Está en la página 1de 18

Ruiz Rivera 1

Capítulo I: “La metáfora en el cuento: (bio/necro)políticas en torno al sida en Página en

blanco y staccato de Manuel Ramos Otero”

La sangre en la página en blanco

Para estudiar la poética de Manuel Ramos Otero en torno al vih/sida hay que

considerar Página en blanco y staccato (1987), pues es el primer texto en que el autor integra

las semánticas de la enfermedad como metáfora. La construcción del discurso ramosoteriano

de la enfermedad tiene un andamiaje que se revela contra las dinámicas históricas de poder,

dejando en evidencia sus exclusiones por medio de la destrucción de sus personajes. Es un

libro en que se reúnen las y los anónimos, olvidados, desposeídos, secuestrados o

desaparecidos. De este modo, el libro combate a su vez las dinámicas de exclusión del

discurso literario nacional o canon, mostrando una actitud preocupada y combativa, que no

deja diagnosticar su cuerpo-isla cuando tal lectura clínica viene disfrazada de ‘domesticar’.

La literatura decimonónica de Puerto Rico, escrita en su mayoría por hombres blancos

educados en España, Francia o Estados Unidos, propuso en algunos textos sus propias

biopolíticas, unas resistentes, otras cómplices, respecto a la manera en que gobernaba España,

el imperio de ultramar. Igual bajo el yugo colonial de los Estados Unidos desde el 1898 hasta

el presente, lxs escritores continuamos reformulando la nación incorporando a lo largo del

tiempo distintos discursos, entre ellos el médico. En la literatura puertorriqueña encontramos

distintos textos en los que la enfermedad atraviesa temas o problemas ontológicos en dos

niveles: como individuos, de nuestra identidad, como colonia, de nuestro devenir nacional.

La literatura, con la intención de explicar los orígenes de nuestra identidad como población

diversa y de los problemas sociales que ameritan agencia, discursa en torno a la enfermedad

como metáfora moderna para deducir motivos económicos, desplazamientos o prejuicios. Sin
Ruiz Rivera 2

embargo, estos son solo algunos de los acercamientos más recurrentes de la crítica literaria

al abordar, en la literatura, los temas de la enfermedad como metáfora.

Juan G. Gelpí, en Literatura y paternalismo en Puerto Rico (1993), expone sobre la

relación de la retórica clínica con la crítica literaria lo siguiente: “La crítica como institución

lleva a cabo una operación aséptica por medio de la cual se esteriliza, se trata de borrar la

fundamental contaminación textual que se produce en toda literatura.” (17) De forma que, en

la constitución de un canon nacional, la enfermedad deviene como metáfora de los

desplazamientos de valor que privilegia a unos textos sobre otros, a fin de purgar la sangre

de la página en blanco de la nación. Como indica Gelpí, no es casual que las “obras maestras”

de la literatura puertorriqueña exploren con insistencia la metáfora de la enfermedad desde

la carencia y el colonialismo (19). Si consideramos aquellos textos consagrados por la

operación aséptica de la crítica literaria, encontramos voces que asumen una posición de

privilegio en su discurso, un canon donde el autor -corrientemente un hombre letrado,

científico- figura como observador desde un tercer plano.

En Antropología de la enfermedad (1993) François Laplantine propone deconstruir

la enfermedad y la curación combinando el conocimiento de los sistemas médicos

dominantes con otros conocimientos no (bio)médicos de la enfermedad, entre ellos el

literario: novelas médicas, narraciones testimoniales, diarios, entre otros. Al considerar las

etiologías subjetivas, sostiene que “la interpretación de la enfermedad es un fenómeno social

no exclusivo del especialista, sino de absolutamente todo el mundo”. (17) Esto crea dos polos

en torno a la enfermedad: la enfermedad en tercera persona, dominada por valores del

discurso médico, desde un observador especialista que analiza al objeto enfermo con
Ruiz Rivera 3

pretensiones objetivas, y la enfermedad en primera persona, donde la voz es subjetiva, es

del sujeto enfermo, quien interpreta por sí mismo sus (bio)procesos. (29)

Los vínculos discursivos de la literatura puertorriqueña con la medicina moderna y la

enfermedad se observan en obras como La charca (1894) de Manuel Zeno Gandía e

Insularismo (1934) de Antonio S. Pedreira, en las que destaca una afición literaria a la

retórica clínica que hasta el siglo XX incide en el código médico para abordar la nación y la

identidad nacional. (López Baralt, 207) Las obras que señalan Juan G. Gelpí y Mercedes

López Baralt como representativas del canon literario son apenas una muestra de textos en

las que se observa la enfermedad en tercera persona, o que incurren en un diagnóstico social

que propone el autor del discurso. Ese corpus, el cual Gelpí extiende desde Salvador Brau

hasta René Marqués, puede ampliarse con otros títulos, como el cuento “Mantengo” de

Emilio S. Belaval, publicado en su libro Cuentos para fomentar el turismo del 1946.

También, el ensayo El puertorriqueño dócil de René Marqués, donde la enfermedad se

describe como psicológica, forma parte de ese canon.

El conjunto contrario o contra canon lo conformarían aquellas obras donde la

enfermedad aparece en primera o segunda persona. Pueden trazarse ejemplos de esta

representación en obras como la La cuarterona de Alejandro Tapia y Rivera del 1867, seis

años antes de la abolición del sistema esclavista. Situada en La Habana, la obra cuenta la

historia de la mulata Julia, quien se ve imposibilitada de consumar su amor con Carlos, un

criollo estudiante de medicina, esto, dado a su “condición” social. Julia desarrolla una

enfermedad fatal a causa del abismo que supone la biopolítica dominante de la sacarocracia

y la pigmentocracia. Los estudios de Carlos no le son útiles para comprender los síntomas de

Julia, y la biopolítica emergente de la obra no se consuma. Laplantine también señala que


Ruiz Rivera 4

aquellas obras en las cuales el personaje principal o narrador se enfrenta con la enfermedad

del otro observan la enfermedad en segunda persona, y en La cuarterona fluctúa la atención

a la enfermedad entre la experiencia de Carlos y la de Julia (29). De este modo, el cuento “La

familia de todos nosotros” de Magali García Ramis, en donde los familiares buscan remedios

diversos para curar a una mujer, entra a este corpus. El Diario de Julia de Burgos de 1948

también puede interpretarse como parte del contra canon que diseño. Escrito en primera

persona, el discurso habla desde su subjetividad; el yo desde las intervenciones sociales que

rodean a la persona enferma, distinto a la mirada familiar y clínica del canon.

La obra literaria de Manuel Ramos Otero, como señala Carolina Sancholuz, “apela,

tanto en prosa como en lírica, a la constitución de una subjetividad centrada particularmente

en la primera persona” (100). Y esta lectura, la estudiosa de la obra la confirma siguiendo de

cerca el planteamiento que hace de Juan G. Gelpí sobre este gesto como uno desafiante ante

la tradición en muchos aspectos, pero, en lo particular, rebelándose contra la construcción de

la nación a manera de familia. De este modo, Los últimos dos libros de Manuel Ramos Otero,

Página en blanco y staccato e Invitación al polvo, se suman al canon de la experiencia del

enfermo deshumanizado. La (po)ética en torno al vih desarrollada en estos libros convierte

su literatura en una retadora de los poderes hegemónicos que lo segregan.

Antes de entrar a la obra de Manuel Ramos Otero, consideremos que el concepto de

enfermedad, como experiencia y como metáfora, se presenta en la literatura con diversos

matices. Entendida como un fenómeno extraño o ajeno al cuerpo, en el discurso literario la

enfermedad puede representar la experiencia de invasión y degradación de una población,

como sucede con los indios en la novela Los ríos profundos (1958) del escritor peruano José

María Arguedas. A un nivel metafórico, la enfermedad también simboliza juicios de


Ruiz Rivera 5

discriminación que, a partir de entendidos morales o valores nacionales, otorga o no cualidad

de humano al sujeto, como hizo el escritor judío Franz Kafka en La metamorfosis e Informe

para una academia. Si la escritura es un ejercicio físico de incorporación de discursos,

entonces la literatura interviene en la percepción social de una enfermedad, en esa percepción

hegemónica que se sostiene a partir de la información controlada por otras instituciones

poderosas, tales como el Estado, la medicina y la iglesia.

El poder que reside en los discursos de las instituciones promueve biopolíticas

dominantes, es decir, proyectos de gobernabilidad que favorecen o segregan poblaciones, y

delimitan las condiciones que posibilitan a los individuos vivir o no. Estos espacios

privilegiados del discurso establecen, desde su hegemonía, una oficialidad. En Nacimiento

de la biopolítica (2004), Michel Foucault concibe por biopolítica a “la manera como se ha

procurado, desde el siglo XVIII, racionalizar los problemas planteados a la práctica

gubernamental por los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos como

población” (359). Estas racionalizaciones europeas del arte de la gobernanza operan desde

instituciones que han impulsado el desarrollo del capitalismo y la colonización en América,

constituyéndose como discursos dominantes del biopoder en tres niveles: el individuo, la

población y la familia.

Desde la perspectiva foucaultiana, los problemas que se plantean los Estados liberales

se relacionan con la capacidad de utilidad -de valor material o intelectual- de los individuos

para producir valor en el mercado. Al igual que la salud, la higiene, la natalidad y la

longevidad, la enfermedad es uno de esos fenómenos propios de los seres vivos sobre el cual

las instituciones discursan. La modernidad de la Razón transformó el desarrollo científico de

la medicina y de las tecnologías industriales, modificando a su vez las dominaciones


Ruiz Rivera 6

históricas de las colonias europeas en América. La manera en que se justificó desde los

campos científicos y teológicos a favor de sostener la trata esclava desde el siglo XV hasta

el siglo XIX, y las condiciones económicas en que se abolió la esclavitud, son

manifestaciones de los Estados modernos sobre el biopoder, en torno a los cuerpos de las

colonias como fuerza de trabajo.

El orden sobre el que los imperios impusieron la conquista y la colonización fue

racista desde el siglo XV, y la manera en que los imperios actuales gobiernan sobre sus

colonias no ha abandonado tales modelos. En su libro Necropolítica (2006), Achille Mbembe

reflexiona desde la filosofía sobre el desarrollo de los modos deshumanizantes de

gobernabilidad ampliando el límite de análisis que encontró en los conceptos foucaultianos

de biopoder y biopolítica. El filósofo expone cómo la segregación de poblaciones presupone

una ruptura biológica entre unos y otros, y al inscribe en el campo biológico, lo controla al

punto de definir qué dejar vivir o hacer morir (Mbembe, 21). Previo al desarrollo de lo que

Foucault entiende por biopolíticas, el discurso de la soberanía de los conquistadores

proclamaba el derecho a matar:

[M]ás que el pensamiento en términos de clases sociales (la ideología que define la

historia como una lucha económica de clases), la raza ha constituido la sombra

siempre presente sobre el pensamiento y la práctica de las políticas occidentales,

sobre todo cuando se trata de imaginar la inhumanidad de los pueblos extranjeros y

la dominación que debe ejercerse sobre ellos (22).

Para Mbembe, la biopolítica tal cual la describe Foucault no es sino la forma que toma en la

ilustración una visión de gobernabilidad que operaba ya desde el binario necro-bio, ya

consiente de la aplicación y alcance de sus poderes, y de las poblaciones que somete. Los
Ruiz Rivera 7

imperios europeos sometieron a los habitantes y las tierras de África y de América bajo un

sistema militar de deshumanización, explotación económica, control social y exclusión de

las esferas de poder (muerte). Las metáforas de la enfermedad se nutren en gran medida de

los procesos racistas (esa ruptura biológica que señala el filósofo africano), y las dinámicas

de segregación, de experimentación, explotación y exterminio.

(Bio/Necro)políticas que cuentan

Los textos que componen el corpus que acabo de mostrar, aquellos que observan la

enfermedad en tercera persona, suelen replicar en ella metáforas discursivas propias del

discurso racista. Tomemos por ejemplo La charca, narrativa en la que se valida el control

de una élite sobre el biopoder y el devenir de las vidas (des)humanizadas, o Insularismo,

donde Pedreira naturaliza los procesos de segregación de la población, y esteriliza los

problemas de la colonia a favor de sostener la hegemonía hispánica, blanca, dentro de los

marcos oficiales. La literatura alterna a dicho canon que formulo para esta investigación se

compone de obras que, a mi entender, observan la enfermedad y la colonialidad desde

focalizaciones que problematizan incluso algunos de los planteamientos tradicionales o

canónicos. En el caso de las metáforas del vih/sida en los libros de Manuel Ramos Otero, el

racismo es una sombra que se revela sobre la sangre de la página en blanco. En los cuentos

que componen la colección Página en blanco y staccato el autor explora los vínculos de la

sangre con la enfermedad, la colonización y la sexualidad, marginada por políticas de

desplazamiento racial, vínculos entre las necropolíticas y los personajes que las sufren.

Los primeros dos cuentos narran la historia de dos familias acomodadas de la sociedad

puertorriqueña que buscan perpetuar su poder bajo el orden colonial estadounidense. En el

primero, “La otra isla de Puerto Rico”, el narrador nos relata la genealogía de Don José
Ruiz Rivera 8

Usbaldo Olmo Olmo y la historia de su exilio, marcada por el derrocamiento de la clase

hacendada a la que perteneció su familia en el siglo XIX. El narrador compila datos de las

Memorias de José, de documentos personales, en libros de la oficialidad y en las palabras de

la gemela de José Usbaldo, Doña Liboria Olmo Olmo. Al final, el narrador, quien vive en

Nueva York (la otra isla de Puerto Rico), vuelve a la hacienda La Esmeralda y descubre la

casa deshabitada; los gemelos habían muerto el mismo día y a la misma hora por razones

misteriosas. Los Olmo Olmo ofrecían salario y jornadas justas en su industria de tabaco, y

habían colaborado directamente con obreros insurrectos, defendiendo ideas separatistas,

opuestas a la Gran Familia puertorriqueña y democrática del nuevo orden. En esto,

representan un poder retante ante las necropolíticas estadounidenses. Bajo la modernización

industrial el Estado colonial e imperial gozó de inmunidad legal para manipular la población

y sus terrenos para: expropiar tierras agrícolas, construir carreteras, establecer fábricas,

desplazar gente sin poder o educación, eliminar movimientos insurgentes. La propiedad

privada del puertorriqueño pronto se vio invadida de amos ausentes por los que se “desalojan

terrenos invadidos por familias desahuciadas” (Ramos Otero 21). La ‘otra isla de Puerto

Rico’ es símbolo del destino del exilio boricua (Nueva York, por ejemplo), como también

del ‘otro’ Puerto Rico al que se aspira, y que se construye al margen de las políticas

dominantes del discurso oficial de la historia y de la literatura.

El tema de la Gran Familia lo sigue de cerca desde otro ángulo en “La heredera”,

cuento que funciona como despojo y como espejo oblicuo de su relación literaria con la

escritora Rosario Ferré. Manuel Ramos Otero utiliza elementos narrativos de su coetánea,

siguiendo los temas del matrimonio doméstico, en particular, las relaciones de abuso contra

la mujer por medio de los roles asignados tradicionalmente a ellas en las esferas sociales
Ruiz Rivera 9

pudientes. Este tema es uno de los ejes que Ferré desarrolla en Papeles de Pandora (1976),

en cuentos como “La muñeca menor” y “Cuando las mujeres quieren a los hombres”, y es el

eje desde el cual Ramos Otero reescribe “La heredera”. Este cuento también puede leerse

como una ficcionalización sobre las familias pudientes, como la de Ferré, en las cuales la

conservación del sistema patriarcal hace del heredero “el símbolo de lo concreto” (27),

metáfora del poder político. Es interesante observar que la secuencia de enfermedades surge

de ese misterioso sistema de cosas que, en el cuento, se heredan. Tanto la madre de Luis

Felipe Averasturi como su esposa, Delta Napoleoni, mueren encerradas, enfermas de los

pulmones, apenas asegurando sucesión. La tuberculosis y la obstrucción del sistema

cardiovascular acompañan a la ficcionalización de una clase pudiente como metáforas de un

encierro doméstico, cínicamente romántico y costoso para las mujeres de alcurnia. En este

caso, la mujer se integra a su alianza de figuras marginadas.

El tercer texto de la colección ficcionaliza las biopolíticas de la colonización en la

enfermedad desde las poblaciones exiliadas. “Vivir del cuento” es tanto un cuento como una

reflexión en torno a la relación del cuentero/a con las capacidades del género literario. A

partir de la Primera Conferencia Nacional de Literatura Puertorriqueña, el narrador dialoga

con Magali en torno a la necesidad de escribir un cuento sobre los puertorriqueños que

acabaron exiliados en Hawaii como mano de obra barata. Les parecía que habían quedado

fuera de registro, fuera de la oficialidad. Se intercala a esa discusión el desarrollo de la

historia de la autoría de Ramos Otero, la historia de Monserrate Álvarez. Ubicándonos a

principios del siglo XX, Monserrate es un puertorriqueño que nos cuenta cómo acabó en

Hawaii junto a su madre, trabajando en una plantación. Posteriormente es condenado a vivir


Ruiz Rivera 10

en el exilio por un diagnóstico de lepra, una enfermedad que por instrucción clínica implicaba

aislamiento y cuarentena.

Para hablar del discurso histórico oficial y literario, Benigno Trigo hace uso de un

concepto de temporalidad, que toma de un estudio de Aurea María Sotomayor en torno a la

narrativa ramosoteriana en el que ella se refiere al tiempo histórico nacional como un ‘tiempo

monumental’. En el discurso historiográfico del héroe y la nación, se encierra o excluye al

antihéroe como un paciente social. El diagnóstico de sus personajes está marcado por

estigmas (pobreza, racismo, homosexualidad, feminidad). Los espacios a los que se les

excluye les impiden formar parte de la nación en formación: la cárcel, la isla, el hospital, la

tumba. Según el análisis de Trigo, los personajes de Página en blanco y staccato “se rebelan

contra esta exclusión, se muestran impacientes con ella, personajes como Monserrate

Álvarez, el puertorriqueño-hawaiano, encerrado en el leprocomio Molokai por la metáfora

contagiosa que es el tiempo de la cuarentena” (4). Esta rebelión del personaje ante su

situación de marginalidad, contada en primera persona, coincide con la lectura rebelde del

autor ante el canon de Gelpí y Sancholuz. Al narrar la deshumanización que sufren desde las

claves de su enfermedad, los personajes responden a la necesidad de una biopolítica

emergente, alterna a la necropolítica dominante que rige el tiempo lineal y cronológico de la

colonia-nación.

Volviendo al cuento, la historia que nos cuenta Monserrate es, aparte de la de un

individuo, la voz de varios registros. Monserrate nos muestra los paralelismos de un exilio

doloroso sobre el cual ser puertorriqueño es ser una vida no vivida, una vida con amo:

Monserrate Álvarez y los otros puertorriqueños de Hawaii habían vuelto el rostro

hacia atrás, a través de las plantaciones de caña y piña, y Puerto Rico había sido una
Ruiz Rivera 11

imagen, clara pero intocable, presente pero remota, y ese dolor y esa pobreza habían

sido trasplantados a otro suelo y otra isla, como si el tiempo los hubiera obligado a

pasar de un lado al otro del espejo, como si se hubieran mudado de casa y todavía

tuvieran el mismo landlord (54).

Siguiendo este motivo, los personajes de Magali y el narrador comentan que “nuestra casa

siempre ha tenido una orden de desahucio clavada sobre la puerta. Y es ya hora de botar al

casero” (55). Al fondo, la discusión sobre la raza despierta un ánimo independentista, sin

embargo, la literatura de Manuel Ramos Otero no crea ni recrea héroes nacionales. El

protagonista nos cuenta el dolor de ser un cuerpo deshumanizado, apenas aferrado a su

identidad: “Flor María se inventó una alcapurria de yautía de agua, rellena con carne de

tiburón. Nos iba bien, recuerdo, hasta que nos hicieron ciudadanos y me llamó el ejército”

(61). La cocina (preparación y consumo) sucede como metáfora de los procesos lentos de

adaptación y supervivencia de una cultura desterrada, y se anuncia, con ironía, en contraste

con la velocidad en que los procesos políticos dominan sobre sus vidas: la guerra. La

ciudadanía del puertorriqueño, en este cuento de Ramos Otero y bajo las dominaciones

históricas actuales, está marcada racialmente por la colonización como estrategia militar, de

modo que los pobres de las colonias fuesen a morir como parte de las fuerzas de combate del

imperio.

“Vivir del cuento” opone a su protagonista una y otra vez un reto desde su identidad

como puertorriqueño y la supervivencia como ser humano “útil”. Cuenta Monserrate: “de

momento tienes 45 años o más y sigues celebrando que estás vivo” (66). Su rutina con los

otros sobrevivientes del bar Aquí me quedo se troncha por orden de la institución clínica,

como vemos en estos fragmentos del testimonio:


Ruiz Rivera 12

Me fui del bar cuando me salieron las verrugas y las manchas en la cara. En el hospital

de Honolulu dijeron que había contraído lepra y me mandaron directamente a la

colonia de leprosos en Molokai y desde el 1950 vivo aquí. […] Aquí llevo viviendo

33 años […] estoy a 88 años de mi nacimiento y desde hace como cinco que los

médicos me han dicho que no soy leproso, que nunca lo he sido, que lo mío es una

condición del pigmento de la piel (67-68).

Luego de ser dos veces viudo en Molokai, la enfermedad somete al protagonista a un nuevo

exilio que, con el fin de no contaminar a otros, determina su aislamiento en una isla adentro

de otra, así como en un discurso dentro de otro. El personaje es consciente de su

ficcionalización, y de los procesos de escritura de los personajes escritores, Manuel y Magali,

a quienes se dirige:

Y entonces, de repente, llega una carta desde la colonia de Puerto Rico hasta la colonia

de Molokai devolviéndome de pronto la humanidad y ahora sí valgo como personaje

de cuento, como trabajador inmigrante, como puertorriqueño, como leproso, y ya

están revolcando la basura incoherente de mi historia para que esa tumba que todavía

no reclama su inquilino reclame el epitafio que ustedes han escrito (68).

En el final del cuento Monserrate resume las biopolíticas dominantes que su historia expone

como mecanismos de control sobre la población, entiéndanse por ello: la institución clínica

y la enfermedad, la estructura imperialista de la ciudadanía, el sistema de plantaciones y la

cultura, en este caso, el discurso literario. Pero también expone las necropolíticas, la

deshumanización desde la cual se construyen esos mecanismos para permitir la muerte por

“una condición del pigmento de la piel”. Igual que la mestiza Julia en La cuarterona, la

“condición” del personaje asociada a su raza, a la piel y la sangre, sumerge a Monserrate


Ruiz Rivera 13

dentro de un abismo social que representa la degradación de la humanidad y la vida del

personaje por el racismo, la enfermedad y la muerte.

Deseo volver al texto de Mbembe, pues su mirada descolonizadora demuestra que la

autoridad asumida por los Estados europeos para decidir sobre la vida y la muerte surge desde

el contexto de la esclavitud y colonización de África y América, previo al razonamiento del

discurso capitalista: “Todo relato histórico sobre la emergencia del terror moderno debe tener

en cuenta la esclavitud, que puede considerarse como una de las primeras manifestaciones

de la experimentación biopolítica” (31). Los cuentos anteriores aluden a distintas

enfermedades que de alguna manera prefiguran las metáforas y bio/necropolíticas en torno

al vih/sida que me interesan estudiar en Invitación al polvo, y que aparece en el relato

homónimo de la colección.

La historia de “Página en blanco y staccato” es la de dos hombres entre la búsqueda

y la espera uno del otro, entorpecida por la muerte como misterio. Manuel Ramos solicita los

servicios de Sam Fat, un investigador privado en Nueva York, pero se han buscado/esperado

el uno al otro, pues son herederos de una venganza. Hijo de Ting Yao Fat y Milagros

Candelas, se nos cuenta la genealogía matrilineal de Sam Fat para llegar a los hechos que

destinaron el encuentro de ambos hombres:

La madre de Milagros se llamaba Candelas y su nombre acusaba sin tapujos la furia

de un remoto agravio. La abuela de Milagros había sido la Madama Candelas

Humpreys Johannes, quien fue hija de Yemayá, como lo había sido su madre y la

madre de su madre. […] A Vieques llegó para cortar la caña, pero no llegó

desconociendo la venganza; sabía que un trecho de mar la separaba de aquella isla

donde una de las hijas de Yemayá había sido achicharrada en la hoguera en la calle
Ruiz Rivera 14

del Mondongo, por allá por el siglo 16, […] donde el obispo Nicolás Ramos de los

Santos, representante de Dios y España en la pobrísima colonia militar de Puerto Rico,

había dictaminado su condena en el fuego (76-77).

El pasado de Sam Fat está marcado por las necropolíticas del Puerto Rico colonial esclavista,

regido por el Estado monárquico y el poder eclesiástico. El barco negrero y la hoguera se

suman a los espacios destinados para su exclusión y erradicación del derecho a vivir.

También, su presente carga la misma marca de exclusión, tal y cual si de un sistema de

herencias se tratase.

Lilliana Ramos Collado señala en su estudio antológico que la obra de Ramos Otero muestra

una “constante preocupación meta literaria” (12), y que lo hace en Página en blanco y

staccato, especialmente en “La otra isla de Puerto Rico” y “Vivir del cuento” (19). Sin

embargo, también el texto homónimo expone en unos breves momentos, de forma meta

textual, las situaciones que el autor-personaje sufre por los procesos de exclusión como

hombre homosexual y enfermo terminal. Por eso él trata de llenar la página en blanco antes

de morir:

La maquinilla estaba lista como una brújula que traza sobre el papel su imitación de

la muerte; la universidad me había dejado sin trabajo hasta que me pasaran los

escalofríos agudos de la fiebre nocturna y la sangre ya no estuviera contaminada,

hasta que los tumores pulmonares se disolvieran como ampollas de flema y las llagas

purpúreas del Kaposi Sarcoma no fueran predicciones letales de una nueva muerte

(73);
Ruiz Rivera 15

La visibilidad de los síntomas del sida lo somete a nuevas políticas de exclusión que dejan

desempleado al personaje, puesto que el sujeto enfermo lleva como marca una “predicción

letal” que visibiliza la desigualdad en la que, por un lado, intenta vivir, y por otro, le dejan

morir. Y, como el vih ‘hereda’ los estigmas que relacionan la enfermedad con la

(homo)sexualidad inmoral al igual que la sífilis, el miedo social acaba por excluirle de dos

espacios en que se construye o da forma a la nación: la universidad y la literatura. Entre el

silenciamiento de la institución y la escritura sobre la página en blanco hay una pausa

silenciosa o staccato. El momento de reflexión meta textual de este cuento se construye como

una pausa o ahogo ante el acto mismo de llevar una ficción, por un lado, y una autoficción,

por el otro.

Cuento tras cuento, las historias de Página en blanco y staccato están arraigadas en la historia

de Puerto Rico, y se desarrollan en diálogo con los procesos de colonización, de racismo y

del establecimiento de las clases dominantes. Las enfermedades pulmonares que en “La

heredera” llevan al encierro de sus personajes y a la muerte realzan el tema del aislamiento,

la segregación y la deshumanización de sujetos oprimidos, explotados sexualmente.

También, vincula el sistema de herencias como ‘metáfora contagiosa’. Luego, en “Vivir del

cuento”, la lepra de Monserrate prefigura el aislamiento del enfermo cuyos síntomas son

visibles, como lo son en Manuel los del sida, por lo que le despiden en el relato homónimo

al libro. Esta exclusión en ambos casos está arraigada al sistema capitalista de producción,

donde Monserrate y Manuel representan un riesgo o contaminante para los otros miembros,

y pierden toda posibilidad de futuro.

Lawrence La Fountain-Strokes, quien estudia el travestismo y las voces femeninas en

la obra de Ramos Otero, resalta la importancia del sexilio como condición señalada por
Ruiz Rivera 16

Manuel Guzmán, un exilio auto impuesto por la intolerancia a la diversidad sexual (892). En

estos términos, el relato final es un epílogo travestido de cuento, pues cumple dos propósitos.

“Descuento” se propone como una crónica del proceso creativo del libro, pero atiende su

carácter de epílogo, en momentos metatextuales donde se comparten sucesos que influyeron

o motivaron la escritura de los relatos. El narrador hace público su duelo por la pérdida de

dos personas cercanas, cuyas muertes se vinculan en el texto a esa epidemia de la cual “yo

puedo ser la próxima” (93). El primer duelo que el narrador hace público es la muerte de un

hombre con el que sostuvo una relación sentimental:

John murió a los pocos días, en estado de coma, de una hepatitis fulminante contraída

en New México. Desde Puerto Rico llegaron cartas de pésame donde, además,

atribuían su muerte al AIDS (ese castigo a la promiscuidad y al estilo de vida libertino

que los homosexuales llevan en New York) y anunciaron con certeza la caída fatal de

New Sodoma (92).

La historia sobre el duelo de John presenta con ironía el prejuicio moral que las cartas

“anunciaron”, las cuales vinculan el sida con un estilo de vivir y de morir del hombre

homosexual desde un discurso judeocristiano y profético. En la cita anterior vih/sida se

pronuncia con construcciones mordaces que confrontan los discursos de la religión y el

Estado en torno a la enfermedad como hipócritas, y a estas instituciones, como responsables

de las tecnologías geográficas y biológicas con las que se mata a una población.

El segundo duelo trata sobre el poeta Víctor Fragoso, quien fue amigo de Manuel

Ramos Otero. En esta ocasión, el vih/sida se pronuncia desde otra óptica que contradice la

retórica de castigo y devela incongruencias en el discurso médico dominante respecto a

ambas muertes:
Ruiz Rivera 17

La realidad reclama volverse literatura y el mismo Víctor pretendía documentar sus

días de deterioro escudriñando células podridas; hoy sólo recuerdo que tanto él como

John fueron ratas de laboratorio en un experimento del gobierno norteamericano para

desarrollar una vacuna contra la hepatitis B y que la muerte repentina de ambos no

me deja olvidar su posible conexión con ese experimento donde sólo requerían

homosexuales (92).

En estos fragmentos observamos varios asuntos en torno al virus y la enfermedad que se

pueden comentar desde los términos de la biopolítica y la necropolítica. Ramos Otero

muestra con estos fragmentos que la relación entre el vih/sida y la población de hombres

homosexuales no es sino construida desde el Estado y su capacidad de intervenir en los

cuerpos, de experimentar sobre sus vidas y hacer morir a individuos, racializados mediante

la marca de un estigma. En los tres primeros relatos que abren la colección de Página en

blanco y staccato las “enfermedades misteriosas” que aquejan a los personajes se relacionan

con el trasfondo histórico y político de la colonización, el desarrollo de una elite colonial y

el fracaso de la liberación nacional a causa de la persecución del Estado. En la tríada, esto lo

elabora con más detalle en “Vivir del cuento” con el personaje de Monserrate, en el cual

racismo y puertorriqueñidad se vinculan irremediablemente, tal como se menciona antes en

este trabajo.

Los dos cuentos que cierran la colección, siendo uno homónimo y el otro un cuento

travestido de epílogo, construyen una (po)ética en torno al vih/sida y le otorgan a la discusión

en torno a la enfermedad un nivel de importancia discursiva y creativa. El libro cuestiona el

prejuicio que una sociedad tiene sobre los métodos de contagio o curación de una enfermedad

que la hacen misteriosa, y se elabora sobre los discursos socioculturales que denotan una
Ruiz Rivera 18

intervención histórica sobre los cuerpos colonizados: la historia, la medicina, las religiones

y la literatura. También, esta poética se construye, no dependiendo de los discursos

dominantes en torno a la enfermedad, sino enfrentándolos, utilizando discursos alternos

como la experiencia propia del enfermo (la enfermedad (d)escrita en primera persona) y la

observación histórica de las poblaciones sobre las que se habla en su literatura. Y, como

marcas de enfermedad, la homosexualidad y la racialidad importan para entender las

dinámicas que derrotan a los puertorriqueños John, Víctor y Manuel. Otros personajes, como

Sam Fat y Monserrate, que representan puertorriqueñidades exiliadas y transculturales,

también quedan fuera del relato nacional si bien lo denuncian desde su caracterización.

Las marcas del discurso como la enfermedad, la nacionalidad y la sexualidad no son

el problema sino el control del Estado sobre las tecnologías de matar que se aplican a

poblaciones desplazadas y marginadas. No es solo así en Página en blanco y staccato.

Observaremos algunas continuidades de personajes y, a mayor extensión, de las metáforas

del vih/sida en la (po)ética de resistencia que Manuel Ramos Otero desarrolla en Invitación

al polvo.

También podría gustarte