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Zupancic Etica Real PDF
Zupancic Etica Real PDF
É tic a d e lo rea l
K a n t , L acan
P ró lo g o de Slavoj Z izek
«prometeo^
4 l i b r o s
Z u p an cic, A len k a
Élica de lo real : Kant, Lacan / Alenka Z u p an cic ; con
prólogo de Slavoj Zizek. - l a ed. - Buenos Aires : Prom eteo
Libros, 2 0 1 0 .
2 7 2 p. ; 2 1 x 1 5 cm.
© 2 0 0 0 by Verso Books
London, United Kingdom
P ró lo g o : ¿ P o r q u é vale la p e n a lu c h a r p o r K a n t ? .......................... 9
Slavoj Zizek
I n t r o d u c c i ó n ....................................................................................................... 17
1. La p a to lo g ía (-m o r a l) d e la v id a d i a r i a ......................................... 23
2 . E l s u je t o d e la l i b e r t a d .............................................................................. 37
¿Qué lib e r t a d ? ....................................................................................................... 38
¿Qué su jeto ? .......................................................................................................... 41
3. L a m e n t i r a ...................................................................................................... 59
Kant y el ‘d erech o a m entir’ ............................................................................ 59
Lo in c o n d ic io n a l.................................................................................................. 69
La tram pa s a d e a n a .............................................................................................. 74
5. B ie n y m a l ....................................................................................................... 95
La fantasía d entro de los lím ites de la m era r a z ó n ................................. 95
La lógica del s u ic id io .......................................................................................... 99
G rados de m a l ....................................................................................................... 102
Cual ángeles, cual d ia b lo s ............................................................................... 106
El acto co m o 'subjetivación sin su jeto ’ ................................................................. 113
6 . E l a c to y el m a l e n la l i t e r a t u r a .......................................................... 121
El caso de V a lm o n t.................... r........................................................................ 122
El caso de D on J u a n ............................................................................................ 136
9 . P o r lo t a n t o ..................................................................................................... 259
Prólogo
¿Por qué vale la pena luchar por Kant?
Slavoj Zizek
2 Jo n Elster, The C em cn l o f S o ciely : A Stuíiy o f S ocial O rdcr, Nueva York y Cam bridge:
C am bridge University P ress, 1 9 8 9 , p. 150.
público) asi co m o tam bién del acto del superyó, su co m p lem en to o b s
ceno. Para L acan, el superyó no es la agencia moral, dado que la culpa
que im pone al s u je to es precisam ente el inconfu nd ible sig n o de que el
su jeto ha ‘com p ro m etid o su d eb er’ de seguir su deseo. Para tom ar un
ejem plo (quizá inesperad o) de la política: la división en tre yo ideal y
superyó puede d istinguirse en la paradoja fundam ental del socialism o
de au toad m inistración de la ex Yugoslavia: en lod o m o m en to , la ideo
logía oficial e x h o rta b a a las personas a asum ir un papel activo en el
proceso de au toad m in istración , a d om in ar las co n d icio n es de sus vidas
fuera de las e stru ciu ras ‘alienadas’ del Partido y del estado. Los medios
oficiales d ep loraban la indiferencia del pu eblo, su escap e a la privacidad
y dem ás - n o o b stan te , era precisam ente a un a co n tecim ien to sem ejan
te, a la verdadera articulación y organización autoad m inistrad as de los
intereses del p u eb lo , a lo que más tem ía el régim en. Así, toda una serie
de ‘indicad ores’ tácito s com u n icaban entre líneas el m and am iento de
que la exh o rtación oficial no debía tom arse de m anera m uy literal, de
que lo que en realidad deseaba el régim en era una actitud cín ica hacia la
ideología oficial —la m ayor catástrofe para el régim en sería q ue su propia
ideología se lom ara con dem asiada seriedad y que sus ciud ad anos la
hicieran realidad. Y en un nivel diferente, ¿no sucede lo m ism o con la
exhortación co lo n ialista-im p erialista clásica que instaba a los coloniza
dos a asem ejarse a sus opresores ‘civilizad os’? ¿No se vio socavado ese
m andato desde d en tro por un ‘sa b io ’ recon o cim ien to de que el pueblo
colonizad o es m isterio sa e irred u cib lem ente ‘otro ’ - q u e , sin im porlar
cu ánto se esforzaran , no tendrían éxito? Este m andato tá cito del superyó
que socava la postura ideológica oficial deja en claro en qué sentido, a
diferencia del n o to rio derecho a la diferencia (dg m an ten er la identidad
cultural esp ecífica de u n o), debería u n o más bien afirm ar el d erech o a la
M ismidad com o el ‘d erecho fundam ental de los o p rim id o s’: ocu rría con
com o la au toad m inistración en la ex Yugoslavia, los o p reso res co lo n ia
listas tam bién tem en por sobre todo a la realización de su propio pedido
ideológico oficial.
Por lo tanto, ¿d eb em os liberarnos de este atroz en trelazam ien to del
Bien con su o b sce n o com p lem ento? R ecord em os la e scen a final de la
prim era gran p ro d u cción de H ollyw ood acerca de la guerra de Bosnia,
W elcom c to S a ra jev o , una película que fue un fracaso (¡y, a propósito, una
película que A lenka Zupancid odia co n fu ror!). En esia escen a, filmada
co n un patetism o m ín im o , la madre b osn ia, sum ida en lágrim as, renun
cia a su am ada h ija : firm a los papeles q u e dan la cu stod ia com p leta de
su hija al periodista inglés que desea ad optarla. El acto su p rem o de am or
m aternal se identifica aquí precisam ente co m o el gesto b rech tian o de
renun cia al v ín cu lo m a te rn o , de reco n o cer q u e, en el có m o d o entorno
inglés, su hija vivirá m u ch o m ejor que en una Bosnia dividida por la
guerra. Cuando ve el vid eo en el que su h ija ju e g a con otros n iñ os en un
ja rd ín inglés en tien d e de inm ediato que es feliz en Inglaterra. C uando,
d urante la últim a con v ersación telefó n ica, su hija en un p rin cip io in
clu so finge ya no e n te n d e r bosnio, la m adre, por decirlo así, en tien d e el
m e n s a je ... Esa e scen a tam bién se leería co m o un co m en tario crítico so
b re el enfoque h u m an itario occid ental que revela su am bigüedad ética:
da un giro d iferente a la narración sim p le de un buen periodista inglés
q ue sólo desea salvar a una niña bosnia de su país dividido p o r la guerra,
en una lucha co n tra terroristas serbios y tam bién con tra la burocracia
estatal bosnia para la cual la evacuación de n iños significa la rendición
y la traición (es decir, h acer el trabajo de purga étn ica por los serbios).
C on su giro final, la película se con v ierte en un co m en tario crítico re
flexivo sobre la in te n ció n que tenía hasta ese m om en to: una historia
hum anitaria sobre un periodista que cu m p le co n su d eber é tico al salvar
a una persona (u n a n iñ a) del infierno de la guerra bosnia. De cierta ma
nera, el oficial b o sn io que sostiene que la evacu ación es un a rendición
tenía razón: tales a cto s hum anitarios sólo agregan, en últim a instancia,
hu m illación al d añ o , al privar a los b o sn io s de su p ro le ... E n ton ces, en
la confrontació n final en tre el periodista y la m adre, es la m adre quien
realiza el gesto é tico en lugar del periodista, cu yo co m p o rta m ien to muy
hu m anitario y co m p ro m etid o no es, en últim a instancia, ético .
Baste esto para in d ica r cóm o el libro de A lenka Z upan cic no es sólo
un verdadero a co n tecim ien to filosófico, sin o tam bién una intervención
cru cial en los d ebates é tico -p o lítico s de la actualidad. ¿D ebe con clu irse,
en ton ces, que sie n to un inm enso respeto y adm iración por el libro de
A lenka? En ab so lu to: una actitud de ad m iració n tal siem p re presupone
u n a posición de superiorid ad con respecto al autor. Me co n sid ero capaz
de mirar al autor d esd e arriba y, con b en ev o len cia, h acer un ju ic io favo
rable sobre la calid ad de su trabajo. Para un colega filósofo, la única se-
nal de s'erdadero respeto es el odio en v id ioso -¿ c ó m o puede ser que no se
me haya ocu rrid o lo que está d iciendo el autor? ¿No habría sido bueno
que el autor h u b iera m uerto antes de e scrib ir esto, para q ue sus resul
tados no m olestaran mi au tocom p lacien te tranquilidad? El m ayor reco
n ocim iento que p u ed o h acer del libro de Alenka es ad m itir co n cuánta
frecuencia, m ien tras leía el m anu scrito, me encontré b o q u iab ierto con
envidia y furia, co n la sensación de una am enaza en el ce n tro m ism o de
mi existencia de filósofo, asom brado por la in creíble belleza y el vigor
de lo que acababa de leer, pregun tándom e có m o un p en sam ien to tan
au téntico sigue sien d o posible hoy en día. Así que perm ítasem e con clu ir
q ue, lejos de reservarm e la función de una suerte de ‘m ento r’ de Alenka,
me siento h u m ild em en te privilegiado de poder colabo rar co n ella en
una serie de p ro yectos en com ún. Si el libro de Alenka no se convierte
en una obra clásica de referencia, la ún ica con clu sión que se podrá sacar
será que nuestro ám b ito académ ico está sum id o en una voluntad oscura
de au tod estru cción.
Introducción
1 Hay una gran can tid ad de pasajes de la o b ra de Freud que exp resan esa idea. En "E l Yo
y el Ello", p o r eje m p lo , en contram os: 'tal c o m o el n iño en un m o m en to estaba som etido
a la com p u lsión de o b ed ecer a sus padres, el yo se som ete al im perativo categórico de su
sup eryó’. On M elap sy ch olog y , H arm ondsw orth: Penguin 1 9 5 5 (T h e Pelican Freud Librar)'
vol. 1 1 ), pág. 3 8 9 .
■•‘En todos los tiem pos la gente ha concedido el mayor valor a la ética, com o si esperara que
en particular produjera resultados de especial importancia. Y de hecho se encarga de un tema
que con facilidad se puede reconocer com o el más delicado de toda civilización. Por ende, la
ética debe considerarse un intento terapéutico —un intento de lograr, por medio de una orden
del superyó, algo que hasta ahora no se ha logrado por medio de cualquier otra actividad
cultural'. Sigmund Freud, 'Civilization and lis D isconlents’ en Civilization, Sociely ttntl Religión,
Harmondsworth: Penguin, 1987 (The Pelican Freud Library, vol. 12), pág. 3 3 6 .
El segundo golpe a la solidez de la ética filosófica por parle del psi
coan álisis está indicad o e n c l título del fam oso ensayo de Lacan en Écrits:
'K ant co n Sade’. El segund o golpe es in clu so más devastador si tenem os
en m ente el h echo de que para Lacan, en lo que al discurso filosófico
de la élica respecta, Kant fue el ‘más a certa d o ’ de lodos los filósofos.
El ‘golpe lacaniano’ a la ética puede resum irse de la siguiente m anera:
lo m e jo r que tiene para ofrecer la filosofía en nom bre de la ética es un
tip o de ‘filosofía p ráctica en el d o rm ito rio ’ p o r parafrasear el títu lo de la
fam osa obra de Sade.
N o obstante, la crítica de Lacan a la ética kantiana (co m o el ‘piná
c u lo ’ del proyecto de ética filosófica) tien e con sid erables d iferen cias con
la crítica de Freud. Lacan da créd ito a Kant por haber d escu b ierto el
verdadero nú cleo de la ética - u n nú cleo q u e m antiene su im p ortan cia y
no puede reducirse a la lógica del su p ery ó; pero critica a Kant por c o n
vertir este nú cleo en un o b je to de la volu ntad , un paso que encu en tra
su ‘verdad’ en el d iscu rso perverso de Sad e. Es así que ‘Kant c o n Sad e’
con stitu y e ‘el principal ejem p lo del esclareced o r efecto que h ace posible
el análisis en relación co n los m u chos esfu erzos, incluso los m ás nobles,
de la ética trad icio n al.3 Esta afirm ación , sin em bargo, exige d o s co m en
tarios.
En prim er lugar, d eb eríam os record ar q u e la intención (y tam b ién el
resultad o) de 'Kant c o n Sad e’ no es sólo a b rir nuestros o jo s a los efectos
reales, ‘incluso los m ás n o b les’, de la filosofía práctica de Kant, sin o tam
b ién ‘en n o b lecer’ el d iscu rso de Sade. La tesis de ‘Kant con S a d e ’ no es
só lo que la ética de K ant tiene un valor m eram ente ‘perverso’. Tam bién
es afirm ar que el d iscu rso de Sade tiene un valor ético - q u e sólo se lo
puede en tend er co m o correspond e co m o proyecto ético .6 En segundo
lugar, debe señalarse que Lacan realiza esa observación inm ediatam ente
d esp u és del en u n ciad o: ‘la ley m oral, exam in ad a con más d eten im ien to,
es sólo deseo en su estado puro’.7 Ese en u n ciad o dista m u ch o de ser
‘in o ce n te ’, dado q ue, com o b ien se sabe, este con cep to de ‘d eseo puro’
9 Lacan, The Four Fundamental C oncepts ojPsycho-A nalysis, pág. 2 7 6 . Traducción modificada.
"'L acan , The B h ics o j Psycho-Analysis, pág. 3 1 5 .
11 Lacan, The Four Fundamental Concepts o j Psycho-Analysis, pág. 273.
La ética de lo Real no es una ética orientad a a lo Real, sin o un intento
de reconsiderar la ética m ediante la exp loración y el reco n o cim ien to de
la dim ensión de lo Real (en el sentido lacaniano del térm in o) co m o ya
opera en la ética. El térm in o ética con frecu encia se utiliza para referirse
a un co n ju n to de n orm as que restringen o ‘em b rid an ’ el deseo -c u y o o b
je tiv o es m antener n u estra conducta (o , m ejo r d ich o , la ‘c o n d u c ta ’ de la
cien cia) libre de tod os los excesos. Sin em bargo, esta form a de en tend er
la ética no llega a reco n o cer que ésta es por naturaleza excesiva, que el
exceso es un co m p o n en te de la ética que no puede tan sólo elim inarse
sin que la ética en sí pierda su significado. En relación con el ‘flujo pa
rejo de a co n tecim ien to s’, la vida tal co m o la gobierna el 'p rin cip io de
realidad’, la ética siem p re aparece com o algo excesivo, co m o una ‘inte
rru p ción ’ preocupante.
Pero la cu estión sigue siendo la causa que estoy sigu ien d o en este
intento teórico de una ‘ética de lo Real’. En térm in os lacanianos, la de
cad en cia del d iscu rso del am o, la form a en la cual Lacan en tien d e el
ad venim iento de la m odernidad, fuerza el d iscu rso de la ética hacia un
im passe. Q uizá d ond e m ejor se haya form ulado la m áxim a ética detrás
del discurso del am o sea en el fam oso verso de Ju v en al: ‘Summum cre-
dc n efas an im am p r a e fe r r e pudori, et p ro p ter vilam vivendi p er d ere cau sas
iC onsid era que el p eor de todos los pecad os es preferir la vida al honor
y perder, por vivir, to d o lo que hace que la vida valga la pena vivirse|’.
O tra versión de este cred o podría en con trarse en Paul C laudel: ‘m ás tris
te que perder la vida es perder la razón para vivir’. En ‘Kant c o n Sad e’,
Lacan propone su propia ‘trad u cción’ de este lem a ético: ‘el d eseo, lo que
se llam a deseo, es su ficien te para que la vida no tenga sen tid o si produce
un cob ard e’.12 Parece ser que la m odernidad no ofreció alternativa algu
na para el discurso del am o, fuera de la débil m áxim a: ‘lo p eor que se
puede perder es la propia vida’. Esta m áxim a carece tanto de fuerza c o n
ceptu al com o del p od er de ‘movilizar’. Esta carencia, a su vez, es parte
de lo que constituye los discursos p olíticos que proclam an un regreso a
‘valores trad icionales’ tan seductores. T am bién da cu enta de m u ch o del
fascinado terror evocad o por ‘extrem istas’ y ‘fanáticos’ que no desean
m ás que m orir por su causa.
l,!'Kant with Sade', O clobcr 51 (Invierno 1 989), Cambridge, MA: M1T Press, pág 68.
Este libro es un in ten to de brindar un m arco conceptual para una
ética que se rehúse a ser upa ética basada en el discurso del am o y que,
de igual manera, se rehúse a la opción insatisfactoria de una ética ‘(post)
m o d ern a’ basada en la red ucción del ú ltim o h orizo n te de lo ético a 'la
propia vida’.
La patología (-moral) de la vida diaria
11 Im m an uel Kanl, Critique o j P ractical Rcason, N ueva Y ork: M acm illan, 1 9 9 3 11 9 5 6 ), pág.
92
Sin em bargo, debe rem arcarse que la ética kantiana no es sólo una
ética de ascetism o, de ren ü n cia a todos los p laceres por principio. No
d eb eríam os dejar que el pasaje precedente n o s lleve a co n clu ir q u e al
su jeto ético no se le perm itirá exigir para sí ‘co m o d id a d ’ o ‘b ien ’ alguno.
La verdadera paradoja se en cu en tra en otro lado: en un 'encu en tro no
co n creta d o ’ determ inado estru ctu ralm ente en tre el principio de placer
y la d im en sión de lo ético . No es que el p lacer esté prohibido al su jeto
ético sin o , por el co n trario , que pierde su p o d er atractivo para d ich o
su jeto . Está disponible y es a ccesib le, sólo q u e ya no es deseable. A d e
m ás, podem os incluso en co n tra r una nota de in centivo en esta idea en
ap arien cia som bría: no necesitam o s ten er m ied o de que ingresar en el
reino de lo ético exija que sacrifiqu em os to d o s los placeres q u e tanto
ap reciam os, dado que eso no se exp erim entará co m o una pérdida o un
sa crificio - n o serem os la m ism a persona de an tes, no tend rem os nada
de q u é arrep entim os.
Un en cuentro no con cretad o tal entre el p rin cip io de placer y lo ético
se parece m ucho al encuentro definitivo no co n cretad o del amor, d escrito
tan d irectam ente en Un a m o r ele Swann de M arcel Proust. Allí, el héroe
está d esesperadam ente enam orado de O d ette, q u e ya no lo ama. En su
terrible sufrim iento, prim ero cree que lo que en realidad desea es d ejar
de estar enam orado de ella, para escapar a su sufrim iento. Pero luego,
después de analizar con m ás cuidado sus sen tim ien tos, se da cu enta de
que no es así. En lugar de eso quiere que su su frim iento term ine m ien tras
él mismo sigue enamorado, porque su exp erien cia del placer del am or de
pende de esta última con d ició n . El problem a es q u e, a pesar de saber que
su su frim iento term inaría si dejara de estar enam orad o de O d ette, si se
‘cu rara’ de su am or por ella, eso es lo que m enos desea que suceda, dado
que 'en las profundidades de su m orbosa co n d ició n no temía a la m uerte
m ism a más que a una recup eración tal, lo cual en realidad se asem ejaría
a la m uerte de todo lo que ahora era’. H En otras palabras, curado de su
co n d ició n ya no sería el m ism o sujeto, por lo cual ya no encontraría ni
placer en el am or de O d ette ni dolor en su indiferencia e infidelidad.
Esa situación descrita p o r Proust nos perm ite d efinir con más clari
dad la relación entre las n o cio n es kantianas de lo ‘patológico’ y lo ético .
17 lm m an u cl Kant, Religión VViíhin Ihe Limiís o f Reason Alone, Nueva York: H arper
T orch b ooks, 19 6 0 , págs. 4 2 -3 .
Por ejem p lo : "las fronteras representadas p o r 'com enzar.¡lesd c cero’, ex nihilo, es, co m o
indiqué al com ienzo de m is co m e n ta rio s este año, el lugar donde por necesidad se sitúa
un p en sam ien to estrictam en te ateo. El pensam iento estrictam en te ateo no ad op ta otra
perspectiva qu e la del 'crea cio n ism o ”’. Ja cq u es Lacan, T he Eíhics o f P sychoan alysis, Lon
dres: R outlcd ge, 1 9 9 2 , págs. 2 6 0 - 6 1 .
Por su p u esto , es n ecesario d istin g u ir aqui entre este ‘su icid io sim b ólico' y el su icid io
en la realidad:
este acto de suicidio sim bólico, esta retirada de la realidad sim bólica debe oponerse
estrictam ente al suicidio 'en la realidad'. El último sigue atrapado en la red de la
com unicación simbólica: al matarse, el sujeto intenta enviar un mensaje al Otro, es
decir, es un acto que funciona como un reconocimiento de culpa, una advertencia
aleccionadora, un llamado p atético ... mientras que el suicidio simbólico apunta a
exclu ir al sujeto del circuito intersubjetivo mismo. (Slavoj Zizek, Enjoy Your Sym p-
tom!, Londres y Nueva York: Routlcdge. 1992, págs. 4 3 —4).
pues de tal acto , el su jeto ya n o será el m ism o de antes. Puede ‘ren acer’,
pero sólo com o sujeto nuevo.
Por en d e, Kant con clu y e, si la expresión ‘facultad superior de d esear’
va a ten er algún sentido en a b so lu to, se la puede utilizar sólo para in d i
car el h ech o de que la razón pura en si m ism a ya es práctica. La facultad
superior de desear, en to n ce s, se refiere a la volu ntad del sujeto tal co m o
está determ inad a por el ‘deseo pu ro’, un deseo que no apunta a c u a l
q uier o b je to particular sin o, por el con trario, al acto m ism o de desear
- s e refiere a la facultad de d esear com o a priori.
A estas alturas nos en co n tra m o s con el n otorio par conceptual k a n
tiano: forma/ con ten id o, forma/ materia o forma/ o b je to . Con frecu encia
se ha atacad o este a cop lam ien to y le ha rep resentad o a la ética k antiana
la d esaprobad ora calificación de ‘mero fo rm alism o ’. Con frecuencia la
acu sación de form alism o se con trap on e con el im perativo categórico (en
la m edida en que abstrae del con tenid o del d eb er). Pero igualm ente, la
form ulación de Kant del im perativo categórico d ep end e de otra d istin
ción, inclu so más fundam ental: la d istinción en tre accion es que se reali
zan sólo de acuerdo con el d eb e r [acciones pflichmássigl y accion es que
se realizan exclusivam ente p o r d eb er [aus Pflichtl. Esta, por supuesto, es
la fam osa d istinción entre la legalidad y la m oralidad o el carácter ético
de una a cción . Kant exp lica esta distinción de la siguiente m anera: ‘la
mera con form id ad o no con form id ad de una a c ció n con la ley, más allá
de su incentivo \Tricbfeder\, se llam a leg alid ad (legitim idad ); pero esa
conform id ad en la cual la Idea de deber que surge de la ley es tam bién el
incentivo para la acción se d en om in a m oralid ad '.20
P od ríam os decir que la d im ensión ética de una acción es ‘su p er
nu m eraria’ al par con cep tu al legal/ilegal. Esto a su vez sugiere una c o
nexión estructural con la n o ció n lacaniana de lo Real. C om o ha ob ser
vado Alain Badiou,21 Lacan co n c ib e lo real de u n a m anera que lo saca
de la lógica de las alternativas en apariencia m u tu am ente exclusivas de
lo cog n o scib le y lo in cog n o scib le. Lo in cog n o scible es sólo un tipo de lo
co g n o scib le, es el lím ite o caso degenerado de lo cog n o scib le, m ientras
" jacques L acan , The Semine»; Booli X X: On Fem ininc Scxiiality. T he Limiís o f Love and
Kmowleclgc, N ueva York y Londres: W W. N orton, 1 9 9 8 , pág. 1 2 6 .
11 Kant, C ritiqu e o f Practical R eason , pág. 2 9 .
El sujeto de la libertad
11Jacques-A lain M iller, 1 , 2 ,3 , ‘I (sem in ario inéd ito), clase del 12 d e d iciem bre de 198*1.
” Im m anuel Kant, C ritique o f P ractical R cason , Nueva York: M acm illan , 1 9 9 3 [1 9 5 6 ), pág.
97 .
"M ille r, 1, 2, 3, 4 , clase del 12 de d iciem b re de 1984.
da, sino la libertad o autonom ía. Esto a su vez nos lleva a la siguiente
con clu sión provisional: la división característica del su jeto de la razón
práctica será la división entre el su jeto patológico y el su jeto dividido.
Regresarem os a este pu nto más ad elante. Por ahora, exam in em os cóm o
se articula esta d iv isión subjetiva en los texto s de Kant.
¿Q u é lib e rta d ?
" A q u í lom o preslad os el tono y el argum ento de esta critica de la presen tación de H cnry
I:. Allison (H cn ry E. A llison, Kant's T hcory o f F rccd om , New H avcn, C o n n eclicu t y Lon
dres: C am bridge U niversity Press 1 9 9 1 , págs. 1 9 6 -8 .).
"Í Q
otro nom bre para el d eterm inism o. Si se trata de fundar la libertad en
el h ech o de que las cau sas de las a ccio n e s del su jeto son internas (de
q u e las representaciones, los deseos y las in clin aciones fu n cio n an com o
cau sas), nunca se en co n tra rá nada siq u iera parecido a la libertad. Por el
con trario, se e n co n trará que la libertad m ism a se reduce a la causalidad
psicológica - l a c o n e x ió n necesaria de los fenóm enos p sicoló g ico s en el
tiem po. En nuestro in ten to de en ten d er el concepto de libertad que se
en cu en tra en la b ase de la ley m oral, insiste Kant, el p ro blem a no es si
la causalidad d eterm in ad a por las leyes de la naturaleza tien e su nece
sidad en fu nd am entos d eterm inantes que se encuentran d en tro o fuera
del su jeto. Tam poco es una cu estión de si tales fu nd am entos, en caso
de encontrarse d en tro del su jeto, están com puestos por in stin tos o por
m otivos que son el produ cto de la razón: ‘son, no o b sta n te , m otivos
d eterm inantes de la causalidad de un en te en cu anto su existen cia es
d eterm inable en el tiem p o y, por con sig u ien te, en co n d icio n es del tiem
po pasado que im p o n en necesidad y q u e ya no están en su poder al
actu ar’.28 Aquí no hay esp acio para la libertad. Si la libertad de la volun
tad no fuera m ás q u e una libertad psicológica sem ejante, co n clu y e Kant,
en esencia no sería m ás libertad que la de una peonza q u e , después de
habérsele dado cu erd a y habérsela puesto en m ovim iento, tam bién se
m ueve por m otu p ro p rio .29
¿C óm o, en to n ce s, y en base a qué puede darse cu en ta de la libertad?
La respuesta a esta pregunta es bastante sorprendente y gira, en una gran
m edida, en torn o a la n oción de cu lpa. A ntes de exam inar este argum en
to que vincula la libertad con la culpa (desarrollado en la ‘A claración c rí
tica a la analítica de la razón pura p ráctica’), debe rem arcarse que no es
éste el argum ento q u e en contram os en la interpretación trad icio n al del
co n cep to de libertad de Kant, que se cen tra en el cap ítu lo de la Crítica
d e la razón p ráctica intitulado 'Sobre la d ed u cción de los p rin cip io s de la
razón pura p ráctica’, el ‘capítu lo oficial' dedicado a la fu nd am entación
o ‘d ed u cció n ’ de la libertad. De esa m anera, al lom ar co m o punto de
partida el cap ítu lo sob re la ‘A claración crítica a la an alítica de la razón
pura práctica’, no segu im os la lectura com ú n . No o b sta n te, no hacem os
¿Q ué s u je to ?
Un ser racional, d ice Kant, puede c o n razón decir, sob re cu alq u ier acto
ilícito (ilícito en el sentid o ético ) q u e haya realizado, q u e pudo haberlo
dejado in co m p leto , incluso si co m o apariencia (co m o fen óm eno ) estu
viera suficien tem en te d eterm inad o por a con tecim ien tos pasados com o
para haberlo h e ch o inevitablem ente necesario. Podría disim ular, Kant
continúa, tanto co m o quisiera para d escribir tal acto c o m o un error no
intencional, co m o resultado de un m ero descuido q u e, p o r supuesto, no
puede nunca evitarse por com p leto. Así, al alegar h a b er sid o llevado por
la corriente de la necesidad natural, puede tratar de hacerse pasar por
inocente. No o b stan te, Kant co n clu y e, en contrará ‘que el defensor que
habla a su favor n o puede silen ciar al acusador que tien e dentro de él
cuando es co n scie n te de que en el m om en to en el q u e com etió la falla
estaba en posesión de su libertad’.31
Incluso hay casos, agrega Kant, en los que los individ uos han m os
trado tal d ep ravación siendo aún n iñ o s (una d ep ravación que sólo em
peora a medida q u e m aduran) que co n frecuencia se los con sid era d elin
cuentes natos y, por end e, incapaces de m ejora alguna de su carácter. Sin
em bargo, se los ju z g a por sus actos, se les reprochan su s d elitos y se los
considera cu lp ab les p o r ellos.32 El h ech o de que ‘no p u dieran evitarlo’
no sirve de ninguna m anera para absolverlos de la cu lp a [5chulcJ|. Esto
queda de m anifiesto en el h ech o de que una cierta ‘ca p a cid a d ’ IKónnen)
puede im plicar un ‘e s’ |5einl - e s decir, por m edio de un caso real se
puede probar ‘co m o si fuera por un h e c h o ’ \gleichsam du rch ein F aktu m ]
que ciertas accio n e s presuponen lo q u e Kant llam a una ‘causalidad por
la libertad’ [KausaJifdí durch F reih eit¡.33
w Ibid., pág. 8.
" lb id ., págs. 1 0 2 -3 .
“ Ibid ., pág. 104.
11 lbid., pág. 1 10
Lo que prueba la realidad de la libertad o, más precisam ente, lo que
postula la libertad ‘co m o un tipo de h e c h o ’, se presenta aquí disfrazado
de culpa. No o b sta n te , debem os ten er m u ch o cuidado de no confund ir
esta culpa con la n o ció n de ‘co n scien cia m o ral’. Aunque los argum entos
de Kant a veces prom ueven esta co n fu sió n , el rigor teórico exige que
m antengam os estos dos con cep tos sep arad os. Sabem os m uy bien que
la cu lpa qu a co n scie n cia moral puede ser el resultado de todo tipo de
‘ideas ad quirid as’ y lim itaciones sociales que tienen poco que ver con la
ley m oral in con d icion al. En relación c o n la posibilidad de la libertad,
por otro lado, la cu lp a debe consid erarse sólo en térm inos de su ‘estru c
tu ra’ parad ójica: el h e ch o de que p o d am os sen tir culpa in clu so cu ando
sep am os que al co m ete r un cierto a cto , tal co m o lo dice Kant, estábam os
siend o ‘llevados por la corriente de la necesid ad natural’. N os podem os
sen tir cu lpables in clu so por algo que sabíam os que estaba 'm ás allá de
nu estro co n tro l’. En otras palabras, el p u n to que hace posible que la
(sen sació n de) cu lp a se vincule con la posibilid ad de la libertad no liene
nada que ver con la cu estión de d eb id o a q u é nos sen tim os cu lp ab les. Si
insistim os en ap eg arn os a esta pregunta, n u n ca podrem os su p erar lo que
Kant llama la m era filosofía psicológica.
Para aclarar este p u nto, h aríam os b ie n en echar un vistazo a los
hallazgos del p sicoanálisis. Los casos de ‘cu lp a irracional’ son bastante
com u n es en el p sicoanálisis -c a s o s en los cu ales el su jeto se sien te cu lp a
ble por algo que estu v o , si hablam os en rigor, más allá de su con trol. Por
ejem p lo , el am igo de una persona m uere en un acciden te autom ovilís
tico y el individuo, q u e no estaba siq u iera cerca del lugar del accid ente,
se siente sin em bargo atorm entado p o r la culpa. Por lo general tales
casos se exp lican al nivel del ‘deseo y la c u lp a ’: la persona en cu estión
deseaba de m anera in con scien te la m u erte de su am igo, pero no podía
ad m itirlo y, por en d e, la m uerte real de éste despierta sen tim ien tos de
cu lp a. No ob stan te, existe otro ‘nivel’, in clu so más in teresante, de culpa
q u e es necesario consid erar. C om o señ alara Jacq u es-A lain M iller en una
de sus con feren cias, hay m uchos p a cien tes que no sólo sufren una va
riedad de sín tom as (in clu so sen tim ien tos de cu lpa) sino que se sienten
cu lp ab les debido a ese sufrim iento m ism o. Podría decirse q u e se sienten
cu lp ab les d ebid o a la cu lpa que sien ten . Se sienten cu lp ab les no sólo
por sus deseos in co n scien tes sino, por así d ecirlo, por el m arco m ism o
que sostiene ese lip o de ‘causalidad p sicológica’. Es co m o si se sintieran
responsables p o r la institución m ism a de la ‘causalidad p sicoló g ica’ a
la cual, una vez instaurada, no pu ed en sino som eterse, por la cual no
pueden evitar ser ‘llevados’.
C on esto n os estam os acercand o a la noción de cu lpa tal co m o ap a
rece en la versión de libertad de Kant. La culpa en cu estión aquí no es
la culpa que exp erim en tam os d eb id o a algo que pu dim os o no hab er
hecho (o deseado haber h ech o). Por el con trario, im plica algo sim ilar a
un destello de otra posibilidad o, por d ecirlo con otras palabras, la e xp e
riencia de la 'p resión de la libertad ’. C om o una prim era a p ro xim ación ,
podríam os d ecir que la culpa es la m anera en la cual el su jeto participa
en un principio de la libertad y es precisam ente en este p u n to donde
encontram os la división o escisión con stitu tiv a del su jeto é tico , la divi
sión expresada en 'no podría h a b er h ec h o ninguna otra cosa y sin em barg o,
soy culpable'. La libertad se m anifiesta en la escisión del su jeto . El punto
fundam ental aq u í es que la libertad no es incom patible co n el h echo de
que ‘no podría h ab er hecho ninguna otra co sa ’ y que fui ‘llevado por la
corriente de la necesidad natural’. R esulta paradójico el h ech o de que es
en el preciso m o m en to en el cual el su jeto es con scien te de ser llevado
por la corrien te de la necesidad natural que tam bién se hace con scien te
de su libertad.
Con frecu encia se observa que la co n cep ció n kantiana de la libertad
tiene co n secu en cias ‘absurdas’. Por e je m p lo , si sólo las á ccio n es autó
nom as son libres, en ton ces no puedo ser ni culp able ni responsable por
mis accion es inm orales, dado que siem p re son heterónom as. No o b s
tante, nada podría encontrarse m ás lejan o de la posición de Kant con
respecto a la libertad y la subjetividad. C om o ya hem os visto, la paradoja
que sus reflexiones nos fuerzan a en fren tar se opone en rigor a esto: en
últim a instancia, soy culpable in clu so cu an d o las cosas estén más allá
de mi con trol, in clu so si en verdad ‘n o |pudiera] h aber h e ch o ninguna
otra co sa’.
Aun así, en este punto d eb eríam os desarrollar un p o co m ás la d is
cu sión para dar cu en ta de cóm o estas dos con clu sion es, en apariencia
opuestas, parecen seguirse de la perspectiva de Kant, có m o el argum ento
de Kant lleva a dos d irecciones que en apariencia se exclu y en m utua
m ente. Por un lad o, Kant parece p ersistente en su in ten to de persuadir
nos de que ninguna de nuestras acciones es en realidad libre, q u e nunca
podem os establecer c o n certidum bre la no existen cia de m otiv os patoló
gicos que afecten n u estras acciones, que los llam ados m otivos ‘internos’
o ‘psicológicos’ son en realidad sólo otra form a de causalidad (natural).
P or otro lado, n u n ca se cansa de resaltar, co n igual p ersisten cia, que
so m o s responsables por todas nuestras a ccio n es, que no hay excu sa para
nu estros actos in m orales, que no podem os apelar a ningún tip o de ‘ne
cesid ad ’ para ju s tific a r d ich as accion es - e n pocas palabras, q ue siem pre
actu am os com o su jeto s libres.
La referencia co m ú n en este punto a la distin ción entre fenóm enos
y noú m enos y el in ten to de ‘salvar’ la libertad m ediante esa d istinción
(el su jeto com o fen óm en o eslá som etid o a la causalidad, pero desde el
‘p u nto de vista’ n o u m é n ico el su jeto es lib re) n o resuelve el problem a.
A unque Kant de h e ch o prueba esta so lu ció n , luego se ve obligad o a
conv ertirla en una teoría m ucho más co m p le ja a la cual regresarem os.
A esta altura, sin em barg o, ya podem os su gerir una respuesta al enigm a
de có m o pensar ju n ta s estas dos líneas heterogéneas del arg u m ento de
Kant.
Podem os co m en zar por afirm ar que están situadas en d os niveles di
ferentes de análisis y q u e debe prestarse aten ción a los d iferen tes co n tex
to s en los cuales ap arecen esas líneas argum entativas. Para parafrasear el
fam oso aforism o de Freu d , podríam os resum ir el p ro ced im ien to de Kant
co n la siguiente fo rm u lación: el hom bre no sólo es m ucho m en os Ubre d e lo
q u e cree, sino tam bién m u ch o m ás libre d e lo qu e sabe. En o tras palabras,
d o n d e el hom bre cree ser libre (es decir, en el nivel de la 'cau salidad psi
co ló g ica ’), Kant insiste que es posible en con trar, para cada u n a de nues
tras acciones ‘esp o n tán eas’, causas y m otivos que la vin cu lan a la ley de
la causalidad natural. Llam em os a esta línea argum entativa el ‘postulado
de d es-p sicolog izació n ’ o el ‘postulado del d eterm in ism o’.
N o obstante, cu a n d o el sujeto ya se ha d esprendido de toda p sicolo
gía (es decir, cu an d o se revela que esta es sólo el O tro tipo de causalidad
y el su jeto parece no ser sin o un a u tó m a ta ), Kant dice a este su jeto : y sin
em bargo es precisam en te en esta situ ació n que eres más libre de lo que
crees. En otras palabras, cu and o el su jeto se cree au tón om o, K ant insiste
en la irreductibilidad del O tro, un orden causal más allá de su control.
Pero cuando el su jeto se hace co n scien te de su d ep en d en cia del O tro
(tal y tal ley, in clin a ció n , m otivos o c u lt o s ...) y está listo para darse por
vencido al d ecirse: ‘no vale la pena el in con v en ien te’, Kanl indica una
‘grieta’ en el O iro , una grieta en la cual sitúa la autonom ía y la libertad
del sujeto.
Incluso en la in co m p leta p resen tación de la fu nd am entación kantia
na de la libertad es posible d electar un eco de la fam osa afirm ación de
Lacan de que 'no hay O tro del O tro’. En otras palabras, el O tro m ism o es
inconsistente, está m arcad o por una cierta carencia. Lo que Kant está di
ciend o es que no h a y C au sa d e la cau sa. Eso es precisam ente lo que hace
posible la au ton om ía y la libertad del su jeto . Esa es la razón por la cual
el su jeto puede ser cu lp ab le (es decir, libre para haber actu ad o de otra
manera) aunqu e sus accion es estén p o r co m p leto d eterm inad as por las
leyes causales. D eb em os cu id arnos aquí de no pasar por alto el carácter
subversivo de este gesto m ediante el cual Kant funda la libertad. No trata
de revelar la libertad del sujeto en algún pu nto más allá de la d eterm i
nación causal. Por el con trario, le perm ite hacerse m anifiesta al insistir
hasta el final co n el rein ado de la d eterm in ación causal. Lo que muestra
es que en la d eterm in ació n causal hay un ‘esco llo ’ en la relación entre
la causa y el efecto. En esto en con tram os el su jeto (ético ) en el sentido
estricto de la palabra: el sujeto com o tal es el efecto de la d eterm inación
causal, pero no de m anera directa - e l su je to es el efecto de esle algo que
sólo establece la relació n entre la causa y (su ) posible efecio.
Para entend er p o r com p leto la rep ercu sión del gesto de K anl, puede
resultar útil record ar un gesto sim ilar de Lacan que, a pesar de ocurrir
en un con tex to d iferen te, arroja algo de luz sobre la d iscu sión presente.
Me refiero a la form a particular en la cu al Lacan rom pe co n la tradición
estructuralista.
Por supu esto, L acan sigue el estru ctu ralism o en su ‘d es-p sico lo g i-
zación del su je to ’. Segú n sus propias palabras, ‘el in con scien te está es
tructurado com o u n len g u aje’. Esto significa q ue en p rin cip io podem os
som eter los sín to m as y las acciones del su jeto a un p ro ceso de inter
pretación (el ‘d escifram ien to ’ de F reu d ) que establece su procedencia
‘cau sal’, lo cual n os perm ite revelar un a lógica rigurosa y un con ju n to
de leyes que rigen lo q ue con dem asiada frecuencia se ha consid erad o
el inconsciente ro m án ico de la creació n im aginativa, el locu s de ‘divini
dades de la n o ch e ’ y de la 'espontaneidad del su jeto ’. N o o b stan te, si en
últim a instancia el estru ctu ralism o identifica al su jeto con la estru ctu ra
(el O tro ), Lacan interviene, en-este p u nto, de una m anera m uy kantiana:
in trod u ce el sujeto com o un correlativo de la caren cia en el O tro ; es d e
cir, co m o correlativo del p u nto en el cual la estructura fracasa p o r c o m
pleto en cerrarse sobre sí m ism a. Hace esto de dos m aneras d iferentes.
La prim era consiste en in tro d u cir un m o m en to de jouissance irred u ctible
co m o la ‘prueba de la e xisten cia del su jeto ’. La segunda (y eso es lo que
nos interesa aquí) con siste en definir el su jeto m ediante el in d ica d o r ‘yo’
en relación con el ‘acto de en u n cia ció n ’. El ‘y o ’ es el elem ento del len g u a
je q u e d eja inhabilitada la batería de sig n ifican tes, la hace ‘in -co m p le ta ’
\pas-toute\ dado que es un elem ento que designa pero no sig n ifica, un
ele m e n to que se refiere a algo exterior a la estru ctu ra lingüística: al acto
del hab la m ism o. A d iferencia del sustantivo propio, que tiene la fu nción
de ‘llen ar el h u eco ’ del O tro , el ‘yo’ abre un vacío irreparable. El ‘y o ’, con
su uso m ism o, indica q u e no puede h aber un ú n ico significante para el
su jeto de en u nciación . Y, co m o ha señ alad o M iller (que desarrolla en
d etalle el argum ento que c o n brevedad resum im os aquí) en su sem in ario
i , 2, 3 , 4, la afirm ación de Lacan de que no hay O tro del O tro significa
q u e el O tro y el en u n ciad o no tienen garantía alguna de su e xisten cia
fuera de la con tingen cia de su en u n ciación . Esta d ep end encia no puede
en p rin cip io elim inarse de la función del O tro y eso es p recisam ente
lo q u e da testim onio de su carencia. El su jeto de en u nciación n o tiene
y n o puede tener un lugar firme en la estru ctu ra del O tro; e n cu en tra
su lugar sólo en el acto de en u n ciación . E sto equivale a d ecir q ue la
d esp sicolog ización del su je to no im plica su irreductibilidad a una es
tru ctu ra (lingüística o de otro tip o ).34 D espués de haber com p leta d o el
p ro ceso de ‘d es-p sico lo g izació n ’, lo que queda es el sujeto lacan ian o : es
el p u n to elusivo, ‘p alp itan te’ de en u n ciación .
" Im m an uel Kant, Religión Within ih e Lim its o f R eason A lone, Nueva York: H arp cr Torch-
b o o k s, 1 9 6 0 , pág. 19.
to ló g ico s’ que lo m otivaran. Por lo tanto esta libertad no puede fundarse
en la arbitraried ad de nu estras accion es sin o, por el contrario, sólo en
la ley y la necesidad m ism as: uno tiene que d escu b rir el punto en el cu a l el
sujeto m ism o d esem p eñ a una fu n ción (activa) en la n ecesid ad lícita y c a u sa l,
el p u n to e n el cual el su jeto m ism o ya está in scrito por adelantado en lo
que p arecen ser leyes de causalidad independ ientes del sujeto.
A esto es precisam ente a lo que apunta K ant en el pasaje citad o
m ás arriba. Desde el m om en to en el que com en zam os a tratar c o n un
su jeto , toda relación entre cau sa y efecto presupone e incluye, e n to n ce s,
un acto (u n a d ecisión que no es por necesidad ‘co n scien te’) por m ed io
del cu al se instituye alguna T ñ eb fed er com o cau sa (su ficien te), es decir,
se lo in co rp o ra a la m áxim a que guía la acción del sujeto. Esta lectu ra
tam b ién la sugiere H enry E. A llison, que llama al argum ento en cu estió n
la ‘tesis de la in corp o ración ’. Las Triebfedern no pu ed en ‘m otivar’ nada en
sí, no pu ed en producir nada de m anera directa -tie n e n este poder só lo
cu an d o se las incorpora a m áxim as. Sólo de esta m anera se co n v ierten
en ‘m o tiv a cio n es’ o ‘in cen tiv os’:
Segú n A llison, Kant está d icien do, por end e: puede ser que te haya
arrastrad o el torrente de la necesid ad (n atu ral), pero en el análisis final
fuiste tú quien hizo que esa causa fuera la cau sa. N o hay causa de la
causa de tu a cción . La cau sa de la causa sólo pu ed e ser el su jeto m ism o.
En té rm in o s lacanianos, el O tro del O tro es el su jeto . La fu nd am enta-
ción trascen d en tal de la voluntad y la co n c ep ció n de la voluntad co m o
libre im p lican que la voluntad precede a tod os su s ob jetos. La volu ntad
" V e r K ant, Religión Wiíhin the Limiís o f Reason A lone, pág. 2 0 : ‘sin em bargo la d isp o sició n
m ism a d e b e haberse adoptado p o r lib re elecció n'.
Esta afirm ación de que el su jeio, por así d ecirlo, elige su in co n scien
te (que podría llam arse el 'postulado p sicoan alítico de la lib ertad ’) es la
co n d ició n de posibilid ad m ism a del psicoanálisis. El cam b io de pers
pectiva que con stitu y e el fin del análisis, o ‘la passe' (lacan ian a), puede
o cu rrir sólo con este p ostu lad o com o trasfond o. La elección inicial pue
de repetirse - e l análisis llega a su con clu sión al llevar al su jeto al um bral
de otra (una segu nd a) e le cció n , es decir, cu a n d o el su jeto e n cu en tra una
vez m ás la posibilidad de la elección. Es en estos térm inos que podem os
en ten d er las ob serv acio n es (o , m ejor d icho , las preguntas) co n las cuales
Lacan com ienza su sem in a rio sobre La ética d el psicoan álisis:
Pero si el h o m b r e va a c o n v ertirse en b u e n h o m b r e n o só lo d e sd e
el p u n to d e v ista le g a l, s in o d esd e el m o r a l . . . e s o n o pu ed e lo g rarse
p o r m ed io d e la r e fo r m a grad u al m ie n tra s la b a se d e las m á x im a s
siga sie n d o im p u ra , s in o q u e d e b e llev arse a c a b o m ed ia n te u n a
revolución en la d is p o s ic ió n del h o m b r e ... P u ed e c o n v e n ir s e en
h o m b re n u ev o s ó lo m ed ia n te una s u e n e d e re n a c im ie n to , c o m o
si fuera [m c d ia n tc l u n a n u ev a creación.■w
Jacques-A lain Miller, 'M icroscop ia', en Ja cq u es Lacan, Televisión: a. C hallen ge lo ih e Psy-
ih o a n a ly tic E stablishm enl (cd. Jo a n C o p je c ), Nueva York y Londres: W W N orton, 1 9 9 0 ,
|MtR. xx.
de la d eterm in ación de n u estras acciones, nos en co n tra m o s con un cier
to e xced en te de libertad (o , para decirlo de una m anera diferente, nos
e n co n tra m o s co n una caren cia del O tro, la ca re n cia que se m anifiesta
en el h e c h o de que la Gesinnung es un o b je lo de e lecció n ) elegida, por
su p u esto , de un lugar por com p leto vacío. A dem ás, es recién en este
punto q u e la con stitu ció n del sujeto com o su je to ético se hace posible.
El su jeto ético surge de la coin cid en cia de dos caren cias: la caren cia e n el
su jeto (la caren cia de libertad del su jeto co n ecta d a con el m om en to de la
‘e le cció n forzada’) y la caren cia en el O tro (el h e c h o de que no hay O tro
en el O tro , no hay Causa d etrás de la causa). A hora podem os co m p leta r
el esq u em a q u e presentam os más arriba:
e le c c ió n fo rz a d a
Kant y ‘el d e re c h o a m e n ti r ’
12 H erbert J . Patón, ‘An Allegcd R ight lo Lie: A probíem in K antian E lh ics’, en G. G cism an
y H. O b c re r (e d s.), Kant tmd d as Rcch d e r Lüge, YVíirzburg; Konigshausen & N cum an,
19 8 6 , pág. 5 9 .
° F ran co is Boituzat, Un dro'a d e m entir? C onstant ou Kant (P arís: PU F 1 9 9 3 ); Hans VVagner,
“Kant gegen “ein verm eintes R echt, aus M enschenliebc zu LCigen", en Gcism an y O b erer
(eds), K an t und das Rcc/il d er Lüge.
deber de lo correcto \R echtspficht\” No ob stan te, no d ebem os olvidar,
ante todo, que la respuesta de Kant no habría sid o diferente si hu biera
11 alacio la cu estión com o u n problem a ético y, en segundo lugar, q u e en
u argum ento Kant m ism o c o n frecuencia supera el cam po p u ram ente
judicial o legal y se interna en aguas éticas. Podríam os sostener q u e esta
am bigüedad tiene sus o ríg en es en el ensayo m ism o de C onstant, q u e c o
mienza co n la cuestión de un cierto 'principio m oral’ pero luego elab ora
■ I argum ento en térm inos de derechos y d eb eres legales. Kant e n tra en
1 1 debate en este nivel, pero la cu estión del p rin cip io moral siem pre está
•n el trasfondo. Una vez m ás, d ebe rem arcarse q u e es sobre lod o el lado
i Uro del ejem p lo que C o n sta n t pone a la puerta de Kant lo que p rovocó
la m ayor indignación e in com o d id ad . Esa es la razón por la cual los in
ternos de 'salvar’ a Kant c o n el cam b io del problem a de la moral a la filo-
illa política y legal es un tan to problem ático. D ichas lecturas sugieren
(al m enos de m anera im p lícita) que Kant habría dado una respuesta por
•lim p íelo diferente si h u b iera consid erad o el problem a com o un pro-
lilcma é lico . En otras palabras, esa lectura no resuelve el p roblem a y la
Un om od id ad que genera la p o sició n de Kant, só lo lo elude al girar n u es-
11 a aten ción a oirá cosa. Sea co m o fuere, exam inarem os am bos asp ecto s
de estos argum entos, el legal y el ético. C om o tratarem os de m ostrar, la
a|ielación de Kant a la perspectiva legal es d éb il, m ientras que lo m enos
i|tic podem os decir acerca del aspecto ético de la controversia es que
Kant sigue siendo leal a los p rin cip io s básicos de la filosofía moral.
Si com en zam os con la com p aración del octavo capítu lo del texto de
• m istant, ‘Des p rincip ies’, co n la respuesta de Kant, nos da la im presión
de (|ue am b os autores están d iscu tien d o con adversarios ‘im ag inarios’.
I le h ech o , contra lo q ue sob re todo dirige C q p stant su crítica es co n tra
rl 'sen tid o co m ú n ’ que, para él, tiene el m ism o significado que ‘p reju i-
i lo'. El texto de C onstant d ebe verse en el c o n tex to de la R evolución
I rancesa y de la relación en tre los principios de L 789 y sus devastadoras
i m isecu en cias en 1 7 9 3 . Su p u n to de inicio es lo que se con sid erab a en
aquella ép o ca la extrem a d iscord ia entre los principios de la R evolución
V su ap licación en la p ráctica. Esta discordia d io origen a una revuelta
popular co n tra los principios: se consid eraba que los principios elevados
"K .in l, 'O n a Supposcd Right to lie b ecau sc o f P hilan trh ropic C o n ccm s', p. 163.
eran resp on sab les por todos los m ales del Terror o , en otra versión de
esta perspectiv a, eran b u enos en teoría pero no ten ían valor práctico.
C onstant o frece una defensa de estos principios y, segú n sus térm inos,
procura su ‘reh ab ilitació n ’. La form a en la que realiza esta tarea con fre
cuencia recu erd a el propio argu m ento de Kanl d esarrollad o en su texto
de 1 7 9 3 , ‘S o b re el proverbio: puede ser verdad en teoría pero no tiene
uso p rá ctico ’. Sostien e que si un principio es m alo, no es porque sea
dem asiado te ó ric o , sino porque no es lo suficien tem en te teórico. Por esa
razón C o n stan t introduce el co n c e p to de un prin cip io m ed io que perm iti
ría una m ayor precisión en la ap licación de p rin cip io s generales a casos
particulares.
En el caso de asesino que persigue a nuestro am igo, el principio
m edio debe d ed u cirse de la sigu iente manera:
Esto tam b ién resum e el argu m ento básico de C o n sta n t contra Kant
(o el ‘filósofo a lem á n ’) para q u ien los principios m o rales tienen un valor
‘ab so lu to’. C o n sta n t sostiene q ue fue precisam ente ese tipo de ‘absolu
tism o’ lo q u e p u so la op inión general en contra de los principios co m o
tales.
A ntes de exam inar la respuesta de Kant, d eb eríam os resaltar que
Kant acep ta el d esafío de C o n stan t en su form a m ás rigurosa. Es decir:
acepta la su p o sició n de que p od em os responder al asesin o que está per
siguiendo a nu estro am igo sólo co n un ‘sí’ o un ‘n o ’ y que no podem os
tan sólo reh u sarn os a respond er la pregunta. En estas circunstan cias,
dice Kant, es nu estro deber d ecir la verdad.
La prim era pregunta que surge aquí es: ¿en q u é m edida la m entira
y el m en tir so n ideas legales? A pesar de que se pueda cu lp ar a C onsant
por in iciar esta confu sión , Kant parece hacer el m ayor esfuerzo por sos-
15Citado en ‘O n a Supposed Right to Lie because of Philanthropic C o n cern s”, págs. 162-3.
ii n rila. A pesar de su d ecisión de tratar el par de térm inos veracidad y
unm ira en un con tex to legal, su argu m entación en todo m om ento se
im iiv en oLras d irecciones - a veces en la d irecció n de problem as ético s
l|ini ejem p lo , cuando d ice que el d eb er de d ecir la verdad es ‘una ley de
1.1 mzón in con d icion alm en ie ob lig ato ria’), a veces m ás hacia un terreno
filosófico’, en el sentido de ten er que ver no tan to co n el derecho m ism o
Ino con una cierta filosofía del d erecho. Puede ser verdad que estos
nlllm os d os casos son más o m enos in d isociables en la teoría de Kant,
■lii em bargo sigue siendo útil insistir en la d iferen cia entre el d erech o
tom o p ráctica existente, institu id a en aparatos estatales particulares, y
1.1 filosofía del derecho, que se preocupa por la fu nd am entación y la p o
sibilidad de la ley. De h ech o , es esta d istin ción la que subyace en ciertas
.tlirm aciones que Kant está obligad o a agregar a sus argum entos - p o r
r|cmplo: ‘una m e n tira ... no requiere la co n d ició n ad icional de que deba
dnOar a otros, com o lo exigen los ju rista s en su d efin ició n ’.'16
Kant no está de acuerdo co n el argum ento de C onstant en dos p u n
tos. El prim ero tiene que ver con el con cepto m ism o de mentira y el vín-
i ulo entre causa y efecto q u e se desprende de él. Kant primero señala
i|iie la verdad no depende de la voluntad. En otras palabras, tenem os que
ilislinguir entre la veracidad (la intención, 1a voluntad de decir la verdad)
y la verdad (o falsedad) del enunciad o. El prim er caso está relacionado
i on el acu erd o entre nuestras afirm aciones y nuestras creencias, m ientras
que en el segund o caso el acen to está puesto en la relación'entre nuestras
.ilirm aciones y los ‘hech os’ a los cuales se refieren. Lo m ism o sucede co n
1.1 m entira. Para ilustrar esta d istin ción , Kant m odifica en cierta medida el
ejem plo de C onstant. En la versión de Kant podría su ced er que digo una
mentira al d ecir que la pretendida víctim a no e$tá en la casa, pero debido
a que esta últim a en realidad se ha escapado (au n q u e sin saberlo yo) a
iravés de la ventana, se encu entra afuera con el asesino y éste la mata.
Esta versión de la situación m uestra que el m entiroso pod ría esta r
rifuivocado acerca d e la verdad. Si querem os eng añar a otro, la intención
de hacerlo no es suficiente. En otras palabras (y a esto es a lo que está
yendo K anl), no hay con ex ió n n ecesaria entre mi respuesta a la pregunta
del asesino y sus acciones posteriores. Así, si digo la verdad, no se m e
puede con sid erar responsable por la m uerte de mi am igo. Esto no se debe
sólo a que no puedo saber con ab so lu ta certeza dónde está mi amigo en
el m om ento en el que estoy h ab lan d o , sino tam bién porque no tengo
forma alguna de saber cóm o tom ará el asesino mi respuesta de ‘sí’ o ‘no’:
si me creerá o si supondrá que esto y intentando proteger a mi amigo con
una m entira. U na vez más: no hay relación necesaria en tre mi respuesta
y el acto de asesinato. Puedo term in ar revelando el paradero de mi am igo
aunque tenga las m ejores in te n cio n es de m antenerlo o cu lto .
Si con sid eram os sólo el a sp e cto lógico de las co sa s, Kant, por su
puesto, tiene razón. Pero el p ro blem a es que el d erech o trata en su m a
yoría con ca so s en los que el v ín cu lo entre la causa y el efecto no es
necesario, d eb id o a que un a co n tecim ien to , X, pasa a ser necesario sólo
cuando en realidad ha sucedido. H asta el últim o m o m en to siem pre exis
te la posibilidad de que no su ced a . Por esa razón, el d erecho puede
usar razonablem en te los c o n c e p to s de probabilidad firm e o tenue. Así,
podem os llegar a la con clu sión de que en térm inos del asp ecto legal de
la cu estión, el argum ento de Kant n o es m uy persuasivo.
Sin em bargo, Kant desarrolla o tro argum ento co n tra C onstant, rela
cionad o co n su filosofía del d erech o . Según la c o n c ep ció n del derecho
[Rccht| de Kant, la verdad (y la m en tira ) afecta la fu nd am entación m ism a
del d erech o y de la sociedad c o m o tal, debido a q u e la legalidad y el
gobierno de la ley se fundan en u n con trato. Pero no puede haber algo
sem ejante a un contrato sin cierta veracidad fundam ental. Los contratos
tienen sen tid o sólo si las partes involucradas en él lo lom an en serio.
El contrato (el ‘con trato so cia l’ en este caso) es el que nos posibilita
disfrutar de una cierta seguridad básica y, de esa form a, de una ‘vida
civilizada’, p o r lo cual sirve co m o la base para todos los otros d eberes y
derechos legales. Es debido a esta perspectiva que las cu estiones de la
veracidad y la m entira tien en , segú n Kant, tal peso en el con tex to so-
cioju rid ico -e s tá n relacionadas c o n las fu nd am entacion es mism as de la
sociedad y del d erecho. Por lo ta n to , la m entira supera el angosto m arco
que le im p o n en las co n sid eracio n es legales positivas. En térm inos de las
últim as, la m en tira pasa a ser relevan te desde el pu nto de vista legal sólo
si sus efectos d añan a otra p ersona y si ese daño se puede especificar. Esa
es la razón por la cual Kant co n sid era necesario agregar:
por lo la n ío u n a m en tira d e fin id a só lo c o m o u n a d e c la r a c ió n
im e n c io n a lm e n te falsa a o iro h o m b r e n o re q u iere la c o n d ic ió n
a d ic io n a l d e d e b e r ca u sa rle d a ñ o a o tro , c o m o lo e x ig e n lo s ju r is ta s
en su d e fin ic ió n ... pu es u n a m e n tira siem p re d a ñ a a o tr o , si n o a
(Uro s e r h u m a n o , e n to n c e s al m e n o s a la h u m a n id a d en ge n e ral,
d ad o q u e v icia la fu en te m ism a del d e rech o \Rcchtsquelle].*7
I slc es precisam ente el p u nto rem arcado p or los com en taristas que
li tu nden a K anl en este tem a. Ju liu s E bbinghaus, p o r ejem p lo, dice:
<nii turas que la m áxim a del asesino destruye la segu ridad legal de la
<)•!.«, la m áxim a del m entiroso va m ucho más lejos, d ado que priva de
•H,ili|tiicr seguridad posible (sea seguridad de vida u o tra cosa) del carác-
(• i ilc un pedido legitim o, es decir, de un d erecho.'18 En otras palabras:
mli iitras que el asesino viola una ley particular, el m en tiroso hace que el
i |i icc lio co m o tal sea im posible, dado que aniquila la fu nd am eniación
-h cualquier con trato y, por lo tan to, de la socied ad co m o tal. Por más
•■iinprensible que esta e x p lica ció n (co n su evocación de la con cep tu ali-
, .«< lón del co n trato social de K ant) pueda presentar la posición de Kanl,
im l.i hace, sin em bargo, más con v in cen te. Para exp o n er el problem a con
«Impleza: el d erech o está ahí precisam ente para que no tengam os que
i miliar en la veracidad de otras personas. Es m uy fácil firm ar un con trato
in lener la m en or intención de respetarlo. El gesto pu ram ente sim bólico
dr lirm ar el con trato es lo que n os ata a él, no nu estra co n v icció n au lén -
||i ,i de aten ern os a él. Es decir, la violación de c o n tra to s produce penas
lt gales. La principal razón de la ley (y sus d erech o s co n co m ita n tes) es
IHindar una base más sólida para los con tratos que la m era veracidad de
nlras personas. Dada la existen cia del derecho, sin em barg o, una m en-
in.i es sólo una d e ’ m uchas violaciones posibles de las norm as legales,
un algo que socavaría la posibilidad mism a del d erech o y, por lo tanto,
n ndrá co n secu en cias m ucho m ás desastrosas que el asesinato.
El tercer (y más poderoso) argum ento que d esarrolla Kant contra
i iiiistant sigue consid erán dose. Este argum ento e n cu e n tra su m ejo r ex-
(iirsión en los siguientes tres pasajes:
w Kant, ‘O n a Su pposed Right to Lie becausc o f P hilan th ropic C o n cc rn s', pág. 164.
“ lb id ., pág. 166.
” lbid.
nniiilento de C o n stan t es un in ten to de convertir la m ism a excep ción a
11 legla en regla (p rin cip io). Según Kant, el con cep to de principio m edio
>li ( onstant im plica que la v io la ció n de una norm a puede (en ciertas
. in m istancias) volverse ella m ism a una norm a, lo cual haría que el co n -
■ •|>io m ism o de violación del d eb e r sea absurdo, dado que esa violación
< nlmices se d ebería consid erar im p u esta por el d eber m ism o. No ob s-
i . iiiU*, Kant no es el único en h a b er leído a C onstant de esa manera. En
ii iu m en tario sob re la controversia K ant-C onstant, Patón, por ejem p lo,
luihla en todo m om en to de e x ce p cio n e s a las reglas y al im perativo c a
tegórico.
Si esa fuera en realidad la p o sició n de C onstant, e n to n ces Kant te n
dí la todas las razones para atacarla. Es de h echo posible m ostrar que
I' «mt im puta a C onstant algo que este últim o no sostiene y que por end e
i %ui d iscu tiend o co n un ad versario im aginario. Sin em bargo, a pesar
dr eso, el argu m ento de Kant sigue siendo perfectam ente válido en sí.
Merece exam en en especial porqu e los críticos de Kant con frecuencia
apoyaron a C o n stan t con tra Kanl precisam ente con este C onstant (el que
•e supone que propaga las excepciones a las reglas).
De h e ch o , si el principio m ed io de Constant im plicara ex cep cion es a
los principios generales, el co n c e p to de un principio sem ejante estaría
privado de to d o sentido. Más allá de lo excepcional de las circu n stan -
t las, la violació n de la ley n u n ca puede convertirse en una regla o en
un principio y eso es precisam ente lo que suced ería si form uláram os
una e x cep ció n a la regla en térm in o s de un 'p rin cip io m edio'. Ya hem os
señalado que desde el m om en to e n que existe el d erech o , la m entira no
( H i e d e con sid erarse un ‘delito su p rem o ’, uno que socave la posibilidad
misma del d erech o , sino que d ebe consid erarse sólo una violación m ás
entre otras. S in em bargo, lo que co n taría com o ‘delito suprem o’ sería
riiüñcar la m en tira, form ular algo co m o ‘un derecho a m entir’. El 'd elito
suprem o’ sería escribir en una ley la estipu lación de q u e , en ciertas cir
cu nstancias, se la puede violar. De h ech o, existe una diferencia im por-
lunte entre las dos afirm aciones:
Vrt liemos subrayado que es el aspecto ético del texto de Kant sobre la
mentira lo que ha provocado la m ayor indignación e incom odidad entre
ii-. críticos. El problem a ético (para dejar atrás el m arco impuesto por
I I ejemplo de C onstant y form ularlo de manera más general com o un
|i|ublcma estructural) puede expresarse de la siguiente m anera: ¿puede la
humanidad’ (o , con más exactitud, el am or por nuestro prójim o) justificar
•|iie hagamos una excepción a la ley moral (siem pre y cu ando haya un
i nnlliclo entre am bos)? No hace falla pensar m ucho para responder esta
(urgunta, dados los principios fundam entales de la ética kantiana. Sólo
existe un bien m oral, definido com o un acto logrado en conform idad con
1 1deber y si, a la vez, se logra sólo por el deber (lo cual significaría, en el
i ,c.o que estam os discutiendo, que si le digo al asesino la verdad, no es por
miedo), en ton ces es un acto ético. Sin em bargo, a pesar de eso, la posición
■le Kant sobre esta cuestión sigue siendo ambigua en la Funclcimenlación de
lii metafísica de las costum bres y en la Crítica de la razón p ráctica, sobre todo
debido a los ejem p los que elige para ilustrar este punto.
En la Ética d el psicoan álisis, Lacan llam a la aten ció n sob re esta am
bigüedad. Al final del capítulo 'El am o r al p ró jim o’, se con cen tra en el
lumoso ejem p lo que da Kant en la segunda C rítica, ‘la parábola de la
horca’. La parábola dice lo siguiente:
11 Immanuel Kanl, Critique o f Practica! R c o s ü i i, Nueva York: Macmillan, 1993 [1956], pág. 30.
D ejem os a un lado por un m o m en to la prim era parte de esta pa
ráb ola y e n fo q u é m o n o s en la segu nd a q u e, se su p o n e, ilu stra la forma
en la cual la ley m o ral se im pone en el su je to hu m ano, in c lu so cuando
ello suponga el m ás elevad o sa crificio . ¿Q u é tiene de m alo el argu m en
to de Kant en esta parte? Kant rem arca: ‘en efecto, si el a taq u e a los b ie
n es, la vida o el h o n o r de otra p ersona pasaran a co n v ertirse en la regla
un iv ersal, eso lan zaría todo el u n iv erso del hom bre a un estad o de
desord en y m ald ad ’.53 No d eb em os p asar p o r alto la iron ía im p lícita en
esta ob servació n . Lacan critica a Kant p o r in trod u cir un m o tiv o sum a
m ente p atológ ico, o c u lto d etrás de la fachad a del d eber m oral puro. En
o tras palabras, Lacan critica a Kant p o r h a cer tram pa ( ‘K an t, nuestro
q u erid o Kant, c o n to d a su in o cen cia , su su b terfu g io in o c e n te ’) . 5'' Kant
engaña a sus lecto res al d isfrazar los verd ad eros riesgos y el verdadero
im p a cto de esta e le c c ió n (ética ). En su eje m p lo , pone el im perativo
ca teg ó rico (n u estro d eb e r) del m ism o lado del bien (el b ie n esta r) de
nu estro prójim o. C o m o resultad o, lo m ás probable es que el lecto r siga
a Kant sin duda alg u n a cu an d o d ice q u e en este caso la idea de aceptar
la propia m uerte e s, al m enos, p o sible. El p roblem a está en el h e ch o de
q u e el lector sigue a K anl en este p u n to no porque está c o n v e n c id o de
la inexorabilidad del d eb e r co m o tal, sin o porque la im agen del sufri
m ien to infligido en el otro sirve co m o un co n tra p u n to . El e je m p lo de
Kant apunta a p ro d u cir en nosotros ‘un c ie rto efecto a fo r t io r i' (L acan ),
co m o resultado del cu al se nos en g añ a acerca de los riesg os reales de
la e lecció n . En otras palabras, el lecto r estará de acu erd o c o n Kant (si
po d em os d ecirlo a sí) ‘no (por) p o r razo n es de p rin cip io s’. Estará de
acu erd o con Kant d eb id o a un ra z o n a m ien to a Jo r tio r i: no p o r estar
co n v en cid o del v alor a priori de la ley m o ra l, sino en base a una ‘razón
m ás fu erte’. A cep tam o s el argu m en to de Kant porque e sta m o s guiados
p o r una cierta rep resen ta ció n del b ie n en el cual situ am o s nu estro d e
b e r - y esto es la h e te ro n o m ía en el s en tid o k antiano m ás e stricto del
térm in o . Si co n sid era m o s que la novedad principal de la ética kantiana
(el p u nto de la ‘rev o lu ció n c o p e rn ic a n a ’ en la ética) c o n siste en revertir
la je ra rq u ía entre la n o ció n del b ien y la ley m oral, e n to n c e s al m enos
53Ja c q u e s Lacan, The Elhics o j P sychoan alysis, Lon dres: Rouiledge, 1 9 9 2 , pág. 189.
* Ib id .. pág. 18 9 .
(«•liemos decir, a ce rca del ejem p lo d iscu lid o , que o s c u re c e este punto
• nidal.
I sa es la razón por la cual Lacan sugiere que ca m b ie m o s el ejem plo
•im poco, con el p ro p ósito de aclarar el problem a real. ¿Q u é sucede si
un encuentro en una situ ación en la cu al mi d eber y el b ie n del otro se
>m uentran en lad o s op uestos y en la cual puedo lograr m i d eb er sólo
n i detrim ento de m i par? ¿Me d etend ré frente al m al, el d o lo r que mi
n i lón infligirá en el otro, o me apegaré a mi deber, a p esar de las co n -
i'i uencias? Es só lo este caso el que n os perm ite ver si el p roblem a en
. ueslión es el ataq u e a los derech os del otro, en la m ed id a en que es mi
n'mblable, mi ‘p ar’ o si es, más b ien , una cu estión de falso testim on io
m ino tal. Así, L acan nos invita a con sid erar el caso de un verdadero
ii silgo, un caso de co n c ie n cia q ue surge, por e je m p lo , si se me cita
i prestar inform e sob re mi vecino o mi herm ano por activid ad es que
iimrnazan la segu ridad de la com u n id ad . Lacan co m en ta q u é entra en
(liego en esle caso:
L a tr a m p a s a d e a n a
Si, n o o b stan te, acep tam o s la posición de Kant, pronto se nos presenta
otra tram pa: la 'tram pa sad ean a’. El sujeto k antian o no puede esco n d erse
d etrás de la im agen de su p ró jim o para escap ar a lo real im plícito en el
deber in con d icion al, pero tam p oco puede ocu ltarse detrás de su d eb er y
utilizarlo com o una ex cu sa para sus acciones. C o m o ha señalado Slajov
■“‘ Slavoj Zizek, The In divisible R em ain dcr, Londres y Nueva York: Verso, 1 9 9 6 , pág. 170.
w l lenry E. A llison, Idealism a n d F reed om , C am brid g e: Cam bridge U n iversily Press, 1996,
pág. 181.
na co m o hipócritas al d ecirle: 'sabem os que tu verdadera in te n ció n era
lastim ar a otra persona’. En este caso tan só lo aseguraríam os de m anera
h ip ó crita que tuvo que reu n ir todas sus fuerzas para decirle la verdad
al otro , que él m ism o su frió m u chísim o cu an d o lastim ó al o tro y sin
em bargo no pudo evitarlo, pero era su d eb er h a c e rlo ... La ú n ica form a
de desenm ascarar esle tip o de hipocresía es preguntarle: ‘¿y d ón d e está
e scrito que tu deber es d ecir a la otra persona lo que sabes? ¿Q ué te hace
creer que ese es tu deber? ¿Estás listo para respond er por tu d eb er?’.
Según los principios fu nd am entales de la ética kantiana, el d eb er es
sólo aq u ello que el su jeto hace su deber, no existe en ningún lugar del
‘e x te rio r’, com o los Diez M andam ientos. Es el su jeto quien hace q u e algo
sea su d eber y tiene que respond er por ello. El im perativo categ órico
no es una prueba que nos posibilitaría h acer una lista (in clu so un a lista
que no fuera exhaustiva) de verdades éticas, un a suerte de ‘ca te cism o de
la razón pura’ detrás de la cu al podríam os o cu lta r el plus de g oce que
d erivam os de nuestros a c to s.60 En este punto podem os regresar en sa
yo de Kant ‘Sobre un su p u esto derecho a m en tir por filantropía’. A hora
nos q u ed a claro qué hace in sop ortable la p o sició n de Kant: no el h ech o
de q u e mi deber no co in cid a por necesidad co n el bien de mi p ró jim o
(eso es algo que tenem os q u e adm itir co m o p o sible), sino el h e ch o de
que Kant tom a, en este caso , el d eber de d ecir la verdad co m o un d eb er
ya h e ch o que ha superad o, de una vez y para siem pre, la prueba del
im perativo categórico y q u e , por ende, puede escrib irse en alguna lista
p rincipal de m andam ientos válidos para todas las futuras generacion es.
Es precisam ente este gesto el que hace posible al su jeto asum ir un a ac-
Esiá por lo tanto mal concebir el imperativo categórico kantiano como un tipo
de m olde formal cuya aplicación a un caso concreto alivia al sujeto moral de la
responsabilidad de una decisión: no estoy seguro de si lograr un acto X es mi deber.
No hay problema: lo someto al doble criterio formal implicado por el imperativo
categórico para ponerlo a p ru eb a ... y si el acto X supera esa prueba, sé cuál es mi
d e b e r... El punto de la argum entación kantiana es exactam ente el contrario a este
procedimiento automático de verificación: el hecho de que el imperativo categórico
sea una forma vacia significa precisam ente que no puede garantizar ningún mal
ju icio de nuestro deber. La estructura del imperativo categórico es tautológica en
el sentido hegeliano de la repetición de lo mismo que llena y a la vez anuncia un
abism o que hace surgir la insoportable ansiedad: ‘¡tu deber e s ... (cum plir con tu
deber)!’ (Ztóek, The Invisible R cm ainder, pág. 170).
lllm I perversa, d ecir q u e el deber in cond icion al le im puso su s acciones
l'iiiii así justificarlas, ocu ltarse detrás de la ley moral y presen tarse com o
•I mero instrum ento' de la Voluntad. De h ech o, Kant llega a sostener
i|iir el sujeto que le d ice al asesino la verdad no es resp on sab le por las
m nsecu encias de esa a cció n , m ientras que el su jeto que m ien te es por
•tim plelo responsable por el resultado de la situación. En co n secu en cia ,
i ii lugar de ilustrar el h ech o de que el d eb er se funda sólo en sí m ism o
y i|iie es precisam ente ese punto el que h ace posible la libertad y la res
ponsabilidad del su jeto m oral, este ejem p lo notorio, p o r el con trario,
llii'.ira el caso de un pervertido que se.escon d e detrás del g oce que deri
va tic la traición d etrás de un supuesto respeto a la Ley.
Sin em bargo, rem arquem os una vez m ás que esto en sí n o desm ere-
i r el valor del otro asp ecto del ejem p lo. Es posible que alguien haga su
ilrb er decir la verdad al asesino: por m ás parad ójico que pu ed a sonar,
rsc podría ser un a c to ético. Lo que es inadm isible es que el su je to sos-
It'iiga que ese d eb er se le im puso, que no podría haber actu ad o de otra
m anera, que sólo sigu ió el m andam iento de la L ey ...
Esto nos lleva al ce n tro de la relación entre el su jeto y la Ley. ¿Por
i|tié es inadm isible cu m p lir, de una vez y para siem pre, co n la en u n cia
ción enigm ática del im perativo categ órico con una afirm ación (es decir,
jile c ir la verdad!’) q u e reduce la Ley a la lista de m an d am ien tos pre
establecidos? No só lo , com o podríam os suponer, porque en este caso
descuidam os todas las circu n stan cias particulares que pu ed en ocu rrir en
una situación co n creta ; no sólo porque un caso nu nca es id é n tico a otro,
por lo cual en cu alq u ier situación dada podem os en co n tra rn o s con nu e
vos factores que ten em o s que tom ar en consid eración c u a n d o estam os
lom ando nuestra d ecisió n . La situación es m u cjio más rad ical: inclu so si
lucra posible (su p on g am o s, por m edio de una com putad ora lo su ficien
tem ente poderosa) sim ular todas las situaciones posibles, eso todavía no
im plicaría que p u d iésem os reunir una lista factible de d ecisio n es éticas
que correspond an a situ acion es dadas. El problem a cru cial de la ley m o
ral no es la variabilidad de la situación a la cual la 'a p lica m o s’, sin o el
lugar o la función del su jeto en su co n stitu ció n m ism a y, p o r en d e, en la
in s t it u c ió n de lo universal. La razón p o r la cual no se pu ed e borrar.al
sujeto de la 'estru ctu ra' de lo ético (m ed ian te la co n fecció n de una lista
Je d eberes que lo absolverían de su responsabilidad y lib ertad ) no es
lo p articu lar, lo singular o lo esp ecifico, sin o lo universal. A qu ello que
de nin g u n a m anera puede reducirse sin a b o lir la élica com o tal no es la
variabilidad m u lticolor de cada situación dada, sin o el gesto m ediante
el cual cad a su jeto, por m edio de su a cció n , postula lo universal, rea
liza u n a cierta op eración de universalización. El su jeto ético no es un
ag en te de lo universal, no actúa en nom bre de lo universal o co n su au
to rización - s i ese fuera el caso, el su jeto sería un elem ento in necesario,
d isp en sable, de la ética. El su jeto no es el agente de lo universal sin o su
agens. Esto no significa tan sólo que lo universal está siem pre ‘m ediado
por el s u je to ’, que la Ley siem pre es ‘su b jetiv a ’ (parcial, selectiva o per
ju d ic ia l), no señala hacia una cierta d efinición de lo universal sin o , por
el co n tra rio , a una d efin ició n del sujeto: sign ifica que el sujeto no es más
que ese m om en to de la universalización, de la con stitu ció n o d eterm i
nación de la Ley. El su jeto ético no es un su jeto que trae todo su b agaje
su b jetiv o a una situ ación (m oral) dada y le p erm ite afectar las co sa s (es
decir, al form ular una m áxim a que se co rresp o n d e con sus in clin acio n es
person ales), sino un su jeto que, en el sentid o e stricto de la palabra, nace
de esa situ a ció n , que sólo em erge de ella. El su jeto ético es el p u n to en
el cual el universal llega a sí y logra su d eterm in ación .
De la lógica de la ilusión a los postulados
Ahora vam os a exa m in a r esas cosas q u e Kani designa con el nom bre
('rneral de ‘ideas trascen d en tales’ para p od er 'deducir' de ellas la lógi-
i ti y la función de los postulados de la razón práctica pura. Las ideas
liascendentales (q u e Kant tam bién d en o m in a entia rationis, ficciones
heurísticas, co n cep to s de razón, ideas regulativas) p erten ecen al reino
ilrl pensam iento que se abre con la segu nd a parte de la C rítica d e la
m zón p u ra, la d ialéctica trascend ental. Si, en la analítica trascen d ental,
nos encargábam os de la lógica de la v erd ad , la dialéctica trascend ental nos
enfrenta con la lógica d e la ilusión (am bas designaciones son de Kant).
I’or otro lado, podríam os decir por igual que estas dos partes de la pri
mera C rítica se encargan de dos lóg icas diferentes de la verdad. En la
prim era, la verdad se entiend e com o la conform id ad del co n o cim ien to
t on su ob jeto, m ien tras que en la ú ltim a, la verdad se co n c ib e co m o la
conform idad del co n o cim ie n to co/isigo m ism o.
En otras palabras, la ‘lógica de la verdad' se encarga de la leoría clásica
de la verdad (ad eq u a tio intellectus et reí], m ientras que la ‘lógica de la ilu
sión’ está más cercana a la concepción lacaniana de verdad según la cual la
verdad debe situarse en el nivel de la articulación de los significantes com o
tales, no en el nivel de la relación entre los significantes (‘palabras’) y las
cosas com o sim plem ente exteriores a ellas. Es precisam ente esta ‘carencia
de externalidad’, la no existencia de un lím ite, lo que da cu enta del hecho
de que la verdad tien e, com o insiste L acan, la estructura de ficción y que
es ‘no toda’ \pas-toute]. Sin em bargo, este carácter ficcional de la verdad de
ninguna manera im plica que la verdad sea arbitraria.
Este tam bién es el caso de las ideas trascendentales. Por un lado, la
razón está libre’ de cu alquier víncu lo d irecto con las cosas (los ob jetos de
la exp erien cia), sólo trata co n conceptos (del enten d im ien to), los ubica
en diferentes configu raciones y com binacion es; por el otro, resulta ser
que nada es m enos libre q u e este ‘libre ju e g o ’ co n los conceptos. Este es
el pu nto de partida de Kant en la dialéctica trascendental: dado q u e su
op eración es independ iente de la experiencia, la razón parece capaz de
producir cu alquier tipo de fantasm a que le plazca. Pero en lugar de ser
ese el caso , si con sid eram os la historia de la filosofía, encontrarnos que
produce de manera sistem ática las mismas ideas una y otra vez: las ideas
del alm a, del m undo (co m o un todo) y de Dios. A partir de este ‘eterno
regreso de lo m ism o’, de esta ‘com pulsión de repetir', Kant con clu ye que
estas ideas deben ser necesarias. En la estructura de la m ente hum ana hay
algo que por necesidad co n d u ce a estas (y precisam ente estas) ideas.
A unque Kant toma com o punto de partida la teoría clásica de la ver
dad que define la verdad co m o la conform idad del conocim ien to co n su
ob jeto, tam bién queda claro que la filosofía kantiana (que, en m u chos as
pectos, se aleja consid erablem ente de la filosofía clásica) no puede sentirse
satisfecha con una d efinición sem ejante de la verdad que im plica, com o lo
hace, una con cep ción prekantiana de la relación entre el sujeto y el ob jeto.
El ob jeto con el cual tiene q u e corresponderse el con o cim ien to sólo puede
ser un o b jeto de experiencia posible, lo cual significa que tal ob jeto ya está
‘m ediado’ por las con d iciones (subjetivas) de sensibilidad a priori. Adem ás,
Kant establece com o conditio sin e qua non, com o la ‘con d ición negativa’ de
cualquier verdad, un criterio lógico que define co m o la conform idad del
con o cim ien to con las leyes generales y formales del entendim iento y de la
razón. La conditio sine qua non de cualquier verdad es, por ende, la confor
midad del conocim iento con sig o m ism o y la cu estión de la conform idad
del con o cim ien to con el ‘o b je to ’ llega recién más tarde.
Es p o sible ver en lo que K ant llama el ‘criterio form al de la verdad’ el
trasfond o necesario de la d istin ció n entre lo verdadero y lo falso. Es d e
cir, lo que llam am os falso o infiel tam bién tiene que satisfacer el criterio
form al de verdad para que p o d am os reconocerlo co m o falso. El criterio
formal de verdad tiene que satisfacerse si p od em os incluso preguntar
sobre la veracidad o falsedad de cu alquier en u n ciad o posible. De no ser
este el caso , cu alquier cosa q u e estem os con sid eran d o no puede siquiera
ser ‘falsa’ -s ó lo puede ser lo q u e Kant llama una 'Unding', una n o -co sa
(co m o, por ejem p lo, un ‘círcu lo cu adrad o’).
lili estos térm inos, la dialéctica o la ‘lógica de la ilusión’ d ebe definirse
m in o la pretensión de llegar, por m edio de la lógica pura, a una verdad
malcrial’, una verdad en el sentido com ún de la palabra (la conform idad
•IrI conocim iento co n las cosas). La lógica d e la ilusión alega d ed u cir de la
m n tlición negativa de la verdad, que fu nciona sólo para establecer la po-
•llulidad o im posibilidad de la verdad (esto no puede ser verdad porque
i •. contradictorio d esd e el punto de vista lógico; eso podría ser verdad,
pulque no im plica con trad icción alguna), su valor ‘ob jetivo’. En otras pa
labras, la lógica de la ilusión nos induce a sostener que algo es verdad
porque, y sólo porqu e, no es im posible desde el punto de vista lógico.
I n relación con la analítica, la dialéctica se d efine, así, m ediante un doble
|urgo de lo ‘no su ficien te’ y lo ‘dem asiado’. La (ilu sión) dialéctica equivale
a la (verdad) analítica m enos el ob jeto de experien cia posible; la (ilusión)
dialéctica equivale a la (verdad) analítica m ás un ob jeto que no puede
rncontrarse en ningún otro lugar en absolu to en la experiencia. Com o
insultado, la ilusión no es el opuesto de la verdad sino, por el contrario,
la debe situar en otro nivel. La ilusión d ialéctica es algo que aparece
donde de hecho no debería haber nada. En otras palabras: esta ilusión es
un objeto en el lugar d e la caren cia de un objeto. De esa manera, ten em os una
estructura lógica form al (la conform idad del con o cim ien to con las leyes
generales y form ales del entendim iento y de la razón) en la cu al hay un
lugar para un ob jeto que ‘está ausente de su lugar’ (es decir, que no puede
rncontrarse en la experien cia). Esto significa que la ilusión d ialéctica no
rs en realidad la ilusión de algo, no es una representación falsa o d istorsio
nada de un ob jeto real. Detrás de la ilusión no hay ob jeto real alguno, sólo
hay nada, la carencia de un objeto. La ilusión consiste en ‘algo’ en lugar de
‘nada’ - n o im plica un engaño en el cual algo se representa co n falsedad.
Im plica un engaño p o r el sim ple hecho de que es.
La ilusión trascen d en tal tiene que ver no co n el co n ten id o de una
‘im agen’ sino con su existen cia m ism a -e n g a ñ a al nivel del ser. En este
asp ecto, el co n cep to k antiano de ilusión (trascen d en tal) está m uy cerca
no al concepto lacan ian o de le sem blan t.
Si deseam os h acer una lectura ju s ta de la co n cep ció n de las ideas
irascend entales de K ant, debem os co m en zar su exam en un paso antes
del principio: no en el principio de la D ialéctica, sino al final de la Ana
lítica, donde Kant e x p o n e su fam oso m apa del territorio del en ten d i
m ien to y d escribe la perspectiva sublim e que se abre al habitan te de este
territorio m ientras mira m ás allá de él:
61 Im m anuel K ant, Critique o f Puré Rcason, Lon dres, M acm illan, 1 9 2 9 , pág. 2 5 7 .
82
1.1 (Mica de la e x is te n c ia ’ y, en segundo lugar, que esto, por e n d e , nos
(n i m ite im aginarnos cu á n d ram áticas d eb iero n h aber sid o las e m o c io -
in s q u e golpearon a K ant cu a n d o , en su v iaje filosófico, d ecid ió d ejar
.ili.is la tierra de la verdad y aventurarse en el to rm en toso o c é a n o de
1.1 D ialéctica.
Verem os, no o b stan te , que más tarde esta historia kantiana da un
j'lro un tanto inesperado y sorprendente. De hecho, es in teresan te o b
servar cóm o, después de an u n cio s tan dram áticos, que generan terror y
l.iscinación, nuestras exp ectativas quedan en su mayoría insatisfechas.
I n la D ialéctica no su ce d e nada dem asiado espectacular. En lugar de
i ¡ios en con tram os una ‘unidad sistem ática’; en lugar de la ‘in tru sión de
|n real’ obtenem os la Idea trascendental. De h ech o, la razón no co n d u ce
rl entend im ien to hacia su ruina sino, por el con trario, brinda co h e re n cia
ii los con cep tos p ro d u cid o s por éste - a pesar del h echo de que io d o esto
sucede en la ‘tierra de la ilu sió n ’.
A con tin u ació n , exam in arem o s en detalle sólo una de las ideas tras
cend entales: la que se sigue del paralogism o de la personalidad.
‘P e rs o n a tam b ié n s ig n if ic a m á s c a r a ’
M Im m an u cl Kant, G esa m m elte Schriften (A kadem ie-A ugabe) vol. 21 Berlín: W a ltcr de
G ruyter, 1 9 3 6 , pág. 142.
MJa c q u e s Lacan, "R em arque su r le rapport de D aniel Lagache: ‘Psychanalyse e t struclure
de la p erso nn alité”’, en Éscrifs, París: Scuil, 1 9 6 6 , pág 6 7 1 .
C o n sid e re m o s e n to n c e s el paralogism o de la personalid ad . Kant
lo fo rm u la de la sigu iente m an era: a qu ello qu e es con scien te d e la id en ti
d a d n u m éric a d e si mismo en d iferen tes m om en tos es, en este respecto, una
p erso n a . Es im p ortante rem a rca r que este p aralog ism o es parte de lo
que K ant llam a ‘ilu sió n ’ |5chein|, pero es, sin em b a rg o , una c o n c lu sió n
‘in ev ita b le ’ y ‘n ecesaria’ de la razón. En o tras p alabras, la ‘in fe ren cia ’
|Sch!uss| acerca de la p ersonalid ad es una ‘id e o lo g ía esp on tán ea’ del
su jeto p en san te.
Según la crítica que Kant hace de este paralogism o, la con clu sión
sobre n u estra identidad equivale a lo siguiente: d u ran te todo el tiem po
que soy co n scie n te de mí m ism o, soy co n scien te de este tiem po co m o
p erten ecien te a la unidad de m í m ism o y 'llega a ser lo m ism o si digo
que todo este tiem po soy yo, co m o unidad individ ual, o que se m e ha
de e n co n tra r co m o nu m éricam en te idéntico en to d o este tiem po’.64 El
punto a q u í es que no puedo pensar el uno sin el otro. Por lo tanto, si
deseo o b serv ar el mero ‘yo’ en el flujo de rep resen taciones, no puedo
rem itirm e a ningún otro correlatu m excepto, una vez más, yo m ism o.
La identidad de la a u tocon scien cia en diferentes m o m en tos es sólo una
co n d ició n form al de mis p ensam ientos y su co h e re n cia (la unidad tras
cend ental de la apercepción) y la “identidad de la persona de ninguna
m anera se sigue de la identidad Ilógica) del !yo’”.63 Por supuesto, sería
un asunto d iferente si esa identidad pudiera ap arecer y observarse desde
‘afuera’, b a jo la form a de una ‘sen sación exterio r’. Pero no es este el caso,
incluso si in trod u cim o s una segunda ‘persona’:
Para d ecirlo con palabras más sim ples: el h e ch o de que otra persona
nir vea co m o un o b je to de su intu ición e x te rio r no me p erm ite aún
,n ¡ir nin g u n a co n clu sió n so b re mi id en tid ad . Tal inferen cia sería p o-
«llilc só lo si pudiera p o n erm e a mí mismo en el lugar m ism o d esd e el
i ii,il se m e eslá o b serv a n d o , si yo fuera capaz de verm e al m ism o tiem p o
i unió un o b je to de la in tu ició n in terio r y la e x te rio r - s i y o fuera cap az
ilc v erm e d e la m a n era en la q u e m e ven otros. Para eso es p re cisa m en
te para lo que la idea trascen d en tal de p erson alid ad brinda el m arco
i on ccp tu al.
Aun así, al form ular las cosas de esta m anera, hem os alcanzado no
mMo la idea trascendental que se corresp o nd e co n el paralogism o de la
personalidad, sino tam bién la con cep ció n lacaniana del Yo Ideal co m o
'In form a que veo cóm o m e ve el O tro’.67
N o ob stan te, d ebería señalarse que esta co n stelació n co n cep tu a l
lio eslá lim itad a a 'id eas p sico ló g icas’ (la idea de la personalidad entra
dentro de la rú brica de las ‘ideas p sico ló g ica s’), sin o que es (al m en os
en un sen tid o ) parad igm ática para las ideas trascen d en tales en general,
i liand o Kant habla acerca de las ideas tra scen d en ta les, lo hace m e d ia n
te m etáforas visuales q u e d escriben la co n fig u ra ció n m ism a que aquí
estam os d iscu tiend o. Las ideas trascen d en tales expresan Xtna cierta re
lación en tre el en te n d im ien to y la razón. La crea ció n de c o n c e p to s y
•.cries de co n cep to s por un lado y el o rd e n a m ie n to y la unión de estos
co n c e p to s en totalid ades por el otro, son las d o s tareas claras d istrib u i
das e n tre el e n ten d im ien to y la razón. El e n ten d im ien to se a b so rb e en
la tarea de la creació n de c o n c ep to s y, por lo ta n to , nu nca liene en visía
(la e xp resió n es de K ant) su totalidad. Esa totalid ad sólo puede verse
desde el ‘pu nto de v ista’ de la razón. A un así, si el punto de vista de la
razón ha de tener alguna repercusión en el p ro ceso de alcan zar el c o
n o cim ien to (co m o siem p re ha su ced id o, a u n q u e sólo de una ‘m anera
“ Ib id ., págs. 3 4 1 -2 .
M Para una interpretación elaborad a del Ideal del Yo, ver Slavoj Zizek, For They Knotv N ol
\Wial T hey D o, Londres: Verso, 1 9 9 1 , págs. 1 1 -1 6 .
regulativa’), esa c o n c e p c ió n de dos ‘puntos de v ista ’ que se excluyen
entre sí n o es su ficiente. P or el con trario, el e n ten d im ien to tiene que
d esem p eñ ar su tarea co m o si com p artiera ‘con u n o de sus o jo s' el pu n
to de vista de la razón. Si la razón ha de ten er alguna repercusión en
la labor del e n ten d im ien to (m ed ian te las ideas trascen d en tales com o
‘p rin cip io s regulativos’), la idea trascend ental en su sen tid o más g ene
ral no pu ed e ser otra cosa q u e la fo r m a en que el en ten d im ien to se ve a si
m ism o s e r visto p o r la razón .
C o n sid erem os este pasaje del capítulo ‘El uso regulativo de las Ideas
de la razón pura’:
|Las id e a s tr a s c e n d e n ta le s ) tie n e n un u so e x c e le n t e y, de
h e c h o , d e u n a n e c e s id a d in d is p e n s a b le , a s a b e r , el d e d irig ir el
e n te n d im ie n to h a cia u n c ie r to o b je tiv o s o b r e el c u a l las ru tas
m a rc a d a s p o r su s re g la s c o n v e rg e n , c o m o s o b r e su p u n to de
in te r s e c c ió n . E ste p u n to e s d e h e c h o u n a m e ra id e a , u n Jo c u s
tm agindrius d e sd e el c u a l, d a d o q u e se e n c u e n tr a m u y p o r
fu era d e lo s c o n fin e s d e la e x p e rie n c ia p o s ib le , lo s c o n c e p to s
d e l e n te n d im ie n to n o p ro c e d e n en re alid ad . S in e m b a rg o , sirv e
p a ra d a r a e sto s c o n c e p t o s la m ay o r u n id ad p o s ib le c o m b in a d a
c o n la m a y o r e x te n s ió n p o s ib le . D e a h í su rg e la ilu s ió n d e q u e
las lín e a s tie n e n su fu e n te en u n o b je to real q u e se e n c u e n tr a
fu era del cam p o del c o n o c im ie n t o e m p ír ic a m e n te p o sib le
- t a l c o m o lo s o b je to s q u e s e re fleja n en u n e s p e jo se ven
c o m o si e stu v ie ra n d e trá s d e él. N o o b s ta n te , e s ta ilu sió n es
in d is p e n s a b le m e n te n e c e s a r i a ... a d e m á s d e lo s o b je t o s q u e se
e n c u e n tr a n a n te n u e s tro s o jo s , tam b ién h e m o s d e v e r a q u e llo s
q u e s e e n c u e n tr a n a u n a c ie r ta d ista n c ia d e tr á s d e n u estras
e s p a ld a s .6"
86
¡M irror: esp ejo ¡
E xam inem os prim ero la parte izquierda del esqu em a, la secció n so-
l»rc el costad o izquierdo del esp ejo plano (O , por ‘O tro ’). Hay un esp ejo
esférico ( x ,y ) enfrente del cual se encuentra un apoyo con flores fijas en
ella. Dado que este esq u em a podría verse c o m o un m odelo puram ente
i o n cep tu al, es posible su stitu ir las flores por lo que nos interese en la
presente discusión. Im aginem os que las flores representan una serie de
co n cep to s creados por el entendim ien to o el m o n taje de los m últiples
yo p ien so1 que acom p añ an (de diferentes m aneras) cada una de m is
representaciones.
D entro del apoyo hay un florero cabeza a b a jo , es decir, la 'nad a con
¡ligo alred ed or de ella’, lo cual quizá no sea una m ala rep resentació n
ile lo q ue Kant llam a la unidad trascend ental de la ap ercep ció n , d ado
que es sólo una unidad form al o lógica (es ese pensam iento q ue n u n
ca pu ed o ‘ver’ co m o p en sam ien to in d ep en d ien te, porque tod o lo que
p ien so, lo pienso ‘m ed ia n te’ él y, por lo ta n to , él n u nca puede ser un
o b je to de mi co n sid eració n inm ediata). Si co lo cá ra m o s un ob servad or
(a n oso tros m ism os, p o r ejem p lo ) en la e sq u in a su p erior d erech a de
esta m itad del esqu em a (es decir, en algún lu g ar por en cim a del esp ejo
plano O ), el florero parecería estar, por el e fe cto del esp ejo esférico (x,
y ) , sob re el recip iente y uniría las flores c o n el to d o , lo cual propor
cio n aría una totalidad para la serie de c o n c e p to s y crearía una unidad
‘real’ d e la unidad m eram en te lógica del yo. Tanto para Kant co m o para
Lacan, esia con figu ración está e n fu n cio nam ien to en la fund am eniación
cartesian a del cogito. No o b sta n te , el problem a que liene la form ulación
de D escartes es que (tal co m o se dan cu enta tanto Lacan co m o Kant)
el su jeto n u n ca puede ocu p ar la posición de un ob serv ad or ideal tal
(de uno m ism o). C om o su jeto , p o r necesidad me sitú o ‘en algún lugar
entre las flores’ (L acan), soy parte de lo que el esp ejo esférico reúne en
una tolalid ad . En la versión de Kant, la razón por la cual suced e esto
es, por su p u e sio , que se niega a re co n o cer la 'in tu ició n in telectu al’: no
puedo ‘con tem p larm e co n tem p lá n d o m e ’. De ese m o d o , por necesidad
el ob servad or se coloca en algún lugar por en cim a de las flores (el o jo
en el esq u em a).
Ahora introd u cim os el seg u nd o esp ejo (O , es decir, el plano), que
abre un ‘esp acio visual’ sobre el lado derecho del esq u em a. ¿Q ué sucede
con esta intervención? A pesar de que yo, el su jeto, sigo encontránd om e
‘en algún lugar entre las flores’, pu ed o ver ahora ante mí lo que por lo
general se en cu en tra 'delrás de m is espaldas’ (la totalidad de mí m ism o,
incluid o). A hora puedo ver en el esp ejo plano la ‘co h e re n cia ’ y la ‘un i
dad’ que son un efecto del esp ejo esférico.
En otras palabras, lo que su ce d e con la in terv en ció n del segundo
esp ejo es p recisam ente lo que K ant describe co m o una ilusión d ialéc
tica (‘De ahí surge la ilusión de q u e las líneas tien en su fuente en un
o b jeto real q u e se encuentra fuera del cam po del co n o c im ie n to em p í
ricam ente posible - t a l com o los o b je to s que se reflejan en un esp ejo se
ven com o si estuvieran detrás de él. No o b stan te, esta ilu sión es ind is
p ensablem ente n e cesa ria ... ad em ás de los o b je to s q u e se en cu entran
ante nuestros o jo s , tam bién h em os de ver aquellos que se encu entran a
una cierta d istan cia detrás de n u estra s espaldas')- El ‘yo p ien so ’ co m o
una form a pura de apercepción trascen d en tal se tran sform a (m ed iante
la n oción de personalidad im p lem entad a por esta co n fig u ra ció n ) en
una identidad q ue aparece com o si en realidad se en co n tra ra en el reino
de lo que es.
Para que esta ‘ilusión’, com o la llam a Kant, ocu rra, el su jeto tiene
que estar situad o entre dos esp ejos de m anera tal que d isciern a en el
segundo esp ejo el ‘efecto’ que él (o cu a lq u ier otro o b je to ) tiene sobre el
prim ero, el que está situado detrás de su s espaldas. La fu n ción de la idea
trascendental es dar un marco a esta configu ración. En el caso de la idea
li (ii i sonalidad, ésia en ca rn a el punto virtual desde el cual el su jeto se
vnla ¡i sí m ism o com o visto p o r el otro.
De m anera análoga, en un nivel más general, la idea trascend ental
Hlli illa la relación entre el en ten d im ien to y la razón. C om o ya h em os
.li. luí, es la form a en la cual la razón ve el enten d im ien to. Es interesante
ulisn var que Kant siem pre co n c ib e las ideas trascen d entales m ediante la
imagen del ‘punto de vista de un observador’. Por ejem p lo:
El p a sa je a lo s p o s tu la d o s
70 Ibid., pág. 5 5 0 .
71 Im m anuel Kant, C ritiqu e o f Practical Rectson, Nueva York: M acm illan, 1 9 9 3 119561, pág.
141.
7!Ver Kani, Critique o j Puré Reason, pág. 3 2 3 .
( tui los postulados, la situ ació n es levem ente d iferente. La prim era
lili in icia im portante aquí tien e que ver con el lugar y la con d ició n
i p iio n al del postulado de la liberiad. A d iferencia de los otros dos
m i> .I ulados q u e Kant desarrolla en la D ialéctica de la razón pura práctica,
> I postulado de la libertad es un a con d ició n y una parte integral del ar-
I iinirnlo de la Analítica de Kant. Lo que es más, a diferencia de los otros
iIh'. postulados, que (co m o rem arca Kant al p rincip io de la D ialéctica)
mi rntran en el fundam ento d eterm inante de la volu ntad , la libertad,
m ino ind isolublem ente vincu lad a con la ley m oral, es el fundam ento
ilrlrim inante de la voluntad. D e esa m anera, en la Critica de la razón
l'Mlt/ica, la libertad no liene só lo la función de un postulado sino tam -
liicii, com o con d ició n de cu a lq u ier ética, de un h ech o , un ‘hecho de la
i.t/rtn'. Por en d e, en un cierto sen tid o sólo hay dos postulados genuinos:
Li Inm ortalidad del alm a y D ios.
La segu nd a diferencia im p ortan te entre las ¡deas trascendentales y
|n% postulados es que los postulados (o , más precisam ente, el segundo
y el tercer postulado) sí tien en algún otro co n cep to por encim a de ellos,
,i saber, el co n cep to del bien su p rem o (definido co m o la com pleta co -
n rsp o n d en cia de la voluntad co n la ley m oral, no co m o cualquier ‘bien '
particular). El bien suprem o no es el fundam ento determ inante de la
voluntad, sin o su ob jeto. La inm ortalidad del alm a así com o tam bién
l.i existen cia de Dios son postulados con el o b je to de hacer posible la
'realización’ del bien suprem o.
En este aspecto es im p ortan te observar no sólo que el bien suprem o
se en cu en tra ‘por encim a’ de D ios y de la inm ortalid ad, sino tam bién
que am b os d eben postularse, por necesidad, ju nios. En relación co n el
bien su p rem o (que es la ún ica razón por la cu a k so n postulados), éstos
110 son nada sin el otro, sólo ju n to s pueden d esem p eñ ar la función que
se necesita de ellos. En térm inos lógicos y estru ctu rales, la función no
difiere m u ch o de la desem peñada por las ideas trascend entales. La ún ica
diferencia cru cial es que ahora el punto de vista del entendim ien to y el
punto de vista de la razón pasan, por así d ecirlo, a ‘personificarse’.
Si hablam os de manera esqu em ática, el postulado de la inm ortalidad
del alm a tiene que ver con la posibilidad de un progreso infinito hacia el
ideal de la absoluta conform idad de la voluntad c o n la ley moral (lo cual
seria el bien suprem o). Dado que la vida es dem asiado corta com o para
lograr esta perfección, postulam os la posibilidad de una m ejora contintmJ
un tipo de ‘vida después de-la vid a’ que haría posible la continuación tlcW
progreso m oral. Es en este pu nto en el que interviene la diferencia en tfl
los dos puntos de vista. Por en d e, surge la necesidad de vincular el pow
tulado de D ios con el postulado de la inm ortalidad. La existencia infiniul
de sujetos no hace posible en sí el bien suprem o; todavía no nos brinda
acceso a él. Es sólo la perspectiva del punto de vista de Dios lo que lo
hace posible, d ado que es sólo desde el punto de vista de Dios que esta
duración (in fin ita) aparece co m o un todo, com o una unidad.
En relación con las ideas regulativas, h icim os h in cap ié en que su
función era a rticu lar el punto de vista del e n ten d im ien to con el de la
razón. El en ten d im ien to está in m erso en la tarea de la creació n de con
ceptos y series de con cep tos, lo cu al es la razón (c o m o Kant mismo lo
dice) por la cual nu nca ve la totalid ad. Esta últim a só lo es visible desde
el punto de vista de la razón. Si el entendim ien to ha de percatarse de
las directivas b rin d ad as por la razón, tiene que o p era r de una forma
tal que se ‘id en tifiqu e’ con el p u nto de vista desde el cu al es visto por
la razón. Con los postulados esta constelació n pasa, p o r así decirlo, a
materializarse. A hora es el su jeto (é tico ) el que en ca rn a la perspectiva
del en tend im ien to. El su jeto está d irectam ente com p ro m etid o e inmerso
en el proceso (in fin ito ) de m ejora, ocu p ad o en la cre a ció n de 'series m o
rales’ de su e xisten cia , razón por la cual nunca puede ver su totalidad.
Dios, por otro lad o, encarna el pu nto de vista de la razón, que ve la serie
com o una totalidad:
Es interesante ver cóm o, en este pasaje, Kant estab lece una diferen
cia entre el ‘S er In fin ito ’ y la existen cia infinita de un ser. Cuando dice
que para el Ser In finito ‘la con d ición tem poral no es n ad a’, im plica que
Un p o co más adelante K ant agrega que 'sólo el progreso sin fin d es
de las etapas más b ajas hasta las m ás elevadas de la perfección m oral es
posible a un ser racional pero fin ito ’.
Esta ‘d ed u cció n ’ y sus prem isas enfrentan una obvia dificultad que
im pacta al lecto r con m ás fuerza en la d eclaración de Kant de que para
un ser racional pero fin ito sólo el progreso sin fin ( infinito) es posible. Ya
74 Im m anuel Kant, C ritique o f Practica/ R cason , Nueva York: M acm illan, 1 9 9 3 119561, pág.
126.
Lewis W h ite B eck 75 ha señalado esta paradoja: si el alm a es inm ortal,
es d ecir (ante la m u erte del ‘cu erp o ’) ya n o es m oradora del m undo del
espacio y del tiem p o , y si ya no está su jeta a co n d icio n es tem porales,
¿cóm o hem os de en ten d er el ‘progreso con tin u o e in fin ito ’? Tam bién
podríam os p reg u n tarn os por qué el alm a, separada de todas las ‘cadenas
corp orales’ n ecesitaría sem ejante progreso, dado que en ese caso la san
tidad podía lograrse de manera instantánea. Y de no ser así (si la presu
posición de la etern id ad del alma inclu yera un cam bio co n tin u o -p a ra
m ejor) en ton ces n o estaríam os tratando co n un m odo de existen cia eter
no, sin o tem poral. La noción de ca m b io sólo tiene sen tid o dentro del
tiem po. ¿Q ué d eb em o s pensar e n to n ces de esta ‘d ed u cció n ’ paradójica
del postulado de la inm ortalidad del alm a?
Estas preguntas n os cond u cen a la inevitable co n clu sió n : lo que Kant
en realid ad n ecesita p o stu la r no es la in m o rta lid ad del a lm a , sin o la inm or
talid ad del cu erp o. La presuposición de un 'progreso sin fin desde las
etapas más b ajas hasta las más elevadas de la perfección m o ral’, com o lo
dice Kant, no puede producir un alm a inm ortal sin o, por el contrario,
un cu erp o in m ortal, indestructible, su blim e. Eso significaría un cuerpo
q ue existe y cam b ia a lo largo del tiem p o y sin em bargo se acerca a su
fin, a su m uerte, en un m ovim iento a sin tó tico infinito. Eso es lo que
ju stifica que d igam os que el postulado en cu estión es una ‘fantasía de la
razón pura p ráctica’, una fantasía en el sen tid o estrictam en te lacaniano
del térm ino.
Lo que resulta en especial interesante sob re el postulado de la inm or
talidad es que en su form ulación, Kant b rind a exactam en te las mism as
respuestas para un im passe estructural p articu lar que b rin d a Sade. Bien
se sabe que Lacan e scrib ió un ensayo intitulado ‘Kant co n Sad e’ en el
cu al m uestra y nos llam a la atención sob re la extraordinaria proxim idad
entre Kant y Sade. A pesar de que no d iscu ta la inm ortalidad del alma,
p odríam os d ecir que es precisam ente en relación con este postulado que
su afirm ación ‘Kant d ebería leerse con Sad e’ encuentra su ilustración
m ás con v in cente.
76 En este esb o z o del ‘paradigm a sad eano' estam os siguiendo algu nos argum entos desarro
llados por Jacq u es-A lain M iller en su sem in ario (in éd ito ) 1, 2, 3 , 4.
dríam os decir que lo patológico se tom a revancha e im pone su ley al im
plantar un cierto tip o de placer en el cam in o del im perativo categórico. La
m ejor manera en la cual podría d escribirse este placer es co m o el ‘placer
del dolor’: el dolor co m o una transform ación del placer, co m o una moda
lidad de lo patológico que cobra el lugar del placer cu an do este últim o se
consum e. Aquí, el interés inm ediato del su jeto se ve reem plazado por otra
cosa -p o r ejem p lo, una Idea o alguna cosa noslra en n om bre de la cual el
sujeto está d ispuesto a olvidar sus intereses inm ediatos y su placer. Por
ejem plo, el sujeto está dispuesto a acep tar el dolor porque sabe que sirve
a una ‘buena cau sa’. Tanto Sade com o Kant intentan superar esta lógica.
De ese m odo, para Kant la libertad es siem pre su scep tib le de lim i
taciones, tanto por el placer (b ajo la form a de una suerte de m otivación
patológica) co m o p o r la m uerte del su jeto . Lo que nos perm ite ‘saltar’
este obstáculo, seg u ir más allá de él, es lo que Lacan llam a fantasía. El
postulado de Kant sob re la inm ortalidad del alm a (la verdad de la cual
es, com o vim os, la inm ortalidad del cu erp o ) im plica precisam en te el
m ism o gesto, la m ism a ‘so lu ció n ’. Su fu n ció n es instituir las coord enad as
del tiem po y del esp a cio J u e r a del tiem p o y del esp acio y, de ese m odo,
h acer posible un progreso infinito, ilim itad o , ‘desde las etapas más bajas
hasta las más elevadas de la p erfección m oral’.
La introd u cción q u e Kant hace del postulado de la inm ortalidad
del alm a con frecu en cia enfrenta la o b je c ió n de que, a d iferen cia de los
argum entos de la ‘A n alítica de la razón pura práctica’, K ant ah ora parece
p rom eter a los su jeto s m orales (algún tipo d e) cielo y felicidad. Con este
postulado parece in trod u cir, ‘por la puerta trasera’, aquello que con an
terioridad excluyó c o n tanto rigor: un po sible ‘m otivo p a to ló g ico ’ para
nuestras acciones. Sin em bargo, a la luz de nuestro argu m ento sob re el
postulado de la in m ortalid ad , esta prom esa (o estím u lo) d em u estra ser
m uy cu rioso, pues lo q u e dice es lo sigu iente: si persistes en seguir el
im perativo categórico, m ás allá de todos los dolores y las tortu ras que
pu ed es sufrir a lo largo del cam in o, es po sible que al final se te otorgue la
posibilidad de d esh acerte inclu so del p lacer y el orgullo que sen tiste por
el sacrificio m ism o. Así alcanzarás por ú ltim o tu objetivo. La in m ortali
dad del alma de Kant n os prom ete, e n to n ces, un cielo bastante peculiar,
p u es lo que espera a los su jeto s éticos es un futuro celestial que tien e una
m isteriosa sem ejanza co n un tocador sadeano.
I ¡i ló g ica d e l s u ic id io
Si el h o m b r e va a c o n v e n ir s e en b u e n h o m b re n o s ó lo d e sd e el
p u n to d e vista leg al, sin o d e sd e el m o r a l... e so n o p u e d e lograrse
p o r m e d io de la r e fo r m a g ra d u a l m ien tra s la b a se d e las m áx im as
sig a s ie n d o im p u ra , s in o q u e d e b e llevarse a c a b o m e d ia n le una
rev o lu c ió n en la d isp o s ic ió n d el h o m b r e ... P u ed e c o n v e rtirs e en
h o m b r e n u ev o só lo m e d ia n te u n a su e rte de re n a c im ie n to , c o m o
si fu era Im ed ia n te) u n a n u ev a c re a c ió n .77
77 lm m anuel K ant, Religión Wilhin the Limils o f R eason A lon e, Nueva York: H arper
T orchbooks 1 9 6 0 , pág. 4 3 .
78 Ver Slavoj Z izek, Enjoy Your Sym ptom !, Londres y Nueva York: R ouilcdgc, 1 9 9 2 , pág.
44 .
su icid io que obedece a la lógica del sacrificio. Cuando el d eb er llam a,
sacrifico esto o aquello y, de ser n ecesario, incluso mi vida. A qu í, nos
en fren tam o s con una lógica de ‘p u rificación ’ infinita en la cual el sacri
ficar mi vida es sólo ‘o tro paso’ hacia ad elante -s ó lo uno en tre m u chos
‘o b je to s ’ que tienen que sacrificarse. El h ech o de que es un paso final
es una m era co in cid en cia o, para decirlo en térm inos k an tian os, es una
necesid ad em pírica, n o trascend ental. Es esta lógica la que g o b iern a el
p ostu lad o de la inm ortalidad del alm a de K ant y sirve para preservar la
co n siste n cia del gran O tro. De acuerdo co n esta lógica, es el su je to quien
tien e que separarse infinitam ente de todo lo que pertenece al registro
de lo patológico. A su vez, (la p o sición) del gran O tro sólo se fortalece,
su ‘sad ism o ’ crece con cad a nuevo sacrificio q u e hace el su jeto y, por lo
tan to , exige cada vez m ás del sujeto. P od em os señalar e je m p lo s de la
cu ltu ra popular, que parece cada vez más fascinada con este lado su-
peregoísta de la m oralidad. C onsid erem os, por ejem p lo, T erm in ator 2.
El T erm inator prim ero ayuda a la gente a errad icar de la faz de la tierra
to d o lo que podría con d u cir, en el futuro, a la invención de m áq u in as
tales co m o el Term inator (y, por ende, a la catástrofe y el estallid o del
‘mal rad ical’). Al final, el m ism o Term inator sigue siendo el ú n ico m o
d elo que podría servir para descifrar lod os los pasos necesarios para la
p ro d u cció n de d ichos organism os cib ern ético s. Se arroja a una piscina
de hierro caliente al b la n co para salvar a la raza hum ana de la catástrofe.
El m ism o tipo de suicid io suced e en Alien 3 . Ripley prim ero exterm in a a
lo d o s los alienígenas para averiguar al final q u e el últim o reside d entro
del ella misma. Para elim in ar a este últim o, tien e que m atarse - t ie n e que
d estru ir al ‘extraño’ en ella m ism a, elim inar el últim o resto de lo ‘pato
ló g ico ’ en ella misma.
El segundo tipo de su icid io es m enos popular, dado que no sirve a
n in g u n a causa, a ningún propósito. Lo que está en ju eg o no es q u e en
el final ponem os en el altar del O iro nuestra propia vida co m o lo más
valioso q u e tenem os para ofrecer. El pu nto es que nos ‘m atam os’ m e
d iante el O tro, en el O tro. A niquilam os aq u ello (en el O tro, en el orden
sim b ó lico ) que dio identidad, estatus, apoyo y significado a nu estro ser.
Ese es el suicidio al que se refiere Kant en la fam osa nota al pie de La
m e tafísica d e las costum bres en la cual discute el regicidio (la e je c u c ió n de
Luis X V I). ‘Regicidio’ no es en realidad el térm in o adecuado, p o rq u e lo
que preocupa a Kant es precisam en te la diferencia en tre el asesinato de
un m onarca (regicid io) y su ejecu ción fo r m a l. Es en relació n co n lo últim o
que Kant d ice: ‘es co m o si el estad o com etiera su icid io ’79 y lo describe
en térm inos de lo que él llam a en otro lugar el ‘mal d ia b ó lic o ’. A lo que
nos estam os en fren tan d o es a la d iferen cia entre los ‘dos cu erp os del rey’.
Si sólo se m atara, se asesinara al m onarca, esto asestaría un golpe sólo
en su 'cu erpo e m p írico ’, m ien tras q ue su ‘otro cu e rp o ’, en carn ad o en
su m andato sim b ó lico , sobreviviría m ás o m enos ileso. Sin em bargo, su
ejecución fo r m a l, que Kant (a pesar d e, o incluso d eb id o a su insistencia
casi obsesiva en la form a) d escrib e com o terriblem ente in ú til, es preci
sam ente lo que asesta un golpe en el ‘cuerpo sim b ó lico ’ del m onarca, es
decir, el orden sim b ó lico dado. ¿P or qué es que para K ant este acto del
‘pueblo’ liene la estructura del su icid io? Porque la g en te se constituye
com o El Pueblo sólo en relación co n este orden sim b ó lico . Fuera de
él, no es m ás que 'm asa’ sin co n d ició n apropiada. Es el m onarca (en su
función sim b ó lica) el que da a la g ente su existencia sim b ó lica , por más
m iserable que sea. De esa m anera, un trasfondo m uy aud ible del argu
m ento de Kant postula de m anera im plícita esta pregunta: si el pueblo
francés estaba tan insatisfecho c o n su m onarca, ¿por q ué no lo m ató sim
plem ente? ¿Por qué tuvo que realizar una ejecu ción form al y, así, sacudir
el suelo m ism o b ajo sus pies (es decir, ‘com eter su icid io ’)?
Existe in clu so otra razón p o r la cual Kant está tan ‘con m ov id o’ por
este acto de ‘mal d iab ólico’: su argu m ento lo obliga a d escrib irlo exacta
m ente con las m ism as palabras q u e utilizó para d escrib ir un acto ético
en cuanto:
70 Im m anuel Kanl, The M ctaphysics o j M oráis, Cam bridge: C am bridge U niversiiy Press,
1 9 9 3 , pág. 132.
3. No se lo puede exp licar com o proveniente de un im pulso sensible
sino, por el co n trario , com o p rov en ien te cíe una m áx im a.
4. ‘No se lo puede explicar, dado que só lo lo que sucede de acuerdo
con el m ecan ism o de la naturaleza es capaz de ser exp licad o ’
- p o r lo tanto, es un acto de lib erta d .80
G r a d o s d e m al
El tem a del ‘mal rad ical’ es en la actualidad un asunto cand ente y Kant,
com o ‘te ó rico del mal rad ical’ está som etido a lectu ras muy diversas y a
veces con trad icto rias. En su libro UÉthique, A lain Badiou81 señala que el
tem a del mal radical se ha convertid o en un esp ectro generado por los
‘ideólogos ético s’ cada vez que surge una voluntad de hacer algo (b u e
no). Todo proyecto ‘p ositivo’ es capaz de socavarse por anticipado co n la
“ 'Ib id .
81 Alain Bad iou, LÉlhiqut!. Essai sur la conscicnce du M al, París: Hailier, 19 9 3 , pág. 15.
102
lundam entación de que podría p ro d u cir un mal in clu so mayor. De ese
modo la ética se reduciría a una ú n ica función: evitar el mal o, al m e
nos, reducirlo. Parece ser que una ética sem ejante de ‘el mal m en or’ está
justificada por su referencia a Kant. La crítica de Kant según la cual éste
defiende los criterio s del acto (ético ) de m anera tal que nadie puede sa
tisfacerlos se rem onta incluso a Hegel. De este punto se sigue que todas
nuestras accio n es son por necesidad ‘m alas’ y que uno puede perm ane
cer ‘puro’ sólo si op ta por no actu ar e n absolu to. D esde esta perspectiva,
el bien no existe, m ientras que el m al es ‘om n ip resen te’.
Sin em bargo, basar esta posición en Kant sólo es posible si se om iten
dos características cruciales de la filosofía práctica kantiana:
82Tam o Ü bel com o B óse significan m al, pero m ien tras Bósc se refiere al Mal en el sentido
absoluto (co m o en 'el co nflicto del Bien y el M al’), Übel se refiere al m al en el sen tid o de
una situ ación o activid ad desagradable o dañ in a (co m o en los 'm ales sociales' o el ‘mal
necesario’).
escándalo y la incom odidad que lo acom paña? El que ‘el m undo es m alo’,
afirm a Kant, es una queja tan antigua com o la historia misma. Una cosa
es segura aquí: con su co n cep ció n del mal radical, Kant no intenta de nin
guna m anera agregar su voz a la canción del ‘alm a b ella’, d en unciand o las
m aldades del m undo P odem os ubicar una de las fuentes del escándalo
de la teoría del mal de Kant en el hecho de que estuvo, literalm ente, ‘fuera
de lugar’. Estuvo fuera de lugar con respecto a los dos discursos predo
m inantes sobre el mal de la ép oca de Kant: el de la tradición religiosa y el
discurso del Uuminismo. Kant se opone a la m anera en la cual se con cib e
el mal en la tradición religiosa (es decir, en las Escrituras) en dos puntos.
La prim era afirm ación inadm isible de esta trad ición, según Kant, es lo que
podríam os llamar su ‘historización de lo lógico’: el m om ento que debería
conceb irse com o p rim ero d esd e el punto de vista lógico se representa en las
Escrituras com o el p rim ero en el tiem po. El origen del mal en la raza hu m a
na se sitúa en el origen de su historia, de m anera que el mal 'd escend ió a
nosotros com o una herencia de nuestros prim eros padres’. La Caída (en
el m al) se concib e com o una de las etapas de la historia hum ana. Sin e m
bargo, para Kant, se puede d ecir que el mal es ‘inn ato’ sólo en el sentid o
lógico, es decir, postulado co m o el antecedente fundacional de todo uso
de la libertad en la exp erien cia y, por ende, co n ceb id o com o presente en la
hum anidad en su nacim ien to -a u n q u e no p or n ecesid ad el nacim ien to es su
cau sa. La propensión al mal no sólo es la fu nd am entación formal de toda
acción ilícita, sino que tam bién es ella misma un acto (de libertad).83
El segundo punto d iscu tib le para Kant es el sigu ien te: cu an d o las Es
critu ras narran el pasaje del hom bre de un estad o original de in ocen cia
al mal (m ed iante el pecad o original), lo d escriben en térm inos de una
transgresión de la Ley, de los m andam ientos D ivinos. El mal nace así
cu an d o la inocencia traspasa u n territorio p ro h ib id o . Esto hace surgir
una pregunta obvia: ¿cóm o llegó la inocencia co m o in ocen cia a dar este
paso? Se vio, por su p u esto, sed u cid a , incitada a hacerlo.
Según Kant, estas respuestas a la cu estión del mal son in com p atib les
co n la libertad y, por lo ta n to , co n la ética. Si co n sid eram o s que el mal es
exterio r a la hum anidad y si co n ceb im o s la relación entre am bos co m o
la de u n a sed u cción im p osible d e resistir, caem os en la aporta d eterm inista
T a m b ié n se la p u ed e lla m a r p e r v e r s id a d Ipcrversiías) d e l c o ra z ó n
h u m a n o , p u es re v ien e el o rd e n é tic o [de la p rio rid a d ) e n tre
los in c e n tiv o s d e u n a v o lu n ta d libre; y a pesar d e q u e se p u ed a
e n c o n tr a r e n ella una c o n d u c ta q u e sea le g a lm en te b u e n a (es
d e cir, le g a l), el estad o m en ta l e stá p o r e llo c o rru p to en su raíz (en
lo q u e a la d isp o s ic ió n m o ra l re sp e c ta ) y p o r lo ta n to s e d esig n a
al h o m b r e c o m o m a lo .84
E n otras palabras, el mal radical revien e la jerarq u ía de los in cen
tivos (p atológ ico s) y de la ley. Hace a los prim eros la co n d ició n de la
ú ltim a, m ientras que la ú ltim a-(la ley) debería ser la con d ición su p rem a
o el ‘crite rio ’ para la satisfacción de los incentivos. O bed ecem os a la ley
m oral só lo ‘por accid en te’, cu an d o nos co n v ien e y cu ando es co m p a tib le
co n n u estras inclin aciones patológicas. El mal radical es en e fecto aquel
q ue, d ad o el hecho de que som o s libres, ex p lica la p osibilid ad d e los dos
p rim ero s m od os d e m al, nada m ás (ni nada m en o s). No se refiere a ningún
acto em p írico , sino a la raíz de toda con d u cta patológica, no ética. Es
la p reco n d ició n de la a d op ción de m áxim as q u e no sean aq u ellas que
p rovienen de la ley moral.
A estos tres ‘grados’ de mal Kant tam bién agregó un cu arto m al, el
'm al d ia b ó lico ’, que tiene que distinguirse con m inuciosidad del mal ra
dical. Kant excluye el mal d ia b ó lico com o un caso que no puede a p licar
se a los seres hum anos. A quí llegam os al prim er punto precedente: para
Kant, n o es de ninguna m anera más fácil realizar el Mal que realizar el
Bien. U n acto de pura m alicia no es más fácil de llevar a cab o que un acto
de pura bon d ad. Lo que es m ás, no hay ningún tipo de certid u m b re en
que p o d am os incluso distinguir entre un acto puro de m alicia y un acto
puro de bond ad, dado q ue tend rían exactam ente la m isma estru ctu ra.
C u a l á n g e le s , cu a l d ia b lo s
es p re c isa m e n te el p o n er las m á x im a s a p ru eb a lo q u e d a la
m e jo r o p o rtu n id a d para el a u to e n g a ñ o , q u e a q u í c o b ra la fo rm a
de d isfra z a r a n u e stro s p ro p io s o jo s la n a tu ra leza m ism a d e lo s
p rin c ip io s s o b r e lo s cu a les a c tu a m o s . E n p o cas p a la b ra s, las
110
Esto nos devuelve a la im posibilidad de distinguir lo b u e n o de lo
m alo. ¿Q ué puede sig n ifica r esto con exactitu d ? C o m en cem o s con lo
«{tic no significa. No se refiere a la in certidu m bre de si un acto es (o fue)
'b u en o ’ o ‘m alo’. Se refiere al h ech o de que la estructura m ism a del acto
es ajena al registro co n stitu id o por el par bueno/malo - q u e n o es ni
bueno ni malo.
Podem os situar esta d iscu sión inclu so en otra perspectiva. La in
capacidad de d istin gu ir en tre lo bueno y lo m alo sólo indica aquí que
cu alq u ier acto que sea d ign o del nom bre es por d efinición ‘m al’ o ‘m alo’
(o se lo verá com o tal), pu es siem pre representa un cierto ‘traspaso de
fronteras’, un cam b io en ‘lo que es’, un a ‘tran sgresión’ de los lím ites del
ord en sim bólico d ado (o la com unid ad). Esto queda claro en la d iscu
sión de Kant sob re la e je c u c ió n de Luis X V I. Tam bién queda claro en el
caso de Antígona.
Si bien Kant se a b stien e de esta co n clu sió n , es sin em bargo cierto
que la sostiene de m an era im plícita y que fue el prim ero en llevar las
cosas a un extrem o tal co m o para que esto salga a la luz co n todo su
rigor. Además, el h e ch o de que Kant ‘vuelva a caer’ en la lóg ica de la
infinidad mala’ que im p lica una im posibilidad radical de lograr un acto
no d ebe in d u cirnos a rech azar su co n cep ció n del acto. En otras palabras,
el problem a real no es q u e Kant exija lo ‘im p osible’ y que por esa razón
podam os evitar el ‘m al’ sólo si nos co n ten e m o s de actuar. R echazar la
co n cep ció n kantiana del acto sería resignarse a lo ‘necesario’, es decir, a
lo ‘p o sib le’, sería sacar provecho de la ‘ideología ética’ que evita de m ane
ra sistem ática este asp e cto de la filosofía k antiana, el aspecto q u e apunta
precisam ente a lo ‘im p o sib le ’. Esta ‘ideología ética’ evita este asp ecto de
Kant porque insiste co n lo que llam a el ‘h u m an ism o no m etafísico ’ de
K ant, m ientras que la co n c ep ció n kantiana del acto es ‘an ti-h u m an ista’
(o n o hum anista) en el sen tid o más estricto de la palabra.
Esa es la razón p o r la cual p ro p on em o s m antener el c o n c e p to del
a cto desarrollado por K ant y vincularlo co n la tem ática del ‘traspaso de
fronteras’, de,la ‘tran sg resió n ’, de la cu estió n del mal. Es una cu estió n de
reco n o cer el h echo de q u e cu alquier acto (é tic o ), precisam ente en la m e
dida en que es un acLo, es por necesidad ‘m a lo ’. No ob stan te, debem os
esp ecificar a qué n os referim os aquí con ‘m alo’. Esta es la m aldad que
p erten ece a la estru ctu ra m ism a del acto , al h echo de q ue este últim o
siem pre im p lica una 'transgresión’, un cam bio en ‘lo q u e es’. No es una
cu estión de un mal ‘em p írico’. Es la lógica m ism a del acto que se d e
nuncia co m o ‘radicalm ente m ala’ en toda ideología. El gesto ideológico
fundam ental con siste en brindar una imagen para este ‘m al’ estructural.
La b rech a ab ierta por un acto (es decir, el efecto po co fam iliar, ‘fuera de
lugar’ de un a cto ) se vincula de inm ediato en este gesto ideológico con
una imagen. C o m o regla, es una im agen de sufrim iento, que en ton ces se
m uestra al p ú b lico ju n to con esta pregunta: ¿es esto lo q u e qu ieres? Y esta
pregunta ya im plica la respuesta: ¡sería im posible, in hu m an o, que q u ieras
esto! A quí ten em o s que insistir en el rigor teórico y sep arar esta im agen
(por lo general fascinante) exh ib id a por la ideología de la fuente real
de in com od id ad -d e l ‘m al’ que no es un efecto 'in d esead o', ‘secu n d a
rio’ del b ien sin o que pertenece, por el contrario, a su esencia. Incluso
podríam os d ecir que la ideología ética lucha con tra el ‘m al’ dado que
dicha ideología es hostil al ‘b ie n ’, a la lógica del a cto co m o tal. Podría
mos ir in clu so m ás lejos en este pu nto: la saturación actual del cam p o
social co n ‘dilem as ético s’ (b io ética , ética am bien talista, ética cu ltu ral,
ética m é d ic a ...) tiene un estricto correlato con la ‘rep resió n ’ de la ética,
es decir, co n la incapacidad de pensar la ética en su dim ensión de lo
Real, una incapacid ad de co n c eb ir la ética de una m anera que no sea
sólo un c o n ju n to de restricciones cu y o propósito es evitar el mal m a
yor. Esta co n ste la ció n está relacionada incluso con otro aspecto de la
‘sociedad m o d e rn a ’: la ‘dep resión’, que parece haberse convertid o en la
‘enferm edad social' de nuestros tiem p os y m arcar el to n o de la actitud
resignada d el ‘h om bre (p o st)m o d ern o ’ del ‘fin de la h isto ria ’. En relación
con este lem a, sería interesante reafirm ar la tesis de Lacan según la cu al'
la d epresión ‘no es un eslado del alm a. Es sólo un fracaso m oral, co m o
dijeran D ante e inclu so Spinoza’: un pecad o, que significa una debilidad
m oral’.88 Es c o n tra esta debilidad m oral o cobardía \lácheté m o r a le) que
debem os afirm ar la dim ensión ética apropiada.
""Jo a n C o p jcc, 'Evil in th c T im e o f the Finite W orld’, en Jo a n C o p jec (ed .), R ad ica l EviIs (S
series: S 2), Londres y Nueva Y ork: Verso, 1 9 9 6 , pág. xvi.
lo: lo que hizo posible a los nazis torturar y m atar a m illones de ju d ío s
no fue sólo el que pensaran que eran dioses y q ue, p o r lo tanto, podían
decidir q u ién podía vivir y q u ién debía morir, sin o el h echo de que se
vieron co m o inst/vmentos de D ios (o de alguna otra Id ea), que ya había
decidido q u ién podía vivir y q u ién debía morir. De h e c h o , lo más peli
groso no es el burócrata in significante que cree ser D ios sin o, más bien,
el Dios que finge ser un bu ró crata insignificante. In clu so podría decirse
que, para el su jeto , lo más d ifícil es aceptar q u e, en un cierto sen tido,
es ‘D ios’, que tiene una e lecció n . Por lo tanto, la respuesta correcta a la
prom esa religiosa de la inm ortalid ad no es el pathos de lo finito: la base
de la ética no puede ser un im perativo que nos o rd en e abrazar nuestra
finitud y ren u n ciar a nuestras asp iracio n es ‘suprem as’, ‘im posibles’, sino,
más b ien , un im perativo que nos invite a recon o cer co m o propio lo ‘infi
nito’, que pueda ocu rrir com o algo que es ‘en esencia una con secu en cia’
de nuestras accion es.
Lo que n o llegan a ver los d efensores de la e x clu sió n kantiana del
‘mal d iab ó lico ’, o sólo pasan por alto en silencio, es la sim etría del bien
(suprem o) y del mal (su prem o). Al exclu ir la posibilid ad del ‘mal supre
m o’ tam bién exclu im o s la posibilidad del bien: e x clu im o s la posibilidad
de la ética c o m o tal o, con m ás exa ctitu d , postulam os el acto ético com o
algo que es en sí m ism o im posible y existe sólo en su fracaso perpetuo
‘co m p letam en te’ para realizarse a sí m ism o.
Así, nu estra crítica de Kant en este aspecto no es que no tuvo sufi
ciente ‘c o ra je ’ co m o para aceptar algo tan radical y tan extrem o com o el
mal d iabólico. Por el con trario, el problem a es que esa extrem idad (que
exige e x clu sió n ) ya es en si un resultad o de una cierta con cep tu alización
kantiana de la ética. Para id en tificar la fuente de este problem a, regre
sem os a la Crítica d e la razón p rá ctica . En esa obra, Kant distingue entre
los objetos de la razón pura práctica por un lado y la volu n tad por el otro.
Afirma que 'los ú n ico s o b jeto s de la razón práctica so n los del bien y el
m al.90 A su vez, define la absolu ta corresp o nd encia de la voluntad con
la ley m oral co m o santidad. Así ten em os, por un lado, el bien suprem o
com o el o b je to de la razón práctica y, por el otro, la volu n tad santa com o
su con d ición suprem a. El postulado de la inm ortalidad del alma opera
118
>|i la e n u n ciació n y el su jeto del en u n ciad o.9'* El estoy m intiendo es un
l|',nilicanle que forma una parle, en el O lro, del tesoro del vocabulario.
I m- 'v o cab u lario ’ es algo que puede utilizarse co m o una herram ienta,
ion io algo q ue puede utilizarm e co m o una m áquina hablad ora’. C o m o
líjelo, yo em e rjo en el otro nivel, en el nivel de la en u n ciación y ese n i
vel es irredu cible. Aquí llegam os, una vez más, al pu nto que explica por
que el su je to no puede ‘ocu ltarse d etrás’ de la Ley y presentarse co m o su
mero in stru m ento: lo que eslá su sp end id o en un gesto tal es precisam en-
ti* el nivel de la enunciación.
El que ‘no [haya] d epósito sin d epositad or q u e [sea| igual a su tarea’
o ‘no [hayal acto (ético) sin el su jeto que |sea| igual a su tarea’ im plica
que estab lecem o s com o criterio o con d ició n de la 'realización' de un acto
la ab olición de la diferencia en tre el enunciad o y la en u n ciación. Esta
abolición e n to n ce s se postula co m o im posible (para los seres h u m an os)
y al m ism o tiem po (desde la interpretación de Kant) co m o prohibida: si
en verdad tratam os de llevarla a ca b o , será inevitable que provoquem os
mal.
Pero la pregunta crítica es p o r qu é la a b o lició n de esta diferencia
debería ser el criterio o la co n d ició n necesaria de un acto. ¿Por qué afir
mar que el logro de un acto presu p one la a b o lició n de esta división? Es
posible situ ar el acto en otra perspectiva inversa: es precisam ente el acto,
el acto ( ‘e x ito s o ’), el que d escu b re por com p leto esta división, la hace
presente. D esde esta perspectiva, la definición de un acto exitoso sería
que su estru ctu ra es exactam ente igual a la p arad oja del m entiroso: esa
estructura es la mism a que la evocad a por el m en tiroso que dice ‘yo es
toy m in tien d o ’, que afirma ‘lo im p o sib le’ y d escu bre así por com p leto la
división en tre el deíctico ‘y o ’ y el significante ‘estoy m intiend o’. Afirmar,
com o h e m o s afirm ado aquí, q u e no hay su jeto o ‘h éro e’ del acto signifi
** Ver Ja c q u e s Lacan, The Four F u n d am en tal C oncepts o j Psycho-A nalysis, H arm ondsw orih:
Pcnguin 1 9 7 9 , pág. 139:
E l c a s o d e V a lm o n t
Toda la historia contad a en Les Liaisons d an g ereu ses está m ontad a sobre
el teló n de fondo de un m ito original: la relación mítica entre M erteuil y
w lb id . pág. 29.
122
Valmont q u e se rom pió para q u e la historia actual com ience. Esta rela
ción se nos presenta com o una suerte de ‘Unidad o rig in al’ d onde c o in c i
den el am o r y el goce, p recisam en te en la medida en que son fu nd am en
talm ente incom patibles. En referencia a esta incom patibilid ad , el tono
de la novela está de acu erd o c o n las afirm aciones que Ja cq u e s Lacan
hace en su sem inario Encoré: el am or tiene que ver co n la identificación
y, por en d e, funciona de acu erd o con la fórm ula ‘som o s uno’. Del otro
lado está el goce, el jo u issa n ce, q u e en principio n u n ca es ‘total’. El jo u is
sance del cu erp o del otro siem p re es parcial, nu n ca puede ser U n o .100 Al
principio de la novela, M erteuil advierte a V alm ont sobre su planeada
sed u cción de Madame de Tourvel al decirle que ella sólo podría ofrecerle
un sem ig oce (clem i-jouissance), c o n lo cual rem arca que en una relación tal
1 + 1 siem pre es 2 (y nu n ca i , lo cual sería la d efinición de goce ‘total’,
‘no m ed io’). Aunque 'en el m u n d o real’ el jo u issa n c e, el goce, siem pre es
sólo un m ed io goce, en el caso de M erteuil y de V alm ont había ‘absolu to
aban dono de sí m ism os’ y un ‘éxtasis de los sen tid os, cu an do el placer
se purifica en su propio e x c e s o ’. 101 Esa es la d escrip ción de La M arquesa.
Valm ont, p o r otro lado, lo d ice de la siguiente m anera: ‘cu ando sacam os
la venda de los ojos del am or y lo forzam os a ilu m in arnos con la llam a de
los placeres, nos envidió’. En esa relación m ítica, la antinom ia de am o r y
goce q ueda (o , más bien, q u ed ó ) abolida.
Al p rin cip io estuvo la relación sexual (exito sa), el logro de un U no.
Valmont y M erteuil rom pieron esa relación porque ‘había asuntos más
im portantes que exigían su a te n c ió n ’, debido al llam ado al deber. Se
separaron en beneficio del m u n d o y com enzaron a ‘predicar la fe en sus
respectivas esferas’ (pág. 2 8 ). Sin em bargo, su relación original siguió es
tando presen te en sus p osteriores em presas com o la medida in co n m e n
Lacan observa:
Com o lo enfatiza de manera adm irable el tipo de kantiano que fue Sadc, uno sólo
puede gozar de una parle del cuerpo del Oiro, por la simple razón de que uno
nunca ha visto a un cuerpo envolverse por completo alrededor del cuerpo del Otro,
al punto de rodearlo y fagocitarlo. Esa es la razón por la cual debemos limitarnos
a sólo apretarlo un poco, así, a tom ar un antebrazo o cualquier otra cosa -¡au ch !
(Ibid., pág. 26).
101 C h o d erlo s de Lacios, Les Liaisons d an g ercu ses, H arm ondsw orth: Penguin, 1 9 6 1 , pág.
31. Todas las referencias futuras serán a esta edición.
surable en c o m p a ra ció n co n la cual tod as su s otras parejas resultaban ser
inadecuadas, a trav és d e lo cual_se abre una serie del U no original. Es en
esta d esp rop orción (o , co n más exactitu d , en la am enaza de esta despro
p o rció n ) que se e n c u e n tra la causa de los celo s de M erteuil tanto com o
de Valm ont. C u a n d o M erteuil se involucra en la relación co n Belleroch,
V alm ont, por e je m p lo , d ice:
lll¡ Mladen Dolar, 'La fem m e-m achine', N ew Formations, 2 3 , veran o de 19 9 4 , Londres:
Law rencc & W ish a rt, pág. 4 6 .
se las puede m anipu lar y tratar com o co sa s que son equ iv alen tes, reem
plazables e intercam b iab les entre st. Del otro lado p od ríam os co lo ca r lo
que Merteuil llama las scélérats ('las personas m alas’). Sólo el scélérat es
capaz de elevarse por en cim a de la co n d ició n de o b je to , de m áquina o
de cosa. En otras palabras (y esto podría considerarse un tem a esencial
del siglo XVI11), el ca m in o a la au ton om ía p a sa p o r el M al, el mal com o
‘actitud ética’, el mal co m o un proyecto (y no sólo com o 'm al ocasion al’).
El conocim iento m ism o no basta. Es de h ech o la fu n d am entació n de la
superioridad, pero para que esta superioridad sea efectiv a, se necesita
algo más: la d ecisión del mal y la fortaleza para persistir en él m ás allá de
las consecuencias, in clu so a expensas del propio bienestar.
Para los fines de n u estra d iscu sión, un aspecto m uy interesante de
L es Liaisons clangereuses es la naturaleza de la sed u cción de M adam e de
Tourvel por parte de V alm ont. El o b jetiv o de Valmont lejo s está de ser
una sim ple ‘victoria’ sob re Madame de Tourvel en el sen tid o de pasar
una n och e’ con ella. Eso últim o es, m ás bien , la co n se cu e n cia de otro
plan. El proyecto q u e em pren d e V alm ont co n Madame de Tourvel es de
h ech o único, no es exactam en te com o el resto de sus p ro y ectos. Tourvel
n o sólo está casada, sin o que adem ás está Telizm ente casad a’. Su virtud
y lealtad son ‘gen uin as’. No es (co m o en el caso de ‘la m ayoría de las
otras m ujeres’) fingida y adoptada d eb id o a norm as y valores sociales
dados. Desde el p rin cip io m ism o, V alm ont no se aproxim a a Tourvel
co m o sólo ‘una m ás’, no se aproxim a a ella co m o sólo un b o cad o más
para su inconstante ap etito. Podríam os ir m ás lejos e in clu so d ecir que
es sólo con la sed u cció n de Madame de Tourvel que V alm ont en realidad
deviene Valmont. A ntes de eso es sólo otra versión de D on Ju a n , el in
can sable seductor q u e ‘co n q u ista’ una m u je r tras otra. C on su sed u cció n
de M adam e de Tourvel, V alm ont cam bia por com pleto el paradigm a de
sed u cció n : la lógica de ‘uno a u n o’ (o, m ás b ien , tres a tres) da paso a
la lógica de ‘pieza a pieza’, pedazo a pedazo: la lógica del acercam ien to
infinito al objetivo.
Lo que hace tan d ifícil la em presa de V alm ont no sólo es la pía vir
tud de Madame de Tourvel, sino tam bién (y eri especial) las co n d icio n es
que el m ism o V alm ont establece para este proyecto. La victoria debe
ser com pleta, dice, lo cual significa que no es suficiente q u e Madame
de Tourvel ceda a sus esfuerzos sed u ctores en un m om en to de confusa
pasión. Por el co n trario , su acto de som etim iento debe ser un resultado
de reflexión y decisión sombría. V alm ont no desea a M adam e de Tourvel
ni nivel de la esp éc e s, al nivel de todas las otras m u jeres —m áquinas de
placer. C uando dé el paso d ecisivo, ese paso tiene que esta r acom pañado
por la clara conciencia de lo que esiá haciendo y de cu áles pueden ser
las con secu en cias de sus actos. En otras palabras, q u iere a Madame de
Iburvel com o Sujeto.
Esa es la razón por la cual V alm ont se niega dos veces a sacar ven
taja de las o p ortu n id ad es que se le ofrecen. La prim era vez es cuando
'ablanda' a M adam e de Tourvel co n un ‘acto n oble’. S e trata del episodio
en el cual V alm ont (sabiend o que Tourvel ha ord enad o su ‘vigilancia’)
va a la aldea cercan a y ‘con generosid ad ’ salva a una fam ilia m uy pobre
de la co n fisca ció n de su propiedad. Inform a sobre el acon tecim ien to a
Merteuil:
Agrega a este inform e: C e p rojet est sublim e, n'est p as? (¿N o crees que
mi plan es su b lim e?)
Este párrafo m erece un com en tario en varios p u n tos. Prim ero que
nada, V alm ont delinea la diferencia entre él com o p erson a, com o ‘sujeto
patológico (q u e casi se deja llevar p or la lujuria) y él co m o ‘profesional’.
Valmont utiliza una expresión im personal al decir q ue casi pone en pe
ligro al ‘co n q u istad o r de M adam e de Tourvel’, es decir, a sí m ism o com o
‘profesional’. El segundo punto im pórtam e aquí es su d efinición de ese
‘peligro’: está en peligro de no recibir nada por sus esfuerzos 'm ás que
la insípida distin ción de haber agregado un n om bre m ás a la lista’ de
m u jeres que ha sed u cid o. Las in ten cio n es de Valm ont para co n M adam e
de Tourvel son únicas. La cuestión d ecisiv a no es si la ‘ten d rá’ o no. Es
si la ‘tend rá’ de la m anera adecuada. Para d ecirlo de m odo d iferen te, la
victo ria m ism a no es suficiente para la v icto ria. La victoria del ‘hu m ild e
cazad o r furtivo’ que m ala al ciervo donde lo sorp ren de es una co sa y otra
m u y diferente es la v icto ria del ‘verdadero cazad or’ que lleva el cierv o a
la b ah ía y no saca v en taja del efecto que p rod u ce la sorpresa.
Más adelante en la historia, a V alm ont se le presenta otra o p o rtu
nidad q ue, una vez m ás, no aprovecha. Esta vez le escribe a M erteuil
para explicarle: ‘co m o sabes, la victoria d eb e ser com pleta. N o quedaré
d eb ien d o nada a las circu n stan cias’ (pág. 2 3 2 ) .
D ice algo sim ilar en otras cartas. En la carta 6 , por eje m p lo , dice
¡C u á n e n c a n ta d o r es ser, a la v e z , la ca u sa y la c u ra d e su
re m o rd im ie n to ! L e jo s está de m i d e s tr u ir lo s p re ju ic io s q u e la
p o se e n . A gregarán v alo r a m i g r a tific a c ió n y a m i g loria. Q u e crea
en la v irtu d , p ero q u e la sa c rifiq u e p o r m í; q u e lem a p o r s u s
p e c a d o s, p ero q u e é s to s n o la d e te n g a n (p á g s. 3 3 - 4 ) .
103Ver Roseann R un tc, ‘D ying VVords: T h e Vocabulnry o f Death in T h ree Eig h teen -C cn lu ry
English and F ren ch Novéis' en C an ad ian Reviciv o f C om p arativ e L ilcra tu rc, oto ñ o de 1 9 7 9 ,
Toronto: U niversity o f T oronio Press, pág. 3 6 2 .
el m irón filma todo - y se enfoca en especial en la expresión de terror de
la víctim a. Su obsesión está lejos de ser sólo la de asesinar m ujeres. C om o
es el caso de Valm ont, esa es sólo una con secu en cia inevitable de un ‘plan
su blim e’. ‘Todo’ lo que quiere el mirón es ver en película la expresión del
más extrem o horror de los rostros de sus víctim as (y la oportunidad de es
tudiarlas ‘en paz’). Su goce consiste en mirar al otro ver su propia m uerte.
Aquí la mirada es literalm ente el objeto de su fantasía.
La situación es parad igm ática para el g o ce de Valmont y para sus
planes con M adam e de Tourvel. Desea que co b re absoluta co n scien cia
de su propia m uerte, m u ch o antes de m orir, desea ver que la m uerte deja
su m arca en un organism o viviente, llevar a su víctim a al punto en el que
se la fuerza (si podem os d ecirlo con esas palabras) a vivir la muerte. Val
m ont d ice ju s to eso cu a n d o sostiene: 'La p au v re Je m m e , elle se voit mourir’
(‘Pobre m ujer, se está vien d o m orir a sí m ism a’). Eso es precisam ente lo
que lo fascina tanto. Así q u e no podem os evitar estar de acu erd o co n
V alm ont cu ando d ice q u e su proyecto es ‘su b lim e ’.
Pero ¿qué significa c o n exactitud ‘vivir la propia m uerte’ y verse m o
rir’? La exclam ación tácita detrás de 'La p au v re J e m m e , elle se voit m ourir'
no es otra que 'Lheureuse Je m m e , elle se voit jo u ir' ('¡M ujer a fo rtu n a d a , se
está viendo g o z a r!’). Por en d e enfrentam os aq u í el caso paradigm ático de
la p osición perversa tal co m o la con cib e Lacan: lo que está e n ju e g o para
el pervertid o no es e n co n tra r goce para sí m ism o , sino hacer que el O tro
goce, proporcion ar el plus de goce del cual el O tro carece, para c o m p le
ta rlo .IW El pervertido d esea que el O tro se devenga un sujeto ‘c o m p le to ’,
con la ayuda del jo u issa n c e que hace aparecer en el O tro. Esa in ten ció n
de su b jetiv ar al O tro, co m o hem os visto, ap arece m u ch o en la novela.
Ya hem os m encionad o la distinción que hace Merteuil entre esp eces
y scélérat. Señalam os que sólo los scélérats, los ‘m alos’, pueden alcanzar
el nivel de sujetos au tónom os, mientras que lod o el resto siguen siendo
meras m áquinas o cosas. No obstante, no se term ina allí el lema. Tam bién
ha de elevarse a la víctim a de Valmont, M adame de Tourvel, en un cierto
m om ento, del nivel de la masa de meras m áquinas, las especes. Y es su
atorm entador quien lo hace: en sus manos y m ediante las torturas a las
cuales la som ete, m ediante la elección que la víctim a está obligada a lom ar,
104 Ver Ja cq u es-A la in Miller, E x lim ité (sem inario in éd ito ), clase del 16 de abril de 1 9 8 6 .
deviene su jeto. Aquí, la novela ofrece una extraordinaria imagen de la ‘pri
mera m uerte’ de Tourvel, del m om ento en el que por fin elige a Valmont
y 'se rinde’. Lacios nos da, m ediante la pluma de Valm ont, la siguiente
descripción de M adam e de Tourvel: ‘im agina una m ujer sentada en tiesa
inmovilidad co n una expresión fija en su rostro, que parece no pensar
ni escuchar ni entender, de cuyos o jo s fijos las lágrim as caen de manera
continua y desenfrenada’ (pág. 3 0 3 ). ¿No es esa una perfecta imagen de la
estatua de C o n d illa c,105 una estatua que está a punto de com enzar de nue
vo, desde la nada, com o una figura de un sujeto nuevo (recién nacido)?
El otro asp ecto de la novela que en particular n os interesa aquí, en
relación con la ética, es la cu estión del deseo y la cu lp a de Valmont tal
com o em ergen de su relación co n la M arquesa de M erteuil. En un cierto
punto, V alm ont traiciona su relación o pacto con la M arquesa y renuncia
así a su ética y a su ‘deber’. Esta parte de la historia está cond ensad a en
la famosa carta 1 4 1 , en la cual la M arquesa de M erteuil escrib e una carta
dentro de una carta, que con posterioridad V alm ont só lo transcribirá y
enviará a M adam e de Tourvel. N os referim os a la fam osa carta ‘retórica’
en la cual cad a pensam iento co n clu y e con la frase 'ce n ’est p as m a fau te'
(‘no es mi cu lp a ’):
U n o p r o n to se a b u rre c o n to d o , á n g el m ío . E s u n a ley d e la
n a tu ra le z a . N o es m i cu lp a .
Si p o r lo ta n to yo estoy a h o ra a b u r rid o co n u n a a v e n tu ra q u e ha
lla m a d o m i a te n c ió n d u ra n te c u a tr o m o rta le s m eses, n o es mi
c u lp a .
E s d e cir, si m i a m o r fuera igu al a m i v in u d (y e so e s d e cir, por
c ie rto , m u c h o ) n o es so rp re n d e n te q u e el u n o h aya a lc a n z a d o su
final en el m ism o m o m e n to q u e la o tra . N o es m i c u lp a .
105 En su T raiti d es sen salion s: Traite des a n im a x u (París: Fayard, 1 9 8 7 ), Étienne Bonnot,
A bbé de C o n d illac, inventa un exp erim en to m ental pecu liar cuyo o b je tiv o es perm itirnos
im aginar la génesis del entend im iento co m o algo derivado de la sen sació n com o materia
prim a. Nos invita a im aginar una estatua cuya organización in tern a sea equivalente a
la nuestra, pero qu e esté cubierta con m árm ol y la anim e un esp íritu que (todavía) no
incluye ideas. El m árm ol que cubre la sup erficie de la estatua n o le perm ite hacer uso de
ninguno de sus sen tid o s. C ondillac invita al lecto r a ponerse en el lugar de la estatua y
seguirlo en un viaje durante el cual ‘abrirá los sen tid os a las d iferen tes im presiones a las
cuales son su scep tib les' (p .ii). Poco a p oco, raspará el m árm ol del cu erp o de la estatua
para d espejar (en d iferen tes co m b in acio n es) el cam in o para d iferen tes sensaciones y asi
‘observará’ có m o se form an las ideas en el esp íritu virginal de la estatua.
¡E s ev id en te q u e h e e s ta d o e n g a ñ á n d o te d u ra n te c ie rto tie m p o ,
p ero e n to n c e s su in c e s a n te te rn u ra m e fo rz ó en cie rta m ed id a a
h a ce rlo ! N o es m i c u lp a .
U n a m u je r a la q u e a m o a h o ra co n lo cu ra in s is te en q u e re n u n c ie
a ti p o r ella. N o e s m i c u lp a .
M e doy so b rad a c u e n ta d e q u e es la o p o rtu n id a d p erfecta para
a c u sa rm e de p e r ju ic io , p ero si, c u a n d o la n a tu ra lez a ha d o ta d o
a lo s h o m b res a p e n a s c o n c o n sta n c ia , h a d ad o a la m u je r
o b stin a c ió n , n o e s m i c u lp a .
C ré e m e , d eb ería s e n re d a rte co n o tro a m a n te , m ien tra s yo m e
en re d o co n o tra a m a n te . Es u n c o n s e jo m uy, m u y b u e n o : si lo
c o n sid e ra s m a lo , n o e s m i cu lp a.
A d ió s, ángel m ío . T e to m é co n placer. Te d e jo c o n pesar. Tal vez
vu elva. Así es la vid a. N o es m i cu lp a (p ág s. 3 3 5 - 6 ) .
O h, créam e, Vizconde: cuando una m ujer apunta al corazón de otra, rara vez falla en
encontrar el punto vulnerable y la herida que produce es incurable. Mientras apunté
yo a este o, más bien, mientras dirigí el suyo, no me he olvidado que ella era un rival
a quien usted por un tiempo había preferido por sobre mí y que, de hecho, me había
considerado inferior a ella (pág. 3 4 1 ).
Valmont q ueda después de este episodio com o un co m p leto ‘bo b o ’.
Merteuil lo ha d ejad o com o un ab so lu to tonto:
Por otro lad o, todo este asu n to produce b ru sco d esp ertar para la
M arquesa, porqu e su su p osición de largo de que V alm ont se siente atraí
do a ella sólo d eb id o a su ‘van id ad ’ dem uestra estar p o r com p leto ju s
tificada.
¿D ónde p od em os ubicar el m om en to decisivo en el q u e Merteuil
llega a saber co n certeza que V alm ont está en realidad enam orado de
Madame de Tourvel? P recisam ente cu ando Valmont sa c r ifica a Mada
me de Tourvel, según sus propias palabras. Este sa crificio , dado que
es un sacrificio, lejos está de ser un testim onio de su indiferencia hacia
Madame de Tourvel. Es la prueba de su am or por ella. A la altura del
partido que lleva a q ue V alm ont ad m ita que la pérdida de Tourvel fue un
sacrificio, M erteuil elige el m odo p erfecto para d escu brir sus verdaderos
sen tim ientos por M adam e de Tourvel. Le pone una tram p a en el regis
tro del ‘deseo y la cu lp a ’. La cu estión para ella no es s í V alm ont rom pió
‘ob jetivam ente’ o no las reglas que am bos ju raro n cu m p lir. La cuestión
decisiva es si las rom pió ‘su b jetiv am en te’, al nivel de su d eseo. Por ende,
el objetivo de la tram pa de M erteuil no es averiguar si V alm ont está listo
para sacrificar a M adam e de Tourvel, sincv.averiguar si él con sid era un
sacrificio term inar co n ella. La cu estió n no es si V alm ont ha h ech o algo
m alo ‘o b jetiv am en te’. La verdadera cu estión es si se sien te culpable -s i
se siente cu lp ab le, en ton ces para la M arquesa es cu lp ab le. M erteuil sabe
muy bien que si V alm ont es cu lp a b le responderá a sus provocaciones
exactam ente co m o lo hace: co n un sacrificio. Si V alm ont se sienle cu l
pable, en ton ces la lógica del su p ery ó lo llevará de m anera autom ática a
tom ar aquello q u e m ás preciado es para él y sacrificarlo.
Esta carta co n tie n e incluso otro ‘giro’. La frase ce n ’esí p a s m a fa u t e
no es una invención original de M erteuil. Por ende, lo que tenem os aquí
no es só lo ‘una carta cop iad a de una carta d en tro de una carta’. En el
origen de to d o esto hay otra carta que V alm ont escrib ió a M erteuil d es
pués de su ‘éx ito ’ con M adam e de Tourvel. En esa carta dice, entre otras
cosas: 'no estoy en am orado, y no es mi cu lpa si las circunstan cias m e
obligan a h acer ese papel’ (pág. 3 2 8 ). Es, en co n secu en cia , en una carta
de V alm ont a la M arqu esa q ue n os en con tram os por primera vez con la
exp resión 'n o es mi cu lp a’. Es esta frase la que hace con scien te a M erteuil
de la gravedad de la situ ació n , esta línea a la cu al responde con tan d o la
historia acerca de un am igo q u e, com o el m ism o V alm ont, siguió h a cien
do e stu p id eces y alegando d espu és que no era su cu lp a. Esa es la historia
que V alm ont cop ia de su carta y le envía a M adam e de Tourvel, la carta
que ya h e m o s citado.
M erteu il sabe m uy bien q u e es p recisam ente esta frase, ce n'est p a s
m a f a u t e , la form a más pura de la adm isión de cu lp a. Sabe muy b ie n
que d eb id o a su lógica su b y acen te, afirm acion es tales com o ‘las cir
cu n stan cias me forzaron a h a ce rlo ’, ‘no pude e v ita rlo ’, ‘estuvo fuera de
mi c o n tro l’ son el m ejo r testim on io de la cu lp a del sujeto. M uestran
que el s u je to ha ‘renu n ciad o a su d eseo’ |céclé su r son clésir). La d efin i
ción de lo q u e p odríam os llam ar la ‘ley del d ese o ’ es que el deseo no
presta a te n ció n a las ‘leyes de la naturaleza’, a có m o ‘gira el m u n d o’ o
a la ‘fuerza de las circu n sta n cia s’. Eso es precisam en te lo que vincula la
'lógica del d e se o ’ con el proyecto (original) de la M arquesa y V alm ont.
Por lo ta n to , cu an d o V alm ont se dirige a ella c o n una excusa tan floja,
M erteuil lo tom a com o un in su lto atroz. La carta d en tro de la carta que
envía a V alm o nt, que él más tarde cop ia y envía a M adam e de Tourvel,
no es só lo un 'cu ch illo en el co ra z ó n ’ de esta ú ltim a, sin o tam bién un
claro re co rd a to rio a V alm ont de que ese tipo de retórica sólo cabe a los
au tóm atas, no a los su jetos au tónom os. En otras p alabras, es un recor
datorio de q u e m ientras es po sible engañar a las criaturas m ecánicas,
hu m anas, es p éc es, con este tip o de ‘basura fatalista’, es im perd onable
que una p erso n a que se cree su jeto au tónom o use un a excu sa sem ejan te
al dirigirse a otro sujeto au tó n o m o . La irritación de M erteuil proviene
del h e ch o de que V alm ont se atreviera a decir/c q u e ‘no es su cu lp a’, de
que le m o strara que su b estim a tanto a ella co m o a él m ism o. Se su b e sti
m a a sí m ism o tan sólo m ed iante el uso de una ex cu sa tan torpe y a ella
porque cre e q u e le creerá.
Esie punto acerca de la ley del d eseo está en co n so n an cia co n los
com en tario s de Lacan en La ética del p sicoan álisis:
C u and o Valm ont escrib e: ‘no es mi culpa si las circu n stan cias m e
obligan a h acer ese papel’ entra en un ju eg o que es m uy diferente al que
ha estado ju g a n d o con anteriorid ad. Podríam os d efin ir el cam b io que
atraviesa co m o un cam b io de la perspectiva de la ‘ley m oral’ (es decir, la
ley vincu lad a a la posición q u e ad opta com o su p rin cip io , que d eterm ina
su su b jetivid ad ) a la de la ley del superyó. Ese ca m b io es visible, ante
todo, en la form a en la que responde a la carta de la M arquesa. T ien e
perfecta co n cien cia de su cu lp a, pero se equivoca por com p leto: e n tien
de que renu n ciar a M adam e de Tourvel es el precio que tiene que pagar
para retom ar sus viejas co stu m b res y hacer las p aces con la M arquesa.
No ve que sin im portar lo que haga, las cosas sólo pueden em peorar.
La M arquesa no tiene duda alguna de que es capaz de sacrificar lo más
preciado para él. El punto es q ue ese sacrificio es la principal prueba
de su cu lp a. El que renu n cie o no a Tourvel es una ‘cuestión té cn ica ’.
C u alqu ier cosa que haga a p artir de ese punto tend rá que ser dem asiado
o dem asiado poco y eso es su ficien te para esta b lecer que aquí estam os
tratando co n el superyó. Él hace el sacrificio que se le exige, rechaza su
ob jeto m ás preciado, pero al h acerlo sólo se enm araña más en la tram pa
del superyó. Eso queda claro cu an d o le escribe a la M arquesa que sólo
una cosa puede llevarlo a una gloria mayor: recu p erar a M adam e de
Tourvel. De ese m odo, el acto de Valmont es un acto q u e sigue en e se n
cia in com pleto. Para com p letarlo, tiene que hacer (d e m anera perpetua)
‘un esfuerzo más'.
El c a s o d e D o n ju á n
l0<>Ver Cam ille D um oulié, Don Ju a n ou Vh¿roisme du désir, París: PU F 1 9 9 3 , pág. 106.
ra posible d e su ateísm o y cin ism o . Sin em bargo, en el universo cartesia
no (que sin duda alguna es tam b ién el universo de D o n ju á n ), d ecir que
creem os q u e dos más dos es cu atro es lo m ism o que d ecir que creem os en
la existen cia de Dios. Sólo un Dios veraz puede garantizar que esa ‘verdad
m atem ática’ es eterna e inm utable. Tam bién sabem os que es esencial para
D o n ju á n el que la verdad de la m atem ática perm anezca inm utable, dado
que él (esta vez com o el Don G iovanni de M ozart) liene un cálculo im
pórtam e p o r hacer: 6 4 0 en Italia + 2 3 1 en Alem ania + 1 0 0 en Francia + 9 1
en Turquía + 1 0 0 3 en España. (M ilie e tre, el fam oso núm ero d onjuaniano
lom a así en consid eración sólo sus conqu istas en España.) Si sum am os
esta lista, ob ten em os el núm ero 2 0 6 5 . Si consid eram os los ‘resultados’
de cada país, así com o tam bién la sum a final, podem os ver (com o ya ha
señalado Kierkegaard) que la m ayoría de sus núm eros son impares, ‘no
enteros’ |231, 9 1 , 1 0 0 3 , 2 0 6 5 1. C om o resultado, se hace quizá posible
vincular el efecto de dichos nú m eros con lo que Lacan designa con el tér
m ino p as-tou t |lo in-com pleto, lo no normal|. En este con tex to es irón ico
que el ú n ico país donde D o n ju á n hace un núm ero “en tero” de co n q u is
tas |100| sea Francia. De ese m od o, de manera sorp ren dente, Francia no
sigue el verdadero espíritu de D on Ju a n . (Tuvimos q ue esperar a Lacan
para d esacred itar el m ilo de que en Francia la ‘relación sexual’ existe de
m anera m ás com pleta que en cu alq u ier otro lugar.)
La m e jo r m anera en que p od ría d escribirse la actitud de D o n ju á n
es: ‘por cie rto creo (o incluso: sé perfectam ente b ie n ) que Dios existe,
pero ¿y qué? Eso es lo que hace su posición tan escan d alosa, intolerable,
im pensable y ‘diabólicam ente m alvada’. Todos los person ajes de la o b ra
(in clu so el C ielo , que es, sin duda alguna, una de las d ram atis p erso n a e,
dado que interviene de m anera directa en los aco n tecim ien to s) están
co n v en cid o s de que D o n ju á n actú a com o lo hace porque no cree (o
sabe) que el Ju e z Suprem o existe en realidad; creen que sólo liene que
co n v en cerse de Su existen cia y to d o cam biará. Lo q ue es en últim a ins
tancia in co n ce b ib le en este u n iv erso es que alguien que no duda de la
existen cia d e D ios viva su vida con com p leta in d iferen cia an te Él.
Sin em barg o, esa es la d ivisión m isma que en ca rn a Don Ju a n . Esa
es la razón por la cual su actitud pasa a ser p o r co m p leto intolerable
(para la co m u n id a d ) recién en el m om en to en el q u e (a pesar de toda la
evidencia substan cial y la gracia q ue se le ofrece) prorru m pe su '¡noy no!'
final. De ese m odo, supera por m u cho la perogrullada de que para él, al
igual que para cu a lq u ier oiro ‘aleo ’, lo sen sato a hacer seria arrep en lirse
an les de m orir con las palabras: ‘despu és de lod o, uno n u n ca sabe en
realidad qué puede h ab er más allá. H agám oslo sólo por las d u d a s ...’.
Don Ju an sabe d em asiad o bien q ué lo esp era más allá. El p u n ió es que a
pesar de ese co n o cim ie n to , se niega a arrepentirse y a ‘j u g a r seg u ro ’.
Según una versión indocum entad a, una vez vieron a V ollaire (otro
‘a te o ’ notorio) tocar su som brero en señal de reverencia m ien tras pasaba
por una Iglesia. Más lard e, según esa m ism a versión, la p erson a que fue
testigo de eso pregun tó con sorna a V ollaire cóm o podía ser que él, un
d eclarad o ateo, se sacara su som brero frente a una iglesia. V oltaire se vio
sorp ren d id o y respond ió: ‘b u eno, puede ser verdad que Dios y yo no nos
hablam os, pero seg u im os salu d án d o n os’.
Puede utilizarse tam bién esta a n écd ota para d escribir la actitud de
D on Ju an . La escena de la obra de M oliere que se lleva a ca b o en el
b o sq u e, donde D o n ju á n y su sirviente Sganarelle se en cu en tran co n un
h o m b re pobre, es instructiva en este asp ecto:
H O M B R E P O B R E : ¿P o d ría a y u d a rm e , se ñ o r, c o n algo?
D O N JU A N : ¡A sí q u e tu c o n s e jo n o fu e d esin teresad o !
H O M B R E P O B R E : S o y u n h o m b r e p o b re , señ or. He v iv id o s o lo
en este b o s q u e d u ra n te los ú ltim o s d ie z a ñ o s. R ezaré al C ie lo p o r
su b u e n a fo rtu n a .
D O N JU A N : H m . Reza p o r te n e r u n a b rig o so b re tus esp a ld a s y
n o te p re o c u p e s p o r los a su n to s d e o tro s.
SG A N A R E L L E : B u en h o m b re , n o c o n o c e s a m i am o . Lo ú n ic o
en lo q u e c r e e e s q u e d o s m ás d o s da c u a tr o y d os p o r c u a tro es
ocho.
D O N JU A N : ¿ Q u é h a ce s a q u í en el b o s q u e ?
H O M B R E P O B R E : Paso m is d ía s re z a n d o p o r la p ro sp erid ad d e
las b u e n a s p e r so n a s q u e so n ca rita tiv a s c o n m ig o .
D O N JU A N : D e b e s viv ir co n m u c h a c o m o d id a d en to n c e s.
H O M B R E P O B R E : ¡Ay de m í, s e ñ o r! V iv o en u n a gran p o b re za.
D O N JU A N : ¿S eg u ro q u e n o? U n h o m b r e q u e pasa su s d ías re
z an d o n o p u ed e e v ita r re cib ir to d o lo q u e n ecesita.
H O M B R E P O B R E : C réa m e, se ñ o r, c o n fre c u e n c ia n o te n g o n i
co rteza d e p an p ara co m er.
D O N JU A N : ¡E s e x tra ñ o q u e se te p a g u e tan m al p o r tu s s u fri
m ien to s! B u e n o , te d aré u n a pieza d e o ro en este p reciso m o m e n
to si m a ld ices tu d e stin o y b la sfem a s.
H O M B R E P O B R E : O h , s e ñ o r, ¿m e h a ria c o m e te r u n p e c a d o se
m e ja n te ?
D O N JU A N : D ccídcLe. ¿ Q u ie r e s g a n a r una p ieza d e o ro o no?
T en g o u n a a q u í para ti sie m p re y c u a n d o m ald ig as. E sp era - d e
b e s m a ld e c ir.
H O M B R E P O B R E : ¡O h , s e ñ o r!
D O N JU A N : N o te la d a ré a m e n o s q u e lo hagas.
S G A N A R E L L E : V am os, m a ld ic e u n p o c o . No h a ce d a ñ o a n ad ie.
D O N JU A N : T o m a , a g á rra la , te d ig o , pero p rim ero d e b e s m al
d ecir.
H O M B R E P O B R E : N o , señ o r. P referiría m o rirm e d e h a m b r e .
D O N JU A N : E n to n c e s, p e rfe c to . Te la doy p o r iu h u m a n id a d .110
""M o lié r e , 'D o n ju á n o r T h e Staiue al ihe Feasl' en The Miser a n d O lh c r P lays, Baltim ore,
MD: Penguin, 1 9 9 6 , págs. 2 2 4 -5 . Todas las referencias fuluras serán a esta ed ición y se
harán al pie del lex lo .
ció n de Sganarelle: V am os, maldice un poco. No hace daño a n ad ie’ -u n
p erfecio ejem plo en sí de la lógica habitu al del Bien (co m ú n ). Desde la
perspectiva de esta lógica, la insistencia excesiv a con algo (m ás allá de lo
b u e n o que ese algo pueda ser en sí m ism o) se percibe de m anera au to
m ática com o algo in qu ietan te que destruye la arm onía de la com unid ad.
Si b ien m aldecir es m alo, el preferir m orir antes que 'm ald ecir un po co’
traiciona un elem en to de lo ‘d em on íaco’, lo ‘peligroso’, lo d esestabili
z a n te .111 Así, tenem os, por un lado, a Don Ju a n , que tiene razones ‘pal
p ab le s’ p a r a arrep entirse pero se niega a h a cerlo y, por el otro, a alguien
q u e no tiene razones ‘palpables’ p a ra no m ald ecir y sin em bargo se niega
a h acerlo. En otras palabras, am bos están en una p osición en la cu al todo
lo ‘palpable’ (los sig n o s de Dios en el caso de Don Ju a n y la com p leta
au sencia de d ichos sig n o s en el caso del h o m b re pobre) d efiende un acto
q ue am b os rechazan co n igual terquedad. El gesto final de D o n ju á n , su
carid ad , tiene así una repercusión por co m p le to diferente: no da dinero
al h om bre pobre a p e s a r d e su perseverancia, sin o d ebid o a ella. El suyo
no es un acto de carid ad sino, más b ien , el gesto del am o que reconoce
y ad m ite en el esclavo a su igual: otro am o.
En relación con esta lectura de la situ ació n en térm inos de la dia
léctica del am o y el esclavo, es posible o fre c e r incluso otra exp licación
de lo que es tan escan d aloso sobre la actitud de D o n ju á n . ¿En qué otro
lugar y entre qué partes figura la dialéctica en la obra? Al exam inarla con
m ayor d etenim iento, q ueda claro que en realidad se da entre D o n ju á n
y D ios (el Cielo, la estatua del C o m and ante). Eso sucede en esp ecial en
la versión de Don Ju a n de M oliere, que o m ite la escena con la cual por
lo general com ienza la historia: la escen a en la que D onna A nna llora
111 Ya Slavoj Zizck ha señ alad o esta alteración prod ucid a p or la excesiva in sisten cia en el
b ien :
Baste recordar a Thonias More, el santo católico que resistió la presión de Enrique
VIH para aprobar el d iv o rcio ... desde un punto de vista ‘comunitario', su actitud
fue un gesto 'irracional' autodestructivo que era 'm alo' en el sentido de que cortaba
la textura del cuerpo social, con lo cual amenazaba la estabilidad de la corona y,
por ende, de todo el orden social. Por lo tanto, a pesar de que las motivaciones
de Thomas More fueran sin duda alguna buenas', la estructura fo rm al m ism a de su
acto era 'radicalmente mala': el suyo era un acto de desafio radical que no tomaba
en cuenta el Bien de la comunidad (Tarrying with the Negative, Durham, NC: Duke
University Press, 1 9 9 3 , pág. 97).
la m uerte de su padre (el C o m an d an te, que ha m u erto en un duelo
con D o n ju á n ) y clam a venganza. M u ch o s intérpretes han sostenid o que
al elim inar esta escena inicial, M oliere com etió un error dram atúrgico,
dado que el final de la obra (la co n fro n ta ció n de Don Ju a n co n la esta
tua del C o m an d an te) pierde así su m otivación apropiada. Sin em bargo,
tam bién podría sostenerse que c o n esta om isión M oliere logró otra cosa:
cam b ió el cen tro del dram a. La estatu a del C om and anie ya no representa
a alguien que tien e razones personales para vengarse de D o n ju á n . Por el
con trario, reco n o cem o s la horrorosa estatua com o el m en sajero del C ie
lo, del Más Allá. De esa m anera, pasa a prim er plano otro dram a: el que
se da entre D on Ju a n y el C ielo, en el cual Don Ju a n o cu p a , de m anera
paradójica, la posición del 'esclav o ’. La lucha entre el am o y el esclavo
(co n el ‘Am o A b solu to’, la M uerte, de trasfond o) se co n v ierte así en una
lucha entre el am o y el Amp A b solu to (la en carn ación de la estatua del
C om and ante). D esde esta perspectiva, la posición de D o n ju á n es la del
esclavo que no da un paso atrás an te el Am o A bsoluto (la M uerte) y se
niega a acep tar el pacto sim bólico q u e se le ofrece (el arrep en tim ien to
que lo lleva a su ab so lu ció n ), lo cu al podría perm itirle evitar la m uerte
tanto real co m o sim bólica (la m ald ició n eterna). A pesar de saber m uy
bien que ‘el golpe dirigido al otro es un golpe con tra u n o m ism o’, 112
persevera en su posición hasta el final.
Al hacerlo, provoca lo que p o d ríam os llam ar una h isterización del
Más Allá, del O tro , de Dios. El final de la obra lleva a ca b o esa ‘h isteri
zació n ’ con la m ayor claridad. En la escen a final, una serie de m ensa
je ro s del C ielo aparecen uno d esp u és del otro y todos recuerdan a Don
Ju a n hacia d ónd e se está dirigiendo y le ofrecen una op ortu nid ad para
arrepentirse, una oferta que rechaza c o n persistencia. La m e jo r m anera
en la cual podría describirse el e sp íritu de esas ‘in terv en cio n es desde
el más allá’ es en térm inos de la pregun ta lacaniana 'C he vu oi? ('¿Q ué
112 Ver M laden D olar, 'Lord and Bondsm an o n th e C ou ch ’, The A m erica n Jo u r n a l o f Se-
miofics, 2 -3 , 1 9 9 2 , pág. 7 4 . Dolar asim ism o señ ala que no sólo el fiador, sin o “el señ o r
tam poco se d ed icó a la lucha hasta el final: d e jó al fiador vivo y se satisfizo co n un recon o
cim ien to 'sim b ó lico '”. La lucha a vida o m u erte, q ue es el punto in icial de la dialéctica,
n o debe term inar co n la m uerte de n in gu n a d e las partes, dado q u e eso haría que su
reco n o cim ien to (sim b ó lico ) m utuo fuera im p o sib le . Sin em bargo, lo q u e distingue a Don
Ju a n es precisam ente q u e está decidido a d ed icarse a la lucha hasta el final.
q u ieres en realidad?’). R ecién cu an do se con fron ta con la negativa firme
de D on Ju an a d oblegarse ante el peso de esta pregunta, a ren d irse a su
e n ig m ático deseo, el C ielo se vuelve im p oten te y cae de su p o sició n de
A m o. La m ejor e xp resió n de esa im potencia es el ‘arrebato h istérico ’ que
por últim o pone fin a la escan dalosa vida de Don Ju a n . ( R etu m bos de
tru eno, destellos de rayos. La tierra se a b re y lo traga. Las lla m a s se elevan
d esd e el p ozo en el cu al h a d es a p a rec id o .) F u ego, truenos, la tierra m ism a
q ue se abre para tragar a Don J u a n ... varios intérpretes ya han llam a
do la atención sobre el efecto cóm ico de este espectáculo. De h ech o,
serta posible establecer una con ex ió n en tre este efecto c ó m ico y uno
q ue con o cem os de n u estra experien cia diaria. Cuando, por e je m p lo , un
m aestro de escuela ya n o puede arreglárselas para ‘m antener el orden’
en su clase m ediante m éto d o s sutiles co m u n es y com ienza a g ritar a sus
alu m n o s, por lo general provoca más risa q u e tem or o respeto. De igual
m anera, podem os d ecir q u e en Don Ju a n , el tru eno, el fuego infernal y la
tierra que se abre no so n tanto m anifestaciones de autoridad co m o claras
señ ales de su fracaso.
U na de las característica s d istintivas del Don Ju an de M oliére es la
form a en la que el h éroe ve su relación co n las m ujeres. La p o sició n de
D o n ju á n puede resum irse de la siguiente m anera: 'todas las m u jeres tie
nen d erecho a una parte de m i a g a lm a y todas tienen d erech o a hacerm e
ap reciar las suyas’. O , c o m o lo d ice el m ism o Don Ju an :
113Soren Kierkegaard, E ither/O r, Gardcn City, N ueva York: D oubieday, 1 9 5 9 , vol. I, pág.
100 .
tonta. Sin em bargo, surge la cu estión de si la interpretación de Don
Ju a n co m o Principio (de sen su alid ad) no elu d e en realidad la d efin ició n
m ism a de Don Ju a n q u e más in qu ietan te, escan d alosa e ‘im p en sa b le’
es: el h ech o de que el P rin cipio m ism o ap arezca com o Don Ju a n , com o
un in d ivid u o co n creto , q u e lo universal to m e la form a de lo singular.
Según Kierkegaard, sólo en la medida en q u e em en d em o s a D on Ju a n
co m o un p rincip io a b stra cto podem os llegar a evitar ver esta h istoria
co m o una su e n e de parodia, en especial cu a n d o se trata del fam oso
m ille c tre. Sin em bargo, ese es el pu nto d éb il de la interp retación de
K ierkegaard, dado que no llega a co m p re n d e r có m o aquello m ism o que
co n sid era el problem a es en realidad ya una ‘so lu ció n ’ de un problem a
(u na so lu ció n paródica, quizá, pero sin em b arg o una que, m ed iante su
in cred ibilid ad , es testigo de la dificultad q u e b u sca resolver. En otras
palabras: m ille e tre es la respuesta, no la pregun ta (o el p ro blem a), es el
resultad o de un cierto pro y ecto, no su p ro p ó sito original. No es una ta
rea im p o sib le, sino ya una respuesta a una tarea im posible. Es una res
puesta a un im passe m ás fundam ental, estru ctu ral y no em p írico . Si el
m ile e tre es una im posibilid ad em pírica, la im posibilid ad fundam ental
se en cu e n tra en otro d o m in io . C om o v erem o s, es sólo esta perspectiva
la q u e nos perm itirá dar cu en ta de un h e c h o al cual con frecu en cia no
se le presta m ucha a te n ció n pero q ue, sin em barg o, es cru cial para el
m ito de Don Ju an .
El m ito de Don Ju a n es en realidad un com p u esto de dos m itos
que existiero n por sep arad o m ucho an tes de la prim era versión de Don
Ju a n . El prim ero es un m ito o leyenda acerca de una cena con la M uerte.
Las versiones de esa leyenda difieren en cie rto s d etalles, pero sus lin ca
m ien tos básicos son los siguientes: un jo v e n ^ p o r lo general un granjero,
en cu en tra una calavera ju n to al cam ino o en un cam po. No se persigna
ni se asegura de que la calavera llegue al lugar al que pertenece. En lugar
de eso , rom pe las reglas de la ‘m uerte sim b ó lic a ’. Palea la calavera y, en
b rom a, la invita a cen ar c o n él (en algunas v ersion es, a una cena co m ú n ,
en otras, a una suerte de festín -p o r e je m p lo , un festín de b od as). U no
de los m u ertos vivientes (co n frecuencia c o n la form a de un esq u ele
to) por cierto aparece para la cena - n o a c o m e r ni a beber, sin o solo a
devolver la invitación: a invitar al granjero a cen ar con los m uertos. El
segu nd o festín, el festín de los m uertos vivien tes, por lo general term ina
con la m uerte del intruso o c o n u n a n ota de am nistía, acom p añ ad a de
una lección m oral: en el futuro, respeta a los m u ertos.1M
La segunda leyenda en cu estión es la que con frecu en cia se asocia
co n Don Ju a n : la leyenda sob re el ca p rich o so seductor, un m ujeriego
o libertino. A ntes de D o n ju á n , H ylas115 era un héroe p o p u lar así en
Francia.
Es interesante observar que cu a n d o escu cham os el n o m b re de Don
Ju a n hoy en día, au tom áticam en te p en sam os en el segu nd o com p on en te
del m ito de D o n ju á n . De h ech o , sería difícil encontrar a alguien que,
al preguntársele qué asociacio n es se le ocu rren con el n o m b re de Don
Ju a n , respondiera 'la falla de respeto p o r los m uertos’ o ‘cen a s con muer
tos vivientes’. En lugar de exp lorar las razones de ese eclip se de uno de
los com p on en tes del m ito por parte del otro, sólo ob serv em o s que esta
d oble estructura es un elem ento esen cial y constitutivo de Don Ju a n y da
una suerte de peso que ninguna de las leyendas co n stitu tiv as tiene por
sí misma.
Desde esta perspectiva, surge una pregunta fu nd am ental: ¿cóm o es
que se un en, en Don Ju a n , estas d os h isto ria s en apariencia divergentes?
¿Q ué tienen en c o m ú n la p ro fan ación de los m uertos y la sed u cción
serial de m ujeres?
Podem os resp on d er a esta pregun ta sólo si con sid eram os la sed u c
ció n serial de m u jeres una so lu ció n a un cierto im passe - u n a solución
q u e , precisam ente d eb id o a su co n tin u o fracaso de b rin d ar u n a solución
real, sólo revela el verdadero escán d alo: el h echo de que una m itad de la
raza hum ana está en verdad co m p u esta por 'm uertos v ivien tes’, es decir,
seres sin sign ifican tes propios que los representen de m an era adecuada
en lo sim bólico.
Bien se sabe q u e D o n ju á n d u erm e c o n todo tipo de m u je re s: rubias
o m orenas, altas o b a ja s, gordas o d elgad as, viejas o jó v e n e s , nobles o
cam p esin as, d am as o c ria d a s... C o m o han señalado alg u n o s intérpre
tes (Kierkegaard en tre ellos), nos equ iv ocaríam o s al e n ten d er esto com o
una preferencia de D o n ju á n por un ‘m e n ú variado’. Lo que h a ce posible
la actitud de D o n ju á n es, m ás b ien , su indiferencia hacia tod as las dife-
116 P od em os corrob orar esta lectura de 'la fe m m e n'existe pas' con las ob serv acion es de
Lacan en Televisión:
Aquf podemos aclarar los misterios de ziclgchem m l, de esa forma que la pulsión
puede asumir al lograr su satisfacción sin lograr su ob jetiv o... Si la pulsión puede
satisfacerse sin lograr lo q u e ... seria la satisfacción de su fin de reproducción, se
debe a que es una pulsión parcial y su objetivo es sólo regresar al circuito. (Jacques
Lacan, The Four Fundam ental Concepts o j Psycho-Analysis, Harmondsworth: Penguin
1979, pág. 179.)
1Z1 c u a n to d e a fe c to
121 V er Ja cq u es-A la in Miller, L E x lim itc (sem in ario in éd ito), clase del 8 de enero de 1 9 8 6 .
122 Im m an uel Kant, C ritique n f P ractica! R eason , Londres y Nueva York: M acm illan, 1 9 9 3
1 1 9 5 6 ], pág. 7 5 .
I2J Ib id ., págs. 7 9 -8 0 .
124 Ibid ., pág. 79.
m ediante sus rep resen tacio n es |Vors£el/ungcn|, la realidad de los o b je
tos de esa re p re s e n ta ció n '.123 En o tras palabras, las a c c io n e s hum anas
están regidas p o r la ley de la facultad de desear. Esa facu ltad im plica
una rep resen tació n de un cierto o b je to (que bien podría ser ‘ab stra cto ’
- la s cosas co m o la ‘vergü enza’, el ‘h o n o r’, la ‘fam a’, la ‘ap ro b a ció n [de
o tro s í’ son todas o b je to s de rep resen tació n en el sen tid o requ erid o).
El su jeto es ‘afe cta d o ’ por uña cierta rep resentación y esa ‘a fe cc ió n ’ es
tanto la causa de su s accio n e s co m o , a la vez, la razón p o r la cual sus
a ccio n es se d eterm in an ‘de m anera p ato ló g ica’. Ahora b ie n , el proble
ma es que eso no d eja esp acio alg u n o para la m oralidad, d ad o que esta
últim a, por su d efin ició n m ism a, ex clu y e todos los m otiv os patológicos
de nuestras a ccio n e s, inclu so los m ás nobles. La d ificu ltad (q u e Kant
trata de resolver en el cap ítu lo ‘De lo s m otores de la razón pura prác
tica’) consiste así en e n co n tra r y a rticu la r otro tipo de cau sa lid a d , una
causalidad q ue es a je n a a l m o d o d e rep resen tación . C o m o h e m o s visto,
Kant consid era q u e ese es un ‘p ro b lem a irresoluble para la razón hu
m an a’; sin em bargo, es a la vez un p roblem a que, de alg u na m anera,
está siem pre ya ‘re su e lto ’ en cu a lq u ier a cción ética. La s o lu c ió n se en
cu en tra en lo q u e llam a el respeto y d escrib e com o el ú n ico m otor de
la razón pura p ráctica.
El intento av an t la lettre lacaniano de la con cep ción de la diferencia
entre el deseo |Begehrung| y el m óvil [Triebfeder] de K ant es sorp ren
dente en este p u nto. M ientras el d eseo pertenece en e sen cia 'a l m odo de
representación (la m etonim ia del significante por un lado y la fantasía
por el otro), la lóg ica del móvil es bastante diferente. C u and o Lacan
afirm a que la pu lsión ‘alcanza su satisfacción sin alcanzar su ob jetiv o’,
eso significa precisam ente que el o b je to de la pulsión no es un o b jeto de
representación. No es el o b jeto al q u e apuntam os, el o b je to que desea
m os ob ten er (n u estro ‘ob jetiv o’). El o b je to de la pulsión coincide con el
itin erario d e la pulsión126 y no es algo q ue ese itinerario ‘in te n te ’ alcanzar.
En otras palabras, el o b je to de la pulsión no es un o b je to q u e se supone
que brinde alguna satisfacción al su jeto , sino esa satisfacción m ism a: el
U7Jacq u es-A la in M iller, 'O n Perversión', en Retií/ing Seminare I an d !/. Return lo Freud,
Aíbay, N ueva York: SU N Y Press, 1 9 9 5 , pág. 3 1 3 .
ausencia, de esa caren cia que podría b rin d ar un apoyo para el sujeto
ilc representación. La representación m ism a se funda sob re una cierta
carencia o pérdida y es esta carencia la q u e no alcanza. Esta situación es
precisam ente la de un a 'carencia que v iene a carecer’, una 'caren cia que
se term ina’ - y esa es exactam ente la d efin ició n de la causa de la ansiedad
en Lacan: le m an q u e vient á m a n q u er.128
El sen tim iento de respeto se ap od era de nosotros cu a n d o la ley se
hace visible en un caso ejem plar de a cció n ética. Lo que se h ace visible de
esa m anera es p recisam ente la ausencia de una causa para tal acción . La
noción kantiana de respeto y la n o ció n lacaniana de ansiedad tienen eso
en com ún: no tien en una causa, pero tien en un ob jeto. Podríam os in clu
so decir que esta caren cia de causa d eterm in a nuestra voluntad de inm e
diato, lo cual significa que algo se d esp ren d e de la cad en a de causalidad
y com ienza a fu n cio n ar com o o b jeto . Siem p re y cu ando perm anezca así
desprendido, g enera respeto o ansiedad. G enera la incom odid ad que se
m anifiesta en el h ech o de que b u scam o s (co m o lo dice Kant) d escubrir
algo ‘que nos aligere su carga, alguna c u lp a ... para co m p en sarn o s por
la hu m illación q ue sufrim os por un e je m p lo sem ejan te’. 129 Incluso la ley
moral m ism a, agrega, está som etida a ese intento de evitar sen tir respeto
por él. Es claro q u e este ‘intento’ ap u n ta a reunir con la cad en a causal la
cosa que parece desprenderse de ella, m erod ear sin causa alguna (de ese
m odo bu scam os, por ejem plo, d escu b rir un m otivo patológico para una
acción que parece puram ente ética).
E xactam en te de la mism a m anera en la cual Kant d efine aquí el res
peto, en con tram os que Lacan define la ansiedad: co m o un ‘a fecto ’ o ‘sen
tim iento’ que en esen cia se con trap on e co n lodos los otros sentim ientos.
Lacan se op one a la leoría que so stien e que la ansiedad d ifiere del tem or
dado que, a d iferencia de éste, no lie n e o b je to alguno. Según esta leoría,
cuando tem em os, siem pre tem em os a alg o, m ientras que co n la ansie
dad no hay o b je to al cual podam os ap u n tar y decir: ‘ese es el o b jeto de
mi ansiedad’. Lacan sostiene q ue, p o r el con lrario, es en la ansiedad
donde el su jeto m ás se acerca al o b je to (es decir, a la sem illa Real de su
jou issan ce) y que es precisam ente esa proxim idad de! o b je to la que se e n
l!S Ver Ja c q u es Lacan, LAngoisse (sem inario in é d ito ), clase del 2 8 de n oviem b re de 1962.
I2g Kant, C ritique o j P ractica! R eason, pág. 8 1 .
cu en tra en el origen de la ansiedad. Esia afirm ació n no puede explicarse
m ed íanle una referencia a un sentido lacan iano esp ecífico del térm ino
‘o b je to ’. D eberíam os decir, más bien, que es la co n c ep ció n de ansiedad
de Lacan lo que exp lica el sen tid o esp ecífico de la palabra ‘o b je to ’ en su
term inología. En esta form a de distinguir el tem or de la ansiedad, Lacan
en esencia está de acu erd o co n Kant: el tem o r es un sen tim iento com o
cu alq u ier otro, es ‘su b je tiv o ’ y ‘patológico’. El h ech o de que tem am os
algún o b je to no nos d ice nada acerca de ese o b je to , no significa q u e el
o b je to sea ‘en sí’ (es decir, co m o ob jeto de rep resen tació n) algo horrible.
O (co m o dice Kant) un sen tim ien to [G efühl] ‘no designa absolu tam en te
nada en el o b je to ’.130 No hay sentim iento sin representación - e s decir,
la representación es una co n d ició n necesaria del sen tim iento, au n qu e el
sen tim ien to m ism o no es aú n una represen tación de un o b je to . El sen
tim ien to es la forma en la cual ‘el sujeto se sien te a sí m ism o, la saber],
có m o es afectado por la rep resen tación’. 131 Lacan diría que el sen tim ie n
to no nos dice nada acerca del ob jeto. Nos d ice algo acerca de la ‘ventana
de fantasía' del su jeto en el m arco de la cu al un o b je to d eterm in ad o
aparecer com o aterrador.
Ahora bien, al igual q u e con respecto a la teoría kantiana, en la
teoría lacaniana de la ansied ad no se trata de un ‘sen tim ien to su b je tiv o ’,
sino más bien ‘o b je tiv o ’. Es un ‘sen tim ien to q u e no engaña' (L a ca n ), que
indica que nos hem os a ce rca d o al ‘o b je to ’ (y d esign am os el lugar éxtim o
de nuestra jou issan c e). Si no tenem os presente este carácter ‘o b je tiv o ’,
‘o b je ta l’ de una cierta e xp erien cia subjetiva, p od em os e n co n tra rn o s en
la posición del analista en aquel cono cid o ch iste: un paciente va a verlo
con la qu eja de que hay un coco d rilo ocu lto b a jo su cam a. D urante va
rias sesiones el analista trata de conv encer al pacien te de que todo está
en su im aginación. En otras palabras, trata de con v en cerlo de que lodo
se trata de un sen tim iento p o r com p leto ‘su b je tiv o ’. El paciente d eja de ir
al analista, quien cree que lo ha curado. Un m es más larde el analista se
en cu en tra con un am igo suyo, que tam bién es am igo de su ex pacien te,
y le pregunla sobre éste. S u am igo le responde: ‘¿te refieres al que se lo
co m ió un coco d rilo?’ La m o raleja de la historia es profundam ente laca-
137‘Y si n o s m ovem os a la sigu iente etapa, al a m o r del superyó con lod o lo q ue se supone
qu e contribuye con el ca m in o llam ado el ca m in o del fracaso, ¿que sign ifica si n o que a lo
qu e se le teme es al éx ito , q ue a lo que se le tem e es siem pre a un cierto ‘n o falla’ [le "(a ne
m an qu e pos"]?’ (L acan , L'Angoisse, clase del 5 de d iciem b re de 1 9 6 2 ).
138 Kant, C ritique q f P ractical R eason , pág. 169.
razón p rá ctica . Ese cam b io tien e que ver con la co n cep tu alizació n que
Kant h ace del Achtung (resp eto) y es sintom ática de un cam b io atravesa
do por el co n cep to de la ley m oral en la obra de Kant. En ese cam p o se
‘degrada’ el respeto y se lo sitúa en el m ism o nivel de tod os los otros sen
tim ientos. Ese cam bio ya se h ab ía logrado para la ép o ca de La m etafísica
de las costu m bres, la presen tació n ‘d octrinaria’ de la filosofía m oral kan
tiana, q ue apareció dos años an tes de la C rítica del ju ic io . Si, en la Crítica
de la razón p ráctica, Kant d ed ica todo un capítu lo a la n o ció n de respeto,
el parágrafo intitulado ‘R esp eto’ en La m etafísica d e las costu m bres ni si
quiera o cu p a una página entera. Además, en este parágrafo, el respeto
se define co m o ‘etw as bloss S u bjektives [algo m eram ente su b je tiv o )’.139
Kant ya no habla de un sen tim ien to ‘a priori’ y ‘no p ato ló g ico’. El ‘o b je
to’ de respeto tam bién cam b ia. En la Crííica d e la ra zó n p rá ctica es la ley
moral co m o tal la que con stitu y e el ob jeto de respeto, m ien tras que en
La m etafísica d e las costum bres ya podem os ver la inversión que regirá la
d ialéctica de lo sublim e en la tercera C rítica. Esta inversión se form ula de
la sigu iente m anera: “el sen tim ien to de lo sublim e en la naturaleza es el
respeto por nuestra propia v o cació n . Pero por u n a cierta s u b re p c ió n ... a
ese respeto se le atribuye un o b je to de la naturaleza q u e, por así d ecirlo,
hace in tu ible para nosotros la superioridad de la v o cació n racional de
nuestros poderes cognitivos sob re el m ayor poder de la sen sibilid ad ’.1^
Lo s u b lim e y la ló g ica d el s u p e r y ó
1,5 Im m anuel Kant, The M elciphysics o f M oráis, Cam bridge: C am brid g e U niversity Press,
1 9 9 3 , pág. 2 0 3 .
H0 Kant, C ritiqu e o f Ju d g em en t, pág. 1 1 4 .
con scien te de un p o d er que tiene com o ser racional, capaz de ‘elevarse’
por en cim a de la ex isten cia natural y fenom énica. La propia im p otencia
o incapacidad [Unvcrmógen| del su jeto, escrib e Kant, le revela una c o n
cien cia de capacidad ilim itada que es tam bién suya y la m ente es capaz
de ju z g a r esa capacidad desde el punto de vista estético sólo en térm in os
del sen tim iento a n terio r de im p o ten cia .1'"
Podría sostenerse q u e Kant de h echo distingue dos m o m en to s que
com p on en el sen tim ien to de lo sublim e. El prim ero es el m o m en to de la
ansiedad y de la fascin ació n inquietante frente a algo in com p arablem en
te m ás grande y m ás p o d eroso que uno m ism o (eso aparece co m o una
presencia masiva y ‘d esb o rd an te’). Es una ansiedad de la cual el sujeto
puede escapar sólo m ed ian te la tran sform ación de ésta en el segundo
m om en to, en el sen tim ie n to de lo su b lim e m ism o - e s decir, de la su
perioridad ‘su p ersen sib le’ m ism a del su jeto . Esa es la razón por la cual
el placer de lo su b lim e es siem pre un p la c e r negativo, es un p lacer que
tom a el lugar de una exp erien cia in ten sam en te negativa e inqu ietan te.
Por lo tanto, 'el o b je to se aprehende co m o su b lim e con un p lacer que es
posible sólo m ediante un d isplacer’. 1'*2
Vayamos ahora a d o s pasajes muy interesantes y significativos en los
que Kant discute el sen tim ien to de lo su b lim e. El prim ero se encu entra
al final de la C ritica d e la razón p ráctica, p o co antes del h im n o de Kant a
‘el cielo estrellado so b re m í y la ley m oral d entro de m í’:
P or lo ta n to , si al ju z g a r la n a tu ra lez a d e sd e el p u n to d e v ista
e stético la lla m a m o s su b lim e , lo h a c e m o s n o p o rq u e ella d e sp ie rte
tem or, sin o p o rq u e e x ig e n u estra fo rta lez a (q u e n o p e rte n e c e a la
Hl Ib id ., pág. 116.
H2 Ib id ., pág. 117.
I'15 K ant, C ritique o j P r a clica l R eason , pág. 166.
n a tu ra le z a |dentro de n o s o tr o s l) para c o n sid e ra r p e q u e ñ o s los
[o b je to s ] de n u estra s p re o c u p a c io n e s |naturales|: pro p ied ad ,
s a lu d , v i d a .. .'44
I'w El Collins C ob u ild English Languagc D iction ary da el siguiente ejem p lo : ‘las películas
pasan co n facilid ad de lo sublim e a lo rid ícu lo ’.
A su m anera, Kant ta m b ién llega al punto en el cual la agencia moral
em erge en el elem ento de lo sublim e. Lo hace m ientras trata co n el pro
blem a de la universalidad. La discusión en cu estió n tiene que ver con el
h ech o de que a pesar de q u e lo sublim e y lo b ello com o categorías estéti
cas nu nca pueden alcan zar la universalidad de la ley, hay sin em bargo un
tipo de universalidad que puede atribu írseles, una universalidad d ife
rente a la universalidad de la ley. Es en esta universalidad p arad ójica que
se b asa la noción del U rLeilskraJt (pod er de ju ic io ). C uando ju z g a m o s un
fen óm en o estético, según Kant no postu lam os el acu erd o de todo el m u n
do -m á s bien, requ erim os el acuerdo de lod o el m u n d o .150 Es el ju ic io
m ism o (p o r ejem plo, la im agen de lo b ello ’) q u e constituye su propia
universalidad. M ejor aú n , en nuestro ju ic io co n stilu im o s el 'u n iv erso’
d en tro del cual ese ju ic io es universalm ente válido. Sin em bargo, al re
q u erir así el acuerdo de to d o el m undo, estam os forzados a d ep end er
de otra cosa, y esa 'otra c o s a ’ es, en el caso de lo sublim e, precisam ente
la agencia moral: ‘|el ju ic io acerca de lo sublim el tiene su fu nd am enta-
ció n en la naturaleza h u m an a: en algo q ue, ju n to con el sen tid o com ú n ,
p od em os requerir y exig ir de todo el resto, a saber, la pred isp osición al
sen tim ien to de ideas (p rá ctic a s), es decir, al sen tim ien to m oral’. 131 C om o
verem os, esta ‘cara’ de la ley moral alcanza de m anera gradual una im
p ortancia m ucho mayor.
En este punto, p o d em o s preguntarnos: ¿cuál es con exactitu d la re
lación entre lo que el su je to ve frente a él (u n h u racán, por e je m p lo ) y lo
que luego descubre en sí m ism o (una fuerza in clu so m ayor)? ¿Q ué es lo
que hace que el prim ero evoque al segundo? N uestra tesis es q u e , desde
la perspectiva kantiana, la confron tació n c o n algo que es aterrad or ‘en
sí m ism o ’ (para tom ar el m ism o ejem p lo de K ant: ‘huracanes c o n toda
la devastación que d ejan atrás’) im pacta al su jeto com o una su erte de
e n carn ación del superyó cru el, desenfrenado y am enazador - l o ‘real o el
lado del reverso’ de la ley m oral (en n oso tros), del superyó co m o el lugar
d e jo u issa n ce. El su jeto ya está fam iliarizado co n el poder d estru ctivo dé
los fenóm enos naturales, p o r lo cual la fuerza devastadora ‘e n cim a de
m í’ evoca con facilidad u n a fuerza devastadora ‘dentro de m í’. El sen -
La c o n d ic ió n d e la ley
1,6 Im m anuel Kant, C ritiqu e o f Puré Reason, Londres: M acmillan 1 9 2 9 , pág. 180.
157 Ib id ., pág. 181.
la sen sibilid ad , debe d istinguirse el esquem a de la im agen |Bi/cíe|’.138 Por
ende, el esqu em a no es una im agen, sino algo q u e establece las ‘co o rd e
nadas’ para el encuentro enLre la categoría y el o b je to de la exp erien cia,
para la ap licación de las categ orías a las apariencias.
De ese m odo p od em os ver que en el d om in io de la ‘filosofía teó rica ’,
la em ergencia de una ley genuina (de causalidad) im p lica un cierto salto
y que la fu nción del esq u em a trascendental no ha de transform ar eso en
una tran sició n lineal, sin o q u e ha de crear un esp acio dentro del cual
ese salto pueda lograrse. Pod ríam os decir que el esq u em a trascendental
garantiza que cu ando ‘sa ltem o s’ del lado de la categ oría, no saltem os a
un v acío , sin o que en lugar de eso ‘aterricem os’ en un o b jeto de e x p e
riencia posible.
A m edida que avan cem o s en el d om ino de la filosofía práctica, las
cosas se com plicarán m u ch o m ás, aunque el p u n to de partida será si
milar. Por un lado, ten em o s la realidad em p írica de una acción. Por el
otro, tenem os la ‘ley de la lib ertad ’ que d eterm in a la voluntad a priori,
de m anera independiente de lod os los elem en tos em píricos. Pero d ado
que lod as las accion es p o sibles son acciones em p íricas, ‘parece absu rd o
desear en co n trar un caso en el m undo s e n s ib le ... que adm ita la ap li
cación de una ley de la libertad a é l’.159 Una vez m ás, nos enfrentam os
con una heterogeneidad fund am ental de dos elem en to s que, de alguna
m anera, d eben vincularse en tre sí en un ju ic io . N o obstante, las d ificu l
tades aq u í son más serias q u e las que en con tram os en el'caso de la ‘razón
teórica’. Eso se debe a que la ‘ley de la libertad ’ n o sólo es a priori, sin o
tam bién (a diferencia de las categorías) ‘in d ep en d ien te’ de las form as a
priori de la sensibilidad (tiem p o y esp acio). Eso significa que el e sq u e
ma trascend ental no podrá ayudarnos a esta b lecer un vínculo en tre la
ley y la realidad em p írica. Más precisam ente, el esqu em a que estam os
b u scan d o no es el esq u em a de un caso que su ced e según las leyes, sin o
'el esq u em a (si esa palabra corresp o n d e aq u í) d e una ley misma’. 160 C om o
hem os visto, el esquem a es un proced im iento universal de im aginación
que d ebe correspond er a u n a ley natural co m o ley a la cual los o b je to s de
161 Ibid.
162 lbid.
G roun ding J o r (he M etaphysics o j M oráis, en lm m a n u el Kant, Ethical Philo so p h y , lnd i-
an áp olis, IN/Cambridge: H a ck ell 1 9 9 4 , pág. 3 0 .
Por lo tanto, el tipo (de la ley m oral) no es una imagen de la ley, no es
una ‘p royección’ de la ley (n ou m énica) en el cam po de la sensibilidad. El
tipo no es una ‘deform ación’ de la ley en la representación. El tipo es la ley,
pero no ‘toda’ la ley (dado que es una ley de la naturaleza tomada sólo en
su form a). El lipo es una 'm edia ley’, así com o el im perativo categórico es
un 'm edio d ecir’ [‘le mi-dire'\. A ctúa de tal m an era qu e la m áxim a d e tu vo
luntad siem p re pu eda sostenerse al m ism o tiem po com o el principio que g en era
la ley u n iversal: e s e es un ejem p lo paradigmático de un ‘medio d ecir’ que,
para convertirse en ley, tiene que estar com plem entado por un acto real del
sujeto. La ley moral com o atem poral y transubjetiva ‘depende’ de un acto
tem poral del sujeto, un acto que no tiene garantía preestablecida alguna en
la ley (en el 'gran O tro’), pues es sólo en este acto que la ley misma se c o n s
tituye. Este punto es absolutam ente crucial: la ley no está siempre ya ahí, a
la espera de que el sujeto se som eta a ella: es este som etim iento m ism o, el
acto (ético ), lo que constituye la Ley com o atem poral y transubjetiva.164
¿C ó m o puede entenderse esto? Tom em os el pu nto de partida de la
fam osa afirm ación de Lacan según la cual el d eseo es (siem pre) el d e
seo del O tro . Es im portante ten er presente que esta frase no exclu y e la
m áxim a ética ‘no renuncies a tu d eseo’. En otras palabras, la d im ensión
del O tro n o excluye la autenticid ad del deseo del su jeto. ¿Pero có m o es
eso posible? Sólo si ad m itim os q u e el deseo del O tro no se presenta b a jo
la form a d e una respuesta o un m andam iento (‘¡qu iero esto o a q u e llo !”)
sino (c o m o señala Lacan) b a jo la form a de una pregunta o un enigm a,
co m p arab le co n el que la Esfinge le postuló a E d ip o .165 El su jeto re sp o n
derá y, al resp ond er de una u otra form a, escribirá el d estin o en su d eseo.
La afirm ación ‘el deseo es el d eseo del O tro’ postula al otro co m o el lu gar
en el q ue surge en un p rincip io la cu estión del d eseo. El punto no es q u e
el d eseo del O tro exista en algún otro lado y que el su jeto sepa q u é es
y lo haga el m odelo de su propio deseo. Puede d ecirse exactam en te lo
m ism o acerca de la ley m oral kantiana. El su jeto n o sabe qué quiere la ley.
lfr,Aquí esta m o s siguiendo el argum ento de Slavoj Z izek de T he Indivisible R em ain d cr,
Londres y N ueva York: Verso, 1 9 9 6 , pág. 143.
'“ ‘C reo q u e ven qué significa la fu n ció n del enigm a aquí: es un m edio d ecir |mi-dire),
co m o la Q u im era es un m edio cu erp o , listo para d esap arecer p or com p leto cu an d o se
da la so lu c ió n ’ (Jacq u es Lacan, L e S ém in aire, libre XVII, LE nvers d e la psychan alysc, París:
Seuil, 1 9 9 1 , pág. 3 9 ).
Es en este punto q u e podem os situar una convergencia o un encuentro
entre Kant y Lacan. 'La ley es una ley d e lo d escon ocid o’166 es la proposición
fundam ental de cu a lq u ier ética que m erezca tal nom bre.
E nton ces, ¿cuál sería la forma de c o n c e b ir la ley m oral co m o algo
d iferente a la ley sup ery o ica? Com o un en foq u e inicial, p od ría decirse
q u e es una ley que n o quiere nada de nosotros. Sin em barg o, este ‘no
q u erer nada’ puede ser en sí la form a m áxim a del superyó. C u and o el
su jeto pregunta '¿qué quieres?’ y recibe la respuesta: ‘n ad a’, eso puede
engen drar la lógica del superyó en su form a más pura: '¿a q u é apuntas
co n este ‘nada’?’ El s u je to entiende este ‘n ad a’ com o la form a en la que el
O tro lo invita a ad iv inar Su deseo.
La ley moral n o es ni una ley que diga ‘quiero e sto ’, ‘¡q u iero que
hagas esto!’, ni una ley silenciosa que no quiere nada. La ley m oral tiene
la estructura de una enunciación sin en u n ciad o, tiene la estru ctu ra de un
enigm a o un oráculo. N uestra intención aq u í, d ebem os rem arcarlo, no
es op o n er a una ‘ley m ala’ (la ley del su p ery ó ) una ‘ley b u e n a ’ (la ley que
tiene la estructura del o rá cu lo ), pues es precisam ente esta estru ctu ra del
o rácu lo (o el enigm a) lo que puede a b rir la puerta para la co n stitu ció n
del superyó así co m o tam b ién para otra figura de la ley, la ‘ley de lo des
c o n o c id o ’. Es d ebid o a q u e la ley moral tiene la estructura de u n enigm a
q u e se pueden seguir de ella dos figuras co n cep tu ales d iferen tes de la ley
y d os éticas diferentes.
166 V er Alain Badiou, LElhiq u e, E ssai sur la conscicnce du M al, París: Hatier, 1 9 9 3 , pág. 4 2 .
la autoacu sación que se sigue de ella apuntan a hacer qu e el Otro olvide
que no existe. El sujeto sabe m uy bien que el O tro no existe. Incluso,
esa es la ú n ica certidu m bre real que tiene. Sin em bargo nada cam bia si
le d ecim os a ese sujeto: 'estás torturándote por nada. El Otro que tanto
te aterra no existe’, dado que el sujeto está torturándose precisam ente
porque el O tro no existe. La certidu m bre de que el O tro no existe quita al
sujeto toda otra certidum bre (acerca de qué tiene que h acer uno, cóm o se
supone que uno tiene que actu ar o responder ante las c o s a s ...) y la erec
ción de la ley del superyó da al su jeto al m enos a cceso a una certidu m bre
negativa (el ‘no es eso’), a algún criterio o ‘b rú ju la ’ para sus acciones. El
sujeto que no sabe si lo que quiere hacer (o está h aciend o) está ‘b ie n ’ o
'm al’, si es ‘patológico’ o no, si en realidad es ‘ello’ o sólo un sim ulacro -ta l
sujeto en cu en tra en el superyó una suerte de ‘gula p ráctica’ que al m enos
le da una ‘pista’ de que la m ejo r de todas las a ccio n es posibles siem pre
es la que hace a uno sufrir m ás. Por ende, el su jeto actúa. Puede incluso
actuar (y sufrir) de m anera persistente. Sin em bargo, toda esa actividad
sólo puede m antener al su jeto en un estado de su frim iento -en un estado
de pasividad con respecto al O tro todopoderoso.
En relación con esto, p od ríam os m encionar otra versión de este ‘c a
m ino de pasividad’ que co n siste en tratar de arran car la ‘respuesta c o rre c
ta’ del O tro . A quí, el su jeto q u iere que el O tro elija por él. Para un su jeto
tal, el O tro siem pre aparece b a jo la forma de alguna otra persona. Podría
decirse q ue ese su jeto ap u nta a elevar a algún otro pequeño al rango
del (gran) O tro . El su jeto pasa su vida im p on ien d o eleccio n es a otros,
record ánd oles que son in divid uos libres que d eb en saber qué quieren
en realidad. Por dar un ejem p lo : en el caso de una relación am orosa que
ya no lo satisface, un su jeto tal nunca term inará c o n ella. Delegará esa
d ecisión al otro. C um plirá el papel del h on esto , ad m itirá que está e n
gañando a su pareja, que es en verdad débil y que en apariencia no está
dispuesto a tener una relación real. Dirá al otro: ‘a h í está, estos son los
hechos. Así es com o soy. E stoy exponiénd om e sin tap u jo s ante ti: ¿qué
más pu ed o hacer? - y ah ora es tu turno de tom ar una d ecisión, de tom ar
tu d ecisió n ’. Y si este otro d ecid e irse, se va p recisam ente com o el (gran )
O tro. In clu so podríam os d ecir que toda la actividad de un sujeto com o
ese es co n d u cen te a esta escen a de m etam orfosis m ilagrosa del otro en el
O tro (que sabe qué quiere o no quiere y actúa de m anera acorde).
2. U no puede ad m itir que es sólo con este acto que el su jeto crea lo
que el O tro (la Ley) quiere. Ese es, por ejem p lo , el acto de E d ip o: Edipo
crea de m an era retroactiva la deuda sim b ó lica en la cual él d eb e ría h aber
n acido, pero que se le qu itó en una serie de intentos de evitar su destino.
La lección de su historia no es que '¡ya está todo d ecid id o!’ (p o r el gran
O tro ) y que cu alquier cosa que haga el su jeto , está perdido de antem ano.
Por el contrario, la historia de Edipo nos m uestra, más bien, q u e es el
gran O tro el que se pierde sin el sujeto. Sin el acto de Edipo, el oráculo
no habría sido sino h ab lad or inconsistente e insensato. En otras palabras,
sin el acto de Edipo, la ley del oráculo sólo sería lo que es: un 'm edio
d ich o ’ que 'habrá d ev en id o’ la Ley sólo en el acto del sujeto. Es en este
nivel d onde debem os situar la libertad y la dim ensión real del acto. Eso,
sin em bargo, exige una m ayor definición: si la ley se constituye co m o la
Ley sólo en el acto del su jeto y si el sujeto com plem enta la ley co n alguna
parte de sí m ism o, d ebería remarcarse que no reconoce esta ‘parte de sí
m ism o ’ com o tal (co m o perteneciente a sí). Debería decirse, m ás bien,
que el punto de en cu en tro entre la ley y el su jeto es éxtim o a am b os.
A qu í, tam bién, E d ip o b rind a un buen eje m p lo , pues co m p lem en ta
la ley (del oráculo) c o n una parte de sí m ism o que no co n o ce. Para evi
tar otro m alentendido, señ alem os que este ‘d esco n o cid o ’ no es tan sólo
el in con scien te sino, m ás b ien , algo que podría llamarse la c a u sa del
in co n scien te o la causa del deseo in co n scien te: ‘la parte de n u estra car
ne q u e , por necesidad, perm anece atrapada en la m aquinaria fo rm al’. 167
H ablam os aquí de algo q u e está separado del su jeto, pero sigue siend o
in tern o a la esfera de su existen cia. En térm in o s tem porales p o d ríam os
d ecir q u e esta separación es anterior al in co n scien te y constitu ye su fun-
d am en tación . Esa es la razón por la cual, en su com entario sob re Sygne
de C oü fon tain e de C laud el, Lacan hace tanto hincapié en el Versagung
co m o un rechazo original, 'm ás allá del cual estará el cam ino de la n e u
rosis o el cam ino de la norm alid ad , sin que ningu no de los dos sea m ás
q ue el otro en relación co n lo que es, en el p rin cip io , la posibilidad del
V ersagung' 168
A lg u n as o b s e r v a c io n e s p re lim in a re s
'“"Ja cq u c s Lacan, Le Sém inaire, libre VII: Le tran sferí, Parts: S eu il, 1 9 9 1 , pág. 3 7 3 .
l70Ja c q u e s Lacan, Televisión: A ch allen g e lo the P sy ch oan aly ü c Lstablishment (ed. Jo a n
C o p jec), N ueva York y Londres: W W N orton, 1 9 9 0 , pág. 3 0 .
171 Ibid.
172 Lacan, Le tran sferí, pág. 3 1 6 .
a la que las fórm u las (o m aternas) posteriores de Lacan servirán. De
ese m odo, p o r eje m p lo , las fam osas ‘fórm ulas de la se x u a c ió n ’ n o son
sin o el in te n to de presentar de m anera gráfica algo a lo cual no puede
darse una d escrip ció n escrita o sim b ó lica - a saber, una relación sexual
‘exitosa’. En otras palabras, son un m étod o para e x p lica r nuestra in ca
pacidad para e x p lica r la relación sexu al. Con clarid ad , sigue estand o
abierta la p reg u n ta de por qué Lacan d io en últim a in stan cia preferencia
a sus ‘m aternas’ form alistas, por qué al final vio en ellas una form a más
adecuada de form u lar teoría p sicoanalista. La respuesta es, quizá, que
pudo, m ed ian te estas maternas, articu lar una versión m ás ‘in m an en te’
de la e x p e rien cia psicoanalftica. C u alqu iera sea la verd ad , no es ésta la
cu estión q u e en realidad nos interesa aquí. Dado q u e nos lim itarem os
a la fase ‘trág ica ’ de Lacan, sólo d eseam os señalar que su preocu pación
por la tragedia n o es un in ten to de ‘p o etizació n ’ de la teoría p sicoa-
nalítica. Por el con trario, es un p rim er in ten to de ‘m atem atización ’ o
fo rm u lación de esa experien cia.
En su sem in ario Le tran sferí, Lacan ofrece su versión de la diferencia
entre la tragedia clásica y la tragedia m oderna o con tem p oránea:
El ro b o d e l d e s e o - y a c a m b io la m a d re
Con frecu en cia se consid era que la historia de Edipo es una ilu stración
del p ro ceso m ediante el cual el su jeto acepta su d estino con tin g en te (y,
co m o regla general, d esafortu n ad o) com o algo necesario y recon o ce en
él el sign ificad o de su existen cia. De ese m odo, se la interpreta co m o una
ilu stració n del proceso m ediante el cual el su jeto asum e una culpa irre
d u cible y, al hacerlo, ‘in tern aliza’ y da sentido a su destino con tin g en te.
Aun si E d ip o no es en realidad culpable de su d elito (dado que se lo h a
bía p red ich o m ucho tiem po an tes de su nacim ien to ), con heroísm o lleva
sobre su s h om bro s la responsabilidad por sus acto s, asum e su d estin o
l n Ib id ., págs. 1 6 -1 7 .
188
y vive con él hasta el final. Así, Edipo aparece com o el ‘p ro to tip o ’ de la
cond ición existen cial en la cual n acem os culpables, co m o portad ores de
una deuda sim b ó lica im pagable - e s decir, nacido en un a con stelació n
sim bólica preexisten te en la cual d eb em os reconocer el significado de
nuestro ser. Según esta perspectiva, esa es la fuente m ism a de la trage
dia.
Sin em bargo, a pesar de su popularidad, en co n tra m o s po co en la
obra de Sófocles para sustentar esta lectura. Es verdad q u e Edipo nace
en una situación en la que el cam in o de su destino está d eterm in ad o por
anticipado, pero lod o lo otro que h a ce lo hace para evitar ese cam ino y la
m aldición que lo acom paña. C u and o al final resulta ser q u e en realidad
cu m plió con la profecía precisam ente al tratar de evitarla, sigue h abien
do algo que podría ju stifica r la in terp retación según la cu a l asum e su
destino, se reconcilia con él y lo lleva con heroicidad. Por el contrario,
después de enterarse por últim o de lo que ‘en realidad’ su ced ió , Edipo
se saca los ojos. ¿C óm o hem os de e n ten d er este gesto q u e, p o r supuesto,
ha generado una gran cantidad y diversidad de in terp retacion es? Las
palabras de q u ienes fueron testigos del m om ento en el q u e se sacó los
o jo s, así com o tam bién las palabras m ism as de Edipo, su gieren una in
terpretación que no debería pasarse p o r alto: Edipo se niega (y esto en
el sentido más literal del térm ino) a recon o cerse en las a ccio n e s que son
‘realm ente’ suyas.
Podría ob jetarse aquí que este castig o de sí m ism o (el sacarse los
o jo s) es un signo perfecto del re co n o cim ien to de culpa por parle de Edi
po. Pero esa es precisam ente la pregunta: ¿podem os red u cir el acto de
Edipo a un acto de castigo de sí m ism o? Toda la últim a parte de la obra
contrad ice esa lectura, pues allí Edipo y sus in ierlocu iores h ab lan sobre
su ceguera auloinfligid a no en térm in os de castigo (de sí m ism o), sino
en térm inos de recon o cim ien to y error de reconocim iento. Por ejem plo,
el m ensajero del palacio que cu en ta la historia de có m o Edipo se saca
sus propios o jo s dice:
,7a “O ed ip u s the King”, en Só fo cles, T he Threc T hcban P lays, irad. Roberl Fagles, Har-
m onclsw orth: Pcnguin Classics, 1 9 8 4 , pág. 2 3 7 (versos 1 4 0 2 -0 9 ) . Todas las referencias
futuras serán a esta ed ición y se harán en el cuerpo del texto .
seguir siend o ciego! A si, Edipo respond e al corifeo con palabras duras:
'No m e serm on ees', exclam a, y agrega q u e no tiene el más m ínim o deseo
de ir directo al H ade, donde de nuevo tendría que ver a su padre y a su
madre.
Este tono puede p arecem os po co apropiado para un héroe. En lugar
de asum ir sus d eu d as sim bólicas y ‘sald arlas’ con su m u erte, Edipo c o
m ienza a hacer o b je cio n e s m enores, a protestar, incluso a d iscu tir: c o n si
dera que el precio es dem asiado alto. Es la víctim a de una in ju sticia. Ese
elem ento del dram a se enfatiza todavía m ás en Edipo en C olon o, donde
crece hasta cu b rir toda la obra.
En la obra de L acan, podem os d ele cta r una cierta am bigüedad sobre
este aspecto de E d ip o. En diferentes p u n tos de La ética d el psicoan álisis,
Lacan llam a la a ten ció n sobre estas o b je cio n e s de Edipo y la ausencia de
una recon ciliación co n su d estin o .179 Sin em bargo, en sus otras obras,
tam bién hay p asajes que parecen ir en con tra de nuestra interpretación.
Por ejem p lo:
Me p h y n a i, e s te d e s e a r la no s e r o d e s e a r ía n o h a b e r s i d o ... e s lo q u e
está en ju e g o en el ca so d e E d ip o . ¿ Q u é se in d ica aq u f si n o el
h e c h o d e q u e m ed ia n te la im p o s ic ió n del d e stin o en el h o m b r e ,
m e d ia n te el in te rca m b io p re sc rito p o r la e stru ctu ra de lo s p ad res,
a lgo e n tra en ju e g o , algo o c u lto d e b id o a lo cu a l, al e n tr a r e n el
m u n d o , el h o m b r e en tra en u n ju e g o in s o lu b le d e d e u d a? E n el
a n á lisis fin a l, E d ip o só lo e s c u lp a b le p o r la a c u sa c ió n C ju e re c ib e
de la d e u d a d e la Ale qu e lo p r e c e d e .180
l7,,‘Para Edipo, el reino absoluto de su deseo se ju e g a entre los dos, algo q u e saca a relucir
su ficien tem ente el h e c h o de que se lo m uestra acertad o de m anera inflexible hasta el final,
exigien d o todo, no ced ien d o nada, por c o m p le to irreconciliad o' (Jacq u es Lacan, The Elh-
ics o f P sychoan alysis, Londres: Routledge, 1 9 9 2 , pág. 3 1 0 ).
I80J . Lacan, Le tra n sferí, pág. 3 5 4 .
del fin del análisis, tiene que ver con el hecho de q u e el análisis cslfl
centrad o sólo en torno del sign ificante) no son, de h e ch o , enunciadas
por Edipo. C o m o en el caso de d ecir ‘m ejor m orir q ue estar vivo y ciego’
(que sigue la m ism a lógica), es el coro el que canta me p h y n a i, no Edipo.
Aquí, una vez más la actitud de Edipo tiene una significativa diferencia
con respecto a las perspectivas expresadas por el co ro . De hech o, Edipo
no se deja llevar por glorificación alguna de caren cia de ser. lo que su
posición glorifica, más bien , es el ‘ser un expatriad o’. Su existencia es la
de alguien a q uien el significante, las ‘babas’ del sig n ifican te, ha desterra
do. Ast que al final de Edipo rey, Edipo no elije el su icid io - e s o anularía
su existen cia co m o desterrado y cond u ciría la tragedia de nuevo a una
articulación pura de sign ificantes en la cual todas las deudas se saldan
con prolijid ad. En lugar de eso , ‘elige’ con tinu ar su existen cia co m o un
desterrado ciego sin d irección.
Si hu biéram os de buscar paralelos entre el final de Edipo rey y las
diferentes versiones del final del análisis de Lacan, podría ju stificá rse
nos en afirm ar que Edipo está m ás cercano a la versión form ulada en
térm inos de 'atravesar la fantasía -id en tifica rse c o n el sín tom a’ de lo
que está de la versión en la cual el su jeto por ú ltim o asum e su cu lpa e
‘internaliza’ su destino con tin g en te. Edipo no se id entifica con su d es
tino, se identifica (y eso no es lo m ism o) con aq u ello de sí que hizo
posible la realización de ese d estin o: se identifica c o n su ceguera. Esa
es la razón p o r la cu al, al final de la tragedia de E d ip o , tratam os no co n
la ‘su b jetiv ació n ’ (co n el proceso m ediante el cual el su jeto reconoce de
m anera retroactiva su ser su b jetiv o precisam ente d o n d e n o era nada más
que el ju g u e te en las m anos del d estino) sino, por el con trario, co n la
‘o b jetiv ació n ’ o ‘reificación’. Edipo term ina com o un o b je to despreciable
en el sen tid o lacaniano del térm in o . Si, en el m o m en to de su h orrib le
d escu brim ien to, Edipo se h u biera m atado (el lugar de sacarse los o jo s),
habría com p letad o el proceso de subjetivación. La co n tin u a ció n de su
‘ciega e xisten cia ’, por el co n trario , m ueve las cosas en u n a d irección por
com pleto diferente.
De h e ch o , el que Edipo n o m uera al final de la ob ra garantiza más
atención. C u and o m enos p od em os d ecir que es un final atíp ico para una
tragedia, pues parece interferir c o n el m ecanism o de catarsis. Si Edipo
hubiera m u erto, su parricidio y su incesto h abrían segu id o siendo la
( osa cen tral en torno de la cual su imagen y su d estino habrían erigido
tina cortin a para atraer y cap tu rar nuestro d eseo (así es com o Lacan
define la catarsis en el caso de A ntigona - l a im agen sublim e de A ntígona
'entre dos m uertes’ atrae nu estro deseo y tien e el efecto, al m ism o tiem
po, de atraparlo: fascinad os por esta im agen, dudam os y nos d ecim os
'no irem os más lejos de a q u í’, 'hem os visto lo suficien te’) . 181 Pero en
lugar de eso, lo que su ced e en el caso de Edipo es que él m ism o deviene
la C osa de la tragedia, el desterrado, ‘una co sa de culpa y terror sagrado
tan grande que horroriza a la tierra, a la lluvia del cielo, a la luz del día’,
com o co n tanta generosid ad lo describe C reo n te. No hay im agen su b li
me alguna al final de E dipo rey. Para eso ten d rem os que esperar hasta el
final de E dipo en C olono.
No sólo Edipo no m u ere al final de E d ip o rey, sino que tam bién
aparece co m o el principal personaje en la ‘secu ela ’, Edipo en C olon o que,
p odríam os decir, ‘in m ortaliza’ su vida co m o un desterrado ciego. De
h e ch o , uno de los leitm o tiv de Edipo en C o lo n o es precisam ente su no re
co n ciliació n con el d estin o, la negativa de E d ip o a consid erarse cu lpable.
Estos pasajes enfatizan este tem a:
C O R O : ¡Q u é h a s h e c h o !
E D IP O : N o , n o h e c h o ...
C O R O : ¿Q u é e n to n c e s ?
E D IP O : H e re c ib id o , re cib id o c o m o d o n , u n p re m io para ro m p e r
el c o ra z ó n - ¡O h , ro g aría a lo s d io se s n u n c a h a b e r sid o rey de
m i ciu d a d , n u n c a h a b e r gan ad o el p re m io q u e m e en treg aro n !
(p ág . 3 1 6 ) .
Esta situación de 'd eseo y cu lpa’ se repite cu ando se trata del castigo
de A gam enón - l a ju s tic a im puesta por C lilem nestra. A pesar del h ech o
de q ue:
184 Podría resultar de interés aquí observar q u e, a diferencia de H am let, con frecuencia
se ha dich o qu e la historia de Edipo p erten ece al género de la n ovela policial. Algunos
han ido incluso m ás lejos y han visto en E d ip o rey el prototipo del g én ero noir. Es p or eso
que Edipo rey apareció en la ‘serie noir’ de la editorial francesa G allim ard ('traducido del
m ito’ por D id ier Lam aison). Aquello q ue acerca la historia de E d ipo al universo noir es,
p or supuesto, el h ech o de que el héroe (el detective) está, sin sab erlo , im plicado en los
delitos q ue está investigando. Incluso pod ría decirse que la historia de Ed ipo se encuentra
en el corazón de la ‘nueva ola' de film n oir -p e líc u la s co m o A ngel H eart o Blade Runncr
(la edición del d irecto r) donde al final sale a la luz el hecho de q u e el héroe m ism o es el
delincuente q u e está buscando.
el nivel m ism o de su e x isten cia , cu lp ab le só lo por el h echo de sa b e r.
¿Pero q u é significa c o n exactitu d ser 'cu lp a b le de ser’ y d ónde e n c a ja el
co n o cim ie n to en la historia?
El co n o cim ien to en cu estión es un d oble con o cim ien to . Por un lado,
es el co n o cim ie n to que Lacan llama ‘co n o cim ie n to del crim en e d íp ic o ’.
Por otro lado, tiene que ver con algo que pod ríam os llamar 'el c o n o c i
m ien to de la m uerte’ - l a aparición del padre m u erto que sabe que está
m u erto y testifica sobre el h ech o de que la m u erte no produce olvido.
Esta ú ltim a dim ensión del con o cim ien to está a las claras vinculada con
el lem a de ‘cu entas no sald ad as’. Al antiguo rey, el padre de H am let,
se lo hab la ‘|segado| en la flor de [susl p ecad os, sin viático, asistencia,
extrem au n ció n , sin ren d ición de cu entas sin o enviado a rendir cu en tas
con tod as [sus| im p erfeccio n es sobre [susl esp ald as’. En otras palabras,
la m u erte congeló los b ien es del padre de H am let en el m o m en to en el
que lo sorp ren dió. La últim a versión de su vid a fue tal que resultó ser la
sum a de sus pecados.
Pero lo que se pone e n ju e g o en la tragedia de Hamlet va m ás allá de
la venganza de H am let de la m uerte de su padre. El castigo del asesino
(el lío de H am let) lejo s está de ser, para H am let, la tarea princip al. Su
p rin cip al tarea es sald ar las cuentas d e su p a d r e (pagar las deudas de su
pad re) y asegurarse de q u e la vida de su padre pueda por fin llegar a una
co n clu sió n . Eso es lo q u e dificulta tanto su m isión. En H am let, d eb em os
d isting u ir entre dos niveles de la obra, d o s niveles que con frecu encia
se co m b in an entre sí. Los m otores de la o b ra de Hamlet son en efecto
dos crím en es d iferentes: el crim en de C lau d io, sobre el cual se funda
un nu evo gob iern o y los crím en es del pad re de H am let, por los cuales
n o tuvo tiem po de arrep entirse. Aquel q u e sabe (el padre de H am let) es
-s ig u ie n d o la fórm ula de L a c a n - aquel que no ha pagado por el crim en
de su existen cia. Las co n secu en cia s para la sigu iente generación n o serán
fáciles y H am let d ebe asegurarse de que esa deuda se pague. N unca nos
e n teram o s de nada esp ecífico acerca de los crím en es de su padre, pero
los to rm en to s que sufre d eb id o a ellos tien en la suficiente elo cu en cia. Le
d ice a H am let q ue la d escrip ción de ap enas el m enor de sus to rm en tos
‘d esgarraría tu alm a, te helaría la sangre, co m o estrellas, le haría sallar
los o jo s de sus ó rb ita s y erizaría tu liso ca b e llo poniendo de punta cada
pelo cual púas de aterrad o pu ercoespín’.
Su errar en ire dos m undos, el su eñ o infernal que le lleva la muerte
en lugar del olvid o, el lugar h orrib le 'entre dos m u ertes’: el padre de
Ham let no fue co n d en ad o a todo esto sólo por ser v íctim a de un ataque
cobarde y en g añ oso, sino porque la m uerte lo sorp ren d ió cuando no
estaba preparado. El castigo del asesino por sí no puede cam b iar nada,
porque el p roblem a del padre de Ham let se sitúa en otro nivel. El que
Hamlet se vengue de Claudio no será suficiente para pagar las deudas
de su padre. De ese m odo, ¿qué h e d e hacer?, la pregunta q u e atorm enta
a Hamlet, es sob re si debería o no m atar a Claudio. La pregunta real es:
¿qué puedo h a cer para que la deuda de mi padre q u ed e paga antes de
qu e el asesin o ten ga la op ortu n id ad d e s a ld a r sus propias cu en tas? Esta tarea
es m ucho más difícil que sólo vengarse y es esto lo que e x p lica la famosa
exclam ación: ‘el tiem po se ha d islo cad o ’ (the time is out o fjo in t ).
Con la m uerte del rey, el tiem p o se ha detenido en un punto muer
to que no perm ite futuro alguno, y eso se debe p recisam ente a que el
antiguo rey es incapaz en realidad de irse de su reino y ‘descansar en
paz’. El fantasm a no regresa a E lsinore, vive allí. No es el caso que ese
‘algo podrido’ del presente sea la con secu en cia de un ten eb ro so y ocu lto
pasado. Más b ie n , Elsinore ni siq u iera tiene un p resen te, por lo cual
el castillo está co n d en ad o a vivir en el pasado. Los p rotagonistas de la
ob ra (sobre tod o H am let) están literalm ente cautivos en el pasado, en la
historia no realizada del rey y del padre. El m undo sigue su curso, pero
para H am let, el tiem po se ha d eten id o. A Hamlet se lo arro ja al tiem po
de la vida de su padre, a la cual d ebe llevar a una co n c lu sió n para que su
propio tiem po pued a retom ar su cu rso.
H amlet podrá lograrlo sólo en otro tiem po (‘en la hora del O tro’),
en la hora de (su propia) m uerte: en el intervalo atem p oral que se abre
entre el m o m en to en el que H am let recibe el toque fatal de Laertes y el
m om ento de su m uerte. Puede cu m p lir con su tarea sólo al ofrecerse
com o una suerte de tablilla que vuelve a colocar el tiem p o en su lugar
- e s decir, al u b icarse en el tiem po de su padre, en el tiem p o de los m uer
tos vivientes, en el tiem po entre dos m uertes, desde d ond e resuenan sus
últim as palabras. Es recién aquí q u e no sólo puede vengar la m uerte de
su padre, sino tam bién asegurarse de que las deudas de aquél con este
m undo se paguen. La m u erte de H am let com pleta la historia de su padre
- c o m o es ad ecu ad o, dado que a partir de un cierto m o m en to , la vida de
Hamlet no ha sido más q u e la prolongación de la historia de su padre.
De este m odo, todo esto su sten ta nuestra tesis de que debe ju zg arse cu l
pable a Ham let en el nivel de la existencia, cu lp a b le por vivir.
Regresem os ahora a n u estro problem a orig inal. ¿Por qué es que E d i
po no es culpable? H em os d ich o que la cu lpa entra en escena co n el
h echo de que el O tro sepa y haga saber al su je to que sabe. ¿Pero q ué es
lo que sabe el O tro? No es sólo una cu estión de que el O tro sepa (p o r
anticip ad o ) el destino del su jeto , se lo revele. El co n o cim ien to que está
e n ju e g o no es, por eje m p lo , de la forma: ‘m atarás a tu padre y d orm irás
con tu m adre’, una suerte de con o cim ien to q u e es (co m o testifica Edipo
rey) un tipo inútil, sólo otra forma de ceguera. Por el con trario, tiene
que ver con algo que podría llam arse ‘plus de c o n o c im ie n to ’, un c o n o c i
m iento al cual está ligado el deseo del su jeto. Ese ‘plus de co n o cim ie n to ’
(por parafrasear el ‘plus de g o ce’ de Lacan) está relacionado con el lugar
desde el cual se en u n cia el con o cim ien to (del parricidio e incesto, por
e jem p lo ). Es el h echo m ism o de que el co n o cim ie n to esté ‘d islocad o’,
separado del lugar de su en u n ciació n , lo q u e se encuentra en el origen
de la tragedia de Edipo. El orácu lo le reveló a Edipo su destino cu an d o
estaba viviendo en C o rin to , sin saber que ese v iaje en realidad se había
iniciado desde su n acim ien to en Tebas - y esta d iscrepancia es su ficiente
para que com plete su v iaje sin ser co n scie n te de su carácter escan d a
loso. En otras palabras, el ser de Edipo se e n cu en tra a bordo en Tebas
m ientras que su co n o cim ie n to (y, con él, su d eseo ) se em barca recién en
C o rin to. Eso es lo q u e h ace que la tragedia de Edipo sea única y ju stifica
nuestra descripción de ella c o n las palabras q u e usa Lacan en referencia
a la tragedia de C laudel: ‘a alguien le quitan su deseo y, a cam b io , se e n
trega a éste [alguien| a otro - e n este caso, al orden social’ o, form ulado
de otro modo: ‘se le q u ita el deseo al su jeto y, a cam b io , se lo envía al
m ercad o, donde se o frece |a ese sujeto] al m ás alto postor’.185
¿Por qué, entonces, Edipo no es culpable? Porque desde el principio
m ism o, se le roba su deseo (que por sí podría haberlo hecho cu lpable). A
cam b io , se lo entrega a otro, al ‘orden social’ (al trono) y a Yocasta. Más tar
de llamará a esto un don desastroso recibido a cam b io de sus servicios. Re
cordem os una vez más el diálogo entre Edipo y el coro sobre el incesto:
l8’ L a c a n , Le transferí, p á g . 3 8 0 .
C O R O : ¡Q u é h a s h e c h o !
E D IP O : N o , n o h e c h o ...
C O R O : ¿ Q u é e n to n c e s?
E D IP O : H e re c ib id o , re cib id o co rn o d o n , u n prem io para ro m p er
el co ra z ó n - ¡O h , rogarla a lo s d io se s n u n c a h a b e r sid o rey d e mi
ciu d a d , n u n c a h a b e r g an ad o el p re m io q u e m e en treg aro n !
La m u e rte d e la C o s a
'“ Ver Je a n -Jo se p h , G oux, CEdipe p h ilo sop h c, Parts: Aubier, 1 9 9 0 , págs. 2 4 -5 .
pérdida de la C o sa/Jo u issa n ce, lo cual es la con d ició n n orm al de la ini
ciació n del héroe. La tragedia de Edipo, con clu y e G ou x, es la historia de
la venganza del d eseo de la madre: la Esfinge se venga p o r no h a b er sido
a sesin ad a, sin o sólo pospuesta, por la inteligente respuesta de Edipo.
Digamos de inm ed iato que esta in terp retación nos parece problem á
tica. Sin em bargo, puede servir com o provocad or punto de partida para
nuestro intento de desarrollar otra interp retación de Edipo y co m o for
ma de perm itirn os sacar a relucir alg u n o s elem entos m en os conocid os
de la teoría lacaniana -e le m e n to s que arrojarán una luz d iferente sobre
las fórm ulas co m u n e s: la relación im aginaria más la ca stra ció n (sim bóli
ca) equivale al su je to de la ley sim bólica m ás la pérdida en carn ad a en el
petiLobjet a co m o cau sa del deseo. El ‘típ ico m ito de in icia ció n ’.sigue esta
fórm ula: el ingreso del héroe en lo sim b ó lico , en el sig n ifican te, im plica
la pérdida de la C o sa y crea, por un lado, un su jeto puro del significante
y, por el otro, un resto indivisible que en adelante será la fuerza motora
del deseo del su jeto , en la medida en q ue el o b jeto que alcan ce nunca
será Ello (la C osa m ism a). No o b stan te, hay otra versión, in clu so más
‘lacaniana’ de esta historia, y su héroe no es otro sin o Edipo.
La presuposición central de la in terp retación de G ou x es en esencia
antifreudiana: su co lo ca ció n de la figura m aterna, no de la paterna en la
función principal del desarrollo del su jeto . Según esta interp retación (y
en oposición a F reu d ), ‘al principio’ no estaba el parricidio original sino
un m airicidio. La fu n ció n del padre se con sid era secu nd aria en com pa
ración con la de la m adre. M ientras para Lacan 'la m u je r [la /emme| es
un o de los n om b res del padre’, G oux sostien e que es el padre quien no
es sin o uno de los nom bres de la m ujer. Es verdad, por su p u esto, que
co n frecuencia se c ritica a Freud por ob viar el h ech o de q u e los m ons
tru os a los que m atan los héroes legend arios son en p rin cip io m ujeres,
un h ech o que se con sid era entonces que ind ica la prim acía de la m ujer
(o la m adre) en la con stitu ció n m itológica del sujeto. No o b stan te, la
versión ‘noir’ del m ito de Edipo que m encionáram os (en la nota 16)
m ás arriba nos m u estra co n claridad có m o esta interp retación cae en la
m ism a tram pa que in ten ta evitar: a saber, la perspectiva que privilegia la
‘fantasía m ascu lina’. En la versión noir de E d ip o rey es, p o r su p u esto, la
Esfinge la que d esem p eña la función de la f e m m e fa t a le , y la posición de
la fe m m e fa t a le (es decir, de la M ujer) es la de la excep ción consíituíiva de
la fu nción fálica, que así representa la fantasía m ascu lina p a r ex cc llen ce.
Es la p o sició n del 'am o ca p rich o so ’ que no está lim itad o por la ley y q ue
‘quiere to d o ’ (para esto, es suficiente recordar la im agen de la Dam a del
am or co rté s). En otras palabras, la m ujer [la fe m m e ] es precisam ente
‘uno de los nom bres del pad re’. El padre no sólo es la instanciación sim
bólica y pacificadora de la ley. La figura tiene co m o inverso la figura q ue
Lacan llam a ‘Padre-jouissance’: es este padre ‘real’, este padre-jouissance
que d eb e m o rir para que la Ley se instituya.
Seg ú n esta perspectiva, la tragedia de Edipo n o es la tragedia de un
hom bre q u e no ha logrado co n éxito el pasaje de lo im aginario a lo s im
b ó lico sin o , por el con trario, la tragedia del ingreso en lo sim bólico m is
m o. Pero (y este es el valor ejem p lar del m ito de Edipo) ‘tragedia’ aq u í
no se refiere a todo lo que d ebe perderse, al precio que debe pagarse,
para p o d er ingresar en lo sim b ó lico . No se refiere a todo a lo que d ebe
ren u n ciarse con heroicidad y d olor (el jo u issa n c e absolu to, por e je m p lo )
para o b te n e r acceso al lugar propio de uno. El acen to en la tragedia no
está p u esto en las co n d icio n es de ingreso en lo sim b ólico, sin o en las
co n se cu e n cias de ese ingreso. De ese m odo, en op osición al argu m ento
de G o u x , sostend ríam os que Edipo ‘mata la C o sa’ de una manera m u ch o
más rad ical que sus con trap artes m itológicas, no m ediante la fuerza. En
su respuesta, Edipo nom bra la Cosa - y no es una sorpresa el que E llo se
‘evapore’ co m o resultado, que desaparezca sin d ejar atrás ninguna m a n
cha de sangre. Pero e n to n ces, si este es el caso , d eb em os p regun tarnos
‘de d ón d e proviene’ la tragedia de esta situ ación (el destino trágico de
Edipo), si la Cosa se evapora así sin resto alguno, si el pasaje de lo sim
b ólico tien e lugar con tal facilidad.
U na pregunta sem ejante por lo general p ro v oca la respuesta q u e,
de lo d o s m odos, la Cosa en realidad no se ha evaporado sin d ejar resto
alguno. Siem p re hay una cierta parte de la C osa q ue sobrevive el ingreso
en lo sim b ó lico y su ‘m o rtifica ció n ’ en el significante. Pero esta historia
de resto s puede ser en gañosa, dado que co rre el riesgo de caer en la
tram pa de una perspectiva ‘evolutiva’: prim ero la C osa, luego el sig n i
ficante y lo que queda de la Cosa. La posición de Lacan en este asp ecto
es m u ch o m ás radical: ‘el resto ’ (lo que llam a el o b jel petit a) no es sólo
el resto de la Cosa, sino el resto del sign ifican te m ism o que, de m anera
retroactiva, establece la d im en sió n de la Cosa. N o es el resto de alguna
‘m ateria’ que el sig n ifican te fue incapaz de ‘transform ar’ en lo sim bólico.
Es el resto, el exp atriad o , la ‘tab lilla’ de la dinám ica autorreferencial de
los significantes. Es en este sentido q u e d eberíam os e n ten d er la tesis se
gún la cual la o p era ció n de lo sim b ó lico (de la sim bolizació n ) nunca sale
b ien , siem pre p ro d u ce un resto. N o es que después de esta operación
queda algo p resim b ó lico , com o ‘in sim b olizab le’ o algo que ‘escap a’ a la
sim bolización, sin o q u e la sim bolizació n , en su p erfección y com pletilud
m ism a, produce un plus que la ‘socav a’ desde dentro al en g en d rar im
passes. Para parafrasear a Hegel: el resto es el hueso del esp íritu m ismo,
no algo externo q u e el espíritu no ha podido devorar por com p leto .
Es por esta razón que en su fam oso ‘grafo del d eseo’ Lacan sitúa en
el lugar del resto de la cadena significativa la voz que es, h ab lan d o en
rigor, un producto de la cadena significativa mism a (del p arloteo de sig
nificantes), no un resto de algo an terior al advenim iento de lo sim bólico.
Este es, entonces, el valor conceptual del m ito edípico: sitú a la fuente de
la tragedia en la finalizada, ‘cien por cien to com p letam en te’ lograda sim
bolización, en la palabra, después de cuya aparición la E sfinge se esfum a
sin d ejar rastro. Lo q u e ‘sella el d estin o ’ de Edipo no es algú n resto ocu l
to de la Esfinge/Cosa, sino precisam ente la palabra y sus con secu en cias
(sus ‘restos’). Por lo tan to, la ruina de E d ip o será produ cto del h echo de
que él perm anecerá fiel (aunque de m anera involuntaria) a su palabra.
En cu anto al im passe de lo sim b ó lico generado in tern a m en te, la tra
gedia de Edipo se d espliega en dos niveles. El prim ero es el nivel de la
divergencia entre lo em p írico y lo sim b ó lico -u n a divergencia que se
sigue del h ech o de q u e los otros (y sob re todo su padre y su m adre) no
so n siem pre fieles o equivalen a sus palabras, a su fu nción sim bólica. El
segundo nivel sob re el cual la tragedia se despliega tiene q ue ver con el
h e ch o de que Edipo se convierte en ‘reh én ’ de su palabra, d e la respuesta
al acertijo que le form u lara la Esfinge. Tratem os estos niveles del destino
trágico de Edipo de a un o por vez.
¿Q u é es un p a d re ?
l88Slavoj Zizek, The Invisible R em ainder, Londres y N ueva York: Verso, 1 9 9 6 , pág. 145.
Al principio, Edipo se en cu en tra arrojado en un vacio, un espacio to
davía no delim itado por h itos sim bólicos (no sabe quiénes son su m adre
y su padre ‘reales’). No es hasta después de haber atravesado ese espacio
vacío que tiene, para él, la co n d ició n de lo em pírico que crea de m anera
retroactiva lo sim bólico y su deuda en la cual debería haber nacido, pero
que sus padres le quitaron en u n intento de evadir sus destinos. Podría
mos d ecir que es sólo al final de su historia que Edipo realiza las co n d i
ciones de su propio nacim iento, las cond iciones de lo sim bólico y de su
propia ‘in iciació n ’. Por esa razón, Edipo no es ‘cu lp able desde el m om en to
en que entra en el ju e g o ’ (co m o Lacan describe la posición de H am let).
En este con texto, es in stru ctiv o ver qué d ice Edipo (en C o lo n o )
acerca de su parricidio en su diálogo con C reonte (que desea llevar de
regreso a Edipo, por voluntad propia o no, a Tebas, dado que un nuevo
oráculo ha predicho prosperidad para la ciudad en la que se en tierre a
E dipo). Lo que hace en particu lar cautivador este diálogo es que los d os
in terlo cu to res hablan a una tercera persona, Teseo (rey de A tenas), y a
un coro de atenienses. C reonte desea persuadir a los atenienses de q ue
Edipo es un crim inal verd ad eram ente repugnante a quien d eberían n e
garle su hospitalidad y que d eb ería entregársele a él, C reonte. En cu an to
a Edipo, d ebe convencer a los atenienses de que no es verdad, que él
no es en verdad un crim inal. A sí, desde el pu nto de vista d ram atú rgico,
ese d iálogo es central, d ado que nos presenta u n a situ ación en la cu al el
O tro (el ‘ju ra d o ’) debe d ecid ir si Edipo es cu lp ab le o no.
P or supu esto, C reonte n o duda en usar palabras duras y a cu sa cio
nes: ‘un p a rricid a ... peor aú n , una criatura tan corru p ta, expuesta co m o
el com p añ ero, el im pío m arid o de su propia m ad re’ (pág. 3 4 3 ). N u n ca
habría pensado, dice a Teseo y sus hom bres, q u e ustedes, h on orab les
aten ien ses, no hagan sino co n d en a r a hom bre tan despreciable. E dipo
respond e a eso, tam bién d irigiénd ose él m ism o a los atenienses, c o n un
argu m ento digno de un abogad o habilid oso que se dirige a un ju ra d o :
form ú lense una pregunta sim p le. Si en este m om en to un extraño se les
acercara y pareciera querer atacarlos, ¿se defenderían o prim ero le pre
guntarían si no es, por casualid ad , su padre? (E s evidente que el m ism o
argu m ento funciona igual de b ien para la acu sación de incesto: ¿tien en
la co stu m b re de preguntar a las m ujeres, antes de dorm ir co n ellas, si
podrían ser, por casualidad, su m adre?).
El efecto có m ico de esla respuesta, c o n la cual Edipo con q u ista los
corazones de los aten ien ses, no debe d esv iarn o s del ob jetivo principal ;il
que está apuntando: ¿qué es un p a d re? ¿C ó m o se reconoce a un padre? Y
si no soy capaz de re co n o cer a alguien co m o m i padre (y él, por su parle,
es igual de incapaz de recon ocerm e a m í), ¿sigue siendo mi p a d re?.189 A
eso , Edipo agrega un argum ento inclu so m ás significativo: si mi padre
regresara a este m u n d o, no creo que tuviera nada para d ecir en mi co n
tra. Es decir: el padre m ism o no se reco n o cerla com o Padre en el viajero
que intentó m atar a Edipo.
Es en este p u nto q u e toda la tragedia de la historia de E d ip o se re
vela -¡n o m até a mi p a d re! Esto nos devuelve una vez más a la cu estión
de la culpa de Edipo y p odem os ver así c o n claridad la am bigü ed ad del
lam ento que Edipo en u n cia reiteradas veces: ¡si tan sólo fu e r a culpable!
Si b ien estas palabras sugieren una q u eja p o r la injusticia (E d ip o paga
caro por algo de lo cu al él no es cu lp a b le), tam bién sugieren algo q ui
zá inclu so más radical. ¡Si tan sólo fuera cu lp a b le -p e r o m e quitaron
in clu so ese honor, el lugar en lo sim bólico (ab ierto a mí por d erech o)!
D espués de todo el su frim ien to que he pasad o, ni siquiera soy culpable
(eso enfatiza el sin sen tid o de su d estino, n o su Sentido o Significad o).
Ni siquiera me d ejaron la posibilidad de p articip ar en las co sas com o
su jeto (de deseo).
De ese m odo, Edipo no se encuentra en ninguna po sició n com o
para cargar con heroicid ad la culpa por asesin ar a su padre po rqu e ‘en su
historia no hay padre en ab so lu to’ (L acan ), porqu e no m ató a su Padre.
A eso es a lo que ap u nta Lacan cuando d ice en ‘Le m ythe individuel du
n évrosé’ que todo el esq u em a edípico m erece una crítica. El p u nto del
co m p le jo de Edipo no es sólo que el h ijo q u iere m atar a su padre para
p od er dorm ir (tra n q u ilo ) co n su madre. Por el con trario, lo q u e el hijo
q u iere matar en el padre es precisam ente su incapacidad para estar a la
altura de la función paterna. La agresión del h ijo no se dirige al padre
co m o agencia de la ley sim bólica (que le niega el acceso a la m ad re), sino
¿Q u é h a re m o s c o n E d ip o ?
E l re h é n d e la p a la b ra
L os d e sa fío a p ro b a r d e c u a lq u ie r m an era q u e d e s c e n d e r 5 0 0
m e tro s a p ie c o n 8 0 k ilo g ra m o s s o b r e su s esp ald as y, ira s h a b e r
d e s c e n d id o , v o lv er a s u b ir 5 0 0 m e tro s n o es n a d a, n o im p lic a
tr a b a jo a lg u n o . Hagan ese e s fu e r z o , in térn en lo , y e n c o n tra rá n
p ru e b a s d e lo c o n tra rio . P ero si ex p resa n eso en té r m in o s d e
s ig n ific a n te s , e s d ecir, si tra n s ita n el c a m in o d e la d in á m ica ,
e s a b so lu ta m e n te seg u ro q u e el esfu erz o n o im p lic a tr a b a jo
a lg u n o .1,4
Es una d efin ició n bastante sorp ren d ente del plus de goce/trabajo:
un trabajo q u e, desde el punto de vista del con o cim ien to ‘articu lad o’ (el
co n o cim ien to que ‘se co n o ce’), n o se ha producido pero q u e, sin em bar
go, nos ha h e ch o sudar en ab u n d an cia, el conocim iento/trabajo que no
se articuló en lo sim bólico, en las ecu acion es d inám icas en las que ‘-5 0 0
+ 5 0 0 = 0 ’, cuya ún ica prueba es el su d or de nuestra frente. Podem os
l,JJ.-R V ernant, ‘A m biguité ei renversem ent. Su r la structure én igm atiq ue d'CEdipe roí’ en
V em ant y V id el-N aqu ct, M ythe et ir a g id ie en C r tc e ancienne, pág; 1 2 7 .
1,1 Le sav oir qui se sait y le sav oir qu i ne se s ait p as. Estas dos fórm u las, que traducim os
com o ‘el co n o cim ie n to qu e se conoce a sí m ism o ’ y ‘el con o cim ien to q u e no se co no ce a
sí m ism o’ pod ría tam b ién entenderse de una m anera más co m ú n c o m o 'el con ocim ien to
que uno co n o ce (a cerca .d e)’ y 'el c o n o cim ie n to que uno no co n oce'.
l,4Ja c q u c s Lacan, Le Sém in aire, libre XVII: L en v ers d e la p sy ch an aly se, París: Seuil 1 9 9 1 ,
pág. 5 4 .
e n co n trar un equivalente de este ‘co n o cim ie n to que no se c o n o c e ’ en
el problem a que supone el llam ado ‘trabajo de las m u jeres’ (tareas do
m ésticas, trabajo im p ro d u ctivo’ que nunca se cu antifica o ‘exp resa’ en
n ú m eros) para los e co n o m ista s y sus ‘ecu a cio n e s’.
En la medida en que se ‘pierde’, ese co n o cim ie n to que no se co n o ce
(q u e perm anece d esco n o cid o ), pero sigue fu n cion and o, con stitu y e el
p u nto m ediante el cual ten em os acceso al jouissance y tam bién a la ver
dad: ‘es m ediante el co n o cim ien to com o m ed io de goce que se realiza
el trab ajo , el trabajo q ue tiene sentido, un sen tid o oscuro. Ese sen tid o
oscu ro es el de la verdad’. 195
Es en relación con este punto que Lacan form ula la pregunta c ru
cial: ¿qué es la verdad c o m o con ocim ien to? O , en otras palabras, có m o
p od em os co n o cer sin co n o cim ie n to (o sin sa b erlo ): com m en t sa v o ir sans
sa v o ir? La respuesta se e n cu en tra en la ‘lógica’ del acertijo o el enigm a. La
verdad co m o co n o cim ie n to se estructura co m o un acertijo com p arab le
al postulado por la Esfinge a Edipo. La verdad co m o co n o cim ien to es un
‘m ed io d ich o ’ (un m i-d ire), así com o la Esfinge es un 'm edio cu e rp o ’, lis
to para desparecer ni b ien se resuelve el ace rtijo . La Esfinge presen ta un
a certijo a Edipo, quien lo responde de una m an era en particular (Lacan
enfatiza que son posibles m u chas otras respuestas) y es m ed ian te esc a cto
qu e se con v ierte en Edipo:
"” lb id ., pág. 5 7 .
' * Ibid ., pág. 3 9 .
cosas, pero ese co n o cim ie n to no tiene nada que ver con la verdad, pues
para que el efecto de la verdad ocu rra, el su jeto debe arro jar su palabra
com o una apu esta, tal co m o hiciera E d ip o -u n a diferencia m ás entre él y
sus ‘típicas’ co n trap artes m íticas a q u ien es los dioses ayudaban al susu
rrarles al oíd o la respuesta correcta. (¿N o podríam os d ecir que los dioses
clásicos aparecen hoy en día disfrazados de d iccionarios de acertijos y
así confirm ar la tesis lacaniana según la cu al el auténtico en u n ciad o ateo
no es ‘Dios está m u erto ’ sino 'D ios es in co n scien te ’?) Con clarid ad , deri
vam os nuestro p lacer de la solu ción de ace rtijo s o cru cig ram as antes de
consu ltar el d iccio n ario y revisar la respuesta correcta - e s decir, antes de
haber recurrido al co n o cim ien to que se co n o ce.
Es de este co n o cim ie n to , el c o n o cim ie n to que podríam os llamar el
co n o cim ien to garantizad o (por el O tro ), del que carece Edipo. Nadie
(ni una divinidad ni un d iccion ario de a certijo s) puede garantizarle por
adelantado q ue su respuesta estará b ien (o será ‘verdadera’). Y a pesar
de eso, aventura su respuesta. Al h acerlo, se acerca más que sus con tra
partes m íticas a la d im en sión del A cto en el sentido propio del térm ino.
Pero ¿qué sign ifica eso? ¿Im plica que el acto de Edipo es un acto de
‘transgresión’ y traició n del O tro o de la trad ición (co m o sugiere G oux,
que consid era la respuesta m isma a la Esfinge un delito en relación con
el cual el p arricid io y el incesto no son sin o co n secu en cias - u n casti
go por su d elito original)? Adem ás, si existen varias respuestas posibles
para el acertijo de la esfinge (com o so stien e Lacan), ¿no im p lica eso que
la verdad es por co m p leto arbitraria? ¿Podría haber dado Edipo, que
no tiene su d iccio n ario de acertijos a la m ano, cu alquier respuesta en
absoluto? Una perspectiva tan relativista, ¿no oscu rece la fu nción de la
verdad en lugar de aclararla? ¿No lleva eso a la* co n clu sió n de que, en
últim a instancia, la verdad no existe, porque no hay crite rio ‘ob jetivo’
de verdad?
La respuesta a todas esas preguntas es no y es p recisam en te eso lo
q ue aprend em os en la historia trágica de Edipo. Las dos caras del co n o
cim ien to de Lacan se pueden resum ir de la siguiente m anera:
La fu n ció n del a certijo en E dipo rey redobla así la función del o rácu lo
d ado q u e , com o hem os visto, el acertijo pregunta quién reúne en sí a tres
g en eracio n es. Edipo resp ond e co n una sola palabra y se con v ertirá en
el reh én de esa palabra cuya verdad atestiguará a un alto precio. Por esa
razón, sostenem os que G ou x pasa por alto el p u nto crucial cu an d o in
terpreta la solución del a ce rtijo de Edipo co m o una transgresión (E d ip o
ofend e al ‘O tro ’ - l o s dioses, los sabios, la trad ición— porque los ignora
l<)7Ja c q u e s Lacan, D'un discours qu i ne serif peís du scm blan t (sem in ario inédito), co n feren cia
del 13 d e en ero de 1971.
y encuentra la respuesta por sí solo, co n lo cual provoca su castig o). Lo
problem ático de esta interpretación es que pierde de vista un asp ecto del
m ito de Edipo que es m u ch o más radical y m ucho más im portante: el
h echo de que se trata por sobre todo de un ‘acto de cre a c ió n ’. El acto de
Edipo, su p ro nu nciam ien to de una palabra, no es tan sólo una atrocidad,
una palabra de d esafío lanzada al otro, sin o tam bién un a cto de creación
del O tro (un O tro d iferente). Edipo no es tanto un ‘tran sg resor’ com o
el ‘fundador’ de un nuevo orden. D espués de Edipo, nad a será com o
era antes y es exactam en te tal ruptura la que articula la con fig u ración
llam ada el ‘co m p le jo de Edipo’: Edipo no tenía un c o m p le jo de Edipo,
sin o que lo creó para todas las g eneraciones posteriores. La ‘estructura’
del acto de Edipo es la de todos los d escu brim ien tos: el e fe cto del ‘golpe
de la verdad’ es reestru ctu rar el cam p o de un co n o cim ien to d ado (de un
co n o cim ien to que ‘se co n o ce ’) y reem plazarlo con otro co n o cim ien to .
Eso es lo que Alain Badiou ha form ulado de m odo tan con m o v ed o r:
En el presente, sin duda se ju stifica ría que d ijéram os que Edipo tuvo
de h echo tal efecto: no era un a sim ple excep ció n a la regla. N o com etió
tan sólo una ‘tran sgresión’ que habría sid o castigada y, de ese m o d o , ‘ani
quilada retroactivam ente’ (u n g e c h eh en g em a c h t,j:o m o diría H egel). Por el
con trario, su acto ha tenido co n secu en cia s considerables.
Sin em bargo, es necesario señ alar que en ese acto de crea ció n , de
identificación precipitada, no hay nada heroico. Si b u sca m o s heroísm o,
sería más indicad o que lo b u squ em os en las con secu en cias del acto de
Edipo. Esa es la diferencia fundam ental entre la ética en el sen tid o estric
to del térm ino y la historia de E dipo rey. Esta últim a op era en el terreno
que podríam os llam ar ‘p re-crítico’, establece el ad venim ien to de la ética
El fru to d e la u n ió n in c e s tu o sa se h a d iv id id o e n d o s h erm a n o s,
u n o d e lo s cu a le s re p re se n ta el p o d er y el o tro el d e lito . N o hay
n a d ie q u e asu m a el d e lito y la valid ez del d e lito fu era d e A n tígon a.
E n tre a m b o s , A n tíg o n a e lig e s e r pu ra y s im p le m e n te la gu ard ian a
del s e r del d e lin c u e n te c o m o i a l .l'w
200 V er G.W.H Hegel, P hcnom cnolngy o f Spirit, O xfo rd : O xford University Press, 1 9 7 7 , pág.
4 4 6 -7 .
En el caso de A ntígona, la situación es d iferente. Antígona com ete
su acto ‘a sabien d as’, co m o n os dice Hegel, ‘co n o ce p o r adelantado la ley
y el p od er’ a los que se o p o n e .202 Podríam os agregar aquí que el trabajo
realizado de Edipo, el trab ajo que produjo un ‘n u ev o’ co n o cim ien to 'que
se co n o ce a sí m ism o’, es la co n d ició n previa de la tragedia de A ntígona
com o una tragedia de d eseo . Esa es la razón por la cu al en el p ersonaje
de A ntígona se abre una cierta d im ensión ‘h eroica’.
Los h ijo s de Edipo (la ‘tercera generación’) sa b e n todo lo que hay
que saber. H an leído a Hegel, estud iad o a Lacan, sab en todo lo que hay
que saber acerca de la fu n ció n del oráculo, inclu so saben que el deseo
es el deseo del O tro.
Eso es evid en te al final de E dipo en C olon o, d o n d e se m enciona la
historia d esarrollad a en A n tígon a. P olinices (q u e , se su p o n e, d ebe al
ternarse cad a añ o en el tro n o de Tebas con su h e rm a n o ) está inm erso
en un co n flic to co n E teocles, q u e se ha negado a p erm itirle retom ar su
gobierno. P o lin ices visita a E d ip o , su padre, quien c o n anterioridad se
había e x iliad o de Tebas, para recib ir su b en d ició n para una exp ed ició n
m ilitar co n tra E te o cle s y Tebas. En lugar de darle su b en d ició n , Edipo
lo m ald ice: E d ip o asum e el papel del oráculo al p red ecir: ‘y escu ch a
estas m ald icio n es q ue lanzo c o n tra ti: ¡que nu n ca g an es tu patria co n
tu lanza! ¡Q u e n u n ca regreses a A rgos, cercada de m on tañas! ¡M uere!
¡M uere a m an o s de tu propio h erm an o ! ¡M uere! ¡Y q u e m ates al m is
m o h o m b re q u e te e x p u lsó !’ (pág. 3 6 5 ) . C uand o P o lin ices, a pesar de
esas funestas p re d iccio n e s, co n serv a su d ecisión d e luchar, A ntígona
le pregunta: ‘¿N o lo ves? ¡Llevas a cab o las profecías de tu padre hasta
el final!’ (pág. 3 6 7 ) . P olinices resp on d e de una m an era en verdad laca-
m ana: ‘Es v erd a d , e s e es su d es eo - p e r o no p u ed o d a r m e p o r vencido'. Él,
P olinices, no p u ed e ren u n ciar a su d eseo, aquí d efin id o exp lícitam en te
com o el d eseo del O tro .
Es claro q u e en E dipo rey n o s en con tram os o p e ra n d o en un ni
vel por co m p le to d iferen te cu y o a cceso ha ab ierto el m ism o Edipo. El
co n o cim ie n to se c o n o c ió co n E d ip o y eso p erm itió la em erg en cia del
deseo, la d eu d a sim b ó lica y el h eroísm o en el s en tid o apropiad o del
térm ino.
A ntes de precipitarse a encontrarse co n su d estino, P olin ices no ol
vida d ecir a sus h erm an as: ‘no me ab an d o n en , por favor, entiérrenm e
co m o corresp o n d e, d en m e los hon orables ritos de la m uerte’ (pág. 3 6 6 ).
En ese m om en to, por su p u esto , el d estino m ism o de A ntígona ya es evi
d en te -to d o s los ele m e n to s están en su lugar, listos para desplegarse.
A ese nivel, p o d em os establecer la d iferen cia entre Edipo y A ntígo
na: A n tígona es el su jeto q u e aspira o ap u n ta a la ‘C osa’, se m ueve para
abrazarla (co m o tal fu n cio n a para nosotros al final, en el esp lend or de su
sin o, co m o una p antalla frente a la C osa), m ien tras que Edipo (d espués
de sacarse los o jo s y an tes de su milagrosa d esap arición ) es precisam ente
la ‘C o sa’ m ism a, ese e xp a tria d o am orfo.
Pero con sid erem o s la secció n elem ental del grafo del d eseo, la figura
que presenta el d estin o de Edipo rey.
Esta parte del grafo tien e la in ten ció n de ilu strar la co n stitu ció n
retroactiv a del sig n ifica d o . Tenem os la cad en a de sig n ificació n (S -
> S’) atravesada por o tro v e cto r que co m ie n z a de una in ten ció n m ítica
p resim b ó lica y term in a , d esp u és de atravesar el sig n ifican te, c o n el su
je to ($ ). El v ecto r de in te n ció n (su b jetiv a) ‘a c o b ija ’ o fija el v ecto r de
la cad en a de s ig n ifica ció n : ingresa en la ca d en a de sig n ificació n en un
p u n to ‘u lterio r’ y la d e ja en un pu nto ‘a n te rio r’. El efecto de las op era
cio n e s de un ‘p u nto de a c o lch a d o ’ \point de capitón ] tal es que el su jeto
re co n o ce, en una serie c o n tin g e n te de sig n ifican tes, el Significado (de
la e x isten cia ). Ese m om en to de re co n o cim ien to del Significad o es el
m om en to de su b jetivación . N o o b sta n te , la co n d ic ió n parad ójica de
Edipo, co m o ya hem os visto, está relacionada co n el h ech o de q ue no
se su b jetiv iza (a sí m ism o) -n u n c a deviene un su jeto . Por el co n trario ,
Edipo term in a co m o un e xp a tria d o , co m o una su erte de detrito que se
ha d esp ren d id o de la caden a de sig n ificació n m ism a (la ‘voz’ del gra-
fo) y no co m o el ‘exp atriad o’ d el v e cto r de in ten ció n (su bjetiv a). Pero
eso co n firm a lo que ya hem os visto: que Edipo viaja por el cam in o de
in iciació n en la d irección ‘e q u iv o ca d a ’, dado que es recién al final de la
historia que realiza las co n d ic io n e s de su propio n a cim ien to y crea la
red sim b ó lica en la cual d ebería h a b e r nacido. Por lo tan to, en su caso,
no estam os tratan d o con la c o n stitu c ió n retroactiva del significad o que
es cara cte rística de la lógica de la in icia ció n ‘c o m ú n ’. En otras palabras:
es la lógica retroactiva de a c o b ija r la cad ena de sig n ificació n lo que
produce la ilu sión de linealidad. U na vez que el ‘p u n to de a co b ija d o ’
aparece, to d o s los elem entos que co n anteriorid ad estab an ‘flotando sin
o b je tiv o ’ se vin cu lan en una serie co n sisten te y un sig nificad o dado y
crean la ilu sió n de siem pre ya h a b e r sid o así, de h a b er sido siem pre la
co n se cu e n cia lógica el un o del otro.
C o n E d ip o, por el con trario, e sta m o s tratando c o n un a lógica de la
linealidad q u e, sin em bargo, incluye es e m om en to de inversión, la determ i
nación retroactiva del significado (E d ip o actualiza de m anera retroactiva
las co n d icio n es de su n acim ien to ) c o m o su R eal. C o m o ilustración de
esta lógica, to m em o s la siguiente situ ació n : supon q u e estás cam ino al
aeropuerto cu a n d o a tu auto se le pin ch a un n eu m ático. D ebido a eso
pierdes tu vu elo, por lo cual eres afortu n ad o, dado que el avión en el
que deberías h a b er estado se estrella. Es sólo en retrosp ectiva, desde el
punto de vista de ese m om en to ulterior, que el ‘n eu m ático p in ch ad o’
cobrará su Sign ificad o. Si el n e u m á tico no se hubiera p in ch ad o, habrías
estado m u erto. De ese m odo, puede parecer que el n eu m ático pinchado
‘tenía un fin’, ‘tenía una in ten ció n ’ - a h o r a transm ite el m en saje de que
tu destino era no m orir todavía.
En el caso de Edipo es diferente: es el caso de alguien a quien se le
dice antes de tiem p o que su avión va a estrellarse. C o m o resultado de
escu ch ar esa predicción, ca m b ia sus planes y tom a el siguiente v u elo -y ,
por su p u esto, es ese vuelo el que term ina cayend o en picada del cielo.
A quí n o tenem os un e fecto retroactivo, sin o un cierto ‘em p u jó n hacia
ad elan te’. En otras palabras, en nuestro ejem p lo , el sujeto siem p re tom a
el avión ‘equ ivocad o’ y eso es precisam ente porque el sentido del avión
‘c o r re c to ’ o el ‘equ iv ocad o’ todavía no se ha fijad o -c a m b ia y se ‘m u ev e’
ju n to co n las intencion es su b jetivas cam b iantes. El significad o n u n ca
está d eterm inad o de an tem an o . Para en con trar su d eterm inación y estar
‘fijad o ’, se necesita el a cto d el su jeto. El avión ‘equ iv ocad o’ es el que el
su jeto lo m a al final. Por lo cu al nos en co n tra m o s en una po sició n d e o b
servar la d eterm inación retroactiva de significad o com o si lo h iciéram o s
‘desd e ad elante’, desde el p u nto de vista del v ecto r del sig nificante y no
desde el punto de vista de la intenció n su b jetiv a. El orácu lo, la p re d ic
ció n del destino de E d ip o, tiene la co n secu en cia paradójica de revelar
la co n tin g e n cia detrás de la apariencia de necesidad producida p o r el
efecto retroactivo de su a cc ió n . Es de esta m anera que Edipo se entera
de m an era retroactiva q u e ‘estos dos de a q u í’ eran en realidad su padre
y su m adre. Por otro lado, tam bién exp erim en ta la con tin g en cia del sig
n ificad o y se hace co n scie n te de su propia fu nción en la c o n stitu ció n
de ese significad o. Si h u b iera abandonad o C o rin to para ir a A tenas en
lugar de Tebas, podría h a b er sufrido tam bién el m ism o d estino: habría
e n co n tra d o a otros dos ‘e x tra ñ o s’ y, al final, se le podría hab er d ich o que
‘estos d os de aquí’ eran su padre y su m adre. Por end e, tenem os aq u í una
n ecesid ad absolu tam ente inevitable, pero una necesidad q ue, a la vez,
d ep en d e por com p leto de la a cción del su jeto.
Es en este sentido q u e Edipo dem uestra el lado inverso (siem p re
o cu lto , pero aun siem pre p resen te) del p ro ceso dp su b jetivación o ini
c ia ció n : en el m ism o a cto , ‘sim b oliza lo real o lo con tin g en te’ (la lógi
ca retro activ a de la d eterm in ación del sig n ificad o) y 'se d a cu en ta d e lo
sim b ó lic o ’. Con el m ism o a cto , socava al O tro y desem peña el papel de
'm ed iad o r que desaparece’ (p o r usar la fo rm u lación de Fredric Ja m e s o n ,
que se corresp ond e a la p erfección con E d ip o ) que instala al O tro . De
esta m an era, su acto es el acto paradigm ático: instala al O tro (el orden
s im b ó lico ) m ientras a la vez d em uestra que el O l i o ‘no existe’.
Sygne o el goce del resto
É tic a y te r r o r
E n p ocas p a la b ra s, d u ra n te la e sc e n a f in a l... Sy g n e s e n o s p re
sen ta c o m o a g ita d a p o r u n tic n erv io so en su ro stro , se lla n d o
así el d e stin o d e lo b e llo . Es esto lo q u e n o s m u estra q u e lo q u e
e n c o n tra m o s a q u í va m ás allá d el té rm in o q u e yo d e s ig n a r a ...
c o m o algo re sp e ta d o p o r el m ism o S a d c - l a b ellez a in s e n sib le a
la a tr o c id a d ...20,1
E ncontram os una ‘m u eca ’ sim ilar en el caso de Sop h ie, una m ueca
por igual acom pañada p o r la ausencia del sig n ifican te’, por un silen cio ,
un d olor ubicado en algún lugar más allá del grito.
Es claro que d u ran te el episodio recién m encion ad o, S o p h ie pier
de m ás que a una h ija y que la escena se p rod u ce en un e x trem o ‘más
allá'. Incluso si m ataran a sus dos h ijos en A uschw itz, el su frim ien to de
Sop h ie estaría lejos de lo que en realidad atraviesa en esta escen a h o
rrible. Para salvar al m en o s a uno de sus h ijo s, debe sacrificar algo más
que cu alq u ier cosa q u e ten ga. Con gusto sacrificaría su propia vida para
p od er evitar esa e le cció n , pero no liene esa op ortu nid ad . Se la fuerza a
sacrificar más que su vida. T iene que sacrificar algo más que lo d o lo que
tien e -lie n e que sacrificar lo que es, su ser que la d eterm ina m ás allá de
la vida y de la m uerte.
Rem arquem os una vez m ás que el lerror de la situación en la cual se
en cu en tra Sophie está en esencia vincu lad o con el m ecan ism o de sub-
je tiv a ció n , no el de d es-su bjetiv ación . No ob stan te, la d es-su bjetiv ación
co in cid e aquí, de m anera parad ójica, con una ‘destitu ción del su jeto ’.
¿C ó m o es eso posible?
Bien se sabe que Lacan co lo có lo que llam a el ‘ve! de la a lie n a ció n ’ en
el orig en de la su b jeliv a ció n -e s e ve/ es su ‘op erad or lóg ico’ q u e expresa
la lógica de la elecció n forzada. Su ejem p lo clásico es: ‘el dinero o la
Nada’. Esa es, por supuesto, u n a .elecció n im posible, d ado que si elijo el
dinero, pierdo am b os, pero por otro lado, si elijo la vida, obtengo la vida
sin dinero - e s decir, la vida privada de los m edios para vivirla. La para
doja de la e le cció n forzada proviene del h echo de q u e una de las alter
nativas entre las cuales debem os elegir es a la vez el m ed io universal (y
cu asi-neu tro) de elecció n m ism o, es a la vez la parte y el lod o, el o b jeto
de la e lecció n y aquello que genera y sostiene la posibilid ad de elegir. Es
por esta razón que debem os elegir una alternativa si no querem os perder
am bas - e s decir, si no querem os perd er la posibilidad de la elección m is
ma. En la d isy u n ció n ‘el dinero o la vida’, es la vida la que es a la vez la
parte y el to d o - e s la cond ición ind isp en sable de la e le cció n misma.
Las e le ccio n e s que enfrentan So p h ie y Sygne so n , no obstante, de
una naturaleza un tanto diferente. In clu so si, en lo fu nd am ental, la e le c
ción de la ú ltim a tam bién es una e le cció n forzada, la lógica de ese ‘forzar’
es un tanto d iferente. Esa diferencia se puede ilustrar co n otro ejem plo
de Lacan:
Para ¡lustrar la d iferen cia entre las dos con fig u racion es de la éti
ca presentada por esto s d os tipos de ele cció n forzada, to m em os otro
ejem p lo . D igam os (la situ a ció n ya es un a rq u etip o ) que un h éroe cae
en m anos de sus en em ig o s q u ien es le exig en , b a jo pena de m u erte, que
traicion e a sus cam arad as. E nfrentad o con esta d ecisió n , el héroe, com o
regla general, seguirá la m áx im a ‘m ejor la m u erte que una vida de trai
ció n ’. Este es el e je m p lo c lá sico de la d ecisió n ética y los e jem p lo s que
usa Kant en sus o b ra s so n en general de este tip o. E chem os un vistazo a
una variante un tanto d iferen te de este eje m p lo . Los enem igos son lo su
ficientem ente in telig en tes para saber que este m étod o no va a co n d u cir a
ningún lado. Por e n d e, co n fro n ta n a n u estro h éroe con otra e le cció n en
com p aración con la cu al la m u erte quizá parezca un alivio. Esa situ ación
es, por supu esto, la c o lu m n a vertebral de m u ch o s relatos. Los enem igos
atrapan a una persona ‘in o c e n te ’ y am enazan c o n torturarla y m atarla si
el héroe no traiciona a su s com p añ eros. Esa es la situación en la que se
en cu en tra Sop hie, in clu so cu a n d o en su casóMa configu ración es en par
ticu lar horrible p o rq u e d eb e elegir entre sus d o s h ijo s, es decir, las dos
cosas en tre las que d eb e e le g ir son exactam en te del m ism o valor. Si, en
este tip o de historia, el h éro e por lo general ‘c e d e ’ y traiciona su Causa,
sin con v ertirse por lo ta n to en un sim ple traid or, la otra alternativa (la
de p erm itir la m u erte d e un ser in ocen te) fu n cio n a com o una suerte de
‘m onstruosid ad h e ro ic a ’, c o m o una elecció n ‘in h u m an a’. (Sin em bargo,
para Sop hie, esa ‘m onstruosid ad ’ la esp era en una de sus alternativas
tanto com o en la o tra .) Esa es la en señ an za de estas historias: la hu m ani
dad de uno co n stitu y e el lím ite de la ética del deber propio. Si el héroe
no puede llevar a ca b o su deber ex ce p to a cam b io de su ‘hu m an id ad ’, no
puede ser cu lp ab le del fracaso m o ral.207
Desde esta perspectiva, la historia de Sygne de CoQ foniaine pre
senta una e lecció n de ‘m onstruosidad h e ro ica ’ contra la h u m an id ad de
ese estilo. El d iálogo entre Sygne y el sacerdote Badilon lo ilustra muy
bien. Al p rin cip io , Sygne se niega co n repugnancia a la posibilidad de
casarse con Turelure para salvar al Papa. 'M ejo r la m uerte q u e perder el
h o n o r y traicion ar todo aquello en lo q u e cre o ’ -a s í podría uno resum ir
su prim era reacció n . Y cuando B adilon le recuerda que Turelure tiene
en sus m anos n o só lo su vida y la vida del Papa, sino tam b ién la vida
de Georges (la p erson a a la que Sygne m ás quiere en lod o el m undo),
no duda en resp on d er: ‘¡que m uera, c o m o yo estoy lista para m orir! No
podem os vivir para siem pre. Dios m e d io la vida y esioy lista y ansiosa
por regresársela. ¡Pero el nom bre es m ío y mi honor de m u jer es m ío y
sólo m ío !’.208 E n to n ces le dice a B adilon q u e lam enta no h a b er m atado a
Turelure, incluso cu a n d o , com o resultado de ello, sus com p añ eros, que
habían eslado esp eran d o afuera, h ab rían m atado a todas las personas
de la casa. En otras palabras: “lod os h a b ría m o s m uerto ju n to s y no se
m e habría pedido q u e eligiera’ (pág. 5 5 ) . Form ula la im p ortan cia de la
elecció n que se le pide hacer: ‘¿debo p erd er mi alma para salvar al Papa?’
(pág. 6 5 ). La lógica parad ójica ejem p lificad a por esta e lecció n no es sino
un ejem p lo particu lar del dilem a general que form ulam os m ás arriba:
¿debo cu m p lir co n mi d eb er a cam bio d e m i hum anidad? ¿D eb o cu m plir
co n mi d eber in clu so cu an d o im plique la pérdida de ese algo en mí que
m e hace digno de m i deber? ¿Puede p ed ir D ios, com o m áxim a prueba
d e mi fe y de mi lealtad , que traicione esa fe y lealtad y q ue, por ende, lo
traicione a Él M ism o? Enfrentado con esa aciitu d de Sygne, Badilon no le
im pone un deber. C o m o observa Lacan: ‘va más lejos’ al d ecir: ‘no pido,
207 listo tam bién co n stitu y e la ‘lecció n ’ de aquellas interp retacion es de Sophie's Chotee que
sugieren que a Soph ie le h ab ría convenido rehu sarse a elegir por com p leto.
!oflPaul Claudel, Thrcc Plays: The Hoslagc, Crusts, The Humillíation o f the Fathcr, tra d .Jo h n
H eard, Boston, MA: Luce 1 9 4 5 , pág. 4 5 . Todas las referencias futuras serán a esta edición
y se harán en el cu erp o del texto.
no e x ijo . Sólo me paro y le m iro y e s p e r o ...’ (pág. 5 6 ) ¿E n con tram os
aquí la ley kantiana en su form a más pura, la ley q u e se deviene v erd a
d eram en te insoportable en el m o m en to m ism o en el que no quiere nada
(de n oso tros)? Es a este asp ecto de la ley kantiana al que se refiere Lacan
cu an d o d ice que ‘la ley m o ra l... vista desde m ás cerca es sólo d eseo en
su form a m ás pura’.209
R egresem os a Sygne. Ya h em o s m encionad o q u e en las historias típ i
cas de este género, el héroe no pierde su dignidad si traiciona su C au sa
para evitar que se mate a un a person a inocente. La elección de Sygn e se
presenta de la mism a m anera. ‘Si no lo hago, ¿estaré libre del p ecad o?’,
pregunla. Badilon responde: 'ningú n sacerdote te negaría la a b so lu c ió n ’
(pág. 5 8 ). Sygne más tarde pregun la: ‘en ton ces, ¿qué me obliga a h a ce r
lo |el sacrificio )?’ Una vez m ás, Badilon respond e: ‘¡oh, alma cristian a!
¡O h , tú , h ija de Dios! ¡Sólo tú y tu propio libre albed río pueden h a ce rlo !’
(pág. 6 1 ). Así que en con tram os aquí algo que va más lejos que to d o el
deber, algo que abre ‘un hoyo m ás allá de la fe’ (L acan ). Por lo que Sygne
por ú ltim o decide ir hasta el final, inclu so cu a n d o ese cam ino la lleve
hacia la negación de todo aq u ello en lo que cree, hacia una e le cció n
‘m o n stru o sa’ e ‘inhum ana’.
Es aq u í que surge la preg u n la cru cial que nos llevará a nuestra in
terrogación de la d im ensión ética de Sygne: ¿el lím ite que Sygne d ebe
cru zar es el lím ite de la ética m ism a (co n lo cual representa un rein o
‘más allá de la ética’) o es recién m ás allá de ese lím ite (después de que
haya ap arecid o ‘el hoyo m ás allá de la fe’) que la ética (m od ern a) p ro
piam ente habland o com ienza? Para responder esia pregunta, d eb em o s
tener en cu enta que la co n fig u ració n de la prim era obra de la trilogía
de C lau d el, El rehén, en la cual hem os reco n o cid o un cierto asp ecto de
terror, no es única en el teatro del siglo X X . C o m o m uestra Alain Badiou
en su propia obra, Les C ilrou illes2,° (que presen ta un encuentro en tre las
figuras de Brecht y C laudel), p rácticam en te la m ism a configu ración que
puede en con trarse en L a m ed id a to m a d a de B recht. Esto sirve co m o una
m ayor evidencia para la afirm ación de que estam os tratando aquí co n
el ad v en im ien to de una d im en sión m oderna p articu lar de lo é tico , una
G o c e - m i p r ó jim o
211 Sigm u nd Freud, ‘C ivilizalion and its D iscontents', en Civilizalion, S ocicty a n d Religión,
H arm ondsw orth: Penguin, 1 9 8 7 (T h e Pelican Freud Library, vol. 12), pág. 5 7
d am ienio q u e ‘despierta una o p o sició n incluso m ás fuerte en m f: ‘¡am a
a tus en em ig o s!’.
Sin em bargo, de inm ediato Freud se corrige (y ese es el tercer paso
de su arg u m en to) al escribir: ‘sin em bargo, si lo p ien so bien, veo que
me equ iv oco al tratarlo co m o una im posición mayor. En el fondo es lo
m ism o’.212 Si (co n las palabras de Freud en m ente) regresam os al diálogo
entre Sygne y Badilon, podem os ver ahora su ca rá cte r verdaderam ente
escandaloso. ¿Q uién es el p ró jim o al cual Sygne d eb e amar, literalm en
te, a cu alq u ier precio? En el prim er nivel es, por su p u esto, Turelure, su
enem igo m ortal, el que había m atado a toda su fam ilia y que representa
la negación de todo aquello en lo que ella cree. Turelure se nos presenta
com o el p ró jim o m ás m alvado que podríam os im aginar. Sin em bargo, a
Sygne se le pide que lo am e sin reserva -e s o es lo que está im plícito para
un cristian o en el sacram ento del m atrim onio y Badilon no om ite llam ar
su atención a ese hecho:
B A D IL O N : ¡S y g n e! ¡Salv a al Sa n to P ad re!
S Y G N E : ¡O h , p ero n o a ese p recio ! ¡M e n ie g o ! ¡N o p u ed o! Q u e
D io s p ro teja a lo s su y o s. M i d e b e r es h a cia m i prop ia gente (p ág .
5 3 ).
Al p rin c ip io su rg e la so s p e c h a c u a n d o c o n sid e ra m o s q u e lo s p ro
c la m a d o s a p ó sto le s d e la é tic a y d el ‘d e rech o a la d ife re n c ia ’ se
h o rro riz a n v isib lem en te c o n c u a lq u ie r d iferen cia q u e se a in c lu so
un p o c o p ro n u n cia d a . D e b id o a ello s, las v e stim e n ta s africa n a s
so n b á rb a ra s, los fu n d a m e n ta lista s islá m ico s so n a te m o riz a n te s,
lo s c h in o s so n to ta lita rio s, e tc . E n realid ad , ese fa m o so ‘o tr o ’ n o es
p re se n ta b le a m en o s q u e se a u n o tro b u e n o , es d ecir, en la m ed id a
q u e sea lo m ism o q u e n o s o t r o s ... A sí c o m o n o hay lib e rta d para los
e n e m ig o s de la lib erta d , n o h a y resp eto para a q u e llo s c u y a d ife
re n c ia c o n s is te p re cisa m e n te en n o resp etar las d ife re n c ia s .213
215 “La verdad es que m ed iam e un pensam iento irreveren te y en verdad co ntem p orán eo
co n la verdad de nuestro tie m p o , todos estos serm o n es ético s sobre el o iro y su 'recono
c im ien to ’ deben pura y sim p lem en te abandonarse pues la verdadera cu estió n , aunque de
una extraordinaria d ificu ltad , es en realidad la clcl recon ocim ien to de lo Misino" (Badiou,
LÉ thiijue, pág. 2 5 ).
cu alquier d iferen cia. El otro no se parece a mí, es exactam en te lo m ism o
(co m o yo) y este ‘m ism o’, al ir m ás allá de la sem ejan za, tam bién se sitúa
en algún lugar m ás allá de la lógica del recon o cim ien to. Mi doble me es
por co m p le to extraño. No puedo reconocerm e en este M ism o (co m o yo
m ism o). Lo M ism o (el h ech o de que soy ‘ab so lu tam en te idéntico’ a mí
m ism o) co n d u ce a una pérdida de identidad.
Si, por un lado, siguiendo la lógica de lo im aginario, lo M ismo ha de
distinguirse de lo sem ejante, tam b ién debe d istinguirse de la identidad,
que ocu p a el registro de lo sim b ó lico . La identidad, o la identificación
sim bólica, p resupone la diferencia, está vinculada co n el significante,
que co n n o ta la pura diferencia. Lo M ismo, lo sem eja n te y la identidad
están relacion ad o s con tres registros diferentes: lo real, lo im aginario y
lo sim b ó lico respectivam ente.
Según L acan, es precisam ente la cu estión del recon o cim ien to de lo
M ism o (y la cu estión relacionada del goce, el jo u issa n c e) lo que Freud
evade en su argum ento. Al alejarse del m and am iento 'am a a tu p ró jim o ’,
pasa por alto el problem a fundam ental del jo u issa n c e (y del ‘mal’ al cual
está lig ad o ).216
D ejam os a Sygne de C oú fontain e en el m om en to en el que habla con
palabras de Freud , cuando se niega a ‘desperd iciar’ su am or al dárselo a
cu alquiera, in clu so si resulta ser que ese cu alquiera es el Papa. No o b s
tante, cam b ia de parecer y cru za la línea de d em arcación entre el bien (el
servicio de los bienes de Lacan) y el goce. Cruza la frontera que, hasta
ese pu nto, co m o frontera, ha ‘m antenid o u n id o’ su universo y le ha dado
sentido. ¿Q u é es lo que la incita a hacerlo? ¿C óm o triun fa Badilon en ‘se
d ucirla’? Al m ostrarle, ‘abierto frente a ella, el ab ism o de esa acep tació n ’
(Lacan). En ab so lu to trata de ayudarla a tornar la d ecisió n ‘correcta’. Por
el co n trario , le describe la d ecisió n desde el peor p u nto de vista posible,
gira el cu ch illo en la herida, por así decirlo. Le d ice que el deber no le
Ju lie n agrega que el analista sería una figura un tan to opuesta a Ba
dilon, porque perm ite que esta n eg ació n , este ‘no’, n azca un día en el
sujeto.
La debilidad de esta lectura de la obra está vin cu lad a con el h echo
de que recon o ce m al (o, más b ie n , rechaza de m anera exp lícita) toda
2,R Ibid-, p íg . 3 6 3 .
! ' 4 P h ilip p e J u lie n , HÉtrange jouissance du prochain, París: S eu il 1 9 9 5 , prtgs. 1 3 8 -9 .
posibilidad de p erm itir la relación entre los dos eventos de los cuales
h em os estado habland o: entre el ‘sacrificio’ de Sygne y su ‘n o ’. Todo su
ced e com o si el ‘n o ’ de Sygne fuera un su ceso m isterioso ‘d espu és de los
h e ch o s’, no relacionado co n nada que lo p reced e ni fundado sob re ello.
La tesis que parece m ás cu estionable es aq u ella según la cual n os dam os
cu en ta al final de que Sygne, ‘en alguna parte de si m ism a’ no había ced i
do o se había ad herid o al com prom iso p o lítico-relig ioso que se le exigía.
En op osición a esta lectu ra insistiríam os en que:
C O Ü F O N T A IN E : N o p u e d o re n u n c ia r a m i h o n o r.
S Y G N E : ¿Q u é o tra co sa te q u e d a p a ra 'd a r? (p á g . 7 1 ) .
Lo R eal en la é tic a
D ejam os abierta la cu estión de si el lím ite que debe sob rep asar Sygne es
el lím ite de la ética m ism a (co n lo cual su paso se co n v ierte en un paso
hacia un d om in io de ‘más allá de la ética’) o si es recién m ás allá de este
lím ite m ism o (d on d e aparece un ‘agujero más allá de la fe’) que la ética,
en el sentido propio del térm ino, en realidad com ienza. La prim era cu es
tión está vinculada co n una segunda q u e es de particular interés para la
ética kantiana. La o b je ció n fu ndam ental que Hegel y L acan, cada uno a
su m anera, le h acen a Kant puede resum irse d iciendo que la ética kantia
na está, en esen cia, vinculada con la lógica del terror (‘K ant co n Sade' de
Lacan y ‘la libertad absoluta y el terro r’ de Hegel). N o o b sta n te , aunque
esa crítica está, hasta un cierto p u n to, ju stificad a, hace surgir la siguiente
pregunta: ¿es en absolu to posible (si suponem os que hay un ‘agujero
m ás allá de la ley m oral’, una ausencia de un ejem plar m oral suprem o
que pudiera garantizar la m oralidad de nuestros acto s) e n te n d e r la ética
de otra m anera? ¿N o produjo Kant, m ediante el ‘e x tre m o ’ notorio de
su ética, algo que d ebem os lom ar en consid eración si q u erem o s hablar
acerca de la ética en absoluto?
Hay, en realidad, una am bigüedad central de la ética kantiana, la
cual sería útil con sid erar aquí. Sugiram os prim ero un esb o zo de una
configu ración ética fundam ental para m ostrar cóm o, al enfatizar d iferen
tes elem entos de esa configu ración, uno puede, de h e ch o , llegar a una
‘ética’ bastante diferente.
El corazón de toda ética es algo que no es en sí ‘é tic o ’ (ni tam poco
‘no ético ’) - e s decir, no tiene nada q ue ver con el registro de la ética. A
ese ‘algo’ se lo co n o ce con varios nom bres d ife re n te s -a u n q u e nos lim i
tarem os a d os: para Lacan es ‘lo Real’; para Badiou , ‘el a co n tecim ien to’.
Estos térm in o s tienen que ver con algo que ap arece sólo a la guisa del
en cu en tro , co m o algo que ‘nos su ced e’,224 nos so rp ren d e, nos ‘d isloca’,
porque siem p re se inscribe en una continuid ad dada com o una ruptura,
un corte o una interrup ción. Según Lacan, lo Real es im posible, y el
h echo de q u e ‘(n o s) suced e’ no refuta su ‘im p osibilid ad ’ básica: lo Real
nos su ced e (lo en con tram os) co m o im posible, co m o ‘la cosa im posible’
que pone cab eza abajo nuestro universo sim b ólico y con d u ce a la re co n
figuración de ese universo. Por lo tanto, la im posibilid ad de lo Real no
evita que tenga efecto en el reino de lo posible. Es e n to n ces que en tra
en ju e g o la ética , en la pregunta que nos im pone el encuentro con lo
Real: ¿actu aré en conform idad co n lo que me ‘d is lo c ó ’? ¿Estaré listo para
reform ular lo que hasta ahora ha sido el fund am en to de mi existencia?
Badiou llam a a esta pregunta (o , más bien, a esta actitu d ) una ‘lealtad
al aco n te cim ie n to ’ o ‘la ética de la verdad’. Para L acan, el acento d ebe
colocarse, p rim ero, en el deseo ( ‘¿has actuado en conform id ad con el
deseo que te h ab ita?’), pues es el deseo el que ap u nta a lo im posible, a lo
real. En su o b ra tardía, Lacan llegará a co n c eb ir el d eseo, más bien, co m o
una d efensa co n tra el goce - e s decir, com o una fo rm ación de co m p ro
miso. D esde esta perspectiva tardía escapam os al rein o de la m etonim ia
sim bólica infin ita para evitar el en cu en tro con lo Real del goce. En esta
co n cep ció n tard ía, es la n oción de la pulsión (co m o aq u ello que articula
nuestra relació n con el goce) lo que pasa a ser d ecisivo.
El e n cu e n tro m ism o, el aco n tecim ien to , puede presentársele al su je
to co m o un m o m en to de ‘terror’, porque lo co n fro n ta co n una elección
‘im p osible’. Si la acepta, el su jeto sale de esa e le cció n co m o ‘otro su jeto ’
- o , más p recisam en te, es recién después de esa e le cc ió n que el su jeto es
un su jeto .225 Sin em bargo, es n ecesario distinguir en tre el terror in h eren
te al a co n tecim ien to , a lo Real, y el terror com o una estrategia que ap u n
IM ‘Ingresar en la form ación del su jeto de una verdad puede só lo ser algo que le pase a ti'
(Badiou, L É Ih iqu e, pág. 4 7 ).
¡2 ,“Uno llam a 's u je t o '... al fu nd am ento del proceso de la verdad. El su jeto no preexiste
desde nin gú n p u n to de vista a ese p roceso. Es j>or com p leto n o existen te en la situ ación
‘an terior’ al aco n tecim ien to . Podrfa decirse ip ic el proceso de la verdad induce al su jeto "
(Badiou, LÉ th iqu e, pág. 3 9 ).
ta a forzar la ap arición de lo im p o sib le, lo Real. El lerror, en el sentido
e stricto del térm in o, se funda sobre un a lógica que podría d escribirse de
la siguiente m anera: el lerror se p ro d u ce cu an do uno ad ju d ica el efecto
que el a co n tecim ien to (o el ‘en cu en tro co n lo Real’) tiene sob re el su jeto
al objetivo in m ed iato propio y cree que al producir ese efecto uno tam
bién producirá el a co n tecim ien to, lo Real, m ism o.
Desde esta perspectiva, pod ríam os d efinir con m ayor precisión el
lím ite en el cual la ética se transform a en terror o en el o scu ro deseo
de la catástrofe. Lo últim o sucede si n os 'olvidam os' de que lo Real y el
A contecim iento no son en sí categorías éticas y si los con sid eram os una
suerte de su stitu to, un tipo de equ iv alen te m oderno de la n oción de
Bien suprem o q u e d ebem os realizar a cu a lq u ier precio. Es decir, volve
m os a caer en el terro r si entend em os q ue el térm ino ética se refiere a la
elaboración de una estrategia cuyo sen tid o es forzar el en cu en tro con lo
Real, con el A co n tecim ien to, si lo vem o s co m o m étodo de producción
de lo im posible. E so, por supuesto, es lo que está e n ju e g o en una de las
principales controv ersias sobre la ética kantiana: si la ética kantiana es la
teoría de una con fig u ración ética o la ‘guía de usuario’ para el ejercicio
ético . Si op tam osjD or la segunda, por necesid ad nos vem os cond u cid os
a la posición de Sade: dado que el su frim ien to y el dolor se convierten
en ton ces en la m arca de la ética, la rareza del ‘b ien ’ se convierte en la
om nipresencia del ‘m al’; la incom p atibilid ad de la ética y el placer c o n
d ucen a un m asoq u ism o m etódico y, p o r ú ltim o, el h echo de que la ética
y los m otivos pato ló g ico s se excluyen en tre sí nos hace term inar en un
ascetism o del ‘alm a b ella ’. Si, por lo ta n to , entendem os los elem en tos a
través de los cu ales Kant esp ecifica la ética com o elem en tos que d ebe
m os consid erar co m o el ob jeto (in m e d ia to ) dte la voluntad, al creer que
al hacerlo realizarem os lo ético, la co m p ara ció n entre Kant y Sade parece
hasta m oderada. Si Kant dice q ue, en un acto ético, el bien estar no es
relevante y si e n ten d em o s eso co m o un m andato de actu ar en con tra de
nuestro propio b ien estar o en con tra del bienestar de otros (para hacer
q ue lo ético sea en absolu to p o sible), n o s en con tram os atrapados en las
redes del ‘sim u lacro ’ de la ética, del terror.
Por otro lado, la perspectiva segú n la cual apuntam os d irectam ente
a lo Real (al a co n tecim ien to ) -q u e se con v ierte así en el ‘o b je to exp lícito
de nuestro d eseo’- nos lleva a la actitud en la cual nuestra propia m uerte
o una catástrofe general co m ien zan a funcionar c o m o el horizonte últi
mo de nu estro deseo. Es esta figura del deseo la que aparece en la segu n
da parte de la trilogía de C lau d el, El pan duro, d on d e se encarna en el
personaje de Lumir. Este ú ltim o d ice, por ejem p lo , a su am ante Louis:
E s ta m o s so lo s, a b so lu ta , c o m p le ta m e n te s o lo s e n e ste d e sierto .
¡D o s a lm a s h u m a n a s q u e su fre n en el vacio d e la v id a !... ¡Si tan
só lo la vida fuera m ás larga! P od ría valer la p en a s e r fe lices. ¡Pero
la vid a e s c o rta y h a y m a n e ra s de h a cerla in c lu s o m á s c o rla ! ¡Sí,
ta n c o rla q u e to d a la e te rn id a d pu ed e c o n ie n e r s e d e n tro de ella!
(p á g s. 1 3 7 -8 ) .
Del p u ro d e s e o a la p u lsió n
El p r o b le m a c o n el jo u is s a n c e n o e s q u e sea in a lc a n z a b le , q u e
s ie m p r e e lu d a n u e stra b r e c h a s in o , m á s b ie n , q u e u n o n u n ca
p u e d e d e s h a c e r s e d e é l, q u e su m a n c h a se a rr a s tr a p a ra s ie m p re
- e n e s o re s id e el p u n to d e l c o n c e p t o d e p lu s d e g o c e d e L a
c a n : la r e n u n c ia m ism a d e l jo u is s a n c e p ro d u c e u n re sto / p lu s de
jo u is s a n c e .330
2,6 A unque, al p rin cip io d e su obra, Lacan se sin tió sed u cid o por los e c o s heideggerianos
y existen cialistas de la p u lsió n de m uerte, m ás tarde propuso una leo n a de la pulsión que
tiene profundas d iferen cias c o n ese horizonte co n cep tu al.
A n tígona com o figura del d eseo, pero hay otra frase muy inusual en el
co m en tario de Lacan que m erece nuestra aten ció n : ‘la realización del
d eseo ’. Podíam os d ecir q ue lo que hace A n tígona a Antígona no es sólo
que n o renuncia a su d eseo sin o, más p recisam en te, que realiza su d eseo .
Eso im plica que no es só lo una figura de d eseo, dado que el d eseo se
o p o n e, en su naturaleza m ism a, a la realización del deseo. Por lo tanto,
¿qué significa esta ‘realización del deseo’?
Es claro que no significa la satisfacción del deseo: no significa la rea
lización de aquello que desea el su jeto. En la teoría de Lacan, no existe
algo sem ejan te al o b je to deseado. Está el o b je to exigido y luego está el
o b je to -ca u sa del deseo q u e, sin tener co n ten id o positivo, se refiere a
lo q u e ob tenem os si sustraem os la satisfacció n que en con tram os en un
o b je to dado de la exig en cia (que ten em os) de ese ob jeto. El d eseo, vin
cu lad o en esencia con esta lógica de la su stra cció n que hace surgir una
m eton im ia (p o sib lem en te) infinita, no es sin o aquello que introd u ce en
el universo del su jeto una m edida in con m en su rable o infinita (térm in o s
de L acan). El deseo no es sino esa ‘m edida infinita’. Desde esta pers
pectiva, realizar el deseo de uno significa realizar, ‘m edir’ lo in finito, la
m edida infinita. Esa es la razón por la cual Lacan subraya que la cu estión
de la realización del d eseo ‘se form ula n ecesariam ente desde un punto
de vista de un Ju ic io Final. Traten de im aginar qué podría q u erer d ecir
“h ab er realizado el deseo de u n o” sino h ab erlo realizado, por así d ecirlo,
al final’.237 ,
Flagam os aquí un a pausa por un m o m en to . Ya hem os en con trad o
una con stelació n sim ilar en Kant, en su teoría de los postulados y qué los
exige. Kant postula la realización del Bien su p rem o com o el o b je to n ecesa
rio del deseo d eterm in ad o por la ley m oraL Eso im plica precisam ente la
realización de una m ed id a infinita que, p od ría considerarse, se com p ara
co n lo que Lacan llam a la realización del d eseo. Para Kant, así co m o para
Lacan, lo que está en ju e g o no es la realización de algún bien - e n este
caso el bien suprem o. Lo que está en ju e g o n o es la realización de algún
o b je to : el bien suprem o se define com o la corresp o n d en cia com p leta de
la voluntad con la ley m oral, no com o un o b je to (positivo) tal o cual.
Para que sea posible la realización del b ien su p rem o, Kant tiene que in-
Í3B Sófocles, The T h ree Tcban Ptays: Antigonc, O cdipus thc King, O cdipus at Colonus:
H arm on dsw onh : Penguin 1 9 8 4 , pág. 100.
23gIb id „ 102.
su parte en las ca n cio n es nupciales’, se le n ieg a su parte ‘en la can ción
n u p cial, [se le) niega toda la dicha del m atrim o n io , del criar h i jo s ...’ Es
m uy cierto que suena un tanto inadecuado. Pero ese, más bien , es pre
cisam en te el punto: es m ediante esa carencia de una medida co m ú n que
lo in con m en su rable, la m edida infinita que se desea puede realizarse, es
decir, ‘m ed irse’. El lam en to de Antígona es absolu tam ente esen cial en
el texto y eso no significa que de repente se haya ‘ablandado’ o se haya
vuelto ‘hu m ana’. Significa (co m o con acierto subraya Lacan) que ‘desde
el p u nto de vista de A ntígona, la vida sólo puede abordarse, só lo se la
puede vivir o pensar, desde el lugar de aquel lím ite en el cual su vida
ya está perdida, d onde ya está del otro lad o’.2''0 No debem os pasar por
alto el m arco kantiano de esta afirm ación: la cu estió n es la de alcan zar el
pu nto de vista desde el cu al uno puede ab arcar toda la existencia propia
co m o desde un afuera.
Todo esto nos en señ a varias cosas que se relacionan con nuestra
cu estió n original. El in fin ito que funciona en la figura del deseo es el
in fin ito de la 'm agnitud negativa’, es el in fin ito que se constitu ye en una
b ú squ ed a que nunca term in a (el eterno 'n o es e so ’). Cuando ya h em os
cu b ierto una parte sustancial de nuestro c a m in o , el cam ino que queda
ante nosotros sigue sien d o infinito, no tien e fin (n ecesario o ‘estru ctu
ral’). Esa es la razón por la cual la idea de ‘realizar el deseo’ (de realizar
lo in fin ito ) estim ula co m o respuesta una cierta prisa, una p recip itación
hacia lo que pone fin a ese ‘mal infinito’. Im plica ün acto, q ue, si tie
ne é xito , revela lo in fin ito (del deseo). Eso significa, por eje m p lo , que
m ien tras Antígona es una figura sublim e, no es desde ningún pu nto de
vista un su jeto que exp erim enta el sen tim ien to de lo sublim e. N o es un
su jeto que observa a través de la ventana (« la fantasía) el esp ectácu lo de
su propia m uerte. Ingresa, por así d ecirlo, en su fantasía. No espera el
Ju ic io Final, no espera que el O tro exprese su deseo (y en co n secu en cia
el de ella): lo hace ella m ism a.
N o obstante, para q u e la realización del d eseo sea posible, tam bién
d ebe introducirse una d im en sión tem poral en la m uerte, una secu en cia
de tiem p o durante la cual la m uerte es vivida, durante la cual la vida (la
vida del deseo) puede m edirse. Debe h a b er un tiem po para el lam ento
Aquí podem os ver, p rim ero, cóm o el ‘to d o ’ se constituye con re
ferencia a una excepción. Esa es tam bién la co n stitu ció n del su jeto de
deseo co m o sujeto dividido (dividido en tre la co n d ició n absolu ta del
deseo y la serie total que se abre al exim ir esa co n d ició n absolu ta). En
ese co n te x to , realizar el d eseo propio significa en co n trar una m anera de
hacer un ‘to d o ’ de todo aq u ello que uno está d ispu esto a sacrificar para
preservar la con d ición absolu ta. En otras palabras, uno tiene que e n
con trar una forma de cerrar (es decir, term inar) la serie potencialm en te
infinita para distinguir el ú n ico infinito que im porta, el infinito de lo
in co n d icio n al, de la co n d ició n absoluta. Eso está m uy claro en el la m en
to de A ntígona, en el cual cu bre la distancia que separa el m om en to en
el que está hablando del m o m en to en el que se realice todo/la totalid ad .
Lam enta lod o lo que perderá con su prem atura m uerte. Al exam in arlo
con m ás d etenim iento, sin em bargo, d ebem os observar que lo que está
en ju e g o no es la pérdida de lo que tiene (o ten ía). Lam enta la pérdida
de lo que n o tiene pero podría (quizá) haber ten id o si hubiera segu id o
con vida. Com ienza a recitar de corrid o lo que queda de su vida y ese
resto se crea y se alcanza sólo m ediante este gesto de sacrificarlo, lo crea
al sacrificarlo. Antígona realiza ese resto virtual m ediante su pérdida, al
establecerlo com o pérdida. Este gesto pone fin a la m etonim ia del d eseo
al realizar, de corrid o, el p o tencial infinito ele esa m etonim ia. C om o e n el
caso de lo sublim e, el ‘verd ad ero’ infinito (el in fin ito del in con d icion al)
se evoca aquí en la v iolencia que con tra n u estra im aginación ejerce la
rep resentación de la totalidad de una serie (d e co n d icio n es). No vem os
el in fin ito , vem os sólo el e fecto que tiene sob re la figura de A ntígona,
que fu nciona com o su pantalla. Eso exp lica el su b lim e esplendor de su
figura, que es el resultado de la Cosa que o cu lta y anuncia a la vez.
La ‘realización abisal’ que en con tram os en el caso de Sygne de
C oú fontaine no es en ab so lu to del m ism o o rd en . Tam bién se logra en
tres pasos, sin em bargo los contenid os de esos tres pasos son m uy dife
rentes:
• en la vida, hay una cosa a la cual no se puede ren u n ciar ('la
con d ición ab so lu ta ’).
• Por esa C osa u n o está dispuesto a renu n ciar a todo (pero ese
‘todo’ no tolera excepción alguna).
• La única form a de realizar la co n d ició n absoluta es sacrificarla
com o una ex ce p ció n (sacrificar su carácter de e x ce p ció n ).
Aquí estam os tratand o con una suerte de corto circu ito q u e, en lugar
de evocar el infinito al realizar el todo de lo finito, suspende el infinito
co m o una excep ción y así deja a lo finito no todo - e s decir, lo con ta
m ina con lo infinito. Lo infinito es visible aq u í de una m anera diferente
al caso de A nlígona: n o com o una ausencia que ilum ina la figura de la
heroína con un e sp len d o r sublim e sino, m ás bien , com o una presencia
em barazosa y ‘fuera de lugar’ que se m anifiesta en las d isto rsio n es, en las
torsion es, de un cu erp o que no está h ech o a la medida de lo infinito (del
jo u issa n c e) que lo h ab ita. Durante una tercera parte de la obra (el últim o
a cto ) vemos a la h eroína (au nque uno podría preguntarse si el térm ino
‘h eroín a’ sigue siend o apropiado en este ca so ) agitada por una co n tra c
ció n nerviosa que co n stitu y e una im agen m uy dolorosa y conm oved ora
del infinito que parasita lo finito.
En cuanto al n e p a s c e d e r sur son désir, podem os decir: ‘no renun cies
a tu deseo’ no es sólo a je n o a lo que la exp resió n 'renu n ciar a’ im plica.
Más b ien , im plica q u e para preservar una cosa, uno tiene q u e estar listo
a renun ciar a todo el resto. En el caso de A nlígona, eso im p lica que da
(ren u n cia a) lodo para preservar algún ‘len er’ final. Por ú ltim o, se realiza
a sí m ism a en este ‘te n e r’ final, se fusiona co n él, deviene ella m ism a el
significante del deseo que la atraviesa, e n ca rn a ese deseo. En el caso
d e Sygne, eso va in clu so más lejos. No renun cia a su deseo tam p oco,
sin o que se encuen tra en una situación en la que eso exige que tam bién
ren u n cie a ese ‘ten er’ final, al signifícam e del ser, y se realice en el ‘no
len e r’.2'" En el caso de Sygne de C o ü fon tain e, ‘no renunciar a su d eseo’
im plica precisam enle q u e ‘renun cia’ a todo.