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EUTANASIA RAE

(Del gr. εὖ, bien , y θάνατος, muerte).

1. f. Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados,


acelera su muerte con su consentimiento o sin él.

2. f. Med. Muerte sin sufrimiento físico.

Suicidio médicamente asistido. Esta práctica consiste en que un médico suministra a


un paciente en situación terminal los fármacos para que se quite la vida. En verdad
solo está permitido en Oregón. Implica que el paciente sea consciente para tomar o
administrarse la dosis (en EE UU se desarrolló una máquina para inyectar los fármacos
si el afectado no era capaz de tragar, por ejemplo si estaba intubado). En Suiza se
practica aprovechando un agujero legal que no lo prohíbe. Lo habitual es mezclar
sedantes (para estar dormido) con antiheméticos (para no vomitar las pastillas) con
fármacos que inhiban el sistema cardiorrespiratorio (que son los que causan la
muerte). En España está prohibido ayudar a alguien a quitarse la vida (artículo 143 del
Código Penal), aunque la pena es menor si se trata de colaborar con alguien que lo
pide expresamente y si “la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría
necesariamente a su muerte”.

Eutanasia. Se trata de que un médico administre directamente la medicación para


que alguien que lo ha solicitado muera. En este caso el paciente puede no estar
consciente, si ha dejado claro con anterioridad que esa es su voluntad. Se permite en
Holanda y Bélgica. En estos países el debate se ha ampliado, y se plantea si es
necesario que el paciente esté sufriendo en un estado terminal o si basta con que
manifieste fehacientemente que no quiere seguir con su vida.

Sedación terminal. Está médica y legalmente aceptada. Consiste en administrar


calmantes para evitar el dolor u otros síntomas, aunque sea a costa de acortar la vida
de una persona en situación terminal.

EUTANASIA WIKIPEDIA
Eutanasia

La eutanasia es la acción o inacción hecha para evitar sufrimientos a personas


próximas a su muerte, acelerándola ya sea a sabiendas de la persona o sin su
aprobación. Se puede considerar también como el hecho de morir sin experimentar
dolor.

La palabra deriva del griego εὐθανασία /euzanasía/, que significa ‘buen morir’: εὖ
- eu (‘bueno’) y θάνατος - tánatos (‘muerte’).1

La Asociación Médica Mundial (AMM) la define como “la realización en forma


intencional y con conocimiento de un acto con la clara intención de poner término a la
vida de otra persona […]”.2

A su vez, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la eutanasia como “darle


muerte intencionalmente aquellos quienes han expresado el deseo competente y libre
de ser asesinados”.3

La eutanasia tiene por finalidad evitar sufrimientos insoportables o la prolongación


artificial de la vida de un enfermo. La eutanasia se puede realizar con o sin el
consentimiento del enfermo.4

Clasificaciones de eutanasia

En el medio hispanohablante se han introducido conceptos de la evaluación ética de la


eutanasia y se la califica de directa o indirecta en cuanto existe o no la intención de
provocar primariamente la muerte en las acciones que se realizan sobre el enfermo
terminal. En el contexto anglosajón, se distingue entre la eutanasia como acción y la
eutanasia como omisión (dejar morir). Su equivalente sería eutanasia activa y
eutanasia pasiva, respectivamente. También se utilizan, en forma casi sinónima, las
calificaciones de positiva y negativa respectivamente.

Sin embargo, la Organización Médica Colegial española y otras instituciones no aceptan


la distinción terminológica entre «activa» y «pasiva», porque lleva a confusión.
Consideran que la eutanasia es siempre deontológicamente condenable, y que es
distinta del acto médico de suspender un tratamiento inútil.5

 Eutanasia directa: Adelantar la hora de la muerte en caso de una enfermedad


incurable. Esta a su vez posee dos formas:
 Activa: Consiste en provocar la muerte de modo directo. Puede
recurrirse a fármacos que en sobredosis generan efectos mortíferos.
 Pasiva: Se omite o se suspende el tratamiento de un proceso nosológico
determinado (por ejemplo una bronconeumonía), o la alimentación por
cualquier vía, con lo cual se precipita el término de la vida. Es una muerte por
omisión.
De acuerdo con Víctor Pérez Varela, «la eutanasia pasiva puede revestir dos
formas: la abstención terapéutica y la suspensión terapéutica. En el primer caso
no se inicia el tratamiento y en el segundo se suspende el ya iniciado ya que se
considera que más que prolongar el vivir, prolonga el morir». 6
Debe resaltarse que en este tipo de eutanasia no se abandona en ningún
momento al enfermo.
 Eutanasia indirecta: es la que se verifica cuando se efectúan, con intención
terapéutica, procedimientos que pueden producir la muerte como efecto
secundario. Por ejemplo, la administración de analgésicos narcóticos para calmar
los dolores. Los mismos, como efecto indirecto y no buscado, provocan
disminución del estado de conciencia y posible abreviación del período de
sobrevida. Aquí la intención, sin duda, no es acortar la vida sino aliviar el
sufrimiento, y lo otro es una consecuencia previsible pero no perseguida. Entra así
en lo que desde Tomás de Aquino se llama un problema de doble efecto.

Otros conceptos relacionados

 Suicidio asistido: Significa proporcionar en forma intencional y con


conocimiento a una persona los medios o procedimientos o ambos necesarios para
suicidarse, incluidos el asesoramiento sobre dosis letales de medicamentos, la
prescripción de dichos medicamentos letales o su suministro. Se plantea como
deseo de extinción de muerte inminente, porque la vida ha perdido razón de ser o
se ha hecho dolorosamente desesperanzada. Cabe destacar, que en este caso es el
paciente el que voluntaria y activamente termina con su vida, de allí el concepto de
suicidio.
 Cacotanasia: Es la eutanasia que se impone sin el consentimiento del afectado.
La palabra apunta hacia una mala muerte (kakós: malo)7
 Ortotanasia: Consiste en dejar morir a tiempo sin emplear medios
desproporcionados y extraordinarios para el mantenimiento de la vida. Se ha
sustituido en la terminología práctica por muerte digna, para centrar el concepto
en la condición (dignidad) delenfermo terminal y no en la voluntad de morir.
 Distanasia: Consiste en el «encarnizamiento o ensañamiento terapéutico»,
mediante el cual se procura posponer el momento de la muerte recurriendo a
cualquier medio artificial, pese a que haya seguridad de que no hay opción alguna
de recuperar la salud, con el fin de prolongar la vida del enfermo a toda costa,
llegando a la muerte en condiciones inhumanas. Normalmente se hace según los
deseos de otros (familiares, médicos) y no según el verdadero bien e interés del
paciente.

Historia

La eutanasia no es algo nuevo: está ligada al desarrollo de la medicina moderna. El solo


hecho de que el ser humano esté gravemente enfermo ha hecho que en distintas
sociedades la cuestión quede planteada. La eutanasia es un problema persistente en la
historia de la humanidad en el que se enfrentan ideologías diversas.

La eutanasia no planteaba problemas morales en la antigua Grecia: la concepción de la


vida era diferente. Una mala vida no era digna de ser vivida y por tanto ni el
eugenismo, ni la eutanasia suscitaban grandes discusiones. Hipócrates representó una
notable excepción: prohibió a los médicos la eutanasia activa y la ayuda para cometer
suicidio.

Durante la Edad Media se produjeron cambios frente a la muerte y al acto de morir. La


eutanasia, el suicidio y el aborto bajo la óptica de creencias religiosas cristianas son
considerados como «pecado», puesto que la persona no puede disponer libremente
sobre la vida, que le fue dada por Dios. El arte de la muerte (ars moriendi), en la
cristiandad medieval, es parte del arte de la vida (ars vivendi); el que entiende la vida,
también debe conocer la muerte. La muerte repentina (mors repentina et improvisa),
se consideraba como una muerte mala (mala mors). Se quiere estar plenamente
consciente para despedirse de familiares y amigos y poder presentarse en el más allá
con un claro conocimiento del fin de la vida.

La llegada de la modernidad rompe con el pensamiento medieval, la perspectiva


cristiana deja de ser la única y se conocen y se discuten las ideas de la Antigüedad
clásica. La salud puede ser alcanzada con el apoyo de la técnica, de las ciencias
naturales y de la medicina.

Hay pensadores que justifican el término activo de la vida, condenado durante la Edad
Media. El filósofo inglés Francis Bacon, en1623, es el primero en retomar el antiguo
nombre de eutanasia y diferencia dos tipos: la «eutanasia exterior» como término
directo de la vida y la «eutanasia interior» como preparación espiritual para la muerte.
Con esto, Bacon se refiere, por una parte, a la tradición del «arte de morir» como parte
del «arte de vivir», pero agrega a esta tradición algo que para la Edad Media era una
posibilidad inimaginable: la muerte de un enfermo ayudado por el médico. Tomás
Moro, en la Utopía (1516), presenta una sociedad en la que los habitantes justifican el
suicidio y también la eutanasia activa, sin usar este nombre.
Para Bacon, el deseo del enfermo es un requisito decisivo de la eutanasia activa; la
eutanasia no puede tener lugar contra la voluntad del enfermo o sin aclaración:

Quien se ha convencido de esto, quien termina su vida, ya sea voluntariamente a través


de la abstención de recibir alimentos o es puesto a dormir y encuentra salvación sin
darse cuenta de la muerte. Contra su voluntad no se debe matar a nadie, se le debe
prestar cuidados igual que a cualquier otro.

Francis Bacon8
El darwinismo social y la eugenesia son temas que también comienzan a debatirse. En
numerosos países europeos se fundan, a comienzos del siglo XX, sociedades para la
eutanasia y se promulgan informes para una legalización de la eutanasia activa. En las
discusiones toman parte médicos, abogados, filósofos y teólogos.

La escasez económica en tiempos de la primera guerra mundial sustenta la matanza de


lisiados y enfermos mentales. La realidad de los programas de eutanasia ha estado en
contraposición con los ideales con el que se defiende su implementación. Por ejemplo,
los médicos durante el régimen nazi hacían propaganda en favor de la eutanasia con
argumentos tales como la indignidad de ciertas vidas que por tanto eran, según aquella
propaganda, merecedoras de compasión,[cita requerida] para conseguir así una opinión
pública favorable a la eliminación que se estaba haciendo de enfermos, considerados
minusválidos y débiles (Aktion T-4) según criterios médicos. Por eso, ante la realidad de
los crímenes médicos durante el régimen nazi, en los Juicios de Núremberg (1946 –
1947) se juzgó como criminal e inmoral toda forma de eutanasia activa y además se
estableció de manera positiva, es decir expresamente, que es ilegal todo tipo de
terapia y examen médico llevado a cabo sin aclaración y consentimiento o en contra de
la voluntad de los pacientes afectados.

En el presente, se sustentan diferentes opiniones sobre la eutanasia y son variadas las


prácticas médicas y las legalidades en los distintos países del mundo. En general en los
hospitales, los profesionales de medicina paliativa, en residencias especializadas en el
tratamiento de enfermos terminales (hospice en inglés), en los domicilios particulares,
y también los grupos de autoayuda, trabajan por la humanización en el trato con los
moribundos y quieren contribuir a superar la distancia entre la vida, la muerte y las
prácticas médicas.

Estos son algunos de los hechos históricos que se producen en un ámbito


fundamentalmente público. Poco investigadas y mucho menos conocidas son las
diferentes prácticas reales de las personas frente al acto de morir. Se sabe que hasta
fines del siglo XIX en América del Sur existía la persona del «despenador» o
«despenadora», encargada de hacer morir a los moribundos desahuciados a petición
de los parientes.[cita requerida]

Sobre la dignidad de la vida humana

El concepto de «dignidad humana» se invoca, paradójicamente, tanto para defender la


eutanasia como para rechazarla.

Así, para los defensores de la eutanasia, la dignidad humana del enfermo consistiría en
el derecho a elegir libremente el momento de la propia muerte, evitando los que
fueran de otra forma, inexorables dolores y situaciones que socavan la humanidad
misma del enfermo.

Para sus detractores, el ser humano no posee dignidad, sino que es en sí mismo un ser
digno, independientemente de las condiciones concretas en las que viva.9 10 11 12

La muerte digna es la muerte con todos los alivios médicos adecuados y los consuelos
humanos posibles. Es el respeto por la dignidad del ser humano hasta la hora de su
muerte natural. Una muerte digna no consiste sólo en la ausencia de tribulaciones
externas, sino que nace de la grandeza de ánimo de quien se enfrenta a ella. Morir con
dignidad no significa elegir la muerte, sino contar con la ayuda necesaria para aceptarla
cuando llega.13 14

El dolor, actualmente, se puede controlar. Se disponen de medidas capaces para


neutralizar el dolor.15 Según algunos autores, resultaría incongruente seguir abogando
por la eutanasia y el suicidio asistido por motivos de compasión.16 17

Argumentos a favor

Médicos

 Desde siempre, los médicos han participado en la toma de decisiones sobre el


fin de la vida y actualmente es común suspender o no instaurar tratamientos en
determinados casos, aunque ello lleve a la muerte del paciente. Sin embargo, a
veces los médicos deciden por su propia parte si el paciente debe morir o no y
provocan su muerte, rápida y sin dolor. Es lo que se conoce comolimitación del
esfuerzo terapéutico, limitación de tratamientos o, simplemente, eutanasia
agresiva. Normalmente la eutanasia se lleva a cabo con el conocimiento y anuencia
de los familiares y/o curadores del paciente. [cita requerida]

 En medicina, el respeto a la autonomía de la persona y los derechos de los


pacientes son cada vez más ponderados en la toma de decisiones médicas.
 En sintonía con lo anterior, la introducción del consentimiento informado en la
relación médico-paciente, y para éstas situaciones, la elaboración de
un documento de voluntades anticipadas sería una buena manera de regular las
actuaciones médicas frente a situaciones hipotéticas donde la persona pierda total
—o parcialmente— su autonomía para decidir, en el momento, sobre las
actuaciones médicas pertinentes a su estado de salud.

 JurídicosLa despenalización de la eutanasia no significa obligatoriedad absoluta.


No se puede imponer el criterio de un conglomerado al ordenamiento jurídico de
todo un territorio, por lo que el derecho debiera asegurar los mecanismos para
regular el acceso a la eutanasia de los pacientes interesados que cumplan unos
requisitos especificados legalmente; así como de la legalidad y transparencia de los
procedimientos.

 La sociedad moderna basa su ordenamiento jurídico en la protección de los


derechos humanos. En este sentido, cada enfermo tiene derecho a decidir,
informadamente, sobre los asuntos que pertenecen a una esfera tan privada como
su cuerpo; y en virtud de esto, decidir cómo quiere seguir ―o no seguir― viviendo.

Argumentos en contra

Máquina utilizada para facilitar la eutanasia a enfermos terminales mediante el método


de inyección letal. Fue utilizada por cuatro personas durante 1996 y 1997, período en
el que fue de uso legal en Territorio del Norte (Australia). Se exhibe en un museo de
Londres.18
Los argumentos en contra inciden en la «inviolabilidad» de la vida humana, la defensa
de su dignidad independientemente de las condiciones de vida o la voluntad del
individuo implicado, y las repercusiones sociales de desconfianza que podría conllevar
la eutanasia.

La Asociación Médica Mundial considera contrarios a la ética y condena tanto el


suicidio con ayuda médica como la eutanasia. 19 En cambio recomienda los cuidados
paliativos.20

La eutanasia, es decir, el acto deliberado de poner fin a la vida de un paciente, aunque


sea por voluntad propia o a petición de sus familiares, es contraria a la ética. Ello no
impide al médico respetar el deseo del paciente de dejar que el proceso natural de la
muerte siga su curso en la fase terminal de su enfermedad.

Declaración sobre la Eutanasia adoptada por la 38.ª Asamblea Médica Mundial


Madrid (España), octubre de 198721
El Comité Permanente de Médicos Europeos anima a todos los médicos a no participar
en la eutanasia, aunque sea legal en su país, o esté despenalizada en determinadas
circunstancias.22

La Organización Médica Colegial de España considera que «la petición individual de la


eutanasia o el suicidio asistido deben ser considerados generalmente como una
demanda de mayor atención pudiendo hacer que desaparezca esta petición aplicando
los principios y la práctica de unos cuidados paliativos de calidad». 23

En el caso de los Países Bajos, uno de los primeros países en despenalizar al médico
que practique la eutanasia, el estudio Remmelink 24 reveló que en más de mil casos el
médico admitió haber causado o acelerado la muerte del paciente sin que éste lo
pidiera, por razones variadas, desde la imposibilidad de tratar el dolor, la falta de
calidad de vida o por el hecho de que tardara en morir.

La postura de las iglesias cristianas en tanto, a nivel mundial, es mayoritariamente


contraria a la eutanasia y al suicidio asistido: es el caso de la Iglesia Católica Romana y
de las Iglesias evangélicas y pentecostales. La postura del anterior papa Benedicto
XVI quedó explícitamente recogida en una carta (de 2004) a varios eclesiásticos
estadounidenses:

No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia.
Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena
de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón
indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las
autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia
al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o
recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre
católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo,
respecto del aborto y la eutanasia.

Tercer punto de la carta de Joseph Ratzinger al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo


de Washington DC.25
Las iglesias luteranas y metodistas en cambio, como asimismo la mayoría de las
afiliadas a la Comunión Anglicana se oponen en principio, pero dan espacio para la
decisión individual caso a caso. Por otro lado, varias iglesias han optado por no
pronunciarse a este respecto y enfatizar el valor de la conciencia individual en
cuestiones éticas, es el caso de las iglesias católicas afiliadas a la Unión de Utrecht, y
algunas Iglesias presbiterianas, entre otras.26

 Véase: La distanasia según el Magisterio de la Iglesia Católica.


Bibliografía

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 GARCÍA RIVAS, Nicolás: «Despenalización de la eutanasia en la Unión Europea:
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 GARRIDO SANJUAN, Juan Antonio. Acortar la muerte sin acortar la vida. P. P.
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 HEATH, Iona (2008). Ayudar a morir. Con un prefacio y doce tesis de John Berger.
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 HENDIN, Herbert (2009). Seducidos por la muerte. Planeta. ISBN 978-84-08-
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 LORA, Pablo de; y Marina GASCÓN: Bioética. Principios, desafios, debates,
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 SINGER, Peter: Repensando la vida y la muerte. Oxford University Press,
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 THOMASMA, David; y Thomasine KUSHNER: De la vida a la muerte: ciencia y
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1. Jump up↑ Basado en el artículo «eutanasia», en el Diccionario de la


lengua española de la Real Academia Española, consultado el 7 de abril de
2012.
2. Jump up↑ AsociaciónMédica Mundial, AMM. (2009). Manual de ética
médica- el médico y el paciente. Publicaciónde la Unidad de Ética de la AMM.
2ªedición 2009. P. 57.
3. Jump up↑ The intentional killing of those who have expressed a
competent, freely made wishto be killed. World Health Organization, WHO.
(1995). Ethics of medicine and health.WHO-EM/PHP/1/E/G. Technical
paperpresented at the Forty-secondSession of the Regional Committeefor the
Eastern Mediterranean. P 15.
4. Jump up↑ > Definición de eutanasia según la RAE
5. Jump up↑ Significado de la expresión «eutanasia pasiva», en el sitio
web de la Organización Médica Colegial.
6. Jump up↑ Víctor Pérez Varela: Eutanasia, ¿piedad?, ¿delito? (326
páginas). Universidad Iberoamericana, 2003.
7. Jump up↑ A. Roa: Ética y bioética. Andrés Bello, 1998.
8. Jump up↑ Cita de Francis Bacon, en De augmentis (Obras, 4. 387).
9. Jump up↑ J. L. A. García (2007): «Health versus harm: euthanasia and
physicians' duties», en Journal of Medicine and Philosophy, 32 (1), págs. 7-24.
10. Jump up↑ D. Callahan (2000): «Death and the research imperative»,
enNew England Journal of Medicine, 342, págs. 654-656.
11. Jump up↑ L. Kass (1989): «Neither for love nor money», en Public
Interest, 94, págs. 5-46, invierno de 2000.
12. Jump up↑ E. Pellegrino (1992): «Doctors must not kill», en R. Misbin
(ed.): Euthanasia: The Good of the Patient, The Good of Society. Frederick:
University Publishing Group, págs. 27-34.
13. Jump up↑ E. M. Andresen, G. A. Seecharan, y S. S. Toce (2004):
«Provider perceptions of child deaths», en Arch Pediatr Adolesc Med, 158,
págs. 430-435.
14. Jump up↑ A. C. Beal, J. P. Co, D. Dougherty, et al. (2004): «Quality
measures for children’s health care», en Pediatrics, 113, págs. 199-209.
15. Jump up↑ N. Coyle, J. Adelhardt, K. M. Foley, y R. K. Portenoy (1990):
«Character of terminal illness in the advanced cancer patient: pain and other
symptoms during the last four weeks of life», enJournal Pain Symptom
Manage, 5 (2), págs. 83-93.
16. Jump up↑ A. Morgan Capron (1992): «Euthanasia in the Netherlands:
american observations», The Hastings Center Report, 22.
17. Jump up↑ World Health Organization (2002): National cancer control
programmes: policies and managerial guidelines. Ginebra (Suiza): World Health
Organization, segunda edición, 2002.
18. Jump up↑ Euthanasia machine comes to UK (en inglés)
19. Jump up↑ Resolución de la AMM sobre la eutanasia, Washington 2002
20. Jump up↑ Declaración de Venecia de la AMM sobre la enfermedad
terminal, Venecia 1983. Revisada en Pilanesaberg (Sudáfrica) 2006
21. Jump up↑ Resolución de la AMM sobre la eutanasia, Washington 2002
22. Jump up↑ El Comité Permanente de Médicos Europeos se pronuncia
sobre la eutanasia
23. Jump up↑ Organización Médica Colegial de España: Declaración sobre
la atención médica al final de la vida.
24. Jump up↑ Remmelink Report
25. Jump up↑ Léase artículo en «Vaticanista italiano publica carta de
Ratzinger a obispos de Estados Unidos sobre la comunión», artículo en el sitio
web Aciprensa, del 3 de julio de 2004.
26. Jump up↑ Amy M. BURDETTE; Terrence D. HILL; Benjamin E. MOULTON:
«Religion and Attitudes toward Physician-Assisted Suicide and Terminal
Palliative Care», en: Journal for the Scientific Study of Religion, 2005.

Enlaces externos[editar · editar código]

Enlaces a favor[editar · editar código]

 Aceb.org (Protocolo de Groningen).


 Dmd.org.co (Fundación Pro DMD (Derecho a Morir Dignamente), en Colombia).
 ElPais.com («La voluntad inequívoca de querer morir», El País, 30 de
septiembre de 2008).
 ElPais.com («Montes lidera una campaña para despenalizar el suicidio
asistido», El País, 12 de julio de 2008]
 ElPais.com («Quiero dejar de no vivir», El País, 17 de enero de 2007).
 ElPais.com (texto de la Declaración de Santander en formato pdf, 12 de julio de
2008).
 Eutanasia.ws (Asociación Federal DMD (Derecho a Morir Dignamente), de
España).
 ExitInternational.net (Organización Exit Internacional).
 InformarN.nl («La eutanasia genera claridad», artículo de Marijke Van Der Berg,
Holanda, 2007.]
 Pensar.org («La eutanasia y el derecho a la privacidad», artículo de Paul Kurtz).
 Video.Google.es (documental La última llamada sobre el grupo australiano pro-
eutanasia Exit, Documentos TV, 2007).

Enlaces en contra[editar · editar código]


 AcePrensa.com («La experiencia de siete años de eutanasia en Bélgica», en la
agencia Aceprensa).
 AcePrensa.com («La eutanasia, una solución anticuada», en la agencia
Aceprensa).
 ConDignidad.org (documental sobre la eutanasia).
 Euthanasia.com (sitio estadounidense dedicado a la lucha contra la eutanasia;
sección en español).
 Icomem.es («Ética de la sedación en la agonía», Consejo General de Colegios
Oficiales de Médicos).
 Network-Press.org (Razones del no a la eutanasia).
 NuevaRevista.net («Entre la compasión y la ley. ¿Limitación del esfuerzo
terapéutico o eutanasia?», Nueva Revista, n.º 110).
 Org.Rtve.es (Mar afuera).
 Secpal.com (Sociedad Española de Cuidados Paliativos).
 Care Not Killing (promueven los cuidados paliativos y se oponen a la eutanasia y
el suicidio asistido).

LEGISLACIÓN DE LA EUTANASIA EN EL MUNDO


http://panorama.laverdad.es/sociedad/1118-la-legislacion-de-la-eutanasia-en-el-
mundo
La regulación sobre el derecho a la eutanasia y al suicidio asistido varía por países.
Aquellos en los que ambas fórmulas son legales son aún una estricta minoría. En
Europa, sólo Holanda, Bélgica y Luxemburgo permiten provocar la muerte a un
enfermo incurable por expreso y reiterado deseo de éste, y bajo estrictas garantías
legales. En Luxemburgo, la liberalización en 2008 resultó tan controvertida que exigió
una reforma legal para limitar los poderes del Gran Duque, contrario a ratificar la nueva
normativa.

Holanda y Bélgica fueron los dos países pioneros, con sendas leyes de 2002, aunque en
los Países Bajos no hizo sino normalizar una práctica consentida durante décadas. De
hecho, los holandeses están a punto de dar un paso más y abrir debate sobre el posible
suicidio asistido a mayores de 70 años que, aun sin estar enfermos, no deseen seguir
viviendo. En Suiza, la eutanasia está prohibida pero se permite el suicidio asistido; un
médico puede proporcionar al enfermo irreversible una dosis letal de medicamento,
que deberá tomar el paciente por sus propios medios. La asociación Dignitas se dedica
a ayudar a la 'buena muerte', lo que ha propiciado un cierto 'turismo de la
muerte' desde algunos otros países europeos.

El ejemplo americano

El país helvético siguió la senda abierta en 1997 por el estado de Oregón (EE.UU.). Los
médicos pueden allí prescribir drogas a pacientes terminales con una expectativa de
vida no mayor de seis meses, para que ellos mismos se las administren. La ley ha sido
recurrida varias veces por el gobierno federal en la época Bush, y otras tantas ratificada
por el Tribunal Supremo.

En otros países europeos como Noruega, Dinamarca, Alemania o Austria, entre otros,
rige un modelo similar al de España, en el que el paciente goza de autonomía para
rechazar, él mismo o a través de su familia, determinados tratamientos aunque pueda
conducirle a la muerte. Italia tiene reconocido en la Constitución el derecho a rechazar
un tratamiento, pero el caso de Eluana Englaro -su familia tuvo que batallar contra el
gobierno de Berlusconi y la Iglesia para desconectarla de la máquina que mantenía sus
constantes vitales- dejó claras las limitaciones. Francia mantiene abierto un debate
recurrente sobre la muerte digna y los límites de prácticas como la eutanasia o el
suicidio asistido, aunque ambas siguen prohibidas. En Gran Bretaña, la Fiscalía ordenó
hace poco 'aflojar' los criterios de persecución de las personas que ayuden a suicidarse
a un enfermo terminal.

Un paso más hacia una muerte digna


El experto de la Consejería de Salud de Andalucía cree que todavía existen grandes
lagunas de conocimiento
JOSÉ LUIS ROCHA 31 MAY 2013 - 22:43 CET2
En el año 2010, el Parlamento Andaluz aprobó la Ley de Derechos y Garantías de la
Dignidad de la Persona en el Proceso de la Muerte. La ley de muerte digna culminó una
amplia deliberación política, social y profesional sobre la toma de decisiones alrededor
de la muerte, en buena medida desencadenada por el caso de Inmaculada Echevarría.
Pero es un debate que no cesa y que se aviva ante ejemplos como los de la propia
Inmaculada, Ramona Estévez o Eluana Englaro, quienes han dado rostro a conflictos sin
resolver entre la libertad individual y los condicionantes sociales sobre el morir.

La ley andaluza se ha acompañado de un despliegue de acciones: nuevas unidades de


cuidados paliativos, más lugares donde hacer la declaración de voluntad vital, la
incorporación de los registros a la historia clínica electrónica o la conformación de los
comités de ética asistencial para todos los centros. Pero persisten grandes lagunas de
conocimiento por parte de pacientes y profesionales, incertidumbres e inquietudes
sobre las consecuencias de las decisiones; y actitudes pasivas, dilatorias o incluso de
rechazo ante estas situaciones.

El testamento vital es una herramienta muy útil que se ejercita como expresión de
voluntad ante situaciones hipotéticas, genéricas o alejadas en el tiempo, por lo que
puede resultar poco preciso. El proceso de planificación anticipada de las decisiones lo
complementa, al aproximar la reflexión sobre las preferencias del enfermo a un
momento de enfermedad en el que se puede prever su evolución, lo que supone la
mejor garantía de su aplicación. Por ejemplo ante una enfermedad neurodegenerativa,
respiratoria crónica o un proceso oncológico, los profesionales pueden imaginar los
puntos de decisión potencialmente conflictivos a los que se va a enfrentar ese paciente
y prepararlo, junto a su familia, para tomar decisiones relacionadas con el proceso de
la muerte de la mejor manera y en el momento más adecuado.

Se trata de configurar una hoja de ruta para un proceso que está por venir en un plazo
breve, contribuyendo a superar el miedo, la desconfianza o los prejuicios del paciente
cuando todavía se encuentra capaz. Y de los propios profesionales, evitando actitudes
pasivas o pactos de silencio.

La implantación sistemática de un proceso de planificación anticipada dota a los


centros de un instrumento para que la toma de decisiones se haga de manera efectiva
y con alta calidad; significa un paso más en la conformación de una actitud profesional
más proactiva ante estas situaciones, más consciente de la autonomía personal , más
respetuosa con los valores individuales y más cercana a los temores y sentimientos del
paciente; pero, sobre todo, supone un paso más para asegurar que las personas en los
momentos finales de su vida reciban una atención sanitaria plenamente acorde con sus
valores y preferencias.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/05/31/vidayartes/1370033017_244489.ht
ml

El Nobel de Medicina Christian De Duve elige la eutanasia para morir


El bioquímico fue galardonado en 1974 por sus hallazgos sobre la organización
estructural y funcional de la célula

Christian de Duve, premio Nobel de Medicina en 1974. /GORKA LEJARCEGI


El bioquímico Christian De Duve, premio Nobel de Medicina en 1974 gracias a sus
descubrimientos acerca de la estructura y el funcionamiento de la célula, falleció el
pasado sábado en Bélgica a los 95 años , según ha informado hoy lunes el diario Le
Soirque señala además, citando fuentes familiares, que De Duve eligió la
eutanasia para morir, tras ver cómo se deterioraba de una manera importante su
salud en los últimos meses. El Nobel será incinerado "en la más estricta intimidad" y se
organizará un homenaje público en memoria del científico el próximo 8 de junio.

Para el primer ministro belga, Elio di Rupo, se ha ido un científico "excepcional,


cuyo trabajo ha supuesto grandes avances para la medicina" y un hombre
"comprometido, que estaba ansioso por contribuir con el progreso humano", según un
comunicado del Gobierno del país.

El científico comenzó sus estudios en torno a la insulina, tras lo que se centró en la


bioquímica y, en particular, en desentrañar los secretos de las células; un trabajo que
le supuso el reconocimiento del Nobel en 1974, junto a Albert Claude y George Emil
Palade, premiando así sus hallazgos sobre la organización estructural y funcional de la
célula. En palabras de Di Rupo, el galardón fue "la justa recompensa a una carrera
ejemplar, caracterizada por un deseo implacable de elevar el nivel de conocimiento".

Bélgica es el país en el que De Duve desarrolló la mayor parte de su carrera


profesional como investigador en Lovaina, aunque también trabajó en Estados Unidos
en los laboratorios de la Fundación Rockefeller en Nueva York.

El imposible suicidio de Alda Gross


Estrasburgo condena a Suiza por causar una “angustia considerable” a una anciana
sana que pidió ayuda para morir. Cree que su ambigua ley genera indefensión

Hace casi una década que Alda Gross quiere poner fin a sus días. Tiene 82 años y lleva
seis batallando legalmente con la Administración suizapara hacer efectivo su derecho
a decidir cómo y cuándo morir. Desea recurrir al suicidio asistido --que contempla la
legislación suiza-- y que un médico le recete una dosis letal de un fármaco. Pero Gross
está sana, solo tiene los achaques propios de la vejez, por lo que ningún sanitario ha
querido prescribirle el medicamento que necesita. La regulación suiza es tan abstracta
que, aunque admite el suicidio asistido, no establece pautas sobre quién, cómo y
cuándo se puede recurrir a él, por lo que los médicos rechazan decenas de casos por
las posibles consecuencias. Esta falta de directrices oficiales, según el Tribunal Europeo
de Derechos Humanos, desprotege a médicos y ciudadanos. Estrasburgo condenó ayer
a Suiza porque la ambigüedad de su legislación ha vulnerado el derecho al respeto de
la vida privada y familiar de Gross, y le ha provocado una “angustia considerable”.

La mujer, de 82 años , mantiene la intención de poner fin a su vida asistida por un sanitario
La mujer, que tras agotar las instancias judiciales en su país decidió recurrir a la justicia
europea, todavía no ha logrado su objetivo. El Tribunal de Estrasburgo no se pronuncia
sobre el fondo de la cuestión. Los jueces argumentan que es competencia de Suiza
decidir si se le debe proporcionar a la mujer el fármaco que necesita para poner fin a
sus días. Aunque sí instan a la Administración suiza a “emitir directrices claras y
completas sobre la cuestión”. “Suiza tendrá que cambiar su ley. Hay contradicciones
entre la regulación y los derechos humanos y eso está provocando que los médicos se
sientan inseguros y que los ciudadanos queden al descubierto”, apunta Frank
Petermann, el abogado de Gross. Está especializado en derecho sanitario, y asegura
que este no es el único caso similar que lleva. Suiza tiene tres meses para recurrir la
sentencia, que no contempla indemnización alguna para la demandante.

Gross, mientras tanto, prefiere guardar silencio. Debe analizar las implicaciones de una
sentencia “importantísima para ella”, transmite su abogado. “Su intención y su deseo
de poner fin a sus días sigue siendo el mismo”, informa Petermann. Lo lleva
intentando desde 2005, cuando intentó suicidarse por sus propios medios. No lo
consiguió, y tras lo ocurrido, recibió tratamiento psiquiátrico. Ayuda que, como indica
en la demanda presentada en Estrasburgo, no alteró sus deseos de morir. Seguía
insistiendo en que su estado era cada vez más frágil, que ya no podía dar largos paseos
y que no estaba dispuesta a seguir sufriendo la merma de sus capacidades físicas y
mentales.

Los jueces no entra en el fondo del tema y apuntan que solo compete a Suiza decidir si asiste a la mujer
Sin embargo, la mujer tenía pánico a las consecuencias que otro intento fallido de
poner fin a su vida podían acarrearle: quizá una incapacidad mucho peor. Por eso
intentó hacerlo recurriendo primero a la organización especializada Exit y después a
varios médicos. Todo sin éxito. Como no sufría ninguna enfermedad terminal, los
facultativos rechazaron proporcionarle el fármaco que necesitaba. “Los médicos tienen
miedo a las consecuencias que puede tener para ellos atender a una persona como
Gross”, dice su abogado. Tampoco las autoridades sanitarias del cantón de Zurich,
donde vive, le dieron respuesta.

El Código Penal suizo no reprime la asistencia al suicido excepto cuando el autor de


estos actos se conduce por “motivos egoístas”. Según su jurisprudencia, un médico
puede prescribir un medicamento letal para ayudar a un paciente a suicidarse si se dan
ciertas condiciones específicas indicadas en las directivas éticas adoptadas por la
Academia Suiza de Medicina. El paciente debe, eso sí, haber tomado su decisión de
manera meditada y en plenas condiciones; y los médicos deben proporcionarle todas
las opciones previas disponibles.

Sin embargo —aunque cada cantón de Suiza puede dictar condiciones particulares—
esas directrices éticas no tienen rango de ley, y no se suelen aplicar a pacientes que no
padezcan una enfermedad terminal. Como Gross, que está perfectamente sana. El
Gobierno suizo no ha entrado a reglamentar el suicidio asistido —al que a pesar de
esto recurren unas 300 personas al año—. Y esa falta de concreción y pautas definidas
por ley pudieron tener, para Estrasburgo, “un efecto disuasorio sobre los médicos, que
podrían de otro modo haberse inclinado por aceptar la petición” de la mujer.

La falta de pautas oficiales desprotege a los médicos y a los ciudadanos


“Esta incertidumbre sobre el resultado de su solicitud ha debido causar a Gross una
angustia considerable en un aspecto particularmente importante para su vida. Esto
no se habría producido si hubiese habido directrices claras y aprobadas por el Estado
que definan las circunstancias en las que los médicos están autorizados a emitir una
receta a una persona que ha tomado libremente la decisión de poner fin a sus días sin
padecer una enfermedad terminal”, dicen los jueces.

La sentencia de Estrasburgo llega en un momento en el que varios países de


Europa abordan el suicidio asistido y la eutanasia. En 2011, Suiza ya rehusó establecer
una reglamentación más concreta, del estilo de la holandesa —que pauta esta práctica
y también la eutanasia en centros públicos y privados—, pero otros países, como
Francia, han puesto sobre la mesa proyectos de regulación. España hace años que dejó
sus intenciones en un cajón. La ley socialista de muerte digna, que ni siquiera recogía el
suicidio asistido —penado por ley— pero que ordenaba otras cuestiones, nunca llegó a
tramitarse.

Legislación y práctica de la eutanasia en Europa


La eutanasia es un tema espinoso sobre el que ni siquiera Europa parece ponerse de
acuerdo. Mientras que en países como España y Francia es ilegal, pese a que en
ambos territorios cuenta con gran apoyo, en otros, como en Holanda y Bélgica, la
“muerte digna” es legal desde hace diez años. Repasamos las diferentes legislaciones
sobre la eutanasia en el seno de la UE.
Países que han legalizado la eutanasia
Holanda fue el primer país del mundo en legalizar la eutanasia. Desde el 1 de abril de
2002 la ley autoriza la eutanasia activa directa (administración de un medicamento que
provoca la muerte) cuando el paciente la requiere en plena posesión de sus facultades
y cuando experimenta sufrimiento “insoportable e interminable” debido a una
enfermedad incurable. La opinión de un segundo médico es siempre necesaria.

Bélgica le siguió en 2002, legalizando parcialmente el “suicidio asistido”. El paciente


incurable debe ser mayor, “capaz y conciente”, y debe formular su demanda de manera
“voluntaria, reflexionada y repetida” y estar libre de toda coacción.

En Luxemburgo se promulgó, en marzo de 2009, un texto que legaliza la eutanasia bajo


determinadas condiciones . Este dispositivo, prohibido para los menores, concierne a
los pacientes en situación médica “sin salida”.
Países que autorizan o toleran alguna forma de muerte asistida
En Suiza se autorizan la eutanasia activa directa y la eutanasia pasiva (interrupción del
dispositivo médico de mantenimiento de la vida), así como el suicidio asistido (la
persona toma ella misma la dosis mortal).

En Francia, la ley Leonetti de 2005 instauró el derecho a “dejar morir”, que favorece los
cuidados paliativos. La ley autoriza la administración por parte de los médicos de
tratamientos contra el dolor que permitan aliviar el sufrimiento, con el “efecto
secundario de acortar la vida” de una persona con una enfermedad “grave, incurable y
en fase avanzada o terminal”.

Suecia ha legalizado la eutanasia pasiva en 2010.

En Gran Bretaña se autoriza, desde 2002, la interrupción de los cuidados en ciertos


casos. Desde febrero de 2012, la justicia suaviza la persecución de las personas que
hayan ayudado a morir a un familiar que así lo haya solicitado.

En Alemania se tolera la eutanasia pasiva si el paciente así lo ha solicitado. La situación


es similar en Austria.

En Dinamarca, los ciudadanos pueden, desde 1992, declarar por escrito su rechazo a
todo tipo de cuidado terapéutico. La declaración se guarda en un registro central.

En Noruega se autoriza la eutanasia pasiva siempre que lo pida el paciente. Si éste está
inconciente puede hacerlo un allegado.

En Hungría y República Checa, los enfermos terminales pueden rechazar el


tratamiento. Lo mismo ocurre es España, donde más del 60% de los españoles
despenalizaría la eutanasia. El porcentaje asciende al 62,2% entre los jóvenes,
según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del informe Jóvenes
Españoles 2010, de la Fundación Santa María.

En Portugal se condenan la eutanasia activa y la pasiva, pero el consejo de ética admite


suspender el tratamiento en algunos casos desesperados.
Países que prohíben estrictamente la eutanasia
En Italia, la eutanasia activa es equiparable al homicidio voluntario. Incluso si el
paciente da su consentimiento expreso, el código penal prevé una pena carcelaria de 6
a 15 años. El suicidio asistido también es delito.

La eutanasia también se prohíbe en Grecia y Rumania, donde puede castigarse con una
pena de hasta siete años de cárcel.

En Bosnia, Croacia y Serbia la eutanasia se castiga igual que un homicidio.

En Polonia, la eutanasia se castiga con un pena de entre tres meses y cinco años, pero
“en casos excepcionales” el tribunal competente puede atenuar la pena e incluso
negarse a infligirla.

En Irlanda, toda forma de asistencia a la muerte o al suicidio es ilegal y susceptible de


castigarse con 14 años de prisión.
Fuente: Paris-AFP/Relaxnews
Publicado el 30/08/2012

Bélgica alcanza el récord de eutanasias en pleno debate de la reforma


de la ley
La cifra de eutanasias practicadas en Bélgica alcanzó un récord histórico en 2012, con
un total de 1.432 casos, en pleno debate en el país sobre la posibilidad de ampliarla a
los menores y a las personas que sufren enfermedades mentales degenerativas,
del tipo del Alzheimer. La Comisión Federal de Control y de Evaluación de la Eutanasia
registró el pasado año 1.432 eutanasias en Bélgica, un 25 % más que en el año anterior,
cuando se dieron 1.133 casos, según confirmó una portavoz de ese organismo a Efe.

Asimismo, según los datos difundidos, esta práctica es más común entre la población
de la región de Flandes, donde se realizó el 81 % de las eutanasias (1.156 casos), frente
al 19 % en Valonia (276). La razón sería la proximidad de Flandes con Holanda, primer
país europeo donde se despenalizó la eutanasia, explicó la portavoz. En concreto, la
mayoría de estas prácticas se realizó en pacientes con cáncer, aunque también se
aplicó a personas con trastornos neurológicos.

A pesar de las cifras, desde la institución aseguran que esta práctica es un "fenómeno
marginal" en el país y que representa sólo el 2 % del total de las muertes que se
producen en Bélgica anualmente.

La eutanasia representa sólo el 2 % del total de las muertes en Bélgica


Hace diez años, Bélgica siguió el ejemplo de Holanda, al ser el segundo país en
despenalizar parcialmente la eutanasia poco después que lo hiciera el Estado vecino. La
ley, que entró en vigor el 22 de septiembre de 2002, permite a los médicos aplicar la
eutanasia en casos de enfermos que lo soliciten y estén afectados de dolencias
incurables que les provoquen "sufrimientos físicos o psíquicos constantes e
insoportables".

El pasado diciembre, el Parlamento belga coincidiendo con el décimo aniversario de la


ley de eutanasia, empezó a discutir si debe ampliarla a los menores y a las personas
que sufren enfermedades mentales degenerativas, como el mal de Alzheimer.

La reforma que ahora se debate pretende garantizar tanto el derecho de decisión


autónomo como la seguridad jurídica de los médicos. Por su parte, la ministra de
Asuntos Sociales y Salud, Laurette Onkelinx, anunció hoy una propuesta para que los
médicos que den una segunda opinión sobre un paciente para determinar si se le
puede aplicar la eutanasia, deban ser pagados, lo que ahora no ocurre, según informó
la agencia Belga.

La ley sobre la eutanasia prevé que un segundo médico debe ser consultado antes de
que se practique cualquier eutanasia, e incluso, exige que se someta a una tercera
opinión para aquellos pacientes que no tienen una enfermedad terminal.

Además de Bélgica, la eutanasia en Europa está legalizada en Holanda,Luxemburgo y


Suiza.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/05/14/actualidad/1368566274_748064.ht
ml

150.000 personas han registrado su testamento vital en España


La falta de información y el rechazo a pensar en el fin de la vida lastran su avance
En algunas comunidades, incluso los menores pueden redactarlo
Un ictus cerebral dejó a Margarita postrada en una cama. Tenía 78 años y nunca volvió
a despertar. Su hijo Carlos cuenta que su madre, pequeña y delgada, siempre dijo que
prefería “irse” de manera natural. “Mi padre había muerto de cáncer cinco años antes
y los últimos meses vivió una agonía hospitalaria tremenda y sin sentido. Ella no quería
eso”, dice. Y lo había dejado por escrito: no quería sondas, ni tratamiento si la situación
era irreversible. Y lo era. Sus hijos lo sabían y los médicos fueron informados. La mujer,
que ya estaba muy delicada de salud antes de sufrir el ictus, murió sedada poco
después. “Y se fue en paz”, asegura su hijo.

Como hizo Margarita, unas 150.000 personas han registrado en España un documento
con sus instrucciones previas o testamento vital. Un texto, revocable en cualquier
momento, en el que una persona puede especificar qué tratamientos y cuidados quiere
recibir si llega una situación en la que no sea capaz de expresarlo personalmente:
reanimar o no, sondar, donar los órganos... 12 años después de que la Ley de
Autonomía del Paciente regulase la expresión de las voluntades anticipadas (como
también se conoce), el uso de este derecho aún no ha cristalizado en la sociedad. El
testamento vital sigue siendo algo desconocido para los ciudadanos. También,
reconocen los expertos, lo es para los profesionales sanitarios. Barreras a las que se
añade la oscuridad que rodea en España lo relacionado con la muerte, donde
culturalmente se es reticente a hablar del fin de la vida.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/04/20/actualidad/1366478759_440365.ht
ml

Eutanasia para mejorar los trasplantes de órganos

España es un ejemplo en trasplantes para todo el mundo. El llamado “Spanish model”


se basa en dos principios clave: El altruismo y el anonimato. Además, claro está, de una
eficacísima red de coordinadores de trasplantes a nivel hospitalario, autonómico y
nacional. El problema es que con la manía recaudatoria de la DGT, y sus radares
omnipresentes, han conseguido asustar tanto a los conductores que cada vez se
producen menos muertes por accidentes. Y por tanto, hay menos personas jóvenes
potenciales donantes disponibles. Los órganos que se pueden utilizar para trasplantes
(de cadáver) proceden cada vez más de personas con mayor edad, lo cual perjudica la
eficacia del trasplante mismo.

Brindo a los responsables sanitarios, gratis, una idea (no muy original, lo
reconozco) para reconducir la situación y poder volver a disfrutar de órganos de
calidad para trasplantes. En resumen, se trata de encontrar colectivos de personas
dispuestos a ser semilleros de órganos para ser utilizados en trasplantes. Mientras no
sepamos cómo crear órganos artificialmente, fuera de un individuo, hemos de recurrir
a estas estrategias. ¿Y quiénes serían esos voluntarios? Todos sabemos que hay muchas
personas que sufren graves enfermedades, y están deseando morirse. Pero no pueden
hacerlo, porque no es su hora. Y nadie les puede ayudar porque las leyes españolas
penalizan el homicidio y la ayuda al suicidio. Hablamos, claro es, de la eutanasia,
entendida como un acto médico que realiza un tercero para procurar la muerte de
alguien que así lo ha solicitado. La solución a la escasez de órganos pasa por
autorizarla, y utilizar los órganos de los “eutanasiados”, estableciendo, eso sí, estrictos
controles para garantizar su correcta aplicación y la evitación de los posibles abusos.
Mi propuesta es la siguiente: El paciente, que solicite su propia muerte y al que se le
aplique finalmente la eutanasia, debe ser adulto y estar en plenas facultades mentales.
Se trata de respetar la sagrada libertad del hombre, lo que en ámbitos médicos se
conoce como el respeto a la autonomía del paciente, que en situación médica de
desahucio, sufre mental o psíquicamente hasta un nivel que no puede ser suavizado. Y
que para aliviarlo, reclama para sí mismo una muerte que no termina de llegarle. Para
garantizar la voluntad inequívoca del paciente de acabar con su propia vida, y evitar
matar a alguien que pidió la eutanasia en un momento de desesperación, pero que
luego se arrepintió de ello, se debería establecer un periodo mínimo de un mes desde
que se solicitara la eutanasia formalmente, cumpliendo unos estrictos requisitos, hasta
que esta se llevara efectivamente a cabo. Tiempo suficiente para que el enfermo
pudiera reconsiderar su decisión, o reafirmarse en la misma.

Poco a poco en nuestra sociedad va calando la idea de que no es humano que una
persona que quiera acabar con su vida no pueda hacerlo. Idea que va unida a la otra de
que si no podemos decidir cuándo y cómo morir no somos verdaderamente libres. Así
pues, tendríamos a muchos candidatos potenciales, insatisfechos con su vida, carne de
cañón de la eutanasia, de los que podríamos utilizar sus órganos para ser
trasplantados en otras personas que los necesitaran. En paralelo he de indicar que esta
propuesta tiene grandes ventajas en términos de ahorros para la sociedad. Al fin y al
cabo, los candidatos a la eutanasia no desean vivir. Lo que significa que la sociedad
malgasta inútilmente sus recursos sanitarios en cuidar a personas que no desean ser
cuidadas, sino que quieren desparecer. En épocas de crisis, como la actual, ¿no sería
mejor invertir esos recursos, escasos, en otras personas que sí están deseando vivir,
ahorrando los costes innecesarios de cuidar a otros que no sirven para nada y desean
quitarse de en medio?

En este punto del discurso utilitarista del ser humano conviene traer a colación un
aspecto más a la discusión. La sociedad se ahorraría el coste de mantener vivos a unos
parásitos, si se me permite la licencia de denominar así a los que solicitan la eutanasia,
al objeto de hacer más gráfico mi razonamiento (dicho sea sin ninguna carga peyorativa
hacia ellos). Pero además, puesto que esas personas van a morir de cualquier modo, al
menos sus órganos podrían ser utilizados para ser trasplantados en otros que, al
contrario que ellos, sí desean vivir. ¡Qué mejor manera de optimizar recursos sanitarios
que ahorrar en costes de quienes no desean ser atendidos, para generar recursos que
invertir en los que sí los necesitan (y los solicitan)! Seguro que, además, contemplar la
posibilidad de que los órganos y tejido sanos de uno mismo puedan ayudar a otro,
supone un gran alivio en la conciencia de los que solicitan la eutanasia y les ayuda a
morir con la conciencia más tranquila.

Piénsese, además, en otra ventaja adicional, de suma importancia. Hasta ahora ,


cuando se produce un fallecimiento, hay que buscar en muy corto plazo de tiempo a un
receptor compatible, y ser muy ágiles para coordinar la extracción del órgano del
donante y su trasplante en el receptor. Por el contrario, si a las personas que van a ser
sometidas a eutanasia se les ofrece la posibilidad de donar sus órganos con la
suficiente antelación, tendríamos el tiempo preciso para encontrar un paciente
compatible y prepararlo todo con mayores posibilidades de éxito. Los candidatos a la
eutanasia se convertirían, de este modo, en una especie de “granjas de órganos”,
donde sus órganos y tejidos serían cultivados, preparándolos para ser utilizados en
otras personas que sí los supieran valorar. Sólo haría falta preparar el protocolo para
certificar la muerte del donante, sin miedo a confusiones. Por ejemplo, se podría exigir
la firma de tres médicos diferentes que certificaran la muerte. Además, claro está, del
requisito previo de la firma de un exhaustivo documento de consentimiento informado
por parte del donante.

¿Exagero? ¿Me he vuelto loco? Ni mucho menos. Ya les dije al principio que la idea no
era del todo original. Todo esto, por sorprendente que parezca, ya es posible, hoy en
día, en Holanda y Bélgica. Y no solo eso, sino que los promotores de semejante
barbaridad lo promueven sin rubor en los foros científicos. En diciembre del año
pasado se ha presentado esta propuesta en la Real Academia de Medicina de Bélgica,
con la indicación de que la donación de órganos tras la eutanasia es posible y
beneficiosa. Si Dios no lo remedia, veremos al Comité de Bioética de España, con
Victoria Camps a la cabeza, proponiendo su aplicación en España. No es aceptable que
haya países todavía más “progresistas” que nosotros. Al tiempo.
http://www.bioeticahoy.com.es/2011/01/eutanasia-para-mejorar-los-trasplantes.html

¿ CUANDO LE APLICAN LA EUTANASIA A ALGUIEN ES POSIBLE LA DONACIÓN DE


ÓRGANOS ?
Antes no era posible debido a que en los paises que es legal la eutanasia, se le
practicaba a personas con enfermedades terminales como el cancer por ejemplo, un
paciente con cancer no puede donar organos por la radiacion en sus organos debido a
las quimioterapias. Al igual que las otras personas que se pueden someter a eutanasia
son pacientes con VIH Sida, por lo cual tampoco pueden ser donantes. Ahora... Como
los tiempos van cambiando, si el paciente no tiene ninguna enfermedad terminal y
quiere la eutanasia como mero capricho, se evalua mentalmente y si esta bien
mentalmente,y cualifica para la donacion de organos, se le puede aplicar la eutanasia y
si puede donar sus organos ya que es un derecho legal.

Bélgica trasplantes de órganos de pacientes sometidos a


eutanasia

La realidad está ahora superando la imaginación y los escenarios más macabros e


inquietantes no son fruto de la fantasía de los creadores de películas de terror, sino
acontecimientos reales. Un estudio realizado por un equipo de médicos belgas
determinó que los pacientes sometidos a eutanasia son ideales donantes de órganos,
especialmente de los pulmones. Sobre la base de datos concretos, indican que tres
pacientes de cuatro, a los que fueron trasplantados pulmones de donantes sometidos a
eutanasia, han tenido un excelente y rápido curso post instalación.
Todos los pacientes a los que les fueron retirados órganos habían dado su
consentimiento a la eutanasia sin estar en estado terminal: uno sufría un trastorno
mental insoportable, los otros dos de una enfermedad debilitante benigna.
El día establecido fueron conducidos a la sala adyacente a la de los trasplantes y
“terminados” con precauciones especiales (les fue administrado un medicamento
anticoagulante antes del cóctel mortal de medicinas). Declarados muertos con base a
criterios establecidos por la ley belga, fueron intubados y colocados sobre una mesa de
operaciones lista, para ser saqueados de sus preciosos órganos.

De acuerdo con un informe elaborado por la Asociación Médica Canadiense el 20%


de los enfermeros entrevistados participó en eutanasias y cerca de la mitad de ellos
admitió haber participado en esas operaciones sin el consentimiento explícito del
paciente.

Tomar órganos de pacientes que no han dado su consentimiento es sólo cuestión de


tiempo, dice el Dr. Saunders, ya que ahora la mitad de los casos de eutanasia en Bélgica
tienen lugar sin la voluntad expresa de los enfermos. (“The Daily Compass”, el 23 de
junio de 2011).

La evolución del mal y el uso de nuevas herramientas de muerte no son casuales


sino la consecuencia lógica de las normas jurídicas y conceptos filosóficos sobre el
hombre y de su ser en el mundo, que son el resultado de una sociedad que niega la
existencia de un Ser Superior y, en consecuencia, de un estatuto jurídico (el derecho
natural) que precede a la misma fundación del Estado.

Por lo tanto, en ausencia de un orden universal reconocido, es natural pensar la vida


y legislar de acuerdo a un falso orden basado en la inutilidad sustancial de la existencia
humana, despojada de cualquier perspectiva sobrenatural.

Si el hombre está destinado a desaparecer en la nada de donde vino, todas las


cartas se juegan en el limitado marco de tiempo de su vida terrenal. Así pues, el
sufrimiento y enfermedades incapacitantes son una carga insoportable que es
perfectamente inútil llevar adelante, aún porque constituyen obstáculos para que
otros tengan la oportunidad de disfrutar de la vida. La ley del más fuerte, por lo tanto,
se convierte en el único criterio de una humanidad deprimida y espiritualmente
aniquilada.
El negocio de los trasplantes de órganos, ahora acríticamente aceptado por todos
como el más alto nivel de altruismo y gratuita donación de sí del hombre moderno, se
encaja perfectamente en la época en que vivimos: la muerte de un hombre que se
auto-elimina o es eliminado adquiere significado y dignidad cuando es útil a otro.

La falta de sentido, de hecho, afecta a los seres humanos en todas las etapas de su
existencia, de tal modo que incluso es considerado más terrible vivir sin ninguna
perspectiva y sin dejar ningún rastro, que morir. No es de extrañar, por tanto, la
facilidad con la que las personas dan su consentimiento para donar órganos vitales y no
es de extrañar que la materia prima de los trasplantes provenga cada vez más de
personas sometidas a la eutanasia.

Lamentablemente no es de extrañar el hecho de que cada vez más a menudo se


recurrirá a la eutanasia sin el consentimiento del paciente o incluso contra ella. El
camino del mal es un pozo sin fondo.

El 60% de los españoles legalizaría la eutanasia, según un

estudio del CIS

Ramón Sampedro, Chantal Sébire, Terri Schiavo, Eluana Englaro, Hannah Jones,

Inmaculada Echevarría y Piergiorgio Welby. (ARCHIVO). (ARCHIVO) Sólo 1 de cada diez

españoles está totalmente en contra. Las opiniones son similares entre simpatizantes

del PSOE y del PP. La imprecisión de la ley sigue generando situaciones dramáticas. ECO

®Actividad social ¿Qué es esto? 473 Me gustaNo me gusta 0 emailCompartir R.Q..

11.10.2010 - 08:20h La muerte digna en España es un derecho. Maquiavélico y difuso.

Pero un derecho. Las rotativas han impreso en las últimas dos décadas multitud de

historias de superación. Felices necrológicas de muertes dulcificadas por cuidados

paliativos. Y eufóricos reportajes sobre acertados tratamientos que han humanizado

muertes irreversibles. Pero lo realmente insólito es que este tipo de historias sean
noticia si se analiza la tendencia social : sólo uno de cada diez ciudadanos es contrario

a la eutanasia. Existen fórmulas para burlar la ley, pero la eutanasia en España está

prohibida La legislación que regula la asistencia paliativa en España es tan imprecisa e

hipócrita que prohíbe el suicidio asistido pero permite suministrar al enfermo terminal

una dosis letal de cianuro si horas antes se había declarado en huelga de hambre.

Existen fórmulas para burlar la ley. Pero la eutanasia está prohibida en España. Las

rigurosas estadísticas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la materia

revelan desde hace años que los ciudadanos respaldan la medida. Y películas como

Mar adentro, de Alejandro Amenábar, o Million Dollar Baby, dirigida por Clint

Eastwood, conmovieron a la sociedad y sedujeron a los escépticos. Pero el Gobierno

ignora esta reivindicación social desde la década de los ochenta. Debate asistencial o

debate moral El último estudio del CIS –realizado hace un año aunque difundido

recientemente– refleja que el 60% de los ciudadanos creen que España debería

legalizar la eutanasia. Sólo uno de cada diez se opone explícitamente a ello. La

radiografía social destaca que la aceptación de la eutanasia no es inherente a la

afiliación política o a las creencias religiosas. La Iglesia es la institución que más se

opone y lo compara con el homicidio Sólo el 3% de los votantes del PSOE y el 4% de los

militantes del PP son «totalmente» partidarios de prolongar la vida de un paciente

artificialmente cuando no existan esperanzas de curación. Respecto a la posibilidad de

que los médicos proporcionen los medios necesarios para que un enfermo en fase

terminal se quite la vida, casi el 60% de los votantes conservadores y hasta el 77% de

los afiliados socialistas defienden la postura. La Iglesia es la institución que se opone de

forma más intensa a la eutanasia y la equipara al homicidio. El PP utiliza un lenguaje

más ambiguo: defiende los cuidados paliativos que reconozcan la muerte como «un
proceso que no deba acelerarse». Los datos estadísticos cuestionan –y casi ridiculizan–

la postura oficialista. El Gobierno rechazó en mayo la creación de una Comisión a

propuesta de ERC para debatir sobre el derecho a la eutanasia y a una muerte digna. El

argumento: es necesario resolver el debate asistencial antes de abrir el debate moral.

El problema: el debate moral ya ha sido resuelto y el debate asistencial permanece

enquistado y sin rastro de signos vitales. El derecho a morir dignamente "No interesa

resolver un tema delicado que no aporta votos". La postura de la Asociación Derecho a

Morir Dignamente (DMD) es contundente. "El Gobierno no despenaliza la eutanasia

para no enfrentarse a la Iglesia católica. Y porque las personas moribundas no votan en

los comicios y no engordan los resultados electorales". César Caballero, coordinador

federal de DMD, es inflexible. Reconoce que se han producido "avances importantes"

en la legislación y que España ha evolucionado en cuidados paliativos. "Pero es

insuficiente", apunta. Y cita al Reino Unido. "Gran Bretaña es el paradigma de los

cuidados paliativos y, sin embargo, una media de 120 ciudadanos viajan a Suiza cada

año para morir con dignidad". La asociación reclama la despenalización de la eutanasia

para garantizar la muerte digna en España y evitar el flirteo con prácticas alegales que

avalen una atención decente a pacientes en fase terminal. Andalucía permite la

eutanasia pasiva El Parlamento autonómico aprobó el pasado mes de marzo la primera

ley en España que regula los derechos del paciente durante la última etapa de su vida y

las obligaciones de los médicos que los tratan. La denominada ley de Derechos y

Garantías de la Dignidad de las Personas en el Proceso de Muerte recoge cuatro

actuaciones clínicas: la limitación del esfuerzo terapéutico, el rechazo del tratamiento,

la sedación paliativa y la desconexión en caso de fallecimiento. Y excluye dos de la

legislación: la eutanasia directa y el suicidio asistido. Las caras de la eutanasia En


Europa, sólo Holanda y Bélgica disponen de una legislación que acepta la eutanasia

activa. Suiza permite esta práctica pero sólo en _caso de enfermos terminales. A

continuación, seis historias de lucha personal por una muerte digna. Ramón Sampedro

1943–1998: El desafortunado golpe de su cabeza contra una roca lo dejó tetrapléjico.

Ini-ció un infructuoso proceso judicial solicitando la muerte digna. Consiguió morir con

cianuro ayudado por su amiga Ramona Maneiro. Inmaculada Echevarría 1955-2007:

Padecía distrofia muscular progresiva. La Junta de Andalucía dio luz verde a su deseo

de que le retirasen el respirador que la mantenía con vida desde hacía nueve años.

Chantal Sébire 1955-2008: Sufría un irreversible cáncer en la cavidad nasal que se

extendía hacia el cere-bro. Solicitó por carta a Sarkozy la legalización de la eutanasia.

Ante la negativa, fue hallada muerta. Se quitó la vida con barbitúricos. Eluana Englaro

1970-2009: Un accidente de tráfico la dejó en estado vegetativo. Su padre consiguió

tras-ladarla a un hospital de Udine parasuspenderle la alimentación. El caso provocó

intensas críticas del Gobierno italiano y la Iglesia.

Ver más

en: http://www.20minutos.es/noticia/839474/0/legalizar/eutanasia/espana/#xtor=AD-

15&xts=467263

LA EUTANASIA NO RESUELVE EL PROBLEMA


SINO QUE DESTRUYE AL QUE LO TIENE
Informe de la Associació Catalana d'Estudis Bioètics sobre la eutanasia
La Asociación Catalana de Estudios Bioéticos (ACEB) considera que el activismo pro-
eutanásia representa a menudo un paso decisivo en la exaltación absoluta de la
autonomía individual y en la introducción de la cultura de la muerte. Para el
individualismo liberal, la decisión propia se halla siempre por encima de todo límite:
nada me puede ser impuesto, ni tan solo la muerte. Es la misma ideología que favorece
que la mujer elimine a su hijo antes de nacer si considera que le reduce su autonomía.
Despenalizar la eutanasia significa tanto como apoyar la cultura de la muerte.

Sin embargo, la eutanasia no resuelve los problemas del enfermo, sino que destruye a
la persona que tiene los problemas.

No puede ignorarse que en 1991 se llevó a cabo en Holanda una encuesta


anónima entre los médicos holandeses, tras un tiempo de vigencia de la
despenalización de la eutanasia, con el fin de conocer como se había concretado en la
práctica esta despenalización. Los resultados , recogidos en el Informe Remmelink,
señalaron que anualmente se llevaban a cabo 2.300 eutanasias a petición del paciente.
Hubo además 400 casos de cooperación al suicidio; 1.000 casos de eutanasia sin que
mediara petición alguna del paciente; 5.800 en que se retiró o no se inició un
tratamiento útil a petición del paciente y, a consecuencia de ello, murieron 4.756
enfermos. De los 25.000 casos en que se retiró o se omitió un tratamiento sin que
mediara petición del paciente, en 8.750 esta acción se realizó con la intención de
terminar con su vida. De los 22.500 pacientes que murieron por sobredosis de
morfina, la dosis se administró con la intención de acelerar la muerte en 8.100 casos.

El Informe Remmelink puso de manifiesto también que el 51% de los médicos en


Holanda consideraban la eutanasia practicada al margen de la voluntad del enfermo
como una opción digna de ser tenida en cuenta y el 41,1% de los médicos
entrevistados la había realizado.(R. Fenigsen, "The Report of the Dutch Governmental
Committee on Euthanasia", Issues in Law & Medicine 1991; 7: 339-44)

ACEB explica que los enfermos terminales han de recibir siempre los medios
terapéuticos ordinarios, pudiendo, según los casos, omitirse los extraordinarios. La
frontera entre medios ordinarios y extraordinarios no es algo nítido y perfectamente
delimitado, dependiendo en cada caso de múltiples circunstancias. La Associació
Catalana d’Estudis Bioètics recuerda que existe un límite: el límite de atención que no
puede ser sobrepasado sin atentar directamente contra la vida, es el de la cobertura
de las necesidades vitales mínimas, fundamentalmente alimentación e hidratación,
así como transfusiones y medicación de uso común.

En determinados casos se plantea la administración de sedantes conocida


como sedación terminal. "Se entiende por sedación terminal la administración
deliberada de fármacos para producir una disminución suficientemente profunda y
previsiblemente irreversible de la conciencia en un paciente cuya muerte se prevé
próxima, con la intención de aliviar un sufrimiento físico y/o psicológico inalcanzable
con otras medidas y con el consentimiento explícito, implícito o delegado del paciente"
(J. Porta, et. al. "Definición y opiniones acerca de la sedación terminal: estudio
multicéntrico catalano-balear". Medicina Paliativa, Madrid, 6:3; pp 108-115. 1999)
El hecho de recurrir al consentimiento implícito o delegado cuando el paciente puede
Conocer la información quita al moribundo su derecho a afrontar el acto final de su
vida: su propia muerte. La familia y el médico suplantan entonces al enfermo y lo
despojan del conocimiento de esta decisión. Pero el verdadero respeto a los derechos
del paciente pasa por hacerlo partícipe de las decisiones sobre su cuidado, aunque
éstas hayan de pasar por una información desagradable.

La sedación terminal es éticamente correcta cuando su fin sea mitigar el sufrimiento;


cuando la administración del tratamiento busque únicamente mitigar el sufrimiento y
no la provocación intencionada de la muerte; y cuando no haya ningún tratamiento
alternativo que consiga los mismos efectos principales sin el efecto secundario que
sería el acortamiento de la vida. Entonces este tipo de sedación es correcto y
éticamente aceptable.

La verdadera alternativa a la eutanasia y al encarnizamiento terapéutico es la


humanización de la muerte (M. Sureda, 2003). Ayudar al enfermo a vivir lo mejor
posible el último periodo de la vida. Es fundamental expresar el apoyo, mejorar el trato
y los cuidados, y mantener el compromiso de no abandonarle, tanto por parte del
médico, como por los cuidadores, los familiares, y también del entorno social.

Frente a la cultura de la muerte y su pretensión de presentar el aborto y la


eutanasia como progresos, la Associació Catalana d’Estudis Bioètics (ACEB) desea
recordar que eliminar la vida de una persona - también si se trata de la vida propia -
es siempre y sin excepción un mal gravísimo, se opone radicalmente al respeto que
merece la dignidad de todo ser humano, substituye la ayuda solidaria y esforzada por
la destrucción y alimenta en su raíz la violencia social.

La eutanasia: un estudio general


Ante la utilización diferente del dolor, la postura cristiana es doble: combatirlo y
aceptarlo
Tras una introducción a la eutanasia, a los diferentes
planteamientos y distinciones: la eugénica, la económica, la
selectiva, la judicial, la neonatal, la eutanasia activa y pasiva, la
eutanasia con participación activa o por la omisión de acciones
La eutanasia: un
se pasa revista a los requisitos que se invocan para su
estudio general
justificación: consentimiento del paciente, incurabilidad,
diagnóstico médico favorable, dolor insufrible del paciente y móvil compasivo del
sujeto agente. Después se repasan las consideraciones morales sobre la eutanasia y
como las instituciones juzgan la eutanasia: las Academias científicas, los foros
políticos, las organizaciones profesionales y la Iglesia . Y también se hace una
contemplación jurídica de la eutanasia, en el derecho nacional e internacional y a lo
largo del tiempo. Y por fin se ve la eutanasia teológica o verdadera eutanasia que es el
buen morir, o el morir en estado de gracia

Vamos a fijar nuestra atención en las transgresiones contra la vida antes de que
concluya biológicamente y de un modo natural. Con ello podrá observarse que la
fuerza oscura del antivitalismo actúa de un modo permanente. Si la vida nacedera o
naciente es asediada por medio de la anticoncepción y del aborto, a la vida, en su
proceso, se opone, con la pretensión de añadir, añadiendo al derecho a la vida un
derecho sobre la vida. Este derecho tendría dos manifestaciones, la autodestrucción
de la vida propia, por medio del y la eutanasia, que justificaría otro nuevo derecho, el
derecho a matar, en los supuestos de vida declinante y sufriente (la de los
moribundos, para suprimir un dolor insoportable) y de vida depauperada y sin sentido
(la de aquellos a los que se denomina «muertos espirituales» o «vidas sin valor»).

Conviene, por la dificultad del tema, por la confusión semántica por la corriente
evolutiva conceptual del vocablo eutanasia, y para la fijación de los límites de la
lección presente, distinguir entre técnica eutanásica y eutanasia. La eutanasia
propiamente dicha es el supuesto derecho a matar, anticipándose a la llegada de la
muerte, para suprimir, sin dolor, los sufrimientos de quien se halla afectado por
enfermedad o lesión incurables. La técnica eutanásica no es más que la técnica de la
muerte sin dolor, con independencia de que la persona a la que se aplica se halle o no
aquejada por dolores insufribles. En la eutanasia prima la intención: suprimir el dolor
por muerte indolora. En la técnica eutanásica prima el método: por vía indolora
producir la muerte.

La distinción entre técnica eutanásica y eutanasia es fundamental, al objeto de poner


cada cosa en su sitio y disipar la niebla que impide la precisión necesaria en un asunto
tan decisivo. A esta luz se advierte de inmediato que se califica como eutanasia,
desdibujando el concepto, lo que no son más que aplicaciones de la técnica
eutanásica a casos en los que se desea provocar la muerte. Tal sucede en el amplio
esquema que califica de eutanasia a la extinción indolora de las vidas depauperadas a
que hacíamos alusión al comienzo.

La eutanasia eugénica, que elimina a los deformes y tarados; la eutanasia económica,


que suprime a los viejos, inválidos y dementes; la eutanasia selectiva, que extermina a
quienes no sean de «pura sangre»; la eutanasia judicial, que aplica la pena de muerte
sin dolor: la eutanasia neonatal (forma de infanticidio), no son modalidades de la
eutanasia, sino puesta en juego de la técnica de la muerte indolora. Para que pueda
hablarse de eutanasia en su verdadera acepción, que es la que aquí
fundamentalmente nos interesa, han de coincidir el método y la intención: el método
de la muerte indolora y la intención de evitar el dolor insufrible que padece aquel al
que se aplica.

Sentado esto, conviene que detenerse, para un entendimiento clarividente de la


eutanasia, en los planteamientos iniciales que se invocan, para justificarla, primero, y
para legalizarla, después. Es curioso que tales planteamientos, con una dialéctica
admirable, comiencen por admitir la existencia de un derecho a la vida. Este derecho
postula, sin embargo -dicen los defensores de la eutanasia-, una matización, ya que se
trata del derecho a una vida concorde con la dignidad humana, es decir, no sólo de un
derecho a la vida, a manera de proclamación teórica, sino a una vida con cierto
contenido, es decir, a una cierta calidad de vida. Si este derecho a vivir con cierta
calidad de vida -es decir, no de cualquier modo y a cualquier precio y a toda costa,
sino con dignidad- no es posible, y no es posible a los afectados por enfermedades o
lesiones incurables muy dolorosas, será necesario reconocer, frente al derecho a vivir,
un derecho a morir sin dolor, para evitar la vida indigna sujeta a un dolor irresistible
En tal caso, y dada la colisión de derechos, habrá que entender que el derecho a morir
tiene preferencia sobre el derecho a vivir.

Ahora bien, la puesta en ejercicio de este derecho a morir se efectúa a través de la


eutanasia, en la que concurren, al menos, dos personas: el enfermo incurable y
atormentado (sujeto paciente) y el que lleva a cabo la técnica eutanásica (sujeto
agente). Si en la eutanasia, teniendo en cuenta la dualidad de personas que acabamos
de señalar, destacamos la figura del sujeto paciente, estaremos ante el suicidio con
ayuda o cooperación de otro. Si, por el contrario, ponemos nuestra atención con
carácter primordial en el sujeto agente, estaremos ante el homicidio con el
consentimiento de la víctima.

¿Pero podrá hablarse correctamente de suicidio y homicidio en tales casos?


¿Merecerá la eutanasia calificaciones con tal sabor delictivo cuando al realizarse por
compasión para con el moribundo, el enfermo o el lesionado, y dando respuesta
positiva al derecho de morir, constituye más bien un acto de suprema caridad, una
obra de misericordia cumplida con el paciente?

He aquí un haz de problemas básicos que requieren una contestación inmediata y


seria.

En primer término, conviene precisar qué tipo de derecho es el derecho a la vida,


porque la imprecisión y vaguedad del lenguaje lleva fácilmente a confundir e
identificar en su tratamiento a los derechos obligacionales, a los derechos reales
(ambos de naturaleza patrimonial) con los derechos funcionales y los derechos de la
personalidad (que se mueven en órbita distinta). Si la diferencia entre los primeros es
tan sólo de carácter cuantitativo, la diferencia entre ellos y los funcionales o de la
personalidad es de orden cualitativo. Para que la diferencia no pase inadvertida,
pensemos en una relación obligacional (derecho del prestamista a obtener la
devolución del dinero que prestó, y deber del prestatario a devolverlo), en una
relación real (derecho del propietario al goce y disposición de su propiedad y deber
genérico «ergo omnes» de respetarla), en una actividad funcional (la que tienen los
padres en el ejercicio de la patria potestad y les confiere el derecho-deber de educar a
los hijos) y en el bien protegido jurídicamente de la personalidad (derecho a la vida y a
un tiempo deber de vivir y, por ello, de «curarse y de hacerse curar») (sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, 5-V-1980), ya que «todos los recursos de la
naturaleza han sido puestos a su disposición por el Creador para que puedan proteger
y defender a los hombres de la enfermedad» (Pío XII, radiomensaje al VII Congreso
Internacional de Médicos Católicos, 11-IX-1956).

Los derechos de la personalidad no sólo exigen el respeto de todos, como los


derechos reales, y configuran un complejo de derechos-deberes, como los
funcionales, sino que, además, son innatos, consustanciales con el hombre por el
hecho de ser hombre, anteriores y superiores a la sociedad y al Estado como gerente
de la misma y, por todo ello, irrenunciables e indelegables.

Llegados a la conclusión de que no puede hablarse de un derecho a la vida sin un


deber de vivir, conservándola, los defensores de la eutanasia plantean la cuestión,
como ya indicábamos, a otro nivel, preguntando de qué vida se trata, porque si ese
derecho se refiere a una cierta calidad de vida propia de la dignidad del hombre, no
tiene sentido conservarla como deber cuando ello, como ocurre con el enfermo
incurable y atribulado por el dolor, no resulta posible. En tal situación, en que el deber
ha desaparecido, el derecho cobra su plenitud y puede ejercitarse sobre su objeto con
un acto de disposición sobre la vida, al que puede llamarse «derecho a morir».

¿Pero existe el derecho a morir?

Para unos, ese derecho existe, puesto que los ordenamientos jurídicos no castigan el
suicidio. Para otros, ese derecho no existe, ya que «el reconocimiento del derecho a la
vida (derecho de afirmación) excluye necesariamente el contrario, es decir, el derecho
a la muerte. Mas no puede olvidarse que el suicidio no se castiga, no porque haya un
derecho a morir, sino porque desapareció el delincuente, y no se olvide tampoco que
hay un deber de morir, porque la muerte es ineludible y que, por tanto, ese deber se
integra en el derecho a la vida, como derecho de la personalidad.

Por eso, tomando la argumentación de que el derecho a la vida lo es en tanto en


cuanto se trata de una vida digna de hombre, podemos afirmar que el derecho a
morir existe pero no como derecho a morir de cualquier modo, sino como derecho a
morir con dignidad.

¿Qué es morir con dignidad?


He aquí la clave de la eutanasia, que, comenzando por ser la muerte dulce de
Francisco Bacon, gran canciller de Inglaterra en el siglo XVII, pasó a ser la muerte por
compasión en el siglo XIX y hoy se equipara a la muerte digna del hombre.

Para no incurrir en desviaciones o equívocos, hay que partir de un hecho


incontestable, a saber: que la muerte temporal es un imperativo biológico integrado
en la vida, a la manera de epílogo o episodio final, y que, por lo tanto, hay que
preverla y aceptarla con responsabilidad, incluso, como decía Seneca, como la mejor
invención de la vida. Es el propio derecho a la vida el que asume con la vida, limitada
como es, la muerte que la extingue. El derecho a una vida digna lo es, por ello, a una
muerte digna, es decir, a un término natural y no artificial de la vida humana.

De aquí se sigue que si el derecho a una vida digna del hombre veda su prolongación
artificial, porque ello no sería otra cosa que prolongar técnicamente el proceso de
agonía mortal ya insoslayable, el derecho a morir dignamente veda también la
eutanasia, activa o pasiva, por la que se provoca y adelanta la muerte de modo
voluntario -muerte que se puede evitar con la terapia oportuna- so pretexto de
suprimir el dolor de los enfermos o lesionados. El ejercicio de un supuesto derecho a
matarse y la concesión de este derecho a otro para que me mate no parece que sea
un modo digno de morir. Entre el derecho a morir con dignidad y el derecho a morir
matándose hay, sin duda, una enorme y radical diferencia.

El derecho a morir con dignidad supone morir «secundum natura», naturalmente y


serenamente, sin sufrimientos inútiles o innecesarios, obtener alivio para tales
sufrimientos y angustias, morir en paz con Dios y con los hombres y exigir que no se
prolongue artificial e inútilmente la agonía (Ve Boletín «sí a la vida», septiembre
1984).

Se acaba de aludir a la eutanasia activa y pasiva, que supone, como señalan los
alemanes, una «sterbehilfe», una ayuda para morir. La eutanasia activa, «mercy
killing» en la terminología anglosajona, se caracteriza por un «facere» del sujeto
agente sobre el sujeto paciente, siendo precisa una intervención adecuada del
primero, que utilizando determinados medios, generalmente drogas, acelera y
produce la muerte del segundo. La eutanasia pasiva, «letting die» en la terminología
anglosajona, se caracteriza por un «non facere», es decir, por la privación voluntaria
de los cuidados precisos de una terapia normal, provocando así, por omisión, la
muerte del enfermo o lesionado. En uno y otro caso se actúa por compasión, requisito
esencial en la eutanasia. En el primero, sin embargo, se mata por misericordia,
mientras que en el segundo por misericordia no se impide la muerte.

Pues bien, tanto la eutanasia activa como pasiva se ordenan intencionalmente a


producir la muerte. Por eso, supongan o no, según los casos, una «directa occisio»,
son, en uno y otro supuesto, occisivas, y su ilicitud resulta evidente.

Distinta de la eutanasia activa o pasiva («To kill or let die») es la eutanasia lenitiva, que
no se propone en la intención provocar la muerte, sino mitigar los sufrimientos,
aunque como efecto secundario de esa mitigación se produzca un acortamiento de la
vida. A esta modalidad de la eutanasia hizo referencia Pío XII en su discurso de 24 de
febrero de 1957, al «Congreso Nacional de la sociedad Italiana de Anestesiología»,
señalando que «sí la administración de narcóticos produjese por sí misma dos efectos
diferentes: por una parte, el alivio de los dolores, y, por otra, la abreviación de la vida,
entonces (la eutanasia) es lícita». Más aún: si la administración de los narcóticos no
sólo suprimiera el dolor, sino que además suprimiera el conocimiento, la religión y la
moral permiten al médico y al paciente la eutanasia lenitiva «si no hay otros remedios
y ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales», como sería
poner en paz su conciencia y otorgar testamento.

El mismo Pío XII, el 9 de septiembre de 1958, decía ratificando su criterio, que «está
permitido utilizar con moderación narcóticos que dulcifiquen (el) sufrimiento, aunque
también entrañen una muerte más rápida. En este caso, ese efecto, la muerte, no ha
sido querida directamente. Esta es inevitable y motivos proporcionados autorizan
medidas que aceleran su presencia».

Al margen de las eutanasias occisivas o lenitivas, se halla la ortotanasia o


paraeutanasia, que se da cuando, en oposición a la distanasia, se omiten o
interrumpen conscientemente medios extraordinarios o desproporcionados que sólo
sirven para prolongar la vida vegetativa de un paciente incurable, es decir, con un
proceso patológico irreversible. Entre tales medios se citan los balones de oxígeno, las
sondas de respiración y las inyecciones de antibióticos sin efectos curativos. La
ortotanasia no sólo es lícita, sino que puede constituir una obligación moral. La
sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en su Declaración de 5 de mayo de
1980, dice que «es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos
tratamientos que producirían únicamente una prolongación precaria y penosa de la
existencia... (máxime cuando a veces) las técnicas empleadas imponen al paciente
sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se puedan obtener de los
mismos». Y puede ser obligación moral cuando con la aplicación de tales medios
extraordinarios o desproporcionados sólo se consigue lo que la medicina francesa
llama «encarnizamiento terapéutico», que instrumentaliza al ser humano (Juan Pablo
II, a la «Academia Pontificia de Ciencias», 23-X-1982), cuya dignidad es preciso
«proteger en el momento de la muerte... contra un tecnicismo que corre el riesgo de
ser abusivo» (Juan Pablo II, 22-VII-1982).

A este respecto hay que traer a colación los problemas planteados por la
determinación del momento en que la muerte se produce, cómo se manifiesta y cómo
puede diagnosticarse con exactitud. Si el hombre, por la confusión ideológica
reinante, no sabe -y se halla perplejo- ante el instante en que comienza su existencia,
igualmente no sabe -y se halla, más que perplejo, angustiado- por el momento en que
deja de existir.

Hoy, afortunadamente, la biología, no oscurecida en sus datos experimentales y


científicos por la nebulosa sectaria, nos asegura que el comienzo de la vida humana se
inicia con la fertilización del óvulo y que la muerte se produce cuando cesa la actividad
bioeléctrica del cerebro y el encefalograma así lo revela. Por eso, y a los fines de
licitud y aun de obligación moral de la ortotanasia, se hace necesario diferenciar la
muerte clínica, que es la verdadera, de la muerte biológica, que puede posponerse a
aquélla, y más allá de sus límites naturales, manteniendo, artificialmente, una vida
inviable a través de la llamada reanimación de dos funciones vitales, la respiratoria y
la cardiaca, y ello a pesar del coma irreversible del paciente, cuyo cerebro carece de
actividad.

El latido del corazón y el funcionamiento de los pulmones frente a un encefalograma


horizontal no ponen de relieve que haya vida humana, sino que la técnica ha avanzado
de tal modo que la actividad de los pulmones y del corazón puede seguir, aislada y sin
aquélla, utilizando máquinas especiales. De aquí que la omisión o la interrupción de
tales medios extraordinarios o desproporcionados no plantee el problema de sí tal
omisión o renuncia producen o no la muerte, porque la muerte auténtica, que es la
muerte clínica, ya se ha producido. El problema que realmente se plantea, desde el
punto de vista moral, es si la reanimación o terapia de sostenimiento vital («life
sustaining procedure») se puede mantener utilizando experimentalmente al hombre,
para poner de relieve los avances de la ciencia o el prestigio profesional, y aunque con
ello, por añadidura, se agoten los recursos económicos de la familia. La Declaración
antes aludida de la Congregación para la Doctrina de la Fe hace referencia a la licitud
moral del «rechazo... (a) un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que
se podrían esperar (y que, además, puede) imponer gastos excesivamente pesados a
la familia o la colectividad».

Como ha escrito el P. Marcozzi, s. J. («Il cristiano di frente all´eutanasia», Civiltá


Cattolica, 1975, pág. 322), «en la ortotanasia no hay eutanasia, ni positiva (porque el
médico no acelera positivamente la muerte del paciente), ni negativa (porque no priva
al paciente de los cuidados ordinarios) En la ortotanasia sólo se priva al paciente de
los medios extraordinarios, los cuales más que prolongar razonablemente la vida
serían una tentativa desesperada y hasta cruel de prolongar la muerte». En tales
casos, porque no se mata, no se hace morir, no hay más que una «aceptación de la
condición humana» y un dejar hacer a la Naturaleza, contra la cual la lucha se hizo
imposible.

Al llegar aquí, se resuelve también, aunque «a sensu contrario», la colisión que


plantean los defensores de la eutanasia entre el derecho a vivir con dignidad y el
derecho a morir, en el sentido de que el derecho a morir con dignidad excluye, por un
lado, la eutanasia occisiva, y, por otro, autoriza tanto la ortotanasia, puesto que la
ortotanasia se enfrenta con una vida que ha dejado de ser humana, y que carece, por
tanto, de su dignidad, como la eutanasia lenitiva, que en la terapia del dolor, que la
dignidad de la vida humana exige, no puede superar el efecto secundario y no-querido
de la muerte.

Acotado el tema de la eutanasia propiamente dicha, es decir, a la que por acción u


omisión que se ha calificado de occisiva, vamos a estudiar los requisitos que a la
misma doctrinalmente acostumbran a exigir sus defensores para justificarla y, si es
posible, legalizarla. Tales requisitos son los siguientes: el consentimiento del paciente,
la incurabilidad del enfermo, el diagnóstico médico favorable, el dolor insufrible, el
móvil compasivo (suprimir ese dolor).

Consentimiento del paciente

Aun cuando algunos, como Del Rosal («Derecho penal español, parte especial, 1ª ed.,
Madrid, 1962) estiman que el consentimiento del paciente no es un requisito
consustancial de la eutanasia, la opinión general lo estima imprescindible.

Partiendo de este punto de vista, el propósito de legalización de la eutanasia acude a


los viejos aforismos romanos, según los cuales «volenti non fit iniuria» y «nulla iniuria
est, quae in volentem fiat». Ahora bien, el consentimiento del paciente carece de
eficacia para transformar en lícita la transgresión; y no la tiene en el caso que nos
ocupa por dos razones fundamentales: 1) Porque el derecho a la vida, como derecho
de la personalidad, según se ha dicho, no supone un «ius in se ipsum» con «summa
potestas». El hombre no es dueño de sí mismo, como lo es de su propiedad, sino que
tiene tan sólo el uso o usufructo de sus facultades por lo que no existiendo la facultad
de disponer -que será, por otra parte, un «ius aLutandi»-, no puede ni derogar,
renunciando, ni delegar, apelando a otro, su derecho a vivir; y 2) Porque el suicidio
con ayudante rogado u homicidio con el consentimiento de la víctima no dejan de
serlo a pesar de la aquiescencia del paciente, porque no se trata de un delito privado,
sino público, que, incluso en Roma, se consideró como un crimen contra el Estado;
porque lo que infringe la eutanasia es el orden público, objeto de la ley penal; porque
el hecho viola el «ius cogens» o «derecho imperativo». Como ha escrito Jiménez de
Asúa («Libertad de amar y derecho a morir», Madrid, 3 a ed., 1929), «lo que
constituye la esencia del delito es ser un acto antisocial y un ataque al orden jurídico.
La pena es una cosa y la reparación otra. Esta es la que tiene carácter privado. Por ello,
la voluntad privada, incluso la del ofendido, no puede tener el valor de borrar la
criminalidad del acto, incluyendo la pena».

Pero dado el consentimiento por el paciente para consumar el «Totung auf


Verlangen», que dicen los alemanes, ¿puede confiarse en el mismo como una resuelta
y decisiva voluntad de querer su propia muerte? He aquí una cuestión que, no
obstante su corolario moral y jurídico, tiene una raíz psicológica importante, en la que
no hay más remedio que detenerse. En efecto, la petición y la aquiescencia del sujeto
pasivo puede producirse durante el trance doloroso que se considera insoportable o
con anterioridad al mismo si el consentimiento se da en el transcurso del trance
doloroso, puede suponerse, con escaso margen de error, que al paciente le falta en el
mismo la conciencia y la capacidad necesaria para que dicho consentimiento pueda
reputarse como válido, y no viciada, por tanto, su voluntad. Como dice la sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe (Declaración citada), «las súplicas de los
enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas
como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas son casi siempre
peticiones angustiadas de asistencia y afecto». Si el consentimiento del paciente se
produjo con anterioridad al trance doloroso, con plena lucidez y capacidad, y aun
antes de caer enfermo o de sufrir la lesión, la duda sobre su eficacia subsiste, toda vez
que tiene la facultad de disentir, de la que no puede hacer uso por estar
imposibilitado para ello durante el trance doloroso, que es en el que precisamente
podría formular su decisión.

En este orden de cosas, los psicólogos subrayan la diferencia entre el instinto, el deseo
y la voluntad de morir. El instinto de morir-aclaran los psicólogos-no existe, porque el
miedo a morir, que a todo hombre preocupa, demuestra que el instinto reacciona en
sentido antagónico, es decir, como instinto de conservación y de seguir viviendo. El
deseo de morir se inserta en la zona afectiva del hombre, de tal manera que la acedía
y los «Todesgedanke» de los alemanes -pensamientos de muerte- no serían más que
una proyección en la zona del entendimiento y de la conciencia de una espiga de la
sensibilidad que ha nacido en zona limítrofe. La voluntad de morir, como una resuelta
decisión humana elaborada forzando el instinto y, quizá, utilizando el factor
emocional, implica la entrega absoluta al servicio de una causa que se evalúa por los
héroes y los mártires como superior y trascendente, hasta el punto de exigir, como
holocausto, el sacrificio de la vida. Pues bien, el consentimiento del paciente en el
caso de la eutanasia, que no se puede llevar a la esfera del instinto, podrá situarse en
el campo de los deseos, pero muy difícilmente en el de la voluntad y el entendimiento,
que son los que autorizan a consentir, ya que no es posible equiparar al enfermo
desesperado con el héroe o con el mártir.

Cabe todavía una última consideración acerca del consentimiento. Surge la misma
ante la imposibilidad de que el mismo pueda ser prestado por el paciente o se duda
acerca de su validez. ¿Pueden prestarlo los familiares, en su nombre, atribuyéndose
una representación legal, o la Administración sanitaria en nombre de la función tuitiva
del Estado? Pío XII ha dado respuesta a ambas posibilidades de consentimiento
suplido. A la primera, al decir que el «representante legal no tiene sobre el cuerpo y la
vida de sus representados más derechos que los que el propio representado tiene y
con la misma extensión, por lo cual no puede conceder al médico permiso para
disponer de la vida de aquél que de algún modo está bajo su custodia». A la segunda,
con la recta interpretación del principio «civitas propter cives, non cives propter
civitatem», conforme al cual, siendo el individuo no solamente anterior a la sociedad,
por su origen, sino también superior, por su destino, no juega aquí el principio de
totalidad que permitiría a la Administración prestar dicho consentimiento (Ve
Radiomensaje al «VII Congreso Internacional de Médicos Católicos», 11-IX-1956).

Incurabilidad

El requisito de incurabilidad como inherente a la eutanasia propiamente dicha resulta


discutible, ya que la misma trata de justificarse, no porque la dolencia o las lesiones
sean incurables, sino por el sufrimiento espantoso e intolerable que producen. Pues
bien, si existen enfermedades y lesiones que, no obstante ser irreversibles, no
producen dolores angustiosos, está claro que en tales supuestos, de provocarse la
muerte, no estaremos ante un caso de eutanasia, sino, como demostramos al
principio, de la aplicación de un método eutanásico a los incurables, considerados
como vidas sin valor.

De otro lado, y admitida la incurabilidad como motivante de la compasión, hay que


formular dos preguntas: una sobre la certeza de la incurabilidad y otra sobre quién la
declara, dando fe de la misma.

Por lo que se refiere a la primera pregunta, hay un consenso muy generalizado sobre
el carácter no absoluto de la incurabilidad, concepto en sí muy dudoso, ya que, como
la experiencia nos dice, lo que parece incurable con un tratamiento puede curarse con
otro, y porque aquello que ayer no tenía cura, la tiene hay o puede tenerla mañana.
Piénsese en la rabia, la sífilis, la tuberculosis o la diabetes , por ejemplo.

Por lo que se refiere a la segunda interrogante, no cabe duda que el diagnóstico sobre
la incurabilidad no puede darlo el paciente, no sólo por su posible incompetencia
profesional en la mayoría de los casos, sino porque no se puede ser al mismo tiempo
juez y parte, y porque en tanto en cuanto paciente, sería, como se ha dicho, «un juez
detestable para juzgar de la incurabilidad de su estado».

Nos queda, pares, recurrir al diagnóstico médico que certifique de la incurabilidad.

Diagnóstico médico favorable

Aunque sean duras las frases, me permito transcribirlas por ser de Ricardo Royo
Villanueva, catedrático de medicina legal («El derecho a morir sin dolor», Edit. Aguilar,
Madrid, 1929, págs. 147/8): «La ciencia médica, a pesar de sus recientes, enormes
progresos doctrinales, todavía no se diferencia con la suficiente exactitud del
curanderismo corriente. El diagnóstico es todavía un arte inseguro y difícil sobre el
que los médicos muchas veces no están de acuerdo; la mejor opinión y el diagnóstico
más seguro varían ampliamente de médico a médico. Es preciso que la gente sepa que
nuestros conocimientos no son infinitos ni nuestra capacidad infalible. Hay que
desechar la idea de que el médico puede siempre diagnosticar con absoluta seguridad
el estado patológico del paciente.»

¿Y se puede proceder lícitamente con esa incertidumbre sobre el diagnóstico a una


eutanasia activa o pasivamente occisiva? Sólo la falta de escrúpulos morales de
Binding y Hoche pudo hacerles exclamar: «si hay error en el diagnóstico y se elimina a
un hombre, habrá un hombre de menos, cuya vida hubiera sido probablemente de
escaso valor, aunque llegara a sobrevivir. »

Dolor insufrible del paciente

Este requisito de la eutanasia ofrece al estudioso o al observador facetas variadas y


conectadas entre sí: ¿Qué significado tiene el dolor? ¿A qué tipo de dolor se hace
referencia? ¿Hay dolores insufribles? ¿Existe una terapia antidolorosa que evite el
recurso al dolor para justificar la eutanasia?
Al hilo de estas cuestiones podemos decir: 1) Que el dolor tiene un aspecto inicial
positivo y que, biológicamente, actúa como señal de alarma, como despertador que
nos hace salir del sueño amable de la salud para poner en la enfermedad nuestra
atención, por algo llamado dolencia. Moralmente, el dolor, como prueba, nos fortifica;
es decir, puede darnos la fortaleza espiritual, al modo como la gimnasta o el deporte,
no obstante el cansancio, procuran la fortaleza física. 2) El dolor grave que podría
justificar la eutanasia puede ser físico, psíquico o moral, pero siempre habrá de
distinguirse entre el dolor objetivo y el dolor subjetivo, que puede ser atroz, pero que
muchas veces no es indicio de enfermedad mortal. 3) «No creo en los sufrimientos
irresistibles -adscribe Royo Villanova (ob. cit., págs. 151 y 169), con su larga
experiencia profesional-, pues los dolores se nos dan en razón de nuestras
capacidades biológicas de resistencia; y desde el momento en que un dolor es
insufrible es que (como ya no se sufre) ha dejado de atormentar.» «La sensibilidad
desaparece en el moribundo cuando parece sufrir más y los signos exteriores de sus
sufrimientos no son la mayoría de las veces más que reflejos puramente mecánicos
que se manifiestan fuera de la conciencia.» 4) Los dolores, por tremendos que sean,
pueden mitigarse y aun suprimirse con la terapia antidolorosa que hoy proporciona la
ciencia; de tal modo que, hoy por hoy, «mantener a los enfermos en la fase terminal
sin dolor y en una situación confortable es un asunto de pura competencia
profesional» («La ciencia, al encuentro con la vida humana», coloquios en el Colegio
Mayor Zurbarán. Edit. Dossat. Madrid, 1984, pág. 83).

Permitidme que concluya estas observaciones con unas frases de Eugenio D´Ors
(«ABC», 3-II-1928), cuya dinámica estimulante apreciaréis, sin duda: «sufro, luego
existo. El dolor nos salva. ¡Hiere, dolor!... sé esperarte a pie firme. Que cuanto en ti es
disminución..., paso a la muerte..., está destinado a tránsito y olvido, a consumirse, a
desaparecer. Quedará, en cambio, me enriquecerá, me conducirá un día, la huella de
ti, la nobleza amada de ti, la dignidad que procures. »

Móvil compasivo del sujeto agente

Si provocar la muerte, por acción u omisión, requiere, como requisito «sino qua non»
e indiscutible de la eutanasia, el móvil de la compasión en quien la práctica, el
problema difícil de resolver, con el propósito de justificarla, es el de la comprobación y
verificación del móvil compasivo, pues detrás de ese móvil aparente que se alega
pueden hallarse otros muy diversos, y no altruistas precisamente. Tales pueden ser, si
lo practican los familiares del enfermo: el deseo de heredarle, el alivio de las cargas de
todo género que les proporciona, terminar cuanto antes, no con el dolor ajeno, sino
con el que proporciona la vista del doliente. Si la practica el médico: la
experimentación científica, el aligeramiento de preocupaciones profesionales, la
conveniencia de camas libres para enfermos que aguardan hospitalización.

¿Puede , ante la difícil comprobación del móvil compasivo justificarse la eutanasia?

La eutanasia ha sido objeto de examen por instituciones muy diversas, cuyo criterio,
aun cuando sea en síntesis conviene recoger aquí.

La Academia de Ciencias Morales y Políticas de París condenó la eutanasia en 1941. Lo


mismo hizo la Asociación Médica Mundial en su reunión de Copenhague de 24 de
abril.

Por su parte, la Asamblea del Consejo de Europa, en el punto 7.° de su


recomendación número 779 de 1976 relativa a los «derechos de los enfermos y
moribundos», señala lo siguiente: «El médico... no tiene derecho, aún en los casos que
parezcan desesperados, a acelerar intencionalmente el proceso natural de la muerte.»

El Congreso Internacional sobre la Eutanasia celebrado en Niza del 20 al 23 de


septiembre de 1984 sólo autoriza la ortotanasia.

Por último, el «Código Deontológico de los Médicos Españoles» de 23 de abril de 1971


dice, en su artículo 116, que «el médico... no provocará nunca la muerte
deliberadamente, ni por propia decisión ni cuando el enfermo o su familia lo soliciten,
ni por otras exigencias», añadiendo en el artículo 117 que «en caso de enfermedad
terminal, el médico debe evitar emprender acciones terapéuticas sin esperanza,
cuando haya evidencia de que estas medidas no pueden modificar la irreversibilidad
del proceso que conduce a la muerte. El médico respetará y favorecerá el deseo a una
muerte acorde con la dignidad de la condición humana»

La Iglesia católica, por su parte, ha condenado en todo tiempo la eutanasia occisiva.


San Agustín («De Civitate Dei», libro I, cap. 18) y Santo Tomás («summa», 2.°, 2.a, q.
64, art. 5) estimaban que constituye una ofensa a la caridad para con uno mismo, a la
comunidad y a Dios. Y la Constitución Pastoral «Gaudium et Spes», en su número 27,
dice que la eutanasia es un atentado contra la vida.

Pío XII, que ya el 12 de febrero de 1945, hablando a los médicos militares, declaró
ilícita la eutanasia, se ocupó del tema en varias ocasiones. El 24 de febrero de 1957,
dirigiéndose al Congreso Nacional Italiano de Anestesiología, hizo referencia,
autorizándola, a la eutanasia lenitiva en los siguientes términos: «¿Habrá que
renunciar al narcótico si su efecto acortase la duración de la vida? Desde luego, toda
forma de eutanasia directa, o sea, de administración de narcóticos con el fin de
provocar o acelerar la muerte, es ilícita, porque entonces se pretende disponer
directamente de la vida. En la hipótesis (sometida a nuestra consideración) se trata
tan sólo de evitar al paciente dolores insoportables, por ejemplo, en el caso de cáncer
inoperable o de enfermedad incurable. (Pues bien), si entre la narcosis y el
acortamiento de la vida no existe nexo causal directo..., y si la administración de
narcóticos produjese por sí misma dos efectos distintos: por una parte, un alivio de los
dolores, y, por otra, la abreviación de la vida, entonces es lícita.»

Pablo VI, que a través del cardenal Villot, escribiendo a la Asociación de Médicos
Católicos, el 3 de octubre de 1970, se preguntaba: «En algunos casos, ¿no será una
tortura inútil imponer una reanimación vegetativa a la fase final de una enfermedad
incurable?», contestaba afirmativamente y declarando lícita la ortotanasia; pero
también contestó negativamente, el 11 del mismo octubre, en carta a la Federación
Internacional de Asociaciones Médicas, a la eutanasia occisiva: «Toda vida humana
debe respetarse en términos absolutos y (por ello) la eutanasia es un homicidio.»

Juan Pablo II, reunido en Chicago con los obispos norteamericanos, el día 5 de octubre
de 1979, les decía: «Habéis hablado claramente..., afirmando que la eutanasia o
muerte por piedad es un grave mal moral. Tal muerte es incompatible con el respeto a
la dignidad humana y la veneración por la vida.» El 4 de octubre de 1984 pidió a los
médicos que «no se hicieran cómplices, en ningún caso, de aberraciones como la
eutanasia..., en contradicción con la finalidad misma de la profesión nacida para
salvaguardar la vida».

La síntesis del magisterio pontificio sobre la eutanasia se ofrece por la sagrada


Congregación para la Doctrina de la Fe, a que hemos venido hacienda referencia, en
su Declaración de 5 de mayo de 1980, aprobada por el Papa Juan Pablo II y ratificada
por éste en su mensaje de 22 de julio de 1982 a la Asamblea mundial sobre el
problema del envejecimiento de la población, celebrada en Viena.

De conformidad con dicha Declaración: 1) Por eutanasia ha de entenderse «una


acción u omisión que, por su naturaleza o en la intención, causa la muerte, con el fin
de abreviar cualquier dolor». 2) «Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser
humano inocente (aunque se trate de un) enfermo incurable o agonizante.» 3) «La
muerte no sobreviene siempre en condiciones dramáticas y al final de sufrimientos
insoportables. Numerosos testimonios concordes hacen pensar que la misma
naturaleza facilita en el momento de la muerte una separación que sería
terriblemente dolorosa para un hombre en plena salud.» 4) Ello no obstante, en los
casos de «muerte precedida o acompañada de sufrimientos atroces y prolongados...
(La Comisión del Episcopado español para la Doctrina de la Fe, en documento de 15
de abril de 1986, respondiendo a las voces que en nuestro país ya se oyen en favor
de la legalización de la eutanasia, ha recordado estos puntos de vista. Por su parte, «L
´Osservatore Romano», a comienzos del año 1987, ha calificado de ambiguo el
artículo 15 del Código Europeo de Etica médica que permite al médico poner fin a la
vida del paciente, a su petición y en determinadas circunstancias.) (así como) es
siempre lícito contentarse con los medios normales que la Medicina puede ofrecer, lo
es igualmente no recurrir o interrumpir los medios puestos a disposición por la
Medicina más avanzada (cuando se consideran) desproporcionados y procurarían
únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia».

Pero si éstas son las consideraciones morales sobre la eutanasia, para completar el
tema tendremos que trasladar nuestra observación al campo del Derecho; es decir, a
lo que pudiéramos llamar contemplación jurídica de la eutanasia.

Desde el punto de vista doctrinal, ha sido Jiménez de Asúa, en el libro antes


mencionado, el que con mayor acierto ha enfocado, aunque no resuelto del todo, la
cuestión. Desde una postura negativista de la eutanasia, estudia, el que fuera
catedrático de Derecho Penal, las posibilidades teóricas de la exculpación, negándolas
rotundamente, ya que en la eutanasia -dice- hay antijuridicidad y culpabilidad, por lo
que no cabe ni la exención penal ni la impunidad que supondría una legalización
despenalizadora. Para Jiménez de Asúa -y es importante destacar su posición ante el
problema, por su enmarque ideológico bien conocido y en línea con la situación oficial
del momento-, no caben más opciones que las siguientes: apreciación, por razón del
móvil, de una atenuante en el llamado homicidio por piedad; la tipificación en el
Código Penal de un delito nuevo con tratamiento diferente al del homicidio, y la
posibilidad del perdón judicial, que actuaría, en ciertos casos, al modo de una
indulgencia plenaria.

En el Derecho comparado se observe una perplejidad sobre el tema, que abarca desde
el silencio sobre la eutanasia a la exención de pena cuando la muerte se causa por
compasión y a petición de la víctima (art. 143, ya derogado, del Código Penal
soviético, de 1922) Algún Código, como el noruego, en su art. 235, arbitra una pena
menor para la eutanasia, y los códigos penales de Perú, de 1924 (art. 157), de
Colombia, de 1936 (art. 364), y de Uruguay, de 1938 (art. 37), se acogieron a la
doctrina del perdón judicial.

En el cantón de Zurich, en suiza, se celebró un referéndum el 27 de septiembre de


1977 a fin de legalizar la eutanasia. El referéndum tuvo éxito, pero fue rechazado por
el Consejo Nacional federal el 6 de marzo de 1979.

En Inglaterra los proyectos legalizadores de 1936 y 1939 no prosperaron.

En Estados Unidos, el de California -y luego otros siete Estados- aprobó, para entrar en
vigor el 1 de enero de 1977, el «Natural Death Act». Esta ley, con criterio ortodoxo,
distingue la eutanasia activa y pasiva, prohibiendo ambas, ya que incluso en la pasiva
se produciría la muerte por falta del tratamiento adecuado, de la ortotanasia, que
permite, al «autorizar a los médicos la no aplicación o suspensión de la técnica
reanimatoria a los pacientes adultos afectados por una enfermedad en fase terminal,
con tal de que lo haya pedido por escrito».

La campaña pro legalización de la eutanasia occisiva continúa, sin embargo, y a esa


«temida legalización» hizo referencia Juan Pablo II. Ya Enrico Ferri, en la obra que
antes citamos, «homicidio-suicidio», decía que «el que da muerte a otro por motivos
altruistas o piadosos no debe ser considerado como delincuente», y en Inglaterra y en
los Estados Unidos se halla en plena actividad la Voluntary Euthanasia Legislation
society.

Lo más incisivo, por la calidad de sus firmantes, tres premios Nobel: George Thomson
(físico), Limus Pauling (químico) y Jacques Monod (biólogo), y otras 37 personas más,
fue el manifiesto publicado en «The Humanist», de julio de 1974, en el que se dice:
«Es necesario suministrar los medios para morir digna y fácilmente a los que padecen
una enfermedad incurable».
En España, hay una campaña en los medios dirigida a mentalizar a la opinión pública
a favor de la eutanasia. También se ha constituido, y ha enviado propaganda a
domicilio, una asociación, en anagrama DMD, es decir, para el reconocimiento del
«derecho a morir dignamente». Por su parte, la «Carta de los derechos y deberes del
paciente», en su punto 14, parece dar pie a la práctica de la eutanasia occisiva,
aunque se ha desmentido su alcance, afirmando que el derecho a una muerte digna
no es más que el reconocimiento explícito de la voluntad del paciente para ser dada
de alto en el hospital y morir en casa.

Desde el punto de vista del Derecho constituido, la eutanasia no estaba prevista en el


Código Penal antiguo y quedaba subsumida en el homicidio o ayuda al suicidio (art.
409), con la atenuante 7 a del art. 9: «obrar por motivos morales (o) altruistas... de
notoria importancia». Desde el punto de vista del Derecho constituyente, según la
información que nos llega, los catedráticos Gimbernat y Quintero han preparado un
borrador de nuevo Código Penal, en el que se legaliza, despenalizándolo, el mero
auxilio para suicidarse. (Ve Dr. Navarro de Francisco, «Tapia», 1984, nov.-dic., pág. 21.)

Nos queda, por último y para cerrar el tema, hablar de la eutanasia teológica, o mejor,
mística. Sin este capítulo final la lección estaría ajena a cuanto hay de subyacente y,
por tanto, de místico o misterioso en el frente de batalla en el que nos encontramos. Y
es este aspecto de la cuestión el que, desde un punto de vista cristiano, nos interesa
de un modo especial. Si eutanasia es, etimológicamente, «eu» (bueno) y «thanatas»
(muerte), muerte dulce, ninguna muerte más dichosa, más digna del hombre que la
muerte en estado de gracia, en amistad con Dios.

Para calibrar la magnitud y la profundidad de este debate hay que partir de lo que
puede llamarse la «otredad» del hombre en la naturaleza creada. El hecho de que el
hombre, Adán, se sintiera solo en el paraíso, prueba su desigualdad ontológica y
cualitativa con el resto de los vivientes. Esta originalidad desigualante del hombre, que
le revela su soledad, radica, por contraste con el resto de la creación-a la que está
llamado a dominar-, en que tiene un espíritu inmortal, animado por la gracia o vida
divina, de la que es partícipe. Pero hay más: no sólo su alma vivificante se halla en el
orden de lo sobrenatural, sino que su cuerpo gozaba, como dones preternaturales, de
la impasibilidad (no podía sufrir) y de la inmortalidad (no podía morir).

Ahora bien, si el hombre, si los hombres, como nos dice la experiencia de cada día,
sufrimos y morimos, y si algo desde nuestra radicalidad se alza en protesta y rebeldía
contra el dolor y contra la muerte, será preciso encontrar una explicación al hecho, y
esa explicación es que el dolor y la muerte no son hechos biológicos originarios, sino
subsiguientes, Y que sólo se explican por la pérdida de los dones preternaturales que
adornaban al hombre. De aquí que el dolor y la muerte, en el hombre, no sean hechos
puramente biológicos, sino un misterio, la obra del «mysterium iniquitatis». San Pablo,
con sobriedad y exactitud, lo explica así: «stipendia peccati mors» (Rom., 6, 53) y
«stimulus mortis peccatum est» (1 Cor., 15,56). Las frases de Yavé: «polvo eres y en
polvo te has de convertir» y «parirás con dolor» nos ofrecen, con todo su grafismo, las
consecuencias que para el hombre tuvo la victoria del misterio de la iniquidad.
Cristo, redentor de la humanidad caída, no vino a desterrar de este mundo ni el dolor
ni la muerte. Se limitó, asumiéndolos El mismo, a cambiar su significado. La obra de la
redención se realiza y consuma en un clima de dolor y de muerte. El Redentor, Cristo,
es el «varón de dolores» profetizado por Isaías que, padeciendo, cumple su Pasión,
una Pasión en la que su extraordinaria pasibilidad hizo que el sufrimiento adquiriese
tonalidades y matices, físicos, psíquicos y morales, que sólo es posible vislumbrar. Por
su parte, María, que corredime, perfumando de feminidad la acción redentora
personal y exclusiva de Cristo, es, por excelencia, «la Dolorosa». Si el corazón es el que
ama, al menos simbólicamente, en el mismo amor recibieron Cristo la lanzada física y
la señora los siete puñales de sus siete grandes dolores. Por añadidura, Cristo, que ha
asumido el dolor, asumió una muerte, y una muerte cruel y dolorosísima, la muerte de
cruz, y con ella todo el proceso preagónico que va desde el huerto de los olivos a la
cima del Gólgota.

A partir de ese momento, el hombre, que no puede evadirse del dolor y de la muerte,
está facultado -con el cambio de signo- para incorporarlos al dolor y a la muerte de
Cristo, integrándolos en la misma tarea redentora, como si la Encarnación nos
enhebrara y se prolongara en cosa uno de nosotros, en un «Mystici Corporis Christi».

Tal es lo que san Pablo nos dice con respecto al dolor: «me gozo de lo que padezco...
(pues) estoy cumpliendo en mi carne lo que resta de padecer a Cristo» (Col., 1,24), y
con respecto a la muerte, conjugando la incorporación de la nuestra a la de Cristo,
para incorporarnos en ella a El, para la resurrección (Rom., 6, 4 y 5).

El dolor, para el cristiano, tiene seis valencias distintas: expiatoria, meritoria,


comunicativa, resignativa, participativa y redentora. (Ve Pío XII, discurso citado de 24-
II-1957, y Juan Pablo II, 21 -VII- 1981. )

Ahora bien, sólo los santos han comprendido en todas sus dimensiones esta
contemplación teológica del dolor, de la muerte y de la muerte dolorosa. No nos será
posible aquí hacer un relate exhaustiva de esa comprensión, felizmente numerosa,
ejemplar y estimulante. Bástenos las frases «sufrir o morir» que tantos de ellos
pronunciaron, y dos citas:

Una clásica, de Santa Teresa, y otra, más reciente, de fray María Rafael, el monje
trapense.

Los versos conocidos de santa Teresa, «en tan alta vida espero-que muero porque no
muero», ponen de relieve la mística desazón, el drama íntimo que nace del deseo
vehemente de morir, por llegar adonde «el vivir se alcanza y el gozo que la proximidad
de alcanzar esa vida, reforzando la propia, prorrogue el dolor de no alcanzarla».

Fray María Rafael nos dejó un ejercicio de la «Vía Crucis» que uno de sus hermanos de
religión tuvo el acierto de entresacar de sus escritos, poniendo, para presidir las
estaciones, un perfil de un Jesús paciente, que el propio fray María Rafael había
dibujado a lápiz («Vía Crucis», P. s. Edit., Covarrubias, 19, Madrid, 3a ed., 1977) Ese
dibujo solitario, al cambiar de posición, nos presenta un rostro de Jesús compasivo,
anhelante, fatigado, atribulado, agradecido, sorprendido, abrumado, enternecido,
aplastado, confundido, contrariado, agonizante, desfigurado y plácido.

Pues bien, en su «Vía Crucis» personal, fray María Rafael adscribe: «¡Quién tuviera
fuerzas de gigante para sufrir! ¡Qué bien se vive sufriendo! Sólo el insensato que no
adore la Pasión de Cristo, la Cruz de Cristo, puede desesperarse de sus propios
dolores.»

En todo caso, hay que subrayar que el dolor y la muerte son obra del señor de la
muerte, del diablo, «qui habebat mortis imperium» (Heb., 2,14). Por ello, es lógico
que trate de utilizarlos en cosa hombre concreto, a cuyo nivel personal libra
desaforadamente un Apocalipsis subjetivo. El combate, en última instancia, es entre el
diablo, homicida «desde el principio» (Juan, 8,44), señor de la muerte, y Cristo, que de
sí mismo dice: «Yo soy la Vida» (Juan, 11,25 y 14,ó). Al señor de la muerte le interesa
que la muerte de cada hombre, cambiando de signo, no sea integración en la Vida. El
señor de la muerte sabe que la muerte que él trajo es no sólo muerte corporal, sino
muerte eterna, y sabe también que la muerte de Cristo, y en ella la del hombre, es
Vida eterna para el alma, y resurrección de un cuerpo incorruptible y glorioso para la
eternidad (1 Cor., 15, 42/44). De aquí su combate contra la Vida, en la vida del
moribundo, en la vida del hombre a punto de terminar. Le enloquece aquello de san
Pablo: «ubi est mors, victoria tua?», ubi est mors, stimulus tuus?» (1 Cor., 15,55) y le
asombra el prodigio de la incorruptibilidad temporal del cuerpo de algunos santos
incorruptibilidad que es la hermana menor del cuerpo resucitado y glorioso, como el
pudor y el sueño son hermanos menores de la castidad y de la muerte.

Por eso, ante la utilización diferente del dolor, la postura cristiana es doble: combatirlo
y aceptarlo. Pío XII (24II-1957), partiendo de un principio claro, que «el crecimiento en
el amor de Dios y en el abandono a su voluntad no procede de los sufrimientos
mismos, que se aceptan, sino de la intención voluntaria sostenida por la gracia», dijo
lo siguiente: a) «si algunos moribundos consienten en sufrir como medida de
expiación y fuente de méritos..., que no se les imponga la anestesia», y b) «si, por el
contrario, el progreso en el amor de Dios y en el abandono a su voluntad puede
agrandarse y hacerse más viva si se atenúan los sufrimientos, porque éstos agravan el
estado de debilidad y agotamiento físico, estorban el impulso del alma y minan las
fuerzas morales, debe acudirse a la supresión del dolor (que) procure una distensión
orgánica y psíquica (y) que facilitando la curación haga posible una entrega, de sí, más
generosa.»

A este doble comportamiento ante el dolor del moribundo no se puede oponer, como
muestra del heroísmo cristiano, el hecho de que el señor de la Vida rechazara beber,
clavado y atormentado en la Cruz, el vino mezclado con mirra que le ofrecieron (Mc.,
15,23), porque si ello es así, también lo es que aceptó en Getsemaní el consuelo del
ángel que le confortaba (Lc., 22,43) luego de rogar al Padre que le evitase, si fuera
posible, beber el cáliz de su pasión (Mt., 26,39; Mc., 14, 36; Lc., 22,42) y de aceptar en
cualquier caso su voluntad: «fiat voluntas tua» (Mt., 26,42).

Más aún, ante la posibilidad alegada por Cuello Colón («El problema jurídico penal de
la eutanasia», en «Tres temas penales», Madrid, 1955) de que los moribundos,
aquejados por los sufrimientos, pueden pecar de impaciencia y murmuración, la
terapia dolorosa se impone por un deber de caridad.

La lucha contra el dolor no sólo como exigencia biológica, sino como faceta de la lucha
contra el que lo hizo posible, es decir, contra el señor de la muerte, impone, con el
deber de conservar la vida y de curarse, la medicación y la asistencia en las
operaciones dolorosas, ha dado origen, en el ejercicio del quehacer misericordioso a
la enorme tarea hospitalaria de la Iglesia, en el curso de los siglos, y a la fundación de
instituciones religiosas con esa finalidad.

Juan de Dios y Camilo de Lelis, Juana Jugan y Teresa Fornet son ejemplos, entre
tantos, de un acercamiento caritativo a los enfermos y ancianos cuya hora de morir se
aproxima. Si los que lloran suelen hacerlo porque sufren, ese acercamiento caritativo
aspira a la eutanasia teológica del moribundo, recordándoles aquello que nos
transcribe el evangelista san Mateo (5,3): «Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados»..

Sondeo revela creciente respaldo a eutanasia en países


de Europa
Encuesta fue realizada por el instituto de investigación suizo Isopublic y Gallup en los
12 países europeos que todavía no tienen leyes sobre la eutanasia.

europeos quisiera poder decir la última palabra sobre cuándo y cómo morir, y
considera que si su país legislara en favor del suicidio asistido esto no sería una forma
de presión indebida sobre los individuos.

Así surge de un amplio sondeo sobre la eutanasia realizado por el instituto de


investigación suizo Isopublic y Gallup en los 12 países europeos que todavía no tienen
leyes sobre la eutanasia.

La muestra examinada del 24 de septiembre al 9 de octubre, afirmó la Swiss Lawyers


Medical Association (SMLA) que encargó la investigación, dejó de lado expresamente
los cuatro países de Europa donde la eutanasia está permitida por ley (Suiza, Holanda,
Bélgica y Luxemburgo) y no sondeó a los países del este de Europa.

Los resultados , por lo tanto, conciernen a España, Portugal, Francia, Reino Unido,
Irlanda, Austria, Italia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Alemania y Grecia.
De las posiciones relevadas emerge con claridad que más de los tres cuartos de la
población europea mira favorablemente una ley definitiva que dé a cada uno la
posibilidad de poder decidir su propio destino.

La primera pregunta fue la más esencial: ¿considera que cada individuo debe tener la
posibilidad de determinar en modo autónomo cuándo y cómo quiere morir, o bien que
no debería ser cada persona en particular quien decida?

Las respuestas a favor de la primera opción desde el 87% de Alemania hasta el 52%
de Grecia, pasando por Italia con un 76%.

Curiosamente, estos porcentajes descienden en todos los países cuando se examina la


hipótesis de una grave enfermedad acompañada por sufrimientos.

Por el contrario, los porcentajes suben y llegan a casi el 90% -como en Suecia- cuando
se trata de establecer si la eutanasia se debe realizar con presencia de médicos o sin
ellos, o con asistentes calificados.

El consenso para la primera hipótesis es amplio, y va del 76% al 89% según los países,
en una implícita admisión de que la última hora no se debe vivir en soledad.

Además la mayoría absoluta de los entrevistados no está de acuerdo con el hecho de


que los médicos y asistentes de eutanasia puedan ser condenados, o que se les prohíba
ejercer tal actividad.

Algunas de las preguntas de la encuesta no fueron planteadas al público alemán,


porque en ese país se está debatiendo en estas semanas una ley sobre eutanasia.
La SMLA concluye que "en prácticamente todos los países europeos surge que la actual
normativa no refleja los deseos de la mayor parte de la población a propósito del
suicidio asistido" y que los resultados de este sondeo "deberían permitir a los
políticos no dejar de lado los principios democráticos cuando llegue el momento de
escribir una nueva ley".
Noticias sobre el “turismo de la muerte”

Un grupo suizo explota el "turismo de la muerte" La organización Dignitas cobra hasta 4.000

euros por practicar la eutanasia a enfermos terminales

http://elpais.com/diario/2007/10/29/sociedad/1193612407_850215.html

Prohíben Turismo de la Muerte en Holanda Leído276veces


Lunes, 18 de Marzo de 2013 16:55

COPENHAGUE.- Dada la creciente


popularidad de la eutanasia en Holanda, donde se halla legalizada desde el 2002,
muchos extranjeros se han mostrado interesados en viajar hasta ese pequeño país
solo para solicitar la ayuda médica para morir, pero ninguno ha sido admitido.
http://www.cronicaviva.com.pe/index.php/mundo/europa/64021-prohiben-turismo-

de-la-muerte-en-holanda

Razones contra la eutanasia

1. La Vida no es un derecho, sino el sustrato de los derechos: ¡tenemos derechos


porque estamos vivos! La Vida, como la Libertad, son bienes de la humanidad,
por eso no pueden eliminarse ni siquiera a petición del individuo: nadie puede
pedir la muerte, como nadie puede entregarse como esclavo
voluntariamente. Son derechos irrenunciables. Hemos retirado a los jueces el
derecho a decidir sobre la vida de los asesinos y se lo quieren arrogar ahora
para decidir la vida de los inocentes.

2. La eutanasia activa -suicidio asistido- no es un respeto de la libertad de la


persona, sino la decisión de un tercero -legislador o juez- sobre qué vida
merece la pena ser vivida (o le merece la pena a la sociedad que continúe viva).
Es la peor de las discriminaciones: clasificar las vidas según su utilidad o
calidad. ¿Quién decidirá qué sufrimiento puede acceder a la eutanasia?: el
cáncer de próstata, la tetraplejia, la depresión o incluso la quiebra financiera.

3. La eutanasia acaba extendiéndose. Siempre que se abre una fisura en el


edificio jurídico de la defensa de la vida, éste acaba derrumbándose. Tenemos
el antecedente del aborto: de los tres supuestos restrictivos, se ha pasado al
aborto libre a la carta. Y, por supuesto, acaba apareciendo el
negocio respectivo: ya existe en Zurich el suicidio asistido... el llamado turismo
fúnebre.

4. La eutanasia es el fracaso de la sociedad: cuando un enfermo pide la muerte


(todos hemos gritado alguna vez: ¡tierra trágame!), lo que está pidiendo es
ayuda y más cariño. Si se le da la razón y se le „concede“ la muerte, se le está
diciendo: es verdad, tu vida ya no merece la pena, nos estorbas, nada más
podemos hacer por ti.

5. Nunca puede ser digna una muerte provocada -ni puede ser digno provocarla-:
la muerte digna es aquella en la que se trata al paciente como persona, al
margen de sus condiciones vitales, rodeado del cariño de los demás y
poniendo a su disposición los cuidados paliativos pertinentes. La eutanasia
nunca puede ser considerado un acto médico, porque no persigue ni la curación
ni la reducción del dolor; es un acto anti-médico: persigue la muerte.

En occidente se está implantando la cultura de la muerte; la muerte como solución


fácil ante problemas que no tienen otra solución aparente: aborto, eutanasia,
terrorismo, pena de muerte, utilización de embriones para investigación... y siempre
un componente económico detrás de todos ellos.

6. La eutanasia de los niños se presenta como una prolongación del aborto: si el


niño escapó al diagnóstico de su enfermedad durante el embarazo, existe
otra oportunidad para suprimirle. El primer pueblo „progresista“ que
redescubrió este método -que ya se practicaba en la antigüedad- fue el Nazi: el
primer caso se aplicó a un niño con labio leporino cuyos padres consideraron
que su vida no merecería la pena vivirse. Y es que la eutanasia no es
progresismo político, sino la regresión a tiempos de barbarie.

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