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El 27 de Septiembre de 1899 nace ANTONIO SOLÍS ÁVILA en Madroñera (Cáceres), en la calle D.

Pedro, que hoy lleva su nombre. Fue el segundo de cuatro hermanos, cada uno de ellos nacido
en pueblos distintos dispersos por la geografía cacereña, debido al oficio de su padre, Don
Vicente Solís Barquilla, sargento de la Guardia Civil. De este modo, su hijo mayor, Pedro, nació
en Navalmoral de la Mata; su hija Josefa, madre del gran pintor extremeño Massa Solís, nació
en Zarza de Montanchez; la hija pequeña, Victoria, en Calera de Toledo; siendo Antonio el único
que nació en el pueblo de su padre, Madroñera.

Sus primeros años transcurrieron a caballo entre Madroñera, en la comarca trujillana, y Garcíaz,
ya casi en las estribaciones de las Villuercas, distando uno de otro unos quince kilómetros; éste
último era el pueblo de su madre, Doña Isabel Ávila González. En estos pueblecitos, como él los
llamaba, discurrió su infancia, que suponemos gozosa y feliz, entregado a juegos y aventuras
infantiles en los parajes campestres más próximos a la localidad; ríos, olivares y huertos,
lindantes con el núcleo rural habitado, eran los lugares predilectos de los niños para llevar a
cabo sus fechorías; probablemente allí se gestara más de una fantasía y epopeya propia de la
infancia, asuntos estos que, en ocasiones, generaron a los padres más de un susto. Al anochecer,
estos juegos se prolongaban aún por las tortuosas y empedradas callejuelas, llenando de griterío
la apacible vida de los vecinos, que, en el invierno les reclamaban temprano al descanso, y, en
verano, les permitían alguna licencia más mientras los mayores descansaban y conversaban al
fresco, convirtiéndose las calles en centro de reunión vecinal, donde se discutían los avatares
cotidianos y se cultivaban algunos cotilleos. Pero a la temprana edad de ocho años, las aficiones
de este niño se inclinaban también hacia el dibujo, encontrando entre juego y juego un tiempo
de recogimiento para desplegar y desarrollar su incipiente aptitud como artista.

Pasada su infancia, y quizá por la influencia paterna, Antonio se planteó la carrera militar como
el mejor modo de ganarse la vida y, con este fin, a la edad de quince o dieciséis años marchó a
Madrid, aunque su sueño era otro muy distinto...pues pronto, en el Colegio de Guardias Civiles
Jóvenes de Valdemoro, se descubrió su capacidad artística. Allí se pasaba las horas dibujando,
escondido en la sala de armas, y tal era su afición que, a falta de lápiz, utilizaba el tizón de los
braseros para decorar las paredes dejando en ellas la impronta de guardias civiles, cabos,
sargentos, tenientes, capitanes, comandantes, coroneles...en resumen, de todos aquellos que
se prestaban a servir de modelo.

En vista a que su vocación se encaminaba por otros derroteros, abandonó esta preparación
castrense para dedicarse por completo a su carrera artística; y, de este modo, se matriculó en el
Colegio de Areneros de Madrid, regentado por los Jesuitas, con el fin de aprender dibujo
artístico. Pero su naturaleza inquieta y desorientada de aquel momento le mantuvo poco tiempo
en este lugar y comenzó a buscar otros horizontes hacia donde encauzar su talento creador.

Pronto descubriría, sin embargo, que aquellos eran tiempos muy duros en los que había, por
encima de todo, que subsistir; y ante la acuciante necesidad de trabajar entró de aprendiz en la
casa de fotografía Kaulak, donde permanecería ocho años retocando clichés. Mientras tanto, y
paralelamente, su vena artística le hacía dibujar sin parar y, por fin, en 1917, algunas revistas
como La Esfera, Mundo Gráfico y La Acción le publican sus dibujos. Además contribuyó en la
ilustración de novelas por entregas, publicadas en distintos diarios y revistas. Se introdujo así en
un mundo artístico que le entusiasmaba y, animado, fundó la revista Mundial y Alma Ibérica que
dirigió durante el corto tiempo en que fueron editadas, un año aproximadamente. Toda esta
actividad tuvo que compaginarla con su trabajo de retocador ante la insuficiente remuneración
de sus dibujos.

En Madrid conoció a la que sería su esposa, Doña Carmen Martínez Gómez, contrayendo
matrimonio en el año 1920, en la Iglesia de San Luis, que ya hoy no existe. De esta unión nacieron
tres hijos: Carmen, la mayor, Teresa y Antonio, que actualmente es diplomático y vive en Caracas
(Venezuela). De los tres, sólo Teresa heredó la vena artística de su padre pero se inclinó más por
la decoración y el coloreado de grabados. Será, sin embargo, su sobrino José Massa Solís quien
continúe la estela de su tío, dedicándose de lleno al apasionante mundo de la pintura y
consiguiendo rotundos éxitos, siendo hoy un pintor con renombre, que ha traspasado las
fronteras regionales, y un orgullo para Extremadura. También su nieto Antonio, autor del
prólogo de este libro, se ha decantado por la literatura. Los demás, en una familia relativamente
larga, tres hijos, quince nietos, ocho biznietos, ninguno ha heredado el arte del dibujo.

Por estos años de 1920, como ya hemos contado en un capítulo anterior, Solís Ávila ejerció la
función, por así decirlo, de cronista de esa época dibujando, con su inconfundible estilo, aquellos
acontecimientos que más de cerca vivió y a aquellos personajes que entonces eran noticia. Esto,
de algún modo, le hizo célebre y, hacia el año 1924 comenzó a trabajar en el diario ABC; al
principio como retocador de positivos en cristal para el huecograbado; posteriormente se
convertiría en colaborador gráfico de este periódico durante unos cuarenta años. Además
colaboró con la Compañía Iberoamericana de Publicaciones y otras revistas de Madrid. Él fue el
encargado de ilustrar las noticias más significativas de estos años con sus dibujos de rostros
cargados de realismo y expresividad. Serían sus famosas cabecitas, a las que ya hemos hecho
alusión. Tanta fue su producción y tan hábil y rápida la ejecución de cada una de ellas que,
incluso, después de su muerte, el ABC disponía de material suficiente para continuar publicando
sus retratos durante bastante tiempo, algunos hasta 1987. Al principio omitieron su firma, pero
sus hijas exigieron los derechos de autor.

También por esta época, y paradójicamente siendo autodidacta, Antonio desempeñó una plaza
de profesor en la Escuela de Arte y Oficios Artísticos de Madrid; primero en la escuela situada
en la calle La Palma, cuando era ministro de educación Ibáñez Martín, y, posteriormente, en la
escuela situada en la calle Marqués de Cubas.
Ya hacia 1925 se dedica más de lleno a su actividad artística, realizando innumerables retratos
a dibujo, que comenzará a exponer en un sin fin de salones oficiales, de los que queda constancia
si repasamos la prensa de entonces, y, también, particulares, tanto nacionales como
internacionales; todas ellas de dibujo hasta 1940, año en que comenzaría a trabajar el óleo y la
acuarela. Presentamos en el Anexo II una foto en la que aparece Solís Ávila con importantes
personalidades, entre ellas, el embajador de Estados Unidos; esta foto hace referencia a la
presentación de una de las exposiciones que realizaría en América, y es que las exposiciones que
estaban destinadas a países extranjeros, primero se presentaban en las embajadas del país de
origen y después se trasladaban al país receptor correspondiente.

Cuando estalla la Guerra Civil, Madrid se convierte en un campo de batalla, pero la familia Solís
permanecerá allí durante toda la contienda. Aquellos difíciles años, sin duda, dejaría un poso
amargo en aquel espíritu receptivo y sensible, pues fueron muchas las penalidades que tuvo que
sufrir en una ciudad que durante mucho tiempo permaneció en estado de sitio. Su trabajo en el
ABC, cuya sede estaba en la calle Serrano, le obligaba a salir de las oficinas periodísticas hacia
las tres de la madrugada, pues siempre trabajaba de noche; a esas horas, en tiempos de guerra,
el camino de vuelta a casa se convertía, irremediablemente, en un vía crucis cuyos peligros tenía
que sortear de soportal en soportal, escondiéndose entre las sombras, para no ser descubierto,
pues ya hacía horas que se había producido el toque de queda, y más de una vez le dieron el
Alto. Esto sucesivamente, una noche y otra, suponía horas de angustia, incertidumbre y desvelos
para su mujer, lo que contribuyó a que fuera minando su salud y enfermara de corazón. Su
tremenda debilidad fue el caldo de cultivo que favoreciera otra enfermedad más grave que
acabó con su vida el 27 de Septiembre de 1939, el día del cumpleaños de Antonio. La guerra ya
había finalizado.

La muerte de su esposa supuso el golpe más duro en la vida de Antonio, pues con ella había
compartido diecinueve años de felicidad. Sin embargo, su carácter vitalista y alegre le ayudó en
tan terribles momentos y, sobre todo, su afición por la pintura a la que se entregó intensamente
como medio de desahogo y asidero para continuar, junto con sus tres hijos, en aquellos difíciles
años de posguerra. Sin duda, ante lo inevitable, la vida sigue. Y con tal fuerza que,
artísticamente, el dibujo a Antonio ya no le bastaba, pues lo dominaba a la perfección; surgiendo
en él, entonces, la necesidad de pintar y una inquietud creciente por experimentar nuevas
técnicas y hacer sus propias creaciones.

Así se iniciaría con el óleo y la acuarela. Pero tal era su habilidad mental y manual que no necesitó
demasiado tiempo para dominar, con absoluta perfección, estas nuevas iniciativas, como
podemos comprobar en el reconocimiento que su obra de aquel momento tuvo ante críticos y
expertos en arte. Analizando ahora, retrospectivamente, su obra, podemos decir, por lo tanto,
que entre los años 1944 y 1956 desplegó una intensa actividad, comenzando entonces a realizar
sus primeros y numerosos encargos, además de sus primeras obras geniales, la mayoría retratos.
En estos primeros años de su pintura al óleo, recién terminada la contienda, aunque el material
de base para pintar escaseaba y los lienzos era de muy mala calidad, tuvo que responder a la
intensa demanda proveniente de la aristocracia madrileña (Conde de Rodegno, por ejemplo), la
burguesía, recién instalada y adinerada, adicta al Régimen, artistas y políticos, a los que ya había
retratado en dibujo, también antes y durante la guerra, respondiendo a encargos del partido
sindicalista y republicano, entre ellos, Negrín, Alcalá Zamora y Prieto. Del mismo modo, iniciados
los cuarenta años de dictadura, comenzarían a desfilar por el taller del pintor personajes como
Franco, el General Mola y ministros de los distintos gobiernos del Régimen, desde Ibáñez Martín
hasta Martín Artajo, el último. Los cuadros del Caudillo y de los ministros eran costeados por el
Estado y la mayoría de ellos permanecen ahora en los depósitos del Ministerio de Asuntos
Exteriores, según cuentan sus hijas. Además de la clase política, Solís Ávila nos ha querido
mostrar los rostros de escritores, artistas y toreros destacados de aquel momento, como la
escritora Carmen Icaza, el actor Miguel Ligero y los toreros Julio Aparicio y Rafael Ortega.
Comprobamos, pues, que la obra de Antonio Solís Ávila fue extraordinariamente numerosa,
encontrando en el público de entonces la audiencia que merecía. Representaba el arte oficial de
la época, tal como Macarrón en la actualidad. Y hablando de este pintor contemporáneo,
también podemos decir que Solís Ávila fue muy amigo de su padre, quien le enmarcaba todos
sus cuadros.

En estos primeros y tristes años de posguerra Antonio añora como nunca su tierra extremeña, y
el recuerdo de su color, de su olor, de sus paisajes, de su familia, de sus amigos, le harán volver
todos los veranos a estos lugares. La vuelta a estos dos pueblos, Madroñera y Garcíaz, pero sobre
todo Garcíaz, dónde aún vivían sus padres, suponía también una vuelta a las costumbres que
tenía al marcharse y que tanto echaba de menos en la capital, entre ellas las batidas de caza y
las tertulias y partidas con sus amigos en el casino y tabernas del pueblo. Desde aquí llevaba a
Madrid su visión particular y entrañable de los hombres, mujeres y niños que le proporcionaban
vida y color en sus vacaciones y que, luego, inmortalizaría con su paleta en el taller.

En Madroñera fue muy amigo de Don Julio García Abril, alcalde desde 1945 hasta 1977, y a él le
regaló seis cuadros, óleos y acuarelas, la mayoría paisajes de Madroñera, Trujillo y Cáceres que
en este libro muestro gracias a la generosa colaboración de Petra García Ávila, cuñada suya, que
me los ha prestado para tan singular ocasión.

En Garcíaz, su vuelta anual y veraniega era siempre festejada por sus queridos amigos con gran
alborozo, como demuestra esta poesía que transcribo a continuación, creada y dedicada por
Don Joaquín Cuadrado Palacios, maestro, el día 7 de Julio de 1944, en Garcíaz, cuando Antonio
estaba próximo a llegar, una vez más, a su pueblo. Es ésta:

A mi paisano y cordial amigo: Antonio Solís Ávila, con admiración y cariño.

El autor.

A un Extremeño Ilustre.

Garcíaz de mis amores

Espera ya jubiloso

En su regazo amoroso

¡Al mejor de los pintores!

¡Corralón lugareño,

casona sombría,

depón ese ceño,

muestra tu alegría
al que hace primores!

¿No sabéis que viene

huyendo de estío,

de ruido y calores

Antonio, que tiene

fama entre pintores?...

¡Iglesia aldeana

de empaque sereno,

rebosando amores

en cuadros

de luz y colores,

de bellezas lleno!

¡Toca tus campanas,

dale tus loores

y abraza en tu seno

a Antonio!

¡El mejor de los pintores!

¡Montañas bravías,

apacibles llanos

y frescas umbrías,

de esta tierra mía!

¡Mostradle ufanos

la hermosa poesía

que augusta y señora

se ve en tu “ribera”,

en tus robledales

de hoja siempre verde,

de limpios veneros,

en tus encinares,
en tus cazaderos,

en anocheceres.!

¡Dadle los quereles

dadle abundantes

y varios matices

y será él, artífice

de obras rebosantes

de arte y de dulzura

que siempre, constante,

brinda a sus pinceles

llenos de laureles

esta Extremadura!

¡Bella tierra mía!

¡Madre de conquistadores!.

Pronto viene a verte

Y a darte color,

Ha hacerte primores,

Tu hijo y pintor:

¡Solís Ávila!

¡El mejor de los pintores!

Joaquín Cuadrado.

Garcíaz –7 de Julio – 1944

Francisco Fernández Serrano relata en un artículo publicado en el periódico de Extremadura,


por estas mismas fechas, titulado Recuerdos de Garcíaz, una jornada de campo con su amigo
Antonio, lo que, al parecer, se convertía en costumbre todos los veranos. En estos largos
paseos se dedicaban a estudiar la flora de los alrededores, y a anotar los cambios producidos
en la misma de año en año. No lo transcribo al completo por su enorme extensión, pero sí
dejaré constancia de algunos párrafos:

A Solís Ávila, que ha inmortalizado nuestros árboles y nuestro pueblo.

Solamente de año en año viene mi amigo por este pueblo. Algunos acaso le reprochen despego,
descariño, desamor. Y, sin embargo, es cierto que no cojea por esta parte, y que indiferente e
insensible en la apariencia, guarda en el fondo solera, fuego y rescoldo.
Rara vez se olvida de dar un paseo por los alrededores. Le encanta, porque revive infinitos
recuerdos. (…)

Conocemos, queremos y admiramos, sobre todo, los árboles. Los hemos contado y recontado.
Uno por uno. Con ilusión gozosa. Con el mismo cariño que hemos visto al labrador repasando
sus faenas en la era al caer de la tarde. Con el mismo entusiasmo y cuidado con que el
ganadero y el pastor van numerando sus churras, sus merinas, sus corderos o terneras.

Repasamos cada año estos arbustos. Tal vez inconscientemente nos imaginamos que han
aumentado de un año para otro. Y de ordinario son los mismos. Alguna vez, contamos y vemos
que hay uno menos.

Nos son familiares, íntimos. Si no fuera osadía, nos atreveríamos a bautizarlos y asignarles un
nombre. (…)

Continúa el artículo con una descripción de los grupos de árboles que se van encontrando por
los distintos parajes de Garcíaz, desde la salida del paseo, por la Cuesta de los perros, pasando
por la cañada que llaman de los Millaeros, el egido de El Caño, el lugar de Las Traviesas, La
Prensa, etc.. Es un texto hermosísimo que refleja el amor y la preocupación que sentían por la
naturaleza, el estudio meticuloso que hacían de cada uno de los árboles que encontraban a su
paso, y el lamento y la denuncia ante la escasez y descuido que padecían, así:

No están todos los que fueron. Ley de la vida, que se traduce por necesidad de la muerte. Nunca
hemos curioseado estadísticas, y en esta ocasión no queremos filosofar sobre asunto que nos
afecta. Lo cierto es (al menos así nos parece a nosotros) que no abundan, que quisiéramos ver
más árboles en este tramo de la carretera, único paseo público durante muchos lustros. Y que
estos que contemplamos, los quisiéramos altos, frondosos, pero sin carga inútil; de ahí que nos
desagraden enclenques y achaparrados, recargados de maleza que los oprime. (…)

Por otra parte, siempre le esperaban sus amigos para la partida, entre ellos el dueño del casino,
Manuel Carrera; José Pedro Cuadrado, maestro; Pepe Abril, médico; Isidoro; y Don Hilario, el
párroco. Todos inmortalizados en sus cuadros, conformando las escenas de El Tute y La Partida,
por ejemplo, pero también sirviendo de modelos para muchos retratos, como el de Diego Pino,
titulado Paisano, o el de Lucas Caña, entre otros.

Estas tertulias de Garcíaz las traducía en Madrid por las del Café Gijón y las del Círculo de Bellas
Artes, compartidas con otros grandes amigos, entre ellos los pintores Enrique y Agustín Segura;
Ortega Muñoz, pacense y un enamorado también de la tierra extremeña reflejada en sus
simbólicos paisajes; y Vázquez Díaz que practicaba un cubismo cercano a las vanguardias de
entonces. Médicos de renombre universal como Don Gregorio de Marañón, a quien también
inmortalizó con un retrato y así mismo, a través del paisaje, dejó impronta del Cigarral que
poseía éste en Toledo, finca en la que se reunían los amigos más de un fin de semana. Otros
médicos de la familia como López Vidriero, Benítez de Huelva, Lillo, Mateo, etc. y sus señoras
fueron modelos suyos.

Así mismo, se carteó con Zuloaga y con Benjamín Palencia. Vemos, pues, que su círculo de
amistades era muy variado, sus amigos pertenecían a todas las escalas sociales, de acuerdo a
esa sencillez y afabilidad que mantuvo hasta el final de sus días.
Los últimos años de su vida los vive con una actividad inmensa, ya que será a partir de 1956
cuando produzca la obra de mayor calidad. Siete años después, una artrosis en las manos le
impediría dedicarse a su afición y a su trabajo. Su precaria salud fue agravándose y el 21 de
diciembre de 1967 moría en Madrid.

Ese día se fue el hombre, que no el pintor, pues el artista permanece siempre en su obra.

Hoy permanece, pues, entre nosotros un pintor que fue amado y admirado en su época, un
privilegiado del momento que ocupó las salas de exposiciones más relevantes de Madrid. Su
arte, imbuido en su vida, nos descubre una manera de trabajar pareja a su manera de vivir, era
ésta una manera pertinaz, rigurosa, aplicada y metódica; la mayoría de las veces, también
insatisfecha. Pero esta insatisfacción apenas si se refleja en su devenir artístico. Como artista
conservará siempre el gusto por lo clásico y apenas dejará vislumbrar grandes cambios en su
pintura, ni tampoco en la manera de entenderla, permaneciendo fiel a su técnica hasta la
muerte, sin desviaciones que distrajeran sus principios estilísticos y técnicos, quizás, ¡quien
sabe!, por pudor ante lo que entonces se pudiera considerar escandaloso. Sea como fuere, lo
que sí es cierto es que fue uno de los más sutiles intérpretes del color de la tierra extremeña, y
de su luz. Los cielos, los campos, las gentes, captados siempre a través de un prisma brillante,
alegre y despreocupado.

Su muerte es noticia en El Correo Español, de Bilbao; en El Diario y La Vanguardia, de Barcelona;


y en el diario Extremadura. Como en tantas necrológicas que él ilustró, también aparece su
retrato, pero esta vez es una fotografía.

FUENTE: SOLIS AVILA, EL COLOR DE LA TIERRA.

- Aproximaciones a la obra de este pintor extremeño -

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