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Concepto
El acreedor de una obligación no tiene derecho directo sobre los bienes de su deudor; tiene
solamente el derecho de constreñirlo a que le pague: el embargo es un procedimiento de
coacción, una vía de ejecución, no el ejercicio por el acreedor de un derecho real sobre los
bienes de su deudor. De ello resulta que el acreedor no tiene, sobre los bienes de su deudor,
ni el derecho de persecución ni el derecho de preferencia.
La obligación tiene un efecto relativo. Sólo liga al deudor; nada puede reclamar el acreedor
de alguien distinto de su deudor. La fuente de la obligación es el hecho que le da
nacimiento: puede ser voluntaria (contrato o promesa unilateral) o involuntaria (delito,
cuasidelito o cuasicontrato; a veces nace de la ley)
Las obligaciones se clasifican, de una parte, según sus fuentes, y de otra parte, según su
objeto. Demongue introdujo en éstas una clasificación más práctica: "obligaciones de
resultado" y "obligaciones de medios", a las que Henri, León y Jean Mazeaud prefieren
llamar "obligaciones determinadas" y "obligaciones generales de prudencia y diligencia",
respectivamente.
La causa de la obligación es el motivo que induce a las partes a ligarse en un vínculo de
derecho.
Según la clasificación fundada sobre las fuentes, las obligaciones son: "contractuales",
"delictuales y cuasidelictuales" y "obligaciones cuasicontractuales".
Según la clasificación fundada sobre el objeto, las obligaciones son: a) de dar, b) de
hacer y c) de no hacer.
El deudor de una obligación de dar debe efectuar a favor del acreedor una
"transmisión (dación) de derecho real".
La obligación de hacer compele al deudor a realizar, a favor del acreedor, un hecho,
distinto de una transmisión de un derecho real.
La obligación de no hacer consiste en una abstención.
Para André Tunc, la diferencia esencial entre las obligaciones de resultado y las de
prudencia y diligencia resulta de las circunstancias y no, en principio, de una diferencia de
grado o de intensidad de la obligación. Pero esa diferencia de circunstancias entraña
una inversión en la carga de la prueba. El Art.1315, párrafo 2, no se aplica en los casos de
obligaciones de prudencia y diligencia.
Según Aubry y Rau, en lo que respecta a la obligación de entregar una cosa, ella no es en
su naturaleza más que secundaria, y puede proceder sea de una obligación de dar, sea de
una obligación de hacer: toma su carácter del compromiso principal del cual deriva, y es
consiguientemente una obligación de hacer cuando el compromiso al cual se une es en sí
mismo un compromiso de hacer.
Otra clasificación importante es la que distingue las obligaciones civiles de las naturales.
Las primeras se enlazan con medidas coactivas y son susceptibles de ejecución forzosa; las
segundas no llevan consigo sino un cumplimiento voluntario. Cuando la obligación es
natural se está en presencia de una deuda sin responsabilidad en caso de incumplimiento y
sin coacción.
El objeto de la obligación
La obligación debe recaer sobre una cosa que esté en el comercio. La prestación prometida
debe ser determinada (Art.1129). Los contratantes que no hayan concertado el objeto de su
obligación no están obligados a nada. La cosa debe estar determinada, al menos en cuanto a
la especie. La cosa debe, pues, estar determinada en su género, pero no se necesita que esté
individualizada. De ello resulta que la calidad de la cosa no tiene necesidad de ser
precisada.
En principio, el objeto de la obligación puede recaer sobre una cosa ajena. Sin embargo,
cuando el objeto de la obligación consiste en la transmisión de un derecho real, se necesita
que la persona que transmite ese derecho sea su titular: es nula la venta o la donación de la
cosa ajena. El objeto de la obligación consiste una veces en un hecho personal del deudor:
hecho positivo o negativo. Ese hecho debe poseer cuatro requisitos: a) ser posible, b ) ser
lícito, c) ser personal del deudor, d) presentar un interés para el acreedor.
El hecho prometido debe ser posible. A lo imposible nadie está obligado, dice el adagio.
Pero para que exista nulidad, la imposibilidad debe ser absoluta: debe ser imposible para
todos; si la obligación es posible para el contratante o para algunas personas, es una
obligación válida. En caso de imposibilidad absoluta, el contrato se anula por falta de
objeto. No obstante lo anterior, si el deudor al contratar conocía la imposibilidad absoluta
de cumplimiento, debe daños y perjuicios al acreedor de buena fe, porque ha incurrido en
culpa al obligarse en esas condiciones. El hecho prometido debe ser lícito. No cabe
obligarse válidamente a ejecutar un hecho inmoral o ilícito. El hecho debe ser personal del
que lo haya prometido. Una persona sólo se encuentra obligada por su voluntad o por la
ley; no cabe hacer a otro deudor contra su voluntad: es el efecto relativo del vínculo
obligatorio. Sin embargo, el Art.1120 permite garantizar la obligación de un tercero,
prometiendo el hecho de un tercero. El hecho prometido debe presentar un interés para
el acreedor, pero no es necesario que sea un interés pecuniario, basta un interés moral. Si el
objeto de la obligación no presenta ningún interés para el acreedor, éste no dispondrá
de acción para reclamar su cumplimiento.
La causa
La validez de la causa de la obligación exige varios requisitos: a) la causa debe ser lícita, b)
debe existir (la obligación no debe carecer de causa. En loscontratos a título gratuito, la
falta de la intención liberal anula los contratos; en los contratos sinalagmáticos, por tener
cada obligación por causa la obligación correlativa, si ésta no se perfecciona, la primera
carece de causa), c) la causa no debe ser falsa (la causa falsa es una causa inexistente. La
causa falsa no debe confundirse con la causa simulada, la cual es válida en principio)
La validez de la causa del contrato exige varios requisitos: a) la causa debe existir (la
jurisprudencia francesa se niega a admitir la inexistencia de la causa cuando el contratante
ha cometido un error sobre los móviles; en cuanto al motivo simulado, tampoco es
inexistente: el motivo real y no el aparente es el que debe ser examinado); b) debe ser lícita
(este requisito es esencial por permitir a los tribunales ejercer un control eficaz sobre
la moralidad de los contratantes). Resulta a veces difícil saber si la que es ilícita o inmoral
es la causa de la obligación, la causa del contrato, el objeto de la obligación o el objeto del
contrato. El objeto de la obligación es la prestación debida; en general esa prestación,
separada de los móviles que han impulsado a exigirla, es lícita: pagar una suma de dinero,
entregar una cosa, ejecutar un trabajo, etc. Sin embargo, puede ser de otra manera: si una
persona se compromete a causar un daño a otra, el objeto de esa obligación es ilícito. La
causa de ese contrato será también ilícita porque el fin perseguido por las partes está
prohibido por la ley. El objeto del contrato es la operación jurídica considerada: venta,
permuta, arrendamiento, donación, etc. Ese objeto es lícito cuando la ley permite la
operación; pero existen operaciones jurídicas que el legislador prohíbe, las cuales, sin
embargo, pueden estar inspiradas por móviles morales y lícitos: el pacto sobre sucesión
futura, el contrato de venta entre esposos, etc.
La causa inmoral o ilícita torna el contrato nulo de nulidad absoluta, por aplicación del Art.
6.
Se presume lícito el motivo perseguido por los contratantes. El que invoca la inmoralidad o
la ilicitud debe probarla. La regla es la misma para los terceros que invocan la nulidad del
contrato.
La jurisprudencia francesa permite ya apelar a todos los medios extrínsecos y no sólo a los
intrínsecos, para probar la ilicitud o la inmoralidad de la causa del contrato. La prueba de
la ilicitud o de la inmoralidad de la causa de la obligación está a cargo del que la alegue, y
puede realizarse por todos los medios. No es necesario para la validez del acto, excepto en
la hipoteca convencional, que la causa de la obligación se mencione en el "instrumentum".
Pero si la falta de mención en el "instrumentum" no afecta, en principio, a la validez del
acto, posee necesariamente un influjo sobre la prueba de la existencia de la causa. Así, hace
falta, desde este punto de vista, distinguir según la causa esté o no expresada en el contrato.
Es importante porque si la causa está expresada, el deudor que pretende negar la existencia
debe probar contra la causa expresada sólo por medio de un documento o con un principio
de prueba por escrito. Esta regla se excluye cuando el deudor quiere establecer que la causa
expresada es sólo una causa simulada, y que la simulación oculta un fraude a la ley, en
cuyo caso podrá probar el fraude por todos los medios. La regla no se aplica a los terceros,
quienes pueden probar por todos los medios, incluso por presunciones, la falta de causa. Si
la causa no se ha expresado en el "instrumentum", el contrato es válido. El litigante que
alegue la existencia de la causa no tienen nada que probar; el que invoque la inexistencia de
la causa es el que ha de demostrarla: el que alega la situación anormal, la inexistencia de la
causa, debe probarla.
La convención es ley para las partes. Los redactores del Código civil tomaron la fórmula
de Domat y la reprodujeron en el Art.1134 de ese cuerpo de leyes. La regla es interpretada
de manera que una obligación nacida del contrato se impone a las partes contratantes con la
misma fuerza de una obligación legal. De lo anterior se deduce: 1. La fuerza del vínculo
obligatorio sólo liga a las partes; por virtud del Art. 1165, el acreedor no podría compeler a
un tercero a cumplir la prestación debida por el deudor; 2. No está permitido al juez
modificar una convención lícita concluida entre las partes.
El efecto relativo del vínculo obligatorio debe entenderse con sumo cuidado. Si bien, en
principio, el contrato no perjudica ni aprovecha a los terceros, la obligación surgida del
contrato y que une a las partes, cuando es lícita, existe con respecto a todos; para los
terceros constituye un hecho, que no tienen derecho a desconocer. Desconocer a sabiendas
esa obligación, al hacerse cómplice del deudor, constituye una culpa delictual: el contrato
válido es oponible a los terceros. La obligación es un hecho que los terceros no tienen el
derecho de desconocer. El tercero no tiene derecho a exigir el cumplimiento de la
obligación surgida del contrato, que es para él "res inter alios acta": ni es acreedor ni se
convierte en éste, salvo los casos de estipulación a favor de tercero (Art.1121); tampoco
podría exigir el cumplimiento de una obligación a menos que la ley no lo hubiera designado
como acreedor. Pero le resulta lícito alegar la existencia y el incumplimiento de una
obligación, aquélla y éste, como simples hechos. Todo lo anterior, sin perjuicio de la
estipulación a favor de tercero, que es la excepción a la regla del Art.1165.
No obstante lo anterior, el Art.1167 del Código civil permite al acreedor desconocer los
actos celebrados por su deudor, en fraude de los derechos del primero, con un tercero. Es
la acción pauliana.
La simulación es la operación por la cual se crea una situación jurídica aparente que
difiere de la situación jurídica verdadera. El acto aparente será una veces un acto ficticio,
otras veces un acto disfrazado, o un acto que incluye interposición de persona. La
contraescritura es, pues, un contrato mantenido en secreto y que las partes celebran antes o
al mismo tiempo que un acto aparente, el cual no corresponde a su voluntad, y que tiene por
única finalidad disimular la realidad.
Los terceros, que pueden ser perjudicados en sus derechos, pueden probar contra el
contrato aparente por todos los medios y poner al descubierto el acto verdadero. En su
provecho, el tercero a quienes los contratantes quisieron engañar con el acto aparente, tiene
entonces dos opciones: 1. hacer que prevalezca el acto aparente sobre el acto verdadero; y
2. puede hacer verificar la simulación mediante la acción declarativa de simulación. La
regla del Art.1321 está dictada a favor de los terceros, quienes se pueden aprovechar de ella
si así lo desean.
Entre las partes contratantes, cuando las contraescrituras tienen un objeto lícito, son
válidas. En tales casos, el acto verdadero prevalece sobre el acto aparente. En
los conflictos entre terceros, el que invoque el acto aparente debe prevalecer sobre el que
invoque la contraescritura, el acto verdadero.
Del pago
Para que el pago sea válido, el accipiens debe ser acreedor y debe ser capaz. El pago
puede ser recibido, aparte del acreedor originario, por los causahabientes universales
del accipiens después de la muerte de éste; el cesionario de un título de crédito,
causahabiente singular, tiene título para recibir el pago. El pago también puede ser hecho al
representante legal o convencional del acreedor y, a veces, al gestor de negocios.
El pago hecho fuera de esos casos no libera al deudor. "Quien paga mal, paga dos veces",
dice el adagio. Sin embargo existen tres casos en los cuales el pago puede ser válido fuera
de las situaciones anteriores: 1. cuando el acreedor ratifica el pago hecho a
un "accipiens" sin título; 2. cuando el acreedor se ha aprovechado del pago; y 3. el pago
hecho de buena fe a quien esté en posesión del crédito es válido. (Arts. 1239 y 1240 del
Código civil). Existe un caso excepcional en que el pago hecho al acreedor no libera al
deudor: Cuando el deudor designado tercero embargado. El es caso del embargo crediticio
o retentivo.
El tercero que paga una deuda ajena se subroga en los derechos que tenía el acreedor
contra el deudor. El tercero subrogado dispone en todos los casos de una acción que le es
propia contra el deudor: la acción de préstamo, si ha prestado la suma para efectuar el pago;
la acción de mandato, si el deudor le ha encargado que pague; la acción de negocios ajenos
y la acción "de in rem verso", según se encuentren reunidos los requisitos de los
cuasicontratos de gestión de negocios ajenos o de enriquecimiento sin causa,
respectivamente. Pero cuando el solvens intenta la acción que le es propia, por simple
acreedor quirografario, se encuentra en concurso con los demás acreedores del deudor por
el que ha pagado.
La subrogación puede ser convencional o legal, conforme con los Arts. 1249 al 1252 del
Código civil. El Art.1250 del Código civil exige varios requisitos para la validez del pago
con subrogación: 1. El acreedor debe consentir en la subrogación; si el acreedor rechaza
la oferta del solvens éste no podrá sino pedirle al deudor que le consienta la subrogación,
pero esa subrogación por el deudor no es posible más que si el tercero solvens entrega
dinero al deudor y no al acreedor; 2. La subrogación debe ser expresa; y 3. La subrogación
debe ser consentida en el momento del pago. Casi siempre, la convención subrogatoria se
acredita en el recibo entregado por el acreedor al tercero solvens, denominado recibo
subrogatorio; este recibo sólo es oponible a los terceros cuando tiene fecha cierta.
El pago de las obligaciones de hacer y de no hacer no suscita problemas particulares. Se
determina haciendo la prueba de un hecho positivo o negativo.
El Art.1187 dispone que el plazo se presume estipulado a favor del deudor, presunción
simple, a menos que resulte de la estipulación o de las circunstancias que ha sido convenido
también a favor del acreedor.
Cuando en un préstamo se han pactado intereses, éstos permiten presumir, hasta prueba en
contrario, que el término convenido es en interés común de las partes.
Salvo convención contraria, el pago debe ser hecho en el domicilio del deudor (Art.1247):
el pago es cobradero. Existe una derogación de este principio en los casos de pago de
pensiones alimenticias que, en principio, son pagaderas en el domicilio del acreedor.
Cuando se trata de un cuerpo cierto y determinado, el pago debe hacerse en el lugar donde
estuviera la cosa en el momento de la obligación (Art. 1247). Esta regla es supletoria.
El pago es un acto jurídico, por lo tanto, no puede probarse, por encima de 30 pesos, más
que por un procedimiento de prueba perfecto. En el caso de pagos parciales, esa prueba se
exigirá si el total de los pagos supera los 30 pesos (Arts.1341 y siguientes). Sin embargo,
nuestra Corte de casación ha dicho en alguna oportunidad que la regla que prohibe probar
por testigos los pagos superiores a 30 pesos no es de orden público y por consiguiente la
parte que se aprovecha de ella puede renunciarla.
La regla dispuesta por el Art.1341 sólo se aplica a los pagos de sumas de dinero para los
cuales se exige un recibo; se permite por todos los medios la prueba de la obligación de
hacer. El Art. 1348 permite acudir a todo medio de prueba cuando ha sido imposible
moralmente procurarse un documento o recibo que pruebe el pago realizado. En las
compraventas al contado, donde la costumbre es no entregar recibo, puede invocarse el Art.
1348.
Del cumplimiento forzoso
La astreinte
La astreinte consiste en una condena pecuniaria pronunciada por el juez, que tiene por
objeto vencer la resistencia de un deudor recalcitrante, y llevarlo a cumplir una resolución.
Conviene distinguir la astreinte y los daños y perjuicios moratorios. Con independencia de
la astreinte, el acreedor tiene derecho a la reparación del perjuicio que le causa el retraso en
el cumplimiento. Y una astreinte puede ser ordenada aun cuando el retraso no implique
perjuicio alguno para el acreedor. Las dos cuestiones son independientes. La astreinte se
gradúa por las facultades del deudor, por sus posibilidades de resistencia, y no por el
perjuicio experimentado por el acreedor. La astreinte tiene una finalidad precisa:
asegurar la ejecución de las sentencias. De ahí resulta que el punto de partida de la astreinte
no puede ser anterior al pronunciamiento del fallo. La astreinte es una amenaza, tiene
carácter conminatorio y tiene por finalidad obligar al deudor al cumplimiento; por lo tanto
el juez está en la posibilidad de agravar su importe.
La acción oblicua
La vía oblicua es la facultad que tiene un acreedor para ejercer los derechos provistos
de acciones de su deudor negligente, con excepción de aquellos ligados exclusivamente a
su persona. (Art.1166). Se le llama también acción indirecta o subrogatoria.
El acreedor no puede ejercer sino los derechos de que sea ya titular el deudor. Se trata tan
sólo de hacer que reingrese materialmente en el patrimonio un derecho que figura
jurídicamente en él. No le permite introducir modificaciones en ese patrimonio. Los
acreedores no tienen derecho de ejercitar las acciones que se refieran a reparar el daño
moral causado al deudor, por estar éstos derechos unidos a la personalidad; por el contrario,
les está permitido ejercer, por la vía oblicua, la acción de reparación de un daño causado a
los bienes y a la integridad física del deudor. La solvencia notoria del deudor prohibe al
acreedor la vía oblicua, por falta de interés. Para que el acreedor pueda demandar por esta
vía, pues, es necesario que el deudor esté en situación de insolvencia.
El acreedor que ejerce la acción o vía oblicua no cuenta con privilegio sobre el bien que
haya hecho que reingrese en el patrimonio del deudor: el bien se convierte en prenda
común de todos sus acreedores. Por el principio anterior, parte de la doctrina ve en la
acción oblicua una medida conservatoria. La Corte de casación francesa, sin embargo, se
negó a conceder la acción oblicua cuando el crédito no era cierto, líquido y exigible (Req.
25 de marzo de 1924; D.H. 1924. 282). La acción oblicua se utiliza poco, pues es más
eficaz el embargo de créditos o embargo retentivo.
La acción pauliana.
La acción pauliana o revocatoria es aquella mediante la cual el acreedor hace revocar los
actos de su deudor que le causan un perjuicio y que han sido cumplidos en fraude de sus
derechos (Art.1167). Según Henri Capitant, la acción pauliana se distingue de la acción en
nulidad de una enajenación por causa de simulación, la cual tiende a que se juzgue que el
bien no ha salido del patrimonio del deudor. Los acreedores cuyo crédito sea anterior al
acto impugnado son los favorecidos con la acción pauliana. La acción pauliana la ejerce el
acreedor en su propio nombre, con lo cual se diferencia de la acción oblicua, que el
acreedor ejerce en nombre de su deudor. La acción pauliana sólo aprovecha al acreedor que
la ejercita en su propio nombre.
La acción pauliana está sometida a varios requisitos: a) interés del acreedor. No tendrá
interés el acreedor cuando el deudor sea solvente; b) perjuicio causado al acreedor por el
acto impugnado; c) empobrecimiento del deudor. Es impugnable el acto por el que se
niegue a enriquecerse el deudor, en consecuencia, el acreedor tiene derecho a impugnar el
acto por el cual renuncie el deudor a invocar una prescripción que le favorece (Art.2225); el
acreedor puede impugnar la renuncia del heredero a una sucesión cuando ésta le favorezca
(Art.788); y d) el acto debe ser fraudulento. El elemento intencional ("consilium fraudis")
debe existir en el deudor. La acción pauliana no puede ser ejercitada contra un acto a título
oneroso más que se el tercer es cómplice del fraude ("consius fraudis"). Si el acto,
económicamente equilibrado, está destinado a defraudar a los acreedores, el tercero debe
tener la voluntad de ayudar al deudor a organizar el fraude a perjudicar a sus acreedores.
Por el contrario, cuando el acto es económicamente perjudicial para el deudor, es suficiente
con que el tercero tenga conocimiento de la insolvencia del deudor y con que sepa que el
acto crea o aumenta esa insolvencia.
La complicidad del tercero no es necesaria cuando el acto impugnado sea un acto a título
gratuito. Consideremos la situación de los subadquirentes, es decir de aquellos que reciben
sus derechos del tercero. Cuando el primer adquirente no estuviera expuesto a la acción
pauliana (había adquirido a título oneroso y no era cómplice en el fraude) el bien ha salido
definitivamente del patrimonio del deudor; el acreedor no puede ya hacerse pago sobre él.
Poco importan las condiciones en que haya adquirido el subadquirente. Por el contrario,
cuando el primer adquirente estuviera sometido a la acción pauliana (había adquirido a
título gratuito o era cómplice en el fraude), para intentar la acción contra el subadquirente,
será necesario que haya adquirido a título gratuito, o que habiendo adquirido a título
oneroso, haya sido cómplice en el fraude contra los acreedores.
La acción pauliana es una acción de inoponibilidad. Resulta de ello que la acción pauliana
no favorece sino al acreedor que la ejercita; el acto impugnado sigue siendo oponible contra
cualquiera otra persona. Y es que la acción pauliana no es una acción en nulidad: el acto
sigue siendo válido en las relaciones entre el tercero y el deudor. Igualmente, por no
tratarse de una acción de nulidad, el fraude cometido por el adquirente no repercute
necesariamente sobre el subadquirente. Por no producir la acción pauliana ningún efecto
con respecto al deudor, quien continúa obligado frente al tercero con el que había celebrado
el acto impugnado. El tercero puede, en consecuencia, repetir en garantía contra el deudor.
El único efecto de la acción pauliana es la reposición en el estado anterior; la acción
pauliana no concede derecho al abono de daños y perjuicios. Sin embargo, resulta posible
unir la acción pauliana a una acción de responsabilidad.
Existen cuatro series de obligaciones que derogan las reglas generales que hemos
estudiado. Son ellas: a) las obligaciones naturales, las cuales están desprovistas de acción a
favor del acreedor; sólo resulta posible el cumplimiento voluntario; b) las obligaciones
nacidas de un contrato sinalagmático. En razón de su reciprocidad, el deudor puede
rechazar el cumplimiento, oponiendo la excepción "non adimpleti contractus" o de toma y
daca; c) las obligaciones afectadas por una modalidad: término o condición; y d) las
obligaciones plurales, cuya complejidad resulta ya sea de alguna modalidad, ya sea de la
pluralidad de objetos o de los sujetos de la obligación.
El término.
La condición.
Existen dos categorías diferentes de condiciones: a) La que suspende, al mismo tiempo que
al cumplimiento, el nacimiento de la obligación: es la condición suspensiva. b) La que
resuelve, destruye la obligación cumplida: es la condición resolutoria.
El acontecimiento debe ser extrínseco a la relación de derecho. Esta debe poder existir sin
la condición, que no es más que una modalidad de la misma; por consiguiente, un elemento
esencial del contrato no constituye jamás una condición. La condición potestativa es
aquella que depende de la voluntad de una u otra de las partes. Es "puramente potestativa"
cuando depende de la exclusiva voluntad de una de las partes; es "simplemente potestativa"
cuando el acontecimiento depende a la vez de la voluntad del deudor y de circunstancias de
la que él no es dueño. La condición mixta depende, a su vez, de la voluntad del deudor y de
un tercero.
La resolución judicial
Los profesores Mazeaud ven en la resolución judicial una forma de reparar el perjuicio que
causa al acreedor el incumplimiento de su obligación por el deudor.
La víctima del incumplimiento no está obligada jamás a demandar la resolución: tiene dos
opciones, ya sea pedir el cumplimiento, ya sea demandar la resolución. El acreedor
conserva la alternativa mientras no se haya dictado una decisión definitiva. La elección no
pertenece sino al acreedor: el deudor responsable del incumplimiento no podría exigir la
resolución; no puede imponerle a la víctima el modo de reparación de un perjuicio del que
sólo es imputable él.
Por deberse medir la reparación por el daño, el juez, cuando estime que la resolución que
pronuncia no es suficiente para reparar el perjuicio causado por el incumplimiento, puede
agregarle una condena del deudor por daños y perjuicios compensatorios.
A fin de evitarse el ser compelidas a dirigirse a los tribunales para que pronuncien éstos la
resolución, las partes suelen insertar en el contrato una cláusula resolutoria, denominada
también pacto comisorio. Ante la presencia de esta cláusula, los jueces están en la
obligación de pronunciar la resolución del contrato.
Tampoco resulta necesario que la obligación incumplida haya sido una obligación esencial.
El incumplimiento de una obligación accesoria puede entrañar la resolución.
La prescripción extintiva
Los actos por los cuales el acreedor intima a su deudor para que pague (Art.2244) no
interrumpen la prescripción más que si la acción conduce al reconocimiento del derecho del
acreedor. La interrupción se considera nula (Art.2247): cuando la demanda es nula, salvo
que la causa de nulidad sea la incompetencia del juez; cuando el demandante desiste del
juicio o deja que caduque absteniéndose durante tres años de instar el procedimiento; por
último, en caso de rechazamiento de la demanda, sea cual sea la causa de la desestimación,
incluso por vicio de forma, salvo por incompetencia.
La obligación cuya acción ha prescrito es una obligación natural, por lo que no puede
compensarse con una obligación civil.
La renuncia de la prescripción puede ser incluso tácita, o sea resultar de hechos que
supongan el abandono del beneficio de la prescripción (Art.2221). Para renunciar a la
prescripción se requiere la capacidad de enajenar.