocupa que
tengan malas notas y amonestaciones en el colegio, pero piensan que con la
edad llegará la madurez y lograrán tener una vida “normal”. El último capricho
del hijo mayor ha sido la compra de una motocicleta que ha supuesto un
endeudamiento de los padres hasta el límite que les permite el banco, pero
ellos han accedido porque él les ha prometido sacar mejores notas y portarse
mejor en clase y en casa. Días después, el chico muere en un accidente con la
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moto. Llevaba el casco colgado del brazo y no se pudo hacer nada por él.
Andrés y Juana se sienten ahora deprimidos y resentidos con el mundo que les
rodea. Ahora se sienten más pobres de lo que han sido nunca. En las semanas
siguientes beben demasiado y descuidan su trabajo. Por ese motivo pierden el
empleo y poco después no pueden pagar la hipoteca. Al cabo de unos meses
pierden la custodia de los otros dos hijos y viven en la calle porque el banco ha
ejecutado el desahucio.

2. ¿Qué significa la expresión “pobrezas antropológicas”?


El relato de Andrés y Juana nos muestra uno de los innumerables ejemplos
que pueden ponerse de familias de nuestras sociedades ricas que en un
momento dado han dejado atrás la pobreza económica, pero que padecen otro
tipo de carencias que les hacen muy vulnerables, hasta el punto de que
fácilmente pueden caer, y a menudo caen, en situaciones de desamparo en las
que aparece de nuevo la pobreza económica. Pero ahora parece claro que esa
carencia económica sobrevenida es una consecuencia más de la situación
inicial de pobreza antropológica que padece una multitud de personas en las
sociedades modernas. El relato puede ilustrar la idea de que las carencias
educativas, unidas a las presiones mercantilistas del sistema socio-económico
(un sistema productivista, consumista y manipulador de las conciencias) están
en el origen de que muchas personas acaben siendo los excluidos de nuestras
sociedades opulentas.
Tales carencias educativas y otras circunstancias que convierten a las
personas en vulnerables, como el hecho de pertenecer a minorías
estigmatizadas por prejuicios negativos, les dejan expuestas a consecuencias
dañinas por parte del sistema socio-económico. De este modo forman parte de
lo que aquí vamos a describir como “pobrezas antropológicas”.
En principio, la expresión “pobrezas antropológicas” alude a una
variedad de carencias que padecen las personas: desde la falta de formación
profesional a la falta de humanización del trabajo, desde la ausencia de
madurez moral a la ausencia de defensas contra las adicciones, desde la
carencia de proyectos de vida razonables a la carencia de vínculos de
solidaridad, etc. La pobreza no es un fenómeno exclusivamente económico: es
sobre todo una carencia de desarrollo humano, una carencia antropológica que
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a menudo se manifiesta como vulnerabilidad, es decir, alta probabilidad de


encontrarse en situaciones indeseables en las que se frustran los proyectos de
vida plena y se deteriora la calidad de vida hasta niveles inferiores a lo que
solemos llamar “una vida digna”.
La noción de pobreza, como es sabido, tiene al menos dos significados
muy diferentes:
1) La pobreza elegida y querida es signo de que una persona ha
alcanzado un amplio desarrollo humano y ejerce su libertad desprendiéndose
de todo lo que considera superfluo; este tipo de pobreza es una muestra de
riqueza antropológica: Tener la capacidad para elegir una vida sencilla y frugal
y renunciar voluntariamente a un estilo de vida posesivo y consumista
presupone haber desarrollado la propia persona hasta el punto de valorar el ser
en lugar del tener, el “bien-ser” frente al mero “bien-estar”.
2) En cambio, la pobreza forzosa, no elegida sino padecida, suele estar
ligada a un escaso desarrollo humano; se trata ahora de una pobreza negativa,
de una deficiencia antropológica, de una situación a superar. En términos de la
teoría ética de Amartya Sen, se trata sobre todo de carencia de capacidades.
Tomando como referencia algunas de las ideas de este autor, podemos
apuntar dos grandes grupos de pobrezas antropológicas:
 Carencia de la capacidad de sobrevivir lo suficiente como para llegar a
desarrollar una vida que pueda llamarse “humana” con sentido, es decir, sin
que le maten a uno por medio de algún tipo de violencia (incluyendo la
violencia que supone la desnutrición y la falta de atención sanitaria en un
mundo en el que hay alimentos y medios sanitarios suficientes para todos) y
que pueda alcanzar por lo menos “un mínimo decente” de calidad de vida.
Desde este punto de vista, la primera y principal pobreza antropológica es la
que padecen las víctimas de las injusticias más flagrantes: los que mueren
asesinados en cualquiera de sus formas, los que mueren por desnutrición y
los que mueren por falta de acceso a medicamentos y cuidados médicos
adecuados. Los más pobres de los pobres son aquellos a quienes se les
niega todo tipo de futuro porque se les mata o se les deja morir. Es cierto
que, antes o después, la muerte nos llega a todos, y por eso es correcto
afirmar que, en última instancia, esta clase de pobreza forma parte de la
condición humana: cuando uno se muere, lo pierde todo, se convierte de
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pronto en radicalmente pobre. Pero no es menos cierto que las injusticias


aceleran el proceso provocando un empobrecimiento. Las personas y las
estructuras sociales que provocan tal empobrecimiento son —somos—
responsables de una gran parte del mal moral que hay en el mundo: ese
mal es la falta de seguridad que aqueja a personas amenazadas de
muerte por cualquier tipo de violencia. En las sociedades ricas este tipo de
pobreza se cierne sobre todo en las personas que viven con el riesgo cierto
de sufrir algún tipo de atentado a su integridad física: mujeres maltratadas,
ciudadanos amenazados por grupos violentos, niños acosados, etc. Pero
también afecta a aquellas otras personas que se ven abocadas a una
pérdida tal de la calidad de vida que puede decirse de ellas que “carecen de
las condiciones de una vida digna”: los sin techo, los parados sin subsidio,
los jóvenes sin recursos que buscan su primer empleo, los jubilados sin
pensión o con escasa pensión, las personas enfermas o con
discapacidades severas que no consiguen empleo y carecen de recursos
económicos, las familias monoparentales de escasos ingresos, las minorías
étnicas tradicionalmente marginadas, los inmigrantes que aún no han
conseguido insertarse legalmente en el mercado laboral, etc. Vamos a
referirnos a este tipo de pobreza con la expresión “vulnerabilidad frente a
la violencia física e institucional”.
 Carencia de la capacidad de comprensión necesaria para orientar la propia
vida por medio de conocimientos, habilidades y valores: la falta de una
buena educación conforma otra de las pobrezas antropológicas más
notorias. No se trata de la carencia de títulos académicos, sino de no haber
adquirido ese “saber vivir, convivir y participar” que tanto se necesita para
abrirse paso en la vida moderna, sea cual sea el rumbo que se le quiera
dar. Tampoco se trata de someterse a un “lavado de cerebro” que
mantuviera a todos los que se educan sometidos a un idéntico patrón de
comportamiento, sino de una verdadera educación para la libertad
responsable que consiga armonizar el amor a sí mismo que todo ser
humano posee —ligado al afán de supervivencia— con el necesario respeto
y consideración al prójimo libremente asumido y ejercido con la lucidez de
quien se sabe dependiente de los demás y del equilibrio ecológico. La
carencia de educación en este sentido constituye una pobreza
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antropológica que podemos llamar, simplificando un poco las cosas,


“ignorancia y estupidez moral”. Esta lacra es particularmente grave por ser
la causa directa de un buen número de males terribles que aquejan a
nuestro mundo. Ninguno de nosotros está completamente libre de esta
ignorancia y estupidez, sino que también en este caso estamos ante un tipo
de pobreza que forma parte de la condición humana. Pero también en este
caso hay individuos y estructuras sociales que provocan el
empobrecimiento educativo de muchas personas: tal es el caso de tantos
programas tele-basura, de tantas campañas de publicidad manipuladora o
de tantas maniobras encaminadas a que las gentes no piensen por sí
mismas, sino que se dejen conducir dócilmente por las consignas que
interesan a los poderes económicos y políticos. En las sociedades ricas,
este tipo de pobreza está muy generalizado: grupos de fanáticos seguidores
de equipos deportivos, fans idiotizados de algún grupo musical, adictos al
consumo compulsivo1, y en general todas aquellas personas que viven
alienadas, enajenadas, hipnotizadas por la seducción que ejerce sobre ellos
un sistema mediático que nos hace creer que no se puede cambiar nada o
que sería muy malo cambiar las cosas: en su lugar nos inculcan día a día la
idea empobrecedora de que lo único que debe importarnos es el propio
bienestar egoísta ligado al consumo de mercancías.
En resumen, podríamos agrupar las pobrezas antropológicas típicas de las
sociedades ricas en dos tipos básicos: 1) vulnerabilidad física y económica y 2)
vulnerabilidad educacional. En el relato del apartado anterior se observa la
vulnerabilidad del primer tipo en aspectos como el endeudamiento excesivo, la
pérdida del empleo, la muerte bastante previsible del hijo mayor, la pérdida de
la vivienda, etc. En cambio, la segunda vulnerabilidad, quizá más radical, se
observa en la actitud consumista, en la excesiva permisividad y descuido hacia
los hijos, en la propensión a las adicciones, en la ausencia de vínculos
solidarios y de compromiso cívico, y en general, en la manera en que la pareja
se ha dejado manipular por un sistema socio-económico en el que todo se

1 Para un análisis lúcido de la sociedad consumista y una propuesta ética de superación de ese
tipo de sociedad véase Cortina, A.: Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor
en un mundo global, Madrid, Taurus, 2002. Desde otro punto de vista, pero también altamente
recomendable, Marinas, J. M.: La fábula del bazar. Orígenes de la cultura del consumo, Madrid,
Antonio Machado Libros, 2001.
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reduce a la producción y consumo de mercancías. La amargura y desamparo


que aparecen al final del relato son expresión de la pobreza antropológica más
radical: la carencia de esperanza y de sentido.

3. ¿Quién es responsable de las pobrezas antropológicas en las


sociedades ricas?
Una vez que hemos identificado, a grandes rasgos, dos tipos principales de
vulnerabilidad que aquejan a las personas que padecen pobrezas no
estrictamente económicas en las sociedades ricas, parece obligado
preguntarse: ¿Cómo hemos dado lugar a la aparición de estas situaciones de
pobreza? ¿Podemos identificar responsabilidades concretas respecto a tales
situaciones? La respuesta más socorrida para algunos es cargar con toda la
culpa “al proceso de globalización”, como en otros tiempos se culpaba “al
sistema” y más remotamente aún se culpaba “al diablo”. Sin embargo, en los
tiempos que corren deberíamos ser más cuidadosos en el análisis de la
realidad, y no simplificar demasiado el diagnóstico apuntando exclusivamente a
un solo factor: las cosas suelen ser mucho más complejas.
En efecto, lo primero que hemos de constatar es que las causas de las
situaciones de pobreza son múltiples, heterogéneas e interconectadas. La
pareja de nuestro relato no regresa a la pobreza económica solamente por
causas estructurales (que las hay), pero tampoco únicamente por causas de
desidia personal (que también las hay), sino probablemente por una conjunción
de causas personales y estructurales que en su caso provocan un desenlace
terrible de sufrimiento y exclusión.
En este punto hemos de salir al paso de quienes se empeñan en ver a
los pobres como los principales responsables de la pobreza que les aqueja 2.
Porque ¿acaso se puede honestamente culpar a las personas que han
carecido de una educación adecuada de haber vivido de una manera que les
lleva a la ruina? ¿No hay responsabilidad alguna por parte de una sociedad
que a menudo les ha negado oportunidades de acceso a una educación de
más calidad, que probablemente les hubiera empoderado, les hubiera ayudado
a desarrollarse integralmente, evitando así la aparición de aquella

2 Este punto lo he desarrollado en el artículo “Aporofobia” recogido en J. Conill (coord.):


Glosario para sociedad intercultural, editado por Bancaja, Valencia, 2002, pp. 17-23.
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vulnerabilidad que les atenaza? ¿No hay responsabilidad alguna por parte de
quienes mantenemos funcionando un sistema socioeconómico que mercantiliza
todo y a todos, convirtiendo a las personas en meros engranajes de producción
y consumo? Parece bastante obvio que sí existe esa responsabilidad social:
porque la sociedad no es un mero agregado de individuos, sino un sistema de
cooperación que debiera estar al servicio de todos y para beneficio de todos, y
sin embargo sólo beneficia a algunos, mientras que otros padecen privaciones
desde que llegan al mundo. La sociedad sigue siendo, a pesar de algunos
progresos técnicos y morales, un tinglado injusto que deberíamos corregir
cuanto antes.
El prejuicio de que los pobres tienen toda la culpa de su situación es,
como tantos otros, una generalización apresurada. En principio, de modo
similar a como algunos accidentes de tráfico son responsabilidad del
accidentado y en cambio otros no lo son en absoluto, también ocurre que una
parte de las situaciones de pobreza tienen su origen en algún tipo de
negligencia más o menos voluntaria, mientras que otra gran parte de tales
situaciones tiene causas totalmente ajenas a la voluntad de las personas que
sufren la pobreza. Esta constatación ha de completarse observando que, aún
en los casos en los que las personas tuvieron responsabilidad al provocar su
propia ruina, eso no implica que debamos abandonarlas a su suerte, como no
lo haríamos tampoco en el caso del conductor negligente que provocó su
propio accidente. Tenemos un deber de humanidad de ayudar a las personas
en apuros, y eso es así con independencia de que la persona necesitada sea
en parte responsable de su apurada situación.
No resulta difícil para los poderes fácticos presentar a los pobres como
los culpables de cualquier problema social, puesto que la situación de debilidad
que atraviesan les impide, por definición, toda defensa frente a la calumnia. De
este modo, se produce un fenómeno que podríamos denominar “el círculo
vicioso de la miseria”: los colectivos desfavorecidos son acusados a menudo de
conductas delictivas (robo, prostitución, tráfico de drogas, actos violentos,
trabajo ilegal, etc.) y esta mala imagen dificulta su posible integración en la
sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y en algunos casos la
desesperación les lleva a cometer algunos de esos actos delictivos, de manera
que se termina por reforzar la mala imagen, y así sucesivamente.
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Por otra parte, la condición humana está afectada por eso que John
Rawls ha llamado “la lotería natural y social”, esto es, el hecho de que nadie
puede alegar mérito alguno por la cantidad y calidad de sus dotes naturales
(inteligencia, fuerza, belleza, resistencia a la enfermedad, etc.) ni por las
ventajas sociales heredadas (una familia, unos parientes, un ambiente de
crianza y educación, unas oportunidades de formación, etc.). Conforme a ese
mismo concepto, nadie debería ser considerado responsable de haber nacido
con alguna desventaja física, ni de no haber disfrutado de ciertas
oportunidades que nunca le fueron brindadas. En síntesis, podríamos decir que
una parte de lo que cada cual consigue o deja de conseguir en la vida es
cuestión de oportunidades que se le presenten, mientras que otra parte es
responsabilidad (mérito o demérito) de cada uno. Por tanto, culpar a las
personas que están en situaciones de pobreza de haber llegado a esa situación
es, en la mayoría de los casos, una injusta generalización.
Pero, por el otro lado, tampoco sería justo cargar toda la culpa de la
vulnerabilidad de las personas en los aspectos estructurales, desdeñando por
completo la correspondiente cuota de responsabilidad individual: cada persona
que viene al mundo está dotada por naturaleza de unas capacidades y
potencialidades que ha de esforzarse en desarrollar, porque, de lo contrario, no
se logra el despliegue de sus cualidades ni el florecimiento de sus proyectos
vitales. Si la persona como tal no pone de su parte, no se va a forjar un buen
carácter, sino un carácter inmaduro, caprichoso y comodón, que al cabo
encuentra en las circunstancias estructurales la excusa necesaria para culpar
al mundo de todos los males que antes o después le van a sobrevenir. La
injusticia estructural existe y condiciona las vidas de todos, especialmente de
los más débiles, pero la injusticia personal también existe, porque a la postre
cada cual ha de dar cuenta de cómo administra su margen de libertad.

4. Vulnerabilidad es dominación, empoderamiento es liberación


Un análisis detenido de las pobrezas antropológicas que hemos señalado nos
puede llevar a ver el origen de las mismas en el fenómeno de la dominación.
En la tradición ético-política que se ha dado en llamar “republicana”, la
dominación se entiende como una relación de poder en la que alguien puede
interferir arbitrariamente en la libertad del otro, aunque no lo haga. Conforme a
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la reconstrucción de Philip Pettit, lo distintivo de la tradición genuinamente


republicana es una concepción de la libertad como ausencia de servidumbre o,
como él prefiere llamarla, como no-dominación3. La clave para entender en qué
consiste exactamente este tipo de libertad estaría en la distinción entre las
interferencias legítimas y las interferencias arbitrarias que cualquier persona o
institución pueden experimentar en el transcurso de la vida en sociedad. Una
interferencia en la libertad de alguien es cualquier acto intencionado (acción u
omisión) llevado a cabo por otro u otros para alterar las posibilidades de opción
disponibles para ese alguien, ya sea reduciendo el número de opciones, ya sea
alterando el resultado previsible de algunas de ellas. Pero no toda interferencia en
la libertad de otra de persona ha de considerarse necesariamente como un daño
o un mal, puesto que algunas interferencias pueden estar justificadas en razón de
los intereses de los propios afectados —interpretados por esos mismos
afectados, como cuando uno permite que le amputen un miembro para salvarle la
vida— o por razón de intereses generales compartidos por toda la población —
como cuando uno admite prohibiciones y limitaciones respecto a su propia
conducta con tal que los demás estén igualmente sujetos a ellas—, de modo que
la dominación se produce en aquellos otros casos en que alguien dispone de un
poder de interferencia arbitraria sobre otras personas, esto es, un poder para
alterar las opciones de éstas sin atender a los intereses —ni particulares ni
generales— de las mismas:
"La dominación, según la entiendo yo aquí, queda ejemplificada por la
relación entre el amo y el esclavo o el amo y el siervo. Tal relación
significa, en el límite, que la parte dominante puede interferir de manera
arbitraria en las elecciones de la parte dominada: puede interferir, en
particular, a partir de un interés o una opinión no necesariamente
compartidos por la persona afectada. La parte dominante puede interferir,
pues, a su arbitrio y con impunidad: no tiene por qué buscar la venia de
nadie, ni nadie va a hacer averiguaciones o le va a castigar."4

3 PETTIT, Philip: Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Trad. española de
Antoni Domènech, Barcelona, Paidós, 1999, p. 41.

4 PETTIT, Ph.: o. c., p. 41.


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Pettit sostiene que este es el concepto central del republicanismo: la libertad


como no-dominación. Y que esta noción es nítidamente distinta de los conceptos
liberales habituales de libertad como ausencia de interferencia. La insistencia
liberal en la prioridad e inviolabilidad de los derechos individuales como límite
infranqueable para todos, incluso para el Estado, desemboca a menudo, como
sostiene Peña Echeverría,
"en una contraposición excluyente, y con ello se corre el riesgo de olvidar
la verdad del republicanismo: que no hay derechos individuales efectivos
sino en el marco de una sociedad política que posibilita su ejercicio, y que
hay bienes colectivos cuya consecución no puede entenderse desde una
perspectiva individualista"5.

Para Peña Echeverría, la tradición republicana clásica parte de presupuestos


comunitaristas6 y por ello apenas contempla posibilidad alguna de conflicto
objetivo entre derechos individuales y utilidad pública, ni el posible enfrentamiento
entre los requerimientos del interés de la ciudad y los principios morales
universalistas, mientras que el liberalismo será la tradición que ponga de relieve,
agudamente, "el conflicto entre interés público y derechos individuales"7.
La propuesta de Pettit insiste, en fin, en lo que podríamos llamar "libertad
como manumisión" (abolición de relaciones más o menos esclavistas entre las
personas), o como dice el mismo Pettit: "libertad como inmunidad frente al control
arbitrario"8. Esto significa, aplicado ahora al tema que nos ocupa, que las
pobrezas antropológicas que hemos identificado como vulnerabilidades frente a la
violencia y educacionales se pueden ver ahora como fruto de la dominación. Hay
interferencias arbitrarias en la libertad de las personas (= dominación) cuando,
por ejemplo:
 Se reducen las opciones de las personas mediante amenazas de muerte,
o de daños a sus familiares, o de daños a sus medios de vida, como
ocurre en sociedades ricas en las que no se ha sabido atajar a tiempo la

5 PEÑA ECHEVERRÍA, Javier: "Sobre la responsabilidad política" en Revista Internacional de


Filosofía Política, 11 (1998), pp. 127-148. La cita corresponde a la p. 137.

6 PEÑA ECHEVERRÍA, J.: "Sobre la responsabilidad...", cit., p. 132.

7 PEÑA ECHEVERRÍA, J.: "Sobre la responsabilidad...", cit., p. 136.

8 PETTIT, Ph.: o.c., p. 28.


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impunidad de algunas mafias (algunas de ellas presuntamente luchadoras


por la liberación de su pueblo), de modo que las personas amenazadas se
ven empujadas al exilio, al empobrecimiento de sus vidas y a menudo a la
pobreza radical de perder la vida. En lugar de empoderar a las víctimas
frente a los verdugos, se les mantiene indefensas y vulnerables.
 Se limitan las opciones de las personas para llevar una vida digna al
presionarlas de mil maneras para que ocupen todo su tiempo en producir
para poder consumir, provocando de ese modo un estilo de vida
excesivamente estresante que no deja lugar para las relaciones humanas,
ni para el compromiso social, ni para el desarrollo cultural, ni para el
disfrute y cuidado de la naturaleza, sino únicamente para el consumismo
compulsivo, irresponsable, insostenible e insolidario. En lugar de promover
un empoderamiento de las personas que pudiera capacitarlas para
administrar su tiempo compatibilizando el trabajo con las relaciones
humanas (empezando por dedicar tiempo a la propia familia y comunidad),
se promueve una cultura del trabajo competitivo y estresante encaminado
a lograr mercancías y consumirlas hasta consumirse en la vulnerabilidad
radical del sinsentido y la depresión.
 Se recortan las opciones de las personas para adquirir una buena
educación que les podría ampliar la visión limitada de la realidad y
proporcionarles horizontes nuevos de compromiso con los demás, con la
comunidad, con los bienes públicos, con la naturaleza, etc. No se
empodera educativamente a las personas para ayudarles a encontrarse
consigo mismas y con los demás, sino que se procura mantenerlas en la
ceguera de un mundo rosa donde los famosos y famosillos son los
referentes del estilo de vida individualista y consumista en el que se les
quiere mantener de por vida, sin que puedan abrir los ojos a otras
posibilidades alejadas de las mercancías. Con ello se les mantiene en una
vulnerabilidad plagada de prejuicios, de clichés, de ignorancia, de sumisión
a lo establecido, de resignado conformismo, que finalmente conduce a
muchas personas a la depresión y al sinsentido.
En consecuencia, a mi modo de ver, el reto que tenemos delante cuando
hablamos de las pobrezas antropológicas en las sociedades ricas es sobre todo
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el reto del empoderamiento para reforzar aquellas capacidades de las personas


que les van a permitir escapar al círculo vicioso de la vulnerabilidad.
¿Cómo es posible avanzar en las tareas de empoderamiento de los más
vulnerables? Parece obvio que hay que trabajar en dos terrenos
simultáneamente: el terreno de las reformas estructurales del sistema
socioeconómico y el de las tareas de acompañamiento de las personas
concretas.
En el ámbito de las reformas estructurales del sistema, hemos de analizar
las propuestas e iniciativas que manejan los partidos políticos, los sindicatos y
demás agentes sociales, con el fin de seleccionar aquellas medidas que puedan
tener un efecto positivo duradero en la superación de la vulnerabilidad. Por
ejemplo, habría que estudiar a fondo las virtualidades de la llamada “Renta
Básica de Ciudadanía”:
“La Renta Básica es un ingreso pagado por el estado, como derecho de
ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la
sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en
consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma,
independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de
renta, y sin importar con quien conviva.
La Red Renta Básica inició su actividad a principios de 2001. Un buen
número de personas que ya llevaban una década promoviendo la
propuesta de la Renta Básica, con éste o con otro nombre, e
investigando determinados aspectos de la misma, decidieron constituir la
Asociación. […] La Red Renta Básica es sección oficial de la
organización internacional Basic Income Earth Network (BIEN) desde la
asamblea de ésta última realizada en Ginebra el 14 de septiembre de
2002.
(http://www.redrentabasica.org/castellano/).
También conviene apostar fuerte por los necesarios controles al proceso de
globalización, para hacer del mismo una mundialización de la justicia y de los
DD. HH., en lugar de un gigantesco tinglado de las multinacionales. En el caso
del efecto que tiene la globalización realmente existente sobre las personas
vulnerables en las sociedades ricas, parece obvio plantear retos como los
siguientes:
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 Regular adecuadamente los procesos de “deslocalización” de las


empresas.
 Frenar la tendencia a desmantelar el llamado “Estado de Bienestar” y
controlar que funcione adecuadamente.
 Denunciar las evasiones fiscales, el fraude fiscal y la economía
sumergida, en la medida en que dificultan el necesario financiamiento de
las prestaciones sociales.
 Etc.
En el terreno del acompañamiento a las personas en situación de vulnerabilidad,
el empoderamiento puede consistir en llevar a cabo diversas tareas a partir del
encuentro y el diálogo con las personas concretas a las que se pretende
empoderar. Nada puede hacerse, nada debería hacerse, desde el paternalismo
de creernos que sabemos lo que hay que hacer. No podemos empoderar a quien
no participa activa y conscientemente en su propio proceso de empoderamiento.
Por eso, para saber lo que hay que hacer en concreto en cada caso, habrá que
abrirse a las personas vulnerables para encontrar con ellas las opciones que se
les niegan de manera injusta y arbitraria. En muchos momentos habrá que apoyar
con estas personas aquellas luchas concretas contra dominaciones concretas
que puedan emprender. En otros momentos habrá que abrir con ellas nuevos
cauces de empoderamiento que ellas descubren como prometedores.
El proceso de empoderamiento del que estamos hablando tampoco es
proselitista: si de veras colaboramos con alguien a que supere su vulnerabilidad
del tipo que sea, y finalmente lo logra, debemos estar preparados para que elija
por sí mismo el proyecto de vida que tiene razones para valorar, y es posible que
no coincida con el que le hayamos ofrecido a lo largo del proceso, por más que el
ofrecimiento haya sido completamente respetuoso y discreto.

(Emilio Martínez Navarro, julio de 2007).

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