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ESCENA 1
En una plaza recóndita de tiempos y galaxias paralelas y muy muy lejanas. La Plaza
del Hongo le decían. Vivía una vez un árbol, llamado El SEÑOR ÁRBOL, que se pasaba
quejando de sus calamidades, se quejaba de lo cansado de estar siempre en el mismo lugar,
sosteniendo sus ramas hacia arriba, soportando que las moviera el viento y que los pájaros
se posaran en él.
SEÑOR ÁRBOL: Quizás ya sea tiempo de tener otro trabajo. Que me utilicen para hacer
una silla o algún mueble bonito. ¡Algo que valga la pena!
ABUELO NARRADOR: Había visto como todo el bosque se había transformado, muchos
de los árboles que crecieron junto con él ya no estaban. Otros nuevos habían crecido, pero
allí estaba él, en el mismo lugar de siempre.
SEÑOR ÁRBOL: Si tan solo pudiera hacer algo para que esos pájaros molestosos no se
me subieran más. Si se me cayeran todas las hojas y no me creciera ni una más, creo que
sería mejor.
ABUELO NARRADOR: Se lamentó, aunque no podía negar que estaba un poco asustado.
SEÑOR ÁRBOL: Bueno, todos los árboles hablamos, pero no todo el mundo nos sabe
escuchar, parece que eres uno de los pocos afortunados.
MARGARITA: Pues te aseguro que eres el primero que escucho, ¿por qué te estabas
quejando cuando llegué?.
SEÑOR ÁRBOL: Por nada que te importé. – Le dijo el árbol como volteando la mirada.
MARGARITA: Probablemente si me importe ¿no será por eso que te pude escuchar?.
MARGARITA: Vamos, dime, no quisiera irme sabiendo que estás tan triste, tal vez no
pueda ayudarte, pero podría escucharte por lo menos.
SEÑOR ÁRBOL: Bueno, ya que insistes tanto te lo diré. Soy un árbol muy viejo, llevo
aquí tantos años que ya perdí la cuenta, mis ramas están cansadas, pero los pájaros no lo
entienden, siguen viniendo a mí todos los días. He perdido las hojas cientos de veces y
siempre me vuelven a salir, estoy cansado de lo mismo, quisiera ser algo diferente, que
algún leñador me cortara y que hiciera algún mueble útil conmigo, que mis ramas sirvan
para avivar el fuego en alguna chimenea…, son tantas cosas diferentes las que podrían
hacer conmigo, más que estar aquí todos los días, aguantando el viento, el sol y la lluvia,
con mis ramas hacia arriba, sin hacer nada más.
MARGARITA: ¿Ves abuelo? Este es el árbol que te mencioné, el que te dije que quiere ser
cortado.
MARGARITA: Pero abuelo, tu eres un leñador, ¿por qué dices que no lo puedes cortar?.
LEÑADOR: Lo que pasa es que este árbol es muy especial para mí, y no puedo cortarlo
sencillamente porque diga que está cansado de estar en el mismo lugar.
LEÑADOR: Este árbol lo sembramos mi padre y yo, cuando yo era mucho más pequeño
que tú, desde entonces he visto como ha crecido y cuan útil ha sido para todos.
ABUELO: En realidad he plantado muchos, pero este es el más especial, pues lo sembré
junto con mi padre y le prometí que siempre lo cuidaría.
LEÑADOR: Bueno, piensa por ejemplo las veces en que muchos caminantes se han
sentado bajo esta gran sombra a descansar en un día caluroso. Como sus flores han servido
para alimentar a miles de insectos. O piensa en cuántos hogares le ha brindado a los
pajaritos que vienen a donde él a hacer su nido, seguro que muchas aves se sienten
agradecidas de haber podido hacer su nidito y calentar a sus huevitos aquí. También sus
hojas sirven de abono cuando caen al suelo y ayudan a fertilizar la tierra. Sin mencionar
que si no fuera por este, y por todos los árboles del mundo, no podría caer la lluvia y no
podríamos respirar el aire puro que respiramos ahora.
MARGARITA: Tienes razón abuelo, nunca había pensado en lo importantes que eran los
árboles para todos nosotros.
LEÑADOR: Sí que lo son, por eso todos debemos cuidarlos y no hacerles daño.
MARGARITA: Abuelo, pero tú eres un leñador, ¿no les estás haciendo daño a los árboles
con tu trabajo?.
LEÑADOR: No mi pequeña, porque yo solo corto los que ya están secos, además,
recuerda que te dije que he sembrado muchos, por cada árbol que he cortado, he tratado de
sembrar otro que continúe haciendo su trabajo. Cuando tu padre era un niño, sembré
muchos junto con él y si quieres podríamos sembrar muchos otros tú y yo.
LEÑADOR: Entonces no hay tiempo que perder, vamos, y dejemos que este árbol siga
haciendo su trabajo por muchos años más.
MARGARITA: Lo siento amigo, creo que esta vez no pude convencer a mi abuelo.
SEÑOR ÁRBOL: No te preocupes amiguita, creo que esta vez ha sido tu abuelo quien me
ha convencido a mí, vete tranquila que aún tengo mucho trabajo que hacer aquí.
FIN