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moto. Llevaba el casco colgado del brazo y no se pudo hacer nada por él.
Andrés y Juana se sienten ahora deprimidos y resentidos con el mundo que les
rodea. Ahora se sienten más pobres de lo que han sido nunca. En las semanas
siguientes beben demasiado y descuidan su trabajo. Por ese motivo pierden el
empleo y poco después no pueden pagar la hipoteca. Al cabo de unos meses
pierden la custodia de los otros dos hijos y viven en la calle porque el banco ha
ejecutado el desahucio.
1 Para un análisis lúcido de la sociedad consumista y una propuesta ética de superación de ese
tipo de sociedad véase Cortina, A.: Por una ética del consumo. La ciudadanía del consumidor
en un mundo global, Madrid, Taurus, 2002. Desde otro punto de vista, pero también altamente
recomendable, Marinas, J. M.: La fábula del bazar. Orígenes de la cultura del consumo, Madrid,
Antonio Machado Libros, 2001.
Emilio Martínez Navarro: Las pobrezas antropológicas en las sociedades ricas. 6
vulnerabilidad que les atenaza? ¿No hay responsabilidad alguna por parte de
quienes mantenemos funcionando un sistema socioeconómico que mercantiliza
todo y a todos, convirtiendo a las personas en meros engranajes de producción
y consumo? Parece bastante obvio que sí existe esa responsabilidad social:
porque la sociedad no es un mero agregado de individuos, sino un sistema de
cooperación que debiera estar al servicio de todos y para beneficio de todos, y
sin embargo sólo beneficia a algunos, mientras que otros padecen privaciones
desde que llegan al mundo. La sociedad sigue siendo, a pesar de algunos
progresos técnicos y morales, un tinglado injusto que deberíamos corregir
cuanto antes.
El prejuicio de que los pobres tienen toda la culpa de su situación es,
como tantos otros, una generalización apresurada. En principio, de modo
similar a como algunos accidentes de tráfico son responsabilidad del
accidentado y en cambio otros no lo son en absoluto, también ocurre que una
parte de las situaciones de pobreza tienen su origen en algún tipo de
negligencia más o menos voluntaria, mientras que otra gran parte de tales
situaciones tiene causas totalmente ajenas a la voluntad de las personas que
sufren la pobreza. Esta constatación ha de completarse observando que, aún
en los casos en los que las personas tuvieron responsabilidad al provocar su
propia ruina, eso no implica que debamos abandonarlas a su suerte, como no
lo haríamos tampoco en el caso del conductor negligente que provocó su
propio accidente. Tenemos un deber de humanidad de ayudar a las personas
en apuros, y eso es así con independencia de que la persona necesitada sea
en parte responsable de su apurada situación.
No resulta difícil para los poderes fácticos presentar a los pobres como
los culpables de cualquier problema social, puesto que la situación de debilidad
que atraviesan les impide, por definición, toda defensa frente a la calumnia. De
este modo, se produce un fenómeno que podríamos denominar “el círculo
vicioso de la miseria”: los colectivos desfavorecidos son acusados a menudo de
conductas delictivas (robo, prostitución, tráfico de drogas, actos violentos,
trabajo ilegal, etc.) y esta mala imagen dificulta su posible integración en la
sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y en algunos casos la
desesperación les lleva a cometer algunos de esos actos delictivos, de manera
que se termina por reforzar la mala imagen, y así sucesivamente.
Emilio Martínez Navarro: Las pobrezas antropológicas en las sociedades ricas. 8
Por otra parte, la condición humana está afectada por eso que John
Rawls ha llamado “la lotería natural y social”, esto es, el hecho de que nadie
puede alegar mérito alguno por la cantidad y calidad de sus dotes naturales
(inteligencia, fuerza, belleza, resistencia a la enfermedad, etc.) ni por las
ventajas sociales heredadas (una familia, unos parientes, un ambiente de
crianza y educación, unas oportunidades de formación, etc.). Conforme a ese
mismo concepto, nadie debería ser considerado responsable de haber nacido
con alguna desventaja física, ni de no haber disfrutado de ciertas
oportunidades que nunca le fueron brindadas. En síntesis, podríamos decir que
una parte de lo que cada cual consigue o deja de conseguir en la vida es
cuestión de oportunidades que se le presenten, mientras que otra parte es
responsabilidad (mérito o demérito) de cada uno. Por tanto, culpar a las
personas que están en situaciones de pobreza de haber llegado a esa situación
es, en la mayoría de los casos, una injusta generalización.
Pero, por el otro lado, tampoco sería justo cargar toda la culpa de la
vulnerabilidad de las personas en los aspectos estructurales, desdeñando por
completo la correspondiente cuota de responsabilidad individual: cada persona
que viene al mundo está dotada por naturaleza de unas capacidades y
potencialidades que ha de esforzarse en desarrollar, porque, de lo contrario, no
se logra el despliegue de sus cualidades ni el florecimiento de sus proyectos
vitales. Si la persona como tal no pone de su parte, no se va a forjar un buen
carácter, sino un carácter inmaduro, caprichoso y comodón, que al cabo
encuentra en las circunstancias estructurales la excusa necesaria para culpar
al mundo de todos los males que antes o después le van a sobrevenir. La
injusticia estructural existe y condiciona las vidas de todos, especialmente de
los más débiles, pero la injusticia personal también existe, porque a la postre
cada cual ha de dar cuenta de cómo administra su margen de libertad.
3 PETTIT, Philip: Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Trad. española de
Antoni Domènech, Barcelona, Paidós, 1999, p. 41.