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Facultad de Derecho

Escuela Profesional de Derecho


Sede Chincha Alta

TEMA: INTERPRETACIÓN DEL CONTRATO

Autores:
José Jean Carlos Gentille Aburto
Julia Carolina Marticorena Loayza
Armando Emilio Medrano Tasayco

Curso:
Contratos

Docente:
Dr. Eddy Rodríguez Mallma
Chincha Alta, Setiembre de 2018

1
ÍNDICE

CARATULA i

ÍNDICE ii

INTRODUCCIÓN v

CONTENIDO vi

CAPÍTULO I

EL CONTRATO Y SU INTERPRETACIÓN

1.1.- ANTECEDENTES 6

1.2.- SUJETOS QUE INTERPRETAN UN CONTRATO 7

1.3.- CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN 8

a.- La Interpretación Literal 9

b.- La Interpretación Global 9

c.- La Interpretación Sistemática 9

d.- La Interpretación Causalista 9

e.- La Interpretación según la Buena Fe 10

F.- La Interpretación Útil 11

g.- Los Usos Interpretativos 11

h.- Interpretación Contra El Predisponente 11

i.- El Principio de Equidad 11

ii
CAPÍTULO II
LA INTERPRETACIÓN CONTRACTUAL EN EL
CÓDIGO CIVIL DE 1984

2.1.- Nociones Generales 18

CAPÍTULO III

DIFERENCIAS ENTRE LA INTERPRETACION

DE LA LEY Y LA DEL CONTRATO:

3.1.- Definición 24

3.2.- Principios Fundamentales de la Interpretación del Contrato 25

a.- La buena fe 26

b.- La Voluntad de la Partes 29

CONCLUSIÓN xxxi

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS xxxii

iii
INTERPRETACION DEL CONTRATO

iv
INTRODUCCIÓN

Esta investigación formativa acerca de la interpretación de los contratos


conforme a la legislación peruana, donde dependerá de la voluntad de las
partes en concordancia con la disposición del código civil, con la finalidad de
no alterar el orden jurídico y las buenas costumbres.

En el primer capítulo: indica los antecedentes en ella la posición doctrinaria de


algunos estudiosos que aportan de cómo debe ser la forma idónea de
interpretar los contratos en favor de las partes que intervienen en este negocio
jurídico. Asimismo indica que existen criterios de interpretación de forma
técnica en relación a las reglas interpretativas.

En el segundo capítulo: la interpretación en el código actual, partiendo de las


nociones generales, donde hace mención a los diferentes artículos que
regulan esta forma interpretativa que no se aparte de la ley civil con la
aportación de algunos estudiosos que contribuyen en su entendimiento
interpretativo.

En el tercer capítulo: diferencia entre la interpretación de la ley y la del


contrato, en un sentido amplio explica que existe aún interpretación
generalizada y una específica cuando se abarca la parte de la regulación
contractual, donde los contratantes son los involucrados, indicando con ello
que es necesario la aplicación de las línea directrices que permiten
comprender mejor la interpretación del contenido de los contratos según la ley
civil actual.

La interpretación dependerá de las necesidades del que lo invoca, basándose


en la buena fe contractual y de la voluntad de las partes contratantes, sin
afectar derechos de terceros, ni ir en contra del ordenamiento jurídico y las
buenas costumbres.

v
CAPÍTULO I

EL CONTRATO Y SU INTERPRETACIÓN

1.1.- ANTECEDENTES

En la teoría clásica del derecho contractual se plateaba la buscaba


determinar si todo contrato debía interpretarse o sólo aquellos contratos
oscuros o ambiguos. Una parte, hoy casi escasa, de la doctrina se
inclinaba por señalar que solo se podía someter a una labor interpretativa
aquel contrato oscuro,

Arias (como se citó en Chang) refriéndose a la interpretación expresaba:

Se trata, en suma, de establecer lo que las partes han querido


realmente, para dirimir, de este modo, un conflicto que nace de su
discrepancia. Cuando ella no existe nada hay entonces por
interpretar y las partes simple y llanamente cumplen y deben
cumplir las obligaciones asumidas. Como vemos se adscribe a la
antiquísima regla, ya en desuso, In claras non fit interpretatio” que
no era otra cosa que en normas claras no cabe interpretación. (p.
82).

La posición que hoy prevalece tanto a nivel doctrinario como legislativo


es aquella que postula que todo contrato por más puro que parezca que
por cierto es casi una utopía necesita ser interpretado. Siempre se debe
interpretar un contrato aunque sus cláusulas aparezcan claras o
diáfanas. En suma para la ejecución contractual es necesaria
previamente la interpretación. Trabuchi indica que: “La interpretación es
un acto previo y necesario para aplicar cualquier orden o mandato.
Asimismo hoy vemos que la doctrina, la legislación y la jurisprudencia
acorde a ésta nueva orientación ha negado el adagio in claras non fit
interpretatio”. (p.287). Lorenzo expresa:

6
... el Derecho comparado le ha vuelto sus espaldas, como también
lo han hecho los principios internacionales en materia contractual.
Dado que la armonía es un desiderátum que concierne a la
predictibilidad de los negocios, es de esperar que cuanto antes
nuestra jurisprudencia y legislación se sinceren sobre la inutilidad
del adagio in claras. (p.97). A diferencia de Fernández sostiene
que:

Creer que a un contrato nunca se le debe aplicar reglas,


cuando en apariencia presenta un texto supuestamente
claro, en razón de la antes citada regla, in claras non fit
interpretatio, iría en contra del carácter de norma
imperativa y vinculante que posee en el Código Civil
peruano, las normas sobre interpretación y de las que no
es posible prescindir. (p.67)

En consecuencia queda claro que todo contrato debe interpretarse y por


ende debe ser sometido a las reglas que existan para ello.

1.2.- SUJETOS QUE INTERPRETAN UN CONTRATO:

Respecto a quien van dirigidas las normas que regulan la interpretación


contractual, una vez más, existen dos posiciones, una primera que señala
que van dirigidas a las partes y la segunda que sostiene que van dirigidas
al Juez o al encargado de realizar la interpretación. Al respecto la posición
de Arias (como se citó en Chang):

Pese a que ciertas opiniones las limitan al juez, en la actualidad


prevalece la tesis según la cual ellas, al igual que las demás normas
en general, están dirigidas en primer término a las partes y luego al
juez o árbitro, en su caso. Por lo demás y en definitiva la última
palabra la tiene el intérprete, salvo que las partes hayan resuelto su
discrepancia haciendo lo que los tratadistas denominan

7
interpretación auténtica o fáctica del Contrato. (p.85). a diferencia
de Torres al respecto señala:

Que las normas de interpretación por su carácter imperativo, los


destinatarios son todos aquellos interesados en saber el significado
y alcance de un contrato: los magistrados, los árbitros de Derecho,
para resolver un conflicto derivado de un contrato sometido a su
decisión; agrega el mencionado autor que son destinatarios de
estas normas, las partes, cuando no es posible que se pongan de
acuerdo sobre criterios diferentes, para precisar sus derechos y
obligaciones con miras a la ejecución, por ejemplo, del contrato que
han celebrado. (p.87) y de Vidal que expresa “...por la misma razón
de ser genuinas normas jurídicas de carácter imperativo, sus
destinatarios son todos aquellos que emprendan la labor
hermenéutica, como los Abogados, Jueces y operadores de
Derecho en general y, aun a los mismos contratantes” (p1653)

Las normas que regulan la interpretación de los contratos están dirigidas,


en primer término a las partes, pues son ellas las que se vinculan
contractualmente; sin embargo pensamos que existen casos que con la
interpretación que hicieran las partes, aun utilizando las reglas de
interpretación, los intervinientes no estén de acuerdo, con el contenido de
dicho contrato. Es en esta circunstancia que las partes tienen que recurrir
al órgano jurisdiccional, para que en su nombre y utilizando, también, las
mismas reglas de interpretación contractual, determine el aún incierto,
sentido y contenido del contrato.

1.3.- CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN

Los criterios interpretativos son normas jurídicas que al mismo tiempo


constituyen normas técnicas en cuanto son compatibles a cánones
comunes de la lógica y de la experiencia.

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Los criterios son máximas hermenéuticas que trascienden el caso
específico y que el intérprete utiliza según el lenguaje común, la práctica
de la vida socioeconómica cultural y los usos del tráfico. Los criterios
pueden ser a su vez individuales y típicos. Los criterios individuales se
basan en normas que tienen por objeto la búsqueda de la finalidad en
concreto de las partes y establecen el primer momento de la actividad
hermenéutica. Se busca atribuir al negocio el significado que responde
al particular entendimiento y propósito de las partes mismas, Los
criterios individuales se determinan a través de las siguientes reglas:

a.- La Interpretación Literal


Busca el significado usual de las palabras usadas. En relación al tipo
y al lugar del negocio deberá tenerse en consideración el significado
técnico o dialectal de las palabras. El intérprete deberá también
tener en cuenta el significado convencional de los términos usados.

b.- La Interpretación Global

Es la valoración del comportamiento completo de las partes, aun


posterior a la conclusión del contrato.

c.- La Interpretación Sistemática

Implica que las cláusulas deben interpretarse según una unidad


(totalidad) y una funcionalidad sistemática de vinculación entre
los elementos del negocio concreto. Las cláusulas concurren a
formar un todo unitario y hallan explicación en la coherente
reglamentación del negocio.

d.- La Interpretación Causalista

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Implica que el intérprete debe tener en cuenta la razón práctica del
negocio, la causa concreta. La causa del negocio puede
ser identificada con la atribución patrimonial en cuanto revela el
diseño unitario del negocio. La interpretación se traduce en una
operación circular en la cual las declaraciones, el comportamiento
y los documentos de las partes concurren a indicar la causa del
negocio y ella, a su vez, concurre a clarificar su significado. Por el
contrario, los criterios típicos se sustentan en normas que
presuponen que la primera investigación no ha logrado un resultado
satisfactorio, y subsiste la duda sobre el significado de la declaración
o del comportamiento o del documento. En tal sentido, se asignará
a la declaración o al comportamiento o al documento la significación
objetiva que le corresponde al ambiente socioeconómico cultural,
conforme al modo general de entendimiento.

La interpretación causalista es un criterio interpretativo que


indica que las expresiones comprendidas en el negocio que
tengan varios significados, deben ser entendidas en aquél
que sea más conveniente o corresponda mejor a la
naturaleza del negocio. Este criterio es causalista porque se
dirige a investigar el significado del negocio en coherencia
con la causa concreta del mismo. Más aún, este criterio se
comprende mejor a través del significado de los términos
según la economía del negocio y su contexto. (Bullard, p.113).

Los criterios típicos se establecen mediante las siguientes reglas:

e.- La Interpretación según la Buena Fe.

La buena fe en sentido objetivo o de corrección (regla de


comportamiento). Se expresa como deber de lealtad. Este tipo de

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interpretación debe hacer prevalecer la razonable confianza sobre el
significado del negocio.

F.- La Interpretación Útil

Que se concreta en el principio de conservación del negocio. El


principio de conservación del negocio justifica la tesis que excluye
optar por la interpretación que otorgue un efecto a la cláusula cuando
implique la invalidez de todo el negocio.

g.- Los Usos Interpretativos.

Las prácticas generales son las prácticas de los negocios y


aquéllas de los usos negóciales en determinado ambiente
socioeconómico y cultural. La práctica generalizada de
los negocios está identificada por una aplicación constante y
generalizada en un determinado lugar, en un determinado
sector y en un determinado tipo de negocio.

h.- Interpretación Contra El Predisponente.

Las cláusulas insertas en las estipulaciones predispuestas se


interpretarán, en caso de duda, a favor del adherente

i.- El Principio de Equidad.

La equidad es el justo equilibrio de los diversos intereses de las


partes con relación al propósito y a la naturaleza del negocio.
Los criterios interpretativos individuales y típicos, buscan determinar
el significado jurídicamente relevante del negocio jurídico. Por ello, se
tratará en primer término de desentrañar aquella que, ha sido la
finalidad que llevó a las partes a celebrar el negocio mediante la

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averiguación del propósito objetivado de las partes para
proceder hacia la determinación del sentido literal de las
declaraciones, de los comportamientos y de los documentos. Si no
es suficiente se deberá valorar el comportamiento anterior y sucesivo
a la celebración del negocio, la explicación sistemática y la naturaleza
del negocio, para llegar, como etapa final ante la existencia de la duda,
a los criterios típicos. La contraposición entre los criterios individuales
y típicos debe ser entendida descriptivamente. La interpretación
individual considera declaraciones, comportamientos y documentos
en su específica concreción, y les atribuye un significado adecuado a
las particulares situaciones y relaciones que en concreto existen
entre las partes. Y la interpretación típica clasifica por tipos o clases
las declaraciones, los comportamientos y los documentos, tomando
en consideración el género de circunstancias en que se desarrollan y
a las que responden, y a cada uno de tales tipos atribuye un
significado constante (significación general según el ambiente
socioeconómico cultural), sin atender a la que hubiera podido ser la
efectiva finalidad de las partes en el caso concreto.

Las Formas sobre interpretación disciplinadas en diferentes códigos


civiles demuestran el vínculo que existe entre la causa del negocio y
la interpretación, mediante la referencia al común propósito objetivado
de las partes, que ésta dirigida a perseguir la finalidad
(naturaleza) que las partes habían previsto en la celebración del
negocio. Entonces, este criterio interpretativo está dirigido a
precisar la economía del negocio sobre la base de las declaraciones,
de los comportamientos y de los documentos, que han constituido el
presupuesto sobre el cual el negocio ha nacido, y de todas las
circunstancias anteriores, concomitantes y sucesivas al negocio.

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El significado de aquello que las partes han acordado no puede ser
determinado de forma adecuada si no se tiene en cuenta la razón
práctica del negocio o la causa concreta. La causa concreta justifica
el negocio y su regulación y, por lo tanto, puede aclarar el significado
de las declaraciones, de los comportamientos y los documentos, y
superar eventuales incoherencias, ambigüedades o discordancias
del texto y del contexto.

La razón práctica del negocio, a su vez, puede ser identificada con


el interés concreto como fundamental criterio de lectura y equilibrada
reconstrucción del propósito objetivado de las partes. Entonces, la
interpretación tiene otra modalidad que consiste en la técnica de tener
en cuenta la razón práctica del negocio, la causa concreta. La falta de
claridad del significado de los comportamientos, declaraciones y
documentos se soluciona con la averiguación de la finalidad concreta
del negocio que expresa la totalidad de sentido del negocio jurídico
singularmente considerado.

Es necesario averiguar la causa entendida como elemento


del negocio y síntesis unitaria del concreto equilibrio de
intereses. Este tipo de interpretación se concreta en una operación
circular en la cual los comportamientos, declaraciones y documentos
se explican concretamente mediante el conocimiento de la causa
del negocio. En efecto, la multiplicidad de significados de los
comportamientos, declaraciones y documentos se clarifican
conociendo la economía particular del negocio objetivado en la
finalidad concreta del mismo. La pluralidad de los significados de
comportamientos, declaraciones y documentos debe ser
reconducida conforme a la causa concreta. Este criterio de
interpretación debe ser evaluado objetivamente según la particular
economía del negocio. Para ello. Será importante tener certeza de
la causa concreta para luego poder atribuir significados unívocos a
los comportamientos, declaraciones y documentos. Para utilizar esta
modalidad hermenéutica es adecuado entender la naturaleza

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el negocio como aquella operación económica con relación a
la "causa concreta". Esta operación económica debe ser concreta en
un plano ''funcional'' de individualización de intereses fijado en la regla
negocial. Para ello será relevante considerar el contexto concreto de
los comportamientos, declaraciones y documentos (ordenación de
intereses prevista por el negocio en concreto).

Entonces, la expresión "naturaleza y objeto del negocio" hay que


entenderla como aquella causa concreta en la economía de la
operación contractual. De esta manera el análisis del negocio se
realizará en la economía misma del particular contrato, entendida
como punto de equilibrio de las situaciones jurídicas subjetivas o
síntesis de costos y beneficios. En efecto, será importante averiguar
la coherencia del contrato sobre el plano de su entera economía
individual considerando que el negocio es una síntesis compleja de
intereses determinados en su particularidad. Es evidente que
cuando se trata de individualizar a través de la causa, el ámbito de los
intereses apreciables, no ayuda la noción objetiva defensa, siendo
necesaria una concreta verificación de aquello que ha constituido la
economía del negocio entre las partes. Por tanto, es necesario
delimitar la llamada economía del negocio particular mediante la
causa concreta.

El artículo 39 del Proyecto preliminar del Código europeo de los


contratos de 1998 refiere a la naturaleza del contrato como el límite al
cual debe adecuarse la acepción técnica o la deducida de los usos y
costumbres comerciales de los términos del contrato, en los casos en
que respecto de estos últimos, las partes no hayan declarado
expresamente el sentido.

Aplicación de la interpretación causalista a dos ejemplos Antes de


aplicar la interpretación causalista a dos ejemplos es necesario
definir qué es la presuposición. La presuposición es la situación de

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hecho, pasada, presente o futura, común a ambas partes, no incierta,
de carácter objetivo que las partes tuvieron presente durante la
formación del negocio aun cuando no hubieran hecho expresa
referencia a ella.

Es una hipótesis de defecto de previsión y explica el fundamento


práctico de la operación económica concreta (costos y beneficios)
implícitamente colocado como base del negocio. Es una circunstancia
externa que, sin ser prevista como condición del negocio, constituye
un presupuesto objetivo general (condición de mercado y de la vida
socioeconómico cultural que incide sobre la economía del negocio
concreto) y específico (circunstancia particular sobre la calidad de las
partes que subordina las situaciones jurídicas subjetivas y las
relaciones jurídicas).

La presuposición opera cuando una determinada situación de hecho


o de derecho, de carácter objetivo pueda a falta de una específica
referencia en las cláusulas contractuales creerse tenida presente por
las mismas partes en la formación del negocio como presupuesto
común en calidad de valor determinante para la permanencia de las
situaciones jurídicas subjetivas y de las relaciones jurídicas.

La presuposición asume relevancia cuando no se cumple o no se


realiza determinada situación pasada, presente o futura en el curso
de la vida de la situación y de la relación, por hecho no imputable a
las partes. Entonces, la presuposición consiste en la previsión que la
situación inicial, sobre la cual la conclusión del negocio se funda,
permanezca sustancialmente inmutable o no sufra variaciones,
además del límite del área inicialmente prefigurada y asumida.

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Por consiguiente, todo negocio debe procurar causas lícitas
y merecedoras de tutela según el ordenamiento jurídico en atención a
las circunstancias existentes al tiempo de su formación, celebración
y ejecución. La causa debe existir en la formación del contrato y
durante su celebración, y subsistir durante su ejecución.

Primer ejemplo: Ulpiano y Pomponio celebran un contrato de


compraventa del primer piso de un edificio. El vendedor Ulpiano le
garantiza al comprador Pomponio que puede realizar el negocio de
farmacia en el inmueble en venta. Luego de concluido el contrato, el
comprador Pomponio se entera que no podía establecer una farmacia
en el inmueble adquirido según el plano orgánico de infraestructuras
aprobado por la municipalidad. Pomponio demanda a Ulpiano para
que se declare judicialmente la nulidad del contrato por defecto
genético de la causa del contrato. Pomponio argumenta que al mo-
mento de celebrar el contrato en realidad la presuposición no existía.
¿Cuál es la presuposición en el caso concreto? La presuposición
es adquirir un inmueble para realizar un negocio destinado a
instalar una farmacia. Esta presuposición era tenida en cuenta al
contratar por las partes y si faltaba el contrato es inválido por falta de
causa en el negocio concreto. Para conocer la presuposición es
indispensable saber la causa del negocio.

Segundo ejemplo: Aristón y Labeón celebran un contrato de


compraventa sobre un terreno. Al momento de celebrar el contrato,
la situación presupuesta por ambos contratantes era constituida por
la falta de impedimentos jurídicos para la edificación y la inclusión el,
terreno en el área del programa municipal de construcción. Luego de
varios meses de concluido el contrato, se emite una norma municipal
que excluye a determinados terrenos del programa municipal de
construcción en el que se incluye el terreno vendido por Aristón.

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Labeón demanda a Aristón solicitando se declare judicialmente la
resolución del contrato por causa no imputable a las partes. En este
ejemplo la no realización de la presuposición después de celebrado el
contrato produce la resolución de éste por causa no imputable a las
partes. ¿Cuál es la presuposición en el caso concreto? La
presuposición es la edificabilidad del terreno vendido el cual establece
el equilibrio de las prestaciones. Averiguar la presuposición del
contrato no es otra cosa que averiguar la causa del negocio. Los dos
ejemplos prueban que para determinar la invalidez o la ineficacia de
un negocio, es necesario saber la causa del negocio la cual se
expresa en una presuposición. La presuposición es una situación de
hecho o de derecho que las partes habían tenido presente como
premisa implícita, donde se verifica una hipótesis de nulidad del
contrato si falta la presuposición al momento de la celebración del
negocio; y donde se verifica una hipótesis de resolución del contrato
no imputable por las partes si la presuposición se vuelve irrealizable
en la fase ejecutiva del negocio ya celebrado.

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CAPITULO II
LA INTERPRETACIÓN CONTRACTUAL EN EL
CÓDIGO CIVIL DE 1984

2.1.- Nociones Generales

El Código civil no tiene reglas específicas destinadas a la interpretación


contractual, nos obstante de manera complementaria la interpretación de
un contrato ha encontrado una guía normativa contenida en los artículos
168, 169, 170, 1362 y 1401 del Código civil. Todo ello a la sazón que todo
contrato es un acto jurídico y le son aplicables perfectamente los artículos
168, 169 y 170 del texto civil anotado.

Por otro lado según una interpretación sistemática de dichas normas


estás guardan un orden de prelación en su aplicación, por ello cuando
se quiera interpretar un contrato debemos tener en cuenta que la regla
contenida en el Art. 168°, es el primer escalón que debe atravesar el
intérprete, cuando quiera desentrañar el recto contenido de un contrato.
Y si por ella no es posible, aclarar el contenido de un contrato, deberá
tener en cuenta, recién lo establecido en el Art. 169°, y si a pesar de ello,
el contrato aún no es claro, se interpretará de acuerdo a lo establece el
Art. 170° del código civil y de persistir la duda el intérprete puede aplicar
otras reglas de interpretación objetiva como la contenida en el artículo
1401° y en su caso la de la artículo 1362°. Asimismo podemos referir
que las normas aplicables a la interpretación de un contrato se
interpretan sistemáticamente en busca de la común intención de las
partes y bajo los lineamientos de la buena fe contractual.

En tal sentido pasaremos a analizar de manera sucinta las normas


aplicables a la interpretación de un contrato contenidas en el Código civil
de 1984.

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a- Artículo 168.- Interpretación Objetiva.

“El acto jurídico debe ser interpretado de acuerdo con lo que se


haya expresado en él y según el principio de la buena fe”

El artículo contiene dos mandatos autónomos que deben estudiarse por


separados Alude primero a la materia de interpretación, que se va a
interpretar, al señalar “El acto jurídico…”, y por ende aplicable a los
contratos, teniendo en cuenta que somos de la opinión que todo
contrato debe ser interpretado, por más claro que se entienda. En
segundo lugar, el Art. 168°, establece la manera de hacerlo, cuando
precisa, “… debe ser interpretado de acuerdo con lo que se haya
expresado en él y según el principio de la buena fe”.

Barchi sostiene que: este artículo contiene la regla de interpretación


literal o textual, la misma que es el “punto de partida (...), que se basa
en el significado expreso de las palabras del texto y se sus conexiones
sintácticas, según el Código lingüístico compartida por la comunidad de
parlantes a la cual pertenecen los contratantes.” (p. 1784).

Por ello, la regla de interpretación contenida en el Art. 168° es


insuficiente, pues la voluntad real de las partes, en ocasiones, no
coincide con la literalidad del contrato y es necesario echar mano a las
otras reglas de interpretación contenidas en el Art. 169° y 170° del
Código civil. Precisando que solo se utilizaran estas últimas cuando lo
estipulado en el Art. 168 del mismo cuerpo legal, sea insuficiente para
establecer el real contenido del contrato. Precisamente, el legislador en
materia contractual ha sancionado que la falta de coincidencia entre lo
expresado y lo querido deberá probarse por quien la invoque,
manteniendo vigor entre tanto la presunción de que lo expresado es lo
que las partes quisieron (Art. 1361°). No obstante creemos que la

19
literalidad del texto, también debe ser tomada en cuenta en aquellos
casos en que se utilicen otros criterios interpretativos, pues ninguna
interpretación dada a un contrato debe ir en contra de su literalidad. Al
respecto Bullard, nos dice, “La interpretación literal es el punto de
partida pero también es el punto de llegada, porque luego de aplicar los
métodos, se regresa al texto del contrato para verificar si el texto soporta
lo que los otros métodos sugieren.” (p.1742)

b- Artículo 169°. - Interpretación Sistemática

”Las cláusulas de los actos jurídicos se interpretan las unas por


medio de las otras, atribuyéndose a las dudosas el sentido que
resulte del conjunto de todas.”

Bajo esta regla el contrato debe ser interpretado como una unidad, así
si en un contrato existe una cláusula imprecisa, la cual es aclarada por
una segunda cláusula, se debe otorgar en sentido desprendido de la
interpretación de ambas, el contenido y significado de la primera se
desprende o complementa, por esta regla, del contenido de la segunda.
Aplicándose de manera subsidiaria al criterio literal, contenido en el Art.
168° del Código civil. Sin que ello quiera decir desconocer o contradecir
la interpretación abordada conforme a la interpretación literal.

Este tipo de interpretación permite que al interprete que, cuando parte


de un contrato no sea claro, y cuando las reglas de interpretación del
Art. 168° sean insuficientes, interpretar el contrato como una unidad,
tratándose de dar claridad a ciertas cláusulas a través de las demás
cláusulas o de otros documentos. Pues la interpretación sistemática
tiene por objeto todo tipo de comportamientos, declaraciones y
documentos que posibiliten una certeza del sentido de las cláusulas
insertas en el texto del contrato.

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Al analizar este artículo, Fernández, expresa, que dicho artículo
establece un criterio que ordena al intérprete buscar la común intención
de las partes, tomando al contrato como una unidad que, en su totalidad,
contiene el programa contractual previstos por ellas. En este sentido, el
intérprete debe considerar: a) Una cláusula aparentemente clara, debe
ser vista y entendida como conformante del unitario conjunto que forma
el contrato. b) Una cláusula aparentemente dudosa, debe ser
contrastada con las restantes cláusulas del contrato, a fin de eliminar
dicha duda, evitando que una cláusula pueda ser interpretada de
manera independiente mostrando un sentido que no es acorde con el
conjunto del contrato.

c- Artículo 170°.- Interpretación Finalista.

“Las expresiones que tengan varios sentidos deben entenderse en


el más adecuado a la naturaleza y objeto del acto”

Lo contenido en este artículo consagra la regla de interpretación finalista


o funcional, la cual se aplica cuando normalmente, luego de haberse
agotado otros criterios hermenéuticos de interpretación subjetiva,
subsisten significados plurívocos sobre el sentido de las expresiones
utilizadas por las partes en el contrato, las cuales deben adecuarse a lo
señalado por la naturaleza y objeto del acto.

En esta norma debe entenderse la locución “objeto” como “finalidad” del


acuerdo y no como objeto o cosa material del acuerdo, pues
coincidiendo con Vidal, es el sentido más propio que merece. Lohmann,
citado por Barchi, es de igual parecer cuando expresa: “... el objeto a
que alude el artículo no es la cosa material, sino el objetivo que el agente

21
se propuso regular con su precepto a través de un cierto negocio”.
(p.1812)

La interpretación finalista o funcional, está destinada a aplicarse como


último criterio de interpretación subjetiva del contrato, aunque podría
pensarse que se trata de un criterio objetivo de interpretación del
contrato, lo cual no es así. La aplicación de la interpretación funcional
está pensada para desentrañar el significado de palabras y giros
verbales y no para completar el significado total del contrato.

Este criterio interpretativo, se basa en que los sujetos contratan para


producir algún efecto jurídico patrimonial y no para mantener el statu
quo de las cosas. La finalidad que los sujetos persiguen cuando
contratan en la obtención de algún resultado práctico, algún fin
económico o social, el mismo en que se requiere de la reciproca lealtad
entre las partes para alcanzarlo. Por lo que, si algunas de sus
expresiones tienen varios sentidos (expresiones ambiguas), en la duda,
deberá entenderse en el más conforme a la naturaleza y objeto del acto
(Art. 170°), así como a la finalidad perseguida por el agente o agentes,
debe dar relieve a la función económica o social del tipo de acto jurídico
de que se trate y al destino económico del bien materia del acto.

d- Art. 1362°: La buena fe: “Los contratos deben negociarse,


celebrarse y ejecutarse según las reglas de la buena fe y común
intención de las partes”

Este principio se refiere al análisis de la actuación de las partes que


han realizado el contrato. Por ello no debe entenderse como buena fe

22
del intérprete. Se trata de la buena fe de la manifestación de la
voluntad, que ha dado contenido al contrato.

¿Pero que es la buena fe? La buena fe consiste que un modelo de


conducta ético social que tiene un aspecto negativo o de veto, en
cuanto rechaza una conducta deshonesta (ejemplo no defraudar); Y
otro positivo en cuanto impone una conducta de colaboración con los
demás para que puedan alcanzar los fines que persiguen (ejemplo,
obrar con diligencia con previsión). Asimismo la buen fe es entendida
en su sentido subjetivo (buena fe creencia) y una buena fe objetiva
(buena fe lealtad). Asimismo la buena fe entendida dentro del tema de
la interpretación del contrato, como medida de corrección a la cual se
debe ceñir las partes, adopta un matiz de reglas, por ejemplo, tomando
en cuenta los usos sociales, dado que son los usos los que determinan
cuales son las medidas de corrección que se acostumbran seguir
dentro de un determinado ambiente histórico-social.

e- Artículo 1401°.- Interpretación a favor de contraparte

“Las estipulaciones insertas en las cláusulas generales de


contratación o en formularios redactados por una de las partes, se
interpretan en caso de duda, a favor de la otra”

Esta norma se inspira en el principio in dubio contra stipulatorem que,


a su vez, deriva del principio de la buena fe, entendida como de franca
y leal conducta. Según, esto, la interpretación de las disposiciones
oscuras no debe favorecer a quien hubiese causado la oscuridad,
sino precisamente a la otra parte, particularmente está norma se aplica
a los contratos predispuestos o celebrados bajo cláusulas generales
de contratación.

23
CAPÍTULO III

DIFERENCIAS ENTRE LA INTERPRETACION

DE LA LEY Y LA DEL CONTRATO:

3.1.- Definición

La interpretación jurídica no es igual si se trata de interpretar la ley o de


interpretar el contrato.

En uno otro caso, la naturaleza de las normas es diferente, su


procedencia es distinta y su objetivo es otro. La ley es mandato público,
por tanto, general en su aplicación y genérico en sus expresiones; la
norma contractual constituye un mandato privado y solo se refiere a las
partes, reglamentado sus derechos y obligaciones recíprocos con una
precisión mucho mayor que la de cualquier ley. El origen de la ley se
encuentra en un proceso complejo donde se exponen opiniones
contrarias y cuyo resultado, muchas veces, se basa en componendas
regidas por otro orden de cosas ajeno al derecho, por lo que hablar de
"el legislador" como si fuera una persona real con una voluntad univoca
es una ficción; en cambio, el origen del contrato es la voluntad de dos
partes perfectamente definida con ideas relativamente claras sobre sus
intereses. El objetivo de la ley es político: se propone normar siempre
con vista al todo social (aun cuando cada ley en concreto se refiera solo
a un aspecto de ese todo); el contrato está conformado por normas
autogeneradas por las partes y orientadas a regir el acuerdo de dos o
más individuos para realizar en común un negocio privado.

Todo ello lleva a que la ley pueda ser interpretada con mucha mayor
amplitud que el contrato: no hay detrás de la ley una voluntad tan
claramente univoca como en el contrato; y además la ley, por su carácter
general, precisa mucho menos lo que ordena y deja un campo interior

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mucho más grande para el desarrollo frente al caso concreto. En cambio,
en el contrato las voluntades de quienes lo han creado están a flor de
piel y las clausulas diseñan con más detalle los términos de la relación
jurídica.

Pero ello no debe llevar a pensar que, entonces, la ley se puede


interpretar y el contrato no: todo se tiene que interpretar. Todo lo que sea
materia de comunicación tiene que interpretarse. Pero la comunicación
de la ley es erga cives, está dirigida a un receptor anónimo (todos los
ciudadanos) y se emite desde la perspectiva del todo social; mientras
que el contrato es una comunicación entre partes perfectamente
identificadas y tiene como justificación el interés de cada una de ellas.
Estas diferencias dan origen a que criterios y alcances entre la
interpretación de la ley y la interpretación del contrato sean distintos.

3.2.- Principios Fundamentales de la Interpretación del Contrato:

Dentro del derecho peruano, el código civil garantiza la autonomía de la


voluntad y, en atención a ello, por respeto a la voluntad de las partes no
hay contrato mientras las partes no estén conformes sobre todas sus
estipulaciones. De este predominio de la voluntad como elemento
formativo del centro se deriva que las disposiciones de la ley en esta
materia tenga, en principio, que ser simplemente supletorias de la
voluntad de las partes, considerándose que las leyes imperativas son
verdaderamente excepcionales.

Por otra parte, la manera de conocer tal voluntad es ciñéndose a la


palabras o sistemas de significaciones mediante las cuales se expresa
la voluntad concordada, sobre la base de que los contratos son
obligatorios en cuanto se haya expresado en ellos; para este efecto, se
presume que esa declaración expresa responde a la voluntad de la
partes; pero nótese que estamos ante una presunción indicio tan fuerte
que quien alegue lo contrario debe probar que no hay tal

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correspondencia. Pues bien los contratos son obligatorios e cuanto se
haya expresado en ellos. Nadie podría oponerse a esta norma.

La norma fundamental a este respecto es la que prescribe que los


contratos deben interpretarse y ejecutarse de acuerdo a la buena fe y a
la voluntad de la partes.

a.- Buena Fe:

También se le denomina principio de probidad. La palabra buena fe


proviene del latín bona fides, el cual es un principio general del
derecho, consistente en el estado mental de honradez, de convicción
en cuanto a la verdad o exactitud de un asunto, hecho u opinión, o
la rectitud de una conducta. Ella exige una conducta recta u honesta
en relación con las partes interesadas en un acto, contrato o proceso

Para efectos del derecho procesal, Eduardo Couture lo definía a la


buena fe como la "calidad jurídica de la conducta legalmente exigida
de actuar en el proceso con probidad, con el sincero convencimiento
de hallarse asistido de la razón". En este sentido, este principio
busca impedir las actuaciones abusivas de las partes, que tengan
por finalidad dilatar un juicio.

La buena fe es aplicada en diversas ramas del Derecho. En el


Derecho civil, por ejemplo, a efectos de la prescripción adquisitiva
de un bien, en virtud de cual, quien lo ha poseído de "buena fe" se
le exige un menor tiempo que a aquel lo ha hecho de "mala fe". En
general, en las diversas ramas del Derecho reciben un tratamiento
diferenciado las personas que actuaron de buena o de mala fe.

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La buena fe en la historia del Derecho Romano distingue dos etapas
en las que tiene significados diferentes, la etapa clásica y la post-
clásica. En la primera la buena fe se predica principalmente en las
buenas acciones o juicios, y sirve para distinguir entre estos con
aquellos otros llamados de derecho estricto, de suerte que la buena
fe es fundamentalmente una cualidad que tienen ciertos juicios y que
comporta un determinado modo o método de juicio. En la segunda,
la buena fe se predica como una cualidad de los contratos o bien se
sustantiviza, convirtiéndose en un principio jurídico del cual derivan
reglas o prescripciones de carácter imperativo; el principio de buena
fe comienza a entenderse en esta etapa posclásica como un
principio rector de la conducta. Son dos concepciones diferentes del
mismo principio de buena fe (entendido como método de juicio, la
otra como regla de conducta), no necesariamente opuestas o
contradictorias, si bien cada una tiene su propio contenido y sus
peculiares consecuencias.

La fides es un principio fundamental del Derecho Romano que


enuncia el deber de toda persona de respetar y cumplir su palabra.
La fides, se entiende como un principio vigente en todos los pueblos,
de ius gentium y no como un principio exclusivo de los romanos. Es
fuente de deberes jurídicamente sancionados en actos que carecen
de la forma jurídica necesaria, como la fidepromissio que vale, por la
fides aunque carezca de la forma propia de la sponsio. Puede
considerarse que el mismo principio, la fides o lealtad a la palabra,
es la causa de las obligaciones derivadas de los contratos
consensuales.

Distinta de ella es la bona fides que aparece en la fórmula de algunas


acciones. Las acciones de buena fe que se conocen en el Edicto del
pretor eran éstas: la acción del antiguo negocio de fiducia, que
parece haber sido la matriz de las demás acciones de buena fe, las
acciones de los cuatro contratos consensuales (mandato, sociedad,

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compraventa y arrendamiento), la del depósito, la acción de gestión
de negocio ajeno y las acciones de tutela (para exigir cuentas al
tutor) y la de dote (actio rei uxoriae para exigir la restitución de la
misma).

El principio de buena fe con el transcurso del tiempo no solo es una


regla de conducta, sino también un criterio de juicio o método de la
decisión judicial. Su contenido concreto deberá irse actualizando en
las decisiones judiciales y en las opiniones doctrinales, pero no por
la remisión a reglas éticas, modelos de comportamiento, principios
morales o, en general, consideraciones que no son propiamente
jurídicas; los romanistas no olvidaron que uno de los rasgos de la
vulgarización del Derecho Romano que se da en Occidente en los
siglos IV y V es precisamente esa tendencia moralizadora que, con
las mejores intenciones, pasan por alto y desprecia las categorías
jurídicas. El contenido específico del criterio de buena fe debe irse
precisando, como ocurrió en el Derecho Clásico, a partir de la misma
realidad de las relaciones contractuales, que son relaciones
generadas por el consentimiento y de naturaleza bilateral. Al juzgar
sobre relaciones contractuales, el criterio de la buena fe exige del
juez que considere todas las consecuencias que se derivan de la
reciprocidad de las obligaciones y de su génesis consensual.

Al celebrarse los doscientos años del Código Civil francés que sirvió
de fuente para nuestra legislación, en donde aparece adecuado
hacer algunas reflexiones sobre una de sus normas de principio, en
el caso venezolano como es la norma contenida en el artículo 1.160
del código civil de 1982, que obliga a las partes de un contrato a
cumplir de buena fe con las obligaciones convenidas. Esta norma se
erige hoy como un principio fundamental del Derecho de los
contratos, considerándose de orden público y por tanto inderogable.
Es preciso reconocer, no obstante, que el concepto buena fe es más
fácil de percibir, e intuir, que de explicar. Es por eso quizás por lo

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que durante mucho tiempo no se le daba mucho contenido a este
deber considerado insoslayable. Es por ello fundamental, pero a la
vez parecía conceptualmente impenetrable y sin mucho contenido
práctico. Pero una cautelosa y lenta evolución de la doctrina y de la
jurisprudencia de muchos países seguidores y herederos de ese
texto histórico, han venido llenando de diverso colorido a la norma
que se presentaba algo desviada.

b.- La Voluntad de la Partes

Para que el contrato exista es necesario que haya acuerdo de


voluntades de las partes que lo celebran.

Este acuerdo de voluntades se denomina consentimiento.

Dado que sin él, no hay contrato, debemos considerarlo como un


elemento constitutivo del mismo. E indudablemente es el más
característico de esta especie de los actos jurídicos, que estamos
analizando: el contrato.

El importantísimo rol que el consentimiento desempeña se traduce


en que es la base del contrato, ya que sin él no puede existir ningún
tipo de contrato. En ese sentido todos los contratos son
consensuales. En nuestra ley se denominan consensuales a
aquellos contratos que para su formación sólo requieren el
consentimiento (art. 1352, Código Civil).

Puede ser que la ley o incluso las partes exijan que además
concurran otros requisitos para considerar perfeccionado el contrato,
tales como la entrega de la cosa o el cumplimiento de formalidades
especiales, como sucede en los contratos reales o solemnes; pero
ellos juegan siempre como un plus del consentimiento. Y en tanto
ese plus, como decimos puede o no requerirse, en cambio

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consentimiento siempre debe haber. Inclusive ciertas promesas de
contratos reales obligan; en nuestro Código Civil, el art. 1410, crea
ciertas consecuencias jurídicas.

El primordial papel que representa el consentimiento se vincula al


principio de la autonomía de la voluntad con sus manifestaciones de
la libertad de contratar y de la libertad contractual. A ello se llegó tras
una larga evolución histórica.

Ese rol indudablemente favorece el intercambio de los bienes y


servicios con sus lógicas consecuencias en el desarrollo económico,
social y político de un Estado.

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CONCLUSIÓN

Según el código civil existe diferentes formas de interpretar el contenido de


los contratos, lo está claro es que en caso de incumplimiento las personas
acudirán a las normas jurídicas a que resuelvan esta controversia jurídica,
también es preciso indicar que la forma de interpretar un contrato es a
conveniencia de los abogados y de las partes. Sin apartarse de los señala la
ley civil actual que regula este tipi de cato jurídico, donde existe la voluntad de
los contratantes, quienes estuvieron en los actos preparatorios en la redacción
del mismo, las clausulas son elaboradas por los involucrados en este negocio
jurídico, son ellos los que impusieron sus reglas contractuales o llamadas
también cláusulas contractuales. Con el recordatorio que las reglas
interpretativas serán aplicadas según convengan para los afectados en una
relación contractual

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ZapUt-ckhlQaptWmJOcSoA3RusqzUAAAA=WKE

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