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Antón Perulero, ¿Atiendes tu juego?

(Algo sobre el rol de cada uno en la Escuela)

Dedico este trabajo a la memoria de


una linda vieja que me planchaba los guardapolvos,
con almidón “Colman” y con mucho cariño.
Para vos, Alfonsina.

Antón, Antón, Antón Perulero,


cada cual, cada cual atiende su juego
y el que no, y el que no una prenda tendrá.

Creo que todos conocemos esta cancioncita de neto corte


popular y folklórico (entendiéndose con este último término algo
cultural cuyo autor se desconoce).

La cantábamos cuando éramos niños y había que estar atento,


para poder seguir al que dirigía, quien, con sus brazos, iba dando las
señales de proseguir o de cambiar. El que, por desatento o por no
haber realizado los movimientos de brazos correspondientes, se
distraía, ahí nomás recibía una “prenda”, la prenda de que hablan los
versitos de la canción.

Muchas veces jugábamos al Antón Perulero y nos


entreteníamos por horas, mientras nos reíamos del que se había hecho
merecedor de la prenda.

Lo que rescato de este jueguito era precisamente el hecho de que


cada cual, es decir, cada uno en su sitio debía poner cuidado,
para que no incurriera en una prenda, que, a no dudar, le
significaba un papelón.

Todas estas expresiones populares pretenden tener una


moraleja… Y si no la tienen, bien podríamos nosotros buscarla.
Creo que el jueguito del Antón Perulero quiere decirnos
que hay un lugar para cada uno.

“Cada cosa en su lugar y cada lugar con su cosa”.

Los juegos, por simple que parezcan, siempre tienen una


intención, que es la de distraer, en especial a los niños, mientras los
mayores trabajan.

Antón Perulero es, sin duda, un juego para niños.

Pero valdría la pena preguntarse si acaso no podemos sacar de él


una enseñanza para los grandes.

El decir: “cada cual, cada cual atiende su juego” puede


sugerirnos algo: tal vez que hay un “rol” para cada persona, el cual
debe ser cumplido con miramiento, atendiendo qué se hace y cómo se
hace.

Y si la consigna del Antón Perulero no fuere interpretada, está


siempre la sanción de la “prenda”, es decir lo que se infiere que es el
rendir cuentas, el ser responsable ante otros por la falta de
cumplimiento cabal, que, como todo acto de desidia, puede afectar a
muchos creando, quieras que no, un perjuicio.

Lamentablemente, bien lo sabemos por experiencia propia o


ajena, que, cuando se crea un perjuicio a alquien, puede pasar que la
persona damnificada efectúe una reclamación judicial.

Y sobre este particular, tengo para mí una expresión que alguna


vez me dijo alguien que sabía de muchas cosas:

“Profesor, Usted que trata con gente en una relación laboral,


tenga cuidado, porque si alguien cree que le corresponde un peso se lo
reclamará hasta al mismo Papa”.

Yo escribo siempre desde mi óptica docente sobre cuestiones


que tienen que ver con la escuela. Lo hago con un lenguaje sencillo,
procurando ser ameno, para no cansar al lector.

Podría quizás (no lo he intentado nunca) dedicarme a escribir


temas de literatura o de gramática como para hacer algo que tiene que
ver con mi especificación cultural, que reside precisamente en esos
saberes, el de las letras.
Me agradaría sobre Armando Palacio Valdez, Juan Zorrilla de San
Martín, Hugo Wast o tantos otros insignes escritores de la Lengua
Castellana. Pero no!

Mi vocación docente es inconfundible. Yo aprecio la cultura y


dentro de ella me agrada estudiar temas literarios u otros que tienen
que ver con el “buen decir”.

Sin embargo, hay algo que mucho más me agrada y son los
temas educacionales: los que tienen que ver con el proceso de
enseñanza-aprendizaje, por ejemplo.

He cumplido 42 años ininterrumpidos en la función docente. Con


tal motivo, para celebrar culturalmente (o académicamente) mi
aniversario, les dejo a mis lectores estas modestas reflexiones, con
renovado afecto.

Hoy quiero hacer un detenimiento, para centrar mi atención en el


rol docente, el cual, por cierto, es de gran interés no sólo para la
bienandanza de toda institución, sino que es también de mucho valor
para la vida, tanto en la ciudad educativa como en la comunidad
educativa.

Resulta infrecuente oír hablar de “ciudad educativa”. Siempre


hablamos de “comunidad educativa”. De manera que el concepto
anterior suele parecer equívoco, pero no lo es.

Aseguro que toda comunidad educativa está inserta en


una ciudad educativa (al menos debiera estarlo).

Un dilecto amigo, quien fuera en vida el Prof. Juan Martín


Ametrano, con frecuencia, empleaba la denominación de “ciudad
educativa” y su concepto con la precisión que tienen los maestros de
alma, como él lo fue.

El señor Ametrano, maestro y profesor de vasta actuación en


esta provincia bonaerense, en la que ocupó diversos cargos, habiendo
accedido, por su experiencia y singulares capacidades, a las funciones
de Subsecretario de Educación y posteriormente a las de Ministro de
Educación era una de las personas más didácticas, con ideas más
claras y con conocimientos tan sólidos sobre asuntos pedagógicos y
didácticos como nunca he visto. De manera que si él usaba tal
expresión era porque sabía adonde apuntaba con su mensaje.

No es mi intención en estas apretadas líneas dedicarme a


cuestiones teóricas. Nunca lo he hecho y no pienso hacerlo.
Simplemente, a la luz de mi experiencia, trataré de que mis
virtuosos colegas, puedan captar mi pensamiento acerca de un tema
que tiene incidencia en la educación de niños, jóvenes y adultos.

En el P.E.I. de toda unidad escolar hay un capítulo dedicado a las


“funciones” de cada uno de los integrantes de los planteles docente y
no-docente.

En algunos de estos documentos se traza un “Organigrama de


funciones”.
Y otros más completos suelen tener un “Organigrama de personas”,
si bien esto es ciertamente “hilar muy fino”.

Si nos detenemos a pensar un instante la importancia que reviste


el P.E.I. en un establecimiento educacional, por extensión podremos
comprender esto de las funciones, tema al cual evidentemente es
necesario asignarle espacio, habida cuenta de que el normal
desenvolvimiento de las actividades educacionales comienza a partir
de que todos cumplen eficazmente su cometido, desde el rol que se les
asignó y que libremente aceptaron.

Así, por ejemplo, el P.E.I. del Instituto Pablo VI tiene su


organigrama.
Y este año de 2009, el mismo ha sufrido modificaciones habida
cuenta de que el propio P.E.I., que había sido confeccionado para el
trienio 2008/2010, fue pasible de ajustes.

Quien lee nuestro P.E.I. y se halla integrado en nuestra


comunidad educativa sabe que cada uno de nosotros, los que
laboramos en el Pablo VI, en el conjunto de quienes ponen en
funcionamiento el Instituto cada día, tiene asignado su rol con
actividades propias y específicas, las cuales no dan lugar a
confusión.

A mi juicio, toda institución que se precie de seria debe


tener absolutamente definidos los roles de su personal, en el
encuadramiento de ese organigrama al que estoy refiriéndome.

El no tener esa precisión puede poner a la entera institución en


riesgo.

Porque podría suceder que haya una “interferencia” de roles o


funciones, aun cuando no se piense en tal hecho. Podría ser más
peligroso aun que alguien no realizara su trabajo por creer que otro
integrante del plantel debe efectuarlo.

Pero ojo! Tengamos cuidado aquí de no ser demasiado simples,


porque bien pudiera ser que haya gente que quiera aliviarse
deslindando en otros la hechura de sus trabajos y con ello no asumir
sus responsabilidades.

Hace poco, con motivo de la realización de una jornada de


perfeccionamiento docente en servicio, emití un documento que versó
sobre las “relaciones interpersonales en la educación”.

También se habló de ese tema en el transcurso de la jornada y se


llegó a conclusiones que quedaron asentadas en el acta respectiva.

Bueno, pues, está visto que entre nosotros, como


comunidad de docentes, hay un manifiesto interés por
cualificar todo lo que tenga incidencia en el proceso de
enseñanza-aprendizaje.

De ahí que ahora abordemos este tema aún no tratado.

En toda institución, tanto más en las de corte educativo - eso es


dable esperar - quien dirige debe tener su cabeza en orden, bien
puesta, con ideas que le permitan saber hacia donde quiere que se
dirija su escuela, cuáles son sus fines y objetivos y qué recursos o
métodos debe usar.

También ha de saber cómo evaluar la marcha de su institución.

Debe conocer todos los pormenores que hacen a la vida de la


institución que preside.

Asimismo, qué puede esperar de cada uno de sus colaboradores.

Penosamente, los hechos que vemos a diario nos dicen que no


siempre sucede así en las escuelas.

Hemos visto o conocido instituciones escolares que han andado


como una nave al garete.

Cuando tal cosa sucede, quienes son actores o espectadores de


los hechos suelen decir: “falla la cabeza”.

Pareciera entonces como que allí terminaría todo. Ya está la


cuestión delimitada… La institución escolar no funciona bien, porque
supuestamente el director no acierta. Pero, ¿será así, en verdad?

También sucede que, cuando no tenemos a quien echar culpas de


las cosas, porque no funcionan tan bien no sólo por responsabilidad del
director sino también por descuidos de otros miembros de la
comunidad docente, pensamos: “total, la culpa la tuvo el gato”.
Porque necesariamente debemos echar la culpa a alguien, ya que
nos cuesta asumir nuestras limitaciones, cuyos efectos no sabemos
qué perjuicio acarrean a la actividad escolar.

Esa es una actitud apresurada e incorrecta.

Correcto es sentarse a la mesa del diálogo para


determinar, con caracteres netos, cuáles son las causas que
afectan en verdad la calidad del proceso educativo y, por ende,
la buena marcha de la institución.

Si decimos con soltura, como señalé más arriba, que hay una
falla directiva, en la expresión subyacería una intención lisa y llana de
inculpar a alguien, como para aquietar la conciencia.

“Si esto anda mal es porque el director no funciona”


(también de esto se desprende algo que puede ser - o no - la
manifestación de un deseo interior: “saquen a ese director” o
“aviven a ese director”, porque se habría verificado en él su
incapacidad (?) manifesta en carencia de sentido común, de recto
juicio, de procederes acertados en lo que toca a la conducción.

A lo largo de mi carrera docente, habiendo pasado por diversos


establecimientos, como docente o como representante legal, pude
corroborar un hecho por demás doloroso.

Se da precisamente cuando, en determinado momento, dentro de


una institución, hay algún docente quien cree que podrá hacer las
cosas mucho mejor que como las hace el director.

Suele pasar entonces que siempre el tal docente tiene un grupo


de adláteres admiradores de sus saberes o habilidades que le andan en
torno, adulándolo o exaltándole su “ego”, por un “si acaso”. No sea que
un día resulte designado “…director”.

Pero sucede que aquel docente no es el director, porque no ha


sido designado para tal función. Quizás nuestro docente fue nombrado,
para que dictara clases de Física, de Lengua Inglesa, de Historia o vaya
a saberse de qué materia.

Lo cierto es que el lugar del director lo ocupa otro colega.

Particularmente creo que quien procede procurando obstaculizar,


criticar duramente o menoscavar -como alguna vez se habrá podido
verificar en algún colegio- la tarea del director, al que siente incapaz, o
simplemente porque piensa que posee mejores condiciones que aquel,
está contribuyendo a crear una lamentable situación, injusta para más
datos, por el preciso hecho de que no se ajusta a su rol, que no es el de
ser director, sino el de ser profesor o secretario o preceptor o pañolero.

En cuanto a las críticas que pudieren hacerse, habría que ver


qué carácter revisten: si son constructivas o, en cambio, deletéreas.
En las instituciones escolares están también los “correveidiles”,
quienes andan como a la caza de brujas. Son aquellos que pretenden
enterarse de todos los asuntos internos, para ir a comentarlos, lo más
rápido posible, dentro o fuera del ámbito institucional, sin reparar
cuáles habrán de ser las consecuencias.

Ya se sabe el enorme mal moral que ello ocasiona.

Evidentemente quienes así proceden no sólo pierden tiempo y se


lo hacen perder a los demás, sino que fomentan una actitud negativa y
se ganan además una fama terrible.

Por cierto que estas personas no están cumpliendo su rol, que es


el de trabajar, el de coadyuvar al sostenimiento de la institución dadora
del trabajo, el de crear un clima de paz, de camaradería, de unión, de
fraternidad.

Hacen más bien todo lo contrario. Su actitud no tiene calificativo


(al menos yo no me atrevo a ponérselo).

Parece bueno escuchar opiniones y juicios de los colegas


docentes, cuando éstos las expresan directamente, sin ambages, pero
con respeto, dignidad y altura. Así las cosas, éstas son una cuestión de
buen gobierno.

Nadie - bien lo sabemos - es dueño de la verdad.

Todos debemos aprender y a diario vamos incorporando en


nuestro bagaje cultural experiencias nuevas, que, a la postre, pueden
ser de utilidad.

Pero, cuando un integrante del plantel docente se extralimita


creyendo que puede hacerse cargo del rol de otro colega, porque está
más apto o mejor preparado, produce un quiebre en el orden
institucional.

Si acaso persiste en esa actitud, estará perdurando en el error y


cada vez más eso se hará sentir en la comunidad.

Pienso que, si debiera existir un lugar al cual se debe ir a trabajar


con alegría, a diario, ese es precisamente el de la institución escolar,
máxime si se piensa:

1ro.- Qué es el educar y la importancia que nosotros, educadores,


tenemos en ello
2do.- Qué función cumple la Escuela y en ella cuál es el papel de
quienes aportamos nuestra experiencia y saberes para guiar el acto
educativo que se espera que sea exitoso.

3ro.- Cuál ha de ser nuestra actitud para con el director, los


colegas, los padres de los alumnos, otras personas vinculadas en la
acción de educar y los mismos alumnos.

4to.- Cómo hemos de actuar en este lugar, que siendo una


escuela, es, al mismo tiempo, nuestra “fuente de trabajo”, que,
entre todos, debemos conservar y acrecentar.

Si en las respuestas tenemos claridad meridiana como es de


desearse de quienes, en la vida social, somos responsables de formar
el alma, el carácter, la cultura y todo cuanto hace al crecimiento de la
persona en libertad, es seguro que la unidad escolar se convertirá en
un lugar donde valga la pena el vivir.

Forma parte de nuestro accionar responsable: el esforzarse a


diario, el crear y proyectar, el relacionarse con los demás con criterios
elevadores de humanidad, mediante el diálogo, el respeto de los unos
hacia los otros, la comprensión, la ayuda solidariamente recíproca… y
donde se respire fundamentalmente un clima de trabajo, en
armonía y en paz.

Pero, si en cambio, no logramos lo dicho en el párrafo anterior,


entonces sí que, entre todos, debiéramos detectar preocupados las
razones por las cuales no es posible conformar una institución
constructiva, armónica, distinguida por un estilo educativo, altruista y
generoso.

Quizás en ese caso bien valiera el que cada uno se preguntara


como puse en el título: “Antón Perulero, ¿Atiendes tu juego?

Porque cada uno de nosotros, bien podría ser el “Antón


Perulero” al cual le preguntarán sobre cómo ha ejercido su
responsabilidad.

Si ha atendido su juego…

Y, a mi juicio, quienes estamos en una escuela, del nivel


que ella sea, tenemos que demostrar continuamente nuestras
singulares capacidades para la función docente, que no es poca
cosa, en el rol que tenemos.

El docente es la “flor y nata” de la sociedad y los alumnos


tienen que ser para él como las “niñas de sus ojos”.

Muchos educandos, niños y adolescentes, deberán “espejarse”


en él, quien debe ser “MODELO” para sus alumnos, alguien a quien
consideren digno de ser imitado en sus condiciones personales y
profesionales. Alguien a quien admiren y respeten valorándolo.
Cuando los docentes, en general, comprendamos cabalmente el
rol que desempeñamos y dejemos de perder el tiempo, como a veces
se pierde en asuntos triviales, entonces sí que las cosas cambiarán
para esta educación tan vapuleada.

Porque si los docentes hemos sido desconceptualizados,


pensemos que en ello hay mucho de nuestra propia culpa.

No sabemos, a veces, precisar los términos y nos da los mismo


“OSTE” que “MOSTE”. Pero no debe ser así.

Yo no soy el “directivo” del Instituto PABLO VI.

Soy el Profesor Berro, Fundador y Director del Instituto Pablo


VI. Y también el que ha sabido conducirlo durante 35 años
ininterrumpidamente.

Imprimí al Instituto un “estilo educativo propio”, que tiene que


ver con la “excelencia educativa” y, además, he querido destinarlo
para “la minoría excelente, siempre”, como lo establece el lema que
tenemos.

Por ello, si alguien quisiera decirme “directivo”,


inmediatamente lo corregiría diciéndole que yo soy el “Director”, lo
cual semántica y operativamente es distinto.

Todos los profesores, cada uno con un “rol” perfectamente


identificable en el plantel de docentes, coadyuva para alcanzar las
metas que nos proponemos.

Cada uno, de algún modo, a las asignaturas a su cargo les


imponen un toque personal.

La Señora Carmen Herzfeld, por ejemplo, es la profesora de


Matemáticas de primer año del Profesorado. Y la señora Gabriela
Barreiro es la profesora de la misma asignatura, en segundo año. Una y
otra han sido convocadas a trabajar en el Instituto por sus óptimos
antecedentes personales y en la docencia activa. Con los años han
demostrado sus magníficas condiciones profesionales y todos la
consideramos “ESPECIALISTAS” en la asignatura que enseñan. Quiere
decir que una y otra cumplen acabadamente su “rol”.

De la Señora Liliana E. Rossetti debemos dar las mejores


referencias. Se inició en el Instituto hace más o menos 15 años,
avalada por largos años de docencia especializada en sus saberes que
son las Letras.

A lo largo de estos años también ella ha dado muestras de ser


una educadora total, quien ha sabido granjearse la estima, el respeto y
la simpatía de sus colegas y de sus alumnos. Se ha constituido en
“especialista” en la enseñanza de la Lengua Castellana y de la
Literatura, en especial de la Infantil.

También aquí quiero señalar que habiendo desarrollado


satisfactoriamente su trabajo, la Señora Rossetti viene atendiendo su
“rol” no sólo en las aulas sino en las tareas de la “Tutoría”,
cumpliéndolas de un modo admirable.

Ahora bien, siendo las profesoras mencionadas (podría


justipreciadamente nombrar a cada una, pero no lo hago en gracia de
la brevedad) eximias en el dictado de sus asignaturas, ni las Señoras
Carmen o Gabriela pueden cumplir el rol de la Señora Liliana, ni ésta
podría ponerse al frente de la enseñanza de la Matemática o de la
Geometría.

La Profesorta que fue llamada para enseñar Ciencias Naturales y


su Enseñanza se ajusta a ese cometido. “Atiende su juego”, como
dice la cancioncita infantil.

La profesora que fue designada para Ciencias Sociales y su


Enseñanza dedicándose de lleno a su misión, también “atiende su
juego”.

Y así podríamos ir mencionando una por una las asignaturas del


diseño curricular, para evaluar si hay o no ajuste al rol de los
profesores a su cargo.

Creo que entonces quedaría un saldo muy favorable para la


institución, que es lo que esperamos sinceramente y de corazón
deseamos.

Porque el Instituto Pablo VI nos interesa a todos.

EPILOGO

No existen roles mayores ni roles menores.

En la totalidad que es el Instituto hay, a lo sumo, roles


diferentes.

Yo debo dirigir, orientar, planificar, generar emprendimientos,


evaluar… y pensar en muchos temas y luego atender todos los asuntos
que son inherentes a mi función de director.

Podría quizás erróneamente pensarse que es una tarea más


importante que la de dar clases.
Estimo que no.

Dar clases es tener la oportunidad para llegar más directamente


al alumno a través del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Pero tampoco podría inferirse que esta tarea es más importante


que las que cumplen la Secretaria, la Bibliotecaria o la Preceptora. Para
nada!

Cada uno en su rol. He ahí el secreto para que la


institución funcione bien.

Todos tienen una misión en nuestra comunidad educativa


y todos saben cuál es para sí tal misión y cómo habrán de
atenderla

No sé si alguien le ha preguntado a Antón Perulero cómo se


siente por haber cumplido enteramente su rol.

Quizás le respondiera sencillamente así:

“Soy feliz, soy feliz”.

Pero nada nos dice la cancioncita. Si tenemos una imaginación


feraz, entonces pensemos que sí, que Antón Perulero puede
contestarnos.

¿Por qué no hacemos una “CORAZONADA” y le damos habla a


un ser tan simpático, con cuya mención tanto hemos disfrutado de
muchos momentos en nuestra niñez?

Quizás se atreviera a darnos un buen consejo…

“Cumplan su rol y no se arrepentirán”

Que nuestro trabajo sea prenda del amor con que lo realizamos,
según el rol de cada uno.

LA PLATA y 3 de junio de 2009, en el año del 35to. Aniversario de


fundación del Instituto Pablo VI.

Prof. Angel Alberto Berro


DIRECTOR
Instituto de Profesorado Pablo VI, Dipregep 4029

Este trabajo fue escrito en el año 2003 y actualizado en 2009.-

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