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Harry Potter y La Antorcha de La Llama Verde
Harry Potter y La Antorcha de La Llama Verde
Para Lucía,
Que leyó esta historia antes que nadie,
Para Ale,
Que me hizo llorar en la Escena bajo el árbol
E para ti, miña nena,
Que sempre estás comigo cando te necesito.
1
El Sueño
Hola Harry:
¿Qué tal te va con los muggles? Espero que la amenaza
de Moody, mi padre y los demás siga causando su efecto en
ellos y te traten como mereces. Supongo que ya estarás harto
de estar ahí, así que te alegrará saber que Dumbledore nos ha
dicho que para mañana, que es tu cumpleaños, podremos ir a
buscarte y llevarte a Grimmauld Place. Sé que esperabas que
fuésemos a por ti antes, pero no ha sido posible. Mi madre dice
que haremos una fiesta. Hermione también irá, cuando llegue
de España. Fred y George también están aquí, y seguro que
traen un montón de cosas de la tienda de bromas, tienen
algunas verdaderamente geniales. Espero que se traigan algo
nuevo... si mi madre les deja, claro. Tengo muchas ganas de
verte, amigo. Hasta mañana.
Atentamente.
Ron
Harry derramó una lágrima mientras terminaba de leer el recorte por enésima vez.
Allí, junto a él, tenía el distintivo de la Orden de Merlín de Primera Clase que le habían
concedido a Sirius; Dumbledore se la había enviado. Harry había estado recibiendo El
Profeta durante todas las vacaciones, y su nombre había salido multitud de veces, al
igual que los de Ron y Hermione, e incluso, aunque menos, los de Neville, Ginny y
Luna. Pareciera que en El Profeta hubiera nacido un repentino interés por conocer
más a fondo a los amigos de Harry y a las aventuras en que se habían visto
envueltos. Harry, sin embargo, despreciaba todo aquello, aunque seis meses antes
hubiera dado la mitad de lo que poseía en su cámara de Gringotts por ver artículos
como aquellos. Invariablemente, leía el periódico y luego lo tiraba. Sólo había
conservado aquel recorte.
Lo guardó en el baúl y volvió a la cama. Vio entonces la carta del Ministerio, de la
que se había olvidado totalmente. La abrió, y se dio cuenta de lo que eran: las
calificaciones de sus TIMOs. Apenas se había acordado de que tenía que recibir los
resultados. Sintió un deje de nerviosismo, pero apenas le importó. Antes se habría
sentido muy preocupado por los resultados, de los cuales dependería qué asignaturas
podría tener en sexto, y consecuentemente, qué carrera podría hacer. Pero ahora
pensaba que eso no tenía demasiada importancia; su futuro estaba ya marcado,
tuviera las notas que tuviera.
Sacó el primer pergamino que había dentro, que era el certificado de los TIMOs, y
lo leyó:
RESULTADOS T.I.M.O.
Adivinación................................................................ Insatisfactorio
Hª de la magia................................................................. Aceptable
Astronomía...................................................................... Aceptable
Pociones..........................................................................
Aceptable
Firmado:
Griselda Marchbanks,
Presidenta del Tribunal de
Exámenes Mágicos.
Se sorprendió ¡no estaban nada mal!. Había obtenido ocho TIMOs, con cuatro
«Supera las Expectativas» y un «Extraordinario». Sonrió un poco. La verdad, había
esperado tener un «Extraordinario» en Defensa Contra las Artes Oscuras, pero no se
lo había dicho a nadie por si acaso... se imaginó la cara de Dolores Umbridge si lo
viera... e instantáneamente se puso serio. No le agradaba recordar a Dolores
Umbridge, la última profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry creía que
incluso la odiaba más que a Snape. Ella le había hecho la vida imposible en Hogwarts
a base de decretos y decretos del Ministerio, firmados por Fudge. Ella le había
enviado dos dementores, que, si bien no consiguieron absorberle el alma casi habían
provocado que le expulsaran del colegio y le rompiesen la varita... le había apartado
del equipo de quidditch e incluso había pretendido utilizar contra él la maldición
cruciatus...
Intentó alejar a Dolores Umbridge de su cabeza y abrió el otro pergamino que
contenía la carta. Estaba firmado por la profesora McGonagall; decía que pronto
recibirían una carta con las asignaturas a escoger para el año siguiente. Harry guardó
el sobre en el baúl.
Se tiró sobre la cama. Incluso había aprobado Pociones... imaginó que
seguramente Snape se sentiría decepcionado. Seguramente le habría amargado el
curso recordándole lo malo que era en su clase y demás, pero a Harry no creía que
eso le importara ya. Con un Aceptable, Snape nunca le admitiría en sus clases de
Pociones para el EXTASIS, así que se libraría para siempre de su asignatura más
odiada. No tener más Pociones eran unas perspectivas maravillosas. En otras
circunstancias, ya estaría saltando de alegría. En la situación actual, se sentía
bastante contento ante la idea. Imaginar cómo sería un año entero de Pociones
después de haber mirado en el Pensadero de Snape le aterrorizaba. Los últimos días
de la asignatura ya habían sido suficientemente horribles, no necesitaba repetirlos.
Aparte de Pociones, ya no tendría más Adivinación, porque la había suspendido.
Tampoco le importaba. Estaba harto de inventarse tragedias en los trabajos y de que
la profesora Trelawney no parase de predecirle la muerte constantemente; no le
importaba mucho, porque la profesora Trelawney sólo había hecho dos profecías
auténticas en su vida, y ni siquiera era consciente de ello...
Harry se acordó de cómo le habría ido a Ron y a Hermione. Suponía que
Hermione habría tenido un «Extraordinario» en todo o en casi todo... era la alumna
más inteligente de Hogwarts, no había nada que ella no supiera ni pregunta de clase
en la que no levantara la mano. No le habría extrañado nada que sacara una nota
superior a la máxima. Hermione se había quejado mucho de los exámenes, pero
teniendo en cuenta que para ella, como decía Ron, un trabajo de clase en el que le
hubieran puesto un nueve era su peor pesadilla, no se le podía hacer mucho caso.
Esperaba que también a Ron le hubiera ido bien. Suponía que si él había sacado 8
TIMOs Ron no habría sacado menos. En cuanto a las cosas del colegio, excepto
quizás en Defensa Contra las Artes Oscuras, Harry no era mejor que Ron en nada. Se
acordó de Hagrid y de lo contento que se iba a poner cuando supiera que había
sacado un «Supera las expectativas» en Cuidado de Criaturas Mágicas, la clase que
Hagrid impartía, compaginándola con sus labores de Guardabosques y guardián de
los terrenos de Hogwarts. Hagrid era el profesor preferido por Harry, aunque ello se
debía mucho más a la amistad personal que le unía a él (Hagrid había sido el primer
miembro de la comunidad mágica que había conocido Harry. Le había rescatado de
los Dursley cuando le llegó la hora de entrar en Hogwarts y éstos habían intentado por
todos los medios evitar que fuera) que a las aptitudes como profesor de Hagrid en sí.
Aunque sabía muchísimo sobre criaturas mágicas, la predilección de Hagrid por los
monstruos era un tanto... peligrosa. Hagrid habría preferido tener como mascota un
dragón que un perro, tenía amistad con arañas gigantes, había comprado un perro
enorme de tres cabezas al que llamaba Fluffy y se había traído a un gigante al bosque
prohibido...
Harry se incorporó. Cogió su helado, que se estaba derritiendo, y se acercó a la
ventana. Miró al exterior. La verdad era que hacía un día excelente. Decidió guardarse
un poco las penas y las amarguras y salió de la casa, avanzando por Privet Drive
arriba, con paso lento, como perdido. Incluso sonrió. Si algún vecino le veía,
seguramente pensaría que tramaba algo, o que estaba drogado... Caminó, pensando
si todavía estaría siendo vigilado por la Orden. Suponía que sí, aunque nunca había
visto a ninguno de ellos por allí. Seguramente llevaban una capa invisible. Le gustaría
ser como Moody o Dumbledore, y poder ver a través de las capas invisibles, pero, por
desgracia, no podía. Ya no le importaba que estuvieran vigilándole sin decírselo,
aunque el verano anterior, cuando se había enterado, se había enfadado muchísimo.
Ahora eso le parecía un asunto sin importancia; de hecho, por un lado incluso
pensaba que era mejor no saber si lo vigilaban y quién lo hacía, no le apetecía hablar
con nadie.
Caminó por la calle Magnolia, dirigiéndose al parque infantil donde pensaba
sentarse un rato en uno de los bancos. Cuando llegó, algunos de los niños le miraron
de forma rara y cuchicheando... pero eso ya no le importaba. Se había acostumbrado
a los cuchicheos a su paso, a que la gente torciera la cabeza cuando le veía, e incluso
a que le tuviesen miedo... tanto en el mundo mágico como en el mundo muggle. En
uno, la curiosidad y los murmullos los despertaba su cicatriz, en el otro, sus ropas
grandes y raídas... y en ambos casos, su fama. Harry se preguntaba por qué algunos
de los chicos del barrio tenían miedo de él, cuando su primo Dudley era el verdadero
matón. Al fin y al cabo, él no se había metido nunca con nadie, al contrario que Dudley
y los suyos, que eran el terror del lugar. No obstante, como sucedía con todo lo que
concernía a su «pequeñín», los Dursley ignoraban absolutamente todo lo que hiciese
pensar que su hijo no era el angelito que ellos creían.
Harry se quedó deambulando por el parque hasta que la tarde empezó a caer.
Cuando llegó el crepúsculo y las farolas empezaron a encenderse, decidió que era
mejor volver a casa y prepararlo todo... también tendría que decirles a sus tíos que al
día siguiente se iba, quisieran ellos o no. Por muy mal que fuese a sentirse en
Grimmauld Place, prefería estar allí que en Privet Drive.
Mientras volvía hacia la calle Magnolia, Harry oyó un estruendo de risas y varios
chillidos de chicas. Se acercó a ver qué sucedía y descubrió a su primo Dudley con
sus amigos: habían asustado a un grupo de chicas con una serpiente que Piers
Polkiss, el mejor amigo de Dudley, llevaba encima. Se reían como bobos. Decidió
pasar de ellos y volver a casa, cuando Gordon, uno de los gorilas amigos de su primo,
le vio.
—¡Eh, Dudley! ¡Mira quien va por allí!
Dudley miró, y su sonrisa se esfumó.
—¡Si es nuestro querido Harry Potter! —gritó Piers, acercándose—. ¿Lo
asustamos un poco, Dud?
—Dejadle, no le hagáis caso —dijo Dudley, intentando parecer valiente, pero
debatiéndose por dentro. Harry podía sentirlo, aunque no llevaba su varita, Dudley
tenía miedo de lo que pasaría si a Harry le maltrataban...
—Vamos, podemos divertirnos un poco —dijo Piers, mientras los demás le
rodeaban, riéndose—. ¿Te gusta mi serpiente, Potter? —le preguntó, divertido,
mientras la serpiente silbaba.
Harry podría haberse asustado en otras circunstancias, al no tener su varita. Pero
no en aquéllas, con aquella serpiente allí. Él habría preferido que le dejasen en paz,
desde luego, pero ahora que se habían metido con él ya no. Quería liberar su rabia
contra ellos, hacerles sentir miedo... el estúpido de Piers no tenía ni idea de que Harry
sabía hablar pársel; daba igual lo amaestrada que la tuviera, si Harry le decía algo, la
serpiente le obedecería al instante.
Dudley se acercó, fijándose en su primo, y se dio cuenta, con una sonrisa, de que
Harry no llevaba su varita con él.
—Vaya... a ver si eres tan valiente ahora...
—A tus papis no les va a gustar esto, Dud... podrían recibir visitas...
Dudley dio un bote repentino, y los demás se quedaron mirándole, aunque no
podían comprender qué le había pasado. Harry sí lo comprendía. Sin embargo, el
miedo de Dudley se esfumó al ver las caras de duda de sus amigos. Volvió a sonreír.
—¿Sabéis que mañana es el cumpleaños de Harry?
—¿Sí? —preguntó Piers, risueño—. Bueno, entonces dejemos que comehombres
le dé un regalito —añadió, acercando la serpiente a Harry.
—¿Comehombres? —se rió Harry—. Qué ocurrente eres...
—¿No tienes miedo, Potter? Creo que duele mucho su mordisco... —dijo, ofendido
por la risa de Harry, acercándole la serpiente aún más, hasta que estuvo a treinta
centímetros de su cara. La serpiente silbó con más fuerza. Gordon, Malcom y Dudley
se reían.
Pero Harry ya no. Fijó sus ojos en los de la serpiente, y todo cambió. La serpiente
dejó de silbar al instante, notando el dominio de Harry y su verdadera naturaleza.
Harry se perdió en los ojos del animal, sintiéndose como nunca lo había hecho al usar
la lengua pársel; sintió que podía dominar a la serpiente con su sola mirada... Sintió
algo nuevo, distinto, dentro de sí, pero no le dio importancia, sólo quería asustar un
poco a esos imbéciles. Silbó algo. Piers le miró extrañado, al igual que los demás.
Harry levantó un brazo y tocó la cabeza del animal. Comehombres, para sorpresa de
su dueño, se deslizó por el brazo de Harry y se envolvió en él. Los demás
retrocedieron, espantados.
—¿Qué...? —se preguntó Piers.
Harry sonrió.
—No eres muy listo, ¿eh, Piers? ¿Qué tal si te atacara a ti?
Harry volvió a silbar de aquella forma extraña, y la serpiente abandonó su cuerpo,
dirigiéndose, amenazante, hacia su dueño, que retrocedió horrorizado.
—¡No...! —gritó, muy asustado—. ¿Qué haces? ¿Cómo haces eso?
—¿Tienes miedo, Piers? —dijo Harry, que seguía sonriendo y caminaba
lentamente, siguiendo a la serpiente. Harry deseaba que la serpiente les mordiera...
pero entonces reaccionó. Volvió a hacer aquellos ruidos sibilantes, y el animal se
detuvo, acariciándole la mano. Harry levantó la mirada hacia los demás, pensando en
lo que había estado a punto de hacer—. Largaos.
Ellos le miraron con terror, Piers cogió a la serpiente (con miedo) y se marcharon
sin despedirse de Dudley, que se le quedó mirando, con evidente miedo en la cara.
Obviamente, los demás, aunque habían percibido algo extraño, no sabían nada, pero
Dudley pareció entender.
—No necesito mi varita para hacer ciertas cosas, Gran D —le aclaró Harry—. Y
estas cosas, además, puedo hacerlas sin más, no tengo que dar explicaciones por
ellas. —Calló un momento, y miró a su primo más fijamente—. Te advierto una cosa,
Dudley: no son buenos tiempos para mí, ni en realidad para nadie... no hagas que me
enfade, podría ser muy desagradable... Recuerda a tía Marge.
Harry se refería a la vez que había convertido a su tía en globo, durante una cena,
sin varita, sólo por haberse sentido muy enfadado, ya que su tía había estado
criticando a sus padres, de los que, desde luego, no sabía nada que fuese verdad.
Dudley no le respondió. Estaba lívido. Harry emprendió el regreso a casa, sin
esperar por él, que le siguió, con paso lento, unos minutos después.
Cuando llegó al número 4, tío Vernon ya estaba en casa, en el salón. Tía Petunia
preparaba la cena. Harry subió a su cuarto, tirándose en la cama, mientras esperaba
la hora de la cena. Empezó a pensar en lo sucedido. ¿Qué había pasado en el
parque? ¿Qué era aquella sensación que había sentido al mirar a la serpiente? La
había dominado sólo con la mirada... ¿Cómo lo había hecho? No lo sabía... pero no le
gustaba. En aquel momento no le había importado, pero ahora, al pensarlo... Intentó
olvidarlo y se puso a leer un libro. Sintió a Dudley entrar, un rato después. Cuando
finalmente su tía le llamó, bajó al comedor. Miró a Dudley y le dirigió una sonrisa
maliciosa. Había sido un desquite dulce, que le había liberado de parte de la rabia que
sentía, pero meterse con su primo no era suficiente. Quizás antes, pero no ahora. Se
sentó y empezó a comerse su filete. Dudley no decía nada, y comía carne como si la
fuesen a prohibir al día siguiente.
—Mañana vendrán a buscarme —anunció Harry de pronto.
—¿Cómo dices, chico? —preguntó su tío, mirándole.
—He dicho que mañana vendrán mis amigos a recogerme.
Tía Petunia puso cara de espanto.
—¿Vendrán a recogerte? ¿Cómo? —gruñó su tío, mirándole—. ¿No vendrán con
cosas raras, verdad?
Harry no le contestó. La verdad, Ron no le había dicho cómo vendrían a
recogerle... y seguro que a su tío no le hacía gracia que le volvieran a destrozar el
salón.
—Eh, vendrán en coche, creo —dijo Harry para tranquilizar a sus tíos.
—Más vale. Y esperemos que se vistan como la gente normal...
Harry tampoco respondió.
—¿A qué hora vendrán? —inquirió su tía.
—No lo sé... supongo que por la mañana —respondió Harry, acordándose de que
iban a celebrar una fiesta por su cumpleaños.
Siguió comiendo. En ese momento, comenzaban las noticias. Harry casi nunca las
veía, ahora que El Profeta había publicado por fin la verdad. No obstante, no había
sucedido nada desde lo del Ministerio. Ni siquiera los mortífagos encerrados en
Azkaban habían huido aún, y Harry no dejaba de preguntarse por qué, si los
dementores habían abandonado la prisión. ¿Qué los retenía? Harry no lo sabía. Si
habían escapado antes, cuando los dementores aún custodiaban la prisión...
—¡Otra vez hablando de los raros esos! —gruñó de pronto tío Vernon, mirando al
televisor y sacando a Harry de sus pensamientos.
—...La mencionada señora aseguró ante la policía, muy asustada, que había visto
a dos mortífagos cerca de su casa durante la noche y... —Harry se quedó atónito.
¿Había dicho «mortífagos»? ¿En el noticiario muggle?— ...La policía no encuentra
motivos para creer que realmente pudiera haber dos miembros de esa peligrosa secta
por la región, pero las investigaciones continúan. Como nuestros telespectadores
recordarán, los mortífagos, nombre que se dan a sí mismos los integrantes de esta
extraña secta, son altamente peligrosos y no deben de ser atacados bajo ningún
concepto, y menos cuando van vestidos con las túnicas y máscaras que usan para
cometer sus crímenes. Aún no se conoce claramente sus objetivos ni sus
pretensiones, pero algunos de ellos, identificados por la policía, son estos...
Siguió una imagen de algunos de los mortífagos que no habían ido a Azkaban en
junio: Colagusano, Goyle, Travers... Harry detuvo su mirada sobre la imagen de
Bellatrix Lestrange... ella había matado a su padrino, ella había torturado hasta la
demencia a los padres de Neville... Harry no odiaba a nadie tanto como a ella,
excepto quizás a Colagusano y al propio Voldemort. Algún día se vería las caras con
ella, se lo había jurado muchas noches durante las cuales la imagen de Sirius,
abriendo los ojos y cayendo a través del arco lo asaltaban sin cesar.
—¿Te pasa algo, chico? —preguntó tío Vernon, mirándole con desagrado.
—No —respondió Harry con sequedad.
—¿Como que no? ¡Mirabas esas fotografías como si los conocieras!
—Porque los conozco.
—¿Los conoces?
—Son magos —respondió Harry—. Magos malvados. Seguidores de Voldemort —
aclaró.
—¿Voldemort? ¿Esos molígrafos son seguidores de ése?
—Sí.
—¿Y por qué salen en nuestro telediario? —preguntó tío Vernon, ofendido ante la
idea.
—El Ministro de Magia habrá informado al Primer Ministro de que...
—¡¡No digas eso aquí!! —le espetó su tío. Saber que existía un Ministerio de
Magia era un shock del que aún no se había repuesto.
—Está bien —dijo Harry, exasperado—. Esa gente es muy peligrosa. Para todo el
mundo, no sólo para nosotros... La última vez, antes de que... matara a mis padres,
muchos mugg... muchas personas normales también fueron asesinadas...
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué tenemos nosotros que ver con...?
—Él odiaba a los... los magos que son hijos de gente normal, como... como a Lily
—explicó tía Petunia con trabajo. Harry la miró boquiabierto por segunda vez en dos
años... Era la primera vez que llamaba a la madre de Harry, su hermana, por su
nombre.
Tío Vernon la miró extrañado. Harry continuó.
—Él desea apoderarse de todo nuestro mundo —explicó—. Pero si lo consigue...
también irá a por lo demás.
—¿Cómo? —bramó tío Vernon—. ¿Que ese Lord Voldcomosellame viene también
a por nosotros?
—Sí —respondió Harry—. Si consigue apoderarse del mundo mágico... nada os
salvará.
Tío Vernon no decía nada. Aquello era demasiado para él. Habían acabado de
cenar, pero ninguno de los cuatro se movió de la mesa.
—¿Y hacéis algo para detenerlo? —preguntó, por fin.
—Por supuesto —respondió Harry—. Muchos magos están arriesgando su vida
para vigilarle, para enfrentarse a él, para protegerme...
—¿Protegerte? —preguntó su tío—. ¿Qué tienes que ver tú...?
—Tengo que ver porque sólo yo puedo matarle —respondió Harry con desgana.
Aún no creía que estuviese teniendo aquella conversación con sus tíos—. Si él me
mata a mí... se acabó.
Su tío abrió la boca. Tia Petunia profirió un quejido, y Dudley miraba a Harry como
si nunca antes le hubiese visto. Harry no dijo más. Se levantó y subió a su habitación,
sin que nadie intentase detenerlo, cerrando la puerta tras de sí.
Se acercó a la ventana, pensativo. Se acordó de enviarle una lechuza a Ron, para
decirles que usaran un método de viaje lo más normal posible, pero luego decidió que
ya era demasiado tarde para eso si venían a buscarle por la mañana, así que lo dejó.
Ya era noche cerrada, pero la brisa era suave y cálida. Harry observó largo rato
ese mundo, un mundo tranquilo que no tenía ni idea de que, en algún lugar, Lord
Voldemort tramaba algo, reclutaba seguidores, y preparaba planes... ¿Qué pretendía?
¿Por qué no actuaba, ahora que todo el mundo sabía ya que había retornado? No lo
sabía. No había vuelto a tener más visiones, aparte de algún que otro ocasional dolor
de la cicatriz. Los dolores habían sido algo más fuertes las dos últimas noches, pero
nada serio. También sabía que había soñado con algo, pero al levantarse no había
recordado qué era. No le importaba, realmente, y casi lo prefería, porque últimamente
sólo soñaba con pesadillas donde lo ocurrido en el Departamento de Misterios y en el
cementerio de Little Hangleton se entremezclaban de forma horrible. Cerró la ventana
y volvió a su cama. Se acostó sobre ella, y decidió leer algo para quitarse de la
cabeza las preocupaciones. Terminó cogiendo el libro Equipos de Quidditch de Gran
Bretaña e Irlanda, que Hermione le había regalado hacía dos años. Lo había leído
cientos de veces, pero no le importaba, porque Harry era un forofo del quidditch,
aparte de un excelente jugador del mismo deporte. Empezó a pasar las páginas, que
casi se sabía de memoria, pero sin verdadero interés. ¿De verdad había llegado a tal
extremo de depresión que ya ni el quidditch ni la perspectiva de ver a sus amigos
consiguiesen alegrarlo?
Había sido, desde todos los puntos de vista, un día excelente: había recibido
buenas notas en sus TIMOs, no tendría más clases con Snape, al día siguiente, que
era su cumpleaños, se iría a Grimmauld Place con sus amigos, había asustado a
Dudley y a su banda sin violar ninguna ley... y aún así, se encontraba vacío, triste.
Nada de aquello tenía verdadera importancia. Las vivencias del pasado y la terrible
amenaza del futuro pesaban sobre él como losas, alejándolo del mundo normal. Se
sentía aparte, distanciado de todos, diferente. Diferente. Se dio cuenta de que en
todos sus años de vida nunca había sabido realmente lo que esa palabra significaba
para él: diferente...
Dejó el libro a un lado. No podía concentrarse. Sólo una cosa lo alegraba: no
podía ir ya a peor. De todas formas, al menos al día siguiente estaría con los
Weasley, que siempre habían sido para él como una familia... de hecho, mejores que
su auténtica familia. Harry sabía que le querían como a un hijo, y él les quería a ellos
como unos padres. Tal vez... tal vez pudiera alegrarse sólo un poco. Tal vez.
Se desvistió y se metió en la cama. Se esforzó por dormirse y no tardó en hacerlo.
Un rato después, llegaron a Londres. El coche del ministerio les dejó en Grimmauld
Place y, tras despedirse del conductor, se dirigieron a la separación entre el número
11 y el número 13, donde, al entrar, apareció el número 12, el Cuartel General de la
Orden del Fénix. Protegido por el encantamiento Fidelio, sólo si Dumbledore, guardián
de los secretos, decía a alguien donde estaba la casa, podría éste encontrarla. Harry y
Ron cargaron el baúl y el señor Weasley cogió la jaula de Hedwig.
Nada más entrar, el cuadro de la madre de Sirius se puso a gritar y a vociferar
como de costumbre. De la cocina salió rápidamente Lupin, y entre él y el señor
Weasley lograron cerrar las cortinas.
—¡¡Cerdos!! ¡¡Sangre sucia!! ¡¡Traidores!! ¡¡Abandonad la casa de mis padres...!!
Descontado el cuadro, Harry apreció un sutil cambio respecto a la primera vez que
había entrado. El vestíbulo aparecía más limpio, mucho más habitable. Atraído por los
gritos de su ama, Kreacher, el elfo doméstico, bajó las escaleras, refunfuñando, como
siempre, y miró a Harry. Se le formó una sonrisa en la cara.
—¡Vaya! Kreacher saluda al joven amo, sí. Saluda al gran Harry Potter. Pero el
joven Harry Potter ha perdido a su padrino, me dicen, aunque él de nuevo escapó del
Señor Tenebroso, sí, un sangre mestiza, un sangre mestiza con suerte, sí. Y viene
acompañado de ese traidor a la sangre y de uno de sus asquerosos retoños...
Harry le miró con un odio visceral. Ni siquiera había recordado que vería al elfo
doméstico.
—¡¡Apártate de mi camino!! —le gritó con rabia, dirigiéndose hacia él— ¡¡Y no
vuelvas a mencionar a Sirius!! ¡¡Tú me engañaste!! ¡¡Murió por tu culpa!!
La última vez que Harry había visto a Kreacher, éste le había engañado para que
fuera al departamento de misterios, haciéndole creer que Sirius estaba allí. Si no
hubiese sido por él...
La señora Weasley salió en ese momento de la cocina. Harry se dirigía hacia
Kreacher, con expresión furibunda.
—¡Harry...! ¡Oh Harry! Cálmate cariño, ven, ven por aquí... —la señora Weasley le
dio un abrazo y dos besos—. Lárgate —le dijo a Kreacher.
—Estúpida, esta maldita traidora a la sangre se cree que puede dar órdenes a
Kreacher, ¡oh, pobre Kreacher, si su ama lo viera, sirviendo a toda esta escoria! —El
elfo se alejó por las escaleras.
—Venga, tranquilízate, Harry —le dijo Lupin—. Hoy es tu cumpleaños. Dieciséis
años ya...
Harry entró en la cocina. Había un aroma delicioso en el aire, pero Harry se había
puesto furioso, y ahora esa furia era sustituida por pena y tristeza, y más al ver a todos
los miembros de la Orden en la cocina, excepto a su padrino, a Hagrid, a la profesora
McGonagall y a Snape. Todos le saludaron y le felicitaron por su cumpleaños.
Instantes después, entraron por la puerta Ginny, Fred y George. Ginny dio un grito de
alegría y le dio un gran abrazo a Harry y un beso. Harry se quedó un poco extrañado,
Ginny solía ser más tímida con él. Fred y George le saludaron, miraron que su madre
no les viera y le entregaron un pequeño libro.
—Toma Harry. Es tu regalo de cumpleaños —dijo Fred.
—Ábrelo —dijo George.
—Gracias chicos —Harry lo abrió de mala gana, no se sentía muy animado para
fiestas ni regalos, pero no quería decepcionar a los gemelos. Ni siquiera había mirado
el título.
Al abrirlo, a Harry se le cayó el pelo y en su lugar le creció una frondosa hierba
verde con espigas y algún que otro tulipán. Todo el mundo se quedó un instante mudo,
y luego estallaron en carcajadas. Incluso Harry se rió.
—¡¡George y Fred Weasley!! ¡Os dije que nada de tonterías! —les gritó la señora
Weasley intentando poner expresión de enfado, aunque a decir verdad, parecía a
punto de echarse a reír.
—¡Tranquila mamá! Se recuperará en media hora. ¿Te gusta Harry? ¡Es un libro
hierbapelo! ¡Un nuevo éxito de Sortilegios Weasley! —explicó Fred entusiasmado—. Si
se lo das a alguien, al abrirlo se le cae el pelo y le crecen hierbas de todo tipo, según
la página por la que lo abras. Cuestan tres galeones de nada.
—¡Y espera que te mostremos los caramelos para desdentados! —agregó George.
Un poco más animado, Harry se sentó a disfrutar de su fiesta, aunque Lupin tuvo
que hacerle un pequeño encantamiento desvanecedor, porque con la hierba casi no
podía comer, así que se vio obligado a quedarse calvo durante media hora, hasta que
le creció de nuevo el pelo y se le quedó como antes. La comida resultó deliciosa, y
nadie habló mucho mientras comían.
—¿Qué tal te encuentras, Harry? —preguntó Lupin.
—Bien, gracias —contestó, con un tono seco que Lupin no percibió.
—Me alegro, Harry. La vida continúa —dijo, suspirando—. Debemos seguir
adelante. No hagas caso de Kreacher... él sólo obedecía órdenes. Lleva toda su vida
sirviendo a una mala familia...
—Dobby también servía en una mala familia y no es como Kreacher. ¡No pienso
perdonarle! —había vuelto a ponerse serio y enfurruñado.
Dumbledore le miró fijamente un momento, pero no dijo nada. Harry casi lamentó
que no le dijese algo para exculpar a Kreacher, así habría podido desahogar su rabia
un poco más. Nadie habló nada durante un buen rato, hasta que Fred hizo que a Ron
le saltara sopa desde el plato y el ambiente se distendió un poco. Hablaron de
banalidades, con alguna carcajada cuando Fred y George hacían alguna locura, pero
Harry no dijo gran cosa. Prefería comer en silencio y mantenerse en un segundo
plano, y los demás parecieron entenderlo. Miraba a veces a Dumbledore, y se
encontró en varias ocasiones con la mirada del anciano mago. Una mirada, que tras la
fachada de alegría, mostraba un deje de preocupación por algo.
Antes de la hora de cenar. Harry subió a su habitación a ver como estaba Hedwig.
Recordó que aún no había hablado con Dumbledore, y que debía hacerlo pronto. A
pesar de que se lo estaba pasando mucho mejor de lo que había creído posible, Harry
se acordó de su sueño. Tenía que hablar con Dumbledore, y éste no estaba en la casa
y no sabía cuando volvería. Bajó a la cocina y le preguntó a Moody, que limpiaba su
ojo mágico, si sabía cuando regresaría el director.
—Pues no lo sé, Potter, pero dudo que venga hoy a cenar. Probablemente hasta
mañana no vuelva por aquí. ¿Por qué? ¿Te sucede algo? —inquirió, mirándole de una
forma extraña debido a su ojo vacío.
—No... sólo quería tratar un asunto con él —dijo Harry, encogiéndose de hombros
—. Nada importante.
—Si tienes algún problema, Potter, no dudes en contármelo. A mí o a cualquier
otro. ¿No habrás tenido alguna visión más, verdad?
—Eh... no. Ninguna.
—Mejor, mucho mejor. Recuerda, Potter, estate siempre alerta.
—Lo recordaré, profesor.
—Y preferiría que no me llamarais profesor... no hace más que recordarme a aquel
canalla...
Harry volvió al salón, donde Ron, Fred, George y Ginny jugaban una partida de
gobstones. Ron iba perdiendo. Se le daba mucho mejor el ajedrez mágico, en el que
siempre conseguía ganar a Harry. Al parecer, Ginny y Ron ya no estaban picados, y
dirimían sus diferencias en la partida. Ginny llevaba las de ganar. Harry se quedó
mirándolos. Un rato después, la señora Weasley les llamó para cenar.
Estaban poniendo la mesa cuando Tonks llegó, y un instante después, Lupin se les
unió. Charlie había regresado a Rumania, y Bill tenía una cita con Fleur Delacour. A
Fleur le había gustado Bill desde que le había visto por primera vez durante el Torneo
de los Tres Magos.
Mientras charlaban animadamente, se abrió la puerta del vestíbulo. Era el señor
Weasley, e invitó a alguien a pasar con él.
Cuando la puerta de la cocina se abrió, vieron quien venía con él: Percy.
La señora Weasley se levantó y corrió a abrazar a su hijo.
—Vamos hijo, pasa... —le invitó su madre—. ¿Has cenado?
—No, mamá —repuso Percy—. Pero no tengo mucha hambre... sólo venía a... —
Miró un instante a Harry y bajó la vista.
Harry procuró no mirarle directamente, como si la cosa no fuera con él.
—Vamos, siéntate. Comerás con nosotros.
Percy se sentó, un poco cohibido porque todos habían callado y le miraban de
reojo de vez en cuando. El señor Weasley también se sentó. Percy no parecía saber ni
qué decir, ni a quien mirar. Finalmente, haciendo acopio de valor, habló.
—Esto... Harry... —dijo tímidamente.
—¿Sí? —preguntó Harry, como sin interés.
—Bueno, yo... —se había puesto rojo y parecía muy nervioso— yo quería... quería
disculparme por haber dicho todas esas cosas de ti... Sé que fue horrible, pero... pero
leía El Profeta, y Cornelius Fudge aseguraba que mentías...
—Ya. El Profeta decía y Fudge aseguraba —le espetó Harry, continuando con su
cena como si tal cosa.
—Es que... —Percy calló unos segundos— era tan... tan impensable que El-que-
no-debe-ser-nombrado retornara... Nadie querría creerlo, era más fácil pensar que te
querías dar importancia, como con lo del torneo de los Tres Magos... —intentó
explicarse Percy.
—Claro —dijo Harry escuetamente—. Yo sí quería creerlo ¿verdad? ¡Somos
grandes amigos! ¡Pero estaba allí! ¡No quería creerlo, pero lo vi! ¡Él mató a mis
padres! ¡¿Cómo iba a querer darme importancia por ello?! ¡¿Qué creías que quería?!
—Harry se había puesto en pie y gritaba—. ¡Para mí esta cicatriz no es más que una
desgracia y una maldición! ¡No me apetece precisamente darme importancia por ello!
¡Yo le daría mi fama a quien la quisiera! Preferiría tener aquí a mis padres y a Sirius...
Percy bajó la cabeza, sin saber qué decir. Los demás miraban la escena sin decir
nada.
—Yo... yo lo siento mucho —balbuceó—. De verdad lo siento... Si no quieres
perdonarme yo lo entenderé... pero ya sabes que yo... yo siempre he seguido las
normas escrupulosamente y... bueno... —hizo ademán de levantarse e irse. Harry vio
la cara de pena que ponía la señora Weasley y se le partió el corazón. La rabia que
sentía cedió lentamente.
—Está bien —dijo—. Te disculpo, Percy. Pero no esperes mi amistad de buenas a
primeras. Hay cosas más importantes que las dichosas normas. Si Ron, Hermione y
yo hubiésemos seguido siempre las normas, Voldemort —Percy se estremeció al oír el
nombre— habría retornado hace tiempo y tendría la piedra filosofal. Y Ginny habría
muerto en la cámara secreta. Y Sirius habría recibido un beso de aquellos
dementores... ¡A veces hay cosas más importantes que seguir las leyes!
—Lo... lo sé... Está bien —Percy le miró a la cara, un poco más aliviado—. Está
bien, Harry. Yo... yo te lo agradezco —Pero Harry se fijó en la expresión de ternura y
alivio de la señora Weasley más que en la de Percy.
La cena transcurrió sin más incidentes, aunque en un tono de mayor frialdad que
antes de que Percy llegara. Éste, al acabar de comer, no tardó en irse, alegando que
al día siguiente tendría que levantarse temprano. Era obvio que no se sentía
demasiado cómodo, y a Harry no le extrañaba nada.
Harry, por su parte, se sentía bastante cansado, así que subió a su habitación para
acostarse. Ron y Ginny subieron con él, y también los gemelos, quienes al día
siguiente tendrían que abrir la tienda de artículos de broma. Harry estaba deseando ir
a verla.
—Eh Harry —dijo Ron—. ¡Mañana llega Hermione! Supongo que se lo habrá
pasado estupendamente en España... yo me lo pasé muy bien en Egipto... —agregó,
con voz soñadora—. Me gustaría viajar más.
—Sí, es estupendo —Harry estaba pensando si, cuando llegase su amiga, debería
contarles a ella y a Ron todo lo que estaba ocultando. No llegó a ninguna conclusión y
decidió consultarlo con la almohada.
—Seguro que viene muy morena... —siguió diciendo Ron, como si hablara consigo
mismo. Ginny miró a Harry con una risita que Harry captó al instante. Ron no se
percató. Parecía que él mismo estuviera en España.
«¿Qué le pasa? —se preguntó Harry a sí mismo—. Nunca lo había visto así...»
—...y seguramente te traerá algo, Harry —terminó Ron, sonriente. —Tratándose de
Hermione, será algún tratado sobre magia española, seguro.
Harry se rió. Eso era propio de Hermione, quien era la única persona que Harry y
Ron conocían que se había leído Historia de Hogwarts, Evaluación de la Educación
Mágica en Europa y otros libros similares. Ron pareció volver de su ensimismamiento
—Vamos Ginny, vete a tu cuarto, Harry y yo vamos a acostarnos —ordenó Ron.
—Está bien, mandón —dijo Ginny echándole la lengua a su hermano—. Hasta
mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ginny. —Harry miró a su amigo, que empezaba a ponerse el
pijama—. ¿Qué te pasa? —le preguntó.
Ron levantó la cabeza y miró a Harry.
—¿A mí? Nada. ¿Por qué? —respondió, mirando a Harry fijamente.
Harry no respondió inmediatamente. Aquel era Ron, sí, pero había cambiado en
algo, aunque no sabía exactamente en qué.
—Has cambiado —dijo Harry, sin más—. ¿Desde cuando ese... interés por
Hermione?
—¿Interés? —dijo Ron, un tanto extrañado. Luego sonrió, pero no con su sonrisa
habitual, sino con otra, más... ¿madura?—. Es nuestra amiga. Y respecto a que he
cambiado... ¿tú no has cambiado? —preguntó él.
Entendió a Ron sin que se explicara. Estaba claro a lo que se refería:
Departamento de Misterios. Habían estado a punto de perder la vida... y ya no era
como cuando tenían doce años. Y él, concretamente, había cambiado mucho más de
lo que Ron podía aún imaginarse.
—Sí, sí he cambiado —afirmó Harry.
—Yo también —dijo Ron—. Y Ginny... y supongo que también Hermione. Ha
pasado un mes, y creo que todos hemos tenido mucho tiempo para pensar, ¿no
crees?
—Sí, sí lo creo —dijo Harry, que estaba totalmente de acuerdo con su amigo.
—Me he dado cuenta de que no me has contado la verdad sobre tu sueño —
añadió Ron—. Pero sé que lo harás.
Harry sonrió.
—Quería hablar con Dumbledore antes —se disculpó.
—No pasa nada, no te preocupes... Confío en ti.
—Gracias —dijo Harry—. ¿Sabes? No estoy tan alegre como aparento.
—Ya lo sé. Tampoco yo. También echo de menos a Sirius...
Ninguno de los dos dijo nada más. Harry se puso el pijama y se metió en la cama.
Estuvo un rato pensando en lo que había pasado durante el día. Sobre todo, lo que
más había notado era aquel extraño cambio en Ron. Sí, era lógico, después de lo que
habían pasado, pero... había algo más. Harry lo sentía. Tras aquel cambio había algo
más, no sabía el qué. Sin embargo, sabía que, fuese lo que fuese, Hermione también
estaría afectaba. Casi podía sentirlo. Pensando en ello, se fue quedando dormido, más
tranquilo. Al día siguiente llegaba Hermione, y hablaría con Dumbledore. Todo se
solucionaría. Seguro. Durmió toda la noche calmado y sin sueños.
Cuando despertó por la mañana, Ron aún estaba dormido. Se dirigió al baño, se
vistió y luego salió al pasillo. Al salir vio a Kreacher que se dirigía con algo al
dormitorio de la madre de Sirius. Harry le siguió. Abrió la puerta y encontró al elfo
hablando solo y con una foto en la mano. Allí, estaba aún buckbeak, el hipogrifo en el
que una vez él y Hermione habían salvado a su padrino del beso de los dementores.
—Hola, buckbeak —dijo Harry acariciándole el pico. El hipogrifo se inclinó
saludándole. Luego miró al elfo doméstico, que se encogía en un rincón, echando
maldiciones contra todos por tener al hipogrifo en el cuarto que había sido de su ama
—. ¿Qué tienes ahí, Kreacher?
El elfo doméstico miró a Harry con visible odio e intentó ocultar la foto.
—Kreacher no oculta nada al joven amo, al joven sangre mestiza, no...
—Dámelo —dijo Harry.
—No... no... ¡Kreacher no tiene nada!
—Vamos Kreacher, dámelo.
De mala gana, y rumiando maldiciones, Kreacher se lo entregó. Harry lo miró.
Parecía ser una antigua foto de familia que Kreacher habría salvado de la purga de
Sirius. No reconoció el lugar, que parecía algún sitio de montaña. En ella Harry
reconoció al mismo Sirius que había visto en el recuerdo de Snape. Un muchacho de
unos 15 años. No tenía una expresión feliz. A su lado había otra muchacha
aproximadamente de su misma edad, con la misma expresión de disgusto que Sirius.
Harry no la reconoció. Siguió fijándose en los rostros, y vio a la madre de Sirius,
agarrada a un hombre que debía ser su marido. Apoyaban sus brazos sobre los
hombros de un niño que se parecía algo a su padrino. Harry supuso que debía ser su
hermano, Regulus. Entre otras personas a las que tampoco reconoció, vio a dos
chicas, junto a la muchacha que estaba al lado de su padrino. Tenían una expresión
de suficiencia en la cara que a Harry le pareció repugnante. A una de ellas Harry la
había visto hacía muy poco en el departamento de misterios, a la otra la había
conocido en los Mundiales de quidditch: Bellatrix Lestrange y Narcissa Malfoy, su
hermana y madre de Draco Malfoy, le miraban con expresión de superioridad. Harry
dedujo que la muchacha que estaba al lado de su padrino debía de ser Andrómeda,
hermana de Bellatrix y Narcissa y madre de Tonks, que, al igual que su padrino, había
sido «expulsada» de la familia por haberse casado con Ted Tonks, un hijo de muggles.
Harry observó durante un rato a la familia Black. Una de las más antiguas familias de
magos, corrompida casi hasta la médula por la idea de la sangre limpia y la
superioridad de los brujos... a Harry no le extrañó que Sirius hubiese querido
abandonar aquella familia cuando pudo. Comparados con ellos, los Dursley parecían
aceptables...
—¿De dónde sacaste esta foto, Kreacher?
Pero Kreacher no dijo nada, se largó lanzando maldiciones contra Harry e
intentando no quedar al alcance de Buckbeak, que intentó darle un picotazo cuando el
elfo iba a salir de la habitación. Mirando aún la foto, Harry bajó a desayunar. En la
cocina se encontró con Lupin y la señora Weasley. Fred y George acababan de
marcharse a la tienda de artículos de broma.
—Buenos días, señora Weasley, buenos días, profesor Lupin.
—Buenos días, Harry, cariño ¿has dormido bien?
—Sí, gracias.
—¿Qué es eso, Harry? —preguntó Lupin señalando la foto.
—Es una foto que le quité a Kreacher...
—Déjamela...
Lupin la miró, y frunció el ceño.
—¿Los conocía, profesor Lupin?
—Sí —dijo Lupin con visible desagrado—. Los conocí cuando estábamos en
Hogwarts. Sirius nos había presentado a sus padres en la estación, pero nunca quiso
que fuéramos a su casa. No le gustaba nada. Al igual que tú, Harry, Sirius prefería
pasar sus vacaciones en Hogwarts, o cuando podía, en casa de James. Por supuesto,
nunca les dijo que yo era un hombre lobo, ni que mi padre era muggle. Tus abuelos,
sin embargo, sí lo sabían, y no les importaba, aunque constantemente nos decían que
tuviésemos cuidado... —Lupin sonrió, recordando—. Si hubiesen sabido lo que
hacíamos...
Harry sonrió. La familia de su padre había sido para Sirius como los Weasley para
él: una segunda familia, mejor que la auténtica...
—Sírvete unas tostadas, Harry. Iré a levantar a Ron y a Ginny —dijo la señora
Weasley, saliendo de la cocina.
Lupin siguió mirando la fotografía un rato, y luego la apartó.
—¿Quieres conservarla? —le preguntó.
—No. Esa mujer está ahí —dijo Harry con expresión de odio—. Ella mató a Sirius.
Todos los motivos por los que Sirius murió están ahí, en las caras de esa gente... No
quiero verlos. A ninguno de ellos.
—Bien, porque yo tampoco —Lupin se levantó y tiró la foto en el fuego.
Mientras Harry desayunaba, pensativo, bajaron Ron y Ginny.
—Hola Haaaarry —saludó Ron, bostezando. Se sirvió un poco de leche y unas
tostadas y empezó a comer—. No sé qué prisa tiene mi madre porque nos
levantemos. No hay nada que hacer aquí.
—Bueno, hoy llega Hermione, Ron —dijo Ginny mirando a su hermano con
expresión divertida.
—Ya lo sé —contestó Ron, sin hacer caso de la risita ni del tono de su hermana—
¿La traerán sus padres? ¿O tenemos que ir a buscarla nosotros? —preguntó.
—¿Y yo que sé? —respondió Harry.
—Sus padres la dejarán aquí —dijo la señora Weasley, entrando en la cocina.
Terminaron el desayuno y fueron a recoger sus habitaciones. Ron protestó, pero la
señora Weasley amenazó con lanzarle un embrujo si el cuarto no estaba listo en
media hora. Ginny fue a su habitación, que compartiría con Hermione, y Harry y Ron
entraron en el suyo.
—Oye Ron —dijo Harry mientras terminaba de hacer su cama— ¿Quién custodia
Azkaban ahora?
—No estoy muy seguro... creo que ahora hay allí magos del departamento de
seguridad mágica, algunos aurores, creo... eso es lo que he oído a mi padre y a
Kingsley. Por supuesto, han tenido que echarle algunos conjuros más a la prisión y
reformarla. Sin los dementores, la fuga es muchísimo más fácil...
—Ya... —Harry se preguntaba como todavía no se habían fugado de allí los
mortífagos. Un grupo de magos no detendría a lord Voldemort.
—¿Tú también te preguntas por qué no han huido todavía? —dijo Ron mirándole.
—Sí. ¿No te parece raro?
—Bueno... a lo mejor ellos solos no pueden, y quizás Quien tú sabes quería darles
un escarmiento por haber fracasado en su misión...
—Quizás —dijo Harry, pensativo—. Pero a Bellatrix la ayudó cuando los aurores
llegaron al ministerio de magia...
—Bueno, ella era su sirviente más fiel, ¿no? Y además estaba a su lado. Seguro
que si hubiera estado con los demás en el departamento de misterios no habría bajado
a ayudarla.
Terminaron de recoger la habitación y bajaron al salón. Se pasaron el resto de la
mañana jugando al ajedrez mágico, mientras Ginny leía un libro, hasta que oyeron el
timbre de la puerta.
—¡Harry, Ron, Ginny! Creo que deberíais venir —les llamó la señora Weasley, por
encima de los gritos de «¡¡Otra vez esta asquerosa sangre sucia en la casa de mis
padres!!», que otra vez gritaba el cuadro.
Los tres salieron corriendo del salón hacia el vestíbulo. Allí estaba Hermione, que
sonrió enormemente al verlos.
—¡Harry! —exclamó Hermione, lanzándose hacia él. Le dio un fuerte abrazo y un
beso—. ¿Qué tal te encuentras? ¡Feliz cumpleaños! Te he traído un regalo.
—Bien. Gracias Hermione.
—Hola Ron —Hermione le dio otro abrazo a Ron, que la miraba de forma extraña.
Ginny se aguantaba la risa.
—Hola Hermione. Estás muy... morena —dijo, un poco ruborizado. Hermione le
sonrió.
—Bienvenida —dijo Ginny.
—Hola Ginny —le contestó Hermione, dándole un beso.
—Que los chicos te ayuden a llevar las cosas a tu cuarto, querida —dijo la señora
Weasley.
—Gracias.
Entre todos cargaron el equipaje de Hermione hasta la habitación que compartía
con Ginny. Harry se fijó en que Hermione había crecido algo, y que llevaba el pelo algo
menos enmarañado que de costumbre. Por la expresión de Ron, Harry se dio cuenta
de que también se había fijado.
—¿Qué tal por España, Hermione? —le preguntó Ginny.
—¡Oh! Estupendo. Es precioso. ¡Y hay magia muy interesante! He aprendido
mucho —explicó Hermione, contentísima—. Además encontré una tienda donde
vendían una poción estupenda para el pelo ¿Lo veis? —dijo, tocándoselo.
—Te queda muy bien —opinó Ginny, mientras Ron y Harry se miraban. Sólo
Hermione podía utilizar unas vacaciones para aprender cosas.
—¿Qué tal va todo por aquí? —les preguntó ella.
—Como siempre. Bueno, casi... —respondió Harry, bajando la mirada.
Hermione borró la sonrisa de su cara y se mostró un poco preocupada, notando
que Harry se había acordado de su padrino.
—Tranquilo Harry. Todo mejorará, ya lo verás... Toma tu regalo —dijo ella,
intentando animarle.
Hermione le entregó a Harry un libro, como ya esperaba. Se titulaba hechizos y
maldiciones de los musulmanes de Al-Andalus. Harry miró a Ron y ambos sonrieron.
—¿Al-Andalus? ¿Qué significa eso? —preguntó Ron.
—Al-Andalus era como se llamaba la provincia musulmana que comprendía
España y Portugal, Ron.
—Ah... —dijo Ron, sin parecer muy enterado.
—Gracias Hermione. Tiene pinta de ser muy interesante —dijo Harry, no
demasiado convencido de sus palabras.
Miró a su amiga, que le observaba con atención. Como había supuesto, en sus
ojos también se veía aquel mismo cambio que había notado en Ron. Apartó la mirada.
Observar de aquella forma los ojos de su amiga lo ponía nervioso, muy nervioso. Se
fijó entonces en Ginny, y descubrió que su mirada también mostraba el cambio que
había notado en sus amigos, aunque no era tan profundo como en ellos. Frunció el
entrecejo. ¿Desde cuándo era tan perspicaz leyendo en los ojos de la gente?
No hablaron nada más. Las miradas que se habían dirigido parecían haber sido
suficiente conversación para que todos se entendieran. Bajaron a comer. En la cocina
estaba ya el señor Weasley y ojoloco Moody. Harry esperaba ver a Dumbledore, pero
no preguntó por él para no preocupar a nadie. No quería que le hicieran preguntas.
Hermione estuvo toda la comida hablando de sus vacaciones en España, pero Harry
no prestó demasiado atención. Su cabeza daba vueltas, pensando en si debía o no
debía contárselo todo... en junio había decidido que no, pero ahora... Harry había visto
en los ojos de sus amigos que estaban preparados para escucharle. También Ron
parecía un poco ido, a pesar de que intentaba escuchar a su amiga.
Cuando terminaron de comer, Harry había tomado ya su decisión: Iba a contarles a
Ron y a Hermione muchas de las cosas que le preocupaban, porque, aunque había
procurado disimularlo y alejar la idea de su cabeza, al observar los ojos de Hermione
no había podido evitar ponerse nervioso, porque había recordado su cara en su sueño,
sus ojos llorosos, su expresión de dolor..., mientras pedía a Harry clemencia por su
vida.
3
Confesiones y Secretos
Los tres amigos salieron de la cocina hacia el vestíbulo. Harry iba delante, y se
paró antes de llegar a las escaleras.
—Tengo que contaros algo —les dijo, volviéndose para mirarlos.
—¿Lo del sueño, Harry? —preguntó Ron.
—¿Qué sueño? —interrogó Hermione, con cara de preocupación— ¿Sigues
teniendo visiones de Voldemort?
—Vamos a mi cuarto. Os lo contaré allí. Hay... hay varias cosas que no sabéis.
Empezaban a subir las escaleras cuando Ginny salió también de la cocina y los
miró.
—¿Puedo ir yo? —preguntó. La chica esperó ansiosa un sí, pero bajó la cabeza
cuando Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos—. Ya veo... ¡Nadie me cuenta
nunca nada! Y yo... ¡yo también estuve allí, Harry, y también fui parte del ED! No soy
una niña estúpida...
Harry se lo pensó un momento.
—Ya lo sé, Ginny... Está bien, puedes venir —Harry no estaba muy seguro, pero
sabía lo que era que nadie le contara nada, y no quería hacer lo mismo.
—¡Gracias Harry! —le dijo la chica, mucho más contenta.
Subieron a su cuarto y Harry cerró la puerta. Ron y Hermione se sentaron en una
de las camas, y Ginny en la otra.
—Bueno Harry —dijo Ron— ¿Qué no nos has contado?
—¿Qué es ese sueño que tuviste? —interrogó Hermione.
Harry paseó por la habitación, sin mirar a sus amigos, pensando en si debía
hacerlo, en si debía contárselo todo. Decidió que sí, que había llegado el momento. No
podía llevar más esa carga consigo. Necesitaba desahogarse, aunque ello significara
aterrorizar a sus mejores amigos.
—Antes debo contaros otra cosa —dijo, sin volverse.
—¿El qué? —preguntó Ginny.
—Bueno —Harry buscó como empezar—. ¿Recordáis la profecía que Voldemort
deseaba?
—Sí. Se rompió y nadie la escuchó —se lamentó Ron.
—Una pena —agregó Hermione.
—Bueno... Veréis —Harry volvió a dar vueltas por la habitación mientras los demás
permanecían sentados en las camas, mirándole—. Cuando Dumbledore me sacó esa
noche del Ministerio de Magia y me llevó a su despacho me contó muchas cosas, la
mayoría de las cuales ya os las conté, pero hay algo que no os dije.
—¿El qué? —preguntó Hermione.
—Dumbledore me habló de la profecía. Me explicó que lo que había en el
Departamento de Misterios sólo era... una grabación.
—¿Una grabación? —preguntó Ron, extrañado.
—Sí, la grabación de la profecía. Dumbledore fue el que la escuchó, cuando se
hizo, hace dieciséis años, en Cabeza de Puerco...
—¡Entonces no se ha perdido! —exclamó Ron—. ¿Por qué no nos lo dijiste antes?
—¿Quién hizo la profecía, Harry? —inquirió, interesada, Hermione.
—La profesora Trelawney —respondió Harry.
Al oír eso, los tres se quedaron con la boca abierta. Todo el mundo tenía a la
profesora Trelawney por una impostora, aunque Harry había visto dos años antes
como profetizaba el retorno de Voldemort...
—Sí... bueno —dijo Harry, observando la expresión de incredulidad de sus amigos
—, Dumbledore había ido a entrevistarla para el puesto de profesora de adivinación, y
encontró que, a diferencia de su antepasada Cassandra, no tenía grandes dones. Se
iba a ir cuando su voz cambió y en un tono grave pronunció la profecía. Dumbledore
me lo mostró en el pensadero. La esfera sólo era una grabación de la misma.
—¿Qué... qué decía, Harry? —preguntó Hermione.
—¿Por qué no nos lo contaste antes? —preguntó Ron de nuevo.
—Porque... bueno, no sabía cómo os lo tomaríais —se disculpó. Miró a sus amigos
con gravedad—. De hecho, no pensaba contároslo aún, y no lo haría si no fuese por
dos razones: el sueño que tuve, y que vi que ya estáis preparados. Al menos, mucho
más preparados que en junio.
Ron, Hermione y Ginny se miraron entre ellos, sin comprender a qué se refería
Harry con aquello. Luego volvieron a dirigir la vista hacia él.
—La profecía decía algo así: «el único con poder para derrotar al Señor Tenebroso
llegará cuando el séptimo mes termina, nacido de padres que han huido tres veces de
él. El Señor tenebroso lo marcará como a su igual, pero él tendrá un poder que el
Señor Tenebroso no conoce. Y uno deberá morir a manos del otro, porque ninguno
puede vivir mientras el otro sobreviva» —Harry calló un momento y miró a sus amigos,
que se habían quedado muy serios. Hermione parecía muy asustada—. ¿Entendéis
por qué no lo había contado antes? —dijo, apesadumbrado.
—¿Qué significa exactamente, Harry? —preguntó Ron.
—No seas tonto, Ron. Está claro: significa que o Voldemort mata a Harry o... o
Harry tendrá que matar a Voldemort —explicó Hermione, con la voz temblorosa—. ¿Es
eso, verdad?
Harry afirmó con la cabeza. Ron había puesto unos ojos como platos. Ginny soltó
un quejido.
—Por eso él quiso matarme cuando era niño. Uno de sus mortífagos oyó la
profecía, pero sólo la primera parte, y por eso acudió a matarme, creyendo que era lo
que debía hacer, sin saber que, al intentarlo, sólo conseguiría marcarme...
—¿Qué quiere decir «marcarle como a su igual»? ¿Es la cicatriz? —preguntó
Ginny, asustada.
—Sí —respondió Harry, asintiendo—. Él me transfirió algunos de sus poderes
aquella noche, como la capacidad de hablar pársel, y se estableció una conexión entre
nosotros... supongo que por eso mi varita y la de Voldemort tienen el mismo núcleo.
Por eso la varita me eligió —finalizó.
—Ya... —dijo Ron, entendiendo—. Pero Harry, ¡¿qué poder posees que no tenga
Vo-Voldemort?! —preguntó, ansioso
—Bueno... según Dumbledore, ese... poder o fuerza, es algo despreciado por
Voldemort. Dumbledore me dijo que la noche del ataque, cuando Voldemort me
poseyó, fue ese poder el que me salvó, cuando recordé a Sirius. Es... —Harry se
sentía un poco tonto diciendo esto— el amor, el corazón, el cariño... Yo sentía que me
moría y me alegré, porque el dolor era horrible y quería que acabara, quería morirme y
que todo llegara a su fin... y entonces pensé que podría volver a ver a Sirius, y al
hacerlo, Voldemort me liberó. También fue eso, el amor de mi madre al sacrificarse por
mí, lo que se supone que me salvó cuando era un bebé.
Sus tres amigos le miraron durante un rato, sin decir nada, aún asimilando lo que
Harry les contaba, aún intentando digerir el hecho de que su mejor amigo tendría que
enfrentarse a muerte a un mago, y no a cualquiera, sino al mago más poderoso y
terrible que el mundo había conocido...
—¿Pero cómo vas a vencer a Voldemort con amor? —preguntó Ron, un rato
después—. Con lograr que no te posea no vas a conseguir matarle...
Harry sacudió la cabeza, dejándose caer sobre una de las camas.
—No lo sé, Ron. En realidad no tengo idea de casi nada...
—Dios mío Harry... yo me moriría si supiera que mi destino es ese... —comentó
Hermione.
—Ésa es la razón por la que Dumbledore nunca me lo había dicho —dijo Harry un
poco resentido—. Creía que no sería capaz de superarlo... pero si lo hubiese sabido,
Sirius aún seguiría vivo...
—No te culpes, Harry... —le pidió Hermione—. Dumbledore también es humano,
también puede cometer errores... Yo no sé si me atrevería a decirle a alguien algo
como eso... —ella se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros—. Pero algo es
cierto: sea lo que sea lo que tengas que hacer, estaremos contigo. No lucharás solo.
Harry miró a la chica con dulzura y agradecimiento. Habérselo contado a sus
amigos era como haber repartido la carga, como haberla aligerado. Se sintió un poco
más aliviado.
—Gracias —dijo.
—Ahora cuéntanos lo de ese sueño que tuviste.
Harry se quedó callado un largo rato. Aún no sabía muy bien como explicárselo a
su amiga... Quizás ellos pensarían que era una pesadilla, nada más, pero él había
sentido cómo ocurría, lo había visto, había sido tan real...
—Bueno, veréis —comenzó—. Hace dos días empezó a dolerme la cicatriz antes
de acostarme. Hacía mucho tiempo que no me dolía tanto. Me quedé dormido en
medio del dolor, y comencé a soñar. Soñé con aquella noche en la sala de las
profecías, y con la profecía en sí. Todo se entremezclaba de forma muy confusa. El
lugar cambió y yo estaba en el cementerio de la casa de los Ryddle, y Voldemort se
disponía a matarme... pero, entonces... —Harry se calló un momento.
—¿Entonces qué? —dijo Ron—. Hasta ahora parece una simple pesadilla, Harry...
—Pues no lo era —replicó Harry, cortante. Calló un momento, y luego prosiguió—:
Sucedió algo extraño: Me encontré en otro lugar, y en otro tiempo, y ya no era tan
confuso. Me sentía extraño, inmenso, poderoso... pero también despiadado,
malvado... yo... yo era Voldemort... o más bien nos habíamos unido en una sola
persona, y... y lo gobernaba todo... mi cicatriz tenía forma de serpiente, y tenía
muchísimos servidores, y ordenaba que ejecutaran a alguien y... y... —Harry habló
apresuradamente, con frases entrecortadas, empezando a temblar.
—Tranquilo, Harry. Despacio —Hermione intentó tranquilizarle, aunque a ella se la
veía nerviosa y asustada—. Continúa ¿y...?
—¡Eras tú! —gritó Harry, con lágrimas en los ojos—. Yo... yo ordenaba que los
mortífagos, que eran cientos, te ejecutaran, y... y tú estabas herida, y sola, y pedías
clemencia, me pedías que no siguiera, me decías que yo no podía ser así, y yo quería
gritar... ¡Pero de mi boca sólo salía esa horrible risa!... y entonces me desperté —
terminó, sin atreverse a contarle que la había visto morir.
Hermione temblaba de pies a cabeza. Ron parecía ido y Ginny parecía a punto de
echarse a correr.
—¿A... a mí? —preguntó Hermione.
—Sí.
—Pero... ¿era una visión? ¿Una profecía? —Hermione parecía aterrada ante esta
última posibilidad.
—No sentí que fuera una premonición... pero sí que podía ser real. Creo que era
una posibilidad en mi futuro. Si... si quiero... si me uno a él, podría suceder. Ya me lo
ofreció hace tiempo —Añadió.
—¡¿QUÉ?! —Gritó Ron, abriendo muchísimo los ojos.
—Cuando estaba frente a Quirrell... Voldemort me ofreció unirme a él... me dijeron
que no había bien ni mal... sólo poder... —le explicó Harry con la mirada perdida en el
suelo—. Y yo en mi sueño sentía eso... sentía que estaba por encima del bien y del
mal... era una especie de dios oscuro... ya no era humano...
—¡Pero Harry! —gritó Ron— ¡Tú jamás harías algo así! Tú le odias. Él mató a tus
padres, y por su culpa murió Sirius... ¡Y ya ha intentado matarte un montón de
veces...! Seguro que te envió esas visiones sólo para asustarte... igual que hizo
cuando viste a tu padrino en el Departamento de Misterios...
—Claro Harry —dijo Hermione, algo más tranquila—. Tú nunca me harías daño.
Estoy segura de ello.
—Yo... yo no estoy seguro de nada... Cuando soñaba... cuando estaba allí...
estaba horrorizado, pero... pero a una parte de mí le gustaba... ¡ya no había dolor ni
tristeza! Ya no me importaba nadie, sólo yo mismo... ya no podía sufrir ni por Sirius, ni
por mis padres, ni por vosotros...
Todos permanecieron callados durante un rato.
—¿Se lo has contado a alguien, Harry? —preguntó Hermione.
—Quería hablar con Dumbledore, pero ayer no tuve ocasión...
—Bueno, tal vez venga hoy por aquí. Seguro que todo se soluciona ¡Ya lo verás!
—dijo Ron, intentando animar a su amigo.
—No veo cómo —le respondió Harry, abatido, dejándose caer de espaldas en la
cama.
—Nosotros te ayudaremos, Harry. ¡No te dejaremos solo! —manifestó Ginny
enérgicamente.
—Gracias, Ginny —dijo Harry intentando sonreír, pero sin conseguirlo.
Ron se levantó y se acercó a su mejor amigo.
—Nos da igual lo que diga esa profecía —afirmó con rotundidad—. Nosotros
estaremos a tu lado. Si debes enfrentarte a Vo-Voldemort, yo estaré contigo. Moriré
contigo si es necesario.
—Gracias, Ron... —dijo Harry, mirando a su amigo con infinita gratitud.
—También yo —añadió Hermione.
Harry le sonrió. Estuvieron un rato callados. Nadie se atrevía a decir nada más.
Cada uno pensaba para sus adentros lo que aquello podría significar.
—Bueno... ¿por qué no bajamos al salón? Podríamos hacer algo para divertirnos...
no sé, quizá podríamos ir al callejón Diagon y así veríais la tienda de Fred y George.
Está genial —dijo Ron, intentando cambiar de tema y animar algo el ambiente.
La perspectiva de un viaje al callejón Diagon alegró a Harry un poco.
—No creo que mamá nos deje, Ron. No si alguien no nos acompaña —repuso
Ginny.
—¿Acompañarnos? Podemos ir por la chimenea. No tendremos que pisar el
Londres muggle.
—Estoy segura de que no nos dejará.
Bajaron a la cocina, donde sólo estaba la señora Weasley. Todos los demás
habían salido, por una razón u otra. Ron preguntó si podían ir al callejón Diagon, pero
la señora Weasley no parecía muy dispuesta.
—No Ron. Pronto llegarán las cartas de Hogwarts, y entonces iremos un día todos
juntos.
Ron salió de la cocina protestando que ya no era un niño y que su madre lo trataba
como si lo fuera, pero la señora Weasley no le hizo caso. Dado que no podían salir, se
fueron al salón a charlar, jugar una partida de gobstones, o quizás al ajedrez mágico.
—Oye, Hermione, ¿sabes una cosa? —dijo Harry cuando llevaban un rato jugando
una partida de gobstones.
—No ¿el qué?
—Ayer vino Percy. Se ha disculpado conmigo. —A Hermione era a quien mejor le
había caído siempre Percy, al menos, hasta el año anterior.
—¡¿De veras?! Me alegro. Ron ya me había dicho que se había disculpado con la
familia en una carta que me envió —dijo Hermione— ¿Y qué le dijiste?
Harry miró a Ron un instante. A él no le había mandado ninguna carta contándole
lo de Percy. Ron se encogió de hombros.
—Bueno, le dije que estaba disculpado... aunque no iba a olvidar fácilmente que
me creyera un mentiroso. Si le perdoné fue sobre todo por la madre de Ron. Ella
estaba tan disgustada...
—Hiciste bien. Al fin y al cabo, Percy puede ser una gran ayuda... como trabaja en
el Departamento de Cooperación Mágica Internacional...
—Pero no es miembro de la Orden —dijo Ron—. Si se lo pide a Dumbledore,
seguro que lo acepta, pero no lo ha hecho. Y Fred y George aun planean si enviarle
algún regalo de su tienda que esté en periodo de pruebas...
—¡Espero que no lo hagan! —dijo Hermione—. Podrían volver a estropearlo todo.
Percy no es malo... solamente es demasiado estirado con las normas...
—Y demasiado ambicioso —agregó Ron.
Siguieron jugando durante un rato, y de repente, Hermione preguntó, cambiando
de tema.
—Bueno, y ¿qué asignaturas vais a coger este año?
—¿Cómo? —preguntó Ron, mirando a Hermione sin comprender.
—Venga, Ron, vamos a empezar sexto. Tenemos que elegir qué asignaturas
queremos para los ÉXTASIS del próximo curso. Por supuesto, sólo podemos elegir
asignaturas que hayamos aprobado en el TIMO... y luego, esperar que nos admitan,
claro. Por cierto... ¿qué tal las notas del TIMO?
—¡Bien! —dijo Harry—. Yo conseguí ocho y Ron siete. ¿Y tú?
—Yo... —dijo Hermione algo colorada— ¡Sólo obtuve «supera las expectativas» en
Aritmancia!
—¿Y en lo demás? —preguntó Ron, aunque se imaginaba la respuesta
—Bueno... no me fue mal —respondió Hermione con timidez— «Extraordinario» en
todo... tuve suerte —terminó, ruborizándose.
—Vamos, Hermione. Todos nos imaginábamos que ibas a conseguir esas notas.
¡Eres la chica más lista que conocemos! —le dijo Harry. Hermione sonrió,
ruborizándose aún más.
—¿Qué vas a escoger tú? —le preguntó Ron a su amiga.
—Bueno... de momento seguiré con todo lo que tengo. Me atrae la idea de ser
auror, pero también me gustaría trabajar en el Departamento de Misterios, aunque
para trabajar allí hace falta una buena nota en el EXTASIS de Teoría de la Magia, que
es muy difícil... Me parece muy interesante. Lo único que ya no tendré es Historia de la
Magia, y vosotros tampoco. Sólo se da hasta quinto.
A Harry y a Ron no les disgustaba en absoluto acabar Historia de la Magia, que
era una asignatura aburridísima cuyo profesor era un fantasma tan anclado en la rutina
que la había seguido aun después de muerto.
—A mí me gustaría ser auror, pero no sé... tendría que dar Pociones, y, quitando el
hecho de que Snape no me admitirá por haber sacado sólo un «Aceptable» en el
TIMO, no me apetece en absoluto verle. Nunca más.
—Tienes que intentarlo, Harry, si es lo que te gusta... —le animó Hermione.
—Bueno, si al final vences a Vo-Voldemort, supongo que te nombrarán auror
honorario... o quizás incluso ministro de magia ¿no crees? —aventuró Ron.
Harry no encontró muy divertida la posibilidad que Ron le ofrecía... aunque la
verdad era que si no conseguía vencer a Voldemort tampoco tendría que preocuparse
por su futuro...
—Bueno Ron ¿y tú qué? —le dijo Hermione.
—Bueno... a mí me gustaría ser jugador de quidditch... —dijo Ron—. Pero no creo
que sea lo bastante bueno. Si no puedo me gustaría ser auror, pero me parece
excesivamente peligroso... no sé. Supongo que elegiré las mismas asignaturas que
teníamos, como Harry. Excepto adivinación... y ya veremos Pociones. La perspectiva
de aguantar a Snape dos años más no me resulta demasiado atractiva.
—Puf, pues a mí me toca este año el TIMO... —se lamentó Ginny—. Va a ser
horrible.
—No te preocupes, Ginny —Hermione la tranquilizó—. Mientras no hagas como
dos que yo me sé y dejes que todo se te vaya acumulando, no tendrás problemas.
Ginny sonrió, y Ron miró a Hermione con visible enfado.
—Bueno, no nos ha ido tan mal ¿no? —espetó Ron.
—Ya, pero si no os hubiera dejado mis apuntes...
—Y si Harry no nos hubiera enseñado Defensa Contra las Artes Oscuras, tú no
habrías conseguido... —le respondió Ron.
—Sí... pero la idea fue mía —cortó rápidamente Hermione.
—Dejadlo ya, por favor —pidió Harry antes de que la discusión fuera a más y sus
dos amigos acabaran peleados como de costumbre.
Ambos se miraron y bajaron la cabeza.
—Bueno... y ¿quién será este año el profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras? —preguntó Hermione para cambiar un poco de tema.
—No lo sé. No sé de nadie que pueda querer ese puesto —dijo Ron—. Ya van
cinco profesores en cinco años...
—No lo nombrará el ministerio ¿verdad? —preguntó Harry asustado—. Según el
decreto nº 22...
—No —respondió Ron rápidamente—. Fudge abolió todos los decretos de
enseñanza. No creo que tenga ganas de enfrentarse a Dumbledore. Mi padre dice que
Fudge sabe muy bien que sin Dumbledore, Vo-Voldemort hará lo que le venga en
gana, y además actualmente el ministro no es demasiado popular...
Hermione miró a Ron fijamente un rato, sonriente. Ron nunca se había atrevido a
pronunciar el nombre de Voldemort, aunque era obvio que aún le costaba.
—Espero que sea bueno —dijo Harry, esperanzado—. Nos va a hacer falta.
—De todas formas —dijo Hermione—. Quizás deberíamos seguir con las clases
particulares... El año pasado nos fue muy bien con ellas. No creo que hubiésemos
logrado salir vivos del Departamento de Misterios si no las hubiéramos dado.
Harry se mostró de acuerdo en esto último... aunque, aún así, habían salido vivos
por un pelo, y le había costado la vida a Sirius... y si Dumbledore no hubiese llegado...
—¿Tú qué dices, Harry? —le preguntó Hermione.
—Bueno... ya veremos —aunque lo había pasado bien en esas clases, no sabía si
quería ver a todos los que habían formado el Ejército de Dumbledore... no estaba
demasiado seguro de qué haría si se encontraba con Cho Chang de nuevo. Ya no le
gustaba, pero seguro que sería una situación incómoda. Al fin y al cabo, la última vez
que había hablado con ella habían discutido a causa de su amiga Marietta. Harry
frunció el ceño al acordarse de ella. Los había denunciado ante la profesora Umbridge
y sólo la fuga de Dumbledore y la rápida actuación de un hechizo desmemorizador de
Kingsley los había librado de la expulsión.
—¿Estás bien Harry? —le preguntó Ron muy serio.
—¿Eh...? ¡Ah! Sí, sí, no te preocupes, Ron. Sólo pensaba...
—¿Cho Chang? —inquirió Hermione.
—Bueno, no exactamente... —Harry intentó evitar el tema. Hermione siempre
parecía saber lo que pasaba por su cabeza, y eso no le gustaba nada.
Un rato después, oyeron el timbre de la puerta. Como de costumbre, el retrato de
la madre de Sirius empezó a gritar y a insultar. Aún no habían logrado quitar el cuadro
de la pared y ya resultaba un poco molesto.
Ginny salió a tomar un vaso de agua y a buscar unas cervezas de mantequilla para
los cuatro. Cuando volvió, le dijo a Harry.
—Bueno Harry. Si quieres hablar con Dumbledore deberías ir a la cocina. Acaba
de llegar.
—Ve, anda, antes de que sea la hora de la cena —le aconsejó Hermione.
Harry se levantó y fue a la cocina. Allí se encontró a Albus Dumbledore, a la
profesora McGonagall, a Lupin y a la señora Weasley hablando muy juntos.
—Eh... hola profesor. Hola profesora McGonagall —saludó Harry.
—Hola Potter —respondió Minerva McGonagall mirándolo con interés.
—¿Querías algo, Harry? —le preguntó Dumbledore.
—Bueno, yo quería hablar con usted un momento, profesor —le dijo Harry.
Dumbledore le miró fijamente.
—Está bien. Espérame en el salón de la planta de arriba, Harry. Iré enseguida.
Harry salió de la cocina y subió las escaleras. Mientras esperaba a Dumbledore, se
sentó en un sillón. Harry prefería esperar al director en su despacho de Hogwarts.
Siempre había alguna cosa interesante que mirar. Pero aquí, en el salón, no había
nada excepto unos sillones y unas mesas. Sirius había quitado todos los cuadros y
recuerdos de su familia de la casa, excepto el mural genealógico de los Black, el
retrato de su madre y lo que hubiese conseguido salvar Kreacher. Un cuarto de hora
después subió Dumbledore. Se sentó frente a él.
—Bien, Harry. Cuéntame ¿Qué te ocurre? Es por el sueño ¿Verdad? —le preguntó
Dumbledore.
—¿Cómo sabe que tuve un sueño? —preguntó Harry extrañado
—Ya te dije que soy un experto en Legeremancia, Harry. Ayer, durante la comida,
pude ver la preocupación que sentías y su motivo, aunque, por supuesto, no intenté
averiguar nada más. Desgraciadamente, no tuve tiempo para hablar contigo.
—Pues sí, es por el sueño... verá, profesor, hace dos noches yo estaba encima de
mi cama, y de repente empezó a dolerme la cicatriz muchísimo, como si Voldemort
estuviera muy enfadado, aunque no tuve ninguna visión ni ninguna sensación ¿sabe?
—Harry hizo una pequeña pausa.
—Sí. Continúa —Dumbledore le dirigía una mirada evaluadora.
—Bueno, intenté dormirme, y empecé a soñar...
Harry le contó el sueño a Dumbledore con pelos y señales, incluso la aparición del
rostro de Slytherin que no había mencionado a sus amigos.
—¿Qué puede significar, profesor? —le preguntó Harry—. Yo creo que era una
especie de... premonición de lo que podría ocurrir si... ya sabe.
Dumbledore no contestó. Se quedó mirando a Harry durante un rato, pensativo. Su
cara mostraba preocupación.
—Profesor... ¿cree que Voldemort me provocó esa visión para... para intentar que
me una a él?
—Podría ser, Harry —le contestó Dumbledore—. Es posible que Voldemort intente
algo así... No lo sé. La verdad, nunca había oído hablar de la posibilidad de que dos
magos se unieran en uno solo, pero... —el director se encogió de hombros—.
Voldemort ha intentado matarte en cuatro ocasiones, sin contar el combate en la
cámara secreta, y en todas ha fallado. Esperaba que la profecía le dijera cómo
matarte, pero no pudo conseguirla. Sabe que entre vosotros hay una conexión mental
y mágica, debido que os leéis la mente y a la actuación de las varitas cuando os
enfrentasteis la noche que él retornó. Es posible que piense que si os unís, nada en
este mundo pueda detenerle, y creo que tu sueño confirma esta idea. Ya conoces la
profecía, Harry. Si tú no le vences, nadie más podrá hacerlo.
Harry miró hacia la alfombra.
—Pero yo no quiero unirme a él... y sin embargo...
—...una parte de ti lo deseaba —terminó Dumbledore.
—Sí... pero no es unirme a él lo que yo deseaba... en el sueño, era el poder lo que
me atraía, y sobre todo, la ausencia de dolor...
—Harry, conozco el dolor. Yo también he perdido a seres queridos, y sé que es
horrible, pero el dolor es un pequeño precio a pagar por el amor... Harry —Dumbledore
le miraba muy fijamente— ¿Sabes por qué en tu sueño no sufrías?
Harry no respondió.
—No era por el poder que poseías, Harry. No sufrías porque no tenías por quien
sentir dolor. Ese ser que había en tu sueño, Harry, estaba solo, al igual que lo está
Voldemort ahora. No sufre, no siente dolor, porque no ama. Es incapaz de sentir algo
por alguien, y quizá sea eso, más que todas sus transformaciones y poderes, lo que le
aleja de un ser humano.
Harry meditó unos instantes en lo que Dumbledore le decía. La última vez que
había hablado con él, le había gritado que no deseaba ser humano... Dumbledore
parecía saber lo que Harry pensaba y le dijo:
—Cuando perdiste a tu padrino, el dolor fue horrible, Harry. Yo también lo sentí.
Traté mucho a Sirius, como a tu padre, y su pérdida me causó mucha pena. Pero
cuando decías que no querías ser humano, no pensabas en los Weasley, o en
Hermione, o en los demás compañeros que tienes en Hogwarts. ¿De verdad crees
que el dolor de la pérdida es un precio excesivo por el amor que nuestros seres
queridos nos dan?
—No —respondió Harry, tras meditarlo un rato—. Pero eso no lo hace menos
horrible. Nada lo cura, a cada momento algo me recuerda a él...
—Lo sé. Sé que es duro para ti estar aquí, y que él no esté, pero en algo te
equivocas. Sí hay una cura: El amor. El amor es causa, pero también remedio, del
dolor. Sirius, y también tus padres, murieron por protegerte, por dar a sus seres
queridos la posibilidad de vivir en un mundo mejor que el que les había tocado a ellos.
Nadie moriría por Voldemort, Harry. Sus mortífagos solamente están con él por
interés, o por miedo. Ya viste como cuando él cayó, sus seguidores le abandonaron.
¿Te abandonaron tus amigos cuando todo el mundo creía que mentías?
—No... —volvió a decir Harry. Ron y Hermione lo habían acompañado al
ministerio, aun a pesar de que era una locura, a pesar de que, si Harry estaba en lo
cierto, Voldemort les esperaba... y una oleada de gratitud hacia sus dos amigos lo
envolvió—. No. Jamás me han abandonado. Habrían muerto por mí. Y yo por ellos.
—Exacto, Harry. Tú, al igual que tus padres, o Sirius, tienes un tipo de inmortalidad
que Voldemort nunca conseguirá: la inmortalidad de los que siguen viviendo en el
recuerdo de quienes los amaban. ¿Crees que alguien lloró por Voldemort cuando
desapareció? Sus servidores sólo se preocuparon de salvar su propia piel.
—Los Lestrange y Crouch sí le buscaron —repuso Harry.
—Sí, pero no era por amor, Harry. O no al menos por lo que tú y yo entendemos
por amor. Tú y Voldemort compartís muchas cosas, como tú mismo comprobaste
cuando ibas en segundo. Ambos perdisteis a vuestra familia, y ambos os veíais
obligados a vivir en un lugar que no queríais... pero, como te dije, Harry, tú hiciste
amigos y elegiste el buen camino, el camino del amor. Tom Ryddle eligió el camino del
odio y la amargura. Quizás pueda ser muy poderoso, pero nunca conocerá la felicidad
auténtica. Él eligió el camino fácil, pero nunca tendrá las recompensas que el camino
que tú tomaste te puedan dar.
Harry pensó en lo que Dumbledore le había dicho... y se dio cuenta de que se
sentía un poco mejor. Dumbledore hacía ver las cosas de otra manera... sin embargo,
aun distaba mucho de estar tranquilo.
—Profesor Dumbledore... ¿cómo el amor, cómo el corazón va a ser más poderoso
que todas las armas provenientes de las artes oscuras que Voldemort debe poseer?
—Harry, creí que ya lo habías entendido. El amor es la fuerza más grande y
maravillosa que puede impulsar a un ser humano. Ninguna contramaldición puede
detener a la maldición asesina, como ya sabes. Pero el amor de tu madre por ti, su
sacrificio, la detuvo. Te salvó, mientras que todos lo años de conjuros e
investigaciones de Voldemort en las Artes Oscuras apenas consiguieron evitar que
muriera cuando la maldición rebotó contra él —le explicó Dumbledore—. El amor es
poderoso, Harry, porque el que lo siente está dispuesto a sacrificarse por aquello que
ama. Nada hay que conduzca a un ser humano a sacrificarse tanto como el amor por
un ser querido. Tú ya lo sabes: fue el cariño por Sirius lo que te llevó al departamento
de misterios en junio. Fuiste a rescatarlo aunque sabías que lo más probable era que
encontraras la muerte. Y eso mismo fue lo que hizo que Ron, Hermione, Neville, Ginny
y Luna te acompañaran, a pesar de que sabían lo que les esperaba.
Harry se quedó un momento pensativo. Lo que decía Dumbledore tenía bastante
sentido...
—Y cuando el año pasado os ofrecisteis a ayudar a Hagrid con Grawp, Harry,
también fue vuestro cariño por él lo que os impulsó. Nadie se habría ofrecido a algo
semejante si no fuera por una razón muy poderosa.
Harry miró a Dumbledore. No tenía ni idea de que estuviera al corriente de la
presencia de Grawp en el bosque… Recordó a Hagrid, y se perdió en pensamientos
durante unos minutos, mientras Dumbledore le miraba, hasta que se acordó de otra
cosa:
—Profesor... ¿Qué significa la presencia de Slytherin? Parecía que hubiera estado
esperando durante años que yo me uniera a su heredero ¿Qué es lo que tengo que
conseguir?
—Sobre eso, Harry, siento decir que no estoy seguro. Voldemort lleva un mes
inactivo. No sabemos lo que pretende, ahora que su plan ha fallado y no ha podido
conseguir la profecía... —Dumbledore miró fijamente a Harry—. ¿Dijiste que habías
soñado con la profecía?
—Sí. ¿Por qué? ¿Tiene algo que ver?
Dumbledore no contestó. Parecía haberse dado cuenta de algo y mostraba una
expresión de preocupación...
—No estoy muy seguro, Harry —respondió por fin Dumbledore—. Hay muchas
cosas que ignoramos. Pero no me gusta que sueñes esas cosas. La Orden debe
ponerse a trabajar, y tú también.
—¿Yo?
—Claro. Yo terminaré de darte las clases de oclumancia que había comenzado el
profesor Snape. Y es importante que empecemos cuanto antes, para tener tiempo
mientras no empiece el curso.
Aunque a Harry no le gustaba la oclumancia, sintió un inmenso alivio al saber que
sería Dumbledore el que le enseñaría. Las clases con Snape habían resultado
horribles.
—¿Cuándo las daremos, profesor?
—No lo sé, depende de cuando pueda. Pero procuraré que sean tres o cuatro
horas por semana, Harry. Sólo quedan cuatro semanas para que llegue septiembre y
hemos de aprovechar el tiempo —Dumbledore le miró—. ¿Deseas decirme algo más?
—Eh... creo que no, profesor. Gracias.
—De nada, Harry. Todo se resolverá, ya lo verás.
Dumbledore se dirigió hacia la salida e iba a salir cuando Harry le habló:
—Profesor Dumbledore...
—¿Sí? —Dumbledore le miró fijamente.
—Prométame que no me ocultará nada... prefiero saber la verdad, por horrible que
sea.
Dumbledore le miró durante unos segundos con expresión grave.
—Te lo prometo, Harry. No volveré a cometer el mismo error, te lo aseguro. Me ha
costado muy caro y créeme que lo estoy pagando con creces.
Dicho esto, Dumbledore bajó. Harry permaneció allí unos minutos y luego decidió
bajar junto a sus amigos. De repente sentía un gran deseo de estar con ellos, de
hablarles, de decirles todo lo que sentía, que se arrepentía de haberles gritado el año
anterior, de haber estado tan insoportable...
Cuando entró en el salón del sótano, Ron y Ginny jugaban al ajedrez mágico, y
Ron se estaba desquitando de la derrota en la partida de gobstones. Hermione leía un
libro. Se quedó mirándolos un instante y un cálido sentimiento de emoción le embargó.
Aquella era su familia, y siempre estarían con él, como lo habían estado hasta ahora, a
pesar de las locuras que había hecho... Hermione se percató de su presencia, levantó
la mirada y sonrió.
—¿Qué tal Harry? Pareces muy contento.
Harry les contó por encima la conversación con Dumbledore. Cuando terminó, Ron
le dijo:
—¿Ves? Todo se arreglará. Si Vol-Voldemort quiere que te unas a él debe ser
porque te tiene miedo. Al fin y al cabo, por eso intentó matarte de niño ¿no?
—Sí... De todas formas, Dumbledore tampoco sabe exactamente qué significa el
sueño, y creo que está preocupado... pero bueno, no es de eso de lo que quería
hablar. Yo... yo quería deciros algo... —Harry no sabía como expresarse.
—¿Entonces qué es? —le preguntó Hermione.
—Bueno... sé que el curso pasado no estuve muy agradable... que he sido...
bastante estúpido.
—Vamos Harry, tú no eres estúpido —le dijo Ron.
—Sí, Ron. Pagué con vosotros la frustración que sentía en contra del ministerio, de
Malfoy, de Umbridge... y vosotros siempre habéis estado a mi lado. Incluso me sentí
celoso cuando recibiste la insignia de prefecto ¿sabes? Empecé a pensar en todo lo
que yo había hecho que no habíais hecho vosotros. No soy más que un idiota. Yo fui
el que salvó la piedra, sí, pero no lo habría logrado sin vosotros, sin tus conocimientos
—le dijo a Hermione, que se ruborizó—, o tu habilidad y tu sacrificio al jugar al
ajedrez... y me enfrenté solo al basilisco porque tú no pudiste pasar... pero bajaste, y
habrías venido sin falta, a pesar de que tu varita estaba rota. Y tampoco habría
logrado salvar a Sirius si Hermione no me hubiera ayudado, ni habría ganado el torneo
de los tres magos sin vuestra ayuda... y el año pasado tampoco habría conseguido
escapar de los mortífagos sin vosotros, o sin Ginny. —Los tres estaban ruborizados—.
Lo que quiero decir es que nunca me habéis dejado solo... habríais muerto por mí y...
—Harry, tú también habrías muerto por nosotros —le dijo Ron.
—Tú arriesgaste tu vida para salvarme —le recordó Ginny.
—Lo que pretendo que entendáis es que yo... sin vosotros... sois lo mejor que he
conocido en mi vida —soltó Harry por fin—. Vosotros fuisteis mis primeros amigos. Tú
y tus hermanos os arriesgasteis mucho al ir a buscarme en el coche aquel verano —
dijo mirando a Ron—. Y el año pasado... fue el pensar en vosotros lo que me salvó de
aquellos dementores... si no no habría conseguido lanzar el patronus...
Hermione le miró con ternura y los ojos llorosos. Se acercó a él y lo abrazó.
—Vamos Harry, no es para tanto. Sólo hicimos lo que tú habrías hecho por
nosotros...
—Lo sé, pero ahora que Voldemort ha retornado... ¡en junio pude haber hecho que
os mataran a todos! Y... bueno, no quería que algo así volviera a pasar sin deciros
esto. Dumbledore me ha abierto los ojos en muchas cosas —terminó Harry,
levantándose y dirigiéndose a la puerta. Pero antes de llegar pensó algo y se volvió
hacia Ron y Hermione, aun sin saber muy bien por qué lo hacía—. Y tal vez vosotros
dos deberíais plantearos algo respecto a vuestras discusiones.
—¿Qué? —preguntó Ron, sin comprender.
—Digo que tal vez deberíais pensar por qué discutís tan a menudo por tonterías —
aclaró Harry—. Mirad, estamos en peligro, cada vez más, y no sé... ¿Qué haríais si os
pasara algo y estuvieseis enfadados en ese momento? ¿Cómo os sentiríais si a uno
de vosotros le pasara... algo, y lo último que os hubierais dicho fuese un insulto?
Ron se puso un poco colorado, pero miró a Harry fijamente. Hermione miraba a la
alfombra, como si fuera muy interesante. Ginny los observaba a los dos, con expresión
seria. Harry les dirigió una última mirada y se volvió para cruzar la puerta, pero antes
de salir del todo, volvió a hablar:
—Me voy un rato a la habitación, hasta la hora de cenar... os agradecería que me
dejarais solo hasta entonces. Quiero pensar.
—Claro, sin problema —dijo Ron.
Estuvo leyendo en su cuarto, solo, hasta la hora de cenar, cuando Fred y George
le despertaron con un susto al aparecerse en medio de la habitación.
—¡Hola Harry! —saludó Fred
—Te hemos traído unas ranas de chocolate, tío —dijo George entregándole una
bolsa.
Harry miró la bolsa y luego a los gemelos, con desconfianza.
—¿Son ranas de chocolate normales?
—Harry, tus dudas nos ofenden en lo más profundo de nuestro corazón —dijo Fred
poniendo cara de circunstancias.
—Ya —respondió Harry.
—Te aseguro que no son invención nuestra, Harry. Son las mismas aburridas
ranas de chocolate de toda la vida —le aseguró Fred. Harry las miró un momento con
desconfianza.
—Está bien, las probaré.
Comió una, esperando vomitar, o que le sangrara la nariz, o que le crecieran las
orejas o varias narices, o que empezara a dar saltos por la habitación, pero nada de
eso pasó. Era una rana de las de siempre.
—¿Lo ves, desconfiado?
—Venga, Harry, baja a cenar. Y que nuestra madre no vea que te hemos dado
ranas de chocolate antes de la cena, o nos despelleja.
Los gemelos se desaparecieron, y Harry bajó por las escaleras, hacia la cocina.
Cuando entró, vio a Moody, a Tonks, a Lupin, a la profesora McGonagall, a
Dumbledore, a los señores Weasley, a Bill y a otro mago que había visto pocas veces,
llamado Dedalus Diggle.
—Harry, cariño, avisa a Ron, Hermione y Ginny, ¿Vale? —le pidió la señora
Weasley.
—Bien.
Harry entró en el salón y vio allí a los gemelos, que sacaban algo de una bolsa.
—Toma, Hermione, es un pequeño regalo —le dijo Fred, dándole un libro.
—Es por habernos permitido trabajar con tantas comodidades y libertad el año
pasado en el colegio —explicó George en tono irónico.
Hermione lo cogió, sorprendida, pero sin hacer caso del comentario de George, y
lo miró un momento.
—¡Oh! Gracias, chicos. Tiene buena pinta. Plantas e hierbas mágicas de uso
común —leyó Hermione mientras lo abría.
Al instante, como le había pasado a Harry, el pelo se le cayó, y le empezaron a
crecer varias ortigas, unos cuantos claveles y algún que otro cardo.
¡¡AAAAAAAGH!! —Gritó Hermione, mientras todos los demás se partían en dos de
la risa. Al instante entró la señora Weasley, que echó una nueva bronca a Fred y a
George por jugar con sus productos en la casa.
—¡A poner la mesa! ¡Los dos solos!
—Está bien, mamá, ya vamos —dijo George, aún riéndose
—¡¡Y sin magia!! —terminó la señora Weasley, tajante—. Tranquila, querida, yo lo
arreglaré —le dijo a Hermione, con una expresión entre divertida y de infinita
paciencia. Le dio unos toques con la varita, y la cabeza de Hermione volvió a quedar
como antes.
Pasaron a cenar, aun con una sonrisa en la cara. La verdad, había sido todo un
espectáculo... Hermione miraba alternativamente a Ron y a Harry, como retándolos a
que se atrevieran a reírse.
Durante la cena, el señor Weasley comentó que en el ministerio, la posición de
Fudge se tambaleaba cada día más.
—Los sectores que se opusieron a su política durante todo este año están
cobrando un gran peso —decía—. No me sorprendería que dimitiera. Aunque no se
viera obligado por las circunstancias (y sus acciones durante el año pasado podrían
obligarlo), no veo a Cornelius Fudge enfrentarse a la situación actual. La mayoría de la
gente cree que la actitud que mostró desde el verano pasado se debe a que Fudge no
sería capaz de actuar frente a lo que se nos viene encima.
—Fudge le ha cogido mucho gusto al poder —gruñó Moody—. No lo soltará así
porque sí, sea cual sea la amenaza actual. Aunque si por mí fuera, le echaría del
ministerio de una patada. No sé porque le dejas seguir en el cargo, Dumbledore...
—¿Dumbledore? —preguntó Harry, entrando en la conversación.
—Dumbledore ha estado colaborando con Fudge —explicó el señor Weasley,
mirando al director, que no decía nada—. O bueno, más bien al revés... si Dumbledore
dijera que Fudge es un incompetente y debería dejar el cargo, no creo que tardasen ni
dos días en echarle de una patada, como dice Alastor —terminó, riendo.
Harry y Ron se miraron, con una sonrisa cómplice. A Harry, la idea de ver al
ministro saliendo del ministerio debido a una patada de Moody le resultaba
maravillosamente satisfactoria. Aún no podía terminar de creer la actitud que había
tenido durante el curso anterior...
—Yo jamás me habría imaginado la reacción del ministro la noche en que El-que-
debe-ser-nombrado retornó. Un año antes, durante una conversación en las Tres
Escobas, parecía creer que Sirius Black pretendía reunirse con él para ayudarlo a
instaurar su poder. Entonces no le parecía una posibilidad descabellada, y sin
embargo, a la hora de la verdad... —la profesora McGonagall sacudió la cabeza—. Y
luego atreverse a enviar a Hogwarts a esa horrible mujer, Dolores Umbridge... —la
profesora puso una expresión de asco y rabia. Dolores Umbridge había estado a punto
de matarla cuando había intentado impedir que Dolores arrestara a Hagrid.
—Una cosa es saber que Voldemort podría retornar si lo ayudaban, y otra muy
distinta aceptar que había regresado, Minerva —repuso el profesor Dumbledore.
—La profesora Umbridge debería haber terminado en Azkaban —dijo Harry
mirando a su plato—. No era una mortífaga, pero cualidades no le faltaban. Era cruel y
retorcida... me envió a los dementores e intentó utilizar contra mí la maldición
cruciatus, y los castigos, con esa pluma que tenía...
Todo el mundo calló durante un rato, hasta que al fin dijo Dumbledore:
—Bueno, lo importante es que ya no tendremos que verla nunca más, Harry.
Harry miró al director, sin responder nada.
Tras la cena, Harry, Ron, Hermione y Ginny subieron a la habitación de Harry y
Ron, donde estuvieron hablando un buen rato antes de acostarse. Mientras se metían
en la cama, Ron le preguntó a Harry:
—Oye, Harry... ¿Tú qué crees que trama?
—¿Quién?
—Vo-Voldemort... como tú puedes sentir lo que piensa...
—Ya os dije antes que no tengo ni idea, Ron. Pero lleva mucho tiempo inactivo.
Estoy seguro de que algo planea, pero no tengo ni idea de lo que es. Aparte de ese
sueño no he tenido ninguna otra visión o sensación...
Ron se acostó, sin decir nada más. Parecía muy pensativo, aunque no daba la
impresión de estar pensado en Voldemort. Por varias veces estuvo a punto de decirle
algo a Harry, pero al final no abrió la boca.
4
Cuando la señora Weasley les llamó para que pusieran la mesa, vieron también a
Mundungus Fletcher, que charlaba en susurros con Fred y George, seguramente
contándoles alguna de las suyas. Los gemelos parecían divertidos. A la señora
Weasley no le hacía mucha gracia que sus hijos hicieran tantas migas con
Mundungus, que era un sinvergüenza y siempre estaba metido en extraños negocios y
operaciones de dudosa legalidad, pero Fred y George conseguían a través de Fletcher
diversos productos para sus artículos de la tienda de bromas que difícilmente podrían
haber conseguido por cauces legales.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se terminaron de poner la mesa y se sentaron. Las
chicas se sentaron cada una a un lado de Tonks, con la que habían hecho una gran
amistad, y esta les contaba diversas anécdotas del colegio. En esos momentos les
hablaba de un ex novio al que había engañado haciéndose pasar por otra usando sus
capacidades de metamorfomaga. Hermione y Ginny reían por lo bajo.
Cuando estaban cenando, el señor Weasley preguntó a Mundungus si había oído
algo raro respecto a Dolores Umbridge. Harry, Ron, Hermione, Ginny y los gemelos
dejaron sus respectivas conversaciones y miraron al señor Weasley.
—¿Qué le ha sucedido a esa bruja? —inquirió George.
—Hace dos días que nadie sabe nada de ella —explicó el señor Weasley—.
Cuando Fudge la despidió se encerró en su casa de Escocia y apenas salía. Tras salir
su historia en los periódicos decidió suspender por tiempo indefinido todas sus
apariciones públicas. Pero ahora hace dos días que nadie sabe dónde está.
—¿Y qué? —preguntó Harry— ¿Por qué se preocupa la Orden del Fénix de lo que
esa mujer haga?
—Pues eso mismo pensábamos nosotros —dijo Tonks—. Pero Dumbledore
insistió en que debíamos intentar averiguar su paradero, que podía ser importante, y le
encargó a Mundungus que indagara algo por si sabía algo de lo que había sido de ella.
—Y mis pesquisas han resultado inútiles —explicó Mundungus—. Ninguno de mis
conocidos sabe o ha oído algo de ella.
—Tal vez ha decidido que el extranjero puede tener un mejor aire para ella —dijo
Ron—. Al fin y al cabo aquí no la quiere nadie.
—Es posible. Pero Dumbledore sospecha que, de alguna forma, y con algún
objetivo aún desconocido para nosotros, Quien Vosotros Sabéis puede tener algo que
ver.
—¿Sospecha que podría haberse unido a los mortífagos? —dijo Hermione,
escéptica—. La profesora Umbridge era una mujer horrible, pero dudo que le atrajeran
los planes de Voldemort de unirse a los gigantes y demás. Ella los odia.
—¡No la llames «profesora» Hermione! —exclamó Fred asqueado—. Esa mujer no
tenía nada de profesora.
—Dumbledore no cree que se haya unido a los mortífagos —explicó el señor
Weasley—. Pero sí cree que su desaparición puede tener algo que ver con Quien
vosotros sabéis. Quizás la haya secuestrado para obtener información, al fin y al cabo
ella era la mano derecha de Fudge...
Harry habría sentido lástima por cualquiera que hubiera tenido la desgracia de caer
en manos de Voldemort para obtener información, pero le costaba muchísimo sentirla
por la profesora Umbridge, que, aun sin ser una mortífaga, era tan cruel, despiadada y
obsesiva con la superioridad de los magos como ellos. A pesar de lo que Hermione
había dicho de los gigantes, a él no le habría extrañado nada que se hubiera unido a
Voldemort.
Terminaron de cenar, y subieron a sus cuartos. Estaban deseosos por hablar del
«asunto Umbridge». Llegaron arriba y se sentaron en las camas.
—¿Qué creéis que le habrá pasado a Umbridge? —preguntó Hermione.
—Yo no lo sé. Y sinceramente tampoco me importa —dijo Ron—. Pero creo que la
Orden debería dedicarse a cualquier cosa en vez de preocuparse por ella. Que Fudge
la busque.
—¡Ron! ¡Es una persona! —le regañó Hermione—. Yo no le desearía a nadie ser
víctima de Voldemort.
—Pues yo estoy de acuerdo con Ron —dijo Fred—. Yo casi le tendría lástima a
Quien-vosotros-sabéis si está con esa cosa.
Harry, Ron, George y Ginny rieron, e incluso la expresión de Hermione se suavizó.
—Seguro que si la tiene, la suelta —dijo George—. No hay muchas maldades
mayores que devolvérnosla...
—A mí lo que me gustaría saber es por qué cree Dumbledore que Voldemort
podría tener algo que ver —dijo Harry.
—Tal vez Snape sepa algo —contestó Ginny.
—Pero si así fuera, Dumbledore no le pediría a Mundungus que investigara. No
creo que Fletcher tenga relación con algún mortífago... —repuso Harry.
—Dumbledore quiso que Mundungus investigara para saber si descubría algo —
razonó Hermione—. Dado que no ha averiguado nada, debemos de concluir que o
bien ha huido en secreto, o bien sí es cierto que Voldemort la tiene.
—Pero si Voldemort quiere información ¿no le habría sido mejor secuestrar a
alguien del propio Ministerio? Al fin y al cabo, Umbridge ya no trabaja allí, y desde que
se fue ha habido bastantes cambios —dijo Ron.
—Sí, pero quizás sea más fácil de capturar —replicó Hermione—. Dado que está
escondida de la opinión pública, tal vez Voldemort espere que su desaparición se
atribuya a otras causas.
—Bueno, realmente, la situación de Dolores Umbridge no es lo que me va a quitar
el sueño esta noche —dijo George bostezando—. Fred y yo nos vamos a la cama.
¡Hasta mañana!
Fred se despidió y con un «¡crac!», los gemelos desparecieron.
—¿Por qué harán eso si su habitación está a 10 metros? —preguntó Hermione,
exasperada—. Bueno, nosotras también nos vamos a la cama, ¿verdad, Ginny?
—Sí. Yo también estoy cansada de limpiar esta casa. Hasta mañana Ron. Hasta
mañana Harry.
—Hasta mañana —se despidieron Harry y Ron. Las chicas salieron de la
habitación y ellos se metieron en la cama.
—¿A ti te preocupa, Harry?
—No demasiado... además, seguro que Voldemort no la ha matado ni torturado.
Porque si no seguro que lo habría sentido... a no ser que haya aprendido a ocultar sus
emociones...
—Pero ha podido matarla uno de sus seguidores... Colagusano, o quizá Bellatrix...
—Es posible, pero si la han interrogado, seguro que lo ha hecho él, para
asegurarse de que no le mienta. De todas formas, creo que ya tenemos suficientes
preocupaciones sin molestarnos por lo que el pase a esa estúpida. Lo más probable
es que se haya largado del país.
Los dos amigos se metieron en la cama. No tardaron en dormirse.
Los tres amigos salieron del Callejón Diagon y entraron en el Caldero Chorreante.
Sólo estaba el dueño, Tom, al que saludaron, un cliente en la barra y un individuo bajo
y rechoncho en una esquina oscura. Vestía una túnica negra, y tenía la cara, casi
tapada por una capucha, inclinada sobre una taza de té. Sus ropas estaban raídas y
mugrientas. Harry le echó un vistazo y se sentaron en una mesa. Pidieron tres
cervezas de mantequilla y se pusieron a charlar mientras bebían. Un rato después, el
único cliente salió y se quedaron solos en el local, a excepción del personaje de la
túnica y el dueño.
Ninguno de los tres se fijó en que el encapuchado levantaba la cabeza de vez en
cuando para lanzar miradas a los tres amigos desde debajo de la capucha.
Un minuto después de que el cliente de la barra hubiese salido, Harry sintió de
pronto que su cicatriz se partía.
—¡AAAgh! —gritó, agarrándose la cabeza con las manos—. ¡Nooo!
Hermione y Ron se inclinaron sobre Harry, asustados, Tom también le miró, e hizo
ademán de acercarse a ellos
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione, asustada— ¿Qué...?
Pero no llegó a terminar la pregunta, porque un rayo aturdidor la golpeó en la
espalda, dejándola inconsciente en el suelo. Ron se volvió instintivamente hacia atrás,
y recibió un segundo impacto que le hizo rodar sobre la mesa y caer al suelo. Tom, el
dueño del local, intentó sacar su varita, pero antes de levantarla también había
recibido un impacto.
Harry se volvió, mientras el dolor remitía, e intentó sacar su varita, pero se quedó
con la boca abierta. Bajo la capucha, Dolores Umbridge le sonreía, apuntándole con la
varita.
—¡Usted! —gritó Harry, sorprendido.
—Sí, Potter, yo —dijo Dolores Umbridge—. Por fin volvemos a encontrarnos, pero
esta vez no te librarás de mí tan fácilmente. —Levantó la varita y lanzó contra Harry
un hechizo que, cuando el muchacho lo esquivó, partió una mesa por la mitad.
—No te escondas, chico —le dijo Dolores. Seguía sonriéndole—. Vamos,
enfréntate a mí.
—¡Se ha unido a él! —le gritó Harry lanzándole a su vez un rayo paralizante.
Dolores gritó «¡protego!» y esquivó el hechizo. Sonreía, pero Harry se fijó en que sus
ojos tenían una extraña expresión soñadora, perdida, que a Harry le resultaba familiar.
Umbridge miró hacia un lado e hizo una floritura hacia una serie de cuchillos que
había tras la barra. Los cuchillos empezaron a flotar y se dirigieron hacia Harry a toda
velocidad. Logró esquivarlos la primera vez echándose a un lado. Los cuchillos
pasaron por su lado y por encima, pero dieron la vuelta a un gesto de la varita de
Dolores Umbridge y cargaron de nuevo contra Harry. Este les apuntó con la varita
mientras gritaba «¡finite incantatem!». Logró que cayeran todos menos dos. Harry
rodó sobre sí mismo y uno de los ellos se clavó a unos centímetros de su cabeza,
pero el otro le atravesó el hombro izquierdo. Harry chilló de dolor. Dolores sonreía aún
más, pero sus ojos seguían mostrando aquella expresión perdida, como si estuviera
en otra parte. Hizo un nuevo gesto con la varita y el cuchillo que se había clavado en
el suelo se levantó de nuevo y apuntó hacia Harry, que se retorcía de dolor, e incapaz
de escapar
—¡No! —gritó— ¡No lo haga!...
Pero Dolores no le escuchaba.
—Se acabó, Potter, ahora...
—¡DESMAIUS!
El rayo alcanzó a Dolores Umbridge, que no había tenido tiempo de moverse casi,
y cayó hacia atrás. El cuchillo flotante cayó un instante después, rebotando en el
suelo a pocos centímetros del costado de Harry.
Ron se levantó, apuntando aún hacia su atacante, todavía medio aturdido, y se
dirigió hacia Harry.
—¿Estás bien?
—Creo que sí. Gracias, Ron. Me has salvado la vida.
—Eso no importa ahora. Tenemos que curarte esa herida —dijo mirando hacia el
hombro de Harry—. Parece grave.
Ron corrió hacia Hermione y le apuntó con su varita.
—¡Enervate!
Hermione abrió los ojos y se levantó, mirando a los lados.
—¿Ron...? ¿Qué ha sucedido?
Miró hacia Umbridge y profirió un quejido de sorpresa. Luego vio a Harry y puso
una expresión de horror.
—¡Harry! ¿Quién...? ¿Ha sido ella?
Harry movió la cabeza afirmativamente mientras Ron despertaba al dueño del
local. Este, tras percatarse de la situación, salió a buscar ayuda.
—¡Vuelvo enseguida! ¡No os mováis! —les advirtió. Luego se dirigió a Ron—:
Quítale la varita, Weasley, y vigílala.
Ron recogió la varita de Dolores Umbridge del suelo, mientras seguía
apuntándole. Hermione se había levantado, y, antes de dirigirse a Harry, apuntó
también a Dolores.
—¡Incárcero! —gritó, y Dolores quedó completamente atada e inmovilizada.
Un instante después se aparecieron dos sanadores de San Mungo, del Servicio de
Atención Inmediata y Urgente. Le sacaron el cuchillo y con unos movimientos de
varita le curaron la herida. Por último se la vendaron.
—¿Te encuentras bien? —preguntó uno de los sanadores.
—Sí —contestó Harry—. Gracias.
—¿Le van a llevar al Hospital? —preguntó Ron, que seguía vigilando a Dolores
Umbridge.
—No será necesario —dijo uno de ellos; luego se dirigió a Harry—: No ha sido
grave. Descansa durante dos días y estarás como nuevo. Afortunadamente no se te
clavó en ningún órgano vital. Un poco más abajo y quizás no lo habrías contado.
Los sanadores se despidieron y se desaparecieron. Los curiosos habían
empezado a llegar, y pronto oyeron a la señora Weasley y a Ginny, seguidas de Fred,
George y Lee Jordan.
—¡Dios mío! ¿Estás bien, cariño? —preguntó la señora Weasley casi llorando—
¡Oh, es culpa mía! ¡No debí dejaros solos! ¡Si te llega pasar algo...!
—Tranquila, señora Weasley. Estoy bien.
—¿Y vosotros? —preguntó a Ron y a Hermione.
—Sí, mamá. Sólo nos aturdió.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cómo he sido tan descuidada?
—No ha pasado nada, mamá, de verdad...
Fred, George, Ginny y Lee lanzaron un grito al ver a Dolores Umbridge, que
comenzaba a despertarse.
—¿Ha sido ella? —preguntó Fred.
—Sí —respondió Harry
—¡Maldita bruja vengativa! —gritó Ginny, apuntándole con la varita. Pero en ese
momento aparecieron Kingsley Shacklebolt y otro auror al que no conocían. Se
quedaron estupefactos al ver a Dolores Umbridge, que comenzaba a despertar y
parecía no entender nada. Tras preguntar brevemente a Harry y a la señora Weasley
lo sucedido, cogieron a Dolores Umbridge y la levantaron.
—Tendrás que acudir a declarar al Ministerio cuando puedas, Harry —le comunicó
Kingsley—. Y también vosotros dos —añadió, señalando a Ron y a Hermione. El
dueño del Caldero Chorreante empezó a dispersar a los curiosos y ofreció algo de
beber a los tres amigos.
—Vamos, Madame Umbridge —dijo Kingsley—. Esta vez ha llegado demasiado
lejos.
—Shacklebolt... yo... no entiendo... —Umbridge parecía estar en otro mundo.
—Ya lo entenderá en el Cuartel de Aurores —repuso el otro auror—. Vamos.
Ambos se desaparecieron, llevándose a Dolores con ellos.
—¿Pero cómo ha podido hacer algo así? —se lamentaba la señora Weasley—.
¿Cómo?
—Pues fácilmente, mamá —dijo George—. Si el año pasado envió dementores a
Little Winghing...
—No —replicó Harry, pensativo—. No era ella
—¿Cómo dices, Harry? —preguntó Hermione—. Claro que fue ella la que envió
los...
—Eso no. Lo de hoy —aclaró Harry, cortándola—. Vi sus ojos... Eran como los del
señor Crouch durante el Torneo de los Tres Magos. Creo... creo que ella estaba
controlada por la maldición imperius.
—¿Estás seguro de lo que dices, cariño? —preguntó la señora Weasley, muy
seria.
—Sí —contestó—. Casi seguro.
Profesor Dumbledore
Harry, Ron y Hermione fueron directos a la cocina del Grimmauld Place, donde se
encontraban Lupin y la señora Weasley. Los dos los miraron, y, cuando vieron las
caras de los tres amigos, se dieron cuenta rápidamente de que algo había pasado.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó la señora Weasley, acercándose a ellos.
Los tres amigos se miraron, y Hermione empezó a contar, con voz entrecortada, lo
que había sucedido en la sala de juicios del Wizengamot.
—¿La Marca Tenebrosa en la sala de juicios? —preguntó Lupin, muy
impresionado, cuando Hermione terminó de hablar.
Harry asintió.
—Dios mío... qué horrible muerte debió de sufrir —musitó la señora Weasley, que
se había sentado al oír el relato de la muerte de Dolores Umbridge—. ¿Vosotros estáis
bien? ¿Queréis tomar un té?
—No —respondió Harry rápidamente. Lo que quería era irse rápidamente arriba
con Ron y Hermione para hablar de lo sucedido.
—Está bien... Será mejor que os vayáis a descansar —sugirió, con aire distraído.
Los tres amigos se apresuraron a asentir y salieron de la cocina, en dirección a la
habitación de Harry y Ron.
No habían hecho más que entrar, cerrar la puerta y sentarse en las camas, cuando
Ginny abrió la puerta y entró también en la habitación. Sonrió.
—¡Ya habéis llegado! Me pareció oíros subir las escaleras y... ¿qué pasa? —
preguntó de pronto, viendo las caras de los tres.
Esta vez fue Harry el que empezó a relatar la historia del juicio y el posterior
asesinato. También Ginny se quedó altamente impresionada.
—¿Ni Dumbledore pudo romper aquella pulsera? —preguntó, sorprendida y
extrañada—. No me lo puedo creer... Dumbledore es el mago más grande del mundo,
es...
—No sé si no pudo, o simplemente no le dio tiempo, porque todo ocurrió
demasiado deprisa —terció Hermione—. Aunque la verdad, parecía tan sorprendido y
horrorizado como los demás.
Estuvieron callados un rato. Harry se levantó y se acercó a la ventana. Miró por
ella unos instantes, sin observar nada en concreto, y habló:
—Sea como fuere, ya no podemos hacer nada por Dolores Umbridge. Y, aunque
su muerte haya sido horrible, no seré yo quien llore por ella. —Ron, Hermione y Ginny
le miraron—. Lo que realmente me importó de toda su declaración fue aquello que dijo
de que el día 31 parecía especialmente contento, y también cansado... dijo que había
averiguado algo.
Ron puso expresión de estar recordando algo, pero Hermione abrió mucho los
ojos.
—¡Es cierto! —exclamó—. Yo también me di cuenta... el día 31 fue el día que
tuviste tu sueño, ¿verdad?
—-Sí —respondió Harry.
—Entonces, ¿Es ya seguro que Quién Vosotros Sabéis tuvo algo que ver con ello?
—preguntó Ginny.
—Estoy convencida —respondió Hermione.
—Yo también —afirmó Harry.
—¿Y qué es lo que averiguó? —preguntó Ginny.
—No sé, quizás que podría unirse a mí para aumentar aún más su poder, no sé...
aunque no me imagino que haya atacado mi mente para provocarme esa visión, salvo
que quisiera saber otra cosa y la visión fuese una consecuencia...
—¿Y qué querría averiguar? —preguntó Ginny.
—Bueno, ¿qué es lo que Harry sabe y Voldemort ha querido saber desde que
retornó? —preguntó Hermione.
Ron abrió mucho los ojos.
—¡La profecía!
Harry miró a Hermione, que asintió.
—¿Crees que quería saber lo que decía a través de mí?
—Es lo más lógico, ¿no? Es la única forma que tiene ahora de saber qué decía...
—Pero... ¡espera! —exclamó Harry, recordando algo—. Dumbledore se quedó muy
pensativo cuando le dije que en mi sueño aparecían las profecías... quizás sea cierto...
aunque, ¿por qué aparecían las dos? A él sólo le interesa la primera, ¿no? La otra ya
no dice nada útil... de hecho, él ni siquiera sabía de su existencia.
—Bueno, supongo que intentaría acceder a algo relacionado con las profecías en
tu mente, y por eso aparecían las dos... —opinó Hermione.
—O sea, que, según parece, ya conoce su contenido... —resumió Ginny.
—Pero, ¿de qué le sirve conocerla? —preguntó Ron—. Quiero decir, él quería
saber cómo matarte ¿no? Creía que la profecía se lo diría. Pero no dice nada de eso...
Sólo dice que uno de los dos deberá matar al otro...
—No sé qué utilidad puede tenerle, pero si Dumbledore no quería que supiera lo
que decía, sería por algo —dijo Hermione.
—Bueno, ahora sabe que tienes un poder que él no conoce, Harry —dijo Ron—.
Quizás te coja miedo... ¡Seguro que por eso envió a Umbridge para intentar matarte!
—No. No creo que me tenga miedo. Creo que se le han abierto ciertas
posibilidades que nosotros no entendemos. Algo relacionado con la segunda parte del
sueño...
—No creo que logremos entender esto, Harry —opinó Ginny muy seria—. Pero
hay una cosa que sí creo, y es que tienes que hablar con Dumbledore y decirle que
crees que Quien tú sabes conoce la profecía...
—Ya —dijo Harry—. Esta tarde tengo clases de oclumancia con él. De todas
formas, estoy seguro de que no se le escapó la declaración de Umbridge. De hecho,
ya cuando le conté el sueño mencionó la profecía y parecía preocupado... Creo que se
lo temía.
—Bueno, ya veremos qué pasa —dijo Hermione—. Ahora deberíamos bajar a
comer.
—Si —dijo Harry— Tengo hambre...
Bajaron. El señor Weasley, Bill, Fred, George, Kingsley y Tonks habían llegado ya,
y todos hablaban de lo sucedido en el Ministerio. Cuando Harry, Ron, Hermione y
Ginny entraron en la cocina, todas las conversaciones cesaron y las miradas se
centraron en ellos. El señor Weasley corrió a abrazar a Ron.
—Estoy bien, papá —dijo Ron, un tanto incómodo.
—¡No sabes como me asusté cuando me enteré de lo que había sucedido! —
exclamó el señor Weasley—. La Marca Tenebrosa en el Ministerio... Es terrible.
Ninguno de los tres se libró del interrogatorio, porque aunque casi todos conocían
casi todos los hechos, en algunos casos los rumores que se habían extendido por el
Ministerio habían alterado la verdadera historia.
Cuando finalmente la atención dejó de centrarse en ellos, Harry se dejó caer en
una silla al lado de Lupin.
—Pareces preocupado —dijo éste—. ¿Tanto te ha afectado?
—No es por eso... bueno, en parte sí, pero lo que más me preocupa es otra cosa
—respondió Harry.
—¿Otra cosa? ¿El qué?
—Bueno... —dijo Harry— Creo que Voldemort la conoce.
—¿Que conoce qué?
—La profecía. Que ya sabe todo su contenido.
—¡¿Cómo dices?! —preguntó Lupin, sorprendido y preocupado a la vez—. ¿Cómo
lo sabes?
Harry le explicó la declaración de Umbridge.
—¡Oh...! —exclamó Lupin, y su preocupación se acentuó—. Esto no es bueno...
nada bueno... Aunque Dumbledore ya sospechaba algo así. Tendrás que decírselo en
cuanto llegue, Harry. No creo que después de lo sucedido venga a comer, pero
seguramente vendrá después, al fin y al cabo, hoy tendrás la primera clase de
Oclumancia.
Harry asintió.
La comida transcurrió tranquila, porque casi todo lo que se podía decir respecto a
al muerte de Dolores Umbridge ya había sido dicho, y todo el mundo se dedicaba a
pensar. Al poco de terminar, y mientras los cuatro amigos estaban el salón, jugando
una partida de naipes explosivos, llegó Dumbledore.
Llamó a Harry, y éste fue a reunirse con él, mientras sus amigos le deseaban
buena suerte con la oclumancia.
—Buenas tardes, Harry —saludó Dumbledore. Sonreía ligeramente, aunque aún
parecía preocupado—. Al final no pude venir a comer, con todo lo sucedido... pero
bueno... Será mejor que subamos al salón de arriba. Estaremos más tranquilos.
Harry asintió y ambos subieron las escaleras y entraron en el salón del primer piso.
—Profesor... —dijo Harry en cuanto llegaron a la estancia y cerraron la puerta—.
¿Cómo lo hizo?
—Bueno, no es tan difícil para alguien como él —respondió el director—. Supongo
que ya conoces muchos de los objetos mágicos altamente peligrosos que hay por ahí.
—Sí, a veces Ron me habla de objetos que su padre tiene que requisar.
—Exacto. Digamos que la pulsera que le puso a Dolores Umbridge no es en sí un
objeto extraordinario... excepto por el increíble hechizo de protección que evita que
pueda sacárselo. Utilicé todo mi poder para romper la pulsera con el encantamiento
seccionador, pero ya viste que no funcionó... Bueno, hubiera conseguido sacársela si
hubiésemos tenido más tiempo, claro, pero todo fue demasiado rápido.
Harry asintió.
—¿Por qué lo hizo, profesor? Ella ya había confesado y declarado. ¿Qué sentido
tenía matarla entonces? ¿Por qué no lo hizo antes?
—No podría asegurar al cien por cien el motivo —respondió Dumbledore—, pero
estoy casi seguro de que lo hizo simplemente para asustar. Un asesinato como ése en
la sala de juicios donde tantos seguidores suyos fueron juzgados. Es indudable que
fue un gran golpe de efecto...
«Sólo para asustar —pensó Harry, asqueado—. No había ninguna razón... sólo por
asustar...».
Harry se quedó callado durante un rato, sumido en sus pensamientos. Dumbledore
se sentó en uno de los sillones.
—Hay algo más que te preocupa, ¿verdad? —le preguntó.
—Sí —confesó Harry—. Me preocupa lo que dijo sobre el día en que Voldemort
estaba contento... me preocupa que haya logrado averiguar el contenido de la profecía
gracias a mí. ¿Cree usted que la conoce, que averiguó lo que dice?
Dumbledore le miró, pero no dijo nada durante unos instantes.
—Sí, Harry —dijo, suspirando—. Yo también lo creo. Oí perfectamente lo que
declaró Dolores. Supongo que eso era lo que pretendía... y por eso es necesario que
te esfuerces en la oclumancia, Harry. Debes evitar todo contacto mental con Lord
Voldemort. No podemos evitar el mal que ya está hecho, pero podemos evitar males
futuros.
—Está bien... Pero profesor —pidió Harry, Intentando ocultar toda la rabia que
sentía al pensar que si Voldemort conocía la profecía, todo lo que habían hecho
durante el año anterior no servía para nada—, ¿Por qué no me explica antes en qué
consisten exactamente la Legeremancia y la oclumancia?
—Verás —explicó Dumbledore—. La legeremancia proporciona al que la utiliza
acceso a diversos estratos de la mente de la persona objetivo. Muchas veces, o si uno
no sabe como hacerlo bien, sólo se consigue un acceso superficial a los pensamientos
activos de la persona... pero un dominio más profundo permite «hurgar» en los
recuerdos, en cosas casi olvidadas y enterradas... Bien dirigida, la legeremancia es
una mina de información. Para evitar el acceso, como ya sabes, podemos recurrir a la
oclumancia. Harry, la oclumancia consta de dos partes, diferenciadas pero
interrelacionadas e inútiles la una sin la otra: La primera parte es la mental. Vaciar la
mente, controlar las emociones y evitar visualizar como pensamientos activos aquello
que queremos ocultar. Esto es indispensable y es lo primero que practicaremos. Luego
está la parte mágica. Con ella, la mente crea una barrera contra la penetración
externa. Eso sí, sin dominar la mente, no se logra nada. Es por ello que dominar la
oclumancia es muy difícil y cuesta un trabajo casi constante, ¿entiendes? —Harry
asintió—. Bien, entonces comencemos.
—De acuerdo —dijo Harry.
—Cierra tu mente —le ordenó Dumbledore—. Evita los pensamientos más
emotivos, que son aquellos que más fácilmente se dejan llevar, nublando la razón y
favoreciendo la penetración del atacante.
Harry intentó hacerlo, pero le era muy difícil dejar la mente en blanco con tantas
cosas como estaban sucediendo.
—Venga, Harry. Cuando cuente tres: 1... 2... 3... ¡legeremens!
Harry sintió cómo hurgaban en su cabeza, cómo se abrían los recuerdos de sus
sueños, del miedo por sus amigos y por sí mismo, Sirius caía por el velo... Sirius...
Sirius había muerto porque él no había logrado dominar aquella técnica, porque se
había dejado engañar... No podía dejarle continuar... tenía que resistirse...
—¡YA! —gritó. El torrente de imágenes se detuvo. Dumbledore sonreía.
—¡Bien, Harry! —lo felicitó Dumbledore—. Ha sido un buen intento. Conseguiste
detenerme al final, pero debes impedirme entrar. Debes dejar tu mente en blanco.
—Eso es lo que me decía el profesor Snape, pero es muy difícil.
—Está bien. Vamos a ver... —Dumbledore observó la habitación—. Ya sé... fija tu
mirada en un punto de la habitación y concéntrate solamente en lo que ves, evita
pensar en nada más ¿de acuerdo? —Harry asintió—. Tres segundos.
Harry se fijó en los dibujos de uno de los sillones hasta que sólo veía los colores,
no ya la forma. Sintió que se iba, que se adormecía, que se relajaba...
—¡Legeremens!
Sintió el impacto, sintió hurgar, pero mantuvo la concentración en el sillón, hasta
que al final, empezaron a superponerse imágenes de su tía Marge y de los Dursley, de
Dudley persiguiéndole con sus amigos... y luego cesó.
—¡Excelente! —exclamó Dumbledore, muy contento—. Esta vez me ha costado
mucho más hacerlo.
Harry se frotó la cicatriz. Le dolía un poco y la sentía palpitar. Dumbledore le miró
un rato.
—Será mejor que hoy lo dejemos aquí. No ha estado mal. El próximo día
seguiremos practicando el vacío mental, el control de las emociones. Cuando lo hayas
logrado, empezaremos con el cierre mágico de la mente.
—Vale —dijo Harry.
—¿Qué tal te encuentras?
—Me duele un poco la cicatriz...
—Eso es normal, pero a medida que vayas progresando, el dolor debería de
disminuir. Bueno, ahora tengo que irme, y que no se te olvide practicar, dejar la mente
en blanco antes de dormir. Utiliza lo que te he enseñado: Fija tu mirada en algo antes
de dormirte y no pienses en otra cosa. Es muy importante.
—Sí, profesor.
—Hasta luego, Harry —dijo Dumbledore, y desapareció.
Harry bajó al salón de abajo, donde Ron, Hermione y Ginny le esperaban.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Hermione.
—Creo que bastante bien. Mucho mejor que con Snape, desde luego.
—Normal —dijo Ron— Debe de ser imposible vaciar la mente cuando Snape te
está mirando con esa cara que tiene...
—Dumbledore me ha explicado cómo hacerlo. Cómo vaciar la mente antes de
dormir —explicó Harry—. Espero no volver a tener esos horribles sueños...
—Claro que no —dijo Hermione convencida—. Dumbledore es el mago más
grande del mundo. Seguro que con él progresas rápido.
—Eso espero, porque no quiero que Voldemort se entere de más cosas a través
de mí.
—¡Es cierto! —dijo Ginny— ¿Le preguntaste a Dumbledore sobre la profecía?
—Sí —respondió Harry—. Y él está de acuerdo conmigo. Cree que Voldemort la
conoce ya. Que averiguó lo que decía a través de mí.
—¿Y qué piensan hacer? —preguntó Ron.
—No lo sé. Sólo me dijo que eso era lo que teníamos que evitar y empezamos con
las clases...
—Vaya...
—Bueno. Esperemos que no le sirva de mucho —dijo Ginny, esperanzada.
—A mí me preocupa más el resto del sueño... lo que no eran como recuerdos...
Creo que fue alguna especie de efecto del intento de Voldemort... pero, ¿por qué
sucedió ahora y no antes?
—¿A qué te refieres? —preguntó Hermione.
—Me refiero a que él ha estado intentando entrar en mi mente durante todo el año
pasado... incluso lo consiguió varias veces... ¿Por qué no hubo antes ese sueño,
entonces? ¿Qué es lo que es distinto ahora?
—¿Por qué no se lo preguntas a Dumbledore? Quizás ya sepa por qué viste eso
—propuso Hermione—. Nosotros no podemos contestarte a eso.
Harry se quedó pensativo un momento y luego miró a sus amigos.
—Sí, lo haré. Y vosotros estaréis conmigo.
—¿Nosotros?
—Sí, Ron. A vosotros os afecta tanto como a mí... quiero saber por qué en ese
sueño tenía que matar a Hermione... y sospecho que vosotros dos... —dijo
dirigiéndose a Ginny y a Ron— vosotros dos estabais... bueno, muertos...
—¿Por qué dices eso? —preguntó Ginny, asustada
—Porque en mi sueño, Hermione estaba sola. Lo sabía. Y si estaba sola, es
porque vosotros... bueno, ya imagináis...
Ginny ahogó un grito.
—Harry, esfuérzate en la oclumancia —pidió Ron—. Nosotros te ayudaremos, pero
no vuelvas a tener un sueño como ése...
—No fue mi gusto tenerlo —declaró Harry con sequedad.
Durante las dos semanas siguientes, Harry continuó sus clases con Dumbledore.
Había progresado muchísimo, y, aunque por supuesto Dumbledore podía hurgar en su
mente, prácticamente sólo lograba ver lo que Harry le mostraba, que casi siempre eran
unas manchas de color que se parecían a un sillón.
—Pronto podremos empezar con la segunda parte, Harry —le dijo Dumbledore
el día 21 de Agosto—. Tendremos la próxima clase, si puedo, el día 23. Empezaremos
a cerrar tu mente mágicamente.
—Bien, profesor —dijo Harry.
—¿Te ha dolido la cicatriz algo?
—No, sólo un poco cuando terminamos las clases...
—Bien. Mejor así. Ahora, cuando aprendas la defensa mágica, no volverás a sentir
irrupciones externas en tus sueños.
Sin embargo, no pudieron tener la clase del día 23, porque un poco antes de
comenzarla, Snape llegó con, al parecer, importantes noticias, y hubo una reunión
extraordinaria de la Orden.
—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Ron.
—No lo sé —dijo Harry—. Ahora ya no siento nada cuando Voldemort se siente
contento o furioso...
—Ya, y por una parte es una lástima —dijo Ron, y Hermione le lanzó una mirada
severa—. ¡Ya lo sé, Hermione! Pero es la única forma de que nos enteremos de algo
más...
—Vamos Ron, ya nos enteraremos. Al final siempre nos enteramos —le dijo
Hermione.
Al poco rato, todos se marcharon de la casa, excepto la señora Weasley.
—¿Qué ha pasado, mamá? —preguntó Ginny.
—No estamos muy seguros todavía —respondió ésta, evadiendo el tema—. Pero
sea lo que sea, mañana os enteraréis. Ahora olvidadlo.
Al parecer, debía de suceder algo gordo, porque nadie acudió a cenar, excepto el
señor Weasley y Bill, que comieron algo, y, tras hablar unos minutos con la señora
Weasley, volvieron a irse.
—¿Qué pasará? —preguntó Harry a los demás, una vez estuvieron en el cuarto en
el que dormían él y Ron.
—Ni idea —respondió Fred—. Pero seguro que es serio. Todos parecían
preocupados...
—Deberíamos irnos a dormir —dijo Hermione—. Si vuestra madre nos encuentra a
todos aquí, en vez de estar en la cama...
—Sí, será lo mejor. Mañana nos enteraremos —dijo Ginny.
—No sé cómo... Mamá ha puesto un encantamiento en la cocina para que no
funcionen las orejas extensibles —comentó George, un poco enojado.
—Bueno, si es algo importante, saldrá en los periódicos, ¿No? —dijo Hermione—.
Mejor vayámonos.
Ella y Ginny se despidieron y se fueron a su cuarto. Fred y George también se
desaparecieron.
—¿Qué tramará? —preguntó Ron, mientras se metía en la cama y apagaba la luz.
—No lo sé —respondió Harry, preocupado—. No lo sé...
Se tapó y se durmió. Sin embargo, no pudo dormir tranquilo, porque más tarde, en
algún momento de la noche, la cicatriz comenzó a darle punzadas, y un sueño, una
serie de imágenes, ocupó su mente. No entendía mucho, porque el sueño no era
claro, como si viese algo lejano, algo difuso... supo que era una de sus visiones, era
consciente de ello. Quizás la mejora de la oclumancia le había permitido aislarse de
los sueños... ¿Por qué, entonces, veía ese? No lo sabía. Las imágenes llegaban
vagas. Se acercó a una chimenea que había en una estancia oscura, de ella había
salido una mujer, que se volvió para verle, y emitió un grito de terror, que Harry oyó
muy lejano, como proveniente de un pozo profundo. Levantó la varita rápidamente, sin
que la mujer tuviese tiempo de actuar. Un rayo verde salió de la misma, y un instante
después la mujer estaba muerta. Se acercó a la chimenea, que estaba encendida con
un fuego verde, y lanzó contra ella una poción, luego murmuró un conjuro y las llamas
se apagaron. Se sentía contento. Todo iba bien... la imagen se borró, y sólo quedó
negrura. Harry no supo cuánto tiempo esperó, hasta que la visión volvió a aclararse.
Sabía que podía romper la conexión, que podía detenerla, que debía dejar de ver lo
que veía, pero no podía. La curiosidad era muy grande. Voldemort había matado a
alguien y tramaba algo importante... ¿Qué era? ¿Dónde estaba? La visión se aclaró, y
vio un largo y oscuro pasillo, iluminado por débiles antorchas. Se acercó a una puerta,
donde había más gente. Esperaban algo. No le vieron. Él entró y lanzó un hechizo,
como un pequeño punto amarillo. El hechizo estalló, y los guardianes cayeron, heridos
o muertos. Le habría gustado acabar con ellos, pero ahora no podía, él llegaría pronto.
¿Quién era «él»? Harry no lo sabía. Voldemort tenía prisa. Atravesó la sala donde
estaban los hombres heridos, y se acercó a una zona llega de puertas enrejadas.
Cada celda contenía a una persona. Se acercó a la primera y miró, sonriente. El
prisionero se arrodilló al verle, y también sonrió. Su aspecto era lamentable, pero
Harry reconoció, con odio, la figura altiva de Lucius Malfoy. Había averiguado dónde
estaba Voldemort, y qué pretendía: había ido a liberar a los presos de Azkaban. Abrió
las puertas de las celdas con prisa, y los mortífagos que había encerrado en junio
salieron, arrodillándose ante su señor. Voldemort sonrió, y les ordenó que se dieran
prisa, y que subieran a lo alto de la fortaleza, la vía de escape más rápida. Harry se
sentía furioso. ¿Nadie iba a detener aquello? La cicatriz le dolió más, y perdió de
nuevo la conexión durante un largo rato.
Cuando la recuperó, se vio en lo alto de una torre. Era de noche, y el cielo estaba
nublado. Sólo algunas antorchas en la fortaleza permitían ver algo. Pero Voldemort no
las necesitaba. La oscuridad era su elemento predilecto, en ella se sentía seguro y
más fuerte, no por nada tenía aquellos ojos que le permitían horadar hasta en la
negrura más profunda. Harry sentía los gritos de la lucha que se libraba en el exterior
de la fortaleza, pero junto a él no había nadie. ¿Dónde estaban los mortífagos? Hacía
algo en el borde de la torre, ya casi estaba... entonces, sintió un golpe, y un grito
desgarró el aire, seguido del sonido de un cuerpo al caer. Voldemort se volvió,
iracundo, y miró a su enemigo, que descendía de una escoba, frente a él.
—Dumbledore... —pronunció el nombre con asco y desprecio... pero no había ni
atisbo de miedo en su voz. Sólo odio.
—No te saldrás con la tuya, Tom —dijo el anciano que sostenía la varita frente a
él.
—¿Ah, no? —Se rió con aquella risa espeluznante que aterrorizaría a cualquier
otro mago, excepto a aquél al que hacía frente.
«Dumbledore... —pensó Harry—.¿Por qué no llegó antes?».
—Ya es tarde para ti, viejo metomentodo. Ya me has causado muchos problemas,
demasiados problemas... Pero ahora ya no podrás hacer nada. Ya es tarde para ti —
repitió—. Ahora soy el mago más poderoso del mundo, Dumbledore, como pronto
comprobarás. El Lord Voldemort al que te enfrentaste en junio no es sino la sombra de
lo que soy ahora... He descubierto el gran secreto, profesor —pronunció la palabra
«profesor» con un tono de absoluto desprecio, insultante, despectivo, y luego sonrió
con maldad.
—Demuéstralo, Tom —la voz de Dumbledore sonaba tranquila.
—No lo necesito, Dumbledore, porque tú también lo sabes... sé que lo sabes
desde que Potter te contó cómo volví... no lo sabes todo, no..., pero sí muchas cosas,
sé que lo intuyes. Y ahora todas tus precauciones han sido en vano, he roto tu hechizo
antidesaparición, como has visto, y también conozco el contenido de la profecía... —
Se rió con ganas. Dumbledore no dijo nada—. Me sorprendes, viejo idiota... No sabes
cómo me alegré al conocer la verdad... sólo Potter puede matarme, ¿eh? Resulta
gracioso... No tienes ninguna esperanza, Dumbledore, ninguna.
—¿No? —preguntó Dumbledore—. Dime entonces por qué ha conseguido huir de
ti cinco veces ya...
—Ha tenido... mucha suerte, desde luego. Pero eso no será suficiente. Ese chico
será mío... vivo o muerto.
—Nunca mientras yo viva.
—¿Ah, no? —siseó Voldemort—. Si ésas son tus condiciones... ¡Muere, entonces!
Agitó la varita y un resplandor amarillo muy intenso brilló. Dumbledore intentó
protegerse, pero su intento no fue suficiente, y cayó hacia atrás, golpeado por la
explosión. Quedó tendido en el suelo. Sin embargo, logró incorporarse. Estaba herido.
Tenía sangre en la cara, aunque no parecía nada grave. Apuntó rápidamente con su
varita hacia su enemigo.
—¡Desmaius! —gritó.
Voldemort se rió. Se tambaleó ligeramente al recibir el impacto... y volvió a
incorporarse. Harry casi no resistía, la cicatriz le dolía demasiado. Sentía que iba a
perder el contacto, pero no quería; deseaba ver lo que sucedía, deseaba saber de qué
hablaba Voldemort...
Dumbledore miró a su enemigo con un deje de preocupación.
—No ha servido de nada, Dumbledore... de nada. Ya te lo dije: estás acabado —
Miró hacia abajo, y vio que las cosas estaban mal. Tenía que irse pronto—. Acabaré
contigo otro día, viejo loco. —Agitó de nuevo su varita, y de nuevo Dumbledore intentó
protegerse, sin que resultara del todo. El hechizo estalló y el director de Hogwarts
quedó tendido en el suelo.
Harry se sintió aterrado. Sabía que Dumbledore no estaba muerto, porque
Voldemort lo sabía. Quería matarlo, rematarle por fin... pero no tenía tiempo, ahora no
podía ponerse a luchar con él. Se volvió y saltó al vacío. Cayó, pero su velocidad
descendió, hasta posarse en el suelo con suavidad. Miró a su alrededor, pero Harry
casi no veía, la cicatriz le dolía más cada vez por el esfuerzo, y la conexión se rompió.
Se sumió en la negrura, y despertó en la oscuridad de su habitación.
Se levantó de la cama. En estos momentos, en Azkaban, había heridos, muertos...
Voldemort había rescatado a sus mortífagos, y Harry había visto cómo el terrible mago
había derrotado a Dumbledore... ¿Cómo? ¿Por qué había crecido tanto su poder?
¿Qué era lo que Dumbledore sabía desde que le había contado la forma en que había
retornado? El temor lo embargó... ¿Cómo iba él, un muchacho de dieciséis años,
vencer a un mago al que ni Dumbledore podía derrotar? Se encontró deseando no
haber visto nada. En la cama de al lado, Ron dormía apaciblemente, con la respiración
acompasada. Le envidió. Harry volvió a la cama, pero no consiguió dormirse en toda la
noche.
Empezaba a quedarse dormido de nuevo cuando un sonoro «crac» volvió a
despertarle del todo. Era Fred. Parecía muy serio. Se acercó y despertó a Ron, que
empezó a protestar.
—¿Fred...? —dijo Ron, adormilado—. ¿Qué haces aquí?
—¡Chist! ¡Cállate! —le ordenó el gemelo—. Tenéis que leer esto. Voy a despertar
a Harry.
—Ya estoy despierto —dijo Harry, incorporándose y poniéndose las gafas.
—Ah... vale —dijo Fred, dando un pequeño brinco al oírle—. Mirad, os he traído El
Profeta...
—Ya sé lo que dice —soltó Harry, en tono serio.
—¿Cómo dices? —preguntó Fred, mirándole con cara rara. Ron también le
observó con interés.
—Habla del ataque a Azkaban, ¿verdad?
Fred abrió la boca completamente. Ron los miraba sin entender nada.
—¿Ataque a Azkaban? —preguntó. Le cogió el periódico a su hermano y comenzó
a leer.
—¡Maldita sea! —exclamó Ron—. Otra vez todos sueltos... ¿Y qué es eso de que
Dumbledore está herido?
Harry miró a Ron.
—Yo lo vi. Vi el enfrentamiento de Dumbledore y Voldemort...
—¿Lo viste?
—Sí..., pero de forma distinta a como lo veo siempre... me llegaban las imágenes,
pero yo sabía que soñaba, y que podía desconectar... supongo que se debe a la
oclumancia. No obstante, quise seguir viendo... y vi. Voldemort le dijo a Dumbledore
que ahora era el más poderoso mago del mundo, gracias a algo, que ambos sabían,
pero que no dijeron... Voldemort le lanzó un hechizo e hirió a Dumbledore, dejándolo
en el suelo...
—¿Sin más?
—Sí... bueno, añadió algo más —recordó Harry—. Le confirmó a Dumbledore que
conoce la profecía...
Ron hizo una mueca de desagrado.
—Mierda... —dijo.
—Pero lo que más me preocupa... —comenzó a decir Harry.
En esos momentos alguien llegó a la casa, interrumpiendo la conversación de los
dos amigos. Se abrió la puerta de la cocina y vieron que era Lupin, con cara de
cansado y todo manchado. Tenía un corte en la cara y varios desgarros en su túnica.
—¡Profesor Lupin! —exclamó Harry— ¿Qué sucedió? ¿Estuvo allí? ¿Se encuentra
bien?
—Sí, Harry. Luego, si queréis, os lo contaré todo, pero, si no os importa, voy a
darme un baño y a tomarme un té antes de nada... y tengo que ver a Molly...
—Ya estoy aquí —respondió la señora Weasley, entrando en la cocina y
observando preocupada el aspecto de Lupin—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, gracias, Molly. Solamente muy cansado... Puedes irte a San Mungo cuando
quieras...
—Gracias, Remus —dijo ella. Se despidió de Ron y Harry y se marchó.
Lupin Les dijo que se iba a tomar un baño y subió por las escaleras. Cinco minutos
después bajaron Hermione y Ginny, ambas con cara de sueño.
—¿Qué pasa? —preguntó Ginny, bostezando—. He empezado a oír ruidos en
todas partes... —miró la cocina, y luego a Harry y Ron—. ¿Dónde está todo el
mundo?
—Tomad —dijo Ron, acercándoles el periódico.
Hermione lo cogió, y sus ojos se abrieron como platos, despertándose
completamente.
—No puede ser...
—¿El qué? —preguntó Ginny, acercándose a ella y leyendo también.
—¡Ah! —chilló—. ¡Bill!
—Tranquila, está bien —dijo Ron—. Mamá ha ido a buscarlo a San Mungo. No
tiene nada grave. Pronto volverán.
—Dios mío, Dumbledore herido... —murmuraba Hermione, aterrada—. Pero...
¿Cómo...? Él es el mago más...
—Ya no —la interrumpió Harry. Hermione levantó la mirada del periódico y se fijó
en su amigo—. Ya no es el mago más poderoso del mundo. Voldemort lo es.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —preguntó Hermione, aterrada.
—Ayer... ayer por la noche me pasó algo muy raro —explicó Harry—. Tuve otra
visión, pero no como las del año pasado... creo que, creo que yo la provoqué... —
Hermione, Ginny y Ron le miraban boquiabiertos y sin comprender—. Creo que la
visión se produjo como las demás veces, pero luego fue distinto... distinto porque yo
quería verla... yo mantuve la conexión hasta que no pude más. Vi a Voldemort matar a
una mujer y bloquear la chimenea de la Red Flu, y luego le vi sacar de las celdas a los
demás, les ordenó que subieran a la torre... Allí no sé qué pasó. Perdí la conexión, y,
cuando la recuperé, Voldemort estaba junto a los muros, haciendo algo, pero
Dumbledore llegó y le atacó. Oí un grito, y luego oí la conversación entre ambos.
—¿Qué dijeron? —preguntó Ginny.
Voldemort le dijo a Dumbledore que ahora él era el más mago más poderoso del
mundo, y que él, Dumbledore, ya lo sabía debido a la forma en que había vuelto,
aunque no sé a qué se refería... También mencionó que conocía la profecía, y que
yo... —hizo un pausa— yo sería suyo, vivo o muerto. Luego le lanzó un hechizo a
Dumbledore, y él no pudo defenderse, cayó herido, y Voldemort bajó desde lo alto de
la prisión. Después la cicatriz me empezó a doler demasiado y no vi más.
Hermione se mordía el labio inferior con tanta insistencia que Harry pensó que
acabaría haciéndose daño.
—Ahora es el mago más poderoso del mundo gracias a la forma en que volvió...
—Murmuraba, mirando al vacío.
—¿Estás buscando respuestas, Hermione? —preguntó Ron, mirándola.
Hermione no le contestó. De hecho, no parecía haber oído la pregunta de Ron.
Éste iba a repetirla, cuando Lupin, con mucho mejor aspecto, entró en la cocina.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Harry.
—Mejor, aunque sigo cansado —respondió, con una sonrisa triste.
—Cuéntanos lo que pasó en Azkaban —pidió Ron.
—No sé si debería...
—Ya lo sabemos casi todo, viene en El Profeta —terció Ginny—. Sólo queremos
saber cómo fue el ataque y qué le pasó a Bill.
—Está bien —aceptó Lupin.
Se preparó un té, se sentó y empezó a hablar, mientras los demás le miraban,
expectantes.
—Veréis, ayer por la tarde, el profesor Snape nos comunicó que había ciertos
planes para asaltar Azkaban durante la noche y liberar a los presos. Todos nos
sorprendimos, porque de momento, no había hecho nada por ellos. De todas formas,
empezamos a prepararnos. Dumbledore acudió a hablar con Fudge y nosotros
emprendimos camino a Azkaban para ayudar en su protección. Dumbledore nos dijo
que él acudiría con ayuda en el momento preciso, para evitar sospechas. Esperamos
allí durante horas. Creíamos que vendrían por mar, o algo así, ya que Dumbledore
había invocado un hechizo antidesaparición en toda la isla, pero Voldemort lo rompió,
no sabemos cómo.
—¿Apareció sin más? —quiso saber Harry.
—No... apareció un círculo rojo cerca de la fortaleza, y en él se aparecieron.
Salieron de él, pero el círculo quedó allí. Yo estaba en las puertas, junto a Arthur y
otros, y nos preparamos, mientras avisábamos a los demás. No contábamos tener tan
poco tiempo. —Lupin hizo una pausa y tomó un sorbo de té—. Nos dirigimos a ellos,
pero le habíamos subestimado: Cuando nos acercamos a ellos unos cincuenta
dementores nos rodearon.
—¿Llevó dementores? —dijo Hermione, aterrorizada.
—Sí —respondió Lupin—. Tuvimos que defendernos de ellos mientras los
mortífagos nos atacaban. En tanto, Voldemort pasó de largo, destruyó las puertas y
entró, dirigiéndose a la chimenea. Allí mató a Torch, la primera aurora que había
llegado, y bloqueó el acceso, para evitar, sobre todo la llegada de Dumbledore. Luego
se dirigió hacia el pasillo de máxima seguridad, donde estaba el otro equipo de
defensa, pero se libró de ellos y rescató a los prisioneros, los mandó subir a lo alto, y
los bajó con un hechizo levitatorio hacia dónde estábamos nosotros y el círculo aquel.
Sospecho que tenía un tiempo limitado.
—Vaya... —murmuró Ginny—. ¿Y mientras, vosotros?
—Repelimos a los dementores y seguimos luchando contra los mortífagos, pero
nos fue difícil porque nosotros estábamos débiles a causa de la lucha con los
dementores, así, Bellatrix Lestrange mató a Dawlish...
La cara de Harry se transformó en un gesto de odio al oír el nombre de la asesina
de Sirius.
—... y entonces llegó Dumbledore. Se había aparecido con una escoba sobre el
mar, fuera de la isla, y se dirigió hacia Voldemort, que en ese momento estaba
bajando a Dolohov. Voldemort perdió la concentración y aquél cayó desde lo alto de la
torre.
—Ah... —dijo Ron, mirando a Harry—. Entonces fue eso lo que...
Harry le dio una patada en el tobillo a su amigo por debajo de la mesa, antes de
que pudiera decir las palabras «oíste en tu sueño». Ron se calló.
—¿Qué decías, Ron? —preguntó Lupin.
—Digo que entonces fue eso lo que le pasó a Dolohov —respondió, mirando a
Harry fugazmente.
—Sí, se mató al caer... pero Voldemort hirió a Dumbledore y bajó. Los mortífagos
se replegaron hacia el círculo y desaparecieron, aunque Lucius Malfoy se llevó un
recuerdo mío en su hombro derecho —dijo Lupin con satisfacción.
—¡Buf! —dijo Ron cuando Lupin terminó— Debió de ser terrible...
—Lo fue, Ron —dijo Lupin, cabizbajo— Murieron dos personas y no logramos
impedir la liberación de los mortífagos. Y además ahora son más que antes...
—¿Cuántos prisioneros se fueron con él? —preguntó Hermione—. Quiero decir,
que no fueran mortífagos.
—Unos ocho —respondió Lupin—, y conseguimos detener a tres que se habrían
ido tambiénl. Los demás prisioneros no quisieron irse. Se quedaron en sus celdas.
—Menos mal...
—Sí, ya lo creo... —Hermione se mostró de acuerdo.
Lupin se terminó el té y dijo que se iba a descasar un rato, si no les importaba.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se quedaron en la cocina, terminando de desayunar, y
luego se pasaron la mañana hablando del ataque, esperando la llegada de los demás.
—Sucedió algo más en el combate entre Voldemort y Dumbledore —dijo Harry, de
pronto.
—¿El qué? —le preguntó Ron.
—Cuando estaba en el suelo, tras el primer hechizo de Voldemort, Dumbledore le
lanzó un hechizo aturdidor a él... y no le hizo nada.
—¡¿Qué?! —preguntó Ron, impresionado—. ¿Cómo...?
—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé, pero también estoy asustado. Él
simplemente se tambaleó, pero lo resistió... lo resistió.
Hermione seguía pensativa, intentado quizás sacar algo en claro de todo aquel lío.
Lupin, por su parte, durmió hasta la hora de comer, hora en que también llegaron
los señores Weasley y Bill. Con ellos venía Fleur Delacour, que, al parecer, también
se había unido a la Orden.
Todos saludaron a Bill, preguntándole como estaba, y luego a Fleur, que les dirigió
una sonrisa. Preguntó a Harry qué tal estaba y felicitó a Ron por lo que había hecho
en el Caldero Chorreante. Ron se ruborizó, Fleur siempre causaba en él un efecto
similar. Hermione frunció el entrecejo y puso cara rara. Fleur se fijó en ella.
—Hola, «Hegmione» —la saludó Fleur, sonriendo ligeramente.
—Hola —Dijo Hermione con sequedad.
Los Weasley, Bill y Fleur pasaron a la cocina, con Lupin, pero Ron, Harry,
Hermione y Ginny se quedaron un momento en el vestíbulo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Ron.
—¿A mí? —respondió Hermione, extrañada—. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé... tu saludo a Fleur me ha parecido... raro —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Imaginaciones tuyas —repuso Hermione, dirigiéndose a la cocina. Pero antes
de entrar, miró a Ron y dijo—: En todo caso, rara ella. No sé a qué ha venido esa
sonrisa al mirarme.
—Yo sí —afirmó Ginny, muy contenta. Los tres la miraron con curiosidad. Harry,
en realidad, no entendía nada de lo que iba aquella conversación—. Pero no os lo voy
a decir, no es asunto mío —declaró, abriendo la puerta y entrando en la cocina,
dejándolos a los tres allí, que tardaron un momento en seguirla.
La señora Weasley empezó a preparar la comida, ayudado por los chicos y por
Fleur, para acabar cuanto antes.
—¿Cómo te hirieron, Bill? —preguntó Ginny, en cuanto empezaron a comer.
—Bueno, a mí me habían asignado, junto con otros diez magos, que guardáramos
las celdas de los mortífagos. Cuando oímos la alarma y que empezaban los
combates, nos pusimos alerta, esperando el ataque y los refuerzos del Ministerio...
refuerzos que no llegaron nunca. Quien vosotros sabéis nos atacó de repente, sin
darnos casi tiempo a defendernos. No sé como no nos mató a la mayoría. Supongo
que quería marcharse cuanto antes... Se había hecho invisible, y nos pilló casi por
sorpresa... Utilizó un hechizo explosivo de una potencia que no había visto nunca. Así
me hirió a mí, dejándome inconsciente. No pudimos hacer nada. Es demasiado
poderoso... No sé cómo nos nos mató a todos.
Bill sacudió la cabeza, mirando hacia abajo. Fleur le acarició el brazo
cariñosamente y le sonrió. No había duda que le consideraba todo un héroe.
El resto de la comida transcurrió entre el silencio y conversaciones banales. Tras
terminar, Bill fue a acostarse, al igual que el señor Weasley. Fleur volvió a Gringotts, y
Harry, Ron, Hermione y Ginny se fueron a pasar la tarde al salón.
Tardaron dos días en volver a ver a Dumbledore. Sólo quedaban cinco días para
comenzar el curso, y Harry ya se había hecho a la idea de que no daría más clases de
Oclumancia hasta volver a Hogwarts. Pero ese día, Dumbledore volvió a Grimmauld
Place. No parecía haber sido herido, pero estaba serio y preocupado. Parecía más
viejo, mucho más viejo que la última vez que Harry lo había visto. Llamó a Harry y le
comunicó que tendrían una clase, y que sería la última antes del comienzo del curso.
—Bien, Harry —le dijo Dumbledore cuando estuvieron los dos en el salón que
utilizaban siempre—, hoy comenzaremos con el cierre mágico de la mente. Con él,
evitaremos cualquier tipo de intrusión. Es la parte más complicada de la oclumancia, y
la que revela al agresor que dominamos la técnica.
—¿Se lo revela al agresor?
—Sí. Hasta ahora eres capaz de dominar tus pensamientos y recuerdos ante una
intrusión, pero el agresor es capaz de entrar, aunque sólo ve lo que tú le muestras.
Esto impide que sepa si dominas la oclumancia, o bien no tienes lo que busca. Sin
embargo —siguió explicando Dumbledore—, con el cierre mágico, el agresor será
incapaz, o prácticamente incapaz de penetrar y obtener cualquier cosa, con lo que
sabrá que está siendo rechazado ¿Entiendes? Esto es lo que practicaremos ahora.
—Sí... ¿Cómo se hace?
—Esto es lo más complicado. Normalmente, todo aquel que estudia oclumancia
debe de haber estudiado Teoría de la Magia. Como a lo mejor sabes, es una
asignatura que sólo se cursa en séptimo, y es de las más difíciles. Un buen mago se
caracteriza por dominar bien la Teoría de la Magia ¿Has oído hablar de esa
asignatura?
—Un poco —dijo Harry—. Consiste en explicar y entender cómo hacemos los
hechizos y esas cosas ¿Verdad?
—Más o menos —dijo Dumbledore—. En la Teoría de la Magia se estudia por qué
se usan las varitas, cuál es su utilidad, por qué unos hechizos funcionan y otros no...
¿Sabes cuál es la función de la varita mágica?
—Bueno... con ella se hacen los hechizos ¿No? Por lo menos, la mayoría.
—Sí, pero podemos hacer magia sin varita: desaparecernos, la legeremancia,
etc... La varita es un canalizador. Canaliza y proyecta la magia, pero la magia en sí,
se hace con la mente, como cuando estamos enfadados y hacemos cosas extrañas.
Ya sabes a qué me refiero.
Harry asintió. Recordaba haber hecho desaparecer cristales cuando estaba
enfadado, hacer estallar cosas e incluso haber convertido a su tía Marge en un globo.
—Bien —continuó Dumbledore—. Una varita mágica canaliza la magia, haciéndola
más manejable y más potente. Del mismo modo, las pociones no funcionan si el que
las prepara no es un mago, o a veces incluso no funcionan si no es un mago el que se
las bebe. Por ejemplo, Harry, la poción multijugos no funciona si se la toma un
muggle, ¿entiendes?
—Sí —dijo Harry.
—Bien. Lo que intento explicarte es que, para cerrar tu mente mágicamente,
debes hacer magia sin varita. Debes relajarte, dejar la mente en blanco y cerrarla
mediante algún tipo de muro o puerta que nadie pueda abrir ¿lo coges?
—Más o menos... Debo hacer lo mismo que ya hacía, y desear una barrera.
—Sí. Debes dejar tu mente en blanco, excepto por un muro. Ese muro debes
imaginártelo como una barrera entre tu mente y lo que está fuera, o como una puerta.
Eso no funcionaría en un muggle, pero tú eres un mago, y tu mente proyectará esa
barrera contra las agresiones externas, que «rebotarán» en ese muro sin conseguir
obtener nada ¿Lo entiendes? —Harry asintió—. Bien, entonces vamos a probarlo
—Vale —dijo Harry, no muy convencido.
—Contaré hasta cinco, Harry.
Harry fijó su vista de nuevo en el sillón que siempre utilizaba, hasta que no vio
nada, y empezó a pensar en un muro que separaba su mente del exterior.
—uno... dos... tres... cuatro... cinco... ¡Legeremens! —gritó Dumbledore
Harry sintió de nuevo que hurgaban, que intentaban entrar en su mente. Aunque
sólo veía el sillón, no conseguía evitar que aquellos dedos entrasen. Se esforzó más y
segundos después la intrusión cesó.
—Bien —dijo Dumbledore, bajando la varita—. No ha estado mal para ser la
primera vez, pero no has logrado detenerme. Al final me has echado, pero eso ya lo
sabías hacer antes. He visto el muro, pero no es lo que necesitas para detenerme.
Recuerda que no es un muro real. Tienes que proyectar la idea de que tu mente es
infranqueable.
—Lo intentaré, pero es difícil...
—Lo sé, pero cuando hayas cogido la idea progresarás muy rápido. Venga,
volvamos a intentarlo.
Harry dejó de nuevo la mente en blanco. Intentó visualizar el muro, sellar su mente
mediante la magia... y se acordó del hechizo que Hermione había usado en el
departamento de Misterios. Pensó «¡Fermaportus!» mientras visualizaba su mente,
intentando cerrarla como si fuera una puerta. Y sintió que así era. Cuando
Dumbledore gritó «¡Legeremens!», tardó un rato en lograr entrar, y apenas consiguió
nada. Harry lo expulsó con rapidez.
—¡Excelente, Harry! —le felicitó Dumbledore— ¿Cómo lo hiciste? No sentí como
un muro...
—Utilicé el hechizo fermaportus. Lo hice para cerrar la mente y que no se pudiera
abrir, como si fuera una puerta...
—Excelente —dijo Dumbledore, sorprendido—. No esperaba que lo consiguieran
con tanta rapidez... Desde luego, tienes aptitudes, eso no se puede negar —afirmó—.
Bueno, como has visto, un mago no necesita la varita para hacer magia. La varita sólo
es un medio de proyectar la magia, Harry. Pero en tu mente, la magia puedes utilizarla
sin más. Nuestras reacciones mentales, nuestras ideas, son lo que condiciona la
magia que hacemos. No podemos usar hechizos sin saber lo que hacen. La mente es
lo esencial. No lo olvides. Seguiremos trabajando un rato más, para que fijes la idea.
Si lo haces tan bien como ahora, en la próxima clase, que ya daremos en Hogwarts,
utilizaré toda mi capacidad para atacarte, y de improviso ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Harry, un poco colorado por las alabanzas del director.
Siguieron practicando un rato, y Harry no sólo logró hacerlo igual, sino que cada
vez lo hacía mejor. Al cabo de media hora, Dumbledore decidió dejarlo.
—Bueno Harry. Has estado muy bien —dijo, levantándose—. Nos veremos en
Hogwarts —se dirigió a la puerta.
—Profesor...
—¿Sí?
—¿Qué sucedió en Azkaban? —preguntó Harry—. ¿Cómo le hirieron?
—Voldemort me hirió —explicó el anciano mago—. Me cogió por sorpresa, desde
luego... y no se puede negar tampoco que ahora sea más poderoso que antes,
bastante más...
—¿Cómo pudo romper el hechizo antiaparición?
—No lo sé... supongo que con su poder, puede conseguir casi cualquier cosa.
—Pero... ¿Eso quiere decir que podría aparecerse en Hogwarts?
—No —respondió Dumbledore—. El hechizo que protege Hogwarts es muy
antiguo, y de otro tipo... No creo que nadie pueda romperlo. No te preocupes por ello.
¿Algo más?
Harry dudó.
—No, gracias, profesor —dijo finalmente.
—Nos veremos en Hogwarts, entonces —dijo Dumbledore, despidiéndose y
saliendo de la habitación.
Harry se quedó pensativo un momento. No había sido sincero con Dumbledore,
porque no le había hablado de su visión, pero al fin y al cabo, Dumbledore tampoco le
había dicho nada de su conversación con Voldemort, y aunque había comentado el
hecho de que fuera ahora más poderoso que nunca, no había dicho nada acerca de
por qué lo era, ni qué era lo que Dumbledore sabía acerca de la manera en que había
retornado. Y aunque también había mencionado la forma en que Voldemort le había
herido, no comentó nada acerca del hecho de que su hechizo aturdidor apenas había
tenido ningún efecto en él. Intentó convencerse de que había una buena razón para
ello... o bueno, tal vez Dumbledore no lo supiera, aunque Voldemort creyera que sí.
Pensando en que ya lo averiguaría, Harry bajó contento, o todo lo contento que podía
estar en las circunstancias actuales, a explicarles a Ron y a Hermione sus progresos.
—¡Bien, Harry! —dijo Hermione muy alegre—. Por fin te librarás para siempre del
acecho de Voldemort en tus sueños.
—Sí... —Reconoció Harry. Luego su cara se entristeció y dijo con pesadumbre—:
Ojalá me hubiera esforzado tanto con Snape. Ahora Sirius estaría vivo...
—Vamos, no te entristezcas, Harry —le dijo Ginny, poniéndole una mano en el
hombro—. Tú no podías saber que Quien tú sabes intentaría engañarte para que
fueras al Departamento de Misterios...
—Sí, pero Snape me avisó, me dijo que él podría intentar utilizarme... y yo no le di
importancia. Y Hermione también me lo dijo. Me dijo que seguramente sería una
trampa...
—Vamos, déjalo ya —pidió Hermione.
Harry se calló durante un rato, mientras veía como Hermione y Ron jugaban al
ajedrez mágico.
—Le pregunté a Dumbledore sobre el ataque —comentó, cuando Ron y Hermione
terminaron la partida (con victoria de Ron).
—¿Sí? —preguntó Hermione, muy interesada—. ¿Y qué te dijo?
—Nada que ya no supiéramos. No me habló de la causa de que Voldemort sea
ahora cada vez más fuerte... Claro que yo tampoco le conté nada acerca del sueño...
—Eh, Harry... —dijo Hermione, mirando a Ron—. He estado pensando... y creo
que ya sé a qué se refería Voldemort.
Ron asintió.
—¿A qué?
—Creemos que al hecho de usar tu sangre —explicó Hermione.
—¿Mi sangre?
—Sí, él te dijo que tu sangre le haría más fuerte que la de ningún otro, ¿no? —dijo
Ron.
—Sí, pero eso era porque con mi sangre la protección de mi madre no sería una
barrera para él y podría matarme —replicó Harry.
—Es posible que sólo sea eso... pero no encontramos otra cosa —dijo Hermione
—. Tiene que ser por tu sangre.
Harry calló. ¿Tendrían razón? Pero, ¿Por qué iba a ser más poderoso por usar su
sangre? ¿No sería más poderoso si usara la de otro mago más experimentado?
No volvieron a hablar del tema, pero Harry pensaba en ello a menudo, y no podía
evitar sentirse preocupado.
Así pasaron los últimos días de Agosto, y llegó el momento de regresar a
Hogwarts. El día 31, Harry, Ron, Hermione y Ginny prepararon todas sus cosas. Al día
siguiente, dos coches del Ministerio les llevarían a la estación de King’s Cross, para
coger el tren que los llevaría de vuelta al colegio.
6
Comienzo de Curso
Henry Dullymer
El sábado por la tarde lo pasaron haciendo deberes bajo la gran haya junto al lago,
que se había convertido en su sitio preferido cuando hacía buen tiempo. Estaban
haciendo una redacción para herbología sobre las propiedades de las Astinias, unas
extrañas plantas que sólo crecían bajo la luz de la luna y cuyas propiedades relajantes
eran usadas para muchas pócimas del sueño. De hecho, en clase usaban el
encantamiento casco-burbuja para evitar caer dormidos por los efectos de los polvos
que soltaban. Hermione corregía la redacción de Ron tranquilamente, cuando oyeron
la voz arrastrada de Draco Malfoy.
—¡Pero si son los grandes héroes de Hogwarts! —exclamó, haciendo una
reverencia.
Harry, Ron y Hermione levantaron la vista con desagrado. Allí estaba Malfoy,
flanqueado, como siempre, por Crabbe y Goyle, que sonreían.
—¡Pero si es el hijo de presidiario, con sus dos trols de seguridad! —gritó Ron, y
Harry y Hermione se rieron. Malfoy, por el contrario puso su peor cara de desprecio, al
igual que Crabbe y Goyle, a quienes no parecía gustarles que les llamaran trols.
Levantaron los puños y miraron a Ron amenazantes.
—¡Dejadle! —ordenó Malfoy, conteniéndolos—. No se reirá tanto en el próximo
partido de quidditch ¿verdad, Weasley? Supongo que no puedes esforzarte mucho, ¿a
que no? Tu madre te habrá dicho que cuides ese palo que te compró el año pasado...
Seguro que no puede comprarte otro en cincuenta años.
Ron se levantó, furioso, pero Malfoy estaba preparado, sacó rápidamente su varita
y apuntó:
—¡Hemor...
—¡Expelliarmus!
Malfoy no tuvo tiempo de terminar el hechizo, cayó sentado, su varita saltó por los
aires y fue a caer limpiamente en la mano de Henry Dullymer, que se acercaba con su
propia varita en la mano, con la que aún apuntaba a Malfoy.
—¡¿Qué diablos haces?! —le preguntó éste a Dullymer, mirándole casi con odio.
Harry, Ron y Hermione estaban con la boca abierta.
—No querrás que le quiten puntos a Slytherin por tu culpa, ¿verdad, Draco? No
deberías hacer estas tonterías si queremos ganar a Gryffindor este año en la Copa de
las Casas.
—¡No me importa que...!
—Pues a mí sí —dijo Dullymer sin inmutarse.
—¿Por qué les defiendes? ¡Eres muy raro! No será que te gusta la sangre sucia
¿verdad? —preguntó, mirándole resentido.
—No la llames así —repuso él, tranquilamente.
—¡Entonces es eso! ¡Eres la vergüenza de Slytherin! ¡Y me caías bien! —Malfoy
parecía fuera de sí.
—Ella no me gusta. Y aunque así fuera, no veo qué tiene que ver eso con
Slytherin.
Se acercó a Malfoy, le entregó su varita y tiró de él, llevándoselo aparte. Habló con
él un rato, muy serio. La expresión de Malfoy iba del enfado al asombro. Crabbe y
Goyle no sabían qué hacer, y Harry, Ron y Hermione seguían con la boca abierta. Al
fin, Dullymer se apartó de Malfoy y se dirigió hacia los tres amigos.
—Crabbe, Goyle, vámonos —dijo Malfoy, con cara de desagrado. Luego miró
hacia Ron—. Ya nos veremos, Weasley.
—¿Estáis bien? —les preguntó Dullymer al acercarse a ellos.
—Eh... sí, gracias —dijo Ron, aún sorprendido.
—No pasa nada. No me gustan las peleas —dijo Dullymer, encogiéndose de
hombros.
—¿Qué le has dicho a Malfoy para que se fuera? —quiso saber Harry.
—¡Oh! Nada importante... —respondió, sonriente.
—Te ha salido muy bien el hechizo de desarme —le dijo Harry.
—Ya. En Alemania teníamos clases de duelo. Eran las más divertidas, y no se me
daba nada mal. No deberíais pelearos tanto —agregó—. No tiene sentido. Dentro de
poco habrá ese torneo de Quidditch, deberíais uniros para hacer un gran equipo.
—No lo creo... Malfoy y yo siempre nos hemos odiado, desde que llegamos aquí
—le confesó Harry.
—Lo sé, pero, de todas formas... —Volvió a encogerse de hombros— Bueno, he
de irme, también tengo que hacer muchos deberes... Que os divirtáis.
—Hasta luego —dijo Ron—. Y gracias de nuevo.
Dullymer le sonrió y se alejó hacia el castillo.
—¿Qué le habrá dicho a Malfoy? —Se preguntó Hermione, mordiéndose el labio
inferior.
—No lo sé... pero Malfoy no es de los que se dejan intimidar por amenazas...
—¿Qué mas da? El caso es que se ha ido —dijo Harry.
Siguieron trabajando hasta la hora de la cena. Aquella noche, en la mesa de
Gryffindor no se habló de otra cosa que del ataque de Dullymer a Malfoy. Todo el
mundo se había enterado. Harry y Ron lo contaron varias veces. Casi todos los que
habían hablado con Dullymer tenían algo que decir. Parecía haberse convertido en el
héroe del colegio, y el rumor se extendió por las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw,
hasta llegar a la de Slytherin. Harry observó, muy contento, que Malfoy tenía una
expresión de rencor en la cara que le resultó maravillosa. Dullymer, sin embargo,
sonreía ligeramente. Se fijó en la cara de Draco y se le acercó para decirle algo, pero
éste no cambió su cara.
Antes de irse aquel día a la sala común, muchos de Gryffindor saludaron a
Dullymer, al igual que muchos de Ravenclaw y Hufflepuff. Se había vuelto popular. Era
de Slytherin y había puesto en su sitio a Draco Malfoy defendiendo a Harry Potter, a
Ron Weasley y a Hermione Granger. Sí, desde luego, se había convertido en alguien
muy, muy popular.
8
El Segundo Sueño
El sábado, se levantaron a las nueve. Harry pretendía estar entrenando a las diez,
y trabajar por lo menos hasta las dos. Ron protestó un poco cuando Harry le hizo
levantarse de la cama, pero Harry no le hizo ningún caso. En el comedor se
encontraron con los demás. Ginny y Katie ya estaban desayunando y charlaban sobre
quidditch. Kirke y Sloper llegaron detrás de Harry y Ron, y poco después, aparecieron
Gregory Sheldon y Anna Snowblack. Tras desayunar se dirigieron al campo de
Quidditch. Estuvieron un rato aburridísimo mientras Harry terminaba de explicarles las
nuevas tácticas que había diseñado, mirando un montón de libros y demás sobre
Quidditch.
—¡Vamos! —dijo Harry al ver sus caras de sueño y aburrimiento—. ¡Tenemos que
tener una estrategia! Los de Ravenclaw son bastante buenos.
—Sí, Harry, pero esto, a las diez de la mañana un sábadoooo... —dijo Ron
bostezando.
Cuando Harry terminó de explicarles las tácticas a emplear, montaron en las
escobas y se pusieron a entrenar. Harry los observaba, mientras intentaba atrapar la
snitch. Logró cogerla siete veces en la primera hora de entrenamiento. Luego decidió
hacer trabajar duro a Sloper y a Kirke, y hechizó las bludgers para que se dirigieran
contra ellos constantemente. Les costó bastante trabajo y unos cuantos golpes, pero
Harry quedó bastante satisfecho con el trabajo conseguido. Volvió a mandarles
ensayar las tácticas que había diseñado y llamó a Ginny para entrenarla un poco como
buscadora. Tenía que intentar conseguir la snitch antes que Harry. No lo consiguió
ninguna vez, pero Harry consideraba que era mejor entrenamiento para él competir
con alguien que buscar la snitch solo.
Cuando a las dos y cuarto dejaron el entrenamiento, todos estaban molidos, pero
Harry estaba bastante satisfecho.
—Bien —les dijo antes de entrar en los vestuarios— Creo que hemos mejorado
mucho desde el primer entrenamiento. Seguiremos entrenando así la semana que
viene, y me sorprenderé si no ganamos. Ahora, a cambiarse y a comer.
Se cambiaron y salieron. Harry cerró los vestuarios. Hermione se dirigió hacia
ellos.
—¡Hermione! ¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, sorprendido.
—He venido a ver el final de los entrenamientos. No me apetecía comer sola.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Harry.
—Creo que no lo hacéis mal. Desde luego, habéis trabajado duro. Si os emplearais
así en Pociones, seguro que Snape os pondría incluso notables...
—pufff... ¡Vamos, Hermione! Prefiero caerme de la escoba desde los aros que
aguantar una clase de Snape...
Hermione sacudió la cabeza.
Entraron al Gran Comedor. Harry y Ron comieron como mulas. Luego salieron,
porque querían darse un baño. Harry saludó a Cho, que apuraba a los del equipo de
Ravenclaw para ir a entrenar. Cuando iban a flanquear las puertas, Malfoy saltó,
desde la mesa de Slytherin:
—¡Eh, Rey Weasley! ¿Tienes ya corona? ¿Has reservado ya una plaza en San
Mungo?
Ron iba a contestar, pero Harry gritó:
—¡Eh, Malfoy, me han dicho que en tu primer partido te van a atar la snitch a la
mano, tal vez así consigas atraparla!
Malfoy no respondió nada, pero su puso rojo. Harry vio a Dullymer taparse la boca
para reírse. Le saludó y salió con Ron.
—No le hagas caso —le dijo a su amigo—. El muy cretino sólo intenta
desmoralizarte porque tiene miedo de que lo hagas igual de bien que en el último
partido del año pasado.
La semana siguiente, previa al partido, transcurrió en un mar de entusiasmo. A
medida que pasaban los días, se notaba más el nerviosismo de todos, sobre todo en
Gryffindor, donde todos querían ver la actuación del nuevo equipo. Los alumnos no
paraban de dar palmadas a los miembros de equipo, y sobre todo a Harry,
animándolos, preguntándole qué tal iba todo. Harry casi no podía concentrarse en las
clases. Iba a ser su primer partido como capitán. En Pociones, al estar
desconcentrado, Snape le regañaba aún más de lo habitual, y ponía unas sonrisas
aún más repugnantes que de costumbre cuando le ponía una mala nota.
—¡Vamos, Harry! Tienes que concentrarte. Y no le hagas caso, sólo quiere
desconcentraros para el partido contra Ravenclaw... —le decía Hermione. Harry gruñía
y no decía nada.
En Defensa Contra las Artes Oscuras, habían acabado con los patronus, y
Dumbledore les explicaba cosas que el falso Moody no les había enseñado sobre las
Maldiciones Imperdonables. Hagrid, por su parte, les había llevado unos animales
llamados Kowlers. Eran muy difíciles de ver, ya que se camuflaban confundiéndose
con la vegetación, pero eran muy útiles, pues ayudaban a encontrar cualquier tipo de
planta que se necesitara, por rara que fuese. No había llevado aún ningún animal
peligroso a las clases, y todo el mundo estaba bastante contento del rumbo que había
tomado aquella asignatura, lo que alegraba enormemente a Harry.
Al fin llegó el día del partido. Durante el desayuno, Harry, Ron y Ginny recibieron
una carta de los Weasley y de Lupin, donde les daban ánimos para el encuentro. Harry
se sorprendió mucho, y gratamente, porque era la primera vez que hacían algo así. La
mañana transcurrió lentamente y los de Slytherin, en la clase de Cuidado de Criaturas
Mágicas, se mostraron especialmente desagradables.
A la hora de la comida, estaban bastante nerviosos, sobre todo Ron y Harry. Uno
por ver si lo hacía tan bien como en el anterior partido y el otro por ver el resultado de
su primer partido como capitán. Ginny, por su parte, estaba bastante tranquila.
—¿Cómo estáis? —preguntó Hermione, mirándolos a ambos.
—Bueno... un poco nerviosos —respondió Harry.
—Lo haréis bien —les dijo Hermione, sonriéndoles.
Tras terminar de comer, se levantaron para dirigirse al campo. Harry se había
tranquilizado un poco, pero Ron estaba más nervioso aún que antes.
—¿Qué te pasa? El año pasado acabaste bien, ¿no? —le preguntó Hermione,
acercándose a él.
—No sé... ¿Y si lo hago mal? Y encima estarán allí todos los de Slytherin...
—Vamos, te he visto en los entrenamientos y eres muy bueno. Lo harás muy bien
—repitió ella, animándole. Le dio un beso en la mejilla—. ¿Me dedicarás alguna
parada? Al fin y al cabo no te vi en el último partido del año pasado...
Ron se quedó mirando a Hermione como atontado, y luego sonrió.
—Claro... por... por supuesto que sí.
Harry arrastró a Ron hacia la salida del Gran Comedor, mientras el chico volvía
una vez más la cabeza para sonreírle a Hermione.
Llegaron a los vestuarios, se cambiaron y esperaron. Cuando se les llamó,
abrieron la puerta y salieron al campo, volando. El nuevo comentarista, que sustituía a
Lee Jordan, era un chico llamado Lansville, de Hufflepuff, que iba en tercero.
—¡Salen al campo los jugadores de Gryffindor, actuales campeones! ¡Ahí tenemos
a Katie Bell, Ginny Weasley y Gregory Sheldon, cazadores, Andrew Kirke y Jack
Sloper, golpeadores, Ronald Weasley, guardián y Harry Potter, buscador y capitán del
equipo!
Las gradas de Gryffindor aplaudían a reventar, mientras desde Slytherin se oían
fuertes silbidos.
—¡Aquí viene el equipo de Ravenclaw! ¡Con Bradley, Morton y Zalvin, cazadores,
Roserus y Stilwick, golpeadores, Ferziberd, guardián, y Chang, buscadora y capitana!
—Bien ¡Quiero juego limpio! ¿De acuerdo? —les dijo la señora Hooch. Harry se
situó frente a Cho. Se miraron—. ¡Cuando suene el silbato! ¡tres!....
—Suerte, Cho.
—...¡dos!...
—Lo mismo digo, Harry —dijo ella sonriéndole—. Que gane el mejor.
—...¡uno!
La señora Hooch lanzó la quaffle al aire al tiempo que hacía sonar su silbato. Los
cazadores se lanzaron a por ella, y Ginny estuvo a punto de atraparla, pero al final la
cogió Bradley, que se lanzó hacia la meta de Gryffindor. Katie le persiguió, pero no
logró darle alcance. Sorteó a Gregory Sheldon y lanzó.
—¡Bradley lanza y...! ¡¡Weasley lo ha parado!! La quaffle ahora en posesión de
Ginny Weasley, que pasa a Bell, que sortea a Morton ¡¡Uy!! Esa bludger de Stilwick ha
estado a punto de alcanzarla! Se dirige a la meta, lanza y... ¡¡Gol!! ¡Gol de Gryffindor!
Harry se alegró, y saludó a Katie. Luego se volvió hacia Ron y le hizo una seña.
Ron miraba en ese momento hacia los de Slytherin, que parecían decepcionados.
Luego decidió ponerse a buscar la snitch. Cho había empezado a buscar con decisión
tras el gol. Harry se puso también a dar vueltas alrededor del campo, sin dejar de
observar a su equipo. Ahora era Ravenclaw quien atacaba por medio de Zalvin, que se
la pasaba a Bradley. Sloper le lanzó una bludger, pero la esquivó, aunque la maniobra
permitió que Sheldon lograse arrebatarle la quaffle, que cayó en manos de Ginny,
quien se lanzó hacia la meta, sorteando con dificultad a Morton.
—¡Ginny Weasley avanza! ¡Kirke va tras ella y…! ¡Uy! Ha faltado muy poco. Kirke
ha desviado proverbialmente una bludger que ha estado a punto de golpear a Weasley
en la cabeza.
Harry observó a Ginny, que llegó a la meta y lanzó, pero Ferziberd, el guardián de
Ravenclaw, consiguió pararla. Harry hizo un gesto de rabia. Ginny se quedó un
segundo mirando a Ferziberd y luego empezó a perseguir a Bradley, que volvía a la
carga. Harry siguió dando vueltas, pero aún no había rastro de la snitch. Se cruzó con
Cho, quien le sonreía, aunque con un deje de preocupación. Harry no la perdía de
vista por si veía la snitch. En ese momento, Ron volvía a parar un lanzamiento de
Morton, pero no logró retener la quaffle, que cayó en manos de Bradley, quien se
dispuso a tirar de nuevo. Sin embargo, una bludger lanzada hábilmente por Sloper le
alcanzó en un costado, haciéndole tastabillar y soltar la quaffle. Katie descendió en
picado y la cogió, lanzándose hacia la meta de Ravenclaw, mientras Bradley maldecía
en intentaba darle alcance.
—¡Bell avanza! ¡Ha sorteado a Morton y se dirige hacia los aros! Se prepara para
lanzar y... ¡Ha hecho una extraña maniobra y la pasa a Weasley, que ha salido de
atrás! Ferziberd está mal colocado ahora y... ¡¡gol de Gryffindor!! ¡Ginny Weasley ha
marcado!
Las gradas de Gryffindor chillaban a reventar. Harry levantó un pulgar en dirección
a Ginny, quien le sonrió. Esa jugada había sido idea de él y de Ron, y la habían
ensayado las dos últimas semanas.
Cho parecía cada vez más apurada por encontrar la snitch. Estaba casi del otro
lado del campo, cerca de Ron. Harry le miró y vio un reflejo dorado cerca del aro
izquierdo. Harry intentó acercarse no demasiado rápido ni directo para evitar que Cho
se diera cuenta, pero ella también lo vio. Se lanzó a por la snitch, y Harry aceleró
cuanto pudo, pero estaba demasiado lejos. Cho se acercaba al aro, cuando Sloper,
que se había dado cuenta, le lanzó una bludger obligándola a desviarse. La snitch se
movió hacia el otro lado, acercándose algo más a Harry, que aceleró más. Cho
recurperó velocidad y se dirigió también hacia la snitch. El estadio había callado,
expectante ante la jugada. Ambos cazadores estiraron la mano, pero en ese momento,
la snitch se movió muy rápidamente. Harry no vio hacia donde iba porque tuvo que
hacer un movimiento muy brusco, al igual que Cho, para evitar chocar.
—¿Estás bien? —le preguntó. Habían faltado cinco centímetros.
—¡Sí! —le gritó Cho, que empezó a mirar por si volvía a ver la snitch.
El partido continuó. Pasó más de media hora antes de que volviera a verse rastro
de la snitch, que parecía particularmente difícil. En ese tiempo, Katie logró marcar
otros dos tantos, con lo que Gryffindor se puso cuarenta a cero, pero Ravenclaw logró
recortar veinte puntos por medio de Bradley. En el momento en que Ginny y Katie se
dirigían de nuevo hacia la meta de Ravenclaw después de una parada de Ron,
siguiendo otra de las jugadas ensayadas, Harry vio la snitch cerca de las gradas de
Slytherin, y se lanzó hacia allí a toda velocidad. Algunos alumnos tuvieron que
agacharse. Cho le vio, y se lanzó a su vez. La snitch volvió a moverse de nuevo y
empezó a dar vueltas, cerca de suelo, muy rápida. Harry la persiguió, seguido de Cho.
Pero la Saeta de Fuego de Harry era más rápida, y la snitch también era muy veloz,
así que Cho no logró mantenerse a la altura. Viendo que así no conseguía nada,
levantó el vuelo intentando averiguar hacia dónde seguiría la snitch. Por suerte para
ella, la snitch subió y se dirigió hacia atrás, a unos cuatro metros de altura. Harry viró e
intentó seguirla, pero la snitch se dirigía recta hacia Cho. Viendo que la iba a coger,
Harry aceleró al máximo la Saeta, situándose a un metro de la pequeña esfera dorada.
Se dio cuenta de que Cho iba atraparla, así que hizo lo único que podía. Se irguió,
estiró la mano... y saltó. Saltó sin pensar, mientras la escoba iba a casi doscientos
kilómetros por hora. Logró agarrar la snitch un segundo antes de que pasara Cho.
Cayó por el suelo a toda velocidad, dando vueltas y volteretas, rodando por el césped,
haciéndose un ovillo para evitar hacerse demasiado daño. Por suerte, las túnicas de
quidditch era de muy buena calidad a la hora de evitar daños. Cuando se detuvo,
estaba mareado, medio inconsciente y le dolía todo el cuerpo. Todo el estadio quedó
en silencio, incluso el comentarista, Lansville. Momentos después, oyó vagamente que
decía:
—¡¡Harry Potter está en el suelo!! ¡Ha saltado de su escoba y ha caído! ¡No se
mueve!
Harry, haciendo un esfuerzo terrible, levantó algo el brazo y dejó ver la snitch, que
aún tenía atrapada en su mano.
El estadio prorrumpió en gritos. En las gradas de Gryffindor, los alumnos saltaban.
Los de Ravenclaw, que se veían ganadores al ver cómo la snitch se dirigía hacia Cho,
se veían abatidos, y los de Slytherin silbaban.
—¡¡Harry Potter ha atrapado la snitch!! ¡Gryffindor gana por ciento noventa a
veinte!
Harry ya no oyó más. Dejó caer el brazo. Vio fugazmente como los jugadores del
equipo de Gryffindor bajaban y le rodeaban, preocupados. Luego no resistió más y se
desmayó.
De Mal en Peor
...o quizá no. Quizá hay algo más entre ellos. Quizá los sueños te han mostrado lo
que tienes delante de los ojos y te niegas a ver. Lo que quizás ellos mismos se niegan
a ver.
Murmuró una voz en su cabeza. ¿Qué quería decir eso? ¿Que Ron y Hermione se
gustaban? ¿Era eso? No lo sabía... cierto es que algo sospechaba a veces, pero... se
le hacía extraño pensarlo, aunque eso explicaría tantas cosas...
Y si era cierto... si realmente los sueños le mostraban cosas que él mismo no
veía... ¿No podría Voldemort averiguar algo importante a través de ellos?
Seguramente sí podría.
De todas formas daba igual, porque él no era así, él nunca haría eso, no. Jamás.
¿Ah, no? ¿Y el incidente con la serpiente qué? Querías hacerle daño a aquel
chico. Reconócelo.
Harry cerró los ojos. Hacía mucho que no recordaba el incidente con la serpiente
de Piers... ¿Qué le pasaba? ¿Qué diablos le sucedía? ¿Sería posible que llegase a
convertirse en lo que había visto en sus sueños?
«No —se dijo—. Nunca. Ya una vez pensé eso, cuando se abrió la Cámara de los
Secretos, y no tenía nada que ver conmigo. Yo elijo. Yo tomo mis decisiones», pensó.
Al menos, eso esperaba. Eso esperaba.
—¿Por qué estás aquí tan solo? —preguntó a sus espaldas una voz soñadora.
Harry se volvió rápidamente, saliendo bruscamente de su ensimismamiento, y vio a
Luna Lovegood, que lo miraba con sus ojos saltones.
—Me apetecía pensar —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué
estás sola tú?
—Bueno, casi siempre lo estoy. ¿Quién querría estar con la lunática Lovegood?
El tono en que Luna dijo aquello hizo que Harry sintiera lástima por ella.
—A mí no me importa —contestó él, con sinceridad.
Luna le sonrió.
—Pareces preocupado. ¿Te pasa algo? ¿Es por tu padrino? —preguntó.
—No, no es por él. Ya he asumido su muerte. Algunas personas me dijeron que
aquellos a quienes queremos nunca nos abandonan, y que los volveremos a ver.
Miró hacia la chica, sonriendo. Ella también le sonrió.
—Si no es por eso... ¿Por qué es?
—He tenido malos sueños. Muy malos.
—Bueno, yo también tengo pesadillas a veces sobre lo que...
—No es eso. Es que soñé que mataba a Ron, y era tan real... tengo miedo, y me
enfadé con él y Hermione, porque creen que algo así nunca sucederá y... ¡No lo
entienden!
Luna no dijo nada.
—Oye, Luna... —Harry no sabía si preguntárselo o no, ella creía en muchas cosas
absurdas, y quizás no sirviera de ayuda, pero era otra opinión—. ¿Tú crees... crees
que alguien pueda dominar a una persona a través de sus sueños?
Los ojos de la chica se iluminaron.
—Bueno, hace tiempo, mi padre escribió un artículo sobre una oscura tribu de
magos africanos, los Wabbylassi, que... —se interrumpió al ver la cara escéptica de
Harry—. Tú también piensas que todo lo que sale en El Quisquilloso son tonterías,
¿verdad?
A Harry le parecía cruel decirle que en general sí, y miró hacia el lago. Ella no se
ofendió.
—Mira, estamos en el mundo mágico, ¿no? Todo es posible. ¿Acaso si antes de
recibir la carta de Hogwarts hubieras leído de su existencia en una revista, lo habrías
creído?
A Harry le impactó el argumento. Desde luego, era bueno.
—Pues... bueno, supongo que tienes razón.
—Tal vez todo el mundo piense que soy una lunática, pero me gusta pensar que
todo es posible, Harry.
—Yo no creo que estés loca —repuso Harry—. Lo siento.
—No tienes que disculparte conmigo —respondió ella—. Tal vez sí deberías
hacerlo con tus amigos. Mira, sé que estáis muy unidos, eso se ve... Quizás te
comprenden mucho mejor de lo que imaginas, y por eso saben que nunca harías algo
así.
Luna se levantó.
—Gracias —dijo Harry.
—De nada, Harry. Cuídate —se despidió ella, mientras se alejaba.
Harry la miró un rato, mientras ella regresaba al castillo, y decidió seguir su
consejo, por lo que se dirigió a la sala común.
Cuando entró, vio a Ron y a Hermione sentados, esperando. En cuanto le vieron,
se levantaron con una ligera vacilación. Harry los miró, y se sintió mal. Se acercó a
ellos.
—Ron... Hermione... lo siento —farfulló.
Ron y Hermione le miraron un instante y luego sonrieron.
—Está bien, Harry —dijo Hermione—. No te preocupes. Sabemos que no es fácil.
—De verdad que lo siento...
—No pasa nada —aseguró Ron.
Aliviado, se sentó con sus dos amigos junto al fuego.
—Harry... —dijo Ron—. ¿Por qué no intentas tú entrar en esa mente compartida?
Podrías intentar ver cosas, averiguar más...
—No sé cómo hacerlo. Nunca lo he intentado. Todas las visiones que tenía del
estado de ánimo de Voldemort eran automáticas. Nunca intenté ver por mí mismo...
Supongo que para eso tendría que dominar la legeremancia... Y yo no quiero tener
más sueños de esos... ¡Son horribles! No quiero verme matando a nadie más... No sé
si podría soportarlo...
—¿A quien te has visto matando? —preguntó Ginny, que se había acercado a
ellos mientras hablaban.
—¡Ginny! ¿Qué haces aquí? —le preguntó Ron, enfadado.
—Sólo quería estar un rato con vosotros. No estaba curioseando —añadió, al ver
la expresión de su hermano—. Pero le he oído decir eso... ¿Ha pasado algo? —
preguntó, un poco asustada.
—He tenido otro sueño —respondió Harry.
—¿Otro? ¿Cómo aquel...?
—Sí.
—¿Y qué... qué sucedía esta vez? —preguntó, bajando la voz.
Harry se lo contó por encima, evitando decirle que ya la había matado a ella y a
toda su familia. Cuando terminó, la chica parecía asustada, como él mismo estaba.
Hablar con sus amigos, sin embargo, le animó algo, aunque durante los días
siguientes, cada vez que se quedaba un rato solo, aquellas imágenes volvían a asaltar
su cabeza una y otra vez.
El lunes transcurrió tranquilo y sin incidentes. Por todos los pasillos crecía la
emoción debido al partido de quidditch que enfrentaría a Hufflepuff y Slytherin ese
viernes. Slytherin debía ganar, si no quería quedarse por detrás de Gryffindor.
Sin embargo, la expectación por el partido se vio un poco apartada el martes por la
mañana. Harry se dio cuenta de que en la mesa de los profesores, cuchicheaban unos
con otros, y supo que pasaba algo raro. Lo que se confirmó cuando Hermione recibió
El Profeta. Lo desplegó, empezó a leerlo y sus ojos se abrieron desmesuradamente.
Con el labio temblando, miró a sus amigos.
—Harry... Ron... Leed... leed esto.
Hermione les mostró la portada:
Ron se quedó perplejo. ¿La novia de Percy muerta? Miró hacia Dumbledore, quien
le devolvió la mirada. Se levantó, seguido de Ginny y de Harry y Hermione, y se
acercó a la mesa de los profesores.
—¡Profesor Dumbledore! ¿Qué ha pasado?
El director los miró con expresión grave y triste.
—Será mejor que me acompañe a mi despacho, señor Weasley, y también su
hermana —dijo—. Potter y la señorita Granger también pueden venir.
La profesora McGonagall y Dumbledore salieron del comedor, seguidos por los
cuatro amigos. A Harry no se le escapó la cara de preocupación de Dullymer, ni la
alegría contenida que mostraba Malfoy. Se obligó a mirar hacia otro lado.
Entraron en el despacho de la profesora McGonagall, y cerraron la puerta.
—¿Qué ha sucedido? —volvió a preguntar Ron.
—Verás, Ron —explicó Dumbledore—. Anoche celebramos una reunión de la
Orden del Fénix. Invitamos a Percy, y finalmente vino. Penélope, sin embargo, aún no
había llegado a casa. Estaba allí cuando ocurrió el ataque. Creemos que los
atacantes iban detrás de Percy.
—¿Pero por qué? ¿Por ser del Departamento de Cooperación Mágica
Internacional? —preguntó Ron.
—No —respondió Dumbledore lentamente—. Me temo que simplemente por ser
de tu familia. Por ser de la Orden del Fénix, y, concretamente, por ser amigos de
Harry.
—¿Por ser...? —preguntó Harry, incrédulo—. No puede ser... ¿Por qué...? ¿Qué
tiene que ver...?
—Lo tiene que ver todo, Harry —respondió Dumbledore—. Recuerda lo que te
expliqué cuando hablamos en verano. Recuerda lo que viste en tu sueño. Voldemort
va a tratar de hacerte daño, de destruir a los que amas. No hace falta decir que debéis
tener todos muchísimo cuidado.
—¿Han atacado a esa chica por mi culpa? —preguntó Harry, asustado y enfadado
—. ¿Intenta decirme eso?
—No —negó Dumbledore rotundamente—. No debes de pensar eso ni por un
momento. Tú no tienes la culpa de lo que Voldemort o sus mortífagos hagan. Y esto,
Harry —le advirtió Dumbledore muy seriamente—, es algo que deberás recordar muy
bien. No es culpa tuya.
—¡Pero lo hizo por mí! —chilló Harry.
—Sí, pero no puedes culparte de eso. Tú no elegiste ser quien eres, o tener esa
cicatriz. El único responsable de ese asesinato es Voldemort, Harry. No debes olvidar
esto nunca —insistió.
—Diga lo que diga, lo hizo por mí...
—Harry, sabes bien que no pondría nada sobre ti si no fuese necesario, o si no te
lo hubiese prometido —le dijo Dumbledore—. Pero creo que debes saber el por qué.
Sé que es difícil, pero tienes que ser fuerte, y, sobre todo, recordad que nada, nada
de lo que pase es culpa tuya. —Los miró a todos, especialmente a Ron y a Ginny—.
Supongo que querréis enviar una lechuza, así que podéis saltaros las primeras
clases. Todos.
Ron le dio las gracias al director con voz débil, y salieron del despacho, cabizbajos
y silenciosos. Se dirigieron a la sala común. Desde luego que se saltaban Pociones.
Lo que menos querían era ver a Snape, y menos aún a Malfoy. La sala estaba
totalmente vacía, y aprovecharon para escribir una carta para Percy y para los
señores Weasley. A Harry ya se le había pasado del todo el enfado y el rencor hacia
Percy. La firmaron todos y la enviaron por medio de Hedwig.
El día transcurrió triste y apagado. Ron y Ginny parecían idos, y Harry no se
quitaba de la cabeza la idea de que todo era por su culpa. Primero el sueño aquel, y
dos días después, una chica era asesinada por ser novia de un miembro de la familia
Weasley... sólo por aquel motivo... Recordó a Penélope, cuando él y Ron la habían
visto saliendo de las mazmorras, cuando es su segundo año se habían transformando
en Crabbe y Goyle por una hora, la recordó en la enfermería, petrificada, y también
cuando le había pedido ver su Saeta de Fuego, en tercero... y ahora estaba muerta.
Mientras tanto, Hermione intentaba consolar como podía a unos y a otros, sin
demasiado éxito.
Por la noche les llegó la contestación a su carta. Era una nota breve y triste. Percy
sólo había escrito una línea, agradeciendo su preocupación y su apoyo. Los Weasley,
por su parte, les pedían que no se preocuparan y que tuvieran cuidado, muchísimo
cuidado. Que no se alejasen unos de otros y no salieran del castillo a deshoras.
Harry creía que ya no se podía sentir peor de lo que se sentía. Ya casi no lograba
recordar la alegría sentida después del partido contra Ravenclaw...
Hermione pareció darse cuenta de lo que Harry sentía, y se acercó a él.
—No puedes culparte, Harry. Eso es lo que Voldemort pretende, hacer que te
sientas mal, que te culpes, que te hagas vulnerable... Tienes que sobreponerte,
vamos —le animó—. No puedes estar así... Y estás descuidando tus deberes.
—¡Ya sé que no debo sentirme así! —gritó Harry—. Pero no puedo evitarlo... Tú
no viste esos sueños... Voldemort no mata personas por tu causa...
—Venga, Harry. Ya es suficiente con que muera gente. No dejes que su muerte
haya sido inútil. Tienes que reponerte. Tienes que luchar. Venga, vamos a hacer
ambos el trabajo de la profesora McGonagall. Ron también lo está haciendo.
Harry miró a su amigo, que se había puesto a trabajar con un ímpetu desconocido
en él tras leer la carta. Harry hizo un esfuerzo y se dirigió a donde estaba, siguiendo a
Hermione.
La semana no transcurrió mucho mejor que aquel día, pues Harry seguía teniendo
el ánimo por los suelos. Tampoco Ginny se encontraba muy bien, sabiendo que su
hermano había perdido a su novia, Ron sin embargo, pareció superarlo bastante bien.
Al fin llegó el viernes, cuando iban a enfrentarse Slytherin y Hufflepuff. Ron intentó
animar a Harry diciéndole que esperaba que Slytherin perdiese. Harry intentó quitarse
las preocupaciones intentando concentrarse en el partido, lo que consiguió solamente
a medias.
El día del partido, Harry, Ron y Hermione se dirigieron al estadio. Ocuparon unos
asientos de primera fila y se dispusieron para animar a Hufflepuff. Hagrid se sentó con
ellos. Un poco antes de empezar el partido, llegó Ginny, y, acompañándola, Henry
Dullymer vestido con los colores de Slytherin.
—¡Hola! —saludó muy contento—. Hola, Hagrid.
—Hola, Henry —le dijo Hagrid, mirándole amablemente.
—He venido a saludaros y a daros algo de ánimo. Leí en El Profeta la noticia del
ataque de Londres, y hablé con Ginny, que estaba bastante afectada y... bueno,
también quería decirte que lo siento, Ron.
—Gracias... no tenías que molestarte —agradeció Ron.
Henry se quedó un momento sin saber qué más añadir.
—Bueno, voy a ver el partido con los míos. Seguramente vosotros animaréis a
Hufflepuff... —les dijo sonriendo.
—Bueno... —empezó a decir Harry.
—¡Oh! No pasa nada. Estoy seguro de que vamos a ganar, y, sinceramente, yo
también habría deseado que perdierais vosotros. Lo tendríamos más fácil. Bueno, me
voy. Adiós Ginny —dijo, y se fue hacia las bancadas de Slytherin.
—¿«Adiós Ginny»? —interrogó Ron, mirando a su hermana con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? Es compañero mío —soltó Ginny, a la defensiva.
—¿Sólo amigo? —prosiguió Ron.
—¡Oh, vamos, Ron! —dijo Hermione, exasperada—. Déjala en paz, ¿quieres? El
partido va a comenzar...
Ron calló, aunque dando la impresión de que no había terminado con aquella
conversación. Los dos equipos saltaron al campo y el partido comenzó con el pitido de
la señora Hooch.
El partido estuvo interesante, y Harry consiguió casi olvidarse de las
preocupaciones que le atormentaban, aunque no tuvo la alegría de ver perder a
Slytherin. Iban 70 a 40 a favor del equipo de Malfoy cuando éste logró atrapar la
snitch, aunque le faltó poco para que la cogiese Summerby, el buscador de Hufflepuff,
que era bastante bueno. Sin embargo, montaba una Cometa 340, que no podía
compararse con la Nimbus 2.001 de Malfoy. Harry pensó que si Summerby hubiese
tenido aunque solamente fuera una Nimbus 2000, habría logrado atrapar la snitch. Sin
embargo, no era así. Malfoy se paseó por el estadio con la snitch en la mano, muy
ufano, y al pasar por donde estaba Harry le dirigió una mirada de desprecio. Las
gradas de Slytherin le vitoreaban, mientras todos los demás silbaban y abucheaban.
Hagrid se lamentaba de que Slytherin hubiera ganado, aunque técnicamente no
debería de tomar partido.
—Bueno, no te preocupes, Harry. Tú eres mucho mejor que Malfoy.
—Gracias, Hagrid —le dijo Harry, forzando un poco la sonrisa.
Al ganar 220 a 40, Slytherin se ponía por delante de Gryffindor en el campeonato,
aunque Harry no dudaba que él sería perfectamente capaz de atrapar la snitch antes
que Malfoy y ganar, cuando jugaran contra ellos.
Cuando subían hacia el castillo, Dullymer se les acercó, muy contento.
—Bueno, lo siento, chicos. ¡Tendréis que esforzaros más en el próximo encuentro!
—exclamó, dirigiéndose hacia Harry, Ron y Ginny. Luego se unió al grupo con el que
venía y se adelantaron hacia el Castillo.
La semana siguiente no fue mejor que la anterior. En las clases de Pociones,
Harry estaba aún demasiado despistado y Snape no paraba de mandarle trabajos
extra y de ponerle ceros. Encima, Malfoy estaba aún, si cabe, más desagradable.
Antes de la clase del martes, abordó a Ron, muy sonriente.
—¿Qué tal, Weasley? ¿Con duelo en la familia?
Crabbe y Goyle se rieron. Ron no dijo nada, pero antes de que Hermione o Harry,
que miraban con profundo odio a Malfoy, pudieran detenerlo, sacó su varita y le echó
un maleficio que llenó toda la cara de Draco de pústulas supurantes.
Desgraciadamente, en ese momento llegaba Snape, quien pidió explicaciones a
Crabbe, el cual, conteniendo la risa, le contó que Ron había llegado, sacado su varita
y atacado a Malfoy.
—¿Te ha parecido divertido, Weasley?
—¡No es cierto, señor! —se defendió Ron—. ¡Él empezó! Sólo le estaba dando su
merecido...
—Ya veo. Parece ser que opinas que tienes madera de juez o de verdugo, ¿eh?
Bien, veinte puntos menos para Gryffindor, y luego ya pensaremos el castigo...
—¡Pero profesor, Malfoy se burló del asesinato de Penélope Clearwater!
—No creo haberle preguntado, señorita Granger, así que cállese —dijo con tono
cortante. Luego se dirigió a Crabbe y a Goyle—: llevadle a la enfermería.
Cuando la clase acabó, Snape llamó a Ron y le ordenó una de las cosas que éste
más odiaba como castigo: limpiar los orinales de la enfermería sin magia.
Hermione dejó de leer. Harry se horrorizó. Nunca le había caído bien Karkarov,
pero no le habría deseado que Voldemort lo atrapara. Había tardado casi un año y
medio, pero no le había valido de nada huir.
—Parece ser que no consiguió escapar... —dijo Hermione, que también parecía
horrorizada por la noticia.
—Si Voldemort va detrás de ti lo tienes mal —afirmó Harry.
—Muerto a base de emplear la maldición cruciatus... debe de ser horrible —dijo
Ron con desagrado.
—Es una especie de escarmiento, para que a nadie más se le vuelva a ocurrir
traicionarle —opinó Harry—. Quería dar una lección...
—De verdad ha comenzado ¿no creéis? —les preguntó Hermione—. Los
asesinatos, ataques y demás van en aumento...
—Sí, ya ha comenzado —dijo Harry—. Y cada vez irá a peor.
—¿Lo habrá hecho él mismo? —preguntó Ron—. ¿O habrán sido los mortífagos?
—No creo que se haya ido a Grecia para torturar a Karkarov —dijo Hermione—.
Seguramente lo hizo algún otro... quizás Rookwood. Seguro que le tenía ganas.
—¿Rookwood? —preguntó Ron, sin comprender.
—Sí. Rookwood entró en Azkaban acusado por Karkarov —explicó Harry—.
Acusó a otros también, pero ya estaban muertos o capturados.
Continuaron hablaron de Karkarov mientras regresaban al castillo. Notaron que
muchos otros alumnos también hablaban y comentaban el tema, sobre lo horrible que
sería morir así, o cómo habría conseguido Voldemort encontrarle...
Pasó el fin de semana y llegó el lunes, donde, en la clase de Pociones, Snape
estuvo mucho más tranquilo de lo habitual. Les dio las instrucciones de una nueva
poción y se sentó, pensativo, en su mesa. Harry supuso que en su mente estaba
presente la captura de Karkarov, y que seguramente se preguntaba si sería el
siguiente... seguramente tenía miedo, y Harry no podía reprochárselo. Se preguntó
cómo hacía Snape para enterarse de lo que los mortífagos planeaban. ¿Habría vuelto
con ellos, como había hecho hacía dieciséis años? Snape era experto en oclumancia,
y seguramente podría engañar a Voldemort, pero ¿cómo podría éste creer a Snape,
cuando él se había enfrentado a Quirrell? Si hubiera sido fiel, Snape tendría que
haberle ayudado entonces... Harry permaneció sumido en esos pensamientos hasta el
final de la clase. Harry odiaba a Snape, pero aún así, no deseaba ni por asomo que
Voldemort lo capturara. Probablemente le esperaría la misma muerte que a Karkarov,
o incluso peor. Aún así, seguía trabajando para la Orden y arriesgándose. Por primera
vez en su vida, y aún a pesar de la aversión que le tenía, Harry sintió admiración por
su profesor de Pociones.
10
—Harry ¿qué te pasa? —preguntó Ron, preocupado al ver la cara de Harry cuando
se dirigían al comedor. Harry había estado silencioso toda la mañana—. ¿Qué te dijo
Dumbledore?
—¿Que qué me pasa? —preguntó Harry—. ¿Habéis visto lo que he hecho? Ya
oísteis a Dumbledore: ¡Nunca había visto a nadie hacerlo así!
Aceleró el paso hacia el comedor.
—Tranquilízate, Harry —le dijo Hermione, pero él no le hizo caso—. Harry, ¡párate!
Harry se detuvo y miró a su amiga.
—Has hecho algo muy difícil, sí, ¿y qué? También aprendiste a hacer un patronus
a los trece años, algo que casi nadie ha hecho tampoco, y no te asustaste ¿verdad?
—No, pero el patronus no es un hechizo de las Artes Oscuras.
—El hechizo explosivo no es necesariamente parte de las Artes Oscuras, aunque
los mortífagos lo utilicen —repuso Hermione—. Es un hechizo poderoso y nada más.
Todos sabemos que tienes algunos poderes especiales ¿y qué? No se puede decir
que no vayas a necesitarlos ¿verdad?
Harry no dijo nada.
—Hermione tiene razón, Harry, no hay motivo para que te pongas así. Esto sólo
significa que tendrás buena nota en Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¡No es sólo eso! ¡No es el hechizo! ¡Es cómo me sentí al usarlo! Sentí... sentí...
algo dentro de mí, algo malo...
Ron y Hermione se miraron, y luego observaron a Harry.
—No te preocupes —dijo Hermione, poniéndole una mano sobre el hombro—.
Todo irá bien... de verdad, no has hecho nada malo.
Harry miró a su amiga y asintió.
A Harry le alegró comprobar que sus compañeros pensaban igual que Hermione y
Ron, porque, en el comedor, todo el mundo le felicitó por su hechizo, e incluso algunos
le sugerían una pequeña demostración contra la zona de la mesa de Slytherin en
donde estaba Draco Malfoy.
—Me parece una magnífica idea... o, si no quieres que te vean, espera a
encontrártelo por los jardines —dijo Ron, contento, mientras Harry sonreía. A
Hermione, sin embargo, no le hizo ninguna gracia.
—¡Ni se te ocurra! —le dijo a Harry. Luego miró a Ron—. ¿Cómo dices esas
cosas?
—Vamos, Hermione, sólo era broma. Es obvio que no va a usar el hechizo
deflagratius contra una persona. Aunque seguro que ahora no se pone tan bravucón
contigo... —añadió, mirando de nuevo a su amigo.
—Eso espero. No tengo ninguna necesidad de verle ni de hablar con él.
Y efectivamente, durante toda la semana, Malfoy no se dirigió a Harry, Ron o
Hermione una sola vez. La verdad, los de Slytherin le miraban con un poco de temor,
pero a Harry no le importaba demasiado. De hecho, eso le alegraba. Snape
continuaba callado y tranquilo, y Harry prefería verle así, aunque no se alegrara del
peligro que corría. Por las tardes, procuraban ir a entrenar para quidditch siempre que
podían. Las pruebas para el equipo de Hogwarts eran la semana siguiente, y Harry
estaba decidido a que la mayor parte de ese equipo procediera de Gryffindor. Harry no
había hablado en serio con nadie acerca de quién creía que formaría el equipo del
colegio. Se elegirían los siete jugadores más un suplente para cada uno. Suponía que,
de Gryffindor, lograrían entrar en el equipo titular él y Katie, y quizás, si le iba bien en
las pruebas, pudiese entrar Ron. No creía que Sloper y Kirke llegaran ni siquiera a ser
suplentes, a pesar de lo mucho que habían mejorado. En cuanto a Ginny, esperaba
que pudiese estar en el equipo final, aunque fuese sólo una suplente.
Todo el equipo se esforzaba al máximo, pero los de las demás casas no se
quedaban atrás. Harry había visto entrenar varias veces a Cho, y la chica lo hacía
realmente bien. Una tarde, al salir de los vestuarios tras el entrenamiento, vio a los de
Ravenclaw, que iban a iniciar el suyo. Se acercó a hablar con Cho.
—Hola —saludó.
—Hola, Harry. ¿Cómo fue vuestro entrenamiento? ¿Estás preparado para las
pruebas?
—Creo que sí —dijo Harry con seguridad—. ¿Y tú?
—Lo intento. Creo que voy bastante bien... aunque supongo que el puesto lo
conseguirás tú.
—Bueno... si es así, espero que seas tú y no Malfoy quien obtenga el puesto de
buscador suplente. O que ganes tú, si no lo consigo yo.
—Gracias —le dijo Cho, sonriente.
—No tienes que agradecerme que te desee algo mejor que a Malfoy —le dijo,
riendo—. Incluso a un dementor le desearía algo mejor que a Malfoy.
Cho se rió.
—Bueno, Harry, he de ir a entrenar —dijo, mirando a su equipo, que ya la
esperaba en el aire.
—Vale. Suerte...
—Gracias. Adiós.
Harry esperó a Ron y a Ginny para regresar al castillo. Hermione no había bajado
al entrenamiento. Estaba demasiado ocupada con una gran traducción para la clase
de Runas Antiguas.
Cuando llegaron a la sala común de Gryffindor, la vieron, enfrascada en trabajo en
una mesa cerca de la ventana.
—¿Qué tal ha ido? —les preguntó al verlos.
—Creo que bien —respondió Harry—. El equipo estará preparado. Me llevaré una
sorpresa si al menos cuatro de nosotros no entramos en el equipo, como titulares o
como suplentes.
—Bien. Sólo espero que no haya demasiados de Slytherin —dijo Hermione,
volviendo a su trabajo.
En la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras del jueves, Dumbledore volvió a
llevarlos a los terrenos, para seguir entrenado los hechizos explosivos. Volvía a haber
un montón de piedras, y, como la primera vez, una era más grande que las demás.
—Bien. Hoy seguiremos practicando los hechizos, y todos volveréis a intentarlo —
les dijo Dumbledore—. Como veis, he traído una roca especialmente grande, a ver qué
podéis hacer con ella.
Los alumnos empezaron a murmurar. Casi nadie era capaz de hacer estallar una
de las piedras pequeñas, así que difícilmente podrían hacer estallar la grande, que era
sólo un poco más pequeña que la que había usado Dumbledore en su demostración.
—Antes de probarlo —continuó diciendo Dumbledore—. Os mostraré el único
hechizo que puede detener, siempre parcialmente, al hechizo explosivo. Por supuesto,
si un mago lanza su hechizo con potencia directamente contra alguien, ni este hechizo
lo salvará. Su utilidad reside en evitar los efectos colaterales —Hizo una pequeña
pausa—. Bien, muchos de vosotros ya conocéis el encantamiento escudo, protego,
que sirve para desviar pequeñas maldiciones, y también conocéis los encantamientos
repulsores, que se usan para alejar objetos. El encantamiento escudo que se usa
contra el hechizo explosivo es una combinación de los dos que busca desviar la onda
expansiva de la explosión. Prestad atención —dijo Dumbledore sacando la varita—,
porque es difícil, y si no se hace rápido no sirve de nada. —se dirigió a Harry—: Ahora,
vas a destruir la roca grande con tu hechizo ¿de acuerdo? Estoy seguro de que
podrás. Yo —señaló, dirigiéndose a los demás— me pondré delante de vosotros y
usaré el hechizo para protegeros. Observad cómo se hace.
Describió un movimiento circular rápido con la varita, y luego la levantó frente a él
diciendo «¡protego repulsorum!»
—¡Adelante Harry! —le dijo Dumbledore mientras mantenía la varita levantada.
Harry miró a sus compañeros, no demasiado seguro, pero apuntó a la roca. Se
concentró e intentó recordar toda la rabia que podía sentir.
—¡Deflagratio!
El pequeño punto de luz salió de la varita de Harry e impactó contra la roca, pero,
contra lo que todos esperaban, apenas si le hizo un agujero y algunas grietas.
Dumbledore parecía confundido, y los demás gryffindors se miraban unos a otros.
—Harry, ¿qué ha pasado? —le preguntó Dumbledore, bajando la varita y
acercándosele.
—No... no lo sé —respondió. Aunque era mentira. Tenía una ligera idea de por qué
el hechizo no había funcionado.
—No debes sentir temor de tus poderes, Harry. Para bien o para mal, son tuyos —
le dijo Dumbledore suavemente—. Es eso, ¿verdad?
Harry no respondió.
—Si no te gustan, mayor razón para aprender a controlarlos. Venga, vuelve a
intentarlo.
Harry suspiró y asintió. Esperó a que Dumbledore volviera a crear el escudo, y se
preparó, concentrándose, dejando que la rabia y los recuerdos lo invadieran de nuevo,
deseando ver aquella roca destrozada, deseando...
—¡Deflagratio!
Y esta vez sí. Un poderoso punto luminoso impactó en la roca, haciéndola estallar
en millones de fragmentos, calcinando la tierra a su alrededor y haciendo que todos
levantasen los brazos para protegerse, lo que fue innecesario, porque el escudo de
Dumbledore amortiguó la explosión y desvió los fragmentos de roca.
—Excelente, Harry —dijo Dumbledore, antes de volverse hacia la clase—. ¿Habéis
visto cómo el escudo desviaba los trozos de roca y detenía la magia de la explosión?
—Todos asintieron—. Bien, pues entonces, seguiremos practicando el hechizo, y
luego, empezaremos a practicar el escudo repulsor, que es muy útil, y no sólo contra
este hechizo.
Como había hecho el lunes, Dumbledore empezó a llamar a los alumnos,
haciéndoles destrozar algunas de las piedras. Les explicó como canalizar la magia
para obtener una explosión, impulsando la rabia, al igual que el patronus se generaba
impulsando recuerdos felices. En general estuvo mejor que el lunes, aunque Lavender,
que se puso muy nerviosa cuando le tocó, en vez de destrozar la piedra hizo que
ardiera y diera botes por el prado, hasta que Dumbledore, con un gesto de su varita, la
detuvo.
Cuando finalmente regresaron al castillo, todo el mundo charlaba animadamente
sobre lo interesante que había sido la clase.
—Me ha gustado muchísimo —decía Hermione—. Ese escudo debe de ser
realmente difícil... Dumbledore es un mago excelente.
—Yo veo más difícil destrozar una piedra como lo ha hecho Harry —repuso Ron—.
¡Y el otro día creí que habías hecho algo espectacular! Lo de hoy ha sido una pasada.
Harry sonrió.
—Pero, Harry... ¿Por qué no te salió bien la primera vez? —preguntó Hermione—.
¿Qué te dijo Dumbledore?
Harry tardó un rato en contestar.
—No me salió porque me dio miedo...
—¿Miedo? —preguntó Ron.
—Sí. Miedo de la sensación que me produce hacerlo... miedo... porque... porque...
—no dijo más. No quería decir más. No quería decir «porque me gusta».
—Está bien, Harry. Está bien —le dijo Hermione, sin entender demasiado lo que le
pasaba a su amigo.
Regresaron a la sala común de Gryffindor. Hermione se dispuso a acabar su
trabajo para Runas Antiguas y Harry y Ron se pusieron a jugar al ajedrez, bajo la
mirada de Seamus y Neville, que felicitaron a Ron cuando logró un gran jaque mate
sobre Harry.
—Tal vez deberías usar el hechizo deflagratius contra las piezas de Ron, Harry —
le insinuó Seamus—. Si no, no sé si lograrás ganarle nunca...
Al fin, y tras larga espera para todos los miembros de los equipos de quidditch,
llegó el viernes siguiente, cuando se iban a celebrar las pruebas de selección para el
equipo de Hogwarts. Luego se nombraría a un capitán, y el equipo empezaría a
entrenar. Los otros colegios invitados llegarían el día 30, y en Halloween se celebraría
el sorteo de las semifinales, para ver a quién le tocaba jugar contra quién.
Harry y Ron estaban nerviosos, pero sobre todo Ron, que no logró hacer estallar
su roca en Defensa Contra las Artes Oscuras, tal y como había logrado la tarde
anterior. En Transformaciones, Harry, que tenía que convertir los brazos de Neville en
alas, acabó convirtiendo al muchacho en un cisne con orejas que empezó a volar
como un loco por la clase, hasta que la profesora McGonagall lo devolvió a su forma
normal.
La comida fue muy agitada. Todo el mundo hacía cábalas sobre quien acabaría en
el equipo del Colegio, al que, por supuesto, se presentaban todos los jugadores de los
cuatro equipos de las Casas. Harry se tranquilizó. Era el mejor buscador y además, se
alegró al descubrir que todos apostaban sobre seguro por él como buscador titular.
Aunque, por otra parte, se imaginaba las caras de sus compañeros si Malfoy
conseguía el puesto en su lugar... Se obligó a comer y a dejar de pensar en esas
cosas. En cuanto al puesto suplente, se barajaban por igual los nombres de Cho y
Malfoy, al cual no parecía hacerle ninguna gracia que todo el mundo lo considerara
peor que Harry. A Ron le daban también grandes posibilidades de estar en el equipo,
aunque no muchos le veían como el titular. Harry pensó que los jugadores suplentes
se llevarían una desilusión. Cada equipo jugaría dos partidos, así que no había
muchas posibilidades de que a alguno de los suplentes le tocase jugar.
Cuando la comida terminaba (ni Ron ni Harry habían comido mucho, y Ginny
estaba pálida), Dumbledore se levantó:
—Bueno. Como todos sabéis, esta tarde son las pruebas de quidditch para el
equipo del Colegio, así que ruego a todos que os dirijáis al campo. A los capitanes de
los equipos de las Casas les pediré que se vengan por aquí, y a los jugadores que
deseen presentarse a las pruebas, que esperen delante de los vestuarios de sus
equipos respectivos.
Harry se levantó y se dirigió hacia la mesa de los profesores entre las palabras de
ánimo de sus compañeros, que también se levantaban para dirigirse al campo de
quidditch. Pasó a la sala tras la mesa de los profesores, donde esperaban la señora
Hooch y Dumbledore, aparte de McGonagall, Snape, la profesora Sprout y el profesor
Flitwick, que era el jefe de la casa de Ravenclaw. Enseguida entraron Cho Chang,
Zacharias Smith y Warrington, que miró a los demás con un cierto desdén, aunque sin
llegar a parecer odioso, como habría parecido Malfoy.
—Bien —les dijo Dumbledore—. Ahora iremos al campo, abriréis los vestuarios y
tomaréis nota de qué jugadores de cada equipo quieren presentarse a las pruebas ¿de
acuerdo? Luego le daréis la lista a la señora Hooch. Vamos.
Asintieron y se dirigieron al estadio, donde ya estaba medio colegio. Harry le sonrió
a Cho y se dirigió a abrir los vestuarios de Gryffindor. Como era de esperar, todos los
miembros del equipo iban a participar. Se los veía nerviosos.
—Tranquilos —les dijo Harry—. Somos un buen equipo. De lo mejor. Estoy seguro
de que todos lo haréis bien.
Todos le miraron con una sonrisa un poco forzada. Ginny ni siquiera levantó la
cabeza del suelo, y Ron estaba pálido y no dejaba de resoplar.
Se cambiaron y salieron al campo, en medio del griterío de los de Gryffindor. Harry
le entregó su lista a la señora Hooch un instante después de Warrington y luego
esperó junto a su equipo. Malfoy miró a Ron y se rió.
—Vaya, Weasley... veo que vas a participar, aunque sea con ese palo... ¿Vas a
intentar dar algo de gloria a tu pobre nombre? ¿Eh? —se burló. Sin embargo, sus
compañeros o estaban nerviosos o no les hizo gracia la broma, porque sólo se rieron
Crabbe y Goyle.
—¿Y tú qué? ¿Preparándote a ver si consigues un puesto de suplente? —
contraatacó Ron.
Los de Gryffindor se echaron a reír al instante, mientras Malfoy enrojecía de rabia.
Iba a decir algo, pero entonces la señora Hooch amplificó su voz con la magia y habló
al estadio.
—¡ATENCIÓN! ¡Silencio, por favor! Voy a describir cómo se harán las pruebas
para el equipo. Se harán tres pruebas. La primera prueba será para los cazadores y
los guardianes. Consistirá en tiros de penalties. Cada cazador lanzará cuatro penalties
a cada guardián. Cada cazador ganará un punto por cada gol marcado, y cada
guardián ganará dos puntos por cada tiro parado ¿de acuerdo? Comenzamos...
El primer guardián en afrontar la prueba fue el guardián de Slytherin, Miles
Bletchley, quien lo hizo bastante bien, aunque Katie logró marcarle tres goles de
cuatro. Ginny le marcó uno y Sheldon otro. Anna Snowblack, por desgracia, no marcó
ninguno.
Luego le tocó el turno a Ron, que logró parar dos de los cuatro penalties de Katie
(al fin y al cabo, era contra quien entrenaba). Ginny, sin embargo, logró meterle dos.
Lo peor fue cuando Warrington le metió tres, provocando las burlas de Malfoy y los de
Slytherin, aunque lo hizo bastante bien contra los otros tres cazadores del equipo. Tras
Ron le tocó al buscador de Ravenclaw y luego al de Hufflepuff. Al finalizar la prueba,
Ron estaba en el segundo puesto, por detrás de Bletchley, aunque sólo a tres puntos.
De las cazadoras, Katie era la mejor, Ginny estaba en el quinto puesto, Sheldon en el
octavo y Snowblack en el duodécimo; Warrington estaba de tercero; Bradley, estaba
de segundo y Zalvin de sexto, ambos de Ravenclaw; otro de Slytherin era el cuarto. La
señora Hooch pidió un breve descanso.
—Lo habéis hecho genial —les dijo Harry a Ron, Katie, Ginny, Sheldon y
Snowblack—. Katie ya tiene mucho hecho, y Ginny, aún puedes entrar de titular.
Gregory, tú aún puedes llegar a suplente. Ron, lo has hecho muy bien, seguro que
puedes superar a Bletchley. Ésta no era la prueba definitiva de los cazadores y
guardianes....
Se calló, porque la señora Hooch hablaba de nuevo.
—Bien, ahora, mientras los cazadores y los guardianes descansan, empezaremos
con la prueba de los golpeadores. La misión de cada golpeador será proteger a su
jugador, que simularemos con estas tablas donde tienen dibujado su rostro. Las tablas
han sido encantadas y se moverán por el estadio. Soltaremos cuatro bludgers, que
debéis esquivar y lanzar contra los demás jugadores. Si una bludger golpea una de las
tablas, el golpeador correspondiente queda eliminado. También será eliminado si el
golpeador recibe así mismo, dos golpes, o si golpea con el bate una de las tablas o a
otro jugador —Cogió las tablas y las soltó. Comenzaron a volar y se esparcieron por
todo el campo—. Bien. Ahora, cuando toque el silbato, subiréis a vuestras escobas.
Cinco segundos después, se soltarán las bludgers.
La señora Hooch pitó. Cada casa animaba a los suyos lo que podía. El primero en
ser eliminado, para alegría de Harry y Ron, fue Goyle, que se apartó de su tabla
mientras se protegía de una bludger enviada por uno de los golpeadores de Hufflepuff.
El juego se hacía difícil de seguir, con los siete jugadores restantes por todo el estadio,
enviándose las cuatro bludgers unos a otros. Los dos últimos serían los titulares, y los
dos últimos eliminados, los suplentes.
La prueba continuaba. A Harry le dio un vuelco el corazón cuando dos bludgers se
lanzaron a por Sloper, pero logró repeler una y, afortunadamente la otra no tocó su
tabla. Minutos después caía abatido Roserus, del equipo de Ravenclaw, y después el
golpeador de Hufflepuff que había eliminado a Goyle. Sólo quedaban cinco, y Kirke y
Sloper aún se mantenían, aunque cada vez era más difícil, porque las bludgers tenían
cada vez menos objetivos. El tercer eliminado fue el otro golpeador de Ravenclaw,
Stillwick, para desilusión de Cho. Kirke le había enviado una bludger por la espalda
que no vio. Sin embargo, al mismo tiempo, Crabbe le envió otra a él, destrozando su
tabla y eliminándolo. Ahora sólo quedaban Sloper, Crabbe y otro golpeador de
Hufflepuff, Evan Modded. Kirke había logrado el puesto de segundo suplente, así que
estaba en el equipo. La lucha ahora era encarnizada: las cuatro bludgers se lanzaban
a por los tres jugadores sin piedad, y a duras penas eran capaces de defenderse. Se
les empezaba a ver cansados y con los brazos doloridos de golpear. Sloper se detuvo
un momento a sacudirse el brazo, aprovechando que había alejado a dos bludgers.
—¡Cuidado! —le gritó Ron.
Sloper miró justo a tiempo para dar una voltereta en la escoba y esquivar la
bludger que Crabbe le había enviado. Hizo un giro y golpeó la bludger de vuelta hacia
el jugador de Slytherin, que logró repelerla hacia Modded, que en ese momento se
defendía de otra. No vio la que Crabbe le había lanzado y le golpeó en la cara. Aún no
estaba eliminado, pero quedó aturdido, y no pudo esquivar otra bludger que se lanzó
directa hacia su tabla, destrozándola.
La señora Hooch pitó y Crabbe y Sloper bajaron entre los aplausos de todos.
Harry, Ron y los demás del equipo se acercaron a felicitar a Kirke y a Sloper.
—¡Perfecto! Los dos en el equipo —les dijo Harry sonriendo.
—Sí, pero yo soy segundo suplente, así que lo tengo crudo para jugar —repuso
Kirke, algo desanimado.
—Lo has hecho bien —le dijo Katie.
Cuando hubieron guardado las bludgers, la señora Hooch habló de nuevo:
—¡Bien! ¡Atención, por favor! Vamos a dar paso a la tercer y última prueba para el
equipo. Ahora jugarán los guardianes, cazadores y buscadores. Los guardianes
permanecerán frente a los aros, mientras los cazadores, de dos en dos, intentan
marcar. Tendrán enfrente a otros cuatro cazadores, que se irán rotando. Se formarán
siete equipos de cazadores. Cada jugador cogerá un número de esta caja. Los
cazadores que tengan el mismo número jugarán juntos.
Empezaron a sacar los números. Por suerte, a Ginny le tocó con Katie, a Sheldon
con Bradley y, para finaliazar, a Anna Snowblack con Warrington, lo que no le hizo
ninguna gracia a ninguno de los dos.
—Bien —siguió explicando la señora Hooch cuando todos los equipos estuvieron
formados—. Cada equipo de cazadores tendrá dos oportunidades de marcar.
Avanzarán desde el medio campo hacia los aros. Si el guardián o alguno de los otros
cazadores cogen la quaffle, el equipo atacante pierde la oportunidad ¿de acuerdo? Si
marcan, obtienen dos puntos cada uno, que se suman a los que ya tienen. Si los
defensores logran detenerlos, el que haya cogido la quaffle gana dos puntos. Si los
atacantes tiran contra los aros y el guardián lo para, gana dos puntos el guardián y uno
los cazadores que atacan, pero los defensas ninguno. Y, si marcan, el guardián pierde
un punto. ¿De acuerdo?
Todos los jugadores asintieron.
—Bien. En cuanto a los buscadores, jugarán por el medio, como en un partido real.
Se soltarán dos snitchs. El primero en atrapar una de ellas será el titular, y el que
atrape la otra, será el suplente. ¿Me han entendido?
Harry, Cho, Malfoy y Owen Cauldwell, el buscador de Hufflepuff, asintieron.
—Bien, jugadores ¡en posición!
Los buscadores subieron a lo alto, disponiéndose en círculo, mientras Bletchley se
ponía frente a los aros. Atacaban Warrington y Anna. Entre los defensores, Ginny y
Katie.
—¿Estás listo, Potter? —le dijo Malfoy
—Más de lo que tú querrías, Malfoy —contestó Harry.
Se miraron fijamente el uno al otro.
—Suerte, Harry —le deseó Cho.
—Lo mismo te digo —dijo Harry, sonriéndole e ignorando la mueca de desprecio
de Malfoy.
La señora Hooch soltó las dos snitchs y le pasó la quaffle a Warrington. Un
instante después, hizo sonar su silbato.
Warrington se lanzó hacia la portería, casi ignorando a Anna. Logró esquivar a un
cazador de Hufflepuff y a otro de Ravenclaw, evitando pasarle a Anna la quaffle, que
avanzaba casi sin cubrir. Harry, mientras sobrevolaba el campo, observó como
Warrington se lanzaba hacia Bletchley, pero Ginny se le cruzó con una maniobra
peligrosa, Warrington se vio obligado a frenar y la chica le arrebató la quaffle. Harry
sonrió mientras Warrington miraba a Ginny con odio. Lo sintió por Anna, pero esto
aumentaba las posibilidades de Ginny y de Katie. Observó cómo Ron aplaudía como
loco, al igual que Hermione y Hagrid. Vio a Cauldwell, que volaba cerca de Malfoy, y a
Cho, al otro lado del estadio, y se obligó a concentrarse en lo suyo y a no distraerse. Si
Malfoy atrapaba la primera sntich no se lo perdonaría. Empezó a volar rápidamente,
sacándole partido a su Saeta de Fuego, observando a los demás buscadores, pero no
veía aún ni rastro de las snitchs.
Warrington y Anna volvían a atacar. Esta vez, el cazador de Slytherin decidió
colaborar con la chica. Se aproximaron bastante a los aros, pero al final, en un pase,
Katie interceptó de nuevo la quaffle. Anna bajó la cabeza. Lo tenía difícil. Warrington
volvía a lamentarse. Finalmente, en el último ataque, Warrington tiró, y para alegría de
Harry, consiguió marcar. Esto aumentaba las posibilidades de Ron. Los equipos de
cazadores se sucedieron. Cuando acabó el turno de Bletchley, Katie había conseguido
siete puntos y Ginny cinco. Sheldon tenía tres más, y Anna dos. Bletchley había
conseguido ocho puntos y perdido tres, con lo que estaba a ocho de Ron. Estaba
difícil, pero Harry no perdió la esperanza.
Era el turno de Ron. Harry le hizo una seña de ánimo y siguió buscando la snitch.
Intentó evitar mirar hacia Ron, para no distraerse. Mientras Warrington y Anna
comenzaban de nuevo los ataques, Cauldwell se lanzó en picado hacia el fondo de los
aros que no se utilizaban. Harry lo vio y emprendió la persecución, y al instante se le
unieron Cho y Malfoy, que estaba más cerca. Cauldwell aceleró, pero Malfoy se le
cruzó, obligándolo a desviarse. Cho se pegó a Malfoy, mientras Harry los seguía,
acelerando al máximo su Saeta de Fuego. Los tres forcejearon, pero en el último
instante, la snitch se movió, sobrevolando la cabeza de Malfoy, con lo que no
consiguieron atraparla. Harry viró rápidamente y emprendió su persecución, pero la
snitch desapareció de su vista. Cauldwell se desplazaba hacia el otro lado del estadio,
buscando la otra. Harry se dirigió hacia allí también. Cuando sobrevolaba a los demás
jugadores, observó una buena parada de Ron, mientras Bradley, que había tirado, se
lamentaba. Mientras le sonreía a Ron, vio la otra snitch, que flotaba un poco por
encima del aro de la izquierda. El que más cerca se encontraba de él era Cauldwell,
que miraba hacia otro lado. Harry, loco de alegría, se lanzó por la snitch, pero ésta, al
acercársele, descendió hasta el fondo. Harry la persiguió. La pequeña esfera dorada
voló a unos treinta centímetros del césped, pegada a las tribunas. Harry la persiguió,
acercándosele. Por desgracia, la snitch se dirigía hacia dónde estaban Cho y Malfoy,
que descendieron para atajarla. Harry aceleró aun más. La snitch cambió de dirección
súbitamente, dirigiéndose hacia las tribunas de enfrente. Harry viró, seguido a unos
metros por Malfoy y Cho. Se acercaba, estaba cerca de cogerla
—¡Vamos, vamos! —gritó Harry—. Sólo un poco más...
Entonces, la snitch volvió a virar, subiendo, Harry subió tras ella y vio venir a
Cauldwell. En ese momento, sobre las gradas frente a él, vio a la otra snitch, a unos
cuarenta metros de donde se encontraba. Malfoy también la vio y fue a por ella, Cho
dudó y finalmente fue tras Malfoy. La segunda snitch permanecía quieta, y Malfoy se
acercaba rápidamente. Si Harry no cogía la suya pronto, podía perder el puesto
titular... vio que Cauldwell se dirigía a él rápidamente, espoleó su escoba, estiró el
brazo y...
—¡¡Sí!!
El estadio estalló. De las gradas de Gryffindor subían unos impresionantes
aplausos. Harry miró hacia Malfoy y Cho, que perseguían a la segunda snitch
enzarzados. Sin embargo, la escoba de Cho no era rival para la Nimbus 2.001 de
Malfoy, que se adelantó, consiguiendo atrapar la segunda snitch, arrancando sonoros
vítores y aplausos de los de Slytherin. No obstante, no parecía muy feliz. Era el
suplente de Harry. Cho aterrizó, triste, había tenido cerca de sus manos el entrar en el
equipo y no lo había conseguido. La señora Hooch los llamó, para que no
interrumpieran el resto de la prueba. Ron estaba ya terminando su turno.
Harry descendió, y al instante Hermione se abalanzó sobre él, abrazándole.
—¡Bien hecho, Harry! Sabíamos que lo conseguirías.
—¡Muy bien, Harry! —le dijo Hagrid dándole una palmada en el hombro que casi lo
tira al suelo—. Has vencido a Malfoy.
Harry miró a Draco y le sonrió. Malfoy le miró con cara de odio. No pudo verle más
porque sus compañeros de Gryffindor le rodearon, abrazándole. Parvati y Lavender le
dieron dos sonoros besos cada una en la mejilla que le hicieron ponerse colorado.
Colin Creevey empezó a hacerle fotos. Cuando logró librarse de ellos, se dirigió a
Hermione, que observaba la prueba.
—¿Cómo va Ron?
—Ahora mismo está atacando el sexto equipo —dijo Hermione—. Le han tirado a
puerta seis veces y ha parado cuatro —explicó Hermione mientras miraban cómo
Morton y otro cazador de Slytherin atacaban—. A estos les falta este intento.
—Necesita parar por lo menos dos más para entrar de titular, si no, entrará
Bletchley —dijo Harry.
—Lo sé —le dijo Hermione.
En el último intento de Morton y su compañero, el cazador de Slytherin esquivó a
Sheldon y lanzó al aro izquierdo. Ron se tiró a por la quaffle. Aunque no logró
atraparla, detuvo el disparo.
—¡Bien, Ron! —gritó Hermione—. ¡Tienes que parar uno más!
Ron parecía nervioso, pero seguro. Ahora atacaban dos cazadores de Hufflepuff.
Katie y Ginny estaban en la defensa. Comenzó el primer ataque. Los cazadores
estaban bien compenetrados y lograron atravesar la defensa, esquivar a Katie y Ginny
y tirar. Afortunadamente, el tiro no fue muy bueno, y Ron lo paró sin dificultades.
—¡Sí! —gritó Harry, mientras de su alrededor los de Gryffindor levantaban oleadas
de aplausos—. ¡Ha empatado con Bletchley!
—¡Es suficiente! —gritó Hermione—. ¡Porque sólo le han marcado dos goles, y a
Bletchley tres!
El último intento de los Hufflepuffs no fue muy bueno y Warrington logró interceptar
la quaffle.
La señora Hooch pitó y Ron descendió, muy contento. Bletchley, sin embargo,
parecía algo enfurruñado.
Cuando Ron llegó junto a Hermione y Harry, la chica le dio un fuerte abrazo, al
igual que Harry. Estaba muy contento.
—¡Felicidades a ti también, Harry! —le dijo Ron—. Derrotaste a Malfoy. Seguro
que debe de estar enfadadísimo. Espero que los otros guardianes no logren
superarme...
—No te preocupes. Le sacas once puntos al guardián de Ravenclaw y doce al de
Hufflepuff... no lo tienen fácil.
Ron sonrió aún más.
—Katie va líder de puntuación de cazadoras —comentó Hermione—. Y Ginny va
de cuarta. Sheldon sigue de octavo y Anna de décima. De tercero va Warrington, y de
segundo Bradley; de quinto va uno de Hufflepuff y de sexto otro de Slytherin. De
momento, tenemos a cuatro de Gryffindor en el equipo del colegio. ¡No está mal! Eso
representa un éxito para el capitán —dijo mirando a Harry, que se sonrojó algo, sin
decir nada.
Empezaba el turno del Ferziberd, el guardián de Ravenclaw. Sólo logró sacar tres
cuatro puntos más de los que tenía; el de Hufflepuff consiguió cinco, pero no era
suficiente. Ron había sido, indiscutiblemente, el mejor en el campo, aunque Bletchley
fuese mejor en los penalties. Ron no cabía en sí de contento. Lo había conseguido.
Finalmente, Katie había quedado de primera, seguida de Bradley y Warrington.
Ginny había sido cuarta, y uno de Slytherin y otro de Hufflepuff habían logrado los
puestos quinto y sexto. La señora Hooch llamó a todos, titulares y suplentes.
Dumbledore se les acercó.
—¡Bien! ¡Bien! Mis felicitaciones a todos —dijo mirándolos, sonriente—, también a
aquellos que no han resultado elegidos. El próximo lunes se os entregarán los
uniformes del equipo de Hogwarts. Vuestros vestuarios serán los de Hufflepuff. Los de
Slytherin los usará Beauxbatons, los de Gryffindor Durmstrang y los de Ravenclaw
Castelfidalio. Por tanto, ruego a los capitanes de los equipos que entreguen sus llaves
a la señora Hooch, quien os las devolverá en cuanto acabe el torneo. El lunes se os
llamará a una reunión y elegiréis a vuestro capitán ¿de acuerdo? —Todos asintieron
con la cabeza—. Bien. Pues podéis retiraros a descansar o aprovechar para armar
jaleo —añadió, guiñándoles un ojo.
Mientras estaban en los vestuarios, donde habían entrado a cambiarse, Harry
habló al equipo:
—Estoy muy orgulloso de que seis de nosotros hayamos logrado entrar en el
equipo —les dijo—. Esto demuestra que somos los mejores. Cuando acabe el torneo,
ganaremos la copa escolar. ¡Lo presiento!
Los jugadores jalearon y gritaron ante el comentario de Harry, que fue elevado en
hombros de todos, donde estuvo un rato, hasta que sus compañeros decidieron
dejarle de nuevo en el suelo.
Salieron de los vestuarios muy alegres, donde los esperaba Hermione, y volvieron
al castillo. Harry se encontraba feliz como no se había sentido en semanas, o aun en
meses.
Mientras volvían, vieron a Dullymer, que felicitaba a Malfoy por estar en el equipo,
aunque Malfoy no parecía demasiado feliz. Harry no vio a Cho. Dedujo que tampoco
ella estaba muy feliz. Sólo había un jugador de Ravenclaw en el equipo titular de
Hogwarts y ella había perdido ante Malfoy. Dullymer dejó a Malfoy y se acercó a ellos.
—Felicidades —dijo, sonriéndoles—. Esperaba que tú fueses el buscador, Harry.
—Gracias —dijo Harry, sonriéndole a su vez.
—Draco no estaba muy contento —comentó Dullymer mirando hacia los de
Slytherin—. Pero bueno, qué se le va a hacer. Espero que dejéis el pabellón de
Hogwarts bien alto.
—Lo intentaremos —dijo Ginny—. Aunque yo no creo que llegue a jugar...
—¡Oh!, nunca se sabe. El los partidos de quidditch puede haber heridos ¿no? Y
además, vais a entrenar todos juntos, y todos colaboraréis.
—Es cierto —confirmó Harry—. Entrenaremos mediante partidos.
—Y tú serás el capitán ¿verdad, Harry? —afirmó, más que preguntó, Henry.
—¿Yo? No sé...
—Pues yo sí. El capitán se elige por votación de los jugadores, y dado que de los
catorce, seis son de Gryffindor... Te vas a presentar para capitán ¿no?
—Ahora que lo dices...
Miró a Katie.
—Yo renuncié al puesto de capitana de Gryffindor. No voy a presentarme a
capitana de Hogwarts. Hazlo tú. Has hecho un buen trabajo con el equipo.
—Sí, Harry —pidió Ginny.
—Bueno... sí, creo que lo haré.
—Bien. Entonces, ya nos veremos. Os dejo
Se alejó corriendo hacia su grupo de Slytherin.
—Tienes que presentarte tú, Harry —dijo Ron—. Seguro que los de Ravenclaw y
Hufflepuff, si no se presenta ninguno de ellos, te eligen a ti. Imagínate la cara de
Malfoy...
—Me presentaré —dijo Harry rotundamente, mientras regresaban al Castillo, entre
risas y alegría.
11
Cuando media hora más tarde Harry se metió en la cama, tras haber ayudado a
Ron y a Hermione a limpiar, estaba cansadísimo. Se alegró de que al día siguiente
fuera sábado, porque dudaba que pudiera levantarse antes de las once de la mañana
por lo menos.
Se sentía feliz... bueno, quizá no feliz, exactamente, pero sí muy contento. Parecía
como si los problemas se hubieran alejado momentáneamente de él, absorbidos por la
emoción del Torneo de Quidditch. Se había sentido maravillosamente montado sobre
su escoba, venciendo a Draco Malfoy, y viendo cómo Ron y Ginny conseguían un
puesto en el equipo del colegio. Era como si los sueños, los asesinatos y los peligros
hubiesen desaparecido del mapa, al menos por un tiempo. Sin tiempo para pensar
más, Harry se durmió profundamente.
Eran casi las siete de la tarde cuando finalmente abandonaron la cabaña de Hagrid
para dirigirse de nuevo al castillo. La noche caía ya, y Harry sabía que no debía andar
por los terrenos en la oscuridad. Fueron a la sala común de Gryffindor, donde Harry y
Ron se pusieron a jugar una partida de ajedrez antes de bajar a cenar.
Cuando subieron, Harry escribió una pequeña nota para Lupin, y Ron hizo lo
propio con sus padres. Como no sabían si los Weasley estaban en ese momento en
Grimmauld Place, Harry envió su carta por medio de Hedwig y Ron mandó la suya por
Pig.
Recibieron la contestación el domingo a mediodía. La carta de Lupin decía:
Harry:
Te agradezco tu carta. Aunque los miembros de la Orden
siguen pasando por aquí a menudo, me siento un poco solo. De
momento todo va bien, no ha habido ninguna cosa extraña, pero
Dumbledore no está tranquilo. Aún no sabemos dónde se
esconden los mortífagos fugados, ni lo que trama Voldemort.
Intentamos hacer averiguaciones acerca de esos sueños que has
tenido, pero no tenemos demasiada información. De todas
formas, tú no debes preocuparte de momento. Mientras estés en
Hogwarts estarás a salvo, y en las salidas a Hogsmeade, tendrás
siempre a alguien vigilándote. Esfuérzate en las clases de
Dumbledore. Nos ha dicho que se te da muy bien, y en estos
días, todo lo que puedas aprender no será demasiado.
Atentamente
Lupin
Al día siguiente, por la tarde, Harry y Ron se encaminaron hacia el estadio para el
primer entrenamiento en serio del equipo. Fueron los primeros en llegar. Harry abrió
los vestuarios y se pusieron los uniformes de equipo. Sacaron el maletín con los
balones y empezaron a volar, mientras llegaban el resto de miembros del equipo.
Llevaban cinco minutos en el aire cuando aparecieron Ginny, Kirke y Sloper, y tras
ellos, Katie y Bradley, seguidos por los dos jugadores de Hufflepuff y los de Slytherin.
Un momento después llegó la señora Hooch, montada en su escoba.
Cuando todos se hubieron cambiado, Harry les dijo a los seis cazadores que
empezaran a practicar pases con la quaffle para acostumbrarse a jugar juntos.
Bletchley y Ron se turnaron para ponerse en los aros. Luego, la señora Hooch soltó
las bludgers para que los golpeadores practicasen.
—¡Malfoy! —llamó Harry.
Malfoy le miró, arrogante.
—Tú y yo vamos a intentar atrapar la snitch ¿De acuerdo?
Malfoy no le contestó.
—¡Suelte la snitch! —le dijo Harry a la señora Hooch. Esta, abrió el cajón y soltó la
pequeña esfera dorada, que en seguida desapareció de la vista.
Harry empezó a buscarla, mientras observaba el juego de los demás de vez en
cuando. Malfoy, aunque no había hablado ni una sola vez con Harry, también empezó
a buscar la snitch por todo el campo.
Cuando llevaban un rato jugando, Harry observó que Katie y Warrington, aunque
nunca habían jugado juntos, se coordinaban bastante bien en los ataques. Podrían
formar una excelente pareja en ataque, con el apoyo de Bradley, que era bueno
esquivando a los cazadores contrarios. Ron y Bletchley lo hacían ambos bastante
bien.
La señora Hooch les ordenó dejarlo a las siete y media, ya que apenas se veía
nada. Harry había logrado atrapar tres veces la snitch, aunque Malfoy había lograda
cogerla en una ocasión.
—Bien. No ha estado nada mal —dijo la señora Hooch—. ¿Alguien tiene
problemas para estar mañana aquí a la misma hora?
Nadie los tenía.
—Bien. Pues entonces cambiaos y volved al castillo.
Se cambiaron en medio del silencio. A pesar de las rivalidades dentro del equipo,
todos parecían haber entendido que eran un equipo, y, aunque no se llevaban bien,
procuraron no discutir. Harry se sintió satisfecho de ello. No sentía ningún deseo de
confraternizar con Malfoy o con Crabbe, pero tendría que procurar no tener peleas
con ellos mientras durase el Torneo.
Pasaron los días y llegó el jueves, día en que llegaban los invitados. Todo el
mundo parecía contento y expectante, excepto Ron, que había estado todo el día un
poco huraño. Hermione le había mirado a cada rato durante la comida, pero no le
había dicho nada. Harry tampoco le comentó nada al respecto, porque creía tener una
idea bastante clara de por qué no estaba su amigo de buen humor. Harry recordó lo
que les había dicho la tarde en que había hablado con Dumbledore acerca de su
sueño, cuando estaban en Grimmauld Place, pero ninguno de los dos había vuelto a
mencionar el tema, y Harry decidió no volver a hablar sobre ello tampoco, aunque a
veces, desde que había tenido el segundo sueño, al ver a sus dos amigos pensaba en
ello.
Por la tarde, tenían clase doble de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero nadie
estuvo muy concentrado. Seguían con el encantamiento escudo, que, de momento, a
la que mejor se le daba era a Hermione. Harry se ocupaba de provocar las
explosiones que tenían que detener. Había aprendido bastante bien a controlar la
potencia del hechizo. Esa tarde, Harry pensó, sin embargo, que quizás Ron podría
lanzar un hechizo explosivo que no tendría mucho que envidiar al suyo.
La clase se suspendió a la cinco de la tarde, y todos regresaron a la sala común a
prepararse. Los invitados llegarían a las seis. La profesora McGonagall les había
recordado que esperaba que se comportaran como se suponía que debían
comportarse los alumnos de Hogwarts y Gryffindor. A las seis de la tarde, todos
esperaban frente a las puertas del castillo, en los terrenos. Hermione llamó la atención
de Harry acerca de Hagrid, que había intentado arreglar, sin mucho éxito, su
normalmente desaliñado aspecto.
Ron no decía nada. Ginny, que lo miraba, se acercó a Harry.
—¿Qué le pasa a Ron? Está muy raro —dijo, susurrando.
—No se lo he preguntado —respondió Harry, sin que Ron o Hermione pudieran
oírle—. Pero tengo una idea bastante aproximada...
—Viktor Krum, ¿verdad? —le dijo Ginny, riéndose por lo bajo.
—Sí —contestó Harry, con otra sonrisa.
—¿Cómo llegarán hasta aquí? —preguntó de pronto Neville—. ¿Lo harán como la
otra vez?
—Supongo —dijo Hermione—. Lo que no sé es como van a llegar los de
Castelfidalio...
Pero calló, porque en esos momentos, un ruido siseante en el lago hizo que todos
volvieran la cabeza hacia allí. Apareció un remolino, del que empezó a salir,
lentamente, el ya conocido barco de Durmstrang, que se acercó lentamente a la orilla.
Echaron un ancla, y pronto descendieron de él un hombre alto, un chico un poco más
bajo que él y unos quince chicos y chicas. Harry no conoció a ninguno. Todos los que
habían venido para el Torneo de los Tres Magos ya habían terminado el Colegio.
Se aceraron al Castillo. Harry supuso que el hombre era Petrimov, el director de
Durmstrang. Tenía unos cuarenta años, y parecía más agradable que Karkarov. El
chico que lo acompañaba era Krum, que apenas había cambiado desde la última vez
que Harry lo había visto. Dumbledore se acercó a ellos y le estrechó la mano al
director
—¡Sergei! Encantado de teneros aquí —dijo Dumbledore sonriente.
—Lo mismo digo, Albus, lo mismo digo —contestó cortésmente Petrimov—. Creo
que ya conoces a Viktor...
—Por supuesto. Encantados de volver a recibirte, Viktor —le dijo Dumbledore
dándole la mano. Luego volvió a dirigirse a Petrimov—. Pasad al comedor si queréis.
¿O preferís esperar aquí a que lleguen los demás?
—Creo que esperaremos, gracias —decidió Petrimov mirando a Krum. Se
pusieron a un lado de las puertas y esperaron.
Ron miraba a Hermione inquisitivamente, pero sin decir nada. Krum barrió a la
multitud de alumnos de Hogwarts hasta que les vio. Entonces le sonrió a Hermione y
les lanzó un saludo, pero no se acercó. Ron frunció el ceño aún más.
Unos dos minutos después, algunos «¡oh!» y dedos señalando indicaron la llegada
de los gigantescos carruajes de Beauxbatons, que aterrizaron donde lo habían hecho
dos años antes, cerca de la cabaña de Hagrid. Éste, pasándose una mano por el
cabello, se acercó rápidamente para sujetar a los gigantescos caballos. Abrió una
puerta y de ella descendió Madame Maxime, tal como la recordaban. Hagrid le sonrió,
y Madame Maxime le dio un caluroso abrazo.
—¡«Haguid»! ¡Qué «aleguía» me da «volveg» a «vegte»! —saludó, mientras se
dirigían hacia Dumbledore. Petrimov se acercó a ellos también—. ¡«Dumbledog»,
viejo amigo, qué «aleguía veg» que estás bien!
—Sí. Bienvenida, Madame Maxime —dijo Dumbledore. Luego señaló a Petrimov
—. Éste es Sergei Petrimov, director de Durmstrang.
—¡Ah! Encantada —saludó ella.
—Lo mismo digo, querida señora. Es un verdadero placer.
—«Haggid», ¿«Queguías ocupagte» de los caballos? Estoy un poco cansada.
—Por supuesto —dijo Hagrid, volviendo hacia el carruaje.
De Beauxbatons venían otros quince chicos y chicas. No venía nadie más con
ellos aparte de Madame Maxime.
—¡«Recuerda» que solamente beben whisky de malta «pugo»!
Hagrid asintió, mientras cogía los dos primeros caballos y se los llevaba por detrás
de su cabaña.
Los alumnos de Beauxbatons se pusieron del lado de la puerta contrario al que
estaban los de Durmstrang.
Ron le dio un codazo a Harry.
—¡Mira, Harry! —exclamó, sorprendido—. ¿No reconoces a aquella chica?
Harry y Hermione se volvieron hacia los de Beauxbatons, y Harry los miró. De
pronto, se fijó en una muchacha de pelo largo, color platino, dientes blancos perfectos
y muy hermosa.
—¡Es Gabrielle! —exclamó Harry—. ¡La hermana de Fleur! —Pero luego pensó—:
No puede ser...
Había cambiado mucho en esos dos años, pero Harry la reconoció como la chica
que había salvado, junto a Ron, del fondo del lago durante la segunda prueba del
Torneo de los Tres Magos. La chica se fijó en ellos, los reconoció y les sonrió.
—No es tan guapa como Fleur, pero no está nada mal —observó Ron.
Hermione puso una cara rara al oír el comentario de Ron.
—Pero cuando la saqué del lago, me pareció que tendría unos ocho años —
recordó Harry—. Ahora, en cambio, parece tener unos catorce...
Ron se encogió de hombros.
Apenas había pasado un minuto desde el comentario de Harry, cuando una luz
brilló entre ellos y los carruajes de Beauxbatons, y aparecieron una mujer y catorce
chicos, sin ninguna chica, que sostenían una especie de cruz hecha de dos hierros
cruzados a la cual se agarraban todos.
—Vaya, esos deben de ser los de Castelfidalio...
—Han venido con un traslador. No es muy impresionante, ¿verdad? —comentó
una chica delante de ellos.
—¿Dónde van a dormir? —se preguntó Ron—. ¿En el castillo?
Pero su pregunta se respondió pronto, porque tres alumnos cogieron una especie
de bastones que traían y, a una seña de la mujer, que debía de ser la directora de
Castelfidalio, los clavaron en el suelo, cada uno a seis metros del otro. Se apartaron
un poco, y los bastones se inflaron, convirtiéndose en tres tiendas de campaña. Las
dos de los lados iguales y la tercera, la del medio, un poco más pequeña.
—¡Vaya...! —dijo Hermione—. Tiendas de campaña... Supongo que serán como
las que usamos en los mundiales.
La directora de Castelfidalio, seguida por los alumnos, se acercó a Dumbledore,
que venía flanqueado por Madame Maxime y Petrimov.
—¡Señora Ferllini! ¡Qué alegría darle la bienvenida a Hogwarts!
—Hola, Dumbledore —contestó la señora Ferllini con un perfecto acento inglés—.
Yo también estoy encantada de conocer por fin Hogwarts —añadió, mirando al
castillo.
—Estos son Sergei Petrimov, director de Durmstrang, y Madame Maxime,
directora de la Academia Beauxbatons.
Todos se saludaron, y luego, Dumbledore invitó a todo el mundo a pasar al Gran
Comedor a calentarse, y a prepararse para la cena, que se serviría dentro de un rato.
Harry, Ron y Hermione pasaron al Gran Comedor, sentándose en la mesa de
Gryffindor. Los alumnos de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio permanecían a
las puertas. Harry recordó que dos años antes, Ron le había dicho a Hermione que se
apartara para dejarle sitio a Krum y que se sentara en su mesa, pero estaba bastante
seguro de que esta vez no iba a ser así.
Dumbledore pidió a todos que se sentaran en las mesas que quisieran. Los de
Durmstrang volvieron a sentarse en la de Slytherin, los de Beauxbatons en la de
Ravenclaw, y los de Castelfidalio se sentaron en la de Gryffindor. Krum, por su parte,
echando miradas a la mesa de Gryffindor, se sentó en la mesa de los profesores,
junto a su director. Ferllini se sentó junto a McGonagall y Madame Maxime junto a
Hagrid, que empezó a charlar animadamente con ella.
De pronto, Dumbledore se levantó y pidió silencio.
—¡Bien, bien, bien! Voy a pediros a todos un caluroso saludo a nuestros ilustres
invitados.
Todo el Gran Comedor aplaudió con fuerza. Cuando los aplausos cesaron,
Dumbledore continuó:
—Estoy encantado de daros la bienvenida a Hogwarts. Cualquier cosa que
necesitéis o deseéis, no tenéis más que pedirla, y estaremos encantados de
complaceros. Mañana por la noche, en la fiesta de Halloween, se celebrará el sorteo
para ver cómo quedan los partidos del Torneo. Ahora, y sin más preámbulos, ¡a
comer!
Dumbledore se sentó y comenzó a hablar con la señora Ferllini. Krum comía sin
mirar a ningún lado, con expresión ceñuda. Ron, por su parte, parecía alegre de que
el famoso buscador aún no se hubiera acercado por la mesa de Gryffindor y estaba
más tratable.
Parvati y Lavender charlaban animadamente con los chicos de Castelfidalio. Uno
de ellos, de pronto, se fijó en Harry y se quedó mirándolo. Harry le devolvió la mirada.
—Tú eres Harry Potter —dijo.
—Sí —contestó Harry, sin saber qué más añadir. Finalmente agregó—: ¿Cómo te
llamas tú?
—Anton Riccello. Soy el capitán del equipo de Casltefidalio...
—Yo soy el capitán del equipo de Hogwarts —le dijo Harry.
—¡Vaya! Pues encantado —dijo, sonriendo y levantándose para darle la mano—.
¿Qué puesto tienes?
—Buscador —respondió Harry.
—Ah, yo soy guardián.
—Entonces como yo —intervino Ron, estrechándole la mano a Anton—. Soy Ron
Weasley, y ésta es mi hermana Ginny. Es cazadora suplente —añadió.
—Encantado de conoceros a los tres —dijo. Luego, observando a Hermione, dijo
—: ¿Y tú?
—Yo soy Hermione Granger. Pero no juego. Soy su amiga.
—Ah, pues encantado también... Ya nos veremos, entonces —dijo, y volvió a su
sitio, donde siguió charlando con Parvati y Lavender, que parecían muy emocionadas.
Harry, Ron y Hermione se pasaron el resto de la cena charlando sobre el torneo y los
demás equipos.
Cuando terminó la cena y se levantaron para ir a dormir, Krum se les acercó.
—Hola «Herrmione» —saludó el búlgaro.
—Hola Viktor —saludó a su vez la muchacha, sonriendo y dándole un beso en la
mejilla. Ron entrecerró los ojos y frunció el entrecejo—. Veo que ya has aprendido a
decir casi bien mi nombre.
—He «practicado» —dijo él, sonriendo también.
Ron parecía totalmente contrariado, y no se esforzó nada en disimularlo. Krum se
volvió hacia Harry.
—Hola, «Harry» —saludó.
—Hola, Viktor —le dijo Harry sonriendo también y estrechándole la mano.
—¿Estás en el equipo de «Hogwarts»?
—Sí —contestó Harry, orgulloso—. Soy el capitán.
Krum le sonrió. Luego miró a Ron.
—Hola —le dijo.
—Hola —contestó Ron, de mala gana y sin darle la mano.
—Bueno, yo ya me voy —dijo Krum, despidiéndose de ellos—. «Herrmione»,
¿Mañana «podrríamos hablarr»?
—Eh... sí, claro —le dijo Hermione.
—Estupendo. Hasta mañana, entonces.
Salió acompañando a los alumnos de Durmstrang. Harry, Ron y Hermione
volvieron a la sala común de Gryffindor. Ron estaba visiblemente enfadado. Con un
escueto «hasta mañana», subió por las escaleras de los dormitorios. Hermione se
quedó un rato mirando hacia las escaleras, sin decir nada. Harry, que no le apetecía
hablar del tema, se acercó a Seamus y Dean, que hablaban sobre el torneo.
Hermione se acercó a hablar con Ginny, y un poco después se fue a la cama también.
12
La Noche de Halloween
El viernes por la mañana, después del desayuno, Krum se acercó a Hermione para
hablar con ella, bajo la atenta mirada de Ron. Sin embargo, Hermione le dijo que en
ese momento no podía, debido a que tenían a las nueve clase con Dumbledore en los
terrenos.
—Bueno —les dijo Dumbledore cuando llegaron a la habitual zona donde hacían
las prácticas de hechizos explosivos—. Ya sé que estáis todos muy emocionados
debido a los acontecimientos de hoy y de ayer, así que nos limitaremos a hacer un
breve repaso. Practicaremos otra vez los hechizos deflagratius. Mientras uno de
vosotros hace el hechizo, quiero que los demás practiquéis el encantamiento escudo
¿de acuerdo? Bien... —Dumbledore miró a Harry—. Harry, tú dominas este hechizo a
la perfección, así que limítate a practicar el escudo.
—De acuerdo —dijo.
—¿Quién empieza? —preguntó Dumbledore. Y Hermione se adelantó—. Bien,
pues inténtalo entonces con esa piedra de allí. Los demás, preparad los escudos.
Hermione lo hizo bastante bien, destrozando la piedra.
—Muy bien, Hermione. Estupendo —le sonrió Dumbledore mientras la chica volvía
junto a los demás muy contenta.
Todos lo hicieron más o menos bien. Incluso Neville, que, después de pillarle el
truco, era de los que mejores explosiones provocaban. Ron, como Harry había
supuesto, logró una explosión espectacular, que requirió la potencia de los escudos
que sus compañeros intentaban crear. Harry se imaginó en quién habría pensado Ron
que era la piedra para proyectar su rabia. Por la forma en que Hermione frunció el
entrecejo, Harry supuso que su amiga también se lo había imaginado.
Cuando terminó la clase volvieron al castillo, para la clase de Transformaciones. Al
pasar frente a las tiendas de los de Castelfidalio, vieron a Anton, que charlaba con uno
de sus compañeros en italiano, mirando hacia el barco de Durmstrang. Cuando
pasaron por allí, Anton los vio y esbozó una sonrisa. Parvati y Lavender empezaron a
cuchichear y a soltar risitas; Anton era bastante guapo.
—¡Hola Harry! —le saludó—. Éste es Marco Giussi, nuestro buscador —dijo,
señalando al chico que estaba con él, que miraba a Harry con interés—. Marco, éste
es Harry Potter, capitán y buscador del equipo de Hogwarts, y ése es Ron Weasley, el
guardián. Ella es Hermione, amiga suya.
Marco los saludó, dándoles la mano.
—¿Eres bueno? —le preguntó Marco, con interés.
—Bueno... creo que no lo hago mal.
—Claro que no —dijo Dean, que se había acercado, junto a Seamus—. Harry es
uno de los mejores buscadores que ha dado Hogwarts.
—Estupendo —dijo Marco—. ¿Qué escoba tienes?
—Una Saeta de Fuego —Dijo Harry, orgulloso.
—Guau —se sorprendió Marco—. Yo tengo una Nimbus 2.002, como todos los del
equipo... No es tan buena, pero no está mal...
—¿Erais vosotros los que hacíais explosiones allá abajo? —preguntó Anton.
—Sí —respondió Ron—. Practicamos el hechizo deflagratius...
—Ah, es un hechizo muy interesante... Yo lo estudié también el año pasado... —
Los miró—. ¿Vais en sexto, no?
—Sí —contestó Harry.
—Yo estoy ya en séptimo, y Marco va en quinto...
—Bueno, debemos irnos —intervino Hermione, viendo que casi todos los de
Gryffindor estaban ya entrando por las puertas del castillo—. Tenemos clase con
McGonagall ahora —les recordó.
—Ah, sí, es cierto —dijo Harry—. Bueno, ya nos veremos en la comida...
—Hasta luego —dijeron los italianos, antes de volver a su tienda.
Harry, Ron y Hermione entraron en el castillo, dirigiéndose hacia el aula de
Transformaciones. Cuando acabó la clase, debían volver a los terrenos, para la clase
de Cuidado de Criaturas Mágicas. Al salir, vieron a Krum, que se tomaba uno de sus
baños en el lago.
—Os juro que no sé cómo puede hacerlo —dijo Harry a Ron y a Hermione—.
Recuerdo cuando hice la prueba del Torneo de los Tres Magos, y estaba helado. ¿Te
acuerdas, Ron?
—Sí —dijo éste, que miraba como Krum avanzaba de nuevo hacia la orilla dando
grandes brazadas.
—Dicen que es bastante saludable tomar baños de agua fría —comentó Hermione,
mientras bajaban hacia la cabaña de Hagrid—. Siempre y cuando luego te seques
bien y tomes algo caliente después, claro.
Llegaron a la cabaña, y vieron a Hagrid, que les esperaba charlando junto a
Madame Maxime.
—¡Hola! Espero que no os importe que lleve a Olympe de invitada a nuestras
clases —dijo Hagrid, muy contento y sonriéndole a Madame Maxime.
—Claro que no —dijo Harry, sonriéndole también a Hagrid.
—Genial. Convención de semigigantes —dijo Malfoy, con desprecio, susurrando
para que Hagrid no le oyera. Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson se rieron.
Harry volvió la cabeza, lanzándole una mirada furiosa a Malfoy, pero éste le miró
burlonamente, sin borrar la sonrisa de su cara.
—¿Qué? —le preguntó Draco.
Harry no contestó, y siguió a Hagrid y a Madame Maxime al interior del bosque,
donde les esperaban unas criaturas extrañas. Parecían hombrecillos de unos veinte
centímetros de alto, de color gris verdoso, con grandes ojos como los de los elfos
domésticos. Parpadeaban rápidamente, y se quedaron mirando a los alumnos en
cuanto llegaron. Debía de haber unos diez.
—¡Mirad lo que me nos ha traído Olympe! —exclamó Hagrid muy ilusionado—.
¡Son muy difíciles de encontrar en Gran Bretaña! Suelen preferir los climas más
cálidos. ¿Sabéis qué son? —preguntó a la clase.
—Se llaman gnobbles —dijo Hermione—. Son una especie de duendes de los
bosques. Son muy útiles para proteger lugares y objetos mágicos. Pueden ayudar a la
persona adecuada a encontrarlos, o bien despistar a alguien para que nunca llegue a
cierto sitio.
—Correcto —dijo Hagrid—. Diez puntos para Gryffindor. Son realmente difíciles de
encontrar. En Beauxbatons tienen bastantes. Según creo, uno de los grupos de
gnobbles más grandes del mundo, ¿verdad? —preguntó mirando a Madame Maxime,
que asintió, sonriente—. Y nos ha traído éstos. Incluso nos los podremos quedar.
Aproximaos a ellos, con cuidado, no se fían fácilmente de los humanos.
Harry, Ron y Hermione se acercaron lentamente a uno de los gnobbles. La
pequeña criatura les miró y se apartó un poco para atrás.
—Vamos, acercaos sin miedo. Éstos están habituados al contacto con humanos,
no son como los que podemos encontrar en los bosques, que cuesta mucho hacer que
confíen en uno. Podemos usarlos para encontrar criaturas como los unicornios, muy
mágicas, o para hallar ciertas plantas mágicas muy raras. A ver si sois capaces de
hacer que os conduzcan hasta un unicornio —les dijo Hagrid.
Harry, Hermione y Ron se acercaron más a la pequeña criatura, que finalmente se
dejó tocar.
—«Acaguiciadlos» un poco —les recomendó Madame Maxime—. Y luego
habladles.
Hermione se inclinó sobre el pequeño ser, y le dio unas suaves caricias en la
cabeza. Los gnobbles no tenían pelo. Entornó los ojos y se acercó a Hermione,
contento.
—Parece que le has caído bien, Hermione —le dijo Hagrid—. Ahora decidle que os
lleve junto a un unicornio, pero no os adentréis demasiado en el bosque. Hay unos
cuantos por aquí cerca.
Harry y Ron acariciaron también al pequeño gnobble. Un poco a la izquierda de
ellos, Parvati y Lavender acariciaban también al suyo. Para alegría de Harry, el
gnobble al que intentaban acariciar Malfoy, Crabbe y Goyle, intentaba apartarse un
poco de ellos.
—Llévanos ante un unicornio, por favor —le pidió Hermione.
El gnobble la miró parpadeando, sin hacer nada, pero luego agarró a la chica con
su pequeña mano, que sólo tenía cuatro dedos, y los llevó al interior del bosque.
—¡Bien! —dijo Hagrid—. Vamos tras vosotros, no os preocupéis.
El gnobble les llevó a través de la espesura hasta un pequeño claro, donde les
mostró tres hermosos unicornios jóvenes, con el cuerno aún sin acabar de desarrollar.
—¡Es estupendo! —exclamó Hermione—. Qué criatura más útil... Es muy difícil
encontrar unicornios, y él nos ha traído sin más.
Momentos después llegó Neville, con otro gnobble un poco más alto que el de
Harry, Ron y Hermione, y, detrás de él, Dean y Seamus, Parvati y Lavender y un grupo
de chicas de Slytherin. También llegaron Madame Maxime y Hagrid.
—Bien, diez puntos para Gryffindor por ser los primeros —les dijo Hagrid a los tres
amigos—. Ahora, ya podemos regresar, si queréis.
Parvati y Lavender, junto con Hermione, fueron a acariciar a los unicornios. En
esos momentos, llegó finalmente Malfoy, con aspecto contrariado. Al final, Pansy
Parkinson había logrado que el gnobble de Malfoy los condujera hacia el claro.
Cuando salieron al fin del bosque, dejaron al gnobble, que Ron llevó en brazos,
junto a la cabaña de Hagrid. Se despidieron de él y de Madame Maxime y se dirigieron
al castillo.
—Son unos animales muy interesantes, ¿no creéis? —dijo Hermione—. Oí hablar
de ellos en Francia, cuando fui de vacaciones con mis padres.
—Me gustaría tener uno para explorar el castillo —dijo Ron, pensativo—. ¿Os
imagináis qué lugares mágicos o qué objetos podríamos encontrar? Mi padre y mi
madre siempre han dicho que Hogwarts oculta muchas cosas y muchos secretos...
—¿Cómo qué? —inquirió Hermione.
—No lo sé... por eso son secretos —dijo Ron—. Fijaos, si en segundo hubiésemos
tenido un ser de ésos, a lo mejor nos habría conducido antes a la Cámara de los
Secretos...
—La Cámara de los Secretos no es un lugar mágico —repuso Hermione.
—¿Como que no?
—No tiene nada de mágico, excepto la entrada ¿verdad, Harry? —Harry se
encogió de hombros—. Quizás si le pidieses al gnobble que te llevase junto a un
basilisco...
—Los basiliscos sí que no son mágicos —replicó Ron.
—¿Ah, no? —preguntó Hermione.
Harry, a quien le daba igual si los gnobbles podían encontrar o no la Cámara de los
Secretos, se adelantó a sus dos amigos, que continuaron discutiendo acerca del tema
hasta que llegaron a la sala común, donde estuvieron hasta la hora de la comida.
Cuando entraron en el Gran Comedor, los de Durmstrang ya estaban allí. Krum
ocupaba su puesto al lado de Petrimov, del otro lado tenía a Snape. La comida ya
estaba en la mesa, y se pusieron a comer. Un instante después aparecieron los de
Beauxbatons y los de Castelfidalio, que volvieron a sentarse en la mesa de Gryffindor.
Anton y Marco se sentaron con Harry, Ron y Hermione, y empezaron a hablar con
ellos de las diferencias entre Castelfidalio y Hogwarts.
—En Castelfidalio somos unos setecientos estudiantes —explicaba Anton—. Allí
no estamos divididos en casas, pero también tenemos liga de quidditch. Hay seis
equipos, y no cuatro, y cualquiera puede presentarse a uno de ellos. Se le da mucha
importancia al quidditch allí.
—He leído que el colegio también es un castillo, como éste ¿verdad? —le preguntó
Hermione.
—Sí, pero no es tan grande como Hogwarts. Se construyó en el siglo XV, así que
también es más reciente. Se encuentra en el medio de un bosque y al lado de un río.
—¿Allí admiten a los magos de familia muggle? —preguntó Dean—. Porque en
Durmstrang tengo entendido que no.
—Por supuesto que sí —respondió Anton—. En Italia, eso de los sangre sucia no
se lleva en absoluto. A casi nadie le importa de qué tipo de familia venga alguien. De
hecho, mi abuelo paterno es un muggle.
—Ojalá fuera así aquí —dijo Dean—. Los de Slytherin piensan que los
descendientes de muggles no deberían ser admitidos en el mundo mágico...
—¿Por qué? —preguntó Anton—. Son magos, aunque nadie les enseñe la magia
¿no?
—Exacto —dijo Hermione—. Aunque ahora, en Durmstrang, desde que Karkarov
no está, sí que admiten a descendientes de muggles. Al parecer, el número de
estudiantes era muy reducido... A Petrimov, al parecer, tampoco le importa mucho la
sangre.
—¿Y tú como sabes eso? —le preguntó Ron.
—Viktor me lo contó en una de sus cartas...
—¡Ah! Claro, me olvidaba, Vicky...
—No empieces, Ron... —le advirtió Hermione—. ¡Y no lo llames así!
—Yo no empiezo nada.
Hermione suspiró, meneando la cabeza.
Anton se les quedó mirando, y le preguntó al oído a Ginny, que estaba a su lado:
—¿Qué les pasa a éstos?
—Nada, no te preocupes —dijo Ginny, riéndose por lo bajo y mirando a Harry—.
Siempre están igual.
—Ah...
Cuando la comida terminó, Dumbledore se levantó y pidió silencio.
—Bueno, ahora, rogaré a los capitanes de los cuatro equipos, que pasen a la sala
que hay tras nosotros, donde se les informará de ciertos detalles relativos al Torneo. A
los demás miembros de los equipos, les pediré que vayan al campo de quidditch.
Gracias.
Harry se levantó, y acompañado por Anton, se dirigió a la sala que había tras la
mesa de los profesores. Luego entraron Dumbledore, Ferllini, Krum, Petrimov y
Madame Maxime, la capitana de Beaxubatons y el capitán de Durmstrang.
—Bueno, lo primero, será una presentación —dijo Dumbledore, mirando a los
demás—. Por Hogwarts, Harry Potter.
Harry notó como, instantáneamente, las miradas de la capitana y el capitán de
Beuxbatons y Durmstrang se dirigían a su frente.
Ferllini presentó a Anton, Madame Maxime a su capitana, Amelie Blisseisse, y
Petrimov presentó al suyo, un chico llamado Roman Klingum.
—Bueno —volvió a hablar Dumbledore—. Como sabéis, el torneo se disputará
mediante una semifinal, una final, y un partido en el que se decidirá el tercer y cuarto
puesto. Esta noche, antes de la cena, cada capitán meterá el nombre de su equipo en
un recipiente que hemos preparado, y que será el que emparejará a los equipos para
la semifinal ¿de acuerdo?
Asintieron.
—Bien. Entonces, ahora, por favor, id al campo de quidditch, donde os espera la
profesora Hooch. Tiene algunas cosas que explicaros. Harry, por favor, guíalos ¿de
acuerdo?
—Vale —dijo Harry—. Seguidme.
Salieron del Castillo y se dirigieron al campo de quidditch. Anton iba a su lado.
También venía Krum
—¿Qué puesto tenéis en el equipo? —preguntó Amelie, la capitana de
Beauxbatons.
—Yo soy buscador —dijo Harry.
—Como yo, entonces —dijo el capitán de Durmstrang, con voz grave, mirando a
Harry.
—Yo soy guardián —dijo Anton—. ¿Y tú? —añadió, dirigiéndose a Amelie.
—Yo soy cazadora.
—¿Qué quieren que hagamos en el campo, Harry? —le preguntó Anton
—No sé... supongo que daros las llaves de vuestros vestuarios...
—Y también «darnos» los «horarios» de «entrenamiento» —intervino Krum, que no
había hablado hasta entonces.
—Ah, claro.
Llegaron al campo. Todos los jugadores estaban allí, sin hablar apenas, esperando
a los capitanes.
Cada uno de ellos presentó a los demás a su equipo, antes de que la señora
Hooch les entregara las llaves de los vestuarios y les indicara dónde estaban. Luego
les entregó a cada equipo su horario de entrenamientos, que para Hogwarts era por la
tarde, casi siempre a última hora, debido a las clases.
Los jugadores de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio pasearon por el campo
de quidditch, y fueron a ver sus vestuarios. Los de Hogwarts, que ya los conocían,
volvieron al castillo.
Para alivio de Ron, Hermione estaba en la sala común, y allí siguió hasta la hora
de la cena. Obligó a Harry y a Ron a trabajar con ella en los encantamientos
levitatorios, aunque ninguno de los dos tenía la más mínima gana de hacer nada.
Estaban más preocupados por el sorteo y por quien les tocaría en la semifinal.
De hecho, ese era el tema de conversación en la sala común. Dean y Seamus
discutían sobre cuál de los tres equipos rivales sería más fácil de derrotar. En un sofá
junto al fuego, Neville y Ginny hablaban de lo mismo. Harry y Ron intentaron dejar los
encantamientos y unirse a los demás, pero Hermione no cedió.
Cuando al fin llegó la hora de bajar a cenar, todos los alumnos de Gryffindor
descendieron al Gran Comedor, que había sido engalanado con calabazas y todo tipo
de adornos propios del día. Cuando todos estuvieron sentados, Dumbledore se
levantó. Tenía delante de él la urna que les habían mostrado al mediodía.
—Atención todos, por favor —pidió Dumbledore—. Esta noche procederemos al
sorteo para el torneo de quidditch. Pediré a los capitanes que escriban en un trozo de
pergamino el nombre de su colegio, y esta urna hechizada elegirá, de forma
totalmente aleatoria, los partidos que se disputarán. Bien..., en primer lugar, el capitán
de Durmstrang, Roman Klingum.
Klingum se levantó de la mesa de Slytherin y se acercó a la mesa de los
profesores. Escribió el nombre de su equipo en un trozo de pergamino y lo introdujo en
la urna.
—Gracias, señor Klingum —dijo Dumbledore—. Bien, ahora, el capitán de
Hogwarts, Harry Potter. Si haces el favor, Harry...
Se levantó de la mesa y se acercó a la mesa de los profesores, mientras todo el
mundo le miraba.
Al acercarse a la urna, miró a Snape, que le devolvió una mirada de desprecio.
Harry escribió «Hogwarts» en un trozo de pergamino, y lo metió en la urna.
—Gracias, Harry —le dijo Dumbledore, mientras él volvía a su sitio—. Ahora, por
favor, la capitana de Beauxbatons, Amelie Blisseisse. Si es tan amable...
Amelie hizo lo propio, y, por último, Anton.
—Bien —dijo Dumbledore, satisfecho—. Cuando termine la cena, conoceremos los
resultados del sorteo. Ahora, como supongo que estáis hambrientos, ¡a disfrutar del
banquete!
Las fuentes de las mesas se llenaron con una soberbia cena. Durante los primeros
minutos, nadie habló, ocupados como estaban en comer.
—Oye, Harry —dijo un rato después Anton—. ¿Crees que nos tocará jugar juntos
en la semifinal?
—No lo sé —le contestó Harry, entre sonrisas—. Pero prefiero que nos toque en la
final, ahora que te conozco.
—Yo también lo espero así —dijo, contento—. Pero espero que nos toque
Beauxbatons, a los de Durmstrang los ha entrenado Krum...
—Sí, yo también creo que los de Beauxbatons son más fáciles de vencer —opinó
Ron, echando un vistazo a los jugadores de Beauxbatons—. Parecen más jóvenes y
con menos experiencia...
—Sí, Beauxbatons nunca ha destacado por el quidditch —continuó diciendo Anton
—. Al contrario que Durmstrang, o que Hogwarts y Castalfidalio.
Harry se sirvió un gran trozo de pastel de carne, uno de sus platos favoritos. Ron
comía un gran filete. Los postres consistieron en grandes cantidades de dulces,
pasteles y tartas de todos los tipos y variedades imaginables.
—La comida aquí es estupenda —reconoció Anton—. En Castelfidalio también hay
buena cocina, pero esto lo supera.
—Bueno, tampoco es así todos los días —dijo Parvati, mirando fijamente al chico
—. Pero como hoy es fiesta especial...
—Pero a mediodía no era fiesta, y la comida fue igualmente magnífica —insistió
Anton—. Buf, creo que ya no puedo más. Si sigo comiendo así, la escoba no podrá
conmigo... —dijo, entre las risas de los de Gryffindor.
En ese momento, Dumbledore se levantó, pidiendo silencio.
—Bien. Ha llegado el momento de conocer el resultado del sorteo —declaró,
sacando su varita y dando un suave golpe en la urna.
Al instante, la urna brilló, emitiendo un suave fuego y humo. El humo se levantó,
arremolinándose en dos grandes volutas, que brillaron. Cada una de ellas, definió dos
nombres, indicando los equipos que se enfrentarían en cada partido.
La primera voluta en aclararse, decía: CASTELFIDALIO — DURMSTRANG y la
segunda voluta, HOGWARTS — BEAUXBATONS
El Gran Comedor se llenó de murmullos y conversaciones animadas sobre los
emparejamientos.
—Bien, bien —dijo Dumbledore pidiendo silencio de nuevo—. El primer partido
será, entonces, Castelfidalio contra Durmstrang, el día veintinueve de noviembre a las
cuatro de la tarde. El segundo partido de las semifinales, Hogwarts contra
Beauxbatons, se celebrará el día seis de diciembre, también a las cuatro de la tarde.
La final será a vuelta de navidades, el día diecisiete de Enero. Bueno, pues mucha a
suerte a todos, y que gane el mejor. Ahora, antes de que continuéis con la fiesta, sólo
otro detalle que, estoy seguro, alegrará a la mayoría de vosotros.
Todos los alumnos miraron a Dumbledore, expectantes.
—Este año, por navidad, celebraremos también un gran baile que estoy seguro
todos disfrutaréis —dijo Dumbledore con una sonrisa. Luego se puso un poco más
serio, mientras por las mesas comenzaban los cuchicheos—. Es posible que en el
futuro no tengamos muchos momentos de felicidad o de celebración, así que espero
que todos disfrutéis lo máximo posible de esta fiesta.
Parvati y Lavender estaban ya cuchicheando sin parar. Harry, por su parte, no
sabía si alegrarse ante la idea de un baile o no. Por su parte, Ron se había quedado
mudo. Miraba a Dumbledore y a Hermione alternativamente, que hablaba con Ginny
como si nada hubiera pasado.
—Bueno, «Hagui» —dijo una voz detrás de Harry. Se volvió y resultó ser Grabrielle
Delacour—. «Paguece» que tenemos que «enfguentagnos» en las semifinales.
—Sí, eso parece —dijo Harry—. Nunca había hablado con la chica, ni siquiera
cuando la había sacado del agua, dos años antes.
—Oye, hace dos años, no te di las «ggacias pog habegme» sacado. Ni a «Gon»
tampoco...
—No hace falta —dijo Ron rápidamente.
—Es cierto, no fue nada —corroboró Harry, que se había sentido muy arrepentido
de haberlo hecho.
—Bueno, «paga» mí sí que fue algo «importante» —insistió la muchacha. Ron la
miraba un tanto embobado. Harry estuvo a punto de echarse a reír. A su amigo le
afectaban las veelas de una forma extraordinaria. Hermione había dejado la
conversación con Ginny y observaba a Ron.
—¿En qué puesto juegas? —le preguntó Harry.
—Soy «buscadoga» —respondió—. Amelie me ha dicho que tú también «egues
buscadog».
—Sí —confirmó Harry, y añadió—: Y Ron es guardián.
—Genial —dijo la chica, sonriendo y mostrando unos dientes blancos perfectos—.
Bueno, «Gon, ega hoga» de que nos «conociégamos», al fin y al cabo, casi somos
familia, ¿no? —sonrió aún más.
—Sí, es cierto —dijo Ron, que también sonrió.
—Y «tendguemos» baile... genial. Me encantan los bailes —comentó ella—. ¿A
«vosotgos» no?
—Esto... pues no sabría decirte... —dijo Harry.
—Nos encantan —respondió Ron, y Hermione frunció el entrecejo.
—Tú le pediste a mi «hegmana» que «guega» contigo hace dos años.
—Sí, bueno... —dijo Ron, mientras sus orejas enrojecían intensamente.
—Ja, ja, ja —se rió ella—. No hace falta que te pongas así. Mi «hegmana» usa
demasiado sus dotes de veela.
Ron no dijo nada.
—Bueno, ya nos «veguemos» —dijo la chica, mirándoles con ojos brillantes,
mientras empezaba a alejarse de la mesa.
—Oye... —dijo Harry, sin resistir la curiosidad—. ¿Cuántos años tienes?
—«tguece» —contestó la muchacha.
—¿Trece? —preguntó Harry sorprendido—. Yo habría jurado que hace dos años
tenías ocho...
Gabrielle sonrió.
—Ya. «Pego» tenía once. Es por la «sanggue» de Veela —confesó—. Cambiamos
muy poco hasta que nos llega la adolescencia.
—Ah —dijo Harry, sorprendido—. Ya entiendo.
—Bueno, «ahoga» he de «igme» —se despidió—. Ya nos «veguemos»,
concuñado —le dijo a Ron.
—Hasta luego —dijo Harry.
—Vuelve por aquí cuando quieras —le ofreció Ron, que no pestañeaba,
sonriéndole también.
—¿Qué tal si despiertas, Ron? —le dijo Hermione cuando Gabrielle se hubo ido.
—Ya estoy despierto —dijo Ron, con cara de perplejidad, sin darse cuenta del tono
irónico de Hermione.
La fiesta continuó, muy animada. Anton le dijo a Harry que esperaba verlo en la
final, a lo que Harry le contestó que él esperaba verlo a él. La mayoría de chicas se
mostraba entusiasmada con la idea del baile, y hablaban sobre a quién pensaban
invitar o con quien les gustaría ir.
Un rato después del anuncio de Dumbledore, Krum abandonó la mesa de los
profesores y se acercó a la de Gryffindor.
—Hola —saludó.
—Hola —le dijeron Harry y Hermione.
—«Herrmione» me contó todo lo que habéis hecho el año pasado, Harry —dijo
Krum, sentándose con ellos—. Fuisteis muy valientes y temerarios...
—Bueno, en realidad creo que fui bastante estúpido —dijo Harry.
—Yo no lo «crreo». Lo arriesgasteis todo «porr salvar» a ese «padrino» tuyo...
—Y precisamente hicimos lo contrario —dijo Harry, entristecido de repente.
Hermione lo vio y decidió cambiar un poco de tema
—Hablando de pérdidas... ¿Cómo os ha sentado lo de Karkarov, Viktor? —
preguntó.
—Nos lo «esperrabamos». Nadie creía que «fuerra» a «escaparr porr siempre».
No «erra» muy buen «dirrector» —admitió Krum—. «Petrrimov» es mucho «mejorr».
—Ahora sí admiten a magos que no sean de sangre limpia, ¿verdad? —le
preguntó Harry, volviendo a la conversación—. Hermione nos lo ha dicho.
—Sí. A «Karrkarrov» no le gustaban. No le gustó nada que yo «fuerra» al baile
contigo, «Herrmione» —comentó Krum, mirando a Hermione fijamente. ella desvió la
mirada.
Estuvieron hablando un buen rato, e incluso Ron participó en la conversación,
hasta que llegó la hora de irse a la cama. Al día siguiente tenían entrenamiento por la
tarde y debían estar descansados.
—Bueno, hasta mañana, Viktor —le dijo Hermione, al ir a salir del Gran Comedor.
—«Herrmione, esperra» un momento —pidió Krum—. ¿«Podrríamos hablarr»?
—Esto... sí —contestó la chica.
—Te esperamos en la sala común —le dijo Harry, tirando de Ron, que no paraba
de mirar atrás mientras subían las escaleras. Parecía muy contrariado.
—¿Oye, estás bien? —le preguntó Harry a su amigo.
—Claro que sí. Perfectamente. ¿Por qué no iba a estarlo? —dijo Ron, visiblemente
enfadado.
Harry no dijo nada más. Entraron en la sala común y se sentaron en el sofá junto al
fuego, donde Ginny se les unió.
—¿Qué te ha parecido el sorteo, Harry? —preguntó Ginny.
—Bueno, creo que nos ha tocado el partido más fácil —dijo Harry—. Creo que
Castelfidalio son los más difíciles, aunque a los de Durmstrang los entrene Krum.
—¿Qué opinas tú, Ron? —le dijo a su hermano.
—Está todo muy bien —contestó Ron, malhumorado, sin quitar la vista de la
entrada de la torre.
—Oye, Ron, ¿por qué no hablas con Hermione de una vez en lugar de hacer tanto
el tonto? —Ron la miró con los ojos muy abiertos—. Pídele que vaya al baile contigo.
—No tengo nada que hablar con ella —contestó Ron—. Déjame en paz, ¿quieres?
Ginny le puso mala cara.
—Hermione tiene razón, eres imposible —le soltó, yéndose con un grupo de chicas
de su curso.
En ese momento, la puerta del retrato se abrió, y entró Hermione.
—¿Me prestas a Hedwig, Harry? —preguntó.
—Está en la lechucería —respondió él.
—¿Puedo usarla para enviar una carta a mis padres?
—Claro.
Ron la miró con enfado.
—¿Vas a contarles tu conversación con Krum? —le dijo, en tono entre enfadado y
burlón.
—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando a Ron con suspicacia.
—Digo que si vas a contarles que Vicky sigue loquito por ti —repitió Ron, hiriente.
—No es asunto tuyo —le contestó Hermione, enfadándose también.
—¿Qué? —insistió Ron—. ¿Ya te ha pedido que vayas con él al baile, verdad?
Hermione le miró, furiosa.
—¡Pues sí! —exclamó, poniéndose un poco colorada. Todas las conversaciones
se apagaron, mientras todos los que estaban en la sala los miraban.
—¡Pues ve con él, y que te diviertas! —le gritó Ron, poniéndose en pie de un salto.
—¡Pues para que te enteres, no le he dicho que sí! —gritó ella, poniéndose roja de
ira—. Y ahora, si me disculpas, voy a la lechucería, si eso no te molesta, claro.
Y salió sin decir más.
Ron se quedó mudo.
—¿No le ha dicho que sí? —Ron parecía desconcertado, pero ya no parecía
enfadado. Miró a Harry.
—Yo me voy a la cama —fue toda la respuesta de Harry, y subió hacia los
dormitorios.
Neville, Dean y Seamus aún permanecían en la sala común. Harry se puso el
pijama, y se iba a meter en la cama cuando entró Ron, con paso lento. Miró hacia
Harry, dudando.
—Oye, Harry... —empezó.
—¿Qué?
—¿Recuerdas lo que nos dijiste aquel día, en Grimmauld Place?
—¿Cuándo?
—El día que nos contaste lo del sueño...
—Ah... sí —dijo Harry, cayendo en la cuenta. Ron nunca le había hablado de
aquello.
—Bueno... ¿Crees... crees que debería pedirle que fuera al baile conmigo? —Ron
se puso colorado.
—No lo sé —respondió. Le miró—. ¿Tú quieres ir con ella?
—Bueno... sí —admitió.
—Pues entonces pídeselo, no hagas como hace dos años.
—¿Tú crees que... que aceptará?
—Mira, no soy un as en esto, pero creo que sí... cuando se le pase el enfado,
claro. —Luego añadió—: Si no quisiera ir contigo estoy seguro de que habría aceptado
ir con Krum...
Ron no dijo nada más, pero esbozó una sonrisa.
—¿Tú con quien vas a ir? —preguntó.
—No lo sé...
Era cierto, aún no se lo había planteado... si fuera el año anterior, habría ido con
Cho, pero ahora...
—¿Habláis del baile? —preguntó Seamus, que entraba seguido de Neville y Dean.
—Eh... sí —reconoció Ron.
—¿Vas a ir con Hermione, Ron? —le preguntó Dean con una risita.
—No sé con quien voy a ir —respondió Ron—. ¿Con quien vas a ir tú?
—No lo sé tampoco...
—Yo se lo voy a volver a pedir a Lavender —dijo Seamus—. En el otro baile me lo
pasé muy bien con ella...
Siguieron hablando un rato del tema, mientras se ponían los pijamas. Estaban a
punto de meterse en la cama cuando la puerta del cuarto se abrió y Ginny entró como
una exhalación, con la preocupación pintada en la cara.
—Harry, Ron...
—¿Qué pasa, Ginny? —dijo Ron—. ¿Qué haces aquí?
—Es Hermione —dijo, jadeando—. La han encontrado sin sentido en la lechucería.
Alguien la ha atacado.
—¡¿Qué?! —gritó Ron. Se puso la bata y, seguido por Harry, salió tras Ginny.
—¿Qué sucedió?
—No lo sabemos —dijo Ginny—. McGonagall entró y me dijo que os avisara. La
han llevado a la enfermería.
Los tres salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería corriendo. Allí
estaban Dumbledore y la profesora McGonagall, junto a la señora Pomfrey, que le
daba a Hermione, que ya estaba consciente, una poción.
—¡Hermione! ¿Cómo está? —preguntó Ron.
—Tranquilo, señor Weasley —dijo Dumbledore—. No le ha pasado nada grave.
Sólo la han aturdido.
—¿Qué sucedió, Hermione? ¿Quién lo hizo?
—No lo sé... —respondió la chica, que parecía algo mareada—. No recuerdo nada
después de que salí de la sala común... Pero al parecer, debí enviar la carta, porque
ya no la tengo.
—La gata del señor Filch la encontró, pero no encontramos al culpable —explicó la
profesora McGonagall, que parecía muy preocupada.
—Pero, ¿por qué no recuerdas nada? —le preguntó Harry—. Si sólo te han
aturdido...
—Me temo —intervino Dumbledore, muy serio— que el que la atacó también le
modificó la memoria —Harry y Ron miraron al director, sorprendidos—. Seguramente
la señorita Granger vio algo que su atacante no quería que viera, pero el qué, o el por
qué, lo ignoramos.
Nadie supo qué decir.
13
Sospechas
—Bueno, me temo que aquí no podemos hacer nada más —dijo Dumbledore con
pesadumbre—. Será mejor que nos retiremos, Minerva.
La profesora McGonagall asintió.
—No tardéis en volver a la sala común —les dijo a Ron, a Harry y a Ginny. Hasta
mañana.
Los dos profesores salieron de la enfermería, dejando a la señora Promfrey con los
cuatro amigos.
—Vamos, vosotros también tenéis que iros a dormir —dijo la señora Pomfrey—. La
señorita Granger debe descansar.
—Sólo unos minutos más, por favor —pidió Ron, que parecía muy afligido.
—Está bien. Tienen cinco minutos —concedió la señora Pomfrey, entrando en su
despacho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron.
—Sí, Ron... sólo un poco mareada —respondió Hermione, sonriéndole.
—¿De veras no recuerdas nada? —preguntó Harry.
—No, Harry. Ya os lo dije: lo último que recuerdo es que salí de la torre de
Gryffindor, y luego me desperté aquí.
Ron parecía a punto de echarse a llorar.
—Hermione, yo... yo lo siento. Si te llega a pasar algo grave... —sacudió la cabeza
—. Siento haberte dicho todo eso... tienes todo el derecho a ir al baile de Navidad con
Krum si quieres...
Hermione le miró un momento, y volvió a sonreírle.
—No te preocupes, Ron. No pasa nada. Está olvidado.
Ron le dio un abrazo.
—No volverás a andar sola por los pasillos de noche —le dijo, rotundo—. Yo o
Harry te acompañaremos siempre.
—Vamos, no creo que sea para tanto. Si quisieran hacerme daño, me lo habrían
hecho...
—A lo mejor no te lo hicieron porque no pudieron... —dijo Ron.
—Vamos, venga. Déjenla dormir —les ordenó la señora Pomfrey, volviendo a
entrar en la sala—. No deberían estar por el colegio a estas horas después de lo
sucedido.
Los tres se dispusieron a irse.
—Mañana vendremos a verte, Hermione —prometió Harry, dándole unas
palmadas en el hombro.
—Sí, a primera hora —confirmó Ron, agarrándole la mano.
Ginny le dio un beso.
—Descansa.
—Gracias a los tres —se despidió—. Hasta mañana.
Una vez hubieron salido de la enfermería, Ron le preguntó a Harry:
—¿Quién lo habrá hecho?
Harry tardó unos segundos en contestar.
—No lo sé... No tengo ni idea.
—¿Crees... crees que tendrá que ver con Voldemort? —le preguntó Ron,
visiblemente asustado ante la posibilidad.
—Es posible —admitió Harry—. Aunque no sé...
—A lo mejor fue casualidad —dijo Ginny, y Harry y Ron la miraron, sin comprender
—. Quiero decir, a lo mejor Hermione vio a alguien haciendo algo que no debía, y por
eso la atacó, pero no tiene por qué estar relacionado con Quien Vosotros Sabéis...
—¿Y quien iba a hacer algo así por que le pillaran incumpliendo una norma?
Únicamente alguien de Slytherin... —dijo Ron.
—Vamos, pensad ¿Quién va a estar aquí, ante las narices de Dumbledore,
trabajando para Quien Vosotros Sabéis? —preguntó Ginny.
—Bueno, en primero estuvo Quirrell ¿no? Y luego Crouch... —señaló Harry.
—Sí, pero eran mayores, no sé... este año no hay ningún profesor nuevo, tendría
que ser un alumno...
—¿Cómo que no? ¿Y los de Durmstrang y Castelfidalio? —dijo Ron—. Fijaos:
llegan ayer, y hoy hay un ataque en Hogwarts. ¿No os parece sospechoso?
—Y podría haber sido un alumno —dijo Harry, mientras Ron pronunciaba la
contraseña ante la señora gorda—. En mi opinión, es lo más probable.
—¿Y qué alumno? —preguntó Ginny, sentándose en un sillón.
—¿Qué tal Draco Malfoy? —insinuó Ron—. Le veo perfectamente capaz de estar
aquí cumpliendo órdenes de Voldemort...
—Pues yo no —replicó Ginny—. Es un bravucón engreído, pero estoy seguro de
que en el fondo es un cobarde.
—Pues a lo mejor alguno de los otros colegios... —sugirió Ron.
—Todos salieron del castillo en cuanto acabó la fiesta —le contestó su hermana.
—¿Estás segura? A lo mejor volvieron a entrar... Quizás alguno tiene una capa
invisible... —aventuró.
—Bueno, yo me voy a acostar —dijo Ginny—. No creo que discutiendo aquí
saquemos nada... Hasta mañana.
Subió las escaleras hacia las habitaciones de las chicas.
—¿Tú qué crees? —le preguntó Ron a Harry, que estaba muy callado.
—No lo sé... Para empezar, deberíamos saber el motivo por el que le lanzaron un
hechizo desmemorizante...
—Podríamos coger la capa e ir a la lechucería...
—¿Qué esperas encontrar? El que haya atacado a Hermione seguro que no ha
dejado pruebas... —Se quedó pensando—. La lechucería... ¿Qué haría allí?
—Sólo se puede hacer una cosa en la lechucería: enviar un mensaje —dijo Ron—.
¿Crees que Hermione vio a alguien enviar una lechuza? Pero ¿por qué iban a atacarla
por una cosa así?
—Todo dependería de a quien se la enviara o qué estaba enviando...
—¿Crees que pudo haber visto a Malfoy enviando un mensaje para su padre o
algo así?
—No sé... es posible. Pero no creo que tengamos forma de averiguarlo. Será
mejor que nos vayamos a dormir.
Subieron hacia los dormitorios. Cuando se estaban poniendo los pijamas, Neville
se incorporó.
—Harry..., Ron... —dijo en voz baja.
—¿Qué pasa, Neville? —preguntó Harry.
—¿Hermione está bien?
—Sí. Sólo la aturdieron.
—¿Quién fue?
—No lo sabemos, Neville —dijo Ron—. Nadie lo sabe.
—Vaya... bueno, menos mal que está bien —se tranquilizó Neville—. Creí que era
algo más grave... Vale..., hasta mañana, entonces.
—Hasta mañana, Neville —le dijeron Harry y Ron.
Harry tardó un rato en dormirse. Lo que había dicho Ron le hizo pensar. El primer
ataque extraño en Hogwarts desde hacía dos años, y ocurría justo después de que
llegaran los de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio. Harry confiaba en los de
Beauxbatons, al fin y al cabo Madame Maxime ayudaba a Dumbledore, pero no sabía
demasiado de los demás. Sólo podía confiar en Krum, de entre todos ellos, o al menos
eso creía. Los de Castelfidalio parecían simpáticos, pero ¿quién sabía? El falso Moody
también había parecido simpático... Harry, además, no sabía nada de Petrimov ni de
Ferllini. Decidió que, al día siguiente, le escribiría sin falta una carta a Lupin a ver si
sabía algo de ellos. Le habría gustado pensar que quizás fuese Malfoy, pero le
extrañaba. Si Malfoy quería comunicar información a Voldemort le bastaría con escribir
a su madre, que no resultaría sospechoso... Dumbledore había dicho que no sabían
quién habría podido hacerlo. ¿Había sido totalmente sincero? Dumbledore siempre
parecía saber lo que se tramaba en el castillo... ¿Sería posible que ni siquiera tuviese
una vaga idea? Decidió que también iría a hablar con él.
Harry:
Dumbledore nos informó también del ataque hoy
(sábado), en una reunión extraordinaria de la Orden. No
tenemos noticia o prueba alguna de que Voldemort tenga
agentes o espías en Hogwarts, pero, si los tuviera,
seguramente lo mantendría lo más en secreto posible; lo
suficiente como para que no pudiésemos averiguarlo.
No tenemos demasiada información acerca de Petrimov o
de Ferllini, pero no tenemos motivos de sospecha acerca de
ellos. Petrimov era profesor de Encantamientos en
Durmstrang, puesto que ocupa desde hace seis años, aunque
al parecer, no estaba de acuerdo con todas las directrices de
Karkarov. Cuando éste huyó, fue nombrado director. Nada en
su pasado sugiere que pueda estar trabajando para los
mortífagos. En cuanto a Ferllini, lleva dirigiendo Castelfidalio
unos ocho años. Sabemos que es hija de un mago, anterior
director del Colegio, y de una mujer muggle. Tampoco
tenemos motivo alguno de sospecha.
Ahora bien, tanto tú, como Ron, Hermione y Ginny debéis
de tener mucho cuidado. Procura no recorrer el castillo solo,
ni que ellos lo hagan. De todas formas, miembros de la Orden
vigilarán Hogsmeade y estarán cerca de Hogwarts por si es
necesario.
Saluda a Ron y a Hermione. Los padres de Ron y Fred y
George también os mandan saludos. Dumbledore les ha
pedido que residan la mayor parte del tiempo aquí. No cree
que La Madriguera sea un lugar seguro.
Saludos.
Lupin
Durante toda la semana trabajaron duro cuando podían, ya que la última semana
del mes todas las horas de entrenamiento estaban reservadas para Durmstrang y
Castelfidalio, que jugarían el día veintinueve, al igual que ellos y Beauxbatons tendrían
el campo sólo para ellos la semana siguiente, previa a su propio partido. Ensayaron
numerosas jugadas y movimientos, y en general, Harry se mostraba muy satisfecho
con el rendimiento del equipo.
—Creo que lo estamos haciendo bastante bien —le dijo Ginny a Harry después de
una sesión especialmente agotadora—. Estoy segura de que ganaremos a
Beauxbatons.
La desventaja de tanto entrenamiento era la gran cantidad de deberes que se les
acumulaban a Harry y a Ron, que apenas hacían otra cosa más que trabajar y
entrenar, a pesar de la ayuda de Hermione. Ron, además, tenía sus obligaciones de
prefecto, que le quitaban aún más tiempo.
Mientras tanto, en El Profeta, que leían todos los días, había vuelto la calma. Se
sabía que los aurores trabajaban día y noche en busca de los mortífagos, pero no
había habido ninguna detención, ninguna muerte, ningún ataque. En el castillo, nadie
daba señas de ser el agresor de Hermione y los alumnos estaban mucho más
tranquilos. Harry, por su parte, aún no se había planteado con quien ir al baile, y Ron
seguía sin decirle nada a Hermione, que por su parte seguía dándole largas a Krum,
que cada dos días la abordaba preguntándole si finalmente iba a ir con él.
Un día, mientras Harry y Ron terminaban una redacción para transformaciones,
Harry le preguntó a Ron.
—Oye ¿vas a decírselo algún día? —Y miró a Hermione, que charlaba con Ginny,
Parvati y Lavender en el sofá.
—Eh... sí, algún día de estos —dijo Ron, poniéndose nervioso repentinamente.
—¿Cuánto tiempo más crees que va a estar dándole largas a Krum? —le preguntó
Harry.
—Bueno —repuso Ron—. Si quisiera ir conmigo, también podría pedírmelo ella
¿no crees?
—Sí, pero no lo hará —contestó Harry, muy seguro—. Te lo dijo muy claro hace
dos años...
Ron frunció el ceño, sin contestar, volviendo a su redacción. Harry le miró un rato.
—¿Por qué no te atreves? —le preguntó—. Es nuestra mejor amiga. Hace dos
años lo hiciste sin más...
Ron tampoco contestó. Harry se encogió de hombros y volvió a también a su
redacción.
Al día siguiente, en Pociones, Harry le entregó con una sonrisa su trabajo a Snape,
que le miró como si estuviera cubierto de estiércol de dragón, pero no dijo nada. Harry
le sonrió con suficiencia a Malfoy, que le miraba.
Más tarde, a mediodía, mientras comían, Hedwig les trajo la respuesta de los
padres de Ron:
Hola muchachos:
No os preocupéis. Es normal que estuvierais distraídos por el
partido. Es bueno que al menos vosotros tengáis algo con lo que
distraeros de todo lo que sucede. Ese torneo ha sido una gran idea de
Dumbledore.
Nosotros nos encontramos bien. Como sabéis, ahora estamos casi
siempre en Grimmauld Place, por consejo de Dumbledore. Percy se
encuentra un poco mejor. Ha conseguido el traslado al Departamento
de Seguridad Mágica, y trabaja constantemente. Parece más tranquilo,
pero está obsesionado. Aún no hay pistas que nos permitan saber
quién cometió el crimen, pero vosotros no os preocupéis ¿de acuerdo?
Estudiad mucho ¡y no os metáis en líos!
Gracias por preocuparos.
Besos
Por la tarde, los tres amigos bajaron a la biblioteca, donde permanecieron hasta las
seis trabajando para Encantamientos y para Transformaciones. Hermione, además,
tenía otro trabajo de traducción para Runas Antiguas. Al terminar, salieron para volver
a la sala común. Avanzaban por un pasillo desierto, cuando vieron a Neville al otro
extremo, que se volvió hacia ellos, que en esos momentos se encontraban a unos
siete u ocho metros de él.
—¡Ah! Hola, chicos —saludó Neville, volviéndose—. ¿Habéis...?
Pero Neville no dijo nada más, porque alguien a sus espaldas, desde el pasillo del
cual venía, gritó «¡Crucio!», y Neville cayó al suelo, retorciéndose de dolor.
—¡NEVILLE! —gritó Harry, y él, Ron y Hermione sacaron las varitas y se dirigieron
hacia su amigo.
Al llegar al cruce de los pasillos, Neville ya había dejado de gritar y sólo gemía.
Miraron a todos lados, pero no vieron a nadie más en el pasillo.
—¡No es posible! —gritó Harry, sorprendido—. Cogedle —dijo Harry a Hermione y
a Ron—. Voy a buscar quién...
—¡No Harry! —le previno Hermione—. ¡Puede ser peligroso!
—¡No voy a dejar que escape! —exclamó decidido, corriendo por el pasillo.
Pero no vio a nadie. Ni por el pasillo, ni en ninguna de las habitaciones que en él
había. Extrañado, y sobre todo, decepcionado, volvió junto a Ron y a Hermione, que
acababan de despertar a Neville y lo llevaban a la enfermería.
—¿Viste quién te atacó, Neville? —le preguntaba Ron.
—No... no venía nadie detrás de mí...
—¿Encontraste algo, Harry? —le preguntó Hermione, preocupada.
—No —admitió Harry, con gesto de rabia—. Será mejor llevarle a la enfermería y
avisar a Dumbledore...
Ayudaron a Neville a caminar, que aún estaba dolorido, y se dirigieron a la
enfermería, cuando se encontraron, al doblar una esquina, a Henry Dullymer.
—¡Hola! —saludó él, sonriente. De pronto, su expresión cambió, al ver a Neville—.
¿Qué le ha pasado?
—Alguien le ha atacado —dijo Harry—. Le han lanzado la maldición cruciatus.
—¿La maldición cruciatus? —preguntó Dullymer, espantado—. Pero ¿por qué?
¿Quién?
—Eso nos gustaría saber —dijo Harry—. Eso nos gustaría saber...
—Pero... ¿por qué? —volvió a preguntar Dullymer, sacudiendo la cabeza—. A
Hermione se supone que la atacaron porque vio algo ¿no? Pero Neville...
Hermione se acercó al despacho de McGonagall mientras Harry, Ron y Henry
llevaban a Neville a la enfermería. La señora Pomfrey le examinó y los tranquilizó. Al
parecer, no tenía nada grave.
Hermione apareció entonces por la puerta, seguida de la profesora McGonagall y
de Dumbledore.
—¿Se encuentra bien, señor Longbottom? —preguntó la profesora McGonagall,
con cara preocupada.
—Sí, gracias profesora... —contestó Neville.
—No tiene nada grave —añadió la señora Pomfrey—. Sólo se encuentra un poco
dolorido debido a la maldición.
—¿Quién fue? —preguntó Dumbledore, aunque con expresión de saber ya la
respuesta.
—No lo sabemos —reconoció Harry—. No le vimos. Y es imposible, porque
llegamos al pasillo aquel un segundo después de que atacaran a Neville...
—¿Por qué lo habrán hecho, profesor? —preguntó Dullymer, con aspecto
preocupado.
—Tengo mis sospechas, señor Dullymer —dijo Dumbledore, pensativo—. Pero
nada concreto...
—¿Voy a tener que quedarme aquí? —preguntó Neville.
—No, señor Longbottom —respondió la señora Pomfrey—. No le ha pasado nada
grave. Puede irse cuando quiera.
—Bueno, menos mal. Dado que estáis todos bien, es mejor que regreséis a
vuestras salas comunes —dijo Dumbledore.
—Está bien. Yo me voy, entonces —se despidió Henry—. Cuídate, Neville.
—Gracias —contestó Neville. Dullymer le sonrió y se fue. Neville se levantó y se
dirigió hacia la salida, acompañado de los demás, pero Harry, al atravesar la puerta,
se quedó escuchando.
—¿Qué crees que significa esto, Albus? —preguntaba la profesora McGonagall.
—No lo sé, Minerva... pero es obvio que el ataque a la señorita Granger no fue un
hecho aislado...
—Pero... ¿por qué? —preguntó la profesora McGonagall, aún más asustada—.
¿Por qué lo habrán hecho, Albus? No tiene sentido...
—Para asustar, Minerva —contestó Dumbledore con voz grave—. Para asustar. El
atacante no tiene que hacer algo grave. Sólo tiene que mostrar que podría haber
hecho algo grave... Aunque usar la maldición cruciatus...
—¿Qué alumno se arriesgaría a hacer algo así, Albus? ¡Arriesgarse a cadena
perpetua en Azkaban!
—No lo sé —respondió Dumbledore, con voz grave—. Sólo sé que el colegio no es
seguro ahora.
No dijeron más, y Harry bajó las escaleras rápidamente, pero con cuidado. Alcanzó
a sus amigos y juntos se dirigieron hacia la sala común. Todo el mundo sabía ya lo
ocurrido, y hablaban con Neville. La gente se veía asustada.
Los tres amigos se sentaron, y Harry les contó a Ron y a Hermione lo que
Dumbledore le había dicho.
—¿Para asustar? —preguntó Ron—. ¿La maldición cruciatus?...
—Entre esto y lo que me pasó a mí, los estudiantes tendrán miedo... atreverse a
usar una maldición imperdonable contra un alumno en Hogwarts... eso no había
sucedido nunca antes —explicó Hermione.
Ninguno de los tres dijo nada más y se quedaron un rato mirando al fuego. Harry y
Ron decidieron jugar una partida de ajedrez, observados por Hermione, aunque
ninguno de los dos estaba muy concentrado. Serían las ocho de la tarde cuando una
lechuza entró en la sala, dejando una nota para Harry.
—¿Quién me enviará esto? —se preguntó, mientras abría la nota, bajo la mirada
de sus amigos.
Harry:
Debemos hablar. Es importante. Ven a mi despacho ahora
mismo. La contraseña es «dulces de chocolate». Ven con Ron y
Hermione. No se lo digáis a nadie.
Dumbledore.
Si el miércoles había sido un día duro, el jueves y el viernes no fueron más fáciles.
El jueves tuvieron entrenamiento con el equipo, y, como Harry consideró que ya
habían descansado lo suficiente y que había que apurar los entrenamientos,
trabajaron toda la tarde, en el campo nevado y con temperaturas bajo cero. Cuando
terminaron, todo el mundo sintió alivio y corrieron a meterse bajo las duchas de agua
caliente. Malfoy, sin embargo, se puso a protestar:
—¿Pretendes matarnos de frío, Potter? —le espetó—. A lo mejor tú estás
acostumbrado a él porque la casa de Weasley estará llena de agujeros de ratones,
pero los demás...
Ron se levantó, enfadado, y Ginny sacó su varita.
—Cállate ¿quieres? —dijo Harry, sujetando a Ron, que le lanzaba a Malfoy
miradas asesinas.
—Oye, si no estás a gusto ¿por qué no te vas del equipo? —le preguntó Bradley,
enfadado—. Te aseguro que no vamos a ponernos a llorar por ello.
Malfoy miró a Bradley con desprecio, pero se calló y no dijo nada más. Recogió
sus cosas y se dirigió al castillo seguido por Crabbe.
Harry y Ron le sonrieron a Bradley, y luego, tras despedirse, cerraron los
vestuarios y se dirigieron al castillo. Ron abría un camino en la nieve con el conjuro
que Hermione les había enseñado para expulsar aire caliente.
Abrió los ojos de verdad y se incorporó. ¿Qué había pasado? De pronto lo recordó
todo. No sabía dónde se encontraba, pero estaba oscuro. Cogió su varita del bolsillo y
gritó «¡lumos!». La varita se encendió y vio que estaba en un armario de la limpieza.
Se levantó y salió. Notó, para su sorpresa, que tenía algo colgado del cuello: era un
medallón de color rojo, que palpitaba y brillaba, pero apagándose, hasta que quedó de
un color rojo oscuro. Harry lo miró. ¿Qué era aquello y quién se lo había dado?
Entonces se acordó de lo sucedido y corrió hacia la sala común. Subió las escaleras a
toda velocidad y cogió su Saeta de Fuego. Volvió a salir por el retrato como una
exhalación, mientras los alumnos de Gryffindor le miraban, atónitos. Salió a los
terrenos y montó sobre su escoba, volando hacia Hogsmeade a toda velocidad. Llegó
al pueblo pronto. Allí reinaba el caos. La gente corría de un lado a otro. Los alumnos,
asustados, regresaban a Hogwarts como podían. Harry buscó y distinguió a Ron, que
llevaba en brazos a Hermione, a pesar de que apenas podía consigo mismo. Lupin,
Neville y Ginny los acompañaban, muy preocupados. Hermione se agarraba a Ron
muy débilmente, casi desmayada, mientras su pierna, cubierta con vendas, empezaba
a empaparse de sangre.
—¡¡RON!! ¡¡HERMIONE!! —gritó Harry, mientras descendía junto a ellos.
—Harry... —dijo Ron débilmente—. ¡No sabes lo que ha pasado! ¡Necesitamos...!
—¡Sí, sí lo sé!
—¿Lo sabes? —preguntó Lupin, sorprendido—. ¿Cómo...?
—¡Eso no importa ahora! —gritó Harry—. Llévala a la enfermería, Ron —le dijo a
su amigo, entregándole la Saeta de Fuego.
Ron la cogió. Montó en ella a Hermione con ayuda de Ginny y sacó su varita. Le
apuntó y exclamó: «Mobilicorpus». El cuerpo de Hermione se quedó ingrávido. Ron la
sujetó, y dándole las gracias a Harry, se lanzó hacia el castillo.
—¿Qué sucedió? —preguntó a los demás—. Vi como los dementores atacaban a
Ron y a Hermione...
—Pero ¿cómo? ¿No estabas en el castillo? —preguntó Lupin, mientras se
acercaban a ellos Moody y Tonks.
—Sí... Me atacaron... y tuve un sueño...
—¿Te atacaron? —preguntó Tonks, sin comprender.
—Sí, cuando volvía a por mi monedero. Me lanzaron un conjuro y me desmayé, o
me dormí, no sé, y luego tuve una visión, y vi como atacaban a Ron y Hermione...
sentí a los dementores... pensé que los iban a besar. Ron lanzó un patronus y alejó a
los que les atacaban, pero vinieron más... y luego vi el ciervo de Ginny —finalizó,
mirándola.
—¿Cómo...? —preguntó Lupin.
—No lo sé... pero Neville disparó a algo... que era por donde yo veía —explicó
Harry.
—¿Aquello? ¡Creo que era una serpiente! —dijo Neville—. O al menos daba la
sensación, porque era invisible. Se lanzó a por Ron y Hermione, y la mordió en la
pierna. Entonces lancé un hechizo desvanecedor...
—Entonces era a través de ella por donde yo veía... —murmuró Harry—.
Exactamente como en las navidades pasadas...
—Cuando desapareció, quedó esto —dijo Neville, sacando de su túnica un
medallón igual al que él había encontrado sobre sí mismo. Harry se asombró al verlo y
sacó el suyo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Ginny.
—Lo encontré sobre mí, cuando me desperté —explicó Harry—. Me habían metido
en un armario de la limpieza. Desperté cuando le disparaste a la serpiente, Neville.
Lupin cogió los medallones y los examinó.
—¿Qué son? —preguntó Tonks.
—No lo sé —reconoció Lupin con pesar—. Nunca había visto nada como esto...
—Deberíamos hablar de esto en el despacho de Dumbledore —gruñó Moody—.
Este lugar no es seguro —les advirtió, mientras su ojo daba vueltas sin parar mirando
a todos lados. Ya hemos avisado al Ministerio y pronto llegarán los aurores y varios
sanadores de San Mungo, para atender a la gente.
—Entonces yo me quedaré —dijo Tonks—. Vosotros volved al castillo, con los
demás.
Emprendieron el regreso. La gente se veía asustada. Los dueños de Honeydukes
repartían chocolate gratis a las personas que aún se veían más afectadas por lo
sucedido. Mientras pasaban por delante de Las Tres Escobas, Harry vio cómo varios
vecinos de Hogsmeade, llorando, llevaban a un hombre en una camilla. Tenía los ojos
abiertos, pero sin vida. No estaba muerto, y sin embargo...
—¡Dios mío! —dijo de pronto, comprendiendo—. Los dementores lo han...
—Sí —explicó Lupin, con pesar—. Lo besaron. A él y a otros dos más. Aún así, no
hay que lamentar demasiados daños para los que eran. Debieron atacarnos un
centenar por lo menos. Suerte que estábamos aquí —contó Lupin—. Cuando
empezaron a llegar, la gente se asustó y no era capaz de reaccionar, y nosotros no
éramos suficientes. Menos mal que Ginny y Neville, y algunos alumnos más: Dean
Thomas, Seamus Finnigan, Luna Lovegood, Anthony Goldstein... bueno, varios, aparte
de la profesora McGonagall y el profesor Flitwick, nos ayudaron a echarlos...
Harry les sonrió a Ginny y a Neville.
—...pero estábamos preocupados, porque no sabíamos si habías llegado, y no
veíamos a Ron y a Hermione. Entonces Dean nos contó que los había visto salir por
allí, y Ginny, Neville y yo corrimos.
—Y menos mal —suspiró Harry—. Unos segundos más tarde y ellos...
No pudo continuar y bajó la cabeza. Ginny le abrazó.
—¡Fue horrible! —gritó por fin—. ¡Lo veía todo y no... no podía evitarlo! ¡¡No podía
hacer nada!!
—Tranquilo, muchacho —le dijo Moody—. Ya ha pasado.
Llegaron al castillo y corrieron a la enfermería. Muchos alumnos estaban allí, pero
la que peor estaba era Hermione, que estaba en una camilla, con Ron a su lado.
Ambos tomaban chocolate. Dumbledore estaba allí también, con una expresión de
preocupación que Harry le había visto pocas veces. También McGonagall estaba allí, y
cerca rondaban Snape y la profesora Sprout. La señora Pomfrey, mientras, daba
chocolate a todos.
—¡Harry! —Exclamó Dumbledore al verle—. ¿Tú te encuentras bien?
—Sí —contestó Harry dirigiéndose a Hermione y Ron—. Yo estaba en el castillo...
pero ellos necesitan chocolate —explicó, señalando a Ginny y a Neville.
—¿Estáis bien? —les preguntó a sus dos amigos, que ya presentaban mejor
aspecto, aunque la herida de Hermione seguía mal—. ¿Y tu pierna?
—Ya hemos hablado con San Mungo, para que nos den el antídoto del veneno de
la serpiente.
—¿San Mungo? —preguntó Harry, sin entender.
—La serpiente que mordió a Hermione fue la misma que atacó a mi padre, Harry
—explicó Ron.
—¿Era la serpiente de...?
—Es lo más probable —dijo Dumbledore.
Harry se sintió completamente lleno de rabia. Voldemort... todo había sido una
trampa de algún tipo... Cómo lo odiaba...
—Tranquilo, Harry. Hermione no corre peligro —dijo Dumbledore—. Iba a salir para
Hogsmeade cuando el señor Weasley llegó en la escoba. Tuve que sujetarle para que
no cayera de ella. Luego los traje aquí rápidamente.
—¿Estás bien? —le preguntó Ginny a su hermano, abrazándolo.
—Sí... gracias a ti —contestó Ron, abrazándola aún más fuerte—. Hiciste un
patronus espectacular... y Neville también estuvo genial, deshaciéndose de la
serpiente.
—Luego tendremos que hablar, profesor —le dijo Harry a Dumbledore—. Mientras
tanto, ellos pueden contarle... —dijo, señalando a Lupin y a Moody.
—Sí. En cuanto podáis, venid a mi despacho —les dijo Dumbledore—. Alastor,
Remus... acompañadme, por favor.
Salieron de la enfermería. Snape los miró un momento, luego dirigió una mirada
extraña a Harry, Ron y Hermione y salió con los demás.
—Fracasé, Harry —se lamentó Hermione—. No conseguí hacer el patronus...
—¡Había muchos, Hermione! —la disculpó Harry—. Y estaban muy cerca...
—Tú una vez apartaste a cien... y Ron también lo hizo hoy... salvó nuestra vida...
—No tiene importancia —dijo Ron, agarrándole la mano—. Cualquiera de nosotros
lo habría hecho...
—Pero te pusiste delante de mí —insistió la chica—. Para apartarme de ellos...
—¿No pretenderías que te dejase allí sola, verdad?
—Fuiste muy valiente, Ron —le dijo Harry, dándole unas palmadas a su amigo.
—Oye ¿y tú como lo viste? ¿Qué viste? —le preguntó su amigo, que se había
puesto colorado.
—No lo sé —dijo Harry—. Sólo sé que tenía esto —sacó los dos colgantes— y que
veía desde la posición de la serpiente. Os vi desde que salisteis de Las Tres
Escobas... y os oí, hasta que llegaron los dementores...
—¿Nos oíste? —preguntó Ron, poniéndose más rojo aún.
—Sí...
—Pero... ¿cómo, Harry? —preguntó Hermione, abriendo los ojos lentamente—.
Ibas a por el monedero y...
—... y me atacaron —terminó Harry—. Me lanzaron un conjuro y veía eso, como en
un sueño... y cuando Neville atacó a la serpiente, desperté, cogí la escoba y me fui a
Hogsmeade a buscaros.
—¿Y tenías eso en el cuello? —preguntó Ron, señalando el extraño medallón.
—Sí... Lo que quiere decir...
—...que el ataque estaba preparado, y el objetivo no era... matarte —terminó
Hermione con dificultad.
—Ya. El objetivo era matarnos a nosotros —agregó Ron, y un silencio cayó sobre
ellos.
Harry observó la sala. Muchos estudiantes ya la abandonaban. Algunos se les
acercaron. Para su sorpresa, Harry vio a Malfoy, que tomaba chocolate, y parecía más
pálido de lo habitual, junto a Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y otros de Slytherin.
Sintió que el alivio que había experimentado al saber que sus amigos estaban bien
estallaba en una rabia inexplicable que no podía contener. Ron miró hacia Malfoy
también y sus labios se crisparon. Neville también los miraba.
—Vamos —dijo Harry, tenso del odio y la rabia que sentía. Neville y Ron le
flanquearon.
—¡No! —les dijo Hermione, pero no le hicieron caso.
Se plantaron enfrente de Malfoy y los demás y sacaron sus varitas, apuntándoles.
Malfoy les miró, un tanto sorprendido, con una cara entre desprecio y miedo. Seguía
pálido.
—Malfoy —dijo Harry, aguantándose las ganas de gritar—. ¿Estás satisfecho?
Tres personas han perdido su alma en Hogsmeade por culpa de Voldemort y de
cerdos como tu padre y los de ésos. —Señaló a Crabbe y a Goyle. Harry temblaba, y
de la punta de su varita saltaron chispas. Malfoy retrocedió—. ¿Estás contento?
¡Contesta!
Malfoy no dijo nada, pero le sostuvo la mirada. Luego miró a Hermione.
—¿Te preocupa la sangre sucia, Potter? —dijo, con desprecio, pero en su voz se
notaba el miedo—. ¿O te importa más a ti, Weasley?
Ron levantó más su varita, de la que también empezaban a saltar chispas. En la
enfermería no se oía otra cosa. La señora Pomfrey estaba en su despacho, esperando
el antídoto para Hermione.
—Cállate —dijo Ron, con una voz que Harry no había oído nunca—. Cállate,
Malfoy, porque si no... si no...
Malfoy intentó ponerse arrogante, pero las miradas de Harry, Ron y Neville le
asustaban, al igual que sus varitas, chispeantes. Los demás de Slytherin se apartaron,
dejando a Draco solo con Crabbe y Goyle. Pansy Parkinson bajó la mirada. Con
esfuerzo, Malfoy intentó sonreír de forma despectiva, y entonces, Harry volvió a
sentirlo, a sentir aquella sensación que surgía de su interior, la que había notado
cuando había lanzado la serpiente de Piers Polkiss contra él... deseaba hacerle daño a
Malfoy, mucho daño, y sabía que podía hacerlo. Levantó la varita hacia la cara del
Slytherin, y de ella empezaron a saltar chispas con fuerza inusitada. Malfoy apartó la
cabeza hacia atrás, mirando la brillante punta de la varita, asustado. Harry recordó a
sus amigos bajo los dementores, y la furia creció... sólo estaban él y Malfoy... le
odiaba, le odiaba muchísimo... el pelo de Malfoy empezó a agitarse, y un
estremecimiento recorrió la enfermería. A Harry no le importaba. Se sentía poderoso
ahora, iba a hacerle daño por todo lo que había pasado. Draco parecía más asustado
que nunca en su vida, mientras la varita de Harry brillaba cada vez más. Crabbe y
Goyle se apartaron de Malfoy, cuyo pelo se agitaba cada vez más violentamente. Miró
a los ojos de Harry, y empezó a temblar. Ése era el momento, ahora, iba hacerle
daño, no era como un inocente. Malfoy era malvado, no importaría dañarle, era una
rata, una asquerosa serpiente, e iba a pagar por todo, iba a...
—Dejadles —pidió Hermione, interrumpiendo—. Por favor... Ron... Harry...
Neville... es una basura y lo sabe. Dejadle.
Ron y Neville bajaron la varita, pero Harry no lo hizo. Había oído a Hermione, pero
no era tiempo de prestarle atención. Era hora de hacer justicia, de vengar, de...
—¡Ron! —gritó Hermione—. ¡Detenlo!
Ron reaccionó y le agarró la mano a su amigo.
—Harry... No. Hermione tiene razón. —Harry le miró lentamente, bajando la varita
un poco. Cuando miró a su amigo, el brillo de la varita se apagó—. Déjale...
—Ron...
—Ya está, amigo, ya está...
Harry bajó la varita del todo. Volvía a sentirse tranquilo... tranquilo pero
atemorizado. Atemorizado de sí mismo.
—No sabes la suerte que has tenido, Malfoy —dijo Harry. «No tienes ni idea de la
suerte que has tenido», agregó, para sí, aunque sin comprender bien lo que aquello
significaba. Sólo sabía que había vuelto a sentirlo, aquello que nacía en su interior, y
que había estado a punto de hacerle algo a Malfoy... algo terrible. Intentó relajarse.
—Dale las gracias a la sangre sucia, Malfoy —dijo Neville, mirándole fijamente—.
Porque si no, la señora Pomfrey iba a tener hoy trabajo extra contigo.
Malfoy no dijo nada. Neville nunca se le había enfrentado así. Ron miró a Malfoy
con una mezcla de odio y asco.
—Si me entero de que tú has tenido algo que ver con esto, Malfoy —le amenazó
Ron—. Te vas a enterar ¿me comprendes?
Malfoy puso una expresión de inmensa rabia, e hizo ademán de sacar la varita,
pero vio como los miraban todos los que había en la sala y no se atrevió. Eran miradas
del desprecio más profundo. Los tres amigos se volvieron y regresaron junto a
Hermione y Ginny. Hermione les cogió las manos y los abrazó. Pero a nadie se le
escapó la forma en que todos miraban a Crabbe, Goyle y Malfoy, y en general, a los
demás de Slytherin, que abandonaron la sala cabizbajos, dejando solos a Draco y a
sus amigos. En cuanto éstos hubieron salido, las miradas de los demás se dirigieron a
Harry, aunque éste no les prestó atención.
—Harry, ¿qué te pasó? —preguntó Hermione, preocupada.
Harry iba a decir algo, pero en ese momento entraron por la puerta Cho, Michael
Corner, Seamus, Dean, Parvati, Lavender, Luna, Bradley, Katie Bell, Sloper y Kirke,
que les saludaron, les preguntaron qué tal estaban y demás.
—Fue horrible —recordó Katie—. No sé como escapamos... utilicé un patronus,
pero resultó muy débil... Luna hizo otro, y eso nos salvó —explicó, mirando a la chica
—. Lo hizo muy bien...
—¡Yo usé otro patronus, Harry! —dijo Dean, emocionado—. Y Seamus otro. Le
ayudamos al profesor Lupin y a ojoloco Moody... pero a pesar de todo... no
conseguimos evitar que dieran tres besos —terminó, compungido.
—Sí, fue muy rápido —contó Parvati—. Yo y Lavender estábamos en Las Tres
Escobas y todo se oscureció... llegaron de todos lados, y de pronto estaban por todo el
pueblo... Fue horrible, lo más horrible que he visto nunca... También usamos los
patronus, pero temo que no fueron demasiado buenos.
—Ya lo sé —dijo Harry, sonriendo. Se sentía orgulloso de ellos. Estuvieron allí un
rato, contando lo que habían visto. Cho explicó también como había usado su
patronus, que, aunque había sido débil, había bastado para retener a dos dementores
que se les abalanzaban, y como Dullymer se había acercado a ellos corriendo y los
había ayudado a alejarse de los monstruos.
—¿Dullymer? —preguntó Harry. «Bueno, al menos hay uno bueno», pensó para sí,
sonriendo.
—Fue muy valiente —reconoció Cho.
Luego recibieron también la visita de los jugadores de Castelfidalio, que también
habían visto a los dementores en Hogsmeade, y la de Viktor Krum, y luego la de
Gabrielle y algunos más de Beauxbatons.
Cuando la señora Pomfrey los autorizó a salir, fueron antes de nada a la torre de
Gryffindor, donde recibieron a Ron, Hermione, Ginny y Neville como héroes. Todo el
mundo sabía ya lo que habían hecho. Ron se puso rojo. Pocas veces había sido
aclamado así, ya que siempre estaba a la sombra de Harry, pero éste se alegró por él.
También Neville era asaltado a preguntas, lo que supuso un verdadero orgullo para él,
que casi nunca destacaba en nada.
Tras el recibimiento, iban a acomodarse en los sillones, junto al fuego, cuando
Ginny recordó algo.
—¡Tenemos que ir al despacho de Dumbledore!
—¡Es cierto! —exclamó Ron—. Seguro que Lupin y Moody quieren saber si
estamos bien...
—Vamos —dijo Harry—. Pronto será hora de comer. —Y todos salieron por el
agujero del retrato para dirigirse al despacho del director. Harry pronunció la
contraseña y subieron. Lupin aún estaba allí, al igual que Moody, y también estaban,
para sorpresa de todos, los Weasley, que se abalanzaron sobre Ron y Ginny cuando
los vieron.
—¡¡Hijos míos!! —lloraba la señora Weasley—. ¡Qué susto nos llevamos al
saberlo! ¡Debe de haber sido horrible! —luego cogió a Harry—. ¡Harry, cariño! Remus
ya nos contó lo que te había pasado... Hermione —dijo por fin, abrazando a la chica—.
¿Estás bien?
—Sí —dijo ella, sonriendo—. Aún me duele algo la pierna, pero estoy bien.
—Sentaos —les ofreció Dumbledore.
La profesora McGonagall hizo aparecer unas sillas para cada uno.
—Me encantaría saber hacer esto para cuando estuviese cansado —comentó Ron,
dejándose caer en su butaca.
—Aprenderá este año, señor Weasley, no se preocupe... o al menos eso espero —
dijo la profesora McGonagall sonriendo.
—Bien —dijo Dumbledore—. Harry, quiero que me expliques todo lo que sucedió
esta mañana.
Harry les contó que habían ido a buscar las cosas, y cómo, al regresar, no había
encontrado su monedero, por lo cual había ido a buscarlo a su habitación, y, al no
encontrarlo, había creído que lo había perdido, y que había pensado en ir a
Hogsmeade igual, y pedirles dinero prestado a Ron y Hermione, pero que en el pasillo
le habían atacado, y no había visto a quién lo había hecho.
—¿No te seguía nadie? —preguntó Dumbledore, con extrañeza.
—No que yo sepa, pero claro, como venía pensando en el monedero, que estaba
seguro que lo había metido aquí... —dijo Harry, metiendo la mano en el bolsillo de la
túnica. De pronto, su expresión de disgusto fue sustituida por una de sorpresa—.
¿Qué diablos...?
Sacó la mano, y allí tenía el monedero.
—No es posible. ¡Antes no lo tenía! —Lo abrió y contó el dinero—. Está todo...
Pero no es posible...
—¿Qué significa esto, Dumbledore? —preguntó Lupin.
—Significa, Remus, que alguien le quitó el monedero a Harry con la intención de
que se quedara atrás... al parecer, el objetivo era atacarle aquí, y que no fuera a
Hogsmeade —explicó. Luego añadió—: y si se lo devolvieron, es obvio que querían
que supiera que había sido planeado...
—Pero era un plan muy arriesgado —opinó Hermione—. Podríamos haberle
acompañado, o podría no haberse dado cuenta de que no llevaba el monedero...
—Es cierto —reconoció el director—. Pero, por desgracia, les salió bien. Al menos
esa parte —Dumbledore sonrió—. Afortunadamente, nuestro ED les fastidió un poco el
resto a Voldemort...
—Pero profesor... ¿por qué no dejarme ir? ¿No querría Voldemort matarme? —
preguntó Harry, sorprendido.
—No Harry —respondió Hermione—. Querían que vieses cómo nos destruían.
Supongo que para eso servían esos colgantes.
Harry miró a Dumbledore, que asintió.
—¡Pero eso es horrible, Dumbledore! —exclamó la señora Weasley, tapándose la
boca con la mano.
—Sí, Molly, es horrible. —Suspiró—. Por desgracia, vivimos tiempos también
horribles. Harry, déjame ver esos colgantes.
Se los entregó y Dumbledore los examinó.
—Increíble —declaró el director, impresionado—. Sin duda, obra del mismo
Voldemort. Supongo que mediante uno daba órdenes a la serpiente, que tenía como
misión seguir a Ron y a Hermione, los mejores amigos de Harry, mientras el otro le
permitía ver lo que sucedía —explicó—. No obstante, ya no podemos saber cómo
funcionaban. Han perdido su poder.
—Cuando me quité el mío, brillaba —comentó Harry—. Pero luego se apagó.
—El que le quité a la serpiente también —señaló Neville.
—¿Oíste el hechizo que te lanzaron, Harry?
—Sí —respondió—: «Sono videns».
—Ya veo... —asintió Dumbledore—. Un hechizo del sueño, que por medio de estos
colgantes, te permitía ver lo que veía el otro... muy inteligente. Un viejo hechizo de las
Artes Oscuras. Pero claro, cuando Neville desvaneció a la serpiente el colgante perdió
su efecto y despertaste...
—¿Por qué no prefirieron matarme, profesor? ¿Por qué dejarme en el castillo, a
salvo?
—Por los sueños, Harry —contestó Dumbledore con lentitud—. Los sueños decían
que para que Voldemort pudiera unirse a ti, debería eliminar todo aquello a lo que
amaras... supongo que piensa que si tus amigos mueren delante de tus ojos, tendrías
suficiente rabia y odio como para enfrentarte a él... y él podría... persuadirte.
—¡No! —gritó—. Nunca lo haré. No me uniré a él. —Snape, que estaba allí pero no
había dicho nada, le miró—. Mató a mis padres... y por su culpa murió Sirius, y mató a
la novia de Percy, y ataca a Ron y a Hermione... ¡¿Cómo iba a unirme a él?! ¡No
podría!
—¿No lo comprendes, Harry? —intervino Lupin—. Él desea que te sientas tan
culpable, rabioso y lleno de odio que sólo te importe la venganza, o dejar de sentir
dolor. Luego creemos que podría usar algo, aunque no sabemos el qué, para obligarte
a unirte a él.
—Pero ¿por qué? —preguntó Harry—. ¿Por qué...?
—¿Recuerdas lo que nos contaste, Harry? —le preguntó Ron. Harry le miró—. El
poder. Te sentías poderoso... supongo que eso es lo que él quiere ¿no?
—Exacto —confirmó Dumbledore—. De alguna manera, si te unes a él, Harry,
Voldemort será invencible. Eso es lo que desea, lo que busca. Ya es más poderoso
que antes de caer... quizás yo habría podido derrotarle antes, pero ahora no. —Y una
mueca de disgusto apareció en su cara—. Temo que sólo tú puedas hacerlo —dijo,
poniéndose aún más serio—. Aunque no sabemos cómo.
Harry miró al director. Aún no le había hablado acerca de la conversación que
había tenido con Voldemort en lo alto de la fortaleza de Azkaban, pero él, por su parte,
tampoco había revelado que la había visto... y además, ahora, otra cosa lo
preocupaba. ¿Qué era esa «cosa», ese sentimiento que emergía dentro de él a
veces? Lo había sentido en dos ocasiones, y en ambas había estado a punto de
hacerle mucho daño a alguien... era una sensación que le recordaba peligrosamente a
los sueños, y eso no le gustaba... ¿Sería posible que él se convirtiera en algo como
Voldemort? ¿Estaría el mago haciéndole algo? No lo sabía, y no quería confesarle a
nadie lo que le sucedía, porque, en el fondo, le gustaba la sensación de poder que le
embargaba cuando se sentía así, y, además, no había hecho nada malo a sus
amigos... ¿verdad?
No, pero si hoy Ron no te hubiera detenido, ¿qué le habrías hecho a Malfoy?
«Malfoy no es amigo mío —pensó—. Además, se lo merecía. Se lo merecía».
¿Eso crees?
Le dijo la voz. Harry no supo qué contestar... pero daba igual. Aquello no podía ser
tan malo, ¿no? Cuando surgía en él, se sentía más fuerte, e intuía que pronto iba a
necesitar toda la fuerza que pudiera conseguir. Dejó de lado los pensamientos y volvió
a la conversación.
—Pero ¿no le sería mejor matarme? —insistió Harry—. Al fin y al cabo, si me mata
ya nadie podrá derrotarle, ¿no?
—Sí —admitió Dumbledore—. Pero ya ha intentado hacerlo cuatro veces y ha
fracasado. Y le será más fácil apoderarse de todo con el poder que le ofreces. Tú lo
viste... y eso es lo que él más ambiciona: poder. Poder sin límites.
—Pero era horrible —confesó Harry—. Era horrible sentirse así, tan malvado, no
tenía a nadie... —Cerró los ojos y bajó la cabeza. Hermione le abrazó, reconfortándolo.
Harry, sin decir nada, se lo agradeció.
—¿Quién puede haberlo hecho, Dumbledore? —preguntó el señor Weasley, que
aún no había dicho nada en toda la reunión.
—No lo sé, Arthur. La verdad, no tengo ni idea... Pero quien quiera que lo haya
hecho, es muy listo —añadió Dumbledore—. Muy listo y muy astuto.
Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville abandonaron el despacho de Dumbledore
después de despedirse de Lupin, Moody, y los señores Weasley.
—¿Estás bien, Harry? —le preguntó Ginny mirándole, cuando llegaban al retrato
de la Señora Gorda, que estaba con su amiga Violeta. No has dicho ni una palabra.
—¿Cómo crees que voy a estar bien? —repuso, triste—. Hoy han atacado
Hogsmeade por mí, tres personas han perdido su alma, han podido ser muchas más
y... y todo por mí...
Harry se derrumbó en un sillón.
—Ya hemos terminado esta conversación, Harry —dijo Hermione—. La culpa no
es tuya... es de Voldemort. Sólo y exclusivamente de él... Tú no tienes la culpa de ser
quién eres.
—Es cierto —corroboró Ron—. A nosotros nos gusta como eres, Harry. Eres el
mejor amigo que he tenido nunca, y seguiré a tu lado, aunque me amenacen todos los
mortífagos, los dementores y los gigantes del mundo.
Harry sonrió a su amigo, que se había sentado al lado de Hermione. Ginny le dio
unas palmadas en el brazo y se agachó a su lado.
—Sois estupendos —dijo por fin—. Y estáis aquí, animándome a mí, cuando
habéis sido vosotros los que casi pierden el alma, mientras yo dormía en el castillo...
Le sonrieron.
—Deberíamos bajar a comer ¿no? —sugirió Neville—. No sé a vosotros, pero a mí,
esto de enfrentarme a dementores, me da hambre...
Todos rieron, pero se levantaron y bajaron a comer. Cuando entraron en el Gran
Comedor, La gente se volvía para mirarlos. Harry se sintió arropado. Qué diferencia
con al año anterior, cuando todo el mundo le miraba como si estuviese loco...
Hogwarts estaba más unido que nunca ese día, y Harry se alegró de que así fuera.
Los de Castelfidalio los saludaron al pasar, especialmente a Ron, Ginny y Neville,
cuyas hazañas todo el castillo conocía ya. Harry vio a Hagrid, sentado junto a Madame
Maxime, que los saludaron con alegría. Les devolvió el saludo. Se sentaron en su
mesa. El comedor estaba más apagado que de costumbre, aunque Harry observó con
alegría como, en la mesa de Ravenclaw, la gente no paraba de hablar con Luna,
asombrados por su patronus, con el que había salvado a un grupo de alumnos de su
casa y de Hufflepuff, junto a Katie Bell y dos amigas suyas.
Antes de que empezaran a comer, Dumbledore se levantó, muy serio. Todo el
mundo le miró, callado.
—Como todos sabéis, hoy es un día triste y oscuro. Lo que se suponía iba a ser un
día de alegría, como lo son todas las visitas a Hogsmeade, se ha convertido en una
batalla. —Miró al comedor fijamente e hizo una pausa—. Afortunadamente, no
tenemos que lamentar daños graves para ningún alumno, pero como seguramente
sabréis, tres habitantes de Hogsmeade fueron atacados, y su alma les fue arrebatada.
—Se oyeron algunos gritos apagados de terror—. Muchos de vosotros mostrasteis
gran valentía, enfrentándoos a los dementores, y por eso estoy orgulloso de vosotros.
Por tanto —dijo, levantando su copa—. Quiero hacer un brindis por todos los que, con
valor, se enfrentaron al enemigo, o intentaron ayudar a los demás a riesgo de su
propia vida. ¡Por ellos! —exclamó Dumbledore.
—¡Por ellos! —repitieron los alumnos y demás profesores, bebiendo.
—Ahora, sin embargo, tengo otra mala noticia que daros —continuó, dejando su
copa en la mesa—. Preferiría no tener que hacerlo, pero es algo que debéis saber. —
Los alumnos le miraron, expectantes—. Alguien, en este colegio, sabía lo que iba a
suceder hoy. —Los alumnos, horrorizados, se miraron unos a otros, y muchos
desviaron su mirada hacia la mesa de Slytherin—. Alguien que atacó y hechizó a Harry
Potter, con la intención de que viera, sin poder hacer nada, como los dementores
destruían a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger.
Harry sintió como todo el mundo le miraba, y también a Ron y a Hermione.
—Esto es algo horrible —prosiguió Dumbledore, con aspecto serio y amenazador.
Harry supuso que el agresor debía de estar temblando si veía al director en esos
momentos—. Y quiero decirle a esa persona que no quedará impune de algo como lo
que ha sucedido hoy. Por tanto, y mientras no demos con el culpable de estos
ataques, ruego a todos los alumnos que no vayan nunca solos por los pasillos. El
colegio no es seguro —finalizó. Y tras pasar su mirada sobre las cuatro mesas, volvió
a sentarse.
Los cuchicheos comenzaron al instante. Harry vio a Malfoy hablar con Crabbe y
Goyle, muy juntos. Dullymer estaba a su lado, con expresión asustada. Miró a Harry y
le saludó con la mano. Harry le devolvió el saludo. Harry recordó que había salvado a
Cho de dos dementores. «Qué diferencia con Malfoy —pensó—. Seguro que él, en
cuanto vio a los dementores cerca huyó sin mirar atrás». Se obligó a no mirar hacia él
y a meterse en la conversación.
Después de comer, lo primero que Harry hizo fue modificar los números de su
moneda, para celebrar una reunión aquella misma tarde, a las seis.
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Ginny más tarde en la sala común, al
notar el cambio en su moneda.
—Porque quiero deciros algo a todos —respondió Harry, sin agregar más.
La sala común de Gryffindor estuvo bastante vacía hasta bien entrada la mañana
aquel domingo. Ron y Harry se despertaron a las diez y media, y cuando finalmente
bajaron a la sala común, se encontraron a Ginny y a Hermione, que miraban un
montón de paquetes.
—¿Qué es todo eso? —preguntó Ron, bostezando.
—Regalos de Fred y George —aclaró Ginny—. Nos lo han enviado por la mañana,
para compensar lo de ayer... Son dulces, pasteles, y varias cosas de la tienda de
bromas.
—¿Pasteles y dulces de la tienda de bromas? —preguntó Harry frunciendo el
entrecejo—. Pues no seré yo quien me los coma...
—No, tonto —explicó Hermione—. Los pasteles y los dulces son de los buenos.
Hay galletas y otras cosas de la tienda de bromas, pero están aparte...
—Genial —dijo Ron, sentándose con ellas y empezando a comer un pastel de
chocolate.
—¿Puedes comer aún más chocolate? —le preguntó Hermione, con aspecto
asqueado—. ¿Después de todo lo que nos dieron ayer?
—Hermione, nunca se come demasiado chocolate —repuso Ron, cogiendo otro
pastel.
Cuando el resto de la gente bajó de los dormitorios, fueron recibiendo comida
también, aunque no todos la obtuvieron de pastelerías, con lo que pronto se vieron por
la sala común canarios pelando, gente a la que se le ponía el pelo rosa chillón e
incluso víctimas del terrible pastel Dudley. Afortunadamente, Fred y George habían
enviado antídotos, porque Seamus, al que le tocó uno de los temibles pasteles,
engordó tanto que partió la silla en la que se había sentado y no era capaz de
levantarse. La sala se llenó de carcajadas, pero todo el mundo tuvo buen cuidado de
ver qué comía, y sólo algunos valientes se atrevieron a probar las últimas golosinas
que quedaban.
Debían de ser ya las doce y media casi, cuando una lechuza le trajo a Hermione El
Profeta Dominical, que la chica cogió con gran expectación.
—Veamos qué dice del ataque de ayer... —dijo, desdoblando el diario.
Leyó la primera plana:
TERROR EN HOGSMEADE
El resto de la última semana pasó tranquilo, aunque Malfoy, Crabbe y Goyle, cada
vez que veían a Harry, Ron y Hermione crispaban los puños, lanzándoles miradas
asesinas. Harry suponía que buscaban alguna ocasión apropiada para vengarse, pero
le daba lo mismo. De todas formas, no tenían muchas oportunidades, porque nadie
vagaba por el castillo a deshora, ni nadie iba nunca solo, con lo que Malfoy y los
demás sólo podían gruñir y poner malas caras.
Así llegó el final del trimestre, y los carruajes aparecieron frente a las puertas para
llevar a casa a los alumnos que se iban por Navidad, aunque, desde luego, nadie de
cuarto para arriba se iba a casa, ni ninguno de los alumnos de los cursos inferiores
que estaban invitados al baile. Harry, Ron y Hermione pasaron la tarde del último
viernes de clase tomando el té con Hagrid. Al día siguiente, sábado, tendrían el primer
entrenamiento del equipo, y Harry quería empezar temprano, para jugar un buen rato
antes de que llegara la noche.
El sábado, después de comer, Harry y Ron se levantaron para ir hacia el campo de
quidditch. Ron le preguntó a Hermione si le apetecía ir, pero ella se negó.
—Voy a aprovechar para visitar las cocinas —dijo, decidida—. Y luego iré a la
biblioteca...
—¿Aún sigues con lo del PEDDO? ¡Creí que ya lo habías dejado! —exclamó Ron.
—¡Por supuesto que no! —Dijo Hermione, ofendida—. No voy a dejar a los pobres
elfos desamparados. Simplemente, he hecho una pausa por falta de iniciativas... pero
no voy a dejarlo.
Ron meneó la cabeza, pero no dijo más. Subieron a coger las escobas y,
acompañados por Ginny, bajaron al campo. Fueron los primeros en llegar. Entraron en
los vestuarios y se cambiaron, procurando ponerse mucha ropa de abrigo. Realmente
hacía mucho frío. Un rato después fueron llegando el resto de jugadores, pero los de
Slytherin venían en dos grupos: en uno Malfoy y Crabbe, y en el otro Warrington,
Bletchley y el otro cazador suplente.
En cuanto Malfoy y Crabbe entraron, le lanzaron una mirada asesina a Harry y a
Ron, pero no dijeron nada, y Harry no les hizo caso. Dio las instrucciones para el
entrenamiento como siempre, y salieron a jugar. Las condiciones eran bastante
buenas, porque a pesar del frío y la nieve, el día estaba claro y se veía bien.
Fue un buen entrenamiento. Los de Slytherin se mostraron más colaboradores que
nunca, excepto Malfoy y Crabbe, que se comportaron de manera muy agresiva. En
una ocasión, Crabbe le lanzó una bludger tan fuerte a Ginny si la chica no hubiera
tenido buenos reflejos la habría tirado de la escoba. Ron se puso hecho una furia.
—¡Pero qué haces, bestia! ¿Estás loco? —Ron voló hacia él. Crabbe se reía.
—Veremos qué hace Weasley, ¿eh, Potter? —le dijo Malfoy a Harry, observando
la escena.
Harry le lanzó una mirada dura a Malfoy y se lanzó hacia Ron, pero sin necesidad,
porque Warrington y Katie Bell le pararon.
—Venga, Ron, no ha pasado nada. Déjale —dijo Katie
—Oye, Crabbe —dijo Harry, acercándose—. Si vuelves a hacer algo así en un
entrenamiento, hablaré con la señora Hooch, ¿entiendes? Así que si quieres seguir en
el equipo, compórtate.
Crabbe miró a Harry, sin dejar de sonreír.
—Vamos, vamos, Potter. Tu querida admiradora debería poder defenderse de una
simple bludger, ¿no? —Sonrió aún más—. A lo mejor no...
—Cállate, Draco —le espetó Warrington—. Deberíamos seguir con el
entrenamiento.
—Vaya, ¿ahora también defiendes a esta escoria? —le contestó Malfoy—. ¿Por
qué no te buscas una sangre sucia para que te acompañe al baile? ¿Qué, te han
perdonado haber sido miembro de la Brigada Inquisitorial? ¿O Potter va a firmarte un
autógrafo?
—He dicho que te calles.
—¡Basta! —gritó Harry—. Las diferencias personales que tengamos las dejamos
para después, estamos aquí porque somos un equipo ¿de acuerdo? Y nos vamos a
comportar como un equipo. Ron, vuelve a los aros.
Ron obedeció, pero siguió lanzando feroces miradas a Crabbe y a Malfoy.
El entrenamiento, afortunadamente, terminó sin más incidentes, pero la tensión se
notaba cada vez más. Harry se preguntó cuánto aguantaría el equipo aquella
situación.
Mientras se cambiaban, al terminar, Harry miraba a Draco. Le había pedido que le
dijera que no sabía nada del ataque de los dementores. Si se lo hubiese dicho, Harry
le habría creído, porque si lo hubiese sabido, Harry estaba seguro de que se
vanagloriaría de ello. Pero Malfoy no le había respondido, y ahora no sabía qué
pensar; por una parte, estaba casi convencido de que si lo hubiese sabido, no habría
ido a Hogsmeade aquel día. Por otro lado, si Malfoy no hubiera hecho aquella extraña
burla con el galeón, Harry no se habría dado cuenta de que no llevaba su monedero
hasta llegar al pueblo, y el plan de hacerle ver cómo los dementores eliminaban a Ron
y a Hermione habría fracasado. ¿Lo habría hecho Malfoy a propósito, o había sido
casualidad? ¿Y si había sido casualidad, cómo pensaba hacer el que le había quitado
el monedero para que se diera cuenta de que no lo llevaba? ¿Lo habría dejado a la
suerte? Harry lo dudaba. Conocía lo suficientemente bien a Voldemort como para
poder asegurar que ninguno de sus siervos dejaría los detalles de un plan como ése a
la suerte.
Sus pensamientos no le llevaban a nada. Estaba tan confundido como antes.
18
El Baile de Navidad
Los días que transcurrieron hasta el día del baile no fueron tan divertidos, ya que
tenían bastantes deberes, y Harry también tenía que pensar en los entrenamientos de
quidditch y en la siguiente reunión del ED. Desde el domingo hasta el día del baile, el
jueves, tenían entrenamiento dos días, el lunes y el miércoles, así que Harry señaló el
martes a las seis para la próxima reunión del ED.
Los entrenamientos iban bastante bien, y todo el equipo se mostraba satisfecho.
Incluso Malfoy se ahorraba sus comentarios, aunque no parara de lanzar miradas
asesinas a Harry y a Ron.
El martes, Harry se dirigió solo a la Sala de los Menesteres. Hermione y Ron
tenían que hacer algo de unas rondas por ser prefectos, así que acordaron en verse
allí.
Fue el primero en llegar, y se sentó, a esperar, hasta que unos minutos después
de él llegó Luna Lovegood.
—Hola —saludó ella en cuanto llegó, sentándose a su lado.
—Hola. ¿Qué tal te va?
—Bueno, como siempre —respondió ella—. ¿Y a ti? Ya he visto que te encuentras
mejor que aquel día que estabas junto al lago.
—Sí, me encuentro mejor. Ese día me ayudaste. Y ya es la segunda vez —dijo
Harry sonriendo—. Gracias.
—No hay de qué.
—¿Vas a ir al baile? —le preguntó Harry.
—No creo —contestó ella—. Nadie me ha invitado.
—¿Por qué no invitas tú a alguien?
—Nadie querría ir conmigo. Además, no me gusta bailar.
—Bueno, aquí te apreciamos... ¿Por qué no se lo pides a Neville? Creo que él
tampoco tiene pareja...
—Sí que tiene —dijo Luna. Harry la miró, un tanto sorprendido—. Me encontré con
él hoy por la tarde y estuvimos hablando un rato.
—¿Y quién es?
—No lo sé...
—Bueno, pues no sé... alguien del ED habrá que no tenga pareja, ¿no?
—Da igual —dijo Luna—. Pero, de todas formas, igual me paso por allí...
—Sí, venga. Aunque no traigas pareja, nos reiremos un rato...
No siguieron hablando más, porque empezaron a llegar todos los demás.
—Bueno —dijo Harry a sus compañeros cuando estuvieron todos en la sala—.
Dado que todos estaréis más preocupados por el baile de Navidad que por otras
cosas, hoy haremos algo sencillo... y no será una batalla con bolas de nieve —añadió,
entre las risas de los demás—. He pensado en practicar el hechizo Incárcerus... No es
demasiado potente, pero resulta útil. Es lo único que aprendí de la profesora Umbridge
—comentó, sonriente, mientras los demás repetían entre ellos «¿Ha dicho la profesora
Umbridge?»—. Os haré una demostración. Levántate, Ron.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Vamos, no voy a hacerte nada.
Ron se levantó, con desconfianza, y se puso delante de Harry.
—Vale, este hechizo sirve para atar al contrario ¿de acuerdo? Observad. —Apuntó
con la varita a Ron y exclamó—: ¡Incárcero!
Unas cuerdas se soltaron de la punta de su varita y ataron a Ron, haciéndole caer
al suelo.
—¿Veis? No es muy potente, pero es algo —comentó, mientras señalaba a Ron de
nuevo, diciendo «¡Diffindo!» para liberarle—. Poneos en parejas y practicad. Y cuidado
al liberar a vuestras parejas, no les vayáis a seccionar un brazo o una oreja...
Se pusieron en grupos para practicar. No tardaron demasiado en coger la idea del
hechizo, que era bastante sencillo. Luego, Harry les dijo que se fueran, que ya
seguirían después del día del baile.
Cuando iban a irse, Cho le pidió a Harry si podía hablar con él.
—Eh... sí, claro —respondió.
—Te esperamos abajo, Harry —dijo Hermione, que salió con Ron y Ginny.
—¿Me esperáis abajo también vosotros? —les preguntó Cho a Michael y a
Marietta.
—Claro —contestó el chico. Al parecer, se había dado cuenta de que Harry no
tenía ninguna intención con Cho, o tal vez ella le había asegurado que no sentía nada
por Harry, pero se había vuelto mucho más amable y confiado—. Hasta luego, Harry.
—¿Qué querías? —preguntó Harry, algo nervioso, cuando se quedaron solos.
—Bueno... sólo hablar un minuto —dijo ella, dando una vuelta alrededor de Harry,
que la miraba, desconcertado. Cho miró al techo, donde Dobby había colgado
muérdago—. ¿Te acuerdas del año pasado? Me dijiste que seguramente estaría lleno
de nargles...
—Sí... —dijo Harry, que no entendía por qué Cho le hablaba de aquello. Ella
estaba con Michael... Su mente empezó a divagar. ¿Qué haría si intentaba besarlo
otra vez?
—¿Tienes pareja para el baile de Navidad? —preguntó ella, mirándole y sonriendo.
—Eh... sí, voy a ir con Ginny.
—Me alegro —dijo Cho, mirando la sala como si la viese por primera vez—. Yo voy
a ir con Michael, claro.
—Claro —dijo Harry, que seguía sin entender a qué venía aquello.
—Bueno, sólo quería desearte feliz navidad, y eso, saber si ibas a ir al baile... y
si... bueno, si no te importaría bailar una vez conmigo. Por los viejos tiempos...
—Eh... —dijo Harry, perplejo ante la invitación— No, claro que no... bueno, si
Ginny no tiene inconveniente...
Cho le sonrió.
—No pienses cosas que no son —aclaró la chica—. Pero realmente me apetecía...
como hace dos años me lo pediste... ¿Sabes? —añadió—. Si no hubiera ido con
Cedric igual habría aceptado...
Harry le sonrió por vez primera desde que se habían quedado solos.
—Oye... sé que no fui muy comprensivo contigo el año pasado... Yo, si quieres...
estoy dispuesto a contarte todo lo que sucedió aquella noche...
—Gracias, Harry... pero creo que ya no lo necesito. Sé que para ti no fue fácil estar
conmigo... —Bajó la mirada, y luego volvió a mirar a los ojos de él—. Has cambiado
mucho este año... Has crecido ¿sabes? Estás distinto...
—Sí, lo estoy —reconoció Harry, pensando en ello—, han pasado muchas cosas...
y he sabido... bueno, lo siento, no puedo decírtelo...
—No pasa nada —dijo ella—. Bueno, será mejor que bajemos ¿no? Nos veremos
en el baile —se despidió, dirigiéndose a la puerta.
—¡Espera! —la llamó Harry—. No debemos andar solos por el castillo. Bajaremos
juntos.
—Vale —aceptó Cho, sonriendo abiertamente.
Cuando Harry entró por el retrato de la señora gorda, diez minutos más tarde, se
encontró a Ginny, a Ron y a Hermione, que le esperaban. Harry se sentó al lado de
Ginny y Hermione.
—¿Qué te quería? —le preguntó Ginny, con interés.
—Nada. Sólo saber si iría al baile, y si tenía pareja...
—¿Por qué? —preguntó Ron—. ¿Ella no va a ir con Corner?
—Sí —respondió Harry, acariciando a Crookshanks, que se había subido a sus
piernas.
—¿Entonces?
—Bueno, me dijo que hace dos años, si no hubiese ido con Cedric, tal vez habría
ido conmigo... y que si querría bailar una vez con ella pasado mañana. ¿Te importa?
—le preguntó a Ginny—. Yo le dije que claro que no me importaba, pero si a ti te
molesta...
Ginny le sonrió.
—Claro que no, Harry, no te preocupes.
Harry sonrió también, aliviado. Lo último que habría querido era que Ginny se
hubiese enfadado.
Por la tarde, tras la estupenda comida, casi todos los alumnos salieron a disfrutar
un rato de la tarde fuera del castillo en la nieve.
—Pero yo no pienso participar en una batalla de bolas de nieve hoy —advirtió
Hermione.
—Pues... creo que yo sí —respondió Harry, lanzándole una a Ron, que
inmediatamente empezó a perseguir a su amigo.
Cuando ya llevaban un buen rato fuera, y Harry y Ron estaban ya empapados,
Hermione y Ginny se retiraron para prepararse.
—¡Poneos guapas! —les gritó Ron cuando se dirigían al castillo, mientras
intentaba esquivar un lanzamiento de Harry.
Tras jugar un rato más, ambos se acercaron a Dean, Seamus y Neville, que
charlaban animadamente con Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley y Hannah
Abbott. Tras un rato, Ernie, Justin y Hannah se retiraron, y los otros cinco decidieron
regresar a su dormitorio en la torre de Gryffindor.
—Bueno ¿con quién vais a ir vosotros? —preguntó Ron, sentándose sobre su
cama, cuando hubieron entrado en la habitación.
—Yo con Lavender, ya os lo dije —respondió Seamus.
—Yo voy a ir con Susan Bones —dijo Dean—. Es muy simpática y agradable, se lo
pedí en una de las reuniones del ED...
—¿Y tú, Neville? —le preguntó Ron.
—Eh... bueno, mejor os enteráis luego —respondió, poniéndose colorado.
—¿Por qué? —preguntó Ron, intrigado, mirando a Neville con suspicacia.
—Nosotros tampoco lo sabemos. No nos lo ha querido decir —comentó Seamus.
—Bueno... es que no sé si os lo creeríais —dijo Neville, cada vez más rojo—. Pero
lo sabréis dentro de dos horas, ¿no?
Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros. Ron propuso jugar una partida
al snap explosivo, y eso estuvieron haciendo hasta las siete, hora en la que decidieron
vestirse y prepararse. Harry se puso su túnica verde botella, que ya casi le quedaba
pequeña, y pensó que pronto tendría que comprarse una nueva. Intentó peinarse un
poco el pelo, sin conseguirlo demasiado, y decidió dejarlo como estaba. A Ron la
túnica le quedaba mejor, porque se la había comprado hacía año y medio y sus
hermanos la habían elegido un poco más grande de lo necesario para que le sirviera
más tiempo. Se peinó con mucho esmero.
—¿Crees que estoy bien, Harry? —preguntaba, mirándose al espejo.
Harry se reía.
—Sí, te ves bien… —le dijo Harry—. No sabía que te importara tanto...
Ron frunció el ceño, mientras Dean y Seamus soltaban risitas.
—Bueno, nos vemos en el Gran Comedor —dijo Neville, saliendo del dormitorio.
—¿Adónde vas? —le preguntó Seamus. Pero Neville ya había salido y no le
respondió—. ¿Con quién irá?
Cuando Ron estuvo listo, los cuatro bajaron a la sala común. Neville no estaba allí,
y Dean salió para ir a buscar a Susan. Harry, Ron y Seamus se sentaron a esperar,
rodeados por una multitud multicolor de Gryffindors emocionados. Parvati y Lavender
bajaron del dormitorio con cara de circunstancias, las dos muy guapas. Seamus se
acercó a Lavender y Parvati salió para ir a reunirse con Anton en el vestíbulo. Poco
después bajaron Hermione y Ginny. Harry se quedó asombrado, pero no tanto como
Ron, que estaba con la boca abierta y no parecía capaz de cerrarla, hasta que Harry le
dio un codazo. Ginny llevaba una túnica de color aguamarina, con el pelo recogido
pero dejando unos mechones que le caían sobre la cara. Llevaba por encima la capa
que Harry le había regalado. Estaba muy guapa. Harry le sonrió y ella se ruborizó un
poco. Hermione, por su parte, estaba incluso mejor que en el baile anterior: se había
alisado el pelo un poco más, pero se había hecho un recogido distinto al de la otra vez,
y parte de su pelo le caía, aunque dejaba al aire su cuello. Su túnica era de color
plateado con reflejos dorados, y llevaba en la frente la diadema de Ron, cuya plata y
gemas brillaban como si tuviesen luz propia, atrayendo la mirada de la gente sobre
ella. Estaba impresionante. Les sonrió y se acercó a Ron.
—Estás... guapísima —balbuceó Ron, poniéndose colorado.
—Tú también estás muy bien —dijo ella, sonriéndole—. Gracias otra vez por la
diadema, es... es preciosa. Me encanta.
—¿Bajamos? —sugirió Harry, mirándoles. Los demás asintieron y salieron por el
agujero del retrato para dirigirse al vestíbulo.
—Te queda muy bien —le dijo Harry a Ginny mientras bajaban.
—Gracias. La verdad es que me viene estupendamente, porque tenía un poco de
frío...
Llegaron al vestíbulo. La mayoría de los alumnos ya estaban allí. Harry y Ginny
saludaron a Cho y a Michael Corner. Anton y Parvati ya estaban junto a las puertas, al
igual que Viessi y Amelie Blisseisse. Harry y Ginny se despidieron de Hermione y Ron
y fueron junto a ellos, ya que Harry era el capitán de Hogwarts. Se saludaron. Todos
estaban un poco nerviosos. Pronto se les unió Klingum, el capitán de Durmstrang, que
venía acompañado de una chica que Harry no conocía, aunque sabía que era de
Slytherin. Para su sorpresa, ella le sonrió.
A las ocho en punto, se abrieron las puertas del Gran Comedor, y los capitanes y
sus respectivas parejas entraron, siguiendo a la profesora McGonagall. El comedor
había sido engalanado maravillosamente, con árboles de Navidad, muérdago colgado
del techo y tiras de hiedra. Las mesas de las casas habían sido sustituidas por mesas
más pequeñas, alumbradas por preciosas esferas doradas y plateadas que parecían
flotar. De las paredes colgaban tiras de oro y de plata que brillaban con la luz de las
esferas, y grupos de hadas revoloteaban en los árboles de Navidad.
Los capitanes se dirigieron hacia la mesa principal, donde ya estaban sentados
Dumbledore, Snape, Flitwick, Petrimov, la profesora Sprout, la directora Ferllini,
Madame Maxime, Hagrid, Larry Binddle y Krum. La profesora McGonagall, que llevaba
una túnica negra, les pidió que miraran hacia las puertas para recibir a los demás
alumnos, que fueron entrando lentamente. En las mesas pequeñas cabían seis
personas, y Harry vio a Ron y a Hermione, cuya diadema parecía brillar más que las
propias lámparas, sentarse en una de ellas, cercana a la suya, acompañados por
Seamus y Lavender. Los dos sitios que faltaban fueron ocupados por Neville, que
parecía que se había pintado de rojo la cara. No era para menos: Harry vio, con
incredulidad, que su pareja era Gabrielle Delacour, que también estaba guapísima,
con una túnica de color azul muy suave y un precioso colgante de oro en el cuello.
Ron también miró, sin creérselo, y luego se volvió hacia Harry, lanzándole una mirada
de asombro, que Harry le devolvió.
—¿Te lo esperabas? —le preguntó Ginny, que también miraba a Neville.
—No —respondió él—. Por eso nos dijo que no le creeríamos...
Muy sorprendido, volvió a mirar hacia las puertas. Draco Malfoy entraba en esos
momentos, con su túnica negra, acompañado de Pansy Parkinson. Goyle iba solo,
Crabbe, por el contrario, había conseguido pareja: Millicent Bulstrode. Harry miró a
Malfoy y él le lanzó una mirada furibunda.
Cuando todo el mundo hubo entrado, los capitanes y sus parejas se sentaron.
Dumbledore les dio la bienvenida, y la cena comenzó. Hagrid saludó a Harry a Ginny,
diciéndole que estaba muy guapa. Hagrid se había puesto un traje que le quedaba
bastante bien, pero afortunadamente había decidido no arreglarse el pelo ni la barba,
operaciones que nunca le daban muy buen resultado. Harry observó a Krum. Venía
solo y no paraba de mirar a Hermione, que charlaba muy animadamente con Lavender
y Gabrielle, mientras Ron, Seamus y Neville hablaban entre ellos muy ufanos y
satisfechos.
Dumbledore pidió al plato su cena, y los demás comensales hicieron lo mismo.
Harry pidió solomillo con patatas. Ginny escogió ensaladilla.
—¿Estáis entrenando duro? —les preguntó Anton, que se había sentado al lado de
Ginny.
—Bueno, hacemos lo que podemos —confesó Harry—. Con este tiempo...
Anton le sonrió, y se volvió hacia Parvati, que le hacía preguntas.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Harry a Ginny en voz baja; la chica comía sin
levantar mucho la cabeza.
—Un poco nerviosa —reconoció ella—. La verdad, preferiría estar en una de las
otras mesas...
—Yo también —le dijo Harry, con una mirada de complicidad. Dumbledore les
sonrió—. ¿Se te da bien bailar? —preguntó, cambiando de tema.
—Bueno, creo que sí... —dijo ella.
—Más vale, porque a mí no. En el otro baile era Parvati la que me llevaba —
explicó—. Aunque no le di tiempo a enseñarme mucho —añadió susurrando. Ginny se
rió.
—Bueno, a mí sí se me da bien —intervino Anton, sonriéndole a Parvati—. Así que
seré yo quien te lleve, si no te importa.
—Claro que no —repuso ella, sonriendo de oreja a oreja.
Harry miró a Ron, que al parecer acababa de decir algo muy gracioso, porque
Hermione se reía a carcajadas. Deseó estar allí, con ellos, en vez de en la mesa
principal.
—¿Le habías visto alguna vez tan alegre? —preguntó Ginny, que también miraba
hacia allí.
—Pues no sé... creo que no —respondió Harry, sonriendo. Luego agregó, en voz
baja—: Creo que no habría venido al baile si Hermione hubiese venido con Krum.
—Te creo —respondió Ginny—. De todas formas, ella no habría ido con Krum, le
gusta Ron —confesó.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho ella? —preguntó Harry, sorprendido. No era
que no lo sospechara (sin contar lo que había pensado junto al lago, tras tener el
segundo sueño), pero...
—Bueno, viste con qué cara miraba a Ron en la enfermería el día del ataque de los
Dementores, ¿no? —dijo Ginny—. Y además, ¿recuerdas el día que vino Fleur a
Grimmauld Place?
—Sí.
—¿Recuerdas que Fleur sonrió a Hermione, y ella dijo que le había parecido
extraño?
—Sí, tú dijiste que sabías por qué era...
—Sí. He hablado bastante con Fleur, y bueno, digamos que las veelas tienen cierta
habilidad para... saber de qué pie cojea cada uno, ¿entiendes?
—Más o menos —dijo Harry, no muy convencido.
—Bueno, ella sabe perfectamente el efecto que causa en Ron, y le hizo gracia la
cara de Hermione, porque se le notaba que eran celos. Por eso sonrió.
—¿Celos? ¿Hermione está celosa de Fleur? —preguntó Harry. Entonces una luz
se encendió en su cabeza—. Claro... por eso parecía tan furiosa después de la
segunda prueba del Torneo de los Tres Magos...
—¿Por qué estaba furiosa?
—Bueno, Fleur nos dio dos besos a mí y a Ron cuando sacamos a Gabrielle del
agua...
Ginny sonrió.
—Pues eso... y claro, a mi hermano le gusta Hermione, aunque se niegue a
aceptarlo... aunque bueno, creo que ya es más consciente de ello que antes...
—Bueno, y si los dos se gustan, ¿por qué no... no están juntos? —preguntó Harry,
que aún le costaba pensar en sus dos mejores amigos de esa manera.
—Porque son muy tercos, supongo... ¡Pero tú ni pío! ¡No les digas nada! —le avisó
Ginny. Miró a su plato un rato y luego se volvió hacia Harry—. ¿A ti te importaría que...
que salieran juntos?
—Eh... pues no sé, no creo... —dijo Harry, que aún no había pensado en eso—.
¿Por qué iba a importarme?
—No sé... tal vez te sentirías desplazado.
—No, ellos no me dejarían solo nunca —aseguró Harry con total rotundidad.
Ginny le miró, sonrió y siguió comiendo, sin decir nada. Harry también sonrió. Le
pareció que estaba resultando un día excelente, a pesar de todo en lo que estaban
inmersos. Mirase a donde mirase, veía la felicidad en los rostros de la gente. Los
bailes no eran lo suyo... o eso creía, al fin y al cabo, sólo había acudido a uno, y había
resultado un poco deprimente, pero se convenció de que aquel día podría pasárselo
bien.
Volvió la mirada a la mesa y se metió de lleno en la conversación sobre quidditch
que mantenían Anton, Viessi y Amelie. Parvati se limitaba a escuchar, y Klingum y la
chica de Slytherin hablaban entre ellos. Dumbledore hablaba con Ferllini, y Hagrid con
Madame Maxime.
—...Estoy seguro de que quedaremos terceros —le decía Viessi a Amelie entre
risas—. Es obvio que nuestros cazadores son superiores...
—Y no os olvidéis del guardián, me han dicho que es una máquina... —agregó
Anton, mientras Parvati se reía.
—¿Ah, sí? —respondía Amelie, con una mirada irónica—. Eso lo «veguemos», me
«encaggaré personalmente» de «tigagte» de tu escoba.
—Ya se verá —respondió él, riendo.
—Oye, Ginny —dijo Harry, cambiando de conversación—, ¿Qué hacías antes de
venir a Hogwarts cuando Ron entró? Nunca he sabido mucho de la vida de los magos
antes de entrar al colegio.
—Bueno, básicamente, me aburría mucho —contestó—. Cuando estaba Ron, pues
aún estaba con él, ya sabes... pero cuando entró a Hogwarts... Por eso estaba tan
triste aquel día en la estación, cuando te conocimos ¿recuerdas?
—Sí, Fred y George te dijeron que te enviarían un inodoro de Hogwarts, y cuando
luego le dijeron a tu madre que me habían conocido tú no parabas de decirle:
«¿puedo subir al tren para verlo? ¡Quiero verlo!» —recordó Harry, sonriendo.
Ginny se ruborizó un poco, algo avergonzada.
—Es que no te imaginas lo que era tu nombre, pensaba... no sé, que serías
distinto, y sin embargo, estabas allí y parecías tan... aturdido...
—Es que lo estaba, no te haces una idea... averiguar de pronto que era un mago...
yo creía que mis padres habían muerto en un accidente de coche, y que mi cicatriz me
la había hecho en el mismo accidente... y cuando Hagrid me contó la verdad, y me
mostró el callejón Diagon, y todos me conocían... No sé, me sentía totalmente
perdido... —Harry la miró—. ¿Sabes lo que es que todo el mundo sepa más de ti que
tú mismo? Pues eso me pasaba a mí.
—Sí, eso nos contaba Ron... decía que Hermione sabía más de ti que tú... —La
chica se rió—. Pues yo, mientras estaba en casa mamá nos enseñaba todo lo que no
enseñan en Hogwarts ¿sabes? Vamos, lo que se aprende en las escuelas muggles. Y,
cuando podía, pues aprovechaba para volar en las escobas, porque mis hermanos
nunca me dejaban jugar con ellos al quidditch.
—Yo iba a una escuela muggle, claro, pero la odiaba... De hecho, si te digo la
verdad, odiaba todo lo que conocía antes de venir aquí. Mis tíos me odiaban, me
castigaban por cualquier cosa rara, y el caso es que yo no sabía por qué. Y en la
escuela nadie se acercaba a mí, porque mi primo Dudley y su banda eran los matones
de la clase, todos sabían que me detestaban, y nadie quería meterse en problemas
con ellos, por tanto no tenía amigos. Así que ya ves qué alivio sentí cuando vine aquí y
conocí a Ron, y cuando nos hicimos amigos de Hermione... nunca había tenido con
quien compartir nada así que...
—Lo sé. Por eso mi madre te hizo aquel jersey. Ron nos contó en una carta cómo
había sido tu vida, y mi madre pensó que merecías un buen regalo.
Harry sonrió, mientras empezaba con su postre, tarta de manzana, que estaba
realmente deliciosa.
—Eso es muy triste —intervino Anton, que había oído parte de la conversación—.
¿Por qué te querían tan mal tus tíos?
—Porque odian la magia. Odiaban, o temían, a mis padres; no querían saber nada
de gente como nosotros, es decir, magos. Y cuando se quedaron conmigo decidieron
cortar por las bravas cualquier cosa rara que pudiera hacer... pero obviamente, no lo
consiguieron. Gracias a Hagrid —añadió, mirando al semigigante, que había levantado
la cabeza hacia él al oír su nombre.
—Ah, sí... —dijo Hagrid—. Yo te llevé a aquella casa, y yo te fui a buscar. Cada
vez que me acuerdo de los Dursley... —Hagrid puso una expresión de rabia y cerró los
puños.
Harry siguió hablando con Ginny sobre sus respectivas vidas antes de Hogwarts.
Nunca había hablado tanto con ella, y menos a solas, o casi a solas. La verdad, pensó
Harry sorprendido, era que resultaba fácil hacerlo.
Cuando finalmente la cena terminó, Dumbledore se levantó y se dirigió a todos los
presentes:
—Bueno, espero que la cena haya sido de vuestro agrado —dijo, sonriente—.
Ahora llega el momento de la fiesta, que se prolongará hasta la una de la madrugada.
Pido a todos, por favor, que se pongan en pie.
Todo el mundo se levantó de su silla. Dumbledore agitó su varita y las mesas se
apartaron a los lados, dejando espacio para la zona de baile.
—Bien. Ahora los capitanes de los cuatro equipos iniciarán el baile, al que luego
nos uniremos —indicó. Hizo una seña y un grupo musical al que Harry no conocía
salió al escenario, bajo los aplausos de la gente.
—Bueno, vamos allá ¿no? —dijo Ginny, sonriéndole.
Harry asintió y siguió a Anton y a Parvati, que se colocaron en el centro. Harry vio
a Ron, Seamus, Neville y Dean, que le sonreían con pillería, y Harry les hizo una
mueca.
—¿Conoces el grupo éste? —le preguntó Harry a Ginny.
—Sí, se llaman los «Trols musicales» —respondió Ginny—. Vienen de Estados
Unidos... sí, es un nombre un poco estúpido —añadió, viendo la expresión de Harry—,
pero lo hacen bastante bien.
Los «Trols Musicales» empezaron a tocar una canción lenta, pero agradable, Harry
cogió a Ginny y empezaron a bailar, entre Anton y Parvati y Klingum y la chica de
Slytherin. Viessi y Amelie estaban un poco más apartados.
Harry se había sentido totalmente indiferente en el baile de Navidad del Torneo de
los Tres Magos, pero estaba disfrutando éste. «Bueno, quizás no tenga muchos
momentos felices, sabiendo lo que me espera... quizás debería procurar disfrutar lo
más posible», pensó para sí. Sonrió más y empezó a bailar de forma más entusiasta, a
medida que la canción cogía más ritmo. Agarró a Ginny y empezó a dar vueltas
alrededor de las demás parejas. Ginny lo miraba como si estuviese loco.
—¡Harry! ¿Qué haces? ¡Para! ¡Van a pensar que estamos locos! —dijo ella,
riéndose.
—¿Y qué? —respondió él—. De mí ya han dicho muchas veces que lo estoy, ¿no?
Por una más no importará —Ginny rió aún más.
El resto de alumnos empezó a unirse a la fiesta. Dumbledore bailaba con la
profesora McGonagall, que meneaba la cabeza ante algo que le decía el director, que
sonreía. Madame Maxime y Hagrid bailaban juntos, y ocupaban una buena zona de la
pista. Ron y Hermione se acercaron también, seguidos de Neville y Gabrielle, Seamus
y Lavender y Dean y Susan. Harry nunca había visto bailar a Ron, pero descubrió que
no lo hacía del todo mal, aunque era Hermione quien lo llevaba. Ambos sonreían, pero
el pelirrojo parecía nervioso. Neville, por su parte, se estaba esforzando al máximo en
no pisar a Gabrielle, y de momento lo conseguía. Cuando terminó la canción, Harry se
acercó y saludó a Neville y a Gabrielle. Ron y Hermione, sin embargo, siguieron
bailando. A la luz de las esferas, que ahora flotaban en el aire, el brillo de la diadema
de Hermione era aún más notorio, y los hacía destacar muchísimo, porque su luz se
iluminaba sus rostros como si tuvieran luz propia.
Harry volvió al baile tras saludar a Neville, y siguió moviendo a Ginny
frenéticamente, cruzándose con Ernie Macmillan, que venía con Hannah Abbott.
—¡Pareces Fred! —le dijo Ginny a Harry, riendo, mientras éste bailaba de forma
más movida cada vez.
—¡Sí, y es muy divertidooooo! —dijo él, riéndose aún más, mientras hacía que los
dos girasen.
—¡Voy a marearme!
—¡Genial, porque yo ya estoy mareado!
—¡Harry! ¿Te han lanzado un encantamiento estimulante? —le preguntó Ginny,
sujetándole.
—No sé, ¿lo has hecho tú? —le preguntó, riéndose. Ginny meneó la cabeza.
Cuando terminó la canción, se acercaron a una mesa, a sentarse un rato. Neville y
Gabrille y Ron y Hermione también se acercaron.
—Vamos a buscar unas cervezas de mantequilla —sugirió Ron.
—¡Sí, por favor! ¡Me muero de la sed!
—Sí, es una idea estupenda —opinó Gabrielle.
Harry, Ron y Neville fueron a buscar las bebidas.
—Vamos, Neville, cuéntanos. ¿Cómo lo hiciste? —preguntó Ron, sonriendo.
Neville le miró, perplejo—. Traerla al baile —aclaró Ron, señalando a Gabrielle con la
cabeza.
—¡Ah...! Pues veréis, ella te lo había pedido a ti ¿no? —dijo él, poniéndose algo
colorado—. Pero como tú le dijiste que no, yo pensé: «bueno, no tengo nada que
perder...» y, tras armarme de valor, se lo dije el día de la pelea de bolas de nieve.
Tardé mucho, ya lo sé, pero sabía que ella aún quería ir contigo, Ron, así que no tenía
pareja. Empezamos a hablar, me preguntó mi nombre y ¿sabéis qué? —Neville
parecía más orgulloso de lo que Harry había visto nunca—. ¡Me dijo que me conocía!
Que había leído de mí por los periódicos, ya sabéis... y estuve hablando mucho con
ella. La verdad, es muy simpática. Luego le pregunté si tenía pareja, y como me dijo
que no, le pregunté si querría venir conmigo, y aceptó.
—¡Bien hecho! —le felicitó Ron, dándole una palmada en la espalda, mientras
cogían seis cervezas de mantequilla.
—Sí, bien hecho, Neville —agregó Harry—. Lo único que te ha faltado todos estos
años es confianza en ti mismo.
Neville sonrió, intentando quitarse el rubor de sus mejillas, mientras volvían a la
mesa. Se tomaron las cervezas de mantequilla, charlando y riendo, y luego volvieron a
la zona de baile. Entonces, frente a ellos apareció Malfoy, con Pansy, que los miró.
Malfoy se fijó en Hermione, y luego en su diadema, que brillaba intensamente, y se
quedó sin saber qué decir. Pansy le lanzaba miradas de odio.
—Vaya, Weasley —dijo Draco, recuperándose de su impresión—. ¿Cómo te
sientes al ver que lo que lleva Granger en la frente vale más que tu casa entera?
Hermione miró a Malfoy con rabia y dejó entrever evidentes ganas de abofetearlo,
pero Ron sonrió.
—Pues me siento muy bien, al fin y al cabo se lo he regalado yo... —Malfoy abrió
la boca al oírlo, perplejo y aturdido—. ¿Qué le has regalado tú a ella? —preguntó Ron,
señalando a Pansy con un gesto.
La pálida cara de Malfoy se puso sonrosada, y no supo qué contestar. Hermione
sonrió, cogió a Ron y siguieron hacia la zona de baile.
—Apártate, Malfoy. Estorbas —dijo Neville al pasar con Gabrielle. Por su parte,
Harry le miró, pero no le dijo nada.
Estuvieron bailando otro rato, cuando recibieron una nueva visita. Esta vez era
Henry Dullymer quien se les acercaba, sonriente.
—¡Hola! —saludó, contento—. ¿Qué tal el baile?
—Genial —respondió Harry—. ¿Y tú?
—Muy bien. He venido con una chica que se llama Sarah... es de Slytherin, de
cuarto, no sé si la conocerás... —Harry negó con la cabeza—. Da lo mismo. Bueno, el
caso es que yo quería venir con Ginny —comentó mirándola, mientras sonreía—. Pero
ya había encontrado un pretendiente mejor... Y la verdad, me das un poco de envidia,
Potter —terminó el chico.
Ginny se ruborizó y le sonrió a Henry.
—Si quieres bailar con ella y ella quiere no tengo problema —dijo Harry.
—Gracias, pero no... por ahí viene Sarah... es muy simpática... realmente muy
simpática... —dijo, casi susurrando, mientras su cara se ponía seria por un instante al
mirar a la chica, que era rubia, y bastante bonita. Parecía agradable. Dullymer apartó
la vista de ella y volvió a sonreír como antes—. Seguiré con ella. ¡Nos vemos! —se
despidió, agarrando a Sarah, y empezaron a bailar.
—Bueno ¿seguimos? —dijo Harry.
—Seguimos —aceptó Ginny.
Media hora más tarde, volvieron a ocupar su mesa, cansados. Tomaron más
cervezas de mantequilla, riéndose, felices.
Tras estar allí un rato, Neville y Gabrielle volvieron al baile.
—¿Te importa si bailo una canción con Hermione? —le preguntó Harry a Ginny, al
ver que Neville volvía al baile.
—Claro que no. Yo quiero saber qué tal lo hace mi hermanito...
—De acuerdo. ¿Bailas conmigo, Hermione? —preguntó Harry.
—Claro —respondió ella, levantándose y acompañándolo a la pista, mientras
Ginny arrastraba a Ron, que pedía a gritos que le dejara descansar y tomarse su
cerveza de mantequilla en paz.
—¿Qué tal te lo estás pasando? —le preguntó Hermione mientras comenzaban el
baile.
—Estupendamente. La verdad es que no creí que fuese a pasármelo ni la mitad de
bien —admitió, sonriendo.
—Ya veo —dijo Hermione.
—Y tú con Ron ¿qué tal? Parece que también os lo pasáis muy bien...
—Sí, es cierto —reconoció Hermione sonriendo, mirando hacia Ron y Ginny—. Me
hace reír mucho...
—¿Habrías venido con Krum si Ron no te lo hubiese pedido? ¿O se lo habrías
pedido tú? —preguntó, sin rodeos.
—Bueno, no sé... ¿Pedírselo yo...? Humm...
—Vamos, Hermione, sé que querías venir con él —le dijo Harry—. Vi la sonrisa
que pusiste cuando te lo pidió... y también la cara de enfado que tenías cuando nos
contó que Gabrielle se lo había pedido a él —«Y eso sin mencionar que te gusta»,
pensó para sí, reprimiendo la risa.
Hermione se puso colorada.
—Vale, sí, quería venir con él, pero no sé si se lo habría pedido. Esperaba que lo
hiciera él, después de lo que le dije la otra vez...
—Eres demasiado orgullosa —le recriminó Harry.
—¡Mira quien fue a hablar! —exclamó Hermione—. El señor «yo no le echo de
menos...»
Harry sonrió.
—Aquello era distinto —señaló, mirando hacia otro lado.
—Claro, claro.
—Bueno, y ¿vas a salir con él? —le espetó Harry de pronto. Hermione le miró
abriendo los ojos completamente y parándose en seco.
—¡¿Qué?! ¿Por qué dices eso? Sólo hemos venido a un baile, nada más, no hay
nada de eso... no sé cómo se te ocurre...
—Yo tampoco lo sé —dijo él, sonriendo—. ¿Recuerdas lo que os dije en verano,
verdad? Lo que os dije aquel día en Grimmauld Place.
—Sí —dijo ella—. Pero no sé por qué...
—Vamos, Hermione, sí lo sabes... Todas esas discusiones absurdas, esos celos
que os traéis el uno con el otro... Además, si sólo vienes con él como amigo... ¿Por
qué querías venir con él y no conmigo?
—¿Qué? Bueno, no sé... yo... tú...
Harry se aguantó las ganas de reírse.
—Vamos, confiésamelo. Soy tu amigo. No le diré nada.
—Pero qué... yo no... nosotros... —Hermione estaba totalmente roja y Harry
empezó a reírse—. ¡Harry! ¡No te rías! ¡No tiene gracia!
—Pues para mí sí...
—¿Sí, eh? ¿Y tú con Ginny? Parecíais pasarlo muy bien hablando...
—Sí, es verdad —reconoció Harry, mientras los «Trols Musicales» dejaban de
tocar—. ¡Vaya! Ha terminado la canción. Debería volver con ella. Y tú con Ron...
—¡Eh! —lo llamó Hermione, mientras Harry se soltaba y se dirigía junto a sus
amigos.
—¿Qué os pasaba? —preguntó Ginny cuando llegaron junto a ella y Ron.
—¡Oh! Nada, ya sabes cómo es de orgullosa Hermione...
—¡¿Qué?! ¿Cómo...? —exclamó Hermione.
Pero Harry no la dejó terminar de hablar. Cogió a Ginny y se apartó, riéndose a
carcajadas. Ron los miraba extrañado, pero agarró a Hermione y empezó a bailar con
ella la siguiente canción, mirando a la chica con expresión interrogante.
—¿Qué le has dicho? —preguntó Ginny con curiosidad.
—Nada, sólo me metí un poco con ella... le pregunté si iba a salir con Ron...
—¿Que hiciste QUÉ? ¿Cómo se te ocurre? —exclamó Ginny totalmente
sorprendida, mirándole como si estuviese loco—. Te dije que no les...
—¡Oh! Vamos, no es para tanto... —repuso él—. Olvídalo ¿quieres? Bailemos,
venga...
—Está bien —aceptó la chica, dejándose llevar—. Pero no sé como se te ocurren
esas cosas...
Un rato después, mientras hablaban con Seamus y Lavender, Cho y Michael
Corner se les acercaron. Cho iba muy guapa, con una túnica roja, unos grandes
pendientes de aro y una bonita gargantilla. Tenía el largo pelo suelto, cayéndole por la
espalda.
—Hola Harry —saludó al acercarse—. Hola Seamus, Lavender, Ginny...
—Hola —respondieron los cuatro, sonrientes.
—Oye Harry, teníamos un baile pendiente ¿recuerdas? —le preguntó Cho.
—Sí —dijo él.
—¿Te importa? —le preguntó Cho a Ginny tímidamente.
—Claro que no —respondió la chica.
—Yo bailaré con ella, si quiere —se ofreció Michael—. ¿Aceptas?
—Sí —dijo ella, siguiendo a Michael mientras Harry se iba con Cho y comenzaban
al bailar al ritmo de un tema mucho más lento que el último que habían tocado.
Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Harry se sentía cómodo, pero un poco
extraño.
—¿Qué tal te lo estás pasando? —preguntó ella, mirándole.
—Bastante bien —respondió Harry—. Mucho mejor que la última vez, desde luego.
Cho se sonrojó un poco.
—Bueno, ya sé que preferirías haber venido conmigo... yo...
—No tienes que decir nada —la interrumpió él—. No tienes que disculparte ni nada
así... ¿Y qué tal te va a ti con Michael? —preguntó, desviando el tema un poco.
—Bien. Nos va bien. Lo estoy pasando muy bien con él. ¿Y tú con Ginny?
—Bien, pero no hay nada entre nosotros —explicó—. Sólo somos amigos.
Cho no dijo nada durante un rato. Siguieron bailando, lentamente. Ella apoyó su
cabeza contra el hombro de él. Harry se sintió extraño por ese comportamiento. Miró a
Michael Corner, que bailaba hablando tranquilamente con Ginny. Ninguno de los dos
se fijaba en ellos. «¿Por qué se apoya así en mí?», se preguntó Harry, sin saber qué
hacer. Siguió abrazándola y bailando, sin decir nada, hasta que ella habló:
—¿Sabes? Fue en el baile donde me enamoré de Cedric...
Harry se detuvo en seco. ¿Por qué le decía aquello ahora? Cho levantó la cabeza.
Tenía los ojos llorosos.
—Lo... lo siento —murmuró, secándose las lágrimas—. Ya sé que no debería
hablar de Cedric, pero no sé, creo que tú serías la única persona con la que hablaría
de ello... sé que piensas que soy una llorona, pero no puedo evitarlo... Ya no estoy
enamorada de él, pero fue tan terrible todo... Lo siento... —dijo, disculpándose.
Harry la miraba, sin saber qué hacer ni qué decir, pero comprendió. Comprendió lo
que era estar en un lugar donde todo recordaba a un ser querido. Lo comprendió
porque lo había vivido. Ahora podía entenderlo... y entonces recordó la voz de
Hermione: «sólo tenías que ser cariñoso con ella...» Acercó a Cho contra él y la
abrazó.
—No pasa nada —dijo, con voz dulce—. No te preocupes. Te entiendo. Sé lo que
es que todo te recuerde a alguien a quien has perdido. No tienes que sentirte mal ni
avergonzarte de ello...
Harry la abrazó más fuerte, y ella le devolvió el abrazo. Pensó en lo que habría
hecho en una situación parecida el año anterior... y meneó la cabeza, dándose cuenta
de lo mucho que había cambiado, de lo que había madurado de repente. Aunque por
una parte se alegraba (era más fácil comprenderlo todo), por otra sentía que muchas
cosas de las que habían sido esenciales en su vida, ciertos juegos y diversiones con
Ron, explorar el castillo, escaparse a Hogsmeade, desafiar las normas por tonterías,
peleas ridículas con Malfoy por estupideces..., habían quedado definitivamente atrás.
—¿Te apetece sentarte? —le preguntó. Cho negó con la cabeza.
—No, gracias... gracias por el abrazo, era lo que necesitaba —dijo ella, sonriendo,
aunque aún con los ojos llorosos—. Eres una persona estupenda, Harry. Me alegro
muchísimo de haberte conocido...
Harry sonrió, poniéndose colorado. Volvieron con los demás. Ron y Hermione
bailaban, al parecer ajenos a todo, pero Harry vio como ella le miraba una vez,
formando con los labios las palabras «Bien hecho». Harry le sonrió.
—Bueno, ¿qué tal? —le preguntó Ginny—. ¿Bien?
—Estupendamente —respondió Cho, sonriendo con ganas—. ¿Vamos, Michael?
—Sí —respondió él—. Hasta luego, Ginny. Harry...
Se perdieron entre la multitud.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Ginny—. Me fijé en ella y estaba llorando...
—Ahora sí, creo —respondió Harry—. Cedric —aclaró—. Se acordó de él...
—¿Aún te gusta? —le preguntó Ginny directamente, mirándole a los ojos.
—No. Ya no... —respondió Harry, pensando en cómo se sentía respecto a Cho—.
Pero sí le tengo cariño...
—Eres un buen chico, ¿sabes? —le dijo ella, sonriendo.
—Gracias —contestó Harry, mirándola fijamente—. Pero sólo seguí el consejo de
Hermione, nada más... No hice nada del otro mundo.
—Has cambiado mucho desde el año pasado —dijo ella—. Me gusta más tu nueva
forma de ser.
—Bueno... han pasado cosas... Supongo que no me ha quedado más remedio que
cambiar, aunque preferiría no haber tenido que hacerlo —repuso Harry, con un deje de
tristeza.
Ginny le sonrió, mientras seguían bailando, moviéndose entre la multitud. Ella le
abrazó más y Harry correspondió a su abrazo, sintiéndose mejor que en mucho
tiempo. Ron y Hermione también bailaban muy juntos, los dos muy sonrientes. Anton y
Parvati pasaron por su lado, y les sonrieron. Neville, por su parte, parecía muy
contento bailando con Gabrielle. Harry giró la cabeza y vio a Cho, que también bailaba
muy pegada a Michael. Ella le sonrió y él le devolvió la sonrisa.
—¿Te apetece que demos un paseo por los jardines? —preguntó Harry,
deteniéndose.
—Sí, vale —respondió Ginny—. Vamos.
Salieron del Gran Comedor hacia el vestíbulo, y luego al exterior, a la fría noche.
Ginny se cubrió con la capa. Pasearon lentamente entre los rosales que habían sido
conjurados allí, donde muchas parejas estaban ya. Caminaron durante un rato, sin
hablar, disfrutando sólo de la mutua compañía. Finalmente se sentaron en un banco,
un poco apartados del castillo.
—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó él, mirándola.
—Estupendamente —contestó Ginny—. Pero no sé por qué dices «pasado», sólo
son las doce menos cuarto... aún queda más de una hora.
—Ya... bueno, lo de antes no tiene nada que ver con lo de ahora ¿no? —repuso él.
Ginny no le respondió. Sólo le miró.
—Siento mucho haberte metido en aquel lío en junio —dijo Harry con pesar,
mirando a Ginny a los ojos—. No tenía derecho... me dejé engañar como un estúpido.
—No hables de eso ahora —le pidió ella, cogiéndole una mano—. Además, fui
porque quise, tú me dijiste que me quedara. No tienes por qué disculparte.
—¿Por qué lo hiciste? Creíamos que Voldemort estaba allí... ¿No tuviste miedo?
—Claro que sí, pero yo apreciaba a Sirius, ¿sabes? Y no quería que sólo vosotros
os enfrentarais al peligro; Ron es mi hermano, y tú y Hermione sois amigos míos.
Harry no respondió. Sacó su varita de la túnica y la acarició.
—¿Qué le miras? —le preguntó Ginny, extrañada ante aquel comportamiento.
—Es la hermana de la varita de Voldemort. Su núcleo es una pluma de Fawkes...
—Ya me lo has dicho... ¿A qué viene eso ahora?
—No lo sé —respondió él—. ¿Te imaginas que alguien hubiese sabido eso cuando
todos creían que era el Heredero de Slytherin?
Ginny no respondió y bajó la mirada. No le gustaba recordar aquello.
—Lo siento, no debería... lo siento —se disculpó Harry.
—No te preocupes —dijo ella quitándole importancia—. No es nada...
Harry le dio un beso suave en la mejilla.
—Volvamos dentro ¿vale? —pidió él, mientras Ginny lo miraba perpleja ante aquel
repentino beso.
Se levantaron y atravesaron los rosales hacia el vestíbulo. Por el camino vieron a
Seamus y a Lavender, que parecían atareados. También se encontraron a Cho, que
paseaba abrazada a Michael, e incluso Neville, que hablaba animadamente, aunque
algo nervioso, cogido del brazo de Gabrielle.
Entraron en el Gran Comedor, donde el baile proseguía. Harry y Ginny divisaron a
Ron y a Hermione, que estaban cerca de una de las mesas, bebiendo zumo de
calabaza y riéndose sin parar. Cuando Harry y Ginny se les acercaron, Ron les miró,
inquisitivo.
—¿Dónde habéis estado?
—Hemos salido a dar un paseo al jardín —explicó Harry, poniéndole a su amigo
una cara de «no-es-lo-que-tú-crees». Ron no parecía muy convencido.
—¿Un paseo, eh? —dijo, con una risita, mientras Ginny le lanzaba una mirada
severa.
—Déjales, Ron —pidió Hermione, dándole un golpe cariñoso en el brazo—. Vamos
a bailar, venga.
—¿Más? —preguntó él.
—Pues claro ¡Esto es un baile!
—Estoy cansado, y aún no he terminado mi zumo de calabaza...
—Venga...
—Está bien, ya voy, eres... —pero no dijo qué era Hermione, porque Víktor Krum,
que se había pasado toda la noche solo, se les acercaba.
—Hola —saludó, con algo de timidez.
—Hola —le respondieron. Ron le miró con desconfianza.
—«Herrmione», ¿«podrríamos hablarr»? —preguntó, mirando alternativamente a
Ron y a ella.
—Esto... sí, claro —respondió Hermione, mirando a Ron—. ¿Te importa? Es sólo
un momento, no...
—No te preocupes —dijo él, esforzándose por sonreír—. No estamos atados.
Hermione le sonrió y se alejó un poco con Krum. Ron les siguió con la mirada.
—No te preocupes —le dijo Harry—. Ella ha venido contigo ¿no?
—Claro —apoyó Ginny—. ¿O es que quieres algo más que una acompañante de
baile? —le preguntó.
Ron no le contestó a su hermana, pero le sonrió a Harry, quien cogió unas
cervezas de mantequilla y se tomó una, mientras Ginny se tomaba otra. Ron le daba
sorbos a su zumo de calabaza. Hermione volvió al cabo de cinco minutos. Krum se
quedó dando vueltas por la pista de baile.
—¿Qué quería? —preguntó Ron.
—Ya te imaginas... saber si quería bailar con él... me dijo que ya sabía que había
venido contigo, pero que se sentía solo, y que no quería bailar ni estar con nadie
más... —se ruborizó ligeramente— y que la otra vez lo había pasado muy bien y
bueno... —Hermione parecía un poco triste por Krum, pero obviamente le había dicho
que no.
Ron la miró un rato, sin decir nada, y luego miró a Krum, que daba vueltas con su
paso desgarbado por la pista, sin hacer caso de los que bailaban.
Suspiró.
—Baila un poco con él —dijo.
—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando hacia su amigo con un gesto de
asombro en la cara.
—Digo que bailes al menos una vez con él. En serio, no me importa, y tampoco me
gusta verle así de triste. Además, él te lo pidió primero ¿no? —apuntó, obligándose a
sonreír.
Hermione estaba perpleja. Finalmente, le sonrió a Ron y se dirigió adónde estaba
Krum, cuya cara cambió como de la noche al día.
—¿Te encuentras bien, Ron? —le preguntó Ginny, asombrada.
—Sí ¿por?
—No sé... ¿Desde cuándo te preocupas así por Krum?
Ron la miró con severidad, pero, para sorpresa de Harry, sonrió.
—Bueno, ella ha venido conmigo... y, de todas formas, yo no soy su dueño. Sólo
somos amigos, al fin y al cabo...
—¿Es que te gustaría que fuéseis algo más que «sólo» amigos, hermano?
—Cállate, Ginny.
—¡Oh, vale, terco! Vámonos a bailar, Harry —dijo ella, agarrándole y llevándoselo
a la pista.
Harry se encogió de hombros y la siguió. Se quedaron a cinco metros de Ron.
Hermione y Krum bailaron dos canciones, antes de que Krum la dejara. Ella se acercó
a coger más zumo de calabaza, y Krum se acercó a Ron, que le miró con una
expresión indiferente. Krum se acercó a él, sonriéndole, y le habló en voz baja,
Cuando el búlgaro se apartó, Ron se le quedó mirando, perplejo y con la cara del
mismo color que su pelo. Krum, lanzándole una última sonrisa, se alejó, mientras
Hermione volvía con su zumo de calabaza. Al poco rato, Viktor estaba bailando con
una de las chicas de su «club de fans».
—¿Qué le habrá dicho? —se preguntó Ginny, sonriendo.
—No tengo ni idea.
Ginny se rió.
—Aún no me creo que haya dejado que Hermione bailara con él... no pensé que
estaría tan cambiado... aunque todos hayamos cambiado mucho desde el curso
pasado, creo que esto es demasiado...
—¿Desde el curso pasado? No me viste mientras estaba en Privet Drive...
Realmente creía que nunca volvería a ser feliz —recordó—. De hecho, con todo lo que
está pasando, no sé cómo lo soy...
—¿Eres feliz? —le preguntó ella, mirándole.
—Sí... creo que sí... —respondió Harry, pensándolo un momento— O por lo
menos, más feliz de lo que he sido en mucho tiempo.
Ginny le sonrió, mientras seguían moviéndose, bailando entre las demás parejas.
Harry miró hacia Dumbledore, y vio que el director, que bailaba con Madame Maxime,
también le miraba. Le sonrió y le guiñó un ojo, y Harry movió la cabeza en señal
afirmativa, sonriéndole también. Además, para su alegría, mientras bailaban, algunos
de Slytherin le saludaron, no sólo Dullymer, Warrington, Bletchley y la chica que
acompañaba a Klingum, sino otros. De hecho, había alumnos y alumnas de Slytherin
que habían acudido al baile con parejas que no eran de su misma casa... y eso era
una novedad extraordinaria. Harry supo que eso era consecuencia de su
enfrentamiento con Malfoy, y se alegró más que nunca de ello. Le alegraba saber que
no todos en Slytherin eran como Malfoy o sus amigos, aunque fuesen astutos y
ambiciosos.
A las doce y media, decidieron volver a dar una vuelta por los jardines. Ron y
Hermione se habían sentado en una mesa y charlaban con Hagrid, pero Seamus y
Lavender no habían regresado. Dean y Susan habían salido así mismo hacía un rato.
De Neville y Gabrielle tampoco se sabía nada.
Harry, al salir del vestíbulo, contempló la luna, que iluminaba maravillosamente los
jardines y la nieve de los terrenos. Volvieron paseando al banco que habían ocupado
antes. Afortunadamente, estaba libre. Seamus y Lavender, al parecer, no se habían
movido mucho desde la vez anterior, ni tampoco habían variado demasiado su
actividad. Neville y Gabrielle se habían sentado cerca y se oía perfectamente su
conversación y la risa de la chica. «¿Ése es Neville?», se preguntó Harry sin poder
creérselo.
—Aún no te he agradecido las cartas que me mandaste en verano —dijo de pronto
Harry.
—Sí lo hiciste —repuso ella—: Cuando me las contestabas.
—Ya, pero no es lo mismo... No sabes lo que fue aquello, a pesar de que los
Dursley me trataron mejor que nunca en mi vida... me sentía deprimido por todo. Creí
que me iba a morir del dolor...
—Ya lo sabemos, Harry. Nos lo contaste.
Harry se calló un momento, y se acordó de algo.
—¿Sabes que el día anterior a que fueran a buscarme utilicé una serpiente de un
amigo de mi primo Dudley para asustarles?
—¿Cómo?
—Sí... Uno de sus amigos tenía una serpiente. La usaban para asustar a las chicas
en el parque —explicó—. Yo no quería meterme con ellos... o más bien que ellos se
metieran conmigo ¿sabes? Antes habría resultado divertido... pero ya no. Sin
embargo, me vieron, e intentaron asustarme con ella.
—¿Utilizaste la lengua pársel? —preguntó Ginny.
—Sí... les di un buen susto. No creo que vuelvan a acercarse a mí en toda mi vida.
—¿Por qué lo hiciste? Si ya no te resultaba divertido...
—Lo hice por rabia... sentía tantas ganas de hacer algo, tantas ganas de
vengarme... —Su rostro se ensombreció—. Ésa fue la primera vez que lo sentí.
—¿Que sentiste el qué?
—Esa... sensación de poder y rabia... me sentí distinto con la serpiente... estuve a
punto de hacerles daño... Estaba tan rabioso, tan enfadado...
—¿Como cuando amenazaste a Malfoy en la enfermería?
—Sí —confesó Harry—. Pero no tan fuerte...
—¿Se lo has contado a alguien?
Harry negó con la cabeza.
—No, nadie lo sabe... yo... ni siquiera sé por qué te lo he contado. Ginny, a veces
tengo miedo, miedo de lo que hay dentro de mí, miedo de esos poderes: la lengua
pársel, el hechizo explosivo...
—Harry, hace mucho que usas la lengua pársel...
—No como esta vez. Sentí que dominaba a la serpiente casi sin hablar... Me sentí
muy raro... tengo miedo. Miedo de mí mismo... ¿Y si así es como Voldemort va a
conseguir unirse a mí? ¿Y si así es como va a lograr poseerme?
Ginny le miró asustada, apartándose de él, pero luego volvió a abrazarle.
—No pienses en eso esta noche —le pidió ella—. Esta noche no.
—¿Crees que yo quiero hacerlo? —preguntó, con un leve deje de irritación, que
calmó enseguida—. Pero no te preocupes, esta noche, hablar de eso no me sienta
mal... sé que tú, Ron, Hermione, Hagrid, Dumbledore... sé que estáis ahí... sé que
estáis a mi lado. Puedo hablar de lo que sea, pero creo que no podría preocuparme.
Le sonrió a Ginny y se levantaron. La chica le miró, preocupada aún.
—Estoy bien, de verdad —le aseguró—. Demos un pequeño paseo antes de volver
para terminar el baile —sugirió.
—De acuerdo.
Caminaron por los pasillos entre los rosales, en ellos no había nieve. Vieron a Cho
y a Michael, que se besaban con ternura en un banco. Harry los miró un instante, y,
sorprendentemente, sintió un cálido sentimiento de alegría por ella. Luego vieron a
Ron y Hermione, que habían salido del castillo y paseaban también entre los rosales,
hablando.
—Vaya, estáis aquí —dijo Ron al ver a Harry y a Ginny—. Pensé que habíais
desaparecido, junto a todos los demás...
—Estábamos paseando —dijo Ginny.
—Ya. ¿Paseando como Seamus y Lavender?
Hermione miró a Ron con expresión reprobatoria y Ron se apresuró a decir:
—No he dicho nada.
—Sí, mejor —dijo Ginny.
—¿Volvemos adentro? —sugirió Harry.
—Sí, tengo que ir al baño —dijo Ginny.
—¿Vamos? —le preguntó Ron a Hermione.
—¿Terminamos el paseo antes?
—Como quieras —dijo Ron—. Nos vemos enseguida —le dijo a Harry.
Éste asintió, y, acompañado por Ginny, entraron de nuevo en el castillo. Ginny se
dirigió a los lavabos de las chicas y Harry entró en el Gran Comedor, donde todo el
mundo disfrutaba los últimos momentos del baile.
Paseó un rato por entre las mesas, y, por primera vez en la noche, vio a Luna
Lovegood, sentada en una mesa y hablando con otra chica que Harry no conocía. Se
acercó a ellas.
—Me alegro de que al fin hayas venido —dijo Harry.
Luna se volvió hacia él y le sonrió. Estaba mucho más guapa que de costumbre,
con el pelo bien arreglado y una bonita túnica verde clara. Además, ayudaba que no
tuviera su habitual expresión de chiflada.
—Te dije que me pasaría...
—¿No has bailado nada?
—No.
Harry se sentó y estuvo callado unos segundos.
—Ya sé que no te gusta bailar, pero... ¿quieres intentarlo aunque sólo sea una
vez?
—¿Y Ginny? —preguntó Luna.
—En el baño.
—Vale... Supongo que se puede probar —contestó Luna.
Ambos se acercaron a la pista. Se cogieron y empezaron a bailar.
—Bailas bien —le dijo Harry, cuando llevaban un rato—. ¿Por qué dices que no te
gusta?
Luna respondió sin mirarle.
—Mi madre me enseñó.
—Ah... —soltó Harry, sin saber qué más decir.
—No he bailado desde que ella murió. A ella le gustaba mucho bailar.
Harry no dijo nada. Simplemente, siguieron bailando hasta que la canción terminó.
Entonces, vio a Ginny, que esperaba sentada en una mesa. Ron y Hermione también
habían regresado, y estaban con ella.
Harry y Luna se acercaron a ellos.
—Gracias —dijo Luna.
—¿Por?
—Por bailar conmigo. Nadie me lo había pedido antes que tú.
Habían llegado ya a donde estaban Ginny, Ron y Hermione. Los tres miraron a
Luna sin decir nada.
Estuvieron un rato hablando, hasta que los «Trols musicales» anunciaron que
procederían a tocar la última canción y se despedirían, y agradecían el buen público
que habían tenido.
Todo el mundo les aplaudió, y empezaron a tocar una melodía lenta como último
tema.
—¿El último baile, Ron? —le preguntó Hermione.
—Vale —aceptó él, cogiendo a su amiga. Hermione se agarró a él, y luego,
lentamente, se le abrazó con fuerza. Ron la miró un rato, y miró a Harry sin saber qué
hacer. Harry le sonrió, recordando la escena con Cho. Se encogió de hombros.
Finalmente, también Ron abrazó a Hermione con fuerza, sonrojándose un poco ante la
mirada de su amigo y su hermana.
Cuando la canción terminó, Dumbledore les dio a todos las gracias por asistir,
esperando que todo el mundo lo hubiera pasado bien.
—...y dicho esto, buenas noches a todos y ¡Feliz Navidad! —terminó, sonriente.
Todo el mundo aplaudió con ganas, y los alumnos empezaron a salir del comedor
para dirigirse a sus respectivas salas comunes. En el vestíbulo, Hagrid se despidió de
ellos. Vieron a Neville despedirse cariñosamente de Gabrielle, que le dijo algo así
como «Esta noche lo he pasado estupendamente. «Ggacias», y le dio un beso en la
mejilla que hizo que la redonda cara de Neville pareciera un tomate.
Los de Gryffindor, charlando animadamente sobre el baile, caminaron hasta el
retrato de la Dama Gorda y fueron pasando a la sala común. Allí, Harry, Ron,
Hermione y Ginny se sentaron en el sofá junto al fuego. Neville se les unió, muy
contento. Seamus, por su parte, se despidió afectuosamente de Lavender, que subió a
su habitación muy feliz, acompañada por Parvati, que le gritó a Hermione: «¡No
tardes!», antes de subir.
—Ha sido estupendo, ¿verdad? —dijo Seamus, sentándose también.
—Sobre todo para algunos —comentó Ron, mirando a Seamus significativamente.
Él sonrió.
—Sí, ha estado fantástico —corroboró Neville—. Lástima que no haya más durante
el año...
—¿Os habéis fijado en el comportamiento de algunos de los de Slytherin? —
preguntó Ron—. Yo no me lo creía cuando lo vi... nos sonreían... bueno, sólo algunos,
pero ya es algo.
—Sí, fue extraño, pero me alegro —declaró Hermione—. Todos deberíamos estar
más unidos, como hoy...
—Sí, siempre que ganemos jugando al quidditch —puntualizó Ron entre las risas
de Seamus, Neville y Harry. Hermione le lanzó una mirada diciendo «¡Quidditch!».
—Bueno, creo que me voy a acostar —señaló Harry, bostezando—. La verdad,
estoy molido.
—Sí, yo también —dijo Seamus. Se despidió y subió al dormitorio, seguido por
Neville y por Dean, que acababa de entrar por el retrato.
—Lo he pasado muy bien, Harry —dijo Ginny—. Realmente muy bien.
—Yo también —declaró él—. Espero que podamos charlar más a menudo...
realmente eres una gran chica ¿sabes?
Ginny le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Se despidió de Ron y Hermione y
subió a su cuarto. Hermione y Ron, por su parte, se sonreían sin hablar. Ella le dio las
buenas noches a los dos, y luego un dulce beso en la mejilla a Ron. Él, por su parte, le
quitó la diadema, y antes de volvérsela a poner, le dio un beso en la frente. Hermione
sonrió aún más y subió a su dormitorio.
—Bueno ¿qué? —le preguntó Harry, cuando se hubieron quedado solos.
—¿Qué de qué?
—Ya me entiendes... ¿qué tal?
—Pues ya viste... bien. Realmente me lo he pasado muy bien, sí. Muy bien...
—Sí, ya vi la cara de embobados que teníais... y que no habéis tenido una sola
discusión en días —apostilló—. No parecéis vosotros.
Ron le sonrió a su amigo.
—Bueno, eso está bien, ¿no?
—Sí, está muy bien, pero... resulta raro.
—¿Raro?
—Sí, raro. —Harry miró a su amigo con expresión inquisitiva—. ¿Qué te dijo
Krum?
—¿Eh? ¡Ah!, nada, nada...
—¿Como que nada?
—Bueno... simplemente me dio las gracias por permitirle a Hermione bailar con
él... yo le dije que no era necesario, que ella no era mi novia ni nada así, y él me miró
con cara rara...
—¿Cara rara?
—Sí... Yo tampoco sé por qué —dijo Ron—. Luego me dijo que la cuidara como
había hecho hasta ahora, y que era un buen guardián... y se fue.
—¿Ves? —dijo Harry. Ron le miró fijamente— Hasta Krum se da cuenta.
—¿Cuenta de qué? —preguntó Ron.
—Vamos, Ron, reconoce que te gusta Hermione...
—Bueno, yo... —se sonrojó hasta la raíz del cabello—. ¿Y tú con Ginny? —soltó,
cambiando de tema.
—No lo sé —reconoció Harry—. Realmente, no lo sé. Es cierto que no me había
dado cuenta de cómo es... y de que me encanta estar con ella, y hablarle y todo eso,
pero no me gusta. Al menos, todavía no...
—¿Todavía no? —inquirió Ron, levantando una ceja y pareciéndose enormemente
a Hermione en la expresión de la cara—. Será mejor que nos vayamos a la cama ante
tanto derroche de sinceridad y sentimentalismo... —dijo, riéndose.
Harry se rió también.
—Sí, será mejor. La verdad, estos bailes son matadores ¿no crees?
—Ya te digo. El quidditch es menos cansado, y desde luego mucho menos
complicado —declaró Ron, mientras ambos, riéndose, subían las escaleras y abrían la
puerta de su habitación.
19
Nadie pisó la sala común de Gryffindor antes de las once de la mañana el día 26
de diciembre. El baile de la noche anterior había dejado agotados a la mayoría de los
alumnos, y el castillo estuvo silencioso toda la mañana.
Cuando Harry se despertó, lo primero que le pareció era que sólo había pasado un
momento desde que se había acostado. Hacía mucho que no dormía tan bien. Se
quedó un momento metido en la cama, disfrutando del agradable tacto de las sábanas
y del suave calor en el que estaba envuelto. Recordó la noche anterior y sonrió.
Luego, se incorporó y se puso las gafas. Miró hacia la ventana, por dónde se veía a la
nieve caer, y luego hacia la cama de Ron, donde su amigo dormía plácidamente, con
una sonrisa dibujada en los labios. La sonrisa de Harry se acentuó; estaba feliz. Se
levantó, sin despertar a nadie, y bajó a la sala común en pijama. Cogió su álbum de
fotos y se sentó frente al fuego. La sala estaba vacía, y él se alegró de que así fuera,
durante un rato al menos. Abrió el álbum por la última página y miró las fotos de él
mismo y sus amigos, que le sonreían. Harry las contempló un rato, e incluso derramó
una lágrima de felicidad, que se apresuró a limpiar rápidamente cuando sintió que
alguien entraba en la sala.
—¡Harry! —exclamó la voz de Colin Creevey, pletórica—. ¡Precisamente la
persona a la que quería ver!
—Hola, Colin —saludó.
—¿Te lo pasaste bien ayer, Harry? —preguntó Colin, feliz—. ¡Yo sí! Era mi primer
baile, y fue muy divertido. ¿No crees que estuvo magnífico, Harry?
—Sí, sí lo creo —respondió Harry, sonriendo.
—Bueno, verás, quería verte para darte esto —dijo Colin, dándole otras seis fotos
más—. Perdona por hacerlas sin que te dieses cuenta, Harry, pero pensé que te
gustarían para completar ese libro... Las acabo de revelar.
Harry cogió las fotos, extrañado. Las miró y sonrió. Una le mostraba a él, bailando
con Ginny, otra le mostraba bailando con Hermione. La tercera era de su baile con
Cho, en otra se veía a Ron y a Hermione, en la siguiente a Ron y a Ginny, y, para
finalizar, en la más grande se veían Neville, Gabrielle, Ron, Ginny, Hermione y él
mismo, sentados en una de las mesas. No supo qué decir.
—¿Te gustan? —preguntó Colin, mirándole expectante.
—Claro que sí... muchas gracias... no sé qué decir... —balbuceó. En otras
circunstancias, Harry se habría enfadado por haber sido fotografiado sin su
consentimiento, pero la alegría de tener un recuerdo de aquella noche era más fuerte
que cualquier otro sentimiento.
—De nada, Harry. Me alegro de que te gusten... bueno, me voy a mi cuarto —dijo
el chico, despidiéndose.
Harry cogió las fotos y las miró, y luego las fue pegando en el álbum, al final, junto
a las demás de él y sus amigos. Estuvo contemplándolo durante un largo rato, sin
darse cuenta de que Ron y Neville habían llegado.
—¿Qué haces? —preguntó Ron, aún despeinado y bostezando.
—Nada... miraba estas fotos que me ha dado Colin... ¿No querrías alguna para ti?
—le preguntó a su amigo, que observaba las fotos.
—¡Claro que sí! Le pediré a Colin una copia para mí... Mira Neville, tú también
sales.
Neville se acercó para verlo. Aún estaban allí cuando el resto de los alumnos de
Gryffindor bajaron, llenando la sala común de ruidos y conversaciones. Parvati,
Lavender y Hermione bajaron juntas, y al parecer, aún no habían agotado los temas
de conversación sobre el baile. Hermione se sentó junto a Ron, dedicándole una
sonrisa, mientras Lavender se acercaba a Seamus y empezaba a charlar con él
animadamente.
Ron le enseñó a Hermione las fotos, y la chica se quedó mirándolas con dulzura,
como también hizo Ginny cuando finalmente bajó de su dormitorio.
—¿Qué querrá? —preguntó Ron, extrañado—. ¿Por qué nos pedirá que usemos
la capa invisible?
—No lo sé... seguro que quiere mostrarnos algo... Bueno, sólo falta una hora ¿no?
—dijo Harry, mirando su reloj—. Pronto lo sabremos.
Hermione se mordía el labio inferior, con expresión seria.
—¿En qué piensas, Hermione? —le preguntó Ron, mirándola.
—No sé... Es muy raro ¿no? ¿Por qué quiere que nos ocultemos?
—Vamos, Hermione, es Hagrid —repuso Ron—. No nos va a pasar nada malo...
—Lo sé, pero me extraña...
—Venga, dejadlo. Mejor será que nos preparemos. Cogeré la mochila y meteré la
capa dentro, luego saldremos y nos la pondremos en algún pasillo.
—Bien —dijo Ron—. Pero antes, déjame que te dé jaque mate, tenía una jugada
estupenda...
Media hora después, los tres salían de la sala común. Harry llevaba la mochila y
se dirigieron al vestíbulo. Cuando se acercaron, Harry sacó el mapa del merodeador
y, viendo que no hubiese nadie, sacó la capa y se la pusieron encima.
—Vamos —susurró.
Descendieron las escaleras lentamente y llegaron a la puerta principal, que
afortunadamente estaba abierta. Salieron y se dirigieron a la cabaña de Hagrid, la
rodearon y golpearon suavemente la puerta de atrás. Hagrid abrió.
—¿Sois vosotros? —preguntó.
—Sí —respondió Ron. Pasaron y se quitaron la capa.
—¿Qué sucede, Hagrid? —le preguntó Harry—. ¿Por qué tanto misterio y
secreto?
—¡Porque quiero que veáis una cosa maravillosa! —les anunció Hagrid, muy feliz
—. Os dije que os pusieseis la capa porque no creo que nadie quiera que os lo
muestre... pero yo pienso que tenéis derecho a saberlo, y, como de todas formas os
ibais a enterar igual...
—¿Qué es, Hagrid? —preguntó Hermione.
—No os lo puedo explicar —respondió Hagrid—. Lo mejor es que lo veáis por
vosotros mismos... Venid, está en el bosque...
—¿En el bosque? —preguntó Ron, poniendo cara de desagrado—. ¿Qué hay en
el bosque?
—No preguntéis, ya os dije que es mejor que lo vieseis. ¡Pero es maravilloso, ya
veréis! No será peligroso.
Hagrid abrió la puerta y salió al huerto, internándose en el bosque, asegurándose
de que nadie los veía. Harry, Ron y Hermione lo siguieron, un poco asustados. La
idea que tenía Hagrid de lo que era peligroso no era muy común.
—¿Adónde vamos, Hagrid? —preguntó Hermione de nuevo, mientras se
internaban en las profundidades del bosque, siguiendo a su amigo por una ruta
peligrosa que ya conocían—. ¡Dios mío! —dijo susurrando, dándose cuenta de la
dirección que tomaban. Miró a Harry, que también lo había notado.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, que no sabía a dónde llevaba aquel camino.
—Nos lleva junto a Grawp... —musitó Hermione.
—¿Grawp? ¿El gigante? —exclamó Ron, asustado—. ¡Oh, no...! ¿Por qué
habremos venido?
—Vamos, chicos —los animó Hagrid—. Os aseguro que no os arrepentiréis.
—Desde luego que no —murmuró Ron—. Yo ya estoy arrepentido.
—¡Hagrid! ¿Y los centauros? —preguntó Harry de pronto—. ¡Dijeron que no
dejarían...!
—No os preocupéis por ellos —les tranquilizó Hagrid—. Dumbledore habló con
ellos. Siguen enfadados conmigo, pero ya no se meterán con nosotros. Nos dejarán
pasar en paz. De todas formas, creo que no nos los encontraremos...
—¿Han perdonado a Firenze? —preguntó Ron.
—Claro que no. Nunca lo harán. Los centauros son muy tercos.
Harry y Hermione se miraron. Aún recordaban demasiado bien lo furiosos que se
habían puesto los centauros cuando se habían internado en el bosque con la
profesora Umbridge el año anterior. A pesar de todo, continuaron avanzando tras
Hagrid, hasta llegar al lugar en el que, unos meses antes, Hagrid les había mostrado a
su hermano pequeño.
—¿Qué es lo que quieres que veamos, Hagrid? —le insistió Hermione, con el
rostro compungido.
—Pues... hemos recibido visita. Observad.
Se acercaron lentamente a donde estaba Hagrid, y, dónde antes había árboles,
ahora había un gran claro, y lo que parecía una especie de campamento, donde
descansaban, al menos, seis gigantes. Harry reconoció entre ellos a Grawp, que era
el más pequeño de todos. Se quedaron atónitos.
—¡Dios mío! —dijo Ron, asustado.
—No os preocupéis —repitió Hagrid, risueño, entrando en el campamento—.
¡Hola, Grawpy!
—¿Hagui? —preguntó Grawp, volviéndose hacia él.
—Sí, soy yo. ¡Mira quien ha venido, Grawpy! ¡Harry y Hermione! ¿Te acuerdas?
¡Y también Ron!
—¿Hermy? —gruñó Grawp, mirando por encima de Hagrid. Hermione se agarró a
Harry y a Ron, que estaba lívido.
—Saludad sin miedo —dijo Hagrid, sonriente.
—Ho-hola G-Grawp —tartamudeó Ron, mirando las inmensas manos del gigante
e intentando mantenerse lejos de ellas.
Harry se fijó en los demás gigantes, que dormitaban sin que pareciera importarles
en absoluto la escena. Casi todos presentaban grandes heridas en la cara y el cuerpo.
—¿Cuándo llegaron, Hagrid? —preguntó Harry, procurando mantenerse también
lejos del alcance de Grawp, que se había levantado y se movía al lado de su
hermano.
—Hace tres días —Les informó Hagrid, contento—. Tuvimos noticias de ello, ya
sabéis, por la Orden, y yo y Olympe fuimos a buscarlos en secreto, y los trajimos aquí.
Dumbledore dijo que era el único sitio seguro. Llevaban mucho tiempo viajando desde
las montañas. Antes formaban un grupo de ocho, pero a tres los mataron. Éstos
consiguieron huir y ponerse en contacto con nosotros. Les costó mucho llegar.
Llevaban cuatro meses viajando.
—¿Cuatro meses? Guau —dijo Ron, que se acercó un poco más, algo más
tranquilo al ver que los gigantes no les hacían demasiado caso—. ¿Cómo viajan los
gigantes sin que los muggles los vean?
—Bueno, no les es fácil —respondió Hagrid—. Pero tienen sus medios. Saben
ocultarse muy bien cuando les conviene... y, de todas formas, los muggles que ven
gigantes no suelen vivir para contarlo...
—Sí, he leído que pueden camuflarse como rocas y cosas así ¿verdad? —
comentó Hermione, que seguía agarrada a sus dos amigos.
—Sí, así es.
—¿No habrán matado a nadie para llegar hasta aquí, verdad? —preguntó Ron.
—¡Oh, no! Claro que no... cuando hablamos con ellos en su campamento les
hablamos de las condiciones para la convivencia a los que nos escucharon. Éstos
tenían miedo de los demás gigantes, así que necesitaban ayuda y se portaron bien. O
al menos, eso dicen...
—¿Eso dicen? —dijo Ron, escéptico, viendo la cara de brutalidad de los gigantes.
—Dumbledore les cree —sentenció Hagrid—. Vino a verlos en cuanto llegaron y
les habló. Les ofreció este lugar y nuestra ayuda a cambio de su apoyo.
—¿Su apoyo? —preguntó Hermione—. ¿Su apoyo para qué? ¿Qué quiere
Dumbledore que hagan?
—No lo sé —respondió Hagrid—. Tal vez sólo que confraternicen con nosotros, en
vez de con Quien Vosotros Sabéis.
—¿Lo sabe el Ministerio? —preguntó Hermione.
—No sé... creo que Dumbledore ha dicho algo... supongo que, en todo caso, sólo
lo sabrá Fudge...
—¿Fudge? No creo que se lo tome muy bien —opinó Harry.
—No le va a quedar otro remedio si Dumbledore quiere que se queden. La gente
se ha dado cuenta de que todo lo que dijo Dumbledore sobre lo que había que hacer
una vez retornado Quien Vosotros Sabéis era lo que se tenía que haber hecho...
ahora es demasiado tarde para algunas cosas, como el asunto de Azkaban y los
dementores, pero bueno...
—¿Qué tal le tratan? —preguntó Hermione, señalando a Grawp—. ¿No decías
que allí le pegaban?
—Bueno, sí, pero aquí, de momento, lo tratan muy bien —contestó Hagrid—. No
se meten nada con él, aunque sea el más pequeño. Claro que tampoco están en muy
buenas condiciones para ser violentos —agregó, mirando el lamentable estado físico
de los demás gigantes—. Además, aquellas dos de allí son hembras, y se lleva muy
bien con una... ahora ya no está solo y es más feliz.
Harry miró a Grawp, que se había sentado y balanceaba un árbol, una de sus
diversiones favoritas. Le pareció que estaba igual que cuando lo había visto por
primera vez.
—¿Qué opinan los centauros de que estén aquí? —preguntó Ron.
—No les ha gustado mucho la idea, si te digo la verdad —respondió Hagrid—.
Pero no hay mucho que puedan hacer, así que simplemente evitan este lugar.
—¿Hablan nuestro idioma? —preguntó Harry.
—Aquél de allí lo chapurrea un poco —dijo Hagrid, señalando a un gigante que
tenían un inmenso corte en la cara y que parecía que le faltaba un ojo—. Pero no
demasiado. Grawp habla mejor que él. Generalmente hace de intérprete para los
demás.
—Bueno, Hagrid, esto es muy interesante, pero... creo que deberíamos regresar al
castillo —sugirió Hermione con aprensión—. Se está haciendo de noche...
—Sí, es cierto —dijo Hagrid, mirando en torno a él—. Volvamos... Adiós Grawpy
—le dijo al gigante, que miró hacia él—. Nos vamos. Vendré a verte mañana.
Grawp le hizo un gesto, y emprendieron el regreso.
—Bueno, ya sabéis, no debéis de decir nada a nadie de esto —les recordó Hagrid,
mientras emprendían la senda de regreso—. No es que importe, al fin y al cabo creo
que os enteraríais pronto, pero bueno, ya me entendéis...
—Tranquilo, Hagrid. No diremos nada, te lo aseguro —prometió Ron, yendo más
deprisa hacia el castillo de lo que había ido hacia el claro.
—¿Estás completamente seguro de que son... bueno, inofensivos? —preguntó
Hermione, que miraba alrededor constantemente para asegurarse de que no
aparecían Magorian, Bane o algún otro centauro.
—Bueno, son gigantes, ¿no? Pero creo que se portarán bien... necesitan nuestra
ayuda. No querrán que los demás se enteren de dónde están...
—¿Los demás gigantes? —inquirió Harry—. ¿No estaban en Rusia o por allá?
—Bueno... eso es otra cosa que quería contaros, pero esperad a que lleguemos a
mi casa. ¡Oh! —dijo Hagrid de pronto, deteniéndose en seco. Ron chocó contra él.
—¿Qué pasa, Hagrid? —preguntó Harry, acercándosele.
—¡Chist! —susurró Hagrid—. Mejor será que vayamos por otro camino, éste
puede ser algo... inapropiado. Hablad bajo.
—¿Pero qué sucede? —preguntó Ron, aún más asustado.
—Bane —indicó Hagrid, con un susurro—. Mejor será que no nos metamos en
líos... Iremos por allí, dando un rodeo.
—¿Un rodeo? —preguntó Hermione.
—Sí. Seguidme y hablad bajo.
Caminaron detrás de Hagrid durante un rato, antes de que Ron se diera cuenta de
hacia dónde se dirigían.
—Hagrid... —dijo, con voz débil y temblorosa—. Por aquí se va a... a...
—...a la guarida de Aragog —terminó Harry, también nervioso.
—¿Aragog? —preguntó Hermione abriendo mucho los ojos—. ¿Esa araña gigante
que quería usaros como cena?
—Sí —confirmó Ron, estremeciéndose; se dirigió a Hagrid—: ¿Por qué vamos por
aquí? ¡No deberíamos ir por aquí!
—Tranquilos, no os preocupéis —dijo Hagrid—. Vais conmigo.
—Hagrid, ya estamos lejos de los centauros, ¿por qué seguimos este camino?
—Es que, ya que paso por aquí... hace mucho que no visito a Aragog...
—¿Y tienes que visitarlo hoy? —preguntó Harry.
Ron miró a Harry con miedo. Hermione se agarró a ellos, mirando hacia todos
lados. Tras caminar unos veinte minutos más, llegaron a la hondonada de las arañas.
Ron miraba hacia el suelo, por donde caminaban centenares, o quizás miles, de
pequeñas arañas. Harry levantó la cabeza y vio a las más grandes descolgarse de los
árboles. Los tres amigos sacaron las varitas y se apretujaron cada vez más. Las
arañas empezaron a rodearlos, pero sin acercárseles. Hagrid se detuvo.
—¡Aragog! —llamó.
—¿Hagrid? —preguntó una voz, que hizo que Ron se estremeciera aún más,
mientras miraba a su alrededor.
—Sí, soy yo.
La inmensa araña se levantó y salió de su cubil, acercándose. Hagrid le sonreía.
—Hola, Hagrid... Hacía tiempo que no venías a verme... —dijo—. No vienes solo.
—Son los dos chicos que escaparon hace cuatro años —dijo otra araña,
chascando las pinzas fuertemente.
—¿Aquéllos?
—Son amigos míos, Aragog —aclaró Hagrid—. Hoy no venía a verte —explicó—,
pero pasaba por cerca y he venido a decirte que no les hagas daño.
—¿Por qué? Mi instinto me empuja a ello... no puedo negar carne fresca a mis
hijos...
Harry, Ron y Hermione se apretaron aún más. Las arañas continuaban
descendiendo de los árboles y rodeándolos, haciendo sonar sus pinzas.
—Porque son mis amigos, Aragog. Ellos me han ayudado en multitud de
ocasiones. Por eso te pido que si los ves, o te los encuentras, les ayudes... o por lo
menos no les ataques.
Aragog miró a Hagrid un momento, sin decir nada.
—Además, ellos mataron al basilisco del castillo...
—¡No pronuncies ese nombre! —gritó la araña, estremeciendo todo su cuerpo.
Luego se calmó—. ¿Es cierto eso? ¿Esos chicos lo mataron? —Calló un momento—.
Bien... entonces, está bien. Me habéis hecho un gran favor, a mí y a mis hijos. Por
ello, y porque Hagrid me lo pide, no os haremos daño si volvéis por aquí, y os
ayudaremos, si podemos. Pero os pido que no me visitéis a menudo, si podéis
evitarlo; la tentación es muy grande...
—De... de acuerdo —murmuró Ron, con cara de espanto—. No vendremos si no
es necesario... gracias.
—Gracias, Aragog —dijo Hagrid, sonriendo—. Ahora tenemos que irnos. Cuídate.
—Adiós, Hagrid. Adiós, amigos de Hagrid.
—A... Adiós —dijo Harry.
Salieron de la hondonada, mirando a los lados, mientras las arañas, chascando
sus pinzas, se apartaban de su camino. Ron respiraba agitadamente.
—Tranquilo —le dijo Hermione, que parecía más calmada—. No pasará nada.
—No pensé que tendría que volver a este lugar nunca...
—Vamos, apuraos —les dijo Hagrid—. Ya es tarde, y deberíais regresar pronto al
castillo.
Caminaron hacia Hogwarts, recorriendo la senda que Harry y Ron habían hecho
casi cuatro años atrás. Tras alejarse un buen trecho de la hondonada, Ron se
tranquilizó, aunque echaba miradas fugaces hacia atrás de vez en cuando. Cuando
habían recorrido ya más de la mitad del camino e iban más tranquilos, una figura les
salió al paso, seguida de varias más.
—¿Qué haces, Hagrid? —preguntó la fuerte y masculina voz de Magorian.
—¡Oh, no! —Ggmió Ron—. Primero gigantes, luego arañas y ahora centauros...
¿Y para encontrarnos con ellos vinimos por ese lugar horrible?
—Ya sabes de dónde vengo, Magorian —respondió Hagrid con voz severa.
—Sí, lo sé... y sabes perfectamente que no nos gusta lo que habéis traído al
bosque.
—¡Mira, Magorian! ¡Los alumnos de colegio! ¡Los que nos echaron encima al
gigante y escaparon! —gritó otro centauro, al ver a Harry y a Hermione.
—No os atreváis a hacerles nada —amenazó Hagrid, cubriendo a los tres amigos.
—No haremos nada. Les dejaremos pasar —repuso Magorian tranquilamente.
—¿Por qué? ¡Acuérdate de lo que dijo la chica! ¡Nos usaron! ¡Se burlaron de
nosotros!
—¿Sabes quiénes son, Delane?
—No, pero eso...
—Es Harry Potter. Harry Potter y sus amigos.
—¿Harry Potter?
—Sí... Por eso pasarán.
Harry les miró, extrañado, y salió de detrás de Hagrid.
—Eh... ¿Magorian? —Llamó. El centauro le miró—. ¿Por qué nos van a dejar
pasar?
—Hemos jurado no oponernos al destino. Hemos visto en los cielos lo que
sucederá, y hoy debéis continuar vuestro camino —respondió el centauro.
—¿Nuestro camino? —preguntó Hermione—. ¿Qué camino?
—No revelamos nuestros conocimientos a los humanos. Simplemente, debéis
cumplir con lo que está escrito. Regresad al castillo.
Dicho eso, Magorian desapareció en el bosque, seguido de los demás centauros.
Harry, Ron y Hermione se miraron, extrañados.
—¿Nuestro camino? —se preguntó Ron—. ¿Qué habrá querido decir...?
—Dejadlos —aconsejó Hagrid—. Es imposible sacar algo en claro de unos
centauros. Mejor será que regresemos.
Hagrid se echó a andar y regresaron a su cabaña, donde entraron, al igual que
había salido, por la puerta del huerto de las calabazas.
—Bueno... ¿Qué es eso que tenías que contarnos de los demás gigantes? —
preguntó Harry, ansioso, apartando de su cabeza, por el momento, el asunto de los
centauros y sentándose en una silla, mientras Ron y Hermione hacían otro tanto.
—Bueno —comenzó Hagrid—. Creemos... o más bien, estamos bastante seguros
de que todos los gigantes han retornado... —les explicó.
—¿Cómo? —preguntó Ron—. ¿Todos?
—Sí. De hecho, éstos fueron los últimos en llegar, ya que vinieron escondiéndose
y sin ayuda. Creemos que los demás sí tuvieron ayuda para regresar, y que lo han
hecho hace ya tiempo.
—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo? —peguntó Hermione, acercándose un poco al
fuego para calentarse—. ¿Cómo lo sabéis?
—No puedo deciros como lo sabemos, pero lo sabemos. Llevan en el país más o
menos tres semanas, o eso creemos —dijo Hagrid, poniendo la tetera encima de la
mesa y cogiendo unas tazas y azúcar.
—Se han unido a él ¿verdad? —dijo Harry.
—Sí —afirmó Hagrid con pesar, mientras servía el té.
—¿Sabéis dónde están? —preguntó Ron—. No es lo mismo esconder seis
gigantes que treinta o cuarenta...
—No estamos seguros —respondió Hagrid—. Parece ser que Quien Vosotros
Sabéis está actuando con mucho secretismo. Tenemos nuestras razones para pensar
que se encuentran en algún lugar de las Tierras Altas Escocesas. De todas formas,
Quien Vosotros Sabéis no necesita esconderlos tan bien como nosotros.
—¿Por qué no? —preguntó Harry.
—Porque a él le da igual que vayan por ahí matando a muggles o haciendo
destrozos —respondió Hagrid—. Observad esto.
Sacó de un cajón una hoja de un periódico muggle y se la pasó. Hermione la leyó:
La Reunión de la Orden
Por la mañana, Harry se despertó con un ruido en la habitación. Abrió los ojos y vio
a Hermione a través de la luz que entraba por la puerta. Aún tenía puesto el camisón,
y por encima llevaba una bata.
—Hola Harry —saludó, sonriendo—. ¿Cómo has dormido?
—Bien —respondió Harry, incorporándose y frotándose los ojos. Ron seguía
dormido. Hermione se sentó en el borde de la cama de Harry—. ¿Y tú?
—También —respondió ella—. Aún tengo sueño, pero me desperté y vine a
veros...
—¿Qué hora es? —preguntó, susurrando.
—Las diez y media de la mañana.
—Ah... ya es bastante tarde.
—No te levantes, no hemos dormido mucho... Bueno, yo y Ginny dormimos en el
hospital, pero vosotros no...
Ron abrió un ojo y gruñó, dándose una vuelta. Hermione lo miró y se rió. Luego, el
chico abrió los dos y los observó.
—Buenos díaaas... —dijo, bostezando—. ¿Hermione...? ¿Qué haces aquí?
Deberías estar durmiendo...
—La verdad, creo que dormiré otro rato aún —respondió ella con voz cansada—.
Me siento mucho mejor... pero ha sido todo tan horrible... Desperté y decidí venir a
haceros una visita.
Se acercó a la cama de Ron y le dio un beso en la mejilla.
—¿A qué viene eso? —preguntó él, desconcertado.
—Por cuidarme toda la noche...
—Hermione, somos amigos.
—Ya lo sé... —Sonrió más—. Pues por eso, entonces.
Ron se la quedó mirando. Harry les sonrió y luego se dejó caer de nuevo en la
cama, mirando al techo. Hermione se apoyó en Ron. Nadie dijo nada durante un rato.
Harry cerró los ojos y, sin darse cuenta, volvió a quedarse dormido.
Cuando despertó, dos horas más tarde, se sentía mucho mejor, más descansado.
Se incorporó y se puso las gafas. Miró hacia la cama de Ron. Hermione seguía allí,
pero se había quedado dormida, acurrucada junto a su amigo. Estaba tapada. Ron
también dormía plácidamente, con un brazo por encima de la chica. Harry los observó
un largo rato. En otras circunstancias, habría bromeado con Ginny sobre ellos, como lo
había hecho la noche del baile, pero Harry no encontraba una situación más
inapropiada que aquélla para hacer bromas. Se levantó y se vistió, sin hacer ruido.
Caminó por la habitación, mientras observaba a sus dos amigos. Recordó el baile. Las
dos personas que dormían allí eran lo que más quería en el mundo. Desde que había
entrado en Hogwarts ellos habían estado siempre con él. Le habían hecho disfrutar de
los momentos buenos y le habían ayudado a superar los malos. Fuera como fuese,
nunca podría separarse de ellos. Harry pensó que se los veía muy bien juntos. Desde
tiempo atrás había sospechado lo que sentía Ron por Hermione, y, aunque había
experimentado más dudas, también se imaginaba lo que Hermione sentía por Ron.
Ahora estaban ahí los dos, más unidos que nunca... ¿Por qué tenían que sufrir ellos?
Él había sufrido la pérdida desde pequeño, al perder a sus padres. Siempre había
estado marcado, siempre había sido distinto... lo odiaba, porque era injusto, pero
había aprendido a aceptarlo; pero lo que no podía aceptar era arrastrar a sus mejores
amigos con él. Sintió un fuerte ramalazo de odio contra los que habían atacado a los
Granger la noche anterior. Sintió cómo se llenaba de rabia, de furia incontenida, de
impotencia... Recordó entonces la conversación que había tenido con Firenze. Había
sido la noche anterior, aunque pareciera que habían pasado siglos desde entonces...
Firenze le había dicho que ellos también estaban destinados a seguir el mismo camino
que él... a acompañarle hasta el final... de alguna forma, o por alguna razón, también
estaban marcados.
Se sentó en la cama, abatido. Ron y Hermione despertaron con el ruido. Su amiga
miró un momento, despistada, y luego volvió la cabeza, viendo a Ron. Se dio cuenta
de dónde estaba y se levantó rápidamente, casi tropezando con las mantas al hacerlo.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, asustado también.
—¿Qué... qué hago...? —Hermione estaba completamente roja.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry.
—Eh... sí, pero...
—Te quedaste dormida —le contó Ron, sonriendo, aunque con cierta inseguridad
—. No quería despertarte...
—Pero no estaba tapada antes... —recordó Hermione, que seguía roja.
—No sabía si tendrías frío —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. ¿He hecho
algo malo?
—Eh... no, no —respondió Hermione, tranquilizándose y volviendo a sentarse en la
cama—. Gracias por taparme —añadió, con una sonrisa tímida.
Ron se ruborizó y miró a Harry, que por momentos se sentía sobrar.
—Voy a cambiarme. Debe ser casi la hora de comer... —dijo Hermione,
levantándose de nuevo.
Iba a salir por la puerta cuando ésta se abrió y entró Ginny, ya vestida.
—¿Dónde estabas? —le preguntó a Hermione.
—Aquí...
—Si parece que te acabas de levantar —observó Ginny, mirándola.
—Es que me acabo de levantar —confirmó Hermione, saliendo del cuarto. Ginny
miró a Harry, que se encogió de hombros, y a Ron, que mostraba una expresión
inescrutable.
—Bueno, vamos a comer dentro de un rato —les comunicó—. No tardéis en bajar.
Un rato después, Ron y Harry entraron en la cocina, donde estaban los Weasley,
Bill, Ginny, Moody, Kingsley y Lupin, que los saludaron al entrar.
—¿Se encuentra ya bien, profesor? —preguntó Harry.
—Sí —dijo Lupin, sonriente—. Preparado para otra.
—¿Y los padres de Hermione? —preguntó Ron.
—Les darán el alta mañana.
—¿Les borrarán la memoria? —quiso saber Ron, preocupado.
—No —respondió el señor Weasley—. Son padres de una bruja, no les borrarán la
memoria.
—Bueno, venga, la comida está casi lista. Comamos, luego hay reunión de la
Orden... —dijo la señora Weasley.
—¿Reunión de la Orden? —preguntó Harry.
—Sí.
—¿Y qué...?
—Nada de preguntas por ahora, muchachos —dijo el señor Weasley con voz
tranquila.
Ron no dijo nada, pero Harry se quedó pensativo. «Reunión de la Orden... hay una
reunión de la Orden», repitió, para sí. «Pues bien, en esta reunión sí voy a participar»,
decidió.
Estaban acabando de poner la mesa cuando Hermione bajó. Lo primero que hizo
fue preguntar por sus padres. Cuando Lupin le respondió que les darían el alta al día
siguiente, y que se encontraban mucho mejor, ella sonrió, aliviada. Un instante
después aparecieron los gemelos, que saludaron a Hermione afectuosamente,
preguntándole por sus padres.
—Vamos, a comer todo el mundo —ordenó la señora Weasley.
En cuanto terminaron, empezó a recoger la mesa. Tonks intentó ayudarla, pero
rompió tres platos, que Lupin, sonriendo, arregló con su varita. Apenas habían
acabado de limpiar, cuando llegaron Dumbledore, el profesor Snape y Percy.
Harry miró a Percy, mientras Dumbledore preguntaba por los Granger. Snape
cruzó la cocina y se sentó en el otro lado de la mesa, sin decir nada. Harry evitó
mirarle.
—¿Cómo te encuentras, Percy? —le preguntó al tercero de los Weasley.
Percy se encogió de hombros.
—No muy bien —admitió.
—Bueno, venga —dijo la señora Weasley, apresurándolos—. Harry, Ron,
Hermione y Ginny, salid, por favor.
Ron suspiró e iba a levantarse, cuando Harry lo agarró del brazo, con decisión,
haciendo que se volviera a sentar.
—No nos vamos a ir —dijo con determinación.
—¿Cómo?
—Digo que no nos vamos a ir. Ya no. Quiero saber lo que está pasando.
—Harry, no creo que sea… —empezó a decir la señora Weasley, mirando a
Dumbledore.
—Pues yo sí lo creo —interrumpió Harry, que estaba empezando a enfadarse, y
ver la cara de desprecio de Snape no ayudaba. Se obligó mentalmente a calmar la voz
y prosiguió—: Mire, señora Weasley, ya sé que sólo quiere lo mejor para mí… y para
nosotros, pero no somos niños. Si hubiera… si hubiera sabido lo que estaba pasando,
no tendríamos que haber ido al Departamento de Misterios en junio… —Hizo una
pausa, no quería pensar en Sirius en ese momento—. Creo que tengo derecho a
saber lo que pasa ¿no? Al fin y al cabo, soy yo quien debe matarle ¿verdad? Va detrás
de mí, y quiero saber qué está pasando —concluyó, con voz fuerte y decidida.
La señora Weasley no dijo nada, y miró a su marido y a Dumbledore, que tampoco
hablaban.
—Está bien, Harry —concedió Dumbledore con resignación—. Puedes quedarte.
Tienes razón: tienes derecho.
La señora Weasley suspiró, pero Harry sonrió.
—Y ellos también deben quedarse —solicitó Harry, señalando a Ron, Hermione y
Ginny—. Sin ellos no estaría aquí.
Los tres sonrieron, satisfechos y triunfantes.
—Está bien —repitió Dumbledore. Miró hacia la señora Weasley, que no parecía
en absoluto de acuerdo, y le dijo—: Mira, Molly, Harry tiene razón. Y además, lo que
tenemos que hablar hoy le interesa a Hermione. Tienen derecho a quedarse.
—Está bien —dijo la señora Weasley, abatida, aunque no del todo convencida, y
sentándose en su silla.
—Bueno, comencemos entonces —dijo Dumbledore—. ¿Qué se sabe del ataque
de ayer?
Moody habló:
—Los reconocimos a los dos —gruñó, con cierto desagrado.
—Bien. ¿Quienes eran? —preguntó Dumbledore.
Moody miró hacia Harry, Ron y Hermione y respondió:
—Lucius Malfoy y Gregory Goyle.
Hermione se quedó con la boca abierta y Ginny profirió un quejido. Harry se llenó
de rabia al oírlo, y miró a Ron, que también apretaba los puños.
—Malfoy... precisamente Malfoy —murmuró Harry, temblando de rabia.
—¡Cuándo vea a ese ca...! —gritó Ron, enfurecido.
—¡Ron! —exclamó Dumbledore, comprensivo pero severo—. Si queréis quedaros,
tendréis que aprender a controlaros.
Ron se contuvo, pero a duras penas. A Hermione volvían a correrle las lágrimas
por la cara.
—Severus ¿sabes algo?
—Apenas nada... pero hoy por la mañana me enteré de que cuando el Señor
Tenebroso comunicó la decisión de atacar a los Granger, Lucius Malfoy se ofreció, y
solicitó ser él el que lo hiciera...
—¿Y por qué no dijo eso antes de que los hubieran atacado? —le espetó Harry a
Snape, que le miró fijamente.
—Obviamente, porque no lo sabía. Sabíamos que eran un objetivo, pero no
teníamos horas ni fechas.
—¿Cómo sabe usted todo eso? —le preguntó Ron—. ¿Cómo se entera de esas
cosas?
—Eso no es asunto vuestro —Respondió Snape con frialdad.
—¿P-Por qué lo hizo? —Preguntó Hermione, aún sollozando—. ¿Por qué quería
atacar a mis padres?
—Por la misma razón que os atacó a vosotros en Hogsmeade, Hermione —
respondió Dumbledore con tranquilidad—. Intenta sembrar en vosotros el desánimo, la
rabia, el odio...
—Pues si eso es lo que pretendía lo ha conseguido con creces —repuso Harry,
mientras Ron asentía.
—Harry, no debes hacer eso... —le dijo Lupin suavemente.
—¿El qué?
—Llenarte de rencor. Eso es lo que Voldemort pretende. Está decidido a
apoderarse de ti desde que tuviste esos sueños. No debes permitir que se salga con la
suya.
—¡No puedes exigirme que no lo odie! ¡Destruyó a mi familia! ¡Y ahora encima
pretende arrebatarme todo aquello que me importa! ¡¡LE ODIO!! ¡¡LE ABORREZCO!!
—Tranquilízate, cariño —le pidió la señora Weasley—. No debes ponerte así.
—Nunca me uniré a él —afirmó Harry, rotundamente—. Nunca. Antes prefiero
morir. Me da igual lo que haga o lo que piense. Jamás me uniré a él...
—No subestimes el poder del Señor Tenebroso, Potter —le advirtió Snape
despectivamente—. Él tiene conocimientos, tiene métodos...
Harry le miró.
—¿Qué métodos?
—Él no los comparte con nosotros. Pero sabe, o tiene una idea, de cómo
conseguirlo...
—¿«No los comparte con nosotros»? —preguntó Ron con extrañeza—. ¿Quién es
«nosotros»?
—Los mortífagos —respondió Snape con aplomo.
—¿Eso es usted? O sea, ¡que trabaja para él!
—Ron, tranquilo. El profesor Snape es nuestro espía. Hace un trabajo muy
peligroso para la Orden —explicó Dumbledore.
—¿Cómo puede ser su espía? ¿Cómo confía en usted? ¡Usted estaba en contra
de Quirrell! ¡Se libró de la condena gracias al testimonio de Dumbledore de que era un
espía! ¿Cómo va a confiar en usted?
—Quirrell nunca me dijo que trabajaba para el Señor Tenebroso —explicó Snape
tranquilamente—. En cuanto a lo demás, los motivos por los que confía en mí no son
de tu incumbencia, Potter.
—Pues yo creo que todo lo que tenga que ver con Voldemort es de mi
incumbencia —replicó Harry, desafiante.
—Harry, tranquilízate —le dijo Dumbledore con seriedad.
—¿Cómo cree que voy a tranquilizarme con todo esto que está pasando?
Dumbledore no respondió.
—¿Qué va a pasar con mis padres en cuanto salgan de San Mungo? —preguntó
Hermione, cambiando de tema.
—Tendrán que quedarse aquí —explicó el señor Weasley—. Ya lo hemos
organizado todo. Seguirán con su vida normal, pero pasarán aquí las noches.
—¿Están de acuerdo en eso?
—Sí, después de lo que les pasó... Les proporcionaremos un traslador que puedan
usar cada día. Aquí estarán a salvo, no debes preocuparte por ellos.
Hermione asintió.
—¿Cómo piensa Voldemort conseguir apoderarse de mí? —preguntó Harry,
retomando el tema anterior.
—Ya te he dicho que no nos ha dicho cómo piensa hacerlo, Potter.
—¿Y no tenéis ninguna sospecha? —insistió.
—Ya te dije todo lo que sabíamos sobre esto, Harry —respondió Dumbledore—.
Creemos que busca algún tipo de objeto, o de poder, que le permitiría conseguirlo,
pero no sabemos qué es. Suponemos que quizá haya averiguado algo a través de los
sueños.
—¿A través de los sueños? —preguntó Harry, extrañado—. En los sueños no hay
nada que diga cómo conseguirlo... sólo muestran el fin del proceso...
—Bueno, el caso es que creemos que quizá lo que ves tú y lo que ve él no es
exactamente igual —intervino Lupin. Harry lo miró, sin comprender—. Sí, esos sueños
que se originan en esa extraña mente compartida que tenéis podrían mostrar cosas
ligeramente distintas a cada uno de los dos.
—¿Cómo sabéis eso?
—No lo sabemos —terció Moody—. Pero lo sospechamos.
—¿Recuerdas la aparición de Slytherin en tu primer sueño, Harry? —Harry asintió
—. Me dijiste que no entendías lo que significaba. Yo tampoco lo sabía, pero su rostro
te dijo algo...
—Me dijo que por fin había vuelto, que me había unido a él... y que tenía que
conseguirla... Pero no sabía qué era lo que tenía que conseguir, no lo dijo. Sin
embargo... —Harry recordó algo de aquella noche—. Sabía que aquello era algo
importante, muy importante.
—Exacto —dijo Dumbledore—. Creemos que quizás Lord Voldemort sí sepa qué
era lo que tenías que conseguir, aunque no estamos seguros.
—Lo que sí es seguro es que ha trazado sus planes basándose en esos sueños —
añadió Snape—. Lo tiene todo previsto, aunque nosotros sólo conocemos parte. Es
cierto que estaba muy disgustado cuando fracasó el ataque de los dementores, pero
seguirá adelante.
—¿Aún no sabéis nada sobre quién podría ser el responsable de los ataques en
Hogwarts? —preguntó Ginny.
—No —respondió Dumbledore—. Es algo que Voldemort mantiene muy en
secreto.
—¿Por qué tiene a alguien allí? ¿No es demasiado arriesgado? —preguntó
Hermione.
—A él no le importa lo arriesgado que sea —señaló Bill—. Cualquiera de sus
siervos preferiría arriesgarse a ser descubierto delante de Dumbledore a desobedecer
sus órdenes.
—No sabemos exactamente por qué hay un infiltrado en Hogwarts —dijo
Dumbledore—. Pero ya ha resultado útil. Quizás sea un espía, o quizás tenga otras
misiones. No lo sabemos.
—¿Cómo es que aún no han localizado a los mortífagos? —preguntó de pronto
Ginny—. Si el profesor Snape se reúne con ellos, debe saber dónde están escondidos
¿no?
—No —respondió Moody—. Los mortífagos fugados no se esconden en el mismo
lugar en el que se reúnen con Voldemort, para evitar posibles traiciones. Tememos, de
hecho, que él sospeche que tenemos un espía, por eso debemos andarnos con
cuidado y no actuar como si supiésemos todo lo que trama, porque entonces
confirmaríamos sus sospechas. Para nosotros, tener un espía entre ellos es muy útil.
—Bueno, creo que ya habéis oído todo lo que necesitabais ¿no? —intervino la
señora Weasley, mirando hacia Harry, Ron, Hermione y Ginny.
—Sí. Creo que por hoy basta, muchachos. Ya no vamos a debatir nada
interesante. Es mejor que os retiréis y descanséis.
—No. No es todo —dijo Harry, mirando a Dumbledore fijamente.
—¿Hay algo más?
—Sí. Quiero saber por qué Voldemort es ahora tan poderoso.
Todos los miembros de la Orden se miraron unos a otros con evidente
incomodidad, y la mayoría de las miradas acabaron en Dumbledore, que aún no
respondía.
—Ha seguido con sus pruebas y sus experimentos —explicó el director por fin—.
No ha estado cruzado de brazos durante todo el año pasado y durante el verano.
Sigue intentando buscar la inmortalidad, acrecentar sus poderes...
—¿Y qué más? —interrumpió Harry.
—¿Más? —preguntó Dumbledore, algo nervioso. Harry nunca había visto a
Dumbledore nervioso.
—Sí. Hay algo respecto a la forma en que volvió aquella noche. Quiero saber qué
es.
Hermione, Ron y Ginny miraron a Harry. Dumbledore se quedó un instante
sorprendido.
—¿Qué te hace pensar...?
—Nada. Simplemente lo sé —mintió Harry.
—¿Qué nos ocultas, Harry? —preguntó Dumbledore. Observaba directamente a
los ojos de Harry, pero éste no apartó la vista. El director no podría averiguar nada,
porque Harry se había acostumbrado demasiado a usar la oclumancia.
Harry no respondió inmediatamente, pero al final decidió contar la verdad a
medias.
—Oí la conversación entre usted y Voldemort en lo alto de Azkaban. La oí en su
mente.
Dumbledore miró a Harry fijamente, mientras todos los demás le observaban,
asombrados.
—¿Que oíste...? —dijo Lupin.
—Sí. Él le dijo algo de que ahora era el mago más poderoso del mundo gracias a
algo que usted sabía —contó, mirando a Dumbledore—. ¿Tiene que ver conmigo?
¿Qué es?
Dumbledore suspiró y miró a Harry por encima de sus gafas de media luna.
—Bueno... no estamos seguros del todo, y aún siendo las cosas como pensamos,
no sabemos demasiado... pero creemos que la razón por la que los poderes de
Voldemort han crecido tanto se debe a... tu sangre.
Harry captó la mirada Hermione al oír aquello.
—¿Mi sangre?
—Sí, tu sangre. La sangre que le venció y le derrotó una vez. Al haber renacido
con ella, al parecer no sólo ahora puede tocarte y atravesar la protección que tu madre
te concedió, sino que le dio a él nueva fuerza, y nuevo poder... un poder y una fuerza
que ha estado desarrollando durante todo este tiempo.
—Pero... ¿Por qué? ¿Por qué va a ser más fuerte y poderoso?
—Como ya te dije, no estamos seguros...
—Pero usted es el mago más grande del mundo. ¡Debe saberlo!
—Por desgracia no soy el mago más grande del mundo... y también por desgracia,
no tengo una respuesta a tu pregunta.
Harry se sintió un poco decepcionado. ¿Por qué era Voldemort tan poderoso
gracias a su sangre? ¿Qué tenía él que no tuviesen los demás, aparte de la protección
que su madre le había dado?
—¿Qué tengo yo?
—¿Cómo?
—¿Qué tengo yo? —repitió Harry—. ¿Qué me hace diferente de los demás? ¿Por
qué mi sangre le hace más fuerte?
—Tengo una teoría... —confesó Dumbledore—. Una teoría que quiero confirmar
del todo... hasta entonces, no puedo decirte nada. Entiéndelo. —La mirada de
Dumbledore era de súplica—. Pero te aseguro que hablaremos pronto, Harry.
Harry sintió ganas de enfurecerse, pero se controló. Había dicho que se lo
contaría.
—Está bien...
—Bueno, y ahora, sí creo que ya habéis hablado y oído bastante —intervino la
señora Weasley—. Es mejor que salgáis.
—Sí, es lo mejor —terció Lupin—. Lo interesante ya se ha terminado —añadió,
para que no se sintieran demasiado defraudados.
—De acuerdo —respondió Harry. La verdad, ahora lo que más le apetecía era
pensar, o hablar con sus amigos... pero sobre todo pensar. Los cuatro se levantaron y
salieron de la cocina.
—¿Estás bien, Hermione? —preguntó Harry en cuanto estuvieron en el vestíbulo y
cerraron la puerta, mirándola suspicazmente.
La chica asintió, sin mirarle.
—Lucius Malfoy —dijo Ron de pronto—. Ese cerdo... quiso ser él el que atacara a
los padres de Hermione. ¡Maldito canalla!
—Los Malfoy siempre me han tenido tirria... mis padres son muggles...
—Pero no eres la única hija de muggles que hay en Hogwarts —apuntó Ginny.
—Sí, Ginny, pero ya sabes que Lucius Malfoy y papá se llevan fatal, y Hermione es
amiga nuestra. No olvides que somos los enemigos mortales de Draco Malfoy. Draco...
—repitió Ron, crispando los puños—. Cuando vea a ese desgraciado... y a Goyle...
Harry no dijo nada, pero recordó lo que le había dicho a Malfoy. Si averiguaba que
Draco había tenido algo que ver, aunque fuese una minucia, Harry se aseguraría de
que lo lamentara.
Hermione, por su parte, tampoco decía nada y seguía con la cabeza baja.
—Oye, Harry —preguntó Ginny—. ¿Qué es eso de lo de la cabeza de Slytherin en
tu sueño? No nos dijiste nada de eso cuando nos lo contaste.
—¡Es verdad! ¿Qué era eso de «tenías que conseguirla»? —preguntó Ron,
mirando a Harry con avidez. También Hermione levantó la cabeza.
Harry les habló de la aparición de Slytherin, y de sus sospechas de que aquello
que tenía que conseguir, fuese lo que fuese, era muy importante.
—¿Y no tienes ni idea de lo que es? —inquirió Ron, un poco decepcionado.
—No. No tengo ni la más remota idea...
—¿Qué será? —se preguntó Ron—. ¿Algún tipo de arma?
—Quizá sea lo que necesita Voldemort para... apoderarse de Harry ¿no? —sugirió
Ginny.
Harry la miró.
—Sí... quizás sea eso. Dumbledore siempre me ha dicho que no tenía ni idea de
cómo podría Voldemort lograr que nos fusionáramos o como quiera que se llame eso...
—A mí lo que me sorprendió es lo que nos enteramos de Snape... trabaja de espía
como los mortífagos, está entre ellos... —dijo Ron.
—Bueno, eso ya lo sospechábamos ¿no? —Dijo Hermione.
—Sí, pero de todas formas, estoy de acuerdo con Harry, ¿Cómo puede Voldemort
confiar en él? ¿No dijiste que la noche en que retornó dijo que uno de los mortífagos
creía que lo había abandonado para siempre y que debía morir? Tú creías que se
refería a Snape, ¿verdad? —preguntó Ron.
—Sí —afirmó Harry—. Estoy casi seguro. Pero bueno, quizás convenció a
Voldemort de que seguía siendo fiel a él...
—Ya, pero ¿no debería haberse reunido con él aquella noche, como los demás?
—insistió Ron—. Sin embargo, se quedó aquí...
—Sí, pero se fue después ¿recuerdas? —apuntó Hermione—. Dumbledore le dijo:
«ya sabes lo que quiero de ti, si estás dispuesto...» Supongo que iría a reunirse con
ellos. Seguramente les diría que no podía haber acudido antes.
Harry asintió, mostrándose de acuerdo con su amiga. Eso mismo había pensado él
en el banquete de Fin de Curso de aquel año.
—A mí lo que me preocupa es eso de tu sangre, Harry —comentó Ginny—. Lo de
que tu sangre le haga tan fuerte... ¿Por qué? ¿Qué será lo que sospecha
Dumbledore?
—No lo sé... Ni idea —dijo Harry—. Pero ahora que lo menciona, recuerdo que
cuando le dije que Colagusano había sacado sangre de mí, parecía más viejo y
derrotado que nunca. Supongo que ahí fue cuando empezó a sospecharlo...
—Bueno, la profecía decía que tú eras el único con poder para derrotar a
Voldemort, ¿no? —recordó Ron—. Quizá sea por eso... por ese poder que tienes...
Harry miró a Ron, sin decir nada, pero Hermione parecía estar de acuerdo.
—Bueno, no creo que lleguemos a ninguna conclusión, así que... ¿hacemos algo?
—preguntó Ginny, mirándolos.
—¿Algo como qué? —quiso saber Ron.
—No sé, en primer lugar, deberíamos recoger las habitaciones, ¿no? Está todo
desordenado, como nos levantamos tan tarde...
—¿Recoger? ¿Ahora? —preguntó Ron, poniendo cara de asco, y mirando a Harry,
que tampoco tenía muchas ganas de hacer nada.
—Sí, yo creo que será lo mejor —opinó Hermione—. Luego podremos seguir
hablando... nosotras vamos a nuestra habitación. Recoged la vuestra, vamos —les
ordenó, mientras subía las escaleras, acompañada de Ginny.
Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros, pero se pusieron a ordenar el
cuarto.
—¿De qué crees que estarán hablando ahora? —preguntó Ron, mientras hacía su
cama.
—No lo sé —respondió Harry, doblando su ropa y metiéndola en el baúl—.
Supongo que de guardias, o a lo mejor de los gigantes... se supone que no sabemos
nada sobre ellos.
Ron sonrió.
—Sí, seguro que Hagrid se metería en un lío si los demás supieran que nos lo ha
enseñado...
—¿Tú crees que Dumbledore no sabe que los hemos visto? —preguntó Harry,
sonriendo a su vez.
Ron se encogió de hombros, sonriendo aún más. Salieron del cuarto, y se
encontraron con Hermione y Ginny, que venían del suyo.
—¿Ya habéis terminado?
—Sí. Ahora vamos a jugar una partida de ajedrez al salón ¿venís? —preguntó
Ron.
—Vale —respondieron ellas, siguiéndoles.
Estuvieron jugando un rato en el salón en el que Harry practicaba oclumancia con
Dumbledore, hasta que la señora Weasley subió.
—¿Ya ha terminado la reunión? —preguntó Harry.
—Sí, hace un momento —contestó ella—. ¿Queréis merendar algo?
—Yo sí —afirmó Ron rápidamente y levantándose.
—Señora Weasley... ¿y mis padres? —preguntó Hermione.
—Les darán el alta mañana —informó la señora Weasley—. Iremos a buscarlos
por la mañana, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió Hermione, contenta de saber que pronto tendría a sus
padres con ella.
Bajaron a la cocina, donde casi todo el mundo se había ido ya, excepto Lupin y
Tonks. Merendaron y luego pasaron el resto de la tarde en el salón del sótano,
charlando y jugando partidas con los naipes explosivos. Fred y George se les unieron
en cuanto llegaron del Callejón Diagon.
A pesar de haber dormido casi toda la mañana, estaban bastante cansados, y se
fueron a acostar pronto. Hermione, además, quería levantarse temprano para
acompañar al señor Weasley a buscar a sus padres.
—¿Quieres que te acompañemos? —Le preguntó Ron, antes de despedirse, por la
noche.
—No, gracias —respondió Hermione—. Además, vamos a ir en coche, y no cabría
nadie más.
—Está bien. Que descanséis —dijeron Harry y Ron, mientras Hermione y Ginny
salían y cerraban la puerta.
21
Los dos últimos días de vacaciones fueron muy tranquilos, aunque Harry se
pasaba gran parte del tiempo solo, recorriendo la casa que ahora le pertenecía,
pensando en todo lo que había sabido... Recordando a sus padres... a sus abuelos, tal
como los había visto en el espejo de Oesed... en Alice Logbottom, a la que había visto
el año anterior en San Mungo, sin saber que había sido la mejor amiga de su madre...
El último día de las vacaciones se levantaron temprano. Regresarían en el expreso
de Hogwarts, así que tenían que estar en King’s Cross a las once de la mañana. Los
Weasley, Fred y George, Lupin y los Granger acudieron a despedirlos.
—Cuidaos, ¿vale? —les pidió Hermione a sus padres—. Ha sido estupendo estar
con vosotros estos días...
—No te preocupes, cariño —dijo su madre, mientras Hermione se abrazaba a su
padre—. Tú sí debes cuidarte.
Harry, Ron y Ginny se despidieron de los Weasley y de Lupin, y luego también de
los Granger, y se dispusieron a subir al tren.
—Tomad esto, para que os entretengáis —dijo Fred, dándoles una gran bolsa de
golosinas—. Os servirá para el viaje.
—No hay nada de la tienda de bromas —les aseguró George sonriendo.
—¡Gracias! —exclamaron Harry y Ron, muy contentos.
Subieron al tren, que iba casi vacío, debido a que la mayoría de los estudiantes se
habían quedado en Hogwarts debido al baile. Los cuatro se sentaron en un
compartimiento vacío, y saludaron por la ventana hasta que la Andén Nueve y Tres
Cuartos se perdió de vista.
22
Cuando llegaron a la mazmorra para la clase de Pociones por la mañana, los tres
entraron a ocupar sus sitios rápidamente. Hermione quería a toda costa evitar que
Malfoy se encontrara con Harry y Ron de frente. Ron tuvo que reunir todas sus fuerzas
para evitar echarse sobre él, quien, afortunadamente, parecía bastante cansado y no
apto para discusiones. Harry estaba mucho más tranquilo, aunque no menos furioso
que Ron. Simplemente, esperaba el momento. Intentó evitar mirar a su enemigo,
aunque, si no hubieran estado en clase de Pociones con Snape, no sabía qué habría
hecho.
La mañana transcurrió lentamente. Cuando salieron de la clase de
Encantamientos, donde terminaban los hechizos levitatorios avanzados, los tres
salieron a dar un paseo por los terrenos y a ver a Hagrid, ya que tenían tiempo antes
de comer. Caminaron lentamente por los terrenos, en la orilla del lago. La nieve aún lo
cubría todo, y hacía frío. Habrían parado a charlar un rato con los alumnos de
Castelfidalio, pero estaban entrenando en el campo de quidditch para su propio
partido, así que se dirigieron lentamente hacia la cabaña de Hagrid. Éste no estaba
allí. Buscaron un rato y le oyeron: estaba dando una clase. Se acercaron. Hagrid les
enseñaba a alumnos de quinto de Slytherin y Gryffindor cómo diferenciar a los Knarls
de los erizos, aunque no parecía muy entusiasmado.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
—¡Hola, muchachos! —contestó el semigigante, acercándoseles—. Me alegro
mucho de veros. Como veis, estamos estudiando a los Knarls...
Harry vio cómo Ginny, por mirar hacia ellos, se pinchaba un dedo con una púa.
Harry se rió y la chica le dedicó una mueca.
—...no es que sean unas criaturas fascinantes, ya veis, pero bueno, salen en el
TIMO —continuaba Hagrid—. Bueno ¿y qué tal? ¿Todo bien, Hermione?
—Todo bien —respondió la chica.
—Estupendo entonces. Me entristecí mucho al saberlo. Realmente horrible... —
sacudió la cabeza con pesar—. Bueno, tengo que seguir con la clase... os veré a la
hora de comer.
—Hasta luego, Hagrid —se despidieron. Agitaron las manos en dirección a Ginny y
se volvieron, cuando se tropezaron con Dullymer, que se había levantado.
—¡Hola! —saludó—. Yo también me he enterado de lo de tus padres, Hermione.
Lo siento... Ha tenido que ser horrible ¿verdad?
—Sí, ha sido horrible, Henry... pero bueno, lo importante es que están bien y a
salvo.
—Sí. Es cierto. Bueno —dijo, mirando hacia su Knarl, que compartía con otros dos
chicos de Slytherin—, volveré con el bicho este...
—¿No te gustan los Knarls?
—Bueno, ya me he pinchado tres veces... y son algo aburridos. Seguro que a
Hagrid le gustaría enseñarnos algún tipo de bicho más interesante... y, sin que me
oigan los demás —añadió, susurrando—, a mí también.
Harry, Ron y Hermione se rieron.
—Ten cuidado con lo que deseas —le advirtió Ron—. Si te hubiera mostrado los
escregutos de cola explosiva...
—¿Los qué? —preguntó Dullymer.
—Es una historia muy larga, ya te la contaremos... —dijo Harry, sonriendo—.
Bueno, hasta luego, Henry.
—Adiós —se despidió él, volviendo con su grupo.
Los tres regresaron al castillo lentamente, y subieron a la sala común antes de
bajar a comer.
—Resulta agradable que todo el mundo se preocupe por uno —decía Hermione
mientras bajaban por la escalinata hacia el vestíbulo—. Pero ya me cansa repetir
siempre lo mismo de que si es horrible, o si estamos bien... ¿no creéis?
—Hombre, un poco pesado sí que es, sí —reconoció Harry.
Por la tarde no tenían clase, y Harry y Ron habían pensado en pasarse la tarde en
la sala común, pero se les habían acumulado los deberes que no habían hecho los
últimos días de vacaciones, y Hermione insistió hasta que bajaron a la biblioteca a
trabajar. Tenían que preparar un trabajo sobre el conjunto de hechizos levitatorios
como fin de las clases de Encantamientos con ellos. Sorprendentemente, tanto a Harry
como a Ron se les daban bastante bien.
—Me alegro de que os guste este trabajo —decía Hermione, mientras consultaba
un grueso volumen llamado Hechizos Levitatorios Avanzados y Técnicas Secretas—.
¿A qué se debe tanto interés? —preguntó, sonriendo.
—Bueno, es útil para el quidditch, ¿no? —dijo Ron, mientras buscaba en otro libro
—. Esto sería de gran ayuda si nos caemos de una escoba...
Hermione le miró y puso los ojos en blanco.
—Quidditch. ¿Cómo no lo había pensado? —soltó, meneando la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, mirándola con seriedad—. Es cierto, sería
fabuloso volar por nosotros mismos...
—Eso es muy difícil de hacer —repuso Hermione.
—Ya, pero para eso estudiamos ¿no?
—¿Crees que puedes ponerte a volar así...?
—¿Queréis dejarlo ya? —preguntó Harry, cansado—. Me gustaría terminar el
trabajo hoy.
Hermione y Ron le miraron, y luego se miraron entre ellos.
—Vale, Harry. Ya nos callamos...
—Bien —soltó Harry con sequedad, sin levantar los ojos de su pergamino.
A las seis, habían acabado el trabajo de Encantamientos. Hermione quería
ponerse con una redacción sobre hechizos transformadores inanimados para la
profesora McGonagall, pero tanto Ron como Harry se negaron, alegando que podrían
empezar después de la cena.
—Ya hemos avanzado mucho hoy —alegó Ron—. Y esa redacción no nos va a
llevar tanto tiempo si trabajamos entre los tres —añadió, mientras recogían los libros y
los metían en las mochilas.
—¿Trabajar entre los tres? —preguntó Hermione arqueando una ceja—. No
querrás decir que yo lo haré y vosotros copiaréis, ¿verdad?
—¡Claro que no! —exclamó Ron mientras salían de la biblioteca, intentando
parecer molesto por la desconfianza de su amiga, mientras ella le observaba con una
mirada inquisitiva y una ligera sonrisa.
Subieron a la sala común y dejaron las mochilas. Harry sugirió ir a dar un paseo
breve por el exterior antes de la cena y volvieron a bajar. Llegaron al solitario vestíbulo
y se disponían a salir por las puertas de roble, cuando oyeron una voz burlona a sus
espaldas. Lo último que habrían querido.
—¡Vaya! ¿a quien tenemos aquí? —preguntó Draco Malfoy con expresión
maliciosa. Harry, Ron y Hermione se volvieron al instante—. ¿Qué tal van las cosas
por casa, Granger? ¿Una Navidad agitada? ¿Muchas visitas?
Crabbe y Goyle se rieron con ganas. La cara de Hermione reflejaba una rabia
inmensa, y los ojos se le empañaron, pero Ron y Harry miraban a Malfoy como no le
habían mirado nunca. En un instante, ya tenían las varitas fuera y les apuntaban.
Crabbe y Goyle dejaron de reírse, y Malfoy torció el gesto.
—Esta vez no te libras, Malfoy —le espetó Ron, apuntándole a la cara—. Vas a
pagar por lo que tu padre y el de ese imbécil —señaló a Goyle— han hecho, te lo
aseguro.
—¿Te has divertido mucho, eh? —le preguntó Harry—. Eres detestable, eres un
asco. Incluso en tu propia casa, en Slytherin, te odian. Había decidido pasar
completamente de ti este año, Malfoy, pero ya no. Te avisé. Te lo dije muy claramente.
Te dije que si hacías alguna...
—¿Sufres por esos muggles, Potter? —preguntó Malfoy con desprecio, y también
con odio—. Y tú, Weasley, ¿también sufres por tu novia, no? Creí que tu familia no
podía caer más bajo, pero estar con una sangre sucia...
Ron no escuchó más. Si hubiera sido el año anterior, él y Harry habrían saltado
sobre Malfoy para partirle la cara, pero ya no. Pese a la inmensa rabia que sentían, al
odio que los embargaba, mantuvieron la cabeza y la mirada fría. De la varita de Ron
salió un destello y Malfoy fue lanzado seis metros hacia atrás, cayendo espatarrado en
el suelo. Crabbe y Goyle intentaron acercarse a Ron con los puños cerrados, pero
Harry les apuntó con su varita.
—¡Incárcero! —gritó, y unas gruesas cuerdas ataron a los dos, dejándolos
inmóviles.
—¡Bien hecho! —dijo Ron, mirándolos.
—¡Ron, CUIDADO! —gritó Hermione, señalando a Malfoy.
Ron miró al tiempo que Malfoy sacaba su varita y lanzaba su «¡Expelliarmus!»,
pero levantó la suya con rapidez mientras decía «¡Protego!», y fue la varita de Malfoy
la que saltó de su mano. Éste, sorprendido, intentó cogerla, pero Harry la recuperó con
el encantamiento convocador.
—Bien —dijo Harry, suavemente—. Muy bien, a ver qué hacemos contigo,
Malfoy...
—Dejadles ya —pidió Hermione, mirando a los lados—. Va a venir alguien y...
—No —contestó Ron en un tono que no admitía réplicas—. Es hora de que este
cerdo pague. Lo demás me da igual.
Malfoy retrocedía, arrastrándose, con visible expresión de miedo. Jamás había
visto a Ron y a Harry con aquellas miradas, la de Harry recordaba a la que le había
puesto en la enfermería, el día del ataque de los dementores, y la de Ron se le
parecía. Aquel día había tenido miedo, y ahora también parecía tenerlo. Harry podía
sentirlo.
—¡Furnunculus! —gritó Harry, y la cara de Malfoy se llenó de pústulas.
—¡Invidens! —exclamó Ron a su vez. Malfoy gritó y se frotó los ojos. Le había
echado un hechizo de ceguera.
—¡Locomotor mortis! —dijo Harry, y las piernas de Draco se pegaron
instantáneamente. Estaba completamente indefenso. Gemía de miedo.
—Y, para terminar, Malfoy... ¡Wingardium Leviosa! —Ron hizo un movimiento con
la varita, distinto del hechizo normal, y Malfoy se elevó por los aires, quedando
sostenido por los, pies, boca abajo, a unos cuatro metros de altura.
—Que te diviertas —le dijo Harry, mientras él y Ron guardaban sus varitas y
volvían junto a Hermione—. No te muevas demasiado —agregó, viendo como Malfoy
se retorcía en el aire—, o el hechizo podría fallar... No creo que te gustara la caída...
—Bueno, no sería bueno que gritaran, ¿no? —preguntó Ron, mientras les lanzaba
a los tres un hechizo silenciador.
—¡Oh, por favor, Harry, Ron...! Os lo agradezco, de verdad... ¡Pero os vais a meter
en un lío...! —suplicó Hermione.
—¿Qué es lo que sucede aquí? —dijo, de pronto, la fría voz de Snape, que
acababa de entrar en el vestíbulo por el pasillo de las mazmorras—. ¿Qué es todo
esto? —preguntó, mirando a Malfoy, Crabbe y Goyle, y luego a los tres amigos.
—Simplemente le estábamos dando a Malfoy su merecido, señor —respondió
Harry con descaro.
—Vaya, vaya... ya veo. Potter, Granger, Weasley... Os habéis metido en un buen
lío, os lo aseguro —dijo Snape—. Hizo un movimiento con la varita y Malfoy descendió
hasta quedar en el suelo. Luego, con otro movimiento, desató a Crabbe y a Goyle—.
Llevadle a la enfermería —les ordenó, señalando a Malfoy—. Vosotros tres, venid
conmigo.
—Hermione no ha hecho nada —repuso Harry, desafiante y sin moverse del sitio.
—¡¡He dicho que vengáis conmigo!! ¡Ya estás en un buen lío, Potter, no lo
empeores!!
Harry, Ron y Hermione le siguieron, sin decir nada. Harry y Ron le lanzaban
miradas de odio a la espalda, y Hermione no paraba de repetir «¡Oh, no! ¡Oh, no!» en
susurros.
Entraron en el despacho de Snape, que cerró la puerta.
—Bien —dijo, sentándose—. Parece que os habéis estado divirtiendo mucho
¿verdad? Esto os va a costar, para empezar, cincuenta puntos de Gryffindor por cada
uno.
—¡¿Qué?! —gritó Harry, sin poder creérselo—. ¿Cincuenta?
—¡Cállate, Potter! —gritó Snape—. ¡Y da gracias que no sean más! Si no hubiese
llegado, a saber qué más le habrían hecho al señor Malfoy...
—¿Qué más? —interrumpió Harry, fuera de sí—. ¡¡ÉL SE ESTABA BURLANDO
DE LOS PADRES DE HERMIONE, PORQUE EL CERDO DE SU PADRE LES
ATACÓ, Y ESTABA ORGULLOSO DE ELLO, PERO, CLARO, A USTED ESO NO LE
IMPORTA, ¿VERDAD?!! ¡¡NO LE HICIMOS NI LA MITAD DE LO QUE SE MERECÍA!!
Snape le miró fijamente.
—No me grites, Potter. No vuelvas a levantarme la voz. Creo que tú no eres juez
en este colegio, ni te compete castigar la conducta de los alumnos. ¡En este colegio
hay unas normas y tú y tus amigos os las habéis saltado, como siempre! Pero ya no
me sorprendo de nada. Nunca me he esperado otra cosa desde que llegaste a este
colegio —añadió, con una mueca de desprecio—. En cuanto te vi, supe que eras igual
que él, igual de arrogante, igual de prepotente que tu padre...
Harry sintió un ramalazo de furia como no había sentido nunca. Hacía pocos días
que se había enterado de la desgraciada vida de sus padres, muertos con veinticuatro
años, y ahí estaba Snape, un ex mortífago, burlándose de él...
—¡¡NO HABLE DE MI PADRE!! ¡¡NO SE LE OCURRA HABLAR DE ÉL!!
—¡¡Te dije que no me levantaras la voz!! ¿Así que estás orgulloso de él, verdad?
¿Lo que viste en el pensadero el año pasado no te afectó, a que no? O quizás te
divirtió... ¡¿Te divirtió, Potter?! —soltó Snape, gritando a su vez.
—¡¡NO, NO ME DIVIRTIÓ!! ¡¡PERO USTED NO TIENE NI IDEA, NO SABE NADA
DE MI PADRE, USTED NO...!!
—¡¡CÁLLATE!! —gritó Snape también, fuera de sí, levantándose y dando la vuelta
a su escritorio, poniéndose delante de Harry. Ron y Hermione parecían asustados.
Snape les miró con furia—. ¡Largaos! —les ordenó. Ambos dieron un salto—. ¡Potter
os comunicará vuestro castigo! ¡AHORA SALID DE AQUÍ!
Los dos miraron a Harry con miedo, y salieron de la mazmorra, temblando. Harry
se quedó solo con Snape. Se miraban con un odio intenso.
—¿Dices que yo no sé, Potter? ¡Sé perfectamente! ¡¡TU PADRE NO HACÍA MÁS
QUE SALTARSE TODAS LAS NORMAS DE ESTE COLEGIO, PORQUE CLARO,
ERA DEMASIADO BUENO PARA ELLAS, Y TÚ ERES IGUAL!! ¡¡¿TE CREES MÁS
QUE LOS DEMÁS PORQUE ERES CAPITÁN DEL EQUIPO DEL COLEGIO?!!
¡¡PUES PERMÍTEME DECIRTE QUE A MÍ ESO NO ME IMPORTA!!
—¡¡CÁLLESE!! Usted... usted... —Harry temblaba de ira—. ¿CÓMO SE ATREVE A
HABLAR DE NORMAS? ¿CÓMO SE ATREVE A HABLAR DE ARROGANCIA
CUANDO USTED TIENE ESA MARCA EN EL BRAZO? ¡¿CÓMO SE ATREVE?!
Aquello pilló a Snape desprevenido. Durante un momento no supo qué decir.
—¿Esa marca era alguna norma del colegio? ¿O eso no era traspasar límites? —
prosiguió Harry—. ¿A CUÁNTA GENTE MATÓ? ¡¿A CUÁNTA GENTE TORTURÓ
MIENTRAS LO SERVÍA A ÉL?!
—Nunca maté ni torturé a nadie —repuso Snape, calmando la voz—. ¡Y además
creo que eso no es asunto tuyo!
—¡¡¿NO ES ASUNTO MÍO?!! —gritó—. ¡¡ÉL DESTRUYÓ A TODA MI FAMILIA!!
¡¡USTED NO TIENE NI IDEA!! ¡¡Estaba bien, a salvo, con él, ¿verdad?!! ¡¡Mientras,
mis padres debían esconderse como si fueran delincuentes!! ¡¡Ellos murieron,
murieron con sólo veinticuatro años, y usted está aquí, vivo!!
—¡¡Tuve muchos riesgos, maldito mocoso!! ¡¡Hice de espía!! ¡Si me hubiera
atrapado, habría muerto de forma mucho más dolorosa que tus padres, te lo aseguro!
—¡Ah, claro! —repuso Harry—. Si le hubieran pillado... ¡¡Pero está vivo, ¿no?!! ¡Y
mis padres están muertos!
—Veo que estás muy orgulloso de lo que hacían tus padres ¿verdad? Como lo
estabas de Black... ¿Y qué hizo él? ¿Qué hizo él durante todo el año...?
Aquello fue demasiado para Harry, oír a Snape hablar de Sirius lo llenó de una ira
que nunca habría creído posible.
—¡¡NO HABLE DE SIRIUS!! ¡¡NO SE LE OCURRA DECIR SU NOMBRE!! ¡¡ÉL
MURIÓ POR SU CULPA, PORQUE SIEMPRE ESTABA BURLÁNDOSE DE ÉL, DE
QUE SE QUEDABA A SALVO EN LA CASA, MIENTRAS USTED ARRIESGABA SU
VIDA!! —gritó Harry con todas sus fuerzas. La discusión debía de oírse en todo el
castillo—. ¡¡NO PODÍA SALIR DE CASA POR SU MALDITA CULPA, SI USTED NO
HUBIERA SIDO TAN ENTROMETIDO, SI NO HUBIERA SIDO TAN ESTÚPIDO,
SIRIUS PODRÍA HABER PROBADO SU INOCENCIA AQUELLA NOCHE, Y
PETTIGREW ESTARÍA ENCARCELADO!! ¡¡SIRIUS PASÓ DOCE AÑOS EN
AZKABAN SIENDO INOCENTE, MIENTRAS USTED ESTABA LIBRE!! ¡¡SI NO
FUERA POR SU IDIOTEZ, POR SU MALDITA ANSIA DE VENGANZA, VOLDEMORT
NO HABRÍA RETORNADO NUNCA!! ¡¡POR SU CULPA SIRIUS DEBÍA
PERMANECER EN AQUELLA CASA A LA QUE ODIABA, TENIENDO QUE OÍR SUS
INSINUACIONES SOBRE SI IBA BIEN LA LIMPIEZA!! ¡¡ÉL NO ERA NINGÚN
COBARDE, SE HABRÍA ENFRENTADO A VOLDEMORT SIN MIEDO!!
—¡¡No pronuncies ese nombre!! —chilló Snape.
—¡¡MATÓ A MIS PADRES, DESTRUYÓ A MI FAMILIA, ME LO ARREBATÓ
TODO, ME HE ENFRENTADO A ÉL Y DIGO SU NOMBRE!! ¡¡¡VOLDEMORT!!!
¡¡¡VOLDEMORT!!! ¡¡¡VOLDEMORT!!!
Snape se estremeció y se llevó la mano al antebrazo izquierdo.
—¿Le tiene miedo? ¡¡PUES YO NO, LO ÚNICO QUE SIENTO HACIA ÉL Y HACIA
TODOS SUS SEGUIDORES, PASADOS O PRESENTES, ES ODIO!!
—¡¡No hables de lo que no entiendes!! ¡¡Tú no sabes... tú no tienes ni idea de
cómo era entonces...!!
—¡¡NO NECESITO SABERLO!! —gritó Harry aún más fuerte—. ¡¡MIS PADRES
JAMÁS SE HUBIERAN UNIDO A ÉL!! ¡¡JAMÁS!! ¡¡AUNQUE LES HUBIERA
AMENAZADO CON LA MUERTE MÁS DOLOROSA QUE EXISTA!!
—¿Crees que tu padre era mejor que yo, verdad? ¡¡Tu padre se dedicó a
humillarme desde el primer día que estuvimos aquí!! —exclamó Snape, cambiando el
punto de vista de la conversación—. ¡¡Lo odiaba!! ¡¡Y tú eres igual que él...!!
—¡¡YA, MI PADRE ERA UN ARROGANTE Y UN CHULO, ¿VERDAD?!! ¿Y MI
MADRE QUÉ? ¿QUÉ DISCULPA TIENE PARA ELLA? ¡¡ELLA LE DEFENDIÓ, LE
AYUDÓ, Y USTED SE LIMITÓ A LLAMARLE ASQUEROSA SANGRE SUCIA!! ¡¡LA
LLAMÓ SANGRE SUCIA, AL IGUAL QUE SU QUERIDO DRACO MALFOY!! ¡¡ME
IMAGINO QUE CUANDO SE ABRIÓ LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HACE
CUATRO AÑOS, USTED ESTARÍA MUY FELIZ ¿VERDAD?!!
—¡¡Eso no es cierto!! ¡¡Nunca he querido que muera nadie en este colegio, sea de
la sangre que sea!!
—¡¡Ya, eso lo dice ahora, pero bien que sonreía cuando Malfoy le ofreció solicitar
el puesto de director cuando echaron a Dumbledore!! ¡¡Y llamó a mi madre sangre
sucia!! ¡¿Qué le había hecho ella?!
—¡¡Es cierto que le llamé sangre sucia a tu madre, sí!! —reconoció Snape, y
apartó la mirada, cerrando los ojos un momento, como si hubiera recibido un golpe—,
pero no estoy... no estoy orgulloso de ello, ¿te enteras? —agregó, con un tono de voz
mucho más suave. Parecía muy afectado por el comentario de Harry.
Harry se calmó también y se quedó pensativo. Aquélla no era la respuesta que él
esperaba... ¿Había notado un deje de culpa, de arrepentimiento, en la voz de Snape?
No podía ser...
—Sí, sí me entero... —respondió, extrañado aún. Snape seguía sin mirarle—.
¡¡Tampoco Sirius estaba orgulloso de lo que sucedió aquel día después de los TIMOs,
pero eso no le impidió odiarlo, ¿verdad?!! —Harry hizo una pausa. Snape volvió a
mirar hacia él—. ¿Por qué me detesta tanto? ¡Usted me odió desde el primer día que
puse el pie en este colegio! ¡Yo no sabía quien era usted, no sabía quien era mi padre,
no sabía nada! ¡¡Nunca le había hecho nada, y usted me hizo aquí la vida imposible
sin ningún motivo!!
—¿Sin ningún motivo? —siseó Snape—. ¿Acaso no recuerdas todas las
infracciones a las normas de la escuela que hacías? ¿Lo has olvidado? ¿Todos esos
paseos y vagabundeos nocturnos?
—¿Infracciones? ¡¡Protegí la piedra filosofal!! ¡¡Sabía que Voldemort rondaba el
castillo!! ¡¡Era más importante proteger la piedra!! ¡¡Yo era, y soy, su objetivo!! ¡¡No
puedo ir junto a él, con la marca en el brazo, y unirme a su bando si me conviene!! ¡¡Si
no lucho estoy acabado!!
—Ya, y sabías lo de la piedra desde el primer día ¿verdad?, tú...
—¡¡No ponga excusas!! ¡¡Usted me odió sólo por ser hijo de mi padre!! ¡¡Sólo por
eso!! ¡¡YO NO SOY MI PADRE!! —gritó, lleno de resentimiento por los años de burlas
y humillaciones.
Snape no se había esperado aquello por parte de Harry. Se quedó callado.
—¡Usted siempre habla de normas, normas, normas! ¿Y qué pasa con los alumnos
de su casa? —continuó Harry, que era incapaz de callarse y deseaba soltar todas las
amarguras que había acumulado hacia su profesor—. ¿No hay una norma del colegio
que dice que los profesores deben de ser justos? ¿O ésa no la conoce? ¿Cuándo ha
sido usted justo? ¡¡No he visto un solo partido de quidditch de Slytherin en el que
hubieran jugado limpio!! Pero eso le da igual, ¿verdad? Es como hoy, el imbécil de
Malfoy se burló de Hermione, de sus padres... ¿Qué debería haber hecho yo?
¿Decírselo a usted? ¿Para qué? ¿Para que me contestara que eso son tonterías? ¡No,
gracias! Hermione es mi amiga, ha estado a punto de morir, han estado a punto de
matar a sus padres, ¡y no voy a dejar que nadie se burle de ella, aunque sea su
alumno favorito! ¡¡Me da igual que me quite quinientos puntos!! ¡¡Es mi amiga, y si
alguien se mete con ella, la defenderé!!
Snape se quedó callado y volvió a sentarse, mientras Harry le miraba con un odio
visceral.
—Me da igual el castigo que me ponga —prosiguió—. Ya no me importa nada de
eso. Nada será peor que lo que ya me espera... Y le repito que si vuelvo a ver a
Malfoy, y vuelve a burlarse de nosotros por algo relacionado con su padre y los
mortífagos, volveré a hacer lo mismo, o algo peor ¿se entera?
—No esperaba otra cosa, por supuesto —repuso Snape.
—¿Por qué no habló con los periódicos el año pasado, o hace dos años? Podría
haber dicho todo lo que piensa de mí. Luego podría haberlo leído en su clase de
Pociones para sus queridos alumnos... Usted dice que le humillaron, ¡¡no debieron de
haberle humillado mucho cuando enseguida ha olvidado lo que se siente!! ¡¡Usted y mi
padre se odiaban, pero nunca ha tenido que soportar que los periódicos digan que
está loco, ni que el Ministerio de Magia en pleno vaya tras usted, ¿verdad? No lo
sabe... no lo entiende... Supongo que usted disfrutaba enormemente leyendo los
artículos de El Profeta, ¿verdad? —continuó Harry—. Y no contento con eso,
aprovechaba cada clase de Oclumancia para insultarme aún más. «No eres ni
especial ni importante», ya... claro que no. Simplemente tendré que matar a
Voldemort, pero claro, eso no es especial ni importante... ¿Cree que me haré el chulo
por ello? ¡¡Pues no!! ¡¡Le dejo a usted ese honor!! ¡¡Nunca he querido ser famoso por
esta estúpida cicatriz!! ¡¡Se la regalo!! ¡¡Preferiría un millón de veces tener aquí a mis
padres!!
—¡Yo no quiero esa cicatriz! —estalló Snape—. ¡Ni en sueños querría ser tú!
—Ya, pero no me hace las cosas más fáciles, ¿verdad? Ni a mí ni a ninguno de
nosotros... Es como a Neville, siempre burlándose de él... ¡Goyle no es mejor alumno
que él, y usted nunca lo humilla públicamente! —Suspiró, y con la voz calmada volvió
a hablar—: Ya no quiero hablar más. No quiero discutir con usted. Estoy más que
harto de todo esto. —Levantó la vista y miró a Snape a los ojos—. Dígame cuál es
nuestro castigo y déjeme irme.
Snape no dijo nada durante un momento, y empezó a pasar unos pergaminos que
tenía sobre la mesa.
—Vete.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin comprender.
—¡He dicho que te largues de aquí! ¡¡Y nunca hables con nadie acerca de esta
conversación!!
—¿Y el castigo?
—¡¡He dicho que te vayas!!
Harry miró al profesor unos instantes. Se volvió, abrió la puerta y salió sin mirar
atrás.
Se dirigió lentamente hacia la sala común, pensativo. No les había puesto un
castigo. Desde que habían entrado en Hogwarts, era la primera vez que Snape no le
castigaba por algo. Aunque eso no le importó. Igualmente lo detestaba. Que no les
castigase sólo quería decir que por una vez, Snape se había sentido culpable por todo
lo que Harry le había dicho. Por el camino se cruzó con varios alumnos de Slytherin
que le miraron con interés. Debían haber oído los gritos en las mazmorras. A Harry le
daba igual. Estaba demasiado cansado, demasiado harto, demasiado enfadado... Y
también extrañado. Aquella mención a su madre, aquella impresión de que Snape se
sentía arrepentido, o culpable... ¿Qué significaba? No lo sabía, pero,
inexplicablemente, supo que su profesor le ocultaba algo respecto a aquello... y que
tenía que ver con que no les hubiera puesto ningún castigo. Llegó frente al retrato de
la Señora Gorda, dijo la contraseña, («calamar gigante») y pasó a la sala común.
Ron y Hermione esperaban, nerviosos, sentados junto al fuego. Al ver a Harry se
levantaron rápidamente y se acercaron a él.
—¡Harry! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó Hermione, fijándose en la
expresión de su amigo.
—Nada. No tenemos castigo.
—¿No tenemos castigo? —preguntó Ron, sin creérselo—. ¿Por qué no?
—No lo sé...
—¿Qué sucedió, Harry? —inquirió Hermione—. Estábamos muy asustados.
¡Estabais los dos fuera de sí!
—Ya lo sé. Discutimos. Muchísimo. Sobre mis padres, sobre Malfoy... sobre
nosotros. Jamás me había sentido tan airado... Llevaba cinco años deseando gritarle
todo lo que le he dicho hoy.
—¿Pero qué fue? ¿Cómo es que no nos puso un castigo?
Harry se sentó en una butaca, y les contó todo lo que había sucedido en la
mazmorra.
—... Y le dije muy claramente que me daba igual lo que me hiciera —terminó Harry
—. Si me quería quitar quinientos puntos que me los quitara, que eras mi amiga, y si
Malfoy volvía a hacer algo como lo de hoy, le haríamos algo mucho peor.
—¡Bien dicho! —le felicitó Ron—. Estoy totalmente de acuerdo.
Hermione los miró con expresión extraña y finalmente les sonrió.
—Gracias... pero no era necesario... no me importa lo que diga ese cerdo de
Malfoy...
—Pues a nosotros sí —dijo Ron, muy serio—. Ya estamos hartos de él y de su
maldita prepotencia, de su chulería...
Hermione se acercó a ellos y los abrazó, haciendo que Ron se callara,
sorprendido.
—Aún no entiendo por qué no nos castigó —dijo Hermione al soltarlos.
—Le dije que me dijese el castigo y me dejara irme, que estaba harto. Y
simplemente me ordenó que me fuera.
—¿Sin más? —preguntó Ron, abriendo los ojos desmesuradamente.
Harry asintió.
—Supongo que se habrá sentido un poco culpable por todo lo que le dije... No sé.
Tampoco me importa mucho —agregó. Pero era verdad solamente a medias. Después
de la mención a su madre, la ira de Snape se había diluido, y había vuelto a su
habitual tono frío. ¿Qué significaba?
Estuvieron un rato sentados frente al fuego, callados. Hermione se puso a leer un
libro, y Ron miraba a Harry, que parecía ensimismado. Pensaba en la discusión con
Snape una y otra vez, en lo que había dicho sobre llamarle sangre sucia a su madre...
«No me siento orgulloso de ello». Snape había reconocido que no se sentía orgulloso
de algo que había hecho. También había confesado que no querría estar en su lugar
por nada del mundo. Eso era obvio. ¿Quién lo querría? Su mente divagó hasta que
Hermione sugirió que bajaran a cenar.
—Después tenemos que hacer la redacción para Transformaciones ¿recordáis?
—Vaya, es cierto —dijo Ron con fastidio.
—Fue idea tuya dejarlo para ahora —le recordó Hermione con una sonrisa.
Los tres se levantaron y bajaron al comedor. Cuando pasaron frente a los
inmensos relojes que marcaban los puntos de las casas, Harry se detuvo en seco.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, parándose también y mirando a su amigo.
—¡Observad los puntos!
Ron y Hermione miraron al reloj de Gryffindor y se quedaron atónitos. Tenían
veinte puntos más que a la hora de la comida.
—¡No puede ser! —exclamó Ron—. ¿Habremos conseguido ciento setenta puntos
por la tarde?
—No seas idiota —respondió Hermione—. Esto sólo puede significar...
—... que Snape no nos quitó puntos —concluyó Harry.
—No es posible —dijo Ron, meneando la cabeza—. ¿Después de lo que hicimos?
¿Después de todo lo que le dijiste? No puede ser.
Entraron, desconcertados, en el Gran Comedor. Harry no lo entendía. ¿Tanto le
había afectado la discusión a Snape? Pensó que quizás se le había olvidado sacar los
puntos, pero al momento desechó la idea. Snape jamás se había olvidado de sacar
puntos a Gryffindor, y menos por causa suya. Se sentó en su lugar y miró hacia la
mesa de Slytherin. Malfoy ya había recuperado su aspecto normal. Sus miradas se
cruzaron, llenas de odio. Harry sabía que no pararía hasta vengarse. Nunca le habían
humillado tanto y no iba a perdonarlo. Apartó su mirada y se fijó en Snape. Parecía
totalmente indiferente, como si no hubiese sucedido nada en toda la tarde.
Aquella noche, mientras Harry se metía en la cama, su mente empezó a divagar
hacia la discusión de aquella tarde. ¿Por qué Snape se había sentido mal cuando
Harry le recordó el insulto a su madre? ¿Por qué Dumbledore confiaba en él? ¿Por
qué les había perdonado el ataque a Malfoy, Crabbe y Goyle? No lo sabía, y la
curiosidad le mataba. Durmió mal toda la noche. Por la mañana, se levantó temprano y
bajó a la sala común. Se sentó frente al fuego y esperó a que se levantaran Ron y
Hermione para bajar a desayunar. Tenían hora doble de Pociones y a Harry no le
apetecía nada ver a Draco Malfoy. No estaba seguro de si quería o no ver a Snape.
Cuando ya llevaba un rato frente al fuego, empezaron a bajar alumnos que iban a
desayunar. Siguió esperando hasta que alguien se sentó a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Ginny, mirándole con preocupación. Había bajado con
una de sus amigas—. Pareces ido...
—Estoy bien —respondió Harry—. Es sólo que no me puedo quitar una idea de la
cabeza...
—¿Es por lo de Snape? —preguntó ella, mirándole fijamente—. Puedes
contármelo... ¿Quieres bajar a desayunar?
—Estaba esperando por Ron y Hermione...
—Puedes esperarlos abajo. ¿Vienes?
—De acuerdo —aceptó, y, cogiendo su mochila, las siguió al Gran Comedor.
—Bueno, a ver ¿qué te preocupa?
Harry le contó a Ginny lo de la discusión un poco por encima.
—...Y ahora no dejo de pensar en por qué tuvo ese cambio de actitud cuando
mencioné a mi madre —dijo—. Antes parecía que estaba deseando matarme, y luego
nos deja ir sin castigo y sin quitarme puntos...
—¿Y eso te preocupa tanto? ¿Por qué?
—No lo sé... Sospecho que me oculta, o que me ocultan, algo sobre mi madre.
—¿El qué? ¿Crees que Snape podría estar enamorado de ella? —dijo Ginny en
tono de broma.
Harry, en cambio, la miró con seriedad. No se lo había planteado... ¿Y si era así?
¿Y si Snape se había enamorado de Lily y por eso odiaba aún más a su padre, y a él
mismo, que era la prueba viva del amor entre sus ellos? Parecía una locura, pero...
—¿No lo creerás, verdad? —le preguntó Ginny—. Sólo lo dije en broma...
—Claro que no —respondió Harry rápidamente.
Ginny le miró un tanto escéptica, pero no dijo nada. Momentos después entraron
Ron y Hermione. Tras terminar de desayunar, se dirigieron a la clase de Pociones
rápidamente. Malfoy, Crabbe y Goyle ya estaban allí, acompañados por Pansy
Parkinson. Cuando Malfoy les miró, su mirada se llenó de odio y de rencor. Crabbe y
Goyle, por su parte, cerraron los puños con ademán amenazante. Hermione les
susurró a Harry y a Ron que no hicieran ninguna locura, pero ellos no contestaron.
—Apartaos —dijo Harry con voz severa.
—¿Y si no quiero? —preguntó Malfoy, desafiante.
—Si no quieres, yo te quitaré —le amenazó Ron, sacando su varita—. Te aseguro
que me produciría un gran placer hacerlo...
Malfoy, Crabbe y Goyle miraron alternativamente a la varita y a Ron. Draco dudó,
pero el recuerdo de lo sucedido el día anterior pudo más y se apartó.
—Espero que estaréis disfrutando de vuestro castigo, ¿no? —soltó a sus espaldas
con voz burlona.
—No tenemos ningún castigo —le espetó Harry, sonriéndole con frialdad.
Malfoy abrió la boca para decir algo, pero en esos momentos entró Snape y se
calló. Snape se dirigió a la pizarra y empezó a hablarles de la poción a preparar ese
día. No miró a Harry en toda la hora, ni le dirigió la palabra, ni una sola vez.
La Final
La cena de esa noche no pudo haber sido más distinta de lo que Harry había
pensado aquella mañana. Hubiesen perdido o ganado, esperaba una gran
celebración, una fiesta. En su lugar, el comedor se hallaba silencioso, y de las mesas
de las casas sólo se elevaban débiles murmullos. Harry observó a Dumbledore, que
hablaba con la profesora McGonagall. Ambos tenían expresiones de total seriedad.
Snape, por su parte, apenas levantaba la cara de la mesa. ¿Sería posible que no se
hubiese enterado de que algo así iba a pasar?
Volvió su atención a la cena, aunque apenas tenía hambre. Ginny tampoco estaba
comiendo nada, se limitaba a hurgar en el plato con su tenedor. Los alumnos
levantaban la cabeza y los miraban de vez en cuando, hablando. Aún nadie podía
creerse que los mortífagos se hubieran atrevido a hacer algo como aquello delante de
Dumbledore. Harry se levantó pronto de la mesa. No quería quedarse al final ni
escuchar lo que Dumbledore tuviera que decir. Quería volver a la sala común y
pensar.
Al verle, Ron, Hermione y Ginny se levantaron también y lo siguieron. Las cabezas
de todos se volvían para mirarlos mientras salían del Gran Comedor.
—¡Harry! ¡Eh, Harry! —gritó una voz tras ellos, cuando se acercaban a la
escalinata de mármol. Se volvieron para mirar. Era Cho, seguida por Michael Corner,
Anthony Goldstein, Terry Boot y Luna.
—Hola Cho... —saludó Harry.
—¿Os encontráis bien? —preguntó ella—. ¡Dios mío, nos llevamos un susto
terrible cuando lo vimos! Creíamos que la maldición te daría —terminó, mirando a
Ginny.
—Yo también —dijo la chica—. Era incapaz de moverme...
—Menos mal que estabas allí —dijo Michael, mirando a Harry y sonriéndole—.
Fuiste rapidísimo... Es una lástima lo de tu Saeta de Fuego...
—Sí, ya... pero eso da igual. Lo importante es que estamos vivos...
—¿Quién creéis que pudo ser? —preguntó Anthony Goldstein.
—Alguien de Slytherin, seguro —terció Terry Boot.
—No deberíamos hablar de esto aquí —dijo Hermione, mirando a los lados—.
Deberíamos esperar a la próxima reunión del ED...
—¿Cuándo? —preguntó Marietta.
—Mañana —respondió Harry con decisión—. Esto está descontrolándose.
Tenemos que hacer algo y pronto.
—Vale, pues hasta mañana entonces —Se despidió Cho, al igual que sus
compañeros, que volvieron al Gran Comedor.
Harry, Ron, Hermione y Ginny entraron en la sala común y se sentaron junto al
fuego, pensativos. Harry estaba cansado, pero no creía que fuese capaz de dormir...
había estado a un pelo de la muerte, al igual que Ginny... Aun no se creía que
estuvieran vivos. Ginny parecía muy afectada aún.
—Venga, no te preocupes. Ya ha pasado todo —intentó animarla Harry, forzando
una sonrisa.
—Harry, me has salvado la vida dos veces... primero me apartas del rayo y luego
frenas la caída...
—Bueno, la caída no la frené yo solo. Si no es por Ron no lo habría conseguido...
Menos mal que tenías tu varita —dijo, mirando a su amigo.
—Consideré que era prudente llevarla, aunque no sé por qué.
—Bueno, es obvio que no tenéis problemas con los hechizos levitatorios, ¿no? —
dijo Hermione, sonriéndoles.
—Te dije que serían útiles en el quidditch —le recordó Ron con tono mordaz.
Hermione no respondió.
—Me voy a la cama —dijo Ginny, levantándose—. Gracias otra vez... —le dio un
beso en la mejilla a Harry y otro a Ron, y subió por las escaleras de los dormitorios.
—Yo también voy a acostarme —anunció Hermione—. Y vosotros deberíais hacer
lo mismo.
—Yo no creo que pueda dormirme —dijo Harry.
—Yo tampoco —añadió Ron.
—Bueno, como queráis —dijo ella dirigiéndose hacia las escaleras—. Hasta
mañana.
—Hasta mañana —contestaron ambos.
—¿Qué crees que le sucedió a Warrington? —le preguntó Ron a su amigo.
—No lo sé... algún hechizo, supongo...
—Oye, es mejor que subamos a la cama, antes de que lleguen todos los demás.
—Sí, tienes razón —dijo Harry, levantándose.
Harry se puso el pijama y se metió en la cama, preocupado, recordando los
sucesos de aquella tarde. Había estado a punto de morir dos veces... había salvado a
Ginny por un pelo... La habían atacado delante de él porque había sido su
acompañante en el baile de Navidad, o eso era lo más probable... Había llegado a
tener una verdadera amistad con Ginny, un extraño entendimiento, y no soportaría que
le pasase nada... ¿Cuántos más intentos como el de esa tarde habría? Hasta ahora
había fracasado todos, excepto el de Penélope Clearwater (y aún así, Percy, que
parecía haber sido el principal objetivo, se había salvado), pero ¿cuántos ataques más
podrían resistir antes de que alguien querido para él perdiera la vida? No lo sabía...
pero lo que sí sabía eran dos cosas: Voldemort no se detendría ante nada, y él, Harry,
no pararía hasta que el asesino de sus padres estuviese muerto.
24
El Peligro Acecha
Lo primero que hizo Harry al levantarse, al día siguiente, fue modificar los números
de su falso galeón para reunir al ED aquella tarde a las cinco. Luego, en cuanto Ron y
Hermione estuvieron con él, bajaron a desayunar
—¿Qué vas a hacer respecto a la Saeta de Fuego, Harry? —le preguntó Ron.
—No lo sé... Me da tanta rabia... ¡Era un regalo de Sirius! —exclamó, dolido—.
Supongo que me compraré otra.
—¿Otra Saeta de Fuego? —preguntó Hermione, levantando la vista de su cuenco
de gachas.
—Sí.
—Guau... te vas a gastar una fortuna —dijo Ron, mirándole con una ligera envidia.
—Bueno, Sirius me dejó su dinero, ¿no? Y en su cámara, según me contó Lupin,
hay mucho más dinero que en la mía, en la que ya hay bastante, así que no creo que
tenga mucho problema...
Ron bajó la mirada, pensativo, untando una y otra vez su tostada. Harry y
Hermione se fijaron en él y se miraron. La situación económica de los Weasley, con el
ascenso obtenido por el señor Weasley y la ayuda de Fred y George, era mucho
mejor, pero no podía compararse a la de Harry, que poseía ahora dos cámaras llenas
de miles de galeones cada una.
—Te regalaré una a ti y otra a Ginny —dijo Harry de pronto.
—¿Qué? —preguntó Ron, levantando la mirada, atónito.
—Que os regalaré una Saeta de Fuego a cada uno.
—No... Harry, no puedes... ¡Cuestan cientos de galeones cada una! ¡No puedes
gastarte tanto dinero!
—Mira —replicó Harry—, Sirius me dejó todo ese dinero, no sé qué hacer con él,
¿vale? Me gustaría compartirlo con alguien, no lo quiero sólo para mí... vosotros me
ayudasteis a rescatarlo aquella noche. Tú me salvaste hoy la vida. Eres amigo mío,
eres como un hermano, así que no discutas.
Ron calló, sin saber qué decir, pero poniéndose rojo.
—Tú le regalaste esa diadema a Hermione, que es carísima ¿recuerdas? Y ella la
aceptó. Bueno, tú puedes hacer lo mismo... No lo hago por caridad, si es eso lo que te
impide aceptarlo. Lo hago porque quiero.
—Pero Harry...
—Vosotros siempre me habéis aceptado en vuestra casa —continuó Harry, sin
hacerle caso—. He dormido allí, he sido invitado a los Mundiales por tu padre, he
comido con vosotros... Me habéis dado una familia, comparado con eso, una escoba,
aunque valga cientos de galeones, no es nada.
Ron sonrió, sin saber qué replicar. Hermione también sonreía, mirándolos con los
ojos vidriosos.
—Está bien —aceptó Ron—. Pero no tendrás que regalarme nada por mi
cumpleaños.
—De acuerdo —dijo Harry, y se dieron la mano con fuerza.
—¿Qué te pasa a ti? —preguntó Ron mirando hacia Hermione, que se limpiaba los
ojos.
—Nada —respondió ella.
—Eres muy rara, ¿lo sabías? —le dijo Ron, observándola con interés.
En cuanto regresaron a la sala común, Harry subió a su habitación, cogió un
ejemplar de El Mundo de la Escoba e hizo un pedido de tres Saetas de Fuego. Luego
bajó y se unió a Ron y Hermione, que estaban trabajando en un mapa de astronomía.
—No me aclaro con todos estos asteroides y cometas —decía Ron—. ¿Por qué
todos tienen que tener nombre?
Hermione le miraba el trabajo, con una expresión a medias entre la diversión y el
reproche. Harry cogió su propio mapa y se puso también a hacer el trabajo, hasta que
bajó Ginny de su dormitorio.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry en cuanto se les acercó.
—Sí, mucho mejor, gracias... —respondió ella—. Es que... aun no me puedo creer
lo que ocurrió ayer. ¿Habéis desayunado ya?
—Sí —respondió Ron—. Hemos subido hace un rato.
—Ah, bueno... —Miró a su alrededor y vio a Colin Creevey, que hablaba con su
hermano—. Oye, Colin, ¿Has desayunado?
—No —contestó el chico.
—¿Te apetece bajar conmigo?
—Claro que no. Dennis nos acompañará, él tampoco ha comido.
Ginny se despidió de ellos, dejándolos entre mapas del sistema solar, y salió con
los Creevey por el agujero del retrato.
Harry sonrió, y miró la factura, que también le adjuntaban: dos mil setecientos
galeones. La sonrisa se le borró.
—Guau, novecientos galeones cada una... Podrían haberme hecho un descuento
por comprar a lo grande —murmuró para sí.
Cogió los tres paquetes y se dirigió a la escalera. Se le olvidó la factura en cuanto
pensó en las caras de Ron y Ginny al verlas...
Ron y Hermione habían empezado ya la partida. Ginny estaba con ellos,
mirándolos, muy entretenida. Harry se sentó y Ron abrió la boca al ver los paquetes.
—¿Ya han llegado? —preguntó, emocionado, olvidándose del ajedrez.
—Sí —dijo Harry, sonriéndole y entregándole su paquete—. Y éste es para ti,
Ginny.
—¿Qué es esto? —preguntó, muy sorprendida, mientras lo abría.
—Un pequeño regalo.
—¡¿Un pequeño regalo?! —exclamó Ginny, al abrirla—. ¡Es una Saeta de Fuego!
—Sí. Tenemos tres, una para cada uno...
Ron miraba la suya con expresión embobada.
—Muchísimas gracias, Harry, de verdad... —murmuraba, sin dejar de acariciar el
palo.
—¿«Muchísimas gracias»? —preguntó Ginny, perpleja—. ¡Ron! Harry... no, no
podemos aceptarlas, valen demasiado dinero...
—Mira, ya he discutido esto con Ron. Tienes que aceptarla, es lo mínimo que os
corresponde de lo que me ha dejado Sirius. Además, ya están pagadas y no voy a
devolverlas, así que, si no la quieres, tendré que dársela a Filch para que barra los
pasillos con ella.
—¿Barrer los pasillos con una Saeta de Fuego? —exclamó Seamus, que se había
acercado y observaba maravillado las tres escobas—. Pero, ¿qué dices?
Harry se rió.
—¿Lo ves? Es tuya. Con ellas, ganaremos el campeonato de quidditch del
colegio, ya que no ganamos el Torneo Internacional...
—No sé qué decir... —murmuró Ginny, muy colorada.
—Di «Gracias» y ya está.
Ginny sonrió y le miró a los ojos.
—Gracias —dijo, dándole un rápido beso en la mejilla.
Harry se fijó entonces en Hermione, que los miraba sonriente, y se dio cuenta de
que a ella no le había regalado nada. Ella era la que le había ayudado finalmente a
rescatar a Sirius de los dementores, y se había quedado sin regalo. A ella no parecía
importarle, poro se sintió muy avergonzado de no haberse acordado de regalarle algo
a su amiga.
«Tengo que conseguir algo para ella —pensó para sí—. ¿Cómo puedo ser tan
tonto?»
—¿Vamos a dar una vuelta para probarlas? —sugirió Ron, emocionado.
—Está bien —dijo Harry.
—¿Vienes, Hermione? —le preguntó Harry, sintiéndose culpable—. Puedes volar
con nosotros...
—No, gracias —repuso ella, sonriendo—. Voy a empezar una traducción para
Runas Antiguas.
A Harry le pareció que la sonrisa de Hermione era un poco forzada, aunque no
sabía por qué, y no se atrevía a preguntárselo, por si la razón era que ella no tuviera
regalo. Antes de salir por el agujero del retrato, le dirigió una última mirada a su
amiga, que permanecía sentada delante del tablero con la partida de ajedrez sin
terminar.
Harry, Ron y Ginny salieron al exterior y se dirigieron al campo de quidditch, donde
estuvieron volando hora y media. Ron y Ginny parecían extasiados por las habilidades
de la Saeta de Fuego.
Mucho más cansados, y casi congelados, regresaron volando al castillo y entraron
en el vestíbulo, donde se encontraron con Malfoy, Crabbe y Goyle.
—Vaya, ¿de dónde vendrán estos tres? —dijo Malfoy, más arrogante de lo que
había estado últimamente—. Fijaos, han sustituido a la sangre sucia por otra
pobretona, y...
Malfoy calló y abrió mucho los ojos, viendo las escobas que traían.
—¿Son Saetas de Fuego? —preguntó, acercándose.
—Pues sí —respondió Harry, con una gran sonrisa.
—¡Pero si la tuya ardió! ¡Yo la vi arder!
—Es cierto, pero he comprado otra. Y les he regalado dos a ellos —señaló—. ¿Te
gustan?
Ginny y Ron se rieron ante la cara de asombro de Malfoy y se dirigieron a la
escalinata, pero antes de subir Harry se volvió y añadió:
—Y estoy pensando en regalarles otra a cada uno de los miembros del equipo de
Gryffindor... ¿Qué te parece?
Harry se dio la vuelta y subió las escaleras, riéndose con Ron y Ginny, sin esperar
a que Malfoy hiciera o dijese algo.
—¿No lo dirás en serio, verdad? —le preguntó Ron a Harry—. Lo de regalar una a
cada miembro del equipo...
—Claro que no —contestó Harry—. Sólo lo dije para asustarle...
Entraron en la sala común y buscaron a Hermione con la mirada, pero no estaba
allí. Harry se fijó en que el tablero de ajedrez estaba igual que antes de que se fueran.
—Parvati, ¿dónde está Hermione? —le preguntó Ron.
—No sé... creo que dijo algo de las cocinas...
—¿Cocinas? ¡Otra vez con el PEDDO! ¡Y encima, sola por el castillo! —Ron
meneó la cabeza, exasperado.
—Para ella es importante —dijo Ginny—. Deberías tratar de entenderlo.
—Ginny, los elfos no quieren ser libres —afirmó Ron, sentándose en una butaca.
—No es cuestión de que los elfos quieran ser libres o no, Ron, creí que habías
madurado lo suficiente para entenderlo —le espetó Ginny, subiendo a su cuarto.
—¿Qué le pasa ahora a ésta? —le preguntó a Harry.
—No lo sé —respondió Harry, que tampoco había entendido nada.
Harry y Ron se pusieron, a su pesar, a hacer los deberes, y llevaban una hora
trabajando cuando Hermione entró en la sala común.
—¿Qué tal el vuelo? —les preguntó.
—¡Genial! —contestó Ron—. Tenías que haber visto la cara de Malfoy cuando vio
las escobas... era para morirse. Y por cierto —añadió, en tono reprobatorio—: ¿De
dónde vienes? ¡Sabes que no debemos ir solos por los pasillos!
—Ya lo sé, pero no había nadie que me acompañara —dijo ella, con un leve tono
de decepción en la voz—, y quería ir a las cocinas y a la biblioteca.
—¿Otra vez a las cocinas? ¿Qué tramas?
—No tramo nada —se defendió ella, sentándose en la butaca en la que estaba
antes, mirando al tablero de ajedrez.
Ron la miró con cara de incredulidad, pero, viendo que si seguían así iban a
discutir, cambió de tema.
—¿No ibas a hacer algo de Runas Antiguas? —preguntó.
—Por eso fui a la biblioteca —contestó Hermione, mirando al tablero. Luego miró a
Ron otra vez y empezó a recoger las piezas.
—¿Por qué está tan seria? —le preguntó Ron a Harry en un susurro.
—No sé —contestó Harry. No quería decirle a su amigo que a lo mejor Hermione
estaba así por no tener ella un regalo... aunque, en el fondo, sospechaba que no era
(al menos) sólo por eso.
La Confesión de Ron
Por la tarde, en clase de Criaturas Mágicas, Harry se acercó a Hagrid, que había
ido a buscarlos al castillo, y estuvo charlando con él, sin acercarse ni a Ron ni a
Hermione, que estaban, uno con Seamus, Dean y Neville, y la otra con Parvati y
Lavender.
—¿Os pasa algo? —le preguntó Hagrid por lo bajo, mientras Harry intentaba hacer
dormir a un Willidor, una especie de ratón blanco, cuyos pelos del bigote eran útiles
para pociones de relajación y sueño, y también contra el dolor. Lo malo era que no
había forma de arrancárselos a no ser que el animal estuviera dormido.
—Ron y Hermione, que están otra vez enfadados...
—¿Enfadados? —se extrañó Hagrid—. Si en el baile de Navidad parecía que...
¿riña de enamorados? —preguntó con una sonrisa pícara.
Harry soltó un bufido.
—¡Qué va...! Bueno, en realidad no lo sé. Durante todas las navidades estuvieron
bien, pero ahora Hermione lleva unos días muy rara, y encima ayer Ron le gritó que
todo eso del PEDDO no sirve para nada y claro, ahora están los dos enfadados. Y yo
en el medio, como si no tuviera ya bastantes preocupaciones...
—Bueno, ya se les pasará, ¿no? Siempre se les acaba pasando.
—Eso espero —dijo Harry, observando con sorpresa que su Willidor se había
quedado dormido.
Cuando la clase terminó, Hagrid los acompañó de vuelta al castillo, donde tenían
clase de Astronomía. Subieron al aula, y se pusieron a trabajar en un nuevo mapa
celeste que la profesora Sinistra les había dado, mapa que tendrían que usar en su
próxima clase nocturna.
—Oye, Harry... —comenzó a decir Hermione en voz baja, mientras trabajaban en
sus mapas—. ¿Tienes algo de ropa vieja o así que ya no uses?
—No sé, creo que algo sí... ¿Por qué? —preguntó Harry.
—Es que quería reunir algo de ropa para los elfos —explicó ella—. Mira, ya he...
Ron bufó, exasperado, sin levantar la cabeza de su mapa. Hermione le miró con
enfado.
—No te he pedido ayuda a ti —le dijo.
—No pensaba dártela aunque me la pidieras —espetó Ron.
Hermione iba a decir algo, pero Harry la interrumpió.
—¡Ya estoy harto! ¡A ver si os comportáis de una vez, tengo ya suficientes
preocupaciones como para atender a vuestras tonterías!
Se levantó muy enfadado, cogió su mapa y sus cosas y se cambió a otra mesa,
dejando a sus amigos solos donde estaban, con la boca abierta.
—Señor Potter, ¿le pasa algo? —preguntó la profesora Sinistra desde su
escritorio.
—No, profesora. Nada importante.
—Pues entonces haga el favor de no molestar si no quiere que le quite puntos a
Gryffindor.
—Está bien. Lo siento.
Se puso a trabajar, aunque ahora apenas podía concentrarse, entre las
preocupaciones que tenía y el enfado que sentía hacia Ron y Hermione. «¿Cuándo
van a dejar de hacer tanto el imbécil? ¿Por qué no se comportan como en Navidad?.
Desde luego, no lo entiendo», pensaba, mientras intentaba rellenar su mapa. De vez
en cuando los miraba. Ellos permanecieron en la misma mesa, trabajando en silencio,
y levantando la vista fugazmente de vez en cuando.
Cuando terminó la clase, salió raudo hacia la torre de Gryffindor, casi sin esperar a
sus compañeros, algo que sabía que no debía hacer, pero no quería hablar con
ninguno de los dos.
Entró en la sala común y se dejó caer en una butaca junto al fuego. Un momento
después entró Ron, seguido de todos los demás alumnos de Gryffindor, que le
miraban. Hermione iba en clase de Runas Antiguas.
—Harry... —dijo Ron con voz débil—. Ya no hemos discutido más...
—Claro, es bastante difícil que discutáis si no os habláis, ¿no te parece? —dijo
Harry con tono sarcástico.
—¿Más problemas? —preguntó Ginny, acercándose y sentándose junto a Harry.
—No hasta ahora mismo —respondió Ron mordazmente al ver a su hermana—.
Estaré arriba hasta la hora de cenar.
Y subió por las escaleras, perdiéndose de vista.
—Siguen igual, ¿verdad?
—Sí. Y no es que no esté acostumbrado, pero ahora hacía tanto tiempo que no
estaban así... no sé, creí que... bueno, después de todo lo que ha pasado suponía que
estarían mejor que nunca ¿no? ¿Por qué hacen todo esto?
—No estoy muy segura de entender a Ron, aunque creo que sí —dijo Ginny—.
Pero sé perfectamente lo que le pasa a Hermione.
—¿Ah, sí? ¿Y qué le pasa? —quiso saber Harry—. Ya sé que está enfadada por lo
de la PEDDO, pero no sé, ya lleva algunos días rara... ¡Maldita sea! ¡Tengo que
encontrarle un regalo...!
—No es por la Saeta de Fuego que Hermione está así, Harry... ¿de veras no lo
sabes? —Le preguntó Ginny, extrañada—. Creí que habías aprendido lo suficiente
como para entenderlo...
—Pues parece que no... —refunfuñó él— y además, tampoco tengo la cabeza para
estar pensando en qué les pasa. Entre las clases, los deberes y lo que está ocurriendo
tengo de sobra.
—Sí, me lo imagino... —dijo Ginny con un suspiro—. Yo también empiezo a desear
que acabe este año, tengo tanto trabajo que creo que nunca podré terminarlo.
—No hace falta que me lo expliques... —le dijo Harry—. Y aún no te ha llegado lo
peor, espera a las vacaciones de Pascua y verás.
—No me asustes —le advirtió la chica—. Es lo último que necesito. Más agobio.
—¿Te apetece jugar al ajedrez y relajarte algo? —propuso Harry.
—La verdad, me encantaría, pero tengo que hacer dos redacciones para mañana y
ni siquiera he empezado.
—Vale, no te preocupes.
Ginny se fue a una mesa, donde tenía todos sus apuntes y cosas, y Harry se
quedó solo frente al fuego, hasta que llegó Hermione. La profesora McGonagall la
había acompañado hasta la torre, porque era la única de Gryffindor que tenía aquella
asignatura. Entonces, Harry se acordó de algo y se acercó al agujero del retrato.
—¡Profesora McGonagall! —llamó.
La profesora se volvió, cuando ya se iba.
—¿Qué pasa, señor Potter?
—Profesora... con todas estas nuevas restricciones... ¿qué va a pasar con el ED?
—preguntó en voz baja. Hermione los miró a ambos.
—Me temo, señor Potter, que esas reuniones deben ser suspendidas por el
momento.
—Pero profesora —intervino Hermione—, necesitamos estar preparados por si
hay más ataques...
—Señorita Granger, dos alumnos fueron atacados volviendo de esas reuniones de
una forma muy extraña. No podemos permitir que vuelva a ocurrir. Lo siento.
Harry quería replicar, pero la expresión de la profesora McGonagall le indicó que
no serviría de nada, así que se calló.
—Volveré a buscarlos para la cena a las siete en punto. Hasta luego.
Harry y Hermione pasaron a la sala común y se sentaron.
—¿Sigues enfadado? —se atrevió a preguntarle Hermione.
—¿Lo seguís vosotros?
—Bueno, Harry, ya sabes como es Ron. ¡Oíste lo que me dijo!
—Sí, lo oí, y ya le dije que se había pasado, pero tu actitud creo que también es
exagerada, y de todas formas tenía un poco de razón, no deberíais andar por el
castillo las dos solas después de lo que le pasó a Warrington.
—Tú tampoco lo entiendes, y, como siempre, te pones de parte de Ron —dijo
Hermione, levantándose con aire triste y enfadado.
—Yo no estoy de parte de nadie ¿vale? ¡Somos amigos! Se supone que todos
estamos de la misma parte.
—Eso díselo a Ron cuando lo veas —contestó Hermione, subiendo por las
escaleras de los dormitorios de las chicas.
—Genial —musitó Harry—. Uno en un lado y la otra en el otro. Pues sí que
estamos bien.
A las siete en punto, se abrió el retrato de Dama Gorda y entró la profesora
McGonagall, llamando a los estudiantes para bajar a cenar. Ron bajó y acompañó a
Harry, sin abrir la boca hasta que estuvieron todos sentados.
—¿Y Hermione? —preguntó, tímidamente.
—No ha querido bajar a cenar —respondió Lavender, tres lugares más allá—.
¿Qué le habéis hecho esta vez? —les preguntó, con mirada severa.
—¿Qué? ¡Yo no le he hecho nada! ¡No he hablado con ella en toda la tarde!
—Ya nos hemos dado cuenta de eso —dijo Parvati con tono frío.
—Sí, ahora tendré yo la culpa de todo —masculló Ron, concentrándose en la
cena.
Ginny levantó un momento la vista y le lanzó una mirada, pero pareció contenerse
y no dijo nada.
Cuando la cena terminó, la profesora McGonagall volvió a llevar a los alumnos a la
torre de Gryffindor. Una vez allí, Dean iba a ponerse a charlar con Seamus, pero
Lavender se le adelantó y se lo llevó a un rincón de la sala común. Encogiéndose de
hombros, él y Neville se sentaron con Ron y Harry, y propusieron una partida de snap
explosivo, mientras Ginny, que estaba allí cerca, les observaba.
—¿Dónde está Hermione? —preguntó Neville mientras jugaban.
—Estará tejiendo gorros de elfos o algo así —respondió Ron, que había puesto
mala cara al oír la pregunta de Neville.
Ginny miró a su hermano y aquella vez no se contuvo:
—¿Sigues, eh? ¿Cómo puedes ser tan idiota?
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Ron, mirándola muy enfadado.
—¡Digo que cómo puedes ser más tonto que un trol con deficiencia mental!
—¡¿Qué?! —Ron se había puesto rojo de ira—. ¿A qué viene eso?
—No voy a discutir contigo ahora —respondió Ginny, más calmada—. No debería
meterme, pero como parecéis todos tontos, y ya estoy harta de veros así, tendré que
hacerlo, así que, Ronald Weasley —dijo, pareciéndose terriblemente a su madre en el
tono de voz—, antes de irte a la cama hoy, me vas a escuchar y bien.
Ron, tras escuchar a su hermana, soltó un simple «¡Déjame en paz!», pero, aún
así, no se acostó hasta que la sala común quedó vacía.
—Bueno, ya estamos los tres solos —dijo—. ¿Qué es lo que quieres?
Ginny dejó sus trabajos, recogió la mesa y se sentó frente a su hermano.
—¿De verdad no sabes por qué Hermione está así?
—¡Por el rollo ese del PEDDO! ¿Por qué va a ser? ¡Pero no es para tanto! ¡No es
la primera vez que me meto con ella por eso, ya lo hemos hecho antes, y nunca se
había puesto así!
—Tú lo has dicho —dijo Ginny tranquilamente—: «antes».
—¿Y qué mas da antes que ahora?
—Ron —dijo Ginny con voz muy suave—. Si en serio crees que es igual todo
antes que ahora, entonces no tengo nada que decirte.
Ron la miró un instante, y luego apartó la vista.
—Vale. Al menos entiendes eso —dijo Ginny.
—De todas formas...
—¿Quieres saber por qué Hermione estaba tan rara estos últimos días, Harry? —
le preguntó Ginny.
—Pues sinceramente, sí.
—Bien. Últimamente, con los asuntos del torneo, las clases y demás, Hermione ha
estado muy sola, sobre todo considerando el caso que le hacías en Navidad, Ron.
—Sí, ya lo sabemos —gruñó Ron, bajando la mirada.
—El lunes le pediste que jugara al ajedrez contigo, algo que hacía mucho que no
hacías, y ella aceptó encantada, ¿te acuerdas?
—Sí ¿y qué?
—¿Y qué? ¡Que cuando Harry bajó con las escobas, la dejaste tirada, sin terminar
la partida! Ella lo comprendió, sí, pero se sintió dolida. Se sintió como si volar un rato
te importase más que ella.
—¡Pero eso no es cierto! —exclamó Ron—. Además, ¡le ofrecimos venir con
nosotros y no quiso!
—Ron, a ella no le gusta volar. Sólo quería jugar un rato contigo, como antes de
Navidad.
—¡Pero ella me importa más que volar en una escoba! —dijo Ron—. Lo que pasa
es que... bueno, tal vez no me di cuenta, porque estaba emocionado con la Saeta de
Fuego y...
—...Y no te acordaste más de ella, ni terminaste la partida de ajedrez cuando
volviste, a pesar de que dejó el tablero tal como estaba.
—¿Por eso estaba así? —preguntó Harry, un poco sorprendido, pero acordándose
de la mirada de Hermione cuando salieron aquel día de la sala común.
—Sí y no.
—¿Sí y no? —preguntó Ron.
—Ron, no es la partida de ajedrez sólo, es... sólo tenías que demostrarle que te
importa. Sólo eso.
—¡Pero ella ya sabe que me importa! ¡Somos amigos desde hace mucho!
—Tal vez necesita que se lo demuestres más a menudo ¿no lo has pensado?
Mira, en el baile de Navidad estabas como nunca te he visto, ¿sabes?. Me sentía
orgullosa de ti. Y luego, con lo de sus padres, la apoyaste muchísimo. Ahora volvemos
aquí y vuelves a comportarte como un estúpido. A ella no le habría dolido tanto si no
hubiera conocido otro Ron en Navidad. ¿Aún no lo entiendes?
—Sí... bueno... pero ¿por qué se puso así por lo del PEDDO?
—¡Ay, Ron! ¿Hay que explicártelo todo? —dijo Ginny, exasperada—. ¡Le dijiste
que todo el mundo estaba harto de sus tonterías!
—Vale, está bien, de acuerdo. Me pasé, pero sigo sin entender por qué es tan
importante lo del PEDDO. ¡Los elfos no quieren ser libres!
—Ron... no importa que los elfos quieran ser libres o no. No importa que ella
consiga algo o no...
—¿Entonces qué es lo que importa?
—Lo que importa es que para Hermione es importante, Ron. Ella esperaba que tú
entendieras eso, aún cuando no entendieras el porqué. Sólo tenías que entender que
a ella le importa. Como amigos suyos, deberíais comprender lo que es importante para
Hermione. Ella comprende lo importante que es para vosotros el quidditch ¿verdad?
¿No podéis hacer lo mismo?
Ron bajó la cabeza, pensativo, y Harry hizo otro tanto. La verdad era que nunca
habían valorado nada lo que el PEDDO significaba para Hermione. Nunca habían
hecho lo más mínimo por ayudarla, a pesar de que ella siempre les ayudaba en todo lo
que podía con los deberes para que ambos pudiesen entrenar para el equipo de
quidditch.
—Lo siento... —musitó Ron, avergonzado— ¡Pero estaba muy preocupado!
¡Acababan de atacar a Cho y a Michael, y vosotras dos andabais por ahí sin pensar en
nada! ¡Si os llega a pasar algo, yo...!
—A mí no tienes que decirme que lo sientes —dijo Ginny—. Díselo a ella. En
cuanto a lo de que estuviéramos por el castillo aquel día... ¿cuántas veces os dijo ella
hace tres años que Harry no debía ir a Hogsmeade? ¡También ella estaba preocupada
por vosotros! ¿Le hicisteis caso alguna vez?
Ron bajó la cabeza, compungido. Harry también se sintió mal. Ahora comprendía
lo difícil que había sido para Hermione hacer aquello, sabiendo que ellos se enfadarían
con ella, pero que igualmente debía hacerlo.
—¿Cómo... cómo está? —preguntó Ron, con voz casi inaudible.
—El día que le gritaste todo eso se pasó media noche llorando mirando la diadema
que le regalaste por Navidad —confesó Ginny—. Con eso te harás una idea.
Ron apoyó los codos en las rodillas y se tapó la cara con las manos.
—Por eso estaban Parvati y Lavender tan enfadadas conmigo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué soy tan imbécil? —dijo Ron finalmente.
—Espero que hagas algo por arreglarlo, Ron —le dijo su hermana—. Mira, sé que
te gusta Hermione, y lo sé desde hace mucho, así que no te molestes en negármelo.
No te comportes como un idiota y habla con ella.
Ron no dijo nada durante un rato. Se levantó y paseó por la sala común, pensativo.
—Haré algo mejor que eso... —murmuró Ron.
—¿Cómo?
—Ginny, ¿qué está haciendo Hermione con los elfos domésticos?
A Ginny le sorprendió la pregunta.
—Intenta que vistan algo mejor —respondió—. Está intentando que Dobby le
ayude a que dejen esos trapos y se pongan otras cosas.
—¿Y cómo hace eso? —preguntó Harry.
—Los elfos no aceptan la ropa si se la da Hermione, pero está intentando
convencerlos de que la acepten si se la da Dobby... le ha costado, pero creo que va a
conseguirlo. Por eso quiere hacer más ropa para ellos, y conseguir prendas que nadie
use, que siempre serán más cómodas que esos asquerosos trapos de cocina.
—Vale... Gracias, Ginny —dijo Ron—. Y por favor, no le digas nada a Hermione de
esto, ¿de acuerdo?
—Está bien... ¿Qué vas a hacer?
—Mañana lo sabrás.
—Como quieras... Pero no metas la pata, Ron, o no volveré a ayudarte —le
advirtió ella, dirigiéndose a las escaleras. Ron siguió mirándola.
—Ginny... —la llamó, en un impulso.
—¿Qué?
—¿A ella le...? Es decir, ¿a ella yo...?
—Eso tendrás que preguntárselo tú —fue toda la respuesta de su hermana, que
subió las escaleras, dejando a los dos amigos solos.
—He sido muy imbécil, ¿verdad? —dijo Ron, mirando hacia Harry.
—No has sido sólo tú.
—No me refiero sólo al PEDDO... me refiero también al baile de navidad de hace
dos años ¿te acuerdas? Fui muy estúpido, ¿verdad?
—Sólo un poco —dijo Harry, para tranquilizar a su amigo—. Pero ya te disculpaste
¿no? Y creo que a ella le sorprendió para bien... Yo también fui muy idiota con Cho el
año pasado... —añadió Harry, con un suspiro—. Bueno, ¿qué vas a hacer?
—Pues... Harry, ¿aún quieres hacerle un regalo a Hermione?
—Sí, claro.
—Estupendo. Entonces tenemos que hacer algo ahora mismo, mientras
esperamos a Dobby.
Durante toda la mañana del día siguiente, Hermione siguió sin dirigirle la palabra a
Ron. Ni siquiera le miraba.
—Hola —le dijo Harry tímidamente a la hora del desayuno.
—Hola, Harry.
—¿Cómo estás?
—Bien... ¿Por qué no iba a estarlo?
—Vamos, Hermione, no tienes por qué disimular conmigo.
Hermione se quedó callada un momento y miró a Ron, que hablaba con Dean y
Neville.
—¿Por qué me dijo todo eso, Harry?
—Bueno, ya conoces a Ron...
—Sí, ya le conozco... —suspiró ella—. Creí que había cambiado un poco, que se
había dado cuenta por fin de que... bueno, da igual —finalizó Hermione, como si se
hubiera dado cuenta de que no hablaba sola.
—Todo se arreglará, ya verás. Confía en mí, ¿vale?
Hermione asintió, sin decir nada.
—Bueno, ya sabes, ¿no, Harry? —le decía Ron por lo bajo a la hora de la comida
—. En cuanto salgamos de Defensa Contra las Artes Oscuras, te llevas a Hermione a
la biblioteca y esperas una hora, hasta las seis ¿de acuerdo?
—Sí, Ron, ya lo sé.
—Cuando entres te pones la insignia, pero sin que ella te vea.
—Tranquilo.
—Tenemos que hacerlo por ella... o más bien tengo... He sido muy idiota mucho
tiempo —se lamentó—. Nunca hemos valorado lo que ella hacía por protegernos,
¿Verdad?
—No. Nunca —respondió Harry, con pesar.
—Pues no te olvides de decírselo —le dijo Ginny, sentándose al lado de su
hermano.
Tal y como habían acordado, al salir de Defensa Contra las Artes Oscuras, Harry
se acercó a Hermione.
—Oye, Hermione... ¿quieres venir conmigo a la biblioteca? Estaba pensando en
empezar el trabajo que nos ha mandado la profesora Sprout...
—Sí —contestó Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada furtiva—. No quiero ir a
la sala común.
Harry le hizo un gesto imperceptible a Ron y salió hacia la biblioteca, acompañado
por Hermione. Le daba mucha lástima ver a su amiga tan triste, pero no podía decirle
nada. Si Ron lo hacía todo bien, en una hora volvería a sonreír.
—¿Estás bien, Harry? Pareces nervioso...
—Sí, estoy bien. Tranquila.
Entraron en la biblioteca, donde se pusieron a trabajar hasta las seis de la tarde, la
nueva hora de cierre de la biblioteca, momento en el cual la señora Pince ordenó a
todo el mundo que volvieran a sus salas comunes.
Aparte de ellos dos, sólo había otros tres chicos y una chica de Gryffindor en la
biblioteca, y Hermione, como prefecta, los llamó.
—Venid con nosotros, vamos.
En cuanto llegaron frente al retrato de la Dama Gorda, Harry sacó su insignia del
bolsillo y se la guardó en la mano.
—«bombones de licor» —dijo Hermione.
—Me encantarían —comentó la Señora Gorda, mientras el cuadro se abría.
Hermione entró y Harry aprovechó para colocarse la brillante insignia que decía
«PEDDO». Entró él también y observó la escena: Hermione miraba con cara de
perplejidad lo que sucedía en la sala común. Unos metros por delante de ella estaba
Ron, al lado de Dobby, con su insignia en la túnica, debajo de la de prefecto. Por toda
la sala, decenas de insignias más, que Ron y él habían hecho la noche anterior,
brillaban en las túnicas de los alumnos, que parecían estar limpiando la sala común a
conciencia. Al lado de Dobby había una mesa llena de ropa, y varios estudiantes,
también con insignias, la colocaban, ayudados por el elfo.
Ron miraba a Hermione con una sonrisa, mientras sostenía con una mano un
pequeño cuaderno que pertenecía a su amiga. El cuaderno estaba abierto, y contenía
una lista de nombres en las que los tres primeros eran: Hermione Granger
(Presidenta), Harry Potter (Secretario) y Ronald Weasley (Tesorero), pero, a diferencia
de la última vez que lo había visto, ahora había muchos nombres más. Ginny, a su
lado, sostenía una lata que parecía llena de monedas, y también sonreía.
Al ver a Hermione, todo el mundo se quedó quieto, observándola con interés. Ella
no dijo nada durante un momento, y su mirada recorrió la sala. Se detuvo unos
instantes en un pergamino aumentado que colgaba de la pared, que contenía un
manifiesto cuyo título era: «Detengamos el Vergonzante Abuso de Nuestras
Compañeras las Criaturas Mágicas y Exijamos el Cambio de su Situación Legal». A
ambos lados del título se veía el escudo de Gryffindor.
—Esto es para usted, presidenta —dijo Ron ceremoniosamente, entregándole el
cuaderno—. Como ves —añadió, moviendo el brazo y señalando al resto de la sala—,
hemos trabajado duro...
Hermione no decía nada, pero sus ojos ya estaba vidriosos. Cogió el cuaderno que
Ron le daba y empezó a mirarlo a él y a su amigo alternativamente. Luego miró hacia
Harry, que sonreía, y se fijó en su túnica, donde también lucía la insignia.
—No quería decirte todas esas cosas el otro día —se disculpó Ron—. Fui un
estúpido. No es verdad que a nadie le importe. Si esto es importante para ti, para
nosotros también.
Hermione no resistió más y se lanzó a los brazos de Ron, sollozando de alegría.
—¡¡Ron!! —exclamó, abrazándolo con fuerza y dándole un gran beso en la mejilla
—. ¿Cómo hiciste...? ¿Cómo...?
—Bueno, es una larga historia —dijo Ron, sonriendo, aunque un poco cohibido por
la repentina efusividad de Hermione—. No fue fácil convencer a todos éstos de que
limpiaran la sala común. Tuve que ponerme algo serio... —añadió, señalando su
insignia de prefecto—. También traje a Dobby para que les diese una charla... y ya
ves. Fíjate: hemos conseguido dos sickles por persona —explicó, señalando la hucha
que llevaba Ginny—, y Harry va a donar un galeón por cada miembro que
consigamos...
—Y también reunimos un montón de ropa que Dobby entregará a los demás elfos
—agregó Ginny—. Todo fue idea de Ron...
Hermione le miraba con los ojos aún llorosos y la felicidad dibujada en la cara.
—¿Y cómo vas a... vas a donar un galeón por cada firma? —balbuceó Hermione,
mirando a Harry.
—Esto es lo que deseas ¿no? Trabajar por la libertad de los elfos. Toda asociación
importante que se precie necesita fondos. Es el regalo que mereces de la herencia de
Sirius, ya que no te interesan las escobas voladoras. Yo lo financiaré.
—¡Gracias! —exclamó, abrazándolos a los dos—. De verdad, me habéis hecho
muy feliz... Gracias también a todos vosotros —dijo Hermione, separándose de sus
amigos y mirando a todos los demás, que le sonreían. Luego se dirigió al elfo.
—¿Cómo estás, Dobby?
—¡Estupendamente, señorita! —respondió el elfo, muy feliz—. Los alumnos han
prometido que no tendremos que limpiar más la sala común de Gryffindor, señorita,
aunque a Dobby no le molesta nada limpiar la sala común de Gryffindor. ¡Y nos han
conseguido mucha ropa! ¡A Dobby siempre le ha parecido que los amigos de Harry
Potter son casi tan grandiosos como él!
Ron se ruborizó, pero parecía muy orgulloso.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Hermione a Ron.
—Bueno, digamos que tras la charla de Dobby, dije que, como prefecto, aquí se
iba a hacer limpieza por parte de los alumnos y... los fui convenciendo —terminó, en
tono misterioso.
—Nos amenazó con mandarnos copiar la frase «Plataforma Élfica de Defensa de
los Derechos Obreros» hasta que la idea se quedara fijada en nuestra cabeza —contó
Katie Bell con una sonrisa.
—Sin olvidar que prometió a muchos dejarles volar en su Saeta de Fuego y en la
de Harry cuando ellos no las necesitaran —añadió Ginny.
—¿Hiciste eso? —preguntó Hermione, sorprendida.
—Bueno, sí... —reconoció Ron—. Ya ves. Pero merece la pena, sólo por verte
contenta otra vez. Y no tendrás que hacer más visitas sola a las cocinas, porque
nosotros te acompañaremos.
—Ron, no sé qué decir...
—Sólo que me perdonas.
—No hay nada que perdonar...
—Sí, sí lo hay —replicó Ron—. Desde que volvimos de Navidad me he portado
como un estúpido —dijo, mirando de reojo a Ginny, que sonrió—, y no quiero que sea
así. Quiero que estés feliz, como el día del baile...
Ron ya se había puesto rojo, pero miraba a Hermione fijamente. Ella volvió a
abrazarlo con fuerza.
—Mejor os dejamos solos, ¿no? —dijo Ginny, haciendo ademán de apartarse—,
aunque aquí, en la sala común... —comentó, observando como todo el mundo miraba
a su hermano y a Hermione.
—No importa —dijo Ron, separándose de ella. Se dirigió a todos los demás—:
¡Bueno, muchas gracias a todos los que han colaborado! ¡No os olvidéis de hablar a
todo el mundo de esto! ¿De acuerdo? —Tras el agradecimiento se dirigió a sus
amigos, en voz más baja—. ¿Nos sentamos?
Hermione asintió.
—Bueno, Dobby ahora debe irse —dijo el elfo, cogiendo toda la ropa que había
reunido—. ¡Muchas gracias, señores y señoritas! —Hizo un chasquido, y desapareció.
—¿Cómo has conseguido el cuaderno, el manifiesto y la hucha si lo tenía todo en
mi habitación? —preguntó Hermione con curiosidad.
—Con el encantamiento convocador, por supuesto —respondió Ron con una
sonrisa—. Y bueno, dejemos ahora esto... Tú y yo teníamos una partida de ajedrez
pendiente, ¿verdad?
Hermione sonrió aún más.
—Sí —respondió, contenta. Ron se levantó, cogió el juego y se dispusieron a jugar
—. ¿No te quitas la insignia ahora?
—Claro que no. La vamos a llevar siempre puesta.
—¿Aunque la gente se ría de ti? —preguntó Hermione.
—Aunque se rían de nosotros —respondió Harry—. Nunca le hemos dado
importancia a las cosas que te importan a ti, Hermione... lo sentimos mucho, de
verdad.
—No pasa nada —dijo ella—. De verdad me habéis hecho feliz hoy...
—Y aún no está todo, ¿verdad, Ron? —dijo Ginny, con una sonrisa.
—Sí, bueno... es posible —respondió Ron, evadiendo el tema—. Mueves tú,
Hermione.
—¿Qué más hay? —preguntó Hermione, mirándolos.
—Nada. Sólo que después me gustaría hablar contigo...
—Ah, vale —dijo Hermione.
Ron y Hermione estuvieron jugando un rato, mientras Ginny y Harry conversaban,
ambos contentos de que al fin se hubiese arreglado todo.
—Bueno, ¿de qué querías hablar? —preguntó Hermione, después de haber
recibido el esperado jaque mate de Ron .
—Bueno... es que...
—Será mejor que lo dejéis para después de cenar —dijo Harry, viendo como se
abría el cuadro para dejar paso a la profesora McGonagall, que venía a buscarlos para
la cena.
—No —dijo Ron con seguridad—. Hablaremos ahora, que no hay nadie.
—¿Ahora? —preguntó Hermione extrañada—. Pero si es hora de cenar y...
—Dobby nos subirá comida —replicó Ron—. Ya se lo dije antes.
—Ah... —doltó Hermione, cada vez mas sorprendida—. Está bien, entonces...
—Bueno, nosotros sí vamos —dijo Ginny, levantándose—. ¡Hasta luego!
Harry también se despidió y le dio unas palmadas de apoyo a su amigo. Hermione
los miraba a todos sin comprender nada.
—¿Qué crees que sucederá? —le preguntó Ginny a Harry un rato después,
mientras comenzaban a cenar.
—Bueno... —comenzó Harry, con la misma sonrisa que había puesto en el baile de
Navidad— Creo que es obvio, ¿verdad?
—¿Tú crees? —preguntó Ginny, con una risita.
—Por supuesto, no había más que verle la cara antes a Hermione...
—Sí, supongo que sí...
Cuando la cena terminó, la profesora McGonagall volvió a acompañarlos a la torre
de Gryffindor. A Harry no se le escapó como la gente se fijaba en su insignia y en la de
Ginny (sin contar las de Neville, Dean, Seamus, Parvati o Lavender), pero no le
importó. Empezaba realmente a creer en el PEDDO, y, al fin y al cabo, era el primero
que había intervenido para liberar a un elfo doméstico... Tal vez Ron fuese mejor
presidente que Hermione.
—¿Dónde se han metido el señor Weasley y la señorita Granger? —preguntó la
profesora mientras subían la escalinata—. Deberían estar aquí, son prefectos.
—Es que Hermione no se encontraba del todo bien, profesora —mintió Ginny—. Y
Ron se ha quedado con ella.
—Ah... comprendo —contestó la profesora McGonagall.
En cuanto llegaron al retrato de la Dama Gorda, Harry y Ginny fueron los primeros
en entrar a la sala común. Ron y Hermione estaban allí, muy juntos, comiendo lo que
Dobby les había traído y riéndose los dos, muy contentos.
—¡Hola! —saludó Hermione con alegría, cuando los vio entrar.
—Hola —dijeron Harry y Ginny, con una sonrisa—. ¿Qué tal?
—Pues muy bien, comiendo, ya ves... —dijo Ron, encogiéndose de hombros y
sonriendo mucho.
—Sí, ya veo —dijo Harry, mirando a su amigo fijamente.
—Bueno, y ¿de qué habéis hablado? —preguntó Ginny.
—Esto... nada importante —contestó Hermione, mientras ella y Ron se ponían
completamente rojos.
—Ya... —dijo Ginny, pero no preguntó nada más.
Ginny y Harry les ayudaron a limpiar todo lo que habían manchado y luego se
quedaron charlando. Parvati y Lavender se les acercaron para intentar sacarles algo,
pero sin conseguirlo, aunque, por la forma en que miraban a Hermione, Harry dedujo
que no se escaparía de un interrogatorio firme en cuanto subieran a su habitación.
Más o menos a las once, volvieron a quedarse los cuatro solos, y un rato después
también Hermione anunció que se iba a la cama.
—Estoy bastante cansada —dijo—. Y mañana tengo mucho trabajo ¡Apenas he
hecho algo hoy!
—Al menos tú y Harry habéis hecho lo de herbología, porque yo ni eso —le
recordó Ron.
—Bueno, no te preocupes, te lo dejaremos mirar un poquito... —ofreció Hermione,
con una sonrisa—. Bueno, me voy a acostar...
Pero no se movió, sino que se quedó allí, como si no supiera hacia dónde ir, hasta
que Ron se levantó.
—Esto... hasta mañana —dijo Ron, poniéndose de nuevo más rojo que su pelo.
—Hasta mañana... —repitió Hermione, poniéndose también colorada.
Entonces, Ron se le acercó, con cierta timidez, y le dio un suave y pequeño beso
en la boca.
—Que descanses... —dijo él, separándose.
Hermione le sonrió, y, sin mirar a Harry ni a Ginny, que los observaban ligeramente
sorprendidos, se fue a su cuarto.
—¡Felicidades, Ron! —exclamó Ginny con alegría, abrazando a su hermano.
—Gracias, Ginny... —musitó Ron, un tanto azorado.
—Tengo mucho sueño y mañana me espera un día duro, pero ya me contarás,
¿eh?. ¡Hasta mañana!
—Hasta mañana —dijeron a la vez Harry y Ron, quedándose solos en la sala
común.
—Bueno, ¿me vas a contar lo que ha pasado o no? —preguntó Harry.
—Bueno, ya has visto... —murmuró Ron, intentando evadirse.
—Ron... soy tu mejor amigo y también el de Hermione, ¿no?
—Esto, sí... Vale, ya te cuento —aceptó Ron, poniéndose un poco nervioso—.
Verás, en cuanto todos salisteis nos sentamos aquí, donde estábamos ahora —
comenzó Ron—, y bueno, me puse algo nervioso y no sabía cómo empezar, así que
estuvimos hablando un poco del PEDDO... pero eso incluso fue peor, porque me
miraba de una forma rara que me puso aún más nervioso. —Hizo una pausa—.
Bueno, luego llegó Dobby con la comida, le di las gracias y volvió a marcharse,
preparamos la mesa y empezamos a cenar. Entonces ella me preguntó que de qué
quería hablarle, y bueno, yo le dije que quería contarle algo.
—Muy bien —dijo Harry con una sonrisa—. Continúa.
—Ella me preguntó qué era, y yo le dije: «¿Recuerdas nuestra conversación en
Hogsmeade, antes de que llegaran los dementores?». Ella asintió. Yo le dije de nuevo
que lo sentía, que no debería haber intentado ir con la chica más guapa, que ni
siquiera debía haber pensado en ello, teniendo en cuenta que no me gustaba nadie y
que ella no tenía pareja...
—Ya. ¿Y?
Ron sonrió, con la mirada perdida en el suelo.
—Me dijo que se había enfadado mucho porque la había hecho sentir mal, porque
ella pensaba, teniendo en cuenta que a mí no me gustaba nadie y que ella era mi
mejor amiga, que yo se lo pediría, y que al decirle eso, se había sentido ofendida.
¡Harry, ella creyó que yo pensaba que no era lo suficientemente guapa como para que
yo quisiera ir con ella, sin importar que fuésemos amigos!
—¿Y no lo pensabas? —inquirió Harry.
—¡No! Bueno... no sé... Es que... ella siempre está ahí, ¿sabes? No sé, me resultó
raro pensar en Hermione, en nuestra amiga Hermione, como... como una chica para
llevar a un baile, no sé... ¿a ti no te resultaría raro?
—Hombre, un poco sí... —respondió Harry, pensativamente—. Y bueno, ¿qué
más?
—Le dije que no era cierto, que ella sí me parecía guapa, que en el baile estaba
genial, y... bueno, que entonces me había dado cuenta, pero no quería admitirlo. Ella
me miró, un poco roja, y me preguntó que qué no quería admitir...
Ron se quedó callado, con la vista de nuevo perdida en la alfombra.
—¿Y qué le dijiste? —quiso saber Harry.
—Le... le dije que ella me gustaba, que al principio no quería creerlo, quería
negarlo, no podía ser, era mi amiga, pero cada vez que ella mencionaba a Krum... y
luego, todo el verano que pasamos en Grimmauld Place me había valido para darme
cuenta de que no podía evitarlo: me gustaba y mucho, quizá desde hacía bastante
tiempo ya.
—¿Qué te respondió ella?
—Simplemente me miró de forma extraña. Yo me asusté un poco, creyendo que
tal vez me gritaría o algo así, ya sabes cómo es a veces Hermione...
—Pero no te gritó.
—No. Me... me besó —dijo Ron, bajando la voz al mismo tiempo que sus orejas
enrojecían.
—¿Cómo?
—Que me besó... fue un beso pequeño, pero... no sé... yo...
Harry se rió.
—¿Qué pasa?
—Que seguro que fue mucho mejor que mi beso con Cho...
—Bueno, no sé... eso sí, Hermione no lloraba.
—Me imagino que no —dijo Harry—. ¿Y qué más?
—¿Más? Bueno... ella me dijo que yo también... que yo también le gustaba desde
hacía tiempo, que también la ponía celosa que yo mirara a Fleur, y que había
esperado bastante tiempo a que yo me diese cuenta...
—Ya —dijo Harry. Ahora que oía esas explicaciones, muchas de las cosas que
había visto, pequeños detalles que casi había ignorado, se juntaban y empezaban a
encajar—. Y bueno, ¿ahora qué?
—¿Como que «ahora qué»? ¿Ahora qué qué?
—Que qué vais a hacer, ahora, si vais a... bueno... estar juntos —las dos últimas
palabras resonaron en su cabeza de forma extraña.
—Eh, pues sí... ¿no? Ella me gusta, yo le gusto... pues ya está. De todas formas,
estamos casi todo el día juntos ya.
Harry sonrió.
—Bueno, pues entonces felicidades, Ron —dijo finalmente, contento por sus dos
amigos. Se levantó y le estrechó la mano, pero Ron, impulsivamente, le abrazó.
—Gracias, Harry... —Luego Ron se separó de él y añadió—: pero esto no va a
cambiar nada entre nosotros ¿vale?
—Bueno, yo espero que sí —replicó Harry, sonriendo—. Supongo que ahora
dejaréis de discutir por tonterías...
—Sí, bueno, eso sí... —afirmó Ron—. Pero yo me refería a que los tres
seguiremos siendo amigos, ¿sabes? Como antes. Que ella sea mi... bueno, que
estemos juntos nunca cambiará eso.
—Ya lo sé. No hace falta que te expliques. —Ron no contestó nada, sólo sonrió—.
Me alegro de que por fin te hayas decidido a decírselo...
Ron se quedó un momento callado y miró a Harry con expresión grave. Harry
volvía a ver en los ojos de su amigo aquel cambio que había notado en Grimmauld
Place, pero más marcado, más maduro.
—He tardado demasiado —dijo Ron—. ¿Sabes?, me engañaba a mí mismo
diciéndome que ella no me gustaba... ¿Cómo podía gustarme mi mejor amiga?, pero,
cuando tras volver del Departamento de Misterios en junio, la señora Pomfrey me curó
del maleficio que me habían echado, y ver a Hermione, que seguía inconsciente, casi
muerta... no te imaginas lo que pensé, lo que sufrí... ¿Y si ella hubiera muerto? Pero
luego se recuperó, y decidí dejarlo pasar, al fin y al cabo, no creía que yo pudiese
gustarle, aunque seamos amigos, siempre nos estamos peleando, ya sabes... así que
lo dejé pasar... Hasta el día del ataque en Hogsmeade. ¡Estuve a punto de perderla
otra vez!
—Pero la salvaste.
—Sí, la salvé, pero... ¿Y si no lo hubiera conseguido? Pensé luego en decírselo en
el baile... —recordó Ron—, pero no sé por qué no lo hice, no me salían las palabras
y... bueno, ahora sé que hace tiempo que se lo tenía que haber dicho.
Harry le sonrió a su amigo y le dio una palmada en la espalda.
—Bueno, ahora ya está, ¿no? Todo solucionado —dijo, sonriéndole—. Y será
mejor que nos vayamos a la cama, es tarde y hoy ha sido un día muy largo.
—Sí, será lo mejor.
Ambos subieron por las escaleras hacia su dormitorio, y se metieron en la cama.
Harry no se durmió enseguida, sino que se quedó un rato pensando. Sus dos
mejores amigos estaban juntos. Él se alegraba por ellos, claro que sí. Sabía desde
hacía mucho que a Ron le gustaba Hermione, y sospechaba que también a ella le
gustaba Ron. Sin embargo, no pudo evitar un pequeño sentimiento de inquietud. ¿De
verdad nada iba a cambiar, como Ron le había dicho? Era obvio que las cosas no
podían ser exactamente iguales que antes, claro, pero ¿cuánto iban a cambiar? ¿Se
sentiría él sobrar cuando estuviesen los tres juntos? Intentó convencerse de que no.
En el fondo, sabía que no. Eran sus mejores amigos, nunca le dejarían solo. Nunca. O
eso esperaba, porque con todo lo que estaba pasando, sin ellos no lo soportaría. No
podría.
Se dio la vuelta y miró hacia Ron, que, por el acompasado sonido de su
respiración, parecía ya dormido. Sonrió. No, ellos nunca le dejarían solo. Se tapó
hasta la barbilla y cerró los ojos. Cinco minutos después, ya estaba dormido.
26
Snape, en Peligro
—Buenos días —les dijo Hermione a Harry y a Ron, cuando bajaron a la sala
común al día siguiente por la mañana—. ¡Vamos a desayunar pronto, o llegaremos
tarde a Defensa Contra las Artes Oscuras!
—Sí, sí, ya vamos... —respondió Ron, bostezando.
Él y Harry cogieron sus mochilas, cuando bajaron Parvati y Lavender, que le
sonrieron a Ron con picardía, antes de salir por el agujero del retrato.
—¿Qué les pasa a éstas? —preguntó Ron, sorprendido.
—Nada, no les hagas caso —dijo Hermione, poniéndose algo colorada.
Bajaron al Gran Comedor, que ya estaba medio lleno, y se sentaron un poco
aparte de los demás. Hermione y Ron no paraban de lanzarse miradas fugaces que
terminaban en sonrisas tímidas. A Harry le hacía un poco de gracia ver a sus amigos
así, aunque por otra parte se le hacía muy raro. Por los cuchicheos y risitas de Parvati
y Lavender, supo que no era el único al que le hacía gracia. Hermione miraba
continuamente a sus compañeras de cuarto, con una expresión entre divertida y
exasperada.
—¿Se lo has contado, no? —le preguntó Ron más tarde, mientras se dirigían a la
clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Sí, se lo dije —respondió Hermione tranquilamente—. ¿Por qué no iba a
hacerlo? No tengo nada de lo que avergonzarme. ¿O sí? —dijo, mirando a Ron y
sonriendo.
—¡Claro que no! —aseguró Ron, tajante.
Al llegar a clase, se sentaron los tres en su sitio habitual, hasta que llegó
Dumbledore, cuya mirada se dirigió rápidamente hacia las insignias que toda la clase
lucía en sus túnicas.
—Bonitas insignias —dijo, sonriendo.
—Gracias, profesor —dijo Harry.
—Tal vez, más tarde, podríais darme una a mí.
—Eh... claro que sí —dijo Hermione, sorprendida pero muy ilusionada con la idea
de que Dumbledore perteneciera al PEDDO.
Más tarde, después de Transformaciones, salieron a los terrenos para ir a la clase
de Cuidado de Criaturas Mágicas. En cuanto salieron del castillo, Ron, tras un
momento de vacilación, agarró la mano de Hermione. Ella le miró, sorprendida, y
sonrió.
Se cruzaron con varios de Slytherin, que les lanzaban miradas de interés, aunque
Harry no sabría decir si se debían a que Ron y Hermione fuesen cogidos de la mano, a
que los tres llevasen una insignia que ponía «P.E.D.D.O.», o a las dos cosas.
—¡Vaya, vaya! —dijo la arrastrada voz de Draco Malfoy a sus espaldas—. ¡Qué
ven mis ojos! ¡Granger y Weasley! ¡El pobretón y la sangre sucia! Desde luego, es
bastante cierto eso de que la mierda atrae a las moscas...
Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson se rieron como bobos.
—¿Qué has dicho, Malfoy? —gritó Ron, encarándose con él y agarrando su varita.
—Vaya... no le gusta que insulte a su novia, ¿eh, Weasley? ¿Qué eres tú, la
mierda, o las moscas?
—Te lo advierto, Malfoy, una palabra más y...
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hagrid, que se había acercado al castillo para
buscarlos, aunque un poco tarde.
—Eh... nada —respondió Malfoy, alejándose con sus amigos.
Hagrid miró hacia Malfoy con el ceño fruncido, y luego observó a los tres amigos.
—Bueno, veo que ya sois otra vez amigos —comentó Hagrid, mirando hacia Ron y
Hermione—. ¿Ya habéis hecho las paces?
—Ya lo creo, y no sabes cómo... —dijo Harry, casi riéndose, mientras Hermione le
daba un pisotón y Ron le lanzaba una mirada fulminante.
Hagrid los miró un momento, sin entender, y luego se volvió.
—Pues mucho mejor así. Vamos, seguidme.
Los tres siguieron a Hagrid, mientras Harry hacía esfuerzos por contener la risa... y
los gritos de dolor por su pie.
Por la tarde, decidieron ir a hacerle una vista a Hagrid, ya que no tenían clase.
Ginny les preguntó si podía ir con ellos, y Harry le pidió por favor que lo hiciera.
—Sí, mejor vente, porque éstos irán cogidos de la mano y yo iré mirando a las
nubes.
Ron y Hermione se ruborizaron ligeramente, pero no dijeron nada.
Así pues, a las tres y media salieron del castillo. Hermione y Ron, como Harry
había dicho, iban cogidos de la mano.
—Parece que se acerca la primavera, ¿eh? —sijo Draco Malfoy con sorna, que se
dirigía al castillo, seguido de sus eternos guardaespaldas—. Primero el pobretón y la
sangre sucia, y ahora también la pobretona y el cabeza rajada.
Crabbe y Goyle, como siempre, soltaron una risotada estúpida.
—¿Te vuelves más imbécil por momentos? —preguntó Harry, que ya estaba harto
de encontrarse con Malfoy—. Creo haberte dicho ya que no aguantaría más
estupideces por tu parte. —Echó mano a la varita—. Si vuelves a decir otra palabra...
—Sí, mejor vámonos —dijo Malfoy con malicia—. Parece ser que ha llegado el
tiempo de celo en la familia Weasley, y no querríamos...
—¡Serás...! —gritó Ron, sacando su varita y apuntándole a Malfoy.
Le iba a lanzar un hechizo cuando Hermione lo contuvo.
—Tranquilízate, Ron. No le hagas caso. Lo que le pasa es que tiene envidia,
porque ni esa estúpida de Parkinson se fija en él.
Malfoy enrojeció de ira ante el comentario de Hermione.
—¿Cómo te atreves, asquerosa sang...?
—¡Silencius! —gritó Harry, y Malfoy siguió moviendo la boca, pero sin hablar—.
Vámonos antes de que me arrepienta de dejarlo sólo con esto...
—¿Cuántas veces le hemos echado ya a Malfoy un encantamiento silenciador este
curso? —le preguntó Ron, mientras se alejaban del castillo, donde Crabbe y Goyle
intentaban deshacer el hechizo de Harry.
—Esta es la tercera —declaró Harry.
Ginny y Hermione se rieron.
Llamaron a la cabaña de Hagrid, quien los invitó a pasar. Estaba solo.
—¡Hola chicos! —saludó, contento de verlos—. Pasad adentro. ¿Os apetece un té,
verdad?
—Sí, claro —dijo Ginny—. Hay que celebrarlo.
—¿Celebrar el qué?
—Que Ron y Hermione ya son pareja y...
—¡¡Ginny!! —exclamaron los dos a la vez.
—¿Es eso cierto? —preguntó Hagrid, mirando hacia los dos y sonriendo
abiertamente.
—Bueno... sí —admitió Hermione, poniéndose muy colorada.
—¡Me alegro de escuchar una buena noticia, en medio de tantas desgracias! —dijo
Hagrid muy contento—. Si lo hubiera sabido, habría preparado un pastel o una tarta.
Harry, Ron y Hermione se miraron, aliviados. Menos mal que no lo había sabido,
entonces.
Estuvieron en la cabaña de Hagrid hasta las cuatro y media, cuando salieron para
dirigirse de nuevo al castillo.
—Esto... Harry, Ginny… —comenzó a decir Hermione, un poco nerviosa y con las
mejillas sonrosadas— ¿os importa si Ron y yo damos un pequeño paseo por el lago?
—No —respondieron ambos.
—¿Un paseo? —preguntó Ron, mirándola detenidamente—. ¿Tú... y yo? ¿Solos?
—Pues claro, tonto... bueno, sólo si quieres, claro... —dijo Hermione,
ruborizándose algo más.
—Sí, vale —respondió Ron, mientras sus orejas enrojecían.
—Subimos en veinte minutos —dijo Hermione—. Tenemos que empezar a hacer
los deberes, tenemos un montón de trabajo para este fin de semana.
—¡Hermione, no me hables de deberes o me pondré histérica! —chilló Ginny.
—Vale, vale... bueno, hasta luego —se despidió Hermione, mientras se alejaba
hacia el lago, acompañada por Ron.
Harry y Ginny volvieron a la sala común. Ginny se puso a trabajar con hechizos
desvanecedores, que aún no lograba dominar del todo bien. Harry decidió ponerse a
hacer sus deberes también, y se acercó a la mesa de Ginny.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó.
—Claro —contestó Ginny.
Harry se puso a hacer sus deberes de Transformaciones, y de vez en cuando le
echaba un cable a Ginny con el hechizo desvanecedor. Ron y Hermione entraron por
el agujero del retrato a las cinco y media.
—¿Veinte minutos? —preguntó Ginny, mirándolos.
—¿Querías alguna cosa? —soltó Ron.
—No...
—¿Entonces qué mas te da? —espetó Ron, poniéndose colorado.
—Bueno, venga, vamos a trabajar. Empezaremos por lo de Transformaciones, ya
que Harry está con ello... —dijo Hermione inmediatamente.
Se pasaron toda la tarde, hasta la hora de la cena, haciendo deberes.
Estaba en otro lugar, en una habitación que ya había visto con anterioridad. Un
hombre estaba que le resultaba familiar estaba agachado enfrente de él, vestido con
una túnica y una capucha, y parecía asustado.
—¿Cómo te has atrevido a hacerlo, sucio traidor? —decía Harry, con una voz fría y
cruel—. ¿Cómo has podido pensar siquiera por un instante que no te descubriría?
—Señor... señor... —murmuraba el hombre encogido, sin mostrar la cara, que
mantenía oculta bajo una capucha.
—¡No pongas excusas! Has traicionado a Lord Voldemort, Severus. Y eso tiene un
precio… un precio muy alto.
Snape levantó la cabeza y miró hacia él. El miedo estaba dibujado en su rostro. Un
miedo como nunca había visto en aquella cara. Se regocijó al notarlo, a pesar de lo
increíblemente furioso que estaba. De hecho, hacía muchísimo tiempo que no estaba
tan furioso. El que creía que era su espía en Hogwarts, era un traidor...
—Debí haberte matado la noche en que volviste, alegando no poder haber venido
a mí antes, debido a Dumbledore. Sin embargo, nunca confié del todo en ti, Severus.
He tomado mis precauciones, y ahora veo que hice bien. ¿Sabes cuál es el castigo a
los traidores, Snape?
—Señor... de verdad... no entiendo... —balbuceó Snape.
—¿No entiendes? Creo que esta misiva que recibí hace una semana de mi otro
agente, un agente en el que confío mucho más que en ti, está muy clara, ¿no crees?
—preguntó Harry, que era, como notó enseguida, Voldemort—. Bueno, volvamos a
donde estábamos... ¿Conoces el castigo, Severus?
—Señor...
—¡¿Lo conoces?! —empezaba a perder la paciencia.
—Sí...
—Bien. Entonces prepárate.
Levantó la varita y gritó «¡Crucio!». Snape se retorcía en el suelo, debido a los
horribles dolores que sentía. La tortura duró al menos dos minutos. La cicatriz le dolía
con mucha fuerza.
—¿Duele, verdad? Sí, sé que duele... pero no te preocupes, esto no es nada, aún
queda mucho dolor por delante, te lo aseguro...
Otros mortífagos se movieron, quedando a la vista de Harry. Eran Macnair, Jugson
y Avery. Se reían al ver a Snape, que gemía. Harry jamás se habría imaginado ver así
a su profesor de Pociones.
—¿Otra pequeña ración, Severus? —siseó, volviendo a lanzar la maldición contra
Snape, que de nuevo se retorció en el suelo, gritando. Después de un rato, volvió a
detenerse. Los gritos de Snape cesaron y se convirtieron en gemidos de dolor.
—¿Cómo has podido pensar que no te descubriría? —dijo Voldemort,
tranquilamente, con ira contenida—. ¿Te crees más listo que el Señor Tenebroso? Tal
vez pensabas que Dumbledore te protegería... ¿Dónde está ahora Dumbledore?
Llámalo, a ver si viene... —Voldemort se rió, y los mortífagos también lo hicieron.
De pronto, Snape dejó de gemir y se encogió. Antes de que nadie tuviera
tiempo de hacer nada, sacó la varita y lanzó un hechizo aturdidor contra Voldemort.
Esto le cogió de sorpresa, pero con un gesto de la varita el hechizo se desvió y golpeó
en una de las paredes. Sin embargo, eso le había dado tiempo a Snape, que miró a
Voldemort con miedo por última vez, y, con esfuerzo, desapareció.
—¡¡NO!! —gritó Voldemort, lleno de ira; la cicatriz le estaba quemando
enormemente—. ¡¡Id a por él!! —les gritó a los mortífagos—. ¡¡Traedlo de vuelta, vivo
o muerto!!
—Señor... amo —murmuró Avery, temblando—. ¿Cómo sabremos dónde...?
—¿Eres estúpido? —escupió Harry—. ¡Ha ido a Hogwarts! ¡Buscadle fuera de los
terrenos, donde pueda aparecerse! ¡YA!
—Sí, amo —asintieron los tres mortífagos, y desaparecieron.
Harry soltó un rugido de furia y decepción, y la cicatriz pareció partírsele en dos.
Sin Hermione
Cuando al día siguiente por la mañana Harry se despertó, no recordó qué hacía en
la enfermería, hasta que, al volver la mirada, vio a Ron, en la misma posición que la
noche anterior, agarrando la mano inerte de Hermione. Entonces los recuerdos de lo
sucedido volvieron de golpe a su mente. Se incorporó y se acercó a su amigo, cuyo
rostro parecía demacrado por el cansancio y la falta de sueño.
—Ron...
—Hola, Harry —lo saludó su amigo, con la voz débil—. Al fin has despertado...
—Ron, ¿no has dormido nada?
—No tengo sueño.
—Tienes que descansar, Ron...
—No.
Harry no insistió. Miró hacia la camilla donde habían dejado a Snape la noche
anterior. Estaba vacía.
—¿Y Snape?
—Se fue hace una hora —dijo Ron—. Habló con la señora Pomfrey, nos miró un
rato y se fue.
Harry se acercó a Hermione. Seguía exactamente igual. ¿Y si no despertaba? ¿Y
si ya estaba muerta? ¿Cómo lo sabían? Intentó apartar esos pensamientos, pero no
pudo. Su mente se empeñaba en jugarle malas pasadas. Se acercó al despacho de la
señora Pomfrey.
—Perdone...
—¡Oh, señor Potter! Veo que ha despertado. Espero que haya descansado algo.
—Esto... sí, un poco...
—Debería intentar hacer dormir a su amigo —le dijo, mirando a Ron con
preocupación.
—Ya lo he intentado, pero no quiere... —Calló un momento, reuniendo fuerzas
para hacer la pregunta que quería hacer—. Señora Pomfrey... ¿cómo sabe que ella
no... que no está muerta?
—Bueno, eso es muy difícil, pero una sanadora preparada, como yo, sabe
distinguir la muerte real de la aparente.
—¿Lo sabe ahora mismo?
—No, claro que no. Eso requiere un examen como el que hice anoche —respondió
—. Por eso le puse aquella vela.
Señaló una vela que había encima de la mesilla, en la que Harry no se había
fijado.
—¿Qué es?
—Es una vela especial, la Vela de la Vida. Su llama arde con un complejo
encantamiento y con una gota de la sangre de tu amiga. Debe estar cerca de ella.
Mientras la vela no se apague, querrá decir que la señorita Granger sigue con vida.
Harry le dio las gracias a la señora Pomfrey y volvió junto a Ron. Un rato después,
la enfermera les ofreció comida, pero ninguno de los dos probó bocado.
Serían las nueve de la mañana cuando la puerta de la enfermería se abrió, y por
ella entró Dumbledore, seguido de Ginny, que estaba pálida, y de Neville, muy
asustado.
—Hermione... —musitó Ginny al verla. Se le acercó lentamente y la contempló.
Empezó a llorar silenciosamente. Luego se acercó a su hermano y le dio un abrazo. Él
se lo devolvió.
—¿Cómo estás, Harry? —le preguntó Ginny en cuanto se soltó de Ron, dándole
también un abrazo.
—Muy mal —respondió, con sinceridad—. Jamás me he sentido peor... bueno —
dijo, pensándolo mejor—, quizás ayer por la noche, cuando creímos que estaba
muerta...
—Se recuperará —aseguró Ginny—. Es la chica más valiente y más fuerte que
conozco. Volverá.
Ron miró lentamente a su hermana, y, por primera vez desde que Harry había
bajado del dormitorio la noche anterior, sonrió.
Neville también se acercó a ellos, dándoles apoyo. También las lágrimas caían por
sus mejillas. Tímidamente, tocó una de las manos de Hermione, apartándose
rápidamente al notar los frías que estaban.
—Deberíais ir a la sala común y descansar algo más, Harry —dijo Dumbledore—.
Aquí no podéis hacer nada. —Dumbledore tomó aire, como si quisiera coger fuerzas
para lo que tenía que decir, y añadió—: Esta tarde tendréis que venir a mi despacho.
Sé que es duro, pero es necesario que nos contéis cómo supisteis lo que pasaba, y
qué sucedió con los mortífagos.
Harry no respondió. No le apetecía en absoluto hablar de lo que había sucedido,
pero sabía que era inevitable, y tampoco tenía fuerzas para discutir.
—¿Cuánta gente sabe lo que ha pasado? —preguntó Harry.
—Sólo los que estamos aquí y los profesores —contestó Dumbledore—. Por
supuesto, vuestra ausencia de la torre de Gryffindor resulta muy sospechosa entre
vuestros compañeros, así que ellos pronto se enterarán, como todo el castillo. Bueno,
nos vemos a la hora de la comida, espero —se despidió Dumbledore.
—Ron —dijo Harry, en cuanto Dumbledore hubo salido—. Vayamos un rato a
descansar a la sala común.
—No. No quiero que esté sola.
—Yo me quedaré con ella —se ofreció Ginny—. Yo la cuidaré.
Ron dudó un momento, mirando a su hermana y a Hermione, alternativamente.
—Está bien —aceptó finalmente, levantándose y siguiendo a Harry y a Neville.
Harry agradeció no encontrarse a nadie de camino a la torre de Gryffindor. No
estaba preparado para responder a preguntas. Cuando entraron por el agujero de
retrato, tal como temía, todo el mundo se acercó para preguntar, pero Neville los atajó.
—Por favor, ahora no... yo os contestaré lo que sepa, pero no les hagáis preguntas
todavía.
Harry sintió un profundo agradecimiento hacia Neville por el gesto. Él y Ron
subieron a su habitación y se tumbaron en las camas, sin decir nada, donde estuvieron
hasta la hora de comer. Ron, finalmente, se durmió, pero Harry fue incapaz. Cuando
llegó la hora de la comida, se acercó para despertar a su amigo.
—Ron... tenemos que ir a comer.
—No quiero, Harry —dijo Ron—. Por favor, tráeme algo, o quédate y se lo decimos
a Neville, pero no quiero bajar.
—Está bien —dijo Harry, suspirando—. Te traeré algo de comida.
—Gracias... y Harry...
—¿Qué?
—Díselo a Krum. Tiene derecho a ir a verla, si quiere. Hoy se van, y si Hermione
no... bueno, supongo que querrá despedirse.
Harry se quedó sorprendido por aquello. Además, era la primera vez que aceptaba
que quizás Hermione no volviera a despertar desde que Dumbledore les había
explicado lo que le sucedía.
—Está bien —respondió Harry, saliendo y cerrando la puerta.
Cuando bajó a la sala común, todo el mundo lo miraba. En las caras de todos se
veían la tristeza y la compasión. Parvati y Lavender tenían cara de haber llorado.
Nunca se habían llevado tan bien con Hermione como ese año.
—¿Queréis saber qué ha pasado? —preguntó Harry, dirigiéndose a todos. Nadie
respondió, pero sus caras decían «sí».
Así que se lo contó, aunque omitiendo el sueño y el motivo por el que habían ido al
bosque, y también el ataque de las arañas a los mortífagos.
—... y no preguntéis por lo que falta, porque no voy a contarlo... y quizás tampoco
querríais saberlo —agregó, pensando en la muerte de Avery y Jugson.
Todo el mundo estaba horrorizado. Sin embargo, por la forma en que le miraban,
era obvio que creían que eran héroes o algo así, aunque Harry nunca había sentido
menos ganas de ser un héroe que ese día.
Mientras se dirigían hacia el Gran Comedor, un rato después, su cabeza daba
vueltas en torno a la guerra con Voldemort. Él había estado seguro, al conocer la
existencia de la Orden del Fénix, de que quería luchar, pero ya no estaba tan
convencido. Después de lo ocurrido en junio... después de lo de esa noche... Nunca
había considerado tan en serio la posibilidad de que, antes de que todo terminara,
pudiera perder a gran parte de sus seres queridos, y la idea lo espantaba.
Durante la comida no habló apenas, y nadie trató de forzarlo. Si alguien se le
acercaba para hablar con él, sus compañeros le convencían de que no lo hiciera.
Antes de que terminara la comida, el rumor de lo que había sucedido la noche anterior
se había filtrado por todo el colegio. Lo supo por la forma en que las miradas de todos
se volvían hacia él, por la forma en que lo observaban y cuchicheaban.
A Harry no le importaba. Miró hacia la mesa de los profesores, donde estaba
Snape, que, aunque parecía pálido, tenía buen aspecto. Eso sí, apenas comía, y no
levantaba la vista de su plato. Luego se fijó en Krum, cuya mirada buscaba a
Hermione en la mesa de Gryffindor. Dado que Ron tampoco estaba, Harry supuso que
pensaba que estarían juntos. Se levantó lentamente y fue hacia él.
—Viktor...
—¿Sí, «Harrry»?
—Tienes que venir conmigo. Hay algo que debes saber.
Krum, intrigado, se levantó y siguió a Harry hasta el vestíbulo, mientras cientos de
miradas se volvían hacia ellos.
—¿Qué pasa? —preguntó Krum, una vez hubieron salido.
—Se trata de Hermione.
—¿Qué le pasa? Ya he visto que no ha bajado a «comerr». Supongo que
«estarrá...»
—No, Viktor —lo interrumpió Harry—. Ron está en nuestra habitación. Él me pidió
que te lo contara.
—¿Que me «contarras» qué? —la voz de Krum había cogido un leve matiz de
preocupación.
—Que Hermione está en la enfermería, entre la vida y la muerte... y que es posible
que... que no despierte más.
Krum se puso pálido.
—¿«Perro» qué...?
—Te lo contaré por el camino, vamos.
Cuando llegaron a la enfermería, Krum parecía aturdido ante lo que Harry le había
dicho (más o menos lo mismo que a los demás de Gryffindor). Se acercó a la cama de
Hermione y la miró con tristeza. Harry, lo primero que hizo fue mirar la vela, que
seguía encendida.
—Hola —los saludó Ginny.
—Hola Ginny... ¿por qué no bajas a comer? —le sugirió Harry—. Yo me quedaré
un rato...
—¿Y Ron?
—En la habitación... ¡Ah!, llévale algo de comer cuando subas, ¿vale?
—Vale —dijo la chica, saliendo de la enfermería.
—«Parrece» que está «muerrta» —comentó Krum.
—Nosotros así lo creímos.
—Debió de «serr horrrible...»
Harry no respondió.
—Tu amigo está muy mal, ¿«verrdad»?
Harry asintió.
Krum se quedó media hora allí, contemplando a Hermione en silencio, y luego,
acompañado de Harry, bajó al vestíbulo.
—Bueno, «Harrry», me vuelvo al «barrco». «Grracias porr perrmitirrme
despedirrme» de «Herrmione». Si no nos vemos... «Suerrte». Y cuida de tu amigo... y
de ella.
Krum le extendió la mano y Harry se la estrechó. Cuando se soltó, se quedó
mirando, durante un rato, como el búlgaro, con el aire más triste que Harry le había
visto nunca, salía del castillo con su paso desgarbado.
Volvió a la sala común. Afortunadamente, ninguno de los alumnos de otras casas
con los que se cruzó tenía trato con él, con lo que simplemente se limitaron a mirarle.
Al entrar en la torre de Gryffindor se dirigió hacia su habitación, pero Parvati y
Lavender lo abordaron.
—Harry...
—¿Podemos ir a ver a Hermione?
—Claro —dijo Harry—. Pero os advierto que es mejor que no la toquéis... no sería
agradable. Y no vayáis solas, recordad las nuevas normas, y que en Hogwarts hay
alguien peligroso.
—Está bien —dijeron ambas, y se acercaron a Neville, Dean y Seamus.
Harry subió al dormitorio y entró. Se acercó a Ron, que estaba despierto. Tenía
enfrente de él las tres fotos del baile de Navidad donde salía Hermione, y no paraba
de mirarlas.
—Ginny te traerá algo de comer —dijo Harry.
—Vale, gracias... ¿Hablaste con Krum?
—Sí.
—¿Quién está con Hermione?
—Parvati, Lavender, Seamus, Dean y Neville van allá.
—Ah... vale. Entonces dentro de un rato volveremos.
—Antes tenemos que ir al despacho de Dumbledore —le recordó Harry.
—Sí, lo había olvidado... —dijo, haciendo una mueca de disgusto— pero no quiero
recordarlo, Harry...
—Yo tampoco, Ron. Yo tampoco. Pero tenemos que ser fuertes por ella, como ella
siempre lo ha sido por nosotros, incluso cuando no le hablábamos ¿recuerdas?
Tenemos que seguir adelante, para estar aquí cuando vuelva.
—Sí —dijo Ron, convenciéndose—. Claro que sí, amigo. ¡Estaremos aquí!, Y
volveremos a ser los tres de siempre, y violaremos alguna norma del colegio,
visitaremos la cocinas y ella nos prestará sus apuntes, mientras nos regaña por no
atender en clase... —Ron sonreía vagamente, y en sus ojos había una mirada
soñadora.
Ambos se sentaron en la cama, y se pusieron a hablar y a recordar viejas
aventuras vividas junto a su amiga, e incluso se rieron. Cuando Ginny entró en la
habitación, con comida para Ron, ambos estaban algo más animados.
—Bueno, Dumbledore me ha dicho que os espera dentro de media hora en su
despacho —les informó Ginny.
—Vale —dijo Harry—. Gracias...
—¿Estáis un poco mejor?
—Sí, un poco —afirmó Ron—. Hermione pronto estará con nosotros, lo sé, y todo
será otra vez como antes.
Harry vio como Ginny sonreía para animar a su hermano, pero sus ojos decían que
no tenía tantas esperanzas como Ron en la recuperación de Hermione.
Cuando Ron terminó de comer, los dos amigos se dirigieron al despacho de
Dumbledore, tal como Ginny les había dicho. En cuanto entraron, vieron allí a
Dumbledore, la profesora McGonagall, a Snape y a Lupin.
—Pasad y sentaos, por favor —los invitó Dumbledore, al verlos entrar.
Se sentaron, sin decir nada.
—Harry, quiero que nos cuentes tu sueño —pidió Dumbledore.
Harry cogió aire, y les contó cómo se había quedado dormido muy rápidamente, y
cómo ese sueño había comenzado. Luego relató lo que había visto.
—¿Fue eso exactamente lo que pasó, Severus? —preguntó Dumbledore cuando
Harry hubo acabado.
—Sí... —respondió Snape.
—Profesor —fijo Harry mirando a Dumbledore—. ¿Cómo... cómo es posible que
viera eso? ¡Se supone que domino la oclumancia, se suponía que los únicos sueños
que vería serían aquellos proféticos, o como se llamen!
—No lo sabemos —contestó Dumbledore—. ¿Era un sueño exactamente igual a
los demás que tenías el año pasado?
—Sí... bueno, no —dijo Harry, recordando algo—. Había algo distinto.
—¿El qué?
—Cuando se lo conté a Ron y a... —Bajó la cabeza. Era doloroso recordarlo.
Dumbledore pareció entender y aguardó, paciente— bueno, pues Ron dijo que cómo
sabía que no era un engaño, como la visión de Sirius, y yo me puse a pensar... y lo
supe.
—¿Qué supiste?
—Que lo que veía era cierto.
—¿Lo supiste sin más? —preguntó Lupin.
—Sí.
—¿Cómo supisteis dónde estaba el profesor Snape? —preguntó el director.
—Voldemort les había dicho a los mortífagos que se aparecería cerca de
Hogwarts. Entonces, yo me puse a pensar dónde, y en mi cabeza se formó la idea
«está en el bosque prohibido».
—¿Así, sin más? —Dumbledore parecía asombrado.
—Sí, y supe que era cierto, que estaba allí. Cogimos el mapa del merodeador y allí
lo vimos, entrando en los terrenos del castillo, y fuimos a buscarle, mientras Neville le
avisaba a usted...
—Si Neville no hubiera bajado, habría sido Hermione quien habría ido a avisarle —
intervino Ron—. Y ahora no... ahora... —Ron volvió a sollozar.
—Tranquilícese, señor Weasley, por favor —pidió la profesora McGonagall, con la
voz entrecortada.
—¿Cómo escapasteis de los mortífagos?
—Corrimos a la guarida de Aragog.
—¿Quién es Aragog? —quiso saber Lupin.
—Una araña gigante amiga de Hagrid. Tiene una guarida en el bosque con miles
de arañas. Logramos llegar allí, y los mortífagos nos siguieron. No sabían nada de lo
que allí había.
—¿Y cómo estáis vivos? —preguntó Lupin.
—Hace poco, Hagrid le dijo a Aragog que no nos atacara si nos veían por allí —
explicó Harry—. Y anoche... les prometimos comida si nos ayudaban. Les dije que...
que podrían comerse a los mortífagos.
La profesora McGonagall se horrorizó. Snape le miró con interés y sorpresa, pero
Dumbledore no dijo nada.
—¿Qué les pasó a los mortífagos?
—Llegaron a la hondonada, sin saber lo que había. Las arañas destrozaron a
Avery y nosotros huimos. Jugson y Macnair lograron repelerlas y nos siguieron. Fue
entonces cuando... cuando atacaron a Hermione.
—¿Y luego?
—Las arañas cayeron sobre ellos al instante. La hondonada está fuera de los
límites de Hogwarts, así que Macnair pudo desaparecerse... Jugson no lo consiguió; lo
mataron.
—Dios mío... —murmuró Lupin.
—No me da pena —declaró Harry con rabia—. Él fue el que atacó a Hermione, le
estuvo bien empleado... le... —Meneó la cabeza.
Nadie dijo nada durante un rato.
—¿Entonces vuestras escobas están el bosque? —preguntó Dumbledore.
—Sí...
—Bueno, haré que Hagrid las recupere, no os preocupéis.
—No voy a volver a montarme en una escoba —afirmó Ron—. No volveré a jugar
un partido de quidditch a no ser que ella esté viéndonos.
Dumbledore miró a Ron por encima de sus gafas de media luna, con expresión
grave, sin decir nada.
—Profesor... ¿cómo he soñado eso? ¿Cómo es posible que supiera dónde iba a
aparecer él? —preguntó Harry, señalando a Snape.
—No lo sabemos, Harry —respondió Dumbledore.
—¿Cómo pudo saber el infiltrado que usted era un espía? —preguntó Harry,
mirando a Snape.
—Tampoco lo sé. El Señor Tenebroso no me...
—¡Deje de llamarlo Señor Tenebroso! —chilló Harry, y Snape dio un brinco—.
Llámele por su nombre, incluso su despreciado Neville Longbottom se atreve a
hacerlo...
Snape miró a Harry con severidad, pero Dumbledore pareció dirigirle una débil
sonrisa, antes de que su rostro recuperase la expresión grave.
—No sabemos cómo pudo averiguarlo, porque dentro de Hogwarts nunca tratamos
ninguno de estos temas con el profesor Snape para evitar... sospechas. Además, él se
reúne siempre con los mortífagos los viernes por la noche, como ayer, y Voldemort
creía que no lo sabíamos. Voldemort suponía que el profesor Snape me había pedido
protección aquí, en Hogwarts, tras su retorno, y que yo no sabía nada de su vuelta con
él.
Harry se quedó pensativo. ¿Cómo lo había averiguado el infiltrado? Fuera quien
fuese, era un diablo, un demonio. ¿Cómo hacía todas aquellas cosas? Deseaba tanto
tenerle delante, para hacerle pagar...
—Por cierto... ¿cómo sigue Warrington? —preguntó Harry, acordándose de él.
—Igual —respondió Dumbledore—. Se recuperará, pero no sabemos cuánto
tiempo le llevará. Puede que meses.
—Profesor... —dijo Ron, y Dumbledore le miró—. ¿Han hablado ya con los padres
de Hermione? ¿Se lo han dicho?
—Vendrán a verla mañana.
—¿Qué vamos a decirles, Harry? —sollozó su amigo—. ¿Cómo vamos a
explicárselo? ¡¡Cómo vamos a decirles que la llevamos con nosotros a una misión
suicida en el bosque prohibido!!
—Señor Weasley... Ron, yo hablé con ellos, yo me ocuparé... —dijo Dumbledore
con voz calmada, intentando tranquilizarle.
—Nos odiarán, nos odiarán por dejarla ir... y tendrán razón al hacerlo.
—¿Cómo se lo han tomado, profesor? —preguntó Harry, temeroso de la
respuesta.
—Mal, lógicamente. Están destrozados —respondió Lupin—. Pero albergan la
esperanza de que vuelva a la vida... igual que nosotros.
—¿Qué posibilidades hay de eso? —preguntó Harry—. ¡Y quiero la verdad!
—Harry, que se sepa, solamente a ocho personas en toda la historia les ha
sucedido lo que a Hermione.
—¿Y?
—Son los únicos casos que se conocen, así que tampoco se sabe mucho... —
Dumbledore reunió fuerzas para proseguir—. Sólo dos de esas ocho personas
sobrevivieron. Uno despertó a los cinco días; el otro, a los nueve. El resto murieron, o
bien por el efecto final de la maldición... o por demasiada espera.
—¿Demasiada espera?
—Aún no ha pasado un día desde que sucedió —explicó Dumbledore—. Y por
tanto es temprano aún, pero se cree que la recuperación debe suceder entre los tres o
cuatro días y los diez o doce. Más allá de eso, aunque la víctima no muera, el cuerpo
se degrada lentamente, a pesar de estar inanimado, y... bueno, más allá de tres
semanas nadie cree que la persona pueda recuperarse.
Harry asintió. Ron había cerrado los ojos.
—Si despierta en las fechas que se esperan, estaría recuperada en un par de días
después, puesto que el cuerpo no sufre daños por efecto de la maldición asesina.
—¡No puedo soportar estar aquí y no poder hacer nada por ella! —exclamó Harry.
—Podéis hacer algo —le contradijo Dumbledore—. Podéis hacerle compañía y
darle vuestro cariño. No sabemos mucho sobre la muerte, pero si algo es más fuerte
que ella, es el amor y el cariño. Amor y cariño como el que existe entre vosotros... así
que, quien sabe, quizás pueda oíros, quizás eso sea lo que necesita para despertar.
Harry y Ron asintieron, cabizbajos.
—Y ahora, sólo una última cosa —dijo Dumbledore. Su expresión ahora era
severa.
—Harry... ¿cómo se os ocurrió ir los tres solos al bosque, con tres mortífagos
rondando por allí?
—¡No había tiempo! —exclamó Harry.
—Harry, no puedes hacer esto. No puedes intentar salvar a todo el mundo. Es una
actitud que os honra, pero no podéis. No debes arriesgarte por nada, ¿entiendes? ¡Por
nada! ¡Por nadie!
A Harry le sorprendió oír aquello de parte de Dumbledore, que siempre, bajo
cualquier razón, había defendido lo importante de hacer lo correcto en vez de lo fácil.
—¿Qué quería que hiciésemos? ¿Dejarle morir? —dijo Harry, irritándose. Ya se
sentía lo suficientemente culpable, sin que Dumbledore le hiciera sentir peor.
—Avisarme. ¡Podíais haber muerto los tres!
Ron bajó la mirada, pero Harry no. Ahora, más que triste, se sentía enfadado,
ofendido... cuando volvió a hablar, su voz sonaba fría.
—Está bien —dijo—. Le aseguro que no lo volveremos a hacer.
Dumbledore le miró fijamente unos segundos, y Harry le sostuvo la mirada.
—Podéis iros —dijo Dumbledore—. Minerva, si hicieras el favor de acompañarlos...
—Por supuesto —contestó la profesora McGonagall, saliendo detrás de Harry y
Ron.
—Se recuperará —les dijo Lupin cuando se disponían a salir—. Siempre habéis
estado juntos ¿verdad? Ella volverá.
Harry y Ron miraron a Lupin con agradecimiento, pero no dijeron nada. Salieron
del despacho y la profesora McGonagall los acompañó.
—No queremos ir a la torre de Gryffindor. Queremos ir a la enfermería —dijo Ron.
—Está bien, señor Weasley, les llevaré allí —aceptó la profesora McGonagall,
resignada.
Les llevó a la enfermería, y, tras observar un instante a Hermione, se fue,
dejándolos allí. Ron volvió a ocupar la misma silla del día anterior, y volvió a coger la
fría mano de su amiga. Harry se puso del otro lado de la cama, contemplándola en
silencio.
Tras permanecer allí una hora y media, Harry sintió que no aguantaba más.
Necesitaba tomar el fresco, o dar un paseo, o lo que fuera. Además, estaba llegando
la hora de la partida de los de Beauxbatons, Castelfidalio y Durmstrang, y quería
despedirse.
—Ron, necesito dar una vuelta y despejarme... ¿vienes?
Ron negó con la cabeza.
—Si los ves marcharse... a los demás, digo, despídelos de mi parte, ¿vale? —fue
lo único que dijo.
—Vale. Volveré luego —dijo Harry, echándole una última mirada a su amigo antes
de salir de la enfermería.
Sabía que no debía de andar solo por el castillo, pero no le importaba. Incluso
deseó que el infiltrado, que el asesino, intentara atacarlo... agarró su varita con fuerza.
Tal vez le lanzaría un hechizo explosivo a la cabeza... cerró los ojos, intentando
contener las lágrimas de rabia e impotencia que luchaban por salir de sus ojos.
—¡Ooooh! ¡Un alumno vagabundeando, un alumno vagabundeando! —chilló
Peeves, revoloteando a su alrededor y aplaudiendo, muy contento—. ¿Qué hará
Potter aquí?
—¡Cállate, Peeves! —exclamó Harry, continuando su camino sin hacerle caso.
Eso no le gustó al Poltergeist, que siguió intentando molestar a Harry, hasta que al
poco rato se cansó de que éste no le prestara atención y desapareció. Harry bajó las
escaleras del vestíbulo, saliendo al exterior, donde empezaba a haber gente,
esperando el momento de la despedida. Todo el mundo parecía triste y compungido.
—Hola, Potter —saludó Malfoy, que también estaba fuera, con Crabbe y Goyle—.
¿Qué tal estás?
—¿Qué mierda quieres, Malfoy? —preguntó Harry, intentando contenerse.
—Nada, Potter... es que he oído que la sangre sucia anda un poco falta de ánimo
estos días —dijo, con la malicia brillándole en los ojos. Luego, antes de que Harry
dijera nada, su rostro se puso serio y preguntó, en voz baja—: ¿Cómo conseguisteis
escapar esta vez, Potter?
Crabbe y Goyle sonrieron con maldad. Harry miró a Malfoy fijamente y se le
acercó.
—No escapamos de ellos, Malfoy —repuso Harry con un tono de voz gélido—: los
matamos.
Malfoy pegó un brinco. No parecía querer creerle, pero leyó en los ojos de Harry
que lo que le decía era verdad. Palideció y retrocedió, asustado.
—Y no quieras saber cómo murieron, Malfoy —continuó Harry, disfrutando de la
reacción de su enemigo—. No te gustaría, te lo aseguro. Fue muy, muy doloroso...
Malfoy se apartó y se fue de allí con paso rápido, seguido por Crabbe y Goyle.
También Harry se apartó, paseando. No le apetecía que la gente se le acercara. Pasó
por delante de las tiendas de los de Castelfidalio, que estaban terminando de recoger,
y se les acercó.
—Hola —dijo, con voz sombría.
—Hola, Harry —respondió Anton—. ¿Cómo... cómo estás?
Harry se encogió de hombros.
—La verdad, lo sentimos mucho... nos caía muy bien Hermione —dijo Anton—.
Esperamos que se recupere... ¿Y tu amigo Ron? —preguntó.
—Con ella, en la enfermería...
—Ya... Parvati me contó que... que estaban saliendo desde el jueves...
—Sí.
Harry les estrechó la mano a todos.
—Estoy encantado de haberos conocido —declaró—. Ron me ha pedido que me
despida de vosotros por él.
—Nosotros también estamos encantados, Harry. Lástima que no haya salido todo
tan bien como debería... Despídenos de Ron, ¿vale? Y también de Hermione si...
bueno, cuando despierte.
Harry asintió, hizo un saludo con la mano y se alejó, caminando por los terrenos,
viendo cómo los estudiantes salían del castillo para despedir a sus invitados. Pasó
frente al carruaje de Beauxbatons, donde Hagrid y Madame Maxime colocaban a los
caballos.
—Hola, Harry... —dijo Hagrid al verlo. Tampoco parecía muy feliz—. ¿Cómo sigue
Hermione?
—Igual...
—Ya... bueno... hay que esperar, Harry, ya sabes. Pero ella es fuerte...
—Lo sé... —dijo Harry, casi sin detenerse—. Bueno, Hagrid, voy a seguir dando
una vuelta...
—Como quieras, Harry... ¡Ah! —dijo de pronto, acordándose de algo—. Mañana iré
a por vuestras Saetas de Fuego. Puedes venir a por ellas cuando quieras.
—Muchas gracias, Hagrid.
Harry dejó a Hagrid y volvió a la entrada del castillo, pensando en que no iría a
buscar las escobas ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Por alguna razón, no le
apetecía ver aquellas escobas. Al menos, no de momento. Vio a Seamus, Dean,
Neville y Ginny, y se acercó a ellos. Parvati y Lavender estaban despidiéndose de los
italianos.
—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Ginny—. ¿Y dónde está Ron?
—Estoy bien. Ron está en la enfermería —respondió, mecánicamente.
Ginny se acercó a él y le abrazó. Harry le devolvió el gesto, agradecido. Eso era lo
que necesitaba, un abrazo... Permanecieron así, mientras Gabrielle se acercaba para
despedirse de ellos. Habló un rato con Neville, despidiéndose de él. Le dio dos besos
y luego se acercó a Harry.
—Cuidaos —les dijo—. Despídeme de «Gon», ¿de «acuegdo»? —Harry asintió—.
«Espego» que nos volvamos a «veg pgonto». Lo he pasado bien aquí. Siento que
haya «tegminado» todo así.
Le dio un beso en la mejilla a Harry, se despidió de los demás, le sonrió a Neville y
volvió con sus compañeros.
Krum fue el último en acercarse. Klingum lo acompañaba.
—Cuídate mucho, «Harrry», y saluda a «Rron» de mi «parrte». —Se miraron un
momento, y Krum añadió—: Si «Herrmione» se «rrecuperra», avisadme. ¿Lo
«harrás»?
—Claro, Viktor —le aseguró Harry—. Si ella da señales de vida, te enviaremos una
carta. Cuídate tú también.
—Nos «volverremos» a «verr prronto» —dijo Krum, estrechándole la mano—.
«Dumbledorre» me «ofrreció unirrme», ya sabes... y yo acepté.
—Estupendo —declaró Harry, sabiendo que Krum se refería a la Orden del Fénix.
Krum se apartó. Klingum se adelantó y le estrechó la mano a Harry y a Ginny.
—Jugáis muy bien —dijo—. «Esperro» que algún día podamos «acabarr» el
«parrtido».
—Gracias —respondió Harry—. Yo también lo espero...
Klingum hizo un gesto de despedida y él y Krum se alejaron. Dumbledore charlaba
con los directores de los tres colegios invitados, y los despidió. Cada uno de ellos
regresó a su transporte. Cinco minutos después, todos habían abandonado Hogwarts.
Lentamente, los estudiantes volvieron a entrar en el vestíbulo, donde los jefes de
las casas esperaban para acompañarlos a las salas comunes.
Cuando entraron en la de Gryffindor, Harry observó, con sorpresa, que Ron se
encontraba allí, sentado junto al fuego, mirando de nuevo las fotos del álbum de Harry.
—Creí que estarías en la enfermería —dijo Harry, sentándose a su lado.
—La señora Pomfrey me obligó a volver. Dijo que era peligroso estar de noche por
ahí, y que la enfermería se cerraría.
—Ella estará bien —dijo Ginny—. No te preocupes.
—¿Bien? ¡Estará sola!
—Iremos a visitarla —afirmó Harry—. Usaremos la capa invisible.
—Harry, no deberíais, si os pillan... —les advirtió Ginny.
—Nos da igual si nos pillan —aseguró Ron, y Harry asintió.
—De acuerdo, pero esperad al menos a después de la hora de cenar, ¿vale? —les
pidió Ginny, viendo que sería inútil tratar de convencerlos de que no lo hicieran—. Y no
quiero oír que no vas a bajar, Ron. Llevas casi un día sin comer nada.
—Está bien, bajaré a cenar —le prometió Ron a su hermana.
Lo hizo, pero no comió gran cosa, al igual que Harry. Casi nadie había visto a Ron
desde lo sucedido el día anterior, y, durante toda la cena, los miembros del ED no
pararon de acercarse a saludarles y a preguntar cómo estaban. Ron, generalmente, se
limitaba a hacer gestos con la cabeza.
Cho fue de los últimos en acercarse, junto a Marietta y Michael. Los tres se
sentaron en la mesa de Gryffindor.
—¿Cómo estáis? —preguntó Cho con timidez, y rápidamente agregó, nerviosa—:
Bueno, es una pregunta un tanto estúpida, lo sé...
—No pasa nada, Cho —la tranquilizó Harry.
—Entiendo como te sientes —le dijo Cho a Ron—. Bueno, más o menos... pero al
menos tú tienes alguna esperanza...
—Gracias —musitó Ron, mirando a Cho.
—¿Por... por qué fuisteis al bosque? —preguntó ella, mirándolos.
—No podemos decirlo. Lo siento —respondió Harry.
—Ah. Bueno...
—¿Y los mortífagos? —preguntó Michael—. Oí que os habían perseguido tres...
—Uno huyó. Los otros dos murieron —contó Harry con frialdad.
—¿Qué...? —preguntó Michael, mirando muy fijamente a Harry, al igual que Cho y
Marietta—. ¿Cómo...?
—Créeme, no te gustaría saberlo —respondió Harry, mirándole fijamente.
Michael no preguntó nada más.
Cuando, más tarde, salían del comedor, fue Henry Dullymer el que se les acercó.
Parecía triste y preocupado.
—Harry... Ron... —dijo, mirándolos a los ojos—. Lo siento.
—Gracias —respondieron ambos.
—Era... Es una buena chica. Me caía muy bien. —Miró a Ron—. Me enteré de que
erais... bueno, novios...
—Sí... —contestó Ron, con voz casi inaudible y mirando al suelo.
—No sé qué más decir... —reconoció Henry, que parecía consternado.
—No te preocupes. Gracias por interesarte —le dijo Harry—. Ya nos veremos...
Vamos, Ron.
—Sí... Adiós, Henry —se despidió Ron.
—Iré a verla cuando pueda —dijo el chico, yéndose.
Harry y Ron siguieron al grupo de alumnos de Gryffindor hasta el pasillo del retrato
de la Dama Gorda, donde la profesora McGonagall los dejó. Harry y Ron, nada más
entrar, fueron a buscar la capa de invisibilidad y el mapa del merodeador.
—No estoy seguro de que debáis hacerlo —les advirtió Ginny de nuevo, muy seria
—. Si os cogen...
—Nos da lo mismo, ya te lo hemos dicho. Además, el prefecto soy yo, con lo que
no hay problema —dijo Ron sin inmutarse—. Vamos, Harry.
Ambos salieron al pasillo, se pusieron la capa y se dirigieron a la enfermería. La
puerta estaba cerrada, pero la abrieron con un hechizo. Se introdujeron en la sala y se
sentaron junto a Hermione, donde permanecieron, en silencio, hasta las once de la
noche, hora en que decidieron volver a la torre y dormir. Al fin y al cabo, al día
siguiente por la mañana vendrían los Granger, y debían verlos, a pesar de que la idea
misma los aterrorizaba.
La visita de los Granger no fue, a pesar de todo, tan terrible como Harry y Ron
podrían haber pensado. No les echaron la culpa de lo ocurrido. De hecho, la madre de
Hermione le agradeció a Harry haber apartado a su hija de la maldición, dándole una
esperanza de volver a la vida. El padre de Hermione había sugerido la posibilidad de
llevarla con ellos a Grimmauld Place, pero su esposa se había opuesto. Allí Harry y
Ron podrían visitarla, que seguramente sería lo que Hermione quería.
—Nosotros... lo sentimos tanto —se disculpó Ron por enésima vez, llorando de
nuevo—. ¡Todo fue culpa nuestra! ¡Intenté que no viniera, pero no me escuchó, y
ahora...!
—Vamos, vamos... no te culpes. Conocemos a Hermione. Nunca se lo habría
perdonado si no os hubiera acompañado y os hubiese pasado algo... por lo menos
salvasteis al profesor Snape... Sé que ella estará orgullosa. Nosotros lo estamos... —
declaró la señora Granger, sollozando, abrazada a su esposo.
—Lupin nos dijo que... que tú y Hermione... desde el jueves —balbuceó el padre
de Hermione.
—Sí... —respondió Ron, más triste aún, sin mirar a la cara a los Granger.
Para su sorpresa, la señora Granger se acercó a él y lo abrazó.
—Hermione te quería mucho —dijo, llorando—. Bueno, os quería a los dos más
que a su vida, pero tú, Ron... bueno, hace ya mucho tiempo que sabemos que le
gustas, por la forma en que hablaba de ti...
Ron no sabía qué decir.
—A mí también me gusta desde hace mucho —confesó Ron—. Siempre fui un
desastre, siempre haciéndola enfadarse y discutiendo con ella... y ahora, después de
estar con ella, sólo un día después, casi consigo que la maten... —Ron se sentó, se
tapó la cara con las manos y lloró. Harry le pasó un brazo por los hombros.
Los Granger se quedaron hasta el mediodía, y luego Dumbledore los envió de
nuevo, mediante un traslador, a Grimmauld Place. Se fueron tras despedirse de Harry
y Ron y hacerles prometer que cuidarían de Hermione.
Al día siguiente, lunes, Harry se levantó para acudir a clase de Pociones, con
menos ganas que nunca. Ron, sin embargo, no parecía querer ir.
—Déjame, Harry... ¿De qué nos sirven las clases si ella no está?
Harry miró a su amigo, y suspiró. Tenía que ser fuerte por los dos, o Ron se
hundiría. Tendría que sacar fuerzas de donde no las tenía.
—Ron... ¿qué crees que nos hará Hermione si despierta y no tenemos unos
apuntes que prestarle? Nos matará.
Ron le miró con firmeza un rato, y luego sonrió.
—Creo que tienes razón, amigo... —dijo, levantándose y vistiéndose.
La idea de conseguir los apuntes que Hermione les pediría si despertaba había
generado en Ron una nueva energía. Dado que ahora era el único prefecto de
Gryffindor, se tomaba sus labores muy en serio, y no se había olvidado del PEDDO ni
de la promesa de limpiar las salas comunes. Cuando no estaba en clase o vigilando a
los alumnos, él y Harry trabajaban lo que podían en sus deberes, intentando estar el
menor tiempo posible ociosos. De hecho, la nueva actitud de Ron había hecho
plantearse a muchos si Hermione no le habría poseído (obviamente, lo decían cuando
ninguno de los dos amigos podía oírles). El resto de su tiempo lo pasaban en la
enfermería, donde Hermione seguía igual, sin cambio alguno.
No habían ido a buscar las escobas a la cabaña de Hagrid. Ambos habían decidido
que sólo irían a por ellas si su amiga les acompañaba.
A medida que la semana transcurría, esperaban cada día alguna señal de
recuperación. Según el plazo de Dumbledore, Hermione debería de despertarse esa
misma semana o los primeros días de la siguiente. Si pasaba más tiempo y no había
cambios... Harry ni siquiera quería pensar en eso.
Él y Ron ya no jugaban ni al ajedrez, porque no era tan divertido si Hermione no
les estaba mirando, y apenas hablaban de otra cosa que no fueran sus deberes y
obligaciones. Ron seguía trabajando en la PEDDO, y había hablado con mucha gente
de otras casas, consiguiendo que varios alumnos más se uniesen (sobre todo, los
miembros del ED). Harry sabía que no todos se habían unido por convicción en la
causa de los derechos de los elfos, pero poca gente era capaz de negarse cuando
Ron lo pedía, con aquella mirada perdida que reflejaba tristeza, aunque su rostro
mostrase una sonrisa.
Ginny era un gran apoyo para los dos, pero no era como Hermione, a pesar de que
Harry había llegado a apreciarla muchísimo. Sin embargo, les hacía compañía casi
siempre, aunque los tres estuvieran en silencio.
No era la primera vez que Ron y Harry estaban sin Hermione; en segundo año, ella
había estado petrificada en la enfermería durante semanas, pero en aquel entonces
sabían que se pondría bien, que se recuperaría. Ahora, las posibilidades (aunque no
quisieran reconocerlo) eran escasas, y además desde entonces habían pasado tantas
cosas más juntos que ya nada era igual... Nada en el castillo era lo mismo para los dos
sin su amiga a su lado. No era lo mismo hacer algo no permitido cuando no estaba
Hermione para ser sensata y criticarlos, aunque se enfadasen con su amiga por ello.
No era lo mismo sentarse junto al fuego sin ella haciéndoles compañía, ni ir a clase sin
que nadie les ayudase en los trabajos ni con los hechizos... todo les recordaba a ella.
Todo. Harry nunca se había imaginado que se pudiera llegar a depender tanto de una
persona como ellos tres dependían los unos de los otros.
Afortunadamente para Harry y Ron, y para la salud de Malfoy, éste no se había
metido con ellos, ni les había hablado, desde el día que los alumnos extranjeros se
habían ido. Harry supuso que Malfoy se habría enterado de que, efectivamente,
Jugson y Avery estaban muertos, y de que ellos eran los causantes de su muerte, y
estaría asustado. Snape, por su parte, aunque seguía sin ser amable, pasaba grandes
ratos de sus clases de Pociones mirando a los dos amigos, que se sentaban siempre
solos en el lugar que compartían con Hermione, aunque no les decía nada. La mirada
de Harry había coincidido en alguna ocasión con la de Snape, pero los ojos del
profesor ya no despedían aquel característico odio que siempre había visto en ellos al
mirarlo. Ahora no sabía qué pensar de él.
El jueves, tras la hora doble que tenían con él, Snape les pidió a Harry y a Ron
que se quedaran un instante. Cuando todo el mundo hubo salido, Harry habló, antes
de que Snape lo hiciera.
—Mire, si quiere insultarnos, humillarnos o algo así, le advierto que nos da lo
mismo, y, si lo que quiere es darnos las gracias, ahórreselas. Puede seguir odiándome
igual, no me importa. Si hubiésemos sabido lo que nos iba a costar su rescate, nos
habríamos limitado a decírselo a Dumbledore.
—No me interrumpas, Potter —dijo Snape—. Lo único que quería saber es: ¿por
qué fuiste?
A Harry le sorprendió la pregunta.
—Fuimos porque no dejaríamos morir a nadie pudiendo evitarlo, ni siquiera a
usted.
—Tenéis mucha sangre fría. Los dos —dijo Snape—. Desde luego, no se puede
negar que no hayáis aprendido nada en estos años de meteros en problemas.
Conservadla... y cuidad a Granger. No quisiera perder a la única alumna de Gryffindor
que contesta preguntas en clase, aunque sea una pesadez.
Dicho esto, Snape salió de la mazmorra, dejando a los dos amigos totalmente
confundidos.
—¿Qué le pasa a Snape últimamente?
—No lo sé —dijo Harry—. Pero casi preferiría que fuese el de antes. Sería más
fácil odiarlo.
Snape no era el único que estaba extraño. Miles Bletchley, el guardián de
Slytherin, y también el mejor amigo de Warrington, se llevaba cada vez mejor con
ellos, y, cuando se encontraban por los pasillos, solían conversar aunque no fueran
más que unas palabras. También a él se le veía preocupado por el estado de su
amigo.
Así transcurrió la semana. Hermione llevaba nueve días en el mismo estado y,
aunque la vela seguía brillando, no daba señales de vida. Harry sabía que el tiempo
límite, o al menos el tiempo en que tendría el mayor número de posibilidades de
despertar se estaba acabando, y se ponía más nervioso cada vez. Ron cada día se
pasaba más tiempo mirando todas las fotos en las que salían con Hermione,
especialmente la que los mostraba a los dos en el baile. Todos los alumnos de
Gryffindor los miraban con lástima, aunque ellos mismos estaban tristes, y Harry
comprendió que la mayoría habían abandonado la esperanza de que Hermione
despertase.
En el fin de semana, también los Weasley habían ido a verla. La señora Weasley
no había podido soportarlo y había salido corriendo de la enfermería, llorando
amargamente. Los Granger habían pasado los dos días en el castillo, al lado de su
hija.
Ron, por su parte, apenas había podido soportar ver a su madre salir llorando de la
enfermería, y se había encerrado en la habitación, con los ojos llorosos y la mirada
perdida.
Empezó la nueva semana, y, transcurrió, día tras día, sin cambios en el estado de
Hermione. Para el siguiente fin de semana, aunque nadie lo decía, Harry sabía que
todo el mundo había perdido la esperanza de que despertara. Llevaba así dos
semanas enteras... empezaba a ser demasiado para su cuerpo, y se la notaba más
consumida y demacrada. Harry no comentaba nada, pero también empezaba a creer
que habían perdido a su amiga para siempre. El único que parecía seguir teniendo
verdaderas esperanzas, aparte de sus padres, era Ron, que se pasaba allí, en la
enfermería cada vez más tiempo, hablando con ella en susurros, contándole todo lo
que pasaba y hacían, hablándole acerca de los casi seis años que llevaban siendo
amigos.
La noche del domingo, Harry se descubrió llorando de nuevo. Supuso que aquello
significaba que empezaba a aceptar como cierto el hecho de que no volverían a hablar
con Hermione, que la habían perdido definitivamente. Ron no estaba en la habitación.
Cogía la capa de Harry y se quedaba en la enfermería horas y horas, hasta bien
entrada la noche. Ginny estaba muy preocupada por él, tenía unas ojeras horribles, e
iba por todos lados como un sonámbulo. Si lograba atender en clase, Harry sabía que
se debía únicamente a conseguir apuntes para Hermione, para cuando ella
despertara.
La profesora McGonagall había hablado con él, diciéndole que estaban pensando
en nombrar una nueva prefecta de Gryffindor, porque él no podía cumplir con sus
obligaciones solo, pero Ron había puesto una cara de espanto y se habían negado en
rotundo, alegando que él no quería otra compañera que no fuese Hermione, y que a
ella le daría un ataque si despertaba y veía que le habían quitado su insignia, así que
la profesora McGonagall había dejado el asunto así, aunque sólo por el momento.
Así pues, Ron casi no daba abasto. El jueves estaba tan cansado que en clase de
Pociones parecía no saber lo que estaba haciendo. Snape estuvo un rato fijándose en
él, y finalmente se les acercó.
—Weasley, ¿qué hace?
—La poción, profesor —respondió Ron, observando su caldero, donde sólo tenía
agua y pétalos de Luparia.
—Sería mejor que se fuese.
—¿Qué? —peguntó Ron, alzando la vista.
—Que se vaya a la enfermería y duerma. Potter, acompáñele.
Harry miró durante un momento a su profesor, extrañado, y luego se levantó y
acompañó a Ron a la enfermería, donde se quedaron con Hermione. Harry acudió
luego a clase de Transformaciones, pero logró que Ron se tomase una poción para
dormir de la señora Pomfrey.
Él también estaba muy cansado, agotado... no sólo tenía que soportar la horrible
pérdida de Hermione, la idea de seguir en Hogwarts durante un año y medio más sin
ella, sino que además tenía que ser fuerte por Ron. ¿Cómo soportaría todo lo que le
esperaba sin su mejor amiga a su lado? ¿Quién pondría ahora la voz de la razón en el
grupo?. Sentía que se hundía, pero aún así, a pesar de todo, se mantenía, se
mantenía por Ron, porque, si él no resistía, su amigo se derrumbaría por completo. Y
si no hubiese sido por Ginny, por los ánimos y el cariño que les daba, así como el
apoyo moral de todos los Gryffindors, sabía que él también se habría rendido hacía
tiempo.
—¿Dónde está Ron? —le preguntó Ginny a la hora de la comida, sentándose a su
lado, como ahora hacía siempre.
—Está en la enfermería...
—¿Con Hermione?
—Sí, Snape nos mandó allí. No preguntes, porque yo tampoco lo sé —dijo, al ver
la cara de extrañeza de Ginny—. Y conseguí que se tomase una pócima para dormir,
porque le iba a dar algo...
—¿Tú como estás?
—Empiezo a aceptar que... que quizás la hayamos perdido para siempre...
Ginny le puso una mano sobre el hombro y le miró, con compasión, cariño y
tristeza, todo a la vez.
—¿Tú qué crees? —le preguntó a la pelirroja.
—No lo sé... —respondió—. Me gustaría tanto pensar que despertará... pero creo
que yo también he aceptado que no lo hará.
Ginny le miró un instante y luego siguió comiendo. Ninguno de los dos volvió a
decir nada.
Pasó casi una semana más, y se cumplió un mes desde que Hermione había sido
atacada. Harry había llorado amargamente cada una de las noches de esa semana,
aceptando con infinita tristeza que Hermione ya no volvería jamás. Un mes era
demasiado tiempo. Aunque la vela no se apagara, era demasiado tarde... Ron ya no
aparecía por el dormitorio, se pasaba las noches en la enfermería, sin decir nada.
Dumbledore le había descubierto durmiendo allí unos días antes, cubierto por la capa
de Harry, y le había permitido hacerlo.
El viernes, cuando se cumplían cuatro semanas exactas de la estancia de
Hermione en la enfermería, Harry y Ron se encontraban junto a su amiga, mirándola
en silencio, cuando Dumbledore entró y se dirigió a ellos.
—Ron —lo llamó Dumbledore, suavemente. El pelirrojo volvió la cabeza
lentamente y miró al director, que parecía abatido y acabado, temeroso de lo que iba a
decir, pero sabedor de que tenía que hacerlo—. Ron, ya ha pasado demasiado
tiempo... Tú y Harry tenéis que seguir viviendo. La vida no se ha terminado para
vosotros.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Ron, poniéndose furioso—. ¿Me está diciendo
que ella no despertará? ¡No pienso creerle! ¡No va a abandonarnos, no nos dejará
solos, sabe que sin ella suspenderíamos todo...!
Dumbledore se acercó a él y le puso un brazo en el hombro.
—No te pido que abandones la esperanza, pero sí que sigas tu vida... te estás
destrozando. Harry también te necesita... Piénsalo, Ron. Piensa que ya ha pasado
demasiado tiempo. —Miró a Harry, pidiendo ayuda—. Harry...
—Ron —dijo él, con lágrimas en los ojos—. No podemos seguir así... ella no lo
querría.
—Harry... ¿Qué me estás diciendo? —Ron le miró, suplicante—. ¡No digas que tú
también piensas que no volverá, Harry! ¡No lo digas!
—Ron, amigo... —balbuceó Harry, acercándose a Ron y abrazándolo—. Tenemos
que superarlo...
Discretamente, y sin que lo vieran, Dumbledore abandonó la sala, mientras una
lágrima resbalaba por su mejilla, dejando a los dos amigos solos con su dolor.
Soltándose del abrazo de Harry, Ron pareció comprender, entender que habían
perdido a Hermione, que ya nada volvería a ser igual, y que tendrían que seguir con su
vida, una vida sin Hermione. Cayó de rodillas en el suelo, llorando con amargura, con
la cabeza apoyada contra el brazo de Hermione.
—¿DE QUÉ VALE TODO LO QUE APRENDEMOS AQUÍ? —gritó Ron con furia,
mientras las lágrimas corrían por su cara—. ¿DE QUÉ VALE TODA LA MAGIA QUE
NOS ENSEÑAN SI NI SIQUIERA PODEMOS USARLA PARA DESPERTAR A
HERMIONE? ¿PARA QUÉ NOS VALE...? —Miró hacia Harry, que le apoyó la mano
en el hombro—. ¿Para qué, Harry?
—Ron, tranquilízate, por favor... —intentó consolarlo Harry, aunque en el fondo,
pensaba lo mismo que él.
—Hermione... —dijo, volviendo a mirarla—. Te vengaremos, te lo juro. Harry y yo.
No pararemos hasta encontrar a Voldemort, y le haremos pagar lo que te han hecho,
te lo juramos... te lo prometemos... —se calló un momento, limpiándose las lágrimas
—. Siento tanto haberte perdido ahora... El último día contigo, y el del baile de
Navidad, han sido los más felices de mi vida... —Se incorporó y le dio a Hermione un
suave beso en la frente—. Te quiero, Hermione.
Se levantó y se apartó, mirándola.
—Hermione, amiga —dijo Harry, agarrándole la otra mano, con la intención de
despedirse también—. No sabes la falta que nos haces, lo que te necesitamos...
Espero que, estés donde estés, estés bien. Yo también juro que te vengaré. Ambos te
lo juramos. —Depositó otro beso en la mejilla de su amiga y se levantó—. Yo también
te quiero.
Ron sacó su varita y la levantó.
—¡Accio diadema! —exclamó, concentrándose.
Un instante después, la diadema Weasley que Ron le había regalado a Hermione
entraba por la puerta y se posaba en su mano. Se acercó a Hermione y se la colocó
en la frente. Luego, juntos, miraron a su amiga por última vez. Su expresión pasó de la
tristeza a la frialdad. Estaban listos. Ya nada importaba, salvo hacer pagar su crimen a
los que les habían quitado a Hermione. Primero habían sido sus padres, luego Sirius y
ahora Hermione; ésta era la gota que colmaba el vaso. Voldemort y sus mortífagos
tenían que pagar. Harry se sintió rabioso, lleno de odio. Sintió aquella sensación
dentro de sí una nueva vez... sólo que, esta vez, esa fuerza no iba a abandonarlo. Miró
a Ron, y su amigo tenía la misma expresión, la misma determinación que él. Volvieron
la vista una última vez hacia Hermione, y salieron de la enfermería.
Ese viernes, ambos sorprendieron a todos por la forma en que entraron al Gran
Comedor a mediodía. De sus ojos había desaparecido toda alegría, y sus expresiones
eran gélidas. Se sentaron en su mesa, bajo la atenta mirada de todo el mundo. No se
dijeron nada durante toda la comida, pero tampoco tenían necesidad de hacerlo.
—Espero que os hayáis pensado mejor eso que dijisteis antes —les dijo Ginny
más tarde, en la sala común.
—No. No voy a dejar que muera más gente inocente —afirmó Harry con rotundidad
—. Nadie nos va a detener. Voy a por la capa invisible.
—¿Qué vais a hacer? —le preguntó Ginny en cuanto hubo bajado.
—Vamos a coger libros de la sección prohibida —dijo Ron—. Los necesitamos
para prepararnos.
—¡Por favor, Harry! —suplicó Ginny, con lágrimas en los ojos—. No hagáis
locuras... ¡No quiero perderos, no quiero que os pase nada!
—Ginny... —respondió Harry, mirándola con dulzura—. Tenemos que hacerlo...
tengo que hacerlo... es mi destino.
Ginny se sentó en una butaca y lloró. Harry la miró, deseando consolarla, con el
corazón roto por verla así, pero no había vuelta atrás. Habían hecho un juramento y lo
iban a mantener. Se dio la vuelta y salió de la sala común detrás de Ron.
28
El Tercer Sueño
Durante todo el fin de semana, Harry y Ron estuvieron intentando obtener libros
avanzados de defensa contra las Artes Oscuras en la sección prohibida; entraban en
la biblioteca, esperaban a la hora de cierre poniéndose la capa tras las estanterías y
luego entraban en la sección prohibida, donde buscaban libros, que duplicaban
usando un útil hechizo que copiaba el contenido de un papel o pergamino en otro, para
evitar sospechas. Lo que hacían era muy arriesgado, y estuvieron a punto de ser
atrapados por Filch en varias ocasiones, pero no les importaba. Ya nada les
importaba.
Tras duplicar los libros, volvían a la torre y se encerraban en su habitación,
intentando evitar mirar la cara de tristeza y preocupación de Ginny. Una vez arriba,
practicaban los hechizos, intentando dominarlos, a pesar de que eran bastante
avanzados; el primero que querían aprender era llamada «maldición cortante». Era
parecido al encantamiento seccionador, pero muchísimo más peligrosa, porque podía
cortarle la cabeza a una persona sin dificultad. Para realizarlo había que hacer un
difícil movimiento con la varita, pero, una vez dominado, podía hacerse rápido y era
muy difícil de esquivar. A pesar de su dificultad, terminaron dominándolo, poniendo
más empeño del que habían puesto en ninguna otra cosa en su vida. Habían
convertido un palo en una especie de muñeco, y practicaban con él, reparándolo tras
cada corte que le hacían.
En cuanto Ron, tras hacer cuatro latigazos rápidos con la varita, dejó al muñeco sin
cabeza, brazos y un gran tajo en el pecho, Harry dio por dominada la maldición.
—Vale, esto ya lo tenemos —dijo con satisfacción, contemplando el estado del
muñeco—. Pasemos a otra cosa.
—Sugiero enfrascarnos en eso de la magia autocurativa —dijo Ron, contemplando
uno de los montones de pergaminos que habían obtenido de la sección prohibida.
—Creo que es demasiado avanzado... aquí dice que la capacidad de autocurarse
requiere de un gran poder mágico. Muy poca gente puede hacerlo... —comentó,
leyendo el pergamino—. Es como hacerse animago o algo así... Deberíamos saber
antes Teoría de la Magia...
—Podríamos conseguir libros en la biblioteca sobre eso —dijo Ron.
—Es una asignatura de séptimo...
—¿Y qué? La necesitaremos. Toda ayuda será poca cuando estemos frente a ese
maldito asesino.
—Está bien, mañana intentaremos conseguir un ejemplar y nos dedicaremos a
leerlo... Mientras, aquí hay una maldición que tiene muy buena pinta, se llama
«maldición de la locura». Al parecer provoca un efecto de locura temporal en quien la
recibe... la duración de los efectos depende del agredido, y de la capacidad del
agresor, claro. Se puede tratar, pero no tiene contramaldición directa... la idea es
parecida a la de los hechizos desmemorizantes —leyó Harry—. Vaya, aquí dice que
estuvo a punto de ser incorporada entre las maldiciones imperdonables...
—¿Por qué no lo fue? —quiso saber Ron.
—No tiene efectos mortales, como puede tener la maldición cruciatus y la
maldición asesina, pero sus efectos sobre la mente son terribles...
—Me gusta —dijo Ron—. Pero ¿cómo la practicamos? No vamos a ensayarla en
nosotros, ¿verdad?
—Claro que no.
—¿Entonces qué sugieres? ¿Que lo probemos con Malfoy? Podríamos
secuestrarle y usarle como cobaya...
—Sin duda sería interesante, pero no... Aquí dice que puede hacerse muy débil, y
sólo provocaría un dolor ligero de cabeza y mareo, con lo que podríamos probarlo
entre nosotros, pero si no nos sale bien podríamos armar una buena...
—Entonces mejor dejarlo.
—¡No! —dijo Harry, que se le acababa de ocurrir una idea—. Usaremos la
trasformación. Podemos convertir el muñeco en un mono y probar en él...
—Sí, eso es buena idea... pero luego lo convertimos otra vez en muñeco, no me
gusta hacer sufrir a los animales.
—Claro, a mí tampoco —dijo Harry—. Bueno, hagámoslo entonces... aunque
quizás haga mucho ruido el mono.
—Contra eso hay solución —dijo Ron—. Antes he leído un hechizo muy útil, el
encantamiento insonorizador.
—¿Insonorizador?
—Sí, verás... —Sacó la varita, hizo un gesto en círculo hacia toda la habitación y
exclamó—: ¡Insonoreo! —La habitación pareció emitir un débil destello, que luego se
apagó—. Ya está, ahora nadie oirá desde fuera lo que pase aquí, así hagamos estallar
la habitación.
—Genial —dijo Harry, felicitando a Ron—. Empecemos pues...
Convirtieron al muñeco en mono y se prepararon.
—Empezaré yo —dijo Harry, ya he leído como va. Apuntó al mono, que se movía
por la habitación, se concentró en lo que deseaba y exclamó—: ¡Loucurae!
El mono profirió un ligero quejido, pero al instante ya se le había pasado.
—No ha salido muy bien —comentó Ron.
—Es la primera vez... lo volveré a intentar.
Repitió el hechizo, concentrándose aún más, pero el resultado fue similar. Practicó
durante media hora, hasta que le cogió el truco, y el mono chillaba, bailoteando sin
control cuando le lanzaba la maldición.
—Vale, ahora lo haré yo... —apuntó al mono y volvió a convertirlo en un muñeco—.
Mejor dejemos a ese pobre animal, convertiremos otra cosa. Se acercó a la ventana y
convocó una piedra desde los terrenos del colegio, que también convirtió en un mono.
—Tienes que concentrarte con fuerza en lo que deseas hacerle, y cuando lances el
hechizo, notarás algo en tu cabeza. Tienes que hacer que esos pensamientos se
vuelvan contra él y lo torturen, ¿de acuerdo?
—Sí. —Se preparó y lanzó el hechizo—: ¡Loucurae!
No sucedió nada.
—Tranquilo, vuelve a intentarlo —lo animó Harry.
Ron continuó. Tardó cuarenta minutos en dominarlo.
—Vale —dijo Harry, volviendo a convertir al mono, que chillaba, en piedra—. Esto
ya está. Hemos hecho un buen trabajo, pero deberíamos dejarlo, es tarde ya, y pronto
subirán Dean, Seamus y Neville...
—Es cierto, nos hemos perdido la cena —recordó Ron.
—Le pediremos a Dobby que nos suba algo. Ahora bajemos.
Guardaron todos los pergaminos y libros que tenían y Ron quitó el hechizo
insonorizador a la habitación. Salieron y bajaron, esperando a que los demás subieran
de cenar. Ron cogió a Pigwidgeon y le mandó un mensaje a Dobby a las cocinas para
que les subiera algo de comer, si podía, cosa que el elfo no tardó ni cinco minutos en
hacer.
—Gracias, Dobby —dijo Ron mientras él y Harry se surtían de los pasteles que el
elfo había traído.
—De nada, señor. Todos estamos encantados de ayudarles, Harry Potter y Ron
Weasley, pero estamos tristes por la joven señorita amiga de ustedes.
Los rostros de Harry y Ron se ensombrecieron.
—Bueno... Dobby debe irse... —dijo el elfo, viendo la cara de los dos amigos, y
desapareció.
—¿Qué habéis estado haciendo? —les preguntó Ginny poco después, tras
regresar de la cena.
—Hemos estado practicando —dijo Ron, sin molestarse en hablar bajo.
—¿Practicando qué?
—Hechizos, maldiciones... Ese tipo de cosas, ya sabes —respondió Ron
tranquilamente.
—Harry... de verdad me estáis preocupando. Yo también estoy triste por Hermione,
pero no podéis hacer esto...
—¿No podemos, Ginny? —preguntó Harry, con voz irónica—. Sabes
perfectamente que puedo, que soy el único que puedo, y que tendré que enfrentarme
a él antes o después. Siendo así, prefiero que sea cuanto antes.
Todo murmullo y conversación en la sala común se apagó al oír a Harry. Sólo
Ginny y Ron sabían cuál era el contenido de la profecía.
—Harry, Dumbledore no lo aprobaría...
—No nos importa lo que Dumbledore piense —declaró Harry con dureza—.
Supongo que no esperará que me quede aquí, vigilado y a salvo para siempre
mientras mi mejor amiga está a punto de morir y Voldemort sigue por ahí, tramando
sabe Dios qué... porque si lo espera, está muy equivocado —agregó.
Ron asintió, dándole la razón a su amigo.
—¿No estaréis practicando Artes Oscuras o algo así, verdad? —preguntó ella en
voz baja. Su voz denotaba miedo.
—No exactamente —respondió Ron.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir lo que dice. Que no estamos aprendiendo magia oscura... aunque
tampoco es que sea muy blanca, si a eso vamos —aclaró Ron.
—Por favor, por favor... —suplicó Ginny—. No me obliguéis a contárselo a alguien.
—Ni se te ocurra —le advirtió Ron.
—Ginny... —dijo Harry, acercándose a la chica y poniéndole las manos sobre los
hombros—. Tenemos que hacerlo... es mi destino, tengo que prepararme. No puedo
esperar vencerle con el expelliarmus o el embrujo de piernas de gelatina... necesito
armas poderosas. Tienes que entenderlo. Me he enfrentado a él cada año, éste no
será distinto, lo sé, tarde o temprano nos veremos las caras, y no pienso confiar mi
suerte a una conexión de varitas o a la repentina aparición de Dumbledore.
—Harry... ya no eres el mismo. ¿Por qué no vuelves a ser el chico optimista del
baile de Navidad?
—Esa parte de mí murió con Hermione —respondió con dureza—. Ese Harry ya no
existe.
—Ese Harry me gustaba —fue toda la respuesta de Ginny, mientras se levantaba y
se dirigía a su habitación, con los ojos llorosos.
Harry se la quedó mirando, pero no dijo nada.
—Bueno, planeemos lo que vamos a hacer mañana —le dijo a Ron con
resignación.
Y así, también el domingo lo pasaron practicando hechizos y maldiciones,
haciendo duelos e intentando volverse cada vez más hábiles en el arte de la lucha,
intentando concentrarse todo lo que podían en lo que hacían, para evitar recordar que
el cuerpo de su amiga, aun no muerta, reposaba en la enfermería.
—No habéis ido a visitar a Hermione desde el viernes —les reprochó Ginny
durante la cena.
—Ginny... ya te dijimos que habíamos abandonado la esperanza... —explicó Ron,
intentando mostrarse fuerte.
—Yo tampoco creo que vaya a volver, pero aún no actúo como si estuviese muerta
—espetó Ginny—. Hace tres días parecías creer que en cualquier momento abriría los
ojos, y ahora...
—No quiero ilusionarme —confesó Ron—. No quiero pensar que volverá y luego
tener que volver a sufrir cuando me entere de que la he perdido. No lo soportaría.
—Sigue con la diadema puesta —dijo Ginny.
—Nadie va a quitársela —aseguró Ron—. Es suya, y la enterrarán con ella. —Una
lágrima se derramó por su mejilla al decir esto último.
Durante todos los días de la siguiente semana, la última de febrero, Harry y Ron
retomaron las clases con una energía y una determinación que nadie les había visto
nunca. Se esforzaban al máximo en todo lo que hacían, poniendo el máximo empeño,
y obteniendo resultados. Pareciese como si la energía y la vida que le faltaban a
Hermione se hubiese unido a ellos. La razón de tanto esfuerzo era clara: aprender lo
máximo posible en el menor tiempo. En cuanto terminaban los deberes, se encerraban
en su cuarto o se iban en secreto a la Sala de los Menesteres, donde seguían
practicando hechizos, maldiciones y contramaldiciones con verdadero fervor. A Ron le
costaba algo más que a Harry, porque éste había descubierto que la sensación de
rabia y de deseo de venganza que le invadía le hacía más fuerte, ayudándole a
realizar los hechizos de forma más potente y efectiva. Se dio cuenta de que sus
poderes crecían como nunca. Los de Ron también, pero no como los suyos. A veces
le parecía que había nacido para eso, y aún no sabía si eso le gustaba o le aterraba...
sólo sabía que era útil, y eso era lo que en esos momentos importaba; le daba igual
que las veces que había usado ese poder hubiese estado a punto de hacer mucho
daño a alguien, o que esa sensación le recordara demasiado a los sueños. Sólo
importaba que todo era más fácil cuando se dejaba dominar por esa sensación... y
más ahora, que parecía estar aprendiendo a controlarla.
Sabía perfectamente que todo el mundo había notado su cambio y el de Ron. En
Encantamientos, donde estaban viendo los encantamientos enfriadores y
calentadores, habían conseguido hacer unos encantamientos calentadores tan
potentes que no sólo habían conseguido derretir el hielo que había en un cubo, sino
que casi lo habían hecho estallar: el agua se había vaporizado completamente. Por
otra parte, en Transformaciones, donde habían comenzado a ver los hechizos
comparecedores, ambos habían logrado hacer aparecer una rana desde el lago en
sólo dos días de clase, lo que les había permitido obtener treinta puntos para
Gryffindor de una muy sorprendida profesora McGonagall.
La semana terminó, y comenzó una nueva, y Hermione seguía igual. Harry y Ron
no habían vuelto a la enfermería, y pasaban cada vez más tiempo enfrascados en sus
prácticas. Aparte de todas las maldiciones y hechizos que habían aprendido, habían
empezado a entrenarse en una nueva forma de lucha con las varitas: usaban los
encantamientos levitadores y locomotores para arrojarse cosas, quitarse las varitas y
arrojar al contrario contra algún lugar, lo que frecuentemente hacía que acabasen sus
entrenamientos doloridos y magullados, pasando mucho tiempo con partes de sus
cuerpos recubiertas de solución de murtlap.
Harry había descubierto que se le daba muy bien ese tipo de lucha. Sólo se dejaba
llevar por la emoción, por el brote de poder que se producía en su cuerpo, y Ron
apenas era capaz de defenderse, a pesar de que también él mejoraba muchísimo. A
veces, Harry pensaba si no estaría, de alguna manera, inyectando en su amigo parte
de sus propias capacidades y sensaciones, pero luego la idea le parecía absurda y la
desechaba. Sin embargo, algo extraño les sucedía, porque habían llegado a un
extremo de comprensión más allá de las palabras y los gestos, y cuando practicaban
hechizos, pensando en la venganza, en el momento en que los mortífagos estuviesen
frente a ellos, se llenaban de rabia y de odio, y les parecía que nada en el mundo de la
magia era imposible para ellos; entonces practicaban cada vez con más fervor, cada
vez con más intensidad, porque eso era lo único que distraía sus mentes del hecho de
que su mejor amiga estuviese en la enfermería casi sin posibilidades de recuperación.
El jueves por la tarde, Harry y Ron se dirigían a la sala común, tras salir de
Defensa Contra las Artes Oscuras, donde ambos acababan de realizar a la perfección
un hechizo de clonación, que permitía crear una ilusión que parecía un doble de uno
mismo durante un breve tiempo, para despistar. Harry miró a su amigo.
—Ron... —dijo con cautela— ¿no crees que deberíamos ir a visitar a Hermione?
Hace casi dos semanas que no vamos...
Ron tardó en contestar, pero la frialdad que últimamente llenaba sus ojos pareció
disolverse lentamente.
—Tal vez tengas razón... —dijo, dudando. Luego se decidió—: sí, vayamos.
Así pues, se dirigieron a la enfermería, donde Hermione seguía tendida, igual que
siempre. Se la veía increíblemente pálida y consumida, con la diadema aún brillándole
sobre la frente. A su lado, la Vela de la Vida aún ardía. Ambos miraron a su amiga
unos instantes, y la capa de dureza que se habían forjado durante las dos últimas
semanas se rompió en pedazos.
—Hermione... —susurró Ron, acercándose a ella—. Hermione, si supieras todo lo
que estamos aprendiendo... todo lo que estamos haciendo... Imagínate lo que
podríamos hacer si tú estuvieras con nosotros...
—Sí... nos estamos convirtiendo en los primeros de la clase —dijo Harry—. Ojalá
pudieses vernos. Nos gustaría tanto que te sintieras orgullosa de nosotros...
—No sé si puedes vernos —dijo Ron—. Tal vez piensas como mi hermana, que no
deberíamos hacer lo que hacemos, que no deberíamos obsesionarnos con la
venganza... Ojalá pudieras lanzarnos una de esas miradas de reproche. —Ron se
calló por un largo rato, mientras miraba a su novia—. Sentimos no haber venido a
verte antes. Perdónanos...
Ambos amigos se quedaron callados un largo rato, hasta que Harry se levantó.
Eran las cinco y veinte.
—¿Por qué no salimos afuera un rato, Ron? —propuso, mientras miraba por la
ventana—. Hace un buen día, y aún no son las seis...
—Sí, me vendrá bien —respondió Ron, levantándose—. Hasta mañana, Hermione
—se despidió.
Bajaron al vestíbulo y salieron a los terrenos. Se acercaron al lago. Muchos
estudiantes aprovechaban el tiempo antes de las seis, hora en que todos deberían
estar en sus salas comunes.
—Vaya, qué paseo más solitario —se burló Draco Malfoy, que iba con Crabbe,
Goyle, Pansy Parkinson y Millicent Bulstrode—. ¿Os habéis quedado sin novias? —
Los demás se rieron como tontos—. ¡Ah!, me olvidaba... creo que Granger ha pasado
a mejor vida... Bueno, considerando la vida que un Weasley puede ofrecer, cualquier
otra vida es mejor.
Crabbe, Goyle, Pansy y Millicent le rieron la gracia a carcajadas.
Harry y Ron no se reían. Tampoco parecían furiosos. Contemplaban a Malfoy
fijamente, con rostro inescrutable. Sin embargo, sí estaban furiosos. Acababan de ver
a Hermione y ahora aparecía delante de ellos el cretino de Malfoy, burlándose...
—Harry —dijo Ron con voz calmada, pero tan gélida que podría congelar el lago—.
¿No crees que Malfoy es un seguidor de Voldemort?
Los de Slytherin soltaron un respingo, y miraron, ya sin reírse, a los dos amigos.
—Si no lo es, lo será.
—Y recuerdas la promesa. El juramento que hicimos.
—Sí. No parar hasta que todos estén bajo tierra. Hasta el último. ¿Recuerdas,
Malfoy? Te lo dije. Te dije que te consideraría uno de ellos...
Malfoy los miraba con una leve sonrisa, que se desvaneció. Sacó la varita y los
demás lo imitaron. La comisura de los labios de Ron se curvó en una sonrisa diabólica.
Dio un rápido latigazo con su varita antes de que los Slytherins tuviesen tiempo de
hacer nada, y la varita de Malfoy saltó de su mano.
—¿Qué...? —se preguntó Malfoy, sorprendido.
Demasiado lento, demasiado tarde. Harry y Ron habían practicado demasiado.
Ambos volvieron a hacer los movimientos y las varitas de los otros cuatro saltaron
también.
—Demasiado lentos —sonrió Ron.
—Demasiado estúpidos —añadió Harry.
Harry apuntó con su varita, y, esta vez, la conocida sensación de odio y poder lo
invadió por completo, como nunca, más aún que el día que había amenazado a Draco
en la enfermería... y en esta ocasión, Ron no estaba dispuesto a detenerle, porque
estaba igual o casi igual que él. Malfoy tenía miedo. Más miedo que el día en que le
habían humillado en el vestíbulo, más miedo que el día del ataque de los dementores.
Pareció recordar que las dos personas que estaban delante de él habían provocado la
muerte de dos mortífagos, y parecía más asustado que nunca antes en su vida.
Crabbe y Goyle, sin las varitas y sin pensar en lo que hacían, avanzaron hacia
ellos, pero, con un rápido conjuro de Ron, ambos cayeron de rodillas, agarrándose la
cabeza y aullando de dolor; les había echado una maldición, parecida a la de la locura,
pero más débil, una Maldición de Jaqueca. Sin embargo, el dolor de cabeza que
provocaba era insoportable.
—Vale, dos menos... —dijo Harry.
—Ahora a por la pieza principal —decidió Ron.
Varios estudiantes se habían acercado a ver la escena.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Malfoy, con el miedo dibujado en la cara.
—¿Tienes miedo? —le preguntó Harry, burlón.
—Aún no sabe lo que es tenerlo, pero pronto lo sabrá —amenazó Ron.
Harry hizo un gesto con la varita, se vio un destello, y Pansy Parkinson fue lanzada
a las frías aguas del lago, entre las risas de los demás alumnos. Chilló de frío,
levantándose e intentando salir, toda empapada.
—Ahora tú, Bulstrode —dijo Ron. Ella intentó correr, pero con un gesto de su
varita, la chica fue lanzada al agua igualmente, cayendo cerca de Pansy, que en esos
momentos intentaba salir del lago, tiritando y chorreando.
—Bueno, y ahora el premio gordo —siseó Harry.
—Os castigaré —amenazó Malfoy, respirando fuertemente—. Te lo advierto,
Potter...
—Haz lo que quieras.
Apuntó con su varita. A él no bastaba con echarle al lago... a él había que hacerle
mucho, mucho más...
Dirigió la varita hacia el cuello del Slytherin, y el chico se lo agarró como si le
estuviesen ahorcando; y, efectivamente, eso estaba haciendo Harry.
Draco se levantó del suelo, sujeto por el cuello, incapaz de soltarse ni defenderse;
se estaba poniendo morado, y, si Harry seguía, se ahogaría. Intentó gritar, pero no
podía. Los alumnos que se habían reído al ver cómo Pansy y Millicent eran lanzadas
al lago, ahora estaban asustados. Algunos le gritaban que le dejase, pero a Harry y a
Ron no les importaban los demás. No les importaba nada. Alguien tenía que enseñarle
a Malfoy, alguien tenía que hacerle pagar... y ellos se iban a encargar de eso.
Malfoy intentó pedir auxilio, pero era incapaz de decir nada. Harry disfrutó viendo el
sufrimiento de su enemigo, porque, de alguna manera, eso aliviaba el suyo propio. Eso
le enseñaría, así aprendería...
—Harry, déjale —dijo una voz a su lado.
Harry ni siquiera miró a quien había hablado; no apartaba los ojos de Draco
Malfoy, pero reconoció la voz de Luna.
—¡Harry! ¡Ronald! ¡Parad! —gritó.
—Cállate, Luna —dijo Ron con sequedad.
—¿De verdad creéis que esto es lo que Hermione quiere que hagáis? ¿Lo creéis?
—dijo Luna.
—Por culpa de individuos como Malfoy, no sabemos lo que Hermione querría.
—¿De verdad crees eso? ¿De verdad piensas que ella se ha ido? ¿Acaso no hay
nada de ella en vosotros? ¿Ya la habéis olvidado?
Aquellas palabras golpearon a Harry como un mazazo, y se sintió extraño. Miró a
Malfoy, que casi desfallecía, y, soltando un grito, movió la varita y lo arrojó al lago.
Pansy y Millicent, que estaban muy asustadas, se acercaron para ayudarle a salir del
agua; Crabbe y Goyle seguían retorciéndose del dolor de cabeza.
—Eso está mejor —dijo Luna. Los miró a los dos, y ellos la observaron.
—Gracias... —musitó Harry.
—Si no queréis perderla —dijo Luna—, no olvidéis lo que ella os ha enseñado, lo
que hay de ella en vosotros. Mi madre murió hace mucho, pero aún recuerdo lo que
me enseñó, y procuro comportarme de una forma que a ella le hubiese gustado, para
que se sienta orgullosa de mí.
—¿Orgullosa de ti? —preguntó Ron—. Pero si está...
—No importa —atajó Luna—. Sé que ella me ve. A veces he soñado con ella... y
sé que es ella de verdad. Ella me quiere, y yo a ella, y no me abandonará nunca.
Luna dijo aquello muy convencida. Les miró unos instantes y luego se marchó,
dejando a Ron y a Harry sorprendidos e incrédulos.
Ellos se miraron entre sí, y luego observaron a la gente que les rodeaba, que los
miraban asustados; Draco, Pansy y Millicent intentaban secarse; y Crabbe y Goyle
seguían en el suelo. Harry y Ron los miraron con odio, y ellos retrocedieron. Daba
igual lo que Luna les hubiese dicho... quizás fuera verdad, quizás no... pero no se
arrepentían de lo que habían hecho. No se arrepentían de nada.
Emprendieron el regreso al castillo, pero, tras dar unos pasos, Ron se volvió y
lanzó una contramaldición hacia Crabbe y Goyle, que al momento dejaron de sujetarse
la cabeza y de quejarse.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Harry, mientras volvían al castillo sin mirar atrás.
—Bueno, ya sabes que eso sólo puede hacerlo el que ha realizado el hechizo... la
señora Pomfrey habría tardado horas en curarles, y no es necesario que estén
gritando en la enfermería. Hermione debe descansar.
Un rato antes de bajar a cenar, Harry y Ron bajaron de su cuarto, donde habían
estado trabajando un rato, y se encontraron con la mirada de una muy preocupada
Ginny.
—¿Qué es eso que me ha contado Luna de que casi ahogáis a Malfoy y que los
tirasteis, a él, a Pansy Parkinson y a Millicent Bulstrode al lago?
—Pues eso mismo —respondió Harry.
—¿Me lo dices tan tranquilo? ¡Luna me dijo que estuvisteis a punto de matar a
Malfoy!
—Ya veo que ha tardado en ir con el cuento —dijo Ron—. Seguro que será la
historia estrella del próximo mes en El Quisquilloso.
—¡Se preocupa por vosotros! ¡Igual que yo! ¡Igual que todos! —exclamó Ginny,
desesperada—. ¡Miraos, por Merlín! ¿Creéis que a Hermione le gustaría veros así?
—¡No hables de ella! —gritó Harry—. Eso ya nos lo dijo Luna, ¿de acuerdo?
¡DEJADNOS EN PAZ!
Harry se sentó en una esquina de la sala común, y Ron le siguió, dejando muda a
una muy sorprendida, preocupada y asustada Ginny.
El viernes por la tarde Harry, Ron y Ginny bajaron a tomar el té con Hagrid. No lo
hacían desde lo sucedido en el bosque. Parecía mentira que hubiese sido hacía sólo
seis semanas... a ellos les parecían años.
Hagrid les contó que él también había subido a verla a menudo, sacando el asunto
al notar que los tres habían asimilado ya la idea de que ella terminaría muriendo. No
obstante, cambiaron de tema de conversación, porque pensar en Hermione allí, donde
tantas veces habían ido a tomar el té, o a sonsacarle información a Hagrid, resultaba
muy doloroso.
Tras dejar a Hagrid y volver al castillo, los tres decidieron pasarse por la
enfermería, antes de volver a la sala común. Se quedaron los tres de pie, observando
el frío cadáver de su amiga, inmóvil, ajeno a todo. A Ron empezaron a caerle las
lágrimas, y se acercó lentamente a ella, cogiéndole la fría mano, intentando darle algo
de calor.
—Hermione... si supieras lo mucho que te echamos de menos... Nunca te dijimos
lo importante que eras para nosotros, y ahora es demasiado tarde. Sin embargo, te
aseguro que por mucho tiempo que pase nunca, nunca te olvidaremos. Seguirás viva
en nuestros recuerdos, Hermione. Nunca volveremos a tener una amiga como lo eras
tú. Nunca...
Ginny lloraba en silencio. Harry le pasó un brazo sobre los hombros,
reconfortándola, y ambos se acercaron también a la cama. Se quedaron allí los tres,
en silencio, mirando a Hermione, sin saber qué hacer ni qué decir. Tras un largo rato
se levantaron, y lentamente regresaron a la sala común, sin hablar. Se sentaron junto
al fuego y no tardaron en verse rodeados de sus compañeros, aunque todos estaban
silenciosos.
—¿Qué tal lo lleváis? —les preguntó Harry a Parvati y Lavender.
—Bueno... —respondió Parvati—. Aún no nos acostumbramos a tener el dormitorio
para nosotras solas... parece muy vacío.
—Sí, la verdad es que echamos de menos sus regañinas —reconoció Lavender.
—No sería capaz de recordar las veces que me ha ayudado en Pociones —
comentó Neville—. Nunca habría llegado a sexto sin su ayuda...
Se quedaron todos juntos, hablando, hasta la hora de la cena. Ron dijo que no
tenía hambre y Harry tampoco bajó al comedor. En cuanto los demás se hubieron
marchado, subieron a su habitación.
—Ya lleva seis semanas... —comentó Harry.
—Sí —respondió Ron.
—¿Nos ponemos a trabajar?
—Sería lo mejor... aprovechemos que estamos solos.
Así pues, sacaron la inmensa cantidad de libros e información que habían obtenido
de la biblioteca y se pusieron a leer y buscar nuevos hechizos y maldiciones.
—¡Cómo le gustaría todo esto a Hermione! —suspiró Ron, mientras leía un
pergamino sobre una maldición para confundir.
—Sí, le encantaría... —afirmó Harry—. Aunque nos echaría un buen sermón por
haber robado toda esta información, y encima siendo tú un prefecto...
—Seguramente eso haría —dijo Ron, sonriendo levemente.
Estuvieron leyendo durante media hora más, hasta que todo el mundo subió de la
cena. Luego, Harry y Ron, presionados por Ginny, jugaron una partida al ajedrez
mágico, pero no pudieron terminarla. Ron se levantó y se fue a la mitad, y Harry lo
siguió hasta su habitación.
—Ron... —lo llamó Harry. Su amigo estaba sobre la cama, mirando su insignia de
la PEDDO con ojos tristes.
—Lo siento, Harry... pero no habíamos jugado desde...
—Lo sé —dijo Harry, suspirando—. Yo tampoco estaba demasiado bien.
—La echo muchísimo de menos, Harry... creí que, después de un mes se me haría
normal estar sin ella, pero no es así. Hogwarts nunca será lo mismo sin Hermione...
¿A quien le darán el Premio Anual el año que viene si no es a ella?
—Yo también la echo mucho en falta —dijo Harry. Luego se levantó de la cama de
su amigo y se dirigió a la suya—. Ya que estamos aquí, creo que me voy a acostar...
Hasta mañana, Ron.
—Hasta mañana, Harry.
Se desvistió, se puso el pijama y se metió en la cama. Ron hizo lo mismo. Un rato
después, ambos estaban dormidos.
Abrió los ojos lentamente. Sentía dolor en la espalda. Se incorporó y vio que
estaba en la enfermería. Se había quedado dormido, con la cabeza apoyada sobre la
cama de Hermione. A Ron le había pasado lo mismo. Miró a su amiga, que se movía.
No sabía qué hora era. Harry se acercó a ella, y ella abrió los ojos, mirándole. Se
quedó un instante inmóvil, y luego sonrió.
—Hola, Harry...
—Hola Hermione —dijo Harry, lleno de felicidad—. Te hemos echado mucho de
menos.
—Yo también a vosotros... pero sabía... que estabais conmigo.
—Creímos que te habíamos perdido para siempre... Lo siento. Perdimos la
esperanza hace semanas... El último en aceptar que quizá no volverías fue Ron. Ha
dormido aquí todos los días de la semana pasada.
Hermione volvió la cabeza hacia Ron, que seguía dormido, y lentamente le acarició
la cabeza. El chico murmuró algo, y finalmente despertó y se incorporó. Miró hacia
Hermione, que le sonreía, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡¡Hermione!! —chilló, abrazándola—. Hermione, te he echado tanto de menos...
¡Nunca vuelvas a hacernos esto! ¿Me oyes? ¡Nunca!
La chica soltó una risita.
—Lo intentaré, te lo prometo... —le dijo Hermione dulcemente—. Y ahora me
gustaría saber qué pasó... Juraría que recibí un Avada Kedavra en el bosque... ¿Cómo
estoy viva? —preguntó.
—Harry te apartó, pero el rayo te tocó. Has estado durante seis semanas entre la
vida y la muerte, sin saber si vivirías o morirías, sin poder hacer nada por ti.
—Seis semanas... —dijo ella, ligeramente sorprendida—. No parece que haya
pasado tanto tiempo...
—¿Te has dado cuenta del tiempo?
—Más o menos... era una cosa extraña... pero sabía que estabais conmigo. No
podía oíros, no podía veros... pero os sentía. Gracias. No sé si habría despertado de
no ser por vosotros...
—No sabes lo que han sido estas semanas sin ti. Este colegio no es lo mismo si tú
no estás en él ¿sabías? —le dijo Ron sonriendo.
—¿Cuántas tonterías habéis hecho mientras yo no os vigilaba? —preguntó la
chica.
Ron y Harry se miraron, sonrientes.
—Puedes estar tranquila. Ginny procuraba regañarnos —dijo Harry—. Nos ayudó
mucho. De no ser por ella...
—Y no hicimos apenas locuras, sólo tiramos a Malfoy, a Pansy Parkinson y a
Millicent Bulstrode al lago...
—¿Que hicisteis qué? —preguntó Hermione, poniéndose seria.
—Sí, se burlaron de ti ayer, ¿sabes? —explicó Ron, poniéndose furioso—.
Cerdos...
—¿Y Crabbe y Goyle?
—Les eché una maldición para provocarles una jaqueca.
—¿Vosotros dos habéis acabado con los cinco?
Harry sonrió con suficiencia.
—No te imaginas lo que hemos aprendido ni lo que hemos estado haciendo estas
dos últimas semanas...
—Sí, casi nos hemos convertido en los primeros de la clase —dijo Ron. Hermione
sonrió, sorprendida—. Y tenemos todos los apuntes que necesitas para volver a
ponerte al día...
—Gracias —dijo Hermione, feliz.
—Sí, no nos importará ayudarte con los hechizos ni darte unas clases de apoyo —
se burló Harry.
—Hemos estado preparándonos muy en serio —aseguró Ron—. Ya verás lo que
tenemos en nuestra habitación...
Hermione los miró, sonriente. De pronto, se llevó una mano a la frente y tocó la
diadema. Se la quitó y la miró. Luego miró a Ron.
—¿Por qué la tengo aquí?
—Era tuya... quería que la llevaras hasta que... bueno... ya me entiendes —apartó
la mirada. Hermione le observó un instante.
—Gracias por estar conmigo... a los dos. Yo tampoco podría estar sin vosotros.
Ron se acercó a ella y le dio un pequeño beso en la boca.
—He echado mucho de menos esto... Fue tan terrible imaginar que te había
perdido justo después de tenerte... y tus padres están destrozados. —Hermione miró a
Ron, y su cara se entristeció—. Pero hoy vendrán a verte, tranquila. Ya... ya saben lo
nuestro.
—¿Lo saben?
—Sí, Lupin debió contárselo. Estaba aquí, con Tonks y Kingsley, la noche en que
rescatamos a Snape. Cuando salimos del bosque creíamos que habías muerto. Ni
siquiera te haces una idea de lo que fue...
—Estoy deseando ver a mis padres y a todos los demás...
—Todos están muy tristes. Se alegrarán enormemente cuando te vean, ya verás. Y
no creerías cuánta gente hay ahora en el PEDDO...
—¿Habéis seguido con el PEDDO?
—Sí, Ron ha estado muy ocupado —dijo Harry.
Hermione sonreía como nunca mirando a su novio.
—¿Qué más ha sucedido? ¿Qué pasó con los mortífagos? ¿Y Snape?
—Eh, eh, una pregunta cada vez —la calmó Harry, sonriente—. Macnair huyó.
Jugson, el que te atacó, no lo consiguió. Las arañas cayeron sobre él un instante
después de atacarte. Lo mataron. —Hermione hizo una mueca de desagrado—.
Snape está bien, aunque muy raro.
—¿Muy raro? ¿Más que antes?
—Sí. La semana pasada nos dejó salir de su clase para que yo trajera a Ron
aquí...
—¿Por? ¿Qué te pasó? —preguntó mirando hacia Ron.
—Bueno, cogía mi capa invisible y se venía a pasar las noches aquí, así que luego
estaba agotado... —explicó Harry—. Ese día llevábamos media hora de clase y
apenas había empezado con la poción.
—¿Y Snape os dejó iros?
—Sí.
—¿Y...?
—No preguntes más —le dijo Ron—. Tienes que descansar. Mañana
contestaremos a todo lo que quieras. Ahora debes dormir, y nosotros también
deberíamos...
—¿Os vais? —preguntó Hermione, intentado no parecer decepcionada ante la
idea.
—Claro que no. Vamos a quedarnos contigo hasta mañana. Hemos esperado seis
semanas a que volvieras. No vamos a dejarte sola ahora —dijo Ron.
Harry se levantó y se acercó a la cama de al lado, acostándose en ella.
—¿Por qué te vas ahí? —preguntó Hermione.
—Porque antes me quedé dormido apoyado en tu cama, y ahora me duele
horrores la espalda. Si vuelvo a hacerlo, mañana caminaré a cuatro patas.
Hermione y Ron se rieron.
—¿Y tú? —le preguntó Hermione a Ron.
—Yo no voy a separarme de ti —dijo, mientras se sentaba en la cama de la chica,
tumbándose junto a ella.
—¿Qué haces? —le preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Y si entra la señora
Pomfrey?
Ron se rió, y Harry también.
—¿Qué os pasa?
—Echábamos de menos que nos regañases por algo —dijo Ron—. Pero
tranquilízate, no estamos haciendo nada en contra de las normas del colegio, ¿no? Y
no voy a dormir en una silla. Si no me dejas dormir aquí, me iré a esa cama.
Hermione pareció dudar.
—Está bien —concedió ella finalmente.
Harry cerró los ojos, recordando las últimas semanas. Habían sido una auténtica
pesadilla, pero ahora, por fin, terminaba. Hermione estaba de nuevo con ellos, y todo
sería como antes. Por fin...
—¡Señor Weasley! —gritó alguien, despertándole. Harry abrió los ojos y miró hacia
la cama de al lado. Ya era de día. La señora Pomfrey observaba muy seria a Ron y a
Hermione, que dormían en la misma cama, abrazados. Ron se despertó y se levantó
de un salto—. ¿Qué hace usted en esa cama?.
—Esto... yo... pues ya ve... dormir —dijo Ron, aún medio dormido y completamente
rojo.
—¡Son ustedes prefectos de la escuela! ¡Deberían de dar ejemplo! ¡Esta chica
necesita descanso! —les regañó la enfermera, volviendo a su despacho.
—¿Qué pasa? ¿Los prefectos no duermen? —preguntó Ron, mirando a sus
amigos.
Harry sonreía, y Hermione parecía compungida, pero luego soltó una risita.
—¿Qué tal has dormido? —le preguntó Ron a Hermione.
—Estupendamente —respondió ella—. ¿Y tú?
—También.
—Yo voy a bajar a la sala común —dijo Harry—. Seguramente todos quieran saber
qué ha pasado... y querrán venir a visitarte —añadió, mirando a Hermione.
—Yo me quedo aquí —dijo Ron.
—No, tú vas —le ordenó Hermione—. Nadie debe andar solo por los pasillos, ya lo
sabéis. Pero no tardéis en volver, ¿vale?
—Está bien —aceptó Ron—. Vamos, Harry. Te acompañaré para que no te
pierdas.
Se despidieron de Hermione y bajaron, más contentos de lo que se habían sentido
en mucho tiempo, a la sala común, donde casi todo el mundo estaba ya despierto.
Ginny estaba sentada con Colin Creevey, y miró inquisitivamente a los dos amigos
cuando entraron.
—¿De dónde venís tan contentos? —les preguntó, temerosa.
—¡¡Ginny!! —gritó Ron abalanzándose sobre ella y dándole un gran beso en la
mejilla—. ¡¡Ha despertado!!
—¿Qué? —preguntó Ginny, mientras todo el mundo se giraba para verlos.
—¡¡Hermione ha despertado!! ¡¡Está viva!!
—¿De verdad? —preguntó Ginny, casi sin creérselo.
—Venimos de la enfermería —contó Harry—. Hemos pasado la noche allí, con
ella. Aún está débil, pero pronto se pondrá bien.
—¡Eso es estupendo! Es... es un milagro —dijo Ginny, mientras su rostro se
iluminaba.
La sala común de Gryffindor se llenó pronto de alegría y de gritos debido a la
milagrosa recuperación de Hermione, y no pasó mucho tiempo antes de que Harry,
Ron, Ginny, Seamus, Dean, Neville, Parvati y Lavender se dirigieran hacia la
enfermería.
Hermione los recibió a todos con alegría. Estaba encantada de verlos. Sin
embargo, a la señora Pomfrey no le hizo nada de gracia, y, tras cinco minutos, echó a
todo el mundo, excepto a Harry, Ron y Ginny.
—¿Qué barbaridades han hecho estos dos mientras yo no estaba, aparte de tirar a
los prefectos de Slytherin al lago? —le preguntó Hermione a Ginny.
—Nada, simplemente entrenarse como locos en lucha y sabe Dios qué más —dijo
Ginny.
—¿Cómo?
—Sí... verás, Hermione —dijo Ron—. Hemos estado duplicando libros de la
sección prohibida y...
—¿Qué? —preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Habéis estado sacando
información de allí sin permiso? ¡Ron, eres prefecto!
Harry y Ron se miraron, pareciendo culpables, y luego se echaron a reír.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Hermione, mirándolos con severidad.
—Sabíamos que dirías eso —respondió Ron.
Hermione sonrió, algo avergonzada.
—¿Y para qué habéis estado haciendo eso?
Ambos amigos se pusieron serios.
—Creíamos que ibas a morir, que nunca volverías —explicó Harry—. No podíamos
soportarlo. No íbamos a quedarnos sin hacer nada. Nos esforzamos al máximo en las
clases, para aprender. Sacamos libros de la biblioteca para prepararnos.
—¿Prepararos?
—Sí. No te imaginas lo que sabemos hacer, Hermione... Juramos vengarte.
Juramos no parar hasta que Voldemort y sus secuaces estuvieran bajo tierra. Por eso
hemos hecho esto.
—Sí, aunque a Ginny la teníamos loca. Creo que estaba convencida de que en
cualquier momento íbamos a salir de Hogwarts para emprender la búsqueda de
Voldemort —dijo Harry.
—¡No os veíais! ¡Todo el mundo lo decía, parecíais otros! ¡Dabais miedo, tan
seguros de vosotros, con esas miradas vengativas y frías...!
—¿Ibais a ir a vengarme? —preguntó Hermione, con una mirada entre el reproche
y el cariño.
—Por supuesto —afirmó Ron—. No podía soportar la idea de perderte justo
después de haberte conseguido...
Hermione le sonrió.
—Bueno, ya veremos qué habéis hecho y qué habéis aprendido —les dijo
Hermione—. Y bueno... ¿se sabe ya quién es el mortífago o lo que sea que está aquí?
—No —respondió Harry—. No ha dado señales de vida. Supongo que con las
nuevas restricciones es cada vez más difícil hacer algo.
Se quedaron toda la mañana con Hermione. A las diez y media, sus padres
acudieron al castillo, acompañados por Lupin y los Weasley. Incluso Fred y George
habían venido, acompañados por Lee Jordan. Los Granger se pusieron como locos al
ver a su hija de nuevo. También la señora Weasley lloraba de la emoción.
—Bueno, hermano —le decía Fred a Ron, cerca de la ventana, a donde se habían
ido mientras Hermione hablaba con sus padres y los Weasley—. Ya has recuperado a
tu amor platónico.
—¿Qué dices? —dijo Ron, sonrojándose.
—Vaya, el pequeño Ronnie, el prefecto, se nos pone colorado... —dijo George en
tono burlón.
—No seáis estúpidos.
—Si no lo somos, hermano —dijo Fred.
—Por supuesto, estamos encantados de tener a Hermione en la familia —agregó
George.
—Siempre que no deis lugar a una rama de Weasleys prefectos, claro —puntualizó
Fred.
—Sí, si no, tendremos que ocuparnos nosotros mismos de educar a nuestros
sobrinos.
—¡Dejadme en paz!
—Vale, vale, hermano... no nos hagas daño —dijo Fred, encogiéndose y haciendo
ademán de protegerse con los brazos.
—Os advierto que podría —dijo Harry con una sonrisa—. Hemos aprendido
algunos maleficios bastante interesantes.
—Sí —añadió Ron—. Estoy pensando en echaros la maldición de la locura y...
Las caras de los gemelos se pusieron serias.
—¿Sabes hacer la maldición de la locura? —preguntó Fred, muy sorprendido.
—Sí, yo y Harry hemos aprendido... —dijo Ron en voz baja, mirando que nadie le
escuchase.
—Pero si aquí no se aprende —repuso George—. Sólo en la sección prohibida se
podría... ¿Habéis leído libros de la sección prohibida sin permiso?
—Pues sí —dijo Ron, poniendo una mirada peligrosa—. Así que tened cuidado, o
acabaréis en el lago, como Malfoy.
—¿Habéis tirado a Malfoy al lago? ¿En este tiempo? —preguntó Fred, sonriendo
de nuevo.
—Sí, por imbécil —respondió Harry.
—Vaya, vaya, Fred... —dijo George con nostalgia—. Las nuevas generaciones nos
relevan...
—Sí, pero siempre habrá un antes y un después de nosotros —sentenció Fred, y
tanto los gemelos como Lee Jordan se rieron a carcajadas.
Los Weasley se fueron a mediodía, pero los Granger se quedaron todo el sábado
con su hija. La alegría que sentían al haberla recuperado no se podía describir con
palabras.
Ya por la noche, cuando sus padres se habían ido, Hermione se encontraba con
Ron y Harry. Su aspecto había ido mejorando durante el día, a pesar de que aún
estaba cansada, pálida y delgada, pero, según Madame Pomfrey, en dos o tres días
podría abandonar la enfermería. Lo que tendría que hacer era comer bien para
recuperarse completamente.
—Yo me encargaré de que coma, no se preocupe —dijo Ron muy serio a la
enfermera—. Como si tengo que hacerle tragar la comida con un hechizo.
—¿Tú vas a hechizarme a mí? —preguntó Hermione, desafiante.
—Te sorprenderías —respondió Ron con voz misteriosa.
Estuvieron en la enfermería hasta las diez y media, hora en que la señora Pomfrey
mandó a Harry y a Ron a la sala común.
—¿No podemos quedarnos? —le preguntó Ron.
—Hoy no. Además, no me fío de usted —le espetó la enfermera.
—¿Cómo? —preguntó Ron, ofendido, mientras Hermione y Harry se echaban a
reír.
—Anda, Ron, será mejor que nos vayamos —dijo Harry, aún riéndose.
—Está bien —aceptó él, de mala gana. Se acercó a Hermione y le dio un beso—.
Mañana por la mañana nos vemos, ¿vale? Que duermas bien.
—Hasta mañana, Hermione —dijo Harry.
—Hasta mañana —se despidió la chica, viéndolos salir.
Harry y Ron regresaron a la sala común. Neville y Ginny charlaban junto al fuego y
se sentaron un rato con ellos.
—Pensé que os quedaríais en la enfermería —dijo Ginny.
—Eso queríamos, pero la señora Pomfrey no nos dejó, porque no se fía de Ron.
—¿Qué? —preguntó Ginny, sorprendida. Ron se puso rojo y miró a Harry con
furia.
—Es que la noche pasada durmió en la cama de Hermione, y la señora Pomfrey
los vio por la mañana —contó Harry, riéndose.
—¡Sólo dormía! —chilló Ron.
—Nadie ha dicho lo contrario, hermano —dijo Ginny riéndose—. Pero ya sabes lo
protectora que es la señora Pomfrey con sus enfermos...
—Me voy a la cama —soltó Ron sin más y subió las escaleras hacia el dormitorio.
—Creo que yo también subiré a acostarme —dijo Harry. Estoy molido de la noche
anterior. Hasta mañana.
—Hasta mañana —respondieron Ginny y Neville.
Harry subió a su habitación y miró a Ron, que se acababa de meter en la cama.
Parecía algo enfurruñado.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry.
—¿Por qué se lo has contado a mi hermana? —preguntó Ron, con mirada
acusadora.
—Bueno, era una anécdota divertida, ¿no? —dijo Harry—. Además, no me digas
que te vas a enfadar por algo así hoy...
—Supongo que no —dijo Ron, sonriendo al fin—. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ron.
Harry se metió en la cama, pensando en el día vivido. Era curioso lo distinto que
parecía todo ahora que Hermione había vuelto. La sensación de desesperación, de
deseos de venganza, de angustia, había desaparecido, dejando sitio a una felicidad
casi olvidada. Cerró los ojos y le vinieron a la mente sus palabras: «ese Harry ya no
existe», y recordó la contestación de Ginny: «ese Harry me gustaba». Sonrió, aun sin
saber muy bien por qué. «Bueno, al fin y al cabo, ese Harry puede que aún exista»,
pensó, sonriendo aún más. Se dio la vuelta y se durmió.
Era de noche. La luna iluminaba los terrenos del castillo, y Harry se encontraba
paseando por la orilla del lago, aunque no sabía por qué estaba allí, ni por qué estaba
solo. Se sentía triste, muy triste. Andaba lentamente, sin rumbo fijo, con la mirada
perdida. Cogió una piedra y la arrojó al lago, viéndola hundirse en el agua, sintiéndose
desdichado, como si él mismo se hubiera hundido. Suspiró y siguió caminando,
pensativo, hasta que oyó una fría voz en su cabeza.
Estás caminando solo porque estás solo.
Se detuvo en seco, mirando al castillo. «Eso no es cierto —pensó—. Tengo a mis
amigos, Ron y Hermione...»
Ron y Hermione están juntos ahora. Tú ya no eres importante para ellos y lo
sabes.
«Eso no es verdad. Ellos nunca me abandonarían».
Ya te han abandonado. O si no, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué no estás con
ellos?
«Quería salir a pasear un rato», pensó, aún sabiendo que lo que decía no era
verdad.
Ja, ja, ja. No sirve de nada que te engañes. Estás solo... pero da igual, porque tú
no los necesitas.
«¡Son mis amigos!, y no estoy solo», pensó, intentando convencerse a sí mismo.
¿Ah, sí? ¿Y dónde están?
«Están... —pensó, pero no terminó la frase. No sabía donde estaban—. Iré con
ellos ahora mismo», decidió, y se dirigió hacia el castillo con paso rápido.
Es inútil que vayas. Ellos no quieren verte. Ninguno de ellos... y tú sabes por qué.
No te engañes, no sufras...
«¡Cállate!», pensó con fuerza, empezando a correr. Quería alejarse de aquella voz,
no oírla más...
¿Por qué te haces esto, Harry Potter? ¿Por qué, cuando no lo necesitas? Tú
puedes conseguirlo todo, si te ayudo... No les necesitas... ni ellos a ti.
«¡He dicho que te calles!», pensó de nuevo, acercándose a las puertas de roble.
Las atravesó y se dirigió a la torre de Gryffindor. Quería llegar y ver a sus amigos,
hablar con ellos y que le dijeran que ellos estaban con él, como tantas otras veces
habían hecho.
No lo harán. No están contigo. Sólo te tienes a ti mismo, y es lo mejor. Eres mejor
que ellos, lo has sabido siempre. ¿Por qué preocuparse por quienes te abandonan?
«¡Cállate, maldita sea!». La voz le estaba poniendo furioso, muy furioso.
Entró en la sala común. Allí sólo estaban Parvati y Lavender, junto al fuego. Se
acercó a ellas, que le miraron con suspicacia y con desagrado mal disimulado.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó.
—¿Por qué quieres saberlo? —contestó Parvati.
—Necesito hablar con ellos. Es importante.
Ambas se rieron. A Harry no le gustó nada aquella risa.
—No creo que les apetezca estar contigo ahora. Están juntos, y no quieren que los
molestes, por eso no vamos a decirte dónde están.
—¡Es importante! —repitió Harry, empezando a enfadarse.
Volvieron a reírse.
—No creo que a ellos les parezca importante —dijo Lavender con expresión
mordaz.
—Está bien —dijo Harry intentando tranquilizarse. Ya vería a Ron y a Hermione
después, pero ahora necesitaba hablar con alguien... Ginny valdría, siempre le
escuchaba.
Te escuchaba... antes. A ella tampoco le importas, ¿no lo entiendes?
Procuró ignorar aquella voz.
—¿Dónde está Ginny? —les preguntó a sus compañeras. Quería alejarse de ellas
cuanto antes, no le gustaba nada como se dirigían a él... le estaban poniendo muy
furioso.
—Con Neville —respondió Parvati con sequedad.
—¿Con Neville? —se extrañó Harry.
—Ah, tú no lo sabías, claro... —dijo Lavender, y su boca se curvó en una sonrisa
maliciosa—. Normal que nadie te lo dijera...
Te lo estoy diciendo, Harry. Mira a estas estúpidas. ¿Cómo se atreven a hablarte
así? Gozan de libertad gracias a ti, deberían arrodillarse ante tu presencia... todos
deberían arrodillarse ante tu presencia.
Harry cerró los ojos, intentando tranquilizarse, intentando ignorar la voz y las
últimas palabras de Lavender.
—Quiero hablar con ella —dijo, con un tono de voz más frío.
—Dudo muchísimo que prefiera hablar contigo que estar con Neville —comentó
Parvati, y las dos volvieron a reírse.
—¡Necesito hablar con alguien! —gritó, ya desesperado. ¿Qué les pasaba a esas
dos? ¿Es que no entendían? Estaban poniéndole muy furioso, deseaba sacar su varita
y hacerles algo, deseaba... Movió la cabeza, intentando apartar aquellos
pensamientos.
—Eso no le importa a nadie —se burló Parvati.
Harry apretó los puños y cerró los ojos de nuevo, intentando contener la rabia que
sentía.
Te lo dije. A ellos no les importas. Sólo te tienes a ti mismo... y a mí. Y yo te
ayudaré. ¿Vas a tolerar que esas dos estúpidas se burlen de ti? Si Harry Potter quiere
algo, Harry Potter debe tenerlo.
«¡Cállate de una vez!», pensó. Volvió a mirar a Parvati y Lavender, que le miraban
con burla.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó de nuevo, con tono aún más frío.
—¿Eres estúpido? ¡Ellos no quieren saber nada de ti! —exclamó Lavender—.
¡Lárgate y déjanos en paz! —gritó, aunque a Harry le pareció ver un deje de miedo en
su voz. Eso le divirtió un poco, pero muy poco.
—¿Por qué no estáis en vuestro cuarto? —preguntó Harry, dándose cuenta de que
era tarde. Sonrió—. Están allí, ¿verdad? Ron y Hermione están allí... Pues bien, voy a
subir a hablar con...
—Tú no vas a ningún lado —dijo Parvati, seria, poniéndose frente a las escaleras
de los dormitorios.
—Apártate, Parvati.
—No voy a hacerlo. Lárgate, Potter.
Se ha acabado la hora de la educación. Eres Harry Potter, el niño que vivió, el que
ha huido del Señor Tenebroso en multitud de ocasiones, el que ha vencido a cien
dementores... esa mocosa estúpida no va a detenerte. Dale una lección.
«No voy a hacerle daño».
A ella no le importa hacértelo a ti.
—Apártate, Parvati. Es tu última oportunidad —Harry casi pareció suplicar, a pesar
de su tono, que seguía siendo frío.
—Lárgate, Potter, ¿quieres? Todos estamos hartos de ti —intervino Lavender.
Ya lo has escuchado. Te lo dije... pero hay algo que puedes hacer... algo que
debes hacer, que debes demostrar...
«¡No!».
Tú quieres hacerlo. Hazlo.
«¡No, no puedo!», pensó Harry, sabiendo que deseaba hacerlo, deseaba borrar
aquella expresión de desprecio de la cara de Lavender, y aumentar el brillo de miedo
que veía en los ojos de Parvati.
No hay elección. Son ellas o tú. Ellas ya han elegido su camino. Tus amigos ya
han demostrado lo que les importas. Es hora de hacer tu elección, es hora de
demostrar quién eres, es tiempo de que las burlas terminen, de que las humillaciones
cesen. Debes hacer un escarmiento.
Harry intentó resistirse, pero supo que no podía, no podía porque lo deseaba,
deseaba liberarse de la frustración de verse abandonado, de verse despreciado. Ya no
se sentía como él mismo, se sentía... fuerte, poderoso... algo nuevo surgía en él, algo
que lo llenaba de seguridad... aquella sensación lo llenaba de nuevo, pero de forma
muy distinta a antes... ahora se sentía tan fuerte... Nadie volvería a burlarse de él.
Nadie.
—Bien... Si así es como lo quieres... —Sacó su varita. Ya no se sentía él mismo,
no se sentía como si fuese su mano la que se levantaba apuntando a Parvati,
sabiendo lo que iba a hacer, y, en el fondo, aunque temiéndolo, deseando hacerlo. Su
boca se curvó en una sonrisa demoníaca—. Deberías haberte apartado. ¡Avada
kedavra!
El letal rayo verde salió, y Harry sintió un enorme pero placentero escalofrío
cuando dio de lleno en el pecho de Parvati, que se desplomó sobre las escaleras, sin
vida.
—¡¿Qué has hecho?! —gritaba Lavender, muy asustada, casi sin creer lo que
acababa de suceder—. ¡¿Qué has hecho?!
Has hecho lo que debías. Esa estúpida no debería haberse puesto en tu camino.
Harry sonrió.
—Debería de haberse apartado. Conmigo no se juega. —Levantó la varita hacia
Lavender—. ¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó, casi deseando que se
negara a hablar.
—A-arriba —contestó Lavender, temblando de miedo.
Harry volvió a sonreír.
—¿Ves? Es más fácil si cooperas.
Bien hecho. Les has demostrado quien eres, se lo has enseñado. No los
necesitas, a ninguno de ellos. Sólo te harán sufrir, si no los amas, no sufrirás.
Subió las escaleras hacia los dormitorios, y, al llegar arriba, abrió la puerta de la
habitación de Hermione. Entró.
Todo cambió. Aquello no era una habitación de Hogwarts. Era la habitación de Ron
en La Madriguera. Él también había cambiado, y ahora era distinto, muy distinto:
mucho más poderoso, más alto, y más malvado. Y no acababa de matar a Parvati.
Eso hacía ya tiempo que había pasado. Ya no era el Harry de antes, ahora era aquel
ser poderoso, terrible, cruel y frío. La habitación estaba vacía. Bajó las escaleras de
nuevo, esperando encontrar a alguien en la casa... Se quedó quieto en la cocina,
esperando, y de pronto, la puerta se abrió, y por ella entró Ginny, una Ginny más
crecida, acompañada por Neville. La chica abrió mucho los ojos al verlo.
—¡Ha-Harry! —exclamó, casi en un grito de terror.
—Hola, Ginny —dijo, con aquella voz gélida que no era la suya. Sintió una
punzada de odio y rabia al ver como Ginny agarraba la mano de Neville... <<Estúpido
Longbottom», pensó—. ¿Cómo estás? Hace mucho que no te veo...
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella. La mirada de sorpresa había sido sustituida
por otra de odio... y miedo, o más bien, pánico.
—He venido a verte. Éramos amigos, ¿verdad? O eso creía... hasta que me
abandonasteis todos... —La miró fijamente—. Afortunadamente, me he dado cuenta
de que no os necesito, de que no me hacéis falta.
—Harry, no te abandonamos. Nunca lo hicimos, las cosas no sucedieron como
crees...
—¡Cállate! —No sabía bien por qué, pero no debía oír las explicaciones de Ginny,
porque eran peligrosas, porque podían tener razón, y eso le destruiría—. ¡Necesitaba
hablar con vosotros aquel día y a nadie le importaba! ¡Estabas con ese estúpido!
—Harry, yo no estaba con Neville aquel día, yo...
—¡No hables! ¡No des excusas! No necesito tus estúpidas explicaciones. Ahora lo
tengo todo, lo puedo todo...
—Harry, si supieras...
—Harry, deberías escuchar... —intervino Neville, temblando.
—No creo haber pedido tu opinión —siseó Harry. Estaba en una lucha interna. Una
parte de él pedía que les escuchara, que comprendería, pero otra, que era más fuerte,
decía que no, que lo que tenía que hacer ya lo sabía, y a eso había ido.
—Harry...
—Cállate, niña estúpida. Se ha terminado el tiempo de hablar.
Sacó la varita y lanzó una maldición, pero ambos se apartaron a tiempo.
—¿Os gusta jugar, eh? —dijo, riéndose ligeramente.
Ginny lanzó un hechizo, pero Harry lo desvió con un movimiento de su varita.
Mientras, ella y Neville salieron al jardín. Harry salió tras ellos, y al hacerlo, se
encontró a Fred y George.
—¿Qué...? —dijo George sorprendido, al ver a Harry allí—. ¿Qué haces tú aquí?
—Cállate, Weasley —dijo Harry, dando un fuerte latigazo con la varita. George
gritó, y de su garganta comenzó a manar sangre a borbotones. Ginny chilló. Fred se
arrodilló junto a su hermano, horrorizado. Harry no esperó más y apuntó al gemelo—.
Avada kedavra.
Fred cayó, sin vida, junto a su hermano, que se desangraba. Ginny gritaba y
lloraba con todas sus fuerzas, mientras Neville intentaba sostenerla.
—¿Por qué haces esto, Harry? ¿Por qué? —chillaba la chica—. Yo te quería
tanto... ¡Eras mi amigo! ¡Eran amigos tuyos!
—Yo no tengo amigos; tengo servidores, tengo esclavos. Yo no soy Harry Potter,
muchacha estúpida. Entiéndelo de una vez... —Miró a los cuerpos de los gemelos,
luego a Ginny, y añadió—: No te preocupes, pronto te reunirás con ellos, muy pronto.
Levantó la varita otra vez.
—¡No lo harás! —gritó Neville. Lanzó un hechizo aturdidor contra él, pero Harry lo
desvió sin problemas.
—¿Pretendes enfrentarte a mí, Longbottom? Nunca tuviste mucho cerebro.
—Yo... yo valgo por doce como tú.
Harry se quedó de piedra un instante, y luego se echó a reír.
—Recuerdas las viejas frases, ¿eh, Neville? Lástima que no tengan valor...
Neville volvió a agitar la varita, y un delgado haz cortante se dirigió hacia Harry,
pero éste desapareció y apareció de nuevo detrás del chico.
—Muy lento, Longbottom... —Neville se giró rápidamente, poro no a tiempo. Harry
levantó la varita y murmuró el hechizo. El rayo verde salió e impactó contra la cara de
Neville, que cayó en el acto—. Adiós, Longbottom.
—¡NOOOOO! —gritó Ginny, que seguía arrodillada. Se acercó a Neville y le miró
con pena, antes de volver la cabeza hacia Harry—. ¿CÓMO PUEDES HACER ESTO?
—Te lo enseñaré —siseó Harry, sonriendo—. Es fácil... observa —dijo, mientras le
apuntaba a la cara.
—Harry... recuerda el baile... recuerda el baile de Navidad.
—¡Cállate! ¡No me recuerdes aquello! ¡Todos me traicionasteis! —gritó, lleno de
furia.
—No es verdad, Harry. Si supieras lo que sucedió aquel día...
—¡Me traicionasteis! —chilló. Pero, ¿era verdad? ¿De verdad habían sucedido las
cosas así? «No, sabes que no», dijo una voz en su cabeza. «Sí! —chilló otra—.
¡Sucedieron así, sólo trata de debilitarte, acaba con ella!».
—Me traicionasteis...
—Harry, no sabes...
—Me gustará ver la cara de Ron y Hermione cuando vean esto... lástima que no
pueda quedarme. —Su expresión era ahora de disgusto, de un odio irracional,
inhumano—. También a ellos les llegará la hora...
—Harry... —suplicó Ginny, sollozando—. No sabes lo que…
—No necesito saber nada —cortó él. Apuntó directo a su cara—. Avada kedavra
Ginny cerró los ojos antes de recibir el impacto. Su cuerpo sin vida se desplomó
junto al de Neville. Harry observó su obra: vio a Fred, muerto, junto a George, que
también había fallecido, bañado en un charco de sangre; frente a él, Neville y Ginny...
Sintió que se partía, sintió deseos de llorar por sus amigos, y un dolor muy profundo,
que era a la vez físico y espiritual, lo perforó. Ya estaba bien por un día... tenía que
irse y descansar. Tenía que recuperarse, luchar contra aquel sentimiento horrible que
lo obligaba a sufrir por lo que acababa de hacer. La cicatriz empezó a dolerle de
pronto con muchísima intensidad, y todo se volvió negro.
29
El Cazador Cazado
—¡Harry! —exclamó Ron. Estaba de pie junto a su cama, con cara asustada—.
¿Qué te pasa?
Harry se incorporó lentamente. La cicatriz seguía doliéndole de forma horrible. Miró
a Ron.
—¡Apártate! ¡Déjame solo! —gritó. Se levantó de la cama, se puso las zapatillas y
la bata y salió por la puerta. Bajó a la sala común y se sentó junto al fuego, temblando.
Había sido horrible. Estaba muy asustado. Sabía que había sido un sueño, pero nunca
había sido tan real... nunca.
—¡Harry! ¿Estás bien? —preguntó Ron, que también había bajado, acercándose a
él.
—Apártate de mí —dijo Harry, mirándole con furia. Aún recordaba lo sucedido en
el sueño. Parvati le había dicho que estaba solo, que Ron y Hermione ahora no
querrían saber nada de él... y uno de sus temores era precisamente ese. Se sentía
aún lleno de aquella furia, de aquel odio que había experimentado... y estaba
asustado. Mortalmente asustado.
—Harry... ¿qué...? —murmuró Ron, confundido—. Has tenido una pesadilla,
deberías ir a ver a Dumb...
—¡No voy a ningún lado! —chilló—. ¡Aléjate de mí!
Neville, Dean y Seamus bajaban en aquel momento por las escaleras. Harry miró a
la asustada cara de Neville y sintió asco hacia sí mismo al recordar lo que había
hecho... pero también algo más... ¿Una punzada de odio? No podía ser...
—Harry —dijo Ron, con la voz calmada, intentando aproximarse a su amigo—. Soy
tu amigo... cuéntame qué pa...
—¿Eres mi amigo, no? —preguntó, sarcásticamente—. ¡Vete con Hermione!
¡Seguro que prefieres estar con ella que aguantar mis tonterías! —gritó. Ron se
levantó de un salto, como si Harry le hubiese golpeado, mirándole asustado. Harry le
observó. Sólo era Ron. Su amigo. Él nunca le abandonaría. ¿Cómo podía haber creído
o pensado algo así? ¿Qué le pasaba?—. Lo... lo siento, Ron. No quería decir eso... es
que... en el sueño...
—No pasa nada, Harry —dijo él, acercándose y dándole un abrazo—. Ya ha
pasado. Ya está... ¿Tuviste otro sueño?
—Sí... un sueño como el del verano, no como el de Snape.
Dean, Seamus y Neville los miraban, sin comprender.
—¿Qué sueños? —preguntó Seamus.
—Dejadnos, por favor —pidió Ron.
Los tres se miraron y volvieron a subir por las escaleras, murmurando entre ellos.
—Esta vez era algo distinto —explicó Harry.
—¿Cómo distinto?
—En los demás sueños, yo estaba dentro de mí mismo, ¿sabes?. Veía y sentía
todo lo que sentía mi yo del sueño, pero sabía que estaba soñando, que no estaba allí.
Esta vez no. Esta vez yo era el yo del sueño.
—¿Volvías a estar unido a Voldemort?
—No al principio. Al principio era yo, pero una voz me decía que estaba solo, que
me habíais abandonado... estábamos en Hogwarts. Yo quería hablar contigo y con
Hermione, pero Parvati y Lavender no me dejaban, decían que yo no os importaba,
que preferíais estar solos... yo me enfurecía muchísimo... la voz me decía que yo era
Harry Potter, que no debía dejarme dominar... Parvati intentaba que no subiera a
veros... y yo... yo la mataba.
—¿La matabas?
—¡Sí! —gritó Harry—. Era muy real, yo me sentía abandonado por todos... luego
ya no era yo, era ese yo del futuro o de dónde sea... e iba a tu casa... y mataba a
George, a Fred, a Ginny y a Neville, que estaban juntos...
—¿Qué? —exclamó Ron.
—Ron, era tan real... me sentía tan mal. ¡Cuándo vi a Neville bajar de la escalera
sentí una punzada de odio! Y al verte a ti...
—Harry, yo nunca voy a abandonarte. Eres mi mejor amigo. No importa que esté
con Hermione... y ella te dirá lo mismo. Nuestra amistad, la amistad que los tres
tenemos, es lo más importante...
—Ya lo sé, Ron... ya lo sé... lo siento... ¿Por qué tiene que pasar esto ahora, justo
cuando Hermione se ha puesto bien? ¿No voy a poder sentirme contento por algo sin
que pase algo malo?
—Vamos, tranquilízate. ¿Te apetece alguna cosa? ¿Un té o así?
—Sí me gustaría, pero no sé de dónde vamos a sacarlo a estas horas...
—Bueno, a ver si me sale... —dijo Ron, sacando su varita y agitándola encima de
la mesa. No pasó nada—. Bueno, vuelvo a probar.
Lo hizo y esta vez sí, aparecieron dos tazas de té.
—¡Vaya! Esto no está nada mal... —dijo, sorprendido de su propia habilidad—.
Tendré que enseñárselo a Hermione —añadió, sonriendo.
Harry también sonrió. Cogió su taza y dio un sorbo. Se tranquilizó. ¿Cómo podía
haber pensado eso de sus amigos?
—Oye, esto está muy bien —dijo.
—Gracias —contestó Ron, halagado—. ¿Quieres contarme más?
Harry le contó lo sucedido antes de aparecer en La Madriguera, cómo creía que
aquello había desembocado en su unión con Voldemort, y cómo las cosas no parecían
haber sucedido como él había creído aquella noche en el castillo.
—¿Qué piensas que era, un engaño o así? —preguntó Ron.
—No sé... el caso es que yo parecía saber que no era cierto que Ginny estuviese
con Neville y que tú y Hermione no quisierais hablar conmigo... pero no quería
admitirlo ni escucharlo, porque eso... eso destruiría la unión, o algo así...
—Ya, es lo mismo que las otras veces, tenías que matarnos, pero al matarnos
también sufrías... y ese sufrimiento también te destruía.
—Más o menos —dijo Harry.
Estuvieron en silencio, terminando el té, durante un rato, hasta que Ron preguntó.
—¿Por qué sentiste odio hacia Neville al verle con Ginny?
Harry se quedó paralizado un momento... No lo había pensado.
—No lo sé... —respondió.
—Harry... ¿no te gustará Ginny, verdad? —preguntó Ron con una ligera sonrisa.
—Creo que no... —respondió él. Era cierto, con Ginny nunca había sentido lo
mismo que sentía al ver a Cho... pero, ¿por qué había recordado aquellas frases antes
de dormirse?—. No, no me gusta —aseguró.
Ron le miró con ciertas dudas, pero no dijo nada al respecto.
—Mejor será que vayamos a dormir, ¿no? —Dijo—. Deberías descansar. Y
mañana ir a contárselo a Dumbledore.
—Sí, será mejor volver a la cama.
Subieron de nuevo a su habitación y se volvieron a acostar.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Neville, que seguía despierto.
—Sí, Neville. Gracias.
Harry se tapó. No se dejaría engañar ni dominar por aquellos sueños. Sólo eran un
engaño, una mentira. No sabía qué ganaba Voldemort con todo aquello, pero él no iba
a caer en la desesperación, ni iba abandonar a sus amigos, viese lo que viese.
Bastante más tranquilo y relajado por el té y la conversación con Ron, volvió a
dormirse.
Por la mañana, cuando se despertó, Ron aún estaba durmiendo. Se vistió y bajó a
la sala común, donde sólo había unos siete alumnos, entre ellos, Ginny. Sintió una
opresión en el estómago al verla.
—Hola Ginny... —la saludó Harry.
—Buenos días —respondió Ginny, sonriéndole. Luego se fijó en la expresión de
Harry y se puso seria—. ¿Qué te pasa?
—He tenido un sueño horrible...
—¿Un sueño? —repitió Ginny, asustada.
—Sí...
Harry se lo contó. Sorprendentemente, Ginny no mostró ningún signo de miedo o
de temor.
—No te preocupes —dijo ella, agarrándole una mano—. Sabes que eso no es
cierto... Ron y Hermione nunca te abandonarán, y tú nunca me harías daño. Además,
yo no salgo con Neville —añadió, con una risita—. ¿Cómo sale eso en tu sueño?
—No lo sé —dijo Harry, sonriendo también, un poco avergonzado.
Estuvieron hablando cinco minutos más, hasta que Ron bajó.
—Buenos días —dijo el pelirrojo, saludando a su hermana y a su amigo—.
¿Vamos a desayunar?
—Vale —dijo Harry—. Luego iré a ver si veo a Dumbledore...
Cuando iban a salir del retrato, Parvati y Lavender bajaron las escaleras. Harry las
miró un momento y se dirigió a ellas.
—Parvati... Si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías,
¿verdad?
—¿Qué? —peguntó Parvati, sorprendida.
—Digo que, si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías.
—Claro que no —dijo Parvati, mirando a Harry como si estuviese loco—. ¿Por qué
dices eso?
—¡Por nada! —dijo Harry, dándole un abrazo y saliendo fuera de la sala común,
dejando a la chica totalmente sorprendida.
—Vamos a la enfermería —dijo Ron.
—¿Pero no íbamos a ir a desayunar? —preguntó Harry.
—Desayunaremos allí, en la enfermería.
—¿Qué?
—Hazme caso, Harry. Seguro que Hermione prefiere que comamos con ella que
comer sola.
Harry miró a Ginny y se encogió de hombros. Ambos siguieron a Ron hasta la
enfermería. Hermione ya estaba despierta, y su cara se iluminó al verlos. Tenía mucho
mejor aspecto que el día anterior.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Ron, acercándose a ella.
—Bien —respondió Hermione—. Pero ya estoy harta de estar aquí.
—¿Has desayunado ya? —le preguntó Ron.
—No —dijo Hermione.
—Estupendo, entonces comeremos los cuatro juntos.
—¿Cómo? —preguntó Hermione. Miró a Harry, que se encogió de hombros.
—Venga, Harry, ayúdame.
Ron agitó la varita encima de la mesa, tal como había hecho la noche anterior, e
hizo aparecer en ella una fuente con un desayuno digno del comedor. Hermione abrió
los ojos como platos.
—¿Sabes hacer hechizos comparecedores? —preguntó Hermione, impresionada.
—Hemos aprendido en Transformaciones —dijo Harry—. Empezamos la semana
pasada. Se nos dan bastante bien. Aunque, por lo visto, Ron parece tener un don
especial para proporcionar comida.
—Esto lo he sacado de las cocinas —explicó Ron—. Esto es para ti —dijo,
mirando a Hemione y poniéndole la bandeja encima.
—¿Todo esto?
—Tienes que comer, ya sabes lo que dijo la señora Pomfrey.
—¡No puedo comer todo esto!
—Si no te lo comes, lo enviaré directamente a tu estómago —la amenazó Ron,
apuntando con la varita a la bandeja.
Hermione se lo quedó mirando, pasmada, y luego se rió.
—Está bien.
—Bueno, pues yo lo mismo —dijo Harry. Sacudió la varita y aparecieron bandejas
con comida. Una para él y otra para Ginny—. Toma —le dijo a la pelirroja, pasándole
su desayuno.
—Gracias.
Mientras desayunaban, Harry miró a Hermione.
—Tengo que contarte algo —dijo, con aspecto serio.
—¿El qué? —preguntó la chica.
—Ayer tuve otro sueño como el del verano y aquél en que os atacaba a ti y a Ron
—explicó.
—¿Otro? —preguntó Hermione, dejando de comer.
—Sí... Verás... —comenzó a decir Harry. Se lo contó todo. Cuando terminó,
Hermione estaba pálida.
—¿No creerás eso, verdad?
—¿El qué?
—Que Ron y yo vamos a dejarte de lado o algo así...
—¡Claro que no! —exclamó Harry, mirando a Ron para que no se le ocurriera
comentar el incidente de la noche anterior—. Pero en el sueño era... tan real...
—¿Has hablado ya con Dumbledore? —preguntó ella.
—No... Iba a ir después. Aunque no sé para qué, tampoco saben nada, y yo ya me
estoy cansando... quiero saber qué significan realmente estos sueños, qué me dicen,
qué me indican... quiero respuestas, y nadie puede dármelas.
Hermione miró a su amigo con lástima, mientras Ron empezaba a recoger las
bandejas y las ponía en una pila, momento en el que la señora Pomfrey entró en la
sala, viendo al chico desvanecer las bandejas para devolverlas a la cocina.
—¿Pero qué hacen? —chilló—. ¡Señor Weasley! ¡Esto no es un comedor! ¡Si
sigue así terminaré prohibiéndole la entrada a la enfermería!
—¿Qué? —preguntó Ron, abriendo mucho los ojos y visiblemente enfadado—.
Pero si yo... yo... —Miró hacia sus amigos. El momento triste había pasado y se reían
tapándose la boca—. ¡Esta mujer me ha cogido manía! —exclamó.
—Anda, acompáñame al despacho de Dumbledore —le pidió Harry, volviendo a
ponerse serio.
—Sí, está bien.
Se despidieron de Hermione y de Ginny, que se quedó con ella, y se dirigieron,
alertas, al despacho del director. Llegaron a la gárgola y pronunciaron la contraseña,
pero no se abrió. Debían de haberla cambiado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ron.
—Vayamos a ver a la profesora McGonagall.
Se dirigieron al despacho de la subdirectora, llamaron, y ésta que los hizo pasar.
—¿Qué sucede? —les preguntó.
—Queríamos hablar con el profesor Dumbledore, profesora.
—¿Por? ¿Qué ha sucedido, Potter?
—He tenido otro sueño.
—¿Otro?
—Sí.
La profesora lo miró con expresión grave y preocupada y suspiró.
—Está bien, les acompañaré hasta allí.
La profesora los llevó de nuevo ante la gárgola y pronunció la contraseña, «bollos
de chocolate». Harry y Ron le dieron las gracias y entraron en el despacho.
—Profesor Dumbledore —dijo Harry al entrar.
—¿Harry? —preguntó Dumbledore, que estaba de pie, junto a Fawkes—. Pasad,
pasad. Precisamente quería hablar con vosotros.
Harry se quedó un tanto sorprendido.
—Ah... ¿y por qué?
—Primero vosotros. ¿Qué queríais?
—Es que... he tenido otro sueño —dijo Harry.
El director lo miró fijamente y se sentó en su silla, sin decir nada. Con un gesto los
invitó a hacer lo mismo.
—Cuéntamelo, Harry —pidió.
Harry se lo relató todo.
—Profesor... ¿Cree que puedo hacer eso? ¿Que puedo llegar a ser así?
—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore, mirándole por encima de sus gafas de
media luna.
—No... no creo. Dudo que fuera capaz de matar a Parvati sólo porque una
estúpida voz me lo dijera... —pero Harry no estaba totalmente seguro de lo que decía,
porque si Luna no hubiese llegado a donde estaban él y Ron atacando a Malfoy...
¿qué habría sucedido? Prefirió no pensar en eso—. Profesor... ¿qué significa todo
esto?
—Supongo que hemos visto el comienzo —contestó Dumbledore—. Primero viste
el final, luego un momento intermedio, pero importante, y ahora hemos visto el
principio... la primera muerte, antes de la «fusión».
—Pero no se ve cómo ocurre esa «fusión...»
—Sí, es cierto... y es una lástima, porque nos sería de mucha utilidad saber qué
busca o pretende Voldemort. Antes, con la ayuda del profesor Snape, aún sabíamos
algo, pero ahora...
—¿Por qué en ese sueño me sentía el yo del sueño? No me sentía como si
estuviera en el cuerpo de otra persona, como las demás veces...
—Tampoco lo sé —admitió Dumbledore—. Supongo que la conexión, por alguna
razón, se está haciendo más fuerte. —El director miró a Harry muy fijamente, tanto
que el chico casi se intimidó—. Harry, ¿cómo te sentiste?
—¿Cuándo?
—Cuando matabas a la señorita Patil.
—Me gustó... —admitió, sin atreverse a mirar a los ojos de Dumbledore— pero de
una forma extraña. No disfruté de la misma forma que disfruto jugando al quidditch o
estando con Ron o Hermione... Me sentí... poderoso.
—¿Alguna vez te has sentido así en la vida real? Os he estado observando esta
semana muy atentamente —les dijo Dumbledore—. Y desde que creísteis que
Hermione moriría habéis estado muy extraños... demasiado concentrados. Diría que
las cosas os salen demasiado bien.
—Me sentía muy mal por Hermione. Sólo queríamos vengarnos —explicó Harry,
bajando la cabeza—, y me sentía... sí, como si pudiese hacer muchas más cosas...
—¿Eso lo descubriste practicando hechizos de la sección prohibida? —La mirada
de Dumbledore era inquisitiva.
Harry y Ron se miraron, sorprendidos.
—Sí, sé que habéis estado cogiendo libros de allí —les dijo Dumbledore, aunque
no parecía enfadado.
—Sí —respondió Harry, aunque no era del todo cierto, porque había descubierto
ese poder ya en verano—. Lo descubrí cuando hacíamos esos hechizos.
—Bien... —dijo Dumbledore, asintiendo—. Ahora vais a prometerme que vais a
dejar de coger libros de la sección prohibida, al menos de momento. Ya no tenéis que
vengar a nadie... Luego, dentro de un tiempo, ya hablaremos, ¿de acuerdo?
—Está bien —asintió Harry.
—¿Señor Weasley?
—Se lo prometemos —dijo Ron.
—Vale, podéis iros.
—Hasta luego, profesor —se despidieron, saliendo del despacho del director.
—¿De qué querrá hablarnos más adelante? —preguntó Ron.
—No sé...
—¿Vamos a seguir practicando, Harry? —preguntó Ron.
—Le prometimos a Dumbledore que no seguiríamos robando libros de la sección
prohibida.
—Sí, eso es cierto —dijo Ron con una sonrisa—. Pero no le dijimos que
dejaríamos de practicar con lo que ya tenemos.
Harry miró a su amigo y también le sonrió.
Pasaron la tarde del domingo con Hermione. Ella insistió en que le explicaran todo
lo que habían visto en clase, y los dos amigos se lo contaron, aunque Ron no le
permitió a Hermione intentar aprenderse los hechizos comparecedores, que a él
parecían salirle muy bien.
—Ya lo harás el martes, cuando regreses a clase —dijo Ron—. Yo prometo darte
clases si veo que las necesitas.
Hermione le dio un golpe en el hombro a su amigo. No se hacía a la idea de que
Ron pudiese dominar un hechizo antes que ella, pero luego sonrió.
—¿De verdad me ayudarías?
—Pues claro. ¿Cuántas veces me has ayudado tú? Haría lo que fuera por ti —
aseguró, y se sonrojó al instante.
—¡Qué romántico! —exclamó Harry, y se acercó a la ventana, mientras sus
amigos volvían a ruborizarse.
Llegó el lunes, y Harry y Ron volvieron a clase. A primera hora tenían Pociones, y
ninguno de los dos había visto a Malfoy de cerca desde el incidente del lago. Habrían
preferido no verle, pero les daba igual, ahora que Hermione estaba bien.
En cuanto llegaron a la clase, Malfoy les miró con odio, odio profundo, pero
también, como Harry se alegró de comprobar, con cierto temor. En cuanto acabó la
clase, en la que Ron y Harry consiguieron una poción «casi» digna de Hermione,
salieron al pasillo, y Malfoy los siguió.
—Parece que ya se te recuperó la sangre sucia, Weasley —gruñó.
Harry se volvió, un tanto sorprendido de que Malfoy se atreviera a meterse con
ellos tras lo sucedido en el lago. Supuso que había notado su cambio de expresión.
—No la llames así, Malfoy —le advirtió Ron.
—Oooh, ¡cómo la defiende! —se burló Malfoy.
Ron sacó su varita en un instante y apuntó.
—¿Quieres que repitamos lo del lago? —amenazó—. ¿Quieres, Malfoy?
—Déjalo, Ron —dijo Harry, bajándole la varita a su amigo—. Sólo es un estúpido.
Lo único que pasa es que tiene envidia de que tú tengas amigos verdaderos y él no.
¿Verdad, Malfoy? Envidia como la que se te veía en la enfermería, cuando Ron estaba
acompañado y tú no.
Ron se relajó y sonrió. Malfoy parecía más humillado que nunca.
—¿Envidia de Weasley? ¿Yo? ¡No me hagas reír!
Harry sonrió.
—Eres un imbécil, Malfoy. No sé como pudiste darme lástima aquella noche —
continuó Harry. Él y Ron se dieron la vuelta y se fueron, dejando a Malfoy sin palabras.
Harry le había dicho que le había dado lástima. Debía ser el peor insulto que le habían
dirigido nunca.
—Es increíble que consiguierais todo eso —dijo Hermione más tarde, mientras
cenaban. Aún estaba sorprendida por lo que había visto.
—Ya ves que no perdemos el tiempo. Tú serás la reina de la biblioteca, pero
nosotros somos los amos de la sección prohibida —susurró Ron. Hermione le puso
cara rara.
—¿Y ya domináis parte de los hechizos?
—Pues sí —respondió Ron—. Al que mejor se le da es a Harry, descubrimos que
tiene...
—...un talento natural —terminó Harry con cara seria.
—Sí, eso. Pero yo tampoco soy manco. Si vieras lo que hago con la maldición
cortante...
—¿Qué es? Antes no me dio tiempo a verla.
—Digamos que es como el encantamiento seccionador, pero si éste fuera un niño
con una cuchara, la maldición cortante sería Hagrid con un hacha afilada.
—Vaya... ya me lo enseñaréis, ¿no? En el ED.
Harry y Ron se miraron.
—El caso es que le prometimos a Dumbledore que dejaríamos de robar en la
sección prohibida, y no vamos a enseñar a los demás algo que es casi Artes
Oscuras... Sin embargo, encontraremos otras cosas para practicar, como
entrenamiento con encantamientos de movimiento de objetos, levitación y esas cosas
—explicó Harry—. Ron y yo hemos practicado y hacemos unos combates excelentes.
Así vencimos a Malfoy, Crabbe, Goyle, Parkinson y Bulstrode.
—Pero yo...
—Nosotros tres seguiremos aprendiendo lo que tenemos —dijo Harry—. Tú nos
ayudarás, algunas cosas no nos pusimos a hacerlas porque sin ti, creíamos que no
podríamos.
Hermione sonrió.
El comedor estaba bastante silencioso esa noche, sobre todo en la mesa de
Slytherin, donde faltaba otro alumno. Cuando la cena terminó, Dumbledore se puso en
pie, muy serio.
—Alumnos, tengo algo que anunciaros. Es a la vez una buena noticia, y una mala.
—Todo el comedor tenía sus ojos vueltos hacia el director—. La buena noticia es que
el acechador, el siervo de Lord Voldemort, ha sido descubierto y capturado. —Nada
más decir, esto, los murmullos comenzaron, y aparecieron por doquier rostros de alivio
y sonrisas—. La mala noticia —continuó Dumbledore— es que está muerto. —Los
murmullos callaron al instante—. El acechador era Aldus Birffen, un alumno de
séptimo de la casa Slytherin. —Al decir esto último se oyeron exclamaciones aisladas
del estilo de «de Slytherin tenía que ser»—. Este alumno está muerto porque decidió
suicidarse al ser capturado. —Un estremecimiento de horror recorrió el Gran Comedor
—. No obstante, y aunque no sepamos ya el por qué, o con qué intención hizo las
cosas que hizo, me complace anunciar que el peligro ha pasado, y, por tanto, serán
abolidas las normas especiales y regresará el campeonato escolar de quidditch.
—¡Bien! —exclamó Ron, contento. Miró a Harry, que también estaba alegre por la
noticia.
—A pesar de todo —continuó Dumbledore—, las visitas a Hogsmeade
permanecerán suspendidas. Ahora, buenas noches a todos.
—Voy a hablar con Dumbledore —dijo Harry, levantándose y corriendo hacia la
mesa de los profesores. Se acercó al director—. Profesor, ¿puedo hablar con usted un
momento?
—Claro, Harry —respondió—. Sígueme.
Harry siguió al director hasta la sala que había detrás de la mesa, donde otras dos
veces se había reunido.
—Tú dirás.
—Esto, profesor, ya que Birffen ha sido capturado... ¿podríamos volver a formar el
ED?
—Sí, claro. Si queréis... cuando os lo dije, tenía en mente la defensa precisamente
contra el atacante, así que ahora no tendría mucho sentido, pero es una buena idea.
—Gracias, profesor —dijo Harry, contento—. Por cierto... ¿Ha sabido algo más
acerca de él?
—No. Entre sus cosas no había apenas nada. No había cartas ni nada parecido.
Lo único que tenemos es un frasquito del veneno que usó con Warrington y varias
pastillas del que usó para suicidarse...
—¿Por qué lo hizo, profesor? ¿Tan leal era? —quiso saber Harry. Por mucho que
le diera vueltas, no conseguía comprenderlo.
—No lo sé... pero hay muchas cosas que me gustaría que nos hubiese contado —
dijo el director con pesar—. Bueno, Harry, ahora es mejor que regreses a la torre de
Gryffindor. Hasta mañana.
—Hasta mañana, profesor —se despidió Harry, volviendo al Gran Comedor y
reuniéndose con sus amigos, que le esperaban.
Al salir se encontraron con Bletchley, que parecía muy afectado. Iba acompañado
de otro chico de Slytherin, seguramente otro alumno de séptimo año. Se quedaron
mirando unos a otros un momento.
—Miles... ¿qué tal estás? —preguntó Harry.
Bletchley se encogió de hombros.
—Nunca hubiera creído que Aldus... No es que fuésemos amigos, pero... ¡Maldito
cerdo! ¡Si no se hubiera suicidado yo mismo lo habría matado!
—Tranquilízate, vamos —le dijo Ron—. Fíjate, ahora podremos volver a jugar al
quidditch...
Bletchley le miró con el ceño fruncido, y Hermione le dirigió una mirada
reprobatoria.
—Warrington no está para jugar —respondió Bletchley secamente.
—Bueno... pero él se recuperará. Seguro que encontráis a otro cazador... bueno,
nosotros nos vamos —dijo, viendo que la cara de Bletchley no se alegraba.
—Adiós —musitó éste.
—¿Por qué has tenido que hablarle de quidditch? ¿Cómo se te ocurre? —le
preguntó Hermione mientras se dirigían a la torre de Gryffindor.
—Pensé que le animaría, no sé... —se defendió Ron.
—Su mejor amigo, que es cazador, está al borde de la muerte, y resulta que otro
compañero suyo resulta ser un asesino, y vas tú y le hablas de quidditch.
—¡Creí que era una buena idea! —dijo Ron, irritado.
—Pues es obvio que no lo era —le reprendió Hermione. Harry los miraba a ambos
sin decir nada. Daba igual lo que fueran, nunca dejarían de discutir.
—Ya sé que no fue una buena idea —dijo de pronto Ron, bajando la cabeza—. Lo
siento.
—Ah —fue todo lo que atinó a decir Hermione, sorprendida—. Vale...
—¿Para qué fuiste a ver a Dumbledore, Harry? —le preguntó Ron.
—Fui para preguntarle si podíamos volver a reunir al ED, ahora que el peligro ha
pasado.
—¿Y podemos?
—Sí.
—¡Bien! —exclamó Ron, volviendo a alegrarse, mientras entraban en la sala
común.
Una vez dentro, Hermione se empeñó en ponerse al día con los trabajos, y tuvo a
Ron y a Harry hasta medianoche practicando hechizos comparecedores. No tardó
demasiado en cogerles el truco.
—Bueno, creo que ya lo dominas —dijo Ron, con aspecto cansado—. Así que me
voy a la cama, estoy muerto...
—Querría ver los apuntes de Encantamientos —dijo Hermione—. Llevo mucho
tiempo metida en la cama y estoy harta.
—De eso nada —le dijo Ron—. Aún no estás recuperada, así que a la cama.
—No quiero acostarme, quiero...
—¡No! —exclamó Ron, con cara seria y expresión autoritaria—. He dicho que a la
cama, o no verás ni mis apuntes ni los de Harry.
—Está bien —aceptó ella, sonriendo al ver así a Ron—. Hasta mañana. —Le dio
un beso a Ron y se dirigió a las escaleras—. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana —contestó él. Luego se volvió hacia Ron—. A mí no me pongas
nunca esa cara que le has puesto a ella, o te echaré un maleficio. Ya me llega cuando
las pone ella.
Ron sonrió.
—Será que me posee el espíritu de prefecto... espero que Fred y George no se
enteren.
Harry se rió, mientras subía con su amigo hacia su habitación.
Más tarde, dando vueltas en la cama, comenzó a pensar. No podía dormirse.
Había esperado tanto para saber quién era y qué misterios ocultaba el extraño, el
acechador, que ahora se sentía decepcionado. Había sido más rápido, y ahora estaba
muerto. Ya no podrían saber cómo había hecho todas aquellas cosas, o por qué había
atacado a Hermione, o cómo había sabido que Snape era un espía... De todas formas,
al menos ahora corrían un peligro menor, y Voldemort había perdido una de sus
bazas. Harry recordó la expresión de triunfo de Birffen al tomarse la pastilla y pensó
que habían tenido suerte. Alguien así tenía que ser un demente, un loco. ¿Qué no
habría sido capaz de hacer alguien como él? No quería ni pensarlo. ¿Qué podría
obligar a una persona a hacer todo eso por alguien como Voldemort? ¿Qué tenía que
causaba ese efecto en algunas personas? ¿Era su poder, sus ideas? No encontraba
una razón lógica... involuntariamente, sus pensamientos volvieron a su sueño.
Recordó cómo había matado a Parvati... era completamente distinto al primero, en el
que mataba a Hermione. En éste se había sentido totalmente distinto, totalmente
inhumano... en el último, sin embargo, se había reconocido a sí mismo, aunque
cambiado, transformado y como poseído... como si fuese él, pero con sentimientos,
conocimientos e ideas que no le pertenecían... ¿Qué significaba? ¿Cuál era la
pretensión final de Voldemort? ¿Cómo iba él a vencerle? No lo sabía, y no quería
pensar en ello, así que intentó dormirse.
30
La Tercera Profecía
Querida Hermione:
No te imaginas lo que me alegré cuando recibí la carta de
Ron diciéndome que te habías recuperado. Había pasado ya un
mes y medio y no albergaba esperanzas de que puedieras
volver a la vida, pero me alegro mucho de haberme equivocado.
Dales las gracias a Harry y a Ron por todo, pero, más que
nada, por cuidarte. Tienes suerte de tener amigos como ellos,
aunque espero que sepas que aquí también tienes, o tenéis, un
amigo.
No sé si ellos te habrán comentado que ahora me he unido
a la Orden del Fénix, pero así es, así que quizás nos veamos
pronto.
Cuídate mucho.
Un beso.
Viktor
Pasó el viernes y llegó el fin de semana, pero Harry, Ron y Hermione lo disfrutaron
poco. Harry y Ron tenían entrenamiento de quidditch, y, cuando no estaban en el
campo, estaban trabajando, ayudando a Hermione o, si les quedaba un momento,
leyendo los pergaminos que habían sacado de la sección prohibida de la biblioteca.
El domingo a mediodía, tras la comida, Henry Dullymer se acercó a la mesa de
Gryffindor y se sentó a lado de Harry.
—¿Puedo sentarme, verdad? —preguntó.
—Parece que sí —dijo Harry, sonriendo, pues el chico ya estaba sentado a su
lado.
—Quería pediros algo... —comenzó a decir él. Parecía un poco nervioso.
—¿El qué? —preguntó Harry.
—Bueno, querría saber si Sarah podría... ya sabéis... ir con nosotros —dijo, en voz
baja—. No le he dicho nada, que conste, antes quería saber si puede.
Harry miró a Ron y a Hermione, que sonrieron.
—Por mí sí —dijo la chica.
—Por mí también —añadió Ron.
—No hay problema, entonces —dijo Harry.
—¡Gracias! —exclamó Henry, muy feliz—. Se va a poner muy contenta. ¡Voy a
decírselo! ¡Nos vemos!
—¡Adiós! —se despidió Harry. Luego miró hacia sus amigos—. Bueno, otro
miembro más.
Sarah acudió a la primera reunión del ED el miércoles. Estaba bastante nerviosa, a
pesar de los intentos de Henry por tranquilizarla. Como en el caso del chico, le había
dicho que la llevara a la Sala un rato antes de las ocho.
—Hola —saludaron Harry, Ron, Hermione y Ginny al llegar.
—¡Hola! —respondió Henry. Sarah también saludó, aunque seguía nerviosa.
—Tranquilízate —le dijo Harry—. No vamos a hacerte nada.
—Está preocupada porque somos de Slytherin —explicó Henry, mirando a la chica
con una sonrisa.
—No te preocupes por eso —le dijo Hermione—. A nosotros no nos importa, si no,
no te habríamos invitado. Y a los demás tampoco les importará. —Sacó de su bolsillo
otro galeón falso y se lo dio—. Toma esto, así sabrás la fecha y la hora de cada
reunión. Está marcada en esos números de la moneda. ¿La ves?
Sarah asintió, sonriente.
—Gracias...
—¿Entramos ya? —preguntó Harry—. Los demás no tardarán en llegar, y si nos
ven aquí, los demás alumnos sospecharán algo.
—Sí, entremos —dijo Ron, abriendo la puerta de la Sala, que había aparecido en
medio del muro.
—Vaya, sí que es fenomenal este lugar —dijo Sarah al entrar.
—Ya te lo dije antes. Verás como te lo pasas bien.
—¿Y si lo hago mal? —preguntó la chica.
—No lo harás mal —le aseguró Harry—. ¿Conoces a Neville Longbottom?
—Sé quien es, pero nunca he hablado con él...
—Pues te aseguro que su confianza a principios del año pasado era nula, y ahora
es tan bueno como cualquiera de los demás. Sólo debes tener confianza, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo —respondió ella, sintiéndose algo más cómoda y sonriendo más
abiertamente.
Empezaron a llegar los demás miembros, y a ninguno se le pasó la presencia de
Sarah. Se sentaron y esperaron la presentación de Harry.
—Bueno, como veis, hoy tenemos a otra invitada más —dijo Harry sonriente—.
Ella es Sarah Brighton, la... esto, una amiga de Henry...
—Es mi novia —aclaró Henry con aplomo, sin dejar de sonreír. Sarah se ruborizó,
pero le sonrió.
—Bueno, pues eso, su novia —continuó Harry—. Y también quiere unirse a
nosotros. De nuevo, ¿alguien tiene algo en contra?
Nadie dijo nada.
—Vale, pues entonces... ¡Bienvenida!
—Gracias —dijo la chica, mirando a los demás miembros del ED, que le sonreían.
—Bueno, todos sabéis donde estabais el otro día. Continuad con eso, ¿de
acuerdo? —Todo el mundo se emparejó rápidamente. Harry miró a Henry y a Sarah—.
Bueno, vosotros dos practicaréis un poco aparte, hasta poneros un poco más a su
altura, ¿vale?. Empezad practicando el Expelliarmus y el embrujo paralizante. Ya sé
que los dominas, Henry, pero así le enseñas a ella y yo podré observar como van los
demás, ¿te importa?
—Por supuesto que no —dijo él, sonriendo.
Harry se paseó por entre los demás, que movían sus varitas intentando desarmar o
tirar al suelo a su oponente. La mayoría lo hacían bastante bien. El que más
problemas tenía era Dennis Creevey, que aún estaba en tercero. Hermione había
mejorado muchísimo y a Ron le costaba vencerla. A Harry no le sorprendió en
absoluto.
A las nueve, tras terminar la reunión, Henry y Sarah esperaron al final para irse.
—¿Qué tal lo has pasado? —le preguntó Harry a la chica.
—Muy bien, gracias. Esto está genial, se nota que sabes lo que haces...
—Bueno, todo es gracias a la ayuda de ellos —dijo, señalando a Ron y a
Hermione, que sonrieron.
—Hay muy buen ambiente aquí —comentó Sarah con un deje de envidia mientras
bajaban—. Me gusta estar en Slytherin, y allí tengo a buenas amigas, pero este
ambiente me gusta más.
—Bueno, ¿por qué no venís tú y Henry a comer con nosotros mañana? —sugirió
Ron en un deje de inspiración—. A nosotros no nos importa, y no está prohibido,
¿verdad? —añadió, interrogando a Hermione con la mirada.
—No, no está prohibido, aunque es muy raro.
—¿Qué te parece la idea? —le preguntó Henry a su novia.
—Me gustaría... sería interesante, pero no sé cómo se lo tomarían los demás.
—Tus amigas se lo tomarán bien, no te preocupes, y los demás da igual.
—Mirday y Gertrude no creo que se lo tomen bien...
—No sabía que eras amiga de esas dos.
—No lo soy, pero también son compañeras de habitación... y tú eres amigo de
Malfoy —añadió.
—Sí, pero no me importa lo que diga, ya lo sabes. Vamos, acepta.
—Está bien —dijo ella, finalmente—. Nos vemos entonces a la hora de comer —
dijo, mirando hacia Harry, Ron y Hermione, que sonrieron.
—Genial —dijo Ron—. Hasta mañana, entonces.
—Hasta mañana —se despidieron los dos mientras bajaban para dirigirse a las
mazmorras.
El lunes no tenían entrenamiento de quidditch, así que Harry y Ron estuvieron toda
la tarde en la sala común, con Hermione, que intentaba ponerse al día con un montón
de apuntes de Aritmancia que le habían prestado sus compañeros de Ravenclaw en
esa asignatura. Harry y Ron, mientras, practicaban hechizos comparecedores junto al
fuego. Ambos estaban un poco aburridos, y movían la varita casi con desgana
haciendo aparecer los más diversos objetos.
Serían las cinco y media cuando se produjo un fogonazo encima de sus cabezas,
que los asustó a ambos. Una carta cayó sobre Harry, acompañada de una pluma.
—Fawkes... —dijo Harry, sorprendido, mirando la nota—. Debe de ser un mensaje
de Dumbledore.
Ron miró con curiosidad, y también Hermione se levantó y se acercó a ellos.
—Me dice que acuda a su despacho ahora mismo —dijo Harry—. No menciona el
motivo...
—¿Podemos ir nosotros? —preguntó Ron.
—No sé, aquí no decía nada.
—Mejor que vayas tú solo, Harry —dijo Hermione—. Luego ya nos lo contarás.
—Pues yo creo que deberíamos ir —replicó Ron—. Últimamente, siempre vamos...
—No, Ron. No sabemos para qué quiere ver a Harry. Si quisiera que fuésemos,
nos lo habría dicho. Así que irá Harry solo —sentenció Hermione. Ron puso mala cara,
pero no replicó.
—Bueno, vale —dijo Harry, levantándose—. Nos veremos después. Si tardo, bajad
a cenar y me reuniré allí con vosotros.
—De acuerdo —respondieron ambos.
Harry salió por el agujero del retrato y se encaminó al despacho del director.
Cuando entró, se sorprendió al ver que no estaba solo. Ginny estaba con él, y parecía
muy nerviosa. Se fijó también en que el pensadero de Dumbledore estaba sobre la
mesa.
—Hola, profesor —saludó Harry—. ¿Ginny? ¿Qué haces aquí?
La chica le miró, pero no dijo nada.
—Siéntate, Harry —le pidió Dumbledore.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, que empezaba a preocuparse.
—Bueno... Ha pasado algo importante —Dijo Dumbledore, como si no acabara de
decidir cómo explicarlo—. La señorita Weasley ha venido a mí desde su clase de
Adivinación.
—¿Por? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Harry.
—No, gracias —respondió ella, sonriendo—. Es sólo que... bueno...
—Esta tarde, los alumnos de quinto curso de Gryffindor y Slytherin han
presenciado un fenómeno muy extraño —dijo Dumbledore. Harry miró al director sin
comprender—. Han presenciado la formulación de una verdadera profecía.
Harry se quedó mudo del asombro un instante. ¿Otra profecía de la profesora
Trelawney?
—Sí —dijo Dumbledore, como adivinando los pensamientos de Harry—, la
profesora Trelawney ha realizado otra profecía.
—Tiene que ver conmigo, ¿verdad? —dijo Harry casi sin pensar.
—Sí —respondió el director tranquilamente—. Tiene que ver contigo. Ginny, por
favor, cuéntanos cómo sucedió.
—Estábamos repasando con la bola de cristal —contó la chica—. La profesora se
sentó y se puso a mirar en la suya, cuando, de pronto, se puso muy tiesa y comenzó a
hablar de una forma rara... cuando terminó, no recordaba nada de lo que había
sucedido. Yo comprendí y vine directamente aquí. Creo que los demás no entendieron
nada, o no tanto como yo, porque no habían oído la otra profecía.
—¿Qué dijo? —preguntó Harry, ansioso, pero nervioso a la vez.
—Lo veremos —dijo Dumbledore—. Ginny ha puesto su recuerdo aquí. —
Dumbledore señaló el pensadero—. Veamos qué nos dice...
Tocó con la varita el recipiente, y de él salió la imagen de la profesora Trelawney,
con el mismo aspecto ido que Harry había visto una vez en persona, y otra más en
aquel mismo objeto.
—El momento se acerca. El Señor Tenebroso, con la sangre de su igual, se ha
vuelto más poderoso y más terrible que nunca. Su ascenso será imparable, a no ser
que aquél al que ha marcado logre detenerle, y será el único que pueda, porque en él
han crecido durante quince años los poderes del Señor Tenebroso, y otro poder que el
Señor Tenebroso no conoce le rodea, y si no sucumbe, sólo con ambos y la ayuda de
la Antorcha de la Llama Verde podrá vencer cuando llegue la hora...
La voz de Sybill Trelawney se debilitó y luego su imagen se esfumó. Harry no dijo
nada; en su cabeza seguían resonando las palabras. Ginny tampoco hablaba y
Dumbledore parecía pensativo.
—Profesor... —dijo Harry. Dumbledore pareció volver de su ensimismamiento.
—Bueno, ¿qué te parece, Harry? —le preguntó el director, mirándole fijamente por
encima de sus gafas.
—No sé... dice que llega la hora... que Voldemort es más fuerte que nunca gracias
a mi sangre... —Entonces recordó la reunión de la Orden del Fénix, y supo que era el
momento de saberlo todo. Miró a Dumbledore con decisión—. Quiero saberlo todo.
Quiero saberlo todo ya.
Dumbledore miró a Harry y asintió. Luego se volvió hacia Ginny.
—Señorita Weasley... ¿le importaría dejarnos solos?
—Eh... no, claro que no —respondió Ginny, levantándose—. Hasta luego profesor.
Hasta luego, Harry.
—Hasta luego, Ginny —dijo Harry.
—Señorita Weasley... le rogaría que no comente esto con nadie, ni siquiera a su
hermano o a la señorita Granger, hasta que yo acabe de hablar con Harry.
—Por supuesto —contestó Ginny, saliendo del despacho.
En cuanto Ginny salió, Dumbledore miró a Harry.
—Hace unos días te dije que pronto tendríamos una conversación, ¿recuerdas?
—Sí —contestó Harry.
—Bueno, pues el momento ha llegado. Desde el verano he esperado una
respuesta, una señal, algo que nos indicara el siguiente paso... y esa respuesta está
aquí.
»Me preguntaste por qué Voldemort es tan fuerte, por qué gracias a tu sangre se
ha vuelto tan poderoso... pues bien, yo no estaba completamente seguro de por qué...
y sigo sin estarlo, pero creo que puedo darte una respuesta aproximada.
Harry miró a Dumbledore, expectante, sin decir nada.
—En tu sangre reside una antiquísima magia, un poderosísimo escudo
prácticamente imposible de romper o atravesar, porque un sacrificio de amor es la
magia defensiva más poderosa que puede emplearse. Yo sabía, desde el momento en
que invoqué los medios para mantenerte a salvo y que esa protección se renovase
cada año en casa de tu tía, que mientras esa protección se mantuviese, Voldemort no
podría hacerte daño.
»Sin embargo, la noche en que él regresó y me contaste qué ingredientes había
usado para realizar la poción que le devolvió a su cuerpo, comprendí que había
vencido esa barrera, y no sólo eso, sino que además esa protección iría también a él,
y que si lograba comprender cómo funcionaba, le haría aún más fuerte frente a
cualquiera que se enfrentara a él; cualquiera excepto tú.
—¿Yo? —preguntó Harry, sin comprender.
—Sí. Ahora él puede tocarte, puede matarte, porque comparte esa protección
contigo, pero, además, esa protección, combinada con los experimentos que él realizó
antes de su caída, y que le permitieron sobrevivir a la maldición asesina, le han hecho
prácticamente intocable para cualquiera —dijo con pesar—. Yo mismo lo comprobé,
en Azkaban: le lancé un hechizo aturdidor, y apenas le afectó.
—Lo sé —dijo Harry—. Lo vi. —Dumbledore le miró—. Aquella noche, yo... yo
mantuve una conexión con Voldemort. Le espié.
—¿A pesar de la oclumancia? —inquirió Dumbledore, un tanto sorprendido, pero
tampoco demasiado—. Vaya... las cosas van muy rápido, más rápido de lo que yo me
esperaba.
—Profesor... Si usted no pudo hacerle daño... ¿Qué voy a poder hacer yo?
—La protección que ahora posee Voldemort no funciona contra ti, porque es tuya.
Tus hechizos seguirán haciéndole efecto, igual que antes. —Dumbledore parecía
consternado, y miró a Harry con tristeza—. No sabes cómo lamento poner otra carga
más sobre ti... cuando antes del verano te expliqué lo que la profecía decía, esperaba
poder mantener a raya a Voldemort hasta el momento en que estuvieses preparado
para enfrentarte a él... tenía la esperanza de que no lograra descubrir tan pronto lo que
tu sangre podía ofrecerle, pero dos cosas jugaron en nuestra contra: el hecho de que
él te poseyera, y los sueños.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Harry, intuyo, o sé, que el hecho de que te poseyera provocó un cambio en
ambos... profundizó vuestra conexión y despertó... cosas ocultas.
—¿Cosas ocultas?
—«En él han crecido durante quince años los poderes del Señor Tenebroso» —
repitió Dumbledore—. El hecho de que sepas hablar pársel, o de que se te den bien la
Defensa Contra las Artes Oscuras sólo es el principio. Como te dije el otro día, cuando
creísteis que Hermione moriría, las cosas os salían demasiado bien... Harry, ¿no has
notado nada extraño?
—Sí —confesó Harry, apesadumbrado—. Durante todo este año, cada vez que me
sentía especialmente furioso, o lleno de rabia y odio... era como si algo me inundara,
algo que me llenaba de poder... lo sentí por primera vez en verano, cuando les arrojé
una serpiente a los amigos de mi primo Dudley...
—Conozco ese incidente —interrumpió Dumbledore. Harry le miró—. Has estado
vigilado, como seguramente supondrías, y aquí, en Hogwarts, también te he
observado mucho más de cerca de lo que te imaginas. —Hizo una pausa antes de
seguir—. Dices que lo sentiste por primera vez el día aquél, con la serpiente... ¿no
hiciste una conexión lógica, Harry?
—¿Qué conexión?
—Me refiero a que ese día, el día que el poder que Voldemort puso en ti se mostró
tal y como es, fue el día que tuviste tu primer sueño.
Harry abrió mucho los ojos. No lo había pensado.
—Sí, supongo que Voldemort lo notó, supongo que el hecho de haber sido poseído
por él, más la rabia que sentías por lo de Sirius, despertó ese poder dormido en ti, un
poder que puede llegar a dominarte, como el día que atacasteis al señor Malfoy y a
sus amigos, ¿verdad?
—Sí —confesó—. Pero... no creo que sea sólo eso lo que me posee, ¿no? Porque
Ron estaba casi igual que yo, y él...
—Sí, el asunto del señor Weasley es también muy extraño. Es curioso como los
dos habéis estado... compartiendo habilidades, ¿verdad?
—Sí... eso pensé yo a veces, pero siempre me pareció una estupidez...
—No necesariamente tiene que serlo. No sé exactamente a qué se debe, pero
entre los dos, y también con Hermione, tenéis un fuerte vínculo, y esos vínculos a
veces son mucho más misteriosos y poderosos de lo que podríamos pensar... sí, a
veces la magia puede ser muy misteriosa, y sorprendernos con cosas increíbles...
Deberíais hacerle caso a la señorita Lovegood: casi todo es posible, Harry.
Recuérdalo.
—De todas formas, profesor, aún no entiendo por qué Voldemort es más poderoso.
Entiendo que sea más difícil atacarle, pero... ¡logró romper su hechizo
antidesaparición! ¿Cómo lo hizo?
—Eso, Harry, es lo más curioso... él te dio poderes a ti, y luego, tu sangre le revivió
a él... ambos os habéis dado algo el uno al otro, y le devolviste parte de un poder que
le pertenecía... un poder que le ha hecho más grande aún de lo que ya era.
Harry asintió. Así que era eso lo que le diferenciaba de los demás: él poseía dentro
de sí poderes que Voldemort le había dado, poderes que habían crecido en él... y esos
poderes en su sangre habían terminado por hacer más fuerte a su poseedor original.
—Vale... entiendo entonces esa parte, pero... ¿Qué es eso de que tengo un poder
que me rodea y que debo utilizar los dos para derrotarle? Se supone que el poder que
yo poseo y él no es el... el amor, ¿no? ¿Qué es eso de que me rodea?
Dumbledore negó con la cabeza.
—Eso es lo más extraño de las profecías. ¿Nunca te has planteado lo curioso que
es que yo oyese la primera profecía de Sybill sobre Voldemort y tú la segunda? —
Harry negó con la cabeza, aunque, ahora que lo pensaba, sí era extraño—. No se
sabe mucho sobre el arte de las profecías, pero lo que es cierto es que siempre las
oye quien tiene que oírlas. Ésta la escuchó la señorita Weasley, que es amiga tuya, y
va dirigida a ti, Harry. Si alguien tiene las respuestas a los interrogantes que presenta,
eres tú. Yo sé algunas respuestas, y si no sé otras, es que tú debes de saberlas.
—¡Pero no las sé! —repuso Harry.
—Entonces, tienes que descubrirlas.
Harry se dejó caer contra el respaldo de su butaca y miró a los cuadros de la
pared, que escuchaban la conversación atentamente.
—¿Y si las profecías se equivocan? —dijo Harry—. No paran de decir que yo soy
el único que puede derrotar a Voldemort, pero, ¿por qué ha de ser cierto? ¿Sólo
porque la profesora Trelawney lo diga?
—No. Las profecías no funcionan así. Las cosas no suceden de una forma porque
se haya profetizado algo, sino que se genera una profecía porque las cosas sucederán
así. —Harry miró al director con cara de no comprender nada—. Las profecías son
como la historia: ambas cuentan algo, las unas del futuro, la otra del pasado, y ambas
tienen una similitud: lo que dicen no se puede cambiar, por eso las profecías son tan
raras; es muy difícil prever algo que ocurrirá seguro, y por ello la mayoría de las
profecías son vagas y dan pocos detalles; por ejemplo, la primera dice que uno de los
dos deberá matar al otro... pero no especifica quién ganará. Las profecías nos
informan sobre hechos del futuro que no se pueden cambiar, pero hay pocos hechos
de este tipo, y es por ello que las auténticas predicciones son tan poco comunes.
—Pero la profecía se equivoca —replicó Harry—. Si Voldemort logra fusionarse
conmigo, o absorberme, como pretende, ninguno de los dos morirá...
—Bueno, eso significa dos cosas: o bien que no logrará hacerlo, y terminaréis por
enfrentaros a muerte..., o bien esa unión significará tu muerte, aunque no sea una
muerte en el sentido físico... dejarás de ser tú, perderás tu espíritu, tus recuerdos, lo
que te define.
Harry se quedó callado un momento, meditando las palabras de Dumbledore. Se
dio cuenta de que tenía razón: en el tercer sueño se sentía mucho más él mismo que
en el primero... y eso le hizo pensar en otra cosa.
—Profesor... ¿Por qué me siento así cuando me embarga ese... ese supuesto
poder que Voldemort dejó en mí?
—Porque nuestros poderes, nuestra magia, está fuertemente ligada a lo que
somos, a lo que sentimos, a nuestras emociones... Recuerda cómo inflaste a tu tía
hace tres años, porque estabas muy enfadado... —Harry asintió—. Bueno, supongo
que Voldemort dejó ese poder, y parte de sus propios conocimientos y recuerdos,
parte de lo que él mismo es, en ti. Por ello, al utilizar esos poderes, te sientes más
conectado a él, y su odio, su rabia, te llenan...
Harry se levantó de un brinco, asustado.
—¿Quiere decir que tengo a parte de Voldemort en mí? ¿Que puede... dominarme
con lo que dejó en mi mente? —exclamó, totalmente aterrorizado ante la idea.
—No... y sí. Efectivamente, tienes algo de él en ti, sí, pero no por ello puede
poseerte ni dominarte... si tú no te dejas. Sea como fuere, esos poderes, esas
capacidades, forman parte de ti; lo han formado siempre... ¿Recuerdas nuestra
conversación al final de tu segundo año aquí? —Harry asintió—. Me preguntaste algo
muy similar... ¿y qué te respondí?
—Que yo estaba en Gryffindor; que había elegido ir a Gryffindor.
—Exacto. Y te lo repito: tú elegiste ser como eres, da igual los poderes que
poseas, o de dónde provengan. No dejaste que lo que hay en ti marque tu camino, y,
con ello, te has salvado. Obviamente, esos poderes son peligrosos, y no deben ser
utilizados sin control; esa fue una de las razones por lo que te dije todo aquello cuando
hablamos en agosto. Tenías que comprender que tus amigos siempre estarían
contigo, que tu razón para vivir, para luchar, son ellos; por eso también os prohibí a ti a
Ron hacer lo que hacíais... porque no es bueno pensar sólo en la venganza y
olvidarnos de nosotros... o de los que nos necesitan. Harry, cuando luches, hazlo no
por venganza, no por odio, sino por salvar vidas. Recuerda esto, porque es importante.
Harry no dijo nada, y miró a Dumbledore con gravedad.
—Profesor... no puede pedirme que no le odie —dijo por fin.
—Lo sé, Harry... lo sé. Sé que te han hecho mucho daño. Lupin me comentó que
te había contado la historia de tus padres y tus abuelos. Imagino cómo debes
sentirte... pero esa no es razón para morir. Tus amigos, los que están vivos, los que
están aquí... ellos sí son una buena razón para morir, para luchar.
—Lo sé.
—Tendrás que entrenarte —dijo Dumbledore—. Ahora que estás más tranquilo,
que no estás obsesionado con vengar a Hermione, tendrás que comenzar a entrenarte
para dominar ese poder que posees, antes de que Voldemort pueda sacar algún
provecho de él.
—¿Podría hacerlo? —inquirió Harry.
—Me temo que sí. Quizás no aún, pero sí más adelante.
—¿Cómo voy a prepararme?
—Como lo has estado haciendo hasta ahora.
—¿En el ED?
—No. Con tus amigos. Ron y Hermione te ayudarán, siempre estarán contigo, y les
vendrá bien estar preparados... —dijo Dumbledore—. También Ginny, supongo... y
Neville.
—¿Neville?
—Sí. Siempre ha sido muy inseguro. Lo que les sucedió a sus padres le afectó
mucho durante toda su vida, pero el año pasado demostró de lo que es capaz, y creo
que aún se puede esperar mucho más de él. ¿Le has hablado de la profecía?
—No —respondió Harry.
—Pues deberías hacerlo.
—Está bien. Se lo comentaré... —dijo Harry. Respecto al entrenamiento, ¿qué
haré?
—Yo te proporcionaré la ayuda y los libros que necesitas, y te guiaré. No es
recomendable jugar con lo que hay en la sección prohibida; es peligroso.
—De acuerdo.
Harry se quedó mirando al director unos instantes, pensando aún en la profecía.
Dumbledore le miró a su vez, como si esperara algo. Finalmente, Harry hizo la única
pregunta que quedaba por formular:
—Profesor... ¿qué es la Antorcha de la Llama Verde?
—Esa es una buena pregunta —respondió Dumbledore lentamente—. Sin
embargo, siento decirte que no tengo la respuesta, o al menos, una respuesta
satisfactoria... lo único que sé acerca de la antorcha es la leyenda acerca de ella.
—¿Leyenda?
—Sí. Una antigua leyenda, una leyenda que data de la época de la fundación de
Hogwarts; de hecho, tiene muchísimo que ver con Hogwarts.
—¿Con Hogwarts?
—Sí. Con Hogwarts... y sus fundadores. Si se supone que debes encontrarla y
usarla, tendré que contarte la leyenda tal como yo la conozco.
—De acuerdo —dijo Harry, disponiéndose a escuchar.
31
En cuanto los tres amigos entraron en el Gran Comedor, veinte minutos después,
el murmullo habitual descendió, mientras todas las cabezas se volvían hacia ellos.
Probablemente, a esas horas todo el colegio se habría enterado de la extraña
profecía, y aunque nadie conocía la primera, no era muy difícil suponer a quien se
refería con aquello de «aquél al que ha marcado». Harry suspiró, pensando en cuánto
tardarían esta vez sus compañeros en tener miedo de él, teniendo en cuenta lo que la
profecía decía acerca de los poderes de Voldemort que habían crecido en él, y el
extraño comportamiento que habían tenido el y Ron, sobre todo el asunto de Malfoy
junto al lago. Sin embargo, decidió que no le importaba... tenía a su lado a quien
necesitaba, y tenía ya suficientes preocupaciones sin que se añadiera lo que
pensaban los demás sobre él.
Se sentaron en la mesa de Gryffindor, donde ya estaba Ginny. Luna la
acompañaba. Cuando Harry se sentó, la chica le miró con interés.
—¿Qué tal estás? —le preguntó.
—Bien... —respondió Harry, extrañándose ante la pregunta—. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, he oído rumores sobre una profecía, y luego Ginny me ha hablado de lo
que pasó...
Harry miró a Ginny con expresión reprobatoria.
—Bueno, ella ya lo sabía, y además, es amiga nuestra, ¿no? —se defendió Ginny.
—Sí, supongo... —dijo Harry.
—Eso de que la hora se acerca... ¿quiere decir que pronto tendrás que enfrentarte
a Voldemort? —preguntó Luna, como si fuese la cosa más normal del mundo.
—Sí —respondió Harry.
—Vaya... y todo por una profecía... Es como las que había en el Departamento de
Misterios, ¿verdad? Como las que querían los mortífagos...
—Sí —volvió a decir Harry.
—Mi padre siempre ha dicho que el Ministerio guarda cosas muy importantes allí,
cosas que la gente debería saber.
—¿Como qué? —preguntó Ron sarcásticamente—. ¿Unicornios sin cuerno?
Hermione soltó una débil risita que se apresuró a disimular con una tos.
—No —repuso Luna muy tranquila, mirando a Ron fijamente—. Cosas como
sentimientos... allí juegan con cosas muy peligrosas, como el velo aquél, y no dicen a
nadie para qué lo hacen. ¿Quién sabe qué fines tendrán esas cosas?
—Lo hacen para estudiarlas —repuso Hermione.
—¿Para estudiarlas? ¿Qué hay en la cámara aquella que no pudimos abrir? ¿Eh?
Hermione no respondió.
—Dumbledore me dijo que siempre estaba cerrada —dijo Harry.
—¿Siempre? —preguntó Ron—. ¿Nadie entra? ¿Ni los inefables?
—No. Dumbledore dijo que había una fuerza inmensa y maravillosa... creo que
es... amor.
—¿Amor? —preguntó Ron, escéptico—. Lo dices como si el amor se pudiera
meter en una caja, como las patatas...
—Oye, a mí no me digas, yo no sé nada...
—Bueno, yo me voy a mi mesa —dijo Luna. Miró a Harry y sonrió—. No te
preocupes, Harry. Todo acabará bien. Lo sé... tus padres cuidan de ti, igual que mi
madre cuida de mí —añadió, con gran seguridad.
Se fue, y Harry se la quedó mirando fijamente. Entonces fue él el que esbozó una
sonrisa.
—¿Quieres decir que es con esa Antorcha con lo que se supone que Voldemort
conseguirá unirse a ti, o poseerte? —preguntaba Ron en voz baja durante la clase de
Encantamientos. Estaban practicando hechizos parlantes con unas estatuillas que el
profesor Flitwick les había dado, y era un momento ideal para hablar, de tanto ruido
que había.
—Eso creo —afirmó Harry.
—Vaya, entonces se entiendo que tengáis que utilizarla entre los dos... —comentó
Hermione.
—Bueno, Harry, si los dos tenéis que usarla, entonces la solución es sencilla: no la
uses y no podrá apoderarse de ti —dijo Ron, muy satisfecho de su conclusión.
Hermione le miró con expresión de paciencia.
—Ron, ¿no recuerdas la profecía? Si Harry no usa la Antorcha, no podrá vencer a
Voldemort.
Ron frunció el ceño.
—¿Y por qué sabes tú todas esas cosas en tu sueño? No entiendo que pinta
Slytherin en tu cabeza —dijo Ron.
—No sé... supongo que se deberá a mi conexión con Voldemort... recuerdo que
cuando estábamos en segundo, el nombre de Tom Ryddle me decía algo, y sin
embargo no lo había oído nunca.
—Conocimientos ocultos en la mente que no se han aprendido —dijo Hermione,
haciendo que su estatuilla se pusiera a cantar una canción muggle—. Leí algo acerca
de ello en un libro. Se supone que las mentes de los magos, bajo ciertas condiciones,
pueden transmitir conocimientos de padres a hijos... supongo que Voldemort, junto a
esa «mente compartida» te pasó ciertos conocimientos o recuerdos suyos.
—¿Y cómo se puede entrar en ese «conocimiento oculto»? —preguntó Harry.
—No sé —respondió Hermione—. Es una cosa muy rara, y no está muy
investigado.
—Genial —musitó Harry—. Ninguna respuesta.
Pasaron los días, y Harry, Ron, Hermione y Ginny seguían entrenándose por su
cuenta, en solitario. Harry y Ron les enseñaron las maldiciones de jaqueca, la
maldición cortante, la Maldición de la Locura y otras varias que habían aprendido,
mientras intentaban dominar el poder de Harry. Sin embargo, en esto no estaban
teniendo demasiado éxito.
—Sigues luchando estupendamente, Harry —dijo Ron un día—, pero no es ya
como antes, como cuando Hermione no estaba.
—Lo sé —respondió Harry—. No consigo sentir lo mismo... necesito algo que me
enfade, que me produzca verdadero odio...
—¿Y si piensas en Malfoy? —sugirió Ginny.
—No basta. No llega con pensar... tiene que ser algo mucho más profundo, no sé...
—¿Por qué no le preguntas a Dumbledore? —dijo Hermione.
—Ya lo he hecho, y me ha respondido que debo seguir intentándolo, que debe salir
de mí. Él no puede ayudarme en esto. Dice que vosotros sabréis mejor que nadie
cómo ayudarme.
—¿Nosotros? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. Si él lo dice...
Sea como fuere, Harry no lograba avanzar en el control de sus habilidades, y el
caso es que Neville empezaba a sospechar, o eso creían, porque a veces se los
quedaba mirando cuando salían de la sala común, o cuando volvían, y ponía cara de
saber que algo sucedía y se lo estaba perdiendo. Harry sabía que tenía que hablar con
él, y además tenía ganas de hacerlo, sobre todo desde que había sabido que sus
padres y los de él habían sido grandes amigos, que quizá habían incluso estado juntos
cuando aún eran niños... pero la final de quidditch al principio, y lo de Hermione
después, le habían distraído mucho. Al final había decidido hablar con él tras el partido
contra Hufflepuff.
Por su parte, Luna, según había dicho Ginny, también sospechaba algo. Ambas
pasaban muchísimo tiempo juntas ahora, ya fuera en clases o en la biblioteca, y eran
grandes amigas. Ginny contaba que a veces la miraba raro, y que le decía cosas como
«tú ocultas algo», cosa que Ginny se apresuraba a negar.
—Harry, estás algo distraído hoy —le comentó Ron al terminar el entrenamiento
del martes anterior al partido contra Hufflepuff.
—Lo siento, tengo la cabeza en otra parte —contestó.
Así era: se había puesto a pensar en el entrenamiento del día anterior, donde
tampoco había logrado ningún resultado, pese a intentar por todos los medios
enfadarse y sentir odio y rabia. De hecho, en eso había tenido éxito, porque había
pensado en la muerte de Sirius, en los padres de Hermione, en lo que le había pasado
a ella, en Bellatrix Lestrange... pero la sensación de poder no había surgido en él. Por
otro lado, le gustaría tener alguien con quien hablar, como a Sirius... pero ya no
estaba. Pensando en esto, vio a Luna, que había estado viendo el entrenamiento;
había bajado con Ginny. Recordó lo que ella le había dicho sobre su madre y le
entraron ganas de hablar con ella.
—Yo no voy —dijo Ron—. Tengo cosas que hacer.
—Yo tengo muchísimos deberes —se disculpó Ginny—. Tampoco me puedo
quedar... pero ella y yo íbamos a subir juntas...
—Id vosotros —les dijo Harry, acercándose a Luna, que se levantaba—. Hola
Luna.
—Hola —contestó la chica, que también se había levantado.
—No, no te vayas —le pidió Harry—. ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —respondió ella, un tanto extrañada—. ¿Qué quieres?
—Luna, eso que dijiste de que mis padres me protegen, y que tu madre a ti, y que
a veces sueñas con ella... ¿Lo dices en serio?
—Por supuesto —contestó—. ¿Acaso tú no lo crees?
—No lo sé... todo el mundo me dice siempre que aquellos a los que queremos
nunca nos abandonan, pero...
—Porque es cierto. Mira, ya te dije que yo he soñado a veces con mi madre, y
quizá pienses que sólo es un sueño, pero yo no lo creo... creo que el cariño de
nuestros seres queridos se queda aquí, se mantiene... sólo que no somos capaces de
darnos cuenta a veces de ello. Excepto en los sueños, cuando estamos más relajados.
Aquello tenía cierto sentido. Harry recordaba que Snape le había dicho que él
percibía a Voldemort más claramente cuando dormía, porque su mente estaba más
relajada, más abierta...
—Quizás tengas razón...
—La tengo. ¿No recuerdas el velo? ¿No recuerdas las voces? Son las llamadas de
los muertos a sus seres queridos.
—¿Cómo? —Harry miró a la chica muy fijamente—. ¿Cómo sabes eso?
—Mi padre escribió un artículo hace mucho tiempo sobre ese velo del Ministerio...
Harry frunció el ceño involuntariamente, y Luna lo captó.
—Te aseguro que es cierto —dijo—. Mi padre habló con antiguos funcionarios del
Departamento de Misterios, pero no pudo obtener toda la información que quería,
porque no pueden hablar mucho. De todas formas... ese arco es como una puerta, o
algo así. ¿No sentiste acaso su llamada, su atracción? —Harry asintió—. ¿Ves? La
llamada de los muertos por sus seres queridos.
—Sí, tal vez tengas razón, pero... ¿y cuando no estamos cerca del velo?
—El velo no es la única puerta —contestó Luna.
—¿No? ¿Y dónde están las otras?
Luna se encogió de hombros.
—No lo sé.
Harry miró al frente, al vacío campo de quidditch, y luego se levantó, sin decir
nada. Luna lo imitó. Juntos volvieron al castillo.
—Entonces de verdad crees que ellos están con nosotros. Siempre.
—Sí —respondió Luna.
Harry sonrió. La creía. Aunque resultara increíble, la creía. Creía en lo que había
dicho sobre el velo, y también en lo demás. Ron y Hermione apreciaban a Luna más
que el año anterior, bastante más, pero no como había llegado a apreciarla él. Aunque
no habían hablado muchas veces, cada vez que lo hacía se sentía bien... ella creía en
cosas increíbles, creía en casi todo, y descubrió que le gustaba ese punto de vista.
Quizás porque, con lo que pasaba y con lo que esperaba, necesitaba creer en lo
imposible.
Se despidió de Luna en el vestíbulo y se dirigió a la sala común, quizás a hacer
sus deberes de Pociones, con Ron y Hermione. Snape estaba raro, y quizás pareciese
odiarle menos y ser más amable, pero como profesor no había cambiado ni un ápice y
seguía siendo igual de severo y exigente.
Cuando entró en la torre de Gryffindor, sin embargo, no vio a ninguno de sus dos
amigos. Sólo estaba Ginny, leyendo su libro de Transformaciones junto a la chimenea.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —le preguntó, sentándose a su lado.
Ella se encogió de hombros.
—Algo de prefectos, creo... —respondió, con vaguedad—. ¿Qué tal la charla con
Luna?
—Bien... Sus puntos de vista son... muy originales.
—Pero muchas veces está en lo cierto, ¿verdad?
—Sí.
—Oye, Ginny...
La chica levantó la mirada de su libro y la fijó en Harry.
—Muchas gracias por tu apoyo, por tu ayuda, cuando Hermione estaba en la
enfermería. No sé qué habríamos hecho sin ti... Lamento haberte gritado.
—No pasa nada, Harry. Sé que fue muy duro para vosotros. Lo fue para mí, así
que no me imagino lo que debió ser para Ron y para ti...
—Eres una buena amiga.
—Bueno, tú me salvaste la vida ya... ¿tres veces? —dijo con una sonrisa, y ambos
se rieron.
Estuvieron el resto de la tarde juntos, haciendo los deberes o hablando, hasta que
llegaron Ron y Hermione y los cuatro juntos bajaron a cenar.
32
El día del partido contra Hufflepuff era esperado por todo el colegio con muchísima
emoción, ya que nadie había albergado la esperanza de que se fueran a reanudar los
partidos tras los ataques, y considerando todo lo que había pasado (incluida la
desastrosa final del Torneo Internacional) todo el mundo tenía grandes ganas de
divertirse y distraerse. No obstante, Dumbledore había anunciado excepcionales
medidas de seguridad por si acaso, y se había puesto un hechizo antilevitatorio en el
estadio: sólo las escobas que Dumbledore autorizase podrían volar allí.
El viernes por la noche Harry había mandado a todo el mundo a dormir temprano,
para estar descansados para el partido. Quería que todos los jugadores estuviesen en
la sala común a las nueve en punto de la mañana. El partido comenzaría a las once.
El sábado por la mañana, se despertó a las ocho. No había dormido demasiado
bien; aún estaba nervioso por lo sucedido en el partido anterior, pero tenía que
superarlo. Estaba seguro de que, sin el acechador en el castillo y con las nuevas
medidas de seguridad, nada podría pasar... aunque, por si acaso, pensaba terminar el
partido cuanto antes.
A las ocho y cuarto se levantó, se vistió y bajó a la sala común. Ron aún dormía
plácidamente, y decidió no despertarlo. Miró por la ventana. El día era soleado y
fresco. Se estaría bien en el campo. Además, había buena visibilidad, y con el reflejo
del Sol sería más fácil localizar la snitch.
Abandonó la ventana y se sentó en el sofá a esperar a los demás jugadores. La
primera en bajar fue Ginny, que estaba pálida.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Harry, preocupado, al verla.
Ella asintió, sentándose a su lado.
—¿Estás nerviosa? ¿Por lo que pasó en el otro partido?
—Sí —respondió.
—Dumbledore no permitirá que pase nada malo esta vez —le aseguró Harry—. Ya
lo verás.
—Lo sé, pero... he tenido pesadillas toda la noche con eso, y no he dormido nada
bien.
—¿Quieres que le pida a Anna que te sustituya?
—No, no... estaré bien —dijo ella, esbozando una sonrisa—. Siempre que tú estés
allí para protegerme —añadió, acentuando su sonrisa y mirando a Harry directamente.
Harry también sonrió.
—Por supuesto —contestó.
Se acercó a ella y le dio un abrazo.
—No pasará nada —aseguró, y ella asintió con la cabeza contra su hombro.
Pasaron los días y Harry, aunque aún no lograba dominar su poder, había hecho
enormes progresos, y ya era capaz de ejecutar normalmente el desvío de maldiciones;
Hermione había buscado como una posesa en la sección prohibida hasta encontrar
algo acerca de ello y al final lo había conseguido. Ella y Ron también habían logrado
dominar la técnica, aunque ninguno de los dos estaba demasiado seguro de cómo lo
había hecho. A Neville y a Ginny aún les costaba, y no conseguían desviar más que
algunos hechizos débiles.
Mientras tanto, las reuniones del ED también proseguían, así como los
entrenamientos de quidditch; también, como Hermione les recordaba constantemente,
se acercaban los exámenes finales, lo que para Ginny significaba los TIMOs. La
consecuencia de todo esto era que apenas tenían un solo momento de libertad o de
ocio.
Por una parte, Harry lo prefería, porque para él, los momentos de ocio, como
cuando se iba a la cama, simplemente le provocaban que en su cabeza no dejaran de
resonar las palabras «el momento se acerca», y el desasosiego lo invadía. No estaba
preparado para enfrentarse a Voldemort en un combate a muerte, lo sabía. ¿Cómo iba
a matarle? ¿Con una maldición asesina? Ni siquiera sabía cómo hacerla... o eso creía,
porque había veces en que pensaba que sí sabría... de la misma forma que sabía
cómo desviar hechizos: lo había visto en sus sueños; y Bellatrix Lestrange le había
dicho que se necesitaba odiar, desear hacer daño para usar una maldición
imperdonable... bueno, si ese era el requisito, a Harry le sobraba capacidad para
lanzarle una maldición asesina a Voldemort.
Dumbledore no le había vuelto a hablar sobre la Antorcha de la Llama Verde,
aunque se había reunido con él a veces para ver sus progresos y orientarles, y Harry
empezaba a desesperarse; se desesperaba porque deseaba ver ese objeto, tocarlo,
sentirlo... conocer sus poderes. Deseaba tenerlo, pero el deseo parecía no provenir de
él mismo, sino de algo profundo enterrado en su mente. ¿Quizás el deseo de
Slytherin? ¿Quizás el de Voldemort? No lo sabía.
Hermione había comentado varias veces que tenían que buscar información sobre
la antorcha y sobre Hogwarts, y había llegado un día a la sala común con un libro
titulado Cuartos Secretos en Hogwarts. Ella se lo había leído en un par de días, pero
no había encontrado nada interesante, porque Ron había dicho que si la Antorcha
estuviera en una habitación que salía en un libro, seguramente ya alguien la habría
encontrado.
Se acercaba el final del mes de Abril, y con ello los exámenes estaban cada día
más cerca; por otra parte, también el partido contra Slytherin se aproximaba, sería a
finales de mayo, y los entrenamientos se intensificaban, pero Harry y Ron no estaban
demasiado preocupados: Gryffindor era mejor que Slytherin, y además, ninguno de los
dos creía que fuesen a perder por ciento noventa puntos de diferencia, que era lo que
necesitaba Slytherin para ganar la Copa de Quidditch.
—Es ya como si fuese nuestra —les dijo Ron a Harry y a Ginny, entrando en la
sala común tras el entrenamiento de la tarde.
—Habéis tardado mucho —les reprochó Hermione, que tenía una mesa invadida
por libros y apuntes.
—Bueno, queremos ganar —se excusó Harry, dejándose caer en una butaca—.
Buf... Estoy muerto.
—Harry, tú y Ron apenas habéis empezado con el trabajo sobre
autotransformación que pidió la profesora McGonagall, y ya sabéis que dijo que lo
tendría muy en cuenta para la nota final.
—Hermione, por favor, no nos atosigues... ¡Hace casi un mes que no jugamos al
ajedrez mágico! —exclamó Ron—. Voy a perder habilidades.
—A ver si es verdad, y consigo ganarte —dijo Harry, sonriendo.
—Tú tampoco juegas, también perderás facultades —le respondió Ron,
acercándose a Hermione para ver qué hacía—. ¿Este trabajo para la profesora Sprout
no era de cuarenta centímetros? —le preguntó a la chica, un poco asustado.
—Sí —contestó Hermione, sin dejar de escribir.
—¡Ya llevas casi un metro! —exclamó Ron.
—Ya, es que encontré información adicional... —comentó ella, sin darle
importancia.
Ron bufó.
—Yo apenas llegué a lo mínimo pedido —declaró—. ¿Cuánto puede dar para
escribir el cuidado de los Arbustos Migrantes Africanos?
—Pues... —comenzó a explicar Hermione.
—Era una pregunta retórica —dijo Ron, cortándola. Hermione gruñó y siguió
escribiendo.
—Podrías hacer algo útil, en vez de molestar —le espetó ella.
Ron la miró y le dio un beso en la frente antes de ir y sentarse junto a Harry.
Hermione no se movió y siguió con su trabajo, pero ahora con una ligera sonrisa en la
cara.
—Venga Harry, una partidita de ajedrez.
—Sí, me irá bien para relajarme.
Hermione les lanzó una mirada reprobatoria (que ambos chicos procuraron
ingnorar) y siguió trabajando.
Tras terminar la partida, (y ser derrotado por Ron), Harry se quedó un rato mirando
al fuego, y luego se acercó a Ginny, que trabajaba en una redacción para Pociones;
Ron se había sentado con Hermione y se había puesto a hacer su trabajo de
Transformaciones, en un intento de que Hermione dejara de mirarlo con severidad.
Harry observó la redacción de Ginny sobre las propiedades de la sangre de
serpiente en las pociones curativas, y una bombilla pareció encenderse en su cerebro.
—¡Claro! ¿Cómo no lo pensé antes?
Ginny levantó la vista y le miró, interrogante, pero Harry corrió junto a Ron y a
Hermione.
—Ya sé cómo mejorar el control de mis poderes —dijo.
—Ya lo estás haciendo —repuso Ron.
—Más aún. No sé cómo no lo pensé antes...
—¿El qué?
—Que no es estrictamente necesario que esté muy enfadado... ¿cuál es el primer
poder de Voldemort que demostré poseer? —les preguntó.
—La lengua pársel —contestó Hermione.
—Exacto; y fue utilizándola, en verano, cuando sentí por primera vez esa
sensación.
—¿Y qué quieres decir con eso? —preguntó Ron.
—Quiero decir que debemos usar una serpiente en nuestra próxima práctica.
—¿Una serpiente? —preguntó Ron—. ¿Y de dónde la sacamos?
—¿No recuerdas el hechizo que usó Malfoy en el Club de Duelo?
—Ah, sí... vale.
Pusieron en práctica lo de la serpiente tres días después, en su siguiente reunión,
esperando conseguir mejores resultados que en las anteriores ocasiones.
—Bueno, apartaos —les dijo Harry a sus cuatro compañeros. Extendió la varita y
exclamó—: ¡Serpensortia!
De la punta de la varita de Harry salió una serpiente que cayó frente a él, en el
piso, silbando. Ron, Hermione, Ginny y Neville retrocedieron. Harry se puso frente a la
serpiente, pensando en la serpiente de Voldemort, en la vez que la había visto, la
noche en la que el mago había retornado... recordó la muerte de Cedric, las burlas de
los mortífagos... entonces, fijó su vista en la serpiente e instantáneamente lo sintió,
pero de una forma muchísimo más intensa que la última vez, casi como si la serpiente
y él fueran uno solo; no le extrañó que el basilisco sólo obedeciera a Ryddle, si era
capaz de dominar a las serpientes de una forma tan intensa. Harry se sintió invadido
de fuerza y de poder, y conocimientos e imágenes que no eran suyos brotaron de su
mente. Se sentía casi capaz de todo, o al menos, capaz de mucho más. La serpiente
permanecía frente a él, inmóvil, totalmente sometida a su voluntad; se sintió solo, se
sintió poderoso... agitó la varita, haciendo estallar todas las estanterías de la
habitación.
Apenas percibió el respingo que pegaron Ron, Hermione, Ginny y Neville. Harry se
sentía a cada momento más lleno, pero, tal y como había practicado, procuraba no
sacar de su mente los recuerdos y la presencia de sus amigos, que le ayudaban a
controlarse. Entonces se le ocurrió algo para probar; algo que deseaba saber. Silbó y
la serpiente se enroscó junto a él, quedándose quieta. Harry miró a la mesa de los
chivatoscopios.
—Perdona, Ron —dijo.
Ron le miró con el entrecejo fruncido, sin entender. Harry apuntó a la mesa con su
varita y la convirtió en una araña grande. Ron profirió un quejido, pero Harry no le hizo
caso. Apuntó a la araña con su varita y se concentró, concentró su odio en ella...
—¡Avada Kedavra! —gritó.
Entonces lo sintió, sintió lo mismo que en los sueños, y de su varita brotó un rayo
verde que impactó contra la araña produciendo un chasquido; la araña cayó, muerta.
Harry se sintió muy extraño, y de su interior empezó a brotar una nueva sensación aún
más absorbente y poderosa, una sensación que le alejaba de la realidad... y en ese
momento sintió una mano sobre su hombro.
—Harry... ya. Ya está.
Harry se volvió y vio a Hermione, que le abrazó. Entonces sintió que las
sensaciones se iban, que el odio desaparecía, y volvió a sentirse normal.
—Gracias... —murmuró, mientras apretaba a su amiga contra él.
Hermione se separó de él, y miró a la araña. Ron también se había acercado. Agitó
la varita y la serpiente desapareció.
—Vaya, parece que lo has hecho —dijo Ron, mirando también a la araña.
—Sí —dijo Harry, muy serio—. Lo he hecho.
33
Esa noche tardó un buen rato en dormirse. Había sido un día largo y emocionante.
Realmente, nunca había pensado que volvería a entrar en la Cámara de los Secretos,
y menos para buscar una antorcha que supuestamente poseía poderes inimaginables.
Harry deseó con todas sus fuerzas que Dumbledore pudiera hacer algo con la
Antorcha, o decirle alguna cosa más sobre ella, porque si la primera vez que la usaba
era con Voldemort, se moriría del miedo. Como había dicho, temía lo que Voldemort
podría hacer con ella... como, por ejemplo, poseerle y dominarle. Cierto era que, como
Ginny había dicho, la tenía él, pero... ¿acaso en su primer sueño el rostro fantasmal de
Slytherin no le había dicho «la conseguirás para él»? Bien podría ser casualidad, pero
a Harry no se lo parecía. ¿Significaban aquellas palabras que él debía encontrar la
Antorcha y entregársela a Voldemort? Bueno, él nunca se la entregaría
voluntariamente, pero seguramente el mago intentaría quitársela de alguna forma, y
siendo quien era, Harry sabía perfectamente que era capaz de conseguirlo. Al fin y al
cabo, había conseguido sacar a Harry de Hogwarts en dos ocasiones mediante
estratagemas y trampas, ambas complejas y arriesgadas, sí, pero habían dado
resultado. ¿Volvería a intentarlo? Harry no encontró otra respuesta que no fuera una
afirmación.
El martes tenían clases toda la mañana, y ninguna de ellas era Defensa Contra las
Artes Oscuras, así que Harry tuvo que esperar a por la tarde para ir a ver a
Dumbledore. Desgraciadamente, el director tenía clases con otros cursos hasta las
seis, así que Harry esperó pacientemente a esa hora para acudir al despacho del
director. Ni Hermione ni Ron acudieron con él; prefirieron dejar que Harry hablase a
solas con el director.
Así pues, a las seis y diez aproximadamente Harry se dirigió hacia el despacho,
pronunció la contraseña y entró.
—Profesor Dumbledore... —dijo, con voz ahogada.
Dumbledore, que estaba sentado tras su escritorio, levantó la vista hacia él al oírle
entrar.
—¿Harry? ¿Qué sucede?
Por toda respuesta, Harry se acercó al escritorio de Dumbledore, abrió el fardo y
sacó la Antorcha, poniéndola sobre la mesa. Dumbledore abrió muchísimo los ojos.
—¡Oh! ¡Es la Antorcha! —exclamó, muy sorprendido—. La has encontrado...
¿Dónde la has encontrado?
—Bueno, en realidad la idea fue de Hermione —explicó Harry—. La encontramos
en la Cámara de los Secretos.
—La Cámara de los Secretos... pues claro...
Dumbledore cogió la Antorcha y la examinó durante un rato.
—No logramos hacer que funcionara —comentó Harry.
—Es normal... ya te expliqué que se necesitan dos magos opuestos y vinculados
de algún modo para que se encienda.
—Como Voldemort y yo.
—Sí.
—Pero Slytherin y Gryffindor, ¿qué vínculo tenían? ¿El de que eran amigos?
—Sí, pero no sólo eso; ambos pusieron parte de sí en este objeto, supongo que
eso creó un vínculo más fuerte entre ambos... un vínculo lo suficientemente fuerte
entre sus mentes como para permitirles encenderla.
—¿Y cómo se supone que debo usarla contra Voldemort, si tenemos que
encenderla los dos?
—No lo sé —contestó Dumbledore, quitando la mirada de la Antorcha y
dirigiéndola hacia los ojos de Harry—. No lo sé. No sé nada de este objeto aparte de lo
que ya te conté, suponiendo que sea cierto, claro.
—¿Y qué se supone que voy a hacer con ella? —preguntó Harry—. ¿La dejo aquí?
—No —respondió Dumbledore—. Tú la necesitas. Es tuya. Guárdala, pero
protégela bien. Cuanta menos gente sepa que la tienes, mejor.
—De acuerdo —dijo Harry, volviendo a meter la Antorcha en el fardo.
—Te preocupa algo, ¿verdad? —dijo Dumbledore de pronto, observando a Harry
fijamente sobre sus gafas de media luna.
—¿Cómo voy a hacerlo? —fue la respuesta de Harry—. ¿Cómo voy a dominar el
poder de la Antorcha para luchar contra Voldemort? No sé qué hace, ni cómo usar sus
poderes... ¿Cómo evitaré que la use para apoderarse de mí y hacer realidad lo que vi
en mis sueños?
—Confío en ti —dijo Dumbledore con tranquilidad—. Sé que, llegado el momento,
harás lo que debas hacer, lo correcto, como siempre has hecho... y también sé que
podrás derrotarle, que puedes ser más fuerte que él, porque tienes algo, o alguien, por
lo que luchar.
—¿Por qué dice que puedo ser más fuerte que él? Nunca le he vencido, me he
limitado a huir de él...
—¿Recuerdas tu duelo contra él la noche en que retornó?
—Jamás podría olvidarlo —repuso Harry.
—Bien, cuando las varitas se conectaron, tú le derrotaste; tú obligaste a la varita
de Voldemort a vomitar los últimos hechizos que había realizado... fuiste más fuerte
que él... y sabes por qué.
—Por el sonido —contestó Harry, casi sin pensar—. El canto del fénix me
recordaba a usted, a mis amigos... a la gente que me rodea.
—Exacto; tú tenías un mayor motivo para vencer que Voldemort para matarte, y
eso te salvó: tu cariño por aquellos a los que aprecias te hizo más fuerte que él, y
siempre lo hará, si no olvidas por qué luchamos.
Harry sonrió y asintió.
—Luna siempre dice que mis padres, y... y Sirius están conmigo, que nunca me
dejan solo...
—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore.
—Sí —respondió Harry.
—Y haces bien —le dijo Dumbledore—. Aquellos que amamos, que nos aman,
nunca nos abandonan del todo... y menos aquellos que han hecho un sacrificio de
amor por nosotros, como tu madre hizo por ti.
Harry se quedó un momento callado, y luego se puso en pie.
—Esto es todo lo que quería decirle, profesor —dijo.
—Bien... La verdad es que ya es hora de cenar. Hasta luego, Harry... y guárdala
bien —le advirtió Dumbledore, señalando hacia el fardo con una ligera inclinación de
cabeza.
—Lo haré —respondió Harry, antes de salir de despacho.
Se dirigió a la sala común, donde Ron y Hermione lo esperaban para bajar a
cenar. Antes de hacerlo, subió a la habitación, abrió el baúl, metió la Antorcha dentro,
bajó la tapa y la selló con un fuerte encantamiento de seguridad. No quería correr
riesgos. Luego bajó y, acompañado por sus dos amigos, se dirigió al comedor,
mientras les contaba lo que había hablado con Dumbledore.
—O sea, que no tiene respuestas —concluyó Ron, en cuanto Harry hubo
terminado de hablar, cuando ya casi entraban en el comedor.
—Sí, pero me dijo que confiaba en mí, que podía ser más fuerte que Voldemort...
espero que sea verdad.
—Nosotros también —dijo Hermione—. Pero si Dumbledore lo dice, yo confío en
él.
—También yo —la apoyó Ron—. Y en ti —agregó, dándole una palmada en el
hombro a Harry. —Éste sonrió.
Entraron al comedor y se sentaron. Ginny ya estaba allí y Harry le comentó por
encima su charla con Dumbledore; también ella se quedó un poco decepcionada al ver
que el director no podía ayudarles demasiado.
—Vaya, creía que él tendría las respuestas —se lamentó Ginny.
—Bueno, él nunca había visto la Antorcha, sólo conoce la leyenda, así que no es
de extrañar —dijo Harry.
Al terminar de cenar, los cuatro salieron juntos del Gran Comedor. Harry miró
hacia Henry, quien se acercó, solo. Harry le devolvió la bolsa que le había prestado.
—Gracias —dijo Harry.
—De nada —respondió Henry—. Cuando necesites algo, ya sabes... Y bueno,
¿qué, has logrado avanzar algo con esa antorcha?
—No —respondió Harry con sinceridad.
—Bueno, ya verás cómo lo consigues —dijo Henry, haciendo ademán de irse—.
Me voy a terminar mi cena.
—Hasta mañana —se despidió Harry, siguiendo a sus amigos a la sala común.
—¡Harry! ¡Harry! ¿estás bien? —oyó. La voz era débil y parecía lejana.
—¿Ginny...? —musitó, con voz casi inaudible.
—¡Harry! ¿Te encuentras bien? ¡Qué susto me has dado!
Lentamente, Harry se incorporó, ayudado por Ginny. La cicatriz aún le dolía
horriblemente. Abrió los ojos del todo y miró hacia su izquierda, donde estaba la
Antorcha de la Llama Verde, ahora apagada.
—¿Qué sucedió? —preguntó.
—No sé... me abrazaste, y luego vi que la Antorcha se encendía, y sentí una cosa
rara... no sé, como si alguien hurgara en mi cabeza. Luego te separaste y pusiste los
ojos en blanco, como si estuvieras en trance. Intenté despertarte, pero no respondías.
Tuve miedo, la Antorcha comenzó a brillar muchísimo y tú empezaste a gritar. Iba a
quitártela cuando te desmayaste; la soltaste y se apagó. —Ginny le dirigió una mirada
preocupada—. ¿Qué sucedió?
—Vi a Voldemort... vi a Voldemort cuando me atacó, cuando me hizo esto... —dijo,
señalándose la cicatriz—. No entiendo cómo, pero lo vi...
—Harry... ¿cómo lo hiciste? ¿Cómo pudiste encenderla?
—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé...
Pero era una verdad a medias... tenía una ligera idea de por qué lo había logrado,
cuando se suponía que se necesitaban dos personas para encenderla. Miró a Ginny.
—Siento haberte gritado —le dijo.
—No pasa nada —dijo ella—. Es normal que estés muy afectado... ¿Te
encuentras mejor?
—Un poco —contestó—. Es que esto es... esto es horrible, Ginny...
—Lo sé Harry. Es terrible que Kingsley haya muerto, pero no puedes hacer nada,
y no es culpa tuya...
—Te vi —dijo Harry—. Te vi cuando te abracé.
—¿Qué?
—Vi tus... tus recuerdos. Algunos. Era extraño, porque los sentía como si fuesen
míos...
—¿Viste mis recuerdos?
—Sí... tus recuerdos relacionados conmigo, como cuando te saqué de la Cámara
de los Secretos...
Ginny se sonrojó un poco, avergonzada.
—Vaya... qué interesante, ¿no?
—No tienes que avergonzarte —dijo Harry, aunque, si él hubiese estado en la
misma situación, se habría muerto de la vergüenza.
—Lo sé, pero... que tú veas eso...
—Me siento halagado —dijo él, para animarla. Se acercó a ella y le dio un nuevo
abrazo. Se separaron lentamente y entonces Ron y Hermione entraron en el cuarto,
con caras asustadas.
—¡Harry! —gritó Hermione.
—¿Qué? —preguntó él, algo sobresaltado.
—¿E-Estás bien?
—No —respondió Harry—. Pero estoy mejor que antes.
—Menos mal —dijo Ron, observando la ventana rota y las camas movidas y
desordenadas.
—¿Qué os quería McGonagall? —preguntó Ginny.
—Hablarnos de lo que sucedió en Hogsmeade —dijo Hermione—. ¿Qué hace la
Antorcha aquí tirada? —preguntó, mirándola.
—Después os explico. Primero vosotros —dijo Harry, sin tocar la Antorcha.
—Por lo que entendimos, la casa donde mataron a Kingsley estaba siendo usada
por la Orden.
—¿McGonagall dijo eso? —preguntó Harry, sorprendido.
—No, pero Ron y yo llegamos a esa conclusión —explicó Hermione—. El caso es
que, debido a la amenaza de Voldemort, va a haber nuevas restricciones, y no se
podrá salir del castillo pasadas las seis, ni a ninguna otra hora sin la autorización de
un profesor.
—Los prefectos y los Premios Anuales tendremos que vigilar los pasillos y las
salas comunes para que ningún alumno haga ninguna tontería —prosiguió Ron—.
Que es lo que nos faltaba, con los exámenes encima.
—¿Y el quidditch? —inquirió Harry.
Hermione negó con la cabeza.
—Lo han suspendido —aclaró Ron—. Algunos protestamos, pero no hubo
manera.
—¡Claro que no! ¡Me parece una decisión muy sensata! —dijo Hermione.
Ron iba a replicar, pero prefirió callarse. Quizás, en el fondo, también opinaba
igual. A Harry le molestaba no poder enfrentarse a Malfoy y ganar de nuevo la copa,
pero en ese momento le importaba poco; tenía preocupaciones más acuciantes.
—¿Y dónde está Dumbledore? —preguntó.
—En Hogsmeade. Tenía que ir allí y luego habrá ido al Ministerio, supongo.
Además, tal vez haya una reunión de la Orden del Fénix —dijo Hermione.
—Ya...
—Bueno, y ahora explícanos: ¿qué ha pasado aquí? —inquirió Hermione.
—He logrado encender la Antorcha de la Llama Verde —contestó Harry.
—¿QUÉ? —chilló Hermione, sin poder creérselo.
—Lo que oyes. Estaba lleno de ese poder, y la cogí... y luego llegó Ginny, la
abracé y... se encendió.
—¿Sin más? —preguntó Ron.
Harry asintió.
—¿Y qué... qué pasó? —quiso saber Ron.
—Fue muy extraño. Me sentí como si mi mente estuviera perfectamente ordenada
y tuviera un control pleno de mí mismo... y después vi recuerdos, recuerdos de
Ginny... la solté, y entonces...
—¿Qué? —preguntó Ron con apremio.
—Vi el momento en que Voldemort me atacó y me dejó la cicatriz.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Hermione, abriendo mucho los ojos.
—Sí —respondió Harry.
—¿Podrías hacerlo de nuevo? —preguntó Ron.
—No lo sé... la verdad es que fue muy extraño... y al final, muy doloroso —dijo.
—Tendrás que hablar con Dumbledore pronto —dijo Hermione.
—Lo sé —contestó Harry—. Lo haré cuando regrese.
—Vuelve a intentarlo, venga —pidió Ron.
Harry cogió la Antorcha y la miró, pero no sucedió nada.
—No se enciende —dijo Ron.
Harry se concentró, intentando volver a sentir el odio. Recordó la noticia, la muerte
de Kingsley, las burlas sobre Sirius, la promesa de más asesinatos, la sonrisa cínica
de Malfoy... y de nuevo lo embargó la ya conocida sensación... ahora sólo faltaba algo
opuesto a aquello que sentía... así que miró a Ron y a Hermione, sus amigos, su
apoyo, su...
Cortó el hilo de sus pensamientos cuando de la Antorcha volvió a surgir una
llamarada verde que hizo que se estremeciera al contemplar en sí mismo todo su
poder, toda su fuerza, esperando ser utilizada... en ese momento se sintió capaz de
todo, capaz de derrotar a cualquiera, incluso a Voldemort... tenía la Antorcha, que le
aclaraba la mente y focalizaba su magia de una manera increíble... nada era
imposible para él ahora...
Se metió en sí mismo y empezó a ver imágenes de cosas que ni siquiera
recordaba, cosas que le parecía eran imposibles de recordar para un niño tan
pequeño: escenas de su infancia, en casa de los Dursley, y más atrás aún. Se perdió
en sí mismo más y más, y sintió como una suave brisa nocturna le rozaba. Estaba
envuelto en una manta y se oía el sonido de ¿una moto? Sí, era una moto... la antigua
moto de Sirius, y un hombre gigantesco lo llevaba. Harry reconoció aquel aroma,
aquel cuerpo, aquella barba que veía débilmente en la noche... era Hagrid... Hagrid...
sintió cómo el viento lo arrullaba y se dormía... Estaba cansado y la cicatriz le
palpitaba aún...
Retrocedió aún más y entonces vio los rostros sonrientes de sus padres,
inclinándose sobre él. Su padre tenía un brazo por encima del hombro de su madre, y
ambos le miraban. Harry se sintió lleno de una ternura y de un amor como no había
conocido... incluso oía sus voces...
—Se parece mucho a ti —dijo su madre.
—Pero tiene tus ojos —respondió él.
—¿Realmente crees que es cierto? —preguntó ella, con tono triste.
—¿A qué te refieres, Lily?
—Es tan pequeño... ¿cómo va a enfrentarse a Voldemort, James?
Su padre se acercó a su madre y la abrazó.
—Cariño... tranquila... siempre le protegeremos. Siempre vamos a estar con él,
siempre... es nuestro pequeño.
—Realmente es una bendición del cielo, ¿no crees?
—Sí. Después de todo lo que hemos pasado y aún pasamos, lo es...
—Te quiero, James...
—Yo también te quiero, Lily...
La imagen se difuminó y, haciendo un esfuerzo, Harry regresó al mundo real. La
Antorcha aún ardía en su mano, y una lágrima caía por su cara.
—¿Estás bien? —le preguntó Hermione, acercándose a él.
Harry sonrió.
—He visto a mis padres —dijo, con voz ahogada—. He visto a mis padres...
—¿A tus padres? —le preguntó ella—. ¿Cómo?
—No lo sé... la Antorcha aclara mi mente, me permite recordar cosas que había
olvidado, no sé...
—¿Qué viste? —se interesó Hermione, agarrándole la mano libre con las suyas.
—Estaban junto a mí, junto a mi cuna. Me miraban y hablaban de la profecía... mi
madre estaba asustada... pero se querían —sonrió—. Se querían muchísimo...
Hermione le abrazó.
—Aún te quieren —le susurró. La sonrisa de Harry se acentuó, y la Antorcha ardió
con más fuerza.
Harry sintió algo parecido a cuando estaba con Ginny, y vio imágenes de un trol
gigante que intentaba golpearle... pero no a él, sino a ella, porque era Hermione.
Estaba muy asustada, y tenía miedo, miedo de morir. Entonces, se vio a sí mismo y a
Ron, vio la lucha, vio cómo Ron hacía que el trol cayese desmayado con su propio
garrote, y sintió un inmenso alivio... y también algo más, pero en ese momento,
Hermione se separó de él y la conexión se cortó.
—¿Qué sucedió? —preguntó Hermione.
—Vi... vi tus recuerdos...
—La pelea con el trol —dijo Hermione.
—Sí... ¿Cómo lo sabes?
—Yo también lo vi.
—¿Lo viste? Pero... no puede ser... Ginny no vio nada cuando sentí sus
recuerdos. ¿Por qué tú sí?
—No lo sé —dijo Harry.
—¿Eso es lo que hace la Antorcha? —preguntó Ron, un tanto decepcionado—.
¿Te muestra tus recuerdos y los de los demás?
—No... no sólo eso —dijo Harry.
Sacó su varita, apuntó a Ron y lo convirtió en un gato, luego en un perro y luego le
devolvió a su forma normal.
—¿A qué juegas? —preguntó Ron, indignado.
—¿No lo ves? Puedo hacer muchas más cosas cuando la tengo en la mano...
Cerró los ojos y lentamente se elevó en el aire, notando las sorprendidas miradas
de Ron, Hermione y Ginny.
—¡Alucinante! —exclamó Hermione.
—Vaya... desde luego, parece útil.
—No es tan poderosa como cuando la usan dos personas, creo, pero aún así
desarrolla mis poderes mágicos de una forma que no podría haber imaginado —dijo
Harry, descendiendo y apagando la Antorcha.
—Tienes que ir a ver a Dumbledore cuanto antes —dijo Hermione.
—Lo sé. De hecho, voy a ir a verle ahora mismo.
Cogió una bolsa y metió la Antorcha dentro, ocultándola en la túnica. Luego,
acompañado por sus tres amigos, bajó a la sala común.
Allí, todo el mundo calló y se volvió para mirarle. Fue Neville el que dijo lo que
todos pensaban:
—Harry... ¿Cómo estás?
—Mejor —contestó—. Gracias, Neville.
—¿Qué es lo que quiere Voldemort de ti, Harry? —preguntó Seamus.
—A mí —respondió Harry.
Y sin decir nada más ni esperar a nada, salió por agujero del retrato, dejando la
sala común en un completo silencio.
35
Caos
La penúltima semana antes de los exámenes resultó bastante dura, no sólo por la
gran cantidad de trabajo de repaso que los profesores mandaban, sino también porque
la gente esperaba el último partido de quidditch como un respiro y se lo habían
quitado; aparte, con las nuevas restricciones apenas se podía salir al exterior del
castillo, excepto a mediodía, tras la comida, momento en que las puertas se abrían y
los alumnos podían gozar de media hora en los jardines o junto al lago, media hora
que todo el mundo aprovechaba al máximo. Sin embargo, no podían alejarse
demasiado de las puertas principales, y los profesores y los prefectos tenían la
obligación de vigilar y estar atentos, lo cual exasperaba a Ron, que se quejaba de que
ni siquiera podía relajarse completamente durante esos momentos. Incluso a
Hermione le desagradaba la tarea.
No obstante, las medidas no eran exageradas: Harry le había dicho a Ron que
algo se preparaba, y parecía ser cierto, porque El Profeta traía todos los días noticias
sobre extraños sucesos, desapariciones repentinas de funcionarios del Ministerio que
aparecían a las pocas horas o incluso al día siguiente, sin acordarse de dónde habían
estado, rumores sobre incremento de actividad de los mortífagos, y un largo etcétera.
El miedo y el nerviosismo se palpaban en cada noticia, en cada entrevista, y Harry
esperaba con temor el momento en que sucediese algo.
El clímax de lo que sucedía comenzó a desatarse el viernes. Ese día, durante el
desayuno, Hermione les leyó a Ron y a Harry la noticia principal que venía en él:
La tarde de ese viernes fue muy agitada. Por todas partes se oían murmullos y
rumores sobre los planes de Voldemort y la misión de los aurores en Escocia.
Además, algunos alumnos eran hijos o parientes cercanos de los miembros de la
misión y se los veía preocupados por sus familiares.
A medida que se acercaba la noche, los rumores, en lugar de ir a menos, fueron a
más: se dijo que había aparecido de nuevo la Marca Tenebrosa en Hogsmeade; otros
comentaban que los dueños de Honeydukes habían sido asesinados; algunos
opinaban que la Casa de los Gritos estaba sirviendo de escondite para un grupo de
mortífagos... sea como fuera, muchos parecían creer que Voldemort se preparaba
para asaltar Hogwarts o algo parecido.
Muchos miraban a Harry, sabiendo que él era uno de los objetivos de Voldemort.
Incluso no faltó quien dijo que si el objetivo de Voldemort era Harry, debería irse de
Hogwarts para no poner a todos en peligro. El que había dicho esto era un chico de
Hufflepuff, de tercer año, que hablaba con otros amigos en el vestíbulo, y tuvo la mala
suerte de ser oído por Ron cuando se dirigían a cenar.
Ron se volvió hacia él como un rayo.
—Perdona, ¿cómo dices? —preguntó, con los brazos en jarras.
El chico se asustó al principio, pero luego cogió aire y se enfrentó a Ron.
—Digo que, si la presencia de Potter aquí nos pone en peligro a todos, tal vez
debería irse.
—¿ERES IMBÉCIL? —gritó Ron, sobresaltando al muchacho, que pegó un bote
en el suelo—. ¡PARA TU INFORMACIÓN, GRACIAS A HARRY AÚN TIENES UN
COLEGIO AL QUE ACUDIR, ASÍ QUE NO HABLES DE LO QUE NO ENTIENDES!
—Eso fue pura suerte... —repuso el chico, aunque con miedo.
—¿SUERTE? —Ron estaba fuera de sí—. ¡PARA QUE LO SEPAS, TÚ,
MOCOSO, Y TODOS LOS DEMÁS, SÓLO HARRY PUEDE MATAR A VOLDEMORT,
ASÍ QUE HARÍAS BIEN EN TRATARLE MEJOR, PORQUE YO ME LO PENSARÍA
BIEN ANTES DE ARRIESGAR MI VIDA POR TIPOS COMO TÚ!
—¡Ron! —exclamó Hermione.
Todo el vestíbulo se había quedado en silencio al escuchar las palabras de Ron.
Harry no decía nada.
El chico de Hufflepuff retrocedió y no dijo nada más.
—Tiene razón, Weasley —dijo Malfoy, que se abrió paso entre la gente, seguido
por Crabbe y Goyle—. Si él nos pone en peligro, debería irse... y eso de que es el
único que puede matar al Señor Tenebroso... no me hagas reír.
Ron le dirigió una mirada de odio a Malfoy.
—¡Tú cállate! —gritó—. ¡Tu padre es un asqueroso mortífago, y si tuvieras un
mínimo de vergüenza no saldrías de tu cuarto! O mejor, ¿por qué no te largas de aquí
y vas con él a que te enseñe Artes Oscuras?
Draco sonrió y no contestó. Dirigiéndole una mirada burlona a Harry, entró en el
Gran Comedor.
Harry dirigió una mirada a todos los alumnos que abarrotaban el vestíbulo y
también se encaminó al comedor. Hermione se acercó a Ron, que aún miraba furioso
al chico de Hufflepuff y a sus amigos, y tiró de él.
—Vamos, ya has hablado demasiado —dijo, arrastrándolo y siguiendo a Harry.
Tras la cena, Harry se acostó temprano, mientras en la sala común la mayoría de
los alumnos discutían el asunto de los gigantes y de todos los rumores que circulaban.
Harry pensaba en Hagrid, que había partido a la guerra... le sonaba dramático,
como en una novela muggle, pero no había palabras más correctas: había partido a la
guerra, y quien sabe si volvería con vida... mientras, él, que debía librar la batalla final,
la batalla que terminaría con la guerra, estaba tumbado en la cama, bajo la relativa
seguridad que Hogwarts y Albus Dumbledore ofrecían. Se sintió mal por ello, pero,
como Dumbledore le había dicho, nada podía hacer de momento. Nada, salvo
prepararse y comprender... pero ¿comprender el qué? Dumbledore tenía que
habérselo dicho. ¿Y si no lo descubría nunca? O peor, ¿y si lo descubría y no sabía
que lo había hecho?
Pensando en todo ello, dio vueltas y vueltas en la cama y finalmente se quedó
dormido.
La mañana siguiente no fue menos agitada que la tarde anterior. De hecho, lo fue
más: los profesores parecían enormemente nerviosos, y las puertas del castillo
estuvieron cerradas toda la mañana, aunque por la tarde se abrieron para que los
alumnos pudiesen disfrutar un poco de los terrenos.
Harry, Ron y Hermione se pasaron la tarde bajo el haya junto al lago, hablando de
Hagrid, de donde estaría. Tendrían que estar estudiando, pero ni siquiera Hermione
era capaz de concentrarse.
A las seis, aproximadamente, iban a entrar en el castillo para ir a cenar, cuando
una sirena muy potente comenzó a sonar.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron, sorprendido, poniéndose en pie de un salto.
—¡La alarma! —gritó Hermione, muy asustada—. ¡Tenemos que entrar en el
castillo!
—¿La alarma? —dijo Harry, sin entender—. Pero, ¿qué...?
Pero no llegó a preguntar nada, porque un grupo de chicos empezó a chillar y a
señalar el cielo. Harry miró en aquella dirección y vio el motivo del grito: una
gigantesca calavera que parecía hecha de esmeraldas y de cuya boc salía una
serpiente brillaba en lo alto, sobre el bosque, rivalizando con el Sol que empezaba a
descender.
—¡La Marca Tenebrosa! —gritó Harry.
—¡CORRED! —ordenó Hermione, y los tres, junto al resto de alumnos de
Hogwarts, entraron en el castillo. Al instante, la voz de la profesora McGonagall
resonó, llamando a los prefectos a su despacho.
—¡Vamos! —dijo Hermione, agarrando a Ron del brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry a Neville, que se acercaba a ellos.
—¡No sé! He oído por ahí que... —Neville temblaba— unos alumnos han
escuchado decir a los profesores que Voldemort ha lanzado un ataque contra el
Ministerio de Magia.
—¿QUÉ?
—Yo tampoco puedo creerlo —dijo Neville, tembloroso—. Tal vez sólo sea un
rumor.
—Deberíamos irnos a la sala común —sugirió Lavender, acercándose a ellos con
Seamus, Dean y Parvati.
—Sí, ahora vamos —respondió Harry. Miró a su alrededor, al ajetreado vestíbulo,
mientras Filch cerraba las puertas de roble, y luego empezaba a enviar a todo el
mundo a las salas comunes.
—Vamos —dijo Harry, empezando a subir la escalinata de mármol.
Neville lo siguió, cuando una voz los llamó.
—¡Harry! ¡Neville! ¿dónde está Ginny?
Era Luna. Estaba muy agitada.
—No lo sé —respondió Harry—. ¿Por?
—Estaba conmigo fuera cuando apareció la Marca, y luego, con el follón, no sé
dónde se metió. ¡No la encuentro por ningún lado!
—Tal vez ya esté en la sala común —dijo Neville.
—Seguramente —corroboró Harry, deseando que así fuera.
—No sé, Harry, yo no la vi entrar, y antes de aparecer la Marca se puso muy
rara...
—¿Rara?
—Sí, no sé, como ida...
—Miremos en la sala común. Acompáñanos si quieres.
Los tres subieron hasta el pasillo de la Dama Gorda y entraron en la sala común
de Gryffindor. La presencia de Luna allí habría resultado el centro de atención en una
situación normal, pero en la actual sólo provocó algunas miradas; la sala era un caos
total. Muchos alumnos eran hijos de funcionarios del Ministerio, y la idea de que se
estuviese produciendo un ataque allí los ponía de los nervios.
Harry se dirigió hacia un grupo de chicas de quinto.
—¿Habéis visto a Ginny? —les preguntó.
—No —respondió una—. Aquí no está.
—¿Y en la habitación?
—Yo acabo de bajar de allí y tampoco está —respondió otra.
—No está aquí —les dijo Harry a Neville y a Luna.
—¿Entonces? —preguntó Neville.
—Busquémosla por el castillo —dijo Harry.
Volvieron a salir de la sala común e iban a bajar al vestíbulo, cuando se
encontraron con Ron y Hermione, que venían muy alterados.
—¡Están atacando el Ministerio de Magia! —les informó Hermione, jadeando.
—¿Es cierto? —preguntó Neville.
—Sí —dijo Ron, que estaba pálido—. Esta tarde comenzaron a llegar miles de
cartas, cartas que estallaban y prendían fuego a todo. El Ministerio es un caos, y al
parecer han entrado un grupo de mortífagos, dementores... y... dicen que también
Voldemort.
—¿Voldemort? —se sorprendió Harry.
—Sí. La Orden del Fénix ya va para allá. Dumbledore, Snape y la profesora
McGonagall también fueron —explicó Hermione—. Ahora es Flitwick quien está al
cargo aquí.
—Un ataque al Ministerio... —murmuró Harry.
—No había ocurrido nunca algo así. Realmente debe creerse muy fuerte... —dijo
Ron, poniéndose más blanco a medida que pasaba el tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó Luna.
—No —respondió Ron—. Mi padre está allí, y Percy...
—A los prefectos nos han ordenado mantener a todo el mundo en las salas
comunes —dijo Hermione—. Al acabar la reunión, Dumbledore habló conmigo y con
Ron y nos explicó lo que pasaba.
—Un ataque ahora... ¡Y muchos aurores están en Escocia, luchando contra los
gigantes! —recordó Neville.
—Todo es un plan, un maldito plan... —murmuró Harry.
—Sí, es un plan. Un plan muy bueno —comentó Hermione—. Por cierto, ¿qué
hacéis aquí fuera?
—¡Oh! ¡Ginny! —exclamó Harry, dándose un golpe con la mano en la frente.
—¿Qué pasa con Ginny? —preguntó Ron.
—¡No sabemos dónde está! —contestó Harry—. Estábamos buscándola.
—¿No sabéis...? —dijo Ron, muy asustado.
—No. Estaba conmigo y luego la perdí de vista, pero estaba muy rara... —explicó
Luna.
—Tenemos que encontrarla —dijo Ron—. Bajemos al vestíbulo, a lo mejor alguien
la ha visto.
Empezaron a bajar las escaleras cuando se encontraron con Henry Dullymer, que
las subía. Tenía arañazos y heridas en la cara, la túnica desgarrada y sucia y parecía
muy asustado.
—¡Ron! —gritó.
—¿Henry? ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado?
—Es Ginny, Ron...
—¿Dónde está, Henry? ¿Qué le pasa?
—¡Se la llevaron! —exclamó.
—¿Se la llevaron? —preguntó Ron, poniéndose lívido—. ¿QUIÉN? ¿QUÉ HA
PASADO?
—Tranquilo, Ron —dijo Hermione, poniéndole una mano en el hombro, aunque
también ella estaba lívida—. Henry, explícanos...
Henry tragó con dificultad y empezó a hablar.
—Estaba fuera cuando sonó la alarma, con Sarah. Estaba cerca de la cabaña de
Hagrid, y empezamos a correr hacia el castillo. Entonces vi a Ginny, pero no se dirigía
al castillo, sino hacia el bosque. Me extrañó mucho, así que le dije a Sarah que
corriera hacia el castillo, que yo iría a buscarla. —Hizo una pausa para respirar,
mientras todos le miraban expectantes. Ron no aguantaba los nervios—. La seguí,
llamándola, pero ella no me escuchó. Intenté detenerla, pero no pareció reconocerme.
Entonces intenté cogerla en brazos y llevarla al castillo, porque ya estaba todo el
mundo dentro e iban a cerrar las puertas... pero entonces un hechizo me golpeó en la
cara. Caí, y dos mortífagos salieron del bosque y la cogieron. Yo intenté seguirlos,
pero me vieron y me lanzaron más hechizos. No pude defenderme. Afortunadamente
no me mataron, parecían tener prisa. Ginny empezó a reaccionar y a gritar,
llamándome y pidiéndome que la ayudara, pero los mortífagos volvieron a atacarme.
Murmuraban algo de «la chica que había sido poseída», o algo así, no oía muy bien.
Luego cogieron un traslador y se la llevaron.
Ron se dejó caer en la escalera. Hermione profirió un quejido y se agachó junto a
Ron. Harry se sentía consternado, perplejo... y sobre todo, furioso. ¿Qué querría
Voldemort de Ginny? ¿Qué era eso de «la chica que había sido poseída»? ¿Pretendía
Voldemort hacer algo con ella?
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Luna.
—Tenemos que ir a buscarla —respondió Harry.
—¿A buscarla? —preguntó Neville—. ¿Cómo? No sabemos dónde está. ¿Cómo
vamos a encontrarla?
—No tenemos alternativa —dijo Ron, con voz ahogada y débil—. Nadie puede
ayudarnos, no hay ningún miembro de la Orden aquí, todos están en el Ministerio... y
si no vamos será demasiado tarde...
—¿Y cómo vamos a encontrarla? —preguntó Hermione.
—Esto... —intervino Henry—. Yo... yo tal vez podría ayudaros en eso.
—¿Tú? ¿Cómo? —le interrogó Harry.
—Bueno, como ya le dije a Hermione, mi padre trabajó en el Departamento de
Transportes Mágicos del Ministerio Alemán... y bueno, yo leí algunos de los libros que
tenía, y también me explicó muchas cosas, porque a mí me encantan los viajes, y...
bueno, a lo que iba —dijo, viendo la mirada apremiante de Ron y Harry—. Existen
maneras de seguir a un traslador. Sé cómo hacer un traslador que siga a otro, porque
los trasladores dejan una especie de estela... no obstante, es necesario hacerlo en
menos de una hora.
—¿Sabes hacer un traslador? —preguntó Hermione, muy sorprendida.
—No... sé hacer un traslador de seguimiento, que es más fácil... o eso creo,
porque nunca he hecho ninguno.
—¿Qué hay que hacer?
—Sólo crearlo en el lugar en donde se usó el traslador al que quieres seguir.
—¿Qué hacemos? —preguntó Ron, mirando a Harry.
—No tenemos alternativa —respondió Harry.
—Esto podría ser una trampa —opinó Henry—. Recuerda la carta, Harry...
—Aunque lo sea. No dejaré a Ginny en manos de ese monstruo. Además, si está
en el Ministerio con los mortífagos y nos damos prisa, quizá tengamos una
oportunidad.
—Hagámoslo —dijo Ron, muy seguro—. ¿Hermione?
—Esto me da muy mala espina, pero no dejaré ni que a Ginny le pase nada ni que
vayáis solos.
—Hermione... yo... yo no quiero que te pase nada... otra vez —dijo Ron, con la voz
débil.
—Tampoco yo quiero que os pase nada a vosotros —repuso ella—. Y sugiero
que, sea como sea, dejemos un mensaje para Dumbledore.
—De acuerdo —dijo Harry—. Vamos a la sala común.
Subieron de nuevo las escaleras y entraron. Hermione fue a su habitación a
escribir la nota y bajó con un sobre que entregó a Pig para que la llevara al despacho
de Dumbledore.
—Vale... ya está.
—¿Estamos seguros de esto? —preguntó Luna.
—Sea como sea, debéis decidirlo pronto —advirtió Henry—. Ya hace unos
veinticinco minutos que se la llevaron, y no creo que yo pueda llegar al límite de una
hora para hacer el traslador. Tenemos unos quince minutos, nada más.
—Vamos —dijo Harry.
—Harry... —dijo Henry, deteniéndose fuera del retrato de la Dama Gorda—. Esto
podría ser una trampa... Él podría estar allí, o llegar después...
—Sí ¿y?
—Tal vez tengas que enfrentarte a él... ¿No necesitarás la Antorcha?
Harry se quedó pensando. ¿Llevar la Antorcha? ¿No sería eso lo que Voldemort
querría? Pero, por otro lado, si iba a enfrentarse a él, sólo tendría oportunidad si la
llevaba. No tenía alternativa. Quizá estuviera cometiendo un error, pero era todo lo
que podía hacer.
—Sí, la llevaré.
—Harry, no sé si es buena idea —opinó Hermione—. Tal vez eso es lo que él
quiere...
—Tal vez —dijo Harry—. Pero sin ella no tengo posibilidad... y además, él no sabe
algo que nosotros sí.
Henry los miró con el entrecejo fruncido; Luna y Neville no entendían nada.
—Voy a por ella —decidió Harry.
Entró de nuevo en la sala común y salió un momento después, con la Antorcha de
la Llama Verde.
—Vamos —dijo.
Se lanzaron escaleras abajo hasta llegar al vestíbulo. Afortunadamente, Filch no
estaba allí, vigilando las puertas. Pero estaba Draco Malfoy.
—¡Vaya! —exclamó al verlos, muy risueño—. Dos prefectos violando las normas
al permitir a alumnos vagar por el colegio... creo que tendré que informar de esto.
—Déjanos pasar, Malfoy —ordenó Harry.
—¿Vas al Ministerio, Potter? —se burló—. ¿A hacerte el héroe? —Acentuó su
sonrisa y luego dirigió la mirada hacia Henry—. ¿Tú también quieres ser un patético
héroe, Dullymer?
—Vamos a salir, Malfoy —dijo Henry, con el semblante serio. Malfoy le observó
unos minutos y luego se apartó.
—Salid —dijo suavemente—. Yo no os he visto.
Henry abrió las puertas, y Ron le ayudó, pero Harry y Hermione se quedaron
mirando a Malfoy con extrañeza. ¿Desde cuándo les hacía favores?
—¿Por qué nos dejas salir, Malfoy? —le preguntó Harry mientras los demás salían
al exterior.
Malfoy no dijo nada y miró a Harry fijamente. Parecía muy contento, pero Harry
notaba en los ojos del Slytherin el inmenso odio que sentía hacia él.
—Adiós Potter —Fue toda la respuesta de Draco.
Harry le miró un momento y luego salió también. Por primera vez, se preguntó si
estarían haciendo lo correcto, y fueron las palabras de Malfoy las que le habían hecho
pensar en ello, porque el «adiós» que les había dicho no había sonado como un
«hasta luego»; había sonado como un «hasta nunca».
Por supuesto, esto no cambiaba nada. Ginny estaba en peligro y él iría, y si tenía
que enfrentarse a Voldemort, lo haría. Estaba mucho más preparado que la otra vez.
Sin embargo, sus planes sí cambiaron. Miró a sus amigos, que corrían delante de él,
hacia el bosque, y tomó una decisión.
Llegaron al bosque, al lugar donde, según Henry, los mortífagos se habían llevado
a Ginny. Henry sacó su cinturón, lo puso en el suelo y le apuntó con su varita.
—Espero que funcione —dijo, concentrándose—. ¡Portus!
El cinturón retembló y brilló un instante, y luego volvió a quedarse como estaba.
—¿Ha funcionado? —preguntó Ron.
—Creo que sí —dijo Henry, cogiendo el cinturón y levantándolo.
—Vale. Entonces vamos...
—¿Iremos todos? —preguntó Hermione.
—Yo sí —respondió Luna rápidamente—. Ginny es mi amiga, y al fin y al cabo, si
yo le hubiese puesto más atención no habría pasado esto.
—Yo también —dijo Neville—. También es mi amiga, y para eso me he estado
preparando. —Una expresión decidida se formó en su rostro y añadió—: Quiero volver
a enfrentarme a Bellatrix Lestrange.
—Yo también voy con vosotros —declaró Henry—. Me aceptasteis y me
ayudasteis, y lo que hice, lo hice para algo.
—Nadie irá —dijo de pronto Harry, con voz autoritaria. Todos posaron sus miradas
en él, extrañados—. Voy yo solo —terminó.
—¿Cómo? —preguntó Hermione.
—He dicho que voy yo solo. No permitiré que os pase nada malo. Soy yo quien
deber enfrentarse a él; es a mí a quien quiere. Esto es una locura, y no permitiré que
forméis parte de ella sin necesidad.
—¡NO! —gritó Ron, enfadado—. ¿Estás loco? ¡No vas a ir tú solo! ¡Es mi
hermana, y yo voy a ir, lo quieras o no!
—Si me quedo, no me lo perdonaré en la vida —añadió Hermione.
—¿Recuerdas lo que te dijo Firenze? —le preguntó Ron a Harry. Éste le miró sin
responder—. Pues ya sabes... sin nosotros, no hay camino. Iremos —su tono no
admitía réplica.
Harry suspiró y asintió.
—Vale —dijo Henry—. Entonces, agarrad el cinturón, y cuando cuente tres...
—Espera —pidió Ron. Se volvió hacia Hermione y la miró—. Hermione...
—¿Qué pasa, Ron? Estamos perdiendo el tiempo... —dijo ella con expresión
cansada y paciente.
—Hermione, nunca te lo he dicho, excepto cuando estabas en la enfermería y no
podías oírme... pero puede que hoy sea el último día de nuestra vida, y... Hermione,
te... te quiero.
La expresión de Hermione se dulcificó.
—Sé que lo hiciste —contestó—. Sé que ambos me lo dijisteis... yo también te
quiero, Ron...
Se irguió y le dio un beso en la boca. Ron cerró los ojos. Se quedaron así unos
segundos y luego se apartaron, se cogieron de la mano y pusieron la otra en el
cinturón.
—Ya —dijo Ron, sin mirar a nadie a la cara.
Henry asintió y dirigió una mirada a todos.
—Un... dos... tres —dijo.
Harry sintió la conocida sensación de ser arrastrado por el estómago, y viajaron en
un torbellino de colores, sintiendo chocar los dedos de unos contra otros hasta caer,
en un revoltijo, en una sala no demasiado iluminada.
Entonces, sin previo aviso y antes de que tuvieran tiempo de levantarse, oyeron
una voz que exclamó:
—¡Accio varitas!
Harry sintió, mientras se incorporaba, que su varita se escapaba de su bolsillo. Un
instante después, y aún sin tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando, otra
voz que conocía, pero usando un tono que jamás le había oído, dijo con voz
autoritaria:
—Magnífico. Y ahora, Potter, entrégame la Antorcha de la Llama Verde.
36
El Infiltrado
Harry se levantó, creyendo que no había oído bien. Ron y Hermione se levantaron
a su izquierda, y Neville y Luna a su derecha. También ellos parecían anonadados,
aparte de asustados.
Henry estaba y a de pie, ante ellos, y se había acercado a los tres mortífagos que
les apuntaban con sus varitas; Henry aún conservaba la suya, con la que apuntaba a
Harry, y de su cara había desparecido totalmente la expresión amable y simpática.
Ahora sólo mostraba odio y satisfacción, una satisfacción cruel; sus ojos estaban fríos,
pero brillaban con avidez, como si hubiera estado esperando largo tiempo por lo que
veía.
—Entrégame la Antorcha —repitió, con el mismo tono frío, y esta vez también con
un deje de impaciencia.
—¿Qué? ¿Qué estás haciendo? —Harry no comprendía nada. Vio que estaban en
una sala bastante grande, quizás de unos veinticinco metros de largo y unos quince de
ancho, débilmente iluminada; no había ventanas ni muebles: sólo dos puertas que
estaban detrás de los mortífagos. No había por dónde escapar.
Henry se rió con malicia y crueldad.
—¿Eres duro de oído? Te he dicho que me entregues la Antorcha de la Llama
Verde. Ahora.
—¿Pero qué dices? —se atrevió a preguntar Ron—. ¿Por qué estás al lado de
esos? ¿Y por qué tienes aún la varita? ¿Qué te pasa?
Los mortífagos se rieron. Henry sonrió.
—Desde luego, Weasley, no eres más tonto porque no entrenas. —Volvió a mirar
a Harry, y sus ojos parecieron despedir llamas—. Entrégame la Antorcha. ¡YA!
—No —respondió Harry, desafiante. No entendía qué sucedía, pero desde luego
era algo mucho peor de lo que podría haber imaginado—. ¿Qué te pasa? ¿Te han
echado la maldición imperius, te has vuelto loco, o qué?
Henry volvió a reírse.
—¿Sabes, Potter? El Señor Tenebroso tiene razón: eres estúpido. Un estúpido con
mucha suerte, sí... pero un estúpido. ¿Todavía no lo comprendes?
—¿Señor Tenebroso? ¿Por qué lo llamas así?
—¿No es obvio? ¡Él es mi señor, mi amo! Yo estoy a su servicio, Potter.
—No puede ser, no es cierto —dijo Harry.
Los mortífagos se rieron más aún.
—No has cambiado nada, Potter. Sigues siendo un idiota —dijo el más corpulento
de los tres. A Harry le sonaba su voz.
—¿Quién eres? ¿De qué me conoces?
El mortífago se quitó la máscara y Harry, Ron y Hermione dejaron escapar un grito
de sorpresa.
Era Marcus Flint, el antiguo capitán del equipo de quidditch de Slytherin.
—Vaya... veo que has seguido un magnífico camino desde que saliste de
Hogwarts —le espetó Harry.
—Sí, ya ves... Tengo ambiciones, Potter... y este... trabajo, tiene ciertas
recompensas, como este momento. —Se rió, y los otros dos mortífagos se rieron con
él.
—Pues a mí me sorprende que Voldemort haya aceptado a un idiota descerebrado
como tú; tiene que estar desesperado —le dijo Hermione.
Los mortífagos la miraron fijamente, y Flint pareció asesinarla con la mirada.
—¡Cállate, sangre sucia!
—No vuelvas a pronunciar el nombre del Señor Tenebroso con tu boca, estúpida
engreída —la amenazó Henry, apuntándole con la varita.
Entonces Harry se dio cuenta de algo en lo que no había pensado: Henry nunca,
nunca, había pronunciado el nombre de Voldemort, ni lo había llamado Quien Tú
Sabes o algo así... siempre se refería a él como «Él»... ¿Cómo no se había dado
cuenta antes? De todas formas, aún no podía creerlo...
—Aparta tu varita de ella —dijo Ron, dando un paso al frente.
Henry se rió.
—¡Ooh! ¡Qué romántico! ¿Vas a defenderla con tu vida, Weasley? —se burló
Henry.
—Si es necesario, sí.
—¡Qué bonito...! pues tranquilo, tal vez tengas la ocasión de hacerlo. —Volvió a
mirar a Harry—. Y ahora estamos perdiendo el tiempo. Te he dicho que me entregues
la Antorcha de la Llama Verde. YA. Si no, verás lo que les pasa a tus amigos.
—¿Por qué? —le preguntó Neville, antes de que Harry pudiese decir nada—. ¿Por
qué trataste de defender a Ginny y ahora haces esto?
Al oír las palabras de Neville, Henry y los otros mortífagos prorrumpieron en
carcajadas.
—¿Que la ayudé? ¡No me hagas reír! ¿Tú no coges una, verdad Longbottom? Yo
no la ayudé... fui yo quien la llevó al bosque y se la entregué a ellos —dijo, señalando
a los mortífagos—. Ellos proyectaron la Marca Tenebrosa y esperaron a que yo les
llevara a Ginny al lugar convenido.
—Tú no estabas allí —dijo Luna.
—Claro que sí, Lunática —la contradijo Henry—. Claro que tú no me viste... ni
nadie. Yo le eché la maldición imperius a esa estúpida y la llevé al bosque, y luego me
hice esto —explicó, señalándose la cara y la túnica— para disimular.
Harry sintió un ramalazo de odio al oír aquello, y sobre todo, al oír como Henry
llamaba estúpida a Ginny.
—¡Maldito cerdo! ¡Nos has engañado todo este tiempo!
—Por supuesto que sí —respondió Henry—. Aunque no fue fácil, no fue tampoco
tan complicado como yo pensaba... por supuesto, lo peor fue tener que aguantaros,
tener que soportar vuestras tonterías, estar con sangres sucias y demás —miró con
asco a Hermione— para conseguir acercarme a vosotros... Sí, fue horrible, pero este
momento, y la gratitud eterna del Señor Tenebroso, serán mi compensación.
—Nos engañaste... —murmuró Harry de nuevo, lleno de odio.
—Sí... Soy buen actor, ¿verdad?
—Sólo tienes quince años... ¿Cómo puedes ser tan... tan...? —Hermione no
encontraba las palabras.
—Éste es mi sueño desde siempre: servir al Señor Tenebroso, ayudarle, elevarme
con él.
Harry observó la mirada de Henry: era la mirada de un verdadero fanático... de un
loco, incluso.
—Pero no es posible... ¡Tú nos ayudaste a detener a Birffen! ¿Fuiste capaz de
entregar a un aliado tuyo?
Ante la mención de Birffen, Henry se echó a reír.
—Potter, Potter, Potter... ¿Cómo puedes ser tan estúpido? Birffen no era mi aliado,
no era nadie... Birffen sólo fue un cabeza de turco. Yo lo hice todo: yo te hechicé y te
puse el colgante, yo ataqué a Longbottom, yo le eché la maldición imperius a
Warrington, yo le envenené en la enfermería, yo ataqué a Corner y a Chang... ¡Fui yo,
Potter! ¡Siempre yo!
Harry se quedó como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima.
Aquello era imposible... imposible. Aquel chico, de sólo quince años, estaba
confesando ser un asesino.
—¿Birffen era inocente? —preguntó Ron, que también parecía totalmente
alucinado ante lo que estaba oyendo.
—Por supuesto que sí. Yo oí la profecía de Trelawney e inmediatamente me
comuniqué con el Señor Tenebroso... entonces, me ordenó que me aproximara más a
vosotros. Por supuesto, era difícil hacerlo con las nuevas restricciones, y también me
era complicado hacer cualquier cosa, así que hice lo mismo que mi señor hizo cuando
estaba en Hogwarts: utilizar a alguien inocente y hacerlo parecer culpable... Recordé
que Birffen estaba en la enfermería el día que envenené a Warrington, y decidí usarle:
le lancé la maldición imperius y le hice meter en su baúl lo que encontraron después.
Acto seguido, le entregué la pastilla de veneno que se tomó... que claro, él no sabía
que era veneno, y le ordené atacaros... Yo venía detrás de él y os «ayudé»... y al
parecer, mi plan funcionó incluso mejor de lo que yo pensaba, porque me admitisteis
en ese grupo... —soltó una débil risa—. No sabes cómo me reí, Potter...
—Eres un monstruo —dijo Hermione—, un auténtico monstruo...
—Es posible... —dijo Henry, que parecía halagado.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo hiciste todas aquellas cosas? ¡Tú no estabas en la
enfermería cuando Warrington fue envenenado!
—Potter... ¿intentas distraerme? Entrégame la Antorcha, y mientras esperamos al
Señor Tenebroso podremos hablar un rato. No lo hagas, y tus amigos sufrirán.
—No se la des, Harry —dijo Neville.
Henry le miró fijamente.
—¿Que no me la dé? Mala elección... Pero bueno... siempre he querido repetir
esto, Longbottom, me encantaron tus gritos... —Apuntó a Neville con la varita y gritó—:
¡Crucio!
Neville cayó al suelo, aullando de dolor. Flint se rió en silencio. Harry estaba
horrorizado. Neville cada vez chillaba más y Henry no se detenía: parecía estar
disfrutando enormemente.
—¡Déjale! —gritó Harry, abalanzándose hacia Henry.
—¡IMPEDIMENTA! —exclamó Flint, y Harry cayó hacia atrás, inmóvil.
Henry continuó su tortura a Neville. Desde su posición, Harry vio cómo Hermione
apoyaba la cabeza en el hombro de Ron, que crispaba los puños de la impotencia,
para no ver.
Unos segundos después, Henry se detuvo y los gritos de Neville se convirtieron en
gemidos. Harry se incorporó, libre del maleficio, mientras Luna intentaba que Neville
se levantara, lo que hizo con dificultad.
—¿Quieres que lo repita, Potter? Si no quieres, entrégame la Antorcha.
—¿Acaso si lo hago los dejarás ir?
—Me temo que no... pero no sufrirán... ¿O prefieres quizás que ahora se lo haga a
ella? —preguntó Henry, señalando a Hermione. Ron la abrazó contra sí.
—Ni se te ocurra —amenazó.
—Vale —dijo Henry tranquilamente. Apuntó a Ron y repitió—: ¡Crucio!
Ron se dobló y cayó de rodillas, chillando. Hermione se agachó a su lado, mientras
las lágrimas empezaban a correr por su cara. Harry estaba completamente
horrorizado..
—¡Déjale! —gritó Hermione, mirando a Henry con el odio más intenso que había
visto en su mirada—. ¡DÉJALE!
Henry levantó la varita.
—Esto puede acabar, Potter. Simplemente entrégame la Antorcha.
—¿Para qué la quiere? —preguntó Harry.
—Eso no es asunto tuyo... ni mío. Simplemente la quiere, y ya.
—Él está en el Ministerio.
—Vendrá —dijo Henry—. Lo del Ministerio sólo era una distracción para alejar a
Dumbledore y a los demás...
—¿Sólo una distracción? —dijo Hermione, alucinada—. ¿Un ataque al Ministerio
de Magia sólo como distracción?
—Bueno, tal vez haya otros objetivos, pero son secundarios —aclaró Henry.
—Por eso cogiste a Ginny, ¿verdad? Para obligarme a venir —dijo Harry.
—En parte sí —contestó Henry—. Pero el Señor Tenebroso la quería a ella y sólo
a ella; las razones yo no las sé. Entrégame la Antorcha.
—¿Por qué no me torturas a mí? —le preguntó Harry.
—Me encantaría, te lo aseguro... —Henry sonrió ante la idea— pero no puedo... a
no ser que des muchos problemas, claro.
—Te... mataré... —dijo entonces Ron, apoyándose en Hermione y en Harry y
mirando a Henry—. Te mataré, maldito cerdo...
—Lo dudo mucho, Weasley. Dame la Antorcha, Potter... o seguiré.
—No se la des... —pidió Neville, con voz débil—. No se la des...
Harry bufó, exasperado.
—Es increíble... ¡Qué entrega, qué valentía! —se mofó—. Gryffindors... sois todos
estúpidos.
—Simplemente no hacemos lo más fácil... hacemos lo correcto —respondió
Hermione.
—Admirable —se burló Henry—. Pero bueno, si así lo preferís... —Apuntó a Luna
y por tercera vez gritó—: ¡Crucio!
Pero esta vez, Harry se puso en medio y recibió el impacto de la maldición. Gritó
del dolor, pero no era tan terrible como cuando Voldemort le había hecho lo mismo.
Henry le miró sorprendido, pero no se detuvo. Frunció el ceño con furia e intensificó el
ataque. Harry dejó que el dolor, la rabia, el odio... lo embargaran, dejó que su poder
brotase, mientras el dolor lo consumía... empezó a sentirse más fuerte, sintiendo que
el dolor se hacía menor, lejano... vagamente oyó a Flint gritarle a Henry que lo dejase,
más vagamente aún oyó el «¡Cállate!» que Henry gritó en respuesta. Dejó que el
poder lo embargase aún más, y entonces levantó la mirada. Al posar los ojos en los de
Henry, un estremecimiento recorrió el lugar. Harry gritó y Henry fue lanzado hacia
atrás, cayendo de espaldas. Los mortífagos miraron a Harry asustados.
—¡Bien hecho, Harry! —lo felicitó Ron—. Veréis aún de lo que es capaz —
amenazó mirando a los mortífagos.
Henry se incorporó con lentitud y miró a Harry con odio y sorpresa.
—¿Qué diablos...?
—¿Quieres ver la Antocha? Bien...
Harry la sacó y la elevó, mostrándosela a los mortífagos.
—Muéstrales lo que puedes hacer, Harry —lo animó Hermione—. Enséñales.
Harry se concentró, pensó en Ginny, en el sacrificio de sus amigos, en las palabras
que Ron le había dirigido a Hermione antes de coger el traslador... y la Antorcha se
encendió. Los mortífagos retrocedieron, asustados, y Henry parecía alucinado.
—No... ¡No es posible! —exclamó.
Harry miró a Flint, chascó los dedos con furia y éste fue lanzado hacia atrás,
golpeándose la cabeza. Iba a hacer lo mismo con otro, cuando, en un instante, Henry
hizo un movimiento repentino con la varita y la Antorcha saltó de las manos de Harry,
apagándose y cayendo al suelo.
—Gracias por enseñarme esto, Potter. Es muy útil —dijo con satisfacción, aunque
parecía muy furioso—. ¡Accio Antorcha!
La Antorcha voló hasta la mano extendida de Henry.
—Bien —dijo, mirándola—. Al fin la tengo.
Harry se hallaba desconcertado, molesto y furioso consigo mismo. Se había
descuidado y había perdido la última posibilidad de escapar. Su furia se disipó, siendo
sustituida por una total decepción. No había nada que hacer... Voldemort llegaría y
ellos estarían perdidos. Ron y Hermione también parecían derrotados. Habían
depositado sus esperanzas en él, y él les había fallado.
—Vale, y ahora, como prometí... ¿Qué tal si charlamos un rato? —ofreció Henry,
sonriente.
—¿Fuiste tú quien me atacó en la lechucería? —preguntó Hermione. Henry sonrió.
—Por supuesto que fui yo —respondió—. No debió haber pasado, pero aún era
inexperto y cometí un error. Tenía que informar al Señor Tenebroso de lo ocurrido en
el sorteo, y me dirigí hacia la lechucería. Era tarde, y no pensé que hubiese nadie.
Estaba oscuro y casi no se veía, así que entré, cogí mi lechuza y le dije que le llevase
el mensaje al Señor Tenebroso... Cuál no sería mi sorpresa cuando oí un gemido y te
vi, sentada y apoyada contra la pared del fondo con cara de haber llorado. Me mirabas
con ojos como platos, y claro, supe que me habías oído. Por eso te lancé un hechizo
aturdidor y luego te desmemoricé.
Ron le dirigió una mirada a Hermione antes de volver a mirar a Henry.
—Por eso estabas tan preocupado al día siguiente, ¿verdad? No era por
Hermione...
—Pues claro que no era por ella. Era la primera vez que había lanzado un hechizo
desmemorizante y necesitaba saber si ella se acordaba de algo. Pude comprobar que
no.
—¿Y lo de Neville? —inquirió Harry—. ¿Por qué le atacaste?
Henry se encogió de hombros.
—Sólo para asustar... No hay una razón concreta. El Señor Tenebroso me dijo que
de vez en cuando os recordara que estaba allí —respondió, sonriendo.
—Pero no es posible, te encontramos poco después... no puede ser...
Pero Harry pensó entonces que habían tenido demasiados encuentros casuales
con Henry Dullymer durante el curso, como el día que habían salido de la Cámara de
los Secretos...
—¿Cómo lo hacías? ¿Cómo podías desaparecer? ¿Cómo nos encontrabas
siempre?
—Eso es lo más interesante de todo, Potter... —dijo Henry con una sonrisa—.
¿Olvidas que sirvo al mago más grande del mundo? Supongo que te preguntarás
cómo no aparecía el acechador en el mapa del merodeador... ¿Verdad?
Harry no dijo nada, sólo esperó. Henry sonrió más y sacó un colgante que llevaba
al cuello.
—Esto es una de las grandes obras del Señor Tenebroso. Él me lo proporcionó.
Observad... —Tocó un botoncito del colgante e instantáneamente se volvió invisible.
Harry abrió mucho los ojos. Un momento después volvió a aparecer—. ¿A que es
genial? Y no sólo eso... si quiero, también evita que aparezca en el mapa del
merodeador.
—¿Cómo? ¿Cómo puedes evitar...?
—Fácil, Potter... ¿Olvidas que uno de sus creadores está con nosotros?
Harry crispó los puños.
—Colagusano...
—Colagusano, sí... y no fue esto lo único que hizo... mira lo que nos ayudó a
fabricar...
Metió la mano en un bolsillo de su túnica y sacó una réplica exacta del mapa del
merodeador.
—¡No es posible! —exclamó Harry, asombrado.
—Ya lo creo que lo es... ¿Cómo crees que os vigilaba y os encontraba? Os he
estado siguiendo todo el curso, Potter. Así te encontré, yendo invisible, el día del
ataque de los dementores.
—¡Pero tú ayudaste ese día en Hogsmeade! —dijo Luna—. Si sabías que habría
dementores, ¿por qué fuiste?
—Tenía que ir, tenía que aproximarme a vosotros... por eso hice lo que hice. Por
supuesto, no había riesgo: los dementores no me habrían atacado. Tenían órdenes.
—Los dementores no son muy apegados a las órdenes —dijo Harry.
—No a las del Ministerio; pero te aseguro que sí a las del Señor Tenebroso, Potter
—apuntó Flint.
—Y tú querías llevar a mi hermana al baile, maldito cerdo... —dijo Ron, mirando a
Henry con furia.
—Sí... —reconoció Henry—. Era una forma de aproximarme, pero no me salió
bien. Pero da igual, porque, al fin y al cabo, me ha ido mucho mejor —comentó,
riéndose.
—¿Por qué le hiciste aquello a Warrington? —preguntó Hermione.
—Órdenes del Señor Tenebroso. Él quería que Ginny muriera. Lo que pretendía
exactamente, no lo sé. Pero volviste a frustrar el plan.
—Un plan absurdo —dijo Harry—. ¿Para qué algo tan complicado?
—Yo sólo cumplo órdenes —respondió Henry.
—Qué ingenuos fuimos —se lamentó Harry—. Aquel día, cuando te vimos en la
enfermería junto a Warrington, creíamos que te preocupabas por él, y tú... tú...
—Yo sólo me preocupaba por si despertaba, sí —concluyó Henry, con una sonrisa.
—¿Cómo le envenenaste? —quiso saber Ron.
—Os seguí —respondió Henry—. Me hice invisible, abrí la puerta de la enfermería
y entré... al principio iba a echar el veneno en el agua, pero llegué tarde. Viendo que
Warrington iba a hablar, hice lo único que podía: usé la magia para hacer levitar un
poco de veneno hasta su piel. Tuvo que ser poco, para que no lo vierais, y no fue
suficiente para matarlo, pero ya da igual.
—Nosotros intentamos eliminarle en el hospital, pero por desgracia Dumbledore
ordenó que estuviera vigilado y protegido, y no tuvimos ocasión de hacerlo —añadió
Flint, con una mueca de desagrado.
—Y tú... entonces fuiste tú quien le habló de Snape a Voldemort, ¿verdad? —dijo
Harry, observando a Henry, quien endureció su mirada al oír el nombre.
—Te he dicho que no pronuncies su nombre.
—¿Fuiste tú? —insistió Harry.
—Claro que fui yo, imbécil. Snape no sabía quien era yo, el Señor Tenebroso no
se lo había dicho a casi nadie. Además, no se fiaba del todo de Snape y me ordenó
echarle un ojo. El día que discutiste con él, yo os seguí, invisible, y, gracias esta vez a
un gran invento de los Weasley —dijo, sacando del bolsillo unas orejas extensibles—,
me enteré de la verdad: que Snape era un sucio traidor que trabajaba en realidad para
la maldita Orden del Fénix.
—Por eso le odias tanto... —apuntó Hermione.
—¡Por supuesto! —exclamó Henry con un odio profundo—. Asqueroso traidor... se
libró de morir, sí, pero no escapará siempre. El Señor Tenebroso dará con él y le
espera lo mismo, o peor, que a Karkarov.
—¿Por qué nos odias tanto? —preguntó Neville—. ¿Acaso no fuimos amables
contigo? ¿Acaso no te divertiste con nosotros?
Henry miró a Neville y soltó una risotada.
—Qué gracioso eres, Longbottom... ¿Divertirme? Soy muy, muy ambicioso...
deseo el poder, el poder que sólo el Señor Tenebroso puede proporcionar... ¿Cómo
voy a divertirme con un grupo de sangre sucia, amigos de muggles y demás? ¡Es
imposible! ¡Inconcebible!
—Hablas como Malfoy... siempre pensé que eras distinto, y en realidad... —dijo
Harry.
—¿Como Malfoy? —se rió Henry—. En absoluto soy como él...
—¿Él lo sabía? —preguntó Harry. Henry le miró—. ¿Él lo sabía? Fue Malfoy el que
me hizo darme cuenta de que no llevaba mi monedero el día del ataque de los
dementores. ¿Él lo sabía?
—Por supuesto que no —respondió Henry—. Sabía que yo no era tan amigo
vuestro como hacía ver, y que tramaba algo, claro, pero nada más. Por supuesto,
dudaba de mí a menudo, cada vez que me veía con vosotros, por eso hablaba con él,
para advertirle que no lo estropeara todo.
»En cuanto a lo del monedero, no sabía cómo hacer para que te dieses cuenta de
que no lo tenías, así que convencí a Malfoy de que se burlara de vosotros usando un
galeón... no fue una gran idea, lo sé, pero fue lo único que se me ocurrió... y funcionó
—terminó Henry, muy satisfecho.
—¿Y Sarah? —preguntó Neville—. ¿Ella también es como tú?
—No... por desgracia, porque la verdad me gusta bastante... pero ella no es una
Slytherin pura, como yo... qué se le va a hacer —dijo, suspirando.
—Ella te gusta —dijo Hermione—. Se te nota... ¿Por qué haces esto? ¡Podrías ser
feliz con ella!
—No seas estúpida —escupió Henry—. Ahora tengo lo que siempre he querido,
ninguna chica se va a interponer entre mis sueños y yo.
—¡¡La has engañado todo este tiempo!! —gritó Neville.
Henry se volvió hacia él y sonrió con desprecio.
—¿Acaso te gusta, Longbottom? —Los mortífagos se rieron—. Bueno, no creo que
a ella, aunque le caigas bien, le vaya a gustar un estúpido como tú. De todas formas,
tranquilo... dudo que eso vaya a ser un problema para ti —añadió, con tono burlón.
—Ya, supongo que pensáis matarnos a todos —dijo Harry.
Henry se rió.
—Bueno, no conocemos exactamente los planes del Señor Tenebroso, pero casi
puedo jurar que no os va a enviar de vacaciones por ahí.
—¿Dónde está? —preguntó Harry, gritando—. ¡Que venga de una vez!
—Tranquilo, Potter —dijo Henry con voz calmada—. Todo a su tiempo... estoy
seguro de que, en el fondo, no deseas que llegue. Sobre todo porque antes tiene que
hacerle una visita a tu amiguita —agregó, disfrutando del efecto que sus palabras
causaban en Harry.
—¡MALDITO ASESINO! ¿QUÉ VAIS A HACER CON ELLA? —gritó Ron,
soltándose de Hermione y lanzándose contra Henry. Éste le miró, y sin más, le lanzó
un hechizo que hizo que Ron se doblara, atacado por un repentino dolor de estómago.
—Tranquilízate, Weasley. Vivirás más.
Harry no se abalanzó sobre Henry, pero también ardía de la ira. Volvió a
concentrarse, invocando toda su furia, su fuerza y su poder, intentando hacer algo
aunque no tuviera la Antorcha de la Llama Verde.
Henry le miró, y de su cara se borró la sonrisa, pasando a mostrar furia.
—No vas a hacer lo mismo —dijo, apuntándole con su varita—. ¡Crucio!
Harry volvió a sentir el dolor y su concentración se esfumó. Tras unos segundos de
tortura, Henry le liberó. Harry comenzó a jadear, y volvió a ponerse en pie lentamente,
con ayuda de Luna.
Hermione le miró. Se la veía asustada. Le hizo un imperceptible gesto a Harry y
éste lo entendió: ella iba a tratar de ganar tiempo, a ver si se les ocurría algo.
—¿Quién eres? —preguntó Hermione. Henry la miró sin comprender—. ¿Quién
eres en realidad?
—¿A qué te refieres? —preguntó Henry.
—Es imposible lo que has hecho. Sólo tienes quince años... ¿Dónde has
aprendido a hacer las maldiciones imperdonables, los hechizos desmemorizantes y
demás?
—Es obvio... —contestó Henry—. El Señor Tenebroso me enseñó.
—¿Cómo? —preguntó Ron.
—El verano pasado, él me enseñó.
—Eso es imposible —replicó Hermione—. Los magos menores de edad no pueden
hacer magia fuera de Hogwarts. Te habrían sancionado.
Henry se echó a reír.
—Granger, a veces eres tan estúpida que no sé cómo has podido ser la mejor
estudiante de Hogwarts estos años... claro que, viendo de quien te rodeas... —meneó
la cabeza. Hermione parecía furiosa—. En fin, es obvio que el mayor mago del mundo
tiene métodos para evitar que el Ministerio detecte ciertas cosas. Nadie sabe lo que
ocurre aquí dentro, ni en otras casas como ésta.
—¿Otras casas? ¿Hay más? —preguntó Hermione.
Henry acentuó su sonrisa.
—¿Crees que te lo voy a contar? No soy estúpido, sangre sucia.
—¿También fue él quien te enseñó a hacer trasladores?
—Yo no sé hacer trasladores, idiota. El traslador que nos trajo aquí ya me lo dieron
hecho.
—Pero tú lanzaste el hechizo —dijo Ron—. Y el traslador brilló y retembló...
—Sí, lo hice retemblar y brillar, pero nada más; ya estaba hechizado de antes.
—¿Quién eres? —volvió a preguntar Hermione—. ¿Cómo llegaste a esto? ¿Cómo,
teniendo sólo quince años, llegas a ser uno de sus servidores?
—¿Quieres saberlo? ¿De verdad?
Hermione asintió. Henry sonrió.
—Ya te dije que mis padres se mudaron a Alemania, ¿verdad? Sí, te lo conté
cuando hablamos aquel día, en el entrenamiento de quidditch... cuando tú me contaste
tu vida, sí... —La boca de Henry se curvó en una sonrisa de total maldad—. Por
cierto... ¿Sabes que fui yo quien le comunicó al Señor Tenebroso dónde vivían tus
padres? —Hermione abrió los ojos y la boca—. Sí... y también fui yo quien le
recomendó que les hicieran una... «visita», sabiendo lo mucho que los querías y te
preocupaban debido a la guerra... ¿Una gran idea, no crees?
Hermione temblaba de la rabia. Harry no podía creer que una persona, que un
chico más joven que él fuera capaz de tales maldades. No podía concebir que alguien
tuviese tanta sangre fría... a su lado, Malfoy era casi un santo.
Intentó concentrarse en una solución que les permitiera escapar y rescatar a
Ginny, pero lo que oía le distraía completamente, y, por otra parte, la única forma de
salir eran las dos puertas que estaban detrás de los mortífagos, y ni siquiera sabían si
estaban cerradas. Necesitaban recuperar sus varitas, pero no sabía cómo podía
hacerlo. Intentar usar sus poderes no iba a funcionarle, porque Henry era demasiado
astuto y lo vigilaba. Si intentaba algo de nuevo, sólo recibiría una nueva dosis de dolor.
—¡Eres un monstruo, un demonio! —gritaba Hermione, presa del llanto.
—Llora, llora, sangre sucia... ¿Crees que me vas a dar pena, o me voy a
arrepentir, sólo por que llores o por lo que digas? Eres una estúpida.
—¡DEJA DE INSULTARLA! —gritó Ron—. ¡Ella vale un millón de veces más que
tú!
Henry no contestó. Sólo se rió.
—S-Sigue —dijo Hermione, sollozando aún, pero con expresión firme—. Sigue
contando.
—Bueno... como decía, no te conté el por qué nos habíamos ido, ¿verdad? Pues el
motivo es sencillo: mi padre era un mortífago. Uno de los últimos, en realidad. Entró al
servicio del Señor Tenebroso unos seis meses antes de su caída. Mi padre había
deseado unirse a él desde que salió de Hogwarts, y mi madre también lo apoyaba,
aunque no era tan fervorosa. Mi padre fue un mortífago muy poco conocido, creo que
sólo el Señor Tenebroso y uno o dos mortífagos más sabían su nombre... pero era
inteligente, servicial y dispuesto a todo.
»Mi familia, pese a ser de sangre limpia, nunca ha sido una de esas familias
«nobles», como se jacta Malfoy... y siempre los envidiamos. El Señor Tenebroso fue el
ídolo de mi padre, y su mayor sueño fue unirse a él. No obstante, cuando cayó —su
cara mostró desagrado— mi padre sabía que todo había terminado para nosotros.
Intentó encontrarlo, ayudarle, pero no sabía cómo, y apenas conocía a los demás
mortífagos. Siendo así, pasamos a la sombra. Viendo cómo se ponían las cosas aquí,
decidió que nos fuésemos a Alemania. Allí la presión de los aurores era menor que
aquí, donde aún había mucha histeria, pese a haber pasado ya siete años desde el fin
de la guerra. Desde allí mi padre siguió intentando hacer algo, aunque sin éxito.
»Yo crecí oyendo a mis padres hablar del Señor Tenebroso. Leí libros sobre él,
sobre lo que había hecho, sobre lo que quería... se convirtió en mi ídolo, llegó a
apasionarme mucho más de lo que mi padre pretendía... mucho más que a él, de
hecho. Deseaba conocerle, verle, servirle y ascender a su lado; me encantaba cómo
se había encumbrado a pesar de haber vivido en el espantoso mundo muggle...
siempre soñé con ser como él. Siempre.
—Estás loco —dijo Hermione.
—No, simplemente soy muy ambicioso —contestó Henry con tranquilidad—. Mi
sueño es el poder, el auténtico poder... soy un Slytherin puro —dijo, orgulloso—. El
Señor Tenebroso me lo dijo muchas veces... que yo sería un Slytherin puro. Y lo soy.
—Sí. El sombrero te eligió en un instante —recordó Ron—. ¿Cómo no nos dimos
cuenta?
—Weasley, Weasley... tú fuiste el que más trabajo me dio... tuve que hacer un
montón de halagos a tu mugrienta familia para ganarme algo de tu confianza... ¿O
crees que no noté que no te gustaba en exceso mi «amistad» con tu hermana?
Ron gruñó.
—Sí, pero enseguida vi tu punto débil: tu falta de autoestima, de orgullo. Así que
yo lo alimenté... y con ello me gané tu confianza. Eres fácil de complacer. Tienes tanta
envidia de los que te rodean que te mueres por un poquito de atención... Eres una
presa fácil, a pesar de lo desconfiado que eres.
Hermione agarró a Ron, porque estaba a punto de saltarle encima a Dullymer de
nuevo.
—Sí, es cierto eso —intervino Flint—. ¿Qué orgullo va a tener? El nuevo patoso
guardián de Gryffindor, ¿eh? El Rey Weasley...
Henry sonrió.
—Sí... el Rey Weasley.
—Sigue con la historia y deja de insultar —pidió Hermione—. Muéstranos cuán
detestable eres.
Henry la miró, manteniendo su sonrisa.
—Será para mí un placer encargarme después de ti, sangre sucia... te aseguro
que tu muerte va a ser muy lenta.
—Continúa —dijo Hermione, sin perder la calma.
—Bien... Cuando hace dos años mi padre notó que la Marca le escocía de nuevo,
supo que había regresado. No te puedes imaginar nuestra alegría aquel día. Nos
preparamos y él partió a encontrarse con Él.
—¿Fue a la reunión de mortífagos tras el renacimiento de Voldemort? —se extrañó
Harry—. Pues no le mencionó.
Henry cerró los ojos y suspiró.
—Te he dicho miles de veces que no oses pronunciar su nombre, Potter. —
Levantó su varita y apuntó a Luna—. ¡Crucio!
Luna cayó al suelo instantáneamente y se retorció durante un tiempo, mientras
Harry le gritaba a Henry que la dejara en paz.
—Esto es para que aprendas, Potter. Si vuelves a pronunciar su nombre, será
peor, ¿te enteras? —dijo Henry, levantando la varita al terminar de hablar.
—Realmente lo disfrutas, ¿verdad? —le preguntó Harry, temblando de ira y de
impotencia—. No haces esto sólo por poder. Te gusta.
—Sí... Nací para esto, Potter. Siempre lo he sabido... siempre. —Miró hacia
Hermione—. Bueno, sigo con la historia, ¿no?
Hermione asintió.
—Vale. Como decía, mi padre se reunió con el Señor Tenebroso más tarde y casi
a solas. Entonces empezamos a arreglarlo todo para mudarnos aquí, aunque mi padre
estuvo un tiempo buscando seguidores en Alemania... y gracias a él está aquí Rudolf
—dijo, señalando al mortífago que estaba a su lado, a la derecha de Flint. Rudolf se
quitó la máscara e inclinó la cabeza con una sonrisa. También era muy joven. Harry
pensó que debía de tener unos veinte años, no más.
»Bueno, el caso es que seguimos en Alemania durante un año más, y yo le pedí,
le rogué a mi padre que me presentara al Señor Tenebroso. Yo tendría que venir a
Hogwarts, y estaba dispuesto a servir de espía, de mensajero o de lo que fuera. Y así
sucedió. A comienzos del verano, fui presentado... y la realidad superó mis sueños, mi
imaginación, mis fantasías... el Señor Tenebroso es aún más grande de lo que había
pensado... supe entonces definitivamente que servirle y estar a su lado era lo único
que yo deseaba.
Harry observó la expresión soñadora de Dullymer, que parecía estar ido, como
sumergido en su propio sueño... tenía la misma expresión de devoción que había visto
en Barty Crouch hijo.
—Estás realmente loco —dijo Ron.
—¿Tú crees? —preguntó Henry, con expresión burlona—. Bien... —prosiguió—. El
caso es que sí, se me concedió la misión de hacer lo que fuera necesario aquí,
principalmente informar... el Señor Tenebroso me enseñó mucho, mucho. Y yo
aprendía con ganas. Mi trabajo no iba a ser gran cosa... hasta que, a principios de
Agosto, todo cambió.
»El Señor Tenebroso me dijo que los planes habían sido modificados, y que
tendría que tratar de acercarme a ti, proporcionarle toda la información posible sobre
tus amigos y vigilarte de cerca... y me entregó todo esto —dijo, señalando su colgante
y el bolsillo donde había guardado el mapa del merodeador—. También puso un útil
hechizo en mis ropas —añadió. Se tocó la túnica con la varita y ésta se transformó en
un instante en una túnica más grande, oscura y con capucha: Harry reconoció al
acechador que había atacado a Cho y a Michael. Henry se quitó la capucha y
continuó.
»Fue un plan muy inteligente, ¿no crees, Potter? El Señor Tenebroso usó para
acercarse a ti la única arma de la que Dumbledore no puede protegerte...
—¿De qué hablas? —inquirió Harry.
—De un amigo, Potter... de un amigo. Ese estúpido siempre está hablando de su
adorada «unidad entre casas», y esas estupideces... El Señor Tenebrosos me dijo que
el hecho de que tú tuvieras un amigo en Slytherin sería uno de los sueños de
Dumbledore... y ya ves.
Harry crispó los puños, enfurecido consigo mismo por haber confiado tan
ciegamente en alguien como Henry Dullymer. Claro que el chico había hecho muy bien
su papel, de eso no cabía duda.
—¿Nadie sospechó de ti en Slytherin? —preguntó.
—No. Sólo Malfoy sabía que algo no era como parecía. Con los demás me
comportaba igual que con vosotros, lo cual me producía un intenso desagrado, para
qué negártelo.
—Me recuerdas a Barty Crouch —dijo Harry con desagrado.
—¿Barty Crouch? –dijo Henry—. Sí, el Señor Tenebroso me habló de él... Su
misión era parecida a la mía.
—No lo digo por eso. Lo digo porque era tan fanático como tú... incluso mató a su
propio padre.
Henry se rió.
—Bueno, yo no mataría a mi padre... es un gran padre, pero...
—¿Un gran padre? —se extrañó Hermione—. Un buen padre no permitiría que un
hijo suyo se convirtiera en un maldito asesino como tú, ni que corriera los riesgos que
tú corres.
—¿Por qué no? —preguntó Henry.
—Porque... ¡Porque está mal! —chilló Hermione.
—¿Mal? Creo que en eso, nuestras opiniones difieren —dijo Henry con una
sonrisa—. Y respecto a Barty Crouch, sí, yo no mataría a mi padre, pero no me
extraña que tuviera esa devoción al Señor Tenebroso, él es tan grande...
—Acabó besado por un dementor —le dijo Harry—. ¿Ése es el gran futuro que tú
esperas?
—Por supuesto que no... a mí no me va a besar ningún denmentor... —aseguró
Henry—. ¿Pretendes hacer una analogía entre nosotros? Te advierto que eso no va a
servirte de nada.
—Cada uno hace lo que quiere, pero al final, siempre hay que pagar —dijo Luna,
con aire filosófico.
Henry la miró un instante antes de echarse a reír.
—¡Vaya, qué gran frase! —se burló—. Pero ¿sabes? Creo que tienes razón...
vosotros habéis desafiado al Señor Tenebroso y ahora tenéis que pagar.
Henry empezó a moverse de un lado a otro, con la varita aún apuntándoles,
vigilándolos. Harry le observó, intentando aún asimilar lo que había oído, lo que ese
chico había hecho. Los tres mortífagos que estaba tras él seguramente ya tenían la
marca, eran adultos... y aún así parecía que Henry era quien llevaba el bastón de
mando. Harry se preguntó en qué nivel de estima le tendría Voldemort para confiar tan
ciegamente en él y enviarlo a una misión tan arriesgada y terrible... y qué tan loco o
tan ambicioso tendría que ser alguien para aceptar hacer eso, para querer darlo todo
por un asesino despiadado.
Miró su reloj. Ya eran casi las ocho. Llevaban casi una hora y media allí,
esperando la llegada de Voldemort. ¿Qué habría pasado en el Ministerio de Magia?
Miró a Ron, que parecía extremadamente nervioso. Henry también le observaba.
—¿Sufres, Weasley? —le preguntó, burlándose—. Es duro no saber si tu padre y
tu hermano están vivos o muertos, ¿verdad? Sin contar lo que pueda pasarle a tu
hermanita cuando el Señor llegue.
Ron se mordía los labios de la furia, y apretaba tanto los puños que clavaba los
dedos en la palma de la mano. Sin poderse aguantar más, saltó, antes de que
Hermione pudiese agarrarlo, hacia Henry. Éste levantó la varita, pero Ron fue más
rápido y esquivó el hechizo, pegándole a continuación un puñetazo en la cara a Henry,
que cayó al suelo, con el labio partido.
Aprovechando el momento de distracción, Harry se concentró en atraer hacia sí las
varitas. Con la Antorcha podría hacerlo, pero la Antorcha sólo focalizaba e
intensificaba su magia, no se la proporcionaba. La magia estaba dentro de él... podía
hacerlo... Mientras Flint le echaba a Ron de nuevo la maldición cruciatus y Henry se
ponía en pie, limpiándose la sangre del labio y mirando a Ron con odio profundo,
Harry concentró toda su rabia y su odio en la varitas, en un acto desesperado... y
éstas volaron a su mano.
—¡No! —gritó Henry, al verlo.
Los mortífagos se disponían intentar desarmar a Harry, pero éste ya le había tirado
su varita a Hermione, que reaccionó al instante, desarmando a Flint, mientras Harry
evitaba ser desarmado por Rudolf y a su vez les quitaba la varita a él y al otro
mortífago. Entonces encaró a Henry al tiempo que les daba sus varitas a Ron, Luna y
Neville, que apuntaron a los otros mortífagos, lo que ya hacía Hermione.
—Tira la varita —le dijo Harry a Henry, que estaba rojo de la ira y de la rabia, y que
a su vez apuntaba a Harry.
—No.
—Tírala, Henry, si no quieres probar lo que soy capaz de hacer... te aseguro que si
me dejo llevar no vas a acabar muy bien.
—No —repitió.
—Bien, entonces... —comenzó a decir Harry, pero se interrumpió al instante,
porque se había abierto la puerta que estaba detrás de los mortífagos y alguien
entraba.
Entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle intensamente y se doblegó
del dolor. Ron, Hermione, Luna y Neville le miraron antes de volverse a ver quién
había entrado.
Harry levantó la vista también y miró.
Alto, con una túnica negra, la cara como de serpiente, con dos rendijas en lugar de
nariz, ojos rojos y manos de largos dedos blancos que sostenían una varita.
Lord Voldemort había llegado.
37
Harry y Voldemort
Tom:
Seguramente te preguntarás quién soy y por qué te escribo, porque
probablemente no conocerás a ningún mago o bruja... Bueno, mi
nombre es Wilma Sorens. Tú no me conoces, pero yo soy, o más bien
era, amiga de tu madre.
A estas alturas ya sabrás que eres un mago, y en unos días irás a
Hogwarts, por eso debes de saber lo que te voy a contar. Quizás sea
algo duro leer algo como lo que estoy a punto de escribir a los once
años, pero le prometí a tu madre que así lo haría.
Tu madre era una bruja. Yo la conocí en Hogwarts, ambas fuimos
compañeras en Slytherin, y seguimos siendo amigas al terminar el
colegio. Tu madre vivía en un pequeño pueblo llamado Pequeño
Hangleton y allí se enamoró de tu padre, Tom Ryddle, un muggle
(supongo que ya sabrás que muggle quiere decir «no mago») que vivía
en la aldea, bastante rico.. A mí nunca me gustó Ryddle, porque él y su
familia eran groseros, engreídos y maleducados. Además, era muggle
y eso no me acababa de convencer, pero tu madre estaba enamorada,
y logró estar con él. Sin embargo, cometió el terrible error de quedarse
embarazada. Cuando tu madre lo supo, se vio obligada a decirle a tu
padre lo que ella era. En cuanto se enteró, tu padre no quiso saber
nada más de tu madre ni de ti, y se desentendió de todo. Tu madre
lloró mucho, soportando sola el embarazo. Sólo yo estuve a su lado
cuando naciste. Los Ryddle le habían dado dinero a tu madre a cambio
de dejarles en paz y liberar de toda responsabilidad respecto al niño a
tu padre. Tu madre no tuvo más remedio que aceptarlo, porque ella no
tenía gran cosa, y en su estado apenas podía trabajar... Necesitaba
ese dinero.
Por desgracia, el parto fue difícil, y tu madre murió poco después
de dar a luz. Lo único que pudo hacer fue ponerte tu nombre, Tom
Sorvolo Ryddle. Tom por tu padre, y Sorvolo por tu abuelo materno.
Ella sabía que yo no podía cuidar de ti, porque tenía que irme al
extranjero un tiempo, ya que no tenía trabajo aquí, pero me prometió
que antes de que fueras a Hogwarts te contaría la verdad, y eso estoy
haciendo. Me gustaría quizás habértelo dicho en persona, pero vivo en
Turquía y no me ha sido posible volver a Inglaterra. Espero poder ir a
visitarte algún día.
Siento que te hayas enterado así, pero era una promesa que debía
cumplir.
Suerte en Hogwarts.
Wilma Sornes
P.D.: Respecto a tu padre, si te interesa, creo que sigue viviendo
en Pequeño Hangleton. No te recomiendo que vayas a conocerle, pero
por si acaso, yo te lo digo.
No había más información. No era raro, por otra parte, si sólo había habido un
hablante de pársel, y había vivido hacía casi mil años. No obstante, él hablaba pársel
también... y el Sombrero había dicho que era Slytherin. Además, estaba el detalle de
que Hogwarts le sonaba, igual que el nombre de Slytherin... su facilidad para usar la
magia... ¿Qué significaba? ¿Quería todo eso decir que él era la reencarnación de
Slytherin? ¿Podía eso ser posible? No lo sabía... pero se moría de la curiosidad.
También observó el dato de que era considerado un don tenebroso. Él no le había
dicho a nadie que podía hacerlo, porque le parecía una baza a su favor y quería
guardársela, y en ese momento se alegró de ello. Era mejor que nadie supiese que
tenía ese don.
El recuerdo se difuminó de nuevo, y Harry vio a Tom Ryddle apuntar su nombre en
la lista de alumnos que se quedarían en Hogwarts para Navidad...
Luego las imágenes avanzaron más, pasando por pequeñas escenas de las
clases, en la sala común de Slytherin, los exámenes... y la llegada a King’s Cross al
final del curso.
Ése era el momento que Ryddle más había temido: la vuelta al orfanato. Sólo
serían dos meses, pero iban a ser dos meses terribles. Probablemente Brandon y sus
amigos querrían darle todas las palizas que se había evitado ese curso, y él no podría
hacer magia para evitarlo, o le expulsarían de Hogwarts.
El director del orfanato le estaba esperando en la estación. Ambos se saludaron y
luego se fueron de vuelta al orfanato. Apenas hablaron durante el camino. Al llegar,
Ryddle dejó sus cosas en su dormitorio, cerrando bien el baúl, no quería que alguien
viese su contenido. La mayoría de sus compañeros del orfanato lo miraban con
curiosidad. Nadie sabía a qué colegio iba.
Tal y como había supuesto, nada más ser visto por John Brandon y sus amigos,
éstos se lanzaron hacia él.
—¡Pero si es Tommy! ¡Cuánto tiempo, Ryddle! ¿Cómo te ha ido en ese «colegio
especial»? ¿Nos has echado de menos, Ryddle? Nosotros a ti sí...
Un instante después, Tom sintió cómo el puño de Brandon se hundía en su
estómago, para ser acompañado, un segundo más tarde, por una patada en la
espinilla.
—Bienvenido, Tommy —se rió John—. Ya nos veremos más tarde... —se burló,
mientras se alejaba acompañado por las risas de sus amigos.
Tom estaba dolorido, pero se aguantó. Ahora podía aguantar. Ahora que era un
mago, el mejor mago de su edad, podía aguantar, podía esperar... era paciente,
siempre lo había sido. Algún día, le devolvería con creces a John Brandon todo lo que
le había hecho.
Se irguió, frotándose el lugar donde le habían dado la patada, y fue a sentarse en
uno de los bancos del patio, deseando que pronto fuese el día uno de septiembre.
Y segundos después, Harry se encontró en los recuerdos de ese día. El verano
había pasado para Ryddle, y había sido espantoso. Aún tenía moretones por todo el
cuerpo, cortesía de sus compañeros del orfanato.
En el tren, se juntó con sus compañeros, que le preguntaron el motivo de sus
heridas.
—John Brandon —respondió Tom.
—¿Ese muggle del que nos hablaste?
Tom asintió.
—Lástima que no puedas echarle un buen maleficio...
Tom también lo lamentaba. Lo lamentaba muchísimo.
No quería regresar al orfanato muggle. Nunca más. Hablaría con el director Dippet
para ver si podía quedarse en Hogwarts también en verano. Era un alumno ejemplar,
tendrían que permitírselo...
Así pues, ese mismo día, tras el banquete, Tom se dirigió a hablar con el jefe de
su casa para que lo llevara junto a Dippet. El profesor así lo hizo, y dejó a Ryddle
frente a la gárgola de piedra, una vez pronunciada la contraseña. Tom subió y esperó
al director, que no estaba allí.
Se sentó y miró los cuadros y las estanterías. Entonces vio al Sombrero
Seleccionador, y una duda que quería resolver volvió a su mente. Cogió el Sombrero
y se lo puso.
—¿Por qué me pusiste en Slytherin? —le preguntó.
—Fue una decisión muy sencilla. Eres una auténtico Slytherin —respondió el
Sombrero.
—Soy de sangre mezclada —replicó Tom—. Nadie en Slytherin tiene sangre
mezclada... tú dijiste que yo era Slytherin, y puedo hablar pársel...
—Sí, puedes... porque eres descendiente de Salazar Slytherin, lo vi claramente.
Todo está en tu mente... por eso estás en Slytherin. Eres su heredero. Ningún otro
descendiente antes que tú podía hablar pársel. Eres el primero.
Tom se quedó boquiabierto... alucinado... él... él, Tom Ryddle... heredero de
Slytherin. Descendiente de Salazar Slytherin, fundador de Hogwarts, uno de los
magos más grandes de la historia...
Se quitó el Sombrero y lo dejó en su lugar, aún sin dar crédito. Olvidando la razón
por la que había subido al despacho del director, se marchó a su habitación en la
mazmorra de Slytherin.
Su antepasado había construido Hogwarts. Pertenecía a una antiquísima familia
de magos, si exceptuaba a su padre... y había tenido que vivir en un orfanato muggle,
alejado del mundo al que pertenecía por derecho. Él tenía más derecho que nadie a
estar en Hogwarts, y había estado lejos durante once años... once horribles años.
Odió a su padre, odió a los muggles, odió a los sangre sucia, a los que se
burlaban de él por ser un sangre mezclada. Era un Slytherin con más derecho que
ningún otro...
Harry pudo notar como la mente de Ryddle se llenaba de fantasías, de sueños de
poder y de grandeza. Al fin sabía quién era, al fin sabía de dónde provenía. Era el
heredero de Slytherin, y recuperaría su herencia... cogió Historia de Hogwarts y leyó
de nuevo la leyenda de la Cámara de los Secretos... tenía que encontrarla. Allí había
algo para él: su destino. Ahora era el único de los descendientes de los fundadores, y
las cosas se harían como debían hacerse: echaría de Hogwarts a los sangre sucia,
vaya si lo haría. Se vengaría de todos... y algún día, cuando fuese el mago más
grande del mundo, tal como había sido su antepasado, todos conocerían su nombre,
su nombre... pero no ese asqueroso nombre, Tom Ryddle... no el nombre de un
estúpido muggle. El Heredero de Slytherin se merecía un nombre mejor, un nombre
digno de él...
Cogió su varita y escribió su nombre en letras ígneas, en el aire. Las miró y
compuso la palabra «Lord». Eso estaba bien. Él era un Señor, un noble... miró el resto
de las letras y formó «Soy». «Soy Lord». ¿Pero Lord qué? Buscó darles forma al resto
de letras, pero no le salía nada... entonces le vino a la cabeza la palabra «mort». Eso
sonaba bien... pero faltaba algo... y de pronto lo vio claro: «Voldemort». Ése era el
nombre, ése sería él... Lord Voldemort. Sonaba terrible, sonaba poderoso... algún día,
todo el mundo temería ese nombre. Pensaba asegurarse de ello.
Sintió que alguien abría la puerta e hizo esfumarse las letras. Aún no era momento
de mostrar su nombre... aún no.
—¿Qué te pasa, Tom? —le preguntó uno de sus compañeros, mirándolo
detenidamente—. Tienes una expresión rara, como si fueras más... no sé... altivo.
—Nada. Estoy bien. Muy bien —respondió.
Su compañero de cuarto le miró, extrañado aún, pero se encogió de hombros y se
dirigió a su cama. Tom se acostó, pensando en lo que iba a hacer: buscar la Cámara
de los Secretos. Él era el heredero... tenía que encontrarla. Y lo haría. Sabía que no
era una leyenda. Lo intuía. Le habían sonado los nombres de Slytherin y Hogwarts,
así que, bien podría ser que también la ubicación de la Cámara de los Secretos
estuviera en su mente...
Harry sintió que era arrastrado a través de un torbellino de imágenes y recuerdos,
a través de los años, mientras percibía vagamente la búsqueda por parte de Ryddle
de la Cámara, buscando en libros, en rincones, en todas partes... sin éxito. Viajó y vio
cómo Ryddle crecía, convirtiéndose en el muchacho que Harry había conocido en el
diario... hasta que finalmente se detuvo. Estaba a principios del quinto año. Era, por
supuesto, prefecto. Eso le daba más tiempo para buscar por el castillo. Sólo le
quedaban tres años en Hogwarts, incluido el actual, y no podía permitirse tardar
mucho más en encontrar la Cámara. Paseaba por el pasillo de las mazmorras. Ya era
tarde, casi las nueve, y los corredores estaban vacíos. Entonces sintió un ruido tras
una puerta, y se acercó con sigilo. La entreabrió y vio a Hagrid, ese estúpido gigantón
de Gryffindor que no hacía más que meterse en problemas. Tom, por supuesto,
aunque no tenía mucho trato con él, le trataba con amabilidad, como a todo el mundo,
aunque por dentro pensaba en cómo podrían haber aceptado en Hogwarts a un patán
como aquél.
«Cuando encuentre la Cámara de los Secretos, me ocuparé de que esto no
pase», se dijo a sí mismo. Harry sintió ira al percibir esos pensamientos de parte de
Tom. Éste observó cómo Hagrid abría un armario y dejaba salir una enorme araña.
Debía de tratarse de una acromántula. Típico de Hagrid. Pensó en descubrirle, pero,
pensando que quizás aquello pudiese servirle más adelante, se alejó sin que Hagrid
hubiese advertido su presencia.
La visión se nubló y volvió a aclararse. Había pasado un mes, y de nuevo Ryddle
se encontraba paseando por el castillo, de guardia. Estaba en el segundo piso, y
pasaba frente a los servicios de las chicas. Entonces, algo, una especie de sensación,
le hizo detenerse. Había buscado en todo el castillo, pero nunca había mirado en los
servicios de la chicas... Claro que, ¿y por qué iba a estar la entrada en un sitio así?
Aunque, por otra parte... ¿por qué no? Dudaba que a alguien se le ocurriera mirar allí,
así que entró, aprovechando que no había nadie. Se puso a mirar por todas partes: el
suelo, las paredes, los retretes, los lavabos... abrió los grifos distraídamente, mientras
se miraba al espejo, y comprobó que uno de ellos no funcionaba. Lo miró y entonces
sus ojos se abrieron desmesuradamente. En el grifo había tallada una pequeña
serpiente. Tom se agachó sobre él y la observó detenidamente. Tenía que ser
aquello. Tenía que ser... lo era.
Se fijó en la serpiente, pensando en cómo abrir la entrada, y la respuesta, obvia,
vino a su cabeza. Aspiró y dijo, en lengua pársel:
—Ábrete.
El grifo brilló y comenzó a girar. Un momento después, el lavabo se hundió y ante
él se abrió una tubería. Mirando que no hubiese nadie, bajó por ella hasta llegar al
túnel. Encendió su varita y caminó, observándolo todo, casi sin poder contener su
emoción. Llegó al muro, y repitiendo las mismas palabras que ante el lavabo, el muro
se separó y penetró en la sala, una sala que hacía mil años que nadie visitaba.
Caminó por ella, lentamente, observando las columnas, hasta llegar a la estatua de su
antepasado. La contempló con devoción, sintiendo que estaba culminando con su
destino. Sintiendo que había nacido para aquello. Miró a Slytherin y le habló, usando
la lengua pársel:
—¡Dime algo, Slytherin, mi antepasado! ¡Soy tu heredero, y he venido a por lo que
es mío! ¡He venido a cumplir con mi destino!
Entonces, para su sorpresa, la boca de Slytherin se abrió y el gigantesco basilisco
salió de ella. Ryddle se dio cuenta de lo que era y rápidamente apartó los ojos.
El enorme reptil descendió siseando y se posó en el suelo. Sin mirar al monstruo a
los ojos, Ryddle volvió a hablar:
—Yo soy tu amo. Ha llegado nuestra hora. Me servirás, y cumplirás con lo que yo
te diga... Tú y yo acabaremos con los sangre sucia. Tú y yo.
—Sí... —Siseó el basilisco—. Quiero matar, quiero desgarrar, quiero sangre...
quiero sangre humana... Déjame...
—Tendrás todo la sangre sucia que quieras —dijo Ryddle, con una sonrisa—. Aún
no hoy, pero muy pronto. Estate atento, porque te llamaré... y deberás acudir.
Se quedó allí contemplando la Cámara un rato. Tenía un basilisco. Magnífico...
Más de lo que había podido soñar. pronto, los sangre sucia, defensores de los
muggles, tendrían su merecido. Él mostraría su poder, mostraría cómo debían de ser
las cosas... pronto todo cambiaría en Hogwarts. Él iba a asegurarse de ello.
Salió de la Cámara y volvió al túnel. La serpiente lo siguió, siseando. Ahora era su
amo, y haría todo lo que él quisiese. Llegó caminado a la tubería y descubrió que no
sabía cómo salir. Entonces, se acordó del basilisco.
—Súbeme —le ordenó, mientras se montaba en su lomo y se pegaba a él.
El basilisco obedeció, ascendió por la tubería y dejó a Ryddle en el baño.
—Pronto te llamaré. Ahora vete —le ordenó a la serpiente, sin mirarla.
Sintió cómo el basilisco volvía a la Cámara de los Secretos, y el lavabo volvía a
cerrarse.
Sonriendo como nunca, Ryddle volvió a la sala común de Slytherin.
El recuerdo se fue, y uno nuevo ocupó su lugar. Estaba a finales de noviembre.
Ryddle caminaba de nuevo por el pasillo del segundo piso, en dirección a los
servicios. Había intentado abrir la Cámara en dos ocasiones, pero no había podido.
Ahora era el momento. Se acercó al lavabo, lo abrió, y llamó al basilisco. Unos
minutos después, la gigantesca serpiente salió de allí y se deslizó por el suelo del
baño.
—Busca a los sangre sucia... búscalos... huélelos... mátalos.
El basilisco salió al pasillo, y Ryddle lo siguió, poniendo atención para que nadie lo
viera. Se deslizó por los pasillos, olfateando, buscando a un alumno hijo de muggles...
y lo encontró en los baños de chicos de ese mismo piso. El basilisco entró por la
puerta y Ryddle oyó un chillido de terror que se apagó al instante.
Ryddle sonrió y se acercó, mientras el basilisco salía.
—Regresa a la Cámara, ¡vamos!
El basilisco obedeció y Ryddle miró en el baño. El chico era de tercer año, de
Hufflepuff. Pero para su desagrado, no estaba muerto. Estaba petrificado. Ryddle
levantó la vista y observó el espejo del baño. El chico sólo había visto el reflejo de los
ojos del basilisco.
—Bueno, da igual —dijo—. Se asustarán... sólo falta un pequeño detalle.
Sacó su varita y apuntó al espejo, donde fueron apareciendo letras de color rojo.
Letras que decían:
Frente a Frente
El dolor de la cicatriz era horrible, espantoso como nunca... pero estaba de nuevo
en la realidad, y sintió la Antorcha en su mano y el fuego que lo envolvía... y algo más:
cuatro manos aparte de la suya agarraban la Antorcha. En medio de su agonía,
percibió los pensamientos y los gritos de Ron y Hermione, que se habían lanzado para
quitársela de las manos. Al fin lo lograron, y la Antorcha se apagó con un terrible
fogonazo verde que los lanzó a todos al suelo.
El dolor de la cicatriz cesó, y vio a Voldemort, ya fuera de su cuerpo,
incorporándose con dificultad. Se miró a sí mismo: un fuego verde que se apagaba sin
dejar daños lo cubría, y lo mismo ocurría con sus dos amigos, que también
empezaban a incorporarse. La Antorcha estaba en medio de los cuatro.
Harry vio a los mortífagos: estaban inmóviles, aterrorizados por lo que habían
visto. Ninguno se movió ni un milímetro. Luna y Neville también parecían paralizados.
Se levantó y miró a Voldemort con furia, repugnancia y odio intenso... las
imágenes de lo que había visto pasaban ante su mente, horrorizándole.
—Eres más monstruo aún de lo que había pensado —dijo—. Eres... eres
realmente detestable... —hizo una breve pausa mientras levantaba su varita—. Los
niños del orfanato... ¿CÓMO PUDISTE HACER AQUELLO?
—¿Te gustaron mis memorias, Potter? ¿Te agradaron? No esperaba este efecto...
fuiste muy fuerte, no logré dominarte... pero yo también vi tus recuerdos, tu vida... muy
parecida a la mía, ¿no crees?
—No —respondió Harry con decisión. Todos los demás los miraban sin entender
de qué hablaban—. Yo jamás fui como tú. Jamás.
—¿No? Tu primo Dudley me recordó muchísimo a John Brandon... Conociste a
Brandon, ¿verdad?
—Sí... y él tampoco se merecía lo que le hiciste... aunque eso, de alguna forma,
puedo entenderlo. Pero el incendio del orfanato...
Voldemort sonrió con crueldad, sin responder.
—¿Estás bien, Harry? —intervino Hermione, que se había ido alejando de
Voldemort y acercándose a su amigo, al igual que Ron.
—Sí —contestó—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Casi dos horas —respondió Ron—. Pensamos que no volverías, estabas en
trance... temimos lo peor, y luego el fuego se hizo aún más intenso, y empezaste a
gritar, y Hermione y yo...
—¿Dos horas? —se sorprendió Harry. Para él habían sido casi como días...
—Ya basta de charla —cortó Voldemort con tono gélido—. No estamos aquí para
esto.
—No pudiste poseerme —dijo Harry—. Tu plan ha fallado. Todo lo que has
planeado no sirve para nada.
—Sí, es cierto... que mi plan principal ha fallado —siseó Voldemort. Harry frunció el
entrecejo al oír lo de «plan principal»—. Por eso tenía planes alternativos... planes que
van muy bien... por otro lado, matarte también es un excelente plan, ya te dije que si te
mato, seré aún más poderoso que ahora. No es lo mismo, pero bueno... Mirándolo
desde otro punto de vista, matarte es, en algunos aspectos, mucho mejor plan... te
ofrecería una última oportunidad de unirte a mí por propia voluntad, pero... lo que he
visto me dice que no aceptarás... lástima. Pero claro, conozco tus debilidades, Potter.
Ahora mejor que nunca.
—¿Qué planes son esos? —quiso saber Harry.
—Me temo que no te lo diré, Potter... —dijo Voldemort—. Y tú no deberías
preocuparte por ellos. Ahora mismo, si fuera tú, me preocuparía principalmente por
mí... porque voy a matarte, Potter. Tenlo por seguro.
—Luchemos tú y yo solos, ¿de acuerdo? La batalla final. Solos tú y yo —le desafió
Harry.
—Sí —convino Voldemort—. Solos tú y yo... —sonrió con maldad y se volvió a los
mortífagos—. Matad a los demás —les ordenó.
Los mortífagos empuñaron las varitas y se dispusieron a obedecer las órdenes de
su amo. Por su parte, Ron, Hermione, Luna y Neville se prepararon para el combate.
—Podéis con ellos —los animó Harry—. Lo sé. Podéis con ellos.
—Harry, ¿y tú? —inquirió Hermione, muy asustada, mientras retrocedían
lentamente, situándose para luchar mejor.
—Yo intentaré alejar a Voldemort de vosotros —les susurró—. Rescatad a Ginny si
podéis y marchaos sin esperarme.
—Harry, ¿qué...? —preguntó Ron, pero no tuvo tiempo de acabar, porque los
mortífagos empezaron a atacar.
Ron fue atacado por Flint, Neville por el mortífago que se llamaba Rudolf, Luna por
el otro y Hermione por Henry.
—¡Te dije que te mataría, sangre sucia! —gritó el chico con voz cruel, lanzándole a
Hermione una maldición cruciatus que no dio en el blanco.
—¡Hazlo! —lo desafió Hermione, atacando a su vez con un hechizo aturdidor que
el otro esquivó.
Harry y Voldemort permanecían quietos, mirándose frente a frente.
—¿Estás listo para morir, Potter?
—Sí —contestó Harry. Se distrajo viendo cómo Dullymer padre le lanzaba una
maldición asesina a Ron, que éste esquivó. Él le había lanzado un maleficio de
ceguera a Flint. Una vez esquivado el ataque de Dullymer, dio un latigazo con la varita
y el antiguo capitán de quidditch comenzó a sangrar por el cuello, desplomándose.
«¡Bien, Ron!», pensó Harry para sí.
Sólo se había distraído un segundo, pero fue suficiente. Por el rabillo del ojo vio
cómo Voldemort le lanzaba una maldición asesina que logró esquivar con un gran
salto impulsado con magia.
—¡Bravo, Potter! —gritó Voldemort, lanzándole más hechizos y maldiciones que
Harry desviaba con dificultad.
Al fin tuvo un momento de respiro y atacó con el maleficio de la Inmovilidad Total,
pero el mago la desvió.
—¿No sabes hacer algo mejor? —se burló Voldemort—. No quieres usar las Artes
Oscuras, ¿eh, Potter? ¿Esto es todo lo que Dumbledore te ha enseñado?
Harry retrocedía, acosado. Se defendía bien, pero no lo suficiente. Sin la Antorcha,
no tenía posibilidades de vencer, y la Antorcha estaba lejos de él, cerca de Voldemort.
Sólo podía hacer una cosa... dejar que de nuevo la rabia y el odio por todo lo que
había visto lo invadieran, mientras empezaba a atacar con más furia, sin importarle ya
los otros combates que se producían a su alrededor... ahora se sentía lleno del
poder... y había visto cómo Voldemort hacía aquello en su mente... podía hacerlo.
Lanzó un hechizo aturdidor con tanta potencia que Voldemort tuvo que crear un
escudo para defenderse, y acto seguido estiró la mano y la Antorcha voló hacia él.
—¡No! —gritó Voldemort.
—¡Sí! —exclamó Harry. Cogió la Antorcha y recordó a su madre. La llama verde
brilló y Harry se sintió más poderoso aún.
—¡Lucha ahora! —le gritó a su enemigo.
—¡Morirás igualmente! —le aseguró Voldemort, lanzando maldiciones con más
furia que antes.
Harry las desviaba y contraatacaba, y en uno de sus ataques, una fuerte maldición
de jaqueca golpeó al mortífago alemán, que atacaba a Neville. El mortífago cayó de
rodillas, y Neville pasó a ayudar a Luna, que tenía problemas; Ron peleaba a la
izquierda de Harry, pero un poco alejado, y parecía defenderse bastante bien de
Richard Dullymer. Hermione, por su parte, estaba a la derecha de Harry, y tenía a
Henry casi dominado.
Entonces, Voldemort le lanzó a Harry una flecha plateada que el chico esquivó, y
ésta golpeó a Hermione en un brazo, haciéndole sangrar y proferir un grito de dolor.
Un instante después cayó al suelo. Henry sonrió y le apuntó con su varita.
—¡HERMIONE! —gritó Harry.
—¡Error, Potter! —exclamó Voldemort, lanzándole una fuerte maldición que le hizo
caer al suelo con un terrible dolor en el estómago y las costillas. Apenas podía
respirar. La Antorcha había caído de sus manos y se había apagado. Estaba
indefenso y Voldemort le apuntaba.
—Te dije que ellos eran tu debilidad, Potter —siseó Voldemort apuntándole con la
varita—. Te lo advertí... Adiós.
Vagamente, Harry vio a Ron esquivar los hechizos de Dullymer mientras los veía
horrorizado a él y a Hermione. Luna y Neville, por su parte, acababan de vencer al
mortífago de Luna. Hermione miraba con rabia a Henry, que se preparaba para atacar.
Harry volvió a mirar a Voldemort, mientras pedía perdón mentalmente por su
debilidad, al tiempo que el mago pronunciaba su «¡Avada Kedavra!».
Al mismo tiempo que eso sucedía, Henry también hablaba:
—Adiós, sangre sucia... —dijo, con la voz cargada de desprecio.
Hermione vio el rayo salir de la varita de Voldemort y, en un impulso, agitó la suya
hacia Henry. La varita soltó un destello al tiempo que ella gritaba:
—¡Adiós, Henry!
Henry fue lanzado hacia atrás, sorprendido, y, en su caída, se interpuso en el
camino del asesino rayo verde, que lo golpeó en el lado izquierdo de su espalda. Harry
vio cómo sus ojos se abrían desmesuradamente, al tiempo que la vida se escapaba de
su cuerpo. Profirió un simple «¡Oh!» y se desplomó, muerto. Hermione había cerrado
los ojos. Harry observó un instante, aún atontado, el cuerpo sin vida del que habían
creído su amigo. Voldemort estaba petrificado.
—¡No! —gritó, furioso.
Entonces, Dullymer padre vio lo que había sucedido y comenzó a gritar.
—¡¡HENRY!! ¡¡HENRY!! ¡MALDITA SANGRE SUCIA, HAS MATADO A MI HIJO!
Ante la atónita mirada de todos, incluso del mismo Voldemort, se lanzó a por
Hermione. Pero Harry aprovechó el momento de distracción y cogió la Antorcha.
Quizás él no sobreviviese, pero ahora sus amigos tenían una oportunidad.
Se irguió y apuntó con su varita a Dullymer.
—¡Desmaius!
El hechizo golpeó al mortífago y cayó al suelo, inconsciente. Un instante después,
Harry se lanzó al suelo para esquivar una nueva maldición asesina de parte de
Voldemort.
—¡Yo mismo os mataré a todos! —gritó el mago con furia. Sus ojos despedían
llamas. Agitó la varita y tanto Ron como Neville y Luna fueron lanzados al suelo con
fuerza. Hermione no cayó, porque no se había levantado, y Harry resistió usando todo
su poder para ello. Un momento después, lanzó un potente ataque contra Voldemort y
éste fue lanzado hacia atrás, atravesando la puerta por la que había entrado y
cayendo en la sala contigua.
—¡Buscad a Ginny y salid de aquí rápido! —les ordenó Harry a sus amigos
mientras corría hacia la puerta por la que Voldemort había caído.
—¡No! —chilló Hermione—. ¡No te dejaremos solo!
—¡HACED LO QUE OS DIGO! —gritó Harry, al tiempo que, deseándoles suerte
mentalmente y rezando porque Ginny estuviera viva, cruzaba la puerta.
La sala en la que estaba ahora tenía sólo otra puerta aparte de aquella por la que
Harry había entrado; quedaba en la pared de la derecha. Tampoco tenía ventanas,
pero había un sillón en ella, algunas estanterías vacías de madera y una chimenea
apagada. En las paredes había antorchas que iluminaban el lugar.
Harry vio a Voldemort, que intentaba levantarse, y le lanzó un hechizo aturdidor
que le golpeó en el pecho, tumbándolo de nuevo.
Aprovechando el tiempo, se volvió hacia la puerta.
—¡Reparo! —exclamó, apuntándole con su varita. La puerta se arregló, y, un
segundo después, encendió la Antorcha y la cerró con el mejor conjuro que sabía y
con toda su magia. Hermione no podría abrirla ahora. Quizás sólo Voldemort podría. Y
él, por supuesto. Así se aseguraba de que sus amigos no podrían seguirle. Una vez
hecho todo, se volvió hacia Voldemort, que se incorporaba de nuevo.
—¿No creerías que un simple hechizo aturdidor iba a retenerme mucho tiempo,
verdad? —preguntó.
—No —respondió Harry.
—Muy valiente por tu parte arrojarme aquí y cerrar la puerta, para permitir huir a
tus amigos —se burló—. Pero no servirá de nada.
—Ellos huirán —aseguró Harry.
—¿Eso crees? —preguntó Voldemort.
—Sí.
Voldemort levantó la manga izquierda de su túnica y dejó al descubierto la Marca
Tenebrosa que tenía allí y mostrándosela a Harry, que ignoraba que Voldemort tuviera
una. Tal vez se la había hecho hacía poco. Harry vio que la Marca se había vuelto de
un color negro azabache.
—No puedes oír nada, porque estas habitaciones están siempre insonorizadas,
pero mis mortífagos ya han empezado a regresar del Ministerio de Magia... y
apresarán a tus amigos. No huirán... no tendrán tiempo, porque intentarán entrar aquí
para ayudarte. Cuando quieran huir, será tarde.
—¡Eso no es cierto! —replicó Harry con furia.
—Sabes que sí lo es, Potter... sabes que digo la verdad. Puedes sentirlo. Ellos no
se marcharán sin ti... ¿No te parece fantástico tener tan buenos amigos? Lástima que
vayas a perderlos, ¿verdad? Pero tranquilo —añadió, riéndose—, me encargaré de
que puedas verlos pronto...
Harry tembló de la ira y apretó los puños. Sabía que aquello era cierto. No podía
negarlo. Sabía que sus amigos no le dejarían, buscarían la forma de entrar... y
mientras, los mortífagos regresarían para para matarlos...
—Sabrán defenderse —aseguró.
—Los has entrenado bien, tengo que reconocerlo —dijo Voldemort con un deje de
admiración en su voz—. Pero a los demás no los engañarán. Ya saben de lo que sois
capaces. Sin embargo, no sufras. Como te he dicho, pronto estarás con ellos...
—No moriré sin luchar —replicó Harry, apretando más su varita.
—Lo sé... conozco a los Potter —dijo Voldemort, al tiempo que la crueldad de su
sonrisa se acentuaba—. ¿Lo viste, Harry? ¿Viste mi encuentro con tu valiente padre?
¿Lo viste morir para salvaros a ti y a tu madre?
—Sí —escupió Harry—. Lo vi todo... incluso tu final.
—Lo sé, lo sentí... ahí comenzó el dolor... ¿Sabes qué veía yo, Potter?
Harry no respondió, sino que mantuvo la mirada.
—Veía tu ridículo baile de Navidad, con esa chica estúpida. —soltó una risotada
gélida que habría hecho que a Harry se le erizase la piel si no hubiese estado tan
enfadado—. ¿Sabes? No soy muy bueno para esto, Harry, porque nunca he amado a
ninguna chica, pero debiste decirle que la querías... ahora no tendrás oportunidad. Es
una pena. Me imagino cómo sufrirá ella cuando sepa que todos estáis muertos...
—Eres un monstruo —le contestó Harry, evitando a duras penas pensar en las
últimas palabras del mago—. Hiciste esa poción... bebiste sangre de unicornio. Te
maldijiste a ti mismo para ser... eso que eres. Por eso no soportas el amor, ¿verdad?
Voldemort sonrió.
—Sí, hice la poción... ¿te gustó mi hechizo? Fue esa poción la que me permitió
vivir tras recibir la maldición asesina que debía de haberte matado, Potter. Creo que
ha sido muy útil, ¿verdad?
—Siempre me he preguntado, desde nuestro encuentro hace cinco años, por qué
no querías matar a mi madre... y ahora lo sé: la temías... temías lo que sentía por mí.
Temías ese sentimiento que, según tú, nos llena de debilidad...
—Sí... sabía que ella estaba tan llena de esa antigua magia que podría protegerte
de mí y hacerme daño, pero el deseo de matarte nubló mi mente. No me di cuenta de
lo que acababa de pasar... —suspiró—. Un gran error por mi parte, debo admitirlo,
pero ya no importa, porque gracias a ese error soy más fuerte aún que nunca. Yo te
creé, Potter... en cierto modo, eres como el hijo que nunca tuve...
—¡YO NO SOY NADA TUYO!
—Sí lo eres... yo te di poder, yo hice que tuvieras que vivir sin padres... todo lo que
eres me lo debes a mí. Y ahora, cuando te mate, el círculo se cerrará, y yo seré más
poderoso que nunca, sin un enemigo que pueda vencerme. Cuando tú mueras, ningún
mago podrá tocarme.
—¿Qué? —exclamó Harry—. ¿Qué dices?
—No tengo ganas de más charlas ni explicaciones, Potter. Ahora nadie puede
salvarte. Nadie. Tú y yo, y nadie más. Veamos quién es el más fuerte.
Harry levantó su varita, mientras en la otra mano sostenía la Antorcha de la Llama
Verde, que ardía. Se concentró todo lo que podía en su enemigo. En ese momento, no
existía nada más que él y Voldemort, y lo único que importaba era acabar con la vida
de semejante asesino, de semejante monstruo.
Sin aviso previo, la lucha comenzó. Voldemort empezó a lanzar maldiciones
asesinas sin cesar, que Harry intentaba esquivar como podía, algunas veces
apartándose, otras creando con la varita escudos sólidos que se destruían cuando las
maldiciones impactaban contra ellos.
De vez en cuando, sentía que la Antorcha intentaba escapársele de las manos:
Voldemort intentaba quitársela, pero siempre lograba retenerla.
Se tiró a un lado para esquivar un nuevo rayo verde al tiempo que lanzaba unas
cuerdas desde su varita que trataron de inmovilizar a Voldemort, pero éste hizo un
suave movimiento con su varita y las cuerdas se convirtieron en serpientes que se
volvieron hacia Harry, dispuestas a atarcarle.
—¡A él! ¡Atacadle a él! —siseó Harry, haciendo que las serpientes se volvieran
hacia Voldemort.
—¡No, estúpidas! ¡Matad a Potter! ¡Acabad con él! —replicó Voldemort,
provocando que las serpientes se detuvieran y enfrentaran a Harry de nuevo.
—No puedes competir conmigo, Potter... yo soy el heredero de Slytherin... yo soy
la serpiente.
Harry apuntó a las serpientes con su varita y las hizo desaparecer, pero al mismo
tiempo, Voldemort dio un latigazo con la suya y Harry empezó a sangrar por la cara.
Tenía un corte bastante feo.
Antes de que Voldemort pudiese lanzar otra maldición, hizo un movimiento con su
varita y el mago cayó hacia atrás sobre el sillón que había en la sala. Acto seguido,
apuntó al sillón y de éste brotaron unas gruesas cadenas que lo ataron. Voldemort las
miró y se volvió hacia Harry.
—Si crees que con esto vas a...
Pero Harry no le escuchó. Apuntó de nuevo al sillón y exclamó:
—¡Incendio!
El sillón comenzó a arder, con Voldemort atado a él. El mago chilló, pero, antes de
que las llamas pudiesen hacerle algo, desapareció y apareció detrás de Harry.
Harry sintió que aparecía tras él y se tiró rápidamente al suelo, al tiempo que un
rayo verde pasaba unos centímetros por encima de su cabeza. Giró sobre sí mismo y
apuntó a Voldemort, que volvía a dirigir su varita hacia Harry.
—¡Impedimenta!
Voldemort cayó hacia atrás, momentáneamente inmóvil, y luego Harry se levantó,
apuntó de nuevo y gritó:
—¡Petrificus Totalus!
Un instante después, Voldemort cayó al suelo, completamente inmóvil, y Harry
soltó un grito triunfante.
—¡Te tengo! —exclamó, dando un salto de alegría—. ¡Ahora te...!
Pero había cantado victoria muy rápido. Voldemort desapareció de nuevo y al
segundo apareció a un lado de Harry, con completa movilidad.
—¿Creías que era tan fácil? ¿En serio pensaste que me habías vencido? —
preguntó, mientras enviaba contra Harry un hechizo que lo lanzó contra la pared que
quedaba ahora a su espalda. Harry cayó, jadeando, e intentó levantarse, pero antes
de conseguirlo, Voldemort ya le había lanzado una nueva maldición cortante, que casi
logró esquivar, pero no del todo. Parte le dio en el hombro, produciéndole una nueva
herida que le escocía.
—¡Estás acabado, Potter! ¡No entiendo cómo puedes ni siquiera soñar en
vencerme, cuando has visto todo lo que puedo hacer! —gritó, mientras se acercaba a
Harry con paso lento.
—¡Aún no! —chilló, haciendo lo único que aún no había hecho: usar las
maldiciones imperdonables. Usar las mismas tácticas que él, las Artes Oscuras. En su
cabeza, una voz le dijo que no lo hiciera, pero no había más salida. Levantó su varita
con dificultad y exclamó—: ¡Crucio!
Voldemort se quedó tan sorprendido que no reaccionó. La maldición le dio y gritó
del dolor. Los gritos y el dolor de Voldemort le producían terribles punzadas en la
cicatriz, pero resistió. Iba a enseñarle un poco de su propia medicina.
—¿Te gusta? —le preguntó, levantándose y concentrando en él todo su odio y su
rabia.
—¡Tú no puedes detenerme con esto, Potter! —chilló Voldemort, en medio de los
gritos—. ¡No está en tu naturaleza! ¡Yo te enseñaré!
Se levantó con fuerza, deteniendo la maldición de Harry, que casi se cayó de la
sorpresa, y, acto seguido, Voldemort empleó contra él la maldición que segundos
antes estaba recibiendo.
Harry gritó como nunca. La Antorcha cayó de su mano, apagándose. El dolor era
infinitamente más grande que cuando Henry lo había hecho, horas antes. La cicatriz
amenazaba con partírsele, y sentía como si tuviera fuego en las venas, al tiempo que
miles de cuchillos helados cortaban su carne y sus huesos se rompían.
Intentó resistir, pensar, liberarse, pero era imposible. Voldemort no detenía su
ataque. Estaba haciéndolo con tanta rabia y tanto odio que Harry no sabía si podría
resistirlo. Era mejor morir ya y que todo terminara...
Entonces, la imagen de Ron, Hermione, Neville y Luna siendo asesinados por
Voldemort se dibujó en su mente. No podía permitirlo... tenía que alejar al mago de
ellos...
Voldemort detuvo su ataque y Harry quedó en el suelo, tumbado, casi sin fuerzas
ni para respirar.
—¿Te gustó, Harry? ¿Quieres otro poco?
Harry no respondió. Ahora tenía a la derecha la pared donde estaba la puerta por
la que había entrado, y en la de enfrente, detrás de Voldemort, estaba la otra puerta
de la sala. No podía vencer a Voldemort, lo sabía... sólo podía intentar huir y procurar
que el mago lo siguiera, para dar una oportunidad a sus amigos. Pero, ¿cómo lo
haría?
—¿Sabes, Harry? —dijo Voldemort, como si fuese a comentar que llovía—. Quizás
tus estúpidos amigos ya están muertos en este momento...
Harry sintió que el odio lo embargaba... el odio... y la preocupación. Voldemort
sonrió ampliamente, observando la reacción que producían en Harry sus palabras.
—¡No! —gritó Harry, en respuesta.
—La esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad, Potter?
Harry no contestó. ¡Cómo lo odiaba! Se sentía totalmente impotente. Todo lo que
había hecho, todo lo que había entrenado, no bastaba; Voldemort era más poderoso
de lo que podía imaginar. Ningún hechizo le causaba un daño serio. Ni siquiera la
maldición cruciatus había dejado secuelas en él.
—Será mejor terminar —dijo Voldemort—. Tal vez aún pueda ocuparme de
algunos de tus amigos, para pasar el rato...
—¡NO TE LO PERMITIRÉ! —gritó Harry a pleno pulmón. No sabía cómo, pero
Voldemort no haría daño a sus amigos. No lo permitiría...
Dejó que de nuevo, toda su furia y su odio le dominasen, y, en un impulso, agitó la
varita, dando un latigazo con todas sus fuerzas que cogió de improviso al mago, que
no esperaba que a Harry le quedaran fuerzas para eso tras la tortura a la que había
sido sometido. Un gran tajo cruzó el rostro del mago, y de él empezó a brotar sangre.
Voldemort aulló. Harry se incorporó con dificultad y dio otra fuerte sacudida,
produciéndole un profundo corte en el brazo que sostenía la varita, la cual cayó al
suelo.
—¡Yo tampoco soy tan fácil de derrotar! —gritó.
—¡Eso lo veremos! —siseó Voldemort. Chasqueó los dedos con fuerza, y unas
cuerdas salidas de la nada ataron a Harry, que se tambaleó y cayó al suelo.
Aprovechando el momento, Voldemort cerró los ojos y las heridas comenzaron a
cerrársele.
«¡Sabe autocurarse! —se sorprendió Harry, disgustado—.¡Maldita sea!».
Voldemort parecía muy concentrado. Tenía unos valiosos segundos. Se concentró
y las cuerdas cayeron, liberándole. Se levantó rápidamente, recogiendo su varita,
estiró la mano y la Antorcha voló hacia ella. Entonces apuntó a Voldemort, que
acababa de abrir los ojos, aunque aún no había terminado con su curación, y lo envió
con fuerza contra la pared que quedaba a su izquierda, enfrente de la puerta por la
que habían entrado. Era su ocasión. Harry recogió también la varita de Voldemort y se
lanzó hacia la puerta que estaba frente a él. La abrió con un giro de su varita y se
precipitó por ella.
La cruzó sin mirar hacia nada, sólo pensando en escapar, cuando chocó con
alguien, haciendo que los dos cayeran al suelo.
Harry miró y vio que la persona contra la que había chocado era un mortífago
bajito. Sin tiempo para ver quién era ni pelear contra él, se levantó con la intención de
huir.
Pero el mortífago se levantó también, y, al hacerlo, se le cayó la capucha, Harry vio
quién era y su corazón dio un vuelco: era Colagusano. Ambos se quedaron totalmente
inmóviles, mirándose fijamente.
—¡Tú! —gritó Harry.
—Harry... —musitó Colagusano, y apartó la mirada.
La visión del antiguo amigo de sus padres despertó en Harry recuerdos hermosos
y a la vez dolorosos, y, casi automáticamente, la Antorcha se encendió de nuevo,
iluminando el pasillo en que se encontraban con un tono verdoso.
Harry respiraba con fuerza, lleno de odio y rencor: el hombre que estaba frente a él
había ayudado a Henry Dullymer; el hombre que estaba frente a él había provocado la
muerte de sus padres, había matado a Cedric, estaba con los asesinos de Sirius... lo
odiaba, lo odiaba casi tanto como al mismo Voldemort...
—Vaya, Colagusano. Ya subes —dijo tranquilamente la voz de Voldemort desde la
sala. Haz el favor de traer de nuevo a nuestro viejo amigo, si eres tan amable.
Colagusano empezó a temblar al oír la voz de Voldemort, pero apuntó a Harry con
su varita y le hizo un gesto con la cabeza. Voldemort se acercó a la puerta y se rió.
—¿Pensabas ir a algún sitio, Potter? —preguntó.
Harry pensó en sus posibilidades: si entraba de nuevo en la sala, Voldemort lo
mataría sin lugar a dudas. Ya no había juego, ni opción. Había sido derrotado, y sólo le
quedaba morir. Su única opción era intentar huir, apartando a Colagusano. No era un
mago demasiado bueno... podría hacerlo...
Lo decidió: si iba a morir, al menos no sería como un cordero. Se volvió de nuevo
hacia Colagusano, para sorpresa de éste, y se abalanzó sobre él para apartarlo. Creyó
que lo conseguiría hasta el momento en que el mortífago le tocó la mano.
Al instante, un torrente de imágenes invadió su mente, como ya le pasara con
Ginny y con Hermione. Su cabeza dio vueltas y vio a Colagusano, arrodillado frente a
Voldemort y temblando ante la fiera y penetrante mirada del mago.
—¿Qué has decidido, Peter? ¿Vas a estar de mi lado?
—Señor, yo... —gimoteó Colagusano—. Mis amigos...
—Peter, Peter, Peter... imagino que deseas vivir, ¿verdad?
—Sí, señor... sí, pero...
—Peter... sabes lo que les pasa a aquellos que no se ponen de mi parte. Lo sabes,
¿verdad?
—Sí, señor... sí.
—Y no querrás que pase eso, ¿me equivoco?
—No...
—Mejor, porque realmente, aquellos que me desafían lo pagan muy caro... muy,
muy caro.
—Sí, señor...
—¿Lo harás, Peter? ¿Estarás de mi lado?
Colagusano gimoteó aún más antes de responder:
—Sí, señor... sí. Lo haré...
—Buena decisión, Peter. Buena decisión... Tienes que estar del lado de los
ganadores.
El recuerdo se esfumó y fue sustituido por otro, donde el padre y la madre de Harry
ejecutaban un hechizo sobre Colagusano en presencia de Sirius... una nueva imagen
sustituyó a la anterior, y Colagusano revelaba a Voldemort el paradero de los padres
de Harry... Luego Colagusano miraba a Sirius en medio de una calle. Sirius despedía
furia por los ojos... Estaba tirado en el suelo, en la casa de los gritos, mientras Remus
y Sirius le apuntaban con las varitas, y Harry, Ron y Hermione miraban... Llevaba a
Voldemort en brazos, qué asco le producía, y le daba de beber un extraño líquido que
había sacado de la serpiente... Se veía un cementerio y tenía una daga en la mano.
Recitaba un hechizo que le habían enseñado... Carne del vasallo, voluntariamente
ofrecida, revivirás a tu señor... agarraba la daga con fuerza y se disponía a cortarse la
mano... Estaba en una celda, con Voldemort. Voldemort recitaba unas palabras sobre
una persona tumbada de espaldas. Apenas se veía nada.
—Ya está hecho. Cuando despierte, dale la poción, Colagusano.
—Sí... sí señor.
—No me falles, Colagusano... no me falles esta vez.
—No... no señor, no... no fallaré.
—Más te vale, porque esto es muy importante...
Voldemort se iba y Colagusano esperaba, vigilante... la imagen se desvaneció y
volvió... la persona se agitaba. Colagusano le dio la vuelta para darle la poción, y Harry
vio que era Ginny... Ginny...
Entonces chilló con todas sus fuerzas y retornó a la realidad, soltándose de
Colagusano y cayendo de espaldas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Voldemort.
—No... no lo sé, señor, yo... sentí como si... como si me hicieran algo en la
cabeza...
—Bueno, ahora lo aclaramos —dijo Voldemort, sin darle importancia—. Pero
antes, Potter, tienes algo que es mío y que aprecio mucho... —estiró su mano y su
varita voló hasta ella desde el bolsillo de la túnica de Harry donde él la había
guardado. Acto seguido, le apuntó con ella y Harry fue arrastrado de vuelta a la sala.
Voldemort se encaró con él y Colagusano entró un instante después, cerrando la
puerta. Harry lo miró.
—Te vi... vi tus recuerdos... ¡¿Qué le habéis hecho a Ginny?!
—Ya te dije que eso no debía preocuparte, Potter... ¿Por qué insistes? —Se volvió
hacia Colagusano—. ¿Cómo está la chica?
—Está... está dormida, amo. Le di la poción.
—Bien... perfecto.
Harry miró a Voldemort con odio. ¿Qué planeaba con Ginny? ¿Qué le habían
hecho? Dullymer había dicho que Voldemort la quería específicamente a ella... ¿Por
qué? Si le iban a matar ahora, los planes de Voldemort para Ginny no tenían nada que
ver con él.
Volvió su vista a Colagusano, que temblaba. Pensó en sus recuerdos, recuerdos
dispares, distintos, pero en todos, absolutamente en todos, había una similitud, en
todos había una constante, algo que siempre estaba presente: el miedo. Colagusano
estaba lleno de miedo, aterrorizado... Harry supo con toda seguridad que quizás
llevaba años donde sentía miedo cada día, cada noche, cada momento...
—Es curioso, ¿no crees, Potter? —dijo Voldemort, apuntándole con la varita.
—¿El qué es curioso?
—Que gracias a Colagusano te ataqué cuando eras un niño, y de nuevo gracias a
él, voy a matarte ahora sin tener que perseguirte... ¿no te parece curioso?
Harry apretó los dientes, sin decir nada. Voldemort lo miró y levantó la varita.
—Adiós, Potter.
Voldemort lanzó su maldición, pero Harry seguía dispuesto a luchar. Se concentró
y, mediante la magia, se desplazó arrastrándose por el suelo. El rayo verde golpeó en
el lugar donde Harry había estado un segundo antes y abrió un boquete en el suelo.
—¿Cuándo vas a dejar de alargar tu agonía? —exclamó Voldemort, harto.
—¡Cuando mueras! —respondió Harry, dando latigazos con la varita, intentando
destrozar a Voldemort usando la maldición cortante.
Pero Voldemort esquivó todos los ataques con su varita, y a cambió lanzó una
maldición cruciatus que Harry detuvo haciendo aparecer ante él una gran piedra que
reventó al ser alcanzada por la maldición.
Colagusano, agachado para evitar las maldiciones y los hechizos que rebotaban,
se fue moviendo hasta situarse por detrás de Harry, pegándose a la pared del fondo,
la que daba a la sala a donde el traslador los había llevado horas antes.
Harry no le prestó demasiada atención, estaba ocupado esquivando las flechas
plateadas que Voldemort le lanzaba. Si una le daba, lo atravesaría de parte a parte.
Creó un escudo plateado para defenderse, similar al que Voldemort había creado
en su lucha contra Dumbledore el año anterior, y lo usó para detener las maldiciones,
que golpeaban en él produciendo un sonido sordo y haciendo que el brazo le
retemblara.
—¿Dumbledore te ha enseñado a hacer eso? —preguntó Voldemort, mirando el
escudo con sorpresa.
—Nos enseñó escudos, sí... pero esto lo aprendí de ti —contestó Harry, sonriendo
con desafío—. Tengo muchos de tus conocimientos en mi mente... y desde que vi tus
recuerdos, más aún.
—Ya veo... A ver entonces qué tal resistes esto.
Describió un largo movimiento con la varita y de su punta brotó un luminoso globo
plateado que se quedó suspendido en el aire. Se desplazó hacia la izquierda de
Voldemort y empezó a disparar flechas plateadas, menos potentes que las que
Voldemort le había tirado antes, pero aún así letales. Harry las detenía con el escudo,
pero, al tiempo, Voldemort atacó lanzando contra Harry la maldición cruciatus de
nuevo.
Harry consiguió evitarla tres veces, al tiempo que esquivaba las flechas. Entonces,
aprovechando los breves momentos que tenía, hizo aparecer diez largos cuchillos en
el suelo, agitó la varita hacia ellos, encantándolos, e hizo que empezaran a perseguir a
Voldemort. Mientras, se volvió hacia la esfera plateada, le apuntó con la varita y gritó:
—¡Deletrium!
La esfera plateada se desvaneció y Harry sonrió, volviéndose hacia Voldemort.
Su sonrisa se desvaneció en el instante en que uno de sus propios cuchillos se le
clavaba en el hombro derecho, haciéndole soltar la varita y gritar de dolor.
—Esto no funciona, Potter... ya deberías saberlo —dijo Voldemort. Harry vio cómo
el resto de cuchillos yacían por el suelo desparramados. Voldemort apuntó de nuevo a
Harry y gritó—: ¡Expelliarmus!
Harry sintió el hechizo, pero la Antorcha siguió en su mano, como si estuviese
pegada a ella.
—Vaya... —dijo Voldemort, molesto—. Parece que no la quieres soltar... bueno,
muere con ella. Luego será mía. ¡Avada Kedavra!
El rayo verde salió, pero Harry, a pesar del dolor, saltó hacia la derecha,
esquivando el rayo. Aún no había terminado de apartarse cuando Voldemort ya había
gritado:
—¡Crucio!
El dolor llenó a Harry de nuevo. Durante más de un minuto, el mago mantuvo la
tortura, saboreando el dolor de Harry.
—¿Por... Por qué no me matas así? —preguntó, hablando con difucultad—. ¿No te
gustaría más?
—Sí... pero no funcionaría. Te liberarías, Potter. Eso que llevas dentro, sea lo que
sea, te permite liberarte... y yo no quiero que huyas. Ahora ya he terminado de jugar
contigo; esto ya me aburre —levantó la varita y apuntó al corazón de Harry—: ¡Avada
Kedavra!
Pero Harry no iba a rendirse. La llama de la Antorcha se hizo más intensa y Harry
levitó hacia un lado, esquivando la maldición por enésima vez esa noche. Voldemort
gritó de furia y le envió de nuevo la maldición cruciatus.
—Colagusano, ¡Cógele! —gritó Voldemort al levantar la varita—. Ya estoy harto.
¡Sujétale!
Gimoteando, Colagusano agarró a Harry por los brazos y lo levantó, sujetándole el
brazo libre en la espalda. Harry peleó, pero no le quedaban fuerzas, y la llama de la
Antorcha se debilitaba.
—Ahora, Potter, estás acabado...
Harry cerró los ojos. Se sentía completamente agotado. Ya no podía hacer nada...
al menos, le quedaba el consuelo de que Voldemort había sufrido para matarlo. Abrió
los ojos de nuevo, miró a Voldemort, y se preparó para morir.
40
Pensó en sus padres. Quería que ellos fuesen lo último que viese antes de morir.
Cerró los ojos. No quería ver el rostro de Voldemort más. Quería ver a sus padres,
sólo a ellos... no quiso pensar en sus amigos, en toda la gente que se sentiría
decepcionada al conocer que había sido derrotado, en toda la gente que tendría que
sufrir a Voldemort, porque nadie podría vencerle... el recuerdo de sus padres se hizo
más nítido, y Harry sonrió. Notó las manos de Colagusano agarrándole, y sintió su
miedo... lo percibió a través de la Antorcha, cuya llama, con el recuerdo de sus padres,
se había hecho más intensa. Colagusano temblaba... temía a Voldemort, temía lo que
él sería a partir de ese momento...
Entonces Harry tomó una determinación: le dejaría un recuerdo a Colagusano, un
recuerdo para siempre... se concentró y envió los recuerdos de sus padres a la mente
del traidor.
—Abre los ojos, Potter... —susurró Voldemort.
Harry no le hizo caso. Percibió la agitación de Colagusano al sentir el recuerdo de
sus amigos en otro tiempo... luego le envió una imagen de Sirius cayendo a través del
velo... luego una imagen de Cedric y Cho en el baile de Navidad...
Detente, por favor... para... te lo suplico, Harry, no me tortures más...
Harry se quedó de piedra. Había sentido el pensamiento de Colagusano...
«Te lo mereces... te mereces todo eso...»
—Abre los ojos, Potter, no me obligues...
Por favor, Harry... sé que soy detestable... ¿No sientes mi miedo, Harry? He vivido
con miedo desde hace años y años...
«Eres escoria, te mereces el miedo. No vas a darme lástima».
—...a que te los abra yo. ¡Ábrelos!
Debiste haber dejado que Sirius y Remus me mataran... habría estado mejor de lo
que estoy ahora, pero quizás... quizás...
—¿Qué te pasa, Colagusano? ¿Tú también cierras los ojos? ¡No seas cobarde! —
exclamó Voldemort, furioso.
«Sí, debería haberlo hecho. Cedric y muchos otros estarían vivos... como Sirius».
Sí, sí... no me hagas ver sus rostros más, por favor... por favor... ya no puedo
más... ya no soporto esto... por favor... soy una basura, lo sé, pero...
«Pero ¿qué?».
—¡Abrid los ojos! —exclamó Voldemort, impacientándose.
Pero quizás aún pueda demostrar que el Sombrero no se equivocó al ponerme en
Gryffindor...
«¿Qué?».
—¡Abre los ojos, Potter!
Haz lo que dice... la chica está en el sótano, bajando por las escaleras al final del
pasillo por el que yo venía...
Harry abrió los ojos más por la sorpresa de la confesión de Colagusano que por
otra cosa.
—Bien... —sonrió Voldemort.
Lo siento, Harry... créeme que lo siento... no sabía, no imaginaba... pero ahora
podré pedirles perdón, sí... y quizás también a aquel chico...
Harry no comprendía nada.
—Enfrenta a la muerte como un hombre. Como tu padre —dijo Voldemort con cara
de satisfacción, levantando la varita—. Da recuerdos en el otro mundo, Potter...
¡Avada Kedavra!
Harry no podía soltarse. Iba a morir...
Huye en cuanto suceda.
Harry abrió los ojos del todo al oír lo que Colagusano le había dicho mentalmente,
mientras el rayo venía hacia él, y entonces...
...Entonces Colagusano lo empujó a un lado y la maldición lo golpeó a él. Harry
cayó al suelo, sorprendido, al igual que Voldemort, que miró a Colagusano con
incredulidad. El torrente verde dio de lleno contra su pecho, y Harry oyó el típico
chasquido. Pero, en el mismo momento en el que Colagusano moría, una especie de
guijarro de color entre verde y dorado rebotó desde Colagusano hacia Voldemort,
estallándole en la mano.
Colagusano cayó al suelo, sin vida, y Voldemort soltó la varita, agarrándose el
brazo y retorciéndose del dolor. Harry no entendía nada... excepto que Pettigrew le
había salvado la vida, dando la suya a cambio. Había pagado su deuda.
—Gracias, Peter... —dijo Harry, levantándose, casi sin acabar de creer que todavía
estuviese vivo. Recordó las últimas palabras de Colagusano: «Huye en cuanto
pase...» Recogió rápidamente su varita y se dispuso a irse, sin dejar de mirar cómo
Voldemort se retorcía.
—¡Maldito traidor! —gritaba—. ¡Debí haberte matado hace tiempo!
Harry miró con odio al mago. Recordó el terror que había percibido en Peter, el
miedo, la angustia... recordó todo lo que había visto en su mente, todo lo que había
pasado por culpa de Voldemort en los últimos años y lo odió más que nunca, más que
a nada... tenía que pagar. No podía irse sin más. Tenía que terminar. Tenía que
hacerlo... El ser que tenía delante ni siquiera era ya humano, era un demonio...
matarlo no era malo, matarlo era justo...
La Antorcha brilló con fuerza extraordinaria. Su fuego se elevaba casi hasta el
techo. Harry miró a Voldemort y le apuntó con su varita. El mago ya no gemía tanto y
estaba recogiendo la suya.
—Mírame —dijo Harry, con tono frío, gélido. Sólo sentía odio y deseos de
venganza—. Mírame, monstruo, y recuerda todo el mal que has hecho. Recuerda a
Cedric Diggory, recuerda a Myrtle la llorona, recuerda a Peter Pettigrew, a James
Potter, a Lily Potter, a Sirius Black, a Penélope Clearwater, a Hermione Granger, a
Ron Weasley, a Ginny Weasley, a Kingsley Shacklebolt, a Broderick Bode, a Gillian
Torch, a Maldius Dawlish, a Richard Warrington, a Aldus Birffen, a Frank y Alice
Longbottom, a Neville Longbottom, a Luna Lovegood, a los chicos del orfanato, a
todos los que los dementores besaron en Hogsmeade y a tantos y tantos otros...
Voldemort estaba aún dolorido, pero miró a Harry con odio... y una pizca de miedo.
—¿Qué vas a hacer?
—¡RECUÉRDALOS A TODOS, ASESINO! —gritó. Estiró el brazo y exclamó, con
toda su alma y todo su odio—: ¡¡AVADA KEDAVRA!!
Voldemort abrió los ojos, totalmente sorprendido, mientras el rayo asesino salía de
la varita de Harry y chocaba contra su pecho. Harry sintió un placer que sólo había
sentido en sus sueños, pero aumentado miles de veces... el placer del odio y la
venganza. Pero, al instante, la cicatriz pareció partírsele del dolor. Voldemort chilló, y
los muebles de la sala saltaron en pedazos y se prendieron fuego. Voldemort cayó
hacia atrás y Harry levantó la varita...
...Pero Voldemort no estaba muerto. Seguía respirando en jadeos, y con la mano
que no sostenía la varita se apretaba el pecho en el lugar donde la maldición le había
dado. Sufría. Harry no podía creérselo... había usado todo su odio, toda su rabia...
¡Tenía que estar muerto!
—No... conseguirás... matarme... así, Potter —jadeó Voldemort, incorporándose
con muchísima dificultad—. Estoy por encima de todo eso... la poción sólo fue el
principio... no puedes matarme...
—¡No! No es posible... ¡No es posible! —dijo Harry, negando con la cabeza y
retrocediendo.
—Hoy has ganado tú, Potter... gracias a la suerte, como siempre... y a ese
estúpido de Pettigrew... usé su mano para revivir... y matarlo fue doloroso, muy
doloroso...
—No es posible... no es posible... —seguía repitiendo Harry.
—No puedo... luchar más —dijo Voldemort, dejándose caer—. Pero nos veremos
pronto, Potter... pronto.
—¿Qué? ¡De eso nada! ¡Tú no...!
Voldemort elevó la cabeza y esbozó una sonrisa que dejó a Harry helado.
—Gracias, Potter... creo que esto es aún mejor que haberte matado... de
momento, al menos.
Harry arrugó la frente, sin entender nada, y, un segundo después, Voldemort
desapareció.
—¡NO! —gritó—. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —Harry se dejó caer al suelo y lo
golpeó con el puño—. ¡Maldito seas, maldito...! ¡MALDITO SEAS!
Se levantó lentamente. No sabía por qué Voldemort le había dado las gracias y le
había sonreído, pero no podía ser nada bueno... nada bueno. Le apetecía tumbarse,
descansar, y pensar en todo lo que había visto, en todo lo que había pasado, pero no
podía... Recordó a Ron, Hermione, Luna, Neville y Ginny, y dejó las lamentaciones
para después. Se curó un poco el hombro mientras se acercaba al cadáver de
Pettigrew. Se agachó y le cerró los ojos con la mano.
—Gracias... Dumbledore tenía razón... al final, tenía razón... Espero que ahora
puedas descansar.
Se irguió y se dirigió a la puerta que conducía a la sala donde esperaba encontrar,
con vida, a sus amigos. Cogió la Antorcha con fuerza y empuñó la varita. La lucha aún
no había terminado. Dejó que la pena y el dolor fueran eclipsados por el odio y la rabia
una vez más, y pensó en sus amigos.
«Voy a ayudaros —pensó para sí—. Saldremos de ésta».
Apuntó a la puerta con la varita y la abrió. Entró y contempló la escena que se
presentaba ante sus ojos con la mirada fría.
Hacia la esquina de su izquierda estaban Ron, Hermione y Luna. Hermione y Luna
se encontraban bastante bien, excepto por algunos rasguños y la herida que Hermione
aún tenía en el brazo (aunque Harry vio que se la había curado parcialmente), pero
Ron tenía la túnica del brazo izquierdo empapado en sangre, y su rostro mostraba
dolor. Los tres empuñaban sus varitas frente a un grupo de mortífagos que quedaban
ahora más o menos frente a Harry. Los reconoció: eran Lucius Malfoy, Marcus Flint, el
alemán llamado Rudolf, Crabbe, Nott, Travers y Rookwood.
Harry miró ahora hacia su derecha y vio a Neville, casi inconsciente, apuntado por
la varita de Bellatrix Lestrange. Su marido, Rodolphus, y el hermano de éste,
Rabastan, estaban a su lado. Harry observó que Richard Dullymer no estaba, al igual
que el cuerpo de Henry. También el mortífago desconocido había desaparecido.
Harry contempló a los mortífagos, y éstos miraron hacia él, incrédulos.
—¡Potter! —gritó Malfoy, muy sorprendido.
—Sí, soy yo —dijo Harry.
—¡Estás bien, estás vivo! —chilló Hermione, con alegría. Ron también sonrió,
aunque cansadamente, y Luna soltó un suspiro de alivio.
—¿Dónde está el Señor Tenebroso? —inquirió Malfoy.
Harry observó cómo la mayoría de los mortífagos se apretaban el brazo izquierdo.
—Digamos que tuvo un problema conmigo y se fue —contestó Harry.
—¿Insinúas que le venciste, mocoso? —gritó Bellatrix, furiosa, levantando la varita
hacia Harry.
—Cree lo que quieras —dijo Harry, mirándola con odio intenso, y bajó la vista
hacia Neville—. ¿Qué le has hecho?
Bellatrix suavizó su expresión de furia, mezclándola con una de satisfacción.
—Le mostré un poco de lo que vivieron sus padres —respondió.
—Aún tengo una cuenta pendiente contigo —dijo Harry, con la voz cargada de
odio.
—No me digas... —se burló Bellatrix—. ¿Echas mucho de menos a tu querido
padrino? —preguntó, mofándose.
Harry la miró con más odio aún, si tal era posible. La llama de la Antorcha brilló
más, y algunos mortífagos retrocedieron. Harry levantó la varita y sin que a la
mortífaga le diera tiempo a nada, gritó, casi sin pensar en lo que hacía:
—¡Crucio!
Bellatrix cayó al suelo, retorciéndose, mientras los demás miraban a Harry,
atónitos.
Un instante después, Rodolphus Lestrange agitó su varita y lanzó contra Harry el
mismo rayo violeta que Dolohov había usado contra Hermione, pero Harry levantó la
suya y con un suave movimiento lo desvió, haciendo que golpeara a Travers en el
estómago, que chilló y cayó al suelo, inconsciente. Rodolphus miró a Harry, incrédulo,
mientras Bellatrix, con el odio dibujado en la cara, se incorporaba.
—Nos vamos de aquí —declaró Harry, moviendo la varita hacia los mortífagos de
forma amenazadora—. Si intentáis algo...
—¡Nadie va a irse! —gritó Bellatrix, lanzando contra Harry una maldición asesina.
Harry se agachó y agitó su varita, y Bellatrix cayó hacia atrás. Hizo otro movimiento y
Rodolphus fue convertido una rata. Iba a hacer lo mismo con Rabastan, cuando un
rayo aturdidor se dirigió hacia él, proveniente de la varita de Rookwood. Harry
enderezó su varita y gritó:
—¡Protego!
El hechizo rebotó y Rookwood se movió para esquivarlo.
—¡Estate quieto, Potter! —ordenó Lucius Malfoy apuntando a Ron y a Hermione,
que lo miraban desafiantes—. Estate quieto y entréganos la Antorcha.
—No lo hagas Harry —dijo Ron—. No se la des.
—¿Quieres que te pase lo que a tu padre? —preguntó Malfoy con una sonrisa,
mirando a Ron.
Ron le dirigió a Malfoy una mirada asesina, al igual que Hermione.
—O lo que les pasó a los padres de ella... —continuó Malfoy, señalando a
Hermione.
Ron no aguantó más y lanzó un corte hacia Malfoy, pero éste lo esquivó y lanzó a
su vez una maldición a Ron, que la desvió con un movimiento de su varita.
Los mortífagos se prepararon todos para atacar, bajo las órdenes de Bellatrix, que
se había levantado. Viendo la escena, Harry, casi sin pensar, hizo lo que su instinto, o
quizás su mente, concentrada gracias a la Antorcha, le decía. Agitó la varita con
fuerza, en un movimiento que nunca había hecho, un movimiento cuyo conocimiento
estaba quizás enterrado en lo hondo de su mente, o quizás lo había aprendido cuando
se había visto sumergido en los recuerdos de Voldemort.
La punta de la varita brilló, dejando una estela plateada que fue lanzada, como una
gran cuerda, a los pies de los mortífagos, estallando y haciendo que éstos cayeran
hacia atrás. La estancia se llenó de humo y Harry gritó:
—¡CORRED!
Vio cómo Hermione le decía algo a Ron, y ambos creaban sendos clones suyos
mientras echaban a correr hacia la puerta donde estaba Harry. Luna aturdió a un
mortífago que intentaba ver algo y corrió también.
—¡Quietos! —gritó Malfoy, lanzándole a Ron un hechizo que lo golpeó en la
cabeza, haciéndole caer al suelo. Sangraba algo. Hermione chilló y se agachó a
recogerlo, al tiempo que Malfoy se preparaba para lanzar un nuevo maleficio.
Pero Luna fue más rápida y le envió a Malfoy un hechizo que le rompió la boca,
haciéndole sangrar profusamente.
Harry, mientras, movía ágilmente la varita, desarmando y lanzando hacia atrás a
los mortífagos que se iban levantando. Miró a Hermione, que sujetaba a Ron, y ambos
llegaron hasta él.
—¡Pasad al otro lado! —gritó Harry. Luego se volvió hacia Luna—. ¡Coge a Neville!
—le ordenó, mientras con otro movimiento de varita lanzaba a Crabbe a la otra punta
de la habitación.
Luna levantó a Neville con su varita y pasó a la habitación contigua. Harry la
siguió, y cerró la puerta con un hechizo.
—¡Vámonos, les llevará un rato abrirla, o eso espero!
—¡Espera un segundo! —pidió Hermione, que intentaba curarle la herida a Ron,
aunque no lo conseguía del todo.
Harry se acercó a su amigo.
—Menos mal que estáis bien... —dijo, con un suspiro.
—«Efo» digo yo «pob» ti —dijo Ron con dificultad.
—¡No hables! —le reprendió Hermione. Dio varios toques con su varita y el
aspecto de Ron mejoró un poco—. Es todo lo que puedo hacer, ¡vamos!
—Gracias —dijo Ron.
—Eh —dijo Luna—. Aquí hay un hombre... muerto.
Ron y Hermione miraron hacia el cadáver de Colagusano. Harry volvió la mirada,
sintiendo los golpes en la puerta. La iban a abrir. Tenían que huir. Miró hacia sus
amigos y vio que Ron y Hermione le miraban con cierto temor.
—Harry... —susurró Hermione—. ¿No le habrás...?
—No, yo no lo maté —contestó Harry, caminando hacia el pasillo por el que
Pettigrew había llegado—. Fue Voldemort. Gracias a Peter estoy vivo...
Ron y Hermione le miraron asombrados, pero no dijeron nada, porque los golpes
en la puerta eran cada vez más fuertes.
—¡Vámonos! —ordenó Harry—. Ginny está viva, y está por aquí.
—¿Está viva? —preguntó Ron, con alegría en su voz—. ¡Menos mal!
Fueron entrando en el pasillo. Luna, que llevaba a Neville, iba de primera, seguida
por Harry, Ron y Hermione.
De pronto, se oyó una potente explosión y luego gritos.
—¡Por aquí! —chillaba la voz de Bellatrix Lestrange.
—¡CORRED! —dijo Harry.
Se lanzaron a toda velocidad hacia el final del pasillo, que era bastante largo, con
algunas puertas cerradas a los lados. Estaban llegando al final, donde había otra
puerta, cuando varias maldiciones volaron hacia ellos a través del pasillo, obligándolos
a agacharse.
—¡Que no escapen! —gritó Bellatrix.
Ron se volvió y lanzó un hechizo explosivo que obligó a los mortífagos a crear un
escudo y a detenerse.
—¡Seguid! —exclamó Ron—. Yo los retendré algo. Buscad a Ginny.
—¡No Ron! —chilló Hermione, con miedo.
—¡Alguien debe retrasarlos!
—¡Entonces me quedaré contigo! —decidió Hermione.
—No, me quedo yo —dijo Luna. Hermione la miró, sorprendida—. Tú eres la que
mejor saber curar —explicó—. Si Ginny está herida tú podrás ayudar... y Harry puede
encontrarla más rápido, usando la Antorcha...
—Está bien —cedió Hermione, mirando a Ron y acercándose a Harry.
—¡Tened cuidado! —dijo Harry, abriendo la puerta y comenzando a bajar por las
escaleras que había al otro lado. Ron y Luna hicieron un gesto con la cabeza y se
volvieron para enfrentar a los mortífagos, que empezaban a atravesar el muro de
fuego y cascotes que la explosión había producido.
Harry bajó a toda velocidad, apuntando al cuerpo inerte de Neville, que iba delante
de él, y oyendo el ruido que los hechizos producían en el piso de arriba. Hermione iba
detrás suyo.
—¿Cómo sabes que está aquí? —preguntó.
—Peter me lo dijo —respondió Harry.
—¿En serio te salvó la vida? —preguntó Hermione. Ya habían llegado al piso de
abajo, que estaba oscuro. Harry encendió su varita.
—Sí —respondió—. Me tenía sujeto y me apartó cuando Voldemort me lanzó la
maldición. Le dio a él.
Hermione no dijo nada. Harry alumbró el pasillo que tenían delante mientras
avanzaban. Cada ciertos metros, dos pasillos salían de aquél en que se encontraban:
uno a la izquierda y otro a la derecha. Harry pasó de largo de los dos primeros cruces.
—No se oye nada de lo que pasa arriba —comentó Hermione con tono
preocupado, mirando hacia atrás, hacia las escaleras.
—Voldemort dijo que todas las salas de esta casa o lo que sea estaban
insonorizadas. Desde aquí no podemos oír lo que pase arriba, ni al revés.
Hermione no comentó nada, pero no borró su expresión de preocupación. Harry se
detuvo y la miró.
—Estarán bien —le aseguró—. Ron es muy bueno, luché mucho contra él, y Luna
tampoco lo hace mal.
—Eso espero... —contestó Hermione, en voz baja.
—Verás como sí —dijo Harry, reanudando la marcha.
—¿Puedes... sentirla? —inquirió Hermione, mirando a todos lados por si venía
alguien.
—No sé... no exactamente, pero creo que es por aquí...
En el tercer cruce, torció a la derecha. Había puertas de vez en cuando, pero no
entraron en ninguna.
De repente, una sombra se apareció ante ellos, dejándolos en el sitio.
—¡Avada Kedavra! —gritó.
Harry reaccionó con rapidez, tirándose sobre Hermione, y la maldición pasó sobre
sus cabezas. El mortífago volvió a apuntar, pero Hermione sacó el brazo, dio un
latigazo con la varita y le segó la mano al mortífago, que empezó a chillar.
Harry se levantó y le lanzó un hechizo aturdidor.
El mortífago cayó. Harry se acercó y vio que era Rabastan, el hermano de
Rodolphus Lestrange.
—Sangra mucho —dijo Hermione.
—Ya se preocuparán por él —contestó Harry—. Debemos seguir, pueden aparecer
más...
—Gracias por salvarme —dijo Hermione mientras corría detrás de Harry, que
torció a la derecha al final del pasillo.
—Tú me salvaste antes —replicó Harry—. Y tuviste que matar a Henry...
Hermione bajó la cabeza y una lágrima cayó por su cara.
—No fue culpa tuya —dijo Harry, parándose y abrazándola—. Si no lo hubieses
hecho, quizás los dos habríamos muerto...
—Lo sé, Harry... pero... he... he matado a una persona... —sollozó.
—Yo provoqué la muerte de los dos mortífagos del bosque —dijo Harry—.
Nosotros no pedimos esto, pero... no nos queda más remedio que hacer lo que
podamos...
—Sigamos —dijo Hermione, limpiándose las lágrimas y soltándose de Harry.
—Creo que es aquí —dijo Harry, mirando una puerta a sus espaldas.
Hermione apuntó con su varita y susurró:
—¡Alohomora!
La puerta se abrió y entraron. La habitación estaba completamente a oscuras.
Harry dejó a Neville en el suelo y usó su varita para iluminar la habitación. Entonces la
vio: estaba en el centro, en el suelo, sin sentido. Harry corrió hacia ella y se agachó.
—¡Ginny! —gritó, llamándola—. ¡Ginny, por favor, despierta!
Estaba muy fría, pero respiraba. Aún vivía.
—¿Cómo está? ¿Qué le hicieron? —preguntó Hermione.
—No lo sé —respondió Harry, con las lágrimas brotándole de los ojos. Ginny
estaba muy pálida, y parecía demacrada—. ¿Qué te hizo? ¿QUÉ TE HIZO?
—Harry, cálmate, por favor... —pidió Hermione—. Trataré de despertarla. —
Apuntó a Ginny con su varita y susurró—: ¡Enervate!
Pero no funcionó. Ginny se movió algo en los brazos de Harry, pero siguió
inconsciente.
—¡GINNY! ¡GINNY! Si te llega a pasar algo, yo...
Harry acercó su frente la de la chica y sollozó.
—Me has ayudado tanto este año... no te vayas... vuelve, por favor...
Hermione miraba la escena con compasión, sin saber qué hacer.
—Vayámonos de aquí, Harry. Encontremos a Ron y a Luna y vayámonos... En el
hospital sabrán qué hacer.
Harry no escuchaba.
—¡Ginny! ¡Háblame, Ginny...!
Le dio un pequeño beso en la frente y la chica se revolvió.
—Harry... —murmuró.
—Dime, Ginny... háblame...
—Harry, no dejes que vuelva, por favor —suplicó Ginny, abrazándose a Harry.
Seguía teniendo los ojos cerrados y su voz era soñolienta—. No dejes que me haga
más daño...
Harry sintió que se llenaba de una ira tan intensa que parecía fuego.
—¿Qué te hizo, Ginny? ¿Qué te hizo?
—No lo sé... pero dolía... y me hizo recordar cosas horribles...
—Te sacaremos de aquí —afirmó Harry—. Hermione —dijo, volviéndose a su
amiga—. ¿Puedes hacer algo con Neville?
—Lo intentaré —respondió Hermione, acercándose a Neville—. ¡Enervate! —
exclamó, apuntándole con la varita. Neville abrió un poco los ojos y miró a Hermione
—Hermione... —musitó.
—¿Cómo estás Neville? —preguntó ella, mirándole con compasión.
—Me duele... todo... —respondió.
—Contra eso no puedo hacer nada —se disculpó Hermione—. Necesitaríamos una
poción...
Neville se incorporó e intentó levantarse.
—¿Qué le hicieron? —quiso saber Harry, aunque se lo imaginaba.
—Bellatrix Lestrange utilizó contra él la maldición cruciatus durante bastante
tiempo —contestó ella.
—Maldita... —musitó Harry, mientras volvía su atención a Ginny, que volvía a estar
sumida en la semiinconsciencia—. ¿Puedes caminar, Neville?
—Creo que sí... —Miró hacia Harry y pareció dibujar una sonrisa en medio del
dolor que se reflejaba en su cara—. ¡Qué bien que estás vivo, Harry! ¿Pudiste con él?
—Más o menos —respondió Harry, encantando a Ginny para hacerla liviana como
una pluma. Neville le miró, asombrado.
—Eres increíble —dijo. Harry sonrió débilmente.
—Apóyate en mí, Neville —ofreció Hermione.
—Gracias —respondió el chico—. ¿Qué le pasó a Ginny?
—No lo sabemos —respondió Harry—. Voldemort la hechizó, pero no sabemos
para qué...
Se acercaron a la salida. Harry abrió la puerta y salieron al pasillo. No se oía nada.
—¿Cómo vamos a encontrar a Ron y a Luna? —preguntó Hermione, preocupada.
—Creo que yo puedo hacerlo... —dijo Harry, haciendo que la Antorcha se
encendiera. Se concentró, pensando en Ron... en Ron...
—Están bien, retuvieron a los mortífagos un rato y huyeron... creo que están en el
piso de arriba, tenemos que volver...
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Hermione, muy sorprendida.
—No lo sé; con Ginny no era tan fácil.
Empezaron a caminar, cada vez más rápido. Tenían que encontrar a Ron pronto,
pero no sabían dónde estarían los mortífagos. Doblaron la esquina para entrar en el
pasillo que conducía al principal, por donde volverían al piso de arriba, cuando una
puerta se abrió delante de Harry y un mortífago salió de ella, haciéndoles detenerse en
seco. El mortífago lanzó un hechizo y Harry se apartó, pero golpeó a Neville, haciendo
que él y Hermione cayeran al suelo. El mortífago se dispuso a atacar de nuevo, pero
Harry fue más rápido.
—¡Desmaius! —gritó, apuntándole. El rayo rojo dio en el pecho del mortífago y
éste cayó al suelo, desmayado.
—¡AAGH! —gritó Hermione, a sus espaldas.
Harry se volvió rápidamente y vio a Bellatrix Lestrange, que sonreía con crueldad.
Neville estaba en el suelo, y la mortífaga sostenía a Hermione, al tiempo que apoyaba
la punta de su varita en su cuello.
—¡Bravo, Potter! —dijo Bellatrix—. Te defiendes bien... pero, ¿qué harás ahora?
Un solo movimiento en falso y tu querida amiga sangre sucia morirá.
Harry temblaba de la ira, del odio... Hermione estaba pálida.
—¿Qué quieres? —le preguntó Harry a Bellatrix.
—Tira esa Antorcha y la varita, Potter... tíralas o...
Harry miró a Hermione, que le devolvió la mirada. La chica, sin más, asintió de
forma casi imperceptible.
Harry dejó caer la Antorcha, que se apagó, pero el odio y el poder que le
embargaban estaban ahí... movió el brazo derecho hacia delante, dejando caer la
varita, pero al mismo tiempo, gritó:
—¡AHORA!
Bellatrix arrugó la frente, y Hermione se agachó. Harry no detuvo el movimiento del
brazo, sino que lo agitó con más fuerza hacia Bellatrix, y ésta cayó hacia atrás,
sorprendida, soltando a Hermione. Harry bajó el brazo y la varita voló de nuevo hacia
su mano, levantó el brazo y apuntó a Bellatrix, que casi no había tenido tiempo de
darse cuenta de qué había pasado.
—¿No te parece que hemos entrenado mucho, Bella? —preguntó Harry con tono
gélido, mientras avanzaba lentamente hacia ella. Bellatrix levantó la varita, pero Harry
le apuntó con la suya y se la arrebató, rompiéndola y tirándola a un lado.
—¡NO! —chilló Bellatrix—. ¡Era mi varita!
—No la vas a necesitar —dijo Harry. Se había olvidado de todo... de todo... ahora
tenía a Bellatrix ante él y le iba a hacer sufrir... la punta de la varita de Harry brilló con
un destello, y Bellatrix fue levantada del suelo, tal como le había pasado a Malfoy en el
lago, y la hizo chocar contra la pared del final del pasillo. Se estaba ahogando.
—Te odio —dijo Harry—. No sabes cómo te odio... vas a pagar todo el daño que
has hecho...
Harry percibió el miedo en la mirada de Bellatrix. Realmente ella le tenía miedo en
ese momento... y tenía motivos.
Bellatrix peleaba, pero no conseguía soltarse. Se estaba quedando sin fuerzas. Iba
a morir.
—Harry, déjala... —susurró Hermione, que se había acercado a él—. Tú no eres
un asesino... déjala, Harry. La ataremos. La aturdiremos.
Con esfuerzo, Harry soltó a Bellatrix, que cayó al suelo. Ella comenzó a jadear.
—¡Desmaius! —exclamó Harry. El rayo alcanzó a la mortífaga y se desmayó.
Luego la ató y la metió en una de las habitaciones del pasillo.
—Vámonos —dijo Harry, cogiendo de nuevo a Ginny y a la Antorcha. Hermione
ayudó a Neville y emprendieron el camino a paso rápido.
Llegaron al pasillo principal y se dirigieron a la escalera, pero, cuando estaban a
punto de llegar, Harry oyó que gritaban, detrás de ellos:
—¡Allí están!
Sin volverse para mirar cómo los mortífagos los seguían, se precipitaron escaleras
arriba a toda velocidad. Al llegar arriba, Harry miró hacia abajo y vio a los mortífagos,
que comenzaban a llegar y empezaban a subir.
—¡Incendio! —exclamó, y las escaleras empezaron a arder—. Eso los detendrá un
poco.
Salieron al pasillo, que estaba medio destruido por el combate que habían tenido
antes Ron, Luna y los mortífagos, y se metieron por una puerta lateral, que conducía a
otro pasillo.
—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Hermione.
—Sí, ¡vamos!
Corrieron lo más que podían, que, con Harry cargando a Ginny (aunque hechizada
no pesara nada) y con Neville apoyándose en Hermione, no era mucho. Llegaron al
final del pasillo y se detuvieron. Se oían voces a la izquierda. Harry le hizo una seña a
Hermione y a Neville para que guardaran silencio y se acercaron lentamente a una
puerta abierta.
Miró al interior y vio a dos mortífagos, uno de los cuales le pareció Crabbe,
apuntando a Ron. Luna estaba en el suelo, y parecía inconsciente. También había un
mortífago desmayado. Crabbe y el otro mortífago estaban de espaldas, frente a Ron, y
los tres tenían las varitas en alto. Ron vio a Harry, pero su expresión no cambió.
—¡Tira la varita, Weasley! —ordenó Crabbe.
—¡Oblígame!
—Lo haré si no...
—¡Desmaius! —gritó Harry. Crabbe se volvió justo cuando el rayo aturdidor lo
golpeaba. El otro mortífago se había vuelto también, sorprendido, y levantaba la varita,
pero entonces Ron le lanzó por la espalda otro hechizo aturdidor.
—¡Ron! —gritó Harry, corriendo hacia su amigo—. ¡Estás bien!
—Un poco magullado —dijo Ron, sin ocultar su alegría al ver que todos estaban
bien. Harry vio que tenía más heridas que antes, y su brazo le volvía a sangrar.
Ron se acercó a ellos y vio a Ginny. Su expresión se ensombreció.
—¡GINNY! —chilló—. ¿Qué le han hecho?
—No lo sabemos —contestó Harry—. Pero se encuentra bien. Sólo que está débil
y casi sin conocimiento, pero antes me habló.
—¡Maldito cerdo! —exclamó Ron, apretando los puños.
Hermione se acercó entonces a Ron y lo abrazó con fuerza. Ron soltó un quejido
de dolor.
—¡Lo siento! —se disculpó Hermione, soltándose—. Es que estaba tan
preocupada...
Ron le sonrió.
—No pasa nada. Nosotros también estábamos preocupados —dijo, acercándose a
Luna—. ¡Enervate! —Luna abrió los ojos y se levantó con ayuda de Ron. Harry
observó que también ella presentaba varias heridas y magulladuras.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Neville, mirando hacia los mortífagos
desmayados. Les apuntó con su varita y los ató a todos.
—Sí, los demás no tardarán en llegar —dijo Harry.
Salieron al pasillo, mirando lentamente a todos lados.
—¿Por dónde es? —preguntó Hermione.
—No lo sé —dijo Harry—. Esto debe de ser inmenso...
Caminaron lentamente por los pasillos, esperando llegar al final, o a una puerta, o
ventana, o algo. De pronto, sintieron ruidos y rápidamente se metieron en una
habitación. Harry se asombró al verla. Era muy grande, y estaba llena de cajas.
Parecía una especie de almacén.
—Deben estar por aquí —decía una voz en el pasillo—. Encontramos a Crabbe, a
Nott y a Mulden atados ahí atrás.
—¡Esos idiotas...! —exclamó la voz de Malfoy con desagrado—. ¡Tenemos que
encontrarlos! Personalmente tengo una cuenta pendiente con esa chica rubia...
Luna se estremeció.
—No pueden estar muy lejos —dijo otro mortífago—. Deberíamos reagruparnos.
—Sí, llamad a los demás. Por este lado no hay salida. Están atrapados.
Harry miró a Ron, que estaba a su lado, y éste le devolvió una mirada preocupada.
Esperaron un rato bastante grande, escondidos, mientras fuera se oían los pasos
de los mortífagos, que eran cada vez más. Debían estar juntándose todos.
—Tenemos que irnos —dijo Harry, irguiéndose y mirando al almacén—.
Busquemos otra salida...
Empezaron a recorrer el lugar, por entre las cajas, alejándose de la puerta por la
que habían entrado, cuando oyeron una voz que chillaba:
—¡Esta puerta está abierta! ¡Por aquí!
Harry, Ron, Luna, Neville y Hermione no necesitaron oír más para echar a correr,
mientras los mortífagos irrumpían en el almacén, persiguiéndolos.
—¡Tirad las cajas! —gritó Harry, volviéndose y agitando la varita furiosamente.
Ron, Hermione, Neville y Luna le imitaron, y las pilas de cajas, muchas de las cuales
parecían estar vacías, cayeron con estrépito.
—¡Que no escapen! —gritó la voz de Bellatrix Lestrange por encima del ruido de
las cajas y las estanterías desplomándose.
Aprovechando la confusión, llegaron al final de la sala, donde, para su desgracia,
no había más puertas.
—¿Qué hacemos ahora? —se lamentó Ron, mirando hacia atrás, donde los
mortífagos se abrían paso.
—Distraerlos —dijo Neville, incendiando las cajas con su varita. Luna le imitó, y un
instante después también lo hizo Ron. Hermione, por su parte, miró a la pared.
—Si no hay puerta, habrá que hacerla —dijo. Apuntó con su varita y gritó—:
¡Deflagratio!
La pared estalló, y Harry vio que tras ella había otra habitación.
—¡Genial, Hermione! —la felicitó Harry—. ¡Vamos!
Se precipitaron a través de la abertura, y se encontraron en una sala más
pequeña, pero que también tenía cajas y estanterías. Al final había una puerta, que,
obviamente, era la de entrada.
—¡Vámonos! —dijo Hermione, viendo que Harry se había detenido.
—No. Ellos piensan que el almacén no tiene salida. Deben creer que estamos
atrapados, pero... nos seguirán. Les dejaremos un regalo —dijo, con la mirada
sombría.
—¿Qué regalo? —preguntó Ron, viendo cómo las cajas ardientes volaban,
apartadas por los mortífagos.
—Haced lo que yo. —estiró el brazo derecho y exclamó—: ¡Serpensortia!
De la varita se desprendió una serpiente, y los demás se quedaron mirándola.
—¡Hacedlo! —ordenó Harry, y sus amigos salieron de su estupor—. Hacedlo
varias veces.
Pronto, delante de ellos se aglomeraban más de veinte serpientes. Harry las miró y
sintió de nuevo el dominio y el poder.
—Escodeos —silbó—. Escondeos y esperad... y atacad cuando vengan...
atacadles, mordedles...
Las serpientes obedecieron, metiéndose entre las cajas, en las estanterías,
enroscándose en el suelo, y esperaron.
—Listo. ¡Vámonos! —exclamó Harry, viendo cómo los mortífagos apartaban las
últimas cajas.
Nadie necesitó que Harry lo repitiera. Salieron a toda velocidad por la puerta, y
Harry la selló al pasar.
Estaban en un pasillo. Sin más motivo que la intuición, corrieron hacia la derecha,
esperando encontrar pronto una salida, antes de que los mortífagos se libraran de las
serpientes.
Tras correr y correr, el pasillo se acabó en una pared. Disgustados, miraron en las
puertas de los pasillos, pero todas las habitaciones estaban vacías, y no tenían
ventanas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ron—. ¿Volvemos atrás?
—No podemos —dijo Harry—. Salvo que luchemos...
—Tal vez tras esa pared esté el exterior —aventuró Luna.
Harry miró a Hermione, que se encogió de hombros.
—Apartaos —dijo. Levantó la varita, al tiempo que Hermione creaba un escudo, y
dijo—: ¡Deflagratio!
La pared estalló y el aire fresco de la noche entró por el agujero.
—¡Libres! —exclamó Neville.
Sin ocultar su alegría, se precipitaron por el agujero hacia la noche, clara bajo la
luz de la luna llena. Harry vio que estaban en una especie de descampado, rodeados
por bosque. Frente a ellos se erguía una colina, Allí, en lo alto, a unos trescientos
metros de dónde se encontraban, el bosque parecía más espeso que por los
alrededores, así que corrieron hacia allá, reuniendo sus últimas fuerzas. Harry se
volvió, y observó la casa: era de dos pisos, y mucho más pequeña de lo que parecía.
Debía de tener un encantamiento aumentador en su interior, porque ni siquiera la sala
adónde el traslador los había llevado cabría allí dentro.
Llegaron a lo alto de la colina y Ron cayó al suelo, exhausto.
—No puedo más —dijo. Se agarraba el hombro.
Estaban justo al borde del bosque. Desde donde estaban, se podía ver
perfectamente la cabaña, solitaria. Harry no tenía ni idea de dónde estaban, ni de
cómo iban a salir de allí.
—Deja que te lo cure un poco—dijo Hermione, acercándose a Ron.
Harry dejó a Ginny en el suelo, y Neville se sentó también, jadeando.
—¿Cómo os fue en el sótano? —preguntó Luna—. Nosotros los contuvimos un
rato, pero luego tuvimos que huir por el pasillo. Algunos nos siguieron, pero otros se
desaparecieron...
—Tuvimos un par de encuentros —dijo Harry—. Pero le di una lección a Bellatrix
Lestrange.
—A mí también me gustaría darle otra... —dijo Neville.
Se hizo el silencio. Harry miró a Ginny y le acarició la mejilla. Ginny... ¿Qué le
habían hecho? ¿Para qué? Sintió que todo lo que había vivido esa noche se agolpaba
en su mente: la verdad sobre Henry, el ataque al Ministerio, la muerte de Peter, las
visiones de la mente de Voldemort... la confesión del mago de que todo lo que había
hecho durante el año había sido para que Harry lo odiara... La visión de la muerte de
sus padres, la huida de Voldemort, al que no había podido matar... el dolor lo abrumó,
lo llenó... el dolor era inmenso, terrible... todo el dolor que no había sentido antes, que
había postergado, cayó sobre él de pronto, casi nublándole la vista.
Y tras el dolor, la furia y el odio lo invadieron, maldiciéndose a sí mismo por lo que
le había tocado vivir, por lo que tenían que vivir sus amigos por su culpa... Miró a la
Antorcha, que se había encendido de nuevo... si no la hubiera traído probablemente
estarían todos muertos...
Vio que Hermione y Ron le miraban. Luna observaba la luna, distraída, y Neville se
había tumbado.
—Harry... —dijo Hermione— ¿qué sucedió en aquella sala? ¿Cómo venciste a
Voldemort?
Harry no contestó. Apartó su mirada y observó la casa de la que habían huido. Iba
a decir algo cuando por la abertura por la que ellos habían salido empezaron a salir los
mortífagos. Todos. Incluso los heridos.
Harry se llenó de rabia, de odio... No les permitiría perseguirlos más. No les
dejaría... no lo haría... Aquello tenía que terminar de una vez.
—¿Dónde están? —gritaba Bellatrix—. ¿Dónde se han metido?
Harry se levantó y miró a los mortífagos. La Antorcha brillaba en su mano.
—¡Harry, escóndete! —susurró Hermione.
—No. No voy a esconderme más.
—¡Allí están! —gritó otro mortífago, y las cabezas de todos se volvieron hacia
Harry.
—¡A por ellos! —ordenó Bellatrix.
Los mortífagos se reunieron ante la casa y empezaron a correr hacia la colina.
—Ron, Hermione, haced un escudo repulsor. ¡Rápido! —ordenó Harry, mientras
apuntaba a la casa con su varita y observaba a los mortífagos reunirse.
—¿Qué...? —preguntó Hermione.
—¡HACEDLO!
Ron y Hermione, sin entender muy bien, hicieron lo que Harry les pedía, uno a
cada lado, delante de Neville, Luna y Ginny.
Harry estiró el brazo, concentrando toda su rabia, todo su odio, todo su poder... la
Antorcha brilló intensamente, y su fuego verde se elevó hacia el cielo. Harry apretó los
dientes y...
—¡NO! —gritó Hermione—. ¡No lo hagas, Harry!
...exclamó, con todas sus fuerzas:
—¡DEFLAGRATIO!
La punta de la varita de Harry brilló como si el Sol hubiera aparecido allí, e iluminó
el bosque entero. Los mortífagos, algunos de los cuales ya habían avanzado unos
cincuenta metros, se detuvieron un instante.
El intenso punto de luz se desprendió de la varita y se dirigió a toda velocidad
hacia la casa, como si el Sol hubiera caído.
Los mortífagos entendieron lo que pasaba un segundo antes de que sucediera. El
punto de luz chocó con la casa, y ésta estalló, pero estalló como si hubiera tenido
dentro un camión de dinamita; estalló en millones de pedazos, elevando hacia el cielo
una bola de fuego de varios metros de altura que iluminó el bosque, y los árboles que
había cerca de la casa ardieron y se consumieron. Harry observó cómo algunos
mortífagos eran lanzados, ardiendo, por la fuerza de la explosión, mientras que otros
se habían protegido con escudos. Los más rápidos se habían desaparecido.
La fuerza de la explosión arrojó a Harry, Ron y Hermione hacia atrás, pese al
escudo, y quedaron tumbados en el suelo, bajo la lluvia de minúsculos fragmentos de
la casa que empezaba a caer.
Harry se incorporó, y Ron se acercó a Hermione.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—S-Sí —respondió Hermione, temblando.
Harry se levantó y miró a la casa, o más bien a los restos, que ardían. Vio los
cuerpos de varios mortífagos, que estaban en llamas. Otros empezaron a moverse...
Aún no podía creer lo que había hecho, lo que había provocado...
Entonces, volvió la cabeza hacia su derecha, donde había oído un «crac».
—¡PAGARÉIS POR ESTO, MALDITOS! —gritó Lucius Malfoy, que había
aparecido allí, a unos metros de ellos. Harry se quedó un instante inmóvil, y todo
pareció pasar a cámara lenta. Vio cómo Hermione y Ron se separaban, mirando hacia
Lucius, tan sorprendidos como Harry. Neville también había vuelto la cabeza. Luna,
que estaba entre Harry y Lucius, sentada en el suelo, también se volvió para mirarle.
Malfoy tenía la varita extendida y apuntaba hacia Harry, que abrió mucho los ojos.
—¡Avada kedavra! —gritó Malfoy, y el rayo verde salió de su varita.
Harry chilló. El rayo voló hacia ellos, pero no iba dirigido hacia él. Surcó el aire y
golpeó en la cara sorprendida de Luna, que soltó un quejido de sorpresa, antes de
desplomarse. Estaba muerta.
Neville gimió un débil «¡No!», y Harry gritó como si le fuese la vida en ello.
—¡NOOOOOOO! ¡MALDITO ASESINO!
Pero Ron y Hermione habían reaccionado ya, y antes de que Lucius lanzase su
maldición ya estaban dirigiendo sus varitas hacia él. Ambos mostraban una expresión
de profundo asco y odio en su cara, y ambos gritaron al unísono, como si se hubiesen
puesto de acuerdo:
—¡LOUCURAE!
Sus varitas soltaron un fuerte destello, y al instante, mientras en la herida cara de
Malfoy se dibujaba una sonrisa al ver caer a Luna, empezó a chillar como un loco,
soltó la varita y se agarró la cabeza con las dos manos. Gritaba como si lo estuvieran
matando, ponía los ojos en blanco y soltaba espuma por la boca.
Ron y Hermione lo miraron, atemorizados. Ninguno de los dos parecía haber
pensado que el otro haría lo mismo.
Malfoy empezó a correr, sin rumbo, tropezando y gritando. Chocó contra un árbol,
se cayó, siguió gritando y murmurando incoherencias y volvió a levantarse. Harry no lo
soportaba. Le apuntó con su varita y le lanzó un hechizo aturdidor, antes de acercarse
a Luna.
Malfoy cayó al suelo y dejó de gritar, pero seguía temblando y agitándose.
—¡Luna! —sollozó Harry—. ¡Luna! Luna...
Harry tomó una de las manos de la muchacha y la miró a la cara. Ella mantenía en
el rostro una expresión de sorpresa, y sus saltones ojos miraban hacia el infinito. Harry
no pudo soportar mirarlos y se los cerró. Y eran ya los segundos que cerraba aquella
noche.
—Ahora puedes ver a tu madre, Luna... —Harry la agarró y la apretó contra sí. Ron
y Hermione se le acercaron y los rodearon. Hermione lloraba también, y Ron tenía los
ojos vidriosos; Neville se había desmayado.
—Harry... —musitó Hermione—. Harry...
—¿Por qué? ¿POR QUÉ TANTA MUERTE?
Hermione le puso una mano en el hombro, mientras Ron tomaba la otra mano de
Luna entre las suyas.
Harry miró a sus amigos, y ellos a él, y se comprendieron sólo con ello. Aquella
noche cambiaba todo. Nada sería igual a partir de entonces. Los tres se pusieron en
pie, a la vez, mirándose, y se apartaron del cadáver de Luna. Siguieron mirándose, sin
prestar casi atención a los magos que habían empezado a aparecer cerca de donde
estaba la casa y que apuntaban a los mortífagos que estaban heridos con sus varitas;
sin prestar atención al fuego que ardía. Sólo mirándose.
De pronto, se acercaron entre sí, e, iluminados por el fuego y bajo la luz de la luna,
se fundieron en un abrazo, un abrazo que lo significaba todo para ellos; un abrazo que
sellaba su vínculo eterno de amistad... Un abrazo que continuaba cuando los aurores
del Ministerio y los miembros de la Orden del Fénix se acercaron a ellos. Dumbledore
se aproximó a donde estaban. Vio el cadáver de Luna y luego miró a los tres amigos,
que seguían abrazados, sin decir nada.
Harry sentía las frentes de Ron y Hermione contra la suya, y aquello era lo que
necesitaba en ese momento. Todo lo que necesitaba. Bueno... quizás todo no. Los
tres se miraron a los ojos, abrieron la boca, y pronunciaron a la vez dos simples
palabras:
—Os quiero.
41
Cuando por la mañana despertó, ya eran casi las once. Se encontraba mucho
mejor, más descansado, y sobre todo, menos dolorido. Si incorporó y se puso las
gafas. Miró hacia su izquierda y vio que Ron y Hermione aún dormían. Neville, por el
contrario, estaba ya despierto.
—Hola Harry —saludó.
—Buenos días, Neville...
—Ella escapó Harry —se lamentó Neville—. Escapó otra vez.
—Algún día la atraparemos —dijo Harry, levantándose de la cama y acercándose
a la de Neville.
—Sí, cuando al fin derrotes a Voldemort para siempre.
—No sé cómo lo haré, Neville... ni siquiera si podré.
—Podrás —aseguró Neville—. Anoche le venciste.
—No lo habría conseguido sin la Antorcha... y si no hubiera sido por Hermione y
por Peter Pettigrew no lo habría logrado... él me derrotó, Neville. Me venció. Fue la
suerte de la deuda de Voldemort hacia Pettigrew lo que me permitió lanzarle el Avada
Kedavra... y aún así sobrevivió.
—Da igual. Encontrarás la manera —dijo Neville—. Sé que lo harás.
Harry sonrió, y no habló durante unos minutos.
—Luchaste muy bien anoche —comentó.
—No tan bien... Bellatrix Lestrange me dominó, me venció...
—Pero resististe su tortura. Fuiste muy fuerte. Y no te amilanaste ante la presencia
de Voldemort.
—Tuve muchísimo miedo —confesó Neville—. Fue espantoso... es tan... tan
horrible, tan malvado...
—No te haces una idea —dijo Harry, pensando en lo que había visto en los
recuerdos del mago.
En ese momento, Ginny se agitó. Harry se levantó y se acercó a la cama de la
chica, sentándose junto a ella.
—¿Estás despierta? —preguntó con suavidad. Harry comprobó con alegría que no
parecía tan pálida como la noche anterior.
—Sí... —respondió, con voz casi inaudible. Abrió los ojos y miró a Harry—. ¿Qué
sucedió, Harry? Recuerdo haber oído a Neville, a Ron... a Luna... una explosión muy
fuerte... ¿Qué pasó?
—Todo terminó, Ginny. Estás en Hogwarts, en la enfermería.
—¿Y los demás?
Harry bajó la cabeza.
—Harry —dijo Ginny, incorporándose y abriendo más los ojos—, ¿y los demás?
—Ron, Hermione y Neville están bien —contestó Harry—, pero Luna...
—¿Qué le pasó? —preguntó Ginny, alzando la voz.
—Lucius Malfoy la... la mató.
Ginny se puso pálida de nuevo, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡No Harry! ¡No puede ser cierto!
Harry no dijo nada, simplemente movió la cabeza afirmativamente.
—¡NO! —gritó Ginny, desesperada—. ¿Dónde está? —preguntó, incorporándose e
intentando salir de la cama.
—Ginny, no...
—¡Quiero verla, Harry! ¡No puedo creerlo si no la veo!
Harry la soltó y Ginny salió da la cama, acercándose a la cama donde reposaba
Luna, tapada.
Hermione y Ron despertaron con los chillidos de Ginny, y Ron miró a su hermana.
—¿Ginny? —murmuró, aún medio dormido. Entonces vio lo que se proponía hacer
—. Ginny, no lo hagas... —le pidió.
Pero Ginny no escuchaba. Apartó la sábana y miró a Luna. Harry se le acercó por
detrás.
—¡NO! ¡NO PUEDE SER CIERTO, NO PUEDE ESTAR MUERTA! —Se dejó caer
sobra la cama y empezó a llorar.
—Señorita Weasley... —dijo la señora Pomfrey, entrando en la enfermería— no
debería ver...
—¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ ELLA?
—Fue por ayudarnos, por salvarte a ti —explicó Harry—. Todos quisieron ir,
Ginny... Lucius Malfoy la asesinó a traición. No pudimos evitarlo.
—¡MALDITO CERDO! —chilló Ginny, mientras Harry la abrazaba contra sí,
intentando calmarla—. ¿DÓNDE ESTÁ? ¡DIME QUE LO CAPTURASTE, HARRY!
—Algo mejor que eso —respondió Ron—: Hermione y yo le echamos la maldición
de la locura a la vez. Ahora está en San Mungo.
—¡Le está bien empleado! —chilló Ginny, sollozando aún más fuerte.
—Ya... cálmate, vamos... yo también la echo de menos... —susurró Harry.
—Señorita Weasley, debería calmarse. El señor Lovegood llegará pronto y no
tardará en subir... Deben de ser fuertes —dijo la señora Pomfrey, aunque también ella
derramaba una lágrima. Miró hacia la cama de Hermione, donde aún estaba Ron, pero
esta vez no dijo nada. Suspiró y entró en su despacho.
Harry miró a Ron y a Hermione. No se sentía con fuerzas para enfrentar el
encuentro con el padre de Luna.
Ginny se separó de la cama de Luna, llorando en silencio y volvió a la suya. Harry
la acompañó.
—¿Recuerdas lo que te hicieron, Ginny? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—Apenas nada. Sólo recuerdo que me dolía, y que recordé que... —Negó
fuertemente con la cabeza—. No quiero hablar de ello, fue demasiado horrible... No
quiero hablar de nada...
—Está bien, no pasa nada... —le dijo Harry suavemente—. Descansa, vamos...
Ginny hizo caso a Harry y volvió a su cama, con los ojos llorosos.
El padre de Luna llegó media hora más tarde. Su expresión de tristeza iba más allá
de lo imaginable. Entró en la enfermería con Dumbledore, que también lucía una grave
expresión de pena y derrota, y con el profesor Flitwick, que también parecía muy
nervioso, y se acercó a la cama donde reposaba su hija, sin decir nada. Descubrió su
cara y nada más verla se echó a llorar en silencio.
Harry lo miró desde su cama, con el corazón roto. Vio a Hermione, que lloraba, a
Ron, cuya expresión era de una inmensa tristeza. Neville miraba al suelo, y Ginny
observaba la escena como atontada, mientras las lágrimas le caían por la mejillas.
Tras unos minutos llorando sobre el cadáver de su única hija, el señor Lovegood
se acercó a Harry, momento que éste había estado temiendo, y le pidió que le contara
todo lo que había sucedido, cómo había pasado.
A Harry se le trabaron las palabras al responder, y contó la historia sin mirar al
señor Lovegood a la cara. Pensó que si lo hacía, le daría algo.
—La mataron a traición... —-musitó el padre de Luna, dejando escapar varias
lágrimas.
—Sí —contestó Harry—. Si no, no les habría sido fácil... Luna era una gran bruja.
Era valiente e inteligente y... y me ayudó mucho este año. Mucho... yo...
—No digas más... por favor... no digas más. No es necesario... no es necesario...
—balbuceó el señor Lovegood—. Sé que la habríais salvado de haber podido... os...
os agradezco que hayáis capturado a ese Malfoy... os lo agradezco... Cuidaos...
El señor Lovegood volvió junto a su hija, le dio un beso, la tapó, y se dirigió a la
puerta, acompañado por Dumbledore y el profesor Flitwick, que también soltaba una
lágrima. Sin embargo, antes de salir, se volvió otra vez hacia ellos y dijo:
—El entierro será mañana por la tarde... —dijo el señor Lovegood, como si las
palabras lo quemaran—. Si queréis asistir, podéis hacerlo...
Harry asintió, y el señor Lovegood se fue.
—Harry —dijo Dumbledore—. ¿Te importaría ir a mi despacho en media hora,
aproximadamente?
—De acuerdo —contestó Harry, y Dumbledore se fue.
Harry miró a Ginny, que al irse el señor Lovegood se había echado a llorar
desconsoladamente, hundiendo su cabeza en la almohada.
Media hora más tarde, tal como le habían dicho, Harry salió solo de la enfermería y
se dirigió al despacho del director, con paso cansado, intentando no encontrarse con
nadie, lo que, afortunadamente, consiguió.
Dumbledore ya le estaba esperando. Harry entró y se sentó frente al escritorio del
director, que lo miró detenidamente.
—¿Cómo te encuentras, Harry? —le preguntó.
—Más descansado, pero... —meneó la cabeza.
—Cargar con la idea de haber provocado la muerte de cuatro personas, aunque
fuesen mortífagos es algo que nunca debería tener que soportarse a los dieciséis
años, pero, lamentablemente...
—No es sólo eso el motivo por el que me siento mal... es... Voldemort me dijo que
todo lo que ha sucedido, todo lo que hizo este año fue para... para hacer que le odiara
más que nunca...
—Sí, me lo imaginaba. Supongo que necesitaba verte lleno de odio para poder
poseerte.
—Sí —confirmó Harry.
—Pero aún así, no lo consiguió... Resististe.
Harry asintió.
—¿Usted lo sabía? —preguntó—. ¿Usted sabía el motivo por el que Voldemort
tiene que matarme? ¿Sabe por qué él no puede vivir si yo estoy vivo?
—Tengo una idea, nada más —admitió Dumbledore—. Supongo que se debe a los
poderes que te transfirió al atacarte; al hecho de que poseas parte de su mente.
—Parte de su esencia —puntualizó Harry—. Me dijo que si yo no moría, él jamás
podría tener una vida completa... jamás podría alcanzar la inmortalidad...
—Jamás abandonará esa obsesión —dijo Dumbledore, bajando la mirada—.
Siempre ha buscado la inmortalidad, y no parará hasta conseguirla.
—Ya casi la tiene —dijo Harry—. ¡No pude matarlo! —exclamó—. ¿Cómo lo haré?
—Explotando su mayor debilidad —explicó Dumbledore—: su falta de humanidad.
Harry miró a Dumbledore interrogativamente.
—¿Y cómo haré eso? ¡No lo sé! No encuentro ese poder que pueda vencerle, ese
poder que él no tiene... ¿Lo tengo por él? ¿Por la cicatriz?
—No —respondió Dumbledore—. ¿No recuerdas la profecía? Ese poder lo
tendrías igual aunque él no te hubiese transferido poderes... porque ese poder,
procede de ti... de tu madre.
—¿De mi madre?
—Dijiste que habías visto cómo Voldemort no había querido matar a tu madre,
¿verdad?
—Sí... no lo hizo porque ella estaba llena de amor, de buenos sentimientos... temía
que pudiera suceder lo que sucedió al final.
—Sí. Tu madre era una persona muy especial. Siempre dispuesta a ayudar a todo
el mundo, incluso a aquellos que la odiaban —contó Dumbledore—. Era realmente
una muchacha muy, muy especial. Siempre guardó afecto por tu tía, a pesar de todo lo
que ella la despreciaba. Y el amor de tu madre por ti era realmente inmenso, Harry,
inmenso e incondicional. Un amor tan grande como ese debe ser tenido en cuenta. El
hecho grandioso de la noche en que Voldemort te atacó no reside simplemente en que
tu madre hubiese muerto para salvarte, cosa que han hecho más personas, sino en el
inconcebible amor que abrigaba tu madre... un amor que has heredado en más de un
sentido, porque está en tu corazón... y en tus venas. Voldemort comparte la protección
que recorre tu sangre, pero no la que está en tu alma. Ése es tu poder, tu fuerza... y su
debilidad.
—Pero no sé cómo usarlo —repuso Harry—. Y él dijo que mis sentimientos, que
mis amigos, eran mi debilidad, que por ellos caía en trampas, que por miedo a lo que
pudiera pasarles no era fuerte, no podía luchar...
—¿Y tú qué piensas? —preguntó Dumbledore—. ¿Crees que tus amigos son tu
debilidad?
—No —respondió Harry, muy seguro de sus palabras—. Sin ellos yo no... yo no
podría hacer nada.
—Exacto. Eso es algo que Voldemort nunca pudo entender, ni siquiera cuando era
totalmente humano.
—Pero yo no sé cómo usar esa debilidad contra él —repitió Harry—. No veo en mí
ese amor tan grande que dice que mi madre me transfirió...
—Harry, ¿con cuántos años lograste hacer un patronus?
—Con trece —contestó Harry, sin entender a qué venía aquello.
—¿Recuerdas lo que es en sí un patronus?
—Una fuerza positiva —dijo Harry.
—Sí... y tú lo hiciste con trece años. Harry, nadie, y digo nadie, antes que tú, había
hecho un patronus corpóreo con trece años. Nadie.
—¡Pero fue suerte! Yo no lo habría hecho si no hubiera sabido, por el giratiempo,
que podía hacerlo.
—Sí, gracias al giratiempo supiste que podías hacerlo... pero lo importante es que
podías. Por eso gracias al giratiempo pudiste verte haciéndolo... las circunstancias te
mostraron que podías hacerlo, pero el hecho de poder, reside en ti —concluyó
Dumbledore—. Harry, un patronus es una fuerza positiva basado en el amor, en
sentimientos humanos... fue viéndote hacerlo cuando vi lo que guardabas dentro...
cuando supe que mis esperanzas en ti no eran vanas.
—Pero, aún así... no sé cómo hacerlo.
—Ya te dije que en eso no podría ayudarte. Tú debes entenderlo. Pero lo que si te
digo, es que las Artes Oscuras no derrotarán a Voldemort. No puedes vencerle con
sus armas.
Harry asintió y se quedó un rato callado, mirando al suelo, mientras sentía la
mirada de Dumbledore sobre él.
—Profesor... Cuando Peter me estaba sujetando, sentí sus pensamientos. Pude
enviarle recuerdos a su mente, hablar con él... y pude ver también recuerdos de
Hermione, y de Ginny... ¿Por qué? ¿Por qué hace eso la Antorcha?
—Sólo tengo una teoría —dijo Dumbledore, con aspecto pensativo—. Creo que se
debe al hecho de que la Antorcha de la Llama Verde use las conexiones, los vínculos
entre los magos. He estado pensando en ello desde que me contaste que podías
encenderla tú solo, y pienso que, cuando la Antorcha se enciende, conecta las mentes
de los magos que se tocan y poseen un vínculo, de acuerdo al mandato de ambos.
Dado que tú manejas la Antorcha tú solo, tú percibes las mentes de los demás.
—Pero, ¿qué vínculo tengo con Ginny, con Peter...?
—Como te dije, cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un vínculo entre
ellos. Ése es el vínculo que había entre tú y Peter, o entre tú y Ginny. También lo hay
entre tú, Ron y Hermione... pero con ellos es diferente, por eso la sensación para ellos
es diferente.
—¿En qué es diferente? —quiso saber Harry.
—En el hecho de que, a Ron y a Hermione, no sólo tú les salvaste la vida a ellos,
si no que también ellos te la han salvado a ti.
Harry pensó en ello, y recordó... él le había salvado la vida a Ron, y Ron a él
también, varias veces aquel año, comenzando por el día del ataque en el Caldero
Chorreante. Había salvado a Hermione, de los dementores, de morir aplastada por
causa de Grawp... y ella le había salvado a él el año anterior, y también la noche
anterior...
—Sí, es cierto...
—El vínculo con ellos es más fuerte, ya sin contar la inmensa amistad que os une,
que un vínculo muy poderoso también —explicó Dumbledore.
—¿Por eso los hechizos de Ron tocan a Voldemort? —inquirió Harry.
Dumbledore le dirigió una mirada extrañada.
—¿Los hechizos de Ron tocan a Voldemort?
—Sí, y también los de Hermione. Los de Neville, sin embargo, no.
Dumbledore se tocó la barba, pensativo.
—Tendré que meditar acerca de eso —fue su respuesta—. Y también lo haré
acerca de que, cuando tú usas tu poder y dejas que la esencia de Voldemort te llene,
ellos puedan sentirlo. Cuando tenga una respuesta, os la daré.
Harry asintió lentamente, y miró a los cuadros de las paredes. La mayoría parecían
dormir, pero algunos sólo fingían y escuchaban la conversación entre alumno y
director.
—¿Hay algo más que quieras comentarme, Harry?
—Voldemort volvió a decirme que me parezco mucho a él, que nuestras infancias
son similares...
—¿Viste su infancia?
—Sí —contestó Harry—. Vi a un chico, John Brandon, y a sus amigos, hacerle la
vida imposible. Él los odiaba... me recordó a mi primo Dudley.
—¿Y piensas que eres como él?
—¡No! Él no habría tenido amigos ni de haber podido. En Hogwarts tampoco tuvo
verdaderos amigos. Nunca le importó nadie, y cuando descubrió quién era, menos
aún.
—Sí, él se dejó llevar por el que creía que era su destino... al contrario que tú. Al
igual que Henry Dullymer.
—Sí, de hecho, Dullymer me recordó mucho a Ryddle... tan engañoso, tan
aparentemente simpático y servicial, tan ambicioso y tan malvado...
—Lord Voldemort siempre ha tenido facilidad para fascinar a la gente, para
arrastrarla a su lado...
—Aún no termino de creerme que fuera un mortífago... Voldemort lo envió porque
sabía que él podría llegar a mí, que usted nunca podría protegerme de un amigo,
porque la amistad y colaboración entre las casas es algo que usted siempre había
deseado.
—Sí, es cierto... aunque yo conozco muy bien a Voldemort, temo que, por
desgracia, también él me conoce mucho a mí. Realmente Henry Dullymer me engañó.
Realmente creí que era la respuesta a mis plegarias... cuando era todo lo contrario.
Harry volvió la vista hacia Fawkes y se quedó mirándolo durante un rato. Todo era
tan horrible... habían ocurrido tantas cosas que aún no las había asimilado por
completo, y no sabía si alguna vez llegaría a hacerlo.
—De verdad siento todo lo que ha pasado —dijo Dumbledore, apesadumbrado.
Parecía más envejecido que en ninguna otra ocasión—. Sabía que éste sería un año
duro, aunque, si te he de ser sincero, Harry, esperaba que lo que ha sucedido esta
noche, los ataques, hubieran empezado antes. No tan fuerte, pero sí que hubiera
empezado hace tiempo. Supongo que Voldemort prefirió concentrarse en sus nuevos
planes... —suspiró—. ¿Sabes por qué organicé el Torneo de Quidditch, Harry? —
preguntó el director.
—Para distraernos —dijo Harry—, y para aumentar los lazos con otros magos...
—Sí —confirmó Dumbledore—. Pero lo hice, sobre todo, por ti.
Harry le miró con asombro.
—¿Por mí?
—Sí. Sé lo que te gusta el quidditch, lo que te distrae... hace que te mantengas
ocupado. Eso fue lo que me dio la idea. Sabía que éste sería un año terrible para ti, y
quería evitar que te preocuparas más de lo necesario, que te distrajeras... Y, aunque
no terminó demasiado bien, creo que, al menos en parte, logré mi propósito.
—Sí —confirmó Harry—. El torneo me ayudó a distraerme, a no pensar en todo lo
que sucedía... si no hubiera sido por ello, creo que me habría vuelto loco.
Dumbledore esbozó una sonrisa triste. Las miradas de ambos se cruzaron, y luego
Harry volvió a mirar hacia Fawkes, que dormitaba.
—Harry —dijo Dumbledore, recuperando su atención—. Respecto a los exámenes
de fin de curso... ni tú, ni Ron, ni Hermione ni Neville tenéis que hacerlos si no os
sentís preparados.
Harry miró al director con detenimiento.
—¿Y Ginny?
A ella, por desgracia, no se le pueden quitar los TIMOs, pero ya me he ocupado
para que pueda examinarse al principio del verano, y tenga tiempo de descansar
antes.
Harry asintió con la cabeza.
—¿Qué haréis vosotros?
—No lo sé —contestó Harry con sinceridad—. Tendré que hablarlo con los demás.
—Está bien. Ahora es mejor que te vayas, Harry. Descansa... Lo necesitas. Has
vivido una experiencia horrible.
Harry se levantó lentamente y comenzó a salir del despacho.
—Sólo una cosa más...
Harry se volvió hacia Dumbledore y lo miró.
—Supongo que no os apetecerá demasiado, pero realmente me gustaría que
acudieseis al comedor hoy.
A Harry, realmente, no le apetecía enfrentar las miradas de sus compañeros, y
respondió:
—Lo intentaré.
Dicho lo cual salió del despacho y regresó a la enfermería. Entró y lo primero que
observó fue que el cadáver de Luna ya no estaba allí.
—Se lo llevaron ya —dijo Hermione, viendo cómo Harry miraba a la cama donde
había reposado el cuerpo de la chica.
Harry asintió y fue a sentarse a su cama. Neville miraba al techo, y Ginny parecía
ida. Harry se tumbó y cerró los ojos durante un rato. Ninguno de sus amigos le
preguntó nada.
Llegó la hora de la comida, y ninguno de los cinco había dicho palabra alguna
desde el regreso de Harry. No había sido necesario. Sólo una mirada bastaba para
entenderse entre ellos. La primera en hablar fue Hermione.
—¿Bajamos a comer al Gran Comedor o nos quedamos aquí? —preguntó.
Nadie contestó durante unos minutos, hasta que lo hizo Harry.
—Dumbledore quería que bajáramos. Será duro, lo sé... pero creo que debemos
hacerlo. Tenemos que hablar con Sarah y... debemos mostrar que somos fuertes;
mostrar que no estamos vencidos... bajemos, pero hagámoslo los cinco juntos... o los
cuatro, si Ginny no puede.
Ron asintió, al igual que Hermione. También Neville estuvo de acuerdo, y Ginny
musitó un «yo también voy».
Se cambiaron y salieron de la enfermería, aún vendados. Ginny caminaba con
paso débil y se apoyaba en Hermione. El castillo estaba silencioso. Todo el mundo
debía de estar ya en el Gran Comedor.
Lentamente y en silencio, bajaron la escalinata de mármol hasta el vestíbulo.
Peeves revoloteaba por allí, y se acercó con intención de meterse con ellos, pero algo
en sus caras hizo al poltergeist desistir de su idea y alejarse hacia los pisos
superiores.
Llegaron ante las puertas de roble del comedor, que estaban cerradas, y
escucharon el bullicio que había en su interior, el cual parecía ser menor que otros
días.
Harry empujó las puertas, que se abrieron, y entró, seguido de sus amigos. Al
hacerlo, todos en el Gran Comedor volvieron las cabezas para mirarlos. Harry se
detuvo y enfrentó sus miradas, al igual que sus amigos.
Harry recorrió con su vista las cuatro mesas y los rostros de sus compañeros. No
sabía cuánto sabrían de lo que había pasado la noche anterior, pero desde luego,
sabía lo que mostraban aquellos rostros que le miraban: admiración.
Harry miró a la mesa de Ravenclaw, que era la más triste, y su mirada se cruzó
con la de Cho, que parecía muy afligida. Se miraron unos segundos antes de que
Harry se fijara en los estandartes negros que decoraban el comedor: un tributo a Luna
y a los muertos en el Ministerio, seguramente.
Observó la mesa de Slytherin, y miró a Draco Malfoy, que parecía más furioso de
lo que Harry lo había visto nunca. Daba la impresión de que parecía a punto de salir y
saltar sobre ellos. Harry le sostuvo la mirada un instante antes de fijarse en Sarah, que
se levantó al verles. Sus ojos estaban rojos y las lágrimas le corrían por la cara. Se
acercó a ellos lentamente y Harry la miró con compasión.
—¡Harry...! —dijo, llorando—. Harry... dime que no es cierto... dímelo, Harry... dime
que Henry no es un asesino, por favor...
Harry la miró y luego bajó la cabeza, desviando la vista.
—Lo siento, Sarah...
La chica empezó a llorar más aún. Neville se adelantó con cierta timidez y luego la
abrazó, ante la atenta mirada de todos en el comedor.
—¡Me engañó! —gritó Sarah—. ¡Me engañó, Neville! ¡Todo este tiempo, sólo era
una mentira...! ¡Y ahora está muerto!
Hermione bajó la cabeza. Los ojos ya habían empezado a vidriársele. Ron se
acercó a ella y la abrazó.
—Él... él te quería, Sarah... —dijo Hermione—. Quiso mantenerte al margen de
todo... tú eras lo único en lo que no mentía. De veras le gustabas.
Las palabras de Hermione, en lugar de hacer que Sarah se sintiera mejor, le
hicieron llorar más aún.
Harry le puso una mano en el hombro a Sarah y repitió:
—Lo siento...
Quitó la mano y se dirigió a la mesa de Gryffindor, donde se sentó. Hermione le
siguió, mientras Ron sostenía a Ginny y la llevaba a la mesa. Neville siguió abrazando
a la chica y la condujo también a la mesa de Gryffindor. Ella se dejó llevar.
Los seis se sentaron, sin decir nada. Todos los Gryffindors les miraron, dándoles
apoyo aunque no abrieran la boca.
La comida transcurrió en silencio. Apenas nadie hablaba. Harry observó a sus
compañeros mientras comía. Muchos tenían caras tristes y preocupadas:
probablemente, parientes de aquellos que habían muerto o sido heridos en el ataque
al Ministerio de la noche anterior. Sarah, por su parte, apenas probaba bocado, y
seguía llorando en silencio. Neville la miraba con ternura y lástima, sin saber qué
hacer ni qué decirle.
Cuando la comida estaba a punto de terminar, Dumbledore se puso en pie y todas
las miradas se dirigieron a él.
—Antes de deciros nada —dijo—, quisiera haceros saber que me gustaría mucho
no tener que decir lo que tengo que decir, pero es necesario. Supongo que la mayoría
de vosotros ya tendréis una idea general de lo sucedido ayer, tanto en el Ministerio de
Magia como aquí, y sabréis por qué faltan hoy dos alumnos a esta comida.
»Lamento profundamente tener que comunicar que el motivo por el que Henry
Dullymer, alumno de quinto curso de la casa Slytherin, y Luna Lovegood, alumna de
quinto de la casa Ravenclaw, no están hoy aquí, es porque ambos están muertos. —
Los alumnos de Ravenclaw bajaron la mirada, y algunos de Slytherin apretaron los
puños—. Me duele profundamente deciros —continuó Dumbledore— que Henry
Dullymer estaba aquí a las órdenes de Lord Voldemort. —Muchos alumnos profirieron
un gemido, un grito, o ambas cosas, a pesar de que la mayoría habían oído las
palabras de Sarah—. Él atacó a Hermione Granger en Halloween, él usó la maldición
cruciatus contra Neville Longbottom, él hechizó a Harry Potter el día del ataque de los
dementores, él utilizó la maldición imperius contra Richard Warrington, él le envenenó
después, él atacó a Cho Chang y a Michael Corner en un pasillo, y lo peor: hechizó a
Aldus Birffen para hacerle parecer culpable y le obligó a suicidarse.
La mayoría de los alumnos estaban horrorizados, pues no les parecía posible que
alguien tan simpático como Henry Dullymer hubiese hecho algo así. Harry miró a
Sarah, que se había ido poniendo más pálida con cada palabra de Dumbledore, y que
ahora estaba abrazada a Neville, llorando de nuevo.
—Henry Dullymer fue el responsable del secuestro de Ginny Weasley, ocurrido
ayer, y fue el que envió a Harry Potter, a Ronald Weasley, a Hermione Granger, a
Neville Longbottom y a Luna Lovegood a una trampa preparada por Lord Voldemort.
La mayoría de miradas se volvió hacia la mesa de Gryffindor, pero ni Harry, ni Ron,
ni Hermione ni Ginny apartaron la mirada de Dumbledore, que los miró a su vez;
Neville seguía abrazando a Sarah, intentando consolarla.
—A ellos quería referirme hoy especialmente —prosiguió el director—. Ellos fueron
lanzados a esa trampa, y para ello atacó Lord Voldemort el Ministerio de Magia: con el
único fin de alejarme a mí y a la mayoría de profesores de Hogwarts. Sin embargo, los
planes de Lord Voldemort fueron frustrados una vez más: este grupo de alumnos, sin
duda extraordinario, logró vencer y huir de Voldemort y sus mortífagos. Permanecieron
unidos en todo momento, dispuestos a luchar y a morir los unos por los otros, y
salieron victoriosos. No se dejaron intimidar, ni asustar, ni camelar con ofrecimientos
de poder y gloria. Hicieron lo correcto, aunque fuese lo difícil, y con ello, muchas vidas,
quizás más de las que podríamos imaginar, fueron salvadas. Henry Dullymer murió en
la batalla, a causa de una maldición asesina del propio Lord Voldemort, una maldición
que tenía por objetivo a Harry Potter.
Harry sintió que todas las miradas caían en él en ese momento, pero no prestó
atención.
—Y a él, a Harry, quería referirme especialmente, porque ha mostrado más valor y
más poder del que jamás hubiese creído posible: se enfrentó en combate a Lord
Voldemort, y le venció.
Ante esto, murmullos de admiración se elevaron. Esta vez Harry sí miró a sus
compañeros, que le veían con sorpresa, y finalmente, sus ojos se detuvieron en Malfoy
y sus amigos, cuyas caras habían pasado de una expresión de mal humor a otra de
incredulidad total, sorpresa e incluso miedo.
—Pero no le venció solo, porque no estaba solo: alguien dio su vida para salvarle,
alguien salvó su propia alma muriendo para hacer lo correcto, para darnos a todos una
nueva oportunidad. Alguien que equivocó el camino, pero que rectificó a tiempo: Peter
Pettigrew. Por su parte, Luna Lovegood, a pesar de su valentía y de haber logrado
escapar de la casa a donde habían sido conducidos, fue asesinada a traición por un
mortífago.
Harry dirigió una feroz mirada a Malfoy, y vio que Ron hacía lo mismo.
—Algo debemos sacar de todo esto, y es que el poder no lo es todo, porque la
amistad, el amor y el valor son a veces mucho más fuertes de lo que imaginamos, y
debemos aprender que somos capaces de las cosas más increíbles cuando nuestros
seres queridos están en peligro. Ayer, Harry salvó su vida con un sacrificio, con un
sacrificio de un antiguo enemigo. Un enemigo al que Harry había perdonado la vida en
una ocasión. Esto nos enseña que siempre, siempre debemos hacer lo correcto,
porque tarde o temprano, el bien que hacemos tiene su recompensa, si no en
nosotros, sí en nuestros seres queridos. Ellos vencieron ayer, contra toda previsión,
porque estaban unidos; porque recordadlo siempre: solos no somos nada, pero unidos
lo somos todo; unidos somos más fuertes; unidos podemos enfrentarnos a cualquier
cosa. Recordadlo; recordadlo por la gente que ayer murió injustamente, por la gente
que ayer fue herida, por la gente, muchos de vosotros también, que ayer perdió a
familiares, amigos, conocidos. Recordad siempre a aquellos que dieron su vida, o que
la arriesgaron, para que pudiésemos vivir en un mundo un poco mejor.
»Y por ello quiero pediros un aplauso para todas las víctimas del Ministerio de
Magia, y por Luna Lovegood.
Todo el mundo, excepto algunos de Slytherin, se pusieron en pie y aplaudieron con
fuerza durante varios minutos. Cuando los aplausos finalizaron, Dumbledore habló de
nuevo:
—Y ahora quisiera pedir un nuevo aplauso por Harry Potter, Ronald Weasley,
Hermione Granger, Neville Longbottom y Ginny Weasley.
De nuevo los aplausos atronaron el Gran Comedor, sobre todo en la mesa de
Gryffindor. Sarah aplaudía con todas sus fuerzas, mientras algunas lágrimas seguían
bajando por su cara, pero miraba a Neville y, por primera vez en el día, sonreía.
—Recordad a todos aquellos que murieron por nosotros —terminó Dumbledore—.
Recordadlos, y haced lo correcto.
El director se sentó de nuevo, y los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor.
Harry, Ron, Hermione, Neville, Ginny y Sarah acababan de salir al vestíbulo, que
estaba lleno de estudiantes que los miraban, cuando una voz arrastrada los hizo
detenerse.
—No creáis que voy a olvidar lo que le hicisteis a mi padre —amenazó Draco
Malfoy, mirándolos con odio, al igual que Crabbe y Goyle.
En el vestíbulo se hizo el silencio. Harry se volvió lentamente, y miró a Malfoy
fijamente, con expresión seria y amenazante.
—¿Qué le hicimos, Malfoy? —preguntó Harry.
—Lo sabes bien, Potter.
—¿No quieres decirlo? ¿No quieres decir que Ron y Hermione, una sangre sucia y
un pobretón, le lanzaron a tu padre una maldición tan potente que está en San Mungo,
completamente loco y con pocas esperanzas de recuperación? —dijo Harry
mordazmente.
Malfoy enrojeció, de ira y de vergüenza, mientras en el vestíbulo se elevaban los
murmullos.
—Fuisteis vosotros... —escupió, mirando a Ron y Hermione. Estos le devolvieron
la mirada.
—¿Y sabéis por qué lo hicimos? —preguntó Ron en voz alta—. Lo hicimos porque
el cerdo asesino de tu padre mató a traición a Luna. ¡Él la asesinó!
Gritos y murmullos de indignación y rabia llenaron el vestíbulo, mientras Malfoy
retrocedía, temeroso de las miradas que todo el colegio le dirigía.
—Sí, la mató a traición porque no fue capaz de matarla frente a frente —añadió
Hermione—. Ella le venció.
Harry miró a Draco, que temblaba, y se volvió.
—Adiós, Malfoy.
Ron, Hermione, Ginny, Neville y Sarah se volvieron también.
—¡Esto no queda así! —gritó Malfoy, sacando su varita, al igual que Crabbe y
Goyle.
Pero Harry fue mucho más rápido. Sin apenas volverse, sacó su varita, la dirigió
hacia los tres Slytherins y la agitó levemente.
La punta de la varita emitió un destello y Malfoy, Crabbe y Goyle fueron lanzados
hacia atrás, contra la pared, y quedaron allí, tendidos y humillados.
Harry guardó la varita y, acompañado por sus amigos y bajo la mirada del resto del
colegio, subió la escalinata para dirigirse a la sala común de Gryffindor.
42
¿Esperanza?
Aquella tarde, tras llevar a Ginny de nuevo a la enfermería, Harry, Ron, Hermione y
Neville estuvieron en la habitación de los chicos de sexto curso. Harry les habló acerca
de su conversación con Dumbledore, y les comentó que no tendrían que hacer los
exámenes si no querían. Realmente, a Harry no le apetecía mucho tener exámenes
después de lo que había pasado, y a Ron tampoco, pero, por otro lado, sería una
distracción, algo que los ayudaría a no pensar demasiado en lo sucedido. Para
sorpresa de todos, también Hermione dudaba sobre qué hacer, pero, al final, dijo que
era mejor que los hicieran, y, también para sorpresa de ella, Harry, Ron y Neville
estuvieron de acuerdo.
Sin embargo, a ninguno de los cuatro les apetecía hacer nada aquella tarde, así
que se quedaron mucho tiempo en la habitación, pese al buen tiempo que hacía fuera.
Harry observó los terrenos del colegio por la ventana, dándose cuenta de que el
bullicio del exterior era mucho menor que otros años por las mismas fechas. Había
alumnos fuera, sí, estudiando bajo los árboles, o junto al lago, pero estaban
silenciosos, como apagados.
Ron decidió enviar una carta a Grimmauld Place, preguntando por su padre, por
Percy y por todos. También Hermione añadió una nota para sus padres, diciéndoles
que estaba bien. Hedwig la llevó.
Un poco antes de la hora de la cena, los cuatro bajaron a la sala común, atrayendo
las miradas de los demás alumnos que estudiaban o pasaban el tiempo allí. Neville se
despidió de ellos y salió de la sala, mientras Harry, Ron y Hermione se sentaban cerca
de la chimenea, en silencio.
Lentamente, Parvati, Lavender, Seamus y Dean los rodearon.
—¿Qué tal estáis? —preguntó Parvati.
—Intentando sobrellevarlo —contestó Harry.
—Debió de ser horrible, ¿verdad? —dijo Dean.
—No creo que puedas hacerte una idea —respondió Ron sin mirarle.
Se hizo el silencio, hasta que Seamus miró a Harry.
—Harry... —El chico levantó la mirada— ¿de verdad venciste a Voldemort?
Harry le miró durante un instante, con expresión muy seria.
—No exactamente. Estaría muerto de no ser por Hermione y por Pettigrew...
—Pero, entonces...
—Al matar a Pettigrew, Voldemort se... se hizo daño por... bueno, da lo mismo.
Entonces yo tuve tiempo y le... —dudó si decir lo que seguía, pero al final habló— le
lancé un Avada Kedavra.
Parvati y Lavender profirieron sendos quejidos, asustadas. Dean abrió mucho la
boca y Seamus parecía impresionado.
—¿Eso quiere decir que le... le mataste?
—No —respondión Harry, con pesar—. Le debilité, le hice daño, y le obligué a irse,
pero no le maté. Ni siquiera se desmayó. No se le puede matar así.
—¿No... no murió con la maldición asesina? —preguntó Dean, muy sorprendido—.
Pero si nadie puede sobrevivir a ella, es decir...
—Sí se puede —replicó Harry—. Él puede... él hizo... da igual —dijo, poniéndose
en pie de pronto. Tenía que salir de allí. Se dirigió al agujero del retrato y salió de la
sala común.
Caminó por el castillo, por los pasillos desiertos, sin rumbo fijo. Finalmente, terminó
en el exterior. Muchos alumnos le saludaban al pasar, pero Harry apenas hacía caso
de ninguno. Llegó hasta la cabaña de Hagrid, que estaba silenciosa, y Fang salió a
saludarle. Harry acarició la cabeza del perro distraídamente, pensando en donde
estaría su amigo, en si se encontraría bien...
Lentamente, se alejó de la cabaña y se acercó al lago. Se sentó cerca de unos
arbustos, alejado de todo el mundo, y observó cómo el calamar gigante se movía en el
agua.
Pensó en por qué había huido así de la sala común... y la única respuesta que
halló fue que tenía miedo. Miedo de lo que significaba que Voldemort hubiera
sobrevivido a su maldición, miedo de sus planes para con Ginny... miedo de lo que
pasaría ahora. Dumbledore le había dicho que el hecho de que Harry hubiera podido
hacer un patronus a tan temprana edad había significado una esperanza para él, pero
Harry no veía tal esperanza. No veía la forma de acabar con Voldemort.
Se quedó allí sentado durante bastante tiempo, solo, en tranquilidad. Ni siquiera
acudió a cenar. Estuvo allí hasta que vio a Ron y a Hermione paseando junto al lago,
cogidos de la mano. Quizás le estaban buscando. Lentamente, se levantó y se acercó
a ellos, que le miraron con alivio.
—¡Llevamos mucho tiempo buscándote! —dijo Hermione.
—Me apetecía estar solo un rato... —contestó Harry, como disculpándose.
—Lo comprendemos, Harry. No tienes que disculparte —dijo Hermione.
—Pero podías avisar —añadió Ron.
—¿Fuisteis a cenar? —preguntó Harry, mientras los tres se encaminaban al
castillo de nuevo. El Sol estaba ya poniéndose.
—No —contestó Hermione—. No nos apetecía bajar al Gran Comedor. Dobby nos
trajo algo a la sala común.
—¿Y Neville?
—Él sí bajó, con Sarah...
—Ah... vale.
—¿Tú no quieres cenar nada? —preguntó Ron—. Podemos bajar a las cocinas, si
quieres...
—No, no tengo hambre, gracias —respondió Harry.
Subieron a la sala común y se sentaron en unas butacas, cerca de la ventana.
—Mirad —dijo Hermione, mirándolos con cierto temor—. Ya sé que no tenemos
por qué, y que seguramente no tenéis ganas, pero, si vamos a hacer los exámenes
deberíamos...
—De acuerdo —respondieron Ron y Harry a la vez.
—¿De verdad? —dijo Hermione, gratamente sorprendida.
—Eso nos distraerá —explicó Harry.
—Vale, entonces sugiero que empecemos con Po... —dijo Hermione, momento en
que fueron interrumpidos por Colin Creevey.
—¡Harry, Harry! —chilló—. No he tenido ocasión de decírtelo, Harry, pero ¡me
parece que sois geniales todos, sobre todo tú!
—Gracias, Colin —dijo Harry, algo apabullado ante la emoción del joven.
—¿Puedo sacaros una foto, Harry? ¿Puedo?
Ron miraba a Colin como si estuviera viendo a Snape bailar con falda. Harry y
Hermione cruzaron una mirada exasperada.
—Está bien, Colin —concedió Harry, esperando así que el chico le dejara en paz
de una vez.
—¡Gracias! ¡Te daré una copia, te lo prometo!
—De acuerdo, de acuerdo...
Colin hizo tres fotos y finalmente les dejó, con lo que los tres amigos pudieron
ponerse a estudiar Pociones, que sería el primer examen que tendrían, el martes de la
siguiente semana, a las nueve de la mañana.
Harry no tenía demasiadas ganas de estudiar, y menos pociones, porque
constantemente mezclaba en su cabeza ingredientes de lo que leía con recuerdos de
lo que había visto, y se encontraba pensando en las pociones que había visto hacer en
los recuerdos de Voldemort. Curiosamente, recordaba todo, y además, se descubrió
en varias ocasiones pensando cosas como «sangre de un mago, ingrediente muy
poderoso en las pociones de Artes Oscuras, pues...». ¿Cuánto habría aprendido de lo
que había visto, de lo que había despertado en su interior? En el combate contra
Voldemort se había librado de cuerdas sin usar su varita, había hecho un montón de
cosas que ahora difícilmente recordaba cómo se hacían...
—¡Harry!
—¿Qué? —exclamó, levantando la vista de sus apuntes.
—Llevas un rato en las nubes. ¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione.
—Nada —contestó—. Sólo pensaba... recordaba cosas...
—Tienes que procurar concentrarte...
—Ya lo sé, Hermione, pero no es tan sencillo cuando cada cosa que leo me
recuerda a las pociones de Voldemort y a sus propiedades útiles en las Artes
Oscuras...
—¿Recuerdas cosas de ésas? —preguntó Ron, sorprendido.
Harry asintió.
—Bueno, tal vez deberíamos estudiar otra cosa, entonces... —sugirió Hermione,
mirando a Harry con preocupación.
—No, da igual —dijo Harry—. Seguiré con esto. Intentaré concentrarme más en
esto y no pensar demasiado...
Y así lo hizo, pero, cuando llevaba veinte minutos se levantó de pronto.
—¡No hemos ido a ver a Ginny! —exclamó.
—Nosotros sí —dijo Ron, mirándole—. Cuando te estuvimos buscando, también
miramos allí y la vimos, pero la señora Pomfrey le había dado una poción para que
durmiera hasta mañana, así que no hablamos con ella...
—Ah, vaya... —dijo Harry, volviendo a sentarse. Realmente le hubiera gustado
hablar con ella un rato...
Los tres amigos estuvieron estudiando aproximadamente hasta las diez y media,
hora en que decidieron ir a acostarse.
Tu madre
Harry terminó de leer la carta y miró a sus amigos. Ron esbozaba una ligera
sonrisa de alivio, pero Hermione parecía preocupada, y se mordía el labio inferior
mientras removía su cuenco de gachas de avena.
—Menos mal que mi padre está bien —dijo Ron.
—Percy, sin embargo... —dijo Harry—. ¿Qué le pasará?
—No lo sé —contestó Ron. Miró hacia Hermione y le preguntó—: ¿Qué te pasa,
Hermione?
—Son mis padres —respondió ella—. Debieron estar preocupadísimos... después
de lo que me pasó, meterme ahora en esto...
—No fue culpa tuya, y estás bien. Eso es lo importante —dijo Harry.
—Sí, pero...
—Vamos, no te preocupes. Ellos están a salvo, y los verás pronto. Y será mejor
que nos vayamos o llegaremos tarde a Pociones —añadió, mirando al reloj.
Así que se levantaron y se dirigieron a clase de Pociones, donde, por primera vez
desde el día anterior a mediodía, se encontraron a Draco Malfoy de frente, que los
miró con el odio más profundo del que era capaz, al igual que Crabbe y Goyle. Harry,
Ron y Hermione procuraron ignorarlos y entraron en la mazmorra.
Unas dos horas más tarde, cuando la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras
terminó, Dumbledore pidió a Harry, Ron, Hermione y Neville que se quedaran un
momento.
—Como sabéis, hoy, a las cinco de la tarde, es el entierro de Luna —les dijo, una
vez los demás estudiantes hubieron salido del aula.
—Lo sabemos —dijo Harry.
—Si asistís, estad a las cuatro y media en el Gran Comedor, donde un traslador os
llevará hasta la casa de los Lovegood.
—De acuerdo. Allí estaremos —contestó Harry, antes de salir del aula con sus tres
amigos y dirigirse hacia la clase de Encantamientos.
LUNA LOVEGOOD
Aquella noche, cuando se fue a la cama, Harry no sentía ningún deseo de dormir,
ni tampoco se sentía cansado. Estuvo dando vueltas en la cama un buen rato, mucho
tiempo después de que todos sus compañeros se hubieran dormido. No podía apartar
de su mente la lápida de la tumba de Luna, ni la imagen de Lucius Malfoy lanzando la
maldición asesina que había acabado con la vida de la chica. Intentó relajarse,
apartando de su cabeza aquellos pensamientos y finalmente, aunque le costó, logró
dormirse.
Soñó. Estaba en la casa de los mortífagos, corriendo por pasillos sin fin. Hermione
iba a su lado, pero los pasillos no se terminaban, y no encontraban a Ginny. Entonces,
encontraban una salida al exterior, y estaban todos juntos, Ginny incluida, pero
aparecía Lucius Malfoy, diciendo burlonamente «personalmente tengo una cuenta
pendiente con esa chica rubia...» y, al instante, Luna caía fulminada. Harry gritaba,
pero Malfoy sólo se reía más y más. Entonces aparecía Bellatrix, que también se reía
como loca, burlándose de Harry: «La echas mucho de menos, ¿eh? ¿La querías
mucho, pequeño Potter?». Harry no podía parar de gritar, y sus amigos parecían todos
petrificados. Los mortífagos comenzaban a rodearles, y entonces...
...El sueño cambió. Cambió totalmente. Harry se encontraba en una habitación
oscura, muy oscura. Pero sabía que era un habitación, aunque no sabía dónde estaba.
La habitación estaba vacía, pero aún así algo la llenaba. Algo bueno... algo
maravilloso. Podía percibirlo... podía sentir su proximidad... pero, ¿la proximidad de
qué? Vio que, frente a él, algo como un punto rojo brillaba débilmente. ¿Qué era?
Harry intentó acercarse, porque quería tocarlo, y entonces...
—Hola Harry —oyó que decían, a su espalda. Se volvió y vio a Luna, pero muy
distinta, como si tuviera luz propia. Sonreía.
—¿Luna? ¿Eres tú?
—Sí, Harry. Soy yo...
—Pero no puede ser, estás... estás... tú... hoy fue tu...
—Lo sé, Harry... pero, ¿no recuerdas lo que te dije?
—¿Que los muertos nos hablan en los sueños?
—Sí... pero sólo si los escuchas.
—¿Y por qué te escucho a ti y nunca escuché a los demás?
—Esta habitación es muy especial, Harry...
Harry miró a los lados, sin comprender. No había nada, y, sin embargo, notaba
algo... algo bueno.
—¿En qué es especial?
—No vengo a hablar de eso, Harry... no tengo tiempo... no puedo explicarte lo que
es... sólo quiero decirte que tú tampoco tienes la culpa de lo que me pasó. No os
guardo rencor... a ninguno.
—Luna, yo...
—No, Harry. Estoy bien... lo siento mucho por mi padre, pero ahora estoy con mi
madre, y juntas le cuidaremos.
—Pero Luna, eras tan joven...
—Sí... me gustaría al menos haberle dado un beso a Ronald, pero bueno... él ya
tiene a Hermione.
Harry frunció el entrecejo.
—¿Te gustaba Ron?
—Un poco —confesó—. Pero no estoy aquí por eso... sólo quería decirte que
gracias por todo a ti también. Nunca había tenido verdaderos amigos... Y también
recordarte que no olvides que hay esperanza. Siempre queda esperanza. Cuídate
Harry... espero que nos veamos... algún día...
—Luna, ¡espera! —exclamó Harry—. Esto... ¿esto en un sueño... o es real?
Luna sonrió, y desapareció lentamente.
—Hasta pronto, Harry...
—¡Luna, espera! ¡Luna!
—¡Luna! —chilló, levantándose de pronto. Estaba en su cama.
—Harry, ¿estás bien? —preguntó Ron, adormilado.
—Sí, sí... sólo fue un sueño... creo...
Volvió a tumbarse en la cama. ¿De veras sólo había sido un sueño? No lo sabía...
pero, fuera realidad o fuera ficción, se encontraba mejor. Mucho mejor. Había sentido
algo en aquella sala, algo que le hacía sentir bien. «Es una sala muy especial», había
dicho Luna... ¿Qué era? Fuera lo que fuese, se había sentido cerca de algo... de algo
bueno, pero que no podía concretar. Algo que le había hecho sentirse... feliz por unos
instantes.
—Hasta pronto, Luna —murmuró, antes de volver a dormirse, esta vez sin soñar.
La mañana siguiente, Harry se levantó con más ganas que ninguno de los dos días
anteriores. Se encontraba mucho más enérgico, más contento. Quizás se debía al
sueño. No lo sabía, y, realmente, no le importaba. Estaba algo más contento, más
esperanzado, aunque fuese sin razón aparente, y eso era bueno.
Esperó en la sala común a que bajaran sus amigos. Hermione fue la primera, y
Ron bajó cinco minutos después. Al ver a su amigo, Harry esbozó una sonrisa,
recordando lo que Luna le había dicho en el sueño. ¿Sería verdad? No lo sabía, pero,
por los extraños comportamientos de Luna respecto a Ron, sobre todo el año anterior,
podría pensarse que sí...
—¿Por qué sonríes? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Tengo algo en la
cara?
—No, por nada —dijo Harry.
—Pareces más contento —observó Hermione, dirigiéndole una mirada inquisitiva.
—Sí... no sé por qué será, pero me siento mejor.
—Bueno, la verdad, yo también —declaró Hermione—. No demasiado, pero sí un
poco. Es extraño...
—Yo también lo he notado —añadió Ron.
Harry no dijo nada. Había pensado si contarles su sueño, pero Hermione no creía
demasiado en cosas de ese tipo, y decidió que era mejor callárselo por el momento.
Tal vez no fuera nada. Así pues, mientras bajaban hacia el Gran Comedor, empezó a
hablar sobre las clases y lo que harían por la tarde.
Así, fueron pasando los días hacia los exámenes. Los tres amigos parecían estar,
quien sabe por qué, un poco más alegres, y estudiar los distraía. Por otra parte,
parecía que sus conocimientos sobre magia hubiesen aumentado mucho desde su
reciente aventura, cosa que sorprendía bastante a Ron y a Hermione, y no tanto a
Harry, quien ya se había dado cuenta que algo raro le había pasado en su
enfrentamiento con Voldemort. Probablemente todos sus recuerdos, conocimientos
ocultos y poderes habían despertado por fin...
Ginny, por su lado, parecía casi totalmente recuperada, y no mostraba síntomas de
nada raro. Sin embargo, todavía estaba apagada y se negaba a hablar de lo que le
había pasado cuando Voldemort la había hechizado. Cada vez que alguien intentaba
decirle algo al respecto, ella rehuía el tema y comenzaba hablar de otra cosa, o
simplemente cerraba los ojos y negaba con la cabeza.
Por fin llegó el día uno de junio, y, con ello, los exámenes, que se prologaron
durante toda esa semana y la siguiente. Harry, Ron y Hermione quedaron bastante
contentos de los resultados, descubriendo que, pese a lo que les había pasado, eran
muy buenos en magia. Harry no se sorprendía demasiado de lo que podía hacer,
aunque no se lo comentaba a nadie, pero sí se extrañaba ante lo que hacían sus
amigos. Ron, por ejemplo, en el examen de Transformaciones había realizado un
extraordinario hechizo comparecedor que había dejado a McGonagall con la boca
abierta. Incluso Ron mismo se había sorprendido. Harry lo miró durante un rato,
repitiéndose la misma pregunta que lo reconcomía cada vez más a menudo. ¿Qué les
había pasado a Ron y a Hermione? Y, como siempre, la respuesta se le escapaba. Ni
siquiera Dumbledore había sabido responderle.
Hermione, por su parte, estaba haciéndolo excelentemente, como era normal en
ella, y obtuvo la máxima puntuación en todos los exámenes. El día que dieron los
resultados sonrió como no lo había hecho en semanas. Harry, por su parte, obtuvo la
nota máxima (con honores) en Defensa Contra las Artes Oscuras, e igualó a Hermione
en Transformaciones y Encantamientos; Ron, así mismo, obtuvo también la nota
máxima en Defensa Contra las Artes Oscuras y en Transformaciones, e incluso Neville
obtuvo también la máxima nota en Defensa Contra las Artes Oscuras. En Pociones,
Harry obtuvo un notable alto, para sorpresa suya y de Snape, que le miró con
extrañeza el día en que publicaron las notas.
La única que ese día estaba algo triste era Ginny, pues ella aún tendría que
superar los TIMOs a principios de julio, y por tanto aún tenía mucho que estudiar.
Durante los siguientes días, Harry, Ron y Hermione pasaron mucho tiempo
paseando alrededor del lago, o sentándose bajo el haya, hablando, o simplemente
caminando, disfrutando de la mutua compañía que se daban. Harry fue
paulatinamente contándoles todo lo que había visto en la mente de Voldemort, y todo
lo que había pasado entre ellos dos. Hermione se quedó completamente horrorizada
cuando Harry les describió las terribles escenas que había presenciado.
Otras veces se acercaban a la cabaña de Hagrid, que seguía vacía, y estaban un
rato con Fang. Los tres habían sacado excelentes notas en Cuidado de Criaturas
Mágicas, y deseaban fervorosamente que Hagrid estuviera allí para poder contárselo.
Pero Hagrid seguía en Escocia, con los aurores, y sólo sabían algo de ellos por los
periódicos, pero nunca gran cosa. Al menos, como Ron decía, la ausencia de noticias
eran buenas noticias, dado el caso.
Así, en relativa calma y tranquilidad, transcurrieron los días hasta llegar el día de
fin de curso y el banquete.
Como todos los años, la comida resultó excepcional, pero el ambiente era mucho
menos festivo de lo que debería. En ese banquete se entregaba la Copa de las Casas,
que, por puntos, debería corresponder a Gryffindor, pero en lugar de la decoración
dorada y escarlata había estandartes y crespones negros, en señal de duelo.
Harry estaba sentado entre Neville y Ginny, que seguía bastante triste, pese a
todos los intentos de sus compañeros y amigos por animarla. En los últimos tiempos,
Luna había sido su mejor amiga, y ahora la había perdido. Por otro lado, las secuelas
de lo que había vivido en aquella casa, fuera lo que fuese, no se habían borrado de
sus ojos. Harry había intentado de todo, pero no conseguía animarla, y había llegado a
la conclusión de que sólo necesitaba tiempo, como él lo había necesitado el año
anterior.
El banquete transcurrió en relativo silencio, hasta que, al finalizar, Dumbledore se
puso en pie para su tradicional discurso de despedida.
—Queridos alumnos, aquí estamos, de nuevo, ante el fin de otro curso. Un curso,
que, desde luego, ha resultado mucho más movido de lo que sin duda habríamos
deseado.
Se detuvo un momento, mirando a todos lentamente, mientras los alumnos le
devolvían la mirada.
—La mayoría de cosas que me gustaría deciros hoy, os las he dicho ya hace unas
semanas, pero, aún así, me gustaría repetir algunas. Me gustaría recordaros a una
persona que no está hoy con nosotros en esa mesa —dijo, señalando a la mesa de
Ravenclaw—, sólo por haber intentado ayudar a una amiga. También faltan otras dos
personas allí —agregó, señalando esta vez a la mesa de Slytherin—. Aldus Birffen,
que, por desgracia no volverá nunca con nosotros, y Richard Warrington, que aún
sigue en el Hospital San Mungo, aunque, afortunadamente, parece mostrar síntomas
de mejoría.
»Ningún delito cometieron esos alumnos, esos muchachos, para sufrir lo que
sufrieron. La única razón de lo que les pasó está en la maldad, en la horrible e
inhumana maldad de Lord Voldemort y de sus seguidores. Por eso os pido, que hagáis
lo que hagáis, decidáis lo que decidáis, penséis siempre en lo que es justo y lo que no,
en lo que está bien y en lo que no, en lo que os gustaría para vosotros y en lo que no
os gustaría; haced siempre lo correcto, porque nunca se sabe cuándo necesitaremos
ayuda, ni quién será la única persona que pueda dárnosla. Recordadlo, y procurad
estar unidos, porque todos, con nuestras diferencias, somos más fuertes cuando
estamos juntos.
»Que tengáis un buen verano —terminó el director, volviendo a sentarse.
Los alumnos comenzaron a levantarse para regresar a sus salas comunes. La
mayoría todavía tenía que recoger las cosas para regresar a casa al día siguiente.
Harry no era una excepción, ni tampoco Ron. Hermione, en cambio, ya lo tenía todo
listo.
Cuando se disponían a salir del Gran Comedor, Cho se acercó a Harry.
—Hola, Harry...
—Hola Cho.
—Harry, yo... yo quería despedirme de ti. Hoy es mi última noche en Hogwarts —
dijo, con un aire nostálgico, mientras dirigía una mirada a todo el Gran Comedor—.
Voy a echar esto mucho de menos... y también a mucha gente. Incluido tú.
—Gracias... —dijo él, halagado.
—Apenas hablamos desde lo que pasó, y yo quería decirte que eres muy valiente,
Harry. Que todos lo sois... de veras es increíble que lograras vencer a Vo-Voldemort...
—Bueno, en realidad no le derroté —matizó Harry.
—Da lo mismo. Te enfrentaste a él y saliste con vida. Ganaste... él no pudo
contigo. De verdad eres fantástico, y me reafirmo en lo que te dije en Navidad: me
alegro muchísimo de haberte conocido... Me ayudaste mucho... a todos nos has
ayudado.
—No fue para tanto —dijo Harry, queriendo parecer modesto, aunque muy
halagado.
—Sí, si lo fue... Creo que sacaré una excelente nota en el EXTASIS de Defensa
Contra las Artes Oscuras.
—Me alegro —dijo Harry—. ¿Qué harás el año que viene?
—Me gustaría meterme a jugadora profesional de quidditch, pero no sé si lo
conseguiré. Si no, me gustaría trabajar en el negocio familiar. Mi familia posee
terrenos con cultivos mágicos que vendemos para hacer pociones y demás. Es algo
que siempre me gustó, aunque prefiero el quidditch.
—Seguro que lo conseguirás; eres buena jugadora.
Cho le sonrió.
—Bueno, Harry... espero que nos veamos algún día. Cuídate y que tengas mucha,
mucha suerte.
—Lo mismo te digo.
Cho se acercó a él y lo besó suavemente en la mejilla.
—Adiós, Harry...
—Adiós Cho...
Ella salió del Gran Comedor, donde apenas quedaba ya nadie, Harry la miró un
rato. Su primer amor, su amor frustrado. Afortunadamente, ya superado. Ahora ella era
feliz, y él... bueno, ¿quién sabía? Quizás la respuesta a su felicidad estaba muy
cerca...
Suspiró y se dirigió a la torre de Gryffindor, para recoger sus cosas.
En la sala común reinaba un gran alboroto, pero Harry no hizo caso. Allí no estaba
ninguno de sus amigos, así que subió directamente a su dormitorio, donde Ron
recogía sus cosas.
—¡Bauleo! —exclamaba en el momento en que Harry entró. Las cosas de Ron se
elevaron y se guardaron en su baúl. Ron miró el resultado y frunció el ceño—. Bueno,
no queda muy ordenado, pero para ser un primer intento no está mal...
—Creo que voy a imitarte —dijo Harry, repitiendo el hechizo, que, para su
sorpresa, le salió algo mejor que a Ron.
—Vaya, valdrías para ama de casa, Harry —dijo Seamus, mirando el resultado.
—Muy gracioso —repuso Harry.
Terminaron de recoger lo poco que quedaba y volvieron a la sala común, donde ya
los esperaban Hermione y Ginny. Los cuatro empezaron a hablar, y cuando tres horas
más tarde se fueron a acostar, todos los alumnos de sexto de Gryffindor estaban allí,
aparte de algunas de las amigas de Ginny. Todos hablaron muy animadamente sobre
esa noche, e incluso Ginny sonrió algo, a pesar de que los TIMOs se le venían
encima.
Al día siguiente, por la mañana, recogieron sus baúles, Harry y Ron metieron a Pig
y a Hedwig en sus jaulas y bajaron a la sala común. Un instante después llegó
Hermione, y los tres bajaron al patio, a esperar por los carruajes que los llevarían a la
estación de Hogsmeade. Hacía calor, y el día era hermoso. Nadie diría que vivían un
interludio en una guerra que no había hecho sino comenzar.
Los carruajes llegaron. Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y Dean subieron en
uno, que los condujo hasta la estación, donde subieron al expreso de Hogwarts que
los llevaría a King’s Cross. Buscaron un compartimiento vacío y se sentaron.
—Bueno, un año más —dijo Ron, mientras el tren se ponía en marcha.
Harry no dijo nada. Miró por el cristal hacia el exterior, observando el castillo...
parecía que había sido ayer cuando lo había visto por primera vez, y ya habían pasado
seis años... seis largos años, y él era ahora tan distinto al chico que había cogido el
expreso con sólo once años que pensó que, si se hubiese visto, no se habría
reconocido a sí mismo. Se acordó de Ron y de la entrada de Hermione en el
compartimiento, e, inevitablemente, sonrió.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione, mirándole.
—Sólo recordaba lo mandona e insoportable que eras —dijo Harry, sin borrar su
sonrisa de la cara.
Hermione lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? ¿A qué viene eso?
—Simplemente me acordaba de la primera vez que te vimos, cuando estabas
buscando el sapo de Neville... Bueno, a mí no me molestaste mucho, pero a Ron...
Hermione se volvió hacia Ron, que puso mala cara.
—No me gustó que te burlaras de mi hechizo. ¡Yo no sabía que era falso!
Hermione sonrió y se sentó a su lado.
—Bueno, no te preocupes... estoy seguro de que ahora podrías hacerlo.
Ron la miró con los ojos entrecerrados, intentando averiguar si ella se reía de él,
pero al parecer no vio peligro, porque se relajó inmediatamente.
—Y bueno —intervino Neville, cambiando de tema—, ¿qué vais a hacer ahora, en
verano?
—Yo estudiar para los TIMOs —contestó Ginny, poniendo cara de disgusto.
—Bueno, no te preocupes. Ahora que no tengo nada que hacer, yo te ayudaré —
dijo Hermione—. Y también Ron.
Ron miró a Hermione con cara de «no me metas en esto». Harry los observó a los
dos.
—¿Tú ayudarás a Ginny? Pero... —y entonces comprendió—: Todos vais a
Grimmauld Place, ¿verdad?
—Sí —respondió Hermione, lanzándola una rápida mirada de preocupación a Ron
y luego volviendo a mirar a Harry—. ¿No lo sabías?
—No lo pensé —contestó Harry, y era cierto.
—Mis padres siguen viviendo allí, así que...
—Igual que los míos —añadió Ron.
Harry se dejó caer contra el respaldo del asiento, un poco triste. Sus amigos
pasarían el verano juntos y él tendría que ir a Privet Drive...
—Pero este año estarás poco tiempo, te lo aseguro —dijo Ron—. Este verano
haremos todos los exámenes de Aparición...
—¿Todos? —preguntó Hermione, extrañada—. Yo no puedo, no cumpliré los
diecisiete hasta septiembre...
—Sí, todos —confirmó Ron—. Puedes hacer igual los exámenes, y creo que mi
padre ha conseguido un permiso especial para ti, teniendo en cuenta tu expediente...
—¿Podré aparecerme antes de los diecisiete años? —Hermione no parecía poder
creérselo—. ¡Creí que tendría que esperar un año!
—No, el Ministerio nos ha dado «privilegios». Creo que también podremos hacer
magia moderada... —añadió—. Bueno, yo puedo hacerla igual, porque ya tengo la
edad.
—Eso sí, en cuanto cumpla los diecisiete y sea mayor de edad no volveré a Privet
Drive nunca. Jamás.
—Iremos a buscarte antes, creo —dijo Ron—. Y si no, insistiré sin cesar para que
lo hagan.
Harry le sonrió.
—Perdonad, pero ¿qué es Grimmauld Place? —preguntó Neville, intrigado.
—Es un lugar de Londres, donde está la antigua casa de Sirius Black. Ahora es el
cuartel general de la Orden del Fénix.
—Vaya, qué emocionante debe ser estar allí, ¿no?
—No te creas —contestó Ron—. El primer verano que estuvimos allí nos lo
pasamos limpiando y limpiando... y el segundo casi fue peor, porque no había nada
que hacer, y como no podíamos participar en las reuniones de la Orden...
—Ya veo —dijo Neville, aunque su cara no podía ocultar que, a pesar de todo, le
encantaría ir a Grimmauld Place y estar con ellos.
El viaje continuó sin incidentes durante un buen rato. Cuando pasó la señora del
carrito, se aprovisionaron de suficiente comida para todo el viaje. Habían empezado a
comer cuando la puerta del compartimiento se abrió y Sarah entró.
—Hola... —saludó la chica, con aire triste—. Os estaba buscando, quería
despedirme de vosotros... y bueno, agradeceros todo lo que hicisteis por mí...
—No fue nada —dijo Ron.
—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Hermione.
—Bueno... no bien, pero sí mejor —contestó ella, sentándose al lado de Neville—.
Gracias a ti... —le dijo al chico—. Estos días me has ayudado mucho. De verdad,
gracias...
—No tienes por qué darlas —dijo Neville, que estaba muy rojo.
—Pues yo sí creo que...
Pero se interrumpió, porque la puerta se abrió de nuevo y Malfoy, seguido por
Crabbe y Goyle, se asomó. Tenía la cara contraída de la rabia, y la varita en la mano.
—Potter... —escupió— supongo que no pensarías que iba a quedarme sin hacer
nada después de la humillación del otro día, y de lo que le hiciste a mi padre,
¿verdad?
—Lárgate, Malfoy —dijo Harry, que se había puesto serio y miraba al Slytherin
cada vez más concentrado.
—Resulta que no quiero —repuso Malfoy, levantando la varita. Crabbe y Goyle
hicieron lo mismo. Ron intentó echar mano a la suya, pero Malfoy le apuntó
directamente—. Yo que tú no lo intentaría. A ti y a esa novia tuya os debo una, una
muy grande... —entonces miró hacia su derecha y vio allí a Sarah, que lo miraba con
odio—. ¿Qué haces tú aquí, Brighton? Veo que no aprendes... ¿No podrías ser como
Dullymer? Al final, resultó ser mejor de lo que parecía...
Al oír a Malfoy, Sarah soltó un chillido de rabia y se levantó con intención de
golpearlo, pero Malfoy le apuntó y exclamó:
—¡Impedimenta!
Sarah fue golpeada por el rayo y cayó hacia atrás, encima de Neville.
—¡Maldito cerdo...! —gritó Ron, poniéndose en pie.
Pero esta vez fue Goyle el que hizo que Ron cayera hacia atrás. Harry estaba
observando todo, y ya era suficiente.
—Ya basta —dijo. Malfoy le miró con burla.
—¿Qué?
—He dicho que ya basta. Lárgate.
—¿Y si no quiero? —lo desafió Malfoy.
Harry lo miró un instante. Entonces, dejándose llenar de poder, levantó su mano y
la agitó hacia Malfoy, que cayó hacia atrás, tirando en el proceso a Crabbe y Goyle.
Harry dio unos pasos lentamente hacia ellos, mientras Draco, sorprendido, levantaba
su varita.
—¿Cómo... cómo has hecho...? Da igual, no te creas que... —apuntó con su varita
y se dispuso a atacar, pero Harry estiró la mano antes, y las varitas de los tres volaron
hacia ella.
Malfoy abrió los ojos desmesuradamente.
—No juegues conmigo, Malfoy. Te lo advierto. Tengo un límite, y no te gustaría
que lo cruzara.
Arrojó las varitas a un extremo del pasillo y cerró la puerta del compartimiento,
dejando a los tres Slytherins tirados en el suelo.
—Eso estuvo genial —lo felicitó Sarah, asombrada—. ¿Cómo lo has hecho?
—Talento natural —respondió Harry.
La chica sonrió.
—Se lo merece —dijo—. Pero, si hubiera sido yo, les habría hecho algo... Bueno,
me voy. Gracias por todo de nuevo. —Miró a Neville—. Sobre todo, gracias a ti. —
Sonrió, se agachó y lo besó en la mejilla—. Adiós...
Neville no dijo nada. Su cara estaba más roja que el pelo de Ron, pero sonreía
tímidamente.
—Parece que te aprecia mucho, Neville —comentó Ginny, con una sonrisa, en
cuanto Sarah hubo salido.
—Sí... bueno... vamos a escribirnos en verano —dijo, mirando al suelo.
—Eso está bien, muy bien —dijo Hermione, sonriéndole.
El resto del viaje transcurrió sin incidencias. Tras comer, se pusieron a jugar al
snap explosivo hasta que el tren llegó a King’s Cross, momento en que recogieron
todo y se bajaron del tren. Neville se despidió de ellos y se fue. Harry, Ron, Hermione
y Ginny atravesaron la barrera encantada hacia el mundo muggle, y vieron a los
Weasley, los Granger, Fred, George, Lupin, Moody y a Mundungus, que los
esperaban.
—¡Ron! ¡Ginny! —chilló la señora Weasley al verlos, corriendo hacia ellos. Ron y
Ginny aún no se habían percatado de lo que sucedía y ya estaban en los brazos de su
madre, que lloraba de la emoción.
—Ya mamá.. estamos bien... —decía Ron, intentando soltarse.
—¡Ay, hijos, he estado tan preocupada...! —Los soltó y se volvió hacia Harry—.
Harry, cielo... ¡has pasado tanto! ¿Cómo estás?
—Bien, gracias, señora Weasley.
Hermione estaba saludando a sus padres. Ron y Ginny saludaban al señor
Weasley, que parecía totalmente recuperado.
—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Lupin, acercándose a él.
—Mejor —contestó Harry.
—Fue una lástima que esa noche hubiera Luna llena, con lo que me habría
gustado ayudar...
Harry asintió, pero él no lo lamentó. Lo último que necesitaba era que Lupin, el
último amigo de sus padres, hubiese muerto también.
—Ya sabes lo que hizo Peter, ¿verdad?
—Sí —contestó Lupin, con una sonrisa—. Dumbledore me lo contó. Nunca lo
hubiera esperado. Por mi parte, casi le he perdonado todo lo que hizo.
—Yo también le he perdonado —afirmó Harry, mientras se acercaba al resto del
grupo.
—Mis felicitaciones, Harry —dijo el señor Weasley—. Como siempre, has dado
más de lo que se podría esperar.
—Sí, fantástico, Potter —corroboró Moody.
—Sí, siempre en las diversiones sin contar con nosotros —dijo Fred, queriendo
parecer ofendido.
—Ten familia para esto —añadió George, con la misma expresión que su
hermano.
Harry sonrió. Nunca cambiarían.
—Muy buena la que le hicisteis a Malfoy, cuñadita —dijo Fred, mirando a
Hermione, que se puso colorada al oír cómo la había llamado el gemelo. Ron también
estaba azorado.
—Nos tuvisteis muy preocupados —dijo el padre de Hermione, serio—. Siempre
metiéndoos en líos...
—Tenemos que irnos —interrumpió Moody, mirando el reloj. Llevaba el mismo
bombín que el año anterior, pero Harry casi podía sentir su ojo moviéndose en todas
direcciones, buscando el peligro.
—Sí... —confirmó Lupin—. Bueno, Harry... te veremos pronto.
—Muy pronto —puntualizó la señora Weasley.
Ginny se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, al tiempo que le susurraba al
oído:
—Gracias de nuevo... por todo...
Harry le sonrió.
—Lo mismo te digo. Cuídate mucho y... suerte en los TIMOs.
Ginny asintió, y se alejó. Ron y Hermione se acercaron a Harry.
—Te escribiremos todos los días —aseguró Hermione, abrazándole.
—Todos —corroboró Ron.
—Aún no me acostumbro a la idea de que yo me tenga que ir a Privet Drive
mientras vosotros vais a mi casa —comentó, con un deje de tristeza.
Ni Ron ni Hermione dijeron nada. Harry se volvió y miró a los Dursley, que le
esperaban, observando a sus amigos con miedo.
—Bueno, me voy...
—Todos los días, recuérdalo —dijo Hermione.
—No estarás solo —dijo Ron—. Insistiremos cada día para que vayan a buscarte.
Harry les miró, y observó sus manos, que se habían cogido. Sonrió. Aún no se
había ido y ya los estaba echando de menos. A todos. Pero estaban ahí, con él... y
eso le tranquilizaba algo.
—Aprovechad para estar a solas... —les dijo en voz baja. Ellos se ruborizaron—.
Os echaré de menos...
—Y nosotros a ti —dijo Hermione. Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
Ron le estrechó la mano con fuerza y le dio una palmada en el hombro.
Harry dirigió una última mirada a Ginny, que le observaba con tristeza, y le sonrió.
«Cuídate, Ginny», pensó. Se volvió y se acercó a los Dursley.
—Pensé que no acababas nunca, chico —gruñó tío Vernon.
Harry no contestó y siguió caminando, pensando en sus amigos. Recordó el sueño
con Luna y sus palabras.
«Sí, quizás haya esperanza —dijo para sí—. Quizás aún la haya».
Tío Vernon, tía Petunia y Dudley le siguieron, caminando hacia la soleada calle.
Nota Final del Autor
Bueno, hasta aquí hemos llegado. Por fin, tras largos meses, el libro está
completo. No todo me satisface completamente, pero bueno, en algún momento
había que terminar de revisar. Supongo que nadie está nunca del todo contento
con lo que escribe. Por ejemplo, capítulos que me gustaron mucho fueron «El
Sueño», «El Baile de Navidad», «La Historia de Tom Ryddle», «Amor, Dolor y
Muerte»... Otros, como el capítulo de las pruebas de quidditch, no me gustaron
tanto, pero bueno, así es... Quizás sea algo más «sentimental» de lo que sería el
libro de Rowling, pero bueno, ya tienen 16 años, ¿no? Y después de lo que han
pasado... Aparte, hay cambios motivados por otras razones, algunas de las cuales
ya se han explicado aquí, y otras se explicarán en el libro siete. Creo que lo más
pastelero de todo es la relación de amistad entre Harry y Cho (si odiáis a Cho, lo
lamento. Yo la comprendo, y, para más datos sobre ella y sobre como yo la veo,
id a la web que indico más abajo y al principio del libro), y sobre todo, la
relación Ron – Hermione al final... pero bueno, no podían ser siempre unos
tontos... y qué queréis, me encantan esos dos. Lástima que no pueda escribir de
ellos como querría por la limitaciones que me autoimpuse (respeto a la
personalidad de los personajes, contar la historia tal como Harry la ve, intentar no
hacer nada que Rowling no haría...).
Bueno, y hasta aquí llego. De verdad me he sentido muy feliz escribiendo este
libro. Hacerlo me ha ayudado a comprender cómo son los personajes, a quererlos
más (bueno, a Voldemort no, es un monstruo auténtico, ni a Bellatrix, ni a los
Dullymer, ni a Draco Malfoy, que es que lo odio... Dios, me habría gustado
matarlo dolorosamente, pero... en fin, la historia es la historia, y no puedo hacer
lo que me plazca...) y a admirar más el mundo Harry Potter. Y me alegro de que
aún me quede un libro por escribir...
Si tenéis preguntas, dudas, o cualquier otra cosa, podéis escribirme a
oscarpaz_hp@hotmail.com, o ir a http://oscarpaz-hp.iespana.es. En esta
web iré colgando “material extra”: explicaciones sobre los personajes, cómo
evolucionó la historia, respuestas a preguntas, datos sobre el libro séptimo... etc.
Eso sí, dentro de un tiempo (días o un par de semanas), siendo hoy 28 de agosto
de 2004, porque estoy cansado, y, además, viene septiembre...
Un saludo a todos los lectores y fans de Harry Potter.
Agradecimientos:
Esta sección no podía faltar. Aunque, como dije, sólo me basé en los libros y
en mi imaginación para escribir éste, debo mucho:
• Para empezar, a Rowling, claro... ¿Por qué será?
• A Daniela Lynx, sea quien sea, por su versión de «Harry potter y la
Orden del Fénix». Fue el primer fanfic que leí y lo que me impulsó a
escribir este libro... de hecho, la primera idea me vino justo al acabar
de leerlo...
• A Crazymam, escritora del fanfic, publicado en la web de la Warner
BROS. http://boards.harrypotter.warnerbros.es, tomo español,
titulado «El Don de la Vida». Gracias a ese fic me vino a la cabeza el
papel que Luna representa en esta historia. Además, su fanfic está
genial.
• A todos aquellos que leyeron versiones tempranas de los primeros
capítulos y me apoyaron, a quienes me animaron a publicarlo, a los
que me insistieron una y otra vez... a todos ellos: gracias. Va por
vosotros.