Está en la página 1de 4

REFLEXIONES SOBRE LA IDEA DE VIRTUD EN LA ÉTICA

NICOMÁQUEA DE ARISTÓTELES
César Adolfo Arceo Arévalo

En la obra intelectual de Aristóteles encontramos un largo legado y una fuente


inagotable para las reflexiones que atraviesan temas de alta importancia como la naturaleza
humana y su relación con la realidad. A propósito de la importancia concedida al trabajo del
filósofo de Estagira, diversas interpretaciones sobre su obra han surgido. Nuevos alientos se
han sumado a una serie de reflexiones que resisten el paso del tiempo, manteniendo su
vigencia y valor.

La obra de Aristóteles conforma una consciencia filosófica responsable con sus


intereses reflexivos, los cuales abarcan estudios de la physis (naturaleza) y del nómos (ley o en
última instancia cultura en tanto determinación humana). Dentro de los segundos intereses
podemos encontrar preocupaciones que se alejan de la objetivación de la naturaleza y que
apuntan, en cambio, a los mecanismos de operación de la práxis, los cuales tendrán como
efecto las conductas y los comportamientos humanos. En el dominio de la subjetividad, temas
como el lenguaje, el pensamiento y las acciones fueron ejes predominantes en las reflexiones
aristotélicas.

En sus trabajos conocidos como las éticas (Magna Moralia, Ética Nicomáquea y Ética
Eudemia) las reflexiones versan sobre las relaciones existentes entre las acciones y el
pensamiento y específicamente sobre la estructura del comportamiento humano.

Este panorama permite reconocer que las preguntas por el sentido de la vida humana,
el bien, el mal, el valor, la virtud, el destino, la justicia, la amistad, las pasiones, los deseos y las
deliberaciones, por citar solo algunas, sean los temas que componen estas obras.

A continuación se destacan algunas ideas generadas a partir de la lectura sobre la noción


de virtud (areté) desarrollada en el libro II de la Ética Nicomáquea.
Aristóteles parte de una división en las virtudes. Distingue dos clases de virtud: las
dianoéticas y las éticas. Las primeras, en las que se incluye el arte, la ciencia, la prudencia, la
sabiduría y el intelecto, se originan por la enseñanza. Las segundas, que incluyen la valentía,
la magnanimidad, la liberalidad, la amistad y la justicia, proceden de la costumbre, del hábito.
Debe advertirse el sentido tomado del concepto costumbre, el cual responde al éthos o
carácter logrado por la vía del hábito.

Al ser producto de la costumbre, las virtudes no forman parte de la naturaleza,


pertenecen en cambio al orden de la enseñanza y del aprendizaje. Su proceso adquisitivo
requiere de tiempo, causas y medios.

En tanto que la virtud no pertenece al ámbito de la physis, no es posible nacer virtuoso,


sino que su conquista será fruto de un aprendizaje. En este sentido, se advierte la necesidad de
actividades que impulsen, desde edades tempranas, el ejercicio de la virtud. El aprendizaje a
través de la práctica es la estrategia para la adquisición de los hábitos que impulsan la virtud.

Una constante atención en lo que se hace, es una de las necesidades subrayadas para
lograr lo oportuno en los actos. Esta atención en los actos será la dirección que la recta razón
apunta, el camino para la proporción que permita alejarse tanto del exceso, como del defecto.

La conservación constante de un término medio es la manifestación de una práctica


tendiente a la virtud. Por el contrario, el alejamiento y la oscilación hacia los polos del exceso
o del defecto, darán como resultado la destrucción de la virtud y la perversión de las acciones.

Para evitar lo anterior, la educación en la virtud, en la práctica de acciones de acuerdo


con la virtud, ayudan al fomento de los modos de ser (habitud) ideales para la conservación de
una justa medida, de un término medio.

La virtud es acción y los referentes que señalan su estado serán el placer y el dolor. En
su cercanía con las pasiones, el placer y el dolor se conectan con las virtudes, pues la vivencia
debida de dichos estados se traduce en hacer lo que es mejor en tales situaciones. La recta
acción es para Aristóteles lo medido, la moderación.
La práctica moderada requiere de tres disposiciones. La primera es la consciencia de
los actos o saber lo que se hace. La segunda es la elección de las acciones. La tercera es la
acción firme e inconmovible. Una reiteración de actos que involucren estas disposiciones
propicia un afianzamiento en la práctica de la virtud.

Hasta aquí se han resumido ideas sobre los tipos de virtudes existentes, sobre su
producción y destrucción y sobre las disposiciones requeridas para su aprendizaje práctico. A
continuación se definen qué es la virtud y cómo se relaciona con los sucesos del alma, con el
comportamiento y la conducta.

Para Aristóteles, suceden tres cosas en el alma: las pasiones, las facultades y los modos
de ser. Si las pasiones son expresiones del placer y del dolor, y las facultades capacidades de
afectación de las pasiones, las virtudes son modos de ser que se expresan en el actuar frente a
las pasiones, los contextos y las situaciones. Son elecciones realizadas frente a situaciones que
nos disponen de cierta manera. Esta manera, será buenas acciones (virtuosas) si las cosas que
se hacen se hacen bien y si cumplen con su función.

La virtud es entonces un modo de ser selectivo que manifiesta una elección moderada
regida por una recta razón y tendiente al bien. La moderación en el ejercicio electivo se
manifiesta en la constante búsqueda del término medio. El punto medio se establece, ya sea
con las cosas mismas (en términos cuantitativos), o bien con uno mismo (en términos
cualitativos). En cualquiera de los casos, el punto medio se ubicará como aquello que dista lo
mismo de ambos lados. Sin embargo, será expresado en el ámbito de las cosas como aquello
entre el exceso y el defecto, mientras que en el ámbito de los seres humanos será relativo a
cada persona.

Los modos de ser virtuosos convocan a la elección prudente de cada persona, a la


consideración de los contextos en los cuales se realiza la deliberación, en la consciencia del
acto y de la finalidad buscada, y en la prudencia aplicada.
Entre las cualidades de la acción virtuosa se puede subrayar el papel del conocimiento
que todo sujeto requiere para su justo actuar. Desde la consciencia, pasando por la deliberación
hasta la elección prudente, el conocimiento juega un papel importante al grado de ser el
ingrediente clave que permite producir a la virtud.

La relación entre conocimiento y virtud queda manifiesta en los requisitos para


considerar como tal a un modo de ser. La virtud puede ser entendida como un proyecto
humano que tiende a un conocimiento dinámico expresado en la búsqueda del término
medio, en el reconocimiento de los contextos y la observación del matiz relativo para cada
sujeto.

Reconociendo el reto contextual que implica traer a la actualidad las nociones


aristotélicas, es posible considerar que la virtud como proyecto humano y social, tendiente a la
búsqueda constante de un punto medio, puede encontrar dificultades para su viabilidad en
una actualidad aferrada a una tradición dicotómica, bipartita, biplánica. El panorama actual se
descubre agreste en términos del conocimiento, la elección y la firmeza.

REFERENCIA

Aristóteles. (1985). Ética nicomáquea. Ética eudemia. Madrid: Gredos.

También podría gustarte