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Los Vascos
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Y D E LA D E L E G A C IÓ N D E E U Z K A D I E N M ADflID m z
D E S D E S E P T IE M B R E D E 1936 A MAYO D E 1937 o' % 75
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Careliano Monografías
E D IT O R IA L VASCA E K IN , S . R . L.
B E L G R A N O , 1141
BUENOS AIRES
1945
Queda hecho
el depósito que
■marca la ley.
P r in t e d in A r g e n t in a
ÍNDICE
P rimera P arte
DEL CAOS REVOLUCIONARIO SURGE UN
COM ITÉ DE PATRIOTAS
El caos se desata sobre M adrid ..................................................................... .....13
Surge un Comité-Delegación del Partido .......................................................19
Las Milicias Vascas en formación ...................................................................23
La G uardia del Partido ............................................................................... .....24
La oficina de Irujo ......................................................................................... .....31
Salvoconductos y brazaletes ......................................................................... .....33
Bautismo de sangre de las Milicias Vascas ...................................................37
Trabam os contacto con las checas .................................................................38
E l Refugio para evacuados de las zonas de g u e r r a .........................................44
Secunda P arte
ATRAPADOS E N TR E LA GUERRA Y EL HAMBRE
Cuando los moros llegaron .............................................................................. 47
Días de actividad febril ................................................................................. .... 55
La limpieza de la q uinta colum na .................................................................. 65
Sangre, fuego, destrucción ............................................................................. .... 72
La ikurriña ondea en la Moncloa ............................................................. .... 77
La Delegación de Euzkadi en M adrid ......................................................... .... 78
T ercera P arte
LA DELEGACIÓN DE EUZKADI EN MADRID LABORA
Navidades bélicas ............................................................................................. ....84
Censo de vascos ............................................................................................... ....W
Refugio V Auxilio Social ............................................................................... ....92
Relaciones internacionales ............................................................................. ....95
Propaganda de Euzkadi ................................................................................. ....l í ^
Presos y desaparecidos ........................................................................................107
La evacuación de M adrid ............................................................................. ....119
El problema de los aprovisionamientos ..........................................................125
Recuperación de bibliotecas y objetos valiosos ............................................129
Tribunales Populares ..................................................................................... ....131
Gestiones de canje ........................................................................................... ... 135
L a situación m ilitar en marzo ......................................................................... 138
C uarta P arte
Q u in t a P arte
DEL CAOS R E V O L U C IO N A R IO SU R G E U N
C O M ITÉ DE P A T R IO T A S
(2) Este terror anárquico era de tal m odo incontrolable que sus víctimas
fueron no sólo elementos sospechosos de fascismo, sino, tam bién, algunos
probadam ente antifascistas. C itaré como sintomático el caso de Lucio
López Rey, afiliado según creo a Izquierda Republicana; al comenzar la
sublevación, su herm ano Manuel, fué nom brado Jefe Superior de Policía
en Madrid, y Lucio su secretario particular; animado por esta circunstancia,
acudí a su despacho con la idea de obtener u n salvoconducto que me
garantizara personalmente; cual no sería m i sorpresa al saber de sus propios
labios, que la víspera había sido detenido por milicianos anarquistas del
Ateneo L ibertario de la calle del Pez, decididos a darle el paseo p o r ser
funcionario del Cuerpo de Prisiones, aprieto del que le sacó su herm ano
rodeando el edificio con dos camionetas de Guardias de Asalto, al avisarle
lo que ocurría una chica que acompañaba a Lucio cuando fué detenido
en la calle; desde entonces estuvo m aterialm ente sitiado en la Dirección
General de Seguridad, hasta que por últim o tuvo que m archar a Francia.
Fué precisamente la rebelión de las fuerzas públicas la que im pidió a las
autoridades imponerse durante los prim eros días.
En algunos casos se trató de evidentes venganzas privadas; sin que deje
de haber curiosas y significativas reacciones populares. Así, escuché la
narración de un caso, cuyo protagonista iba a ser fusilado como fascista,
y pidió como últim a gracia que entregaran a su esposa u n fuerte pagaré
que llevaba en la cartera; al verlo los ejecutores y leer las firmas, le
preguntaron más detalles sobre el asunto, y resultó que quien le había
denunciado como fascista era precisam ente el deudor, que de esta m anera
p retendía liberarse de su compromiso; la reacción inm ediata de aquellos
chequistas fué la de poner en libertad al supuesto fascista, y fusilar al
falso acusador. No respondo de la anécdota, pero la creo verosímil.
presionaban en los pasos de la Sierra, los cheqiiistas e incon
trolados se dedicaban por su cuenta al saqueo o la “purga”, y
el Gobierno se veía forzado a distraer otros milicianos para
tratar de im poner su autoridad; todos ellos eran fuerzas resta
das en el frente.
Estos hechos, que u n día se difundieron como rum or increíble
y pronto tuvieron trágica comprobación, se filtraban hasta los
jardines del H ogar Vasco como nota discordante en nuestras
conversaciones. Instintivam ente reaccionábamos contra ellos,
no podíam os com ulgar con aquellos asesinos; pero, aunque toda
vía ignorábam os los asesinatos de la otra zona, sabíamos bien
que los fascistas sublevados eran enemigos nuestros que jam ás
nos perdonarían y que Euzkadi se jugaba su porvenir en aque
lla m acabra revuelta.
U n trágico dilem a se rasgó ante nuestras conciencias. Y la
zozobra de ignorar la suerte de Bilbao, se unió a la angustia
diaria.
Porque la represión comenzó a d ar sus aldabonazos entre
los socios carlistas del Hogar; más de uno hab ía sido detenido,
y otros se hallaban escondidos o habían desaparecido. L a pose
sión de u n carnet político del Frente P opular era condición
necesaria p ara circular p o r la ciudad. Y si nosotros ignorába
mos aú n la postura bélica o neutral del P artido Nacionalista
Vasco en Euzkadi, de lo que estábamos seguros era de que esta
filiación, desconocida generalm ente en M adrid, no nos serviría
como escudo protector.
El caso de Cesáreo R uiz de Alda fué bien significativo. Na-
barro, de Lizarra (Estella), prim o del segundo jefe de Falange
Española, pero afiliado a nuestro Partido, trabajaba en M adrid
como dueño de u n garage; en la m adrugada del día 14 de agos
to, unos milicianos de la checa com unista instalada en u n con
vento de la calle San B ernardo 72, hicieron u n registro en la
pensión donde vivía nuestro com patriota, a quien detuvieron
por el apellido y la tenencia de u n escapulario sem ejante a los
que llevaban los “requetés” que eran apresados en la sierra; Ce
sáreo exhibió su carnet de afiliado al P artido Nacionalista Vasco,
cuya significación fué ignorada por los hom bres que le d etu
vieron y los que seguidam ente le juzgaron, com unicándole que
sería “paseado” por fascista; en efecto, fué sacado hasta dos
veces a las afueras de M adrid, donde solían ser despachados los
condenados p or las checas, y finalm ente descendido a uno de
los sótanos del convento; allí sufrió el sim ulacro de u n fusila
m iento, tras el cual le com unicaron que todo había si.do para
ver si gritaba “ jA rriba España!” al m orir como hacían los fas
cistas, y fué puesto en libertad.
El caso es enorm em ente aleccionador sobre los caracteres de
aquella justicia revolucionaria, con todo su h o rro r y tam bién
sus matices de honradez.
Los nacionalistas vascos, casi todos estudiantes a quienes el
m ovimiento nos había sorprendido preparando oposiciones
o repasando asignaturas pendientes, nos reuníam os diariam en
te en los jardines del H ogar Vasco. O cupaba p o r entonces la
presidencia José de Basterretxea, estudiante de ciencias, y entre
los más habituales se contaban M endieta, Lekuona, Ustarroz,
Leska, Sarasola, Eguren, Genua, Ayerbe, y pocos más; ya que
la inm ensa m ayoría se hallaba disfrutando sus vacaciones en
Euzkadi. A nte la carencia de orientación, decidimos estudiar
euzkera p ara m atar el tiem po y el nervosismo; pero pronto la
intensidad de los acontecimientos nos obsesionó.
Llegaron las prim eras noticias de Euzkadi. L a defensa de
Iru n , la constitución de una Ju n ta de Defensa en Bizkaya con
participación de nuestros representantes, la persecución desen
cadenada en N abarra y A raba por los fascistas contra batzokis
y ab ertzales.. . Eramos beligerantes, y debíamos luchar; pero el
am biente de M adrid nos asfixiaba.
A prim eros de septiembre, coincidiendo con la llegada de
R am ón de U rtu b i desde Bilbao, quien nos com unicó toda la
inform ación que necesitábamos para calentar nuestros ánimos,
Basterretxea se personó en el M inisterio de la G uerra solici
tando se nos facilitase el traslado a Bilbao, con el propósito de
integrar las milicias nacionalistas en formación; la lista com
prendía a varios estudiantes y algunos reclutas que, proceden
tes de los regim ientos sublevados (®), se hab ían quedado al
L a oficina de Iru jo
Salvoconductos y brazaletes
i
Sin darnos casi cuenta nos adentrábam os en octubre, el
cuarto mes de guerra. La misma agitación de aquellos días
nos había hecho olvidar u n poco los absurdos partes oficiales
de guerra que nos hablaron durante días y días de u n a batalla
de T alavera de la Reina, transform ada después en la batalla
(7) Aunque no sea éste el lugar más apropiado para d etallar la improba
labor realizada por don Manuel de Iru jo en el Gobierno de la República
Española como representante del Partido Nacionalista Vasco, no puedo
menos de dejar expreso y cordial homenaje al hombre valiente y digno
que supo enfrentarse al caos y m antener la bandera de la justicia y de la
hum anidad. £ n Madrid, como M inistro sin cartera, en ca u zó y protegió
nuestra labor; después en Barcelona y Valencia, encabezó la de sus respec
tivas Delegaciones, tan semejante a la nuestra. Más tarde, cuando en mayo
de 1937 fué llevado al Ministerio de Justicia, su presencia en él marcó el
paso decidido a la legalidad jurídica, con reformas trascendentales. Vuelto
a la condición de M inistro sin cartera a fines de 1937, se dedicó de lleno
a la labor de canjes, y enarboló una bandera política de sensatez frente a
los partidismos absolutistas; esta enérgica actitud le llevaría a abandonar
dignamente el Gobierno cuando, en absoluto acuerdo con nuestro P ar
tido y el Ministro catalán Ayguade, consideró que no podía prestar su
colaboración a ciertos hechos y tendencias; y como jefe de la minoría
parlam entaria, no vaciló en fustigar públicam ente al Gobierno en la famosa
reunión de las Cortes en San Cugat. Su política y su conducta fué fiel
reflejo de la política y conducta del Gobierno Vasco en Bilbao; sólo que
estaba solo, sin masas que le respaldaran en la calle. Uno de mis orgullos
es el de haber podido colaborar modestamente en su obra; que es la obra
del pueblo vasco también.
Talavera-Santaolalla, en la batalla Talavera-M aqueda, y por
últim o en la batalla Talavera-Navalcarnero.
El enemigo se acercaba a M adrid. Y la caída de T oledo en
poder de la colum na Varela, con la subsiguiente oleada de
milicianos fugitivos, hizo resurgir en la retaguardia la limpieza
drástica de elementos enemigos o sospechosos que parecía
haber decrecido u n tanto durante el mes de septiembre.
Cada día se hacía más y más insistente la presión de los ate
morizados que acudían al Comité del Partido Nacionalista
Vasco en dem anda de protección. Los afortunados que habían
conseguido el carnet del Partido o u n aval personal de Irujo,
paseaban tranquilam ente por las calles en dom ingo perm anen
te desde la revolución y dorm ían a p ata suelta; de boca en
boca corrían rum ores de personas detenidas y conducidas a la
trágica checa de Fomento, que habían sido puestas en libertad
al mágico conjuro de decir “Soy vasco”. Y los que carecían
de docum entación, pero tenían amigos abertzales, los que sin
ser siquiera vascos tenían fe en nuestra generosidad, se volca
b an a diario en la calle Nicolás M aría Rivero.
L a guardia d iu rn a hubo de ser reforzada para atender a las
visitas solamente. Y al fin el Com ité afrontó seriamente la
situación.
N o cabía dar más salvoconductos de nacionalista vasco;
cuantos lo eran realm ente, habían sido documentados ya; cuan
tos sin serlo efectivamente, pudieron dem ostrar u n a sim patía
más o menos vergonzante, habían conseguido amigos que
respondieran por ellos; y más de u n cura o religioso indife
ren te había sido apadrinado por el Partido a sabiendas de lo
que hacía.
Pero, pese a los rum ores corridos sobre matanzas en masa
de com unidades y cabildos parroquiales, en M adrid quedaban
centenares de religiosos y sacerdotes escondidos que tem blaban
p o r su vida y libertad. Religiosos y sacerdotes que no eran
vascos y sin em bargo venían a nosotros, fiados en nuestra con
dición católica. Y el Partido, generoso con sus mismos detrac
tores, no vaciló en protegerlos.
Aseguro aquí, con firmeza y sinceridad, que cuanto sacer
dote, cuanto fraile, cuanta m onja se presentó en el Partido
solicitando protección, fué atendido. Las más de las veces, por
indicación personal del propio Irujo.
N aturalm ente, n o se les dió un salvoconducto como nació-
nalista vasco, pero sí un aval concebido más o menos en los
siguientes términos:
“El Comité Delegación del Partido Nacionalista Vasco
“ en M adrid, C ER TIFIC A : q u e ........ es persona adicta
“ al régimen, y por tanto se ruega a las autoridades y
“ milicias sea respetado.”
Este aval, con la fotografía del interesado y la firm a de u n
delegado, docum entó y facilitó la vida norm al de cientos, de
cientos, repito, de hombres de iglesia.
Este mismo aval se utilizó para docum entar a aquellos vas
cos que, sin ser nacionalistas, merecían ser protegidos. A veces
se llegó a docum entar a vascos cuya ideología era contraria
a nosotros, pero cuyas características personales les hacía total
mente inofensivos; en estos casos la fórm ula variaba y el aval
era más vago:
“q u e .........es una persona respetuosa con las leyes de la
“ República.”
o algo semejante.
De esta m anera quedaron docum entadas y tranquilas todas
aquellas monjas que venían hablándonos de “nosotras somos
navarras, sabe usted, pero como los navarros somos tan pare
cidos a los v asco n g ad o s...” ; es decir, carlistas seguras.
Las autoridades franquistas h an publicado ya la lista com
pleta de los sacerdotes y frailes asesinados. El día que esté en
condiciones de publicar parte de la lista de los que nosotros
documentamos y protegimos, ya que jam ás espero conseguir
la lista com pleta de avales, la proporción será bochornosa para
ellos (®). Con la agravante de que muchos de estos curas y
frailes estaban en prisión y salieron con nuestros avales o con
los de Irujo; y au n algunos pasaron por las checas, y su condi
ción de vascos les salvó autom áticam ente la vida.
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* M írfric/ ' S / rfe l9 3 b .
riA W * r>t\. Facsimil de los salvo
conductos extendidos
'fr<l h"iÁIkMt por el Partido N acio
C e T t ifc a d o n .' nalista Vasco.
(2) Q uiero citar individualm ente el caso de la fam ilia Goitía, claramente
derechista. El hijo mayor era uno de los oficiales de significación reaccio
naria que los marinos m ataron en Cartagena d u ran te los prim eros días del
movimiento. T res hijas residían en Valencia; y la m adre viuda, con otras
tres hijas y un hijo pequeño, vivían en M adrid, al final de la calle Valle-
hermoso. m uy cerca de la Moncloa. Debió ser hacia el día 16 cuando nos
llegó su aviso angustiado solicitando las sacáramos de casa y las asiláramos
en el Refugio. Personalmente llevé a cabo la misión, en el autom óvil de
Menike. Nuestros milicianos se parapetaban en las últim as casas del barrio,
y las bocacalles inmediatas estaban batidas por varios ángulos; a pesar
de lo cual, conseguimos llegar hasta la casa, salvar a la madre e hijos con
algunos colchones que nos sirvieron a la vuelta de parapeto, y en el Refugio
quedaron pacíficamente acomodadas durante el resto de la guerra.
sar dorm itorios con m antas y cortinas, cocinas en infiernillos y
estufas, camas en colchones tendidos por los pasillos y en la
acera soleada. M ientras m edia docena de muchachos de la
G uardia ayudaban a cargar y descargar, cerrando enérgicam en
te el paso a cuantos no m ostraban u n pase escrito del Comité.
Don Horacio de E txebarrieta presidía con su eterna sonrisa
bonachona el febril ajetreo, acaso pensando con suave ironía
en su palacio de Algorta; en tanto que M anzarbertia y D úo
im provisaban ficheros y oficinas. El orden era completo; las
muchachas sonreían confiadas; acaso todo fuera una pesadilla
que p ro n to pasaría.
Oasis de paz en m edio de la hecatombe. C uando me adentré
hacia el corazón de la ciudad, oí ya las prim eras granadas silbar
sobre los tejados; al llegar al P artido, las noticias eran de nuevo
en extrem o alarm antes; y a m edida que avanzó la tarde, se
tornaron aú n peores.
Ustarroz llegó hacia las cinco. Vivía en u n a de las últim as
casas de la calle de Segovia, en las cercanías del puente sobre
el M anzanares. T odavía la víspera había tratado de seguir
desde la azotea la dirección de las explosiones, antes de sacar a
su anciana m adre hacia u n a casa segura del barrio de Sala
manca. A m ediodía había m archado tranquilm ente a comer,
brom eando a costa de los pesimistas. Y ahora se nos presen
taba, sudoroso y agitado, cargando u n cofre en sus robustas
espaldas.
—H e visto los moros —nos dijo—. Están ya en el P uente de
Segovia, al otro lado del río.
—N o te creo.
—Q ue te hubiera pasado u n a bala rozándote la boina como a
mí. A quello es u n a ensalada de tiros trem ebunda.
Poco más tarde, otros muchachos que vivían en diversos
puntos de la ciudad cercanos a sus afueras, llegaron cargados
a su vez de bultos y provisiones. Algunos de ellos no eran m iem
bros de la G uardia, pero fueron adm itidos en el acto y d istri
buidos entre el P artido y el Refugio. P or ellos fuimos sabiendo
cómo el enemigo, tras recuperar los Carabancheles, habíase
corrido p or toda la Casa de Campo hasta ocupar la m argen
m eridional del río M anzanares, desde el barrio de Usera hasta
cerca del Pardo; columnas de milicianos veteranos y novatos
sacados de las sindicales movilizadas, cerraban el paso de los
puentes en suicida y dram ático esfuerzo de titanes, y las grana
das de la artillería enemiga m ordían sádicamente las carnes
de la ciudad apetecida.
La noche nos trajo consigo u n descanso en la pelea, y a una
m uy corta distancia, que la oscuridad parecía dism inuir, cre
pitab a por doquiera el fuego de las am etralladoras y bombas
de m ano. Pero nadie sentía ya el m iedo de la víspera.
Alguien había traído m edia docena de escopetas con m uni
ciones variadas; u n rifle m onum ental com pletaba nuestro ar
m am ento pesado; y las pistolas parecían haberse duplicado como
por arte de magia, procedente más de u n a de los comités y che-
quistas huidos la víspera.
A quella noche Santiago de L ekuona se quedó con nosotros;
vivía al final del Paseo de las Delicias, lugar por donde habían
de forzar la entrada los fascistas del barrio de Usera, y tal pers
pectiva no era m uy atractiva. N o era el único refugiado; hasta
m edia docena más se congregaron alrededor de u n a im provisada
cena de despedida a M aidagan, que tam bién m archaría al
siguiente día rum bo a Valencia con su familia; en su m ayoría
fueron nombres que olvidé rápidam ente, tan rápidam ente como
desaparecieron de nuestro círculo de acción; sólo recuerdo a
Ju a n de Iriarte, ex-presidente del H ogar Vasco, alto em pleado
de la “Papelera” y de filiación carlista, a quien me recom endó
expresam ente Ju a n Sosa B arrenetxea por aquella noche y cuya
desaparición posterior, para refugiarse en la Em bajada de Bél
gica, había de traernos graves sinsabores en los días subsiguien
tes (^).
(10) Según los pocos datos escritos que conservo, las principales sacas
fueron las siguientes: los días 6 y 8 de noviembre, 1020 presos que p ro
cedían en su casi totalidad de la Cárcel Modelo y algunos de la prisión
provisional de San A ntón, entre ellos figuraba el ex-ministro de la CEDA,
señor Salmón; en diversos días del mes de noviembre, pero especialmente
los días 19 y 24, asi como el 4 de diciembre, varios centenares de la prisión
provisional de la calle G eneral Parlier, entre ellos el ex-ministro m onárquico
Montes Jovellar; los días 27 y 50 de noviembre, otros tantos de la prisión
provisional de San Antón, en tre ellos el escritor teatral Muñoz Seca; y los
días 30 de noviembre. !’ y 2 de diciembre, en m enor cantidad de la a n ti
gua cárcel de mujeres de Ventas, entre ellos el escritor R am iro de Maeztu.
De la prisión provisional del D uque de Sexto y de la prisión provisional
de mujeres en el Asilo de San Rafael, nunca supe que hubiese sacas. Las
ejecuciones colectivas se realizaron en los pueblos de Paracuellos del Jaram a,
T orrejón de Ardoz y Barajas. A p a rtir del día 6 de diciembre en que
ocupó la Delegación Especial de Prisiones el anarquista M elchor R odrí
guez, no se verificó ninguna otra evacuación; es más, dias después la avia
ción fascista bombardeó el pueblo de Alcalá de Henares causando muchas
víctimas, el pueblo reaccionó queriendo asaltar la cárcel para linchar a
ios presos, mas avisado Melchor por la guardia que se consideraba im po
tente para defender la prisión, se apersonó en pocos minutos ante la p uerta
del edificio, arengó a las turbas y consiguió salvar a los reclusos, entre los
cuales se contaba el secretario general de Falange Española, Raim undo
Fernández Cuesta.
El sistema fué la constitución de una especie de tribunales
revolucionarios, checas o comités, que rápidam ente, con la
urgencia que les im ponía la proxim idad del enemigo, exam i
naron los antecedentes de los millares de presos encerrados en
cada local; si creían com probar que era u n fascista o u n ele
mento peligroso, es decir, u n posible com ponente de la q u in ta
colum na de Mola, se decretaba su m uerte inm ediata; si se
presentaban a tiem po avales que garantizaran su conducta, a
veces eran puestos en libertad; en la mayoría de los casos,
cuando parecían dudosos o la persona no peligrosa, seguían
detenidos provisionalm ente en la cárcel. Dentro de su con
cepción revolucionaria y extremista, hubo un criterio; pero
jamás lo compartí.
Además, la m isma rapidez de la limpieza hizo que esta
fuese a veces disparatada. Jefes de Falange, como R aim undo
Fernández Cuesta al que luego me referiré, salvaron su vida;
infelices inofensivos, cayeron tontam ente (^i).
(H) De todos los casos que escuché, sin duda alguna el que más me
impresionó fué el de cuatro muchachos, el mayor de ellos nacido en Bal-
maseda, razón por la cual su padre se presentó al Partido en demanda
de auxilio. La historia es ésta: el padre, José Lagunero de la Torre,
ejercía la abogacía en una población cercana a Madrid, donde tuvo roces
por motivo de usura con quien más tarde resultó ser presidente del comité
revolucionario local; estallan los sucesos, Lagunero teme por su seguridad
y m archa con su fam ilia a Madrid; días después alguien le avisa que
milicianos del pueblo han llegado a la capital en su busca, y alocado, sin
pensar más que en la seguridad de sus hijos, mueve amistades políticas
y como un favor especial consigue que encierren a los cuatro hijos en la
cárcel; en aquel mom ento la prisión era más segura que los hogares p ri
vados; y como había que encerrarles por algún motivo, en la ficha se les
puso sencilla y vagamente "Por fascista” , sin motivo concreto alguno. Pisan
los días y los meses, llegan las trágicas sacas de noviembre, y el di» 30
son examinadas sus fichas en la cárcel de Ventas, leída su calidad de “fas
cistas” y agregados a la lista del centenar de presos inmolados aquel día;
los cuatro hermanos caen juntos, y caen por la gestión de su padre.
A primeros de diciembre conocí personalmente a éste. Tembloroso, ago
biado p o r el dolor y la angustia, apenas podía balbucir, sus piernas vaci
laban, sus ojos se hundían en un rostro demacrado. Nunca osé comunicarle
la fatal noticia, y piadosamente le mentí, en complicidad con su única hija.
Meses después, cuando el Ministro Irujo me llevó como Letrado Asesor
de la Dirección General de Prisiones en Valencia, recibí todavía dos cartas
de él, que conservo; he aquí algunos párrafos dramáticos de la segunda,
fechada el día 15 de junio de 1937:
“Mis hijos pertenecientes al partido vasco, el mayor (Eustaquio) Profesor
de la Escuela de Vergara (Guipuzcoa), locamente entusiasta por la tierra
vasca y sus fueros, etc., etc. ya merecía como le ruego a V. suplicándoselo
encarecidamente, se interesara acerca del Director de Seguridad también
Las m atanzas de agosto, los paseos, son injustificables pero
se explican por la situación del momento y la índole de las
personas que la hicieron; para mí, la limpieza de noviem bre es
el borrón más grave de la defensa de M adrid, por ser dirigida
por las autoridades encargadas del orden público. Bien es
verdad, que a primeros de diciem bre dejó Serrano Poncela la
Delegación de O rden Público y fué nom brado M elchor
Rodríguez para la Delegación de Prisiones, m om ento desde el
cual las matanzas cesaron y tribunales regulares comenzaron a
actuar con u n criterio justo y benévolo.
Oficialm ente ninguno de los presos fué ejecutado, oficial
m ente fueron “trasladados a la prisión de C hinchilla”, lo que
pasaba es que en el camino desaparecían. La m acabra contra
seña, que p ronto figuró en el dorso de las fichas policiales (^^),
vasco para que procurase indagar donde está este hijo mío (sin una pierna)
y sus otros tres hermanos. Es un caso de hum anidad además.
“Yo no pido más que se Ies busque y se los entreguen a los T ribunales
Populares, que la condena que sea acatarán con gusto. Pero que los juzgue
el T ribunal, no que disponga de mis cuatro hijos nadie que no sea los
'l'ribunales Populares, y que les saquen de la Cárcel como los sacaron
de la de Ventas el 30 de noviembre sin que se haya vuelto a tener noticias
de ellos.
“El Juzgado ordinario N’ 4 terminó el sum ario hace ya meses y los
reclama el Fiscal para que nuevamente declaren, y se dice que no parecen
—pues que los busqnen y los encontrarán. Esto es lo que yo le ruego para
traslado del Sr. Director de Seguridad si a V. le parece— bien justo es.”
(12) El deber de estricta objetividad que me he impuesto, hace que dé
cuenta de la versión escuchada de labios de Segundo Serrano Poncela,
baja en el Partido Comunista antes de term inar la guerra, y exilado final
mente en la República Dominicana. Según sus palabras, él ignoró total
mente que el “traslado a C hinchilla” o las órdenes de libertad posteriores,
fueran una contraseña convenida para sacarlos de la prisión y matarlos
en las afueras de Madrid; las órdenes le eran pasadas por el Consejero de
O rden Público, Santiago Carrillo, y él se lim itaba a firmarlas; y tan pronto
como averiguó la trágica verdad, a primeros de diciembre, dim itió de su
cargo. El asunto es tan delicado y grave, que no juzgo licito opinar. Diré
tan sólo que los fascistas fusilaron en 1940, u n año después de ganar la
guerra, al padre de Serrano Poncela, un viejo socialista sin actuación
destacada en la guerra.
(13) El bulo más corriente, que nunca averigüé si había sido lanzado por
fuentes fascistas o republicanas, era el de decir que cuando uno de los
camiones con presos era llevado hacia el lugar de la ejecución, una p atrulla
de tropas fascistas lo había liberado, llevándose consigo a los condenados a
m uerte; pronto el camión se transformó en dos, en tres, en varios camio
nes; y el golpe de refinam iento vino cuando se aseguró que Radio Burgos
había dado la lista de los liberados, naturalm ente nadie había oído la lista
y siempre la noticia venia de referencias. Personalmente utilicé a veces el
bulo, o el también socorrido de decir que los desaparecidos estaban forti-
perm itió tam bién la obtención de las listas de muertos; lo que
facilitó nuestras posteriores gestiones para indagar la suerte
de los desaparecidos, pero de ésto hablaré después. Sólo quiero
recordar aquí, que en las sacas macabras de la Cárcel Modelo,
del 6 al 8 de noviembre, hubo una tercera saca, com puesta de
201 personas, que “trasladados a la cárcel de Alcalá de H ena
res”, llegó perfectamente a su destino, y entre ellos figuraban
R aim undo Fernández Cuesta, secretario genera! de la Falange
Española, y más de u n m ilitar de alta graduación y probada
condición fascista; ¿a qué se debió ésto?, nunca lo pude ave
riguar.
Los primeros rum ores llegaron al P artido el mismo d ía que
M enike vió regresar a los que habían ejecutado la segunda
expedición. Pero su confirmación la tuvimos en la noche del
día 13. Recibimos ese día la visita del Encargado de Negocios
a. i. de Noruega, Francisco Schlaier, y del Delegado del Comité
Internacional de la Cruz Roja, Dr. H enri (^^); ambos acudían
a nosotros, fiados en nuestra llam ada a los vascos y sabedores
ficando y por tanto su paradero tenía que ser secreto, siempre que la
angustia o dolor de los familiares me obligaba a ello, aunque solía buscar
a otro fam iliar de ánim o más tem plado a quien informar debidam ente.
Sólo m e salí de mis casillas con la viuda del Comandante de Aviación,
Fanjul, herm ano del general sublevado en el Cuartel de la Montaña, quien
en tono jactancioso y agresivo me vino a asegurar que sii esposo había
hablado por la emisora de Burgos; su actitud me provocó de tal manera,
que la probé contundentem ente que su esposo había sido m uerto y que el
bulo era falso, antes de que m e diera cuenta de que otra infeliz viuda
caía convulsa entre congojos, una viuda a la que durante varios días había
tratado de consolar con piadosas mentiras.
C uando el truco del "traslado a Chinchilla” se popularizó, las órdenes
fueron de libertad, pero siempre había agentes encargados de llevarse a los
presos a sus hogares, es decir, de ejecutarles. Insisto en que, a m i juicio,
éste es el borrón que afea la heroica defensa de Madrid; sólo compensado
y superado por las matanzas colectivas llevadas a cabo por los fascistas.
El .Encargado de Negocios a. i. de Noruega, Francisco Schlaier, era
de nacionalidad alemana, antiguo cónsul honorario, que al empezar los
sucesos se hizo cargo interinam ente de la Legación; corrientemente se ha
opinado que era un agente de la quinta columna, y su nacionalidad y acti
vidades confirman esta creencia. En la Legación tenía unos dos m il asila
dos; pero su obsesión fué siempre el canje de Raim undo Fernández Cuesta,
como más adelante diré.
El Dr. H enri, prim er delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja,
era un doctor suizo que días más tarde fué derribado a tierra con heridas
ligeras, cuando el avión en que se dirigía a Francia fué atacado por un
avión desconocido. La identidad de este avión nunca ha sido puesta defini
tivamente en claro; las versiones más corrientes, ambas de origen fascista,
eran la de decir que fué un avión fascista que por error atacó al avión
civil francés tomándolo por un avión republicano, y la de acusar a los
de nuestra conducta y sentimientos. Con voz entrecortada por
la emoción, nos hablaron de las matanzas de la Cárcel Modelo,
y nos dijeron que personalm ente habían estado en Paracuellos
del Jaram a, donde habían visto la fosa en que fueron enterradas
las víctimas y recibido detalles indudables de lo sucedido.
F ruto de esta visita, ya que no pudiéram os hacer nada para
suspender la limpieza y sí solo dar cuenta de ella a Valencia
y Barcelona para que la supieran nuestros superiores, fueron
gestiones personales realizadas en numerosas ocasiones cerca
de los hombres que realizaban la selección a fin de conseguir
la libertad o el perdón de algunos vascos y la visita que
C arnet de movilización, en
que, junto al sello de la
Delegación de Euzkadi, se
aprecia el sello de la Junta
de Defensa de Madrid, pre
sidencia.
r*
«¿e ^ c x d jc c ííe ^
S'.
m o v iliza d o a Id s órdene s, del G o -
btefno de Euziíadi.
de asid Daíegdctón.
miento. La G uardia de servicio perm anente, m antenía un
orden rígido e im pedía la entrada de quienes no fueran hués
pedes del Refugio, única m anera de evitar personas ocultas,
con la subsiguiente posible acción policíaca. Y sus creadores,
trabajaban con incansable voluntad.
T a l fué nuestra labor en aquellos días febriles y trágicos,
que si a comienzos de raes habían sido varios los diplomáticos
que acudieron al P artido en dem anda de ayuda, pasados los
días del terror fascista, se descolgaron casi a diario. Sosa, Le
kuona y U ruñuela sé veían forzados varias veces al día a aban
d onar sus habituales quehaceres en el seno del Comité, para
revestir la más solemne de sus actitudes, pasar al salón princi
pal hasta entonces herm éticam ente cerrado, y conversar no me
nos solemnemente con los representantes diplom áticos acredi
tados en M adrid. Pocas fueron las legaciones que de u n a
m anera u o tra no nos pidieron uno u otro favor; citaré en
estos días, especialmente, a la Em bajada de Chile, que ostenta
ba el decanato del C uerpo D iplom ático, a la Em bajada de A r
gentina, a la de Colombia, a la de Guatem ala, a la de México,
a la de Cuba, a la de la R epública Dom inicana, a la de Para
guay, a la de Francia, a la de Bélgica, a la de H olanda, a la de
Polonia, a la de H u ngría y a la de T u rq u ía.
E n la de Paraguay ingresó precisamente, en u n a situación
provisional especial que más tarde d aría paso a las gestiones
de canje, nuestro preso Javier de Astrain. En la de H olanda se
asiló tam bién m om entáneam ente Cesáreo Ruiz de Alda, quien
meses después saldría de ella para incorporarse a las milicias
de la Delegación de Euzkadi en Barcelona. Más adelante daré
más detalles.
T o d o esto, e iniciativas anteriores que ya flotaban en el am
biente, condujo insensiblem ente a la constitución de la Delega
ción G eneral de Euzkadi en M adrid.
El P artid o Nacionalista Vasco, voluntariam ente, pasaba a
un segundo térm ino y se reservaba la tarea más delicada por
ser política: los avales y salvoconductos. Y la Delegación de
Euzkadi, como representación del G obierno, ofrecía su tutela
a todos los vascos, fuesen quienes fuesen, sin preguntarles su
filiación política (^o).
N avidades bélicas
Censo de vascos
R elaciones internacionales
Propaganda de E uzkadi
Presos y desaparecidos
Presilla Urkixo.
Rosa García Landeiro.
Am elia Azaróla.
Ma. Paz Alonso Cueto.
Ma. Teresa Urkiza (reclam ar a los T ribunales Populares).
M aría Ruiz López (conocida de Leriz, ver ficha).
L uisa Azkoaga (preguntar en el Refugio).
Angeles del R ío (está en la enfermería).
C arm en H ernández Etxebarria (concedida libertad).
Consuelo Juantorena (a disposición de los T ribunales Po
pulares por esparcir bulos. Ver a Elorza y Pensión Amaya).
Em ilia Tuniso.
Ma. Luisa Arizmendi.
Angeles González M arina (rehén por su marido).
Ju lian a M irto Arellano (religiosa, pedir libertad).
A ntxorena (dos hermanas, religiosas, pedir libertad).
Ceferina A ram barri (religiosa, a disposición de los T rib u
nales Populares, exam inar el caso).
M arin T rian a (se ve el juicio el jueves).
Pilar A rribillaga (llevarla al Refugio de momento).
T o ta l ............. 48 casos
Gestiones inútiles:
asesinados ..................................................... 54
desaparecidos ............................................... 176
fascistas ......................................................... 163
L a evacuación de M adrid
Gestiones de canje
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C u a r t a P a r t e
CON LA T R A G E D IA DE EUZKADI
EN EL A LM A
L a batalla de Guadalajara
Canjes y aventuras
(B) R aim undo Fernández Cuesta es uno de los prim eros falangistas que
siguieron a José Antonio Prim o de Rivera; tomó p arte activa en la orga
nización y actos de Falange Española, de la que fué Secretario General
hasta comenzar la guerra; y su nombre figuró en todas las candidaturas del
partido en febrero de 1936. Estaba detenido en la Cárcel Modelo desde
antes de la revuelta; no sé quién le protegió o si pasó desapercibido, pero
n i le molestaron en la matanza del 23 de agosto, ni fué incluido en las
sacas trágicas de noviembre; por el contrario figuró en la lista de los 201
afortunados que fueron llevados sanos y salvos a la Cárcel de Alcalá. Fué
entonces cuando cundió su nombre y personalidad política.
Jam ás le visité, pero nuestra atención recayó constante sobre él, y en
más de una ocasión cambié impresiones con el director de la Cárcel de
Alcalá prim ero, y con el de San Antón después; así como con Melchor
Rodríguez, Delegado Especial de Prisiones, y diversas personas que se
interesaban por él. E ra nuestro principal rehén, y el deseo nuestro era
canjearle por los cuatro herm anos de Irujo. Todas las gestiones de Arrese,
Schlaier y demás, estaban relacionadas con este canje.
A fines de abril, recibí otro telefonazo anónim o indicándome que había
Por aquellos días la casualidad me llevó a introducirm e en
las andanzas de otro rehén im portante. Se trataba de José
Domínguez Arévalo, dirigente carlista, y herm ano del Conde
de Rodezno, supremo jefe del tradicionalism o y m inistro del
gobierno fascista de Franco. Estaba detenido en la cárcel del
general Porlier desde prim eros de octubre; me lo habían pre
sentado u n a m añana, en los pasillos de la prisión, y ya enton
ces me sorprendió que hubiera salvado la vida en las sacas
de noviembre, especialmente rigurosas en aquella cárcel pro
visional. Pues bien, u n a m añana de prim eros de abril bajaba
del autom óvil de la Delegación para entrar en el edificio,
cuando descubrí en su dintel al propio Domínguez Arévalo,
sonriente y afeitado, m anta al hom bro, despidiéndose de unos
guardianes; no cabía duda, salía en libertad, sin q u e nadie
hubiese sospechado su extraordinaria im portancia como rehén.
N o h ab ía tiem po p ara dudar, y la inspiración fué m i guía.
C orrí a él, y sin darle im portancia le saludé, preguntándole
si salía en libertad; así era, habia sido juzgado por el Ju rad o
de U rgencia como desafecto, pues popularizado el título n a
die conocía el apellido, y pasó tranquilam ente por las horcas
caudinas con una benignísima pena de seis meses, que casi
(6) José Domínguez Arévalo, era herm ano del Conde de Rodezno, jefe
supremo de la comunión tradicionalista española; y él mismo era u n desta
cado dirigente carlista. Fué detenido y juzgado como simple afiliado al
centro carlista, sin que nadie adivinara su personalidad, por lo que escapó
con la pena mínima de seis meses. Al cum plirla fué cuando nosotros
actuamos; nuestro propósito era gestionar el canje con discreción y aho
rrándole las molestias de una prisión; p o r lo que nos limitamos a vigilarle
para evitar su asilo en la Legación de Austria; pero su im prudencia supina
le llevó a parar en manos del servicio de información y después del T ri
bunal de Espionaje y Alta Traición.
Conservo aún en mi poder la tarjeta y la carta que me escribió desde
la Cárcel del General Porlier; la carta dice así: “Señor Galíndez: Mi buen
amigo: Le supongo noticioso de que fui detenido habiendo pasado a la
Ronda de Atocha en donde he perm anecido u n mes y desde allí trasla
dado a Porlier en cuya enfermería me encuentro. E l viaje proyectado que
Vd. conoce infundió sospechas a un aventurero desalmado que me denun
ció. Le agradecería se pusiera al habla con B runner (Aguirre 3) q u e es
el señor que me acompañó a esa Delegación, a fin de que conjuntam ente
hagan Vds. las oportunas gestiones en m i favor. Comunique al señor Irujo
mi caso, ya que por él estoy en la cárcel, ya que la desconfianza de la que
soy víctima, de él procede. Póngase al habla con Pablo Bergia (Presidente
d e los abogados de la CNT, Sagasta 27) el que p o r m í está interesado. El
T rib u n al M ilitar se inhibe en nuestro asunto, p o r desafección no pueden
juzgarme p o r haber cumplido ya la condena de seis meses a que fu i conde
nado por dicho T ribunal, y el único valladar que habrá que salvar es el
de la detención gubernativa. Gracias por todo, y queda de Vd. suyo affmo.
amigo q .e .s.m .: José Domínguez Arévalo”.
Esta carta la recibí estando ya en Valencia. Dos meses después Etxabe
Siempre he creído que la propuesta de B runner se debía
al feliz resultado que había tenido otra sem ejante que nos
fué hecha p or Schlaier, precisam ente como consecuencia o
incidencia de sus gestiones en pro del canje de Fernández
Cuesta.
A l efecto, u n día nos avisó el diplom ático noruego que un
vasco asilado en su Legación, quería ponerse en contacto con
nosotros; Sosa B arrenetxea me envió a entenderm e con él, y
presentado p o r Schlaier, me dijo ser Dom ingo de Arrese,
antiguo secretario político de la M inoría Vasco-Navarra en
las Cortes Constituyentes del año 1931; después supe que
pertenecía a su fracción carlista.
—Soy nacionalista vasco —me dijo— y tanto Iru jo como
A guirre me conocen. Me asilé porque estoy casado con u n a
Sainz de H eredia, al comenzar los sucesos m ataron a mis sue
gros y cuñados, y asustados nos escondimos aquí. Sé que uste
des están gestionando el canje de los herm anos de Irujo, y
tropiezan con dificultades serias por la oposición de los car
listas nabarros; pues bien, yo me ofrezco como interm ediario,
los familiares de m i esposa son altos jefes del fascismo, y si el
Gobierno de la R epública me entrega u n a propuesta concreta
de canje, especialmente la de Fernández Cuesta, estoy seguro
de conseguir el acuerdo.
U na vez más serví de cartero; la propuesta se trasladó a
Valencia, en Valencia fué aprobada, y nos ordenaron enviar
rápidam ente a Arrese para la ciudad levantina; personalm ente
fui a recogerle a la Legación noruega, le sacamos en nuestro
autom óvil oficial, u n m iem bro de la G uardia le escoltó hasta
su destino, y días después tom aba u n avión republicano que
le depositaba felizmente en la ciudad francesa de Toulousse;
el gobierno republicano le había docum entado y llevaba ofre
cimientos concretos de canje.
Pero n unca más se volvió a saber de él.
Estadísticas de u n a labor
Documentación.
Salvoconductos de filiación abertzale ........................... 850
Volantes de adhesión al r é g im e n ..................... 1.500 a 2.000
Servicio de Preses y Desaparecidos.
Casos conocidos en total ................................................... 2.173
Libertades o b te n id a s ........................................................... 635
Paraderos hallados ............................................................. 397
Refugio para vascos evacuados de la zona de guerra (inicio).
A diós a la ciudad
LA G U E R R A SIGUE SU CURSO
L o s q u e quedaron en M adrid
(1) En los últim os días de la guerra, el curso que siguió la retirada del
X I Cuerpo de Ejército me llevó a parar durante tres días en la ciudad
de Berga; tan pronto como llegué, indagué, la suerte de los evacuados
E n abril llegaron los movilizados con destino a la 142 Bri>
gada Vasca. E n tanto ésta se organizaba, casi todos ellos entra
ro n a form ar parte de la G uardia existente en la Delegación
de Barcelona; y muy pocos en las oficinas de la misma, entre
ellos Fernando de Carrantza, Pedro de M endizábal, Cesáreo
R uiz de A lda y V alentín de Gametxogoikoetxea. Como en
septiem bre casi todos salieron hacia el frente de Aragón enro
lados en la Brigada, y los restantes integraron m ás tarde otras
unidades bélicas, al tratar de ellas me referiré a la suerte final
que les tocó en suerte.
P ara que de todo hubiera en la viña del Señor, algunos
fuimos a p a ra r a las oficinas del Gobierno de la R epública
Española, en Valencia. Luis de A retxederreta, Agustín de R ui
lope y T eodoro de L arrauri, en la oficina vasca del M inisterio
de Propaganda, bajo la dirección de E duardo Díaz de Mendi-
bil; yo, en el M inisterio de Justicia, a las órdenes inm ediatas
de M anuel de Irujo.
L a razón de ello fué que, cuando pasamos por Valencia con
el propósito de seguir viaje hacia Francia, rum bo a Bilbao,
Iru jo se negó a consentirlo. Días después le nom braban M i
nistro de Justicia en el nuevo Gobierno de N egrín, y en el
cuartel general del H otel A venida valenciano nos concentra
mos la docena escasa de vascos que ocupaban cargos oficiales
en las dependencias ministeriales, desde el diputado Ju lio de
Jáuregui hasta nuestro modesto trío arabarra (^).
(3) Conservo copia de los repetidos informes elevados a Iru jo prim ero,
al Gobierno y al Partido después, sobre el estado desastroso de la Brigada
Vasca; Carrantza y yo, más inm ediatos al mando, los redactamos e insisti
mos verbalmente en más de una ocasión. Nuestras autoridades hicieron
cuanto estuvo de su mano, en aquellos momentos de confusión, tras la
caída de Bilbao. Pero existían fuertes enemigos, especialmente el Partido
Comunista español y el Ministro de Defensa don Indalecio Prieto; a q u ie
nes les interesaba desacreditar a nuestra gente, y no dejarnos poner el
rem edio oportuno con mandos vascos.
del m ayor Carmelo de Elorriaga prim ero, y del m ayor Santiago
de U riarte después; ambos abertzales y escapados de Euzkadi.
Consecuencia de ello fué tam bién que, tras buscar a varios co
misarios procedentes del Ejército Vasco, fuese yo propuesto
para el cargo de Comisario de la Brigada y R uilope para el
comisariado de u n batallón, por el P artido Nacionalista Vasco
y el M inistro Irujo, a lo que asintió el Com isariado General
del Ejército de T ierra. Consecuencia de ello fué la incorpo
ración de dos compañías de vascos procedentes de Francia, con
la promesa de destinar a cuantos fueran llegando.
Pero había fuertes intereses políticos en contra de la forma
ción de u n a Brigada Vasca; el partido com unista español se
oponía a ello p or todos los medios. Y los acontecimientos se
precipitaron.
García M iranda fué arrestado por u n mes; Elorriaga tomó
accidentalm ente el m ando, mas en u n bom bardeo inm ediato
cayó herido en la cabeza y fué evacuado a u n hospital; la jefa
tura recayó entonces provisionalm ente en U riarte, a quien hubo
que localizar de noche para trasladarle al frente de Huesca
en form a casi novelesca. Su llegada coincidió con la reorgani
zación de la Brigada, y el triunfo del partido comunista.
N om inalm ente nos incorporaron dos batallones de la 140
brigada que cubrían el sector sur del cerco de Huesca, desde
A lm udebar a la Sierra de Alcubierre; en realidad pulverizaron
la 142 Brigada, desmenuzando por secciones y aún pelotones
el P rim er Batallón, el batallón vasco, el nuestro, que quedó
absorbido y anulado en la masa de reclutas. Y con u n supuesto
carácter de provisionalidad, en tanto jefes y comisarios nues
tros fuesen nom brados definitivam ente, el jefe y comisario de
la disuelta 129 brigada vinieron a tom ar las riendas de la
nuestra, con un estado m ayor predom inantem ente comunista
que barrió los últim os destellos de vasquismo de la unidad (^);
(4) La solución no fué ni siquiera franca. Se nos dijo una cosa, y pro
visionalmente se hizo otra. Recuerdo perfectam ente bien m i entrevista
con Crescenciano Bilbao, Comisario General del Ejército de T ierra, cuando
fui a recoger el prom etido nom bram iento como Comisario de la Brigada;
‘‘Usted será comisario de ella pronto; pero de momento, tengo a u n buen
compañero socialista, comisario de u n a brigada disuelta, a quien tenemos
que destinar forzosamente a una unidad vacante, y sólo existe la 142
Brigada; tiene instrucciones de ponerse de acuerdo con usted, p ara ende
rezar la m archa de esa unidad”. Seguidamente habló p o r teléfono con
Castillo, Comisario del Ejército del Este, p ara darle instrucciones: y en
medio de la conversación se interrum pió p ara decir con incomprensible
hasta la ik u rriñ a nos fué prohibida en las txam arras y más
de uno tuvo el único desahogo de exigir que nos la arrancaran.
Si amargos fueron ios meses de los Monegros, más amargos
fueron los días de Huesca. N i u n solo oficial vasco quedó en
el estado m ayor de la Brigada; A ram buru, C arrantza y yo nos
reunim os en A lm uniente con algunos pelotaris soldados; Be
lau n d e era peloteado de acá para allá; y para encontrar a nues
tros muchachos, había que corretear de posición en posición.
L a Brigada Vasca había m uerto; y sólo quedaba la 142 brigada,
de la 32 división, del X I C uerpo d el Ejército.
Pero nuestra gente estaba allí, y cuando la paz secular del
frente aragonés se rom pió a fines de marzo, en la gran ofensiva
q u e nos hizo retroceder en u n a sem ana hasta las márgenes del
Segre, cuando brigadas y divisiones se derrum baron, cuando las
bajas se contaban por desaparecidos, cuando m uchos ganaron
el campeonato de velocidad huyendo (®), los vascos de la 142
b rigada dem ostraron que, pese a todo, eran el alm a de la unidad
y podían haber form ado una gran colum na vasca.
A primeros de abril paró la catastrófica retirada, y reconta
mos nuestras fuerzas; apenas si quedaban más que vascos. Y
(8) No puedo dar detalles sobre las 140 Brigada Mixta y el Batallón
Alpino, porque no estuve en contacto con estas unidades. Sólo debo recor
dar que el jefe de la prim era, teniente coronel Rodolfo Bosch Pearson,
quiso prestar en la prim avera de 1938 un im portante servicio al Gobierno
Vasco, p o r cuyo motivo fué procesado con petición de la pena de muerte
por el fiscal, saliendo absuelto al d ar lealm ente la cara en el juicio nuestras
autoridades concretamente el Ministro Trujo, y el diputado Jauregui, secre
tario General del Gobierno de Euzkadi; relevado del mando, pasó poco
después al de una brigada de infantería de m arina y últim am ente al de la
24 división durante la ofensiva de Catalunya.
(9) En la batalla de T eruel tom aron parte activa muchos vascos. Entre
los jefes se debe destacar al coronel católico Ibarrola, uno de nuestros
m ilitares más dignos y capaces, que m andaba u n Cuerpo de Ejército, y
a los mayores comunistas Errandonea y M arkina, que m andaban dos divi
siones; los tres, así como muchísimos de sus oficiales y soldados, eran gudaris
evacuados del Norte, tras la caída de Euzkadi, supervivientes del glorioso
Ejército Vasco. Con todos ellos se pudo hacer una gran unidad, que
llevara el honor m ilitar vasco hasta el final; mas por lo visto se trataba
precisam ente de evitar esto.
No obstante, sin unidades, sin ikurriña al pecho, sin glorias ruidosas,
los vascos cumplieron su deber en los campos de batalla de Catalunya y
España, como antes lo hicieron en los campos de batalla de Euzkadi.
m ente escapado al Africa francesa cuando el derrum bam iento
final sobrevino.
¿Por qué he hecho este recuento? Quizás parezca que las
andanzas de la 142 Brigada o el paradero de u n a docena de
abertzales más, poco tenga que ver con la labor desarrollada
en M adrid d u ran te los prim eros meses de la guerra. Y sin
embargo, tienen u n profundo valor, porque son la m ejor justi
ficación de toda u n a conducta, de toda una posición, de toda
u n a labor.
Me consta que fueron bastantes los que al criticar ideológica
m ente la o b ra p o r el P artido y la Delegación em prendida en
M adrid, al discrepar de nuestro criterio de justicia y hum ani
dad, nos increparon diciéndonos que debíamos estar pegando
tiros en el frente en lugar de proteger a curas y fascistas. Me
gusta ser franco siempre, y decir las cosas como son.
Muchas respuestas se podían haber dado en su d ía al comen
tario agresivo; pero la m ejor respuesta fué el silencio y la obra
tenaz. Para m archar al frente cuando nuestra labor en M adrid
estuvo concluida, y recoger la' bandera que hecha girones nos
tendían desde lejos los héroes del In tx o rta y del Sollube, los
gudaris del ejército copado en Santander.
Los vascos no estábamos enrolados antes n i con los unos ni
con los otros, éramos ajenos a la guerra civil q u e se tram aba;
y nuestra posición fué nítida y enérgica, en Euzkadi como en
España. C uando fué preciso, nos opusimos al terror y el caos;
cuando llegó la hora, marchamos al frente y al exilio.
Sólo la Providencia destinó a unos y a otros hom bres en el
lugar oportuno; mas el espíritu y la obra fué de todos.
L os q u e aguardan en silencio
f*v
■ijimijii 1.1n ij j
Ed i c i ó n A r g e n t i n a