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NOTA IMPORTANTE: Todos los derechos de publicación de Harry

Potter pertenecer a J.K. Rowling, a Bloomsbury y, en caso de la edición en


español, a la editorial Salamandra. Los personajes, lugares, y demás
nombres propios tienen copyright de Warner BROS. Por tanto, bajo ningún
concepto puede usarse este texto con ánimo de lucro. Este texto está escrito
y distribuido libremente por mí, basándose en las novelas de J.K. Rowling,
sin otro interés que el de divertirme y divertir a otros.

Óscar Paz, 2004. oscarpaz_hp@hotmail.com | http://oscarpaz.webcindario.com

Para Lucía,
Que leyó esta historia antes que nadie,
Para Ale,
Que me hizo llorar en la Escena bajo el árbol
E para ti, miña nena,
Que sempre estás comigo cando te necesito.
1

El Sueño

Transcurría, lenta y calurosa, la tarde del 30 de julio. En el número 4 de Privet


Drive, Little Winghing, Surrey, un chico delgado y con gafas, vestido con ropa que era
demasiado grande para él, lavaba el coche de sus tíos con aspecto resignado. Hacer
las tareas de la casa no era ya un castigo ni una novedad para Harry Potter, sino la
costumbre de toda su vida en aquel lugar. Aún así, ese verano no le parecía tan
importante tener que hacer cosas, ni tan malo... de hecho, las tareas domésticas le
distraían, le ayudaban a no pensar... porque eso era lo más horrible de todo: pensar,
recordar, porque cada vez que recordaba una horrible sensación de culpabilidad y
desasosiego lo invadía.
Mientras fregaba el coche, algunos vecinos pasaron por delante de la casa,
lanzándole descaradas miradas de desprecio y repugnancia. Eso a Harry ya no le
importaba. Estaba más que acostumbrado a ellas. No vivía en una calle donde su
aspecto fuera precisamente bienvenido, y no ayudaba que todos los vecinos creyesen
que Harry acudía al Colegio San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables. Eso,
desde luego, estaba completamente alejado de la realidad, pero sus tíos preferían
que los vecinos creyesen que tenían en su casa a un chico que acudía a esa
institución que a que supiesen la verdad: que Harry asistía cada año al Colegio
Hogwarts de Magia y Hechicería, porque sus tíos odiaban visceralmente cualquier
cosa fuera de lo normal, y tener un mago en casa... Su mayor miedo era que alguien
pudiese descubrirlo algún día, por lo que castigaban a Harry por cualquier mención o
palabra relacionada con su mundo. El peor día de la vida de los Dursley había sido
cuando, quince años atrás, habían encontrado a Harry a la puerta de su casa, con una
carta en la que se les explicaba que tendrían que quedarse con él, porque sus padres
habían muerto, asesinados por Lord Voldemort, el mago tenebroso más terrible que el
mundo había conocido.
Harry siempre había creído que sus padres habían muerto en un accidente de
coche, hasta que, cuando cumplió los once años, se enteró de la verdad cuando fue
invitado a asistir al Colegio Hogwarts. Durante sus cinco años allí, siempre se había
preguntado por qué Lord Voldemort había ido tras él, no tras sus padres, sino tras él,
que sólo era un bebé... y, finalmente, lo había sabido: había averiguado la existencia
de una profecía, una profecía que lo señalaba a él como al único que tendría poder
para vencer a Voldemort, una profecía que decía, básicamente, que uno de los dos
tendría que matar al otro... Harry no comprendía aún como se había sentido después
de conocer la verdad por la cual su padrino había muerto, la verdad por la cual había
sido engañado y llevado al Departamento de Misterios, acompañado por sus amigos,
que habían estado a punto de morir... Harry no podía ni pensar en ello sin sentir
atroces punzadas de culpabilidad y de dolor. La verdad, que Dumbledore finalmente le
había revelado, le había aislado aún más del resto del mundo. Generalmente, se
sentía fuera de lugar cuando estaba en Privet Drive, pero ahora se sentía igual
respecto al mundo mágico; se sentía como perteneciente a otra dimensión. No había
sentido ni un solo momento de felicidad en todo el verano, ni siquiera las continuas
cartas de Ron y Hermione (e incluso de Ginny y Lupin) que recibía eran capaces de
alegrarle. No podía con la culpa; podía odiar a Snape, podía estar enfadado con
Dumbledore, pero, en el fondo, sabía que la culpa era suya. Él era el que se había
dejado engañar, aún cuando Hermione le había dicho que seguramente sería una
trampa...
Intentó no pensar más. Acabó de enjabonar el coche y empezó a darle con la
manguera para aclararlo. Entonces se abrió la puerta de la casa, y su primo Dudley,
cuyo tamaño, según opinaba Harry, amenazaría al de una ballena joven, salió al
exterior, sonriéndole con malicia.
—¿Te diviertes? —le preguntó, mientras comía un gran trozo de chocolate.
—Cállate —le espetó Harry, sin mirarle siquiera.
—¿Estás triste? Llevas todo el verano así. ¿No te gustan las vacaciones, primo?
—He dicho que te calles —repitió Harry, mirando a Dudley con una expresión que
el otro sólo le había visto una vez, el año anterior, y había terminado siendo atacado
por dos dementores (aunque Harry no había tenido nada que ver con eso, salvo en el
hecho de que iban a por él).
Dudley calló un instante, con miedo, pero luego se dio cuenta de que Harry no
tenía la varita con él.
—No me das miedo —dijo—. No llevas esa cosa...
—¿Por qué no te largas a fumar al parque con tus amiguitos y me dejas en paz? —
le preguntó Harry, alzando la voz.
Dudley miró hacia la casa, temeroso de que su madre, que creía que era una
especie de angelito, hubiese oído lo que Harry había dicho.
—¡Habla más bajo!
—¿Tienes miedo de que mami oiga que su peoncita fuma? —se burló Harry, sin
verdadera diversión. Antes aquello le habría hecho disfrutar, pero esas cosas ya
pertenecían al pasado, a otra vida completamente distinta. Prefería que Dudley le
dejara en paz.
Dudley le gruñó, crispando los puños.
—Que te diviertas —le dijo finalmente, yéndose por Privet Drive arriba.
Harry ni siquiera le miró. Terminó de lavar el coche, recogió la manguera y las
demás cosas y entró en la casa.
—¿Has acabado de lavar el coche? —le preguntó tía Petunia con severidad.
—Sí —respondió, lacónico.
—Bien —dijo ella, poniendo la cara más amable de la que era capaz con Harry—.
Entonces puedes comerte un trozo de helado, si te apetece.
Harry se quedó asombrado, aunque ese tipo de comportamiento empezaba a ser
normal ese verano. Desde luego, Harry sabía por qué era: sus tíos vivían
atemorizados de que algún mago pudiera aparecer por Privet Drive si trataban mal a
Harry, tal como les habían advertido en King’s Cross un mes antes. Cada vez que
habían regañado a Harry por algo, tía Petunia se pasaba horas frente a la ventana,
mirando recelosa, quizás esperando ver aparecer gente con túnicas extrañas, el pelo
rosa o parches que ocultasen horribles ojos giratorios. Sólo de pensar lo que
pensarían los vecinos si gente así entraba en su casa, los Dursley se ponían lívidos,
así que ese año estaban haciendo un esfuerzo y procuraban tratar a Harry todo lo bien
que podían, lo cual, generalmente, equivalía a ignorarle por completo.
Cogió un trozo de helado y se fue a su habitación. Pensaba pasarse la tarde allí,
sin hacer nada más que mirar al techo o por la ventana. A pesar de toda su tristeza,
notaba que un cambio sí se había producido en él, y deseaba ver a sus amigos, su
único apoyo. Sabía (o al menos, esperaba), que las cosas serían más fáciles estando
con ellos. Cuando entró en su habitación, vio a Hedwig, su lechuza, que estaba en la
jaula, bebiendo agua. Encima de la cama tenía dos cartas: una era de Ron; la otra
tenía el sello de Hogwarts y el del Ministerio de Magia. Se sentó en la cama, dejó el
helado en la mesilla y abrió la carta de Ron:

Hola Harry:
¿Qué tal te va con los muggles? Espero que la amenaza
de Moody, mi padre y los demás siga causando su efecto en
ellos y te traten como mereces. Supongo que ya estarás harto
de estar ahí, así que te alegrará saber que Dumbledore nos ha
dicho que para mañana, que es tu cumpleaños, podremos ir a
buscarte y llevarte a Grimmauld Place. Sé que esperabas que
fuésemos a por ti antes, pero no ha sido posible. Mi madre dice
que haremos una fiesta. Hermione también irá, cuando llegue
de España. Fred y George también están aquí, y seguro que
traen un montón de cosas de la tienda de bromas, tienen
algunas verdaderamente geniales. Espero que se traigan algo
nuevo... si mi madre les deja, claro. Tengo muchas ganas de
verte, amigo. Hasta mañana.
Atentamente.
Ron

¡Vendrían a buscarle...! Harry sintió la primera sensación de alegría desde que


había dejado a sus amigos en la estación en junio. Mañana, a esas horas, estaría con
Ron y los demás, lejos de aquella casa. Durante un momento, sólo un momento, sintió
una alegría como la de antaño... hasta darse cuenta de a dónde irían... Harry había
esperado ir a La Madriguera, pero era obvio que irían a Grimmauld Place... y allí no
estaría Sirius. Harry volvió a deprimirse. No sabía cómo se tomaría el entrar de nuevo
en aquella casa, el ver a los demás y que su padrino no estuviese con él... Abrió el
baúl, y guardó la carta de Ron junto a las otras y una postal que Hermione le había
enviado tres días antes desde Cádiz, donde veraneaba con sus padres. Sus ojos se
desviaron hacia su Saeta de Fuego, la mejor escoba voladora del mundo, que Sirius
le había regalado cuando iba en tercero, antes incluso de conocerle. Desvió la mirada
hacia un recorte de periódico que guardaba. Era un artículo de El Profeta, de
principios de julio:

EL MINISTERIO RECONOCE ERRORES EN EL


CASO DE SIRIUS BLACK

La Directora del Departamento de Seguridad Mágica,


Amelia Susan Bones, declaró ayer a El Profeta que se habían
producido importantes novedades respecto al caso de Sirius
Black y a los sucesos ocurridos hace quince años, que le
valieron a Black una estancia de doce años en Azkaban, hasta
que hace ahora tres años lograra fugarse, siendo el primero de
los encarcelados allí en conseguirlo.
Sirius Black, como todo el mundo sabe, había sido acusado
de vender a Lord Voldemort a Lily y James Potter, y de asesinar
a Petter Pettigrew, amigo de Black y los Potter, que le había
acorralado, y a otros doce muggles en una calle. Capturado, fue
enviado a Azkaban sin juicio previo.
Tras su fuga, se creyó que Black iba tras Harry Potter, su
ahijado, para terminar el trabajo comenzado por su amo doce
años antes; sin embargo, atrapado en Hogwarts, antes de
volver a fugarse había declarado que él no había matado a
aquella gente, sino que había sido una trampa de Peter
Pettigrew, quien, según Black, seguía vivo, contrariamente a lo
que todos creían. Curiosamente, Harry Potter y dos amigos
suyos, que habían sido capturados por Black, confirmaron la
historia, aunque, creyendo que Black los había hechizado,
nadie les concedió crédito.
No obstante, tras aceptar lo que Harry Potter y Albus
Dumbledore llevan diciendo desde junio del año pasado sobre
el retorno de El Que No Debe Ser Nombrado y la forma en que
lo hizo, y las confesiones de algunos de los partidarios del
mismo, tras su captura en junio de este año, se confirmó la
realidad: Sirius Black es inocente, y el asesino que debía de ser
buscado en su lugar, Peter Pettigrew, se encuentra en paradero
desconocido. Ante esto, el Ministerio ha revocado la Orden de
Merlín de Primera Clase de Pettigrew, concediéndosela a Black,
quien, lamentablemente, tendrá que recibirla a título póstumo,
ya que cayó luchando contra los seguidores de El Que No Debe
Ser Nombrado para salvar a su ahijado, en junio pasado,
durante los sucesos que revelaron al mundo que...

Harry derramó una lágrima mientras terminaba de leer el recorte por enésima vez.
Allí, junto a él, tenía el distintivo de la Orden de Merlín de Primera Clase que le habían
concedido a Sirius; Dumbledore se la había enviado. Harry había estado recibiendo El
Profeta durante todas las vacaciones, y su nombre había salido multitud de veces, al
igual que los de Ron y Hermione, e incluso, aunque menos, los de Neville, Ginny y
Luna. Pareciera que en El Profeta hubiera nacido un repentino interés por conocer
más a fondo a los amigos de Harry y a las aventuras en que se habían visto
envueltos. Harry, sin embargo, despreciaba todo aquello, aunque seis meses antes
hubiera dado la mitad de lo que poseía en su cámara de Gringotts por ver artículos
como aquellos. Invariablemente, leía el periódico y luego lo tiraba. Sólo había
conservado aquel recorte.
Lo guardó en el baúl y volvió a la cama. Vio entonces la carta del Ministerio, de la
que se había olvidado totalmente. La abrió, y se dio cuenta de lo que eran: las
calificaciones de sus TIMOs. Apenas se había acordado de que tenía que recibir los
resultados. Sintió un deje de nerviosismo, pero apenas le importó. Antes se habría
sentido muy preocupado por los resultados, de los cuales dependería qué asignaturas
podría tener en sexto, y consecuentemente, qué carrera podría hacer. Pero ahora
pensaba que eso no tenía demasiada importancia; su futuro estaba ya marcado,
tuviera las notas que tuviera.
Sacó el primer pergamino que había dentro, que era el certificado de los TIMOs, y
lo leyó:

RESULTADOS T.I.M.O.

Harry James Potter

Transformaciones...................................... Supera las


expectativas

Adivinación................................................................ Insatisfactorio

Encantamientos........................................ Supera las expectativas

Hª de la magia................................................................. Aceptable

Defensa Contra las A. O........................................... Extraordinario

Astronomía...................................................................... Aceptable

Pociones..........................................................................
Aceptable

Cuidado de Criaturas Mágicas................. Supera las expectativas


Herbología................................................ Supera las expectativas

Firmado:
Griselda Marchbanks,
Presidenta del Tribunal de
Exámenes Mágicos.

Se sorprendió ¡no estaban nada mal!. Había obtenido ocho TIMOs, con cuatro
«Supera las Expectativas» y un «Extraordinario». Sonrió un poco. La verdad, había
esperado tener un «Extraordinario» en Defensa Contra las Artes Oscuras, pero no se
lo había dicho a nadie por si acaso... se imaginó la cara de Dolores Umbridge si lo
viera... e instantáneamente se puso serio. No le agradaba recordar a Dolores
Umbridge, la última profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry creía que
incluso la odiaba más que a Snape. Ella le había hecho la vida imposible en Hogwarts
a base de decretos y decretos del Ministerio, firmados por Fudge. Ella le había
enviado dos dementores, que, si bien no consiguieron absorberle el alma casi habían
provocado que le expulsaran del colegio y le rompiesen la varita... le había apartado
del equipo de quidditch e incluso había pretendido utilizar contra él la maldición
cruciatus...
Intentó alejar a Dolores Umbridge de su cabeza y abrió el otro pergamino que
contenía la carta. Estaba firmado por la profesora McGonagall; decía que pronto
recibirían una carta con las asignaturas a escoger para el año siguiente. Harry guardó
el sobre en el baúl.
Se tiró sobre la cama. Incluso había aprobado Pociones... imaginó que
seguramente Snape se sentiría decepcionado. Seguramente le habría amargado el
curso recordándole lo malo que era en su clase y demás, pero a Harry no creía que
eso le importara ya. Con un Aceptable, Snape nunca le admitiría en sus clases de
Pociones para el EXTASIS, así que se libraría para siempre de su asignatura más
odiada. No tener más Pociones eran unas perspectivas maravillosas. En otras
circunstancias, ya estaría saltando de alegría. En la situación actual, se sentía
bastante contento ante la idea. Imaginar cómo sería un año entero de Pociones
después de haber mirado en el Pensadero de Snape le aterrorizaba. Los últimos días
de la asignatura ya habían sido suficientemente horribles, no necesitaba repetirlos.
Aparte de Pociones, ya no tendría más Adivinación, porque la había suspendido.
Tampoco le importaba. Estaba harto de inventarse tragedias en los trabajos y de que
la profesora Trelawney no parase de predecirle la muerte constantemente; no le
importaba mucho, porque la profesora Trelawney sólo había hecho dos profecías
auténticas en su vida, y ni siquiera era consciente de ello...
Harry se acordó de cómo le habría ido a Ron y a Hermione. Suponía que
Hermione habría tenido un «Extraordinario» en todo o en casi todo... era la alumna
más inteligente de Hogwarts, no había nada que ella no supiera ni pregunta de clase
en la que no levantara la mano. No le habría extrañado nada que sacara una nota
superior a la máxima. Hermione se había quejado mucho de los exámenes, pero
teniendo en cuenta que para ella, como decía Ron, un trabajo de clase en el que le
hubieran puesto un nueve era su peor pesadilla, no se le podía hacer mucho caso.
Esperaba que también a Ron le hubiera ido bien. Suponía que si él había sacado 8
TIMOs Ron no habría sacado menos. En cuanto a las cosas del colegio, excepto
quizás en Defensa Contra las Artes Oscuras, Harry no era mejor que Ron en nada. Se
acordó de Hagrid y de lo contento que se iba a poner cuando supiera que había
sacado un «Supera las expectativas» en Cuidado de Criaturas Mágicas, la clase que
Hagrid impartía, compaginándola con sus labores de Guardabosques y guardián de
los terrenos de Hogwarts. Hagrid era el profesor preferido por Harry, aunque ello se
debía mucho más a la amistad personal que le unía a él (Hagrid había sido el primer
miembro de la comunidad mágica que había conocido Harry. Le había rescatado de
los Dursley cuando le llegó la hora de entrar en Hogwarts y éstos habían intentado por
todos los medios evitar que fuera) que a las aptitudes como profesor de Hagrid en sí.
Aunque sabía muchísimo sobre criaturas mágicas, la predilección de Hagrid por los
monstruos era un tanto... peligrosa. Hagrid habría preferido tener como mascota un
dragón que un perro, tenía amistad con arañas gigantes, había comprado un perro
enorme de tres cabezas al que llamaba Fluffy y se había traído a un gigante al bosque
prohibido...
Harry se incorporó. Cogió su helado, que se estaba derritiendo, y se acercó a la
ventana. Miró al exterior. La verdad era que hacía un día excelente. Decidió guardarse
un poco las penas y las amarguras y salió de la casa, avanzando por Privet Drive
arriba, con paso lento, como perdido. Incluso sonrió. Si algún vecino le veía,
seguramente pensaría que tramaba algo, o que estaba drogado... Caminó, pensando
si todavía estaría siendo vigilado por la Orden. Suponía que sí, aunque nunca había
visto a ninguno de ellos por allí. Seguramente llevaban una capa invisible. Le gustaría
ser como Moody o Dumbledore, y poder ver a través de las capas invisibles, pero, por
desgracia, no podía. Ya no le importaba que estuvieran vigilándole sin decírselo,
aunque el verano anterior, cuando se había enterado, se había enfadado muchísimo.
Ahora eso le parecía un asunto sin importancia; de hecho, por un lado incluso
pensaba que era mejor no saber si lo vigilaban y quién lo hacía, no le apetecía hablar
con nadie.
Caminó por la calle Magnolia, dirigiéndose al parque infantil donde pensaba
sentarse un rato en uno de los bancos. Cuando llegó, algunos de los niños le miraron
de forma rara y cuchicheando... pero eso ya no le importaba. Se había acostumbrado
a los cuchicheos a su paso, a que la gente torciera la cabeza cuando le veía, e incluso
a que le tuviesen miedo... tanto en el mundo mágico como en el mundo muggle. En
uno, la curiosidad y los murmullos los despertaba su cicatriz, en el otro, sus ropas
grandes y raídas... y en ambos casos, su fama. Harry se preguntaba por qué algunos
de los chicos del barrio tenían miedo de él, cuando su primo Dudley era el verdadero
matón. Al fin y al cabo, él no se había metido nunca con nadie, al contrario que Dudley
y los suyos, que eran el terror del lugar. No obstante, como sucedía con todo lo que
concernía a su «pequeñín», los Dursley ignoraban absolutamente todo lo que hiciese
pensar que su hijo no era el angelito que ellos creían.

Harry se quedó deambulando por el parque hasta que la tarde empezó a caer.
Cuando llegó el crepúsculo y las farolas empezaron a encenderse, decidió que era
mejor volver a casa y prepararlo todo... también tendría que decirles a sus tíos que al
día siguiente se iba, quisieran ellos o no. Por muy mal que fuese a sentirse en
Grimmauld Place, prefería estar allí que en Privet Drive.
Mientras volvía hacia la calle Magnolia, Harry oyó un estruendo de risas y varios
chillidos de chicas. Se acercó a ver qué sucedía y descubrió a su primo Dudley con
sus amigos: habían asustado a un grupo de chicas con una serpiente que Piers
Polkiss, el mejor amigo de Dudley, llevaba encima. Se reían como bobos. Decidió
pasar de ellos y volver a casa, cuando Gordon, uno de los gorilas amigos de su primo,
le vio.
—¡Eh, Dudley! ¡Mira quien va por allí!
Dudley miró, y su sonrisa se esfumó.
—¡Si es nuestro querido Harry Potter! —gritó Piers, acercándose—. ¿Lo
asustamos un poco, Dud?
—Dejadle, no le hagáis caso —dijo Dudley, intentando parecer valiente, pero
debatiéndose por dentro. Harry podía sentirlo, aunque no llevaba su varita, Dudley
tenía miedo de lo que pasaría si a Harry le maltrataban...
—Vamos, podemos divertirnos un poco —dijo Piers, mientras los demás le
rodeaban, riéndose—. ¿Te gusta mi serpiente, Potter? —le preguntó, divertido,
mientras la serpiente silbaba.
Harry podría haberse asustado en otras circunstancias, al no tener su varita. Pero
no en aquéllas, con aquella serpiente allí. Él habría preferido que le dejasen en paz,
desde luego, pero ahora que se habían metido con él ya no. Quería liberar su rabia
contra ellos, hacerles sentir miedo... el estúpido de Piers no tenía ni idea de que Harry
sabía hablar pársel; daba igual lo amaestrada que la tuviera, si Harry le decía algo, la
serpiente le obedecería al instante.
Dudley se acercó, fijándose en su primo, y se dio cuenta, con una sonrisa, de que
Harry no llevaba su varita con él.
—Vaya... a ver si eres tan valiente ahora...
—A tus papis no les va a gustar esto, Dud... podrían recibir visitas...
Dudley dio un bote repentino, y los demás se quedaron mirándole, aunque no
podían comprender qué le había pasado. Harry sí lo comprendía. Sin embargo, el
miedo de Dudley se esfumó al ver las caras de duda de sus amigos. Volvió a sonreír.
—¿Sabéis que mañana es el cumpleaños de Harry?
—¿Sí? —preguntó Piers, risueño—. Bueno, entonces dejemos que comehombres
le dé un regalito —añadió, acercando la serpiente a Harry.
—¿Comehombres? —se rió Harry—. Qué ocurrente eres...
—¿No tienes miedo, Potter? Creo que duele mucho su mordisco... —dijo, ofendido
por la risa de Harry, acercándole la serpiente aún más, hasta que estuvo a treinta
centímetros de su cara. La serpiente silbó con más fuerza. Gordon, Malcom y Dudley
se reían.
Pero Harry ya no. Fijó sus ojos en los de la serpiente, y todo cambió. La serpiente
dejó de silbar al instante, notando el dominio de Harry y su verdadera naturaleza.
Harry se perdió en los ojos del animal, sintiéndose como nunca lo había hecho al usar
la lengua pársel; sintió que podía dominar a la serpiente con su sola mirada... Sintió
algo nuevo, distinto, dentro de sí, pero no le dio importancia, sólo quería asustar un
poco a esos imbéciles. Silbó algo. Piers le miró extrañado, al igual que los demás.
Harry levantó un brazo y tocó la cabeza del animal. Comehombres, para sorpresa de
su dueño, se deslizó por el brazo de Harry y se envolvió en él. Los demás
retrocedieron, espantados.
—¿Qué...? —se preguntó Piers.
Harry sonrió.
—No eres muy listo, ¿eh, Piers? ¿Qué tal si te atacara a ti?
Harry volvió a silbar de aquella forma extraña, y la serpiente abandonó su cuerpo,
dirigiéndose, amenazante, hacia su dueño, que retrocedió horrorizado.
—¡No...! —gritó, muy asustado—. ¿Qué haces? ¿Cómo haces eso?
—¿Tienes miedo, Piers? —dijo Harry, que seguía sonriendo y caminaba
lentamente, siguiendo a la serpiente. Harry deseaba que la serpiente les mordiera...
pero entonces reaccionó. Volvió a hacer aquellos ruidos sibilantes, y el animal se
detuvo, acariciándole la mano. Harry levantó la mirada hacia los demás, pensando en
lo que había estado a punto de hacer—. Largaos.
Ellos le miraron con terror, Piers cogió a la serpiente (con miedo) y se marcharon
sin despedirse de Dudley, que se le quedó mirando, con evidente miedo en la cara.
Obviamente, los demás, aunque habían percibido algo extraño, no sabían nada, pero
Dudley pareció entender.
—No necesito mi varita para hacer ciertas cosas, Gran D —le aclaró Harry—. Y
estas cosas, además, puedo hacerlas sin más, no tengo que dar explicaciones por
ellas. —Calló un momento, y miró a su primo más fijamente—. Te advierto una cosa,
Dudley: no son buenos tiempos para mí, ni en realidad para nadie... no hagas que me
enfade, podría ser muy desagradable... Recuerda a tía Marge.
Harry se refería a la vez que había convertido a su tía en globo, durante una cena,
sin varita, sólo por haberse sentido muy enfadado, ya que su tía había estado
criticando a sus padres, de los que, desde luego, no sabía nada que fuese verdad.
Dudley no le respondió. Estaba lívido. Harry emprendió el regreso a casa, sin
esperar por él, que le siguió, con paso lento, unos minutos después.
Cuando llegó al número 4, tío Vernon ya estaba en casa, en el salón. Tía Petunia
preparaba la cena. Harry subió a su cuarto, tirándose en la cama, mientras esperaba
la hora de la cena. Empezó a pensar en lo sucedido. ¿Qué había pasado en el
parque? ¿Qué era aquella sensación que había sentido al mirar a la serpiente? La
había dominado sólo con la mirada... ¿Cómo lo había hecho? No lo sabía... pero no le
gustaba. En aquel momento no le había importado, pero ahora, al pensarlo... Intentó
olvidarlo y se puso a leer un libro. Sintió a Dudley entrar, un rato después. Cuando
finalmente su tía le llamó, bajó al comedor. Miró a Dudley y le dirigió una sonrisa
maliciosa. Había sido un desquite dulce, que le había liberado de parte de la rabia que
sentía, pero meterse con su primo no era suficiente. Quizás antes, pero no ahora. Se
sentó y empezó a comerse su filete. Dudley no decía nada, y comía carne como si la
fuesen a prohibir al día siguiente.
—Mañana vendrán a buscarme —anunció Harry de pronto.
—¿Cómo dices, chico? —preguntó su tío, mirándole.
—He dicho que mañana vendrán mis amigos a recogerme.
Tía Petunia puso cara de espanto.
—¿Vendrán a recogerte? ¿Cómo? —gruñó su tío, mirándole—. ¿No vendrán con
cosas raras, verdad?
Harry no le contestó. La verdad, Ron no le había dicho cómo vendrían a
recogerle... y seguro que a su tío no le hacía gracia que le volvieran a destrozar el
salón.
—Eh, vendrán en coche, creo —dijo Harry para tranquilizar a sus tíos.
—Más vale. Y esperemos que se vistan como la gente normal...
Harry tampoco respondió.
—¿A qué hora vendrán? —inquirió su tía.
—No lo sé... supongo que por la mañana —respondió Harry, acordándose de que
iban a celebrar una fiesta por su cumpleaños.
Siguió comiendo. En ese momento, comenzaban las noticias. Harry casi nunca las
veía, ahora que El Profeta había publicado por fin la verdad. No obstante, no había
sucedido nada desde lo del Ministerio. Ni siquiera los mortífagos encerrados en
Azkaban habían huido aún, y Harry no dejaba de preguntarse por qué, si los
dementores habían abandonado la prisión. ¿Qué los retenía? Harry no lo sabía. Si
habían escapado antes, cuando los dementores aún custodiaban la prisión...
—¡Otra vez hablando de los raros esos! —gruñó de pronto tío Vernon, mirando al
televisor y sacando a Harry de sus pensamientos.
—...La mencionada señora aseguró ante la policía, muy asustada, que había visto
a dos mortífagos cerca de su casa durante la noche y... —Harry se quedó atónito.
¿Había dicho «mortífagos»? ¿En el noticiario muggle?— ...La policía no encuentra
motivos para creer que realmente pudiera haber dos miembros de esa peligrosa secta
por la región, pero las investigaciones continúan. Como nuestros telespectadores
recordarán, los mortífagos, nombre que se dan a sí mismos los integrantes de esta
extraña secta, son altamente peligrosos y no deben de ser atacados bajo ningún
concepto, y menos cuando van vestidos con las túnicas y máscaras que usan para
cometer sus crímenes. Aún no se conoce claramente sus objetivos ni sus
pretensiones, pero algunos de ellos, identificados por la policía, son estos...
Siguió una imagen de algunos de los mortífagos que no habían ido a Azkaban en
junio: Colagusano, Goyle, Travers... Harry detuvo su mirada sobre la imagen de
Bellatrix Lestrange... ella había matado a su padrino, ella había torturado hasta la
demencia a los padres de Neville... Harry no odiaba a nadie tanto como a ella,
excepto quizás a Colagusano y al propio Voldemort. Algún día se vería las caras con
ella, se lo había jurado muchas noches durante las cuales la imagen de Sirius,
abriendo los ojos y cayendo a través del arco lo asaltaban sin cesar.
—¿Te pasa algo, chico? —preguntó tío Vernon, mirándole con desagrado.
—No —respondió Harry con sequedad.
—¿Como que no? ¡Mirabas esas fotografías como si los conocieras!
—Porque los conozco.
—¿Los conoces?
—Son magos —respondió Harry—. Magos malvados. Seguidores de Voldemort —
aclaró.
—¿Voldemort? ¿Esos molígrafos son seguidores de ése?
—Sí.
—¿Y por qué salen en nuestro telediario? —preguntó tío Vernon, ofendido ante la
idea.
—El Ministro de Magia habrá informado al Primer Ministro de que...
—¡¡No digas eso aquí!! —le espetó su tío. Saber que existía un Ministerio de
Magia era un shock del que aún no se había repuesto.
—Está bien —dijo Harry, exasperado—. Esa gente es muy peligrosa. Para todo el
mundo, no sólo para nosotros... La última vez, antes de que... matara a mis padres,
muchos mugg... muchas personas normales también fueron asesinadas...
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué tenemos nosotros que ver con...?
—Él odiaba a los... los magos que son hijos de gente normal, como... como a Lily
—explicó tía Petunia con trabajo. Harry la miró boquiabierto por segunda vez en dos
años... Era la primera vez que llamaba a la madre de Harry, su hermana, por su
nombre.
Tío Vernon la miró extrañado. Harry continuó.
—Él desea apoderarse de todo nuestro mundo —explicó—. Pero si lo consigue...
también irá a por lo demás.
—¿Cómo? —bramó tío Vernon—. ¿Que ese Lord Voldcomosellame viene también
a por nosotros?
—Sí —respondió Harry—. Si consigue apoderarse del mundo mágico... nada os
salvará.
Tío Vernon no decía nada. Aquello era demasiado para él. Habían acabado de
cenar, pero ninguno de los cuatro se movió de la mesa.
—¿Y hacéis algo para detenerlo? —preguntó, por fin.
—Por supuesto —respondió Harry—. Muchos magos están arriesgando su vida
para vigilarle, para enfrentarse a él, para protegerme...
—¿Protegerte? —preguntó su tío—. ¿Qué tienes que ver tú...?
—Tengo que ver porque sólo yo puedo matarle —respondió Harry con desgana.
Aún no creía que estuviese teniendo aquella conversación con sus tíos—. Si él me
mata a mí... se acabó.
Su tío abrió la boca. Tia Petunia profirió un quejido, y Dudley miraba a Harry como
si nunca antes le hubiese visto. Harry no dijo más. Se levantó y subió a su habitación,
sin que nadie intentase detenerlo, cerrando la puerta tras de sí.
Se acercó a la ventana, pensativo. Se acordó de enviarle una lechuza a Ron, para
decirles que usaran un método de viaje lo más normal posible, pero luego decidió que
ya era demasiado tarde para eso si venían a buscarle por la mañana, así que lo dejó.
Ya era noche cerrada, pero la brisa era suave y cálida. Harry observó largo rato
ese mundo, un mundo tranquilo que no tenía ni idea de que, en algún lugar, Lord
Voldemort tramaba algo, reclutaba seguidores, y preparaba planes... ¿Qué pretendía?
¿Por qué no actuaba, ahora que todo el mundo sabía ya que había retornado? No lo
sabía. No había vuelto a tener más visiones, aparte de algún que otro ocasional dolor
de la cicatriz. Los dolores habían sido algo más fuertes las dos últimas noches, pero
nada serio. También sabía que había soñado con algo, pero al levantarse no había
recordado qué era. No le importaba, realmente, y casi lo prefería, porque últimamente
sólo soñaba con pesadillas donde lo ocurrido en el Departamento de Misterios y en el
cementerio de Little Hangleton se entremezclaban de forma horrible. Cerró la ventana
y volvió a su cama. Se acostó sobre ella, y decidió leer algo para quitarse de la
cabeza las preocupaciones. Terminó cogiendo el libro Equipos de Quidditch de Gran
Bretaña e Irlanda, que Hermione le había regalado hacía dos años. Lo había leído
cientos de veces, pero no le importaba, porque Harry era un forofo del quidditch,
aparte de un excelente jugador del mismo deporte. Empezó a pasar las páginas, que
casi se sabía de memoria, pero sin verdadero interés. ¿De verdad había llegado a tal
extremo de depresión que ya ni el quidditch ni la perspectiva de ver a sus amigos
consiguiesen alegrarlo?
Había sido, desde todos los puntos de vista, un día excelente: había recibido
buenas notas en sus TIMOs, no tendría más clases con Snape, al día siguiente, que
era su cumpleaños, se iría a Grimmauld Place con sus amigos, había asustado a
Dudley y a su banda sin violar ninguna ley... y aún así, se encontraba vacío, triste.
Nada de aquello tenía verdadera importancia. Las vivencias del pasado y la terrible
amenaza del futuro pesaban sobre él como losas, alejándolo del mundo normal. Se
sentía aparte, distanciado de todos, diferente. Diferente. Se dio cuenta de que en
todos sus años de vida nunca había sabido realmente lo que esa palabra significaba
para él: diferente...
Dejó el libro a un lado. No podía concentrarse. Sólo una cosa lo alegraba: no
podía ir ya a peor. De todas formas, al menos al día siguiente estaría con los
Weasley, que siempre habían sido para él como una familia... de hecho, mejores que
su auténtica familia. Harry sabía que le querían como a un hijo, y él les quería a ellos
como unos padres. Tal vez... tal vez pudiera alegrarse sólo un poco. Tal vez.
Se desvistió y se metió en la cama. Se esforzó por dormirse y no tardó en hacerlo.

Entonces, la cicatriz volvió a dolerle fuertemente. Hacía semanas que no sentía un


dolor como aquel. Le había dolido a veces durante el verano, sí, pero no como esa
vez. Supuso que Voldemort estaba muy enfadado por alguna razón... aunque,
realmente, no notaba el enfado, o la alegría, como la notaba otras veces. Harry se
acostó intentado volver a dormirse, pero el dolor continuaba. La cabeza empezó a
darle vueltas, y sus pensamientos se iban y volvían, entremezclados con recuerdos.
Sintió que no controlaba su mente, y de pronto vio a Sybill Trelawney, hablándole con
aquella extraña voz que una vez le había oído: «El Señor Tenebroso está
abandonado y sin amigos, abandonado por sus seguidores...» Repentinamente, la
visión cambió y la vio como la había visto en el pensadero de Dumbledore: «El único
con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca, nacido de...» Harry veía,
mientras se sumía en sueños cada vez más y más profundos, a su antigua profesora
de Adivinación realizar la dos profecías sobre Lord Voldemort, y su visión dio paso al
recuerdo del departamento de misterios... y a Sirius... y de nuevo la profecía, cuya voz
parecía proceder de un pozo cavernoso cada vez más hondo... «...y uno de los dos
deberá matar al otro...» «...antes de la medianoche, el vasallo se liberará y se reunirá
con él, y el Señor Tenebroso se alzará de nuevo, más grande y más terrible que
nunca»... Harry corría por entre las estanterías llenas de esferas, pero no veía a
Hermione ni a Neville... ni a Ron, ni a Ginny ni a Luna... ¿Dónde estaban? ¿Les
habían atrapado los mortífagos? No lo sabía. De repente se oyó un fuerte estruendo.
Harry se detuvo, cubriéndose la cabeza con los brazos. Todas las estanterías se
derrumbaron, y estallaron las esferas, desparramándose por el suelo, y de todas salía
la imagen de la profesora Trelawney, que hablaba: « ...ninguno puede vivir mientras
el otro sobreviva...» Harry cayó de rodillas, gritando, mientras la estancia empezaba a
dar vueltas y vueltas, mareándolo. Luego sintió que se hundía en un pozo, y cayó,
cayó durante lo que le pareció una eternidad. Cuando aterrizó, se levantó y abrió los
ojos. Entonces vio que salía de una tumba en un cementerio. Miró la lápida, que ponía
«Tom Ryddle» y, mientras miraba, contempló horrorizado cómo aparecía debajo una
nueva inscripción: «Harry James Potter». Gritó, pero nada salió de su garganta. Una
sombra le cubrió de repente. Se volvió, y frente a él se erguía Voldemort, y
ciertamente parecía más grande y terrible que nunca. Sus ojos despedían llamas, sus
labios se curvaban en una sonrisa espeluznante, y apuntaba a Harry con la varita.
«Te he impuesto mi marca... te he hecho mi igual...», decía, y se reía... y Harry vio
con horror como una cicatriz idéntica a la suya aparecía en la frente del mago. Éste
bajó lentamente su varita hasta apuntarle directamente al corazón. Su boca se abrió, y
aunque Harry gritaba con todas sus fuerzas, seguía oyendo como Voldemort se reía y
pronunciaba las palabras «Avada Kedavra» mientras seguía apuntándole. Harry cerró
los ojos esperando el impacto, pero éste no se produjo. En su lugar, volvió a sentir
como caía, y dejó de oír al mago, porque se alejaba en la oscuridad. Cuando se
detuvo y abrió los ojos sintió que todo era distinto. Todo había cambiado, y estaba en
otro lugar, y también en otro tiempo. Algo había pasado, porque ahora no se sentía
como en un sueño, sino que notaba que aquello no era real... podía sentir lo que
sentía su otro yo, pero no podía hacer nada más... Se sentía diferente, pesado,
inmenso... y poderoso, poderoso como nadie, poderoso como nada... Se encontró
sentado en una sala oscura. Delante de él, lentamente, un rostro fantasmal se
acercaba mientras le hablaba... Harry reconoció la cara como la de Salazar Slytherin,
uno de los cuatro fundadores de Hogwarts. Había visto su imagen en la cámara de los
secretos cuando iba en segundo. Slytherin movía los labios, pero Harry, al principio,
no le oía, luego, cuando se acercó más, empezó a comprender sus palabras: «...te
has unido a él. Te has unido a mi heredero... bien... bien... te he esperado... tanto
tiempo... te alejaste mucho, pero has vuelto, al fin has vuelto... al fin has venido a mí...
y la conseguirás para él, y entonces...» Harry quería oír qué era lo que tenía que
conseguir, pero no pudo, porque la imagen de Slytherin se desvaneció. El Harry que
le escuchaba sonreía... pero él se horrorizaba por dentro... algo malo, horrible, le
había sucedido, algo terrible, pero no llegaba a saber qué era. Entonces se levantó, y
era alto, y vestía de negro, y ya no estaba en aquella estancia oscura, sino en lo alto
de una montaña, y cientos de mortífagos se arrodillaban ante su presencia. Dos
inmensas serpientes lo flanqueaban, silbando... Y de pronto lo supo: de alguna forma,
ahora era el soberano del mundo mágico, se había apoderado de todo, finalmente lo
había conseguido... pero no solo, no era sólo él... Levantó una mano blanca y
cadavérica, y los mortífagos trajeron a un encapuchado para ser ejecutado... Harry
bebería su sangre, como la de todos los que le habían precedido. Una parte de él se
horrorizó, pero otra parte lo deseaba. Sabía lo que hacían: ejecutaban a los sangre
sucia, a sus enemigos, a muggles... Los mortífagos le quitaron la capucha al reo... y
Harry vio, horrorizado, que era Hermione, su amiga Hermione, que le miró a los ojos.
Un lágrima le resbaló por su rostro manchado. Tenía el pelo enmarañado y sucio, y la
túnica desgarrada. Suplicaba, pero a Harry no le importaba. Sabía que era la última
de todos, y que estaba sola, y que en cuanto estuviese muerta todo habría acabado...
el Harry que contemplaba intentaba hablarle, intentaba impedirlo, pero de su boca
solamente salía aquella risa fantasmal, terrible, cruel, desprovista de toda emoción
humana. Hermione gritaba, pedía, pero Harry se dio cuenta de que en su súplica no
había miedo... se dio cuenta de que Hermione suplicaba por él, no por ella, pero eso
no le importaba. Ya nada le importaba. Se acercó, y había un espejo, se miró, y se
vio, y era su cara, pero también era la de Voldemort, sus ojos eran negros con brillos
rojizos e inhumanos y su cicatriz ahora parecía una serpiente. Volvió la vista e hizo
una seña, y un mortífago se quitó la capucha. Lo reconoció: era Macnair, y levantaba
el hacha que una vez Harry le había visto... Hermione lloró en silencio, pero no bajó la
cabeza, sino que miró a Harry con... ¿piedad? Sí, aquella expresión era piedad, o
lástima... y eso era lo más horrible de todo, lo que más daño le hacía, aquel
sentimiento... ¿Por qué no lo odiaba? ¡Él iba a matarla, debería odiarlo! Macnair se
preparó para matar. Hermione, consciente de su destino, abrió la boca y pronunció
sus últimas palabras mirando a Harry directamente a los ojos:
—Te perdono, Harry. Ojalá alguna vez comprendas, ojalá alguna vez vuelvas a...
Pero no terminó la frase. Macnair descargó el hacha, y los hermosos ojos
marrones de Hermione se apagaron, mientras una última lágrima salía de ellos y
rodaba por su mejilla, y un hilo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios.
Entonces, Harry sintió que se partía, pero no vio más, porque la visión terminaba y él,
por fin, se alejaba...

Se despertó gritando y bañado en sudor. La cicatriz le dolía de una forma


espantosa. Se quedó despierto y sentado. Temblaba de pies a cabeza. Había tenido
muchas pesadillas en su vida, pero ninguna como aquella... no parecía una
pesadilla... era como una visión, pero no era como las demás visiones que había
tenido... y Harry supo, de alguna manera, que aquello que había visto o algo muy
parecido podía hacerse realidad... Supo, horrorizado, que él podría... podría llegar a
ser tan poderoso como el sueño le había mostrado... sólo tenía que unirse a
Voldemort, abandonarlo todo y todo sería real... Harry tembló al pensarlo.
—¡No! No puede ser... yo nunca podría... ¡Nunca lo haré! Sólo era una pesadilla...
sólo una pesadilla...
La puerta de la habitación se abrió de golpe, la luz se encendió, y Harry, aún
tembloroso, vio a tío Vernon, que le miraba no con cara de enfado, sino de susto.
—¡¿Qué te pasa?! —preguntó
—Na... nada, sólo era una pesadilla —explicó Harry.
—¡Creí que te había sucedido algo! —gritó. Ahora sí parecía enfadado—. Procura
no tener más pesadillas de esas y no gritar tanto, o dormirás en el sótano ¿de
acuerdo?
—De... de acuerdo —balbuceó. La cicatriz aún le quemaba.
Tío Vernon le miró un momento, apagó la luz y volvió a cerrar la puerta.
—No lo haré... no es posible —repitió para sí.
Pero mientras lo decía, pensó en la posibilidad... aunque era terrible, el Harry del
sueño ya no sentía dolor, ya no sentía rabia ni pena... estaba por encima de todo y de
todos, por encima del mal y del bien... ya no era un ser humano. Se encontró
deseando ser así... no sentir el dolor por Sirius, por sus padres... no sentir más miedo,
no volver a ser humillado por Snape, por los de Slytherin, por el ministerio... no volver
a preocuparse... intentó apartar esos pensamientos de la cabeza. Había ordenado
ejecutar a Hermione... ¡y era su mejor amiga! Ella y Ron siempre habían estado con
él... incluso en el sueño, a Hermione parecía preocuparle más el monstruo en el que
Harry se había convertido que su propia vida... Se sintió asqueado de sí mismo. El
dolor de la cicatriz había remitido un poco. Intentó volver a dormirse. Al día siguiente
hablaría con Dumbledore, aunque una parte de él seguía enfadada con el director por
haberle ocultado tantas cosas durante tanto tiempo, pero era el único que podría
ayudarle, ahora que Sirius no estaba... ¿Y qué era aquello que la imagen de Slytherin
le había dicho? «Tienes que conseguirla para él...» ¿Qué tenía que conseguir? Harry
no lo sabía, pero sentía que saberlo era algo importante, muy importante.
Antes de dormirse, había pensado que tal vez podría alegrarse... tal vez. Ahora
sabía la respuesta: no había ningún tal vez.
Evitando pensar, intentó volver a dormirse, y al fin lo consiguió, pero tardó mucho,
mucho tiempo en hacerlo.
2

De Nuevo en Grimmauld Place

Los Weasley acudieron a buscarlo a media mañana. Afortunadamente para Harry,


y también para la salud mental de los Dursley, vinieron en un coche prestado por el
ministerio. De él se bajaron el señor Weasley y Ron, que parecía muy contento. Ron
ya le había contado que la actitud hacia su padre en el ministerio había cambiado
mucho, y que incluso era posible que le ascendieran. El ministerio había prestado el
coche seguramente para ayudar en la protección de Harry. Una vez reconocido que
Voldemort había retornado, la protección de Harry se hacía muy necesaria. Fudge
habría sido informado de todo lo ocurrido por Dumbledore, y en el ministerio habrían
tomado medidas para protegerle, como se habían tomado cuando fue llevado a vivir
con los Dursley, sabedores de que Harry era el primer objetivo del malvado mago.
El señor Weasley saludó a tío Vernon, que no le devolvió el saludo. Sólo esperaba
que se fuesen cuanto antes sin que ocurriera nada anormal que mereciera la atención
de los vecinos. Dudley había desaparecido; Harry supuso que aun recordaba el
caramelo longuilinguo que había probado dos años antes y la experiencia del día
anterior.
—¡Hola Harry! FELICIDADES —saludó Ron, dándole un abrazo. Parecía muy
alegre—. ¿Qué tal?
—Hola Ron. Buenos días, señor Weasley —dijo Harry, intentando sonreír, pero sin
conseguir demasiado.
—Buenos días, Harry. ¡Feliz cumpleaños! —dijo Arthur Weasley también muy
alegre. Luego se fijó en su cara y le preguntó, preocupado—: ¿Qué tal te encuentras?
No tienes muy buena cara.
—Bueno... no he pasado muy buena noche... pesadillas —aclaró.
—¡Ah, claro...! Pero tranquilo, Harry. Pasarán —respondió más tranquilo el señor
Weasley. Obviamente suponía que soñaba con lo sucedido en el departamento de
misterios. Pero Ron había visto la mirada que Harry había puesto y supuso que había
algo más.
—Bueno Harry —dijo Ron— ¿Te ayudo a bajar las cosas?
—Sí, gracias.
—Bien chicos. ¿Necesitáis ayuda? —preguntó el señor Weasley
—No, gracias —respondió Harry—. Nos apañaremos.
—Bien —dijo el señor Weasley, quien pareció pensar que tenía una excelente
ocasión para hablar con tío Vernon. A Arthur Weasley los muggles le volvían loco.
Mientras contemplaban a tío Vernon asustado al ver que el señor Weasley se
dirigía a él, Ron y Harry subieron a por el baúl y las cosas de Harry.
—Oye Harry... —dijo Ron— ¿Seguro que sólo fue una pesadilla?
Harry no respondió. Miró a Ron con una expresión grave.
—No... No fue una visión, si es a lo que te refieres... pero fue muy extraño. Era
horrible, eso te lo puedo asegurar...
—¿Qué viste? —a Ron se le había borrado la sonrisa de su cara pecosa.
Harry dudó un momento. ¿Era aquel el momento apropiado para contarlo? Es más
¿quería contarlo? Decidió que en aquel momento no.
—Eh... fragmentos de sueños y... a Sirius, y Voldemort... luego muertes, cosas
horribles... y no recuerdo mucho más —mintió.
Ron le miró poco convencido.
—¿Seguro? ¿Sólo es eso?
—Sí, Ron. Tranquilízate —Harry intentó sonreír—. Es que fue un sueño muy
vívido... pero no creo que sea importante...
Ron siguió mirándole, incrédulo, pero no insistió. Harry sabía que no le creía, y
agradeció que su amigo no lo presionara. Iba a contárselo, desde luego, pero cuando
estuviese con Hermione, y a ser posible, antes deseaba hablar con Dumbledore.
Cogieron todas las cosas y salieron al pasillo. Vieron como Dudley, que miraba por la
puerta entreabierta, la cerraba rápidamente, con miedo. Ron sonrió.
Bajaron la escalera, y Harry sonrió al ver a tío Vernon intentando librarse del señor
Weasley, que le acosaba a preguntas sobre el funcionamiento de los más diversos
aparatos de la casa.
—Ya podemos irnos, señor Weasley —dijo Harry, que estaba deseando abandonar
aquel lugar.
—Bien, chicos. ¿Tenéis todo?
—Sí papá. Vámonos o no llegaremos para comer —dijo Ron.
—Bien, bien —dijo el señor Weasley. Luego se dirigió a tío Vernon—. Bueno,
señor Dursley, hasta la próxima. Cuidaremos de Harry.
Tío Vernon no contestó. Obviamente no le importaba mucho ni poco que cuidaran
de Harry, pero la idea de volver a ver al señor Weasley en su casa le ponía enfermo.
Metieron el baúl en el maletero (en el que Harry habría jurado que no cabía) y se
montó con Ron detrás. Harry no preguntó como harían para llegar a la hora de la
comida. Obviamente, el coche del ministerio no era un coche normal. Enseguida se
pusieron en marcha, y por arte de magia, se pusieron delante de todas las colas,
atravesando semáforos en rojo y estrechos callejones por donde no pasaría una
motocicleta.
Ron empezó a contarle a Harry las novedades. A Fred y George les iba muy bien
con la tienda, y el negocio había prosperado a las mil maravillas. De hecho, incluso la
señora Weasley, que al principio se había opuesto totalmente a los «Sortilegios
Weasley» estaba orgullosa de ellos. Le dijo a Harry que Hermione llegaría al día
siguiente, pues había estado de vacaciones en España (le había enviado a Harry una
postal desde Cádiz) y que sus padres la llevarían a Grimmauld Place después de
llegar al aeropuerto.
—¿Quién comerá hoy allí? —preguntó Harry, intentado meterse en la conversación
y animarse un poco.
—Supongo que casi todos —respondió el señor Weasley—: Tonks, Kingsley,
Mundungus, Charlie, Bill, Lupin... ¡Ah! y también Dumbledore. Celebraremos una
fiesta. Molly va a hacer un pastel estupendo.
—Estupendo —Harry se alegró. Los vería a casi todos, a pesar de no tener mucho
ánimo para fiestas. Y podría hablar con Dumbledore, que era lo que más deseaba. No
preguntó por Percy, prefería esperar a estar a solas con Ron. Miró por la ventana. El
coche avanzaba a extraordinaria velocidad, casi como el autobús noctámbulo, pero el
conductor lo manejaba mejor que Ernie, quien llevaba el autobús. Durante el resto del
camino, Ron le contó a Harry que había sacado 7 TIMOs. Como Harry, había
suspendido adivinación, pero también Historia de la Magia. Sin embargo, estaba
contentísimo. No había esperado tanto. Y también había sacado un «Extraordinario»
en Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry se alegró. Esperaba que todos los
miembros del «Ejército de Dumbledore» al que él había dado clases de Defensa
contra las Artes Oscuras hubieran sacado un «Supera las expectativas» como mínimo.
Harry recordó el grupo, y al hacerlo, se acordó de Cho Chang, la buscadora de
Ravenclaw con la que Harry había tenido una corta relación el año anterior (Harry no
habría podido asegurar que habían sido novios), muy marcada por la muerte de Cedric
Diggory, que había sido el novio de Cho el año anterior, antes de ser asesinado por
Lord Voldemort la noche de su renacimiento. Al recordarla, Harry sólo notó una
especie de nostalgia por otros tiempos que parecían ahora muy lejanos, como
pertenecientes a otra época y a otro mundo distinto. Un mundo en el que su padrino
vivía, y en el que Harry no sabía que tendría que morir o matar. Al pensar esto último
se acordó de su sueño, e instintivamente pensó que existían, o parecían existir otras
alternativas... pero no quería pensar en eso. Apartó esas ideas de la cabeza y se
dirigió a Ron:
—Oye Ron, ¿has entrenado algo para quidditch? —Ron era el guardián de
Gryffindor desde el año anterior.
—¡Sí! —respondió Ron muy alegre. He jugado con Fred, George, Bill, Charlie y
Ginny cuando podíamos. Y creo que he mejorado bastante —dijo orgulloso. Su
autoestima había crecido mucho desde el partido final contra Ravenclaw, cuando se
habían proclamado campeones—. Ginny es la que está más triste. Supone que ahora
que Umbridge ha sido expulsada del colegio, tú volverás a ser el buscador de
Gryffindor. Eso la alegra —añadió mirando a Harry—, pero le gustaba pertenecer al
equipo...
—¡Ah!, es verdad... —dijo Harry. Le daba un poco de pena por Ginny—. Pero tal
vez consiga otro puesto. Al fin y al cabo, Angelina se fue el año anterior, al igual que
Alicia... Habrá que buscar nuevas cazadoras... quizá tenga suerte. El año pasado me
dijo que se presentaría.
—¿Quién será el nuevo capitán del equipo? —preguntó Ron, pensativo—. ¿Crees
que te nombrarán a ti?
Harry no lo había pensado nunca. Realmente, él era el jugador más antiguo del
equipo, detrás de Katie Bell, que era cazadora. Aunque era muy buena, Harry
consideraba que, como buscador, era el mejor jugador del equipo. Desde que él
jugaba, sólo habían perdido un partido de todos los que había disputado, y había sido
debido a una invasión de dementores...
—No sé —respondió—. Katie es la jugadora más antigua del equipo...
—Pues yo creo que te nombrarán a ti —afirmó Ron, convencido—. Después de lo
que te hizo Umbridge el año pasado, seguro que McGonagall quiere recompensarte.
Harry sonrió.

Un rato después, llegaron a Londres. El coche del ministerio les dejó en Grimmauld
Place y, tras despedirse del conductor, se dirigieron a la separación entre el número
11 y el número 13, donde, al entrar, apareció el número 12, el Cuartel General de la
Orden del Fénix. Protegido por el encantamiento Fidelio, sólo si Dumbledore, guardián
de los secretos, decía a alguien donde estaba la casa, podría éste encontrarla. Harry y
Ron cargaron el baúl y el señor Weasley cogió la jaula de Hedwig.
Nada más entrar, el cuadro de la madre de Sirius se puso a gritar y a vociferar
como de costumbre. De la cocina salió rápidamente Lupin, y entre él y el señor
Weasley lograron cerrar las cortinas.
—¡¡Cerdos!! ¡¡Sangre sucia!! ¡¡Traidores!! ¡¡Abandonad la casa de mis padres...!!
Descontado el cuadro, Harry apreció un sutil cambio respecto a la primera vez que
había entrado. El vestíbulo aparecía más limpio, mucho más habitable. Atraído por los
gritos de su ama, Kreacher, el elfo doméstico, bajó las escaleras, refunfuñando, como
siempre, y miró a Harry. Se le formó una sonrisa en la cara.
—¡Vaya! Kreacher saluda al joven amo, sí. Saluda al gran Harry Potter. Pero el
joven Harry Potter ha perdido a su padrino, me dicen, aunque él de nuevo escapó del
Señor Tenebroso, sí, un sangre mestiza, un sangre mestiza con suerte, sí. Y viene
acompañado de ese traidor a la sangre y de uno de sus asquerosos retoños...
Harry le miró con un odio visceral. Ni siquiera había recordado que vería al elfo
doméstico.
—¡¡Apártate de mi camino!! —le gritó con rabia, dirigiéndose hacia él— ¡¡Y no
vuelvas a mencionar a Sirius!! ¡¡Tú me engañaste!! ¡¡Murió por tu culpa!!
La última vez que Harry había visto a Kreacher, éste le había engañado para que
fuera al departamento de misterios, haciéndole creer que Sirius estaba allí. Si no
hubiese sido por él...
La señora Weasley salió en ese momento de la cocina. Harry se dirigía hacia
Kreacher, con expresión furibunda.
—¡Harry...! ¡Oh Harry! Cálmate cariño, ven, ven por aquí... —la señora Weasley le
dio un abrazo y dos besos—. Lárgate —le dijo a Kreacher.
—Estúpida, esta maldita traidora a la sangre se cree que puede dar órdenes a
Kreacher, ¡oh, pobre Kreacher, si su ama lo viera, sirviendo a toda esta escoria! —El
elfo se alejó por las escaleras.
—Venga, tranquilízate, Harry —le dijo Lupin—. Hoy es tu cumpleaños. Dieciséis
años ya...
Harry entró en la cocina. Había un aroma delicioso en el aire, pero Harry se había
puesto furioso, y ahora esa furia era sustituida por pena y tristeza, y más al ver a todos
los miembros de la Orden en la cocina, excepto a su padrino, a Hagrid, a la profesora
McGonagall y a Snape. Todos le saludaron y le felicitaron por su cumpleaños.
Instantes después, entraron por la puerta Ginny, Fred y George. Ginny dio un grito de
alegría y le dio un gran abrazo a Harry y un beso. Harry se quedó un poco extrañado,
Ginny solía ser más tímida con él. Fred y George le saludaron, miraron que su madre
no les viera y le entregaron un pequeño libro.
—Toma Harry. Es tu regalo de cumpleaños —dijo Fred.
—Ábrelo —dijo George.
—Gracias chicos —Harry lo abrió de mala gana, no se sentía muy animado para
fiestas ni regalos, pero no quería decepcionar a los gemelos. Ni siquiera había mirado
el título.
Al abrirlo, a Harry se le cayó el pelo y en su lugar le creció una frondosa hierba
verde con espigas y algún que otro tulipán. Todo el mundo se quedó un instante mudo,
y luego estallaron en carcajadas. Incluso Harry se rió.
—¡¡George y Fred Weasley!! ¡Os dije que nada de tonterías! —les gritó la señora
Weasley intentando poner expresión de enfado, aunque a decir verdad, parecía a
punto de echarse a reír.
—¡Tranquila mamá! Se recuperará en media hora. ¿Te gusta Harry? ¡Es un libro
hierbapelo! ¡Un nuevo éxito de Sortilegios Weasley! —explicó Fred entusiasmado—. Si
se lo das a alguien, al abrirlo se le cae el pelo y le crecen hierbas de todo tipo, según
la página por la que lo abras. Cuestan tres galeones de nada.
—¡Y espera que te mostremos los caramelos para desdentados! —agregó George.
Un poco más animado, Harry se sentó a disfrutar de su fiesta, aunque Lupin tuvo
que hacerle un pequeño encantamiento desvanecedor, porque con la hierba casi no
podía comer, así que se vio obligado a quedarse calvo durante media hora, hasta que
le creció de nuevo el pelo y se le quedó como antes. La comida resultó deliciosa, y
nadie habló mucho mientras comían.
—¿Qué tal te encuentras, Harry? —preguntó Lupin.
—Bien, gracias —contestó, con un tono seco que Lupin no percibió.
—Me alegro, Harry. La vida continúa —dijo, suspirando—. Debemos seguir
adelante. No hagas caso de Kreacher... él sólo obedecía órdenes. Lleva toda su vida
sirviendo a una mala familia...
—Dobby también servía en una mala familia y no es como Kreacher. ¡No pienso
perdonarle! —había vuelto a ponerse serio y enfurruñado.
Dumbledore le miró fijamente un momento, pero no dijo nada. Harry casi lamentó
que no le dijese algo para exculpar a Kreacher, así habría podido desahogar su rabia
un poco más. Nadie habló nada durante un buen rato, hasta que Fred hizo que a Ron
le saltara sopa desde el plato y el ambiente se distendió un poco. Hablaron de
banalidades, con alguna carcajada cuando Fred y George hacían alguna locura, pero
Harry no dijo gran cosa. Prefería comer en silencio y mantenerse en un segundo
plano, y los demás parecieron entenderlo. Miraba a veces a Dumbledore, y se
encontró en varias ocasiones con la mirada del anciano mago. Una mirada, que tras la
fachada de alegría, mostraba un deje de preocupación por algo.

Tras la comida, y los pasteles, y el «cumpleaños feliz», Harry subió a su habitación


con Ron, Ginny, Fred y George para deshacer su maleta y abrir sus regalos. Habría
sido el mejor cumpleaños de su vida si Sirius hubiese estado con él... Harry intentó
alejar esos pensamientos y disfrutar del día, pero no podía. Ya ni siquiera era la
ausencia de su padrino. El recuerdo vívido del sueño lo atormentaba sin cesar.
Cuando tuvo las maletas deshechas, Harry preguntó a Fred y George por la tienda.
—¡Va estupendamente, tío! Jamás habríamos imaginado tanto éxito en tan poco
tiempo... aunque claro, teníamos un buen estudio de mercado —dijo George riéndose.
Harry sonrió. El «estudio de mercado» había sido llevado a cabo por los gemelos
en multitud de alumnos de primero el año anterior, pese a los intentos de Hermione
por evitarlo.
No dijo nada durante un momento. Quería preguntar algo y no sabía muy bien
cómo.
—Bueno y... ¿y Percy? —dijo por fin, con una sonrisa tímida en la cara.
—Percy... —comenzó a decir Ron—. ¿Sabes?, quizá lo veas hoy, Harry. Sigue
viviendo en Londres, pero quizás venga por aquí. Dumbledore le ha invitado —explicó,
mientras Harry se extrañaba. Percy había creído que Dumbledore era un criminal—.
Tardó dos semanas, pero una noche vino a casa a disculparse. Mi padre se mostró
reacio, y Fred y George querían darle de premio turrón sangranarices, pero mamá se
puso a llorar de felicidad. Le ha costado mucho, pero ha pedido perdón, y a ti, desde
luego, te debe una disculpa. Ya le ha pedido perdón a Dumbledore. Ahora vuelve a
trabajar en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, no quiso seguir con
Fudge, quien, por cierto, ha despedido a Dolores Umbridge por lo de los dementores y
lo de la maldición cruciatus contra ti. Todo salió a la luz y además ella no estaba en
muy buenas condiciones para trabajar... —Ron sonrió—. Creo que ahora vive en
Escocia, con su hermana o algo así. Fudge ha estado dando muchas explicaciones y
disculpas. Mi padre opina que si sigue mucho en el cargo será un milagro.
—Me alegro de que hayan echado a Umbridge. Tiene suerte de no haber acabado
en Azkaban —dijo Harry, tajante—. Yo, por mi parte, seré feliz si no vuelvo a verla en
la vida.
—¿Vas a perdonar a Percy, Harry? —preguntó Ginny.
—No lo sé —contestó Harry, pensativo—. Supongo... aunque desde luego no será
lo mismo nunca. Aún no se me quita de la cabeza que haya podido tragarse toda la
basura que decía ese periódico.
—Por nuestra parte es sólo como medio hermano —dijo Fred muy serio—. No
vamos a perdonarle tan fácilmente que haya hecho sufrir tanto a nuestros padres. De
hecho, si no fuera por mamá...
A esto le siguió un silencio un poco incómodo, hasta que George, para romper la
tensión, preguntó:
—¿Sigue pareciéndose el idiota de tu primo a un ballenato joven?
—No. Ahora ya es un ballenato casi adulto —dijo Harry con una sonrisa. Fred y
George rieron y el ambiente se distendió.
—Fred y yo hemos pensado en hacerle un tributo creando un pastel Dudley.
—¿Un pastel Dudley? ¿Qué hace? —preguntó Harry, perplejo.
—Lo comes y engordas 120 kilos de golpe —respondió George—. ¡Va a ser el
terror de las chicas!
—Sí, hasta un cazurro como ese puede servir para algo, ya ves —dijo Fred entre
las risas de Ginny, Ron y Harry. Éste se sentía muy feliz de haberle dado el premio del
Torneo de los Tres Magos a Fred y George. Nadie era capaz de levantar el ánimo
como ellos en las situaciones más tristes.
—Vamos a ampliar el negocio, Harry. Lee Jordan va a ayudarnos, ahora que ha
terminado en Hogwarts. La verdad es que sin él no es lo mismo... —explicó George.
Harry se asustó de lo que podrían hacer entre los tres. No conocía a nadie capaz
de hacer tantas travesuras y gamberradas. Estaba seguro que en unos años la tienda
de Zonko tendría graves problemas con la competencia.
Después de hablar un rato sobre el quidditch, Harry, más alegre que en ningún
momento del día (que aún así no era mucho), bajó con Ron. Afortunadamente, no
volvió a ver a Kreacher. Una vez en el vestíbulo, Lupin se acercó a él, mientras Ron
entraba en la cocina.
—¿Te encuentras mejor, Harry? Cuando llegaste no tenías buena cara.
—He pasado una mala noche... —respondió Harry.
—Harry, sé que es duro volver aquí, y ver a Kreacher, y todo lo demás, después de
lo que pasó, pero debes seguir adelante. Sirius seguirá contigo en tus recuerdos. Tú le
diste un tiempo en libertad que no habría tenido si no le hubieras salvado de los
dementores, y él hizo lo que debía hacer como enemigo de Voldemort y tutor tuyo. No
debes sentirte triste. Murió como un hombre libre, alégrate. Además, el ministerio ha
decidido concederle a título póstumo la Orden de Merlín de Primera Clase que le
habían otorgado a Peter...
—Eso no va a devolverle a la vida —repuso Harry con sequedad.
—Sí, pero al menos todo el mundo le recordará como a un héroe en vez de como a
un asesino fugado. Tú tienes a tus amigos, Harry... amigos muy buenos, de los
mejores que se puede tener, diría yo. Ellos siempre estarán contigo. Yo perdí a mis
mejores amigos del colegio: primero tu padre... luego creí que Peter había muerto, y
aun peor, que Sirius era un mortífago... me alegré muchísimo al saber que era
inocente... y ahora ha muerto, y Peter resulta ser el asesino. Tú todavía tienes a tus
amigos, y para los Weasley eres como un hijo. No debes olvidar eso.
—Lo sé... —dijo Harry pensativo. Lupin tenía razón—. Supongo que lo superaré,
con el tiempo...
—¡Así me gusta! —Lupin parecía un poco más alegre—. Yo también le echo de
menos ¿sabes? Pero sé que tanto él como tu padre estarán siempre con nosotros.
Harry sonrió y dejó a Lupin. Entró en la cocina, donde estaba Ron, charlando
animadamente con Tonks y Kingsley Shacklebolt. Harry se les unió, verdaderamente
alegre por primera vez en el día. La señora Weasley le miró y se le dibujó una sonrisa
en la cara.
Una hora después, Kingsley y Tonks salieron. Mientras Ron se servía una
merienda con Ginny, Harry se dirigió al lavabo. Al salir de la cocina, se abrió la puerta
de la entrada y Snape entró en el vestíbulo. Harry se le quedó mirando con una
expresión entre indiferente y de odio. El rostro de Snape, sin embargo, no mostraba la
menor duda: mostraba un odio indescriptible. No había olvidado la humillación de
haber cogido a Harry mirando en sus recuerdos más odiados. Harry tampoco había
sido muy feliz ese día, se había llevado una desilusión respecto a su padre...
—Ho... hola profesor —logró decir Harry.
—No he venido a charlar contigo, Potter, así que no me molestes. ¿Dónde está el
director?
—No lo sé —le respondió Harry—. Pero la señora Weasley está en la cocina.
Snape, tras dirigirle una última mirada de intenso odio, entró en la cocina y cerró la
puerta. Harry se dirigió al lavabo y al salir se encontró con Fred y George.
—Parece que nuestro querido ex profesor de pociones ha venido a hacernos una
visita, ¿eh, Harry?
—Sí. Y por mí me habría ahorrado la molestia de verlo. Sólo me consuela la idea
de que no volveré a tener clase con él nunca más.
—Si quieres, Harry, Fred y yo tal vez podríamos darte un empleo a tiempo parcial
como cobaya, si no quieres volver a Hogwarts —ofreció George con expresión
excesivamente seria y profesional.
—Mejor que no... gracias —dijo Harry con una sonrisa— Creo que es menos
arriesgado enfrentarse a un ejército de mortífagos.
—Tú te lo pierdes, chaval —respondió Fred encogiéndose de hombros mientras se
dirigían a otra habitación.
Cuando Harry bajó, Snape ya se había ido, para alivio de Ron y Ginny. Ofrecieron
a Harry unos bocadillos y fueron a sentarse al viejo salón del sótano de la casa, ahora
rehabilitado. Mientras comían, Harry miró a Ginny.
—¿Qué tal con Dean Thomas, Ginny? —le preguntó, sin rodeos, y
sorprendiéndose a sí mismo por su atrevimiento. Ginny no le había hablado nada de
eso en las cuatro cartas que le había enviado a Privet Drive.
—Eh... bueno... —dijo Ginny, un poco cohibida. Harry le había gustado
prácticamente hasta el año anterior, y hablar de estos temas con él le daba un poco de
vergüenza.
—Lo dejaron hace una semana —respondió Ron, sonriente—. Ginny dice que en
vacaciones no le ve y que se pone algo pesado. Michael Corner también se puso muy
pesado ¿eh, Ginny? ¿No será que te aburres con facilidad? Tal vez deberías elegir a
alguien a quien vieses a menudo, no sé... —dijo, lanzando miradas furtivas hacia
Harry.
Ginny le miró con expresión asesina. Harry miró hacia otro lado, como distraído...
Harry sospechaba que Ron deseaba que Ginny saliera con él, pero a él nunca le había
gustado ella, era más bien como una hermana pequeña...
—¿Y si te preocuparas de ti, Ron? —respondió Ginny, levantándose enfurecida—
Mientras te preocupas tanto por mí, tú vas a dejar pasar tu ocasión...
—¿Qué ocasión? —le preguntó Ron, con el entrecejo fruncido.
—Déjalo, da igual —dijo la chica, meneando la cabeza con gesto enfadado—. No
ves lo que tienes delante de las narices...
—¿A qué te refieres? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo más aún.
—¡Me refiero a Hermione, idiota! —gritó Ginny.
—¡¿Cómo dices?! —Ron también se había levantado. Ginny salió del salón, sin
escuchar más a su hermano—. ¿Tú la has oído? —le preguntó a Harry—. ¡Está loca!
¿Yo, con Hermione? No, gracias —repuso Ron muy ofendido.
Harry casi lamentó haber sacado el tema, pero pensó, divertido, si Ginny no
tendría algo de razón en lo que había dicho.

Antes de la hora de cenar. Harry subió a su habitación a ver como estaba Hedwig.
Recordó que aún no había hablado con Dumbledore, y que debía hacerlo pronto. A
pesar de que se lo estaba pasando mucho mejor de lo que había creído posible, Harry
se acordó de su sueño. Tenía que hablar con Dumbledore, y éste no estaba en la casa
y no sabía cuando volvería. Bajó a la cocina y le preguntó a Moody, que limpiaba su
ojo mágico, si sabía cuando regresaría el director.
—Pues no lo sé, Potter, pero dudo que venga hoy a cenar. Probablemente hasta
mañana no vuelva por aquí. ¿Por qué? ¿Te sucede algo? —inquirió, mirándole de una
forma extraña debido a su ojo vacío.
—No... sólo quería tratar un asunto con él —dijo Harry, encogiéndose de hombros
—. Nada importante.
—Si tienes algún problema, Potter, no dudes en contármelo. A mí o a cualquier
otro. ¿No habrás tenido alguna visión más, verdad?
—Eh... no. Ninguna.
—Mejor, mucho mejor. Recuerda, Potter, estate siempre alerta.
—Lo recordaré, profesor.
—Y preferiría que no me llamarais profesor... no hace más que recordarme a aquel
canalla...
Harry volvió al salón, donde Ron, Fred, George y Ginny jugaban una partida de
gobstones. Ron iba perdiendo. Se le daba mucho mejor el ajedrez mágico, en el que
siempre conseguía ganar a Harry. Al parecer, Ginny y Ron ya no estaban picados, y
dirimían sus diferencias en la partida. Ginny llevaba las de ganar. Harry se quedó
mirándolos. Un rato después, la señora Weasley les llamó para cenar.
Estaban poniendo la mesa cuando Tonks llegó, y un instante después, Lupin se les
unió. Charlie había regresado a Rumania, y Bill tenía una cita con Fleur Delacour. A
Fleur le había gustado Bill desde que le había visto por primera vez durante el Torneo
de los Tres Magos.
Mientras charlaban animadamente, se abrió la puerta del vestíbulo. Era el señor
Weasley, e invitó a alguien a pasar con él.
Cuando la puerta de la cocina se abrió, vieron quien venía con él: Percy.
La señora Weasley se levantó y corrió a abrazar a su hijo.
—Vamos hijo, pasa... —le invitó su madre—. ¿Has cenado?
—No, mamá —repuso Percy—. Pero no tengo mucha hambre... sólo venía a... —
Miró un instante a Harry y bajó la vista.
Harry procuró no mirarle directamente, como si la cosa no fuera con él.
—Vamos, siéntate. Comerás con nosotros.
Percy se sentó, un poco cohibido porque todos habían callado y le miraban de
reojo de vez en cuando. El señor Weasley también se sentó. Percy no parecía saber ni
qué decir, ni a quien mirar. Finalmente, haciendo acopio de valor, habló.
—Esto... Harry... —dijo tímidamente.
—¿Sí? —preguntó Harry, como sin interés.
—Bueno, yo... —se había puesto rojo y parecía muy nervioso— yo quería... quería
disculparme por haber dicho todas esas cosas de ti... Sé que fue horrible, pero... pero
leía El Profeta, y Cornelius Fudge aseguraba que mentías...
—Ya. El Profeta decía y Fudge aseguraba —le espetó Harry, continuando con su
cena como si tal cosa.
—Es que... —Percy calló unos segundos— era tan... tan impensable que El-que-
no-debe-ser-nombrado retornara... Nadie querría creerlo, era más fácil pensar que te
querías dar importancia, como con lo del torneo de los Tres Magos... —intentó
explicarse Percy.
—Claro —dijo Harry escuetamente—. Yo sí quería creerlo ¿verdad? ¡Somos
grandes amigos! ¡Pero estaba allí! ¡No quería creerlo, pero lo vi! ¡Él mató a mis
padres! ¡¿Cómo iba a querer darme importancia por ello?! ¡¿Qué creías que quería?!
—Harry se había puesto en pie y gritaba—. ¡Para mí esta cicatriz no es más que una
desgracia y una maldición! ¡No me apetece precisamente darme importancia por ello!
¡Yo le daría mi fama a quien la quisiera! Preferiría tener aquí a mis padres y a Sirius...
Percy bajó la cabeza, sin saber qué decir. Los demás miraban la escena sin decir
nada.
—Yo... yo lo siento mucho —balbuceó—. De verdad lo siento... Si no quieres
perdonarme yo lo entenderé... pero ya sabes que yo... yo siempre he seguido las
normas escrupulosamente y... bueno... —hizo ademán de levantarse e irse. Harry vio
la cara de pena que ponía la señora Weasley y se le partió el corazón. La rabia que
sentía cedió lentamente.
—Está bien —dijo—. Te disculpo, Percy. Pero no esperes mi amistad de buenas a
primeras. Hay cosas más importantes que las dichosas normas. Si Ron, Hermione y
yo hubiésemos seguido siempre las normas, Voldemort —Percy se estremeció al oír el
nombre— habría retornado hace tiempo y tendría la piedra filosofal. Y Ginny habría
muerto en la cámara secreta. Y Sirius habría recibido un beso de aquellos
dementores... ¡A veces hay cosas más importantes que seguir las leyes!
—Lo... lo sé... Está bien —Percy le miró a la cara, un poco más aliviado—. Está
bien, Harry. Yo... yo te lo agradezco —Pero Harry se fijó en la expresión de ternura y
alivio de la señora Weasley más que en la de Percy.
La cena transcurrió sin más incidentes, aunque en un tono de mayor frialdad que
antes de que Percy llegara. Éste, al acabar de comer, no tardó en irse, alegando que
al día siguiente tendría que levantarse temprano. Era obvio que no se sentía
demasiado cómodo, y a Harry no le extrañaba nada.
Harry, por su parte, se sentía bastante cansado, así que subió a su habitación para
acostarse. Ron y Ginny subieron con él, y también los gemelos, quienes al día
siguiente tendrían que abrir la tienda de artículos de broma. Harry estaba deseando ir
a verla.
—Eh Harry —dijo Ron—. ¡Mañana llega Hermione! Supongo que se lo habrá
pasado estupendamente en España... yo me lo pasé muy bien en Egipto... —agregó,
con voz soñadora—. Me gustaría viajar más.
—Sí, es estupendo —Harry estaba pensando si, cuando llegase su amiga, debería
contarles a ella y a Ron todo lo que estaba ocultando. No llegó a ninguna conclusión y
decidió consultarlo con la almohada.
—Seguro que viene muy morena... —siguió diciendo Ron, como si hablara consigo
mismo. Ginny miró a Harry con una risita que Harry captó al instante. Ron no se
percató. Parecía que él mismo estuviera en España.
«¿Qué le pasa? —se preguntó Harry a sí mismo—. Nunca lo había visto así...»
—...y seguramente te traerá algo, Harry —terminó Ron, sonriente. —Tratándose de
Hermione, será algún tratado sobre magia española, seguro.
Harry se rió. Eso era propio de Hermione, quien era la única persona que Harry y
Ron conocían que se había leído Historia de Hogwarts, Evaluación de la Educación
Mágica en Europa y otros libros similares. Ron pareció volver de su ensimismamiento
—Vamos Ginny, vete a tu cuarto, Harry y yo vamos a acostarnos —ordenó Ron.
—Está bien, mandón —dijo Ginny echándole la lengua a su hermano—. Hasta
mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ginny. —Harry miró a su amigo, que empezaba a ponerse el
pijama—. ¿Qué te pasa? —le preguntó.
Ron levantó la cabeza y miró a Harry.
—¿A mí? Nada. ¿Por qué? —respondió, mirando a Harry fijamente.
Harry no respondió inmediatamente. Aquel era Ron, sí, pero había cambiado en
algo, aunque no sabía exactamente en qué.
—Has cambiado —dijo Harry, sin más—. ¿Desde cuando ese... interés por
Hermione?
—¿Interés? —dijo Ron, un tanto extrañado. Luego sonrió, pero no con su sonrisa
habitual, sino con otra, más... ¿madura?—. Es nuestra amiga. Y respecto a que he
cambiado... ¿tú no has cambiado? —preguntó él.
Entendió a Ron sin que se explicara. Estaba claro a lo que se refería:
Departamento de Misterios. Habían estado a punto de perder la vida... y ya no era
como cuando tenían doce años. Y él, concretamente, había cambiado mucho más de
lo que Ron podía aún imaginarse.
—Sí, sí he cambiado —afirmó Harry.
—Yo también —dijo Ron—. Y Ginny... y supongo que también Hermione. Ha
pasado un mes, y creo que todos hemos tenido mucho tiempo para pensar, ¿no
crees?
—Sí, sí lo creo —dijo Harry, que estaba totalmente de acuerdo con su amigo.
—Me he dado cuenta de que no me has contado la verdad sobre tu sueño —
añadió Ron—. Pero sé que lo harás.
Harry sonrió.
—Quería hablar con Dumbledore antes —se disculpó.
—No pasa nada, no te preocupes... Confío en ti.
—Gracias —dijo Harry—. ¿Sabes? No estoy tan alegre como aparento.
—Ya lo sé. Tampoco yo. También echo de menos a Sirius...
Ninguno de los dos dijo nada más. Harry se puso el pijama y se metió en la cama.
Estuvo un rato pensando en lo que había pasado durante el día. Sobre todo, lo que
más había notado era aquel extraño cambio en Ron. Sí, era lógico, después de lo que
habían pasado, pero... había algo más. Harry lo sentía. Tras aquel cambio había algo
más, no sabía el qué. Sin embargo, sabía que, fuese lo que fuese, Hermione también
estaría afectaba. Casi podía sentirlo. Pensando en ello, se fue quedando dormido, más
tranquilo. Al día siguiente llegaba Hermione, y hablaría con Dumbledore. Todo se
solucionaría. Seguro. Durmió toda la noche calmado y sin sueños.

Cuando despertó por la mañana, Ron aún estaba dormido. Se dirigió al baño, se
vistió y luego salió al pasillo. Al salir vio a Kreacher que se dirigía con algo al
dormitorio de la madre de Sirius. Harry le siguió. Abrió la puerta y encontró al elfo
hablando solo y con una foto en la mano. Allí, estaba aún buckbeak, el hipogrifo en el
que una vez él y Hermione habían salvado a su padrino del beso de los dementores.
—Hola, buckbeak —dijo Harry acariciándole el pico. El hipogrifo se inclinó
saludándole. Luego miró al elfo doméstico, que se encogía en un rincón, echando
maldiciones contra todos por tener al hipogrifo en el cuarto que había sido de su ama
—. ¿Qué tienes ahí, Kreacher?
El elfo doméstico miró a Harry con visible odio e intentó ocultar la foto.
—Kreacher no oculta nada al joven amo, al joven sangre mestiza, no...
—Dámelo —dijo Harry.
—No... no... ¡Kreacher no tiene nada!
—Vamos Kreacher, dámelo.
De mala gana, y rumiando maldiciones, Kreacher se lo entregó. Harry lo miró.
Parecía ser una antigua foto de familia que Kreacher habría salvado de la purga de
Sirius. No reconoció el lugar, que parecía algún sitio de montaña. En ella Harry
reconoció al mismo Sirius que había visto en el recuerdo de Snape. Un muchacho de
unos 15 años. No tenía una expresión feliz. A su lado había otra muchacha
aproximadamente de su misma edad, con la misma expresión de disgusto que Sirius.
Harry no la reconoció. Siguió fijándose en los rostros, y vio a la madre de Sirius,
agarrada a un hombre que debía ser su marido. Apoyaban sus brazos sobre los
hombros de un niño que se parecía algo a su padrino. Harry supuso que debía ser su
hermano, Regulus. Entre otras personas a las que tampoco reconoció, vio a dos
chicas, junto a la muchacha que estaba al lado de su padrino. Tenían una expresión
de suficiencia en la cara que a Harry le pareció repugnante. A una de ellas Harry la
había visto hacía muy poco en el departamento de misterios, a la otra la había
conocido en los Mundiales de quidditch: Bellatrix Lestrange y Narcissa Malfoy, su
hermana y madre de Draco Malfoy, le miraban con expresión de superioridad. Harry
dedujo que la muchacha que estaba al lado de su padrino debía de ser Andrómeda,
hermana de Bellatrix y Narcissa y madre de Tonks, que, al igual que su padrino, había
sido «expulsada» de la familia por haberse casado con Ted Tonks, un hijo de muggles.
Harry observó durante un rato a la familia Black. Una de las más antiguas familias de
magos, corrompida casi hasta la médula por la idea de la sangre limpia y la
superioridad de los brujos... a Harry no le extrañó que Sirius hubiese querido
abandonar aquella familia cuando pudo. Comparados con ellos, los Dursley parecían
aceptables...
—¿De dónde sacaste esta foto, Kreacher?
Pero Kreacher no dijo nada, se largó lanzando maldiciones contra Harry e
intentando no quedar al alcance de Buckbeak, que intentó darle un picotazo cuando el
elfo iba a salir de la habitación. Mirando aún la foto, Harry bajó a desayunar. En la
cocina se encontró con Lupin y la señora Weasley. Fred y George acababan de
marcharse a la tienda de artículos de broma.
—Buenos días, señora Weasley, buenos días, profesor Lupin.
—Buenos días, Harry, cariño ¿has dormido bien?
—Sí, gracias.
—¿Qué es eso, Harry? —preguntó Lupin señalando la foto.
—Es una foto que le quité a Kreacher...
—Déjamela...
Lupin la miró, y frunció el ceño.
—¿Los conocía, profesor Lupin?
—Sí —dijo Lupin con visible desagrado—. Los conocí cuando estábamos en
Hogwarts. Sirius nos había presentado a sus padres en la estación, pero nunca quiso
que fuéramos a su casa. No le gustaba nada. Al igual que tú, Harry, Sirius prefería
pasar sus vacaciones en Hogwarts, o cuando podía, en casa de James. Por supuesto,
nunca les dijo que yo era un hombre lobo, ni que mi padre era muggle. Tus abuelos,
sin embargo, sí lo sabían, y no les importaba, aunque constantemente nos decían que
tuviésemos cuidado... —Lupin sonrió, recordando—. Si hubiesen sabido lo que
hacíamos...
Harry sonrió. La familia de su padre había sido para Sirius como los Weasley para
él: una segunda familia, mejor que la auténtica...
—Sírvete unas tostadas, Harry. Iré a levantar a Ron y a Ginny —dijo la señora
Weasley, saliendo de la cocina.
Lupin siguió mirando la fotografía un rato, y luego la apartó.
—¿Quieres conservarla? —le preguntó.
—No. Esa mujer está ahí —dijo Harry con expresión de odio—. Ella mató a Sirius.
Todos los motivos por los que Sirius murió están ahí, en las caras de esa gente... No
quiero verlos. A ninguno de ellos.
—Bien, porque yo tampoco —Lupin se levantó y tiró la foto en el fuego.
Mientras Harry desayunaba, pensativo, bajaron Ron y Ginny.
—Hola Haaaarry —saludó Ron, bostezando. Se sirvió un poco de leche y unas
tostadas y empezó a comer—. No sé qué prisa tiene mi madre porque nos
levantemos. No hay nada que hacer aquí.
—Bueno, hoy llega Hermione, Ron —dijo Ginny mirando a su hermano con
expresión divertida.
—Ya lo sé —contestó Ron, sin hacer caso de la risita ni del tono de su hermana—
¿La traerán sus padres? ¿O tenemos que ir a buscarla nosotros? —preguntó.
—¿Y yo que sé? —respondió Harry.
—Sus padres la dejarán aquí —dijo la señora Weasley, entrando en la cocina.
Terminaron el desayuno y fueron a recoger sus habitaciones. Ron protestó, pero la
señora Weasley amenazó con lanzarle un embrujo si el cuarto no estaba listo en
media hora. Ginny fue a su habitación, que compartiría con Hermione, y Harry y Ron
entraron en el suyo.
—Oye Ron —dijo Harry mientras terminaba de hacer su cama— ¿Quién custodia
Azkaban ahora?
—No estoy muy seguro... creo que ahora hay allí magos del departamento de
seguridad mágica, algunos aurores, creo... eso es lo que he oído a mi padre y a
Kingsley. Por supuesto, han tenido que echarle algunos conjuros más a la prisión y
reformarla. Sin los dementores, la fuga es muchísimo más fácil...
—Ya... —Harry se preguntaba como todavía no se habían fugado de allí los
mortífagos. Un grupo de magos no detendría a lord Voldemort.
—¿Tú también te preguntas por qué no han huido todavía? —dijo Ron mirándole.
—Sí. ¿No te parece raro?
—Bueno... a lo mejor ellos solos no pueden, y quizás Quien tú sabes quería darles
un escarmiento por haber fracasado en su misión...
—Quizás —dijo Harry, pensativo—. Pero a Bellatrix la ayudó cuando los aurores
llegaron al ministerio de magia...
—Bueno, ella era su sirviente más fiel, ¿no? Y además estaba a su lado. Seguro
que si hubiera estado con los demás en el departamento de misterios no habría bajado
a ayudarla.
Terminaron de recoger la habitación y bajaron al salón. Se pasaron el resto de la
mañana jugando al ajedrez mágico, mientras Ginny leía un libro, hasta que oyeron el
timbre de la puerta.
—¡Harry, Ron, Ginny! Creo que deberíais venir —les llamó la señora Weasley, por
encima de los gritos de «¡¡Otra vez esta asquerosa sangre sucia en la casa de mis
padres!!», que otra vez gritaba el cuadro.
Los tres salieron corriendo del salón hacia el vestíbulo. Allí estaba Hermione, que
sonrió enormemente al verlos.
—¡Harry! —exclamó Hermione, lanzándose hacia él. Le dio un fuerte abrazo y un
beso—. ¿Qué tal te encuentras? ¡Feliz cumpleaños! Te he traído un regalo.
—Bien. Gracias Hermione.
—Hola Ron —Hermione le dio otro abrazo a Ron, que la miraba de forma extraña.
Ginny se aguantaba la risa.
—Hola Hermione. Estás muy... morena —dijo, un poco ruborizado. Hermione le
sonrió.
—Bienvenida —dijo Ginny.
—Hola Ginny —le contestó Hermione, dándole un beso.
—Que los chicos te ayuden a llevar las cosas a tu cuarto, querida —dijo la señora
Weasley.
—Gracias.
Entre todos cargaron el equipaje de Hermione hasta la habitación que compartía
con Ginny. Harry se fijó en que Hermione había crecido algo, y que llevaba el pelo algo
menos enmarañado que de costumbre. Por la expresión de Ron, Harry se dio cuenta
de que también se había fijado.
—¿Qué tal por España, Hermione? —le preguntó Ginny.
—¡Oh! Estupendo. Es precioso. ¡Y hay magia muy interesante! He aprendido
mucho —explicó Hermione, contentísima—. Además encontré una tienda donde
vendían una poción estupenda para el pelo ¿Lo veis? —dijo, tocándoselo.
—Te queda muy bien —opinó Ginny, mientras Ron y Harry se miraban. Sólo
Hermione podía utilizar unas vacaciones para aprender cosas.
—¿Qué tal va todo por aquí? —les preguntó ella.
—Como siempre. Bueno, casi... —respondió Harry, bajando la mirada.
Hermione borró la sonrisa de su cara y se mostró un poco preocupada, notando
que Harry se había acordado de su padrino.
—Tranquilo Harry. Todo mejorará, ya lo verás... Toma tu regalo —dijo ella,
intentando animarle.
Hermione le entregó a Harry un libro, como ya esperaba. Se titulaba hechizos y
maldiciones de los musulmanes de Al-Andalus. Harry miró a Ron y ambos sonrieron.
—¿Al-Andalus? ¿Qué significa eso? —preguntó Ron.
—Al-Andalus era como se llamaba la provincia musulmana que comprendía
España y Portugal, Ron.
—Ah... —dijo Ron, sin parecer muy enterado.
—Gracias Hermione. Tiene pinta de ser muy interesante —dijo Harry, no
demasiado convencido de sus palabras.
Miró a su amiga, que le observaba con atención. Como había supuesto, en sus
ojos también se veía aquel mismo cambio que había notado en Ron. Apartó la mirada.
Observar de aquella forma los ojos de su amiga lo ponía nervioso, muy nervioso. Se
fijó entonces en Ginny, y descubrió que su mirada también mostraba el cambio que
había notado en sus amigos, aunque no era tan profundo como en ellos. Frunció el
entrecejo. ¿Desde cuándo era tan perspicaz leyendo en los ojos de la gente?
No hablaron nada más. Las miradas que se habían dirigido parecían haber sido
suficiente conversación para que todos se entendieran. Bajaron a comer. En la cocina
estaba ya el señor Weasley y ojoloco Moody. Harry esperaba ver a Dumbledore, pero
no preguntó por él para no preocupar a nadie. No quería que le hicieran preguntas.
Hermione estuvo toda la comida hablando de sus vacaciones en España, pero Harry
no prestó demasiado atención. Su cabeza daba vueltas, pensando en si debía o no
debía contárselo todo... en junio había decidido que no, pero ahora... Harry había visto
en los ojos de sus amigos que estaban preparados para escucharle. También Ron
parecía un poco ido, a pesar de que intentaba escuchar a su amiga.
Cuando terminaron de comer, Harry había tomado ya su decisión: Iba a contarles a
Ron y a Hermione muchas de las cosas que le preocupaban, porque, aunque había
procurado disimularlo y alejar la idea de su cabeza, al observar los ojos de Hermione
no había podido evitar ponerse nervioso, porque había recordado su cara en su sueño,
sus ojos llorosos, su expresión de dolor..., mientras pedía a Harry clemencia por su
vida.
3

Confesiones y Secretos

Los tres amigos salieron de la cocina hacia el vestíbulo. Harry iba delante, y se
paró antes de llegar a las escaleras.
—Tengo que contaros algo —les dijo, volviéndose para mirarlos.
—¿Lo del sueño, Harry? —preguntó Ron.
—¿Qué sueño? —interrogó Hermione, con cara de preocupación— ¿Sigues
teniendo visiones de Voldemort?
—Vamos a mi cuarto. Os lo contaré allí. Hay... hay varias cosas que no sabéis.
Empezaban a subir las escaleras cuando Ginny salió también de la cocina y los
miró.
—¿Puedo ir yo? —preguntó. La chica esperó ansiosa un sí, pero bajó la cabeza
cuando Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos—. Ya veo... ¡Nadie me cuenta
nunca nada! Y yo... ¡yo también estuve allí, Harry, y también fui parte del ED! No soy
una niña estúpida...
Harry se lo pensó un momento.
—Ya lo sé, Ginny... Está bien, puedes venir —Harry no estaba muy seguro, pero
sabía lo que era que nadie le contara nada, y no quería hacer lo mismo.
—¡Gracias Harry! —le dijo la chica, mucho más contenta.
Subieron a su cuarto y Harry cerró la puerta. Ron y Hermione se sentaron en una
de las camas, y Ginny en la otra.
—Bueno Harry —dijo Ron— ¿Qué no nos has contado?
—¿Qué es ese sueño que tuviste? —interrogó Hermione.
Harry paseó por la habitación, sin mirar a sus amigos, pensando en si debía
hacerlo, en si debía contárselo todo. Decidió que sí, que había llegado el momento. No
podía llevar más esa carga consigo. Necesitaba desahogarse, aunque ello significara
aterrorizar a sus mejores amigos.
—Antes debo contaros otra cosa —dijo, sin volverse.
—¿El qué? —preguntó Ginny.
—Bueno —Harry buscó como empezar—. ¿Recordáis la profecía que Voldemort
deseaba?
—Sí. Se rompió y nadie la escuchó —se lamentó Ron.
—Una pena —agregó Hermione.
—Bueno... Veréis —Harry volvió a dar vueltas por la habitación mientras los demás
permanecían sentados en las camas, mirándole—. Cuando Dumbledore me sacó esa
noche del Ministerio de Magia y me llevó a su despacho me contó muchas cosas, la
mayoría de las cuales ya os las conté, pero hay algo que no os dije.
—¿El qué? —preguntó Hermione.
—Dumbledore me habló de la profecía. Me explicó que lo que había en el
Departamento de Misterios sólo era... una grabación.
—¿Una grabación? —preguntó Ron, extrañado.
—Sí, la grabación de la profecía. Dumbledore fue el que la escuchó, cuando se
hizo, hace dieciséis años, en Cabeza de Puerco...
—¡Entonces no se ha perdido! —exclamó Ron—. ¿Por qué no nos lo dijiste antes?
—¿Quién hizo la profecía, Harry? —inquirió, interesada, Hermione.
—La profesora Trelawney —respondió Harry.
Al oír eso, los tres se quedaron con la boca abierta. Todo el mundo tenía a la
profesora Trelawney por una impostora, aunque Harry había visto dos años antes
como profetizaba el retorno de Voldemort...
—Sí... bueno —dijo Harry, observando la expresión de incredulidad de sus amigos
—, Dumbledore había ido a entrevistarla para el puesto de profesora de adivinación, y
encontró que, a diferencia de su antepasada Cassandra, no tenía grandes dones. Se
iba a ir cuando su voz cambió y en un tono grave pronunció la profecía. Dumbledore
me lo mostró en el pensadero. La esfera sólo era una grabación de la misma.
—¿Qué... qué decía, Harry? —preguntó Hermione.
—¿Por qué no nos lo contaste antes? —preguntó Ron de nuevo.
—Porque... bueno, no sabía cómo os lo tomaríais —se disculpó. Miró a sus amigos
con gravedad—. De hecho, no pensaba contároslo aún, y no lo haría si no fuese por
dos razones: el sueño que tuve, y que vi que ya estáis preparados. Al menos, mucho
más preparados que en junio.
Ron, Hermione y Ginny se miraron entre ellos, sin comprender a qué se refería
Harry con aquello. Luego volvieron a dirigir la vista hacia él.
—La profecía decía algo así: «el único con poder para derrotar al Señor Tenebroso
llegará cuando el séptimo mes termina, nacido de padres que han huido tres veces de
él. El Señor tenebroso lo marcará como a su igual, pero él tendrá un poder que el
Señor Tenebroso no conoce. Y uno deberá morir a manos del otro, porque ninguno
puede vivir mientras el otro sobreviva» —Harry calló un momento y miró a sus amigos,
que se habían quedado muy serios. Hermione parecía muy asustada—. ¿Entendéis
por qué no lo había contado antes? —dijo, apesadumbrado.
—¿Qué significa exactamente, Harry? —preguntó Ron.
—No seas tonto, Ron. Está claro: significa que o Voldemort mata a Harry o... o
Harry tendrá que matar a Voldemort —explicó Hermione, con la voz temblorosa—. ¿Es
eso, verdad?
Harry afirmó con la cabeza. Ron había puesto unos ojos como platos. Ginny soltó
un quejido.
—Por eso él quiso matarme cuando era niño. Uno de sus mortífagos oyó la
profecía, pero sólo la primera parte, y por eso acudió a matarme, creyendo que era lo
que debía hacer, sin saber que, al intentarlo, sólo conseguiría marcarme...
—¿Qué quiere decir «marcarle como a su igual»? ¿Es la cicatriz? —preguntó
Ginny, asustada.
—Sí —respondió Harry, asintiendo—. Él me transfirió algunos de sus poderes
aquella noche, como la capacidad de hablar pársel, y se estableció una conexión entre
nosotros... supongo que por eso mi varita y la de Voldemort tienen el mismo núcleo.
Por eso la varita me eligió —finalizó.
—Ya... —dijo Ron, entendiendo—. Pero Harry, ¡¿qué poder posees que no tenga
Vo-Voldemort?! —preguntó, ansioso
—Bueno... según Dumbledore, ese... poder o fuerza, es algo despreciado por
Voldemort. Dumbledore me dijo que la noche del ataque, cuando Voldemort me
poseyó, fue ese poder el que me salvó, cuando recordé a Sirius. Es... —Harry se
sentía un poco tonto diciendo esto— el amor, el corazón, el cariño... Yo sentía que me
moría y me alegré, porque el dolor era horrible y quería que acabara, quería morirme y
que todo llegara a su fin... y entonces pensé que podría volver a ver a Sirius, y al
hacerlo, Voldemort me liberó. También fue eso, el amor de mi madre al sacrificarse por
mí, lo que se supone que me salvó cuando era un bebé.
Sus tres amigos le miraron durante un rato, sin decir nada, aún asimilando lo que
Harry les contaba, aún intentando digerir el hecho de que su mejor amigo tendría que
enfrentarse a muerte a un mago, y no a cualquiera, sino al mago más poderoso y
terrible que el mundo había conocido...
—¿Pero cómo vas a vencer a Voldemort con amor? —preguntó Ron, un rato
después—. Con lograr que no te posea no vas a conseguir matarle...
Harry sacudió la cabeza, dejándose caer sobre una de las camas.
—No lo sé, Ron. En realidad no tengo idea de casi nada...
—Dios mío Harry... yo me moriría si supiera que mi destino es ese... —comentó
Hermione.
—Ésa es la razón por la que Dumbledore nunca me lo había dicho —dijo Harry un
poco resentido—. Creía que no sería capaz de superarlo... pero si lo hubiese sabido,
Sirius aún seguiría vivo...
—No te culpes, Harry... —le pidió Hermione—. Dumbledore también es humano,
también puede cometer errores... Yo no sé si me atrevería a decirle a alguien algo
como eso... —ella se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros—. Pero algo es
cierto: sea lo que sea lo que tengas que hacer, estaremos contigo. No lucharás solo.
Harry miró a la chica con dulzura y agradecimiento. Habérselo contado a sus
amigos era como haber repartido la carga, como haberla aligerado. Se sintió un poco
más aliviado.
—Gracias —dijo.
—Ahora cuéntanos lo de ese sueño que tuviste.
Harry se quedó callado un largo rato. Aún no sabía muy bien como explicárselo a
su amiga... Quizás ellos pensarían que era una pesadilla, nada más, pero él había
sentido cómo ocurría, lo había visto, había sido tan real...
—Bueno, veréis —comenzó—. Hace dos días empezó a dolerme la cicatriz antes
de acostarme. Hacía mucho tiempo que no me dolía tanto. Me quedé dormido en
medio del dolor, y comencé a soñar. Soñé con aquella noche en la sala de las
profecías, y con la profecía en sí. Todo se entremezclaba de forma muy confusa. El
lugar cambió y yo estaba en el cementerio de la casa de los Ryddle, y Voldemort se
disponía a matarme... pero, entonces... —Harry se calló un momento.
—¿Entonces qué? —dijo Ron—. Hasta ahora parece una simple pesadilla, Harry...
—Pues no lo era —replicó Harry, cortante. Calló un momento, y luego prosiguió—:
Sucedió algo extraño: Me encontré en otro lugar, y en otro tiempo, y ya no era tan
confuso. Me sentía extraño, inmenso, poderoso... pero también despiadado,
malvado... yo... yo era Voldemort... o más bien nos habíamos unido en una sola
persona, y... y lo gobernaba todo... mi cicatriz tenía forma de serpiente, y tenía
muchísimos servidores, y ordenaba que ejecutaran a alguien y... y... —Harry habló
apresuradamente, con frases entrecortadas, empezando a temblar.
—Tranquilo, Harry. Despacio —Hermione intentó tranquilizarle, aunque a ella se la
veía nerviosa y asustada—. Continúa ¿y...?
—¡Eras tú! —gritó Harry, con lágrimas en los ojos—. Yo... yo ordenaba que los
mortífagos, que eran cientos, te ejecutaran, y... y tú estabas herida, y sola, y pedías
clemencia, me pedías que no siguiera, me decías que yo no podía ser así, y yo quería
gritar... ¡Pero de mi boca sólo salía esa horrible risa!... y entonces me desperté —
terminó, sin atreverse a contarle que la había visto morir.
Hermione temblaba de pies a cabeza. Ron parecía ido y Ginny parecía a punto de
echarse a correr.
—¿A... a mí? —preguntó Hermione.
—Sí.
—Pero... ¿era una visión? ¿Una profecía? —Hermione parecía aterrada ante esta
última posibilidad.
—No sentí que fuera una premonición... pero sí que podía ser real. Creo que era
una posibilidad en mi futuro. Si... si quiero... si me uno a él, podría suceder. Ya me lo
ofreció hace tiempo —Añadió.
—¡¿QUÉ?! —Gritó Ron, abriendo muchísimo los ojos.
—Cuando estaba frente a Quirrell... Voldemort me ofreció unirme a él... me dijeron
que no había bien ni mal... sólo poder... —le explicó Harry con la mirada perdida en el
suelo—. Y yo en mi sueño sentía eso... sentía que estaba por encima del bien y del
mal... era una especie de dios oscuro... ya no era humano...
—¡Pero Harry! —gritó Ron— ¡Tú jamás harías algo así! Tú le odias. Él mató a tus
padres, y por su culpa murió Sirius... ¡Y ya ha intentado matarte un montón de
veces...! Seguro que te envió esas visiones sólo para asustarte... igual que hizo
cuando viste a tu padrino en el Departamento de Misterios...
—Claro Harry —dijo Hermione, algo más tranquila—. Tú nunca me harías daño.
Estoy segura de ello.
—Yo... yo no estoy seguro de nada... Cuando soñaba... cuando estaba allí...
estaba horrorizado, pero... pero a una parte de mí le gustaba... ¡ya no había dolor ni
tristeza! Ya no me importaba nadie, sólo yo mismo... ya no podía sufrir ni por Sirius, ni
por mis padres, ni por vosotros...
Todos permanecieron callados durante un rato.
—¿Se lo has contado a alguien, Harry? —preguntó Hermione.
—Quería hablar con Dumbledore, pero ayer no tuve ocasión...
—Bueno, tal vez venga hoy por aquí. Seguro que todo se soluciona ¡Ya lo verás!
—dijo Ron, intentando animar a su amigo.
—No veo cómo —le respondió Harry, abatido, dejándose caer de espaldas en la
cama.
—Nosotros te ayudaremos, Harry. ¡No te dejaremos solo! —manifestó Ginny
enérgicamente.
—Gracias, Ginny —dijo Harry intentando sonreír, pero sin conseguirlo.
Ron se levantó y se acercó a su mejor amigo.
—Nos da igual lo que diga esa profecía —afirmó con rotundidad—. Nosotros
estaremos a tu lado. Si debes enfrentarte a Vo-Voldemort, yo estaré contigo. Moriré
contigo si es necesario.
—Gracias, Ron... —dijo Harry, mirando a su amigo con infinita gratitud.
—También yo —añadió Hermione.
Harry le sonrió. Estuvieron un rato callados. Nadie se atrevía a decir nada más.
Cada uno pensaba para sus adentros lo que aquello podría significar.
—Bueno... ¿por qué no bajamos al salón? Podríamos hacer algo para divertirnos...
no sé, quizá podríamos ir al callejón Diagon y así veríais la tienda de Fred y George.
Está genial —dijo Ron, intentando cambiar de tema y animar algo el ambiente.
La perspectiva de un viaje al callejón Diagon alegró a Harry un poco.
—No creo que mamá nos deje, Ron. No si alguien no nos acompaña —repuso
Ginny.
—¿Acompañarnos? Podemos ir por la chimenea. No tendremos que pisar el
Londres muggle.
—Estoy segura de que no nos dejará.
Bajaron a la cocina, donde sólo estaba la señora Weasley. Todos los demás
habían salido, por una razón u otra. Ron preguntó si podían ir al callejón Diagon, pero
la señora Weasley no parecía muy dispuesta.
—No Ron. Pronto llegarán las cartas de Hogwarts, y entonces iremos un día todos
juntos.
Ron salió de la cocina protestando que ya no era un niño y que su madre lo trataba
como si lo fuera, pero la señora Weasley no le hizo caso. Dado que no podían salir, se
fueron al salón a charlar, jugar una partida de gobstones, o quizás al ajedrez mágico.
—Oye, Hermione, ¿sabes una cosa? —dijo Harry cuando llevaban un rato jugando
una partida de gobstones.
—No ¿el qué?
—Ayer vino Percy. Se ha disculpado conmigo. —A Hermione era a quien mejor le
había caído siempre Percy, al menos, hasta el año anterior.
—¡¿De veras?! Me alegro. Ron ya me había dicho que se había disculpado con la
familia en una carta que me envió —dijo Hermione— ¿Y qué le dijiste?
Harry miró a Ron un instante. A él no le había mandado ninguna carta contándole
lo de Percy. Ron se encogió de hombros.
—Bueno, le dije que estaba disculpado... aunque no iba a olvidar fácilmente que
me creyera un mentiroso. Si le perdoné fue sobre todo por la madre de Ron. Ella
estaba tan disgustada...
—Hiciste bien. Al fin y al cabo, Percy puede ser una gran ayuda... como trabaja en
el Departamento de Cooperación Mágica Internacional...
—Pero no es miembro de la Orden —dijo Ron—. Si se lo pide a Dumbledore,
seguro que lo acepta, pero no lo ha hecho. Y Fred y George aun planean si enviarle
algún regalo de su tienda que esté en periodo de pruebas...
—¡Espero que no lo hagan! —dijo Hermione—. Podrían volver a estropearlo todo.
Percy no es malo... solamente es demasiado estirado con las normas...
—Y demasiado ambicioso —agregó Ron.
Siguieron jugando durante un rato, y de repente, Hermione preguntó, cambiando
de tema.
—Bueno, y ¿qué asignaturas vais a coger este año?
—¿Cómo? —preguntó Ron, mirando a Hermione sin comprender.
—Venga, Ron, vamos a empezar sexto. Tenemos que elegir qué asignaturas
queremos para los ÉXTASIS del próximo curso. Por supuesto, sólo podemos elegir
asignaturas que hayamos aprobado en el TIMO... y luego, esperar que nos admitan,
claro. Por cierto... ¿qué tal las notas del TIMO?
—¡Bien! —dijo Harry—. Yo conseguí ocho y Ron siete. ¿Y tú?
—Yo... —dijo Hermione algo colorada— ¡Sólo obtuve «supera las expectativas» en
Aritmancia!
—¿Y en lo demás? —preguntó Ron, aunque se imaginaba la respuesta
—Bueno... no me fue mal —respondió Hermione con timidez— «Extraordinario» en
todo... tuve suerte —terminó, ruborizándose.
—Vamos, Hermione. Todos nos imaginábamos que ibas a conseguir esas notas.
¡Eres la chica más lista que conocemos! —le dijo Harry. Hermione sonrió,
ruborizándose aún más.
—¿Qué vas a escoger tú? —le preguntó Ron a su amiga.
—Bueno... de momento seguiré con todo lo que tengo. Me atrae la idea de ser
auror, pero también me gustaría trabajar en el Departamento de Misterios, aunque
para trabajar allí hace falta una buena nota en el EXTASIS de Teoría de la Magia, que
es muy difícil... Me parece muy interesante. Lo único que ya no tendré es Historia de la
Magia, y vosotros tampoco. Sólo se da hasta quinto.
A Harry y a Ron no les disgustaba en absoluto acabar Historia de la Magia, que
era una asignatura aburridísima cuyo profesor era un fantasma tan anclado en la rutina
que la había seguido aun después de muerto.
—A mí me gustaría ser auror, pero no sé... tendría que dar Pociones, y, quitando el
hecho de que Snape no me admitirá por haber sacado sólo un «Aceptable» en el
TIMO, no me apetece en absoluto verle. Nunca más.
—Tienes que intentarlo, Harry, si es lo que te gusta... —le animó Hermione.
—Bueno, si al final vences a Vo-Voldemort, supongo que te nombrarán auror
honorario... o quizás incluso ministro de magia ¿no crees? —aventuró Ron.
Harry no encontró muy divertida la posibilidad que Ron le ofrecía... aunque la
verdad era que si no conseguía vencer a Voldemort tampoco tendría que preocuparse
por su futuro...
—Bueno Ron ¿y tú qué? —le dijo Hermione.
—Bueno... a mí me gustaría ser jugador de quidditch... —dijo Ron—. Pero no creo
que sea lo bastante bueno. Si no puedo me gustaría ser auror, pero me parece
excesivamente peligroso... no sé. Supongo que elegiré las mismas asignaturas que
teníamos, como Harry. Excepto adivinación... y ya veremos Pociones. La perspectiva
de aguantar a Snape dos años más no me resulta demasiado atractiva.
—Puf, pues a mí me toca este año el TIMO... —se lamentó Ginny—. Va a ser
horrible.
—No te preocupes, Ginny —Hermione la tranquilizó—. Mientras no hagas como
dos que yo me sé y dejes que todo se te vaya acumulando, no tendrás problemas.
Ginny sonrió, y Ron miró a Hermione con visible enfado.
—Bueno, no nos ha ido tan mal ¿no? —espetó Ron.
—Ya, pero si no os hubiera dejado mis apuntes...
—Y si Harry no nos hubiera enseñado Defensa Contra las Artes Oscuras, tú no
habrías conseguido... —le respondió Ron.
—Sí... pero la idea fue mía —cortó rápidamente Hermione.
—Dejadlo ya, por favor —pidió Harry antes de que la discusión fuera a más y sus
dos amigos acabaran peleados como de costumbre.
Ambos se miraron y bajaron la cabeza.
—Bueno... y ¿quién será este año el profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras? —preguntó Hermione para cambiar un poco de tema.
—No lo sé. No sé de nadie que pueda querer ese puesto —dijo Ron—. Ya van
cinco profesores en cinco años...
—No lo nombrará el ministerio ¿verdad? —preguntó Harry asustado—. Según el
decreto nº 22...
—No —respondió Ron rápidamente—. Fudge abolió todos los decretos de
enseñanza. No creo que tenga ganas de enfrentarse a Dumbledore. Mi padre dice que
Fudge sabe muy bien que sin Dumbledore, Vo-Voldemort hará lo que le venga en
gana, y además actualmente el ministro no es demasiado popular...
Hermione miró a Ron fijamente un rato, sonriente. Ron nunca se había atrevido a
pronunciar el nombre de Voldemort, aunque era obvio que aún le costaba.
—Espero que sea bueno —dijo Harry, esperanzado—. Nos va a hacer falta.
—De todas formas —dijo Hermione—. Quizás deberíamos seguir con las clases
particulares... El año pasado nos fue muy bien con ellas. No creo que hubiésemos
logrado salir vivos del Departamento de Misterios si no las hubiéramos dado.
Harry se mostró de acuerdo en esto último... aunque, aún así, habían salido vivos
por un pelo, y le había costado la vida a Sirius... y si Dumbledore no hubiese llegado...
—¿Tú qué dices, Harry? —le preguntó Hermione.
—Bueno... ya veremos —aunque lo había pasado bien en esas clases, no sabía si
quería ver a todos los que habían formado el Ejército de Dumbledore... no estaba
demasiado seguro de qué haría si se encontraba con Cho Chang de nuevo. Ya no le
gustaba, pero seguro que sería una situación incómoda. Al fin y al cabo, la última vez
que había hablado con ella habían discutido a causa de su amiga Marietta. Harry
frunció el ceño al acordarse de ella. Los había denunciado ante la profesora Umbridge
y sólo la fuga de Dumbledore y la rápida actuación de un hechizo desmemorizador de
Kingsley los había librado de la expulsión.
—¿Estás bien Harry? —le preguntó Ron muy serio.
—¿Eh...? ¡Ah! Sí, sí, no te preocupes, Ron. Sólo pensaba...
—¿Cho Chang? —inquirió Hermione.
—Bueno, no exactamente... —Harry intentó evitar el tema. Hermione siempre
parecía saber lo que pasaba por su cabeza, y eso no le gustaba nada.
Un rato después, oyeron el timbre de la puerta. Como de costumbre, el retrato de
la madre de Sirius empezó a gritar y a insultar. Aún no habían logrado quitar el cuadro
de la pared y ya resultaba un poco molesto.
Ginny salió a tomar un vaso de agua y a buscar unas cervezas de mantequilla para
los cuatro. Cuando volvió, le dijo a Harry.
—Bueno Harry. Si quieres hablar con Dumbledore deberías ir a la cocina. Acaba
de llegar.
—Ve, anda, antes de que sea la hora de la cena —le aconsejó Hermione.
Harry se levantó y fue a la cocina. Allí se encontró a Albus Dumbledore, a la
profesora McGonagall, a Lupin y a la señora Weasley hablando muy juntos.
—Eh... hola profesor. Hola profesora McGonagall —saludó Harry.
—Hola Potter —respondió Minerva McGonagall mirándolo con interés.
—¿Querías algo, Harry? —le preguntó Dumbledore.
—Bueno, yo quería hablar con usted un momento, profesor —le dijo Harry.
Dumbledore le miró fijamente.
—Está bien. Espérame en el salón de la planta de arriba, Harry. Iré enseguida.
Harry salió de la cocina y subió las escaleras. Mientras esperaba a Dumbledore, se
sentó en un sillón. Harry prefería esperar al director en su despacho de Hogwarts.
Siempre había alguna cosa interesante que mirar. Pero aquí, en el salón, no había
nada excepto unos sillones y unas mesas. Sirius había quitado todos los cuadros y
recuerdos de su familia de la casa, excepto el mural genealógico de los Black, el
retrato de su madre y lo que hubiese conseguido salvar Kreacher. Un cuarto de hora
después subió Dumbledore. Se sentó frente a él.
—Bien, Harry. Cuéntame ¿Qué te ocurre? Es por el sueño ¿Verdad? —le preguntó
Dumbledore.
—¿Cómo sabe que tuve un sueño? —preguntó Harry extrañado
—Ya te dije que soy un experto en Legeremancia, Harry. Ayer, durante la comida,
pude ver la preocupación que sentías y su motivo, aunque, por supuesto, no intenté
averiguar nada más. Desgraciadamente, no tuve tiempo para hablar contigo.
—Pues sí, es por el sueño... verá, profesor, hace dos noches yo estaba encima de
mi cama, y de repente empezó a dolerme la cicatriz muchísimo, como si Voldemort
estuviera muy enfadado, aunque no tuve ninguna visión ni ninguna sensación ¿sabe?
—Harry hizo una pequeña pausa.
—Sí. Continúa —Dumbledore le dirigía una mirada evaluadora.
—Bueno, intenté dormirme, y empecé a soñar...
Harry le contó el sueño a Dumbledore con pelos y señales, incluso la aparición del
rostro de Slytherin que no había mencionado a sus amigos.
—¿Qué puede significar, profesor? —le preguntó Harry—. Yo creo que era una
especie de... premonición de lo que podría ocurrir si... ya sabe.
Dumbledore no contestó. Se quedó mirando a Harry durante un rato, pensativo. Su
cara mostraba preocupación.
—Profesor... ¿cree que Voldemort me provocó esa visión para... para intentar que
me una a él?
—Podría ser, Harry —le contestó Dumbledore—. Es posible que Voldemort intente
algo así... No lo sé. La verdad, nunca había oído hablar de la posibilidad de que dos
magos se unieran en uno solo, pero... —el director se encogió de hombros—.
Voldemort ha intentado matarte en cuatro ocasiones, sin contar el combate en la
cámara secreta, y en todas ha fallado. Esperaba que la profecía le dijera cómo
matarte, pero no pudo conseguirla. Sabe que entre vosotros hay una conexión mental
y mágica, debido que os leéis la mente y a la actuación de las varitas cuando os
enfrentasteis la noche que él retornó. Es posible que piense que si os unís, nada en
este mundo pueda detenerle, y creo que tu sueño confirma esta idea. Ya conoces la
profecía, Harry. Si tú no le vences, nadie más podrá hacerlo.
Harry miró hacia la alfombra.
—Pero yo no quiero unirme a él... y sin embargo...
—...una parte de ti lo deseaba —terminó Dumbledore.
—Sí... pero no es unirme a él lo que yo deseaba... en el sueño, era el poder lo que
me atraía, y sobre todo, la ausencia de dolor...
—Harry, conozco el dolor. Yo también he perdido a seres queridos, y sé que es
horrible, pero el dolor es un pequeño precio a pagar por el amor... Harry —Dumbledore
le miraba muy fijamente— ¿Sabes por qué en tu sueño no sufrías?
Harry no respondió.
—No era por el poder que poseías, Harry. No sufrías porque no tenías por quien
sentir dolor. Ese ser que había en tu sueño, Harry, estaba solo, al igual que lo está
Voldemort ahora. No sufre, no siente dolor, porque no ama. Es incapaz de sentir algo
por alguien, y quizá sea eso, más que todas sus transformaciones y poderes, lo que le
aleja de un ser humano.
Harry meditó unos instantes en lo que Dumbledore le decía. La última vez que
había hablado con él, le había gritado que no deseaba ser humano... Dumbledore
parecía saber lo que Harry pensaba y le dijo:
—Cuando perdiste a tu padrino, el dolor fue horrible, Harry. Yo también lo sentí.
Traté mucho a Sirius, como a tu padre, y su pérdida me causó mucha pena. Pero
cuando decías que no querías ser humano, no pensabas en los Weasley, o en
Hermione, o en los demás compañeros que tienes en Hogwarts. ¿De verdad crees
que el dolor de la pérdida es un precio excesivo por el amor que nuestros seres
queridos nos dan?
—No —respondió Harry, tras meditarlo un rato—. Pero eso no lo hace menos
horrible. Nada lo cura, a cada momento algo me recuerda a él...
—Lo sé. Sé que es duro para ti estar aquí, y que él no esté, pero en algo te
equivocas. Sí hay una cura: El amor. El amor es causa, pero también remedio, del
dolor. Sirius, y también tus padres, murieron por protegerte, por dar a sus seres
queridos la posibilidad de vivir en un mundo mejor que el que les había tocado a ellos.
Nadie moriría por Voldemort, Harry. Sus mortífagos solamente están con él por
interés, o por miedo. Ya viste como cuando él cayó, sus seguidores le abandonaron.
¿Te abandonaron tus amigos cuando todo el mundo creía que mentías?
—No... —volvió a decir Harry. Ron y Hermione lo habían acompañado al
ministerio, aun a pesar de que era una locura, a pesar de que, si Harry estaba en lo
cierto, Voldemort les esperaba... y una oleada de gratitud hacia sus dos amigos lo
envolvió—. No. Jamás me han abandonado. Habrían muerto por mí. Y yo por ellos.
—Exacto, Harry. Tú, al igual que tus padres, o Sirius, tienes un tipo de inmortalidad
que Voldemort nunca conseguirá: la inmortalidad de los que siguen viviendo en el
recuerdo de quienes los amaban. ¿Crees que alguien lloró por Voldemort cuando
desapareció? Sus servidores sólo se preocuparon de salvar su propia piel.
—Los Lestrange y Crouch sí le buscaron —repuso Harry.
—Sí, pero no era por amor, Harry. O no al menos por lo que tú y yo entendemos
por amor. Tú y Voldemort compartís muchas cosas, como tú mismo comprobaste
cuando ibas en segundo. Ambos perdisteis a vuestra familia, y ambos os veíais
obligados a vivir en un lugar que no queríais... pero, como te dije, Harry, tú hiciste
amigos y elegiste el buen camino, el camino del amor. Tom Ryddle eligió el camino del
odio y la amargura. Quizás pueda ser muy poderoso, pero nunca conocerá la felicidad
auténtica. Él eligió el camino fácil, pero nunca tendrá las recompensas que el camino
que tú tomaste te puedan dar.
Harry pensó en lo que Dumbledore le había dicho... y se dio cuenta de que se
sentía un poco mejor. Dumbledore hacía ver las cosas de otra manera... sin embargo,
aun distaba mucho de estar tranquilo.
—Profesor Dumbledore... ¿cómo el amor, cómo el corazón va a ser más poderoso
que todas las armas provenientes de las artes oscuras que Voldemort debe poseer?
—Harry, creí que ya lo habías entendido. El amor es la fuerza más grande y
maravillosa que puede impulsar a un ser humano. Ninguna contramaldición puede
detener a la maldición asesina, como ya sabes. Pero el amor de tu madre por ti, su
sacrificio, la detuvo. Te salvó, mientras que todos lo años de conjuros e
investigaciones de Voldemort en las Artes Oscuras apenas consiguieron evitar que
muriera cuando la maldición rebotó contra él —le explicó Dumbledore—. El amor es
poderoso, Harry, porque el que lo siente está dispuesto a sacrificarse por aquello que
ama. Nada hay que conduzca a un ser humano a sacrificarse tanto como el amor por
un ser querido. Tú ya lo sabes: fue el cariño por Sirius lo que te llevó al departamento
de misterios en junio. Fuiste a rescatarlo aunque sabías que lo más probable era que
encontraras la muerte. Y eso mismo fue lo que hizo que Ron, Hermione, Neville, Ginny
y Luna te acompañaran, a pesar de que sabían lo que les esperaba.
Harry se quedó un momento pensativo. Lo que decía Dumbledore tenía bastante
sentido...
—Y cuando el año pasado os ofrecisteis a ayudar a Hagrid con Grawp, Harry,
también fue vuestro cariño por él lo que os impulsó. Nadie se habría ofrecido a algo
semejante si no fuera por una razón muy poderosa.
Harry miró a Dumbledore. No tenía ni idea de que estuviera al corriente de la
presencia de Grawp en el bosque… Recordó a Hagrid, y se perdió en pensamientos
durante unos minutos, mientras Dumbledore le miraba, hasta que se acordó de otra
cosa:
—Profesor... ¿Qué significa la presencia de Slytherin? Parecía que hubiera estado
esperando durante años que yo me uniera a su heredero ¿Qué es lo que tengo que
conseguir?
—Sobre eso, Harry, siento decir que no estoy seguro. Voldemort lleva un mes
inactivo. No sabemos lo que pretende, ahora que su plan ha fallado y no ha podido
conseguir la profecía... —Dumbledore miró fijamente a Harry—. ¿Dijiste que habías
soñado con la profecía?
—Sí. ¿Por qué? ¿Tiene algo que ver?
Dumbledore no contestó. Parecía haberse dado cuenta de algo y mostraba una
expresión de preocupación...
—No estoy muy seguro, Harry —respondió por fin Dumbledore—. Hay muchas
cosas que ignoramos. Pero no me gusta que sueñes esas cosas. La Orden debe
ponerse a trabajar, y tú también.
—¿Yo?
—Claro. Yo terminaré de darte las clases de oclumancia que había comenzado el
profesor Snape. Y es importante que empecemos cuanto antes, para tener tiempo
mientras no empiece el curso.
Aunque a Harry no le gustaba la oclumancia, sintió un inmenso alivio al saber que
sería Dumbledore el que le enseñaría. Las clases con Snape habían resultado
horribles.
—¿Cuándo las daremos, profesor?
—No lo sé, depende de cuando pueda. Pero procuraré que sean tres o cuatro
horas por semana, Harry. Sólo quedan cuatro semanas para que llegue septiembre y
hemos de aprovechar el tiempo —Dumbledore le miró—. ¿Deseas decirme algo más?
—Eh... creo que no, profesor. Gracias.
—De nada, Harry. Todo se resolverá, ya lo verás.
Dumbledore se dirigió hacia la salida e iba a salir cuando Harry le habló:
—Profesor Dumbledore...
—¿Sí? —Dumbledore le miró fijamente.
—Prométame que no me ocultará nada... prefiero saber la verdad, por horrible que
sea.
Dumbledore le miró durante unos segundos con expresión grave.
—Te lo prometo, Harry. No volveré a cometer el mismo error, te lo aseguro. Me ha
costado muy caro y créeme que lo estoy pagando con creces.
Dicho esto, Dumbledore bajó. Harry permaneció allí unos minutos y luego decidió
bajar junto a sus amigos. De repente sentía un gran deseo de estar con ellos, de
hablarles, de decirles todo lo que sentía, que se arrepentía de haberles gritado el año
anterior, de haber estado tan insoportable...

Cuando entró en el salón del sótano, Ron y Ginny jugaban al ajedrez mágico, y
Ron se estaba desquitando de la derrota en la partida de gobstones. Hermione leía un
libro. Se quedó mirándolos un instante y un cálido sentimiento de emoción le embargó.
Aquella era su familia, y siempre estarían con él, como lo habían estado hasta ahora, a
pesar de las locuras que había hecho... Hermione se percató de su presencia, levantó
la mirada y sonrió.
—¿Qué tal Harry? Pareces muy contento.
Harry les contó por encima la conversación con Dumbledore. Cuando terminó, Ron
le dijo:
—¿Ves? Todo se arreglará. Si Vol-Voldemort quiere que te unas a él debe ser
porque te tiene miedo. Al fin y al cabo, por eso intentó matarte de niño ¿no?
—Sí... De todas formas, Dumbledore tampoco sabe exactamente qué significa el
sueño, y creo que está preocupado... pero bueno, no es de eso de lo que quería
hablar. Yo... yo quería deciros algo... —Harry no sabía como expresarse.
—¿Entonces qué es? —le preguntó Hermione.
—Bueno... sé que el curso pasado no estuve muy agradable... que he sido...
bastante estúpido.
—Vamos Harry, tú no eres estúpido —le dijo Ron.
—Sí, Ron. Pagué con vosotros la frustración que sentía en contra del ministerio, de
Malfoy, de Umbridge... y vosotros siempre habéis estado a mi lado. Incluso me sentí
celoso cuando recibiste la insignia de prefecto ¿sabes? Empecé a pensar en todo lo
que yo había hecho que no habíais hecho vosotros. No soy más que un idiota. Yo fui
el que salvó la piedra, sí, pero no lo habría logrado sin vosotros, sin tus conocimientos
—le dijo a Hermione, que se ruborizó—, o tu habilidad y tu sacrificio al jugar al
ajedrez... y me enfrenté solo al basilisco porque tú no pudiste pasar... pero bajaste, y
habrías venido sin falta, a pesar de que tu varita estaba rota. Y tampoco habría
logrado salvar a Sirius si Hermione no me hubiera ayudado, ni habría ganado el torneo
de los tres magos sin vuestra ayuda... y el año pasado tampoco habría conseguido
escapar de los mortífagos sin vosotros, o sin Ginny. —Los tres estaban ruborizados—.
Lo que quiero decir es que nunca me habéis dejado solo... habríais muerto por mí y...
—Harry, tú también habrías muerto por nosotros —le dijo Ron.
—Tú arriesgaste tu vida para salvarme —le recordó Ginny.
—Lo que pretendo que entendáis es que yo... sin vosotros... sois lo mejor que he
conocido en mi vida —soltó Harry por fin—. Vosotros fuisteis mis primeros amigos. Tú
y tus hermanos os arriesgasteis mucho al ir a buscarme en el coche aquel verano —
dijo mirando a Ron—. Y el año pasado... fue el pensar en vosotros lo que me salvó de
aquellos dementores... si no no habría conseguido lanzar el patronus...
Hermione le miró con ternura y los ojos llorosos. Se acercó a él y lo abrazó.
—Vamos Harry, no es para tanto. Sólo hicimos lo que tú habrías hecho por
nosotros...
—Lo sé, pero ahora que Voldemort ha retornado... ¡en junio pude haber hecho que
os mataran a todos! Y... bueno, no quería que algo así volviera a pasar sin deciros
esto. Dumbledore me ha abierto los ojos en muchas cosas —terminó Harry,
levantándose y dirigiéndose a la puerta. Pero antes de llegar pensó algo y se volvió
hacia Ron y Hermione, aun sin saber muy bien por qué lo hacía—. Y tal vez vosotros
dos deberíais plantearos algo respecto a vuestras discusiones.
—¿Qué? —preguntó Ron, sin comprender.
—Digo que tal vez deberíais pensar por qué discutís tan a menudo por tonterías —
aclaró Harry—. Mirad, estamos en peligro, cada vez más, y no sé... ¿Qué haríais si os
pasara algo y estuvieseis enfadados en ese momento? ¿Cómo os sentiríais si a uno
de vosotros le pasara... algo, y lo último que os hubierais dicho fuese un insulto?
Ron se puso un poco colorado, pero miró a Harry fijamente. Hermione miraba a la
alfombra, como si fuera muy interesante. Ginny los observaba a los dos, con expresión
seria. Harry les dirigió una última mirada y se volvió para cruzar la puerta, pero antes
de salir del todo, volvió a hablar:
—Me voy un rato a la habitación, hasta la hora de cenar... os agradecería que me
dejarais solo hasta entonces. Quiero pensar.
—Claro, sin problema —dijo Ron.
Estuvo leyendo en su cuarto, solo, hasta la hora de cenar, cuando Fred y George
le despertaron con un susto al aparecerse en medio de la habitación.
—¡Hola Harry! —saludó Fred
—Te hemos traído unas ranas de chocolate, tío —dijo George entregándole una
bolsa.
Harry miró la bolsa y luego a los gemelos, con desconfianza.
—¿Son ranas de chocolate normales?
—Harry, tus dudas nos ofenden en lo más profundo de nuestro corazón —dijo Fred
poniendo cara de circunstancias.
—Ya —respondió Harry.
—Te aseguro que no son invención nuestra, Harry. Son las mismas aburridas
ranas de chocolate de toda la vida —le aseguró Fred. Harry las miró un momento con
desconfianza.
—Está bien, las probaré.
Comió una, esperando vomitar, o que le sangrara la nariz, o que le crecieran las
orejas o varias narices, o que empezara a dar saltos por la habitación, pero nada de
eso pasó. Era una rana de las de siempre.
—¿Lo ves, desconfiado?
—Venga, Harry, baja a cenar. Y que nuestra madre no vea que te hemos dado
ranas de chocolate antes de la cena, o nos despelleja.
Los gemelos se desaparecieron, y Harry bajó por las escaleras, hacia la cocina.
Cuando entró, vio a Moody, a Tonks, a Lupin, a la profesora McGonagall, a
Dumbledore, a los señores Weasley, a Bill y a otro mago que había visto pocas veces,
llamado Dedalus Diggle.
—Harry, cariño, avisa a Ron, Hermione y Ginny, ¿Vale? —le pidió la señora
Weasley.
—Bien.
Harry entró en el salón y vio allí a los gemelos, que sacaban algo de una bolsa.
—Toma, Hermione, es un pequeño regalo —le dijo Fred, dándole un libro.
—Es por habernos permitido trabajar con tantas comodidades y libertad el año
pasado en el colegio —explicó George en tono irónico.
Hermione lo cogió, sorprendida, pero sin hacer caso del comentario de George, y
lo miró un momento.
—¡Oh! Gracias, chicos. Tiene buena pinta. Plantas e hierbas mágicas de uso
común —leyó Hermione mientras lo abría.
Al instante, como le había pasado a Harry, el pelo se le cayó, y le empezaron a
crecer varias ortigas, unos cuantos claveles y algún que otro cardo.
¡¡AAAAAAAGH!! —Gritó Hermione, mientras todos los demás se partían en dos de
la risa. Al instante entró la señora Weasley, que echó una nueva bronca a Fred y a
George por jugar con sus productos en la casa.
—¡A poner la mesa! ¡Los dos solos!
—Está bien, mamá, ya vamos —dijo George, aún riéndose
—¡¡Y sin magia!! —terminó la señora Weasley, tajante—. Tranquila, querida, yo lo
arreglaré —le dijo a Hermione, con una expresión entre divertida y de infinita
paciencia. Le dio unos toques con la varita, y la cabeza de Hermione volvió a quedar
como antes.
Pasaron a cenar, aun con una sonrisa en la cara. La verdad, había sido todo un
espectáculo... Hermione miraba alternativamente a Ron y a Harry, como retándolos a
que se atrevieran a reírse.
Durante la cena, el señor Weasley comentó que en el ministerio, la posición de
Fudge se tambaleaba cada día más.
—Los sectores que se opusieron a su política durante todo este año están
cobrando un gran peso —decía—. No me sorprendería que dimitiera. Aunque no se
viera obligado por las circunstancias (y sus acciones durante el año pasado podrían
obligarlo), no veo a Cornelius Fudge enfrentarse a la situación actual. La mayoría de la
gente cree que la actitud que mostró desde el verano pasado se debe a que Fudge no
sería capaz de actuar frente a lo que se nos viene encima.
—Fudge le ha cogido mucho gusto al poder —gruñó Moody—. No lo soltará así
porque sí, sea cual sea la amenaza actual. Aunque si por mí fuera, le echaría del
ministerio de una patada. No sé porque le dejas seguir en el cargo, Dumbledore...
—¿Dumbledore? —preguntó Harry, entrando en la conversación.
—Dumbledore ha estado colaborando con Fudge —explicó el señor Weasley,
mirando al director, que no decía nada—. O bueno, más bien al revés... si Dumbledore
dijera que Fudge es un incompetente y debería dejar el cargo, no creo que tardasen ni
dos días en echarle de una patada, como dice Alastor —terminó, riendo.
Harry y Ron se miraron, con una sonrisa cómplice. A Harry, la idea de ver al
ministro saliendo del ministerio debido a una patada de Moody le resultaba
maravillosamente satisfactoria. Aún no podía terminar de creer la actitud que había
tenido durante el curso anterior...
—Yo jamás me habría imaginado la reacción del ministro la noche en que El-que-
debe-ser-nombrado retornó. Un año antes, durante una conversación en las Tres
Escobas, parecía creer que Sirius Black pretendía reunirse con él para ayudarlo a
instaurar su poder. Entonces no le parecía una posibilidad descabellada, y sin
embargo, a la hora de la verdad... —la profesora McGonagall sacudió la cabeza—. Y
luego atreverse a enviar a Hogwarts a esa horrible mujer, Dolores Umbridge... —la
profesora puso una expresión de asco y rabia. Dolores Umbridge había estado a punto
de matarla cuando había intentado impedir que Dolores arrestara a Hagrid.
—Una cosa es saber que Voldemort podría retornar si lo ayudaban, y otra muy
distinta aceptar que había regresado, Minerva —repuso el profesor Dumbledore.
—La profesora Umbridge debería haber terminado en Azkaban —dijo Harry
mirando a su plato—. No era una mortífaga, pero cualidades no le faltaban. Era cruel y
retorcida... me envió a los dementores e intentó utilizar contra mí la maldición
cruciatus, y los castigos, con esa pluma que tenía...
Todo el mundo calló durante un rato, hasta que al fin dijo Dumbledore:
—Bueno, lo importante es que ya no tendremos que verla nunca más, Harry.
Harry miró al director, sin responder nada.
Tras la cena, Harry, Ron, Hermione y Ginny subieron a la habitación de Harry y
Ron, donde estuvieron hablando un buen rato antes de acostarse. Mientras se metían
en la cama, Ron le preguntó a Harry:
—Oye, Harry... ¿Tú qué crees que trama?
—¿Quién?
—Vo-Voldemort... como tú puedes sentir lo que piensa...
—Ya os dije antes que no tengo ni idea, Ron. Pero lleva mucho tiempo inactivo.
Estoy seguro de que algo planea, pero no tengo ni idea de lo que es. Aparte de ese
sueño no he tenido ninguna otra visión o sensación...
Ron se acostó, sin decir nada más. Parecía muy pensativo, aunque no daba la
impresión de estar pensado en Voldemort. Por varias veces estuvo a punto de decirle
algo a Harry, pero al final no abrió la boca.
4

Ataque en el Callejón Diagon

El día 3 de agosto en Grimmauld Place resultó absolutamente tedioso. Apenas


apareció por allí nadie de la Orden en todo el día, y Harry, Ron, Hermione y Ginny se
pasaron el día ayudando a la señora Weasley a hacer las tareas domésticas. Cuando
no tenían nada que hacer, se dedicaban a jugar a algo o a leer algún libro. El momento
más interesante del día llegó cuando, poco antes de la hora de la cena, llegaron las
lechuzas con las cartas de Hogwarts.
La carta de Ginny era como la que habían recibido los otros tres el curso anterior,
pero la de Harry, Ron y Hermione contenía un pergamino de solicitud de la asignaturas
que querían cursar al año siguiente. Cada carta era distinta, porque en los pergaminos
sólo podían marcar las asignaturas que habían aprobado en el TIMO.
Hermione tomó rápidamente su decisión, marcando todas las casillas que contenía
su pergamino. Ron, por su parte, no estaba tan seguro.
—Yo no sé si al final elegir Pociones... Si pretendo llegar a auror, en caso de no
llegar a ser jugador de quidditch...
—Recuerda que esto es sólo una solicitud, Ron. Que solicites Pociones no quiere
decir que el profesor Snape vaya a darte clases —le recordó Hermione.
—Entonces yo ya me puedo ir olvidando... No he conseguido más que un
«Aceptable», y con la manía que Snape me tiene...
—¿Eso qué quiere decir? ¿Vas a intentarlo o no?
Harry se lo pensó un rato. No quería más clases con Snape, pero quería intentar
llegar a ser auror...
—Seguramente me arrepentiré, pero voy a intentarlo...
—Pues si tú te atreves, Harry, yo también —dijo Ron.
Rellenaron los formularios y volvieron a meterlos en los sobres para mandarlas al
colegio, donde les remitirían la contestación oficial sobre las asignaturas en que
habían sido aceptados.
—¿Cuándo nos contestarán? —preguntó Ron.
—Creo que en dos días —le dijo Hermione, mientras cerraba su sobre y se la
entregaba a la lechuza.
Enviaron las solicitudes y fueron al salón a sentarse, para charlar un rato antes de
cenar. Estaba previsto que Bill, Tonks, Dedalus Diggle y Moody acudieran a comer,
aparte de Lupin, que residía allí, los señores Weasley, los gemelos y ellos mismos.

Cuando la señora Weasley les llamó para que pusieran la mesa, vieron también a
Mundungus Fletcher, que charlaba en susurros con Fred y George, seguramente
contándoles alguna de las suyas. Los gemelos parecían divertidos. A la señora
Weasley no le hacía mucha gracia que sus hijos hicieran tantas migas con
Mundungus, que era un sinvergüenza y siempre estaba metido en extraños negocios y
operaciones de dudosa legalidad, pero Fred y George conseguían a través de Fletcher
diversos productos para sus artículos de la tienda de bromas que difícilmente podrían
haber conseguido por cauces legales.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se terminaron de poner la mesa y se sentaron. Las
chicas se sentaron cada una a un lado de Tonks, con la que habían hecho una gran
amistad, y esta les contaba diversas anécdotas del colegio. En esos momentos les
hablaba de un ex novio al que había engañado haciéndose pasar por otra usando sus
capacidades de metamorfomaga. Hermione y Ginny reían por lo bajo.
Cuando estaban cenando, el señor Weasley preguntó a Mundungus si había oído
algo raro respecto a Dolores Umbridge. Harry, Ron, Hermione, Ginny y los gemelos
dejaron sus respectivas conversaciones y miraron al señor Weasley.
—¿Qué le ha sucedido a esa bruja? —inquirió George.
—Hace dos días que nadie sabe nada de ella —explicó el señor Weasley—.
Cuando Fudge la despidió se encerró en su casa de Escocia y apenas salía. Tras salir
su historia en los periódicos decidió suspender por tiempo indefinido todas sus
apariciones públicas. Pero ahora hace dos días que nadie sabe dónde está.
—¿Y qué? —preguntó Harry— ¿Por qué se preocupa la Orden del Fénix de lo que
esa mujer haga?
—Pues eso mismo pensábamos nosotros —dijo Tonks—. Pero Dumbledore
insistió en que debíamos intentar averiguar su paradero, que podía ser importante, y le
encargó a Mundungus que indagara algo por si sabía algo de lo que había sido de ella.
—Y mis pesquisas han resultado inútiles —explicó Mundungus—. Ninguno de mis
conocidos sabe o ha oído algo de ella.
—Tal vez ha decidido que el extranjero puede tener un mejor aire para ella —dijo
Ron—. Al fin y al cabo aquí no la quiere nadie.
—Es posible. Pero Dumbledore sospecha que, de alguna forma, y con algún
objetivo aún desconocido para nosotros, Quien Vosotros Sabéis puede tener algo que
ver.
—¿Sospecha que podría haberse unido a los mortífagos? —dijo Hermione,
escéptica—. La profesora Umbridge era una mujer horrible, pero dudo que le atrajeran
los planes de Voldemort de unirse a los gigantes y demás. Ella los odia.
—¡No la llames «profesora» Hermione! —exclamó Fred asqueado—. Esa mujer no
tenía nada de profesora.
—Dumbledore no cree que se haya unido a los mortífagos —explicó el señor
Weasley—. Pero sí cree que su desaparición puede tener algo que ver con Quien
vosotros sabéis. Quizás la haya secuestrado para obtener información, al fin y al cabo
ella era la mano derecha de Fudge...
Harry habría sentido lástima por cualquiera que hubiera tenido la desgracia de caer
en manos de Voldemort para obtener información, pero le costaba muchísimo sentirla
por la profesora Umbridge, que, aun sin ser una mortífaga, era tan cruel, despiadada y
obsesiva con la superioridad de los magos como ellos. A pesar de lo que Hermione
había dicho de los gigantes, a él no le habría extrañado nada que se hubiera unido a
Voldemort.
Terminaron de cenar, y subieron a sus cuartos. Estaban deseosos por hablar del
«asunto Umbridge». Llegaron arriba y se sentaron en las camas.
—¿Qué creéis que le habrá pasado a Umbridge? —preguntó Hermione.
—Yo no lo sé. Y sinceramente tampoco me importa —dijo Ron—. Pero creo que la
Orden debería dedicarse a cualquier cosa en vez de preocuparse por ella. Que Fudge
la busque.
—¡Ron! ¡Es una persona! —le regañó Hermione—. Yo no le desearía a nadie ser
víctima de Voldemort.
—Pues yo estoy de acuerdo con Ron —dijo Fred—. Yo casi le tendría lástima a
Quien-vosotros-sabéis si está con esa cosa.
Harry, Ron, George y Ginny rieron, e incluso la expresión de Hermione se suavizó.
—Seguro que si la tiene, la suelta —dijo George—. No hay muchas maldades
mayores que devolvérnosla...
—A mí lo que me gustaría saber es por qué cree Dumbledore que Voldemort
podría tener algo que ver —dijo Harry.
—Tal vez Snape sepa algo —contestó Ginny.
—Pero si así fuera, Dumbledore no le pediría a Mundungus que investigara. No
creo que Fletcher tenga relación con algún mortífago... —repuso Harry.
—Dumbledore quiso que Mundungus investigara para saber si descubría algo —
razonó Hermione—. Dado que no ha averiguado nada, debemos de concluir que o
bien ha huido en secreto, o bien sí es cierto que Voldemort la tiene.
—Pero si Voldemort quiere información ¿no le habría sido mejor secuestrar a
alguien del propio Ministerio? Al fin y al cabo, Umbridge ya no trabaja allí, y desde que
se fue ha habido bastantes cambios —dijo Ron.
—Sí, pero quizás sea más fácil de capturar —replicó Hermione—. Dado que está
escondida de la opinión pública, tal vez Voldemort espere que su desaparición se
atribuya a otras causas.
—Bueno, realmente, la situación de Dolores Umbridge no es lo que me va a quitar
el sueño esta noche —dijo George bostezando—. Fred y yo nos vamos a la cama.
¡Hasta mañana!
Fred se despidió y con un «¡crac!», los gemelos desparecieron.
—¿Por qué harán eso si su habitación está a 10 metros? —preguntó Hermione,
exasperada—. Bueno, nosotras también nos vamos a la cama, ¿verdad, Ginny?
—Sí. Yo también estoy cansada de limpiar esta casa. Hasta mañana Ron. Hasta
mañana Harry.
—Hasta mañana —se despidieron Harry y Ron. Las chicas salieron de la
habitación y ellos se metieron en la cama.
—¿A ti te preocupa, Harry?
—No demasiado... además, seguro que Voldemort no la ha matado ni torturado.
Porque si no seguro que lo habría sentido... a no ser que haya aprendido a ocultar sus
emociones...
—Pero ha podido matarla uno de sus seguidores... Colagusano, o quizá Bellatrix...
—Es posible, pero si la han interrogado, seguro que lo ha hecho él, para
asegurarse de que no le mienta. De todas formas, creo que ya tenemos suficientes
preocupaciones sin molestarnos por lo que el pase a esa estúpida. Lo más probable
es que se haya largado del país.
Los dos amigos se metieron en la cama. No tardaron en dormirse.

El día siguiente transcurrió de nuevo en el tedio más absoluto. A media tarde,


Snape y Dumbledore llegaron para una reunión extraordinaria en la que también
participaron Kingsley, los Weasley, Mundungus Fletcher y Bill. Dado que sin Fred y
George carecían de orejas extensibles, Harry, Ron, Hermione y Ginny no pudieron
enterarse de gran cosa.
Cuando la reunión terminó, bajaron a la cocina. Al llegar al vestíbulo, Snape salía y
se lo encontraron cara a cara. Les miró como si fueran un montón de excrementos de
doxy y les dijo:
—Vaya… Potter, Weasley. Ya he recibido vuestras... solicitudes. Sinceramente,
me sorprende que dos ineptos como vosotros en este sutil arte que es la fabricación
de pociones hayan conseguido tan siquiera un «Aceptable» en el TIMO, y me
sorprende aún más que hayáis tenido la osadía de solicitar mi asignatura cuando
sabéis sobradamente que no acepto a ningún alumno que no haya obtenido un
«Extraordinario». La verdad, no acabo de entender qué pretendéis. —Calló un instante
para saborear los insultos que acababa de decirles—. No obstante, Dumbledore se ha
reunido con todos los profesores y ha decidido, como medida extraordinaria, que todo
alumno que haya aprobado una asignatura en el TIMO tiene derecho a cursarla para el
EXTASIS. —Hizo una mueca de desagrado que indicaba claramente que aquella idea
le repugnaba—. Al parecer, cree que la... situación actual así lo requiere, y que todo el
mundo debe estar lo más preparado que pueda. Yo no lo creo así, desde luego. En
conclusión, estáis admitidos, pero no voy a tolerar que os paséis ni lo más mínimo, o
me aseguraré de no seguir viéndoos más en mi aula. Os aseguro que mis clases para
el EXTASIS no son tan sencillas como para el TIMO. Voy a requerir un nivel que estoy
seguro que no poseéis, así que yo que vosotros no contaría aprobar la asignatura.
En ese momento, Bill salió de la cocina, y mirando alternativamente a Snape y a
los cuatro amigos dijo:
—¿Sucede algo?
—No —dijo Harry, mirando fijamente a Snape con cara de odio—. El profesor
Snape sólo nos informaba de que nos ha aceptado en sus clases de Pociones.
—Bien —dijo Bill, echándole una mirada de desconfianza a Snape antes de entrar
de nuevo en la cocina.
Snape se fue y los cuatro se dirigieron a la cocina.
—Imbécil —dijo Ron enfadado.
—Nos ha aceptado por obligación. Nos va a hacer la vida imposible —se lamentó
Harry.
Entraron en la cocina y se encontraron a todos sentados, tomando té.
—Harry, Ron, Hermione —les dijo Dumbledore al verlos—. Me he permitido traeros
personalmente las cartas. Les entregó un sobre a cada uno.
Los abrieron y comprobaron, como les había dicho Snape, que los habían admitido
en todo lo que habían solicitado.
—Mañana iremos al callejón Diagon —les comunicó la señora Weasley—.
Podremos pasar allí todo el día si queréis.
Los cuatro se mostraron contentísimos ante la perspectiva de una salida fuera del
número 12 de Grimmauld Place.
—¡Por fin! —dijo Ron—. Ya estaba harto de estar aquí encerrado todo el día.
—Profesor Dumbledore —dijo Hermione—. ¿Se sabe algo de Dolores Umbridge?
La expresión de Dumbledore cambió. Parecía preocupado
—No, Hermione. No sabemos nada aún.
—¿Por qué está tan seguro de que su desaparición tiene algo que ver con
Voldemort, profesor? —preguntó Harry.
—Es una sospecha, Harry. Conozco muy bien a Voldemort, y sé que podría
pretender... —dejó la frase sin terminar.
—Vamos, Vamos —dijo la señora Weasley—. Esto no es asunto que os concierna
a vosotros ahora. Id al salón hasta la hora de cenar.
—¡Jo, mamá! ¡Nunca nos dejas enterarnos de nada! —dijo Ginny resentida.
Pero la señora Weasley no escuchó las protestas de su hija. Los sacó de la cocina
empujándolos y cerró la puerta.
Se dirigieron al salón y se pusieron a hablar de la reunión.
—¿Creéis que Snape ha venido a informar de algo relacionado con Dolores
Umbridge? —preguntó Ron.
—No lo creo —respondió Hermione—. Dumbledore dijo que no se sabía nada... Si
Snape hubiese averiguado algo sabrían que Voldemort la tiene ¿No?
—Ya, pero es que a lo mejor Dumbledore no nos ha dicho todo lo que saben —
repuso Ron.
—¿Tú qué crees, Harry? —le preguntó Hermione.
—Bueno... no lo sé. Creo que no saben nada... pero estoy seguro de que
Dumbledore cree que Voldemort tiene algo que ver, y parecía bastante convencido.
Daba la impresión de que sabía que tramaba algo...
—En fin, nada podemos hacer —repuso Hermione. Luego su cara cambió y sonrió
—. Bueno ¡Alegrémonos! Nos han dado todo lo que hemos pedido.
—Yo ya me estoy arrepintiendo de haber pedido Pociones —se lamentó Ron—.
¡Snape ha dicho que será peor de lo habitual! Yo no me lo imagino.
—Pues métete un día en mi cuerpo y sabrás lo que es —dijo Harry.
—Vamos, solamente tendréis que esforzaros un poco más y no dejar que os afecte
—intentó animarlos Hermione. Si bien ni a Harry ni a Ron parecía animarles mucho la
idea de hacer trabajo extra para Pociones.
Dejaron la conversación, porque en esos momentos aparecieron Fred y George
con un «catacrac» que los sobresaltó a todos. Traían una edición de El Profeta.
—Tomad —dijo Fred—. Habla de la desaparición de Umbridge.
Harry cogió el periódico y leyó:

EXTRAÑA DESPARICIÓN DE LA EX DIRECTORA DE


HOGWARTS Y EX SUBSECRETARIA DEL MINISTRO DE
MAGIA, DOLORES JANE UMBRIDGE

El Ministerio de Magia ha informado que Dolores Jane


Umbridge, recientemente despedida de la oficina de Cornelius
Fudge, ha desparecido misteriosamente de su casa de
Escocia hace ocho días. La mencionada señora Umbridge se
había retirado a su casa familiar, abandonando su domicilio
de Londres cuando salieron a la luz pública los flagrantes
abusos que había cometido como miembro del Ministerio de
Magia y como Suma Inquisidora del Colegio Hogwarts de
Magia y Hechicería. Su hermana y única pariente, Theresa
Mary Umbridge, la había aceptado como invitada a pesar de
que la relación entre las dos hermanas no era de gran
cordialidad.
«No nos llevábamos muy bien», nos cuenta Theresa,
«pero al fin y al cabo era mi hermana, y no tenía a dónde ir si
abandonaba Londres. Ella permanecía todo el tiempo en la
casa y ni siquiera miraba los periódicos cuando yo se los
traía».
Según su hermana, el día 29 de julio salió a ver a una
gran amiga suya, y cuando volvió a su casa su hermana
había desparecido. No había señales de violencia, ni nota de
despedida, ni nada. La desparecida no había recogido
ninguno de sus efectos pesonales.
Miembros del Ministerio de Magia han señalado que
Dolores Umbridge podría haberse ido al extranjero debido a la
fama que arrastraba en este país, pero no todo el mundo
comparte esa opinión. Ciertas personas parecen creer que su
desaparición podría deberse a El que no debe ser nombrado.
Si esto fuera así, la desaparición de Dolores Umbridge se
sumaría a las muertes de Bertha Jorkins, Cedric Diggory,
Bartemius Crouch, Broderick Bode, Sirius Black y el muggle
Frank Bryce, acontecidas desde que el mencionado Lord ...
retornó a sus actividades.
Por su parte, el ministro de Magia, Cornelius Fudge, cuya
actuación desde hace un año, unido a los actos ilegales
cometidos por su ex subsecretaria han sido fuente de gran
polémica recientemente, ha rehusado hacer declaraciones al
respecto.

—¿No se llevó ninguna de sus cosas? —preguntó Hermione extrañada—. Pues


entonces seguro que ha sido secuestrada.
—A lo mejor no cogió nada porque lo que quería era desaparecer rápido mientras
su hermana no estaba —propuso Ron.
—Ya. Y si quería largarse del país, ¿Para qué se mudó a la casa de su hermana?
—Repuso Hermione.
—Bueno... no sé... quizás está loca —dijo Ron, más por llevar la contraria que por
propia convicción.
—Ya —dijo Hermione—. Yo creo que Voldemort la ha secuestrado, aunque no
acabo de tener muy claro el por qué...
—Bueno, se supone que para obtener información ¿no? —dijo Fred—. Era la
subsecretaria del ministro...
—¿Información sobre qué? —preguntó Hermione.
—¿Y yo que sé? —le contestó Fred—. Yo no soy Quien tú sabes.
Todos callaron un rato. Harry pensó que, si era cierto que Voldemort había
secuestrado a Dolores Umbridge, significaba que había vuelto a sus actividades y
que, de nuevo, tenía algún plan.
Ron preguntó a Fred y George qué tal la tienda, y estos empezaron a contarles
qué tal les había ido el día, y hablando de estas cosas, llegó la hora de cenar.

Al día siguiente, se levantaron temprano para acudir al Callejón Diagon. Iban a ir al


mismo tiempo que Fred y George. Viajarían hasta la chimenea de la tienda de los
gemelos y luego irían a hacer las compras del Colegio. Harry estaba deseoso de ir,
porque la vida en Grimmauld Place era un aburrimiento, y además, hacía tres años
que no pisaba ese callejón, desde que había estado allí antes del comenzar el tercer
año en Hogwarts.
Fred y George fueron los primeros diciendo «número 93 del Callejón Diagon». Los
siguió Ginny, la señora Weasley, Harry, Hermione y por último Ron.
La tienda, según se fijó Harry, estaba muy bien montada. No era un local muy
grande, pero bastaba, y tenía por la parte de atrás una especie de almacén donde los
gemelos guardaban sus productos, aparte de utilizarlo como laboratorio cuando no
había clientes.
—Está realmente genial, chicos —dijo Hermione, verdaramente sorprendida.
La tienda tenía un aspecto muy jovial. Tenía un mostrador en forma de L casi lleno
de objetos para vender. Por uno de los lados del mostrador había un pasillo, donde
estaba la chimenea, que conducía a la parte de atrás, el almacén. Harry se fijó en
todo lo que tenían, y muchos productos le trajeron bonitos recuerdos. En un lado del
mostrador tenían un montón de sombreros acéfalos, que hacían invisible la cabeza de
quien se los ponía. Al lado de los sombreros había un montón de extrañas golosinas y
galletas. Harry reconoció entre ellas las famosas galletas de canarios. Otros dulces
tenían nombres como «chicles aliento de cerdo», «magdalenas hinchables» o
«manzanas evanescentes», que, según le explicó Ron, tenían de especial que
desaparecía el trozo que querías morder hasta que no quedaba nada. En otra zona
había unas bonitas cajas que ponían «Magifuegos Salvajes Weasley», que habían
sido un gran éxito el año anterior en Hogwarts. A su lado, había paraguas hidrófobos,
cuya tela desaparecía en cuanto se ponía a llover. En un estante aparecían
amontonados caramelos longuilinguos, caramelos desdentados, libros hierbapelo y
pergaminos insultantes. Había también plumas que hacían aparecer en la frente de su
usuario lo que éste escribiera con ella, y libros que se borraban en cuanto alguien
escribía una página completa en ellos.
En otro lado de la tienda estaban los famosos Surtidos Saltaclases. Harry vio el
turrón sangranarices, las pastillas vomitivas, tofes de la fiebre y demás productos
destinados a provocar en el consumidor cualquier dolencia que le permitiese
abandonar un aula. El detalle divertido lo ponía un gran cartel colocado sobre los
Surtidos Saltaclases. Cartel que a Hermione no le hizo gracia, porque decía: «Sección
prohibida a Prefectos, Premios Anuales y especimenes similares». Si alguna
conclusión se podía sacar de aquella tienda era que los gemelos tenían una
imaginación sin límites.
—¿Te apetece alguna cosa, Harry? —preguntó Fred con una sonrisa.
—¿Para mí o para dársela a alguien? —bromeó Harry.
—La decisión es tuya, chico —le respondió Fred.
—Tal vez os interese una buena provisión de Surtidos Saltaclases para las clases
con Snape —dijo George a Harry y a Ron—. Os hacemos un descuento especial del
10 por ciento. También descontamos el diez por ciento a quienes se comprometan a
usar los productos contra alumnos de Slytherin...
—Harry y Ron no van a comprar ningún Surtido Saltaclases —atajó la señora
Weasley—. Que conste que es lo que menos me gusta de todo lo que hay en esta
tienda.
—¡Pero mamá, es nuestro producto estrella! —repuso George, mientras la señora
Weasley le miraba con severidad.
—¿Y vienen por aquí muchos alumnos? —preguntó Hermione.
—Oh, ya lo creo —le contestó Fred—. Pero no sólo alumnos. También vienen
muchos niños que aún no han entrado en el Colegio...
—...y muchos que ya han salido —terminó su hermano.
Un momento después de que George terminara de hablar, se oyó un ruido en la
chimenea y apareció Lee Jordan, el socio de los gemelos.
—¡Hola! —saludó Lee muy contento, mirando hacia Harry, Ron, Hermione y Ginny
—. ¡Qué agradable sorpresa! Hola, señora Weasley.
Le devolvieron el saludo.
—Me preguntaba cuándo vendríais a vernos —debéis ser de los pocos alumnos
de Hogwarts que aún no han venido, si descontamos a Slytherin.
—Aún así, hay muchos de Slytherin que sí han venido —repuso George.
—Seguro que Malfoy no —dijo Harry.
—Pues no, y es una lástima, porque tenemos algo preparado exclusivamente para
él —dijo George, misterioso y divertido a la vez.
Se entretuvieron otro buen rato mirando y hablando. Entre tanto, fueron entrando
varios alumnos de Hogwarts y otros clientes. Muchos de ellos querían Magifuegos
Salvajes, que, según los gemelos le habían dicho a Harry, constituían un exitazo en
fiestas. En un momento que la tienda se quedó vacía, George y Lee se fueron a la
trastienda, y Ginny los acompañó, mientras Fred se quedaba atendiendo.
—Van a terminar los primeros Pasteles Dudley, Harry —explicó George, divertido
—. Luego prepararemos un antídoto para devolver a la normalidad a los que los
coman.
Harry pensó en qué sucedería si Dudley probaba uno de esos pasteles y,
francamente, metía miedo. Seguro que los Dursley nunca se imaginarían que Dudley
pudiera llegar a ser famoso en el mundo mágico, y Harry estaba seguro de que no les
gustaría nada saber el motivo de que lo fuera.
—Bueno, muchachos —dijo la señora Weasley—. Deberíamos ir a comprarlo todo,
¿no? Luego comeremos en el Caldero Chorreante. Bill, Lupin y Arthur se nos unirán
allí.
Se despidieron de George, llamaron a Ginny y salieron. Antes de nada, Harry se
acercó a Gringotts para sacar dinero de su cámara acorazada. Hermione nunca había
estado en las cámaras acorazadas de Gringotts, y le preguntó a Harry si podía
acompañarle.

—¡Es realmente impresionante! —decía Hermione emocionada al salir del banco,


mientras se dirigían a Flourish y Blotts para comprar los libros. Mientras andaban por
la calle, se fijaron en que mucha gente miraba y señalaba a Harry. Algunos se
paraban a felicitarle por su valentía, muchos también a Ron y Hermione, pues la
noticia de lo que había sucedido en el Departamento de Misterios se había difundido
por todo el mundo mágico, publicada en los periódicos (aunque en ninguno se
hablaba exactamente de qué querían los mortífagos que habían entrado allí aquella
noche). Como consecuencia, también Ron y Hermione eran famosos, y, en menor
medida, también Ginny, Neville y Luna. A Harry, aunque le agradaba que la gente
volviese a creer en él en vez de que pensaran que era un adolescente trastornado, la
atención de la gente le molestaba un poco. A Hermione la cohibía algo, pero Ron, que
pocas veces sobresalía, teniendo en cuenta a sus hermanos y que sus mejores
amigos eran, respectivamente, el famoso Harry Potter y la chica más inteligente de
Hogwarts, se encontraba muy a gusto.
Entraron en la librería, donde, para su sorpresa, se encontraron con Neville y su
abuela, que acababan de comprar las cosas del colegio. La señora Longbottom
miraba con ternura a su nieto. Harry pensó que seguramente se sentía más orgullosa
de Neville de lo que se había sentido en su vida. Se había enfrentado a los
mortífagos, incluidos los torturadores de su padre y su madre, y había sobrevivido
para contarlo.
—Hola chicos —saludó Neville, muy contento de verlos.
—¡Hola Neville! —saludó a su vez Harry—. Hola, señora Longbottom.
—Hola, hijos —los saludó la abuela de Neville, con una gran sonrisa—. ¡Me alegra
muchísimo veros! En junio hicisteis algo grande, a pesar de que fue tan peligroso... Mi
nieto me contó lo del ED.
—Nunca lo había visto esforzarse tanto, señora Longbottom —dijo Hermione, y
Neville se sonrojó—. Y fue un verdadero valiente.
—Gracias a vosotros por ayudarle con esas clases. Sacó un «Supera las
expectativas» en su TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras —les dijo su abuela
—, algo que nunca hubiese esperado. Bueno, ya hemos terminado de comprar y
tenemos que irnos. Cuidaos, hijos. Saludos, señora Weasley.
—Adiós —se despidieron—. Te veremos en Hogwarts, Neville.
Neville y su abuela se fueron y Harry, Ron y Hermione se pusieron a pedir los
libros que necesitaban. Pidieron Libro Reglamentario de Hechizos, sexto curso, Guía
de la Transformación, Nivel Superior, La Ciencia Exacta de la Fabricación de
Pociones, Nivel ÉXTASIS, Secretos del Cosmos, para astronomía y Criaturas
Mágicas y sus Necesidades, para Cuidado de Criaturas Mágicas. Hermione pidió
además Aritmancia: Estudio Avanzado de la Numerología y El Secreto de las Runas
Antiguas, para Aritmancia y Estudio de las Runas, respectivamente. No necesitaban
nada para Defensa Contra las Artes Oscuras.
Al salir, la señora Weasley les dijo que ella les llevaría todo a la tienda de artículos
de broma, y que fuesen a dar una vuelta por ahí hasta la hora de comer. Se dirigieron
a la heladería de Florean Fortescue a tomar algo. Cuando se iban a sentar, Ginny vio
a una amiga suya y fue a saludarla.
—Nos veremos después —dijo, mientras se alejaba.
Pidieron tres helados y se pusieron a hablar sobre la asignatura de Defensa
Contra las Artes Oscuras.
—¿Habrá encontrado Dumbledore un profesor? —preguntó Hermione.
—Espero —dijo Ron—. Si no... imaginad que se la da a Snape, que lleva años
pidiéndola...
—Espero que no —dijo Harry con miedo.
—Bueno, si se la da a Snape —aventuró Ron—, quizás no dure mucho, viendo lo
que les pasó a los demás...
—No caerá esa breva —se lamentó Harry.
—Harry, Ron, con eso no se bromea —comentó Hermione con expresión
reprobatoria—. No creo que Dumbledore le diese el puesto a Snape. Al fin y al cabo lo
ha rechazado durante años, aun a costa de poner a inútiles como Lockhart, o de dejar
que el Ministerio eligiese al profesor...
—Pues entonces no sé quién puede ser... —contestó Harry.
—¡Oye Harry! —dijo de pronto Ron— ¿Por qué no le pides tú el puesto a
Dumbledore?
Hermione y Harry le miraron como si estuviera loco
—¡No me miréis así! Harry se ha enfrentado a cosas que muy pocos aurores han
visto. Y como profe es genial, no hay más que ver las notas que hemos sacado todos
en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Vamos, Ron. Dumbledore no dará un puesto de profesor a un alumno —le dijo
Hermione.
—Ya lo sé, Hermione, era sólo una broma. B-r-o-m-a.
—¡Ya sé lo que es una broma! —repuso Hermione, ligeramente ofendida.
—¿Seguro?
—¿Estás tratando de decirme algo? —inquirió Hermione, arqueando una ceja.
—¿Yo? No, claro que no.
Hermione le miró detenidamente frunciendo el ceño. Ron le sostuvo la mirada,
desafiante. Harry estaba a punto de decirles algo, porque le parecía increíble que se
pusieran a discutir por... ¿Por qué discutían? Después de lo que les había dicho... Sin
embargo, cuando abrió la boca, Ron se echó a reír. Un instante después, Hermione
hizo lo mismo. Harry frunció el entrecejo.
—¿Cuál es el chiste? —preguntó, con lo que Ron y Hermione se rieron aún más.
—Ninguno. Me hizo gracia la cara de Hermione.
—A mí me hizo gracia la tuya —repuso ella, mirando a Ron.
Harry arqueó las cejas, pensando en si se habría perdido algo, y decidió olvidarlo.
Estuvieron hablando un rato, hasta que volvió Ginny. Luego decidieron darse un
paseo por la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch. Se
entretuvieron mirando las nuevas escobas, aunque no había ninguna tan buena como
la Saeta de Fuego de Harry, y eso que ya había tres años que había salido. Después
de estar un rato mirando, decidieron ir a esperar a los demás en el Caldero
Chorreante. Ginny volvió a irse al encontrarse con otra de sus amigas, y les dijo que
ella avisaría a su madre y que se verían allí a la hora de comer.

Los tres amigos salieron del Callejón Diagon y entraron en el Caldero Chorreante.
Sólo estaba el dueño, Tom, al que saludaron, un cliente en la barra y un individuo bajo
y rechoncho en una esquina oscura. Vestía una túnica negra, y tenía la cara, casi
tapada por una capucha, inclinada sobre una taza de té. Sus ropas estaban raídas y
mugrientas. Harry le echó un vistazo y se sentaron en una mesa. Pidieron tres
cervezas de mantequilla y se pusieron a charlar mientras bebían. Un rato después, el
único cliente salió y se quedaron solos en el local, a excepción del personaje de la
túnica y el dueño.
Ninguno de los tres se fijó en que el encapuchado levantaba la cabeza de vez en
cuando para lanzar miradas a los tres amigos desde debajo de la capucha.
Un minuto después de que el cliente de la barra hubiese salido, Harry sintió de
pronto que su cicatriz se partía.
—¡AAAgh! —gritó, agarrándose la cabeza con las manos—. ¡Nooo!
Hermione y Ron se inclinaron sobre Harry, asustados, Tom también le miró, e hizo
ademán de acercarse a ellos
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione, asustada— ¿Qué...?
Pero no llegó a terminar la pregunta, porque un rayo aturdidor la golpeó en la
espalda, dejándola inconsciente en el suelo. Ron se volvió instintivamente hacia atrás,
y recibió un segundo impacto que le hizo rodar sobre la mesa y caer al suelo. Tom, el
dueño del local, intentó sacar su varita, pero antes de levantarla también había
recibido un impacto.
Harry se volvió, mientras el dolor remitía, e intentó sacar su varita, pero se quedó
con la boca abierta. Bajo la capucha, Dolores Umbridge le sonreía, apuntándole con la
varita.
—¡Usted! —gritó Harry, sorprendido.
—Sí, Potter, yo —dijo Dolores Umbridge—. Por fin volvemos a encontrarnos, pero
esta vez no te librarás de mí tan fácilmente. —Levantó la varita y lanzó contra Harry
un hechizo que, cuando el muchacho lo esquivó, partió una mesa por la mitad.
—No te escondas, chico —le dijo Dolores. Seguía sonriéndole—. Vamos,
enfréntate a mí.
—¡Se ha unido a él! —le gritó Harry lanzándole a su vez un rayo paralizante.
Dolores gritó «¡protego!» y esquivó el hechizo. Sonreía, pero Harry se fijó en que sus
ojos tenían una extraña expresión soñadora, perdida, que a Harry le resultaba familiar.
Umbridge miró hacia un lado e hizo una floritura hacia una serie de cuchillos que
había tras la barra. Los cuchillos empezaron a flotar y se dirigieron hacia Harry a toda
velocidad. Logró esquivarlos la primera vez echándose a un lado. Los cuchillos
pasaron por su lado y por encima, pero dieron la vuelta a un gesto de la varita de
Dolores Umbridge y cargaron de nuevo contra Harry. Este les apuntó con la varita
mientras gritaba «¡finite incantatem!». Logró que cayeran todos menos dos. Harry
rodó sobre sí mismo y uno de los ellos se clavó a unos centímetros de su cabeza,
pero el otro le atravesó el hombro izquierdo. Harry chilló de dolor. Dolores sonreía aún
más, pero sus ojos seguían mostrando aquella expresión perdida, como si estuviera
en otra parte. Hizo un nuevo gesto con la varita y el cuchillo que se había clavado en
el suelo se levantó de nuevo y apuntó hacia Harry, que se retorcía de dolor, e incapaz
de escapar
—¡No! —gritó— ¡No lo haga!...
Pero Dolores no le escuchaba.
—Se acabó, Potter, ahora...
—¡DESMAIUS!
El rayo alcanzó a Dolores Umbridge, que no había tenido tiempo de moverse casi,
y cayó hacia atrás. El cuchillo flotante cayó un instante después, rebotando en el
suelo a pocos centímetros del costado de Harry.
Ron se levantó, apuntando aún hacia su atacante, todavía medio aturdido, y se
dirigió hacia Harry.
—¿Estás bien?
—Creo que sí. Gracias, Ron. Me has salvado la vida.
—Eso no importa ahora. Tenemos que curarte esa herida —dijo mirando hacia el
hombro de Harry—. Parece grave.
Ron corrió hacia Hermione y le apuntó con su varita.
—¡Enervate!
Hermione abrió los ojos y se levantó, mirando a los lados.
—¿Ron...? ¿Qué ha sucedido?
Miró hacia Umbridge y profirió un quejido de sorpresa. Luego vio a Harry y puso
una expresión de horror.
—¡Harry! ¿Quién...? ¿Ha sido ella?
Harry movió la cabeza afirmativamente mientras Ron despertaba al dueño del
local. Este, tras percatarse de la situación, salió a buscar ayuda.
—¡Vuelvo enseguida! ¡No os mováis! —les advirtió. Luego se dirigió a Ron—:
Quítale la varita, Weasley, y vigílala.
Ron recogió la varita de Dolores Umbridge del suelo, mientras seguía
apuntándole. Hermione se había levantado, y, antes de dirigirse a Harry, apuntó
también a Dolores.
—¡Incárcero! —gritó, y Dolores quedó completamente atada e inmovilizada.
Un instante después se aparecieron dos sanadores de San Mungo, del Servicio de
Atención Inmediata y Urgente. Le sacaron el cuchillo y con unos movimientos de
varita le curaron la herida. Por último se la vendaron.
—¿Te encuentras bien? —preguntó uno de los sanadores.
—Sí —contestó Harry—. Gracias.
—¿Le van a llevar al Hospital? —preguntó Ron, que seguía vigilando a Dolores
Umbridge.
—No será necesario —dijo uno de ellos; luego se dirigió a Harry—: No ha sido
grave. Descansa durante dos días y estarás como nuevo. Afortunadamente no se te
clavó en ningún órgano vital. Un poco más abajo y quizás no lo habrías contado.
Los sanadores se despidieron y se desaparecieron. Los curiosos habían
empezado a llegar, y pronto oyeron a la señora Weasley y a Ginny, seguidas de Fred,
George y Lee Jordan.
—¡Dios mío! ¿Estás bien, cariño? —preguntó la señora Weasley casi llorando—
¡Oh, es culpa mía! ¡No debí dejaros solos! ¡Si te llega pasar algo...!
—Tranquila, señora Weasley. Estoy bien.
—¿Y vosotros? —preguntó a Ron y a Hermione.
—Sí, mamá. Sólo nos aturdió.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cómo he sido tan descuidada?
—No ha pasado nada, mamá, de verdad...
Fred, George, Ginny y Lee lanzaron un grito al ver a Dolores Umbridge, que
comenzaba a despertarse.
—¿Ha sido ella? —preguntó Fred.
—Sí —respondió Harry
—¡Maldita bruja vengativa! —gritó Ginny, apuntándole con la varita. Pero en ese
momento aparecieron Kingsley Shacklebolt y otro auror al que no conocían. Se
quedaron estupefactos al ver a Dolores Umbridge, que comenzaba a despertar y
parecía no entender nada. Tras preguntar brevemente a Harry y a la señora Weasley
lo sucedido, cogieron a Dolores Umbridge y la levantaron.
—Tendrás que acudir a declarar al Ministerio cuando puedas, Harry —le comunicó
Kingsley—. Y también vosotros dos —añadió, señalando a Ron y a Hermione. El
dueño del Caldero Chorreante empezó a dispersar a los curiosos y ofreció algo de
beber a los tres amigos.
—Vamos, Madame Umbridge —dijo Kingsley—. Esta vez ha llegado demasiado
lejos.
—Shacklebolt... yo... no entiendo... —Umbridge parecía estar en otro mundo.
—Ya lo entenderá en el Cuartel de Aurores —repuso el otro auror—. Vamos.
Ambos se desaparecieron, llevándose a Dolores con ellos.
—¿Pero cómo ha podido hacer algo así? —se lamentaba la señora Weasley—.
¿Cómo?
—Pues fácilmente, mamá —dijo George—. Si el año pasado envió dementores a
Little Winghing...
—No —replicó Harry, pensativo—. No era ella
—¿Cómo dices, Harry? —preguntó Hermione—. Claro que fue ella la que envió
los...
—Eso no. Lo de hoy —aclaró Harry, cortándola—. Vi sus ojos... Eran como los del
señor Crouch durante el Torneo de los Tres Magos. Creo... creo que ella estaba
controlada por la maldición imperius.
—¿Estás seguro de lo que dices, cariño? —preguntó la señora Weasley, muy
seria.
—Sí —contestó—. Casi seguro.

Un rato después comenzaron a aparecer otros miembros de la Orden. Algunos


habían acudido a comer, otros fueron al conocer lo ocurrido. También llegó
Dumbledore. Harry se lo contó todo. Cuando terminó, el director, muy serio, se quedó
un momento pensativo y preguntó:
—¿Estás seguro de que estaba controlada, Harry?
—Sí. Al principio creí que era que se había unido a él, que se había convertido en
una mortífaga. Pero luego me di cuenta. Tenía una expresión en los ojos que no era la
de su cara. Era como la del señor Crouch, como si no estuviera aquí...
Dumbledore calló unos instantes, mirando al suelo.
—Está bien. Ahora debes descansar. Afortunadamente, gracias a tu habilidad y a
la proverbial ayuda de Ron no hemos de lamentar daños. —Ron se sonrojó—.
Mañana tendremos que acudir al Ministerio de Magia para aclarar esto. Vengo de allí.
Dolores Umbridge será juzgada ante el Wizengamot. Ahora será mejor que comamos
algo. Debes de reponer fuerzas. ¿Te duele la herida?
—Apenas. Los sanadores me la curaron.
—Bien.
—¿Preferirías que te llevásemos a casa, cariño? —preguntó la señora Weasley,
que aún parecía muy preocupada y apenada ante lo ocurrido.
—No, señora Weasley, gracias. Estaré bien. Apenas me duele.
El cantinero preparó rápidamente una mesa grande donde todos pudieran
sentarse a comer tranquilos. Hacía las cosas rápido. Parecía muy nervioso aún.
Cuando la mesa estuvo puesta, todos se sentaron para disfrutar de la comida y
regresar rápidamente a Grimmauld Place.
—Profesor Dumbledore...
—¿Sí, Hermione?
—¿Por qué Voldemort —y media mesa pegó un respingo— iba a secuestrar a
Dolores Umbridge para atacar a Harry? —preguntó—. Tiene suficientes seguidores
como para hacerlo, ¿verdad?
—No lo sabremos hasta mañana —le respondió Dumbledore—. Pero pueden
existir varias razones. No creo que el secuestro de Dolores tuviese como objetivo
eliminar a Harry, pero, una vez que Voldemort la utilizó, quizás decidió que podía ser
una buena idea...
—En caso de que estuviera controlada por la maldición imperius —repuso Ron—.
Yo la creo capaz de intentar matarnos sin que se lo manden. El año pasado se mostró
capaz de cosas similares.
—Estaba controlada, Ron —aseguró Harry con calma—. Esto estaba preparado.
Cuando el último cliente se fue, sentí ese dolor de la cicatriz que nos distrajo y ella
aprovechó para atacarnos. No creo que haya sido una casualidad.
—Yo no digo que haya sido una casualidad —se explicó Ron—. Simplemente...
—Llegó aquí ayer por la mañana —dijo de pronto el dueño del Caldero Chorreante
desde la barra, interrumpiendo a Ron—. No traía equipaje, y no le vi la cara en ningún
momento. Dijo que pensaba quedarse durante el tiempo que necesitase, que podrían
ser semanas. No dijo nada más. Siempre estaba en esa mesa, sentada, y a cada rato
pedía un té.
—Claro. Sabría que en algún momento, Harry vendría por aquí para comprar el
material para el colegio y estaría más desprotegido. Supongo que a Quien-vosotros-
sabéis no le importaría mucho que luego atraparan a Umbridge —dijo el señor
Weasley.

Terminaron de comer y luego volvieron a Grimmauld Place. La señora Weasley


hizo dormir a Harry toda la tarde, y les dijo a Ron y a Hermione que también deberían
descansar, aunque ambos manifestaron no tener sueño, por lo que Harry fue el único
que durmió aquella tarde. Se levantó para la cena, pero tras terminar volvió a
acostarse pronto porque al día siguiente iría, con Ron y Hermione, a la vista del
Ministerio de Magia. No le hacía mucha gracia, porque aunque esta vez fuera en
calidad de testigo, volver a aquella sala le traía malos recuerdos.
La señora Weasley los levantó temprano al día siguiente, porque la vista era a las
nueve y cuarto. Mientras desayunaban, Dumbledore llegó para buscarlos.
—Buenos días a todos —dijo al aparecerse—. ¿Qué tal te encuentras, Harry?
—Bien... Gracias, profesor.
—Estupendo —dijo Dumbledore con una ligera sonrisa—. ¿Nos vamos?
—¿Cómo iremos, profesor? —preguntó Hermione.
—Utilizaremos la Red Flu, que es lo más rápido que tenemos, dado que no podéis
apareceros —le contestó Dumbledore.
—Venga, iros ya. Que se hace tarde —se despidió la señora Weasley—. Y tened
cuidado.
Utilizaron la chimenea de la cocina, y salieron en el Ministerio de Magia, en el
Atrio, por dónde Harry había visto entrar a los aurores y a Fudge en junio. Se
dirigieron al mostrador de seguridad para el examen y luego hacia los ascensores que
conducían a la sala de juicios del Wizengamot. Harry se fijó en que la Fuente de los
Hermanos Mágicos, que había sido destrozada por la batalla entre él y Bellatrix y
entre Voldemort y Dumbledore, había sido reconstruida.
Cuando llegaron a la sala de juicios, casi todo el mundo estaba ya allí, incluida
Amelia Bones, directora del Departamento de Seguridad Mágica. Dumbledore dejó a
los tres amigos y ocupó su puesto.
Hermione y Ron parecían nerviosos de estar allí, mientras todos los miembros del
tribunal les miraban y cuchicheaban. Harry, que había visitado esa sala en
condiciones mucho más adversas, estaba más tranquilo. Miró hacia los magos de las
túnicas con la W. Observó que entre ellos se encontraba Griselda Marchbanks, que al
parecer debía haber vuelto al Wizengamot cuando el tribunal readmitió a Dumbledore.
Los magos murmuraban, mirándolos, aunque esta vez sabía que los murmullos eran
de una clase muy diferente a los que había escuchado en su visita a aquella sala el
verano anterior.
Momentos después, las puertas de la sala volvieron a abrirse, y dos aurores a los
que Harry nunca había visto entraron, custodiando a una asustada Dolores Umbridge,
que dirigió una temerosa mirada a los tres amigos. Los aurores la condujeron hasta la
silla que estaba en el centro de la sala, donde la mujer se sentó. Un momento
después, las cadenas la apresaron. Ella dejó escapar un gemido. No parecía esperar
que la tratasen así. Se hizo el silencio un momento, y luego Amelia Bones habló:
—Vista del día 6 de Agosto, relativa al intento de homicidio cometido contra Harry
James Potter el día 5 de Agosto enl el Caldero Chorreante, Callejón Diagon, Londres.
—Amelia Bones hizo una pequeña pausa y levantó la mirada, observando a Dolores
Umbridge—. Se la acusa a usted, Dolores Jane Umbridge, de este atentado, así como
del cargo de posible pertenencia a los mortífagos...
—¡Yo no fui, Amelia! ¡Yo no lo hice! ¡No quería! —chilló Dolores Umbridge.
Amelia Bones la miró con incredulidad.
—¿Está diciéndonos que usted no fue? Porque hay cuatro testigos que afirman...
—¡No! ¡Quiero decir que yo no quería! ¡Él me obligó!
—¿Él? ¿Se refiere a El Que No Debe Ser Nombrado?
—¡Sí! ¡Ellos me secuestraron! Me torturó —la cara de Dolores Umbridge se
contrajo en una expresión de dolor—. Luego me echó la maldición imperius y me
obligó a esperar a Potter en el Caldero Chorreante.
Amelia Bones volvió a bajar la vista hacia sus papeles y levantó un pergamino,
observándolo detenidamente.
—Tengo aquí su declaración —le informó—. Dice usted que dos mortífagos se
presentaron en casa de su hermana mientras usted se disponía a tomar un té en el
salón. —Dolores asintió—. Declara que la aturdieron, y que cuando despertó estaba
en una habitación oscura, vigilada por uno de ellos.
—Sí, así fue.
—Sin embargo, aquí no dice usted nada de por qué iba a querer El Que No Debe
Ser Nombrado utilizarla a usted para acabar con la vida del señor Potter. Sólo declara
que la torturó durante dos días, y que el día 31 de julio él fue junto a usted, muy
contento, aunque cansado. Luego le lanzó la maldición y la envió aquí, sin más.
—Bueno... Él parecía agotado, sí, ¡pero igualmente era terrible! Dijo que había
conseguido algo, estaba muy contento. —Harry cruzó rápidas miradas con Hermione
y Ron—. Se acercó a mí y me dijo que yo había sido útil, que como premio, me
permitiría... me permitiría vengarme de Potter. Me echó la maldición y me obligó a ir al
Caldero Chorreante, a esperar a que Potter apareciera, si lo hacía. En tal caso, debía
matarle.
—Humm, no sé, por una parte parece convincente, pero los sanadores de San
Mungo que la examinaron dicen que no tiene usted marca alguna o señal de que haya
sido torturada durante dos días, como dice usted que sucedió, y su pasado, señora
Umbridge, pesa mucho contra usted.
Dolores Umbridge gimió.
—¡Tienes que creerme, Amelia! ¡Yo no quería! Él me curó antes de echarme la
maldición, precisamente para no dejar pruebas...
—Sin embargo, las ha dejado, porque usted está aquí, confesando.
—Sí... yo...
—Bueno, veremos lo que tienen que decir los testigos al respecto —dijo Madame
Bones. Miró un pergamino—. Llamo a declarar a la señorita Hermione Granger. Por
favor, si es...
Pero no acabó de hablar, porque en ese momento, Dolores Umbridge se puso a
chillar. Movía uno de sus brazos frenéticamente, mientras con el otro intentaba, en
vano, agarrárselo.
—Señora Umbridge, ¿qué diablos le ocurre? —preguntó madame Bones, con
gesto de enfado y de sorpresa.
—¡Me duele! ¡Me duele! ¡ME DUELE!
—¿Pero qué...?
Harry, Ron y Hermione se miraron extrañados, antes de volver la vista hacia
Dolores Umbridge, que cada vez chillaba más. Un instante después, de su antebrazo
derecho comenzó a salir humo. Los miembros del tribunal se pusieron en pie. Harry
no esperó y se acercó a la mujer, que gritaba a pleno pulmón. Le levantó la manga de
la túnica y vio una pulsera, que apretaba firmemente su muñeca. Desprendía humo y
mucho calor; le estaba quemando la piel. Horrorizado, Harry vio como en la pulsera
aparecía dibujada la marca tenebrosa.
—¿Qué es esto? —preguntó Harry, muy asustado.
—¡Él me lo puso, pero no sabía qué era! ¡DUELE MUCHO!
Dumbledore bajó de su asiento. Harry intentó quitarle la pulsera, pero era inútil, y
además le quemaba.
—¡No puedo!
—¡Déjame! —gritó Hermione, sacando su varita. Apuntó a la pulsera y gritó—:
¡Diffindo!
Se produjo un destello y un chasquido, pero no sucedió nada. Dumbledore llegó
junto a ellos, también con la varita en la mano, e intentó algo parecido, pero la pulsera
seguía sin desprenderse.
Dumbledore levantó la varita para intentar otra cosa, pero entonces, la marca
tenebrosa de la pulsera brilló más que nunca, y Dolores Umbridge empezó a chillar
aún más fuerte. Empezó a salirle humo por las orejas, la boca y las fosas nasales, y
desprendía calor como un horno.
—¡NOOOOOO! —chilló.
El pelo se le incendió, y la túnica le empezó a arder. Dumbledore le echó agua con
la varita, pero no sirvió de nada. El cuerpo de Dolores Umbridge despedía cada vez
más calor, hasta que dejó de aullar y de retorcerse. Entonces, el calor empezó a
disminuir, y la pulsera ardió, desprendiendo un humo verdoso que formó una marca
tenebrosa encima del cuerpo de la mujer.
Varios magos habían salido ya de la sala para buscar ayuda, y el resto comenzó a
chillar al ver la marca, que se elevaba en la sala. Dumbledore acercó su mano al
cuerpo. Sus ojos mostraban furia y preocupación.
—¿Dumbledore? —preguntó Amelia Bones, intentando conservar la calma—.
¿Está...?
Dumbledore asintió lentamente.
Hermione puso cara de asco y se abrazó a Harry, escondiendo la cabeza en su
hombro para evitar mirar el cadáver, que seguía humeando y desprendiendo un
desagradable olor a carne quemada y a pelo chamuscado.
Hermione, Harry y Ron fueron sacados de la sala, mientras un grupo de
sanadores de San Mungo entraba en ella. Los tres amigos permanecieron fuera, sin
hablar durante unos minutos.
—¿Por... por qué le habrá hecho eso? —preguntó Ron—. Fue horrible. Me caía
mal, pero una muerte como ésa...
—La respuesta más lógica es que lo hiciera para no dejar pruebas —opinó
Hermione, con voz débil y temblorosa de la impresión.
—¡Pero ya había declarado! ¡Ya había confesado todo! ¿Qué sentido tiene?
—No lo sé, Ron —respondió Hermione—. ¿Tú qué crees, Harry?
—No sé, Hermione. No tengo ni idea. Lo único en lo que puedo pensar es en
cuántos tipos de objetos mortíferos tendrá como esa pulsera...
De pronto, las puertas de la sala de juicios se abrieron y los sanadores de San
Mungo pasaron, llevando la camilla con el cuerpo de Dolores Umbridge tapado por
una manta. Un instante después, salió Dumbledore acompañado por Amelia Bones.
—Tengo que subir a mi oficina, Albus —musitó—. Tendré que presentar un
informe... Por Merlín, nunca, en toda mi vida había visto... —Meneó la cabeza—. La
marca tenebrosa en la sala de juicios del Wizengamot... Bueno, nos vemos,
Dumbledore.
—Adiós, Amelia. —Dumbledore se volvió hacia Harry, Ron y Hermione—. Os
enviaré ahora mismo a Grimmauld Place. Yo he de quedarme aquí un rato más. Nos
veremos allí.
—Profesor...
—Ahora no, Harry. Ya hablaremos más tarde. Vamos, tenéis que iros.
Dumbledore les acompañó hasta las chimeneas, mientras a su alrededor el
revuelo por la noticia de lo ocurrido se extendía entre los funcionarios del Ministerio.
Llegaron a la primera de las chimeneas y, tras despedirse de un preocupado Albus
Dumbledore, los tres regresaron, muy serios, al número 12 de Grimmauld Place.
5

Profesor Dumbledore

Harry, Ron y Hermione fueron directos a la cocina del Grimmauld Place, donde se
encontraban Lupin y la señora Weasley. Los dos los miraron, y, cuando vieron las
caras de los tres amigos, se dieron cuenta rápidamente de que algo había pasado.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó la señora Weasley, acercándose a ellos.
Los tres amigos se miraron, y Hermione empezó a contar, con voz entrecortada, lo
que había sucedido en la sala de juicios del Wizengamot.
—¿La Marca Tenebrosa en la sala de juicios? —preguntó Lupin, muy
impresionado, cuando Hermione terminó de hablar.
Harry asintió.
—Dios mío... qué horrible muerte debió de sufrir —musitó la señora Weasley, que
se había sentado al oír el relato de la muerte de Dolores Umbridge—. ¿Vosotros estáis
bien? ¿Queréis tomar un té?
—No —respondió Harry rápidamente. Lo que quería era irse rápidamente arriba
con Ron y Hermione para hablar de lo sucedido.
—Está bien... Será mejor que os vayáis a descansar —sugirió, con aire distraído.
Los tres amigos se apresuraron a asentir y salieron de la cocina, en dirección a la
habitación de Harry y Ron.
No habían hecho más que entrar, cerrar la puerta y sentarse en las camas, cuando
Ginny abrió la puerta y entró también en la habitación. Sonrió.
—¡Ya habéis llegado! Me pareció oíros subir las escaleras y... ¿qué pasa? —
preguntó de pronto, viendo las caras de los tres.
Esta vez fue Harry el que empezó a relatar la historia del juicio y el posterior
asesinato. También Ginny se quedó altamente impresionada.
—¿Ni Dumbledore pudo romper aquella pulsera? —preguntó, sorprendida y
extrañada—. No me lo puedo creer... Dumbledore es el mago más grande del mundo,
es...
—No sé si no pudo, o simplemente no le dio tiempo, porque todo ocurrió
demasiado deprisa —terció Hermione—. Aunque la verdad, parecía tan sorprendido y
horrorizado como los demás.
Estuvieron callados un rato. Harry se levantó y se acercó a la ventana. Miró por
ella unos instantes, sin observar nada en concreto, y habló:
—Sea como fuere, ya no podemos hacer nada por Dolores Umbridge. Y, aunque
su muerte haya sido horrible, no seré yo quien llore por ella. —Ron, Hermione y Ginny
le miraron—. Lo que realmente me importó de toda su declaración fue aquello que dijo
de que el día 31 parecía especialmente contento, y también cansado... dijo que había
averiguado algo.
Ron puso expresión de estar recordando algo, pero Hermione abrió mucho los
ojos.
—¡Es cierto! —exclamó—. Yo también me di cuenta... el día 31 fue el día que
tuviste tu sueño, ¿verdad?
—-Sí —respondió Harry.
—Entonces, ¿Es ya seguro que Quién Vosotros Sabéis tuvo algo que ver con ello?
—preguntó Ginny.
—Estoy convencida —respondió Hermione.
—Yo también —afirmó Harry.
—¿Y qué es lo que averiguó? —preguntó Ginny.
—No sé, quizás que podría unirse a mí para aumentar aún más su poder, no sé...
aunque no me imagino que haya atacado mi mente para provocarme esa visión, salvo
que quisiera saber otra cosa y la visión fuese una consecuencia...
—¿Y qué querría averiguar? —preguntó Ginny.
—Bueno, ¿qué es lo que Harry sabe y Voldemort ha querido saber desde que
retornó? —preguntó Hermione.
Ron abrió mucho los ojos.
—¡La profecía!
Harry miró a Hermione, que asintió.
—¿Crees que quería saber lo que decía a través de mí?
—Es lo más lógico, ¿no? Es la única forma que tiene ahora de saber qué decía...
—Pero... ¡espera! —exclamó Harry, recordando algo—. Dumbledore se quedó muy
pensativo cuando le dije que en mi sueño aparecían las profecías... quizás sea cierto...
aunque, ¿por qué aparecían las dos? A él sólo le interesa la primera, ¿no? La otra ya
no dice nada útil... de hecho, él ni siquiera sabía de su existencia.
—Bueno, supongo que intentaría acceder a algo relacionado con las profecías en
tu mente, y por eso aparecían las dos... —opinó Hermione.
—O sea, que, según parece, ya conoce su contenido... —resumió Ginny.
—Pero, ¿de qué le sirve conocerla? —preguntó Ron—. Quiero decir, él quería
saber cómo matarte ¿no? Creía que la profecía se lo diría. Pero no dice nada de eso...
Sólo dice que uno de los dos deberá matar al otro...
—No sé qué utilidad puede tenerle, pero si Dumbledore no quería que supiera lo
que decía, sería por algo —dijo Hermione.
—Bueno, ahora sabe que tienes un poder que él no conoce, Harry —dijo Ron—.
Quizás te coja miedo... ¡Seguro que por eso envió a Umbridge para intentar matarte!
—No. No creo que me tenga miedo. Creo que se le han abierto ciertas
posibilidades que nosotros no entendemos. Algo relacionado con la segunda parte del
sueño...
—No creo que logremos entender esto, Harry —opinó Ginny muy seria—. Pero
hay una cosa que sí creo, y es que tienes que hablar con Dumbledore y decirle que
crees que Quien tú sabes conoce la profecía...
—Ya —dijo Harry—. Esta tarde tengo clases de oclumancia con él. De todas
formas, estoy seguro de que no se le escapó la declaración de Umbridge. De hecho,
ya cuando le conté el sueño mencionó la profecía y parecía preocupado... Creo que se
lo temía.
—Bueno, ya veremos qué pasa —dijo Hermione—. Ahora deberíamos bajar a
comer.
—Si —dijo Harry— Tengo hambre...
Bajaron. El señor Weasley, Bill, Fred, George, Kingsley y Tonks habían llegado ya,
y todos hablaban de lo sucedido en el Ministerio. Cuando Harry, Ron, Hermione y
Ginny entraron en la cocina, todas las conversaciones cesaron y las miradas se
centraron en ellos. El señor Weasley corrió a abrazar a Ron.
—Estoy bien, papá —dijo Ron, un tanto incómodo.
—¡No sabes como me asusté cuando me enteré de lo que había sucedido! —
exclamó el señor Weasley—. La Marca Tenebrosa en el Ministerio... Es terrible.
Ninguno de los tres se libró del interrogatorio, porque aunque casi todos conocían
casi todos los hechos, en algunos casos los rumores que se habían extendido por el
Ministerio habían alterado la verdadera historia.
Cuando finalmente la atención dejó de centrarse en ellos, Harry se dejó caer en
una silla al lado de Lupin.
—Pareces preocupado —dijo éste—. ¿Tanto te ha afectado?
—No es por eso... bueno, en parte sí, pero lo que más me preocupa es otra cosa
—respondió Harry.
—¿Otra cosa? ¿El qué?
—Bueno... —dijo Harry— Creo que Voldemort la conoce.
—¿Que conoce qué?
—La profecía. Que ya sabe todo su contenido.
—¡¿Cómo dices?! —preguntó Lupin, sorprendido y preocupado a la vez—. ¿Cómo
lo sabes?
Harry le explicó la declaración de Umbridge.
—¡Oh...! —exclamó Lupin, y su preocupación se acentuó—. Esto no es bueno...
nada bueno... Aunque Dumbledore ya sospechaba algo así. Tendrás que decírselo en
cuanto llegue, Harry. No creo que después de lo sucedido venga a comer, pero
seguramente vendrá después, al fin y al cabo, hoy tendrás la primera clase de
Oclumancia.
Harry asintió.
La comida transcurrió tranquila, porque casi todo lo que se podía decir respecto a
al muerte de Dolores Umbridge ya había sido dicho, y todo el mundo se dedicaba a
pensar. Al poco de terminar, y mientras los cuatro amigos estaban el salón, jugando
una partida de naipes explosivos, llegó Dumbledore.
Llamó a Harry, y éste fue a reunirse con él, mientras sus amigos le deseaban
buena suerte con la oclumancia.
—Buenas tardes, Harry —saludó Dumbledore. Sonreía ligeramente, aunque aún
parecía preocupado—. Al final no pude venir a comer, con todo lo sucedido... pero
bueno... Será mejor que subamos al salón de arriba. Estaremos más tranquilos.
Harry asintió y ambos subieron las escaleras y entraron en el salón del primer piso.
—Profesor... —dijo Harry en cuanto llegaron a la estancia y cerraron la puerta—.
¿Cómo lo hizo?
—Bueno, no es tan difícil para alguien como él —respondió el director—. Supongo
que ya conoces muchos de los objetos mágicos altamente peligrosos que hay por ahí.
—Sí, a veces Ron me habla de objetos que su padre tiene que requisar.
—Exacto. Digamos que la pulsera que le puso a Dolores Umbridge no es en sí un
objeto extraordinario... excepto por el increíble hechizo de protección que evita que
pueda sacárselo. Utilicé todo mi poder para romper la pulsera con el encantamiento
seccionador, pero ya viste que no funcionó... Bueno, hubiera conseguido sacársela si
hubiésemos tenido más tiempo, claro, pero todo fue demasiado rápido.
Harry asintió.
—¿Por qué lo hizo, profesor? Ella ya había confesado y declarado. ¿Qué sentido
tenía matarla entonces? ¿Por qué no lo hizo antes?
—No podría asegurar al cien por cien el motivo —respondió Dumbledore—, pero
estoy casi seguro de que lo hizo simplemente para asustar. Un asesinato como ése en
la sala de juicios donde tantos seguidores suyos fueron juzgados. Es indudable que
fue un gran golpe de efecto...
«Sólo para asustar —pensó Harry, asqueado—. No había ninguna razón... sólo por
asustar...».
Harry se quedó callado durante un rato, sumido en sus pensamientos. Dumbledore
se sentó en uno de los sillones.
—Hay algo más que te preocupa, ¿verdad? —le preguntó.
—Sí —confesó Harry—. Me preocupa lo que dijo sobre el día en que Voldemort
estaba contento... me preocupa que haya logrado averiguar el contenido de la profecía
gracias a mí. ¿Cree usted que la conoce, que averiguó lo que dice?
Dumbledore le miró, pero no dijo nada durante unos instantes.
—Sí, Harry —dijo, suspirando—. Yo también lo creo. Oí perfectamente lo que
declaró Dolores. Supongo que eso era lo que pretendía... y por eso es necesario que
te esfuerces en la oclumancia, Harry. Debes evitar todo contacto mental con Lord
Voldemort. No podemos evitar el mal que ya está hecho, pero podemos evitar males
futuros.
—Está bien... Pero profesor —pidió Harry, Intentando ocultar toda la rabia que
sentía al pensar que si Voldemort conocía la profecía, todo lo que habían hecho
durante el año anterior no servía para nada—, ¿Por qué no me explica antes en qué
consisten exactamente la Legeremancia y la oclumancia?
—Verás —explicó Dumbledore—. La legeremancia proporciona al que la utiliza
acceso a diversos estratos de la mente de la persona objetivo. Muchas veces, o si uno
no sabe como hacerlo bien, sólo se consigue un acceso superficial a los pensamientos
activos de la persona... pero un dominio más profundo permite «hurgar» en los
recuerdos, en cosas casi olvidadas y enterradas... Bien dirigida, la legeremancia es
una mina de información. Para evitar el acceso, como ya sabes, podemos recurrir a la
oclumancia. Harry, la oclumancia consta de dos partes, diferenciadas pero
interrelacionadas e inútiles la una sin la otra: La primera parte es la mental. Vaciar la
mente, controlar las emociones y evitar visualizar como pensamientos activos aquello
que queremos ocultar. Esto es indispensable y es lo primero que practicaremos. Luego
está la parte mágica. Con ella, la mente crea una barrera contra la penetración
externa. Eso sí, sin dominar la mente, no se logra nada. Es por ello que dominar la
oclumancia es muy difícil y cuesta un trabajo casi constante, ¿entiendes? —Harry
asintió—. Bien, entonces comencemos.
—De acuerdo —dijo Harry.
—Cierra tu mente —le ordenó Dumbledore—. Evita los pensamientos más
emotivos, que son aquellos que más fácilmente se dejan llevar, nublando la razón y
favoreciendo la penetración del atacante.
Harry intentó hacerlo, pero le era muy difícil dejar la mente en blanco con tantas
cosas como estaban sucediendo.
—Venga, Harry. Cuando cuente tres: 1... 2... 3... ¡legeremens!
Harry sintió cómo hurgaban en su cabeza, cómo se abrían los recuerdos de sus
sueños, del miedo por sus amigos y por sí mismo, Sirius caía por el velo... Sirius...
Sirius había muerto porque él no había logrado dominar aquella técnica, porque se
había dejado engañar... No podía dejarle continuar... tenía que resistirse...
—¡YA! —gritó. El torrente de imágenes se detuvo. Dumbledore sonreía.
—¡Bien, Harry! —lo felicitó Dumbledore—. Ha sido un buen intento. Conseguiste
detenerme al final, pero debes impedirme entrar. Debes dejar tu mente en blanco.
—Eso es lo que me decía el profesor Snape, pero es muy difícil.
—Está bien. Vamos a ver... —Dumbledore observó la habitación—. Ya sé... fija tu
mirada en un punto de la habitación y concéntrate solamente en lo que ves, evita
pensar en nada más ¿de acuerdo? —Harry asintió—. Tres segundos.
Harry se fijó en los dibujos de uno de los sillones hasta que sólo veía los colores,
no ya la forma. Sintió que se iba, que se adormecía, que se relajaba...
—¡Legeremens!
Sintió el impacto, sintió hurgar, pero mantuvo la concentración en el sillón, hasta
que al final, empezaron a superponerse imágenes de su tía Marge y de los Dursley, de
Dudley persiguiéndole con sus amigos... y luego cesó.
—¡Excelente! —exclamó Dumbledore, muy contento—. Esta vez me ha costado
mucho más hacerlo.
Harry se frotó la cicatriz. Le dolía un poco y la sentía palpitar. Dumbledore le miró
un rato.
—Será mejor que hoy lo dejemos aquí. No ha estado mal. El próximo día
seguiremos practicando el vacío mental, el control de las emociones. Cuando lo hayas
logrado, empezaremos con el cierre mágico de la mente.
—Vale —dijo Harry.
—¿Qué tal te encuentras?
—Me duele un poco la cicatriz...
—Eso es normal, pero a medida que vayas progresando, el dolor debería de
disminuir. Bueno, ahora tengo que irme, y que no se te olvide practicar, dejar la mente
en blanco antes de dormir. Utiliza lo que te he enseñado: Fija tu mirada en algo antes
de dormirte y no pienses en otra cosa. Es muy importante.
—Sí, profesor.
—Hasta luego, Harry —dijo Dumbledore, y desapareció.
Harry bajó al salón de abajo, donde Ron, Hermione y Ginny le esperaban.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Hermione.
—Creo que bastante bien. Mucho mejor que con Snape, desde luego.
—Normal —dijo Ron— Debe de ser imposible vaciar la mente cuando Snape te
está mirando con esa cara que tiene...
—Dumbledore me ha explicado cómo hacerlo. Cómo vaciar la mente antes de
dormir —explicó Harry—. Espero no volver a tener esos horribles sueños...
—Claro que no —dijo Hermione convencida—. Dumbledore es el mago más
grande del mundo. Seguro que con él progresas rápido.
—Eso espero, porque no quiero que Voldemort se entere de más cosas a través
de mí.
—¡Es cierto! —dijo Ginny— ¿Le preguntaste a Dumbledore sobre la profecía?
—Sí —respondió Harry—. Y él está de acuerdo conmigo. Cree que Voldemort la
conoce ya. Que averiguó lo que decía a través de mí.
—¿Y qué piensan hacer? —preguntó Ron.
—No lo sé. Sólo me dijo que eso era lo que teníamos que evitar y empezamos con
las clases...
—Vaya...
—Bueno. Esperemos que no le sirva de mucho —dijo Ginny, esperanzada.
—A mí me preocupa más el resto del sueño... lo que no eran como recuerdos...
Creo que fue alguna especie de efecto del intento de Voldemort... pero, ¿por qué
sucedió ahora y no antes?
—¿A qué te refieres? —preguntó Hermione.
—Me refiero a que él ha estado intentando entrar en mi mente durante todo el año
pasado... incluso lo consiguió varias veces... ¿Por qué no hubo antes ese sueño,
entonces? ¿Qué es lo que es distinto ahora?
—¿Por qué no se lo preguntas a Dumbledore? Quizás ya sepa por qué viste eso
—propuso Hermione—. Nosotros no podemos contestarte a eso.
Harry se quedó pensativo un momento y luego miró a sus amigos.
—Sí, lo haré. Y vosotros estaréis conmigo.
—¿Nosotros?
—Sí, Ron. A vosotros os afecta tanto como a mí... quiero saber por qué en ese
sueño tenía que matar a Hermione... y sospecho que vosotros dos... —dijo
dirigiéndose a Ginny y a Ron— vosotros dos estabais... bueno, muertos...
—¿Por qué dices eso? —preguntó Ginny, asustada
—Porque en mi sueño, Hermione estaba sola. Lo sabía. Y si estaba sola, es
porque vosotros... bueno, ya imagináis...
Ginny ahogó un grito.
—Harry, esfuérzate en la oclumancia —pidió Ron—. Nosotros te ayudaremos, pero
no vuelvas a tener un sueño como ése...
—No fue mi gusto tenerlo —declaró Harry con sequedad.

Pasaron varios días tranquilos en la casa, mientras agosto transcurría,


acercándose cada vez más el comienzo del nuevo curso. Ron había intentado varias
veces que les dejaran salir o hacer algo de vez en cuando, pero la señora Weasley se
negó rotundamente. Tras lo sucedido en el Caldero Chorreante les vigilaba a cada
rato, para saber si estaban bien, y los cuatro estaban ya aburridos hasta cotas
extremas. La única diversión que tenían eran las cosas que de vez en cuando les
traían Fred y George cuando volvían de la tienda por las noches. Se aburrían tanto
que estaban deseando que hubiese algo que limpiar o alguna tarea por hacer. Cuando
no tenían nada que hacer, se sentaban en el salón de abajo con la puerta abierta, para
saber quién entraba o salía y quitar algo de la monotonía que inundaba la casa. Vieron
varias veces al profesor Snape, pero en ningún momento se hablaron. Se limitaban a
lanzarse miradas de odio.
Harry había explicado a Ron y a Hermione en qué consistía la Oclumancia, y la
chica había intentado ayudarle como podía, aunque sin saber Legeremancia no le
eran de mucha ayuda. Hermione se lamentaba constantemente por no tener algún
libro de dónde poder sacar información.
Seis días después de la primera clase con Dumbledore, Lupin le comunicó a Harry
que aquella tarde tendrían una nueva. Harry recibió la noticia con alegría. No le
gustaba demasiado la práctica de la Oclumancia, pero podría hablar con Dumbledore,
y al menos no se aburriría.
Cuando Dumbledore llegó, le dijo a Harry que esperara en el salón de arriba, que
él subiría enseguida. Cuando finalmente subió el director, unos diez minutos más
tarde, se encontró allí también a Ron, Hermione y Ginny.
—Hola muchachos —les dijo Dumbledore mirándolos por encima de sus gafas de
media luna—. ¿Qué tal os encontráis?
—Bien, profesor —contestó Hermione.
—Me alegro, pero ahora os rogaría que nos dejaseis solos. Harry necesita toda la
concentración posible.
—Profesor —dijo Harry—. Antes de comenzar quería preguntarle una cosa... por
eso están aquí ellos —señaló hacia sus amigos.
—¿El qué, Harry?
—Bueno... Usted sabe que la noche en que tuve aquel sueño, Voldemort intentó
averiguar el contenido de la profecía buscándola en mi mente...
—Sí
—Pero nosotros queríamos saber por qué... por qué vino el sueño que tuve
después. ¿A qué se debió?
Dumbledore no dijo nada durante un momento. Luego suspiró.
—Veréis... no estoy muy seguro de por qué sucedió eso. Creo que, cuando
Voldemort supo el contenido de la profecía, y vuestras mentes estaban conectadas, de
alguna manera... se os reveló una posibilidad alternativa a mataros el uno al otro. Lo
que viste, Harry, es el final de ese proceso. No llego a comprender exactamente cómo
podrías llegar a ser parte de Voldemort, pero estoy seguro de que ése era el final de
todo... Respecto a cómo se ha revelado eso, de momento sólo podemos hacer
conjeturas.
—Profesor —intervino Hermione—, ¿por qué Harry me mataba? ¿Por qué también
a Ron?
—¿A Ron? —inquirió Dumbledore, sorprendido.
—Sí... bueno, no lo vi en mi sueño —explicó Harry—, pero sabía que había
sucedido. Hermione estaba sola...
—Verás, Harry. Ya te dije que Voldemort no podía poseerte si estabas lleno del
sentimiento que él tanto detesta e infravalora. Si te unes a él, una cosa estaría clara:
No podríais estar unidos si tú sientes cariño por alguien. Tendrías que destruir todo
aquello que amas. Sólo así podríais vivir unidos. Voldemort no permitiría que una parte
de su ser sintiese algún tipo de amor o de afecto por algo. Que Ron o Hermione
siguiesen vivos sería un peligro latente, porque siempre tendrías algo por lo que
liberarte, algo que podría hacerte reaccionar y cambiar de bando...
—Comprendo...
—Cuando me contaste tu sueño, me decías que una parte de ti deseaba hacer lo
que hacías, mientras otra parte se horrorizaba. Esa parte es la que muere. Por eso
digo que lo que ves es el final. El final de todas las amenazas para la supremacía de
Voldemort... y la tuya.
—Pero yo no lo haré. Nunca me uniría a él... ¿Por qué habría de querer hacerlo?
¡Él mató a mis padres! Y por su culpa murió Sirius...
—Por el dolor, Harry —le dijo Dumbledore con voz muy tranquila y calmada—. Tú
mismo lo dijiste: a veces el dolor es tan grande que haríamos lo que fuese porque
parara, por no sentirlo... Si Voldemort ha urdido nuevos planes encaminados a hacer
que te unas a él, visto el fracaso de su nuevo intento de asesinato, temo que intentará
utilizar tu dolor.
—Eso quiere decir...
—Que intentará dañar a los que amas, Harry.
Harry miró hacia Ron, Hermione y Ginny, que se habían quedado mudos. Por
supuesto, ellos sabían que estaban en peligro, por ser de las familias que eran, por ser
enemigos de Voldemort y por ser amigos suyos, claro, pero nunca habían sido un
objetivo preferente para el malvado mago. Saber que ahora ellos quizá corrían más
peligro que él le hizo sentirse extrañamente furioso.
—Querrá que te dominen la ira, el odio y el dolor —continuó Dumbledore— Pero
no os preocupéis. Aquí no puede encontraros, y en Hogwarts estaréis a salvo. La
Orden os vigila, y también el Ministerio de Magia. Y ahora, si nos disculpáis —Miró a
Hermione, Ron y Ginny—, Harry debe practicar. Sabéis lo que está en juego.
Ron, Ginny y Hermione salieron, deseándole suerte a Harry. En cuanto se cerró la
puerta, Dumbledore le dijo a Harry que volviera a dejar la mente en blanco. Harry
volvió a fijar su vista en el sillón, intentando alejar de su cabeza todo pensamiento que
no fueran los colores. Cuando Dumbledore creyó que estaba preparado, le apuntó con
su varita:
—¡Legeremens!
Harry notó de nuevo aquellos dedos que hurgaban, pero siguó concentrado en el
sillón, en sus colores... pero de pronto, se vio a sí mismo muerto en el suelo, y a Ron,
y al señor Weasley, y a Hermione... veía el boggart que había encontrado la señora
Weasley el verano anterior. De pronto, Harry se encontró gritando.
—Tranquilízate, Harry —Le dijo Dumbledore poniéndole una mano sobre su
hombro—. Tienes que olvidar eso.
—Lo sé, ¡pero es muy difícil! ¡No soporto la idea de que puedan atacar a mis
amigos por mi culpa!
—Harry, no es por tu culpa... Tú no eres responsable de lo que voldemort haga o
desee hacer.
—Sí, pero si no fuera por mí...
—Si no fuera por ti, Voldemort quizás no habría sido vencido, y quién sabe lo que
habríamos tenido que lamentar. No puedes culparte. Ahora haz el favor de
concentrarte y de vaciar tu mente.
Harry volvió a intentarlo, y consiguió resistir más tiempo, pero al final, su mente
volvió a llenarse de imágenes en las que veía a Hermione caer atravesada por un
hechizo y a Ron ser atacado por un cerebro...
—Venga, lo has hecho mucho mejor —Lo animó Dumbledore cuando se detuvo—.
Sigamos.
Continuaron practicando durante mucho tiempo. Aunque tardó mucho en hacerlo
igual de bien que al final de su primera sesión, cuando la señora Weasley les llamó
para cenar había mejorado bastante.
—Lo estás haciendo bien. Ahora bajemos a cenar y recuperar fuerzas. Creo que
Molly nos ha preparado algo delicioso —Dijo Dumbledore con una sonrisa—. Mañana
continuaremos.
—¿Mañana?
—Sí, tendremos que aprovechar el tiempo al máximo, Harry. Sólo quedan veinte
días para que comience el curso escolar.
Bajaron a cenar. Mientras comían, Lupin estuvo preguntándole a Harry qué tal le
iban las clases.
—El profesor Dumbledore dice que bien —Respondió Harry—. Desde luego,
muchísimo mejor que con Snape.
—Bien, Harry. Sigue esforzándote. Estoy seguro de que tienes capacidades. No
hay mucha gente que a los 13 años ya sea capaz de hacer un patronus... ni aún a la
tuya.
—Bueno... ahora sí. Hermione, Ron y Ginny también pueden hacerlo —repuso
Harry—. Ron y Ginny aún no lo dominan del todo, pero con un poco de práctica...
—¿Se lo enseñaste tú?
—Sí, en las reuniones del ED, el año pasado.
—Guau —Lupin parecía impresionado—. Debes ser un excelente profesor... y
ellos muy buenos alumnos.
Harry se sonrojó un poco y siguió comiendo su pastel de carne, hasta que
Hermione preguntó:
—Profesor Dumbledore...
—¿Sí, Hermione?
—¿Quién es nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras?
—Bueno... —dijo Dumbledore, aparentemente apesadumbrado—. No he
conseguido encontrar un candidato dispuesto, así que he tenido que optar por el único
disponible.
—Que es... —comenzó a decir Ron, asustado. Miró a Harry. Se le veía claramente
que creía que Dumbledore diría «Severus Snape».
—Yo, por supuesto —terminó Dumbledore, sonriente.
Hermione, Harry, Ginny y Ron se miraron los unos a los otros, incapaces de
decirse nada.
—¡Genial! —terminó por decir Ron, aliviado.
—Gracias, señor Weasley —le sonrió el director.
Tras semejante revelación, terminaron de cenar, mucho más contentos que antes,
por supuesto.

Durante las dos semanas siguientes, Harry continuó sus clases con Dumbledore.
Había progresado muchísimo, y, aunque por supuesto Dumbledore podía hurgar en su
mente, prácticamente sólo lograba ver lo que Harry le mostraba, que casi siempre eran
unas manchas de color que se parecían a un sillón.
—Pronto podremos empezar con la segunda parte, Harry —le dijo Dumbledore
el día 21 de Agosto—. Tendremos la próxima clase, si puedo, el día 23. Empezaremos
a cerrar tu mente mágicamente.
—Bien, profesor —dijo Harry.
—¿Te ha dolido la cicatriz algo?
—No, sólo un poco cuando terminamos las clases...
—Bien. Mejor así. Ahora, cuando aprendas la defensa mágica, no volverás a sentir
irrupciones externas en tus sueños.
Sin embargo, no pudieron tener la clase del día 23, porque un poco antes de
comenzarla, Snape llegó con, al parecer, importantes noticias, y hubo una reunión
extraordinaria de la Orden.
—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Ron.
—No lo sé —dijo Harry—. Ahora ya no siento nada cuando Voldemort se siente
contento o furioso...
—Ya, y por una parte es una lástima —dijo Ron, y Hermione le lanzó una mirada
severa—. ¡Ya lo sé, Hermione! Pero es la única forma de que nos enteremos de algo
más...
—Vamos Ron, ya nos enteraremos. Al final siempre nos enteramos —le dijo
Hermione.
Al poco rato, todos se marcharon de la casa, excepto la señora Weasley.
—¿Qué ha pasado, mamá? —preguntó Ginny.
—No estamos muy seguros todavía —respondió ésta, evadiendo el tema—. Pero
sea lo que sea, mañana os enteraréis. Ahora olvidadlo.
Al parecer, debía de suceder algo gordo, porque nadie acudió a cenar, excepto el
señor Weasley y Bill, que comieron algo, y, tras hablar unos minutos con la señora
Weasley, volvieron a irse.
—¿Qué pasará? —preguntó Harry a los demás, una vez estuvieron en el cuarto en
el que dormían él y Ron.
—Ni idea —respondió Fred—. Pero seguro que es serio. Todos parecían
preocupados...
—Deberíamos irnos a dormir —dijo Hermione—. Si vuestra madre nos encuentra a
todos aquí, en vez de estar en la cama...
—Sí, será lo mejor. Mañana nos enteraremos —dijo Ginny.
—No sé cómo... Mamá ha puesto un encantamiento en la cocina para que no
funcionen las orejas extensibles —comentó George, un poco enojado.
—Bueno, si es algo importante, saldrá en los periódicos, ¿No? —dijo Hermione—.
Mejor vayámonos.
Ella y Ginny se despidieron y se fueron a su cuarto. Fred y George también se
desaparecieron.
—¿Qué tramará? —preguntó Ron, mientras se metía en la cama y apagaba la luz.
—No lo sé —respondió Harry, preocupado—. No lo sé...

Se tapó y se durmió. Sin embargo, no pudo dormir tranquilo, porque más tarde, en
algún momento de la noche, la cicatriz comenzó a darle punzadas, y un sueño, una
serie de imágenes, ocupó su mente. No entendía mucho, porque el sueño no era
claro, como si viese algo lejano, algo difuso... supo que era una de sus visiones, era
consciente de ello. Quizás la mejora de la oclumancia le había permitido aislarse de
los sueños... ¿Por qué, entonces, veía ese? No lo sabía. Las imágenes llegaban
vagas. Se acercó a una chimenea que había en una estancia oscura, de ella había
salido una mujer, que se volvió para verle, y emitió un grito de terror, que Harry oyó
muy lejano, como proveniente de un pozo profundo. Levantó la varita rápidamente, sin
que la mujer tuviese tiempo de actuar. Un rayo verde salió de la misma, y un instante
después la mujer estaba muerta. Se acercó a la chimenea, que estaba encendida con
un fuego verde, y lanzó contra ella una poción, luego murmuró un conjuro y las llamas
se apagaron. Se sentía contento. Todo iba bien... la imagen se borró, y sólo quedó
negrura. Harry no supo cuánto tiempo esperó, hasta que la visión volvió a aclararse.
Sabía que podía romper la conexión, que podía detenerla, que debía dejar de ver lo
que veía, pero no podía. La curiosidad era muy grande. Voldemort había matado a
alguien y tramaba algo importante... ¿Qué era? ¿Dónde estaba? La visión se aclaró, y
vio un largo y oscuro pasillo, iluminado por débiles antorchas. Se acercó a una puerta,
donde había más gente. Esperaban algo. No le vieron. Él entró y lanzó un hechizo,
como un pequeño punto amarillo. El hechizo estalló, y los guardianes cayeron, heridos
o muertos. Le habría gustado acabar con ellos, pero ahora no podía, él llegaría pronto.
¿Quién era «él»? Harry no lo sabía. Voldemort tenía prisa. Atravesó la sala donde
estaban los hombres heridos, y se acercó a una zona llega de puertas enrejadas.
Cada celda contenía a una persona. Se acercó a la primera y miró, sonriente. El
prisionero se arrodilló al verle, y también sonrió. Su aspecto era lamentable, pero
Harry reconoció, con odio, la figura altiva de Lucius Malfoy. Había averiguado dónde
estaba Voldemort, y qué pretendía: había ido a liberar a los presos de Azkaban. Abrió
las puertas de las celdas con prisa, y los mortífagos que había encerrado en junio
salieron, arrodillándose ante su señor. Voldemort sonrió, y les ordenó que se dieran
prisa, y que subieran a lo alto de la fortaleza, la vía de escape más rápida. Harry se
sentía furioso. ¿Nadie iba a detener aquello? La cicatriz le dolió más, y perdió de
nuevo la conexión durante un largo rato.
Cuando la recuperó, se vio en lo alto de una torre. Era de noche, y el cielo estaba
nublado. Sólo algunas antorchas en la fortaleza permitían ver algo. Pero Voldemort no
las necesitaba. La oscuridad era su elemento predilecto, en ella se sentía seguro y
más fuerte, no por nada tenía aquellos ojos que le permitían horadar hasta en la
negrura más profunda. Harry sentía los gritos de la lucha que se libraba en el exterior
de la fortaleza, pero junto a él no había nadie. ¿Dónde estaban los mortífagos? Hacía
algo en el borde de la torre, ya casi estaba... entonces, sintió un golpe, y un grito
desgarró el aire, seguido del sonido de un cuerpo al caer. Voldemort se volvió,
iracundo, y miró a su enemigo, que descendía de una escoba, frente a él.
—Dumbledore... —pronunció el nombre con asco y desprecio... pero no había ni
atisbo de miedo en su voz. Sólo odio.
—No te saldrás con la tuya, Tom —dijo el anciano que sostenía la varita frente a
él.
—¿Ah, no? —Se rió con aquella risa espeluznante que aterrorizaría a cualquier
otro mago, excepto a aquél al que hacía frente.
«Dumbledore... —pensó Harry—.¿Por qué no llegó antes?».
—Ya es tarde para ti, viejo metomentodo. Ya me has causado muchos problemas,
demasiados problemas... Pero ahora ya no podrás hacer nada. Ya es tarde para ti —
repitió—. Ahora soy el mago más poderoso del mundo, Dumbledore, como pronto
comprobarás. El Lord Voldemort al que te enfrentaste en junio no es sino la sombra de
lo que soy ahora... He descubierto el gran secreto, profesor —pronunció la palabra
«profesor» con un tono de absoluto desprecio, insultante, despectivo, y luego sonrió
con maldad.
—Demuéstralo, Tom —la voz de Dumbledore sonaba tranquila.
—No lo necesito, Dumbledore, porque tú también lo sabes... sé que lo sabes
desde que Potter te contó cómo volví... no lo sabes todo, no..., pero sí muchas cosas,
sé que lo intuyes. Y ahora todas tus precauciones han sido en vano, he roto tu hechizo
antidesaparición, como has visto, y también conozco el contenido de la profecía... —
Se rió con ganas. Dumbledore no dijo nada—. Me sorprendes, viejo idiota... No sabes
cómo me alegré al conocer la verdad... sólo Potter puede matarme, ¿eh? Resulta
gracioso... No tienes ninguna esperanza, Dumbledore, ninguna.
—¿No? —preguntó Dumbledore—. Dime entonces por qué ha conseguido huir de
ti cinco veces ya...
—Ha tenido... mucha suerte, desde luego. Pero eso no será suficiente. Ese chico
será mío... vivo o muerto.
—Nunca mientras yo viva.
—¿Ah, no? —siseó Voldemort—. Si ésas son tus condiciones... ¡Muere, entonces!
Agitó la varita y un resplandor amarillo muy intenso brilló. Dumbledore intentó
protegerse, pero su intento no fue suficiente, y cayó hacia atrás, golpeado por la
explosión. Quedó tendido en el suelo. Sin embargo, logró incorporarse. Estaba herido.
Tenía sangre en la cara, aunque no parecía nada grave. Apuntó rápidamente con su
varita hacia su enemigo.
—¡Desmaius! —gritó.
Voldemort se rió. Se tambaleó ligeramente al recibir el impacto... y volvió a
incorporarse. Harry casi no resistía, la cicatriz le dolía demasiado. Sentía que iba a
perder el contacto, pero no quería; deseaba ver lo que sucedía, deseaba saber de qué
hablaba Voldemort...
Dumbledore miró a su enemigo con un deje de preocupación.
—No ha servido de nada, Dumbledore... de nada. Ya te lo dije: estás acabado —
Miró hacia abajo, y vio que las cosas estaban mal. Tenía que irse pronto—. Acabaré
contigo otro día, viejo loco. —Agitó de nuevo su varita, y de nuevo Dumbledore intentó
protegerse, sin que resultara del todo. El hechizo estalló y el director de Hogwarts
quedó tendido en el suelo.
Harry se sintió aterrado. Sabía que Dumbledore no estaba muerto, porque
Voldemort lo sabía. Quería matarlo, rematarle por fin... pero no tenía tiempo, ahora no
podía ponerse a luchar con él. Se volvió y saltó al vacío. Cayó, pero su velocidad
descendió, hasta posarse en el suelo con suavidad. Miró a su alrededor, pero Harry
casi no veía, la cicatriz le dolía más cada vez por el esfuerzo, y la conexión se rompió.
Se sumió en la negrura, y despertó en la oscuridad de su habitación.
Se levantó de la cama. En estos momentos, en Azkaban, había heridos, muertos...
Voldemort había rescatado a sus mortífagos, y Harry había visto cómo el terrible mago
había derrotado a Dumbledore... ¿Cómo? ¿Por qué había crecido tanto su poder?
¿Qué era lo que Dumbledore sabía desde que le había contado la forma en que había
retornado? El temor lo embargó... ¿Cómo iba él, un muchacho de dieciséis años,
vencer a un mago al que ni Dumbledore podía derrotar? Se encontró deseando no
haber visto nada. En la cama de al lado, Ron dormía apaciblemente, con la respiración
acompasada. Le envidió. Harry volvió a la cama, pero no consiguió dormirse en toda la
noche.
Empezaba a quedarse dormido de nuevo cuando un sonoro «crac» volvió a
despertarle del todo. Era Fred. Parecía muy serio. Se acercó y despertó a Ron, que
empezó a protestar.
—¿Fred...? —dijo Ron, adormilado—. ¿Qué haces aquí?
—¡Chist! ¡Cállate! —le ordenó el gemelo—. Tenéis que leer esto. Voy a despertar
a Harry.
—Ya estoy despierto —dijo Harry, incorporándose y poniéndose las gafas.
—Ah... vale —dijo Fred, dando un pequeño brinco al oírle—. Mirad, os he traído El
Profeta...
—Ya sé lo que dice —soltó Harry, en tono serio.
—¿Cómo dices? —preguntó Fred, mirándole con cara rara. Ron también le
observó con interés.
—Habla del ataque a Azkaban, ¿verdad?
Fred abrió la boca completamente. Ron los miraba sin entender nada.
—¿Ataque a Azkaban? —preguntó. Le cogió el periódico a su hermano y comenzó
a leer.

ASALTO A LA PRISIÓN DE AZKABAN

El Ministerio de Magia ha informado de un terrible suceso


acontecido la pasada noche, cuya gravedad ha motivado la salida
de una edición especial de este diario.
A media tarde del día de ayer, cundieron rumores de que El
que no debe ser nombrado planeaba un ataque contra Azkaban,
donde se encontraban presos varios de sus seguidores desde el
pasado junio. Tras la deserción de los dementores, la fortaleza se
hayaba custodiada por aurores y funcionarios del Ministerio, y se
habían aumentado los métodos mágicos destinados a evitar la
fuga de los prisioneros.
Tras conocerse el rumor, se tomaron medidas para aumentar
la protección de la prisión, pero fue inútil. El propio Lord..., con
cinco de sus seguidores, entre los que se encontraba Bellatrix
Lestrange, se aparecieron en la isla de la prisión, violando de
forma inexplicable el hechizo antidesaparición que Albus
Dumbledore había creado para protegerla.
Los guardianes de la fortaleza no pudieron hacer nada para
contener a los agresores, y la ayuda no pudo llegar a tiempo,
debido al bloqueo de la única chimenea con la que se podía
acceder al interior de la prisión, por la cual iban a entrar los
refuerzos del Ministerio de Magia. Los mortífagos fueron
liberados, e incluso varios prisioneros más huyeron. Se prevee
que se unan a las filas de El Que No Debe Ser Nombrado.
Debido a la batalla que tuvo lugar en el exterior de los muros
de la prisión, es necesario lamentar la muerte de los aurores
Maldius Dawlish y Gillian Torch. Por otra parte, Antonin Dolohov,
uno de los prisioneros, resultó muerto al caer desde lo alto de la
fortaleza.
Aparte de los muertos, se encuentran heridos Kingsley
Shacklebolt, Gabriel Munbungs, Edward Shorks, Bill Weasley...

Ron y Fred se miraron, y salieron corriendo de la habitación, seguidos por Harry.


Bajaron a las cocinas, donde estaba la señora Weasley, que parecía ligeramente
preocupada.
—¡Mamá! ¿Qué tal...?
—¿Ron? —la señora Weasley se los miró, sorprendida—. ¿Qué haces...? ¡Fred!
¿No se supone que debías de estar en la tienda? —preguntó, con voz de enfado.
—¡Mamá! ¿Qué es esto de que Bill está herido? —preguntó Ron, sin hacer caso
de su madre. La señora Weasley palideció.
—¿Cómo sabes eso?
Ron le mostró a su madre el periódico.
—Vaya... —miró a Fred con mala cara, y luego suspiró—. No os preocupéis,
apenas tiene nada. Volverá pronto. Tu padre vino por la mañana y me contó lo que
había pasado. Ahora está en el Ministerio. Percy está con Bill, pero yo iré a buscarlo
después, cuando Lupin regrese.
—¿Qué le pasó? —inquirió Fred.
—Una explosión —respondió la señora Weasley con una tranquilidad que
sorprendió a Harry. ¿Cómo podía estar tan calmada con lo que había pasado? Tal vez
apenas supiese nada...
—Volveré a la tienda, a contárselo a George —dijo Fred, despareciendo. Ron y
Harry se quedaron en la cocina.
—Desayunad, vamos —les dijo la señora Weasley—. Yo me prepararé para
cuando vuelva Lupin.
—¿Él también estaba allí? —preguntó Harry.
—Sí, él también, pero no le ha pasado nada.
—Veamos qué más dice aquí —dijo Ron cuando su madre hubo salido de la
cocina, inclinándose hacia el ejemplar de El Profeta, mientras empezaban a
desayunar:
... e incluso Albus Dumbledore, que han sido trasladados ya
al Hospital San Mungo. Afortunadamente, ninguno de ellos
corre peligro.
En el Ministerio ha cundido el caos, y nadie parece estar muy
seguro de qué debe hacerse para enfrentarse al Que No Debe
Ser Nombrado. Albus Dumbledore ha rechazado hacer
declaraciones sobre lo que planea hacer, y Cornelius Fudge aún
no ha tenido tiempo de concedernos una entrevista.

—¡Maldita sea! —exclamó Ron—. Otra vez todos sueltos... ¿Y qué es eso de que
Dumbledore está herido?
Harry miró a Ron.
—Yo lo vi. Vi el enfrentamiento de Dumbledore y Voldemort...
—¿Lo viste?
—Sí..., pero de forma distinta a como lo veo siempre... me llegaban las imágenes,
pero yo sabía que soñaba, y que podía desconectar... supongo que se debe a la
oclumancia. No obstante, quise seguir viendo... y vi. Voldemort le dijo a Dumbledore
que ahora era el más poderoso mago del mundo, gracias a algo, que ambos sabían,
pero que no dijeron... Voldemort le lanzó un hechizo e hirió a Dumbledore, dejándolo
en el suelo...
—¿Sin más?
—Sí... bueno, añadió algo más —recordó Harry—. Le confirmó a Dumbledore que
conoce la profecía...
Ron hizo una mueca de desagrado.
—Mierda... —dijo.
—Pero lo que más me preocupa... —comenzó a decir Harry.
En esos momentos alguien llegó a la casa, interrumpiendo la conversación de los
dos amigos. Se abrió la puerta de la cocina y vieron que era Lupin, con cara de
cansado y todo manchado. Tenía un corte en la cara y varios desgarros en su túnica.
—¡Profesor Lupin! —exclamó Harry— ¿Qué sucedió? ¿Estuvo allí? ¿Se encuentra
bien?
—Sí, Harry. Luego, si queréis, os lo contaré todo, pero, si no os importa, voy a
darme un baño y a tomarme un té antes de nada... y tengo que ver a Molly...
—Ya estoy aquí —respondió la señora Weasley, entrando en la cocina y
observando preocupada el aspecto de Lupin—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, gracias, Molly. Solamente muy cansado... Puedes irte a San Mungo cuando
quieras...
—Gracias, Remus —dijo ella. Se despidió de Ron y Harry y se marchó.
Lupin Les dijo que se iba a tomar un baño y subió por las escaleras. Cinco minutos
después bajaron Hermione y Ginny, ambas con cara de sueño.
—¿Qué pasa? —preguntó Ginny, bostezando—. He empezado a oír ruidos en
todas partes... —miró la cocina, y luego a Harry y Ron—. ¿Dónde está todo el
mundo?
—Tomad —dijo Ron, acercándoles el periódico.
Hermione lo cogió, y sus ojos se abrieron como platos, despertándose
completamente.
—No puede ser...
—¿El qué? —preguntó Ginny, acercándose a ella y leyendo también.
—¡Ah! —chilló—. ¡Bill!
—Tranquila, está bien —dijo Ron—. Mamá ha ido a buscarlo a San Mungo. No
tiene nada grave. Pronto volverán.
—Dios mío, Dumbledore herido... —murmuraba Hermione, aterrada—. Pero...
¿Cómo...? Él es el mago más...
—Ya no —la interrumpió Harry. Hermione levantó la mirada del periódico y se fijó
en su amigo—. Ya no es el mago más poderoso del mundo. Voldemort lo es.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —preguntó Hermione, aterrada.
—Ayer... ayer por la noche me pasó algo muy raro —explicó Harry—. Tuve otra
visión, pero no como las del año pasado... creo que, creo que yo la provoqué... —
Hermione, Ginny y Ron le miraban boquiabiertos y sin comprender—. Creo que la
visión se produjo como las demás veces, pero luego fue distinto... distinto porque yo
quería verla... yo mantuve la conexión hasta que no pude más. Vi a Voldemort matar a
una mujer y bloquear la chimenea de la Red Flu, y luego le vi sacar de las celdas a los
demás, les ordenó que subieran a la torre... Allí no sé qué pasó. Perdí la conexión, y,
cuando la recuperé, Voldemort estaba junto a los muros, haciendo algo, pero
Dumbledore llegó y le atacó. Oí un grito, y luego oí la conversación entre ambos.
—¿Qué dijeron? —preguntó Ginny.
Voldemort le dijo a Dumbledore que ahora él era el más mago más poderoso del
mundo, y que él, Dumbledore, ya lo sabía debido a la forma en que había vuelto,
aunque no sé a qué se refería... También mencionó que conocía la profecía, y que
yo... —hizo un pausa— yo sería suyo, vivo o muerto. Luego le lanzó un hechizo a
Dumbledore, y él no pudo defenderse, cayó herido, y Voldemort bajó desde lo alto de
la prisión. Después la cicatriz me empezó a doler demasiado y no vi más.
Hermione se mordía el labio inferior con tanta insistencia que Harry pensó que
acabaría haciéndose daño.
—Ahora es el mago más poderoso del mundo gracias a la forma en que volvió...
—Murmuraba, mirando al vacío.
—¿Estás buscando respuestas, Hermione? —preguntó Ron, mirándola.
Hermione no le contestó. De hecho, no parecía haber oído la pregunta de Ron.
Éste iba a repetirla, cuando Lupin, con mucho mejor aspecto, entró en la cocina.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Harry.
—Mejor, aunque sigo cansado —respondió, con una sonrisa triste.
—Cuéntanos lo que pasó en Azkaban —pidió Ron.
—No sé si debería...
—Ya lo sabemos casi todo, viene en El Profeta —terció Ginny—. Sólo queremos
saber cómo fue el ataque y qué le pasó a Bill.
—Está bien —aceptó Lupin.
Se preparó un té, se sentó y empezó a hablar, mientras los demás le miraban,
expectantes.
—Veréis, ayer por la tarde, el profesor Snape nos comunicó que había ciertos
planes para asaltar Azkaban durante la noche y liberar a los presos. Todos nos
sorprendimos, porque de momento, no había hecho nada por ellos. De todas formas,
empezamos a prepararnos. Dumbledore acudió a hablar con Fudge y nosotros
emprendimos camino a Azkaban para ayudar en su protección. Dumbledore nos dijo
que él acudiría con ayuda en el momento preciso, para evitar sospechas. Esperamos
allí durante horas. Creíamos que vendrían por mar, o algo así, ya que Dumbledore
había invocado un hechizo antidesaparición en toda la isla, pero Voldemort lo rompió,
no sabemos cómo.
—¿Apareció sin más? —quiso saber Harry.
—No... apareció un círculo rojo cerca de la fortaleza, y en él se aparecieron.
Salieron de él, pero el círculo quedó allí. Yo estaba en las puertas, junto a Arthur y
otros, y nos preparamos, mientras avisábamos a los demás. No contábamos tener tan
poco tiempo. —Lupin hizo una pausa y tomó un sorbo de té—. Nos dirigimos a ellos,
pero le habíamos subestimado: Cuando nos acercamos a ellos unos cincuenta
dementores nos rodearon.
—¿Llevó dementores? —dijo Hermione, aterrorizada.
—Sí —respondió Lupin—. Tuvimos que defendernos de ellos mientras los
mortífagos nos atacaban. En tanto, Voldemort pasó de largo, destruyó las puertas y
entró, dirigiéndose a la chimenea. Allí mató a Torch, la primera aurora que había
llegado, y bloqueó el acceso, para evitar, sobre todo la llegada de Dumbledore. Luego
se dirigió hacia el pasillo de máxima seguridad, donde estaba el otro equipo de
defensa, pero se libró de ellos y rescató a los prisioneros, los mandó subir a lo alto, y
los bajó con un hechizo levitatorio hacia dónde estábamos nosotros y el círculo aquel.
Sospecho que tenía un tiempo limitado.
—Vaya... —murmuró Ginny—. ¿Y mientras, vosotros?
—Repelimos a los dementores y seguimos luchando contra los mortífagos, pero
nos fue difícil porque nosotros estábamos débiles a causa de la lucha con los
dementores, así, Bellatrix Lestrange mató a Dawlish...
La cara de Harry se transformó en un gesto de odio al oír el nombre de la asesina
de Sirius.
—... y entonces llegó Dumbledore. Se había aparecido con una escoba sobre el
mar, fuera de la isla, y se dirigió hacia Voldemort, que en ese momento estaba
bajando a Dolohov. Voldemort perdió la concentración y aquél cayó desde lo alto de la
torre.
—Ah... —dijo Ron, mirando a Harry—. Entonces fue eso lo que...
Harry le dio una patada en el tobillo a su amigo por debajo de la mesa, antes de
que pudiera decir las palabras «oíste en tu sueño». Ron se calló.
—¿Qué decías, Ron? —preguntó Lupin.
—Digo que entonces fue eso lo que le pasó a Dolohov —respondió, mirando a
Harry fugazmente.
—Sí, se mató al caer... pero Voldemort hirió a Dumbledore y bajó. Los mortífagos
se replegaron hacia el círculo y desaparecieron, aunque Lucius Malfoy se llevó un
recuerdo mío en su hombro derecho —dijo Lupin con satisfacción.
—¡Buf! —dijo Ron cuando Lupin terminó— Debió de ser terrible...
—Lo fue, Ron —dijo Lupin, cabizbajo— Murieron dos personas y no logramos
impedir la liberación de los mortífagos. Y además ahora son más que antes...
—¿Cuántos prisioneros se fueron con él? —preguntó Hermione—. Quiero decir,
que no fueran mortífagos.
—Unos ocho —respondió Lupin—, y conseguimos detener a tres que se habrían
ido tambiénl. Los demás prisioneros no quisieron irse. Se quedaron en sus celdas.
—Menos mal...
—Sí, ya lo creo... —Hermione se mostró de acuerdo.
Lupin se terminó el té y dijo que se iba a descasar un rato, si no les importaba.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se quedaron en la cocina, terminando de desayunar, y
luego se pasaron la mañana hablando del ataque, esperando la llegada de los demás.
—Sucedió algo más en el combate entre Voldemort y Dumbledore —dijo Harry, de
pronto.
—¿El qué? —le preguntó Ron.
—Cuando estaba en el suelo, tras el primer hechizo de Voldemort, Dumbledore le
lanzó un hechizo aturdidor a él... y no le hizo nada.
—¡¿Qué?! —preguntó Ron, impresionado—. ¿Cómo...?
—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé, pero también estoy asustado. Él
simplemente se tambaleó, pero lo resistió... lo resistió.
Hermione seguía pensativa, intentado quizás sacar algo en claro de todo aquel lío.
Lupin, por su parte, durmió hasta la hora de comer, hora en que también llegaron
los señores Weasley y Bill. Con ellos venía Fleur Delacour, que, al parecer, también
se había unido a la Orden.
Todos saludaron a Bill, preguntándole como estaba, y luego a Fleur, que les dirigió
una sonrisa. Preguntó a Harry qué tal estaba y felicitó a Ron por lo que había hecho
en el Caldero Chorreante. Ron se ruborizó, Fleur siempre causaba en él un efecto
similar. Hermione frunció el entrecejo y puso cara rara. Fleur se fijó en ella.
—Hola, «Hegmione» —la saludó Fleur, sonriendo ligeramente.
—Hola —Dijo Hermione con sequedad.
Los Weasley, Bill y Fleur pasaron a la cocina, con Lupin, pero Ron, Harry,
Hermione y Ginny se quedaron un momento en el vestíbulo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Ron.
—¿A mí? —respondió Hermione, extrañada—. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé... tu saludo a Fleur me ha parecido... raro —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Imaginaciones tuyas —repuso Hermione, dirigiéndose a la cocina. Pero antes
de entrar, miró a Ron y dijo—: En todo caso, rara ella. No sé a qué ha venido esa
sonrisa al mirarme.
—Yo sí —afirmó Ginny, muy contenta. Los tres la miraron con curiosidad. Harry,
en realidad, no entendía nada de lo que iba aquella conversación—. Pero no os lo voy
a decir, no es asunto mío —declaró, abriendo la puerta y entrando en la cocina,
dejándolos a los tres allí, que tardaron un momento en seguirla.
La señora Weasley empezó a preparar la comida, ayudado por los chicos y por
Fleur, para acabar cuanto antes.
—¿Cómo te hirieron, Bill? —preguntó Ginny, en cuanto empezaron a comer.
—Bueno, a mí me habían asignado, junto con otros diez magos, que guardáramos
las celdas de los mortífagos. Cuando oímos la alarma y que empezaban los
combates, nos pusimos alerta, esperando el ataque y los refuerzos del Ministerio...
refuerzos que no llegaron nunca. Quien vosotros sabéis nos atacó de repente, sin
darnos casi tiempo a defendernos. No sé como no nos mató a la mayoría. Supongo
que quería marcharse cuanto antes... Se había hecho invisible, y nos pilló casi por
sorpresa... Utilizó un hechizo explosivo de una potencia que no había visto nunca. Así
me hirió a mí, dejándome inconsciente. No pudimos hacer nada. Es demasiado
poderoso... No sé cómo nos nos mató a todos.
Bill sacudió la cabeza, mirando hacia abajo. Fleur le acarició el brazo
cariñosamente y le sonrió. No había duda que le consideraba todo un héroe.
El resto de la comida transcurrió entre el silencio y conversaciones banales. Tras
terminar, Bill fue a acostarse, al igual que el señor Weasley. Fleur volvió a Gringotts, y
Harry, Ron, Hermione y Ginny se fueron a pasar la tarde al salón.
Tardaron dos días en volver a ver a Dumbledore. Sólo quedaban cinco días para
comenzar el curso, y Harry ya se había hecho a la idea de que no daría más clases de
Oclumancia hasta volver a Hogwarts. Pero ese día, Dumbledore volvió a Grimmauld
Place. No parecía haber sido herido, pero estaba serio y preocupado. Parecía más
viejo, mucho más viejo que la última vez que Harry lo había visto. Llamó a Harry y le
comunicó que tendrían una clase, y que sería la última antes del comienzo del curso.
—Bien, Harry —le dijo Dumbledore cuando estuvieron los dos en el salón que
utilizaban siempre—, hoy comenzaremos con el cierre mágico de la mente. Con él,
evitaremos cualquier tipo de intrusión. Es la parte más complicada de la oclumancia, y
la que revela al agresor que dominamos la técnica.
—¿Se lo revela al agresor?
—Sí. Hasta ahora eres capaz de dominar tus pensamientos y recuerdos ante una
intrusión, pero el agresor es capaz de entrar, aunque sólo ve lo que tú le muestras.
Esto impide que sepa si dominas la oclumancia, o bien no tienes lo que busca. Sin
embargo —siguió explicando Dumbledore—, con el cierre mágico, el agresor será
incapaz, o prácticamente incapaz de penetrar y obtener cualquier cosa, con lo que
sabrá que está siendo rechazado ¿Entiendes? Esto es lo que practicaremos ahora.
—Sí... ¿Cómo se hace?
—Esto es lo más complicado. Normalmente, todo aquel que estudia oclumancia
debe de haber estudiado Teoría de la Magia. Como a lo mejor sabes, es una
asignatura que sólo se cursa en séptimo, y es de las más difíciles. Un buen mago se
caracteriza por dominar bien la Teoría de la Magia ¿Has oído hablar de esa
asignatura?
—Un poco —dijo Harry—. Consiste en explicar y entender cómo hacemos los
hechizos y esas cosas ¿Verdad?
—Más o menos —dijo Dumbledore—. En la Teoría de la Magia se estudia por qué
se usan las varitas, cuál es su utilidad, por qué unos hechizos funcionan y otros no...
¿Sabes cuál es la función de la varita mágica?
—Bueno... con ella se hacen los hechizos ¿No? Por lo menos, la mayoría.
—Sí, pero podemos hacer magia sin varita: desaparecernos, la legeremancia,
etc... La varita es un canalizador. Canaliza y proyecta la magia, pero la magia en sí,
se hace con la mente, como cuando estamos enfadados y hacemos cosas extrañas.
Ya sabes a qué me refiero.
Harry asintió. Recordaba haber hecho desaparecer cristales cuando estaba
enfadado, hacer estallar cosas e incluso haber convertido a su tía Marge en un globo.
—Bien —continuó Dumbledore—. Una varita mágica canaliza la magia, haciéndola
más manejable y más potente. Del mismo modo, las pociones no funcionan si el que
las prepara no es un mago, o a veces incluso no funcionan si no es un mago el que se
las bebe. Por ejemplo, Harry, la poción multijugos no funciona si se la toma un
muggle, ¿entiendes?
—Sí —dijo Harry.
—Bien. Lo que intento explicarte es que, para cerrar tu mente mágicamente,
debes hacer magia sin varita. Debes relajarte, dejar la mente en blanco y cerrarla
mediante algún tipo de muro o puerta que nadie pueda abrir ¿lo coges?
—Más o menos... Debo hacer lo mismo que ya hacía, y desear una barrera.
—Sí. Debes dejar tu mente en blanco, excepto por un muro. Ese muro debes
imaginártelo como una barrera entre tu mente y lo que está fuera, o como una puerta.
Eso no funcionaría en un muggle, pero tú eres un mago, y tu mente proyectará esa
barrera contra las agresiones externas, que «rebotarán» en ese muro sin conseguir
obtener nada ¿Lo entiendes? —Harry asintió—. Bien, entonces vamos a probarlo
—Vale —dijo Harry, no muy convencido.
—Contaré hasta cinco, Harry.
Harry fijó su vista de nuevo en el sillón que siempre utilizaba, hasta que no vio
nada, y empezó a pensar en un muro que separaba su mente del exterior.
—uno... dos... tres... cuatro... cinco... ¡Legeremens! —gritó Dumbledore
Harry sintió de nuevo que hurgaban, que intentaban entrar en su mente. Aunque
sólo veía el sillón, no conseguía evitar que aquellos dedos entrasen. Se esforzó más y
segundos después la intrusión cesó.
—Bien —dijo Dumbledore, bajando la varita—. No ha estado mal para ser la
primera vez, pero no has logrado detenerme. Al final me has echado, pero eso ya lo
sabías hacer antes. He visto el muro, pero no es lo que necesitas para detenerme.
Recuerda que no es un muro real. Tienes que proyectar la idea de que tu mente es
infranqueable.
—Lo intentaré, pero es difícil...
—Lo sé, pero cuando hayas cogido la idea progresarás muy rápido. Venga,
volvamos a intentarlo.
Harry dejó de nuevo la mente en blanco. Intentó visualizar el muro, sellar su mente
mediante la magia... y se acordó del hechizo que Hermione había usado en el
departamento de Misterios. Pensó «¡Fermaportus!» mientras visualizaba su mente,
intentando cerrarla como si fuera una puerta. Y sintió que así era. Cuando
Dumbledore gritó «¡Legeremens!», tardó un rato en lograr entrar, y apenas consiguió
nada. Harry lo expulsó con rapidez.
—¡Excelente, Harry! —le felicitó Dumbledore— ¿Cómo lo hiciste? No sentí como
un muro...
—Utilicé el hechizo fermaportus. Lo hice para cerrar la mente y que no se pudiera
abrir, como si fuera una puerta...
—Excelente —dijo Dumbledore, sorprendido—. No esperaba que lo consiguieran
con tanta rapidez... Desde luego, tienes aptitudes, eso no se puede negar —afirmó—.
Bueno, como has visto, un mago no necesita la varita para hacer magia. La varita sólo
es un medio de proyectar la magia, Harry. Pero en tu mente, la magia puedes utilizarla
sin más. Nuestras reacciones mentales, nuestras ideas, son lo que condiciona la
magia que hacemos. No podemos usar hechizos sin saber lo que hacen. La mente es
lo esencial. No lo olvides. Seguiremos trabajando un rato más, para que fijes la idea.
Si lo haces tan bien como ahora, en la próxima clase, que ya daremos en Hogwarts,
utilizaré toda mi capacidad para atacarte, y de improviso ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Harry, un poco colorado por las alabanzas del director.
Siguieron practicando un rato, y Harry no sólo logró hacerlo igual, sino que cada
vez lo hacía mejor. Al cabo de media hora, Dumbledore decidió dejarlo.
—Bueno Harry. Has estado muy bien —dijo, levantándose—. Nos veremos en
Hogwarts —se dirigió a la puerta.
—Profesor...
—¿Sí?
—¿Qué sucedió en Azkaban? —preguntó Harry—. ¿Cómo le hirieron?
—Voldemort me hirió —explicó el anciano mago—. Me cogió por sorpresa, desde
luego... y no se puede negar tampoco que ahora sea más poderoso que antes,
bastante más...
—¿Cómo pudo romper el hechizo antiaparición?
—No lo sé... supongo que con su poder, puede conseguir casi cualquier cosa.
—Pero... ¿Eso quiere decir que podría aparecerse en Hogwarts?
—No —respondió Dumbledore—. El hechizo que protege Hogwarts es muy
antiguo, y de otro tipo... No creo que nadie pueda romperlo. No te preocupes por ello.
¿Algo más?
Harry dudó.
—No, gracias, profesor —dijo finalmente.
—Nos veremos en Hogwarts, entonces —dijo Dumbledore, despidiéndose y
saliendo de la habitación.
Harry se quedó pensativo un momento. No había sido sincero con Dumbledore,
porque no le había hablado de su visión, pero al fin y al cabo, Dumbledore tampoco le
había dicho nada de su conversación con Voldemort, y aunque había comentado el
hecho de que fuera ahora más poderoso que nunca, no había dicho nada acerca de
por qué lo era, ni qué era lo que Dumbledore sabía acerca de la manera en que había
retornado. Y aunque también había mencionado la forma en que Voldemort le había
herido, no comentó nada acerca del hecho de que su hechizo aturdidor apenas había
tenido ningún efecto en él. Intentó convencerse de que había una buena razón para
ello... o bueno, tal vez Dumbledore no lo supiera, aunque Voldemort creyera que sí.
Pensando en que ya lo averiguaría, Harry bajó contento, o todo lo contento que podía
estar en las circunstancias actuales, a explicarles a Ron y a Hermione sus progresos.
—¡Bien, Harry! —dijo Hermione muy alegre—. Por fin te librarás para siempre del
acecho de Voldemort en tus sueños.
—Sí... —Reconoció Harry. Luego su cara se entristeció y dijo con pesadumbre—:
Ojalá me hubiera esforzado tanto con Snape. Ahora Sirius estaría vivo...
—Vamos, no te entristezcas, Harry —le dijo Ginny, poniéndole una mano en el
hombro—. Tú no podías saber que Quien tú sabes intentaría engañarte para que
fueras al Departamento de Misterios...
—Sí, pero Snape me avisó, me dijo que él podría intentar utilizarme... y yo no le di
importancia. Y Hermione también me lo dijo. Me dijo que seguramente sería una
trampa...
—Vamos, déjalo ya —pidió Hermione.
Harry se calló durante un rato, mientras veía como Hermione y Ron jugaban al
ajedrez mágico.
—Le pregunté a Dumbledore sobre el ataque —comentó, cuando Ron y Hermione
terminaron la partida (con victoria de Ron).
—¿Sí? —preguntó Hermione, muy interesada—. ¿Y qué te dijo?
—Nada que ya no supiéramos. No me habló de la causa de que Voldemort sea
ahora cada vez más fuerte... Claro que yo tampoco le conté nada acerca del sueño...
—Eh, Harry... —dijo Hermione, mirando a Ron—. He estado pensando... y creo
que ya sé a qué se refería Voldemort.
Ron asintió.
—¿A qué?
—Creemos que al hecho de usar tu sangre —explicó Hermione.
—¿Mi sangre?
—Sí, él te dijo que tu sangre le haría más fuerte que la de ningún otro, ¿no? —dijo
Ron.
—Sí, pero eso era porque con mi sangre la protección de mi madre no sería una
barrera para él y podría matarme —replicó Harry.
—Es posible que sólo sea eso... pero no encontramos otra cosa —dijo Hermione
—. Tiene que ser por tu sangre.
Harry calló. ¿Tendrían razón? Pero, ¿Por qué iba a ser más poderoso por usar su
sangre? ¿No sería más poderoso si usara la de otro mago más experimentado?
No volvieron a hablar del tema, pero Harry pensaba en ello a menudo, y no podía
evitar sentirse preocupado.
Así pasaron los últimos días de Agosto, y llegó el momento de regresar a
Hogwarts. El día 31, Harry, Ron, Hermione y Ginny prepararon todas sus cosas. Al día
siguiente, dos coches del Ministerio les llevarían a la estación de King’s Cross, para
coger el tren que los llevaría de vuelta al colegio.
6

Comienzo de Curso

La mañana del día 1 de septiembre, el ajetreo comenzó temprano en el número de


12 de Grimmauld Place. Harry, Ron, Hermione y Ginny desayunaron y bajaron sus
cosas, mientras esperaban a los coches del Ministerio que traería el señor Weasley.
Llegaron a las diez menos cuarto. Harry, Ron, Hermione y Ginny se despidieron de
Lupin y de Tonks, los únicos miembros de la Orden que estaban en la casa, aparte de
Ojoloco Moody. Este último les acompañaría a la estación, junto con los señores
Weasley, Dedalus Diggle y Mundungus Fletcher.
Fuera contemplaron un día soleado, de verano. Hacía calor. Los cuatro amigos
acomodaron los baúles y se montaron en los coches.
—Buena suerte, muchachos —se despidió Lupin—. Y tú cuídate, Harry. Y no te
olvides de practicar la Oclumancia.
Harry asintió. Los coches se pusieron en marcha, y en menos de media hora
habían llegado a la estación. El señor Weasley despidió a los chóferes del Ministerio
dándoles las gracias, y los cuatro chicos, escoltados por Moody y los Weasley, se
dirigieron al andén Nueve y Tres Cuartos. Atravesaron la barrera mágica y se
encontraron frente al Expreso de Hogwarts.
—Bueno hijos —dijo la señora Weasley—. Cuidaos.
Les dio un abrazo y un beso a cada uno. El señor Weasley también se despidió.
—No os metáis en líos —les advirtió. Y agregó, mirando a Harry y a Ron—: No os
andéis escapando por ahí. Puede ser muy peligroso.
—Estaos alerta —añadió Moody—. Y si notas cualquier cosa extraña, Potter, no
tardes en comunicárselo a Dumbledore ¿de acuerdo?
—Sí —respondió Harry—. Adiós profesor Moody, adiós señores Weasley. Señor
Diggle, señor Fletcher...
—Cuidaos —les pidió la señora Weasley—. ¡No se os ocurra salir fuera del colegio
a deshora ni nada así!
—Tranquila, mamá —dijo Ron, cansado de advertencias.
—Bueno, nos veremos en Hogsmeade —dijo Mundungus—. Estaremos vigilando
por allí cuando tengáis salidas.
Los cuatro se despidieron y se dirigieron al tren. Al ir a entrar, Harry vio a una
mujer rubia con cara de asco que les dirigió una mirada altiva y cargada de odio. Era
Narcisa Malfoy. Habría venido a acompañar a Draco. Harry la miró con desafío, y
subió al tren, siguiendo a Ron y a Hermione. Volvió la mirada y miró por última vez a la
madre de Malfoy, cuyo rostro cambió para mostrar una ligera sonrisa cargada de
maldad. Harry se volvió y siguió a sus compañeros.
Encontraron un compartimiento vacío y se sentaron en él.
—Bueno, aquí otra vez —dijo Ron.
—Sí... y estoy contento —confesó Harry—. Grimmauld Place se estaba volviendo
muy aburrido. Sólo lamento tener que volver a ver a Malfoy... y a Snape. Y hablando
de Malfoy... ¿Visteis a su madre? —preguntó.
Ron, Hermione y Ginny negaron con la cabeza.
—Yo sí, cuando subíamos al tren. No os imagináis el asco con el que nos miró.
—Bah, es mejor no hacerles caso —dijo Hermione, mirando por la ventana como la
estación comenzaba a quedar atrás, mientras el tren cogía velocidad.
—Sí, pero el caso es que al final me sonrió...
—¿Te sonrió? —preguntó Ron, extrañado.
—Sí, pero te aseguro que no era una sonrisa simpática. Más bien creo que venía a
decirme que Lucius ya vuelve a andar por ahí...
Ron frunció el ceño y puso mala cara.
—No me lo recuerdes. Sólo de pensar en la cara que tendrá Malfoy...
Mientras hablaba, se abrió la puerta del compartimiento y entró Neville
Longbottom, acompañado de una chica rubia, de ojos saltones y mirada soñadora.
—¡Hola! —saludó Luna Lovegood, muy contenta de verlos, sentándose entre
Hermione y Ron—. ¿Qué tal el verano? El mío estupendo. Suecia es un país
magnífico —comentó. No parecía en absoluto preocupada por nada que pasara en el
mundo.
—¿Conseguisteis atrapar un Snorckack de cuernos arrugados, Luna? —preguntó
Ginny con una sonrisa, mientras se acercaba a Harry para dejarle a Neville un sitio.
—No... —respondió la chica un poco decepcionada— ¡Pero conseguimos
montones de testimonios que afirman haberlos visto! Mi padre ha sacado un número
especial.
El padre de Luna era director de la revista El Quisquilloso, que era un tanto
inusual. En ella, Harry había logrado publicar por primera vez la historia del retorno del
Voldemort, pues en El Profeta, presionado por Fudge, había sido imposible.
—Estupendo —dijo Ginny, ahogando una risita.
—Eh, bueno... —dijo de pronto Hermione, levantándose y agarrando a Ron—.
Nosotros tenemos que ir al compartimiento de los prefectos, ya nos veremos más
tarde ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondió Harry, mirándolos.
—Oye, Harry, cógeme comida del carrito ¿vale? Si no me moriré de hambre
cuando volvamos —pidió Ron.
—No te preocupes —le dijo Harry, sonriéndole.
Ron y Hermione salieron del compartimiento y cerraron la puerta. Harry se acercó
a la ventana y se pasó mucho tiempo mirando al exterior, mientras Ginny charlaba con
Neville. Luna leía El Quisquilloso tranquilamente, sin atender a nada más. Era como
aquel viaje, igual que hacía un año, como si nada hubiera cambiado... Y sin embargo,
muchas cosas eran ahora distintas: nuevas pérdidas, nuevos peligros, nuevas
revelaciones y un año más dejaban una huella visible en todos. Aunque parecieran tan
normales como siempre, Harry podía notar, bajo esa apariencia, algo que se había
forjado en ellos al final del año anterior, algo que había madurado en ellos durante el
verano.
Ginny dejó de hablar con Neville, y se puso a acariciar a Crookshanks, mientras
miraba a Harry con interés, quien tras notar un rato la mirada de la chica, se volvió
hacia ella, aunque sin decir nada.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó la pelirroja, mirándole con gravedad.
—Sí —respondió Harry con firmeza—. ¿Por qué?
Ginny se encogió de hombros.
—No sé, parecías un poco ido... triste...
—Ginny, ya sabes... —se cortó, dándose cuenta de que no estaban solos—. Ya
sabes que nada es igual.
—Ya lo sé —repuso Ginny—. Piensas que esta escena es parecida a la del año
pasado ¿verdad? Y que ojalá hubieses sabido entonces lo que sabes ahora.
Harry la miró asombrado.
—No eres el único que lo piensa —terminó Ginny.
Harry le sonrió. Por lo menos no era el único que se sentía extraño, y esa idea lo
reconfortaba. Neville asentía con la cabeza, con una mirada que Harry no le había
visto nunca. Parecía... muy mayor... y bueno, al fin y al cabo, se había encontrado y
enfrentado a los verdugos de sus padres, a los responsables de que estuvieran, locos,
en una sala del Hospital San Mungo. Incluso había sufrido, durante un breve tiempo, la
misma tortura que ellos habían padecido.
El viaje transcurrió lentamente hasta que llegó el carrito de la comida. Compraron
de todos los tipos de golosinas, y Harry se aprovisionó de suficientes para que también
tuviesen Ron y Hermione, los cuales regresaron media hora más tarde.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Harry al verlos entrar, fijándose en la cara de
disgusto que traían.
—No ha estado mal —respondió Ron evasivamente, sentándose junto a Harry y
abriendo una caja de ranas de chocolate—. Ya te imaginarás como está Malfoy
después de la fuga...
—Sí, me lo imagino —afirmó Harry con disgusto.
—Parecía que le hubiesen dado a él el Premio Anual —dijo Ron, con asco.
—De todas formas no fue tan grave —comentó Hermione—. Dado que sólo son
dos de Slytherin, y todos los demás nos llevamos muy bien. Lo verdaderamente
horrible fue tener que soportar su presencia. La verdad es que en eso Ron tiene razón,
la expresión de Malfoy me daba ganas de vomitar.
Harry se lo imaginó. No le apetecía en absoluto tener delante a Malfoy, aunque él
estuviera solo y Harry acompañado de los demás prefectos: Ernie Macmillan, Hannah
Abbott, Anthony Goldstein y Padma Patil, todos amigos de Harry, por haber
pertenecido al ED el año anterior.
Se pasaron un rato comiendo en silencio, o hablando de tonterías, hasta que, de
pronto, se abrió la puerta de nuevo. Allí estaban Malfoy, Crabbe y Goyle, con una
sonrisa de oreja a oreja y una expresión de prepotencia increíble.
—Vaya, una interesante reunión —dijo Malfoy con tono despectivo, mientras
recorría con la mirada todo el compartimiento—. Seguramente dirigida por el gran
héroe Potter, con la asistencia de los pobretones Weasley, el patoso Longbottom, la
loca Lovegood y la sangre sucia. —Hizo un gesto de desagrado—. Podría montar un
circo con lo que hay aquí —añadió, mientras Crabbe y Goyle se reían como idiotas.
Harry miró a Malfoy con odio.
—Largaos de aquí.
—¿Estás enfadado, Potter? —preguntó Malfoy sonriendo aún más—. Ya te lo dije
en junio: nuestros padres no iban a estar encerrados mucho tiempo... —luego su
sonrisa se esfumó y puso cara de asco—. Ya me enteré de que conseguiste librarte en
el Caldero Chorreante, Pipipote, pero no te librarás por siempre... ¿Cómo te sienta el
haber sido salvado por Weasley? —Volvió a sonreír un instante y luego su expresión
se tornó dura—. Vas a acabar mal, Potter. Tú y estos amigos tuyos —terminó,
señalando a los demás con un gesto.
—Cállate, Malfoy ¿q quieres acabar convertido otra vez en babosa? —le espetó
Hermione.
Malfoy la miró con una mezcla de asco y de odio.
—Tú no me hables, sangre sucia sabelotodo. Sé que en junio te libraste por un
pelo de morir. No te imaginas como lo lamenté... que sólo te faltara un pelo, claro.
Harry se levantó apuntándole con su varita, furioso. Aún se sentía culpable por
aquello, y ver a Malfoy alegrarse le ponía enfermo. Ron también sacó su varita.
—Vaya —dijo Hermione muy tranquila—, es curioso que te muestres tan altivo
conmigo, Malfoy, porque hay que ver como tu padre le lame las botas al sangre
mestiza de su amo... ¿O no sabías que Voldemort era hijo de padre muggle?
Malfoy acentuó su expresión de odio e intentó decir algo, pero no encontró réplica
alguna.
—Si no te largas, Malfoy, te echaré un maleficio del que no te vas a olvidar en tu
vida. Tal vez seáis muy «sangre limpia», pero no nos llegáis ni a la suela de los
zapatos —le dijo Harry. Hermione, Ginny y Neville sacaron también las varitas y
apuntaron. Luna, mientras, siguió leyendo como si no pasara nada en el vagón.
—Vámonos —dijo Malfoy, viéndose en inferioridad—. Ya nos veremos, Potter.
—Sí, lárgate, Malfoy —dijo Ron—. Tendrías que haber visto la cara de tu padre
cuando llegó Dumbledore al Departamento de Misterios. Temblaba como una niña
frente al lobo. —Esta vez fueron Harry, Neville, Ginny y Hermione los que se rieron.
Malfoy se volvió e intentó sacar la varita. Ginny le apuntó a la cara.
—Inténtalo —dijo mirándole fijamente con una expresión de desafío—. Inténtalo y
tal vez vuelvas a probar el maleficio de los mocomurciélagos.
Malfoy miró a Ginny con rencor, pero guardó la varita y se fueron.
—Creo que debí echarle el maleficio —opinó Ginny, guardando la varita y
volviendo a sentarse.
—Déjalo —le dijo Hermione—. No es más que un imbécil que no tiene razón, y
encima lo sabe.
—¿Dónde se esconderán? —preguntó Neville, de pronto—. Me refiero a los
mortífagos fugados —aclaró, viendo las caras de incomprensión de los demás.
—Supongo que con Voldemort —dijo Harry—. El año en que regresó estuvo
escondido en la casa de su padre, en Little Hangleton, y luego en casa de Crouch...
Pero no sé, supongo que los aurores habrán buscado allí...
—A lo mejor Voldemort también ha ocultado su guarida mediante el encantamiento
fidelio —aventuró Ron.
Siguieron conversando mientras comían todo lo que habían comprado del carrito,
hasta que llegaron a la estación de Hogsmeade.
Allí se bajaron. Los prefectos llamaron a los de primer año para que siguieran a
Hagrid en el viaje a través del lago. Harry, Hermione y Ron corrieron a saludarle antes
de montar en los carruajes que les llevarían al Castillo.
—¡Hola Hagrid! —saludó Harry.
—Hola muchachos —dijo Hagrid, muy contento de verle—. ¿Qué tal el verano? Ya
me enteré de lo que sucedió en el Caldero Chorreante —susurró, meneando la cabeza
—. Un asunto de lo más desagradable.
—Bueno, podría haber sido peor —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Ya no
es que nos pillen por sorpresa estas cosas...
—¿Qué tal está Grawp, Hagrid? —preguntó Hermione, en voz baja.
—¡Oh! ¡Ha progresado mucho con el idioma!, y se comporta muchísimo mejor. Y
he tenido noticias de que algunos gigantes que no querían unirse a Quien vosotros
sabéis podrían venir... No muchos, pero sí algunos... —se calló y miró a los alumnos
de primer año, que se acercaban—. Bueno, tengo que dejaros, nos veremos en el
Castillo. ¡Los de primer año! Vamos, seguidme a los botes.
Harry, Hermione, Ron, Ginny, Luna y Neville se dirigieron a los carruajes
conducidos por Thestrals y se subieron a uno.
Cuando todo el mundo hubo subido, las carrozas emprendieron la marcha y se
dirigieron al Castillo. Una vez allí, fueron al Gran Comedor, donde en breve
comenzaría la Ceremonia de Selección, en la cual los nuevos alumnos serían
asignados a alguna de las cuatro casas de Hogwarts: Slytherin, Gryffindor, Ravenclaw
y Hufflepuff.
Se sentaron a la mesa de Gryffindor, y esperaron la llegada de los nuevos,
mientras saludaban a los demás compañeros de su casa.
—Espero que no tarden mucho —dijo Ron, mirando las fuentes vacías y los platos
con avidez—. Me muero de hambre
—¡Pero si has estado comiendo todo el camino! —exclamó Hermione.
—¿Y qué? Es hora de cenar.
Hermione sacudió la cabeza. Harry miró a Dumbledore, que lo saludó con una
pequeña inclinación de cabeza. Luego miró a Snape, que parecía tan malhumorado
como siempre y le miró con la expresión de odio y desprecio que siempre usaba con
Harry, aunque éste hubiera jurado que se había intensificado, si tal era posible. Luego
contempló al resto de los alumnos. Vio que muchos miraban hacia él y cuchicheaban.
Harry sabía que, a diferencia del año anterior, la gente no hablaba de lo chiflado que
debía de estar, sino seguramente de los que había sucedido en el Departamento de
Misterios y en el Caldero Chorreante, pero descubrió que, en realidad, no le importaba.
Aún se sentía como si perteneciera a otro mundo distinto a los demás. Aunque la
sensación había cedido un poco, se sentía lejano de lo que allí ocurría. Sólo sentía a
Ron y a Hermione cerca de él... En ese momento, se abrió la puerta del comedor,
interrumpiendo sus pensamientos, y la profesora McGonagall entró, seguida de los
nuevos alumnos. Esperaron frente al sombrero seleccionador, y éste comenzó su
canción:

Hace tiempo, cuatro brujos excepcionales,


se reunieron y hablaron largo tiempo.
Querían construir un lugar duradero
Donde enseñar magia a los jóvenes magos.

Tras deliberaciones y muchas discusiones,


Construyeron este inmenso castillo,
Y en él residieron, Hogwarts lo llamaron.
Y trajeron a él jóvenes aprendices de hechizos,
encantamientos y maldiciones.

Cuatro eran los gloriosos fundadores:


Slytherin el grande y ambicioso,
Gryffindor, el valiente y temerario,
Raveclaw, la inteligente y perspicaz,
Y Hufflepuff, la tenaz y la más leal.

Slytherin era el más ambicioso de todos,


Deseaba el poder como ninguno.
Y dijo para sí: «En mi casa estarán
Los ambiciosos de sangre limpia, astutos
Y de mente despierta: los mejores de todos».

Gryffindor era el arriesgado y valiente,


Deseaba hacer grandes hazañas.
Y pensó: «En mi casa estarán los osados,
Los abiertos de mente, los valientes,
Los de corazón fuerte y espíritu ardiente.»

Ravenclaw era la sabia y la inteligente,


Deseaba los mayores conocimientos.
Y se dijo: «A mi casa invitaré a los despiertos,
A aquellos de mente clara, los perspicaces,
Los de cabeza despejada y sabiduría creciente.»

Hufflepuff era la más tenaz y obstinada,


Y deseaba una vida humilde y sencilla.
Y pensó: «En mi casa estarán todos,
Los más trabajadores, los leales,
La gente sencilla y de corazón porfiado.»

Durante años los cuatro vivieron en armonía,


Trabajando juntos por Hogwarts,
Pero al fin surgió la disidencia,
Hubo disputas y se terminó la paz que había.

Las casas se distanciaron, las tensiones surgieron.


Y la fuerza del colegio se vio mermada.
Por eso os digo a todos, en este día:
No batalléis por cosas que otros decidieron,
Manteneos juntos, unidos sois mejores,
Apoyaos unos a otros, unidos sois más fuertes.

Cuando terminó y los alumnos hubieron aplaudido, la profesora McGonagall


comenzó a llamar a los de primer año para ser seleccionados, que esperaban
nerviosos, en una fila. La primera fue Admuns, Iria, que fue enviada a Ravenclaw.
Harry observó a los nuevos y se fijó en el último alumno de la fila, que miraba hacia la
mesa de profesores y a la de Gryffindor con una expresión entre la indiferencia, la
curiosidad y el desprecio. Era mucho más alto que los demás y a Harry le costaba
pensar que tuviese once años. Nadie más parecía fijarse en él, atentos todos a la
ceremonia de selección, que continuaba.
—Bolt, Alice
—¡HUFFLEPUF!
—Burning, Dyllus.
—¡RAVENCLAW!
Ron observaba la larga fila de alumnos que aún quedaba, esperando que
terminara. Miraba los platos vacíos con expresión ávida, y se veía que tenía ganas de
decir algo, pero, viendo a Nick Casi Decapitado, que observaba la selección entre él y
Hermione, y mirando también a su amiga, no dijo nada.
—Dings, Shirtley.
—¡SLYTHERIN!
—Fommedon, Alexis.
—¡GRYFFINDOR!
—Funtil, Marva.
—¡HUFFLEPUFF!
—Grideon, Graham.
—¡GRYFFINDOR!
Harry, Ron y Hermione aplaudieron fuertemente a Graham Grideon, al igual que
Nick Casi Decapitado y el resto de la mesa.
—Espero que este año nos vaya mejor que el año pasado —dijo Nick—. Slytherin
ganó la Copa de la Casa por una diferencia abrumadora...
—Bueno, hicieron trampa, ¿no? —dijo Ron, mientras Lommedon, Alexis, era
enviado a Hufflepuff.
Harry no comentó nada. No había estado en el banquete de fin de curso, y no
había preguntado siquiera si se había entregado la Copa. Al fin y al cabo, en cuarto
año no se había celebrado la tradicional entrega de la Copa de la Casa debido a los
trágicos sucesos del final del Torneo de los Tres Magos.
La ceremonia continuó, y la fila de alumnos se hizo cada vez más corta, mientras
iban pasando los últimos alumnos, «Tiggor, Ferminus» «¡Gryffindor!», «Verdon,
Hillary», «¡Hufflepuff!», y, para terminar, «Dullymer, Henry», que resultó ser el chico de
mirada desagradable. Se sentó en la silla, lentamente, y miró al comedor con
expresión de tranquilidad. Era moreno, y muy alto para ser de primero. Era bien
parecido, pero tenía una expresión extraña en la cara. Harry pensó que no le gustaba
aquel chico, aunque ahora no parecía tener tan mala cara como antes. Él le miró un
momento fijamente, mientras la profesora McGonagall le ponía el sombrero. Antes ya
de tocar su cabeza, el sombrero gritó «¡Slytherin!». El chico echó una última mirada a
la mesa de Gryffindor y se dirigió a la de Slytherin, con sonrisa de suficiencia, donde
fue recibido con aplausos. Se sentó frente a Malfoy, y enseguida empezó a hablar con
él.
—¿Os habéis fijado en ese chico, Dullymer? —preguntó Harry—. Pensaba que no
podía haber mirada más desagradable que la de Malfoy.
—Sí —dijo Hermione—. No me gustó nada. Y al parecer, ya ha hecho buenas
migas con él.
—Es de Slytherin, qué se le va a pedir —dijo Ron con tono de sabiduría—. Bueno,
a ver si empieza el banquete...
—¿Por qué habrá sido el último de la lista si su apellido empieza por D? —
preguntó Hermione—. Además parece muy alto para su edad ¿no creéis?
Nadie contestó, porque en ese momento, McGonagall pidió silencio. Dumbledore
se levantó y pronunció su habitual discurso de principios de curso.
—Bienvenidos todos un año más a Hogwarts. Tengo muchas cosas interesantes
que deciros, pero estoy seguro de que todos vosotros preferiréis llenar vuestras
barrigas antes que vuestras cabezas, así que... ¡a comer!.
Dumbledore dio una palmada y las mesas se llenaron de comida. Durante un rato,
incluso las animadas conversaciones sobre el verano y lo que había sucedido se
calmaron mientras todo el mundo se dedicaba a llenarse la boca con los deliciosos
platos que atiborraban las mesas. Cuando estaban casi terminando, la profesora
McGonagall volvió a pedir atención. Dumbledore se levantó de nuevo y habló:
—Bueno, ahora, unas cuántas normas de principio de curso. Como bien sabréis la
mayoría, el Bosque Oscuro está prohibido a los estudiantes, al igual que el pueblo de
Hogsmeade para los que no tengan permiso. El señor Filch me ha pedido que os
recuerde que no se puede hacer magia en los pasillos y que la lista de artículos
prohibidos, que asciende a 489, puede consultarse en su despacho. —Dumbledore
paseó la mirada por el comedor, mientras hacía una pausa—. Dicho esto, he de
anunciar algunas novedades: como no he podido encontrar ningún profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras decente, tan necesario en estos momentos, he
decidido darlas yo mismo.
Las mesas de Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff estallaron en un aplauso y en
vítores, no así en la mesa de Slytherin, donde solamente algunos mostraron su
conformidad. Harry vio a Malfoy poner cara de desagrado. Dullymer, a su lado, sonreía
ligeramente, una imagen que no cuadraba con la mueca de desprecio que le había
visto antes. Dumbledore continuó, pidiendo silencio.
—Gracias, gracias —dijo sonriente—. Aparte de eso, este año, además de la
habitual temporada de quidditch, hemos decidido organizar un Torneo de Quidditch
entre Colegios, que se celebrará en Diciembre y Enero, y en el que participarán
Beauxbatons y Durmstrang, colegios que ya conocéis, y el Colegio Castelfidalio, de
Italia. Cualquier jugador de los equipos de las casas podrá presentarse a las pruebas
para el equipo del Colegio, que serán en la última semana de Octubre. En Halloween
llegarán nuestros invitados. Los partidos de la semifinal se jugarán en Diciembre, y en
Enero será la final. Los alumnos invitados pasarán las navidades con nosotros. Espero
que todos seréis amables, y que estaréis unidos. —Su mirada se agravó y su tono se
hizo más serio—. Todos hemos sido testigos el año pasado de lo que las mentiras y la
división pueden provocar, y espero que permanezcáis todos juntos. Buenas noches.
Nada más terminar, empezaron los murmullos acerca del Torneo de Quidditch.
—«Hadi», ¿«gué» te «paece» lo del «tonneo»? —preguntó Ron, aún con la boca
llena de pastel de chocolate.
—¡Estupendo! —afirmó Harry, contento. El quidditch era una de las cosas que más
le gustaban de Hogwarts, y tener doble ración le parecía fabuloso—. Pienso
presentarme a las pruebas de buscador. Más quidditch de lo habitual, es lo mejor que
se le podría haber ocurrido a Dumbledore...
—Sí. ¿Te imaginas la cara de Malfoy si tú consigues el puesto de buscador en vez
de él?
A Harry aún no se le había ocurrido, pero la idea de dejar fuera a Malfoy le añadió
un fuerte atractivo al asunto que Harry no había considerado.
—Sería estupendo... —dijo, y preguntó—: ¿Tú te vas a presentar para guardián?
Pero Ron no le contestó, porque en ese momento se acercó Katie Bell, una de las
cazadoras del equipo de Gryffindor.
—Hola Harry —saludó—. Hola, Ron. Ginny...
—Hola, Katie —dijo Harry.
—Harry, quería decirte que McGonagall iba a nombrarme a mí nueva capitana del
equipo, por antigüedad y eso, ya sabes...
—¡Estupendo! —dijo Harry deprisa, aunque un poco decepcionado. Se había
hecho ilusiones de ser él el capitán del equipo. Se había olvidado casi completamente
de la chica—. Enhorabuena, Katie.
—Gracias, pero... no lo he aceptado.
—¿Que no lo has aceptado? ¿Y por qué? —preguntó Harry, sorprendido.
—Tú eres mejor jugador que yo. Tú debes de ser el capitán. Además, te lo
mereces, por lo que te hizo Umbridge el año pasado...
—¿Cómo? ¿Has renunciado para que el capitán sea yo?
—Sí... Además, tú podrás ser el capitán el año que viene también, y yo, en cambio,
termino este año. No sería bueno para el equipo cambiar de capitán cada año
¿verdad? Así que, si quieres el puesto, sólo tienes que ir a ver a McGonagall... Bueno,
ya nos veremos. Hasta luego, Harry.
Y volvió a su sitio, sin dar a Harry tiempo de replicar.
—¡Genial, Harry! Es estupendo —le felicitó Hermione—. Capitán del equipo.
—No sé si aceptar... —Harry dudaba.
—¡No seas tonto! Katie tiene razón —dijo Ron—. Te lo mereces, has conseguido
un montón de victorias para Gryffindor. Debes aceptarlo.
—Bueno, si tú lo dices... De todas formas, el año pasado ganasteis sin mí...
—Vamos, no te lo pienses tanto —le dijo Ginny—. Acepta. Y no es cierto que
ganáramos sin ti. Tú ganaste el primer partido.
—Lo pensaré —dijo finalmente Harry.
Dumbledore despidió a los alumnos y Ron y Hermione se levantaron para guiar a
los de primer año a la torre de Gryffindor. Harry les acompañó. Sin embargo, cuando
iban hacia las puertas, se encontraron de frente con Cho Chang.
—Ho... hola Harry —dijo Cho, sonrojándose y mirando al suelo.
—Te esperaremos arriba, Harry —dijo Hermione. Harry hubiera preferido irse con
ellos, pero la repentina acción de su amiga no le dio elección—. La contraseña es
«lágrimas de fénix» —añadió, yéndose con Ron, ambos seguidos de los alumnos de
primer año.
—Hola, Cho...
—¿Qué tal el verano? —preguntó ella con timidez—. Me enteré de lo del ataque...
—Bueno, pudo ser mucho peor... —le dijo Harry, sin saber qué más añadir.
—Me alegro de que estés bien, Harry, de verdad... —En ese momento, Michael
Corner, el novio de Cho, se le acercó, pasándole un brazo por los hombros y mirando
a Harry con desconfianza—. Bueno, ya nos veremos... Adiós.
—Adiós —musitó éste. Corner le hizo un gesto con la cabeza y se fueron. Harry los
miró un momento y se dirigió a la torre de Gryffindor. Definitivamente, Cho era ya cosa
del pasado. Ya ni siquiera había sentido la pequeña punzada de celos que había
tenido cuando la había visto hablar con Roger Davies en el último partido de quidditch
del curso anterior. Lo único que había notado era una desagradable sensación de
incomodidad.
Fuera del Gran Comedor, para desgracia de Harry, se encontró con los de
Slytherin. Algunos le miraron con curiosidad, y otros, como era costumbre, con
verdadero desprecio, pero a Harry no le importaban ya. Iba a pasar de largo, cuando
Dullymer, para sorpresa de todos, se le acercó.
—Harry Potter —le dijo, con una extraña sonrisa en la boca que a Harry le pareció
entre agradable y misteriosa—. Encantado de conocerte —añadió, tendiéndole la
mano.
Harry se quedó absorto, mirando alternativamente al chico y a su mano. Tras unos
momentos de vacilación, se la estrechó.
—Lo... lo mismo digo... Henry Dullymer, ¿verdad?
—El mismo —afirmó él—. Es un placer conocerte, te lo digo en serio... —Miró en
torno a sí, viendo cómo Malfoy y Pansy Parkinson llevaban a los alumnos a la sala
común de Slytherin—. Pero ahora tengo que dejarte, no sé cómo se va a mi sala
común... Sin embargo, estoy seguro de que ya nos veremos. Tenía muchísimas ganas
de conocerte... he seguido con gran atención lo que hiciste este año. Creo que
podremos ser amigos, a pesar de las rivalidades entre las casas, ¿verdad?
—Esto... sí, supongo que sí —contestó Harry, totalmente alucinado. ¿Amigo de un
miembro de Slytherin? ¿Amigo del chico que había mirado con desprecio a
Dumbledore y había hecho migas con Malfoy?
—Estupendo —dijo Dullymer con una sonrisa, aún estrechándole la mano—.
Bueno, Harry, he de irme.
Se volvió hacia los de Slytherin, que le miraban como si estuviera loco, y se
marchó con ellos, hablando con Malfoy, que, acompañado de Pansy, guiaba a los de
primero. Por su expresión se diría que hubiera visto resucitar a un muerto. Harry se
dirigió a la torre, pensando en lo sucedido. Mientras avanzaba por los pasillos, se dio
cuenta del detalle más extraño: Dullymer había sido de los pocos, o el único, que en
ningún momento le había mirado a la cicatriz, sólo a los ojos.
Cuando se encontró frente al cuadro de la señora gorda pronunció «lágrimas de
fénix» y el cuadro se abrió para dejarle pasar. Entró y se encontró a Ron y a
Hermione. Les contó el encuentro con Dullymer.
—¿Amigos? —preguntó Ron, escéptico—. ¿Amigo de un chico de Slytherin que
además confraterniza con Malfoy? No me lo acabo de creer...
—A mí también me extraña —dijo Hermione—. No me gustó cuando lo vi la
primera vez, esa expresión de saber más que los demás... tenía un deje de maldad en
la cara. Aunque a lo mejor fue una mala impresión... sería estupendo que tuviéramos
más amistad con Slytherin...
—Vamos, Hermione —le dijo Ron—. La mitad de los miembros de Slytherin están
felices sabiendo que Vol-Voldemort anda por ahí.
—Por eso mismo, Ron. Tal vez si hubiera más amistad, comprenderían lo erróneo
de sus ideas sobre los magos de sangre mestiza y demás estupideces...
—Seguramente —dijo Ron, con mirada de total incredulidad—. Díselo a Malfoy...
—No todos van a ser como Malfoy...
—No, claro —dijo Ron, sarcásticamente—. El resto son buenos, pero con malas
influencias, ¿verdad?
—Eres imposible, Ron —le dijo Hermione, cansada, y se fue a la cama.
Harry y Ron también subieron a acostarse. Mientras se ponían los pijamas,
apareció Neville, y luego Dean y Seamus. Harry y Ron se pusieron a mirar los horarios
del día siguiente.
—¡Vaya, esto sí que es un buen comienzo de curso! Clase doble de pociones a las
nueve... luego tenemos Transformaciones, Encantamientos y Herbología...
—Y no tenemos Defensa Contra las Artes Oscuras hasta el jueves... —terminó
Harry.
—Yo, afortunadamente, ya no tengo Pociones —comentó Neville—. Y no me
entristece nada librarme de ellas.
—Nosotros tampoco tenemos —dijeron Dean y Seamus a la vez.
—¡Qué suerte! —exclamó Ron, suspirando—. Bueno, será mejor que nos
acostemos, si llegamos tarde a clase el primer día Snape es capaz de degollarnos.
Cuando entraron en la clase de Pociones al día siguiente, vieron que muy poca
gente había pedido la asignatura, y la mayoría eran de Slytherin. Nada más entrar,
Harry ya sufrió la mirada de odio de Malfoy, y luego una sonrisa de suficiencia. Harry
supuso que Draco esperaba ver algún castigo o insulto para Harry por parte de Snape,
y lo peor de todo era que él también lo esperaba.
Snape entró un instante después, hablando ya desde el mismo momento de
atravesar el umbral de la mazmorra.
—¡Silencio! —exclamó, aunque no tenía ninguna necesidad de pedirlo—. Bien,
esto es una clase de Pociones para el EXTASIS. No creáis que voy a tolerar la mínima
estupidez. Creo firmemente que la mayoría de los que estáis aquí no merecíais estarlo
—dijo suavemente, haciendo una pausa para mirar a Harry con desprecio—. Os
advierto que si alguno de vosotros no alcanza el nivel mínimo exigido, me aseguraré
de expulsarle de esta asignatura, eso podéis tenerlo por seguro.
Calló un momento, mirando a la clase, y luego continuó:
—Bien, hoy empezaremos por algo sencillo, aunque no espero que la mayoría de
vosotros consiga hacerlo bien. —Y volvió a mirar a Harry despectivamente—. La
poción que practicaremos hoy es una avanzada poción curativa llamada poción
crecehuesos. Su efecto es regenerar el esqueleto de un ser vivo que lo haya perdido
por cualquier circunstancia. Las instrucciones para hacerla están en la pizarra —
mientras lo decía, golpeó la pizarra con la varita y aparecieron las instrucciones— y los
ingredientes los tenéis en los armarios. Dos horas deberían bastaros.
Harry procuró concentrarse e intentar seguir las instrucciones al pie de la letra. No
quería dar a Snape el mínimo motivo para castigarlo, ponerle deberes de más o
incluso un cero... Fue a buscar los ingredientes y los preparó a conciencia, fijándose
todo lo que podía en Hermione. Veía a Ron hacer lo mismo que él. También estaba
nervioso.
—¿Qué tal vas, Harry? —le preguntó Ron
—Creo que bien... aunque seguro que Snape tiene algo que decir.
—Bueno, de momento, creo que nuestras pociones tienen el mismo color y
aspecto que la de Hermione...
Mezclaron todos los ingredientes y se pusieron a cocerla durante los 25 minutos
necesarios. Luego tendrían que echarle unas gotas de sangre de Cóndor, dejarla
reposar durante 10 minutos y listo.
Cuando terminó, vio que se parecía mucho a la de Hermione. Probó una gota y
comprobó que sabía prácticamente igual que la que una vez le había dado la señora
Pomfrey para regenerarle el hueso del brazo derecho: horrible.
—¿Qué tal os ha quedado? —preguntó Hermione.
—Creo que está perfecta —dijo Harry animado. Esperaba ver la cara de decepción
de Snape cuando no pudiese ponerle un suspenso.
—La mía creo que también está bien —dijo Ron—. A ver...
Llenaron las botellas, pusieron su nombre en ellas y se las entregaron a Snape,
quien, por un instante puso una cara de furia al mirar la botella de Harry. Esto le bastó
para suponer que la poción tenía el aspecto correcto.
Fueron hacia su mesa, recogieron sus cosas y se fueron, sin mirar a nadie. Se
dirigieron al aula de Transformaciones. Esa clase la tenían con los de Ravenclaw. Con
Slytherin tenían, como siempre, Pociones y Cuidado de Criaturas Mágicas, y con
Hufflepuff Herbología.
Llegaron al aula de transformaciones, se sentaron, y fueron sacando los libros
mientras llegaba la profesora McGonagall.
—Hola a todo el mundo —dijo la profesora al entrar—. Como algunos ya sabréis,
este año empezaremos a ver la transformación humana, un arte complejo, que si se
intenta sin dominarla bien, puede traer consecuencias funestas. En las primeras
clases, estudiaremos los fundamentos básicos, y luego procederemos a comenzar con
cambios sencillos, como cambiar el color del pelo, de ojos, etcétera. Tendréis que
tener en cuenta que la transformación con varita es más difícil que la transformación
con Pociones, que también veréis este año, y, así mismo, es más fácil transformar a
otra persona que a uno mismo. ¿Queda claro?
La clase asintió.
—Bien, entonces, empezaremos a ver las diferencias entre transformación humana
y la de animales grandes...
No resultó una clase muy entretenida, copiando casi continuamente las
explicaciones de la profesora McGonagall, y aun les quedaban varias clases así antes
de comenzar a hacer los primeros cambios.
En la clase de Encantamientos, el profesor Flitwick empezó a enseñarles los
encantamientos de invisibilidad, que eran muy complejos. Tampoco fue una clase muy
entretenida.
—Otra clase más de copiar y me da algo —dijo Ron mientras se dirigían a los
invernaderos.
—¿Qué esperabas? —le dijo Hermione—. No vamos a ponernos a hacer
encantamientos o transformaciones complejas sin antes saber bien cómo hacerlo... He
estado leyendo un libro sobre transformaciones donde se dice que un mago intentó
transformarse en un águila sin conocer bien los principios, y aunque lo consiguió,
nunca más volvió a decir otra cosa que no fueran graznidos.
Entraron en los invernaderos, y para alivio de Harry y Ron, no tuvieron que copiar
toda la clase, sino aprender a cuidar unas plantas llamadas «Flores de Fuego».
—¿Alguien sabe para qué sirven las Flores de Fuego? —preguntó la profesora
Sprout
Hermione levantó la mano, como siempre.
—Los pétalos de las Flores de Fuego se usan, entre otras cosas, para fabricar los
Polvos Flú y como ingrediente básico para pociones incendiarias.
—¡Muy bien! Diez puntos para Gryffindor —dijo la señora Sprout—. ¿Y alguien
sabe por qué son complicadas de cuidar?
—Porque necesitan mucha agua —respondió de nuevo Hermione—. Si la planta
no tiene el agua suficiente, arderá.
—Correcto. Otros diez puntos.
Pasaron la clase entre apuntes y regando a cada rato las Flores de Fuego. En la
siguiente clase deberían pasarlas a unos tiestos especiales que regaban la planta
correctamente cada poco rato.
Cuando acabó la clase, se dirigieron al Gran Comedor. Cuando se hubieron
sentado, y la comida apareció delante de ellos, Hermione se quedó pensativa.
—¿«Gué» pasa, «Hegmione»? ¿No comes? —preguntó Ron.
—Es que... ¿Cómo seguirán haciendo aquí la comida? El año pasado hice
muchísimos gorros para los elfos domésticos y se los llevaron todos... ¿Trabajarán
ahora cobrando?
Harry miró hacia su plato, pensando en si debería decirle la verdad que le había
estado ocultando durante todo el año anterior. Tras muchas dudas, finalmente decidió
que era mejor.
—Verás, Hermione... —comenzó Harry, esperando que su amiga no se lo tomase
demasiado mal—. En realidad no liberaste a ningún elfo doméstico...
—¡¿Qué?! ¿Cómo que no? ¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque Dobby me lo contó una noche en que me lo encontré en la sala común.
Ningún elfo quería limpiar la torre de Gryffindor, porque consideraban que los gorros y
las prendas escondidas eran una ofensa para ellos, así que siempre lo hacía Dobby.
Fue él quien cogió todos los gorros y prendas que hiciste. Algunos se los dio a Winky...
Hermione parecía incapaz de hablar.
—¿Que Dobby los cogió todos? ¡¿Para eso me pasé todo el curso haciendo
punto?! ¡¿Y por qué no me lo dijiste antes?! —gritó, mirando a Harry con furia.
Harry bajó la mirada, sin saber qué contestar.
—Vamos, Hermione ¿qué esperabas? —le dijo Ron, tragando—. Ya te dije que los
elfos domésticos no quieren ser libres... Dobby era un caso raro, nada más. Deberías
dejar eso del PEDDO...
—¡No! —gritó, y sin decir una palabra más, se levantó y se fue.
No la vieron en toda la tarde. Tenía clase de Runas Antiguas hasta las cuatro, pero
tampoco la vieron después. Harry y Ron pasaron la tarde jugando al ajedrez en la torre
de Gryffindor, hasta que Harry decidió ir a hablar con la profesora McGonagall.
Se dirigió hacia su despacho, y, para desgracia suya, se encontró con Snape.
—¡Potter! ¿Adónde vas?
—Voy a hablar con la profesora McGonagall... señor —respondió, reprimiéndose
las ganas de escupirle si aquello iba contra las normas del Colegio.
—Pues bien, ve y no molestes. —Snape hizo ademán de irse, cuando se volvió y
le dijo—: Tu poción crecehuesos no estaba del todo mal... Has conseguido un
aprobado raspado... Supongo que hay que agradecérselo a la señorita Granger, como
el de Weasley... Pero si te soy sincero, ni aún con su ayuda creo que se repita —
terminó, y en su cara se formó una sonrisa de desprecio.
Harry hizo un esfuerzo por contenerse y se fue. ¿Un aprobado raspado? ¡Si era
una de las mejores pociones que había hecho nunca! Continuó hacia el despacho de
McGonagall, sintiendo que ya le habían amargado la tarde.
Llegó a la puerta y llamó
—Adelante —dijo McGonagall.
—Eh... buenas tardes, profesora.
—Buenas tardes, Potter. Siéntate —Harry se sentó—. ¿Qué querías?
—Bueno, verá... Katie Bell habló conmigo y...
—¡Ah!, ya... —entendió la profesora—. Has venido por lo del puesto de capitán.
—Sí... Dado que ella lo rechazó en mi favor, he decidido aceptarlo...
—Bien, Potter. Si lo quieres, el puesto es tuyo —se levantó, abrió un cajón y le
entregó unas llaves de color dorado y escarlata, una más grande y otra algo más
pequeña—. Ésta es la llave de los vestuarios de Gryffindor, y esa pequeña, la del
despacho del capitán. Allí encontrarás el equipo de Gryffindor: Los uniformes y el baúl
del juego asignado para vuestros entrenamientos. Recuerda que, como capitán, eres
responsable del material que haya allí. Nadie que no pertenezca al equipo debe poder
entrar ¿de acuerdo?
—Sí.
—La semana próxima serán las pruebas para el equipo. Necesitaremos dos
cazadoras nuevas, dado que se fueron Alicia y Angelina. Espero que encontréis unos
buenos sustitutos —la profesora suspiró. Sólo quedaban él y Katie del legendario
equipo de Gryffindor que había dirigido Oliver Wood—. Bueno, si no quieres nada
más, ya puedes irte.
—Hasta luego, profesora —se despidió Harry. Se levantó y se dirigió a la puerta,
pero antes de abrirla, la profesora le habló:
—Espero que este año mantengamos la copa, señor Potter —dijo con una leve
sonrisa, mirando desde Harry a la copa de Quidditch que habían conseguido el año
anterior.
Harry también le sonrió.
—Lo intentaremos.
Harry salió y se dirigió a la torre de Gryffindor. Buscó a todos los miembros del
equipo: Ron, Katie, Sloper, Kirke y Ginny y les comunicó que las pruebas para los
nuevos miembros serían el viernes de la semana siguiente.
—Ginny, ¿vas a presentarte a Cazadora o seguirás sólo como buscadora
suplente?
—Por supuesto que me voy a presentar. Ron y yo hemos estado entrenando antes
de...
—Vale, vale —la cortó Harry antes de que hablara de Grimmauld Place—.
Entonces el viernes a las siete.
Luego, él y Ron subieron a su habitación y empezaron a pensar en tácticas de
quidditch hasta la hora de la cena.
Cuando bajaron al Gran Comedor, Hermione aún no había aparecido.
—¿Dónde estará? —se preguntó Harry, mirando a todos lados.
—Está en la biblioteca —respondió Parvati Patil dos puestos más allá—. Se pasó
allí toda la tarde. Parecía furiosa.
—Seguro que está con algo del PEDDO —dijo Ron, sacudiendo la cabeza—. A lo
mejor ahora se declara en huelga de hambre...
Harry siguió comiendo. Levantó la cabeza y miró al Gran Comedor. Se fijó en la
mesa de Slytherin, donde vio a Dullymer de frente a él, sentado entre Malfoy y Crabbe.
También él levantó la cabeza, miró a Harry y le saludó levantando la mano, con una
sonrisa en la cara. Harry le devolvió el saludo, viendo con regocijo como Malfoy miraba
a Dullymer con cara de enfado y le decía algo, pero, al parecer, a Dullymer no pareció
importarle mucho.
—Qué chico tan raro, ese Dullymer... —le dijo a Ron— La primera vez que le vi me
cayó mal, pero ahora no sé que pensar... es amigo de Malfoy, y, sin embargo, le
enfada y le provoca cada vez que me saluda...
—A lo mejor está loco —aventuró Ron, mientras se metía en la boca un gran trozo
de carne.
Harry no dijo nada, pero no creía, en absoluto, que Dullymer estuviese loco.
Cuando terminaron la cena, salieron del Gran Comedor, topándose, para su
desgracia, con Malfoy, Crabbe, Goyle y otros de Slytherin.
—¡Vaya, Rey Weasley! —saludó Malfoy, haciendo una reverencia que provocó
carcajadas de los de Slytherin. El resto de alumnos que pasaban por allí hicieron
muecas de desprecio—. ¿Vas a presentarte a las pruebas para el equipo del Colegio?
¿Buscarás un poco de gloria en ese palo que el perdedor de tu padre te compró con
tanto esfuerzo?
Ron le miró con furia, con evidentes deseos de romperle la cabeza, pero luego
pareció pensárselo mejor, sonrió y respondió:
—¡Oh! Claro, ya ves... Es que no todos tenemos un padre que se relaciona con lo
más selecto del Ministerio, Malfoy... Los carceleros, no sé si me entiendes...
Harry estalló en una carcajada, al igual que Dean, Seamus y Neville, que se
habían acercado. Malfoy se puso pálido y borró la sonrisa de su cara.
—No te atrevas a meterte con mi padre, Weasley —le advirtió.
—Pues cállate entonces —le espetó Harry, y se dirigieron a la escalinata.
Subieron a la torre de Gryffindor, y allí, para su sorpresa, se encontraba Hermione.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Ron—. Le acabo de echar una buena a
Malfoy...
—Estaba en la biblioteca, investigando —soltó Hermione, sin escucharle—. Tengo
que cambiar mis planes, ¿no? Ya he perdido casi un año...
—Vamos, Hermione, los elfos de aquí no son como Dobby —dijo Harry—. Dobby
estaba con los Malfoy, y le maltrataban a diario. Dumbledore trata muy bien a los elfos
de Hogwarts...
Hermione le miró con dureza. Aún no le había perdonado que hubiera estado tanto
tiempo ocultándole la verdad acerca de las prendas que hacía para los elfos.
—Sí, pero a ti no te gustaría estar en una prisión aunque te trataran bien ¿verdad?
—No... pero...
—Déjalo, Harry. Ya has dicho bastante.
—¡Lo siento! ¿de acuerdo? —exclamó Harry, algo mosqueado también—. ¡Tenía
otras cosas en las que pensar!
Hermione no dijo nada, pero suavizó la mirada.
—¿Por qué no vamos a las cocinas y comes algo, Hermione? —le sugirió Ron—.
Te vas a morir de hambre. Si tú te mueres ¿quién defenderá los derechos de los
elfos?
Hermione miró a Ron con furia, como diciéndolo que no se bromeaba con ese
tema, pero al final aceptó bajar. Estaba hambrienta.
Cuando entraron en las cocinas, Dobby salió a recibirlos contentísimo.
—¡Harry Potter! ¡Y sus amigos, el señor Weasley y la señorita Granger! ¡Me alegro
mucho de verlos!
—Hola Dobby —saludó Harry.
—Oye, Dobby ¿Podríais traernos algo de comer? Es que Hermione no ha cenado
—pidió Ron.
—¡Por supuesto, señor!
Pronto se acercaron varios elfos, cargados con bandejas llenas de deliciosos
pasteles. Hermione se puso a comer y Ron la acompañó.
—¿Tú no habías cenado ya?
—Sí, pero es que me da pena que comas tú sola...
—Ya —dijo Hermione, que no se creía nada—. Oye, Dobby, ¿qué tal está Winky?
—Bueno... está durmiendo, señorita. Otra vez ha bebido demasiada cerveza de
mantequilla...
—¿Aún sigue apenada por Crouch? —preguntó Harry.
—No, señor, pero se ha acostumbrado a la cerveza...
—Dobby —interrumpió Hermione, desviando la conversación hacia donde le
interesaba—. ¿Por qué cogiste tú todos los gorros que hice el año pasado y que fui
dejando por la torre de Gryffindor?
Dobby abrió mucho los ojos.
—¿Fue usted? —preguntó—. ¡Muy mal hecho, señorita! Ningún elfo quería ir a la
torre de Gryffindor, señorita. ¡Les ofendía mucho! Dobby tenía que quitar todos los
gorros y limpiar él solo...
—Pero ¿por qué se ofenden? A ti te dieron la prenda y no te ofendió, ¿verdad?
—Los demás consideran a Dobby un elfo extraño, señorita. Y aquí nos tratan bien,
no como en casa de mis antiguos amos. El profesor Dumbledore es un amo excelente.
Dobby es feliz trabajando para él.
—Vamos, Hermione, déjalo —aconsejó Ron, pasándole un brazo por los hombros
—. Entra en el Ministerio, y cuando te conviertas en Directora del Departamento de
Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, o cuando seas Ministra, podrás crear
una nueva ley de Defensa de los Elfos Domésticos y darles derechos...
Hermione no respondió, pero miró a Ron con una sonrisa, aunque la decepción se
leía en su cara.
Se despidieron de Dobby y de los demás elfos, y subieron de nuevo a la Torre de
Gryffindor. Al día siguiente, afortunadamente, no tenían Pociones, sino clase doble de
Transformaciones y Encantamientos por la mañana, y Cuidado de Las Criaturas
Mágicas y Astronomía por la tarde. Hermione, además, tenía clase de Runas Antiguas.
En la clase de Transformaciones siguieron con los principios básicos de la
transformación humana y sus diferencias con las transformación animal. La clase de
Encantamientos resultó algo más divertida, porque empezaron a hacer invisible una
piedra pequeña. Hermione consiguió volverla invisible al tercer intento. Harry lo
consiguió al final de la clase, aunque a través de la piedra se veían las cosas un poco
raras, como si hubiera algo de humo. Ron, por su parte, logró hacer invisible la parte
exterior de la piedra, pero seguía viéndose su núcleo, que parecía que flotaba.
Harry ya deseaba que llegara la tarde, para tener la primera clase de con Hagrid.
Después de comer, se dirigieron al bosque para la clase. Hagrid ya los estaba
esperando.
—Hola Hagrid —saludaron Harry, Ron y Hermione.
—Hola, muchachos...
—A ver qué monstruo vemos hoy —dijo Malfoy a Crabbe, Goyle y Pansy
Parkinson, que se reían—. ¿Qué utilidad tendrá? ¿Podrá quemarnos? ¿Mordernos?
¿Arrancarnos los ojos?
Los de Slytherin se desternillaban de risa.
—Cállate, Malfoy —le soltó Hermione, con desagrado.
—A lo mejor estudiamos a los sangre sucia —continuó Malfoy, como hablando
consigo mismo, pero con una mirada maliciosa dirigida a Hermione.
Harry y Ron lo miraron con odio y visible rabia. Harry hubiese dado lo que fuera por
no seguir teniendo aquella clase con los de Slytherin. Varios de Gryffindor sacaron las
varitas, pero en ese momento Hagrid, que no había oído a Malfoy, se acercó y empezó
con la clase. Malfoy sonrió.
—Bueno, este año empezaremos a ver algunas de las criaturas más fascinantes
que existen, en la medida en que podamos conseguirlas.
—A lo mejor estudiamos a los gigantes... —siguió diciendo Malfoy, y los de
Slytherin volvieron a reírse.
Harry iba a decir algo, pero Hagrid se le adelantó.
—A lo mejor lo hacemos —dijo Hagrid—. Creo que tu padre pronto va a tratar con
ellos, ¿verdad? No sé si estará muy contento si hablas mal de los nuevos amigos de
su jefe...
Malfoy enrojeció y miró a Hagrid con odio, y los de Gryffindor se rieron, pero
mirando a Malfoy con rabia.
—Y otra cosa, Malfoy —continuó Hagrid—. Si vuelves a hablar sin permiso le
quitaré puntos a Slytherin y te castigaré ¿de acuerdo? —Pareció pensar algo y añadió
—: Quizás obligándote a pasear hipogrifos, no he olvidado lo que te gustan...
Malfoy se aguantó y no dijo nada más, totalmente rojo de la humillación y la rabia
que sentía, mientras los de Gryffindor volvían a reírse. Hermione, Ron y Harry le
sonrieron a Hagrid.
—Bueno, para las primeras clases de este año, me he decidido por algo especial:
Los fénix. Es muy difícil conseguirlos, así que sólo tenemos uno, que me lo ha
prestado Dumbledore .—Hagrid miró hacia lo alto—. Ven, Fawkes.
El fénix apareció volando, y se posó cariñosamente en el brazo de Hagrid. Todos
profirieron un «¡Ah!», al verlo.
—Los fénix son criaturas increíbles —explicó Hagrid—. Son excepcionalmente
inteligentes. Si un fénix os entrega su amistad, os será leal para siempre, pero si
desconfía, os será casi imposible acercaros a él. Como sabréis, son criaturas
inmortales. Cuando les llega la hora, se consumen en fuego, y renacen de sus propias
cenizas. Su ciclo vital dura alrededor de un año. Lo mismo les ocurrirá si alguien
intenta matarles... Resultan útiles porque pueden llevar cargas muy pesadas, y
también pueden aparecerse y desaparecerse llevando a alguien con ellos. ¿Alguien
sabe algo más?
Harry levantó la mano. Hagrid le sonrió y le hizo una señal con la cabeza.
—Sus lágrimas tienen grandes propiedades curativas.
—Exacto. Son un remedio excelente contra las peores heridas. Diez puntos para
Gryffindor.
Pasaron el resto de la clase acariciando a Fawkes, mirándole y aprendiendo a
cuidarle. A la mayoría de los de Slytherin no les fue fácil. Fawkes no se fiaba de ellos.
Cuando la clase terminó, Harry, Ron y Hermione se quedaron un rato con Hagrid.
—Bien hecho, Hagrid —le felicitó Ron—. Le has plantado cara a ese engreído de
Malfoy.
Hagrid le sonrió a Ron. Malfoy había hecho todo lo posible por que despidieran a
Hagrid durante los tres años que llevaba como profesor de Cuidado de Criaturas
Mágicas.
—¿Por qué no venís el viernes a tomar el té conmigo? —sugirió Hagrid—.
Podríamos ir a ver a Grawp... ¡Es broma! ¡Es broma! —dijo rápidamente al ver las
caras de los tres amigos.
—Bueno, tenemos que irnos a clase de Astronomía, Hagrid —dijo Harry—. Nos
veremos en la cena ¿vale?
—De acuerdo. Hasta luego —se despidió él—. ¡Ah!, ¿podéis llevar a Fawkes hasta
el castillo?
—Claro —respondió Harry, cogiendo al pájaro.
Se despidieron y se dirigieron al castillo. Harry llevaba a Fawkes sobre su brazo.
—Ha sido una clase estupenda —dijo Hermione—. Los fénix son fantásticos. Me
gustaría tanto tener uno...
—Pero son muy difíciles de conseguir, ya has oído a Hagrid —repuso Ron—. Sólo
nace uno nuevo cada mucho tiempo, y normalmente no se acercan a los humanos. No
sé cómo haría Dumbledore para conseguir ése...
—Lástima —dijo Hermione, acariciando a Fawkes, mientras entraban en el
vestíbulo del Castillo.
7

Henry Dullymer

Al día siguiente, empezaban de nuevo con Pociones dobles. Cuando llegaron al


aula, Snape empezó a repartir las notas de la poción crecehuesos. Harry ya sabía su
nota, y la de Ron era como la suya. Hermione, sin embargo, había obtenido un
notable, lo que la disgustó muchísimo.
—No te quejes —murmuró Harry—. A ti no te odia tanto como a mí.
—¡Silencio! —gruñó Snape—. Hoy seguiremos con otra de las últimas pociones
curativas. Cuando acabemos con ellas, comenzaremos con las pociones de
Transformación, de las que, de momento, sólo conocéis la poción multijugos. Hoy
veremos la poción crecemiembros. Ésta es una poción muy compleja, que se utiliza
para regenerar no sólo huesos, sino cualquier miembro que haya sido cortado o
arrancado. Es una poción realmente complicada, y que no funciona en todos los
casos. Depende de la causa que haya provocado la pérdida del miembro en cuestión.
Los ingredientes y las instrucciones están en la pizarra. Proceded.
Harry se asustó al ver los ingredientes y las instrucciones. Había que ser muy
cuidadoso. Al igual que en la primera clase, intentó seguir los pasos de Hermione,
pero supo que no le iba todo igual cuando la poción de Hermione, al cocerla los 15
minutos necesarios antes de echarle las cáscaras de huevo de serpiente de cascabel,
mostraba un aspecto suave y levemente denso, de un color plateado. La suya
contenía grumos, era más esperas y tenía un color mucho más blanco. La de Ron, por
otra parte, era de color rojo y soltaba chispas. Snape pasó junto a ellos y les miró, con
sonrisa despectiva.
—Potter, Weasley... Si esto es una poción crecemiembros yo no me llamo Severus
Snape. Como era de esperar, no habéis leído atentamente. Para el próximo lunes
quiero que cada uno me entregue una redacción en la que me explique qué han hecho
mal. Por supuesto, no voy a decírselo. Estamos en sexto. Si han aprobado el TIMO,
supongo que serán capaces de hacerlo. Para el lunes. Recojan y váyanse.
—Lo que nos faltaba —dijo Ron, cuando salieron de la mazmorra—. Tendremos
que averiguar qué hicimos mal... ¿Tú lo sabes?
—No tengo ni idea —le dijo Harry—. Espero que Hermione nos ayude...
El resto de las clases fue un poco mejor. El momento más extraño del día lo
tuvieron a mediodía, cuando Harry, Ron y Hermione se dirigían al Gran Comedor. Al ir
a entrar, Henry Dullymer se les acercó.
—Hola, Harry —saludó, sonriente.
—Ah... Hola, Henry —respondió Harry.
—Tú debes ser Ron Weasley ¿verdad? —dijo Dullymer rápidamente,
extendiéndole la mano a Ron.
—Eh... pues sí —Ron le estrechó la mano— ¿Cómo lo sabes?
—¡Oh! He oído hablar de ti. —Luego miró a Hermione, le sonrió y también le
extendió la mano—. Y tú, por supuesto, eres Hermione Granger.
—Sí... —contestó Hermione, dándole la mano tras reponerse de la sorpresa. Nadie
de Slytherin había dado la mano a alguien de Gryffindor, y menos aún a alguien que
no fuera de sangre limpia—. Tú eres Henry Dullymer.
—Sí, el mismo. Estaba deseando conoceros... En este colegio sois legendarios
¿Lo sabíais? Me he enterado de todo lo que habéis hecho... y, por supuesto —dijo
dirigiéndose a Hermione—, todos saben que eres la alumna más inteligente del
colegio.
—Eh... bueno —dijo Hermione, ruborizándose—. No creo que sea la más
inteligente...
—¡Oh! Sí lo eres... —repuso Henry—. Tal como hablan de ti mis compañeros,
debes de serlo.
Harry iba a preguntarle qué era lo que decían, pero en ese momento, apareció
Malfoy. Vio a Dullymer hablando con Hermione y sonriéndole y puso una expresión de
enfado que nunca le habían visto. Parecía como si acabara de indigestarse.
—¡Dullymer! ¿Se puede saber qué haces? ¡Es una sangre sucia! —Draco estaba
rojo de ira— ¡¿Por qué hablas con ellos?! ¡Tu lugar es Slytherin, con gente de
Slytherin!
—Calla, Malfoy —le contestó Dullymer, sin mirarle siquiera—. Sé perfectamente
que Granger es hija de muggles, y también que es mejor bruja que tú y que yo. Por lo
demás, sé cuál es mi casa, y también creo saber qué es lo que debo hacer, gracias.
Malfoy se quedó mudo. Iba a decir algo, pero no encontró las palabras, así que
entró al comedor. Harry, Ron y Hermione estaban asombrados. ¿Un miembro de
Slytherin hablando con ellos y humillando a Malfoy?
—Oye —dijo Harry— ¿Por qué lo haces?
—¿Por qué hago el qué? —Preguntó Dullymer.
—Hablar con nosotros, y con Hermione... Todos en Slytherin nos odian.
—Bueno —dijo Henry—. Yo no me dejo influir por lo que piensen los demás. Sé
que hay rivalidad entre Gryffindor y Slytherin, pero eso no tiene nada que ver... Es lo
que dijo nuestro director, ¿no? Que teníamos que estar unidos. Yo soy un mago de
sangre limpia, pero nunca he tenido nada en contra de los hijos de muggles. Jamás he
encontrado un motivo para ello. Todos somos humanos ¿no?
—No pareces de Slytherin —le dijo Ron.
—Bueno, supongo que serán otras características lo que me hace estar allí... —
dijo Dullymer sonriendo—. O a lo mejor el sombrero se equivocó, no lo sé. De todas
formas yo me siento a gusto. Malfoy a veces es algo estúpido, pero conmigo se ha
portado bien, y los demás igual. A Draco hay que perdonarle algunos detalles. Con el
padre que tiene, tampoco se puede esperar otra cosa...
Harry, Ron y Hermione rieron.
—Además, no todos en mi casa son como dan a entender, pero bueno, las demás
casas detestan a Slytherin, así que mis compañeros se comportan igual. Además, la
mayoría son influenciados desde que entran, con sólo once años...
—¿«Son influenciados»? —preguntó Harry—. ¿Cuántos años tienes tú?
—Tengo quince años.
—¿Quince años? —se sorprendió Ron—. Entonces, ¿cómo no has entrado en
Hogwarts antes?
—Bueno, mi familia y yo vivíamos en Alemania. Nos vinimos aquí en verano.
—Pues hablas muy bien para ser extranjero —dijo Hermione.
—No soy extranjero. Mi familia es de aquí desde siempre, pero nos mudamos a
Alemania cuando yo tenía siete años. Ahora hemos vuelto.
—Aaah... entonces debes de conocer a mi hermana —dijo Ron.
—¿A Ginny? Bueno, sí. No mucho, claro, sólo hemos tenido dos días de clase
juntos. Tenemos con Gryffindor Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y
Adivinación, aunque Adivinación aún no la he tenido. Bueno, otro día seguimos
charlando, que tengo hambre —se despidió.
—Sí, nosotros también —dijo Ron—. Ya nos veremos.
Dullymer se fue hacia la mesa de Slytherin, y los tres amigos, aún sorprendidos, se
dirigieron a la suya, mientras otros alumnos les miraban con asombro, sin acabar de
creérselo.
—¿No es raro? —preguntó Ron, en cuanto se hubo sentado.
—Es lo más extraño que he visto nunca —afirmó Hermione—. Cuando le vi en la
ceremonia de selección me pareció repulsivo... pero ahora no lo sé. Parece simpático.
—A mí ya me parecía muy mayor para ser de primero —dijo Harry.
—Hola —saludó Ginny, sentándose con ellos—. ¿De qué habláis?
—De Henry Dullymer —respondió Ron.
—Ah, sí. El chico nuevo de Slytherin. Va a mi clase.
—¿Cómo es? —preguntó Harry.
—Pues no le conozco mucho, pero parece bastante simpático. De hecho, le gusta
Hagrid...
—¿Le gusta Hagrid? —se sorprendió Hermione.
—Sí, en la clase de ayer estuvo hablando con él un rato.
—¿Y los demás de Slytherin?
—Algunos le miraron con desagrado, pero a otros parecía divertirles. Yo creo que
piensan que está loco.
—Si sigue comportándose así y hablándole a Malfoy como antes, le harán la vida
imposible en Slytherin —dijo Ron, mirando hacia la mesa de la casa de la serpiente,
donde Dullymer parecía discutir algo con Malfoy.

Tras terminar la comida, los de Gryffindor estaban nerviosos. Esa tarde,


finalmente, tenían la primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras con
Dumbledore. Cuando llegaron al aula, Dumbledore ya les estaba esperando.
—Buenas tardes a todos. Pasad y sentaos —les dijo, sonrientes.
Todos se sentaron, expectantes.
—Bueno, este año, que ya estáis en sexto, vamos a esforzarnos todos bastante.
Como bien sabéis, ahora es más necesaria que nunca una buena preparación. Sé que
con el falso profesor Moody visteis las maldiciones imperdonables y otras cosas, la
mayoría de las cuales no deberías ver hasta este año. Sin embargo, es mejor así, ya
que tenemos mucho que avanzar. Al fin y al cabo, no creo equivocarme si digo que el
año pasado no aprendisteis gran cosa ¿verdad? —dijo Dumbledore, mirándolos con
una sonrisa.
—¿Gran cosa? ¡No aprendimos nada! —contestó Parvati.
—Bueno, en esta clase concretamente creo que avanzasteis bastante, ¿verdad?
—dijo Dumbledore, con una gran sonrisa—. ¿Cuántos sabéis hacer un patronus?
Levantaron las manos Harry, Hermione, Ron, Dean Thomas, Seamus y,
tímidamente, Neville. Parvati y Lavender no habían conseguido grandes progresos con
los patronus el año anterior.
—¡Excelente! —exclamó Dumbledore, satisfecho—. Lo normal es que al comenzar
sexto nadie sepa cómo hacerlo. De hecho, muchos magos no aprenden a hacerlos
nunca. Pues bien, como sabéis, los dementores han abandonado Azkaban, y se han
unido a Lord Voldemort. —La clase dio un respingo. Dumbledore los miró—. Vamos,
es hora de que empecéis a llamar a las cosas por su nombre. No va a aparecerse aquí
solamente por mentarle ¿no creéis?. Y si no queréis llamarle así, podéis llamarle Tom
Ryddle, su verdadero nombre. Vale... —continuó—, como iba diciendo, ahora que los
dementores están contra nosotros, lo primero que haremos será aprender a
defendernos de ellos. Veremos en primer lugar el encantamiento patronus. Espero que
no os cueste demasiado aprenderlo, a pesar de lo difícil que es. ¿Qué tal si
empezamos con una demostración?
Dumbledore señaló a los que habían levantado la mano. Harry se levantó, sacó su
varita y recordó el momento en el que habían ganado el campeonato de quidditch del
colegio, cuando había vencido al colacuerno...
—¡Expecto patronum!
Un ciervo plateado se desprendió de la varita y empezó a dar vueltas por la clase
mientras los alumnos que nunca lo habían visto proferían un «¡Oooh!» de asombro.
Cuando desapareció, Hermione lanzó el suyo, y una nutria estuvo paseando por entre
las mesas. Ron no consiguió que el suyo fuera completamente corpóreo, pero lo
reconoció como un águila. Dean Thomas sí lo había conseguido casi del todo, y
generó un perro, aunque se desvaneció pronto. Luego Seamus conjuró lo que parecía
un gato, aunque algo difuminado.
—¿Y tú, Neville? —preguntó Dumbledore, mirándole por encima de sus gafas de
media luna.
—A mí no me sale aún...
—Vamos, inténtalo.
Neville hizo ademán de concentración, y, aunque lo único que salió de la varita fue
un humo plateado, fue mucho mejor que la última vez que lo había intentado.
—Bien. No ha estado mal. 15 puntos para gryffindor por todos los patronus
corpóreos y 10 puntos por los demás —Los alumnos se miraron unos a otros,
sonrientes. Acababan de conseguir 80 puntos en un momento.
Dumbledore pasó el resto de la clase explicándoles los fundamentos del
encantamiento patronus, y diciéndoles que empezarían a practicarla en la clase del día
siguiente. Cuando abandonaron la clase, Dumbledore pidió a Harry que se quedara un
momento.
—¿Sí, profesor?
—Harry —dijo Dumbledore sentándose—, debemos seguir con las clases de
oclumancia. ¿Qué te parece este domingo, a las cinco, en mi despacho?
—De acuerdo —aceptó Harry—. Hasta mañana, profesor Dumbledore.
—Hasta mañana, Harry.
Harry salió del aula y fue a reunirse con Ron y Hermione.
Al día siguiente, en Defensa Contra las Artes Oscuras, comenzaron a practicar el
patronus. Dumbledore les dijo que buscaría un boggart, para que pudieran practicar
con él, pero eso sería cuando dominaran el hechizo.
Por la tarde, que como la de todos los viernes, la tenían libre, Harry, Ron y
Hermione fueron a visitar a Hagrid.
—Pasad —los invitó su amigo, abriéndoles la puerta— ¿Queréis un té?
—Sí —dijo rápidamente Ron.
Hagrid se acercó al fuego y empezó a prepararlo, mientras los tres se sentaban
alrededor de la mesa.
—¿Qué tal va la primera semana de clases? —les preguntó Hagrid, mientras
llenaba la tetera de agua y la ponía a hervir.
—Bueno... excepto con Snape, bastante bien —dijo Harry.
—¡Con Dumbledore genial! —exclamó Ron entusiasmado— No sé como no ha
dado clase antes...
—Cuando yo estaba en el colegio, daba Transformaciones —comentó Hagrid, con
expresión nostálgica—. Era un excelente profesor... excelente. En cuanto al profesor
Snape... procurad esforzaros.
—Oye, Hagrid —dijo Ron—. ¿Sabes que este año hay un alumno de Slytherin que
es simpático?
—Henry Dullymer, ¿Verdad? —respondió Hagrid sin pensárselo.
—Sí. Ginny nos dijo que había estado hablando contigo —dijo Harry, sorprendido.
—Pues sí. He tenido dos clases con él. Ayer fueron simplemente unas palabras
acerca de la clase, pero hoy por la mañana se ha quedado a hablar un rato conmigo.
Me dijo que le apetecía conocerme, que nunca había hablado con un semigigante, y
que le gustaría hablar conmigo, si no me importaba. Y yo le dije que claro que no me
importaba.
—¿Te dijo todo eso? ¿Que nunca había hablado con un semigigante? —preguntó
Harry, asombrado—. ¿Y qué hicieron los demás de Slytherin?
—Le miraron como si estuviera loco —respondió Hagrid con una sonrisa.
—¿De qué hablasteis? —Inquirió Hermione.
—De cosas sin importancia... Me dijo que sabía que era amigo vuestro, y que casi
todos los compañeros de Slytherin me querían ver despedido, pero que a él no le
importaba lo que yo fuera y que le habían gustado mis clases. Luego se despidió
amablemente y se fue.
—Cuanto más oigo de ese chico más me extraño. No entiendo qué hace en
Slytherin —dijo Harry.
—Ojalá todos fueran como él —comentó Ron con un suspiro.
Tras agotar el tema Henry Dullymer, estuvieron charlando un rato más de los
respectivos veranos de cada uno. Hagrid quiso saber hasta el último detalle del lo
sucedido en el juicio de Dolores Umbridge. Harry se lo contó con pelos y señales
mientras terminaban el té.
—Bueno, Hagrid —dijo Hermione de pronto, mirando la hora—. Gracias por el té,
pero tenemos que irnos. Harry y Ron tienen que hacer una redacción para el profesor
Snape, y estoy segura de que no saben como hacerla todavía.
—¡Pero Hermione! Es el primer viernes del curso... —replicó Ron.
—Da igual. Venga, vamos.
Viendo que era inútil negarse, se despidieron de Hagrid y volvieron al Castillo,
donde Hermione les obligó a ir a la biblioteca y trabajar hasta la hora de la cena en su
trabajo de pociones, que resultó ser verdaderamente odioso. Se pasaron toda la tarde
consultando libros sobre ingredientes y fórmulas para encontrar lo que había ido mal.
Al final, y con la ayuda de Hermione, lograron dejar listo la mayor parte del trabajo.

Llegó al fin el domingo, y a la hora acordada Harry se dirigió hacia el despacho de


Dumbledore, para su clase de Oclumancia. Estaba ya en el pasillo que conducía a la
entrada, cuando apareció Dullymer, quien se llevó un susto al ver a Harry.
—¡Ah! ¡Hola, Harry! —saludó.
—Hola, Henry ¿Qué haces aquí?
—Eh... nada. Estaba paseando, viendo el Castillo, que es impresionante, y me
quedé mirando esa gárgola de ahí... ¿Qué es? Parece que guarda esa puerta de ahí
¿verdad?
—Sí... es el despacho de Dumbledore —le dijo Harry, un poco extrañado.
—Aah, así que aquí es... Interesante... —dijo por fin—. Bueno Harry, debo irme. Ya
nos veremos. ¡Saluda a Ron y a Hermione! —añadió, mientras se alejaba por el
pasillo.
Harry esperó a que se fuera y pronunció «caramelo de limón», la contraseña que
le había dicho Dumbledore. Cuando entró en el despacho, el director ya lo estaba
esperando.
—Buenas tardes, Harry. ¿Estás listo?
—Creo que sí, profesor.
—Bien. ¿Te ha dolido algo la cicatriz? ¿Algún sueño extraño?
—No —respondió Harry con sinceridad—. Ninguno.
—Estupendo. Entonces comencemos. —Se levantó y se puso delante de él—. En
nuestra última clase avanzaste mucho, Harry. Hoy repasaremos y perfeccionaremos
las técnicas de ocultación mágica. El próximo día empezaremos con los ataques
imprevistos ¿De acuerdo? —Harry asintió—. Prepárate.
Harry vació su mente, tal como había aprendido a hacerlo y hacía o procuraba
hacer todas las noches, y selló su mente: «fermaportus», pensó, imaginándose una
puerta en su cabeza. Dumbledore atacó y al final logró entrar al final, pero con grandes
trabajos.
—No vaciaste totalmente tu mente, Harry. He visto a ese chico nuevo, Henry
Dullymer ¿Le conoces?
—Sí... he hablado con él varias veces... es muy raro para ser de Slytherin...
—Sí, algo he oído —comentó Dumbledore, sin darle importancia—. Pero debes
concentrarte. Sácalo de tu mente.
Siguieron practicando hasta la hora de la cena. Harry pronto logró alcanzar el nivel
de la última clase, e incluso superarlo.
—Bien —dijo Dumbledore tras el último intento, con aspecto algo cansado, pero
satisfecho—. Lo dejamos aquí, Harry. ¿Te viene bien que continuemos el próximo
domingo?
—Sí.
—De acuerdo, pues hasta la clase de mañana, entonces.
Harry abandonó el despacho y se dirigió hacia la sala común.
La siguiente semana trascurrió apacible, aún con el buen tiempo del verano, con lo
cual la mayoría de los alumnos, cuando no estaban en las clases o en la biblioteca,
intentaban pasar el tiempo al aire libre. Harry, Hermione y Ron solían hacer los
deberes bajo la gran haya junto al lago. Snape les había puesto, para alivio de Harry y
Ron, un aprobado en sus trabajos, y en las clases de transformaciones habían
empezado a hacer pequeños cambios: color y longitud del pelo, color de los ojos... Si
bien la primera vez que Harry intentó cambiar su color de ojos, se los volvió hacia
atrás, necesitando la intervención de la profesora McGonagall para volver a
ponérselos bien. En clase de Encantamientos, sin embargo, los tres habían logrado
volver invisibles sus piedras (Hermione ya conseguía hacer invisibles a algunos
animales pequeños), y en Defensa Contra las Artes Oscuras, el patronus de Ron era
ya casi perfecto.
Al fin llegó el viernes, el momento de las pruebas de quidditch. Harry, Ron y Ginny
se encaminaron al campo de quidditch, junto con Hermione. Katie Bell ya estaba allí, y
en unos minutos después llegaron Kirke y Sloper. Se cambiaron en los vestuarios y
subieron a las escobas. Empezaron a probar a los nuevos candidatos, todos para el
puesto de cazador. Las pruebas consistían en avanzar, intentar sortear a Katie, y
marcarle un gol a Ron. La primera en empezar fue Ginny. Sólo logró meterle un gol en
las cinco ocasiones, pero sorteó dos veces a Katie.
—Bien hecho, Ginny —le dijo Harry cuando ella terminó.
—Gracias, Harry —le sonrió la pelirroja.
Continuaron con las pruebas durante tres horas, hasta que casi hubo oscurecido.
Cuando se reunieron en el centro del campo, tomaron la decisión de aceptar a Ginny
como cazadora y como Buscadora suplente. Otro chico de cuarto año, Gregory
Sheldon, consiguió el otro puesto de cazador, y Harry decidió aceptar a una chica de
quinto, Anna Snowblack, como cazadora suplente.
—Bien —dijo Harry a todos—. Tendremos que empezar a entrenar pronto. Debido
al Torneo de quidditch que empezará antes de Navidad, el primer partido será el día 3
de Octubre. Jugaremos contra Ravenclaw. El día 10 jugarán Hufflepuff y Slytherin.
Luego habrá las pruebas para el equipo de Hogwarts, ya que el primer partido del
torneo será a finales de noviembre. La copa escolar no se volverá a jugar hasta el día
6 de Marzo, cuando jugaremos contra Hufflepuff. El próximo martes y miércoles,
entrenamiento a las seis de la tarde ¿de acuerdo?
Todos estuvieron de acuerdo.
—Bien, pues a cambiarse.
Cuando se dirigían hacia los vestuarios, Ron le dijo a Harry:
—Harry, mira quién está allí.
Miró, y, para su sorpresa, junto a las gradas estaba Henry Dullymer, sentado al
lado de Hermione, y ambos charlaban animadamente.
—¿Habrá venido a espiarnos? —preguntó Ron.
—No sé... pero no creo —dijo Harry.
—Pues yo no estoy tan seguro... quizás él no lo haga por sí, pero veo a Malfoy
perfectamente capaz de obligarle a observar cómo jugamos... —Ron abrió los ojos de
pronto— ¿Y si Malfoy ha encargado a Dullymer la tarea de espiarnos, y por eso se
lleva tan bien con nosotros?
—Vamos, Ron, ¿no crees que eso es algo paranoico? —le dijo Harry a su amigo,
con una sonrisa—. Además, ya sabes que Malfoy nunca ha tenido ningún problema en
venir él mismo a los entrenamientos.
—Seguro que lo dice porque está con Hermione —dijo Ginny, entre risitas.
—¡¿Qué?! ¿Pero qué dices? —Ron estaba rojo como los tomates— ¿Harry, tú has
oído...?
Pero Ron calló, porque se aproximaban a donde estaban Hermione y Dullymer.
—... Y allí es donde vivimos aún ahora mis padres y yo —contaba Hermione—. Fui
dos años al colegio muggle en aquel lugar, antes de recibir la carta de Hogwarts... —
Volvió la cabeza, al ver a Harry, Ron y Ginny—. ¡Ah! ¡Hola!
—Hola, Harry —saludó Dullymer también, muy sonriente—. Ron... Hola, Ginny.
Henry le dirigió una enorme sonrisa y Ginny se ruborizó un poco.
—Hola —dijeron los tres.
—¿Qué haces por aquí, Henry?
—Bueno... he venido a ver si eres tan bueno jugando al quidditch como Draco
Malfoy da a entender.
—¿Malfoy dice que soy bueno al quidditch? —preguntó Harry, extrañado.
—No —contestó Dullymer—. Siempre dice que eres buscador por pura suerte,
pero como se le notan los celos en todo el cuerpo, por eso sé que eres bueno. Aunque
claro, hoy no he podido comprobarlo... Pero lo veremos cuando juguéis contra
Slytherin ¿verdad? Oh, no os confundáis —dijo riendo, al ver la cara de extrañeza que
tenían todos—. Yo quiero que gane Slytherin, claro, pero seguro que será un buen
partido...
—Ah... —dijo Ron—. Claro, por supuesto...
—Casi no te han marcado goles —le dijo Henry a Ron—. Los del equipo de mi
casa dicen que eres un patoso, pero yo no lo creo. No dejes que te afecten esas
tonterías. Hermione me ha contado lo de la canción del año pasado...
Ron se puso un poco colorado, pero sonrió abiertamente a Dullymer. Nunca habría
esperado que un alumno de Slytherin le dijese que era un buen guardián...
—Y tú eres una buena cazadora, Ginny. Malfoy siempre habla mal de vosotros,
pero yo no veo que tengáis nada malo. Sois siete hermanos ¿Verdad? Y cuatro de
vosotros habéis sido prefectos... y dos Premios Anuales... y todos miembros del
equipo de Gryffindor menos Percy... que ha conseguido ser Asistente de Fudge... No
está mal...
Ron y Ginny le miraron exultantes. Estaban tan acostumbrados a oír desprecios
hacia su familia de parte de los de Slytherin que casi no podían creerse lo que oían.
—Gra-gracias —balbuceó Ginny.
—Aunque mi padre siempre dice que Fudge no tiene luces ni para abrocharse los
botones de la túnica —concluyó Dullymer, con lo que todos estallaron en carcajadas.
—Oye, eres muy simpático —le dijo Hermione—. De verdad no pareces de
Slytherin.
—Bueno... dicen que en Slytherin son astutos, y dispuestos a lo que sea por
conseguir sus metas ¿No? A lo mejor es por eso... No creo ser lo bastante trabajador
para estar en Hufflepuff, ni lo bastante inteligente para ser de Ravenclaw, ni mucho
menos valiente como para ser de Gryffindor.
—¿En tu antiguo colegio no había casas o algo así? —preguntó Harry.
—No, allí estábamos todos juntos, sin más.
—¿Cómo se llamaba ese colegio? —quiso saber Ginny.
—No tiene nombre. Todo el mundo lo conoce como Instituto Alemán de Alta
Hechicería, aunque no hay tan «Alta Hechicería». Hogwarts me parece mejor, por lo
que he visto... Dumbledore es un gran director, ¿verdad?
—Sí, sí que lo es —respondió Ron rápidamente.
—En Slytherin gusta a muy pocos, pero a mí me parece un buen profesor. ¿Le
conocéis bien?
—¡Ya lo creo! —dijo Ginny—. Le vemos y hablamos con él muy a menudo. Es un
mago extraordinario, aunque a veces parece algo chiflado...
—Pero no lo está —atajó Harry, por si acaso—. Bueno, será mejor que nos
cambiemos, está anocheciendo...
—Vale —dijo Hermione—. Os espero aquí.
—Yo también —agregó Dullymer—. No tardéis.
Ron, Harry y Ginny entraron en los vestuarios, se cambiaron y salieron. Hermione
y Dullymer hablaban muy animadamente sobre los TIMOs. La chica le explicaba muy
contenta cómo eran, qué solían preguntar... y el Slytherin parecía muy interesado.
—Ya veo... —decía— Yo seguro que me pondré nervioso. En Alemania era de los
mejores de la clase, y aquí no me va mal, pero he oído que los TIMOs aquí son
dificilísimos...
—Vamos, no te preocupes. Si estudias duro no tendrás ningún problema.
—Eso espero...
—En las clases lo haces bien —dijo Ginny—. Pareces buen mago.
—¿De veras crees eso? —le preguntó Henry.
—Eh... sí —respondió Ginny, sonriéndole también—. En las clases lo haces muy
bien.
Dullymer mostró una sonrisa aún más abierta.
—Tenéis razón. No me preocuparé. Si dos trols como Crabbe y Goyle han sacado
algunos tampoco debe de ser para tanto —dijo, entre las risas de todos.
—Bueno, deberíamos irnos —sugirió Hermione, aún riéndose—. Casi es de
noche...
Mientras caminaban hacia el castillo, Harry le preguntó a su nuevo amigo:
—Oye, Henry... Hablas mucho de Malfoy... ¿Cómo se tomó lo que le dijiste el otro
día antes de entrar en el Gran Comedor? Se marchó muy ofendido. No creo que
debieras meterte así con él si estás en Slytherin...
—Oh, no hay problema... —le contestó Dullymer con una sonrisa de suficiencia—
No es tan peligroso en la sala de Slytherin como parece fuera... No os preocupéis por
él.
—¿Sabrá dónde se esconde su padre? —preguntó Ron, intentando sonsacarle
algo.
—Supongo, aunque obviamente no lo ha dicho. Lo que sí ha contado es que los
aurores ya han registrado dos veces su mansión. Aunque claro, no va a ser tan tonto
como para esconderse allí.
Entraron en el Castillo y se dirigieron al Gran Comedor. Allí se separaron
amablemente, y, mientras Dullymer se sentaba en la mesa de Slytherin con algunos
chicos de su curso, Harry, Ron, Hermione y Ginny fueron hacia la mesa de Gryffindor.
—Oye, Hermione —dijo Ron, cuando empezaron a comer—. ¿De qué estuvisteis
hablando?
—Pues mientras hacíais las pruebas no gran cosa —respondió Hermione—.
Parecía muy interesado en cómo jugabais. Me dijo que a él le encantaba el quidditch,
pero que no era lo suficientemente bueno como para formar parte del equipo de
Slytherin. Me dijo que le gustaba más vivir aquí que en Alemania y...
Se interrumpió, porque en ese momento, Katie se acercó a ellos.
—Oye, Harry, ¿qué hacía ese chico de Slytherin en nuestras pruebas?
—Fue a vernos —le contestó Harry—. Es... amigo nuestro.
—¿Amigo vuestro? —Levantó una ceja—. ¿Uno de Slytherin? ¿Que además es
amigo de Malfoy? —preguntó ella, incrédula.
—Bueno... ya sé que es raro. A nosotros también nos extrañó, pero parece
sincero. No le importa que Hermione sea hija de muggles, le gusta Dumbledore y
también Hagrid...
—Ummhh —dijo Katie con el ceño fruncido—. No sé... ¿Seguro que no es un
espía?
—Eso también lo dijo Ron —mencionó Ginny.
—¡Sólo fue una broma! —exclamó Ron, enojado.
—Ya, eso lo dices ahora porque dijo que eras buen guardián —le espetó Ginny.
Ron la miró con cara de furia, rojo hasta las orejas.
—Está bien —les dijo Katie—. Pero no os fiéis demasiado... y de todas formas,
preferiría que nadie de otras casas viniera a ver nuestros entrenamientos...
—Ya lo sé —le dijo Harry—. No te preocupes.

El sábado por la tarde lo pasaron haciendo deberes bajo la gran haya junto al lago,
que se había convertido en su sitio preferido cuando hacía buen tiempo. Estaban
haciendo una redacción para herbología sobre las propiedades de las Astinias, unas
extrañas plantas que sólo crecían bajo la luz de la luna y cuyas propiedades relajantes
eran usadas para muchas pócimas del sueño. De hecho, en clase usaban el
encantamiento casco-burbuja para evitar caer dormidos por los efectos de los polvos
que soltaban. Hermione corregía la redacción de Ron tranquilamente, cuando oyeron
la voz arrastrada de Draco Malfoy.
—¡Pero si son los grandes héroes de Hogwarts! —exclamó, haciendo una
reverencia.
Harry, Ron y Hermione levantaron la vista con desagrado. Allí estaba Malfoy,
flanqueado, como siempre, por Crabbe y Goyle, que sonreían.
—¡Pero si es el hijo de presidiario, con sus dos trols de seguridad! —gritó Ron, y
Harry y Hermione se rieron. Malfoy, por el contrario puso su peor cara de desprecio, al
igual que Crabbe y Goyle, a quienes no parecía gustarles que les llamaran trols.
Levantaron los puños y miraron a Ron amenazantes.
—¡Dejadle! —ordenó Malfoy, conteniéndolos—. No se reirá tanto en el próximo
partido de quidditch ¿verdad, Weasley? Supongo que no puedes esforzarte mucho, ¿a
que no? Tu madre te habrá dicho que cuides ese palo que te compró el año pasado...
Seguro que no puede comprarte otro en cincuenta años.
Ron se levantó, furioso, pero Malfoy estaba preparado, sacó rápidamente su varita
y apuntó:
—¡Hemor...
—¡Expelliarmus!
Malfoy no tuvo tiempo de terminar el hechizo, cayó sentado, su varita saltó por los
aires y fue a caer limpiamente en la mano de Henry Dullymer, que se acercaba con su
propia varita en la mano, con la que aún apuntaba a Malfoy.
—¡¿Qué diablos haces?! —le preguntó éste a Dullymer, mirándole casi con odio.
Harry, Ron y Hermione estaban con la boca abierta.
—No querrás que le quiten puntos a Slytherin por tu culpa, ¿verdad, Draco? No
deberías hacer estas tonterías si queremos ganar a Gryffindor este año en la Copa de
las Casas.
—¡No me importa que...!
—Pues a mí sí —dijo Dullymer sin inmutarse.
—¿Por qué les defiendes? ¡Eres muy raro! No será que te gusta la sangre sucia
¿verdad? —preguntó, mirándole resentido.
—No la llames así —repuso él, tranquilamente.
—¡Entonces es eso! ¡Eres la vergüenza de Slytherin! ¡Y me caías bien! —Malfoy
parecía fuera de sí.
—Ella no me gusta. Y aunque así fuera, no veo qué tiene que ver eso con
Slytherin.
Se acercó a Malfoy, le entregó su varita y tiró de él, llevándoselo aparte. Habló con
él un rato, muy serio. La expresión de Malfoy iba del enfado al asombro. Crabbe y
Goyle no sabían qué hacer, y Harry, Ron y Hermione seguían con la boca abierta. Al
fin, Dullymer se apartó de Malfoy y se dirigió hacia los tres amigos.
—Crabbe, Goyle, vámonos —dijo Malfoy, con cara de desagrado. Luego miró
hacia Ron—. Ya nos veremos, Weasley.
—¿Estáis bien? —les preguntó Dullymer al acercarse a ellos.
—Eh... sí, gracias —dijo Ron, aún sorprendido.
—No pasa nada. No me gustan las peleas —dijo Dullymer, encogiéndose de
hombros.
—¿Qué le has dicho a Malfoy para que se fuera? —quiso saber Harry.
—¡Oh! Nada importante... —respondió, sonriente.
—Te ha salido muy bien el hechizo de desarme —le dijo Harry.
—Ya. En Alemania teníamos clases de duelo. Eran las más divertidas, y no se me
daba nada mal. No deberíais pelearos tanto —agregó—. No tiene sentido. Dentro de
poco habrá ese torneo de Quidditch, deberíais uniros para hacer un gran equipo.
—No lo creo... Malfoy y yo siempre nos hemos odiado, desde que llegamos aquí
—le confesó Harry.
—Lo sé, pero, de todas formas... —Volvió a encogerse de hombros— Bueno, he
de irme, también tengo que hacer muchos deberes... Que os divirtáis.
—Hasta luego —dijo Ron—. Y gracias de nuevo.
Dullymer le sonrió y se alejó hacia el castillo.
—¿Qué le habrá dicho a Malfoy? —Se preguntó Hermione, mordiéndose el labio
inferior.
—No lo sé... pero Malfoy no es de los que se dejan intimidar por amenazas...
—¿Qué mas da? El caso es que se ha ido —dijo Harry.
Siguieron trabajando hasta la hora de la cena. Aquella noche, en la mesa de
Gryffindor no se habló de otra cosa que del ataque de Dullymer a Malfoy. Todo el
mundo se había enterado. Harry y Ron lo contaron varias veces. Casi todos los que
habían hablado con Dullymer tenían algo que decir. Parecía haberse convertido en el
héroe del colegio, y el rumor se extendió por las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw,
hasta llegar a la de Slytherin. Harry observó, muy contento, que Malfoy tenía una
expresión de rencor en la cara que le resultó maravillosa. Dullymer, sin embargo,
sonreía ligeramente. Se fijó en la cara de Draco y se le acercó para decirle algo, pero
éste no cambió su cara.
Antes de irse aquel día a la sala común, muchos de Gryffindor saludaron a
Dullymer, al igual que muchos de Ravenclaw y Hufflepuff. Se había vuelto popular. Era
de Slytherin y había puesto en su sitio a Draco Malfoy defendiendo a Harry Potter, a
Ron Weasley y a Hermione Granger. Sí, desde luego, se había convertido en alguien
muy, muy popular.
8

El Segundo Sueño

En su segunda clase de Oclumancia desde que estaban en Hogwarts, practicaron


los ataques de imprevisto. Dumbledore le había dicho a Harry que mintiese en ciertas
cosas y que tratara de ocultárselo. El director intentó desconcentrarle de varias
maneras durante una charla, saliéndose del tema del que hablaban para mencionar
cosas aparentemente sin sentido, tal como hacía tantas veces. Harry no logró ocultar a
Dumbledore todo lo que debería haber hecho, pero no lo hizo mal.
—Ha estado bastante bien —le dijo Dumbledore al final—. Has conseguido
engañarme en casi todo. Y hay que tener en cuenta que yo estoy aquí frente a ti. A
Voldemort le sería imposible penetrar tu mente desde fuera de este castillo.
—¿Entonces ya no vamos a practicar más, profesor? —preguntó Harry.
—Por supuesto que sí. De momento, el próximo domingo tendremos una nueva
sesión. Luego ya veremos. Deberíamos aprovechar algo más por la semana, pero se
acerca el partido de quidditch, y seguramente querrás entrenar ¿verdad?
—Sí, claro.
—Bien. No te preocupes. Lo haces realmente bien. Simplemente recuerda que
todas las noches debes practicar.
—Lo sé. Ya me he habituado a hacerlo.
—Excelente. Ahora, Harry, puedes irte. Esta noche creo que nos han preparado
una cena realmente exquisita...
—Hasta mañana, profesor Dumbledore —se despidió Harry, levantándose.
—Hasta mañana, Harry.

La semana siguiente transcurrió muy ajetreada. Harry requirió un gran esfuerzo de


todos para entrenar. Lo hacían tres veces por semana, dos horas diarias. Y no lo
hacían más porque los demás equipos también entrenaban, y necesitaban tiempo para
hacer los deberes y estudiar.
Ron había mejorado bastante. El último partido del curso anterior, en el que
Gryffindor había vencido a Ravenclaw consiguiendo proclamarse campeón de
Quidditch del Colegio le había dado seguridad, y desde luego había entrenado en
verano. Ginny no lo hacía mal como cazadora, aunque evidentemente no era como
Angelina o Alicia, y el otro cazador tampoco era malo. Afortunadamente, pensó Harry,
ese año aún contaban con Katie Bell, que era una excelente cazadora.
Sloper y Kirke, como golpeadores, aún dejaban bastante que desear, y desde
luego, no eran ni remotamente comparables a los gemelos Weasley, pero habían
mejorado muchísimo en el verano. Harry se concentró sobre todo en ellos, y los
entrenaba mientras los demás cazadores (los tres jugadores y la suplente), hacían
equipos dos a dos turnándose para atacar y defender, respectivamente, mientras Ron
hacía de guardián.
Harry, por su parte, intentaba mejorar aún más en atrapar la snitch, pues no podía
asegurar la superioridad del resto del equipo de Gryffindor, a pesar de que hubieran
ganado el año anterior. Al fin y al cabo, entonces aún estaban Angelina y Alicia…
Se imaginó siendo elegido buscador del equipo del Colegio, por encima de Malfoy,
ganando el torneo de los Colegios y encima el campeonato escolar… Sería
estupendo, teniendo en cuenta que sólo le quedaba otro año en Hogwarts… si no lo
mataban antes, claro, pensó para sí.
Las clases de la semana estuvieron bastante bien. En Defensa Contra las Artes
Oscuras casi todos habían logrado dominar el patronus, así que Dumbledore decidió
llevar a clase un boggart.
—Bien, según tengo entendido, Harry, los boggarts se convierten en dementores al
estar delante de ti, ¿verdad?
—Sí —contestó Harry, temiendo lo que Dumbledore iba a pedirle.
—Bien, entonces, si haces el favor de acercarte a esta maleta donde está el
boggart…
A Harry no le hacía demasiada gracia estar delante de un dementor mientras sus
compañeros le lanzaban patronus, pero accedió. Cuando estuvo cerca, Dumbledore
abrió la maleta y un dementor emergió de ella, estirando sus brazos hacia Harry, quien
empezó a notar el frío, la oscuridad y la infelicidad que los dementores provocaban.
Toda la clase quedó en silencio, hasta que oyó a Dumbledore decir:
—¡Venga, Ron! Tú primero.
Ron se acercó con dificultades y lanzó el hechizo. Ya conseguía dominarlo, pero
allí solamente le salió un esbozo del águila que generaba. Se lanzó contra el boggart-
dementor, pero no consiguió mucho. Le sustituyó Hermione, quien también estaba
blanca, pero tampoco logró que su nutria fuese lo suficientemente potente para
vencer, sólo consiguió detenerlo un poco. Harry ya no resistía, sacó su varita y se
concentró.
—¡Expecto patronum!
De su varita salió el ciervo, que golpeó al dementor haciéndole tropezar. Luego
murmuró «¡Ridíkkulo!» y el boggart cayó, envuelto en sus mantos. Dumbledore le
apuntó con la varita y lo metió en la maleta.
—¿Estás bien, Harry? —le preguntó, con expresión algo preocupada.
—Sí, gracias, profesor. Pero ya no aguantaba más…
—No pasa nada —dijo Dumbledore dándole una tableta de chocolate—. ¿Veis lo
que ha hecho Harry? Lo difícil del patronus es utilizarlo ante un verdadero dementor.
Además, recordad que cuántos más dementores, más difícil es hacerlo.
Descansaremos un rato y volveremos a intentarlo, si Harry está dispuesto, ¿bien?
Harry asintió.
La siguiente vez fue algo mejor; Ron lanzó un patronus casi perfecto que hizo
alejarse al dementor. Siguieron practicando aquello durante toda la semana.
Dumbledore quería verlos preparados para enfrentarse a los dementores a toda costa.
En Transformaciones, ya habían empezado a hacer cambios más serios, como
cambiar la forma de parte del cuerpo, y pronto harían transformaciones a los
compañeros, antes de iniciar la transformación personal, que era lo más difícil que
verían ese curso, junto con los hechizos comparecedores.
Lo peor para Harry seguía siendo Pociones. Snape intentaba desconcentrarle por
todos los medios para evitar que hiciese bien lo que les pedía. Era una clase
torturante, porque sólo ellos tres y Parvati eran de Gryffindor, los demás eran todos de
Slytherin, y Draco Malfoy buscaba por todos los medios humillar a Harry y Ron, no
olvidaba la afrenta que le había hecho Dullymer por su culpa. Aunque, sin embargo,
parecía llevarse igual de bien con él. Harry no sabía si pensar que Malfoy era tonto o
que sabía algo que ellos no.
Habían acabado con las últimas pociones curativas, y ahora estaban empezando
con las pociones de transformación. La primera que tenían que preparar era la poción
multijugos, que, aunque ya conocían sus ingredientes, nunca la habían hecho en
clase. Les llevaría un mes prepararla. Mientras la hacían, para lo cual tenían que bajar
varias veces al día para atenderla, Snape les daba clases del resto de pociones
transformadoras, que permitían convertirse en animal, envejecer o rejuvenecer durante
un tiempo, Adquirir alas, un tercer ojo, etc. Cuando abandonaban el aula, usaban un
encantamiento sobre los calderos para que nadie los tocara, pues no se fiaban de los
de Slytherin ni de Snape.
Mientras la fecha del partido contra Ravenclaw se acercaba, Harry seguía
progresando con la oclumancia. En la siguiente clase que tuvo, Harry consiguió
bloquear casi totalmente a Dumbledore, pues no le costaba nada dejar la mente en
blanco y cerrarla, simplemente se veía surcando el aire, persiguiendo una snitch, que
era en lo que más pensaba últimamente. Si conseguían vencer a Ravenclaw…
Dumbledore le felicitó al término de la clase por los progresos.
—Vas muy bien —le dijo, sonriente—. Lo único que puede sacarse de tu mente es
que te encanta el quidditch.
Harry sonrió mientras se despedía del director y abandonaba su despacho para
dirigirse al gran comedor. Iba pensando el partido, esperando que el equipo lo hiciese
bien, cuando se encontró cara a cara con Cho en la puerta del comedor.
—Hola Harry... —saludó Cho al verlo de frente, un poco cortada.
—Hola Cho. —Harry se quedó un poco atontado. No se había dado cuenta que
tendría que jugar contra Cho, que era la buscadora de Ravenclaw…
—¿Te han hecho capitán de Gryffindor, verdad? —le preguntó ella, viendo que
Harry no decía nada y que parecía alelado.
—Eh... sí, Katie Bell renunció al puesto en mi favor…
—Yo también soy la capitana de Ravenclaw —comentó, como si no tuviese
importancia—. Supongo que nos veremos ¿no? —Luego, para romper un poco la
tensión, añadió, sonriente—: ¡Pero esta vez voy a ganarte!
—Bueno, no es por nada, pero espero que no… —replicó Harry, esbozando
también una tímida sonrisa.
Se quedaron un rato callados, sin saber qué decir, hasta que la chica, incómoda,
decidió irse.
—Bueno, Harry… ya nos veremos.
Se volvió y se dirigió hacia el interior del Gran Comedor, cuando Harry, en un
impulso, la llamó:
—Cho, espera. —La chica se volvió, sorprendida, y lo miró.
—¿Sí?
—Oye… me gustaría que volviésemos a ser amigos, como antes… o bueno, mejor
que antes. Desde lo de Marietta… bueno, desde lo del curso pasado, hemos estado
muy raros…
Cho le miró sin decir nada.
—Quiero decir… yo sé que metí la pata cuando fuimos a Hogsmeade en San
Valentín… Es que no sabía… —Intentó explicarse lo mejor que podía—. Nunca había
estado con una chica ¿sabes? Resulta que donde vivo todos piensan que soy un
delincuente, porque mis tíos son muggles, y odian a los magos y… y bueno, tú me
gustabas mucho… —dijo por fin— A mí no me gusta Hermione. La quiero mucho, pero
sólo es amiga mía…
—Harry, yo… ahora… —balbuceó Cho, cohibida y sorprendida por las palabras de
él.
—No, no hace falta que digas nada… ya sé que ahora estás con Michael Corner…
Bueno, yo estoy bien, pero no me gusta que cada vez que nos veamos tengamos que
disimular ¿sabes? Me gustaría que fuésemos amigos…
Cho miraba al suelo. Levantó la mirada y observó a Harry fijamente. A Harry ya no
le gustaba como antes, lo sabía, pero seguía siendo muy, muy guapa… Finalmente,
ella le sonrió.
—No te preocupes. Claro que quiero ser amiga tuya. Tú también me gustabas
mucho, Harry. Es una pena que nos haya ido mal… Supongo que había demasiadas
cosas en contra —añadió.
—Sí, supongo... Bueno, será mejor que vayamos a comer ¿no? —dijo sonriéndole
—. ¿Sabes? Me alegro de haber aclarado las cosas.
—Yo también me alegro. Realmente me estaba cansando de estos incómodos
encuentros —reconoció—. Bueno, nos vemos, Harry.
—Hasta luego.
Harry entró al Gran Comedor y se sentó junto a Ron y Ginny, enfrente de
Hermione.
—¿Has estado hablando con Cho Chang? —le preguntó Hermione con una
sonrisa.
—Sí —respondió. Ron le dirigió una mirada inquisitiva—. Es que era muy
incómodo cuando nos encontrábamos, y en breve será el partido contra Ravenclaw.
Ella es la capitana.
—¿Y qué ha pasado? —preguntó Ron, y sin dejar hablar a Harry añadió—:
Además, ¿ella no salía con Corner?
—No le he pedido que salga conmigo —respondió Harry mirando a Ron—. Sólo le
he dicho que me gustaría que fuésemos amigos… y bueno. Me alegro, ahora me
siento mejor...
—Has hecho lo que debías —le dijo Hermione, sonriendo aún más.
—Sí, bueno, siempre que su amiga la chivata no tenga nada que decir —dijo Ron
ácidamente.
—Vamos, Ron, no seas así —le regañó Hermione.
—¿Es que no te acuerdas de lo que nos hizo?
—Sí me acuerdo, pero lo pasado, pasado está y...
—¡Ja! Si tú fuiste la que le pusiste el embrujo.
—Sí, pero eso fue al año pasado, para evitar que nos delatara alguien, y...
—Ya, pero no se lo quitaste, ¿a que no?
Hermione le miró, furiosa.
—¡Pues no! Porque...
Harry se cansó de mirar a uno y a otra, suspiró y se dirigió a Ginny, que también
los miraba.
—Bueno... ¿qué tal te va todo a ti?

Durante la semana siguiente, la previa al gran partido, Harry aumentó el ritmo de


los entrenamientos. Cho también quería entrenar más, y Harry y ella convinieron en
que el sábado por la mañana entrenaría Gryffindor y por la tarde entrenaría
Ravenclaw.
Entre tanto, los deberes ya habían crecido de forma desmesurada, y sobre todo
Snape les mandaba trabajo sin parar.
—¡Uf! —se quejó Ron un día saliendo de Pociones, después de que Snape les
hubiese mandado escribir una fórmula para una «sencilla» poción transformadora que
permitiese cambiar el color de los ojos a voluntad durante el tiempo que hiciese efecto,
que no podría ser inferior a una hora—. Seguro que lo hace para que no podamos
entrenar. A nosotros no nos da ayuda ninguna, y yo vi a Pansy Parkinson pedirle
consejo sobre ciertos ingredientes, y él se lo dio. ¿Te imaginas si le pides ayuda tú,
Harry?
—Probablemente me usaría a mí como ingrediente —dijo éste, cansado de Snape.
—Vamos, vamos. Estamos en sexto —dijo Hermione—. Tenemos que saber
encontrar nuestras propias pociones. Ya veréis cómo lo conseguimos.
—Si tú lo dices…
—Vamos, Ron. Yo aparte tengo que traducir un montón de textos para Runas
Antiguas y eso sin contar un trabajo enorme para Aritmancia…
—Ya, pero no tienes que entrenar como un bestia, como nosotros… —dijo Ron
mirando a Harry de soslayo.
—Es necesario, tenemos que ganar a Ravenclaw —repuso Harry—. Si luego
ganamos a Hufflepuff tendremos muchas opciones para ganar el campeonato.
Además, si sigues mejorando a lo mejor consigues entrar en el equipo de Hogwarts…
A Ron se le iluminó la cara.
—Sí, tal vez… —Sus ojos brillaron de la ilusión—. ¿Os imagináis la cara de
Malfoy?
Harry y Hermione sonrieron, mientras se dirigían a Transformaciones, y luego, a
Encantamientos, donde ninguno de los dos había conseguido hacer aún un
Encantamiento Proteico decente. La única que lo había logrado era Hermione, que ya
sabía hacerlos desde el año anterior. El primer ejercicio que tenían que hacer era un
par de pergaminos imitadores: En uno tenía que aparecer lo mismo que se escribiese
en el otro, pero a los de Ron y Harry sólo les salían extrañas manchas de tinta cuando
se escribía en el otro.

El sábado, se levantaron a las nueve. Harry pretendía estar entrenando a las diez,
y trabajar por lo menos hasta las dos. Ron protestó un poco cuando Harry le hizo
levantarse de la cama, pero Harry no le hizo ningún caso. En el comedor se
encontraron con los demás. Ginny y Katie ya estaban desayunando y charlaban sobre
quidditch. Kirke y Sloper llegaron detrás de Harry y Ron, y poco después, aparecieron
Gregory Sheldon y Anna Snowblack. Tras desayunar se dirigieron al campo de
Quidditch. Estuvieron un rato aburridísimo mientras Harry terminaba de explicarles las
nuevas tácticas que había diseñado, mirando un montón de libros y demás sobre
Quidditch.
—¡Vamos! —dijo Harry al ver sus caras de sueño y aburrimiento—. ¡Tenemos que
tener una estrategia! Los de Ravenclaw son bastante buenos.
—Sí, Harry, pero esto, a las diez de la mañana un sábadoooo... —dijo Ron
bostezando.
Cuando Harry terminó de explicarles las tácticas a emplear, montaron en las
escobas y se pusieron a entrenar. Harry los observaba, mientras intentaba atrapar la
snitch. Logró cogerla siete veces en la primera hora de entrenamiento. Luego decidió
hacer trabajar duro a Sloper y a Kirke, y hechizó las bludgers para que se dirigieran
contra ellos constantemente. Les costó bastante trabajo y unos cuantos golpes, pero
Harry quedó bastante satisfecho con el trabajo conseguido. Volvió a mandarles
ensayar las tácticas que había diseñado y llamó a Ginny para entrenarla un poco como
buscadora. Tenía que intentar conseguir la snitch antes que Harry. No lo consiguió
ninguna vez, pero Harry consideraba que era mejor entrenamiento para él competir
con alguien que buscar la snitch solo.
Cuando a las dos y cuarto dejaron el entrenamiento, todos estaban molidos, pero
Harry estaba bastante satisfecho.
—Bien —les dijo antes de entrar en los vestuarios— Creo que hemos mejorado
mucho desde el primer entrenamiento. Seguiremos entrenando así la semana que
viene, y me sorprenderé si no ganamos. Ahora, a cambiarse y a comer.
Se cambiaron y salieron. Harry cerró los vestuarios. Hermione se dirigió hacia
ellos.
—¡Hermione! ¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, sorprendido.
—He venido a ver el final de los entrenamientos. No me apetecía comer sola.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Harry.
—Creo que no lo hacéis mal. Desde luego, habéis trabajado duro. Si os emplearais
así en Pociones, seguro que Snape os pondría incluso notables...
—pufff... ¡Vamos, Hermione! Prefiero caerme de la escoba desde los aros que
aguantar una clase de Snape...
Hermione sacudió la cabeza.
Entraron al Gran Comedor. Harry y Ron comieron como mulas. Luego salieron,
porque querían darse un baño. Harry saludó a Cho, que apuraba a los del equipo de
Ravenclaw para ir a entrenar. Cuando iban a flanquear las puertas, Malfoy saltó,
desde la mesa de Slytherin:
—¡Eh, Rey Weasley! ¿Tienes ya corona? ¿Has reservado ya una plaza en San
Mungo?
Ron iba a contestar, pero Harry gritó:
—¡Eh, Malfoy, me han dicho que en tu primer partido te van a atar la snitch a la
mano, tal vez así consigas atraparla!
Malfoy no respondió nada, pero su puso rojo. Harry vio a Dullymer taparse la boca
para reírse. Le saludó y salió con Ron.
—No le hagas caso —le dijo a su amigo—. El muy cretino sólo intenta
desmoralizarte porque tiene miedo de que lo hagas igual de bien que en el último
partido del año pasado.
La semana siguiente, previa al partido, transcurrió en un mar de entusiasmo. A
medida que pasaban los días, se notaba más el nerviosismo de todos, sobre todo en
Gryffindor, donde todos querían ver la actuación del nuevo equipo. Los alumnos no
paraban de dar palmadas a los miembros de equipo, y sobre todo a Harry,
animándolos, preguntándole qué tal iba todo. Harry casi no podía concentrarse en las
clases. Iba a ser su primer partido como capitán. En Pociones, al estar
desconcentrado, Snape le regañaba aún más de lo habitual, y ponía unas sonrisas
aún más repugnantes que de costumbre cuando le ponía una mala nota.
—¡Vamos, Harry! Tienes que concentrarte. Y no le hagas caso, sólo quiere
desconcentraros para el partido contra Ravenclaw... —le decía Hermione. Harry gruñía
y no decía nada.
En Defensa Contra las Artes Oscuras, habían acabado con los patronus, y
Dumbledore les explicaba cosas que el falso Moody no les había enseñado sobre las
Maldiciones Imperdonables. Hagrid, por su parte, les había llevado unos animales
llamados Kowlers. Eran muy difíciles de ver, ya que se camuflaban confundiéndose
con la vegetación, pero eran muy útiles, pues ayudaban a encontrar cualquier tipo de
planta que se necesitara, por rara que fuese. No había llevado aún ningún animal
peligroso a las clases, y todo el mundo estaba bastante contento del rumbo que había
tomado aquella asignatura, lo que alegraba enormemente a Harry.

Al fin llegó el día del partido. Durante el desayuno, Harry, Ron y Ginny recibieron
una carta de los Weasley y de Lupin, donde les daban ánimos para el encuentro. Harry
se sorprendió mucho, y gratamente, porque era la primera vez que hacían algo así. La
mañana transcurrió lentamente y los de Slytherin, en la clase de Cuidado de Criaturas
Mágicas, se mostraron especialmente desagradables.
A la hora de la comida, estaban bastante nerviosos, sobre todo Ron y Harry. Uno
por ver si lo hacía tan bien como en el anterior partido y el otro por ver el resultado de
su primer partido como capitán. Ginny, por su parte, estaba bastante tranquila.
—¿Cómo estáis? —preguntó Hermione, mirándolos a ambos.
—Bueno... un poco nerviosos —respondió Harry.
—Lo haréis bien —les dijo Hermione, sonriéndoles.
Tras terminar de comer, se levantaron para dirigirse al campo. Harry se había
tranquilizado un poco, pero Ron estaba más nervioso aún que antes.
—¿Qué te pasa? El año pasado acabaste bien, ¿no? —le preguntó Hermione,
acercándose a él.
—No sé... ¿Y si lo hago mal? Y encima estarán allí todos los de Slytherin...
—Vamos, te he visto en los entrenamientos y eres muy bueno. Lo harás muy bien
—repitió ella, animándole. Le dio un beso en la mejilla—. ¿Me dedicarás alguna
parada? Al fin y al cabo no te vi en el último partido del año pasado...
Ron se quedó mirando a Hermione como atontado, y luego sonrió.
—Claro... por... por supuesto que sí.
Harry arrastró a Ron hacia la salida del Gran Comedor, mientras el chico volvía
una vez más la cabeza para sonreírle a Hermione.
Llegaron a los vestuarios, se cambiaron y esperaron. Cuando se les llamó,
abrieron la puerta y salieron al campo, volando. El nuevo comentarista, que sustituía a
Lee Jordan, era un chico llamado Lansville, de Hufflepuff, que iba en tercero.
—¡Salen al campo los jugadores de Gryffindor, actuales campeones! ¡Ahí tenemos
a Katie Bell, Ginny Weasley y Gregory Sheldon, cazadores, Andrew Kirke y Jack
Sloper, golpeadores, Ronald Weasley, guardián y Harry Potter, buscador y capitán del
equipo!
Las gradas de Gryffindor aplaudían a reventar, mientras desde Slytherin se oían
fuertes silbidos.
—¡Aquí viene el equipo de Ravenclaw! ¡Con Bradley, Morton y Zalvin, cazadores,
Roserus y Stilwick, golpeadores, Ferziberd, guardián, y Chang, buscadora y capitana!
—Bien ¡Quiero juego limpio! ¿De acuerdo? —les dijo la señora Hooch. Harry se
situó frente a Cho. Se miraron—. ¡Cuando suene el silbato! ¡tres!....
—Suerte, Cho.
—...¡dos!...
—Lo mismo digo, Harry —dijo ella sonriéndole—. Que gane el mejor.
—...¡uno!
La señora Hooch lanzó la quaffle al aire al tiempo que hacía sonar su silbato. Los
cazadores se lanzaron a por ella, y Ginny estuvo a punto de atraparla, pero al final la
cogió Bradley, que se lanzó hacia la meta de Gryffindor. Katie le persiguió, pero no
logró darle alcance. Sorteó a Gregory Sheldon y lanzó.
—¡Bradley lanza y...! ¡¡Weasley lo ha parado!! La quaffle ahora en posesión de
Ginny Weasley, que pasa a Bell, que sortea a Morton ¡¡Uy!! Esa bludger de Stilwick ha
estado a punto de alcanzarla! Se dirige a la meta, lanza y... ¡¡Gol!! ¡Gol de Gryffindor!
Harry se alegró, y saludó a Katie. Luego se volvió hacia Ron y le hizo una seña.
Ron miraba en ese momento hacia los de Slytherin, que parecían decepcionados.
Luego decidió ponerse a buscar la snitch. Cho había empezado a buscar con decisión
tras el gol. Harry se puso también a dar vueltas alrededor del campo, sin dejar de
observar a su equipo. Ahora era Ravenclaw quien atacaba por medio de Zalvin, que se
la pasaba a Bradley. Sloper le lanzó una bludger, pero la esquivó, aunque la maniobra
permitió que Sheldon lograse arrebatarle la quaffle, que cayó en manos de Ginny,
quien se lanzó hacia la meta, sorteando con dificultad a Morton.
—¡Ginny Weasley avanza! ¡Kirke va tras ella y…! ¡Uy! Ha faltado muy poco. Kirke
ha desviado proverbialmente una bludger que ha estado a punto de golpear a Weasley
en la cabeza.
Harry observó a Ginny, que llegó a la meta y lanzó, pero Ferziberd, el guardián de
Ravenclaw, consiguió pararla. Harry hizo un gesto de rabia. Ginny se quedó un
segundo mirando a Ferziberd y luego empezó a perseguir a Bradley, que volvía a la
carga. Harry siguió dando vueltas, pero aún no había rastro de la snitch. Se cruzó con
Cho, quien le sonreía, aunque con un deje de preocupación. Harry no la perdía de
vista por si veía la snitch. En ese momento, Ron volvía a parar un lanzamiento de
Morton, pero no logró retener la quaffle, que cayó en manos de Bradley, quien se
dispuso a tirar de nuevo. Sin embargo, una bludger lanzada hábilmente por Sloper le
alcanzó en un costado, haciéndole tastabillar y soltar la quaffle. Katie descendió en
picado y la cogió, lanzándose hacia la meta de Ravenclaw, mientras Bradley maldecía
en intentaba darle alcance.
—¡Bell avanza! ¡Ha sorteado a Morton y se dirige hacia los aros! Se prepara para
lanzar y... ¡Ha hecho una extraña maniobra y la pasa a Weasley, que ha salido de
atrás! Ferziberd está mal colocado ahora y... ¡¡gol de Gryffindor!! ¡Ginny Weasley ha
marcado!
Las gradas de Gryffindor chillaban a reventar. Harry levantó un pulgar en dirección
a Ginny, quien le sonrió. Esa jugada había sido idea de él y de Ron, y la habían
ensayado las dos últimas semanas.
Cho parecía cada vez más apurada por encontrar la snitch. Estaba casi del otro
lado del campo, cerca de Ron. Harry le miró y vio un reflejo dorado cerca del aro
izquierdo. Harry intentó acercarse no demasiado rápido ni directo para evitar que Cho
se diera cuenta, pero ella también lo vio. Se lanzó a por la snitch, y Harry aceleró
cuanto pudo, pero estaba demasiado lejos. Cho se acercaba al aro, cuando Sloper,
que se había dado cuenta, le lanzó una bludger obligándola a desviarse. La snitch se
movió hacia el otro lado, acercándose algo más a Harry, que aceleró más. Cho
recurperó velocidad y se dirigió también hacia la snitch. El estadio había callado,
expectante ante la jugada. Ambos cazadores estiraron la mano, pero en ese momento,
la snitch se movió muy rápidamente. Harry no vio hacia donde iba porque tuvo que
hacer un movimiento muy brusco, al igual que Cho, para evitar chocar.
—¿Estás bien? —le preguntó. Habían faltado cinco centímetros.
—¡Sí! —le gritó Cho, que empezó a mirar por si volvía a ver la snitch.
El partido continuó. Pasó más de media hora antes de que volviera a verse rastro
de la snitch, que parecía particularmente difícil. En ese tiempo, Katie logró marcar
otros dos tantos, con lo que Gryffindor se puso cuarenta a cero, pero Ravenclaw logró
recortar veinte puntos por medio de Bradley. En el momento en que Ginny y Katie se
dirigían de nuevo hacia la meta de Ravenclaw después de una parada de Ron,
siguiendo otra de las jugadas ensayadas, Harry vio la snitch cerca de las gradas de
Slytherin, y se lanzó hacia allí a toda velocidad. Algunos alumnos tuvieron que
agacharse. Cho le vio, y se lanzó a su vez. La snitch volvió a moverse de nuevo y
empezó a dar vueltas, cerca de suelo, muy rápida. Harry la persiguió, seguido de Cho.
Pero la Saeta de Fuego de Harry era más rápida, y la snitch también era muy veloz,
así que Cho no logró mantenerse a la altura. Viendo que así no conseguía nada,
levantó el vuelo intentando averiguar hacia dónde seguiría la snitch. Por suerte para
ella, la snitch subió y se dirigió hacia atrás, a unos cuatro metros de altura. Harry viró e
intentó seguirla, pero la snitch se dirigía recta hacia Cho. Viendo que la iba a coger,
Harry aceleró al máximo la Saeta, situándose a un metro de la pequeña esfera dorada.
Se dio cuenta de que Cho iba atraparla, así que hizo lo único que podía. Se irguió,
estiró la mano... y saltó. Saltó sin pensar, mientras la escoba iba a casi doscientos
kilómetros por hora. Logró agarrar la snitch un segundo antes de que pasara Cho.
Cayó por el suelo a toda velocidad, dando vueltas y volteretas, rodando por el césped,
haciéndose un ovillo para evitar hacerse demasiado daño. Por suerte, las túnicas de
quidditch era de muy buena calidad a la hora de evitar daños. Cuando se detuvo,
estaba mareado, medio inconsciente y le dolía todo el cuerpo. Todo el estadio quedó
en silencio, incluso el comentarista, Lansville. Momentos después, oyó vagamente que
decía:
—¡¡Harry Potter está en el suelo!! ¡Ha saltado de su escoba y ha caído! ¡No se
mueve!
Harry, haciendo un esfuerzo terrible, levantó algo el brazo y dejó ver la snitch, que
aún tenía atrapada en su mano.
El estadio prorrumpió en gritos. En las gradas de Gryffindor, los alumnos saltaban.
Los de Ravenclaw, que se veían ganadores al ver cómo la snitch se dirigía hacia Cho,
se veían abatidos, y los de Slytherin silbaban.
—¡¡Harry Potter ha atrapado la snitch!! ¡Gryffindor gana por ciento noventa a
veinte!
Harry ya no oyó más. Dejó caer el brazo. Vio fugazmente como los jugadores del
equipo de Gryffindor bajaban y le rodeaban, preocupados. Luego no resistió más y se
desmayó.

Cuando horas después recuperó la conciencia totalmente, todo su equipo le


rodeaba aún. Estaba en la enfermería, y también Hermione estaba allí.
—¿Estás bien, Harry? —le preguntó su amiga, que, al igual que todos los demás,
parecía muy preocupada.
—¡Ay!, creo que sí... —dijo, incorporándose y poniéndose las gafas, y volviendo a
caer en la cama, dolorido.
—¡Ha sido una jugada increíble, Harry! —le dijo Ron, emocionado.
—Sí... pero no sé si volvería a repetirla. Creí que me mataba... ¡Pero hemos
ganado! Lo habéis hecho todos muy bien. Mejor incluso de lo que me esperaba.
La señora Pomfrey le dijo que tendría que quedarse hasta el día siguiente en la
enfermería, y les dijo a los demás que se fueran, que debía dormir y descansar. Todos
se fueron. Hermione y Ron le dijeron que vendrían a verlo después de cenar. Hagrid le
envió dos trabletas de chocolate de Honeydukes, junto a una tarjeta de felicitación por
lo bien que lo había hecho.
Antes de la cena, Ginny volvió a verlo. Le traía unas ranas de chocolate que tenía
guardadas.
—No deberías haberlo hecho, Harry —le dijo Ginny, con cara de preocupación—.
Si llegas a chocar contra algo te habrías matado.
—Lo hice sin pensar... Vi que la snitch se dirigía hacia ella y sin más, salté. Si lo
hubiera pensado dos segundos te aseguro que no lo habría hecho.
—De todas formas, esa jugada pasará a la historia. Nunca había visto nada igual.
—Tú también estuviste muy bien. Marcaste un gol.
—Sí, pero fallé dos... Katie es mucho mejor que yo.
—Ya, pero ella lleva seis años en el equipo, al fin y al cabo.
Después de charlar otro rato, Ginny se despidió y bajó a cenar. Unos minutos
después de salir ella, llegó Cho. Venía sola.
—Hola Harry...
—¡Ah!, hola Cho.
—¿Te encuentras bien?
—Sí... más o menos. ¿Y tú?
—Bien. Bueno... un poco triste, si te soy sincera —dijo con una sonrisa un poco
forzada.
—Ya. Lo siento... pero has jugado muy bien. Si no llego a ser tan loco como para
tirarme de la escoba habríais ganado.
—Ya, pero te tiraste. Fue una gran jugada. Aunque creí que te matabas cuando te
vi saltar...
—Yo también creí que me mataba en cuanto salté... pero ya era tarde, debí
haberlo pensado antes.
Cho soltó una risita y le miró.
—Bueno, aun no está todo perdido. Si ganamos a Hufflepuff y a Slytherin, y...
bueno, no ganáis los dos partidos que quedan... Aunque ya no podré ganarte nunca.
Me has derrotado todas las veces.
—Bueno, sólo nos hemos enfrentado en dos ocasiones, ¿no?. En cuanto al
campeonato, no te rindas, aún falta mucho por decidir, aunque no os lo vamos a poner
fácil.
—Eso espero. No me gustan las victorias demasiado sencillas —dijo ella riendo—.
Bueno, Harry, me voy a cenar. Que te mejores.
—Gracias. Y gracias también por venir a verme.
—No hay de qué. Somos amigos, ¿no?.
Harry le sonrió y Cho, dándole un beso en la mejilla, se fue. Harry se quedó un rato
mirando hacia la puerta por la que había salido.
La señora Pomfrey le trajo una sopa para cenar, y luego le dio otra cucharada de
una pócima que Harry reconoció como una de las pociones curativas que habían visto
con Snape, y que afortunadamente no sabía tan mal como la poción crecehuesos.
Después de cenar, volvieron, como le habían dicho, Ron y Hermione, pero no
venían solos: Henry Dullymer venía con ellos.
—Hola Harry —saludó al entrar—. ¿Qué tal estás?
—Bueno, podría estar mejor...
—¡Ha sido una jugada excepcional! —exclamó Henry, muy contento—. ¡Draco no
se lo creía! Nunca va a poder superar eso...
Harry sonrió. Si Malfoy se moría de la envidia entonces había merecido la pena
tirarse de la escoba... o bueno, casi.
—Veníamos a verte, cuando nos encontramos a Henry —le explicó Hermione—.
Nos dijo que también le apetecía venir, y nos acompañó.
—Gracias —le dijo Harry.
—¡Oh!, no es nada. Somos amigos ¿verdad? Además, es muy probable que seas
el buscador del colegio para el torneo y debes de estar en forma... Necesitas apoyo.
—Debes de ser el único de Slytherin que se alegra —le dijo Ron.
—Bueno... no puedo decir que me alegre de que hayáis ganado, eso le pone las
cosas más difíciles a Slytherin, pero qué se le va a hacer... y no es cierto que nadie en
Slytherin se alegre de que Harry esté bien, aunque no lo reconozcan.
Estuvieron charlando animadamente un buen rato, hasta que Madame Pomfrey los
echó a todos de la enfermería, alegando que Harry tenía que descansar. Sus dos
amigos y Dullymer se despidieron y salieron de la enfermería.

Al día siguiente, por la mañana, la señora Pomfrey le dio a Harry el desayuno y


luego le dijo que podía irse ya. Harry se vistió y se dirigió a la Torre de Gryffindor,
exultante de alegría. Al entrar, todos los Gryffindors que estaban despiertos
empezaron a vitorearlo. Aún se veían en la sala los restos de la fiesta de la noche
anterior. Durante todo el día duró la celebración, y durante la comida, fue la mesa de
Gryffindor la más ruidosa. Cuando salieron después de comer, Harry aprovechó para
saludar a Malfoy, alegrándose aún más de la cara de rabia y decepción de Draco.
—Seguro que le hubiese gustado que te hubieses matado en el partido —Dijo Ron
al ver la cara de Malfoy.
—Seguramente. Mejor para Slytherin y sensacional para Voldemort.
—A lo mejor a Draco le daba un infarto de la emoción...
Todos rieron.
Durante la noche, en la sala común continuó la fiesta que habían celebrado la
noche anterior, ya que ahora estaba Harry, sin embargo, no se quedó demasiado rato
y se fue a acostar temprano. Aún le dolía un poco el cuerpo del partido del sábado
anterior, y se encontraba cansado, pero estaba totalmente feliz. Sonriendo, no tardó
en dormirse.

Su sueño fue tranquilo y sosegado, hasta que, en algún momento de la noche, la


cicatriz empezó a dolerle, suavemente al principio, y luego más fuerte, pero no se
despertó. Se hundió más y más en un sueño oscuro. Se sumió en las sombras, se
sintió caer en la oscuridad, hasta que de pronto chocó contra el suelo. Harry abrió los
ojos y miró. No se sentía en absoluto como él mismo. No estaba en Hogwarts, sino en
un bosque, y era casi de noche. Era más viejo, y además no estaba solo. Se sentía
igual que la otra vez, que en el otro sueño... pero este momento era antes de aquello.
No mucho más, pero sí era anterior. Harry no podía explicar cómo lo sabía, pero lo
sabía. Había venido a hacer algo importante, muy importante, aunque aún no sabía
qué era. Comenzó a andar. Era alto, y poderoso... y se sentía lleno de odio, libre de
todo otro sentimiento, excepto una extraña alegría... todo estaba a punto de acabar, la
última barrera, el último escollo del camino estaba ante él. Esa noche pondría fin a su
largo viaje. Esa noche sellaría su unión, destruiría lo único que se interponía entre él y
la fusión total. Harry no sabía exactamente qué era. Sabía, sin embargo, que lo había
conseguido. Sus enemigos estaban destruidos, sus seguidores, por devoción o por
miedo, eran cientos... había logrado alcanzar casi el control absoluto... sólo le faltaba
aquella cosa, aquel detalle que le impedía sentirse pleno, sentirse unido, aquella
última amenaza que podría hacer que se derrumbase todo su poder como un castillo
de naipes. Siguió andando por el bosque, totalmente oscuro aun a la luz de la luna, y
se acercó a un claro, cerca de un pueblo. La luna llena brillaba con fuerza, y Harry
contempló la casa que estaba frente a él. Se hallaba en las sombras, y ninguna luz
había en su interior. Pero él sabía que estaban allí. Se acercó, sin hacer ruido, como
una sombra. Sacó su varita y apuntó a la puerta. Su voz, fría y cruel, pronunció
«alohomora», pero la puerta no se abrió. Sonrió. Volvió a apuntar e hizo un fluido
movimiento. La puerta se consumió y desapareció, sin apenas hacer ruido, y él
penetró en la casa, encontrándose en un oscuro vestíbulo. Avanzó lentamente por un
corredor hasta una habitación en penumbras. Sólo un difuso y mortecino fuego
iluminaba débilmente la estancia. Harry podía sentirlo, estaba muy cerca de llegar al
final. Había esperado tanto... Y de pronto los vio. Allí estaban, frente a él. Los últimos,
los únicos que quedaban, los únicos que se atrevían aún a hacerle frente. Si superaba
la prueba, si vencía aquella noche, ya nada se opondría en su camino. Los miró, con
odio, con desprecio. Sus rostros permanecían en las sombras, pero a Harry le
resultaban conocidos ¿Quiénes eran? Sintió miedo, sintió horror. Sabía para qué
había ido allí: Había ido a matar. Las dos figuras se irguieron, firmes, sujetando las
varitas con una mano. Con las manos libres se cogieron, para enfrentarse, unidos, a la
amenaza que se cernía sobre ellos. Le esperaban. Harry percibió su miedo, percibió...
resignación... pero también percibió algo más... algo que no le gustaba, algo que le
costaba reconocer, algo que casi había olvidado: era amor. Se querían, se querían
mucho, y estaban juntos frente a él. Se le enfrentarían juntos, y, si no había más
remedio, morirían juntos. Una parte de él sintió asco y desprecio por lo que percibía,
pero otra parte, escondida, profunda, sintió un leve calor... deseaba también ese amor
que sentía, sabía que podía tenerlo, como antes lo había tenido... pero para ello tenía
que romper aquella cárcel, aquella unión... si ellos morían ya no habría escape, ya no
habría solución. Luchó, luchó por evitarlo. Pensó, por última vez, que quizás podría ser
diferente, quizás podría ser feliz, con ellos... pero no podía. La parte malvada se
impuso: Iba a hacer lo que había ido a hacer. Lentamente, se bajó la capucha y los
miró.
—Has venido —dijo una de las figuras. Aquella voz... ¿Por qué Harry no sabía
quienes eran? En el sueño, su yo lo sabía... lo sabía, pero él no conseguía averiguarlo
—. Después de todo, has venido.
—Sí. He venido. Es la hora... vuestra hora —se rió. Con una risa cruel, fría,
desprovista de humanidad. Miró al fuego y le apuntó con su varita. El fuego crepitó y
creció, e iluminó toda la estancia. Volvió la cabeza lentamente, y les vio. Vio a sus
últimos enemigos, su última barrera, los últimos que se le oponían, y se sintió
horrorizado. Intentó gritar de miedo, de terror, pero no pudo. Su yo sonrió, con
desprecio, mientras Harry intentaba gritar con todas sus fuerzas, huir, dejar de ver lo
que sabía que iba a ver... pero no podía. Estaba atrapado allí, lo quisiera o no.
Frente a él, agarrados de la mano, temblando, con lágrimas cayéndoles de los
ojos, estaban Ron y Hermione, sus amigos en otro tiempo, pero ahora también sus
enemigos. Ninguno de los magos con los que se había enfrentado podía hacerle tanto
daño como el amor que una parte de él mismo aún sentía por ellos. Le miraban con
los ojos llorosos, pero con la voz firme. Hermione llevaba la misma ropa que le había
visto en aquel otro sueño, donde la había matado. Estaban solos, aguardando por él.
Sabían que iba a ir, que quería matarlos, pero aún así habían esperado. Habían
esperado porque sabían que eran lo único que podría separar a Harry de Voldemort,
los únicos que podrían aun recuperar a su amigo. Las dos últimas personas a quienes
él aún quería... si morían, ya no habría escape, todo estaría perdido. Harry intentó
despertar, intentó detenerse, decir algo, pero no podía, estaba atrapado y ni siquiera
podía cerrar los ojos ni apartar la vista... Voldemort dominaba... Voldemort intentaba
aniquilar el único poder de Harry que él no poseía, el poder que impedía la total unión,
el único poder que podía aún hacer fracasar sus planes...
—¿Estáis preparados? —preguntó, sin atisbo de humanidad en la voz.
—Siempre lo hemos estado —respondió Hermione, tranquilamente—. ¿Vas a
matarnos?
—A eso he venido. Me habéis causado problemas, me habéis causado muchos
problemas... pero eso se acabó. Sois la última puerta entre el poder absoluto y yo. He
pasado por encima de todos los que se me han opuesto, y también pasaré sobre
vosotros.
—Vas a matarnos —dijo Ron, mirándole fijamente a los ojos—. Vas a matarnos
como mataste a Ginny... como mataste a mis padres, a mis hermanos, ¿verdad? Vas
a hacerlo. Nosotros aún te queremos, Harry... y tú vas a matarnos...
¿Qué decía Ron? ¿Qué él había matado a todos los Weasley? No podía ser, no
podía ser... ¡Eran su segunda familia! ¡No podía haberlos matado! Aquello tenía que
ser una pesadilla, tenía que ser un error...
—¡¡Cállate!! —le gritó. No quería oír que ellos aún lo querían, que lo amaban, no
quería oír aquellas voces compasivas. ¿Por qué no le odiaban? Tenía que acabar
pronto—. Sí —respondió por fin—. Igual que a ellos. Murieron luchando, Ron. ¿Vas a
luchar tú también? ¿Vas a enfrentarte a mí?
—Lo hiciste —continuó Ron, como si no le hubiera escuchado—. Los mataste: a
mis padres, que siempre te ayudaron. Te dieron un hogar cuando en tu casa te
despreciaban, te trataron como a un hijo... ¡mejor que a un hijo! Y así se lo pagaste... y
mataste a Ginny. Ella te quería, siempre te había admirado, y tú la mataste igual. Y a
mis hermanos... —Sacudió la cabeza y miró hacia él—. Serás muy poderoso, pero
para mí sólo eres un monstruo...
Harry les miraba, les escuchaba, aunque sabía que no debía hacerlo, había
planeado llegar y matar, sin más. Si esperaba demasiado...
—Sí, es cierto —reconoció—. Siempre se portaron bien... por eso los maté sin
sufrimiento, Ron. Y a vosotros os mataré igual, a pesar de todos los problemas que me
habéis dado... os prometo que no os dolerá.
—Harry no lo hagas —pidió Hermione, y una lágrima resbaló por su cara—. Aún
puedes salvarte, Harry... Nosotros aún te queremos, eres nuestro amigo. Harry...
Sintió un ramalazo de furia, pero también una suave y dulce ola de calor. Tenía
que apagar aquella sensación. No quería escuchar a Hermione, no quería oírla, no
debía. Era peligroso...
—¡¡YO NO SOY HARRY!! —gritó—. ¡¡Soy el Señor Tenebroso!! ¡¡El Señor
Tenebroso!!
—Sí, sí lo eres. Dentro de ti, aún lo eres... sé que sí —dijo Ron, desafiante
—Lucha contra él, Harry. Él no es nadie. Nadie le quiere, nadie haría nada por él.
Tú le venciste muchas veces, puedes volver a hacerlo, Harry, sé que puedes...
Harry temblaba de furia, de odio, de rabia... tenía que terminar pronto. Levantó su
varita hacia Hermione.
—¡¡He dicho que te calles, asquerosa sangre sucia!! —Apuntó al corazón de su
amiga en otro tiempo, iba a matarla. Tenía que hacerlo ya... pero Ron se interpuso.
—¡No! —gritó, levantando la varita y apuntando a Harry, llorando, mientras cubría
a Hermione—. No lo harás.
—¡¡Ron!! ¡¡NO!! —gritó Hermione.
—No dejaré que la mates delante de mí, maldito asesino, no te dejaré... —dijo
Ron, mientras levantaba la varita.
—Apártate —siseó Harry.
—No te temo y lo sabes…
—¡Apártate!
Ron apuntó, pero Harry hizo un gesto y cayó con fuerza contra una mesa,
golpeándose.
—¡Ron! —gritó Hermione, agachándose junto a él. Volvió la vista hacia Harry—.
¡¿Por qué haces esto?! ¿Por qué nos haces esto, Harry? ¿Por qué te has convertido
en lo que eres...?
—¡¡TE DIJE QUE TE CALLARAS!! —Levantó su varita y apuntó—. ¡Crucio!
Hermione se doblegó del dolor. Harry nunca había sentido nada así. El dolor de
Hermione le producía un sombrío placer que nunca había sentido, pero, al mismo
tiempo, un inmenso sufrimiento recorría su alma... o lo que quedara de ella.
—¡¡DÉJALA!! —gritó Ron. Hizo un movimiento y Harry sintió un golpe. Los chillidos
de Hermione se convirtieron en gemidos. Se levantó, dolorida. Harry sonrió.
—Vaya, el joven Weasley sabe jugar... Veamos qué te parece si ella muere
primero...
Volvió a levantar su varita y apuntó a Hermione, directamente a su corazón, Pero
Ron volvió a ponerse en el medio, cogiéndole la mano a su amiga.
—No voy a dejar que lo hagas, maldito asesino, no voy a dejarte...
—¡Ron! ¡Apártate, Ron! —gimió Hermione.
—No. No voy a dejar que te haga daño. No te perderé a ti como perdí a todos los
demás...
Levantó su varita y abrió la boca, pero Harry fue más rápido, y aunque por dentro
sentía como si se partiese en dos, de su boca sólo salio una risa acompañada de las
palabras:
—¡Avada Kedavra!
—¡¡NOOOOOO!! —chilló Hermione, cerrando los ojos.
El torrente de muerte verde salió de la varita de Harry. Ron vio lo que se le venía
encima, consciente de que iba a morir, y dirigió una última mirada a los ojos de Harry,
suplicante, una última mirada en donde se veían grabados todos los grandes
momentos que habían pasado juntos, todas las cosas que habían hecho... vio las
partidas de ajedrez, vio el viaje en el Ford Anglia, vio los Mundiales de Quidditch, los
partidos en el colegio, los paseos furtivos por Hogwarts bajo la capa invisible... vio los
ojos del hermano que nunca había tenido, de un hermano al que estaba asesinando...
y entonces el torrente verde alcanzó a Ron, sonó un chasquido, y sus ojos se
vaciaron. De su boca salió un último y débil «Harry...» y cayó al suelo, muerto,
sosteniendo aún la varita con una mano, y agarrando aún con la otra la mano de
Hermione, que cayó a su lado, abrazándole, llorando desconsolada sobre el cadáver
de su amigo.
Harry le apuntó a ella, pero ya no era capaz, no en ese momento... No podía, no
podía hacerlo... estaba dividido. Sabía que eso pasaría en breve, sí, porque ya no
había nadie por quien luchar, sólo necesitaba descansar un rato, tranquilizarse... ya
sabía que iba a ser difícil, pero estaba hecho. Esa parte de él que aún amaba... moría.
Ahora sólo quedaba ella, la sangre sucia, que lloraba. Se levantó, temblorosa,
apuntándole con su varita.
Harry se sentía morir, se sentía destrozado, no podía hacer nada, no podía
detenerse, lloraba por Ron, lloraba por Hermione, lloraba por sí mismo. Se había
convertido en un monstruo. Quería despertar, salir de allí, pero no podía.
—¿Qué vas a hacer, muchacha? ¿Qué intentas?
—Vas a pagarlo... vas a pagarlo... —murmuraba Hermione—. ¡¡Era tu amigo!! ¡¡Tu
mejor amigo!! ¡¡Habría muerto por ti, Harry!! ¿Cómo pudiste matarlo? ¡¿CÓMO
PUDISTE MATARLO?! —gritaba Hermione, llorando de furia, de rabia, de
desesperación.
Harry no quería seguir oyendo, los gritos de Hermione le perforaban... Hizo un
gesto con su varita y la de Hermione saltó de su mano, partiéndose. Luego se tocó la
Marca Tenebrosa que tenía en un brazo, y al momento aparecieron varios mortífagos
rodeándole. Señaló a Hermione con el dedo y ellos la cogieron, se la llevaron, aún
llorando, peleando por coger a Ron. Ordenó que se la llevaran, porque él no podía
matarla, no podía hacerle daño en aquel momento. Ella moriría después, por
supuesto, pero en ese momento no podía hacerlo, acababa de matar a Ron, y ya era
demasiado para un día. Los mortífagos arrastraron a Hermione, que dejó de resistirse,
llorando, pero Harry ya no vio más, porque se iba, y la cicatriz le dolía, le ardía
intensamente. Todo se volvió oscuro un momento y entonces despertó.

Estaba sudando a mares, la cicatriz seguía doliéndole y temblaba. Acababa de ver


como asesinaba a su mejor amigo y como había ordenado que se llevaran a Hermione
para matarla. Harry no se había sentido peor en toda su vida.
9

De Mal en Peor

Harry no consiguió volver a pegar ojo en toda la noche. El recuerdo le


atormentaba, y cada vez que cerraba los ojos veía a Ron, cayendo muerto, con
aquella última mirada. No entendía nada. Había estudiado Oclumancia, la dominaba,
la cicatriz casi no le dolía nunca... ¿Cómo podía haber visto aquello? Aunque no era
como las visiones que tenía de lo que Voldemort hacía. La sensación era distinta,
como la otra vez...
Se levantó y se acercó a la ventana, mirando hacia los terrenos del Colegio, hacia
la cabaña de Hagrid y más allá, hacia el Bosque Prohibido. No sabía qué hacer...
tendría que volver a hablar con Dumbledore. Se levantó y bebió un poco de agua. Se
acercó a la cama de Ron, pero mirarle le producía dolor... Había sido tan real verle
morir... y una parte de él, horrible, había disfrutado matándole...
Volvió a la cama, intentando olvidar esos pensamientos, pero no podía. No logró
volver a dormir pese a intentarlo. Simplemente daba vueltas en la cama,
revolviéndose, viendo las terribles imágenes de su sueño cada vez que cerraba los
ojos.
Cuando llegó la mañana, salió de la cama temprano, y bajó a la sala común,
esperando que llegase la hora de desayunar en el Gran Comedor. En cuanto vio que
eran las ocho y media a comer, aunque apenas tenía hambre. Aún estaba allí,
intentando terminarse una tostada (la primera), pensativo, cuando llegó Dumbledore
con la profesora McGonagall. Esa tarde tenían clase de Oclumancia, como todos los
domingos, y Harry pensaba aprovechar para hablar con el director. Pero antes
hablaría con Ron y Hermione, y ellos también acudirían, con él, al despacho de
Dumbledore.
Se iba a levantar, y a dirigirse de nuevo a la sala común de Gryffindor, cuando
apareció en el comedor Henry Dullymer.
—¡Harry! ¡Qué sorpresa, verte aquí tan temprano! ¿Te sucede algo? —preguntó
Dullymer con cara de preocupación, al ver la expresión de Harry.
—No, Henry. Es que he tenido una mala noche...
—Ya. ¿Celebrando hasta tarde las victorias, eh? —dijo con su sonrisa habitual.
—Eh... sí, supongo que fue eso —contestó Harry, forzando una sonrisa—. Bueno,
Henry, si me disculpas... tengo bastantes cosas que hacer...
—Sí, claro. La verdad yo también tengo muchísimo trabajo. Por eso me he
levantado tan temprano. La próxima semana jugamos contra Hufflepuff y voy a tener
mucho menos tiempo, con los nervios y eso...
—Ya —le dijo Harry rápidamente—. Bueno, ahora, si me disculpas...
—Claro, claro. Hasta otra, Harry.
—Adiós, Henry.
Harry se dirigió rápido hacia la Torre de Gryffindor. Por el pasillo se encontró con
varios de sus compañeros, que se dirigían a desayunar. Todos le palmoteaban la
espalda y le preguntaban de dónde venía tan temprano. Harry apenas conseguía
forzar una sonrisa e irse librando de todos sin parecer demasiado desagradable. Sólo
quería sentarse en un sillón, o acostarse sobre su cama, y estar solo... o hablar con
Ron y Hermione, aunque no sabía cómo se sentiría en su presencia... una vez era
soportable, había superado con bastante éxito la prueba de contarles a sus amigos, y
sobre todo a Hermione, su primer sueño, pero ahora, volver a pasar de nuevo por ello,
y además esta vez también ver la mirada que Ron pondría...
Y para su suerte (o su desgracia, según lo pensara), al entrar en la sala común se
los encontró a los dos.
—Oye Ron, ¿dónde...? ¡Ah! Harry —dijo Hermione al verlo entrar—. ¿De dónde
vienes?
—De desayunar...
—¿Tan temprano? —le preguntó Ron, extrañado—. Sí que debías de tener
hambre...
—Pues la verdad es que no... —musitó Harry.
—¿Entonces? —le preguntó Hermione, que empezó a poner cara seria al mirar a
Harry—. ¿Te encuentras bien?
—Es que no he dormido apenas nada...
Era tan difícil estar allí, frente a ellos, cuando hacía unas horas había presenciado
como los destruía... Allí estaban, uno al lado del otro, como en el sueño. Harry pensó
que si se les ocurriese cogerse de las manos, echaría a correr gritando.
—Oye, Harry, más vale que nos digas lo que te pasa... —le amenazó su amiga.
—Está bien, pero vámonos a un sitio tranquilo —dijo al ver que la sala común se
llenaba de gente—. No quiero estar aquí dentro...
—¿Qué sitio? —preguntó Ron.
—Vámonos afuera. Hace buen día.
Salieron de la sala común, siguiendo a Harry, que los llevó cerca del lago, donde
no había nadie. Hermione y Ron le siguieron lanzándose miradas de preocupación.
—Vamos, Harry. Dinos qué te pasa. Nos tienes preocupados —le dijo Hermione
cuando finalmente se detuvieron.
—Bueno... —Harry no sabía muy bien cómo decirlo.
—¿Qué? Vamos, Harry, habla —le apremió Ron.
—¡No es fácil, Ron! —gritó, irritado.
—Está bien, amigo, tranquilo. —Ron no parecía enfadado por el estallido de furia
de Harry, sino más preocupado, al igual que Hermione.
Harry se dio la vuelta, mirando al lago. Cogió una piedra y la lanzó al agua. Sentía
las miradas de sus amigos clavadas en su espalda.
—He tenido otro sueño —dijo por fin.
—¿Otro sueño? —preguntó Hermione—. ¿Uno de esos sueños con Voldemort?
—No... es como el que tuve en julio. Un sueño donde yo y Voldemort éramos casi
lo mismo...
—¿Como aquel en el que... en el que me matabas a mí?
—Sí —respondió Harry.
—Pe-pero ¿Cómo? —preguntó Ron—. Ahora casi nunca te duele la cicatriz
¿verdad?
—No. Y no sé cómo puedo soñar esto, porque ya prácticamente domino la
oclumancia a la perfección. ¡Se supone que Voldemort no podría volver a entrar en mi
mente!
—¿Qué... qué sucedía en el sueño, Harry? —preguntó Hermione, dando la
impresión de que realmente preferiría no saberlo.
—Era un momento anterior al otro sueño. No mucho. Quizás solamente días, pero
era antes...
—¿Entonces yo estaba viva?
—Sí. Tú... y Ron. Estabais juntos, en una casa. Sólo quedabais vosotros...
—¿Sólo quedábamos nosotros? —preguntó Ron, sin comprender.
—¡Sí! Erais mis últimos enemigos... los únicos que quedabais para enfrentarse a
mí... los únicos que aún podíais hacer algo.
—¿Qué...? Nosotros... ¿Tus últimos enemigos? —preguntó Ron de nuevo, aún
más confundido.
—Sí, Ron. Ya sabes... yo era malvado, malvado y muy poderoso. Sólo vosotros os
interponíais en mi camino... porque yo, o la parte de mí que quedaba, aún os quería.
Eso era lo único que podía hacer fracasar todos mis... bueno, los planes de Voldemort,
o de quien quiera que fuera yo...
—Ya... Pero, ¿y Dumbledore? ¿Y todos los demás?
—No sé... quizás muertos. De todos modos daba lo mismo. Sólo vosotros podíais
detenerme, si lograbais hacer que nos separamos yo y Voldemort... Él no soporta el
afecto, el cariño... en el sueño sufría al veros...
—¿Qué sucedió, Harry? —le dijo Hermione, que se temía ya el desenlace.
—Bueno... yo entraba en la casa, iba a mataros, para librarme de todos aquellos a
quienes había querido... Ron y tú estabais cogidos de la mano, esperándome... Ron
me decía que yo... que yo había matado a toda su familia...
—¡¿Qué?! —gritó Ron—. ¿Mis padres? ¿Mis hermanos...?
Harry asintió, lentamente.
—¿Recordáis que os dije que en el otro sueño tú estabas sola, Hermione?
—Sí —dijo la muchacha, cada vez más afligida.
—En este sueño... es cuando mueres tú, Ron —le dijo a su amigo—. Moriste para
proteger a Hermione... a... a ella hacía que se la llevaran los mortífagos. No pude
matarla allí, estaba destrozado y débil por tu muerte, pero lo había conseguido... ¡Era
horrible!
Harry empezó a sollozar. Ron estaba petrificado. Hermione temblaba, y le pasó a
Harry un brazo por los hombros, apretándolo contra ella.
—Vamos, Harry... todo eso no es cierto... tú nunca lo harías, nunca... Sólo son
trucos de Voldemort...
—Claro, Harry —la apoyó Ron, que parecía un poco recuperado, aunque seguía
lívido—. Yo sé que tú nunca... que nunca nos harías daño.
—¡¿Cómo podéis estar tan seguros?! —preguntó Harry, casi gritando—. ¿Cómo lo
sabéis?
—Harry, te conocemos —dijo Hermione con voz calmada—. Sabemos que nunca
nos harías daño, nunca...
—¡Yo no estoy tan seguro! ¡Vosotros no lo visteis, no estabais allí...! yo... yo me
sentía tan distinto, tan capaz de todo... Unido a él ¿quién sabe qué sería capaz de
hacer?
—Pero tú nunca te unirías a él —repuso Hermione.
—No por mí... —dijo Harry—. Pero ¿y si me obliga?
—¿Cómo iba a obligarte? —preguntó Ron
—¡No lo sé! Él es Voldemort. Sus poderes han crecido. Derrotó a Dumbledore,
¿recordáis? ¡Es el mago más poderoso del mundo!
—Con Dumbledore es con quien tienes que hablar, Harry. Ya tiene que saber algo
respecto a estos sueños. Y tiene que haber una explicación para que los tengas aun
cuando dominas la Oclumancia.
—Esta tarde hablaré con él, cuando tenga que acudir a las clases. Y vosotros
vendréis conmigo.
—¿Nosotros? —preguntó Ron, sorprendido.
—Pues claro. Estáis tan implicados como yo en esto.
Hermione asintió. Se quedaron un rato callados, y luego decidieron volver al
Castillo, dando un paseo por primero por el campo de quidditch. No hablaron apenas.
Desde allí emprendieron el regreso hacia el castillo. Estaban cerca de las puertas
cuando vieron salir a los de Slytherin, que se acercaban con sus escobas para
entrenar para el partido.
Los tres amigos procuraron poner una expresión de disimulo cuando se cruzaron
con Malfoy y los demás.
—¿Qué hacías en el campo, Potter? —soltó Malfoy con expresión de desprecio—.
¿Buscar tus dientes?
Los de Slytherin rieron la gracia. Harry miró a Malfoy de forma amenazante.
—A no ser que te creas más poderoso que Voldemort, Malfoy, cállate. —Harry le
apuntó con la varita. Los jugadores de Slytherin habían dado un respingo y se habían
quedado serios al oír el nombre.
Malfoy iba a replicar, cuando alguien gritó:
—¡Potter!
Harry se volvió en dirección al castillo. Era Snape, que salía del vestíbulo con paso
rápido. Harry pudo ver la sonrisa que se dibujaba en la expresión de Malfoy.
—¿Amenazando a otro alumno, Potter? —dijo Snape con desprecio—. Bien, diez
puntos menos para Gryffindor. Y ahora volved al castillo. Y vosotros, a entrenar —
ordenó al equipo de Slytherin, que se fueron riéndose por lo bajo hacia el campo de
quidditch.
—¡Oh, claro que sí! —dijo Harry, rabioso—. Defienda usted a su querido Malfoy.
Será un estupendo mortífago algún día ¿verdad? Al igual que su padre.
Snape le miró, con furia.
—Eso, Potter, creo que no tiene nada que ver con lo que ha pasado aquí. Y ahora
regresa al castillo si no quieres que te quite otros diez puntos.
Harry le miró con un odio visceral, pero no dijo nada más. Entró en el vestíbulo,
seguido por Ron y Hermione.
—¡Maldito imbécil! —dijo Ron—. ¡Ojalá una bludger le abra la cabeza!
—¿A Malfoy o a Snape? —preguntó Hermione.
Ron dudó un momento y finalmente respondió:
—A los dos.
Se dirigieron a la sala común, donde estuvieron toda la mañana, hasta la hora de
comer. Luego, a las cinco, se dirigieron al despacho de Dumbledore.
Harry pronunció la contraseña, «caramelo de limón», y los tres subieron por la
escalera hasta el despacho, donde ya los esperaba el director.
—Hola Harry —saludó. Luego se fijó en Ron y Hermione—. Señor Weasley,
señorita Granger... ¿Qué hacen aquí?
—Harry quería que viniéramos, profesor —le explicó Hermione—. Tiene algo
importante que contarle.
Dumbledore volvió su mirada hacia Harry, con expresión grave.
—¿Qué ha sucedido, Harry?
—He tenido otro sueño, profesor. Otro sueño en el que yo estaba unido a
Voldemort...
—¿Has tenido otro sueño de esos? —preguntó Dumbledore, preocupado—. ¿Esta
noche?
—Sí
Dumbledore no dijo nada durante unos segundos.
—¿No se supone que no tendría que tener más sueños de esos? Ahora domino la
Oclumancia bastante bien...
Dumbledore pareció pensarse lentamente la respuesta antes de responder.
—Temo, Harry, que la oclumancia no te protegerá de esos sueños.
—¿Cómo? ¿Pero no se suponía que era eso lo que...?
—La Oclumancia impide que Voldemort acceda a tus pensamientos, o que pueda
enviarte visiones, Harry —le interrumpió Dumbledore—. Pero creo que estos sueños
son algo más profundo que todo eso.
—Creo que no le entiendo —dijo Harry.
—Cuéntame lo que viste, y luego hablaremos.
Harry, haciendo un esfuerzo, le explicó a Dumbledore todo el sueño. Cuando
terminó, el director tenía una expresión preocupada.
—Es lo que sucede antes del otro sueño. Del que tuviste en julio.
Harry asintió.
—¿Por qué Harry ve esas cosas, profesor? —preguntó Hermione—. ¿No... no
serán profecías, verdad?
—No, señorita Granger. No son profecías. Tengo una teoría al respecto, pero no
podemos estar completamente seguros de lo que sucede en realidad...
—Por favor, profesor. Quiero una explicación. La que sea... —pidió Harry—. Ya no
aguanto más sin saber qué me está pasando...
—Bueno, te explicaré lo que creo, aunque sólo es una teoría... —Hizo una
pequeña pausa y luego prosiguió—: Según creo, en julio, Voldemort intentó atacar tu
mente, con la intención, seguramente, de conocer la profecía. Se preparó mucho, y lo
consiguió, porque tú soñaste con ella, y él la vio. Sin embargo, creo que sucedió algo
más. Cuando conoció la profecía, el sueño no se detuvo. Creo que había profundizado
demasiado en tu mente, Harry, y descubrió una extraña conexión.
—¿La descubrió esa noche? Pero él ya lo sabía. Sabía que podemos leernos la
mente mutuamente sin estar cerca...
—No fue eso lo que descubrió. Harry, me temo que una parte de la mente de
Voldemort y la tuya están compartidas de una forma extraña e inexplicable. Es una
sola, pero dividida en esencia entre tú y él. Y esa noche él consiguió, aunque no lo
pretendía, o no lo sabía, llegar hasta esa mente compartida. Y entonces tuvisteis esa
visión, que no es una profecía, sino una imagen de lo que podría suceder, algo
enterrado en vuestras mentes. Visteis una tercera opción a mataros mutuamente. La
posibilidad de uniros, y lo que tendríais que hacer para que eso sucediera: Eliminar a
tus amigos, Harry, las personas por las que sientes un afecto que Voldemort no podría
soportar. Supongo que él quedó tan sorprendido como tú por la revelación, y ha
tramado ciertos planes. La noche pasada, supongo que intentó conocer más y volvió a
acceder a esa mente compartida.
—Pero, dominando la oclumancia, ¿Cómo pudo...?
—Porque esa «mente», Harry, no es tuya ni de él, sino de los dos, y por tanto, no
puedes protegerla. No saca nada de ti, pero, cuando lo hace, podéis tener esas
visiones que le muestran lo que debe hacer para conseguir lo que pretende. De alguna
forma, a veces existe un extraño conocimiento en la mente que no procede de nada
que hayamos visto u oído, sino que simplemente, por alguna razón, lo tenemos. Es
algo que procede de nosotros, de nuestro pasado... nunca se sabe. Hay muchas
cosas que no sabemos sobre la mente, así que no puedo darte una explicación
satisfactoria.
—¿Entonces Voldemort pretende unirse con Harry? —preguntó Ron.
—Tal vez —respondió Dumbledore—. Tal vez... pero aún no sé cómo pretende
hacerlo. Porque Harry tendría que querer... y aún así... no lo sé. De todas formas, yo
no lo llamaría exactamente «unirse».
—¿Ah no? —se extrañó Harry—. ¿Cómo lo llamaría usted?
—Creo que él te destruiría, Harry. Al mismo tiempo que todo lo que amas muere,
también lo que tú eres muere un poco, y eres cada vez más él... temo que, al final, lo
único que quede de ti sea tu poder, que es lo único que Voldemort desea.
Harry no dijo nada. Lo que Dumbledore decía era peor que estar muerto.
—¿Y Voldemort sabe cómo hacer eso? —preguntó Hermione.
—Es posible —respondió Dumbledore—. No los sabemos. De todas formas, en
Hogwarts estás a salvo... y hacemos lo que podemos para averiguar qué planes tiene.
—Es posible, entonces, que vuelva a tener esos sueños, ¿verdad? —preguntó
Harry.
—Me temo que sí —respondió Dumbledore—. Supongo que Lord Voldemort
deseará toda la información posible... y la oclumancia ya no va a protegerte, así que
ya no tiene mucho sentido que sigamos practicando, Harry. Ya dominas lo suficiente
para que Voldemort no pueda obtener información de tu mente ni pueda engañarte.
Harry se quedó un instante pensativo, pensando en preguntarle al director acerca
de su conversación con Voldemort en Azkaban, pero eso supondría que tendría que
explicarle su visión del ataque, y no quería hacerlo. Debía, pero no le apetecía, porque
se sentía decepcionado con el director. Harry siempre se imaginaba a Dumbledore
como a alguien a quien siempre se podía recurrir, a quien siempre se le podía
preguntar. Sin embargo, no había podido contestarle a la pregunta que más lo
atormentaba: ¿Qué significaban realmente los sueños?
Como despertando de un sueño, Harry se levantó y se despidió de Dumbledore
intentando evitar la irritación que sentía. Una irritación que, muy en su interior,
reconocía como injusta. Dumbledore sólo era un hombre, no podía saberlo siempre
todo...
—Adiós, Harry —le despidió Dumbledore, mirándole con preocupación, como si
intentara ver qué le pasaba—. Señor Weasley, señorita Granger... Hasta luego.
Los tres amigos bajaron y, lentamente, se encaminaron a la sala común
—Una parte de tu mente está compartida con Voldemort... —decía Hermione—
Madre mía...
Harry no dijo nada. Estaba enfadado. Sin motivos, pero lo estaba... ¿Por qué
diablos le tenía que pasar todo aquello? ¿Y por qué nadie sabía qué era?
—Harry... —lo llamó Hermione. No contestó.
¿Por qué? ¿Y por qué sus amigos estaban por el medio? ¿De dónde salía la
información para esos sueños? ¿Cómo se construían?
—¡Harry! —exclamó Hermione.
—¿QUÉ? —gritó Harry, saliendo de sus pensamientos.
—¿Qué te pasa?
—¿Tú qué crees, Hermione? Veo en mis sueños cómo os mato, y nadie me da
respuestas de qué significa...
—Harry, significa que para que Voldemort y tú...
—¡Eso ya lo sé! ¡Me refiero a qué significa realmente!
—¿Cómo?
—¡He visto cómo os mato, quiero saber por qué, quiero saber qué significa todo lo
que veo!
—Harry, sólo es un sueño. No es real —intervino Ron.
—¡NO LO ENTENDÉIS! —estalló—. ¡No comprendéis cómo me sentí! ¡Era como
si fuese DE VERDAD!
—Harry... —dijo Hermione, con voz débil y asustada.
—Dejadlo —espetó Harry, con voz gélida—. Me voy a dar una vuelta. Quiero estar
solo.
Así, sin esperar más, se alejó de sus amigos, que se quedaron plantados
mirándole, y salió a los terrenos, dirigiéndose al lago, donde nadie pudiese verlo. Se
sentó en la orilla y empezó a lanzar piedras al agua.
¿Por qué nadie lo entendía? ¡Él ya sabía que los sueños mostraban cómo se
forjaba su unión con Voldemort! Lo que quería saber era por qué pasaban las cosas
que pasaban, por qué sus amigos aparecían por el medio... por qué en los sueños se
los veía como a ellos mismos, como si lo que veía fuese un recuerdo, y no una visión
de algo que no había sucedido, sacada de sabe Dios dónde... Por ejemplo: ¿por qué
en el sueño Ron y Hermione aparecían cogidos de la mano? «Bueno, son amigos y
estaban frente a un gran peligro, se estaban dando apoyo», pensó. Sí, era una buena
explicación, pero... ¿por qué su yo del sueño, o lo que fuese, se mostraba tan furioso
al verles así? ¿Tanto daño le hacía el cariño de amigos que se tenían? Porque era eso
lo que se veía, ¿no? Por eso actuaban así, porque ya sólo se tenían el uno al otro...

...o quizá no. Quizá hay algo más entre ellos. Quizá los sueños te han mostrado lo
que tienes delante de los ojos y te niegas a ver. Lo que quizás ellos mismos se niegan
a ver.

Murmuró una voz en su cabeza. ¿Qué quería decir eso? ¿Que Ron y Hermione se
gustaban? ¿Era eso? No lo sabía... cierto es que algo sospechaba a veces, pero... se
le hacía extraño pensarlo, aunque eso explicaría tantas cosas...
Y si era cierto... si realmente los sueños le mostraban cosas que él mismo no
veía... ¿No podría Voldemort averiguar algo importante a través de ellos?
Seguramente sí podría.
De todas formas daba igual, porque él no era así, él nunca haría eso, no. Jamás.

¿Ah, no? ¿Y el incidente con la serpiente qué? Querías hacerle daño a aquel
chico. Reconócelo.

Harry cerró los ojos. Hacía mucho que no recordaba el incidente con la serpiente
de Piers... ¿Qué le pasaba? ¿Qué diablos le sucedía? ¿Sería posible que llegase a
convertirse en lo que había visto en sus sueños?
«No —se dijo—. Nunca. Ya una vez pensé eso, cuando se abrió la Cámara de los
Secretos, y no tenía nada que ver conmigo. Yo elijo. Yo tomo mis decisiones», pensó.
Al menos, eso esperaba. Eso esperaba.
—¿Por qué estás aquí tan solo? —preguntó a sus espaldas una voz soñadora.
Harry se volvió rápidamente, saliendo bruscamente de su ensimismamiento, y vio a
Luna Lovegood, que lo miraba con sus ojos saltones.
—Me apetecía pensar —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué
estás sola tú?
—Bueno, casi siempre lo estoy. ¿Quién querría estar con la lunática Lovegood?
El tono en que Luna dijo aquello hizo que Harry sintiera lástima por ella.
—A mí no me importa —contestó él, con sinceridad.
Luna le sonrió.
—Pareces preocupado. ¿Te pasa algo? ¿Es por tu padrino? —preguntó.
—No, no es por él. Ya he asumido su muerte. Algunas personas me dijeron que
aquellos a quienes queremos nunca nos abandonan, y que los volveremos a ver.
Miró hacia la chica, sonriendo. Ella también le sonrió.
—Si no es por eso... ¿Por qué es?
—He tenido malos sueños. Muy malos.
—Bueno, yo también tengo pesadillas a veces sobre lo que...
—No es eso. Es que soñé que mataba a Ron, y era tan real... tengo miedo, y me
enfadé con él y Hermione, porque creen que algo así nunca sucederá y... ¡No lo
entienden!
Luna no dijo nada.
—Oye, Luna... —Harry no sabía si preguntárselo o no, ella creía en muchas cosas
absurdas, y quizás no sirviera de ayuda, pero era otra opinión—. ¿Tú crees... crees
que alguien pueda dominar a una persona a través de sus sueños?
Los ojos de la chica se iluminaron.
—Bueno, hace tiempo, mi padre escribió un artículo sobre una oscura tribu de
magos africanos, los Wabbylassi, que... —se interrumpió al ver la cara escéptica de
Harry—. Tú también piensas que todo lo que sale en El Quisquilloso son tonterías,
¿verdad?
A Harry le parecía cruel decirle que en general sí, y miró hacia el lago. Ella no se
ofendió.
—Mira, estamos en el mundo mágico, ¿no? Todo es posible. ¿Acaso si antes de
recibir la carta de Hogwarts hubieras leído de su existencia en una revista, lo habrías
creído?
A Harry le impactó el argumento. Desde luego, era bueno.
—Pues... bueno, supongo que tienes razón.
—Tal vez todo el mundo piense que soy una lunática, pero me gusta pensar que
todo es posible, Harry.
—Yo no creo que estés loca —repuso Harry—. Lo siento.
—No tienes que disculparte conmigo —respondió ella—. Tal vez sí deberías
hacerlo con tus amigos. Mira, sé que estáis muy unidos, eso se ve... Quizás te
comprenden mucho mejor de lo que imaginas, y por eso saben que nunca harías algo
así.
Luna se levantó.
—Gracias —dijo Harry.
—De nada, Harry. Cuídate —se despidió ella, mientras se alejaba.
Harry la miró un rato, mientras ella regresaba al castillo, y decidió seguir su
consejo, por lo que se dirigió a la sala común.
Cuando entró, vio a Ron y a Hermione sentados, esperando. En cuanto le vieron,
se levantaron con una ligera vacilación. Harry los miró, y se sintió mal. Se acercó a
ellos.
—Ron... Hermione... lo siento —farfulló.
Ron y Hermione le miraron un instante y luego sonrieron.
—Está bien, Harry —dijo Hermione—. No te preocupes. Sabemos que no es fácil.
—De verdad que lo siento...
—No pasa nada —aseguró Ron.
Aliviado, se sentó con sus dos amigos junto al fuego.
—Harry... —dijo Ron—. ¿Por qué no intentas tú entrar en esa mente compartida?
Podrías intentar ver cosas, averiguar más...
—No sé cómo hacerlo. Nunca lo he intentado. Todas las visiones que tenía del
estado de ánimo de Voldemort eran automáticas. Nunca intenté ver por mí mismo...
Supongo que para eso tendría que dominar la legeremancia... Y yo no quiero tener
más sueños de esos... ¡Son horribles! No quiero verme matando a nadie más... No sé
si podría soportarlo...
—¿A quien te has visto matando? —preguntó Ginny, que se había acercado a
ellos mientras hablaban.
—¡Ginny! ¿Qué haces aquí? —le preguntó Ron, enfadado.
—Sólo quería estar un rato con vosotros. No estaba curioseando —añadió, al ver
la expresión de su hermano—. Pero le he oído decir eso... ¿Ha pasado algo? —
preguntó, un poco asustada.
—He tenido otro sueño —respondió Harry.
—¿Otro? ¿Cómo aquel...?
—Sí.
—¿Y qué... qué sucedía esta vez? —preguntó, bajando la voz.
Harry se lo contó por encima, evitando decirle que ya la había matado a ella y a
toda su familia. Cuando terminó, la chica parecía asustada, como él mismo estaba.
Hablar con sus amigos, sin embargo, le animó algo, aunque durante los días
siguientes, cada vez que se quedaba un rato solo, aquellas imágenes volvían a asaltar
su cabeza una y otra vez.

El lunes transcurrió tranquilo y sin incidentes. Por todos los pasillos crecía la
emoción debido al partido de quidditch que enfrentaría a Hufflepuff y Slytherin ese
viernes. Slytherin debía ganar, si no quería quedarse por detrás de Gryffindor.
Sin embargo, la expectación por el partido se vio un poco apartada el martes por la
mañana. Harry se dio cuenta de que en la mesa de los profesores, cuchicheaban unos
con otros, y supo que pasaba algo raro. Lo que se confirmó cuando Hermione recibió
El Profeta. Lo desplegó, empezó a leerlo y sus ojos se abrieron desmesuradamente.
Con el labio temblando, miró a sus amigos.
—Harry... Ron... Leed... leed esto.
Hermione les mostró la portada:

LA MARCA TENEBROSA APARECE


EN LONDRES

Ayer por la noche, la marca tenebrosa apareció,


después de 16 años, en Londres. Fue localizada sobre la
vivienda que compartían, desde hace un año
aproximadamente, Percy Weasley, funcionario del
Departamento de Cooperación Mágica Internacional y su
novia Penélope Clearwater, funcionaria del Departamento
de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.
El señor Percy Weasley se encontraba con sus padres
en el momento del ataque, pero en la casa sí se
encontraba la mencionada señorita Penélope Clearwater,
que se ha convertido en la última víctima del Que No
Debe Ser Nombrado y sus seguidores. Se cree que el
objetivo podría haber sido Percy Weasley, por ser un alto
funcionario del Departamento de Cooperación Mágica
Internacional, aparte de pertenecer a la familia Weasley,
que, como todo el mundo sabe, están muy próximos a
Albus Dumbledore, el mayor enemigo de Quien Ustedes
Saben.
El señor Percy Weasley se hallaba destrozado,
rodeado por sus padres, y no ha querido hacer
declaraciones, exceptuando que no descansará hasta
saber quien lo había hecho y llevarle ante la justicia.
El ataque ha causado una nueva alarma en la
comunidad mágica, que estaba bastante calmada debido
a la aparente inactividad de los grupos de mortífagos,
que...

Ron se quedó perplejo. ¿La novia de Percy muerta? Miró hacia Dumbledore, quien
le devolvió la mirada. Se levantó, seguido de Ginny y de Harry y Hermione, y se
acercó a la mesa de los profesores.
—¡Profesor Dumbledore! ¿Qué ha pasado?
El director los miró con expresión grave y triste.
—Será mejor que me acompañe a mi despacho, señor Weasley, y también su
hermana —dijo—. Potter y la señorita Granger también pueden venir.
La profesora McGonagall y Dumbledore salieron del comedor, seguidos por los
cuatro amigos. A Harry no se le escapó la cara de preocupación de Dullymer, ni la
alegría contenida que mostraba Malfoy. Se obligó a mirar hacia otro lado.
Entraron en el despacho de la profesora McGonagall, y cerraron la puerta.
—¿Qué ha sucedido? —volvió a preguntar Ron.
—Verás, Ron —explicó Dumbledore—. Anoche celebramos una reunión de la
Orden del Fénix. Invitamos a Percy, y finalmente vino. Penélope, sin embargo, aún no
había llegado a casa. Estaba allí cuando ocurrió el ataque. Creemos que los
atacantes iban detrás de Percy.
—¿Pero por qué? ¿Por ser del Departamento de Cooperación Mágica
Internacional? —preguntó Ron.
—No —respondió Dumbledore lentamente—. Me temo que simplemente por ser
de tu familia. Por ser de la Orden del Fénix, y, concretamente, por ser amigos de
Harry.
—¿Por ser...? —preguntó Harry, incrédulo—. No puede ser... ¿Por qué...? ¿Qué
tiene que ver...?
—Lo tiene que ver todo, Harry —respondió Dumbledore—. Recuerda lo que te
expliqué cuando hablamos en verano. Recuerda lo que viste en tu sueño. Voldemort
va a tratar de hacerte daño, de destruir a los que amas. No hace falta decir que debéis
tener todos muchísimo cuidado.
—¿Han atacado a esa chica por mi culpa? —preguntó Harry, asustado y enfadado
—. ¿Intenta decirme eso?
—No —negó Dumbledore rotundamente—. No debes de pensar eso ni por un
momento. Tú no tienes la culpa de lo que Voldemort o sus mortífagos hagan. Y esto,
Harry —le advirtió Dumbledore muy seriamente—, es algo que deberás recordar muy
bien. No es culpa tuya.
—¡Pero lo hizo por mí! —chilló Harry.
—Sí, pero no puedes culparte de eso. Tú no elegiste ser quien eres, o tener esa
cicatriz. El único responsable de ese asesinato es Voldemort, Harry. No debes olvidar
esto nunca —insistió.
—Diga lo que diga, lo hizo por mí...
—Harry, sabes bien que no pondría nada sobre ti si no fuese necesario, o si no te
lo hubiese prometido —le dijo Dumbledore—. Pero creo que debes saber el por qué.
Sé que es difícil, pero tienes que ser fuerte, y, sobre todo, recordad que nada, nada
de lo que pase es culpa tuya. —Los miró a todos, especialmente a Ron y a Ginny—.
Supongo que querréis enviar una lechuza, así que podéis saltaros las primeras
clases. Todos.
Ron le dio las gracias al director con voz débil, y salieron del despacho, cabizbajos
y silenciosos. Se dirigieron a la sala común. Desde luego que se saltaban Pociones.
Lo que menos querían era ver a Snape, y menos aún a Malfoy. La sala estaba
totalmente vacía, y aprovecharon para escribir una carta para Percy y para los
señores Weasley. A Harry ya se le había pasado del todo el enfado y el rencor hacia
Percy. La firmaron todos y la enviaron por medio de Hedwig.
El día transcurrió triste y apagado. Ron y Ginny parecían idos, y Harry no se
quitaba de la cabeza la idea de que todo era por su culpa. Primero el sueño aquel, y
dos días después, una chica era asesinada por ser novia de un miembro de la familia
Weasley... sólo por aquel motivo... Recordó a Penélope, cuando él y Ron la habían
visto saliendo de las mazmorras, cuando es su segundo año se habían transformando
en Crabbe y Goyle por una hora, la recordó en la enfermería, petrificada, y también
cuando le había pedido ver su Saeta de Fuego, en tercero... y ahora estaba muerta.
Mientras tanto, Hermione intentaba consolar como podía a unos y a otros, sin
demasiado éxito.
Por la noche les llegó la contestación a su carta. Era una nota breve y triste. Percy
sólo había escrito una línea, agradeciendo su preocupación y su apoyo. Los Weasley,
por su parte, les pedían que no se preocuparan y que tuvieran cuidado, muchísimo
cuidado. Que no se alejasen unos de otros y no salieran del castillo a deshoras.
Harry creía que ya no se podía sentir peor de lo que se sentía. Ya casi no lograba
recordar la alegría sentida después del partido contra Ravenclaw...
Hermione pareció darse cuenta de lo que Harry sentía, y se acercó a él.
—No puedes culparte, Harry. Eso es lo que Voldemort pretende, hacer que te
sientas mal, que te culpes, que te hagas vulnerable... Tienes que sobreponerte,
vamos —le animó—. No puedes estar así... Y estás descuidando tus deberes.
—¡Ya sé que no debo sentirme así! —gritó Harry—. Pero no puedo evitarlo... Tú
no viste esos sueños... Voldemort no mata personas por tu causa...
—Venga, Harry. Ya es suficiente con que muera gente. No dejes que su muerte
haya sido inútil. Tienes que reponerte. Tienes que luchar. Venga, vamos a hacer
ambos el trabajo de la profesora McGonagall. Ron también lo está haciendo.
Harry miró a su amigo, que se había puesto a trabajar con un ímpetu desconocido
en él tras leer la carta. Harry hizo un esfuerzo y se dirigió a donde estaba, siguiendo a
Hermione.

La semana no transcurrió mucho mejor que aquel día, pues Harry seguía teniendo
el ánimo por los suelos. Tampoco Ginny se encontraba muy bien, sabiendo que su
hermano había perdido a su novia, Ron sin embargo, pareció superarlo bastante bien.
Al fin llegó el viernes, cuando iban a enfrentarse Slytherin y Hufflepuff. Ron intentó
animar a Harry diciéndole que esperaba que Slytherin perdiese. Harry intentó quitarse
las preocupaciones intentando concentrarse en el partido, lo que consiguió solamente
a medias.
El día del partido, Harry, Ron y Hermione se dirigieron al estadio. Ocuparon unos
asientos de primera fila y se dispusieron para animar a Hufflepuff. Hagrid se sentó con
ellos. Un poco antes de empezar el partido, llegó Ginny, y, acompañándola, Henry
Dullymer vestido con los colores de Slytherin.
—¡Hola! —saludó muy contento—. Hola, Hagrid.
—Hola, Henry —le dijo Hagrid, mirándole amablemente.
—He venido a saludaros y a daros algo de ánimo. Leí en El Profeta la noticia del
ataque de Londres, y hablé con Ginny, que estaba bastante afectada y... bueno,
también quería decirte que lo siento, Ron.
—Gracias... no tenías que molestarte —agradeció Ron.
Henry se quedó un momento sin saber qué más añadir.
—Bueno, voy a ver el partido con los míos. Seguramente vosotros animaréis a
Hufflepuff... —les dijo sonriendo.
—Bueno... —empezó a decir Harry.
—¡Oh! No pasa nada. Estoy seguro de que vamos a ganar, y, sinceramente, yo
también habría deseado que perdierais vosotros. Lo tendríamos más fácil. Bueno, me
voy. Adiós Ginny —dijo, y se fue hacia las bancadas de Slytherin.
—¿«Adiós Ginny»? —interrogó Ron, mirando a su hermana con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? Es compañero mío —soltó Ginny, a la defensiva.
—¿Sólo amigo? —prosiguió Ron.
—¡Oh, vamos, Ron! —dijo Hermione, exasperada—. Déjala en paz, ¿quieres? El
partido va a comenzar...
Ron calló, aunque dando la impresión de que no había terminado con aquella
conversación. Los dos equipos saltaron al campo y el partido comenzó con el pitido de
la señora Hooch.
El partido estuvo interesante, y Harry consiguió casi olvidarse de las
preocupaciones que le atormentaban, aunque no tuvo la alegría de ver perder a
Slytherin. Iban 70 a 40 a favor del equipo de Malfoy cuando éste logró atrapar la
snitch, aunque le faltó poco para que la cogiese Summerby, el buscador de Hufflepuff,
que era bastante bueno. Sin embargo, montaba una Cometa 340, que no podía
compararse con la Nimbus 2.001 de Malfoy. Harry pensó que si Summerby hubiese
tenido aunque solamente fuera una Nimbus 2000, habría logrado atrapar la snitch. Sin
embargo, no era así. Malfoy se paseó por el estadio con la snitch en la mano, muy
ufano, y al pasar por donde estaba Harry le dirigió una mirada de desprecio. Las
gradas de Slytherin le vitoreaban, mientras todos los demás silbaban y abucheaban.
Hagrid se lamentaba de que Slytherin hubiera ganado, aunque técnicamente no
debería de tomar partido.
—Bueno, no te preocupes, Harry. Tú eres mucho mejor que Malfoy.
—Gracias, Hagrid —le dijo Harry, forzando un poco la sonrisa.
Al ganar 220 a 40, Slytherin se ponía por delante de Gryffindor en el campeonato,
aunque Harry no dudaba que él sería perfectamente capaz de atrapar la snitch antes
que Malfoy y ganar, cuando jugaran contra ellos.
Cuando subían hacia el castillo, Dullymer se les acercó, muy contento.
—Bueno, lo siento, chicos. ¡Tendréis que esforzaros más en el próximo encuentro!
—exclamó, dirigiéndose hacia Harry, Ron y Ginny. Luego se unió al grupo con el que
venía y se adelantaron hacia el Castillo.
La semana siguiente no fue mejor que la anterior. En las clases de Pociones,
Harry estaba aún demasiado despistado y Snape no paraba de mandarle trabajos
extra y de ponerle ceros. Encima, Malfoy estaba aún, si cabe, más desagradable.
Antes de la clase del martes, abordó a Ron, muy sonriente.
—¿Qué tal, Weasley? ¿Con duelo en la familia?
Crabbe y Goyle se rieron. Ron no dijo nada, pero antes de que Hermione o Harry,
que miraban con profundo odio a Malfoy, pudieran detenerlo, sacó su varita y le echó
un maleficio que llenó toda la cara de Draco de pústulas supurantes.
Desgraciadamente, en ese momento llegaba Snape, quien pidió explicaciones a
Crabbe, el cual, conteniendo la risa, le contó que Ron había llegado, sacado su varita
y atacado a Malfoy.
—¿Te ha parecido divertido, Weasley?
—¡No es cierto, señor! —se defendió Ron—. ¡Él empezó! Sólo le estaba dando su
merecido...
—Ya veo. Parece ser que opinas que tienes madera de juez o de verdugo, ¿eh?
Bien, veinte puntos menos para Gryffindor, y luego ya pensaremos el castigo...
—¡Pero profesor, Malfoy se burló del asesinato de Penélope Clearwater!
—No creo haberle preguntado, señorita Granger, así que cállese —dijo con tono
cortante. Luego se dirigió a Crabbe y a Goyle—: llevadle a la enfermería.
Cuando la clase acabó, Snape llamó a Ron y le ordenó una de las cosas que éste
más odiaba como castigo: limpiar los orinales de la enfermería sin magia.

Al menos, las clases con Dumbledore resultaban más prácticas, útiles y


entretenidas. Después de los patronus, habían estado tratando más profundamente
con las maldiciones imperdonables, y, según les había dicho el director, pronto
empezarían a ver una serie de hechizos de combate muy potentes.
—Pero eso será la semana que viene —les informó en la clase del jueves—.
Empezaremos a ver el hechizo deflagratius.
Harry se alegró de que terminara la semana. El sábado tenían la primera
excursión a Hogsmeade. Harry ya estaba deseando salir algo del castillo, aunque
esos significase que tendría que trabajar todo el domingo para entregarle los deberes
a Snape.
Llegaron a Hogsmeade con la intención de tomar una cerveza de mantequilla en
Las Tres Escobas antes que nada, pero al llegar al pueblo lo primero que notaron fue
el enorme cambio en el ambiente desde el año anterior. La gente parecía nerviosa, y
miraba a todos lados con temor, como si Voldemort fuese a salir de detrás de una
piedra en cualquier momento.
—Fijaos en la gente —dijo Hermione, mirando a su alrededor.
—Están asustados —observó Harry—. Supongo que la reaparición de la Marca
Tenebrosa ha aumentado aún más el temor...
Se dirigieron a Honeydukes, a aprovisionarse de dulces y golosinas. Echaron de
menos el ver a los gemelos Weasley y a Lee Jordan en la tienda de Zonko, que era el
primer lugar al que ellos iban cuando llegaban a Hogsmeade. La verdad, se echaba
en falta los alborotos que armaban en la sala común de Gryffindor, pensó Harry con
nostalgia.
Tras salir de la tienda de golosinas, y mientras paseaban por las calles, sin rumbo
fijo, vieron a Cho Chang y a Michael Corner, que se dirigían al salón de té de Madame
Pudipié, un lugar que a Cho le encantaba para sus citas. Cho saludó a Harry y
Michael Corner les hizo una seña con la cabeza.
—Es algo desagradable, ¿verdad? —comentó Ron, refiriéndose a Michael Corner.
—Sólo lo dices porque salió con Ginny —le dijo Hermione.
—¡No es cierto! —se defendió Ron—. Pero fíjate cómo nos saluda. Como si
fuésemos escregutos o algo así.
—Ya, pero es porque siente celos de Harry...
—¿Celos de mí? —preguntó Harry, sorprendido—. Si yo ya no tengo nada con
Cho, excepto que somos amigos...
—Sí, pero ella fue a verte en la enfermería, y siempre habla contigo, y tú le
gustabas, y como encima te admira... Michael teme que vuelva contigo y lo deje a él.
—Vaya tontería —dijo Harry—. Yo no quiero volver con Cho...
—Ya, pero... —Hermione se encogió de hombros.
—Lo que yo decía: que es un imbécil —sentenció Ron.
Hermione le lanzó una mirada severa, pero no comentó nada.
—¿Vamos a Las Tres Escobas? —propuso Harry.
—Sí, me apetece una buena cerveza de mantequilla —dijo Ron.
Se dirigieron hacia allí, y, poco antes de llegar, se encontraron también a Ginny,
que hablaba con Luna Lovegood y con Henry Dullymer de forma muy animada. Los
saludaron sin entrar en la conversación, y siguieron andando.
—Hablan mucho ¿verdad? —dijo Hermione con una sonrisa, mirando a Henry y a
Ginny.
—Sí. Tal vez demasiado... —respondió Ron, frunciendo el entrecejo.
—Vamos, Ron, ¿cuándo vas a dejarla en paz? Ya sabe lo que hace, y Dullymer
parece bastante simpático... —lo regañó Hermione.
—Sí, es muy simpático, pero es de Slytherin... podría elegir a mejores candidatos
en Gryffindor —dijo, mirando de reojo, como siempre, a Harry, que procuró no darse
cuenta.
Estuvieron sentados durante un buen rato, conversando mientras bebían sus
cervezas. No dejaron de observar a la gente, que parecía hablar en susurros y
bastante asustada.
En cuanto terminaron, Hermione dijo que quería comprar más pergamino, porque
le quedaba poco, así que salieron del local y se dirigieron la tienda.
Una vez Hermione se hubo aprovisionado, en palabras de Ron, de suficiente
pergamino para empapelar Hogwarts, decidieron dar un paseo hasta la hora de
comer, y se dirigieron hacia la salida del pueblo, apartándose de las casas.
—No creo que sea una buena idea que vayáis por ahí —dijo una voz a sus
espaldas.
Los tres dieron un respingo y se volvieron, para encontrarse a un sonriente
Mundungus Fletcher.
—¡Qué susto nos has dado, Dung! —exclamó Ron.
—Vaya, lo siento, pero no debéis salir de pueblo ni alejaros de la zona principal.
—¿Nos estás siguiendo? —preguntó Harry.
—¡Pues claro! ¿Qué esperabas? —dijo, señalando la capa invisible de Moody.
—¿Has estado todo el tiempo detrás de nosotros, observándonos? —preguntó
Hermione, un tanto ofendida.
—No, no. Sólo he estado por aquí, pero no he estado escuchando vuestras
conversaciones ni nada así... —aclaró—. Además, sabéis que yo soy una tumba.
Harry se rió. No era de extrañar que Mundungus fuese una tumba: era el primero
que tenía cosas que esconder.
—Bueno, está bien, no iremos por aquí —dijo Ron, suspirando—. ¿Vamos ya a
Las Tres Escobas, a comer?
Aún era algo temprano, pero Harry y Hermione asintieron.
—Bueno, si vais a estar en Las Tres Escobas, entonces yo puedo hacer una
pausa —dijo Mundungus—. Además, tengo que ver a un conocido en Cabeza de
Puerco...
Hermione gruñó por lo bajo, imaginándose qué se traería Mundungus entre
manos. Ron se rió.
Se despidieron de Mundungus y se fueron a Las Tres Escobas de nuevo, donde
comieron.
Habían acabado de comer hacía unos minutos, cuando entraron Hagrid, la
profesora McGonagall, la profesora Sprout y el profesor Flitwick. Hablaban en
susurros y con caras de preocupación. Se sentaron en una mesa apartada sin darse
cuenta de que ellos tres estaban allí. Miraban una edición de tarde de El Profeta con
gran interés.
—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Harry, sin apartar la vista de los cuatro
profesores.
—No sé... ¿algo relacionado con Voldemort? —sugirió Ron.
—Seguramente —dijo Hermione—. Podríamos comprar el periódico para
enterarnos...
—Sí, será mejor. Vayamos —decidió Harry.
Terminaron las cervezas de mantequilla que habían pedido y se levantaron. Al
salir saludaron a Hagrid y a los demás profesores, que seguían hablando en
cuchicheos. Notaron que por la calle el ambiente estaba aún más tenso que por la
mañana. Grupos de personas leían el periódico, meneaban la cabeza y cuchicheaban.
Intrigados, los tres amigos se dirigieron a la librería de Hogsmeade y allí
compraron la edición de El Profeta. Nada más mirar la primera plana se enteraron de
lo que había ocurrido.

LA MARCA TENEBROSA APARECE EN GRECIA

Dimitri Korpoulos, reportero especial de El Profeta


para Grecia, nos informa de la aparición de la marca
tenebrosa en un pequeño pueblo del área de Delfos,
pocos días después de su aparición en Londres, lo que
confirma el incremento de actividad de El Que No Debe
Ser Nombrado y de sus seguidores.
Nuestro reportero nos comunica que la aparición de la
marca señala un nuevo asesinato, en este caso el del
desaparecido director del Instituto de Magia Durmstrang,
Igor Karkarov. Karkarov había huido hace casi año y
medio del Colegio Hogwarts, donde se encontraba a
causa de la participación de Durmstrang en el Torneo de
los Tres Magos. Al parecer había huido al notar el retorno
del Que No Debe Ser Nombrado, temiendo venganza
debido a los mortífagos que traicionó para librarse de la
condena en Azkaban.
Parece ser que, al final, Quien Ustedes Saben logró
dar con él, sufriendo el mismo castigo que aquellos que
desertaron de su bando antes de su caída. Karkarov,
según las autoridades, fue torturado hasta la muerte
mediante la maldición cruciatus.
Igor Karkarov había sido detenido tras la caída del
Que No Debe Ser Nombrado por Alastor «Ojoloco» Moody
y acusado...

Hermione dejó de leer. Harry se horrorizó. Nunca le había caído bien Karkarov,
pero no le habría deseado que Voldemort lo atrapara. Había tardado casi un año y
medio, pero no le había valido de nada huir.
—Parece ser que no consiguió escapar... —dijo Hermione, que también parecía
horrorizada por la noticia.
—Si Voldemort va detrás de ti lo tienes mal —afirmó Harry.
—Muerto a base de emplear la maldición cruciatus... debe de ser horrible —dijo
Ron con desagrado.
—Es una especie de escarmiento, para que a nadie más se le vuelva a ocurrir
traicionarle —opinó Harry—. Quería dar una lección...
—De verdad ha comenzado ¿no creéis? —les preguntó Hermione—. Los
asesinatos, ataques y demás van en aumento...
—Sí, ya ha comenzado —dijo Harry—. Y cada vez irá a peor.
—¿Lo habrá hecho él mismo? —preguntó Ron—. ¿O habrán sido los mortífagos?
—No creo que se haya ido a Grecia para torturar a Karkarov —dijo Hermione—.
Seguramente lo hizo algún otro... quizás Rookwood. Seguro que le tenía ganas.
—¿Rookwood? —preguntó Ron, sin comprender.
—Sí. Rookwood entró en Azkaban acusado por Karkarov —explicó Harry—.
Acusó a otros también, pero ya estaban muertos o capturados.
Continuaron hablaron de Karkarov mientras regresaban al castillo. Notaron que
muchos otros alumnos también hablaban y comentaban el tema, sobre lo horrible que
sería morir así, o cómo habría conseguido Voldemort encontrarle...
Pasó el fin de semana y llegó el lunes, donde, en la clase de Pociones, Snape
estuvo mucho más tranquilo de lo habitual. Les dio las instrucciones de una nueva
poción y se sentó, pensativo, en su mesa. Harry supuso que en su mente estaba
presente la captura de Karkarov, y que seguramente se preguntaba si sería el
siguiente... seguramente tenía miedo, y Harry no podía reprochárselo. Se preguntó
cómo hacía Snape para enterarse de lo que los mortífagos planeaban. ¿Habría vuelto
con ellos, como había hecho hacía dieciséis años? Snape era experto en oclumancia,
y seguramente podría engañar a Voldemort, pero ¿cómo podría éste creer a Snape,
cuando él se había enfrentado a Quirrell? Si hubiera sido fiel, Snape tendría que
haberle ayudado entonces... Harry permaneció sumido en esos pensamientos hasta el
final de la clase. Harry odiaba a Snape, pero aún así, no deseaba ni por asomo que
Voldemort lo capturara. Probablemente le esperaría la misma muerte que a Karkarov,
o incluso peor. Aún así, seguía trabajando para la Orden y arriesgándose. Por primera
vez en su vida, y aún a pesar de la aversión que le tenía, Harry sintió admiración por
su profesor de Pociones.
10

Explosiones y Pruebas de Quidditch

Harry, Ron y Hermione y los demás alumnos de Gryffindor se dirigían hacia la


clase de Defensa Contra las Artes Oscuras muy emocionados. Ese día empezaban a
ver los hechizos explosivos.
—Son muy difíciles, y es necesario mucho poder para realizarlos —explicaba
Hermione—. Por eso se utilizan las pociones explosivas hechas con Flores de Fuego,
aunque no son tan útiles. También es muy difícil defenderse de ellos. Los
encantamientos escudo no los detienen. Es como una bomba.
—Es lo que utilizó Voldemort en Azkaban —recordó Ron—. Con lo que irió a Bill y
atacó a Dumbledore...
Entraron en el aula, donde ya los esperaba Dumbledore.
—Buenos días a todos —saludó—. Bueno, como os había dicho, hoy
empezaremos con los hechizos explosivos. Dado que no es prudente utilizarlos aquí,
los practicaremos fuera. He preparado un lugar apropiado cerca del bosque. Si hacéis
el favor de seguirme...
Dumbledore salió del aula, seguido por todos los alumnos, que se miraban
intrigados; nunca habían tenido una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras fuera.
El director se dirigió hacia donde estaba el campo de quidditch, pero acercándose al
bosque, donde estaban colocadas unas grandes piedras. Dumbledore se detuvo cerca
de ellas.
—Bien, antes de empezar, os explicaré un poco en qué consisten los hechizos
explosivos. ¿Alguien sabe algo de ellos? —preguntó Dumbledore.
—Son un tipo de hechizo avanzado —contestó rápidamente Hermione—. Provoca
una explosión, como si fuera una bomba. Fue... fue el tipo de hechizo que empleó
Voldemort en Azkaban ¿verdad? —añadió, con cierta timidez.
La mayoría de la clase pegó un respingo. Pocos conocían los detalles del ataque a
Azkaban. Dumbledore los miró y respondió.
—Correcto. Diez puntos para Gryffindor. —Dumbledore dejó escapar un pequeño
suspiro—. Sí, Voldemort usó este hechizo en Azkaban... pero, sin lugar a dudas, el
uso más famoso del hechizo explosivo, y que más conmoción causó en el mundo
mágico, sucedió hace unos quince años.
Harry, de pronto, comprendió.
—Pettigrew —dijo.
—¿Cómo dices, Harry? —preguntó Dumbledore.
—Fue lo que hizo Pettigrew ¿verdad? Así destruyó aquella calle y mató a aquellos
muggles...
—Sí. Es cierto —respondió Dumbledore, observando a Harry detenidamente—.
Peter Pettigrew —explicó— usó el hechizo explosivo a su alrededor aquel día, cuando
Sirius Black lo tenía acorralado. Usó una variante difícil, que consiste en provocar una
explosión alrededor, dejando casi intacto el centro mismo de la explosión, con lo que él
consiguió salvarse, pese a ser herido. Aquel día mató a doce personas que pasaban
por la calle. Realmente, aunque Peter no era un mago excesivamente poderoso, logró
un hechizo bastante potente.
Los alumnos cuchicheaban unos con otros, mitad asombrados, mitad aterrorizados
y miraban a Harry de vez en cuando. La mayoría, por no decir todos, ya sabían cuál
había sido el motivo por el que Sirius Black había perseguido a Pettigrew aquel día,
debido a lo aparecido en El Profeta.
—Bien —continuó Dumbledore—. El hechizo explosivo, o deflagratius, se consigue
apuntando con la varita y gritando «¡deflagratio!», ¿lo entendéis? Sin embargo, no
basta con eso. Así podríais llegar a romper una piedra, o una puerta, pero no es toda
la potencia del hechizo. Por supuesto, la potencia varía según el mago o bruja que lo
lanza, pues depende del propio poder del mago, aunque hay técnicas de Artes
Oscuras que aumentan su eficacia. Estas técnicas consisten básicamente en recurrir
al odio y la violencia, ya que el hechizo deflagratius se activa con la rabia, o con una
emoción muy fuerte y violenta. Es un hechizo propio de las Artes Oscuras, que tiene
que ir precedido de un deseo de destrucción, al igual que ocurre con las maldiciones
imperdonables, que requieren odio y deseo de hacer daño del que las utiliza,
¿comprendéis? —Los alumnos asintieron—. Bien, ahora os lo mostraré. Apartaos un
poco, por favor.
Dumbledore apuntó con la varita a una roca que había a unos veinte metros. Debía
de medir casi un metro y medio de alto por dos de ancho. Todos esperaban,
expectantes.
—¡Agachaos! —les ordenó Dumbledore.
Todos se tiraron al suelo y se cubrieron.
—¡Deflagratio! —gritó Dumbledore.
De la varita de Dumbledore salió un pequeñísimo pero brillante rayo de luz que
impactó en la roca. Al instante, ésta estalló en miles de fragmentos ardientes, ninguno
mayor que un dedal, trozos que empezaron a caer a su alrededor.
—¡Por Merlín! —dijo Lavender, incorporándose y sacudiéndose el pelo para
quitarle el polvo y los pequeños fragmentos de roca.
En el lugar donde había estado la piedra había un pequeño cráter.
—¡No ha quedado nada! —exclamó Ron.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Dumbledore.
La clase le respondió afirmativamente, en medio del asombro.
—Ha sido impresionante —dijo Ron.
—Increíble —corroboró Seamus.
—¿Asombrados? —preguntó Dumbledore, sonriendo—. Pues esto no es más que
una pequeña muestra. Sólo pretendía destruir el objeto al que apuntaba. El hechizo
puede usarse para provocar simplemente una explosión que destroce lo que pille.
Tampoco lo he hecho demasiado potente, o podría haberos hecho daño. Ahora quiero
que lo hagáis vosotros. Intentaréis destruir una de esas piedras pequeñas de allí ¿de
acuerdo?
Los alumnos asintieron.
—¿Quién será el primero? —Dumbledore les miró—. ¿Quizás tú, Neville?
—¿Yo...? Bueno...
Neville se adelantó y apuntó a una de las piedras.
—Bien, debes sentir deseos de destruirla, de destrozarla ¿de acuerdo? Concentra
tu rabia en ella y pronuncia las palabras. No te pongas nervioso, lo harás bien.
Neville se concentró y gritó el hechizo:
—¡Deflagratio!
De la varita de Neville se desprendió una luz amarilla que golpeó a la piedra, que
se agrietó. Saltaron algunos trozos.
—No está nada mal para ser la primera vez —le dijo Dumbledore—. Gracias,
Neville. ¿Quién será el siguiente?
Harry se adelantó. Quería probarlo. Así había logrado huir colagusano quince años
atrás... Si hubiese conocido ese hechizo en junio, lo habría empleado contra los
mortífagos, pero ahora...
—Venga, Harry. Concéntrate —dijo Dumbledore.
Levantó la varita y apuntó. Recordó lo que Dumbledore había dicho, y pensó en
todo lo que lo atormentaba, la muerte de Sirius, la fuga de los prisioneros de Azkaban,
la muerte de Penélope Clearwater, las burlas de Malfoy, los sueños... sintió ascender
de su interior una rabia como nunca había sentido, un deseo de destruir que nacía en
lo más profundo de su ser, una sensación como la del día que había atacado a los
amigos de Dudley... Cuando lanzó el conjuro, lo hizo con un grito de furia.
—¡Deflagratio!
Un poderoso rayo amarillo brillante salió disparado de su varita contra otra de las
rocas. Al impactar, estalló en millones de partículas de polvo, provocando un estallido
de fuego y lanzando por los aires trozos del suelo donde había estado la piedra. Harry
cayó al suelo por la fuerza de la deflagración, a pesar de estar a unos veinte metros de
donde se había producido.
—¡Dios! ¿Habéis visto eso? —exclamó Dean Thomas, entre sorprendido y
asustado.
Harry estaba asombrado. Dumbledore le ayudó a levantarse.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó. Lo miraba de una forma extraña.
—Eh... sí, gracias profesor.
—Ha sido realmente espectacular, Harry —le dijo Dumbledore, muy impresionado
—. Nunca había visto hacer algo así a un estudiante la primera vez...
Harry se retiró, quitándose el polvo de la túnica.
—¡Guau, Harry! ¡Ha sido increíble! —le dijo Ron, entusiasmado.
—Ha sido... terrorífico —le dijo Hermione—. Tienes un gran poder... ¿Cómo has
hecho eso?
—Pues es ahora cuando lo descubro... —le respondió Harry, que no sabía si
alegrarse o asustarse ante lo que acababa de hacer. Había estado muy bien, pero al
fin y al cabo, era un hechizo empleado por las Artes Oscuras... y aquella sensación
naciendo dentro de él, aquel deseo de destruir...
En ese momento, Seamus intentaba ejecutar el hechizo, pero tuvo un éxito similar
al de Neville. Hermione lo hizo bastante bien, partiendo la roca en varios trozos, y Ron
consiguió resquebrajar la suya y pegarle fuego a la hierba que la rodeaba, pero
ninguno se había aproximado ni de lejos a lo que había logrado Harry.
—Bien. No ha estado mal. El próximo día continuaremos, y luego os enseñaré
cómo protegerse, en la medida de lo posible, de este ataque ¿de acuerdo? Podéis
iros.
Harry, Ron y Hermione cogieron sus cosas para regresar al castillo.
—Tú espera un momento, Harry —le pidió el director. Hermione y Ron se
quedaron mirando a su amigo, pero Dumbledore los instó a regresar—. Harry os
alcanzará en seguida.
Ron y Hermione asintieron y emprendieron el regreso al castillo. Harry se acercó a
Dumbledore.
—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó el director, mirándolo fijamente.
—Sí. ¿Por qué no iba a estarlo? —contestó Harry.
—Harry, supongo que te darás cuenta de que lo que hiciste no es normal,
¿verdad?
—Sí, pero no sé cómo...
—¿Hay algo que quieras contarme, Harry?
Harry miró al director, pensando quizás en contarle la extraña sensación que por
segunda vez en su vida había sentido... pero entonces recordó que Dumbledore aún
no le había dicho nada acerca de lo que había hablando con Voldemort en Azkaban, y
decidió no decir nada. Concentrándose en todo lo que sabía de oclumancia, por si
acaso, respondió:
—No, nada, profesor. Simplemente, me asusté un poco por poder hacer algo así...
—Está bien, Harry. No te preocupes. Siempre has sido bueno en Defensa Contra
las Artes Oscuras. Puedes irte.
—Hasta luego, profesor —se despidió Harry, volviendo al castillo, mientras
Dumbledore le miraba con una expresión de preocupación en su rostro.
A Harry no le apetecía hablar con nadie más. Aquello le recordaba demasiado a
cuando había mostrado su facultad de hablar pársel ante todo el colegio, incluso en la
pregunta que Dumbledore le había formulado, idéntica a la que le había hecho cuatro
años atrás, y su respuesta había sido la misma. Bueno, ahora no había hecho nada
malo... aunque, realmente, entonces tampoco.

—Harry ¿qué te pasa? —preguntó Ron, preocupado al ver la cara de Harry cuando
se dirigían al comedor. Harry había estado silencioso toda la mañana—. ¿Qué te dijo
Dumbledore?
—¿Que qué me pasa? —preguntó Harry—. ¿Habéis visto lo que he hecho? Ya
oísteis a Dumbledore: ¡Nunca había visto a nadie hacerlo así!
Aceleró el paso hacia el comedor.
—Tranquilízate, Harry —le dijo Hermione, pero él no le hizo caso—. Harry, ¡párate!
Harry se detuvo y miró a su amiga.
—Has hecho algo muy difícil, sí, ¿y qué? También aprendiste a hacer un patronus
a los trece años, algo que casi nadie ha hecho tampoco, y no te asustaste ¿verdad?
—No, pero el patronus no es un hechizo de las Artes Oscuras.
—El hechizo explosivo no es necesariamente parte de las Artes Oscuras, aunque
los mortífagos lo utilicen —repuso Hermione—. Es un hechizo poderoso y nada más.
Todos sabemos que tienes algunos poderes especiales ¿y qué? No se puede decir
que no vayas a necesitarlos ¿verdad?
Harry no dijo nada.
—Hermione tiene razón, Harry, no hay motivo para que te pongas así. Esto sólo
significa que tendrás buena nota en Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¡No es sólo eso! ¡No es el hechizo! ¡Es cómo me sentí al usarlo! Sentí... sentí...
algo dentro de mí, algo malo...
Ron y Hermione se miraron, y luego observaron a Harry.
—No te preocupes —dijo Hermione, poniéndole una mano sobre el hombro—.
Todo irá bien... de verdad, no has hecho nada malo.
Harry miró a su amiga y asintió.

A Harry le alegró comprobar que sus compañeros pensaban igual que Hermione y
Ron, porque, en el comedor, todo el mundo le felicitó por su hechizo, e incluso algunos
le sugerían una pequeña demostración contra la zona de la mesa de Slytherin en
donde estaba Draco Malfoy.
—Me parece una magnífica idea... o, si no quieres que te vean, espera a
encontrártelo por los jardines —dijo Ron, contento, mientras Harry sonreía. A
Hermione, sin embargo, no le hizo ninguna gracia.
—¡Ni se te ocurra! —le dijo a Harry. Luego miró a Ron—. ¿Cómo dices esas
cosas?
—Vamos, Hermione, sólo era broma. Es obvio que no va a usar el hechizo
deflagratius contra una persona. Aunque seguro que ahora no se pone tan bravucón
contigo... —añadió, mirando de nuevo a su amigo.
—Eso espero. No tengo ninguna necesidad de verle ni de hablar con él.
Y efectivamente, durante toda la semana, Malfoy no se dirigió a Harry, Ron o
Hermione una sola vez. La verdad, los de Slytherin le miraban con un poco de temor,
pero a Harry no le importaba demasiado. De hecho, eso le alegraba. Snape
continuaba callado y tranquilo, y Harry prefería verle así, aunque no se alegrara del
peligro que corría. Por las tardes, procuraban ir a entrenar para quidditch siempre que
podían. Las pruebas para el equipo de Hogwarts eran la semana siguiente, y Harry
estaba decidido a que la mayor parte de ese equipo procediera de Gryffindor. Harry no
había hablado en serio con nadie acerca de quién creía que formaría el equipo del
colegio. Se elegirían los siete jugadores más un suplente para cada uno. Suponía que,
de Gryffindor, lograrían entrar en el equipo titular él y Katie, y quizás, si le iba bien en
las pruebas, pudiese entrar Ron. No creía que Sloper y Kirke llegaran ni siquiera a ser
suplentes, a pesar de lo mucho que habían mejorado. En cuanto a Ginny, esperaba
que pudiese estar en el equipo final, aunque fuese sólo una suplente.
Todo el equipo se esforzaba al máximo, pero los de las demás casas no se
quedaban atrás. Harry había visto entrenar varias veces a Cho, y la chica lo hacía
realmente bien. Una tarde, al salir de los vestuarios tras el entrenamiento, vio a los de
Ravenclaw, que iban a iniciar el suyo. Se acercó a hablar con Cho.
—Hola —saludó.
—Hola, Harry. ¿Cómo fue vuestro entrenamiento? ¿Estás preparado para las
pruebas?
—Creo que sí —dijo Harry con seguridad—. ¿Y tú?
—Lo intento. Creo que voy bastante bien... aunque supongo que el puesto lo
conseguirás tú.
—Bueno... si es así, espero que seas tú y no Malfoy quien obtenga el puesto de
buscador suplente. O que ganes tú, si no lo consigo yo.
—Gracias —le dijo Cho, sonriente.
—No tienes que agradecerme que te desee algo mejor que a Malfoy —le dijo,
riendo—. Incluso a un dementor le desearía algo mejor que a Malfoy.
Cho se rió.
—Bueno, Harry, he de ir a entrenar —dijo, mirando a su equipo, que ya la
esperaba en el aire.
—Vale. Suerte...
—Gracias. Adiós.
Harry esperó a Ron y a Ginny para regresar al castillo. Hermione no había bajado
al entrenamiento. Estaba demasiado ocupada con una gran traducción para la clase
de Runas Antiguas.
Cuando llegaron a la sala común de Gryffindor, la vieron, enfrascada en trabajo en
una mesa cerca de la ventana.
—¿Qué tal ha ido? —les preguntó al verlos.
—Creo que bien —respondió Harry—. El equipo estará preparado. Me llevaré una
sorpresa si al menos cuatro de nosotros no entramos en el equipo, como titulares o
como suplentes.
—Bien. Sólo espero que no haya demasiados de Slytherin —dijo Hermione,
volviendo a su trabajo.

En la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras del jueves, Dumbledore volvió a
llevarlos a los terrenos, para seguir entrenado los hechizos explosivos. Volvía a haber
un montón de piedras, y, como la primera vez, una era más grande que las demás.
—Bien. Hoy seguiremos practicando los hechizos, y todos volveréis a intentarlo —
les dijo Dumbledore—. Como veis, he traído una roca especialmente grande, a ver qué
podéis hacer con ella.
Los alumnos empezaron a murmurar. Casi nadie era capaz de hacer estallar una
de las piedras pequeñas, así que difícilmente podrían hacer estallar la grande, que era
sólo un poco más pequeña que la que había usado Dumbledore en su demostración.
—Antes de probarlo —continuó diciendo Dumbledore—. Os mostraré el único
hechizo que puede detener, siempre parcialmente, al hechizo explosivo. Por supuesto,
si un mago lanza su hechizo con potencia directamente contra alguien, ni este hechizo
lo salvará. Su utilidad reside en evitar los efectos colaterales —Hizo una pequeña
pausa—. Bien, muchos de vosotros ya conocéis el encantamiento escudo, protego,
que sirve para desviar pequeñas maldiciones, y también conocéis los encantamientos
repulsores, que se usan para alejar objetos. El encantamiento escudo que se usa
contra el hechizo explosivo es una combinación de los dos que busca desviar la onda
expansiva de la explosión. Prestad atención —dijo Dumbledore sacando la varita—,
porque es difícil, y si no se hace rápido no sirve de nada. —se dirigió a Harry—: Ahora,
vas a destruir la roca grande con tu hechizo ¿de acuerdo? Estoy seguro de que
podrás. Yo —señaló, dirigiéndose a los demás— me pondré delante de vosotros y
usaré el hechizo para protegeros. Observad cómo se hace.
Describió un movimiento circular rápido con la varita, y luego la levantó frente a él
diciendo «¡protego repulsorum!»
—¡Adelante Harry! —le dijo Dumbledore mientras mantenía la varita levantada.
Harry miró a sus compañeros, no demasiado seguro, pero apuntó a la roca. Se
concentró e intentó recordar toda la rabia que podía sentir.
—¡Deflagratio!
El pequeño punto de luz salió de la varita de Harry e impactó contra la roca, pero,
contra lo que todos esperaban, apenas si le hizo un agujero y algunas grietas.
Dumbledore parecía confundido, y los demás gryffindors se miraban unos a otros.
—Harry, ¿qué ha pasado? —le preguntó Dumbledore, bajando la varita y
acercándosele.
—No... no lo sé —respondió. Aunque era mentira. Tenía una ligera idea de por qué
el hechizo no había funcionado.
—No debes sentir temor de tus poderes, Harry. Para bien o para mal, son tuyos —
le dijo Dumbledore suavemente—. Es eso, ¿verdad?
Harry no respondió.
—Si no te gustan, mayor razón para aprender a controlarlos. Venga, vuelve a
intentarlo.
Harry suspiró y asintió. Esperó a que Dumbledore volviera a crear el escudo, y se
preparó, concentrándose, dejando que la rabia y los recuerdos lo invadieran de nuevo,
deseando ver aquella roca destrozada, deseando...
—¡Deflagratio!
Y esta vez sí. Un poderoso punto luminoso impactó en la roca, haciéndola estallar
en millones de fragmentos, calcinando la tierra a su alrededor y haciendo que todos
levantasen los brazos para protegerse, lo que fue innecesario, porque el escudo de
Dumbledore amortiguó la explosión y desvió los fragmentos de roca.
—Excelente, Harry —dijo Dumbledore, antes de volverse hacia la clase—. ¿Habéis
visto cómo el escudo desviaba los trozos de roca y detenía la magia de la explosión?
—Todos asintieron—. Bien, pues entonces, seguiremos practicando el hechizo, y
luego, empezaremos a practicar el escudo repulsor, que es muy útil, y no sólo contra
este hechizo.
Como había hecho el lunes, Dumbledore empezó a llamar a los alumnos,
haciéndoles destrozar algunas de las piedras. Les explicó como canalizar la magia
para obtener una explosión, impulsando la rabia, al igual que el patronus se generaba
impulsando recuerdos felices. En general estuvo mejor que el lunes, aunque Lavender,
que se puso muy nerviosa cuando le tocó, en vez de destrozar la piedra hizo que
ardiera y diera botes por el prado, hasta que Dumbledore, con un gesto de su varita, la
detuvo.
Cuando finalmente regresaron al castillo, todo el mundo charlaba animadamente
sobre lo interesante que había sido la clase.
—Me ha gustado muchísimo —decía Hermione—. Ese escudo debe de ser
realmente difícil... Dumbledore es un mago excelente.
—Yo veo más difícil destrozar una piedra como lo ha hecho Harry —repuso Ron—.
¡Y el otro día creí que habías hecho algo espectacular! Lo de hoy ha sido una pasada.
Harry sonrió.
—Pero, Harry... ¿Por qué no te salió bien la primera vez? —preguntó Hermione—.
¿Qué te dijo Dumbledore?
Harry tardó un rato en contestar.
—No me salió porque me dio miedo...
—¿Miedo? —preguntó Ron.
—Sí. Miedo de la sensación que me produce hacerlo... miedo... porque... porque...
—no dijo más. No quería decir más. No quería decir «porque me gusta».
—Está bien, Harry. Está bien —le dijo Hermione, sin entender demasiado lo que le
pasaba a su amigo.
Regresaron a la sala común de Gryffindor. Hermione se dispuso a acabar su
trabajo para Runas Antiguas y Harry y Ron se pusieron a jugar al ajedrez, bajo la
mirada de Seamus y Neville, que felicitaron a Ron cuando logró un gran jaque mate
sobre Harry.
—Tal vez deberías usar el hechizo deflagratius contra las piezas de Ron, Harry —
le insinuó Seamus—. Si no, no sé si lograrás ganarle nunca...

Al fin, y tras larga espera para todos los miembros de los equipos de quidditch,
llegó el viernes siguiente, cuando se iban a celebrar las pruebas de selección para el
equipo de Hogwarts. Luego se nombraría a un capitán, y el equipo empezaría a
entrenar. Los otros colegios invitados llegarían el día 30, y en Halloween se celebraría
el sorteo de las semifinales, para ver a quién le tocaba jugar contra quién.
Harry y Ron estaban nerviosos, pero sobre todo Ron, que no logró hacer estallar
su roca en Defensa Contra las Artes Oscuras, tal y como había logrado la tarde
anterior. En Transformaciones, Harry, que tenía que convertir los brazos de Neville en
alas, acabó convirtiendo al muchacho en un cisne con orejas que empezó a volar
como un loco por la clase, hasta que la profesora McGonagall lo devolvió a su forma
normal.
La comida fue muy agitada. Todo el mundo hacía cábalas sobre quien acabaría en
el equipo del Colegio, al que, por supuesto, se presentaban todos los jugadores de los
cuatro equipos de las Casas. Harry se tranquilizó. Era el mejor buscador y además, se
alegró al descubrir que todos apostaban sobre seguro por él como buscador titular.
Aunque, por otra parte, se imaginaba las caras de sus compañeros si Malfoy
conseguía el puesto en su lugar... Se obligó a comer y a dejar de pensar en esas
cosas. En cuanto al puesto suplente, se barajaban por igual los nombres de Cho y
Malfoy, al cual no parecía hacerle ninguna gracia que todo el mundo lo considerara
peor que Harry. A Ron le daban también grandes posibilidades de estar en el equipo,
aunque no muchos le veían como el titular. Harry pensó que los jugadores suplentes
se llevarían una desilusión. Cada equipo jugaría dos partidos, así que no había
muchas posibilidades de que a alguno de los suplentes le tocase jugar.
Cuando la comida terminaba (ni Ron ni Harry habían comido mucho, y Ginny
estaba pálida), Dumbledore se levantó:
—Bueno. Como todos sabéis, esta tarde son las pruebas de quidditch para el
equipo del Colegio, así que ruego a todos que os dirijáis al campo. A los capitanes de
los equipos de las Casas les pediré que se vengan por aquí, y a los jugadores que
deseen presentarse a las pruebas, que esperen delante de los vestuarios de sus
equipos respectivos.
Harry se levantó y se dirigió hacia la mesa de los profesores entre las palabras de
ánimo de sus compañeros, que también se levantaban para dirigirse al campo de
quidditch. Pasó a la sala tras la mesa de los profesores, donde esperaban la señora
Hooch y Dumbledore, aparte de McGonagall, Snape, la profesora Sprout y el profesor
Flitwick, que era el jefe de la casa de Ravenclaw. Enseguida entraron Cho Chang,
Zacharias Smith y Warrington, que miró a los demás con un cierto desdén, aunque sin
llegar a parecer odioso, como habría parecido Malfoy.
—Bien —les dijo Dumbledore—. Ahora iremos al campo, abriréis los vestuarios y
tomaréis nota de qué jugadores de cada equipo quieren presentarse a las pruebas ¿de
acuerdo? Luego le daréis la lista a la señora Hooch. Vamos.
Asintieron y se dirigieron al estadio, donde ya estaba medio colegio. Harry le sonrió
a Cho y se dirigió a abrir los vestuarios de Gryffindor. Como era de esperar, todos los
miembros del equipo iban a participar. Se los veía nerviosos.
—Tranquilos —les dijo Harry—. Somos un buen equipo. De lo mejor. Estoy seguro
de que todos lo haréis bien.
Todos le miraron con una sonrisa un poco forzada. Ginny ni siquiera levantó la
cabeza del suelo, y Ron estaba pálido y no dejaba de resoplar.
Se cambiaron y salieron al campo, en medio del griterío de los de Gryffindor. Harry
le entregó su lista a la señora Hooch un instante después de Warrington y luego
esperó junto a su equipo. Malfoy miró a Ron y se rió.
—Vaya, Weasley... veo que vas a participar, aunque sea con ese palo... ¿Vas a
intentar dar algo de gloria a tu pobre nombre? ¿Eh? —se burló. Sin embargo, sus
compañeros o estaban nerviosos o no les hizo gracia la broma, porque sólo se rieron
Crabbe y Goyle.
—¿Y tú qué? ¿Preparándote a ver si consigues un puesto de suplente? —
contraatacó Ron.
Los de Gryffindor se echaron a reír al instante, mientras Malfoy enrojecía de rabia.
Iba a decir algo, pero entonces la señora Hooch amplificó su voz con la magia y habló
al estadio.
—¡ATENCIÓN! ¡Silencio, por favor! Voy a describir cómo se harán las pruebas
para el equipo. Se harán tres pruebas. La primera prueba será para los cazadores y
los guardianes. Consistirá en tiros de penalties. Cada cazador lanzará cuatro penalties
a cada guardián. Cada cazador ganará un punto por cada gol marcado, y cada
guardián ganará dos puntos por cada tiro parado ¿de acuerdo? Comenzamos...
El primer guardián en afrontar la prueba fue el guardián de Slytherin, Miles
Bletchley, quien lo hizo bastante bien, aunque Katie logró marcarle tres goles de
cuatro. Ginny le marcó uno y Sheldon otro. Anna Snowblack, por desgracia, no marcó
ninguno.
Luego le tocó el turno a Ron, que logró parar dos de los cuatro penalties de Katie
(al fin y al cabo, era contra quien entrenaba). Ginny, sin embargo, logró meterle dos.
Lo peor fue cuando Warrington le metió tres, provocando las burlas de Malfoy y los de
Slytherin, aunque lo hizo bastante bien contra los otros tres cazadores del equipo. Tras
Ron le tocó al buscador de Ravenclaw y luego al de Hufflepuff. Al finalizar la prueba,
Ron estaba en el segundo puesto, por detrás de Bletchley, aunque sólo a tres puntos.
De las cazadoras, Katie era la mejor, Ginny estaba en el quinto puesto, Sheldon en el
octavo y Snowblack en el duodécimo; Warrington estaba de tercero; Bradley, estaba
de segundo y Zalvin de sexto, ambos de Ravenclaw; otro de Slytherin era el cuarto. La
señora Hooch pidió un breve descanso.
—Lo habéis hecho genial —les dijo Harry a Ron, Katie, Ginny, Sheldon y
Snowblack—. Katie ya tiene mucho hecho, y Ginny, aún puedes entrar de titular.
Gregory, tú aún puedes llegar a suplente. Ron, lo has hecho muy bien, seguro que
puedes superar a Bletchley. Ésta no era la prueba definitiva de los cazadores y
guardianes....
Se calló, porque la señora Hooch hablaba de nuevo.
—Bien, ahora, mientras los cazadores y los guardianes descansan, empezaremos
con la prueba de los golpeadores. La misión de cada golpeador será proteger a su
jugador, que simularemos con estas tablas donde tienen dibujado su rostro. Las tablas
han sido encantadas y se moverán por el estadio. Soltaremos cuatro bludgers, que
debéis esquivar y lanzar contra los demás jugadores. Si una bludger golpea una de las
tablas, el golpeador correspondiente queda eliminado. También será eliminado si el
golpeador recibe así mismo, dos golpes, o si golpea con el bate una de las tablas o a
otro jugador —Cogió las tablas y las soltó. Comenzaron a volar y se esparcieron por
todo el campo—. Bien. Ahora, cuando toque el silbato, subiréis a vuestras escobas.
Cinco segundos después, se soltarán las bludgers.
La señora Hooch pitó. Cada casa animaba a los suyos lo que podía. El primero en
ser eliminado, para alegría de Harry y Ron, fue Goyle, que se apartó de su tabla
mientras se protegía de una bludger enviada por uno de los golpeadores de Hufflepuff.
El juego se hacía difícil de seguir, con los siete jugadores restantes por todo el estadio,
enviándose las cuatro bludgers unos a otros. Los dos últimos serían los titulares, y los
dos últimos eliminados, los suplentes.
La prueba continuaba. A Harry le dio un vuelco el corazón cuando dos bludgers se
lanzaron a por Sloper, pero logró repeler una y, afortunadamente la otra no tocó su
tabla. Minutos después caía abatido Roserus, del equipo de Ravenclaw, y después el
golpeador de Hufflepuff que había eliminado a Goyle. Sólo quedaban cinco, y Kirke y
Sloper aún se mantenían, aunque cada vez era más difícil, porque las bludgers tenían
cada vez menos objetivos. El tercer eliminado fue el otro golpeador de Ravenclaw,
Stillwick, para desilusión de Cho. Kirke le había enviado una bludger por la espalda
que no vio. Sin embargo, al mismo tiempo, Crabbe le envió otra a él, destrozando su
tabla y eliminándolo. Ahora sólo quedaban Sloper, Crabbe y otro golpeador de
Hufflepuff, Evan Modded. Kirke había logrado el puesto de segundo suplente, así que
estaba en el equipo. La lucha ahora era encarnizada: las cuatro bludgers se lanzaban
a por los tres jugadores sin piedad, y a duras penas eran capaces de defenderse. Se
les empezaba a ver cansados y con los brazos doloridos de golpear. Sloper se detuvo
un momento a sacudirse el brazo, aprovechando que había alejado a dos bludgers.
—¡Cuidado! —le gritó Ron.
Sloper miró justo a tiempo para dar una voltereta en la escoba y esquivar la
bludger que Crabbe le había enviado. Hizo un giro y golpeó la bludger de vuelta hacia
el jugador de Slytherin, que logró repelerla hacia Modded, que en ese momento se
defendía de otra. No vio la que Crabbe le había lanzado y le golpeó en la cara. Aún no
estaba eliminado, pero quedó aturdido, y no pudo esquivar otra bludger que se lanzó
directa hacia su tabla, destrozándola.
La señora Hooch pitó y Crabbe y Sloper bajaron entre los aplausos de todos.
Harry, Ron y los demás del equipo se acercaron a felicitar a Kirke y a Sloper.
—¡Perfecto! Los dos en el equipo —les dijo Harry sonriendo.
—Sí, pero yo soy segundo suplente, así que lo tengo crudo para jugar —repuso
Kirke, algo desanimado.
—Lo has hecho bien —le dijo Katie.
Cuando hubieron guardado las bludgers, la señora Hooch habló de nuevo:
—¡Bien! ¡Atención, por favor! Vamos a dar paso a la tercer y última prueba para el
equipo. Ahora jugarán los guardianes, cazadores y buscadores. Los guardianes
permanecerán frente a los aros, mientras los cazadores, de dos en dos, intentan
marcar. Tendrán enfrente a otros cuatro cazadores, que se irán rotando. Se formarán
siete equipos de cazadores. Cada jugador cogerá un número de esta caja. Los
cazadores que tengan el mismo número jugarán juntos.
Empezaron a sacar los números. Por suerte, a Ginny le tocó con Katie, a Sheldon
con Bradley y, para finaliazar, a Anna Snowblack con Warrington, lo que no le hizo
ninguna gracia a ninguno de los dos.
—Bien —siguió explicando la señora Hooch cuando todos los equipos estuvieron
formados—. Cada equipo de cazadores tendrá dos oportunidades de marcar.
Avanzarán desde el medio campo hacia los aros. Si el guardián o alguno de los otros
cazadores cogen la quaffle, el equipo atacante pierde la oportunidad ¿de acuerdo? Si
marcan, obtienen dos puntos cada uno, que se suman a los que ya tienen. Si los
defensores logran detenerlos, el que haya cogido la quaffle gana dos puntos. Si los
atacantes tiran contra los aros y el guardián lo para, gana dos puntos el guardián y uno
los cazadores que atacan, pero los defensas ninguno. Y, si marcan, el guardián pierde
un punto. ¿De acuerdo?
Todos los jugadores asintieron.
—Bien. En cuanto a los buscadores, jugarán por el medio, como en un partido real.
Se soltarán dos snitchs. El primero en atrapar una de ellas será el titular, y el que
atrape la otra, será el suplente. ¿Me han entendido?
Harry, Cho, Malfoy y Owen Cauldwell, el buscador de Hufflepuff, asintieron.
—Bien, jugadores ¡en posición!
Los buscadores subieron a lo alto, disponiéndose en círculo, mientras Bletchley se
ponía frente a los aros. Atacaban Warrington y Anna. Entre los defensores, Ginny y
Katie.
—¿Estás listo, Potter? —le dijo Malfoy
—Más de lo que tú querrías, Malfoy —contestó Harry.
Se miraron fijamente el uno al otro.
—Suerte, Harry —le deseó Cho.
—Lo mismo te digo —dijo Harry, sonriéndole e ignorando la mueca de desprecio
de Malfoy.
La señora Hooch soltó las dos snitchs y le pasó la quaffle a Warrington. Un
instante después, hizo sonar su silbato.
Warrington se lanzó hacia la portería, casi ignorando a Anna. Logró esquivar a un
cazador de Hufflepuff y a otro de Ravenclaw, evitando pasarle a Anna la quaffle, que
avanzaba casi sin cubrir. Harry, mientras sobrevolaba el campo, observó como
Warrington se lanzaba hacia Bletchley, pero Ginny se le cruzó con una maniobra
peligrosa, Warrington se vio obligado a frenar y la chica le arrebató la quaffle. Harry
sonrió mientras Warrington miraba a Ginny con odio. Lo sintió por Anna, pero esto
aumentaba las posibilidades de Ginny y de Katie. Observó cómo Ron aplaudía como
loco, al igual que Hermione y Hagrid. Vio a Cauldwell, que volaba cerca de Malfoy, y a
Cho, al otro lado del estadio, y se obligó a concentrarse en lo suyo y a no distraerse. Si
Malfoy atrapaba la primera sntich no se lo perdonaría. Empezó a volar rápidamente,
sacándole partido a su Saeta de Fuego, observando a los demás buscadores, pero no
veía aún ni rastro de las snitchs.
Warrington y Anna volvían a atacar. Esta vez, el cazador de Slytherin decidió
colaborar con la chica. Se aproximaron bastante a los aros, pero al final, en un pase,
Katie interceptó de nuevo la quaffle. Anna bajó la cabeza. Lo tenía difícil. Warrington
volvía a lamentarse. Finalmente, en el último ataque, Warrington tiró, y para alegría de
Harry, consiguió marcar. Esto aumentaba las posibilidades de Ron. Los equipos de
cazadores se sucedieron. Cuando acabó el turno de Bletchley, Katie había conseguido
siete puntos y Ginny cinco. Sheldon tenía tres más, y Anna dos. Bletchley había
conseguido ocho puntos y perdido tres, con lo que estaba a ocho de Ron. Estaba
difícil, pero Harry no perdió la esperanza.
Era el turno de Ron. Harry le hizo una seña de ánimo y siguió buscando la snitch.
Intentó evitar mirar hacia Ron, para no distraerse. Mientras Warrington y Anna
comenzaban de nuevo los ataques, Cauldwell se lanzó en picado hacia el fondo de los
aros que no se utilizaban. Harry lo vio y emprendió la persecución, y al instante se le
unieron Cho y Malfoy, que estaba más cerca. Cauldwell aceleró, pero Malfoy se le
cruzó, obligándolo a desviarse. Cho se pegó a Malfoy, mientras Harry los seguía,
acelerando al máximo su Saeta de Fuego. Los tres forcejearon, pero en el último
instante, la snitch se movió, sobrevolando la cabeza de Malfoy, con lo que no
consiguieron atraparla. Harry viró rápidamente y emprendió su persecución, pero la
snitch desapareció de su vista. Cauldwell se desplazaba hacia el otro lado del estadio,
buscando la otra. Harry se dirigió hacia allí también. Cuando sobrevolaba a los demás
jugadores, observó una buena parada de Ron, mientras Bradley, que había tirado, se
lamentaba. Mientras le sonreía a Ron, vio la otra snitch, que flotaba un poco por
encima del aro de la izquierda. El que más cerca se encontraba de él era Cauldwell,
que miraba hacia otro lado. Harry, loco de alegría, se lanzó por la snitch, pero ésta, al
acercársele, descendió hasta el fondo. Harry la persiguió. La pequeña esfera dorada
voló a unos treinta centímetros del césped, pegada a las tribunas. Harry la persiguió,
acercándosele. Por desgracia, la snitch se dirigía hacia dónde estaban Cho y Malfoy,
que descendieron para atajarla. Harry aceleró aun más. La snitch cambió de dirección
súbitamente, dirigiéndose hacia las tribunas de enfrente. Harry viró, seguido a unos
metros por Malfoy y Cho. Se acercaba, estaba cerca de cogerla
—¡Vamos, vamos! —gritó Harry—. Sólo un poco más...
Entonces, la snitch volvió a virar, subiendo, Harry subió tras ella y vio venir a
Cauldwell. En ese momento, sobre las gradas frente a él, vio a la otra snitch, a unos
cuarenta metros de donde se encontraba. Malfoy también la vio y fue a por ella, Cho
dudó y finalmente fue tras Malfoy. La segunda snitch permanecía quieta, y Malfoy se
acercaba rápidamente. Si Harry no cogía la suya pronto, podía perder el puesto
titular... vio que Cauldwell se dirigía a él rápidamente, espoleó su escoba, estiró el
brazo y...
—¡¡Sí!!
El estadio estalló. De las gradas de Gryffindor subían unos impresionantes
aplausos. Harry miró hacia Malfoy y Cho, que perseguían a la segunda snitch
enzarzados. Sin embargo, la escoba de Cho no era rival para la Nimbus 2.001 de
Malfoy, que se adelantó, consiguiendo atrapar la segunda snitch, arrancando sonoros
vítores y aplausos de los de Slytherin. No obstante, no parecía muy feliz. Era el
suplente de Harry. Cho aterrizó, triste, había tenido cerca de sus manos el entrar en el
equipo y no lo había conseguido. La señora Hooch los llamó, para que no
interrumpieran el resto de la prueba. Ron estaba ya terminando su turno.
Harry descendió, y al instante Hermione se abalanzó sobre él, abrazándole.
—¡Bien hecho, Harry! Sabíamos que lo conseguirías.
—¡Muy bien, Harry! —le dijo Hagrid dándole una palmada en el hombro que casi lo
tira al suelo—. Has vencido a Malfoy.
Harry miró a Draco y le sonrió. Malfoy le miró con cara de odio. No pudo verle más
porque sus compañeros de Gryffindor le rodearon, abrazándole. Parvati y Lavender le
dieron dos sonoros besos cada una en la mejilla que le hicieron ponerse colorado.
Colin Creevey empezó a hacerle fotos. Cuando logró librarse de ellos, se dirigió a
Hermione, que observaba la prueba.
—¿Cómo va Ron?
—Ahora mismo está atacando el sexto equipo —dijo Hermione—. Le han tirado a
puerta seis veces y ha parado cuatro —explicó Hermione mientras miraban cómo
Morton y otro cazador de Slytherin atacaban—. A estos les falta este intento.
—Necesita parar por lo menos dos más para entrar de titular, si no, entrará
Bletchley —dijo Harry.
—Lo sé —le dijo Hermione.
En el último intento de Morton y su compañero, el cazador de Slytherin esquivó a
Sheldon y lanzó al aro izquierdo. Ron se tiró a por la quaffle. Aunque no logró
atraparla, detuvo el disparo.
—¡Bien, Ron! —gritó Hermione—. ¡Tienes que parar uno más!
Ron parecía nervioso, pero seguro. Ahora atacaban dos cazadores de Hufflepuff.
Katie y Ginny estaban en la defensa. Comenzó el primer ataque. Los cazadores
estaban bien compenetrados y lograron atravesar la defensa, esquivar a Katie y Ginny
y tirar. Afortunadamente, el tiro no fue muy bueno, y Ron lo paró sin dificultades.
—¡Sí! —gritó Harry, mientras de su alrededor los de Gryffindor levantaban oleadas
de aplausos—. ¡Ha empatado con Bletchley!
—¡Es suficiente! —gritó Hermione—. ¡Porque sólo le han marcado dos goles, y a
Bletchley tres!
El último intento de los Hufflepuffs no fue muy bueno y Warrington logró interceptar
la quaffle.
La señora Hooch pitó y Ron descendió, muy contento. Bletchley, sin embargo,
parecía algo enfurruñado.
Cuando Ron llegó junto a Hermione y Harry, la chica le dio un fuerte abrazo, al
igual que Harry. Estaba muy contento.
—¡Felicidades a ti también, Harry! —le dijo Ron—. Derrotaste a Malfoy. Seguro
que debe de estar enfadadísimo. Espero que los otros guardianes no logren
superarme...
—No te preocupes. Le sacas once puntos al guardián de Ravenclaw y doce al de
Hufflepuff... no lo tienen fácil.
Ron sonrió aún más.
—Katie va líder de puntuación de cazadoras —comentó Hermione—. Y Ginny va
de cuarta. Sheldon sigue de octavo y Anna de décima. De tercero va Warrington, y de
segundo Bradley; de quinto va uno de Hufflepuff y de sexto otro de Slytherin. De
momento, tenemos a cuatro de Gryffindor en el equipo del colegio. ¡No está mal! Eso
representa un éxito para el capitán —dijo mirando a Harry, que se sonrojó algo, sin
decir nada.
Empezaba el turno del Ferziberd, el guardián de Ravenclaw. Sólo logró sacar tres
cuatro puntos más de los que tenía; el de Hufflepuff consiguió cinco, pero no era
suficiente. Ron había sido, indiscutiblemente, el mejor en el campo, aunque Bletchley
fuese mejor en los penalties. Ron no cabía en sí de contento. Lo había conseguido.
Finalmente, Katie había quedado de primera, seguida de Bradley y Warrington.
Ginny había sido cuarta, y uno de Slytherin y otro de Hufflepuff habían logrado los
puestos quinto y sexto. La señora Hooch llamó a todos, titulares y suplentes.
Dumbledore se les acercó.
—¡Bien! ¡Bien! Mis felicitaciones a todos —dijo mirándolos, sonriente—, también a
aquellos que no han resultado elegidos. El próximo lunes se os entregarán los
uniformes del equipo de Hogwarts. Vuestros vestuarios serán los de Hufflepuff. Los de
Slytherin los usará Beauxbatons, los de Gryffindor Durmstrang y los de Ravenclaw
Castelfidalio. Por tanto, ruego a los capitanes de los equipos que entreguen sus llaves
a la señora Hooch, quien os las devolverá en cuanto acabe el torneo. El lunes se os
llamará a una reunión y elegiréis a vuestro capitán ¿de acuerdo? —Todos asintieron
con la cabeza—. Bien. Pues podéis retiraros a descansar o aprovechar para armar
jaleo —añadió, guiñándoles un ojo.
Mientras estaban en los vestuarios, donde habían entrado a cambiarse, Harry
habló al equipo:
—Estoy muy orgulloso de que seis de nosotros hayamos logrado entrar en el
equipo —les dijo—. Esto demuestra que somos los mejores. Cuando acabe el torneo,
ganaremos la copa escolar. ¡Lo presiento!
Los jugadores jalearon y gritaron ante el comentario de Harry, que fue elevado en
hombros de todos, donde estuvo un rato, hasta que sus compañeros decidieron
dejarle de nuevo en el suelo.
Salieron de los vestuarios muy alegres, donde los esperaba Hermione, y volvieron
al castillo. Harry se encontraba feliz como no se había sentido en semanas, o aun en
meses.
Mientras volvían, vieron a Dullymer, que felicitaba a Malfoy por estar en el equipo,
aunque Malfoy no parecía demasiado feliz. Harry no vio a Cho. Dedujo que tampoco
ella estaba muy feliz. Sólo había un jugador de Ravenclaw en el equipo titular de
Hogwarts y ella había perdido ante Malfoy. Dullymer dejó a Malfoy y se acercó a ellos.
—Felicidades —dijo, sonriéndoles—. Esperaba que tú fueses el buscador, Harry.
—Gracias —dijo Harry, sonriéndole a su vez.
—Draco no estaba muy contento —comentó Dullymer mirando hacia los de
Slytherin—. Pero bueno, qué se le va a hacer. Espero que dejéis el pabellón de
Hogwarts bien alto.
—Lo intentaremos —dijo Ginny—. Aunque yo no creo que llegue a jugar...
—¡Oh!, nunca se sabe. El los partidos de quidditch puede haber heridos ¿no? Y
además, vais a entrenar todos juntos, y todos colaboraréis.
—Es cierto —confirmó Harry—. Entrenaremos mediante partidos.
—Y tú serás el capitán ¿verdad, Harry? —afirmó, más que preguntó, Henry.
—¿Yo? No sé...
—Pues yo sí. El capitán se elige por votación de los jugadores, y dado que de los
catorce, seis son de Gryffindor... Te vas a presentar para capitán ¿no?
—Ahora que lo dices...
Miró a Katie.
—Yo renuncié al puesto de capitana de Gryffindor. No voy a presentarme a
capitana de Hogwarts. Hazlo tú. Has hecho un buen trabajo con el equipo.
—Sí, Harry —pidió Ginny.
—Bueno... sí, creo que lo haré.
—Bien. Entonces, ya nos veremos. Os dejo
Se alejó corriendo hacia su grupo de Slytherin.
—Tienes que presentarte tú, Harry —dijo Ron—. Seguro que los de Ravenclaw y
Hufflepuff, si no se presenta ninguno de ellos, te eligen a ti. Imagínate la cara de
Malfoy...
—Me presentaré —dijo Harry rotundamente, mientras regresaban al Castillo, entre
risas y alegría.
11

Los Competidores del Torneo

La noche del viernes constituyó una auténtica fiesta en la sala común de


Gryffindor, donde todo el mundo felicitaba sin parar a los miembros del equipo que
habían entrado al equipo del colegio, o bien daban ánimos a los que no lo habían
conseguido. La sala común estaba llena de dulces, cervezas de mantequilla y demás
cosas adquiridas por los alumnos en la cocina. Harry se preguntó cómo habían
montado aquella fiesta sin ayuda de los gemelos Weasley, que eran quienes se
ocupaban siempre de aquellos asuntos. Ron respondió a su pregunta mostrándole un
libro mientras Hermione no miraba. El libro provenía de Sortilegios Weasley y se
titulaba Cosas Divertidas Que Se Pueden Hacer En Hogwarts. Harry comprendió que
Ron se lo mostrara sin que Hermione lo viera; dudaba que la prefecta aprobara lo que
ese libro decía. Técnicamente, Ron también debería confiscar un libro como aquél,
pero el pelirrojo no era lo que se dice muy estricto con las obligaciones que acarreaba
su insignia.
La profesora McGonagall había acudido ya a la sala común a las nueve y media, al
oír el alboroto, pero, finalmente, había decidido dar permiso para continuar la fiesta
hasta las doce, encargando a Hermione la responsabilidad de enviar a todo el mundo
a la cama a esa hora.
Así pues, la fiesta se prolongó hasta medianoche, y, durante aquellas horas, nadie
en la sala común de Gryffindor recordó que fuera de los muros del castillo, el temor
inundaba los corazones de los habitantes del mundo mágico, y, que en algún lugar, el
más terrible de los magos planeaba algo, algo que le permitiese, por fin, adueñarse del
mundo.
Cuando llegó la medianoche, Hermione se acercó a Harry y a Ron, que
comentaban por enésima vez sus respectivas actuaciones durante las pruebas.
—Ron, son las doce.
—Ya lo sé —contestó él.
Hermione puso los ojos en blanco.
—McGonagall sólo nos dio permiso hasta las doce.
—¿Quieres que terminemos la fiesta? —preguntó él, asustado ante la idea de
enviar a la cama a los aún muy animados miembros de la casa de Gryffindor que
llenaban la sala común.
—¡Somos los prefectos!
—Está bien, está bien —dijo Ron, suspirando.
Así pues, entre él y Hermione pusieron fin a la fiesta, enviando a todos a las
camas, pese a las protestas de muchos. Harry los esperó sentado en una butaca.
Cuando sólo quedaron ellos tres, Hermione miró a su alrededor y les habló:
—Bueno, ahora tenemos que recoger todo esto...
—¡¿Qué?! —exclamaron Harry y Ron al unísono.
Hermione les miró con severidad.
—¿No querréis que dejemos esto así, verdad?
—Pero... ¿por qué nosotros? —preguntó Ron.
—Porque somos los prefectos —volvió a decir Hermione.
—Exacto, no somos elf... esto, criados —rectificó, viendo la cara de Hermione al
empezar a decir «elfos domésticos».
Hermione lo miró con severidad.
—Mira, si no puedes con tus obligaciones de prefecto, díselo a McGonagall y que
nombre a otro —le espetó.
Harry miró a su amigo. La verdad es que pensaba que Ron no era un prefecto muy
entusiasta, y siempre se quejaba de lo pesado que era tener que hacer de vez en
cuando rondas por los pasillos, como tenían que hacer él y Hermione.
Ron se quedó un instante mudo, observando a su amiga, como si sopesara los
pros y los contras de ser prefecto.
—Vale, recojamos —dijo, sacando su varita y empezando a limpiar.
Hermione le miró, y en su rostro severo se dibujó una sonrisa.

Cuando media hora más tarde Harry se metió en la cama, tras haber ayudado a
Ron y a Hermione a limpiar, estaba cansadísimo. Se alegró de que al día siguiente
fuera sábado, porque dudaba que pudiera levantarse antes de las once de la mañana
por lo menos.
Se sentía feliz... bueno, quizá no feliz, exactamente, pero sí muy contento. Parecía
como si los problemas se hubieran alejado momentáneamente de él, absorbidos por la
emoción del Torneo de Quidditch. Se había sentido maravillosamente montado sobre
su escoba, venciendo a Draco Malfoy, y viendo cómo Ron y Ginny conseguían un
puesto en el equipo del colegio. Era como si los sueños, los asesinatos y los peligros
hubiesen desaparecido del mapa, al menos por un tiempo. Sin tiempo para pensar
más, Harry se durmió profundamente.

El sábado por la mañana lo pasaron haciendo deberes en la biblioteca. Tenían que


trabajar en conjuros transformadores parciales para McGonagall, y preparar una
introducción para el tema de encantamientos levitatorios avanzados, para el profesor
Flitwick. Hermione ya llevaba el trabajo muy avanzado, y Harry y Ron sospechaban
que seguramente ya sabía ejecutar aquellos hechizos, y no sólo hacer una
introducción sobre ellos. Se encontraban en la sección prohibida, a la que tenían
acceso controlado por ir en sexto, y estaban usando ciertos volúmenes polvorientos de
magia avanzada para el trabajo de Encantamientos. Harry, que creía que el trabajo iba
a ser aburrido, descubrió que no, pues los hechizos levitatorios avanzados se usaban
en las escobas voladoras, en alfombras y otros objetos de ese tipo. También podía
aprender a volar por sí mismo, aunque las escobas eran más rápidas.
Terminaron casi a la hora de comer, ya que querían tener la tarde libre para ir a
tomar el té con Hagrid, quien los había invitado para hablar de la prueba del día
anterior y del torneo de Quidditch.
Acudieron a la cabaña de Hagrid poco después de haber comido. Llamaron a la
puerta, y Hagrid les abrió.
—¡Hola! —los saludó—. Pasad.
Entraron y cerraron la puerta. El día estaba un poco frío y Fang dormitaba junto a
la chimenea.
—Voy a preparar el té. ¿Todos queréis, verdad? —les preguntó.
—Yo no —dijo Hermione—. Aún hemos comido hace poco y no me apetece.
—¿Qué te ha parecido la prueba, Hagrid? —preguntó Ron.
—Estuvo muy entretenida y emocionante —dijo Hagrid mientras ponía la tetera a
hervir—. Emocionante como un auténtico partido. Me alegro de que los dos estéis en
el equipo. Creo que tenemos posibilidades en el Torneo.
—¿Sabéis algo de los jugadores de Durmstrang o Beauxbatons? —preguntó
Harry.
—No demasiado —contestó Hermione—. En Evaluación de la Educación Mágica
en Europa no se habla mucho de quidditch. De hecho, en este sentido sólo se hace
mención a Castelfidalio, donde le dan mucha importancia al deporte. Creo que de esa
escuela han salido excelentes jugadores.
—No te preocupes, Harry —le dijo Ron—. Si Krum aún estuviera en el colegio,
quizás tendríamos problemas, pero ya terminó hace dos años, así que...
—Viktor sigue en Durmstrang —le contradijo Hermione.
—¿Qué? —saltó Ron—. Pero si iba en séptimo hace dos años y... —calló un
momento y miró a Hermione fijamente—. ¿Y tú como lo sabes? ¿Aún sigues
escribiéndote con él?
—Pues sí —dijo Hermione, como sin darle importancia—. Y no es un alumno.
Trabaja como profesor de vuelo y entrenador de quidditch, aparte de estar en un
equipo de quidditch de Bulgaria. Será el único profesor de Durmstrang que venga,
aparte del director.
Ron se quedó sin palabras y puso mala cara al oír las palabras «será el único
profesor de Durmstrang que venga». No parecía hacerle mucha gracia que Viktor
Krum regresara a Hogwarts.
—¿Quién es el nuevo director? —preguntó Harry.
—No lo sé —dijo Hermione, encogiéndose de hombros.
—Se llama Petrimov, Sergei Petrimov —respondió Hagrid, que quitaba la tetera del
fuego—. Dumbledore nos lo dijo. No sé gran cosa acerca de él, pero al menos no es
un ex mortífago, como Karkarov.
—Claro, porque no hay ex mortífagos —dijo Ron—. Los ex mortífagos, o son
mortífagos, como Malfoy, o están muertos, como Karkarov.
—Snape no está muerto —repuso Harry.
—Sí... pero Snape es un caso aparte.
Hagrid sirvió el té y unas galletas hechas por él, que, conociendo el arte culinario
del semigigante, nadie probó, alegando que hacía poco que habían comido.
—¿Ya has sabido algo de los gigantes, Hagrid? —preguntó Harry dando un sorbo
a su taza de té.
—No —contestó Hagrid, triste—. Quizás no han conseguido llegar, quien sabe... o
quizás los han descubierto y los han matado...
—¿Y de los que se unieron a Voldemort?
—Tampoco. Ignoramos si han venido, o si Quien Vosotros Sabéis ha hecho una
alianza con ellos pero permanecen en las montañas...
—¿Qué utilidad pueden tener en las montañas? —preguntó Ron.
—No lo sabemos, pero Dumbledore sospecha que intentará hacer que vengan
aquí, al fin y al cabo es donde los necesita...
—¿Piensa asaltar el Ministerio de Magia? —inquirió Harry.
—Ése es su objetivo final —dijo Hagrid—. Controlarlo todo. Aunque mientras
tengamos a Dumbledore, Hogwarts seguirá siendo un lugar seguro.
—Quizás al principio —dijo Harry, levantándose y mirando por la ventana—. Si el
resto cae, Hogwarts también... y Dumbledore no puede derrotar a Voldemort. Se está
volviendo más fuerte... Dumbledore ya no puede contra él.
Nadie dijo nada. Harry siguió mirando por la ventana. Hermione acariciaba a Fang,
Ron terminaba su té y Hagrid el suyo.
—¿No irás a preocuparte ahora, verdad? —le preguntó Ron por fin.
—No... Es que ayer, cuando me acosté estuve pensando... durante estos días
parece que nos olvidamos de lo sucedido hace poco... ¿Cómo están tus padres y
Percy? —le preguntó.
—Eh... no lo sé —admitió Ron, un poco avergonzado.
—Deberías escribirles. Yo también le escribiré a Lupin. No es Sirius... pero también
era amigo de mi padre... —Calló un momento, y luego dijo—: Espero que el Torneo dé
sus frutos...
—¿Sus frutos? —preguntó Ron
—Sí. Que nos unamos. En el Torneo de los Tres Magos Madame Maxime se unió
a nosotros para ayudarnos ¿recordáis? Espero que este año sea igual.
—Estoy casi seguro —dijo Hagrid—. Dumbledore es un gran hombre, y logrará lo
que se propone. Estoy convencido. —Luego se animó y dijo—: ¿Vas a presentarte a
capitán del equipo de Hogwarts, Harry?
—Sí —respondió éste, abandonando la ventana y volviendo a sentarse en su silla.
—Pues si te presentas lo serás. No dudo que tendrás los apoyos de todos los
jugadores de Gryffindor, y no creo que ningún otro candidato tenga más simpatías,
sobre todo si es de Slytherin.
—Seguro que Malfoy se presentará —dijo Harry.
—Yo no estoy tan segura, Harry —repuso Hermione. Como la miraban con cara
extraña, explicó—: Para empezar, no es capitán de Slytherin, sino que lo es
Warrington, así que lo lógico sería que, en todo caso, se presentara él. Además,
supongo que Malfoy sabe que si se presenta como capitán, perderá, y no creo que
quiera volver a perder frente a ti, ¿no crees?
Ni a Harry ni a Ron se les había pasado por la cabeza esa posibilidad, pero Harry
pensó que lo que Hermione decía tenía bastante sentido...
—No creo que quiera perder, pero no va a aceptar tan fácilmente a Harry como
capitán —apuntó Ron.
—Bueno, esperará que alguien que no sea de Gryffindor se presente, y hará que
los de Slytherin lo apoyen. Ellos son cinco. Si apoyan a un candidato de Hufflepuff,
podrías no obtener el puesto...
—Si Bradley apoya a Harry, serán siete contra siete...
—Bueno, da igual. Dejadlo. Yo estoy casi seguro de que sí se presentará —dijo
Harry, tajante—. De todas formas, no me importaría no ser el capitán, siempre que no
lo sea alguien de Slytherin.

Eran casi las siete de la tarde cuando finalmente abandonaron la cabaña de Hagrid
para dirigirse de nuevo al castillo. La noche caía ya, y Harry sabía que no debía andar
por los terrenos en la oscuridad. Fueron a la sala común de Gryffindor, donde Harry y
Ron se pusieron a jugar una partida de ajedrez antes de bajar a cenar.
Cuando subieron, Harry escribió una pequeña nota para Lupin, y Ron hizo lo
propio con sus padres. Como no sabían si los Weasley estaban en ese momento en
Grimmauld Place, Harry envió su carta por medio de Hedwig y Ron mandó la suya por
Pig.
Recibieron la contestación el domingo a mediodía. La carta de Lupin decía:

Harry:
Te agradezco tu carta. Aunque los miembros de la Orden
siguen pasando por aquí a menudo, me siento un poco solo. De
momento todo va bien, no ha habido ninguna cosa extraña, pero
Dumbledore no está tranquilo. Aún no sabemos dónde se
esconden los mortífagos fugados, ni lo que trama Voldemort.
Intentamos hacer averiguaciones acerca de esos sueños que has
tenido, pero no tenemos demasiada información. De todas
formas, tú no debes preocuparte de momento. Mientras estés en
Hogwarts estarás a salvo, y en las salidas a Hogsmeade, tendrás
siempre a alguien vigilándote. Esfuérzate en las clases de
Dumbledore. Nos ha dicho que se te da muy bien, y en estos
días, todo lo que puedas aprender no será demasiado.
Atentamente
Lupin

P.D.: Felicitaciones a ti, a Ron y a Ginny por estar en el


equipo del colegio. Saluda también a Hermione.
—Aún no han averiguado dónde se esconden los fugados —dijo Harry al terminar
de leer la carta—. ¿Cómo será que Snape no lo sabe?
—Tal vez no se dicen todo unos a otros —opinó Hermione.
—Sí, es posible... —Harry recordó algo—. Eso es lo que dijo Karkarov en el juicio,
que sólo Voldemort los conocía a todos...
—¿Qué dicen tus padres, Ron? —le preguntó Hermione.
—No gran cosa. Aún están tristes por Percy. Me dicen que ha solicitado el traslado
al Departamento de Seguridad Mágica, pero aún no ha recibido respuesta. Fred y
George también han ingresado en la Orden.
—¿Fred y George? —preguntó Hermione, sorprendida. Era obvio que no
consideraba a los gemelos lo suficientemente serios como para algo así.
—Sí. Quieren ayudar en todo lo que puedan, aunque claro, sin saber lo que trama
Voldemort...
Terminaron de comer, y pasaron el día en la sala común. Hermione se puso a
hablar con Ginny, al lado de Parvati y Lavender, y Harry, Ron, Seamus y Dean
empezaron a jugar una partida de naipes explosivos.

Al día siguiente por la mañana, en clase de Pociones, Harry comprobó, con


desagrado, que Snape ya se había recuperado de la noticia de la muerte de Karkarov,
porque volvía a estar tan desagradable como siempre. Les había ordenado preparar
una solución transformadora para adquirir ciertas capacidades animales (algo
parecido a las branquialgas, según comprobó Harry, aunque más potente y difícil de
preparar, por supuesto). La receta que Snape les había mandado era bastante
complicada. Harry se ganó una regañina de Snape porque con su solución no había
conseguido desarrollar todas las habilidades que la poción otorgaba. Harry se
enfureció, porque la de Goyle apenas si se podía beber y no le había dicho nada.
Malfoy, por primera vez desde el viernes, le sonrió de forma despectiva.
En Defensa Contra las Artes Oscuras, Dumbledore empezó a enseñarles el
encantamiento escudo respulsor, que podía, además, ser útil en más casos que ese.
No avanzaron demasiado, porque sólo estuvieron practicando el movimiento y las
bases del hechizo, los encantamientos escudo y el encantamiento repulsor.
En la clase de Encantamientos, empezaban con los Encantamientos levitatorios
avanzados, muy superiores al Wingardium Leviosa que era el único que conocían
hasta el momento. Lo primero que iba a aprender era a levitar por sí mismos, o sea, a
volar sin escoba. El profesor Flitwick les dijo que no era demasiado difícil, comparado
con otros hechizos como los de las escobas voladoras.
—Bueno, esto será interesante aprenderlo, por si nos caemos de la escoba en un
partido —le dijo Harry a Ron, que le sonrió, mientras Hermione les mandaba callar y
atender a la explicación de Flitwick.
Finalmente acabaron las clases por ese día, llegó la tarde, y, con ella, la primera
reunión del equipo de Hogwarts, en el campo de quidditch a las seis en punto.
Harry, Ron y Ginny bajaron juntos al estadio. Allí ya estaban los de Slytherin, que
les miraron con desprecio al llegar. Sin embargo, Malfoy se contuvo las ganas de
decir algo, porque la señora Hooch ya estaba allí. Harry se fijó en que los vestuarios
ya no tenían los colores de las casas, sino que en cada uno de ellos se veía el escudo
de uno de los Colegios participantes. Cuando llegaron el resto de jugadores, la señora
Hooch habló:
—Bien. Hoy estamos aquí reunidos para organizar el equipo, y elegir un capitán
que dirigirá los entrenamientos, entrenamientos que yo supervisaré ¿de acuerdo?
Todos asintieron.
—Bien, entonces lo primero que haremos será elegir al capitán. ¿Quiénes se
ofrecen voluntarios?
Harry dio un paso al frente, empujado por Ron.
—Yo —dijo. Malfoy lo miró con odio, pero no se movió. «Quizás Hermione tenía
razón y no se presenta», pensó. Pero nadie de Hufflepuff, ni Bradley, de Ravenclaw,
se movió, así que Malfoy acabó levantándose.
—Yo también —dijo, mirando fijamente a Harry.
—Bien ¿Nadie más? —preguntó la señora Hooch—. Vale —dijo, al ver que nadie
más se ofrecía—. Entonces votemos. Que levanten la mano quienes quieran votar por
Harry Potter.
Harry y todos los demás de Gryffindor levantaron la mano, al igual que Bradley y,
finalmente, también los dos de Hufflepuff. Malfoy intentó disimular la rabia que sentía
al ver a los de Ravenclaw y Hufflepuff levantar la mano. Harry intentó disimular su
alegría.
—Bien. Parece que no hay dudas. Por nueve votos a favor, es elegido capitán el
buscador Harry Potter. —Se dirigió a él—: Toma: Son las llaves de los vestuarios de
Hufflepuff, ahora los de Hogwarts. En él está ya todo el material. Cambiaos y salid de
nuevo al campo. Entrenaremos un rato.
Harry cogió la llave y se dirigió a los vestuarios, seguido del resto de jugadores.
Una vez dentro, Malfoy se encaró con él.
—Vaya, vaya. Como no, el gran... Potter de nuevo el protagonista. Hace dos años
campeón del colegio y ahora capitán del equipo de quidditch. Siempre llamando la
atención, ¿eh? —escupió, con amargura.
—Cállate, Malfoy —le dijo Ron—. Tú te presentaste y has perdido. Acéptalo.
—Sí, desde luego es mejor perder que ganar gracias a votos como el tuyo,
Weasley. Tú de guardián... vamos listos —le dijo mirándole con desprecio entre las
sonrisas de los de Slytherin.
Ginny sacó la varita y apuntó a Malfoy
—Te lo dije en el tren, Malfoy —dijo, mirándole amenazadoramente—. Si no te
callas...
—¡Ya salió la eterna defensora de Potter! Me pregunto qué te da para que le
defiendas tanto. ¿Te ha prometido amor eterno? —se burló Malfoy sonriendo
burlonamente, mientras Crabbe y Goyle se reían como idiotas.
—Déjale, Ginny —dijo Katie mirando a Malfoy con rabia—. Lo único que tiene es
envidia, porque ha perdido. Eso es todo.
—¿Envidia? ¿De...?
—¡YA! —gritó Harry—. ¡Todo el mundo a cambiarse y al campo! Ahora somos un
equipo, y vamos a comportarnos como tal.
—A mí no me des órdenes, Potter —le dijo Malfoy, que se había puesto serio—.
No tolero que...
Pero Harry no quiso escuchar más. Sacó la varita, apuntó a Malfoy y gritó:
—¡Silencius!
Malfoy siguió abriendo y cerrando la boca, pero sin decir nada.
—Bien, espero que ahora podamos comportarnos.
Malfoy le miró con un odio tan intenso, que no necesitaba palabras para
expresarse, pero fue a cambiarse. Warrington le aplicó el contrahechizo para que
pudiese volver a hablar.
Salieron al campo, con los uniformes del colegio, que eran de color plata y oro,
con el escudo de Hogwarts en el pecho. La señora Hooch les esperaba.
—Bien. Espero que recuerden todos que mientras estén en el equipo del colegio,
no pertenecen a ninguna casa. Aquí todos sois miembros de un solo equipo, y espero
que todos trabajéis por el bien del mismo, sin excepción. ¿De acuerdo? —Todos
asintieron, incluso los de Slytherin—. Bien, pues entonces dad unas vueltas por el
estadio y pasaos la quaffle un rato.
Les entregó el balón rojo y levantaron el vuelo, pasándoselo unos a otros, sin
apenas hablar. Algunos alumnos, entre ellos Dullymer, que estaba con Goyle, se
habían acercado a verlos. Estuvieron un rato jugando con la quaffle y volando por el
estadio, hasta que la señora Hooch los llamó, diciéndoles que a las seis del día
siguiente tendrían la primera sesión de entrenamiento real, que ya estaría dirigida por
el capitán, o sea, por Harry.
Afortunadamente, al volver a cambiarse, no hubo problemas. Al parecer Malfoy
había dejado para otra ocasión el vengarse de él. Cuando todos hubieron salido, cerró
los vestuarios y, acompañado por Ron y Ginny, se dirigió a la torre de Gryffindor,
donde Hermione se encontraba estudiando los encantamientos levitatorios. Harry y
Ron se sentaron en un sofá, donde Crookshanks se les subió, acurrucándose sobre
Ron, que lo acarició.
—¿Qué tal fue? —preguntó Hermione.
—Bastante bien... Harry fue elegido capitán, por supuesto. —Hermione sonrió—.
Malfoy se puso bastante pesado, así que le lanzó el hechizo silenciador ¡Estaba la
mar de gracioso!
—¿Le echaste un hechizo silenciador? Me imagino que no le debió de gustar nada
—dijo Hermione, riendo.
—Pues no, pero se aguantó. Supongo que espera pillarme en alguna —dijo Harry,
encogiéndose de hombros y acariciando a Hedwig, que se le había posado en un
brazo—. Pero me da igual. No le tengo ningún miedo.

Al día siguiente, por la tarde, Harry y Ron se encaminaron hacia el estadio para el
primer entrenamiento en serio del equipo. Fueron los primeros en llegar. Harry abrió
los vestuarios y se pusieron los uniformes de equipo. Sacaron el maletín con los
balones y empezaron a volar, mientras llegaban el resto de miembros del equipo.
Llevaban cinco minutos en el aire cuando aparecieron Ginny, Kirke y Sloper, y tras
ellos, Katie y Bradley, seguidos por los dos jugadores de Hufflepuff y los de Slytherin.
Un momento después llegó la señora Hooch, montada en su escoba.
Cuando todos se hubieron cambiado, Harry les dijo a los seis cazadores que
empezaran a practicar pases con la quaffle para acostumbrarse a jugar juntos.
Bletchley y Ron se turnaron para ponerse en los aros. Luego, la señora Hooch soltó
las bludgers para que los golpeadores practicasen.
—¡Malfoy! —llamó Harry.
Malfoy le miró, arrogante.
—Tú y yo vamos a intentar atrapar la snitch ¿De acuerdo?
Malfoy no le contestó.
—¡Suelte la snitch! —le dijo Harry a la señora Hooch. Esta, abrió el cajón y soltó la
pequeña esfera dorada, que en seguida desapareció de la vista.
Harry empezó a buscarla, mientras observaba el juego de los demás de vez en
cuando. Malfoy, aunque no había hablado ni una sola vez con Harry, también empezó
a buscar la snitch por todo el campo.
Cuando llevaban un rato jugando, Harry observó que Katie y Warrington, aunque
nunca habían jugado juntos, se coordinaban bastante bien en los ataques. Podrían
formar una excelente pareja en ataque, con el apoyo de Bradley, que era bueno
esquivando a los cazadores contrarios. Ron y Bletchley lo hacían ambos bastante
bien.
La señora Hooch les ordenó dejarlo a las siete y media, ya que apenas se veía
nada. Harry había logrado atrapar tres veces la snitch, aunque Malfoy había lograda
cogerla en una ocasión.
—Bien. No ha estado nada mal —dijo la señora Hooch—. ¿Alguien tiene
problemas para estar mañana aquí a la misma hora?
Nadie los tenía.
—Bien. Pues entonces cambiaos y volved al castillo.
Se cambiaron en medio del silencio. A pesar de las rivalidades dentro del equipo,
todos parecían haber entendido que eran un equipo, y, aunque no se llevaban bien,
procuraron no discutir. Harry se sintió satisfecho de ello. No sentía ningún deseo de
confraternizar con Malfoy o con Crabbe, pero tendría que procurar no tener peleas
con ellos mientras durase el Torneo.

Pasaron los días y llegó el jueves, día en que llegaban los invitados. Todo el
mundo parecía contento y expectante, excepto Ron, que había estado todo el día un
poco huraño. Hermione le había mirado a cada rato durante la comida, pero no le
había dicho nada. Harry tampoco le comentó nada al respecto, porque creía tener una
idea bastante clara de por qué no estaba su amigo de buen humor. Harry recordó lo
que les había dicho la tarde en que había hablado con Dumbledore acerca de su
sueño, cuando estaban en Grimmauld Place, pero ninguno de los dos había vuelto a
mencionar el tema, y Harry decidió no volver a hablar sobre ello tampoco, aunque a
veces, desde que había tenido el segundo sueño, al ver a sus dos amigos pensaba en
ello.
Por la tarde, tenían clase doble de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero nadie
estuvo muy concentrado. Seguían con el encantamiento escudo, que, de momento, a
la que mejor se le daba era a Hermione. Harry se ocupaba de provocar las
explosiones que tenían que detener. Había aprendido bastante bien a controlar la
potencia del hechizo. Esa tarde, Harry pensó, sin embargo, que quizás Ron podría
lanzar un hechizo explosivo que no tendría mucho que envidiar al suyo.
La clase se suspendió a la cinco de la tarde, y todos regresaron a la sala común a
prepararse. Los invitados llegarían a las seis. La profesora McGonagall les había
recordado que esperaba que se comportaran como se suponía que debían
comportarse los alumnos de Hogwarts y Gryffindor. A las seis de la tarde, todos
esperaban frente a las puertas del castillo, en los terrenos. Hermione llamó la atención
de Harry acerca de Hagrid, que había intentado arreglar, sin mucho éxito, su
normalmente desaliñado aspecto.
Ron no decía nada. Ginny, que lo miraba, se acercó a Harry.
—¿Qué le pasa a Ron? Está muy raro —dijo, susurrando.
—No se lo he preguntado —respondió Harry, sin que Ron o Hermione pudieran
oírle—. Pero tengo una idea bastante aproximada...
—Viktor Krum, ¿verdad? —le dijo Ginny, riéndose por lo bajo.
—Sí —contestó Harry, con otra sonrisa.
—¿Cómo llegarán hasta aquí? —preguntó de pronto Neville—. ¿Lo harán como la
otra vez?
—Supongo —dijo Hermione—. Lo que no sé es como van a llegar los de
Castelfidalio...
Pero calló, porque en esos momentos, un ruido siseante en el lago hizo que todos
volvieran la cabeza hacia allí. Apareció un remolino, del que empezó a salir,
lentamente, el ya conocido barco de Durmstrang, que se acercó lentamente a la orilla.
Echaron un ancla, y pronto descendieron de él un hombre alto, un chico un poco más
bajo que él y unos quince chicos y chicas. Harry no conoció a ninguno. Todos los que
habían venido para el Torneo de los Tres Magos ya habían terminado el Colegio.
Se aceraron al Castillo. Harry supuso que el hombre era Petrimov, el director de
Durmstrang. Tenía unos cuarenta años, y parecía más agradable que Karkarov. El
chico que lo acompañaba era Krum, que apenas había cambiado desde la última vez
que Harry lo había visto. Dumbledore se acercó a ellos y le estrechó la mano al
director
—¡Sergei! Encantado de teneros aquí —dijo Dumbledore sonriente.
—Lo mismo digo, Albus, lo mismo digo —contestó cortésmente Petrimov—. Creo
que ya conoces a Viktor...
—Por supuesto. Encantados de volver a recibirte, Viktor —le dijo Dumbledore
dándole la mano. Luego volvió a dirigirse a Petrimov—. Pasad al comedor si queréis.
¿O preferís esperar aquí a que lleguen los demás?
—Creo que esperaremos, gracias —decidió Petrimov mirando a Krum. Se
pusieron a un lado de las puertas y esperaron.
Ron miraba a Hermione inquisitivamente, pero sin decir nada. Krum barrió a la
multitud de alumnos de Hogwarts hasta que les vio. Entonces le sonrió a Hermione y
les lanzó un saludo, pero no se acercó. Ron frunció el ceño aún más.
Unos dos minutos después, algunos «¡oh!» y dedos señalando indicaron la llegada
de los gigantescos carruajes de Beauxbatons, que aterrizaron donde lo habían hecho
dos años antes, cerca de la cabaña de Hagrid. Éste, pasándose una mano por el
cabello, se acercó rápidamente para sujetar a los gigantescos caballos. Abrió una
puerta y de ella descendió Madame Maxime, tal como la recordaban. Hagrid le sonrió,
y Madame Maxime le dio un caluroso abrazo.
—¡«Haguid»! ¡Qué «aleguía» me da «volveg» a «vegte»! —saludó, mientras se
dirigían hacia Dumbledore. Petrimov se acercó a ellos también—. ¡«Dumbledog»,
viejo amigo, qué «aleguía veg» que estás bien!
—Sí. Bienvenida, Madame Maxime —dijo Dumbledore. Luego señaló a Petrimov
—. Éste es Sergei Petrimov, director de Durmstrang.
—¡Ah! Encantada —saludó ella.
—Lo mismo digo, querida señora. Es un verdadero placer.
—«Haggid», ¿«Queguías ocupagte» de los caballos? Estoy un poco cansada.
—Por supuesto —dijo Hagrid, volviendo hacia el carruaje.
De Beauxbatons venían otros quince chicos y chicas. No venía nadie más con
ellos aparte de Madame Maxime.
—¡«Recuerda» que solamente beben whisky de malta «pugo»!
Hagrid asintió, mientras cogía los dos primeros caballos y se los llevaba por detrás
de su cabaña.
Los alumnos de Beauxbatons se pusieron del lado de la puerta contrario al que
estaban los de Durmstrang.
Ron le dio un codazo a Harry.
—¡Mira, Harry! —exclamó, sorprendido—. ¿No reconoces a aquella chica?
Harry y Hermione se volvieron hacia los de Beauxbatons, y Harry los miró. De
pronto, se fijó en una muchacha de pelo largo, color platino, dientes blancos perfectos
y muy hermosa.
—¡Es Gabrielle! —exclamó Harry—. ¡La hermana de Fleur! —Pero luego pensó—:
No puede ser...
Había cambiado mucho en esos dos años, pero Harry la reconoció como la chica
que había salvado, junto a Ron, del fondo del lago durante la segunda prueba del
Torneo de los Tres Magos. La chica se fijó en ellos, los reconoció y les sonrió.
—No es tan guapa como Fleur, pero no está nada mal —observó Ron.
Hermione puso una cara rara al oír el comentario de Ron.
—Pero cuando la saqué del lago, me pareció que tendría unos ocho años —
recordó Harry—. Ahora, en cambio, parece tener unos catorce...
Ron se encogió de hombros.
Apenas había pasado un minuto desde el comentario de Harry, cuando una luz
brilló entre ellos y los carruajes de Beauxbatons, y aparecieron una mujer y catorce
chicos, sin ninguna chica, que sostenían una especie de cruz hecha de dos hierros
cruzados a la cual se agarraban todos.
—Vaya, esos deben de ser los de Castelfidalio...
—Han venido con un traslador. No es muy impresionante, ¿verdad? —comentó
una chica delante de ellos.
—¿Dónde van a dormir? —se preguntó Ron—. ¿En el castillo?
Pero su pregunta se respondió pronto, porque tres alumnos cogieron una especie
de bastones que traían y, a una seña de la mujer, que debía de ser la directora de
Castelfidalio, los clavaron en el suelo, cada uno a seis metros del otro. Se apartaron
un poco, y los bastones se inflaron, convirtiéndose en tres tiendas de campaña. Las
dos de los lados iguales y la tercera, la del medio, un poco más pequeña.
—¡Vaya...! —dijo Hermione—. Tiendas de campaña... Supongo que serán como
las que usamos en los mundiales.
La directora de Castelfidalio, seguida por los alumnos, se acercó a Dumbledore,
que venía flanqueado por Madame Maxime y Petrimov.
—¡Señora Ferllini! ¡Qué alegría darle la bienvenida a Hogwarts!
—Hola, Dumbledore —contestó la señora Ferllini con un perfecto acento inglés—.
Yo también estoy encantada de conocer por fin Hogwarts —añadió, mirando al
castillo.
—Estos son Sergei Petrimov, director de Durmstrang, y Madame Maxime,
directora de la Academia Beauxbatons.
Todos se saludaron, y luego, Dumbledore invitó a todo el mundo a pasar al Gran
Comedor a calentarse, y a prepararse para la cena, que se serviría dentro de un rato.
Harry, Ron y Hermione pasaron al Gran Comedor, sentándose en la mesa de
Gryffindor. Los alumnos de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio permanecían a
las puertas. Harry recordó que dos años antes, Ron le había dicho a Hermione que se
apartara para dejarle sitio a Krum y que se sentara en su mesa, pero estaba bastante
seguro de que esta vez no iba a ser así.
Dumbledore pidió a todos que se sentaran en las mesas que quisieran. Los de
Durmstrang volvieron a sentarse en la de Slytherin, los de Beauxbatons en la de
Ravenclaw, y los de Castelfidalio se sentaron en la de Gryffindor. Krum, por su parte,
echando miradas a la mesa de Gryffindor, se sentó en la mesa de los profesores,
junto a su director. Ferllini se sentó junto a McGonagall y Madame Maxime junto a
Hagrid, que empezó a charlar animadamente con ella.
De pronto, Dumbledore se levantó y pidió silencio.
—¡Bien, bien, bien! Voy a pediros a todos un caluroso saludo a nuestros ilustres
invitados.
Todo el Gran Comedor aplaudió con fuerza. Cuando los aplausos cesaron,
Dumbledore continuó:
—Estoy encantado de daros la bienvenida a Hogwarts. Cualquier cosa que
necesitéis o deseéis, no tenéis más que pedirla, y estaremos encantados de
complaceros. Mañana por la noche, en la fiesta de Halloween, se celebrará el sorteo
para ver cómo quedan los partidos del Torneo. Ahora, y sin más preámbulos, ¡a
comer!
Dumbledore se sentó y comenzó a hablar con la señora Ferllini. Krum comía sin
mirar a ningún lado, con expresión ceñuda. Ron, por su parte, parecía alegre de que
el famoso buscador aún no se hubiera acercado por la mesa de Gryffindor y estaba
más tratable.
Parvati y Lavender charlaban animadamente con los chicos de Castelfidalio. Uno
de ellos, de pronto, se fijó en Harry y se quedó mirándolo. Harry le devolvió la mirada.
—Tú eres Harry Potter —dijo.
—Sí —contestó Harry, sin saber qué más añadir. Finalmente agregó—: ¿Cómo te
llamas tú?
—Anton Riccello. Soy el capitán del equipo de Casltefidalio...
—Yo soy el capitán del equipo de Hogwarts —le dijo Harry.
—¡Vaya! Pues encantado —dijo, sonriendo y levantándose para darle la mano—.
¿Qué puesto tienes?
—Buscador —respondió Harry.
—Ah, yo soy guardián.
—Entonces como yo —intervino Ron, estrechándole la mano a Anton—. Soy Ron
Weasley, y ésta es mi hermana Ginny. Es cazadora suplente —añadió.
—Encantado de conoceros a los tres —dijo. Luego, observando a Hermione, dijo
—: ¿Y tú?
—Yo soy Hermione Granger. Pero no juego. Soy su amiga.
—Ah, pues encantado también... Ya nos veremos, entonces —dijo, y volvió a su
sitio, donde siguió charlando con Parvati y Lavender, que parecían muy emocionadas.
Harry, Ron y Hermione se pasaron el resto de la cena charlando sobre el torneo y los
demás equipos.
Cuando terminó la cena y se levantaron para ir a dormir, Krum se les acercó.
—Hola «Herrmione» —saludó el búlgaro.
—Hola Viktor —saludó a su vez la muchacha, sonriendo y dándole un beso en la
mejilla. Ron entrecerró los ojos y frunció el entrecejo—. Veo que ya has aprendido a
decir casi bien mi nombre.
—He «practicado» —dijo él, sonriendo también.
Ron parecía totalmente contrariado, y no se esforzó nada en disimularlo. Krum se
volvió hacia Harry.
—Hola, «Harry» —saludó.
—Hola, Viktor —le dijo Harry sonriendo también y estrechándole la mano.
—¿Estás en el equipo de «Hogwarts»?
—Sí —contestó Harry, orgulloso—. Soy el capitán.
Krum le sonrió. Luego miró a Ron.
—Hola —le dijo.
—Hola —contestó Ron, de mala gana y sin darle la mano.
—Bueno, yo ya me voy —dijo Krum, despidiéndose de ellos—. «Herrmione»,
¿Mañana «podrríamos hablarr»?
—Eh... sí, claro —le dijo Hermione.
—Estupendo. Hasta mañana, entonces.
Salió acompañando a los alumnos de Durmstrang. Harry, Ron y Hermione
volvieron a la sala común de Gryffindor. Ron estaba visiblemente enfadado. Con un
escueto «hasta mañana», subió por las escaleras de los dormitorios. Hermione se
quedó un rato mirando hacia las escaleras, sin decir nada. Harry, que no le apetecía
hablar del tema, se acercó a Seamus y Dean, que hablaban sobre el torneo.
Hermione se acercó a hablar con Ginny, y un poco después se fue a la cama también.
12

La Noche de Halloween

El viernes por la mañana, después del desayuno, Krum se acercó a Hermione para
hablar con ella, bajo la atenta mirada de Ron. Sin embargo, Hermione le dijo que en
ese momento no podía, debido a que tenían a las nueve clase con Dumbledore en los
terrenos.
—Bueno —les dijo Dumbledore cuando llegaron a la habitual zona donde hacían
las prácticas de hechizos explosivos—. Ya sé que estáis todos muy emocionados
debido a los acontecimientos de hoy y de ayer, así que nos limitaremos a hacer un
breve repaso. Practicaremos otra vez los hechizos deflagratius. Mientras uno de
vosotros hace el hechizo, quiero que los demás practiquéis el encantamiento escudo
¿de acuerdo? Bien... —Dumbledore miró a Harry—. Harry, tú dominas este hechizo a
la perfección, así que limítate a practicar el escudo.
—De acuerdo —dijo.
—¿Quién empieza? —preguntó Dumbledore. Y Hermione se adelantó—. Bien,
pues inténtalo entonces con esa piedra de allí. Los demás, preparad los escudos.
Hermione lo hizo bastante bien, destrozando la piedra.
—Muy bien, Hermione. Estupendo —le sonrió Dumbledore mientras la chica volvía
junto a los demás muy contenta.
Todos lo hicieron más o menos bien. Incluso Neville, que, después de pillarle el
truco, era de los que mejores explosiones provocaban. Ron, como Harry había
supuesto, logró una explosión espectacular, que requirió la potencia de los escudos
que sus compañeros intentaban crear. Harry se imaginó en quién habría pensado Ron
que era la piedra para proyectar su rabia. Por la forma en que Hermione frunció el
entrecejo, Harry supuso que su amiga también se lo había imaginado.
Cuando terminó la clase volvieron al castillo, para la clase de Transformaciones. Al
pasar frente a las tiendas de los de Castelfidalio, vieron a Anton, que charlaba con uno
de sus compañeros en italiano, mirando hacia el barco de Durmstrang. Cuando
pasaron por allí, Anton los vio y esbozó una sonrisa. Parvati y Lavender empezaron a
cuchichear y a soltar risitas; Anton era bastante guapo.
—¡Hola Harry! —le saludó—. Éste es Marco Giussi, nuestro buscador —dijo,
señalando al chico que estaba con él, que miraba a Harry con interés—. Marco, éste
es Harry Potter, capitán y buscador del equipo de Hogwarts, y ése es Ron Weasley, el
guardián. Ella es Hermione, amiga suya.
Marco los saludó, dándoles la mano.
—¿Eres bueno? —le preguntó Marco, con interés.
—Bueno... creo que no lo hago mal.
—Claro que no —dijo Dean, que se había acercado, junto a Seamus—. Harry es
uno de los mejores buscadores que ha dado Hogwarts.
—Estupendo —dijo Marco—. ¿Qué escoba tienes?
—Una Saeta de Fuego —Dijo Harry, orgulloso.
—Guau —se sorprendió Marco—. Yo tengo una Nimbus 2.002, como todos los del
equipo... No es tan buena, pero no está mal...
—¿Erais vosotros los que hacíais explosiones allá abajo? —preguntó Anton.
—Sí —respondió Ron—. Practicamos el hechizo deflagratius...
—Ah, es un hechizo muy interesante... Yo lo estudié también el año pasado... —
Los miró—. ¿Vais en sexto, no?
—Sí —contestó Harry.
—Yo estoy ya en séptimo, y Marco va en quinto...
—Bueno, debemos irnos —intervino Hermione, viendo que casi todos los de
Gryffindor estaban ya entrando por las puertas del castillo—. Tenemos clase con
McGonagall ahora —les recordó.
—Ah, sí, es cierto —dijo Harry—. Bueno, ya nos veremos en la comida...
—Hasta luego —dijeron los italianos, antes de volver a su tienda.
Harry, Ron y Hermione entraron en el castillo, dirigiéndose hacia el aula de
Transformaciones. Cuando acabó la clase, debían volver a los terrenos, para la clase
de Cuidado de Criaturas Mágicas. Al salir, vieron a Krum, que se tomaba uno de sus
baños en el lago.
—Os juro que no sé cómo puede hacerlo —dijo Harry a Ron y a Hermione—.
Recuerdo cuando hice la prueba del Torneo de los Tres Magos, y estaba helado. ¿Te
acuerdas, Ron?
—Sí —dijo éste, que miraba como Krum avanzaba de nuevo hacia la orilla dando
grandes brazadas.
—Dicen que es bastante saludable tomar baños de agua fría —comentó Hermione,
mientras bajaban hacia la cabaña de Hagrid—. Siempre y cuando luego te seques
bien y tomes algo caliente después, claro.
Llegaron a la cabaña, y vieron a Hagrid, que les esperaba charlando junto a
Madame Maxime.
—¡Hola! Espero que no os importe que lleve a Olympe de invitada a nuestras
clases —dijo Hagrid, muy contento y sonriéndole a Madame Maxime.
—Claro que no —dijo Harry, sonriéndole también a Hagrid.
—Genial. Convención de semigigantes —dijo Malfoy, con desprecio, susurrando
para que Hagrid no le oyera. Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson se rieron.
Harry volvió la cabeza, lanzándole una mirada furiosa a Malfoy, pero éste le miró
burlonamente, sin borrar la sonrisa de su cara.
—¿Qué? —le preguntó Draco.
Harry no contestó, y siguió a Hagrid y a Madame Maxime al interior del bosque,
donde les esperaban unas criaturas extrañas. Parecían hombrecillos de unos veinte
centímetros de alto, de color gris verdoso, con grandes ojos como los de los elfos
domésticos. Parpadeaban rápidamente, y se quedaron mirando a los alumnos en
cuanto llegaron. Debía de haber unos diez.
—¡Mirad lo que me nos ha traído Olympe! —exclamó Hagrid muy ilusionado—.
¡Son muy difíciles de encontrar en Gran Bretaña! Suelen preferir los climas más
cálidos. ¿Sabéis qué son? —preguntó a la clase.
—Se llaman gnobbles —dijo Hermione—. Son una especie de duendes de los
bosques. Son muy útiles para proteger lugares y objetos mágicos. Pueden ayudar a la
persona adecuada a encontrarlos, o bien despistar a alguien para que nunca llegue a
cierto sitio.
—Correcto —dijo Hagrid—. Diez puntos para Gryffindor. Son realmente difíciles de
encontrar. En Beauxbatons tienen bastantes. Según creo, uno de los grupos de
gnobbles más grandes del mundo, ¿verdad? —preguntó mirando a Madame Maxime,
que asintió, sonriente—. Y nos ha traído éstos. Incluso nos los podremos quedar.
Aproximaos a ellos, con cuidado, no se fían fácilmente de los humanos.
Harry, Ron y Hermione se acercaron lentamente a uno de los gnobbles. La
pequeña criatura les miró y se apartó un poco para atrás.
—Vamos, acercaos sin miedo. Éstos están habituados al contacto con humanos,
no son como los que podemos encontrar en los bosques, que cuesta mucho hacer que
confíen en uno. Podemos usarlos para encontrar criaturas como los unicornios, muy
mágicas, o para hallar ciertas plantas mágicas muy raras. A ver si sois capaces de
hacer que os conduzcan hasta un unicornio —les dijo Hagrid.
Harry, Hermione y Ron se acercaron más a la pequeña criatura, que finalmente se
dejó tocar.
—«Acaguiciadlos» un poco —les recomendó Madame Maxime—. Y luego
habladles.
Hermione se inclinó sobre el pequeño ser, y le dio unas suaves caricias en la
cabeza. Los gnobbles no tenían pelo. Entornó los ojos y se acercó a Hermione,
contento.
—Parece que le has caído bien, Hermione —le dijo Hagrid—. Ahora decidle que os
lleve junto a un unicornio, pero no os adentréis demasiado en el bosque. Hay unos
cuantos por aquí cerca.
Harry y Ron acariciaron también al pequeño gnobble. Un poco a la izquierda de
ellos, Parvati y Lavender acariciaban también al suyo. Para alegría de Harry, el
gnobble al que intentaban acariciar Malfoy, Crabbe y Goyle, intentaba apartarse un
poco de ellos.
—Llévanos ante un unicornio, por favor —le pidió Hermione.
El gnobble la miró parpadeando, sin hacer nada, pero luego agarró a la chica con
su pequeña mano, que sólo tenía cuatro dedos, y los llevó al interior del bosque.
—¡Bien! —dijo Hagrid—. Vamos tras vosotros, no os preocupéis.
El gnobble les llevó a través de la espesura hasta un pequeño claro, donde les
mostró tres hermosos unicornios jóvenes, con el cuerno aún sin acabar de desarrollar.
—¡Es estupendo! —exclamó Hermione—. Qué criatura más útil... Es muy difícil
encontrar unicornios, y él nos ha traído sin más.
Momentos después llegó Neville, con otro gnobble un poco más alto que el de
Harry, Ron y Hermione, y, detrás de él, Dean y Seamus, Parvati y Lavender y un grupo
de chicas de Slytherin. También llegaron Madame Maxime y Hagrid.
—Bien, diez puntos para Gryffindor por ser los primeros —les dijo Hagrid a los tres
amigos—. Ahora, ya podemos regresar, si queréis.
Parvati y Lavender, junto con Hermione, fueron a acariciar a los unicornios. En
esos momentos, llegó finalmente Malfoy, con aspecto contrariado. Al final, Pansy
Parkinson había logrado que el gnobble de Malfoy los condujera hacia el claro.
Cuando salieron al fin del bosque, dejaron al gnobble, que Ron llevó en brazos,
junto a la cabaña de Hagrid. Se despidieron de él y de Madame Maxime y se dirigieron
al castillo.
—Son unos animales muy interesantes, ¿no creéis? —dijo Hermione—. Oí hablar
de ellos en Francia, cuando fui de vacaciones con mis padres.
—Me gustaría tener uno para explorar el castillo —dijo Ron, pensativo—. ¿Os
imagináis qué lugares mágicos o qué objetos podríamos encontrar? Mi padre y mi
madre siempre han dicho que Hogwarts oculta muchas cosas y muchos secretos...
—¿Cómo qué? —inquirió Hermione.
—No lo sé... por eso son secretos —dijo Ron—. Fijaos, si en segundo hubiésemos
tenido un ser de ésos, a lo mejor nos habría conducido antes a la Cámara de los
Secretos...
—La Cámara de los Secretos no es un lugar mágico —repuso Hermione.
—¿Como que no?
—No tiene nada de mágico, excepto la entrada ¿verdad, Harry? —Harry se
encogió de hombros—. Quizás si le pidieses al gnobble que te llevase junto a un
basilisco...
—Los basiliscos sí que no son mágicos —replicó Ron.
—¿Ah, no? —preguntó Hermione.
Harry, a quien le daba igual si los gnobbles podían encontrar o no la Cámara de los
Secretos, se adelantó a sus dos amigos, que continuaron discutiendo acerca del tema
hasta que llegaron a la sala común, donde estuvieron hasta la hora de la comida.
Cuando entraron en el Gran Comedor, los de Durmstrang ya estaban allí. Krum
ocupaba su puesto al lado de Petrimov, del otro lado tenía a Snape. La comida ya
estaba en la mesa, y se pusieron a comer. Un instante después aparecieron los de
Beauxbatons y los de Castelfidalio, que volvieron a sentarse en la mesa de Gryffindor.
Anton y Marco se sentaron con Harry, Ron y Hermione, y empezaron a hablar con
ellos de las diferencias entre Castelfidalio y Hogwarts.
—En Castelfidalio somos unos setecientos estudiantes —explicaba Anton—. Allí
no estamos divididos en casas, pero también tenemos liga de quidditch. Hay seis
equipos, y no cuatro, y cualquiera puede presentarse a uno de ellos. Se le da mucha
importancia al quidditch allí.
—He leído que el colegio también es un castillo, como éste ¿verdad? —le preguntó
Hermione.
—Sí, pero no es tan grande como Hogwarts. Se construyó en el siglo XV, así que
también es más reciente. Se encuentra en el medio de un bosque y al lado de un río.
—¿Allí admiten a los magos de familia muggle? —preguntó Dean—. Porque en
Durmstrang tengo entendido que no.
—Por supuesto que sí —respondió Anton—. En Italia, eso de los sangre sucia no
se lleva en absoluto. A casi nadie le importa de qué tipo de familia venga alguien. De
hecho, mi abuelo paterno es un muggle.
—Ojalá fuera así aquí —dijo Dean—. Los de Slytherin piensan que los
descendientes de muggles no deberían ser admitidos en el mundo mágico...
—¿Por qué? —preguntó Anton—. Son magos, aunque nadie les enseñe la magia
¿no?
—Exacto —dijo Hermione—. Aunque ahora, en Durmstrang, desde que Karkarov
no está, sí que admiten a descendientes de muggles. Al parecer, el número de
estudiantes era muy reducido... A Petrimov, al parecer, tampoco le importa mucho la
sangre.
—¿Y tú como sabes eso? —le preguntó Ron.
—Viktor me lo contó en una de sus cartas...
—¡Ah! Claro, me olvidaba, Vicky...
—No empieces, Ron... —le advirtió Hermione—. ¡Y no lo llames así!
—Yo no empiezo nada.
Hermione suspiró, meneando la cabeza.
Anton se les quedó mirando, y le preguntó al oído a Ginny, que estaba a su lado:
—¿Qué les pasa a éstos?
—Nada, no te preocupes —dijo Ginny, riéndose por lo bajo y mirando a Harry—.
Siempre están igual.
—Ah...
Cuando la comida terminó, Dumbledore se levantó y pidió silencio.
—Bueno, ahora, rogaré a los capitanes de los cuatro equipos, que pasen a la sala
que hay tras nosotros, donde se les informará de ciertos detalles relativos al Torneo. A
los demás miembros de los equipos, les pediré que vayan al campo de quidditch.
Gracias.
Harry se levantó, y acompañado por Anton, se dirigió a la sala que había tras la
mesa de los profesores. Luego entraron Dumbledore, Ferllini, Krum, Petrimov y
Madame Maxime, la capitana de Beaxubatons y el capitán de Durmstrang.
—Bueno, lo primero, será una presentación —dijo Dumbledore, mirando a los
demás—. Por Hogwarts, Harry Potter.
Harry notó como, instantáneamente, las miradas de la capitana y el capitán de
Beuxbatons y Durmstrang se dirigían a su frente.
Ferllini presentó a Anton, Madame Maxime a su capitana, Amelie Blisseisse, y
Petrimov presentó al suyo, un chico llamado Roman Klingum.
—Bueno —volvió a hablar Dumbledore—. Como sabéis, el torneo se disputará
mediante una semifinal, una final, y un partido en el que se decidirá el tercer y cuarto
puesto. Esta noche, antes de la cena, cada capitán meterá el nombre de su equipo en
un recipiente que hemos preparado, y que será el que emparejará a los equipos para
la semifinal ¿de acuerdo?
Asintieron.
—Bien. Entonces, ahora, por favor, id al campo de quidditch, donde os espera la
profesora Hooch. Tiene algunas cosas que explicaros. Harry, por favor, guíalos ¿de
acuerdo?
—Vale —dijo Harry—. Seguidme.
Salieron del Castillo y se dirigieron al campo de quidditch. Anton iba a su lado.
También venía Krum
—¿Qué puesto tenéis en el equipo? —preguntó Amelie, la capitana de
Beauxbatons.
—Yo soy buscador —dijo Harry.
—Como yo, entonces —dijo el capitán de Durmstrang, con voz grave, mirando a
Harry.
—Yo soy guardián —dijo Anton—. ¿Y tú? —añadió, dirigiéndose a Amelie.
—Yo soy cazadora.
—¿Qué quieren que hagamos en el campo, Harry? —le preguntó Anton
—No sé... supongo que daros las llaves de vuestros vestuarios...
—Y también «darnos» los «horarios» de «entrenamiento» —intervino Krum, que no
había hablado hasta entonces.
—Ah, claro.
Llegaron al campo. Todos los jugadores estaban allí, sin hablar apenas, esperando
a los capitanes.
Cada uno de ellos presentó a los demás a su equipo, antes de que la señora
Hooch les entregara las llaves de los vestuarios y les indicara dónde estaban. Luego
les entregó a cada equipo su horario de entrenamientos, que para Hogwarts era por la
tarde, casi siempre a última hora, debido a las clases.
Los jugadores de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio pasearon por el campo
de quidditch, y fueron a ver sus vestuarios. Los de Hogwarts, que ya los conocían,
volvieron al castillo.
Para alivio de Ron, Hermione estaba en la sala común, y allí siguió hasta la hora
de la cena. Obligó a Harry y a Ron a trabajar con ella en los encantamientos
levitatorios, aunque ninguno de los dos tenía la más mínima gana de hacer nada.
Estaban más preocupados por el sorteo y por quien les tocaría en la semifinal.
De hecho, ese era el tema de conversación en la sala común. Dean y Seamus
discutían sobre cuál de los tres equipos rivales sería más fácil de derrotar. En un sofá
junto al fuego, Neville y Ginny hablaban de lo mismo. Harry y Ron intentaron dejar los
encantamientos y unirse a los demás, pero Hermione no cedió.
Cuando al fin llegó la hora de bajar a cenar, todos los alumnos de Gryffindor
descendieron al Gran Comedor, que había sido engalanado con calabazas y todo tipo
de adornos propios del día. Cuando todos estuvieron sentados, Dumbledore se
levantó. Tenía delante de él la urna que les habían mostrado al mediodía.
—Atención todos, por favor —pidió Dumbledore—. Esta noche procederemos al
sorteo para el torneo de quidditch. Pediré a los capitanes que escriban en un trozo de
pergamino el nombre de su colegio, y esta urna hechizada elegirá, de forma
totalmente aleatoria, los partidos que se disputarán. Bien..., en primer lugar, el capitán
de Durmstrang, Roman Klingum.
Klingum se levantó de la mesa de Slytherin y se acercó a la mesa de los
profesores. Escribió el nombre de su equipo en un trozo de pergamino y lo introdujo en
la urna.
—Gracias, señor Klingum —dijo Dumbledore—. Bien, ahora, el capitán de
Hogwarts, Harry Potter. Si haces el favor, Harry...
Se levantó de la mesa y se acercó a la mesa de los profesores, mientras todo el
mundo le miraba.
Al acercarse a la urna, miró a Snape, que le devolvió una mirada de desprecio.
Harry escribió «Hogwarts» en un trozo de pergamino, y lo metió en la urna.
—Gracias, Harry —le dijo Dumbledore, mientras él volvía a su sitio—. Ahora, por
favor, la capitana de Beauxbatons, Amelie Blisseisse. Si es tan amable...
Amelie hizo lo propio, y, por último, Anton.
—Bien —dijo Dumbledore, satisfecho—. Cuando termine la cena, conoceremos los
resultados del sorteo. Ahora, como supongo que estáis hambrientos, ¡a disfrutar del
banquete!
Las fuentes de las mesas se llenaron con una soberbia cena. Durante los primeros
minutos, nadie habló, ocupados como estaban en comer.
—Oye, Harry —dijo un rato después Anton—. ¿Crees que nos tocará jugar juntos
en la semifinal?
—No lo sé —le contestó Harry, entre sonrisas—. Pero prefiero que nos toque en la
final, ahora que te conozco.
—Yo también lo espero así —dijo, contento—. Pero espero que nos toque
Beauxbatons, a los de Durmstrang los ha entrenado Krum...
—Sí, yo también creo que los de Beauxbatons son más fáciles de vencer —opinó
Ron, echando un vistazo a los jugadores de Beauxbatons—. Parecen más jóvenes y
con menos experiencia...
—Sí, Beauxbatons nunca ha destacado por el quidditch —continuó diciendo Anton
—. Al contrario que Durmstrang, o que Hogwarts y Castalfidalio.
Harry se sirvió un gran trozo de pastel de carne, uno de sus platos favoritos. Ron
comía un gran filete. Los postres consistieron en grandes cantidades de dulces,
pasteles y tartas de todos los tipos y variedades imaginables.
—La comida aquí es estupenda —reconoció Anton—. En Castelfidalio también hay
buena cocina, pero esto lo supera.
—Bueno, tampoco es así todos los días —dijo Parvati, mirando fijamente al chico
—. Pero como hoy es fiesta especial...
—Pero a mediodía no era fiesta, y la comida fue igualmente magnífica —insistió
Anton—. Buf, creo que ya no puedo más. Si sigo comiendo así, la escoba no podrá
conmigo... —dijo, entre las risas de los de Gryffindor.
En ese momento, Dumbledore se levantó, pidiendo silencio.
—Bien. Ha llegado el momento de conocer el resultado del sorteo —declaró,
sacando su varita y dando un suave golpe en la urna.
Al instante, la urna brilló, emitiendo un suave fuego y humo. El humo se levantó,
arremolinándose en dos grandes volutas, que brillaron. Cada una de ellas, definió dos
nombres, indicando los equipos que se enfrentarían en cada partido.
La primera voluta en aclararse, decía: CASTELFIDALIO — DURMSTRANG y la
segunda voluta, HOGWARTS — BEAUXBATONS
El Gran Comedor se llenó de murmullos y conversaciones animadas sobre los
emparejamientos.
—Bien, bien —dijo Dumbledore pidiendo silencio de nuevo—. El primer partido
será, entonces, Castelfidalio contra Durmstrang, el día veintinueve de noviembre a las
cuatro de la tarde. El segundo partido de las semifinales, Hogwarts contra
Beauxbatons, se celebrará el día seis de diciembre, también a las cuatro de la tarde.
La final será a vuelta de navidades, el día diecisiete de Enero. Bueno, pues mucha a
suerte a todos, y que gane el mejor. Ahora, antes de que continuéis con la fiesta, sólo
otro detalle que, estoy seguro, alegrará a la mayoría de vosotros.
Todos los alumnos miraron a Dumbledore, expectantes.
—Este año, por navidad, celebraremos también un gran baile que estoy seguro
todos disfrutaréis —dijo Dumbledore con una sonrisa. Luego se puso un poco más
serio, mientras por las mesas comenzaban los cuchicheos—. Es posible que en el
futuro no tengamos muchos momentos de felicidad o de celebración, así que espero
que todos disfrutéis lo máximo posible de esta fiesta.
Parvati y Lavender estaban ya cuchicheando sin parar. Harry, por su parte, no
sabía si alegrarse ante la idea de un baile o no. Por su parte, Ron se había quedado
mudo. Miraba a Dumbledore y a Hermione alternativamente, que hablaba con Ginny
como si nada hubiera pasado.
—Bueno, «Hagui» —dijo una voz detrás de Harry. Se volvió y resultó ser Grabrielle
Delacour—. «Paguece» que tenemos que «enfguentagnos» en las semifinales.
—Sí, eso parece —dijo Harry—. Nunca había hablado con la chica, ni siquiera
cuando la había sacado del agua, dos años antes.
—Oye, hace dos años, no te di las «ggacias pog habegme» sacado. Ni a «Gon»
tampoco...
—No hace falta —dijo Ron rápidamente.
—Es cierto, no fue nada —corroboró Harry, que se había sentido muy arrepentido
de haberlo hecho.
—Bueno, «paga» mí sí que fue algo «importante» —insistió la muchacha. Ron la
miraba un tanto embobado. Harry estuvo a punto de echarse a reír. A su amigo le
afectaban las veelas de una forma extraordinaria. Hermione había dejado la
conversación con Ginny y observaba a Ron.
—¿En qué puesto juegas? —le preguntó Harry.
—Soy «buscadoga» —respondió—. Amelie me ha dicho que tú también «egues
buscadog».
—Sí —confirmó Harry, y añadió—: Y Ron es guardián.
—Genial —dijo la chica, sonriendo y mostrando unos dientes blancos perfectos—.
Bueno, «Gon, ega hoga» de que nos «conociégamos», al fin y al cabo, casi somos
familia, ¿no? —sonrió aún más.
—Sí, es cierto —dijo Ron, que también sonrió.
—Y «tendguemos» baile... genial. Me encantan los bailes —comentó ella—. ¿A
«vosotgos» no?
—Esto... pues no sabría decirte... —dijo Harry.
—Nos encantan —respondió Ron, y Hermione frunció el entrecejo.
—Tú le pediste a mi «hegmana» que «guega» contigo hace dos años.
—Sí, bueno... —dijo Ron, mientras sus orejas enrojecían intensamente.
—Ja, ja, ja —se rió ella—. No hace falta que te pongas así. Mi «hegmana» usa
demasiado sus dotes de veela.
Ron no dijo nada.
—Bueno, ya nos «veguemos» —dijo la chica, mirándoles con ojos brillantes,
mientras empezaba a alejarse de la mesa.
—Oye... —dijo Harry, sin resistir la curiosidad—. ¿Cuántos años tienes?
—«tguece» —contestó la muchacha.
—¿Trece? —preguntó Harry sorprendido—. Yo habría jurado que hace dos años
tenías ocho...
Gabrielle sonrió.
—Ya. «Pego» tenía once. Es por la «sanggue» de Veela —confesó—. Cambiamos
muy poco hasta que nos llega la adolescencia.
—Ah —dijo Harry, sorprendido—. Ya entiendo.
—Bueno, «ahoga» he de «igme» —se despidió—. Ya nos «veguemos»,
concuñado —le dijo a Ron.
—Hasta luego —dijo Harry.
—Vuelve por aquí cuando quieras —le ofreció Ron, que no pestañeaba,
sonriéndole también.
—¿Qué tal si despiertas, Ron? —le dijo Hermione cuando Gabrielle se hubo ido.
—Ya estoy despierto —dijo Ron, con cara de perplejidad, sin darse cuenta del tono
irónico de Hermione.
La fiesta continuó, muy animada. Anton le dijo a Harry que esperaba verlo en la
final, a lo que Harry le contestó que él esperaba verlo a él. La mayoría de chicas se
mostraba entusiasmada con la idea del baile, y hablaban sobre a quién pensaban
invitar o con quien les gustaría ir.
Un rato después del anuncio de Dumbledore, Krum abandonó la mesa de los
profesores y se acercó a la de Gryffindor.
—Hola —saludó.
—Hola —le dijeron Harry y Hermione.
—«Herrmione» me contó todo lo que habéis hecho el año pasado, Harry —dijo
Krum, sentándose con ellos—. Fuisteis muy valientes y temerarios...
—Bueno, en realidad creo que fui bastante estúpido —dijo Harry.
—Yo no lo «crreo». Lo arriesgasteis todo «porr salvar» a ese «padrino» tuyo...
—Y precisamente hicimos lo contrario —dijo Harry, entristecido de repente.
Hermione lo vio y decidió cambiar un poco de tema
—Hablando de pérdidas... ¿Cómo os ha sentado lo de Karkarov, Viktor? —
preguntó.
—Nos lo «esperrabamos». Nadie creía que «fuerra» a «escaparr porr siempre».
No «erra» muy buen «dirrector» —admitió Krum—. «Petrrimov» es mucho «mejorr».
—Ahora sí admiten a magos que no sean de sangre limpia, ¿verdad? —le
preguntó Harry, volviendo a la conversación—. Hermione nos lo ha dicho.
—Sí. A «Karrkarrov» no le gustaban. No le gustó nada que yo «fuerra» al baile
contigo, «Herrmione» —comentó Krum, mirando a Hermione fijamente. ella desvió la
mirada.
Estuvieron hablando un buen rato, e incluso Ron participó en la conversación,
hasta que llegó la hora de irse a la cama. Al día siguiente tenían entrenamiento por la
tarde y debían estar descansados.
—Bueno, hasta mañana, Viktor —le dijo Hermione, al ir a salir del Gran Comedor.
—«Herrmione, esperra» un momento —pidió Krum—. ¿«Podrríamos hablarr»?
—Esto... sí —contestó la chica.
—Te esperamos en la sala común —le dijo Harry, tirando de Ron, que no paraba
de mirar atrás mientras subían las escaleras. Parecía muy contrariado.
—¿Oye, estás bien? —le preguntó Harry a su amigo.
—Claro que sí. Perfectamente. ¿Por qué no iba a estarlo? —dijo Ron, visiblemente
enfadado.
Harry no dijo nada más. Entraron en la sala común y se sentaron en el sofá junto al
fuego, donde Ginny se les unió.
—¿Qué te ha parecido el sorteo, Harry? —preguntó Ginny.
—Bueno, creo que nos ha tocado el partido más fácil —dijo Harry—. Creo que
Castelfidalio son los más difíciles, aunque a los de Durmstrang los entrene Krum.
—¿Qué opinas tú, Ron? —le dijo a su hermano.
—Está todo muy bien —contestó Ron, malhumorado, sin quitar la vista de la
entrada de la torre.
—Oye, Ron, ¿por qué no hablas con Hermione de una vez en lugar de hacer tanto
el tonto? —Ron la miró con los ojos muy abiertos—. Pídele que vaya al baile contigo.
—No tengo nada que hablar con ella —contestó Ron—. Déjame en paz, ¿quieres?
Ginny le puso mala cara.
—Hermione tiene razón, eres imposible —le soltó, yéndose con un grupo de chicas
de su curso.
En ese momento, la puerta del retrato se abrió, y entró Hermione.
—¿Me prestas a Hedwig, Harry? —preguntó.
—Está en la lechucería —respondió él.
—¿Puedo usarla para enviar una carta a mis padres?
—Claro.
Ron la miró con enfado.
—¿Vas a contarles tu conversación con Krum? —le dijo, en tono entre enfadado y
burlón.
—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando a Ron con suspicacia.
—Digo que si vas a contarles que Vicky sigue loquito por ti —repitió Ron, hiriente.
—No es asunto tuyo —le contestó Hermione, enfadándose también.
—¿Qué? —insistió Ron—. ¿Ya te ha pedido que vayas con él al baile, verdad?
Hermione le miró, furiosa.
—¡Pues sí! —exclamó, poniéndose un poco colorada. Todas las conversaciones
se apagaron, mientras todos los que estaban en la sala los miraban.
—¡Pues ve con él, y que te diviertas! —le gritó Ron, poniéndose en pie de un salto.
—¡Pues para que te enteres, no le he dicho que sí! —gritó ella, poniéndose roja de
ira—. Y ahora, si me disculpas, voy a la lechucería, si eso no te molesta, claro.
Y salió sin decir más.
Ron se quedó mudo.
—¿No le ha dicho que sí? —Ron parecía desconcertado, pero ya no parecía
enfadado. Miró a Harry.
—Yo me voy a la cama —fue toda la respuesta de Harry, y subió hacia los
dormitorios.
Neville, Dean y Seamus aún permanecían en la sala común. Harry se puso el
pijama, y se iba a meter en la cama cuando entró Ron, con paso lento. Miró hacia
Harry, dudando.
—Oye, Harry... —empezó.
—¿Qué?
—¿Recuerdas lo que nos dijiste aquel día, en Grimmauld Place?
—¿Cuándo?
—El día que nos contaste lo del sueño...
—Ah... sí —dijo Harry, cayendo en la cuenta. Ron nunca le había hablado de
aquello.
—Bueno... ¿Crees... crees que debería pedirle que fuera al baile conmigo? —Ron
se puso colorado.
—No lo sé —respondió. Le miró—. ¿Tú quieres ir con ella?
—Bueno... sí —admitió.
—Pues entonces pídeselo, no hagas como hace dos años.
—¿Tú crees que... que aceptará?
—Mira, no soy un as en esto, pero creo que sí... cuando se le pase el enfado,
claro. —Luego añadió—: Si no quisiera ir contigo estoy seguro de que habría aceptado
ir con Krum...
Ron no dijo nada más, pero esbozó una sonrisa.
—¿Tú con quien vas a ir? —preguntó.
—No lo sé...
Era cierto, aún no se lo había planteado... si fuera el año anterior, habría ido con
Cho, pero ahora...
—¿Habláis del baile? —preguntó Seamus, que entraba seguido de Neville y Dean.
—Eh... sí —reconoció Ron.
—¿Vas a ir con Hermione, Ron? —le preguntó Dean con una risita.
—No sé con quien voy a ir —respondió Ron—. ¿Con quien vas a ir tú?
—No lo sé tampoco...
—Yo se lo voy a volver a pedir a Lavender —dijo Seamus—. En el otro baile me lo
pasé muy bien con ella...
Siguieron hablando un rato del tema, mientras se ponían los pijamas. Estaban a
punto de meterse en la cama cuando la puerta del cuarto se abrió y Ginny entró como
una exhalación, con la preocupación pintada en la cara.
—Harry, Ron...
—¿Qué pasa, Ginny? —dijo Ron—. ¿Qué haces aquí?
—Es Hermione —dijo, jadeando—. La han encontrado sin sentido en la lechucería.
Alguien la ha atacado.
—¡¿Qué?! —gritó Ron. Se puso la bata y, seguido por Harry, salió tras Ginny.
—¿Qué sucedió?
—No lo sabemos —dijo Ginny—. McGonagall entró y me dijo que os avisara. La
han llevado a la enfermería.
Los tres salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería corriendo. Allí
estaban Dumbledore y la profesora McGonagall, junto a la señora Pomfrey, que le
daba a Hermione, que ya estaba consciente, una poción.
—¡Hermione! ¿Cómo está? —preguntó Ron.
—Tranquilo, señor Weasley —dijo Dumbledore—. No le ha pasado nada grave.
Sólo la han aturdido.
—¿Qué sucedió, Hermione? ¿Quién lo hizo?
—No lo sé... —respondió la chica, que parecía algo mareada—. No recuerdo nada
después de que salí de la sala común... Pero al parecer, debí enviar la carta, porque
ya no la tengo.
—La gata del señor Filch la encontró, pero no encontramos al culpable —explicó la
profesora McGonagall, que parecía muy preocupada.
—Pero, ¿por qué no recuerdas nada? —le preguntó Harry—. Si sólo te han
aturdido...
—Me temo —intervino Dumbledore, muy serio— que el que la atacó también le
modificó la memoria —Harry y Ron miraron al director, sorprendidos—. Seguramente
la señorita Granger vio algo que su atacante no quería que viera, pero el qué, o el por
qué, lo ignoramos.
Nadie supo qué decir.
13

Sospechas

—Bueno, me temo que aquí no podemos hacer nada más —dijo Dumbledore con
pesadumbre—. Será mejor que nos retiremos, Minerva.
La profesora McGonagall asintió.
—No tardéis en volver a la sala común —les dijo a Ron, a Harry y a Ginny. Hasta
mañana.
Los dos profesores salieron de la enfermería, dejando a la señora Promfrey con los
cuatro amigos.
—Vamos, vosotros también tenéis que iros a dormir —dijo la señora Pomfrey—. La
señorita Granger debe descansar.
—Sólo unos minutos más, por favor —pidió Ron, que parecía muy afligido.
—Está bien. Tienen cinco minutos —concedió la señora Pomfrey, entrando en su
despacho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron.
—Sí, Ron... sólo un poco mareada —respondió Hermione, sonriéndole.
—¿De veras no recuerdas nada? —preguntó Harry.
—No, Harry. Ya os lo dije: lo último que recuerdo es que salí de la torre de
Gryffindor, y luego me desperté aquí.
Ron parecía a punto de echarse a llorar.
—Hermione, yo... yo lo siento. Si te llega a pasar algo grave... —sacudió la cabeza
—. Siento haberte dicho todo eso... tienes todo el derecho a ir al baile de Navidad con
Krum si quieres...
Hermione le miró un momento, y volvió a sonreírle.
—No te preocupes, Ron. No pasa nada. Está olvidado.
Ron le dio un abrazo.
—No volverás a andar sola por los pasillos de noche —le dijo, rotundo—. Yo o
Harry te acompañaremos siempre.
—Vamos, no creo que sea para tanto. Si quisieran hacerme daño, me lo habrían
hecho...
—A lo mejor no te lo hicieron porque no pudieron... —dijo Ron.
—Vamos, venga. Déjenla dormir —les ordenó la señora Pomfrey, volviendo a
entrar en la sala—. No deberían estar por el colegio a estas horas después de lo
sucedido.
Los tres se dispusieron a irse.
—Mañana vendremos a verte, Hermione —prometió Harry, dándole unas
palmadas en el hombro.
—Sí, a primera hora —confirmó Ron, agarrándole la mano.
Ginny le dio un beso.
—Descansa.
—Gracias a los tres —se despidió—. Hasta mañana.
Una vez hubieron salido de la enfermería, Ron le preguntó a Harry:
—¿Quién lo habrá hecho?
Harry tardó unos segundos en contestar.
—No lo sé... No tengo ni idea.
—¿Crees... crees que tendrá que ver con Voldemort? —le preguntó Ron,
visiblemente asustado ante la posibilidad.
—Es posible —admitió Harry—. Aunque no sé...
—A lo mejor fue casualidad —dijo Ginny, y Harry y Ron la miraron, sin comprender
—. Quiero decir, a lo mejor Hermione vio a alguien haciendo algo que no debía, y por
eso la atacó, pero no tiene por qué estar relacionado con Quien Vosotros Sabéis...
—¿Y quien iba a hacer algo así por que le pillaran incumpliendo una norma?
Únicamente alguien de Slytherin... —dijo Ron.
—Vamos, pensad ¿Quién va a estar aquí, ante las narices de Dumbledore,
trabajando para Quien Vosotros Sabéis? —preguntó Ginny.
—Bueno, en primero estuvo Quirrell ¿no? Y luego Crouch... —señaló Harry.
—Sí, pero eran mayores, no sé... este año no hay ningún profesor nuevo, tendría
que ser un alumno...
—¿Cómo que no? ¿Y los de Durmstrang y Castelfidalio? —dijo Ron—. Fijaos:
llegan ayer, y hoy hay un ataque en Hogwarts. ¿No os parece sospechoso?
—Y podría haber sido un alumno —dijo Harry, mientras Ron pronunciaba la
contraseña ante la señora gorda—. En mi opinión, es lo más probable.
—¿Y qué alumno? —preguntó Ginny, sentándose en un sillón.
—¿Qué tal Draco Malfoy? —insinuó Ron—. Le veo perfectamente capaz de estar
aquí cumpliendo órdenes de Voldemort...
—Pues yo no —replicó Ginny—. Es un bravucón engreído, pero estoy seguro de
que en el fondo es un cobarde.
—Pues a lo mejor alguno de los otros colegios... —sugirió Ron.
—Todos salieron del castillo en cuanto acabó la fiesta —le contestó su hermana.
—¿Estás segura? A lo mejor volvieron a entrar... Quizás alguno tiene una capa
invisible... —aventuró.
—Bueno, yo me voy a acostar —dijo Ginny—. No creo que discutiendo aquí
saquemos nada... Hasta mañana.
Subió las escaleras hacia las habitaciones de las chicas.
—¿Tú qué crees? —le preguntó Ron a Harry, que estaba muy callado.
—No lo sé... Para empezar, deberíamos saber el motivo por el que le lanzaron un
hechizo desmemorizante...
—Podríamos coger la capa e ir a la lechucería...
—¿Qué esperas encontrar? El que haya atacado a Hermione seguro que no ha
dejado pruebas... —Se quedó pensando—. La lechucería... ¿Qué haría allí?
—Sólo se puede hacer una cosa en la lechucería: enviar un mensaje —dijo Ron—.
¿Crees que Hermione vio a alguien enviar una lechuza? Pero ¿por qué iban a atacarla
por una cosa así?
—Todo dependería de a quien se la enviara o qué estaba enviando...
—¿Crees que pudo haber visto a Malfoy enviando un mensaje para su padre o
algo así?
—No sé... es posible. Pero no creo que tengamos forma de averiguarlo. Será
mejor que nos vayamos a dormir.
Subieron hacia los dormitorios. Cuando se estaban poniendo los pijamas, Neville
se incorporó.
—Harry..., Ron... —dijo en voz baja.
—¿Qué pasa, Neville? —preguntó Harry.
—¿Hermione está bien?
—Sí. Sólo la aturdieron.
—¿Quién fue?
—No lo sabemos, Neville —dijo Ron—. Nadie lo sabe.
—Vaya... bueno, menos mal que está bien —se tranquilizó Neville—. Creí que era
algo más grave... Vale..., hasta mañana, entonces.
—Hasta mañana, Neville —le dijeron Harry y Ron.
Harry tardó un rato en dormirse. Lo que había dicho Ron le hizo pensar. El primer
ataque extraño en Hogwarts desde hacía dos años, y ocurría justo después de que
llegaran los de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio. Harry confiaba en los de
Beauxbatons, al fin y al cabo Madame Maxime ayudaba a Dumbledore, pero no sabía
demasiado de los demás. Sólo podía confiar en Krum, de entre todos ellos, o al menos
eso creía. Los de Castelfidalio parecían simpáticos, pero ¿quién sabía? El falso Moody
también había parecido simpático... Harry, además, no sabía nada de Petrimov ni de
Ferllini. Decidió que, al día siguiente, le escribiría sin falta una carta a Lupin a ver si
sabía algo de ellos. Le habría gustado pensar que quizás fuese Malfoy, pero le
extrañaba. Si Malfoy quería comunicar información a Voldemort le bastaría con escribir
a su madre, que no resultaría sospechoso... Dumbledore había dicho que no sabían
quién habría podido hacerlo. ¿Había sido totalmente sincero? Dumbledore siempre
parecía saber lo que se tramaba en el castillo... ¿Sería posible que ni siquiera tuviese
una vaga idea? Decidió que también iría a hablar con él.

Por la mañana, Ron le despertó temprano para ir a buscar a Hermione. Se


vistieron y se dirigieron a la enfermería. Hermione ya estaba despierta.
—Buenos días, Hermione —la saludó Ron, sentándose en el borde de la cama—.
¿Cómo estás?
—Bien, gracias —respondió la chica—. Pero quiero irme ya.
—¿Vienes a desayunar al Gran Comedor? —le preguntó Harry.
—Sí, creo que sí. Le preguntaré a la señora Pomfrey...
La señora Pomfrey dio el visto bueno a que Hermione saliera de la enfermería, así
que Hermione bajó al Gran Comedor acompañada por Harry y Ron. Todo el mundo le
preguntó cómo estaba y qué había sucedido. Incluso Anton se acercó a ella.
—La directora Ferllini nos dijo lo que había pasado —comentó—. ¿Te encuentras
bien?
—Sí, gracias...
Se sentaron a comer. Durante todo el desayuno, Harry no dejó de observar al Gran
Comedor. Alguien, de todos los que había allí sentados, había hecho algo la noche
anterior, algo que justificaba haber atacado a Hermione y haberle borrado la memoria,
corriendo un gran riesgo. ¿Qué habría hecho? ¿Quién sería? ¿Sería alguien de
Hogwarts, o sería de otro Colegio? Los miedos de Harry, atenuados por las emociones
del quidditch, volvieron.
—¿Te encuentras bien, Harry? —preguntó Hermione.
—¿Eh? Ah, sí... sólo estaba pensando.
—Parecías en otro mundo —le dijo Ron.
—Intentas averiguar quién ha sido ¿Verdad? —preguntó Hermione.
Harry asintió, sin decir nada.
—Bueno, si quieres alguna pista... si ha sido un alumno, supongo que será de los
cursos superiores, sexto o séptimo —dijo Hermione—. Incluso quizás de quinto...
cuarto, de cuarto no creo, tendría que ser muy muy bueno..
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ron.
—Los encantamientos desmemorizantes son muy difíciles de hacer —les informó
Hermione—. Es necesario un gran control para no provocar un desastre, o para que el
sujeto atacado no recupere la memoria unas horas después.
—Ya veo... sexto o séptimo ¿no? —dijo Ron mirando hacia la mesa de Slytherin.
—¿Piensas en alguien? —le preguntó Hermione.
—Claro. ¿Quién tiene un padre que es mortífago y está orgulloso de ello?: Draco
Malfoy.
—¿Crees que ha podido hacerlo Malfoy? —preguntó Hermione, un tanto
escéptica.
—Pues sí ¿Quién si no? Tú debiste verle enviando algún mensaje o algo para su
padre, o para Voldemort, y él te atacó para que no pudieras decir nada.
Hermione frunció un poco el ceño, pero no dijo nada.
Después del desayuno, Harry subió a la sala común, y escribió una nota para
Lupin, contándole lo sucedido y preguntándole si sabía algo sobre Ferllini o Petrimov.
Al terminarla, se la llevó a Hedwig.
—Llévale esto a Lupin ¿vale? —le dijo a la lechuza, soltándola en la ventana.
Cuando Hedwig salió, en lugar de regresar a la sala común, Harry se detuvo un
rato observando la lechucería, buscando algo raro, pero no vio nada digno de interés.
Miró a las lechuzas. Solamente ellas eran testigos de lo que había sucedido durante la
noche. Salió de la lechucería, para dirigirse de nuevo a la torre de Gryffindor, pero a
medio camino cambió de idea, y se dirigió al despacho de Dumbledore.
Se aseguró de que no hubiese nadie rondando por los pasillos y pronunció la
contraseña frente a la gárgola de piedra. Subió la escalera hasta el despacho y entró.
Dumbledore estaba sentado, y levantó la cabeza al oír a Harry.
—¿Harry? —preguntó extrañado—. ¿Qué haces aquí?
—Verá, profesor —explicó Harry—. He estado preocupado por lo de Hermione, ya
sabe...
—Sí, claro. Pero ya se encuentra bien. —Dumbledore le miró—. ¿Hay alguna cosa
que sepas, o hayas averiguado, y no me la hayas contado?
—No, profesor —respondió Harry; y esta vez era verdad—. Por eso he venido.
Quería saber si tiene alguna idea de quien pudo haberlo hecho, y por qué...
—Me temo que no, Harry. Anoche registramos la lechucería, y no encontramos
nada sospechoso, ni tampoco vimos a nadie por los pasillos.
Harry asintió.
—¿Cree que tuvo algo que ver con Voldemort, profesor?
Dumbledore se lo pensó un momento antes de contestar.
—Es posible.
—Profesor... ¿cree que atacaron a Hermione por ser amiga mía? ¿Como hicieron
con la novia de Percy?
—No podemos estar seguros, Harry, pero creo que puedo tranquilizarte sobre ese
aspecto. Me temo que el ataque contra Hermione se debió a que estaba en el lugar
equivocado en el momento erróneo. Si quisieran hacerle daño, le habrían hecho algo
más que aturdirla.
Harry se quedó un poco más tranquilo.
—¿No hay forma de romper un embrujo desmemorizante?
—La hay —afirmó Dumbledore—. Pero podríamos no lograr nada... y destrozar la
mente de la señorita Granger. No podemos arriesgarnos.
—Como le sucedió a Bertha Jorkins...
—Sí.
Harry se sintió un poco decepcionado. No tenía muchas esperanzas en que
hubiera alguna posibilidad de hacer recuperar la memoria a Hermione, pero había
esperado que Dumbledore pudiese hacer algo.
—Profesor... sólo una cosa más.
—Dime.
—¿Cree que fue alguien de Hogwarts?
—No lo sé, pero temo que es lo más probable... encontrarse a esas horas, en la
lechucería... No creo que la mayoría de nuestros invitados sepan dónde está, y sería
sospechoso que salieran del castillo después de que sus compañeros ya hubieran
regresado a sus moradas... pero claro, es posible.
—Bueno, pues gracias, profesor. Es todo lo que quería saber...
—Hasta luego, Harry —le despidió Dumbledore.
Harry se levantó y se dirigió a la salida, bajo la mirada del director. Cuando iba a
bajar por la escalera, Dumbledore le habló, preocupado:
—Harry.
—¿Sí, profesor? —preguntó Harry, volviéndose.
—Ten cuidado.
Harry le sostuvo la mirada unos segundos antes de contestar.
—Lo tendré.
Aún un poco desorientado por la advertencia de Dumbledore, regresó a la sala
común de Gryffindor. ¿Temía Dumbledore que el que había atacado a Hermione
intentara atacarlo también a él? Harry supuso que no se atreverían a hacerle daño de
verdad... no delante de Dumbledore. Además, por otra parte, ¿podría matarlo alguien
que no fuese Voldemort? La profecía decía que uno debería morir a manos del otro...
pero Harry dudaba que si un mortífago le lanzaba una maldición asesina, fuese a
sobrevivir...
Llegó ante el cuadro de la señora gorda, pronunció la contraseña, «bosque de
unicornios», y entró en la sala común, donde Ron y Hermione le esperaban.
—Has tardado mucho en ir a la lechucería —le dijo Ron.
—Ya, es que fui a hablar con Dumbledore...
—¿Fuiste a hablar con Dumbledore? —preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Por
qué? ¿Por qué no nos lo dijiste?
—No lo sé. Se me ocurrió cuando venía hacia aquí... pero dio lo mismo. No sabe
nada.
—¿Ni siquiera tiene sospechas? —se extrañó Ron
—No... pero opina que fue alguien de Hogwarts. También está bastante seguro de
que fue una casualidad que te atacasen —le dijo a Hermione.
—¿Eso era lo que te preocupaba? —preguntó su amiga—. ¿Que me hubieran
aturdido por ser amiga tuya?
—Pues sí... —admitió Harry—. Después de lo de Percy...
—Vamos, no debes preocuparte tanto —le dijo Hermione—. Delante de
Dumbledore nadie va a atreverse a hacernos algo grave de verdad...
Harry asintió, pero no quedó muy convencido. Se habían atrevido a esto, así que
seguramente se atreverían a más, y aquella advertencia de Dumbledore...
—Oye, Harry —dijo Ron, para cambiar de tema—. ¿Por qué no planeamos tácticas
de quidditch? Hoy tenemos el primer entrenamiento...
La cara de Harry cambió al instante.
—De acuerdo —dijo, yendo con Ron y cogiendo una pequeña maqueta del campo
de quidditch, con el que hacían volar pequeñas fichas como si fuesen jugadores.

Por la tarde, se dirigieron al campo de quidditch para el entrenamiento. Se estaban


cambiando cuando entró Malfoy seguido de los jugadores de Slytherin. Al entrar, miró
a Harry y a Ron con una sonrisa.
—¿Qué tal está la sangre sucia, Weasley? Parece que empieza a sufrir lagunas...
demasiados libros —soltó en medio de las risas de los de Slytherin.
Los demás miembros del equipo lo miraron con desprecio.
—¿Cómo puedes reírte de eso, cretino? —soltó Bradley.
—A lo mejor se ríe porque fue él quien lo hizo —dijo Ron, mirando a Malfoy con
rabia—. ¿Trabajando para el jefe de tu padre, Malfoy?
Hubo un silencio tenso. Malfoy volvió a sonreír.
—Bueno, si te lo dijera, Weasley, tendría que borrarte la memoria —contestó,
alejándose seguido por nuevas risas de Crabbe.
—¡Maldito...! —Ron se levantó.
—¡Déjalo, Ron! —dijo Harry sujetándole—. Seguro que él no ha sido.
—¿Ah, no, Potter? —le preguntó Malfoy, volviéndose, sorprendido—. Vaya... creí
que serías el primero en sospechar de mí. —No parecía contrariado, sino más bien
orgulloso.
—No sospecho de ti, Malfoy, porque hacerlo supondría admitir que eres capaz de
lanzar un hechizo desmemorizante, y es obvio que eso está fuera de tu alcance.
Esta vez fueron los demás los que se rieron, mientras Malfoy enrojecía de la rabia.
—Y ahora —continuó Harry sin darle tiempo a replicar—. Vamos a salir a entrenar,
que es lo que tenemos que hacer.
—A mí no me des órdenes, Potter —le espetó Malfoy.
—Si no quieres seguir las directrices del equipo, Malfoy, puedes solicitar la baja —
dijo Harry—. Puedes estar seguro de que no lo lamentaremos, y hay otros candidatos
dispuestos a ocupar tu puesto.
—Ah, claro... —dijo Malfoy, volviendo a sonreír con malicia—. A Potter le gustaría
que su amada Chang estuviera con él en el equipo...
—Oye, deja a Cho en paz —le advirtió Bradley.
—No le hagáis caso —dijo Harry—. Vamos a entrenar.
Salieron a los terrenos, donde les esperaba la señora Hooch.
—¿Estáis listos? —les preguntó—. ¿Algún problema?
—Ninguno —respondió Harry—. Estamos preparados.
—Bien, pues entonces ¡a volar! Eres el capitán, tú decides lo que se hace...
Harry asintió y subió con sus compañeros, que calentaron volando un rato.
Después de la discusión en los vestuarios, la situación era un poco fría.
—Bueno —dijo Harry, viendo que había dos bandos en el equipo—. Está claro que
muchos de nosotros no nos caemos bien, así que sólo preguntaré si queréis ganar el
Torneo de Quidditch o no.
Todos los jugadores se miraron unos a otros, y al final asintieron.
—Bien. Entonces, os recomiendo a los cazadores que practiquen los pases, antes
de probar estrategias de ataque, que necesitarán más preparación. Katie, Bradley,
Warrington... vosotros sois los mejores cazadores, sois los más indicados para
organizar vuestro entrenamiento...
Trabajaron durante casi cuatro horas, hasta que acabaron prácticamente
agotados. Afortunadamente, no hubo más discusiones, y aunque la relación entre los
de Slytherin y los demás siguió fría, el entrenamiento no estuvo del todo mal.
Cuando se cambiaron, Harry sólo les dijo que todo el mundo había trabajado bien,
y que se verían en el siguiente entrenamiento, el lunes a las cinco y media de la tarde.
Luego subió con Ron hacia el castillo. Al pasar por delante de la cabaña de Hagrid,
éste les saludó
—¡Eh! ¡Harry! ¡Ron!
Se volvieron.
—Hola Hagrid —saludó Harry—. ¿Qué tal estás?
—Bien, bien —contestó—. ¿Cómo se encuentra Hermione?
—Se encuentra bien, afortunadamente. No fue nada grave.
—No, pero pudo serlo... —Hagrid se inclinó hacia ellos—. Lo peor no fue lo que le
pasó, sino el hecho de que ocurriera algo así en Hogwarts...
—¿Por qué no le preguntaste cómo se encontraba durante la comida? —le
preguntó Ron.
—Bueno, no fui a comer, ¿No os disteis cuenta?
—Eh... pues no —dijo Harry, que no se había fijado.
—Comí con Olympe, y luego la llevé a una pequeña excursión, a ver... bueno, ya
sabéis a quién... —dijo susurrando y señalando hacia el bosque.
—¿La llevaste a ver a Grawp? —preguntó Harry.
—Sí. Él vino con nosotros ¿recuerdas?
—Sí. ¿Qué dijo ella?
—¡Oh! Se mostró sorprendida con sus progresos —dijo Hagrid, orgulloso—.
Tendríais que venir a verle...
—Sí, cualquier día de estos... —dijo Harry, dándole largas.
—Bueno, deberíamos volver al Castillo —opinó Ron, mirando alrededor—. Ya es
de noche...
—Sí, es cierto —asintió Harry—. Hasta luego, Hagrid.
—Hasta luego, muchachos ¡y dadle recuerdos a Hermione de mi parte!
Harry y Ron subieron a la torre de Gryffindor, pero Hermione no se encontraba allí.
—¿Dónde está Hermione? —le preguntó Ron a Neville, que miraba su mimbulus
mimbletonia, que estaba ya muy grande.
—Creo que está en la biblioteca, pero no estoy seguro —dijo Neville, echándole un
poco de agua a su planta.
—Ah, vale. Gracias, Neville.
Ron le ofreció a Harry una partida de ajedrez mágico, que el chico aceptó.
Mientras jugaban, Ron le preguntó:
—Oye, Harry... ¿Ya has pensado con quien vas a ir al baile?
—Pues no...
—Podrías decírselo a Ginny, creo que ella aún no tiene pareja —dijo Ron, como si
fuera un comentario sin importancia.
—No sé, Ron... ya veremos.
—Si no se lo dices tú, a lo mejor se lo dice Dullymer —dijo Ron, preocupado.
—¿Y qué? —preguntó Harry levantando la vista—. Dullymer parece buen chico, y
es simpático...
—Pero es de Slytherin —repuso Ron, moviendo un caballo y comiendo un solitario
peón de Harry.
—Bueno... sí, pero no todos los de Slytherin van a ser unos estúpidos como
Malfoy, Crabbe o Goyle —dijo Harry, moviendo su alfil.
—No pensarás volver a pedírselo a Parvati ¿verdad? —soltó Ron, moviendo a su
vez otro caballo.
—No. Además, dudo que quisiera volver conmigo. No se lo pasó demasiado bien
la última vez. —Calló un momento, pensando la próxima jugada, y tras adelantar un
peón, preguntó—: ¿Y tú? ¿Vas a pedírselo a Hermione por fin?
—Eh... sí, supongo —reconoció Ron.
—Pues no deberías esperar al último día —le advirtió Harry.
—Ya, sólo espero el momento oportuno...
—ya es el momento oportuno —le espetó Harry, y dejaron la conversación, porque
en ese momento entró Hermione, que se sentó a ver cómo terminaban la partida,
antes de bajar a cenar.

—¿Malfoy estaba muy contento? No me extraña —dijo Hermione con asco


mientras se servía un poco de pudín—. Seguro que se habría alegrado si me hubiera
pasado algo grave.
—¿Sería él? —volvió a insistir Ron—. No sólo no negó haberlo hecho, sino que
además parecía orgulloso de que sospecháramos de él...
—Ya, pero Malfoy es así: le encantaría ser el protagonista de todo —repuso
Hermione—. Yo no creo que fuera él... Su padre no le dijo que le había entregado el
diario de Ryddle a Ginny en segundo ¿recordáis? No creo que ahora confíe en él para
estas cosas...
—A lo mejor Voldemort se lo ha ordenado —sugirió Ron.
Hermione soltó un bufido que significaba claramente que dudaba mucho que fuera
así.
—Pero ahora tiene cuatro años más que entonces —insistió Ron—. Yo le veo
perfectamente capaz...
—Yo no creo que fuese él —dijo Harry—. Pero claro, siempre es posible...
Mientras hablaban, Henry Dullymer se levantó de la mesa de Slytherin y se acercó
a la de Gryffindor, donde estaban los tres amigos.
—Hola —saludó, muy serio.
—Hola —contestaron Harry, Ron y Hermione.
—Me he enterado de lo que te pasó, Hermione... —dijo, observando a la chica muy
fijamente, con interés—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, claro —dijo Hermione, sonriendo tímidamente ante la expresión de Dullymer
—. Gracias por preocuparte...
—¿Es cierto que no recuerdas nada? —preguntó Dullymer, con la misma
expresión de preocupación e interés que antes.
—Sí... por desgracia..
—Lástima —dijo el chico—. Pero estás bien, que es lo importante —añadió,
relajándose y sonriendo.
—Sí.
—Oye, Henry —dijo Ron—. Tú no sabrás...
—¿Si fue Malfoy? —terminó Henry, viendo como Ron miraba a la mesa de
Slytherin—. Pues no, no fue él. Sé lo que pasó en el entrenamiento esta tarde, pero
ayer, al salir de la fiesta, bajó directamente a la sala común de Slytherin...
—Ah... vale —dijo Ron.
—Bueno, me vuelvo a mi mesa. Me alegro de que estés bien, Hermione. Cuídate.
—Gracias por interesarte —dijo la chica.
Dullymer asintió, se despidió y volvió a la mesa de Slytherin.
—¿Lo ves, Ron? —le soltó Hermione a Ron—. Malfoy no fue.
—Bueno... ¿Vosotros creéis que si Malfoy lo hubiese hecho, se lo habría contado a
Dullymer?
—Pero no es que no se lo contara —puntualizó Harry—. Es que estuvo en la sala
común de Slytherin tras la fiesta, que es cuando ocurrió el ataque...
Ron frunció el ceño, pero no dijo más.
Cuando se levantaron para volver a la sala común, también Viktor Krum se les
acercó.
—Hola «Herrmione» —saludó, con gesto hosco, aunque ligeramente preocupado
—. ¿Te «encuentrras» bien?
—Sí, gracias, Viktor —le respondió Hermione, sonriéndole.
—¿«Podrríamos hablarr»?
—Sí, por supuesto —dijo Hermione, mirando a Ron fugazmente, que observaba a
Krum con los ojos como rendijas.
—Bueno, nosotros vamos delante, Hermione —le dijo Harry—. Hasta mañana,
Viktor.
—No sé si es prudente dejarla sola... —opinó Ron.
—Vamos, esto está lleno de gente, Ron —insistió Harry, lanzándole una
significativa mirada y tirando de él.
Ron accedió, no muy convencido. Subieron la escalinata, se dirigieron al pasillo de
la señora gorda y entraron en la sala común. Ron se puso a dar vueltas, con cara de
preocupación.
—Seguro que le está volviendo a preguntar lo del baile —decía, hablando más
consigo mismo que con Harry, que lo observaba, entre divertido y exasperado.
—No necesariamente —dijo para animar a su amigo, aunque estaba convencido
de que era precisamente lo que Krum estaba haciendo.
Ron le miró.
—Vale, sí, seguramente se lo está volviendo a preguntar —reconoció Harry—,
pero eso no quiere decir nada...
Ron no contestó, pero volvió a dar vueltas de un lado para otro, hasta que entró
Hermione.
—Ah, ya has llegado —dijo Ron, aparentando tranquilidad y tragándose las ganas
de preguntarle qué le quería Krum.
—Sí —dijo Hermione.
Harry miró a Ron y decidió echarle un cable.
—¿Qué tal? —le preguntó a su amiga.
—Bien... —respondió Hermione—. Quería saber cómo me encontraba y esas
cosas —añadió, sin darle importancia, pero poniéndose un poco colorada.
—¿Sólo eso? —preguntó Harry sonriéndole, mientras Ron, que estaba un poco
detrás de Hermione, ponía cara de susto.
—Bueno, ha vuelto a preguntarme lo del baile... —reconoció, mirando al fuego—.
Me dijo que había estado muy preocupado, y que... bueno.. —dijo, azorada.
—¿Qué? —preguntó Ron, intentando no parecer enfadado, preocupado ni
demasiado interesado, aunque sin demasiado éxito.
—Bueno... que aún le... le gusto —terminó Hermione, poniéndose aún más roja.
Ron frunció el ceño.
—¿Y qué le has dicho? —le preguntó Harry.
—Bueno... que aún no sabía... que tenía que pensarlo...
Ron suspiró de alivio, procurando que Hermione no se diera cuenta.
—Bueno, me voy a dormir —dijo Hermione, levantándose rápidamente—. Hasta
mañana, Harry. Hasta mañana, Ron.
Subió las escaleras hacia los dormitorios. Ron se dejó caer en el sofá, lanzando
suspiros de alivio. Ginny, que había estado hablando con Colin Creevey, se acercó al
sofá y se sentó con ellos.
—¿Podrías dejarnos un momento? —le dijo su hermano.
—¿Quieres hablar de Hermione? —le preguntó Ginny sin hacerle caso—. ¿Ya le
has pedido que sea tu pareja en el baile?
—¿Qué? —saltó Ron—. ¿Qué dices?
—Vamos, Ron. Ella no va a esperar para siempre. Si no se lo pides, irá con Krum
—le advirtió Ginny, seria.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendido por la revelación de Ginny—. Bueno... quizás
yo no quiera ir con ella. ¿No se te ha ocurrido? —añadió.
—Ya, claro, claro —le dijo Ginny levantándose, sin darle ningún crédito—. Bueno,
yo os dejo. Hasta mañana.
—Ella tiene razón, Ron —dijo Harry, cuando Ginny se hubo ido.
Ron no le contestó, aunque tampoco era necesario que lo hiciera.

Al día siguiente, mientras desayunaban, Hedwig trajo la contestación de Lupin.


Harry abrió la carta y se la leyó a Ron y a Hermione:

Harry:
Dumbledore nos informó también del ataque hoy
(sábado), en una reunión extraordinaria de la Orden. No
tenemos noticia o prueba alguna de que Voldemort tenga
agentes o espías en Hogwarts, pero, si los tuviera,
seguramente lo mantendría lo más en secreto posible; lo
suficiente como para que no pudiésemos averiguarlo.
No tenemos demasiada información acerca de Petrimov o
de Ferllini, pero no tenemos motivos de sospecha acerca de
ellos. Petrimov era profesor de Encantamientos en
Durmstrang, puesto que ocupa desde hace seis años, aunque
al parecer, no estaba de acuerdo con todas las directrices de
Karkarov. Cuando éste huyó, fue nombrado director. Nada en
su pasado sugiere que pueda estar trabajando para los
mortífagos. En cuanto a Ferllini, lleva dirigiendo Castelfidalio
unos ocho años. Sabemos que es hija de un mago, anterior
director del Colegio, y de una mujer muggle. Tampoco
tenemos motivo alguno de sospecha.
Ahora bien, tanto tú, como Ron, Hermione y Ginny debéis
de tener mucho cuidado. Procura no recorrer el castillo solo,
ni que ellos lo hagan. De todas formas, miembros de la Orden
vigilarán Hogsmeade y estarán cerca de Hogwarts por si es
necesario.
Saluda a Ron y a Hermione. Los padres de Ron y Fred y
George también os mandan saludos. Dumbledore les ha
pedido que residan la mayor parte del tiempo aquí. No cree
que La Madriguera sea un lugar seguro.
Saludos.
Lupin

—Bueno, seguimos como antes —anunció Harry al terminar de leer la carta.


—Bueno, igual no —replicó Hermione—. Ahora sabemos que Ferllini y Petrimov
no son sospechosos.
—Lupin dice que no tienen motivos para considerarlos sospechosos, pero no que
no lo sean —puntualizó Ron.
—Da lo mismo. Yo no creo que fueran ellos —sentenció Hermione.
—Y tus padres ahora también viven en Grimmauld Place... —comentó Harry.
—Supongo que, tras lo de la novia de Percy, cree que La Madriguera podría ser
un próximo objetivo.
—Sería algo muy lógico —dijo Hermione.
Harry suspiró, pero no dijo nada más. Toda la familia de Ron estaba en peligro, sin
embargo, él parecía soportarlo y llevarlo bastante bien. No se quejaba, y no parecía
triste, deprimido o demasiado preocupado. Harry esperaba que fuese porque su
amigo realmente se sintiera así, y no porque se estuviera guardando para él todos sus
miedos y temores.
Apartó la vista de Ron y volvió a recorrer con la mirada el Gran Comedor. Alguien,
entre todos los presentes, ocultaba un secreto. Alguien, la noche de Halloween, había
hecho algo, algo tan secreto, o tan terrible, como para justificar un ataque a un alumno
delante del mismísimo Albus Dumbledore.
14

Las Semifinales Del Torneo

Durante la semana siguiente, Dumbledore se esforzó especialmente en enseñar


defensa rápida a los alumnos. Hicieron una pequeña pausa para practicar el
encantamiento escudo, poniéndose por parejas y lanzándose hechizos paralizantes
unos a otros, hechizos que el oponente debía detener. En la clase de sexto de
Gryffindor, donde todos habían pertenecido al ED, a todos los alumnos se les daba
muy bien, así que Dumbledore pensó algo más avanzado para ellos: lanzarse débiles
ataques con el hechizo explosivo, haciéndolo estallar a un metro del oponente, que
debía tratar de detenerlo con un escudo. Evidentemente, antes de hacerlo,
Dumbledore se aseguró de que todos dominaran perfectamente el encantamiento
escudo repulsor.
—Tened mucho cuidado —les advirtió Dumbledore—. Hechizos débiles y lanzados
a un metro del rival ¿de acuerdo?
Así lo hicieron. Harry, que practicaba con Neville, con Ron y con Hermione era el
más rápido, aunque Neville no lo hacía del todo mal. Desde lo ocurrido en junio del
año anterior, su autoestima había crecido mucho, y nadie le habría reconocido como el
pobre chico de primer año, que parecía casi un squib.
—Ha estado bien la clase ¿verdad? —dijo Hermione al salir, cuando regresaban al
castillo—. Esto es justo lo que necesitábamos, algo como lo que hacíamos en el ED el
año pasado.
—Sí, está muy bien —reconoció Ron—. Pero hay un pequeño fallo ¿No creéis?
—¿Qué fallo? —preguntó Hermione.
—Es obvio: si el que te atacó era un alumno de Hogwarts, también está siendo
entrenado ¿no?
Hermione abrió la boca, un tanto sorprendida.
—Vaya, es cierto... no se me había ocurrido.
—Eso da igual —opinó Harry, y sus amigos le miraron—. ¿Os habéis dado
cuenta? Los que fuimos miembros del ED somos imbatibles para los demás. Dudo que
el que atacó a Hermione fuera mejor que ella. Lo más probable es que te hubiera
pillado desprevenida, o sorprendida...
Hermione le sonrió.

Después de comer, Harry y Ron bajaron al estadio para preparar el entrenamiento


de aquella tarde. Cuando llegaron, estaban entrenando los de Beauxbatons. Gabrielle
los vio y los saludó con la mano. Harry y Ron le devolvieron el saludo y se dirigieron a
los vestuarios de Hogwarts, donde se cambiaron. Luego, con unos cuantos
pergaminos, salieron a las gradas a planear las jugadas.
—¿Qué te parecen? —peguntó Ron, mirando como jugaban los de Beauxbatons.
—No son malos —reconoció Harry, viendo una jugada entre la capitana, Amelie, y
otro cazador—. Pero creo que podremos derrotarlos.
Mientras planeaban diversas estrategias, modificando algunas según la forma de
juego que veían en sus futuros rivales, Harry observaba como evolucionaba Gabrielle
por el campo, que sería su rival el día del partido. Comprobó que volaba bastante bien,
y que tenía buena vista, algo indispensable para localizar la pequeña snitch. De todas
formas, estaba bastante seguro de poder atrapar la pequeña bola antes que la chica.
Harry y Ron siguieron planeando jugadas hasta las cinco, hora en que los
jugadores de Beauxbatons descendieron para cambiarse. Grabrielle se les acercó.
—¿Qué os ha «paguecido»? —preguntó, sonriente.
—Vuelas muy bien —le dijo Ron.
—Me va a costar derrotarte —admitió Harry—. Pero no te equivoques, quiero que
lleguemos a la final, y voy a conseguirlo —afirmó con rotundidad.
Gabrielle sonrió aún más.
—Bueno, eso «habgá» que «veglo» ¿no? —dijo mientras se alejaba hacia los
vestuarios.
—Está mucho más guapa que hace dos años ¿verdad? —dijo Ron.
—Sí —reconoció Harry, y luego miró a su amigo con pillería—. ¿Por qué no la
invitas a ella al baile?
—¿Eh? —se sorprendió Ron—. No... mejor que no...
Harry se rió en silencio, mientras su amigo miraba los pergaminos como si fueran
algo muy interesante.
Momentos después llegaron el resto de jugadores de Hogwarts. Se cambiaron y
salieron de nuevo al campo. Cuando todos le hubieron rodeado, Harry comenzó a
explicar las estrategias que había diseñado.
—Bueno —explicó—. Hemos visto a los de Beauxbatons, y no son malos, pero
creo que somos superiores. Su factor clave es la velocidad, son bastante ágiles y
rápidos, pero, si superamos eso, creo que podemos derrotarlos con relativa sencillez...
Siguió explicando las estrategias a emplear. En general, a todos les pareció bien.
De vez en cuando alguien hacía una anotación o sugerencia, excepto Malfoy, que a
cada rato soltaba una risita despectiva y decía por lo bajo cosas como «¿Eso es una
estrategia? Mi perro podría hacerlo mejor». Harry le miró, pero no le dijo nada y siguió
explicando una jugada que serviría para distraer al guardián del equipo contrario, una
versión modificada de una jugada similar que usaban en el equipo de Gryffindor. Draco
se rió.
—¿A quién quieres engañar? Con una jugada así sólo distraeríamos al guardián si
fuese Weasley —se burló.
—Oye, si no vas a decir algo constructivo, ¿por qué no te callas? —le dijo Katie.
—Sí, al fin y al cabo, él está en el equipo titular y tú sólo eres suplente ¿no? —
comentó Evan Modded, de Hufflepuff, refiriéndose a Ron.
Malfoy se calló, humillado y furioso.
—Bien, pues visto todo... ¡a trabajar! —ordenó Harry al equipo.
Los jugadores levantaron el vuelo y se dispusieron a jugar un partido, titulares
contra suplentes, que no duró demasiado porque, tras doce minutos, y cuando los
titulares ganaban setenta a veinte, Harry atrapó la snitch.
—Vale —dijo, mientras se reunían todos en el centro del campo—. Lo hemos
hecho bien, ahora seguiremos con...
—Oye, Potter —dijo Warrington—. ¿Por qué no jugamos nosotros sin tener en
cuenta la snitch y tú y Malfoy os ocupáis de eso? Opino que es lo mejor para el
entrenamiento. Si la atrapáis pronto tenemos que interrumpir nuestro juego y es una
pérdida de tiempo.
Varios jugadores asintieron.
—Eh... sí, es una buena idea —reconoció Harry—. Pues lo haremos así entonces.
Los demás jugadores volvieron a sus posiciones en el campo, y Harry y Malfoy se
quedaron en el centro.
—Bien, voy a soltarla, Malfoy —dijo Harry—. A la de cinco, comenzamos ¿de
acuerdo?
Malfoy no dijo nada, pero hizo lo que Harry le decía.
Cuando finalmente la señora Hooch les mandó parar, Harry había atrapado la
snitch cinco veces y Malfoy una, y los jugadores titulares habían ganado a los
suplentes por 380 a 90.
—Ha sido una buena sesión —les felicitó Harry—. El próximo día, que es,
veamos... el miércoles, continuaremos.

Durante toda la semana trabajaron duro cuando podían, ya que la última semana
del mes todas las horas de entrenamiento estaban reservadas para Durmstrang y
Castelfidalio, que jugarían el día veintinueve, al igual que ellos y Beauxbatons tendrían
el campo sólo para ellos la semana siguiente, previa a su propio partido. Ensayaron
numerosas jugadas y movimientos, y en general, Harry se mostraba muy satisfecho
con el rendimiento del equipo.
—Creo que lo estamos haciendo bastante bien —le dijo Ginny a Harry después de
una sesión especialmente agotadora—. Estoy segura de que ganaremos a
Beauxbatons.
La desventaja de tanto entrenamiento era la gran cantidad de deberes que se les
acumulaban a Harry y a Ron, que apenas hacían otra cosa más que trabajar y
entrenar, a pesar de la ayuda de Hermione. Ron, además, tenía sus obligaciones de
prefecto, que le quitaban aún más tiempo.
Mientras tanto, en El Profeta, que leían todos los días, había vuelto la calma. Se
sabía que los aurores trabajaban día y noche en busca de los mortífagos, pero no
había habido ninguna detención, ninguna muerte, ningún ataque. En el castillo, nadie
daba señas de ser el agresor de Hermione y los alumnos estaban mucho más
tranquilos. Harry, por su parte, aún no se había planteado con quien ir al baile, y Ron
seguía sin decirle nada a Hermione, que por su parte seguía dándole largas a Krum,
que cada dos días la abordaba preguntándole si finalmente iba a ir con él.
Un día, mientras Harry y Ron terminaban una redacción para transformaciones,
Harry le preguntó a Ron.
—Oye ¿vas a decírselo algún día? —Y miró a Hermione, que charlaba con Ginny,
Parvati y Lavender en el sofá.
—Eh... sí, algún día de estos —dijo Ron, poniéndose nervioso repentinamente.
—¿Cuánto tiempo más crees que va a estar dándole largas a Krum? —le preguntó
Harry.
—Bueno —repuso Ron—. Si quisiera ir conmigo, también podría pedírmelo ella
¿no crees?
—Sí, pero no lo hará —contestó Harry, muy seguro—. Te lo dijo muy claro hace
dos años...
Ron frunció el ceño, sin contestar, volviendo a su redacción. Harry le miró un rato.
—¿Por qué no te atreves? —le preguntó—. Es nuestra mejor amiga. Hace dos
años lo hiciste sin más...
Ron tampoco contestó. Harry se encogió de hombros y volvió a también a su
redacción.

Transcurrieron los días hacia el veintinueve de noviembre. Harry se encontraba


bastante satisfecho con los resultados del equipo en los entrenamientos, y estaba
bastante seguro de poder pasar a la final. También los demás equipos entrenaban sin
pausa. Cuando llegó la última semana del mes, antes del partido, tanto Castelfidalio
como Durmstrang, unos por la mañana y los otros por la tarde, no abandonaban el
campo de quidditch, y se los veía nerviosos y cansados.
Finalmente llegó el día del gran partido. Todo el mundo se encontraba muy
excitado. En el desayuno, los de Castelfidalio apenas probaron bocado.
—¿No coméis más? —les preguntó Ron—. Vais a necesitar fuerzas contra
Durmstrang.
—Yo no puedo comer más —dijo Anton, visiblemente nervioso—. Antes de los
partidos sólo comemos algo ligero. Ahora nos retiraremos a descansar, para estar con
fuerzas. Llevamos toda la semana entrenando como bestias.
—Sí, ya os hemos visto —dijo Harry.
Tras el desayuno, Harry, Ron y Hermione salieron a dar un paseo por los terrenos.
Aunque aún no hacía demasiado frío, la temperatura era baja. Un débil Sol lucía en el
cielo, y soplaba una suave brisa. Los jugadores de Castelfidalio permanecían en sus
tiendas, y los de Durmstrang se veían en su barco, contemplando el lago y los terrenos
del colegio.
—¿Quién creéis que ganará? —les preguntó Hermione.
—Durmstrang —aseguró Harry.
—Ummm, yo creo que Castelfidalio —opinó Ron.
Hermione los miró a ambos, que se encogieron de hombros y se echaron a reír.
—Supongo que ambos tienen posibilidades —concluyó Ron.
—Los de Durmstrang parecen menos nerviosos que Anton y los suyos ¿verdad?
—observó Hermione.
—Sí, pero Krum tampoco parecía muy expresivo durante el Torneo de los Tres
Magos —recordó Harry.
Cuando llegó la hora de comer, Harry vio que había alguien más en la mesa de los
profesores que no conocía, que charlaba con Dumbledore
—¿Quién es ése? —le preguntó a Ron.
Ron miró hacia el desconocido y se encogió de hombros.
—No lo sé. Supongo que será alguien del Ministerio, ¿no?
Nadie, de los que estaban cerca de los tres amigos, sabía quien era el extraño, así
que no lo supieron hasta que Dumbledore habló, cuando ya estaban terminado de
comer.
—Bien. Como sabéis —comenzó, tras levantarse y pedir silencio—, hoy es el
primer partido de la semifinal, Durmstrang contra Castelfidalio. Como veis —dijo,
señalando hacia el hombre que Harry no conocía—. Hoy nos acompaña el señor Larry
Binddle, Director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos del Ministerio de
Magia.
Binddle se levantó un momento, mientras el Gran Comedor aplaudía, aunque sin
entusiasmo. Luego volvió a sentarse. Indudablemente, tenía menos gracia que Ludo
Bagman.
—Bueno, el partido será a las cuatro y media de la tarde —continuó diciendo
Dumbledore una vez los aplausos finalizaron—. Los jugadores deberán estar en el
terreno a las cuatro y cuarto. Eso es todo. Mucha suerte a ambos equipos y espero
que todos lo pasemos muy bien.
El Gran Comedor volvió a aplaudir. Cuando la comida finalmente terminó, los
alumnos de Castelfidalio se levantaron.
—Bueno, nosotros nos vamos —declaró Anton—. Queremos prepararnos con
tranquilidad.
—De acuerdo —les dijo Harry—. Buena suerte.
—Gracias.
—Nosotras os animaremos —dijeron Parvati y Lavender, mostrándoles una
bandera que habían confeccionado con el emblema de Castelfidalio, un castillo dorado
con estrellas y una varita sobre fondo azul.
—Vaya, gracias —agradeció Anton con una sonrisa—. Nos hará falta ayuda...
Despidiéndose, salieron del Gran Comedor. Un rato después, hicieron lo mismo los
de Durmstrang, encabezados por Krum.
Harry, Ron, Hermione y demás subieron a la torre de Gryffindor antes de dirigirse
al estadio a presenciar el partido.
Una gran multitud descendía desde el castillo hacia el Estadio. Estaban todos los
alumnos de Hogwarts, y aparte, Harry vio que había muchos adultos que querían
contemplarlo: miembros del Ministerio, padres de alumnos, habitantes de
Hogsmeade... la multitud se congregó en las gradas, armando un espectacular griterío
que a Harry le recordó a los Mundiales de Quidditch, esperando el comienzo del
encuentro.
—¡Cuánta gente hay! —exclamó Ron, sorprendido, cuando llegaron al estadio.
—Claro —dijo Hermione, como si fuera obvio—. Es la primera vez que en
Hogwarts se celebra un campeonato como éste. En otros lugares del mundo, y de
Europa, ha habido torneos, pero nunca aquí, por eso hay tanta expectación.
—¿Y por qué aquí no ha habido Torneos? —preguntó Ron.
—No lo sé... supongo que como había el Torneo de los Tres Magos, y ya hay un
campeonato de quidditch en el colegio, la dirección nunca consideró necesario
participar en algo así...
Ron volvió a contemplar la muchedumbre, mientras se dirigían a un sitio en las
gradas.
—¿Te imaginas la de gente que habrá cuando juguemos nosotros? —le preguntó
Ron a Harry, un poco asustado.
—Sí, seguramente más —opinó Harry.
—Espero que lo hagamos bien —dijo Ron, quien se hizo a un lado, dejando sitio a
Parvati y Lavender, que agitaban su bandera de Castelfidalio dando saltos, muy
excitadas.
Pronto todo el mundo se hubo sentado, y el griterío descendió. La señora Hooch
salió al campo. El comentarista, que Harry había esperado fuese Binddle, al igual que
lo había sido Bagman en los mundiales, era Lansville.
—No parece que tenga ni la mitad de entusiasmo que Bagman, ¿verdad? —
comentó Ron mirando al Director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos—.
Esto se le daba mejor a Bagman, aunque fuese un irresponsable.
—La verdad es que sí —dijo Harry dándole la razón a su amigo.
Lansville habló:
—¡Bienvenidos, señoras y señores, damas y caballeros, alumnos y alumnas, al
primer Torneo Estudiantil Internacional de Quidditch en Hogwarts! —gritó, y todo el
estadio aplaudió ruidosamente—. ¡Hoy se celebra el primer partido de las semifinales,
donde se enfrentarán dos grandes rivales, ambos con grandes equipos, el Instituto
Durmstrang y el Colegio Castelfidalio!
Nuevos aplausos y gritos. Parvati y Lavender agitaron su bandera con más fuerza.
—Espero que nos animen a nosotros con tanto entusiasmo —dijo Ron observando
atónito a sus compañeras.
Lansville continuó con su presentación:
—En breves momentos, nuestro árbitro, la señora Hooch, pitará el inicio del
partido. Y aquí tenemos ya al equipo de Castelfidalio, capitaneado por Anton Riccello,
guardián, y detrás de él el resto de jugadores: Viessi, Rodens y Spielli, cazadores,
Furti y Malone, golpeadores, y Giussi, buscador.
Los jugadores de Castelfidalio salieron a medida que Lansville dictaba sus
nombres y dieron una vuelta al estadio, entre las aclamaciones del público.
—¡Y ahora tenemos aquí al equipo de Durmstrang! —continuó—. Entrenados por
el famoso buscador Viktor Krum, ahí sale ya su capitán y buscador, Klingum, seguido
de sus cazadores, Kregs, Zandef y Dutrov, de Markon y Zirks, golpeadores, y, por
último, del guardián, Vliesky.
Al igual que los jugadores de Castelfidalio, los de Durmstrang hicieron una
espectacular vuelta al estadio. Luego se reunieron todos en el centro, con los
buscadores un poco por arriba.
—Bien. Klingum, Riccello, daos la mano —ordenó la señora Hooch.
Ambos se estrecharon las manos cordialmente, deseándose suerte. La señora
Hooch lanzó la quaffle, soltó las bludgers y la snitch y pitó.
—¡El partido da comienzo! —gritó Lansville, emocionado—. Y Viessi, de
Castelfidalio, coge la quaffle y avanza, sorteando a Dutron, ahora asciende y hace un
gran pase a Spiello, que desciende y se lanza, Kregs le bloquea, pasa a Rodens, que
lanza y ¡Vliesky la para! Ahora Durmstrang en posesión por medio de Dutron, que
acelera, seguido de Spiello, que intenta darle alcance y... ¡Uy! —exclamó—. Esa
bludger de Furti le ha hecho soltar el balón, pero Zandef lo recupera y prosigue el
ataque de Durmstrang.
Zandef avanzó como un rayo directo a los aros defendidos por Anton, que se
preparó. El cazador lanzó con fuerza, pero falló y Anton cazó la quaffle, pasándosela a
Spielli, que de inmediato sorteó a Dutron lanzándose a toda velocidad hacia el campo
contrario.
Harry dejó de observar el ataque de Castelfidalio para mirar hacia Klingum y Marco
Giussi, que recorrían el campo, buscando la snitch, de la cual no había rastro de
momento.
¡Ha estado cerca! —exclamó Lansville cuando Spielli estuvo a punto de colar la
quaffle por el aro izquierdo.
—¡Ooooh! ¡Qué lástima! —gritó Parvati, agitando furiosamente su bandera.
Spielli se lamentó unos segundos, lo que fue un error fatal, porque Dutron avanzó
con la quaffle a toda velocidad, pasándosela a Kregs. Rodens intentó bloquearlo, pero
recibió una bludger lanzada por Zirks que le hizo tambalearse, y estuvo a punto de
caer de la escoba. Kregs lo esquivó y se lanzó hacia los aros. Cuando iba a lanzar, se
la pasó a Dutron, que hizo amago de lanzarla, pero se la devolvió. Kregs lanzó y
marcó.
—¡GOOOL! —gritó Lansville—. ¡Primer gol de Durmstrang! ¡Durmstrang gana por
diez puntos a cero, y ni rastro de la snitch!
—¡Oh, no! —se lamentaron Parvati y Lavender.
—Ha sido una excelente jugada —observó Ron—. Esa bludger que lanzó Zirks fue
proverbial.
—Sí, ha sido muy bueno, pero diez a cero aún no es nada —dijo Harry, que
observó a Krum, el cual había abandonado su gesto hosco y sonreía vagamente.
La alegría, sin embargo, le duró poco, porque Spielli, flanqueado por Furti y
Malone, que desviaron las dos bludgers hacia los defensores de Durmstrang,
consiguió atravesar el campo, y pasándosela a Viessi, que se había acercado a los
aros sin que los de Durmstrang le prestaran mucha atención, logró meter la quaffle por
el aro derecho. Parvati y Lavender se pusieron como locas.
—¡GOOL de Castelfidalio! Una sensacional y rápida jugada de Spielli, Viessi y los
dos golpeadores ha culminado en tanto. ¡Ambos equipos van empatados a diez
puntos!
—¿Habéis visto eso? —preguntó Hermione—. Ha sido rapidísimo.
—Ya lo creo —corroboró Ron—. Una jugada muy bien ensayada.
Pero los de Durmstrang no se amilanaron por el empate y volvieron al ataque por
medio de los tres cazadores, que avanzaron en triángulo esquivando a los cazadores
enemigos. La jugada parecía destinada al éxito, pero Viessi, en un espectacular
movimiento, le arrebató la quaffle a Dutrov, pasándosela a Rodens, que se lanzó como
una bala hacia los aros. Vliesky se situó para hacerle frente, pero el cazador ejecutó
un sensacional viraje que culminó en gol
—¡Y nuevo gol de Castelfidalio! —gritaba Lansville—. Otra jugada muy rápida. Los
de Durmstrang van a tener que ponerse las pilas para detener este tipo de
contraataques ultrarveloces de los cazadores contrarios.
—Tenemos que tener en cuenta eso —le dijo Harry a Ron.
—¿El qué? —preguntó Ron, distraído, mientras los de Durmstrang volvían al
ataque por medio de Kregs.
—La rapidez de los de Castelfidalio en el contraataque. Parece ser su mejor arma.
—Sí, es cierto.
—¡Fijaos en Klingum! —gritó Hermione de repente.
Harry y Ron, y todos los que se encontraban cerca, miraron. Klingum volaba a
velocidad de vértigo hacia un punto cerca de las gradas en la parte del campo de
Durmstrang. Giussi lo seguía, pero era obvio que no iba a alcanzarlo. Si la snitch no se
movía, Durmstrang tenía el partido ganado. Y así pareció ser, de no ser por Furti, que
hábilmente lanzó una bludger contra el punto en el que estaba la snitch, obligando a
Klingum a detenerse y desviarse, y provocando que la snitch volviera a desaparecer.
—¡Guau! —exclamó Ron, sorprendido—. Ese golpeador, Furti, o Forti, ha estado
genial...
—Sí, habrían perdido el partido de no ser por él.
Furti parecía muy contento de su hazaña, y volvía a volar escoltando a los
cazadores de su equipo, que consiguió un nuevo tanto de manos de Spielli.
—Mira a Krum, Harry —le dijo Ron, divertido.
Harry y Hermione miraron. Krum parecía muy disgustado. Era obvio que había
esperado que Klingum capturara la snitch. Parecía comprender que los cazadores de
Castelfidalio eran superiores a los de Durmstrang, que, aunque eran buenos, no tenían
la misma rapidez que sus rivales.
Durmstrang atacaba ahora, y Dutron consiguió lanzar, pero Riccello consiguió
detener la quaffle y pasársela a Viessi, que se lanzó de nuevo, mientras sus
golpeadores le despejaban el camino mediante dos lanzamientos. Lograron llegar ante
los aros de Durmstrang, pero Vliesky logró detener la quaffle mediante una
sensacional parada.
—¡Uff! Durmstrang le debe la vida a su guardián en esta jugada —comentaba
Lansville—. Ha sido un verdadero paradón. Ahora es Durmstrang, por medio de
Dutron, quien ataca. Avanza rápidamente y pasa a Kregs, quien prosigue y ¡Uy!, una
bludger le ha golpeado en la escoba, deja caer la quaffle. Ahora Rodens con la quaffle,
ahora Viessi, va a lanzar... ¡Increíble! ¡Rodens ha interceptado el lanzamiento de
Viessi cuando Vliesky pretendía pararlo! Lanza y... ¡¡Ha colado la quaffle por el aro
central!! ¡¡Fantástico gol de Castelfidalio, quien gana treinta a diez!!
—Hasta ahora no es para tanto —opinó Ron, que casi había sido pisoteado por
Lavender—. Sólo ganan por veinte.
—Sí, pero están demostrando una gran superioridad en cuanto a golpeadores y
cazadores —dijo Katie Bell de pronto, acercándose y poniéndose a su lado—. ¿Os
estáis fijando?
—Sí —respondió Harry—. Son rapidísimos ¿verdad?. Está claro que son
superiores a Durmstrang, excepto por Klingum, que parece mejor buscador que
Giussi.
—Cierto —afirmó Katie—. No obstante, si no atrapa la snitch pronto...
—Todavía tendría que marcar Castelfidalio catorce goles para no tener que
preocuparse de la snitch —dijo Ron.
—Sí, pero lo conseguirán si Durmstrang no espabila —observó Katie, mirando
como los de Durmstrang intentaban otra jugada fallida, aunque esta vez, los cazadores
de Castelfidalio no consiguieron marcar gracias a la intervención de Zirks, que obligó a
Spielli a desviarse, provocando que Zandef le arrebatara la quaffle.
—¡Y ahora Durmstrang de nuevo al ataque! Zandef pasa a Kregs, que esquiva a
Spielli, pasa a Dutron y ¡Vaya disparo! ¡Sí! ¡¡Dutron marca!! —gritó Lansville—. Treinta
a veinte a favor de Castelfidalio.
El partido continuó, ambos equipos pusieron cada vez más, luchando con frenesí.
Sin embargo, quedó patente que los cazadores de Castelfidalio eran mejores. En cinco
minutos, con dos rápidas jugadas, lograron marcar otros dos tantos, poniéndose
cincuenta a veinte. Klingum daba vueltas por el cambio cada vez a más velocidad,
buscando la snitch desesperadamente. Giussi le seguía, pero no volaba tan bien como
él. Se notaba claramente que Klingum había sido especialmente escogido y entrenado
por Krum.
Anton había logrado detener un nuevo disparo de Dutron, y había pasado la
quaffle a Spielli, que era el mejor cazador de Castelfidalio. Éste avanzó a toda
velocidad sorteando a todos los jugadores, pero, cuando se acercaba a la meta, Zirks
intentó lanzarle una bludger, al mismo tiempo que el cazador se desviaba, recibiendo
el impacto del golpeador enemigo en la espalda. Dejó caer la quaffle, tambaleándose.
Zirks se disculpó.
—¡Falta! —gritó la señora Hooch acercándose con su escoba—. Penalti para
Castelfidalio por agresión no provocada sobre su cazador.
Spielli seguía algo atontado, así que Rodens lanzó, consiguiendo marcar.
—¡Nuevo gol de Castelfidalio! ¡Y ganan sesenta a veinte!
Spielli pareció recuperarse un poco y volvió a introducirse en el juego, aunque
hacía muecas de dolor.
Los cazadores de Durmstrang avanzaron, intentando recortar distancias, sin
conseguirlo, y Viessi marcó en otro espectacular contraataque.
—Se están alejando mucho, y la snitch sigue sin aparecer —comentó Ron.
Harry observó a los buscadores, que rodeaban el campo a gran velocidad. De
pronto, Giussi vio algo, porque se lanzó hacia la zona de las gradas que quedaban
frente a donde estaban Harry, Ron y Hermione. Klingum lo vio y se lanzó tras él,
acelerando su escoba al máximo, pero Giussi le llevaba ventaja. La snitch, sin
embargo, se movió, y Giussi empezó a perseguirla, y casi le había puesto la mano
encima cuando Klingum llegó como una bala y le dio un manotazo en el brazo,
impidiendo que el italiano capturara la bola. Sin embargo, él tampoco consiguió
cogerla, porque se dirigían hacia la barrera y ambos hubieron de desviarse con un
brusco giro para evitar chocar. La snitch salió disparada hacia arriba y volvió a
desaparecer.
—¡Esta vez ha sido Klingum quien ha evitado por los pelos la victoria de
Castelfidalio! ¡Y el juego sigue! Y Spielli, que parece recuperado, lanza un nuevo
disparo que... ¡Sí! ¡Consigue marcar un nuevo tanto! Y van ochenta a veinte. Las
cosas se ponen difíciles para Durmstrang —comentó Lansville.
Los de Durmstrang, sin embargo, lograron recortar veinte puntos en dos
sensacionales jugadas, que volvieron a levantar un gran griterío y expectación en el
estadio: ochenta a cuarenta. De todas formas, pensó Harry, no servía de mucho,
parecían más cansados que los de Castelfidalio, y empezaban a fallar más. Entonces,
los golpeadores Furti y Malone empezaron un ataque feroz, golpeando con las
bludgers a Kregs, a Zandef y a Vliesky, que quedó sin resuello. Los cazadores
italianos aprovecharon para marcar en pocos minutos cinco goles más.
—¡Sensacional racha de Castelfidalio! —gritaba el comentarista—. Ciento treinta a
cuarenta. Si consiguen sesenta puntos más, Durmstrang lo tendrá muy mal...
Y Durmstrang lo tenía muy mal, porque Vliesky seguía sin reponerse de todo del
golpe en el estómago, y no lograba parar bien. Spielli logró meter otros tres tantos,
aliviados un poco por un rápido gol de Dutron. El marcador estaba ciento sesenta a
cincuenta y Krum parecía muy contrariado. No dejaba de mirar a Klingum, esperando
que diese resultados pronto.
El partido continuó, y los cazadores italianos, agotados por el esfuerzo de los
últimos minutos, bajaron un poco el ritmo, logrando solamente un nuevo gol en cinco
minutos, y evitando a duras penas que Dutron marcara. En ese momento...
—¡Harry, Ron! ¡Observad! —les gritó Katie señalando hacia donde estaba Riccello,
que acababa de pasar la quaffle a Rodens.
—¿Qué sucede? —preguntó Hermione, mirando en aquella dirección.
Klingum avanzaba hacia Riccello a toda velocidad. Giussi iba también hacia allí,
aunque sin ver por qué. Lo vio demasiado tarde: Riccello se cubrió apartándose un
poco, creyendo que Klingum iba contra él, y alli, detrás de donde había estado él
antes, estaba la pequeña snitch. Giussi no tuvo ninguna oportunidad. Klingum
atravesó el aro encogiéndose y cazó la esfera dorada, volviendo al campo con
expresión de satisfacción y el brazo en alto.
¡¡KLINGUM ATRAPA LA SNITCH!! —gritó Lansville—. ¡¡Durmstrang gana por
doscientos puntos a ciento setenta!!
Parvati y Lavender bajaron la bandera, decepcionadas y tristes. Krum, sin
embargo, parecía otro. Los jugadores de Drumstrang abrazaron a su buscador,
mientras los italianos los miraban, tristes y abatidos.
—¡Ha sido un excepcional partido! ¡Ambos equipos pueden sentirse orgullosos!
Los jugadores bajaron y se dieron la mano. El público aplaudió a rabiar.
—Ha sigo genial —afirmó Ron, contento—. Me da pena por Anton y los suyos, que
lo han hecho muy bien, pero si pasamos a la final, prefiero enfrentarme a
Durmstrang... ¿Podrás vencer a Klingum, verdad? —preguntó Ron.
—No lo sé... —dijo Harry con sinceridad—. Es muy bueno... pero supongo que sí
podría.
Harry, Ron y Hermione se acercaron al campo, donde se encontraron con Anton y
los demás, que recibían la felicitación de su directora, que intentaba sonreír, aunque
se le notaba claramente que estaba triste por la derrota.
—Lo habéis hecho estupendamente —le dijo Harry a Anton—. Podéis estar muy
orgullosos. Si el partido hubiese durado diez minutos más, creo que habríais ganado.
Anton se encogió de hombros, cansado y abatido.
—Es posible... bueno, gracias. Temo que ya no podremos enfrentarnos si derrotáis
a Beauxbatons. Espero que os vaya mejor que a nosotros...
Parvati y Lavender se acercaron y le dieron dos sonoros besos a cada uno de los
italianos.
—¿Y éstas? —se preguntó Hermione mirándolas—. Vaya club de fans...
Ron se rió. Harry felicitaba a Klingum, y luego hizo lo mismo con Krum, que
hablaba con sus jugadores.
Ron también iba a felicitarle, aunque en ese momento bajaron Dumbledore y
Binddle, quien felicitó a todos los jugadores, dándoles la mano uno por uno.
Cuando terminó, Ron, al igual que Hermione, felicitaron a Krum, quien, quizás con
la emoción de la victoria, no le preguntó a Hermione por el baile. Luego regresaron al
castillo. Por el camino se les acercó Ginny y luego también Bradley. Recorrieron el
camino de vuelta hablando sobre el partido, lo emocionante que había sido, el buen
juego de los italianos, la limpieza por parte de todos los jugadores y la victoria de
Durmstrang.
—Para nosotros es mejor que ganara Durmstrang —opinó Bradley—. Aunque sea
peor para ti, Harry.
Éste se encogió de hombros.
—Primero debemos derrotar a Beauxbatons —les recordó.
—No creo que tengamos demasiados problemas —dijo Bradley, mirando a los de
Beauxbatons, que avanzaban cerca de ellos, enfrascados en una conversación sobre
el partido.
Llegaron al castillo, se despidieron de Bradley y se dirigieron a la sala común,
donde estuvieron, conversando, hasta la hora de la cena, en que bajaron al Gran
Comedor. Para su sorpresa, Binddle seguía allí, sentado al lado de Dumbledore. Los
de Castelfidalio llegaron un poco después que ellos, y parecían un poco más alegres.
—¿Estáis mejor? —les preguntó Parvati, mirando a Anton fijamente.
Anton le sonrió.
—Sí. Hemos jugado lo mejor que sabemos, así que no tenemos nada de qué
arrepentirnos. Y sólo perdimos por cuarenta puntos —añadió.
—La culpa es mía —dijo de pronto Marco Giussi, mirando a la mesa—. Si hubiera
sido más rápido...
—No tienes por qué culparte —intervino Harry—. Lo hiciste muy bien. Él tuvo
suerte, al final, de ver la snitch antes que tú. Puede pasarle a cualquiera.
Marco levantó la mirada, con una tímida sonrisa, y asintió.
En esos momentos, la cena apareció sobre la mesa, y todo el mundo se dispuso a
comer. Cuando estaban terminando, Dumbledore se levantó:
—Bueno, bueno, bueno. Espero que todo el mundo lo haya pasado bien esta
tarde. Aprovecho para felicitar a los primeros finalistas, Durmstrang, por su victoria, y a
Castelfidalio por su excelente juego. Como sabéis, el próximo partido será el próximo
sábado, también a las cuatro y media de la tarde, Hogwarts contra Beauxbatons. —
Los aplausos atronaron el Gran Comedor—. Esto es todo, podéis seguir con la cena.
Cuando salieron del Gran Comedor, Harry habló con Bradley y con Modded, para
decirles que tendrían entrenamiento al día siguiente, a las cuatro. En las puertas vio a
Dullymer, que hablaba con unos compañeros suyos de Slytherin.
—¡Eh, Henry! —lo llamó Harry.
—¿Sí? —dijo el muchacho, volviéndose y acercándose a Harry, Ron y Hermione.
—Oye, ¿podrías recordarles a Malfoy y a los demás que mañana tenemos
entrenamiento a las cuatro?
—Claro, Harry. Sin problemas.
—Gracias —le dijo Harry, subiendo la escalinata con sus dos amigos.
Harry, Ron y Hermione estuvieron jugando en la sala común un rato, hasta que
dieron las once, momento en que Harry reunió a todos los miembros del equipo para
enviarlos a la cama.
—Mañana vamos a tener un duro entrenamiento, así que hemos de estar
descansados —explicó—. Debemos prepararnos a fondo para enfrentarnos a
Beauxbatons. No podemos, bajo ninguna circunstancia, perder.
—Tranquilo, Harry —dijo Sloper—. Hemos estado observándolos y somos
superiores a ellos.
—Cierto —corroboró Kirke.
—Me da igual. No podemos confiarnos.
Así pues, subieron a acostarse. Hermione también subió, al parecer tenía mucho
que hacer al día siguiente.
—Y vosotros también deberíais emplear la mañana en trabajar algo —les reprochó
Hermione mientras se dirigían a las escaleras—. Os estáis volviendo a retrasar en
vuestros deberes.
Harry se acostó y durmió como un tronco, hasta que se despertó, a las diez de la
mañana. Haciendo un esfuerzo, se levantó, y, sin hacer ruido para no despertar a
Seamus, Dean y Neville, despertó a Ron, que se levantó no de muy buen grado.
Bajaron a la sala común, donde ya estaba Ginny, estudiando. Hermione se les unió
poco después. Tenían la intención de pasar la mañana trabajando en la sala común,
pero como Harry no quitaba los ojos de la ventana, por donde veía a los de
Beauxbatons en el campo de quidditch, Hermione los obligó a ir a la biblioteca, donde
permanecieron hasta la una y media, enfrascados en sus trabajos de
Transformaciones y en una redacción para herbología.
Cuando al fin llegó la tarde, se dirigieron al campo de quidditch, donde Harry obligó
al equipo a la sesión de trabajo más dura de todas las que habían tenido. Algunos
jugadores se quejaron, pero Harry insistió en que el resto de la semana, con las clases
y demás, tenían mucho menos tiempo para trabajar.
—En serio, ¿qué les sucede a los capitanes de los equipos de quidditch? —
preguntó Ron—. ¿Están poseídos?
El entrenamiento fue durísimo, a decir verdad. Harry obligó a hacer tiros de
penaltis, pases, quiebros, a esquivar a cazadores contrarios, a esquivar bludgers y a
ensayar un sinfín de jugadas, y después, a jugar un partido. Mientras tanto, él y Malfoy
se dedicaron a perseguir la snitch por todo el campo una y otra vez.
Cuando finalmente dio por terminada la sesión, todos los jugadores estaban
rendidos.
—Vamos —los animó Harry—. Debemos estar preparados para resistir un partido
largo. Recordad como el cansancio hizo más débiles a los de Durmstrang ayer. Si los
de Beauxbatons se cansan antes, tendremos muchas más posibilidades si el partido
es largo.
Nadie dijo nada.
—Bien, entonces, hasta mañana a las cinco y media.
Los jugadores se cambiaron y fueron saliendo, dirigiéndose, con paso cansado,
hacia el castillo, mientras a su alrededor se hacía casi noche cerrada.
La semana siguiente transcurrió lenta, y los nervios de Harry crecían a medida que
se acercaba el sábado. Sabía que eran buenos, que estaban entrenando duro y que
hacían todo lo que podían, pero no podía evitar pensar «¿Y si perdemos?». Veía las
caras de desilusión de sus compañeros, a los de Slytherin culpándole a él de la
derrota, por ser un mal capitán, a Malfoy echándole toda la culpa, por no ser rápido
atrapando la snitch... Intentaba evitar ponerse nervioso, llevaba seis años jugando al
quidditch, y siempre lo había hecho bien, pero no podía evitar sentirse preocupado.
Nunca había tenido tanta responsabilidad en el equipo como este año.
Afortunadamente, los profesores procuraron ponerles pocos deberes, exceptuando
a Snape, que actuaba como si no existiera el Torneo, excepto para meterse con Harry
al mandarle trabajos.
—Quiero un trabajo de cincuenta centímetros de pergamino para el próximo lunes
sobre los distintos ingredientes a emplear en las Pociones Transformadoras
Inanimadas y sus distintos efectos ¿de acuerdo? —les dijo en la clase del martes—. Y
esto va también por usted, señor Potter. Espero que mejore el nivel de su redacción de
la semana pasada. Que sea el flamante capitán del equipo del Colegio no le concede
ningún privilegio en mi clase —le espetó con una mueca de desprecio en el rostro.
Malfoy miró a Harry y sonrió con malicia.
—¡Será imbécil! —se lamentaba más tarde a Ron y Hermione, mientras se dirigían
al aula de Transformaciones—. Basé mi redacción en la tuya, Hermione. Y a ti te pone
un notable y a mí y aprobado con anotación «muy flojo».
—No dejes que te ofusque, Harry —dijo Ron—. Ahora debemos estar
concentrados en el partido.

Cuando finalmente llegó el viernes, y con él la última sesión de entrenamiento


antes del partido, se decidió entre todos que era mejor jugar sólo dos horas, para estar
descansados para el día siguiente. Hicieron un entrenamiento tranquilo, practicando
las mejores jugadas ensayadas. Cuando terminaron, Harry les habló:
—Bien. Creo que hemos hecho un excelente trabajo. Todos —añadió, mirando a
los de Slytherin—. Así que no veo qué problema podríamos tener mañana, salvo
muchísima mala suerte, o que los de Beauxbatons se hayan convertido en máquinas
de jugar al quidditch.
Se retiraron. Aquella noche, la expectación reinaba en la sala común de Gryffindor,
y, en general, en todo el castillo. Por donde pasaban, los jugadores del equipo recibían
ánimos y palmadas en la espalda de los demás estudiantes. Durante la noche, en la
sala común de Gryffindor hubo fiesta, pero Harry no les permitió a los jugadores
disfrutarla mucho.
—Si ganamos, ya lo celebraremos mañana ¿de acuerdo? —dijo mientras mandaba
a todos a la cama.
Harry estaba nervioso, y tardó en dormirse. En la cama de al lado, Ron se movía.
Harry supuso que a él también le costaba conciliar el sueño. Finalmente, y tras dar
vueltas y vueltas a la cabeza y convencerse de que habían entrenado todo lo posible,
se durmió.

El sábado amaneció nublado y frío, pero, afortunadamente, sin lluvias. Los de


Hogwarts incluso lo tomaron como una ventaja, suponiendo que los de Beauxbatons
no estarían tan acostumbrados al frío de Inglaterra.
Harry, Ron y Ginny, junto a Sloper, Kirke y Katie, permanecieron toda la mañana
en la sala común, sentados y hablando del partido, hasta que llegó, muy rápidamente,
la hora de comer. Se levantaron y bajaron al Gran Comedor, donde ya estaba casi
todo el mundo, incluidos los de Beauxbatons, que, según pudo comprobar Harry con
alivio, parecían tan nerviosos como ellos. Los alumnos de Hogwarts aplaudieron
cuando los vieron entrar y sentarse, y también, aunque algo menos sonoramente,
cuando llegaron los de Slytherin. En la mesa de los profesores volvía a estar Binddle,
sentado al lado de Dumbledore, aunque, al igual que la semana anterior, no dijo nada,
y fue Dumbledore quien realizó la presentación del segundo partido de la semifinal.
—Buena suerte —les deseó Hermione, dándoles un beso a cada uno—. Espero
que lo hagáis bien.
Cuando finalmente se levantaron para dirigirse al campo de quidditch, los
estudiantes aplaudieron con fuerza. Al ir a salir del Gran Comedor, Cho, que no había
hablado con Harry desde el día de la prueba, se le acercó.
—Hola Harry —saludó.
—Ah... Hola, Cho —contestó él, mientras sus compañeros proseguían hacia el
terreno.
—Sólo quería desearos suerte. Seguro que lo hacéis muy bien...
—Gracias.
—A mí también me gustaría jugar —añadió ella, un poco triste.
—Lo sé... es una lástima que tengamos que aguantar a Malfoy, pero claro... —
Luego, para animarla, añadió—: De todas formas, te estás ahorrando muchos nervios,
y, sobre todo, mucho cansancio. Creo que cuando acabe el partido, ganemos o
perdamos, voy a dormir dos días...
Cho le miró, un poco más alegre.
—Bueno, tengo que irme —dijo él—. Me esperan...
—Sí, claro. Estaremos todos allí, animándoos.
Harry le hizo un gesto y se dirigió al campo. Cuando llegaron, la gente ya
empezaba a abarrotar las tribunas. De repente, Ron llamó la atención de Harry.
—¡Mira quién está allí!
Harry miró, y vio a Lupin, Tonks, Kingsley, Moody, los Weasley, los gemelos y Bill
con Fleur Delacour. Se acercaron a ellos.
—¿Qué hacéis aquí? —Preguntó Ron a sus padres, sorprendido.
—Bueno, queríamos verlo ¿No? Además, Dumbledore ha decidido que sería mejor
que hubiera por aquí algunos miembros de la Orden, por si acaso...
—Sí. Nosotros aún tenemos que distribuirnos. Mundungus ya está por allá —dijo
Lupin, señalando otro extremo del campo.
—Y nosotros no podíamos quedarnos sin ver los progresos del quidditch en
Hogwarts ahora que no estamos —dijo Fred.
—Exacto —corroboró Angelina Johnson, a quien aún no habían visto—. ¡Espero
que lo hagáis bien! —exclamó, corriendo a saludar a Katie Bell, que le dio un fuerte
abrazo.
—Lee está por allá, repartiendo ciertos... productos para la fiesta de la victoria —
susurró George.
—¿Productos para la fiesta de la victoria? —preguntó Ron—. Qué peligro...
Bill se les acercó.
—Yo he venido también a apoyaros, aunque bueno, Fleur dice que prefiere que
gane Beauxbatons... tenemos una pequeña apuesta —dijo riéndose.
—¿No os «impogta, vegdad»? —preguntó Fleur, sonriente—. «Pego
pgefeguiguía» que ganase mi colegio.
—Claro que no —dijo Ron al instante, también sonriendo.
—Bueno, «cgueo» que voy a ir a «saludag» a mi «hegmana» y a Madame Maxime.
Fleur se dirigió hacia su hermana, que venía con los demás de Beauxbatons, y que
profirió un grito al verla. Se abrazaron con fuerza. También Madame Maxime, que
venía detrás, saludó a Fleur.
—Bueno, vamos a cambiarnos —dijo Harry—. Ya casi es hora...
—Bien, buena suerte muchachos —les deseó el señor Weasley—. ¡Luchad duro!
Harry, Ron y Ginny asintieron, y se fueron hacia los vestuarios. Se cambiaron y
esperaron, mientras el estadio terminaba de llenarse y el griterío crecía.
Por fin, la voz de Lansville se elevó en el aire:
—¡Bienvenidos todos de nuevo al Primer Torneo Estudiantil Internacional de
Quidditch en Hogwarts! Esta tarde tendremos el placer de presenciar el segundo
partido, que decidirá quién habrá de enfrentarse a Durmstrang en la final, ¡Hogwarts o
Beauxbatons!
Un inmenso clamor recorrió el estadio.
—¡Y aquí llega el equipo de Hogwarts! —gritó, y las puertas se abrieron. Montaron
en las escobas y salieron disparados, dando una vuelta al campo, en medio de una
increíble ovación. Ciertamente, había más gente que en el primer partido, observó
Harry mientras Lansville nombraba a los jugadores, que se detuvieron en el centro del
campo, jaleados por el público.
—Mira, Harry —le dijo Ron.
Harry miró: Parvati y Lavender agitaban una bandera de Hogwarts, que Hermione
estaba encantando, y crecía y ondulaba, inmensa. A su lado estaba Luna Lovegood,
con uno de sus sombreros, esta vez, el león y el águila, que gritaban «¡HOGWARTS!»
una y otra vez.
En ese momento, Lansville habló de nuevo, presentando a los jugadores de
Beauxbatons:
—¡Aquí tenemos a la capitana, la cazadora Blisseisse, al guardián, Amèdis, a los
otros dos cazadores, Dutrois y Bissone, a los golpeadores, Deltfour y Armignan, y la
buscadora, Delacour!
Un aplauso saludó el vuelo de los de Beauxbatons, que recorrieron el estadio
hasta ponerse frente a los de Hogwarts.
—«Suegte, Hagui» —le deseó Grabrielle, sonriéndole, pero sin ocultar su
nerviosismo.
—Lo mismo te digo —contestó el muchacho, sonriendo a su vez.
—Blisseisse, Potter, daos la mano —ordenó la señora Hooch.
Se la dieron, deseándose suerte. Luego Harry regresó a su puesto, frente a
Gabrielle.
La señora Hooch soltó lanzó la quaffle, soltó las bludgers y la snitch, y silbó.
—¡El partido ha comenzado! —gritó Lansville—. Y Bell coge la quaffle, lanzándose
hacia la meta de Amèdis, Blisseisse intenta bloquearla pero no lo consigue, Bell pasa
a Warrington, que acelera, sortea a Dutrois, esquiva una bludger de Deltfour y ¡Lanza!
Pero Amèdis lo ha parado, y ahora es Bissone la que avanza con la quaffle,
esquivando en un difícil quiebro a Bradley. Warrington la sigue, le da alcance y
¡Consigue arrebatarle la quaffle! Ahora Hogwarts al ataque, llega ante los aros...
lanza... ¡SÍ! ¡¡Warrington marca!! ¡¡Diez a cero para Hogwarts!!
Harry sonrió, mientras seguía buscando la snitch. Warrington recibió la felicitación
de sus compañeros y de todo el estadio, que aplaudía. Ahora eran los de Beauxbatons
quienes atacaban, por medio de Blisseisse, pero una bludger de Crabble la obligó a
soltar la quaffle, que fue recogida por Bradley, quien se lanzó como un rayo hacia la
meta. Cuando llegaba, esquivó a Dutrois y se lanzó hacia el aro derecho, hacia el que
también se lanzó Amèdis, pero Bradley le pasó a Katie, que marcó en el aro izquierdo
casi sin coger el balón.
—¡¡Y otro gol de Hogwarts!! —gritaba emocinado Lansville—. ¡Espectacular jugada
de Bradley y Bell! ¡Hogwarts vence por veinte a cero!
El equipo de Beauxbatons, sin embargo, no se amilanó: Volvieron al ataque con su
mejor arma, la rapidez, y Bissone logró plantarse ante Ron, que logró detener el
disparo, aunque con dificultades. Harry suspiró y le sonrió a Ron, haciéndole una
seña. Ron sonreía. Se tranquilizó. Haber detenido un disparo difícil como aquel le
daría a Ron más confianza en sí mismo para el resto del encuentro. De pronto, sintió
como si se despertara ¡No estaba buscando la snitch! Culpándose por haber perdido
dos minutos mirando, volvió la vista hacia Gabrielle, que daba vueltas por el campo.
Afortunadamente, no daba señas de haber visto la snitch. Harry se puso a buscarla
rápidamente, aunque la pequeña esfera no se veía por ningún lado. A cada rato, se
fijaba en Gabrielle. No quería alejarse mucho de ella por si la chica veía la snitch antes
que él. Descendió y se puso a buscar por las inmediaciones de las gradas, lo que
dificultaba su concentración porque la gente le gritaba de una forma ensordecedora, lo
que empeoró cuando Katie consiguió el tercer tanto para Hogwarts. La alegría por el
gol, fue, sin embargo, efímera, porque los de Beauxbatons hicieron un veloz
contraataque el más puro estilo de Castelfidalio y consiguieron burlar a Ron,
consiguiendo su primer tanto.
El partido continuó. Harry pronto dejó de preocuparse por el resto, porque Ron
consiguió hacer dos paradas después del primer gol, y luego Bradley había logrado un
tanto y Warrington otro, tras arrebatarle la quaffle a Dutrois en un despiste. Ganaban
cincuenta a diez, y Harry estaba seguro de que iban a mejorar el tanteo. Así pues, se
concentró sólo en buscar la snitch y en Gabrielle, que realmente volaba bien. Además,
lo hacía tan rápido todo el tiempo, que Harry no podía estar seguro de si la chica sólo
recorría el estadio o si había visto la pequeña esfera. Decidió jugar un poco con ella y
distraerla, para buscar mejor. De repente aceleró a tope su escoba lanzándose hacia
la meta de Beauxbatons, donde tenía lugar una fuerte lucha por la posesión de la
quaffle, que finalmente quedó en manos de Dutrois, que avanzó hacia Ron esquivando
una bludger de Sloper. Harry esquivó a su vez otra de Armignan y avanzó recto,
notando como Gabrielle le seguía y escuchando vagamente como Lansville le
mencionaba. Mantuvo la cabeza fina en la portería, como si allí estuviera la snitch,
pero con los ojos recorría el campo buscando el menor destello dorado. Llegó a los
aros y les dio la vuelta, volviendo en la dirección contraria y sonriéndole a Gabrielle al
cruzarse con ella, haciendo comprender a la chica que sólo había sido una treta. En
esos momentos, Katie avanzaba a toda velocidad hacia la meta de Beauxbatons,
Warrington iba por el otro lado, pero entre ellos estaba Blisseisse, que intentaba
bloquear a Katie. Harry se lanzó hacia allí, obligando a la francesa a desviarse, con lo
que Katie pudo pasar la quaffle a Warrington, que marcó, despistando a Amèdis.
—¡¡Setenta a diez!! ¡Hogwarts está incrementando la diferencia! Parece que los
cazadores locales son claramente superiores —dijo Lansville, en medio de los gritos y
los abucheos de la afición de Beauxbatons.
Harry, que seguía sin ver la snitch, volvió a hacer la misma jugada que antes,
lanzándose hacia las gradas donde estaban la mayoría de los de Gryffindor. Al pasar,
oyó los gritos de ánimo de sus compañeros y de Hagrid, que estaba allí.
—¡Ánimo, Harry! —oyó gritar a Hermione, Parvati y Lavender, que agitaron más
fuertemente su inmensa bandera.
Harry volvió a ascender, sonriendo de nuevo. Gabrielle le miró entrecerrando los
ojos, y se dirigió hacia otro lado.
¡¡Gol de Beauxbatons!! —gritaba en aquellos momentos Lansville—. La cazadora
Blisseisse ha efectuado un espectacular giro sobre Bell, engañando a Weasley.
¡Ochenta a veinte para Hogwarts!.
Harry no se preocupó, incluso cuando dos minutos después los de Beauxbatons
marcaron un nuevo tanto. Siguió recorriendo el estadio ¿dónde estaba la snitch?
Gabrielle también seguía sin verla, y ya llevaban mucho rato jugando. ¿Habría salido
del estadio? A Harry nunca le había pasado eso, pero había leído que podía suceder.
Volvió a emplear la misma técnica de despiste, lanzándose esta vez hacia el fondo de
los aros de la portería de Ron. Gabrielle le siguió otra vez al principio, pero se dio
cuenta de que era otra estratagema de Harry y pronto lo abandonó, volviendo a
sobrevolar el campo.
«Bien, desconfía de mí —pensó Harry—. Desconfía también cuando de verdad vea
la snitch». Pero Harry no la veía. Pasaron otros diez minutos. Habían logrado meter un
gol, y los de Beauxbatons otro. Harry se acercó a Katie y a Warrington mientras los de
Beauxbatons volvían al juego.
—Hacedlo ya —les dijo Harry—. Juego total.
Ambos asintieron. Ahora, jugarían al máximo de sus capacidades, de una forma
agotadora. No sabía cuanto aguantarían, pero esperaba que los de Beauxbatons no
pudieran resistirlo (se les veía más cansados) y eso diera una rápida ventaja a
Hogwarts. Así lo hicieron. Crabbe y Sloper empezaron a lanzar bludgers como locos,
volando a toda velocidad. Katie, Warrington y Bradley, por su parte, atacaron con
todas sus fuerzas. Esto pilló a los de Beauxbatons por sorpresa, que no contaban con
una presión tan fuerte como estaban haciendo. En pocos minutos, Hogwarts había
conseguido otros cincuenta puntos. Estaban ciento cuarenta a treinta. No era
suficiente.
Salió el Sol. La nubosidad había descendido, y en el cielo se veían grandes claros,
lo que facilitaría la búsqueda, porque la pequeña bola dorada brillaría.
Harry dio una vuelta y entonces vio algo que le asustó: Gabrielle volaba hacia él y
la snitch estaba a unos diez metros de ella, a un lado. No la había visto, pero si volvía
la cabeza... Harry estaba muy lejos. Hizo lo único que se le ocurrió: volver a lanzarse
hacia la dirección contraria obligando a Gabrielle a mirarle, y rezar porque surtiera
efecto. Esta vez usó toda la velocidad de la escoba dirigiéndose hacia el suelo, con la
mirada fija, para convencer a la chica. El público contuvo la respiración. En el último
segundo, Harry se elevó con un peligrosísimo giro y evitó chocar. Miró hacia la chica y
suspiró de alivio. Gabrielle no le había seguido apenas, pero se había movido unos
metros hacia él y le miraba, y la snitch ya no estaba. Ella le sonrió, como diciéndole
«Ya no me engañas». Harry le sonrió también, intentando que no se le notara lo
aliviado que estaba.
Blisseisse logró un tanto para Beauxbatons con esfuerzo, pero Warrington y Katie
marcaron otro cada uno, poniendo el partido ciento sesenta a cuarenta. Empezaban a
desmoralizarse, y Gabrielle buscó la snitch con más afán. Si no la atrapaba pronto,
perderían el partido. Hogwarts iba camino de alcanzar una diferencia de ciento
cincuenta puntos, y Gabrielle estaba segura de que sus compañeros no podrían
recortarla. Empezó a moverse, y Harry la observó, mientras buscaba. Observó las
gradas de un lado a otro, y de repente... lo vio: un destello dorado en la primera fila,
cerca de un hombre. Harry se lanzó a toda velocidad. Gabrielle lo miró, pero no le
siguió. Harry volvió la vista al brillo que había visto, que volvió a relucir al Sol. En unos
segundos ya estaba allí. Frenó y miró: no había rastro de la snitch. Miró a todos lados
mientras el público le contemplaba. Entonces lo descubrió: no había visto la snitch. El
hombre que tenía enfrente llevaba un reloj de oro. Reprendiéndose a sí mismo, volvió
al campo... y entonces vio a Gabrielle, que se dirigía a una zona de las gradas al otro
lado. Allí sí estaba la verdadera snitch. Harry aceleró su Saeta de Fuego al máximo,
pero Gabrielle se acercaba. Entonces, la snich se metió entre la gente y Gabrielle
frenó. El público se apartó, asustado, pero Harry aprovechó: sin pensar en ello,
aceleró aún más, adelantó a su rival como una tromba y se lanzó contra las gradas. El
público se tiró al suelo, Harry se golpeó una pierna contra la baradilla, pero no hizo
caso del dolor y estiró la mano... ¡Sí! Levantó el vuelo y alzó el brazo. El estadio
retumbó de los gritos.
—¡¡Harry Potter ha atrapado la snitch!! —gritaba Lansville emocionado y dando
saltos—. ¡¡Hogwarts gana por trescientos diez a cuarenta!!
Harry se sentía contentísimo. Lo habían conseguido, estaban en la final. Incluso
Warrington le abrazó, aunque, dándose cuenta, lo soltó pronto, un poco avergonzado.
Harry vio a Hagrid, que saltaba y aplaudía, a Hermione, Parvati y Lavender, que
corrían por el campo agitando la bandera como locas, a los señores Weasley, que
también saltaban, a los gemelos y a Bill. Fleur le estrechó la mano a Bill y le dio un
beso, sonriendo. De pronto, Harry volvió a sentir el dolor en la pierna, se había dado
un buen golpe, tendría que verlo la señora Pomfrey. Descendió. El equipo de
Beauxbatons le felicitó.
—Me engañaste mucho, «Hagui». «Egues» un «buscadog espectacular» —le dijo
Gabrielle dándole la mano.
—Tú también eres buena —le dijo Harry, aguantándose el dolor—. Si la snitch no
se hubiera metido en las gradas...
—«Pog» eso —respondió la chica—. Yo nunca «habguía» hecho lo que tú hiciste.
Me «habguía» matado.
Dejó la conversación, porque Hermione había saltado sobre él y le abrazaba, y
Binddle se acercaba a ellos, con Madame Maxime y Dumbledore, que estaba muy
sonriente. Le estrecharon la mano.
—Sensacional jugada, señor Potter —le dijo Binddle.
—¡Excelente, Harry! —dijo Dumbledore—. Pero deberías ir a que la señora
Pomfrey te viera esa pierna ¿no crees?
Harry asintió, sonriente. Se dirigió hacia la enfermera, que estaba en uno de los
lados, quien le miró la pierna, curándosela.
—No ha sido grave. Sólo una mazadura —dijo—. Tómate esto y listo. De todas
formas, me gustaría que dejara usted de hacer estas locuras, señor Potter. En todos
mis años había visto a alguien tan a menudo como a usted.
Harry se lo bebió, mientras los Weasley, que acababan de felicitar a Ron, se
acercaban a él, acompañados por Hermione.
—¡Estupendo! —decía el señor Weasley, orgulloso—. Habéis jugado todos
excelentemente.
—Gracias, señor Weasley —dijo Harry. Ron también parecía enormemente feliz.
—¿Viste mis paradas, Harry? —preguntó, orgulloso—. ¡Y tú estuviste sensacional!
—Sí —afirmó Harry, acercándose con Ron a los demás—. Todos hemos estado
fabulosos. Si jugamos así el día de la final, el título es nuestro.
Los jugadores se daban palmadas y abrazos entre ellos. Ninguno parecía recordar
que eran de distintas casas, excepto Malfoy, que miró a Crabbe amenazadoramente, y
éste, un poco avergonzado, se hizo a un lado.
Momentos después fueron a cambiarse, contentos y felices del resultado y del
trabajo realizado. Cuando salieron al campo, los Weasley, Tonks, Moody, Lupin y
demás les esperaban.
—Bueno, nosotros nos vamos —dijo el señor Weasley—. Espero que lo celebréis
mucho.
—Lo harán —dijo Fred—. Hemos hecho grandes ventas hoy...
—Ya lo creo —afirmó Lee Jordan—. Lástima que no podamos quedarnos...
Se dirigieron al castillo. Allí se despidieron. Harry, Ron, Hermione y Ginny entraron
en el castillo y los demás se fueron al exterior, donde podrían desaparecerse.
La celebración por la victoria duró toda la tarde, y, según se acercaba la noche, se
puso de manifiesto lo que los gemelos y Lee Jordan habían vendido: grandes
cantidades de Magifuegos Salvajes, que llenaron el castillo hasta bien entrada la
noche. A Filch no le gustó nada, pero Dumbledore, que no los había visto el año
anterior, los encontró magníficos.
Durante la cena, el director felicitó a los ganadores, recordándoles la fecha de la
final Hogwarts — Durmstrang, el día 17 de enero. El partido por el tercer y cuarto
puesto se jugaría el viernes anterior.
Tras la deliciosa cena, Cho se acercó a felicitar a Harry y al resto del equipo, y
también Henry Dullymer.
—¡Lo hicisteis genial! —les dijo el Slytherin, muy alegre—. ¡Todos en el colegio
estamos orgullosos de tener un equipo tan fantástico!
Harry y Ron se sonrojaron ligeramente.
—¡Es cierto! —continuó—. Y no podemos negar que el trabajo del capitán ha dado
un gran resultado —añadió, palmoteando la espalda de Harry.
—Bueno... yo no hice gran cosa... —Harry intentó parecer modesto.
—No es cierto —dijo Ron—. ¡Hurra por el capitán!
Y toda la mesa de Gryffindor gritó «¡Hurra!». Desde la mesa de Slytherin, Malfoy lo
oyó, y miró a Harry con odio, pero era de los pocos. Warrington lo celebraba como el
que más, y no parecía querer saber, aquella noche, nada de enfrentamientos entre
casas.
Los de Castelfidalio también participaban de la fiesta, celebrando y comentando las
mejores jugadas del partido, y los de Ravenclaw animaban como podían a los de
Beauxbatons, que eran los más apagados.
Harry miró a Dumbledore, que recorría con sus ojos el Gran Comedor. Parecía
muy satisfecho. Harry miró a su vez y comprendió: eso era lo que el director había
pretendido. Todo el colegio, incluso los invitados, parecían haber olvidado todas sus
diferencias, participando unidos de una gran fiesta.
Aquella noche, cuando Harry se metió en la cama, tras la celebración en la sala
común, se sentía feliz y contento. Parecía un día muy inapropiado para preocuparse
por Voldemort, por los mortífagos, por los ataques o por quien había atacado a
Hermione. Se durmió sin ninguna preocupación, soñando con escobas voladoras,
grandes éxitos y futuras victorias en campos de quidditch.
15

La Nueva Reunión del ED

Al día siguiente, Harry y Ron se levantaron aún con la euforia de la victoria.


Bajaron a la sala común, donde ya estaba Hermione, leyendo, y estuvieron hablando
un rato, muy animados, hasta que, de pronto, Ron abrió mucho los ojos.
—¡Oh, no! —exclamó.
—¿Qué sucede, Ron? —preguntó Hermione, levantando la vista del libro y
mirando a su amigo.
—Mis padres... ayer, con el lío del partido, no me acordé de preguntarles qué tal
estaban... ni cómo le iba a Percy...
—¡Es cierto! —reconoció Harry, reprendiéndose—. Creo que deberíamos enviarles
una carta...
—Será lo mejor —dijo Hermione—. Hagámoslo ahora.
Escribieron la carta, lamentando no haberse interesado el día anterior por ellos ni
por Percy, preguntaron qué tal se encontraban y mandaron saludos. Luego, antes de
comer, se dirigieron a la lechucería para enviarla. Luego bajaron al Gran Comedor.
Allí, en las puertas, se encontraron con los de Beauxbatons, que también entraban.
—¿Os encontráis más animados? —les preguntó Ron
—Un poco. Jugamos lo «mejor» que sabemos —dijo Amelia Blisseisse,
encogiéndose de hombros.
—Lo hicisteis muy bien, de verdad —afirmó Harry, sonriendo.
—Sí, «pego vosotgos mejog» —replicó Gabrielle—. Nos disteis una paliza.
—Bueno, mirad el lado positivo —dijo Ron—. Ahora no tenéis la presión de la
final... —Y añadió—: sólo tenéis que preocuparos de con quien vais a ir al baile.
Gabrielle se rió, mirándolo. Entraron en el comedor. Allí, Neville le pidió a
Hermione si podría ayudarlo con la redacción de Transformaciones.
—Claro que sí, Neville —dijo Hermione, sonriéndole—. Yo también tengo que
hacerla.
Harry se quedó pensativo, lo que había dicho Neville...
—¡Oh, no! —exclamó, preocupado—. ¡Yo aún no he empezado la redacción para
Snape! Si no se la entrego mañana es capaz de envenenarme.
—¿Cómo no la empezaste antes, Harry? —le reprochó Hermione.
—¡Ni pensé en ello! Durante las semanas, con los entrenamientos, no podía, y
ayer, con la euforia... —intentó explicarse Harry.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer en cuanto termines de comer.
Harry dio un golpe en la mesa. Pensaba disfrutar de un relajado día para
reponerse del partido y de la fiesta, y en lugar de eso tenía que ponerse a trabajar en
una redacción para Snape. Miró hacia el profesor y le dirigió una mirada de odio
intenso, aunque Snape, que comía con su habitual expresión seria, no lo vio.
Cuando terminaron de comer, Harry, Ron, Hermione y Neville se dirigieron a la
sala común. Harry iba enfurruñado por culpa del trabajo, y Ron, que también tenía que
acabarlo, no iba más contento que él. Cuando cruzaron las puertas del comedor,
Gabrielle se levantó corriendo de la mesa de Ravenclaw y se les acercó.
—Eh... «Gon» —dijo la chica, un poco cohibida.
—¿Sí? —preguntó Ron con mal talante, pensando en Snape.
—Bueno... yo «queguía pgueguntagte» algo...
Ron pareció despertar.
—¿El qué? —preguntó.
—Esto... «podguíamos hablag» en «pguivado»? —dijo la chica.
Ron puso cara rara, y miró a sus amigos, antes de volver a mirar a la chica.
—Sí... supongo... —contestó.
—Te esperamos en la sala común —dijo Harry, volviéndose y dirigiéndose a la
escalinata de mármol. Ron asintió.
Harry, Neville y Hermione subieron la escalinata, dejando a Ron con Gabrielle.
Hermione miró hacia atrás, con gesto de enfado, pero siguió subiendo por las
escaleras. Llegaron a la sala común y empezaron a sacar el material para el trabajo.
—¡Vamos, que no tengo todo el día! —les dijo a Harry y a Neville.
Neville miró a Harry, extrañado, preguntándole con la mirada qué le habría pasado
a Hermione de repente. Harry, que se lo imaginaba, se encogió de hombros.
Un momento después llegó Ron, que parecía muy azorado. Harry le miró, pero
Hermione no levantó la mirada de su redacción. Ron se sentó, mirando a Hermione de
soslayo.
—¿No nos vas a contar qué te quería la chica-veela? —preguntó Harry, con un
asomo de sonrisa.
—Eh... —Ron se puso colorado. Hermione le miró de reojo—. Pues... quería
preguntarme si tenía pareja para el baile y... si querría ir con ella.
A Hermione parecía que la conversación no le interesaba, pero Harry vio que
escribía con furia en su pergamino.
—¡Guau, Ron! —dijo Neville impresionado—. ¡Qué suerte! ¡Es guapísima!
—Esto... sí —admitió Ron, con una sonrisa.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó Harry, lanzándole una mirada dura que Ron
entendió muy bien.
—Bueno... —dijo Ron lanzándole a su vez rápidas miradas a Hermione—. Le dije
que... no.
Harry le sonrió. Hermione también se asombró, y le miró, pero sin decir nada.
—¿Que no? —preguntó Neville, que no podía creérselo—. ¿Por qué no? ¿Qué
razón le diste?
—Esto... le dije que... bueno, que a lo mejor iba con... con otra persona...
—¿Con quién? —le preguntó Neville.
—Bueno... No sé... ya se sabrá —dijo Ron sacando sus cosas, y no volvió a hablar
del tema.
Se dedicaron al trabajo toda la tarde, pero no fue demasiado difícil; Hermione
estaba de mucho mejor humor.

Al día siguiente, en Pociones, Harry le entregó con una sonrisa su trabajo a Snape,
que le miró como si estuviera cubierto de estiércol de dragón, pero no dijo nada. Harry
le sonrió con suficiencia a Malfoy, que le miraba.
Más tarde, a mediodía, mientras comían, Hedwig les trajo la respuesta de los
padres de Ron:

Hola muchachos:
No os preocupéis. Es normal que estuvierais distraídos por el
partido. Es bueno que al menos vosotros tengáis algo con lo que
distraeros de todo lo que sucede. Ese torneo ha sido una gran idea de
Dumbledore.
Nosotros nos encontramos bien. Como sabéis, ahora estamos casi
siempre en Grimmauld Place, por consejo de Dumbledore. Percy se
encuentra un poco mejor. Ha conseguido el traslado al Departamento
de Seguridad Mágica, y trabaja constantemente. Parece más tranquilo,
pero está obsesionado. Aún no hay pistas que nos permitan saber
quién cometió el crimen, pero vosotros no os preocupéis ¿de acuerdo?
Estudiad mucho ¡y no os metáis en líos!
Gracias por preocuparos.
Besos

—¡Vaya...! pobre Percy —se lamentó Hermione—. Espero que no se encuentre


demasiado mal...
—¿Cómo quieres que se encuentre? —preguntó Harry—. Han matado a su novia
cuando el objetivo era él...
—Esperemos que no se convierta en un obseso como el señor Crouch —dijo
Hermione con tristeza.
—Hermione —dijo Ron—. Percy ya es como el señor Crouch.
Hermione miró a Ron con severidad, pero no dijo nada.

Por la tarde, los tres amigos bajaron a la biblioteca, donde permanecieron hasta las
seis trabajando para Encantamientos y para Transformaciones. Hermione, además,
tenía otro trabajo de traducción para Runas Antiguas. Al terminar, salieron para volver
a la sala común. Avanzaban por un pasillo desierto, cuando vieron a Neville al otro
extremo, que se volvió hacia ellos, que en esos momentos se encontraban a unos
siete u ocho metros de él.
—¡Ah! Hola, chicos —saludó Neville, volviéndose—. ¿Habéis...?
Pero Neville no dijo nada más, porque alguien a sus espaldas, desde el pasillo del
cual venía, gritó «¡Crucio!», y Neville cayó al suelo, retorciéndose de dolor.
—¡NEVILLE! —gritó Harry, y él, Ron y Hermione sacaron las varitas y se dirigieron
hacia su amigo.
Al llegar al cruce de los pasillos, Neville ya había dejado de gritar y sólo gemía.
Miraron a todos lados, pero no vieron a nadie más en el pasillo.
—¡No es posible! —gritó Harry, sorprendido—. Cogedle —dijo Harry a Hermione y
a Ron—. Voy a buscar quién...
—¡No Harry! —le previno Hermione—. ¡Puede ser peligroso!
—¡No voy a dejar que escape! —exclamó decidido, corriendo por el pasillo.
Pero no vio a nadie. Ni por el pasillo, ni en ninguna de las habitaciones que en él
había. Extrañado, y sobre todo, decepcionado, volvió junto a Ron y a Hermione, que
acababan de despertar a Neville y lo llevaban a la enfermería.
—¿Viste quién te atacó, Neville? —le preguntaba Ron.
—No... no venía nadie detrás de mí...
—¿Encontraste algo, Harry? —le preguntó Hermione, preocupada.
—No —admitió Harry, con gesto de rabia—. Será mejor llevarle a la enfermería y
avisar a Dumbledore...
Ayudaron a Neville a caminar, que aún estaba dolorido, y se dirigieron a la
enfermería, cuando se encontraron, al doblar una esquina, a Henry Dullymer.
—¡Hola! —saludó él, sonriente. De pronto, su expresión cambió, al ver a Neville—.
¿Qué le ha pasado?
—Alguien le ha atacado —dijo Harry—. Le han lanzado la maldición cruciatus.
—¿La maldición cruciatus? —preguntó Dullymer, espantado—. Pero ¿por qué?
¿Quién?
—Eso nos gustaría saber —dijo Harry—. Eso nos gustaría saber...
—Pero... ¿por qué? —volvió a preguntar Dullymer, sacudiendo la cabeza—. A
Hermione se supone que la atacaron porque vio algo ¿no? Pero Neville...
Hermione se acercó al despacho de McGonagall mientras Harry, Ron y Henry
llevaban a Neville a la enfermería. La señora Pomfrey le examinó y los tranquilizó. Al
parecer, no tenía nada grave.
Hermione apareció entonces por la puerta, seguida de la profesora McGonagall y
de Dumbledore.
—¿Se encuentra bien, señor Longbottom? —preguntó la profesora McGonagall,
con cara preocupada.
—Sí, gracias profesora... —contestó Neville.
—No tiene nada grave —añadió la señora Pomfrey—. Sólo se encuentra un poco
dolorido debido a la maldición.
—¿Quién fue? —preguntó Dumbledore, aunque con expresión de saber ya la
respuesta.
—No lo sabemos —reconoció Harry—. No le vimos. Y es imposible, porque
llegamos al pasillo aquel un segundo después de que atacaran a Neville...
—¿Por qué lo habrán hecho, profesor? —preguntó Dullymer, con aspecto
preocupado.
—Tengo mis sospechas, señor Dullymer —dijo Dumbledore, pensativo—. Pero
nada concreto...
—¿Voy a tener que quedarme aquí? —preguntó Neville.
—No, señor Longbottom —respondió la señora Pomfrey—. No le ha pasado nada
grave. Puede irse cuando quiera.
—Bueno, menos mal. Dado que estáis todos bien, es mejor que regreséis a
vuestras salas comunes —dijo Dumbledore.
—Está bien. Yo me voy, entonces —se despidió Henry—. Cuídate, Neville.
—Gracias —contestó Neville. Dullymer le sonrió y se fue. Neville se levantó y se
dirigió hacia la salida, acompañado de los demás, pero Harry, al atravesar la puerta,
se quedó escuchando.
—¿Qué crees que significa esto, Albus? —preguntaba la profesora McGonagall.
—No lo sé, Minerva... pero es obvio que el ataque a la señorita Granger no fue un
hecho aislado...
—Pero... ¿por qué? —preguntó la profesora McGonagall, aún más asustada—.
¿Por qué lo habrán hecho, Albus? No tiene sentido...
—Para asustar, Minerva —contestó Dumbledore con voz grave—. Para asustar. El
atacante no tiene que hacer algo grave. Sólo tiene que mostrar que podría haber
hecho algo grave... Aunque usar la maldición cruciatus...
—¿Qué alumno se arriesgaría a hacer algo así, Albus? ¡Arriesgarse a cadena
perpetua en Azkaban!
—No lo sé —respondió Dumbledore, con voz grave—. Sólo sé que el colegio no es
seguro ahora.
No dijeron más, y Harry bajó las escaleras rápidamente, pero con cuidado. Alcanzó
a sus amigos y juntos se dirigieron hacia la sala común. Todo el mundo sabía ya lo
ocurrido, y hablaban con Neville. La gente se veía asustada.
Los tres amigos se sentaron, y Harry les contó a Ron y a Hermione lo que
Dumbledore le había dicho.
—¿Para asustar? —preguntó Ron—. ¿La maldición cruciatus?...
—Entre esto y lo que me pasó a mí, los estudiantes tendrán miedo... atreverse a
usar una maldición imperdonable contra un alumno en Hogwarts... eso no había
sucedido nunca antes —explicó Hermione.
Ninguno de los tres dijo nada más y se quedaron un rato mirando al fuego. Harry y
Ron decidieron jugar una partida de ajedrez, observados por Hermione, aunque
ninguno de los dos estaba muy concentrado. Serían las ocho de la tarde cuando una
lechuza entró en la sala, dejando una nota para Harry.
—¿Quién me enviará esto? —se preguntó, mientras abría la nota, bajo la mirada
de sus amigos.

Harry:
Debemos hablar. Es importante. Ven a mi despacho ahora
mismo. La contraseña es «dulces de chocolate». Ven con Ron y
Hermione. No se lo digáis a nadie.
Dumbledore.

—¿Qué querrá? —preguntó Ron—. ¿Sabrá algo qué...?


—Vayamos a averiguarlo —le interrumpió Hermione, levantándose—. Pronto será
hora de cenar.
Harry tiró la nota en la chimenea y salió de la sala común, seguido por Ron y
Hermione. Se dirigieron juntos al despacho del director, observando cualquier
movimiento en el ya oscuro y frío castillo. Llegaron frente a la gárgola y Harry
pronunció la contraseña.
—Buenas tardes de nuevo —los recibió Dumbledore cuando entraron en el
despacho.
—Hola profesor —saludaron. Harry añadió—: ¿Por qué quería vernos?
—Como os habréis dado cuenta —dijo Dumbledore—, y como Harry habrá oído —
añadió, mirando a Harry con una sonrisa— ell castillo no parece ser un lugar seguro, y
no sabemos quién está detrás de estos ataques. —Dumbledore hizo una pausa y los
tres asintieron—. Así pues, y dado que en mis clases no puedo enseñaros duelo ni
otras cosas, debido al programa que quiero que cumpláis, he decidido que es una
buena idea recuperar una asociación estudiantil perdida.
—¿Cómo? —preguntó Ron, sin entender.
—Me refiero, señor Weasley, a que sugiero que volváis a reunir al ED.
Se quedaron con la boca abierta. Dumbledore les sonrió, pero la expresión grave
no se borró de su rostro.
—Pero profesor... el ED era para aprender defensa... porque con la profesora
Umbridge no... —explicó Harry.
—Lo sé —interrumpió Dumbledore—. Pero ahora también necesitáis aprender a
defenderos. Podréis practicar lo que en clase no hacemos ¿entendéis? Pero esta vez
será legal... ¿O no queréis? —preguntó.
—Eh... pues claro que queremos, profesor —dijo Hermione, y miró a Ron y a Harry
—. Queremos, ¿no?
—Sí —respondió Harry—. Pero... ¿Quiénes? ¿Los mismos del año pasado?
—En principio, esa sería la idea —contestó Dumbledore—. Aunque luego podrían
unirse más personas... de una forma controlada y discreta. Ya me entendéis.
Harry asintió.
—Las reuniones deberíais de mantenerlas en secreto —aconsejó Dumbledore—.
Usad el mismo sistema que usabais el año pasado, y la misma sala ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Harry.
—Bien. Podéis empezar a prepararlo todo... y mantenedme informado —terminó
Dumbledore—. Ahora iros, pronto será la hora de la cena.
—Está bien. Hasta luego, profesor —se despidieron, bajando de nuevo por la
escalera.
—¡Guau! —dijo Ron en cuanto salieron de la escalera al pasillo—. Otra vez en el
ED...
—No deberías estar tan contento, Ron —repuso Hermione, seria.
—¿Ah, no? ¿Y por qué? —preguntó Ron, mirando a su amiga—. ¿Acaso a ti no te
gusta la idea?
—Sí. Pero si Dumbledore cree que debemos aprender defensa personal aparte de
las estupendas clases de Defensa Contra las Artes Oscuras que da... es que teme que
algo malo nos pase. Ya le oíste: Hogwarts no es un lugar seguro ahora...
—Aún así...
—Bueno —dijo Hermione, dirigiéndose a Harry—. Deberíamos hablar con los
demás esta noche ¿no? Para ir organizándolo, digo...
—Sí, sería lo mejor —dijo Harry, que estaba pensando en qué practicar en el ED.
El año anterior los habían interrumpido justo después de aprender los patronus...
Cuando llegaron a la sala común, lo primero que hicieron fue llamar a Ginny,
Seamus, Dean, Parvati, Lavender, Neville, Katie y los hermanos Creevey, los
miembros del ED de Gryffindor.
—Bien, escuchadme —decía Hermione, mientras los demás aguardaban,
expectantes—. Dumbledore nos ha aconsejado que volvamos a formar el ED... —
todos dieron inmediatas muestras de satisfacción y alegría— pero que deberíamos ser
discretos, para que no se entere quien no deba ¿de acuerdo?
Todos asintieron.
—Bien —continuó Hermione—. Esta noche, en la cena, hablaremos con los
demás, pero de forma disimulada. No queremos que Malfoy o sus amigos se enteren
¿de acuerdo?
—Vale. Yo puedo hablar con mi hermana sin problemas —sugirió Parvati—. Y ella
puede hablar con sus amigas...
—Sí, y yo puedo decírselo a Luna —afirmó Ginny.
—Vale. Yo hablaré entonces con Cho chang... —dijo Harry, mirando a los demás
por si alguien decía algo—. Ella se lo dirá a Corner y a los demás.
—Excelente —dijo Hermione—. Y tú, Ron, puedes hablar con Macmillan, que se lo
comunicará a los demás de Hufflepuff. De momento, conque seamos los mismos que
el año pasado es suficiente. Luego ya veremos. ¿Conserváis aún los falsos galeones?
Todo el mundo asintió.
—De acuerdo. Entonces hablaremos con todo el mundo, y... ¿qué os parece hacer
la primera reunión el miércoles a las siete? —preguntó Hermione—. ¿No tenéis
entrenamiento ese día, verdad? —añadió, mirando a Harry y a Ron.
—No —confirmó Harry.
—De acuerdo, pues entonces decídselo a todos: el miércoles a las siete, en la
Sala de los Menesteres.
Durante la cena, a cada rato alguien de Gryffindor se levantaba, acercándose a
otras mesas y hablando bajo. Harry vio que Padma Patil asentía ilusionada cuando
Parvati habló con ella, y miró a Harry. Lo mismo hicieron Ernie Macmillan, Justin
Finch-Fletchley y Hannah Abbot cuando Ron se acercó a ellos, un rato después.
Dumbledore observaba el Gran Comedor con una leve sonrisa. Era el único que se
daba cuenta de lo que pasaba.
Harry habló con Cho al terminar la cena, mientras Krum se acercaba de nuevo a
Hermione, para volver a preguntarle lo del baile. Ron, por su parte, hablaba con
Gabrielle, que, aunque se la veía algo desilusionada, no parecía querer rendirse en su
intención de que Ron le dijese, al menos, con quien iba.
—Eh... Cho ¿podríamos hablar un momento? —le preguntó Harry a la chica,
cuando abandonaba el Gran Comedor con Michael Corner y su amiga Marietta.
Marietta bajó la mirada. Cho le había dicho que se sentía bastante avergonzada por lo
que había hecho, pero de todas formas, a Harry aquello no le bastaba. Si Marietta no
hubiera hablado, Dumbledore no habría tenido que irse de Hogwarts, y muchas cosa
habrían cambiado. Michael Corner le miró con desconfianza—. Eh... tú también
puedes estar, Michael —le dijo Harry, para tranquilizarlo. Marietta, un poco
abochornada, le dijo a Cho que la esperaría en la sala común.
—¿Qué sucede, Harry? —le preguntó la chica.
—Bueno, supongo que os habréis enterado del ataque contra Neville ¿verdad? —
preguntó.
—Sí, claro —dijo Cho—. Nadie va solo por los pasillos ahora...
—Bueno, pues Dumbledore nos ha dicho que deberíamos volver a formar el ED...
y hemos estado hablando con todos los antiguos miembros.
—Ah... ya me pareció algo raro que en la cena...
—Pero queremos que sea un secreto —les advirtió Harry—. De momento, sólo los
miembros del año pasado ¿vale? Tendremos la primera reunión el miércoles, a las
siete, donde siempre. Si queréis venir...
—¡Por supuesto! —exclamó Cho con rotundidad—. ¿Verdad? —añadió, mirando a
Michael.
—Sí, claro, claro —dijo el chico, más tranquilo y también emocionado.
—Bien, entonces, el miércoles a las siete. Por cierto... ¿tenéis vuestras monedas?
—Sí —contestaron los dos.
—Vale. Porque usaremos el mismo método para organizarnos. Bueno, pues eso
es todo...
—Está bien... hasta el miércoles entonces, Harry —se despidió Cho. Y se fueron.
Hermione y Ron ya habían acabado de hablar con Krum y Gabrielle,
respectivamente, y le esperaban, sin hablar. Harry les miró y subieron a la sala común.
—¿Qué? ¿Qué tal os va con vuestros admiradores? —preguntó Harry, sonriendo
interiormente ante la situación.
—Bueno, yo... le he dicho lo mismo —contestó Hermione, mientras entraban por el
agujero del retrato.
—Y yo... yo también —afirmó Ron.
Harry se rió, mientras se dirigía hacia las escaleras que conducían a los
dormitorios. Se volvió, y, un poco más serio, les dijo:
—¿Por qué sois tan tontos? —Y, sin agregar más, los dejó allí, sorprendidos, cada
uno mirando hacia un lado distinto de la sala común.

El martes por la tarde tuvieron la primera sesión de entrenamiento tras el partido


contra Beauxbatons. Harry no quiso hacer demasiado trabajo, debido a que hacía
poco que habían tenido el partido, y que aún faltaba para la final.
—Supongo que todos os quedaréis aquí en navidad —les dijo cuando el
entrenamiento terminó. Todo el mundo asintió—. Bien, porque entrenaremos durante
las vacaciones, aunque esté nevado ¿de acuerdo?
Los jugadores asintieron, aunque no estaban muy de acuerdo con tener que jugar
en la nieve.
—Pues nos irá bien, porque la final será en pleno invierno también, así nos
acostumbraremos. Recordad que los de Durmstrang están habituados al frío invernal,
así que hemos de trabajar duro.
Los jugadores lo aceptaron, aunque de mala gana, y Malfoy hizo una mueca, pero
Harry no le prestó atención.
Llegó el miércoles y, finalmente, las siete. El miércoles y el jueves eran los días
más duros de la semana. Para Hermione, el miércoles incluso más, pues tenía
Aritmancia y Runas Antiguas, aparte de todo lo que tenían Harry y Ron.
Un rato antes de las siete, se dirigieron al séptimo piso, donde estaba la Sala de
los Menesteres. Como siempre, al solicitar su ayuda, la Sala apareció ante ellos.
Pasaron y esperaron a los demás, que no tardaron en llegar. Harry se sorprendió
enormemente de ver entrar a Marietta con Cho, pero no dijo nada. Varios de los
alumnos la miraron con desconfianza, y ella, abochornada, se sentó al final de todo,
junto a Cho, que se sentó con ella.
Cuando todos se hubieron sentado, expectantes, Hermione habló:
—Bueno, veo que estamos todos los del año pasado que aún seguimos en
Hogwarts —dijo mirándolos—. Bien, este año, como sabéis, tenemos permiso de
Dumbledore para hacer esto, así que no tenemos ningún problema. Tampoco vamos a
firmar en ningún papel embrujado. No creo que sea necesario... —Hermione hizo una
pausa, y algunos alumnos suspiraron con alivio. Algunos miraron hacia Marietta e
hicieron gestos de desagrado—. Y bueno, ahora... si quieres decir algo, Harry...
Harry se levantó y les miró.
—Bueno... Como sabéis, tras los ataques que han ocurrido en Hogwarts
recientemente, Dumbledore habló con nosotros —dijo, señalándose a sí mismo, a Ron
y a Hermione— y nos sugirió que volviésemos a formar el grupo...
—¿Por qué? —preguntó Terry Boot. Harry le miró—. Es decir, Dumbledore es un
gran profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. El año pasado nos reunimos
porque con Umbridge no íbamos a aprender nada...
—Porque Dumbledore nos enseñará Defensa según el curso en que estemos —
explicó Harry—. Y porque este grupo está más orientado a la defensa en combate, es
decir, hechizos aturdidores, obstaculizadores... ese tipo de cosas, que es lo que
necesitamos para defendernos si nos atacan por los pasillos...
—Pero esas cosas ya sabemos hacerlas —recordó Parvati—. Aprendimos el año
pasado...
—Sí, pero no lo suficiente, al parecer. Debemos practicar más, y luego, aprender
cosas nuevas, que encontremos en libros, o en cualquier sitio, y que podamos
entrenar aquí.
—¿Sabéis quién está detrás de los ataques? —preguntó Justin
—No —reconoció Harry—. Pero lo más probable es que sea un alumno. Por eso
hemos de tener cuidado y no decirle a nadie lo que hacemos, ¿entendéis? Y mucho
menos a los de Slytherin. Ni por asomo debe enterarse Draco Malfoy o sus amigos de
lo que estamos haciendo...
—Ya, pero Harry... ¿y si el agresor está entre nosotros? —preguntó Colin Creevey.
Todos se miraron unos a los otros.
—No lo creo —dijo Harry—. Aquí todos nos llevamos bien... No, el agresor no está
entre nosotros.
—Sí, seguramente sea de Slytherin —comentó Hannah Abbott—. Quizás Malfoy...
¿habéis pensado en él?
—Sí —confirmó Ron—. Pero ni Hermione ni Harry creen que fuera él. Yo no estoy
tan seguro —añadió. Ni Harry ni Hermione dijeron nada.
—Vale —dijo Ernie Macmillan, cambiando de tema—. ¿Y cuándo nos reuniremos?
—Tendrá que ser cuando no haya entrenamientos —advirtió Katie—. La final se
acerca...
—Los miércoles los tenemos todos libres ¿no? A esta hora... o a las ocho. De
todas formas, todo el mundo tiene aún sus galeones falsos ¿verdad?
Todo el mundo asintió, mostrando los galeones, que aún contenían la fecha de la
última reunión, antes de las fiestas de pascua, cuando Umbridge los había
descubierto.
—Vale. Entonces, si algún miércoles no se puede, cambiaré las fechas y la hora
de la reunión y listo. Procuraré hacerlo con antelación, por si alguien no puede ese día
¿de acuerdo? Así tendrá tiempo de avisar.
—Estupendo —dijo Dean Thomas, impaciente—. ¿Empezamos ya?
—Oye —preguntó de pronto Anthony Goldstein—. ¿Y con estas clases, más lo del
año pasado, podríamos hacer lo mismo que vosotros? —Harry le miró, interrogante—.
Quiero decir, si podríamos ser capaces de enfrentarnos a un grupo de mortífagos y
huir, como vosotros en junio...
—No veo por qué no —respondió Harry—. Ése es el objetivo... aunque si no
hubiera sido porque querían la profecía que tenía yo igual no...
—¿Profecía? —preguntó Seamus, extrañado. Harry comprendió que había metido
la pata—. ¿De qué profecía hablas?
—Bueno... —Harry miró a Hermione y a Ron, buscando una solución—. De una
que había en el Departamento de Misterios. Yo la tenía y Voldemort la quería, por eso
no nos mataron inmediatamente...
—¿Hay profecías en el Departamento de Misterios? —preguntó Cho, sorprendida.
—Sí. Entre otras cosas. Bueno, ahora... —continuó Harry intentando cambiar de
tema.
—¿Y qué había en esa profecía que quería Quien Tú Sabes? —inquirió Justin,
interrumpiéndole.
—No lo sabemos —explicó Neville, con pesadumbre—. Se rompió y nadie la oyó.
Sólo sabemos que decía «Señor Tenebroso y Harry Potter».
Por toda la sala se oyeron lamentos por la pérdida de la profecía. Miraban a Harry.
Harry miró a Neville. Nunca le habían contado lo que decía la profecía, ni que podría
haberse referido a él...
—Bueno, dejemos eso y empecemos ¿vale? —sugirió Hermione—. Ya pasa de las
siete y media.
—Sí, empecemos —aprobó Harry, deseando abandonar el tema de la profecía y el
Departamento de Misterios—. Practicaremos los hechizos obstaculizador y aturdidor, y
el encantamiento escudo, para recordar un poco. Luego, la próxima clase, haremos
cosas más serias. Pero antes, haremos algo muy necesario —dijo, mirándolos—.
Quiero que, uno por uno, todos digáis «Voldemort».
Los alumnos se revolvieron, agitados.
—Vamos. ¿Creéis que va a aparecerse aquí sin más por decir esa palabra?
¿Cómo vais a enfrentaros a él si ni siquiera os atrevéis a pronunciar su nombre?
—Voldemort —dijo Ron.
—Voldemort —repitió Hermione.
—Vo-Voldemort —pronunció Neville. Harry le sonrió.
—Voldemort —chilló la voz de Ginny.
Uno a uno, y poco a poco, todos fueron atreviéndose a decir el nombre, y acabaron
repitiéndolo, todos juntos, a coro.
—Bien —dijo Harry, muy satisfecho—. Ahora sí podemos empezar.
Se pusieron por parejas y empezaron a practicar. Ron se puso con Hermione,
Luna con Padma Patil, Ginny con Terry Boot y Neville con Michael Corner, y pronto la
sala se llenó con gritos de «¡impedimenta!» y «¡desmaius!», mientras las respectivas
parejas gritaban «¡protego!». Harry se paseó entre ellos, observándolos. Se fijó en la
enorme mejora de Neville, que no paraba de aturdir a Corner, atravesando su escudo,
que era muy débil. En general, lo hacían bastante bien. Ron y Hermione parecían
enfrascados en una verdadera batalla, dejándose llevar, y pronto las parejas que
estaban cerca de ellos se apartaron para no resultar lastimados por la potencia de sus
conjuros, que eran desviados por los escudos. Ambos sonreían. Los demás les
miraron, asombrados.
—¡Eh! —gritó Harry, sonriendo—. ¡Tranquilos! No es un combate a muerte...
Ambos se detuvieron, poniéndose rojos, y empezaron a hacerlo de forma más
relajada.
Harry intentó evitar pasar por cerca de Cho y de Marietta, porque no quería hablar
con la chica, pero tuvo que hacerlo, porque se le acercaron. Harry la miró sin mostrar
emoción alguna.
—Oye, Harry... —dijo Marietta, mirando al suelo. Era la primera vez que hablaba
con él.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Bueno... que yo... el año pasado... bueno...
—Está bien —dijo Harry sin más—. No es necesario que digas nada. Ya tuviste tu
castigo. Para mí, es suficiente. —Luego la miró— ¿Esta vez vienes por propia
voluntad?
—Sí... —respondió, mirando a Harry—. Sí, ahora sí...
—Vale. Pues ya está —dijo Harry, serio—. Podéis seguir practicando.
Volvieron a sus puestos sin decir más, pero Cho le dirigió una sonrisa a Harry, y él
se la devolvió, sin que Marietta lo viera.
A las nueve, finalmente dieron por terminado la primera sesión. Se despidieron y
salieron por grupos de la Sala de los Menesteres, para evitar sospechas de los demás
alumnos, sobre todo de los de Slytherin.
Harry, Ron y Hermione salieron los últimos y bajaron a cenar.
—Ha estado bien ¿verdad? —comentó Hermione, muy contenta.
—Sí, ha estado bien —reconoció Harry—. Pero no es necesario que os metáis
tanto en el papel como hoy.
—Ya, Harry —dijo Ron—. Pero es que ya tenemos práctica, y solamente desviar
hechizos por turnos...
—Ya lo sé, pero ya haremos combates más adelante, cuando los demás estén
más preparados.
—Neville ya está muy preparado —afirmó Ron—. Corner no era capaz de hacer
nada contra él. Nunca habría pensado que era capaz de tanto... ¿os acordáis de él
cuando estábamos en primero?
—Sí, ha mejorado muchísimo —reconoció Harry—. Supongo que conocer a
Bellatrix Lestrange le ha cambiado. Me imagino lo que sintió —Harry se quedó un poco
pensativo—. Lo mismo que sentí yo cuando conocí a Voldemort... o cuando me enteré
de que Sirius había traicionado a mis padres... aunque no fuese verdad.
Tras la cena subieron a la sala común. Varios chicos miraban el tablón de
anuncios. Hermione se acercó a ver qué pasaba.
—¡Vaya, este fin de semana es la última visita a Hogsmeade! —exclamó—.
Genial, me encanta ir cuando está nevado ¡es tan bonito! —dijo mirando por la
ventana como los primeros copos de nieve del invierno caían. Luego se volvió hacia
Ron y Harry—. ¿Qué hacéis?
—Vamos a jugar una partida con los naipes explosivos —dijo Ron.
—¿Jugar? —preguntó Hermione, arrugando la frente—. ¡Este sábado vamos a
Hogsmeade! ¡Mañana tenéis entrenamiento! ¿Cuándo vais a hacer los deberes?
—Hermione... no —suplicó Ron. Pero no hubo manera, y tuvieron que ponerse a
trabajar. Estuvieron levantados hasta muy tarde, y se quedaron los tres solos. Cuando
ya iba a ir a acostarse, apareció Dobby.
—¡Harry Potter! —exclamó, lleno de felicidad—. ¡Harry Potter y sus dos amigos!
¡Dobby tenía muchas ganas de verlo, señor!
—Hola Dobby —saludó Hermione, contenta—. ¿Qué tal te va?
—Dobby está bien, señorita, gracias. Dobby viene todos los días a limpiar la sala
común de Gryffindor, señorita.
—¿Vienes tú siempre a ver si nos ves? —preguntó Harry.
—Sí, señor —dijo el elfo—. Y además, ningún otro elfo quiere venir, porque temen
encontrarse prendas de ropa...
Hermione se puso algo roja.
—Pero ya no lo hago —apuntó Hermione—. Total, no sirve de nada...
—Es cierto —dijo Ron—. ¿Has dejado ya eso del PEDDO?
Hermione miró a Ron.
—¡Claro que no! Pero aún no se me ha ocurrido qué hacer —admitió.
—¿Y cómo te va, Dobby? —preguntó Harry.
—¡Muy bien, señor! El profesor Dumbledore llamó a Dobby hoy, señor —explicó el
elfo—. Me ha pedido que acondicione para la navidad la Sala de los Menesteres,
señor, porque Harry Potter y sus amigos vuelven a practicar allí defensa, señor.
—¿Dumbledore te ha pedido eso? —preguntó Harry, divertido—. Está bien... ¡Pero
esta vez no llenes la sala de fotos mías!
Dobby sonrió.
—Te ayudaremos a limpiar esto, Dobby —dijo Hermione, mirando a Ron con
fiereza, que se calló lo que iba a decir—. No tienes por qué hacerlo tú solo.
—¡No es necesario, señorita! —exclamó Dobby, preocupado—. Ése es el trabajo
de Dobby.
—¿Por un galeón a la semana? Ni soñarlo —dijo Hermione, rotunda—. Te
ayudaremos.
Así que ayudaron a Dobby, y entre los cuatro, y con ayuda de la magia, habían
terminado de limpiar la sala común en diez minutos.
—¿Veis como no era para tanto? —les dijo Hermione cuando Dobby se hubo ido,
tras darles las gracias infinitamente—. Si os molesta tanto limpiar entre cuatro,
imaginad que lo tuvierais que hacer solos y todos los días... sin obtener nada a
cambio.
—Ya, Hermione —dijo Ron—. Será mejor que nos vayamos a dormir ¿no?
—Sí —opinó Harry. Se despidieron y subieron las escaleras, hacia los dormitorios.
16

El Ataque de los Dementores

Si el miércoles había sido un día duro, el jueves y el viernes no fueron más fáciles.
El jueves tuvieron entrenamiento con el equipo, y, como Harry consideró que ya
habían descansado lo suficiente y que había que apurar los entrenamientos,
trabajaron toda la tarde, en el campo nevado y con temperaturas bajo cero. Cuando
terminaron, todo el mundo sintió alivio y corrieron a meterse bajo las duchas de agua
caliente. Malfoy, sin embargo, se puso a protestar:
—¿Pretendes matarnos de frío, Potter? —le espetó—. A lo mejor tú estás
acostumbrado a él porque la casa de Weasley estará llena de agujeros de ratones,
pero los demás...
Ron se levantó, enfadado, y Ginny sacó su varita.
—Cállate ¿quieres? —dijo Harry, sujetando a Ron, que le lanzaba a Malfoy
miradas asesinas.
—Oye, si no estás a gusto ¿por qué no te vas del equipo? —le preguntó Bradley,
enfadado—. Te aseguro que no vamos a ponernos a llorar por ello.
Malfoy miró a Bradley con desprecio, pero se calló y no dijo nada más. Recogió
sus cosas y se dirigió al castillo seguido por Crabbe.
Harry y Ron le sonrieron a Bradley, y luego, tras despedirse, cerraron los
vestuarios y se dirigieron al castillo. Ron abría un camino en la nieve con el conjuro
que Hermione les había enseñado para expulsar aire caliente.

El viernes no tenían entrenamiento, pero sí un montón de deberes, y dado que el


día siguiente lo pasarían en Hogsmeade y el domingo tendrían entrenamiento otra vez,
tuvieron que esforzarse toda la tarde, y acostarse a las tantas, para poder terminar.
—¿Y si lo dejamos ya? —preguntó Ron, mirando su reloj, que marcaba ya las doce
y media de la noche—. Podemos terminar mañana, después de volver de Hogsmeade.
Hermione le miró.
—Está bien —aceptó—. La verdad es que yo también tengo sueño...
Terminaremos mañana, entonces.
Hermione se despidió y subió las escaleras. De pronto, se volvió y los miró.
—¿No subís? —preguntó, extrañada.
—Sí, sí, vamos ahora mismo —le dijo Ron—. Hasta mañana.
Hermione los miró un momento más y subió hacia el dormitorio.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry a su amigo.
—Oye, Harry... Mañana, en Hogsmeade... ¿podrías dejarnos un momento solos a
mí y a Hermione?
—¿Eh? Ah, sí, claro... supongo que sí —dijo Harry—. ¿Vas a pedírselo por fin?
—Sí —Dijo Ron—. Espero que me diga que sí, porque si no, no sé con quien voy a
ir... —añadió, como sin darle importancia al hecho de que Hermione pudiera decirle
que no.
—¿Y necesitas estar solo para eso? —inquirió Harry, arqueando una ceja.
—Esto, bueno, en realidad no, pero...
—Tranquilo, te dejaré solo un rato —dijo Harry, sonriendo—. Y no te preocupes, si
te dice que no, siempre podríais con Gabrielle Delacour.
—Mmm... después de decirle que me gustaría ir con otra no creo que esté bien
¿verdad?
—Supongo que no —dijo Harry, encogiéndose de hombros, mientras entraban en
el dormitorio.
Por la mañana, bajaron al Gran Comedor. Nada más entrar, Krum se acercó a
Hermione, para preguntarle si más tarde podrían hablar en Hogsmeade. Ron les
observaba, nervioso. Hermione le dijo que sí y se despidió de él.
Después del desayuno, salieron del Gran Comedor, para ir a buscar las capas y
demás cosas. Se cruzaron con Dullymer, que salió corriendo y miró a Harry. Llevaba
un paquete sin abrir, que acababa de recibir. Parecía nervioso.
—¡Hola! —saludó—. ¿Vais a Hogsmeade?
—Claro —dijo Ron—. Íbamos a buscar nuestras cosas...
—Ya. Yo también —dijo él—. Nos vemos, entonces.
Salió corriendo. Harry, Ron y Hermione se dirigieron a la escalinata, y subieron a la
torre de Gryffindor. Allí cogieron sus cosas y bajaron. Cuando llegaban al vestíbulo,
esperaron a que Filch empezara a pasar lista.
—Mira Weasley —dijo Draco Malfoy, sonriendo y mostrándole a Ron un galeón—.
¿A que son bonitos? ¿Alguna vez has visto uno?
Ron se puso rojo de ira, pero Harry y Hermione le sujetaron.
—Lárgate a tu agujero, Malfoy.
—¿Has visto tú alguno, Potter? ¿O has venido aquí con ese ridículo dinero
muggle?
—¿Un galeón es todo lo que tienes? —le preguntó Harry.
—Es más de lo que Weasley ve junto en un año.
—Puede —dijo Harry, haciendo ademán de coger su monedero, donde llevaba al
menos seis galeones. Su rostro se puso serio—. ¡Oh!
—¿Qué pasa, Harry? —le preguntó Hermione, observando cómo su amigo se
miraba los bolsillos.
—No tengo mi monedero —dijo, preocupado—. Y juraría que lo cogí del baúl...
—Vaya, vaya... ¿qué me ibas a mostrar, Potter? —se rió Malfoy—. No me dirás
que eres más pobre que Weasley...
—¿Pasa algo aquí? —preguntó la profesora McGonagall, acercándose con rostro
severo.
—Nada, profesora —dijo Malfoy rápidamente.
—Eso espero. No me gustaría ver a tres prefectos pelearse. El castigo sería muy
severo.
—Nos veremos en Hogsmeade —dijo Malfoy, yéndose con Crabbe y Goyle.
—Estúpido —masculló Hermione. Luego se volvió hacia Harry—. ¿Has encontrado
tu monedero?
—No, y no puede ser...
—A lo mejor lo dejaste encima de la cama, o algo así —le dijo Ron.
—Es posible —admitió él, no muy seguro—. Volveré a buscarlo. No hace falta que
me esperéis —les dijo, viendo como los alumnos comenzaban a salir del vestíbulo—.
Os alcanzaré allí.
—Podemos esperarte —ofreció Ron.
—No, iros ya —dijo, mirando a su amigo, a ver si comprendía que podía
aprovechar el momento para hablar con Hermione—. Nos veremos en Las Tres
Escobas.
—Eh... vale —entendió Ron—. Nos vemos allí, entonces.
Salieron detrás de los demás alumnos. Harry subió la escalinata y se dirigió a la
torre de Gryffindor. Buscó el monedero por todos lados, e incluso preguntó a los de
primero y segundo si lo habían visto, pero todo el mundo le dijo que no. Preocupado,
volvió a salir de la sala, mirando por los pasillos. ¿Qué le había hecho al monedero?
Pensó un momento. Estaba seguro de que lo había metido en el bolsillo. Decidió
dirigirse a Hogsmeade. Ron o Hermione le podrían prestar algo de dinero, y luego él
ya sacaría más de su cámara acorazada de Gringotts y se lo devolvería. De todas
formas, no entendía qué le habría podido pasar. Se miró los bolsillos de la túnica por si
tenía algún agujero en ellos mientras avanzaba por un pasillo desierto. Todo el castillo
estaba en silencio. Los pocos alumnos que no podían ir a Hogsmeade estaban
durmiendo aún o en las salas comunes, ya que fuera de las habitaciones con
chimeneas, el castillo estaba helado. Se dirigía hacia las escaleras, pensativo, cuando
oyó tras él una voz que pronunciaba un conjuro:
—¡Sono videns!
Harry se volvió instantáneamente, pero no vio quien había lanzado el hechizo,
porque el rayo del encantamiento le dio y se desmayó al instante, sin ver nada más.

No supo cuánto tiempo había pasado en la oscuridad, cuando pareció que se


despertaba. Delante de él empezó a vislumbrar una cierta claridad y empezó a
recordar... ¡Alguien le había atacado! Pero... ¿qué le había hecho? Se dio cuenta de
que no estaba despierto. No sentía su cuerpo ni podía moverse. La claridad iba en
aumento, pero no estaba seguro de verla con sus ojos. ¿Estaba soñando? Le pareció
que no. La imagen se aclaró, y Harry empezó a notar frío. Estaba en el exterior, en la
nieve. Reconoció el lugar: estaba cerca del camino que salía de Hogsmeade, más allá
de la calle principal. ¿Cómo había llegado allí? ¿Le había llevado su agresor? No lo
sabía, pero no podía volver la cabeza. Sólo veía lo que tenía delante de él. La visión
se aclaró más, y empezó a oír el rugir del viento y de los árboles. El día estaba oscuro,
y no podía ver demasiado lejos. Desde donde estaba, apenas alcanzaba a ver bien
Dervish y Banges. La imagen se movió, o más bien, él, o lo que fuera que era él o por
donde veía y oía, se movió. Intentó hablar o gritar, pero no lo consiguió. Empezó a
asustarse. ¿Qué sucedía? Siguió moviéndose lentamente por la calle principal. Las
calles del pueblo bullían de gente, sobre todo, alumnos del colegio, que hacían colas a
las entradas de las tiendas. Sin embargo, el día estaba oscuro y apenas se veía nada
a unos metros. Harry empezó a sentirse muy mal. No entendía nada, no comprendía
por qué veía Hogsmeade como si estuviera despierto y, sin embargo, no podía hacer
nada. Recordó el conjuro que le habían lanzado, «Sono videns» ¿Qué conjuro era? No
lo había oído nunca.
Se acercó a Las Tres Escobas. ¿Por qué nadie lo veía? No lo entendía. En la
puerta del pub, estaban Ron y Hermione, charlando, aunque Harry no podía oír aún lo
que decían. ¿Quién les observaba? Cada vez se acercaba más a ellos. ¿Estaban en
peligro? ¿Por qué veía la escena desde abajo, como si caminara a ras del suelo?
Estaba ya muy cerca de sus dos amigos, y podía oír lo que hablaban.
—¿Por qué tarda tanto? —preguntaba Hermione.
—No lo habrá encontrado —contestó Ron.
—¿Esperamos dentro? —preguntó ella.
—Eh... ¿por qué no damos un paseo mientras le esperamos? Siempre dices que te
gusta Hogsmeade cuando está nevado.
Hermione sonrió.
—De acuerdo, vamos.
Comenzaron a andar por la calle principal, casi sin hablar, y pasaron Dervish y
Banges. ¿Adónde iban? Harry intentó gritarles, decirles que volvieran al pueblo, que
algo malo ocurría, pero no podía hacer nada, y la desesperación y la impotencia lo
consumían.
Harry, o aquello a través de lo que él veía, los seguía lentamente, a unos tres
metros, pero sin dejar de observarlos. Cada vez sentía más pánico. Estaban ya en el
camino que salía de Hogsmeade, y con la nieve y la niebla, apenas se veían las
casas, más separadas en esa parte del pueblo.
—Hermione... —dijo Ron.
—¿Qué? —preguntó la chica, parándose y mirando a su amigo.
—Tenías razón hace dos años en lo que me dijiste después del baile —dijo él,
mirando al suelo.
—¿Qué? —preguntó Hermione, sorprendida.
—Eres mi mejor amiga. Debí haberte invitado a ti si no me gustaba ninguna chica,
en vez de buscar a la más guapa posible y haberte dejado como último recurso.
Estaba enfadado por no haberme dado cuenta de que podía invitar a mi mejor amiga.
—¿Por qué me dices eso ahora? —preguntó Hermione, muy sorprendida—.
Además, no pasa nada. Eso está olvidado.
—No para mí —dijo él—. Siempre estás conmigo y con Harry, y a veces creo que
no me doy cuenta de ello... no sé, es como si fueras a estar ahí siempre, ¿sabes?.
Creo que me enfureció darme cuenta de que no tiene por qué ser así.
—De verdad, no pasa nada... aunque te agradezco que me lo digas —dijo
Hermione, sonriendo.
Ron también sonrió, quedándose callado. Hermione tampoco dijo nada.
—Hermione... ¿querrías... querrías venir al baile conmigo? —preguntó por fin.
Hermione se quedó muda un momento, y sus mejillas enrojecieron más que por el
simple frío. Miró hacia abajo, pero Harry pudo ver que sonreía. Luego miró a Ron
fijamente.
—¿Qué dices? —preguntó él, intentando no parecer nervioso—. ¿O vas... vas a ir
con Krum?
—No —le respondió Hermione.
—Entonces... ¿vendrás? —insistió Ron.
Harry no sabía qué pensar o qué hacer. ¿Él quería pedirle perdón a Hermione?
¿Ron? ¿Para eso quería estar a solas con ella? Harry se habría puesto a pensar en
ello, y la idea le hacía gracia, pero la preocupación que sentía era mayor que cualquier
otra idea en su cabeza. ¿Por qué tenían que haberse alejado tanto? No había sido
buena idea, porque algo malo iba a pasar. Harry estaba seguro de ello. Algo malo iba
a pasar... y él no podía impedirlo.
Hermione abrió la boca de pronto, pero volvió a cerrarla sin decir nada, mirando a
los lados. Su expresión había cambiado y parecía asustada. Ron hizo lo mismo.
«¿Qué sucede?», pensó Harry desesperado. «¿Qué pasa?». Pronto lo sintió. El día se
había hecho de repente más oscuro, y todo ruido había cesado. Percibió entonces un
frío que no tenía nada que ver con el del invierno. Hermione se abrazó a Ron,
asustada. «¡No!», gritó Harry, comprendiendo. «¡No puede ser!».
Pero era. Harry los vio de pronto: dementores... habían aparecido de repente, y
eran muchos. Se acercaban a ellos, desde todas las direcciones. Hermione se echó
las manos a la cabeza, y empezó a gritar. Ron también. Los oscuros seres
encapuchados se acercaron a ellos lentamente. Entonces, Harry oyó más gritos.
Venían del resto del pueblo. ¿También atacaban allí los dementores? ¿Un ataque en
masa de dementores contra Hogsmeade? Harry se sintió lleno de rabia e impotencia.
Sus amigos iban a ser destruidos y no podía hacer nada por evitarlo... ni siquiera
podía dejar de verlo. Hermione se separó de Ron, que estaba arrodillado, y haciendo
un esfuerzo enorme sacó su varita.
—¡Expecto patronum! —gritó, pero de su varita solamente se desprendió una débil
voluta de humo plateado, que retuvo unos instantes a los dementores, antes de
desaparecer. Entonces, avanzaron hacia ella, estirando las manos putrefactas. Debía
de haber unos cuarenta por lo menos. Hermione cayó de nuevo, sollozando, incapaz
de defenderse.
Entonces, Ron levantó la cabeza y vio a Hermione. Se abalanzaban encima de
ella. Harry vio cómo su amigo sollozaba.
—¡No! —gritó—. ¡¡Dejadla malditos!! ¡¡NO LA TOQUÉIS!!.
Pero los dementores no escucharon. Agarraron la cabeza de Hermione, que los
miró medio desmayada, con una expresión de tristeza y resignación infinita. Ron
también la vio... y su rostro se desencajó. Se levantó, con dificultad, y apuntó con su
varita, haciendo un esfuerzo de concentración que Harry jamás le había visto.
—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó, con todas las fuerzas que le quedaban.
Y entonces sí, una enorme águila plateada se desprendió de la varita y arremetió
contra los dementores que sujetaban a Hermione, alejándolos. Hermione miró un
momento hacia Ron, y cayó al suelo. El chico gritó y se acercó a su amiga. El águila
siguió volando a su alrededor unos instantes, golpeando a los dementores y
obligándolos a irse.
—¡Hermione! ¿Estás bien? ¿Estás bien? —gritaba Ron, mientras se acercaba a
ella, arrastrándose sobre la nieve—. Por favor, contéstame...
Cayó junto a ella y la agarró. Pero estaba débil. Su patronus había desaparecido, y
casi todos los dementores se habían alejado. «¡Bien hecho, Ron!», pensó Harry,
infinitamente más aliviado y orgulloso de su amigo. «¡Bien hecho, amigo!». Pero la
alegría le duró poco: otros dementores se les acercaban por detrás. Ron los sintió, se
volvió e intentó levantarse, pero ya no pudo.
—No... —gimió— Por favor, no... más no... a ella no...
Se puso delante de Hermione y levantó la varita.
—¡Expecto... Expecto patronum!
Pero esa vez sólo consiguió una voluta de humo. Se encontraba demasiado débil,
y respiraba con dificultad. Harry le veía sudar, a pesar del frío.
—Ron... —gimió Hermione débilmente, agarrándose la cabeza con las manos.
—Tienes que irte, Hermione... tienes que...
Pero ya no dijo más. Los dementores se les echaron encima, bajándose las
capuchas. Agarraron la cabeza de Ron, que se interponía entre Hermione y ellos, y se
dispusieron a besarlo, cuando un ciervo plateado que brillaba como la luna se lanzó
contra los monstruos, alejándolos de sus objetivos. Entonces, la oscuridad pasó, y el
día se llenó de ruidos de nuevo. «¿Un ciervo?», se preguntó Harry. «¿Quién...?» Y
entonces vio a quien había lanzado al patronus: era Ginny, que venía corriendo, con la
varita en la mano y expresión asustada.
—¡¡Ron!! ¡¡Hermione!! ¿Estáis bien?
—Sí... —contestó Hermione débilmente—. Gracias a Ron...
Ron la miró y miró a su hermana.
—Ginny, ¿estás bien?
—Sí... pero ha sido horrible... —contestó la pelirroja moviendo la cabeza—. Eran
muchos... en Hogsmeade...
Ron levantó a Hermione, cargándola en sus brazos. Se tambaleó, pero logró
sostenerse. Se dirigieron hacia el pueblo, cuando Harry avanzó, rápidamente, hacia
ellos.
«¡No! ¡Corred! —intentó decirles Harry, de nuevo sin conseguirlo—. ¡Tenéis que
huir!»
Mientras avanzaba a toda velocidad hacia los tres, sin que lo vieran, apareció
Neville, también jadeando, corriendo por el camino. Lo seguía Lupin.
Pero Harry no vio más. Se acercó a Hermione rápidamente y la atacó en una
pierna. No vio cómo, pero oyó el grito de la chica, vio un chorro de sangre, y luego oyó
la voz de Neville gritar «¡Evanesco!».
De la varita de Neville salió un destello y Harry sintió que perdía el contacto. Dejó
de ver, de oír y quedó sumido en la oscuridad.

Abrió los ojos de verdad y se incorporó. ¿Qué había pasado? De pronto lo recordó
todo. No sabía dónde se encontraba, pero estaba oscuro. Cogió su varita del bolsillo y
gritó «¡lumos!». La varita se encendió y vio que estaba en un armario de la limpieza.
Se levantó y salió. Notó, para su sorpresa, que tenía algo colgado del cuello: era un
medallón de color rojo, que palpitaba y brillaba, pero apagándose, hasta que quedó de
un color rojo oscuro. Harry lo miró. ¿Qué era aquello y quién se lo había dado?
Entonces se acordó de lo sucedido y corrió hacia la sala común. Subió las escaleras a
toda velocidad y cogió su Saeta de Fuego. Volvió a salir por el retrato como una
exhalación, mientras los alumnos de Gryffindor le miraban, atónitos. Salió a los
terrenos y montó sobre su escoba, volando hacia Hogsmeade a toda velocidad. Llegó
al pueblo pronto. Allí reinaba el caos. La gente corría de un lado a otro. Los alumnos,
asustados, regresaban a Hogwarts como podían. Harry buscó y distinguió a Ron, que
llevaba en brazos a Hermione, a pesar de que apenas podía consigo mismo. Lupin,
Neville y Ginny los acompañaban, muy preocupados. Hermione se agarraba a Ron
muy débilmente, casi desmayada, mientras su pierna, cubierta con vendas, empezaba
a empaparse de sangre.
—¡¡RON!! ¡¡HERMIONE!! —gritó Harry, mientras descendía junto a ellos.
—Harry... —dijo Ron débilmente—. ¡No sabes lo que ha pasado! ¡Necesitamos...!
—¡Sí, sí lo sé!
—¿Lo sabes? —preguntó Lupin, sorprendido—. ¿Cómo...?
—¡Eso no importa ahora! —gritó Harry—. Llévala a la enfermería, Ron —le dijo a
su amigo, entregándole la Saeta de Fuego.
Ron la cogió. Montó en ella a Hermione con ayuda de Ginny y sacó su varita. Le
apuntó y exclamó: «Mobilicorpus». El cuerpo de Hermione se quedó ingrávido. Ron la
sujetó, y dándole las gracias a Harry, se lanzó hacia el castillo.
—¿Qué sucedió? —preguntó a los demás—. Vi como los dementores atacaban a
Ron y a Hermione...
—Pero ¿cómo? ¿No estabas en el castillo? —preguntó Lupin, mientras se
acercaban a ellos Moody y Tonks.
—Sí... Me atacaron... y tuve un sueño...
—¿Te atacaron? —preguntó Tonks, sin comprender.
—Sí, cuando volvía a por mi monedero. Me lanzaron un conjuro y me desmayé, o
me dormí, no sé, y luego tuve una visión, y vi como atacaban a Ron y Hermione...
sentí a los dementores... pensé que los iban a besar. Ron lanzó un patronus y alejó a
los que les atacaban, pero vinieron más... y luego vi el ciervo de Ginny —finalizó,
mirándola.
—¿Cómo...? —preguntó Lupin.
—No lo sé... pero Neville disparó a algo... que era por donde yo veía —explicó
Harry.
—¿Aquello? ¡Creo que era una serpiente! —dijo Neville—. O al menos daba la
sensación, porque era invisible. Se lanzó a por Ron y Hermione, y la mordió en la
pierna. Entonces lancé un hechizo desvanecedor...
—Entonces era a través de ella por donde yo veía... —murmuró Harry—.
Exactamente como en las navidades pasadas...
—Cuando desapareció, quedó esto —dijo Neville, sacando de su túnica un
medallón igual al que él había encontrado sobre sí mismo. Harry se asombró al verlo y
sacó el suyo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Ginny.
—Lo encontré sobre mí, cuando me desperté —explicó Harry—. Me habían metido
en un armario de la limpieza. Desperté cuando le disparaste a la serpiente, Neville.
Lupin cogió los medallones y los examinó.
—¿Qué son? —preguntó Tonks.
—No lo sé —reconoció Lupin con pesar—. Nunca había visto nada como esto...
—Deberíamos hablar de esto en el despacho de Dumbledore —gruñó Moody—.
Este lugar no es seguro —les advirtió, mientras su ojo daba vueltas sin parar mirando
a todos lados. Ya hemos avisado al Ministerio y pronto llegarán los aurores y varios
sanadores de San Mungo, para atender a la gente.
—Entonces yo me quedaré —dijo Tonks—. Vosotros volved al castillo, con los
demás.
Emprendieron el regreso. La gente se veía asustada. Los dueños de Honeydukes
repartían chocolate gratis a las personas que aún se veían más afectadas por lo
sucedido. Mientras pasaban por delante de Las Tres Escobas, Harry vio cómo varios
vecinos de Hogsmeade, llorando, llevaban a un hombre en una camilla. Tenía los ojos
abiertos, pero sin vida. No estaba muerto, y sin embargo...
—¡Dios mío! —dijo de pronto, comprendiendo—. Los dementores lo han...
—Sí —explicó Lupin, con pesar—. Lo besaron. A él y a otros dos más. Aún así, no
hay que lamentar demasiados daños para los que eran. Debieron atacarnos un
centenar por lo menos. Suerte que estábamos aquí —contó Lupin—. Cuando
empezaron a llegar, la gente se asustó y no era capaz de reaccionar, y nosotros no
éramos suficientes. Menos mal que Ginny y Neville, y algunos alumnos más: Dean
Thomas, Seamus Finnigan, Luna Lovegood, Anthony Goldstein... bueno, varios, aparte
de la profesora McGonagall y el profesor Flitwick, nos ayudaron a echarlos...
Harry les sonrió a Ginny y a Neville.
—...pero estábamos preocupados, porque no sabíamos si habías llegado, y no
veíamos a Ron y a Hermione. Entonces Dean nos contó que los había visto salir por
allí, y Ginny, Neville y yo corrimos.
—Y menos mal —suspiró Harry—. Unos segundos más tarde y ellos...
No pudo continuar y bajó la cabeza. Ginny le abrazó.
—¡Fue horrible! —gritó por fin—. ¡Lo veía todo y no... no podía evitarlo! ¡¡No podía
hacer nada!!
—Tranquilo, muchacho —le dijo Moody—. Ya ha pasado.
Llegaron al castillo y corrieron a la enfermería. Muchos alumnos estaban allí, pero
la que peor estaba era Hermione, que estaba en una camilla, con Ron a su lado.
Ambos tomaban chocolate. Dumbledore estaba allí también, con una expresión de
preocupación que Harry le había visto pocas veces. También McGonagall estaba allí, y
cerca rondaban Snape y la profesora Sprout. La señora Pomfrey, mientras, daba
chocolate a todos.
—¡Harry! —Exclamó Dumbledore al verle—. ¿Tú te encuentras bien?
—Sí —contestó Harry dirigiéndose a Hermione y Ron—. Yo estaba en el castillo...
pero ellos necesitan chocolate —explicó, señalando a Ginny y a Neville.
—¿Estáis bien? —les preguntó a sus dos amigos, que ya presentaban mejor
aspecto, aunque la herida de Hermione seguía mal—. ¿Y tu pierna?
—Ya hemos hablado con San Mungo, para que nos den el antídoto del veneno de
la serpiente.
—¿San Mungo? —preguntó Harry, sin entender.
—La serpiente que mordió a Hermione fue la misma que atacó a mi padre, Harry
—explicó Ron.
—¿Era la serpiente de...?
—Es lo más probable —dijo Dumbledore.
Harry se sintió completamente lleno de rabia. Voldemort... todo había sido una
trampa de algún tipo... Cómo lo odiaba...
—Tranquilo, Harry. Hermione no corre peligro —dijo Dumbledore—. Iba a salir para
Hogsmeade cuando el señor Weasley llegó en la escoba. Tuve que sujetarle para que
no cayera de ella. Luego los traje aquí rápidamente.
—¿Estás bien? —le preguntó Ginny a su hermano, abrazándolo.
—Sí... gracias a ti —contestó Ron, abrazándola aún más fuerte—. Hiciste un
patronus espectacular... y Neville también estuvo genial, deshaciéndose de la
serpiente.
—Luego tendremos que hablar, profesor —le dijo Harry a Dumbledore—. Mientras
tanto, ellos pueden contarle... —dijo, señalando a Lupin y a Moody.
—Sí. En cuanto podáis, venid a mi despacho —les dijo Dumbledore—. Alastor,
Remus... acompañadme, por favor.
Salieron de la enfermería. Snape los miró un momento, luego dirigió una mirada
extraña a Harry, Ron y Hermione y salió con los demás.
—Fracasé, Harry —se lamentó Hermione—. No conseguí hacer el patronus...
—¡Había muchos, Hermione! —la disculpó Harry—. Y estaban muy cerca...
—Tú una vez apartaste a cien... y Ron también lo hizo hoy... salvó nuestra vida...
—No tiene importancia —dijo Ron, agarrándole la mano—. Cualquiera de nosotros
lo habría hecho...
—Pero te pusiste delante de mí —insistió la chica—. Para apartarme de ellos...
—¿No pretenderías que te dejase allí sola, verdad?
—Fuiste muy valiente, Ron —le dijo Harry, dándole unas palmadas a su amigo.
—Oye ¿y tú como lo viste? ¿Qué viste? —le preguntó su amigo, que se había
puesto colorado.
—No lo sé —dijo Harry—. Sólo sé que tenía esto —sacó los dos colgantes— y que
veía desde la posición de la serpiente. Os vi desde que salisteis de Las Tres
Escobas... y os oí, hasta que llegaron los dementores...
—¿Nos oíste? —preguntó Ron, poniéndose más rojo aún.
—Sí...
—Pero... ¿cómo, Harry? —preguntó Hermione, abriendo los ojos lentamente—.
Ibas a por el monedero y...
—... y me atacaron —terminó Harry—. Me lanzaron un conjuro y veía eso, como en
un sueño... y cuando Neville atacó a la serpiente, desperté, cogí la escoba y me fui a
Hogsmeade a buscaros.
—¿Y tenías eso en el cuello? —preguntó Ron, señalando el extraño medallón.
—Sí... Lo que quiere decir...
—...que el ataque estaba preparado, y el objetivo no era... matarte —terminó
Hermione con dificultad.
—Ya. El objetivo era matarnos a nosotros —agregó Ron, y un silencio cayó sobre
ellos.
Harry observó la sala. Muchos estudiantes ya la abandonaban. Algunos se les
acercaron. Para su sorpresa, Harry vio a Malfoy, que tomaba chocolate, y parecía más
pálido de lo habitual, junto a Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y otros de Slytherin.
Sintió que el alivio que había experimentado al saber que sus amigos estaban bien
estallaba en una rabia inexplicable que no podía contener. Ron miró hacia Malfoy
también y sus labios se crisparon. Neville también los miraba.
—Vamos —dijo Harry, tenso del odio y la rabia que sentía. Neville y Ron le
flanquearon.
—¡No! —les dijo Hermione, pero no le hicieron caso.
Se plantaron enfrente de Malfoy y los demás y sacaron sus varitas, apuntándoles.
Malfoy les miró, un tanto sorprendido, con una cara entre desprecio y miedo. Seguía
pálido.
—Malfoy —dijo Harry, aguantándose las ganas de gritar—. ¿Estás satisfecho?
Tres personas han perdido su alma en Hogsmeade por culpa de Voldemort y de
cerdos como tu padre y los de ésos. —Señaló a Crabbe y a Goyle. Harry temblaba, y
de la punta de su varita saltaron chispas. Malfoy retrocedió—. ¿Estás contento?
¡Contesta!
Malfoy no dijo nada, pero le sostuvo la mirada. Luego miró a Hermione.
—¿Te preocupa la sangre sucia, Potter? —dijo, con desprecio, pero en su voz se
notaba el miedo—. ¿O te importa más a ti, Weasley?
Ron levantó más su varita, de la que también empezaban a saltar chispas. En la
enfermería no se oía otra cosa. La señora Pomfrey estaba en su despacho, esperando
el antídoto para Hermione.
—Cállate —dijo Ron, con una voz que Harry no había oído nunca—. Cállate,
Malfoy, porque si no... si no...
Malfoy intentó ponerse arrogante, pero las miradas de Harry, Ron y Neville le
asustaban, al igual que sus varitas, chispeantes. Los demás de Slytherin se apartaron,
dejando a Draco solo con Crabbe y Goyle. Pansy Parkinson bajó la mirada. Con
esfuerzo, Malfoy intentó sonreír de forma despectiva, y entonces, Harry volvió a
sentirlo, a sentir aquella sensación que surgía de su interior, la que había notado
cuando había lanzado la serpiente de Piers Polkiss contra él... deseaba hacerle daño a
Malfoy, mucho daño, y sabía que podía hacerlo. Levantó la varita hacia la cara del
Slytherin, y de ella empezaron a saltar chispas con fuerza inusitada. Malfoy apartó la
cabeza hacia atrás, mirando la brillante punta de la varita, asustado. Harry recordó a
sus amigos bajo los dementores, y la furia creció... sólo estaban él y Malfoy... le
odiaba, le odiaba muchísimo... el pelo de Malfoy empezó a agitarse, y un
estremecimiento recorrió la enfermería. A Harry no le importaba. Se sentía poderoso
ahora, iba a hacerle daño por todo lo que había pasado. Draco parecía más asustado
que nunca en su vida, mientras la varita de Harry brillaba cada vez más. Crabbe y
Goyle se apartaron de Malfoy, cuyo pelo se agitaba cada vez más violentamente. Miró
a los ojos de Harry, y empezó a temblar. Ése era el momento, ahora, iba hacerle
daño, no era como un inocente. Malfoy era malvado, no importaría dañarle, era una
rata, una asquerosa serpiente, e iba a pagar por todo, iba a...
—Dejadles —pidió Hermione, interrumpiendo—. Por favor... Ron... Harry...
Neville... es una basura y lo sabe. Dejadle.
Ron y Neville bajaron la varita, pero Harry no lo hizo. Había oído a Hermione, pero
no era tiempo de prestarle atención. Era hora de hacer justicia, de vengar, de...
—¡Ron! —gritó Hermione—. ¡Detenlo!
Ron reaccionó y le agarró la mano a su amigo.
—Harry... No. Hermione tiene razón. —Harry le miró lentamente, bajando la varita
un poco. Cuando miró a su amigo, el brillo de la varita se apagó—. Déjale...
—Ron...
—Ya está, amigo, ya está...
Harry bajó la varita del todo. Volvía a sentirse tranquilo... tranquilo pero
atemorizado. Atemorizado de sí mismo.
—No sabes la suerte que has tenido, Malfoy —dijo Harry. «No tienes ni idea de la
suerte que has tenido», agregó, para sí, aunque sin comprender bien lo que aquello
significaba. Sólo sabía que había vuelto a sentirlo, aquello que nacía en su interior, y
que había estado a punto de hacerle algo a Malfoy... algo terrible. Intentó relajarse.
—Dale las gracias a la sangre sucia, Malfoy —dijo Neville, mirándole fijamente—.
Porque si no, la señora Pomfrey iba a tener hoy trabajo extra contigo.
Malfoy no dijo nada. Neville nunca se le había enfrentado así. Ron miró a Malfoy
con una mezcla de odio y asco.
—Si me entero de que tú has tenido algo que ver con esto, Malfoy —le amenazó
Ron—. Te vas a enterar ¿me comprendes?
Malfoy puso una expresión de inmensa rabia, e hizo ademán de sacar la varita,
pero vio como los miraban todos los que había en la sala y no se atrevió. Eran miradas
del desprecio más profundo. Los tres amigos se volvieron y regresaron junto a
Hermione y Ginny. Hermione les cogió las manos y los abrazó. Pero a nadie se le
escapó la forma en que todos miraban a Crabbe, Goyle y Malfoy, y en general, a los
demás de Slytherin, que abandonaron la sala cabizbajos, dejando solos a Draco y a
sus amigos. En cuanto éstos hubieron salido, las miradas de los demás se dirigieron a
Harry, aunque éste no les prestó atención.
—Harry, ¿qué te pasó? —preguntó Hermione, preocupada.
Harry iba a decir algo, pero en ese momento entraron por la puerta Cho, Michael
Corner, Seamus, Dean, Parvati, Lavender, Luna, Bradley, Katie Bell, Sloper y Kirke,
que les saludaron, les preguntaron qué tal estaban y demás.
—Fue horrible —recordó Katie—. No sé como escapamos... utilicé un patronus,
pero resultó muy débil... Luna hizo otro, y eso nos salvó —explicó, mirando a la chica
—. Lo hizo muy bien...
—¡Yo usé otro patronus, Harry! —dijo Dean, emocionado—. Y Seamus otro. Le
ayudamos al profesor Lupin y a ojoloco Moody... pero a pesar de todo... no
conseguimos evitar que dieran tres besos —terminó, compungido.
—Sí, fue muy rápido —contó Parvati—. Yo y Lavender estábamos en Las Tres
Escobas y todo se oscureció... llegaron de todos lados, y de pronto estaban por todo el
pueblo... Fue horrible, lo más horrible que he visto nunca... También usamos los
patronus, pero temo que no fueron demasiado buenos.
—Ya lo sé —dijo Harry, sonriendo. Se sentía orgulloso de ellos. Estuvieron allí un
rato, contando lo que habían visto. Cho explicó también como había usado su
patronus, que, aunque había sido débil, había bastado para retener a dos dementores
que se les abalanzaban, y como Dullymer se había acercado a ellos corriendo y los
había ayudado a alejarse de los monstruos.
—¿Dullymer? —preguntó Harry. «Bueno, al menos hay uno bueno», pensó para sí,
sonriendo.
—Fue muy valiente —reconoció Cho.
Luego recibieron también la visita de los jugadores de Castelfidalio, que también
habían visto a los dementores en Hogsmeade, y la de Viktor Krum, y luego la de
Gabrielle y algunos más de Beauxbatons.
Cuando la señora Pomfrey los autorizó a salir, fueron antes de nada a la torre de
Gryffindor, donde recibieron a Ron, Hermione, Ginny y Neville como héroes. Todo el
mundo sabía ya lo que habían hecho. Ron se puso rojo. Pocas veces había sido
aclamado así, ya que siempre estaba a la sombra de Harry, pero éste se alegró por él.
También Neville era asaltado a preguntas, lo que supuso un verdadero orgullo para él,
que casi nunca destacaba en nada.
Tras el recibimiento, iban a acomodarse en los sillones, junto al fuego, cuando
Ginny recordó algo.
—¡Tenemos que ir al despacho de Dumbledore!
—¡Es cierto! —exclamó Ron—. Seguro que Lupin y Moody quieren saber si
estamos bien...
—Vamos —dijo Harry—. Pronto será hora de comer. —Y todos salieron por el
agujero del retrato para dirigirse al despacho del director. Harry pronunció la
contraseña y subieron. Lupin aún estaba allí, al igual que Moody, y también estaban,
para sorpresa de todos, los Weasley, que se abalanzaron sobre Ron y Ginny cuando
los vieron.
—¡¡Hijos míos!! —lloraba la señora Weasley—. ¡Qué susto nos llevamos al
saberlo! ¡Debe de haber sido horrible! —luego cogió a Harry—. ¡Harry, cariño! Remus
ya nos contó lo que te había pasado... Hermione —dijo por fin, abrazando a la chica—.
¿Estás bien?
—Sí —dijo ella, sonriendo—. Aún me duele algo la pierna, pero estoy bien.
—Sentaos —les ofreció Dumbledore.
La profesora McGonagall hizo aparecer unas sillas para cada uno.
—Me encantaría saber hacer esto para cuando estuviese cansado —comentó Ron,
dejándose caer en su butaca.
—Aprenderá este año, señor Weasley, no se preocupe... o al menos eso espero —
dijo la profesora McGonagall sonriendo.
—Bien —dijo Dumbledore—. Harry, quiero que me expliques todo lo que sucedió
esta mañana.
Harry les contó que habían ido a buscar las cosas, y cómo, al regresar, no había
encontrado su monedero, por lo cual había ido a buscarlo a su habitación, y, al no
encontrarlo, había creído que lo había perdido, y que había pensado en ir a
Hogsmeade igual, y pedirles dinero prestado a Ron y Hermione, pero que en el pasillo
le habían atacado, y no había visto a quién lo había hecho.
—¿No te seguía nadie? —preguntó Dumbledore, con extrañeza.
—No que yo sepa, pero claro, como venía pensando en el monedero, que estaba
seguro que lo había metido aquí... —dijo Harry, metiendo la mano en el bolsillo de la
túnica. De pronto, su expresión de disgusto fue sustituida por una de sorpresa—.
¿Qué diablos...?
Sacó la mano, y allí tenía el monedero.
—No es posible. ¡Antes no lo tenía! —Lo abrió y contó el dinero—. Está todo...
Pero no es posible...
—¿Qué significa esto, Dumbledore? —preguntó Lupin.
—Significa, Remus, que alguien le quitó el monedero a Harry con la intención de
que se quedara atrás... al parecer, el objetivo era atacarle aquí, y que no fuera a
Hogsmeade —explicó. Luego añadió—: y si se lo devolvieron, es obvio que querían
que supiera que había sido planeado...
—Pero era un plan muy arriesgado —opinó Hermione—. Podríamos haberle
acompañado, o podría no haberse dado cuenta de que no llevaba el monedero...
—Es cierto —reconoció el director—. Pero, por desgracia, les salió bien. Al menos
esa parte —Dumbledore sonrió—. Afortunadamente, nuestro ED les fastidió un poco el
resto a Voldemort...
—Pero profesor... ¿por qué no dejarme ir? ¿No querría Voldemort matarme? —
preguntó Harry, sorprendido.
—No Harry —respondió Hermione—. Querían que vieses cómo nos destruían.
Supongo que para eso servían esos colgantes.
Harry miró a Dumbledore, que asintió.
—¡Pero eso es horrible, Dumbledore! —exclamó la señora Weasley, tapándose la
boca con la mano.
—Sí, Molly, es horrible. —Suspiró—. Por desgracia, vivimos tiempos también
horribles. Harry, déjame ver esos colgantes.
Se los entregó y Dumbledore los examinó.
—Increíble —declaró el director, impresionado—. Sin duda, obra del mismo
Voldemort. Supongo que mediante uno daba órdenes a la serpiente, que tenía como
misión seguir a Ron y a Hermione, los mejores amigos de Harry, mientras el otro le
permitía ver lo que sucedía —explicó—. No obstante, ya no podemos saber cómo
funcionaban. Han perdido su poder.
—Cuando me quité el mío, brillaba —comentó Harry—. Pero luego se apagó.
—El que le quité a la serpiente también —señaló Neville.
—¿Oíste el hechizo que te lanzaron, Harry?
—Sí —respondió—: «Sono videns».
—Ya veo... —asintió Dumbledore—. Un hechizo del sueño, que por medio de estos
colgantes, te permitía ver lo que veía el otro... muy inteligente. Un viejo hechizo de las
Artes Oscuras. Pero claro, cuando Neville desvaneció a la serpiente el colgante perdió
su efecto y despertaste...
—¿Por qué no prefirieron matarme, profesor? ¿Por qué dejarme en el castillo, a
salvo?
—Por los sueños, Harry —contestó Dumbledore con lentitud—. Los sueños decían
que para que Voldemort pudiera unirse a ti, debería eliminar todo aquello a lo que
amaras... supongo que piensa que si tus amigos mueren delante de tus ojos, tendrías
suficiente rabia y odio como para enfrentarte a él... y él podría... persuadirte.
—¡No! —gritó—. Nunca lo haré. No me uniré a él. —Snape, que estaba allí pero no
había dicho nada, le miró—. Mató a mis padres... y por su culpa murió Sirius, y mató a
la novia de Percy, y ataca a Ron y a Hermione... ¡¿Cómo iba a unirme a él?! ¡No
podría!
—¿No lo comprendes, Harry? —intervino Lupin—. Él desea que te sientas tan
culpable, rabioso y lleno de odio que sólo te importe la venganza, o dejar de sentir
dolor. Luego creemos que podría usar algo, aunque no sabemos el qué, para obligarte
a unirte a él.
—Pero ¿por qué? —preguntó Harry—. ¿Por qué...?
—¿Recuerdas lo que nos contaste, Harry? —le preguntó Ron. Harry le miró—. El
poder. Te sentías poderoso... supongo que eso es lo que él quiere ¿no?
—Exacto —confirmó Dumbledore—. De alguna manera, si te unes a él, Harry,
Voldemort será invencible. Eso es lo que desea, lo que busca. Ya es más poderoso
que antes de caer... quizás yo habría podido derrotarle antes, pero ahora no. —Y una
mueca de disgusto apareció en su cara—. Temo que sólo tú puedas hacerlo —dijo,
poniéndose aún más serio—. Aunque no sabemos cómo.
Harry miró al director. Aún no le había hablado acerca de la conversación que
había tenido con Voldemort en lo alto de la fortaleza de Azkaban, pero él, por su parte,
tampoco había revelado que la había visto... y además, ahora, otra cosa lo
preocupaba. ¿Qué era esa «cosa», ese sentimiento que emergía dentro de él a
veces? Lo había sentido en dos ocasiones, y en ambas había estado a punto de
hacerle mucho daño a alguien... era una sensación que le recordaba peligrosamente a
los sueños, y eso no le gustaba... ¿Sería posible que él se convirtiera en algo como
Voldemort? ¿Estaría el mago haciéndole algo? No lo sabía, y no quería confesarle a
nadie lo que le sucedía, porque, en el fondo, le gustaba la sensación de poder que le
embargaba cuando se sentía así, y, además, no había hecho nada malo a sus
amigos... ¿verdad?
No, pero si hoy Ron no te hubiera detenido, ¿qué le habrías hecho a Malfoy?
«Malfoy no es amigo mío —pensó—. Además, se lo merecía. Se lo merecía».
¿Eso crees?
Le dijo la voz. Harry no supo qué contestar... pero daba igual. Aquello no podía ser
tan malo, ¿no? Cuando surgía en él, se sentía más fuerte, e intuía que pronto iba a
necesitar toda la fuerza que pudiera conseguir. Dejó de lado los pensamientos y volvió
a la conversación.
—Pero ¿no le sería mejor matarme? —insistió Harry—. Al fin y al cabo, si me mata
ya nadie podrá derrotarle, ¿no?
—Sí —admitió Dumbledore—. Pero ya ha intentado hacerlo cuatro veces y ha
fracasado. Y le será más fácil apoderarse de todo con el poder que le ofreces. Tú lo
viste... y eso es lo que él más ambiciona: poder. Poder sin límites.
—Pero era horrible —confesó Harry—. Era horrible sentirse así, tan malvado, no
tenía a nadie... —Cerró los ojos y bajó la cabeza. Hermione le abrazó, reconfortándolo.
Harry, sin decir nada, se lo agradeció.
—¿Quién puede haberlo hecho, Dumbledore? —preguntó el señor Weasley, que
aún no había dicho nada en toda la reunión.
—No lo sé, Arthur. La verdad, no tengo ni idea... Pero quien quiera que lo haya
hecho, es muy listo —añadió Dumbledore—. Muy listo y muy astuto.
Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville abandonaron el despacho de Dumbledore
después de despedirse de Lupin, Moody, y los señores Weasley.
—¿Estás bien, Harry? —le preguntó Ginny mirándole, cuando llegaban al retrato
de la Señora Gorda, que estaba con su amiga Violeta. No has dicho ni una palabra.
—¿Cómo crees que voy a estar bien? —repuso, triste—. Hoy han atacado
Hogsmeade por mí, tres personas han perdido su alma, han podido ser muchas más
y... y todo por mí...
Harry se derrumbó en un sillón.
—Ya hemos terminado esta conversación, Harry —dijo Hermione—. La culpa no
es tuya... es de Voldemort. Sólo y exclusivamente de él... Tú no tienes la culpa de ser
quién eres.
—Es cierto —corroboró Ron—. A nosotros nos gusta como eres, Harry. Eres el
mejor amigo que he tenido nunca, y seguiré a tu lado, aunque me amenacen todos los
mortífagos, los dementores y los gigantes del mundo.
Harry sonrió a su amigo, que se había sentado al lado de Hermione. Ginny le dio
unas palmadas en el brazo y se agachó a su lado.
—Sois estupendos —dijo por fin—. Y estáis aquí, animándome a mí, cuando
habéis sido vosotros los que casi pierden el alma, mientras yo dormía en el castillo...
Le sonrieron.
—Deberíamos bajar a comer ¿no? —sugirió Neville—. No sé a vosotros, pero a mí,
esto de enfrentarme a dementores, me da hambre...
Todos rieron, pero se levantaron y bajaron a comer. Cuando entraron en el Gran
Comedor, La gente se volvía para mirarlos. Harry se sintió arropado. Qué diferencia
con al año anterior, cuando todo el mundo le miraba como si estuviese loco...
Hogwarts estaba más unido que nunca ese día, y Harry se alegró de que así fuera.
Los de Castelfidalio los saludaron al pasar, especialmente a Ron, Ginny y Neville,
cuyas hazañas todo el castillo conocía ya. Harry vio a Hagrid, sentado junto a Madame
Maxime, que los saludaron con alegría. Les devolvió el saludo. Se sentaron en su
mesa. El comedor estaba más apagado que de costumbre, aunque Harry observó con
alegría como, en la mesa de Ravenclaw, la gente no paraba de hablar con Luna,
asombrados por su patronus, con el que había salvado a un grupo de alumnos de su
casa y de Hufflepuff, junto a Katie Bell y dos amigas suyas.
Antes de que empezaran a comer, Dumbledore se levantó, muy serio. Todo el
mundo le miró, callado.
—Como todos sabéis, hoy es un día triste y oscuro. Lo que se suponía iba a ser un
día de alegría, como lo son todas las visitas a Hogsmeade, se ha convertido en una
batalla. —Miró al comedor fijamente e hizo una pausa—. Afortunadamente, no
tenemos que lamentar daños graves para ningún alumno, pero como seguramente
sabréis, tres habitantes de Hogsmeade fueron atacados, y su alma les fue arrebatada.
—Se oyeron algunos gritos apagados de terror—. Muchos de vosotros mostrasteis
gran valentía, enfrentándoos a los dementores, y por eso estoy orgulloso de vosotros.
Por tanto —dijo, levantando su copa—. Quiero hacer un brindis por todos los que, con
valor, se enfrentaron al enemigo, o intentaron ayudar a los demás a riesgo de su
propia vida. ¡Por ellos! —exclamó Dumbledore.
—¡Por ellos! —repitieron los alumnos y demás profesores, bebiendo.
—Ahora, sin embargo, tengo otra mala noticia que daros —continuó, dejando su
copa en la mesa—. Preferiría no tener que hacerlo, pero es algo que debéis saber. —
Los alumnos le miraron, expectantes—. Alguien, en este colegio, sabía lo que iba a
suceder hoy. —Los alumnos, horrorizados, se miraron unos a otros, y muchos
desviaron su mirada hacia la mesa de Slytherin—. Alguien que atacó y hechizó a Harry
Potter, con la intención de que viera, sin poder hacer nada, como los dementores
destruían a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger.
Harry sintió como todo el mundo le miraba, y también a Ron y a Hermione.
—Esto es algo horrible —prosiguió Dumbledore, con aspecto serio y amenazador.
Harry supuso que el agresor debía de estar temblando si veía al director en esos
momentos—. Y quiero decirle a esa persona que no quedará impune de algo como lo
que ha sucedido hoy. Por tanto, y mientras no demos con el culpable de estos
ataques, ruego a todos los alumnos que no vayan nunca solos por los pasillos. El
colegio no es seguro —finalizó. Y tras pasar su mirada sobre las cuatro mesas, volvió
a sentarse.
Los cuchicheos comenzaron al instante. Harry vio a Malfoy hablar con Crabbe y
Goyle, muy juntos. Dullymer estaba a su lado, con expresión asustada. Miró a Harry y
le saludó con la mano. Harry le devolvió el saludo. Harry recordó que había salvado a
Cho de dos dementores. «Qué diferencia con Malfoy —pensó—. Seguro que él, en
cuanto vio a los dementores cerca huyó sin mirar atrás». Se obligó a no mirar hacia él
y a meterse en la conversación.
Después de comer, lo primero que Harry hizo fue modificar los números de su
moneda, para celebrar una reunión aquella misma tarde, a las seis.
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Ginny más tarde en la sala común, al
notar el cambio en su moneda.
—Porque quiero deciros algo a todos —respondió Harry, sin agregar más.

Cuando al fin llegaron las seis, Harry, acompañado de Ron y de Hermione, se


dirigió hacia la Sala de los Menesteres. Ernie Macmillan, Hannah Abbott, Susan Bones
y Justin Finch—Fletchley ya estaban allí. Dobby ya había decorado la sala para la
navidad, pero, como Harry le había dicho, no había colgado fotos suyas por todo el
techo.
Pronto fueron llegando los demás, y sentándose, intrigados, en los cojines,
mientras Harry paseaba al frente de la sala. Cuando todos estuvieron ya sentados,
Harry inspiró, y les habló.
—Supongo que os preguntaréis por qué os he convocado hoy, si no había planes
de ninguna reunión —dijo Harry, mirándolos—. Pues bien, el motivo, obviamente, es lo
que ha sucedido esta mañana. —Harry hizo una pausa, mientras sus compañeros le
miraban, con interés—. Y os preguntaréis que qué tengo que deciros, cuando
Dumbledore ya lo ha explicado todo... pues bien, lo que quería deciros es que estoy
orgulloso de vosotros. De todos vosotros. —Hizo otra pequeña pausa, y los demás
sonrieron, mirándose unos a otros, con evidente orgullo—. Os comportasteis muy bien,
y, de no haber sido por vuestra ayuda, quizás los acontecimientos de hoy serían
mucho más graves. Desde hoy vamos a trabajar más duro que nunca. Vamos a
prepararnos para lo peor porque creo, y no soy el único, que las cosas aun van a
empeorar. También os voy a pedir que estéis alerta: tenemos que encontrar, como
sea, a quien está detrás de los ataques en este castillo.
Todos asintieron. Dean, viendo que nadie decía nada, habló:
—Bueno, aprendimos con los mejores en esto ¿no? —Dijo—. Tú y Dumbledore...
Los demás asintieron a las palabras de Dean. Harry le sonrió. Los veía allí,
aclamándole, y se sintió más arropado que nunca desde la muerte de Sirius. Aquellos
chicos harían lo que fuese por él, y él lo haría por ellos. Harry no podía expresar con
palabras lo que aquello significaba para él. Ron y Hermione le miraron y le sonrieron.
Parecían saber lo que pasaba por su cabeza. Él les sonrió, a su vez.
—Bueno, ahora ya podéis iros si queréis —les dijo—. Perdonad por haberos
molestado sólo para esto, pero... quería que lo supierais. Era importante para mí.
Ahora, regresad a las salas comunes de vuestras casas, y hacedlo en grupos —les
advirtió mientras los despedía.
Uno a uno, se fueron despidiendo de él y abandonaron la sala. Solamente
quedaron Ron, Hermione y Ginny. Antes de salir de allí, Hermione lo llamó.
—¿Qué te sucedió en la enfermería, Harry? —le preguntó.
—¿Qué?
—Te pusiste muy raro... Harry, todos lo sentimos. Fue como un estremecimiento...
¿Qué sucedió?
Harry miró a su amiga. Era imposible engañarla, y la esperanza de que se hubiera
olvidado de aquel suceso había sido estúpida.
—No lo sé. Sólo sé que sentía tanta rabia hacia Malfoy que... —Meneó la cabeza
—. No puedo explicarlo, es como si algo dentro de mí me llenara de poder, de un
poder que no había sentido antes... quería hacerle pagar a Malfoy, y le habría hecho
daño si Ron no me hubiera detenido. Pero no sé qué es, ni por qué me pasa, ni de
dónde sale.
Hermione, Ron y Ginny le miraron fijamente, sin decir nada.
—No os asustéis, ¿vale? No es malo... sólo que mi rabia era más intensa, y eso
me hace sentir más fuerte. No es malo si me ayuda a defenderme mejor... —afirmó,
intentado convencerse a sí mismo.
—Harry... —Ron parecía azorado, y se le notaba que buscaba las palabras
adecuadas—. Harry, tu mirada... no era sólo de rabia. Era de odio profundo...
Harry bajó la cabeza y no dijo nada. Se dejó caer sentado en el suelo.
—No sé Ron... no sé lo que me pasa. Y, aunque no quiera pensar en ello, tengo
miedo. Tengo miedo porque estoy descubriendo cosas en mí de las que no tenía ni
idea. —Hizo una pausa, porque una idea había surgido en su cabeza—. Me sentía de
forma parecida a cuando... a cuando miraba a Dumbledore el año pasado —confesó.
Los tres le miraron sin decir nada durante un momento.
—pero... pero él no puede poseerte ahora, ¿verdad? No ahora que sabes
oclumancia —dijo Ron.
—No debería. De hecho, no creo que lo que me sucede sea lo mismo que el año
pasado. No sé qué es, pero no viene de fuera de mí. Está en mí.
Hermione se agachó junto a él y le pasó un brazo por los hombros.
—Vamos, todo estará bien... ¿Por qué no hablas con Dumbledore acerca de esto?
—No. Aún no me ha hablado acerca del motivo por el que Voldemort es tan
poderoso ahora... No pienso decirle nada de momento.
—De todas formas, Harry, lo más sensato sería...
—No pienso hacerlo, Hermione. No insistas.
Hermione miró a Ron, buscando su apoyo.
—Harry, yo también creo que deberías hablar con Dumbledore... aunque puedes
esperar un tiempo, si no estás preparado —agregó, viendo la mirada de su amigo.
—Ya veremos —respondió, dando por terminada la conversación. Se levantó y se
encaminó a la salida.
Bajaron a cenar, sin hablar nada entre ellos. Cuando iban a entrar en el Gran
Comedor, Henry Dullymer se les acercó.
—Hola —saludó, serio—. ¿Qué tal os encontráis? Ya me enteré de lo ocurrido, el
ataque, y todo eso... —explicó, mirando a Harry.
—Estamos bien. Gracias, Henry —dijo Ginny.
—Hoy estuviste muy bien —le dijo a la chica, con una sonrisa—. Tú también —
añadió, dirigiéndose a Ron—. Oí que tú solo expulsaste a unos cincuenta...
Ron sonrió, sin decir nada.
—Tú salvaste a Cho Chang, a Michael Corner y a Marietta Edgecombe —le
recordó Harry—. También lo hiciste muy bien.
—Sí, pero Chang ya había lanzado un patronus, y yo ni siquiera lo intenté...
simplemente los aparté de los dementores, se habían quedado de piedra allí, delante
de ellos, y no tardarían en atacarlos otra vez, así que los alejé de ellos. No fue nada
del otro mundo. Si los demás no hubiesen usado sus patronus, habrían acabado con
nosotros de todas formas.
—Les ayudaste poniéndote en peligro —insistió Harry—. Eso ya es mucho. Otros
simplemente habrían corrido —agregó, mirando sin querer hacia la mesa de Slytherin.
Henry siguió su mirada.
—¿Te refieres a Malfoy? —preguntó, y luego añadió—: sí, se largó en cuanto vio a
los dementores, con Crabbe y Goyle tras él. Pero ya le conocéis, no es muy valiente
¿verdad?
—No es sólo que no sea valiente, que no lo es —opinó Hermione, mirando a
Malfoy con desagrado—, es simplemente que no le importa... que, realmente, no tenía
ninguna razón para quedarse a ayudar.
Henry sonrió.
—Sí, pero qué se le va a hacer ¿verdad? —dijo, encogiéndose de hombros—. Y
bueno... de todas formas, no todos en Slytherin se comportaron como él. Algunos sí
ayudaron. Bueno, voy a cenar. Ya nos veremos... cuidaos.
—Hasta luego —le respondieron, dirigiéndose a la mesa de Gryffindor. La cena,
aunque un poco más alegre que la comida, también fue apagada. Cuando terminó,
Hagrid se acercó a ellos, para preguntarles qué tal estaban.
—Fue horrible —explicó Hagrid, moviendo la cabeza—. Bajé por la tarde al pub y
todo el mundo estaba horrorizado. Todas las tiendas habían cerrado, y parecía que el
pueblo estuviera muerto. Ni en los días en que Quién vosotros sabéis era
todopoderoso había sucedido algo tan brutal como un ataque de cientos de
dementores... Menos mal que estabais allí vosotros —sonrió Hagrid—. Los eternos
héroes de Hogwarts —añadió, y Ron se ruborizó de nuevo.
Tras la cena, volvieron a la sala común. Todo el mundo quería acostarse y olvidar
aquel día nefasto. Harry, Ron, Hermione y Ginny, sin embargo, fueron los últimos en
irse a dormir. Estuvieron sentados, frente al fuego, charlando a ratos y pensativos
otros. Ron parecía especialmente ido, y de vez en cuando miraba a Harry, que creyó
comprender: Con la llegada de los dementores, Hermione no le había contestado al fin
si iría al baile con él. Le sonrió. Luego miró a Ginny, que parecía pensativa y miraba al
fuego, cuyas llamas se reflejaban en sus ojos, brillantes. Recordó una escena similar,
vivida hacía casi un año, en Grimmauld Place. También entonces su mirada reflejaba
la tristeza por un acontecimiento doloroso. Harry siempre había pensado que había
tenido mucha suerte de llegar a los dieciséis años, pero Ginny era poco menos
afortunada que él. Su primer año en Hogwarts había sido poseída por Tom Ryddle,
Voldemort, y había estado a punto de morir en la Cámara de los Secretos... y el año
anterior, en el Departamento de Misterios... Observó su cara y pensó en cómo había
cambiado, al igual que Neville. Luego miró a Ron y Hermione. Tan jóvenes todos, y ya
tan marcados por el sufrimiento y el peligro... y Harry intuía que aún no habían pasado
lo peor. Por lo menos, él no lo había pasado. Volvió a mirar a Ginny, y de pronto lo
recordó. Había querido preguntárselo, pero lo había olvidado. La chica pareció darse
cuenta de las miradas de Harry y se volvió hacia él.
—Un ciervo... —dijo Harry—. Tu patronus es un ciervo.
—Sí —dijo la chica, mirándole—. Lo descubrí en las clases de Dumbledore. El año
pasado no conseguí hacerlo...
—¿Por qué no me lo habías dicho? —inquirió Harry—. El mío también es un
ciervo.
—Ya lo sé. No sé porque no te lo dije —agregó, encogiéndose de hombros y
volviendo a dirigir la mirada hacia el fuego—. Supongo que no le di importancia...
—Lo hiciste muy bien hoy —le dijo Harry, mirándola aún fijamente.
Ginny volvió otra vez la vista hacia él, sin sonrojarse por el comentario del chico.
—Ya —reconoció—. Pero no es necesario que me lo digas tantas veces... me
pondré colorada de nuevo —terminó, sonriendo.
Harry no le dijo nada más, pero siguió mirándola. Hermione y Ron les observaban,
callados. Ginny volvió a mirar al fuego. Harry volvió a fijarse en sus ojos castaños, que
reflejaban las llamas de la chimenea de una forma extraña. Se sorprendió a sí mismo
descubriendo que aquel brillo triste le fascinaba... y más ahora, que se veía en él el
dolor y el sufrimiento de todo lo pasado desde junio. Apartó la vista. Se levantó y se
dirigió a la ventana, desde donde veía la cabaña de Hagrid y el carruaje de
Beauxbatons, en los que aún había luz. Luego se volvió y contempló a sus amigos.
Ron miró entonces a Hermione, y abrió la boca, volvió a cerrarla, como dudando, y
finalmente habló:
—Oye, Hermione... —le dijo a la chica, que se volvió para mirarle— Aún no has
contestado a mi pregunta de esta mañana.
Ginny volvió entonces la cara, mirando a su hermano con un asomo de sonrisa.
Hermione también le miraba, con expresión seria. Finalmente sonrió.
—Sí —respondió ella, y el rostro de Ron se iluminó—. Iré contigo. —Se levantó y
se acercó a él—. Pensé que ya no ibas a pedírmelo. No habría esperado más que
unos días. Hace más de un mes que nos dijeron que habría baile...
Las orejas de Ron enrojecieron.
—Bueno. Me voy a la cama. Ha sido un día demasiado largo —declaró Hermione.
Se agachó, le dio un beso a Ron en la mejilla y subió a su cuarto.
Ginny se despidió también y la siguió. Ron se quedó mirando la escalera del
dormitorio de las chicas, embobado, tocándose en la cara con aspecto de no darse
cuenta de lo que hacía. Harry le miró durante un rato, hasta que Ron pareció despertar
y también lo miró a él. Sonrió.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Harry de pronto. Su amigo le miró, sin entender
—. El patronus, quiero decir. Estabas rodeado por los dementores, en un momento así
es muy difícil... ¿Cómo lo hiciste?
Ron sonrió más abiertamente.
—Me sentía fatal —explicó—. No podía recordar más que cosas horribles, como lo
de mi padre y cosas así, y... miré a Hermione, que tenía ese aspecto, tan triste y
resignado mientras aquellos monstruos le cogían la cara... y no podía dejarla morir de
esa forma ¿entiendes? Creía que iba a perderla y entonces recordé aquel día, con el
trol, cuando la salvamos y nos hicimos amigos... ¿Lo recuerdas? Y lancé el patronus.
Harry le sonrió aún más.
—Te das cuenta de que fue una hazaña espectacular, ¿verdad?
Ron lo miró, perplejo.
—Hombre... tú venciste a cien dementores en tercero, ¿lo recuerdas?
—Sí, pero no estaba rodeado por ellos —explicó Harry, mientras se dirigía a las
escaleras—. Estaba del otro lado del lago.
Ron lo miró, serio, y lo siguió, sin decir nada.
—Bueno, no se puede decir que te haya sido fácil conseguir pareja para el baile
¿no? —bromeó Harry, mientras subían por las escaleras hacia su dormitorio—. ¡Ah!,
Sólo un pequeño detalle...
—¿Cuál? —preguntó Ron, abriendo la puerta de su cuarto.
—La próxima vez que quieras pedirle algo, hazlo en Las Tres Escobas ¿de
acuerdo?
Ron le miró con los ojos muy abiertos, asintió y sonrió. Ambos entraron en el
dormitorio, se pusieron los pijamas y se acostaron. Harry tenía mucho en qué pensar,
aunque ninguna gana de hacerlo. Pensó en la conversación con Ron, y recordó una
frase pronunciada por su amigo, quizás inconscientemente: «Creía que iba a
perderla». Harry sonrió y se durmió.
17 — El Enfrentamiento

La sala común de Gryffindor estuvo bastante vacía hasta bien entrada la mañana
aquel domingo. Ron y Harry se despertaron a las diez y media, y cuando finalmente
bajaron a la sala común, se encontraron a Ginny y a Hermione, que miraban un
montón de paquetes.
—¿Qué es todo eso? —preguntó Ron, bostezando.
—Regalos de Fred y George —aclaró Ginny—. Nos lo han enviado por la mañana,
para compensar lo de ayer... Son dulces, pasteles, y varias cosas de la tienda de
bromas.
—¿Pasteles y dulces de la tienda de bromas? —preguntó Harry frunciendo el
entrecejo—. Pues no seré yo quien me los coma...
—No, tonto —explicó Hermione—. Los pasteles y los dulces son de los buenos.
Hay galletas y otras cosas de la tienda de bromas, pero están aparte...
—Genial —dijo Ron, sentándose con ellas y empezando a comer un pastel de
chocolate.
—¿Puedes comer aún más chocolate? —le preguntó Hermione, con aspecto
asqueado—. ¿Después de todo lo que nos dieron ayer?
—Hermione, nunca se come demasiado chocolate —repuso Ron, cogiendo otro
pastel.
Cuando el resto de la gente bajó de los dormitorios, fueron recibiendo comida
también, aunque no todos la obtuvieron de pastelerías, con lo que pronto se vieron por
la sala común canarios pelando, gente a la que se le ponía el pelo rosa chillón e
incluso víctimas del terrible pastel Dudley. Afortunadamente, Fred y George habían
enviado antídotos, porque Seamus, al que le tocó uno de los temibles pasteles,
engordó tanto que partió la silla en la que se había sentado y no era capaz de
levantarse. La sala se llenó de carcajadas, pero todo el mundo tuvo buen cuidado de
ver qué comía, y sólo algunos valientes se atrevieron a probar las últimas golosinas
que quedaban.
Debían de ser ya las doce y media casi, cuando una lechuza le trajo a Hermione El
Profeta Dominical, que la chica cogió con gran expectación.
—Veamos qué dice del ataque de ayer... —dijo, desdoblando el diario.
Leyó la primera plana:

TERROR EN HOGSMEADE

La comunidad mágica está aterrorizada debido a los terribles


sucesos ocurridos durante la jornada de ayer en el pueblo de
Hogsmeade.
Transcurría la mañana cuando al menos doscientos
dementores invadieron el pueblo, causando un total caos y un
terror como no se recuerda nunca. Hay que tener en cuenta,,
además, que el pueblo se encontraba abarrotado de
estudiantes de Hogwarts, que disfrutaban de uno de los fines
de semana de permiso para visitar el lugar.
Por lo que han contado los testigos, se debería de dar
gracias a la presencia de los jóvenes, muchos de los cuales,
recientemente entrenados por Albus Dumbledore, quien,
aparte de ser director del Colegio se ocupa este año de la
asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras, fueron
capaces de hacer frente a los monstruos, evitando una
masacre mayor que las tres víctimas que, desgraciadamente,
hemos de lamentar.
La peor parte, quitando a las tres víctimas del beso, fue
para Ronald Weasley, hijo de Arthur Weasley, funcionario del
Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, y
Hermione Granger, una muchacha hija de muggles, ambos
grandes amigos de Harry Potter. Según testigos, no menos de
cincuenta dementores se abalanzaron sobre ambos
muchachos, que, sin embargo, lograron reperlerlos.
El pueblo de Hogsmeade se encontraba en la tarde de
ayer mortecino y temeroso. Rosmerta Wilkins, dueña del
famoso pub Las Tres Escobas, no fue capaz de contarnos
apenas nada debido a los sollozos que la embargaban.
Tras el ataque, varios aurores y sanadores de...

Hermione levantó la cabeza.


—No hablan de ti, Harry —informó Hermione.
—Claro que no —repuso él—. Yo no hice nada. Estaba aquí.
—Eso quiero decir: que no hablan del motivo del ataque...
—Supongo que Dumbledore no se lo habrá dicho, y hace bien —dijo Ron, que se
mostraba muy orgulloso de que el periódico hablase bien de él.
Hermione siguió leyendo hasta casi la hora de comer. El resto del día transcurrió
tranquilo. Se había suspendido el entrenamiento para aquella tarde, y Harry, Ron y
Hermione la pasaron paseando por los terrenos. Llevaban en un tarro uno de los
fuegos transportables de Hermione, junto al cual se apiñaban los tres, buscando el
calor. Pasaron junto a las tiendas de campaña de los de Castelfidalio, y se quedaron
observando.
—¿No tendrán frío? —se preguntó Hermione—. En Italia tienen un clima mucho
más cálido, y encima, en esas tiendas...
—No lo sé —dijo Harry, mirando también las tres tiendas de campaña.
En ese momento, Anton y uno de los cazadores de su equipo, Viessi, salieron de
una de las tiendas y los vieron. Se les acercaron.
—Hola —saludaron, y Anton agregó—: ¿Qué hacéis fuera, con el frío que hace?
—Nos aburríamos de estar dentro —respondió Harry—. ¿Vosotros no tenéis frío?
—No —respondió el chico—. Estas tiendas son muy confortables y especiales.
Están pensadas especialmente para el invierno.
—¿Queréis verlas? —ofreció Viessi.
—Vale —aceptó Ron, y los tres siguieron a los italianos al interior de la tienda.
Era muy espaciosa. Cabían en ella ocho personas. Había dos cuartos, con dos
literas de dos camas cada una, más una cocina, dos baños y una especie de salón-
recibidor, que era donde estaban. Allí había varias butacas mullidas y cómodas, y en
el centro crepitaba un fuego dentro de una campana, parecido al que había creado
Hermione, que producía un calor suave. De uno de los cuartos salieron otros tres
chicos, cuyos nombres Harry no conocía. Eran suplentes del equipo. Anton se los
presentó y se saludaron.
—¿Queréis tomar un café o un té? —les ofreció.
—De acuerdo —aceptó Ron, de buena gana—. La verdad es que nos vendría bien
algo caliente.
Anton entró a la cocina y, unos minutos después salió con una cafetera y una
tetera. Uno de los chicos convocó varias tazas y el azucarero. Ron y Harry tomaron té,
pero Hermione prefirió un café.
—Oye, ¿cómo es posible esto? —preguntó Ron, mientras observaba la entrada de
la tienda, que no estaba cerrada—. No entra nada de frío ni de nieve.
—Es un encantamiento —explicó Viessi—. No deja pasar nada del exterior, como
frío o agua. Ya os dijimos que estas tiendas eran especiales para el invierno.
—Están muy bien —opinó Hermione, admirada, recorriendo con la mirada la
habitación en la que estaban mientras daba un sorbo a su café.
—Gracias —dijo uno de los chicos suplentes, halagado—. No es como tener un
castillo, pero no está mal.
Anton tenía delante la misma edición de El Profeta que había recibido Hermione, y
lo miró, pensativo.
—Fue terrible ¿no creéis? —comentó Anton, mirando aún al diario—. Lo de ayer,
quiero decir...
—Sí, horrible —afirmó Hermione, estremeciéndose al recordarlo.
—Nosotros no habíamos visto nunca a un dementor. Y, la verdad, podría haber
pasado el resto de mi vida sin saber cómo eran en realidad.
—Sí. Nos habían hablado de ellos, claro, pero son mucho más terribles de lo que
imaginábamos, tan oscuros, con ese olor y ese estertor al respirar... —dijo otro de los
chicos, poniendo mala cara.
—Si cincuenta dementores nos hubieran atacado a nosotros, a estas horas... —
dijo Anton, mirando a Ron y a Hermione con admiración.
—Yo no hice nada —explicó la chica, un poco avergonzada—. Fue Ron, si no es
por él...
—Se abalanzaron sobre ti primero —la disculpó Ron—. Eso me dio tiempo a
reaccionar.
Hermione le sonrió.
—¿No os sentís inseguros aquí? —preguntó, dirigiéndose a los italianos.
—Sabíamos que había riesgo al venir —comentó Viessi, dando un sorbo a su té—.
Por todo eso de Quien Vosotros Sabéis, y tal... pero no imaginábamos que algo así
podría suceder. Por supuesto —continuó—, todos hemos oído las terribles historias de
cuando él era poderoso, antes de su caída. Pero como prácticamente sólo había
actuado en Inglaterra, lo veíamos como algo lejano. Obviamente, todo el mundo sabía
que si hubiera conseguido conquistar este país, habría seguido con el resto, pero
como tú le venciste —dijo, mirando a Harry— nunca tuvimos demasiado que
lamentar... Así que, hasta ayer, no sé, supongo que pensábamos que no nos podía
suceder a nosotros, no sé si me entendéis...
Harry no dijo nada. No le apetecía hablar de Voldemort después de lo sucedido el
día anterior, pero no quería ofender a sus anfitriones. Ellos parecieron comprenderlo y
dejaron el tema.
—Bueno, y ¿vais a asistir al baile? —preguntó Ron, para romper el silencio que se
había formado.
—Claro —contestó Anton, contento—. Yo ya tengo pareja. Esa chica amiga
vuestra, Parvati Patil, me lo pidió hace una semana.
—¿Parvati? —preguntó Harry—. Pues ni se te ocurra decirle que no quieres bailar
—le advirtió. Anton le miró con suspicacia.
—Fui con ella hace dos años —explicó Harry, encogiéndose de hombros. Anton
sonrió.
—¿Y vosotros ya tenéis pareja? —preguntó él—. Tú, como capitán, tendrás que
abrir el baile, al igual que yo y los demás...
—¡¿Qué?! —preguntó Harry, atragantándose con el último sorbo de su té— ¿Otra
vez?
—¿No te lo han dicho aún? —se extrañó Anton—. Pues falta poco más de una
semana...
Ron se rió.
—Nosotros vamos a ir juntos —dijo, señalándose a sí mismo y a Hermione—. Pero
Harry aún no tiene con quién...
—Y ya puedes ir buscando pareja —le advirtió Hermione, con una sonrisa—. Si no,
McGonagall se va a enfadar...
Harry miró al suelo, con fastidio. Por supuesto, pensaba llevar pareja, pero no le
había parecido tan importante ni tan urgente antes...
—Yo iré con la capitana de Beauxbatons —dijo Viessi—. Se lo pedí hace poco.
—Creo que nos lo pasaremos bien —opinó Hermione—. Y bien es cierto que
necesitamos un poco de alegría... Bueno, será mejor que nos vayamos —añadió,
mirando su reloj—. Deberíamos ponernos a hacer algo útil...
—¿Quieres hacer deberes hoy? —le preguntó Ron, sorprendido—. Se está muy
bien aquí, y además, si estuviésemos entrenando, como deberíamos, no podríamos
hacer nada...
—Sí, pero no lo estáis —le interrumpió Hermione con voz autoritaria—. Así que
podréis poneros al día.
—¡Hermione, es la última semana del trimestre! —protestó Ron, en vano.
La chica le miró de aquella forma que tanto recordaba a la de la profesora
McGonagall, y Ron se calló. Los italianos les miraban, divertidos.
—Bueno, nos vamos, entonces —Se despidió Ron, con cara de resignación—.
Nos veremos en la cena.
—Hasta luego —Respondieron ellos, mientras los tres amigos salían de la tienda.
Se dirigieron al castillo y estuvieron hasta la hora de cenar en la biblioteca,
trabajando. Ron refunfuñaba a cada rato, y Hermione, en vez de mirarle severamente,
sonreía para sí, lo que exasperaba a Ron, que, sin embargo, no protestó más en alto.
Harry estuvo distraído pensando en el baile, y con quién iría. Había dejado que
pasaran las semanas, sin darse cuenta de que la Navidad estaba a la vuelta de la
esquina.
Después de cenar, estuvo también sentado junto al fuego, sin saber qué hacer,
pensando en con quién podría ir. Ron, para vengarse de Hermione por haberle hecho
trabajar toda la tarde, la había retado a jugar al ajedrez mágico, única cosa en la que
podía ganarle, lo que en esos momentos hacía, con cara de gran satisfacción.
Harry miró al fuego, pensativo. Le habría gustado tanto que Sirius hubiese
aparecido allí, para hablarle... pero era imposible. Hacía tiempo que no pensaba así en
su padrino, acostumbrado como estaba a estar sin él en Hogwarts, pero volver a darse
cuenta de que nunca volvería a hablarle le hundió los ánimos. Se quedó allí, con la
cabeza gacha, hasta que alguien se sentó a su lado.
—Hola —lo saludó la voz de Ginny.
Harry se volvió y la miró.
—Hola...
—¿Te encuentras bien? —le preguntó la chica.
—Perfectamente —mintió Harry, volviendo a mirar al fuego.
—No es cierto —le contradijo ella—. Es por Sirius ¿verdad? Te has acordado de él
al mirar la chimenea.
Harry giró la cabeza rápidamente, sorprendido, y la miró.
—¿Cómo lo sabes?
—Ron me lo contó este verano. Las veces que hablabais con él por la chimenea, y
esas cosas...
—Ah, ya... pues sí —confesó—. Estoy triste por él, y por todo lo que ha pasado...
esas pobres personas que han perdido su alma... Son muchas cosas ¿sabes? Y me
siento muy culpable... Me gustaría mucho hablar con él.
—Ya lo sé —dijo Ginny, poniéndole una mano en el hombro y mirándole con
comprensión—. Yo también me sentí muy culpable con todo aquello que sucedió
cuando estaba en primero ¿recuerdas? Y tenía mucho miedo... pero no fue culpa mía.
Al menos no toda. Quizás fui ingenua, o tonta... pero sólo tenía once años.
—Pero no murió nadie —puntualizó Harry.
—Es cierto —reconoció ella—. Si hubiese muerto alguien entonces seguro que
nunca me lo habría perdonado. Aún sueño con eso a veces ¿sabes?
Harry le sonrió. Se sentía un poco mejor. Volvió a mirarla. Aún tenía pesadillas con
aquello... Harry se preguntó por qué nunca habría hablado con Ginny de esas cosas.
Él recordaba haber tenido pesadillas con los acontecimientos de su primer año, pero
no le habían afectado demasiado. Había estado a punto de morir, pero no había sido
tan consciente de ello como la noche en que Voldemort retornó. Supuso que era
demasiado joven para creer realmente que podía morir. Harry siguió mirándola, y se
acordó de cuando estaban en el bosque, tras escapar de la profesora Umbridge. Harry
la había tratado como a una niña tonta cuando ella pretendía acompañarles al
Departamento de Misterios, y se sintió mal por ello.
—Oye, Ginny...
—¿Qué?
—Perdóname por como te traté el año pasado, en el bosque, cuando llegasteis a
dónde estábamos yo y Hermione...
—No pasa nada —repuso ella sonriéndole—. Bueno —dijo, levantándose y
bostezando—, creo que me voy a ir a dormir. Hasta mañana, Harry.
Harry la miró mientras se volvía, y entonces...
—Ginny —llamó. La chica se volvió hacia él y se quedó mirándole—. ¿Tienes con
quien ir al baile?
—No... —respondió ella, poniéndose un poco colorada—. Aún no...
—¿Quieres ir conmigo?
Ella le miró unos instantes.
—Vale —aceptó, sonriendo—. Pero Harry...
—¿Qué?
—Bueno..., tú sabes que antes me gustabas ¿verdad?
—Sí —confirmó él, sin saber a dónde quería llegar con aquello—. ¿Por qué?
—Bueno, ahora no... es decir, yo te quiero mucho, pero ya no... ya no es igual...
—Ya lo sé —le dijo él—. No te preocupes. Iremos al baile como amigos ¿vale? Es
lo único que quiero.
—De acuerdo, entonces —dijo ella, contenta de haber aclarado las cosas—. Nos
vemos mañana. Que descanses, Harry.
Ginny se despidió de Ron y de Hermione y subió a su cuarto. Harry se les acercó,
sonriente, a tiempo de contemplar cómo Ron, en una espectacular jugada, destruía la
reina de Hermione con un alfil. Hermione puso cara de incredulidad, mientras Ron
sonreía muy satisfecho.
—Bueno, Hermione, creo que la cosa está clara —dijo Ron con alegría.
La chica, muy a su pesar, se rindió. Se recostó en su silla con un suspiro de
resignación y miró a Harry.
—¿De qué hablabas con Ginny? —le preguntó, alzando una ceja.
—De nada...
—¿De nada?
—Le he pedido que vaya al baile conmigo.
Hermione sonrió y Ron se alegró muchísimo.
—¿Sí? ¡Genial! —exclamó—. ¿Y qué te ha dicho?
—Que sí...
—¡Bien! —gritó Ron—. Ya era hora de que eligiera a alguien apropiado —añadió
bajando la voz para que no le oyera Dean Thomas, que charlaba con Neville cerca de
ellos.
—No nos hemos hecho novios ni nada de eso —explicó Harry, un poco asombrado
del comportamiento de su amigo.
—Ya, pero...
—Pero nada —le interrumpió Harry—. Vamos a ir al baile juntos y nada más, no te
imagines cosas extrañas.
Ron se calló, pero se le veía muy contento cuando finalmente se fueron a la cama.
Al día siguiente, lunes, tuvieron el entrenamiento que no habían tenido el domingo.
Todo el mundo recordaba aún la escena de la enfermería, donde aparte de Malfoy y
Crabbe estaba también Warrington, así que nadie discutió nada, e incluso Malfoy
estuvo callado, aunque no se privó de lanzar miradas despectivas y de rabia
contenida. No entrenaron demasiado tiempo, porque hacía bastante frío y empezó a
nevar con fuerza, siendo prácticamente imposible ver nada a dos metros de distancia.
Aún así, a Harry le resultó satisfactorio el comportamiento del equipo durante la hora y
media en que no había nevado.
Esa noche, Hermione fue a hablar con Krum. Harry y Ron vieron que la chica
debía de haberle dicho ya que no iría con él, porque el búlgaro puso una cara de
profunda tristeza y decepción, y levantó la vista mirando hacia Ron.
—¿Sabes? —le dijo éste a Harry, mirando al chico—. Incluso me da un poco de
lástima...
Harry le sonrió a su amigo, pero no dijo nada. Hermione regresó a la mesa.
—¿Qué le has dicho? —le preguntó Harry.
—Que iba a ir con Ron —respondió Hermione, seria—. Que lo sentía, y ya.
—¿Y qué te dijo él?
—¿Qué querías que me dijera? Me preguntó si yo... si... bueno, eso es cosa suya
¿no? —les espetó Hermione, poniéndose a comer sin mirarles.
Harry y Ron se miraron con cara de incomprensión, pero no dijeron nada.

Dado que el miércoles volvían a tener entrenamiento, Harry cambió la fecha de la


siguiente reunión del ED para el día anterior, martes.
—Bueno, para la última clase antes de las vacaciones, he pensado en algo
especial —les dijo Harry a todos los miembros, cuando estuvieron sentados frente a él
—. Todos habéis mejorado mucho, y creo que todos seríais buenos en duelo, así que
he pensado en algo más... grande, por decirlo así.
Todos se miraron entre ellos, nerviosos y expectantes.
—He pensado en hacer un combate entre dos equipos, usando sólo hechizos
aturdidores, obstaculizadores, maleficios de inmovilidad y escudos, claro. Bueno,
también podrían utilizarse encantamientos convocadores y de desarme. ¿Qué os
parece?
—Genial —dijo Dean, emocionado ante la idea.
—¡Sí, estupendo! —corroboró Seamus.
Todos los demás parecían también muy contentos ante la idea, así que Harry se
dispuso a dividir a los alumnos en dos equipos, partiendo de los que habían estado en
el Departamento de Misterios en junio.
—Bueno, yo estaré en un equipo, y será mejor que Ron y Hermione estén en otro,
¿vale? —dijo Harry—. Que vengan conmigo Neville y Ginny, con vosotros Luna...
Al final, en un equipo estuvieron Harry, Ginny, Neville, Parvati, Lavender, Cho,
Michael Corner, Colin Creevey, Katie Bell, Zacharias Smith y Terry Boot. En el otro
quedaron Ron, Hermione, Luna, Padma Patil, Anthony Goldstein, Ernie Macmillan,
Justin Finch-Fletchley, Hannah Abbott, Susan Bones, Dennis Creevey y Marietta
Edgecombe.
—Va a ser difícil, no tenemos mucho sitio —comentó Ginny, mirando a su
alrededor.
—Ya, pero es todo lo que... —dijo Harry.
—Eso puede arreglarse —interrumpió Hermione—. Sacó la varita y realizó en la
sala un encantamiento aumentador para hacerla el doble de grande.
—¡Guau, Hermione! —exclamó Harry, viendo los resultados.
—Está genial —murmuró Ernie Macmillan.
Hermione se ruborizó ligeramente, sonriendo.
Extendieron los cojines por la sala para no hacerse daño si caían, y ambos
equipos se pusieron uno frente al otro. Todos levantaron sus varitas, atentos a la seña
de Harry.
—¡YA! —gritó.
La sala se llenó instantáneamente de gritos de «¡desmaius!», «¡impedimenta!»,
«¡expelliarmus!» y «¡protego!». Las primeras víctimas de los hechizos empezaban a
caer sobre los cojines, o sobre el suelo. Las varitas volaban y los rayos de los
hechizos surcaban el aire como flechas. Harry había aturdido rápidamente a Justin, y
seguidamente, había ido a enfrentarse con Ron y Hermione, que habían acribillado a
encantamientos a Zacharias Smith y a Terry Boot. Se defendió bastante bien de sus
amigos, pero eran dos, y al final necesitó la ayuda de Neville para desarmar a Ron y
esquivar a Hermione. Se alejó de ella, dejando que se enfrentara a Neville y a Ginny,
mientras Ron intentaba conseguir una varita e intentaba esquivar los hechizos de los
contrarios.
—¡Cho!, ocúpate de despertar a los desmayados —le ordenó Harry a la chica. Ella
asintió y empezó a apuntar a los que estaban en el suelo exclamando «¡Enervate!»
Una y otra vez.
La batalla continuó durante otros diez minutos, pero, al final, el grupo de Harry,
donde sólo quedaban en pie él, Ginny y Katie Bell, logró aturdir a Hermione, la única
que quedaba en pie del equipo contrario, y la pelea terminó.
Agotados, empezaron a despertar a todos los que estaban desmayados, mientras
los inmovilizados recuperaban la capacidad de moverse.
—Ha estado muy bien —dijo Seamus, frotándose un brazo dolorido a causa de
una caída.
—Sí, ¡y ganamos! —gritó Neville, cogiendo del suelo su varita y entregándole la
suya a Ron.
—Todos habéis estado muy bien —los felicitó Harry—. Espero que hayáis visto la
diferencia entre un duelo, donde sólo hay que estar pendientes del oponente, de una
batalla como ésta, donde puede surgir un hechizo de cualquier lado. Es necesario
tener los ojos abiertos y la mente despierta y concentrada, porque cada instante puede
ser el último. Bueno, nos veremos la semana próxima.
—Repetiremos esto alguna vez, ¿verdad, Harry? —preguntó Colin.
—Sí, lo haremos —confirmó Harry—. Pero no la próxima semana. Para el
comienzo de vacaciones haremos algo sencillo y relajado. Hasta luego.
Los miembros del ED se despidieron y, lentamente, abandonaron la Sala de
Menesteres, rumbo a sus propias salas comunes.

El miércoles por la tarde se dirigieron al campo de quidditch. Harry había estado


hablando con Ginny y con Ron, y los dos se habían mostrado de acuerdo en
suspender los entrenamientos hasta navidades, porque cuando acababan las clases
ya era casi noche, y encima hacía demasiado frío. Ese día, por tanto se dirigieron
hacia el campo para hablar con los demás. Dado que no iban a tardar demasiado,
Hermione los acompañó.
Cuando llegaron ya estaban allí todos los demás. Harry se sorprendió de ver
también a Pansy Parkinson y algunas chicas más de Slytherin allí. También estaba
Goyle.
—¿Qué hacen éstos aquí? —le preguntó Ron a Harry, que se encogió de
hombros.
Harry saludó al equipo, y les comentó lo de dejar los entrenamientos hasta
navidades.
—Ya es de noche —dijo—. Y hace frío. En navidad tendremos más tiempo para
entrenar. Por otro lado, creo que estamos bastante preparados para la final...
—Sí, yo también creo que es buena idea —opinó Bradley—. Con este tiempo es
imposible hacer nada. ¿Qué pensáis vosotros? —preguntó, dirigiéndose a los de
Slytherin. Malfoy se apresuró a contestar, con desprecio.
—¿Y qué más da? Potter ya ha decidido ¿no? Él es el Gran Capitán.
—Oye, imbécil —le saltó Ron, que desde el sábado crispaba los puños cada vez
que le veía—. ¿No te quejabas el otro día del frío? ¿De qué te quejas ahora?
—A mí no me hables así, Weasley —le soltó Malfoy, adelantándose—. Mejor
preocúpate de que no le pase nada a la estúpida sangre sucia esa, que será lo único
para lo que valgas. En todo caso, si fracasas tampoco se perderá mucho...
Crabbe se rió, pero fue el único de los de Slytherin que lo hizo. Ron sacó su varita
en un segundo y le apuntó a Malfoy, que se quedó inmóvil un instante. Luego
retrocedió.
—Ya estoy harto —dijo Ron, mirándole con profundo odio—. Estoy harto de ti, de
aguantar tu maldita prepotencia por esa estupidez de la sangre limpia, o porque seas
hijo de tu querido papaíto Lucius Malfoy. Para mí no eres más que basura, y tu padre
es una basura aún mayor que tú.
Malfoy puso una expresión de asco como Harry no le había visto nunca, pero no
dijo nada. Hermione agarró a Ron.
—Déjale, Ron. No merece la pena que te metas en un lío por él.
Ron bajó la varita a regañadientes, lanzándole miradas asesinas a Malfoy.
—Vaya —dijo éste, sonriendo de nuevo—. Weasley, así que ahora te dejas
dominar por una sangre sucia, ¿eh? Bueno, viniendo de una familia como la tuya, es
de esperar. ¿En tu casa les laméis las botas a los muggles? —Sonrió—. Seguro que
sí, así al menos comeríais algo...
—No le hagas caso, Ron —dijo Ginny, mirando a Malfoy—. Lo dice porque él
escapó como un cobarde cuando los dementores llegaron a Hogsmeade.
—Sí, porque quizás ya sabía que iban a ir ¿verdad, Malfoy? —le espetó Ron.
Draco sonrió, pero no le contestó. Miró a Ginny.
—Yo no soy ningún cobarde, niña tonta. Lo que pasa es que nunca me pondría en
peligro por salvar a una sangre sucia como Granger, que no vale para nada.
—¿Ah, no, Malfoy? —intervino Harry, cortando a Ron, que se disponía a responder
—. Pues tu padre no opina eso. —Malfoy le miró, frunciendo el ceño, sin comprender
—. Sí. Él se siente avergonzado de que «una muchacha que ni siquiera viene de una
familia de magos te supere en todas las asignaturas» —dijo Harry, recordando lo que
Lucius Malfoy le había dicho a su hijo cuando iban a comenzar segundo, en una
oscura tienda del callejón Knockturn.
Malfoy se puso lívido.
—¿Quién te ha dicho eso, Potter? ¿Cómo sabes que... ?
—Sé muchas cosas, Malfoy. Más que tú, desde luego. No, Ron —dijo, dirigiéndose
a su amigo—. Malfoy no sabía nada del ataque de los dementores. Su padre, al fin y al
cabo, nunca ha confiado en él ¿verdad?.
—Es cierto —dijo Ron, sonriendo, recordando a qué se refería Harry—. Como tú
dices: «resultaría sospechoso que yo supiese demasiado». —Malfoy palideció aún
más—. Sí, Malfoy. Tú nunca llegaste a saber que fue tu padre el causante de los
ataques que hubo en segundo ¿verdad? Tu padre nunca te contó que él puso el diario
de Ryddle en el caldero de Ginny. Casi muere por su culpa... y Hermione...
Malfoy retrocedió, asustado. Crabbe y Goyle miraban a Harry y a Ron como si les
vieran por primera vez.
—Sí. Gracias a su padre, casi cierran el colegio ¿no lo sabíais? —dijo Harry
mirando a los demás de Slytherin—. Habría sido divertido que por no permitir estudiar
a los hijos de muggles vosotros hubieseis tenido que abandonar Hogwarts ¿verdad?
Los de Slytherin miraban alternativamente a Malfoy y a Harry y Ron, asombrados,
igual que muchos de los demás. Casi nadie conocía aquellas cosas.
—¿Recuerdas, Malfoy, lo que nos dijiste en el tren, cuando volvíamos a casa, al
terminar cuarto? —le preguntó Hermione, mirándole fijamente—. «Los sangre sucia y
los amigos de los muggles serán los primeros en caer» —le recordó. Luego miró a los
demás de Slytherin—. ¿Creéis que es cierto? ¿Creéis que estaréis a salvo por ser de
sangre limpia? ¿Creéis que, al igual que ahora, si no cumplís sus órdenes os esperará
algo como Azkaban? —Los de Slytherin miraron a Hermione, pero no dijeron nada—.
No. Él no perdona. No da otra oportunidad. Acordaos de Quirrell. Él le sirvió, le
ayudó... y Voldemort le abandonó cuando fracasó, dejándole morir. ¿Es eso lo que
queréis?
—Sí... —intervino Harry—. Igual que el sábado. Mandó a los dementores atacar
Hogsmeade... ¿Le importó algo que estuvierais allí? ¿Se preocupó de que pudieseis
sufrir daños? No, porque no le importa nada ni nadie que no sea él mismo. Peter
Pettigrew traicionó a sus mejores amigos... a mis padres —aclaró Harry. Hermione y
Ron se sorprendieron al oírle contar aquello—, a Sirius Black, por él. Yo le perdoné la
vida, cuando Lupin y Sirius querían matarlo, en tercero... y él huyó, y ayudó a
Voldemort a retornar... ¿Y cuál fue su recompensa?: Voldemort le obligó a cortarse
una mano por él, y luego se limitó a burlarse. —Todo el mundo puso cara de asco al
oír aquello—. ¿Crees que tu padre está a salvo por ser partidario suyo, Malfoy? Pues
no lo está. Voldemort no dudaría ni un segundo en matarle si eso le ayudara a
conseguir sus planes. El año pasado él y sus amigos entraron en el Departamento de
Misterios por orden suya, arriesgándose, y cuando Dumbledore apareció, se largó,
dejándolos allí. No le importó lo más mínimo que fueran a Azkaban. Vosotros casi
impedís que fuésemos allí, aquel día ¿recuerdas? Porque claro, tu padre no te lo dijo...
¿Te imaginas que hubieseis conseguido retenernos aquí? ¿Cómo crees que habría
actuado Voldemort si llega a saber que casi estropeáis sus planes?
Malfoy callaba. Los de Slytherin miraban al suelo, algunos asustados. Ellos casi les
habían impedido ir al Departamento de Misterios cuando formaban parte de la Brigada
Inquisitorial... Casi se habían interpuesto, sin saberlo, en los planes de Voldemort. Los
demás miraban a Harry, con una expresión extraña, entre la admiración, la sorpresa y
el temor.
—Sirius Black tenía un hermano —continuó Harry—. Se llamaba Regulus. Sus
padres, los Black, eran como tu padre, Malfoy. Tú ya debes saberlo, eres de su familia,
al fin y al cabo. Él también creía que Voldemort decía la verdad sobre esas tonterías
de la purificación de la sangre mágica y demás... y se unió a ellos. Pero tuvo miedo,
quiso dejarlo cuando Voldemort empezó a pedirle ciertas cosas. Obviamente, no pudo.
Le asesinaron. La purificación de la sangre mágica... —Harry soltó una risa sin alegría
— es curioso, teniendo en cuenta que él es hijo de padre muggle... —Harry sacudió la
cabeza, y miró a los de Slytherin otra vez—. Pensad si eso es lo que queréis para
vosotros y vuestras familias. Vivir bajo el miedo constante: porque Voldemort no sólo
mata a los enemigos o a los traidores... también tortura a los que le fallan. Así que, si
os unís a él, tened cuidado de no decepcionarle...
Harry calló. Malfoy no decía nada. Miró a Warrington, pero éste bajó la cabeza.
—¿Y qué, Potter? —soltó Malfoy—. Mejor arriesgarse a las iras del Señor
Tenebroso que aceptar vivir rodeados de gente como Granger y demás ¿verdad? —
dijo, mirando a su grupo—. Te crees muy hombre por haber escapado en junio, pero
no escaparás siempre.
Ron volvió a sacar la varita.
—¡No! —le dijo Harry, que tenía una expresión extraña en la cara—. Déjale. Es
demasiado estúpido para comprenderlo. Su causa ha podido costarle la muerte a
mucha gente, incluso a amigos suyos... pero qué más le da. Me das pena, Malfoy —
Harry le sonrió—. Sí, creo que ya no te odio. Sólo me das pena... me das pena por lo
equivocado que estás, por lo equivocado que está tu padre... Recuerdo una cosa que
Voldemort dijo la noche en que retornó, cuando tu padre y los demás volvieron a
reunirse con él: «yo no tengo clemencia»... Tu padre y los demás le abandonaron a su
suerte durante trece años, renegaron de él... ¿Crees que les ha perdonado? ¿Crees
que los aprecia? Tal vez ahora los necesite... pero, ¿y si gana? ¿Los perdonará, o
habrán de recibir su castigo?
Malfoy no aguantó aquello. Se puso lívido de rabia... y de miedo. Warrington alzó
la voz.
—¿Es cierto todo lo que has dicho? ¿Todo lo que has contado?
—¿No lo sabes acaso? —preguntó Harry—. Mírale a la cara a él y lo sabrás.
Pregúntale. Vosotros nunca habéis visto... nunca habéis entendido... a ellos no les
importa nadie, aparte de ellos mismos. Eres patético —dijo, volviendo a dirigirse a
Malfoy—. Tu padre es uno de sus seguidores predilectos, y tú temes incluso decir su
nombre... ¿Quieres vivir siempre con miedo, Malfoy? ¿Crees que si los dementores te
hubieran besado el sábado él le habría pedido disculpas a tu padre?
Aquello fue demasiado para Malfoy, sacó su varita y le apuntó a Harry.
—¡Des...!
Pero Harry fue mucho más rápido.
—¡Expelliarmus!
La varita de Draco saltó de su mano y Harry la cogió. Harry avanzó. Malfoy
retrocedió lentamente.
—Ya hace mucho tiempo que hemos dejado de ser unos niños, Malfoy —le dijo
Harry lentamente, mirándole directamente a los ojos—. Ya no es como en primero,
cuando jugábamos a quitarnos puntos, tratando de hacernos las cosas difíciles aquí.
Ya no es tiempo de bromas. He estado muchas veces al borde de la muerte, y no te
tengo miedo. Muchas cosas han cambiado desde al año pasado. Muchas más de las
que te imaginas... sé que eres demasiado estúpido, o demasiado orgulloso, para
entender, y yo no pienso peder el tiempo contigo. Estás solo. No tienes amigos...
realmente, me das pena. Nadie haría nada por ti.
Harry le devolvió su varita. Malfoy la cogió, pero su mirada irradiaba el odio más
intenso que a Harry le habían dirigido nunca.
—Lárgate —le espetó Ron.
—Sí, vete Malfoy —agregó Katie Bell.
—No queremos verte —añadió Ginny.
—Fuera —dijo Evan Modded.
Malfoy los miró a todos, con odio.
—Vámonos —ordenó, mirando a Crabbe, a Goyle y a los demás—. Larguémonos.
Se dirigió al castillo. Crabbe y Goyle le siguieron, Pansy Parkinson también, pero
miraba al suelo. Su grupo de amigas, tras dudar, fueron tras ella.
—Vais a acabar todos muy mal —les advirtió Malfoy, volviéndose—. Tenedlo por
seguro.
—Eso me lo llevas diciendo desde hace cinco años —replicó Harry—. Y aquí
seguimos.
Malfoy continuó. Harry se volvió y miró a Bletchley, a Warrington y a otros de
Slytherin que estaban con ellos.
—No todos en Slytherin somos así —dijo Warrington, y su voz sonó como una
disculpa—. No todos nosotros queremos que muera gente, ni apoyamos a Quien
Vosotros Sabéis.
—No sabíamos ni la mitad de las cosas que has contado —agregó Bletchley—. Yo
también tengo miedo de él.
Harry les miró.
—Está bien.
—No es que nos gusten los sangre... bueno, los hijos de muggles —explicó
Warrington, mirando a Hermione—. Pero no queremos que mueran, ni ellos ni los
muggles.
—¿Alguna vez habéis tratado con alguien de familia muggle? —intervino
Hermione, acercándose.
—No... —admitió Bletchley—. Es algo que nunca...
—Pues deberíais. Creo que nunca he hecho nada para merecer vuestro desprecio.
—Nosotros no queríamos que muriera nadie cuando hubo los ataques, hace cuatro
años —dijo Bletchley—. No nos importaba que os asustaran, pero no queríamos que
hubiera muertos.
—Está bien —dijo Hermione—. Quizás... quizás muchos de nosotros podríamos
empezar de nuevo.
—Lo sentimos —dijeron Warrington y Bletchley dándole la mano a Hermione,
aunque con algo de reticencia—. No queremos que nos odiéis. Nunca nos habíamos
dado cuenta de lo mucho que todos nos odiáis a los que estamos en Slytherin hasta
que vimos a los demás en la enfermería, el día del ataque, y no nos gusta. No nos
importaba que prefirierais que ganara cualquier casa que no fuera la nuestra, pero no
queremos que nos odiéis de esa forma. Nosotros también tuvimos miedo en
Hogsmeade.
—Yo no quiero odiar a nadie —repuso Harry.
—Creemos que eres un buen capitán del equipo, Potter —le dijo Warrington—.
Has hecho un buen trabajo.
—Gracias —Respondió Harry, sonriendo ligeramente.
Bletchley se dirigió a Ron.
—Eres un buen guardián —admitió—. Te mereces el puesto.
Ron dudó, pero al final le estrechó la mano.
—Sentimos lo de la canción, Weasley —añadió Warrington—. Y también lo de
aquel día en el despacho de Umbridge... nosotros también creíamos que era un
estúpida, pero... bueno...
—Está bien, dejadlo así. Olvidémoslo —dijo Harry.
—Deberíamos regresar al castillo —sugirió Ginny—. Aquí hace demasiado frío.
—Sí, será lo mejor —dijo Harry, mirando a su alrededor—. Se ha hecho casi de
noche.
Harry volvió la vista hacia, el castillo, y vio a Malfoy, Crabbe y Goyle, que miraban
la escena desde lejos. Pansy Parkinson y sus amigas ya se habían ido al castillo.
Harry los miró un momento, y echó a andar hacia ellos.
—Harry ¿adónde vas? —preguntó Hermione.
—Nos vemos ahora —respondió Harry.
Corrió y se acercó a Malfoy, que fruncía el ceño y parecía muy contrariado.
—Quiero hablar contigo, Malfoy —dijo Harry suavemente.
—Pues yo contigo no. ¿Crees que me lavarás el cerebro, como a esos estúpidos
de Warrington y Bletchley? Pues no lo harás.
—Yo no quiero lavarte el cerebro. Sólo quiero hacerte una pregunta.
Malfoy no dijo nada.
—¿Sabías lo de Hogsmeade? —preguntó Harry.
Malfoy curvó su boca en una sonrisa, pero no respondió.
—Dime que no lo sabías, y te creeré.
Malfoy arrugó la frente.
—¿Qué? ¿Ahora confías en mí?
—No, pero te creeré si aquí y ahora me dices que tú no sabías nada.
—¿Y qué más te da?
—Mira, Malfoy. Nos hemos odiado desde el primer día que nos vimos. Sé que
nunca podríamos llegar a ser amigos. Sólo trato de darte una nueva oportunidad. No
te pido que te unas a nosotros, o a nuestro bando. Sólo que te apartes.
Malfoy sonrió.
—¿Y por qué? Tú elegiste el bando malo, Potter. Te lo dije siempre. Estás en el
bando perdedor.
—¿Sabes lo que me da más pena de ti, Malfoy? —Draco le miró—. Que no te das
cuenta de que, consigáis o no la victoria en esta guerra, siempre seréis los
perdedores.
—¿Eso crees, eh? Pues déjame decirte que yo pienso que no. El Señor Tenebroso
librará al mundo mágico de toda esa basura como los sangre sucia y demás. Yo a eso
lo llamo ganar.
—¿Por qué ese odio a los hijos de los muggles? ¿Por qué?
—¿Lo ves, Potter? Tú también te criaste con muggles. Tú tampoco entiendes
nuestras costumbres. Esa infecta sangre sucia quitó a los sangre limpia lo que era
nuestro por derecho. Deben ser eliminados.
—¿De qué hablas?
Malfoy sonrió más, despectivamente.
—No tienes ni idea de nada. Nosotros hemos estado en el mundo mágico siempre.
No vamos a tolerar que los sangre sucia aparezcan de pronto a aprovecharse de lo
que es nuestro. Perderéis, Potter. Te veré muerto.
—Malfoy. Recuerda lo que pasó en la enfermería el otro día. Te estoy dando una
oportunidad, a pesar de lo que te detesto, de que recapacites. Es una última
oportunidad. Haz tu elección, porque no habrá vuelta atrás. Si ahora eliges ser como
eres, seguir así, pues bien, te consideraré como enemigo, y entonces pobre de ti si me
entero de que has hecho alguna.
—¿Eso es una amenaza?
—Sí, lo es.
—Bien, Potter. Pues déjame a mí decirte algo: no me importan tus amenazas.
Estoy donde tengo que estar. Jamás me juntaría con alguien como tú, Granger o
Weasley.
Malfoy se volvió y se dirigió al castillo.
—Bien —dijo Harry, mirando hacia la espalda de Malfoy—. Has elegido. Espero
que nunca necesites que alguien arriesgue su vida por ti, Malfoy.
Le miró durante unos segundos y se volvió, a esperar a los demás. Se había
tragado su orgullo, y el odio que sentía por Malfoy, por darle una nueva oportunidad,
porque había visto el miedo en su cara el día del ataque de los dementores, porque
había esperado que quizás comprendiese lo que podía ser el futuro bajo Voldemort,
pero no lo había conseguido. Estaba tan convencido, o su orgullo era tan grande, que
nunca aceptaría lo erróneo de su conducta. Harry no pensaba volver a intentarlo. Una
vez, él había rechazado la mano de Malfoy, porque Malfoy no le gustaba, y además él
había despreciado a Ron, sólo porque era pobre, y Ron y su familia habían sido las
únicas personas, aparte de Hagrid, que le habían tratado bien. Quizás no fuera el
mejor en nada, quizás no tuviera mucho dinero, pero era un amigo leal, y buena
persona. Con él y su familia Harry se sentía como con la suya propia, y eso, para
alguien que no había conocido más que desprecio hasta donde podía recordar, era
más importante que ninguna otra cosa.
Ahora, él le había tendido no la mano, pero sí un puente a Malfoy. Una oportunidad
de no ser algún día un mortífago, pero el chico la había rechazado. Según él, parecía
muy ofendido por algo que los hijos de muggles les había hecho, o quitado, pero Harry
no sabía qué era.
Harry no le había mentido. Había sido una última oportunidad. Estaban en guerra,
sus amigos estaban amenazados, y él no iba a permitir que nada pudiera pasarles. No
toleraría ni lo más mínimo al enemigo. Ahora, para él, Malfoy no era ya partidario del
enemigo: era parte del enemigo, lo mismo daba si realmente era así o no. Si hacía
algo, o si Harry sospechaba algo, ninguna norma del colegio, prefecto o profesor
libraría al Slytherin de pagar por ello.
Los demás llegaron entonces junto a él, interrumpiendo sus pensamientos, y, sin
decir nada, emprendieron el rumbo al castillo. Para entonces, volvía a nevar. Hermione
abrió un camino en la nieve, y los demás iluminaron sus varitas. Nadie habló mientras
recorrían el camino que separaba el castillo del campo de quidditch. Cuando llegaron
al vestíbulo, se miraron un momento.
—Bueno, nosotros nos vamos a nuestra sala... —dijo Warrington— Nos vemos...
—Adiós —se despidieron. Los de Ravenclaw se fueron a su sala, los de Hufflepuff
a la suya y los de Gryffindor se dirigieron al pasillo de la Señora Gorda. Entraron y se
sentaron junto al fuego.
—¿Ha sido una tarde extraña, verdad? —Preguntó Hermione.
—Sí —corroboró Ginny—. Nunca imaginé...
—La mayoría de ellos no tenían ni idea de muchas de las cosas que pasan... —dijo
Hermione.
—Malfoy, sin embargo... —Dijo Ginny.
—Malfoy es imbécil —Dijo Ron, tajante.
—¿De qué hablaste con él, Harry? —quiso saber Hermione.
Harry les contó su conversación con Malfoy, su propuesta, y la negativa del
muchacho.
—Bueno, era de esperarse, ¿no? —dijo Ginny.
—Habrá muchos como él —les dijo Harry—. Pocos actuarán como Warrington y
Bletchley. Ya visteis a Parkinson y a sus amigas.
—Sí, pero al menos tuvo la decencia de avergonzarse —agregó Hermione,
sonriendo.
—Hay más gente que opina así —dijo Harry—. Acordaos de todos aquellos que se
unieron al grupo de los mortífagos en los Mundiales de Quidditch para divertirse a
costa de aquellos muggles...
—Dejemos esto —pidió Ron—. Podríamos hacer algo más productivo, como bajar
a cenar.
Todos se rieron, y siguieron a Ron por el agujero del retrato.
Cuando llegaron al Gran Comedor, se fijaron en que la mesa de Slytherin estaba
muy alterada. Malfoy miraba hacia ellos a cada rato, con la mayor mirada de odio que
le habían visto nunca. Su mirada se cruzó con la de Harry, dejando claro lo que se
habían dicho: el tiempo de los juegos se había acabado. Ahora eran enemigos, pero
no como lo habían sido antes; ahora eran enemigos de verdad. Cada uno había
escogido su bando, y nada podría cruzar el precipicio formado entre ambos.
Eso, sin embargo, no explicaba la alteración en la mesa de Slytherin, ni la cara de
enfado de Malfoy. No tuvieron que esperar mucho para saber qué pasaba, porque, a la
salida de la cena, Dullymer se acercó a ellos.
—¿Qué habéis hecho esta tarde? —les preguntó, serio.
—¿Cómo? —dijo Harry—. ¿A qué te refieres?
—Tuvisteis un enfrentamiento con Malfoy en el campo de quidditch, ¿verdad?
—Sí —le respondió Harry.
—Pues no sabéis la que habéis armado: Warrington y Bletchley llegaron después,
y Draco se les enfrentó. Tuvieron una discusión muy fuerte. Todo el mundo se enteró
de eso que dijiste sobre que el padre de Draco había sido el causante de los ataques
en segundo, y Warrington le dijo a Malfoy que era un odioso y que todo el mundo
odiaba a Slytherin más que nunca por causa suya y cosas así... Se armó una buena.
Algunos se pusieron de parte de él, y otros en contra, luego discutieron acerca de
Quién Vosotros Sabéis y demás... Draco está enfadadísimo con vosotros.
Ron sonrió.
—¿Draco Malfoy con enemigos en Slytherin? —preguntó, sin acabar de creérselo
—. Pues me alegro, es hora de que le pongan en su sitio también allí. Francamente,
no me extraña, después de lo sucedido el sábado en Hogsmeade... Es hora de que la
gente de tu casa espabile y se entere de a quién tiene por compañero.
—No te digo que no —repuso Henry—. Pero yo que vosotros tendría cuidado.
Nunca le había visto tan furioso... y bueno, no está solo. Hay gente que le apoya, no lo
olvidéis.
—Estamos acostumbrados a las furias de Malfoy, no te preocupes —le dijo Harry
—. Ojalá nuestro único problema fuese él...
—Bueno, yo os he avisado.
—De acuerdo —dijo Ron—. Gracias.
Dullymer se despidió y se fue, y ellos regresaron a la torre de Gryffindor.
—Guau —dijo Ron al entrar—. Ya estoy deseando verle de cerca, a ver la cara que
pone ese estúpido... Bueno —Ron miró a Harry—. ¿Va una partida de ajedrez antes
de irnos a dormir?
Harry aceptó la partida.

El resto de la última semana pasó tranquilo, aunque Malfoy, Crabbe y Goyle, cada
vez que veían a Harry, Ron y Hermione crispaban los puños, lanzándoles miradas
asesinas. Harry suponía que buscaban alguna ocasión apropiada para vengarse, pero
le daba lo mismo. De todas formas, no tenían muchas oportunidades, porque nadie
vagaba por el castillo a deshora, ni nadie iba nunca solo, con lo que Malfoy y los
demás sólo podían gruñir y poner malas caras.
Así llegó el final del trimestre, y los carruajes aparecieron frente a las puertas para
llevar a casa a los alumnos que se iban por Navidad, aunque, desde luego, nadie de
cuarto para arriba se iba a casa, ni ninguno de los alumnos de los cursos inferiores
que estaban invitados al baile. Harry, Ron y Hermione pasaron la tarde del último
viernes de clase tomando el té con Hagrid. Al día siguiente, sábado, tendrían el primer
entrenamiento del equipo, y Harry quería empezar temprano, para jugar un buen rato
antes de que llegara la noche.
El sábado, después de comer, Harry y Ron se levantaron para ir hacia el campo de
quidditch. Ron le preguntó a Hermione si le apetecía ir, pero ella se negó.
—Voy a aprovechar para visitar las cocinas —dijo, decidida—. Y luego iré a la
biblioteca...
—¿Aún sigues con lo del PEDDO? ¡Creí que ya lo habías dejado! —exclamó Ron.
—¡Por supuesto que no! —Dijo Hermione, ofendida—. No voy a dejar a los pobres
elfos desamparados. Simplemente, he hecho una pausa por falta de iniciativas... pero
no voy a dejarlo.
Ron meneó la cabeza, pero no dijo más. Subieron a coger las escobas y,
acompañados por Ginny, bajaron al campo. Fueron los primeros en llegar. Entraron en
los vestuarios y se cambiaron, procurando ponerse mucha ropa de abrigo. Realmente
hacía mucho frío. Un rato después fueron llegando el resto de jugadores, pero los de
Slytherin venían en dos grupos: en uno Malfoy y Crabbe, y en el otro Warrington,
Bletchley y el otro cazador suplente.
En cuanto Malfoy y Crabbe entraron, le lanzaron una mirada asesina a Harry y a
Ron, pero no dijeron nada, y Harry no les hizo caso. Dio las instrucciones para el
entrenamiento como siempre, y salieron a jugar. Las condiciones eran bastante
buenas, porque a pesar del frío y la nieve, el día estaba claro y se veía bien.
Fue un buen entrenamiento. Los de Slytherin se mostraron más colaboradores que
nunca, excepto Malfoy y Crabbe, que se comportaron de manera muy agresiva. En
una ocasión, Crabbe le lanzó una bludger tan fuerte a Ginny si la chica no hubiera
tenido buenos reflejos la habría tirado de la escoba. Ron se puso hecho una furia.
—¡Pero qué haces, bestia! ¿Estás loco? —Ron voló hacia él. Crabbe se reía.
—Veremos qué hace Weasley, ¿eh, Potter? —le dijo Malfoy a Harry, observando
la escena.
Harry le lanzó una mirada dura a Malfoy y se lanzó hacia Ron, pero sin necesidad,
porque Warrington y Katie Bell le pararon.
—Venga, Ron, no ha pasado nada. Déjale —dijo Katie
—Oye, Crabbe —dijo Harry, acercándose—. Si vuelves a hacer algo así en un
entrenamiento, hablaré con la señora Hooch, ¿entiendes? Así que si quieres seguir en
el equipo, compórtate.
Crabbe miró a Harry, sin dejar de sonreír.
—Vamos, vamos, Potter. Tu querida admiradora debería poder defenderse de una
simple bludger, ¿no? —Sonrió aún más—. A lo mejor no...
—Cállate, Draco —le espetó Warrington—. Deberíamos seguir con el
entrenamiento.
—Vaya, ¿ahora también defiendes a esta escoria? —le contestó Malfoy—. ¿Por
qué no te buscas una sangre sucia para que te acompañe al baile? ¿Qué, te han
perdonado haber sido miembro de la Brigada Inquisitorial? ¿O Potter va a firmarte un
autógrafo?
—He dicho que te calles.
—¡Basta! —gritó Harry—. Las diferencias personales que tengamos las dejamos
para después, estamos aquí porque somos un equipo ¿de acuerdo? Y nos vamos a
comportar como un equipo. Ron, vuelve a los aros.
Ron obedeció, pero siguió lanzando feroces miradas a Crabbe y a Malfoy.
El entrenamiento, afortunadamente, terminó sin más incidentes, pero la tensión se
notaba cada vez más. Harry se preguntó cuánto aguantaría el equipo aquella
situación.
Mientras se cambiaban, al terminar, Harry miraba a Draco. Le había pedido que le
dijera que no sabía nada del ataque de los dementores. Si se lo hubiese dicho, Harry
le habría creído, porque si lo hubiese sabido, Harry estaba seguro de que se
vanagloriaría de ello. Pero Malfoy no le había respondido, y ahora no sabía qué
pensar; por una parte, estaba casi convencido de que si lo hubiese sabido, no habría
ido a Hogsmeade aquel día. Por otro lado, si Malfoy no hubiera hecho aquella extraña
burla con el galeón, Harry no se habría dado cuenta de que no llevaba su monedero
hasta llegar al pueblo, y el plan de hacerle ver cómo los dementores eliminaban a Ron
y a Hermione habría fracasado. ¿Lo habría hecho Malfoy a propósito, o había sido
casualidad? ¿Y si había sido casualidad, cómo pensaba hacer el que le había quitado
el monedero para que se diera cuenta de que no lo llevaba? ¿Lo habría dejado a la
suerte? Harry lo dudaba. Conocía lo suficientemente bien a Voldemort como para
poder asegurar que ninguno de sus siervos dejaría los detalles de un plan como ése a
la suerte.
Sus pensamientos no le llevaban a nada. Estaba tan confundido como antes.
18

El Baile de Navidad

El primer domingo de las vacaciones de navidad, la mayoría de los alumnos se lo


pasaron jugando fuera, en la nieve. Harry, Ron y Hermione también salieron.
Empezaron a jugar a lanzarse bolas de nieve con otros muchos alumnos, y acabaron
en una verdadera batalla campal. Harry, Ron y Hermione se enfrentaron a Neville,
Seamus y Dean, hechizando bolas de nieve para golpearse. Obviamente, los primeros
tenían ventaja, porque Hermione dominaba los hechizos levitatorios como nadie y
pronto tuvo un verdadero ejército de bolas de nieve, que Ron y Harry hacían,
persiguiendo a los otros tres. Tanto revuelo armaron, que los alumnos de Castelfidalio
se les unieron, y luego también los de Beauxbatons, ya que Amelie, su capitana,
estaba charlando con Viessi, y había ido corriendo a avisar a sus compañeros.
Llevaban ya otro buen rato cuando Ginny y sus amigas se les acercaron para
participar, y luego el resto del ED. Harry tenía que reconocer que Marietta Edgecombe
era realmente simpática si se lo proponía, y se lo había propuesto, para intentar
compensar lo del año anterior. Había pedido disculpas a todo el mundo e incluso
Hermione le había dicho que lamentaba lo del embrujo, pero que «era necesario». Ron
se sorprendió bastante de eso, pero sólo se lo comentó a Harry.
No pasó mucho antes de que medio colegio estuviera observando cómo jugaban
todos ellos con la nieve. Dado que Hermione era tan buena con los hechizos
levitatorios, casi todos los demás fueron contra ella.
—¡Aaagh! —gritó, cubriéndose como podía e intentando alejar la enorme cantidad
de bolas que les arrojaban.
—¡Venga, a por ellos! —gritó Seamus, pletórico.
—Por las barbas de Merlín... ¿y qué hacemos? —preguntó Ron, viendo cómo
todos se les venían encima, riéndose.
—Haz un encantamiento escudo repulsor, Ron —dijo Harry, riéndose—. Tengo
una idea... ayúdale Hermione.
Lo hicieron, y las bolas que les lanzaban empezaron a rebotar.
—¡Vamos, Harry, no resistiremos todo el día! —le dijo Ron, retrocediendo.
—Vale, allá voy... ¡Preparaos! —les gritó a los demás. Levantó su varita, apuntó al
frente, y gritó—: ¡Deflagratio!
Hermione le miró abriendo mucho los ojos.
—¡Harry! ¿Qué...?
El hechizo de Harry estalló a unos metros de ellos, pero no produjo fuego, sino que
levantó una gran cantidad de nieve, arrojándola contra los demás, que avanzaban
hacia ellos, y haciéndoles caer, completamente cubiertos de blanco.
Harry, Ron y Hermione estallaron en carcajadas, viendo a los demás.
—¡Eso no vale! —gritó Ginny, perpleja y cubierta de nieve.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Anton, levantándose y sacudiéndose la
nieve que le cubría.
—Se me da bien —respondió Harry, que no podía parar de reírse.
—¿Ah, sí? —dijo Neville, con mirada peligrosa, y apuntó a Harry—. ¡Expelliarmus!
La varita de Harry saltó de las manos, y Neville la recuperó con el encantamiento
convocador.
—¡Buena idea! —gritó Cho, desarmando a Ron, mientras Hannah Abbott le quitaba
la varita a Hermione.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ginny, con una risita.
—Creo que necesitan un escarmiento.
—Sí, yo también lo opino.
—¡No vale! —exclamó Ron—. Sin las varitas no...
Pero no terminó la frase, sino que empezaron a correr, perseguidos por todos los
demás, que aún estaban medio cubiertos de blanco. Se dirigieron a la cabaña de
Hagrid, y entraron en ella, cerrando la puerta.
—¿Qué hacéis? —preguntó Hagrid, que se había levantado de un brinco,
sorprendido. Estaba tomando el té con Madame Maxime, que también miraba a los
tres con curiosidad.
—Bueno, verás, es que estábamos en una pelea de bolas de nieve, y lo tenemos
mal, como puedes oír —explicó Harry, jadeando, mientras fuera se oían los gritos de
«¡Salid!» y «¡Hagrid, sácalos!».
Hagrid se rió.
—¿Y vuestras varitas?
—Las tienen ellos —respondió Ron, mirando por la ventana, contra la que se
estamparon varias bolas de nieve.
—Pues lo tenéis mal... —les dijo Hagrid, sonriendo.
—¡Salid! —se oyó gritar, al otro lado de la puerta.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Hagrid.
—Bueno, habrá que salir, supongo... —dijo Harry, temeroso.
—Suerte —les deseó Madame Maxime.
—Gracias —respondió Hermione, mientras Harry abría la puerta lentamente.
Los tres salieron de la cabaña, despacio, mientras todos los demás les miraban,
con las varitas sacadas y rodeados de bolas de nieve flotantes.
—Eh... bueno... ¿no podríamos hacer una tregua? —preguntó Ron.
El grupo de alumnos que tenían delante estalló en una carcajada. Eran muchos:
todos los miembros del ED, los de Castefidalio, los de Beauxbatons, así como varios
alumnos más, entre los que se encontraba Henry Dullymer, que hablaba con Ginny
mientras les miraba.
—Bueno, ¿qué decís? —preguntó Harry.
La respuesta fue una inmensa lluvia de bolas de nieve que los dejó empapados.
Se quitaron la nieve como pudieron, mientras Ginny, Cho y Neville les devolvían,
riéndose, sus varitas.
—Ya estamos en paz —dijo Neville.
Se juntaron todos y se pusieron a hablar, riéndose. Un grupo de chicos riéndose y
hablando, disfrutando de los primeros días de la Navidad, riéndose a pesar de lo que
habían pasado recientemente.
Desde una ventana del cercano castillo, un anciano de larga barba blanca les
observaba con una sonrisa. Le alegraba verlos así. Le daba esperanzas. Nadie sabía
tan bien como él cuán mal estaban las cosas, cuán terrible sería la tormenta cuando
de verdad estallase. Sabía muy bien que, hasta el momento, sólo habían llegado los
primeros nubarrones. Contempló al grupo de chicos, especialmente a seis de ellos.
Cuánto habían cambiado, cuánto habían aprendido. Sólo esperaba que nada pasara
antes del baile de Navidad, que tuvieran ocasión de disfrutar y distraerse por unos
días. En ellos estaba la esperanza, y ahora, viéndolos así, unidos, supo que quizá todo
acabaría bien.
Con una sonrisa aún más grande, Albus Dumbledore se retiró de la ventana.
En el nevado jardín, el grupo de chicos se disgregó, excepto algunos grupitos
aislados. Se despidieron y cada uno regresó a su habitación, o, en el caso de los de
Beauxbatons y Castelfidalio, a su carruaje o tienda de campaña, a secarse y a
cambiarse de ropa.
—Ha sido estupendo, ¿verdad? —decía Ginny cuando llegaron a la sala común.
—Ya lo creo... ese hechizo explosivo, Harry ¡fue espectacular! —añadió Dean.
—Sí, pero pudo haberte salido mal —le reprendió Hermione.
—Sé lo que hago —repuso Harry—. Controlo perfectamente ese hechizo.
—Ya lo sé, pero de todas formas...
—Vamos, Hermione, tú también te reíste —le dijo Ron.
—Sí, pero es que... fue muy gracioso —dijo Hermione, que abandonó su expresión
seria y volvió a reírse.

Los días que transcurrieron hasta el día del baile no fueron tan divertidos, ya que
tenían bastantes deberes, y Harry también tenía que pensar en los entrenamientos de
quidditch y en la siguiente reunión del ED. Desde el domingo hasta el día del baile, el
jueves, tenían entrenamiento dos días, el lunes y el miércoles, así que Harry señaló el
martes a las seis para la próxima reunión del ED.
Los entrenamientos iban bastante bien, y todo el equipo se mostraba satisfecho.
Incluso Malfoy se ahorraba sus comentarios, aunque no parara de lanzar miradas
asesinas a Harry y a Ron.
El martes, Harry se dirigió solo a la Sala de los Menesteres. Hermione y Ron
tenían que hacer algo de unas rondas por ser prefectos, así que acordaron en verse
allí.
Fue el primero en llegar, y se sentó, a esperar, hasta que unos minutos después
de él llegó Luna Lovegood.
—Hola —saludó ella en cuanto llegó, sentándose a su lado.
—Hola. ¿Qué tal te va?
—Bueno, como siempre —respondió ella—. ¿Y a ti? Ya he visto que te encuentras
mejor que aquel día que estabas junto al lago.
—Sí, me encuentro mejor. Ese día me ayudaste. Y ya es la segunda vez —dijo
Harry sonriendo—. Gracias.
—No hay de qué.
—¿Vas a ir al baile? —le preguntó Harry.
—No creo —contestó ella—. Nadie me ha invitado.
—¿Por qué no invitas tú a alguien?
—Nadie querría ir conmigo. Además, no me gusta bailar.
—Bueno, aquí te apreciamos... ¿Por qué no se lo pides a Neville? Creo que él
tampoco tiene pareja...
—Sí que tiene —dijo Luna. Harry la miró, un tanto sorprendido—. Me encontré con
él hoy por la tarde y estuvimos hablando un rato.
—¿Y quién es?
—No lo sé...
—Bueno, pues no sé... alguien del ED habrá que no tenga pareja, ¿no?
—Da igual —dijo Luna—. Pero, de todas formas, igual me paso por allí...
—Sí, venga. Aunque no traigas pareja, nos reiremos un rato...
No siguieron hablando más, porque empezaron a llegar todos los demás.
—Bueno —dijo Harry a sus compañeros cuando estuvieron todos en la sala—.
Dado que todos estaréis más preocupados por el baile de Navidad que por otras
cosas, hoy haremos algo sencillo... y no será una batalla con bolas de nieve —añadió,
entre las risas de los demás—. He pensado en practicar el hechizo Incárcerus... No es
demasiado potente, pero resulta útil. Es lo único que aprendí de la profesora Umbridge
—comentó, sonriente, mientras los demás repetían entre ellos «¿Ha dicho la profesora
Umbridge?»—. Os haré una demostración. Levántate, Ron.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Vamos, no voy a hacerte nada.
Ron se levantó, con desconfianza, y se puso delante de Harry.
—Vale, este hechizo sirve para atar al contrario ¿de acuerdo? Observad. —Apuntó
con la varita a Ron y exclamó—: ¡Incárcero!
Unas cuerdas se soltaron de la punta de su varita y ataron a Ron, haciéndole caer
al suelo.
—¿Veis? No es muy potente, pero es algo —comentó, mientras señalaba a Ron de
nuevo, diciendo «¡Diffindo!» para liberarle—. Poneos en parejas y practicad. Y cuidado
al liberar a vuestras parejas, no les vayáis a seccionar un brazo o una oreja...
Se pusieron en grupos para practicar. No tardaron demasiado en coger la idea del
hechizo, que era bastante sencillo. Luego, Harry les dijo que se fueran, que ya
seguirían después del día del baile.
Cuando iban a irse, Cho le pidió a Harry si podía hablar con él.
—Eh... sí, claro —respondió.
—Te esperamos abajo, Harry —dijo Hermione, que salió con Ron y Ginny.
—¿Me esperáis abajo también vosotros? —les preguntó Cho a Michael y a
Marietta.
—Claro —contestó el chico. Al parecer, se había dado cuenta de que Harry no
tenía ninguna intención con Cho, o tal vez ella le había asegurado que no sentía nada
por Harry, pero se había vuelto mucho más amable y confiado—. Hasta luego, Harry.
—¿Qué querías? —preguntó Harry, algo nervioso, cuando se quedaron solos.
—Bueno... sólo hablar un minuto —dijo ella, dando una vuelta alrededor de Harry,
que la miraba, desconcertado. Cho miró al techo, donde Dobby había colgado
muérdago—. ¿Te acuerdas del año pasado? Me dijiste que seguramente estaría lleno
de nargles...
—Sí... —dijo Harry, que no entendía por qué Cho le hablaba de aquello. Ella
estaba con Michael... Su mente empezó a divagar. ¿Qué haría si intentaba besarlo
otra vez?
—¿Tienes pareja para el baile de Navidad? —preguntó ella, mirándole y sonriendo.
—Eh... sí, voy a ir con Ginny.
—Me alegro —dijo Cho, mirando la sala como si la viese por primera vez—. Yo voy
a ir con Michael, claro.
—Claro —dijo Harry, que seguía sin entender a qué venía aquello.
—Bueno, sólo quería desearte feliz navidad, y eso, saber si ibas a ir al baile... y
si... bueno, si no te importaría bailar una vez conmigo. Por los viejos tiempos...
—Eh... —dijo Harry, perplejo ante la invitación— No, claro que no... bueno, si
Ginny no tiene inconveniente...
Cho le sonrió.
—No pienses cosas que no son —aclaró la chica—. Pero realmente me apetecía...
como hace dos años me lo pediste... ¿Sabes? —añadió—. Si no hubiera ido con
Cedric igual habría aceptado...
Harry le sonrió por vez primera desde que se habían quedado solos.
—Oye... sé que no fui muy comprensivo contigo el año pasado... Yo, si quieres...
estoy dispuesto a contarte todo lo que sucedió aquella noche...
—Gracias, Harry... pero creo que ya no lo necesito. Sé que para ti no fue fácil estar
conmigo... —Bajó la mirada, y luego volvió a mirar a los ojos de él—. Has cambiado
mucho este año... Has crecido ¿sabes? Estás distinto...
—Sí, lo estoy —reconoció Harry, pensando en ello—, han pasado muchas cosas...
y he sabido... bueno, lo siento, no puedo decírtelo...
—No pasa nada —dijo ella—. Bueno, será mejor que bajemos ¿no? Nos veremos
en el baile —se despidió, dirigiéndose a la puerta.
—¡Espera! —la llamó Harry—. No debemos andar solos por el castillo. Bajaremos
juntos.
—Vale —aceptó Cho, sonriendo abiertamente.

Cuando Harry entró por el retrato de la señora gorda, diez minutos más tarde, se
encontró a Ginny, a Ron y a Hermione, que le esperaban. Harry se sentó al lado de
Ginny y Hermione.
—¿Qué te quería? —le preguntó Ginny, con interés.
—Nada. Sólo saber si iría al baile, y si tenía pareja...
—¿Por qué? —preguntó Ron—. ¿Ella no va a ir con Corner?
—Sí —respondió Harry, acariciando a Crookshanks, que se había subido a sus
piernas.
—¿Entonces?
—Bueno, me dijo que hace dos años, si no hubiese ido con Cedric, tal vez habría
ido conmigo... y que si querría bailar una vez con ella pasado mañana. ¿Te importa?
—le preguntó a Ginny—. Yo le dije que claro que no me importaba, pero si a ti te
molesta...
Ginny le sonrió.
—Claro que no, Harry, no te preocupes.
Harry sonrió también, aliviado. Lo último que habría querido era que Ginny se
hubiese enfadado.

Pasó el miércoles y finalmente llegó el día de Navidad. Harry se despertó bastante


pronto, pero no tanto como Ron, que ya estaba mirando sus regalos de Navidad
cuando Harry se incorporó.
—...aquí el tradicional jersey Weasley —decía Ron, abriendo sus regalos. Ya
estaba vestido. Sintió a Harry y miró hacia él—. ¡Ah! Buenos días, Harry. Feliz
Navidad.
—Feliz Navidad, Ron —contestó Harry sonriendo.
Seamus, Neville y Dean también se habían despertado y empezaron a abrir sus
regalos. Harry abrió el primer paquete, que resultó ser el jersey de la señora Weasley,
verde con unas letras doradas que ponía «HP», más la acostumbrada caja de dulces.
Hagrid les enviaba también un gran surtido de golosinas de Honeydukes, con todas las
preferidas de Ron y Harry. Fred y George les enviaron un nuevo paquete de su tienda,
que contenía unos sombreros que dejaban caer sobre la cara del que se los ponía
ceniza, huevo, harina o agua. Ron, tras abrir el paquete de sus hermanos, abrió el de
Harry, que era un estupendo álbum de fotos sobre los Chudley Cannons, su equipo de
quidditch favorito.
—¡Gracias, Harry! —exclamó Ron pasando algunas páginas, antes de seguir
abriendo el resto de regalos.
Harry desenvolvió otro de sus regalos. Era un libro, una especie de álbum de fotos.
Era de parte de Ron, Hermione y Ginny. Tenía un título: La Primera Copa de
Quidditch. Harry lo abrió, extrañado, y vio lo que era: una gran colección de fotos de
los partidos de quidditch de su tercer año en Hogwarts, cuando habían ganado el
campeonato por primera vez.
—¿Cómo has...? —preguntó Harry, emocionado, mirando a su amigo.
Ron sonrió.
—Colin Creevey —respondió Ron—. ¿No recuerdas que se pasaba todo el día
haciendo fotos? Pues Ginny habló con él y le pidió una copia de todas las de ese año
en los partidos. Es un regalo de los tres, no sólo mío —aclaró Ron.
Harry miró el álbum. Era muy bonito. Lo abrió por las últimas página y se encontró
fotos de él, de Ron, de Hermione, de Ginny, de Fred y George y de más alumnos de
Gryffindor. Debajo había una inscripción firmada por los tres: «De tus mejores amigos,
para que nunca nos olvides, Harry Potter».
—Nunca podría olvidaros —dijo, mirando a Ron, conteniendo a duras penas las
ganas de abrazarle—. Es precioso, de verdad.
—Bueno, es sólo un regalo, y éramos tres.
—Es el mejor regalo que he recibido nunca —replicó Harry—. Excepto quizás el
álbum de mis padres y la capa invisible... Gracias, Ron.
—No hay de qué, amigo —respondió Ron, abriendo su último paquete, el de
Dobby. Eran unos calcetines, uno verde y el otro azul. Harry tenía un gorro rojo con el
león de Gryffindor en dorado. Ambas prendas obra del propio elfo.
—¿Bajamos? —preguntó Ron.
—Sí, espera, le voy a enviar esta bufanda a Dobby...
—¡Ah, sí! Mándale también estos guantes míos —le dijo Ron, dándoselos antes de
que bajara—. Yo bajo dentro de un minuto.
Harry bajó a la sala común, y le entregó los regalos de Dobby a Hedwig para que
los llevara a las cocinas. Se sentó en una butaca a mirar su álbum, cuando bajaron
Hermione y Ginny.
—¡Hola Harry! ¡Feliz Navidad! —dijo Hermione, mostrando la caja de plumas y
tinteros de lujo que Harry le había regalado—. Es estupendo, muchas gracias...
—No es para tanto —dijo Harry, sonriendo—. Gracias a vosotras por el álbum, es
fantástico, de verdad.
—No es nada —dijo Ginny, también sonriente. Traía con ella una hermosa capa de
terciopelo negro—. Muchas gracias. Es preciosa... pero no debías haberte molestado.
Seguro que te ha costado un pastón —dijo, dándole un beso en la mejilla que le dejó
un tanto sorprendido.
—¿Y Ron? —preguntó Hermione, que, una vez que le dio las gracias a Harry, se
había puesto un poco triste.
—Pues dijo que bajaba ahora, en un momento...
—Ah, vale —dijo ella, sentándose en otra butaca. Suspiró.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Harry—. Pareces triste.
—No es nada —respondió.
En ese momento, Ron bajó por las escaleras. Ginny se acercó a él para felicitarlo y
agradecerle su regalo, pero Hermione miró al fuego y no dijo nada. Ron se sentó en
otra butaca, a su lado, y la miró.
—Toma —dijo él, sacando del bolsillo de su túnica un paquete rectangular y
entregándoselo.
La cara de Hermione cambió al instante, y cogió el paquete con una sonrisa.
—¿Es para mí?
—¿No creerías que no te iba a regalar nada, verdad? —preguntó Ron sonriendo,
pero con cara desafiante. Hermione se sonrojó un poco, pero no respondió.
Quitó el envoltorio y se encontró con una bonita caja de terciopelo negro, con una
gran W de oro en medio. Ginny vio la caja y profirió un quejido.
—¡No puede ser! —exclamó.
Hermione la miró un instante, mientras Ron sonreía, y luego abrió la caja.
Sus ojos y su boca se abrieron desmesuradamente, al igual que los de Harry.
Dentro de la caja estaba la diadema más hermosa que Harry había visto en su vida:
era toda de plata, pero parecía extraordinariamente pulida y brillante, y tenía
engarzadas unas preciosas gemas que brillaban como lámparas, lanzando destellos
dorados, que se reflejaban maravillosamente en la plata.
—¿Te gusta? —le preguntó Ron.
—Esto... esto... pero no... ¿De dónde...? —balbuceó Hermione.
—Es una reliquia familiar Weasley —explicó Ginny, que parecía no creérselo—.
Tenemos dos...
—¿Reliquia familiar? —preguntó Hermione—. Ron, no puedo aceptarla...
—Claro que sí. En nuestra familia apenas hay chicas. Tenemos dos diademas
como ésa, pero una será para Ginny. La otra no tiene dueña, así que le pedí a mi
madre si podía dártela —sus orejas enrojecieron al decir esto—, al fin y al cabo, eres
como de la familia...
—Pero... pero...
—Pero nada. Es tuya y ya. Fíjate, esas gemas tienen un hechizo. ¿Ves cómo
brillan?
—Es realmente preciosa —dijo Hermione, embelesada por el brillo de la joya, que
iluminaba su cara.
—Espero que te la pongas hoy. Serás la reina de la fiesta.
Hermione sonrió.
—Gracias... no sé qué decir...
—Di que te la pondrás... si no te importa llevar una reliquia Weasley, claro.
—¡Por supuesto que no! —respondió ella rápidamente—. Por supuesto que me la
pondré.
—Parece muy antigua —comentó Harry.
—Bueno, por las pintas, debe de ser de cuándo los Weasley tenían dinero, así
que... —bromeó Ron.
Hermione no paraba de darle las gracias a Ron. Parvati y Lavender, que habían
bajado también, se acercaron a ver la joya entre murmullos de admiración. Entonces
Harry vio a Colin Creevey, que acababa de bajar por las escaleras, y se acercó a él.
—Oye, Colin... muchas gracias por las fotos...
—¿Qué fotos, Harry? —preguntó el chico, sin entender.
—Las que les prestaste a ellos para mi álbum...
—¡Ah! ¡No es nada, Harry! —exclamó sonriente—. Tú nos das unas clases
estupendas... Espero que te hayan gustado —añadió, feliz.
—Claro que sí. De verdad, muchas gracias.
—Ya te dije que no era nada. Bueno, voy a bajar a desayunar ¿vale? ¡Hasta luego,
Harry!.
—Hasta luego, Colin —respondió, volviendo junto a sus amigos.
Pasaron allí casi toda la mañana. Harry no paraba de contemplar su álbum,
maravillado. Le traía tan gratos recuerdos... aquel año había conocido a Sirius... Y
ahora, aunque lo había perdido, sentía que viendo aquellas fotos podía recordar cada
momento. Miró las fotos del partido contra Hufflepuff, cuando había conocido a Cedric,
las fotos de los dementores acercándose... luego pasó al partido contra Ravenclaw,
donde había visto por primera vez a Cho Chang, y ella le había sonreído. Observó la
foto de su patronus, embistiendo a Malfoy, Crabbe, Goyle y Flint, que se habían
disfrazado de dementores. Aquella vez no lo había visto, y ahora lo reconoció: era su
ciervo, aún no completamente corpóreo, pero era un ciervo, no cabía duda. Luego
pasó a la final, frente a Slytherin; vio su propia imagen apartando el brazo de Malfoy
para coger la snitch... luego recibiendo la Copa de manos de Oliver Wood... Habían
pasado tantas cosas desde aquello... Pensó en Sirius, al que aún no conocía en
aquellos momentos, y que ahora estaba muerto, en Cedric, que había sido asesinado
al año siguiente... en Cho, con la que ya no tenía nada... y un sentimiento de nostalgia,
amargo, pero aún así cálido, le invadió.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione, que le observaba.
—Nada... sólo recordaba —respondió Harry, absorto en el álbum.
Fue una mañana espléndida, allí todos juntos, disfrutando de sus regalos y de la
mutua compañía... luego, por la noche, sería el baile, y Harry no sintió que fuera una
losa, como lo había sido el del Torneo de los Tres Magos. Esta vez le apetecía ir.
Charlaría con Ginny (Incluso bailaría), y estaría con Ron y Hermione, sus mejores
amigos. Nada podía salir mal en un día como aquél, aunque fuera de Hogwarts
esperasen todas las desgracias del mundo.

Por la tarde, tras la estupenda comida, casi todos los alumnos salieron a disfrutar
un rato de la tarde fuera del castillo en la nieve.
—Pero yo no pienso participar en una batalla de bolas de nieve hoy —advirtió
Hermione.
—Pues... creo que yo sí —respondió Harry, lanzándole una a Ron, que
inmediatamente empezó a perseguir a su amigo.
Cuando ya llevaban un buen rato fuera, y Harry y Ron estaban ya empapados,
Hermione y Ginny se retiraron para prepararse.
—¡Poneos guapas! —les gritó Ron cuando se dirigían al castillo, mientras
intentaba esquivar un lanzamiento de Harry.
Tras jugar un rato más, ambos se acercaron a Dean, Seamus y Neville, que
charlaban animadamente con Ernie Macmillan, Justin Finch-Fletchley y Hannah
Abbott. Tras un rato, Ernie, Justin y Hannah se retiraron, y los otros cinco decidieron
regresar a su dormitorio en la torre de Gryffindor.
—Bueno ¿con quién vais a ir vosotros? —preguntó Ron, sentándose sobre su
cama, cuando hubieron entrado en la habitación.
—Yo con Lavender, ya os lo dije —respondió Seamus.
—Yo voy a ir con Susan Bones —dijo Dean—. Es muy simpática y agradable, se lo
pedí en una de las reuniones del ED...
—¿Y tú, Neville? —le preguntó Ron.
—Eh... bueno, mejor os enteráis luego —respondió, poniéndose colorado.
—¿Por qué? —preguntó Ron, intrigado, mirando a Neville con suspicacia.
—Nosotros tampoco lo sabemos. No nos lo ha querido decir —comentó Seamus.
—Bueno... es que no sé si os lo creeríais —dijo Neville, cada vez más rojo—. Pero
lo sabréis dentro de dos horas, ¿no?
Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros. Ron propuso jugar una partida
al snap explosivo, y eso estuvieron haciendo hasta las siete, hora en la que decidieron
vestirse y prepararse. Harry se puso su túnica verde botella, que ya casi le quedaba
pequeña, y pensó que pronto tendría que comprarse una nueva. Intentó peinarse un
poco el pelo, sin conseguirlo demasiado, y decidió dejarlo como estaba. A Ron la
túnica le quedaba mejor, porque se la había comprado hacía año y medio y sus
hermanos la habían elegido un poco más grande de lo necesario para que le sirviera
más tiempo. Se peinó con mucho esmero.
—¿Crees que estoy bien, Harry? —preguntaba, mirándose al espejo.
Harry se reía.
—Sí, te ves bien… —le dijo Harry—. No sabía que te importara tanto...
Ron frunció el ceño, mientras Dean y Seamus soltaban risitas.
—Bueno, nos vemos en el Gran Comedor —dijo Neville, saliendo del dormitorio.
—¿Adónde vas? —le preguntó Seamus. Pero Neville ya había salido y no le
respondió—. ¿Con quién irá?
Cuando Ron estuvo listo, los cuatro bajaron a la sala común. Neville no estaba allí,
y Dean salió para ir a buscar a Susan. Harry, Ron y Seamus se sentaron a esperar,
rodeados por una multitud multicolor de Gryffindors emocionados. Parvati y Lavender
bajaron del dormitorio con cara de circunstancias, las dos muy guapas. Seamus se
acercó a Lavender y Parvati salió para ir a reunirse con Anton en el vestíbulo. Poco
después bajaron Hermione y Ginny. Harry se quedó asombrado, pero no tanto como
Ron, que estaba con la boca abierta y no parecía capaz de cerrarla, hasta que Harry le
dio un codazo. Ginny llevaba una túnica de color aguamarina, con el pelo recogido
pero dejando unos mechones que le caían sobre la cara. Llevaba por encima la capa
que Harry le había regalado. Estaba muy guapa. Harry le sonrió y ella se ruborizó un
poco. Hermione, por su parte, estaba incluso mejor que en el baile anterior: se había
alisado el pelo un poco más, pero se había hecho un recogido distinto al de la otra vez,
y parte de su pelo le caía, aunque dejaba al aire su cuello. Su túnica era de color
plateado con reflejos dorados, y llevaba en la frente la diadema de Ron, cuya plata y
gemas brillaban como si tuviesen luz propia, atrayendo la mirada de la gente sobre
ella. Estaba impresionante. Les sonrió y se acercó a Ron.
—Estás... guapísima —balbuceó Ron, poniéndose colorado.
—Tú también estás muy bien —dijo ella, sonriéndole—. Gracias otra vez por la
diadema, es... es preciosa. Me encanta.
—¿Bajamos? —sugirió Harry, mirándoles. Los demás asintieron y salieron por el
agujero del retrato para dirigirse al vestíbulo.
—Te queda muy bien —le dijo Harry a Ginny mientras bajaban.
—Gracias. La verdad es que me viene estupendamente, porque tenía un poco de
frío...
Llegaron al vestíbulo. La mayoría de los alumnos ya estaban allí. Harry y Ginny
saludaron a Cho y a Michael Corner. Anton y Parvati ya estaban junto a las puertas, al
igual que Viessi y Amelie Blisseisse. Harry y Ginny se despidieron de Hermione y Ron
y fueron junto a ellos, ya que Harry era el capitán de Hogwarts. Se saludaron. Todos
estaban un poco nerviosos. Pronto se les unió Klingum, el capitán de Durmstrang, que
venía acompañado de una chica que Harry no conocía, aunque sabía que era de
Slytherin. Para su sorpresa, ella le sonrió.
A las ocho en punto, se abrieron las puertas del Gran Comedor, y los capitanes y
sus respectivas parejas entraron, siguiendo a la profesora McGonagall. El comedor
había sido engalanado maravillosamente, con árboles de Navidad, muérdago colgado
del techo y tiras de hiedra. Las mesas de las casas habían sido sustituidas por mesas
más pequeñas, alumbradas por preciosas esferas doradas y plateadas que parecían
flotar. De las paredes colgaban tiras de oro y de plata que brillaban con la luz de las
esferas, y grupos de hadas revoloteaban en los árboles de Navidad.
Los capitanes se dirigieron hacia la mesa principal, donde ya estaban sentados
Dumbledore, Snape, Flitwick, Petrimov, la profesora Sprout, la directora Ferllini,
Madame Maxime, Hagrid, Larry Binddle y Krum. La profesora McGonagall, que llevaba
una túnica negra, les pidió que miraran hacia las puertas para recibir a los demás
alumnos, que fueron entrando lentamente. En las mesas pequeñas cabían seis
personas, y Harry vio a Ron y a Hermione, cuya diadema parecía brillar más que las
propias lámparas, sentarse en una de ellas, cercana a la suya, acompañados por
Seamus y Lavender. Los dos sitios que faltaban fueron ocupados por Neville, que
parecía que se había pintado de rojo la cara. No era para menos: Harry vio, con
incredulidad, que su pareja era Gabrielle Delacour, que también estaba guapísima,
con una túnica de color azul muy suave y un precioso colgante de oro en el cuello.
Ron también miró, sin creérselo, y luego se volvió hacia Harry, lanzándole una mirada
de asombro, que Harry le devolvió.
—¿Te lo esperabas? —le preguntó Ginny, que también miraba a Neville.
—No —respondió él—. Por eso nos dijo que no le creeríamos...
Muy sorprendido, volvió a mirar hacia las puertas. Draco Malfoy entraba en esos
momentos, con su túnica negra, acompañado de Pansy Parkinson. Goyle iba solo,
Crabbe, por el contrario, había conseguido pareja: Millicent Bulstrode. Harry miró a
Malfoy y él le lanzó una mirada furibunda.
Cuando todo el mundo hubo entrado, los capitanes y sus parejas se sentaron.
Dumbledore les dio la bienvenida, y la cena comenzó. Hagrid saludó a Harry a Ginny,
diciéndole que estaba muy guapa. Hagrid se había puesto un traje que le quedaba
bastante bien, pero afortunadamente había decidido no arreglarse el pelo ni la barba,
operaciones que nunca le daban muy buen resultado. Harry observó a Krum. Venía
solo y no paraba de mirar a Hermione, que charlaba muy animadamente con Lavender
y Gabrielle, mientras Ron, Seamus y Neville hablaban entre ellos muy ufanos y
satisfechos.
Dumbledore pidió al plato su cena, y los demás comensales hicieron lo mismo.
Harry pidió solomillo con patatas. Ginny escogió ensaladilla.
—¿Estáis entrenando duro? —les preguntó Anton, que se había sentado al lado de
Ginny.
—Bueno, hacemos lo que podemos —confesó Harry—. Con este tiempo...
Anton le sonrió, y se volvió hacia Parvati, que le hacía preguntas.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Harry a Ginny en voz baja; la chica comía sin
levantar mucho la cabeza.
—Un poco nerviosa —reconoció ella—. La verdad, preferiría estar en una de las
otras mesas...
—Yo también —le dijo Harry, con una mirada de complicidad. Dumbledore les
sonrió—. ¿Se te da bien bailar? —preguntó, cambiando de tema.
—Bueno, creo que sí... —dijo ella.
—Más vale, porque a mí no. En el otro baile era Parvati la que me llevaba —
explicó—. Aunque no le di tiempo a enseñarme mucho —añadió susurrando. Ginny se
rió.
—Bueno, a mí sí se me da bien —intervino Anton, sonriéndole a Parvati—. Así que
seré yo quien te lleve, si no te importa.
—Claro que no —repuso ella, sonriendo de oreja a oreja.
Harry miró a Ron, que al parecer acababa de decir algo muy gracioso, porque
Hermione se reía a carcajadas. Deseó estar allí, con ellos, en vez de en la mesa
principal.
—¿Le habías visto alguna vez tan alegre? —preguntó Ginny, que también miraba
hacia allí.
—Pues no sé... creo que no —respondió Harry, sonriendo. Luego agregó, en voz
baja—: Creo que no habría venido al baile si Hermione hubiese venido con Krum.
—Te creo —respondió Ginny—. De todas formas, ella no habría ido con Krum, le
gusta Ron —confesó.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho ella? —preguntó Harry, sorprendido. No era
que no lo sospechara (sin contar lo que había pensado junto al lago, tras tener el
segundo sueño), pero...
—Bueno, viste con qué cara miraba a Ron en la enfermería el día del ataque de los
Dementores, ¿no? —dijo Ginny—. Y además, ¿recuerdas el día que vino Fleur a
Grimmauld Place?
—Sí.
—¿Recuerdas que Fleur sonrió a Hermione, y ella dijo que le había parecido
extraño?
—Sí, tú dijiste que sabías por qué era...
—Sí. He hablado bastante con Fleur, y bueno, digamos que las veelas tienen cierta
habilidad para... saber de qué pie cojea cada uno, ¿entiendes?
—Más o menos —dijo Harry, no muy convencido.
—Bueno, ella sabe perfectamente el efecto que causa en Ron, y le hizo gracia la
cara de Hermione, porque se le notaba que eran celos. Por eso sonrió.
—¿Celos? ¿Hermione está celosa de Fleur? —preguntó Harry. Entonces una luz
se encendió en su cabeza—. Claro... por eso parecía tan furiosa después de la
segunda prueba del Torneo de los Tres Magos...
—¿Por qué estaba furiosa?
—Bueno, Fleur nos dio dos besos a mí y a Ron cuando sacamos a Gabrielle del
agua...
Ginny sonrió.
—Pues eso... y claro, a mi hermano le gusta Hermione, aunque se niegue a
aceptarlo... aunque bueno, creo que ya es más consciente de ello que antes...
—Bueno, y si los dos se gustan, ¿por qué no... no están juntos? —preguntó Harry,
que aún le costaba pensar en sus dos mejores amigos de esa manera.
—Porque son muy tercos, supongo... ¡Pero tú ni pío! ¡No les digas nada! —le avisó
Ginny. Miró a su plato un rato y luego se volvió hacia Harry—. ¿A ti te importaría que...
que salieran juntos?
—Eh... pues no sé, no creo... —dijo Harry, que aún no había pensado en eso—.
¿Por qué iba a importarme?
—No sé... tal vez te sentirías desplazado.
—No, ellos no me dejarían solo nunca —aseguró Harry con total rotundidad.
Ginny le miró, sonrió y siguió comiendo, sin decir nada. Harry también sonrió. Le
pareció que estaba resultando un día excelente, a pesar de todo en lo que estaban
inmersos. Mirase a donde mirase, veía la felicidad en los rostros de la gente. Los
bailes no eran lo suyo... o eso creía, al fin y al cabo, sólo había acudido a uno, y había
resultado un poco deprimente, pero se convenció de que aquel día podría pasárselo
bien.
Volvió la mirada a la mesa y se metió de lleno en la conversación sobre quidditch
que mantenían Anton, Viessi y Amelie. Parvati se limitaba a escuchar, y Klingum y la
chica de Slytherin hablaban entre ellos. Dumbledore hablaba con Ferllini, y Hagrid con
Madame Maxime.
—...Estoy seguro de que quedaremos terceros —le decía Viessi a Amelie entre
risas—. Es obvio que nuestros cazadores son superiores...
—Y no os olvidéis del guardián, me han dicho que es una máquina... —agregó
Anton, mientras Parvati se reía.
—¿Ah, sí? —respondía Amelie, con una mirada irónica—. Eso lo «veguemos», me
«encaggaré personalmente» de «tigagte» de tu escoba.
—Ya se verá —respondió él, riendo.
—Oye, Ginny —dijo Harry, cambiando de conversación—, ¿Qué hacías antes de
venir a Hogwarts cuando Ron entró? Nunca he sabido mucho de la vida de los magos
antes de entrar al colegio.
—Bueno, básicamente, me aburría mucho —contestó—. Cuando estaba Ron, pues
aún estaba con él, ya sabes... pero cuando entró a Hogwarts... Por eso estaba tan
triste aquel día en la estación, cuando te conocimos ¿recuerdas?
—Sí, Fred y George te dijeron que te enviarían un inodoro de Hogwarts, y cuando
luego le dijeron a tu madre que me habían conocido tú no parabas de decirle:
«¿puedo subir al tren para verlo? ¡Quiero verlo!» —recordó Harry, sonriendo.
Ginny se ruborizó un poco, algo avergonzada.
—Es que no te imaginas lo que era tu nombre, pensaba... no sé, que serías
distinto, y sin embargo, estabas allí y parecías tan... aturdido...
—Es que lo estaba, no te haces una idea... averiguar de pronto que era un mago...
yo creía que mis padres habían muerto en un accidente de coche, y que mi cicatriz me
la había hecho en el mismo accidente... y cuando Hagrid me contó la verdad, y me
mostró el callejón Diagon, y todos me conocían... No sé, me sentía totalmente
perdido... —Harry la miró—. ¿Sabes lo que es que todo el mundo sepa más de ti que
tú mismo? Pues eso me pasaba a mí.
—Sí, eso nos contaba Ron... decía que Hermione sabía más de ti que tú... —La
chica se rió—. Pues yo, mientras estaba en casa mamá nos enseñaba todo lo que no
enseñan en Hogwarts ¿sabes? Vamos, lo que se aprende en las escuelas muggles. Y,
cuando podía, pues aprovechaba para volar en las escobas, porque mis hermanos
nunca me dejaban jugar con ellos al quidditch.
—Yo iba a una escuela muggle, claro, pero la odiaba... De hecho, si te digo la
verdad, odiaba todo lo que conocía antes de venir aquí. Mis tíos me odiaban, me
castigaban por cualquier cosa rara, y el caso es que yo no sabía por qué. Y en la
escuela nadie se acercaba a mí, porque mi primo Dudley y su banda eran los matones
de la clase, todos sabían que me detestaban, y nadie quería meterse en problemas
con ellos, por tanto no tenía amigos. Así que ya ves qué alivio sentí cuando vine aquí y
conocí a Ron, y cuando nos hicimos amigos de Hermione... nunca había tenido con
quien compartir nada así que...
—Lo sé. Por eso mi madre te hizo aquel jersey. Ron nos contó en una carta cómo
había sido tu vida, y mi madre pensó que merecías un buen regalo.
Harry sonrió, mientras empezaba con su postre, tarta de manzana, que estaba
realmente deliciosa.
—Eso es muy triste —intervino Anton, que había oído parte de la conversación—.
¿Por qué te querían tan mal tus tíos?
—Porque odian la magia. Odiaban, o temían, a mis padres; no querían saber nada
de gente como nosotros, es decir, magos. Y cuando se quedaron conmigo decidieron
cortar por las bravas cualquier cosa rara que pudiera hacer... pero obviamente, no lo
consiguieron. Gracias a Hagrid —añadió, mirando al semigigante, que había levantado
la cabeza hacia él al oír su nombre.
—Ah, sí... —dijo Hagrid—. Yo te llevé a aquella casa, y yo te fui a buscar. Cada
vez que me acuerdo de los Dursley... —Hagrid puso una expresión de rabia y cerró los
puños.
Harry siguió hablando con Ginny sobre sus respectivas vidas antes de Hogwarts.
Nunca había hablado tanto con ella, y menos a solas, o casi a solas. La verdad, pensó
Harry sorprendido, era que resultaba fácil hacerlo.
Cuando finalmente la cena terminó, Dumbledore se levantó y se dirigió a todos los
presentes:
—Bueno, espero que la cena haya sido de vuestro agrado —dijo, sonriente—.
Ahora llega el momento de la fiesta, que se prolongará hasta la una de la madrugada.
Pido a todos, por favor, que se pongan en pie.
Todo el mundo se levantó de su silla. Dumbledore agitó su varita y las mesas se
apartaron a los lados, dejando espacio para la zona de baile.
—Bien. Ahora los capitanes de los cuatro equipos iniciarán el baile, al que luego
nos uniremos —indicó. Hizo una seña y un grupo musical al que Harry no conocía
salió al escenario, bajo los aplausos de la gente.
—Bueno, vamos allá ¿no? —dijo Ginny, sonriéndole.
Harry asintió y siguió a Anton y a Parvati, que se colocaron en el centro. Harry vio
a Ron, Seamus, Neville y Dean, que le sonreían con pillería, y Harry les hizo una
mueca.
—¿Conoces el grupo éste? —le preguntó Harry a Ginny.
—Sí, se llaman los «Trols musicales» —respondió Ginny—. Vienen de Estados
Unidos... sí, es un nombre un poco estúpido —añadió, viendo la expresión de Harry—,
pero lo hacen bastante bien.
Los «Trols Musicales» empezaron a tocar una canción lenta, pero agradable, Harry
cogió a Ginny y empezaron a bailar, entre Anton y Parvati y Klingum y la chica de
Slytherin. Viessi y Amelie estaban un poco más apartados.
Harry se había sentido totalmente indiferente en el baile de Navidad del Torneo de
los Tres Magos, pero estaba disfrutando éste. «Bueno, quizás no tenga muchos
momentos felices, sabiendo lo que me espera... quizás debería procurar disfrutar lo
más posible», pensó para sí. Sonrió más y empezó a bailar de forma más entusiasta, a
medida que la canción cogía más ritmo. Agarró a Ginny y empezó a dar vueltas
alrededor de las demás parejas. Ginny lo miraba como si estuviese loco.
—¡Harry! ¿Qué haces? ¡Para! ¡Van a pensar que estamos locos! —dijo ella,
riéndose.
—¿Y qué? —respondió él—. De mí ya han dicho muchas veces que lo estoy, ¿no?
Por una más no importará —Ginny rió aún más.
El resto de alumnos empezó a unirse a la fiesta. Dumbledore bailaba con la
profesora McGonagall, que meneaba la cabeza ante algo que le decía el director, que
sonreía. Madame Maxime y Hagrid bailaban juntos, y ocupaban una buena zona de la
pista. Ron y Hermione se acercaron también, seguidos de Neville y Gabrielle, Seamus
y Lavender y Dean y Susan. Harry nunca había visto bailar a Ron, pero descubrió que
no lo hacía del todo mal, aunque era Hermione quien lo llevaba. Ambos sonreían, pero
el pelirrojo parecía nervioso. Neville, por su parte, se estaba esforzando al máximo en
no pisar a Gabrielle, y de momento lo conseguía. Cuando terminó la canción, Harry se
acercó y saludó a Neville y a Gabrielle. Ron y Hermione, sin embargo, siguieron
bailando. A la luz de las esferas, que ahora flotaban en el aire, el brillo de la diadema
de Hermione era aún más notorio, y los hacía destacar muchísimo, porque su luz se
iluminaba sus rostros como si tuvieran luz propia.
Harry volvió al baile tras saludar a Neville, y siguió moviendo a Ginny
frenéticamente, cruzándose con Ernie Macmillan, que venía con Hannah Abbott.
—¡Pareces Fred! —le dijo Ginny a Harry, riendo, mientras éste bailaba de forma
más movida cada vez.
—¡Sí, y es muy divertidooooo! —dijo él, riéndose aún más, mientras hacía que los
dos girasen.
—¡Voy a marearme!
—¡Genial, porque yo ya estoy mareado!
—¡Harry! ¿Te han lanzado un encantamiento estimulante? —le preguntó Ginny,
sujetándole.
—No sé, ¿lo has hecho tú? —le preguntó, riéndose. Ginny meneó la cabeza.
Cuando terminó la canción, se acercaron a una mesa, a sentarse un rato. Neville y
Gabrille y Ron y Hermione también se acercaron.
—Vamos a buscar unas cervezas de mantequilla —sugirió Ron.
—¡Sí, por favor! ¡Me muero de la sed!
—Sí, es una idea estupenda —opinó Gabrielle.
Harry, Ron y Neville fueron a buscar las bebidas.
—Vamos, Neville, cuéntanos. ¿Cómo lo hiciste? —preguntó Ron, sonriendo.
Neville le miró, perplejo—. Traerla al baile —aclaró Ron, señalando a Gabrielle con la
cabeza.
—¡Ah...! Pues veréis, ella te lo había pedido a ti ¿no? —dijo él, poniéndose algo
colorado—. Pero como tú le dijiste que no, yo pensé: «bueno, no tengo nada que
perder...» y, tras armarme de valor, se lo dije el día de la pelea de bolas de nieve.
Tardé mucho, ya lo sé, pero sabía que ella aún quería ir contigo, Ron, así que no tenía
pareja. Empezamos a hablar, me preguntó mi nombre y ¿sabéis qué? —Neville
parecía más orgulloso de lo que Harry había visto nunca—. ¡Me dijo que me conocía!
Que había leído de mí por los periódicos, ya sabéis... y estuve hablando mucho con
ella. La verdad, es muy simpática. Luego le pregunté si tenía pareja, y como me dijo
que no, le pregunté si querría venir conmigo, y aceptó.
—¡Bien hecho! —le felicitó Ron, dándole una palmada en la espalda, mientras
cogían seis cervezas de mantequilla.
—Sí, bien hecho, Neville —agregó Harry—. Lo único que te ha faltado todos estos
años es confianza en ti mismo.
Neville sonrió, intentando quitarse el rubor de sus mejillas, mientras volvían a la
mesa. Se tomaron las cervezas de mantequilla, charlando y riendo, y luego volvieron a
la zona de baile. Entonces, frente a ellos apareció Malfoy, con Pansy, que los miró.
Malfoy se fijó en Hermione, y luego en su diadema, que brillaba intensamente, y se
quedó sin saber qué decir. Pansy le lanzaba miradas de odio.
—Vaya, Weasley —dijo Draco, recuperándose de su impresión—. ¿Cómo te
sientes al ver que lo que lleva Granger en la frente vale más que tu casa entera?
Hermione miró a Malfoy con rabia y dejó entrever evidentes ganas de abofetearlo,
pero Ron sonrió.
—Pues me siento muy bien, al fin y al cabo se lo he regalado yo... —Malfoy abrió
la boca al oírlo, perplejo y aturdido—. ¿Qué le has regalado tú a ella? —preguntó Ron,
señalando a Pansy con un gesto.
La pálida cara de Malfoy se puso sonrosada, y no supo qué contestar. Hermione
sonrió, cogió a Ron y siguieron hacia la zona de baile.
—Apártate, Malfoy. Estorbas —dijo Neville al pasar con Gabrielle. Por su parte,
Harry le miró, pero no le dijo nada.
Estuvieron bailando otro rato, cuando recibieron una nueva visita. Esta vez era
Henry Dullymer quien se les acercaba, sonriente.
—¡Hola! —saludó, contento—. ¿Qué tal el baile?
—Genial —respondió Harry—. ¿Y tú?
—Muy bien. He venido con una chica que se llama Sarah... es de Slytherin, de
cuarto, no sé si la conocerás... —Harry negó con la cabeza—. Da lo mismo. Bueno, el
caso es que yo quería venir con Ginny —comentó mirándola, mientras sonreía—. Pero
ya había encontrado un pretendiente mejor... Y la verdad, me das un poco de envidia,
Potter —terminó el chico.
Ginny se ruborizó y le sonrió a Henry.
—Si quieres bailar con ella y ella quiere no tengo problema —dijo Harry.
—Gracias, pero no... por ahí viene Sarah... es muy simpática... realmente muy
simpática... —dijo, casi susurrando, mientras su cara se ponía seria por un instante al
mirar a la chica, que era rubia, y bastante bonita. Parecía agradable. Dullymer apartó
la vista de ella y volvió a sonreír como antes—. Seguiré con ella. ¡Nos vemos! —se
despidió, agarrando a Sarah, y empezaron a bailar.
—Bueno ¿seguimos? —dijo Harry.
—Seguimos —aceptó Ginny.
Media hora más tarde, volvieron a ocupar su mesa, cansados. Tomaron más
cervezas de mantequilla, riéndose, felices.
Tras estar allí un rato, Neville y Gabrielle volvieron al baile.
—¿Te importa si bailo una canción con Hermione? —le preguntó Harry a Ginny, al
ver que Neville volvía al baile.
—Claro que no. Yo quiero saber qué tal lo hace mi hermanito...
—De acuerdo. ¿Bailas conmigo, Hermione? —preguntó Harry.
—Claro —respondió ella, levantándose y acompañándolo a la pista, mientras
Ginny arrastraba a Ron, que pedía a gritos que le dejara descansar y tomarse su
cerveza de mantequilla en paz.
—¿Qué tal te lo estás pasando? —le preguntó Hermione mientras comenzaban el
baile.
—Estupendamente. La verdad es que no creí que fuese a pasármelo ni la mitad de
bien —admitió, sonriendo.
—Ya veo —dijo Hermione.
—Y tú con Ron ¿qué tal? Parece que también os lo pasáis muy bien...
—Sí, es cierto —reconoció Hermione sonriendo, mirando hacia Ron y Ginny—. Me
hace reír mucho...
—¿Habrías venido con Krum si Ron no te lo hubiese pedido? ¿O se lo habrías
pedido tú? —preguntó, sin rodeos.
—Bueno, no sé... ¿Pedírselo yo...? Humm...
—Vamos, Hermione, sé que querías venir con él —le dijo Harry—. Vi la sonrisa
que pusiste cuando te lo pidió... y también la cara de enfado que tenías cuando nos
contó que Gabrielle se lo había pedido a él —«Y eso sin mencionar que te gusta»,
pensó para sí, reprimiendo la risa.
Hermione se puso colorada.
—Vale, sí, quería venir con él, pero no sé si se lo habría pedido. Esperaba que lo
hiciera él, después de lo que le dije la otra vez...
—Eres demasiado orgullosa —le recriminó Harry.
—¡Mira quien fue a hablar! —exclamó Hermione—. El señor «yo no le echo de
menos...»
Harry sonrió.
—Aquello era distinto —señaló, mirando hacia otro lado.
—Claro, claro.
—Bueno, y ¿vas a salir con él? —le espetó Harry de pronto. Hermione le miró
abriendo los ojos completamente y parándose en seco.
—¡¿Qué?! ¿Por qué dices eso? Sólo hemos venido a un baile, nada más, no hay
nada de eso... no sé cómo se te ocurre...
—Yo tampoco lo sé —dijo él, sonriendo—. ¿Recuerdas lo que os dije en verano,
verdad? Lo que os dije aquel día en Grimmauld Place.
—Sí —dijo ella—. Pero no sé por qué...
—Vamos, Hermione, sí lo sabes... Todas esas discusiones absurdas, esos celos
que os traéis el uno con el otro... Además, si sólo vienes con él como amigo... ¿Por
qué querías venir con él y no conmigo?
—¿Qué? Bueno, no sé... yo... tú...
Harry se aguantó las ganas de reírse.
—Vamos, confiésamelo. Soy tu amigo. No le diré nada.
—Pero qué... yo no... nosotros... —Hermione estaba totalmente roja y Harry
empezó a reírse—. ¡Harry! ¡No te rías! ¡No tiene gracia!
—Pues para mí sí...
—¿Sí, eh? ¿Y tú con Ginny? Parecíais pasarlo muy bien hablando...
—Sí, es verdad —reconoció Harry, mientras los «Trols Musicales» dejaban de
tocar—. ¡Vaya! Ha terminado la canción. Debería volver con ella. Y tú con Ron...
—¡Eh! —lo llamó Hermione, mientras Harry se soltaba y se dirigía junto a sus
amigos.
—¿Qué os pasaba? —preguntó Ginny cuando llegaron junto a ella y Ron.
—¡Oh! Nada, ya sabes cómo es de orgullosa Hermione...
—¡¿Qué?! ¿Cómo...? —exclamó Hermione.
Pero Harry no la dejó terminar de hablar. Cogió a Ginny y se apartó, riéndose a
carcajadas. Ron los miraba extrañado, pero agarró a Hermione y empezó a bailar con
ella la siguiente canción, mirando a la chica con expresión interrogante.
—¿Qué le has dicho? —preguntó Ginny con curiosidad.
—Nada, sólo me metí un poco con ella... le pregunté si iba a salir con Ron...
—¿Que hiciste QUÉ? ¿Cómo se te ocurre? —exclamó Ginny totalmente
sorprendida, mirándole como si estuviese loco—. Te dije que no les...
—¡Oh! Vamos, no es para tanto... —repuso él—. Olvídalo ¿quieres? Bailemos,
venga...
—Está bien —aceptó la chica, dejándose llevar—. Pero no sé como se te ocurren
esas cosas...
Un rato después, mientras hablaban con Seamus y Lavender, Cho y Michael
Corner se les acercaron. Cho iba muy guapa, con una túnica roja, unos grandes
pendientes de aro y una bonita gargantilla. Tenía el largo pelo suelto, cayéndole por la
espalda.
—Hola Harry —saludó al acercarse—. Hola Seamus, Lavender, Ginny...
—Hola —respondieron los cuatro, sonrientes.
—Oye Harry, teníamos un baile pendiente ¿recuerdas? —le preguntó Cho.
—Sí —dijo él.
—¿Te importa? —le preguntó Cho a Ginny tímidamente.
—Claro que no —respondió la chica.
—Yo bailaré con ella, si quiere —se ofreció Michael—. ¿Aceptas?
—Sí —dijo ella, siguiendo a Michael mientras Harry se iba con Cho y comenzaban
al bailar al ritmo de un tema mucho más lento que el último que habían tocado.
Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Harry se sentía cómodo, pero un poco
extraño.
—¿Qué tal te lo estás pasando? —preguntó ella, mirándole.
—Bastante bien —respondió Harry—. Mucho mejor que la última vez, desde luego.
Cho se sonrojó un poco.
—Bueno, ya sé que preferirías haber venido conmigo... yo...
—No tienes que decir nada —la interrumpió él—. No tienes que disculparte ni nada
así... ¿Y qué tal te va a ti con Michael? —preguntó, desviando el tema un poco.
—Bien. Nos va bien. Lo estoy pasando muy bien con él. ¿Y tú con Ginny?
—Bien, pero no hay nada entre nosotros —explicó—. Sólo somos amigos.
Cho no dijo nada durante un rato. Siguieron bailando, lentamente. Ella apoyó su
cabeza contra el hombro de él. Harry se sintió extraño por ese comportamiento. Miró a
Michael Corner, que bailaba hablando tranquilamente con Ginny. Ninguno de los dos
se fijaba en ellos. «¿Por qué se apoya así en mí?», se preguntó Harry, sin saber qué
hacer. Siguió abrazándola y bailando, sin decir nada, hasta que ella habló:
—¿Sabes? Fue en el baile donde me enamoré de Cedric...
Harry se detuvo en seco. ¿Por qué le decía aquello ahora? Cho levantó la cabeza.
Tenía los ojos llorosos.
—Lo... lo siento —murmuró, secándose las lágrimas—. Ya sé que no debería
hablar de Cedric, pero no sé, creo que tú serías la única persona con la que hablaría
de ello... sé que piensas que soy una llorona, pero no puedo evitarlo... Ya no estoy
enamorada de él, pero fue tan terrible todo... Lo siento... —dijo, disculpándose.
Harry la miraba, sin saber qué hacer ni qué decir, pero comprendió. Comprendió lo
que era estar en un lugar donde todo recordaba a un ser querido. Lo comprendió
porque lo había vivido. Ahora podía entenderlo... y entonces recordó la voz de
Hermione: «sólo tenías que ser cariñoso con ella...» Acercó a Cho contra él y la
abrazó.
—No pasa nada —dijo, con voz dulce—. No te preocupes. Te entiendo. Sé lo que
es que todo te recuerde a alguien a quien has perdido. No tienes que sentirte mal ni
avergonzarte de ello...
Harry la abrazó más fuerte, y ella le devolvió el abrazo. Pensó en lo que habría
hecho en una situación parecida el año anterior... y meneó la cabeza, dándose cuenta
de lo mucho que había cambiado, de lo que había madurado de repente. Aunque por
una parte se alegraba (era más fácil comprenderlo todo), por otra sentía que muchas
cosas de las que habían sido esenciales en su vida, ciertos juegos y diversiones con
Ron, explorar el castillo, escaparse a Hogsmeade, desafiar las normas por tonterías,
peleas ridículas con Malfoy por estupideces..., habían quedado definitivamente atrás.
—¿Te apetece sentarte? —le preguntó. Cho negó con la cabeza.
—No, gracias... gracias por el abrazo, era lo que necesitaba —dijo ella, sonriendo,
aunque aún con los ojos llorosos—. Eres una persona estupenda, Harry. Me alegro
muchísimo de haberte conocido...
Harry sonrió, poniéndose colorado. Volvieron con los demás. Ron y Hermione
bailaban, al parecer ajenos a todo, pero Harry vio como ella le miraba una vez,
formando con los labios las palabras «Bien hecho». Harry le sonrió.
—Bueno, ¿qué tal? —le preguntó Ginny—. ¿Bien?
—Estupendamente —respondió Cho, sonriendo con ganas—. ¿Vamos, Michael?
—Sí —respondió él—. Hasta luego, Ginny. Harry...
Se perdieron entre la multitud.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Ginny—. Me fijé en ella y estaba llorando...
—Ahora sí, creo —respondió Harry—. Cedric —aclaró—. Se acordó de él...
—¿Aún te gusta? —le preguntó Ginny directamente, mirándole a los ojos.
—No. Ya no... —respondió Harry, pensando en cómo se sentía respecto a Cho—.
Pero sí le tengo cariño...
—Eres un buen chico, ¿sabes? —le dijo ella, sonriendo.
—Gracias —contestó Harry, mirándola fijamente—. Pero sólo seguí el consejo de
Hermione, nada más... No hice nada del otro mundo.
—Has cambiado mucho desde el año pasado —dijo ella—. Me gusta más tu nueva
forma de ser.
—Bueno... han pasado cosas... Supongo que no me ha quedado más remedio que
cambiar, aunque preferiría no haber tenido que hacerlo —repuso Harry, con un deje de
tristeza.
Ginny le sonrió, mientras seguían bailando, moviéndose entre la multitud. Ella le
abrazó más y Harry correspondió a su abrazo, sintiéndose mejor que en mucho
tiempo. Ron y Hermione también bailaban muy juntos, los dos muy sonrientes. Anton y
Parvati pasaron por su lado, y les sonrieron. Neville, por su parte, parecía muy
contento bailando con Gabrielle. Harry giró la cabeza y vio a Cho, que también bailaba
muy pegada a Michael. Ella le sonrió y él le devolvió la sonrisa.
—¿Te apetece que demos un paseo por los jardines? —preguntó Harry,
deteniéndose.
—Sí, vale —respondió Ginny—. Vamos.
Salieron del Gran Comedor hacia el vestíbulo, y luego al exterior, a la fría noche.
Ginny se cubrió con la capa. Pasearon lentamente entre los rosales que habían sido
conjurados allí, donde muchas parejas estaban ya. Caminaron durante un rato, sin
hablar, disfrutando sólo de la mutua compañía. Finalmente se sentaron en un banco,
un poco apartados del castillo.
—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó él, mirándola.
—Estupendamente —contestó Ginny—. Pero no sé por qué dices «pasado», sólo
son las doce menos cuarto... aún queda más de una hora.
—Ya... bueno, lo de antes no tiene nada que ver con lo de ahora ¿no? —repuso él.
Ginny no le respondió. Sólo le miró.
—Siento mucho haberte metido en aquel lío en junio —dijo Harry con pesar,
mirando a Ginny a los ojos—. No tenía derecho... me dejé engañar como un estúpido.
—No hables de eso ahora —le pidió ella, cogiéndole una mano—. Además, fui
porque quise, tú me dijiste que me quedara. No tienes por qué disculparte.
—¿Por qué lo hiciste? Creíamos que Voldemort estaba allí... ¿No tuviste miedo?
—Claro que sí, pero yo apreciaba a Sirius, ¿sabes? Y no quería que sólo vosotros
os enfrentarais al peligro; Ron es mi hermano, y tú y Hermione sois amigos míos.
Harry no respondió. Sacó su varita de la túnica y la acarició.
—¿Qué le miras? —le preguntó Ginny, extrañada ante aquel comportamiento.
—Es la hermana de la varita de Voldemort. Su núcleo es una pluma de Fawkes...
—Ya me lo has dicho... ¿A qué viene eso ahora?
—No lo sé —respondió él—. ¿Te imaginas que alguien hubiese sabido eso cuando
todos creían que era el Heredero de Slytherin?
Ginny no respondió y bajó la mirada. No le gustaba recordar aquello.
—Lo siento, no debería... lo siento —se disculpó Harry.
—No te preocupes —dijo ella quitándole importancia—. No es nada...
Harry le dio un beso suave en la mejilla.
—Volvamos dentro ¿vale? —pidió él, mientras Ginny lo miraba perpleja ante aquel
repentino beso.
Se levantaron y atravesaron los rosales hacia el vestíbulo. Por el camino vieron a
Seamus y a Lavender, que parecían atareados. También se encontraron a Cho, que
paseaba abrazada a Michael, e incluso Neville, que hablaba animadamente, aunque
algo nervioso, cogido del brazo de Gabrielle.
Entraron en el Gran Comedor, donde el baile proseguía. Harry y Ginny divisaron a
Ron y a Hermione, que estaban cerca de una de las mesas, bebiendo zumo de
calabaza y riéndose sin parar. Cuando Harry y Ginny se les acercaron, Ron les miró,
inquisitivo.
—¿Dónde habéis estado?
—Hemos salido a dar un paseo al jardín —explicó Harry, poniéndole a su amigo
una cara de «no-es-lo-que-tú-crees». Ron no parecía muy convencido.
—¿Un paseo, eh? —dijo, con una risita, mientras Ginny le lanzaba una mirada
severa.
—Déjales, Ron —pidió Hermione, dándole un golpe cariñoso en el brazo—. Vamos
a bailar, venga.
—¿Más? —preguntó él.
—Pues claro ¡Esto es un baile!
—Estoy cansado, y aún no he terminado mi zumo de calabaza...
—Venga...
—Está bien, ya voy, eres... —pero no dijo qué era Hermione, porque Víktor Krum,
que se había pasado toda la noche solo, se les acercaba.
—Hola —saludó, con algo de timidez.
—Hola —le respondieron. Ron le miró con desconfianza.
—«Herrmione», ¿«podrríamos hablarr»? —preguntó, mirando alternativamente a
Ron y a ella.
—Esto... sí, claro —respondió Hermione, mirando a Ron—. ¿Te importa? Es sólo
un momento, no...
—No te preocupes —dijo él, esforzándose por sonreír—. No estamos atados.
Hermione le sonrió y se alejó un poco con Krum. Ron les siguió con la mirada.
—No te preocupes —le dijo Harry—. Ella ha venido contigo ¿no?
—Claro —apoyó Ginny—. ¿O es que quieres algo más que una acompañante de
baile? —le preguntó.
Ron no le contestó a su hermana, pero le sonrió a Harry, quien cogió unas
cervezas de mantequilla y se tomó una, mientras Ginny se tomaba otra. Ron le daba
sorbos a su zumo de calabaza. Hermione volvió al cabo de cinco minutos. Krum se
quedó dando vueltas por la pista de baile.
—¿Qué quería? —preguntó Ron.
—Ya te imaginas... saber si quería bailar con él... me dijo que ya sabía que había
venido contigo, pero que se sentía solo, y que no quería bailar ni estar con nadie
más... —se ruborizó ligeramente— y que la otra vez lo había pasado muy bien y
bueno... —Hermione parecía un poco triste por Krum, pero obviamente le había dicho
que no.
Ron la miró un rato, sin decir nada, y luego miró a Krum, que daba vueltas con su
paso desgarbado por la pista, sin hacer caso de los que bailaban.
Suspiró.
—Baila un poco con él —dijo.
—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando hacia su amigo con un gesto de
asombro en la cara.
—Digo que bailes al menos una vez con él. En serio, no me importa, y tampoco me
gusta verle así de triste. Además, él te lo pidió primero ¿no? —apuntó, obligándose a
sonreír.
Hermione estaba perpleja. Finalmente, le sonrió a Ron y se dirigió adónde estaba
Krum, cuya cara cambió como de la noche al día.
—¿Te encuentras bien, Ron? —le preguntó Ginny, asombrada.
—Sí ¿por?
—No sé... ¿Desde cuándo te preocupas así por Krum?
Ron la miró con severidad, pero, para sorpresa de Harry, sonrió.
—Bueno, ella ha venido conmigo... y, de todas formas, yo no soy su dueño. Sólo
somos amigos, al fin y al cabo...
—¿Es que te gustaría que fuéseis algo más que «sólo» amigos, hermano?
—Cállate, Ginny.
—¡Oh, vale, terco! Vámonos a bailar, Harry —dijo ella, agarrándole y llevándoselo
a la pista.
Harry se encogió de hombros y la siguió. Se quedaron a cinco metros de Ron.
Hermione y Krum bailaron dos canciones, antes de que Krum la dejara. Ella se acercó
a coger más zumo de calabaza, y Krum se acercó a Ron, que le miró con una
expresión indiferente. Krum se acercó a él, sonriéndole, y le habló en voz baja,
Cuando el búlgaro se apartó, Ron se le quedó mirando, perplejo y con la cara del
mismo color que su pelo. Krum, lanzándole una última sonrisa, se alejó, mientras
Hermione volvía con su zumo de calabaza. Al poco rato, Viktor estaba bailando con
una de las chicas de su «club de fans».
—¿Qué le habrá dicho? —se preguntó Ginny, sonriendo.
—No tengo ni idea.
Ginny se rió.
—Aún no me creo que haya dejado que Hermione bailara con él... no pensé que
estaría tan cambiado... aunque todos hayamos cambiado mucho desde el curso
pasado, creo que esto es demasiado...
—¿Desde el curso pasado? No me viste mientras estaba en Privet Drive...
Realmente creía que nunca volvería a ser feliz —recordó—. De hecho, con todo lo que
está pasando, no sé cómo lo soy...
—¿Eres feliz? —le preguntó ella, mirándole.
—Sí... creo que sí... —respondió Harry, pensándolo un momento— O por lo
menos, más feliz de lo que he sido en mucho tiempo.
Ginny le sonrió, mientras seguían moviéndose, bailando entre las demás parejas.
Harry miró hacia Dumbledore, y vio que el director, que bailaba con Madame Maxime,
también le miraba. Le sonrió y le guiñó un ojo, y Harry movió la cabeza en señal
afirmativa, sonriéndole también. Además, para su alegría, mientras bailaban, algunos
de Slytherin le saludaron, no sólo Dullymer, Warrington, Bletchley y la chica que
acompañaba a Klingum, sino otros. De hecho, había alumnos y alumnas de Slytherin
que habían acudido al baile con parejas que no eran de su misma casa... y eso era
una novedad extraordinaria. Harry supo que eso era consecuencia de su
enfrentamiento con Malfoy, y se alegró más que nunca de ello. Le alegraba saber que
no todos en Slytherin eran como Malfoy o sus amigos, aunque fuesen astutos y
ambiciosos.
A las doce y media, decidieron volver a dar una vuelta por los jardines. Ron y
Hermione se habían sentado en una mesa y charlaban con Hagrid, pero Seamus y
Lavender no habían regresado. Dean y Susan habían salido así mismo hacía un rato.
De Neville y Gabrielle tampoco se sabía nada.
Harry, al salir del vestíbulo, contempló la luna, que iluminaba maravillosamente los
jardines y la nieve de los terrenos. Volvieron paseando al banco que habían ocupado
antes. Afortunadamente, estaba libre. Seamus y Lavender, al parecer, no se habían
movido mucho desde la vez anterior, ni tampoco habían variado demasiado su
actividad. Neville y Gabrielle se habían sentado cerca y se oía perfectamente su
conversación y la risa de la chica. «¿Ése es Neville?», se preguntó Harry sin poder
creérselo.
—Aún no te he agradecido las cartas que me mandaste en verano —dijo de pronto
Harry.
—Sí lo hiciste —repuso ella—: Cuando me las contestabas.
—Ya, pero no es lo mismo... No sabes lo que fue aquello, a pesar de que los
Dursley me trataron mejor que nunca en mi vida... me sentía deprimido por todo. Creí
que me iba a morir del dolor...
—Ya lo sabemos, Harry. Nos lo contaste.
Harry se calló un momento, y se acordó de algo.
—¿Sabes que el día anterior a que fueran a buscarme utilicé una serpiente de un
amigo de mi primo Dudley para asustarles?
—¿Cómo?
—Sí... Uno de sus amigos tenía una serpiente. La usaban para asustar a las chicas
en el parque —explicó—. Yo no quería meterme con ellos... o más bien que ellos se
metieran conmigo ¿sabes? Antes habría resultado divertido... pero ya no. Sin
embargo, me vieron, e intentaron asustarme con ella.
—¿Utilizaste la lengua pársel? —preguntó Ginny.
—Sí... les di un buen susto. No creo que vuelvan a acercarse a mí en toda mi vida.
—¿Por qué lo hiciste? Si ya no te resultaba divertido...
—Lo hice por rabia... sentía tantas ganas de hacer algo, tantas ganas de
vengarme... —Su rostro se ensombreció—. Ésa fue la primera vez que lo sentí.
—¿Que sentiste el qué?
—Esa... sensación de poder y rabia... me sentí distinto con la serpiente... estuve a
punto de hacerles daño... Estaba tan rabioso, tan enfadado...
—¿Como cuando amenazaste a Malfoy en la enfermería?
—Sí —confesó Harry—. Pero no tan fuerte...
—¿Se lo has contado a alguien?
Harry negó con la cabeza.
—No, nadie lo sabe... yo... ni siquiera sé por qué te lo he contado. Ginny, a veces
tengo miedo, miedo de lo que hay dentro de mí, miedo de esos poderes: la lengua
pársel, el hechizo explosivo...
—Harry, hace mucho que usas la lengua pársel...
—No como esta vez. Sentí que dominaba a la serpiente casi sin hablar... Me sentí
muy raro... tengo miedo. Miedo de mí mismo... ¿Y si así es como Voldemort va a
conseguir unirse a mí? ¿Y si así es como va a lograr poseerme?
Ginny le miró asustada, apartándose de él, pero luego volvió a abrazarle.
—No pienses en eso esta noche —le pidió ella—. Esta noche no.
—¿Crees que yo quiero hacerlo? —preguntó, con un leve deje de irritación, que
calmó enseguida—. Pero no te preocupes, esta noche, hablar de eso no me sienta
mal... sé que tú, Ron, Hermione, Hagrid, Dumbledore... sé que estáis ahí... sé que
estáis a mi lado. Puedo hablar de lo que sea, pero creo que no podría preocuparme.
Le sonrió a Ginny y se levantaron. La chica le miró, preocupada aún.
—Estoy bien, de verdad —le aseguró—. Demos un pequeño paseo antes de volver
para terminar el baile —sugirió.
—De acuerdo.
Caminaron por los pasillos entre los rosales, en ellos no había nieve. Vieron a Cho
y a Michael, que se besaban con ternura en un banco. Harry los miró un instante, y,
sorprendentemente, sintió un cálido sentimiento de alegría por ella. Luego vieron a
Ron y Hermione, que habían salido del castillo y paseaban también entre los rosales,
hablando.
—Vaya, estáis aquí —dijo Ron al ver a Harry y a Ginny—. Pensé que habíais
desaparecido, junto a todos los demás...
—Estábamos paseando —dijo Ginny.
—Ya. ¿Paseando como Seamus y Lavender?
Hermione miró a Ron con expresión reprobatoria y Ron se apresuró a decir:
—No he dicho nada.
—Sí, mejor —dijo Ginny.
—¿Volvemos adentro? —sugirió Harry.
—Sí, tengo que ir al baño —dijo Ginny.
—¿Vamos? —le preguntó Ron a Hermione.
—¿Terminamos el paseo antes?
—Como quieras —dijo Ron—. Nos vemos enseguida —le dijo a Harry.
Éste asintió, y, acompañado por Ginny, entraron de nuevo en el castillo. Ginny se
dirigió a los lavabos de las chicas y Harry entró en el Gran Comedor, donde todo el
mundo disfrutaba los últimos momentos del baile.
Paseó un rato por entre las mesas, y, por primera vez en la noche, vio a Luna
Lovegood, sentada en una mesa y hablando con otra chica que Harry no conocía. Se
acercó a ellas.
—Me alegro de que al fin hayas venido —dijo Harry.
Luna se volvió hacia él y le sonrió. Estaba mucho más guapa que de costumbre,
con el pelo bien arreglado y una bonita túnica verde clara. Además, ayudaba que no
tuviera su habitual expresión de chiflada.
—Te dije que me pasaría...
—¿No has bailado nada?
—No.
Harry se sentó y estuvo callado unos segundos.
—Ya sé que no te gusta bailar, pero... ¿quieres intentarlo aunque sólo sea una
vez?
—¿Y Ginny? —preguntó Luna.
—En el baño.
—Vale... Supongo que se puede probar —contestó Luna.
Ambos se acercaron a la pista. Se cogieron y empezaron a bailar.
—Bailas bien —le dijo Harry, cuando llevaban un rato—. ¿Por qué dices que no te
gusta?
Luna respondió sin mirarle.
—Mi madre me enseñó.
—Ah... —soltó Harry, sin saber qué más decir.
—No he bailado desde que ella murió. A ella le gustaba mucho bailar.
Harry no dijo nada. Simplemente, siguieron bailando hasta que la canción terminó.
Entonces, vio a Ginny, que esperaba sentada en una mesa. Ron y Hermione también
habían regresado, y estaban con ella.
Harry y Luna se acercaron a ellos.
—Gracias —dijo Luna.
—¿Por?
—Por bailar conmigo. Nadie me lo había pedido antes que tú.
Habían llegado ya a donde estaban Ginny, Ron y Hermione. Los tres miraron a
Luna sin decir nada.
Estuvieron un rato hablando, hasta que los «Trols musicales» anunciaron que
procederían a tocar la última canción y se despedirían, y agradecían el buen público
que habían tenido.
Todo el mundo les aplaudió, y empezaron a tocar una melodía lenta como último
tema.
—¿El último baile, Ron? —le preguntó Hermione.
—Vale —aceptó él, cogiendo a su amiga. Hermione se agarró a él, y luego,
lentamente, se le abrazó con fuerza. Ron la miró un rato, y miró a Harry sin saber qué
hacer. Harry le sonrió, recordando la escena con Cho. Se encogió de hombros.
Finalmente, también Ron abrazó a Hermione con fuerza, sonrojándose un poco ante la
mirada de su amigo y su hermana.
Cuando la canción terminó, Dumbledore les dio a todos las gracias por asistir,
esperando que todo el mundo lo hubiera pasado bien.
—...y dicho esto, buenas noches a todos y ¡Feliz Navidad! —terminó, sonriente.
Todo el mundo aplaudió con ganas, y los alumnos empezaron a salir del comedor
para dirigirse a sus respectivas salas comunes. En el vestíbulo, Hagrid se despidió de
ellos. Vieron a Neville despedirse cariñosamente de Gabrielle, que le dijo algo así
como «Esta noche lo he pasado estupendamente. «Ggacias», y le dio un beso en la
mejilla que hizo que la redonda cara de Neville pareciera un tomate.
Los de Gryffindor, charlando animadamente sobre el baile, caminaron hasta el
retrato de la Dama Gorda y fueron pasando a la sala común. Allí, Harry, Ron,
Hermione y Ginny se sentaron en el sofá junto al fuego. Neville se les unió, muy
contento. Seamus, por su parte, se despidió afectuosamente de Lavender, que subió a
su habitación muy feliz, acompañada por Parvati, que le gritó a Hermione: «¡No
tardes!», antes de subir.
—Ha sido estupendo, ¿verdad? —dijo Seamus, sentándose también.
—Sobre todo para algunos —comentó Ron, mirando a Seamus significativamente.
Él sonrió.
—Sí, ha estado fantástico —corroboró Neville—. Lástima que no haya más durante
el año...
—¿Os habéis fijado en el comportamiento de algunos de los de Slytherin? —
preguntó Ron—. Yo no me lo creía cuando lo vi... nos sonreían... bueno, sólo algunos,
pero ya es algo.
—Sí, fue extraño, pero me alegro —declaró Hermione—. Todos deberíamos estar
más unidos, como hoy...
—Sí, siempre que ganemos jugando al quidditch —puntualizó Ron entre las risas
de Seamus, Neville y Harry. Hermione le lanzó una mirada diciendo «¡Quidditch!».
—Bueno, creo que me voy a acostar —señaló Harry, bostezando—. La verdad,
estoy molido.
—Sí, yo también —dijo Seamus. Se despidió y subió al dormitorio, seguido por
Neville y por Dean, que acababa de entrar por el retrato.
—Lo he pasado muy bien, Harry —dijo Ginny—. Realmente muy bien.
—Yo también —declaró él—. Espero que podamos charlar más a menudo...
realmente eres una gran chica ¿sabes?
Ginny le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Se despidió de Ron y Hermione y
subió a su cuarto. Hermione y Ron, por su parte, se sonreían sin hablar. Ella le dio las
buenas noches a los dos, y luego un dulce beso en la mejilla a Ron. Él, por su parte, le
quitó la diadema, y antes de volvérsela a poner, le dio un beso en la frente. Hermione
sonrió aún más y subió a su dormitorio.
—Bueno ¿qué? —le preguntó Harry, cuando se hubieron quedado solos.
—¿Qué de qué?
—Ya me entiendes... ¿qué tal?
—Pues ya viste... bien. Realmente me lo he pasado muy bien, sí. Muy bien...
—Sí, ya vi la cara de embobados que teníais... y que no habéis tenido una sola
discusión en días —apostilló—. No parecéis vosotros.
Ron le sonrió a su amigo.
—Bueno, eso está bien, ¿no?
—Sí, está muy bien, pero... resulta raro.
—¿Raro?
—Sí, raro. —Harry miró a su amigo con expresión inquisitiva—. ¿Qué te dijo
Krum?
—¿Eh? ¡Ah!, nada, nada...
—¿Como que nada?
—Bueno... simplemente me dio las gracias por permitirle a Hermione bailar con
él... yo le dije que no era necesario, que ella no era mi novia ni nada así, y él me miró
con cara rara...
—¿Cara rara?
—Sí... Yo tampoco sé por qué —dijo Ron—. Luego me dijo que la cuidara como
había hecho hasta ahora, y que era un buen guardián... y se fue.
—¿Ves? —dijo Harry. Ron le miró fijamente— Hasta Krum se da cuenta.
—¿Cuenta de qué? —preguntó Ron.
—Vamos, Ron, reconoce que te gusta Hermione...
—Bueno, yo... —se sonrojó hasta la raíz del cabello—. ¿Y tú con Ginny? —soltó,
cambiando de tema.
—No lo sé —reconoció Harry—. Realmente, no lo sé. Es cierto que no me había
dado cuenta de cómo es... y de que me encanta estar con ella, y hablarle y todo eso,
pero no me gusta. Al menos, todavía no...
—¿Todavía no? —inquirió Ron, levantando una ceja y pareciéndose enormemente
a Hermione en la expresión de la cara—. Será mejor que nos vayamos a la cama ante
tanto derroche de sinceridad y sentimentalismo... —dijo, riéndose.
Harry se rió también.
—Sí, será mejor. La verdad, estos bailes son matadores ¿no crees?
—Ya te digo. El quidditch es menos cansado, y desde luego mucho menos
complicado —declaró Ron, mientras ambos, riéndose, subían las escaleras y abrían la
puerta de su habitación.
19

Los Gigantes, las Arañas y los Centauros

Nadie pisó la sala común de Gryffindor antes de las once de la mañana el día 26
de diciembre. El baile de la noche anterior había dejado agotados a la mayoría de los
alumnos, y el castillo estuvo silencioso toda la mañana.
Cuando Harry se despertó, lo primero que le pareció era que sólo había pasado un
momento desde que se había acostado. Hacía mucho que no dormía tan bien. Se
quedó un momento metido en la cama, disfrutando del agradable tacto de las sábanas
y del suave calor en el que estaba envuelto. Recordó la noche anterior y sonrió.
Luego, se incorporó y se puso las gafas. Miró hacia la ventana, por dónde se veía a la
nieve caer, y luego hacia la cama de Ron, donde su amigo dormía plácidamente, con
una sonrisa dibujada en los labios. La sonrisa de Harry se acentuó; estaba feliz. Se
levantó, sin despertar a nadie, y bajó a la sala común en pijama. Cogió su álbum de
fotos y se sentó frente al fuego. La sala estaba vacía, y él se alegró de que así fuera,
durante un rato al menos. Abrió el álbum por la última página y miró las fotos de él
mismo y sus amigos, que le sonreían. Harry las contempló un rato, e incluso derramó
una lágrima de felicidad, que se apresuró a limpiar rápidamente cuando sintió que
alguien entraba en la sala.
—¡Harry! —exclamó la voz de Colin Creevey, pletórica—. ¡Precisamente la
persona a la que quería ver!
—Hola, Colin —saludó.
—¿Te lo pasaste bien ayer, Harry? —preguntó Colin, feliz—. ¡Yo sí! Era mi primer
baile, y fue muy divertido. ¿No crees que estuvo magnífico, Harry?
—Sí, sí lo creo —respondió Harry, sonriendo.
—Bueno, verás, quería verte para darte esto —dijo Colin, dándole otras seis fotos
más—. Perdona por hacerlas sin que te dieses cuenta, Harry, pero pensé que te
gustarían para completar ese libro... Las acabo de revelar.
Harry cogió las fotos, extrañado. Las miró y sonrió. Una le mostraba a él, bailando
con Ginny, otra le mostraba bailando con Hermione. La tercera era de su baile con
Cho, en otra se veía a Ron y a Hermione, en la siguiente a Ron y a Ginny, y, para
finalizar, en la más grande se veían Neville, Gabrielle, Ron, Ginny, Hermione y él
mismo, sentados en una de las mesas. No supo qué decir.
—¿Te gustan? —preguntó Colin, mirándole expectante.
—Claro que sí... muchas gracias... no sé qué decir... —balbuceó. En otras
circunstancias, Harry se habría enfadado por haber sido fotografiado sin su
consentimiento, pero la alegría de tener un recuerdo de aquella noche era más fuerte
que cualquier otro sentimiento.
—De nada, Harry. Me alegro de que te gusten... bueno, me voy a mi cuarto —dijo
el chico, despidiéndose.
Harry cogió las fotos y las miró, y luego las fue pegando en el álbum, al final, junto
a las demás de él y sus amigos. Estuvo contemplándolo durante un largo rato, sin
darse cuenta de que Ron y Neville habían llegado.
—¿Qué haces? —preguntó Ron, aún despeinado y bostezando.
—Nada... miraba estas fotos que me ha dado Colin... ¿No querrías alguna para ti?
—le preguntó a su amigo, que observaba las fotos.
—¡Claro que sí! Le pediré a Colin una copia para mí... Mira Neville, tú también
sales.
Neville se acercó para verlo. Aún estaban allí cuando el resto de los alumnos de
Gryffindor bajaron, llenando la sala común de ruidos y conversaciones. Parvati,
Lavender y Hermione bajaron juntas, y al parecer, aún no habían agotado los temas
de conversación sobre el baile. Hermione se sentó junto a Ron, dedicándole una
sonrisa, mientras Lavender se acercaba a Seamus y empezaba a charlar con él
animadamente.
Ron le enseñó a Hermione las fotos, y la chica se quedó mirándolas con dulzura,
como también hizo Ginny cuando finalmente bajó de su dormitorio.

Los siguientes días transcurrieron tranquilos y apacibles, a pesar de no tener ya


tanto tiempo libre. Hermione se empeñó en hacerles estudiar todo lo que podía, a
pesar de las protestas constantes de Ron, y encima, la final de quidditch se
aproximaba, con lo que los entrenamientos se amontonaban. A decir verdad, los
entrenamientos del equipo eran mucho más agradables desde el enfrentamiento, en lo
que respectaba a la mayoría de los jugadores de Slytherin, pero Malfoy y Crabbe se
habían vuelto aún más desagradables, y ahora rara vez se veían sin la compañía de
Goyle, Pansy Parkinson, sus amigas y algunos otros de Slytherin, que parecían odiar
más que nunca a Harry y a sus amigos.
Harry, sin embargo, no les hacía demasiado caso. Tras el baile, se sentía
demasiado feliz y contento como para preocuparse por Malfoy y su grupo de Slytherin,
por lo que les sonreía cada vez que pasaba junto a ellos, mientras Crabbe y Goyle
crispaban los puños y Draco endurecía sus miradas. Sin embargo, a Harry no se le
había olvidado ni un ápice cuál había sido el resultado y las consecuencias de aquel
enfrentamiento, y tenía muy claro que sí encontraba algún motivo para creer que el
Slytherin andaba metido en algo raro, iban a tener un serio encuentro.
La tranquilidad de las vacaciones en Hogwarts, sin embargo, se interrumpió una
tarde, cuatro días después del baile, dos días antes de fin de año. Harry, Hermione y
Ron se encontraban en la sala común. Harry y Ron jugaban al ajedrez, mientras que
Hermione leía un inmenso libro, sentada a su lado, cuando Hedwig entró por la
ventana trayendo una nota para Harry. Era de Hagrid.

Harry: Venid a verme esta tarde a las cinco. Trae a Ron y


Hermione. Usad la capa invisible y entrad por la puerta que da
al huerto de las calabazas. No se lo digáis a nadie.
Hagrid

—¿Qué querrá? —preguntó Ron, extrañado—. ¿Por qué nos pedirá que usemos
la capa invisible?
—No lo sé... seguro que quiere mostrarnos algo... Bueno, sólo falta una hora ¿no?
—dijo Harry, mirando su reloj—. Pronto lo sabremos.
Hermione se mordía el labio inferior, con expresión seria.
—¿En qué piensas, Hermione? —le preguntó Ron, mirándola.
—No sé... Es muy raro ¿no? ¿Por qué quiere que nos ocultemos?
—Vamos, Hermione, es Hagrid —repuso Ron—. No nos va a pasar nada malo...
—Lo sé, pero me extraña...
—Venga, dejadlo. Mejor será que nos preparemos. Cogeré la mochila y meteré la
capa dentro, luego saldremos y nos la pondremos en algún pasillo.
—Bien —dijo Ron—. Pero antes, déjame que te dé jaque mate, tenía una jugada
estupenda...
Media hora después, los tres salían de la sala común. Harry llevaba la mochila y
se dirigieron al vestíbulo. Cuando se acercaron, Harry sacó el mapa del merodeador
y, viendo que no hubiese nadie, sacó la capa y se la pusieron encima.
—Vamos —susurró.
Descendieron las escaleras lentamente y llegaron a la puerta principal, que
afortunadamente estaba abierta. Salieron y se dirigieron a la cabaña de Hagrid, la
rodearon y golpearon suavemente la puerta de atrás. Hagrid abrió.
—¿Sois vosotros? —preguntó.
—Sí —respondió Ron. Pasaron y se quitaron la capa.
—¿Qué sucede, Hagrid? —le preguntó Harry—. ¿Por qué tanto misterio y
secreto?
—¡Porque quiero que veáis una cosa maravillosa! —les anunció Hagrid, muy feliz
—. Os dije que os pusieseis la capa porque no creo que nadie quiera que os lo
muestre... pero yo pienso que tenéis derecho a saberlo, y, como de todas formas os
ibais a enterar igual...
—¿Qué es, Hagrid? —preguntó Hermione.
—No os lo puedo explicar —respondió Hagrid—. Lo mejor es que lo veáis por
vosotros mismos... Venid, está en el bosque...
—¿En el bosque? —preguntó Ron, poniendo cara de desagrado—. ¿Qué hay en
el bosque?
—No preguntéis, ya os dije que es mejor que lo vieseis. ¡Pero es maravilloso, ya
veréis! No será peligroso.
Hagrid abrió la puerta y salió al huerto, internándose en el bosque, asegurándose
de que nadie los veía. Harry, Ron y Hermione lo siguieron, un poco asustados. La
idea que tenía Hagrid de lo que era peligroso no era muy común.
—¿Adónde vamos, Hagrid? —preguntó Hermione de nuevo, mientras se
internaban en las profundidades del bosque, siguiendo a su amigo por una ruta
peligrosa que ya conocían—. ¡Dios mío! —dijo susurrando, dándose cuenta de la
dirección que tomaban. Miró a Harry, que también lo había notado.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, que no sabía a dónde llevaba aquel camino.
—Nos lleva junto a Grawp... —musitó Hermione.
—¿Grawp? ¿El gigante? —exclamó Ron, asustado—. ¡Oh, no...! ¿Por qué
habremos venido?
—Vamos, chicos —los animó Hagrid—. Os aseguro que no os arrepentiréis.
—Desde luego que no —murmuró Ron—. Yo ya estoy arrepentido.
—¡Hagrid! ¿Y los centauros? —preguntó Harry de pronto—. ¡Dijeron que no
dejarían...!
—No os preocupéis por ellos —les tranquilizó Hagrid—. Dumbledore habló con
ellos. Siguen enfadados conmigo, pero ya no se meterán con nosotros. Nos dejarán
pasar en paz. De todas formas, creo que no nos los encontraremos...
—¿Han perdonado a Firenze? —preguntó Ron.
—Claro que no. Nunca lo harán. Los centauros son muy tercos.
Harry y Hermione se miraron. Aún recordaban demasiado bien lo furiosos que se
habían puesto los centauros cuando se habían internado en el bosque con la
profesora Umbridge el año anterior. A pesar de todo, continuaron avanzando tras
Hagrid, hasta llegar al lugar en el que, unos meses antes, Hagrid les había mostrado a
su hermano pequeño.
—¿Qué es lo que quieres que veamos, Hagrid? —le insistió Hermione, con el
rostro compungido.
—Pues... hemos recibido visita. Observad.
Se acercaron lentamente a donde estaba Hagrid, y, dónde antes había árboles,
ahora había un gran claro, y lo que parecía una especie de campamento, donde
descansaban, al menos, seis gigantes. Harry reconoció entre ellos a Grawp, que era
el más pequeño de todos. Se quedaron atónitos.
—¡Dios mío! —dijo Ron, asustado.
—No os preocupéis —repitió Hagrid, risueño, entrando en el campamento—.
¡Hola, Grawpy!
—¿Hagui? —preguntó Grawp, volviéndose hacia él.
—Sí, soy yo. ¡Mira quien ha venido, Grawpy! ¡Harry y Hermione! ¿Te acuerdas?
¡Y también Ron!
—¿Hermy? —gruñó Grawp, mirando por encima de Hagrid. Hermione se agarró a
Harry y a Ron, que estaba lívido.
—Saludad sin miedo —dijo Hagrid, sonriente.
—Ho-hola G-Grawp —tartamudeó Ron, mirando las inmensas manos del gigante
e intentando mantenerse lejos de ellas.
Harry se fijó en los demás gigantes, que dormitaban sin que pareciera importarles
en absoluto la escena. Casi todos presentaban grandes heridas en la cara y el cuerpo.
—¿Cuándo llegaron, Hagrid? —preguntó Harry, procurando mantenerse también
lejos del alcance de Grawp, que se había levantado y se movía al lado de su
hermano.
—Hace tres días —Les informó Hagrid, contento—. Tuvimos noticias de ello, ya
sabéis, por la Orden, y yo y Olympe fuimos a buscarlos en secreto, y los trajimos aquí.
Dumbledore dijo que era el único sitio seguro. Llevaban mucho tiempo viajando desde
las montañas. Antes formaban un grupo de ocho, pero a tres los mataron. Éstos
consiguieron huir y ponerse en contacto con nosotros. Les costó mucho llegar.
Llevaban cuatro meses viajando.
—¿Cuatro meses? Guau —dijo Ron, que se acercó un poco más, algo más
tranquilo al ver que los gigantes no les hacían demasiado caso—. ¿Cómo viajan los
gigantes sin que los muggles los vean?
—Bueno, no les es fácil —respondió Hagrid—. Pero tienen sus medios. Saben
ocultarse muy bien cuando les conviene... y, de todas formas, los muggles que ven
gigantes no suelen vivir para contarlo...
—Sí, he leído que pueden camuflarse como rocas y cosas así ¿verdad? —
comentó Hermione, que seguía agarrada a sus dos amigos.
—Sí, así es.
—¿No habrán matado a nadie para llegar hasta aquí, verdad? —preguntó Ron.
—¡Oh, no! Claro que no... cuando hablamos con ellos en su campamento les
hablamos de las condiciones para la convivencia a los que nos escucharon. Éstos
tenían miedo de los demás gigantes, así que necesitaban ayuda y se portaron bien. O
al menos, eso dicen...
—¿Eso dicen? —dijo Ron, escéptico, viendo la cara de brutalidad de los gigantes.
—Dumbledore les cree —sentenció Hagrid—. Vino a verlos en cuanto llegaron y
les habló. Les ofreció este lugar y nuestra ayuda a cambio de su apoyo.
—¿Su apoyo? —preguntó Hermione—. ¿Su apoyo para qué? ¿Qué quiere
Dumbledore que hagan?
—No lo sé —respondió Hagrid—. Tal vez sólo que confraternicen con nosotros, en
vez de con Quien Vosotros Sabéis.
—¿Lo sabe el Ministerio? —preguntó Hermione.
—No sé... creo que Dumbledore ha dicho algo... supongo que, en todo caso, sólo
lo sabrá Fudge...
—¿Fudge? No creo que se lo tome muy bien —opinó Harry.
—No le va a quedar otro remedio si Dumbledore quiere que se queden. La gente
se ha dado cuenta de que todo lo que dijo Dumbledore sobre lo que había que hacer
una vez retornado Quien Vosotros Sabéis era lo que se tenía que haber hecho...
ahora es demasiado tarde para algunas cosas, como el asunto de Azkaban y los
dementores, pero bueno...
—¿Qué tal le tratan? —preguntó Hermione, señalando a Grawp—. ¿No decías
que allí le pegaban?
—Bueno, sí, pero aquí, de momento, lo tratan muy bien —contestó Hagrid—. No
se meten nada con él, aunque sea el más pequeño. Claro que tampoco están en muy
buenas condiciones para ser violentos —agregó, mirando el lamentable estado físico
de los demás gigantes—. Además, aquellas dos de allí son hembras, y se lleva muy
bien con una... ahora ya no está solo y es más feliz.
Harry miró a Grawp, que se había sentado y balanceaba un árbol, una de sus
diversiones favoritas. Le pareció que estaba igual que cuando lo había visto por
primera vez.
—¿Qué opinan los centauros de que estén aquí? —preguntó Ron.
—No les ha gustado mucho la idea, si te digo la verdad —respondió Hagrid—.
Pero no hay mucho que puedan hacer, así que simplemente evitan este lugar.
—¿Hablan nuestro idioma? —preguntó Harry.
—Aquél de allí lo chapurrea un poco —dijo Hagrid, señalando a un gigante que
tenían un inmenso corte en la cara y que parecía que le faltaba un ojo—. Pero no
demasiado. Grawp habla mejor que él. Generalmente hace de intérprete para los
demás.
—Bueno, Hagrid, esto es muy interesante, pero... creo que deberíamos regresar al
castillo —sugirió Hermione con aprensión—. Se está haciendo de noche...
—Sí, es cierto —dijo Hagrid, mirando en torno a él—. Volvamos... Adiós Grawpy
—le dijo al gigante, que miró hacia él—. Nos vamos. Vendré a verte mañana.
Grawp le hizo un gesto, y emprendieron el regreso.
—Bueno, ya sabéis, no debéis de decir nada a nadie de esto —les recordó Hagrid,
mientras emprendían la senda de regreso—. No es que importe, al fin y al cabo creo
que os enteraríais pronto, pero bueno, ya me entendéis...
—Tranquilo, Hagrid. No diremos nada, te lo aseguro —prometió Ron, yendo más
deprisa hacia el castillo de lo que había ido hacia el claro.
—¿Estás completamente seguro de que son... bueno, inofensivos? —preguntó
Hermione, que miraba alrededor constantemente para asegurarse de que no
aparecían Magorian, Bane o algún otro centauro.
—Bueno, son gigantes, ¿no? Pero creo que se portarán bien... necesitan nuestra
ayuda. No querrán que los demás se enteren de dónde están...
—¿Los demás gigantes? —inquirió Harry—. ¿No estaban en Rusia o por allá?
—Bueno... eso es otra cosa que quería contaros, pero esperad a que lleguemos a
mi casa. ¡Oh! —dijo Hagrid de pronto, deteniéndose en seco. Ron chocó contra él.
—¿Qué pasa, Hagrid? —preguntó Harry, acercándosele.
—¡Chist! —susurró Hagrid—. Mejor será que vayamos por otro camino, éste
puede ser algo... inapropiado. Hablad bajo.
—¿Pero qué sucede? —preguntó Ron, aún más asustado.
—Bane —indicó Hagrid, con un susurro—. Mejor será que no nos metamos en
líos... Iremos por allí, dando un rodeo.
—¿Un rodeo? —preguntó Hermione.
—Sí. Seguidme y hablad bajo.
Caminaron detrás de Hagrid durante un rato, antes de que Ron se diera cuenta de
hacia dónde se dirigían.
—Hagrid... —dijo, con voz débil y temblorosa—. Por aquí se va a... a...
—...a la guarida de Aragog —terminó Harry, también nervioso.
—¿Aragog? —preguntó Hermione abriendo mucho los ojos—. ¿Esa araña gigante
que quería usaros como cena?
—Sí —confirmó Ron, estremeciéndose; se dirigió a Hagrid—: ¿Por qué vamos por
aquí? ¡No deberíamos ir por aquí!
—Tranquilos, no os preocupéis —dijo Hagrid—. Vais conmigo.
—Hagrid, ya estamos lejos de los centauros, ¿por qué seguimos este camino?
—Es que, ya que paso por aquí... hace mucho que no visito a Aragog...
—¿Y tienes que visitarlo hoy? —preguntó Harry.
Ron miró a Harry con miedo. Hermione se agarró a ellos, mirando hacia todos
lados. Tras caminar unos veinte minutos más, llegaron a la hondonada de las arañas.
Ron miraba hacia el suelo, por donde caminaban centenares, o quizás miles, de
pequeñas arañas. Harry levantó la cabeza y vio a las más grandes descolgarse de los
árboles. Los tres amigos sacaron las varitas y se apretujaron cada vez más. Las
arañas empezaron a rodearlos, pero sin acercárseles. Hagrid se detuvo.
—¡Aragog! —llamó.
—¿Hagrid? —preguntó una voz, que hizo que Ron se estremeciera aún más,
mientras miraba a su alrededor.
—Sí, soy yo.
La inmensa araña se levantó y salió de su cubil, acercándose. Hagrid le sonreía.
—Hola, Hagrid... Hacía tiempo que no venías a verme... —dijo—. No vienes solo.
—Son los dos chicos que escaparon hace cuatro años —dijo otra araña,
chascando las pinzas fuertemente.
—¿Aquéllos?
—Son amigos míos, Aragog —aclaró Hagrid—. Hoy no venía a verte —explicó—,
pero pasaba por cerca y he venido a decirte que no les hagas daño.
—¿Por qué? Mi instinto me empuja a ello... no puedo negar carne fresca a mis
hijos...
Harry, Ron y Hermione se apretaron aún más. Las arañas continuaban
descendiendo de los árboles y rodeándolos, haciendo sonar sus pinzas.
—Porque son mis amigos, Aragog. Ellos me han ayudado en multitud de
ocasiones. Por eso te pido que si los ves, o te los encuentras, les ayudes... o por lo
menos no les ataques.
Aragog miró a Hagrid un momento, sin decir nada.
—Además, ellos mataron al basilisco del castillo...
—¡No pronuncies ese nombre! —gritó la araña, estremeciendo todo su cuerpo.
Luego se calmó—. ¿Es cierto eso? ¿Esos chicos lo mataron? —Calló un momento—.
Bien... entonces, está bien. Me habéis hecho un gran favor, a mí y a mis hijos. Por
ello, y porque Hagrid me lo pide, no os haremos daño si volvéis por aquí, y os
ayudaremos, si podemos. Pero os pido que no me visitéis a menudo, si podéis
evitarlo; la tentación es muy grande...
—De... de acuerdo —murmuró Ron, con cara de espanto—. No vendremos si no
es necesario... gracias.
—Gracias, Aragog —dijo Hagrid, sonriendo—. Ahora tenemos que irnos. Cuídate.
—Adiós, Hagrid. Adiós, amigos de Hagrid.
—A... Adiós —dijo Harry.
Salieron de la hondonada, mirando a los lados, mientras las arañas, chascando
sus pinzas, se apartaban de su camino. Ron respiraba agitadamente.
—Tranquilo —le dijo Hermione, que parecía más calmada—. No pasará nada.
—No pensé que tendría que volver a este lugar nunca...
—Vamos, apuraos —les dijo Hagrid—. Ya es tarde, y deberíais regresar pronto al
castillo.
Caminaron hacia Hogwarts, recorriendo la senda que Harry y Ron habían hecho
casi cuatro años atrás. Tras alejarse un buen trecho de la hondonada, Ron se
tranquilizó, aunque echaba miradas fugaces hacia atrás de vez en cuando. Cuando
habían recorrido ya más de la mitad del camino e iban más tranquilos, una figura les
salió al paso, seguida de varias más.
—¿Qué haces, Hagrid? —preguntó la fuerte y masculina voz de Magorian.
—¡Oh, no! —Ggmió Ron—. Primero gigantes, luego arañas y ahora centauros...
¿Y para encontrarnos con ellos vinimos por ese lugar horrible?
—Ya sabes de dónde vengo, Magorian —respondió Hagrid con voz severa.
—Sí, lo sé... y sabes perfectamente que no nos gusta lo que habéis traído al
bosque.
—¡Mira, Magorian! ¡Los alumnos de colegio! ¡Los que nos echaron encima al
gigante y escaparon! —gritó otro centauro, al ver a Harry y a Hermione.
—No os atreváis a hacerles nada —amenazó Hagrid, cubriendo a los tres amigos.
—No haremos nada. Les dejaremos pasar —repuso Magorian tranquilamente.
—¿Por qué? ¡Acuérdate de lo que dijo la chica! ¡Nos usaron! ¡Se burlaron de
nosotros!
—¿Sabes quiénes son, Delane?
—No, pero eso...
—Es Harry Potter. Harry Potter y sus amigos.
—¿Harry Potter?
—Sí... Por eso pasarán.
Harry les miró, extrañado, y salió de detrás de Hagrid.
—Eh... ¿Magorian? —Llamó. El centauro le miró—. ¿Por qué nos van a dejar
pasar?
—Hemos jurado no oponernos al destino. Hemos visto en los cielos lo que
sucederá, y hoy debéis continuar vuestro camino —respondió el centauro.
—¿Nuestro camino? —preguntó Hermione—. ¿Qué camino?
—No revelamos nuestros conocimientos a los humanos. Simplemente, debéis
cumplir con lo que está escrito. Regresad al castillo.
Dicho eso, Magorian desapareció en el bosque, seguido de los demás centauros.
Harry, Ron y Hermione se miraron, extrañados.
—¿Nuestro camino? —se preguntó Ron—. ¿Qué habrá querido decir...?
—Dejadlos —aconsejó Hagrid—. Es imposible sacar algo en claro de unos
centauros. Mejor será que regresemos.
Hagrid se echó a andar y regresaron a su cabaña, donde entraron, al igual que
había salido, por la puerta del huerto de las calabazas.
—Bueno... ¿Qué es eso que tenías que contarnos de los demás gigantes? —
preguntó Harry, ansioso, apartando de su cabeza, por el momento, el asunto de los
centauros y sentándose en una silla, mientras Ron y Hermione hacían otro tanto.
—Bueno —comenzó Hagrid—. Creemos... o más bien, estamos bastante seguros
de que todos los gigantes han retornado... —les explicó.
—¿Cómo? —preguntó Ron—. ¿Todos?
—Sí. De hecho, éstos fueron los últimos en llegar, ya que vinieron escondiéndose
y sin ayuda. Creemos que los demás sí tuvieron ayuda para regresar, y que lo han
hecho hace ya tiempo.
—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo? —peguntó Hermione, acercándose un poco al
fuego para calentarse—. ¿Cómo lo sabéis?
—No puedo deciros como lo sabemos, pero lo sabemos. Llevan en el país más o
menos tres semanas, o eso creemos —dijo Hagrid, poniendo la tetera encima de la
mesa y cogiendo unas tazas y azúcar.
—Se han unido a él ¿verdad? —dijo Harry.
—Sí —afirmó Hagrid con pesar, mientras servía el té.
—¿Sabéis dónde están? —preguntó Ron—. No es lo mismo esconder seis
gigantes que treinta o cuarenta...
—No estamos seguros —respondió Hagrid—. Parece ser que Quien Vosotros
Sabéis está actuando con mucho secretismo. Tenemos nuestras razones para pensar
que se encuentran en algún lugar de las Tierras Altas Escocesas. De todas formas,
Quien Vosotros Sabéis no necesita esconderlos tan bien como nosotros.
—¿Por qué no? —preguntó Harry.
—Porque a él le da igual que vayan por ahí matando a muggles o haciendo
destrozos —respondió Hagrid—. Observad esto.
Sacó de un cajón una hoja de un periódico muggle y se la pasó. Hermione la leyó:

MISTERIOSAS Y BRUTALES MUERTES EN UN


PUEBLO DE ESCOCIA

La policía no se explica aún la causa de la tragedia


ocurrida en el pueblo escocés de High Rock, donde una
familia fue encontrada muerta hoy por la mañana. Dicha
familia, los Lossarch, residían en una finca apartada del
núcleo principal del pueblo unos dos kilómetros. La casa
estaba destrozada, y los cadáveres de Seamus y Elizabeth
Lossarch, y los de sus tres hijos, John, William y Jennifer se
encontraban horriblemente mutilados.
No se ha dado aún una explicación para el estado de
los cadáveres, aunque, como algunos forenses han
señalado, parecen obra de alguna especie de animal
especialmente brutal. No obstante, nadie se pone de
acuerdo sobre qué clase de animal, ya que los cadáveres
no presentan signos de mordeduras o arañazos. Aún
aceptando la tesis de algún tipo de animal, queda sin
explicación el lamentable estado de la casa, que estaba
semiderruida. Ninguno de los vecinos de High Rock se
explica el suceso, aunque algunas personas han
declarado que a veces, en los últimos días, se oyen
extraños rugidos en las montañas. Muchos han admitido
que tienen miedo.

—Lleva fecha de hace dos semanas —observó Hermione.


—¿Qué son «forenses»? —preguntó Ron.
—Médicos —explicó Hermione—. Trabajan para la policía. Su misión consiste en
determinar la causa de la muerte de una persona.
—Ah... —dijo Ron, que parecía que no le hubiese quedado muy claro.
—Fueron los gigantes ¿verdad? —Preguntó Harry, triste—. Los gigantes mataron
a esa familia...
—Dumbledore así lo cree, Harry. Y yo también.
—¿Y qué vais a hacer con ellos? —inquirió Hermione— ¿Intentar convencerlos de
que vuelvan a nuestro bando?
—No lo sé —declaró Hagrid—. Dumbledore aún no nos ha dicho nada al
respecto...
—¿Cuánto tiempo hace que sabéis que han regresado?
—Desde que llegaron éstos —respondió Hagrid—. Ellos nos lo contaron. Nos
informaron de que todos se habían puesto en marcha hace tiempo, guiados por
Golgomath. A los que no quisieron venir los mataron. Al parecer, los mortífagos les
hicieron grandes promesas sobre los regalos y privilegios que tendrían al regresar
aquí.
—¿Aún sigue siendo Golgomath su jefe?
—Sí —contestó Hagrid, disgustado—. Macnair y el otro mortífago les llevaron
muchos regalos. Eso le dio a Golgomath poder sobre el grupo. Los que no estaban de
acuerdo con él... bueno, ya imagináis, los mataron. Ya os dije que éstos eran ocho
cuando se separaron del grupo principal. A tres los mataron y a los demás ya visteis
cómo los dejaron.
—Qué bestias —dijo Ron.
—Cuando llegaron a Francia, tuvimos noticias de ellos, y Dumbledore habló con
Madame Maxime y conmigo, y fuimos a buscarlos —continuó—. Ellos nos contaron
todo, y entonces Dumbledore se acordó de ese recorte de periódico que había leído.
Lo había guardado porque le había parecido extraño.
—¿Dumbledore siempre lee los periódicos muggles? —preguntó Ron.
—Sí, por supuesto —contestó Hagrid—. Pero es uno de los pocos magos que lo
hace.
Los cuatro terminaron su té, en silencio, contemplando la foto que mostraba cómo
había quedado la casa de aquella familia.
—Será mejor que regreséis al castillo —les dijo Hagrid cuando terminaron, viendo
que eran casi las siete—. No deberíais estar por fuera a estas horas. Poneos la capa.
Y recordad: ¡no le digáis a nadie lo que os he mostrado!
—No te preocupes —dijo Harry, cogiendo la capa y cubriendo con ella a Ron y a
Hermione—. Hasta la cena, Hagrid.
—Adiós —se despidió él, abriendo la puerta trasera para dejarles salir.
Se dirigieron a la puerta del castillo y entraron. Afortunadamente, el vestíbulo
estaba vacío. Subieron por la escalinata, deteniéndose un momento detrás de una
estatua en un corredor cuando vieron a Filch, que paseaba con su gata. Obviamente,
el celador no podía verlos, pero a Harry siempre le había parecido que la Señora
Norris era capaz de notar su presencia aunque no pudiera verlos. Cuando pasaron, se
dirigieron raudos al pasillo de la Señora Gorda. Comprobando que no había nadie
cerca, se quitaron la capa, Harry se la guardó en la mochila y entraron en la sala
común.
—¿Dónde habéis estado? —preguntó Ginny, que estaba sentada junto al fuego,
leyendo—. No os ha visto nadie desde hace casi dos horas...
—Eh... fuimos a la biblioteca y luego a ver a Hagrid —mintió Harry a medias.
—Ah —dijo ella con un ligero tono de pena—. Podríais habérmelo dicho, yo
también habría ido...
—Ya, pero... —comenzó a explicar Harry.
—...se nos ocurrió estando en la biblioteca, Ginny —terminó Ron.

Aquella noche, tras acostarse, Harry tardó mucho tiempo en dormirse. Y no


porque estuviera pensando en los gigantes... No, recordaba las palabras de Magorian:
«deben seguir su camino». Y no se refería sólo a él, sino también a Ron y a
Hermione... Los centauros podían resultar muy misteriosos y extraños, pero Harry
creía en su capacidad para predecir el futuro... al menos en parte, y si habían dicho
aquello... ¿Estaban también sus amigos marcados, aunque ninguna profecía los
mencionase? Harry no lo sabía, pero pensar que a ellos podría sucederles algo
terrible lo angustiaba. ¿Cuál era aquel «camino» que debían seguir? ¿Qué sabían los
centauros y no querían decirle? Harry sabía que era inútil preguntarles. Recordó su
primer encuentro con ellos, en una oscura noche, en el Bosque Prohibido, cinco años
atrás... entonces sólo habían conseguido sacarles que «Marte estaba muy brillante
esta noche, especialmente brillante». ¿Sabrían ellos algo que pudiera ayudar? Era
posible, pero, en todo caso, sabía que jamás harían o dirían nada que interfiriese con
lo que ellos creían que era el destino escrito en los cielos.

Pasaron un par de días. Harry se pasaba bastante tiempo mirando hacia el


bosque desde la ventana de la sala común. Le pareció distinguir entre las frondosas
copas de los árboles el claro donde estaba el campamento de los gigantes. Debía de
ser allí, parecía salir humo... ¿Qué planes tenía Dumbledore para aquellos gigantes?
¿Cómo pensaba usar Voldemort a los que estaban de su parte? No se le ocurría nada
que respondiese a esas preguntas. Oscurecía, y Harry fijó su mirada en el cielo, que
esa noche estaba despejado. Miró las estrellas y recordó de nuevo las palabras que
Magorian había dicho: «tienen que seguir su camino» ¿Qué camino era ése? Desde
aquel día se lo preguntaba a menudo ¿Qué habían visto los centauros en el cielo?
¿Qué mostraban las estrellas que iba a suceder? No lo sabía, no podía saberlo, pero
últimamente, el cielo estrellado le atraía cada vez más. ¿Qué secreto sobre su destino
y el de las personas que más quería ocultaban aquellas estrellas, si es que realmente
ocultaban alguno? Él era el único que se preocupaba por ello. Apenas había hablado
con Ron o Hermione del encuentro con los centauros. Ron parecía haberlo olvidado, y
Hermione no creía en la Adivinación, o creía muy poco.
—¿Qué te pasa? —le preguntó de pronto Ginny, sobresaltándole y sacándole de
sus pensamientos.
—¿Eh? ¿Cómo dices? —dijo Harry, volviéndose.
—Digo que qué te pasa... te pasas los días mirando por esa ventana. ¿Te
preocupa algo?
—No... no es nada, no te preocupes.
Ginny le sonrió, como diciéndole «a mí no me engañas».
—Sé que me ocultáis algo —le soltó ella, y Harry abrió mucho los ojos—. Sí, lo
sé... no es que guste, pero tampoco me importa. Supongo que hay una buena razón
para que no me lo digáis, pero... ¿es algo grave?
—No —respondió él, mirándola a los ojos—. No demasiado.
—Entonces es cierto que me ocultabais algo... Me lo imaginaba. Llevo ya mucho
tiempo con vosotros tres, y sé cuando escondéis alguna cosa.
—Sí, es cierto —reconoció Harry—. Pero mira, no te lo podemos decir... nos
hicieron prometer que no diríamos nada, que pronto lo sabríamos todos... No te
enfades, por favor.
—No me enfado —dijo ella, tranquila y sonriente—. ¿Por qué iba a hacerlo?
—Bueno, yo, el año pasado, cuando no me...
—Ya, pero era distinto. Tú habías hecho todas aquellas cosas y era lógico que
quisieras saber qué pasaba, ¿no?
Harry le sonrió. En ese momento, Hermione y Ron entraron en la sala común.
Habían terminado sus guardias por los pasillos.
—Hombre, la pareja prefecta —bromeó Ginny—. ¿Qué tal las guardias?
—Cállate, Ginny —espetó Ron, dejándose caer en el sofá junto al fuego—. A ver
si te crees que es muy divertido deambular por los pasillos con Filch y este frío...
—Depende de la compañía —dijo Ginny, riéndose y mirando a Harry, que también
se rió.
Hermione los miró con severidad, dejándose caer al lado de Ron.
—¿Queréis perder cinco puntos para Gryffindor cada uno?
Eso les cortó la risa al instante. Harry abrió la boca para decir algo, pero entonces
fueron sus dos amigos los que empezaron a reírse.
—Bah, bromas de prefectos —dijo Ginny en tono despectivo, sentándose. Tras un
rato, la chica le dijo a Hermione si quería hablar con ella un rato, y subieron a los
dormitorios, mientras Harry y Ron jugaban una partida de ajedrez mágico.
—Bueno, ¿qué, como te va con Hermione?
—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Otra vez con eso?
—Sí, ya ves, es el tema del mes... ¿Me respondes?
—No —dijo Ron, en tono cortante.
—Vale... Tampoco necesito que lo hagas, veo perfectamente cómo os miráis, así
que...
—¿Y cómo nos miramos, si puede saberse? —preguntó Ron, intentando parecer
mosqueado.
—Bueno, los ojos son vuestros ¿no? Si no lo sabéis, pues ya me dirás...
—No seas pesado, Harry, sabes perfectamente que sólo somos amigos.
—Sí, porque sois demasiado tontos para...
—¿Quieres jugar al ajedrez o no? —dijo Ron, desesperado.
—Está bien, está bien, ya me callo...
Harry perdió la partida.
Tras acabar, Ron subió al dormitorio. Pronto sería hora de cenar. Harry, de nuevo
volvió a acercarse a la ventana de la sala común y miró el cielo, preguntándose de
nuevo qué secretos ocultaba, fascinado. Incluso se le ocurrió la absurda idea de
pedirles consejo a Parvati y Lavender, que eran las mejores en adivinación, aunque,
al igual que la profesora Trelawney, nunca acertaban en nada. Llegó a lamentarse de
no tener más Adivinación, porque ahora, con la ayuda de Firenze, quizás... Harry
abrió mucho los ojos. ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Firenze! Él le ayudaría,
además, ahora vivía en el castillo, y podría hablar con él cuando quisiera... Iría
después de cenar, sin falta.
Un rato más tarde, Ron bajó del dormitorio, y, tras él, Ginny y Hermione,
acompañadas de Parvati y Lavender. Bajaron todos juntos a cenar, y cuando la cena
terminó Harry se levantó antes que nadie.
—¿Adónde vas? —le preguntó Ron, mientras engullía pastel como si hubiera un
mes que no comía—. Aún no hemos terminado la cena...
—Yo sí, os veré luego en la sala común.
—¡Harry! —lo llamó Hermione mientras él se dirigía ya a la salida. Oyó a su
amiga, pero simplemente se volvió e hizo un gesto con la mano. Salió al vestíbulo y se
dirigió al aula en la que Firenze impartía sus clases de Adivinación, rogando que
estuviera allí. Llamó a la puerta, y, para su alegría, el centauro le dio permiso para
entrar.
—Esto... hola —saludó, entrando en el aula y acercándose a donde estaba el
centauro, en medio del bosque mágico que Dumbledore había creado para él en
aquel lugar.
—Harry Potter. Qué sorpresa verte por aquí... —saludó Firenze con cortesía.
—Eh, sí... —Se preguntó como empezar, y decidió no ser demasiado directo, no
quería parecer un interesado—. ¿Qué tal te va aquí?
—Bueno, no está del todo mal, aunque añoro al bosque y a mi manada. Esto no
es lo mismo.
—Ya, claro... Yo vi a los demás hace poco, en el bosque —comentó Harry.
—¿Sí? ¿No te hicieron daño? Me enteré de lo sucedido a finales del curso
pasado.
—Bueno, no parecían contentos de vernos —respondió Harry, llevando la
conversación por donde él quería—, pero Magorian dijo que... que nos dejarían pasar,
que teníamos que seguir con nuestro camino —agregó, mirando a Firenze fijamente.
—Sí, no me extraña —afirmó Firenze—. Magorian nunca iría contra lo que está
escrito en los cielos...
—Pero no quiso decirnos nada de qué camino era ése...
—Por supuesto que no. Los centauros no suelen revelar sus secretos a los
humanos...
—Pero tú lo haces.
—Bueno, ya te habrás dado cuenta de que no soy un centauro común... —dijo,
medio sonriendo, medio triste.
—¿Tú sabes de qué hablaba? —le preguntó Harry sin más preámbulos—. No me
quito eso de la cabeza... ¿Qué tienen que ver mis amigos?
—Todo, Harry Potter. Ya conoces tu destino, lo que ha sido marcado para ti…
pero ese camino no tienes por qué recorrerlo solo... y no lo harás. Sea como fuere, tus
amigos estarán contigo, y, llegado el momento, los necesitarás.
—¿Mi destino? ¿Conoces... conoces la profecía? —preguntó Harry.
—Sí. Dumbledore habla a menudo conmigo.
—Pero... la profecía dice que sólo yo... sólo yo puedo matar a Voldemort —repuso
Harry.
—Sí, es cierto... pero una historia no es sólo su final, y un camino no sólo es el
destino... antes de llegar a ese final, antes de llegar a la noche en la que al menos uno
de los dos no vea el nuevo amanecer, han de suceder muchas cosas, Harry Potter, y
mucho dependerá de aquellos que estén a tu lado.
Harry quedó impresionado por las palabras de Firenze.
—¿La noche en la que uno de los dos no verá el nuevo amanecer?
—Así está escrito, Harry Potter. Es algo claro que todo terminará en una noche,
pero no está dicho ni el cuándo ni el cómo... esas respuestas las hallarás en el
camino, tú y aquellos que te acompañen, porque recuérdalo: sin ellos, no recorrerás
ningún camino, ni llegarás a ningún lugar.
Harry miró a Firenze en silencio, pensando, analizando el significado de aquellas
palabras.
—Es todo lo que puedo decirte, joven Potter. Siento no ser de más ayuda, pero el
destino y el futuro dependen de muchas decisiones, de muchas elecciones, y quedan
muchas por tomar antes del fin.
Harry entendió que aquellas palabras daban por terminada su charla, y se
despidió de Firenze.
—Gracias...
—No hay de qué, Harry Potter... y si me permites un último consejo, recuerda que
el futuro lo escribimos nosotros: somos lo que queremos ser, somos lo que elegimos
ser, no aquello que hemos nacido para ser. Recuérdalo, y ten cuidado.
Sin entender muy bien aquellas últimas palabras, Harry abandonó la estancia y
regresó, lentamente, a la sala común. La verdad, aunque Firenze fuese más hablador
que los demás de su especie, no es que usase un lenguaje muy comprensible,
pensaba Harry.
Entró en la sala común, donde Seamus, Dean, Neville, Ron, Hermione, Ginny,
Parvati y Lavender estaban, todos juntos frente al fuego, charlando animadamente de
muchas cosas. Se habían hecho todos muy buenos amigos, gracias al baile y a las
reuniones del ED, que continuaban durante la navidad. Seamus estaba junto a
Lavender, haciéndole mimos, mientras Dean y Ginny escuchaban a Parvati. Neville
mriraba al fuego y Hermione se reía con Ron, que acariciaba a Crookshanks detrás
de las orejas. En cuanto Harry entró, todos volvieron la mirada hacia él.
—¿Dónde estabas? —preguntó Ron.
—Ya os lo contaré —contestó Harry, sentándose junto a Neville. Hermione y Ron
se miraron un instante, pero no dijeron nada más.
Después de haber pasado una agradable velada, se fueron a dormir, sin que Harry
llegara a hablarles a sus amigos de su charla con Firenze. Estaba cansado, y
disfrutaba de un apacible sueño cuando alguien entró en la habitación, despertándole
a él y a Ron.
—Señor Potter... señor Potter ¡despierte!
—¿Qué sucede? —preguntó Harry, aún medio dormido. Frente a él, estaba la
profesora McGonagall.
—Tienen que venir conmigo —dijo ella, que estaba muy seria, mirándole a él y a
Ron, que ya estaba despierto—. Vístanse pronto. Es importante. Les espero en la sala
común.
Harry y Ron se miraron y se vistieron rápidamente, procurando no despertar a los
demás. En la sala común estaba Ginny esperándolos.
—Acompáñenme al despacho del director —dijo ella.
—¿Qué ha sucedido, profesora? —Ppreguntó Harry.
—¿Dónde está Hermione? —inquirió Ron, que parecía muy preocupado. La última
vez que la profesora McGonagall los había llevado a los tres al despacho de
Dumbledore, su padre había estado a punto de morir.
Llegaron frente a la gárgola de piedra. La profesora McGonagall pronunció la
contraseña, «pastel de pasas» y subieron al despacho. Allí estaba el profesor
Dumbledore, con mirada triste y preocupada, y, enfrente, estaba Hermione, que
lloraba.
—¿Profesor...? —preguntó Ron, observando la escena—. ¡Hermione! ¿Qué te
pasa? —Corrió junto a ella y se agachó—. ¿Te encuentras bien?
—Ella se encuentra bien, señor Weasley —explicó Dumbledore lentamente, como
si le costara hablar—. Son sus padres. Fueron atacados esta noche.
20

La Reunión de la Orden

—¡¿Qué?! —exclamaron Ron y Harry al mismo tiempo. Hermione se echó a llorar


más aún, mientras Ginny se acercaba a ella—. Pero... ¿por qué? Quiero decir, sus
padres son... —añadió Harry, sin comprender.
—Os lo explicarán más tarde. No les ha pasado nada grave, gracias a la
vigilancia, claro. También Lupin está herido, pero se recuperará.
—¿Lupin está...?
—Iréis todos a Grimmauld Place ahora mismo —les indicó Dumbledore—. Allí os
lo contarán todo. Lo normal sería que fuese sólo ella, pero ella misma solicitó que la
acompañarais. Coged los polvos Flu. Los Weasley os esperan allí.
Un tanto conmocionados y aún sin entender, se acercaron a la chimenea. Ginny
fue la primera. Hermione, que se apoyaba en Ron, fue la siguiente. El último fue
Harry. Salió por la chimenea de la cocina. La señora Weasley abrazaba a Hermione,
que seguía llorando. Fred y George también estaban allí, muy serios, acompañados
de Bill, Tonks y Moody.
—¿Qué... qué ha su-sucedido? —preguntaba Hermione, que no dejaba de llorar.
—Siéntate, cariño —le dijo amablemente la señora Weasley. Luego miró hacia
Harry, Ron y Ginny—. Vosotros también.
Harry y Ginny se sentaron al lado de Fred y George. Ron se sentó con Hermione,
abrazándola, mientras ella no dejaba de llorar.
—No llores más, querida —pidió la señora Weasley, que también tenía los ojos
llorosos—. Tus padres se pondrán bien... Están en San Mungo, pero se pondrán
bien...
—¡Quiero ir a verlos! —chilló Hermione entre sollozos—. ¡Quiero ir a verlos!
—Iremos enseguida, de verdad —le prometió la señora Weasley—. Pero aún no
pueden recibir visitas, mientras los atienden...
—¡Me da igual! —gritó Hermione—. ¡Quiero estar con ellos!
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron, que hacía esfuerzos por sujetar a su amiga
—. ¿Por qué iban a atacar a sus padres si son...?
—Todo a su debido tiempo, Ron —atajó el señor Weasley. Pero Harry no
necesitaba explicaciones. Se imaginaba muy bien por qué los padres de Hermione
habían sido atacados, y por qué estaban siendo vigilados, como Dumbledore les había
dicho, pero no dijo nada—. Sabíamos que tus padres podrían ser... bueno, atacados
—explicó—. Por eso estaban vigilados. Se lo habíamos dicho, ofreciéndoles incluso
venir aquí, pero no quisieron. No pensaban abandonar su vida normal. Por eso les
pusimos vigilancia, y Dumbledore protegió tu casa con encantamientos. Tus padres no
querían que te preocuparas, así que no te dijimos nada —aclaró, viendo la pregunta
que Hermione iba a formular.
—Esta noche, durante la guardia de Lupin, nuestros encantamientos avisaron del
peligro —continuó Tonks, seria—. Lupin entró inmediatamente, y se encontró a dos
mortífagos que habían acorralado a tus padres. Intentó luchar contra ellos, pero le
superaron. Afortunadamente, Arthur, yo y Moody nos presentamos allí al momento. Al
verse en inferioridad, se desaparecieron.
—¡¿QUÉ HICIERON?! ¡¿QUÉ LES HA PASADO A MIS PADRES?! —chilló
Hermione con todas sus fuerzas. Ron la abrazó más, sujetándola, hasta que ella se
calmó un poco.
—U-usaron la maldición cruciatus contra tu padre —explicó la señora Weasley con
la voz temblorosa. Hermione profirió un grito—. Pero tranquila, cariño, no les dio
tiempo a hacerles mucho daño... Cuando Lupin entró, les lanzaron un hechizo para
intentar terminar... para... para acabar con ellos —el volumen de su voz bajó
muchísimo mientras decía esto—, pero no lo consiguieron. Se pondrán bien, de
verdad.
Hermione sollozaba aún con más fuerza. A Ginny también le caían las lágrimas.
Harry no sabía que hacer ni a dónde mirar, ver a su mejor amiga en ese estado le
partía el corazón. Ron estaba lívido, también tenía los ojos llorosos, y seguía
abrazando a Hermione contra él.
—¡¡Quiero ir a verlos!! —gritó ella—. ¡¡Quiero ir a verlos!!
—Claro, querida —dijo la señora Weasley, acercándose a ella y haciéndole una
caricia—. Iremos ahora mismo.
Se levantaron. El señor Weasley cogió los polvos Flu.
—Vamos —dijo—. Molly, ve tú primero.
La señora Weasley entró en la chimenea, gritó «¡Hospital San Mungo!», y
desapareció. La siguiente fue Hermione, seguida por Ron, Ginny, Harry, Fred, George
y el señor Weasley.
Salieron por una chimenea del vestíbulo de San Mungo en la que Harry no se
había fijado la última vez que había venido. La señora Weasley se encaminó a la
Cuarta Planta, Daños Provocados Por Hechizos, seguida de los demás. Hermione
había dejado de llorar, y tenía la mirada perdida. Cuando llegaron a la cuarta planta,
se dirigieron a la sala Janice Hutton, donde estaban los padres de Hermione y Lupin.
El sanador que estaba al cargo se llamaba Filsfweet. La señora Weasley se dirigió a
él.
—Eh... buenas noches... veníamos a ver a los Granger —le comunicó—. Y
también al señor Lupin.
—Granger y Lupin... bien. ¿Ustedes son...?
—Ella es la hija de los Granger —explicó la señora Weasley, señalando a
Hermione—. Nosotros somos amigos de la familia.
—De acuerdo. Pueden pasar, en silencio y de dos en dos —señaló el sanador—.
El señor Lupin está despierto, pero los Granger duermen bajo hechizo, no despertarán
hasta dentro de unas horas.
—¿Có-cómo están mis padres? —preguntó Hermione, con voz débil.
—No te preocupes —la tranquilizó Filsfweet—. Lo grave ya ha pasado. Tienen
diversas heridas y contusiones, y deberán pasar todo el día aquí, pero se recuperarán
sin problemas.
Hermione suspiró, aliviada.
—Quiero pasar a verlos...
—De acuerdo —dijo la señora Weasley—. Vamos, cariño. Ven conmigo.
Entraron en la sala. Los demás se quedaron fuera, esperando, paseando por el
corredor, tristes y sin saber qué decir. Harry nunca había visto así a Hermione. Supuso
que, al ser sus padres muggles, nunca había creído que pudiese llegar a pasarles algo
por causa suya... por causa suya... Sí, salvo que no era por causa de ella, pensó. Era
por causa de él. Habían atacado a sus padres por ser amiga de Harry, igual que los
habían atacado a ella y a Ron, igual que habían matado a Penélope Clearwater... por
él los Weasley vivían bajo amenaza... ¿Cuántas cosas más tendrían que suceder por
él? ¿Cuántas personas inocentes más iban a pagar con sus vidas por su amistad?
Harry derramó una lágrima, una lágrima de pena, frustración y rabia. «¿Cuándo
terminará esto? —pensó—. ¡¿Cuándo va a terminar?!». Sintió deseos de gritar, de
romper algo, pero se contuvo... ¿Cómo podía haber pensado hacía unas horas,
cuando todos estaban en la sala común, que eran felices y estaban a salvo? ¿Cómo
podía haber estado tan tranquilo? Ahora se daba cuenta de la verdad: todo aquello
había sido una ilusión. No estaban a salvo, nunca lo habían estado y nunca lo
estarían, mientras Voldemort viviese... Voldemort. Un sentimiento de ira y odio
renovados hacia él surgieron de su interior. Lo odiaba más que nunca. Su odio era tan
intenso que no podía contenerlo. El año anterior casi había muerto el señor Weasley,
luego había perdido a Sirius, ahora los padres de Hermione habían sido atacados... En
su mente se formó la imagen de aquella casa destruida y de la familia mutilada por los
gigantes... sólo que sus rostros no eran los de unos desconocidos: los padres eran el
señor y la señora Weasley, y los otros tres cuerpos eran los de Ron y Hermione... y
Ginny...
Sacudió la cabeza para no pensar en aquello. No podía pensar en aquello... Volvió
junto a los demás. Ginny estaba sentada en una silla, apoyada en Fred. George
estaba del otro lado. Ron, por su parte, daba vueltas, con la mirada más perdida que
Harry le había visto nunca. El señor Weasley, mientras, miraba hacia la puerta de la
sala y esperaba.
Cinco minutos después, la puerta se abrió y Hermione y la señora Weasley
salieron. Hermione tenía el rostro bañado en lágrimas, pero al menos yo no parecía la
imagen de la desesperación. Ron se acercó a ella y la abrazó. Hermione se apoyó en
él y sollozó.
—Tranquilízate, vamos —dijo él, suavemente—. Vamos, ya ha pasado todo. Se
pondrán bien...
Harry se acercó. También él quería abrazar a su amiga, pero una parte de él se
resistía... ¿Cómo iba abrazarla, cuándo él era la causa primera de que estuviera así?
Quiso quitarse ese sentimiento de la cabeza, esa idea... Él no era el responsable, él no
había elegido aquello, y lo sabía, pero... la culpabilidad volvía, y cada vez era más
difícil librarse de ella.
Se quedó parado a medio metro de Hermione. Ella le miró un momento. Harry bajó
la cabeza.
—Harry... —dijo ella con voz débil y llorosa, separándose de Ron y acercándose a
él—. Harry... tú no tienes la culpa... tú no tienes la culpa.
Harry se acercó a su amiga y la abrazó con fuerza.
—Lo siento —dijo, temblando—. Lo siento Hermione... yo...
—Tranquilo, hijo —la señora Weasley también se había acercado—. Tú...
—Ya sé que no es culpa mía —repuso Harry—. Pero... cada vez que creo que todo
va bien, que las cosas han mejorado, sucede algo que lo estropea... Estoy harto,
harto...
—Vamos, compañero —dijo Ron, poniéndole una mano en el hombro—. Todos
nos sentimos mal, pero no podemos rendirnos. Tú no tienes la culpa. El único
responsable es ese hijo de...
—¡Ron! —le gritó su madre.
Ron se calló, pero siguió apoyando una mano en el hombro de Harry.
—¿Cómo está Lupin? —preguntó Fred.
—Bien —dijo la señora Weasley—. Sólo tiene heridas superficiales y un brazo roto.
Nada grave.
—Voy a entrar a verlo —dijo el señor Weasley, abriendo la puerta de la sala.
—Bueno, nosotros ya no hacemos nada aquí —dijo Fred, levantándose—. Mañana
tenemos que trabajar y es tarde... —Se acercó a Hermione, seguido de George, y
ambos la abrazaron—. No te preocupes ¿vale? Estarán bien atendidos.
—Gracias por venir —dijo ella, intentando sonreír.
—No es nada. Bueno, hasta mañana —dijeron, le dieron un beso a su madre y
desaparecieron.
—Creo que también deberíamos volver a Grimmauld Place y descansar —opinó la
señora Weasley—. Aquí tampoco podemos hacer nada.
—¡No! —se negó Hermione—. No pienso irme y dejarlos solos... Quiero estar aquí
cuando despierten.
—Está bien, querida —concedió la señora Weasley con un suspiro—. Ron, Harry,
Ginny... sería mejor que…
—Yo me quedo con ella —declaró Ron con rotundidad—. No la voy a dejar aquí
sola.
Hermione le sonrió con dulzura.
—Yo también me quedo —afirmó Harry, poniéndose del otro lado de su amiga—.
Somos sus amigos y no la vamos a dejar aquí.
—Yo me quedo con ellos —dijo también Ginny.
La señora Weasley los miró y volvió a suspirar, con una leve sonrisa.
—Está bien, nos quedaremos aquí... Iré a buscar un café. ¿Alguien quiere uno? —
preguntó, mirándolos.
—Yo —respondió Harry.
—¿Vosotros no?
Hermione, Ron y Ginny negaron con la cabeza. La señora Weasley se fue y los
cuatro se sentaron en las sillas. Hermione apoyó su cabeza en el hombro de Ron.
—Gracias... —musitó.
—¿Cómo? —preguntó Ron, mirándola.
—Digo que gracias a los tres, por estar conmigo...
—Vamos, Hermione. Jamás te dejaríamos sola... somos amigos ¿no?
Ella sonrió y derramó una lágrima. Ron cogió un pañuelo de su bolsillo y se la secó
con suavidad.
—No llores más —pidió—. Todo se va a arreglar.
Hermione se pegó más a él y lo abrazó. Ron se quedó un momento sin saber qué
hacer, y luego le pasó un brazo por los hombros. Los cuatro esperaron, en silencio, el
regreso de la señora Weasley, con los dos cafés. Le dio el suyo a Harry y se sentó en
una silla. Al poco rato, el señor Weasley salió de la sala y se sentó junto a su esposa
sin decir nada. Ginny se quedó dormida un poco después, apoyada en su madre.
Harry, sin embargo, no encontraba motivo ninguno para dormir, y se levantó a dar otro
paseo. Hermione, apoyada en Ron, también se durmió finalmente. Ron, como Harry,
tampoco durmió nada. Miraba a su amiga con ojos tristes, y de vez en cuando cruzaba
miradas con Harry.
Cuatro horas después de haber llegado, el señor Weasley se fue, ya que tenía que
trabajar al día siguiente y quería darse una ducha antes y cambiarse de ropa. Un rato
después, el sanador Filsfweet se acercó, entró en la sala y volvió a salir unos minutos
más tarde.
—Los Granger han despertado —les informó, con una sonrisa—. Pueden pasar a
verlos si quieren.
Ron sacudió a Hermione ligeramente, que seguía dormida.
—Hermione... Hermione, despierta.
La chica abrió los ojos, lentamente. Miró hacia su amigo, desorientada, y sonrió,
antes de recordar dónde estaba.
—¿Qué ha pasado? —preguntó súbitamente, poniéndose en pie con rapidez.
—Tus padres han despertado, querida —le dijo la señora Weasley—. Podemos
entrar a verlos.
Hermione se dirigió rápidamente a la sala, seguida de Ron y la señora Weasley.
Harry se acercó a Ginny, que aún dormía, y la despertó. Entraron en la sala un
momento después. Harry lo hizo nervioso. Hermione comprendía... pero ¿entenderían
los Granger el por qué les había sucedido aquello? ¿No querrían, después de lo
vivido, alejarse del mundo de los magos? Cuando entraron, Hermione se abrazaba a
sus padres, sonriendo, aunque las lágrimas le caían por la cara. Su madre la miraba
con ternura.
—No llores, cariño. Papá y yo estamos bien... no nos ha pasado nada. Gracias al
señor Lupin —añadió, mirando hacia la cama de enfrente, donde estaba Lupin,
sonriéndoles. Harry y Ginny se acercaron a las camas.
—Hola, señor y señora Granger... —saludó Harry, nervioso.
—Hola Harry... Ginny... —respondió el padre de Hermione, con voz débil. Parecía
que le costara hablar.
—¿Os habéis quedado todos a pasar la noche aquí? —preguntó la señora
Granger.
—Yo quise quedarme, y ellos no me dejaron sola —respondió Hermione, mirando
a sus amigos con cariño.
—Gracias por... cuidar de ella —agradeció el señor Granger, con esfuerzo.
—¿Qué sucedió, mamá? —preguntó Hermione, poniéndose seria de nuevo—.
¿Cómo fue?
La madre de Hermione cerró los ojos, como si fuera doloroso recordar. Luego los
abrió de nuevo y miró a su hija.
—Estábamos durmiendo —contó—, cuando oímos un ruido. Nos despertamos. Tu
padre se levantó para ver qué había sucedido. Entonces se abrió la puerta, y allí
estaban ellos, encapuchados y con máscaras. Eran dos. Tu padre les preguntó quién
eran, qué querían y qué hacían en nuestra casa, pero ellos simplemente se rieron.
Llevaban varitas, así que supimos que eran magos. Uno de ellos levantó la varita y
lanzó a tu padre hacia atrás, cayendo en el suelo. Luego entraron en la habitación. Yo
tenía muchísimo miedo. —Hizo una pausa para tomar aire—. El que había arrojado a
tu padre hacia atrás levantó de nuevo su varita y gritó algo, y tu padre empezó a
retorcerse de dolor. Yo cerré los ojos para no verlo. —Hermione también cerró los
suyos, luchando de nuevo para no llorar—. Entonces apareció Lupin, y atacó al de la
varita, que cayó. El otro sacó la suya y le hizo algo, pero Lupin lo esquivó. No
obstante, el primer mago le atacó de nuevo y le dio de lleno, haciéndole caer hacia
atrás, por las escaleras.
»Entonces aparecieron los demás, que empezaron a lanzar hechizos. Uno de los
encapuchados hizo una cosa con la varita hacia mí y hacia tu padre, y ya no recuerdo
más, hasta que desperté aquí.
Hermione temblaba de rabia y miedo. Harry volvía a sentirse culpable.
—Yo... yo lo siento —balbuceó. Los padres de Hermione le miraron—. Todo es por
causa mía, porque Hermione es mi amiga... todo esto...
—No te echamos la culpa, Harry —dijo la señora Granger con amabilidad—. Ni yo
ni mi marido. Sabemos lo amigos que tú y Ron sois de Hermione. Sabemos lo
importantes que sois para ella. No es culpa tuya. Ya tienes bastantes problemas sin
culparte con los de los demás. Sabemos que has salvado la vida de Hermione varias
veces... tú y Ron... y os estamos muy agradecidos. Ella es lo más importante para
nosotros... lo más importante.
—Es cierto que... a veces... hemos pensado si tal vez Hermione no estaría mejor
lejos de... de Hogwarts —intervino el señor Granger, hablando con dificultad—. Pero
sabemos que ella... ella no lo soportaría, que ella no querría, así que... aceptamos lo
que tenga que ocurrir. De todas formas... ya sabemos que... que ni siquiera alejándose
de Hogwarts estaría a salvo...
—No hables, papá —pidió Hermione.
Ella le abrazó, llorando de nuevo. Harry y Ron se apartaron, y se acercaron a
saludar a Lupin, quien les dijo que en unas horas le darían el alta, porque ya se
encontraba casi totalmente recuperado.
—Me lanzaron un hechizo y me caí por las escaleras, así fue cómo me rompí el
brazo, pero afortunadamente no ha sido grave...
—Gracias, profesor Lupin —le dijo Hermione, acercándose y dándole un beso—.
Gracias por salvar a mis padres...
—Yo no les salvé —replicó Lupin—. En realidad, casi me matan a mí también...
—Da igual. Usted estaba allí, si no fuera por eso...
Hermione se quedó charlando un rato con Lupin, y Harry y Ron volvieron junto a
los Granger, la señora Weasley y Ginny.
—¿No les da miedo todo esto? —preguntó Harry—. ¿No les atemoriza lo que
puede suceder?
La madre de Hermione tomó aire, y miró a su hija, que seguía hablando con Lupin.
—Sí, por supuesto que sí... pero es su vida. Nunca vimos a Hermione tan feliz
como cuando regresó de Hogwarts después de su primer año allí. Tanto mi marido
como yo estábamos orgullosos de que ella fuera aceptada en ese colegio, porque
nunca había tenido muchos amigos, amigos de verdad. —Volvió a dirigir una mirada a
Hermione, y sonrió—. Por supuesto, ella era la primera de su clase en la escuela a la
que iba, pero creo que siempre fue demasiado responsable para su edad, y, aunque
se llevaba bien con todo el mundo, no tenía verdaderos amigos, amigos con los que
salir a jugar o a divertirse. Siempre estuvo sola hasta que fue a Hogwarts y os conoció.
Jamás la habíamos visto tan feliz, estuvo todo el verano hablando de lo maravilloso
que era el colegio, de lo mucho que le gustaba la magia... y de los fantásticos amigos
que había encontrado.
Harry y Ron se ruborizaron.
—Por supuesto, la primera vez que de verdad tuvimos miedo fue cuando nos
enteramos de que la habían petrificado, pero ella misma nos contó cómo vosotros dos
habíais ido a la guarida de unas ¿arañas gigantes? —dijo con algo de aprensión. Ron
asintió, con desagrado—, y luego bajado a la Cámara Secreta, o algo así, para acabar
con la serpiente que la había hechizado, ¿no?
—Sí... —respondió Harry.
—Entonces, supimos que si con doce años habíais hecho eso, siempre estaríais
ahí para ayudarla, y veo que no nos hemos equivocado, ¿verdad? Aunque siempre os
estéis metiendo en líos, pero bueno, teniendo en cuenta lo que sucede... sé que ella
nunca permitiría una injusticia si pudiese evitarla, y así tenemos que aceptarlo. Nos
agrada que ella haga lo correcto.
—¿De qué habláis? —preguntó Hermione, acercándose a ellos.
—De ti, hija, de ti... les contaba a Harry y a Ron que...
—¡Mamá! —se quejó Hermione, ruborizándose—. ¿Has estado diciendo lo
orgullosa que te sientes de mí?
—Bueno, no tiene nada de malo, ¿no?
Hermione sacudió la cabeza y miró a su padre, que sonrió con esfuerzo.
—Por supuesto que no —repuso la señora Weasley—. Yo, mismamente, siempre
digo que...
—¡Mamá! —la cortó Ron.
La señora Weasley y la señora Granger se miraron y ambas sonrieron a la vez.
—Bueno... hija, chicos —dijo la señora Granger mirándolos—. ¿Por qué no os vais
a dormir un rato? Nosotros estamos bien... Nos darán el alta hoy o mañana. Iros y
descansad.
—No, yo quiero quedarme aquí —afirmó Hermione con terquedad.
—Vamos, hija, tienes que dormir... señora Weasley...
—Llámeme Molly, por favor.
—De acuerdo —aceptó la madre de Hermione, sonriendo—. Molly, lléveselos, que
descansen. Aquí no pueden hacer nada.
—Sí, creo que será lo mejor —asintió ella—. Vamos, chicos. Dormir un rato os
hará bien.
Hermione protestó, pero al final terminó accediendo. Se despidió de sus padres y
bajaron a la planta baja, por donde volvieron a Grimmauld Place.
—¿Cómo están? —preguntó Tonks en cuanto llegaron a la cocina de la antigua
casa de los Black.
—Bien, están todos bien —respondió la señora Weasley—. Remus volverá hoy.
Los Granger saldrán hoy por la tarde, o quizás mañana.
—Bueno. Al menos una buena noticia —dijo ella, alegre.
—Venga, vosotros a dormir —les ordenó la señora Weasley a Harry, Ron,
Hermione y Ginny, con un tono amable pero que indicaba que no admitía réplicas.
Subieron a sus cuartos. Hermione y Ginny se despidieron de ellos. Tras
asegurarse de que su amiga estaba bien, Ron y Harry entraron en su cuarto y se
tiraron sobre las camas, sin cambiarse siquiera. Ron se durmió al instante. Harry se
quedó un rato pensativo y luego se puso el pijama. Llamó a Ron para que se cambiara
y se metiera en la cama, o cogería frío. Ron refunfuñó, pero acabó haciéndole caso a
su amigo.
* * *

Por la mañana, Harry se despertó con un ruido en la habitación. Abrió los ojos y vio
a Hermione a través de la luz que entraba por la puerta. Aún tenía puesto el camisón,
y por encima llevaba una bata.
—Hola Harry —saludó, sonriendo—. ¿Cómo has dormido?
—Bien —respondió Harry, incorporándose y frotándose los ojos. Ron seguía
dormido. Hermione se sentó en el borde de la cama de Harry—. ¿Y tú?
—También —respondió ella—. Aún tengo sueño, pero me desperté y vine a
veros...
—¿Qué hora es? —preguntó, susurrando.
—Las diez y media de la mañana.
—Ah... ya es bastante tarde.
—No te levantes, no hemos dormido mucho... Bueno, yo y Ginny dormimos en el
hospital, pero vosotros no...
Ron abrió un ojo y gruñó, dándose una vuelta. Hermione lo miró y se rió. Luego, el
chico abrió los dos y los observó.
—Buenos díaaas... —dijo, bostezando—. ¿Hermione...? ¿Qué haces aquí?
Deberías estar durmiendo...
—La verdad, creo que dormiré otro rato aún —respondió ella con voz cansada—.
Me siento mucho mejor... pero ha sido todo tan horrible... Desperté y decidí venir a
haceros una visita.
Se acercó a la cama de Ron y le dio un beso en la mejilla.
—¿A qué viene eso? —preguntó él, desconcertado.
—Por cuidarme toda la noche...
—Hermione, somos amigos.
—Ya lo sé... —Sonrió más—. Pues por eso, entonces.
Ron se la quedó mirando. Harry les sonrió y luego se dejó caer de nuevo en la
cama, mirando al techo. Hermione se apoyó en Ron. Nadie dijo nada durante un rato.
Harry cerró los ojos y, sin darse cuenta, volvió a quedarse dormido.

Cuando despertó, dos horas más tarde, se sentía mucho mejor, más descansado.
Se incorporó y se puso las gafas. Miró hacia la cama de Ron. Hermione seguía allí,
pero se había quedado dormida, acurrucada junto a su amigo. Estaba tapada. Ron
también dormía plácidamente, con un brazo por encima de la chica. Harry los observó
un largo rato. En otras circunstancias, habría bromeado con Ginny sobre ellos, como lo
había hecho la noche del baile, pero Harry no encontraba una situación más
inapropiada que aquélla para hacer bromas. Se levantó y se vistió, sin hacer ruido.
Caminó por la habitación, mientras observaba a sus dos amigos. Recordó el baile. Las
dos personas que dormían allí eran lo que más quería en el mundo. Desde que había
entrado en Hogwarts ellos habían estado siempre con él. Le habían hecho disfrutar de
los momentos buenos y le habían ayudado a superar los malos. Fuera como fuese,
nunca podría separarse de ellos. Harry pensó que se los veía muy bien juntos. Desde
tiempo atrás había sospechado lo que sentía Ron por Hermione, y, aunque había
experimentado más dudas, también se imaginaba lo que Hermione sentía por Ron.
Ahora estaban ahí los dos, más unidos que nunca... ¿Por qué tenían que sufrir ellos?
Él había sufrido la pérdida desde pequeño, al perder a sus padres. Siempre había
estado marcado, siempre había sido distinto... lo odiaba, porque era injusto, pero
había aprendido a aceptarlo; pero lo que no podía aceptar era arrastrar a sus mejores
amigos con él. Sintió un fuerte ramalazo de odio contra los que habían atacado a los
Granger la noche anterior. Sintió cómo se llenaba de rabia, de furia incontenida, de
impotencia... Recordó entonces la conversación que había tenido con Firenze. Había
sido la noche anterior, aunque pareciera que habían pasado siglos desde entonces...
Firenze le había dicho que ellos también estaban destinados a seguir el mismo camino
que él... a acompañarle hasta el final... de alguna forma, o por alguna razón, también
estaban marcados.
Se sentó en la cama, abatido. Ron y Hermione despertaron con el ruido. Su amiga
miró un momento, despistada, y luego volvió la cabeza, viendo a Ron. Se dio cuenta
de dónde estaba y se levantó rápidamente, casi tropezando con las mantas al hacerlo.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, asustado también.
—¿Qué... qué hago...? —Hermione estaba completamente roja.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry.
—Eh... sí, pero...
—Te quedaste dormida —le contó Ron, sonriendo, aunque con cierta inseguridad
—. No quería despertarte...
—Pero no estaba tapada antes... —recordó Hermione, que seguía roja.
—No sabía si tendrías frío —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. ¿He hecho
algo malo?
—Eh... no, no —respondió Hermione, tranquilizándose y volviendo a sentarse en la
cama—. Gracias por taparme —añadió, con una sonrisa tímida.
Ron se ruborizó y miró a Harry, que por momentos se sentía sobrar.
—Voy a cambiarme. Debe ser casi la hora de comer... —dijo Hermione,
levantándose de nuevo.
Iba a salir por la puerta cuando ésta se abrió y entró Ginny, ya vestida.
—¿Dónde estabas? —le preguntó a Hermione.
—Aquí...
—Si parece que te acabas de levantar —observó Ginny, mirándola.
—Es que me acabo de levantar —confirmó Hermione, saliendo del cuarto. Ginny
miró a Harry, que se encogió de hombros, y a Ron, que mostraba una expresión
inescrutable.
—Bueno, vamos a comer dentro de un rato —les comunicó—. No tardéis en bajar.
Un rato después, Ron y Harry entraron en la cocina, donde estaban los Weasley,
Bill, Ginny, Moody, Kingsley y Lupin, que los saludaron al entrar.
—¿Se encuentra ya bien, profesor? —preguntó Harry.
—Sí —dijo Lupin, sonriente—. Preparado para otra.
—¿Y los padres de Hermione? —preguntó Ron.
—Les darán el alta mañana.
—¿Les borrarán la memoria? —quiso saber Ron, preocupado.
—No —respondió el señor Weasley—. Son padres de una bruja, no les borrarán la
memoria.
—Bueno, venga, la comida está casi lista. Comamos, luego hay reunión de la
Orden... —dijo la señora Weasley.
—¿Reunión de la Orden? —preguntó Harry.
—Sí.
—¿Y qué...?
—Nada de preguntas por ahora, muchachos —dijo el señor Weasley con voz
tranquila.
Ron no dijo nada, pero Harry se quedó pensativo. «Reunión de la Orden... hay una
reunión de la Orden», repitió, para sí. «Pues bien, en esta reunión sí voy a participar»,
decidió.
Estaban acabando de poner la mesa cuando Hermione bajó. Lo primero que hizo
fue preguntar por sus padres. Cuando Lupin le respondió que les darían el alta al día
siguiente, y que se encontraban mucho mejor, ella sonrió, aliviada. Un instante
después aparecieron los gemelos, que saludaron a Hermione afectuosamente,
preguntándole por sus padres.
—Vamos, a comer todo el mundo —ordenó la señora Weasley.
En cuanto terminaron, empezó a recoger la mesa. Tonks intentó ayudarla, pero
rompió tres platos, que Lupin, sonriendo, arregló con su varita. Apenas habían
acabado de limpiar, cuando llegaron Dumbledore, el profesor Snape y Percy.
Harry miró a Percy, mientras Dumbledore preguntaba por los Granger. Snape
cruzó la cocina y se sentó en el otro lado de la mesa, sin decir nada. Harry evitó
mirarle.
—¿Cómo te encuentras, Percy? —le preguntó al tercero de los Weasley.
Percy se encogió de hombros.
—No muy bien —admitió.
—Bueno, venga —dijo la señora Weasley, apresurándolos—. Harry, Ron,
Hermione y Ginny, salid, por favor.
Ron suspiró e iba a levantarse, cuando Harry lo agarró del brazo, con decisión,
haciendo que se volviera a sentar.
—No nos vamos a ir —dijo con determinación.
—¿Cómo?
—Digo que no nos vamos a ir. Ya no. Quiero saber lo que está pasando.
—Harry, no creo que sea… —empezó a decir la señora Weasley, mirando a
Dumbledore.
—Pues yo sí lo creo —interrumpió Harry, que estaba empezando a enfadarse, y
ver la cara de desprecio de Snape no ayudaba. Se obligó mentalmente a calmar la voz
y prosiguió—: Mire, señora Weasley, ya sé que sólo quiere lo mejor para mí… y para
nosotros, pero no somos niños. Si hubiera… si hubiera sabido lo que estaba pasando,
no tendríamos que haber ido al Departamento de Misterios en junio… —Hizo una
pausa, no quería pensar en Sirius en ese momento—. Creo que tengo derecho a
saber lo que pasa ¿no? Al fin y al cabo, soy yo quien debe matarle ¿verdad? Va detrás
de mí, y quiero saber qué está pasando —concluyó, con voz fuerte y decidida.
La señora Weasley no dijo nada, y miró a su marido y a Dumbledore, que tampoco
hablaban.
—Está bien, Harry —concedió Dumbledore con resignación—. Puedes quedarte.
Tienes razón: tienes derecho.
La señora Weasley suspiró, pero Harry sonrió.
—Y ellos también deben quedarse —solicitó Harry, señalando a Ron, Hermione y
Ginny—. Sin ellos no estaría aquí.
Los tres sonrieron, satisfechos y triunfantes.
—Está bien —repitió Dumbledore. Miró hacia la señora Weasley, que no parecía
en absoluto de acuerdo, y le dijo—: Mira, Molly, Harry tiene razón. Y además, lo que
tenemos que hablar hoy le interesa a Hermione. Tienen derecho a quedarse.
—Está bien —dijo la señora Weasley, abatida, aunque no del todo convencida, y
sentándose en su silla.
—Bueno, comencemos entonces —dijo Dumbledore—. ¿Qué se sabe del ataque
de ayer?
Moody habló:
—Los reconocimos a los dos —gruñó, con cierto desagrado.
—Bien. ¿Quienes eran? —preguntó Dumbledore.
Moody miró hacia Harry, Ron y Hermione y respondió:
—Lucius Malfoy y Gregory Goyle.
Hermione se quedó con la boca abierta y Ginny profirió un quejido. Harry se llenó
de rabia al oírlo, y miró a Ron, que también apretaba los puños.
—Malfoy... precisamente Malfoy —murmuró Harry, temblando de rabia.
—¡Cuándo vea a ese ca...! —gritó Ron, enfurecido.
—¡Ron! —exclamó Dumbledore, comprensivo pero severo—. Si queréis quedaros,
tendréis que aprender a controlaros.
Ron se contuvo, pero a duras penas. A Hermione volvían a correrle las lágrimas
por la cara.
—Severus ¿sabes algo?
—Apenas nada... pero hoy por la mañana me enteré de que cuando el Señor
Tenebroso comunicó la decisión de atacar a los Granger, Lucius Malfoy se ofreció, y
solicitó ser él el que lo hiciera...
—¿Y por qué no dijo eso antes de que los hubieran atacado? —le espetó Harry a
Snape, que le miró fijamente.
—Obviamente, porque no lo sabía. Sabíamos que eran un objetivo, pero no
teníamos horas ni fechas.
—¿Cómo sabe usted todo eso? —le preguntó Ron—. ¿Cómo se entera de esas
cosas?
—Eso no es asunto vuestro —Respondió Snape con frialdad.
—¿P-Por qué lo hizo? —Preguntó Hermione, aún sollozando—. ¿Por qué quería
atacar a mis padres?
—Por la misma razón que os atacó a vosotros en Hogsmeade, Hermione —
respondió Dumbledore con tranquilidad—. Intenta sembrar en vosotros el desánimo, la
rabia, el odio...
—Pues si eso es lo que pretendía lo ha conseguido con creces —repuso Harry,
mientras Ron asentía.
—Harry, no debes hacer eso... —le dijo Lupin suavemente.
—¿El qué?
—Llenarte de rencor. Eso es lo que Voldemort pretende. Está decidido a
apoderarse de ti desde que tuviste esos sueños. No debes permitir que se salga con la
suya.
—¡No puedes exigirme que no lo odie! ¡Destruyó a mi familia! ¡Y ahora encima
pretende arrebatarme todo aquello que me importa! ¡¡LE ODIO!! ¡¡LE ABORREZCO!!
—Tranquilízate, cariño —le pidió la señora Weasley—. No debes ponerte así.
—Nunca me uniré a él —afirmó Harry, rotundamente—. Nunca. Antes prefiero
morir. Me da igual lo que haga o lo que piense. Jamás me uniré a él...
—No subestimes el poder del Señor Tenebroso, Potter —le advirtió Snape
despectivamente—. Él tiene conocimientos, tiene métodos...
Harry le miró.
—¿Qué métodos?
—Él no los comparte con nosotros. Pero sabe, o tiene una idea, de cómo
conseguirlo...
—¿«No los comparte con nosotros»? —preguntó Ron con extrañeza—. ¿Quién es
«nosotros»?
—Los mortífagos —respondió Snape con aplomo.
—¿Eso es usted? O sea, ¡que trabaja para él!
—Ron, tranquilo. El profesor Snape es nuestro espía. Hace un trabajo muy
peligroso para la Orden —explicó Dumbledore.
—¿Cómo puede ser su espía? ¿Cómo confía en usted? ¡Usted estaba en contra
de Quirrell! ¡Se libró de la condena gracias al testimonio de Dumbledore de que era un
espía! ¿Cómo va a confiar en usted?
—Quirrell nunca me dijo que trabajaba para el Señor Tenebroso —explicó Snape
tranquilamente—. En cuanto a lo demás, los motivos por los que confía en mí no son
de tu incumbencia, Potter.
—Pues yo creo que todo lo que tenga que ver con Voldemort es de mi
incumbencia —replicó Harry, desafiante.
—Harry, tranquilízate —le dijo Dumbledore con seriedad.
—¿Cómo cree que voy a tranquilizarme con todo esto que está pasando?
Dumbledore no respondió.
—¿Qué va a pasar con mis padres en cuanto salgan de San Mungo? —preguntó
Hermione, cambiando de tema.
—Tendrán que quedarse aquí —explicó el señor Weasley—. Ya lo hemos
organizado todo. Seguirán con su vida normal, pero pasarán aquí las noches.
—¿Están de acuerdo en eso?
—Sí, después de lo que les pasó... Les proporcionaremos un traslador que puedan
usar cada día. Aquí estarán a salvo, no debes preocuparte por ellos.
Hermione asintió.
—¿Cómo piensa Voldemort conseguir apoderarse de mí? —preguntó Harry,
retomando el tema anterior.
—Ya te he dicho que no nos ha dicho cómo piensa hacerlo, Potter.
—¿Y no tenéis ninguna sospecha? —insistió.
—Ya te dije todo lo que sabíamos sobre esto, Harry —respondió Dumbledore—.
Creemos que busca algún tipo de objeto, o de poder, que le permitiría conseguirlo,
pero no sabemos qué es. Suponemos que quizá haya averiguado algo a través de los
sueños.
—¿A través de los sueños? —preguntó Harry, extrañado—. En los sueños no hay
nada que diga cómo conseguirlo... sólo muestran el fin del proceso...
—Bueno, el caso es que creemos que quizá lo que ves tú y lo que ve él no es
exactamente igual —intervino Lupin. Harry lo miró, sin comprender—. Sí, esos sueños
que se originan en esa extraña mente compartida que tenéis podrían mostrar cosas
ligeramente distintas a cada uno de los dos.
—¿Cómo sabéis eso?
—No lo sabemos —terció Moody—. Pero lo sospechamos.
—¿Recuerdas la aparición de Slytherin en tu primer sueño, Harry? —Harry asintió
—. Me dijiste que no entendías lo que significaba. Yo tampoco lo sabía, pero su rostro
te dijo algo...
—Me dijo que por fin había vuelto, que me había unido a él... y que tenía que
conseguirla... Pero no sabía qué era lo que tenía que conseguir, no lo dijo. Sin
embargo... —Harry recordó algo de aquella noche—. Sabía que aquello era algo
importante, muy importante.
—Exacto —dijo Dumbledore—. Creemos que quizás Lord Voldemort sí sepa qué
era lo que tenías que conseguir, aunque no estamos seguros.
—Lo que sí es seguro es que ha trazado sus planes basándose en esos sueños —
añadió Snape—. Lo tiene todo previsto, aunque nosotros sólo conocemos parte. Es
cierto que estaba muy disgustado cuando fracasó el ataque de los dementores, pero
seguirá adelante.
—¿Aún no sabéis nada sobre quién podría ser el responsable de los ataques en
Hogwarts? —preguntó Ginny.
—No —respondió Dumbledore—. Es algo que Voldemort mantiene muy en
secreto.
—¿Por qué tiene a alguien allí? ¿No es demasiado arriesgado? —preguntó
Hermione.
—A él no le importa lo arriesgado que sea —señaló Bill—. Cualquiera de sus
siervos preferiría arriesgarse a ser descubierto delante de Dumbledore a desobedecer
sus órdenes.
—No sabemos exactamente por qué hay un infiltrado en Hogwarts —dijo
Dumbledore—. Pero ya ha resultado útil. Quizás sea un espía, o quizás tenga otras
misiones. No lo sabemos.
—¿Cómo es que aún no han localizado a los mortífagos? —preguntó de pronto
Ginny—. Si el profesor Snape se reúne con ellos, debe saber dónde están escondidos
¿no?
—No —respondió Moody—. Los mortífagos fugados no se esconden en el mismo
lugar en el que se reúnen con Voldemort, para evitar posibles traiciones. Tememos, de
hecho, que él sospeche que tenemos un espía, por eso debemos andarnos con
cuidado y no actuar como si supiésemos todo lo que trama, porque entonces
confirmaríamos sus sospechas. Para nosotros, tener un espía entre ellos es muy útil.
—Bueno, creo que ya habéis oído todo lo que necesitabais ¿no? —intervino la
señora Weasley, mirando hacia Harry, Ron, Hermione y Ginny.
—Sí. Creo que por hoy basta, muchachos. Ya no vamos a debatir nada
interesante. Es mejor que os retiréis y descanséis.
—No. No es todo —dijo Harry, mirando a Dumbledore fijamente.
—¿Hay algo más?
—Sí. Quiero saber por qué Voldemort es ahora tan poderoso.
Todos los miembros de la Orden se miraron unos a otros con evidente
incomodidad, y la mayoría de las miradas acabaron en Dumbledore, que aún no
respondía.
—Ha seguido con sus pruebas y sus experimentos —explicó el director por fin—.
No ha estado cruzado de brazos durante todo el año pasado y durante el verano.
Sigue intentando buscar la inmortalidad, acrecentar sus poderes...
—¿Y qué más? —interrumpió Harry.
—¿Más? —preguntó Dumbledore, algo nervioso. Harry nunca había visto a
Dumbledore nervioso.
—Sí. Hay algo respecto a la forma en que volvió aquella noche. Quiero saber qué
es.
Hermione, Ron y Ginny miraron a Harry. Dumbledore se quedó un instante
sorprendido.
—¿Qué te hace pensar...?
—Nada. Simplemente lo sé —mintió Harry.
—¿Qué nos ocultas, Harry? —preguntó Dumbledore. Observaba directamente a
los ojos de Harry, pero éste no apartó la vista. El director no podría averiguar nada,
porque Harry se había acostumbrado demasiado a usar la oclumancia.
Harry no respondió inmediatamente, pero al final decidió contar la verdad a
medias.
—Oí la conversación entre usted y Voldemort en lo alto de Azkaban. La oí en su
mente.
Dumbledore miró a Harry fijamente, mientras todos los demás le observaban,
asombrados.
—¿Que oíste...? —dijo Lupin.
—Sí. Él le dijo algo de que ahora era el mago más poderoso del mundo gracias a
algo que usted sabía —contó, mirando a Dumbledore—. ¿Tiene que ver conmigo?
¿Qué es?
Dumbledore suspiró y miró a Harry por encima de sus gafas de media luna.
—Bueno... no estamos seguros del todo, y aún siendo las cosas como pensamos,
no sabemos demasiado... pero creemos que la razón por la que los poderes de
Voldemort han crecido tanto se debe a... tu sangre.
Harry captó la mirada Hermione al oír aquello.
—¿Mi sangre?
—Sí, tu sangre. La sangre que le venció y le derrotó una vez. Al haber renacido
con ella, al parecer no sólo ahora puede tocarte y atravesar la protección que tu madre
te concedió, sino que le dio a él nueva fuerza, y nuevo poder... un poder y una fuerza
que ha estado desarrollando durante todo este tiempo.
—Pero... ¿Por qué? ¿Por qué va a ser más fuerte y poderoso?
—Como ya te dije, no estamos seguros...
—Pero usted es el mago más grande del mundo. ¡Debe saberlo!
—Por desgracia no soy el mago más grande del mundo... y también por desgracia,
no tengo una respuesta a tu pregunta.
Harry se sintió un poco decepcionado. ¿Por qué era Voldemort tan poderoso
gracias a su sangre? ¿Qué tenía él que no tuviesen los demás, aparte de la protección
que su madre le había dado?
—¿Qué tengo yo?
—¿Cómo?
—¿Qué tengo yo? —repitió Harry—. ¿Qué me hace diferente de los demás? ¿Por
qué mi sangre le hace más fuerte?
—Tengo una teoría... —confesó Dumbledore—. Una teoría que quiero confirmar
del todo... hasta entonces, no puedo decirte nada. Entiéndelo. —La mirada de
Dumbledore era de súplica—. Pero te aseguro que hablaremos pronto, Harry.
Harry sintió ganas de enfurecerse, pero se controló. Había dicho que se lo
contaría.
—Está bien...
—Bueno, y ahora, sí creo que ya habéis hablado y oído bastante —intervino la
señora Weasley—. Es mejor que salgáis.
—Sí, es lo mejor —terció Lupin—. Lo interesante ya se ha terminado —añadió,
para que no se sintieran demasiado defraudados.
—De acuerdo —respondió Harry. La verdad, ahora lo que más le apetecía era
pensar, o hablar con sus amigos... pero sobre todo pensar. Los cuatro se levantaron y
salieron de la cocina.
—¿Estás bien, Hermione? —preguntó Harry en cuanto estuvieron en el vestíbulo y
cerraron la puerta, mirándola suspicazmente.
La chica asintió, sin mirarle.
—Lucius Malfoy —dijo Ron de pronto—. Ese cerdo... quiso ser él el que atacara a
los padres de Hermione. ¡Maldito canalla!
—Los Malfoy siempre me han tenido tirria... mis padres son muggles...
—Pero no eres la única hija de muggles que hay en Hogwarts —apuntó Ginny.
—Sí, Ginny, pero ya sabes que Lucius Malfoy y papá se llevan fatal, y Hermione es
amiga nuestra. No olvides que somos los enemigos mortales de Draco Malfoy. Draco...
—repitió Ron, crispando los puños—. Cuando vea a ese desgraciado... y a Goyle...
Harry no dijo nada, pero recordó lo que le había dicho a Malfoy. Si averiguaba que
Draco había tenido algo que ver, aunque fuese una minucia, Harry se aseguraría de
que lo lamentara.
Hermione, por su parte, tampoco decía nada y seguía con la cabeza baja.
—Oye, Harry —preguntó Ginny—. ¿Qué es eso de lo de la cabeza de Slytherin en
tu sueño? No nos dijiste nada de eso cuando nos lo contaste.
—¡Es verdad! ¿Qué era eso de «tenías que conseguirla»? —preguntó Ron,
mirando a Harry con avidez. También Hermione levantó la cabeza.
Harry les habló de la aparición de Slytherin, y de sus sospechas de que aquello
que tenía que conseguir, fuese lo que fuese, era muy importante.
—¿Y no tienes ni idea de lo que es? —inquirió Ron, un poco decepcionado.
—No. No tengo ni la más remota idea...
—¿Qué será? —se preguntó Ron—. ¿Algún tipo de arma?
—Quizá sea lo que necesita Voldemort para... apoderarse de Harry ¿no? —sugirió
Ginny.
Harry la miró.
—Sí... quizás sea eso. Dumbledore siempre me ha dicho que no tenía ni idea de
cómo podría Voldemort lograr que nos fusionáramos o como quiera que se llame eso...
—A mí lo que me sorprendió es lo que nos enteramos de Snape... trabaja de espía
como los mortífagos, está entre ellos... —dijo Ron.
—Bueno, eso ya lo sospechábamos ¿no? —Dijo Hermione.
—Sí, pero de todas formas, estoy de acuerdo con Harry, ¿Cómo puede Voldemort
confiar en él? ¿No dijiste que la noche en que retornó dijo que uno de los mortífagos
creía que lo había abandonado para siempre y que debía morir? Tú creías que se
refería a Snape, ¿verdad? —preguntó Ron.
—Sí —afirmó Harry—. Estoy casi seguro. Pero bueno, quizás convenció a
Voldemort de que seguía siendo fiel a él...
—Ya, pero ¿no debería haberse reunido con él aquella noche, como los demás?
—insistió Ron—. Sin embargo, se quedó aquí...
—Sí, pero se fue después ¿recuerdas? —apuntó Hermione—. Dumbledore le dijo:
«ya sabes lo que quiero de ti, si estás dispuesto...» Supongo que iría a reunirse con
ellos. Seguramente les diría que no podía haber acudido antes.
Harry asintió, mostrándose de acuerdo con su amiga. Eso mismo había pensado él
en el banquete de Fin de Curso de aquel año.
—A mí lo que me preocupa es eso de tu sangre, Harry —comentó Ginny—. Lo de
que tu sangre le haga tan fuerte... ¿Por qué? ¿Qué será lo que sospecha
Dumbledore?
—No lo sé... Ni idea —dijo Harry—. Pero ahora que lo menciona, recuerdo que
cuando le dije que Colagusano había sacado sangre de mí, parecía más viejo y
derrotado que nunca. Supongo que ahí fue cuando empezó a sospecharlo...
—Bueno, la profecía decía que tú eras el único con poder para derrotar a
Voldemort, ¿no? —recordó Ron—. Quizá sea por eso... por ese poder que tienes...
Harry miró a Ron, sin decir nada, pero Hermione parecía estar de acuerdo.
—Bueno, no creo que lleguemos a ninguna conclusión, así que... ¿hacemos algo?
—preguntó Ginny, mirándolos.
—¿Algo como qué? —quiso saber Ron.
—No sé, en primer lugar, deberíamos recoger las habitaciones, ¿no? Está todo
desordenado, como nos levantamos tan tarde...
—¿Recoger? ¿Ahora? —preguntó Ron, poniendo cara de asco, y mirando a Harry,
que tampoco tenía muchas ganas de hacer nada.
—Sí, yo creo que será lo mejor —opinó Hermione—. Luego podremos seguir
hablando... nosotras vamos a nuestra habitación. Recoged la vuestra, vamos —les
ordenó, mientras subía las escaleras, acompañada de Ginny.
Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros, pero se pusieron a ordenar el
cuarto.
—¿De qué crees que estarán hablando ahora? —preguntó Ron, mientras hacía su
cama.
—No lo sé —respondió Harry, doblando su ropa y metiéndola en el baúl—.
Supongo que de guardias, o a lo mejor de los gigantes... se supone que no sabemos
nada sobre ellos.
Ron sonrió.
—Sí, seguro que Hagrid se metería en un lío si los demás supieran que nos lo ha
enseñado...
—¿Tú crees que Dumbledore no sabe que los hemos visto? —preguntó Harry,
sonriendo a su vez.
Ron se encogió de hombros, sonriendo aún más. Salieron del cuarto, y se
encontraron con Hermione y Ginny, que venían del suyo.
—¿Ya habéis terminado?
—Sí. Ahora vamos a jugar una partida de ajedrez al salón ¿venís? —preguntó
Ron.
—Vale —respondieron ellas, siguiéndoles.
Estuvieron jugando un rato en el salón en el que Harry practicaba oclumancia con
Dumbledore, hasta que la señora Weasley subió.
—¿Ya ha terminado la reunión? —preguntó Harry.
—Sí, hace un momento —contestó ella—. ¿Queréis merendar algo?
—Yo sí —afirmó Ron rápidamente y levantándose.
—Señora Weasley... ¿y mis padres? —preguntó Hermione.
—Les darán el alta mañana —informó la señora Weasley—. Iremos a buscarlos
por la mañana, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió Hermione, contenta de saber que pronto tendría a sus
padres con ella.
Bajaron a la cocina, donde casi todo el mundo se había ido ya, excepto Lupin y
Tonks. Merendaron y luego pasaron el resto de la tarde en el salón del sótano,
charlando y jugando partidas con los naipes explosivos. Fred y George se les unieron
en cuanto llegaron del Callejón Diagon.
A pesar de haber dormido casi toda la mañana, estaban bastante cansados, y se
fueron a acostar pronto. Hermione, además, quería levantarse temprano para
acompañar al señor Weasley a buscar a sus padres.
—¿Quieres que te acompañemos? —Le preguntó Ron, antes de despedirse, por la
noche.
—No, gracias —respondió Hermione—. Además, vamos a ir en coche, y no cabría
nadie más.
—Está bien. Que descanséis —dijeron Harry y Ron, mientras Hermione y Ginny
salían y cerraban la puerta.
21

Un Poco de Historia Familiar

Cuando Harry y Ron se levantaron a la mañana siguiente, la señora Weasley les


informó de que Hermione ya se había ido al hospital con Lupin y el señor Weasley,
para buscar a sus padres.
—Llegarán para la hora de la comida —terminó.
—Vale —dijo Ron, mientras terminaba su desayuno—. ¿Una partida de ajedrez,
Harry?
—De acuerdo —aceptó él, levantándose y acompañando a su amigo al salón.
—¿No podéis jugar a otra cosa en lo que yo pueda participar? —preguntó la voz
de Ginny desde las escaleras.
Harry y Ron se miraron.
—Está bien —concedió Ron—. ¿Jugamos con los naipes explosivos?
—¡Sí! —respondió Ginny, contenta, mientras los seguía al salón.
Estuvieron jugando toda la mañana, hasta que llegó Hermione con sus padres.
Salieron a recibirles. Hermione venía muy contenta. El señor y la señora Granger se
encontraban perfectamente, y miraban a todas partes muy sorprendidos. Ambos
dieron un bote cuando, al entrar, el cuadro de la madre de Sirius se puso a gritar como
nunca había hecho hasta entonces:
—¡¡AAAAAGH!! ¡¡QUÉ HACE ESTA ESCORIA EN LA CASA DE MIS PADRES!!
¡¡MUGGLES!! ¡¡CÓMO OS ATREVÉIS, BASURA, A PROFANAR ESTA CASA!!
¡¡CÓMO OSÁIS TRAER A LA CASA DE MI FAMILIA A ESTA PORQUERÍA!!
Lupin se adelantó rápidamente y, con ayuda del señor Weasley, volvieron a
silenciar el cuadro. Los Granger lo miraban asustados.
—¿Qué era eso?
—Tranquila, mamá —dijo Hermione—. No le hagas caso... sólo es un estúpido
cuadro...
—¿Quién era esa mujer?
—La madre de Sirius Black.
—¿Sirius Black? —dijo el señor Granger—. ¿No es ese el que...?
—Sí —respondió Hermione rápidamente.
—¡Oh, Dios mío! ¡Lo que le faltaba al pobre Kreacher! ¡Lo que le faltaba a esta
casa! —El elfo había bajado las escaleras, atraído por los gritos del cuadro—. ¿Cómo
es posible? ¡Muggles en la casa!
—Éstos son mis padres, Kreacher —le dijo Hermione amablemente.
—¡Ooh! ¡A la sangre sucia no le bastaba con profanar ella esta mansión, sino que
además osa traer a sus padres! ¡¿Qué diría su ama si viera a Kreacher con esta
gente?!
—¿Cómo has llamado a mi hija? —le preguntó el señor Granger, visiblemente
ofendido.
—¡Y ahora este sucio muggle se atreve a dirigirse a Kreacher, como si fuese un
mago, como si fuese su amo! ¡Oh, pobre Kreacher! ¿Qué ha hecho él para merecer
esto?
—Harry —dijo Lupin—. Pídele que se vaya y que no vuelva a insultar a Hermione
ni a sus padres. Ordénaselo.
—¿Que yo haga qué?
—Hazlo.
—Está bien —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Kreacher, lárgate. Y quiero
que trates con más respeto a Hermione y a sus padres ¿de acuerdo?
—Claro, amo —murmuró el elfo, enfurruñado—. Kreacher vive para servir al joven
amo, sí. ¡Oh, qué desgraciado es el pobre Kreacher! —Subió las escaleras, con paso
cansado, sin dejar de murmurar.
—¿Qué era eso? —preguntó la señora Granger.
—Era un elfo doméstico, mamá —explicó Hermione—. Ya te he hablado de ellos.
—¿No se supone que son obedientes y humildes? —preguntó la señora Granger,
extrañada.
—Generalmente sí —dijo Ron—. Pero éste está un poco loco.
Hermione miró a Ron con severidad, mientras la señora Weasley bajaba en ese
momento por las escaleras. Su cara se iluminó al ver a los padres de Hermione.
—¡Vengan por aquí! —les indicó, después de felicitarlos—. Vengan a la cocina, la
comida estará lista pronto, supongo que tienen hambre ¿verdad?
—Bueno, algo sí —reconoció la señora Granger con una sonrisa.
—Llevad sus cosas al segundo dormitorio del tercer piso —les dijo la señora
Weasley a los chicos.
—Vale. Vamos —obedeció Hermione, cogiendo algunas maletas.
—Déjalo —le dijo Ron—. Yo y Harry lo haremos. Tú vuelve con tus padres, seguro
que tienes muchas ganas de estar con ellos.
—Gracias —dijo Hermione, sonriendo. Dejó las maletas y entró en la cocina.
—Yo os ayudaré —se ofreció Ginny.
Cogieron las maletas y demás y lo subieron a la habitación que había dicho la
señora Weasley, donde lo dejaron todo, antes de bajar a comer.
—Da gusto ver a Hermione tan contenta, ¿verdad? —dijo Ron sonriendo.
—Pues sí, la verdad —afirmó Harry—. Lo ha pasado muy mal...
Entraron en la cocina. La comida estaba casi lista, y Hermione estaba poniendo la
mesa. Su madre intentaba ayudarla, pero ella no le dejaba.
—Vamos, estate ahí sentada. Acabas de salir del Hospital...
—¿Y qué? Ya estoy perfectamente. Vamos, déjame ayudarte. Sabes que no me
gusta estar sin hacer nada...
—Está bien, pesada.
La señora Granger se levantó y ayudó a su hija. El señor Granger, mientras,
respondía a las incesantes preguntas del señor Weasley sobre el mundo muggle,
mientras la señora Weasley lo miraba con desaprobación.
Cuando la comida estuvo lista, se sentaron a la mesa. Los Granger eran el centro
de la conversación, porque, aunque habían estado en el Callejón Diagon, era la
primera vez que estaban en una casa de magos. Hermione, por su parte, se sentía
enormemente feliz de tener a sus padres compartiendo su mundo.
Resultó una tarde bastante alegre. Hermione, feliz de tener a sus padres con ella,
ni siquiera recordaba la reunión de la Orden del día anterior. Harry, sin embargo, sí la
recordaba. A cada momento veía a Lucius Malfoy, con su despectiva sonrisa, levantar
su varita para torturar a los padres de su amiga; y a pesar de que Ron también parecía
contento por la alegría de Hermione, las miradas que cruzaba con Harry le indicaban a
éste que su amigo tampoco había olvidado lo sucedido.
Cuando la comida terminó, Hermione se dedicó a mostrarles la casa entera a sus
padres. Les enseñó a Buckbeak (obviamente, nunca habían visto a un hipogrifo) y
todo tipo de cosas que no había en las casas muggles normales.
Harry, por su parte, los dejó y bajó a la cocina, donde se encontró con Lupin, que
leía El Profeta. Estaba solo. Harry le miró y se acordó de algo que quería comentarle.
—Eh... Remus —dijo. Lupin levantó la cabeza. Harry nunca le había llamado por
su nombre de pila.
—¿Sí, Harry?
—¿Podemos hablar un momento?
—Claro —respondió él, dejando el periódico a un lado—. ¿De qué quieres hablar?
—¿Por qué me dijiste antes que le ordenara a Kreacher eso? ¿Por qué yo? —
preguntó Harry.
Lupin le miró, un poco sorprendido por la pregunta.
—¿No te lo imaginas, Harry? —dijo—. Sirius no tenía familiares, aparte de ti. Todo
lo que tenía te lo ha dejado, excepto una parte de su fortuna familiar, que me legó a
mí. Tú eres ahora el dueño de esta casa, y, por tanto, el amo de Kreacher.
Lupin lo dijo como si fuera lo más normal del mundo, pero Harry se quedó
anonadado.
—¿Cómo dices? —exclamó, sorprendido. Nunca se había parado a pensar en
ello...
—Para él, eras como un hijo. Te nombró su heredero, en caso de que le pasara
algo. ¿De quién creías que era ahora esta casa?
—Nunca lo había pensado... —respondió Harry. Se quedó un rato pensativo y
luego añadió—: Pero entonces ¿por qué Kreacher os obedece a los demás y no se va
de la casa? Yo no le había ordenado nada nunca...
—Porque Sirius convirtió esta casa en el cuartel general de la Orden, y ordenó a
Kreacher que sirviera a sus miembros. Por eso no puede irse ni desobedecernos. Sin
embargo, a ninguno nos obedece como a ti, que eres su legítimo amo.
—Así que esta casa es mía... —murmuró Harry, mirando a su alrededor, pensando
en el significado de aquellas palabras, en sus consecuencias, e intentando asimilarlas
—. Ya no tendré que volver con los Dursley, porque tengo casa propia... —cerró los
ojos y recordó a su padrino, agradeciéndoselo en silencio, pensando en lo que aquello
iba a cambiar su vida...
—Me temo que no, Harry —repuso Lupin, interrumpiendo sus pensamientos—. Me
temo que el próximo verano tendrás que regresar a casa de tus tíos, aunque sea por
un breve período.
—Pero ¿por qué? —preguntó él, desilusionado—. No quiero volver a Privet Drive
nunca más.
—Sabes por qué debes volver allí, Harry —le dijo Lupin—. Dumbledore ya te lo
explicó.
—Sí, Dumbledore me lo explicó —repitió él, algo irritado—. Tengo que volver allí
una vez al año y Voldemort no podrá atacarme en aquella casa, ya lo sé. Pero
tampoco puede atacarme aquí ¿no? —objetó, mirando a Lupin fijamente—. Al fin y al
cabo, aquí no puede entrar si Dumbledore no le dice dónde está esta casa, y no creo
que lo haga.
—Sí, pero debes renovar esa protección que tu madre puso en ti, ¿entiendes? Es
importante, Harry. Yo tampoco lo entiendo muy bien, pero Dumbledore dice que es
algo fundamental.
—Sí, ya lo sé —respondió con aspereza. Ese año regresaría a Privet Drive, si no
podía evitarlo, al fin y al cabo era menor de edad, pero en cuanto cumpliese los
diecisiete años, no volvería allí nunca. Se lo juró a sí mismo.
—Tengo algo más para ti en relación con Sirius —dijo Lupin, levantándose y
pasando al salón contiguo. Harry lo siguió—. Ya es hora de que te lo dé. —Lupin abrió
un cajón de un mueble y sacó algo. Parecía una llave de Gringotts—. Es la llave de la
cámara de Sirius, la 711. Aun después de retirar mi parte, queda mucho dinero, de
hecho, bastante más que el que hay en tu propia cámara. Ahora es tuyo.
Harry abrió mucho los ojos. En su cámara de Gringotts había aún miles de
galeones... y si aún añadía más... era rico.
—No creo que vayas a pasar escasez, ¿verdad? —comentó Lupin, sonriendo,
aunque con expresión triste.
Harry cogió la llave de su padrino y la acarició, con cariño.
—Sirius me dijo que te entregase tu parte de la fortuna, la mitad, y que yo me
quedase la cámara 711, pero he pensado que seguramente te gustaría conservar su
llave.
Harry le sonrió. Sí, sí quería conservarla... La guardó en su bolsillo. Mientras lo
hacía se formuló una pregunta que sólo una vez se había hecho, aunque en aquella
ocasión había sido relativa a su propio dinero.
—¿De dónde proviene la fortuna de los Black? —preguntó Harry en voz alta—.
¿En qué trabajaban?
Lupin no contestó inmediatamente. Se sentó en un sofá y miró a Harry.
—¿Has estudiado en Historia de la Magia cómo funcionaba nuestro mundo antes
de la creación del Ministerio? —preguntó Lupin.
—Sí... —respondió Harry. Historia de la Magia nunca había sido su fuerte—. El
órgano de gobierno era el Consejo de los Magos.
—Exacto —dijo Lupin.
—¿Y qué tiene eso que ver?
—Verás, Harry, el Consejo de Magos era algo parecido a un consejo de sabios o
de ancianos. Sus miembros no eran elegidos por la comunidad mágica, sino por ellos
mismos. El Consejo se creó a principios de la Edad Media, para agrupar a los magos y
brujas, que vivían desperdigados y casi sin control. Las pocas familias de larga
tradición mágica se unieron y crearon el Consejo, que se convirtió en el órgano
regulador de todo lo que concernía al mundo mágico. Esto no sucedió sólo aquí, sino
que también ocurrió así, o de manera similar, en el resto del mundo. En aquellos
tiempos, el número de brujas y de magos era muy limitado, porque los magos nacidos
de muggles no eran considerados, ya que nadie se ocupaba de buscarlos y
enseñarles magia. No había escuelas, y los brujos aprendían generalmente en sus
casas, o eran enseñados por alguien conocido, o que se dedicara a ello.
»Dado que las familias de larga tradición crearon el Consejo, ellos tuvieron el
poder. Serían como los nobles entre los muggles, por así decirlo. Desde luego,
despreciaban a los muggles, y la mayoría se aprovechó de ellos. Consiguieron tierras
y poder, tanto entre los magos como entre los no magos, y así iniciaron sus fortunas.
Los Black eran una de esas familias, al igual que los Malfoy u otras, de las cuales
quedan ya muy pocas.
»En aquel tiempo, no obstante, ya se sabía que había magos y brujas que nacían
de padres que fueran ambos muggles, pero apenas ninguno fue admitido en la
comunidad mágica hasta la creación de Hogwarts, cuando todos los niños y niñas
mágicos fueron invitados a aprender magia. A la mayoría de miembros del Consejo,
esto no les gustó. No querían tener muggles entre ellos, y se volvieron más
despectivos y más preocupados por la limpieza de sangre, despreciando a todos
aquellos que tuvieran antepasados muggles. A muchos otros magos y brujas, sin
embargo, no les importó, sino que se alegraron de tener con ellos a más gente
mágica, lo que dio lugar a la mezcla de sangre. Las familias de sangre completamente
pura eran cada vez menos, pero se volvieron más reaccionarios y obsesivos con las
genealogías y la sangre limpia. Estas familias eran las que tenían el poder desde
antaño, y por tanto el dinero. De ahí procede la fortuna de los Black, al igual que la de
los Malfoy y otras importantes familias de sangre limpia. Usaron su poder durante
siglos para reunirla, hasta la creación del Ministerio.
—¿Cómo sucedió eso? —preguntó Harry, intrigado.
—Bueno, el número de magos de sangre mezclada se hizo muy grande, pero el
poder estaba sólo en manos de los sangre limpia, que despreciaban a los que no
fuesen como ellos, y de ahí surgió la disputa. Los sangre limpia consideraban a los
magos mezclados o a los hijos de muggles casi como esclavos o sirvientes. De hecho,
despreciaban a cualquiera que no fuese mago, o más concretamente, mago puro,
porque estaban convencidos de su superioridad, y que esa superioridad les daba
derecho a todo. Esa disputa llegó a la Confederación Internacional de los Magos y
culminó con la creación de los Ministerios de Magia. Los miembros del Consejo, la
mayoría, intentaron oponerse, pero no pudieron hacer nada, ya que eran demasiado
pocos. Aunque no sólo los magos de familias de larga tradición despreciaban a los
«sangre sucia», sólo ellos tenían el poder, por lo que no tuvieron apoyos. La mayoría
de la gente quería tener derecho a decidir lo que se haría en el mundo mágico, aunque
eso supusiera darles la misma oportunidad a los hijos de los muggles. Las familias de
sangre limpia más poderosas nunca perdonaron eso. Nunca olvidaron que gran parte
de su poder les había sido arrebatado para otorgárselo a la gente común, y por ello su
odio hacia los hijos de muggles fue mayor que nunca y perdura hasta la actualidad
¿comprendes?
Harry asintió. Ahora entendía. Por eso los Black, o los Malfoy se comportaban así
con los hijos de muggles, los consideraban inferiores, y habían accedido a un poder
que antes sólo les pertenecía a ellos... eso era lo que Malfoy le había dicho aquel día.
Esa era la razón de su odio: que aquellos a los que consideraban inferiores habían
conseguido los mismos derechos que ellos.
—A pesar de todo esto, estas familias siguieron teniendo mucho poder, debido a
su tradición y a las inmensas fortunas que habían acumulado durante siglos —
concluyó Lupin.
Harry se quedó pensativo. Entonces recordó su propia cámara, llena de galeones.
¿De dónde procedía aquel dinero? Harry se lo había preguntado la primera vez que
había ido a Gringotts, con Hagrid, pero ese día había tanto que ver que se había
olvidado completamente del tema...
—¿De ahí proviene también la fortuna de mis padres? —preguntó.
—No —respondió Lupin—. O bueno, no exactamente.
—¿«No exactamente»?
—Sí. Los Potter también son una de las antiguas familias de magos, aunque, al
igual que los Weasley, nunca dieron importancia al tema de la limpieza de sangre. Su
sangre no es totalmente pura, como la de los Black o los Malfoy, porque durante su
historia ha habido matrimonios con gente se sangre impura. Aún así, tu familia es muy
antigua, y como todas ellas, poseía negocios y tierras. Era una familia de grandes
magos. Nunca hicieron nada ilícito para obtener dinero, al contrario que muchos otros.
—Lupin hizo una pausa—. El dinero de tu cámara acorazada en Gringotts es la fortuna
familiar de los Potter, que tus padres te dejaron al morir. Por supuesto, aunque te haya
parecido mucho dinero el que hay allí, no puede compararse a la fortuna de los Black.
—¿Sirius tenía aún más dinero del que hay en mi cámara? —preguntó Harry,
recordando el enorme tesoro que aún permanecía guardado en su cámara de
Gringotts.
Lupin soltó una risita.
—Por supuesto que sí. Muchísimo más. De hecho, aunque ya retiré la mitad que
me correspondía, te aseguro que en esa cámara queda aún dinero suficiente para que
no tengas preocupaciones el resto de tu vida. Los Black era muy ricos... de hecho,
diría que eran más ricos que los Malfoy, antes de que las herencias se repartiesen,
claro. Ahora mismo no creo que en la cámara 711 haya más dinero que en la de los
Malfoy, pero seguramente no le falta mucho.
Harry se levantó, y vagó por el salón, mirando al fuego, pensando en todo ello...
Era rico... no, rico no: riquísimo. En la cámara de sus padres podían quedar aún
decenas de miles de galeones. ¿Cuánto quedaría en la de Sirius? ¿Cientos de miles?
¿Millones? Volvió a mirar a Lupin, el único amigo de su padre que quedaba con vida,
excepto colagusano... Nunca había sabido mucho de sus padres, y muchas preguntas
le asaltaron ahora ¿Qué hacían? ¿En qué trabajaban? ¿Dónde vivían? ¿Qué había
sido del resto de la familia de su padre? Sabía que los padres de su madre y tía
Petunia habían muerto años antes de que nacieran él y Dudley, pero nunca había
sabido cómo. Volvió a sentarse.
—Remus... —comenzó Harry, con un nudo en la garganta—. Quiero... quiero que
me lo cuentes todo sobre mis padres y mi familia... Me estoy dando cuenta de que no
sé nada de ellos...
Lupin le miró y asintió, lentamente.
—Está bien —dijo—. Te contaré todo lo que quieras saber, o lo que sepa yo
mismo... Aunque no sé si seré la persona más adecuada para hacerlo.
—¿Por qué no? Eres el último de los amigos de mi padre. ¿Quién podría ser más
adecuado?
—¿Tus tíos nunca te hablaron de tu familia?
Harry negó con la cabeza.
—No. Siempre me dijeron que mis padres habían muerto en un accidente de
coche. También sé que mis abuelos maternos murieron años antes de que naciera yo,
pero nunca me explicaron cómo. Cada vez que hacía alguna pregunta, me castigaban,
o me respondían: «no hagas preguntas» —recordó con amargura.
—Sí, ya me imagino... —suspiró—. Tus tíos siempre odiaron todo lo que tuviese
que ver con la magia.
—¿Les conoces? —inquirió Harry.
—No exactamente. Sólo les vi una vez, en el funeral de tus abuelos, los padres de
Lily, pero tu tía y tu tío no hablaron con nosotros.
—¿«Funeral de mis abuelos»? —preguntó Harry, extrañado—. ¿Murieron los dos
juntos?
—Sí —contestó Lupin; su cara se puso triste al recordarlo—. Murieron cuando tu
madre tenía diecinueve años, en un accidente de coche.
—¿Mis abuelos murieron en un accidente?
—Sí. Supongo que de ahí sacaron la idea tus tíos sobre lo de tus padres... A tu
madre le afectó muchísimo. Eran su única familia, ya que Petunia nunca fue muy
buena hermana, desde el momento en que Lily recibió su carta. Por lo que me
contaba, ella casi la odiaba, y eso a Lily, que tenían un grandísimo corazón, le dolía
muchísimo. —Lupin sonrió—. Ella era muy fuerte, pero la vida le puso duras pruebas...
en su casa, su hermana la odiaba por ser bruja, y en Hogwarts había quien la odiaba
por ser hija de muggles...
—¿Te contaba? —Harry estaba un poco extrañado y no entendía demasiado.
Lupin miró a Harry y sonrió.
—Lo siento. Creo que más bien recordaba en voz alta. Mejor te contaré desde el
principio...
—Sí, mejor. —Harry se acomodó, preparándose para escuchar, por primera vez en
su vida, la historia de sus padres y su familia.
—Tu padre, Sirius, Peter y yo fuimos los cuatro a Gryffindor, ya lo sabes.
Compartíamos dormitorio, por supuesto, y nos hicimos amigos la primera noche de
estar en Hogwarts. Nosotros cuatro éramos los únicos de nuestro curso de Gryffindor,
y nos hicimos inseparables casi desde el principio; James y Sirius descubrieron ambos
que eran igual de traviesos la primera noche; yo les hablaba del mundo muggle que
conocía por mi padre; y Peter... bueno, él era el animador de James y Sirius, y eso a
ellos les encantaba.
Harry sonrió.
—Sí, nos hicimos inseparables —dijo Lupin con expresión soñadora. Se hubiese
dicho que había regresado a sus años en el colegio—. Yo, por desgracia, tenía que
ocultarles mi condición, a pesar de que odiaba tener que mentirles, pero ellos eran mis
mejores amigos (mis primeros amigos, de hecho), y no quería perderlos por nada.
»Tu madre estaba también en nuestro curso, claro. Las chicas de Gryffindor eran
cinco, y ella se hizo muy amiga sobre todo de dos: Alissa Willish, (que luego se
convirtió en Alissa Prewett), y Alice Stonefield, (que se convertiría en Alice
Longbottom).
—¿Mi madre era amiga de la madre de Neville? —preguntó Harry, asombrado por
aquella coincidencia.
—Sí... era su mejor amiga, y eso no cambió después de Hogwarts. —Lupin suspiró
—. La verdad, las tres tuvieron mala suerte: tu madre muerta, Alissa, que estaba
casada con Gideon Prewett (que, por si no lo sabías, era primo de Molly, la madre de
Ron), también fue asesinada, poco después que su marido, y ya sabes lo que les
sucedió a los Longbottom...
Harry asintió.
—Bueno, creo que a tu padre le gustó tu madre casi desde la primera vez que la
vio, porque, aunque con el tiempo llegó a tener muchas admiradoras, nunca le hizo
demasiado caso a ninguna. —Harry sonrió—. Claro que ella no le hacía demasiado
caso a él, porque James y Sirius se metían en líos continuamente, y con esa manía
suya de hechizar a la gente, sobre todo a Snape... Lily era muy respetuosa con las
normas, y muy buena estudiante, de hecho. ¿Sabes? Hermione siempre me recuerda
mucho a ella... respetuosas con las reglas, buenísimas estudiantes, defensoras de los
derechos de los débiles... —Lupin sonrió, y Harry también lo hizo.
»Tu padre siempre intentaba impresionarla, pero claro, la idea que tenía James de
lo que era impresionar a alguien no coincidía mucho con la de Lily, y siempre estaban
discutiendo... o más bien discutía Lily, porque James no acababa de entender qué era
lo que hacía mal.
—Mi madre le detestaba —comentó Harry, recordando la imagen del pensadero.
—Oh, no, no le detestaba —sonrió Lupin—. De hecho, creo que a veces le habría
gustado disfrutar de las locuras de James, pero su racionalidad y sentido del deber se
lo impedían.
Las palabras de Lupin le trajeron a Harry el recuerdo de otra imagen en el
pensadero de Snape: James sostenía a Snape en el aire, boca abajo, y le pareció
percibir un asomo de sonrisa en los labios de su madre, pero ella la había reprimido al
instante, gritándole a James que lo dejara en paz.
—Llegué a entender y a conocer bastante bien a tu madre, y ella fue una buena
amiga mía. Fue a ella a la primera persona que le confié que era un licántropo, sin que
lo hubiera descubierto, como hicieron James, Sirius y Peter, y ella juró guardarme el
secreto siempre, y así lo hizo.
—¿Cómo llegasteis a haceros tan amigos? —quiso saber Harry.
—Bueno, los dos fuimos prefectos de Gryffindor, así que llegamos a pasar
bastante tiempo juntos. Así comprendí que, realmente, a tu madre James le gustaba,
pero no quería ni admitirlo, ni sentir nada por él, porque le parecía muy arrogante. Le
daba rabia que le gustase, aunque sólo fuese un poco, alguien como él, y ésa era una
de las razones por las que siempre intentaba sacarle defectos.
»Tu padre y Sirius empezaron a cambiar en sexto, porque las cosas empezaron a
ponerse verdaderamente serias, y comenzamos a sentir el miedo. Mientras estábamos
en Hogwarts, Voldemort apareció en escena y empezó a darse a conocer; al principio
sólo hablaba, aunque nadie sabía bien quien era. Decía que los sangre limpia debían
de recuperar el control que legítimamente les correspondía, y que la comunidad
mágica debía deshacerse de los hijos de los muggles. Mucha gente le escuchó, al
principio, incluso cuando empezó a reclutar seguidores, incluso a pesar de que
Dumbledore previno al mundo contra él, pues él le conocía. Corrían rumores de que
era sospechoso de ciertos asesinatos, pero... mucha gente quería oírle, y se hizo
fuerte en poco tiempo. Cuando se mostró tal cual era, pocos ya podían hacerle frente.
»En nuestros últimos años en Hogwarts, empezó a conseguir cada vez más y más
poder. Los asesinatos y desapariciones se volvieron el pan de cada día. El miedo
comenzó a extenderse y el Ministerio se vio desbordado. Por supuesto, fue en los
últimos años de su reinado cuando verdaderamente mostró cuán poderoso era, y cuán
despiadado, pero ya en Hogwarts Dumbledore intentó prevenirnos contra él, avisarnos
de lo engañoso que podía resultar; desgraciadamente, no todos le escucharon.
Bellatrix Lestrange, que tenía dos años más que nosotros, se unió a él en cuanto salió
de Hogwarts, al igual que Lucius Malfoy, que era un año mayor que ella, y salía ya por
entonces con Narcisa, la hermana de Bellatrix, que es de mi edad. Lucius fue un líder
de Slytherin ya en el colegio, más aún de lo que es su hijo hoy. Bellatrix y Rodolphus,
por su parte, formaban un grupo con Travers, Mulciber y Avery. También Snape iba
con ellos, a pesar de que era el más joven; creo que otra de las causas por las que
Snape nos odiaba era porque nosotros teníamos una amistad real; Snape y los demás
no eran amigos, simplemente, tenían afinidad de gustos: les encantaban las Artes
Oscuras.
»Sirius y tu padre querían ser aurores —Harry sonrió mucho al oír aquello—.
Tomaron la decisión final en sexto. Por supuesto, eso nos cambió bastante, y sobre
todo a ellos; los aurores vivían muy amenazados, y sabíamos que, en el futuro, sería
una profesión muy, muy peligrosa. Así fue como Sirius y James se volvieron más
«normales», y el motivo por el cual, al fin, James consiguió ser Premio Anual de
Hogwarts en séptimo, cosa que nunca hubiésemos esperado un año antes. Tu madre
fue también Premio Anual y bueno... empezaron a pasar mucho más tiempo juntos. Tu
madre, al ver el cambio de James, empezó a llevarse mucho mejor con él, y así fue
como James le contó sus planes de ser auror. Un día, tu madre le preguntó si no tenía
miedo, y él respondió que sí, pero que era lo que quería, y que merecía la pena
arriesgar la vida por defender a personas como ella... —Lupin esbozó una sonrisa al
recordar— creo que ahí fue donde saltó la chispa definitiva entre ambos.
—¿Mi padre os contó que le había dicho eso a mi madre? —preguntó Harry,
extrañado. Harry se sorprendió porque él, al menos, nunca haría algo así... creía que
se moriría de la vergüenza.
Lupin se rió.
—¡Por supuesto que no! Sirius los espió usando la magia. Creo que nunca se lo
contó a James, seguramente nos hubiera matado si se hubiera enterado. Después de
eso, pasado un tiempo, comenzaron a salir.
—¿Qué quería ser mi madre? ¿Y tú?
—Tu madre siempre deseó ser sanadora de San Mungo, y eso fue lo que hizo
cuando salió de Hogwarts. A mí me habría gustado ser auror, aunque no tenía tanto
entusiasmo como James y Sirius, ni sus notas. Además, a los hombres lobo no se nos
admite en la Academia de Aurores, y menos con Crouch al frente del Departamento de
Seguridad Mágica. Éste se había vuelto tan fanático que había alargado la carrera de
Auror a cuatro años, para preparar a los mejores.
—¿Qué hiciste, entonces?
—No mucho. Como te dije, los hombres lobo no encontramos trabajo fácilmente.
Pero en Hogwarts había sido bueno en herbología y pociones, y logré una especie de
empleo como preparador de productos para San Mungo. No ganaba demasiado, pero
era algo. Tu madre empezó a hacer el curso y las prácticas de sanadora en San
Mungo, y tu padre y Sirius ingresaron en la Academia de Aurores.
—Así que mi padre llegó a ser auror... —dijo Harry—. ¿Por qué nadie me lo había
dicho?
Lupin puso cara triste y se levantó. Se puso de espaldas a Harry y miró al fuego.
No se volvió para contestar.
—Porque no llegaron a ser aurores. Ni él, ni Sirius.
—¿No? ¿Por qué no?
—Como te conté, cuando teníamos diecinueve años, y tu padre y Sirius estaban en
el segundo curso, tus abuelos, los padres de Lily, murieron en un accidente de coche.
Para Lily eran casi la única familia, y se sumió en una terrible depresión, acrecentada
por el hecho de que su hermana ni siquiera le dirigió la palabra, ni se acercó a ella
durante el funeral.
Harry se entristeció, y sintió un ramalazo de furia contra tío Vernon y tía Petunia.
—Tu madre necesitaba ayuda, así que James abandonó la Academia durante un
tiempo para estar con ella, poco antes de los exámenes. Sirius abandonó la Academia
con él, porque se habían prometido que empezarían la carrera, la harían y la
terminarían juntos. Tu padre se llevó a tu madre a vivir a su casa, porque tus abuelos
paternos la querían como a una hija; de hecho, nos querían a todos como a hijos. —
Harry no pudo evitar pensar en los Weasley al escuchar eso—. James la cuidó, y el
cariño y el amor de los Potter la hicieron volver a la vida, a la alegría.
»Cuando se sintió bien de nuevo, James y Sirius habían perdido los exámenes de
su segundo año, y habían empezado el tercer curso, con lo que perdieron dos años.
Lo primero que hizo Lily cuando se sintió bien otra vez, fue ir a visitar a tu tía a Privet
Drive, donde tus tíos se acababan de comprar su casa. James le dijo que era una
mala idea, que le tenía a él, a nosotros, a sus amigas, que la visitaban continuamente,
pero ella se empeñó; era su hermana, la hija de sus padres, su única familia, y quería
verla.
—¿Qué sucedió? —preguntó Harry. Lupin se volvió hacia él y lo miró fijamente.
—Tu tía le cerró la puerta en las narices, diciéndole que no quería saber nada de
ella, ni de gente como ella. Cuando Lily regresó a casa esa noche, lloraba como una
niña pequeña.
Harry apretó los puños, lleno de rabia.
—Continúa, por favor.
—Lily no se resignó, y, aunque no volvió a ver a tu tía Petunia, de vez en cuando le
mandaba cartas, contándole cómo le iba, pero nunca recibió ninguna respuesta. Sin
embargo, tu tía debía de leer las cartas, porque sabía que tú habías nacido, aunque
nunca te hubiesen visto hasta la noche en que Dumbledore te dejó allí.
—¿Qué opinaban mis abuelos de que mi madre y tía Petunia se llevasen tan mal?
—Bueno, obviamente, no les gustaba, aunque tus abuelos, por lo que tu madre me
contó, no sabían realmente cuánto la detestaba su hermana. Cuando salieron de
Hogwarts, tus padres y tus tíos solían ir a comer una vez al mes a casa de tus
abuelos, por petición de éstos, pero eran comidas tensas. A tu padre no le gustaban,
porque, aunque apreciaba a los padres de Lily, detestaba a los Dursley. A tus tíos
tampoco les agradaba, aunque lo hacían por tus abuelos. Por supuesto, cuando éstos
murieron, los Dursley dejaron de fingir.
—¿Qué sucedió después?
—Tu padre y Sirius volvieron a la Academia con veintiún años, y tu madre siguió
sus prácticas en San Mungo. En aquel tiempo, Voldemort estaba en su pleno apogeo,
y Dumbledore había fundado la Orden del Fénix para oponerse a él. Todos nos
unimos sin dudarlo; sabíamos de lo que era capaz Voldemort, y todos apreciábamos
mucho a Dumbledore. Yo, además, le debía mucho por todo lo que había hecho por
mí... sin contar que aún me sentía culpable por todo lo que hacíamos en el colegio,
sobre todo siendo yo prefecto.
—¿Y por qué, si volvieron a la Academia, no terminaron la carrera?
—Bueno, Voldemort se hizo demasiado terrible. Sabía perfectamente que
Dumbledore era su mayor enemigo, y, enterado de la existencia de la Orden del Fénix,
empezó a acosarnos con más furia que a los propios aurores. Muchos tuvimos que
ocultarnos, escondernos.
»Tus padres habían planeado casarse en cuanto James terminara su tercer año en
la Academia de aurores, cuando tenían veintidós años, porque además, Lily acababa
su preparación como sanadora, pero de nuevo, la fatalidad sacudió a la familia.
—¿Qué pasó? —quiso saber Harry.
Lupin miró de nuevo al fuego, cerrando los ojos, como si el recuerdo fuese
demasiado doloroso.
—La persecución a la que fuimos sometidos fue demasiado para muchos. En las
navidades de aquel año, Alissa, la mejor amiga de tu madre, y su marido, fueron
asesinados por los partidarios de Voldemort. A todos nos afectó muchísimo, sobre
todo a tu madre, pero también a tu abuela, que conocía bien a Alissa, y a la cual tenía
mucho cariño. Además, tus propios padres estuvieron a punto de ser atacados. Todo
eso, y el peligro que corríamos todos, fue demasiada tensión para tu abuela, y
enfermó.
—¿Enfermó? —preguntó Harry.
—Sí. Se puso cada vez más grave. La sola mención de Voldemort la ponía de los
nervios y le hacía vomitar. Ningún sanador pudo hacer nada por ella. Su mal no era
corporal. Murió dos meses antes de la fecha en la que tus padres pensaban casarse.
Harry se quedó como si le echaran por encima un jarro de agua helada. A Lupin le
corría una lágrima por la cara.
—James se quedó como ido, y tu madre no dejó de llorar en días. Tu abuela, antes
de morir, hizo prometer a Lily y a James que se casarían en la fecha prevista, y que
serían muy felices. Tu padre sólo logró asentir, mientras las lágrimas caían
silenciosamente por sus mejillas.
»Ni James ni Sirius hicieron tampoco los exámenes de aquel año, pero, como
habían prometido, Lily y James se casaron en la fecha prevista, en el verano, el 18 de
julio. Fue el segundo día más feliz en la vida de tus padres, pero no fue ni la sombra
de lo que había podido ser si tu abuela y tus otros abuelos hubiesen estado vivos.
Además, tu abuelo, aunque parecía contento, estaba como ido. A la boda asistieron
también Frank y Alice, y nosotros asistimos a la suya, que celebraron al mes siguiente;
ese año se habían graduado ambos en la Academia de Aurores.
—¿Por qué dices que ese fue el segundo día más feliz de la vida de mis padres?
—Porque el día más feliz para ellos fue cuando, un año después, naciste tú.
¿Sabes, Harry? —dijo Lupin, mirándole fijamente—. Creo que, de alguna manera, tú
les salvaste la vida a tus padres; les diste una fuerte razón para luchar, tras tantas
pérdidas. Creo que, cuando dieron su vida por ti, sólo te devolvieron el favor que tú les
habías hecho al nacer, porque les diste una alegría que casi habían perdido. Además,
también tu abuelo volvió a sonreír al verte: su primer y único nieto.
»No obstante, ya antes de nacer tú, tus padres se habían ocultado en la antigua
casa de campo de los Potter, construida un siglo antes, porque Voldemort ya había
intentado matarlos tres veces, y con lo de la profecía...
»Estuvieron escondidos en aquella casa durante casi dos años, hasta que
Voldemort decidió seriamente poner fin a tu vida. Entonces, Dumbledore, alertado,
decidió que lo mejor era usar el encantamiento fidelio... y así se hizo, con Peter. Lo
demás, ya lo sabes.
Sí, Harry lo sabía: Peter Pettigrew, Colagusano, había sido espía de Voldemort
durante un año, y en cuanto tuvo la llave de la guarida de los Potter, se la entregó a
Voldemort. Informado por el guardián secreto, Voldemort pudo encontrar la casa de
sus padres y matarlos, pero él, protegido por el sacrificio de su madre, un hecho del
que Voldemort no se había percatado, le había salvado la vida y al mismo tiempo casi
había provocado la muerte al tenebroso mago.
—¿Y mi abuelo? —preguntó Harry—. ¿Él estaba vivo, no? ¿Por qué no me
llevaron con él?
Lupin paseó lentamente por el salón antes de contestar.
—Tu abuelo... tras la muerte de tus padres, no volvió a ser el mismo. No estaba
capacitado para cuidarte. De hecho, yo le cuidé a él un tiempo. La muerte de su hijo y
su nuera, el hecho de que creyese que Sirius, que para él era un hijo, hubiese sido la
causa de sus muertes, y además hubiera asesinado a Peter, fue demasiado para él.
Murió ese mismo año, antes de Navidad, consumido por la pena y la tristeza.
Harry se quedó frío. Jamás había esperado que la historia de su familia pudiera ser
tan triste, tan llena de dolor y sufrimiento. ¿Es que acaso su familia estaba maldita?
—No imaginaba que fuera tan triste... —murmuró, con voz débil.
—Lo fue, pero también hubo momentos muy felices, te lo aseguro. Tus padres
estaban muy enamorados, y su amor fue bonito. Su boda, y tu nacimiento, fueron días
enormemente felices para ellos, puedo asegurártelo.
Harry sonrió ligeramente, y se encontró deseando sentir algo así por alguien,
experimentar esa sensación alguna vez. Sabía, o se daba cuenta, de que lo que había
sentido por Cho no era comparable a eso. Deseó sentir ese amor, esa felicidad, pero
no sabía si sería posible. ¿Y si la conseguía, y Voldemort se lo arrebataba todo?
¿Qué sucedería si algo les ocurría a sus amigos? ¿Se consumiría de pena, como su
abuelo? Sí, seguramente eso sucedería... Se imaginó viendo morir a Ron, a Hermione,
a Ginny, a Lupin, a los Weasley... mientras él seguía vivo y no lo resistió. No era capaz
de imaginárselo. No podía.
En ese momento, se abrió la puerta del salón, y entró Ginny, quien, al ver las caras
de Lupin y Harry se quedó un poco cortada.
—¿Pasa algo? ¿Queréis estar solos? —preguntó la pelirroja.
—No, no —respondió rápidamente Lupin—. Quédate si quieres. Yo ya me iba.
Hasta luego, Harry.
—Hasta luego, Remus —dijo Harry, mirándole—. Muchas gracias, de verdad.
—No hay de qué —dijo Lupin, abriendo la puerta de la cocina.
Harry se quedó pensativo, mirando al fuego. Ginny se acercó a él lentamente y se
sentó a su lado.
—¿Me puedo sentar aquí? —preguntó.
—¿Eh? Claro, claro que puedes... ¿Dónde están Ron y Hermione?
—Ron está en vuestro cuarto, haciendo no sé qué. Hermione salió con sus padres,
a dar un pequeño paseo por Londres... creo que han salido a la cafetería que está al
otro lado de la plaza.
—Está bien —dijo Harry, sin mucho ánimo.
—¿Qué te pasa, Harry? —le preguntó Ginny, acercándose a él—. Pareces muy
triste...
—No estoy triste... sólo... me siento extraño.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Harry metió la mano en el bolsillo y sacó lentamente la llave de la cámara de
Sirius.
—Ésta es la llave de Gringotts de Sirius —explicó, como hablando solo—. Él me lo
dejó todo, excepto parte de su dinero, que se lo legó a Lupin. Ahora soy el propietario
de esta casa...
—¿Tú eres el dueño de la casa?
Harry afirmó con la cabeza.
—Vaya... bueno, bien pensado es lógico —dijo ella—. ¿Y estás triste por eso?
—No. Le pregunté a Lupin cómo era mi familia, le pedí que me contara cosas de
ellos, nunca he sabido demasiado...
—Sí, ya lo sé... ¿Y? ¿Te lo contó?
—Sí. Me lo contó todo. Me contó cómo he perdido a toda mi familia... cómo
murieron mis abuelos, cómo mi tía dejó de hablar completamente a mi madre tras
aquello... cómo murió mi otra abuela... y luego mis padres. Y menos de dos meses
después de ellos, murió mi abuelo.
Ginny miró a Harry con tristeza, con comprensión, pero sin decir nada.
—¿Por qué, Ginny? ¿Por qué sufrieron mis padres tanto? Mis abuelos maternos
mueren en accidente de coche, mi abuela de enfermedad y mi abuelo de tristeza, por
haber perdido a toda su familia... No sabía que la historia de mis padres estuviera
cargada de tantas desgracias... Mis padres murieron con veinticuatro años ¿sabes?
¡Sólo con veinticuatro años! ¿Está maldita mi familia?
Ginny no supo qué decir. Se acercó a él y lo abrazó.
—Tranquilo, vamos... Al menos fueron felices, durante un tiempo ¿no?
Harry asintió.
—Sí, a pesar de todo, tuvieron momentos muy felices... eso me dijo Lupin. Pero lo
perdieron todo. Todo por culpa de Voldemort... —Harry puso una expresión de odio y
amargura como Ginny no le había visto nunca—. Todo por culpa de él... destrozó mi
vida antes ya de que yo naciera... todos sufrían porque tenían miedo por mis padres,
que eran objetivos para él... Le odio tanto...
—Lo sé, lo sé... Pero Harry, tú tienes una familia —dijo Ginny—. Nos tienes a
nosotros, a todos... y a Hermione. Sabes que te queremos como si fueras uno más...
Lo sabes, ¿verdad?
Harry sonrió.
—Sí, sí lo sé —dijo él, con una sonrisa débil—. Gracias... otra vez.
—Vamos, no tienes que agradecerme nada. Mira, voy a llamar a Ron y podremos
jugar una partida de gobstones ¿de acuerdo? Así te animarás. Además, pasado
mañana tenemos que regresar a Hogwarts, deberíamos aprovechar el tiempo...
—Vale... Os espero aquí.
Ginny salió, y al rato volvió, seguida de Ron, que miraba a Harry inquisitivamente.
Se sentaron en los sillones.
—¿Estás mejor? —preguntó Ginny, preparando el juego.
—Sí, gracias.
—Ginny me ha dicho que Lupin te ha contado la historia de tu familia...
—Sí, así es —dijo Harry.
—¿Es... muy triste? —preguntó Ron, un poco cohibido.
Harry asintió.
—Lo siento...
—No pasa nada... —dijo Harry intentando sonreír—. ¿Jugamos?
—Si, venga —dijo Ginny.
Estuvieron jugando durante horas, riéndose, y, cuando Hermione y sus padres
volvieron, Harry volvía a encontrarse animado. Quizás su familia había sufrido muchas
tragedias, sí, pero también habían sido afortunados. Habían sido felices, habían tenido
grandes amigos, y habían sido buenas personas, valientes y decididas. Harry se sintió
orgulloso de ser hijo de quien era, algo que hacía tiempo que no sentía, desde que
había visto a su padre en el pensadero de Snape... aquello ahora le parecía una
chiquillada comparado con lo que habían tenido que vivir después, todas aquellas
duras pruebas...
Jugaban la última partida cuando Hermione entró, muy contenta, en el salón y se
sentó con ellos.
—¿Y tus padres? —le preguntó Ron.
—En la cocina, con Lupin y tu madre —respondió ella.
—¿Qué tal el paseo? —le preguntó Harry.
—Bueno, un poco frío, pero muy bien. Además fue muy gracioso, mi padre aún no
se acostumbra al hecho de que la casa aparezca y desaparezca cuando se acerca o
se aleja uno de ella —comentó Hermione alegremente.
—Ya, es que no es una cosa muy normal, al fin y al cabo...
—¿Y vosotros qué habéis hecho? —les preguntó ella.
—Nada... hemos estado jugando toda la tarde, desde que saliste.
—¿Y dónde estabas antes, Harry? —preguntó Hermione—. No te vi... y no había
nadie en la cocina.
—Estaba aquí con Lupin —contestó—. Me entregó la llave de la cámara acorazada
de Gringotts de Sirius.
—¿Tienes la llave de Sirius? —preguntó ella—. Anda...
—Claro. Soy su heredero... Me lo ha dejado todo a mí.
—¿Todo? —preguntó Ron, sorprendido—. Entonces, la casa...
—También es mía, sí —terminó Harry.
—Vaya... ¡cómo mola! —exclamó Ron.
—También... también me contó la historia de mis padres —dijo, sin saber muy bien
por qué.
—¿La historia de tus padres? —preguntó Hermione, seria—. A mí me gustaría
conocerla... ¿Nos la contarías?
Hermione recibió una mirada muy significativa de Ron, pero no hizo caso. Harry no
contestó. Se levantó y se acercó a la chimenea, mirándola. Luego se volvió y, sin más,
empezó a hablar.
Ninguno de los tres lo interrumpió ni dijo nada mientras Harry explicaba,
lentamente, la vida de sus padres y sus abuelos tras salir de Hogwarts. Cuando
terminó, se sentó en el sillón, sin decir nada, y se quedó mirándolos. A Hermione le
caía una lágrima por la mejilla y tenía los ojos vidriosos.
—Lo siento —murmuró—. Es muy triste que les pasara todo eso...
—Ya lo sé —dijo él. Para su propia sorpresa, ya no se sentía triste, al menos no
como cuando había oído la historia por primera vez. Ahora conocía mejor a sus
padres, y además, contárselo a ellos le había hecho librarse del nudo que sentía en el
estómago. Se sentía... liberado—. Pero fueron valientes y luchadores. Estoy orgulloso
de ellos...
Hermione se levantó y se acercó a él, dándole un pequeño abrazo.
—Gracias por contárnoslo —dijo—. Por confiar en nosotros...
Harry se quedó mirándola.
—Si no confío en vosotros no tengo en quien confiar —afirmó con seguridad—.
Sois mi familia, al fin y al cabo.
Hermione, Ron y Ginny sonrieron, mientras la señora Weasley abría la puerta para
decirles que la cena ya estaba lista.

Los dos últimos días de vacaciones fueron muy tranquilos, aunque Harry se
pasaba gran parte del tiempo solo, recorriendo la casa que ahora le pertenecía,
pensando en todo lo que había sabido... Recordando a sus padres... a sus abuelos, tal
como los había visto en el espejo de Oesed... en Alice Logbottom, a la que había visto
el año anterior en San Mungo, sin saber que había sido la mejor amiga de su madre...
El último día de las vacaciones se levantaron temprano. Regresarían en el expreso
de Hogwarts, así que tenían que estar en King’s Cross a las once de la mañana. Los
Weasley, Fred y George, Lupin y los Granger acudieron a despedirlos.
—Cuidaos, ¿vale? —les pidió Hermione a sus padres—. Ha sido estupendo estar
con vosotros estos días...
—No te preocupes, cariño —dijo su madre, mientras Hermione se abrazaba a su
padre—. Tú sí debes cuidarte.
Harry, Ron y Ginny se despidieron de los Weasley y de Lupin, y luego también de
los Granger, y se dispusieron a subir al tren.
—Tomad esto, para que os entretengáis —dijo Fred, dándoles una gran bolsa de
golosinas—. Os servirá para el viaje.
—No hay nada de la tienda de bromas —les aseguró George sonriendo.
—¡Gracias! —exclamaron Harry y Ron, muy contentos.
Subieron al tren, que iba casi vacío, debido a que la mayoría de los estudiantes se
habían quedado en Hogwarts debido al baile. Los cuatro se sentaron en un
compartimiento vacío, y saludaron por la ventana hasta que la Andén Nueve y Tres
Cuartos se perdió de vista.
22

Discusión con Snape

—Bueno, volvemos allá —dijo Hermione, suspirando—. Al final, la Navidad no ha


estado tan mal...
—Bueno, yo preferiría que no hubiera pasado nada de esto —dijo Ron—.
Estábamos muy bien antes...
—También lo habría preferido yo, pero al menos ahora mis padres estarán a salvo
en Grimmauld Place... No sé qué haría si les pasase algo...
—Eso no va a suceder —aseguró Ginny—. Estarán protegidos.
—Además, no te quedarías sola en el mundo —añadió Ron—. Nos tienes a
nosotros.
—Ya lo sé —dijo ella, sonriendo.
—Comamos algo de lo que nos trajeron Fred y George —sugirió Harry—. La
verdad es que tengo algo de hambre...
—Sí, yo también —dijo Ron, abriendo una caja de ranas de chocolate.
Hermione y Ginny se miraron, riéndose por lo bajo.
—¿Gué bafa? —preguntó Ron, mirándolas, con la boca llena de chocolate.
—Nada Ron —dijo Hermione, mirándolo con una expresión entre la diversión y el
asco—. ¿Tú tienes estómago o un saco sin fondo?
—¿Gué difes? —soltó él, tragando—. Tengo estómago, como todo el mundo, pero
hemos desayunado poco, ¿verdad, Harry?
—Verdad —asintió Harry, comiendo un gran trozo de empanada de calabaza—.
Por cierto, ¿los prefectos no tenéis que ir a vuestro vagón?
—No. Sólo en el viaje de ida a Hogwarts —respondió Hermione.
Pasaron el resto del viaje hablando, comiendo o simplemente dormitando, hasta
que se hizo de noche. Finalmente, tras una montaña, vieron el iluminado castillo de
Hogwarts sobre su colina.
—Hemos llegado —dijo Hermione.
—Sí, justo para la hora de la cena —comentó Ron.
Hermione puso los ojos en blanco, mientras cogía sus cosas.
Al bajar en la estación de Hogsmeade, subieron a uno de los carruajes que los
llevarían al castillo. Nada más llegar frente a las puertas y bajarse, se dirigieron
rápidamente a la torre de Gryffindor.
No hacían más que entrar cuando todo el mundo los abordó, preguntándoles qué
tal les había ido, cómo lo habían pasado y qué había sucedido.
—La profesora McGonagall nos dijo que os habíais ido porque habían atacado a
tus padres, Hermione —dijo Neville—. ¿Es verdad?
—Sí —respondió Hermione, impresionada por el recibimiento—. Fue cierto, pero
ya se encuentran bien.
—Os echamos de menos —dijo Seamus—. Esperábamos más reuniones del ED,
pero bueno, lo importante es que todo el mundo esté bien ¿no?
Tras diez minutos respondiendo preguntas, pudieron subir a dejar las cosas en sus
cuartos. Al bajar, Harry se acercó a Katie Bell, que estaba sentada junto al fuego.
—Oye, Katie ¿habéis entrenado algo?
—Por supuesto —dijo ella, levantando la vista—. Aunque sin vosotros no fue lo
mismo, pero bueno. Tenemos entrenamiento dentro de dos días otra vez.
—Vale. Tendremos que ponernos las pilas —dijo él. Se volvió y miró hacia Ron y
hacia Hermione y Ginny, que acababan de bajar—. ¿Vamos a cenar?
—Sí, claro ¿a qué esperamos? —dijo Ron rápidamente.
Cuando llegaron al comedor, recibieron la inmediata visita de Ernie, Hannah, Justin
y Susan, que también querían preguntarle a Hermione por sus padres.
—¿También vosotros lo sabéis? —preguntó Hermione, extrañada.
—Claro —respondió Ernie—. Tuvimos una reunión del ED —añadió en susurros—.
Y vuestros compañeros de Gryffindor nos lo contaron todo.
—Aah, ya... Pues sí, están bien —dijo Hermione—. Gracias por preocuparos.
—¿Ha pasado algo en estos días? —les preguntó Harry a Parvati y a Lavender,
que estaban sentadas a su lado.
—Pues no —respondió Parvati—. Nada fuera de lo normal.
Poco después entraron los jugadores de Castelfidalio, que se acercaron a
saludarlos, preguntándoles cómo les había ido y demás. La cena transcurrió animada,
hasta que, un rato después, entró en el comedor Draco Malfoy, seguido por Crabbe,
Goyle y Pansy Parkinson. Parecía muy ufano y contento. Al sentarse en su mesa,
dirigió la vista hacia donde estaban ellos. Ron lo vio y crispó los puños, poniéndose en
pie. Harry, que también había puesto mala cara, lo sujetó.
—Déjalo por hoy —le aconsejó, con tono frío. Y seguramente fue ese tono, más
que las manos de Harry, lo que sujetó a Ron.
—¿Que lo deje? ¡Míralo como sonríe! Será hijo de...
Hermione también volvió la cabeza, vio a Malfoy y su sonrisa se borró. Miró hacia
Ron y Harry.
—Harry tiene razón, Ron. Déjale...
—No pienso dejarlo, cuando lo pille...
—¿Qué pasa? —preguntó Neville, que se acababa de sentar y miraba a Ron, que
seguía con aspecto furioso.
—Malfoy —respondió Harry—. Fue su padre el que atacó a los padres de
Hermione.
—¡¿Qué?! —exclamó Neville, impactado—. Por eso estaba tan sonriente desde
que os marchasteis. Todos creíamos que era porque no podíais asistir a los
entrenamientos de quidditch...
—¿Así que estaba contento, eh? —preguntó Ron, extremadamente enfadado y
rabioso—. Ya le borraré yo esa sonrisa cuando le tenga delante...
Cuando acabó la cena salieron al vestíbulo. Ron y Harry lanzaron feroces miradas
hacia Malfoy, pero éste no se fijaba en ellos. Sorprendentemente, algunos de Slytherin
miraban a Hermione con ¿Lástima? ¿Simpatía? Harry no habría sabido decirlo. Lo que
era seguro era que no eran las mismas miradas de antes. No eran demasiados, pero
al menos, era algo.
Salieron del comedor y se dirigieron a la escalinata, cuando Cho, Michael Corner y
Marietta Edgecombe los abordaron.
—¡Hola! —saludó Cho—. ¿Qué tal estáis? Ya nos enteramos de lo de tus padres,
Hermione —dijo apresuradamente—. Lo sentimos mucho... ¿Se encuentran bien?
—Sí, están bien —respondió Hermione, agradecida.
—Es horrible todo esto ¿verdad? —añadió, con el rostro triste.
—Sí, sí lo es...
Estuvieron hablando unos minutos y finalmente se separaron. Al día siguiente
tenían clase por la mañana y se encontraban bastante cansados.

Cuando llegaron a la mazmorra para la clase de Pociones por la mañana, los tres
entraron a ocupar sus sitios rápidamente. Hermione quería a toda costa evitar que
Malfoy se encontrara con Harry y Ron de frente. Ron tuvo que reunir todas sus fuerzas
para evitar echarse sobre él, quien, afortunadamente, parecía bastante cansado y no
apto para discusiones. Harry estaba mucho más tranquilo, aunque no menos furioso
que Ron. Simplemente, esperaba el momento. Intentó evitar mirar a su enemigo,
aunque, si no hubieran estado en clase de Pociones con Snape, no sabía qué habría
hecho.
La mañana transcurrió lentamente. Cuando salieron de la clase de
Encantamientos, donde terminaban los hechizos levitatorios avanzados, los tres
salieron a dar un paseo por los terrenos y a ver a Hagrid, ya que tenían tiempo antes
de comer. Caminaron lentamente por los terrenos, en la orilla del lago. La nieve aún lo
cubría todo, y hacía frío. Habrían parado a charlar un rato con los alumnos de
Castelfidalio, pero estaban entrenando en el campo de quidditch para su propio
partido, así que se dirigieron lentamente hacia la cabaña de Hagrid. Éste no estaba
allí. Buscaron un rato y le oyeron: estaba dando una clase. Se acercaron. Hagrid les
enseñaba a alumnos de quinto de Slytherin y Gryffindor cómo diferenciar a los Knarls
de los erizos, aunque no parecía muy entusiasmado.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
—¡Hola, muchachos! —contestó el semigigante, acercándoseles—. Me alegro
mucho de veros. Como veis, estamos estudiando a los Knarls...
Harry vio cómo Ginny, por mirar hacia ellos, se pinchaba un dedo con una púa.
Harry se rió y la chica le dedicó una mueca.
—...no es que sean unas criaturas fascinantes, ya veis, pero bueno, salen en el
TIMO —continuaba Hagrid—. Bueno ¿y qué tal? ¿Todo bien, Hermione?
—Todo bien —respondió la chica.
—Estupendo entonces. Me entristecí mucho al saberlo. Realmente horrible... —
sacudió la cabeza con pesar—. Bueno, tengo que seguir con la clase... os veré a la
hora de comer.
—Hasta luego, Hagrid —se despidieron. Agitaron las manos en dirección a Ginny y
se volvieron, cuando se tropezaron con Dullymer, que se había levantado.
—¡Hola! —saludó—. Yo también me he enterado de lo de tus padres, Hermione.
Lo siento... Ha tenido que ser horrible ¿verdad?
—Sí, ha sido horrible, Henry... pero bueno, lo importante es que están bien y a
salvo.
—Sí. Es cierto. Bueno —dijo, mirando hacia su Knarl, que compartía con otros dos
chicos de Slytherin—, volveré con el bicho este...
—¿No te gustan los Knarls?
—Bueno, ya me he pinchado tres veces... y son algo aburridos. Seguro que a
Hagrid le gustaría enseñarnos algún tipo de bicho más interesante... y, sin que me
oigan los demás —añadió, susurrando—, a mí también.
Harry, Ron y Hermione se rieron.
—Ten cuidado con lo que deseas —le advirtió Ron—. Si te hubiera mostrado los
escregutos de cola explosiva...
—¿Los qué? —preguntó Dullymer.
—Es una historia muy larga, ya te la contaremos... —dijo Harry, sonriendo—.
Bueno, hasta luego, Henry.
—Adiós —se despidió él, volviendo con su grupo.
Los tres regresaron al castillo lentamente, y subieron a la sala común antes de
bajar a comer.
—Resulta agradable que todo el mundo se preocupe por uno —decía Hermione
mientras bajaban por la escalinata hacia el vestíbulo—. Pero ya me cansa repetir
siempre lo mismo de que si es horrible, o si estamos bien... ¿no creéis?
—Hombre, un poco pesado sí que es, sí —reconoció Harry.
Por la tarde no tenían clase, y Harry y Ron habían pensado en pasarse la tarde en
la sala común, pero se les habían acumulado los deberes que no habían hecho los
últimos días de vacaciones, y Hermione insistió hasta que bajaron a la biblioteca a
trabajar. Tenían que preparar un trabajo sobre el conjunto de hechizos levitatorios
como fin de las clases de Encantamientos con ellos. Sorprendentemente, tanto a Harry
como a Ron se les daban bastante bien.
—Me alegro de que os guste este trabajo —decía Hermione, mientras consultaba
un grueso volumen llamado Hechizos Levitatorios Avanzados y Técnicas Secretas—.
¿A qué se debe tanto interés? —preguntó, sonriendo.
—Bueno, es útil para el quidditch, ¿no? —dijo Ron, mientras buscaba en otro libro
—. Esto sería de gran ayuda si nos caemos de una escoba...
Hermione le miró y puso los ojos en blanco.
—Quidditch. ¿Cómo no lo había pensado? —soltó, meneando la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, mirándola con seriedad—. Es cierto, sería
fabuloso volar por nosotros mismos...
—Eso es muy difícil de hacer —repuso Hermione.
—Ya, pero para eso estudiamos ¿no?
—¿Crees que puedes ponerte a volar así...?
—¿Queréis dejarlo ya? —preguntó Harry, cansado—. Me gustaría terminar el
trabajo hoy.
Hermione y Ron le miraron, y luego se miraron entre ellos.
—Vale, Harry. Ya nos callamos...
—Bien —soltó Harry con sequedad, sin levantar los ojos de su pergamino.
A las seis, habían acabado el trabajo de Encantamientos. Hermione quería
ponerse con una redacción sobre hechizos transformadores inanimados para la
profesora McGonagall, pero tanto Ron como Harry se negaron, alegando que podrían
empezar después de la cena.
—Ya hemos avanzado mucho hoy —alegó Ron—. Y esa redacción no nos va a
llevar tanto tiempo si trabajamos entre los tres —añadió, mientras recogían los libros y
los metían en las mochilas.
—¿Trabajar entre los tres? —preguntó Hermione arqueando una ceja—. No
querrás decir que yo lo haré y vosotros copiaréis, ¿verdad?
—¡Claro que no! —exclamó Ron mientras salían de la biblioteca, intentando
parecer molesto por la desconfianza de su amiga, mientras ella le observaba con una
mirada inquisitiva y una ligera sonrisa.
Subieron a la sala común y dejaron las mochilas. Harry sugirió ir a dar un paseo
breve por el exterior antes de la cena y volvieron a bajar. Llegaron al solitario vestíbulo
y se disponían a salir por las puertas de roble, cuando oyeron una voz burlona a sus
espaldas. Lo último que habrían querido.
—¡Vaya! ¿a quien tenemos aquí? —preguntó Draco Malfoy con expresión
maliciosa. Harry, Ron y Hermione se volvieron al instante—. ¿Qué tal van las cosas
por casa, Granger? ¿Una Navidad agitada? ¿Muchas visitas?
Crabbe y Goyle se rieron con ganas. La cara de Hermione reflejaba una rabia
inmensa, y los ojos se le empañaron, pero Ron y Harry miraban a Malfoy como no le
habían mirado nunca. En un instante, ya tenían las varitas fuera y les apuntaban.
Crabbe y Goyle dejaron de reírse, y Malfoy torció el gesto.
—Esta vez no te libras, Malfoy —le espetó Ron, apuntándole a la cara—. Vas a
pagar por lo que tu padre y el de ese imbécil —señaló a Goyle— han hecho, te lo
aseguro.
—¿Te has divertido mucho, eh? —le preguntó Harry—. Eres detestable, eres un
asco. Incluso en tu propia casa, en Slytherin, te odian. Había decidido pasar
completamente de ti este año, Malfoy, pero ya no. Te avisé. Te lo dije muy claramente.
Te dije que si hacías alguna...
—¿Sufres por esos muggles, Potter? —preguntó Malfoy con desprecio, y también
con odio—. Y tú, Weasley, ¿también sufres por tu novia, no? Creí que tu familia no
podía caer más bajo, pero estar con una sangre sucia...
Ron no escuchó más. Si hubiera sido el año anterior, él y Harry habrían saltado
sobre Malfoy para partirle la cara, pero ya no. Pese a la inmensa rabia que sentían, al
odio que los embargaba, mantuvieron la cabeza y la mirada fría. De la varita de Ron
salió un destello y Malfoy fue lanzado seis metros hacia atrás, cayendo espatarrado en
el suelo. Crabbe y Goyle intentaron acercarse a Ron con los puños cerrados, pero
Harry les apuntó con su varita.
—¡Incárcero! —gritó, y unas gruesas cuerdas ataron a los dos, dejándolos
inmóviles.
—¡Bien hecho! —dijo Ron, mirándolos.
—¡Ron, CUIDADO! —gritó Hermione, señalando a Malfoy.
Ron miró al tiempo que Malfoy sacaba su varita y lanzaba su «¡Expelliarmus!»,
pero levantó la suya con rapidez mientras decía «¡Protego!», y fue la varita de Malfoy
la que saltó de su mano. Éste, sorprendido, intentó cogerla, pero Harry la recuperó con
el encantamiento convocador.
—Bien —dijo Harry, suavemente—. Muy bien, a ver qué hacemos contigo,
Malfoy...
—Dejadles ya —pidió Hermione, mirando a los lados—. Va a venir alguien y...
—No —contestó Ron en un tono que no admitía réplicas—. Es hora de que este
cerdo pague. Lo demás me da igual.
Malfoy retrocedía, arrastrándose, con visible expresión de miedo. Jamás había
visto a Ron y a Harry con aquellas miradas, la de Harry recordaba a la que le había
puesto en la enfermería, el día del ataque de los dementores, y la de Ron se le
parecía. Aquel día había tenido miedo, y ahora también parecía tenerlo. Harry podía
sentirlo.
—¡Furnunculus! —gritó Harry, y la cara de Malfoy se llenó de pústulas.
—¡Invidens! —exclamó Ron a su vez. Malfoy gritó y se frotó los ojos. Le había
echado un hechizo de ceguera.
—¡Locomotor mortis! —dijo Harry, y las piernas de Draco se pegaron
instantáneamente. Estaba completamente indefenso. Gemía de miedo.
—Y, para terminar, Malfoy... ¡Wingardium Leviosa! —Ron hizo un movimiento con
la varita, distinto del hechizo normal, y Malfoy se elevó por los aires, quedando
sostenido por los, pies, boca abajo, a unos cuatro metros de altura.
—Que te diviertas —le dijo Harry, mientras él y Ron guardaban sus varitas y
volvían junto a Hermione—. No te muevas demasiado —agregó, viendo como Malfoy
se retorcía en el aire—, o el hechizo podría fallar... No creo que te gustara la caída...
—Bueno, no sería bueno que gritaran, ¿no? —preguntó Ron, mientras les lanzaba
a los tres un hechizo silenciador.
—¡Oh, por favor, Harry, Ron...! Os lo agradezco, de verdad... ¡Pero os vais a meter
en un lío...! —suplicó Hermione.
—¿Qué es lo que sucede aquí? —dijo, de pronto, la fría voz de Snape, que
acababa de entrar en el vestíbulo por el pasillo de las mazmorras—. ¿Qué es todo
esto? —preguntó, mirando a Malfoy, Crabbe y Goyle, y luego a los tres amigos.
—Simplemente le estábamos dando a Malfoy su merecido, señor —respondió
Harry con descaro.
—Vaya, vaya... ya veo. Potter, Granger, Weasley... Os habéis metido en un buen
lío, os lo aseguro —dijo Snape—. Hizo un movimiento con la varita y Malfoy descendió
hasta quedar en el suelo. Luego, con otro movimiento, desató a Crabbe y a Goyle—.
Llevadle a la enfermería —les ordenó, señalando a Malfoy—. Vosotros tres, venid
conmigo.
—Hermione no ha hecho nada —repuso Harry, desafiante y sin moverse del sitio.
—¡¡He dicho que vengáis conmigo!! ¡Ya estás en un buen lío, Potter, no lo
empeores!!
Harry, Ron y Hermione le siguieron, sin decir nada. Harry y Ron le lanzaban
miradas de odio a la espalda, y Hermione no paraba de repetir «¡Oh, no! ¡Oh, no!» en
susurros.
Entraron en el despacho de Snape, que cerró la puerta.
—Bien —dijo, sentándose—. Parece que os habéis estado divirtiendo mucho
¿verdad? Esto os va a costar, para empezar, cincuenta puntos de Gryffindor por cada
uno.
—¡¿Qué?! —gritó Harry, sin poder creérselo—. ¿Cincuenta?
—¡Cállate, Potter! —gritó Snape—. ¡Y da gracias que no sean más! Si no hubiese
llegado, a saber qué más le habrían hecho al señor Malfoy...
—¿Qué más? —interrumpió Harry, fuera de sí—. ¡¡ÉL SE ESTABA BURLANDO
DE LOS PADRES DE HERMIONE, PORQUE EL CERDO DE SU PADRE LES
ATACÓ, Y ESTABA ORGULLOSO DE ELLO, PERO, CLARO, A USTED ESO NO LE
IMPORTA, ¿VERDAD?!! ¡¡NO LE HICIMOS NI LA MITAD DE LO QUE SE MERECÍA!!
Snape le miró fijamente.
—No me grites, Potter. No vuelvas a levantarme la voz. Creo que tú no eres juez
en este colegio, ni te compete castigar la conducta de los alumnos. ¡En este colegio
hay unas normas y tú y tus amigos os las habéis saltado, como siempre! Pero ya no
me sorprendo de nada. Nunca me he esperado otra cosa desde que llegaste a este
colegio —añadió, con una mueca de desprecio—. En cuanto te vi, supe que eras igual
que él, igual de arrogante, igual de prepotente que tu padre...
Harry sintió un ramalazo de furia como no había sentido nunca. Hacía pocos días
que se había enterado de la desgraciada vida de sus padres, muertos con veinticuatro
años, y ahí estaba Snape, un ex mortífago, burlándose de él...
—¡¡NO HABLE DE MI PADRE!! ¡¡NO SE LE OCURRA HABLAR DE ÉL!!
—¡¡Te dije que no me levantaras la voz!! ¿Así que estás orgulloso de él, verdad?
¿Lo que viste en el pensadero el año pasado no te afectó, a que no? O quizás te
divirtió... ¡¿Te divirtió, Potter?! —soltó Snape, gritando a su vez.
—¡¡NO, NO ME DIVIRTIÓ!! ¡¡PERO USTED NO TIENE NI IDEA, NO SABE NADA
DE MI PADRE, USTED NO...!!
—¡¡CÁLLATE!! —gritó Snape también, fuera de sí, levantándose y dando la vuelta
a su escritorio, poniéndose delante de Harry. Ron y Hermione parecían asustados.
Snape les miró con furia—. ¡Largaos! —les ordenó. Ambos dieron un salto—. ¡Potter
os comunicará vuestro castigo! ¡AHORA SALID DE AQUÍ!
Los dos miraron a Harry con miedo, y salieron de la mazmorra, temblando. Harry
se quedó solo con Snape. Se miraban con un odio intenso.
—¿Dices que yo no sé, Potter? ¡Sé perfectamente! ¡¡TU PADRE NO HACÍA MÁS
QUE SALTARSE TODAS LAS NORMAS DE ESTE COLEGIO, PORQUE CLARO,
ERA DEMASIADO BUENO PARA ELLAS, Y TÚ ERES IGUAL!! ¡¡¿TE CREES MÁS
QUE LOS DEMÁS PORQUE ERES CAPITÁN DEL EQUIPO DEL COLEGIO?!!
¡¡PUES PERMÍTEME DECIRTE QUE A MÍ ESO NO ME IMPORTA!!
—¡¡CÁLLESE!! Usted... usted... —Harry temblaba de ira—. ¿CÓMO SE ATREVE A
HABLAR DE NORMAS? ¿CÓMO SE ATREVE A HABLAR DE ARROGANCIA
CUANDO USTED TIENE ESA MARCA EN EL BRAZO? ¡¿CÓMO SE ATREVE?!
Aquello pilló a Snape desprevenido. Durante un momento no supo qué decir.
—¿Esa marca era alguna norma del colegio? ¿O eso no era traspasar límites? —
prosiguió Harry—. ¿A CUÁNTA GENTE MATÓ? ¡¿A CUÁNTA GENTE TORTURÓ
MIENTRAS LO SERVÍA A ÉL?!
—Nunca maté ni torturé a nadie —repuso Snape, calmando la voz—. ¡Y además
creo que eso no es asunto tuyo!
—¡¡¿NO ES ASUNTO MÍO?!! —gritó—. ¡¡ÉL DESTRUYÓ A TODA MI FAMILIA!!
¡¡USTED NO TIENE NI IDEA!! ¡¡Estaba bien, a salvo, con él, ¿verdad?!! ¡¡Mientras,
mis padres debían esconderse como si fueran delincuentes!! ¡¡Ellos murieron,
murieron con sólo veinticuatro años, y usted está aquí, vivo!!
—¡¡Tuve muchos riesgos, maldito mocoso!! ¡¡Hice de espía!! ¡Si me hubiera
atrapado, habría muerto de forma mucho más dolorosa que tus padres, te lo aseguro!
—¡Ah, claro! —repuso Harry—. Si le hubieran pillado... ¡¡Pero está vivo, ¿no?!! ¡Y
mis padres están muertos!
—Veo que estás muy orgulloso de lo que hacían tus padres ¿verdad? Como lo
estabas de Black... ¿Y qué hizo él? ¿Qué hizo él durante todo el año...?
Aquello fue demasiado para Harry, oír a Snape hablar de Sirius lo llenó de una ira
que nunca habría creído posible.
—¡¡NO HABLE DE SIRIUS!! ¡¡NO SE LE OCURRA DECIR SU NOMBRE!! ¡¡ÉL
MURIÓ POR SU CULPA, PORQUE SIEMPRE ESTABA BURLÁNDOSE DE ÉL, DE
QUE SE QUEDABA A SALVO EN LA CASA, MIENTRAS USTED ARRIESGABA SU
VIDA!! —gritó Harry con todas sus fuerzas. La discusión debía de oírse en todo el
castillo—. ¡¡NO PODÍA SALIR DE CASA POR SU MALDITA CULPA, SI USTED NO
HUBIERA SIDO TAN ENTROMETIDO, SI NO HUBIERA SIDO TAN ESTÚPIDO,
SIRIUS PODRÍA HABER PROBADO SU INOCENCIA AQUELLA NOCHE, Y
PETTIGREW ESTARÍA ENCARCELADO!! ¡¡SIRIUS PASÓ DOCE AÑOS EN
AZKABAN SIENDO INOCENTE, MIENTRAS USTED ESTABA LIBRE!! ¡¡SI NO
FUERA POR SU IDIOTEZ, POR SU MALDITA ANSIA DE VENGANZA, VOLDEMORT
NO HABRÍA RETORNADO NUNCA!! ¡¡POR SU CULPA SIRIUS DEBÍA
PERMANECER EN AQUELLA CASA A LA QUE ODIABA, TENIENDO QUE OÍR SUS
INSINUACIONES SOBRE SI IBA BIEN LA LIMPIEZA!! ¡¡ÉL NO ERA NINGÚN
COBARDE, SE HABRÍA ENFRENTADO A VOLDEMORT SIN MIEDO!!
—¡¡No pronuncies ese nombre!! —chilló Snape.
—¡¡MATÓ A MIS PADRES, DESTRUYÓ A MI FAMILIA, ME LO ARREBATÓ
TODO, ME HE ENFRENTADO A ÉL Y DIGO SU NOMBRE!! ¡¡¡VOLDEMORT!!!
¡¡¡VOLDEMORT!!! ¡¡¡VOLDEMORT!!!
Snape se estremeció y se llevó la mano al antebrazo izquierdo.
—¿Le tiene miedo? ¡¡PUES YO NO, LO ÚNICO QUE SIENTO HACIA ÉL Y HACIA
TODOS SUS SEGUIDORES, PASADOS O PRESENTES, ES ODIO!!
—¡¡No hables de lo que no entiendes!! ¡¡Tú no sabes... tú no tienes ni idea de
cómo era entonces...!!
—¡¡NO NECESITO SABERLO!! —gritó Harry aún más fuerte—. ¡¡MIS PADRES
JAMÁS SE HUBIERAN UNIDO A ÉL!! ¡¡JAMÁS!! ¡¡AUNQUE LES HUBIERA
AMENAZADO CON LA MUERTE MÁS DOLOROSA QUE EXISTA!!
—¿Crees que tu padre era mejor que yo, verdad? ¡¡Tu padre se dedicó a
humillarme desde el primer día que estuvimos aquí!! —exclamó Snape, cambiando el
punto de vista de la conversación—. ¡¡Lo odiaba!! ¡¡Y tú eres igual que él...!!
—¡¡YA, MI PADRE ERA UN ARROGANTE Y UN CHULO, ¿VERDAD?!! ¿Y MI
MADRE QUÉ? ¿QUÉ DISCULPA TIENE PARA ELLA? ¡¡ELLA LE DEFENDIÓ, LE
AYUDÓ, Y USTED SE LIMITÓ A LLAMARLE ASQUEROSA SANGRE SUCIA!! ¡¡LA
LLAMÓ SANGRE SUCIA, AL IGUAL QUE SU QUERIDO DRACO MALFOY!! ¡¡ME
IMAGINO QUE CUANDO SE ABRIÓ LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HACE
CUATRO AÑOS, USTED ESTARÍA MUY FELIZ ¿VERDAD?!!
—¡¡Eso no es cierto!! ¡¡Nunca he querido que muera nadie en este colegio, sea de
la sangre que sea!!
—¡¡Ya, eso lo dice ahora, pero bien que sonreía cuando Malfoy le ofreció solicitar
el puesto de director cuando echaron a Dumbledore!! ¡¡Y llamó a mi madre sangre
sucia!! ¡¿Qué le había hecho ella?!
—¡¡Es cierto que le llamé sangre sucia a tu madre, sí!! —reconoció Snape, y
apartó la mirada, cerrando los ojos un momento, como si hubiera recibido un golpe—,
pero no estoy... no estoy orgulloso de ello, ¿te enteras? —agregó, con un tono de voz
mucho más suave. Parecía muy afectado por el comentario de Harry.
Harry se calmó también y se quedó pensativo. Aquélla no era la respuesta que él
esperaba... ¿Había notado un deje de culpa, de arrepentimiento, en la voz de Snape?
No podía ser...
—Sí, sí me entero... —respondió, extrañado aún. Snape seguía sin mirarle—.
¡¡Tampoco Sirius estaba orgulloso de lo que sucedió aquel día después de los TIMOs,
pero eso no le impidió odiarlo, ¿verdad?!! —Harry hizo una pausa. Snape volvió a
mirar hacia él—. ¿Por qué me detesta tanto? ¡Usted me odió desde el primer día que
puse el pie en este colegio! ¡Yo no sabía quien era usted, no sabía quien era mi padre,
no sabía nada! ¡¡Nunca le había hecho nada, y usted me hizo aquí la vida imposible
sin ningún motivo!!
—¿Sin ningún motivo? —siseó Snape—. ¿Acaso no recuerdas todas las
infracciones a las normas de la escuela que hacías? ¿Lo has olvidado? ¿Todos esos
paseos y vagabundeos nocturnos?
—¿Infracciones? ¡¡Protegí la piedra filosofal!! ¡¡Sabía que Voldemort rondaba el
castillo!! ¡¡Era más importante proteger la piedra!! ¡¡Yo era, y soy, su objetivo!! ¡¡No
puedo ir junto a él, con la marca en el brazo, y unirme a su bando si me conviene!! ¡¡Si
no lucho estoy acabado!!
—Ya, y sabías lo de la piedra desde el primer día ¿verdad?, tú...
—¡¡No ponga excusas!! ¡¡Usted me odió sólo por ser hijo de mi padre!! ¡¡Sólo por
eso!! ¡¡YO NO SOY MI PADRE!! —gritó, lleno de resentimiento por los años de burlas
y humillaciones.
Snape no se había esperado aquello por parte de Harry. Se quedó callado.
—¡Usted siempre habla de normas, normas, normas! ¿Y qué pasa con los alumnos
de su casa? —continuó Harry, que era incapaz de callarse y deseaba soltar todas las
amarguras que había acumulado hacia su profesor—. ¿No hay una norma del colegio
que dice que los profesores deben de ser justos? ¿O ésa no la conoce? ¿Cuándo ha
sido usted justo? ¡¡No he visto un solo partido de quidditch de Slytherin en el que
hubieran jugado limpio!! Pero eso le da igual, ¿verdad? Es como hoy, el imbécil de
Malfoy se burló de Hermione, de sus padres... ¿Qué debería haber hecho yo?
¿Decírselo a usted? ¿Para qué? ¿Para que me contestara que eso son tonterías? ¡No,
gracias! Hermione es mi amiga, ha estado a punto de morir, han estado a punto de
matar a sus padres, ¡y no voy a dejar que nadie se burle de ella, aunque sea su
alumno favorito! ¡¡Me da igual que me quite quinientos puntos!! ¡¡Es mi amiga, y si
alguien se mete con ella, la defenderé!!
Snape se quedó callado y volvió a sentarse, mientras Harry le miraba con un odio
visceral.
—Me da igual el castigo que me ponga —prosiguió—. Ya no me importa nada de
eso. Nada será peor que lo que ya me espera... Y le repito que si vuelvo a ver a
Malfoy, y vuelve a burlarse de nosotros por algo relacionado con su padre y los
mortífagos, volveré a hacer lo mismo, o algo peor ¿se entera?
—No esperaba otra cosa, por supuesto —repuso Snape.
—¿Por qué no habló con los periódicos el año pasado, o hace dos años? Podría
haber dicho todo lo que piensa de mí. Luego podría haberlo leído en su clase de
Pociones para sus queridos alumnos... Usted dice que le humillaron, ¡¡no debieron de
haberle humillado mucho cuando enseguida ha olvidado lo que se siente!! ¡¡Usted y mi
padre se odiaban, pero nunca ha tenido que soportar que los periódicos digan que
está loco, ni que el Ministerio de Magia en pleno vaya tras usted, ¿verdad? No lo
sabe... no lo entiende... Supongo que usted disfrutaba enormemente leyendo los
artículos de El Profeta, ¿verdad? —continuó Harry—. Y no contento con eso,
aprovechaba cada clase de Oclumancia para insultarme aún más. «No eres ni
especial ni importante», ya... claro que no. Simplemente tendré que matar a
Voldemort, pero claro, eso no es especial ni importante... ¿Cree que me haré el chulo
por ello? ¡¡Pues no!! ¡¡Le dejo a usted ese honor!! ¡¡Nunca he querido ser famoso por
esta estúpida cicatriz!! ¡¡Se la regalo!! ¡¡Preferiría un millón de veces tener aquí a mis
padres!!
—¡Yo no quiero esa cicatriz! —estalló Snape—. ¡Ni en sueños querría ser tú!
—Ya, pero no me hace las cosas más fáciles, ¿verdad? Ni a mí ni a ninguno de
nosotros... Es como a Neville, siempre burlándose de él... ¡Goyle no es mejor alumno
que él, y usted nunca lo humilla públicamente! —Suspiró, y con la voz calmada volvió
a hablar—: Ya no quiero hablar más. No quiero discutir con usted. Estoy más que
harto de todo esto. —Levantó la vista y miró a Snape a los ojos—. Dígame cuál es
nuestro castigo y déjeme irme.
Snape no dijo nada durante un momento, y empezó a pasar unos pergaminos que
tenía sobre la mesa.
—Vete.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin comprender.
—¡He dicho que te largues de aquí! ¡¡Y nunca hables con nadie acerca de esta
conversación!!
—¿Y el castigo?
—¡¡He dicho que te vayas!!
Harry miró al profesor unos instantes. Se volvió, abrió la puerta y salió sin mirar
atrás.
Se dirigió lentamente hacia la sala común, pensativo. No les había puesto un
castigo. Desde que habían entrado en Hogwarts, era la primera vez que Snape no le
castigaba por algo. Aunque eso no le importó. Igualmente lo detestaba. Que no les
castigase sólo quería decir que por una vez, Snape se había sentido culpable por todo
lo que Harry le había dicho. Por el camino se cruzó con varios alumnos de Slytherin
que le miraron con interés. Debían haber oído los gritos en las mazmorras. A Harry le
daba igual. Estaba demasiado cansado, demasiado harto, demasiado enfadado... Y
también extrañado. Aquella mención a su madre, aquella impresión de que Snape se
sentía arrepentido, o culpable... ¿Qué significaba? No lo sabía, pero,
inexplicablemente, supo que su profesor le ocultaba algo respecto a aquello... y que
tenía que ver con que no les hubiera puesto ningún castigo. Llegó frente al retrato de
la Señora Gorda, dijo la contraseña, («calamar gigante») y pasó a la sala común.
Ron y Hermione esperaban, nerviosos, sentados junto al fuego. Al ver a Harry se
levantaron rápidamente y se acercaron a él.
—¡Harry! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó Hermione, fijándose en la
expresión de su amigo.
—Nada. No tenemos castigo.
—¿No tenemos castigo? —preguntó Ron, sin creérselo—. ¿Por qué no?
—No lo sé...
—¿Qué sucedió, Harry? —inquirió Hermione—. Estábamos muy asustados.
¡Estabais los dos fuera de sí!
—Ya lo sé. Discutimos. Muchísimo. Sobre mis padres, sobre Malfoy... sobre
nosotros. Jamás me había sentido tan airado... Llevaba cinco años deseando gritarle
todo lo que le he dicho hoy.
—¿Pero qué fue? ¿Cómo es que no nos puso un castigo?
Harry se sentó en una butaca, y les contó todo lo que había sucedido en la
mazmorra.
—... Y le dije muy claramente que me daba igual lo que me hiciera —terminó Harry
—. Si me quería quitar quinientos puntos que me los quitara, que eras mi amiga, y si
Malfoy volvía a hacer algo como lo de hoy, le haríamos algo mucho peor.
—¡Bien dicho! —le felicitó Ron—. Estoy totalmente de acuerdo.
Hermione los miró con expresión extraña y finalmente les sonrió.
—Gracias... pero no era necesario... no me importa lo que diga ese cerdo de
Malfoy...
—Pues a nosotros sí —dijo Ron, muy serio—. Ya estamos hartos de él y de su
maldita prepotencia, de su chulería...
Hermione se acercó a ellos y los abrazó, haciendo que Ron se callara,
sorprendido.
—Aún no entiendo por qué no nos castigó —dijo Hermione al soltarlos.
—Le dije que me dijese el castigo y me dejara irme, que estaba harto. Y
simplemente me ordenó que me fuera.
—¿Sin más? —preguntó Ron, abriendo los ojos desmesuradamente.
Harry asintió.
—Supongo que se habrá sentido un poco culpable por todo lo que le dije... No sé.
Tampoco me importa mucho —agregó. Pero era verdad solamente a medias. Después
de la mención a su madre, la ira de Snape se había diluido, y había vuelto a su
habitual tono frío. ¿Qué significaba?
Estuvieron un rato sentados frente al fuego, callados. Hermione se puso a leer un
libro, y Ron miraba a Harry, que parecía ensimismado. Pensaba en la discusión con
Snape una y otra vez, en lo que había dicho sobre llamarle sangre sucia a su madre...
«No me siento orgulloso de ello». Snape había reconocido que no se sentía orgulloso
de algo que había hecho. También había confesado que no querría estar en su lugar
por nada del mundo. Eso era obvio. ¿Quién lo querría? Su mente divagó hasta que
Hermione sugirió que bajaran a cenar.
—Después tenemos que hacer la redacción para Transformaciones ¿recordáis?
—Vaya, es cierto —dijo Ron con fastidio.
—Fue idea tuya dejarlo para ahora —le recordó Hermione con una sonrisa.
Los tres se levantaron y bajaron al comedor. Cuando pasaron frente a los
inmensos relojes que marcaban los puntos de las casas, Harry se detuvo en seco.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, parándose también y mirando a su amigo.
—¡Observad los puntos!
Ron y Hermione miraron al reloj de Gryffindor y se quedaron atónitos. Tenían
veinte puntos más que a la hora de la comida.
—¡No puede ser! —exclamó Ron—. ¿Habremos conseguido ciento setenta puntos
por la tarde?
—No seas idiota —respondió Hermione—. Esto sólo puede significar...
—... que Snape no nos quitó puntos —concluyó Harry.
—No es posible —dijo Ron, meneando la cabeza—. ¿Después de lo que hicimos?
¿Después de todo lo que le dijiste? No puede ser.
Entraron, desconcertados, en el Gran Comedor. Harry no lo entendía. ¿Tanto le
había afectado la discusión a Snape? Pensó que quizás se le había olvidado sacar los
puntos, pero al momento desechó la idea. Snape jamás se había olvidado de sacar
puntos a Gryffindor, y menos por causa suya. Se sentó en su lugar y miró hacia la
mesa de Slytherin. Malfoy ya había recuperado su aspecto normal. Sus miradas se
cruzaron, llenas de odio. Harry sabía que no pararía hasta vengarse. Nunca le habían
humillado tanto y no iba a perdonarlo. Apartó su mirada y se fijó en Snape. Parecía
totalmente indiferente, como si no hubiese sucedido nada en toda la tarde.
Aquella noche, mientras Harry se metía en la cama, su mente empezó a divagar
hacia la discusión de aquella tarde. ¿Por qué Snape se había sentido mal cuando
Harry le recordó el insulto a su madre? ¿Por qué Dumbledore confiaba en él? ¿Por
qué les había perdonado el ataque a Malfoy, Crabbe y Goyle? No lo sabía, y la
curiosidad le mataba. Durmió mal toda la noche. Por la mañana, se levantó temprano y
bajó a la sala común. Se sentó frente al fuego y esperó a que se levantaran Ron y
Hermione para bajar a desayunar. Tenían hora doble de Pociones y a Harry no le
apetecía nada ver a Draco Malfoy. No estaba seguro de si quería o no ver a Snape.
Cuando ya llevaba un rato frente al fuego, empezaron a bajar alumnos que iban a
desayunar. Siguió esperando hasta que alguien se sentó a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Ginny, mirándole con preocupación. Había bajado con
una de sus amigas—. Pareces ido...
—Estoy bien —respondió Harry—. Es sólo que no me puedo quitar una idea de la
cabeza...
—¿Es por lo de Snape? —preguntó ella, mirándole fijamente—. Puedes
contármelo... ¿Quieres bajar a desayunar?
—Estaba esperando por Ron y Hermione...
—Puedes esperarlos abajo. ¿Vienes?
—De acuerdo —aceptó, y, cogiendo su mochila, las siguió al Gran Comedor.
—Bueno, a ver ¿qué te preocupa?
Harry le contó a Ginny lo de la discusión un poco por encima.
—...Y ahora no dejo de pensar en por qué tuvo ese cambio de actitud cuando
mencioné a mi madre —dijo—. Antes parecía que estaba deseando matarme, y luego
nos deja ir sin castigo y sin quitarme puntos...
—¿Y eso te preocupa tanto? ¿Por qué?
—No lo sé... Sospecho que me oculta, o que me ocultan, algo sobre mi madre.
—¿El qué? ¿Crees que Snape podría estar enamorado de ella? —dijo Ginny en
tono de broma.
Harry, en cambio, la miró con seriedad. No se lo había planteado... ¿Y si era así?
¿Y si Snape se había enamorado de Lily y por eso odiaba aún más a su padre, y a él
mismo, que era la prueba viva del amor entre sus ellos? Parecía una locura, pero...
—¿No lo creerás, verdad? —le preguntó Ginny—. Sólo lo dije en broma...
—Claro que no —respondió Harry rápidamente.
Ginny le miró un tanto escéptica, pero no dijo nada. Momentos después entraron
Ron y Hermione. Tras terminar de desayunar, se dirigieron a la clase de Pociones
rápidamente. Malfoy, Crabbe y Goyle ya estaban allí, acompañados por Pansy
Parkinson. Cuando Malfoy les miró, su mirada se llenó de odio y de rencor. Crabbe y
Goyle, por su parte, cerraron los puños con ademán amenazante. Hermione les
susurró a Harry y a Ron que no hicieran ninguna locura, pero ellos no contestaron.
—Apartaos —dijo Harry con voz severa.
—¿Y si no quiero? —preguntó Malfoy, desafiante.
—Si no quieres, yo te quitaré —le amenazó Ron, sacando su varita—. Te aseguro
que me produciría un gran placer hacerlo...
Malfoy, Crabbe y Goyle miraron alternativamente a la varita y a Ron. Draco dudó,
pero el recuerdo de lo sucedido el día anterior pudo más y se apartó.
—Espero que estaréis disfrutando de vuestro castigo, ¿no? —soltó a sus espaldas
con voz burlona.
—No tenemos ningún castigo —le espetó Harry, sonriéndole con frialdad.
Malfoy abrió la boca para decir algo, pero en esos momentos entró Snape y se
calló. Snape se dirigió a la pizarra y empezó a hablarles de la poción a preparar ese
día. No miró a Harry en toda la hora, ni le dirigió la palabra, ni una sola vez.

Por la tarde, después de comer, Harry, Ron y Ginny se dirigieron al campo de


quidditch para el entrenamiento. Quedaba poco más de una semana para el partido
con Durmstrang, y debían esforzarse, pues su rival se había estado entrenando
duramente en las navidades.
Cuando llegaron al campo, aun no había nadie allí. Algunos miembros del equipo
tenían clase por las tardes, así que no habían quedado hasta las cinco. Ellos habían
ido primero porque querían entrenar un poco antes, para ponerse al día.
Así pues, estuvieron volando y practicando hasta que empezaron a llegar el resto
de miembros del equipo. Malfoy y Crabbe llegaron los últimos, acompañados por
Goyle.
—¡Cambiaos rápido! —les gritó Harry.
Malfoy le dirigió una mirada de desprecio y entró, seguido por Crabbe, en los
vestuarios. Un rato después, salieron y se montaron en las escobas. Goyle se sentó
en las gradas para verlos.
—No quiero tonterías, Malfoy —le advirtió Harry—. ¿De acuerdo?
Malfoy sonrió despectivamente. Comenzaron el entrenamiento, de la misma forma
que siempre lo hacían, practicando jugadas al principio, y luego jugando un partido.
Malfoy y Crabbe se estaban portando bien, pero Harry, que los observaba,
sospechaba que tramaban algo, así que no los perdía de vista.
Efectivamente, así era. Cuando estaban a punto de terminar el partido, Malfoy se
acercó a la portería de Ron, pero a más altura, mientras intentaba localizar la snitch, y
le gritó algo, riéndose. Harry, que se encontraba lejos, no pudo oír lo que decía, pero
vio la cara de furia de Ron, que se lanzó contra él. Entonces, Crabbe, que estaba
cerca, le lanzó una bludger con todas sus fuerzas, que Ron no vio. Harry gritó, pero su
amigo no le oyó. La bludger lo golpeó con fuerza en la cara, y se cayó de la escoba.
Malfoy sonrió con malicia, pero Harry, acercándose veloz, sacó la varita y detuvo la
caída de Ron, de la misma forma que Dumbledore lo había hecho con él mismo tres
años antes. Aún así, el golpe fue considerable, porque había caído desde unos quince
metros de altura, por lo menos. Quedó tendido en la nieve, con un brazo en una
posición extraña. Oyó a Ginny gritar y descender rápidamente hacia su hermano,
mientras el resto del equipo se acercaba también, mirando a Malfoy y a Crabbe con
rabia.
—¿Estás loco, Malfoy? —bramó Warrington—. ¡Falta una semana para la final y es
nuestro guardián! ¿Se puede saber qué te pasa?
Malfoy no le contestó y siguió sonriendo. Harry descendió junto a Ron.
—¿Cómo está? —le preguntó a Ginny.
—Se ha desmayado —dijo Ginny, asustada—. Pero creo que está bien, excepto
por el brazo, creo que se lo ha roto.
El resto del equipo descendió y se acercó a Ron, excepto Malfoy y Crabbe, que
permanecieron apartados y risueños. Harry los miró con furia.
—¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?
—No creerás que un Weasley va a burlarse de mí y quedarse tan tranquilo,
¿verdad, Potter? —dijo Malfoy, muy satisfecho.
Harry no pensó siquiera lo que estaba haciendo. Sacó su varita y, antes de que
Malfoy pudiese reaccionar, Harry lo había lanzado contra las gradas, produciéndole un
corte en la frente. Volvió junto a Ron.
—Hay que llevarle a la enfermería —decía Ginny.
—Yo os ayudaré —se ofreció Warrington—. Luego arreglaremos cuentas con
Malfoy.
Sacó su varita e hizo aparecer una camilla. Subieron a Ron y lo llevaron levitado
hacia el castillo. A lo lejos, delante de ellos, iba Malfoy, tambaleándose, sujeto por
Crabbe y Goyle.
En cuanto entraron en el vestíbulo, los vieron a los tres, que hablaban con Snape,
al parecer, «explicándole» lo sucedido.
—Potter —gruñó Snape—. ¿Por qué has atacado a Malfoy esta vez?
—¡Él y Crabbe casi matan a mi hermano! —gritó Ginny, señalando a la camilla.
—¡No le haga caso, señor! —gimió Malfoy—. Simplemente estábamos entrenando,
Weasley recibió una bludger y cayó, y Potter me atacó inmediatamente.
—¿QUÉ? —bramó Harry—. ¡Él voló hacia ti porque le dijiste algo, y luego Crabbe
le lanzó la bludger! ¡Lo teníais planeado, elevaste la escoba para que la caída fuese
peor!
—¡BASTA! —gritó Snape—. Ya he oído suficiente. Diez puntos menos para
Gryffindor, Potter.
—¡¿Qué?! —exclamó Harry, airado, al mismo tiempo que, detrás de él, sus
compañeros murmuraban, enojados. Malfoy, en cambio, se reía por lo bajo—. ¿Y qué
hay de...?
—... y diez puntos menos para Slytherin, Malfoy —terminó Snape, sin escuchar
nada más—. Ahora id a la enfermería, y no quiero escuchar una sola palabra más.
Malfoy se quedó sin habla, y parecía más atontado por lo que acababa de oír que
por el golpe que se había llevado. Todos, en realidad, se habían quedado mudos del
asombro. ¿Snape quitando puntos a Slytherin? ¿Quitándole puntos a Slytherin a
causa de Malfoy?
Harry no dijo más. Dio las gracias a Warrington y entre él y Ginny subieron a Ron a
la enfermería, mientras que Crabbe y Goyle llevaban a Malfoy. A Harry le preocupaba
el estado de Ron, pero el comportamiento de Snape llenaba su cabeza mucho más.
23

La Final

—¿Dices que Snape le quitó puntos a Slytherin? —preguntaba Ron, totalmente


sorprendido—. ¿Y por causa de Malfoy? No puedo creerlo —terminó, meneando la
cabeza.
—Pues es cierto —le dijo Ginny, que estaba sentada a su lado en una silla.
Nada más llevarle a la enfermería, Ginny había ido a avisar a Hermione, que había
subido corriendo, toda asustada. Ron había tardado media hora en despertar, y, como
Ginny había supuesto, tenía el brazo roto, amén de varias magulladuras. Sin embargo,
gracias a Harry no tenía nada grave, y podría abandonar la enfermería al día siguiente.
Cuando Madame Pomfrey los dejó solos, Harry y Ginny contaron lo que había ocurrido
en el vestíbulo.
—¿Cuándo ha quitado Snape puntos a Slytherin? —preguntó Ron, haciendo
muecas de dolor al moverse.
—Nunca —respondió Hermione, mientras lo sujetaba con suavidad—. Deja de
moverte tanto, que tienes el brazo roto.
—Es que no me gusta estar aquí —dijo él—. Entre nosotros tres nos pasamos
media vida en este lugar.
Harry, Hermione y Ginny se rieron.
—¿Por qué fuiste hacia Malfoy, Ron? —le preguntó Harry—. ¿Qué te dijo, que ni
siquiera viste la bludger?
El rostro de Ron se ensombreció y se llenó de una expresión de rabia. En vez de
contestar, miró a Hermione.
—Me dijo que le iba a mandar una carta a su padre —explicó Ron.
—¿Una carta? —preguntó Hermione, sin comprender—. ¿Y qué?
—Una carta para pedirle que la próxima vez... que la próxima vez no dejara
escapar a tus padres —terminó Ron, con amargura, apretando tanto los puños que
soltó un grito de dolor. Hermione se puso seria y miró a su amigo.
—No le hagas caso —le dijo ella—. Sólo pretende provocarte. Mis padres ahora
están a salvo...
—Me da igual —Replicó Ron—. Si vuelve a decírmelo...
Harry volvió la vista hacia Malfoy, que estaba en la camilla más alejada,
acompañado por Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson, y los observó unos instantes,
antes de volverse de nuevo hacia Ron.
Una hora después, Harry, Ginny y Hermione se despidieron de Ron, dejándolo solo
con Malfoy y bajaron a cenar al Gran Comedor. Allí, la mayoría de los alumnos ya se
había enterado de lo sucedido, y todo el mundo comentaba, extrañado, el
comportamiento de Snape. Nadie, nunca, recordaba haber visto a Snape quitando
puntos a Slytherin.
Tras la cena, subieron a la sala común. Hermione dijo que iba a ir a ver a Ron
antes de irse a la cama, y se dirigía de nuevo al agujero del retrato, cuando Harry la
sujetó.
—¡No!
—¿Qué haces? —le preguntó Hermione, extrañada por el comportamiento de su
amigo.
—¿Ya has olvidado que nadie debe andar solo por los pasillos? ¡Y menos de
noche! Recuerda que hay alguien peligroso en Hogwarts...
—Es cierto —recordó ella—. Con todo lo que ha pasado, se me había olvidado.
Pero yo quería ir a ver a Ron...
—Yo también iré —dijo Harry—. Te acompaño.
—Sin mí no vais —afirmó Ginny a sus espaldas.
—Yo también quiero ver a Ron —añadió Neville, acercándose.
—Igual que nosotros —dijeron Dean y Seamus, uniéndose también al grupo.
—Está bien, vamos todos —dijo Harry.
Salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería. Ron y Malfoy se
encontraban solos, y se lanzaba miradas furibundas uno al otro. La expresión de Ron
cambió, sin embargo, cuando vio a los demás entrar por la puerta.
—¡Hola! —saludó muy contento al verlos—. Creí que no vendríais hasta mañana...
—No íbamos a dejarte aquí, sin despedirnos de ti —repuso Hermione, sonriéndole.
Cogieron sillas y se sentaron alrededor de la cama. La señora Pomfrey salió de su
despacho a ver qué ocurría.
—Tienen media hora —les advirtió con severidad—. El señor Weasley debe
descansar.
Todos asintieron, y se acercaron para hablar sin que Malfoy los oyera. Sin
embargo, no parecía interesarle mucho lo que dijesen, porque se puso a mirar al
techo. Ron parecía feliz de que todos hubiesen ido a verlo, y charlaba animadamente.
En un momento, Harry, siguiendo un impulso, levantó la vista hacia Malfoy, y observó
que el chico los miraba. Incluso pareció captar en su mirada un deje de envidia. «No
puede ser», pensó Harry. Malfoy apartó la mirada al ver que Harry le observaba, y
volvió a mirar al techo. Harry se dio cuenta de que nadie había ido a verlo a él desde
que le habían dejado en la enfermería. ¿Había visto una mirada de envidia en él por
eso? Durante un instante, sintió lástima de Malfoy, que se encontraba totalmente solo.
Ahora, además, una parte de los Slytherins estaban peleados con él, como Warrington
o Bletchley... Le parecía increíble, ciertamente, pero le dio pena verlo allí solo, viendo
como a una de las personas que más detestaba y despreciaba era más apreciado que
él. Aquella sensación le hizo sentirse raro, y decidió que no le gustaba. Luego recordó
lo que le había dicho a Ron, y también lo que le había soltado a Hermione, y aquel
sentimiento se esfumó. «Se lo merece. Se merece estar ahí y solo. Lo eligió así. Le di
la oportunidad y lo eligió así. Además, casi matan a Ron entre él y Crabbe», pensó, y
volvió a meterse en la conversación con los demás.
—Bueno, ¿podrás entrenar pasado mañana? —le preguntó a su amigo.
—No sé... espero que sí.
—¡No creo que eso sea prudente! —le reprochó Hermione.
—Vamos, Hermione —dijo Ron—. El partido es dentro de una semana...
—Bueno, pero hay un suplente ¿no?
—¿Un suplente? —dijo Ron levantando la voz—. ¿Me estás diciendo que no
juegue la final?
—¡Claro que no! —repuso ella—. Simplemente no quiero que te pase nada.
—No me va a pasar nada. Ya tengo el brazo curado, sólo debo descansar hasta
mañana.
—Si veo que no está en buenas condiciones, yo mismo le prohibiré entrenar
pasado mañana —dijo Harry.
—Está bien —aceptó Hermione a regañadientes, sabiendo perfectamente que
Harry sólo lo decía para tranquilizarla.
—Y hablando de jugar y no jugar —Dijo Dean—. ¿Qué vas a hacer con Malfoy y
Crabbe, Harry?
—No lo sé —respondió Harry, dirigiéndole otra fugaz mirada a Malfoy, que seguía
mirando al techo—. De momento, permitirles seguir... eso sí, pienso decirles a ambos
unas cuantas cosas... aunque me temo que sus propios compañeros de Slytherin ya
les dirán lo suyo, si han conseguido que Snape les quite puntos a ellos...
—Eso es algo que sigo sin entender, no importa cuántas veces me lo expliquéis —
dijo Seamus—. ¿De verdad no sabéis por qué fue?
—No —mintió Harry. Sólo él, Ron, Hermione y Ginny sabían lo que había sucedido
en la discusión que había tenido con Snape.
—Bueno, venga, todos a la cama —ordenó la señora Pomfrey con severidad,
saliendo de su despacho—. Los pacientes deben descansar.
Haciendo caso a la enfermera, todos se levantaron, se despidieron de Ron y
bajaron a la sala común. Una vez allí, se separaron. Neville y Dean fueron a acostarse.
Seamus se fue a hablar con Lavender, Ginny se sentó a leer un libro en una mesa
apartada, y Harry se puso a hacer levitar cosas. Hermione se sentó a su lado y estuvo
practicando un rato con él, a pesar de que ya dominaba a la perfección todos los
hechizos levitatorios que existían. Tras estar un rato, le dijo a Harry que también se iba
a la cama.
—¿Tú no vas a acostarte? —preguntó ella, levantándose.
—No tengo sueño aún —respondió él, mientras hacía elevarse unos cojines y dar
vueltas en el aire alrededor de otro que yacía suspendido a un metro del suelo.
—Vale... pues hasta mañana, Harry —se despidió ella, subiendo por las escaleras
de los dormitorios.
Ciertamente, Harry no tenía nada de sueño. Su cabeza divagaba sobre el motivo
de Snape para hacer lo que había hecho. Si un mes antes hubiera sucedido lo que
había pasado esa tarde, Snape les hubiese quitado veinte puntos sin mirar siquiera a
Ron... Realmente, y pensándolo bien, tampoco era un asunto tan importante, pero a
Harry lo obsesionaba. Tenía la certeza de que Snape le ocultaba, o sabía, algo
respecto a sus padres... algo que le había hecho sentirse culpable... ¿Había sido eso
lo que le había movido a actuar así? ¿O había sido la acusación de Harry de que los
profesores debían ser justos y que él, en cambio, siempre beneficiaba a Slytherin? No
lo sabía, y la curiosidad lo mataba.
—Estás muy pensativo últimamente —le dijo Ginny, sentándose a su lado.
—Pues sí —respondió Harry, con frialdad. No le apetecía que le hiciesen
preguntas sobre lo que rondaba su cabeza.
—Puedes hablar conmigo hoy igual que lo hiciste la noche del baile —dijo Ginny,
sin inmutarse por el tono de Harry.
Harry se volvió hacia ella. Tenía una mirada de comprensión, y la frialdad de Harry
se disolvió.
—Ya lo sé, Ginny —dijo, en un tono más amable.
Ella no dijo nada durante un rato, y luego soltó, sin más:
—¿Te fijaste en Malfoy?
—Pues no mucho, la verdad —mintió Harry—. ¿Por qué?
—¿No te pareció que se encontraba solo?
—¿Qué? —preguntó Harry, sorprendido por lo que estaba oyendo.
—Digo que parecía muy solo... e incluso diría que tenía envidia de que Ron tuviera
visitas y él no.
Harry no dijo nada, perplejo por lo que oía, perplejo al darse cuenta de que él
había pensado exactamente lo mismo.
—Es posible —dijo, sin darle importancia—. Pero no me importa. Ron está allí por
su culpa.
—Ya lo sé —repuso ella—. Pero... no sé, me dio un poco de lástima que nadie
fuera a verlo, aunque sea un imbécil y un prepotente —añadió, encogiéndose de
hombros.
Harry miró a Ginny, sin responder, mientras ella se levantaba.
—Me voy a la cama —dijo—. Y tú también deberías hacerlo, hoy te levantaste muy
temprano...
Harry la observó mientras se alejaba hacia las escaleras y dudó, pero finalmente lo
dijo:
—Ginny... —Ella se dio la vuelta, mirándole—. A mí también. A mí también me dio
un poco de lástima —dijo por fin. Pero añadió rápidamente—: Pero eso no cambia
nada. Le odio y le detesto igual.
—Ya lo sé, Harry —dijo ella—. Pero es esperanzador que, con todo lo que nos ha
hecho, seamos capaces de sentir aunque sólo sea un poco de lástima por él ¿no
crees?
—¿Esperanzador? —preguntó Harry, sin comprender.
—Claro —explicó Ginny—. Eso es lo que nos diferencia de él ¿no? De Voldemort y
los mortífagos. —Harry se la quedó mirando, sin acabar de entender lo que ella quería
decir—. Bueno, hasta mañana, Harry.
—Adiós —murmuró, mientras Ginny subía por las escaleras, con lo que él se
quedó, solo y pensativo de nuevo, en la sala común.
Cinco minutos después subía por las escaleras hacia su dormitorio, con la cabeza
dándole vueltas, a veces en torno al asunto de Snape, y otras en torno a lo que Ginny
le había dicho. Harry pensó que no conocía bien a la hermana de su mejor amigo, y
que lo que había dicho esa noche parecía alguna de las cosas típicas y extrañas que a
veces decía Hermione, como lo de «fomentar la unión entre las casas» y cosas así.
«Será por hablar tanto entre ellas», decidió, mientras se metía en la cama.

Dos días después tenían el siguiente entrenamiento, y antes de salir al campo,


Harry les advirtió a todos que si se repetía un comportamiento como el del último día,
el responsable sería expulsado del equipo. Aquello no pareció afectarles a Malfoy y
Crabbe, que, sin embargo, sí parecían preocupados por los diez puntos que Snape les
había quitado, por lo que procuraron comportarse de modo adecuado en el resto de
los entrenamientos.
Llegó así la semana de la gran final, y en todo el colegio empezó a notarse la
emoción y la expectación, sobre todo teniendo en cuenta que en dos días se jugarían
dos partidos, algo que nunca antes había ocurrido en Hogwarts. Por todos lados, los
alumnos murmuraban y cuchicheaban sobre quien era mejor o qué equipo creían que
sería el vencedor.
En la mesa de Gryffindor, los de Castelfidalio se veían nerviosos y preocupados
por el encuentro.
—¿Por qué estáis tan nerviosos? —les preguntó Harry el lunes a la hora de comer
—. Sois mejores que Beauxbatons —agregó, bajando la voz.
—Sí, ya... pero nunca se sabe, y han estado entrenando mucho. Si quedamos de
cuartos, con la tradición en quidditch de nuestro colegio, me moriré de vergüenza
cuando volvamos a casa —respondió Anton.
—Lo importante es que lo hagáis lo mejor que podáis —dijo Ron.
—Sí, bueno...
—Nosotras os apoyaremos —declaró Parvati muy animada—. No os preocupéis.
—Pues, yo, sintiéndolo, apoyaré a Beauxbatons —intervino Neville, poniéndose un
poco colorado.
—Normal —dijo Seamus, y él y Ron soltaron una risita.
—¿A quién vas a apoyar tú, Harry? —le preguntó Neville.
—Hmm, no sé —respondió—. A vosotros os conozco más —dijo, mirando hacia
Anton—, pero estuvimos con Gabrielle en el baile de Navidad y me cayó bastante
bien...
—¿Entonces? —insistió Neville.
—Entonces no sé —concluyó Harry—. Apoyaré a ambos, sin predilecciones.
—¡Ah, eso no vale! —dijo Parvati—. ¡O con unos o con otros!
—Pues a mí me parece la mejor opción —le apoyó Hermione—. Pienso hacer lo
mismo.
—Yo, sin embargo, estaré del lado de Beauxbatons —terció Ron—. No por nada,
pero dado que Parvati y Lavender os apoyarán a vosotros, yo ayudaré a Neville.
Seremos dos contra dos. Además, yo también conozco a Gabrielle y me cae muy bien,
sin contar que es casi como de mi familia...
La semana transcurrió lenta, y Harry y Ron apenas tenían tiempo para nada,
porque cuando no estaban entrenando, estaban planeando jugadas y haciendo
deberes. Ni siquiera habían vuelto a visitar a Hagrid, ni jugado una sola partida de
ajedrez, ni entre ellos, ni con Hermione, que, aunque tenía el mismo trabajo de
siempre, pasaba más tiempo sola debido a que Ron y Harry estaban con la cabeza en
la final.
Finalmente, llegó el viernes, día del partido por el tercer y cuarto puesto. En las
mesas, a la hora de la comida, todo el mundo hablaba sin parar, hacían apuestas y
comentaban sus opiniones. Los de Castelfidalio parecían tranquilos, aunque un poco
serios, al igual que los de Beauxbatons. Como en los otros partidos, también aquel día
Larry Binddle estaba allí.
Cuando terminó la comida y Dumbledore habló, los alumnos de Castelfidalio se
levantaron y se dirigieron al campo, recibiendo palabras de apoyo y suerte por parte
de todos.
Harry, Ron y Hermione también se levantaron para dirigirse al estadio. En la puerta
se encontraron con los de Beauxbatons, que también salían. Viessi y Amelie se
miraron y se sonrieron, y ambos se marcharon hablando animadamente. Neville, por
su parte, se acercó a Gabrielle para desearle mucha suerte, y la chica le sonrió. Harry,
Hermione y Ron hicieron lo propio y se dirigieron al exterior con paso lento, cuando
Parvati y Lavender salieron disparadas por la escalinata.
—¿Adónde van éstas? —preguntó Ron, mirándolas.
—¡Claro! ¡Ron! —lo llamó Neville—. ¡La bandera!
—¡Anda! —exclamó Ron, dándose un golpe en la cabeza—. Es cierto, vamos.
Ron y Neville subieron por la escalera y se perdieron de vista.
—¿Bandera? —preguntó Hermione.
—Hicieron una bandera de Beauxbatons —le contó a Hermione, mientras
atravesaban las puertas de roble para dirigirse al estadio.
A pesar del frío que hacía, y de que todo permanecía nevado aún, el campo de
quidditch estaba lleno de gente. Harry y Hermione se sentaron en la primera fila,
acompañados por Dean y Seamus. Luego llegaron Parvati y Lavender y también Ron
y Neville. Se pusieron unos a un lado y otros al otro, y comenzaron a agitar sus
banderas, haciéndose la competencia. Lavender le sonreía a Seamus, que la miraba
como si la viera por primera vez, mientras Dean y Harry se reían. Hermione, por su
parte, miraba a Neville y a Ron, que agitaban con ímpetu su bandera.
—¡Podías ayudarnos, Hermione! —le pidió Ron—. ¡En nuestro partido lo hiciste
muy bien!
Hermione le sonrió levemente y meneó la cabeza.
Lansville, el comentarista, reclamó entonces atención, y empezó a nombrar a los
jugadores, que saltaron al campo montados en sus escobas y, tras dar unas vueltas,
se colocaron en sus posiciones. Amèlie y Anton se dieron la mano.
La señora Hooch, tras su eterna advertencia sobre el juego limpio, soltó las
bludgers y la snitch, lanzó la quaffle e hizo sonar su silbato.
—¡Y el partido comienza! —gritó Lansville—. ¡Y Blisseisse coge la quaffle!, se
lanza hacia la meta de Riccello, Viessi va tras ella, que esquiva una bludger, pasa a
Dutrois, éste a Bissone, que lanza y... ¡Riccello la para!
Parvati y Lavender agitaron las banderas con fuerza, mientras Ron y Neville
suspiraban, decepcionados.
—Parece que esté muy emocionante ¿no? —preguntó Dullymer, sentándose junto
a Hermione y observando a Parvati, Lavender, Neville y Ron.
—Sí, ya ves —afirmó Harry con una sonrisa.
—Bueno ¿Quién crees que ganará, Harry? —preguntó, mientras Rodens y Spiello,
en una espléndida jugada, conseguían el primer tanto para Castelfidalio.
—Castelfidalio —respondió Harry—. Siempre que Gabrielle no atrape antes la
snitch, es bastante buena...
—Sí, yo también lo opino —dijo él.
El juego continuaba, muy rápido. Ambos equipos eran extraordinariamente
veloces.
—Beauxbatons ahora al ataque, por medio de Bissone... Dutrois... de nuevo
Bissone ¡Uf, eso ha debido de doler! —exclamó Lansville, cuando una bludger de Furti
golpeó a Bissone, haciéndole perder la quaffle—. Pero Blisseisse la recupera...
esquiva a Spiello, ahora a Viessi... pasa a Bissone, que se la devulve... lanza y... ¡sí,
ha marcado! ¡Estupenda jugada de Castelfidalio! ¡Empate a diez en el marcador!
Ahora eran Ron y Neville los que saltaban y agitaban las banderas con fuerza.
—Una jugada muy buena —comentó Dullymer, mientras los de Castelfidalio
volvían al ataque por medio de Viessi.
—Sí, y rápida. Ambos son rápidos, en realidad —dijo Harry—. Pero los de
Castelfidalio lo son más, y tienen más estrategia...
—Ya —asintió Dullymer, viendo como los italianos marcaban un nuevo tanto,
colocándose veinte a diez.
El partido prosiguió, con otros dos tantos de Castelfidalio, mientras la snitch seguía
sin aparecer. Gabrielle y Giussi la buscaban por todo el campo, pero sin resultados.
Beauxbatons logró un nuevo tanto, pero era bastante obvio que los cazadores y
golpeadores de Castelfidalio eran superiores. Al terminar la primera media hora del
partido, el marcador estaba setenta a treinta para Castelfidalio, y todo parecía indicar
que la diferencia no iba a dejar de crecer.
—Si Gabrielle no atrapa la snitch pronto, las cosas se van a poner fatal —declaró
Ron, mirando a Neville—. Animémosla con fuerza.
—¡No tenéis nada que hacer! —gritó Parvati—. ¡Vamos a ganar!
Como si quisieran darle la razón, Viessi marcó dos tantos casi seguidos, y Anton
logró evitar un tanto de Dutrois mediante una parada espectacular. Los aficionados de
Beauxbatons imploraban con todas sus fuerzas que Gabrielle atrapara la snitch pronto,
o perderían.
—¡Beauxbatons al ataque por medio de Blisseisse! ¡Sortea a Viessi y a Spiello,
pasa a Dutrois...! Dutrois está en buena posición y lanza... ¡Ha batido a Riccello!
¡Noventa a cuarenta para Castelfidalio! ¡Y no hay tregua! ¡Bissone avanza con la
quaffle a toda velocidad, los cazadores de Beauxbatons no conseguirán pararlo! ¡Se
ha puesto fuera del alcance de las bludgers, ahora sólo Amèdis está frente a él... tira...
Y MARCA! ¡Cien a cuarenta!
Harry aplaudió la jugada, que había sido un contraataque rapidísimo, mientras los
de Beauxbatons volvían a la carga.
—¡Mirad! —gritó Hermione, señalando a Gabrielle, que volaba a toda velocidad
hacia un punto cercano al centro del campo, donde brillaba algo dorado, por encima
de la blanca capa de nieve. Giussi, sin embargo, también la había visto y volaba tras
ella.
—¡Vamos Gabrielle! ¡CORRE! —animaba Neville con todas sus fuerzas.
La chica iba a coger la snitch, pero Giussi pegó un fuerte acelerón y se puso casi a
su altura, dándole un golpe que la apartó. La snitch se movió y ambos empezaron a
perseguirla, mientras la pequeña esfera dorada intentaba zafarse. Todo el estadio se
había dado cuenta de lo que ocurría y tenía la vista puesta en los dos buscadores.
Incluso los demás jugadores se habían olvidado de jugar y los observaban.
Al llegar a los postes, la snitch se elevó, Gabrielle y Giussi se elevaron también, en
pos de ella, pero la chica fue algo más rápida. Estiró la mano para agarrarla cuando...
¡PAM!
Una bludger le había dado en el brazo, haciéndola tastabillar. Malone la había
lanzado con mucha habilidad. Gabrielle perdió el control y se desvió, y Giussi,
acelerando, atrapó la snitch.
—¡¡Y FIN DEL PARTIDO!! ¡¡Increíble!! ¡Cuando parecía que Delacour ya tenía la
snitch en la mano, una providencial bludger de Malone le ha arrancado la victoria de
las manos! ¡Castelfidalio gana por doscientos cincuenta a cuarenta!
—¡¡Oh, no!! —exclamaron Ron y Neville, al mismo tiempo—. ¡Por qué poco!
—Les ha faltado un pelo —comentó Harry, aplaudiendo como todos los demás—.
Ese golpeador, Malone, lo ha hecho genial...
—¿Le habrá hecho mucho daño en el brazo? —preguntó Hermione, fijándose en
Gabrielle, que había aterrizado y se lo sujetaba.
Harry, que sabía perfectamente lo que un golpe como aquél podía hacer, asintió.
—Seguramente... pero bueno, mientras no sea Lockhart quien intente arreglárselo,
no creo que le pase nada.
Descendieron al campo. La señora Pomfrey atendía a Gabrielle mientras Malone
se disculpaba con ella y le preguntaba si se encontraba bien.
—Felicidades —les dijo Harry a Anton y a sus compañeros—. Habéis ganado.
—Se lo debemos a Malone —replicó él—. Habríamos perdido de no ser por esa
bludger.
—Bueno, todos lo habéis hecho bien.
Los de Beauxbatons parecían algo tristes. Habían tenido casi la victoria en la mano
y habían perdido. Rodeaban a Gabrielle, que parecía la más abatida, intentando
animarla.
—Lo habéis hecho muy bien, no te preocupes —le dijo Ron—. Estas cosas
pasan...
—Sí, «pego podguíamos habeg» ganado... —respondió la chica.
Dumbledore anunció muy alegre el resultado del partido, y entregó los trofeos
correspondientes al tercer y cuarto puestos entre los aplausos entusiasmados del
público. Luego, Gabrielle, acompañada del resto de su equipo y de Neville, fue llevada
a la enfermería, donde pasaría la noche.
Harry, Ron, Hermione y los demás regresaron lentamente al castillo sobre la nieve.
—Bueno, mañana nosotros, compañero —dijo Ron.
—Sí... lo haremos bien, estoy seguro —afirmó Harry.
—Nos animarás, ¿verdad? —le preguntó Ron a Hermione.
—Pues claro —respondió ella.
Al llegar al castillo, subieron a la sala común, donde permanecieron, charlando
sobre el partido, y sobre la final del día siguiente, hasta la hora de la cena, que resultó
exquisita, en medio de la celebración. Los de Castelfidalio estaban muy animados, y
los de Beauxbatons, aunque algo tristes aún, también disfrutaban de la fiesta.
Al terminar la cena, Harry, Ron, Hermione y Ginny subieron a la sala común. Harry
reunió a todos los miembros de Gryffindor del equipo y estuvo hablando con ellos,
antes de mandarlos a la cama.
—¿Tú no subes, Hermione? —le preguntó Ginny.
Hermione, que estaba frente a la chimenea, leyendo en un libro muy atenta,
aunque algo aburrida, respondió que no.
—Más tarde...
—Vale, hasta mañana —se despidieron Ron y Harry, subiendo por la escalera,
mientras Ginny subía por la otra.

Harry durmió bien aquella noche, pero se despertó temprano, y se descubrió a sí


mismo nervioso por el partido.
«Lo haremos bien —se dijo, intentando convencerse—. Hemos entrenado duro y
somos buenos».
Se levantó lentamente, se vistió, bajó a la sala común, donde sólo había tres
chicos de primer año, y se sentó en una butaca, pensando en el partido, en las
estrategias que habían ensayado y en las jugadas que habían planeado.
Un rato después Ron bajó por las escaleras y se sentó junto a Harry.
—¿Vamos a desayunar?
—No tengo mucha hambre —respondió Harry—. Podríamos esperar a Hermione...
—Como quieras —dijo Ron.
La sala común se fue llenando de gente y Hermione no bajaba, así que decidieron
ir al comedor ellos solos. Estaban casi terminando cuando ella llegó, acompañada por
Ginny.
—¿Por qué has tardado tanto? —le preguntó Ron.
—Tenía sueño —contestó Hermione, bostezando—. Ayer me acosté tarde...
—¿Por qué? —le preguntó Harry—. ¿Estuviste haciendo deberes?
—No. Quería hablar con Dobby...
—¿Con Dobby? ¿Para qué?
—Bueno, cosas del PEDDO... he estado pensando e investigando.
—¿El PEDDO? ¿Aún con eso? Creí que lo habías dejado después de la visita a
las cocinas... —dijo Ron, sorprendido.
—¡Pues claro que no! —replicó ella, poniéndole mala cara—. Deja de insistir con
eso, sabes perfectamente que no voy a dejarlo.
Ron miró a Harry, pero no dijo nada y siguió comiendo.
La mañana transcurrió lentamente, y todo el mundo estaba emocionado. En la sala
común de Gryffindor, el ruido y el jaleo eran enormes. Los miembros del equipo no
paraban de recibir palmadas en la espalda y palabras de ánimo.
A la hora de comer, Harry y Ron bajaron al Gran Comedor, donde fueron recibidos
con ovaciones y gritos, al igual que los demás miembros del equipo. Harry vio a Cho,
que le sonreía, y la saludó con la mano. Se sentaron en la mesa, enfrente de Ginny y
Hermione, aunque ni él ni Ron comieron demasiado.
—Bueno. Llegó nuestro turno —le dijo Harry a Ron cuando la comida finalizó.
—Sí —respondió él—. Vamos a ganar. ¿Tenéis lista la bandera? —preguntó,
dirigiéndose a Hermione.
—Por supuesto —contestó ella.
—Mucha suerte a los dos —dijo de pronto una voz soñadora a sus espaldas.
Tanto Ron como Harry se dieron la vuelta y vieron a Luna, con su sombrero del
león y el águila.
—Gracias —dijo Harry, sonriendo.
—Procuraré hacer mucho ruido en el estadio. ¡Páralas todas, Ronald! —exclamó,
yéndose hacia la mesa de Ravenclaw.
En cuanto Dumbledore les dijo que se dirigieran al campo, se levantaron y se
dirigieron a las puertas, junto al resto del equipo. Hermione fue con ellos. Hacía más
frío que el día anterior, pero también estaba más despejado, con lo que se vería mejor.
—Tienes que cuidarte de Klingum —le advirtió Ron—. Es un buen buscador.
—Ya lo sé —dijo Harry.
El campo de quidditch ya estaba abarrotado de gente. Como en la ocasión
anterior, habían venido a verles. No estaban los Weasley, pero sí Fred y George,
Lupin, Bill, Fleur, Moody, Tonks, Emmeline Vance y Mundungus, a los que saludaron
antes de dirigirse a los vestuarios.
—Mucha suerte a los dos —les deseó Hermione, dándoles a cada uno un beso en
la mejilla.
—Gracias —respondieron, mientras ella se alejaba para ir a reunirse con Parvati y
Lavender, que ya hacían ondear la inmensa bandera de Hogwarts. Para su sorpresa,
Dean, Seamus y Neville también tenían otra.
—Bien —les dijo Harry a los del equipo, mientras esperaban ser llamados—.
Hemos entrenado bien, somos un gran equipo, y vamos a ganar, ¿de acuerdo?
—¡Sí! —gritaron todos al unísono, dándose la mano, excepto Crabbe y Malfoy, que
se quedaron como estaban.
—¡Suerte! —les deseó Ginny—. Lo haréis muy bien.
En aquel momento, Lansville gritaba los nombres de los jugadores de Durmstrang,
que salían al campo, y un momento después, anunció los suyos. Las puertas se
abrieron y los siete jugadores montaron en las escobas, saliendo al estadio en medio
de una ensordecedora ovación. Harry vio a Hermione, Parvati, Lavender, Dean,
Seamus y Neville, bajo las inmensas banderas. A su lado estaba Hagrid, que también
vitoreaba. Los miembros de la Orden, como en la otra ocasión, se habían distribuido
por el Estadio. En la tribuna principal, Dumbledore se encontraba sentado entre
Petrimov, con el cual charlaba, y Larry Binddle, que parecía muy atento a lo que
sucedía en el campo. Harry pasó frente a Krum, que estaba muy serio, y le saludó,
antes de colocarse en posición, frente a Klingum, al que le dio la mano con amabilidad.
—Que gane el mejor —dijo Harry.
—Suerte —dijo Klingum.
La señora Hooch liberó las bludgers y la snitch y soltó la quaffle. Pitó.
—¡¡Y el partido comienza!! —gritó Lansville—. ¡Y es Hogwarts quien va a al
ataque! ¡Hogwarts, a través de Bell, que pasa Warrington, que esquiva a Kregs y pasa
a Bradley, que avanza! ¡Puede tirar! ¡No, la bludger de Markon le ha hecho
tambalearse y Dutron se ha apoderado de la quaffle!
Harry observó la primera jugada e inmediatamente se puso a buscar la snitch.
Tenía que estar atento, Klingum era muy bueno y volaba estupendamente, si veía la
snitch antes que él... Empezó a dar vueltas por el estadio, procurando atender a lo que
decía Lansville.
—Dutron a Zandef, que esquiva la bludger de Crabbe, pasa a Kregs... Warrington
intenta arrebatarle la quaffle, pero no lo consigue... Kregs continúa, de vuelta para
Zandef... Kregs de nuevo... la primera prueba para Weasley... ¡y sí, la ha parado!
Harry miró a Ron desde la distancia y le hizo una seña con el pulgar, que Ron le
devolvió, muy sonriente.
Ahora era Warrington el que atacaba, junto a Bradley. Sloper le cubría. Avanzaron
a toda velocidad, y, en una estupenda jugada, consiguieron el primer tanto para
Hogwarts, al que unos minutos después se le unió otro de Katie.
En las gradas, los alumnos chillaban sin parar. Harry intentó no emocionarse aún
más cuando Ron logró detener un nuevo tiro de Dutron, pero le costó. Debía pensar
que veinte a cero no era nada, y más cuando Klingum era un excelente buscador.
Siguió dando vueltas, atento a la más mínima señal de la snitch, mientras evitaba
perder de vista a Klingum, que volaba por el estadio haciendo lo mismo que él. Quería
terminar pronto. Hacía bastante frío, y se le entumecían las manos, agarradas al
mango de la escoba. Y Mientras se movía para esquivar una bludger que se dirigía
hacia él, la vio. Se encontraba a unos cuatro metros por encima de la tribuna principal.
Él se encontraba cerca de la meta de Vliesky, bastante lejos, y Klingum volaba por el
centro del campo, aunque bastante bajo. Espoleó a su Saeta de Fuego y se lanzó
hacia la snitch. Llevaba recorrida la mitad de la distancia cuando Klingum se lanzó
también hacia allí. Harry estaba algo más cerca, y su escoba era más rápida, sin
embargo, cuando llegó a la tribuna, la snitch se movió, y Harry, que tuvo que esquivar
una bludger, no pudo ver hacia dónde se había ido. Miró hacia Klingum, pero él
tampoco parecía haber visto dónde se había metido. Volvió a dar vueltas, un poco
decepcionado. Si la snitch hubiera esperado sólo unos segundos más, la habría
atrapado.
El partido siguió su curso. Hogwarts ganaba por sesenta a treinta, tras un gol de
Dutron, y en esos momentos Katie atacaba, apoyada por Bradley.
—¡Bell lanza...! ¡Pero Vliesky la ha parado! —comentaba Lansville—. Gran parada
de Vliesky, que ahora se la pasa a Kregs, que se lanza al ataque, seguido de cerca
por Bradley, que intenta arrebatarle la quaffle... y ¡sí! Se la ha quitado, la pasa a
Warrington y éste vuelve hacia los aros de Vliesky... va a lanzar... ¡Y se la pasa a Bell!
¡Bell tira de nuevo...! ¡MARCA! ¡Setenta a treinta para Hogwarts!
Harry apretó el puño. Lo estaban haciendo excelentemente. Si ahora él atrapaba la
snitch... Prosiguió la búsqueda de la pequeña esfera, mientras esquivaba las bludgers
que le lanzaban los golpeadores del equipo contrario. Pasó sobre las gradas, donde
había un grupo de chicos de Slytherin, y vio a Henry Dullymer, sentado al lado de la
chica que le había acompañado al baile. Ella gritaba y aplaudía, pero Henry parecía
serio. Le miró y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. Harry siguió hacia los aros
de Ron y los rodeó.
—¿Qué tal vas? —le preguntó.
—¡Bien! ¿Y tú?
—¡Genial!
—Estupendo... ¡Ah, Harry! —le llamó Ron, mientras se alejaba. Harry volvió la
cabeza hacia su amigo—. ¡Atrápala pronto, me estoy congelando!
Harry sonrió y le hizo un gesto, antes de seguir su búsqueda. Descendió,
observado a Klingum, y empezó a buscar la snitch más cerca del suelo. Entonces,
empezó a oír murmullos y gritos de asombro. Miró a ver qué pasaba, y lo vio:
Warrington había dejado caer la quaffle en medio del ataque y se dirigía a toda
velocidad hacia él, con una extraña expresión de concentración en la cara. Harry se
quedó sorprendido, y apartó la escoba justo a tiempo para evitar que Warrington
chocara contra él.
—¿Qué haces? —gritó, mientras los demás jugadores se detenían para
observarlos.
Warrington no contestó. Volvió a elevarse y se lanzó de nuevo contra él a toda
velocidad.
—¡¿Estás loco?! —chilló Harry, apartándose de nuevo por lo pelos.
Warrington pasó como una bala por su lado, en dirección al suelo. Iba a estrellarse.
Cuando estaba a tan solo tres metros del suelo, pareció recapacitar e intentó frenar y
elevar la escoba.
No lo consiguió. Recibió un tremendo impacto contra el suelo y salió rodando sobre
la nieve, quedándose después inmóvil. Su escoba estaba destrozada por el golpe.
La señora Hooch pitó tiempo, y se acercó a él. El estadio había enmudecido. Harry
descendió también y tocó a Warrington, que no se movía.
«Que esté vivo —pedía Harry—. Que esté vivo, por favor...»
Le miró el pulso. Aunque débil, se le notaba. Harry suspiró.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la señora Hooch, mirándole también el pulso y
dejando salir también un suspiro de alivio al comprobar que no estaba muerto.
—No sé, se lanzó contra mí, sin más... no me lo explico.
Varias personas se acercaron desde las gradas, incluida la señora Pomfrey.
hicieron aparecer una camilla y se lo llevaron a la enfermería.
—¿Por qué ha hecho eso? —preguntaba Katie, que parecía conmocionada—.
¿Qué va a pasar ahora?
—El partido continuará —dijo la señora Hooch—. ¿No, señor director? —le
preguntó a Dumbledore, que también se había acercado.
—Sí, continuará, sí... —respondió Dumbledore, muy serio. Miró a Harry con
expresión grave—. Que salga el jugador suplente.
Harry le dirigió una mirada a Ron, que su amigo captó. Allí pasaba algo extraño.
Harry no estaba demasiado seguro de si el partido debía continuar, pero estaban a un
paso de la victoria... Miró hacia las gradas y vio a Lupin, que se acercaba a
Dumbledore, lo que confirmó las sospechas de Harry. Ron también se había dado
cuenta.
—Vamos, la primera suplente de Hogwarts... Ginny Weasley —llamó la señora
Hooch.
Ginny salió y montó en su escoba. Se la veía nerviosa y un tanto preocupada.
—Tranquila —le dijo Harry—. Lo harás bien.
—Harry... ¿viste la cara de Warrington?
—Sí que la vi.
—Pero no cuando chocó... parecía como si despertara, Harry. Creo que le hicieron
algo —susurró para que sólo Harry la oyera.
Harry observó a los suplentes. Draco Malfoy estaba allí sentado y en su cara se
veía perplejidad, aunque no disgusto, por lo sucedido.
Los jugadores volvían a sus posiciones. Ginny se colocó también, en el lugar de
Warrington.
La señora Hooch pitó, y el partido se reanudó. Harry y Klingum se lanzaron como
locos a buscar la snitch, mientras Bradley atrapaba la quaffle y se lanzaba hacia la
meta de Vliesky con Ginny a un lado y Katie al otro. Sorteó a Dutron y se la pasó a
Ginny, que aceleró, lanzándosela a Katie, que marcó de nuevo.
—¡¡Bell marca!! ¡¡Ochenta a treinta para Hogwarts!!
Harry no sabía si alegrarse. Iban ganando el partido, sí, pero aquel
comportamiento de Warrington... y su estado era muy grave. Suponía que la señora
Pomfrey la curaría, pero ¿Cuánto tardaría? Ahora sólo deseaba atrapar la snitch
cuanto antes y que todo finalizara, y conocer una explicación de lo que había
sucedido. Empezó a dar vueltas por el campo cada vez más rápido, usando toda su
capacidad, toda su habilidad, buscando la esfera dorada con desesperación. Miró
hacia sus compañeros. Durmstrang acababa de marcar. A Ron no se le veía
demasiado concentrado... seguramente también estaba preocupado. Bajo la gran
bandera de Hogwarts, Hermione se mordía el labio inferior... Ella también había
notado algo raro.
Klingum volaba a toda velocidad también. Se le veía ansioso por terminar.
«¿Dónde estás? —se preguntaba Harry, mirando a todos lados—. ¿Dónde te has
metido?» La snitch, sin embargo, no aparecía por ningún lado. Estaba congelado y
nervioso. Algo no iba bien en aquel partido. El público seguía gritando. No tan fuerte
como antes, no con tanta intensidad, pero volvían a animar. Siguió buscando, con
ímpetu, sin dejar de atender a los comentarios de Lansville.
—¡Dutron avanza, pero esa bludger de Crabbe lo ha desestabilizado! ¡Bell le roba
la quaffle! ¡Bell para Bradley... para Weasley... de nuevo para Bell... Weasley... Ahora
lanza...! ¡Y MARCA! ¡Ginny Weasley marca su primer tanto para Hogwarts! —Exclamó
Lansville, completamente emocionado—. ¡Noventa a cuarenta para Hogwarts y la
snitch dorada sigue sin aparecer! ¡Observen a Potter, está volando a toda velocidad!
¡Quiere atrapar esa snitch cuanto antes, aunque Klingum, de Durmstrang, no parece
tener menos prisa!
Harry pasó junto a Ginny, que volaba en pos de Kregs, y le sonrió. Ella le devolvió
el saludo, nerviosa, mientras volaba veloz tras el cazador.
El partido prosiguió durante otros diez minutos, en los cuales la puntuación pasó a
ser de ciento veinte a sesenta para Hogwarts. Ginny había conseguido otro tanto, y se
la veía muy orgullosa. Se lanzó, con Bradley, en persecución de Dutron, que volaba
con la quaffle hacia la meta de Ron. Harry se encontraba sobre el centro del campo,
cuando vio un destello dorado a un metro de altura y a unos quince metros de los
postes que defendía su amigo. Se lanzó hacia ella, mientras Klingum, que también lo
había visto, se le aproximaba. Iban a la par, dándose mutuos empujones, cuando
Harry oyó un «¿Qué es eso?» desde las gradas. Levantó la vista y lo que vio le heló la
sangre: alguien volaba en una escoba hacia los aros de Ron, por detrás. Alguien que
llevaba una túnica negra y capucha. E iba a mucha velocidad. Los demás no lo habían
visto. Ron acababa de detener un lanzamiento de Kregs y estaba despistado, y Ginny,
Katie y Bradley se disponían a volver al ataque. El desconocido descendía hacia ellos
muy rápidamente.
Olvidándose del partido y de la snitch, Harry se separó de Klingum y ascendió,
acelerando al máximo su escoba. El desconocido se acercaba a Ginny por detrás, y en
la mano llevaba una varita.
—¡¡CUIDADO!! —gritó Harry, al mismo tiempo que Dutron se paraba en seco,
pues también había visto al extraño.
El encapuchado apuntó hacia Ginny con su varita, mientras Harry se acercaba
rápidamente a ella. Todo sucedió en un segundo. De la varita del desconocido salió un
destello verde que se aproximó a Ginny. Ella, que en ese momento miraba hacia
Harry, lo vio, y sus ojos se abrieron por la sorpresa. Harry tuvo la vaga impresión de
oír a Ron gritar «¡Ginny!» antes de chocar contra ella y apartarla. El rayo verde dio en
la Saeta de Fuego de Harry, y ésta se prendió. Ambos cayeron, abrazados, desde la
altura de casi doce metros a la que se encontraban. Sin tiempo a pensar y
concentrándose todo lo que podía, intentó poner en práctica lo que había aprendido en
clase de Encantamientos e intentó frenar su caída, levitando. Notó como su velocidad
disminuía, pero con Ginny abrazada a él, no era suficiente... se iban a estrellar... y
entonces, inexplicablemente, sintió cómo se frenaban con más intensidad, antes de
chocar finalmente contra el suelo y quedar ambos tendidos en la nieve, jadeantes.
—Ginny... ¿estás bien? —preguntó Harry, intentando incorporarse.
—Creo que sí... pero me he hecho daño.
Harry miró alrededor. Por todas partes se oían gritos de terror. Miró hacia lo alto,
pero no vio al encapuchado. Sólo veía a los demás jugadores, que descendían, y a
Dumbledore y a los miembros de la Orden, que habían saltado y entraban en el
campo, corriendo hacia ellos.
—¿Cómo es que estamos vivos? —preguntaba Ginny.
—No sé... intenté levitar, pero no sabía que lo hacía tan bien...
—¡¡Ginny!! ¡¡Harry!! ¿Estáis bien? —gritaba Ron, bajándose de la escoba. Tenía la
varita en la mano.
—¡Ron! —Harry se fijó en su varita y comprendió—. ¡Fuiste tú, ¿verdad?! Frenaste
nuestra caída.
—Sí —respondió él, agachándose junto a ellos—. Pero no pensé que lo lograría...
—Bueno, yo hacía algo parecido —dijo Harry, sonriéndole—. Gracias...
—¿Gracias? ¡Casi te mueres, Harry! —exclamó Ron, asustado—. ¡Ese tipo lanzó
un Avada kedavra!
—Lo sé...
—Me has salvado la vida, Harry... —decía Ginny, que parecía a punto de echarse
a llorar—. Creí que iba a morir cuando vi la luz verde...
—¡Harry! ¡Ginny! ¿Estáis bien? —preguntaba Lupin, con aspecto preocupado,
mientras se acercaba a ellos, seguido por Dumbledore.
—Sí, estamos bien, gracias... —contestó Harry, poniéndose en pie gracias a Ron,
y ayudando a Ginny a levantarse.
—Gracias a Dios que has intervenido, Harry... y gracias también al señor Weasley
—dijo Dumbledore, que parecía más furioso de lo que Harry había visto nunca—. No
tuvimos tiempo de hacer nada.
—Profesor, Remus... ¿dónde está? ¿Dónde se ha metido el extraño? ¡Era un
mortífago! —chilló Harry.
—Al fallar su objetivo, y al veros caer, desapareció —respondió Lupin, más
calmado ahora que veía que ambos estaban bien.
—¿Desapareció? Pero, ¡eso no puede ser! —exclamó Harry—. Aquí nadie...
—Usó un traslador —respondió Dumbledore—. No nos dio tiempo a detenerlo.
—¿Traía un traslador? —preguntó Harry, alucinado.
—¡¡Harry!! —gritó de pronto Hermione, antes de abrazarlo—. ¿Estás bien?
¡Creímos que la maldición te había dado!
—No, le dio a la escoba... —murmuró Harry, intentando no caerse ante el abrazo
de su amiga—. ¡La escoba! ¡Mi Saeta de Fuego! ¿Qué...?
—Se consumió, Harry —respondió Katie Bell—. Ardió como una antorcha.
Harry cerró los ojos, fastidiado... era el regalo de Sirius, y lo había perdido...
Klingum, que también había bajado de la escoba, se acercó a ellos.
—¿Estás bien? —preguntó. Tenía la snitch en la mano—. Lo siento, no me di
cuenta de «porr» qué te «apartabas» hasta que ya la había cogido. Pero no vale,
«porr» supuesto...
—No te preocupes por eso —le dijo Harry con cansancio—. No importa.
Harry y Ginny fueron conducidos a la enfermería, acompañados de Ron, Hermione
y el resto del equipo, así como Fred y George, que habían llegado corriendo a ver a su
hermana. El resto de los miembros de la Orden subieron al despacho de Dumbledore.
La señora Pomfrey los miró y los puso en dos camillas.
—No tenéis más que algunas magulladuras, afortunadamente —les dijo—.
Tomaos esto y podréis iros dentro de un rato.
—¿Qué tal está? —preguntó Harry, señalando a Warrington, que parecía
inconsciente. Bletchley se había acercado a él, y les contaba a los que estaban allí lo
que había sucedido.
—Sigue inconsciente —respondió la señora Pomfrey—. Es un milagro que esté
vivo.
Harry se levantó de su camilla y también se acercó a él. Tenía muy mal aspecto.
Aparentemente, tenía la mitad de los huesos del cuerpo rotos, y apenas respiraba.
Harry y Ginny salieron de la enfermería al cabo de una hora. La señora Pomfrey no
permitió a nadie más entrar, porque Warrington necesitaba descanso y silencio. En
cuanto salieron, Harry, Ron, Hermione y Ginny se dirigieron a la sala común.
—Harry, ¿qué significa esto? —preguntó Hermione, que parecía aún muy nerviosa.
—No lo sé, Hermione...
—¿Por qué atacó a Ginny? —preguntó Ron—. Fue directo hacia ella... ¿Por qué lo
hizo? ¡Ni siquiera tenía que estar jugando!.
Harry se detuvo de golpe.
—¡Claro! —exclamó, mientras los otros tres le miraban, extrañados.
—Ginny, dijiste que Warrington intentó frenar al final ¿verdad? Cuando iba a
estrellarse.
—Sí, su cara cambió completamente...
—Por eso... Warrington no hizo aquello aposta, alguien le hizo algo... Quien quiera
que se lo haya hecho, no quería atacarme a mí, sólo quería ponerle fuera de
circulación, para que Ginny tuviese que jugar.
—¿Qué? —exclamó ella, asustada—. ¿Por qué?
—¿Por qué? ¡Por lo mismo de siempre! Por la misma razón que atacaron los
dementores, o que murió Penélope Clearwater, o que atacaron a los padres de
Hermione... ¡Por mí!
—Pero... aun así... ¿Por qué algo tan complicado para atacar a Ginny? —preguntó
Ron—. Yo estaba en el campo, era más fácil haberlo hecho contra mí...
Harry no respondió. No lo sabía.
—El baile de navidad —dijo Hermione de pronto.
—¿Qué? —preguntaron Harry y Ron a la vez.
Harry, tú fuiste con Ginny al baile de navidad... seguramente fue por eso —opinó
Hermione.
—Claro... —asintió Ron—. De nuevo, esto nos trae a quien está haciendo esto en
Hogwarts... Esta vez se ha arriesgado mucho ¿no creéis? Hacer todo esto delante de
Dumbledore...
—Tenemos que descubrir quién es como sea... —dijo Harry, furioso—. ¡Tenemos
que saber quien es, y tenemos que saberlo YA!
—Bueno, eso no es muy difícil —dijo Hermione mientras entraban por el agujero
del retrato.
—¿Ah, no? —preguntó Ron, levantando las cejas.
—No —respondió ella tranquilamente—. Si las cosas han sucedido como
creemos... Warrington nos lo dirá cuando despierte.
A Harry se le iluminó la cara.
—¡Es cierto! Seguro que no tarda en despertar, la señora Pomfrey lo curará pronto,
siempre lo hace...

La cena de esa noche no pudo haber sido más distinta de lo que Harry había
pensado aquella mañana. Hubiesen perdido o ganado, esperaba una gran
celebración, una fiesta. En su lugar, el comedor se hallaba silencioso, y de las mesas
de las casas sólo se elevaban débiles murmullos. Harry observó a Dumbledore, que
hablaba con la profesora McGonagall. Ambos tenían expresiones de total seriedad.
Snape, por su parte, apenas levantaba la cara de la mesa. ¿Sería posible que no se
hubiese enterado de que algo así iba a pasar?
Volvió su atención a la cena, aunque apenas tenía hambre. Ginny tampoco estaba
comiendo nada, se limitaba a hurgar en el plato con su tenedor. Los alumnos
levantaban la cabeza y los miraban de vez en cuando, hablando. Aún nadie podía
creerse que los mortífagos se hubieran atrevido a hacer algo como aquello delante de
Dumbledore. Harry se levantó pronto de la mesa. No quería quedarse al final ni
escuchar lo que Dumbledore tuviera que decir. Quería volver a la sala común y
pensar.
Al verle, Ron, Hermione y Ginny se levantaron también y lo siguieron. Las cabezas
de todos se volvían para mirarlos mientras salían del Gran Comedor.
—¡Harry! ¡Eh, Harry! —gritó una voz tras ellos, cuando se acercaban a la
escalinata de mármol. Se volvieron para mirar. Era Cho, seguida por Michael Corner,
Anthony Goldstein, Terry Boot y Luna.
—Hola Cho... —saludó Harry.
—¿Os encontráis bien? —preguntó ella—. ¡Dios mío, nos llevamos un susto
terrible cuando lo vimos! Creíamos que la maldición te daría —terminó, mirando a
Ginny.
—Yo también —dijo la chica—. Era incapaz de moverme...
—Menos mal que estabas allí —dijo Michael, mirando a Harry y sonriéndole—.
Fuiste rapidísimo... Es una lástima lo de tu Saeta de Fuego...
—Sí, ya... pero eso da igual. Lo importante es que estamos vivos...
—¿Quién creéis que pudo ser? —preguntó Anthony Goldstein.
—Alguien de Slytherin, seguro —terció Terry Boot.
—No deberíamos hablar de esto aquí —dijo Hermione, mirando a los lados—.
Deberíamos esperar a la próxima reunión del ED...
—¿Cuándo? —preguntó Marietta.
—Mañana —respondió Harry con decisión—. Esto está descontrolándose.
Tenemos que hacer algo y pronto.
—Vale, pues hasta mañana entonces —Se despidió Cho, al igual que sus
compañeros, que volvieron al Gran Comedor.
Harry, Ron, Hermione y Ginny entraron en la sala común y se sentaron junto al
fuego, pensativos. Harry estaba cansado, pero no creía que fuese capaz de dormir...
había estado a un pelo de la muerte, al igual que Ginny... Aun no se creía que
estuvieran vivos. Ginny parecía muy afectada aún.
—Venga, no te preocupes. Ya ha pasado todo —intentó animarla Harry, forzando
una sonrisa.
—Harry, me has salvado la vida dos veces... primero me apartas del rayo y luego
frenas la caída...
—Bueno, la caída no la frené yo solo. Si no es por Ron no lo habría conseguido...
Menos mal que tenías tu varita —dijo, mirando a su amigo.
—Consideré que era prudente llevarla, aunque no sé por qué.
—Bueno, es obvio que no tenéis problemas con los hechizos levitatorios, ¿no? —
dijo Hermione, sonriéndoles.
—Te dije que serían útiles en el quidditch —le recordó Ron con tono mordaz.
Hermione no respondió.
—Me voy a la cama —dijo Ginny, levantándose—. Gracias otra vez... —le dio un
beso en la mejilla a Harry y otro a Ron, y subió por las escaleras de los dormitorios.
—Yo también voy a acostarme —anunció Hermione—. Y vosotros deberíais hacer
lo mismo.
—Yo no creo que pueda dormirme —dijo Harry.
—Yo tampoco —añadió Ron.
—Bueno, como queráis —dijo ella dirigiéndose hacia las escaleras—. Hasta
mañana.
—Hasta mañana —contestaron ambos.
—¿Qué crees que le sucedió a Warrington? —le preguntó Ron a su amigo.
—No lo sé... algún hechizo, supongo...
—Oye, es mejor que subamos a la cama, antes de que lleguen todos los demás.
—Sí, tienes razón —dijo Harry, levantándose.
Harry se puso el pijama y se metió en la cama, preocupado, recordando los
sucesos de aquella tarde. Había estado a punto de morir dos veces... había salvado a
Ginny por un pelo... La habían atacado delante de él porque había sido su
acompañante en el baile de Navidad, o eso era lo más probable... Había llegado a
tener una verdadera amistad con Ginny, un extraño entendimiento, y no soportaría que
le pasase nada... ¿Cuántos más intentos como el de esa tarde habría? Hasta ahora
había fracasado todos, excepto el de Penélope Clearwater (y aún así, Percy, que
parecía haber sido el principal objetivo, se había salvado), pero ¿cuántos ataques más
podrían resistir antes de que alguien querido para él perdiera la vida? No lo sabía...
pero lo que sí sabía eran dos cosas: Voldemort no se detendría ante nada, y él, Harry,
no pararía hasta que el asesino de sus padres estuviese muerto.
24

El Peligro Acecha

Lo primero que hizo Harry al levantarse, al día siguiente, fue modificar los números
de su falso galeón para reunir al ED aquella tarde a las cinco. Luego, en cuanto Ron y
Hermione estuvieron con él, bajaron a desayunar
—¿Qué vas a hacer respecto a la Saeta de Fuego, Harry? —le preguntó Ron.
—No lo sé... Me da tanta rabia... ¡Era un regalo de Sirius! —exclamó, dolido—.
Supongo que me compraré otra.
—¿Otra Saeta de Fuego? —preguntó Hermione, levantando la vista de su cuenco
de gachas.
—Sí.
—Guau... te vas a gastar una fortuna —dijo Ron, mirándole con una ligera envidia.
—Bueno, Sirius me dejó su dinero, ¿no? Y en su cámara, según me contó Lupin,
hay mucho más dinero que en la mía, en la que ya hay bastante, así que no creo que
tenga mucho problema...
Ron bajó la mirada, pensativo, untando una y otra vez su tostada. Harry y
Hermione se fijaron en él y se miraron. La situación económica de los Weasley, con el
ascenso obtenido por el señor Weasley y la ayuda de Fred y George, era mucho
mejor, pero no podía compararse a la de Harry, que poseía ahora dos cámaras llenas
de miles de galeones cada una.
—Te regalaré una a ti y otra a Ginny —dijo Harry de pronto.
—¿Qué? —preguntó Ron, levantando la mirada, atónito.
—Que os regalaré una Saeta de Fuego a cada uno.
—No... Harry, no puedes... ¡Cuestan cientos de galeones cada una! ¡No puedes
gastarte tanto dinero!
—Mira —replicó Harry—, Sirius me dejó todo ese dinero, no sé qué hacer con él,
¿vale? Me gustaría compartirlo con alguien, no lo quiero sólo para mí... vosotros me
ayudasteis a rescatarlo aquella noche. Tú me salvaste hoy la vida. Eres amigo mío,
eres como un hermano, así que no discutas.
Ron calló, sin saber qué decir, pero poniéndose rojo.
—Tú le regalaste esa diadema a Hermione, que es carísima ¿recuerdas? Y ella la
aceptó. Bueno, tú puedes hacer lo mismo... No lo hago por caridad, si es eso lo que te
impide aceptarlo. Lo hago porque quiero.
—Pero Harry...
—Vosotros siempre me habéis aceptado en vuestra casa —continuó Harry, sin
hacerle caso—. He dormido allí, he sido invitado a los Mundiales por tu padre, he
comido con vosotros... Me habéis dado una familia, comparado con eso, una escoba,
aunque valga cientos de galeones, no es nada.
Ron sonrió, sin saber qué replicar. Hermione también sonreía, mirándolos con los
ojos vidriosos.
—Está bien —aceptó Ron—. Pero no tendrás que regalarme nada por mi
cumpleaños.
—De acuerdo —dijo Harry, y se dieron la mano con fuerza.
—¿Qué te pasa a ti? —preguntó Ron mirando hacia Hermione, que se limpiaba los
ojos.
—Nada —respondió ella.
—Eres muy rara, ¿lo sabías? —le dijo Ron, observándola con interés.
En cuanto regresaron a la sala común, Harry subió a su habitación, cogió un
ejemplar de El Mundo de la Escoba e hizo un pedido de tres Saetas de Fuego. Luego
bajó y se unió a Ron y Hermione, que estaban trabajando en un mapa de astronomía.
—No me aclaro con todos estos asteroides y cometas —decía Ron—. ¿Por qué
todos tienen que tener nombre?
Hermione le miraba el trabajo, con una expresión a medias entre la diversión y el
reproche. Harry cogió su propio mapa y se puso también a hacer el trabajo, hasta que
bajó Ginny de su dormitorio.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry en cuanto se les acercó.
—Sí, mucho mejor, gracias... —respondió ella—. Es que... aun no me puedo creer
lo que ocurrió ayer. ¿Habéis desayunado ya?
—Sí —respondió Ron—. Hemos subido hace un rato.
—Ah, bueno... —Miró a su alrededor y vio a Colin Creevey, que hablaba con su
hermano—. Oye, Colin, ¿Has desayunado?
—No —contestó el chico.
—¿Te apetece bajar conmigo?
—Claro que no. Dennis nos acompañará, él tampoco ha comido.
Ginny se despidió de ellos, dejándolos entre mapas del sistema solar, y salió con
los Creevey por el agujero del retrato.

Esa misma tarde, a las cuatro, Harry se levantó de la butaca en la que se


encontraba leyendo y habló con Ron y Hermione.
—¿Me acompañáis?
—¿Adónde? —preguntó Ron—. Aún falta una hora para las cinco...
—Quiero ir a la enfermería antes, a ver cómo está Warrington.
—¡Ah, sí! ¡Es cierto! Vamos —dijo Ron, levantándose inmediatamente—. ¿Vienes,
Hermione?
—Claro —respondió ella.
Salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería. Para su sorpresa, al
entrar vieron a Dullymer y a Sarah, la chica del baile, que estaban junto a Warrington,
observándole. Henry mostraba una expresión muy preocupada. Warrington, por su
parte, parecía igual que el día anterior, aunque su respiración era más suave.
—Hola —dijo Harry, saludando—. ¿Cómo está?
—Un poco mejor que ayer —respondió Dullymer, sin abandonar la expresión de
preocupación. Luego miró a Sarah, y después a Harry, Ron y Hermione, y volvió a
hablar—: Bueno, creo que no os conocéis oficialmente. Eh... ella es Sarah Brighton;
Sarah, éstos son Harry Potter, Ron Weasley y Hermione Granger...
—Sí, ya lo sé —contestó la chica, sonriendo, y les tendió la mano—. Encantada.
—Nosotros también estamos encantados —dijo Ron.
—La señora Pomfrey dijo que se está mejorando. Que es posible que en un par de
días recupere la conciencia —comentó la chica.
—¿De verdad? —dijo Harry, muy contento—. Eso es estupendo.
—¿Por qué tienes esa cara de preocupación, Henry? —preguntó Hermione,
mirándole—. Se va a poner bien...
—Sí, ya lo sé, pero lo grave es que haya sucedido algo así ¿no creéis?
—En Slytherin hay mucho miedo —declaró Sarah, compungida—. Nunca, nadie de
nuestra casa, había sido... bueno, atacado así.
—Sí, lo imaginamos —dijo Harry.
—Malfoy se ha puesto insoportable —comentó Henry con algo de desagrado—.
Dice que eso le ha pasado a Warrington por hacerse amigo vuestro, que se había
olvidado de cuál era su lugar, y que éstas son las consecuencias... Creo que, de no
ser por Crabbe y Goyle, Bletchley lo hubiera golpeado.
—Desgraciadamente, muchos piensan como Malfoy —añadió Sarah—. A mí nunca
me cayó bien, siempre tan prepotente, él y esos amigos suyos, siempre jactándose de
su padre, de quien era...
—Bueno, no creo que Warrington esté así por llevarse bien con nosotros —dijo
Harry. Henry y Sarah le miraron, interrogantes—. Creemos que le pasó esto porque
querían que jugase Ginny, para luego poder atacarla.
Dullymer parecía impresionado.
—Guau ¿estáis seguros de eso?
—Prácticamente —respondió Hermione.
—¿Y por qué alguien iba a querer hacer algo así? —quiso saber Sarah.
—No estamos seguros —mintió Harry.
Se quedaron charlando allí, con Henry y Sarah, durante media hora más, tras lo
cual abandonaron la enfermería para dirigirse a la Sala de los Menesteres.
—Tenemos aún mucho tiempo por delante —dijo Ron, mirando su reloj.
—No pasa nada —repuso Hermione, cogiendo un libro y sentándose en uno de los
cojines—. Aquí hay mucho para leer...
Hermione, por tanto, se puso a leer, mientras Harry y Ron pasaban el tiempo
intentando desarmarse, hasta que los demás empezaron a llegar. Harry les indicó que
se sentaran, y, acto seguido, les contó todo lo sucedido en el partido del día anterior,
incluidas sus sospechas.
—La buena noticia —añadió, para terminar—, es que Warrington se está
recuperando. Creemos que en un par de días podría despertar, y decirnos quién le ha
hecho esto.
—Eso sería estupendo —manifestó Ernie—. Por fin sabremos quien está detrás de
todo esto...
—Siempre que Warrington lo sepa, claro —apuntó Anthony Goldstein.
—Bueno, en caso de que no fuera así, tenemos que encontrar la manera de
averiguar quien lo ha hecho.
—¿Y qué manera es esa?
—Bueno, aquí somos de tres casas, ¿no? Podemos indagar entre nuestros
compañeros, a ver qué averiguamos.
—Sí, eso es una buena idea —dijo Ron—. Aunque claro, aquí no hay nadie de
Slytherin, y lo más probable es que el que lo haga sea de Slytherin.
En la sala se escucharon murmullos que le daban la razón a Ron.
—Eso está muy bien, pero ¿estamos seguros de que esto lo hace un alumno? —
preguntó Terry Boot.
—No, pero es lo más probable —respondió Harry—. No hay ningún profesor nuevo
desde el año pasado, así que...
—Yo creo que Snape sería capaz de hacer algo así —comentó Justin Finch—
Fletchley.
—No. Snape no es agradable, pero está de nuestra parte —sentenció Harry con
determinación.
—Bueno, dado que todo conduce a que sea un alumno el que hace esto, y que
probablemente sea de Slytherin, está claro que necesitamos contactos en Slytherin —
dijo Hermione. Los demás la miraron como si estuviera loca.
—¿Contactos con los de Slytherin? —preguntó Michael Corner—. ¿Estás loca?
—Tiene razón —la apoyó Harry—. En Slytherin ya no son las cosas como eran.
Seguro que la mayoría conocéis a Henry Dullymer, que es muy simpático, y
últimamente, Warrington y Bletchley están mucho más amables. Ha habido un cambio
de actitud muy grande en alguna gente de Slytherin. Además, ahora también están
asustados por lo que le ha pasado a Warrington, y seguro que querrán colaborar.
—¿Vas a meter a alguien de Slytherin en el ED? —preguntó Cho, sin creérselo.
—No. No de momento, pero creo que deberíamos intentar contactar con aquellos
que estén más dispuestos a ayudarnos, es decir, aquellos que no sean como Malfoy y
los suyos. Si conocéis a alguien medianamente dispuesto... intentad sonsacarle algo.
Eso sí, de manera sutil ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondieron la mayoría, aunque no demasiado convencidos ante
la idea.
—Bueno... ¿Vamos a hacer algo hoy? —preguntó Cho.
—Sí, podríamos hacer algo —dijo Harry—. Conocemos un par de maleficios
nuevos...
—¿Cuáles?
—Uno se lo vi a Ron echárselo a Malfoy, es útil. Se llama Maleficio de la Ceguera
y, vamos, deja ciego a la persona que lo recibe.
—¿Ciego para siempre?
—¡Claro que no! —respondió Ron.
Una vez explicados como eran los maleficios, se pusieron por parejas para
practicarlos, lo que estuvieron haciendo durante una hora, antes de separarse y volver
cada uno a sus salas comunes.

Al día siguiente, cuando terminaron de comer, Harry, Ron y Hermione subieron a la


sala común. Ron se sentó en su butaca, junto a fuego, y miró a Hermione.
—¿Te apetece jugar al ajedrez? —le preguntó.
Hermione le miró y sonrió.
—Claro que sí. No jugamos desde Navidad —dijo ella muy alegre.
—Bajo ahora —les dijo Harry, dirigiéndose a las escaleras.
Entró en su habitación, y allí, para su sorpresa, le esperaba el envío que había
solicitado el día anterior: tres magníficos paquetes esperaban sobre su cama, con una
nota.
—Sí que se dan prisa —dijo, sonriendo de ilusión, y abriendo la carta.

Estimado señor Potter:


Aquí tiene usted su pedido: tres magníficas escobas
voladoras modelo Saeta de Fuego. Esperamos que las
disfrute. Gracias por depositar su confianza en Artículos de
Calidad para el Juego del Quidditch, Callejón Diagon nº 28,
Londres.

Harry sonrió, y miró la factura, que también le adjuntaban: dos mil setecientos
galeones. La sonrisa se le borró.
—Guau, novecientos galeones cada una... Podrían haberme hecho un descuento
por comprar a lo grande —murmuró para sí.
Cogió los tres paquetes y se dirigió a la escalera. Se le olvidó la factura en cuanto
pensó en las caras de Ron y Ginny al verlas...
Ron y Hermione habían empezado ya la partida. Ginny estaba con ellos,
mirándolos, muy entretenida. Harry se sentó y Ron abrió la boca al ver los paquetes.
—¿Ya han llegado? —preguntó, emocionado, olvidándose del ajedrez.
—Sí —dijo Harry, sonriéndole y entregándole su paquete—. Y éste es para ti,
Ginny.
—¿Qué es esto? —preguntó, muy sorprendida, mientras lo abría.
—Un pequeño regalo.
—¡¿Un pequeño regalo?! —exclamó Ginny, al abrirla—. ¡Es una Saeta de Fuego!
—Sí. Tenemos tres, una para cada uno...
Ron miraba la suya con expresión embobada.
—Muchísimas gracias, Harry, de verdad... —murmuraba, sin dejar de acariciar el
palo.
—¿«Muchísimas gracias»? —preguntó Ginny, perpleja—. ¡Ron! Harry... no, no
podemos aceptarlas, valen demasiado dinero...
—Mira, ya he discutido esto con Ron. Tienes que aceptarla, es lo mínimo que os
corresponde de lo que me ha dejado Sirius. Además, ya están pagadas y no voy a
devolverlas, así que, si no la quieres, tendré que dársela a Filch para que barra los
pasillos con ella.
—¿Barrer los pasillos con una Saeta de Fuego? —exclamó Seamus, que se había
acercado y observaba maravillado las tres escobas—. Pero, ¿qué dices?
Harry se rió.
—¿Lo ves? Es tuya. Con ellas, ganaremos el campeonato de quidditch del
colegio, ya que no ganamos el Torneo Internacional...
—No sé qué decir... —murmuró Ginny, muy colorada.
—Di «Gracias» y ya está.
Ginny sonrió y le miró a los ojos.
—Gracias —dijo, dándole un rápido beso en la mejilla.
Harry se fijó entonces en Hermione, que los miraba sonriente, y se dio cuenta de
que a ella no le había regalado nada. Ella era la que le había ayudado finalmente a
rescatar a Sirius de los dementores, y se había quedado sin regalo. A ella no parecía
importarle, poro se sintió muy avergonzado de no haberse acordado de regalarle algo
a su amiga.
«Tengo que conseguir algo para ella —pensó para sí—. ¿Cómo puedo ser tan
tonto?»
—¿Vamos a dar una vuelta para probarlas? —sugirió Ron, emocionado.
—Está bien —dijo Harry.
—¿Vienes, Hermione? —le preguntó Harry, sintiéndose culpable—. Puedes volar
con nosotros...
—No, gracias —repuso ella, sonriendo—. Voy a empezar una traducción para
Runas Antiguas.
A Harry le pareció que la sonrisa de Hermione era un poco forzada, aunque no
sabía por qué, y no se atrevía a preguntárselo, por si la razón era que ella no tuviera
regalo. Antes de salir por el agujero del retrato, le dirigió una última mirada a su
amiga, que permanecía sentada delante del tablero con la partida de ajedrez sin
terminar.
Harry, Ron y Ginny salieron al exterior y se dirigieron al campo de quidditch, donde
estuvieron volando hora y media. Ron y Ginny parecían extasiados por las habilidades
de la Saeta de Fuego.
Mucho más cansados, y casi congelados, regresaron volando al castillo y entraron
en el vestíbulo, donde se encontraron con Malfoy, Crabbe y Goyle.
—Vaya, ¿de dónde vendrán estos tres? —dijo Malfoy, más arrogante de lo que
había estado últimamente—. Fijaos, han sustituido a la sangre sucia por otra
pobretona, y...
Malfoy calló y abrió mucho los ojos, viendo las escobas que traían.
—¿Son Saetas de Fuego? —preguntó, acercándose.
—Pues sí —respondió Harry, con una gran sonrisa.
—¡Pero si la tuya ardió! ¡Yo la vi arder!
—Es cierto, pero he comprado otra. Y les he regalado dos a ellos —señaló—. ¿Te
gustan?
Ginny y Ron se rieron ante la cara de asombro de Malfoy y se dirigieron a la
escalinata, pero antes de subir Harry se volvió y añadió:
—Y estoy pensando en regalarles otra a cada uno de los miembros del equipo de
Gryffindor... ¿Qué te parece?
Harry se dio la vuelta y subió las escaleras, riéndose con Ron y Ginny, sin esperar
a que Malfoy hiciera o dijese algo.
—¿No lo dirás en serio, verdad? —le preguntó Ron a Harry—. Lo de regalar una a
cada miembro del equipo...
—Claro que no —contestó Harry—. Sólo lo dije para asustarle...
Entraron en la sala común y buscaron a Hermione con la mirada, pero no estaba
allí. Harry se fijó en que el tablero de ajedrez estaba igual que antes de que se fueran.
—Parvati, ¿dónde está Hermione? —le preguntó Ron.
—No sé... creo que dijo algo de las cocinas...
—¿Cocinas? ¡Otra vez con el PEDDO! ¡Y encima, sola por el castillo! —Ron
meneó la cabeza, exasperado.
—Para ella es importante —dijo Ginny—. Deberías tratar de entenderlo.
—Ginny, los elfos no quieren ser libres —afirmó Ron, sentándose en una butaca.
—No es cuestión de que los elfos quieran ser libres o no, Ron, creí que habías
madurado lo suficiente para entenderlo —le espetó Ginny, subiendo a su cuarto.
—¿Qué le pasa ahora a ésta? —le preguntó a Harry.
—No lo sé —respondió Harry, que tampoco había entendido nada.
Harry y Ron se pusieron, a su pesar, a hacer los deberes, y llevaban una hora
trabajando cuando Hermione entró en la sala común.
—¿Qué tal el vuelo? —les preguntó.
—¡Genial! —contestó Ron—. Tenías que haber visto la cara de Malfoy cuando vio
las escobas... era para morirse. Y por cierto —añadió, en tono reprobatorio—: ¿De
dónde vienes? ¡Sabes que no debemos ir solos por los pasillos!
—Ya lo sé, pero no había nadie que me acompañara —dijo ella, con un leve tono
de decepción en la voz—, y quería ir a las cocinas y a la biblioteca.
—¿Otra vez a las cocinas? ¿Qué tramas?
—No tramo nada —se defendió ella, sentándose en la butaca en la que estaba
antes, mirando al tablero de ajedrez.
Ron la miró con cara de incredulidad, pero, viendo que si seguían así iban a
discutir, cambió de tema.
—¿No ibas a hacer algo de Runas Antiguas? —preguntó.
—Por eso fui a la biblioteca —contestó Hermione, mirando al tablero. Luego miró a
Ron otra vez y empezó a recoger las piezas.
—¿Por qué está tan seria? —le preguntó Ron a Harry en un susurro.
—No sé —contestó Harry. No quería decirle a su amigo que a lo mejor Hermione
estaba así por no tener ella un regalo... aunque, en el fondo, sospechaba que no era
(al menos) sólo por eso.

El martes, después de la comida, Harry y Ron se dirigieron a la biblioteca para un


horrible trabajo que les había puesto Snape. Hermione, por su parte, tenía clase de
Runas Antiguas.
—¿Quieres que te acompañemos al aula? —Preguntó Ron.
—No, gracias, iré con los de Ravenclaw —Respondió Hermione, con una sonrisa
que le parecía algo forzada. Y era la segunda en dos días.
«¿Qué le pasará? —pensó Harry mientras él y Ron caminaban hacia la biblioteca
—.¡Tengo que conseguirle pronto un regalo! Pero no sé qué puede ser tan bueno para
Hermione como lo es una Saeta de Fuego para Ron...»
—¿En qué piensas? —Le preguntó Ron.
—Nada...
—¿Nada? Parece que estás en otro mundo.
—Mira, es que a ti y a Ginny os regalé las Saetas de Fuego ¿sabes? Y no se me
ocurrió regalarle nada a Hermione, como ella no juega al quidditch... —confesó,
avergonzado— y mira, me siento ma; no sé qué comprarle para compensarla. ¿No te
parece que está algo rara últimamente?
—Un poco sí —respondió Ron—. Tengo que hablar con ella... últimamente le
hemos hecho poco caso, con todo lo de la final de quidditch, los entrenamientos y
eso...
—Sí, tienes razón...
Entraron en la biblioteca y se pusieron a hurgar entre polvorientos volúmenes
sobre pociones para el trabajo que debían hacer.
—Buf, esto es horrible... ¿Por qué no esperamos a que venga Hermione y nos
ayude? —sugirió Ron.
—Ya no nos falta tanto —dijo Harry—. Creo que podemos hacerlo bien... ¿Qué
haríamos si Hermione no hubiera llegado a ser amiga nuestra?
—Pues que aún estaríamos en primero —respondió Ron, riéndose.
Continuaron trabajando durante un rato, hasta que por la puerta entró Hermione,
muy agitada.
—¡Ron! ¡Harry!
—¿Qué pasa? —preguntaron ambos, poniéndose en pie de un salto.
—Es Warrington. Parece que está despertando.
—¿De verdad? ¡Vamos allá!
Los tres salieron disparados hacia la enfermería, donde encontraron a la señora
Pomfrey con Warrington, que parecía agitarse. Estaba acompañado por Bletchley y
algunos más de Slytherin, aunque Harry no conocía el nombre de ninguno.
—¿Cómo está? —preguntó Harry.
—Bueno, parece que empieza a despertar... —respondió Bletchley.
Harry, Ron y Hermione se sentaron en unas sillas, observando cómo Warrington
luchaba por recuperar la conciencia. En ese momento, oyeron chirriar la puerta de la
enfermería, pero no entró nadie.
—Cerraré la puerta —dijo Ron, levantándose. Cerró la puerta y volvió a sentarse
en su sitio.
—¿Cómo supiste que estaba despertando? —le preguntó Harry a Hermione.
—Pasé por aquí al salir de la clase de Runas Antiguas —respondió ella—.
Entonces corrí a avisaros...
—¿Vosotros no tenéis idea de lo que le sucedió el día del partido? —preguntó
Ron, mirando hacia los de Slytherin.
—No —respondió Bletchley—. Parecía nervioso, pero nada fuera de lo normal.
En ese momento, Warrington abrió los ojos.
—...gua —pidió, débilmente.
—¿Qué ha dicho?
—Creo que quiere agua —dijo Hermione, levantándose y dándole de beber a
Warrington.
—Gracias, señorita Granger —dijo la señora Pomfrey, acercándose—. Vaya,
parece que vuelve con nosotros...
Warrington abrió los ojos del todo y miró a su alrededor. Se quedó observando a
Harry.
—Potter...
—¿Qué sucede? ¿Cómo estás? —preguntó Harry.
—Siento lo del partido... no pude evitarlo... no quería...
—Está bien, está bien. No te preocupes —dijo Harry, intentando calmarlo.
—Richard, no hables —pidió Bletchley.
—Es necesario tener cuidado... es peligroso... —dijo Warrington de nuevo.
—¿Qué te sucedió, Richard? —le preguntó Harry, sabiendo que Warrington no
debía de hablar, pero ansioso por obtener una respuesta.
—Maldición... imperius... No pude resistirme hasta ver que me iba a matar...
quería matarme...
—¿Quién, Richard? —preguntó Bletchley—. ¿Quién fue?
—Debéis tener cuidado con él... vosotros tres... —continuó, mirando a Harry, Ron
y Hermione—. Es muy peligroso... Él... Aaagh...
—¡Señor Warrington! ¿Qué le pasa? —exclamó la señora Pomfrey asustada.
Warrington empezó a convulsionarse y a echar espuma por la boca. Sus ojos se
vidriaron, quedando fijos en el infinito, y luego se relajó.
—¡Dios mío! —murmuró Hermione, llevándose las manos a la boca.
—¡¿Qué sucede?! —preguntó Bletchley, muy asustado.
—Está... está...
—¡No, aún no! —gritó la señora Pomfrey—. ¡Salid todos de aquí! ¡Que alguien
avise al director! ¡Le han envenenado! Aún no está muerto, pero puede ser cuestión
de minutos.
Harry, Ron y Hermione se quedaron petrificados. ¿Envenenado?
—¡Vamos! —exclamó Hermione, agarrándolos a ambos y sacándolos de su
ensimismamiento—. ¡Tenemos que avisar a Dumbledore!
Salieron corriendo de la enfermería y se lanzaron hacia el despacho del director.
—¿Adónde van con tanta prisa? —preguntó la voz fría de Snape.
—¡Es Warrington, profesor! —explicó Harry—. ¡Le han envenenado, hay que
llevarle a San Mungo!
—¿Cómo dices, Potter? —preguntó Snape, antes de salir raudo hacia la
enfermería—. ¡Avisad al director!
Hermione dijo la contraseña y subieron al despacho.
—¡Profesor Dumbledore! —entró gritando Hermione. Dumbledore, que estaba
leyendo unos pergaminos, levantó la vista asustado—. ¡Tiene que ir a la enfermería,
Warrington ha sido envenenado!
—¿Qué? ¡Vamos!
Se levantó y bajó como un rayo hacia el corredor, y luego, seguido de los tres
amigos, corrió hacia la enfermería.
—¡Poppy! ¿Cómo está? —preguntó al entrar.
—Muy mal, señor director, no sé cuanto aguantará...
—Bien, lo llevaremos a través de la chimenea... ayúdame, Severus. —Ambos
cogieron a Warrington en una camilla y lo acercaron a la chimenea; Snape cogió
polvos Flú—. Vosotros esperadme en mi despacho —les dijo Dumbledore.
Snape lanzó los polvos Flú y entre él y Dumbledore metieron a Warrington en la
chimenea y desaparecieron. La señora Pomfrey estaba aterrorizada y pálida como la
luna.
—Señora Pomfrey... —dijo Hermione—. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo le han
envenenado?
—No lo sé —respondió ella.
—¡Bebió agua! —dijo Ron de pronto—. Seguro que allí estaba el veneno... Es
obvio que el que se lo dio fue el mismo que le lanzó la maldición imperius, y claro, no
querría que confesara...
—No lo hará —repuso la señora Pomfrey, abatida—. No sé exactamente qué
veneno le dieron, pero estaba entre la vida y la muerte. Lo que es seguro es que no
estaba en el agua.
—¿Por?
—Porque si es lo que yo creo, al beberlo habría actuado muy rápidamente. No
habría tenido tiempo de decir nada más.
—¿Entonces...? —preguntó Ron.
—Lo más probable es que lo haya absorbido a través de la piel... eso explicaría
por qué aún está vivo.
Harry, Ron y Hermione se miraron. ¿A través de la piel?
—Bueno, vosotros es mejor que os vayáis... y que tengáis los ojos abiertos. Este
castillo no es nada seguro.
Los tres se miraron, y volvieron al despacho de Dumbledore, cabizbajos y
pensativos. Habían presenciado un intento de asesinato... que quizás aún culminase
en éxito.
—¿Cómo creéis que le envenenaron? —preguntó Hermione—. Tuvo que ser
mientras estábamos allí, pero nadie le tocó, excepto yo cuando le di agua...
—Si le envenenaron cuando estábamos allí, eso quiere decir que fue uno de
aquellos chicos de Slytherin ¿no? ¿Quién más podría haber sido?
—No lo sé, pero no creo que fuese ninguno de los que estábamos allí. Warrington
le hubiese reconocido. Tenía que estar hablando de otra persona —razonó Harry.
—No necesariamente —le contradijo Ron—. No parecía ver mucho. Y si no
hablaba de ninguno de los que estaban allí, ¿de quién lo hacía?
—Sea quien sea, debe ser un alumno de último curso, o como mínimo de sexto —
opinó Hermione—. Si fue capaz de lanzar una maldición imperius...
—¿Alguien de Durmstrang? —sugirió Ron.
—No creo... por como hablaba Warrington de él, parecía conocerle...
Siguieron formulando hipótesis durante un largo rato, hasta que el fuego de la
chimenea crepitó, volviéndose verde, y Dumbledore salió de él, con expresión de gran
preocupación.
—¡Profesor! —exclamó Harry rápidamente—. ¿Qué le pasó? ¿Cómo está?
—Se mantiene con vida —respondió Dumbledore con voz preocupada. Parecía
haber envejecido veinte años desde que los tres le habían avisado.
—¿«Se mantiene»? —repitió Hermione con un quejido.
—Sí. Le han administrado a través de la piel unas gotas del peor veneno que se
conoce. No hay antídoto contra él. En San Mungo lo tratarán, pero dependerá de su
propia resistencia el que viva o muera. En caso de que finalmente viva, no tenemos ni
idea de cuánto tardará en despertar.
—Pero ¿cómo? ¡Nosotros estábamos allí! ¡Nadie le hizo nada, y de pronto
empezó a convulsionarse!
Dumbledore negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Warrington nos dijo que alguien le había lanzado la maldición imperius, que el
que lo hizo era muy peligroso...
—¿La maldición imperius? —Dumbledore movió la cabeza en gesto afirmativo—.
Sí, ya me esperaba que fuese eso...
—¿Sigue sin tener idea de quien fue, verdad? —preguntó Harry, conociendo de
antemano la respuesta.
—Sí —contestó el director con pesar—. Ninguno de los alumnos de este colegio
podría, en principio, saber usar esa maldición... Al menos ninguno de séptimo para
abajo.
—¿No podemos hacer nada? —preguntó Ron.
—Temo que sólo esperar... estamos haciendo esfuerzos sobrehumanos para
averiguar quién es el causante de todo esto y qué es lo que finalmente pretende
Voldemort. —Dumbledore los miró—. Vosotros regresad a la sala común, y no se os
ocurra salir de allí ¿de acuerdo? He de hablar con los demás profesores.
—Está bien —obedeció Harry, levantándose—. Hasta luego, profesor
Dumbledore.
—Hasta luego, Harry, Ron, Hermione... y tened cuidado —advirtió, por última vez.
Regresaron, más temerosos que nunca, a la sala común de Gryffindor, donde
contaron todo lo sucedido, provocando gritos de miedo y terror entre los alumnos.
—No es posible... ¿Le envenenaron delante de todo el mundo y no visteis cómo ni
quién? —Preguntaba Dean Thomas—. ¿Pero cómo lo hizo?
—Nadie lo sabe, Dean —respondió Ron.
—A lo mejor puede hacerse invisible —opinó Colin Creevey.
—¡O quizás puede desaparecerse! —dijo Lavender, mirando a los lados por si
acaso.
—¿Cuántas veces voy a decirlo? —preguntó Hermione, poniendo los ojos en
blanco—. Nadie puede...
—...aparecerse ni desaparecerse en este castillo —terminó Ron, sonriente.
Hermione le miró y en su cara se formó una sonrisa.
Durante la tarde, el rumor de lo que le había pasado a Warrington se extendió por
el castillo, y Harry convocó una reunión del ED para antes de la cena, con la idea de
hablar de lo sucedido y practicar algo.
—Es necesario que lo hagamos mejor y más seguido —les recordó—. Esto se
está volviendo muy peligroso. No sabemos cómo ese individuo envenenó a
Warrington, pero lo último que nos dijo antes de volver a quedarse inconsciente, es
que tuviésemos cuidado. Muchísimo cuidado.
Se pasaron la hora practicando hechizos, esquivando y atacando, como en una
lucha real. Harry colocaba a una persona en el centro de la sala, y cinco a su
alrededor, que le atacaban al azar, y él o ella debían defenderse lo mejor posible, para
estar preparados para ataques inesperados.
Tras terminar la reunión, a las seis y media, Hermione pidió a Ginny que la
acompañara.
—¿No vienes a la sala común? —le preguntó Ron—. ¿Vais a ir por ahí solas?
—No te preocupes, Ron. No tardaremos. Si no llegamos a tiempo, bajad a cenar,
nos veremos allí.
—Está bien —aceptó Ron a regañadientes.
Ambas se marcharon corriendo y Ron y Harry se encaminaron hacia la sala
común.
—¿Qué crees que irían a hacer? —le preguntó Harry.
—Seguro que es algo del PEDDO —contestó Ron—. ¿Cómo puede pensar en eso
con todo lo que está ocurriendo?
Harry se encogió de hombros, mientras miraba en el mapa del Merodeador si
había algún peligro, pero cerca de ellos sólo se veían a los miembros del ED,
regresando a las salas comunes en pequeños grupos.
Avanzaban por un pasillo desierto cuando oyeron un grito. Ambos se miraron y
echaron a correr. Doblaron una esquina y lo que vieron los paralizó: alguien, con una
túnica y capucha, parecidas a las de los mortífagos, pero no igual, apuntaba a Cho,
que se encogía en el suelo, temerosa. A su lado, Michael Corner estaba desmayado,
con una herida sangrante en la frente.
—¡EH, TÚ! —gritó Harry, sacando su varita al mismo tiempo que la de Ron.
El extraño levantó la cabeza, pero no podían verle la cara. Levantó su varita y
lanzó un hechizo aturdidor.
—¡Protego! —gritó Harry.
El hechizo rebotó, pero el extraño lo esquivó, hizo un movimiento con la varita y
empezó a salir humo de ella; no se veía nada.
—¡A por él! —gritó Harry.
Corrió con Ron en dirección al extraño, lanzando hechizos aturdidores.
Atravesaron el humo y se encontraron al final del pasillo. Se oían pasos a la izquierda
y siguieron por allí. Al doblar otra esquina, vieron como el encapuchado doblaba por
otro pasillo un poco más adelante.
—¡Es nuestro! —gritó Ron—. ¡Vamos a por él!
Corrieron hacia aquel pasillo, con las varitas preparadas, pero, cuando lo
doblaron...
—¡No hay nadie! —exclamó Ron, sorprendido.
—¡Es imposible! —dijo Harry. En aquel corredor no había habitaciones ni aulas, y
habían entrado en él cinco segundos más tarde que el encapuchado. No podía haber
llegado al otro extremo.
—¡El mapa! —gritó Ron.
Harry sacó rápidamente el mapa y lo miró. Se vio a sí mismo, a Cho y a Michael
Corner, pero no aparecía nadie por los pasillos cercanos.
—No es posible... ¡NO ES POSIBLE!
—¿No aparece? Pero... ¡Eso significa que se ha desaparecido! —exclamó Ron—.
Y no se puede... a no ser que tenga un traslador...
—¡Maldita sea! —chilló Harry, con rabia y de la punta de su varita saltaron chispas
—. Nos ha faltado tan poco para cazarle... tan poco...
—No podemos hacer nada, Harry —dijo Ron, más calmado, aunque también
decepcionado por la fuga del acechador—. Deberíamos volver junto a Cho y Michael.
Regresaron por los pasillos. Cho acababa de despertar a Michael y se encontraba
aturdido.
—¡Cho! ¿Qué sucedió? ¿Te encuentras bien? —preguntó Harry, agachándose y
ayudándola a levantar a Michael.
—Sí... —respondió ella, llorosa—. Veníamos por aquí, ambos alerta, cuando
apareció no sé como. Nos quedamos paralizados tan sólo un segundo... y él le lanzó
a Michael un destello con su varita. Michael pegó contra la pared y se desmayó. Yo
intenté hacer algo, pero me lanzó rápidamente un Expelliarmus... Si no llegáis
vosotros no sé qué hubiera pasado... Gracias —dijo por fin, con los ojos bañados en
lágrimas—. ¿No le atrapasteis, verdad?
—No sabemos dónde se metió —confesó Ron—. De repente no estaba... y no
salía en el Mapa del Merodeador, lo que quiere decir que tuvo que salir del castillo de
alguna forma, porque por allí no había nadie.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó la voz de la profesora McGonagall, que
había llegado, acompañada del profesor Flitwick.
—Han atacado a Michael Corner, profesora —explicó Harry—. Un individuo
encapuchado. Pero no conseguimos detenerlo. Huyó, y no tenemos ni idea de cómo
lo hizo.
—¡Dios mío! —exclamó la profesora, acercándose a Michael—. Hay que llevarlo a
la enfermería. Profesor Flitwick, si es tan amable...
—Claro, claro —chilló el pequeño profesor—. Mobilicorpus.
El cuerpo de Michael Corner se elevó en el aire y el profesor lo guió hasta la
enfermería, seguido por los demás.
La señora Pomfrey le cerró la herida en un instante. No tenía nada grave.
—No le ha pasado nada... sólo un golpe fuerte. Dios mío, vaya día llevamos... —
comentó la enfermera, moviendo la cabeza a un lado y a otro.
—¿Tenéis idea de quien era el encapuchado? —les preguntó la profesora
McGonagall a Harry y a Ron.
Ellos negaron con la cabeza.
—No le vimos la cara en ningún momento. Y tampoco dijo nada que pudiésemos
oír.
—Yo sí oí su voz, pero no parecía una voz humana... sonaba tétrica —dijo Cho,
estremeciéndose al recordarlo.
La profesora McGonagall suspiró. Les acompañaremos a sus salas comunes —
dijo—. Permanezcan allí sin salir. Tengo que hablar con el profesor Dumbledore. Esto
ya es demasiado serio.
La profesora McGonagall los dejó en la torre de Gryffindor, y luego, junto con el
profesor Flitwick, llevaron a Cho y a Michael a su sala.
—¿Han llegado ya Hermione y Ginny? —preguntó Ron en cuanto entraron.
—No —respondió Neville, que estaba sentado con Dean y Seamus—. ¿Qué
sucede?
—Sucede que...
Y contaron todo lo que había pasado con Cho, Michael y el encapuchado desde
que habían salido de la Sala de los Menesteres.
—Y lo más raro —añadió Harry—, es que yo estaba mirando el mapa, y un
instante antes me había fijado en los nombres de Cho y Michael... y estaban
completamente solos.
—¿Cómo es posible eso? —preguntó Parvati.
—No lo sé. En el Mapa del Merodeador sale el nombre de todo el mundo, aunque
lleven capas invisibles o sean animagos. Si no salía cuando miré... es que no estaba
allí —concluyó.
—Dios mío... —murmuró Lavender, aterrorizada.
Harry y Ron se dejaron caer en un sillón, esperando a Ginny y Hermione.
—No vendrán —dijo Ron de pronto, recordando—. Irán directamente al comedor.
—Voy a mirar dónde están —dijo Harry, sacando el mapa. Lo observó unos
segundos y señaló—. Sí, mira. Están en las cocinas —le indicó a Ron.
—¡Están locas! —gritó Ron, furioso—. ¡Después de todo lo que ha pasado, se van
solas a las cocinas! ¿En qué piensan?
—Tranquilízate, Ron —dijo Harry—. Luego hablaremos con ellas.
Pero Ron no le escuchó y se puso a dar vueltas, con cara de furia, hasta que el
agujero del retrato se abrió y la profesora McGonagall entró en la sala.
—He venido a buscarlos para que bajen a cenar —les informó la profesora—. Y a
partir de ahora será siempre así.
Harry y Ron se miraron, y siguieron a la profesora McGonagall al Gran Comedor.
Al mismo tiempo, el profesor Snape conducía a los de Slytherin, la profesora Sprout a
los de Hufflepuff y el profesor Flitwick a los de Ravenclaw. También Madame Maxime,
Madame Ferllini y Petrimov conducían a sus alumnos. Las únicas que estaban en el
comedor eran Ginny y Hermione, que se preguntaban por qué nadie había bajado aún
a cenar.
—¿Dónde estabais? —chilló Ron, furioso, sentándose frente a ellas
—Estábamos en... ¿Qué ha pasado? —inquirió Hermione, mirando a todos lados.
Mientras empezaban a cenar, Harry se lo contó. Ron estaba que echaba chispas,
pero intentaba calmarse por todos los medios posibles. Hermione y Ginny parecían
muy afligidas por lo sucedido. En la mesa de Ravenclaw, Cho aún no se había
repuesto.
—Pero no puede ser que no apareciera en el mapa del Merodeador... ¡y aquí
nadie puede aparecerse! —decía Hermione.
—¿Cómo lo sabes? —intervino Neville—. ¿Y si Voldemort ha aprendido cómo
hacerlo?
Hermione no parecía de acuerdo, pero no sabía qué pensar, y se mordía el labio
inferior sin parar.
—Sí, recuerda que venció el hechizo antidesaparición de Azkaban —dijo Ginny.
—Si pudiera aparecerse en Hogwarts, yo ya estaría muerto —dijo Harry
inmediatamente—. No creo que pueda aparecerse aquí.
Al final de la cena, Dumbledore, que parecía más viejo de lo que Harry le había
visto nunca, se levantó.
—Alumnos —comenzó, en tono alto y fuerte—. Supongo que la mayoría de
vosotros ya sabéis lo sucedido ayer, y también el ataque a dos de vuestros
compañeros, ocurrido hoy. —Paseó su mirada por las mesas, donde todos los ojos
permanecían fijos en él—. Hogwarts se ha vuelto un lugar peligroso, y el peligro
acecha en todas partes. Lamento informar que, mientras el culpable no sea atrapado,
ningún alumno deambulará por los pasillos a partir de las seis de la tarde. Entre clase
y clase, todos los alumnos deberán ir juntos. Los prefectos vigilarán, y castigarán, a
todo aquél que vaya solo de un lugar a otro. Asimismo, los jefes de cada casa irán a
buscar a sus alumnos para bajar a cenar, y luego los acompañarán de vuelta a su
sala común. Aparte de todo esto, queda suspendido el campeonato escolar de
quidditch, así como las salidas a Hogsmeade y todas las actividades extraescolares.
—Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con un silencio mortal y expresiones
de disgusto—. Sólo tengo que añadir que tengáis cuidado. Todos.
Dumbledore se sentó, y la profesora McGonagall se levantó, para acompañar a los
alumnos de Gryffindor a su torre, mientras los demás jefes de las casas hacían lo
mismo.
—¡Oh, no! ¡Han suspendido el quidditch, ahora que tenemos las mejores escobas
del colegio! —se quejó Ron—. Y encima mira a ese imbécil cómo sonríe... —agregó,
con rabia, observando a Malfoy.
Salieron del Gran Comedor, cruzándose con los de Slytherin. Dullymer, que les
saludó al pasar, parecía abatido. Malfoy, sin embargo, estaba radiante.
—¿Por qué sonríes tanto, Malfoy? Ya viste lo que le pasó a Warrington, y eso que
era de tu casa... ¿O es porque ahora te ahorrarás la humillación de jugar contra
nosotros al quidditch? —preguntó Harry.
Malfoy sonrió aún más.
—Warrington fue un estúpido al relacionarse con gente como vosotros... y ahora
está pagando —susurró—. Eso les enseñará a los demás.
—Eres despreciable —le dijo Hermione al pasar.
—Ándate con ojo, sangre sucia —le advirtió Malfoy—. Al Señor Tenebroso no le
gustan los que son como tú. Ojalá seas la siguiente —añadió por lo bajo.
Ron lo miró con odio, pero ya se encontraban demasiado lejos para decir o hacer
algo. La profesora McGonagall los dejó frente al retrato de la Dama Gorda y se fue.
—Esto es como cuando se abrió la Cámara de los Secretos —dijo Neville—. Ojalá
termine pronto...
—No creo que vaya a terminar sin más —dijo Hermione, sombría. Suspiró y
cambió de tema—. Bueno, voy a hacer unos cuantos gorros de elfo... ¿Alguien quiere
ayudarme? —preguntó, intentando distraer y animar el ambiente.
Fue lo peor que pudo haber dicho. El autocontrol que Ron había logrado mantener
durante la cena se esfumó en un instante.
—¡¿PERO QUÉ DICES?! —bramó, de tal forma que hasta Harry se asustó. Jamás
había oído a Ron gritar de aquella manera—. ¡CON LO QUE HA PASADO A TI SÓLO
SE TE OCURRE HACER GORROS DE ELFOS PARA EL DICHOSO PEDO!
—¡No es pedo, es...! —intentó decir Hermione, temblando al ver a Ron así.
—¡¡ME DA EXACTAMENTE IGUAL CÓMO SE LLAME!! ¡¡HAN ENVENENADO A
UN ALUMNO!! ¡¡HAN ATACADO HOY A DOS!! ¡¡Y MIENTRAS, TÚ DEAMBULANDO
SOLA POR LAS COCINAS, CON GINNY, Y NOSOTROS AQUÍ PREOCUPADOS
POR SI ESTARIAIS BIEN!! —gritó, rojo de ira. Hermione le miraba asombrada, y no
era la única. Todos los que estaban en la sala lo observaban—. ¿EN QUÉ DIABLOS
PIENSAS? ¡¡Y ENCIMA TE LLEVAS A GINNY!! ¡¿Y SI LE PASA ALGO POR TU
CULPA?!
—Ron, yo... —balbuceó Hermione, que parecía a punto de llorar.
—¡¡NO ME DIGAS NADA!! ¿CUÁNDO VAS A DEJAR EL ROLLO ESE? ¡¡LOS
ELFOS NO QUIEREN SER LIBRES, DÉJALOS EN PAZ, NUNCA VAS A
CONSEGUIR NADA Y TODOS ESTAMOS HARTOS DE OÍRTE HABLAR DE ESO!!
—¡¿Cómo puedes decirme eso?! —gritó también Hermione, llorando y temblando
—. ¿Eso es lo que piensas? ¡¡Pensé que habías madurado un poco, pensé que lo
entenderías!!
Hermione se puso a llorar más fuerte y subió las escaleras a los dormitorios
corriendo.
—¡Sí, eso es lo que tienes que hacer! —gritó por último Ron, mirando hacia las
escaleras.
—¡Ron! —exclamó Harry—. ¿No crees que te has pasado?
—¡¡Eres un imbécil!! —le gritó Ginny, enojadísima—. ¿Por qué le has dicho todo
eso? ¿Por qué eres tan burro y tan bruto?
—¿Qué? —preguntó Ron, mirándola sorprendido.
—Déjalo, Ron. Eres único estropeando las cosas —añadió, y subió también las
escaleras.
—¿Pero qué...? —Miró a Harry—. ¿Tú entiendes algo?
—No... —confesó Harry—. Pero creo que te has pasado mucho con Hermione.
¿Por qué te has puesto así?
Ron no dijo nada, y pareció dudar.
—Bueno, tal vez me haya pasado —reconoció, calmándose—. Pero alguien tenía
que decírselo ¿no? Se ha puesto en peligro ella y ha puesto en peligro a mi
hermana... Harry, no sé qué haría si les pasara algo... no pude evitar enfadarme tanto.
—Yo te entiendo —le dijo Harry a su amigo, comprensivamente—. Pero creo que
deberías disculparte.
—Bueno, tal vez no debería haberle dicho lo último que le dije... —murmuró Ron,
inseguro.
—Eres un insensible y un idiota, Weasley —le espetó entonces Parvati, subiendo
con Lavender por las escaleras.
—¿Y a qué viene esto ahora? —preguntó, agitando los brazos, malhumorado y
volviendo a enfadarse—. ¡Me voy a la cama!
Harry se quedó en la sala común, mientras los murmullos y las conversaciones,
momentáneamente aplazadas, volvían a llenar el ambiente, y luego, finalmente,
también él subió a acostarse. Harry pensaba que Ron tenía parte de razón, pero no
consideraba buena idea el habérselo dicho así a Hermione, y suponía, tal y como los
conocía a ambos, que tenían por delante un largo enfado al estilo de los viejos
tiempos.
25

La Confesión de Ron

Ron no se disculpó a la mañana siguiente, porque Hermione ni siquiera bajó a


desayunar. Encima, Ginny no le hablaba, y esto lo ponía aún de peor humor, lo que no
facilitaba que le apeteciera disculparse con nadie. Por su parte, Hermione no le dirigió
la palabra a Ron en toda la mañana, ignorándole completamente. Harry tuvo que
sentarse en medio de los dos en todas las clases.
No había tenido una buena noche. Se la había pasado casi toda pensando en el
encapuchado, en cómo hacía lo que hacía, cuando se suponía que era imposible.
Había dado vueltas al asunto de por qué habían atacado a Cho esta vez, y llegado a la
conclusión de que seguramente se debía a que había «salido» con ella el año anterior,
y a que ahora eran amigos. Esto añadía un nuevo fardo a lo que Harry cargaba ya
sobre su conciencia, y aumentaba aún más las preocupaciones que tenía respecto a
las pretensiones de Voldemort y los mortífagos. Ahora, a todo esto se le unía aguantar
el enfado de sus mejores amigos, y, como resultado, cuando llegó la hora de comer
Harry estaba también de mal humor.
Se sentó al lado de Ron, que le lanzaba miradas fugaces a Hermione, la cual se
había sentado al lado de Parvati y Lavender, que hablaban con ella. Ginny se había
sentado enfrente de ellos, pero no le dirigía la palabra a Ron, y, cuando éste intentaba
hablar con ella, la chica hacía como si no le oyese.

Por la tarde, en clase de Criaturas Mágicas, Harry se acercó a Hagrid, que había
ido a buscarlos al castillo, y estuvo charlando con él, sin acercarse ni a Ron ni a
Hermione, que estaban, uno con Seamus, Dean y Neville, y la otra con Parvati y
Lavender.
—¿Os pasa algo? —le preguntó Hagrid por lo bajo, mientras Harry intentaba hacer
dormir a un Willidor, una especie de ratón blanco, cuyos pelos del bigote eran útiles
para pociones de relajación y sueño, y también contra el dolor. Lo malo era que no
había forma de arrancárselos a no ser que el animal estuviera dormido.
—Ron y Hermione, que están otra vez enfadados...
—¿Enfadados? —se extrañó Hagrid—. Si en el baile de Navidad parecía que...
¿riña de enamorados? —preguntó con una sonrisa pícara.
Harry soltó un bufido.
—¡Qué va...! Bueno, en realidad no lo sé. Durante todas las navidades estuvieron
bien, pero ahora Hermione lleva unos días muy rara, y encima ayer Ron le gritó que
todo eso del PEDDO no sirve para nada y claro, ahora están los dos enfadados. Y yo
en el medio, como si no tuviera ya bastantes preocupaciones...
—Bueno, ya se les pasará, ¿no? Siempre se les acaba pasando.
—Eso espero —dijo Harry, observando con sorpresa que su Willidor se había
quedado dormido.
Cuando la clase terminó, Hagrid los acompañó de vuelta al castillo, donde tenían
clase de Astronomía. Subieron al aula, y se pusieron a trabajar en un nuevo mapa
celeste que la profesora Sinistra les había dado, mapa que tendrían que usar en su
próxima clase nocturna.
—Oye, Harry... —comenzó a decir Hermione en voz baja, mientras trabajaban en
sus mapas—. ¿Tienes algo de ropa vieja o así que ya no uses?
—No sé, creo que algo sí... ¿Por qué? —preguntó Harry.
—Es que quería reunir algo de ropa para los elfos —explicó ella—. Mira, ya he...
Ron bufó, exasperado, sin levantar la cabeza de su mapa. Hermione le miró con
enfado.
—No te he pedido ayuda a ti —le dijo.
—No pensaba dártela aunque me la pidieras —espetó Ron.
Hermione iba a decir algo, pero Harry la interrumpió.
—¡Ya estoy harto! ¡A ver si os comportáis de una vez, tengo ya suficientes
preocupaciones como para atender a vuestras tonterías!
Se levantó muy enfadado, cogió su mapa y sus cosas y se cambió a otra mesa,
dejando a sus amigos solos donde estaban, con la boca abierta.
—Señor Potter, ¿le pasa algo? —preguntó la profesora Sinistra desde su
escritorio.
—No, profesora. Nada importante.
—Pues entonces haga el favor de no molestar si no quiere que le quite puntos a
Gryffindor.
—Está bien. Lo siento.
Se puso a trabajar, aunque ahora apenas podía concentrarse, entre las
preocupaciones que tenía y el enfado que sentía hacia Ron y Hermione. «¿Cuándo
van a dejar de hacer tanto el imbécil? ¿Por qué no se comportan como en Navidad?.
Desde luego, no lo entiendo», pensaba, mientras intentaba rellenar su mapa. De vez
en cuando los miraba. Ellos permanecieron en la misma mesa, trabajando en silencio,
y levantando la vista fugazmente de vez en cuando.
Cuando terminó la clase, salió raudo hacia la torre de Gryffindor, casi sin esperar a
sus compañeros, algo que sabía que no debía hacer, pero no quería hablar con
ninguno de los dos.
Entró en la sala común y se dejó caer en una butaca junto al fuego. Un momento
después entró Ron, seguido de todos los demás alumnos de Gryffindor, que le
miraban. Hermione iba en clase de Runas Antiguas.
—Harry... —dijo Ron con voz débil—. Ya no hemos discutido más...
—Claro, es bastante difícil que discutáis si no os habláis, ¿no te parece? —dijo
Harry con tono sarcástico.
—¿Más problemas? —preguntó Ginny, acercándose y sentándose junto a Harry.
—No hasta ahora mismo —respondió Ron mordazmente al ver a su hermana—.
Estaré arriba hasta la hora de cenar.
Y subió por las escaleras, perdiéndose de vista.
—Siguen igual, ¿verdad?
—Sí. Y no es que no esté acostumbrado, pero ahora hacía tanto tiempo que no
estaban así... no sé, creí que... bueno, después de todo lo que ha pasado suponía que
estarían mejor que nunca ¿no? ¿Por qué hacen todo esto?
—No estoy muy segura de entender a Ron, aunque creo que sí —dijo Ginny—.
Pero sé perfectamente lo que le pasa a Hermione.
—¿Ah, sí? ¿Y qué le pasa? —quiso saber Harry—. Ya sé que está enfadada por lo
de la PEDDO, pero no sé, ya lleva algunos días rara... ¡Maldita sea! ¡Tengo que
encontrarle un regalo...!
—No es por la Saeta de Fuego que Hermione está así, Harry... ¿de veras no lo
sabes? —Le preguntó Ginny, extrañada—. Creí que habías aprendido lo suficiente
como para entenderlo...
—Pues parece que no... —refunfuñó él— y además, tampoco tengo la cabeza para
estar pensando en qué les pasa. Entre las clases, los deberes y lo que está ocurriendo
tengo de sobra.
—Sí, me lo imagino... —dijo Ginny con un suspiro—. Yo también empiezo a desear
que acabe este año, tengo tanto trabajo que creo que nunca podré terminarlo.
—No hace falta que me lo expliques... —le dijo Harry—. Y aún no te ha llegado lo
peor, espera a las vacaciones de Pascua y verás.
—No me asustes —le advirtió la chica—. Es lo último que necesito. Más agobio.
—¿Te apetece jugar al ajedrez y relajarte algo? —propuso Harry.
—La verdad, me encantaría, pero tengo que hacer dos redacciones para mañana y
ni siquiera he empezado.
—Vale, no te preocupes.
Ginny se fue a una mesa, donde tenía todos sus apuntes y cosas, y Harry se
quedó solo frente al fuego, hasta que llegó Hermione. La profesora McGonagall la
había acompañado hasta la torre, porque era la única de Gryffindor que tenía aquella
asignatura. Entonces, Harry se acordó de algo y se acercó al agujero del retrato.
—¡Profesora McGonagall! —llamó.
La profesora se volvió, cuando ya se iba.
—¿Qué pasa, señor Potter?
—Profesora... con todas estas nuevas restricciones... ¿qué va a pasar con el ED?
—preguntó en voz baja. Hermione los miró a ambos.
—Me temo, señor Potter, que esas reuniones deben ser suspendidas por el
momento.
—Pero profesora —intervino Hermione—, necesitamos estar preparados por si
hay más ataques...
—Señorita Granger, dos alumnos fueron atacados volviendo de esas reuniones de
una forma muy extraña. No podemos permitir que vuelva a ocurrir. Lo siento.
Harry quería replicar, pero la expresión de la profesora McGonagall le indicó que
no serviría de nada, así que se calló.
—Volveré a buscarlos para la cena a las siete en punto. Hasta luego.
Harry y Hermione pasaron a la sala común y se sentaron.
—¿Sigues enfadado? —se atrevió a preguntarle Hermione.
—¿Lo seguís vosotros?
—Bueno, Harry, ya sabes como es Ron. ¡Oíste lo que me dijo!
—Sí, lo oí, y ya le dije que se había pasado, pero tu actitud creo que también es
exagerada, y de todas formas tenía un poco de razón, no deberíais andar por el
castillo las dos solas después de lo que le pasó a Warrington.
—Tú tampoco lo entiendes, y, como siempre, te pones de parte de Ron —dijo
Hermione, levantándose con aire triste y enfadado.
—Yo no estoy de parte de nadie ¿vale? ¡Somos amigos! Se supone que todos
estamos de la misma parte.
—Eso díselo a Ron cuando lo veas —contestó Hermione, subiendo por las
escaleras de los dormitorios de las chicas.
—Genial —musitó Harry—. Uno en un lado y la otra en el otro. Pues sí que
estamos bien.
A las siete en punto, se abrió el retrato de Dama Gorda y entró la profesora
McGonagall, llamando a los estudiantes para bajar a cenar. Ron bajó y acompañó a
Harry, sin abrir la boca hasta que estuvieron todos sentados.
—¿Y Hermione? —preguntó, tímidamente.
—No ha querido bajar a cenar —respondió Lavender, tres lugares más allá—.
¿Qué le habéis hecho esta vez? —les preguntó, con mirada severa.
—¿Qué? ¡Yo no le he hecho nada! ¡No he hablado con ella en toda la tarde!
—Ya nos hemos dado cuenta de eso —dijo Parvati con tono frío.
—Sí, ahora tendré yo la culpa de todo —masculló Ron, concentrándose en la
cena.
Ginny levantó un momento la vista y le lanzó una mirada, pero pareció contenerse
y no dijo nada.
Cuando la cena terminó, la profesora McGonagall volvió a llevar a los alumnos a la
torre de Gryffindor. Una vez allí, Dean iba a ponerse a charlar con Seamus, pero
Lavender se le adelantó y se lo llevó a un rincón de la sala común. Encogiéndose de
hombros, él y Neville se sentaron con Ron y Harry, y propusieron una partida de snap
explosivo, mientras Ginny, que estaba allí cerca, les observaba.
—¿Dónde está Hermione? —preguntó Neville mientras jugaban.
—Estará tejiendo gorros de elfos o algo así —respondió Ron, que había puesto
mala cara al oír la pregunta de Neville.
Ginny miró a su hermano y aquella vez no se contuvo:
—¿Sigues, eh? ¿Cómo puedes ser tan idiota?
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Ron, mirándola muy enfadado.
—¡Digo que cómo puedes ser más tonto que un trol con deficiencia mental!
—¡¿Qué?! —Ron se había puesto rojo de ira—. ¿A qué viene eso?
—No voy a discutir contigo ahora —respondió Ginny, más calmada—. No debería
meterme, pero como parecéis todos tontos, y ya estoy harta de veros así, tendré que
hacerlo, así que, Ronald Weasley —dijo, pareciéndose terriblemente a su madre en el
tono de voz—, antes de irte a la cama hoy, me vas a escuchar y bien.
Ron, tras escuchar a su hermana, soltó un simple «¡Déjame en paz!», pero, aún
así, no se acostó hasta que la sala común quedó vacía.
—Bueno, ya estamos los tres solos —dijo—. ¿Qué es lo que quieres?
Ginny dejó sus trabajos, recogió la mesa y se sentó frente a su hermano.
—¿De verdad no sabes por qué Hermione está así?
—¡Por el rollo ese del PEDDO! ¿Por qué va a ser? ¡Pero no es para tanto! ¡No es
la primera vez que me meto con ella por eso, ya lo hemos hecho antes, y nunca se
había puesto así!
—Tú lo has dicho —dijo Ginny tranquilamente—: «antes».
—¿Y qué mas da antes que ahora?
—Ron —dijo Ginny con voz muy suave—. Si en serio crees que es igual todo
antes que ahora, entonces no tengo nada que decirte.
Ron la miró un instante, y luego apartó la vista.
—Vale. Al menos entiendes eso —dijo Ginny.
—De todas formas...
—¿Quieres saber por qué Hermione estaba tan rara estos últimos días, Harry? —
le preguntó Ginny.
—Pues sinceramente, sí.
—Bien. Últimamente, con los asuntos del torneo, las clases y demás, Hermione ha
estado muy sola, sobre todo considerando el caso que le hacías en Navidad, Ron.
—Sí, ya lo sabemos —gruñó Ron, bajando la mirada.
—El lunes le pediste que jugara al ajedrez contigo, algo que hacía mucho que no
hacías, y ella aceptó encantada, ¿te acuerdas?
—Sí ¿y qué?
—¿Y qué? ¡Que cuando Harry bajó con las escobas, la dejaste tirada, sin terminar
la partida! Ella lo comprendió, sí, pero se sintió dolida. Se sintió como si volar un rato
te importase más que ella.
—¡Pero eso no es cierto! —exclamó Ron—. Además, ¡le ofrecimos venir con
nosotros y no quiso!
—Ron, a ella no le gusta volar. Sólo quería jugar un rato contigo, como antes de
Navidad.
—¡Pero ella me importa más que volar en una escoba! —dijo Ron—. Lo que pasa
es que... bueno, tal vez no me di cuenta, porque estaba emocionado con la Saeta de
Fuego y...
—...Y no te acordaste más de ella, ni terminaste la partida de ajedrez cuando
volviste, a pesar de que dejó el tablero tal como estaba.
—¿Por eso estaba así? —preguntó Harry, un poco sorprendido, pero acordándose
de la mirada de Hermione cuando salieron aquel día de la sala común.
—Sí y no.
—¿Sí y no? —preguntó Ron.
—Ron, no es la partida de ajedrez sólo, es... sólo tenías que demostrarle que te
importa. Sólo eso.
—¡Pero ella ya sabe que me importa! ¡Somos amigos desde hace mucho!
—Tal vez necesita que se lo demuestres más a menudo ¿no lo has pensado?
Mira, en el baile de Navidad estabas como nunca te he visto, ¿sabes?. Me sentía
orgullosa de ti. Y luego, con lo de sus padres, la apoyaste muchísimo. Ahora volvemos
aquí y vuelves a comportarte como un estúpido. A ella no le habría dolido tanto si no
hubiera conocido otro Ron en Navidad. ¿Aún no lo entiendes?
—Sí... bueno... pero ¿por qué se puso así por lo del PEDDO?
—¡Ay, Ron! ¿Hay que explicártelo todo? —dijo Ginny, exasperada—. ¡Le dijiste
que todo el mundo estaba harto de sus tonterías!
—Vale, está bien, de acuerdo. Me pasé, pero sigo sin entender por qué es tan
importante lo del PEDDO. ¡Los elfos no quieren ser libres!
—Ron... no importa que los elfos quieran ser libres o no. No importa que ella
consiga algo o no...
—¿Entonces qué es lo que importa?
—Lo que importa es que para Hermione es importante, Ron. Ella esperaba que tú
entendieras eso, aún cuando no entendieras el porqué. Sólo tenías que entender que
a ella le importa. Como amigos suyos, deberíais comprender lo que es importante para
Hermione. Ella comprende lo importante que es para vosotros el quidditch ¿verdad?
¿No podéis hacer lo mismo?
Ron bajó la cabeza, pensativo, y Harry hizo otro tanto. La verdad era que nunca
habían valorado nada lo que el PEDDO significaba para Hermione. Nunca habían
hecho lo más mínimo por ayudarla, a pesar de que ella siempre les ayudaba en todo lo
que podía con los deberes para que ambos pudiesen entrenar para el equipo de
quidditch.
—Lo siento... —musitó Ron, avergonzado— ¡Pero estaba muy preocupado!
¡Acababan de atacar a Cho y a Michael, y vosotras dos andabais por ahí sin pensar en
nada! ¡Si os llega a pasar algo, yo...!
—A mí no tienes que decirme que lo sientes —dijo Ginny—. Díselo a ella. En
cuanto a lo de que estuviéramos por el castillo aquel día... ¿cuántas veces os dijo ella
hace tres años que Harry no debía ir a Hogsmeade? ¡También ella estaba preocupada
por vosotros! ¿Le hicisteis caso alguna vez?
Ron bajó la cabeza, compungido. Harry también se sintió mal. Ahora comprendía
lo difícil que había sido para Hermione hacer aquello, sabiendo que ellos se enfadarían
con ella, pero que igualmente debía hacerlo.
—¿Cómo... cómo está? —preguntó Ron, con voz casi inaudible.
—El día que le gritaste todo eso se pasó media noche llorando mirando la diadema
que le regalaste por Navidad —confesó Ginny—. Con eso te harás una idea.
Ron apoyó los codos en las rodillas y se tapó la cara con las manos.
—Por eso estaban Parvati y Lavender tan enfadadas conmigo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué soy tan imbécil? —dijo Ron finalmente.
—Espero que hagas algo por arreglarlo, Ron —le dijo su hermana—. Mira, sé que
te gusta Hermione, y lo sé desde hace mucho, así que no te molestes en negármelo.
No te comportes como un idiota y habla con ella.
Ron no dijo nada durante un rato. Se levantó y paseó por la sala común, pensativo.
—Haré algo mejor que eso... —murmuró Ron.
—¿Cómo?
—Ginny, ¿qué está haciendo Hermione con los elfos domésticos?
A Ginny le sorprendió la pregunta.
—Intenta que vistan algo mejor —respondió—. Está intentando que Dobby le
ayude a que dejen esos trapos y se pongan otras cosas.
—¿Y cómo hace eso? —preguntó Harry.
—Los elfos no aceptan la ropa si se la da Hermione, pero está intentando
convencerlos de que la acepten si se la da Dobby... le ha costado, pero creo que va a
conseguirlo. Por eso quiere hacer más ropa para ellos, y conseguir prendas que nadie
use, que siempre serán más cómodas que esos asquerosos trapos de cocina.
—Vale... Gracias, Ginny —dijo Ron—. Y por favor, no le digas nada a Hermione de
esto, ¿de acuerdo?
—Está bien... ¿Qué vas a hacer?
—Mañana lo sabrás.
—Como quieras... Pero no metas la pata, Ron, o no volveré a ayudarte —le
advirtió ella, dirigiéndose a las escaleras. Ron siguió mirándola.
—Ginny... —la llamó, en un impulso.
—¿Qué?
—¿A ella le...? Es decir, ¿a ella yo...?
—Eso tendrás que preguntárselo tú —fue toda la respuesta de su hermana, que
subió las escaleras, dejando a los dos amigos solos.
—He sido muy imbécil, ¿verdad? —dijo Ron, mirando hacia Harry.
—No has sido sólo tú.
—No me refiero sólo al PEDDO... me refiero también al baile de navidad de hace
dos años ¿te acuerdas? Fui muy estúpido, ¿verdad?
—Sólo un poco —dijo Harry, para tranquilizar a su amigo—. Pero ya te disculpaste
¿no? Y creo que a ella le sorprendió para bien... Yo también fui muy idiota con Cho el
año pasado... —añadió Harry, con un suspiro—. Bueno, ¿qué vas a hacer?
—Pues... Harry, ¿aún quieres hacerle un regalo a Hermione?
—Sí, claro.
—Estupendo. Entonces tenemos que hacer algo ahora mismo, mientras
esperamos a Dobby.

Durante toda la mañana del día siguiente, Hermione siguió sin dirigirle la palabra a
Ron. Ni siquiera le miraba.
—Hola —le dijo Harry tímidamente a la hora del desayuno.
—Hola, Harry.
—¿Cómo estás?
—Bien... ¿Por qué no iba a estarlo?
—Vamos, Hermione, no tienes por qué disimular conmigo.
Hermione se quedó callada un momento y miró a Ron, que hablaba con Dean y
Neville.
—¿Por qué me dijo todo eso, Harry?
—Bueno, ya conoces a Ron...
—Sí, ya le conozco... —suspiró ella—. Creí que había cambiado un poco, que se
había dado cuenta por fin de que... bueno, da igual —finalizó Hermione, como si se
hubiera dado cuenta de que no hablaba sola.
—Todo se arreglará, ya verás. Confía en mí, ¿vale?
Hermione asintió, sin decir nada.

La mañana transcurrió lentamente. Ron le dirigía a cada rato miradas a Hermione,


pero sin hablarle. Cuando salieron de la clase de Astronomía, Ron y Harry corrieron
rápidamente a la sala común, mientras Hermione se dirigía a Aritmancia. Un momento
después de que entraran, tal como habían acordado la noche anterior, apareció
Dobby. En la sala común no había mucha gente, pero todo el mundo se lo quedó
mirando, incluso los que lo conocían.
—¡Bien, escuchadme! —exclamó Ron con tono autoritario. Todo el mundo dejó lo
que estaba haciendo y se fijó en él—. Vamos a cambiar algunas cosas en la sala
común de Gryffindor, y vamos a empezar hoy. Sé que algunos pensáis que soy imbécil
—dijo, mirando a Parvati y Lavender, mientras algunos se reían—, pero resulta que,
además, soy un imbécil prefecto, así que me vais a hacer caso. —Hizo subir a Dobby
a una mesa y siguió hablando—. Éste es Dobby, un elfo doméstico, y nos va a contar
algunas cosas sobre su vida ¿de acuerdo? Y todos vais a escucharle. Cuando
termine, yo os diré algo que vamos a hacer...

—Bueno, ya sabes, ¿no, Harry? —le decía Ron por lo bajo a la hora de la comida
—. En cuanto salgamos de Defensa Contra las Artes Oscuras, te llevas a Hermione a
la biblioteca y esperas una hora, hasta las seis ¿de acuerdo?
—Sí, Ron, ya lo sé.
—Cuando entres te pones la insignia, pero sin que ella te vea.
—Tranquilo.
—Tenemos que hacerlo por ella... o más bien tengo... He sido muy idiota mucho
tiempo —se lamentó—. Nunca hemos valorado lo que ella hacía por protegernos,
¿Verdad?
—No. Nunca —respondió Harry, con pesar.
—Pues no te olvides de decírselo —le dijo Ginny, sentándose al lado de su
hermano.
Tal y como habían acordado, al salir de Defensa Contra las Artes Oscuras, Harry
se acercó a Hermione.
—Oye, Hermione... ¿quieres venir conmigo a la biblioteca? Estaba pensando en
empezar el trabajo que nos ha mandado la profesora Sprout...
—Sí —contestó Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada furtiva—. No quiero ir a
la sala común.
Harry le hizo un gesto imperceptible a Ron y salió hacia la biblioteca, acompañado
por Hermione. Le daba mucha lástima ver a su amiga tan triste, pero no podía decirle
nada. Si Ron lo hacía todo bien, en una hora volvería a sonreír.
—¿Estás bien, Harry? Pareces nervioso...
—Sí, estoy bien. Tranquila.
Entraron en la biblioteca, donde se pusieron a trabajar hasta las seis de la tarde, la
nueva hora de cierre de la biblioteca, momento en el cual la señora Pince ordenó a
todo el mundo que volvieran a sus salas comunes.
Aparte de ellos dos, sólo había otros tres chicos y una chica de Gryffindor en la
biblioteca, y Hermione, como prefecta, los llamó.
—Venid con nosotros, vamos.
En cuanto llegaron frente al retrato de la Dama Gorda, Harry sacó su insignia del
bolsillo y se la guardó en la mano.
—«bombones de licor» —dijo Hermione.
—Me encantarían —comentó la Señora Gorda, mientras el cuadro se abría.
Hermione entró y Harry aprovechó para colocarse la brillante insignia que decía
«PEDDO». Entró él también y observó la escena: Hermione miraba con cara de
perplejidad lo que sucedía en la sala común. Unos metros por delante de ella estaba
Ron, al lado de Dobby, con su insignia en la túnica, debajo de la de prefecto. Por toda
la sala, decenas de insignias más, que Ron y él habían hecho la noche anterior,
brillaban en las túnicas de los alumnos, que parecían estar limpiando la sala común a
conciencia. Al lado de Dobby había una mesa llena de ropa, y varios estudiantes,
también con insignias, la colocaban, ayudados por el elfo.
Ron miraba a Hermione con una sonrisa, mientras sostenía con una mano un
pequeño cuaderno que pertenecía a su amiga. El cuaderno estaba abierto, y contenía
una lista de nombres en las que los tres primeros eran: Hermione Granger
(Presidenta), Harry Potter (Secretario) y Ronald Weasley (Tesorero), pero, a diferencia
de la última vez que lo había visto, ahora había muchos nombres más. Ginny, a su
lado, sostenía una lata que parecía llena de monedas, y también sonreía.
Al ver a Hermione, todo el mundo se quedó quieto, observándola con interés. Ella
no dijo nada durante un momento, y su mirada recorrió la sala. Se detuvo unos
instantes en un pergamino aumentado que colgaba de la pared, que contenía un
manifiesto cuyo título era: «Detengamos el Vergonzante Abuso de Nuestras
Compañeras las Criaturas Mágicas y Exijamos el Cambio de su Situación Legal». A
ambos lados del título se veía el escudo de Gryffindor.
—Esto es para usted, presidenta —dijo Ron ceremoniosamente, entregándole el
cuaderno—. Como ves —añadió, moviendo el brazo y señalando al resto de la sala—,
hemos trabajado duro...
Hermione no decía nada, pero sus ojos ya estaba vidriosos. Cogió el cuaderno que
Ron le daba y empezó a mirarlo a él y a su amigo alternativamente. Luego miró hacia
Harry, que sonreía, y se fijó en su túnica, donde también lucía la insignia.
—No quería decirte todas esas cosas el otro día —se disculpó Ron—. Fui un
estúpido. No es verdad que a nadie le importe. Si esto es importante para ti, para
nosotros también.
Hermione no resistió más y se lanzó a los brazos de Ron, sollozando de alegría.
—¡¡Ron!! —exclamó, abrazándolo con fuerza y dándole un gran beso en la mejilla
—. ¿Cómo hiciste...? ¿Cómo...?
—Bueno, es una larga historia —dijo Ron, sonriendo, aunque un poco cohibido por
la repentina efusividad de Hermione—. No fue fácil convencer a todos éstos de que
limpiaran la sala común. Tuve que ponerme algo serio... —añadió, señalando su
insignia de prefecto—. También traje a Dobby para que les diese una charla... y ya
ves. Fíjate: hemos conseguido dos sickles por persona —explicó, señalando la hucha
que llevaba Ginny—, y Harry va a donar un galeón por cada miembro que
consigamos...
—Y también reunimos un montón de ropa que Dobby entregará a los demás elfos
—agregó Ginny—. Todo fue idea de Ron...
Hermione le miraba con los ojos aún llorosos y la felicidad dibujada en la cara.
—¿Y cómo vas a... vas a donar un galeón por cada firma? —balbuceó Hermione,
mirando a Harry.
—Esto es lo que deseas ¿no? Trabajar por la libertad de los elfos. Toda asociación
importante que se precie necesita fondos. Es el regalo que mereces de la herencia de
Sirius, ya que no te interesan las escobas voladoras. Yo lo financiaré.
—¡Gracias! —exclamó, abrazándolos a los dos—. De verdad, me habéis hecho
muy feliz... Gracias también a todos vosotros —dijo Hermione, separándose de sus
amigos y mirando a todos los demás, que le sonreían. Luego se dirigió al elfo.
—¿Cómo estás, Dobby?
—¡Estupendamente, señorita! —respondió el elfo, muy feliz—. Los alumnos han
prometido que no tendremos que limpiar más la sala común de Gryffindor, señorita,
aunque a Dobby no le molesta nada limpiar la sala común de Gryffindor. ¡Y nos han
conseguido mucha ropa! ¡A Dobby siempre le ha parecido que los amigos de Harry
Potter son casi tan grandiosos como él!
Ron se ruborizó, pero parecía muy orgulloso.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Hermione a Ron.
—Bueno, digamos que tras la charla de Dobby, dije que, como prefecto, aquí se
iba a hacer limpieza por parte de los alumnos y... los fui convenciendo —terminó, en
tono misterioso.
—Nos amenazó con mandarnos copiar la frase «Plataforma Élfica de Defensa de
los Derechos Obreros» hasta que la idea se quedara fijada en nuestra cabeza —contó
Katie Bell con una sonrisa.
—Sin olvidar que prometió a muchos dejarles volar en su Saeta de Fuego y en la
de Harry cuando ellos no las necesitaran —añadió Ginny.
—¿Hiciste eso? —preguntó Hermione, sorprendida.
—Bueno, sí... —reconoció Ron—. Ya ves. Pero merece la pena, sólo por verte
contenta otra vez. Y no tendrás que hacer más visitas sola a las cocinas, porque
nosotros te acompañaremos.
—Ron, no sé qué decir...
—Sólo que me perdonas.
—No hay nada que perdonar...
—Sí, sí lo hay —replicó Ron—. Desde que volvimos de Navidad me he portado
como un estúpido —dijo, mirando de reojo a Ginny, que sonrió—, y no quiero que sea
así. Quiero que estés feliz, como el día del baile...
Ron ya se había puesto rojo, pero miraba a Hermione fijamente. Ella volvió a
abrazarlo con fuerza.
—Mejor os dejamos solos, ¿no? —dijo Ginny, haciendo ademán de apartarse—,
aunque aquí, en la sala común... —comentó, observando como todo el mundo miraba
a su hermano y a Hermione.
—No importa —dijo Ron, separándose de ella. Se dirigió a todos los demás—:
¡Bueno, muchas gracias a todos los que han colaborado! ¡No os olvidéis de hablar a
todo el mundo de esto! ¿De acuerdo? —Tras el agradecimiento se dirigió a sus
amigos, en voz más baja—. ¿Nos sentamos?
Hermione asintió.
—Bueno, Dobby ahora debe irse —dijo el elfo, cogiendo toda la ropa que había
reunido—. ¡Muchas gracias, señores y señoritas! —Hizo un chasquido, y desapareció.
—¿Cómo has conseguido el cuaderno, el manifiesto y la hucha si lo tenía todo en
mi habitación? —preguntó Hermione con curiosidad.
—Con el encantamiento convocador, por supuesto —respondió Ron con una
sonrisa—. Y bueno, dejemos ahora esto... Tú y yo teníamos una partida de ajedrez
pendiente, ¿verdad?
Hermione sonrió aún más.
—Sí —respondió, contenta. Ron se levantó, cogió el juego y se dispusieron a jugar
—. ¿No te quitas la insignia ahora?
—Claro que no. La vamos a llevar siempre puesta.
—¿Aunque la gente se ría de ti? —preguntó Hermione.
—Aunque se rían de nosotros —respondió Harry—. Nunca le hemos dado
importancia a las cosas que te importan a ti, Hermione... lo sentimos mucho, de
verdad.
—No pasa nada —dijo ella—. De verdad me habéis hecho feliz hoy...
—Y aún no está todo, ¿verdad, Ron? —dijo Ginny, con una sonrisa.
—Sí, bueno... es posible —respondió Ron, evadiendo el tema—. Mueves tú,
Hermione.
—¿Qué más hay? —preguntó Hermione, mirándolos.
—Nada. Sólo que después me gustaría hablar contigo...
—Ah, vale —dijo Hermione.
Ron y Hermione estuvieron jugando un rato, mientras Ginny y Harry conversaban,
ambos contentos de que al fin se hubiese arreglado todo.
—Bueno, ¿de qué querías hablar? —preguntó Hermione, después de haber
recibido el esperado jaque mate de Ron .
—Bueno... es que...
—Será mejor que lo dejéis para después de cenar —dijo Harry, viendo como se
abría el cuadro para dejar paso a la profesora McGonagall, que venía a buscarlos para
la cena.
—No —dijo Ron con seguridad—. Hablaremos ahora, que no hay nadie.
—¿Ahora? —preguntó Hermione extrañada—. Pero si es hora de cenar y...
—Dobby nos subirá comida —replicó Ron—. Ya se lo dije antes.
—Ah... —doltó Hermione, cada vez mas sorprendida—. Está bien, entonces...
—Bueno, nosotros sí vamos —dijo Ginny, levantándose—. ¡Hasta luego!
Harry también se despidió y le dio unas palmadas de apoyo a su amigo. Hermione
los miraba a todos sin comprender nada.
—¿Qué crees que sucederá? —le preguntó Ginny a Harry un rato después,
mientras comenzaban a cenar.
—Bueno... —comenzó Harry, con la misma sonrisa que había puesto en el baile de
Navidad— Creo que es obvio, ¿verdad?
—¿Tú crees? —preguntó Ginny, con una risita.
—Por supuesto, no había más que verle la cara antes a Hermione...
—Sí, supongo que sí...
Cuando la cena terminó, la profesora McGonagall volvió a acompañarlos a la torre
de Gryffindor. A Harry no se le escapó como la gente se fijaba en su insignia y en la de
Ginny (sin contar las de Neville, Dean, Seamus, Parvati o Lavender), pero no le
importó. Empezaba realmente a creer en el PEDDO, y, al fin y al cabo, era el primero
que había intervenido para liberar a un elfo doméstico... Tal vez Ron fuese mejor
presidente que Hermione.
—¿Dónde se han metido el señor Weasley y la señorita Granger? —preguntó la
profesora mientras subían la escalinata—. Deberían estar aquí, son prefectos.
—Es que Hermione no se encontraba del todo bien, profesora —mintió Ginny—. Y
Ron se ha quedado con ella.
—Ah... comprendo —contestó la profesora McGonagall.
En cuanto llegaron al retrato de la Dama Gorda, Harry y Ginny fueron los primeros
en entrar a la sala común. Ron y Hermione estaban allí, muy juntos, comiendo lo que
Dobby les había traído y riéndose los dos, muy contentos.
—¡Hola! —saludó Hermione con alegría, cuando los vio entrar.
—Hola —dijeron Harry y Ginny, con una sonrisa—. ¿Qué tal?
—Pues muy bien, comiendo, ya ves... —dijo Ron, encogiéndose de hombros y
sonriendo mucho.
—Sí, ya veo —dijo Harry, mirando a su amigo fijamente.
—Bueno, y ¿de qué habéis hablado? —preguntó Ginny.
—Esto... nada importante —contestó Hermione, mientras ella y Ron se ponían
completamente rojos.
—Ya... —dijo Ginny, pero no preguntó nada más.
Ginny y Harry les ayudaron a limpiar todo lo que habían manchado y luego se
quedaron charlando. Parvati y Lavender se les acercaron para intentar sacarles algo,
pero sin conseguirlo, aunque, por la forma en que miraban a Hermione, Harry dedujo
que no se escaparía de un interrogatorio firme en cuanto subieran a su habitación.
Más o menos a las once, volvieron a quedarse los cuatro solos, y un rato después
también Hermione anunció que se iba a la cama.
—Estoy bastante cansada —dijo—. Y mañana tengo mucho trabajo ¡Apenas he
hecho algo hoy!
—Al menos tú y Harry habéis hecho lo de herbología, porque yo ni eso —le
recordó Ron.
—Bueno, no te preocupes, te lo dejaremos mirar un poquito... —ofreció Hermione,
con una sonrisa—. Bueno, me voy a acostar...
Pero no se movió, sino que se quedó allí, como si no supiera hacia dónde ir, hasta
que Ron se levantó.
—Esto... hasta mañana —dijo Ron, poniéndose de nuevo más rojo que su pelo.
—Hasta mañana... —repitió Hermione, poniéndose también colorada.
Entonces, Ron se le acercó, con cierta timidez, y le dio un suave y pequeño beso
en la boca.
—Que descanses... —dijo él, separándose.
Hermione le sonrió, y, sin mirar a Harry ni a Ginny, que los observaban ligeramente
sorprendidos, se fue a su cuarto.
—¡Felicidades, Ron! —exclamó Ginny con alegría, abrazando a su hermano.
—Gracias, Ginny... —musitó Ron, un tanto azorado.
—Tengo mucho sueño y mañana me espera un día duro, pero ya me contarás,
¿eh?. ¡Hasta mañana!
—Hasta mañana —dijeron a la vez Harry y Ron, quedándose solos en la sala
común.
—Bueno, ¿me vas a contar lo que ha pasado o no? —preguntó Harry.
—Bueno, ya has visto... —murmuró Ron, intentando evadirse.
—Ron... soy tu mejor amigo y también el de Hermione, ¿no?
—Esto, sí... Vale, ya te cuento —aceptó Ron, poniéndose un poco nervioso—.
Verás, en cuanto todos salisteis nos sentamos aquí, donde estábamos ahora —
comenzó Ron—, y bueno, me puse algo nervioso y no sabía cómo empezar, así que
estuvimos hablando un poco del PEDDO... pero eso incluso fue peor, porque me
miraba de una forma rara que me puso aún más nervioso. —Hizo una pausa—.
Bueno, luego llegó Dobby con la comida, le di las gracias y volvió a marcharse,
preparamos la mesa y empezamos a cenar. Entonces ella me preguntó que de qué
quería hablarle, y bueno, yo le dije que quería contarle algo.
—Muy bien —dijo Harry con una sonrisa—. Continúa.
—Ella me preguntó qué era, y yo le dije: «¿Recuerdas nuestra conversación en
Hogsmeade, antes de que llegaran los dementores?». Ella asintió. Yo le dije de nuevo
que lo sentía, que no debería haber intentado ir con la chica más guapa, que ni
siquiera debía haber pensado en ello, teniendo en cuenta que no me gustaba nadie y
que ella no tenía pareja...
—Ya. ¿Y?
Ron sonrió, con la mirada perdida en el suelo.
—Me dijo que se había enfadado mucho porque la había hecho sentir mal, porque
ella pensaba, teniendo en cuenta que a mí no me gustaba nadie y que ella era mi
mejor amiga, que yo se lo pediría, y que al decirle eso, se había sentido ofendida.
¡Harry, ella creyó que yo pensaba que no era lo suficientemente guapa como para que
yo quisiera ir con ella, sin importar que fuésemos amigos!
—¿Y no lo pensabas? —inquirió Harry.
—¡No! Bueno... no sé... Es que... ella siempre está ahí, ¿sabes? No sé, me resultó
raro pensar en Hermione, en nuestra amiga Hermione, como... como una chica para
llevar a un baile, no sé... ¿a ti no te resultaría raro?
—Hombre, un poco sí... —respondió Harry, pensativamente—. Y bueno, ¿qué
más?
—Le dije que no era cierto, que ella sí me parecía guapa, que en el baile estaba
genial, y... bueno, que entonces me había dado cuenta, pero no quería admitirlo. Ella
me miró, un poco roja, y me preguntó que qué no quería admitir...
Ron se quedó callado, con la vista de nuevo perdida en la alfombra.
—¿Y qué le dijiste? —quiso saber Harry.
—Le... le dije que ella me gustaba, que al principio no quería creerlo, quería
negarlo, no podía ser, era mi amiga, pero cada vez que ella mencionaba a Krum... y
luego, todo el verano que pasamos en Grimmauld Place me había valido para darme
cuenta de que no podía evitarlo: me gustaba y mucho, quizá desde hacía bastante
tiempo ya.
—¿Qué te respondió ella?
—Simplemente me miró de forma extraña. Yo me asusté un poco, creyendo que
tal vez me gritaría o algo así, ya sabes cómo es a veces Hermione...
—Pero no te gritó.
—No. Me... me besó —dijo Ron, bajando la voz al mismo tiempo que sus orejas
enrojecían.
—¿Cómo?
—Que me besó... fue un beso pequeño, pero... no sé... yo...
Harry se rió.
—¿Qué pasa?
—Que seguro que fue mucho mejor que mi beso con Cho...
—Bueno, no sé... eso sí, Hermione no lloraba.
—Me imagino que no —dijo Harry—. ¿Y qué más?
—¿Más? Bueno... ella me dijo que yo también... que yo también le gustaba desde
hacía tiempo, que también la ponía celosa que yo mirara a Fleur, y que había
esperado bastante tiempo a que yo me diese cuenta...
—Ya —dijo Harry. Ahora que oía esas explicaciones, muchas de las cosas que
había visto, pequeños detalles que casi había ignorado, se juntaban y empezaban a
encajar—. Y bueno, ¿ahora qué?
—¿Como que «ahora qué»? ¿Ahora qué qué?
—Que qué vais a hacer, ahora, si vais a... bueno... estar juntos —las dos últimas
palabras resonaron en su cabeza de forma extraña.
—Eh, pues sí... ¿no? Ella me gusta, yo le gusto... pues ya está. De todas formas,
estamos casi todo el día juntos ya.
Harry sonrió.
—Bueno, pues entonces felicidades, Ron —dijo finalmente, contento por sus dos
amigos. Se levantó y le estrechó la mano, pero Ron, impulsivamente, le abrazó.
—Gracias, Harry... —Luego Ron se separó de él y añadió—: pero esto no va a
cambiar nada entre nosotros ¿vale?
—Bueno, yo espero que sí —replicó Harry, sonriendo—. Supongo que ahora
dejaréis de discutir por tonterías...
—Sí, bueno, eso sí... —afirmó Ron—. Pero yo me refería a que los tres
seguiremos siendo amigos, ¿sabes? Como antes. Que ella sea mi... bueno, que
estemos juntos nunca cambiará eso.
—Ya lo sé. No hace falta que te expliques. —Ron no contestó nada, sólo sonrió—.
Me alegro de que por fin te hayas decidido a decírselo...
Ron se quedó un momento callado y miró a Harry con expresión grave. Harry
volvía a ver en los ojos de su amigo aquel cambio que había notado en Grimmauld
Place, pero más marcado, más maduro.
—He tardado demasiado —dijo Ron—. ¿Sabes?, me engañaba a mí mismo
diciéndome que ella no me gustaba... ¿Cómo podía gustarme mi mejor amiga?, pero,
cuando tras volver del Departamento de Misterios en junio, la señora Pomfrey me curó
del maleficio que me habían echado, y ver a Hermione, que seguía inconsciente, casi
muerta... no te imaginas lo que pensé, lo que sufrí... ¿Y si ella hubiera muerto? Pero
luego se recuperó, y decidí dejarlo pasar, al fin y al cabo, no creía que yo pudiese
gustarle, aunque seamos amigos, siempre nos estamos peleando, ya sabes... así que
lo dejé pasar... Hasta el día del ataque en Hogsmeade. ¡Estuve a punto de perderla
otra vez!
—Pero la salvaste.
—Sí, la salvé, pero... ¿Y si no lo hubiera conseguido? Pensé luego en decírselo en
el baile... —recordó Ron—, pero no sé por qué no lo hice, no me salían las palabras
y... bueno, ahora sé que hace tiempo que se lo tenía que haber dicho.
Harry le sonrió a su amigo y le dio una palmada en la espalda.
—Bueno, ahora ya está, ¿no? Todo solucionado —dijo, sonriéndole—. Y será
mejor que nos vayamos a la cama, es tarde y hoy ha sido un día muy largo.
—Sí, será lo mejor.
Ambos subieron por las escaleras hacia su dormitorio, y se metieron en la cama.
Harry no se durmió enseguida, sino que se quedó un rato pensando. Sus dos
mejores amigos estaban juntos. Él se alegraba por ellos, claro que sí. Sabía desde
hacía mucho que a Ron le gustaba Hermione, y sospechaba que también a ella le
gustaba Ron. Sin embargo, no pudo evitar un pequeño sentimiento de inquietud. ¿De
verdad nada iba a cambiar, como Ron le había dicho? Era obvio que las cosas no
podían ser exactamente iguales que antes, claro, pero ¿cuánto iban a cambiar? ¿Se
sentiría él sobrar cuando estuviesen los tres juntos? Intentó convencerse de que no.
En el fondo, sabía que no. Eran sus mejores amigos, nunca le dejarían solo. Nunca. O
eso esperaba, porque con todo lo que estaba pasando, sin ellos no lo soportaría. No
podría.
Se dio la vuelta y miró hacia Ron, que, por el acompasado sonido de su
respiración, parecía ya dormido. Sonrió. No, ellos nunca le dejarían solo. Se tapó
hasta la barbilla y cerró los ojos. Cinco minutos después, ya estaba dormido.
26

Snape, en Peligro

—Buenos días —les dijo Hermione a Harry y a Ron, cuando bajaron a la sala
común al día siguiente por la mañana—. ¡Vamos a desayunar pronto, o llegaremos
tarde a Defensa Contra las Artes Oscuras!
—Sí, sí, ya vamos... —respondió Ron, bostezando.
Él y Harry cogieron sus mochilas, cuando bajaron Parvati y Lavender, que le
sonrieron a Ron con picardía, antes de salir por el agujero del retrato.
—¿Qué les pasa a éstas? —preguntó Ron, sorprendido.
—Nada, no les hagas caso —dijo Hermione, poniéndose algo colorada.
Bajaron al Gran Comedor, que ya estaba medio lleno, y se sentaron un poco
aparte de los demás. Hermione y Ron no paraban de lanzarse miradas fugaces que
terminaban en sonrisas tímidas. A Harry le hacía un poco de gracia ver a sus amigos
así, aunque por otra parte se le hacía muy raro. Por los cuchicheos y risitas de Parvati
y Lavender, supo que no era el único al que le hacía gracia. Hermione miraba
continuamente a sus compañeras de cuarto, con una expresión entre divertida y
exasperada.
—¿Se lo has contado, no? —le preguntó Ron más tarde, mientras se dirigían a la
clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Sí, se lo dije —respondió Hermione tranquilamente—. ¿Por qué no iba a
hacerlo? No tengo nada de lo que avergonzarme. ¿O sí? —dijo, mirando a Ron y
sonriendo.
—¡Claro que no! —aseguró Ron, tajante.
Al llegar a clase, se sentaron los tres en su sitio habitual, hasta que llegó
Dumbledore, cuya mirada se dirigió rápidamente hacia las insignias que toda la clase
lucía en sus túnicas.
—Bonitas insignias —dijo, sonriendo.
—Gracias, profesor —dijo Harry.
—Tal vez, más tarde, podríais darme una a mí.
—Eh... claro que sí —dijo Hermione, sorprendida pero muy ilusionada con la idea
de que Dumbledore perteneciera al PEDDO.
Más tarde, después de Transformaciones, salieron a los terrenos para ir a la clase
de Cuidado de Criaturas Mágicas. En cuanto salieron del castillo, Ron, tras un
momento de vacilación, agarró la mano de Hermione. Ella le miró, sorprendida, y
sonrió.
Se cruzaron con varios de Slytherin, que les lanzaban miradas de interés, aunque
Harry no sabría decir si se debían a que Ron y Hermione fuesen cogidos de la mano, a
que los tres llevasen una insignia que ponía «P.E.D.D.O.», o a las dos cosas.
—¡Vaya, vaya! —dijo la arrastrada voz de Draco Malfoy a sus espaldas—. ¡Qué
ven mis ojos! ¡Granger y Weasley! ¡El pobretón y la sangre sucia! Desde luego, es
bastante cierto eso de que la mierda atrae a las moscas...
Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson se rieron como bobos.
—¿Qué has dicho, Malfoy? —gritó Ron, encarándose con él y agarrando su varita.
—Vaya... no le gusta que insulte a su novia, ¿eh, Weasley? ¿Qué eres tú, la
mierda, o las moscas?
—Te lo advierto, Malfoy, una palabra más y...
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hagrid, que se había acercado al castillo para
buscarlos, aunque un poco tarde.
—Eh... nada —respondió Malfoy, alejándose con sus amigos.
Hagrid miró hacia Malfoy con el ceño fruncido, y luego observó a los tres amigos.
—Bueno, veo que ya sois otra vez amigos —comentó Hagrid, mirando hacia Ron y
Hermione—. ¿Ya habéis hecho las paces?
—Ya lo creo, y no sabes cómo... —dijo Harry, casi riéndose, mientras Hermione le
daba un pisotón y Ron le lanzaba una mirada fulminante.
Hagrid los miró un momento, sin entender, y luego se volvió.
—Pues mucho mejor así. Vamos, seguidme.
Los tres siguieron a Hagrid, mientras Harry hacía esfuerzos por contener la risa... y
los gritos de dolor por su pie.

De vuelta en la sala común, antes de la hora de comer, Hermione se quedó


mirando el gran manifiesto que colgaba de la pared.
—¿Por qué pusisteis esto aquí? —les preguntó.
—Bueno, es para las generaciones venideras —explicó Ron—. Para formar a los
nuevos alumnos, ya sabes.
—¿Generaciones venideras? —preguntó Hermione arqueando una ceja—. ¿Esto
va a quedar aquí?
—No queda más remedio —dijo Harry—. Porque le pusimos un encantamiento de
presencia permanente.
—¿Qué hicisteis qué? —preguntó Hermione, mirándolos como si estuviesen locos.
—Es necesario tomar medidas radicales, Hermione —explicó Ron—. Tú eras
demasiado blanda con la propaganda —agregó, sonriente.
Hermione meneó la cabeza y sonrió.
—Y no debemos olvidarnos de la insignia de Dumbledore —les recordó Harry—.
¿Cuándo se la daremos? ¿O no vamos a hacerlo?
—¿No hacerlo? ¡Es el director! ¡Nos puede ayudar mucho! —exclamó Ron—. Le
daré una insignia a la hora de la comida...
—¿A la hora de la comida? —preguntó Hermione.
—Claro, ahí le veremos seguro —dijo Ron.
—Ron, le pones más fervor que yo.
—Bueno, Hermione, esta asociación tiene dos años y no se puede decir que
hayamos avanzado mucho, ¿no? Harry es el único que ha conseguido liberar a un elfo
doméstico. Hay que ponerse las pilas.
Hermione miró a Harry, que se encogió de hombros, y sonrió de nuevo.

A la hora de la comida, Hermione bajó el cuaderno del registro, a petición de Ron,


y cogió una insignia. Luego se dirigieron al comedor, donde Ginny les esperaba.
—¡Por fin! —dijo Ginny—. No os vi a la hora del desayuno. —Miró a Ron y
Hermione—. Bueno, ¿qué tal?
—Bien —respondieron los dos a un tiempo.
—Sí, eso ya lo veo. Pero yo quiero que alguien me cuente...
—No puedo —dijo Ron rápidamente—. Tengo trabajo.
Se alejó hacia la mesa de los profesores y se acercó a Dumbledore, con el que
habló un minuto. A Harry le hacía gracia la cara de absoluta perplejidad que ponía la
profesora McGonagall al escuchar lo que ambos decían. También Krum los miraba
con interés. Ferllini, por su parte, ponía caras raras. Un momento después, Ron le
entregó, bajo la mirada de medio comedor, lo que Harry supuso que era la insignia, y
Dumbledore le entregó a Ron algo a cambio. Éste volvió a la mesa de Gryffindor, muy
contento, y un instante después, el profesor Dumbledore lucía una insignia de la
PEDDO en su sombrero.
—¿Qué le has hecho a Ron? —le preguntó Harry a Hermione—. Porque, desde
luego...
—Hecho —dijo Ron, sentándose muy satisfecho—. Y aquí están los dos sickles...
—¿Le has pedido la cuota de afiliación? —exclamó Hermione.
—Bueno, no iba a hacerlo, pero él me preguntó y se lo dije. Ahora sólo falta
apuntar... —Cogió el cuaderno y escribió, debajo del último nombre, «Albus
Dumbledore»—. Listo.
—¿No te habrán poseído Fred y George, verdad? —le preguntó Hermione.
—Hum... —Ron se quedó pensativo, mirando al techo, antes de contestar— creo
que no. Pero bueno, ya sabes, algo siempre se pega.
Harry, Hermione y Ginny se rieron.

Por la tarde, decidieron ir a hacerle una vista a Hagrid, ya que no tenían clase.
Ginny les preguntó si podía ir con ellos, y Harry le pidió por favor que lo hiciera.
—Sí, mejor vente, porque éstos irán cogidos de la mano y yo iré mirando a las
nubes.
Ron y Hermione se ruborizaron ligeramente, pero no dijeron nada.
Así pues, a las tres y media salieron del castillo. Hermione y Ron, como Harry
había dicho, iban cogidos de la mano.
—Parece que se acerca la primavera, ¿eh? —sijo Draco Malfoy con sorna, que se
dirigía al castillo, seguido de sus eternos guardaespaldas—. Primero el pobretón y la
sangre sucia, y ahora también la pobretona y el cabeza rajada.
Crabbe y Goyle, como siempre, soltaron una risotada estúpida.
—¿Te vuelves más imbécil por momentos? —preguntó Harry, que ya estaba harto
de encontrarse con Malfoy—. Creo haberte dicho ya que no aguantaría más
estupideces por tu parte. —Echó mano a la varita—. Si vuelves a decir otra palabra...
—Sí, mejor vámonos —dijo Malfoy con malicia—. Parece ser que ha llegado el
tiempo de celo en la familia Weasley, y no querríamos...
—¡Serás...! —gritó Ron, sacando su varita y apuntándole a Malfoy.
Le iba a lanzar un hechizo cuando Hermione lo contuvo.
—Tranquilízate, Ron. No le hagas caso. Lo que le pasa es que tiene envidia,
porque ni esa estúpida de Parkinson se fija en él.
Malfoy enrojeció de ira ante el comentario de Hermione.
—¿Cómo te atreves, asquerosa sang...?
—¡Silencius! —gritó Harry, y Malfoy siguió moviendo la boca, pero sin hablar—.
Vámonos antes de que me arrepienta de dejarlo sólo con esto...
—¿Cuántas veces le hemos echado ya a Malfoy un encantamiento silenciador este
curso? —le preguntó Ron, mientras se alejaban del castillo, donde Crabbe y Goyle
intentaban deshacer el hechizo de Harry.
—Esta es la tercera —declaró Harry.
Ginny y Hermione se rieron.
Llamaron a la cabaña de Hagrid, quien los invitó a pasar. Estaba solo.
—¡Hola chicos! —saludó, contento de verlos—. Pasad adentro. ¿Os apetece un té,
verdad?
—Sí, claro —dijo Ginny—. Hay que celebrarlo.
—¿Celebrar el qué?
—Que Ron y Hermione ya son pareja y...
—¡¡Ginny!! —exclamaron los dos a la vez.
—¿Es eso cierto? —preguntó Hagrid, mirando hacia los dos y sonriendo
abiertamente.
—Bueno... sí —admitió Hermione, poniéndose muy colorada.
—¡Me alegro de escuchar una buena noticia, en medio de tantas desgracias! —dijo
Hagrid muy contento—. Si lo hubiera sabido, habría preparado un pastel o una tarta.
Harry, Ron y Hermione se miraron, aliviados. Menos mal que no lo había sabido,
entonces.
Estuvieron en la cabaña de Hagrid hasta las cuatro y media, cuando salieron para
dirigirse de nuevo al castillo.
—Esto... Harry, Ginny… —comenzó a decir Hermione, un poco nerviosa y con las
mejillas sonrosadas— ¿os importa si Ron y yo damos un pequeño paseo por el lago?
—No —respondieron ambos.
—¿Un paseo? —preguntó Ron, mirándola detenidamente—. ¿Tú... y yo? ¿Solos?
—Pues claro, tonto... bueno, sólo si quieres, claro... —dijo Hermione,
ruborizándose algo más.
—Sí, vale —respondió Ron, mientras sus orejas enrojecían.
—Subimos en veinte minutos —dijo Hermione—. Tenemos que empezar a hacer
los deberes, tenemos un montón de trabajo para este fin de semana.
—¡Hermione, no me hables de deberes o me pondré histérica! —chilló Ginny.
—Vale, vale... bueno, hasta luego —se despidió Hermione, mientras se alejaba
hacia el lago, acompañada por Ron.
Harry y Ginny volvieron a la sala común. Ginny se puso a trabajar con hechizos
desvanecedores, que aún no lograba dominar del todo bien. Harry decidió ponerse a
hacer sus deberes también, y se acercó a la mesa de Ginny.
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó.
—Claro —contestó Ginny.
Harry se puso a hacer sus deberes de Transformaciones, y de vez en cuando le
echaba un cable a Ginny con el hechizo desvanecedor. Ron y Hermione entraron por
el agujero del retrato a las cinco y media.
—¿Veinte minutos? —preguntó Ginny, mirándolos.
—¿Querías alguna cosa? —soltó Ron.
—No...
—¿Entonces qué mas te da? —espetó Ron, poniéndose colorado.
—Bueno, venga, vamos a trabajar. Empezaremos por lo de Transformaciones, ya
que Harry está con ello... —dijo Hermione inmediatamente.
Se pasaron toda la tarde, hasta la hora de la cena, haciendo deberes.

—Bueno, después de cenar haremos ese trabajo para el profesor Snape y


podremos dejar lo demás para mañana —planeó Hermione, mientras entraban en el
Gran Comedor y se sentaban en la mesa.
—¿Lo de Pociones? ¿Ahora? —se quejó Ron—. Pero Hermione, ese trabajo es
horrible...
—Por eso mismo, cuanto antes lo terminemos, más aliviados nos sentiremos...
Ron no respondió, aunque ciertamente, la perspectiva de un trabajo de Pociones
después de la cena no era algo que pareciera aliviarle.
—Vamos, Harry —le animó Ron—. Di que no quieres hacerlo ahora, seremos dos
contra una...
—No hay votación que... —comenzó a decir Hermione, pero una voz la
interrumpió.
—«Herrmione», ¿es «cierrto»? —preguntó de pronto una voz a espaldas de ella.
—¿Eh? —dijo la chica, volviéndose—. ¡Ah! Hola, Víktor —saludó Hermione—.
¿Qué me decías? ¿Si es cierto el qué?
—Que «erres» novia de él —dijo el búlgaro, señalando a Ron.
—¡Ah! Eso... —dijo ella, poniéndose colorada y sintiéndose un tanto incómoda—.
Bueno, sí, es cierto... —declaró.
El rostro de Krum se ensombreció, aunque a Harry le pareció que la respuesta de
Hermione no le extrañaba nada, sino que más bien le confirmaba algo que él ya sabía
que sucedería.
—Vaya... bueno, «enhorrabuena», entonces... —dijo Krum—. Lo has conseguido.
Ron frunció el entrecejo ante el comentario del búlgaro.
—Esto... sí... —murmuró Hermione, poniéndose como un tomate y hablando casi
con el cuello de su camisa.
—«Esperro» que seas feliz, de «verrdad» —dijo él, y parecía sincero—. También
venía a «despedirrme» —continuó—. Mañana «porr» la «tarrde» nos «marrchamos».
—¿Ya os vais? —preguntó Harry—. Creí que os quedaríais aquí...
—No. «Ahorra» que el «Torrneo» ha finalizado, aunque sea sin «ganadorr»,
debemos «volverr».
—Ah... no lo sabía —declaró Hermione—. Pero no tienes que despedirte ahora...
nos veremos mañana ¿no?
Krum se encogió de hombros.
—Bueno, vuelvo a la mesa. Hasta mañana —dijo, despidiéndose—. Cuídala —
agregó, mirando hacia Ron, que asintió.
—Como corren las noticias por este castillo... —comentó Ron, mirando a Krum.
Luego se volvió hacia Hermione, observándola con mirada suspicaz—. ¿Por qué dijo
eso de «lo has conseguido»? —le preguntó.
Hermione miró a Ron fijamente, con expresión seria, y luego bajó la mirada hacia
su plato, concentrándose en su comida.
—Bueno... digamos que en algunas cartas que le mandaba... le hablaba un poco
de ti... —esto último lo dijo en voz tan baja que apenas si pudieron oírla Ron, Harry y
Ginny.
La expresión de Ron estaba entre la sorpresa y la incredulidad.
—¿Le hablabas de mí?
—Bueno, de todos en general —explicó Hermione—. Pero sí, le hablaba de ti... y él
se dio cuenta de que... bueno, de que me gustabas más que como mi mejor amigo...
Harry sonrió ligeramente. Sus dos amigos le miraron, interrogantes.
—Y él preocupándose por si yo tenía algo contigo, o si me gustabas, cuando su
rival estaba a mi lado.
Hermione esbozó una sonrisa.
—Al parecer, el único que no se dio cuenta fui yo —dijo Ron.
—Bueno, no te extrañes, no eres muy despierto para esas cosas —dijo Hermione.
Ron la miró con expresión de ligero enfado—. O al menos, no lo eras —se apresuró a
añadir, ante la mirada de su novio.
Siguieron comiendo, y, tras un rato, Harry miró hacia el capitán de Castelfidalio
—¡Eh, Anton! —preguntó Harry. Anton le miró—. ¿Vosotros también os vais
mañana?
—Sí —respondió él—. Tenemos que volver al colegio, no nos llega sólo con lo que
estudiamos por nosotros mismos, aunque la directora nos dé clases.
—Los de Beauxbatons también se van mañana —les comunicó Neville, que
parecía algo triste ante la noticia.
—Bueno, es lógico —Dijo Hermione—. Aquí, realmente, ya no pintan nada, y con
lo que está pasando últimamente supongo que querrán irse...
—Pero tú tranquilo, Neville —dijo Ron con una sonrisa—. Si quieres, ya le diremos
a Fleur que se traiga a su hermana en las vacaciones...
Neville se ruborizó y sonrió ligeramente.

Una vez estuvieron de vuelta en la sala común, se pusieron a hacer el trabajo de


Pociones, que, como todos los de esa asignatura, para Harry y Ron resultó ser un
asco.
No lo terminaron hasta las once, cuando en la sala común ya sólo quedaban tres o
cuatro personas. Los tres estuvieron un rato charlando, y luego Harry dijo que se iba a
la cama.
—¿Vienes? —le preguntó a Ron, con una ligera sonrisa, sabiendo de antemano la
respuesta.
—Dentro de un rato —contestó él, sonriéndole con un ligero nerviosismo.
—Vale, hasta mañana, tortolitos —se burló, y se dirigió a la escalera, esquivando
un cojín que le lanzó Ron.
Entró en la habitación y se tumbó sobre la cama, sin ponerse el pijama siquiera.
Tal vez podía esperar a Ron (si no tardaba demasiado), y charlar un rato con él... y
pensando en esto, se quedó dormido, atacado por una repentina somnolencia...

Estaba en otro lugar, en una habitación que ya había visto con anterioridad. Un
hombre estaba que le resultaba familiar estaba agachado enfrente de él, vestido con
una túnica y una capucha, y parecía asustado.
—¿Cómo te has atrevido a hacerlo, sucio traidor? —decía Harry, con una voz fría y
cruel—. ¿Cómo has podido pensar siquiera por un instante que no te descubriría?
—Señor... señor... —murmuraba el hombre encogido, sin mostrar la cara, que
mantenía oculta bajo una capucha.
—¡No pongas excusas! Has traicionado a Lord Voldemort, Severus. Y eso tiene un
precio… un precio muy alto.
Snape levantó la cabeza y miró hacia él. El miedo estaba dibujado en su rostro. Un
miedo como nunca había visto en aquella cara. Se regocijó al notarlo, a pesar de lo
increíblemente furioso que estaba. De hecho, hacía muchísimo tiempo que no estaba
tan furioso. El que creía que era su espía en Hogwarts, era un traidor...
—Debí haberte matado la noche en que volviste, alegando no poder haber venido
a mí antes, debido a Dumbledore. Sin embargo, nunca confié del todo en ti, Severus.
He tomado mis precauciones, y ahora veo que hice bien. ¿Sabes cuál es el castigo a
los traidores, Snape?
—Señor... de verdad... no entiendo... —balbuceó Snape.
—¿No entiendes? Creo que esta misiva que recibí hace una semana de mi otro
agente, un agente en el que confío mucho más que en ti, está muy clara, ¿no crees?
—preguntó Harry, que era, como notó enseguida, Voldemort—. Bueno, volvamos a
donde estábamos... ¿Conoces el castigo, Severus?
—Señor...
—¡¿Lo conoces?! —empezaba a perder la paciencia.
—Sí...
—Bien. Entonces prepárate.
Levantó la varita y gritó «¡Crucio!». Snape se retorcía en el suelo, debido a los
horribles dolores que sentía. La tortura duró al menos dos minutos. La cicatriz le dolía
con mucha fuerza.
—¿Duele, verdad? Sí, sé que duele... pero no te preocupes, esto no es nada, aún
queda mucho dolor por delante, te lo aseguro...
Otros mortífagos se movieron, quedando a la vista de Harry. Eran Macnair, Jugson
y Avery. Se reían al ver a Snape, que gemía. Harry jamás se habría imaginado ver así
a su profesor de Pociones.
—¿Otra pequeña ración, Severus? —siseó, volviendo a lanzar la maldición contra
Snape, que de nuevo se retorció en el suelo, gritando. Después de un rato, volvió a
detenerse. Los gritos de Snape cesaron y se convirtieron en gemidos de dolor.
—¿Cómo has podido pensar que no te descubriría? —dijo Voldemort,
tranquilamente, con ira contenida—. ¿Te crees más listo que el Señor Tenebroso? Tal
vez pensabas que Dumbledore te protegería... ¿Dónde está ahora Dumbledore?
Llámalo, a ver si viene... —Voldemort se rió, y los mortífagos también lo hicieron.
De pronto, Snape dejó de gemir y se encogió. Antes de que nadie tuviera
tiempo de hacer nada, sacó la varita y lanzó un hechizo aturdidor contra Voldemort.
Esto le cogió de sorpresa, pero con un gesto de la varita el hechizo se desvió y golpeó
en una de las paredes. Sin embargo, eso le había dado tiempo a Snape, que miró a
Voldemort con miedo por última vez, y, con esfuerzo, desapareció.
—¡¡NO!! —gritó Voldemort, lleno de ira; la cicatriz le estaba quemando
enormemente—. ¡¡Id a por él!! —les gritó a los mortífagos—. ¡¡Traedlo de vuelta, vivo
o muerto!!
—Señor... amo —murmuró Avery, temblando—. ¿Cómo sabremos dónde...?
—¿Eres estúpido? —escupió Harry—. ¡Ha ido a Hogwarts! ¡Buscadle fuera de los
terrenos, donde pueda aparecerse! ¡YA!
—Sí, amo —asintieron los tres mortífagos, y desaparecieron.
Harry soltó un rugido de furia y decepción, y la cicatriz pareció partírsele en dos.

Se despertó temblando, bañado en sudor; la cicatriz le ardía y no sabía bien dónde


estaba ni qué había pasado. Se quedó quieto un segundo, palpándose la cicatriz, y
luego lo recordó todo. ¡Snape estaba en peligro! ¡Voldemort le había descubierto! Pero
había conseguido huir, aunque estaba herido y débil...
Se levantó de un salto. Aún estaba vestido, tal como se había acostado. Se acercó
a la cama de Ron, pero estaba vacía. Entonces recordó que se había quedado en la
sala común, con Hermione. Seguramente aún estarían allí. Sólo había pasado media
hora desde que se había acostado. Bajó las escaleras a toda prisa, y, efectivamente,
allí estaban los dos, sentados junto a la chimenea, y en ese momento estaban
besándose como si no hubiera en el mundo nada más que ellos dos.
—¡¡Ron!! ¡¡Hermione!! —gritó, entrando en la sala común como una tromba.
Ron y Hermione se separaron instantáneamente, dando un brinco.
—¡Harry! ¿Qué te pasa? ¿Por qué das esas voces? —preguntó Hermione, que
estaba completamente roja por el hecho de que su amigo los hubiese visto a ella y a
Ron en ese momento.
—¡Es Snape, está en peligro!
—¿Qué?
—¡Snape! ¡Voldemort descubrió que trabaja para la Orden! ¡Lo estaba torturando,
pero él consiguió huir, aunque está herido! ¡Macnair, Jugson y Avery van tras él!
—Harry, ¿qué dices? —preguntó Ron, confundido—. ¿Has tenido otro sueño de
esos?
—Sí... bueno, como los del año pasado. ¡TENEMOS QUE DARNOS PRISA!
—De acuerdo, Harry, pero tranquilízate ¿vale? —dijo Hermione suavemente,
aunque parecía muy asustada—. Debemos contárselo a Dumbledore...
—¡No hay tiempo! ¡Van a encontrarlo!
—Pero Harry, ¿qué vamos a hacer nosotros? ¡No sabemos dónde está! —dijo
Hermione, intentando hacer razonar a Harry.
—¿Y si fuera una trampa? —sugirió Ron.
Harry se lo pensó un momento... y la respuesta emergió rápidamente en su
cabeza: no. No era una trampa. Lo que había visto había sucedido y sabía que era
verdad. Lo sabía totalmente. No sólo es que lo hubiese visto, también sentía que era
cierto...
—¡No es una trampa! No sé cómo lo sé... ¡pero lo sé! —exclamó—. En cuanto a
dónde está... —Entonces recordó las palabras de Voldemort: «ha ido a Hogwarts». Se
concentró, dando vueltas por la sala, pensando... ¿Qué podían hacer?.
Está en el bosque prohibido.
Se quedó quieto. ¿De dónde había salido aquella idea? No lo sabía, pero sí sabía
otra cosa: también era cierta. Snape estaba en el bosque prohibido. ¿Cómo
podrían...?
—¡El mapa del merodeador! —exclamó.
Subió corriendo a la habitación, dejando a Ron y Hermione, que le miraban sin
comprender nada. Abrió el baúl, cogió el mapa y bajó corriendo a la sala. Empezó a
buscar...
—¡¡Aquí está!! —gritó. Se lo mostró a Ron y Hermione.
Casi en los límites del mapa, un punto con la inscripción «Severus Snape» se
movía lentamente, en el bosque. Otros tres puntos que indicaban la posición de Avery,
Jugson y Macnair se movían cerca, demasiado cerca.
—¡Dios mío! —chilló Hermione, asustada—. ¿Qué vamos a hacer?
—Ir a por él, mientras alguien avisa a Dumbledore.
—¿Pero cómo llegamos allí? —preguntó Ron.
Harry se fijó en la ventana, que daba al bosque.
—Con las escobas. ¡Vamos! —gritó.
Harry y Ron subieron al cuarto, cogieron sus capas, las varitas y las escobas, y
regresaron a la sala común.
—¡Hermione, tú ve a avisar a Dumbledore!, ¿de acuerdo? —dijo Harry, mientras
abría la ventana.
—¡No! ¡Yo voy con vosotros!
—No, Hermione, sólo tenemos dos escobas y es muy peligroso, alguien debe
avisar a Dumble... —dijo Ron, siendo interrumpido por un ruido en las escaleras
—¿Qué pasa? —preguntó Neville, entrando en la sala común—. He oído gritos y
ruido...
—¡Neville! —exclamó Hermione, muy alegre de la presencia del chico—. ¡Ve a
avisar a Dumbledore, dile que el profesor Snape está en el bosque, que está herido, y
que tres mortífagos le persiguen!
—¿Qué...? —preguntó Neville, aturdido—. ¿Cómo...?
—¡No preguntes, hazlo! —le ordenó Hermione—. Nosotros vamos a intentar
ayudarle.
—Es... está bien —dijo Neville, sin entender, pero obedeciendo a Hermione.
Salió por el agujero del retrato. Hermione se volvió hacia Ron.
—Tú me llevarás, Ron.
—No, Hermione, es muy peligroso y...
—Sí tú vas, yo también. ¡Soy mejor bruja que tú! —chilló Hermione, enfadándose.
—Está bien —cedió Ron—. Monta.
—¡Daos prisa! Se acercan a él —dijo Harry, observando el mapa.
En cuanto Hermione hubo subido y se agarró a Ron, salieron por la ventana,
volando en medio de la fría noche hacia el Bosque Prohibido. El frío viento de enero
les cortaba la cara.
—¡Lumos! —dijo Harry, para encender su varita y ver el mapa.
—Sujétate bien, Hermione —dijo Ron.
—Tranquilo, no me caeré —contestó la chica.
Sobrevolaron las copas de los árboles y se adentraron en el bosque.
—¡Aquí! —les susurró Harry, descendiendo lentamente.
Ron le siguió y pronto estuvieron bajo los árboles. Harry bajó de la escoba,
seguido por Ron y Hermione, que también encendieron sus varitas.
—¡Tenemos que darnos prisa! —dijo Harry.
Nerviosos y asustados, dejaron las escobas junto a un árbol y empezaron a buscar
a su alrededor, esperando encontrar a Snape antes de que llegaran los mortífagos.
—¡Aquí! —gritó Ron, señalando un bulto que se agachaba junto a un árbol.
—¡Profesor Snape! —dijo Harry, bajando la voz—. ¡Somos nosotros! ¡Vamos a
sacarle de aquí!
—¿Potter...? —preguntó Snape, con voz débil. Estaba pálido, y parecía a punto de
desmayarse.
—Sí, tranquilícese, todo saldrá bien —dijo, ayudando a Snape a levantarse—. Nos
iremos de aquí en escobas...
—¡Eh! —gritó alguien, y un rayo de luz los iluminó—. ¡Está aquí! ¡Está con Potter!
—¿Potter? —preguntó otra voz algo más lejana que la primera—. ¡Que no
escapen!
—¡Desmaius! —gritó el primer mortífago.
Harry se agachó, y el rayo dio en un árbol cercano.
—¡Tenemos que irnos! —gritó.
—¡Harry, las escobas están allí! —chilló Hermione, señalando el lugar donde
estaba el mortífago.
—¡Pues corramos!
Harry intentó arrastrar a Snape, que estaba débil y apenas caminaba. Ron y
Hermione lanzaron varios hechizos aturdidores hacia donde estaba el mortífago, que
recibió un impacto.
—¡Le he dado! —exclamó Hermione, siguiendo a Harry.
—¡Pero no tardarán en volver! —apuntó Harry—. Y no puedo llevarle yo solo...
¿Adónde vamos?
—¡Mobilicorpus! —dijo Hermione, apuntando a Snape—. Ahora será más fácil.
Sin esperar a que los mortífagos volvieran a perseguirlos, se adentraron en el
bosque.
—¿No vamos en dirección contraria al castillo? —preguntó Hermione, mirando
hacia atrás de vez en cuando, donde se oían ruidos y pisadas, aunque aún lejanos.
—¡Estamos muy metidos en el bosque! Jamás llegaremos a los terrenos antes de
que nos atrapen —señaló Harry, jadeando .
—¿Entonces?
—Sólo hay una solución —dijo Ron, cuya voz temblaba y denotaba pánico—.
Estamos cerca de la guarida de Aragog.
—¿La guarida de Aragog? —exclamó Hermione, más asustada aún—. ¿Estás
loco?
—Me gusta mucho menos la idea a mí que a ti —aseguró Ron—. Pero nos
prometió que no nos harían daño, y quizás nos ayude...
—Es lo único que tenemos —sentenció Harry—. ¡Vamos!
Así pues, avanzaron, saltando ramas y esquivando árboles, procurando huir de los
mortífagos, que cada vez se oían más cerca, dirigiéndose hacia la hondonada de las
arañas.
—¿Seguro que vamos bien? —preguntó Hermione.
—¡Sí! —respondió Ron—. No podría olvidar este camino en mi vida.
Llevar a Snape les retrasaba mucho, y los mortífagos debían estar cada vez más
cerca. No faltaba demasiado para llegar, cuando Harry tropezó y cayó.
—¡Harry! —gritó Ron, deteniéndose a ayudarlo.
—¡Corred! —les ordenó Harry, incorporándose, mientras las luces de las varitas de
los mortífagos se acercaban. ¡Intentaré detenerlos, o al menos retrasarlos!
—¡Harry, no! —suplicó Hermione.
—¡Confiad en mí!
Se oyeron varios gritos de «¡Desmaius!» , y varios rayos rojos pasaron sobre sus
cabezas. Harry se volvió hacia el lugar desde donde se acercaban los mortífagos.
—¡Ahora veréis! —gritó, con rabia. Dirigió su varita hacia la zona de la que venían
y exclamó—: ¡Deflagratio!
Un pequeño punto de luz, pero muy brillante, se desprendió de la varita de Harry y
se dirigió al lugar de donde procedían las voces de los mortífagos. Solamente oyó un
grito de «¡Cuidado!» antes de producirse la explosión, que hizo estallar y arder varios
árboles. Harry alcanzó a oír varios gritos y lamentos, antes de darse la vuelta y correr
tras sus amigos, a los que alcanzó un momento después.
—¿Qué hiciste? —le preguntó Ron—. ¿Un hechizo explosivo?
—Sí —respondió Harry—. Eso los detendrá un tiempo.
—¡Bien hecho! —lo felicitó Hermione.
Cinco minutos después, empezó a notarse la claridad de la luna, señal de que
estaban llengando a la hondonada. Instantes después, sintieron cómo las gigantescas
arañas descendían, rodeándolos.
—¡Somos nosotros! —gritó Ron, intentando contener su miedo—. ¡Somos los
amigos de Hagrid!
—¿Qué hacéis aquí? —dijo una horrible voz, que sin embargo no era la de
Aragog.
—Necesitamos ayuda —dijo Harry.
—¿Ayuda?
—¡Aragog nos prometió ayuda! —dijo Harry, intentando tranquilizar su voz. Sabía
lo que tenía que decir, lo sabía desde que habían decidido ir hacia ese lugar, pero aún
así, la idea le provocó un nudo en el estómago. Intentó evitar no pensar en lo que iba a
hacer, diciéndose a sí mismo que era necesario, que los mortífagos se lo merecían,
pero, aún así, le resultaba horrible—. Si nos ayudáis, podréis... podréis comeros a los
tres que nos persiguen —dijo, intentando sonar seguro.
Hermione profirió un quejido al oír aquello.
—¿Tres humanos? —preguntó la araña.
—Sí —respondió Harry, rotundo.
—¡Ahí están! —gritó la voz de Macnair tras ellos—. ¡Cojámoslos!
Harry, Ron y Hermione se volvieron, mientras varios haces de luz roja y verde
surcaban el bosque. El asesino rayo de luz verde golpeó en una de las arañas, que
cayó en el acto, doblando las patas. El resto de arañas empezó a chascar sus pinzas
con furia.
—¿Qué es eso? —chilló otro de los mortífagos, mientras aparecían en la
hondonada.
No tuvo tiempo de decir más. Las arañas cayeron sobre ellos, y empezaron a
retroceder, intentando defenderse con hechizos. Hermione torció la cabeza para no
verlo.
—¡Debemos aprovechar para irnos! —dijo Harry, que tampoco quería pensar en lo
que iba a suceder—. ¡Venga!
Volvieron a los árboles, esquivando a las arañas que iba en pos de los tres
mortífagos, dejándolos a ellos en paz. Se dirigieron esta vez a los terrenos del castillo,
pasando a veinte metros de donde sus perseguidores se defendían de las arañas.
Antes de empezar la carrera, Harry vio con horror como una gigantesca araña caía
desde un árbol sobre Avery, clavándole sus pinzas y desgarrándole la carne. Volvió la
vista, espantado, y siguió a sus amigos.
—¡Dios mío, Jugson! —gritó Macnair, aterrorizado—. ¡Tenemos que salir de aquí!
Harry no pudo evitar pensar que resultaba irónico que el hombre que había
trabajado matando criaturas peligrosas para el Ministerio de Magia fuese
probablemente a morir precisamente a causa de criaturas que seguramente el
Ministerio habría considerado merecedoras de su hacha.
Un destello iluminó el bosque y se oyeron chillidos de las arañas, feroces.
—¡Huyen! —gritó la voz de Jugson—. ¡Vamos a por ellos!
—¿Y Avery?
—¡Está muerto! ¡Corre antes de que esos monstruos vuelvan!
—¡CORRED! —gritó Harry con todas sus fuerzas.
Pero los mortífagos iban más rápido, aunque, detrás de ellos, las arañas se les
acercaban. Avanzaban a toda la velocidad que podían, sintiendo detrás la carrera de
sus enemigos.
Los pasos se acercaban, y, de pronto, una voz surgió tras ellos.
—¡Deteneos! ¡Avada kedavra!
Un rayo verde surgió de sus espaldas y se dirigió hacia ellos, directo a Hermione.
—¡¡Apártate!! —gritó Harry, dándole un empujón.
Todo sucedió en un instante. Hermione esquivó la mayor parte de la maldición,
pero el rayo rozó débilmente contra su cabeza, produciendo un ligero chasquido, antes
de chocar contra un árbol y prenderle fuego. La chica abrió mucho los ojos, y, al
instante, se desplomó. Al mismo tiempo que Harry y Ron gritaban «¡HERMIONE!»,
Jugson profirió un chillido de satisfacción; un instante después, las arañas cayeron
sobre ellos. Macnair fue rápido y se desapareció. Jugson no tuvo tanta suerte: las
arañas le rodearon. Gritó de dolor durante unos segundos y luego se calló. Instantes
después, los gigantescos arácnidos se llevaron su cuerpo a la hondonada.
Snape había caído al suelo al deshacerse el hechizo de Hermione, que estaba en
el suelo, sin dar señales de vida. Harry y Ron se arrodillaron a su lado, muy asustados,
pero sin querer pensar en lo que había pasado.
—¡¡Hermione!! ¡¡HERMIONE!! —gritaba Ron, desesperado.
Harry tocó lentamente el cuerpo de su amiga, sintiendo que su corazón se partía y
su alma se helaba con cada comprobación que hacía; no tenía pulso; no respiraba; y
su piel se estaba quedando fría.
—¡¡Tenemos que llevarla a la enfermería, Harry!!
—Ron, amigo... —dijo Harry, mientras las lágrimas empezaban a correr por su
cara. Agarró a Ron por los hombros, que había empezado a sacudir el cuerpo de
Hermione con fuerza—. No podemos hacer nada, está...
—¡¡NO!! ¡¡NO DIGAS ESO!! ¡¡NO PIENSO PERDERLA AHORA!! ¡¿ENTIENDES?!
—estalló—. ¡¡HERMIONE, NO PUEDES DEJARME AHORA!! —Ron hundió su cabeza
en el pecho de su amiga, llorando desconsoladamente—. ¡¿Por qué tuviste que venir?!
¡Tenía un mal presentimiento! ¡Sabía que algo malo iba a ocurrir! ¡¡HARRY!! —Ron
miró hacia él, y en sus ojos había súplica—. Dime que no es cierto, dime que está
viva... —Harry apartó la vista de su amigo, y él volvió a sumirse en sollozos—. Harry...
¿QUÉ VAMOS A HACER SIN HERMIONE? ¿QUÉ VOY A HACER AHORA SIN
ELLA?
Harry se levantó, hundido. No podía ser, aquello era una pesadilla... primero a sus
padres, después a Sirius, y ahora a Hermione... ¿Cómo iban a explicárselo a sus
padres? ¿Qué iban a decirles?. Dejando que las lágrimas cayesen por su cara con
total libertad, levantó la varita y lanzó chispas al aire. Quizás Dumbledore ya les
estaría buscando, si Neville le había avisado.
Esperaron un rato. Ron había dejado de llorar y seguía abrazando el cuerpo sin
vida de Hermione. Parecía ido. Snape seguía sin sentido. Snape... habían ido a
rescatarlo, y eso les había costado la vida de su mejor amiga... Sabía que él no tenía
la culpa de nada, que no les había mandado ir, que no los había obligado a llevar a
Hermione, pero aun así le odió. Le odió, porque eso era más fácil que reconocer que
por su precipitación habían matado a Hermione... de nuevo se había precipitado, de
nuevo había arrastrado a sus amigos a una aventura sin sentido, y le había costado la
vida a su mejor amiga. Se sintió el ser más miserable de la tierra... había hecho que
mataran a dos mortífagos, y se había horrorizado de ello... pero ahora eso no le
parecía horrible... es más: deseó ser él el que hubiese matado a Jugson con sus
propias manos.
Se sentó en el suelo, escondiendo el rostro entre sus rodillas, mientras lloraba
amargamente, hasta que poco después oyeron pasos en el bosque: Dumbledore y
Hagrid se acercaban a ellos, corriendo.
—¡Harry! —exclamó Dumbledore cuando llegó junto a ellos, muy preocupado—.
Neville me avisó, y vimos las chispas... ¿qué ha pasado? —preguntó, antes de fijarse
en la escena—. Severus... señorita Granger... ¿Qué ha pasado, Harry?
Harry negó con la cabeza, incapaz de hablar. Ron parecía no haberse dado cuenta
de que había alguien allí. Hagrid se fijó en Hermione y en Ron y comprendió.
—No... ¡NO!
—Hagrid, coge a Severus —le dijo Dumbledore, intentando que su voz sonara
tranquila. Luego hizo aparecer una camilla y puso en ella a Hermione, mientras Harry
agarraba a Ron, que volvía a sollozar—. Harry... ¿no estará...?
Harry asintió, volviendo a llorar, mientras Ron se apoyaba contra él.
—Le lanzaron un Avada Kedavra... Le rozó la cabeza...
—¿Un Avada Kedavra? —Dumbledore cerró los ojos y bajó la cabeza. Examinó a
Hermione un momento, y una lágrima resbaló por su mejilla, perdiéndose en su barba.
Aquella lágrima pareció ser el fin de todas las esperanzas de Ron, que se derrumbó a
los pies de Harry.
—¡NO! Ella no... ¿Por qué ella, Harry? ¿Por qué no pudo darme a mí...?
—Vamos, amigo, tienes que levantarte —le dijo Harry, llorando también, mientras
Dumbledore, suavemente, cubría el cuerpo de Hermione con una sábana. Agradeció
no tener que ver a su amiga en ese estado.
Hagrid miraba la escena, sujetando a Snape, con ojos llorosos. Harry levantó a
Ron con esfuerzo y, sin decir nada más, emprendieron el regreso al castillo, con paso
lento y triste.
En los tiempos que siguieron, Harry nunca pudo recordar bien cómo había sido
aquel penoso viaje de regreso al castillo a través del bosque, con Ron apoyándose en
su hombro, casi sin poder caminar, murmurando una y otra vez el nombre de
Hermione. Por su cabeza no dejaban de pasar una y otra vez imágenes de su amiga
desde el día que se habían conocido en el tren de Hogwarts, hacía más de cinco años.
No era capaz de mirar su cuerpo inmóvil y tapado sobre la camilla que Dumbledore
llevaba con su varita. Hagrid, que llevaba a Snape sobre sus hombros, tampoco dijo
nada en todo el viaje, y las lágrimas se derramaban también por su rostro.
Finalmente, la lúgubre y triste comitiva salió del bosque. Harry vio el castillo,
iluminado... el castillo donde tantas aventuras habían compartido con Hermione, los
tres mayores amigos que Hogwarts había visto en los últimos años, ahora reducidos a
dos. Perder a Sirius había sido terrible, sin duda, pero, al fin y al cabo, sólo hacía dos
años que le conocía, y tampoco se habían visto tanto... Pero a Hermione, perder a
Hermione era más que perder una amiga o una hermana, era perder parte de lo que él
y Ron eran.
Lentamente entraron en el vestíbulo del castillo, donde se encontraban a la
profesora McGonagall, Moody, Lupin y Kingsley.
—¡Albus! —gritó la profesora McGonagall al verlos—. ¿Cómo está? —preguntó,
mirando a Snape.
—Se recuperará.
Pero la profesora no le escuchó, porque había visto la camilla y el aspecto
desolado de Harry y Ron.
—¡Dios mío! —exclamó, horrorizada—. Albus, ¿no...? ¿No será la... la señorita
Granger? —preguntó, con voz temblorosa.
—Sí, es ella —respondió Dumbledore.
—¿No estará...?
—Temo que sí.
Lupin tuvo que sostener a la profesora McGonagall. Miró a Ron y Harry, pero Harry
no era capaz de hablar, casi ni veía por donde iba, y Ron parecía en otro mundo.
—Harry... —comenzó a decir Tonks.
—Ahora no, Nymphadora —pidió Dumbledore—. Ahora no. Primero vayamos a la
enfermería.
Lentamente, subieron la escalinata de mármol, con paso triste. Harry y Ron iban
los últimos, y parecía también que cualquier rastro de vida, junto con las esperanzas y
la alegría, habían desaparecido de ellos para siempre.
27

Sin Hermione

En cuanto entraron en la enfermería, la señora Pomfrey puso a Snape, que


empezaba a recuperar la conciencia, en una camilla, y a Hermione en otra. Harry y
Ron se sentaron al lado del cuerpo inerte de su amiga, rodeados por los demás,
aunque sin advertir realmente su presencia.
La señora Pomfrey intentó hacerles un reconocimiento a Ron y Harry, pero
ninguno de los dos se dejó.
—Déjalos, Poppy —pidió Dumbledore—. Están bien... o todo lo bien que pueden
estar.
Ron se agarró a la mano derecha de Hermione, aquella misma mano que horas
antes había agarrado cuando se dirigían a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—Un día... —murmuraba Ron—. Sólo un día, Harry... fue mía un día... y me la
quitaron... me la quitaron...
Harry no sabía qué hacer ni qué decir. Le parecía increíble que sólo un día antes,
Ron y Hermione se hubieran dado su primer beso, que después de la cena hubiesen
estado hablando de las clases del día siguiente, que simplemente una hora y media
antes, hubiera encontrado a Hermione besándose con Ron en la sala común... y
ahora...
Nadie de los presentes decía nada, abrumados por el dolor de los dos amigos.
Tonks lloraba; la profesora McGonagall se había sentado en una camilla, abatida.
La señora Pomfrey, tras darle una poción a Snape que le había hecho dormirse, se
acercó a Hermione y la examinó durante un rato. Su cara adquirió un leve matiz de
extrañeza.
—Señor Potter. ¿Qué le sucedió?
—Poppy, no creo que sea el momento...
—Hágame caso, señor director —interrumpió la enfermera—. ¿Qué sucedió,
muchacho? Cuéntamelo con detalle.
Harry cerró los ojos. Recordarlo era doloroso, muy doloroso... si tan sólo hubiese
sido un poco más rápido...
—Un mortífago le lanzó una maldición asesina...
—¿Le dio?
—¿Cómo...?
—¿Le dio?
—¡Pues claro! —gritó Harry—. ¿Cómo cree que está así?
—¿Le dio de lleno? —insistió la señora pomfrey.
—¿Qué? —Harry estaba muriéndose por la pérdida de Hermione y ahí estaba la
enfermera, haciendo preguntas estúpidas.
—¿Le dio toda la maldición?
—No, yo la aparté. Sólo le... le rozó la cabeza. El resto dio en un árbol.
La expresión de la señora Pomfrey se iluminó, y miró a Dumbledore, que le
devolvió la mirada.
—Poppy, ¿crees que...? —preguntó el director, abriendo mucho los ojos.
—Sí, Albus, estoy segura. No está muerta.
Harry miró inmediatamente a la enfermera, y Ron pareció volver a la vida.
—¿Qué...? —musitó—. ¿Está... viva?
—No —explicó Dumbledore, lentamente—. Si la señora Pomfrey tiene razón, no
está ni viva ni muerta. Al no haber recibido la maldición completamente, a veces la
víctima no llega a morir... sino que queda en un estado entre la vida y la muerte. No
respira, no come, su corazón no late, pero no está muerta. Y por tanto, puede
despertar... o puede morir.
—¿QUÉ? —gritó Harry—. ¡Entonces hay que llevarla a San Mungo!
—No, Harry —negó Dumbledore—. Nada podemos hacer por ella. Técnicamente,
su cuerpo está muerto. Tendremos que dejarla descansar... y, si ella es fuerte, tal vez
se recupere. Sólo el tiempo lo dirá.
—Pero puede vivir ¿verdad? —dijo Ron, cuya mirada brillaba. Tenía una nueva
esperanza, y ningún «pero» se la iba a quitar—. Puede vivir... y vivirá, ¡sé que vivirá!
—Ron, Harry... —dijo Dumbledore, con la voz calmada—. No os hagáis ilusiones...
conservad la esperanza, pero no os hagáis ilusiones...
—¡Da igual! ¡Yo sé que vivirá! —decía Ron, aferrado a la idea—. ¡Hermione es mi
novia, llevamos sólo un día juntos! ¡Después de tanto tiempo, estamos juntos, y ella no
me abandonará! ¡Hermione nunca abandonará sus obligaciones, y su obligación es
estar conmigo y con Harry!
—Creo que el señor Potter y el señor Weasley deberían descansar, Albus...
mañana nos lo contarán todo, pero hoy deberían descansar —sugirió la profesora
McGonagall.
—Sí, es lo mejor. Todos deberíamos descansar —declaró—. Harry, Ron...
—¡No! —gritó Ron, aferrando la mano de Hermione con fuerza—. No voy a
moverme de aquí. Ella va a despertar, y yo estaré con ella cuando despierte —declaró
firmemente, acariciándola.
—Está bien. Que se queden aquí —concedió Dumbledore.
Lentamente, y dando palmadas de apoyo a Harry y a Ron, todos abandonaron la
enfermería.
Ambos se quedaron sentados junto a su amiga durante horas, sin hablar, sin
mirarse, pero agradeciendo la mutua compañía que se hacían, hasta que Harry se
tumbó sobre una camilla, y el cansancio, el agotamiento, las fuertes emociones del día
y saber que aún había esperanza, le vencieron y se durmió.

Cuando al día siguiente por la mañana Harry se despertó, no recordó qué hacía en
la enfermería, hasta que, al volver la mirada, vio a Ron, en la misma posición que la
noche anterior, agarrando la mano inerte de Hermione. Entonces los recuerdos de lo
sucedido volvieron de golpe a su mente. Se incorporó y se acercó a su amigo, cuyo
rostro parecía demacrado por el cansancio y la falta de sueño.
—Ron...
—Hola, Harry —lo saludó su amigo, con la voz débil—. Al fin has despertado...
—Ron, ¿no has dormido nada?
—No tengo sueño.
—Tienes que descansar, Ron...
—No.
Harry no insistió. Miró hacia la camilla donde habían dejado a Snape la noche
anterior. Estaba vacía.
—¿Y Snape?
—Se fue hace una hora —dijo Ron—. Habló con la señora Pomfrey, nos miró un
rato y se fue.
Harry se acercó a Hermione. Seguía exactamente igual. ¿Y si no despertaba? ¿Y
si ya estaba muerta? ¿Cómo lo sabían? Intentó apartar esos pensamientos, pero no
pudo. Su mente se empeñaba en jugarle malas pasadas. Se acercó al despacho de la
señora Pomfrey.
—Perdone...
—¡Oh, señor Potter! Veo que ha despertado. Espero que haya descansado algo.
—Esto... sí, un poco...
—Debería intentar hacer dormir a su amigo —le dijo, mirando a Ron con
preocupación.
—Ya lo he intentado, pero no quiere... —Calló un momento, reuniendo fuerzas
para hacer la pregunta que quería hacer—. Señora Pomfrey... ¿cómo sabe que ella
no... que no está muerta?
—Bueno, eso es muy difícil, pero una sanadora preparada, como yo, sabe
distinguir la muerte real de la aparente.
—¿Lo sabe ahora mismo?
—No, claro que no. Eso requiere un examen como el que hice anoche —respondió
—. Por eso le puse aquella vela.
Señaló una vela que había encima de la mesilla, en la que Harry no se había
fijado.
—¿Qué es?
—Es una vela especial, la Vela de la Vida. Su llama arde con un complejo
encantamiento y con una gota de la sangre de tu amiga. Debe estar cerca de ella.
Mientras la vela no se apague, querrá decir que la señorita Granger sigue con vida.
Harry le dio las gracias a la señora Pomfrey y volvió junto a Ron. Un rato después,
la enfermera les ofreció comida, pero ninguno de los dos probó bocado.
Serían las nueve de la mañana cuando la puerta de la enfermería se abrió, y por
ella entró Dumbledore, seguido de Ginny, que estaba pálida, y de Neville, muy
asustado.
—Hermione... —musitó Ginny al verla. Se le acercó lentamente y la contempló.
Empezó a llorar silenciosamente. Luego se acercó a su hermano y le dio un abrazo. Él
se lo devolvió.
—¿Cómo estás, Harry? —le preguntó Ginny en cuanto se soltó de Ron, dándole
también un abrazo.
—Muy mal —respondió, con sinceridad—. Jamás me he sentido peor... bueno —
dijo, pensándolo mejor—, quizás ayer por la noche, cuando creímos que estaba
muerta...
—Se recuperará —aseguró Ginny—. Es la chica más valiente y más fuerte que
conozco. Volverá.
Ron miró lentamente a su hermana, y, por primera vez desde que Harry había
bajado del dormitorio la noche anterior, sonrió.
Neville también se acercó a ellos, dándoles apoyo. También las lágrimas caían por
sus mejillas. Tímidamente, tocó una de las manos de Hermione, apartándose
rápidamente al notar los frías que estaban.
—Deberíais ir a la sala común y descansar algo más, Harry —dijo Dumbledore—.
Aquí no podéis hacer nada. —Dumbledore tomó aire, como si quisiera coger fuerzas
para lo que tenía que decir, y añadió—: Esta tarde tendréis que venir a mi despacho.
Sé que es duro, pero es necesario que nos contéis cómo supisteis lo que pasaba, y
qué sucedió con los mortífagos.
Harry no respondió. No le apetecía en absoluto hablar de lo que había sucedido,
pero sabía que era inevitable, y tampoco tenía fuerzas para discutir.
—¿Cuánta gente sabe lo que ha pasado? —preguntó Harry.
—Sólo los que estamos aquí y los profesores —contestó Dumbledore—. Por
supuesto, vuestra ausencia de la torre de Gryffindor resulta muy sospechosa entre
vuestros compañeros, así que ellos pronto se enterarán, como todo el castillo. Bueno,
nos vemos a la hora de la comida, espero —se despidió Dumbledore.
—Ron —dijo Harry, en cuanto Dumbledore hubo salido—. Vayamos un rato a
descansar a la sala común.
—No. No quiero que esté sola.
—Yo me quedaré con ella —se ofreció Ginny—. Yo la cuidaré.
Ron dudó un momento, mirando a su hermana y a Hermione, alternativamente.
—Está bien —aceptó finalmente, levantándose y siguiendo a Harry y a Neville.
Harry agradeció no encontrarse a nadie de camino a la torre de Gryffindor. No
estaba preparado para responder a preguntas. Cuando entraron por el agujero de
retrato, tal como temía, todo el mundo se acercó para preguntar, pero Neville los atajó.
—Por favor, ahora no... yo os contestaré lo que sepa, pero no les hagáis preguntas
todavía.
Harry sintió un profundo agradecimiento hacia Neville por el gesto. Él y Ron
subieron a su habitación y se tumbaron en las camas, sin decir nada, donde estuvieron
hasta la hora de comer. Ron, finalmente, se durmió, pero Harry fue incapaz. Cuando
llegó la hora de la comida, se acercó para despertar a su amigo.
—Ron... tenemos que ir a comer.
—No quiero, Harry —dijo Ron—. Por favor, tráeme algo, o quédate y se lo decimos
a Neville, pero no quiero bajar.
—Está bien —dijo Harry, suspirando—. Te traeré algo de comida.
—Gracias... y Harry...
—¿Qué?
—Díselo a Krum. Tiene derecho a ir a verla, si quiere. Hoy se van, y si Hermione
no... bueno, supongo que querrá despedirse.
Harry se quedó sorprendido por aquello. Además, era la primera vez que aceptaba
que quizás Hermione no volviera a despertar desde que Dumbledore les había
explicado lo que le sucedía.
—Está bien —respondió Harry, saliendo y cerrando la puerta.
Cuando bajó a la sala común, todo el mundo lo miraba. En las caras de todos se
veían la tristeza y la compasión. Parvati y Lavender tenían cara de haber llorado.
Nunca se habían llevado tan bien con Hermione como ese año.
—¿Queréis saber qué ha pasado? —preguntó Harry, dirigiéndose a todos. Nadie
respondió, pero sus caras decían «sí».
Así que se lo contó, aunque omitiendo el sueño y el motivo por el que habían ido al
bosque, y también el ataque de las arañas a los mortífagos.
—... y no preguntéis por lo que falta, porque no voy a contarlo... y quizás tampoco
querríais saberlo —agregó, pensando en la muerte de Avery y Jugson.
Todo el mundo estaba horrorizado. Sin embargo, por la forma en que le miraban,
era obvio que creían que eran héroes o algo así, aunque Harry nunca había sentido
menos ganas de ser un héroe que ese día.
Mientras se dirigían hacia el Gran Comedor, un rato después, su cabeza daba
vueltas en torno a la guerra con Voldemort. Él había estado seguro, al conocer la
existencia de la Orden del Fénix, de que quería luchar, pero ya no estaba tan
convencido. Después de lo ocurrido en junio... después de lo de esa noche... Nunca
había considerado tan en serio la posibilidad de que, antes de que todo terminara,
pudiera perder a gran parte de sus seres queridos, y la idea lo espantaba.
Durante la comida no habló apenas, y nadie trató de forzarlo. Si alguien se le
acercaba para hablar con él, sus compañeros le convencían de que no lo hiciera.
Antes de que terminara la comida, el rumor de lo que había sucedido la noche anterior
se había filtrado por todo el colegio. Lo supo por la forma en que las miradas de todos
se volvían hacia él, por la forma en que lo observaban y cuchicheaban.
A Harry no le importaba. Miró hacia la mesa de los profesores, donde estaba
Snape, que, aunque parecía pálido, tenía buen aspecto. Eso sí, apenas comía, y no
levantaba la vista de su plato. Luego se fijó en Krum, cuya mirada buscaba a
Hermione en la mesa de Gryffindor. Dado que Ron tampoco estaba, Harry supuso que
pensaba que estarían juntos. Se levantó lentamente y fue hacia él.
—Viktor...
—¿Sí, «Harrry»?
—Tienes que venir conmigo. Hay algo que debes saber.
Krum, intrigado, se levantó y siguió a Harry hasta el vestíbulo, mientras cientos de
miradas se volvían hacia ellos.
—¿Qué pasa? —preguntó Krum, una vez hubieron salido.
—Se trata de Hermione.
—¿Qué le pasa? Ya he visto que no ha bajado a «comerr». Supongo que
«estarrá...»
—No, Viktor —lo interrumpió Harry—. Ron está en nuestra habitación. Él me pidió
que te lo contara.
—¿Que me «contarras» qué? —la voz de Krum había cogido un leve matiz de
preocupación.
—Que Hermione está en la enfermería, entre la vida y la muerte... y que es posible
que... que no despierte más.
Krum se puso pálido.
—¿«Perro» qué...?
—Te lo contaré por el camino, vamos.
Cuando llegaron a la enfermería, Krum parecía aturdido ante lo que Harry le había
dicho (más o menos lo mismo que a los demás de Gryffindor). Se acercó a la cama de
Hermione y la miró con tristeza. Harry, lo primero que hizo fue mirar la vela, que
seguía encendida.
—Hola —los saludó Ginny.
—Hola Ginny... ¿por qué no bajas a comer? —le sugirió Harry—. Yo me quedaré
un rato...
—¿Y Ron?
—En la habitación... ¡Ah!, llévale algo de comer cuando subas, ¿vale?
—Vale —dijo la chica, saliendo de la enfermería.
—«Parrece» que está «muerrta» —comentó Krum.
—Nosotros así lo creímos.
—Debió de «serr horrrible...»
Harry no respondió.
—Tu amigo está muy mal, ¿«verrdad»?
Harry asintió.
Krum se quedó media hora allí, contemplando a Hermione en silencio, y luego,
acompañado de Harry, bajó al vestíbulo.
—Bueno, «Harrry», me vuelvo al «barrco». «Grracias porr perrmitirrme
despedirrme» de «Herrmione». Si no nos vemos... «Suerrte». Y cuida de tu amigo... y
de ella.
Krum le extendió la mano y Harry se la estrechó. Cuando se soltó, se quedó
mirando, durante un rato, como el búlgaro, con el aire más triste que Harry le había
visto nunca, salía del castillo con su paso desgarbado.
Volvió a la sala común. Afortunadamente, ninguno de los alumnos de otras casas
con los que se cruzó tenía trato con él, con lo que simplemente se limitaron a mirarle.
Al entrar en la torre de Gryffindor se dirigió hacia su habitación, pero Parvati y
Lavender lo abordaron.
—Harry...
—¿Podemos ir a ver a Hermione?
—Claro —dijo Harry—. Pero os advierto que es mejor que no la toquéis... no sería
agradable. Y no vayáis solas, recordad las nuevas normas, y que en Hogwarts hay
alguien peligroso.
—Está bien —dijeron ambas, y se acercaron a Neville, Dean y Seamus.
Harry subió al dormitorio y entró. Se acercó a Ron, que estaba despierto. Tenía
enfrente de él las tres fotos del baile de Navidad donde salía Hermione, y no paraba
de mirarlas.
—Ginny te traerá algo de comer —dijo Harry.
—Vale, gracias... ¿Hablaste con Krum?
—Sí.
—¿Quién está con Hermione?
—Parvati, Lavender, Seamus, Dean y Neville van allá.
—Ah... vale. Entonces dentro de un rato volveremos.
—Antes tenemos que ir al despacho de Dumbledore —le recordó Harry.
—Sí, lo había olvidado... —dijo, haciendo una mueca de disgusto— pero no quiero
recordarlo, Harry...
—Yo tampoco, Ron. Yo tampoco. Pero tenemos que ser fuertes por ella, como ella
siempre lo ha sido por nosotros, incluso cuando no le hablábamos ¿recuerdas?
Tenemos que seguir adelante, para estar aquí cuando vuelva.
—Sí —dijo Ron, convenciéndose—. Claro que sí, amigo. ¡Estaremos aquí!, Y
volveremos a ser los tres de siempre, y violaremos alguna norma del colegio,
visitaremos la cocinas y ella nos prestará sus apuntes, mientras nos regaña por no
atender en clase... —Ron sonreía vagamente, y en sus ojos había una mirada
soñadora.
Ambos se sentaron en la cama, y se pusieron a hablar y a recordar viejas
aventuras vividas junto a su amiga, e incluso se rieron. Cuando Ginny entró en la
habitación, con comida para Ron, ambos estaban algo más animados.
—Bueno, Dumbledore me ha dicho que os espera dentro de media hora en su
despacho —les informó Ginny.
—Vale —dijo Harry—. Gracias...
—¿Estáis un poco mejor?
—Sí, un poco —afirmó Ron—. Hermione pronto estará con nosotros, lo sé, y todo
será otra vez como antes.
Harry vio como Ginny sonreía para animar a su hermano, pero sus ojos decían que
no tenía tantas esperanzas como Ron en la recuperación de Hermione.
Cuando Ron terminó de comer, los dos amigos se dirigieron al despacho de
Dumbledore, tal como Ginny les había dicho. En cuanto entraron, vieron allí a
Dumbledore, la profesora McGonagall, a Snape y a Lupin.
—Pasad y sentaos, por favor —los invitó Dumbledore, al verlos entrar.
Se sentaron, sin decir nada.
—Harry, quiero que nos cuentes tu sueño —pidió Dumbledore.
Harry cogió aire, y les contó cómo se había quedado dormido muy rápidamente, y
cómo ese sueño había comenzado. Luego relató lo que había visto.
—¿Fue eso exactamente lo que pasó, Severus? —preguntó Dumbledore cuando
Harry hubo acabado.
—Sí... —respondió Snape.
—Profesor —fijo Harry mirando a Dumbledore—. ¿Cómo... cómo es posible que
viera eso? ¡Se supone que domino la oclumancia, se suponía que los únicos sueños
que vería serían aquellos proféticos, o como se llamen!
—No lo sabemos —contestó Dumbledore—. ¿Era un sueño exactamente igual a
los demás que tenías el año pasado?
—Sí... bueno, no —dijo Harry, recordando algo—. Había algo distinto.
—¿El qué?
—Cuando se lo conté a Ron y a... —Bajó la cabeza. Era doloroso recordarlo.
Dumbledore pareció entender y aguardó, paciente— bueno, pues Ron dijo que cómo
sabía que no era un engaño, como la visión de Sirius, y yo me puse a pensar... y lo
supe.
—¿Qué supiste?
—Que lo que veía era cierto.
—¿Lo supiste sin más? —preguntó Lupin.
—Sí.
—¿Cómo supisteis dónde estaba el profesor Snape? —preguntó el director.
—Voldemort les había dicho a los mortífagos que se aparecería cerca de
Hogwarts. Entonces, yo me puse a pensar dónde, y en mi cabeza se formó la idea
«está en el bosque prohibido».
—¿Así, sin más? —Dumbledore parecía asombrado.
—Sí, y supe que era cierto, que estaba allí. Cogimos el mapa del merodeador y allí
lo vimos, entrando en los terrenos del castillo, y fuimos a buscarle, mientras Neville le
avisaba a usted...
—Si Neville no hubiera bajado, habría sido Hermione quien habría ido a avisarle —
intervino Ron—. Y ahora no... ahora... —Ron volvió a sollozar.
—Tranquilícese, señor Weasley, por favor —pidió la profesora McGonagall, con la
voz entrecortada.
—¿Cómo escapasteis de los mortífagos?
—Corrimos a la guarida de Aragog.
—¿Quién es Aragog? —quiso saber Lupin.
—Una araña gigante amiga de Hagrid. Tiene una guarida en el bosque con miles
de arañas. Logramos llegar allí, y los mortífagos nos siguieron. No sabían nada de lo
que allí había.
—¿Y cómo estáis vivos? —preguntó Lupin.
—Hace poco, Hagrid le dijo a Aragog que no nos atacara si nos veían por allí —
explicó Harry—. Y anoche... les prometimos comida si nos ayudaban. Les dije que...
que podrían comerse a los mortífagos.
La profesora McGonagall se horrorizó. Snape le miró con interés y sorpresa, pero
Dumbledore no dijo nada.
—¿Qué les pasó a los mortífagos?
—Llegaron a la hondonada, sin saber lo que había. Las arañas destrozaron a
Avery y nosotros huimos. Jugson y Macnair lograron repelerlas y nos siguieron. Fue
entonces cuando... cuando atacaron a Hermione.
—¿Y luego?
—Las arañas cayeron sobre ellos al instante. La hondonada está fuera de los
límites de Hogwarts, así que Macnair pudo desaparecerse... Jugson no lo consiguió; lo
mataron.
—Dios mío... —murmuró Lupin.
—No me da pena —declaró Harry con rabia—. Él fue el que atacó a Hermione, le
estuvo bien empleado... le... —Meneó la cabeza.
Nadie dijo nada durante un rato.
—¿Entonces vuestras escobas están el bosque? —preguntó Dumbledore.
—Sí...
—Bueno, haré que Hagrid las recupere, no os preocupéis.
—No voy a volver a montarme en una escoba —afirmó Ron—. No volveré a jugar
un partido de quidditch a no ser que ella esté viéndonos.
Dumbledore miró a Ron por encima de sus gafas de media luna, con expresión
grave, sin decir nada.
—Profesor... ¿cómo he soñado eso? ¿Cómo es posible que supiera dónde iba a
aparecer él? —preguntó Harry, señalando a Snape.
—No lo sabemos, Harry —respondió Dumbledore.
—¿Cómo pudo saber el infiltrado que usted era un espía? —preguntó Harry,
mirando a Snape.
—Tampoco lo sé. El Señor Tenebroso no me...
—¡Deje de llamarlo Señor Tenebroso! —chilló Harry, y Snape dio un brinco—.
Llámele por su nombre, incluso su despreciado Neville Longbottom se atreve a
hacerlo...
Snape miró a Harry con severidad, pero Dumbledore pareció dirigirle una débil
sonrisa, antes de que su rostro recuperase la expresión grave.
—No sabemos cómo pudo averiguarlo, porque dentro de Hogwarts nunca tratamos
ninguno de estos temas con el profesor Snape para evitar... sospechas. Además, él se
reúne siempre con los mortífagos los viernes por la noche, como ayer, y Voldemort
creía que no lo sabíamos. Voldemort suponía que el profesor Snape me había pedido
protección aquí, en Hogwarts, tras su retorno, y que yo no sabía nada de su vuelta con
él.
Harry se quedó pensativo. ¿Cómo lo había averiguado el infiltrado? Fuera quien
fuese, era un diablo, un demonio. ¿Cómo hacía todas aquellas cosas? Deseaba tanto
tenerle delante, para hacerle pagar...
—Por cierto... ¿cómo sigue Warrington? —preguntó Harry, acordándose de él.
—Igual —respondió Dumbledore—. Se recuperará, pero no sabemos cuánto
tiempo le llevará. Puede que meses.
—Profesor... —dijo Ron, y Dumbledore le miró—. ¿Han hablado ya con los padres
de Hermione? ¿Se lo han dicho?
—Vendrán a verla mañana.
—¿Qué vamos a decirles, Harry? —sollozó su amigo—. ¿Cómo vamos a
explicárselo? ¡¡Cómo vamos a decirles que la llevamos con nosotros a una misión
suicida en el bosque prohibido!!
—Señor Weasley... Ron, yo hablé con ellos, yo me ocuparé... —dijo Dumbledore
con voz calmada, intentando tranquilizarle.
—Nos odiarán, nos odiarán por dejarla ir... y tendrán razón al hacerlo.
—¿Cómo se lo han tomado, profesor? —preguntó Harry, temeroso de la
respuesta.
—Mal, lógicamente. Están destrozados —respondió Lupin—. Pero albergan la
esperanza de que vuelva a la vida... igual que nosotros.
—¿Qué posibilidades hay de eso? —preguntó Harry—. ¡Y quiero la verdad!
—Harry, que se sepa, solamente a ocho personas en toda la historia les ha
sucedido lo que a Hermione.
—¿Y?
—Son los únicos casos que se conocen, así que tampoco se sabe mucho... —
Dumbledore reunió fuerzas para proseguir—. Sólo dos de esas ocho personas
sobrevivieron. Uno despertó a los cinco días; el otro, a los nueve. El resto murieron, o
bien por el efecto final de la maldición... o por demasiada espera.
—¿Demasiada espera?
—Aún no ha pasado un día desde que sucedió —explicó Dumbledore—. Y por
tanto es temprano aún, pero se cree que la recuperación debe suceder entre los tres o
cuatro días y los diez o doce. Más allá de eso, aunque la víctima no muera, el cuerpo
se degrada lentamente, a pesar de estar inanimado, y... bueno, más allá de tres
semanas nadie cree que la persona pueda recuperarse.
Harry asintió. Ron había cerrado los ojos.
—Si despierta en las fechas que se esperan, estaría recuperada en un par de días
después, puesto que el cuerpo no sufre daños por efecto de la maldición asesina.
—¡No puedo soportar estar aquí y no poder hacer nada por ella! —exclamó Harry.
—Podéis hacer algo —le contradijo Dumbledore—. Podéis hacerle compañía y
darle vuestro cariño. No sabemos mucho sobre la muerte, pero si algo es más fuerte
que ella, es el amor y el cariño. Amor y cariño como el que existe entre vosotros... así
que, quien sabe, quizás pueda oíros, quizás eso sea lo que necesita para despertar.
Harry y Ron asintieron, cabizbajos.
—Y ahora, sólo una última cosa —dijo Dumbledore. Su expresión ahora era
severa.
—Harry... ¿cómo se os ocurrió ir los tres solos al bosque, con tres mortífagos
rondando por allí?
—¡No había tiempo! —exclamó Harry.
—Harry, no puedes hacer esto. No puedes intentar salvar a todo el mundo. Es una
actitud que os honra, pero no podéis. No debes arriesgarte por nada, ¿entiendes? ¡Por
nada! ¡Por nadie!
A Harry le sorprendió oír aquello de parte de Dumbledore, que siempre, bajo
cualquier razón, había defendido lo importante de hacer lo correcto en vez de lo fácil.
—¿Qué quería que hiciésemos? ¿Dejarle morir? —dijo Harry, irritándose. Ya se
sentía lo suficientemente culpable, sin que Dumbledore le hiciera sentir peor.
—Avisarme. ¡Podíais haber muerto los tres!
Ron bajó la mirada, pero Harry no. Ahora, más que triste, se sentía enfadado,
ofendido... cuando volvió a hablar, su voz sonaba fría.
—Está bien —dijo—. Le aseguro que no lo volveremos a hacer.
Dumbledore le miró fijamente unos segundos, y Harry le sostuvo la mirada.
—Podéis iros —dijo Dumbledore—. Minerva, si hicieras el favor de acompañarlos...
—Por supuesto —contestó la profesora McGonagall, saliendo detrás de Harry y
Ron.
—Se recuperará —les dijo Lupin cuando se disponían a salir—. Siempre habéis
estado juntos ¿verdad? Ella volverá.
Harry y Ron miraron a Lupin con agradecimiento, pero no dijeron nada. Salieron
del despacho y la profesora McGonagall los acompañó.
—No queremos ir a la torre de Gryffindor. Queremos ir a la enfermería —dijo Ron.
—Está bien, señor Weasley, les llevaré allí —aceptó la profesora McGonagall,
resignada.
Les llevó a la enfermería, y, tras observar un instante a Hermione, se fue,
dejándolos allí. Ron volvió a ocupar la misma silla del día anterior, y volvió a coger la
fría mano de su amiga. Harry se puso del otro lado de la cama, contemplándola en
silencio.
Tras permanecer allí una hora y media, Harry sintió que no aguantaba más.
Necesitaba tomar el fresco, o dar un paseo, o lo que fuera. Además, estaba llegando
la hora de la partida de los de Beauxbatons, Castelfidalio y Durmstrang, y quería
despedirse.
—Ron, necesito dar una vuelta y despejarme... ¿vienes?
Ron negó con la cabeza.
—Si los ves marcharse... a los demás, digo, despídelos de mi parte, ¿vale? —fue
lo único que dijo.
—Vale. Volveré luego —dijo Harry, echándole una última mirada a su amigo antes
de salir de la enfermería.
Sabía que no debía de andar solo por el castillo, pero no le importaba. Incluso
deseó que el infiltrado, que el asesino, intentara atacarlo... agarró su varita con fuerza.
Tal vez le lanzaría un hechizo explosivo a la cabeza... cerró los ojos, intentando
contener las lágrimas de rabia e impotencia que luchaban por salir de sus ojos.
—¡Ooooh! ¡Un alumno vagabundeando, un alumno vagabundeando! —chilló
Peeves, revoloteando a su alrededor y aplaudiendo, muy contento—. ¿Qué hará
Potter aquí?
—¡Cállate, Peeves! —exclamó Harry, continuando su camino sin hacerle caso.
Eso no le gustó al Poltergeist, que siguió intentando molestar a Harry, hasta que al
poco rato se cansó de que éste no le prestara atención y desapareció. Harry bajó las
escaleras del vestíbulo, saliendo al exterior, donde empezaba a haber gente,
esperando el momento de la despedida. Todo el mundo parecía triste y compungido.
—Hola, Potter —saludó Malfoy, que también estaba fuera, con Crabbe y Goyle—.
¿Qué tal estás?
—¿Qué mierda quieres, Malfoy? —preguntó Harry, intentando contenerse.
—Nada, Potter... es que he oído que la sangre sucia anda un poco falta de ánimo
estos días —dijo, con la malicia brillándole en los ojos. Luego, antes de que Harry
dijera nada, su rostro se puso serio y preguntó, en voz baja—: ¿Cómo conseguisteis
escapar esta vez, Potter?
Crabbe y Goyle sonrieron con maldad. Harry miró a Malfoy fijamente y se le
acercó.
—No escapamos de ellos, Malfoy —repuso Harry con un tono de voz gélido—: los
matamos.
Malfoy pegó un brinco. No parecía querer creerle, pero leyó en los ojos de Harry
que lo que le decía era verdad. Palideció y retrocedió, asustado.
—Y no quieras saber cómo murieron, Malfoy —continuó Harry, disfrutando de la
reacción de su enemigo—. No te gustaría, te lo aseguro. Fue muy, muy doloroso...
Malfoy se apartó y se fue de allí con paso rápido, seguido por Crabbe y Goyle.
También Harry se apartó, paseando. No le apetecía que la gente se le acercara. Pasó
por delante de las tiendas de los de Castelfidalio, que estaban terminando de recoger,
y se les acercó.
—Hola —dijo, con voz sombría.
—Hola, Harry —respondió Anton—. ¿Cómo... cómo estás?
Harry se encogió de hombros.
—La verdad, lo sentimos mucho... nos caía muy bien Hermione —dijo Anton—.
Esperamos que se recupere... ¿Y tu amigo Ron? —preguntó.
—Con ella, en la enfermería...
—Ya... Parvati me contó que... que estaban saliendo desde el jueves...
—Sí.
Harry les estrechó la mano a todos.
—Estoy encantado de haberos conocido —declaró—. Ron me ha pedido que me
despida de vosotros por él.
—Nosotros también estamos encantados, Harry. Lástima que no haya salido todo
tan bien como debería... Despídenos de Ron, ¿vale? Y también de Hermione si...
bueno, cuando despierte.
Harry asintió, hizo un saludo con la mano y se alejó, caminando por los terrenos,
viendo cómo los estudiantes salían del castillo para despedir a sus invitados. Pasó
frente al carruaje de Beauxbatons, donde Hagrid y Madame Maxime colocaban a los
caballos.
—Hola, Harry... —dijo Hagrid al verlo. Tampoco parecía muy feliz—. ¿Cómo sigue
Hermione?
—Igual...
—Ya... bueno... hay que esperar, Harry, ya sabes. Pero ella es fuerte...
—Lo sé... —dijo Harry, casi sin detenerse—. Bueno, Hagrid, voy a seguir dando
una vuelta...
—Como quieras, Harry... ¡Ah! —dijo de pronto, acordándose de algo—. Mañana iré
a por vuestras Saetas de Fuego. Puedes venir a por ellas cuando quieras.
—Muchas gracias, Hagrid.
Harry dejó a Hagrid y volvió a la entrada del castillo, pensando en que no iría a
buscar las escobas ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Por alguna razón, no le
apetecía ver aquellas escobas. Al menos, no de momento. Vio a Seamus, Dean,
Neville y Ginny, y se acercó a ellos. Parvati y Lavender estaban despidiéndose de los
italianos.
—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Ginny—. ¿Y dónde está Ron?
—Estoy bien. Ron está en la enfermería —respondió, mecánicamente.
Ginny se acercó a él y le abrazó. Harry le devolvió el gesto, agradecido. Eso era lo
que necesitaba, un abrazo... Permanecieron así, mientras Gabrielle se acercaba para
despedirse de ellos. Habló un rato con Neville, despidiéndose de él. Le dio dos besos
y luego se acercó a Harry.
—Cuidaos —les dijo—. Despídeme de «Gon», ¿de «acuegdo»? —Harry asintió—.
«Espego» que nos volvamos a «veg pgonto». Lo he pasado bien aquí. Siento que
haya «tegminado» todo así.
Le dio un beso en la mejilla a Harry, se despidió de los demás, le sonrió a Neville y
volvió con sus compañeros.
Krum fue el último en acercarse. Klingum lo acompañaba.
—Cuídate mucho, «Harrry», y saluda a «Rron» de mi «parrte». —Se miraron un
momento, y Krum añadió—: Si «Herrmione» se «rrecuperra», avisadme. ¿Lo
«harrás»?
—Claro, Viktor —le aseguró Harry—. Si ella da señales de vida, te enviaremos una
carta. Cuídate tú también.
—Nos «volverremos» a «verr prronto» —dijo Krum, estrechándole la mano—.
«Dumbledorre» me «ofrreció unirrme», ya sabes... y yo acepté.
—Estupendo —declaró Harry, sabiendo que Krum se refería a la Orden del Fénix.
Krum se apartó. Klingum se adelantó y le estrechó la mano a Harry y a Ginny.
—Jugáis muy bien —dijo—. «Esperro» que algún día podamos «acabarr» el
«parrtido».
—Gracias —respondió Harry—. Yo también lo espero...
Klingum hizo un gesto de despedida y él y Krum se alejaron. Dumbledore charlaba
con los directores de los tres colegios invitados, y los despidió. Cada uno de ellos
regresó a su transporte. Cinco minutos después, todos habían abandonado Hogwarts.
Lentamente, los estudiantes volvieron a entrar en el vestíbulo, donde los jefes de
las casas esperaban para acompañarlos a las salas comunes.
Cuando entraron en la de Gryffindor, Harry observó, con sorpresa, que Ron se
encontraba allí, sentado junto al fuego, mirando de nuevo las fotos del álbum de Harry.
—Creí que estarías en la enfermería —dijo Harry, sentándose a su lado.
—La señora Pomfrey me obligó a volver. Dijo que era peligroso estar de noche por
ahí, y que la enfermería se cerraría.
—Ella estará bien —dijo Ginny—. No te preocupes.
—¿Bien? ¡Estará sola!
—Iremos a visitarla —afirmó Harry—. Usaremos la capa invisible.
—Harry, no deberíais, si os pillan... —les advirtió Ginny.
—Nos da igual si nos pillan —aseguró Ron, y Harry asintió.
—De acuerdo, pero esperad al menos a después de la hora de cenar, ¿vale? —les
pidió Ginny, viendo que sería inútil tratar de convencerlos de que no lo hicieran—. Y no
quiero oír que no vas a bajar, Ron. Llevas casi un día sin comer nada.
—Está bien, bajaré a cenar —le prometió Ron a su hermana.
Lo hizo, pero no comió gran cosa, al igual que Harry. Casi nadie había visto a Ron
desde lo sucedido el día anterior, y, durante toda la cena, los miembros del ED no
pararon de acercarse a saludarles y a preguntar cómo estaban. Ron, generalmente, se
limitaba a hacer gestos con la cabeza.
Cho fue de los últimos en acercarse, junto a Marietta y Michael. Los tres se
sentaron en la mesa de Gryffindor.
—¿Cómo estáis? —preguntó Cho con timidez, y rápidamente agregó, nerviosa—:
Bueno, es una pregunta un tanto estúpida, lo sé...
—No pasa nada, Cho —la tranquilizó Harry.
—Entiendo como te sientes —le dijo Cho a Ron—. Bueno, más o menos... pero al
menos tú tienes alguna esperanza...
—Gracias —musitó Ron, mirando a Cho.
—¿Por... por qué fuisteis al bosque? —preguntó ella, mirándolos.
—No podemos decirlo. Lo siento —respondió Harry.
—Ah. Bueno...
—¿Y los mortífagos? —preguntó Michael—. Oí que os habían perseguido tres...
—Uno huyó. Los otros dos murieron —contó Harry con frialdad.
—¿Qué...? —preguntó Michael, mirando muy fijamente a Harry, al igual que Cho y
Marietta—. ¿Cómo...?
—Créeme, no te gustaría saberlo —respondió Harry, mirándole fijamente.
Michael no preguntó nada más.
Cuando, más tarde, salían del comedor, fue Henry Dullymer el que se les acercó.
Parecía triste y preocupado.
—Harry... Ron... —dijo, mirándolos a los ojos—. Lo siento.
—Gracias —respondieron ambos.
—Era... Es una buena chica. Me caía muy bien. —Miró a Ron—. Me enteré de que
erais... bueno, novios...
—Sí... —contestó Ron, con voz casi inaudible y mirando al suelo.
—No sé qué más decir... —reconoció Henry, que parecía consternado.
—No te preocupes. Gracias por interesarte —le dijo Harry—. Ya nos veremos...
Vamos, Ron.
—Sí... Adiós, Henry —se despidió Ron.
—Iré a verla cuando pueda —dijo el chico, yéndose.
Harry y Ron siguieron al grupo de alumnos de Gryffindor hasta el pasillo del retrato
de la Dama Gorda, donde la profesora McGonagall los dejó. Harry y Ron, nada más
entrar, fueron a buscar la capa de invisibilidad y el mapa del merodeador.
—No estoy seguro de que debáis hacerlo —les advirtió Ginny de nuevo, muy seria
—. Si os cogen...
—Nos da lo mismo, ya te lo hemos dicho. Además, el prefecto soy yo, con lo que
no hay problema —dijo Ron sin inmutarse—. Vamos, Harry.
Ambos salieron al pasillo, se pusieron la capa y se dirigieron a la enfermería. La
puerta estaba cerrada, pero la abrieron con un hechizo. Se introdujeron en la sala y se
sentaron junto a Hermione, donde permanecieron, en silencio, hasta las once de la
noche, hora en que decidieron volver a la torre y dormir. Al fin y al cabo, al día
siguiente por la mañana vendrían los Granger, y debían verlos, a pesar de que la idea
misma los aterrorizaba.

La visita de los Granger no fue, a pesar de todo, tan terrible como Harry y Ron
podrían haber pensado. No les echaron la culpa de lo ocurrido. De hecho, la madre de
Hermione le agradeció a Harry haber apartado a su hija de la maldición, dándole una
esperanza de volver a la vida. El padre de Hermione había sugerido la posibilidad de
llevarla con ellos a Grimmauld Place, pero su esposa se había opuesto. Allí Harry y
Ron podrían visitarla, que seguramente sería lo que Hermione quería.
—Nosotros... lo sentimos tanto —se disculpó Ron por enésima vez, llorando de
nuevo—. ¡Todo fue culpa nuestra! ¡Intenté que no viniera, pero no me escuchó, y
ahora...!
—Vamos, vamos... no te culpes. Conocemos a Hermione. Nunca se lo habría
perdonado si no os hubiera acompañado y os hubiese pasado algo... por lo menos
salvasteis al profesor Snape... Sé que ella estará orgullosa. Nosotros lo estamos... —
declaró la señora Granger, sollozando, abrazada a su esposo.
—Lupin nos dijo que... que tú y Hermione... desde el jueves —balbuceó el padre
de Hermione.
—Sí... —respondió Ron, más triste aún, sin mirar a la cara a los Granger.
Para su sorpresa, la señora Granger se acercó a él y lo abrazó.
—Hermione te quería mucho —dijo, llorando—. Bueno, os quería a los dos más
que a su vida, pero tú, Ron... bueno, hace ya mucho tiempo que sabemos que le
gustas, por la forma en que hablaba de ti...
Ron no sabía qué decir.
—A mí también me gusta desde hace mucho —confesó Ron—. Siempre fui un
desastre, siempre haciéndola enfadarse y discutiendo con ella... y ahora, después de
estar con ella, sólo un día después, casi consigo que la maten... —Ron se sentó, se
tapó la cara con las manos y lloró. Harry le pasó un brazo por los hombros.
Los Granger se quedaron hasta el mediodía, y luego Dumbledore los envió de
nuevo, mediante un traslador, a Grimmauld Place. Se fueron tras despedirse de Harry
y Ron y hacerles prometer que cuidarían de Hermione.

Al día siguiente, lunes, Harry se levantó para acudir a clase de Pociones, con
menos ganas que nunca. Ron, sin embargo, no parecía querer ir.
—Déjame, Harry... ¿De qué nos sirven las clases si ella no está?
Harry miró a su amigo, y suspiró. Tenía que ser fuerte por los dos, o Ron se
hundiría. Tendría que sacar fuerzas de donde no las tenía.
—Ron... ¿qué crees que nos hará Hermione si despierta y no tenemos unos
apuntes que prestarle? Nos matará.
Ron le miró con firmeza un rato, y luego sonrió.
—Creo que tienes razón, amigo... —dijo, levantándose y vistiéndose.
La idea de conseguir los apuntes que Hermione les pediría si despertaba había
generado en Ron una nueva energía. Dado que ahora era el único prefecto de
Gryffindor, se tomaba sus labores muy en serio, y no se había olvidado del PEDDO ni
de la promesa de limpiar las salas comunes. Cuando no estaba en clase o vigilando a
los alumnos, él y Harry trabajaban lo que podían en sus deberes, intentando estar el
menor tiempo posible ociosos. De hecho, la nueva actitud de Ron había hecho
plantearse a muchos si Hermione no le habría poseído (obviamente, lo decían cuando
ninguno de los dos amigos podía oírles). El resto de su tiempo lo pasaban en la
enfermería, donde Hermione seguía igual, sin cambio alguno.
No habían ido a buscar las escobas a la cabaña de Hagrid. Ambos habían decidido
que sólo irían a por ellas si su amiga les acompañaba.
A medida que la semana transcurría, esperaban cada día alguna señal de
recuperación. Según el plazo de Dumbledore, Hermione debería de despertarse esa
misma semana o los primeros días de la siguiente. Si pasaba más tiempo y no había
cambios... Harry ni siquiera quería pensar en eso.
Él y Ron ya no jugaban ni al ajedrez, porque no era tan divertido si Hermione no
les estaba mirando, y apenas hablaban de otra cosa que no fueran sus deberes y
obligaciones. Ron seguía trabajando en la PEDDO, y había hablado con mucha gente
de otras casas, consiguiendo que varios alumnos más se uniesen (sobre todo, los
miembros del ED). Harry sabía que no todos se habían unido por convicción en la
causa de los derechos de los elfos, pero poca gente era capaz de negarse cuando
Ron lo pedía, con aquella mirada perdida que reflejaba tristeza, aunque su rostro
mostrase una sonrisa.
Ginny era un gran apoyo para los dos, pero no era como Hermione, a pesar de que
Harry había llegado a apreciarla muchísimo. Sin embargo, les hacía compañía casi
siempre, aunque los tres estuvieran en silencio.
No era la primera vez que Ron y Harry estaban sin Hermione; en segundo año, ella
había estado petrificada en la enfermería durante semanas, pero en aquel entonces
sabían que se pondría bien, que se recuperaría. Ahora, las posibilidades (aunque no
quisieran reconocerlo) eran escasas, y además desde entonces habían pasado tantas
cosas más juntos que ya nada era igual... Nada en el castillo era lo mismo para los dos
sin su amiga a su lado. No era lo mismo hacer algo no permitido cuando no estaba
Hermione para ser sensata y criticarlos, aunque se enfadasen con su amiga por ello.
No era lo mismo sentarse junto al fuego sin ella haciéndoles compañía, ni ir a clase sin
que nadie les ayudase en los trabajos ni con los hechizos... todo les recordaba a ella.
Todo. Harry nunca se había imaginado que se pudiera llegar a depender tanto de una
persona como ellos tres dependían los unos de los otros.
Afortunadamente para Harry y Ron, y para la salud de Malfoy, éste no se había
metido con ellos, ni les había hablado, desde el día que los alumnos extranjeros se
habían ido. Harry supuso que Malfoy se habría enterado de que, efectivamente,
Jugson y Avery estaban muertos, y de que ellos eran los causantes de su muerte, y
estaría asustado. Snape, por su parte, aunque seguía sin ser amable, pasaba grandes
ratos de sus clases de Pociones mirando a los dos amigos, que se sentaban siempre
solos en el lugar que compartían con Hermione, aunque no les decía nada. La mirada
de Harry había coincidido en alguna ocasión con la de Snape, pero los ojos del
profesor ya no despedían aquel característico odio que siempre había visto en ellos al
mirarlo. Ahora no sabía qué pensar de él.
El jueves, tras la hora doble que tenían con él, Snape les pidió a Harry y a Ron
que se quedaran un instante. Cuando todo el mundo hubo salido, Harry habló, antes
de que Snape lo hiciera.
—Mire, si quiere insultarnos, humillarnos o algo así, le advierto que nos da lo
mismo, y, si lo que quiere es darnos las gracias, ahórreselas. Puede seguir odiándome
igual, no me importa. Si hubiésemos sabido lo que nos iba a costar su rescate, nos
habríamos limitado a decírselo a Dumbledore.
—No me interrumpas, Potter —dijo Snape—. Lo único que quería saber es: ¿por
qué fuiste?
A Harry le sorprendió la pregunta.
—Fuimos porque no dejaríamos morir a nadie pudiendo evitarlo, ni siquiera a
usted.
—Tenéis mucha sangre fría. Los dos —dijo Snape—. Desde luego, no se puede
negar que no hayáis aprendido nada en estos años de meteros en problemas.
Conservadla... y cuidad a Granger. No quisiera perder a la única alumna de Gryffindor
que contesta preguntas en clase, aunque sea una pesadez.
Dicho esto, Snape salió de la mazmorra, dejando a los dos amigos totalmente
confundidos.
—¿Qué le pasa a Snape últimamente?
—No lo sé —dijo Harry—. Pero casi preferiría que fuese el de antes. Sería más
fácil odiarlo.
Snape no era el único que estaba extraño. Miles Bletchley, el guardián de
Slytherin, y también el mejor amigo de Warrington, se llevaba cada vez mejor con
ellos, y, cuando se encontraban por los pasillos, solían conversar aunque no fueran
más que unas palabras. También a él se le veía preocupado por el estado de su
amigo.
Así transcurrió la semana. Hermione llevaba nueve días en el mismo estado y,
aunque la vela seguía brillando, no daba señales de vida. Harry sabía que el tiempo
límite, o al menos el tiempo en que tendría el mayor número de posibilidades de
despertar se estaba acabando, y se ponía más nervioso cada vez. Ron cada día se
pasaba más tiempo mirando todas las fotos en las que salían con Hermione,
especialmente la que los mostraba a los dos en el baile. Todos los alumnos de
Gryffindor los miraban con lástima, aunque ellos mismos estaban tristes, y Harry
comprendió que la mayoría habían abandonado la esperanza de que Hermione
despertase.

En el fin de semana, también los Weasley habían ido a verla. La señora Weasley
no había podido soportarlo y había salido corriendo de la enfermería, llorando
amargamente. Los Granger habían pasado los dos días en el castillo, al lado de su
hija.
Ron, por su parte, apenas había podido soportar ver a su madre salir llorando de la
enfermería, y se había encerrado en la habitación, con los ojos llorosos y la mirada
perdida.
Empezó la nueva semana, y, transcurrió, día tras día, sin cambios en el estado de
Hermione. Para el siguiente fin de semana, aunque nadie lo decía, Harry sabía que
todo el mundo había perdido la esperanza de que despertara. Llevaba así dos
semanas enteras... empezaba a ser demasiado para su cuerpo, y se la notaba más
consumida y demacrada. Harry no comentaba nada, pero también empezaba a creer
que habían perdido a su amiga para siempre. El único que parecía seguir teniendo
verdaderas esperanzas, aparte de sus padres, era Ron, que se pasaba allí, en la
enfermería cada vez más tiempo, hablando con ella en susurros, contándole todo lo
que pasaba y hacían, hablándole acerca de los casi seis años que llevaban siendo
amigos.
La noche del domingo, Harry se descubrió llorando de nuevo. Supuso que aquello
significaba que empezaba a aceptar como cierto el hecho de que no volverían a hablar
con Hermione, que la habían perdido definitivamente. Ron no estaba en la habitación.
Cogía la capa de Harry y se quedaba en la enfermería horas y horas, hasta bien
entrada la noche. Ginny estaba muy preocupada por él, tenía unas ojeras horribles, e
iba por todos lados como un sonámbulo. Si lograba atender en clase, Harry sabía que
se debía únicamente a conseguir apuntes para Hermione, para cuando ella
despertara.
La profesora McGonagall había hablado con él, diciéndole que estaban pensando
en nombrar una nueva prefecta de Gryffindor, porque él no podía cumplir con sus
obligaciones solo, pero Ron había puesto una cara de espanto y se habían negado en
rotundo, alegando que él no quería otra compañera que no fuese Hermione, y que a
ella le daría un ataque si despertaba y veía que le habían quitado su insignia, así que
la profesora McGonagall había dejado el asunto así, aunque sólo por el momento.
Así pues, Ron casi no daba abasto. El jueves estaba tan cansado que en clase de
Pociones parecía no saber lo que estaba haciendo. Snape estuvo un rato fijándose en
él, y finalmente se les acercó.
—Weasley, ¿qué hace?
—La poción, profesor —respondió Ron, observando su caldero, donde sólo tenía
agua y pétalos de Luparia.
—Sería mejor que se fuese.
—¿Qué? —peguntó Ron, alzando la vista.
—Que se vaya a la enfermería y duerma. Potter, acompáñele.
Harry miró durante un momento a su profesor, extrañado, y luego se levantó y
acompañó a Ron a la enfermería, donde se quedaron con Hermione. Harry acudió
luego a clase de Transformaciones, pero logró que Ron se tomase una poción para
dormir de la señora Pomfrey.
Él también estaba muy cansado, agotado... no sólo tenía que soportar la horrible
pérdida de Hermione, la idea de seguir en Hogwarts durante un año y medio más sin
ella, sino que además tenía que ser fuerte por Ron. ¿Cómo soportaría todo lo que le
esperaba sin su mejor amiga a su lado? ¿Quién pondría ahora la voz de la razón en el
grupo?. Sentía que se hundía, pero aún así, a pesar de todo, se mantenía, se
mantenía por Ron, porque, si él no resistía, su amigo se derrumbaría por completo. Y
si no hubiese sido por Ginny, por los ánimos y el cariño que les daba, así como el
apoyo moral de todos los Gryffindors, sabía que él también se habría rendido hacía
tiempo.
—¿Dónde está Ron? —le preguntó Ginny a la hora de la comida, sentándose a su
lado, como ahora hacía siempre.
—Está en la enfermería...
—¿Con Hermione?
—Sí, Snape nos mandó allí. No preguntes, porque yo tampoco lo sé —dijo, al ver
la cara de extrañeza de Ginny—. Y conseguí que se tomase una pócima para dormir,
porque le iba a dar algo...
—¿Tú como estás?
—Empiezo a aceptar que... que quizás la hayamos perdido para siempre...
Ginny le puso una mano sobre el hombro y le miró, con compasión, cariño y
tristeza, todo a la vez.
—¿Tú qué crees? —le preguntó a la pelirroja.
—No lo sé... —respondió—. Me gustaría tanto pensar que despertará... pero creo
que yo también he aceptado que no lo hará.
Ginny le miró un instante y luego siguió comiendo. Ninguno de los dos volvió a
decir nada.

Pasó casi una semana más, y se cumplió un mes desde que Hermione había sido
atacada. Harry había llorado amargamente cada una de las noches de esa semana,
aceptando con infinita tristeza que Hermione ya no volvería jamás. Un mes era
demasiado tiempo. Aunque la vela no se apagara, era demasiado tarde... Ron ya no
aparecía por el dormitorio, se pasaba las noches en la enfermería, sin decir nada.
Dumbledore le había descubierto durmiendo allí unos días antes, cubierto por la capa
de Harry, y le había permitido hacerlo.
El viernes, cuando se cumplían cuatro semanas exactas de la estancia de
Hermione en la enfermería, Harry y Ron se encontraban junto a su amiga, mirándola
en silencio, cuando Dumbledore entró y se dirigió a ellos.
—Ron —lo llamó Dumbledore, suavemente. El pelirrojo volvió la cabeza
lentamente y miró al director, que parecía abatido y acabado, temeroso de lo que iba a
decir, pero sabedor de que tenía que hacerlo—. Ron, ya ha pasado demasiado
tiempo... Tú y Harry tenéis que seguir viviendo. La vida no se ha terminado para
vosotros.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Ron, poniéndose furioso—. ¿Me está diciendo
que ella no despertará? ¡No pienso creerle! ¡No va a abandonarnos, no nos dejará
solos, sabe que sin ella suspenderíamos todo...!
Dumbledore se acercó a él y le puso un brazo en el hombro.
—No te pido que abandones la esperanza, pero sí que sigas tu vida... te estás
destrozando. Harry también te necesita... Piénsalo, Ron. Piensa que ya ha pasado
demasiado tiempo. —Miró a Harry, pidiendo ayuda—. Harry...
—Ron —dijo él, con lágrimas en los ojos—. No podemos seguir así... ella no lo
querría.
—Harry... ¿Qué me estás diciendo? —Ron le miró, suplicante—. ¡No digas que tú
también piensas que no volverá, Harry! ¡No lo digas!
—Ron, amigo... —balbuceó Harry, acercándose a Ron y abrazándolo—. Tenemos
que superarlo...
Discretamente, y sin que lo vieran, Dumbledore abandonó la sala, mientras una
lágrima resbalaba por su mejilla, dejando a los dos amigos solos con su dolor.
Soltándose del abrazo de Harry, Ron pareció comprender, entender que habían
perdido a Hermione, que ya nada volvería a ser igual, y que tendrían que seguir con su
vida, una vida sin Hermione. Cayó de rodillas en el suelo, llorando con amargura, con
la cabeza apoyada contra el brazo de Hermione.
—¿DE QUÉ VALE TODO LO QUE APRENDEMOS AQUÍ? —gritó Ron con furia,
mientras las lágrimas corrían por su cara—. ¿DE QUÉ VALE TODA LA MAGIA QUE
NOS ENSEÑAN SI NI SIQUIERA PODEMOS USARLA PARA DESPERTAR A
HERMIONE? ¿PARA QUÉ NOS VALE...? —Miró hacia Harry, que le apoyó la mano
en el hombro—. ¿Para qué, Harry?
—Ron, tranquilízate, por favor... —intentó consolarlo Harry, aunque en el fondo,
pensaba lo mismo que él.
—Hermione... —dijo, volviendo a mirarla—. Te vengaremos, te lo juro. Harry y yo.
No pararemos hasta encontrar a Voldemort, y le haremos pagar lo que te han hecho,
te lo juramos... te lo prometemos... —se calló un momento, limpiándose las lágrimas
—. Siento tanto haberte perdido ahora... El último día contigo, y el del baile de
Navidad, han sido los más felices de mi vida... —Se incorporó y le dio a Hermione un
suave beso en la frente—. Te quiero, Hermione.
Se levantó y se apartó, mirándola.
—Hermione, amiga —dijo Harry, agarrándole la otra mano, con la intención de
despedirse también—. No sabes la falta que nos haces, lo que te necesitamos...
Espero que, estés donde estés, estés bien. Yo también juro que te vengaré. Ambos te
lo juramos. —Depositó otro beso en la mejilla de su amiga y se levantó—. Yo también
te quiero.
Ron sacó su varita y la levantó.
—¡Accio diadema! —exclamó, concentrándose.
Un instante después, la diadema Weasley que Ron le había regalado a Hermione
entraba por la puerta y se posaba en su mano. Se acercó a Hermione y se la colocó
en la frente. Luego, juntos, miraron a su amiga por última vez. Su expresión pasó de la
tristeza a la frialdad. Estaban listos. Ya nada importaba, salvo hacer pagar su crimen a
los que les habían quitado a Hermione. Primero habían sido sus padres, luego Sirius y
ahora Hermione; ésta era la gota que colmaba el vaso. Voldemort y sus mortífagos
tenían que pagar. Harry se sintió rabioso, lleno de odio. Sintió aquella sensación
dentro de sí una nueva vez... sólo que, esta vez, esa fuerza no iba a abandonarlo. Miró
a Ron, y su amigo tenía la misma expresión, la misma determinación que él. Volvieron
la vista una última vez hacia Hermione, y salieron de la enfermería.

—¿Qué ha pasado? —dijo una sorprendida Ginny en cuanto entraron en la sala


común y vio sus caras, tristes, pero con miradas frías, abatidas, pero que mostraban
determinación—. Lavender ha dicho que la diadema de Hermione salió volando por la
ventana hace un momento...
—Yo la convoqué —dijo Ron—. Se la he puesto. Es mi gesto de despedida.
—¿Gesto de despedida? —sollozó Ginny—. ¿No habrá...?
—Aún no —dijo Harry—. Pero hemos abandonado la esperanza. Es hora de
ponerse a trabajar.
—¿Trabajar? ¿Trabajar en qué? —preguntó Ginny, asustada de las expresiones
de ambos.
—En la venganza —respondió Ron, tajante.
—¿Venganza? ¿Qué vais a hacer? —preguntó Ginny, asustándose—. ¡No se os
ocurra hacer ninguna locura, no quiero que os maten!
—Me da igual... Voldemort lleva arrancándome parte de la vida desde que nací.
Que me la arranque toda de una vez o pierda la suya en el intento.
—Vamos a ponernos a entrenar, aunque sea aquí, si Dumbledore no nos permite
hacerlo en la Sala de los Menesteres —la informó Ron, decidido—. No pararemos
hasta que ese cerdo y todos los que son como él estén bajo tierra. Lo hemos jurado
sobre el cadáver de Hermione.
Ginny profirió un quejido de miedo, mientras Harry y Ron subían a la habitación,
dejando en la sala común un incómodo silencio. Todo el mundo había oído las últimas
frases que habían dicho.

Ese viernes, ambos sorprendieron a todos por la forma en que entraron al Gran
Comedor a mediodía. De sus ojos había desaparecido toda alegría, y sus expresiones
eran gélidas. Se sentaron en su mesa, bajo la atenta mirada de todo el mundo. No se
dijeron nada durante toda la comida, pero tampoco tenían necesidad de hacerlo.
—Espero que os hayáis pensado mejor eso que dijisteis antes —les dijo Ginny
más tarde, en la sala común.
—No. No voy a dejar que muera más gente inocente —afirmó Harry con rotundidad
—. Nadie nos va a detener. Voy a por la capa invisible.
—¿Qué vais a hacer? —le preguntó Ginny en cuanto hubo bajado.
—Vamos a coger libros de la sección prohibida —dijo Ron—. Los necesitamos
para prepararnos.
—¡Por favor, Harry! —suplicó Ginny, con lágrimas en los ojos—. No hagáis
locuras... ¡No quiero perderos, no quiero que os pase nada!
—Ginny... —respondió Harry, mirándola con dulzura—. Tenemos que hacerlo...
tengo que hacerlo... es mi destino.
Ginny se sentó en una butaca y lloró. Harry la miró, deseando consolarla, con el
corazón roto por verla así, pero no había vuelta atrás. Habían hecho un juramento y lo
iban a mantener. Se dio la vuelta y salió de la sala común detrás de Ron.
28

El Tercer Sueño

Durante todo el fin de semana, Harry y Ron estuvieron intentando obtener libros
avanzados de defensa contra las Artes Oscuras en la sección prohibida; entraban en
la biblioteca, esperaban a la hora de cierre poniéndose la capa tras las estanterías y
luego entraban en la sección prohibida, donde buscaban libros, que duplicaban
usando un útil hechizo que copiaba el contenido de un papel o pergamino en otro, para
evitar sospechas. Lo que hacían era muy arriesgado, y estuvieron a punto de ser
atrapados por Filch en varias ocasiones, pero no les importaba. Ya nada les
importaba.
Tras duplicar los libros, volvían a la torre y se encerraban en su habitación,
intentando evitar mirar la cara de tristeza y preocupación de Ginny. Una vez arriba,
practicaban los hechizos, intentando dominarlos, a pesar de que eran bastante
avanzados; el primero que querían aprender era llamada «maldición cortante». Era
parecido al encantamiento seccionador, pero muchísimo más peligrosa, porque podía
cortarle la cabeza a una persona sin dificultad. Para realizarlo había que hacer un
difícil movimiento con la varita, pero, una vez dominado, podía hacerse rápido y era
muy difícil de esquivar. A pesar de su dificultad, terminaron dominándolo, poniendo
más empeño del que habían puesto en ninguna otra cosa en su vida. Habían
convertido un palo en una especie de muñeco, y practicaban con él, reparándolo tras
cada corte que le hacían.
En cuanto Ron, tras hacer cuatro latigazos rápidos con la varita, dejó al muñeco sin
cabeza, brazos y un gran tajo en el pecho, Harry dio por dominada la maldición.
—Vale, esto ya lo tenemos —dijo con satisfacción, contemplando el estado del
muñeco—. Pasemos a otra cosa.
—Sugiero enfrascarnos en eso de la magia autocurativa —dijo Ron, contemplando
uno de los montones de pergaminos que habían obtenido de la sección prohibida.
—Creo que es demasiado avanzado... aquí dice que la capacidad de autocurarse
requiere de un gran poder mágico. Muy poca gente puede hacerlo... —comentó,
leyendo el pergamino—. Es como hacerse animago o algo así... Deberíamos saber
antes Teoría de la Magia...
—Podríamos conseguir libros en la biblioteca sobre eso —dijo Ron.
—Es una asignatura de séptimo...
—¿Y qué? La necesitaremos. Toda ayuda será poca cuando estemos frente a ese
maldito asesino.
—Está bien, mañana intentaremos conseguir un ejemplar y nos dedicaremos a
leerlo... Mientras, aquí hay una maldición que tiene muy buena pinta, se llama
«maldición de la locura». Al parecer provoca un efecto de locura temporal en quien la
recibe... la duración de los efectos depende del agredido, y de la capacidad del
agresor, claro. Se puede tratar, pero no tiene contramaldición directa... la idea es
parecida a la de los hechizos desmemorizantes —leyó Harry—. Vaya, aquí dice que
estuvo a punto de ser incorporada entre las maldiciones imperdonables...
—¿Por qué no lo fue? —quiso saber Ron.
—No tiene efectos mortales, como puede tener la maldición cruciatus y la
maldición asesina, pero sus efectos sobre la mente son terribles...
—Me gusta —dijo Ron—. Pero ¿cómo la practicamos? No vamos a ensayarla en
nosotros, ¿verdad?
—Claro que no.
—¿Entonces qué sugieres? ¿Que lo probemos con Malfoy? Podríamos
secuestrarle y usarle como cobaya...
—Sin duda sería interesante, pero no... Aquí dice que puede hacerse muy débil, y
sólo provocaría un dolor ligero de cabeza y mareo, con lo que podríamos probarlo
entre nosotros, pero si no nos sale bien podríamos armar una buena...
—Entonces mejor dejarlo.
—¡No! —dijo Harry, que se le acababa de ocurrir una idea—. Usaremos la
trasformación. Podemos convertir el muñeco en un mono y probar en él...
—Sí, eso es buena idea... pero luego lo convertimos otra vez en muñeco, no me
gusta hacer sufrir a los animales.
—Claro, a mí tampoco —dijo Harry—. Bueno, hagámoslo entonces... aunque
quizás haga mucho ruido el mono.
—Contra eso hay solución —dijo Ron—. Antes he leído un hechizo muy útil, el
encantamiento insonorizador.
—¿Insonorizador?
—Sí, verás... —Sacó la varita, hizo un gesto en círculo hacia toda la habitación y
exclamó—: ¡Insonoreo! —La habitación pareció emitir un débil destello, que luego se
apagó—. Ya está, ahora nadie oirá desde fuera lo que pase aquí, así hagamos estallar
la habitación.
—Genial —dijo Harry, felicitando a Ron—. Empecemos pues...
Convirtieron al muñeco en mono y se prepararon.
—Empezaré yo —dijo Harry, ya he leído como va. Apuntó al mono, que se movía
por la habitación, se concentró en lo que deseaba y exclamó—: ¡Loucurae!
El mono profirió un ligero quejido, pero al instante ya se le había pasado.
—No ha salido muy bien —comentó Ron.
—Es la primera vez... lo volveré a intentar.
Repitió el hechizo, concentrándose aún más, pero el resultado fue similar. Practicó
durante media hora, hasta que le cogió el truco, y el mono chillaba, bailoteando sin
control cuando le lanzaba la maldición.
—Vale, ahora lo haré yo... —apuntó al mono y volvió a convertirlo en un muñeco—.
Mejor dejemos a ese pobre animal, convertiremos otra cosa. Se acercó a la ventana y
convocó una piedra desde los terrenos del colegio, que también convirtió en un mono.
—Tienes que concentrarte con fuerza en lo que deseas hacerle, y cuando lances el
hechizo, notarás algo en tu cabeza. Tienes que hacer que esos pensamientos se
vuelvan contra él y lo torturen, ¿de acuerdo?
—Sí. —Se preparó y lanzó el hechizo—: ¡Loucurae!
No sucedió nada.
—Tranquilo, vuelve a intentarlo —lo animó Harry.
Ron continuó. Tardó cuarenta minutos en dominarlo.
—Vale —dijo Harry, volviendo a convertir al mono, que chillaba, en piedra—. Esto
ya está. Hemos hecho un buen trabajo, pero deberíamos dejarlo, es tarde ya, y pronto
subirán Dean, Seamus y Neville...
—Es cierto, nos hemos perdido la cena —recordó Ron.
—Le pediremos a Dobby que nos suba algo. Ahora bajemos.
Guardaron todos los pergaminos y libros que tenían y Ron quitó el hechizo
insonorizador a la habitación. Salieron y bajaron, esperando a que los demás subieran
de cenar. Ron cogió a Pigwidgeon y le mandó un mensaje a Dobby a las cocinas para
que les subiera algo de comer, si podía, cosa que el elfo no tardó ni cinco minutos en
hacer.
—Gracias, Dobby —dijo Ron mientras él y Harry se surtían de los pasteles que el
elfo había traído.
—De nada, señor. Todos estamos encantados de ayudarles, Harry Potter y Ron
Weasley, pero estamos tristes por la joven señorita amiga de ustedes.
Los rostros de Harry y Ron se ensombrecieron.
—Bueno... Dobby debe irse... —dijo el elfo, viendo la cara de los dos amigos, y
desapareció.
—¿Qué habéis estado haciendo? —les preguntó Ginny poco después, tras
regresar de la cena.
—Hemos estado practicando —dijo Ron, sin molestarse en hablar bajo.
—¿Practicando qué?
—Hechizos, maldiciones... Ese tipo de cosas, ya sabes —respondió Ron
tranquilamente.
—Harry... de verdad me estáis preocupando. Yo también estoy triste por Hermione,
pero no podéis hacer esto...
—¿No podemos, Ginny? —preguntó Harry, con voz irónica—. Sabes
perfectamente que puedo, que soy el único que puedo, y que tendré que enfrentarme
a él antes o después. Siendo así, prefiero que sea cuanto antes.
Todo murmullo y conversación en la sala común se apagó al oír a Harry. Sólo
Ginny y Ron sabían cuál era el contenido de la profecía.
—Harry, Dumbledore no lo aprobaría...
—No nos importa lo que Dumbledore piense —declaró Harry con dureza—.
Supongo que no esperará que me quede aquí, vigilado y a salvo para siempre
mientras mi mejor amiga está a punto de morir y Voldemort sigue por ahí, tramando
sabe Dios qué... porque si lo espera, está muy equivocado —agregó.
Ron asintió, dándole la razón a su amigo.
—¿No estaréis practicando Artes Oscuras o algo así, verdad? —preguntó ella en
voz baja. Su voz denotaba miedo.
—No exactamente —respondió Ron.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir lo que dice. Que no estamos aprendiendo magia oscura... aunque
tampoco es que sea muy blanca, si a eso vamos —aclaró Ron.
—Por favor, por favor... —suplicó Ginny—. No me obliguéis a contárselo a alguien.
—Ni se te ocurra —le advirtió Ron.
—Ginny... —dijo Harry, acercándose a la chica y poniéndole las manos sobre los
hombros—. Tenemos que hacerlo... es mi destino, tengo que prepararme. No puedo
esperar vencerle con el expelliarmus o el embrujo de piernas de gelatina... necesito
armas poderosas. Tienes que entenderlo. Me he enfrentado a él cada año, éste no
será distinto, lo sé, tarde o temprano nos veremos las caras, y no pienso confiar mi
suerte a una conexión de varitas o a la repentina aparición de Dumbledore.
—Harry... ya no eres el mismo. ¿Por qué no vuelves a ser el chico optimista del
baile de Navidad?
—Esa parte de mí murió con Hermione —respondió con dureza—. Ese Harry ya no
existe.
—Ese Harry me gustaba —fue toda la respuesta de Ginny, mientras se levantaba y
se dirigía a su habitación, con los ojos llorosos.
Harry se la quedó mirando, pero no dijo nada.
—Bueno, planeemos lo que vamos a hacer mañana —le dijo a Ron con
resignación.
Y así, también el domingo lo pasaron practicando hechizos y maldiciones,
haciendo duelos e intentando volverse cada vez más hábiles en el arte de la lucha,
intentando concentrarse todo lo que podían en lo que hacían, para evitar recordar que
el cuerpo de su amiga, aun no muerta, reposaba en la enfermería.
—No habéis ido a visitar a Hermione desde el viernes —les reprochó Ginny
durante la cena.
—Ginny... ya te dijimos que habíamos abandonado la esperanza... —explicó Ron,
intentando mostrarse fuerte.
—Yo tampoco creo que vaya a volver, pero aún no actúo como si estuviese muerta
—espetó Ginny—. Hace tres días parecías creer que en cualquier momento abriría los
ojos, y ahora...
—No quiero ilusionarme —confesó Ron—. No quiero pensar que volverá y luego
tener que volver a sufrir cuando me entere de que la he perdido. No lo soportaría.
—Sigue con la diadema puesta —dijo Ginny.
—Nadie va a quitársela —aseguró Ron—. Es suya, y la enterrarán con ella. —Una
lágrima se derramó por su mejilla al decir esto último.

Durante todos los días de la siguiente semana, la última de febrero, Harry y Ron
retomaron las clases con una energía y una determinación que nadie les había visto
nunca. Se esforzaban al máximo en todo lo que hacían, poniendo el máximo empeño,
y obteniendo resultados. Pareciese como si la energía y la vida que le faltaban a
Hermione se hubiese unido a ellos. La razón de tanto esfuerzo era clara: aprender lo
máximo posible en el menor tiempo. En cuanto terminaban los deberes, se encerraban
en su cuarto o se iban en secreto a la Sala de los Menesteres, donde seguían
practicando hechizos, maldiciones y contramaldiciones con verdadero fervor. A Ron le
costaba algo más que a Harry, porque éste había descubierto que la sensación de
rabia y de deseo de venganza que le invadía le hacía más fuerte, ayudándole a
realizar los hechizos de forma más potente y efectiva. Se dio cuenta de que sus
poderes crecían como nunca. Los de Ron también, pero no como los suyos. A veces
le parecía que había nacido para eso, y aún no sabía si eso le gustaba o le aterraba...
sólo sabía que era útil, y eso era lo que en esos momentos importaba; le daba igual
que las veces que había usado ese poder hubiese estado a punto de hacer mucho
daño a alguien, o que esa sensación le recordara demasiado a los sueños. Sólo
importaba que todo era más fácil cuando se dejaba dominar por esa sensación... y
más ahora, que parecía estar aprendiendo a controlarla.
Sabía perfectamente que todo el mundo había notado su cambio y el de Ron. En
Encantamientos, donde estaban viendo los encantamientos enfriadores y
calentadores, habían conseguido hacer unos encantamientos calentadores tan
potentes que no sólo habían conseguido derretir el hielo que había en un cubo, sino
que casi lo habían hecho estallar: el agua se había vaporizado completamente. Por
otra parte, en Transformaciones, donde habían comenzado a ver los hechizos
comparecedores, ambos habían logrado hacer aparecer una rana desde el lago en
sólo dos días de clase, lo que les había permitido obtener treinta puntos para
Gryffindor de una muy sorprendida profesora McGonagall.

La semana terminó, y comenzó una nueva, y Hermione seguía igual. Harry y Ron
no habían vuelto a la enfermería, y pasaban cada vez más tiempo enfrascados en sus
prácticas. Aparte de todas las maldiciones y hechizos que habían aprendido, habían
empezado a entrenarse en una nueva forma de lucha con las varitas: usaban los
encantamientos levitadores y locomotores para arrojarse cosas, quitarse las varitas y
arrojar al contrario contra algún lugar, lo que frecuentemente hacía que acabasen sus
entrenamientos doloridos y magullados, pasando mucho tiempo con partes de sus
cuerpos recubiertas de solución de murtlap.
Harry había descubierto que se le daba muy bien ese tipo de lucha. Sólo se dejaba
llevar por la emoción, por el brote de poder que se producía en su cuerpo, y Ron
apenas era capaz de defenderse, a pesar de que también él mejoraba muchísimo. A
veces, Harry pensaba si no estaría, de alguna manera, inyectando en su amigo parte
de sus propias capacidades y sensaciones, pero luego la idea le parecía absurda y la
desechaba. Sin embargo, algo extraño les sucedía, porque habían llegado a un
extremo de comprensión más allá de las palabras y los gestos, y cuando practicaban
hechizos, pensando en la venganza, en el momento en que los mortífagos estuviesen
frente a ellos, se llenaban de rabia y de odio, y les parecía que nada en el mundo de la
magia era imposible para ellos; entonces practicaban cada vez con más fervor, cada
vez con más intensidad, porque eso era lo único que distraía sus mentes del hecho de
que su mejor amiga estuviese en la enfermería casi sin posibilidades de recuperación.

El jueves por la tarde, Harry y Ron se dirigían a la sala común, tras salir de
Defensa Contra las Artes Oscuras, donde ambos acababan de realizar a la perfección
un hechizo de clonación, que permitía crear una ilusión que parecía un doble de uno
mismo durante un breve tiempo, para despistar. Harry miró a su amigo.
—Ron... —dijo con cautela— ¿no crees que deberíamos ir a visitar a Hermione?
Hace casi dos semanas que no vamos...
Ron tardó en contestar, pero la frialdad que últimamente llenaba sus ojos pareció
disolverse lentamente.
—Tal vez tengas razón... —dijo, dudando. Luego se decidió—: sí, vayamos.
Así pues, se dirigieron a la enfermería, donde Hermione seguía tendida, igual que
siempre. Se la veía increíblemente pálida y consumida, con la diadema aún brillándole
sobre la frente. A su lado, la Vela de la Vida aún ardía. Ambos miraron a su amiga
unos instantes, y la capa de dureza que se habían forjado durante las dos últimas
semanas se rompió en pedazos.
—Hermione... —susurró Ron, acercándose a ella—. Hermione, si supieras todo lo
que estamos aprendiendo... todo lo que estamos haciendo... Imagínate lo que
podríamos hacer si tú estuvieras con nosotros...
—Sí... nos estamos convirtiendo en los primeros de la clase —dijo Harry—. Ojalá
pudieses vernos. Nos gustaría tanto que te sintieras orgullosa de nosotros...
—No sé si puedes vernos —dijo Ron—. Tal vez piensas como mi hermana, que no
deberíamos hacer lo que hacemos, que no deberíamos obsesionarnos con la
venganza... Ojalá pudieras lanzarnos una de esas miradas de reproche. —Ron se
calló por un largo rato, mientras miraba a su novia—. Sentimos no haber venido a
verte antes. Perdónanos...
Ambos amigos se quedaron callados un largo rato, hasta que Harry se levantó.
Eran las cinco y veinte.
—¿Por qué no salimos afuera un rato, Ron? —propuso, mientras miraba por la
ventana—. Hace un buen día, y aún no son las seis...
—Sí, me vendrá bien —respondió Ron, levantándose—. Hasta mañana, Hermione
—se despidió.
Bajaron al vestíbulo y salieron a los terrenos. Se acercaron al lago. Muchos
estudiantes aprovechaban el tiempo antes de las seis, hora en que todos deberían
estar en sus salas comunes.
—Vaya, qué paseo más solitario —se burló Draco Malfoy, que iba con Crabbe,
Goyle, Pansy Parkinson y Millicent Bulstrode—. ¿Os habéis quedado sin novias? —
Los demás se rieron como tontos—. ¡Ah!, me olvidaba... creo que Granger ha pasado
a mejor vida... Bueno, considerando la vida que un Weasley puede ofrecer, cualquier
otra vida es mejor.
Crabbe, Goyle, Pansy y Millicent le rieron la gracia a carcajadas.
Harry y Ron no se reían. Tampoco parecían furiosos. Contemplaban a Malfoy
fijamente, con rostro inescrutable. Sin embargo, sí estaban furiosos. Acababan de ver
a Hermione y ahora aparecía delante de ellos el cretino de Malfoy, burlándose...
—Harry —dijo Ron con voz calmada, pero tan gélida que podría congelar el lago—.
¿No crees que Malfoy es un seguidor de Voldemort?
Los de Slytherin soltaron un respingo, y miraron, ya sin reírse, a los dos amigos.
—Si no lo es, lo será.
—Y recuerdas la promesa. El juramento que hicimos.
—Sí. No parar hasta que todos estén bajo tierra. Hasta el último. ¿Recuerdas,
Malfoy? Te lo dije. Te dije que te consideraría uno de ellos...
Malfoy los miraba con una leve sonrisa, que se desvaneció. Sacó la varita y los
demás lo imitaron. La comisura de los labios de Ron se curvó en una sonrisa diabólica.
Dio un rápido latigazo con su varita antes de que los Slytherins tuviesen tiempo de
hacer nada, y la varita de Malfoy saltó de su mano.
—¿Qué...? —se preguntó Malfoy, sorprendido.
Demasiado lento, demasiado tarde. Harry y Ron habían practicado demasiado.
Ambos volvieron a hacer los movimientos y las varitas de los otros cuatro saltaron
también.
—Demasiado lentos —sonrió Ron.
—Demasiado estúpidos —añadió Harry.
Harry apuntó con su varita, y, esta vez, la conocida sensación de odio y poder lo
invadió por completo, como nunca, más aún que el día que había amenazado a Draco
en la enfermería... y en esta ocasión, Ron no estaba dispuesto a detenerle, porque
estaba igual o casi igual que él. Malfoy tenía miedo. Más miedo que el día en que le
habían humillado en el vestíbulo, más miedo que el día del ataque de los dementores.
Pareció recordar que las dos personas que estaban delante de él habían provocado la
muerte de dos mortífagos, y parecía más asustado que nunca antes en su vida.
Crabbe y Goyle, sin las varitas y sin pensar en lo que hacían, avanzaron hacia
ellos, pero, con un rápido conjuro de Ron, ambos cayeron de rodillas, agarrándose la
cabeza y aullando de dolor; les había echado una maldición, parecida a la de la locura,
pero más débil, una Maldición de Jaqueca. Sin embargo, el dolor de cabeza que
provocaba era insoportable.
—Vale, dos menos... —dijo Harry.
—Ahora a por la pieza principal —decidió Ron.
Varios estudiantes se habían acercado a ver la escena.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Malfoy, con el miedo dibujado en la cara.
—¿Tienes miedo? —le preguntó Harry, burlón.
—Aún no sabe lo que es tenerlo, pero pronto lo sabrá —amenazó Ron.
Harry hizo un gesto con la varita, se vio un destello, y Pansy Parkinson fue lanzada
a las frías aguas del lago, entre las risas de los demás alumnos. Chilló de frío,
levantándose e intentando salir, toda empapada.
—Ahora tú, Bulstrode —dijo Ron. Ella intentó correr, pero con un gesto de su
varita, la chica fue lanzada al agua igualmente, cayendo cerca de Pansy, que en esos
momentos intentaba salir del lago, tiritando y chorreando.
—Bueno, y ahora el premio gordo —siseó Harry.
—Os castigaré —amenazó Malfoy, respirando fuertemente—. Te lo advierto,
Potter...
—Haz lo que quieras.
Apuntó con su varita. A él no bastaba con echarle al lago... a él había que hacerle
mucho, mucho más...
Dirigió la varita hacia el cuello del Slytherin, y el chico se lo agarró como si le
estuviesen ahorcando; y, efectivamente, eso estaba haciendo Harry.
Draco se levantó del suelo, sujeto por el cuello, incapaz de soltarse ni defenderse;
se estaba poniendo morado, y, si Harry seguía, se ahogaría. Intentó gritar, pero no
podía. Los alumnos que se habían reído al ver cómo Pansy y Millicent eran lanzadas
al lago, ahora estaban asustados. Algunos le gritaban que le dejase, pero a Harry y a
Ron no les importaban los demás. No les importaba nada. Alguien tenía que enseñarle
a Malfoy, alguien tenía que hacerle pagar... y ellos se iban a encargar de eso.
Malfoy intentó pedir auxilio, pero era incapaz de decir nada. Harry disfrutó viendo el
sufrimiento de su enemigo, porque, de alguna manera, eso aliviaba el suyo propio. Eso
le enseñaría, así aprendería...
—Harry, déjale —dijo una voz a su lado.
Harry ni siquiera miró a quien había hablado; no apartaba los ojos de Draco
Malfoy, pero reconoció la voz de Luna.
—¡Harry! ¡Ronald! ¡Parad! —gritó.
—Cállate, Luna —dijo Ron con sequedad.
—¿De verdad creéis que esto es lo que Hermione quiere que hagáis? ¿Lo creéis?
—dijo Luna.
—Por culpa de individuos como Malfoy, no sabemos lo que Hermione querría.
—¿De verdad crees eso? ¿De verdad piensas que ella se ha ido? ¿Acaso no hay
nada de ella en vosotros? ¿Ya la habéis olvidado?
Aquellas palabras golpearon a Harry como un mazazo, y se sintió extraño. Miró a
Malfoy, que casi desfallecía, y, soltando un grito, movió la varita y lo arrojó al lago.
Pansy y Millicent, que estaban muy asustadas, se acercaron para ayudarle a salir del
agua; Crabbe y Goyle seguían retorciéndose del dolor de cabeza.
—Eso está mejor —dijo Luna. Los miró a los dos, y ellos la observaron.
—Gracias... —musitó Harry.
—Si no queréis perderla —dijo Luna—, no olvidéis lo que ella os ha enseñado, lo
que hay de ella en vosotros. Mi madre murió hace mucho, pero aún recuerdo lo que
me enseñó, y procuro comportarme de una forma que a ella le hubiese gustado, para
que se sienta orgullosa de mí.
—¿Orgullosa de ti? —preguntó Ron—. Pero si está...
—No importa —atajó Luna—. Sé que ella me ve. A veces he soñado con ella... y
sé que es ella de verdad. Ella me quiere, y yo a ella, y no me abandonará nunca.
Luna dijo aquello muy convencida. Les miró unos instantes y luego se marchó,
dejando a Ron y a Harry sorprendidos e incrédulos.
Ellos se miraron entre sí, y luego observaron a la gente que les rodeaba, que los
miraban asustados; Draco, Pansy y Millicent intentaban secarse; y Crabbe y Goyle
seguían en el suelo. Harry y Ron los miraron con odio, y ellos retrocedieron. Daba
igual lo que Luna les hubiese dicho... quizás fuera verdad, quizás no... pero no se
arrepentían de lo que habían hecho. No se arrepentían de nada.
Emprendieron el regreso al castillo, pero, tras dar unos pasos, Ron se volvió y
lanzó una contramaldición hacia Crabbe y Goyle, que al momento dejaron de sujetarse
la cabeza y de quejarse.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Harry, mientras volvían al castillo sin mirar atrás.
—Bueno, ya sabes que eso sólo puede hacerlo el que ha realizado el hechizo... la
señora Pomfrey habría tardado horas en curarles, y no es necesario que estén
gritando en la enfermería. Hermione debe descansar.

Un rato antes de bajar a cenar, Harry y Ron bajaron de su cuarto, donde habían
estado trabajando un rato, y se encontraron con la mirada de una muy preocupada
Ginny.
—¿Qué es eso que me ha contado Luna de que casi ahogáis a Malfoy y que los
tirasteis, a él, a Pansy Parkinson y a Millicent Bulstrode al lago?
—Pues eso mismo —respondió Harry.
—¿Me lo dices tan tranquilo? ¡Luna me dijo que estuvisteis a punto de matar a
Malfoy!
—Ya veo que ha tardado en ir con el cuento —dijo Ron—. Seguro que será la
historia estrella del próximo mes en El Quisquilloso.
—¡Se preocupa por vosotros! ¡Igual que yo! ¡Igual que todos! —exclamó Ginny,
desesperada—. ¡Miraos, por Merlín! ¿Creéis que a Hermione le gustaría veros así?
—¡No hables de ella! —gritó Harry—. Eso ya nos lo dijo Luna, ¿de acuerdo?
¡DEJADNOS EN PAZ!
Harry se sentó en una esquina de la sala común, y Ron le siguió, dejando muda a
una muy sorprendida, preocupada y asustada Ginny.

A la hora de la cena, la historia de la humillación de Malfoy y sus amigos ya se


había extendido por todo el colegio. En la mesa de Slytherin, Draco parecía más
enfadado y ofendido que nunca, pero bajaba la mirada para evitar encontrarse las
miradas de burla y satisfacción de los demás estudiantes... aunque éstos también
miraban con cierta aprensión hacia Harry y Ron. Tal vez ya circulasen rumores sobre
lo locos que se habían vuelto debido a la pérdida de Hermione; y teniendo en cuenta
que su comportamiento las últimas semanas podría calificarse de obsesivo, a ninguno
de los dos les sorprendería que los creyesen unos perturbados, pero les daba lo
mismo.
—¿Qué crees que pensarán ahora de nosotros? —le preguntó Ron a Harry.
—No sé... tal vez nos tengan miedo... últimamente no somos los mismos, ¿no
crees? —contestó Ron.
—Sí, probablemente.
Más tarde, cuando la profesora McGonagall dejó a los alumnos de Gryffindor
enfrente del retrato, los llamó a ambos para que la acompañaran al despacho.
—¿Qué pasa, profesora? —preguntó Harry, una vez se sentaron frente al escritorio
de la jefa de la casa de Gryffindor.
Ella los miró severamente.
—Potter, Weasley... los prefectos de Slytherin, Parkinson y Malfoy, me han
informado de un asunto bastante grave.
—¿De que les hemos tirado al lago? —dijo Ron, como si fuera algo normal.
—Pues sí, señor Weasley, sin contar con que el señor Malfoy afirma que Potter
estuvo a punto de ahogarle. Espero oír una explicación. Ahora.
—¿No se la ha dado Malfoy? —preguntó Harry—. Quizás, al acusarnos, se le
olvidó comentar que se había burlado de nosotros y de Hermione. Pues bien,
toleramos que se metan con nosotros, pero nadie va a burlarse de ella, y menos un
asqueroso mortífago —sentenció Harry.
—Señor Potter, en este colegio hay unas normas. Sé que están ustedes dolidos,
enfadados... pero este comportamiento no puede repetirse.
—Castíguenos, si eso es lo que cree que merecemos —dijo Harry—, o quítenos
puntos. No nos importa. Comparado con la pérdida de Hermione, con lo que me
espera para el futuro, perder la copa de la casa o limpiar la sala de trofeos no me
parece muy grave. Si Malfoy vuelve a burlarse de Hermione de esa forma, no se
librará con una caída al lago —aseguró Harry. Ron asintió, apoyando a su amigo.
—Si se siente decepcionada con nosotros, lo sentimos —añadió Ron.
La profesora McGonagall los miró, con una expresión entre la severidad y la
compasión.
—¿Y si les expulsaran? —preguntó, observando su reacción.
Harry la miró fijamente.
—Partiríamos a enfrentarnos a Voldemort con lo que sabemos —afirmó—. No
esperaremos a que venga a por nosotros, ni a que mate a nadie más.
La profesora había perdido su expresión seria y parecía suplicar. Aquella
conversación no la controlaba ella.
—Serán veinte puntos menos para Gryffindor —dijo por fin, con expresión de
derrota—. Ahora les llevaré de nuevo a su sala común. Y por favor, no hagan locuras.
Sólo piensen en lo que sería para su familia, señor Weasley, perderles a ustedes dos,
aparte de a la señorita Granger. Mire a su hermana: ella está muy preocupada por
ustedes. —Les dirigió una última mirada, y, sin decir nada más, los condujo al retrato
de la Dama Gorda, donde les dejó.
Harry y Ron se miraron. Las últimas palabras de la profesora les habían afectado
mucho más que cualquier regaño o castigo.
—¿Qué tal? —les preguntó Ginny en cuanto entraron.
—Veinte puntos menos para Gryffindor —dijo Harry.
—Bueno, no está mal, por tirar a dos prefectos y otra alumna al lago...
—Se lo merecían —afirmó Ron. Ginny puso cara de súplica, pero su expresión
cambió cuando Ron añadió—: Hoy hemos ido a ver a Hermione...
—¿De verdad? —preguntó Ginny, poniéndose muy contenta por la noticia—. Ya
era hora...
—Tenías razón —admitió Harry, mirando a Ginny—. No iremos a enfrentarnos a
Voldemort a las primeras de cambio, pero no vamos a dejar de prepararnos, ¿verdad,
Ron?
—Por supuesto que no —dijo éste.
—Gracias —dijo Ginny, sonriendo—. De verdad que estaba muy preocupada por
vosotros.

El viernes por la tarde Harry, Ron y Ginny bajaron a tomar el té con Hagrid. No lo
hacían desde lo sucedido en el bosque. Parecía mentira que hubiese sido hacía sólo
seis semanas... a ellos les parecían años.
Hagrid les contó que él también había subido a verla a menudo, sacando el asunto
al notar que los tres habían asimilado ya la idea de que ella terminaría muriendo. No
obstante, cambiaron de tema de conversación, porque pensar en Hermione allí, donde
tantas veces habían ido a tomar el té, o a sonsacarle información a Hagrid, resultaba
muy doloroso.
Tras dejar a Hagrid y volver al castillo, los tres decidieron pasarse por la
enfermería, antes de volver a la sala común. Se quedaron los tres de pie, observando
el frío cadáver de su amiga, inmóvil, ajeno a todo. A Ron empezaron a caerle las
lágrimas, y se acercó lentamente a ella, cogiéndole la fría mano, intentando darle algo
de calor.
—Hermione... si supieras lo mucho que te echamos de menos... Nunca te dijimos
lo importante que eras para nosotros, y ahora es demasiado tarde. Sin embargo, te
aseguro que por mucho tiempo que pase nunca, nunca te olvidaremos. Seguirás viva
en nuestros recuerdos, Hermione. Nunca volveremos a tener una amiga como lo eras
tú. Nunca...
Ginny lloraba en silencio. Harry le pasó un brazo sobre los hombros,
reconfortándola, y ambos se acercaron también a la cama. Se quedaron allí los tres,
en silencio, mirando a Hermione, sin saber qué hacer ni qué decir. Tras un largo rato
se levantaron, y lentamente regresaron a la sala común, sin hablar. Se sentaron junto
al fuego y no tardaron en verse rodeados de sus compañeros, aunque todos estaban
silenciosos.
—¿Qué tal lo lleváis? —les preguntó Harry a Parvati y Lavender.
—Bueno... —respondió Parvati—. Aún no nos acostumbramos a tener el dormitorio
para nosotras solas... parece muy vacío.
—Sí, la verdad es que echamos de menos sus regañinas —reconoció Lavender.
—No sería capaz de recordar las veces que me ha ayudado en Pociones —
comentó Neville—. Nunca habría llegado a sexto sin su ayuda...
Se quedaron todos juntos, hablando, hasta la hora de la cena. Ron dijo que no
tenía hambre y Harry tampoco bajó al comedor. En cuanto los demás se hubieron
marchado, subieron a su habitación.
—Ya lleva seis semanas... —comentó Harry.
—Sí —respondió Ron.
—¿Nos ponemos a trabajar?
—Sería lo mejor... aprovechemos que estamos solos.
Así pues, sacaron la inmensa cantidad de libros e información que habían obtenido
de la biblioteca y se pusieron a leer y buscar nuevos hechizos y maldiciones.
—¡Cómo le gustaría todo esto a Hermione! —suspiró Ron, mientras leía un
pergamino sobre una maldición para confundir.
—Sí, le encantaría... —afirmó Harry—. Aunque nos echaría un buen sermón por
haber robado toda esta información, y encima siendo tú un prefecto...
—Seguramente eso haría —dijo Ron, sonriendo levemente.
Estuvieron leyendo durante media hora más, hasta que todo el mundo subió de la
cena. Luego, Harry y Ron, presionados por Ginny, jugaron una partida al ajedrez
mágico, pero no pudieron terminarla. Ron se levantó y se fue a la mitad, y Harry lo
siguió hasta su habitación.
—Ron... —lo llamó Harry. Su amigo estaba sobre la cama, mirando su insignia de
la PEDDO con ojos tristes.
—Lo siento, Harry... pero no habíamos jugado desde...
—Lo sé —dijo Harry, suspirando—. Yo tampoco estaba demasiado bien.
—La echo muchísimo de menos, Harry... creí que, después de un mes se me haría
normal estar sin ella, pero no es así. Hogwarts nunca será lo mismo sin Hermione...
¿A quien le darán el Premio Anual el año que viene si no es a ella?
—Yo también la echo mucho en falta —dijo Harry. Luego se levantó de la cama de
su amigo y se dirigió a la suya—. Ya que estamos aquí, creo que me voy a acostar...
Hasta mañana, Ron.
—Hasta mañana, Harry.
Se desvistió, se puso el pijama y se metió en la cama. Ron hizo lo mismo. Un rato
después, ambos estaban dormidos.

En medio de la noche, un ruido lo despertó. La luz estaba encendida y, cuando


Harry se puso las gafas, vio a la profesora McGonagall junto a la cama de Ron.
Parecía muy nerviosa.
—¿Profesora McGonagall? —preguntó Harry, aún adormilado. Ron se había
despertado también, y miraba a la profesora con cara de fastidio.
—Señor Potter, señor Weasley... es sobre la señorita Granger —dijo la profesora
con voz temblorosa.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ron, despertándose de golpe.
—Les ha llamado —respondió la profesora, emocionada.
—¿Qué? ¿Que nos ha...? —Ron abría y cerraba la boca, anonadado. Miró a Harry.
Ambos se pusieron en pie de un salto, cogieron sus batas y se dirigieron a la
enfermería, siguiendo a la profesora McGonagall. Aún no se lo creían... si les había
llamado, es que había despertado... seis semanas después, pero lo había conseguido.
Entraron en la enfermería y vieron al profesor Dumbledore y la señora Pomfrey,
que estaban junto a Hermione. El director sonreía. Ron y Harry corrieron junto a su
amiga. La Vela de la Vida brillaba con fuerza inusitada. Ambos amigos miraron a su
compañera.
No parecía la misma de hacía unas horas. Ya no estaba tan pálida, y respiraba,
aunque débilmente. Su piel ya no estaba fría. Parecía dormida, y se la veía débil.
—¿Cómo ha...? —preguntaba Ron, que, al igual que Harry, derramaba lágrimas de
felicidad.
—Despertó hace media hora. La vela nos avisó —respondió Dumbledore—. Lo
primero que dijo fue: «Ron... ¿Dónde estás?... Harry...» —El director parecía muy
alegre.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Ron, cuya cara irradiaba alegría.
—Claro que sí —respondió la señora Pomfrey—. Ahora duerme, y tendrá que
pasar en la enfermería varios días, pero se recuperará totalmente... después de seis
semanas. —La enfermera no parecía acabar de creérselo—. Es un milagro.
—¿Has oído Harry? —preguntó Ron, sonriente—. ¡Se recuperará! ¡No la hemos
perdido! ¡Sabía que no nos abandonaría, ella nunca lo haría!
Los dos amigos, pletóricos de felicidad, se abrazaron.
—Ciertamente, cuando vine aquí hace dos semanas creía que ya no despertaría
—explicó Dumbledore—. Me alegra haberme equivocado. Mañana por la mañana se
lo comunicaremos a sus padres.
—¿Cuándo despertará? —preguntó Harry.
—Dentro de unas horas —contestó la señora Pomfrey.
—Nos quedaremos con ella hasta que despierte, ¿verdad, Ron?
—¡Por supuesto! —dijo Ron, muy convencido.
—Profesor... —comenzó a decir la enfermera, con cara de no estar de acuerdo.
—Déjalos, Poppy, creo que tienen derecho. Han sufrido mucho, y estoy seguro de
que a la señorita Granger su presencia le hará mejor que cualquier otro remedio.
Así pues, Dumbledore y la profesora McGonagall se retiraron, y la enfermera volvió
a su despacho, dejando a los dos amigos con Hermione. Se sentaron cada uno a su
lado y esperaron. Ron le cogió la mano, como siempre hacía, y la chica se la agarró de
forma inconsciente. Ron sonrió como no lo hacía en mucho tiempo. Harry inclinó la
cabeza sobre el otro brazo de su amiga, sintiendo en él un calor que no había
esperado volver a notar nunca.

Abrió los ojos lentamente. Sentía dolor en la espalda. Se incorporó y vio que
estaba en la enfermería. Se había quedado dormido, con la cabeza apoyada sobre la
cama de Hermione. A Ron le había pasado lo mismo. Miró a su amiga, que se movía.
No sabía qué hora era. Harry se acercó a ella, y ella abrió los ojos, mirándole. Se
quedó un instante inmóvil, y luego sonrió.
—Hola, Harry...
—Hola Hermione —dijo Harry, lleno de felicidad—. Te hemos echado mucho de
menos.
—Yo también a vosotros... pero sabía... que estabais conmigo.
—Creímos que te habíamos perdido para siempre... Lo siento. Perdimos la
esperanza hace semanas... El último en aceptar que quizá no volverías fue Ron. Ha
dormido aquí todos los días de la semana pasada.
Hermione volvió la cabeza hacia Ron, que seguía dormido, y lentamente le acarició
la cabeza. El chico murmuró algo, y finalmente despertó y se incorporó. Miró hacia
Hermione, que le sonreía, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡¡Hermione!! —chilló, abrazándola—. Hermione, te he echado tanto de menos...
¡Nunca vuelvas a hacernos esto! ¿Me oyes? ¡Nunca!
La chica soltó una risita.
—Lo intentaré, te lo prometo... —le dijo Hermione dulcemente—. Y ahora me
gustaría saber qué pasó... Juraría que recibí un Avada Kedavra en el bosque... ¿Cómo
estoy viva? —preguntó.
—Harry te apartó, pero el rayo te tocó. Has estado durante seis semanas entre la
vida y la muerte, sin saber si vivirías o morirías, sin poder hacer nada por ti.
—Seis semanas... —dijo ella, ligeramente sorprendida—. No parece que haya
pasado tanto tiempo...
—¿Te has dado cuenta del tiempo?
—Más o menos... era una cosa extraña... pero sabía que estabais conmigo. No
podía oíros, no podía veros... pero os sentía. Gracias. No sé si habría despertado de
no ser por vosotros...
—No sabes lo que han sido estas semanas sin ti. Este colegio no es lo mismo si tú
no estás en él ¿sabías? —le dijo Ron sonriendo.
—¿Cuántas tonterías habéis hecho mientras yo no os vigilaba? —preguntó la
chica.
Ron y Harry se miraron, sonrientes.
—Puedes estar tranquila. Ginny procuraba regañarnos —dijo Harry—. Nos ayudó
mucho. De no ser por ella...
—Y no hicimos apenas locuras, sólo tiramos a Malfoy, a Pansy Parkinson y a
Millicent Bulstrode al lago...
—¿Que hicisteis qué? —preguntó Hermione, poniéndose seria.
—Sí, se burlaron de ti ayer, ¿sabes? —explicó Ron, poniéndose furioso—.
Cerdos...
—¿Y Crabbe y Goyle?
—Les eché una maldición para provocarles una jaqueca.
—¿Vosotros dos habéis acabado con los cinco?
Harry sonrió con suficiencia.
—No te imaginas lo que hemos aprendido ni lo que hemos estado haciendo estas
dos últimas semanas...
—Sí, casi nos hemos convertido en los primeros de la clase —dijo Ron. Hermione
sonrió, sorprendida—. Y tenemos todos los apuntes que necesitas para volver a
ponerte al día...
—Gracias —dijo Hermione, feliz.
—Sí, no nos importará ayudarte con los hechizos ni darte unas clases de apoyo —
se burló Harry.
—Hemos estado preparándonos muy en serio —aseguró Ron—. Ya verás lo que
tenemos en nuestra habitación...
Hermione los miró, sonriente. De pronto, se llevó una mano a la frente y tocó la
diadema. Se la quitó y la miró. Luego miró a Ron.
—¿Por qué la tengo aquí?
—Era tuya... quería que la llevaras hasta que... bueno... ya me entiendes —apartó
la mirada. Hermione le observó un instante.
—Gracias por estar conmigo... a los dos. Yo tampoco podría estar sin vosotros.
Ron se acercó a ella y le dio un pequeño beso en la boca.
—He echado mucho de menos esto... Fue tan terrible imaginar que te había
perdido justo después de tenerte... y tus padres están destrozados. —Hermione miró a
Ron, y su cara se entristeció—. Pero hoy vendrán a verte, tranquila. Ya... ya saben lo
nuestro.
—¿Lo saben?
—Sí, Lupin debió contárselo. Estaba aquí, con Tonks y Kingsley, la noche en que
rescatamos a Snape. Cuando salimos del bosque creíamos que habías muerto. Ni
siquiera te haces una idea de lo que fue...
—Estoy deseando ver a mis padres y a todos los demás...
—Todos están muy tristes. Se alegrarán enormemente cuando te vean, ya verás. Y
no creerías cuánta gente hay ahora en el PEDDO...
—¿Habéis seguido con el PEDDO?
—Sí, Ron ha estado muy ocupado —dijo Harry.
Hermione sonreía como nunca mirando a su novio.
—¿Qué más ha sucedido? ¿Qué pasó con los mortífagos? ¿Y Snape?
—Eh, eh, una pregunta cada vez —la calmó Harry, sonriente—. Macnair huyó.
Jugson, el que te atacó, no lo consiguió. Las arañas cayeron sobre él un instante
después de atacarte. Lo mataron. —Hermione hizo una mueca de desagrado—.
Snape está bien, aunque muy raro.
—¿Muy raro? ¿Más que antes?
—Sí. La semana pasada nos dejó salir de su clase para que yo trajera a Ron
aquí...
—¿Por? ¿Qué te pasó? —preguntó mirando hacia Ron.
—Bueno, cogía mi capa invisible y se venía a pasar las noches aquí, así que luego
estaba agotado... —explicó Harry—. Ese día llevábamos media hora de clase y
apenas había empezado con la poción.
—¿Y Snape os dejó iros?
—Sí.
—¿Y...?
—No preguntes más —le dijo Ron—. Tienes que descansar. Mañana
contestaremos a todo lo que quieras. Ahora debes dormir, y nosotros también
deberíamos...
—¿Os vais? —preguntó Hermione, intentado no parecer decepcionada ante la
idea.
—Claro que no. Vamos a quedarnos contigo hasta mañana. Hemos esperado seis
semanas a que volvieras. No vamos a dejarte sola ahora —dijo Ron.
Harry se levantó y se acercó a la cama de al lado, acostándose en ella.
—¿Por qué te vas ahí? —preguntó Hermione.
—Porque antes me quedé dormido apoyado en tu cama, y ahora me duele
horrores la espalda. Si vuelvo a hacerlo, mañana caminaré a cuatro patas.
Hermione y Ron se rieron.
—¿Y tú? —le preguntó Hermione a Ron.
—Yo no voy a separarme de ti —dijo, mientras se sentaba en la cama de la chica,
tumbándose junto a ella.
—¿Qué haces? —le preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Y si entra la señora
Pomfrey?
Ron se rió, y Harry también.
—¿Qué os pasa?
—Echábamos de menos que nos regañases por algo —dijo Ron—. Pero
tranquilízate, no estamos haciendo nada en contra de las normas del colegio, ¿no? Y
no voy a dormir en una silla. Si no me dejas dormir aquí, me iré a esa cama.
Hermione pareció dudar.
—Está bien —concedió ella finalmente.
Harry cerró los ojos, recordando las últimas semanas. Habían sido una auténtica
pesadilla, pero ahora, por fin, terminaba. Hermione estaba de nuevo con ellos, y todo
sería como antes. Por fin...

—¡Señor Weasley! —gritó alguien, despertándole. Harry abrió los ojos y miró hacia
la cama de al lado. Ya era de día. La señora Pomfrey observaba muy seria a Ron y a
Hermione, que dormían en la misma cama, abrazados. Ron se despertó y se levantó
de un salto—. ¿Qué hace usted en esa cama?.
—Esto... yo... pues ya ve... dormir —dijo Ron, aún medio dormido y completamente
rojo.
—¡Son ustedes prefectos de la escuela! ¡Deberían de dar ejemplo! ¡Esta chica
necesita descanso! —les regañó la enfermera, volviendo a su despacho.
—¿Qué pasa? ¿Los prefectos no duermen? —preguntó Ron, mirando a sus
amigos.
Harry sonreía, y Hermione parecía compungida, pero luego soltó una risita.
—¿Qué tal has dormido? —le preguntó Ron a Hermione.
—Estupendamente —respondió ella—. ¿Y tú?
—También.
—Yo voy a bajar a la sala común —dijo Harry—. Seguramente todos quieran saber
qué ha pasado... y querrán venir a visitarte —añadió, mirando a Hermione.
—Yo me quedo aquí —dijo Ron.
—No, tú vas —le ordenó Hermione—. Nadie debe andar solo por los pasillos, ya lo
sabéis. Pero no tardéis en volver, ¿vale?
—Está bien —aceptó Ron—. Vamos, Harry. Te acompañaré para que no te
pierdas.
Se despidieron de Hermione y bajaron, más contentos de lo que se habían sentido
en mucho tiempo, a la sala común, donde casi todo el mundo estaba ya despierto.
Ginny estaba sentada con Colin Creevey, y miró inquisitivamente a los dos amigos
cuando entraron.
—¿De dónde venís tan contentos? —les preguntó, temerosa.
—¡¡Ginny!! —gritó Ron abalanzándose sobre ella y dándole un gran beso en la
mejilla—. ¡¡Ha despertado!!
—¿Qué? —preguntó Ginny, mientras todo el mundo se giraba para verlos.
—¡¡Hermione ha despertado!! ¡¡Está viva!!
—¿De verdad? —preguntó Ginny, casi sin creérselo.
—Venimos de la enfermería —contó Harry—. Hemos pasado la noche allí, con
ella. Aún está débil, pero pronto se pondrá bien.
—¡Eso es estupendo! Es... es un milagro —dijo Ginny, mientras su rostro se
iluminaba.
La sala común de Gryffindor se llenó pronto de alegría y de gritos debido a la
milagrosa recuperación de Hermione, y no pasó mucho tiempo antes de que Harry,
Ron, Ginny, Seamus, Dean, Neville, Parvati y Lavender se dirigieran hacia la
enfermería.
Hermione los recibió a todos con alegría. Estaba encantada de verlos. Sin
embargo, a la señora Pomfrey no le hizo nada de gracia, y, tras cinco minutos, echó a
todo el mundo, excepto a Harry, Ron y Ginny.
—¿Qué barbaridades han hecho estos dos mientras yo no estaba, aparte de tirar a
los prefectos de Slytherin al lago? —le preguntó Hermione a Ginny.
—Nada, simplemente entrenarse como locos en lucha y sabe Dios qué más —dijo
Ginny.
—¿Cómo?
—Sí... verás, Hermione —dijo Ron—. Hemos estado duplicando libros de la
sección prohibida y...
—¿Qué? —preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Habéis estado sacando
información de allí sin permiso? ¡Ron, eres prefecto!
Harry y Ron se miraron, pareciendo culpables, y luego se echaron a reír.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Hermione, mirándolos con severidad.
—Sabíamos que dirías eso —respondió Ron.
Hermione sonrió, algo avergonzada.
—¿Y para qué habéis estado haciendo eso?
Ambos amigos se pusieron serios.
—Creíamos que ibas a morir, que nunca volverías —explicó Harry—. No podíamos
soportarlo. No íbamos a quedarnos sin hacer nada. Nos esforzamos al máximo en las
clases, para aprender. Sacamos libros de la biblioteca para prepararnos.
—¿Prepararos?
—Sí. No te imaginas lo que sabemos hacer, Hermione... Juramos vengarte.
Juramos no parar hasta que Voldemort y sus secuaces estuvieran bajo tierra. Por eso
hemos hecho esto.
—Sí, aunque a Ginny la teníamos loca. Creo que estaba convencida de que en
cualquier momento íbamos a salir de Hogwarts para emprender la búsqueda de
Voldemort —dijo Harry.
—¡No os veíais! ¡Todo el mundo lo decía, parecíais otros! ¡Dabais miedo, tan
seguros de vosotros, con esas miradas vengativas y frías...!
—¿Ibais a ir a vengarme? —preguntó Hermione, con una mirada entre el reproche
y el cariño.
—Por supuesto —afirmó Ron—. No podía soportar la idea de perderte justo
después de haberte conseguido...
Hermione le sonrió.
—Bueno, ya veremos qué habéis hecho y qué habéis aprendido —les dijo
Hermione—. Y bueno... ¿se sabe ya quién es el mortífago o lo que sea que está aquí?
—No —respondió Harry—. No ha dado señales de vida. Supongo que con las
nuevas restricciones es cada vez más difícil hacer algo.
Se quedaron toda la mañana con Hermione. A las diez y media, sus padres
acudieron al castillo, acompañados por Lupin y los Weasley. Incluso Fred y George
habían venido, acompañados por Lee Jordan. Los Granger se pusieron como locos al
ver a su hija de nuevo. También la señora Weasley lloraba de la emoción.
—Bueno, hermano —le decía Fred a Ron, cerca de la ventana, a donde se habían
ido mientras Hermione hablaba con sus padres y los Weasley—. Ya has recuperado a
tu amor platónico.
—¿Qué dices? —dijo Ron, sonrojándose.
—Vaya, el pequeño Ronnie, el prefecto, se nos pone colorado... —dijo George en
tono burlón.
—No seáis estúpidos.
—Si no lo somos, hermano —dijo Fred.
—Por supuesto, estamos encantados de tener a Hermione en la familia —agregó
George.
—Siempre que no deis lugar a una rama de Weasleys prefectos, claro —puntualizó
Fred.
—Sí, si no, tendremos que ocuparnos nosotros mismos de educar a nuestros
sobrinos.
—¡Dejadme en paz!
—Vale, vale, hermano... no nos hagas daño —dijo Fred, encogiéndose y haciendo
ademán de protegerse con los brazos.
—Os advierto que podría —dijo Harry con una sonrisa—. Hemos aprendido
algunos maleficios bastante interesantes.
—Sí —añadió Ron—. Estoy pensando en echaros la maldición de la locura y...
Las caras de los gemelos se pusieron serias.
—¿Sabes hacer la maldición de la locura? —preguntó Fred, muy sorprendido.
—Sí, yo y Harry hemos aprendido... —dijo Ron en voz baja, mirando que nadie le
escuchase.
—Pero si aquí no se aprende —repuso George—. Sólo en la sección prohibida se
podría... ¿Habéis leído libros de la sección prohibida sin permiso?
—Pues sí —dijo Ron, poniendo una mirada peligrosa—. Así que tened cuidado, o
acabaréis en el lago, como Malfoy.
—¿Habéis tirado a Malfoy al lago? ¿En este tiempo? —preguntó Fred, sonriendo
de nuevo.
—Sí, por imbécil —respondió Harry.
—Vaya, vaya, Fred... —dijo George con nostalgia—. Las nuevas generaciones nos
relevan...
—Sí, pero siempre habrá un antes y un después de nosotros —sentenció Fred, y
tanto los gemelos como Lee Jordan se rieron a carcajadas.
Los Weasley se fueron a mediodía, pero los Granger se quedaron todo el sábado
con su hija. La alegría que sentían al haberla recuperado no se podía describir con
palabras.

Ya por la noche, cuando sus padres se habían ido, Hermione se encontraba con
Ron y Harry. Su aspecto había ido mejorando durante el día, a pesar de que aún
estaba cansada, pálida y delgada, pero, según Madame Pomfrey, en dos o tres días
podría abandonar la enfermería. Lo que tendría que hacer era comer bien para
recuperarse completamente.
—Yo me encargaré de que coma, no se preocupe —dijo Ron muy serio a la
enfermera—. Como si tengo que hacerle tragar la comida con un hechizo.
—¿Tú vas a hechizarme a mí? —preguntó Hermione, desafiante.
—Te sorprenderías —respondió Ron con voz misteriosa.
Estuvieron en la enfermería hasta las diez y media, hora en que la señora Pomfrey
mandó a Harry y a Ron a la sala común.
—¿No podemos quedarnos? —le preguntó Ron.
—Hoy no. Además, no me fío de usted —le espetó la enfermera.
—¿Cómo? —preguntó Ron, ofendido, mientras Hermione y Harry se echaban a
reír.
—Anda, Ron, será mejor que nos vayamos —dijo Harry, aún riéndose.
—Está bien —aceptó él, de mala gana. Se acercó a Hermione y le dio un beso—.
Mañana por la mañana nos vemos, ¿vale? Que duermas bien.
—Hasta mañana, Hermione —dijo Harry.
—Hasta mañana —se despidió la chica, viéndolos salir.
Harry y Ron regresaron a la sala común. Neville y Ginny charlaban junto al fuego y
se sentaron un rato con ellos.
—Pensé que os quedaríais en la enfermería —dijo Ginny.
—Eso queríamos, pero la señora Pomfrey no nos dejó, porque no se fía de Ron.
—¿Qué? —preguntó Ginny, sorprendida. Ron se puso rojo y miró a Harry con
furia.
—Es que la noche pasada durmió en la cama de Hermione, y la señora Pomfrey
los vio por la mañana —contó Harry, riéndose.
—¡Sólo dormía! —chilló Ron.
—Nadie ha dicho lo contrario, hermano —dijo Ginny riéndose—. Pero ya sabes lo
protectora que es la señora Pomfrey con sus enfermos...
—Me voy a la cama —soltó Ron sin más y subió las escaleras hacia el dormitorio.
—Creo que yo también subiré a acostarme —dijo Harry. Estoy molido de la noche
anterior. Hasta mañana.
—Hasta mañana —respondieron Ginny y Neville.
Harry subió a su habitación y miró a Ron, que se acababa de meter en la cama.
Parecía algo enfurruñado.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry.
—¿Por qué se lo has contado a mi hermana? —preguntó Ron, con mirada
acusadora.
—Bueno, era una anécdota divertida, ¿no? —dijo Harry—. Además, no me digas
que te vas a enfadar por algo así hoy...
—Supongo que no —dijo Ron, sonriendo al fin—. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ron.
Harry se metió en la cama, pensando en el día vivido. Era curioso lo distinto que
parecía todo ahora que Hermione había vuelto. La sensación de desesperación, de
deseos de venganza, de angustia, había desaparecido, dejando sitio a una felicidad
casi olvidada. Cerró los ojos y le vinieron a la mente sus palabras: «ese Harry ya no
existe», y recordó la contestación de Ginny: «ese Harry me gustaba». Sonrió, aun sin
saber muy bien por qué. «Bueno, al fin y al cabo, ese Harry puede que aún exista»,
pensó, sonriendo aún más. Se dio la vuelta y se durmió.

Era de noche. La luna iluminaba los terrenos del castillo, y Harry se encontraba
paseando por la orilla del lago, aunque no sabía por qué estaba allí, ni por qué estaba
solo. Se sentía triste, muy triste. Andaba lentamente, sin rumbo fijo, con la mirada
perdida. Cogió una piedra y la arrojó al lago, viéndola hundirse en el agua, sintiéndose
desdichado, como si él mismo se hubiera hundido. Suspiró y siguió caminando,
pensativo, hasta que oyó una fría voz en su cabeza.
Estás caminando solo porque estás solo.
Se detuvo en seco, mirando al castillo. «Eso no es cierto —pensó—. Tengo a mis
amigos, Ron y Hermione...»
Ron y Hermione están juntos ahora. Tú ya no eres importante para ellos y lo
sabes.
«Eso no es verdad. Ellos nunca me abandonarían».
Ya te han abandonado. O si no, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué no estás con
ellos?
«Quería salir a pasear un rato», pensó, aún sabiendo que lo que decía no era
verdad.
Ja, ja, ja. No sirve de nada que te engañes. Estás solo... pero da igual, porque tú
no los necesitas.
«¡Son mis amigos!, y no estoy solo», pensó, intentando convencerse a sí mismo.
¿Ah, sí? ¿Y dónde están?
«Están... —pensó, pero no terminó la frase. No sabía donde estaban—. Iré con
ellos ahora mismo», decidió, y se dirigió hacia el castillo con paso rápido.
Es inútil que vayas. Ellos no quieren verte. Ninguno de ellos... y tú sabes por qué.
No te engañes, no sufras...
«¡Cállate!», pensó con fuerza, empezando a correr. Quería alejarse de aquella voz,
no oírla más...
¿Por qué te haces esto, Harry Potter? ¿Por qué, cuando no lo necesitas? Tú
puedes conseguirlo todo, si te ayudo... No les necesitas... ni ellos a ti.
«¡He dicho que te calles!», pensó de nuevo, acercándose a las puertas de roble.
Las atravesó y se dirigió a la torre de Gryffindor. Quería llegar y ver a sus amigos,
hablar con ellos y que le dijeran que ellos estaban con él, como tantas otras veces
habían hecho.
No lo harán. No están contigo. Sólo te tienes a ti mismo, y es lo mejor. Eres mejor
que ellos, lo has sabido siempre. ¿Por qué preocuparse por quienes te abandonan?
«¡Cállate, maldita sea!». La voz le estaba poniendo furioso, muy furioso.
Entró en la sala común. Allí sólo estaban Parvati y Lavender, junto al fuego. Se
acercó a ellas, que le miraron con suspicacia y con desagrado mal disimulado.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó.
—¿Por qué quieres saberlo? —contestó Parvati.
—Necesito hablar con ellos. Es importante.
Ambas se rieron. A Harry no le gustó nada aquella risa.
—No creo que les apetezca estar contigo ahora. Están juntos, y no quieren que los
molestes, por eso no vamos a decirte dónde están.
—¡Es importante! —repitió Harry, empezando a enfadarse.
Volvieron a reírse.
—No creo que a ellos les parezca importante —dijo Lavender con expresión
mordaz.
—Está bien —dijo Harry intentando tranquilizarse. Ya vería a Ron y a Hermione
después, pero ahora necesitaba hablar con alguien... Ginny valdría, siempre le
escuchaba.
Te escuchaba... antes. A ella tampoco le importas, ¿no lo entiendes?
Procuró ignorar aquella voz.
—¿Dónde está Ginny? —les preguntó a sus compañeras. Quería alejarse de ellas
cuanto antes, no le gustaba nada como se dirigían a él... le estaban poniendo muy
furioso.
—Con Neville —respondió Parvati con sequedad.
—¿Con Neville? —se extrañó Harry.
—Ah, tú no lo sabías, claro... —dijo Lavender, y su boca se curvó en una sonrisa
maliciosa—. Normal que nadie te lo dijera...
Te lo estoy diciendo, Harry. Mira a estas estúpidas. ¿Cómo se atreven a hablarte
así? Gozan de libertad gracias a ti, deberían arrodillarse ante tu presencia... todos
deberían arrodillarse ante tu presencia.
Harry cerró los ojos, intentando tranquilizarse, intentando ignorar la voz y las
últimas palabras de Lavender.
—Quiero hablar con ella —dijo, con un tono de voz más frío.
—Dudo muchísimo que prefiera hablar contigo que estar con Neville —comentó
Parvati, y las dos volvieron a reírse.
—¡Necesito hablar con alguien! —gritó, ya desesperado. ¿Qué les pasaba a esas
dos? ¿Es que no entendían? Estaban poniéndole muy furioso, deseaba sacar su varita
y hacerles algo, deseaba... Movió la cabeza, intentando apartar aquellos
pensamientos.
—Eso no le importa a nadie —se burló Parvati.
Harry apretó los puños y cerró los ojos de nuevo, intentando contener la rabia que
sentía.
Te lo dije. A ellos no les importas. Sólo te tienes a ti mismo... y a mí. Y yo te
ayudaré. ¿Vas a tolerar que esas dos estúpidas se burlen de ti? Si Harry Potter quiere
algo, Harry Potter debe tenerlo.
«¡Cállate de una vez!», pensó. Volvió a mirar a Parvati y Lavender, que le miraban
con burla.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó de nuevo, con tono aún más frío.
—¿Eres estúpido? ¡Ellos no quieren saber nada de ti! —exclamó Lavender—.
¡Lárgate y déjanos en paz! —gritó, aunque a Harry le pareció ver un deje de miedo en
su voz. Eso le divirtió un poco, pero muy poco.
—¿Por qué no estáis en vuestro cuarto? —preguntó Harry, dándose cuenta de que
era tarde. Sonrió—. Están allí, ¿verdad? Ron y Hermione están allí... Pues bien, voy a
subir a hablar con...
—Tú no vas a ningún lado —dijo Parvati, seria, poniéndose frente a las escaleras
de los dormitorios.
—Apártate, Parvati.
—No voy a hacerlo. Lárgate, Potter.
Se ha acabado la hora de la educación. Eres Harry Potter, el niño que vivió, el que
ha huido del Señor Tenebroso en multitud de ocasiones, el que ha vencido a cien
dementores... esa mocosa estúpida no va a detenerte. Dale una lección.
«No voy a hacerle daño».
A ella no le importa hacértelo a ti.
—Apártate, Parvati. Es tu última oportunidad —Harry casi pareció suplicar, a pesar
de su tono, que seguía siendo frío.
—Lárgate, Potter, ¿quieres? Todos estamos hartos de ti —intervino Lavender.
Ya lo has escuchado. Te lo dije... pero hay algo que puedes hacer... algo que
debes hacer, que debes demostrar...
«¡No!».
Tú quieres hacerlo. Hazlo.
«¡No, no puedo!», pensó Harry, sabiendo que deseaba hacerlo, deseaba borrar
aquella expresión de desprecio de la cara de Lavender, y aumentar el brillo de miedo
que veía en los ojos de Parvati.
No hay elección. Son ellas o tú. Ellas ya han elegido su camino. Tus amigos ya
han demostrado lo que les importas. Es hora de hacer tu elección, es hora de
demostrar quién eres, es tiempo de que las burlas terminen, de que las humillaciones
cesen. Debes hacer un escarmiento.
Harry intentó resistirse, pero supo que no podía, no podía porque lo deseaba,
deseaba liberarse de la frustración de verse abandonado, de verse despreciado. Ya no
se sentía como él mismo, se sentía... fuerte, poderoso... algo nuevo surgía en él, algo
que lo llenaba de seguridad... aquella sensación lo llenaba de nuevo, pero de forma
muy distinta a antes... ahora se sentía tan fuerte... Nadie volvería a burlarse de él.
Nadie.
—Bien... Si así es como lo quieres... —Sacó su varita. Ya no se sentía él mismo,
no se sentía como si fuese su mano la que se levantaba apuntando a Parvati,
sabiendo lo que iba a hacer, y, en el fondo, aunque temiéndolo, deseando hacerlo. Su
boca se curvó en una sonrisa demoníaca—. Deberías haberte apartado. ¡Avada
kedavra!
El letal rayo verde salió, y Harry sintió un enorme pero placentero escalofrío
cuando dio de lleno en el pecho de Parvati, que se desplomó sobre las escaleras, sin
vida.
—¡¿Qué has hecho?! —gritaba Lavender, muy asustada, casi sin creer lo que
acababa de suceder—. ¡¿Qué has hecho?!
Has hecho lo que debías. Esa estúpida no debería haberse puesto en tu camino.
Harry sonrió.
—Debería de haberse apartado. Conmigo no se juega. —Levantó la varita hacia
Lavender—. ¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó, casi deseando que se
negara a hablar.
—A-arriba —contestó Lavender, temblando de miedo.
Harry volvió a sonreír.
—¿Ves? Es más fácil si cooperas.
Bien hecho. Les has demostrado quien eres, se lo has enseñado. No los
necesitas, a ninguno de ellos. Sólo te harán sufrir, si no los amas, no sufrirás.
Subió las escaleras hacia los dormitorios, y, al llegar arriba, abrió la puerta de la
habitación de Hermione. Entró.
Todo cambió. Aquello no era una habitación de Hogwarts. Era la habitación de Ron
en La Madriguera. Él también había cambiado, y ahora era distinto, muy distinto:
mucho más poderoso, más alto, y más malvado. Y no acababa de matar a Parvati.
Eso hacía ya tiempo que había pasado. Ya no era el Harry de antes, ahora era aquel
ser poderoso, terrible, cruel y frío. La habitación estaba vacía. Bajó las escaleras de
nuevo, esperando encontrar a alguien en la casa... Se quedó quieto en la cocina,
esperando, y de pronto, la puerta se abrió, y por ella entró Ginny, una Ginny más
crecida, acompañada por Neville. La chica abrió mucho los ojos al verlo.
—¡Ha-Harry! —exclamó, casi en un grito de terror.
—Hola, Ginny —dijo, con aquella voz gélida que no era la suya. Sintió una
punzada de odio y rabia al ver como Ginny agarraba la mano de Neville... <<Estúpido
Longbottom», pensó—. ¿Cómo estás? Hace mucho que no te veo...
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella. La mirada de sorpresa había sido sustituida
por otra de odio... y miedo, o más bien, pánico.
—He venido a verte. Éramos amigos, ¿verdad? O eso creía... hasta que me
abandonasteis todos... —La miró fijamente—. Afortunadamente, me he dado cuenta
de que no os necesito, de que no me hacéis falta.
—Harry, no te abandonamos. Nunca lo hicimos, las cosas no sucedieron como
crees...
—¡Cállate! —No sabía bien por qué, pero no debía oír las explicaciones de Ginny,
porque eran peligrosas, porque podían tener razón, y eso le destruiría—. ¡Necesitaba
hablar con vosotros aquel día y a nadie le importaba! ¡Estabas con ese estúpido!
—Harry, yo no estaba con Neville aquel día, yo...
—¡No hables! ¡No des excusas! No necesito tus estúpidas explicaciones. Ahora lo
tengo todo, lo puedo todo...
—Harry, si supieras...
—Harry, deberías escuchar... —intervino Neville, temblando.
—No creo haber pedido tu opinión —siseó Harry. Estaba en una lucha interna. Una
parte de él pedía que les escuchara, que comprendería, pero otra, que era más fuerte,
decía que no, que lo que tenía que hacer ya lo sabía, y a eso había ido.
—Harry...
—Cállate, niña estúpida. Se ha terminado el tiempo de hablar.
Sacó la varita y lanzó una maldición, pero ambos se apartaron a tiempo.
—¿Os gusta jugar, eh? —dijo, riéndose ligeramente.
Ginny lanzó un hechizo, pero Harry lo desvió con un movimiento de su varita.
Mientras, ella y Neville salieron al jardín. Harry salió tras ellos, y al hacerlo, se
encontró a Fred y George.
—¿Qué...? —dijo George sorprendido, al ver a Harry allí—. ¿Qué haces tú aquí?
—Cállate, Weasley —dijo Harry, dando un fuerte latigazo con la varita. George
gritó, y de su garganta comenzó a manar sangre a borbotones. Ginny chilló. Fred se
arrodilló junto a su hermano, horrorizado. Harry no esperó más y apuntó al gemelo—.
Avada kedavra.
Fred cayó, sin vida, junto a su hermano, que se desangraba. Ginny gritaba y
lloraba con todas sus fuerzas, mientras Neville intentaba sostenerla.
—¿Por qué haces esto, Harry? ¿Por qué? —chillaba la chica—. Yo te quería
tanto... ¡Eras mi amigo! ¡Eran amigos tuyos!
—Yo no tengo amigos; tengo servidores, tengo esclavos. Yo no soy Harry Potter,
muchacha estúpida. Entiéndelo de una vez... —Miró a los cuerpos de los gemelos,
luego a Ginny, y añadió—: No te preocupes, pronto te reunirás con ellos, muy pronto.
Levantó la varita otra vez.
—¡No lo harás! —gritó Neville. Lanzó un hechizo aturdidor contra él, pero Harry lo
desvió sin problemas.
—¿Pretendes enfrentarte a mí, Longbottom? Nunca tuviste mucho cerebro.
—Yo... yo valgo por doce como tú.
Harry se quedó de piedra un instante, y luego se echó a reír.
—Recuerdas las viejas frases, ¿eh, Neville? Lástima que no tengan valor...
Neville volvió a agitar la varita, y un delgado haz cortante se dirigió hacia Harry,
pero éste desapareció y apareció de nuevo detrás del chico.
—Muy lento, Longbottom... —Neville se giró rápidamente, poro no a tiempo. Harry
levantó la varita y murmuró el hechizo. El rayo verde salió e impactó contra la cara de
Neville, que cayó en el acto—. Adiós, Longbottom.
—¡NOOOOO! —gritó Ginny, que seguía arrodillada. Se acercó a Neville y le miró
con pena, antes de volver la cabeza hacia Harry—. ¿CÓMO PUEDES HACER ESTO?
—Te lo enseñaré —siseó Harry, sonriendo—. Es fácil... observa —dijo, mientras le
apuntaba a la cara.
—Harry... recuerda el baile... recuerda el baile de Navidad.
—¡Cállate! ¡No me recuerdes aquello! ¡Todos me traicionasteis! —gritó, lleno de
furia.
—No es verdad, Harry. Si supieras lo que sucedió aquel día...
—¡Me traicionasteis! —chilló. Pero, ¿era verdad? ¿De verdad habían sucedido las
cosas así? «No, sabes que no», dijo una voz en su cabeza. «Sí! —chilló otra—.
¡Sucedieron así, sólo trata de debilitarte, acaba con ella!».
—Me traicionasteis...
—Harry, no sabes...
—Me gustará ver la cara de Ron y Hermione cuando vean esto... lástima que no
pueda quedarme. —Su expresión era ahora de disgusto, de un odio irracional,
inhumano—. También a ellos les llegará la hora...
—Harry... —suplicó Ginny, sollozando—. No sabes lo que…
—No necesito saber nada —cortó él. Apuntó directo a su cara—. Avada kedavra
Ginny cerró los ojos antes de recibir el impacto. Su cuerpo sin vida se desplomó
junto al de Neville. Harry observó su obra: vio a Fred, muerto, junto a George, que
también había fallecido, bañado en un charco de sangre; frente a él, Neville y Ginny...
Sintió que se partía, sintió deseos de llorar por sus amigos, y un dolor muy profundo,
que era a la vez físico y espiritual, lo perforó. Ya estaba bien por un día... tenía que
irse y descansar. Tenía que recuperarse, luchar contra aquel sentimiento horrible que
lo obligaba a sufrir por lo que acababa de hacer. La cicatriz empezó a dolerle de
pronto con muchísima intensidad, y todo se volvió negro.
29

El Cazador Cazado

—¡Harry! —exclamó Ron. Estaba de pie junto a su cama, con cara asustada—.
¿Qué te pasa?
Harry se incorporó lentamente. La cicatriz seguía doliéndole de forma horrible. Miró
a Ron.
—¡Apártate! ¡Déjame solo! —gritó. Se levantó de la cama, se puso las zapatillas y
la bata y salió por la puerta. Bajó a la sala común y se sentó junto al fuego, temblando.
Había sido horrible. Estaba muy asustado. Sabía que había sido un sueño, pero nunca
había sido tan real... nunca.
—¡Harry! ¿Estás bien? —preguntó Ron, que también había bajado, acercándose a
él.
—Apártate de mí —dijo Harry, mirándole con furia. Aún recordaba lo sucedido en
el sueño. Parvati le había dicho que estaba solo, que Ron y Hermione ahora no
querrían saber nada de él... y uno de sus temores era precisamente ese. Se sentía
aún lleno de aquella furia, de aquel odio que había experimentado... y estaba
asustado. Mortalmente asustado.
—Harry... ¿qué...? —murmuró Ron, confundido—. Has tenido una pesadilla,
deberías ir a ver a Dumb...
—¡No voy a ningún lado! —chilló—. ¡Aléjate de mí!
Neville, Dean y Seamus bajaban en aquel momento por las escaleras. Harry miró a
la asustada cara de Neville y sintió asco hacia sí mismo al recordar lo que había
hecho... pero también algo más... ¿Una punzada de odio? No podía ser...
—Harry —dijo Ron, con la voz calmada, intentando aproximarse a su amigo—. Soy
tu amigo... cuéntame qué pa...
—¿Eres mi amigo, no? —preguntó, sarcásticamente—. ¡Vete con Hermione!
¡Seguro que prefieres estar con ella que aguantar mis tonterías! —gritó. Ron se
levantó de un salto, como si Harry le hubiese golpeado, mirándole asustado. Harry le
observó. Sólo era Ron. Su amigo. Él nunca le abandonaría. ¿Cómo podía haber creído
o pensado algo así? ¿Qué le pasaba?—. Lo... lo siento, Ron. No quería decir eso... es
que... en el sueño...
—No pasa nada, Harry —dijo él, acercándose y dándole un abrazo—. Ya ha
pasado. Ya está... ¿Tuviste otro sueño?
—Sí... un sueño como el del verano, no como el de Snape.
Dean, Seamus y Neville los miraban, sin comprender.
—¿Qué sueños? —preguntó Seamus.
—Dejadnos, por favor —pidió Ron.
Los tres se miraron y volvieron a subir por las escaleras, murmurando entre ellos.
—Esta vez era algo distinto —explicó Harry.
—¿Cómo distinto?
—En los demás sueños, yo estaba dentro de mí mismo, ¿sabes?. Veía y sentía
todo lo que sentía mi yo del sueño, pero sabía que estaba soñando, que no estaba allí.
Esta vez no. Esta vez yo era el yo del sueño.
—¿Volvías a estar unido a Voldemort?
—No al principio. Al principio era yo, pero una voz me decía que estaba solo, que
me habíais abandonado... estábamos en Hogwarts. Yo quería hablar contigo y con
Hermione, pero Parvati y Lavender no me dejaban, decían que yo no os importaba,
que preferíais estar solos... yo me enfurecía muchísimo... la voz me decía que yo era
Harry Potter, que no debía dejarme dominar... Parvati intentaba que no subiera a
veros... y yo... yo la mataba.
—¿La matabas?
—¡Sí! —gritó Harry—. Era muy real, yo me sentía abandonado por todos... luego
ya no era yo, era ese yo del futuro o de dónde sea... e iba a tu casa... y mataba a
George, a Fred, a Ginny y a Neville, que estaban juntos...
—¿Qué? —exclamó Ron.
—Ron, era tan real... me sentía tan mal. ¡Cuándo vi a Neville bajar de la escalera
sentí una punzada de odio! Y al verte a ti...
—Harry, yo nunca voy a abandonarte. Eres mi mejor amigo. No importa que esté
con Hermione... y ella te dirá lo mismo. Nuestra amistad, la amistad que los tres
tenemos, es lo más importante...
—Ya lo sé, Ron... ya lo sé... lo siento... ¿Por qué tiene que pasar esto ahora, justo
cuando Hermione se ha puesto bien? ¿No voy a poder sentirme contento por algo sin
que pase algo malo?
—Vamos, tranquilízate. ¿Te apetece alguna cosa? ¿Un té o así?
—Sí me gustaría, pero no sé de dónde vamos a sacarlo a estas horas...
—Bueno, a ver si me sale... —dijo Ron, sacando su varita y agitándola encima de
la mesa. No pasó nada—. Bueno, vuelvo a probar.
Lo hizo y esta vez sí, aparecieron dos tazas de té.
—¡Vaya! Esto no está nada mal... —dijo, sorprendido de su propia habilidad—.
Tendré que enseñárselo a Hermione —añadió, sonriendo.
Harry también sonrió. Cogió su taza y dio un sorbo. Se tranquilizó. ¿Cómo podía
haber pensado eso de sus amigos?
—Oye, esto está muy bien —dijo.
—Gracias —contestó Ron, halagado—. ¿Quieres contarme más?
Harry le contó lo sucedido antes de aparecer en La Madriguera, cómo creía que
aquello había desembocado en su unión con Voldemort, y cómo las cosas no parecían
haber sucedido como él había creído aquella noche en el castillo.
—¿Qué piensas que era, un engaño o así? —preguntó Ron.
—No sé... el caso es que yo parecía saber que no era cierto que Ginny estuviese
con Neville y que tú y Hermione no quisierais hablar conmigo... pero no quería
admitirlo ni escucharlo, porque eso... eso destruiría la unión, o algo así...
—Ya, es lo mismo que las otras veces, tenías que matarnos, pero al matarnos
también sufrías... y ese sufrimiento también te destruía.
—Más o menos —dijo Harry.
Estuvieron en silencio, terminando el té, durante un rato, hasta que Ron preguntó.
—¿Por qué sentiste odio hacia Neville al verle con Ginny?
Harry se quedó paralizado un momento... No lo había pensado.
—No lo sé... —respondió.
—Harry... ¿no te gustará Ginny, verdad? —preguntó Ron con una ligera sonrisa.
—Creo que no... —respondió él. Era cierto, con Ginny nunca había sentido lo
mismo que sentía al ver a Cho... pero, ¿por qué había recordado aquellas frases antes
de dormirse?—. No, no me gusta —aseguró.
Ron le miró con ciertas dudas, pero no dijo nada al respecto.
—Mejor será que vayamos a dormir, ¿no? —Dijo—. Deberías descansar. Y
mañana ir a contárselo a Dumbledore.
—Sí, será mejor volver a la cama.
Subieron de nuevo a su habitación y se volvieron a acostar.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Neville, que seguía despierto.
—Sí, Neville. Gracias.
Harry se tapó. No se dejaría engañar ni dominar por aquellos sueños. Sólo eran un
engaño, una mentira. No sabía qué ganaba Voldemort con todo aquello, pero él no iba
a caer en la desesperación, ni iba abandonar a sus amigos, viese lo que viese.
Bastante más tranquilo y relajado por el té y la conversación con Ron, volvió a
dormirse.

Por la mañana, cuando se despertó, Ron aún estaba durmiendo. Se vistió y bajó a
la sala común, donde sólo había unos siete alumnos, entre ellos, Ginny. Sintió una
opresión en el estómago al verla.
—Hola Ginny... —la saludó Harry.
—Buenos días —respondió Ginny, sonriéndole. Luego se fijó en la expresión de
Harry y se puso seria—. ¿Qué te pasa?
—He tenido un sueño horrible...
—¿Un sueño? —repitió Ginny, asustada.
—Sí...
Harry se lo contó. Sorprendentemente, Ginny no mostró ningún signo de miedo o
de temor.
—No te preocupes —dijo ella, agarrándole una mano—. Sabes que eso no es
cierto... Ron y Hermione nunca te abandonarán, y tú nunca me harías daño. Además,
yo no salgo con Neville —añadió, con una risita—. ¿Cómo sale eso en tu sueño?
—No lo sé —dijo Harry, sonriendo también, un poco avergonzado.
Estuvieron hablando cinco minutos más, hasta que Ron bajó.
—Buenos días —dijo el pelirrojo, saludando a su hermana y a su amigo—.
¿Vamos a desayunar?
—Vale —dijo Harry—. Luego iré a ver si veo a Dumbledore...
Cuando iban a salir del retrato, Parvati y Lavender bajaron las escaleras. Harry las
miró un momento y se dirigió a ellas.
—Parvati... Si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías,
¿verdad?
—¿Qué? —peguntó Parvati, sorprendida.
—Digo que, si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías.
—Claro que no —dijo Parvati, mirando a Harry como si estuviese loco—. ¿Por qué
dices eso?
—¡Por nada! —dijo Harry, dándole un abrazo y saliendo fuera de la sala común,
dejando a la chica totalmente sorprendida.
—Vamos a la enfermería —dijo Ron.
—¿Pero no íbamos a ir a desayunar? —preguntó Harry.
—Desayunaremos allí, en la enfermería.
—¿Qué?
—Hazme caso, Harry. Seguro que Hermione prefiere que comamos con ella que
comer sola.
Harry miró a Ginny y se encogió de hombros. Ambos siguieron a Ron hasta la
enfermería. Hermione ya estaba despierta, y su cara se iluminó al verlos. Tenía mucho
mejor aspecto que el día anterior.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Ron, acercándose a ella.
—Bien —respondió Hermione—. Pero ya estoy harta de estar aquí.
—¿Has desayunado ya? —le preguntó Ron.
—No —dijo Hermione.
—Estupendo, entonces comeremos los cuatro juntos.
—¿Cómo? —preguntó Hermione. Miró a Harry, que se encogió de hombros.
—Venga, Harry, ayúdame.
Ron agitó la varita encima de la mesa, tal como había hecho la noche anterior, e
hizo aparecer en ella una fuente con un desayuno digno del comedor. Hermione abrió
los ojos como platos.
—¿Sabes hacer hechizos comparecedores? —preguntó Hermione, impresionada.
—Hemos aprendido en Transformaciones —dijo Harry—. Empezamos la semana
pasada. Se nos dan bastante bien. Aunque, por lo visto, Ron parece tener un don
especial para proporcionar comida.
—Esto lo he sacado de las cocinas —explicó Ron—. Esto es para ti —dijo,
mirando a Hemione y poniéndole la bandeja encima.
—¿Todo esto?
—Tienes que comer, ya sabes lo que dijo la señora Pomfrey.
—¡No puedo comer todo esto!
—Si no te lo comes, lo enviaré directamente a tu estómago —la amenazó Ron,
apuntando con la varita a la bandeja.
Hermione se lo quedó mirando, pasmada, y luego se rió.
—Está bien.
—Bueno, pues yo lo mismo —dijo Harry. Sacudió la varita y aparecieron bandejas
con comida. Una para él y otra para Ginny—. Toma —le dijo a la pelirroja, pasándole
su desayuno.
—Gracias.
Mientras desayunaban, Harry miró a Hermione.
—Tengo que contarte algo —dijo, con aspecto serio.
—¿El qué? —preguntó la chica.
—Ayer tuve otro sueño como el del verano y aquél en que os atacaba a ti y a Ron
—explicó.
—¿Otro? —preguntó Hermione, dejando de comer.
—Sí... Verás... —comenzó a decir Harry. Se lo contó todo. Cuando terminó,
Hermione estaba pálida.
—¿No creerás eso, verdad?
—¿El qué?
—Que Ron y yo vamos a dejarte de lado o algo así...
—¡Claro que no! —exclamó Harry, mirando a Ron para que no se le ocurriera
comentar el incidente de la noche anterior—. Pero en el sueño era... tan real...
—¿Has hablado ya con Dumbledore? —preguntó ella.
—No... Iba a ir después. Aunque no sé para qué, tampoco saben nada, y yo ya me
estoy cansando... quiero saber qué significan realmente estos sueños, qué me dicen,
qué me indican... quiero respuestas, y nadie puede dármelas.
Hermione miró a su amigo con lástima, mientras Ron empezaba a recoger las
bandejas y las ponía en una pila, momento en el que la señora Pomfrey entró en la
sala, viendo al chico desvanecer las bandejas para devolverlas a la cocina.
—¿Pero qué hacen? —chilló—. ¡Señor Weasley! ¡Esto no es un comedor! ¡Si
sigue así terminaré prohibiéndole la entrada a la enfermería!
—¿Qué? —preguntó Ron, abriendo mucho los ojos y visiblemente enfadado—.
Pero si yo... yo... —Miró hacia sus amigos. El momento triste había pasado y se reían
tapándose la boca—. ¡Esta mujer me ha cogido manía! —exclamó.
—Anda, acompáñame al despacho de Dumbledore —le pidió Harry, volviendo a
ponerse serio.
—Sí, está bien.
Se despidieron de Hermione y de Ginny, que se quedó con ella, y se dirigieron,
alertas, al despacho del director. Llegaron a la gárgola y pronunciaron la contraseña,
pero no se abrió. Debían de haberla cambiado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ron.
—Vayamos a ver a la profesora McGonagall.
Se dirigieron al despacho de la subdirectora, llamaron, y ésta que los hizo pasar.
—¿Qué sucede? —les preguntó.
—Queríamos hablar con el profesor Dumbledore, profesora.
—¿Por? ¿Qué ha sucedido, Potter?
—He tenido otro sueño.
—¿Otro?
—Sí.
La profesora lo miró con expresión grave y preocupada y suspiró.
—Está bien, les acompañaré hasta allí.
La profesora los llevó de nuevo ante la gárgola y pronunció la contraseña, «bollos
de chocolate». Harry y Ron le dieron las gracias y entraron en el despacho.
—Profesor Dumbledore —dijo Harry al entrar.
—¿Harry? —preguntó Dumbledore, que estaba de pie, junto a Fawkes—. Pasad,
pasad. Precisamente quería hablar con vosotros.
Harry se quedó un tanto sorprendido.
—Ah... ¿y por qué?
—Primero vosotros. ¿Qué queríais?
—Es que... he tenido otro sueño —dijo Harry.
El director lo miró fijamente y se sentó en su silla, sin decir nada. Con un gesto los
invitó a hacer lo mismo.
—Cuéntamelo, Harry —pidió.
Harry se lo relató todo.
—Profesor... ¿Cree que puedo hacer eso? ¿Que puedo llegar a ser así?
—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore, mirándole por encima de sus gafas de
media luna.
—No... no creo. Dudo que fuera capaz de matar a Parvati sólo porque una
estúpida voz me lo dijera... —pero Harry no estaba totalmente seguro de lo que decía,
porque si Luna no hubiese llegado a donde estaban él y Ron atacando a Malfoy...
¿qué habría sucedido? Prefirió no pensar en eso—. Profesor... ¿qué significa todo
esto?
—Supongo que hemos visto el comienzo —contestó Dumbledore—. Primero viste
el final, luego un momento intermedio, pero importante, y ahora hemos visto el
principio... la primera muerte, antes de la «fusión».
—Pero no se ve cómo ocurre esa «fusión...»
—Sí, es cierto... y es una lástima, porque nos sería de mucha utilidad saber qué
busca o pretende Voldemort. Antes, con la ayuda del profesor Snape, aún sabíamos
algo, pero ahora...
—¿Por qué en ese sueño me sentía el yo del sueño? No me sentía como si
estuviera en el cuerpo de otra persona, como las demás veces...
—Tampoco lo sé —admitió Dumbledore—. Supongo que la conexión, por alguna
razón, se está haciendo más fuerte. —El director miró a Harry muy fijamente, tanto
que el chico casi se intimidó—. Harry, ¿cómo te sentiste?
—¿Cuándo?
—Cuando matabas a la señorita Patil.
—Me gustó... —admitió, sin atreverse a mirar a los ojos de Dumbledore— pero de
una forma extraña. No disfruté de la misma forma que disfruto jugando al quidditch o
estando con Ron o Hermione... Me sentí... poderoso.
—¿Alguna vez te has sentido así en la vida real? Os he estado observando esta
semana muy atentamente —les dijo Dumbledore—. Y desde que creísteis que
Hermione moriría habéis estado muy extraños... demasiado concentrados. Diría que
las cosas os salen demasiado bien.
—Me sentía muy mal por Hermione. Sólo queríamos vengarnos —explicó Harry,
bajando la cabeza—, y me sentía... sí, como si pudiese hacer muchas más cosas...
—¿Eso lo descubriste practicando hechizos de la sección prohibida? —La mirada
de Dumbledore era inquisitiva.
Harry y Ron se miraron, sorprendidos.
—Sí, sé que habéis estado cogiendo libros de allí —les dijo Dumbledore, aunque
no parecía enfadado.
—Sí —respondió Harry, aunque no era del todo cierto, porque había descubierto
ese poder ya en verano—. Lo descubrí cuando hacíamos esos hechizos.
—Bien... —dijo Dumbledore, asintiendo—. Ahora vais a prometerme que vais a
dejar de coger libros de la sección prohibida, al menos de momento. Ya no tenéis que
vengar a nadie... Luego, dentro de un tiempo, ya hablaremos, ¿de acuerdo?
—Está bien —asintió Harry.
—¿Señor Weasley?
—Se lo prometemos —dijo Ron.
—Vale, podéis iros.
—Hasta luego, profesor —se despidieron, saliendo del despacho del director.
—¿De qué querrá hablarnos más adelante? —preguntó Ron.
—No sé...
—¿Vamos a seguir practicando, Harry? —preguntó Ron.
—Le prometimos a Dumbledore que no seguiríamos robando libros de la sección
prohibida.
—Sí, eso es cierto —dijo Ron con una sonrisa—. Pero no le dijimos que
dejaríamos de practicar con lo que ya tenemos.
Harry miró a su amigo y también le sonrió.

Pasaron la tarde del domingo con Hermione. Ella insistió en que le explicaran todo
lo que habían visto en clase, y los dos amigos se lo contaron, aunque Ron no le
permitió a Hermione intentar aprenderse los hechizos comparecedores, que a él
parecían salirle muy bien.
—Ya lo harás el martes, cuando regreses a clase —dijo Ron—. Yo prometo darte
clases si veo que las necesitas.
Hermione le dio un golpe en el hombro a su amigo. No se hacía a la idea de que
Ron pudiese dominar un hechizo antes que ella, pero luego sonrió.
—¿De verdad me ayudarías?
—Pues claro. ¿Cuántas veces me has ayudado tú? Haría lo que fuera por ti —
aseguró, y se sonrojó al instante.
—¡Qué romántico! —exclamó Harry, y se acercó a la ventana, mientras sus
amigos volvían a ruborizarse.

Llegó el lunes, y Harry y Ron volvieron a clase. A primera hora tenían Pociones, y
ninguno de los dos había visto a Malfoy de cerca desde el incidente del lago. Habrían
preferido no verle, pero les daba igual, ahora que Hermione estaba bien.
En cuanto llegaron a la clase, Malfoy les miró con odio, odio profundo, pero
también, como Harry se alegró de comprobar, con cierto temor. En cuanto acabó la
clase, en la que Ron y Harry consiguieron una poción «casi» digna de Hermione,
salieron al pasillo, y Malfoy los siguió.
—Parece que ya se te recuperó la sangre sucia, Weasley —gruñó.
Harry se volvió, un tanto sorprendido de que Malfoy se atreviera a meterse con
ellos tras lo sucedido en el lago. Supuso que había notado su cambio de expresión.
—No la llames así, Malfoy —le advirtió Ron.
—Oooh, ¡cómo la defiende! —se burló Malfoy.
Ron sacó su varita en un instante y apuntó.
—¿Quieres que repitamos lo del lago? —amenazó—. ¿Quieres, Malfoy?
—Déjalo, Ron —dijo Harry, bajándole la varita a su amigo—. Sólo es un estúpido.
Lo único que pasa es que tiene envidia de que tú tengas amigos verdaderos y él no.
¿Verdad, Malfoy? Envidia como la que se te veía en la enfermería, cuando Ron estaba
acompañado y tú no.
Ron se relajó y sonrió. Malfoy parecía más humillado que nunca.
—¿Envidia de Weasley? ¿Yo? ¡No me hagas reír!
Harry sonrió.
—Eres un imbécil, Malfoy. No sé como pudiste darme lástima aquella noche —
continuó Harry. Él y Ron se dieron la vuelta y se fueron, dejando a Malfoy sin palabras.
Harry le había dicho que le había dado lástima. Debía ser el peor insulto que le habían
dirigido nunca.

—¿Qué te parece si esta tarde, antes de ir a buscar a Hermione, practicamos un


poco en la Sala de los Menesteres? —sugirió Harry a la hora de la comida.
—Sí, buena idea —dijo Ron—. Aunque sería mejor en nuestra habitación, al fin y
al cabo no queremos que Dumbledore lo sepa, ¿no?
—Sí, será mejor.
Así pues, subieron a su habitación después de comer, cerraron la puerta con un
hechizo que sólo ellos podrían abrir y la insonorizaron.
—Ahora necesitamos sitio —dijo Ron, empezando a reducir las camas con un
toque de su varita.
—Bien, ¿qué te parece un poco de combate sin hechizos? Sólo moviendo objetos
con la varita.
—Perfecto —dijo Ron, preparándose.
Empezaron la lucha. La verdad, ambos eran bastante buenos. Durante toda la
semana anterior habían trabajado sin descanso y luchaban de forma excepcional,
aunque Harry, cuando la emoción y la concentración del duelo lo embargaban, se
sentía más capaz, más poderoso, y Ron no era capaz de detenerlo.
—Buf, no puedo contigo —reconoció Ron al levantarse por tercera vez del suelo y
recoger su varita, que estaba a dos metros de él.
—No sé por qué. Eres muy bueno —dijo Harry, mirando a su varita—. Es como
si... no sé, como si hubiera nacido para esto.
—Bueno, eso es una buena noticia, ¿no? Vas a necesitar todo y más para vencer
a Voldemort. Aunque Hermione y yo estaremos siempre a tu lado, aunque nos cueste
la vida.
—Lo sé —dijo Harry, sonriendo—. Gracias.
—¿Vamos a buscar a Hermione? —propuso Ron—. Ya llevamos tiempo aquí, e
igual Seamus, Neville y Dean quieren entrar en la habitación...
—Sí, deberíamos salir...
Volvieron a dejar la habitación como estaba y salieron, contentos porque pronto
tendrían de nuevo a su amiga con ellos.
Salieron por el agujero del retrato y se encaminaron a la enfermería, charlando
alegremente sobre lo que harían aquella noche, cuando los tres volvieran a estar en la
sala común.
—Nada divertido, supongo —decía Ron—. Seguro que Hermione quiere ponerse a
hacer deberes y estudiar para recuperar el tiempo perdido.
—Sí, seguro —dijo Harry, riéndose mientras avanzaban por un corredor desierto
—. ¿Y sabes qué? —Ron lo miró—. Eso es lo que significa tener a Hermione con
nosotros... y es maravilloso.
Ambos se echaron a reír.
De pronto, su risa se congeló. Delante de él, salido como de la nada, había
aparecido un encapuchado que les apuntaba con la varita, dejándolos a los dos casi
congelados de la impresión—. ¡Cuidado!
El encapuchado lanzó un hechizo, pero ambos lo esquivaron. Harry lanzó un
hechizo aturdidor, pero el otro lo desvió usando el encantamiento escudo y golpeó a
Harry en una pierna. Éste cayó al suelo, consciente aún, pero su varita se le
desprendió de la mano.
—¡Harry! —gritó Ron mientras hacía un movimiento con la varita y la del extraño
saltaba de sus manos—. ¡Maldito cerdo! ¡No te...!
Pero no terminó la frase, porque el extraño sacó otra varita de la túnica y lanzó un
rápido ataque contra Ron que le pilló sorprendido. Ron se llevó las manos a la boca,
mientras por su nariz comenzaba a manar sangre. Aulló y cayó al suelo. El
desconocido se rió y apuntó a Ron.
—Adiós, Weasley —murmuró. Iba a pronunciar un hechizo cuando alguien
apareció por el mismo pasillo del que había salido él.
—¡Expelliarmus! —gritó.
La varita del desconocido saltó de su mano y él se volvió para mirar. Entonces,
Harry cogió su varita y lanzó al atacante contra la pared. Se levantó con dificultad y
miró a su salvador. Era Henry Dullymer.
—¿Estáis bien? —preguntó el Slytherin jadeando, sin dejar de apuntar al
desconocido.
—Sí, gracias a ti —dijo Harry—. Veníamos en las nubes, charlando. ¿Estás bien,
Ron?
El pelirrojo asintió. Se levantó y cogió su varita. Seguía con la mano sobre la boca,
de donde seguía manando sangre, al igual que de su nariz.
—Ahora sabremos quien eres —dijo Harry, haciendo un gesto con la varita. La
capucha le cayó y vieron a quien se ocultaba debajo. Dullymer abrió mucho los ojos.
—¿Aldus Birffen?
—No sabía tu nombre, pero te conozco —le dijo Harry al extraño, que los miraba
con odio y desprecio, pero no decía nada—. Eres de séptimo. Slytherin... ¡Estabas en
la enfermería el día que envenenaron a Warrington! ¡Fuiste tú!
—Era necesario —dijo él con una sonrisa, que al instante se volvió gélida, cuando
fijó sus ojos en Dullymer—. Y tú, traidor a Slytherin, lo pagarás —amenazó—. El Señor
Tenebroso no perdona.
—Será mejor pedir ayuda —dijo Harry, haciendo que su varita produjese un fuerte
estampido—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo envenenaste a Warrington?
—No voy a decírtelo, Potter, y si crees que vas a retenerme aquí... —Hizo ademán
de coger una de las varitas.
—No te muevas —le advirtió Dullymer, apuntándole a la cara—, o te arrepentirás.
—¡No puedo fallarle al Señor Tenebroso! —gritó Birffen.
—Creo que ya lo has hecho. Aunque tengo que admitir que lo hiciste bastante bien
hasta ahora —dijo Harry.
Ron miraba con odio al encapuchado. Seguía sangrando.
—¿Pob gué atacabte a Hemmione? —preguntó.
—No voy a decírtelo —respondió el otro, desafiante.
—Pueb entonfes... —comenzó Ron, apuntándole con su varita.
—¿Qué sucede aq...? ¡Ah! —exclamó la profesora McGonagall, que venía
corriendo, acompañada del profesor Snape—. ¡Señor Birffen! ¿Usted es...?
Snape le miraba sorprendido. Birffen le vio y su cara mostró una horrible mueca de
asco y desprecio.
—Usted... traidor. El Señor Tenebroso dará contigo, Snape...
—Venga con nosotros, Birffen. Iremos al despacho del director —ordenó la
profesora McGonagall, recuperando el aplomo.
—No —respondió él, con un puño apoyado contra su pecho—. Ni lo soñéis. El
Señor Tenebroso no admite fracasos. —Harry notó que parecía asustado. Dullymer
parecía muy nervioso. Ron le miraba con furia—. No pienso hablar y traicionarle.
—Pues creo que... —comenzó a decir la profesora McGonagall.
No terminó, porque Birffen, rápidamente, se llevó la mano que tenía sobre el pecho
a la boca y se tragó algo que tenía en ella. Sonrió como un demente. La profesora
McGonagall se le acercó gritando «¡No!», pero ya era tarde. El rostro de Birffen mostró
una última expresión de satisfacción, antes de convertirse en una mueca de horror
absoluto y miedo. Cayó al suelo de rodillas, con la respiración convertida en un
estertor, y se desplomó. La profesora McGonagall y Snape se inclinaron sobre él.
Harry y Ron se miraban, asustados.
—Está... muerto —declaró la profesora McGonagall, con un hilo de voz y el rostro
compungido—. Se ha suicidado.
Snape se incorporó, con la cara desencajada, mirando al alumno por causa del
cual casi había sido ejecutado, e hizo aparecer una camilla; cargaron en ella el cuerpo
sin vida de Birffen. Snape parecía aturdido.
—Ustedes deberían de ir a la enfermería también —dijo la profesora McGonagall,.
suspirando—. Tienen cincuenta puntos cada uno para sus casas.
—Gracias —dijo de nuevo Harry, mirando a Dullymer, que parecía conmocionado.
—No es nada —dijo él—. Bueno, ahora parece que el peligro ha terminado, ¿no?
—Sí, eso parece —dijo Harry, mientras emprendían el camino a la enfermería—.
Pero ya no sabremos cómo lo hizo. Prefirió suicidarse... —Harry meneó la cabeza—.
Aún no lo entiendo.
Entraron en la enfermería. La señora Pomfrey examinaba a Birffen en aquel
momento, confirmando que se había envenenado. Hermione miraba la escena con la
boca abierta, muy asustada. Entonces vio a Ron, a Harry y a Henry y sus ojos se
abrieron aún más.
—¡Ron! ¡Harry! ¿Qué os ha pasado? —preguntó la chica, muy preocupada.
Ron señaló hacia la camilla donde estaba Birffen.
—Él era el encapuchado, el acechador, el siervo de Voldemort —explicó Harry—.
Nos atacó en un pasillo y nos cogió desprevenidos, suerte que llegó Henry, porque
llevaba dos varitas.
—¿Qué le ha pasado? ¿Por qué... por qué está muerto?
—Se ha suicidado al verse acorralado —explicó Henry—. Se tomó algo que tenía
en una mano...
Hermione profirió un quejido.
—¿Qué le ha pasado a Ron?
—Le lanzó un hechizo a la cara. Produce un efecto como un golpe o algo así
—Deje que le eche un vistazo a eso, señor Weasley —dijo la señora Pomfrey
acercándose. Estaba lívida. Examinó la herida, dio un toque con la varita en la cara de
Ron y ésta dejó de sangrar—. Listo.
—Gracias —dijo Ron—. Dolía bastante. —Se apuntó con la varita a la cara, cerró
los ojos y dijo—: fregotego.
La sangre desapareció, y también la que le había caído por la túnica.
—Severus, por favor, ve a avisar al director —pidió la profesora McGonagall.
Luego se dirigió a ellos—. Vosotros deberíais iros ya. ¿La señorita Granger puede
salir, señora Pomfrey?
—Sí, sí... —murmuró la enfermera, mientas miraba a Birffen y meneaba la cabeza.
—Entonces iros —les ordenó la subdirectora.
Hermione se levantó de la cama. Ya estaba vestida, porque estaba esperando a
que Ron y Harry fuesen a buscarla. Aún lucía la diadema sobre su frente. No se la
había quitado ni para dormir.
—¡Qué alegría verte en pie, por fin! —exclamó Ron.
—Sí, yo también estoy contenta... —dijo Hermione— y encima ahora que habéis
cazado al acechador, el colegio dejará de ser peligroso... lástima que se haya
suicidado. ¿Qué podrá llevar a alguien a hacer eso? ¿Tanto miedo tendría de lo que le
pasaría si le obligaban a hablar?
—Tal vez —dijo Henry—. No sé cómo se lo tomará Bletchley cuando sepa que fue
él el que envenenó a Warrington... No es que fuesen amigos, pero al fin y al cabo,
eran compañeros de habitación —comentó—. Supongo que no le hará mucha gracia.
Caminaron juntos desde la enfermería hasta llegar a un corredor, donde finalmente
se separaron.
—Bueno, yo sigo por aquí. Ya nos veremos. Me alegro de que por fin estés bien,
Hermione —dijo Dullymer.
—Gracias.
—Sí, gracias de nuevo —dijo Ron—. Nos veremos en la cena.
Ellos tres se dirigieron al pasillo de la Dama Gorda, y entraron en la sala común. Al
verla, los estudiantes recibieron a Hermione con gritos de alegría. Ginny corrió hacia
ella y la abrazó.
—Por fin has vuelto —le dijo.
—No es el único motivo de alegría —dijo Harry.
—¿No? ¿Cuál más hay? —preguntó Parvati, que miraba a Harry fijamente
mientras Lavender abrazaba a Hermione.
—Hemos capturado al acechador, al responsable de los ataques.
La sala común se llenó de murmullos.
—¿En serio?
—Sí, intentó atacarnos cuando íbamos a buscar a Hermione... —dijo Harry.
Ron terminó de contar lo que había sucedido. Al terminar, todo el mundo en la sala
común estaba horrorizado.
—Se envenenó a sí mismo... —murmuraba Parvati.
—Sí que debía tener miedo... —decía otro chico.
—No sé, pero no parecía que fuese miedo lo que tenía —comentó Harry.
—Sí, a mí tampoco me pareció que se suicidase por miedo a ser atrapado... más
bien parecía que quería evitar que le pudieran sacar algo de información acerca de
Voldemort —agregó Ron.
—¿Suicidarse por lealtad a Voldemort? —preguntó Hermione, sorprendida—. Me
parece algo exagerado, sobre todo teniendo en cuenta que era un chico de diecisiete
años...
—Un chico de diecisiete años que intentó matar a un compañero suyo dos veces,
que ha atacado a varios más y ha permitido y ayudado a que ocurrieran montones de
cosas horrendas —puntualizó Ron.
—Bueno, al menos, ahora ha terminado —dijo Neville—. Supongo que ahora
quitarán todas las restricciones especiales que han puesto, ¿verdad?
—Sí, sería lo más probable... —opinó Harry, pensando en el ED.
—Bueno, Hermione —dijo Ron cuando la gente que los rodeaba empezó a
dispersarse y a hablar en grupos—. ¿Quieres que te enseñemos todo lo que tenemos?
—¿Lo que tenéis de qué?
—De la sección prohibida —susurró Ron.
—Pues claro que quiero —respondió Hermione inmediatamente.
—Pero está en nuestro cuarto, Ron —le recordó Harry.
—¿Y qué? —preguntó Ron, mirando a su alrededor—. Seamus y Lavender están
con lo suyo, y Dean y Neville parecen muy entretenidos charlando. Además, somos
prefectos.
—Sí, es cierto —dijo Hermione—. No debería subir a...
—¡Vamos, Hermione! —exclamó Ron, exasperado—. ¡Has estado allí más veces!
¿Quieres ver lo que tenemos o no?
—Sí, claro que quiero —respondió la chica, convenciéndose, y siguió a Ron por las
escaleras. Harry iba detrás de ellos.

—Es increíble que consiguierais todo eso —dijo Hermione más tarde, mientras
cenaban. Aún estaba sorprendida por lo que había visto.
—Ya ves que no perdemos el tiempo. Tú serás la reina de la biblioteca, pero
nosotros somos los amos de la sección prohibida —susurró Ron. Hermione le puso
cara rara.
—¿Y ya domináis parte de los hechizos?
—Pues sí —respondió Ron—. Al que mejor se le da es a Harry, descubrimos que
tiene...
—...un talento natural —terminó Harry con cara seria.
—Sí, eso. Pero yo tampoco soy manco. Si vieras lo que hago con la maldición
cortante...
—¿Qué es? Antes no me dio tiempo a verla.
—Digamos que es como el encantamiento seccionador, pero si éste fuera un niño
con una cuchara, la maldición cortante sería Hagrid con un hacha afilada.
—Vaya... ya me lo enseñaréis, ¿no? En el ED.
Harry y Ron se miraron.
—El caso es que le prometimos a Dumbledore que dejaríamos de robar en la
sección prohibida, y no vamos a enseñar a los demás algo que es casi Artes
Oscuras... Sin embargo, encontraremos otras cosas para practicar, como
entrenamiento con encantamientos de movimiento de objetos, levitación y esas cosas
—explicó Harry—. Ron y yo hemos practicado y hacemos unos combates excelentes.
Así vencimos a Malfoy, Crabbe, Goyle, Parkinson y Bulstrode.
—Pero yo...
—Nosotros tres seguiremos aprendiendo lo que tenemos —dijo Harry—. Tú nos
ayudarás, algunas cosas no nos pusimos a hacerlas porque sin ti, creíamos que no
podríamos.
Hermione sonrió.
El comedor estaba bastante silencioso esa noche, sobre todo en la mesa de
Slytherin, donde faltaba otro alumno. Cuando la cena terminó, Dumbledore se puso en
pie, muy serio.
—Alumnos, tengo algo que anunciaros. Es a la vez una buena noticia, y una mala.
—Todo el comedor tenía sus ojos vueltos hacia el director—. La buena noticia es que
el acechador, el siervo de Lord Voldemort, ha sido descubierto y capturado. —Nada
más decir, esto, los murmullos comenzaron, y aparecieron por doquier rostros de alivio
y sonrisas—. La mala noticia —continuó Dumbledore— es que está muerto. —Los
murmullos callaron al instante—. El acechador era Aldus Birffen, un alumno de
séptimo de la casa Slytherin. —Al decir esto último se oyeron exclamaciones aisladas
del estilo de «de Slytherin tenía que ser»—. Este alumno está muerto porque decidió
suicidarse al ser capturado. —Un estremecimiento de horror recorrió el Gran Comedor
—. No obstante, y aunque no sepamos ya el por qué, o con qué intención hizo las
cosas que hizo, me complace anunciar que el peligro ha pasado, y, por tanto, serán
abolidas las normas especiales y regresará el campeonato escolar de quidditch.
—¡Bien! —exclamó Ron, contento. Miró a Harry, que también estaba alegre por la
noticia.
—A pesar de todo —continuó Dumbledore—, las visitas a Hogsmeade
permanecerán suspendidas. Ahora, buenas noches a todos.
—Voy a hablar con Dumbledore —dijo Harry, levantándose y corriendo hacia la
mesa de los profesores. Se acercó al director—. Profesor, ¿puedo hablar con usted un
momento?
—Claro, Harry —respondió—. Sígueme.
Harry siguió al director hasta la sala que había detrás de la mesa, donde otras dos
veces se había reunido.
—Tú dirás.
—Esto, profesor, ya que Birffen ha sido capturado... ¿podríamos volver a formar el
ED?
—Sí, claro. Si queréis... cuando os lo dije, tenía en mente la defensa precisamente
contra el atacante, así que ahora no tendría mucho sentido, pero es una buena idea.
—Gracias, profesor —dijo Harry, contento—. Por cierto... ¿Ha sabido algo más
acerca de él?
—No. Entre sus cosas no había apenas nada. No había cartas ni nada parecido.
Lo único que tenemos es un frasquito del veneno que usó con Warrington y varias
pastillas del que usó para suicidarse...
—¿Por qué lo hizo, profesor? ¿Tan leal era? —quiso saber Harry. Por mucho que
le diera vueltas, no conseguía comprenderlo.
—No lo sé... pero hay muchas cosas que me gustaría que nos hubiese contado —
dijo el director con pesar—. Bueno, Harry, ahora es mejor que regreses a la torre de
Gryffindor. Hasta mañana.
—Hasta mañana, profesor —se despidió Harry, volviendo al Gran Comedor y
reuniéndose con sus amigos, que le esperaban.
Al salir se encontraron con Bletchley, que parecía muy afectado. Iba acompañado
de otro chico de Slytherin, seguramente otro alumno de séptimo año. Se quedaron
mirando unos a otros un momento.
—Miles... ¿qué tal estás? —preguntó Harry.
Bletchley se encogió de hombros.
—Nunca hubiera creído que Aldus... No es que fuésemos amigos, pero... ¡Maldito
cerdo! ¡Si no se hubiera suicidado yo mismo lo habría matado!
—Tranquilízate, vamos —le dijo Ron—. Fíjate, ahora podremos volver a jugar al
quidditch...
Bletchley le miró con el ceño fruncido, y Hermione le dirigió una mirada
reprobatoria.
—Warrington no está para jugar —respondió Bletchley secamente.
—Bueno... pero él se recuperará. Seguro que encontráis a otro cazador... bueno,
nosotros nos vamos —dijo, viendo que la cara de Bletchley no se alegraba.
—Adiós —musitó éste.
—¿Por qué has tenido que hablarle de quidditch? ¿Cómo se te ocurre? —le
preguntó Hermione mientras se dirigían a la torre de Gryffindor.
—Pensé que le animaría, no sé... —se defendió Ron.
—Su mejor amigo, que es cazador, está al borde de la muerte, y resulta que otro
compañero suyo resulta ser un asesino, y vas tú y le hablas de quidditch.
—¡Creí que era una buena idea! —dijo Ron, irritado.
—Pues es obvio que no lo era —le reprendió Hermione. Harry los miraba a ambos
sin decir nada. Daba igual lo que fueran, nunca dejarían de discutir.
—Ya sé que no fue una buena idea —dijo de pronto Ron, bajando la cabeza—. Lo
siento.
—Ah —fue todo lo que atinó a decir Hermione, sorprendida—. Vale...
—¿Para qué fuiste a ver a Dumbledore, Harry? —le preguntó Ron.
—Fui para preguntarle si podíamos volver a reunir al ED, ahora que el peligro ha
pasado.
—¿Y podemos?
—Sí.
—¡Bien! —exclamó Ron, volviendo a alegrarse, mientras entraban en la sala
común.
Una vez dentro, Hermione se empeñó en ponerse al día con los trabajos, y tuvo a
Ron y a Harry hasta medianoche practicando hechizos comparecedores. No tardó
demasiado en cogerles el truco.
—Bueno, creo que ya lo dominas —dijo Ron, con aspecto cansado—. Así que me
voy a la cama, estoy muerto...
—Querría ver los apuntes de Encantamientos —dijo Hermione—. Llevo mucho
tiempo metida en la cama y estoy harta.
—De eso nada —le dijo Ron—. Aún no estás recuperada, así que a la cama.
—No quiero acostarme, quiero...
—¡No! —exclamó Ron, con cara seria y expresión autoritaria—. He dicho que a la
cama, o no verás ni mis apuntes ni los de Harry.
—Está bien —aceptó ella, sonriendo al ver así a Ron—. Hasta mañana. —Le dio
un beso a Ron y se dirigió a las escaleras—. Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana —contestó él. Luego se volvió hacia Ron—. A mí no me pongas
nunca esa cara que le has puesto a ella, o te echaré un maleficio. Ya me llega cuando
las pone ella.
Ron sonrió.
—Será que me posee el espíritu de prefecto... espero que Fred y George no se
enteren.
Harry se rió, mientras subía con su amigo hacia su habitación.
Más tarde, dando vueltas en la cama, comenzó a pensar. No podía dormirse.
Había esperado tanto para saber quién era y qué misterios ocultaba el extraño, el
acechador, que ahora se sentía decepcionado. Había sido más rápido, y ahora estaba
muerto. Ya no podrían saber cómo había hecho todas aquellas cosas, o por qué había
atacado a Hermione, o cómo había sabido que Snape era un espía... De todas formas,
al menos ahora corrían un peligro menor, y Voldemort había perdido una de sus
bazas. Harry recordó la expresión de triunfo de Birffen al tomarse la pastilla y pensó
que habían tenido suerte. Alguien así tenía que ser un demente, un loco. ¿Qué no
habría sido capaz de hacer alguien como él? No quería ni pensarlo. ¿Qué podría
obligar a una persona a hacer todo eso por alguien como Voldemort? ¿Qué tenía que
causaba ese efecto en algunas personas? ¿Era su poder, sus ideas? No encontraba
una razón lógica... involuntariamente, sus pensamientos volvieron a su sueño.
Recordó cómo había matado a Parvati... era completamente distinto al primero, en el
que mataba a Hermione. En éste se había sentido totalmente distinto, totalmente
inhumano... en el último, sin embargo, se había reconocido a sí mismo, aunque
cambiado, transformado y como poseído... como si fuese él, pero con sentimientos,
conocimientos e ideas que no le pertenecían... ¿Qué significaba? ¿Cuál era la
pretensión final de Voldemort? ¿Cómo iba él a vencerle? No lo sabía, y no quería
pensar en ello, así que intentó dormirse.
30

La Tercera Profecía

Al día siguiente, con el regreso de Hermione a las clases, la normalidad regresó


completamente a la vida de Ron y Harry. Incluso Snape le dio la bienvenida en clase
de Pociones, si podía llamarse bienvenida a «Vaya, señorita Granger. Nuestra
sabelotodo regresa a clase. Siéntese con sus compañeros», pero lo dijo en un tono no
despectivo, y eso era lo máximo que se podía esperar de Snape, con lo que Hermione
sonrió tímidamente.
Malfoy por su parte, hizo una mueca de disgusto al ver a Hermione en clase, pero
ninguno de los tres amigos le hizo ningún caso.
Por la tarde, después de que Hermione saliera de la clase de Runas Antiguas,
Harry le preguntó si quería bajar con ellos a la cabaña de Hagrid.
—¿A qué? ¡Deberíamos ponernos a trabajar! ¡Voy muy atrasada! —protestó
Hermione.
—¿Atrasada? —preguntó Ron, mirándola divertido—. Hermione, cuando tú vas
atrasada respecto a tu nivel, aún vas muy por delante de los demás.
Hermione le sonrió, halagada.
—Está bien, pero ¿a qué queréis ir ahora?
—Tenemos que recuperar nuestras escobas. Debemos volver a los
entrenamientos.
—¿Aún no fuisteis por las escobas al bosque?
—Hagrid las recuperó —dijo Harry—. Pero Ron no quiso que fuésemos a
buscarlas. Dijo que no volvería a montar en escoba a no ser que tú estuvieras
viéndonos.
La chica miró a su novio con ternura y una gran sonrisa. Las palabras de Harry
habían terminado de convencerla.
—Claro que iré con vosotros —dijo.
Así pues, bajaron a la cabaña de Hagrid, que se alegró muchísimo de la visita de
Hermione. Pese a las iniciales reticencias de ella, terminaron tomando el té con su
amigo. Cuando finalmente salieron de la cabaña con las dos Saetas de Fuego, ya eran
casi las cinco.
—¡Hemos perdido casi una hora! —se lamentó Hermione—. ¡Estaremos otra vez
levantados hasta medianoche!
—Vamos, no te alteres tanto. Te has librado de la muerte por un pelo... ¡Ni siquiera
por un pelo! Deberías disfrutar más de la vida —le dijo Ron, montando en su Saeta de
Fuego y volando a su alrededor—. ¿Quieres que te dé un paseo?
—No, no quiero —dijo Hermione—. Baja de ahí, tenemos cosas que hacer.
—Está bien, está bien... ¿vienes tú, Harry?
Harry miró a Hermione, que le observaba con severidad, y luego a Ron, que
disfrutaba volando a su alrededor, y también montó en su escoba.
—¡Harry!
—Vamos, Hermione, sólo será un momento, hace mucho que no vuelo...
Hermione se dirigió hacia el castillo, meneando la cabeza y murmurando, pero Ron
se acercó a ella por detrás, le apuntó con su varita, la levantó en el aire mientras ella
gritaba y la sentó en al escoba.
—¡Ronald Weasley, secuestrador profesional! —gritó, mientras Harry se reía.
—¡Ron, bájame! —le ordenó Hermione, enfadada.
—Creo que no... —dijo él, deteniéndose a cuatro metros de altura, al lado de
Harry.
—¿Por qué no te gusta volar? ¡Es muy divertido! —le dijo Harry.
—No es que no me guste, pero no le veo la misma gracia que le ves tú.
—Pues no sabes lo que te pierdes —dijo Harry, mientras se dirigía hacia el castillo,
seguido por Ron y Hermione, que había dejado de forcejear. Se elevaron y se
acercaron a la ventana de Gryffindor.
—¿Qué hacéis? —preguntó Hermione.
—Llegar antes para ponernos a trabajar sin perder tiempo paseando —explicó
Harry—. Ahora podremos trabajar antes de lo que esperabas. —Se acercó a la
ventana, le apuntó con la varita diciendo «Alohomora» y la ventana se abrió. Entraron
por ella, ante la mirada sorprendida de los demás Gryffindors.
—Ya está —dijo Ron bajando de la escoba, mientras él y Harry eran aclamados
por todos los presentes en la sala común—. ¿Ves? No ha sido tan terrible.
—¡Ni se te ocurra volver a hacerlo! —le advirtió ella—. Y ahora, a trabajar.
Ni Ron ni Harry protestaron, y estuvieron haciendo deberes hasta la hora de la
cena.

El resto de la semana transcurrió con total normalidad. El equipo de quidditch


comenzó de nuevo sus entrenamientos, porque tendrían el partido contra Hufflepuff el
día 27 por la mañana. En teoría, tendrían que jugar contra Slytherin, pero debido a la
enfermedad de Warrington y a la necesidad de encontrar un nuevo cazador, jugarían
contra Hufflepuff, y dos semanas después, Slytherin se enfrentaría a Ravenclaw.
Así mismo, el Ejército de Dumbledore volvió a reunirse por primera vez tras la
recuperación de Hermione el jueves de esa semana, y Harry y Ron hicieron una
sombrosa demostración de duelo que arrancó aplausos de los demás miembros del
grupo.
—Bueno, casi todos sabéis manejar estos hechizos levitatorios y locomotores. Sólo
hay que combinarlos bien y practicar apara poder hacer cosas así —explicó Harry,
moviendo la varita de forma que la túnica de Ron se levantó y le envolvió la cabeza,
provocando carcajadas en toda la sala.
—Sí, o como ésta —dijo Ron moviendo la suya y provocando que las piernas de
Harry se levantaran, con lo que cayó sentado en el suelo. Los demás volvieron a
reírse.
—Sí, o como ésa —dijo Harry, levantándose—. Poneos en parejas y practicad.
Así lo hicieron. Al final de la clase habían mejorado bastante, pero ninguno de
ellos, excepto Hermione, eran comparables a Harry y Ron.
—¿Cómo hicisteis para aprender todo esto tan rápido? —les preguntó Hermione
sorprendida en cuanto salieron de la Sala, tras la reunión.
—Estábamos muy motivados —explicó Ron, poniendo una expresión sombría al
recordar.
Más tarde, cuando bajaban al vestíbulo para ir a cenar, Henry Dullymer salió del
pasadizo de las mazmorras, también en dirección al comedor. Venía solo.
—Hola, Henry —saludó Harry. El chico se giró hacia la escalinata y se los quedó
mirando.
—Hola, no os había visto... ¿qué tal?
—Perfectamente —contestó Ron—. ¿Y tú?
—Bien, aunque aún estoy afectado por lo del otro día... No consigo quitarme de la
cabeza la imagen de Birffen al tragarse aquella pastilla...
—Sí, ya... cuesta mucho, al principio —dijo Harry—. E incluso después, aunque ver
cosas así ya sea algo normal en nuestra vida.
—Me gustaría ser tan bueno en defensa como vosotros —comentó Henry con algo
de pesar—. Lo hacéis muy bien...
—Bueno, tampoco tanto —Ron intentó parecer modesto, a pesar de que el orgullo
se veía en su cara—. Si tú no nos llegas a ayudar, ese tipo podría habernos matado.
—Sólo tuve suerte de estar allí y que no me viera —dijo él—. Pero vosotros sois
buenos, si no no habríais podido defenderos de Malfoy y los demás junto al lago. Eran
cinco contra dos y no tuvieron ni una sola oportunidad.
—Bueno... eso sí —admitió Harry, sin saber cómo replicar—. Pero claro, Crabbe y
Goyle con la varita no son gran cosa...
—Aún así —insistió Henry—. Bueno, me voy a comer, Sarah me está esperando.
¡Hasta luego!
Harry se quedó mirando hacia él durante un rato.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —le dijo Hermione.
Harry se volvió hacia ella.
—Puede —dijo—. ¿En qué pensabas tú?
—En invitarlo a formar parte del ED.
—Sí, yo también pensaba en eso.
—A mí no me parece mal —terció Ron—. Nos ha ayudado muchas veces.
—Entonces lo haré. Le invitaré a la próxima reunión.

Debido a los entrenamientos de quidditch, y a que Hermione quería ponerse al día


cuanto antes, la siguiente reunión del ED se aplazó hasta el miércoles siguiente. Ese
día, después de la comida, Harry esperó a que Henry se levantara de la mesa de
Slytherin. Entonces se levantó y se acercó a él en el vestíbulo.
—¡Henry! —lo llamó. El chico se dio la vuelta y se le acercó.
—Hola, Harry. ¿Qué sucede?
—Tengo algo que proponerte, pero no podrás contárselo a nadie.
—Está bien —dijo él, intrigado—. ¿Qué es?
—Verás, el caso es que Ron, Hermione y yo, y otros cuantos alumnos de
Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff tenemos montado una especie... de club —explicó
—. Lo utilizamos para prepararnos para combatir y aprender Defensa Contra las Artes
Oscuras.
El rostro de Henry se iluminó.
—Anda... así que ese es vuestro secreto... —dijo, sonriendo.
—Sí, más o menos. El caso es que... bueno, eres el primer Slytherin que nos cae
bien y que nos ha ayudado, y por eso hemos decidido ofrecerte que te unieras a
nosotros, si quieres.
—¿En serio? —exclamó, pletórico de alegría—. ¡Claro que quiero!
Harry sonrió.
—Bueno, el grupo es secreto entre los alumnos, aunque los profesores lo conocen.
Si quieres unirte, sube hoy al séptimo piso a las ocho menos cuarto, y espérame
delante del cuadro de Barnabás El Chiflado ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! —exclamó él, mientras se dirigía de nuevo al pasillo de las
mazmorras—. ¡Y tranquilo, no diré nada!
—¿Ya está? —preguntó un momento después Hermione, saliendo del comedor
con Ron y Ginny.
—Sí.
—¿Ya está el qué? —preguntó Ginny.
—Hemos invitado a Henry a unirse al ED —le explicó Ron.
—¡Ah, pues me alegro! —dijo ella—. La verdad es que es muy simpático, me llevo
muy bien con él.
A la hora prevista, las ocho menos cuarto, Harry, Ron, Hermione y Ginny se
dirigieron al séptimo piso. Habían quedado con los demás a las ocho, pero así podrían
hablar con Henry antes. Él ya les estaba esperando.
—¡Hola! —saludó, muy contento.
—Hola —respondieron los cuatro. Henry se fijó en Ginny.
—¿Tú también perteneces?
—Sí, por supuesto —contestó la pelirroja, sonriente.
—Por aquí —dijo Harry, entrando por una puerta que Henry no había visto antes.
—¿Y esto? —preguntó él, mirando a su alrededor en cuanto entró en la sala—.
Está genial.
—Se llama Sala de los Menesteres —explicó Hermione—. Sólo aparece cuando
alguien la necesita de verdad, y entonces contiene lo que más precises en ese
momento.
—Vaya... —El chico parecía impresionado, viendo las estanterías llenas de libros y
los cojines por el suelo.
Estuvieron charlando un rato, mientras fueron llegando los demás miembros del
ED. Todos se quedaron sorprendidos de ver allí a Henry, pero a nadie pareció
disgustarle. De hecho, Cho, Michael, Marietta y Colin Creevey, que era de su edad, lo
saludaron con una sonrisa.
—Bueno, como veis —dijo Harry cuando todos estuvieron sentados—, tenemos un
invitado. Creo que todos lo conocéis, pero, si no es así, os diré que se llama Henry
Dullymer y que es un alumno de quinto año. Como sabéis, nos ha ayudado en multitud
de ocasiones, así que le he ofrecido unirse a nosotros. Él ha aceptado, así como la
condición de no decírselo a nadie. ¿Alguien tiene algo en contra? —preguntó, mirando
a todo el mundo.
Nadie dijo nada. Parvati, de hecho, le miraba y se reía tontamente con Lavender;
Henry era bastante guapo.
—Perfecto —Harry sonrió—. Henry Dullymer, bienvenido al Ejército de
Dumbledore.
—¿Ejército de Dumbledore? —preguntó él, extrañado—. ¿Lo llamáis así?
—Es una larga historia —dijo Ginny.
—Siempre nos referimos a él como ED —aclaró Terry Boot—. Para evitar
sospechas.
Hermione se levantó y se acercó a Henry.
—Toma esto —le dijo, entregándole uno de sus galeones falsos—. Si te fijas en
esos números —Hermione señaló el borde de la moneda—, verás que indican la fecha
y la hora de esta reunión. Cuando Harry cambie la fecha en su moneda, la tuya se
calentará y sabrás cuando debemos reunirnos ¿de acuerdo? Así no despertamos
sospechas.
—Vaya —dijo él, impresionado—. Esto es fantástico. Gracias.
—Bueno, podríamos empezar, ¿verdad? —sugirió Harry. Todos asintieron—. Creo
que deberíamos seguir con el plan del otro día, practicando el combate a base de
hechizos de movimiento. Hacerlos con rapidez y destreza es fundamental. Vosotros
practicad eso, Ron puede observaros. Yo, mientras hablaré con Henry y comprobaré
su nivel.
Todo el mundo hizo lo que Harry dijo, y se dispusieron a continuar con lo que
habían practicado en la última reunión.
—Bueno, ya he visto que dominas perfectamente el hechizo de desarme —dijo
Harry, dirigiéndose a Henry, que observaba a los demás—. ¿Sabes hacer el embrujo
paralizante?
—Sí —respondió Henry—. ¿Quieres verlo?
—Claro.
El chico se preparó y le lanzó a Harry un perfecto embrujo paralizante que lo dejó
inmóvil durante un minuto.
—Bien —dijo Harry contento, al recuperar la movilidad—. ¿El hechizo de la
Inmovilidad Total? —Henry asintió—. ¿La maldición reductora? —El chico volvió a
asentir, satisfecho de sí mismo. Harry también sonrió—. ¿El maleficio de la ceguera?
—Ese no —dijo él.
—Vale, empezaremos por ahí...
A Henry no le costó nada dominarlo. Tras terminar con él, le mostró varios
maleficios que el chico aún no conocía, y luego Harry dio por terminada la sesión,
porque ya eran las nueve.
—Bien, lo has hecho estupendamente —lo felicitó Harry—. Pronto podrás empezar
a practicar lo mismo que ellos. Quizás sepas unos cuantos maleficios menos, pero
bueno, los hechizos de combate más importantes los dominas. —Luego se dirigió a los
demás—: Vale, he observado que habéis mejorado mucho desde la última clase, pero
aún podéis hacerlo mejor, en especial los más jóvenes, que no conocéis tan bien esos
hechizos. La próxima semana seguiremos con ello, ¿de acuerdo?
Todos asintieron, contentos, y se dispusieron a regresar a sus salas comunes.
—Me he divertido mucho, y he aprendido bastante —dijo Henry, contento, mientras
bajaba con Harry, Hermione, Ron y Ginny—. Ha sido estupendo. Gracias por dejarme
participar.
—De nada. —Harry sonrió—. Eso sí, recuerda que no debes decir nada a nadie, y
menos a Malfoy o a cualquiera de sus amigos.
—Ni se me ocurriría decirle nada a él —aseguró Henry—. Lo que sí tendré que
hacer es inventarme una excusa para Sarah...
—Sé que es algo indiscreto —dijo Ron—, pero ¿hay algo entre tú y esa chica? —
preguntó, con una sonrisa. Hermione le lanzó una mirada fulminante.
—¡Ron! ¡Eso no es asunto tuyo!
—No pasa nada, Hermione. No me molesta —dijo Henry, que sonreía—. El caso
es que algo sí que hay... no pensé que me caería tan bien cuando la invité al baile,
pero es una gran chica... y muy guapa, además —añadió, ruborizándose ligeramente.
—¿Ves? No era para tanto, no le ha molestado —dijo Ron, mirando a Hermione.
—De todas formas, no puedes...
—¡Dejadlo ya! —exclamaron Harry y Ginny al mismo tiempo. Ron y Hermione se
quedaron callados, mirando a uno y a otro, y Harry y Ginny se echaron a reír. Henry
también sonrió.
—Es que siempre están igual, sean novios o no —explicó Harry.
—Sí, se nota que se quieren, ¿verdad? —dijo Henry sonriendo, mientras se
alejaba por un corredor—. ¡Nos vemos!
—Hasta mañana —dijo Harry viéndole irse—. Un chico excelente —opinó—.
Lástima que esté en Slytherin.
—Sí, una pena. Y Sarah, su novia, también es muy simpática. Podrían estar
ambos en Gryffindor... —comentó Ron. Hermione le miró con el ceño fruncido.
—Vámonos rápido —le dijo Harry a Ginny al ver la expresión de Hermione—. Ya
se arreglarán.
Y ambos se alejaron rápidamente hacia el pasillo del retrato, mientras sus dos
amigos quedaban atrás.
Llegaron media hora después, mientras Harry y Ginny charlaban animadamente
junto al fuego.
—¿Dónde estabais? —preguntó Ginny al verles.
—Dirimiendo diferencias —contestó Hermione con toda naturalidad.
—¿Dirimiendo diferencias? —repitió Harry, mirando a sus amigos. Una ligera
sonrisa asomó en su cara, pero una mirada de Hermione se la borró. Ron no decía
nada—. Bueno —dijo Harry, cambiando de tema—. ¿Jugamos al ajedrez, Ron?
—¡Ah, no! —saltó Hermione—. Ya hemos perdido media hora de más. Ahora nos
vamos a poner con Transformaciones. Quiero acabar de ponerme al día.
—¿Qué? —dijo Harry—. ¿Qué es eso de «ya hemos perdido media hora»? ¡Sois
vosotros los que habéis estado por ahí en algún sitio, haciéndoos carantoñas!
Ron se ruborizó algo y se le escapó una risita, pero Hermione endureció su mirada.
—¡Eso da lo mismo! ¡Quiero ponerme al día!
—Está bien, está bien... —murmuró Harry, yendo a buscar su mochila y la de Ron.
Al día siguiente por la mañana, durante el desayuno, Pigwidgeon, la lechuza de
Ron llegó trayendo una carta para Hermione. Ella la cogió, sorprendida. Era de Krum.
—¿Viktor? —preguntó, lenvantando la mirada hacia Ron y Harry—. ¿Por qué me la
ha traído Pig?
—Yo le envié una carta el día que despertaste —dijo Ron—. Fue a verte el día que
se marcharon, y le pidió a Harry que le informáramos de lo que te pasara...
—¿Y tú le escribiste una carta? —preguntó Hermione, mirando a Ron incrédula.
—Fue idea suya que yo le contara lo que te había pasado —dijo Harry.
Hermione comenzó a abrir la carta, con cara de asombro. Se la leyó:

Querida Hermione:
No te imaginas lo que me alegré cuando recibí la carta de
Ron diciéndome que te habías recuperado. Había pasado ya un
mes y medio y no albergaba esperanzas de que puedieras
volver a la vida, pero me alegro mucho de haberme equivocado.
Dales las gracias a Harry y a Ron por todo, pero, más que
nada, por cuidarte. Tienes suerte de tener amigos como ellos,
aunque espero que sepas que aquí también tienes, o tenéis, un
amigo.
No sé si ellos te habrán comentado que ahora me he unido
a la Orden del Fénix, pero así es, así que quizás nos veamos
pronto.
Cuídate mucho.
Un beso.
Viktor

Hermione sonrió al terminar de leerla.


—Gracias por decírselo —dijo.
—No fue nada. Se le veía preocupado —dijo Harry.
—Ya os dije que era un buen chico.
Ron sonrió.
—Y un gran buscador —añadió.

Pasó el viernes y llegó el fin de semana, pero Harry, Ron y Hermione lo disfrutaron
poco. Harry y Ron tenían entrenamiento de quidditch, y, cuando no estaban en el
campo, estaban trabajando, ayudando a Hermione o, si les quedaba un momento,
leyendo los pergaminos que habían sacado de la sección prohibida de la biblioteca.
El domingo a mediodía, tras la comida, Henry Dullymer se acercó a la mesa de
Gryffindor y se sentó a lado de Harry.
—¿Puedo sentarme, verdad? —preguntó.
—Parece que sí —dijo Harry, sonriendo, pues el chico ya estaba sentado a su
lado.
—Quería pediros algo... —comenzó a decir él. Parecía un poco nervioso.
—¿El qué? —preguntó Harry.
—Bueno, querría saber si Sarah podría... ya sabéis... ir con nosotros —dijo, en voz
baja—. No le he dicho nada, que conste, antes quería saber si puede.
Harry miró a Ron y a Hermione, que sonrieron.
—Por mí sí —dijo la chica.
—Por mí también —añadió Ron.
—No hay problema, entonces —dijo Harry.
—¡Gracias! —exclamó Henry, muy feliz—. Se va a poner muy contenta. ¡Voy a
decírselo! ¡Nos vemos!
—¡Adiós! —se despidió Harry. Luego miró hacia sus amigos—. Bueno, otro
miembro más.
Sarah acudió a la primera reunión del ED el miércoles. Estaba bastante nerviosa, a
pesar de los intentos de Henry por tranquilizarla. Como en el caso del chico, le había
dicho que la llevara a la Sala un rato antes de las ocho.
—Hola —saludaron Harry, Ron, Hermione y Ginny al llegar.
—¡Hola! —respondió Henry. Sarah también saludó, aunque seguía nerviosa.
—Tranquilízate —le dijo Harry—. No vamos a hacerte nada.
—Está preocupada porque somos de Slytherin —explicó Henry, mirando a la chica
con una sonrisa.
—No te preocupes por eso —le dijo Hermione—. A nosotros no nos importa, si no,
no te habríamos invitado. Y a los demás tampoco les importará. —Sacó de su bolsillo
otro galeón falso y se lo dio—. Toma esto, así sabrás la fecha y la hora de cada
reunión. Está marcada en esos números de la moneda. ¿La ves?
Sarah asintió, sonriente.
—Gracias...
—¿Entramos ya? —preguntó Harry—. Los demás no tardarán en llegar, y si nos
ven aquí, los demás alumnos sospecharán algo.
—Sí, entremos —dijo Ron, abriendo la puerta de la Sala, que había aparecido en
medio del muro.
—Vaya, sí que es fenomenal este lugar —dijo Sarah al entrar.
—Ya te lo dije antes. Verás como te lo pasas bien.
—¿Y si lo hago mal? —preguntó la chica.
—No lo harás mal —le aseguró Harry—. ¿Conoces a Neville Longbottom?
—Sé quien es, pero nunca he hablado con él...
—Pues te aseguro que su confianza a principios del año pasado era nula, y ahora
es tan bueno como cualquiera de los demás. Sólo debes tener confianza, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo —respondió ella, sintiéndose algo más cómoda y sonriendo más
abiertamente.
Empezaron a llegar los demás miembros, y a ninguno se le pasó la presencia de
Sarah. Se sentaron y esperaron la presentación de Harry.
—Bueno, como veis, hoy tenemos a otra invitada más —dijo Harry sonriente—.
Ella es Sarah Brighton, la... esto, una amiga de Henry...
—Es mi novia —aclaró Henry con aplomo, sin dejar de sonreír. Sarah se ruborizó,
pero le sonrió.
—Bueno, pues eso, su novia —continuó Harry—. Y también quiere unirse a
nosotros. De nuevo, ¿alguien tiene algo en contra?
Nadie dijo nada.
—Vale, pues entonces... ¡Bienvenida!
—Gracias —dijo la chica, mirando a los demás miembros del ED, que le sonreían.
—Bueno, todos sabéis donde estabais el otro día. Continuad con eso, ¿de
acuerdo? —Todo el mundo se emparejó rápidamente. Harry miró a Henry y a Sarah—.
Bueno, vosotros dos practicaréis un poco aparte, hasta poneros un poco más a su
altura, ¿vale?. Empezad practicando el Expelliarmus y el embrujo paralizante. Ya sé
que los dominas, Henry, pero así le enseñas a ella y yo podré observar como van los
demás, ¿te importa?
—Por supuesto que no —dijo él, sonriendo.
Harry se paseó por entre los demás, que movían sus varitas intentando desarmar o
tirar al suelo a su oponente. La mayoría lo hacían bastante bien. El que más
problemas tenía era Dennis Creevey, que aún estaba en tercero. Hermione había
mejorado muchísimo y a Ron le costaba vencerla. A Harry no le sorprendió en
absoluto.
A las nueve, tras terminar la reunión, Henry y Sarah esperaron al final para irse.
—¿Qué tal lo has pasado? —le preguntó Harry a la chica.
—Muy bien, gracias. Esto está genial, se nota que sabes lo que haces...
—Bueno, todo es gracias a la ayuda de ellos —dijo, señalando a Ron y a
Hermione, que sonrieron.
—Hay muy buen ambiente aquí —comentó Sarah con un deje de envidia mientras
bajaban—. Me gusta estar en Slytherin, y allí tengo a buenas amigas, pero este
ambiente me gusta más.
—Bueno, ¿por qué no venís tú y Henry a comer con nosotros mañana? —sugirió
Ron en un deje de inspiración—. A nosotros no nos importa, y no está prohibido,
¿verdad? —añadió, interrogando a Hermione con la mirada.
—No, no está prohibido, aunque es muy raro.
—¿Qué te parece la idea? —le preguntó Henry a su novia.
—Me gustaría... sería interesante, pero no sé cómo se lo tomarían los demás.
—Tus amigas se lo tomarán bien, no te preocupes, y los demás da igual.
—Mirday y Gertrude no creo que se lo tomen bien...
—No sabía que eras amiga de esas dos.
—No lo soy, pero también son compañeras de habitación... y tú eres amigo de
Malfoy —añadió.
—Sí, pero no me importa lo que diga, ya lo sabes. Vamos, acepta.
—Está bien —dijo ella, finalmente—. Nos vemos entonces a la hora de comer —
dijo, mirando hacia Harry, Ron y Hermione, que sonrieron.
—Genial —dijo Ron—. Hasta mañana, entonces.
—Hasta mañana —se despidieron los dos mientras bajaban para dirigirse a las
mazmorras.

Al día siguiente, a la hora de comer, Harry, Ron y Hermione llegaron temprano al


Gran Comedor, para cogerles un sitio a Henry y a Sarah. Éstos llegaron cuando ya
casi todo el mundo estaba sentado, y un murmullo se elevó en el comedor cuando
ambos se dirigieron a la mesa de Gryffindor y se sentaron allí, enfrente de los tres
amigos, y entre Neville y Seamus, que los saludaron muy sonrientes. Los murmullos
fueron en aumento cuando la comida se sirvió y empezaron a comer con los demás
Gryffindors. En la mesa de Slytherin no se lo creían, excepto las amigas de Sarah, que
la saludaron con una sonrisa cuando ella se volvió para mirarlas en una ocasión. Ella
estaba un poco nerviosa. Henry, sin embargo, se veía muy seguro de sí mismo. En la
mesa de los profesores también había asombro, aunque Dumbledore sonreía. Snape,
sin embargo, no parecía creérselo.
—Mirad a Malfoy —dijo Hermione. Harry le observó. Charlaba con Crabbe y Goyle,
y parecía muy furioso. Bletchley, que estaba tres puestos a la derecha de Goyle, le
miraba y se reía.
—No me importa lo que piense —declaró Henry mientras seguía comiéndose su
filete.
—¡Bien dicho! —dijo Seamus, dándole una palmada en el hombro. Sarah se puso
a hablar con Neville, que al principio se mostró un poco tímido, pero pronto cogió
confianza y empezó a hablar con la chica con total naturalidad, contándole cómo había
pasado de ser un patoso a trabajar con ahínco al enterarse de la fuga de Azkaban por
parte de Bellatrix Lestrange y los demás mortífagos.
Henry, Ron, Harry y Seamus enseguida comenzaron a hablar de quidditch, así que
Hermione se concentró en una conversación con Ginny, que estaba a su lado, a la que
también se unió Sarah, tras finalizar su charla con Neville.
Cuando la comida finalizó, todo el mundo se despidió de los Slytherins con gran
amabilidad. A todos les habían caído bien.
—Me alegro de haberlo hecho —dijo Sarah al salir al vestíbulo. Iba de la mano de
Henry, y acompañados por Harry, Ron, Hermione, Ginny y Neville.
—Podéis volver cuando queráis —dijo éste último. Sarah le sonrió.
—Sí, tenéis que volver —insistió Ginny—. Si tus amigas son tan simpáticas como
tú, también pueden venir ellas.
—Gracias, Ginny —agradeció Sarah—. La verdad es que sois estupendos todos, y
me...
—¡Eh, Dullymer! —gritó Malfoy desde las puertas del Gran Comedor, acercándose
a ellos y seguido de Crabbe y Goyle—. ¿Se puede saber qué haces? —Malfoy estaba
rojo de la ira.
Henry le miró intentando mantener la paciencia, mientras Sarah musitaba un «Oh,
no».
—Oye, Malfoy —dijo Ron—. Si tienes algún problema tal vez yo pueda...
—Déjalo, Ron. Yo me ocupo —dijo Henry muy serio. Se acercó a Draco y se lo
llevó a un lado. Henry le hablaba con gran seriedad, y Malfoy apenas decía nada.
—No sé por qué sigue siendo amigo suyo —dijo Sarah mirándolos.
Mientras hablaban, Pansy Parkinson y dos des sus amigas se les acercaron y
miraron a Sarah con repugnancia.
—Eh, Brighton, ¿ahora te juntas con la escoria? —Sonrió con desprecio—.
Tampoco es que me extrañe. Nunca fuiste gran cosa —escupió.
—No le hables así, Parkinson —saltó Neville, sorprendido de su propio
atrevimiento. Pansy le miró con incredulidad, y al mismo tiempo, asco.
—Vaya, Longbottom muestra agallas... ¿Has preparado una poción de valentía,
Longbottom?
—Gracias, Neville, pero esto no es necesario. —Sarah se acercó a Pansy y le soltó
una bofetada en toda la cara. Pansy chilló, sorprendida. Neville, Harry, Ron, Hermione
y Ginny la miraron asombrados.
—¿CÓMO TE ATREVES, MOCOSA?
—¿Qué me vas a hacer? ¿Le quitarás puntos a Slytherin? No lo creo...
Al momento, Henry dejó a Draco y volvió con ellos. Malfoy les hizo una seña a
Crabbe, Goyle y a Pansy, miró con odio a los demás y se fueron. Pansy se volvió para
dirigir una mirada de odio a Sarah, y le hizo una seña indicando que se iba a acordar
de su atrevimiento.
—¿Qué es lo que le dices para que te deje en paz y no te odie? —le preguntó
Harry a Henry, asombrado.
—Bueno, digamos que sé como manejarlo —respondió Henry con una gran
sonrisa—. Bueno, creo que tenemos clase —observó, mirando su reloj—. Deberíamos
irnos.
—Sí, es cierto —corroboró Hermione. Se volvió hacia Sarah—. Ese bofetón ha
estado genial —le dijo a Sarah—. No sabes cuánto tiempo hace que quiero hacerlo.
Sarah sonrió.
—Ha sido un placer. —Se volvió hacia Neville—. Gracias —le dijo, mientras se
alejaban.
—¿Qué le habrá dicho a Malfoy? —preguntó Ron.
—No tengo ni idea —respondió Harry—. Pero me gustaría saberlo.
—Y vaya carácter, el de Sarah... y eso que parece dulce y tranquila —comentó
Ginny.
—Bueno, es una Slytherin, al fin y al cabo —dijo Harry, mientras se dirigían a
clase.

La escena de la comida volvió a repetirse el domingo siguiente. Sarah hizo muy


buenas migas con Parvati y Lavender, a las que apenas había conocido la vez
anterior, y todo el mundo se dio cuenta de que, si no hubiera sido por sus amigas, a la
chica no le habría importado tener que comer en la mesa de Gryffindor siempre.
Además, también parecía haber encontrado en Neville un buen amigo.
—¿Parkinson no te hizo nada por el bofetón que le diste? —preguntó Parvati.
Sarah puso mala cara.
—Tengo que limpiar su habitación durante toda esta semana —dijo.
—Qué abusona, ¿no? —dijo Ginny—. ¿Puede hacer eso?
—Sí —contestó Hermione—. Los prefectos pueden imponer cualquier castigo,
siempre que el jefe de la casa lo apruebe, y supongo que Snape lo habrá hecho.
Henry gruñó algo como «Snape».
—¿No te cae bien? —quiso saber Ron.
—No —respondió Henry, casi con repugnancia.
—Pues qué raro, porque siempre beneficia a Slytherin. Es normal que nosotros le
odiemos, pero vosotros...
—Lo sé, pero no me gusta. Sería justo decir que le detesto —confesó Henry, que
parecía necesitar contarlo—. Malfoy y los demás me hablaron muy bien de él, pero no
es lo que yo esperaba.
—Ah... ¿y qué esperabas? —preguntó Ron.
—Da igual. ¿Cambiamos de tema? Hablar de él me pone de mal humor —dijo, y
todos los que estaban a su alrededor se rieron.

El lunes no tenían entrenamiento de quidditch, así que Harry y Ron estuvieron toda
la tarde en la sala común, con Hermione, que intentaba ponerse al día con un montón
de apuntes de Aritmancia que le habían prestado sus compañeros de Ravenclaw en
esa asignatura. Harry y Ron, mientras, practicaban hechizos comparecedores junto al
fuego. Ambos estaban un poco aburridos, y movían la varita casi con desgana
haciendo aparecer los más diversos objetos.
Serían las cinco y media cuando se produjo un fogonazo encima de sus cabezas,
que los asustó a ambos. Una carta cayó sobre Harry, acompañada de una pluma.
—Fawkes... —dijo Harry, sorprendido, mirando la nota—. Debe de ser un mensaje
de Dumbledore.
Ron miró con curiosidad, y también Hermione se levantó y se acercó a ellos.
—Me dice que acuda a su despacho ahora mismo —dijo Harry—. No menciona el
motivo...
—¿Podemos ir nosotros? —preguntó Ron.
—No sé, aquí no decía nada.
—Mejor que vayas tú solo, Harry —dijo Hermione—. Luego ya nos lo contarás.
—Pues yo creo que deberíamos ir —replicó Ron—. Últimamente, siempre vamos...
—No, Ron. No sabemos para qué quiere ver a Harry. Si quisiera que fuésemos,
nos lo habría dicho. Así que irá Harry solo —sentenció Hermione. Ron puso mala cara,
pero no replicó.
—Bueno, vale —dijo Harry, levantándose—. Nos veremos después. Si tardo, bajad
a cenar y me reuniré allí con vosotros.
—De acuerdo —respondieron ambos.
Harry salió por el agujero del retrato y se encaminó al despacho del director.
Cuando entró, se sorprendió al ver que no estaba solo. Ginny estaba con él, y parecía
muy nerviosa. Se fijó también en que el pensadero de Dumbledore estaba sobre la
mesa.
—Hola, profesor —saludó Harry—. ¿Ginny? ¿Qué haces aquí?
La chica le miró, pero no dijo nada.
—Siéntate, Harry —le pidió Dumbledore.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, que empezaba a preocuparse.
—Bueno... Ha pasado algo importante —Dijo Dumbledore, como si no acabara de
decidir cómo explicarlo—. La señorita Weasley ha venido a mí desde su clase de
Adivinación.
—¿Por? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Harry.
—No, gracias —respondió ella, sonriendo—. Es sólo que... bueno...
—Esta tarde, los alumnos de quinto curso de Gryffindor y Slytherin han
presenciado un fenómeno muy extraño —dijo Dumbledore. Harry miró al director sin
comprender—. Han presenciado la formulación de una verdadera profecía.
Harry se quedó mudo del asombro un instante. ¿Otra profecía de la profesora
Trelawney?
—Sí —dijo Dumbledore, como adivinando los pensamientos de Harry—, la
profesora Trelawney ha realizado otra profecía.
—Tiene que ver conmigo, ¿verdad? —dijo Harry casi sin pensar.
—Sí —respondió el director tranquilamente—. Tiene que ver contigo. Ginny, por
favor, cuéntanos cómo sucedió.
—Estábamos repasando con la bola de cristal —contó la chica—. La profesora se
sentó y se puso a mirar en la suya, cuando, de pronto, se puso muy tiesa y comenzó a
hablar de una forma rara... cuando terminó, no recordaba nada de lo que había
sucedido. Yo comprendí y vine directamente aquí. Creo que los demás no entendieron
nada, o no tanto como yo, porque no habían oído la otra profecía.
—¿Qué dijo? —preguntó Harry, ansioso, pero nervioso a la vez.
—Lo veremos —dijo Dumbledore—. Ginny ha puesto su recuerdo aquí. —
Dumbledore señaló el pensadero—. Veamos qué nos dice...
Tocó con la varita el recipiente, y de él salió la imagen de la profesora Trelawney,
con el mismo aspecto ido que Harry había visto una vez en persona, y otra más en
aquel mismo objeto.
—El momento se acerca. El Señor Tenebroso, con la sangre de su igual, se ha
vuelto más poderoso y más terrible que nunca. Su ascenso será imparable, a no ser
que aquél al que ha marcado logre detenerle, y será el único que pueda, porque en él
han crecido durante quince años los poderes del Señor Tenebroso, y otro poder que el
Señor Tenebroso no conoce le rodea, y si no sucumbe, sólo con ambos y la ayuda de
la Antorcha de la Llama Verde podrá vencer cuando llegue la hora...
La voz de Sybill Trelawney se debilitó y luego su imagen se esfumó. Harry no dijo
nada; en su cabeza seguían resonando las palabras. Ginny tampoco hablaba y
Dumbledore parecía pensativo.
—Profesor... —dijo Harry. Dumbledore pareció volver de su ensimismamiento.
—Bueno, ¿qué te parece, Harry? —le preguntó el director, mirándole fijamente por
encima de sus gafas.
—No sé... dice que llega la hora... que Voldemort es más fuerte que nunca gracias
a mi sangre... —Entonces recordó la reunión de la Orden del Fénix, y supo que era el
momento de saberlo todo. Miró a Dumbledore con decisión—. Quiero saberlo todo.
Quiero saberlo todo ya.
Dumbledore miró a Harry y asintió. Luego se volvió hacia Ginny.
—Señorita Weasley... ¿le importaría dejarnos solos?
—Eh... no, claro que no —respondió Ginny, levantándose—. Hasta luego profesor.
Hasta luego, Harry.
—Hasta luego, Ginny —dijo Harry.
—Señorita Weasley... le rogaría que no comente esto con nadie, ni siquiera a su
hermano o a la señorita Granger, hasta que yo acabe de hablar con Harry.
—Por supuesto —contestó Ginny, saliendo del despacho.
En cuanto Ginny salió, Dumbledore miró a Harry.
—Hace unos días te dije que pronto tendríamos una conversación, ¿recuerdas?
—Sí —contestó Harry.
—Bueno, pues el momento ha llegado. Desde el verano he esperado una
respuesta, una señal, algo que nos indicara el siguiente paso... y esa respuesta está
aquí.
»Me preguntaste por qué Voldemort es tan fuerte, por qué gracias a tu sangre se
ha vuelto tan poderoso... pues bien, yo no estaba completamente seguro de por qué...
y sigo sin estarlo, pero creo que puedo darte una respuesta aproximada.
Harry miró a Dumbledore, expectante, sin decir nada.
—En tu sangre reside una antiquísima magia, un poderosísimo escudo
prácticamente imposible de romper o atravesar, porque un sacrificio de amor es la
magia defensiva más poderosa que puede emplearse. Yo sabía, desde el momento en
que invoqué los medios para mantenerte a salvo y que esa protección se renovase
cada año en casa de tu tía, que mientras esa protección se mantuviese, Voldemort no
podría hacerte daño.
»Sin embargo, la noche en que él regresó y me contaste qué ingredientes había
usado para realizar la poción que le devolvió a su cuerpo, comprendí que había
vencido esa barrera, y no sólo eso, sino que además esa protección iría también a él,
y que si lograba comprender cómo funcionaba, le haría aún más fuerte frente a
cualquiera que se enfrentara a él; cualquiera excepto tú.
—¿Yo? —preguntó Harry, sin comprender.
—Sí. Ahora él puede tocarte, puede matarte, porque comparte esa protección
contigo, pero, además, esa protección, combinada con los experimentos que él realizó
antes de su caída, y que le permitieron sobrevivir a la maldición asesina, le han hecho
prácticamente intocable para cualquiera —dijo con pesar—. Yo mismo lo comprobé,
en Azkaban: le lancé un hechizo aturdidor, y apenas le afectó.
—Lo sé —dijo Harry—. Lo vi. —Dumbledore le miró—. Aquella noche, yo... yo
mantuve una conexión con Voldemort. Le espié.
—¿A pesar de la oclumancia? —inquirió Dumbledore, un tanto sorprendido, pero
tampoco demasiado—. Vaya... las cosas van muy rápido, más rápido de lo que yo me
esperaba.
—Profesor... Si usted no pudo hacerle daño... ¿Qué voy a poder hacer yo?
—La protección que ahora posee Voldemort no funciona contra ti, porque es tuya.
Tus hechizos seguirán haciéndole efecto, igual que antes. —Dumbledore parecía
consternado, y miró a Harry con tristeza—. No sabes cómo lamento poner otra carga
más sobre ti... cuando antes del verano te expliqué lo que la profecía decía, esperaba
poder mantener a raya a Voldemort hasta el momento en que estuvieses preparado
para enfrentarte a él... tenía la esperanza de que no lograra descubrir tan pronto lo que
tu sangre podía ofrecerle, pero dos cosas jugaron en nuestra contra: el hecho de que
él te poseyera, y los sueños.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Harry, intuyo, o sé, que el hecho de que te poseyera provocó un cambio en
ambos... profundizó vuestra conexión y despertó... cosas ocultas.
—¿Cosas ocultas?
—«En él han crecido durante quince años los poderes del Señor Tenebroso» —
repitió Dumbledore—. El hecho de que sepas hablar pársel, o de que se te den bien la
Defensa Contra las Artes Oscuras sólo es el principio. Como te dije el otro día, cuando
creísteis que Hermione moriría, las cosas os salían demasiado bien... Harry, ¿no has
notado nada extraño?
—Sí —confesó Harry, apesadumbrado—. Durante todo este año, cada vez que me
sentía especialmente furioso, o lleno de rabia y odio... era como si algo me inundara,
algo que me llenaba de poder... lo sentí por primera vez en verano, cuando les arrojé
una serpiente a los amigos de mi primo Dudley...
—Conozco ese incidente —interrumpió Dumbledore. Harry le miró—. Has estado
vigilado, como seguramente supondrías, y aquí, en Hogwarts, también te he
observado mucho más de cerca de lo que te imaginas. —Hizo una pausa antes de
seguir—. Dices que lo sentiste por primera vez el día aquél, con la serpiente... ¿no
hiciste una conexión lógica, Harry?
—¿Qué conexión?
—Me refiero a que ese día, el día que el poder que Voldemort puso en ti se mostró
tal y como es, fue el día que tuviste tu primer sueño.
Harry abrió mucho los ojos. No lo había pensado.
—Sí, supongo que Voldemort lo notó, supongo que el hecho de haber sido poseído
por él, más la rabia que sentías por lo de Sirius, despertó ese poder dormido en ti, un
poder que puede llegar a dominarte, como el día que atacasteis al señor Malfoy y a
sus amigos, ¿verdad?
—Sí —confesó—. Pero... no creo que sea sólo eso lo que me posee, ¿no? Porque
Ron estaba casi igual que yo, y él...
—Sí, el asunto del señor Weasley es también muy extraño. Es curioso como los
dos habéis estado... compartiendo habilidades, ¿verdad?
—Sí... eso pensé yo a veces, pero siempre me pareció una estupidez...
—No necesariamente tiene que serlo. No sé exactamente a qué se debe, pero
entre los dos, y también con Hermione, tenéis un fuerte vínculo, y esos vínculos a
veces son mucho más misteriosos y poderosos de lo que podríamos pensar... sí, a
veces la magia puede ser muy misteriosa, y sorprendernos con cosas increíbles...
Deberíais hacerle caso a la señorita Lovegood: casi todo es posible, Harry.
Recuérdalo.
—De todas formas, profesor, aún no entiendo por qué Voldemort es más poderoso.
Entiendo que sea más difícil atacarle, pero... ¡logró romper su hechizo
antidesaparición! ¿Cómo lo hizo?
—Eso, Harry, es lo más curioso... él te dio poderes a ti, y luego, tu sangre le revivió
a él... ambos os habéis dado algo el uno al otro, y le devolviste parte de un poder que
le pertenecía... un poder que le ha hecho más grande aún de lo que ya era.
Harry asintió. Así que era eso lo que le diferenciaba de los demás: él poseía dentro
de sí poderes que Voldemort le había dado, poderes que habían crecido en él... y esos
poderes en su sangre habían terminado por hacer más fuerte a su poseedor original.
—Vale... entiendo entonces esa parte, pero... ¿Qué es eso de que tengo un poder
que me rodea y que debo utilizar los dos para derrotarle? Se supone que el poder que
yo poseo y él no es el... el amor, ¿no? ¿Qué es eso de que me rodea?
Dumbledore negó con la cabeza.
—Eso es lo más extraño de las profecías. ¿Nunca te has planteado lo curioso que
es que yo oyese la primera profecía de Sybill sobre Voldemort y tú la segunda? —
Harry negó con la cabeza, aunque, ahora que lo pensaba, sí era extraño—. No se
sabe mucho sobre el arte de las profecías, pero lo que es cierto es que siempre las
oye quien tiene que oírlas. Ésta la escuchó la señorita Weasley, que es amiga tuya, y
va dirigida a ti, Harry. Si alguien tiene las respuestas a los interrogantes que presenta,
eres tú. Yo sé algunas respuestas, y si no sé otras, es que tú debes de saberlas.
—¡Pero no las sé! —repuso Harry.
—Entonces, tienes que descubrirlas.
Harry se dejó caer contra el respaldo de su butaca y miró a los cuadros de la
pared, que escuchaban la conversación atentamente.
—¿Y si las profecías se equivocan? —dijo Harry—. No paran de decir que yo soy
el único que puede derrotar a Voldemort, pero, ¿por qué ha de ser cierto? ¿Sólo
porque la profesora Trelawney lo diga?
—No. Las profecías no funcionan así. Las cosas no suceden de una forma porque
se haya profetizado algo, sino que se genera una profecía porque las cosas sucederán
así. —Harry miró al director con cara de no comprender nada—. Las profecías son
como la historia: ambas cuentan algo, las unas del futuro, la otra del pasado, y ambas
tienen una similitud: lo que dicen no se puede cambiar, por eso las profecías son tan
raras; es muy difícil prever algo que ocurrirá seguro, y por ello la mayoría de las
profecías son vagas y dan pocos detalles; por ejemplo, la primera dice que uno de los
dos deberá matar al otro... pero no especifica quién ganará. Las profecías nos
informan sobre hechos del futuro que no se pueden cambiar, pero hay pocos hechos
de este tipo, y es por ello que las auténticas predicciones son tan poco comunes.
—Pero la profecía se equivoca —replicó Harry—. Si Voldemort logra fusionarse
conmigo, o absorberme, como pretende, ninguno de los dos morirá...
—Bueno, eso significa dos cosas: o bien que no logrará hacerlo, y terminaréis por
enfrentaros a muerte..., o bien esa unión significará tu muerte, aunque no sea una
muerte en el sentido físico... dejarás de ser tú, perderás tu espíritu, tus recuerdos, lo
que te define.
Harry se quedó callado un momento, meditando las palabras de Dumbledore. Se
dio cuenta de que tenía razón: en el tercer sueño se sentía mucho más él mismo que
en el primero... y eso le hizo pensar en otra cosa.
—Profesor... ¿Por qué me siento así cuando me embarga ese... ese supuesto
poder que Voldemort dejó en mí?
—Porque nuestros poderes, nuestra magia, está fuertemente ligada a lo que
somos, a lo que sentimos, a nuestras emociones... Recuerda cómo inflaste a tu tía
hace tres años, porque estabas muy enfadado... —Harry asintió—. Bueno, supongo
que Voldemort dejó ese poder, y parte de sus propios conocimientos y recuerdos,
parte de lo que él mismo es, en ti. Por ello, al utilizar esos poderes, te sientes más
conectado a él, y su odio, su rabia, te llenan...
Harry se levantó de un brinco, asustado.
—¿Quiere decir que tengo a parte de Voldemort en mí? ¿Que puede... dominarme
con lo que dejó en mi mente? —exclamó, totalmente aterrorizado ante la idea.
—No... y sí. Efectivamente, tienes algo de él en ti, sí, pero no por ello puede
poseerte ni dominarte... si tú no te dejas. Sea como fuere, esos poderes, esas
capacidades, forman parte de ti; lo han formado siempre... ¿Recuerdas nuestra
conversación al final de tu segundo año aquí? —Harry asintió—. Me preguntaste algo
muy similar... ¿y qué te respondí?
—Que yo estaba en Gryffindor; que había elegido ir a Gryffindor.
—Exacto. Y te lo repito: tú elegiste ser como eres, da igual los poderes que
poseas, o de dónde provengan. No dejaste que lo que hay en ti marque tu camino, y,
con ello, te has salvado. Obviamente, esos poderes son peligrosos, y no deben ser
utilizados sin control; esa fue una de las razones por lo que te dije todo aquello cuando
hablamos en agosto. Tenías que comprender que tus amigos siempre estarían
contigo, que tu razón para vivir, para luchar, son ellos; por eso también os prohibí a ti a
Ron hacer lo que hacíais... porque no es bueno pensar sólo en la venganza y
olvidarnos de nosotros... o de los que nos necesitan. Harry, cuando luches, hazlo no
por venganza, no por odio, sino por salvar vidas. Recuerda esto, porque es importante.
Harry no dijo nada, y miró a Dumbledore con gravedad.
—Profesor... no puede pedirme que no le odie —dijo por fin.
—Lo sé, Harry... lo sé. Sé que te han hecho mucho daño. Lupin me comentó que
te había contado la historia de tus padres y tus abuelos. Imagino cómo debes
sentirte... pero esa no es razón para morir. Tus amigos, los que están vivos, los que
están aquí... ellos sí son una buena razón para morir, para luchar.
—Lo sé.
—Tendrás que entrenarte —dijo Dumbledore—. Ahora que estás más tranquilo,
que no estás obsesionado con vengar a Hermione, tendrás que comenzar a entrenarte
para dominar ese poder que posees, antes de que Voldemort pueda sacar algún
provecho de él.
—¿Podría hacerlo? —inquirió Harry.
—Me temo que sí. Quizás no aún, pero sí más adelante.
—¿Cómo voy a prepararme?
—Como lo has estado haciendo hasta ahora.
—¿En el ED?
—No. Con tus amigos. Ron y Hermione te ayudarán, siempre estarán contigo, y les
vendrá bien estar preparados... —dijo Dumbledore—. También Ginny, supongo... y
Neville.
—¿Neville?
—Sí. Siempre ha sido muy inseguro. Lo que les sucedió a sus padres le afectó
mucho durante toda su vida, pero el año pasado demostró de lo que es capaz, y creo
que aún se puede esperar mucho más de él. ¿Le has hablado de la profecía?
—No —respondió Harry.
—Pues deberías hacerlo.
—Está bien. Se lo comentaré... —dijo Harry. Respecto al entrenamiento, ¿qué
haré?
—Yo te proporcionaré la ayuda y los libros que necesitas, y te guiaré. No es
recomendable jugar con lo que hay en la sección prohibida; es peligroso.
—De acuerdo.
Harry se quedó mirando al director unos instantes, pensando aún en la profecía.
Dumbledore le miró a su vez, como si esperara algo. Finalmente, Harry hizo la única
pregunta que quedaba por formular:
—Profesor... ¿qué es la Antorcha de la Llama Verde?
—Esa es una buena pregunta —respondió Dumbledore lentamente—. Sin
embargo, siento decirte que no tengo la respuesta, o al menos, una respuesta
satisfactoria... lo único que sé acerca de la antorcha es la leyenda acerca de ella.
—¿Leyenda?
—Sí. Una antigua leyenda, una leyenda que data de la época de la fundación de
Hogwarts; de hecho, tiene muchísimo que ver con Hogwarts.
—¿Con Hogwarts?
—Sí. Con Hogwarts... y sus fundadores. Si se supone que debes encontrarla y
usarla, tendré que contarte la leyenda tal como yo la conozco.
—De acuerdo —dijo Harry, disponiéndose a escuchar.
31

Leyendas del Pasado

—La leyenda de la antorcha de la llama verde data de la misma época que la de la


Cámara de los Secretos —explicó Dumbledore—. De hecho, tienen bastante relación.
Sin embargo, a diferencia de la historia sobre la cámara, a ésta nunca se le concedió
mucho crédito. No aparece en Historia de Hogwarts, y dudo que pudieses encontrar
algo sobre ella en la biblioteca.
—¿Por qué? —preguntó Harry.
—Por lo fantástica que es, y porque nadie ha visto jamás esa antorcha... sin contar
el hecho de que nadie cree en su existencia.
—Pero nadie había visto tampoco la Cámara de los Secretos, y sin embargo...
—Sí, pero luego entenderás por qué esa historia se extendió... y la de la antorcha
no.
—Si como dice, no aparece en ningún libro, ¿cómo la conoce usted?
—Bueno, todos los directores de Hogwarts la han conocido, generalmente por
habérsela oído a otro director o profesor... Así se ha transmitido la leyenda durante
siglos. Por supuesto, es muy posible que la historia esté muy alejada de la realidad,
aunque, desde luego, explicaría algunas cosas... —dijo pensativamente. Luego volvió
a mirar a Harry—. En fin, supongo que conoces la historia de la fundación de
Hogwarts, ¿no?
—Sólo lo básico —respondió Harry.
—Entonces te la contaré un poco más en profundidad, porque tiene una relación
muy grande con la leyenda de la Antorcha.
Harry asintió de nuevo.
—Bien... Según tengo entendido, en Navidad Lupin te habló del Consejo de los
Magos, ¿verdad? Te contó cómo ningún alumno de familia muggle era iniciado en la
magia hasta que se construyó Hogwarts. —Harry asintió—. Bueno, pues debes saber
que Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff eran todos miembros del Consejo de
los Magos.
—¿Todos? —preguntó Harry, sorprendido.
—Sí, todos. De hecho, eran además grandes amigos; Gryffindor y Slytherin eran
casi inseparables, y lo mismo podría decirse de Hufflepuff y Ravenclaw.
—¿Gryffindor era amigo de Slytherin? —se extrañó Harry—. Pero si luego...
—Sí, eran grandes amigos. ¿No oíste la canción del sombrero seleccionador del
año pasado?
—Sí, pero no recuerdo que dijera nada de eso...
—Pues lo dijo —repuso Dumbledore—. Gryffindor y Slytherin eran los más grandes
magos de su tiempo, además de muy amigos. Ambos tenían sus diferencias, desde
luego, pero habían aceptado que eso era parte de su amistad. Slytherin, sobre todo,
era el más grande, y deseaba por encima de todo alcanzar poder en la magia, el
máximo poder posible. Era extremadamente ambicioso. Gryffindor, por su parte, no
estaba tan interesado en el poder en sí como en hacer grandes cosas, grandes
hazañas con él. Sin embargo, todos coincidían en un deseo, un deseo común que era
mayor que sus anhelos personales: construir un lugar donde los niños y niñas mágicos
pudiesen aprender todo aquello que podían enseñarles.
»Así fue cómo, tras un tiempo y duros trabajos, Hogwarts fue construido. Los
cuatro trabajaron con ahínco, y eligieron este lugar por hallarse cerca de Hogsmeade,
lugar adonde los alumnos podrían ir de vez en cuando. Cada uno de los fundadores
puso algo de él en este castillo, y construyeron salas secretas y habitaciones
encantadas; pasadizos ocultos y puertas invisibles. Sería justo decir que hicieron
tantas cosas que no creo que nadie haya descubierto nunca todos los secretos del
castillo.
»Cuando el colegio estuvo listo, empezaron a buscar niños con dotes mágicas y
los trajeron a estudiar aquí. Los cuatro tenían en mente la idea de que Hogwarts fuese
el colegio de magia más importante del mundo.
»Por supuesto, cada uno de los fundadores tenía sus preferencias, así que
decidieron dividir a los alumnos en casas, según los caracteres de cada uno. Cada
niño era examinado por los cuatro fundadores y elegido por uno de ellos.
—Parece todo genial, ¿no? —comentó Harry.
—Sí, al principio... hasta que Gryffindor empezó a buscar magos entre los
muggles. En cuanto Slytherin se enteró, se opuso, alegando que los hijos de muggles
no tenían idea ninguna acerca de nuestro mundo, y que no tenían derecho a estar allí.
Gryffindor, sin embargo, se empeñó, y los alumnos hijos de muggles fueron admitidos
en su casa, al igual que en las casas de Ravenclaw y Hufflepuff, que se mostraron del
lado de Gryffindor en la disputa. Slytherin, por tanto, cedió, pero nunca admitió a
ninguno de ellos en su casa, y los miraba con recelo.
»Evidentemente, Slytherin no fue el único que se disgustó ante la idea de hijos de
muggles en Hogwarts; la mayoría de los miembros del Consejo de los Magos también
lo hicieron, aunque poco podían hacer, porque Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw eran
los más grandes, sin contar a Slytherin, y éste no quería disputar más con Gryffindor.
Por tanto, durante años el colegio funcionó en armonía, mientras los fundadores lo
dirigían, y las cuatro casas vivían en sana competitividad, pero sin odios entre ellas.
No obstante, a Slytherin cada vez le gustaba menos la idea de tener alumnos de
sangre muggle en Hogwarts, creía que hablarían a todo el mundo muggle acerca de
los magos; los veía sorprenderse con cada cosa mágica y le parecían tontos y poco
aptos para llegar a ser alguien importante en el mundo mágico; no se fiaba de ellos.
»Tras tener nuevas discusiones con Gryffindor y los demás fundadores acerca de
ello, decidió concentrarse en su otra gran obsesión: la búsqueda del poder. Los años
en Hogwarts ocupándose de la educación de los demás y descuidando la suya propia
habían hecho renacer una desmesurada ambición en él; deseaba construir un objeto
tan poderoso como fuera posible, un objeto capaz de focalizar y concentrar toda la
magia. Había hablado de su idea con Gryffindor, y éste, pensando en la gran cantidad
de cosas que podrían hacerse con un objeto así se unió a él para construirlo.
»Trabajaron durante años, en secreto; sólo Ravenclaw y Hufflepuff supieron de lo
que estaban haciendo, pues Slytherin les pidió ayuda: necesitaban la inteligencia de
Ravenclaw y la tenacidad de Hufflepuff. Pusieron todo su conocimiento y poder en la
construcción de ese objeto y, al final, tuvieron éxito.
—¿Es la antorcha, verdad? —dijo Harry.
—Sí... o eso dice la leyenda. Realmente, ni Gryffindor ni Slytherin hablaron a nadie
acerca de la antorcha, excepto a Hufflepuff y a Ravenclaw, y ni siquiera ellas sabían
mucho acerca de lo que era, a pesar de haber colaborado en su construcción.
Slytherin no quería revelar el secreto, porque el objeto era muy poderoso y cualquier
mago lo desearía.
»Sin embargo, para usar el poder de la antorcha, no bastaba un mago solo, sino
que tenían que ser dos, dos a la vez, y no dos cualesquiera. Según las palabras que
se transmitieron en la leyenda, tenían que ser dos personas con un vínculo mágico
profundo que tuvieran mentalidades opuestas... una especie de dualidad; sólo eso
encendería la antorcha y permitiría que ambos magos pudiesen usarla para un bien
común, y nunca para los intereses personales de uno de ellos.
—¿La antorcha tiene que ser usada por dos magos? —preguntó Harry,
sorprendiéndose del detalle.
—Sí, o al menos, eso se dice. Al parecer, la hicieron así porque el poder de dos
magos conectado por la antorcha podría conseguir cosas increíbles, y, además, se
aseguraban de que nadie podría robar y usar la antorcha para malos fines.
—¿Quién podía usarla? —preguntó Harry.
—Bueno, Slytherin y Gryffindor, obviamente; que se sepa, eran los únicos que
podían... claro que, como nadie conocía la existencia de la antorcha, no se sabe si
alguien más podría haberla hecho funcionar. En la leyenda se dice que ninguna pareja
de los cuatro fundadores que no fueran ellos dos era capaz de encenderla. Es todo lo
que se sabe sobre eso.
—¿Qué poderes tiene?
—Ése es otro misterio —declaró Dumbledore—. Se dice que posee algún poder
sobre la mente, y también la capacidad de canalizar y focalizar la magia de quienes la
usan, pero no se cuenta nada más, y quizás sólo sean invenciones.
»La leyenda cuenta también que Gryffindor y Slytherin la usaron para crear la
mayoría de los hechizos que protegen Hogwarts, como el hechizo antidesaparición, y
eso explicaría por qué Voldemort aún no ha sido capaz de romperlo; se dice también
que usaron la antorcha para crear el Libro del Registro, que localiza a cada niño
mágico cuando nace para que pueda acudir al cumplir los once años... incluso también
cuenta que el Sombrero Seleccionador fue creado a partir de las mentes de los cuatro
fundadores usando la antorcha, para que fuese más fácil la selección de los nuevos
alumnos...
—Vaya... cuántas cosas, ¿no?
—Si son ciertas —puntualizó Dumbledore—, que podría ser que no.
—Profesor... ¿usted cree en la existencia de la antorcha?
—Bueno, no estaba seguro de creer en ella... hasta ahora. Si la profecía dice que
la necesitarás, es que obviamente existe.
—Pero ¿dónde está? ¿Qué sucedió con ella?
—Bueno... pasaron los años, y durante ese tiempo, la antorcha fue guardada como
un secreto, siendo utilizada sólo en contadas ocasiones, y no se sabe siquiera para
qué. Mientras, en el colegio, las cosas empezaban a cambiar. Slytherin volvió a tener
nuevas discusiones con Gryffindor acerca de los hijos de muggles, y estas disputas
cada vez eran más violentas; los alumnos de sangre muggle empezaron a temerle, y
no sólo a él, sino también a los miembros de su casa, que se contagiaron del odio de
su mentor por ellos.
»Sucedió que, un año, un alumno de sangre muggle logró las más altas
calificaciones de su curso, algo que nadie como él había hecho hasta entonces; se
dice que Slytherin no quiso entregarle el premio que el colegio concedía por entonces
al alumno más aventajado, y la ceremonia de entrega se realizó sin él. Esto, desde
luego —aclaró Dumbledore—, no se sabe exactamente si fue cierto o falso. La historia
cuenta que Slytherin, durante la ceremonia, se sumió en oscuros pensamientos y en
odio hacia los sangre sucia, como había empezado a llamarlos en secreto, temiendo
que algún día pudiesen ser importantes en el mundo de la magia. Sabiendo que nunca
convencería a los demás de sus ideas, terminó de construir la Cámara de los Secretos
y encerró allí a un monstruo.
»Su intención era que fuese algo secreto, claro, aunque se lo contó a miembros de
su casa, según dicen las historias, y así la leyenda de la Cámara de los Secretos se
difundió y se transmitió hasta nuestros días como un rumor. Gryffindor la oyó, pero se
negó a creer que su amigo fuese capaz, pese a su intolerancia, de hacer algo
semejante. Sin embargo, un día, al parecer, descubrió a Slytherin intentando usar la
antorcha para cambiar el hechizo del Libro del Registro e impedir que aparecieran en
él los hijos de los muggles; por supuesto no lo consiguió, porque él solo no podía usar
la antorcha. Estalló una disputa entre ellos, donde salió a relucir el tema de la Cámara,
y algo hizo creer a Gryffindor que de verdad existía. Horrorizado, se enfrentó a su
amigo, y tras la mayor discusión que jamás habían tenido, su amistad se terminó.
Slytherin decidió abandonar el colegio, a pesar de lo mucho que lo amaba, pues no
quería seguir rodeado por los demás fundadores y los hijos de los muggles. Así, una
noche, selló la cámara hasta que llegase su heredero y se aprestó a marcharse.
Entonces recordó la antorcha y decidió que no quería que se quedara en manos de
sus ahora enemigos. Así pues, intentó llevársela, pero no pudo.
—¿Por qué no pudo?
—Porque la antorcha no podía ser sacada de Hogwarts por nadie que no pudiese
encenderla, y Slytherin solo no podía hacerlo. Furioso, decidió ocultarla para que, al
menos, sus enemigos nunca pudiesen usarla. Posteriormente abandonó el castillo, y
nadie volvió a saber de él nunca —terminó Dumbledore.
—¿Entonces la antorcha está aquí? —preguntó Harry.
—Sí, pero nadie sabe dónde, porque nadie la ha visto nunca —contestó
Dumbledore—. Gryffindor la buscó durante años, pero nunca la encontró. Nadie sabe
dónde la ocultó Slytherin.
—Y se supone que yo debo usarla.
—Sí.
—¿Y cómo voy a usarla si no sé dónde está? ¿Tengo que buscarla?
Dumbledore suspiró, y en su rostro apareció una expresión de derrota.
—No lo sé —dijo—. No lo sé...
Harry también suspiró y miró al suelo.
—Ya pensaremos en el asunto de la antorcha —le dijo Dumbledore—. Ahora
preocúpate simplemente de prepararte, ¿de acuerdo? Pero no te obsesiones.
Recuerda que pronto tendréis el partido contra Hufflepuff. Intenta distraerte un poco.
—¿Distraerme? —preguntó Harry, sorprendido—. No creo que pueda, profesor.
¿Cómo voy a distraerme con lo que acabo de oír?
—Harry, sé que es duro, pero tú mismo me hiciste prometer que no te ocultaría
nada. Si lo he hecho en algún momento este año —Harry alzó la vista— ha sido sólo
temporalmente y por necesidad, o porque no haya estado seguro de algo. Como te
dije antes, nadie lamenta todo esto más que yo. He intentado protegerte toda tu vida, y
siento que ahora estoy fracasando, porque ya no puedo hacer nada por ayudarte o
darte tiempo. Ya ni siquiera puedo responderte a la mitad de las cosas que me
preguntas, y sé que eso te decepciona.
Harry no dijo nada.
—Es mejor que ahora te vayas. Ve con tus amigos, habla con ellos. Te hará bien.
Seguid practicando con lo que conseguisteis en la Sección Prohibida de la biblioteca, y
pronto yo os proporcionaré más cosas.
—Está bien —dijo Harry, levantándose y dirigiéndose a la puerta—. Hasta luego,
profesor.
—Harry... —lo llamó Dumbledore. Harry se volvió y miró al director—. No estás
solo.
—Lo sé —respondió Harry, esbozando una sonrisa antes de bajar por la escalera.
Se dirigió lentamente a la sala común, sin prisa, aprovechando el tiempo para
pensar. Recordaba las palabras de la profecía, pero lo que más volvía a su cabeza no
era la misteriosa Antorcha de la Llama Verde... eran otras palabras; unas palabras
sencillas, y que, sin embargo, le llenaban de terror:
El momento se acerca...
El momento se acerca. La hora del enfrentamiento final contra Voldemort, la lucha
en la que uno de los dos moriría. Había deseado que llegara ese momento, pero ahora
que Hermione estaba bien, que su vida volvía a estar más o menos como antes, sentía
que ese pensamiento lo asustaba. No: lo aterrorizaba... ¿Qué posibilidades tenía?
Bufó. No había tenido casi posibilidades en sus enfrentamientos anteriores. ¿Cómo lo
haría ahora, siendo Voldemort mucho más poderoso? «Bueno, tú también eres más
poderoso», pensó. Era cierto. Aquellos poderes le hacían más fuerte, pero... ¿Daría
resultado usar los poderes que Voldemort le había transferido contra él? Y además,
estaba el hecho de aquel poder «que le rodeaba», y que tendría que usar también...
Dumbledore le había dicho que él tenía que saber, o descubrir, qué poder era, pero no
tenía ni idea... se suponía que el sólo poseía un poder que Voldemort no tenía: el
amor; el amor de su madre al morir por ella, el amor de aquellos a los que quería,
pero... ¿qué era eso de que lo rodeaba? No lograba explicarse nada, y la cabeza ya le
daba vueltas.
—¿Te vas a quedar ahí todo el día? —le preguntó la Señora Gorda, sacándole de
sus pensamientos. Sin darse cuenta había llegado a la torre de Gryffindor.
—Ah... sí, «escarapelas rojas» —dijo, y el retrato se abrió para dejarle pasar.
Cuando entró en la sala común, vio a Ginny, a Ron y a Hermione sentados junto a
la chimenea. Ron y Hermione miraban a Ginny, pero se volvieron hacia él al verle.
—¡Harry! —dijo Ron—. ¿Qué ha pasado? Los de quinto han llegado hablando no
se qué de una profecía de la profesora Trelawney, pero Ginny no nos quiere decir
nada. —Le lanzó a su hermana una mirada fulminante—. ¿Qué ha pasado?
—Subamos a nuestro cuarto —dijo Harry.
—¿A vuestro cuarto? —preguntó Hermione.
—¡Ay, Hermione! ¿Vas a decir lo mismo cada vez? —dijo Ron.
—Es que...
—Seamus está fuera, con Lavender, Neville está en la biblioteca y Dean se ha
quedado dormido en aquella butaca —explicó Ron, exasperado—. No hay problema.
—Vale... —aceptó Hermione, aunque no demasiado convencida.
Harry se dirigió a su habitación y los demás lo siguieron, atrayendo miradas de los
demás alumnos que estaban en la sala común.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, en cuanto hubo entrado y cerrado la puerta—. ¿A
qué tanto misterio?
Harry tomó aire antes de contestar.
—Lo que decían esos de quinto es cierto. La profesora Trelawney ha realizado otra
profecía.
—¿Otra? —preguntaron Ron y Hermione a un tiempo.
—Sí. Ginny estaba allí. Ella acudió al despacho de Dumbledore y se lo contó.
—Por eso te llamó —dijo Ron.
—Sí.
—¿Qué dice? —quiso saber Hermione, impaciente.
Harry les repitió las palabras de la profecía, lo que Dumbledore le había contado
sobre su sangre y su conexión con Voldemort.
—Vaya... —dijo Ron cuando Harry hubo terminado—. Así que eso es lo que te
pasó en la enfermería y en el lago...
—Sí... pero en el lago, Ron, también te pasó a ti algo parecido. ¿No lo recuerdas?
—Sí —respondió Ron, temeroso—. Pero... yo no... yo no tengo nada de Voldemort,
¿verdad? —preguntó.
—No... pero Dumbledore cree que hemos estado... compartiendo habilidades.
—¿Compartiendo habilidades? —preguntó Hermione, sin entender.
—Él tampoco se lo explica. Me dijo algo de un vínculo entre nosotros, pero nada
más. Lo que sí me dijo es que tendría que aprender a dominar estos poderes... que
tengo que entrenarme en serio.
—¿Entrenarte en serio? —preguntó Ron.
—Sí... Dumbledore me dijo que me permitiría usar la Sección Prohibida.
—¿La Sección Prohibida? ¿Vas a hacer lo mismo que hacíamos tú y yo antes? —
quiso saber Ron.
—vamos a hacer, quieres decir.
—¿Vamos? ¿Nosotros también? —preguntó Hermione.
—Sí. Nosotros cuatro. Dumbledore dice que vosotros también tenéis que
prepararos, y yo no puedo entrenar solo.
—¡Genial! —exclamó Ron, emocionado—. ¿Y dónde lo haremos? ¿Aquí?
—No. Esta habitación es muy pequeña para cuatro... usaremos la Sala de los
Menesteres.
—Sí, mucho mejor —opinó Ginny—. ¿Cuándo empezaremos?
—Mañana —respondió Harry.
—De acuerdo —dijo Hermione—. Y Harry... ¿qué es eso de la «Antorcha de la
Llama Verde»?
Harry respondió a la pregunta relatándoles la leyenda que Dumbledore le había
contado a él, incluido el hecho de que nadie sabía dónde estaba y que nadie creía en
su existencia.
—Bueno, tenemos que encontrarla, ¿no? —dijo Hermione pensativamente—.
Habrá que buscar en la biblioteca...
—Dumbledore me dijo que seguramente no encontraría nada en la biblioteca —
replicó Harry—. Es una historia que muy poca gente conoce...
—Algo tiene que haber —insistió Hermione—. ¡Siempre hay algo!
—Como quieras —dijo Harry—. Lo importante ahora es que empecemos a
entrenarnos. Dumbledore me dijo que no me preocupase por la antorcha de momento,
tal vez él tenga alguna idea.
—Sí, además, no sé cómo vamos a encontrarla nosotros. Si los fundadores de
Hogwarts no pudieron, conociendo el castillo, creo que nuestras posibilidades son
pequeñas... quien sabe dónde la escondió el viejo chiflado de Slytherin... a lo mejor la
enterró en el bosque, o la metió en un muro... —dijo Ron.
—Pero sería muy interesante encontrarla pronto, ¿no? Quién sabe qué increíbles
poderes tenga... —comentó Hermione.
—De todas formas, si la leyenda dice la verdad, se necesitan dos magos opuestos
para usarla —dijo Harry—. No creo que ninguno de nosotros pueda utilizarla...
—¿Entonces? —inquirió Ginny—. ¿De qué sirve?
—Magos opuestos... ¿Tú y Voldemort? —sugirió Ron, espantado.
Hermione miró a Ron y abrió mucho los ojos.
—¡Claro! Pero... ¿cómo vais a utilizarla juntos?
—No tengo ni idea, y prefiero no pensarlo —respondió Harry.
—Bueno, yo he quedado con Luna —dijo Ginny, mirando la hora—. Nos veremos
en la cena, dentro de un rato.
Se levantó y salió de la habitación.
—Será mejor que nosotros también bajemos —dijo Hermione.
Los tres amigos bajaron a la sala común, sin hablar, y se sentaron cerca de la
ventana.
—¿Una partida de ajedrez mientras no es hora de cenar, Harry? —propuso Ron.

En cuanto los tres amigos entraron en el Gran Comedor, veinte minutos después,
el murmullo habitual descendió, mientras todas las cabezas se volvían hacia ellos.
Probablemente, a esas horas todo el colegio se habría enterado de la extraña
profecía, y aunque nadie conocía la primera, no era muy difícil suponer a quien se
refería con aquello de «aquél al que ha marcado». Harry suspiró, pensando en cuánto
tardarían esta vez sus compañeros en tener miedo de él, teniendo en cuenta lo que la
profecía decía acerca de los poderes de Voldemort que habían crecido en él, y el
extraño comportamiento que habían tenido el y Ron, sobre todo el asunto de Malfoy
junto al lago. Sin embargo, decidió que no le importaba... tenía a su lado a quien
necesitaba, y tenía ya suficientes preocupaciones sin que se añadiera lo que
pensaban los demás sobre él.
Se sentaron en la mesa de Gryffindor, donde ya estaba Ginny. Luna la
acompañaba. Cuando Harry se sentó, la chica le miró con interés.
—¿Qué tal estás? —le preguntó.
—Bien... —respondió Harry, extrañándose ante la pregunta—. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, he oído rumores sobre una profecía, y luego Ginny me ha hablado de lo
que pasó...
Harry miró a Ginny con expresión reprobatoria.
—Bueno, ella ya lo sabía, y además, es amiga nuestra, ¿no? —se defendió Ginny.
—Sí, supongo... —dijo Harry.
—Eso de que la hora se acerca... ¿quiere decir que pronto tendrás que enfrentarte
a Voldemort? —preguntó Luna, como si fuese la cosa más normal del mundo.
—Sí —respondió Harry.
—Vaya... y todo por una profecía... Es como las que había en el Departamento de
Misterios, ¿verdad? Como las que querían los mortífagos...
—Sí —volvió a decir Harry.
—Mi padre siempre ha dicho que el Ministerio guarda cosas muy importantes allí,
cosas que la gente debería saber.
—¿Como qué? —preguntó Ron sarcásticamente—. ¿Unicornios sin cuerno?
Hermione soltó una débil risita que se apresuró a disimular con una tos.
—No —repuso Luna muy tranquila, mirando a Ron fijamente—. Cosas como
sentimientos... allí juegan con cosas muy peligrosas, como el velo aquél, y no dicen a
nadie para qué lo hacen. ¿Quién sabe qué fines tendrán esas cosas?
—Lo hacen para estudiarlas —repuso Hermione.
—¿Para estudiarlas? ¿Qué hay en la cámara aquella que no pudimos abrir? ¿Eh?
Hermione no respondió.
—Dumbledore me dijo que siempre estaba cerrada —dijo Harry.
—¿Siempre? —preguntó Ron—. ¿Nadie entra? ¿Ni los inefables?
—No. Dumbledore dijo que había una fuerza inmensa y maravillosa... creo que
es... amor.
—¿Amor? —preguntó Ron, escéptico—. Lo dices como si el amor se pudiera
meter en una caja, como las patatas...
—Oye, a mí no me digas, yo no sé nada...
—Bueno, yo me voy a mi mesa —dijo Luna. Miró a Harry y sonrió—. No te
preocupes, Harry. Todo acabará bien. Lo sé... tus padres cuidan de ti, igual que mi
madre cuida de mí —añadió, con gran seguridad.
Se fue, y Harry se la quedó mirando fijamente. Entonces fue él el que esbozó una
sonrisa.

Esa noche, cuando se metió en la cama, Harry tardó en dormirse, porque


realmente tenía mucho en lo que pensar. Constantemente le venían a la mente las
palabras «el momento se acerca», y la idea de enfrentarse él solo a Voldemort, sin
ayuda, lo aterrorizaba. No obstante, sabía que al final, llegado el momento, no tendría
tanto miedo. Así le había pasado las anteriores ocasiones en que había estado frente
a él; una vez aceptado que no podía huir, se había sentido más valiente y dispuesto...
esperaba que fuese así también la próxima vez, porque ahora Dumbledore ya no
podría protegerle como antes... no se repetiría una batalla como la del Atrio del
Ministerio... Dumbledore ya no podía enfrentarse a Voldemort con garantías.
Esos pensamientos no le llevaban a nada, así que se concentró en la Antorcha de
la Llama Verde. ¿Para qué serviría? ¿Dónde la habría escondido Slytherin antes de
abandonar Hogwarts? No se le ocurría nada... tendrían que encontrar alguna manera
de hallarla, quizás con algún hechizo. Aunque no imaginaba qué tipo de hechizo
podrían usar ellos que no se le hubiera ocurrido a nadie antes. Extrañamente, se dio
cuenta de que el nombre, «Antorcha de la Llama Verde», le sonaba, le sonaba
extrañamente, aunque nunca lo había oído antes, de eso estaba seguro. Pensando en
ella, y en los poderes que tendría, y en cómo podría usarla para luchar contra
Voldemort, se durmió.
Soñó que estaba en un pasillo de Hogwarts. Avanzaba por él, pero no llegaba ni al
final, ni a ningún corredor lateral o puerta. Caminó durante mucho tiempo, hasta que
sintió que alguien le llamaba. Se volvió a mirar, pero no vio a nadie. Siguió avanzando,
y de pronto el pasillo se terminó. Se encontraba en una sala circular que no tenía más
salidas. De pronto, una neblina fantasmal se formó frente a él, y el rostro de Slytherin,
tal como lo había visto en otro sueño, le habló:
—Ya lo sabes... ya la tienes... encuéntrala... encuentra la Antorcha de la Llama
Verde... y únete a él... ríndete a él... ríndete a mí... deja que crezca en ti, escucha su
voz... deja que te hable, deja que te enseñe...
Harry se quedó asombrado, sin saber qué decir. La habitación empezó a dar
vueltas y se despertó. Era por la mañana.
Así que era eso. Eso era lo que tenía encontrar, que conseguir. Era la Antorcha de
la Llama Verde. Eso era aquello tan importante, pero claro, no había podido saberlo
porque no conocía la existencia de tal objeto por entonces...
Se levantó, se vistió y bajó a la sala común, a esperar a Ron y a Hermione

—¿Quieres decir que es con esa Antorcha con lo que se supone que Voldemort
conseguirá unirse a ti, o poseerte? —preguntaba Ron en voz baja durante la clase de
Encantamientos. Estaban practicando hechizos parlantes con unas estatuillas que el
profesor Flitwick les había dado, y era un momento ideal para hablar, de tanto ruido
que había.
—Eso creo —afirmó Harry.
—Vaya, entonces se entiendo que tengáis que utilizarla entre los dos... —comentó
Hermione.
—Bueno, Harry, si los dos tenéis que usarla, entonces la solución es sencilla: no la
uses y no podrá apoderarse de ti —dijo Ron, muy satisfecho de su conclusión.
Hermione le miró con expresión de paciencia.
—Ron, ¿no recuerdas la profecía? Si Harry no usa la Antorcha, no podrá vencer a
Voldemort.
Ron frunció el ceño.
—¿Y por qué sabes tú todas esas cosas en tu sueño? No entiendo que pinta
Slytherin en tu cabeza —dijo Ron.
—No sé... supongo que se deberá a mi conexión con Voldemort... recuerdo que
cuando estábamos en segundo, el nombre de Tom Ryddle me decía algo, y sin
embargo no lo había oído nunca.
—Conocimientos ocultos en la mente que no se han aprendido —dijo Hermione,
haciendo que su estatuilla se pusiera a cantar una canción muggle—. Leí algo acerca
de ello en un libro. Se supone que las mentes de los magos, bajo ciertas condiciones,
pueden transmitir conocimientos de padres a hijos... supongo que Voldemort, junto a
esa «mente compartida» te pasó ciertos conocimientos o recuerdos suyos.
—¿Y cómo se puede entrar en ese «conocimiento oculto»? —preguntó Harry.
—No sé —respondió Hermione—. Es una cosa muy rara, y no está muy
investigado.
—Genial —musitó Harry—. Ninguna respuesta.

El resto de la semana resultó muy ajetreada, con los entrenamientos de quidditch,


la reunión del ED del miércoles y el trabajo extra de Harry, Ron, Hermione y Ginny,
que buscaban entre el material que Ron y Harry guardaban hechizos y maldiciones
para protegerse y defenderse.
La reunión del ED resultó un tanto incómoda para Harry, porque la mayoría de los
miembros querían saber algo acerca de la profecía, qué significaba, y si realmente se
refería a él.
—No puedo hablaros de eso —contestaba Harry a la pregunta de Justin Finch-
Fletchley.
—Pero tú lo sabes, ¿no? —inquirió Ernie Macmillan—. Se refiere a ti.
—Sí, se refiere a mí, pero ya he dicho que no quiero ni pienso hablar de eso, ¿de
acuerdo?
—Sí, pero... —comenzó a decir Anthony Goldstein.
—Ya vale —intervino Henry Dullymer—. Si Harry no quiere hablar de ello, o no
puede, sus razones tendrá.
Harry le dirigió a Henry una mirada de agradecimiento.
—Gracias, Henry. Bueno, venga, a trabajar —ordenó—. Tú, Henry, ven conmigo,
te enseñaré algunas cosas... Sarah, tú...
—Yo puedo ayudarla —se ofreció Neville—. Así repaso un rato, y luego practicaré
con Ron y Hermione.
—Gracias, Neville —dijo Harry.
Empezó a trabajar con Henry, mientras Neville mostraba a Sarah varios tipos de
maleficios y contramaleficios. La chica aprendía deprisa, y exigía a Neville que le
enseñase más.
—Qué ambiciosa eres —comentó Neville, con una sonrisa.
—Bueno, soy de Slytherin, ¿no? —respondió ella con otra sonrisa.

Pasaron los días, y Harry, Ron, Hermione y Ginny seguían entrenándose por su
cuenta, en solitario. Harry y Ron les enseñaron las maldiciones de jaqueca, la
maldición cortante, la Maldición de la Locura y otras varias que habían aprendido,
mientras intentaban dominar el poder de Harry. Sin embargo, en esto no estaban
teniendo demasiado éxito.
—Sigues luchando estupendamente, Harry —dijo Ron un día—, pero no es ya
como antes, como cuando Hermione no estaba.
—Lo sé —respondió Harry—. No consigo sentir lo mismo... necesito algo que me
enfade, que me produzca verdadero odio...
—¿Y si piensas en Malfoy? —sugirió Ginny.
—No basta. No llega con pensar... tiene que ser algo mucho más profundo, no sé...
—¿Por qué no le preguntas a Dumbledore? —dijo Hermione.
—Ya lo he hecho, y me ha respondido que debo seguir intentándolo, que debe salir
de mí. Él no puede ayudarme en esto. Dice que vosotros sabréis mejor que nadie
cómo ayudarme.
—¿Nosotros? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. Si él lo dice...
Sea como fuere, Harry no lograba avanzar en el control de sus habilidades, y el
caso es que Neville empezaba a sospechar, o eso creían, porque a veces se los
quedaba mirando cuando salían de la sala común, o cuando volvían, y ponía cara de
saber que algo sucedía y se lo estaba perdiendo. Harry sabía que tenía que hablar con
él, y además tenía ganas de hacerlo, sobre todo desde que había sabido que sus
padres y los de él habían sido grandes amigos, que quizá habían incluso estado juntos
cuando aún eran niños... pero la final de quidditch al principio, y lo de Hermione
después, le habían distraído mucho. Al final había decidido hablar con él tras el partido
contra Hufflepuff.
Por su parte, Luna, según había dicho Ginny, también sospechaba algo. Ambas
pasaban muchísimo tiempo juntas ahora, ya fuera en clases o en la biblioteca, y eran
grandes amigas. Ginny contaba que a veces la miraba raro, y que le decía cosas como
«tú ocultas algo», cosa que Ginny se apresuraba a negar.

—Harry, estás algo distraído hoy —le comentó Ron al terminar el entrenamiento
del martes anterior al partido contra Hufflepuff.
—Lo siento, tengo la cabeza en otra parte —contestó.
Así era: se había puesto a pensar en el entrenamiento del día anterior, donde
tampoco había logrado ningún resultado, pese a intentar por todos los medios
enfadarse y sentir odio y rabia. De hecho, en eso había tenido éxito, porque había
pensado en la muerte de Sirius, en los padres de Hermione, en lo que le había pasado
a ella, en Bellatrix Lestrange... pero la sensación de poder no había surgido en él. Por
otro lado, le gustaría tener alguien con quien hablar, como a Sirius... pero ya no
estaba. Pensando en esto, vio a Luna, que había estado viendo el entrenamiento;
había bajado con Ginny. Recordó lo que ella le había dicho sobre su madre y le
entraron ganas de hablar con ella.
—Yo no voy —dijo Ron—. Tengo cosas que hacer.
—Yo tengo muchísimos deberes —se disculpó Ginny—. Tampoco me puedo
quedar... pero ella y yo íbamos a subir juntas...
—Id vosotros —les dijo Harry, acercándose a Luna, que se levantaba—. Hola
Luna.
—Hola —contestó la chica, que también se había levantado.
—No, no te vayas —le pidió Harry—. ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —respondió ella, un tanto extrañada—. ¿Qué quieres?
—Luna, eso que dijiste de que mis padres me protegen, y que tu madre a ti, y que
a veces sueñas con ella... ¿Lo dices en serio?
—Por supuesto —contestó—. ¿Acaso tú no lo crees?
—No lo sé... todo el mundo me dice siempre que aquellos a los que queremos
nunca nos abandonan, pero...
—Porque es cierto. Mira, ya te dije que yo he soñado a veces con mi madre, y
quizá pienses que sólo es un sueño, pero yo no lo creo... creo que el cariño de
nuestros seres queridos se queda aquí, se mantiene... sólo que no somos capaces de
darnos cuenta a veces de ello. Excepto en los sueños, cuando estamos más relajados.
Aquello tenía cierto sentido. Harry recordaba que Snape le había dicho que él
percibía a Voldemort más claramente cuando dormía, porque su mente estaba más
relajada, más abierta...
—Quizás tengas razón...
—La tengo. ¿No recuerdas el velo? ¿No recuerdas las voces? Son las llamadas de
los muertos a sus seres queridos.
—¿Cómo? —Harry miró a la chica muy fijamente—. ¿Cómo sabes eso?
—Mi padre escribió un artículo hace mucho tiempo sobre ese velo del Ministerio...
Harry frunció el ceño involuntariamente, y Luna lo captó.
—Te aseguro que es cierto —dijo—. Mi padre habló con antiguos funcionarios del
Departamento de Misterios, pero no pudo obtener toda la información que quería,
porque no pueden hablar mucho. De todas formas... ese arco es como una puerta, o
algo así. ¿No sentiste acaso su llamada, su atracción? —Harry asintió—. ¿Ves? La
llamada de los muertos por sus seres queridos.
—Sí, tal vez tengas razón, pero... ¿y cuando no estamos cerca del velo?
—El velo no es la única puerta —contestó Luna.
—¿No? ¿Y dónde están las otras?
Luna se encogió de hombros.
—No lo sé.
Harry miró al frente, al vacío campo de quidditch, y luego se levantó, sin decir
nada. Luna lo imitó. Juntos volvieron al castillo.
—Entonces de verdad crees que ellos están con nosotros. Siempre.
—Sí —respondió Luna.
Harry sonrió. La creía. Aunque resultara increíble, la creía. Creía en lo que había
dicho sobre el velo, y también en lo demás. Ron y Hermione apreciaban a Luna más
que el año anterior, bastante más, pero no como había llegado a apreciarla él. Aunque
no habían hablado muchas veces, cada vez que lo hacía se sentía bien... ella creía en
cosas increíbles, creía en casi todo, y descubrió que le gustaba ese punto de vista.
Quizás porque, con lo que pasaba y con lo que esperaba, necesitaba creer en lo
imposible.
Se despidió de Luna en el vestíbulo y se dirigió a la sala común, quizás a hacer
sus deberes de Pociones, con Ron y Hermione. Snape estaba raro, y quizás pareciese
odiarle menos y ser más amable, pero como profesor no había cambiado ni un ápice y
seguía siendo igual de severo y exigente.
Cuando entró en la torre de Gryffindor, sin embargo, no vio a ninguno de sus dos
amigos. Sólo estaba Ginny, leyendo su libro de Transformaciones junto a la chimenea.
—¿Dónde están Ron y Hermione? —le preguntó, sentándose a su lado.
Ella se encogió de hombros.
—Algo de prefectos, creo... —respondió, con vaguedad—. ¿Qué tal la charla con
Luna?
—Bien... Sus puntos de vista son... muy originales.
—Pero muchas veces está en lo cierto, ¿verdad?
—Sí.
—Oye, Ginny...
La chica levantó la mirada de su libro y la fijó en Harry.
—Muchas gracias por tu apoyo, por tu ayuda, cuando Hermione estaba en la
enfermería. No sé qué habríamos hecho sin ti... Lamento haberte gritado.
—No pasa nada, Harry. Sé que fue muy duro para vosotros. Lo fue para mí, así
que no me imagino lo que debió ser para Ron y para ti...
—Eres una buena amiga.
—Bueno, tú me salvaste la vida ya... ¿tres veces? —dijo con una sonrisa, y ambos
se rieron.
Estuvieron el resto de la tarde juntos, haciendo los deberes o hablando, hasta que
llegaron Ron y Hermione y los cuatro juntos bajaron a cenar.
32

Defensa Avanzada Contra las Artes Oscuras

El día del partido contra Hufflepuff era esperado por todo el colegio con muchísima
emoción, ya que nadie había albergado la esperanza de que se fueran a reanudar los
partidos tras los ataques, y considerando todo lo que había pasado (incluida la
desastrosa final del Torneo Internacional) todo el mundo tenía grandes ganas de
divertirse y distraerse. No obstante, Dumbledore había anunciado excepcionales
medidas de seguridad por si acaso, y se había puesto un hechizo antilevitatorio en el
estadio: sólo las escobas que Dumbledore autorizase podrían volar allí.
El viernes por la noche Harry había mandado a todo el mundo a dormir temprano,
para estar descansados para el partido. Quería que todos los jugadores estuviesen en
la sala común a las nueve en punto de la mañana. El partido comenzaría a las once.
El sábado por la mañana, se despertó a las ocho. No había dormido demasiado
bien; aún estaba nervioso por lo sucedido en el partido anterior, pero tenía que
superarlo. Estaba seguro de que, sin el acechador en el castillo y con las nuevas
medidas de seguridad, nada podría pasar... aunque, por si acaso, pensaba terminar el
partido cuanto antes.
A las ocho y cuarto se levantó, se vistió y bajó a la sala común. Ron aún dormía
plácidamente, y decidió no despertarlo. Miró por la ventana. El día era soleado y
fresco. Se estaría bien en el campo. Además, había buena visibilidad, y con el reflejo
del Sol sería más fácil localizar la snitch.
Abandonó la ventana y se sentó en el sofá a esperar a los demás jugadores. La
primera en bajar fue Ginny, que estaba pálida.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Harry, preocupado, al verla.
Ella asintió, sentándose a su lado.
—¿Estás nerviosa? ¿Por lo que pasó en el otro partido?
—Sí —respondió.
—Dumbledore no permitirá que pase nada malo esta vez —le aseguró Harry—. Ya
lo verás.
—Lo sé, pero... he tenido pesadillas toda la noche con eso, y no he dormido nada
bien.
—¿Quieres que le pida a Anna que te sustituya?
—No, no... estaré bien —dijo ella, esbozando una sonrisa—. Siempre que tú estés
allí para protegerme —añadió, acentuando su sonrisa y mirando a Harry directamente.
Harry también sonrió.
—Por supuesto —contestó.
Se acercó a ella y le dio un abrazo.
—No pasará nada —aseguró, y ella asintió con la cabeza contra su hombro.

—Bueno, ¿todos listos? —preguntó Harry al finalizar el desayuno. El equipo entero


le miró y asintió—. Bien, no creo que haya ningún problema. Si todos habéis
terminado, a los vestuarios.
Todos los jugadores se levantaron para dirigirse al campo de quidditch, y los
demás alumnos también empezaban a hacer lo mismo para dirigirse a las gradas del
estadio.
—Mucha suerte —les deseó Hermione, acompañándolos hasta el final de la mesa
de Gryffindor—. Lo haréis bien.
—¿«Mucha suerte»? —dijo Ron alzando una ceja—. ¿Ésa es tu forma de darme
ánimos?
Hermione se rió y luego le dio un beso en los labios.
—¿Así te parece mejor? —preguntó, con una sonrisa.
—Mucho mejor —contestó Ron.
—Venga, dejadlo ya —pidió Harry, encaminándose hacia el vestíbulo.
Hermione volvió a la mesa, junto a Parvati y Lavender, y Ron siguió a Harry y al
resto del equipo hacia el campo de quidditch.
—¡No os esforcéis mucho! —les dijo Henry Dullymer cuando salían al exterior.
Harry se volvió y lo miró. Con él estaban Sarah y sus tres amigas, y las cuatro
sonreían.
—¿Tenéis miedo de perder la copa de quidditch? —se burló Ron, también
sonriendo.
—Sí, pero no se lo digas a Malfoy —bromeó Sarah.
—Tranquilos, intentaremos no dejaros muy atrás en la clasificación —dijo Harry,
riendo y encaminándose de nuevo hacia el estadio.
Una vez que se hubieron cambiado y estuvieron listos, Harry se dirigió a sus
compañeros:
—Bueno, Hufflepuff no es nuestro peor rival. Somos muy buenos, y tenemos la
ventaja de que la mayoría estábamos en el equipo del colegio y entrenamos mucho
más. Si jugamos como sabemos, ganaremos —aseguró.
—Sin contar que tenemos tres Saetas de Fuego en el equipo —comentó Katie
Bell.
—Sin contar eso —sonrió Harry.
Cogieron las escobas y salieron al campo, adonde empezaban a llegar ya los de
Hufflepuff.
Harry le dio la mano a Zacharias Smith.
—Bien, espero juego limpio —dijo la señora Hooch, como siempre. Liberó las
bludgers y la snitch y lanzó la quaffle; pitó y el partido comenzó.
Harry, Ron y Ginny se elevaron antes que nadie. Ron se dirigió a los aros, Ginny
cazó la quaffle y Harry empezó a buscar la snitch. Mientas lo hacía, observó a su
equipo. Con su nueva escoba, Ginny volaba como un rayo y logró pronto el primer gol
para Gryffindor. Cuando regresó, celebrándolo con Katie Bell, parecía que los nervios
se habían esfumado. Harry le sonrió y siguió buscando.
Los de Hufflepuff no lo hacían mal, pero Gryffindor era superior. Diez minutos
después de haber comenzado el partido, ya ganaban por noventa a diez, y Harry
estaba feliz. Además, nada podía pasar, porque en las gradas vigilaban los profesores
y miembros de la Orden del Fénix, y cuatro aurores patrullaban en escobas sobre el
terreno de juego, intentando no molestar a los jugadores.
Harry surcaba en aire, vigilando a Summerby, el buscador de Hufflepuff, cuando
divisó la snitch a media altura, cerca del centro del campo. Inmediatamente se lanzó
hacia allí, con intención de atraparla y terminar el partido. Sintió como el griterío del
estadio crecía mientras volaba a toda velocidad hacia la snitch, pero no prestó
atención. Summerby le seguía, pero su Barredora 9 no era ni mucho menos rival para
la Saeta de Fuego de Harry. Éste se acercó a la snitch, que comenzó a moverse, pero
no importó. La mano de Harry se estiró y se cerró sobre la pequeña esfera dorada.
—¡HARRY POTTER HA ATRAPADO LA SNITCH! —gritó Lansville, intentando que
no se notara su decepción por la derrota de Hufflepuff—. ¡Gryffindor gana por
doscientos cuarenta a diez!
Harry voló, con el brazo en alto, mientras sus compañeros de equipo se echaban
sobre él para felicitarle.
—¡Bravo, Harry! —exclamó Hermione corriendo hacia él con Neville, Seamus,
Parvati, Lavender y Dean—. Y tú también has estado genial, Ron... —añadió,
abrazándole.
* * *

—Con esto nos ponemos de primeros en el campeonato del colegio hasta el


partido de Slytherin —decía Ron más tarde, en la sala común—. Y además nos
ponemos de primeros en la copa de las casas... ¡Genial!
—Sí, ha estado bien —afirmó Harry.
—Bueno, ¿bajamos a comer? —sugirió Hermione.
—Sí, me estoy muriendo de hambre —declaró Ron.
Se levantaron todos y bajaron al comedor, hablando aún del partido y de las
posibilidades de Slytherin contra Ravenclaw sin Warrington.
Acababan de sentarse en la mesa cuando Henry y Sarah se acercaron y se
sentaron con ellos.
—Nos hemos autoinvitado —declaró Henry, muy contento.
—Vaya, éstos de Slytherin ya no respetan nada —comentó Ron en tono de broma.
—Un respeto a la mejor casa, Weasley —respondió Sarah, intentando parecer
seria y severa, aunque sin mucho éxito.
La comida resultó muy agradable, hablando sobre el partido y temas varios que
provocaron frecuentes carcajadas.
Tras terminar la comida y despedirse de Henry y Sarah, Harry, Ron y Hermione se
fueron a la sala común; Ginny había quedado con Luna.
—¿Qué hacemos? —preguntó Hermione—. ¿Nos ponemos con la redacción sobre
hechizos parlantes para Flitwick?
Ron la miró como si estuviera loca.
—¡Estamos cansados!
—Yo tengo que hablar con Neville —dijo Harry.
—¿Con Neville? —preguntó Hermione.
—Sí... luego os explico. Así, además, podéis estar un rato solos. Hasta luego —
dijo, levantándose, mientras Ron, sonriente, se sentaba al lado de Hermione, que
miraba a Harry con el ceño fruncido.
Harry se acercó a Neville, que leía un libro sobre herbología junto a la ventana.
—¿Podemos hablar un rato, Neville? —le preguntó Harry.
El chico levantó la vista del libro, sorprendido.
—Claro... ¿qué pasa?
—Subamos a la habitación.
Sin entender, pero sin preguntar, Neville siguió a Harry hasta el dormitorio.
—¿Qué sucede? —preguntó, sentándose en su cama, mientras Harry lo hacía en
la suya.
Harry pensó en cómo empezar. Nunca había hablado con Neville acerca de sus
padres, era un tema que el chico siempre evitaba, y Harry no sabía cómo le sentaría.
—Neville... ¿tú sabías que mi madre y la tuya habían sido grandes amigas en
Hogwarts?
Neville se puso serio.
—Sí... mi abuela me contó algo.
—Lupin me explicó toda la historia en Navidad —dijo Harry—. Tu madre y la mía
eran compañeras de Gryffindor. Tu madre fue la mejor amiga de la mía, y también
después de salir de Hogwarts.
—¿Mejores amigas? —preguntó Neville, asombrado—. Vaya, tanto no sabía...
—Sí. De hecho, tus padres estuvieron en la boda de los míos. Nunca me había
fijado antes, pero salen en una foto que tengo... —dijo, observando a Neville—.
¿Quieres verla?
Neville no dijo nada durante un momento, y luego asintió lentamente. Harry abrió
su baúl y sacó el álbum que Hagrid le había regalado. Buscó la foto y se la enseñó a
Neville.
Neville miró la foto un rato y dejó escapar un lágrima.
—¿Cuándo fue esto? —preguntó, con voz débil, viendo la cara de felicidad de sus
padres.
—Cuando tenían veintidós años.
—Dos años antes de...
—Sí.
—Lo siento, Harry. No debería ponerme así —dijo, secándose la lágrima—. Al
menos mis padres viven...
—No estoy seguro de que yo prefiriese que mis padres viviesen a que... a que
estuviesen así.
—¿Por qué me dices esto, Harry? —inquirió Neville, con suspicacia.
—¿Te das cuenta de que seguramente nos vimos alguna vez siendo bebés? —dijo
Harry, sonriendo. Le resultaba curioso pensar que el chico que estaba enfrente de él,
Neville, hubiese sido probablemente el primer niño del mundo mágico con el que había
estado. Neville también sonrió.
—Sí. Resulta curioso, ¿verdad?
—Sí.
—De todas formas, sigo sin entender...
—Neville... ¿sabes lo que es la Orden del Fénix?
El chico negó con la cabeza.
—Es un grupo de magos. Un grupo de magos dirigido por Dumbledore, cuya
misión fue, y es, enfrentarse a Voldemort.
—¿Como los aurores?
—hum... no exactamente. Es un grupo secreto. Mis padres pertenecían a ella, al
igual que el profesor Lupin, Sirius Black, la profesora McGonagall, Ojoloco Moody y
muchos otros... ahora, por ejemplo, también están los padres y los hermanos de Ron...
tus padres también pertenecían.
—¿Mis padres también?
—Sí.
—Vaya... —dijo Neville, sonriendo—. Mi abuela siempre dice que mis padres eran
héroes, que eran grandes magos. De lo mejor.
—Lo eran —confirmó Harry—. Al igual que los míos. Pero nosotros no somos
peores que ellos, Neville. Sé que tus padres se sentirían orgullosos de ti si supieran
cómo enfrentaste a los mortífagos en junio pasado.
Neville bajó la cabeza.
—No. No soy tan bueno como mi padre... él era un estudiante sobresaliente, y mi
madre también. Yo apenas si consigo aprobar.
—También lo eran mis padres... pero murieron. Sin embargo, eso no significa que
yo vaya a morir —dijo, aunque no muy convencido de sus palabras. De todos modos,
prefería no pensar en ello—. No soy peor mago que ellos. Y tampoco tú.
Neville miró a Harry.
—Yo no soy tan bueno como tú. Ni siquiera me aproximo —declaró, bajando de
nuevo la cabeza.
—Neville... ¿recuerdas la profecía? ¿la que se rompió?
—Sí.
—Neville... yo sé lo que decía; Dumbledore la escuchó. ¿Quieres saber qué decía?
—Pues... sí —respondió. Parecía sorprendido por la noticia, y más aún por el
hecho de que Harry se lo estuviera contando.
Harry le repitió las palabras de la profecía. Neville las escuchó y se quedó mirando
a Harry, sorprendido.
—Habla de ti... ¿verdad? ¡Dios mío! —exclamó, asustado—. Vas a tener que... que
matar a Voldemort...
—Sí... O él me matará a mí.
—Oh, Harry... ¿Cómo... cómo puedes vivir con eso?
Harry soltó una risa triste.
—No ha sido fácil aceptarlo, te lo aseguro... de hecho, todavía no lo he aceptado,
pero... ya estoy acostumbrado a enfrentarme a la muerte —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Ésa sí es una responsabilidad...
—Sí... Una responsabilidad que tú podrías haber tenido.
—¿Yo? —preguntó Neville.
—Ambos nacimos a finales de julio —dijo Harry—. Y tanto tus padres como los
míos huyeron de Voldemort en tres ocasiones; Dumbledore me lo contó.
Neville abrió mucho los ojos, y empezó a abrir y cerrar la boca, sin decir nada.
—Eso... eso quiere decir... —balbuceó.
—Quiere decir que tú podrías haber sido el chico de la cicatriz, y no yo.
Simplemente, Voldemort me eligió a mí. Dumbledore dice que es porque ambos
tenemos sangre mezclada y se identificó conmigo... pero podrías haber sido tú. ¿Te
das cuenta? Podrías haber sido tú.
—Pero no lo soy —dijo Neville, asustado y negando con la cabeza—. No lo soy.
Sólo soy Neville Longbottom.
—A mí me gustaría ser sólo Harry Potter y no «el niño que vivió». Neville, le dijiste
a Sarah que debía confiar más en sí misma... conseguiste llevar a Gabrielle Delacour
al baile... no eres ningún inútil. Eres un buen mago. En el ED eres de los mejores, de
los que más se esfuerza. Puedes hacer lo que hago yo... o casi todo —dijo Harry—. Te
aseguro que puedes. Eres valiente, y un buen amigo. No mucha gente se habría
atrevido a ir al Departamento de Misterios si pensaran que Voldemort está allí —
añadió.
—Bueno, para eso nos preparamos, ¿no?
—Sí, pero igualmente, es necesario mucho valor. Y no flaqueaste, no huiste. Me
dijiste que no les diera la profecía pese a lo que te hicieran. No eres peor que ningún
otro mago, y seguramente eres mejor que muchos. Recuerda el ataque en
Hogsmeade.
Neville sonrió abiertamente.
—¿Realmente... realmente crees que puedo hacerlo?
—Estoy seguro de ello. Tenemos muchas cosas en común... Voldemort destrozó a
nuestras familias; ambos odiamos a Bellatrix Lestrage...
Neville frunció el ceño al oír el nombre.
—Me gustaría tanto enfrentarme a ella...
—Tendremos ocasión. Neville... quiero que lo hagas con nosotros. Quiero que
entrenes defensa avanzada con Ron, Hermione, Ginny y yo.
—¿Yo?
—Sí, tú. Tengo que aprender a dominar mis poderes, las habilidades que
Voldemort dejó en mí.
—¿Las habilidades que...? ¿Te refieres a lo que dice esa profecía nueva?
—Sí —contestó Harry.
—¡Oh!, vaya... ya empezaba a sospechar que hacíais algo raro...
Harry sonrió.
—¿Y qué hacéis? ¿Lo mismo que en el ED?
—No... entrenamos con cosas de la Sección Prohibida y demás... con cierto
control por parte de Dumbledore, claro. Allí hay cosas verdaderamente terribles.
—¿Como qué?
—Como esto —dijo Harry. Apuntó a un cojín con la varita y lo hizo flotar; luego,
con un rápido movimiento de su varita, lo segó en dos trozos.
—¡Vaya! —Exclamó Neville, con la boca abierta—. ¡Qué velocidad! Es
impresionante...
—Sí, sobre todo si lo usas contra una persona —dijo Harry, reparando el cojín y
dejándolo donde estaba.
—¿Contra... contra una persona? —preguntó Neville, atemorizado.
—Sí. Para eso es...
—Pero... podrías matar a alguien con eso.
—Sí —declaró Harry, sin inmutarse.
—No parece que te importe...
—Te equivocas —aseguró Harry, con expresión muy seria—. No quiero matar a
nadie... nunca lo he querido. Pero si es necesario escoger entre la vida de mis amigos,
o la mía, y la de los mortífagos, no dudaré.
—Ya... —asintió Neville—. Vosotros... vosotros hicisteis que mataran a esos
mortífagos del bosque, ¿verdad?
—No directamente, pero sí... era nuestra única oportunidad de escapar.
—¿Cómo... cómo te sentiste?
Harry miró a Neville con gravedad.
—Sólo nos importaba Hermione, nada más... en esos momentos, me dio igual que
estuviesen muertos. De hecho, lamenté no haber sido yo quien los matara.
Se hizo el silencio ante el último comentario de Harry, hasta que éste volvió a
hablar.
—Bueno, ya te diré cuándo nos reunimos la próxima vez. Ahora será mejor que
bajemos.
—Sí... —dijo Neville, levantándose—. Harry...
—¿Qué? —preguntó Harry, volviéndose hacia él.
—Muchas gracias.
Harry sonrió.
—De nada, Neville.
Los dos bajaron a la sala común. Harry buscó con la vista a Ron y Hermione, pero
no estaban, así que se dispuso a esperarlos empezando su trabajo de
Encantamientos.
Sus dos amigos llegaron veinte minutos más tarde y se sentaron junto a él.
—¿De dónde venís? —preguntó Harry.
—De dar una vuelta —contestó Hermione evasivamente—. ¿Ya has hablado con
Neville?
—Sí.
—¿Y puede saberse de qué? —preguntó Ron.
—Le hablé de nuestros padres... y de la profecía.
—¿De la profecía? —preguntó Ron, muy sorprendido.
—Sí... la profecía también podría haberse referido a él —contestó Harry—. Creo
que le dará una inyección de autoestima... y practicará defensa con nosotros.
—¿Qué? —dijo Hermione—. ¿Y eso?
—Dumbledore me lo recomendó el día que hablé con él —dijo Harry—. Sus
razones tendría.
—Bueno, si Dumbledore lo aconseja... supongo que está bien —aceptó Hermione.

Y así Neville Longbottom se unió al grupo secreto de entrenamiento avanzado.


Harry y Ron enseñaron a Hermione, Ginny y Neville todo lo que habían aprendido
durante la ausencia de su amiga: la maldición de la locura, la maldición cortante, y
otros muchos tipos de hechizos y tácticas. Progresivamente, todos mejoraban.
Dumbledore se reunía a veces con ellos, para conocer lo que hacían, sus
progresos y sus habilidades. En general, todo iba muy bien, exceptuando que Harry
seguía sin lograr dominar su poder. Seguía sin lograr alcanzar el nivel suficiente de
odio y rabia como para invocarlo, y se desesperaba.
—¿Por qué no me sale cuando lo necesito? —se quejaba en una de las reuniones.
—Vamos, no te obsesiones —le dijo Ginny—. Ya lo conseguirás.
—Antes era mucho más fácil. ¿Por qué ahora no me sale?
—Bueno... antes estábamos muy enfadados, tristes, rabiosos... pero supongo que
desde que Hermione está bien todo es demasiado bueno como para sentirnos como
nos sentíamos —opinó Ron. Hermione le sonrió.
—Sí, supongo que es eso.
—¿Y si traemos a Malfoy aquí? —sugirió Neville.
—Últimamente ni se nos acerca —dijo Ron esbozando una sonrisa de satisfacción
—. Desde que lo tiramos al lago se ha metido mucho menos con nosotros.
—Bueno, el caso es que lo has empezado a sentir este año, ¿no? Cuando se ha
hecho fuerte... tal vez dentro de un tiempo puedas hacerlo mejor.
—Sí, pero no tenemos tiempo, Ginny... —dijo Harry—. Recuerda: «el momento se
acerca».
—Ya, pero no tiene que ser este año, ¿no? Aquí en Hogwarts estás a salvo, y
también en casa de tus tíos y en Grimmauld Place... Voldemort no podrá atraparte tan
fácilmente.
—Tiene razón, Harry —la apoyó Hermione.
—Sí, ya lo sé... Pero, ¿durante cuánto tiempo?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Hermione.
—¿Durante cuánto tiempo será Hogwarts seguro? Hasta ahora lo era porque
Voldemort temía a Dumbledore... pero ahora ya no le teme. ¿Cuánto tiempo será
Hogwarts seguro ahora?
Nadie supo qué contestar.

Pese a su fracaso en el intento de dominar sus nuevos poderes, Harry tuvo su


momento de alegría en el partido entre Slytherin y Ravenclaw. Slytherin ganó, pero lo
hizo con una diferencia de sólo treinta puntos. Habían sustituido a Warrington por un
chico de cuarto curso que no lo hacía del todo mal. Así, Gryffindor seguía por delante
en el campeonato escolar, y sólo perderían la copa si perdían frente a Slytherin en el
partido final por una diferencia de ciento noventa puntos. Pero lo que más alegraba a
Harry era que Cho había conseguido atrapar la snitch antes que Malfoy, aunque
hubiesen perdido el partido; los cazadores de Slytherin eran mucho mejores.
—¡Muy bien hecho, Cho! —la felicitó Harry, dándole un abrazo, tras el partido.
—Gracias, Harry... Tenía ganas de desquitarme por haber perdido en la selección
para el equipo del colegio.
—Estuviste muy bien.
Cho sonrió.
—¿Qué tal estás tú? —le preguntó Cho—. Hace mucho que no hablamos...
—Bien, bastante bien —dijo Harry, aunque no fuese del todo verdad.
—A mí no me engañas... Estás preocupado, ¿verdad? Por esa profecía...
Harry asintió.
—Todos estamos en el ED —dijo, con voz más baja—. Estamos allí por algo... si
necesitas ayuda sólo tienes que pedirla, ¿vale?
—Gracias —contestó Harry, sonriendo.
—Bueno, ahí viene Michael. Me voy... ya nos veremos en la próxima reunión —se
despidió ella.
—Hasta luego —dijo Harry, volviendo él también junto a Ron y Hermione.
—¿Te apetece un ajedrez antes del ir a comer, Ron? —le preguntó Harry a su
amigo.
Éste miró rápidamente a Hermione antes de contestar.
—No podemos —contestó—. Tenemos que ir a hablar con Dumbledore... algo
relacionado con lo de ser prefectos, ya sabes...
—Ah, vale... —dijo Harry. Sin embargo, algo le decía que Ron le mentía.
«Bueno, tal vez quiera estar un rato a solas con Hermione», pensó. «Pero
entonces, ¿por qué me miente? Podría decirlo simplemente... y si es así, me extraña
aún más que Hermione esté de acuerdo en que me mientan... Estás paranoico,
Harry», concluyó.
Sin embargo, aquella idea de que Ron y Hermione le ocultaban algo no se le quitó
de la cabeza, y sus sospechas se acentuaron en la clase de Pociones del lunes.
—Diez puntos menos para Gryffindor —dijo Snape a Ron y Hermione—. Esta
clase no es para estar de charla, sino para hacer pociones. Será mejor que les aleje
un poco, creo que últimamente pasan mucho tiempo juntos.
Y mandó a Ron a una esquina de la clase y a Hermione a otra.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry a Ron al terminar la clase.
—Nada... ¿Qué va a pasar? —contestó Ron, sin mirarle a la cara.
—Ya —dijo Harry, empezando a mosquearse en serio.
Todo el resto del día Ron y Hermione estuvieron raros. Harry le preguntó a Ginny,
pero ella estaba tan extrañada como él. Cuando se dirigieron a la Sala de los
Menesteres para su entrenamiento, Harry iba ya bastante enfadado.
—Bueno, ¿qué hacemos hoy? —le preguntó Harry a Hermione—. Si podemos
saberlo los demás, claro.
Hermione miró a Ron, y éste se encaró con Harry.
—¿Te pasa algo?
—¿Qué?
—Digo que si tienes algún problema por no ser el centro de atención siempre.
—¿Cómo? —Harry no se sentía ya enfadado, si no sorprendido.
—Ron, ¿qué...? —preguntó Ginny, que también parecía alucinada.
—Tú no te metas.
—Oye, no le hables así —dijo Harry, con tono amenazante.
—Yo le hablo como quiero. En cuanto a nosotros... mira, Hermione y yo estamos
juntos, ¿entiendes? Y necesitamos tiempo para nosotros, así que no esperes que te
vayamos a contar todo... ni esperes ser el centro de nuestras vidas.
Harry abría y cerraba la boca, sin saber qué decir. Tenía un nudo en el estómago.
—Hermione, ¿qué quiere decir...?
—Creo que está claro, Harry —respondió ella con tono frío—. Nosotros ya
tenemos nuestra vida, y tú no eres su centro —añadió, cogiendo de la mano a Ron.
Neville parecía asustado, y Ginny miraba a su hermano y a Hermione incrédula.
Harry se sorprendió aún más... y comenzó a enfadarse. A enfadarse mucho.
—¿CÓMO PUEDES DECIR ESO? ¡NO ME LO PUEDO CREER!
—¿Y qué esperabas? Mira, hemos aguantado mucho, pero que encima no
podamos tener ni un secreto...
—Creía que éramos amigos, me dijisteis que nada cambiaría entre nosotros, me
dijiste que...
—Sí, ya lo sé, pero qué quieres, contigo no se puede, en el plan en que estás.
Nosotros no tenemos la culpa de tus problemas —le espetó Ron.
—¿Qué quieres decir? ¿QUÉ QUIERES DECIR?
—¡QUIERO DECIR QUE NOS DEJES EN PAZ!
Las palabras de Ron abofetearon a Harry. No podía creer lo que oía, no podía
creérselo...
—Vale, ya basta de broma... —dijo Harry, forzando una sonrisa.
—¿Lo ves? Crees que todo el mundo va a estar siempre adorándote —repuso Ron
—. ¡Pues no! —gritó, y sacó su varita. Le lanzó un hechizo a Harry y éste cayó hacia
atrás, golpeado en el pecho.
Completamente fuera de sí, herido, Harry se levantó, sintiendo los miedos que le
habían atenazado durante su tercer sueño... se sintió traicionado, despreciado, por
aquellos por los cuales lo había dado todo.
Neville había sacado la varita, pero Harry fue más rápido. Sacó la suya y apuntó
sin pensar, su mente convertida en un torbellino, llenándose de odio, de miedo, de
rabia y deseos de venganza. Las llamas de los candelabros de la sala se agitaron y un
estremecimiento recorrió el lugar. Ron levantó su varita, pero no sirvió de nada: de la
de Harry salió un destello y la varita de Ron saltó por los aires, y él y Hermione fueron
lanzados violentamente hacia atrás. Cayeron y gimieron, pero Hermione se incorporó y
sacó la suya. Apuntó a Harry y exclamó «¡expelliarmus!».
El hechizo no funcionó: Harry hizo un movimiento y el encantamiento fue desviado.
Agitó la varita de nuevo y la de Hermione saltó como la de Ron. Harry les apuntó, con
el rostro tenso de la ira, del odio. Ginny y Neville miraban la escena, sin reaccionar,
aún demasiado sorprendidos para hacer nada.
Harry movió su varita, cuya punta brillaba intensamente, y sus dos antiguos
amigos fueron levantados y aplastados contra la pared, incapaces de moverse.
—¿Cómo habéis podido? ¿Creíais que ibais a burlaros de mí? ¡PUES NO! ¡Ahora
veréis...!
Levantó la varita aún más y Ron y Hermione ascendieron, aún pegados a la pared.
Sus caras se contrajeron en una mueca de dolor. Harry iba a hacerles daño... si ellos
le abandonaban, si le traicionaban, ya nada importaba... nada.
Se preparó para lanzar un hechizo, cuando Ron empezó a sonreír, pese al dolor.
—¿Te hace gracia? —dijo Harry—. Yo te quitaré las ganas de reír...
—No es eso, Harry —respondió Ron, con su tono de voz normal—. ¿Es que no lo
ves?
—¿Qué no veo?
—¡Lo estás haciendo! —exclamó Hermione con dificultad—. Estás haciéndolo,
Harry, estás usando tu poder...
—Sí, amigo. Lo estás haciendo, puedo sentirlo en mí —agregó Ron—. Y en más
de un sentido —dijo, haciendo una mueca de dolor.
Harry dudó, extrañado, y aflojó la presión sobre ellos.
—¿Qué...?
—¿No lo ves? ¡Ha funcionado! ¡Te hemos puesto furioso y lo has logrado!
Harry se quedó un momento callado... y entonces entendió: lo estaba haciendo,
estaba usando su poder, estaba lleno de él... y aunque no era tan intenso, ahora que
la rabia lo abandonaba, sentía que lo controlaba mejor.
—Es cierto... —musitó—. Es cierto...
—Sí... y Harry... —dijo Hermione. Harry la miró—. ¿Podrías bajarnos?
Harry bajó su varita y Ron y Hermione quedaron libres.
—¿Hicisteis todo esto para enfurecerme? —preguntó Harry.
—Sí. De eso quería hablarnos Dumbledore el sábado... nos dijo que la clave
estaba en usar tus miedos. Entonces recordé lo que pasó la noche en que tuviste el
sueño y Hermione y yo planeamos todo esto.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó Ginny enfadada—. ¡Me disteis un susto
de muerte!
—Tenía que parecer real, Ginny —se explicó Hermione.
—Pues pareció demasiado real —dijo Harry—. ¡Pude haberos hecho daño!
—No creo que pudieras —dijo Ron—. Y era algo necesario. No estábamos
avanzando nada...
—Vale, sí, pero... no hacía falta esto. De todas formas, ahora que lo sé estaremos
como antes...
—No. Aún lo sientes, lo sé —dijo Ron—. Aprovechemos. Te atacaremos todos.
Y así lo hicieron. Los cuatro se enfrentaron a Harry, y éste, aunque se notaba
mucho más tranquilo, pudo apreciar el extraordinario incremento en sus capacidades,
desviando hechizos y atacando a su vez, defendiéndose extraordinariamente bien de
sus cuatro amigos
—Ha sido perfecto —declaró al terminar—. Creo que ahora sí lograré dominarlo.
—Miró hacia Ron y Hermione—. Por un momento llegué a creer que... Lo siento.
—Tenía que ser así —dijo Hermione, acercándose a él y cogiéndole una mano—.
Era la única forma.
—Una forma dolorosa —agregó Ron, tocándose las partes doloridas de su cuerpo,
que eran bastantes—. Creo que iré a la enfermería...
—Bueno, ya que lo mencionas... ésa es otra buena cuestión —dijo Hermione—.
He estado mirando libros sobre sanación básica, creo que nos vendría bien saber
algo, por si acaso...
—Sí, es una buena idea —opinó Ginny.
—Yo también —añadió Harry—. Ron y yo miramos algo de magia autocurativa,
pero es demasiado avanzada para nuestro nivel.
—Lo sé, pero lo que yo digo está a nuestro alcance...
—Entonces tendremos que ponernos a mirar algo de teoría ¿no? —preguntó
Harry.
—Seguramente, pero ahora será mejor que nos vayamos, ¿no? —sugirió Ginny,
que aún estaba impresionada; Neville, por su parte, ni siquiera había abierto la boca.
—Sí —dijo Harry, mirando la hora—. Casi es hora de cenar.
Y loa cinco salieron de la habitación y bajaron al comedor.

—Oye, Harry... ¿cómo lo hiciste? —preguntó Hermione, levantando la vista de la


redacción de Pociones que los tres estaban haciendo. Era casi medianoche y la sala
común se había vaciado.
Harry miró a su amiga.
—¿Cómo hice el qué?
—Desviar mi hechizo sin utilizar un encantamiento escudo.
—No sé... —respondió Harry—. Lo hice casi por instinto...
—Pero en algún lugar habrás aprendido —dijo Ron.
Harry se lo pensó. Sí lo había visto antes, pero ¿dónde? Entonces, su mente se
iluminó y lo recordó.
—En los sueños —respondió—. En el último sueño lo hacía... y se lo vi hacer a
Voldemort cuando tuve el sueño sobre Snape.
—Vaya, pues sería algo realmente útil de aprender —opinó Hermione.
—No sé exactamente cómo lo hago —repuso Harry.
—Lo descubriremos —dijo Hermione, muy segura—. En algún libro se hablará de
eso, y con tu ayuda lo aprenderemos. Es algo muy útil como para no utilizarlo.
—A lo mejor Harry sólo puede hacerlo cuando se pone así —dijo Ron.
—No lo creo. Puede que le sea más fácil, pero al fin y al cabo, todo lo que se hace
con una varita puede aprenderse, sea más sencillo o más complicado —le contradijo
Hermione—. Y además, yo... yo también lo sentí dentro de mí —añadió.
—Ah, claro, tú no lo habías sentido antes... —dijo Ron—. Yo ya lo probé, cuando
nos enfrentamos a Malfoy y a sus amigos, pero en esa ocasión fue distinto. Ambos
estábamos muy enfadados. Hoy sólo lo estaba Harry.
Hermione se mordió el labio inferior.
—¿Por qué lo sentimos? Ni Ginny ni Neville lo sintieron —dijo Hermione.
—No lo sé... —dijo Harry—. Ya os dije que Dumbledore habló de un vínculo, pero
no sé exactamente qué quería decir.
—Bueno, se referirá a que somos amigos, ¿no? —dijo Ron.
—No creo. Ginny también es amiga mía y ella no notó nada —dijo Harry.
—Bueno, tu relación con nosotros es más profunda que con Ginny, ¿no? —dijo
Ron.
—Sí, eso sí... pero no creo que sea todo.
—Pues entonces no sé —dijo Hermione, suspirando.
—Firenze me dijo en Navidad que vosotros también estábais marcados, que
recorreríamos juntos el camino —dijo Harry, con la mirada perdida en sus manos—.
Tal vez sea por eso.
—¿Firenze? —preguntó Ron, arrugando la frente—. ¿Cuándo hablaste con él?
—En Navidad, la misma noche que nos marchamos a Grimmauld Place. Quería
contároslo, pero con todo lo que pasó después se me olvidó.
—¿Te dijo que nosotros también estábamos marcados? —preguntó Hermione.
—Sí. Me dijo que sin vosotros no llegaría a ninguna parte... pero tampoco entendí
muy bien todo lo que quería decirme.
Hermione y Ron se miraron.
—¿Y qué tiene que ver eso con que sintamos cuando usas tu poder? —preguntó
Ron.
Harry se encogió de hombros, sin saber qué contestar.

Pasaron los días y Harry, aunque aún no lograba dominar su poder, había hecho
enormes progresos, y ya era capaz de ejecutar normalmente el desvío de maldiciones;
Hermione había buscado como una posesa en la sección prohibida hasta encontrar
algo acerca de ello y al final lo había conseguido. Ella y Ron también habían logrado
dominar la técnica, aunque ninguno de los dos estaba demasiado seguro de cómo lo
había hecho. A Neville y a Ginny aún les costaba, y no conseguían desviar más que
algunos hechizos débiles.
Mientras tanto, las reuniones del ED también proseguían, así como los
entrenamientos de quidditch; también, como Hermione les recordaba constantemente,
se acercaban los exámenes finales, lo que para Ginny significaba los TIMOs. La
consecuencia de todo esto era que apenas tenían un solo momento de libertad o de
ocio.
Por una parte, Harry lo prefería, porque para él, los momentos de ocio, como
cuando se iba a la cama, simplemente le provocaban que en su cabeza no dejaran de
resonar las palabras «el momento se acerca», y el desasosiego lo invadía. No estaba
preparado para enfrentarse a Voldemort en un combate a muerte, lo sabía. ¿Cómo iba
a matarle? ¿Con una maldición asesina? Ni siquiera sabía cómo hacerla... o eso creía,
porque había veces en que pensaba que sí sabría... de la misma forma que sabía
cómo desviar hechizos: lo había visto en sus sueños; y Bellatrix Lestrange le había
dicho que se necesitaba odiar, desear hacer daño para usar una maldición
imperdonable... bueno, si ese era el requisito, a Harry le sobraba capacidad para
lanzarle una maldición asesina a Voldemort.
Dumbledore no le había vuelto a hablar sobre la Antorcha de la Llama Verde,
aunque se había reunido con él a veces para ver sus progresos y orientarles, y Harry
empezaba a desesperarse; se desesperaba porque deseaba ver ese objeto, tocarlo,
sentirlo... conocer sus poderes. Deseaba tenerlo, pero el deseo parecía no provenir de
él mismo, sino de algo profundo enterrado en su mente. ¿Quizás el deseo de
Slytherin? ¿Quizás el de Voldemort? No lo sabía.
Hermione había comentado varias veces que tenían que buscar información sobre
la antorcha y sobre Hogwarts, y había llegado un día a la sala común con un libro
titulado Cuartos Secretos en Hogwarts. Ella se lo había leído en un par de días, pero
no había encontrado nada interesante, porque Ron había dicho que si la Antorcha
estuviera en una habitación que salía en un libro, seguramente ya alguien la habría
encontrado.

Se acercaba el final del mes de Abril, y con ello los exámenes estaban cada día
más cerca; por otra parte, también el partido contra Slytherin se aproximaba, sería a
finales de mayo, y los entrenamientos se intensificaban, pero Harry y Ron no estaban
demasiado preocupados: Gryffindor era mejor que Slytherin, y además, ninguno de los
dos creía que fuesen a perder por ciento noventa puntos de diferencia, que era lo que
necesitaba Slytherin para ganar la Copa de Quidditch.
—Es ya como si fuese nuestra —les dijo Ron a Harry y a Ginny, entrando en la
sala común tras el entrenamiento de la tarde.
—Habéis tardado mucho —les reprochó Hermione, que tenía una mesa invadida
por libros y apuntes.
—Bueno, queremos ganar —se excusó Harry, dejándose caer en una butaca—.
Buf... Estoy muerto.
—Harry, tú y Ron apenas habéis empezado con el trabajo sobre
autotransformación que pidió la profesora McGonagall, y ya sabéis que dijo que lo
tendría muy en cuenta para la nota final.
—Hermione, por favor, no nos atosigues... ¡Hace casi un mes que no jugamos al
ajedrez mágico! —exclamó Ron—. Voy a perder habilidades.
—A ver si es verdad, y consigo ganarte —dijo Harry, sonriendo.
—Tú tampoco juegas, también perderás facultades —le respondió Ron,
acercándose a Hermione para ver qué hacía—. ¿Este trabajo para la profesora Sprout
no era de cuarenta centímetros? —le preguntó a la chica, un poco asustado.
—Sí —contestó Hermione, sin dejar de escribir.
—¡Ya llevas casi un metro! —exclamó Ron.
—Ya, es que encontré información adicional... —comentó ella, sin darle
importancia.
Ron bufó.
—Yo apenas llegué a lo mínimo pedido —declaró—. ¿Cuánto puede dar para
escribir el cuidado de los Arbustos Migrantes Africanos?
—Pues... —comenzó a explicar Hermione.
—Era una pregunta retórica —dijo Ron, cortándola. Hermione gruñó y siguió
escribiendo.
—Podrías hacer algo útil, en vez de molestar —le espetó ella.
Ron la miró y le dio un beso en la frente antes de ir y sentarse junto a Harry.
Hermione no se movió y siguió con su trabajo, pero ahora con una ligera sonrisa en la
cara.
—Venga Harry, una partidita de ajedrez.
—Sí, me irá bien para relajarme.
Hermione les lanzó una mirada reprobatoria (que ambos chicos procuraron
ingnorar) y siguió trabajando.
Tras terminar la partida, (y ser derrotado por Ron), Harry se quedó un rato mirando
al fuego, y luego se acercó a Ginny, que trabajaba en una redacción para Pociones;
Ron se había sentado con Hermione y se había puesto a hacer su trabajo de
Transformaciones, en un intento de que Hermione dejara de mirarlo con severidad.
Harry observó la redacción de Ginny sobre las propiedades de la sangre de
serpiente en las pociones curativas, y una bombilla pareció encenderse en su cerebro.
—¡Claro! ¿Cómo no lo pensé antes?
Ginny levantó la vista y le miró, interrogante, pero Harry corrió junto a Ron y a
Hermione.
—Ya sé cómo mejorar el control de mis poderes —dijo.
—Ya lo estás haciendo —repuso Ron.
—Más aún. No sé cómo no lo pensé antes...
—¿El qué?
—Que no es estrictamente necesario que esté muy enfadado... ¿cuál es el primer
poder de Voldemort que demostré poseer? —les preguntó.
—La lengua pársel —contestó Hermione.
—Exacto; y fue utilizándola, en verano, cuando sentí por primera vez esa
sensación.
—¿Y qué quieres decir con eso? —preguntó Ron.
—Quiero decir que debemos usar una serpiente en nuestra próxima práctica.
—¿Una serpiente? —preguntó Ron—. ¿Y de dónde la sacamos?
—¿No recuerdas el hechizo que usó Malfoy en el Club de Duelo?
—Ah, sí... vale.
Pusieron en práctica lo de la serpiente tres días después, en su siguiente reunión,
esperando conseguir mejores resultados que en las anteriores ocasiones.
—Bueno, apartaos —les dijo Harry a sus cuatro compañeros. Extendió la varita y
exclamó—: ¡Serpensortia!
De la punta de la varita de Harry salió una serpiente que cayó frente a él, en el
piso, silbando. Ron, Hermione, Ginny y Neville retrocedieron. Harry se puso frente a la
serpiente, pensando en la serpiente de Voldemort, en la vez que la había visto, la
noche en la que el mago había retornado... recordó la muerte de Cedric, las burlas de
los mortífagos... entonces, fijó su vista en la serpiente e instantáneamente lo sintió,
pero de una forma muchísimo más intensa que la última vez, casi como si la serpiente
y él fueran uno solo; no le extrañó que el basilisco sólo obedeciera a Ryddle, si era
capaz de dominar a las serpientes de una forma tan intensa. Harry se sintió invadido
de fuerza y de poder, y conocimientos e imágenes que no eran suyos brotaron de su
mente. Se sentía casi capaz de todo, o al menos, capaz de mucho más. La serpiente
permanecía frente a él, inmóvil, totalmente sometida a su voluntad; se sintió solo, se
sintió poderoso... agitó la varita, haciendo estallar todas las estanterías de la
habitación.
Apenas percibió el respingo que pegaron Ron, Hermione, Ginny y Neville. Harry se
sentía a cada momento más lleno, pero, tal y como había practicado, procuraba no
sacar de su mente los recuerdos y la presencia de sus amigos, que le ayudaban a
controlarse. Entonces se le ocurrió algo para probar; algo que deseaba saber. Silbó y
la serpiente se enroscó junto a él, quedándose quieta. Harry miró a la mesa de los
chivatoscopios.
—Perdona, Ron —dijo.
Ron le miró con el entrecejo fruncido, sin entender. Harry apuntó a la mesa con su
varita y la convirtió en una araña grande. Ron profirió un quejido, pero Harry no le hizo
caso. Apuntó a la araña con su varita y se concentró, concentró su odio en ella...
—¡Avada Kedavra! —gritó.
Entonces lo sintió, sintió lo mismo que en los sueños, y de su varita brotó un rayo
verde que impactó contra la araña produciendo un chasquido; la araña cayó, muerta.
Harry se sintió muy extraño, y de su interior empezó a brotar una nueva sensación aún
más absorbente y poderosa, una sensación que le alejaba de la realidad... y en ese
momento sintió una mano sobre su hombro.
—Harry... ya. Ya está.
Harry se volvió y vio a Hermione, que le abrazó. Entonces sintió que las
sensaciones se iban, que el odio desaparecía, y volvió a sentirse normal.
—Gracias... —murmuró, mientras apretaba a su amiga contra él.
Hermione se separó de él, y miró a la araña. Ron también se había acercado. Agitó
la varita y la serpiente desapareció.
—Vaya, parece que lo has hecho —dijo Ron, mirando también a la araña.
—Sí —dijo Harry, muy serio—. Lo he hecho.
33

En la Cámara de los Secretos

En reuniones posteriores, Harry se ofreció a intentar enseñarles a sus amigos


cómo realizar la maldición asesina, pero tanto Ron como Hermione se negaron.
—¿Tú te niegas a aprender algo? —se extrañó Harry, mirando a su amiga.
—No... no quiero hacer eso —se defendió ella.
—Yo tampoco, Harry... quiero decir, sé cómo se hace; te vi hacerlo, pero... no
quiero, salvo que no tenga más remedio.
—A mí tampoco me gusta —repuso Harry—, pero... si tengo que matar a
Voldemort...
—¿Les vas a preguntar a Ginny y a Neville si quieren aprenderlo? —preguntó Ron.
—No. Si vosotros no queréis, mejor olvidarlo. Yo tampoco lo volveré a hacer. Lo
mejor ahora es concentrarnos en lo que dijo Hermione y practicar magia curativa.
Ahora que ya casi he dominado mis poderes me parece lo más útil.
—Sí, sí. Mejor aprender a curar que a matar —se apresuró a decir Hermione.
Así pues, Harry, Ron y Hermione empezaron a acumular sesiones de biblioteca
buscando información sobre curación, y en una semana habían logrado reunir como
veinte libros al respecto.
—¿No crees que nos hemos pasado, Hermione? —dijo Ron, mientras
contemplaban el montón de libros que habían dejado encima de la cama de Harry.
—No. Tenemos lo básico, y...
—¿Lo básico? —preguntó Harry, mirando a Hermione con incredulidad—.
Hermione, los exámenes se acercan, ¿cuándo vamos a ponernos a leer todo esto?
—Si no lo leemos antes de los exámenes, lo haremos después —dijo ella—. El
caso es que tenemos la información, ¿no? Luego ya haremos lo que podamos.
—Bueno, visto así...
Así pues, se repartieron los libros, de tal forma que luego compartirían lo
aprendido, sin tener que leer cada uno todo. A Ginny estuvo a punto de darle un
colapso cuando vio la montaña de libros.
—¡No tengo tiempo para esto! —exclamó, histérica—. ¡Falta menos de un mes
para los TIMOs!
—Está bien, está bien —dijo Hermione, suspirando—. Seleccionaré lo más
importante de todo...

Una vez hubieron mirado la teoría, se pusieron con la práctica a mediados de la


segunda semana de mayo. Leer cada uno su parte les había costado acostarse
generalmente a la una de la madrugada o más tarde incluso. Por suerte, Hermione
había preparado una poción contra el sueño cuya receta había encontrado en la
sección prohibida; esto les permitía mantenerse en pie, pues al tomar la poción se
necesitaban menos horas de sueño para descansar lo mismo, aunque no se debía
abusar de ella, porque con el tiempo hacía menos efecto y además podía causar
efectos negativos.
Las prácticas, por desgracia, exigían ciertos sacrificios por parte de los cinco: para
poder curarse, tenían que estar heridos, y se provocaban moretones y pequeños
cortes unos a otros para luego curarse las heridas. Hermione captó enseguida la
esencia de los hechizos para curar, y Harry descubrió también que no se le daban mal;
Ron lo hacía normal, al igual que Neville; a Ginny se le veían facultades, pero debido a
la proximidad de los TIMOs ahora no solía acudir a todas las reuniones que hacían.
—Te pasaste con ese hechizo, Harry —decía Ron, quejándose y tocándose un
moretón que tenía en un brazo, mientras bajaban por la escalinata de mármol hacia el
vestíbulo. Se dirigían a cenar tras una de sus reuniones. Harry le había lanzado un
hechizo golpeador bastante fuerte, y Hermione no había conseguido quitarle de todo el
dolor.
—Necesitaríamos una poción para calmarte ese dolor de todo —dijo la chica—. Tal
vez deberías ir a la enfermería.
—No —dijo Ron—, tampoco es para tanto.
—Lo siento, no era mi intención —se disculpó Harry.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Luna de pronto, mirando a Ron, que seguía
frotándose el brazo.
—Nada... un golpe —contestó.
Luna lo miró con desconfianza.
—Vosotros estáis metidos en algo —dijo Luna—. Ginny siempre me lo niega, y
evade el tema, pero lo sé; lo noto.
—No estamos metidos en nada —negó Ron.
Luna se encogió de hombros.
—Bueno, si tú lo dices...
—Sí, esto... ¿Qué tal los TIMOs, Luna? —preguntó Harry para desviar el tema.
—Bueno, creo que bien... al menos, no estoy tan histérica como Ginny... por cierto,
¿dónde está?
—No lo sé —respondió Harry—. ¿No había quedado contigo para estudiar en la
biblioteca?
—Subió a la sala común a dejar sus cosas —explicó Luna, volviendo a mirarlos
con desconfianza—. ¿Dónde estabais vosotros?
—Eh... —dijo Harry. Se miraron los unos a los otros— en nuestro cuarto —
contestó.
—¿Y qué hacía ella en vuestro cuarto? —preguntó, señalando a Hermione.
—Hablar con tranquilidad —contestó la chica—. Y ya es hora de cenar,
deberíamos entrar —dijo, adelantándose y entrando en el comedor.
—Sí, es cierto, y tenemos mucho que hacer después. Hasta luego, Luna —dijo
Harry, entrando también en el comedor seguido por Ron y Neville.
—Me ocultáis algo —declaró Luna, convencida, antes de dirigirse a su mesa.
—Ha faltado poco —dijo Ron al sentarse.
—No nos ha creído —apuntó Harry.
—Normal —dijo Hermione—. Era obvio que estábamos mintiendo.
—Bueno, da lo mismo —dijo Ron, observando cómo la comida aparecía en los
platos y empezando a cenar.
Hacía cinco minutos que habían comenzado a comer cuando llegó Ginny.
—¿Qué tal os fue? —preguntó, nada más saludar y sentarse.
—Bueno, tu hermano está un poco herido, pero por lo demás bien.
—Harry, que es un bestia —se quejó Ron.
—¡Eh! Ya me disculpé —se defendió Harry.
Ginny se rió y miró la «herida» de Ron.
—Vamos, Ron, eres un quejica. Eso no es nada.
—No, pero duele —dijo él.
—Luna sospecha de nosotros —comentó Harry.
—Ya... yo he intentado decirle que no pasa nada, pero no hay manera, no me
cree. Creo que ha heredado el olfato de su padre.
—¿El olfato de su padre? —inquirió Hermione—. ¿Te refieres a ver cosas donde
no las hay?
—No; me refiero a sospechar de todo —dijo Ginny.
Dejaron el tema, porque Seamus se sentó al lado de Harry y se puso a hablar de
quidditch con él y Ron, aunque éste pronto cambió la conversación por una charla
sobre algo que le decía Hermione, y Ginny se puso a hablar con Neville.
Terminaron de cenar y subieron a la sala común. Allí, Neville se acercó a Harry.
—Oye, Harry... ¿has vuelto a hablar con Dumbledore acerca de esa antorcha
verde?
—«Antorcha de la Llama Verde» —lo corrigió Harry—. No, no me ha vuelto a decir
nada... tal vez espera una señal o algo así...
—¿Una señal? —preguntó Ron.
—Sí... cuando hablé con él por lo de la profecía, me dijo que llevaba tiempo
esperando una señal...
—¿Dumbledore esperaba una profecía de la profesora Trelawney? —se
sorprendió Ron.
—Claro que no, tonto —intervino Hermione—. No se pueden predecir las
profecías. Harry se refiere a que Dumbledore esperaba alguna cosa que le dijese
cómo continuar, ¿no?
—Algo así —afirmó Harry.
—¿Y qué espera ahora? ¿Algo que le revele dónde está la antorcha esa? —
preguntó Ron.
—No lo sé. Ya te dije que no me había comentado nada desde el día que me habló
de la leyenda.
—Quizás sea hora de buscarla en serio —dijo Hermione.
—¿A qué te refieres? —preguntó Ron, volviéndose hacia ella—. ¿A que
registremos el castillo?
—No, eso llevaría mucho tiempo... creo que deberíamos buscar algo en la
biblioteca.
—¿Cosas sobre la antorcha? Ya buscamos y no encontramos nada —dijo Harry.
—No. Algún tipo de hechizo para localizar objetos... algo así tiene que haber.
—¿Y no crees que cuando Slytherin la ocultó pensaría en eso? —dijo Ron.
—Es posible, pero sin probar no lo sabremos —se defendió ella.
—Vale, mañana es sábado, podremos dedicarnos a eso un rato... buf, esto va a
ser agotador —se lamentó Harry—. ¿Cuándo vamos a poder volver a dormir como las
personas normales?

Tal como habían planeado, pasaron el sábado buscando hechizos en la biblioteca.


A mediodía tenían ya cinco que podrían servirles, y decidieron practicarlos después de
la comida.
—¿Funcionarán? —preguntó Harry.
—No sé —contestó Hermione, recostándose en su silla—. No son hechizos
demasiado complicados... cualquiera que pretenda esconder algo en serio
probablemente se habría protegido de ellos... aunque los dos últimos son hechizos
relativamente modernos, no creo que Slytherin los conociera...
—No es por ser pesimista, pero dudo que con esto consigamos algo... ¡Fijaos! El
primero es poco más que un hechizo convocador, dudo mucho que al centenar de
directores de Hogwarts que ha debido de haber desde Slytherin no se les ocurriera
hacer esto.
—Es lo que tenemos... o esto, o recorrer y buscar todo el castillo, pero eso seguro
que sí se les ha ocurrido —repuso Hermione.
—Venga, vamos a comer, probaremos después —dijo Harry, zanjando el asunto.
Recogieron sus cosas de la biblioteca y se dirigieron al comedor, dejándose caer,
más que sentándose, en la mesa de Gryffindor.
—¿Qué os pasa a vosotros? Últimamente parece que os estéis pegando unas
palizas de muerte... sin contar lo raros que estáis —les dijo Seamus, que estaba
sentado al lado de Harry.
—Los exámenes se acercan, Seamus —respondió Ron.
Seamus se lo quedó mirando.
—Sí... y entiendo entonces que Hermione esté así, pero tú y Harry...
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Ron muy ofendido—. ¿Que somos
unos vagos?
—¡No, no! —contestó Seamus, alarmado—. Es que... no sé... no es muy... normal.
—Bueno, en realidad, desde lo que... lo que le pasó a Hermione sí es normal —
terció Parvati, defendiendo a Ron—. Recuerda que Ron parecía un muerto en vida,
hacía él todo el trabajo de prefecto, cogía todos los apuntes, estudiaba, visitaba a
Hermione constantemente y seguía con la PEDDO...
Ron enrojeció bajo la mirada de Hermione.
—¿Lo ves? —le dijo a Seamus, intentando librarse de su rubor.
—De todas formas, estáis muy raros... —insistió Seamus antes de volver a
dedicarle toda su atención a la comida.
Cuando terminaron, los tres decidieron ir a la Sala de los Menesteres para
practicar los hechizos de localización, pero, tal y como Ron había afirmado, ninguno
de ellos funcionó.
—Vale... —dijo Hermione, que pese a esperarse el resultado estaba un poco
decepcionada—. Habrá que seguir buscando...
—¿Seguir buscando? —dijo Ron—. Esto no funciona...
—Hay hechizos más potentes —dijo Hermione—. Pero quizás necesitemos hacer
alguna poción...
—Bueno, eso no es problema, si encontramos la Antorcha —dijo Harry.
—Vale, pues a la biblioteca entonces —ordenó Hermione, levantándose.
—¿Otra vez? —preguntó Ron, con aspecto resignado.
—Sí —contestó Hermione.
Volvieron a la biblioteca y de nuevo se sumergieron en volúmenes acerca de
complejos encantamientos, hasta que una voz les distrajo.
—¡Vaya, estáis aquí! —dijo Henry Dullymer, acercándoseles.
—Hola, Henry... —saludó Harry, cerrando un inmenso libro que tenía delante.
—Vaya, os veo muy ocupados —comentó Henry observando la cantidad de libros
que tenían delante—. Bueno, yo sólo quería verte porque me acordé de un libro que
compré en el Callejón Diagon, y le pedí a mi padre que me lo enviara. —Sacó un libro
de su bolsillo y se lo pasó a Harry. Se titulaba Los más Extraños Mitos y las Más
Absurdas Leyendas.
—¿Qué es esto? —preguntó Harry, mirando el libro.
—Ábrelo por la página 124.
Harry lo hizo y sus ojos se abrieron como platos. Allí, con letras grandes, estaba
escrito:
LA LEYENDA DE LA ANTORCHA DE LA LLAMA VERDE

—¡Vaya! —exclamó Harry, mostrándoles el libro a Ron y a Hermione, que también


se sorprendieron—. ¿Por qué me has enseñado esto?
Henry se encogió de hombros.
—Supuse que te interesaría, con todo eso de la profecía...
—Muchas gracias —dijo Harry.
—De nada. Yo me tengo que ir, pero te lo dejo, si quieres —ofreció Henry—. Ya
me lo devolverás.
—Te lo agradecería mucho —dijo Harry.
—Tuyo es, entonces. Bueno, que os sea útil —se despidió Henry, saliendo de la
biblioteca.
Harry, Ron y Hermione le dijeron adiós y se pusieron a leer el libro.

De las muchas leyendas que guarda el Colegio Hogwarts de


Magia y Hechicería, pocas son tan desconocidas y rechazadas
como la leyenda de la Antorcha de la Llama Verde, quizás porque
nunca se había escrito antes (la leyenda se ha transmitido
oralmente contada por los directores de Hogwarts y algún que otro
profesor), por lo fantástico del objeto que describe o por el hecho
de que tenga relación con otra leyenda, más conocida, pero
también considerada falsa: la leyenda de La Cámara de los
Secretos (pág. 114). Sin embargo, pese a que hay rumores que
afirman que la cámara existe y fue abierta hace unos treinta años,
nadie afirma nada relativo a la Antorcha de la Llama Verde; nadie la
ha visto nunca, y el hecho de que la leyenda se transmita
oralmente ha hecho pensar que probablemente sea algún cuento
cuya historia se cambió y modificó con el paso de los años...

Hermione siguió leyendo en silencio, pero cuando levantó la cabeza parecía


decepcionada.
—Dice lo mismo que tú nos contaste, Harry.
—Ya, era de esperarse —respondió Harry, soltando un suspiro.
—Bueno, le devolveremos el libro a Henry antes —dijo Ron.
—Podríamos devolvérselo dentro de unos días —dijo Hermione—. Parece muy
interesante.
—Vamos, Hermione... ¡como si no tuviéramos ya suficientes cosas que hacer! —
exclamó Ron.
—Lo que pasa es que yo tengo más intereses que el quidditch —le espetó
Hermione con mirada severa.
—Yo también —contestó Ron, mirándola significativamente.
Hermione no contestó y bajó la cabeza, con las mejillas teñidas de un fuerte color
rojo.

Dos horas después se dirigían ya a la sala común. Habían encontrado un hechizo


que quizás serviría, pero, como Hermione había dicho, era necesario hacer una
invocación al objeto usando una poción.
—¿Y dónde la hacemos? —preguntó Ron.
—Bueno, donde hacemos todo últimamente —contestó Hermione—. En la Sala de
los Menesteres... si lo deseamos, tendremos un lugar magnífico con todos los
ingredientes que necesitemos.
—¡Cierto! Eso facilitará las cosas —aprobó Harry.
Así, quedaron en hacer la poción el lunes, ya que les llevaría varias horas y al día
siguiente, domingo, Harry y Ron tenían entrenamiento de quidditch; y lo que quedaba
de tarde del sábado iban a dedicarlo a sus prácticas de curación.
Así pues, dejaron todo lo que habían conseguido sobre el hechizo de invocación
en sus habitaciones y, acompañados de Neville se dirigieron a la Sala de los
Menesteres; Ginny se encontraría allí con ellos.
Tenían pensado estar una hora y media tranquilos, practicando, pero sus
esperanzas se desvanecieron cuando, diez minutos después de haber entrado, la
puerta se abrió y Luna Lovegood entró en la habitación.
—¡LUNA! —exclamó Ginny.
—Sabía que algo hacíais —dijo la chica, con expresión de enfado—. Pensaba que
éramos amigos... sobre todo tú, Ginny.
—Lo siento, Luna, pero es que... —Ginny parecía compungida y estaba tan roja
como su pelo.
—Es culpa mía —intervino Harry—. Dumbledore me aconsejó que hiciera esto y
que no se lo dijera a nadie.
—¿Y ellos? —inquirió Luna—. Vale que Ron y Hermione son tus mejores amigos,
pero ¿qué pasa con Ginny y Neville? ¿Por qué están ellos y nadie más?
Harry suspiró y miró a la chica fijamente.
—Siéntate —le pidió.
Luna se sentó, y, para sorpresa de todos, Harry empezó a contarle todo: la
profecía perdida, la última, sus accesos de poder y cómo Dumbledore le había
recomendado intentar dominarlos con ayuda de sus amigos.
—...Ginny y Neville están aquí por consejo de Dumbledore, aunque no sé bien por
qué —dijo Harry—. Simplemente le hice caso, y, además, no íbamos a poder
ocultárselo...
—Está bien, está bien —dijo Luna.
—¿No te asustas? —le preguntó Ginny, sorprendida.
—¿Por qué iba a asustarme? —respondió Luna.
—¡Porque Harry tendrá que enfrentarse a Voldemort en un combate a muerte!
—Bueno, ya lo ha hecho... ¿no? Además, no va a estar solo.
Harry miró a la chica muy sorprendido.
—¿Te enfrentarías a Voldemort para ayudarme?
—Ya lo hicimos una vez, ¿no?
—Vosotros no os enfrentasteis a Voldemort, sólo a los mortífagos.
—Ya, pero cuando salimos de aquí creíamos que Voldemort estaría allí... ¿Qué
mas da? Si no vamos nosotros a por él, vendrá él a por nosotros... Mejor dar el primer
golpe.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Ron.
—Además, también están tus padres... y tu padrino. Ellos no van a dejarte solo.
—Luna —intervino Hermione con paciencia—. Los padres de Harry...
—Sí, están muertos, lo sé... pero mi padre tiene muchos libros, ¿sabéis? Y
muchas cosas raras de las que se publican en la revista... en verano, tras conocerte,
busqué algo sobre magia antigua... y bueno, se supone que tu madre hizo algo
cuando se sacrificó por ti, te dejó esa protección que tienes...
—Esa protección ya no me vale contra Voldemort —repuso Harry.
—Tal vez... pero tu madre vive en ti a través de eso... al fin y al cabo, tienes una
deuda con ella.
—¿Una deuda? —preguntó Neville, extrañado.
—Sí... cuando un mago le salva la vida a otro...
—...se crea un vínculo entre ellos —terminó Harry—. Sí, lo sé, Dumbledore me lo
dijo.
—Ya verás como tus padres están contigo, Harry —dijo Luna, muy segura de sus
palabras.
Harry sonrió. No sabía si creía a Luna realmente, o si simplemente quería creerla,
pero desde que charlaba con ella acerca de esos temas se sentía mejor, como más
protegido, más cerca de sus padres, y también de Sirius.
—Bueno, y... ¿qué hacéis? —quiso saber Luna.
—Practicar magia curativa —contestó Ginny.
—¿Magia curativa? Creí que hacíais algo como lo del ED...
—Lo hacíamos, pero ya hemos terminado con eso, más o menos —explicó Harry
—. Hermione pensó que aprender algo de magia curativa nos vendría muy bien, y en
eso estamos.
—¿Y ya has dominado esos impulsos tuyos?
—Sí... o eso creo... —contestó Harry.
—Más vale, porque cuando os vi a ti y a Ron con Malfoy junto al lago me asusté
mucho...
—Sí, bueno, aún no te agradecí que me detuvieras ese día... si aciertas a no llegar
a tiempo, quién sabe lo que habría pasado.
—No fue nada —dijo ella—. No podía dejar que hicieseis una locura.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Ginny.
—Seguir, ¿no? Aún no hemos hecho nada —respondió Harry.
—Por mí no os cortéis —dijo Luna—. ¿Puedo quedarme?
—No veo por qué no —contestó Harry.
Levantándose, volvieron a las prácticas, mientras Luna Lovegood los observaba,
muy interesada.

—¿Cuánto tiempo llevará preparar la poción? —le preguntó Ron a Hermione en


voz baja durante la clase de Pociones del lunes.
—Una hora, más o menos, si tenemos todos los ingredientes —contestó ella.
—Bueno, de eso se encargará la Sala de los Menesteres, ¿no? —dijo Harry.
—¿Cuándo lo hacemos? ¿Después de comer? —volvió a preguntar Ron.
—Mejor cuando... —dijo Hermione, pero se interrumpió al ver que Snape se les
acercaba.
—Weasley, tu poción está demasiado clara. ¿Cuántas gotas de aceite de piel de
sapo le has echado?
—Eh... cuatro, señor —contestó Ron.
—¿No sabes leer? Allí pone «cinco» —dijo Snape, señalando a la pizarra—. A ver
tú, Potter... —Se inclinó sobre la poción de Harry y no vio nada digno de mención—.
Vale... A ver tú, Granger... —La poción de Hermione también estaba bien, así que
Snape se fue sin decir nada más al fondo del aula, a revisar otros calderos.
—No me extraña que Weasley no sepa leer, seguro que no vio un libro antes de
entrar en Hogwarts —dijo la arrastrada voz de Draco Malfoy, que estaba sentado
cerca de ellos con Crabbe y Goyle. Hablaba en voz baja, pero lo suficientemente alta
como para que Harry, Ron y Hermione le oyeran—. Seguro que la sangre sucia le lee
los textos...
Ron se giró hacia Malfoy, enfurecido, y apretó los puños, pero allí no podía hacer
nada y lo sabía. Malfoy le sonrió con burla.
—Al menos mi padre puede entrar en casa sin esconderse —soltó Ron,
observando con satisfacción cómo la sonrisa se borraba de la cara de Draco.
—No le hagas caso, Ron... —dijo Hermione—. Toma, échale otra gota de aceite a
la poción, aún se puede arreglar... y bueno, como decía —prosiguió, bajando la voz—,
es mejor hacerlo cuando todo el mundo esté cenando, para evitar encontrarnos a
alguien por casualidad.
—Hermione, sólo es un hechizo —dijo Harry.
—Sí, pero es potente y no sabemos cómo nos indicará el paradero de la Antorcha,
si lo hace. Mejor que el castillo esté lo más solitario posible.
—Está bien...
Así pues, aquella tarde, a las seis y media, Harry, Ron y Hermione salieron de la
sala común para dirigirse a la Sala de los Menesteres. Harry llevaba el mapa del
merodeador y observaba que ni Filch ni su gata estuviesen por allí; la mayoría de
estudiantes se dirigía ya hacia el comedor para cenar. Su paseo fue tranquilo hasta
que, al torcer por un pasillo, oyeron llantos y sollozos mezclados con una risa cruel.
—¡La granos! ¡La gorda! ¡La fea! —chillaba Peeves, persiguiendo a Myrtle La
Llorona, que avanzaba por el corredor, mientras el poltergeist le arrojaba libros.
—¡Peeves! —chilló Hermione, con voz mandona—. ¡Déjala!
—¡No quiero! —gritó Peeves, riéndose estridentemente y haciéndoles pedorretas.
—¡Si no paras iré a buscar al Barón Sanguinario!
Por toda respuesta, Peeves empezó a arrojarles libros a ellos, hasta que Harry se
hartó, sacó su varita e hizo que los libros empezaran a perseguir a Peeves, que se
alejó revoloteando para evitar que los gruesos volúmenes le golpearan.
—Gracias... —sollozó Myrtle en cuanto Peeves su hubo ido.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Hermione—. ¿Por qué te perseguía Peeves?
—Salí a pasear y Peeves me vio... y luego empezó a insultarme y a tirarme
libros... ¡Siempre se mete conmigo! ¡Todo el mundo se mete conmigo! —chilló Myrtle,
volviendo a llorar.
—Vamos, no te pongas así —dijo Harry, mirando a sus amigos; Ron miraba a
Myrtle exasperado, y Hermione la observaba con lástima.
—Ya no vienes nunca a visitarme —dijo Myrtle, ahogando un sollozo—. Hace dos
años me dijiste que vendrías, y no has vuelto, no volviste desde que saliste de aquella
tubería...
Al oír las palabras de Myrtle, Hermione abrió los ojos desmesuradamente.
—¡Cómo no me di cuenta antes! —exclamó.
—¿Qué? —preguntó Ron, confundido, mirando a Harry, que estaba igual que su
amigo—. ¿De qué no te diste cuenta?
—¡Es obvio! ¡Ha estado todo el tiempo delante de nuestros ojos y no lo vimos!
¿Cómo hemos sido tan tontos?
—Hermione, ¿nos puedes explicar qué pasa?
—¡Está claro, Ron! ¿Qué lugar de Hogwarts es el más seguro de todos? ¿En
dónde podría esconder Slytherin la Antorcha para que nadie, ni los otros fundadores,
pudiesen encontrarla?
—¿Te refieres a...? —dijo Harry, dándose cuenta también.
—¡Sí! ¡La Cámara de los Secretos!
La cara de Ron se iluminó.
—¡Claro! Es lógico... allí sólo un heredero de Slytherin podría encontrar la
Antorcha... el escondite perfecto. ¡Hermione, eres brillante! —exclamó.
Hermione se ruborizó ligeramente, pero parecía muy satisfecha de sí misma.
—Puede, pero teníamos que habernos dado cuenta antes.
—Bueno, la idea no está mal, pero tampoco estamos seguros de que esté allí... —
dijo Harry.
—Por mirar nada perdemos...
—¡Vayamos! —dijo Ron.
—¿De qué habláis? —quiso saber Myrtle—. ¡Yo aún estoy aquí!
—Myrtle —dijo Hermione, volviéndose hacia el fantasma—. ¿Qué te parece si te
acompañamos a tus lavabos?
La cara de Myrtle brilló de alegría.
—¿De verdad? ¿Vais a acompañarme?
—Sí, vamos a hacerlo —confirmó Harry.
Muy excitados, los tres se dirigieron a los lavabos de chicas del segundo piso,
donde no entraban desde hacía cuatro años, acompañados por Myrtle, a la que se
veía muy feliz. Entraron y Harry se situó frente al lavabo que abría la puerta de la
Cámara.
—Bueno, aquí estamos otra vez... —dijo, recordando lo que había pasado allí.
—Esta vez no habrá peligro, ¿verdad? —preguntó Hermione, algo asustada.
Nunca había entrado en la Cámara Secreta.
—No, ya no hay ningún basilisco —dijo Harry.
—No obstante, nos estamos apresurando —dijo Ron.
—¿Por? —le preguntó Harry.
—Porque... ¿con qué vamos a subir si no tenemos un fénix?
—Tienes razón... —dijo Harry, asintiendo.
—Bueno, alguna manera habrá, ¿no? ¿Cómo salía Slytherin de la Cámara?
—No lo sé —dijo Harry—. Por si acaso, vayamos a buscar nuestras escobas,
ahora que no hay nadie en la sala común.
—¿Ya os vais? —preguntó Myrtle, muy triste, viendo cómo se dirigían a la puerta.
—Volveremos enseguida, Myrtle —la tranquilizó Hermione.
Salieron y volvieron a la sala común. Entraron esperando no encontrarse a nadie,
pero, para su sorpresa, Ginny estaba sentada en una butaca, leyendo un libro.
—¡Vaya! Me preguntaba dónde estaríais... Neville me dijo que no sabía.
—¡Creo que hemos descubierto dónde está la Antorcha de la Llama Verde! —
exclamó Ron, emocionado.
—¿«Hemos»? —dijo Hermione, arqueando una ceja.
—Bueno, Hermione ha descubierto dónde está la Antorcha —se corrigió Ron.
—En realidad no estoy segura —puntualizó ella—, pero es una posibilidad.
—¿Habéis hecho algún hechizo? ¿Dónde está? —preguntó Ginny.
—No hemos hecho nada. Nos cruzamos con Myrtle la llorona y a Hermione se le
ocurrió la respuesta más lógica: la Cámara de los Secretos —explicó Harry.
—¿La Cámara de los...? ¡Pues claro! La verdad sería lo más normal que estuviese
allí —opinó Ginny.
—Ahora mismo íbamos a entrar —dijo Ron—. ¿Quieres venir?
Ginny palideció.
—¡No! No quiero volver allí nunca más —declaró ella—. Jamás.
—Oh... vaya, lo siento, Ginny —dijo Ron—. No quería...
—Da igual, no te preocupes... ¿Vais a ir ahora, dices?
—Sí, sólo veníamos a coger nuestras escobas —dijo Harry.
—Bueno, yo os esperaba para bajar a cenar, pero entonces iré sola. ¡Suerte! —les
deseó, saliendo por el agujero del retrato.
Ron y Harry fueron a por sus escobas y bajaron de nuevo a la sala común, donde
Hermione los esperaba. Salieron los tres juntos y volvieron al baño de Myrtle.
—Bueno, allá vamos —dijo Harry, poniéndose enfrente del grifo que abría la
Cámara. Miró a sus amigos. Ron estaba serio, y a Hermione se la veía un tanto
nerviosa. Harry volvió la vista hacia la serpiente dibujada en el grifo y siseó: «Ábrete».
Al instante, el grifo empezó a girar, el lavabo se hundió y quedó a la vista la
tubería por la que él, Ron y Gilderoy Lockhart habían bajado casi exactamente cuatro
años atrás.
—Ya está —dijo Harry, mirando la negra abertura.
—¿Vais a volver a bajar por ahí? —preguntó Myrtle, contenta—. Harry, ya sabes
que si mueres ahí...
—Sí, podré vivir aquí —terminó Harry.
—Bueno, vamos ¿no? —preguntó Ron.
Hermione asintió. Harry se montó en su escoba y descendió por la tubería,
ligeramente inclinado. Ron y Hermione le siguieron.
—Esto está muy oscuro —comentó Hermione, con un deje de nerviosismo en la
voz.
—¡Lumos! —exclamó Harry, encendiendo su varita; Ron y Hermione hicieron lo
mismo.
La tubería por la que bajaban era muy larga, pero a Harry le dio la impresión de
que la última vez que había bajado era más corta... quizás se debía a que en realidad,
no quería llegar abajo; esta vez, por el contrario, no había ningún peligro (o al menos
eso creía).
Llegaron al fondo, al túnel que conducía a la Cámara. Con las tres luces, podían
ver algo más, pero no demasiado.
—Vaya, qué lugar tan desagradable —comentó Hermione, observando la
suciedad que había por doquier.
—Ya... ¿Qué esperabas? —le dijo Ron. Se volvió hacia Harry—. Bueno, y ahora
¿dónde buscamos? —le preguntó, mirando a su alrededor.
—Entremos en la Cámara —propuso Harry.
Siguieron el túnel hacia la entrada, hasta llegar al muro de piedras que había
separado a Ron y a Harry. Aún quedaba la abertura que Ron había abierto, pero
algunas piedras más habían caído.
—Esto parece peligroso —dijo Hermione—. Parece que el túnel se derrumba...
—Esto lo hizo tu adorado Lockhart —dijo Ron, y Hermione le lanzó una mirada
asesina— cuando intentó desmemorizarnos a Harry y a mí con mi varita.
—Apartemos las piedras —dijo Harry, levantando su varita y haciendo que las
piedras se moviesen lentamente, despejando el camino. Ron y Hermione le imitaron,
y, al rato, el resto del túnel quedó a su vista. Avanzaron por él, juntos, doblando las
curvas, apuntando con los haces de luz de sus varitas a los lados, por si veían algo
interesante, pero no había nada en esa parte.
Doblaron la última curva y se encontraron frente a una pared con dos serpientes
talladas: la entrada de la Cámara. Harry se adelantó, volvió a decir «ábrete» en
lengua pársel y las dos mitades del muro se separaron, mostrándoles la Cámara de
los Secretos, con sus inmensas columnas talladas con serpientes enroscadas.
—Aquí es —dijo Harry.
—Es impresionante —dijo Hermione, con la voz ahogada.
—Increíble —corroboró Ron.
Avanzaron entre las columnas, dirigiéndose al final de la misma.
—¿Qué es eso? —preguntó Hermione, deteniéndose de pronto y señalando con
su varita algo que había delante de ellos.
—Los restos del basilisco —respondió Harry, caminando de nuevo. Miró el cuerpo
de la gran serpiente que había sido el habitante de la Cámara, del que ahora sólo
quedaban los huesos.
—Era inmenso —dijo Ron.
—Sí, lo era —afirmó Harry—. Y peligroso.
Se quedaron mirando al esqueleto unos instantes y luego avanzaron hasta la
inmensa estatua de Slytherin que había al fondo de la Cámara.
—Bueno, ¿dónde empezamos a buscar? —preguntó Ron.
—No lo sé —respondió Harry—. Cuando vine la otra vez, no tuve mucho tiempo
de hacer turismo.
—Separémonos y registrémoslo todo —sugirió Hermione.
Así lo hicieron, pero, tras media hora de búsqueda quedó claro que no iban a
encontrar nada.
—Así es imposible —dijo Harry, iluminando con su varita las lisas paredes y las
columnas; no había nada que se pareciera ni remotamente a un escondite donde
ocultar algo.
—Yo no he encontrado nada —dijo ron, acercándose a Harry—. ¿Y tú?
—Tampoco.
Ambos fueron junto a Hermione, que exploraba junto a la inmensa estatua,
también sin resultados.
—Tal vez esté en su boca —dijo Harry—. El basilisco salió de allí.
Los tres miraron hacia la cabeza de piedra de Slytherin.
—¿Y si le preguntas por la Antorcha en lengua pársel? —preguntó Ron.
—No puedo hacerlo sin una serpiente —dijo Harry.
—¿Lo has intentado? —preguntó Hermione.
—No... bueno, nada pierdo...
Se concentró e hizo la pregunta: «¿Dónde está la Antorcha de la Llama Verde?»
—Lo has dicho en nuestro idioma —dijo Hermione.
Se concentró con más intensidad, sintiendo el poder de Voldemort dentro de sí,
dejando que lo llenase... volvió a mirar al rostro de la estatua y repitió la pregunta... y
esta vez sí lo hizo en lengua pársel.
No sucedió nada.
—Inténtalo de nuevo con otras palabras —sugirió Hermione.
Harry así lo hizo, pero lo más que consiguió fue que la estatua abriese la boca, tal
y como lo había hecho cuando Ryddle había llamado al basilisco.
—¿Miramos dentro? —dijo Ron.
—Vale —aceptó Harry. Levantó la varita y gritó—: ¡Accio Saeta de Fuego!
Instantes después, la Saeta de Fuego entraba en la Cámara y se quedaba a su
lado. Harry montó en ella y subió hasta la boca de Slytherin. Miró en su interior, pero
allí no había nada; sólo era el cubil del basilisco. Revisó su cabeza, sus ojos, pero sin
resultado. Decepcionado, volvió a bajar.
—No está aquí —dijo Ron, abatido—. Hemos venido en vano.
—No —replicó Harry—. Sé que está aquí. Siento que está aquí. No sé cómo, pero
lo sé... aunque no sé exactamente dónde ni cómo descubrirla.
—Podríamos probar con los hechizos de búsqueda y localización —sugirió
Hermione—. Ahora que estamos en la Cámara, quizás funcionen.
—Por probar nada perdemos —dijo Harry, encogiéndose de hombros.
Así pues, pusieron en práctica los cinco hechizos que habían usado el sábado
anterior, pero ninguno de ellos dio resultado.
—Nada. Esto no sirve... —dijo Harry, desanimado—. Quizás la Antorcha es
demasiado mágica como para ser encontrada con... ¿Qué te pasa, Ron? —preguntó,
mirando a su amigo, que había abierto mucho los ojos.
—¿Cómo no se nos ocurrió? —dijo—. ¡Demasiado mágico! ¡Ahí está la solución!
—¿Qué solución? —inquirió Harry. Hermione también miraba a Ron sin entender.
—¿No os acordáis? ¡Podemos usar un gnobble! ¡Hagrid nos dijo que podían
encontrar cualquier cosa mágica!
Hermione miró a Ron con una gran sonrisa.
—¡Vaya, veo que le sacas partido a las clases por una vez!
—¿Por una vez? —exclamó Ron, indignado, pero su expresión de enfado se
disipó al ver cómo Hermione se reía—. No es momento de bromas —dijo.
—Bueno, pues me voy ahora mismo a pedirle un gnobble a Hagrid —dijo Harry—.
¿Venís o me esperáis aquí?
—¿Qué hacemos? —preguntó Ron, mirando a Hermione.
—Esperemos —dijo ella.
—Vale, enseguida vuelvo —dijo Harry, montando en su escoba y volando hacia el
túnel, y, después, hacia la tubería de salida. Poco después ya estaba en los baños de
Myrtle.
—¿Vienes solo? —le preguntó ella.
—No tengo tiempo, Myrtle —dijo Harry, mirando que no hubiese nadie en los
pasillos y saliendo del lavabo. Corrió hacia las puertas y luego atravesó el patio hasta
la cabaña de Hagrid. Había luz. Afortunadamente, ya debía haber terminado de cenar.
Llamó a la puerta con insistencia y Hagrid le abrió la puerta.
—¡Harry! —exclamó Hagrid, muy contento de verlo—. No te vi en la cena... pasa,
pasa... ¿Dónde están Ron y Hermione?
—Gracias, Hagrid, pero no vengo de visita. Necesito que prestes a uno de los
gnobbles.
—¿Un gnobble? ¿Para qué?
—Ahora no puedo explicártelo —dijo Harry—. ¿Me lo prestas?
—Claro, claro —dijo Hagrid, confuso—. Ven por aquí...
Harry siguió al semigigante hasta detrás de su cabaña, donde estaban los
gnobbles.
—Coge el que quieras...
Harry los observó y cogió el que habían usado Ron, Hermione y él en clase.
—¡Gracias, Hagrid! —dijo, corriendo de nuevo hacia el castillo—. ¡Te lo devolveré
pronto!
Entró por las puertas y se dirigió hacia los lavabos de chicas del segundo piso.
Entró, cogió su escoba y bajó de nuevo al interior de la Cámara. Recorrió el túnel y
entró en la gran sala. Entonces oyó a Ron y Hermione; se habían sentado junto a una
columna y hablaban animadamente, dándose algún que otro beso.
—¿Interrumpo? —dijo Harry, provocando que sus dos amigos pegaran un bote—.
Nunca había pensado en este lugar como un sitio para citas, pero si queréis os la abro
cuando deseéis privacidad... —comentó, con sorna.
—Cállate, Harry —dijo Ron, un tanto azorado—. ¡Vaya, lo has traído! —exclamó,
al ver al gnobble.
—A eso fui, ¿no?
Hermione se acercó al pequeño ser y le acarició la cabeza.
—¡Hola pequeño! —dijo cariñosamente—. Llévanos hasta al Antorcha de la Llama
Verde, por favor —le susurró con dulzura.
El gnobble no se movió durante unos instantes, y observó a Hermione, inclinando
la cabeza a un lado y al otro. Tras un rato, empezó a moverse en dirección a una de
las columnas de la sala: la que estaba más próxima a la estatua de Slytherin. Se
agarró a ella y la tocó.
—¿Eso quiere decir que está ahí? —preguntó Ron.
—Supongo... —dijo Hermione, acercándose—. ¿Está ahí? —le preguntó al
gnobble.
El gnobble asintió y volvió a tocar la columna. Harry, Ron y Hermione la miraron,
pero no vieron nada fuera de lo corriente. Entonces, el gnobble comenzó a subir por la
columna y señaló una de las cabezas de serpiente. Harry se fijó y vio que, en la boca
de la serpiente, la lengua se parecía a una llamarada; era distinta de todas las demás
serpientes.
—¡Debe ser esto! —exclamó.
—¿Y qué hay que hacer? —preguntó Ron.
Pero Harry ya lo sabía. Miró a la serpiente y siseó: «Ábrete».
La columna entera se estremeció. Las serpientes empezaron a girar, y la columna
comenzó a elevarse, dejando al descubierto un pedestal que había estado oculto en el
interior. Harry, Ron y Hermione vieron cómo la columna se elevaba del todo y
observaron con detenimiento lo que había delante de sus ojos.
34

La Antorcha de la Llama Verde

Harry se adelantó y observó el pedestal. Sobre él había una antorcha metálica, de


color plateado; estaba clavada en su soporte, y estaba apagada. Harry alargó la mano
y la cogió. Ron y Hermione se acercaron a él y también la observaron. La antorcha
estaba decorada con leones y serpientes, símbolos de Gryffindor y Slytherin,
respectivamente. En su extremo, donde se suponía que se encendía el fuego, sólo
había una especie de bola; no había nada que pudiese arder, como en una antorcha
normal.
—¿Notas algo? —le preguntó Hermione a Harry.
—No —respondió él—. Nada. Tócala tú.
Hermione cogió la Antorcha de manos de Harry, pero tampoco sucedió nada; con
Ron pasó lo mismo.
—Bueno, tal vez tengamos que cogerla dos a la vez —sugirió Hermione—. Así era
como la encendían Slytherin y Gryffindor, ¿no?
—Sí —dijo Harry, agarrando también la Antorcha, que estaba en manos de Ron,
pero siguió sin suceder nada; lo mismo pasó cuando la cogieron Ron y Hermione y
Hermione y Harry.
—Supongo que funcionará si la tocáis tú y Voldemort —dijo Hermione.
—Supongo —contestó Harry, no muy ilusionado con la idea.
—¿Y si probamos a encenderla por el método normal? —dijo Ron, acercando su
varita a la punta de la Antorcha—. ¡Incendio!
De la varita de Ron salió una llamarada, pero la Antorcha siguió sin arder.
—Nada...
—Bueno, lo mejor es que se la enseñemos a Dumbledore —dijo Hermione—. Tal
vez él sepa qué hacer...
—Lo dudo, pero de todas formas tengo que decírselo —repuso Harry—. Bueno,
será mejor salir de aquí.
Los tres se encaminaron al túnel. Ron cogió al gnobble en brazos y lo llevó con él.
Avanzaron en silencio por el túnel hasta llegar al extremo de la tubería que servía de
entrada. Allí cogieron las escobas y subieron lentamente hacia los lavabos de Myrtle la
llorona.
—¿No notáis un olor raro? —preguntó Harry, cuando casi estaban llegando arriba.
—Sí... —contestó Ron con una mueca de asco—. Huele fatal.
Harry salió por la abertura del lavabo y se estaba apartando para dejar sitio a Ron
y Hermione, cuando una voz lo sobresaltó:
—¡Vaya, ya estás aquí!
Harry se volvió para observar la cara sonriente de Henry Dullymer; tenía puesto un
casco-burbuja. Myrtle estaba a su lado, muy contenta. Harry se quedó de piedra.
—¡He-Henry! —exclamó, mientras Ron y Hermione salían de la tubería y se lo
quedaban mirando también—. ¿Qué haces aquí? ¿Y por qué huele tan mal?
—Bueno, te vi correr antes y te llamé, pero no me oíste, así que te seguí hasta
aquí. Me extrañó mucho que entraras en un lavabo de chicas, y entré yo también...
entonces vi el agujero y supuse que estarías ahí, pero como no sabía qué era decidí
no bajar. Entonces me di cuenta de que podría venir alguien y ver esto y por eso tiré
un montón de bombas fétidas, pero Myrtle ya me explicó que aquí nunca entra nadie;
yo no lo sabía... ¿De dónde venís?
Harry miró a Ron y Hermione, que le devolvieron la mirada.
—De... de la Cámara de los Secretos —respondió.
—¿De la Cámara de los Secretos? —exclamó él, muy sorprendido—. ¿De la
legendaria Cámara de los Secretos? ¡Guau! ¿Y qué habéis ido a hacer allí? —
preguntó. Entonces vio la Antorcha en las manos de Harry y su mirada se iluminó—.
¡Vaya! ¿Ésa es la Antorcha de la Llama Verde? ¿Estaba ahí dentro?
—La respuesta a todo es «sí» —dijo Harry, aún anonadado.
—Increíble —musitó Henry, mirando aún la Antorcha—. ¿Y qué hace?
—De momento nada —respondió Harry.
—¿Nada? —dijo Henry, un poco desilusionado—. Bueno, quizás no sabes aún
cómo funciona... según el libro que te dejé, se necesitan dos mentes opuestas pero
vinculadas para hacerla funcionar...
—Sí... supongo que es eso.
—Deberíamos irnos de aquí —sugirió Hermione—. Además, huele fatal.
—Apoyo la idea —dijo Ron, con una mueca de asco.
—Sí, vayámonos —dijo Henry, yendo hacia la salida. Sin embargo, antes de salir
se volvió a mirar a Harry—. ¿No la irás a llevar así y que la vea todo el mundo,
verdad? —comentó, señalando a la Antorcha.
—¿Eh? ¡Ah! Pues no debería —dijo Harry, dándose cuenta de que Henry tenía
razón.
—Toma esta bolsa —dijo Henry, entregándole una bolsa de tela donde la Antorcha
cabría perfectamente—. Ya me la devolverás.
—Gracias —dijo Harry, metiendo la Antorcha en la bolsa.
Los cuatro salieron del baño, caminaron un rato hasta las escaleras y se
despidieron, dirigiéndose cada uno a sus respectivas salas comunes.
—¿No deberíamos ir a devolverle el gnobble a Hagrid? —dijo Ron, señalando al
pequeño ser, que parpadeaba en sus brazos.
—Sí, deberíamos —asintió Harry—. Así podremos hablar un poco con él, hace
tiempo que no lo visitamos en condiciones.
—De acuerdo —dijo Hermione—. Vayamos.
—¿Y la Antorcha? —preguntó Harry.
—Podemos llevarla con nosotros —respondió Hermione.
Volvieron sobre sus pasos y se dirigieron al vestíbulo, atravesaron las puertas y se
dirigieron a la cabaña de Hagrid. Hermione llamó y Hagrid les abrió, sorprendido de
ver a Harry de nuevo.
—¡Ah!, sois vosotros —saludó el semigigante—. Pasad, pasad, si no tenéis tanta
prisa como Harry antes.
—No, ya no —respondió Harry—. Venimos a devolverte al gnobble. Nos ha sido
muy útil. Gracias.
—De nada. ¿Para qué lo queríais?
—Para encontrar esto —contestó Harry, mostrándole la Antorcha a Hagrid, que
abrió mucho los ojos al verla.
—¡Oh! ¿Es la famosa Antorcha de la Llama Verde? —preguntó.
—Sí... lo es. O al menos eso creemos, porque de momento no hemos notado nada
en ella.
—¿Se la habéis enseñado ya a Dumbledore? —inquirió Hagrid.
—No, aún no. Acabamos de encontrarla —explicó Ron, que aún seguía con el
gnobble en brazos.
—¿Y dónde estaba? —preguntó Hagrid, mirando la Antorcha de cerca.
—En la Cámara de los Secretos —contestó Hermione.
—¿En la...? ¡Gárgolas galopantes...! Desde luego, no hay escondrijo mejor —
opinó Hagrid.
—Oye, Hagrid, ¿dónde dejo al gnobble?
—¡Ah!, perdona, Ron, me olvidé de él... ¿te importa dejarlo fuera, junto a los otros?
—No —contestó Ron, saliendo de la cabaña con el gnobble en brazos.
Regresó unos momentos después y los tres decidieron volver al castillo. Se
despidieron de Hagrid y volvieron a la torre de Gryffindor, donde Ginny los esperaba,
sentada en una butaca.
—¡Habéis tardado mucho! —exclamó la chica al verlos—. ¿La habéis encontrado?
—preguntó, bajando la voz.
Harry le mostró el fardo, sonriente.
—¿Está ahí? —Harry asintió—. ¿Puedo verla?
—No tiene gran cosa que ver —respondió Harry—. No hemos conseguido hacerla
funcionar, así que...
—De todas formas me gustaría verla —insistió Ginny.
—Cuando nos quedemos solos —le prometió Harry.
Por tanto, mientras la sala no se vaciaba, Harry, Ron y Hermione se pusieron a
adelantar deberes, y, cuando acabaron, o más bien se aburrieron, Ron se puso a jugar
al ajedrez contra Harry, y luego contra Hermione; ambos perdieron.
La sala común se vació a las once y media, y entonces Harry sacó la Antorcha del
fardo y se la mostró a Ginny, que la cogió con cierto temor.
—Vaya, no parece que tenga nada especial —comentó.
—Ya te lo dije. No hemos logrado hacerla funcionar —dijo Harry—. Supongo que
sólo funcionará si Voldemort y yo la tocamos.
—¿Y no vas a saber cómo funciona hasta entonces?
Harry se encogió de hombros.
—mañana iré a hablar con Dumbledore, a ver qué me dice.
—Yo ya estoy deseando verla funcionar, a ver qué puedes hacer con ella —dijo
Ron, embargado por la emoción.
—Pues yo casi temo más pensar qué podría hacer con ella Voldemort —repuso
Harry.
—Pero de momento la tienes tú —dijo Ginny.
—Sí, de momento la tengo yo —repitió Harry—. De momento.

Esa noche tardó un buen rato en dormirse. Había sido un día largo y emocionante.
Realmente, nunca había pensado que volvería a entrar en la Cámara de los Secretos,
y menos para buscar una antorcha que supuestamente poseía poderes inimaginables.
Harry deseó con todas sus fuerzas que Dumbledore pudiera hacer algo con la
Antorcha, o decirle alguna cosa más sobre ella, porque si la primera vez que la usaba
era con Voldemort, se moriría del miedo. Como había dicho, temía lo que Voldemort
podría hacer con ella... como, por ejemplo, poseerle y dominarle. Cierto era que, como
Ginny había dicho, la tenía él, pero... ¿acaso en su primer sueño el rostro fantasmal de
Slytherin no le había dicho «la conseguirás para él»? Bien podría ser casualidad, pero
a Harry no se lo parecía. ¿Significaban aquellas palabras que él debía encontrar la
Antorcha y entregársela a Voldemort? Bueno, él nunca se la entregaría
voluntariamente, pero seguramente el mago intentaría quitársela de alguna forma, y
siendo quien era, Harry sabía perfectamente que era capaz de conseguirlo. Al fin y al
cabo, había conseguido sacar a Harry de Hogwarts en dos ocasiones mediante
estratagemas y trampas, ambas complejas y arriesgadas, sí, pero habían dado
resultado. ¿Volvería a intentarlo? Harry no encontró otra respuesta que no fuera una
afirmación.

El martes tenían clases toda la mañana, y ninguna de ellas era Defensa Contra las
Artes Oscuras, así que Harry tuvo que esperar a por la tarde para ir a ver a
Dumbledore. Desgraciadamente, el director tenía clases con otros cursos hasta las
seis, así que Harry esperó pacientemente a esa hora para acudir al despacho del
director. Ni Hermione ni Ron acudieron con él; prefirieron dejar que Harry hablase a
solas con el director.
Así pues, a las seis y diez aproximadamente Harry se dirigió hacia el despacho,
pronunció la contraseña y entró.
—Profesor Dumbledore... —dijo, con voz ahogada.
Dumbledore, que estaba sentado tras su escritorio, levantó la vista hacia él al oírle
entrar.
—¿Harry? ¿Qué sucede?
Por toda respuesta, Harry se acercó al escritorio de Dumbledore, abrió el fardo y
sacó la Antorcha, poniéndola sobre la mesa. Dumbledore abrió muchísimo los ojos.
—¡Oh! ¡Es la Antorcha! —exclamó, muy sorprendido—. La has encontrado...
¿Dónde la has encontrado?
—Bueno, en realidad la idea fue de Hermione —explicó Harry—. La encontramos
en la Cámara de los Secretos.
—La Cámara de los Secretos... pues claro...
Dumbledore cogió la Antorcha y la examinó durante un rato.
—No logramos hacer que funcionara —comentó Harry.
—Es normal... ya te expliqué que se necesitan dos magos opuestos y vinculados
de algún modo para que se encienda.
—Como Voldemort y yo.
—Sí.
—Pero Slytherin y Gryffindor, ¿qué vínculo tenían? ¿El de que eran amigos?
—Sí, pero no sólo eso; ambos pusieron parte de sí en este objeto, supongo que
eso creó un vínculo más fuerte entre ambos... un vínculo lo suficientemente fuerte
entre sus mentes como para permitirles encenderla.
—¿Y cómo se supone que debo usarla contra Voldemort, si tenemos que
encenderla los dos?
—No lo sé —contestó Dumbledore, quitando la mirada de la Antorcha y
dirigiéndola hacia los ojos de Harry—. No lo sé. No sé nada de este objeto aparte de lo
que ya te conté, suponiendo que sea cierto, claro.
—¿Y qué se supone que voy a hacer con ella? —preguntó Harry—. ¿La dejo aquí?
—No —respondió Dumbledore—. Tú la necesitas. Es tuya. Guárdala, pero
protégela bien. Cuanta menos gente sepa que la tienes, mejor.
—De acuerdo —dijo Harry, volviendo a meter la Antorcha en el fardo.
—Te preocupa algo, ¿verdad? —dijo Dumbledore de pronto, observando a Harry
fijamente sobre sus gafas de media luna.
—¿Cómo voy a hacerlo? —fue la respuesta de Harry—. ¿Cómo voy a dominar el
poder de la Antorcha para luchar contra Voldemort? No sé qué hace, ni cómo usar sus
poderes... ¿Cómo evitaré que la use para apoderarse de mí y hacer realidad lo que vi
en mis sueños?
—Confío en ti —dijo Dumbledore con tranquilidad—. Sé que, llegado el momento,
harás lo que debas hacer, lo correcto, como siempre has hecho... y también sé que
podrás derrotarle, que puedes ser más fuerte que él, porque tienes algo, o alguien, por
lo que luchar.
—¿Por qué dice que puedo ser más fuerte que él? Nunca le he vencido, me he
limitado a huir de él...
—¿Recuerdas tu duelo contra él la noche en que retornó?
—Jamás podría olvidarlo —repuso Harry.
—Bien, cuando las varitas se conectaron, tú le derrotaste; tú obligaste a la varita
de Voldemort a vomitar los últimos hechizos que había realizado... fuiste más fuerte
que él... y sabes por qué.
—Por el sonido —contestó Harry, casi sin pensar—. El canto del fénix me
recordaba a usted, a mis amigos... a la gente que me rodea.
—Exacto; tú tenías un mayor motivo para vencer que Voldemort para matarte, y
eso te salvó: tu cariño por aquellos a los que aprecias te hizo más fuerte que él, y
siempre lo hará, si no olvidas por qué luchamos.
Harry sonrió y asintió.
—Luna siempre dice que mis padres, y... y Sirius están conmigo, que nunca me
dejan solo...
—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore.
—Sí —respondió Harry.
—Y haces bien —le dijo Dumbledore—. Aquellos que amamos, que nos aman,
nunca nos abandonan del todo... y menos aquellos que han hecho un sacrificio de
amor por nosotros, como tu madre hizo por ti.
Harry se quedó un momento callado, y luego se puso en pie.
—Esto es todo lo que quería decirle, profesor —dijo.
—Bien... La verdad es que ya es hora de cenar. Hasta luego, Harry... y guárdala
bien —le advirtió Dumbledore, señalando hacia el fardo con una ligera inclinación de
cabeza.
—Lo haré —respondió Harry, antes de salir de despacho.
Se dirigió a la sala común, donde Ron y Hermione lo esperaban para bajar a
cenar. Antes de hacerlo, subió a la habitación, abrió el baúl, metió la Antorcha dentro,
bajó la tapa y la selló con un fuerte encantamiento de seguridad. No quería correr
riesgos. Luego bajó y, acompañado por sus dos amigos, se dirigió al comedor,
mientras les contaba lo que había hablado con Dumbledore.
—O sea, que no tiene respuestas —concluyó Ron, en cuanto Harry hubo
terminado de hablar, cuando ya casi entraban en el comedor.
—Sí, pero me dijo que confiaba en mí, que podía ser más fuerte que Voldemort...
espero que sea verdad.
—Nosotros también —dijo Hermione—. Pero si Dumbledore lo dice, yo confío en
él.
—También yo —la apoyó Ron—. Y en ti —agregó, dándole una palmada en el
hombro a Harry. —Éste sonrió.
Entraron al comedor y se sentaron. Ginny ya estaba allí y Harry le comentó por
encima su charla con Dumbledore; también ella se quedó un poco decepcionada al ver
que el director no podía ayudarles demasiado.
—Vaya, creía que él tendría las respuestas —se lamentó Ginny.
—Bueno, él nunca había visto la Antorcha, sólo conoce la leyenda, así que no es
de extrañar —dijo Harry.
Al terminar de cenar, los cuatro salieron juntos del Gran Comedor. Harry miró
hacia Henry, quien se acercó, solo. Harry le devolvió la bolsa que le había prestado.
—Gracias —dijo Harry.
—De nada —respondió Henry—. Cuando necesites algo, ya sabes... Y bueno,
¿qué, has logrado avanzar algo con esa antorcha?
—No —respondió Harry con sinceridad.
—Bueno, ya verás cómo lo consigues —dijo Henry, haciendo ademán de irse—.
Me voy a terminar mi cena.
—Hasta mañana —se despidió Harry, siguiendo a sus amigos a la sala común.

El resto de la semana transcurrió tranquila. Las clases continuaban normalmente,


con el detalle de que los deberes se incrementaban y que los profesores no paraban
de recordarles que los exámenes estaban a la vuelta de la esquina. Aparte, el último
partido de quidditch de la temporada, la final, se celebraría el día 22, y sólo faltaba una
semana para él. Debido a ello, en la reunión del ED del jueves se acordó suspender
las reuniones de forma indefinida. Al terminar la reunión, Cho se acercó a Harry.
—Hola, Harry —dijo ella.
—Hola Cho —saludó Harry. Ron y Hermione le hicieron un gesto y salieron de la
Sala de los Menesteres.
—¿Qué tal has estado este tiempo? —le preguntó ella, como si no supiera de qué
hablar, o no quisiera hacerlo.
—Bien... —respondió Harry—. ¿Y tú?
—Nerviosa —respondió ella—. Los EXTASIS, ya sabes...
—Sí, me imagino.
—Oye, Harry... ésta es probablemente la última reunión del ED en la que participo,
y quería agradecerte todo lo que me has ayudado.
Harry la miró fijamente.
—No tienes nada que agradecerme —repuso.
—Sí lo tengo —replicó ella—. He aprendido muchísimo. Todos hemos aprendido
muchísimo gracias a ti. Creo que sacaré una buena nota en el EXTASIS de Defensa
Contra las Artes Oscuras —dijo, con una sonrisa—. Voy a echar esto de menos... y
también a ti.
—Yo también te voy a echar de menos —dijo Harry.
—Espero que volvamos a vernos después de salir de Hogwarts —dijo ella—. Y...
espero que tengas mucha suerte, Harry. De verdad.
Se acercó lentamente a él y le dio un suave beso en la mejilla. Le sonrió y luego se
marchó.
Harry se quedó un instante mirando a la puerta antes de volver a la sala común.
—¿Qué te quería? —preguntó Ron, cuando Harry entró por el agujero del retrato.
—Darme las gracias y despedirse —contestó Harry.
—¿Despedirse? —preguntó Ron, extrañado.
—Ella se va este año, Ron, y si ya no tenemos más reuniones del ED no va a tener
mucho más tiempo para ver a Harry —explicó Hermione.
—Ah, claro... —asintió Ron—. Y, bueno —dijo, cambiando de conversación—.
¿Qué hacemos con nuestras propias reuniones?
—Es mejor suspenderlas también hasta después de los exámenes —opinó Harry
—. Los exámenes están ahí y casi no tenemos tiempo de hacer nada.
—Sí, yo también opino que es lo mejor —dijo Hermione.
Bueno, y hablando de exámenes... es mejor que nos pongamos a estudiar —dijo
Harry, yendo a buscar su mochila.

Los días pasaron, y el halo de tranquilidad empezó a desvanecerse. Por todas


partes corrían rumores de que algo grande se preparaba, después de meses casi sin
ninguna actividad por parte de los mortífagos. En El Profeta habían aparecido noticias
extrañas sobre los gigantes que se ocultaban en las tierras de Escocia, y además
había desparecido un guardia de seguridad del Ministerio. Si bien no se sabía nada de
él, todas las sospechas apuntaban a Voldemort como responsable de su desaparición.
Al igual que cuando se avecinaba una tormenta, se notaba el nerviosismo en las
noticias, en los profesores, que cuchicheaban por los pasillos cada vez más a menudo,
e incluso en los estudiantes, que tal vez recibían preocupantes noticias desde sus
casas.
Todo lo que de alguna manera se había estado preparando se desencadenó la
mañana del domingo siguiente, al menos para Harry. Se había levantado bastante
tarde, porque la noche anterior habían estado trabajando hasta tarde, y quería estar
descansado para el entrenamiento de quidditch que tendrían por la tarde, ya que la
final era el sábado siguiente. Cuando bajó a la sala común, ya ni Ron ni Hermione
estaban en ella. Suponiendo que estaban en el Gran Comedor, se dirigió hacia allí. Le
sorprendió un poco el silencio que se palpaba en el castillo. Extrañado, bajó al
vestíbulo y cruzó las puertas del comedor, donde reinaba un inusual silencio. Sólo se
escuchaban débiles murmullos, murmullos que se acrecentaron cuando él entró y vio
cómo todo el mundo se le quedaba mirando. Además, observó que Dumbledore no
estaba sentado en su habitual asiento. Sin entender nada, se dirigió hacia la mesa de
Gryffindor, donde estaban Ron y Hermione, leyendo El Profeta. Cuando se acercó a
ellos, ambos se dirigieron una rápida mirada de preocupación. Ginny estaba frente a
ellos y tenía una lágrima en los ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Por qué me mira todo el mundo? ¿Por qué
hay tanto silencio?
—Esto... esto es terrible, Harry... —musitó Hermione, entregándole el periódico.
Harry frunció el entrecejo y lo cogió. Miró la primera plana y se quedó petrificado.

EL TERROR VUELVE A HOGSMEADE

La pasada noche la Marca Tenebrosa volvió a brillar, esta vez


en el pueblo de Hogsmeade, que ya se viera atacado por una
horda de dementores antes de Navidad. En esta ocasión, como
en la anterior, la causa del ataque parece ser la proximidad a
Hogwarts y, sobre todo, la presencia en ese colegio de Harry
Potter.
La Marca Tenebrosa señalaba la vivienda donde fue asesinado
el auror Kingsley Shacklebolt, que tenía como misión vigilar el
pueblo, cosa que el Ministerio viene haciendo desde el ataque de
los dementores y debido al gran objetivo que siempre ha sido para
El Que No Debe Ser Nombrado el Colegio Hogwarts, con el
aliciente de la presencia de Harry Potter.
Lo más curioso es que la muerte del auror Shacklebolt parece
deberse simplemente a enviar un mensaje al niño que vivió: junto al
cadáver se hallaba una carta sellada con la Marca Tenebrosa que
contenía el siguiente mensaje:
«Harry Potter... ¿Te gusta mi regalo? ¿te gusta, Harry? Le
conocías, ¿verdad, Potter? ¿Te duele? ¿Te duele tanto como la
muerte de tu padrino? Ja ja ja. ¡Sólo es un regalo, Potter! Un regalo
a cambio de que me entregues dos cosas que tú tienes y que yo
quiero... Pon el precio por ellas, Potter. Pon el precio en número de
cadáveres.»
Nadie ha conseguido explicar el significado de este mensaje, y
el periódico no ha podido hablar aún con Albus Dumbledore, quien,
por otro lado, ha prohibido totalmente una entrevista con Harry
Potter al respecto...

Harry dejó caer el periódico, estremecido. Temblaba. Kingsley había muerto.


Había muerto sólo porque Voldemort quería dejarle un mensaje, un mensaje que él
entendía perfectamente. Hermione, Ron y Ginny le miraron preocupados. Harry se
levantó, retrocediendo, tropezando con el banco. No podía ser... aquello era
demasiado, demasiado... luchó contra las lágrimas de pena, odio y rabia que luchaban
por salir de sus ojos. Golpeó la mesa con un puño y cerró los ojos intentando
contenerse. Cuando los volvió a abrir, vio que todo el comedor le miraba con tristeza,
con pena, con lástima...
—¡NO! —gritó—. ¡¿CUÁNDO VA A TERMINAR ESTO?!
La profesora McGonagall se levantó, con el rostro compungido.
—Por favor, señorita Weasley —dijo, dirigiéndose a Ginny—. Acompañe al señor
Potter a su habitación... Los prefectos, por favor, deben reunirse conmigo en mi
despacho.
—Profesora —dijo Hermione, mirando alternativamente hacia ella y hacia Harry—.
¿No podemos Ron y yo...?
—Lo siento, señorita Granger, pero esto es muy importante —dijo la profesora,
muy afectada.
Hermione miró a Harry con pena.
—Iremos pronto —dijo Ron.
Harry no respondió. Abandonó como una tromba el Gran Comedor, seguido por
Ginny. Al salir, dirigió una fugaz mirada hacia la mesa de Slytherin. Henry y Sarah le
miraron con compasión, pero Malfoy tenía una ligera sonrisa en su cara, mientras se
levantaba para acudir a la reunión de los prefectos.
Harry volvió la cabeza rápidamente y corrió hacia la torre de Gryffindor. Quería
estar solo, quería pensar, quería destrozar algo...
—¡Harry, espérame! —gritaba Ginny, corriendo detrás de él; pero Harry no la
escuchaba. Llegó a la sala común y subió velozmente las escaleras hasta llegar a su
habitación. Cerró a puerta, se sentó en la cama y empezó a pegarle puñetazos,
gritando con todas sus fuerzas.
—¡TE ODIO! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO MÁS QUE A NADA EN ESTE
MUNDO! ¡JURO QUE ACABARÉ CONTIGO AUNQUE ME CUESTE A MÍ LA VIDA!
—gritó, dejando que las lágrimas corrieran por su cara.
Un hombre, un hombre a quien conocía, había muerto. Otro miembro de la Orden
del Fénix menos. Y no sólo eso: Voldemort había prometido seguir matando hasta que
tuviera las dos cosas que tenía Harry que él deseaba. No sabía qué hacer, si huir, si
marcharse a enfrentarlo o quedarse allí escondido, esperando su momento. Ninguna
elección parecía correcta. Voldemort sabía que él tenía la Antorcha. ¿Lo habría
sentido? No lo sabía. Se levantó de la cama y empezó a dar vueltas, dejando que las
sensaciones, el poder y la rabia lo llenasen del todo, dejando que su cabeza se
evadiera y se llenara sólo de rencor, un rencor y un odio que hiciesen que el dolor se
alejara de él.
Entonces, oyó que llamaban a la puerta.
—¡Harry! ¡Harry, sé que estás ahí, ábreme! —gritó Ginny.
—¡DÉJAME EN PAZ!
—Harry, ¡ábreme!
—¡¡NO!! —gritó, haciendo estallar el cristal de su ventana.
—Está bien —dijo Ginny.
Harry oyó un golpe seco y unas palabras y la puerta se abrió. Ginny traía la varita
en su mano.
—¡Te dije que no entraras! —le gritó, fuera de sí.
—¡Harry! ¡Tienes que controlarte!
—¡NO QUIERO! ¿Cómo voy a controlarme?
Harry se dirigió a su baúl, le dio un toque con su varita y éste se abrió. Metió el
brazo y sacó la Antorcha.
—Harry...
—¡Quiere esto! ¿entiendes? ¡Me ha dicho que seguirá matando gente hasta que le
dé lo que quiere!
—¿Y qué quiere? —preguntó Ginny, asustada, acercándose a él lentamente.
—¡Esto! —chilló, agitando la Antorcha—. Esto y ¡a mí! ¡Me quiere a mí! —gritó,
elevando la voz y provocando que las camas temblasen y a Ginny la recorriera un
escalofrío.
—Harry... Harry, por favor... —dijo Ginny, con las lágrimas cayéndole por la
mejilla. Se acercó a él e intentó abrazarle.
Harry la observó, mirando cómo las lágrimas le caían por la cara... le pareció tan
frágil... un cálido sentimiento emergió de él, elevándose en medio del odio y los
deseos de venganza. Ella le quería, se preocupaba por él... levantó una mano y le
tocó la mejilla, secándole las lágrimas, y luego la abrazó.
Nada podría haberle preparado para lo que sucedió a continuación: en medio del
odio que sentía y el calor que le embargaba por la proximidad de Ginny, una poderosa
imagen brotó en su cabeza, haciéndole proferir un chillido. Era una fuerte luz verde, y
le dio una punzada de dolor en la cicatriz. Al momento, la Antorcha brilló y una llama
verde muy intensa salió de su extremo. Harry la miró un instante, asombrado, y luego
sintió algo que no había experimentado nunca antes: su mente se aclaró, sus
pensamientos se hicieron diáfanos; sintió su poder, todo su poder, tanto el suyo como
el que Voldemort había dejado en él... y podía manejar y controlar ambos; todos sus
recuerdos aparecieron con total nitidez, y sintió a Ginny... la sintió en él, sintió su
miedo al creer que era la causante de los ataques, su angustia porque él no le hacía
caso... sintió deseos de ir junto a sí mismo y tocarse, porque era el gran Harry Potter,
el héroe que siempre había querido conocer... sintió la paz que ella había sentido al
abrir los ojos y ver su propio rostro cerca del suyo, se sintió estremecer cuando él le
dijo que Ryddle ya no estaba y que todo iría bien... sintió su calidez mientras bailaba
abrazada a él en el baile de Navidad...
Todo había sucedido en un segundo. Un torrente de sensaciones como no había
sentido nunca. Se separó de Ginny y el flujo de emociones y recuerdos desapareció.
—Harry, ¿qué...? —preguntó Ginny, mirando cómo la Antorcha ardía, con una
llama más apagada, ahora que Harry se había separado de ella.
Harry miró a la Antorcha, concentrándose en su mente, sintiendo todo aquello... y
una punzada de dolor le atravesó. Se sintió como si cayera en un pozo del que no
podía salir, y oyó una risa horrible y cruel: una risa que odiaba... y sintió un grito, un
grito que amaba, un grito pronunciado por una mujer cuyo recuerdo lo acompañaba
siempre. Vio como Voldemort se dirigía a él, vio cómo le apuntaba y murmuraba el
hechizo, vio cómo la luz verde lo alcanzaba, produciéndole un terrible escozor en la
frente... un escozor que se convirtió en un dolor horrible, un dolor que le hacía estallar
la cabeza y que le sumió en la profunda oscuridad de la inconsciencia.

—¡Harry! ¡Harry! ¿estás bien? —oyó. La voz era débil y parecía lejana.
—¿Ginny...? —musitó, con voz casi inaudible.
—¡Harry! ¿Te encuentras bien? ¡Qué susto me has dado!
Lentamente, Harry se incorporó, ayudado por Ginny. La cicatriz aún le dolía
horriblemente. Abrió los ojos del todo y miró hacia su izquierda, donde estaba la
Antorcha de la Llama Verde, ahora apagada.
—¿Qué sucedió? —preguntó.
—No sé... me abrazaste, y luego vi que la Antorcha se encendía, y sentí una cosa
rara... no sé, como si alguien hurgara en mi cabeza. Luego te separaste y pusiste los
ojos en blanco, como si estuvieras en trance. Intenté despertarte, pero no respondías.
Tuve miedo, la Antorcha comenzó a brillar muchísimo y tú empezaste a gritar. Iba a
quitártela cuando te desmayaste; la soltaste y se apagó. —Ginny le dirigió una mirada
preocupada—. ¿Qué sucedió?
—Vi a Voldemort... vi a Voldemort cuando me atacó, cuando me hizo esto... —dijo,
señalándose la cicatriz—. No entiendo cómo, pero lo vi...
—Harry... ¿cómo lo hiciste? ¿Cómo pudiste encenderla?
—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé...
Pero era una verdad a medias... tenía una ligera idea de por qué lo había logrado,
cuando se suponía que se necesitaban dos personas para encenderla. Miró a Ginny.
—Siento haberte gritado —le dijo.
—No pasa nada —dijo ella—. Es normal que estés muy afectado... ¿Te
encuentras mejor?
—Un poco —contestó—. Es que esto es... esto es horrible, Ginny...
—Lo sé Harry. Es terrible que Kingsley haya muerto, pero no puedes hacer nada,
y no es culpa tuya...
—Te vi —dijo Harry—. Te vi cuando te abracé.
—¿Qué?
—Vi tus... tus recuerdos. Algunos. Era extraño, porque los sentía como si fuesen
míos...
—¿Viste mis recuerdos?
—Sí... tus recuerdos relacionados conmigo, como cuando te saqué de la Cámara
de los Secretos...
Ginny se sonrojó un poco, avergonzada.
—Vaya... qué interesante, ¿no?
—No tienes que avergonzarte —dijo Harry, aunque, si él hubiese estado en la
misma situación, se habría muerto de la vergüenza.
—Lo sé, pero... que tú veas eso...
—Me siento halagado —dijo él, para animarla. Se acercó a ella y le dio un nuevo
abrazo. Se separaron lentamente y entonces Ron y Hermione entraron en el cuarto,
con caras asustadas.
—¡Harry! —gritó Hermione.
—¿Qué? —preguntó él, algo sobresaltado.
—¿E-Estás bien?
—No —respondió Harry—. Pero estoy mejor que antes.
—Menos mal —dijo Ron, observando la ventana rota y las camas movidas y
desordenadas.
—¿Qué os quería McGonagall? —preguntó Ginny.
—Hablarnos de lo que sucedió en Hogsmeade —dijo Hermione—. ¿Qué hace la
Antorcha aquí tirada? —preguntó, mirándola.
—Después os explico. Primero vosotros —dijo Harry, sin tocar la Antorcha.
—Por lo que entendimos, la casa donde mataron a Kingsley estaba siendo usada
por la Orden.
—¿McGonagall dijo eso? —preguntó Harry, sorprendido.
—No, pero Ron y yo llegamos a esa conclusión —explicó Hermione—. El caso es
que, debido a la amenaza de Voldemort, va a haber nuevas restricciones, y no se
podrá salir del castillo pasadas las seis, ni a ninguna otra hora sin la autorización de
un profesor.
—Los prefectos y los Premios Anuales tendremos que vigilar los pasillos y las
salas comunes para que ningún alumno haga ninguna tontería —prosiguió Ron—.
Que es lo que nos faltaba, con los exámenes encima.
—¿Y el quidditch? —inquirió Harry.
Hermione negó con la cabeza.
—Lo han suspendido —aclaró Ron—. Algunos protestamos, pero no hubo
manera.
—¡Claro que no! ¡Me parece una decisión muy sensata! —dijo Hermione.
Ron iba a replicar, pero prefirió callarse. Quizás, en el fondo, también opinaba
igual. A Harry le molestaba no poder enfrentarse a Malfoy y ganar de nuevo la copa,
pero en ese momento le importaba poco; tenía preocupaciones más acuciantes.
—¿Y dónde está Dumbledore? —preguntó.
—En Hogsmeade. Tenía que ir allí y luego habrá ido al Ministerio, supongo.
Además, tal vez haya una reunión de la Orden del Fénix —dijo Hermione.
—Ya...
—Bueno, y ahora explícanos: ¿qué ha pasado aquí? —inquirió Hermione.
—He logrado encender la Antorcha de la Llama Verde —contestó Harry.
—¿QUÉ? —chilló Hermione, sin poder creérselo.
—Lo que oyes. Estaba lleno de ese poder, y la cogí... y luego llegó Ginny, la
abracé y... se encendió.
—¿Sin más? —preguntó Ron.
Harry asintió.
—¿Y qué... qué pasó? —quiso saber Ron.
—Fue muy extraño. Me sentí como si mi mente estuviera perfectamente ordenada
y tuviera un control pleno de mí mismo... y después vi recuerdos, recuerdos de
Ginny... la solté, y entonces...
—¿Qué? —preguntó Ron con apremio.
—Vi el momento en que Voldemort me atacó y me dejó la cicatriz.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Hermione, abriendo mucho los ojos.
—Sí —respondió Harry.
—¿Podrías hacerlo de nuevo? —preguntó Ron.
—No lo sé... la verdad es que fue muy extraño... y al final, muy doloroso —dijo.
—Tendrás que hablar con Dumbledore pronto —dijo Hermione.
—Lo sé —contestó Harry—. Lo haré cuando regrese.
—Vuelve a intentarlo, venga —pidió Ron.
Harry cogió la Antorcha y la miró, pero no sucedió nada.
—No se enciende —dijo Ron.
Harry se concentró, intentando volver a sentir el odio. Recordó la noticia, la muerte
de Kingsley, las burlas sobre Sirius, la promesa de más asesinatos, la sonrisa cínica
de Malfoy... y de nuevo lo embargó la ya conocida sensación... ahora sólo faltaba algo
opuesto a aquello que sentía... así que miró a Ron y a Hermione, sus amigos, su
apoyo, su...
Cortó el hilo de sus pensamientos cuando de la Antorcha volvió a surgir una
llamarada verde que hizo que se estremeciera al contemplar en sí mismo todo su
poder, toda su fuerza, esperando ser utilizada... en ese momento se sintió capaz de
todo, capaz de derrotar a cualquiera, incluso a Voldemort... tenía la Antorcha, que le
aclaraba la mente y focalizaba su magia de una manera increíble... nada era
imposible para él ahora...
Se metió en sí mismo y empezó a ver imágenes de cosas que ni siquiera
recordaba, cosas que le parecía eran imposibles de recordar para un niño tan
pequeño: escenas de su infancia, en casa de los Dursley, y más atrás aún. Se perdió
en sí mismo más y más, y sintió como una suave brisa nocturna le rozaba. Estaba
envuelto en una manta y se oía el sonido de ¿una moto? Sí, era una moto... la antigua
moto de Sirius, y un hombre gigantesco lo llevaba. Harry reconoció aquel aroma,
aquel cuerpo, aquella barba que veía débilmente en la noche... era Hagrid... Hagrid...
sintió cómo el viento lo arrullaba y se dormía... Estaba cansado y la cicatriz le
palpitaba aún...
Retrocedió aún más y entonces vio los rostros sonrientes de sus padres,
inclinándose sobre él. Su padre tenía un brazo por encima del hombro de su madre, y
ambos le miraban. Harry se sintió lleno de una ternura y de un amor como no había
conocido... incluso oía sus voces...
—Se parece mucho a ti —dijo su madre.
—Pero tiene tus ojos —respondió él.
—¿Realmente crees que es cierto? —preguntó ella, con tono triste.
—¿A qué te refieres, Lily?
—Es tan pequeño... ¿cómo va a enfrentarse a Voldemort, James?
Su padre se acercó a su madre y la abrazó.
—Cariño... tranquila... siempre le protegeremos. Siempre vamos a estar con él,
siempre... es nuestro pequeño.
—Realmente es una bendición del cielo, ¿no crees?
—Sí. Después de todo lo que hemos pasado y aún pasamos, lo es...
—Te quiero, James...
—Yo también te quiero, Lily...
La imagen se difuminó y, haciendo un esfuerzo, Harry regresó al mundo real. La
Antorcha aún ardía en su mano, y una lágrima caía por su cara.
—¿Estás bien? —le preguntó Hermione, acercándose a él.
Harry sonrió.
—He visto a mis padres —dijo, con voz ahogada—. He visto a mis padres...
—¿A tus padres? —le preguntó ella—. ¿Cómo?
—No lo sé... la Antorcha aclara mi mente, me permite recordar cosas que había
olvidado, no sé...
—¿Qué viste? —se interesó Hermione, agarrándole la mano libre con las suyas.
—Estaban junto a mí, junto a mi cuna. Me miraban y hablaban de la profecía... mi
madre estaba asustada... pero se querían —sonrió—. Se querían muchísimo...
Hermione le abrazó.
—Aún te quieren —le susurró. La sonrisa de Harry se acentuó, y la Antorcha ardió
con más fuerza.
Harry sintió algo parecido a cuando estaba con Ginny, y vio imágenes de un trol
gigante que intentaba golpearle... pero no a él, sino a ella, porque era Hermione.
Estaba muy asustada, y tenía miedo, miedo de morir. Entonces, se vio a sí mismo y a
Ron, vio la lucha, vio cómo Ron hacía que el trol cayese desmayado con su propio
garrote, y sintió un inmenso alivio... y también algo más, pero en ese momento,
Hermione se separó de él y la conexión se cortó.
—¿Qué sucedió? —preguntó Hermione.
—Vi... vi tus recuerdos...
—La pelea con el trol —dijo Hermione.
—Sí... ¿Cómo lo sabes?
—Yo también lo vi.
—¿Lo viste? Pero... no puede ser... Ginny no vio nada cuando sentí sus
recuerdos. ¿Por qué tú sí?
—No lo sé —dijo Harry.
—¿Eso es lo que hace la Antorcha? —preguntó Ron, un tanto decepcionado—.
¿Te muestra tus recuerdos y los de los demás?
—No... no sólo eso —dijo Harry.
Sacó su varita, apuntó a Ron y lo convirtió en un gato, luego en un perro y luego le
devolvió a su forma normal.
—¿A qué juegas? —preguntó Ron, indignado.
—¿No lo ves? Puedo hacer muchas más cosas cuando la tengo en la mano...
Cerró los ojos y lentamente se elevó en el aire, notando las sorprendidas miradas
de Ron, Hermione y Ginny.
—¡Alucinante! —exclamó Hermione.
—Vaya... desde luego, parece útil.
—No es tan poderosa como cuando la usan dos personas, creo, pero aún así
desarrolla mis poderes mágicos de una forma que no podría haber imaginado —dijo
Harry, descendiendo y apagando la Antorcha.
—Tienes que ir a ver a Dumbledore cuanto antes —dijo Hermione.
—Lo sé. De hecho, voy a ir a verle ahora mismo.
Cogió una bolsa y metió la Antorcha dentro, ocultándola en la túnica. Luego,
acompañado por sus tres amigos, bajó a la sala común.
Allí, todo el mundo calló y se volvió para mirarle. Fue Neville el que dijo lo que
todos pensaban:
—Harry... ¿Cómo estás?
—Mejor —contestó—. Gracias, Neville.
—¿Qué es lo que quiere Voldemort de ti, Harry? —preguntó Seamus.
—A mí —respondió Harry.
Y sin decir nada más ni esperar a nada, salió por agujero del retrato, dejando la
sala común en un completo silencio.
35

Caos

Harry se encaminó con paso rápido al despacho de la profesora McGonagall. Llegó


y llamó a la puerta.
—Adelante —dijo la profesora.
Harry abrió la puerta y entró. La profesora McGonagall estaba sentada tras su
escritorio, levantó la vista y se sorprendió de ver a Harry allí.
—¡Señor Potter! ¿Qué hace aquí? Debería estar en la sala común...
—Tengo que hablar con el director. ¿Ya ha vuelto? —dijo Harry con voz cortante.
—Sí, pero está reunido —contestó la profesora, y su cara se contrajo en una
mueca de disgusto—. No sé cómo se atreve a venir aquí después de... —farfulló en
voz baja, moviendo la cabeza.
—¿Cómo dice?
—Nada, nada. ¿Cómo se encuentra, señor Potter?
—Mal. ¿Cómo quiere que me encuentre? Pero de todas formas estoy mejor que
antes.
—No puede dejarse abatir, señor Potter. Usted no es culpable de esas muertes ni
de ninguna otra cosa.
—Lo sé —respondió Harry—. Bueno, yo me voy, es importante que vea al director.
Hasta luego, profesora McGonagall.
Salió rápidamente del despacho sin escuchar lo que la profesora le decía y se
dirigió raudo a la oficina de Dumbledore. Pronunció la contraseña y entró. Al llegar
junto a la puerta oyó que Dumbledore hablaba con alguien, pero no le importó: lo que
él tenía que decirle era más importante que nada, así que abrió la puerta y se precipitó
en el despacho. Se quedó de piedra al ver quien estaba con Dumbledore.
Era Fudge.
Harry se quedó mirando al Ministro de Magia, que tenía un aspecto mucho más
desmejorado que la última vez que lo había visto, hacía casi un año; durante ese
tiempo parecía haber envejecido una década.
—¿Harry? —dijo Dumbledore, mirando a Harry con extrañeza ante su repentina
irrupción.
—¡Harry! —exclamó Cornelius Fudge, visiblemente nervioso—. ¿Cómo... cómo
estás?
—¿A usted qué le parece? —espetó Harry. No quería ser desagradable, pero
considerando lo que el Ministro había hecho durante todo el año anterior a Harry le
costaba mucho no sacar la varita y lanzarle un maleficio. Se volvió hacia Dumbledore.
—Yo quería hablar con usted, profesor... Es importante.
—¿Tiene que ver con Quien tú sabes? —inquirió el Ministro—. Porque si es algo
relacionado con eso, yo...
—Tiene que ver conmigo —cortó Harry.
—Está bien —dijo Dumbledore—. De todas formas el Ministro y yo ya casi
habíamos acabado nuestra charla. Volveré enseguida, Harry. Espérame aquí.
Harry tomó asiento y ni siquiera miró a Fudge cuando éste salió del despacho,
acompañado por Dumbledore. En cuanto cerraron la puerta, Harry sacó la Antorcha y
la puso sobre la mesa. Luego se levantó un comenzó a pasear por el despacho,
mirando los libros, los cuadros y los cachivaches plateados que había por todos lados.
Entonces, sus ojos se posaron en la vitrina que contenía la espada de Godric
Gryffindor. Él la había sacado del Sombrero Seleccionador, y Dumbledore le había
dicho que sólo un auténtico miembro Gryffindor habría podido hacerlo. Volvió la vista
hacia la Antorcha, se fijó en los leones y serpientes que la adornaban... y comprendió.
Comprendió por qué él podía encender la Antorcha: era un auténtico Gryffindor, el
campeón de Gryffindor... y tenía los poderes y las habilidades del heredero de
Slytherin... ambas mentes en una, ambos poderes en un solo cuerpo, y su mente
estaba conectada... por eso había funcionado la Antorcha: estaba desplegando los
poderes que Voldemort le había transferido, y entonces Ginny le había abrazado y
había despertado en él todo lo opuesto a lo que sentía: cariño, ternura... entonces la
Antorcha se había activado... quizás era la única persona en el mundo capaz de algo
así... de encender y usar la Antorcha por sí mismo. Todo su poder le pertenecía. Todo.
Todavía estaba pensando en ello cuado la puerta del despacho volvió a abrirse y
Dumbledore entró de nuevo.
—Me imagino que querrás hablar de lo que sucedió en Hogsmeade —dijo
Dumbledore, sentándose.
—Sí... pero no sólo eso.
—Ya veo —dijo Dumbledore, mirando la Antorcha.
—Lo hizo para que me entregue a él —dijo Harry—. Y también para que le
entregue la Antorcha.
—Sí, eso parece —dijo Dumbledore, aunque no parecía muy seguro—. La
profesora McGonagall ya me contó que saliste... enfurecido del Gran Comedor al
enterarte.
—¡Por supuesto que salí enfurecido! ¿Cómo no iba enfurecerme? Mató a Kingsley
para... ¡para nada! Sólo para asustarme, para...
—Para enfadarte —terminó Dumbledore.
—Sí...
—Salí del comedor y corrí a mi habitación. Ginny vino conmigo. Estaba muy
furioso, y las cosas estallaban... cogí la Antorcha y Ginny trató de calmarme, de
abrazarme... y sucedió algo muy raro.
—¿El qué? —preguntó Dumbledore, observando fijamente a Harry con mucho
interés.
—Esto —respondió Harry, cogiendo la Antorcha de la mesa. Se concentró como
antes había hecho, y al momento la Antorcha ardió por tercera vez; cada vez le
resultaba más fácil hacerlo.
Dumbledore se quedó impresionado al verlo.
—¡Por Merlín! No me esperaba esto...
—Puedo encenderla solo. Puedo hacerlo si utilizo los poderes de Voldemort al
mismo tiempo que recuerdo a alguien a quien quiero... creo que es por todo eso de la
mente compartida...
—Sin duda se debe a eso —dijo Dumbledore, aún muy sorprendido—. ¿Qué
notas? ¿Qué sientes?
—Siento que mi mente se aclara... siento que puedo hacer muchas cosas, algunas
que nunca he visto cómo se hacen. Puedo recordar cosas de cuándo sólo era un
bebé, y también... también ver los recuerdos de otras personas.
—¿Viste los recuerdos de alguien?
—Los de Ginny, al abrazarla... y también los de Hermione, abrazándola también...
—Parece ser que tiene grandes poderes sobre la mente...
—Pero es extraño —dijo Harry, dejando que la Antorcha se apagara—. Hermione
vio lo mismo que vi yo, pero Ginny no. ¿Por qué?
Dumbledore se quedó pensativo unos momentos, antes de contestar.
—Tiene que ver con el vínculo que existe entre vosotros. Seguramente la Antorcha
los hace más fuertes... y el vínculo que tienes con Hermione es mayor que el que
tienes con Ginny. Es todo lo que puedo decirte por el momento.
Harry asintió y prosiguió:
—Vi el momento en que Voldemort me atacaba, sentí la maldición dar contra mí,
sentí el dolor en la cicatriz... y también he visto a mis padres...
—¿A tus padres? —se sorprendió Dumbledore—. Vaya, debe tener un poder
sobre la mente realmente grande si consigue que recuerdes cosas de cuando tenías
un año... ni siquiera un dementor logra hacer que recuerdes con nitidez un momento
tan traumático como la muerte de tus padres y el ataque de Voldemort.
Harry no dijo nada. Haber encendido la Antorcha le había aclarado las ideas
nuevamente, y le había hecho pensar en otra cosa.
—Profesor... ¿qué voy a hacer si Voldemort sigue matando para que yo le
entregue la Antorcha?
Dumbledore pareció pensarse mucho la respuesta.
—Nada —respondió—. No puedes hacer nada. Tú no puedes evitar que mate.
Nadie puede. Lo máximo que podemos hacer es intentar protegernos lo mejor posible.
—¡Pero yo no puedo estar sin hacer nada mientras mata a gente, sabiendo que yo
podría evitarlo!
—¿Podrías? —le preguntó Dumbledore, observándole con atención—. ¿Cómo?
—Yendo junto a él... con la Antorcha.
—Ya... ¿Y qué sucederá entonces?
—Me enfrentaré a él... lucharé con él.
—Y si mueres y se apodera de la Antorcha, o peor, se apodera de ti, ¿impedirás
las muertes?
Harry bajó la cabeza.
—No —respondió.
—Sé que es difícil para ti. También lo es para mí no haber podido impedir la
muerte de Sirius, o la de Kingsley, o muchas otras... pero no podemos culparnos de
todo lo que sucede. Sea como sea, tú no puedes ir junto a Voldemort para que deje de
matar, porque no lo hará. No lo hará hasta que sea derrotado. ¿Estás preparado para
derrotarle?
—No lo sé. Cuando uso la Antorcha me da la impresión de que puedo hacer cosas
increíbles, pero no sé si será suficiente...
—Si no puedo hacer otra cosa, al menos intentaré protegerte hasta que estés
preparado para enfrentarte a él... o al menos, más preparado que ahora. Sé que has
progresado mucho, que ya controlas tu poder, y más ahora, que puedes utilizar la
Antorcha tú solo, pero no creo que sea suficiente todavía... Voldemort lleva
demasiados años utilizando las Artes Oscuras, luchando y preparándose. Es
extremadamente hábil y muy inteligente... y está dispuesto a todo. Una peligrosa
combinación.
—También yo estoy dispuesto a todo —declaró Harry apretando los dientes—. No
deseo nada más en este mundo que acabar con él...
—Ésa es otra razón por la cual no debes aún enfrentarte a él —dijo Dumbledore—.
Aún no has comprendido... y mientras no comprendas no podrás derrotarle.
—¿Qué no he comprendido? —quiso saber Harry.
—No puedo decírtelo directamente —dijo Dumbledore, apesadumbrado—. No
estarás preparado hasta que lo entiendas por ti mismo. Sólo te diré que no podrás
vencer a Voldemort con sus propias armas.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Es todo lo que puedo decirte, Harry. No serviría de nada que yo te lo dijera:
tienes que descubrirlo tú mismo; sólo entonces estarás preparado... Pero estoy seguro
de que lo harás.
Entendiendo que aquello marcaba el final de la conversación, Harry cogió y guardó
la Antorcha y salió del despacho del director, un poco enfadado porque le ocultaba
algo. ¿Qué sería? Según Dumbledore, no serviría de nada que él se lo dijera, si no era
capaz de descubrirlo nunca estaría preparado. Por otra parte, le había dicho que no
podría vencer a Voldemort con sus propias armas... ¿Eso quería decir que no serviría
de nada usar el poder que Voldemort le había transferido contra él? No podía ser,
porque sin ese poder no se veía capaz de hacer nada.
Caminó lentamente hacia la sala común, pensando en diversas cosas, como
Fudge, por ejemplo. A Harry le había desagradado profundamente verlo, y no se había
molestado para nada en ocultarlo. Además, no soportaba que pretendiera hacerse el
preocupado, el simpático, o menos aún, el importante. Cuando había dicho «Si tiene
que ver con Quien Tú Sabes yo debería saberlo» a Harry le habían entrado ganas de
golpearlo, o de echarle un maleficio.
Por otra parte, se sentía un poco decepcionado porque Dumbledore le había
hecho entrar en razón respecto a lo de entregarse a Voldemort, porque si éste seguía
matando a gente sólo para obligarle a «salir del escondrijo» sentía que no podría
soportarlo.
Suspiró y pensó que no tenía ganas de ir a la sala común. Saldría a dar un paseo
por los terrenos y luego iría directamente al Gran Comedor. Al fin y al cabo, aunque no
le apetecía demasiado estar ante todo el colegio, no había desayunado y estaba
muerto de hambre.
Por tanto, bajó hacia el vestíbulo y se dispuso a salir, pero las puertas del castillo
estaban cerradas.
—Potter, ¿qué haces? —preguntó Filch acercándose a él con su habitual cara de
mal humor.
—Quería salir a dar una vuelta.
—Nadie sale del castillo sin permiso, Potter, y no veo el tuyo, así que regresa a tu
sala común si no quieres que te castigue.
Harry miró fijamente al conserje. Estaba harto y quería salir a dar una vuelta. ¿Era
tanto pedir? Y no sólo no podía, sino que además el amargado del celador pretendía
castigarlo, como si todo lo que pasaba no fuese ya suficiente castigo.
—Inténtelo —dijo Harry, desafiante, sacando su varita.
Filch la miró con recelo. Jamás un estudiante se le había enfrentado así, y
además, era un squib, lo que significaba que no tenía ninguna posibilidad contra Harry.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, con voz firme. Sin embargo, Harry notó un
deje de temor en ella.
Se dispuso a contestar que sí, que le estaba desafiando, pero decidió que aquello
no le llevaba a nada y lo único que haría sería buscarse problemas, así que decidió
dejarlo. Podía ir a la lechucería.
—No —respondió, alejándose de las puertas y subiendo la escalinata hacia la
lechucería.
Entró en ella y se acercó a la ventana, por donde contempló un perfecto día de
primavera. Sintió que algo revoloteaba cerca de él y una lechuza se posó suavemente
en su brazo. Era Hedwig.
—Hola, Hedwig —dijo Harry, mirando a su querida lechuza, su primer regalo de
cumpleaños, cortesía de Hagrid—. Me están pasando muchas cosas horribles, y no sé
qué hacer para que se acaben —le dijo, y la lechuza lo picó cariñosamente en la
mano. Harry la acarició—. Y ya no tengo a Sirius para que me aconseje... ¿Te
acuerdas de Sirius?
Hedwig ululó de una forma que a Harry le pareció afirmativa.
—Le echo mucho de menos... Pero una amiga me ha dicho que aún sigue
conmigo. Ojalá yo pudiera soñar con él, sentirlo, como ella dice que siente a su madre.
Claro que todo el mundo opina que está un poco loca... la llaman Lunática, Lunática
Lovegood. Yo también lo pensaba, de hecho, pero ahora creo que su forma de ver las
cosas es... interesante. Incluso reconfortante a veces... —Suspiró, hizo una pausa y
miró por la ventana—. Ojalá las lechuzas pudierais llevarles mensajes a los muertos...
Hoy he recordado a mis padres, ¿sabes? Fue maravilloso verlos a los dos,
cuidándome. Es curioso que, aunque ni siquiera me acuerde de ellos, los eche de
menos... supongo que todo el mundo me ha hablado mucho de ambos... Pero ahora,
al menos, ya tengo un recuerdo verdadero, no una historia contada. Y estoy seguro de
que podré recordar más cosas aún si utilizo la Antorcha...
Su cara se ensombreció y apretó los puños con fuerza.
—Nunca dejaré que él la tenga. Nunca. No voy a dársela, digan lo que digan esos
sueños... Jamás la tendrá.
Harry dejó a Hedwig fuera de la ventana y la lechuza voló delante de él, sobre los
terrenos del castillo. Observó la cabaña de Hagrid y vio al semigigante salir de ella y
acercarse a su huerto. Deseó estar allí, con su amigo, pero no podía, por culpa de las
nuevas normas... normas hechas casi exclusivamente para él..., o por él.
Suspirando de nuevo, elevó su vista hacia donde quedaba Hogsmeade...
Hogsmeade, que aquel día se había despertado con la imagen del terror sobre sus
casas. Echaba de menos ir al pueblo, pasear por sus calles, tomar una cerveza de
mantequilla en Las Tres Escobas, comprar dulces en Honeydukes y adquirir artículos
de broma en Zonko. Lo echaba de menos, y ahora, debido a la guerra, ya no sabía si
volvería a ver el pueblo mientras no saliese del colegio. Suponiendo, claro, que viviese
para terminar sus estudios en Hogwarts. Esa idea le recordó de nuevo a las palabras
de la profecía, «el momento se acerca», y recordarlo no ayudó a la tranquilidad de
Harrry.
Se quedó allí al menos media hora, mirando al bosque, observando a Hagrid
trabajar en el huerto, admirando las montañas que se veían a lo lejos y el lago; viendo
de vez en cuando a Hedwig, que volaba tranquila...
Cuando llegó la hora de la comida, dejó a la lechuza junto a las demás y salió de
allí para dirigirse a la sala común y bajar a comer con Ron y Hermione.
—«hadas encantadas» —le dijo a la Señora Gorda al llegar frente a ella. El retrato
se abrió y entró en la sala.
Ron y Hermione estaban allí, sentados en una mesa, con pergaminos y libros
esparcidos frente a ellos, pero no parecían muy concentrados en los deberes:
hablaban en voz baja y con expresión seria. Cuando vieron a Harry, ambos se
levantaron de un salto y se dirigieron hacia él.
—¡Harry! —exclamó Hermione—. ¿Dónde estabas? Ya nos estábamos
preocupando.
—Quería salir a dar un paseo por los terrenos, pero Filch no me dejó, así que me
fui a la lechucería y estuve allí.
—¿Estás bien? ¿Pasó algo en el despacho de Dumbledore?
—Le mostré cómo funcionaba la Antorcha... —contestó Harry—. Pero lo mejor fue
que me encontré allí a alguien a quien no tenía ninguna gana de ver.
—¿A Snape? —preguntó Ron.
—No; a Fudge.
—¿Fudge? —preguntó Ron.
—Sí...
—¿Qué hacía allí? —preguntó Hermione, muy interesada.
—Supongo que hablar de lo que pasó en Hogsmeade —contestó Harry—. No
escuché nada de lo que hablaban, porque se marchó justo después de llegar yo.
—Idiota —masculló Ron, mientras salían de la sala común para ir al comedor.
Harry sonrió.
—A la profesora McGonagall tampoco le hizo ninguna gracia que estuviera aquí —
comentó Harry.
Llegaron al vestíbulo, entraron en el Gran Comedor y se sentaron. Harry notó las
miradas fugaces (y no tan fugaces) que muchos de los alumnos le dirigían, pero no les
prestó atención. Les pidió a Ron y a Hermione que terminaran rápido de comer, que
no le apetecía estar allí, y ambos asintieron.
Mientras se levantaba, tras acabar de comer, dirigió una mirada a la mesa de
Ravenclaw y se encontró con la mirada preocupada de Cho. Harry esbozó una sonrisa
y le hizo un saludo con la cabeza, antes de encaminarse a la salida, seguido por Ron y
Hermione.
—No puedes dejar que te afecte —dijo la voz de Henry Dullymer a sus espaldas,
cuando ya estaban en el vestíbulo.
Harry, Ron y Hermione se volvieron. Henry había salido del comedor, con Sarah.
Ambos estaban serios.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—No puedes dejar que te afecte. Sé que es difícil... pero es lo que él quiere.
—¿De qué hablas? —le preguntó Harry.
—Del asesinato de ese auror. No puedes perder los estribos. Él espera que hagas
una locura. No le des el gusto.
—No pienso hacerlo —respondió Harry.
Henry sonrió.
—Así me gusta. Sé más fuerte que él, Harry. Demuéstrale quién es el mejor.
—Yo no soy el mejor —repuso Harry cansadamente. Hizo un saludo con la cabeza
y se volvió hacia la escalinata.
Ron y Hermione despidieron a Henry y a Sarah y le siguieron.
Harry entró en la sala común y se dejó caer sobre una butaca. Ron y Hermione se
sentaron cada uno a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó Hermione.
—Sí —contestó Harry.
—¿Por qué quisiste que nos fuésemos tan pronto del Gran Comedor? —preguntó
Ron.
—No quería ver cómo todos me miraban.
—No te miraban por nada malo —dijo Hermione.
—Lo sé, pero no me gusta —repuso Harry.
—Lo que necesitas es distraerte un poco —dijo Ron—. ¿Jugamos una partida al
ajedrez mágico?
—¡Ron! Falta muy poco para los exámenes, no creo que... —comenzó a regañar
Hermione.
—Hermione —dijo Ron, cortándola—, no creo que sea un momento muy apropiado
para estudiar. Deja que se distraiga un poco.
Hermione miró a Harry y suspiró.
—De acuerdo...
—¿Puedo opinar yo? —dijo Harry con voz corante. Sus dos amigos le miraron—.
Bien: no quiero jugar al ajedrez ahora, ni tampoco estudiar. Prefiero estar un rato
solo... jugad vosotros.
Se levantó y se dirigió hacia su habitación, bajo la mirada de sus dos amigos.
Estuvo allí, solo, casi toda la tarde. Se tumbó en la cama, pensando, recordando
todo lo que le había pasado desde que había entrado en Hogwarts, la forma en que
había cambiado su vida... le parecía increíble lo distinto que era todo cuando creía que
sus padres habían muerto en un accidente de coche... cerró los ojos y recordó la
imagen de sus padres, la forma en que se abrazaban frente a su cuna... ¿Cuánto
tiempo tendría en ese recuerdo? ¿Seis meses? ¿Ocho? ¿Diez? ¿Cuánto faltaba para
que ellos murieran?
Pensó en coger la Antorcha de nuevo e intentar recordar más, pero cuando iba a
abrir el baúl, la puerta del dormitorio se abrió y entró Neville.
—Hola, Harry —saludó, dirigiéndose a su cama. Abrió su baúl y estuvo revolviendo
en varias cosas—. ¿Cómo estás?
Harry se encogió de hombros.
—Más o menos.
—Las cosas mejorarán —dijo Neville, cogiendo su mochila y saliendo del cuarto.
«Ojalá», pensó Harry.
La interrupción de Neville le quitó las ganas de usar la Antorcha, así que se levantó
y se acercó a la ventana, por donde contempló los extensos terrenos del colegio.
Media hora después, Dean subió a buscar algo, y más tarde Seamus hizo algo
similar. Harry comenzó a sospechar que todas aquellas subidas tenían como objetivo
saber cómo se encontraba, y la idea de que sus amigos se preocuparan por él le hizo
sonreír por primera vez en la tarde.
Cuando después de Seamus fue Ron el que entró, Harry se volvió para mirarle.
—Estoy bien —dijo—. No hace falta que estéis subiendo a cada rato a mirar si me
he muerto.
Las orejas de Ron enrojecieron. Se acercó a él.
—Sólo queríamos saber cómo te encontrabas —explicó.
—Lo sé, y os lo agradezco... pero de verdad que estoy bien. Sólo quería estar un
rato en silencio, pensando.
—¿Y en qué piensas? ¿En Kingsley?
—En todo —contestó Harry, mirando hacia fuera de nuevo.
Ron asintió y también miró por la ventana.
—Se prepara algo —dijo Harry de repente.
—¿Qué?
—Se prepara algo. No sé el qué, pero se prepara algo... algo terrible.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ron, intrigado.
—Simplemente lo sé; lo noto.
Ron le puso una mano sobre el hombro derecho.
—Lo superaremos. Sea lo que sea, saldremos adelante... ¿Lo hemos hecho hasta
ahora, no?
—Sí —dijo Harry, mirando a Ron y sonriéndole—. Lo hemos hecho.
—¿Vienes? Hermione está intranquila —le preguntó Ron.
Harry asintió y se puso en pie.
—Sí. Creo que ya he pensado bastante por hoy... —dijo. Miró hacia Ron y le
preguntó—: ¿Al final jugasteis al ajedrez o te puso a estudiar?
—La convencí para una partida rápida, pero ahora estábamos repasando
Transformaciones.
Ambos amigos bajaron las escaleras hasta la sala común, donde, rodeado por
todos sus amigos, Harry logró olvidarse por unas horas de los problemas que le
atormentaban.

La penúltima semana antes de los exámenes resultó bastante dura, no sólo por la
gran cantidad de trabajo de repaso que los profesores mandaban, sino también porque
la gente esperaba el último partido de quidditch como un respiro y se lo habían
quitado; aparte, con las nuevas restricciones apenas se podía salir al exterior del
castillo, excepto a mediodía, tras la comida, momento en que las puertas se abrían y
los alumnos podían gozar de media hora en los jardines o junto al lago, media hora
que todo el mundo aprovechaba al máximo. Sin embargo, no podían alejarse
demasiado de las puertas principales, y los profesores y los prefectos tenían la
obligación de vigilar y estar atentos, lo cual exasperaba a Ron, que se quejaba de que
ni siquiera podía relajarse completamente durante esos momentos. Incluso a
Hermione le desagradaba la tarea.
No obstante, las medidas no eran exageradas: Harry le había dicho a Ron que
algo se preparaba, y parecía ser cierto, porque El Profeta traía todos los días noticias
sobre extraños sucesos, desapariciones repentinas de funcionarios del Ministerio que
aparecían a las pocas horas o incluso al día siguiente, sin acordarse de dónde habían
estado, rumores sobre incremento de actividad de los mortífagos, y un largo etcétera.
El miedo y el nerviosismo se palpaban en cada noticia, en cada entrevista, y Harry
esperaba con temor el momento en que sucediese algo.
El clímax de lo que sucedía comenzó a desatarse el viernes. Ese día, durante el
desayuno, Hermione les leyó a Ron y a Harry la noticia principal que venía en él:

EL MINISTERIO ENVÍA A ESCOCIA UNA FUERZA


DE AURORES CONTRA LA CRECIENTE AMENAZA
DE LOS GIGANTES
El Ministro de Magia, Cornelius Fudge, acompañado por la
Directora del Departamento de Seguridad Mágica, Amelia Susan
Bones, ha declarado esta mañana que un batallón de aurores
partirán hoy mismo hacia las Tierras Altas escocesas con la misión
de detener la creciente amenaza que representan los gigantes
aliados a El Que No Debe Ser Nombrado. Al parecer, se han
producido ciertas muertes de muggles, e incluso las de dos magos,
que parecen deberse a estos fieros seres. No se sabe con qué
objetivo se produjeron esos ataques, pero el Ministerio ha decidido
tomar medidas drásticas para evitar incidentes mayores.
«Los muggles empiezan a darse cuenta de algo, y el Ministerio no
puede tolerar más muertes inocentes sin intervenir de forma seria y
efectiva. Enviar una fuerza de aurores capacitados para combatir el
problema es sin duda la mejor decisión que podríamos haber tomado
dadas las circunstancias», declaró Cornelius Fudge.
Algunos funcionarios del Ministerio, por su parte, han declarado
que no creen que una guerra contra los gigantes sea la mejor solución,
cuando los aurores son tan necesarios para localizar y encontrar a los
mortífagos, y afirman que se debería tratar de llegar a una tregua con
los gigantes, tal y como sugirió hace tiempo Albus Dumbledore.

—¿Qué opináis? —preguntó Hermione, levantando la vista del periódico.


—No me gusta —respondió Harry.
—¿Por? —preguntó Ron—. Si esos gigantes están matando gente es necesario
hacer algo...
—Sí, pero no sé... justo ahora, que las cosas aquí empiezan a ponerse feas, parte
de los aurores son enviados lejos del Ministerio... No sé, no me gusta.
—A mí tampoco —dijo Hermione—. Pero Ron tiene razón: algo había que hacer,
el Ministerio no puede cruzarse de brazos mientras muggles y magos inocentes
mueren...
—Bueno, ya veremos qué pasa —dijo Harry, mirando el reloj—. Tenemos que
irnos a Defensa Contra las Artes Oscuras.
Se dirigieron al aula y esperaron a Dumbledore, sin embargo, no fue el director
quien entró por la puerta, sino Snape. Harry y Ron se miraron alarmados, y Hermione
frunció el entrecejo.
—Silencio —dijo Snape fríamente, acallando instantáneamente los murmullos—.
El profesor Dumbledore no puede daros clase hoy y yo le sustituiré. Me ha dicho que
estabais viendo los métodos más efectivos de desvío de maldiciones, así que con eso
seguiremos.
La clase no fue tan desagradable como podría haber sido, ya que Dumbledore le
debía haber dejado a Snape instrucciones exactas de qué hacer, y, por otra parte,
Ron, Hermione, y sobre todo Harry, eran expertos en el desvío de maldiciones.
Al acabar la clase y dirigirse al aula de Transformaciones, Ron preguntó:
—¿Por qué no nos daría Dumbledore la clase?
—Obvio —dijo Hermione—: seguramente esté haciendo algo relacionado con el
asunto de los gigantes.
La respuesta a sus preguntas la tuvieron una hora después, cuando se dirigieron a
clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Hagrid parecía nervioso, y, al terminar la
clase, pidió a los tres amigos que se quedaran.
El semigigante esperó a que Malfoy, que había tardado mucho en recoger sus
cosas y los miraba de reojo se fuese, y luego les habló a los tres:
—Quería despedirme de vosotros.
—¿Despedirte? —preguntó Harry, sin entender—. ¿Adónde te vas?
—Parto con la expedición de aurores que buscarán a los gigantes en Escocia.
Dumbledore me pidió que fuera, que intentara evitar en lo posible una matanza...
—¿Y las clases? —preguntó Hermione—. ¡Falta una semana y poco para los
exámenes!
—La profesora Grubbly-Plank me sustituirá.
—¡Es peligroso! —dijo Harry—. ¡No puedes ir sin hacer magia!
—Tengo permiso para hacer magia desde que demostrasteis que yo no fui el que
abrió la Cámara de los Secretos —contestó Hagrid, esbozando una sonrisa—. Va a
ser duro, pero debo ir.
—Ten muchísimo cuidado —dijo Harry, abrazándolo por la cintura.
Hagrid le dio unas palmaditas en la cabeza y una lágrima se escapó de sus ojos.
—Lo tendré... Vamos, vamos, a lo mejor estoy de vuelta antes de que acabe el
curso... sólo prometedme que sacaréis una buena nota.
—Te lo prometemos —dijo Ron, estrechándole la mano. Hermione le dio un
abrazo.
—Cuidad de ella —les pidió Hagrid, señalando a Hermione.
—Lo haremos —prometió Ron.
—Pero aún te veremos en la comida, ¿no? —dijo Harry.
—No. Recojo mis cosas y partiré enseguida.
Harry le dio otro abrazo.
—Ten mucho cuidado —repitió.
—Tú también... tú también.
Se separaron y los tres amigos emprendieron el regreso al castillo, echando de
vez en cuando miradas hacia la cabaña de Hagrid.
—Estará bien —dijo Ron, intentando parecer convencido de lo que decía y
mirando a Harry, que parecía muy triste y preocupado—. Estará bien.
—Eso espero...

La tarde de ese viernes fue muy agitada. Por todas partes se oían murmullos y
rumores sobre los planes de Voldemort y la misión de los aurores en Escocia.
Además, algunos alumnos eran hijos o parientes cercanos de los miembros de la
misión y se los veía preocupados por sus familiares.
A medida que se acercaba la noche, los rumores, en lugar de ir a menos, fueron a
más: se dijo que había aparecido de nuevo la Marca Tenebrosa en Hogsmeade; otros
comentaban que los dueños de Honeydukes habían sido asesinados; algunos
opinaban que la Casa de los Gritos estaba sirviendo de escondite para un grupo de
mortífagos... sea como fuera, muchos parecían creer que Voldemort se preparaba
para asaltar Hogwarts o algo parecido.
Muchos miraban a Harry, sabiendo que él era uno de los objetivos de Voldemort.
Incluso no faltó quien dijo que si el objetivo de Voldemort era Harry, debería irse de
Hogwarts para no poner a todos en peligro. El que había dicho esto era un chico de
Hufflepuff, de tercer año, que hablaba con otros amigos en el vestíbulo, y tuvo la mala
suerte de ser oído por Ron cuando se dirigían a cenar.
Ron se volvió hacia él como un rayo.
—Perdona, ¿cómo dices? —preguntó, con los brazos en jarras.
El chico se asustó al principio, pero luego cogió aire y se enfrentó a Ron.
—Digo que, si la presencia de Potter aquí nos pone en peligro a todos, tal vez
debería irse.
—¿ERES IMBÉCIL? —gritó Ron, sobresaltando al muchacho, que pegó un bote
en el suelo—. ¡PARA TU INFORMACIÓN, GRACIAS A HARRY AÚN TIENES UN
COLEGIO AL QUE ACUDIR, ASÍ QUE NO HABLES DE LO QUE NO ENTIENDES!
—Eso fue pura suerte... —repuso el chico, aunque con miedo.
—¿SUERTE? —Ron estaba fuera de sí—. ¡PARA QUE LO SEPAS, TÚ,
MOCOSO, Y TODOS LOS DEMÁS, SÓLO HARRY PUEDE MATAR A VOLDEMORT,
ASÍ QUE HARÍAS BIEN EN TRATARLE MEJOR, PORQUE YO ME LO PENSARÍA
BIEN ANTES DE ARRIESGAR MI VIDA POR TIPOS COMO TÚ!
—¡Ron! —exclamó Hermione.
Todo el vestíbulo se había quedado en silencio al escuchar las palabras de Ron.
Harry no decía nada.
El chico de Hufflepuff retrocedió y no dijo nada más.
—Tiene razón, Weasley —dijo Malfoy, que se abrió paso entre la gente, seguido
por Crabbe y Goyle—. Si él nos pone en peligro, debería irse... y eso de que es el
único que puede matar al Señor Tenebroso... no me hagas reír.
Ron le dirigió una mirada de odio a Malfoy.
—¡Tú cállate! —gritó—. ¡Tu padre es un asqueroso mortífago, y si tuvieras un
mínimo de vergüenza no saldrías de tu cuarto! O mejor, ¿por qué no te largas de aquí
y vas con él a que te enseñe Artes Oscuras?
Draco sonrió y no contestó. Dirigiéndole una mirada burlona a Harry, entró en el
Gran Comedor.
Harry dirigió una mirada a todos los alumnos que abarrotaban el vestíbulo y
también se encaminó al comedor. Hermione se acercó a Ron, que aún miraba furioso
al chico de Hufflepuff y a sus amigos, y tiró de él.
—Vamos, ya has hablado demasiado —dijo, arrastrándolo y siguiendo a Harry.
Tras la cena, Harry se acostó temprano, mientras en la sala común la mayoría de
los alumnos discutían el asunto de los gigantes y de todos los rumores que circulaban.
Harry pensaba en Hagrid, que había partido a la guerra... le sonaba dramático,
como en una novela muggle, pero no había palabras más correctas: había partido a la
guerra, y quien sabe si volvería con vida... mientras, él, que debía librar la batalla final,
la batalla que terminaría con la guerra, estaba tumbado en la cama, bajo la relativa
seguridad que Hogwarts y Albus Dumbledore ofrecían. Se sintió mal por ello, pero,
como Dumbledore le había dicho, nada podía hacer de momento. Nada, salvo
prepararse y comprender... pero ¿comprender el qué? Dumbledore tenía que
habérselo dicho. ¿Y si no lo descubría nunca? O peor, ¿y si lo descubría y no sabía
que lo había hecho?
Pensando en todo ello, dio vueltas y vueltas en la cama y finalmente se quedó
dormido.

La mañana siguiente no fue menos agitada que la tarde anterior. De hecho, lo fue
más: los profesores parecían enormemente nerviosos, y las puertas del castillo
estuvieron cerradas toda la mañana, aunque por la tarde se abrieron para que los
alumnos pudiesen disfrutar un poco de los terrenos.
Harry, Ron y Hermione se pasaron la tarde bajo el haya junto al lago, hablando de
Hagrid, de donde estaría. Tendrían que estar estudiando, pero ni siquiera Hermione
era capaz de concentrarse.
A las seis, aproximadamente, iban a entrar en el castillo para ir a cenar, cuando
una sirena muy potente comenzó a sonar.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron, sorprendido, poniéndose en pie de un salto.
—¡La alarma! —gritó Hermione, muy asustada—. ¡Tenemos que entrar en el
castillo!
—¿La alarma? —dijo Harry, sin entender—. Pero, ¿qué...?
Pero no llegó a preguntar nada, porque un grupo de chicos empezó a chillar y a
señalar el cielo. Harry miró en aquella dirección y vio el motivo del grito: una
gigantesca calavera que parecía hecha de esmeraldas y de cuya boc salía una
serpiente brillaba en lo alto, sobre el bosque, rivalizando con el Sol que empezaba a
descender.
—¡La Marca Tenebrosa! —gritó Harry.
—¡CORRED! —ordenó Hermione, y los tres, junto al resto de alumnos de
Hogwarts, entraron en el castillo. Al instante, la voz de la profesora McGonagall
resonó, llamando a los prefectos a su despacho.
—¡Vamos! —dijo Hermione, agarrando a Ron del brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry a Neville, que se acercaba a ellos.
—¡No sé! He oído por ahí que... —Neville temblaba— unos alumnos han
escuchado decir a los profesores que Voldemort ha lanzado un ataque contra el
Ministerio de Magia.
—¿QUÉ?
—Yo tampoco puedo creerlo —dijo Neville, tembloroso—. Tal vez sólo sea un
rumor.
—Deberíamos irnos a la sala común —sugirió Lavender, acercándose a ellos con
Seamus, Dean y Parvati.
—Sí, ahora vamos —respondió Harry. Miró a su alrededor, al ajetreado vestíbulo,
mientras Filch cerraba las puertas de roble, y luego empezaba a enviar a todo el
mundo a las salas comunes.
—Vamos —dijo Harry, empezando a subir la escalinata de mármol.
Neville lo siguió, cuando una voz los llamó.
—¡Harry! ¡Neville! ¿dónde está Ginny?
Era Luna. Estaba muy agitada.
—No lo sé —respondió Harry—. ¿Por?
—Estaba conmigo fuera cuando apareció la Marca, y luego, con el follón, no sé
dónde se metió. ¡No la encuentro por ningún lado!
—Tal vez ya esté en la sala común —dijo Neville.
—Seguramente —corroboró Harry, deseando que así fuera.
—No sé, Harry, yo no la vi entrar, y antes de aparecer la Marca se puso muy
rara...
—¿Rara?
—Sí, no sé, como ida...
—Miremos en la sala común. Acompáñanos si quieres.
Los tres subieron hasta el pasillo de la Dama Gorda y entraron en la sala común
de Gryffindor. La presencia de Luna allí habría resultado el centro de atención en una
situación normal, pero en la actual sólo provocó algunas miradas; la sala era un caos
total. Muchos alumnos eran hijos de funcionarios del Ministerio, y la idea de que se
estuviese produciendo un ataque allí los ponía de los nervios.
Harry se dirigió hacia un grupo de chicas de quinto.
—¿Habéis visto a Ginny? —les preguntó.
—No —respondió una—. Aquí no está.
—¿Y en la habitación?
—Yo acabo de bajar de allí y tampoco está —respondió otra.
—No está aquí —les dijo Harry a Neville y a Luna.
—¿Entonces? —preguntó Neville.
—Busquémosla por el castillo —dijo Harry.
Volvieron a salir de la sala común e iban a bajar al vestíbulo, cuando se
encontraron con Ron y Hermione, que venían muy alterados.
—¡Están atacando el Ministerio de Magia! —les informó Hermione, jadeando.
—¿Es cierto? —preguntó Neville.
—Sí —dijo Ron, que estaba pálido—. Esta tarde comenzaron a llegar miles de
cartas, cartas que estallaban y prendían fuego a todo. El Ministerio es un caos, y al
parecer han entrado un grupo de mortífagos, dementores... y... dicen que también
Voldemort.
—¿Voldemort? —se sorprendió Harry.
—Sí. La Orden del Fénix ya va para allá. Dumbledore, Snape y la profesora
McGonagall también fueron —explicó Hermione—. Ahora es Flitwick quien está al
cargo aquí.
—Un ataque al Ministerio... —murmuró Harry.
—No había ocurrido nunca algo así. Realmente debe creerse muy fuerte... —dijo
Ron, poniéndose más blanco a medida que pasaba el tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó Luna.
—No —respondió Ron—. Mi padre está allí, y Percy...
—A los prefectos nos han ordenado mantener a todo el mundo en las salas
comunes —dijo Hermione—. Al acabar la reunión, Dumbledore habló conmigo y con
Ron y nos explicó lo que pasaba.
—Un ataque ahora... ¡Y muchos aurores están en Escocia, luchando contra los
gigantes! —recordó Neville.
—Todo es un plan, un maldito plan... —murmuró Harry.
—Sí, es un plan. Un plan muy bueno —comentó Hermione—. Por cierto, ¿qué
hacéis aquí fuera?
—¡Oh! ¡Ginny! —exclamó Harry, dándose un golpe con la mano en la frente.
—¿Qué pasa con Ginny? —preguntó Ron.
—¡No sabemos dónde está! —contestó Harry—. Estábamos buscándola.
—¿No sabéis...? —dijo Ron, muy asustado.
—No. Estaba conmigo y luego la perdí de vista, pero estaba muy rara... —explicó
Luna.
—Tenemos que encontrarla —dijo Ron—. Bajemos al vestíbulo, a lo mejor alguien
la ha visto.
Empezaron a bajar las escaleras cuando se encontraron con Henry Dullymer, que
las subía. Tenía arañazos y heridas en la cara, la túnica desgarrada y sucia y parecía
muy asustado.
—¡Ron! —gritó.
—¿Henry? ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado?
—Es Ginny, Ron...
—¿Dónde está, Henry? ¿Qué le pasa?
—¡Se la llevaron! —exclamó.
—¿Se la llevaron? —preguntó Ron, poniéndose lívido—. ¿QUIÉN? ¿QUÉ HA
PASADO?
—Tranquilo, Ron —dijo Hermione, poniéndole una mano en el hombro, aunque
también ella estaba lívida—. Henry, explícanos...
Henry tragó con dificultad y empezó a hablar.
—Estaba fuera cuando sonó la alarma, con Sarah. Estaba cerca de la cabaña de
Hagrid, y empezamos a correr hacia el castillo. Entonces vi a Ginny, pero no se dirigía
al castillo, sino hacia el bosque. Me extrañó mucho, así que le dije a Sarah que
corriera hacia el castillo, que yo iría a buscarla. —Hizo una pausa para respirar,
mientras todos le miraban expectantes. Ron no aguantaba los nervios—. La seguí,
llamándola, pero ella no me escuchó. Intenté detenerla, pero no pareció reconocerme.
Entonces intenté cogerla en brazos y llevarla al castillo, porque ya estaba todo el
mundo dentro e iban a cerrar las puertas... pero entonces un hechizo me golpeó en la
cara. Caí, y dos mortífagos salieron del bosque y la cogieron. Yo intenté seguirlos,
pero me vieron y me lanzaron más hechizos. No pude defenderme. Afortunadamente
no me mataron, parecían tener prisa. Ginny empezó a reaccionar y a gritar,
llamándome y pidiéndome que la ayudara, pero los mortífagos volvieron a atacarme.
Murmuraban algo de «la chica que había sido poseída», o algo así, no oía muy bien.
Luego cogieron un traslador y se la llevaron.
Ron se dejó caer en la escalera. Hermione profirió un quejido y se agachó junto a
Ron. Harry se sentía consternado, perplejo... y sobre todo, furioso. ¿Qué querría
Voldemort de Ginny? ¿Qué era eso de «la chica que había sido poseída»? ¿Pretendía
Voldemort hacer algo con ella?
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Luna.
—Tenemos que ir a buscarla —respondió Harry.
—¿A buscarla? —preguntó Neville—. ¿Cómo? No sabemos dónde está. ¿Cómo
vamos a encontrarla?
—No tenemos alternativa —dijo Ron, con voz ahogada y débil—. Nadie puede
ayudarnos, no hay ningún miembro de la Orden aquí, todos están en el Ministerio... y
si no vamos será demasiado tarde...
—¿Y cómo vamos a encontrarla? —preguntó Hermione.
—Esto... —intervino Henry—. Yo... yo tal vez podría ayudaros en eso.
—¿Tú? ¿Cómo? —le interrogó Harry.
—Bueno, como ya le dije a Hermione, mi padre trabajó en el Departamento de
Transportes Mágicos del Ministerio Alemán... y bueno, yo leí algunos de los libros que
tenía, y también me explicó muchas cosas, porque a mí me encantan los viajes, y...
bueno, a lo que iba —dijo, viendo la mirada apremiante de Ron y Harry—. Existen
maneras de seguir a un traslador. Sé cómo hacer un traslador que siga a otro, porque
los trasladores dejan una especie de estela... no obstante, es necesario hacerlo en
menos de una hora.
—¿Sabes hacer un traslador? —preguntó Hermione, muy sorprendida.
—No... sé hacer un traslador de seguimiento, que es más fácil... o eso creo,
porque nunca he hecho ninguno.
—¿Qué hay que hacer?
—Sólo crearlo en el lugar en donde se usó el traslador al que quieres seguir.
—¿Qué hacemos? —preguntó Ron, mirando a Harry.
—No tenemos alternativa —respondió Harry.
—Esto podría ser una trampa —opinó Henry—. Recuerda la carta, Harry...
—Aunque lo sea. No dejaré a Ginny en manos de ese monstruo. Además, si está
en el Ministerio con los mortífagos y nos damos prisa, quizá tengamos una
oportunidad.
—Hagámoslo —dijo Ron, muy seguro—. ¿Hermione?
—Esto me da muy mala espina, pero no dejaré ni que a Ginny le pase nada ni que
vayáis solos.
—Hermione... yo... yo no quiero que te pase nada... otra vez —dijo Ron, con la voz
débil.
—Tampoco yo quiero que os pase nada a vosotros —repuso ella—. Y sugiero
que, sea como sea, dejemos un mensaje para Dumbledore.
—De acuerdo —dijo Harry—. Vamos a la sala común.
Subieron de nuevo las escaleras y entraron. Hermione fue a su habitación a
escribir la nota y bajó con un sobre que entregó a Pig para que la llevara al despacho
de Dumbledore.
—Vale... ya está.
—¿Estamos seguros de esto? —preguntó Luna.
—Sea como sea, debéis decidirlo pronto —advirtió Henry—. Ya hace unos
veinticinco minutos que se la llevaron, y no creo que yo pueda llegar al límite de una
hora para hacer el traslador. Tenemos unos quince minutos, nada más.
—Vamos —dijo Harry.
—Harry... —dijo Henry, deteniéndose fuera del retrato de la Dama Gorda—. Esto
podría ser una trampa... Él podría estar allí, o llegar después...
—Sí ¿y?
—Tal vez tengas que enfrentarte a él... ¿No necesitarás la Antorcha?
Harry se quedó pensando. ¿Llevar la Antorcha? ¿No sería eso lo que Voldemort
querría? Pero, por otro lado, si iba a enfrentarse a él, sólo tendría oportunidad si la
llevaba. No tenía alternativa. Quizá estuviera cometiendo un error, pero era todo lo
que podía hacer.
—Sí, la llevaré.
—Harry, no sé si es buena idea —opinó Hermione—. Tal vez eso es lo que él
quiere...
—Tal vez —dijo Harry—. Pero sin ella no tengo posibilidad... y además, él no sabe
algo que nosotros sí.
Henry los miró con el entrecejo fruncido; Luna y Neville no entendían nada.
—Voy a por ella —decidió Harry.
Entró de nuevo en la sala común y salió un momento después, con la Antorcha de
la Llama Verde.
—Vamos —dijo.
Se lanzaron escaleras abajo hasta llegar al vestíbulo. Afortunadamente, Filch no
estaba allí, vigilando las puertas. Pero estaba Draco Malfoy.
—¡Vaya! —exclamó al verlos, muy risueño—. Dos prefectos violando las normas
al permitir a alumnos vagar por el colegio... creo que tendré que informar de esto.
—Déjanos pasar, Malfoy —ordenó Harry.
—¿Vas al Ministerio, Potter? —se burló—. ¿A hacerte el héroe? —Acentuó su
sonrisa y luego dirigió la mirada hacia Henry—. ¿Tú también quieres ser un patético
héroe, Dullymer?
—Vamos a salir, Malfoy —dijo Henry, con el semblante serio. Malfoy le observó
unos minutos y luego se apartó.
—Salid —dijo suavemente—. Yo no os he visto.
Henry abrió las puertas, y Ron le ayudó, pero Harry y Hermione se quedaron
mirando a Malfoy con extrañeza. ¿Desde cuándo les hacía favores?
—¿Por qué nos dejas salir, Malfoy? —le preguntó Harry mientras los demás salían
al exterior.
Malfoy no dijo nada y miró a Harry fijamente. Parecía muy contento, pero Harry
notaba en los ojos del Slytherin el inmenso odio que sentía hacia él.
—Adiós Potter —Fue toda la respuesta de Draco.
Harry le miró un momento y luego salió también. Por primera vez, se preguntó si
estarían haciendo lo correcto, y fueron las palabras de Malfoy las que le habían hecho
pensar en ello, porque el «adiós» que les había dicho no había sonado como un
«hasta luego»; había sonado como un «hasta nunca».
Por supuesto, esto no cambiaba nada. Ginny estaba en peligro y él iría, y si tenía
que enfrentarse a Voldemort, lo haría. Estaba mucho más preparado que la otra vez.
Sin embargo, sus planes sí cambiaron. Miró a sus amigos, que corrían delante de él,
hacia el bosque, y tomó una decisión.
Llegaron al bosque, al lugar donde, según Henry, los mortífagos se habían llevado
a Ginny. Henry sacó su cinturón, lo puso en el suelo y le apuntó con su varita.
—Espero que funcione —dijo, concentrándose—. ¡Portus!
El cinturón retembló y brilló un instante, y luego volvió a quedarse como estaba.
—¿Ha funcionado? —preguntó Ron.
—Creo que sí —dijo Henry, cogiendo el cinturón y levantándolo.
—Vale. Entonces vamos...
—¿Iremos todos? —preguntó Hermione.
—Yo sí —respondió Luna rápidamente—. Ginny es mi amiga, y al fin y al cabo, si
yo le hubiese puesto más atención no habría pasado esto.
—Yo también —dijo Neville—. También es mi amiga, y para eso me he estado
preparando. —Una expresión decidida se formó en su rostro y añadió—: Quiero volver
a enfrentarme a Bellatrix Lestrange.
—Yo también voy con vosotros —declaró Henry—. Me aceptasteis y me
ayudasteis, y lo que hice, lo hice para algo.
—Nadie irá —dijo de pronto Harry, con voz autoritaria. Todos posaron sus miradas
en él, extrañados—. Voy yo solo —terminó.
—¿Cómo? —preguntó Hermione.
—He dicho que voy yo solo. No permitiré que os pase nada malo. Soy yo quien
deber enfrentarse a él; es a mí a quien quiere. Esto es una locura, y no permitiré que
forméis parte de ella sin necesidad.
—¡NO! —gritó Ron, enfadado—. ¿Estás loco? ¡No vas a ir tú solo! ¡Es mi
hermana, y yo voy a ir, lo quieras o no!
—Si me quedo, no me lo perdonaré en la vida —añadió Hermione.
—¿Recuerdas lo que te dijo Firenze? —le preguntó Ron a Harry. Éste le miró sin
responder—. Pues ya sabes... sin nosotros, no hay camino. Iremos —su tono no
admitía réplica.
Harry suspiró y asintió.
—Vale —dijo Henry—. Entonces, agarrad el cinturón, y cuando cuente tres...
—Espera —pidió Ron. Se volvió hacia Hermione y la miró—. Hermione...
—¿Qué pasa, Ron? Estamos perdiendo el tiempo... —dijo ella con expresión
cansada y paciente.
—Hermione, nunca te lo he dicho, excepto cuando estabas en la enfermería y no
podías oírme... pero puede que hoy sea el último día de nuestra vida, y... Hermione,
te... te quiero.
La expresión de Hermione se dulcificó.
—Sé que lo hiciste —contestó—. Sé que ambos me lo dijisteis... yo también te
quiero, Ron...
Se irguió y le dio un beso en la boca. Ron cerró los ojos. Se quedaron así unos
segundos y luego se apartaron, se cogieron de la mano y pusieron la otra en el
cinturón.
—Ya —dijo Ron, sin mirar a nadie a la cara.
Henry asintió y dirigió una mirada a todos.
—Un... dos... tres —dijo.
Harry sintió la conocida sensación de ser arrastrado por el estómago, y viajaron en
un torbellino de colores, sintiendo chocar los dedos de unos contra otros hasta caer,
en un revoltijo, en una sala no demasiado iluminada.
Entonces, sin previo aviso y antes de que tuvieran tiempo de levantarse, oyeron
una voz que exclamó:
—¡Accio varitas!
Harry sintió, mientras se incorporaba, que su varita se escapaba de su bolsillo. Un
instante después, y aún sin tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando, otra
voz que conocía, pero usando un tono que jamás le había oído, dijo con voz
autoritaria:
—Magnífico. Y ahora, Potter, entrégame la Antorcha de la Llama Verde.
36

El Infiltrado

Harry se levantó, creyendo que no había oído bien. Ron y Hermione se levantaron
a su izquierda, y Neville y Luna a su derecha. También ellos parecían anonadados,
aparte de asustados.
Henry estaba y a de pie, ante ellos, y se había acercado a los tres mortífagos que
les apuntaban con sus varitas; Henry aún conservaba la suya, con la que apuntaba a
Harry, y de su cara había desparecido totalmente la expresión amable y simpática.
Ahora sólo mostraba odio y satisfacción, una satisfacción cruel; sus ojos estaban fríos,
pero brillaban con avidez, como si hubiera estado esperando largo tiempo por lo que
veía.
—Entrégame la Antorcha —repitió, con el mismo tono frío, y esta vez también con
un deje de impaciencia.
—¿Qué? ¿Qué estás haciendo? —Harry no comprendía nada. Vio que estaban en
una sala bastante grande, quizás de unos veinticinco metros de largo y unos quince de
ancho, débilmente iluminada; no había ventanas ni muebles: sólo dos puertas que
estaban detrás de los mortífagos. No había por dónde escapar.
Henry se rió con malicia y crueldad.
—¿Eres duro de oído? Te he dicho que me entregues la Antorcha de la Llama
Verde. Ahora.
—¿Pero qué dices? —se atrevió a preguntar Ron—. ¿Por qué estás al lado de
esos? ¿Y por qué tienes aún la varita? ¿Qué te pasa?
Los mortífagos se rieron. Henry sonrió.
—Desde luego, Weasley, no eres más tonto porque no entrenas. —Volvió a mirar
a Harry, y sus ojos parecieron despedir llamas—. Entrégame la Antorcha. ¡YA!
—No —respondió Harry, desafiante. No entendía qué sucedía, pero desde luego
era algo mucho peor de lo que podría haber imaginado—. ¿Qué te pasa? ¿Te han
echado la maldición imperius, te has vuelto loco, o qué?
Henry volvió a reírse.
—¿Sabes, Potter? El Señor Tenebroso tiene razón: eres estúpido. Un estúpido con
mucha suerte, sí... pero un estúpido. ¿Todavía no lo comprendes?
—¿Señor Tenebroso? ¿Por qué lo llamas así?
—¿No es obvio? ¡Él es mi señor, mi amo! Yo estoy a su servicio, Potter.
—No puede ser, no es cierto —dijo Harry.
Los mortífagos se rieron más aún.
—No has cambiado nada, Potter. Sigues siendo un idiota —dijo el más corpulento
de los tres. A Harry le sonaba su voz.
—¿Quién eres? ¿De qué me conoces?
El mortífago se quitó la máscara y Harry, Ron y Hermione dejaron escapar un grito
de sorpresa.
Era Marcus Flint, el antiguo capitán del equipo de quidditch de Slytherin.
—Vaya... veo que has seguido un magnífico camino desde que saliste de
Hogwarts —le espetó Harry.
—Sí, ya ves... Tengo ambiciones, Potter... y este... trabajo, tiene ciertas
recompensas, como este momento. —Se rió, y los otros dos mortífagos se rieron con
él.
—Pues a mí me sorprende que Voldemort haya aceptado a un idiota descerebrado
como tú; tiene que estar desesperado —le dijo Hermione.
Los mortífagos la miraron fijamente, y Flint pareció asesinarla con la mirada.
—¡Cállate, sangre sucia!
—No vuelvas a pronunciar el nombre del Señor Tenebroso con tu boca, estúpida
engreída —la amenazó Henry, apuntándole con la varita.
Entonces Harry se dio cuenta de algo en lo que no había pensado: Henry nunca,
nunca, había pronunciado el nombre de Voldemort, ni lo había llamado Quien Tú
Sabes o algo así... siempre se refería a él como «Él»... ¿Cómo no se había dado
cuenta antes? De todas formas, aún no podía creerlo...
—Aparta tu varita de ella —dijo Ron, dando un paso al frente.
Henry se rió.
—¡Ooh! ¡Qué romántico! ¿Vas a defenderla con tu vida, Weasley? —se burló
Henry.
—Si es necesario, sí.
—¡Qué bonito...! pues tranquilo, tal vez tengas la ocasión de hacerlo. —Volvió a
mirar a Harry—. Y ahora estamos perdiendo el tiempo. Te he dicho que me entregues
la Antorcha de la Llama Verde. YA. Si no, verás lo que les pasa a tus amigos.
—¿Por qué? —le preguntó Neville, antes de que Harry pudiese decir nada—. ¿Por
qué trataste de defender a Ginny y ahora haces esto?
Al oír las palabras de Neville, Henry y los otros mortífagos prorrumpieron en
carcajadas.
—¿Que la ayudé? ¡No me hagas reír! ¿Tú no coges una, verdad Longbottom? Yo
no la ayudé... fui yo quien la llevó al bosque y se la entregué a ellos —dijo, señalando
a los mortífagos—. Ellos proyectaron la Marca Tenebrosa y esperaron a que yo les
llevara a Ginny al lugar convenido.
—Tú no estabas allí —dijo Luna.
—Claro que sí, Lunática —la contradijo Henry—. Claro que tú no me viste... ni
nadie. Yo le eché la maldición imperius a esa estúpida y la llevé al bosque, y luego me
hice esto —explicó, señalándose la cara y la túnica— para disimular.
Harry sintió un ramalazo de odio al oír aquello, y sobre todo, al oír como Henry
llamaba estúpida a Ginny.
—¡Maldito cerdo! ¡Nos has engañado todo este tiempo!
—Por supuesto que sí —respondió Henry—. Aunque no fue fácil, no fue tampoco
tan complicado como yo pensaba... por supuesto, lo peor fue tener que aguantaros,
tener que soportar vuestras tonterías, estar con sangres sucias y demás —miró con
asco a Hermione— para conseguir acercarme a vosotros... Sí, fue horrible, pero este
momento, y la gratitud eterna del Señor Tenebroso, serán mi compensación.
—Nos engañaste... —murmuró Harry de nuevo, lleno de odio.
—Sí... Soy buen actor, ¿verdad?
—Sólo tienes quince años... ¿Cómo puedes ser tan... tan...? —Hermione no
encontraba las palabras.
—Éste es mi sueño desde siempre: servir al Señor Tenebroso, ayudarle, elevarme
con él.
Harry observó la mirada de Henry: era la mirada de un verdadero fanático... de un
loco, incluso.
—Pero no es posible... ¡Tú nos ayudaste a detener a Birffen! ¿Fuiste capaz de
entregar a un aliado tuyo?
Ante la mención de Birffen, Henry se echó a reír.
—Potter, Potter, Potter... ¿Cómo puedes ser tan estúpido? Birffen no era mi aliado,
no era nadie... Birffen sólo fue un cabeza de turco. Yo lo hice todo: yo te hechicé y te
puse el colgante, yo ataqué a Longbottom, yo le eché la maldición imperius a
Warrington, yo le envenené en la enfermería, yo ataqué a Corner y a Chang... ¡Fui yo,
Potter! ¡Siempre yo!
Harry se quedó como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima.
Aquello era imposible... imposible. Aquel chico, de sólo quince años, estaba
confesando ser un asesino.
—¿Birffen era inocente? —preguntó Ron, que también parecía totalmente
alucinado ante lo que estaba oyendo.
—Por supuesto que sí. Yo oí la profecía de Trelawney e inmediatamente me
comuniqué con el Señor Tenebroso... entonces, me ordenó que me aproximara más a
vosotros. Por supuesto, era difícil hacerlo con las nuevas restricciones, y también me
era complicado hacer cualquier cosa, así que hice lo mismo que mi señor hizo cuando
estaba en Hogwarts: utilizar a alguien inocente y hacerlo parecer culpable... Recordé
que Birffen estaba en la enfermería el día que envenené a Warrington, y decidí usarle:
le lancé la maldición imperius y le hice meter en su baúl lo que encontraron después.
Acto seguido, le entregué la pastilla de veneno que se tomó... que claro, él no sabía
que era veneno, y le ordené atacaros... Yo venía detrás de él y os «ayudé»... y al
parecer, mi plan funcionó incluso mejor de lo que yo pensaba, porque me admitisteis
en ese grupo... —soltó una débil risa—. No sabes cómo me reí, Potter...
—Eres un monstruo —dijo Hermione—, un auténtico monstruo...
—Es posible... —dijo Henry, que parecía halagado.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo hiciste todas aquellas cosas? ¡Tú no estabas en la
enfermería cuando Warrington fue envenenado!
—Potter... ¿intentas distraerme? Entrégame la Antorcha, y mientras esperamos al
Señor Tenebroso podremos hablar un rato. No lo hagas, y tus amigos sufrirán.
—No se la des, Harry —dijo Neville.
Henry le miró fijamente.
—¿Que no me la dé? Mala elección... Pero bueno... siempre he querido repetir
esto, Longbottom, me encantaron tus gritos... —Apuntó a Neville con la varita y gritó—:
¡Crucio!
Neville cayó al suelo, aullando de dolor. Flint se rió en silencio. Harry estaba
horrorizado. Neville cada vez chillaba más y Henry no se detenía: parecía estar
disfrutando enormemente.
—¡Déjale! —gritó Harry, abalanzándose hacia Henry.
—¡IMPEDIMENTA! —exclamó Flint, y Harry cayó hacia atrás, inmóvil.
Henry continuó su tortura a Neville. Desde su posición, Harry vio cómo Hermione
apoyaba la cabeza en el hombro de Ron, que crispaba los puños de la impotencia,
para no ver.
Unos segundos después, Henry se detuvo y los gritos de Neville se convirtieron en
gemidos. Harry se incorporó, libre del maleficio, mientras Luna intentaba que Neville
se levantara, lo que hizo con dificultad.
—¿Quieres que lo repita, Potter? Si no quieres, entrégame la Antorcha.
—¿Acaso si lo hago los dejarás ir?
—Me temo que no... pero no sufrirán... ¿O prefieres quizás que ahora se lo haga a
ella? —preguntó Henry, señalando a Hermione. Ron la abrazó contra sí.
—Ni se te ocurra —amenazó.
—Vale —dijo Henry tranquilamente. Apuntó a Ron y repitió—: ¡Crucio!
Ron se dobló y cayó de rodillas, chillando. Hermione se agachó a su lado, mientras
las lágrimas empezaban a correr por su cara. Harry estaba completamente
horrorizado..
—¡Déjale! —gritó Hermione, mirando a Henry con el odio más intenso que había
visto en su mirada—. ¡DÉJALE!
Henry levantó la varita.
—Esto puede acabar, Potter. Simplemente entrégame la Antorcha.
—¿Para qué la quiere? —preguntó Harry.
—Eso no es asunto tuyo... ni mío. Simplemente la quiere, y ya.
—Él está en el Ministerio.
—Vendrá —dijo Henry—. Lo del Ministerio sólo era una distracción para alejar a
Dumbledore y a los demás...
—¿Sólo una distracción? —dijo Hermione, alucinada—. ¿Un ataque al Ministerio
de Magia sólo como distracción?
—Bueno, tal vez haya otros objetivos, pero son secundarios —aclaró Henry.
—Por eso cogiste a Ginny, ¿verdad? Para obligarme a venir —dijo Harry.
—En parte sí —contestó Henry—. Pero el Señor Tenebroso la quería a ella y sólo
a ella; las razones yo no las sé. Entrégame la Antorcha.
—¿Por qué no me torturas a mí? —le preguntó Harry.
—Me encantaría, te lo aseguro... —Henry sonrió ante la idea— pero no puedo... a
no ser que des muchos problemas, claro.
—Te... mataré... —dijo entonces Ron, apoyándose en Hermione y en Harry y
mirando a Henry—. Te mataré, maldito cerdo...
—Lo dudo mucho, Weasley. Dame la Antorcha, Potter... o seguiré.
—No se la des... —pidió Neville, con voz débil—. No se la des...
Harry bufó, exasperado.
—Es increíble... ¡Qué entrega, qué valentía! —se mofó—. Gryffindors... sois todos
estúpidos.
—Simplemente no hacemos lo más fácil... hacemos lo correcto —respondió
Hermione.
—Admirable —se burló Henry—. Pero bueno, si así lo preferís... —Apuntó a Luna
y por tercera vez gritó—: ¡Crucio!
Pero esta vez, Harry se puso en medio y recibió el impacto de la maldición. Gritó
del dolor, pero no era tan terrible como cuando Voldemort le había hecho lo mismo.
Henry le miró sorprendido, pero no se detuvo. Frunció el ceño con furia e intensificó el
ataque. Harry dejó que el dolor, la rabia, el odio... lo embargaran, dejó que su poder
brotase, mientras el dolor lo consumía... empezó a sentirse más fuerte, sintiendo que
el dolor se hacía menor, lejano... vagamente oyó a Flint gritarle a Henry que lo dejase,
más vagamente aún oyó el «¡Cállate!» que Henry gritó en respuesta. Dejó que el
poder lo embargase aún más, y entonces levantó la mirada. Al posar los ojos en los de
Henry, un estremecimiento recorrió el lugar. Harry gritó y Henry fue lanzado hacia
atrás, cayendo de espaldas. Los mortífagos miraron a Harry asustados.
—¡Bien hecho, Harry! —lo felicitó Ron—. Veréis aún de lo que es capaz —
amenazó mirando a los mortífagos.
Henry se incorporó con lentitud y miró a Harry con odio y sorpresa.
—¿Qué diablos...?
—¿Quieres ver la Antocha? Bien...
Harry la sacó y la elevó, mostrándosela a los mortífagos.
—Muéstrales lo que puedes hacer, Harry —lo animó Hermione—. Enséñales.
Harry se concentró, pensó en Ginny, en el sacrificio de sus amigos, en las palabras
que Ron le había dirigido a Hermione antes de coger el traslador... y la Antorcha se
encendió. Los mortífagos retrocedieron, asustados, y Henry parecía alucinado.
—No... ¡No es posible! —exclamó.
Harry miró a Flint, chascó los dedos con furia y éste fue lanzado hacia atrás,
golpeándose la cabeza. Iba a hacer lo mismo con otro, cuando, en un instante, Henry
hizo un movimiento repentino con la varita y la Antorcha saltó de las manos de Harry,
apagándose y cayendo al suelo.
—Gracias por enseñarme esto, Potter. Es muy útil —dijo con satisfacción, aunque
parecía muy furioso—. ¡Accio Antorcha!
La Antorcha voló hasta la mano extendida de Henry.
—Bien —dijo, mirándola—. Al fin la tengo.
Harry se hallaba desconcertado, molesto y furioso consigo mismo. Se había
descuidado y había perdido la última posibilidad de escapar. Su furia se disipó, siendo
sustituida por una total decepción. No había nada que hacer... Voldemort llegaría y
ellos estarían perdidos. Ron y Hermione también parecían derrotados. Habían
depositado sus esperanzas en él, y él les había fallado.
—Vale, y ahora, como prometí... ¿Qué tal si charlamos un rato? —ofreció Henry,
sonriente.
—¿Fuiste tú quien me atacó en la lechucería? —preguntó Hermione. Henry sonrió.
—Por supuesto que fui yo —respondió—. No debió haber pasado, pero aún era
inexperto y cometí un error. Tenía que informar al Señor Tenebroso de lo ocurrido en
el sorteo, y me dirigí hacia la lechucería. Era tarde, y no pensé que hubiese nadie.
Estaba oscuro y casi no se veía, así que entré, cogí mi lechuza y le dije que le llevase
el mensaje al Señor Tenebroso... Cuál no sería mi sorpresa cuando oí un gemido y te
vi, sentada y apoyada contra la pared del fondo con cara de haber llorado. Me mirabas
con ojos como platos, y claro, supe que me habías oído. Por eso te lancé un hechizo
aturdidor y luego te desmemoricé.
Ron le dirigió una mirada a Hermione antes de volver a mirar a Henry.
—Por eso estabas tan preocupado al día siguiente, ¿verdad? No era por
Hermione...
—Pues claro que no era por ella. Era la primera vez que había lanzado un hechizo
desmemorizante y necesitaba saber si ella se acordaba de algo. Pude comprobar que
no.
—¿Y lo de Neville? —inquirió Harry—. ¿Por qué le atacaste?
Henry se encogió de hombros.
—Sólo para asustar... No hay una razón concreta. El Señor Tenebroso me dijo que
de vez en cuando os recordara que estaba allí —respondió, sonriendo.
—Pero no es posible, te encontramos poco después... no puede ser...
Pero Harry pensó entonces que habían tenido demasiados encuentros casuales
con Henry Dullymer durante el curso, como el día que habían salido de la Cámara de
los Secretos...
—¿Cómo lo hacías? ¿Cómo podías desaparecer? ¿Cómo nos encontrabas
siempre?
—Eso es lo más interesante de todo, Potter... —dijo Henry con una sonrisa—.
¿Olvidas que sirvo al mago más grande del mundo? Supongo que te preguntarás
cómo no aparecía el acechador en el mapa del merodeador... ¿Verdad?
Harry no dijo nada, sólo esperó. Henry sonrió más y sacó un colgante que llevaba
al cuello.
—Esto es una de las grandes obras del Señor Tenebroso. Él me lo proporcionó.
Observad... —Tocó un botoncito del colgante e instantáneamente se volvió invisible.
Harry abrió mucho los ojos. Un momento después volvió a aparecer—. ¿A que es
genial? Y no sólo eso... si quiero, también evita que aparezca en el mapa del
merodeador.
—¿Cómo? ¿Cómo puedes evitar...?
—Fácil, Potter... ¿Olvidas que uno de sus creadores está con nosotros?
Harry crispó los puños.
—Colagusano...
—Colagusano, sí... y no fue esto lo único que hizo... mira lo que nos ayudó a
fabricar...
Metió la mano en un bolsillo de su túnica y sacó una réplica exacta del mapa del
merodeador.
—¡No es posible! —exclamó Harry, asombrado.
—Ya lo creo que lo es... ¿Cómo crees que os vigilaba y os encontraba? Os he
estado siguiendo todo el curso, Potter. Así te encontré, yendo invisible, el día del
ataque de los dementores.
—¡Pero tú ayudaste ese día en Hogsmeade! —dijo Luna—. Si sabías que habría
dementores, ¿por qué fuiste?
—Tenía que ir, tenía que aproximarme a vosotros... por eso hice lo que hice. Por
supuesto, no había riesgo: los dementores no me habrían atacado. Tenían órdenes.
—Los dementores no son muy apegados a las órdenes —dijo Harry.
—No a las del Ministerio; pero te aseguro que sí a las del Señor Tenebroso, Potter
—apuntó Flint.
—Y tú querías llevar a mi hermana al baile, maldito cerdo... —dijo Ron, mirando a
Henry con furia.
—Sí... —reconoció Henry—. Era una forma de aproximarme, pero no me salió
bien. Pero da igual, porque, al fin y al cabo, me ha ido mucho mejor —comentó,
riéndose.
—¿Por qué le hiciste aquello a Warrington? —preguntó Hermione.
—Órdenes del Señor Tenebroso. Él quería que Ginny muriera. Lo que pretendía
exactamente, no lo sé. Pero volviste a frustrar el plan.
—Un plan absurdo —dijo Harry—. ¿Para qué algo tan complicado?
—Yo sólo cumplo órdenes —respondió Henry.
—Qué ingenuos fuimos —se lamentó Harry—. Aquel día, cuando te vimos en la
enfermería junto a Warrington, creíamos que te preocupabas por él, y tú... tú...
—Yo sólo me preocupaba por si despertaba, sí —concluyó Henry, con una sonrisa.
—¿Cómo le envenenaste? —quiso saber Ron.
—Os seguí —respondió Henry—. Me hice invisible, abrí la puerta de la enfermería
y entré... al principio iba a echar el veneno en el agua, pero llegué tarde. Viendo que
Warrington iba a hablar, hice lo único que podía: usé la magia para hacer levitar un
poco de veneno hasta su piel. Tuvo que ser poco, para que no lo vierais, y no fue
suficiente para matarlo, pero ya da igual.
—Nosotros intentamos eliminarle en el hospital, pero por desgracia Dumbledore
ordenó que estuviera vigilado y protegido, y no tuvimos ocasión de hacerlo —añadió
Flint, con una mueca de desagrado.
—Y tú... entonces fuiste tú quien le habló de Snape a Voldemort, ¿verdad? —dijo
Harry, observando a Henry, quien endureció su mirada al oír el nombre.
—Te he dicho que no pronuncies su nombre.
—¿Fuiste tú? —insistió Harry.
—Claro que fui yo, imbécil. Snape no sabía quien era yo, el Señor Tenebroso no
se lo había dicho a casi nadie. Además, no se fiaba del todo de Snape y me ordenó
echarle un ojo. El día que discutiste con él, yo os seguí, invisible, y, gracias esta vez a
un gran invento de los Weasley —dijo, sacando del bolsillo unas orejas extensibles—,
me enteré de la verdad: que Snape era un sucio traidor que trabajaba en realidad para
la maldita Orden del Fénix.
—Por eso le odias tanto... —apuntó Hermione.
—¡Por supuesto! —exclamó Henry con un odio profundo—. Asqueroso traidor... se
libró de morir, sí, pero no escapará siempre. El Señor Tenebroso dará con él y le
espera lo mismo, o peor, que a Karkarov.
—¿Por qué nos odias tanto? —preguntó Neville—. ¿Acaso no fuimos amables
contigo? ¿Acaso no te divertiste con nosotros?
Henry miró a Neville y soltó una risotada.
—Qué gracioso eres, Longbottom... ¿Divertirme? Soy muy, muy ambicioso...
deseo el poder, el poder que sólo el Señor Tenebroso puede proporcionar... ¿Cómo
voy a divertirme con un grupo de sangre sucia, amigos de muggles y demás? ¡Es
imposible! ¡Inconcebible!
—Hablas como Malfoy... siempre pensé que eras distinto, y en realidad... —dijo
Harry.
—¿Como Malfoy? —se rió Henry—. En absoluto soy como él...
—¿Él lo sabía? —preguntó Harry. Henry le miró—. ¿Él lo sabía? Fue Malfoy el que
me hizo darme cuenta de que no llevaba mi monedero el día del ataque de los
dementores. ¿Él lo sabía?
—Por supuesto que no —respondió Henry—. Sabía que yo no era tan amigo
vuestro como hacía ver, y que tramaba algo, claro, pero nada más. Por supuesto,
dudaba de mí a menudo, cada vez que me veía con vosotros, por eso hablaba con él,
para advertirle que no lo estropeara todo.
»En cuanto a lo del monedero, no sabía cómo hacer para que te dieses cuenta de
que no lo tenías, así que convencí a Malfoy de que se burlara de vosotros usando un
galeón... no fue una gran idea, lo sé, pero fue lo único que se me ocurrió... y funcionó
—terminó Henry, muy satisfecho.
—¿Y Sarah? —preguntó Neville—. ¿Ella también es como tú?
—No... por desgracia, porque la verdad me gusta bastante... pero ella no es una
Slytherin pura, como yo... qué se le va a hacer —dijo, suspirando.
—Ella te gusta —dijo Hermione—. Se te nota... ¿Por qué haces esto? ¡Podrías ser
feliz con ella!
—No seas estúpida —escupió Henry—. Ahora tengo lo que siempre he querido,
ninguna chica se va a interponer entre mis sueños y yo.
—¡¡La has engañado todo este tiempo!! —gritó Neville.
Henry se volvió hacia él y sonrió con desprecio.
—¿Acaso te gusta, Longbottom? —Los mortífagos se rieron—. Bueno, no creo que
a ella, aunque le caigas bien, le vaya a gustar un estúpido como tú. De todas formas,
tranquilo... dudo que eso vaya a ser un problema para ti —añadió, con tono burlón.
—Ya, supongo que pensáis matarnos a todos —dijo Harry.
Henry se rió.
—Bueno, no conocemos exactamente los planes del Señor Tenebroso, pero casi
puedo jurar que no os va a enviar de vacaciones por ahí.
—¿Dónde está? —preguntó Harry, gritando—. ¡Que venga de una vez!
—Tranquilo, Potter —dijo Henry con voz calmada—. Todo a su tiempo... estoy
seguro de que, en el fondo, no deseas que llegue. Sobre todo porque antes tiene que
hacerle una visita a tu amiguita —agregó, disfrutando del efecto que sus palabras
causaban en Harry.
—¡MALDITO ASESINO! ¿QUÉ VAIS A HACER CON ELLA? —gritó Ron,
soltándose de Hermione y lanzándose contra Henry. Éste le miró, y sin más, le lanzó
un hechizo que hizo que Ron se doblara, atacado por un repentino dolor de estómago.
—Tranquilízate, Weasley. Vivirás más.
Harry no se abalanzó sobre Henry, pero también ardía de la ira. Volvió a
concentrarse, invocando toda su furia, su fuerza y su poder, intentando hacer algo
aunque no tuviera la Antorcha de la Llama Verde.
Henry le miró, y de su cara se borró la sonrisa, pasando a mostrar furia.
—No vas a hacer lo mismo —dijo, apuntándole con su varita—. ¡Crucio!
Harry volvió a sentir el dolor y su concentración se esfumó. Tras unos segundos de
tortura, Henry le liberó. Harry comenzó a jadear, y volvió a ponerse en pie lentamente,
con ayuda de Luna.
Hermione le miró. Se la veía asustada. Le hizo un imperceptible gesto a Harry y
éste lo entendió: ella iba a tratar de ganar tiempo, a ver si se les ocurría algo.
—¿Quién eres? —preguntó Hermione. Henry la miró sin comprender—. ¿Quién
eres en realidad?
—¿A qué te refieres? —preguntó Henry.
—Es imposible lo que has hecho. Sólo tienes quince años... ¿Dónde has
aprendido a hacer las maldiciones imperdonables, los hechizos desmemorizantes y
demás?
—Es obvio... —contestó Henry—. El Señor Tenebroso me enseñó.
—¿Cómo? —preguntó Ron.
—El verano pasado, él me enseñó.
—Eso es imposible —replicó Hermione—. Los magos menores de edad no pueden
hacer magia fuera de Hogwarts. Te habrían sancionado.
Henry se echó a reír.
—Granger, a veces eres tan estúpida que no sé cómo has podido ser la mejor
estudiante de Hogwarts estos años... claro que, viendo de quien te rodeas... —meneó
la cabeza. Hermione parecía furiosa—. En fin, es obvio que el mayor mago del mundo
tiene métodos para evitar que el Ministerio detecte ciertas cosas. Nadie sabe lo que
ocurre aquí dentro, ni en otras casas como ésta.
—¿Otras casas? ¿Hay más? —preguntó Hermione.
Henry acentuó su sonrisa.
—¿Crees que te lo voy a contar? No soy estúpido, sangre sucia.
—¿También fue él quien te enseñó a hacer trasladores?
—Yo no sé hacer trasladores, idiota. El traslador que nos trajo aquí ya me lo dieron
hecho.
—Pero tú lanzaste el hechizo —dijo Ron—. Y el traslador brilló y retembló...
—Sí, lo hice retemblar y brillar, pero nada más; ya estaba hechizado de antes.
—¿Quién eres? —volvió a preguntar Hermione—. ¿Cómo llegaste a esto? ¿Cómo,
teniendo sólo quince años, llegas a ser uno de sus servidores?
—¿Quieres saberlo? ¿De verdad?
Hermione asintió. Henry sonrió.
—Ya te dije que mis padres se mudaron a Alemania, ¿verdad? Sí, te lo conté
cuando hablamos aquel día, en el entrenamiento de quidditch... cuando tú me contaste
tu vida, sí... —La boca de Henry se curvó en una sonrisa de total maldad—. Por
cierto... ¿Sabes que fui yo quien le comunicó al Señor Tenebroso dónde vivían tus
padres? —Hermione abrió los ojos y la boca—. Sí... y también fui yo quien le
recomendó que les hicieran una... «visita», sabiendo lo mucho que los querías y te
preocupaban debido a la guerra... ¿Una gran idea, no crees?
Hermione temblaba de la rabia. Harry no podía creer que una persona, que un
chico más joven que él fuera capaz de tales maldades. No podía concebir que alguien
tuviese tanta sangre fría... a su lado, Malfoy era casi un santo.
Intentó concentrarse en una solución que les permitiera escapar y rescatar a
Ginny, pero lo que oía le distraía completamente, y, por otra parte, la única forma de
salir eran las dos puertas que estaban detrás de los mortífagos, y ni siquiera sabían si
estaban cerradas. Necesitaban recuperar sus varitas, pero no sabía cómo podía
hacerlo. Intentar usar sus poderes no iba a funcionarle, porque Henry era demasiado
astuto y lo vigilaba. Si intentaba algo de nuevo, sólo recibiría una nueva dosis de dolor.
—¡Eres un monstruo, un demonio! —gritaba Hermione, presa del llanto.
—Llora, llora, sangre sucia... ¿Crees que me vas a dar pena, o me voy a
arrepentir, sólo por que llores o por lo que digas? Eres una estúpida.
—¡DEJA DE INSULTARLA! —gritó Ron—. ¡Ella vale un millón de veces más que
tú!
Henry no contestó. Sólo se rió.
—S-Sigue —dijo Hermione, sollozando aún, pero con expresión firme—. Sigue
contando.
—Bueno... como decía, no te conté el por qué nos habíamos ido, ¿verdad? Pues el
motivo es sencillo: mi padre era un mortífago. Uno de los últimos, en realidad. Entró al
servicio del Señor Tenebroso unos seis meses antes de su caída. Mi padre había
deseado unirse a él desde que salió de Hogwarts, y mi madre también lo apoyaba,
aunque no era tan fervorosa. Mi padre fue un mortífago muy poco conocido, creo que
sólo el Señor Tenebroso y uno o dos mortífagos más sabían su nombre... pero era
inteligente, servicial y dispuesto a todo.
»Mi familia, pese a ser de sangre limpia, nunca ha sido una de esas familias
«nobles», como se jacta Malfoy... y siempre los envidiamos. El Señor Tenebroso fue el
ídolo de mi padre, y su mayor sueño fue unirse a él. No obstante, cuando cayó —su
cara mostró desagrado— mi padre sabía que todo había terminado para nosotros.
Intentó encontrarlo, ayudarle, pero no sabía cómo, y apenas conocía a los demás
mortífagos. Siendo así, pasamos a la sombra. Viendo cómo se ponían las cosas aquí,
decidió que nos fuésemos a Alemania. Allí la presión de los aurores era menor que
aquí, donde aún había mucha histeria, pese a haber pasado ya siete años desde el fin
de la guerra. Desde allí mi padre siguió intentando hacer algo, aunque sin éxito.
»Yo crecí oyendo a mis padres hablar del Señor Tenebroso. Leí libros sobre él,
sobre lo que había hecho, sobre lo que quería... se convirtió en mi ídolo, llegó a
apasionarme mucho más de lo que mi padre pretendía... mucho más que a él, de
hecho. Deseaba conocerle, verle, servirle y ascender a su lado; me encantaba cómo
se había encumbrado a pesar de haber vivido en el espantoso mundo muggle...
siempre soñé con ser como él. Siempre.
—Estás loco —dijo Hermione.
—No, simplemente soy muy ambicioso —contestó Henry con tranquilidad—. Mi
sueño es el poder, el auténtico poder... soy un Slytherin puro —dijo, orgulloso—. El
Señor Tenebroso me lo dijo muchas veces... que yo sería un Slytherin puro. Y lo soy.
—Sí. El sombrero te eligió en un instante —recordó Ron—. ¿Cómo no nos dimos
cuenta?
—Weasley, Weasley... tú fuiste el que más trabajo me dio... tuve que hacer un
montón de halagos a tu mugrienta familia para ganarme algo de tu confianza... ¿O
crees que no noté que no te gustaba en exceso mi «amistad» con tu hermana?
Ron gruñó.
—Sí, pero enseguida vi tu punto débil: tu falta de autoestima, de orgullo. Así que
yo lo alimenté... y con ello me gané tu confianza. Eres fácil de complacer. Tienes tanta
envidia de los que te rodean que te mueres por un poquito de atención... Eres una
presa fácil, a pesar de lo desconfiado que eres.
Hermione agarró a Ron, porque estaba a punto de saltarle encima a Dullymer de
nuevo.
—Sí, es cierto eso —intervino Flint—. ¿Qué orgullo va a tener? El nuevo patoso
guardián de Gryffindor, ¿eh? El Rey Weasley...
Henry sonrió.
—Sí... el Rey Weasley.
—Sigue con la historia y deja de insultar —pidió Hermione—. Muéstranos cuán
detestable eres.
Henry la miró, manteniendo su sonrisa.
—Será para mí un placer encargarme después de ti, sangre sucia... te aseguro
que tu muerte va a ser muy lenta.
—Continúa —dijo Hermione, sin perder la calma.
—Bien... Cuando hace dos años mi padre notó que la Marca le escocía de nuevo,
supo que había regresado. No te puedes imaginar nuestra alegría aquel día. Nos
preparamos y él partió a encontrarse con Él.
—¿Fue a la reunión de mortífagos tras el renacimiento de Voldemort? —se extrañó
Harry—. Pues no le mencionó.
Henry cerró los ojos y suspiró.
—Te he dicho miles de veces que no oses pronunciar su nombre, Potter. —
Levantó su varita y apuntó a Luna—. ¡Crucio!
Luna cayó al suelo instantáneamente y se retorció durante un tiempo, mientras
Harry le gritaba a Henry que la dejara en paz.
—Esto es para que aprendas, Potter. Si vuelves a pronunciar su nombre, será
peor, ¿te enteras? —dijo Henry, levantando la varita al terminar de hablar.
—Realmente lo disfrutas, ¿verdad? —le preguntó Harry, temblando de ira y de
impotencia—. No haces esto sólo por poder. Te gusta.
—Sí... Nací para esto, Potter. Siempre lo he sabido... siempre. —Miró hacia
Hermione—. Bueno, sigo con la historia, ¿no?
Hermione asintió.
—Vale. Como decía, mi padre se reunió con el Señor Tenebroso más tarde y casi
a solas. Entonces empezamos a arreglarlo todo para mudarnos aquí, aunque mi padre
estuvo un tiempo buscando seguidores en Alemania... y gracias a él está aquí Rudolf
—dijo, señalando al mortífago que estaba a su lado, a la derecha de Flint. Rudolf se
quitó la máscara e inclinó la cabeza con una sonrisa. También era muy joven. Harry
pensó que debía de tener unos veinte años, no más.
»Bueno, el caso es que seguimos en Alemania durante un año más, y yo le pedí,
le rogué a mi padre que me presentara al Señor Tenebroso. Yo tendría que venir a
Hogwarts, y estaba dispuesto a servir de espía, de mensajero o de lo que fuera. Y así
sucedió. A comienzos del verano, fui presentado... y la realidad superó mis sueños, mi
imaginación, mis fantasías... el Señor Tenebroso es aún más grande de lo que había
pensado... supe entonces definitivamente que servirle y estar a su lado era lo único
que yo deseaba.
Harry observó la expresión soñadora de Dullymer, que parecía estar ido, como
sumergido en su propio sueño... tenía la misma expresión de devoción que había visto
en Barty Crouch hijo.
—Estás realmente loco —dijo Ron.
—¿Tú crees? —preguntó Henry, con expresión burlona—. Bien... —prosiguió—. El
caso es que sí, se me concedió la misión de hacer lo que fuera necesario aquí,
principalmente informar... el Señor Tenebroso me enseñó mucho, mucho. Y yo
aprendía con ganas. Mi trabajo no iba a ser gran cosa... hasta que, a principios de
Agosto, todo cambió.
»El Señor Tenebroso me dijo que los planes habían sido modificados, y que
tendría que tratar de acercarme a ti, proporcionarle toda la información posible sobre
tus amigos y vigilarte de cerca... y me entregó todo esto —dijo, señalando su colgante
y el bolsillo donde había guardado el mapa del merodeador—. También puso un útil
hechizo en mis ropas —añadió. Se tocó la túnica con la varita y ésta se transformó en
un instante en una túnica más grande, oscura y con capucha: Harry reconoció al
acechador que había atacado a Cho y a Michael. Henry se quitó la capucha y
continuó.
»Fue un plan muy inteligente, ¿no crees, Potter? El Señor Tenebroso usó para
acercarse a ti la única arma de la que Dumbledore no puede protegerte...
—¿De qué hablas? —inquirió Harry.
—De un amigo, Potter... de un amigo. Ese estúpido siempre está hablando de su
adorada «unidad entre casas», y esas estupideces... El Señor Tenebrosos me dijo que
el hecho de que tú tuvieras un amigo en Slytherin sería uno de los sueños de
Dumbledore... y ya ves.
Harry crispó los puños, enfurecido consigo mismo por haber confiado tan
ciegamente en alguien como Henry Dullymer. Claro que el chico había hecho muy bien
su papel, de eso no cabía duda.
—¿Nadie sospechó de ti en Slytherin? —preguntó.
—No. Sólo Malfoy sabía que algo no era como parecía. Con los demás me
comportaba igual que con vosotros, lo cual me producía un intenso desagrado, para
qué negártelo.
—Me recuerdas a Barty Crouch —dijo Harry con desagrado.
—¿Barty Crouch? –dijo Henry—. Sí, el Señor Tenebroso me habló de él... Su
misión era parecida a la mía.
—No lo digo por eso. Lo digo porque era tan fanático como tú... incluso mató a su
propio padre.
Henry se rió.
—Bueno, yo no mataría a mi padre... es un gran padre, pero...
—¿Un gran padre? —se extrañó Hermione—. Un buen padre no permitiría que un
hijo suyo se convirtiera en un maldito asesino como tú, ni que corriera los riesgos que
tú corres.
—¿Por qué no? —preguntó Henry.
—Porque... ¡Porque está mal! —chilló Hermione.
—¿Mal? Creo que en eso, nuestras opiniones difieren —dijo Henry con una
sonrisa—. Y respecto a Barty Crouch, sí, yo no mataría a mi padre, pero no me
extraña que tuviera esa devoción al Señor Tenebroso, él es tan grande...
—Acabó besado por un dementor —le dijo Harry—. ¿Ése es el gran futuro que tú
esperas?
—Por supuesto que no... a mí no me va a besar ningún denmentor... —aseguró
Henry—. ¿Pretendes hacer una analogía entre nosotros? Te advierto que eso no va a
servirte de nada.
—Cada uno hace lo que quiere, pero al final, siempre hay que pagar —dijo Luna,
con aire filosófico.
Henry la miró un instante antes de echarse a reír.
—¡Vaya, qué gran frase! —se burló—. Pero ¿sabes? Creo que tienes razón...
vosotros habéis desafiado al Señor Tenebroso y ahora tenéis que pagar.
Henry empezó a moverse de un lado a otro, con la varita aún apuntándoles,
vigilándolos. Harry le observó, intentando aún asimilar lo que había oído, lo que ese
chico había hecho. Los tres mortífagos que estaba tras él seguramente ya tenían la
marca, eran adultos... y aún así parecía que Henry era quien llevaba el bastón de
mando. Harry se preguntó en qué nivel de estima le tendría Voldemort para confiar tan
ciegamente en él y enviarlo a una misión tan arriesgada y terrible... y qué tan loco o
tan ambicioso tendría que ser alguien para aceptar hacer eso, para querer darlo todo
por un asesino despiadado.
Miró su reloj. Ya eran casi las ocho. Llevaban casi una hora y media allí,
esperando la llegada de Voldemort. ¿Qué habría pasado en el Ministerio de Magia?
Miró a Ron, que parecía extremadamente nervioso. Henry también le observaba.
—¿Sufres, Weasley? —le preguntó, burlándose—. Es duro no saber si tu padre y
tu hermano están vivos o muertos, ¿verdad? Sin contar lo que pueda pasarle a tu
hermanita cuando el Señor llegue.
Ron se mordía los labios de la furia, y apretaba tanto los puños que clavaba los
dedos en la palma de la mano. Sin poderse aguantar más, saltó, antes de que
Hermione pudiese agarrarlo, hacia Henry. Éste levantó la varita, pero Ron fue más
rápido y esquivó el hechizo, pegándole a continuación un puñetazo en la cara a Henry,
que cayó al suelo, con el labio partido.
Aprovechando el momento de distracción, Harry se concentró en atraer hacia sí las
varitas. Con la Antorcha podría hacerlo, pero la Antorcha sólo focalizaba e
intensificaba su magia, no se la proporcionaba. La magia estaba dentro de él... podía
hacerlo... Mientras Flint le echaba a Ron de nuevo la maldición cruciatus y Henry se
ponía en pie, limpiándose la sangre del labio y mirando a Ron con odio profundo,
Harry concentró toda su rabia y su odio en la varitas, en un acto desesperado... y
éstas volaron a su mano.
—¡No! —gritó Henry, al verlo.
Los mortífagos se disponían intentar desarmar a Harry, pero éste ya le había tirado
su varita a Hermione, que reaccionó al instante, desarmando a Flint, mientras Harry
evitaba ser desarmado por Rudolf y a su vez les quitaba la varita a él y al otro
mortífago. Entonces encaró a Henry al tiempo que les daba sus varitas a Ron, Luna y
Neville, que apuntaron a los otros mortífagos, lo que ya hacía Hermione.
—Tira la varita —le dijo Harry a Henry, que estaba rojo de la ira y de la rabia, y que
a su vez apuntaba a Harry.
—No.
—Tírala, Henry, si no quieres probar lo que soy capaz de hacer... te aseguro que si
me dejo llevar no vas a acabar muy bien.
—No —repitió.
—Bien, entonces... —comenzó a decir Harry, pero se interrumpió al instante,
porque se había abierto la puerta que estaba detrás de los mortífagos y alguien
entraba.
Entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle intensamente y se doblegó
del dolor. Ron, Hermione, Luna y Neville le miraron antes de volverse a ver quién
había entrado.
Harry levantó la vista también y miró.
Alto, con una túnica negra, la cara como de serpiente, con dos rendijas en lugar de
nariz, ojos rojos y manos de largos dedos blancos que sostenían una varita.
Lord Voldemort había llegado.
37

Harry y Voldemort

—Parece que llego a tiempo —siseó Voldemort, entrando en la habitación. Harry


percibió cómo Ron, Hermione, Neville y Luna se estremecían al oírlo; jamás habían
estado frente a Voldemort.
Voldemort caminó hacia ellos. Harry se incorporó, tocándose la cicatriz, que le
palpitaba, aunque el dolor había disminuido un poco.
—Hola, Potter... tenía muchas ganas de verte —dijo Voldemort, sonriendo con
crueldad.
—Yo a ti no —respondió Harry, desafiante.
Voldemort se volvió hacia los mortífagos y se acercó a Henry, sin importarle que
Harry y sus amigos siguieran con las varitas en alto.
—Henry... mi fiel servidor. Veo que has cumplido a la perfección con tu misión —
dijo, observando con avidez la Antorcha que asomaba por uno de los bolsillos de la
túnica de Henry.
—Amo... —murmuró Henry, arrodillándose y besándole el bajo de la túnica. Luego
irguió su cabeza y miró a Voldemort con una devoción que iba más allá de todo lo que
Harry podría haber imaginado... aquello era adoración pura.
—Levántate, Henry —dijo Voldemort—. Tu padre tiene ganas de verte.
Un instante después, otro mortífago entró en la sala por donde había entrado
Voldemort y cerró la puerta. Se acercó a Henry y se quitó la capucha y la máscara.
—Padre —dijo Henry, acercándose a él.
Dullymer padre le puso una mano en el hombro a su hijo y le dio unas palmadas.
Ambos sonreían.
—Estoy muy orgulloso de ti, hijo —dijo.
Henry se volvió hacia Harry, muy sonriente.
—Os presento a mi padre: Richard Dullymer.
Harry no dijo nada, y los demás tampoco.
—Bueno, ahora que hemos terminado con las presentaciones —habló Voldemort,
atrayendo la atención de todos—. Podemos pasar a cuestiones más importantes. —Se
volvió hacia los tres mortífagos—. Veo que apenas sois capaces de mantener a cinco
críos desarmados a raya... si no es por Henry, quizás habrían escapado. Después
arreglaremos ese problema de incompetencia.
—Amo... —suplicó Flint—. Nosotros... Weasley nos distrajo, señor, él se abalanzó
sobre Dullymer, y Potter... Potter hace cosas sin varita, señor... no lo sabíamos...
perdón, señor...
—Cállate, Marcus. Eres patético. ¿Potter hace cosas sin varita? Es lógico, idiota.
Todos los magos pueden hacerlo. Bueno... —dijo, mirando a Ron—. ¿Tú eres Ronald
Weasley, verdad?
Ron no contestó, pero se puso blanco. Voldemort sonrió con maldad.
—Tu padre no estaba muy bien de salud cuando abandoné el Ministerio, ¿sabías?
Ron palideció aún más y dejó escapar un gemido.
—No le creas, Ron... puede que no sea verdad. Es un mentiroso —dijo Harry.
—¡No le hables así al Señor Tenebroso! —gritó Henry, apuntándole a Harry con su
varita.
—Déjale, Henry —dijo Voldemort, y Henry bajó la varita—. Potter siempre ha sido
un tanto... descarado.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Harry—. Ya me tienes a mí. Déjales
marchar a ellos, no tienen nada que ver con esto.
Voldemort se rió y Harry se sintió estremecer.
—Temo que no puedo hacer eso, Potter... y tú sabes por qué.
—Si crees que yo voy a matar a mis amigos, estás más loco de lo que pareces.
—Potter, Potter... Tú harás lo que yo quiera que hagas... de hecho, tú querrás
hacerlo. Ya lo hiciste, para ser exactos.
—¿Qué?
—Los sueños, Potter... ¿Te gustaron los sueños? ¿No te gustó el poder? Yo puedo
dártelo. Únete a mí, Harry... únete a mí y seremos los dueños del mundo.
—¡Nunca! —gritó Harry.
—Dumbledore te ha comido la cabeza con esas tonterías de hacer lo correcto,
¿verdad? —dijo Voldemort con desprecio—. Típico de él. De todas formas no tienes
opción... porque Dumbledore no va a venir a salvarte: está muy ocupado en el
Ministerio de Magia.
—¿Qué hiciste allí? —le preguntó Harry—. ¿Qué hiciste?
—Una visita de cortesía —se rió Voldemort—. El año pasado no pude quedarme a
la bonita reunión que se estaba organizando, y decidí que era muy poco educado por
mi parte no visitar a los aurores, cuando llevan tanto buscándome.
—Eres un maldito monstruo —dijo Harry, temblando del odio y de la rabia.
—Y tú eres extremadamente molesto, Potter —escupió Voldemort, borrando su
sonrisa y poniendo una expresión de odio que hizo que a Harry le diese una nueva
punzada en la cicatriz—. Por tu culpa perdí a dos de mis siervos... y ayudaste a
escapar a un traidor... tú y esos amigos tuyos habéis chafado la mayoría de mis planes
este año: el ataque de los dementores, el atentado en la final de quidditch... No sabes
lo increíblemente molesto que resultas.
—¿Por qué hiciste aquello en la final del torneo de quidditch? —quiso saber Harry
—. ¿Por qué algo tan estúpido y complejo?
Voldemort se rió.
—Por varias razones, Potter... por un lado, quería demostrarle a Dumbledore lo
que soy capaz de hacer, provocar un poco de miedo, y de paso, matar a esa amiga
tuya... una amiga que te importa mucho, ¿no es cierto?
Harry frunció el ceño, furioso.
—De hecho, te importa más de lo que tú mismo admites... pero no es un secreto
para mí. Pero ¿sabes? Me alegro de que la salvaras... porque me ha sido muy útil... y
aún lo será más.
—¿Q-Qué le has h-hecho? —preguntó Ron, temblando.
—Eso es un pequeño secreto entre ella y yo... y también le debo a Potter lo que he
podido hacer con ella —dijo, riéndose—. No habría podido hacerlo si no fuera por su
estúpida manía de querer ayudar a todo el mundo...
—¿QUÉ LE HAS HECHO? —exclamó Harry, furioso.
—Muy bien, Potter... muy bien. Déjate llevar, deja que el odio te llene. Eso es lo
que tienes que hacer. Demuestra lo que puedes lograr con el poder que te di,
enséñame qué haces con esa fuerza que me ha hecho a mí más poderoso de lo que
nunca he sido.
»Dumbledore hizo un buen trabajo contigo enseñándote a cerrar tu mente, pero
aún así, yo puedo sentirte Potter... cuando te dejas llevar por tu odio, por tu rabia,
nuestra conexión se hace más fuerte. Eso es lo que yo necesito.
—Déjales a ellos —le desafió Harry—. Tú y yo solos. Vamos. Todo es entre
nosotros.
—¡Qué abnegado eres! —respondió Voldemort—. Dispuesto a dar tu vida por las
de tus amigos... Harry, nunca cambiarás... por eso eres débil.
—Yo no soy débil —contestó Harry.
—Sí, sí lo eres... y ya deberías de saberlo, Harry, ya deberías haberlo entendido.
—¿Qué debería haber entendido?
—Los sueños, Harry... ¿No tienes preguntas, dudas, acerca de los sueños?
Harry miró a Voldemort fijamente, a pesar de que eso le producía un dolor más
fuerte en la cicatriz. Llevaba un año preguntándose por el significado de los sueños,
por lo que eran... y ahora tenía la ocasión de conocer la respuesta. La respuesta...
pero no quería admitirlo ante Voldemort.
—Los sueños sólo muestran lo que podría suceder si nos unimos —dijo Harry.
Voldemort se rió.
—A mí no trates de engañarme, Harry... Sabes perfectamente que eso no es así...
sabes que los sueños muestran algo más. ¿Quieres saber qué es, Harry?
—Dímelo. Vamos, dímelo. ¿Qué es?
—Tu debilidad, Potter... —contestó Voldemort con voz triunfante—. Los sueños
muestran tu debilidad... —sonrió con satisfacción y malicia y señaló a Ron, Hermione,
Luna y Neville—. Tus amigos son tu debilidad.
—N-No... no es cierto... —dijo Harry.
—Sí lo es, Harry. Tú lo sabes... si yo les amenazo de muerte, harás lo que sea
para protegerles... son tu debilidad... y están en mi poder. Como tú. Viniste aquí
porque esa chica estaba en peligro... harías lo que fuera para salvarles, como hiciste
el año pasado. Otra vez has caído en la misma trampa.
—¡No! —gritó, lleno de rabia, apuntándole a Voldemort con la varita.
—¿Quieres luchar? —le preguntó Voldemort, sorprendido—. ¿Crees que puedes
vencerme?
—Sabes que puedo.
—Tal vez sería divertido comprobarlo... pero temo que no va a ser posible. He
esperado mucho por este momento, y no quiero esperar más. Es hora de unirnos,
Harry.
—¡No! ¡No puedes obligarme!
—¿Tú crees? —le preguntó Voldemort—. ¿Estás seguro?
—Jamás me uniré a ti... no puedes poseerme, no puedes porque yo siento cariño
hacia mucha gente... tú no lo soportas.
—Sí, eso es cierto —reconoció Voldemort—. Por eso he hecho todas esas cosas,
por eso he atacado y matado a toda esa gente...
—¿Por qué? —gritó Harry—. ¿No lo hiciste para destruir a mis amigos, para
dejarme solo?
—Claro que no, Potter... —contestó Voldemort, sonriendo.
Harry parecía perplejo.
—¿Qué? ¿Entonces por qué? ¡DIME POR QUÉ!
Voldemort se rió.
—Lo hice para que me odiaras, Potter... sólo para que me odiaras, sólo para que
en tu mente sólo existiera rencor hacia mí... Dime, ¿lo he conseguido? ¿Me odias más
que a nada en este mundo? ¿No deseas matarme?
Harry temblaba, lleno de rabia y de odio como nunca. Todas las veces que había
creído sentir el odio más grande del que era capaz habían sido un espejismo, porque
no habían sido nada comparado con lo que sentía en ese momento.
—¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ Y MIL VECES SÍ! ¡ERES UN MALDITO MONSTRUO! —gritó,
provocando que las velas que iluminaban el lugar temblaran y que los mortífagos
retrocedieran, pero Voldemort sólo sonrió.
—Bien... bien, Potter. Hazlo. Muéstramelo. Desde luego, es una maravilla que ese
poder haya despertado en ti...
—¿Una maravilla? —dijo Harry, extrañado—. ¿Por qué ha de ser una maravilla
que yo haya descubierto un poder que me vuelve mucho más fuerte?
—¿Por qué? Sencillo, Harry... Estuve un mes intentado entrar en tu mente y
conocer la profecía, porque sabía que Dumbledore te habría dicho lo que decía... pero
no había forma. Sólo notaba una tristeza horrible que no me permitía seguir... lo único
que había en tu cabeza era el recuerdo de Black... hasta que, a finales de julio, logré
hacerlo con una facilidad pasmosa... algo había cambiado, lo percibía. Y cuál no sería
mi sorpresa cuando, tras oír las profecías, aquella visión surge ante mí... ante
nosotros. Una providencial visión que me obligó a modificar todos mis planes.
—Intentaste matarme después de eso —dijo Harry.
—Sí, bueno... en realidad, Umbridge no te habría matado, la habría detenido antes,
pero no hizo falta. Por cierto —dijo, mientras su boca sin labios se curvaba en una
sonrisa cruel—, ¿te gustó cómo la maté?
—Fue algo horrible —dijo Harry asqueado—. Fue espantoso.
—Lo sé... pero bueno, tú la odiabas, ¿no? —comentó, riéndose, y luego prosiguió
con lo que estaba contado—: Ah... hurgar en la mente que nos une para ver más era
cansado, muy cansado... cada vez que lo hacía tenía que descansar durante días,
pero mereció la pena. Ahora me apoderaré de ti, y, debido al odio que sientes, no
podrás evitarlo. Tengo que agradecerte que hayas traído mi herencia —añadió,
señalando la Antorcha, que aún estaba en manos de Henry.
—No es tuya —dijo Harry.
—Por supuesto que sí lo es —replicó Voldemort—. Slytherin la construyó, y me
pertenece por derecho.
—No la hizo Slytherin solo. Gryffindor participó.
—Ya... pues que su heredero la reclame —dijo, riéndose, mientras miraba la
Antorcha con deseo.
—No vas a tenerla —dijo Harry, desafiante.
—¿No? Yo creo que sí —dijo Voldemort, estirando su mano libre hacia Henry, que
le tendió la Antorcha.
—¡Accio Antorcha! —exclamó de pronto Harry, apuntando con su varita.
La Antorcha se soltó de las manos de Henry y voló hacia Harry, pero, cuando iba
por la mitad del camino, Voldemort la atrajo hacia sí con un movimiento de su varita, y
la cogió.
—¿Creías que era tan fácil, Potter? Me temo que aún no sabes con quién tratas.
Tal vez debería mostrártelo. Tal vez necesites una lección para saber que no se juega
conmigo. Tal vez, sí...
Se metió la Antorcha en un bolsillo de la túnica y apuntó con su varita hacia el
grupo compacto que formaban Harry y sus amigos, que tenían las varitas en alto.
Voldemort movió la varita y todos, Harry incluido, cayeron de espaldas. Voldemort
volvió a mover la varita y Hermione fue arrastrada hacia delante. Voldemort le apuntó.
—Ponte en pie, sangre sucia.
Hermione temblaba, pero se levantó, a pesar de que las piernas casi ni la
sostenían, y enfrentó a Voldemort.
—Eres valiente, muchacha... ahora veamos si también eres fuerte.
—¡No le hagas daño! —gritaron Ron y Harry al mismo tiempo, poniéndose en pie,
pero Dullymer y su padre les apuntaron con las varitas y los ataron con cuerdas.
—El espectáculo se verá mejor si estáis quietos —se burló Henry.
Voldemort sonrió y apuntó a Hermione.
—¿Lista, sangre sucia?
Hermione levantó su varita.
—¡Crucio! —gritó Voldemort, y al momento Hermione empezó a chillar. Ron cerró
los ojos para no mirar, y Harry se retorcía de la ira. Neville estaba blanco como el
papel, y Luna tenía la mirada triste.
Tras unos quince segundos, Voldemort levantó su varita y Hermione dejó de gritar.
Entonces, ella apuntó con su varita e hizo un rápido movimiento con ella. Voldemort
dejó escapar un chillido que atravesó la cabeza de Harry y se llevó una mano a la
cara, donde un pequeño corte había aparecido.
—¿CÓMO HAS HECHO ESO? —gritó Voldemort, preso de la furia, pero también
del desconcierto—. ¡Ningún mago puede atacarme con un hechizo! ¡¿Cómo lo has
hecho?!
—Mi idea era cortarte la cabeza —dijo Hermione, reuniendo todo su valor.
—Ya veo... la maldición cortante. Parece que estáis preparados... Tu hechizo me
tocó. Muy debilitado, pero me tocó. ¿Cómo lo has hecho? ¡Ni siquiera Dumbledore
puede hacerme nada!
—No lo sé —dijo Hermione.
—Vale... da lo mismo —dijo Voldemort, más para sí mismo que para los demás—.
Sea como sea, el caso es que no voy a permitir esto...
Apuntó de nuevo a Hermione y le lanzó otra vez la maldición cruciatus. Harry y
Ron no podían hacer nada, pero Neville, en un impulso, levantó la varita y gritó:
—¡Desmaius!
El hechizo golpeó a Voldemort, pero no sucedió nada; ni siquiera dejó de atacar a
Hermione.
—Vaya —dijo Voldemort, levantando la varita de nuevo—. Parece que los hechizos
de Longbottom no me hacen efecto... No sé por qué los tuyos sí, muchacha... pero no
vas a tener ocasión de repetirlo, te lo aseguro.
—Déjala —dijo Harry—. Vamos, suéltame y apodérate de mí, si crees que puedes
hacerlo, pero déjala.
—¿Por qué? —preguntó Voldemort—. Una sangre sucia menos...
—¡No la llames así! —gritó Ron—. ¡Tú también eres hijo de padre muggle!
Voldemort dirigió sus fríos ojos de serpiente hacia Ron y éste palideció, mientras el
valor que le había invadido se disipaba de pronto.
—Sí, mi padre era muggle... pero yo corté esos lazos familiares de forma drástica
—dijo—. Y digamos que mi sangre, ahora mismo, no se podría considerar muggle,
chico... porque yo soy mucho, mucho más que un simple mago, como quizás puedas
comprobar pronto. Y ahora, ¿dónde estábamos? —se preguntó, volviendo sus ojos
hacia Hermione—. Ah, sí...
Volvió a apuntarle con su varita mientras Hermione se encogía, esperando recibir
otra dosis de dolor.
—Huelo el miedo en ti, muchacha... y a pesar de ello, no te quejas, no suplicas...
sí, eres como el sueño muestra, valerosa y fuerte, no puedo negarlo.
Hermione miró a Voldemort sin decir nada.
—Pero, a pesar de todas esas magníficas cualidades, acabas muriendo... y será
pronto, porque creo que tu querido novio no puede hacer mucho por salvarte —añadió,
viendo cómo Ron forcejeaba, sin poder soltarse—. ¿Quieres ver cómo muere, chico?
—No se te ocurra hacerle nada —amenazó Ron, mientras las lágrimas inundaban
sus ojos.
Voldemort sonrió, hizo un gesto con la varita y Hermione fue lanzada hacia atrás.
Luego hizo otro movimiento y todos quedaron atados fuertemente, mientras Harry era
liberado.
—Tenías razón, Potter, estamos perdiendo el tiempo. El trabajo está antes que el
placer.
Sacó la Antorcha de la Llama Verde del bolsillo de su túnica y la miró.
—Veamos lo que puedes hacer...
Hizo ademán de concentrarse, pero la Antorcha no hacía nada.
—No conseguirás encenderla —dijo Harry. Voldemort le miró directamente,
provocándole otra punzada en la cicatriz.
—Ya lo sé... tenemos que encenderla entre los dos, ¿verdad? Pues bien... eso
vamos a hacer.
—Amo... —intervino Henry Dullymer. Voldemort le miró—. Potter puede
encenderla, amo. Antes lo hizo. La encendió él solo.
Voldemort sonrió.
—Lo sé —dijo
—¿Lo sabes? —preguntó Harry, sorprendido.
—Pues claro, estúpido. ¿Cómo si no ibas a poder traerla aquí? Si no pudieses
encenderla, no habrías podido sacarla de Hogwarts.
—¿Cómo sabías que podría?
—Sé muchas cosas, Potter. Muchas... la razón por la que puedes encender la
Antorcha es la misma por la cual he deseado matarte desde que retorné.
—¿Y cuál es esa razón? —inquirió Harry—. ¿Que yo poseo un poder que tú no?
¿Que yo soy el único que puede derrotarte?
—No, Potter... ¿Nunca te has preguntado qué significa la última parte de la
profecía? ¿No sabes acaso por qué «ninguno puede vivir mientras el otro sobreviva»?
¿No sabes acaso por qué te duele la cicatriz al acercarme a ti, o por qué tienes ese
poder y esos conocimientos que no salen de ninguna parte?
—La mente compartida... —dijo Harry—. Pero no sé qué...
—No, Potter. La mente compartida es una causa... la realidad es que, la noche en
que intenté matarte y fui destruido, parte de mí, de mi mente, de mi poder... fue a ti —
dijo, señalando la cicatriz—. Te hice mi igual, te di mis poderes, mi fuerza...
—Eso ya lo sé —dijo Harry.
—Potter, parte de mi mente está en la tuya, parte de lo que yo soy. Es cierto que
tengo más poder que antes, pero parte de mi propia esencia está en ti... vive en ti. Por
eso tú percibiste nuestra conexión antes que yo, por eso te duele la cicatriz...
—Ya —dijo Harry—. ¿Y qué? ¿Por eso deseas matarme? Tú tienes el mismo
poder.
—¿No comprendes? Parte de mi propia esencia está en ti... y sólo puedo
recuperarla si tú mueres, Potter... si tú no mueres, jamás podré alcanzar la
inmortalidad... jamás estaré completo. Por eso debes morir... por eso no puedo vivir
mientras tú estés vivo.
Harry se quedó absorto ante tal revelación. ¿Voldemort necesitaba matarle para
volverse inmortal?
—¿Lo entiendes ahora? Yo lo comprendí hace tiempo, y por eso usé tu sangre,
Potter, para obtener tu protección, y porque me permitiría, más adelante, usar esa
protección en mi propio beneficio... sólo porque tú tienes algo mío, parte de mi propia
esencia, en tu interior. Claro que, ahora, se me brinda algo mejor: ¿Por qué matarte, si
puedo absorber mi propia esencia, y a la vez la tuya, fusionándome contigo? Eso me
hará muchísimo más poderoso de lo imaginable. Nos hará, Potter. A los dos... ¿No te
gusta la idea?
—¡No! —gritó Harry, retrocediendo.
—Lástima... pero bueno, ¿entiendes ahora por qué puedes encender la Antorcha?
Tienes dos mentes en ti, Potter... por eso puedes encenderla sin que yo la toque,
porque parte de mí ya está en ti. Ahora quiero verlo.
Harry miró a Voldemort con furia... así que ese era el gran secreto, el motivo de su
conexión inexplicable: Parte de Voldemort, parte de su propia esencia estaba en él...
así había conseguido espiarle la noche del ataque a Azkaban, cuando habían
empezado a desarrollar sus poderes... Ahora lo entendía todo. Voldemort nunca
podría vivir con plenitud si él no moría, y él jamás podría vivir porque Voldemort nunca
le dejaría en paz... uno de los dos debía de morir.
—Dámela y te lo mostraré —le desafió Harry, señalando la Antorcha.
Voldemort sonrió.
—Sí. Eso voy a hacer.
—Entrégamela entonces.
—Potter, Potter... Tal vez piensas que soy estúpido, y que te la voy a entregar sin
más... pues no. Como dije antes, eres débil... yo tengo a tu debilidad. Podrías hacer lo
que quisieras, luchar, e intentar huir... pero no lo harás. No lo harás porque si lo
intentas... —apuntó con la varita a Ron y lo atrajo hacia sí— él morirá. Henry lo
matará.
Henry sonrió y apuntó a Ron con su varita. Harry apretó los puños de la rabia.
Sabía perfectamente que Dullymer mataría a Ron sin dudarlo. Lo veía en sus ojos. No
sólo lo haría... sino que estaba deseando tener que hacerlo.
—Enciéndela, Potter —dijo Voldemort, lanzándole a Harry la Antorcha.
Harry la cogió, pensando la manera de hacer tiempo, de liberar a sus amigos.
—No puedo —dijo—. Necesito que ellos me den su apoyo, sentirme bien, saber
que están a salvo... si él está amenazando a Ron, no puedo hacerlo.
Voldemort miró a Harry fijamente.
—Puede que Dumbledore te haya enseñado oclumancia, Potter... pero tú y yo
compartimos una conexión muy profunda y sé que me estás mintiendo. Enciende la
Antorcha o tendrás verdaderos motivos de preocupación.
Sin otra opción que hacer lo que Voldemort le decía y confiarse a la suerte, Harry
se dispuso a encender la Antorcha. Quizás una vez encendida y con la mente clara, se
le ocurriera qué hacer.
—Deberíamos quitarle la varita —sugirió Richard Dullymer.
—Sí, tienes razón. Entrégame tu varita, Potter.
Mirando al señor Dullymer con odio, Harry le lanzó la varita a Voldemort. La
situación era estupenda: sus amigos atados; Ron amenazado de muerte; y él iba a
luchar con Voldemort, el mago más grande del mundo, sin varita. Si ésta era la batalla
final, las cosas estaban muy mal.
Harry miró de nuevo a Voldemort, dejándose llenar por todo el odio que sentía por
él, por todos sus deseos de matarlo, sintiendo cómo el poder lo llenaba. Voldemort lo
percibió, porque sonrió. Eso era lo que el mago deseaba, pero Harry no podía evitarlo.
Luego miró a sus amigos, recordando los momentos con ellos, pensó en Ginny, en
Ginny, de la que no sabía nada, que quizás moriría sin haber vuelto a hablar con ella,
sin decirle lo especial que se había vuelto para él, lo mucho que había cambiado...
recordó la imagen de sus padres junto a su cuna, y una lágrima resbaló por su mejilla.
Voldemort sonrió con desprecio, y la Antorcha se encendió, se encendió con una
fuerza inusitada, y de ella salía una enorme llamarada verde que los iluminaba a
todos, dándoles un aspecto ponzoñoso y fantasmal.
Sintió al instante todo su poder, toda su magia recorriéndole, lista para ser usada...
si tan sólo tuviese su varita...
«Cógela —se dijo a sí mismo—.Ahora puedes...»
«Ron moriría —se respondió—. Henry no dudará en matarlo».
«Pero también puedes detenerlo a él. Aún sin varita, puedes hacer conjuros...
recuerda el cierre de la mente. Puedes hacerlo...».
Harry estaba en un mar de dudas, pero tendría que resolverlas pronto, porque
Voldemort miraba la Antorcha con avidez. Comenzó a acercarse a Harry, y éste tomó
una decisión.
Concentrándose, gritó «¡Desmaius!» y Henry cayó hacia atrás como si lo hubiesen
golpeado, aturdido, aunque no desmayado. Al instante, Harry se volvió hacia
Voldemort, y, mientras su varita volvía a su mano, hizo saltar la de Voldemort de su
mano. Con un grito triunfante, apuntó con su varita al mago, que estaba inmóvil... y
parecía temeroso.
—Ahora soy yo el que te tiene a ti.
—¿Tú crees? —dijo él.
Estiró la mano y su varita voló hacia él. Harry gritó y le lanzó un hechizo aturdidor,
pero Voldemort desapareció y apareció al instante, detrás de él.
—Fallo, Potter.
Voldemort intentó agarrar la Antorcha, pero Harry saltó y levitó, alejándose de él.
Volvió a apuntar con su varita y le lanzó unas cuerdas que ataron al malvado mago.
Éste, lanzando un rugido de furia, hizo desaparecer las cuerdas y apuntó de nuevo a
Harry, que sintió una presión en la nuca que lo hizo caer al suelo.
—No vas a escapar, Potter... No hoy. No con mi Antorcha... no sin darme lo que es
mío.
Los mortífagos retrocedieron hacia las paredes, mientras el señor Dullymer
terminaba de despejar a su hijo, que aún estaba aturdido. Hermione, Ron, Luna y
Neville miraban la escena con los ojos muy abiertos, y animaban a Harry.
Pero Harry apenas les oía, porque sus cinco sentidos y toda su mente se
concentraban sólo en una cosa: derrotar a Voldemort como fuera, o, al menos, liberar
a sus amigos para que pudiesen huir de allí.
Voldemort se lanzó hacia él de nuevo, y Harry intentó detenerlo con un embrujo
obstaculizador, pero él lo desvió con un movimiento de varita.
—Eso no va a funcionarte, muchacho. ¡Eres mío! ¡Acepta tu destino, Potter!
—¡Nunca! —gritó Harry, agitando la varita de tal forma que Voldemort se tambaleó
hacia atrás.
—¡No puedes escapar de mí, Potter! ¡Deseas el poder tanto como yo!
—¡No por encima de las vidas de mis amigos! —gritó—. ¡SÓLO DESEO TENER
AQUELLO QUE TÚ ME ARREBATASTE, MONSTRUO!
—-¡Lucha por ello entonces! —le desafió Voldemort, al tiempo que le lanzaba una
maldición cruciatus que Harry logró esquivar.
Harry contraatacó con la maldición cortante, pero Voldemort fue muy rápido, y con
el encantamiento escudo logró detenerla.
—¿No pensarías que iba a ser tan fácil, verdad?
Harry miró a Voldemort, pensando qué hacer. Estaba tan lleno de ira que casi no
se explicaba cómo la Antorcha aún ardía. Voldemort le miró con sus fríos ojos, y
sonrió.
—Perfecto, Potter. Nunca me has odiado más que ahora... Nunca. Eres mío.
Y, sin más, desapareció. Harry se quedó un momento quieto, esperando la
aparición del mago, y entonces, por segunda vez en su vida, sintió cómo su cuerpo y
su mente eran invadidos por una serpiente que se fundía con él mismo, al tiempo que
el dolor de su cicatriz se hacía insoportable, horrendo, inaguantable. Intentó liberarse
como la otra vez, pensando en sus amigos, en sus padres, en todo lo bueno que tenía,
pero no funcionó, y sabía por qué: la Antorcha. La Antorcha permitía la dualidad, la
favorecía, la usaba... y con ella, Voldemort podía poseerle. Sintió cómo el poder que
había puesto Voldemort en él emergía, apoderándose de su mente, llenándole de
deseos de muerte, de deseos de poder, de dominación; visiones de grandeza, los
sueños de Voldemort, surgían en medio del dolor inimaginable que atormentaba su
espíritu. No podía escapar, tenía que luchar o Voldemort le poseería, le dominaría, así
que se concentró, percibiendo cómo la Antorcha ardía con tanta intensidad que su
fuego ya no subía hacia lo alto, sino que caía, rodeándole, envolviéndole, al tiempo
que de su boca salían terribles chillidos. Los mortífagos miraban la escena asustados,
pero Harry oyó cómo Hermione, y luego también los demás le gritaban palabras de
ánimo, le decían que no se rindiera, que luchara... y un sentimiento cálido lo inundó,
desplazando la maldad, desplazando a Voldemort... moriría antes que hacerles daño,
se mataría a sí mismo antes de convertirse en lo que había visto en sus sueños...
Entonces, en un supremo esfuerzo de concentración, una llamarada verde estalló
a su alrededor y sus amigos fueron liberados de sus ataduras. Con fuerza renovada,
se preparó para enfrentar a Voldemort, e intentó expulsarle de su cuerpo, echarle,
vencerle... sintió su presencia, su maldad, su mente y su espíritu, que rivalizaban con
los suyos, y lo miró a los ojos. Voldemort le devolvió la mirada desde su cuerpo de
serpiente con el que envolvía a Harry en un abrazo que era casi una fusión... casi,
pero aún no una fusión completa.
Y Mientras miraba con desafío a esos ojos cargados de maldad, sintió que se
sumergía, que perdía contacto con el mundo, y que caía, más y más profundamente,
perdiéndose entre los recuerdos y vivencias que guardaba la mente de su eterno
enemigo.
38

La Historia de Tom Ryddle

Harry cayó en un vacío infinito, y dejó de sentir su cuerpo, e incluso sus


emociones. Incluso el dolor de la cicatriz había desaparecido, porque allí no había
cicatriz... estaba en la mente de Voldemort, en su recuerdo. Había caído allí sin saber
cómo y no sabía cómo salir.
Sintió entonces que la oscuridad se disipaba, y empezó a percibir otros
pensamientos y emociones que no eran los suyos... sino los de un niño, al tiempo que
sus propios pensamientos, sus propias emociones se difuminaban; la preocupación
por sus amigos desapareció, nublándose. Podía pensar, y recordar... pero su mente
estaba llena con las del niño.
Abrió los ojos, pero tampoco eran los suyos, sino que, de nuevo, eran los del niño.
Estaba en lo que parecía el patio de un colegio, pero no parecía demasiado cuidado.
Había columpios y otras cosas, pero estaba todo algo viejo y desvencijado. No llovía,
pero el suelo estaba mojado y el cielo era oscuro y gris.
Harry podía percibir los pensamientos del niño, así como los suyos. Se dio cuenta
de que aquel niño era Tom Ryddle; Tom Ryddle cuando tenía ocho años. Estaba triste.
No era feliz. No le gustaba el orfanato (eso era el lugar donde estaba). Quería haber
tenido unos padres, como otros niños que conocía, pero no sabía nada de ellos... de
hecho, por una parte no los quería, porque le habían dejado en aquel lugar horrible. A
Tom no le gustaba ningún niño de aquel lugar, y no tenía amigos, porque todos
pensaban que era raro. De hecho, era raro, porque a veces a su alrededor pasaban
cosas extrañas e inexplicables. Los niños mayores se metían con él por cualquier
cosa, y nadie le defendía, porque a Tom no le gustaba ninguno de los otros niños y no
se llevaba con ellos; le parecía que él no pertenecía a aquel lugar, él no era como los
demás. No sabía en qué era distinto, pero lo era; lo sabía.
Caminó por el patio, solo, como siempre. A Harry le sorprendió ver lo parecido que
era aquello con lo que él recordaba de su infancia en el colegio muggle, con la banda
de Dudley persiguiéndole, y sintió lástima por Tom Ryddle, olvidándose
momentáneamente de todas las cosas terribles que algún día haría el niño en el cual
estaba metido, sintiendo sólo su pena y su tristeza.
Se acercó a un columpio y se sentó en él. Siempre elegía aquel columpio, y allí
pasaba horas. No le importó que estuviera mojado. Era su lugar, el lugar en el que
esperaba el momento en que todo cambiara y pudiera irse de allí. Su mayor deseo era
que ese día llegara alguna vez.
Empezó a columpiarse lentamente, y sólo llevaba allí unos minutos cuando alguien
le empujó por detrás y lo tiró al suelo, haciendo que se arañara una rodilla. Sintió risas.
Se volvió y los vio: eran John Brandon y sus amigos, unos chicos de diez años que
siempre se metían con él. Harry percibió el intenso odio que Tom sentía hacia ellos.
De hecho, se sorprendió al ver el inmenso odio que el niño albergaba en su interior,
pese a tener sólo ocho años.
—¡Hola, Ryddle! ¡Tendrías que aprender a usar los columpios o te harás daño! —
exclamó John. Los demás se rieron.
Tom tenía ganas de decirle que se callara, porque él ni siquiera sabía cuánto eran
dos más dos, pero se aguantó. Era demasiado inteligente como para dejarse llevar
así. Si le decía aquello, Brandon le empezaría a pegar puñetazos. Por tanto, se
levantó sin decir nada y se alejó despacio, esperando que le dejaran en paz.
Afortunadamente para él, así fue. Robert Fils, otro de los amigos de John, había
dicho algo y los demás se habían reído, olvidándose de Ryddle, que se sentó en un
banco alejado, pero desde donde podía ver a sus enemigos.
Los miró con odio. Eran los chicos que más odiaba de todo el colegio, pero no los
únicos. Quizás a la mayoría no los odiaba, pero ninguno le gustaba. Ninguno quería
ser amigo suyo, y, realmente, tampoco él quería ser amigo de ellos. Algo en su interior
le hacía alejarse de todo el mundo, porque aquél no era su sitio.
Pensó en su apellido, Ryddle... Él había preguntado muchas veces quienes eran
sus padres, pero nadie en el orfanato le había dicho nada. Odió a Ryddle, a su padre,
fuera quien fuera, por haber permitido que estuviera en un lugar como éste.
Se tocó la rodilla que se había arañado, y apretó el puño de la mano libre con
rabia. Miró hacia John Brandon, que se columpiaba en su lugar preferido. Si pudiese
hacerle algo... si pudiese...
Y de pronto, mientras Tom miraba, Harry vio cómo las cadenas del columpio se
rompían y John era lanzado al suelo, dando vueltas y mojándose completamente en
un charco. Tom sonrió. Le estaba bien empleado. Ojalá él pudiera hacer cosas como
esa cuando quisiera... entonces nadie se metería con él.
Pero Harry supo la verdad. El joven Ryddle no lo sabía, pero Harry estaba seguro
de que era el niño el que había roto las cadenas del columpio, tal como él había
inflado a tía Marge o hecho desvanecer el cristal que encerraba a la serpiente del zoo.
Tom se levantó y se alejó, riéndose aún. Volvió una vez la cabeza para ver cómo
Jonh se levantaba, lleno de barro y maldiciendo. Tom se rió más. Sólo lamentaba que
no le hubiera pasado algo más grave. Más doloroso...
El recuerdo comenzó a esfumarse, y Harry se encontró pronto en medio de la
oscuridad. Entonces sus propios pensamientos y emociones se hicieron más claros,
más sólidos, y volvió a sentir preocupación por sus amigos, pero entonces un nuevo
recuerdo tomó el lugar de la oscuridad y Harry se vio de nuevo invadido por la mente
de Ryddle.
Estaba en un momento posterior de la vida de su vida, aunque seguía teniendo
ocho años. Habían pasado unos meses desde el incidente del columpio. Estaba en la
enfermería del orfanato, con una mano vendada. John Brandon se la había roto,
porque él se había reído cuando el chico había caído en el patio, al tropezar con una
piedra.
Tom se levantó, maldiciendo su vida. Le habían roto la mano, y aunque a casi
nadie le caía bien John Brandon, a nadie le importaba demasiado lo que le pasara a
Tom. A él por una parte le daba igual, porque no le gustaba nadie, pero se sentía solo.
Echaba en falta a alguien que fuera como él, aunque no sabía exactamente qué era
eso de «ser como él».
Salió de la enfermería, mientras los otros niños con los que se cruzaba se reían de
él, o le miraban raro. Tenía fama de ser extraño e incluso de estar un poco loco, pero
no le importaba. Sabía que algún día saldría de allí, y le esperaba algo grande. Podía
sentirlo.
Harry apreció pronto las diferencias entre él y Tom Ryddle. Aunque en un principio
había hallado similitudes, se dio cuenta de que Tom no tenía amigos no sólo porque
no le dejaran, como le había pasado a él; Harry se dio cuenta de que Tom tampoco
habría tenido amigos de haber podido.
Salió del edificio, que era lúgubre y triste, al patio. Era un día de primavera, y hacía
buen tiempo. Caminó por el patio, como siempre hacía, hasta llegar al fondo del
mismo, cerca de las verjas. Se sentó allí, entre los matorrales, en un lugar que había
descubierto y que era estupendo cuando no quería que lo molestaran, que solía ser
casi siempre. Se quedó un rato allí, mirando al aire, hasta que un extraño sonido
sibilante le hizo volver a la realidad: una serpiente había salido de uno de los
matorrales y se acercaba a él, amenazante.
La primera reacción de Tom fue quedarse inmóvil, presa del miedo, esperando
quizás que la serpiente se fuera, aunque sorprendentemente otra parte de él deseaba
que se acercara, tocarla, incluso usarla como mascota. Sería un buen arma para que
no se metieran con él, desde luego. La serpiente siguió acercándose a él, lentamente.
Tom la miró, y, sin pensar, le gritó:
—¡Vete!
La serpiente se detuvo al momento y comenzó a retroceder. Tom la miró con
extrañeza. ¿Acaso la serpiente le estaba obedeciendo? Siguiendo un extraño impulso
volvió a hablarle:
—Ven aquí.
Le pareció que de su boca no salían palabras, sino extraños silbidos, pero no
habría podido asegurarlo. Entonces, para su mayor sorpresa, la serpiente hizo lo que
le decía y se acercó a él, pero sin hacerle daño. Tom sentía que la serpiente no le
haría ningún mal. ¿Cómo era aquello posible? Alargó una mano para tocarla,
acariciándola. Le gustaba su tacto, era suave... se dio cuenta en ese momento de que
le gustaban las serpientes, y aquel misterioso animal que le obedecía sería su
mascota. Quizá podría utilizarla...
Harry se asustó al ver lo que Tom estaba pensando hacer con la serpiente. Él
mismo le había lanzado una serpiente a Dudley, sí... pero había sido sin querer,
mientras que Tom lo estaba pensando con total sangre fría. Siguió observando cómo
el chico hablaba con la serpiente, ordenándole hacer cosas, y finalmente le dio ciertas
instrucciones. La serpiente se metió entre los matorrales y Tom salió a la vista,
esperando ver a John Brandon, lo que no tardó demasiado en suceder. Cuando el
chico vio a Tom, que le miraba con descaro, se acercó a él, seguido por sus amigos.
—¡Eh, chicos, mirad quién está allí! —exclamó.
—¿Le arreglamos la otra mano, John? —preguntó otro de los amigos de John.
—Podríamos, podríamos —contestó él—. ¿Me estás mirando con descaro, niño?
—le preguntó, mirándole con desprecio.
Acércate... eso es. Acércate, pensaba Tom, sonriendo por dentro.
John llegó frente a Tom, y éste retrocedió hacia la verja.
—¿Tienes algún problema, rarito?
—Sí —respondió Tom—. Tú.
—¿Cómo dices? —preguntó John, muy sorprendido por el atrevimiento de Tom.
—Pártele la cara —sugirió el chico que se llamaba Robert Fils.
—Sí, eso es justamente lo que...
Pero no terminó la frase, porque entonces la serpiente salió de los matorrales y sin
previo aviso se lanzó sobre John. Tom sonrió con satisfacción. John gritó e intentó
escapar, pero la serpiente le mordió en una pierna. Chilló del dolor, mientras los otros
chicos se apartaban.
—¿Duele, John? —se burló Tom—. ¿Es doloroso?
Le silbó a la serpiente y ésta retrocedió. John se agarraba la pierna y chillaba,
dolorido, en tanto sus amigos intentaban levantarle para llevarle a la enfermería.
Mientras tanto, Tom se alejó, satisfecho. A John no le había pasado nada grave,
pero se sorprendió pensando algo: ¿Le habría gustado que John hubiese muerto?
Nada se habría perdido, se dijo a sí mismo.
Y mientras veía a Tom caminar por el patio, Harry sintió como la imagen se iba
otra vez, y se aclaraba de nuevo unos días después del incidente de la serpiente.
Los amigos de John habían contado cómo la serpiente le había atacado y ahora
todo el mundo miraba aún más raro a Tom, además de que le evitaban. A Tom esto le
daba casi igual, lo único que quería era que no se metieran con él, y eso casi lo había
conseguido, o eso creía.
Se encontraba en su habitación, haciendo sus deberes, solo, cuando la puerta se
abrió y John y sus amigos entraron. Parecían muy furiosos. Tom levantó la mirada y
tuvo miedo. Allí no tenía a su serpiente. ¿Qué haría?
—Bien, Ryddle —dijo John—. Ahora vas a explicarme el asunto ése de la
serpiente... ¿Cómo lo hiciste?
—Yo no hice nada —se defendió Tom.
—¡Mentiroso! Le silbaste algo, yo te vi —lo contradijo Robert Fils.
—¿Estás diciendo que yo soy capaz de hablar con las serpientes?
—Eso queremos saber... porque no me gustó nada lo que hiciste —dijo John—. Y
ya sabes que cuando algo no me gusta...
—Yo... yo sólo le mandé que parara, nada más —dijo Tom, buscando una salida.
—No me mientas, mocoso —dijo John, levantando el puño en señal de amenaza.
—Déjame en paz —dijo Tom.
—Creo que no... —respondió John.
Sus amigos agarraron a Tom y John empezó a pegarle con fuerza en el estómago.
Harry podía sentir el dolor del niño, su rabia, su intensísimo odio por no poder hacer
nada. John le pegó también en la cara, rompiéndole el labio y provocándole una
hemorragia nasal. Luego lo dejaron tirado en el suelo, mientras se encaminaban a la
puerta. Antes de salir, John se volvió y le miró con desprecio.
—Esto para que aprendas, estúpido. Conmigo no se juega.
Tom no respondió. Sólo se quedó allí, sangrando, maldiciendo su suerte. Cómo los
odiaba. A todos. Se juró a sí mismo que algún día pagarían por aquello. Algún día se
vengaría... pero por el momento sólo podía sufrir. Se levantó y cogió unos pañuelos
para limpiarse la cara. Aún respiraba con dificultad por los golpes recibidos en el
estómago. Se puso un pañuelo en la nariz para cortar la hemorragia, y, mientras lo
hacía, se juró que algún día sería él el que haría sangrar a ese grupo. Por su vida que
lo haría.
Una vez más, la imagen cambió y Harry se sumió en la oscuridad, sin saber si
vería algo más de la vida de su peor enemigo o volvería ya al mundo real. ¿Qué había
sucedido? ¿Estaba atrapado en la mente de Voldemort mientras él controlaba su
cuerpo? ¿Y sus amigos? A Harry le aterraba sobre todo esto último... sus amigos.
Entonces, la imagen volvió de nuevo y Harry sintió otra vez los pensamientos de
Ryddle, al tiempo que las preocupaciones parecían desaparecer. Tenía ya once años,
y era verano. Había estado paseando por el patio, aburrido, como siempre. Le gustaría
salir alguna vez de allí, pero hasta los catorce años no les dejaban salir del orfanato.
Aquél patio era casi lo único que había conocido en su vida. En aquel lugar había
descubierto que poseía más habilidades que la de hablar con serpientes, pero no era
capaz de controlarlas. Sólo lograba usarlas en momentos de mucho miedo o tensión, y
aun así no siempre. Si pudiera hacerlo cuando quisiera John Brandon no le habría
dado una paliza como la que había recibido un mes antes.
Mientras paseaba, uno de los profesores del orfanato lo llamó. Tom le siguió,
pensando en si se habría metido en algún lío, pero sabía que no. Excepto por los
problemas que tenía con Brandon, era un chico excelente: era de los que mejores
notas sacaban y nunca daba problemas. Así pues, no comprendía la razón de la
llamada del profesor.
—¿Qué sucede, señor Wiles?
—El director quiere verte, Ryddle —respondió el profesor.
Tom no dijo nada más y siguió al profesor hasta el despacho del director, donde
éste lo dejó.
—Te esperan —dijo, antes de marcharse.
Tom abrió la puerta y entró. El director estaba sentado tras su escritorio, y parecía
nervioso. Junto a él había otro hombre que sostenía una carta. Al verle entrar, el
hombre sonrió.
—Buenos días —saludó Tom, con cortesía.
—Buenos días —contestó el director—. Ryddle, este hombre, el señor...
—Dilfuss.
—Eso, Dilfuss, tiene... algo para usted.
—¿Para mí? —preguntó Tom, perplejo.
El señor Dilfuss le entregó la carta que tenía en la mano, que iba dirigida a él. Tom
la miró y se dispuso a abrirla, cuando vio el sello con el que estaba cerrada. Nunca
había visto aquel escudo, pero extrañamente, le sonaba familiar. Sin hacer mucho
caso, abrió la carta y empezó a leerla. Harry observó que era casi idéntica a la que él
mismo había recibido cuando tenía once años.
En el momento en el que Tom leyó las palabras «Colegio Hogwarts de Magia y
Hechicería», algo despertó en su mente, como un recuerdo largo tiempo enterrado.
Nunca había oído ese nombre, Hogwarts, y, sin embargo, le parecía que siempre
había formado parte de él. Sin entender por qué se sentía así, siguió leyendo. Cuando
terminó, miró a Dilfuss, que lo observaba con una sonrisa en la cara.
Tom estaba alucinado. Aquella carta quería decir... quería decir que era un mago.
Y eso era imposible... ¿Imposible? Recordó todas las cosas raras, el hecho de que
hablaba con las serpientes y otros muchos detalles, pero, sobre todo, dos cosas: la
sensación que siempre había tenido de que no pertenecía a ese lugar, y la extraña
familiaridad que el nombre de Hogwarts tenía para él.
—¿Qué te parece? —preguntó Dilfuss, mirándole e interrumpiendo sus
pensamientos.
—Esto... ¿Esto es una broma?
—No, no lo es —respondió el señor Dilfuss—. Eres un mago, Tom.
—No es posible —replicó.
—Te aseguro que sí —dijo Dilfuss, sacando una varita y haciendo levitar unas
carpetas del escritorio del director, que retrocedió algo asustado.
Tom abrió muchísimo los ojos, sorprendido y muy asombrado... y entonces supo
que era cierto. Era un mago. Aquello era lo suyo. Siempre lo había sido, ahora lo
sabía.
—¿Quieres ir a Hogwarts, Tom?
—No lo sé —contestó el aludido, aunque era mentira. Estaba totalmente seguro de
querer ir—. ¿Cómo es?
—Es un colegio interno para magos —explicó Dilfuss—. Vivirás allí durante siete
años, excepto en las vacaciones de verano, y, si quieres, también podrás venir aquí en
Navidad.
Interno. Tendría que vivir allí, alejado de Brandon y de todos los demás... con
magos. Magos como él. La idea no le podía parecer más satisfactoria.
—¡Por supuesto que quiero ir! —exclamó—. ¿Puedo? —preguntó, dirigiéndose al
director.
—Si lo deseas... sí. Pero no podremos decirle a nadie adónde vas.
—No importa. Nadie me aprecia aquí.
—Estupendo —dijo Dilfuss—. Entonces tendrás que ir al Callejón Diagon a
comprar tus cosas...
—¿Dónde está eso? —preguntó Ryddle.
—Yo te llevaré dentro de una semana, ya que no tienes familia —contestó Dilfuss.
Tom sonrió, pero algo le preocupaba.
—Esto... señor —dijo con voz débil—. Yo... yo no tengo dinero.
—El orfanato te dará una cantidad para tus libros —dijo el director—, al igual que
lo haríamos si estudiases aquí.
—Vaya... —se sorprendió Tom—. G-Gracias.
—Estupendo entonces —sonrió Dilfuss—. Vendré a buscarte en una semana,
Tom. Cuídate.
Dilfuss hizo un gesto de despedida y desapareció. Tanto Tom como el director se
quedaron estupefactos.
—B-Bueno, Ryddle... diremos que te han ofrecido un puesto en un colegio
exclusivo, ¿de acuerdo? Nada más.
—De acuerdo, señor.
Ryddle se fue del despacho, dejando al director aún sorprendido por lo que
acababa de pasar. Mientras caminaba por los pasillos, se sentía más feliz de lo que
había estado nunca. Dejaría el orfanato y conocería un mundo nuevo... un mundo que
se prometía extraordinario. Era un mago. Un mago... Brandon y los demás no
volverían a molestarle. Nunca más. Ahora lo sabía: él era superior a todos los demás
chicos de aquel lugar. Era un mago, un auténtico mago...
Se dispuso a esperar pacientemente el día en que visitaría el Callejón Diagon para
comprar sus cosas.
El recuerdo desapareció y fue sustituido por otro. Tom y Dilfuss caminaban por
Londres, rumbo al Caldero Chorreante. Entraron y salieron por la parte de atrás. Tom
estaba muy sorprendido por todo lo que veía. Se fijó cómo Dilfuss tocaba las piedras
con su varita, haciendo que se abriera un agujero en el muro por el que entraron en la
calle más extraña que Tom había visto en su vida.
Harry no pudo evitar sonreír mentalmente, a pesar de la situación. Aquello le
recordaba enormemente a su primer visita al Callejón Diagon con Hagrid.
Dilfuss acompañó a Tom a Gringotts para cambiar el dinero muggle (Dilfuss le
había explicado lo que significaba la palabra, y Tom había empezado a asociarla, de
forma inconsciente, con algo malo) por el mágico.
Tras salir de Gringotts, fueron a comprar las túnicas, el caldero y la tinta y el
pergamino. Tom no dejaba de sorprenderse ante todo. Aquél era su mundo. Siempre
lo había sido... sólo que no lo conocía. Por primera vez en su vida se sentía bien, se
sentía pleno y con esperanzas.
Antes de ir a Flourish y Blotts a por los libros, Dilfuss dejó a Tom ante Ollivander’s.
—Aquí es mejor que entres tú solo —le dijo
—¿Qué se compra aquí? —preguntó Tom.
—Lo más importante: la varita mágica —respondió Dilfuss.
Así pues, Tom entró, y pronto el señor Ollivander apareció para atenderle. Harry lo
reconoció, pero estaba mucho más joven que cuando él lo había visto... unos
cincuenta años más joven.
—Buenos días, joven —saludó Ollivander con amabilidad—. La primera varita,
¿verdad?
—Sí —respondió tímidamente Tom.
—¿Su nombre...?
—Tom Ryddle —contestó.
—Bien, señor Ryddle, veamos qué podemos encontrar para usted.
Ollivander le midió el brazo y comenzó a buscar.
—Veamos... ésta: treinta y un centímetros, núcleo de nervio de corazón de dragón
y madera de sándalo. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
Tom hizo lo que le pedía, y al instante Ollivander se la quitó.
—Mejor no... veamos —murmuró, mientras rebuscaba entre las cajas—. Ésta otra:
núcleo de pelo de unicornio, madera de roble, rígida, treinta y tres centímetros.
Tom la agitó de nuevo, y de nuevo Ollivander se la quitó. Cuando hubo probado
otras tres, Ollivander sacó otra que tenia en un cajón. Al lado de ella, había otra caja...
una caja que Harry recordaba bien.
—Veamos ésta... hace poco que la tengo, una combinación extraña, pero es
poderosa... núcleo de pluma de cola de fénix, madera de acebo, treinta y dos
centímetros, flexible.
Tom la cogió y al instante, una lluvia de chispas salió de la punta de la varita.
Ollivander se entusiasmó.
—¡Magnífico! ¡Se lleva una varita excelente, señor Ryddle! Una de las mejores que
he fabricado, de hecho.
Tom sonrió. Pagó su varita y salió de la tienda, donde se encontró con Dilfuss.
Ambos se dirigieron a Flourish y Blotts. Allí, Tom compró los libros que necesitaba.
Cuando iba a salir, vio un libro que le llamó la atención: Historia de Hogwarts. No pudo
resistirlo y lo compró. Algo se revolvía en su cabeza cada vez que oía el nombre y
quería saberlo todo de ese colegio.
Dilfuss volvió a dejarle en el orfanato, dándole antes las instrucciones para llegar al
Andén Nueve y Tres Cuartos de la estación de King’s Cross.
Tom se encaminó a su cama, cogió Historia de Hogwarts y comenzó a leer.
Harry veía cómo leía el libro, aunque no seguido, sino que de vez en cuando
parecía que avanzaba muy deprisa, y luego se detenía y la escena volvía a transcurrir
con normalidad.
Vio cómo Tom leía un capítulo llamado: La Fundación y las Casas. En el momento
en el que leyó el nombre de Salazar Slytherin, algo aún más fuerte y familiar que
cuando había oído el nombre de Hogwarts se despertó en su mente. ¿Qué significaba
ese nombre para él? Tom no lo sabía, pero Harry sí... y se preguntó si llegaría a ver
cómo Tom había descubierto que era el heredero de Slytherin.
Tom leyó ávidamente todo lo relacionado con Slytherin y su casa, y sus ojos se
abrieron desmesuradamente al enterarse de por qué el símbolo de Slytherin era una
serpiente: Slytherin podía hablar con la serpientes, un don rarísimo. Un don que él
mismo tenía.
Tras ver las cualidades de la casa de Slytherin, Tom supo que esa era la suya: él
tenía que estar allí. Era de Slytherin. Lo sabía. Aquel nombre ejercía una atracción
sobre él que no podía explicar... tenía que saber más, mucho más sobre él.
Harry sintió cómo pasaban los días, y de nuevo se encontró con Tom Ryddle, que
leía sus libros en su cama, mientras los demás niños estaban fuera y no le veían. Sólo
faltaban dos días para que empezara el curso en Hogwarts, y no veía el momento en
que ese momento llegara y pudiese abandonar, hasta Navidad por lo menos, el
horrible orfanato.
Se maravilló con todo lo que se podía hacer con la magia. Aquello era fantástico,
era lo suyo. Aprendía rápidamente, muy rápidamente, como si hubiese estado toda la
vida viviendo entre magos. Le encantaba, le fascinaba... y deseaba más. Deseaba
saber muchísimo más...
Terminó de leer el libro y lo guardó. Entonces, una idea se le vino a la cabeza. Era
un mago... ¿Y sus padres? En el callejón Diagon había visto a gente con sus hijos,
gentes que pertenecían a ese mundo. Deseaba saber más de sus padres,
seguramente ellos habían sido magos, y, si era así, ¿por qué le habían dejado en
aquel horrible lugar?
Se levantó y, decidido a saber la verdad, se dirigió al despacho del director y llamó
a la puerta.
—Adelante —respondió el director.
Tom abrió la puerta y entró. El director se sorprendió al verle.
—¡Ryddle! ¿qué hace aquí? —le preguntó.
—Señor director... yo quería saber lo que le sucedió a mis padres, si eran magos...
¿Por qué me dejaron aquí?
El director suspiró y se recostó en su asiento.
—Siéntese, Ryddle. —Tom obedeció y siguió mirando al director—. Su madre... su
madre murió, Ryddle. Murió al nacer usted.
Tom miró al director fijamente, ligeramente sorprendido, pero no afectado.
—Vivió sólo lo suficiente para ponerle su nombre: Tom Sorvolo Ryddle.
—¿Y mi padre?
El director hizo una pausa antes de responder.
—Tu padre no quiso saber nada de tu madre ni de ti —contestó.
Tom no se inmutó físicamente, pero por dentro se llenó de rabia, de una rabia y un
odio intensos.
—No quiso saber nada de mí...
—No —confirmó el director, con pesadumbre—. Creo que aún vive, pero, a todos
los efectos, no eres hijo suyo.
—Gracias por decírmelo —dijo Tom lacónicamente, levantándose del asiento y
saliendo del despacho sin siquiera despedirse.
Corrió por los pasillos, lleno de rabia, hasta llegar a su habitación, donde cerró de
un portazo y se tumbó en su cama. Su padre no quería saber nada de él. Nada.
—¡Maldito seas! —gritó, lleno de rabia.
En ese momento, una lechuza entró por la ventana, dejando una carta dirigida a él
en su cama. No se sorprendió por el método de entrega, porque Dilfuss ya le había
explicado todo acerca de las lechuzas mensajeras, pero sí se extrañó de recibir una
carta por ese método, porque él no conocía a ningún mago.
Intrigado, olvidando momentáneamente su rabia, la abrió y comenzó a leerla.

Tom:
Seguramente te preguntarás quién soy y por qué te escribo, porque
probablemente no conocerás a ningún mago o bruja... Bueno, mi
nombre es Wilma Sorens. Tú no me conoces, pero yo soy, o más bien
era, amiga de tu madre.
A estas alturas ya sabrás que eres un mago, y en unos días irás a
Hogwarts, por eso debes de saber lo que te voy a contar. Quizás sea
algo duro leer algo como lo que estoy a punto de escribir a los once
años, pero le prometí a tu madre que así lo haría.
Tu madre era una bruja. Yo la conocí en Hogwarts, ambas fuimos
compañeras en Slytherin, y seguimos siendo amigas al terminar el
colegio. Tu madre vivía en un pequeño pueblo llamado Pequeño
Hangleton y allí se enamoró de tu padre, Tom Ryddle, un muggle
(supongo que ya sabrás que muggle quiere decir «no mago») que vivía
en la aldea, bastante rico.. A mí nunca me gustó Ryddle, porque él y su
familia eran groseros, engreídos y maleducados. Además, era muggle
y eso no me acababa de convencer, pero tu madre estaba enamorada,
y logró estar con él. Sin embargo, cometió el terrible error de quedarse
embarazada. Cuando tu madre lo supo, se vio obligada a decirle a tu
padre lo que ella era. En cuanto se enteró, tu padre no quiso saber
nada más de tu madre ni de ti, y se desentendió de todo. Tu madre
lloró mucho, soportando sola el embarazo. Sólo yo estuve a su lado
cuando naciste. Los Ryddle le habían dado dinero a tu madre a cambio
de dejarles en paz y liberar de toda responsabilidad respecto al niño a
tu padre. Tu madre no tuvo más remedio que aceptarlo, porque ella no
tenía gran cosa, y en su estado apenas podía trabajar... Necesitaba
ese dinero.
Por desgracia, el parto fue difícil, y tu madre murió poco después
de dar a luz. Lo único que pudo hacer fue ponerte tu nombre, Tom
Sorvolo Ryddle. Tom por tu padre, y Sorvolo por tu abuelo materno.
Ella sabía que yo no podía cuidar de ti, porque tenía que irme al
extranjero un tiempo, ya que no tenía trabajo aquí, pero me prometió
que antes de que fueras a Hogwarts te contaría la verdad, y eso estoy
haciendo. Me gustaría quizás habértelo dicho en persona, pero vivo en
Turquía y no me ha sido posible volver a Inglaterra. Espero poder ir a
visitarte algún día.
Siento que te hayas enterado así, pero era una promesa que debía
cumplir.
Suerte en Hogwarts.
Wilma Sornes
P.D.: Respecto a tu padre, si te interesa, creo que sigue viviendo
en Pequeño Hangleton. No te recomiendo que vayas a conocerle, pero
por si acaso, yo te lo digo.

Tom temblaba al terminar de leer la carta. Temblaba de la rabia, del odio... su


padre... su padre, un muggle... un muggle estúpido que le había abandonado. Tenían
dinero, al parecer, y a pesar de todo, había permitido que él viviese en un maldito
orfanato, alejado de su mundo, sin saber quién era. Odió a Tom Ryddle. Odió a su
padre con todas sus fuerzas. Algún día se vengaría de él... algún día...
Quería irse ya, alejarse del mundo muggle para siempre. Lo odiaba. Por culpa de
un muggle, su padre, vivía allí, en aquel lugar, donde no le gustaba a nadie. Incluso el
director le miraba raro ahora, como si temiera que le fuese a convertir en rata o algo
así. Slytherin tenía razón... los muggles no eran de fiar.
Asombrado por la rápida transformación que Ryddle estaba sufriendo, por la
rapidez en que se llenaba de odio y rencor, acercándose cada vez más a lo que
llegaría a ser, Harry avanzó hasta el momento en que Ryddle viajaba en el expreso de
Hogwarts, solo en un compartimiento. Las imágenes se sucedieron rápidamente hasta
llegar a la estación de Hogsmeade, donde se bajó.
Mientras el guardabosque de entonces, Ogg, los llevaba al castillo en las barcas,
Tom observó Hogwarts, maravillado, sabiendo que esa era su verdadera casa: su
única casa. Y ahora estaba de vuelta.
Entró con los demás en el iluminado castillo, hasta una sala contigua al Gran
Comedor. Allí, Harry vio cómo Dumbledore, que debía de ser el subdirector, les
informaba que pronto tendría lugar la ceremonia de selección. Algunos niños
comenzaron a hablar, pero Tom no. Él esperaba ansioso el momento de ponerse el
Sombrero Seleccionador y que éste lo mandara a Slytherin.
Dumbledore volvió a entrar y los llamó para que lo siguieran. Allí, esperó el
momento de ser llamado. Cuando Dumbledore mencionó su nombre, se subió al
taburete y se puso el Sombrero.
—¡Oh! —murmuró el Sombrero en su oído—. Slytherin... eres Slytherin...
¡SLYTHERIN! —gritó el Sombrero un instante después, y Tom, satisfecho, se dirigió
hacia su mesa, sentándose con los demás de su casa.
Los que estaban a su lado le dieron la bienvenida, aunque de manera un poco
más fría que las bienvenidas que recibían los alumnos de las otras casas. No
obstante, no le importó. No era amigo de las familiaridades.
Sus compañeros de casa le preguntaron su nombre, y luego algunos empezaron a
hablar de sus familias, de sus antepasados y demás. Tom sabía que todos los
alumnos de Slytherin eran hijos de magos, y por eso le sorprendía algo el hecho de
que él, que era hijo de un muggle, estuviera allí... aunque, por alguna razón, sabía
que igualmente estaría allí, que aquella era su casa.
—¿Y quienes son tus padres, Ryddle? —le preguntó un chico que estaba a su
lado.
—Mi madre era una bruja, pero está muerta. Mi padre es muggle y no lo conozco.
Un silencio siguió a sus últimas palabras.
—¿Tu padre es muggle? —preguntó, muy extrañado, otro alumno.
—Sí.
—Pero eso no puede ser... nadie es Slytherin es hijo de muggles. Nadie. Nunca.
—Yo no sé nada sobre mi padre, ni quiero saberlo —repuso Ryddle, a la
defensiva.
—Eres un sangre mestiza —dijo una chica, mirándolo con algo de desagrado.
A Tom no le gustó la expresión... no le gustó aquella expresión referida a él...
porque él era más que eso, lo sabía.
—No conozco a mi padre —repitió.
Nadie agregó nada, porque el director, Armando Dippet, comenzó entonces su
discurso de bienvenida y luego empezó la comida, pero a Tom no se le escapó que
algunos en la mesa le miraban con desagrado... e incluso asco.
No habló apenas durante el resto de la comida, sólo miraba y pensaba... pensaba
en lo que el Sombrero le había dicho. Parecía haberse sorprendido con él... ¿Por
qué? ¿Y qué significaba aquello de «eres Slytherin»? No lo sabía, pero le intrigaba...
Harry sintió que, de nuevo, el tiempo pasaba, y su recorrido por la mente de
Ryddle se detenía aproximadamente un mes después.
Ryddle estaba en la biblioteca, estudiando. Estaba muy contento. No es que
tuviera amigos de verdad, pero se llevaba bien con sus compañeros de cuarto. No
parecía importarles en exceso que fuese un sangre mestiza, porque él siempre les
contaba lo que detestaba a su padre por lo que le había hecho. Sin embargo, le
desagradaba mucho que otros Slytherins lo llamaran así, porque él mismo era quien
peor se sentía por haber tenido un padre muggle. En el mes que llevaban de clases,
había descubierto que no sólo se le daba bien la magia, sino que parecía que la
magia y él fueran lo mismo. Era el mejor de su clase, con diferencia. Le daba la
impresión de que la varita era más bien una extensión de sí mismo, que con ella
podría hacer lo que quisiera. Siempre había sido inteligente, y en el orfanato era el
primero de la clase... pero no podía compararse con esto. En Hogwarts estaba
demostrando para qué había nacido, a dónde pertenecía... y eso le hacía sentirse aún
más furioso. Se sentía furioso porque de haber conocido antes la magia, de haber
podido estudiarla, aunque no practicarla, habría estado contento, habría podido ser
casi un dios... y por culpa de los muggles había tenido una infancia de sufrimiento.
Los odiaba. Sin embargo, ocultaba todos sus pensamientos, e incluso era cordial con
los de las demás casas, algo extraño en un Slytherin... aunque, desde luego, odiaba a
los sangre sucia. Los odiaba porque ellos hablaban bien del mundo muggle, y él lo
detestaba; los odiaba porque habían venido a Hogwarts en las mismas condiciones
que él, pero él tendría que haber pertenecido a este mundo desde siempre, y encima,
ellos habían sido felices en su infancia... los odiaba por ello. No tenían derecho a estar
allí, como él, cuando él había pasado tanto en su maldito mundo.
Cerró el libro de Transformaciones que leía, y decidió buscar algo en la biblioteca,
algo que llevaba tiempo pensando. Algo sobre la lengua pársel. Tras preguntarle a la
bibliotecaria, que le miró raro cuando le dijo el tema de su búsqueda, halló un libro en
donde se hablaba de ese don. Buscó un rato, y finalmente encontró una nota al
respecto:

Lengua Pársel: el don de hablar y comprender la lengua de las serpientes,


dominarlas y comunicarse con ellas. Un don extraordinariamente raro. La única
persona que se conoce con ese don era Salazar Slytherin, uno de los fundadores de
Hogwarts. A pesar de no ser un don común, es considerado un signo tenebroso,
debido a que las serpientes son frecuentemente utilizadas por la magia negra.

No había más información. No era raro, por otra parte, si sólo había habido un
hablante de pársel, y había vivido hacía casi mil años. No obstante, él hablaba pársel
también... y el Sombrero había dicho que era Slytherin. Además, estaba el detalle de
que Hogwarts le sonaba, igual que el nombre de Slytherin... su facilidad para usar la
magia... ¿Qué significaba? ¿Quería todo eso decir que él era la reencarnación de
Slytherin? ¿Podía eso ser posible? No lo sabía... pero se moría de la curiosidad.
También observó el dato de que era considerado un don tenebroso. Él no le había
dicho a nadie que podía hacerlo, porque le parecía una baza a su favor y quería
guardársela, y en ese momento se alegró de ello. Era mejor que nadie supiese que
tenía ese don.
El recuerdo se difuminó de nuevo, y Harry vio a Tom Ryddle apuntar su nombre en
la lista de alumnos que se quedarían en Hogwarts para Navidad...
Luego las imágenes avanzaron más, pasando por pequeñas escenas de las
clases, en la sala común de Slytherin, los exámenes... y la llegada a King’s Cross al
final del curso.
Ése era el momento que Ryddle más había temido: la vuelta al orfanato. Sólo
serían dos meses, pero iban a ser dos meses terribles. Probablemente Brandon y sus
amigos querrían darle todas las palizas que se había evitado ese curso, y él no podría
hacer magia para evitarlo, o le expulsarían de Hogwarts.
El director del orfanato le estaba esperando en la estación. Ambos se saludaron y
luego se fueron de vuelta al orfanato. Apenas hablaron durante el camino. Al llegar,
Ryddle dejó sus cosas en su dormitorio, cerrando bien el baúl, no quería que alguien
viese su contenido. La mayoría de sus compañeros del orfanato lo miraban con
curiosidad. Nadie sabía a qué colegio iba.
Tal y como había supuesto, nada más ser visto por John Brandon y sus amigos,
éstos se lanzaron hacia él.
—¡Pero si es Tommy! ¡Cuánto tiempo, Ryddle! ¿Cómo te ha ido en ese «colegio
especial»? ¿Nos has echado de menos, Ryddle? Nosotros a ti sí...
Un instante después, Tom sintió cómo el puño de Brandon se hundía en su
estómago, para ser acompañado, un segundo más tarde, por una patada en la
espinilla.
—Bienvenido, Tommy —se rió John—. Ya nos veremos más tarde... —se burló,
mientras se alejaba acompañado por las risas de sus amigos.
Tom estaba dolorido, pero se aguantó. Ahora podía aguantar. Ahora que era un
mago, el mejor mago de su edad, podía aguantar, podía esperar... era paciente,
siempre lo había sido. Algún día, le devolvería con creces a John Brandon todo lo que
le había hecho.
Se irguió, frotándose el lugar donde le habían dado la patada, y fue a sentarse en
uno de los bancos del patio, deseando que pronto fuese el día uno de septiembre.
Y segundos después, Harry se encontró en los recuerdos de ese día. El verano
había pasado para Ryddle, y había sido espantoso. Aún tenía moretones por todo el
cuerpo, cortesía de sus compañeros del orfanato.
En el tren, se juntó con sus compañeros, que le preguntaron el motivo de sus
heridas.
—John Brandon —respondió Tom.
—¿Ese muggle del que nos hablaste?
Tom asintió.
—Lástima que no puedas echarle un buen maleficio...
Tom también lo lamentaba. Lo lamentaba muchísimo.
No quería regresar al orfanato muggle. Nunca más. Hablaría con el director Dippet
para ver si podía quedarse en Hogwarts también en verano. Era un alumno ejemplar,
tendrían que permitírselo...
Así pues, ese mismo día, tras el banquete, Tom se dirigió a hablar con el jefe de
su casa para que lo llevara junto a Dippet. El profesor así lo hizo, y dejó a Ryddle
frente a la gárgola de piedra, una vez pronunciada la contraseña. Tom subió y esperó
al director, que no estaba allí.
Se sentó y miró los cuadros y las estanterías. Entonces vio al Sombrero
Seleccionador, y una duda que quería resolver volvió a su mente. Cogió el Sombrero
y se lo puso.
—¿Por qué me pusiste en Slytherin? —le preguntó.
—Fue una decisión muy sencilla. Eres una auténtico Slytherin —respondió el
Sombrero.
—Soy de sangre mezclada —replicó Tom—. Nadie en Slytherin tiene sangre
mezclada... tú dijiste que yo era Slytherin, y puedo hablar pársel...
—Sí, puedes... porque eres descendiente de Salazar Slytherin, lo vi claramente.
Todo está en tu mente... por eso estás en Slytherin. Eres su heredero. Ningún otro
descendiente antes que tú podía hablar pársel. Eres el primero.
Tom se quedó boquiabierto... alucinado... él... él, Tom Ryddle... heredero de
Slytherin. Descendiente de Salazar Slytherin, fundador de Hogwarts, uno de los
magos más grandes de la historia...
Se quitó el Sombrero y lo dejó en su lugar, aún sin dar crédito. Olvidando la razón
por la que había subido al despacho del director, se marchó a su habitación en la
mazmorra de Slytherin.
Su antepasado había construido Hogwarts. Pertenecía a una antiquísima familia
de magos, si exceptuaba a su padre... y había tenido que vivir en un orfanato muggle,
alejado del mundo al que pertenecía por derecho. Él tenía más derecho que nadie a
estar en Hogwarts, y había estado lejos durante once años... once horribles años.
Odió a su padre, odió a los muggles, odió a los sangre sucia, a los que se
burlaban de él por ser un sangre mezclada. Era un Slytherin con más derecho que
ningún otro...
Harry pudo notar como la mente de Ryddle se llenaba de fantasías, de sueños de
poder y de grandeza. Al fin sabía quién era, al fin sabía de dónde provenía. Era el
heredero de Slytherin, y recuperaría su herencia... cogió Historia de Hogwarts y leyó
de nuevo la leyenda de la Cámara de los Secretos... tenía que encontrarla. Allí había
algo para él: su destino. Ahora era el único de los descendientes de los fundadores, y
las cosas se harían como debían hacerse: echaría de Hogwarts a los sangre sucia,
vaya si lo haría. Se vengaría de todos... y algún día, cuando fuese el mago más
grande del mundo, tal como había sido su antepasado, todos conocerían su nombre,
su nombre... pero no ese asqueroso nombre, Tom Ryddle... no el nombre de un
estúpido muggle. El Heredero de Slytherin se merecía un nombre mejor, un nombre
digno de él...
Cogió su varita y escribió su nombre en letras ígneas, en el aire. Las miró y
compuso la palabra «Lord». Eso estaba bien. Él era un Señor, un noble... miró el resto
de las letras y formó «Soy». «Soy Lord». ¿Pero Lord qué? Buscó darles forma al resto
de letras, pero no le salía nada... entonces le vino a la cabeza la palabra «mort». Eso
sonaba bien... pero faltaba algo... y de pronto lo vio claro: «Voldemort». Ése era el
nombre, ése sería él... Lord Voldemort. Sonaba terrible, sonaba poderoso... algún día,
todo el mundo temería ese nombre. Pensaba asegurarse de ello.
Sintió que alguien abría la puerta e hizo esfumarse las letras. Aún no era momento
de mostrar su nombre... aún no.
—¿Qué te pasa, Tom? —le preguntó uno de sus compañeros, mirándolo
detenidamente—. Tienes una expresión rara, como si fueras más... no sé... altivo.
—Nada. Estoy bien. Muy bien —respondió.
Su compañero de cuarto le miró, extrañado aún, pero se encogió de hombros y se
dirigió a su cama. Tom se acostó, pensando en lo que iba a hacer: buscar la Cámara
de los Secretos. Él era el heredero... tenía que encontrarla. Y lo haría. Sabía que no
era una leyenda. Lo intuía. Le habían sonado los nombres de Slytherin y Hogwarts,
así que, bien podría ser que también la ubicación de la Cámara de los Secretos
estuviera en su mente...
Harry sintió que era arrastrado a través de un torbellino de imágenes y recuerdos,
a través de los años, mientras percibía vagamente la búsqueda por parte de Ryddle
de la Cámara, buscando en libros, en rincones, en todas partes... sin éxito. Viajó y vio
cómo Ryddle crecía, convirtiéndose en el muchacho que Harry había conocido en el
diario... hasta que finalmente se detuvo. Estaba a principios del quinto año. Era, por
supuesto, prefecto. Eso le daba más tiempo para buscar por el castillo. Sólo le
quedaban tres años en Hogwarts, incluido el actual, y no podía permitirse tardar
mucho más en encontrar la Cámara. Paseaba por el pasillo de las mazmorras. Ya era
tarde, casi las nueve, y los corredores estaban vacíos. Entonces sintió un ruido tras
una puerta, y se acercó con sigilo. La entreabrió y vio a Hagrid, ese estúpido gigantón
de Gryffindor que no hacía más que meterse en problemas. Tom, por supuesto,
aunque no tenía mucho trato con él, le trataba con amabilidad, como a todo el mundo,
aunque por dentro pensaba en cómo podrían haber aceptado en Hogwarts a un patán
como aquél.
«Cuando encuentre la Cámara de los Secretos, me ocuparé de que esto no
pase», se dijo a sí mismo. Harry sintió ira al percibir esos pensamientos de parte de
Tom. Éste observó cómo Hagrid abría un armario y dejaba salir una enorme araña.
Debía de tratarse de una acromántula. Típico de Hagrid. Pensó en descubrirle, pero,
pensando que quizás aquello pudiese servirle más adelante, se alejó sin que Hagrid
hubiese advertido su presencia.
La visión se nubló y volvió a aclararse. Había pasado un mes, y de nuevo Ryddle
se encontraba paseando por el castillo, de guardia. Estaba en el segundo piso, y
pasaba frente a los servicios de las chicas. Entonces, algo, una especie de sensación,
le hizo detenerse. Había buscado en todo el castillo, pero nunca había mirado en los
servicios de la chicas... Claro que, ¿y por qué iba a estar la entrada en un sitio así?
Aunque, por otra parte... ¿por qué no? Dudaba que a alguien se le ocurriera mirar allí,
así que entró, aprovechando que no había nadie. Se puso a mirar por todas partes: el
suelo, las paredes, los retretes, los lavabos... abrió los grifos distraídamente, mientras
se miraba al espejo, y comprobó que uno de ellos no funcionaba. Lo miró y entonces
sus ojos se abrieron desmesuradamente. En el grifo había tallada una pequeña
serpiente. Tom se agachó sobre él y la observó detenidamente. Tenía que ser
aquello. Tenía que ser... lo era.
Se fijó en la serpiente, pensando en cómo abrir la entrada, y la respuesta, obvia,
vino a su cabeza. Aspiró y dijo, en lengua pársel:
—Ábrete.
El grifo brilló y comenzó a girar. Un momento después, el lavabo se hundió y ante
él se abrió una tubería. Mirando que no hubiese nadie, bajó por ella hasta llegar al
túnel. Encendió su varita y caminó, observándolo todo, casi sin poder contener su
emoción. Llegó al muro, y repitiendo las mismas palabras que ante el lavabo, el muro
se separó y penetró en la sala, una sala que hacía mil años que nadie visitaba.
Caminó por ella, lentamente, observando las columnas, hasta llegar a la estatua de su
antepasado. La contempló con devoción, sintiendo que estaba culminando con su
destino. Sintiendo que había nacido para aquello. Miró a Slytherin y le habló, usando
la lengua pársel:
—¡Dime algo, Slytherin, mi antepasado! ¡Soy tu heredero, y he venido a por lo que
es mío! ¡He venido a cumplir con mi destino!
Entonces, para su sorpresa, la boca de Slytherin se abrió y el gigantesco basilisco
salió de ella. Ryddle se dio cuenta de lo que era y rápidamente apartó los ojos.
El enorme reptil descendió siseando y se posó en el suelo. Sin mirar al monstruo a
los ojos, Ryddle volvió a hablar:
—Yo soy tu amo. Ha llegado nuestra hora. Me servirás, y cumplirás con lo que yo
te diga... Tú y yo acabaremos con los sangre sucia. Tú y yo.
—Sí... —Siseó el basilisco—. Quiero matar, quiero desgarrar, quiero sangre...
quiero sangre humana... Déjame...
—Tendrás todo la sangre sucia que quieras —dijo Ryddle, con una sonrisa—. Aún
no hoy, pero muy pronto. Estate atento, porque te llamaré... y deberás acudir.
Se quedó allí contemplando la Cámara un rato. Tenía un basilisco. Magnífico...
Más de lo que había podido soñar. pronto, los sangre sucia, defensores de los
muggles, tendrían su merecido. Él mostraría su poder, mostraría cómo debían de ser
las cosas... pronto todo cambiaría en Hogwarts. Él iba a asegurarse de ello.
Salió de la Cámara y volvió al túnel. La serpiente lo siguió, siseando. Ahora era su
amo, y haría todo lo que él quisiese. Llegó caminado a la tubería y descubrió que no
sabía cómo salir. Entonces, se acordó del basilisco.
—Súbeme —le ordenó, mientras se montaba en su lomo y se pegaba a él.
El basilisco obedeció, ascendió por la tubería y dejó a Ryddle en el baño.
—Pronto te llamaré. Ahora vete —le ordenó a la serpiente, sin mirarla.
Sintió cómo el basilisco volvía a la Cámara de los Secretos, y el lavabo volvía a
cerrarse.
Sonriendo como nunca, Ryddle volvió a la sala común de Slytherin.
El recuerdo se fue, y uno nuevo ocupó su lugar. Estaba a finales de noviembre.
Ryddle caminaba de nuevo por el pasillo del segundo piso, en dirección a los
servicios. Había intentado abrir la Cámara en dos ocasiones, pero no había podido.
Ahora era el momento. Se acercó al lavabo, lo abrió, y llamó al basilisco. Unos
minutos después, la gigantesca serpiente salió de allí y se deslizó por el suelo del
baño.
—Busca a los sangre sucia... búscalos... huélelos... mátalos.
El basilisco salió al pasillo, y Ryddle lo siguió, poniendo atención para que nadie lo
viera. Se deslizó por los pasillos, olfateando, buscando a un alumno hijo de muggles...
y lo encontró en los baños de chicos de ese mismo piso. El basilisco entró por la
puerta y Ryddle oyó un chillido de terror que se apagó al instante.
Ryddle sonrió y se acercó, mientras el basilisco salía.
—Regresa a la Cámara, ¡vamos!
El basilisco obedeció y Ryddle miró en el baño. El chico era de tercer año, de
Hufflepuff. Pero para su desagrado, no estaba muerto. Estaba petrificado. Ryddle
levantó la vista y observó el espejo del baño. El chico sólo había visto el reflejo de los
ojos del basilisco.
—Bueno, da igual —dijo—. Se asustarán... sólo falta un pequeño detalle.
Sacó su varita y apuntó al espejo, donde fueron apareciendo letras de color rojo.
Letras que decían:

La Cámara de los Secretos ha sido abierta. Preparaos, enemigos del heredero.

Sonriendo satisfecho, Ryddle se alejó de aquel pasillo y volvió a las mazmorras.


Otra vez más, Harry vio cómo la imagen del pasillo desaparecía, junto con su
percepción de los pensamientos de Ryddle, y la imagen reaparecía, meses más tarde.
Ryddle se encontraba en su cama, pensando. Había abierto la Cámara tres veces,
y había petrificado a tres alumnos sangre sucia, pero ninguno había muerto. Era el
problema de que la mayoría de que dos de los tres ataques se hubieran producido en
los baños, donde había espejos; el otro había sucedido en un pasillo, pero el chico
había visto al basilisco a través de sus gafas, mientras las limpiaba, y no había podido
verle bien los ojos.
Ciertamente, el Colegio estaba aterrorizado, pero no había habido ninguna
muerte... y Ryddle deseaba una muerte. La deseaba con todas sus fuerzas.
Se levantó y salió de la sala común con cuidado. Debía ser cauteloso. Nadie
sospecharía de él, por supuesto, porque todos los profesores le alababan, e incluso
los alumnos de las otras casas le apreciaban. Si hubiera sospechas de alguien de
Slytherin, él sería el último en quien pensarían... excepto quizás Dumbledore.
Dumbledore... era un magnífico profesor, un mago extraordinariamente poderoso,
pero nunca le había gustado tanto como a los demás, y Tom había observado que
últimamente Dumbledore le observaba quizás demasiado para su gusto. Tendría que
ser muy cuidadoso.
Paseó por el castillo, pensando en la carta que le había enviado aquella mañana
al director. Quería quedarse en Hogwarts durante el verano. El verano anterior apenas
había sufrido a Brandon y a sus amigos, porque había crecido mucho y había dejado
de ser un niño esmirriado, pero aún así sufría allí... y además, a todo eso se le
sumaba el detalle de la guerra. La guerra de los muggles. Los magos estaban
relativamente a salvo, pero el orfanato seguía siendo peligroso. Quería quedarse en el
castillo.
Casi sin darse cuenta estaba frente al servicio de las chicas del segundo piso. Ya
que estaba allí... entró. Abrió la Cámara y llamó al basilisco. Entonces, oyó abrirse la
puerta del retrete que estaba enfrente y oyó la voz de una chica.
—¿Quién eres? ¡Esto es un baño de... AAGH!
Ryddle miró hacia el retrete, hacia donde también miraba el basilisco, cuya cabeza
asomaba por la tubería. Se acercó a la puerta y miró quien era. Sonrió.
Era una sangre sucia, esa llorona estúpida de Myrtle. Estaba muerta. Por fin,
estaba muerta. Soltó una risita de satisfacción y le ordenó al basilisco que se fuera. Él,
poniendo extremo cuidado, salió también del baño y se alejó.
Al mismo tiempo que Ryddle avanzaba por el pasillo, Harry perdió contacto y la
visión cambió a un momento posterior en el tiempo. Mientras ocurría, pensó en cuanto
tiempo llevaba ya en la mente de Ryddle... le parecían horas... días, incluso. ¿Qué
estaría sucediendo fuera? El temor empezó a invadirle, pero, en ese momento, la
visión se aclaró de nuevo y Harry dejó de pensar en el mundo exterior.
Ryddle estaba ya en sexto. Acababa de comenzar el curso. Estaba un poco triste,
porque no había podido volver a abrir la Cámara de los Secretos... Desde que había
denunciado a Hagrid, habría sido imprudente. Además, Dumbledore le observaba muy
de cerca. A Ryddle no le gustaba Dumbledore. Si alguien en Hogwarts sospechaba de
él, era el profesor de Transformaciones. Por supuesto, no tenía pruebas; de hecho,
Ryddle estaba seguro que ni siquiera tenía la certeza de que él tuviera algo que ver
con los ataques, pero sospechaba, sí... al menos, Ryddle intuía que Dumbledore
sabía que no era tan buen chico como aparentaba. Él no creía que Hagrid fuera el que
había abierto la Cámara de los Secretos, desde luego, si no, no habría convencido a
Dippet de que le permitiese ser el ayudante de Ogg, el guardabosques.
Ryddle, por su parte, cada vez que veía a Hagrid con Ogg le daban ganas de
reír... pero lo hacía en silencio, con disimulo.
Paseaba por el borde del lago, pensando... había estado cinco años buscando,
cinco años buscando la Cámara de los Secretos, y no iba a dejar que su secreto se
olvidara. Él se encargaría de que alguien pudiese volver a abrirla, desde luego... y
sabía ya cómo hacerlo... con magia oscura. Magia oscura avanzada.
Ryddle había hecho algunos viajes de incógnito al Callejón Diagon, y allí había
encontrado libros muy interesantes, vaya que sí... No tenía mucho dinero, claro, pero
se lo robaba a los muggles y luego lo cambiaba en Gringotts. Con ese dinero había
conseguido varios ejemplares sobre magia oscura muy valiosos y muy prohibidos, y
los había leído en verano. Ahora que estaba de nuevo en Hogwarts, era hora de
poner en práctica lo que había aprendido. Era hora de dejar... un diario de sus
«actividades».
Así pues, cogió todo lo que necesitaba y se escondió en la Sala de los
Menesteres, para sorpresa de Harry.
Allí encontró un lugar perfectamente equipado para fabricar pociones.
Se sentó junto a un caldero que humeaba al fuego, y preparó los ingredientes de
una tinta especial: tinta, sangre de murciélago, lengua de sapo, polvo de cuerno de
unicornio y lo más importante... unas gotas de su propia sangre. Había leído que la
sangre humana era uno de los ingredientes más poderosos usados en magia negra, y
lo que quería hacer era desde luego muy, muy poderoso. Mezcló todos los
ingredientes y preparó la poción. Cuando terminó, obtuvo una especie de tinta negra
con brillos rojizos. Sonrió. Estaba perfecto. Cogió un poco en una vasija y la puso
encima de la mesa. Sólo faltaba el último ingrediente de la tinta: su mente, sus
recuerdos.
Acercó la punta de la varita a su frente y fue sacando de ella las mismas hebras
plateadas que Harry había visto sacar a Dumbledore para usar un pensadero. A
medida que las sacaba, las echaba en la vasija de la tinta, donde se disolvían.
Cuando terminó, Ryddle sacó su varita y tocó con ella el libro, murmurando un
hechizo:
—Conserva mi alma y guarda mi recuerdo; que quien en ti esconda secretos, que
a cambio te entregue su alma; que quien escriba te entregue su vida, que tú te
vuelvas más fuerte; que su muerte sea tu vida, que tu vida sea su muerte. Deja en él
una marca perenne, guarda en ti un recuerdo eterno.
El diario brilló, mientras sus páginas empezaban a pasarse velozmente... y,
mientras sucedía, Ryddle vertió la tinta en ellas, que la absorbieron sin dejar rastro.
Ryddle sonrió. Estaba hecho. Algún día el diario acabaría en manos inocentes, en
manos de alguien que sería poseído... y la Cámara de los Secretos se abriría otra vez.
Cogió sus cosas, lo limpió todo y salió de la Sala de los Menesteres.
La imagen volvió a avanzar y Harry se encontró en el verano del sexto curso en
Hogwarts. Ya tenía diecisiete años, y legalmente, en el mundo mágico era mayor de
edad. Sin embargo, no tenía trabajo ni adónde ir, así que se dispuso a pasar su último
verano en el orfanato muggle. Por suerte, en la banda de Brandon eran ya todos
mayores de edad, y ya no vivían allí. Según había sabido Ryddle, se habían alistado
en el ejército y estaban en la guerra. Ryddle deseó fervientemente que Brandon no
muriese víctima de los alemanes... lo deseó con toda su alma. Con diecisiete años ya
era mayor de edad, así que ya podía hacer magia fuera de Hogwarts, pero prefirió no
hacerlo. De todas formas, era ilegal hacerla ante muggles. Sería paciente. Un año
más no importaba. Además, pasaría parte del verano haciendo los exámenes de
Aparición en el Ministerio de Magia. Era lo único que le faltaba, porque ya tenía un
dominio extraordinario de las Artes Oscuras. No por nada era el mejor estudiante que
Hogwarts había dado. Había obtenido doce TIMOs, todos con «Extraordinario», y
estaba seguro de que sería Premio Anual... aunque esto último no le preocupaba
demasiado. Lo que deseaba era terminar Hogwarts... y empezar su propio
aprendizaje. Estaba decido a ser el mago más grande del mundo, más grande aún
que Dumbledore, mucho más. Era lo único que deseaba. Lo único... aparte de su
venganza, claro.
La imagen cambió de nuevo. Estaba ya en el final del verano. Se encontraba en
una especie de cueva. Había pasado el verano preparándola, desde que había
obtenido su carnet de aparición... podría haberlo hecho sin el carnet, pero quería
evitarse problemas con el Ministerio de Magia mientras no terminara en Hogwarts.
Una vez lo hiciera, ya daba igual... porque pensaba hacer cosas que le costarían
castigos mucho peores que una simple multa. Había pensado en no regresar a
Hogwarts, pero finalmente había decidido volver y hacer su séptimo año. No por los
EXTASIS, porque a él los títulos nada le importaban. No pensaba ir a mendigar un
empleo al Ministerio de Magia... su destino era mucho más grande que eso. Quería
volver a Hogwarts por su biblioteca, por aprender aún más... porque quería que su
conocimiento de la magia fuese mayor que el de ningún otro mago. Nadie debería
poder desafiarle. Nadie.
Observó su trabajo: la cueva estaba llena de libros sobre magia oscura, libros que
habían sido difíciles de hallar. No todos se encontraban en el callejón Knockturn,
algunos los había conseguido de magos oscuros que había conocido... sí, Ryddle (o
más bien Voldemort, como se hacía llamar siempre fuera de Hogwarts) tenía muy
buenos contactos... El resto de la cuerva estaba repleto de ingredientes de pociones y
otros materiales. Y, por supuesto, la cueva tenía todo tipo de medidas de seguridad;
medidas muy difíciles de evitar.
Sonriendo, se sentó en una silla y comenzó a leer un libro.
El tiempo avanzó, haciendo transcurrir los meses en segundos, y Harry se
encontró observando lo que había ocurrido un día de abril del séptimo curso de
Ryddle en Hogwarts.
Estaba paseando por un pasillo, de guardia, porque, evidentemente, era el Premio
Anual. Mientras lo hacía, oyó chillidos en un aula. Se acercó a ver qué sucedía y se
encontró con un alumno de sexto de su propia casa, que molestaba a un chico de
Gryffindor.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó Ryddle, con voz autoritaria.
—Nada... simplemente le enseñaba a usar la varita a este sangre sucia —contestó
burlonamente el chico de Slytherin. Ryddle sabía que se llamaba Lyman, Dutch
Lyman.
—Déjale —le ordenó Ryddle—. Y estás castigado. Tú vete —le dijo al Gryffindor.
El chico se largó del aula, musitando un débil «gracias». A Ryddle le importaba
muy poco el chico, y menos si era un sangre sucia... pero tenía una reputación que
mantener.
—Informaré de esto al director —le dijo Ryddle a Lyman.
—Ya veo... —dijo el chico, con rabia en su voz—. ¡Cómo no! Un asqueroso sangre
mestiza defendiendo a un sangre sucia... era de esperarse. Aún no logro explicarme
cómo es posible que estés en Slytherin... eres la vergüenza de la casa. Vives con
muggles, te relacionas con los Gryffindor...
Ryddle miró al chico con un odio visceral. Hacía años que nadie le llamaba de esa
forma... él era el heredero de Slytherin, y ningún estúpido iba a osar insultarle. Nadie.
Sonrió con maldad.
—Nadie me llama sangre mestiza, imbécil —dijo, con un tono de voz bastante
distinto del habitual.
—Es lo que eres.
Ryddle le apuntó con la varita y le hizo chocar contra la pared, inmovilizándolo. Se
acercó a él lentamente. El otro jadeaba, sorprendido del comportamiento del Premio
Anual.
—Nadie llama sangre mestiza al heredero de Slytherin. Nadie —susurró, y,
mientras lo hacía, movía la varita, haciendo que el chico se golpeara la cabeza contra
la pared.
Lyman ya sangraba, pero Ryddle no paraba, estaba extasiado, como poseído...
era la primera vez que atacaba directamente a una persona con su magia, y le hacía
sentirse maravillosamente bien, poderoso, terrible... hasta que de pronto la puerta se
abrió y Dumbledore entró en el aula.
—¡Ryddle! —exclamó, mirando la escena asombrado.
Ryddle se volvió hacia Dumbledore instantánemente. Era lo peor que le podía
haber pasado... pero ya estaba hecho. Dumbledore ayudaría al chico, y éste
confesaría que Ryddle era el heredero de Slytherin... ya no tenía salida. tendría que
actuar pronto.
Intentó parecer amable y confundido.
—Lo... lo siento, profesor... yo... lo siento —murmuró, bajando la cabeza, y salió
del aula antes de que Dumbledore pudiese decirle algo. Ryddle sabía que ayudaría al
chico antes de hacer nada, pero tenía poco tiempo. Corrió a la mazmorra de Slytherin
y subió a su habitación. Recogió todas sus cosas con un movimiento de varita y lo
metió todo en su baúl. Luego, hizo que el baúl encogiera y se lo metió en un bolsillo.
Salió rápidamente de las mazmorras sin hacer caso de nadie y corrió a los terrenos,
hacia la verja. Salió por entre las estatuas de cerdos alados y se volvió una vez para
admirar el castillo en todo su esplendor.
—Algún día volveré... y serás mío. Te convertiré en lo que Slytherin habría
querido. Algún día...
Miró unos momentos más el lugar donde había pasado los últimos siete años, el
lugar donde había aprendido todo y donde se había convertido en lo que era, y luego
desapareció.
La imagen cambió de pronto. Había pasado un mes aproximadamente desde que
había abandonado Hogwarts. Se encontraba en un campo, en la ladera de una colina,
y miraba hacia una mansión que se erguía sobre él. Harry la reconoció, a pesar de
que la mansión se veía mucho más cuidada a como él la había visto. Era la casa del
padre de Ryddle. Tom había acudido a cumplir su venganza. Había llegado la hora. El
Sol ya descendía hacia el horizonte. Cuando se hubiese hecho de noche habría
llegado la hora. Miró a un hombre que llevaba un azadón y que caminaba por el
jardín. El hombre le miró un instante antes de dirigirse a una cabaña. A Harry le
sonaba su cara, y luego recordó quien era: era el anciano que había salido de la varita
de Voldemort la noche de su retorno, aunque mucho más joven. Ryddle no le prestó
atención y siguió observando la casa. La hora se acercaba.
Finalmente el Sol se ocultó y se hizo de noche. Ryddle esperó un rato y luego se
acercó a la casa y observó la puerta. Intentó abrirla, pero estaba cerrada. Por tanto,
sacó su varita y susurró:
—Alohomora.
La puerta se abrió y Ryddle entró en la casa y volvió a cerrar la puerta. Observó
cada detalle, cada mueble, cada objeto, todo lujoso. Aquella casa podía haber sido
suya... y a cambio, había malvivido en un antro muggle. Frunció el ceño y se dirigió a
la sala, caminando sigilosamente. Se acercó a la puerta y contempló la escena: una
mujer ya mayor cosía tranquilamente en un sillón, mientras otro hombre también
mayor se tomaba una copa junto a otro, que era más joven. Se parecía enormemente
a Ryddle. Éste frunció el ceño y observó por primera vez a su padre. Al padre que le
había abandonado. Sin poder esperar más, entró en la sala y cerró la puerta.
Al instante, los dos hombres se levantaron y le miraron con sorpresa y fiereza.
—¿Quién es usted? —le preguntó a Ryddle su abuelo—. ¡¿Cómo ha entrado en
mi casa?!
La mujer se levantó y se colocó detrás de su marido y su hijo. Ryddle sonrió y miró
hacia su padre.
—¿No sabes quién soy, Tom? —preguntó, con tono frío.
Tom se movió, acercándose a un cajón, lo abrió y sacó una pistola, con la que
apuntó al chico que, sin saberlo, era su hijo.
—Vete de nuestra casa, muchacho, o te juro que dispararé.
Ryddle acentuó su sonrisa.
—¿No me digas? —se burló—. Sacó su varita y rápidamente exclamó-:
¡Expelliarmus!
La pistola saltó de las manos de Tom Ryddle padre y cayó en las de su hijo. Los
tres Ryddle abrieron los ojos desorbitadamente.
—¡No... no puede ser! ¡T-Tú eres... eres... un mago! —exclamó Tom Ryddle
padre.
—Sí... lo soy —dijo Tom. Luego, mientras hacía un movimiento circular con la
varita, exclamó-: ¡Insonoreo!
La estancia relumbró un instante y luego se apagó. Los Ryddle se encogieron y
retrocedieron, llenos de miedo.
—Hay gente en la casa —dijo la mujer—. Nos... nos oirán.
—Nadie oirá nada —le aseguró Ryddle.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —preguntó Tom Ryddle padre.
—¿Acaso no me reconoces? Mírame... —contestó Ryddle hijo.
El otro abrió mucho los ojos, retrocediendo, al tiempo que la comprensión lo
invadía, llenándole de miedo.
—¡No! ¡No puede... no puede ser!
—Sí, lo es —dijo Tom con voz suave, aunque fría—. Hola, papá. He esperado
muchísimo tiempo para conocerte. Demasiado tiempo.
Los señores Ryddle profirieron un quejido, y el señor Ryddle agregó:
—¡No! ¿Cómo... cómo nos has encontrado?
Ryddle le ignoró y se encaró con su padre.
—Me abandonaste, sucio muggle. Pasé once años horribles en un maldito
orfanato. Te he odiado desde el día en que conocí tu nombre... un nombre que yo
mismo llevo. —Ryddle padre le miró con temor—. Sí... me llamo Tom Ryddle, pero no
es un nombre digno de mí. Me lo he cambiado por uno mucho mejor... puedes
llamarme Lord Voldemort.
—¿Qué quieres? —preguntó su padre, que aún no parecía creerse que un hijo
que había tenido dieciocho años antes, y al cual no había visto nunca, estuviese ante
él, apuntándole con una varita mágica—. ¿Dinero? Puedo... puedo darte todo el que
quieras.
Tom se rió.
—¿Dinero? No quiero nada que tú puedas darme... lo único que deseo, yo mismo
me lo puedo proporcionar. —Apuntó con la varita hacia su abuelo y sin dudar
exclamó, lleno de odio—: ¡Avada Kedavra!
Un rayo de luz verde salió de la varita y golpeó al señor Ryddle, y éste, con el
terror reflejado en la cara, cayó al suelo, muerto. Su esposa empezó a chillar,
histérica.
—Vas a pagar por todo lo que sufrí... a los once años juré que me vengaría, y soy
una persona que cumple sus promesas.
—Tom... hijo... —suplicó Ryddle padre, echándole fugaces miradas al cadáver de
su padre—. No lo hagas... ¡No lo hagas! ¡Soy tu padre!
—No. Tú no eres nadie. Y para ti, yo soy Lord Voldemort. —Dirigió la varita hacia
su abuela, que sollozaba, y repitió—: ¡Avada Kedavra!
También ella cayó. En su cara se dibujaba el espanto.
—No... no por favor... ten piedad, hijo...
—Yo no tengo piedad —fue la fría respuesta de Voldemort—. Pero tranquilo, a ti
no te mataré simplemente... antes, quiero que conozcas algo que a mí me enseñaron
bien en el orfanato.
—¿El... el qué? —inquirió Ryddle, retrocediendo lentamente hacia la pared. No
parecía realmente deseoso de conocer la respuesta.
—El dolor —dijo Voldemort, mientras le apuntaba con la varita—. ¡Crucio!
El padre de Voldemort se retorció del dolor. Harry sintió el enorme placer que la
venganza despertaba en el mago... había esperado siete largos años ese momento, y
ahora, por fin, se hacía realidad.
Tras una tortura de un minuto, Voldemort levantó la varita, dejando a Ryddle en el
suelo, jadeante.
—¿Te ha gustado? —preguntó Voldemort—. ¿Te ha gustado, padre?
Ryddle siguió jadeando, sin decir nada.
—¡Contéstame! ¿Te ha gustado?
—N-No —respondió Ryddle.
—Pues yo lo sufrí año tras año, desde que tengo memoria... y todo te lo debo a ti.
Por eso he venido a darte la parte del dolor que te corresponde.
—No... por favor... más no...
—¡Crucio!
De nuevo, Ryddle se retorció sobre sí mismo, chillando todo cuanto podía, incapaz
de liberarse de la maldición. Ryddle mantuvo la tortura durante más de un minuto y
luego se detuvo.
—Acabemos de una vez —dijo Voldemort en un siseo—. Mírame, padre.
Ryddle levantó la mirada con lentitud, y, en el momento en que sus ojos se
encontraron, Voldemort lanzó su última maldición.
—Avada Kedavra.
El rayo verde salió de la varita y le dio a Ryddle en la cara. Éste cerró los ojos con
fuerza mientras chillaba, y acto seguido se desplomó en el suelo, sin vida.
Voldemort contempló unos momentos su obra, satisfecho. Por fin se había
vengado. Por fin. Quitó el encantamiento insonorizador de la sala y desapareció.
Harry se sintió arrastrado de nuevo hacia el futuro, a un momento unos dos meses
posterior a aquél. Estaba en su cueva, mirando una dirección. La dirección donde
vivía John Brandon, en un piso de Londres. Había tardado en encontrarlo, pero lo
había conseguido. Voldemort sonrió y desapareció.
Apareció en la cocina de una casa no muy grande, y miró a su alrededor. Había
una puerta que conducía a un pequeño salón comedor. Pasó por ella y siguió
buscando por la casa. No había nadie, pero daba igual. Esperaría. Había esperado
años y años, y podía esperar unos minutos, o incluso unas horas. Sacó la varita e
insonorizó toda la casa. Luego se sentó en una butaca no muy cómoda y esperó.
Media hora más tarde, sintió la puerta abrirse y oyó que dos personas entraban al
pequeño recibidor contiguo al salón. Ambas hablaban animadamente. Voldemort
sonrió.
Unos instantes más tarde, las dos personas que habían hablado entraron en el
salón y se quedaron mudos e inmóviles al verle allí. Voldemort las reconoció: uno era,
obviamente, John Brandon; el otro era Robert Fils. Habían cambiado bastante, pero
eran ellos.
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa? —preguntó John Brandon casi a
gritos—. ¿Cómo has entrado? ¡Habla!
Voldemort sonrió aún más. Fils le miró frunciendo el entrecejo y luego puso una
cara de incredulidad.
—No puede ser... —masculló.
—¿Qué? —preguntón John, mirándole de reojo, pero sin perder de vista a
Voldemort.
—Es... ¡es Ryddle! ¡Tom Ryddle!
Brandon también frunció el entrecejo.
—No es posible... o... sí —susurró, moviendo la cabeza con lentitud en señal
afirmativa—. Eres tú... ¿Qué diablos haces en mi casa? ¿Cómo has entrado?
—Te echaba de menos —contestó Voldemort en tono de burla.
—¿Te burlas de mí, Ryddle? Tal vez tengamos que darte un recordatorio de lo
que pasa cuando alguien me...
—No necesitas recordarme nada —repuso Voldemort con un tono frío que paralizó
a Brandon—. Recuerdo perfectamente todo sobre ti... por eso estoy aquí. Por eso... y
por una promesa.
—¿Promesa? ¿Qué promesa? —bramó Brandon.
—La promesa de que algún día te haría pagar todo lo que me hiciste en el
orfanato. La promesa de devolverte con creces todo el daño que me hicisteis... todo...
y con intereses.
—Ya está bien —cortó Brandon. Salió al recibidor, cogió una especie de palo que
parecía un bate y volvió a entrar en el salón—. Verás ahora, imbécil...
Brandon se abalanzó contra él, pero Voldemort agitó la mano y el otro cayó hacia
atrás, aunque sin hacerse mucho daño.
—¡¿Qué diablos ha pasado?! —bramó, furioso, pero también algo asustado.
Voldemort sonrió más y sacó la varita.
—¿Recuerdas que me llamaban «el rarito»? —siseó Voldemort—. ¿Lo recuerdas?
¿Recuerdas que hablaba con las serpientes? ¿Lo recuerdas, John?
Brandon lo miró con furia mientras se levantaba, pero también con miedo.
—Pues sí... resulta que soy un chico raro... —prosiguió Voldemort— muy raro... y
ahora he venido a compartir con vosotros algo de lo que aprendí en mi colegio
especial...
—¿De qué hablas? —gritó Brandon, levantando el bate de nuevo.
—Tú eres el premio gordo, John... tú para el final. Empezaré por Fils...
—¿Qué? —preguntó el aludido, arrugando la frente—. ¿Qué quieres decir con
eso?
Pero Voldemort no contestó. Apuntó a Brandon con la varita y le hizo caer en la
butaca, sentado. Un segundo después, unas gruesas y fuertes cuerdas lo ataron
firmemente al mismo. Los ojos del chico estaban abiertos de par en par, y Fils había
empezado a retroceder, al tiempo que se ponía lívido.
—Soy un mago —dijo Voldemort con una sonrisa cruel—. Un mago tenebroso,
para ser exactos.
Apuntó a Fils con la varita, lo levantó en el aire y lo dejó caer entre él y Brandon.
—¿CÓMO HACES ESO? —chilló Brandon con pánico.
—Ya te lo dije: soy un mago... Y ahora veréis lo bueno, lo verdaderamente
bueno... —apuntó a Fils y exclamó—: ¡Crucio!
Fils empezó a chillar y a aullar como un loco, retorciéndose. Voldemort proyectaba
en él todo su odio y su rabia, todos sus recuerdos del orfanato. Si Fils gritaba así,
Harry no podía ni imaginarse cómo lo haría Brandon...
Éste tenía la cara desencajada y empezó a gritar pidiendo auxilio.
—Puedes gritar lo que quieras —dijo Voldemort, sin dejar de mirar ni de torturar a
Fils—. Nadie va a oírte.
Voldemort mantuvo su tortura durante unos tres o cuatro minutos. Fils ya
comenzaba a desvariar y a murmurar incoherencias. Lo miró con asco y desprecio y
luego susurró:
—Avada Kedavra.
El asesino rayo verde salió de la varita y Fils murió de forma instantánea. Brandon
soltó un gemido débil. Estaba totalmente aterrorizado.
—Tu turno —dijo Voldemort, mirándole.
—¡No, por favor! —suplicó—. ¡Éramos jóvenes, no sabíamos!
—Es una lástima —declaró Voldemort. Luego endureció su tono—. Y no me
llames así. Mi nombre es Lord Voldemort.
—¡Por favor, te lo suplico!
—¡Crucio! —gritó Voldemort, sin desatarle siquiera.
Brandon se retorció todo lo que podía, intentando escapar, gritando, pero sin
conseguir nada. Voldemort siguió y siguió, permitiendo que todo su odio se dirigiese a
su más antiguo enemigo. No se detuvo cuando Brandon empezó a echar espuma por
la boca, ni cuando los ojos empezaron a girarle sin control. Tampoco cuando empezó
a temblar sin ton ni son... Llevaba casi diez minutos seguidos de tortura, de una
tortura inimaginable... y siguió, continuó, disfrutando, hasta que Brandon perdió todo
sentido de la cordura y se limitó a retorcerse y a agitarse, babeándose y poniendo los
ojos en blanco.
Levantó la varita y lo miró. Le daba asco. Había perdido la cordura, e incluso su
cuerpo estaba deshecho por la tortura. Sonrió, viendo el patético fin de su antiguo
compañero del orfanato y miró a su alrededor, pensando qué hacer.
Finalmente, hizo que las cuerdas desaparecieran y Brandon cayó al suelo, aún
agitándose y murmurando incoherencias mientras se babeaba sin control. Luego
Voldemort apuntó a un extremo de la sala y giró sobre sí mismo al tiempo que gritaba
«¡Incendio!». La casa comenzó a arder por cada sitio al que la varita apuntaba.
Cuando el incendio se hubo propagado, quitó el hechizo de insonorización y
desapareció.
Apareció al instante en el exterior del orfanato. Era casi de noche. Se acercó a la
verja y miró el patio que tantas veces había recorrido. Con su varita, hizo un agujero
en la tela y pasó al interior. ¡Cómo detestaba aquel lugar! Todo el mundo debía de
estar ya dentro. Se acercó lentamente al columpio donde tanto le gustaba sentarse, y
se meció en él un rato. Luego se levantó y caminó hacia el lugar donde había hablado
pársel por primera vez. Se quedó allí unos segundos y luego se dirigió hacia el
lúgubre edificio.
Mientras caminaba, un hombre se acercó a él y le ordenó que se detuviera.
Voldemort ni le miró. Simplemente levantó la varita y antes de que el otro tuviese
tiempo de decir nada, estaba muerto. Miró al edificio. Por la hora, debían de estar
acabando de cenar. Desapareció y apareció junto a su antigua cama. Para su
sorpresa, había un niño de unos trece años en la habitación que dejó escapar un
chillido ahogado cuando vio a Voldemort aparecer.
Voldemort le miró y le lanzó la maldición asesina. Se acercó al cuerpo caído y
murmuró:
—Créeme. Es mejor así.
Luego se volvió hacia su cama y le prendió fuego, al igual que a las demás camas
y a la habitación entera. Desapareció y apareció en cada habitación del orfanato,
incendiándolas todas. Posteriormente, apareció junto a la entrada y tras matar al
celador, que se había quedado mudo al verle aparecer, le prendió fuego a todo el
vestíbulo.
Cuando terminó, apareció de nuevo en el exterior de la verja, y observó durante
unos minutos cómo el incendio se extendía e iluminaba la noche. Sintió los chillidos y
los gritos de los niños y no tan niños que vivían allí y escupió con asco.
—muggles... —dijo, con un tono de profundo desprecio.
Observó cómo el edificio empezaba a consumirse. Oyó los gritos. Vio cómo del
edificio salían personas ardiendo, que se retorcían al tiempo que se quemaban vivas,
hasta caer, muertas, en el patio, y sonrió ampliamente, disfrutando la escena.
Contempló lo que sucedía un minuto más y luego desapareció hacia su cueva.
La imagen se desvaneció y Harry pudo horrorizarse ante lo que acababa de ver.
Podía entender lo de Brandon, y también lo de su padre, pero el orfanato... ¿cuántos
niños habrían muerto allí? Y los que habían sobrevivido, ¿qué habría sido de ellos?
Dejó de pensar, porque una rápida sucesión de imágenes pasaban por su mente,
mientras los años transcurrían veloces. Observó los viajes de Voldemort, sus
encuentros con magos tenebrosos de todo el mundo; lo vio leyendo libros de Artes
Oscuras, practicando hechizos prohibidos, aprendiendo y haciéndose cada vez más y
más poderoso, preparándose para su momento, para su hora. Descubriendo lo
necesario para dar el siguiente paso, el paso que lo haría más poderoso que ningún
otro mago vivo...
Finalmente, el viaje se detuvo en un momento muy alejado de la adolescencia de
Voldemort. Tenía cuarenta y un años, pero se conservaba bien... Tomaba pociones
para detener el envejecimiento; pociones que él mismo había mejorado y preparado.
Aparentaba no más de treinta años, quizá incluso menos. Se encontraba en una
habitación débilmente iluminada, con otro mago. La única luz provenía de un par de
velas suspendidas en el aire y del fuego que ardía bajo un inmenso caldero donde se
preparaba una poción maloliente. El caldero era casi tan alto como el propio
Voldemort, y la poción que contenía era de un color verde ponzoñoso.
—¿De verdad quieres hacerlo, Voldemort? —preguntaba el otro mago—. Por lo
que has dicho, esta poción tiene efectos... horribles.
—¿Horribles? —musitó Voldemort con un deje de burla—. He estado años
viajando y estudiando para poder inventar y fabricar esta poción. Ahora nada me
impedirá culminar el proceso, y empezar la búsqueda de la vida inmortal.
—Pero, las consecuencias...
—¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? ¿Deshacerme definitivamente de unos
sentimientos que nunca he tenido?
—Te maldecirás —insistió el otro, señalando una vasija con un líquido plateado,
que Harry reconoció como sangre de unicornio—. Si la bebes, si la usas...
—No me importa, idiota. Ya te he dicho que estoy dispuesto. A cambio de mi
humanidad, me protegeré de la muerte, me transformaré, me haré aún más poderoso
de lo que soy...
—Ya eres más poderoso que ningún otro mago...
—No —replicó Voldemort, furioso—. Hay uno que rivaliza conmigo... hay uno, pero
después de esto, yo seré más poderoso que él. Lo seré.
—Venderás tu alma...
—Sí... lo haré. Y mi magia será aún más grande, y mi vida será larga, y podré
poseer a la gente mucho mejor que ahora... Y cállate ya.
El otro mago obedeció y se calló, y Voldemort siguió preparando la poción. Harry
vio cómo añadía polvo de hueso de cordero, y luego sacaba una gran serpiente de
una caja.
—Lo siento, pequeña —murmuró—. Pero te necesito para mí... eres mi
ingrediente especial. Lo que necesita el heredero de Slytherin...
Cogió una daga y degolló a la serpiente. Luego, echó cabeza y cuerpo en el
caldero, que empezó a echar un humo negro y aún más apestoso. Posteriormente
cogió otra vasija que estaba junto a la de sangre de unicornio, vacía, y la puso cerca
de él.
—Falta un ingrediente esencial —dijo, cortándose en la muñeca y dejando que la
sangre manase, llenando la pequeña vasija. Luego se dio un toque con la varita y la
herida se cerró—. Perfecto.
—Ya está todo, ¿no? —preguntó el otro mago, mirando con asco la poción.
—No —dijo Voldemort acercándose a él.
—¿No?
—No; falta el ingrediente más importante.
El mago frunció el entrecejo, extrañado.
—¿Cuál es?
Voldemort le miró fijamente.
—Un sacrificio humano —dijo, mientras con un rápido movimiento se ponía detrás
de él y le clavaba la daga en el cuello, al tiempo que con su otro brazo lo sujetaba por
la barbilla.
El mago abrió los ojos de la sorpresa, y comenzó a agitarse furiosamente, pero no
consiguió liberarse. Perdía fuerzas, y Voldemort era más alto y fuerte. La única vasija
que quedaba vacía se levantó en el aire y se colocó bajo el cuello del mago que
moría, llenándose de su sangre.
—Un sacrifico de un mago —comentó Voldemort—. No es nada personal, de
verdad... agradezco toda tu ayuda hasta el momento, en especial ésta.
El joven murió y Voldemort dejó caer su cuerpo al suelo.
—No podría hacerlo sin ti —murmuró, satisfecho, y puso la vasija de sangre junto
a la de sangre de unicornio y la suya propia.
Observó el caldero. Ya estaba casi a punto. Esperó unos minutos, y, en cuanto la
poción cambió a un color blanquecino, apagó el fuego.
Lentamente, cogió la vasija con la sangre del mago y la alzó en una mano, al
tiempo que en la otra alzaba la varita. Mientras vertía la sangre en la poción comenzó
a recitar el conjuro:
—¡Sangre del sacrificio, renueva mi poder, eleva mi fuerza y entrégame tu magia!
Vertió la sangre y la poción chispeó, volviéndose de un color rojizo. Acto seguido,
cogió la sangre de unicornio y exclamó:
—¡Sangre de la pureza, átame a la vida y detén a la muerte, encadena mi alma y
fortalece mi espíritu!
Vertió la plateada sangre de unicornio y la poción se volvió de un rojo más oscuro,
al tiempo que burbujeaba, soltando un olor repugnante.
Cogió la vasija con su propia sangre y pronunció el final del hechizo:
—¡Sangre del heredero, sangre del elegido, renueva mi cuerpo y otórgame el
poder, destruye el calor de la humanidad y entrégame el frío de la serpiente!
Vertió su sangre y la poción adquirió un tono rojo muy oscuro, casi negro. Estaba
lista.
Lentamente, se desvistió, dejó la varita a un lado y se metió en la ardiente poción,
que al instante burbujeó y chispeó como nunca. Sentía el calor en su cuerpo,
llenándolo, pero no lo quemaba. Se sumergió completamente y se dejó llevar...
Sintió que la poción lo llenaba, consumiendo su viejo cuerpo, su vieja vida; sintió
cómo su mente se llenaba de torbellinos, y como oleadas de dolor le recorrían,
mientras lentamente se sumergía en un sueño profundo...
Cuando despertó, el caldero estaba casi vacío. Se irguió lentamente. Era más alto
que antes. Lo notó. También era más delgado. Miró sus dedos, que se había vuelto
más largos. Toda su piel era pálida. Salió lentamente del caldero. Se notaba... más
mágico. Y en su interior había desaparecido todo sentimiento humano que hubiera
podido albergar. Ahora era casi un dios... no lo era todavía, pero había dado el primer
paso. El paso más importante.
Notó que veía... distinto, como percibiendo más detalles. Ahora no le parecía que
la habitación fuese oscura, aunque lo estaba. Cogió su varita, acariciándola con sus
nuevas manos e hizo aparecer un gran espejo. Se miró en él. Miró su cabeza, sin
pelo, su rostro de serpiente, sus ojos felinos con brillos rojizos inhumanos, y sonrió.
Tom Ryddle había muerto... y Lord Voldemort había renacido en toda su plenitud.
La imagen se nubló, y se aclaró de nuevo. Se encontraba en una sala, rodeado de
otros magos y brujas. Sus servidores. Se disponía a señalarlos con la Marca
Tenebrosa, una marca que significaría una atadura y un vínculo de por vida entre él y
sus siervos.
Hizo una seña y el primero de ellos se acercó. Era Bellatrix Lestrange. Extendió su
brazo izquierdo y Voldemort cogió un pequeño trozo de hierro que tenía al final la
forma de la Marca. Lo metió en fuego y luego en una extraña poción. Un momento
después, lo aplicó sobre el brazo de la mortífaga, que intentó ahogar el chillido de
dolor. Voldemort sonrió. Apuntó a la Marca, que brillaba, con la varita, y susurró:
—¡Morsmordre!
La Marca brilló más y se volvió de un color rojizo, que se apagó lentamente.
—El siguiente —siseó, con voz fría y autoritaria.
Rodolphus Lestrange se adelantó, al tiempo que su esposa se retiraba. Voldemort
repitió el ritual. Luego fue el turno de Travers, después vino Lucius Malfoy, seguido
por Crabbe, Nott...
La imagen se fue y Harry se encontró en otro momento distinto. Estaba en otro
lugar, sentado en un sillón. Leía El Profeta, comprobando con regocijo cómo su poder
se extendía por todo el mundo mágico... si no fuera por Dumbledore, todo sería suyo
ya... todo. No quería admitirlo, pero a pesar de su transformación y de todo su poder,
aún le temía. Sabía que seguramente él era más poderoso que el director de
Hogwarts, pero, aún así... y lo peor era que todos pensaban que Dumbledore era el
más grande de los magos vivos, aún incluso por encima de él. Eso era lo que más
odiaba. Años profundizando en las Artes Oscuras para que todo el mundo pensara
que no era aún el más poderoso... claro que él no había mostrado aún todo su poder,
claro que no... algún día, pronto, Dumbledore probaría en sus carnes la maldición
asesina... Quizás Dumbledore fuese muy poderoso, pero él, Lord Voldemort, era casi
inmortal. Dumbledore no podría matarlo, desde luego que no. Nadia podría. Nadie.
En medio de sus pensamientos, un mortífago solicitó audiencia. Él lo permitió. El
mortífago estaba agitado y algo perturbaba su mente, podía verlo con total claridad.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó, mientras su siervo se arrodillaba.
—Mi señor... he oído una profecía... —dijo el mortífago, sin rodeos.
—¿Una profecía? —inquirió, sorprendido—. ¿Una auténtica profecía?
El mortífago asintió.
—No la oí toda, porque me echaron del local, amo, pero oí parte...
—¿Qué decía?
—Decía que... que el único con poder para derrotarle nacería a finales del séptimo
mes, amo, y que nacería de aquellos que le habían desafiado tres veces...
Voldemort abrió los ojos y horadó con la mirada al mortífago.
—¿El único con poder para derrotarme a mí?
—Sí, señor... eso decía.
Voldemort se levantó y comenzó a pasear por la estancia. El mortífago
permaneció inmóvil.
—¿No oíste más?
—No, señor... —musitó el otro, estremeciéndose, temiendo ser castigado—. Me...
me echaron de allí, amo, no pude oír más...
Pero Voldemort ya no le prestaba atención.
—Alguien con poder para derrotarme... el único. Tiene que morir —se dijo—.
Tiene que morir. —Miró de nuevo a su sirviente—. Rabastan, ¿quién la oyó?
—¿Señor?
—Digo que quién oyó la profecía, idiota.
—A-Albus Dumbledore, amo...
Voldemort chilló de la rabia. ¡Precisamente Dumbledore! De todos los magos del
mundo, tenía que ser él... pero daba igual. Ese crío no viviría para aprender a hablar.
Eso estaba decidido.
Pensó en las posibilidades... ¿Quién había escapado tres veces de él? No había
muchos que hubiesen huido ni siquiera una vez... y tres veces, sólo lo habían hecho
dos matrimonios, ambos miembros de la maldita Orden del Fénix: los Longbottom y
los Potter. No sabía si alguna de esas dos parejas esperaba un hijo... pero se
enteraría, luego esperaría al nacimiento del niño y lo mataría.
Harry se estremeció al tiempo que sentía que la visión se desvanecía de nuevo,
para dar paso a otro recuerdo.
Estaban en la misma sala que antes. Voldemort hablaba con un mortífago bajo
que se arrodillaba ante él. Harry sintió asco y odio: era Colagusano.
—Y bien, Colagusano... ¿Qué tienes que decirme hoy? Espero que sea algo útil,
estoy cansado de esperar... ese niño tiene ya más de un año... y tras él, hay otro que
también debe morir.
—Señor... p-puedo decirle dónde están. Los Potter me han hecho... me han hecho
su g-guardián s-secreto, señor... —farfulló Colagusano, muerto de miedo.
Voldemort sonrió ampliamente. Por fin los tenía. Por fin...
—Dime dónde están.
—En la residencia de los Potter en el Valle de Godric, señor...
—Bien, muy bien Colagusano. Estupendo. Has sido útil. Serás recompensado.
—G-gracias, señor... gracias...
Colagusano se retiró y Voldemort se quedó solo. Había llegado la hora de Harry
Potter.
Desapareció y apareció en el Valle de Godric. Avanzó lentamente por una
carretera repitiendo mentalmente la dirección que Colagusano le había dado, y, de
pronto, una casa de campo surgió ante él de la nada. Se rió. Eran suyos.
Se acercó a la casa silenciosamente y antes de nada, le lanzó un hechizo
antidesaparición. Nadie se marcharía de allí con ese niño. Nadie.
Abrió la puerta con su varita y entró en la casa. Vio frente a él a un hombre que se
había levantado de un sillón rápidamente y que miraba a la puerta aterrorizado. Era
James Potter.
—Sorpresa, Potter...
—¡Es él Lily, es él! ¡Coge a Harry y vete! —gritó James Potter, sacando su varita
al tiempo que sentía cómo su esposa profería un chillido y subía por la escalera.
James se irguió y decidido a presentar batalla lanzó un maleficio contra Voldemort,
pero éste lo repelió con un escudo que sacó de la nada. Un instante después apuntó
con su varita y murmuró:
—¡Avada Kedavra!
James saltó a un lado, mientras el maleficio golpeaba un mueble, haciéndolo arder
y provocando un incendio.
—¿Te gusta jugar? —preguntó Voldemort con sorna... pero furioso. Había
escapado tres veces, pero esta vez no. Esta vez James Potter moriría.
—¡Petrificus Totalus! —exclamó, lanzando el maleficio contra Voldemort
Pero de nuevo, el mago fue más rápido y se defendió con un encantamiento
escudo. Acto seguido, lanzó tres maldiciones asesinas que James logró esquivar a
duras penas, destrozando la casa allí donde golpeaban. Voldemort ya estaba furioso.
Agitó su varita y James fue lanzado hacia atrás, golpeándose la cabeza. Trató de
incorporarse, pero, cuando lo hizo, Voldemort estaba delante de él, con la varita
apuntándole al pecho.
—Te has escapado tres veces... y aún no sé cómo lo lograsteis la última vez... no
sé cómo lo supisteis, Potter, pero ahora ha llegado tu hora.
Aún metido en la cabeza y la mente de Voldemort, Harry intentó chillar, gritar, al
ver a su padre, derrotado... Iba a morir y él lo sabía. Iba a morir para darle una
oportunidad a su madre y a él... una oportunidad que Harry sabía que ella no tendría.
—Avada Kedavra.
James gritó y cayó al suelo, sin vida.
—No podías escapar siempre, Potter —dijo Voldemort, pasando por encima de su
cadáver. Sonrió para sí. Por fin estaba muerto... le había dado muchos problemas,
pero al fin había tenido el final que esperaba a todos los que combatían a Lord
Voldemort.
Subió por las escaleras y se acercó a una habitación, mientras en la planta de
abajo, el incendio crecía. Lily Potter estaba delante de la cuna de Harry, que miraba la
escena sin comprender.
—Por fin ese niño es mío —dijo Voldemort, mirando hacia el bebé de la cuna.
—A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor... —suplicó Lily
—Apártate, estúpida... apártate...
—A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí, mátame a mí en su lugar...
—¡He dicho que te apartes!
Lily sollozó, pero no se apartó de delante de Harry.
—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad...
Voldemort la habría matado, pero no podía... porque ella estaba llena de aquello
que tanto detestaba. Debía ser la persona más llena de él de cuántas había
conocido... aquel horrible sentimiento, causa principal de la debilidad de sus
enemigos, pero que a veces era demasiado poderoso, impulsándolos a hacer lo que
él consideraba auténticas estupideces. Estaba protegiendo al chico, y eso podía ser
malo, muy malo... Le apuntó con la varita y la apartó a un lado.
—Bien, te toca, mocoso... —siseó Voldemort, dirigiendo su varita hacia Harry, que
lo miraba con la boca abierta, sin comprender lo que estaba a punto de pasarle.
—¡Avada Kedavra! —exclamó Voldemort.
—¡No! —gritó Lily al mismo tiempo, saltando hacia Harry e interponiéndose entre
él y la maldición, que la golpeó en la espalda, provocándole la muerte instantánea.
—Estúpida... —murmuró Voldemort, aún sorprendido, mirando el cadáver de Lily
—. Igualmente morirá ahora...
Volvió a apuntar a Harry.
—Adiós, Harry Potter... Avada Kedavra.
El rayo salió de la varita y golpeó a Harry en la frente, haciéndole caer hacia
atrás... pero algo más sucedió: en lugar del chasquido habitual que la maldición
producía, se oyó como una explosión, y el rayo rebotó hacia Voldemort, que no tuvo
tiempo de hacer nada, de lo sorprendido que estaba... había cometido un error: había
olvidado el motivo por el que no había matado a Lily Potter al principio.
Acto seguido, la maldición le dio de lleno, y el dolor fue atroz, insoportable,
terrible... se vio expulsado del cuerpo, que quedó destruido, al igual que la habitación
entera. Sólo el chico estaba intacto... la maldición no lo tocaba. El dolor era horrible,
inhumano...
Harry lo percibió como si él mismo fuese Voldemort, y la conexión se rompió. La
escena perdió coherencia y se difuminó... y sintió que, en medio del dolor, que ahora
se había trasladado del todo a su cicatriz, volvía a la realidad.
39

Frente a Frente

El dolor de la cicatriz era horrible, espantoso como nunca... pero estaba de nuevo
en la realidad, y sintió la Antorcha en su mano y el fuego que lo envolvía... y algo más:
cuatro manos aparte de la suya agarraban la Antorcha. En medio de su agonía,
percibió los pensamientos y los gritos de Ron y Hermione, que se habían lanzado para
quitársela de las manos. Al fin lo lograron, y la Antorcha se apagó con un terrible
fogonazo verde que los lanzó a todos al suelo.
El dolor de la cicatriz cesó, y vio a Voldemort, ya fuera de su cuerpo,
incorporándose con dificultad. Se miró a sí mismo: un fuego verde que se apagaba sin
dejar daños lo cubría, y lo mismo ocurría con sus dos amigos, que también
empezaban a incorporarse. La Antorcha estaba en medio de los cuatro.
Harry vio a los mortífagos: estaban inmóviles, aterrorizados por lo que habían
visto. Ninguno se movió ni un milímetro. Luna y Neville también parecían paralizados.
Se levantó y miró a Voldemort con furia, repugnancia y odio intenso... las
imágenes de lo que había visto pasaban ante su mente, horrorizándole.
—Eres más monstruo aún de lo que había pensado —dijo—. Eres... eres
realmente detestable... —hizo una breve pausa mientras levantaba su varita—. Los
niños del orfanato... ¿CÓMO PUDISTE HACER AQUELLO?
—¿Te gustaron mis memorias, Potter? ¿Te agradaron? No esperaba este efecto...
fuiste muy fuerte, no logré dominarte... pero yo también vi tus recuerdos, tu vida... muy
parecida a la mía, ¿no crees?
—No —respondió Harry con decisión. Todos los demás los miraban sin entender
de qué hablaban—. Yo jamás fui como tú. Jamás.
—¿No? Tu primo Dudley me recordó muchísimo a John Brandon... Conociste a
Brandon, ¿verdad?
—Sí... y él tampoco se merecía lo que le hiciste... aunque eso, de alguna forma,
puedo entenderlo. Pero el incendio del orfanato...
Voldemort sonrió con crueldad, sin responder.
—¿Estás bien, Harry? —intervino Hermione, que se había ido alejando de
Voldemort y acercándose a su amigo, al igual que Ron.
—Sí —contestó—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Casi dos horas —respondió Ron—. Pensamos que no volverías, estabas en
trance... temimos lo peor, y luego el fuego se hizo aún más intenso, y empezaste a
gritar, y Hermione y yo...
—¿Dos horas? —se sorprendió Harry. Para él habían sido casi como días...
—Ya basta de charla —cortó Voldemort con tono gélido—. No estamos aquí para
esto.
—No pudiste poseerme —dijo Harry—. Tu plan ha fallado. Todo lo que has
planeado no sirve para nada.
—Sí, es cierto... que mi plan principal ha fallado —siseó Voldemort. Harry frunció el
entrecejo al oír lo de «plan principal»—. Por eso tenía planes alternativos... planes que
van muy bien... por otro lado, matarte también es un excelente plan, ya te dije que si te
mato, seré aún más poderoso que ahora. No es lo mismo, pero bueno... Mirándolo
desde otro punto de vista, matarte es, en algunos aspectos, mucho mejor plan... te
ofrecería una última oportunidad de unirte a mí por propia voluntad, pero... lo que he
visto me dice que no aceptarás... lástima. Pero claro, conozco tus debilidades, Potter.
Ahora mejor que nunca.
—¿Qué planes son esos? —quiso saber Harry.
—Me temo que no te lo diré, Potter... —dijo Voldemort—. Y tú no deberías
preocuparte por ellos. Ahora mismo, si fuera tú, me preocuparía principalmente por
mí... porque voy a matarte, Potter. Tenlo por seguro.
—Luchemos tú y yo solos, ¿de acuerdo? La batalla final. Solos tú y yo —le desafió
Harry.
—Sí —convino Voldemort—. Solos tú y yo... —sonrió con maldad y se volvió a los
mortífagos—. Matad a los demás —les ordenó.
Los mortífagos empuñaron las varitas y se dispusieron a obedecer las órdenes de
su amo. Por su parte, Ron, Hermione, Luna y Neville se prepararon para el combate.
—Podéis con ellos —los animó Harry—. Lo sé. Podéis con ellos.
—Harry, ¿y tú? —inquirió Hermione, muy asustada, mientras retrocedían
lentamente, situándose para luchar mejor.
—Yo intentaré alejar a Voldemort de vosotros —les susurró—. Rescatad a Ginny si
podéis y marchaos sin esperarme.
—Harry, ¿qué...? —preguntó Ron, pero no tuvo tiempo de acabar, porque los
mortífagos empezaron a atacar.
Ron fue atacado por Flint, Neville por el mortífago que se llamaba Rudolf, Luna por
el otro y Hermione por Henry.
—¡Te dije que te mataría, sangre sucia! —gritó el chico con voz cruel, lanzándole a
Hermione una maldición cruciatus que no dio en el blanco.
—¡Hazlo! —lo desafió Hermione, atacando a su vez con un hechizo aturdidor que
el otro esquivó.
Harry y Voldemort permanecían quietos, mirándose frente a frente.
—¿Estás listo para morir, Potter?
—Sí —contestó Harry. Se distrajo viendo cómo Dullymer padre le lanzaba una
maldición asesina a Ron, que éste esquivó. Él le había lanzado un maleficio de
ceguera a Flint. Una vez esquivado el ataque de Dullymer, dio un latigazo con la varita
y el antiguo capitán de quidditch comenzó a sangrar por el cuello, desplomándose.
«¡Bien, Ron!», pensó Harry para sí.
Sólo se había distraído un segundo, pero fue suficiente. Por el rabillo del ojo vio
cómo Voldemort le lanzaba una maldición asesina que logró esquivar con un gran
salto impulsado con magia.
—¡Bravo, Potter! —gritó Voldemort, lanzándole más hechizos y maldiciones que
Harry desviaba con dificultad.
Al fin tuvo un momento de respiro y atacó con el maleficio de la Inmovilidad Total,
pero el mago la desvió.
—¿No sabes hacer algo mejor? —se burló Voldemort—. No quieres usar las Artes
Oscuras, ¿eh, Potter? ¿Esto es todo lo que Dumbledore te ha enseñado?
Harry retrocedía, acosado. Se defendía bien, pero no lo suficiente. Sin la Antorcha,
no tenía posibilidades de vencer, y la Antorcha estaba lejos de él, cerca de Voldemort.
Sólo podía hacer una cosa... dejar que de nuevo la rabia y el odio por todo lo que
había visto lo invadieran, mientras empezaba a atacar con más furia, sin importarle ya
los otros combates que se producían a su alrededor... ahora se sentía lleno del
poder... y había visto cómo Voldemort hacía aquello en su mente... podía hacerlo.
Lanzó un hechizo aturdidor con tanta potencia que Voldemort tuvo que crear un
escudo para defenderse, y acto seguido estiró la mano y la Antorcha voló hacia él.
—¡No! —gritó Voldemort.
—¡Sí! —exclamó Harry. Cogió la Antorcha y recordó a su madre. La llama verde
brilló y Harry se sintió más poderoso aún.
—¡Lucha ahora! —le gritó a su enemigo.
—¡Morirás igualmente! —le aseguró Voldemort, lanzando maldiciones con más
furia que antes.
Harry las desviaba y contraatacaba, y en uno de sus ataques, una fuerte maldición
de jaqueca golpeó al mortífago alemán, que atacaba a Neville. El mortífago cayó de
rodillas, y Neville pasó a ayudar a Luna, que tenía problemas; Ron peleaba a la
izquierda de Harry, pero un poco alejado, y parecía defenderse bastante bien de
Richard Dullymer. Hermione, por su parte, estaba a la derecha de Harry, y tenía a
Henry casi dominado.
Entonces, Voldemort le lanzó a Harry una flecha plateada que el chico esquivó, y
ésta golpeó a Hermione en un brazo, haciéndole sangrar y proferir un grito de dolor.
Un instante después cayó al suelo. Henry sonrió y le apuntó con su varita.
—¡HERMIONE! —gritó Harry.
—¡Error, Potter! —exclamó Voldemort, lanzándole una fuerte maldición que le hizo
caer al suelo con un terrible dolor en el estómago y las costillas. Apenas podía
respirar. La Antorcha había caído de sus manos y se había apagado. Estaba
indefenso y Voldemort le apuntaba.
—Te dije que ellos eran tu debilidad, Potter —siseó Voldemort apuntándole con la
varita—. Te lo advertí... Adiós.
Vagamente, Harry vio a Ron esquivar los hechizos de Dullymer mientras los veía
horrorizado a él y a Hermione. Luna y Neville, por su parte, acababan de vencer al
mortífago de Luna. Hermione miraba con rabia a Henry, que se preparaba para atacar.
Harry volvió a mirar a Voldemort, mientras pedía perdón mentalmente por su
debilidad, al tiempo que el mago pronunciaba su «¡Avada Kedavra!».
Al mismo tiempo que eso sucedía, Henry también hablaba:
—Adiós, sangre sucia... —dijo, con la voz cargada de desprecio.
Hermione vio el rayo salir de la varita de Voldemort y, en un impulso, agitó la suya
hacia Henry. La varita soltó un destello al tiempo que ella gritaba:
—¡Adiós, Henry!
Henry fue lanzado hacia atrás, sorprendido, y, en su caída, se interpuso en el
camino del asesino rayo verde, que lo golpeó en el lado izquierdo de su espalda. Harry
vio cómo sus ojos se abrían desmesuradamente, al tiempo que la vida se escapaba de
su cuerpo. Profirió un simple «¡Oh!» y se desplomó, muerto. Hermione había cerrado
los ojos. Harry observó un instante, aún atontado, el cuerpo sin vida del que habían
creído su amigo. Voldemort estaba petrificado.
—¡No! —gritó, furioso.
Entonces, Dullymer padre vio lo que había sucedido y comenzó a gritar.
—¡¡HENRY!! ¡¡HENRY!! ¡MALDITA SANGRE SUCIA, HAS MATADO A MI HIJO!
Ante la atónita mirada de todos, incluso del mismo Voldemort, se lanzó a por
Hermione. Pero Harry aprovechó el momento de distracción y cogió la Antorcha.
Quizás él no sobreviviese, pero ahora sus amigos tenían una oportunidad.
Se irguió y apuntó con su varita a Dullymer.
—¡Desmaius!
El hechizo golpeó al mortífago y cayó al suelo, inconsciente. Un instante después,
Harry se lanzó al suelo para esquivar una nueva maldición asesina de parte de
Voldemort.
—¡Yo mismo os mataré a todos! —gritó el mago con furia. Sus ojos despedían
llamas. Agitó la varita y tanto Ron como Neville y Luna fueron lanzados al suelo con
fuerza. Hermione no cayó, porque no se había levantado, y Harry resistió usando todo
su poder para ello. Un momento después, lanzó un potente ataque contra Voldemort y
éste fue lanzado hacia atrás, atravesando la puerta por la que había entrado y
cayendo en la sala contigua.
—¡Buscad a Ginny y salid de aquí rápido! —les ordenó Harry a sus amigos
mientras corría hacia la puerta por la que Voldemort había caído.
—¡No! —chilló Hermione—. ¡No te dejaremos solo!
—¡HACED LO QUE OS DIGO! —gritó Harry, al tiempo que, deseándoles suerte
mentalmente y rezando porque Ginny estuviera viva, cruzaba la puerta.
La sala en la que estaba ahora tenía sólo otra puerta aparte de aquella por la que
Harry había entrado; quedaba en la pared de la derecha. Tampoco tenía ventanas,
pero había un sillón en ella, algunas estanterías vacías de madera y una chimenea
apagada. En las paredes había antorchas que iluminaban el lugar.
Harry vio a Voldemort, que intentaba levantarse, y le lanzó un hechizo aturdidor
que le golpeó en el pecho, tumbándolo de nuevo.
Aprovechando el tiempo, se volvió hacia la puerta.
—¡Reparo! —exclamó, apuntándole con su varita. La puerta se arregló, y, un
segundo después, encendió la Antorcha y la cerró con el mejor conjuro que sabía y
con toda su magia. Hermione no podría abrirla ahora. Quizás sólo Voldemort podría. Y
él, por supuesto. Así se aseguraba de que sus amigos no podrían seguirle. Una vez
hecho todo, se volvió hacia Voldemort, que se incorporaba de nuevo.
—¿No creerías que un simple hechizo aturdidor iba a retenerme mucho tiempo,
verdad? —preguntó.
—No —respondió Harry.
—Muy valiente por tu parte arrojarme aquí y cerrar la puerta, para permitir huir a
tus amigos —se burló—. Pero no servirá de nada.
—Ellos huirán —aseguró Harry.
—¿Eso crees? —preguntó Voldemort.
—Sí.
Voldemort levantó la manga izquierda de su túnica y dejó al descubierto la Marca
Tenebrosa que tenía allí y mostrándosela a Harry, que ignoraba que Voldemort tuviera
una. Tal vez se la había hecho hacía poco. Harry vio que la Marca se había vuelto de
un color negro azabache.
—No puedes oír nada, porque estas habitaciones están siempre insonorizadas,
pero mis mortífagos ya han empezado a regresar del Ministerio de Magia... y
apresarán a tus amigos. No huirán... no tendrán tiempo, porque intentarán entrar aquí
para ayudarte. Cuando quieran huir, será tarde.
—¡Eso no es cierto! —replicó Harry con furia.
—Sabes que sí lo es, Potter... sabes que digo la verdad. Puedes sentirlo. Ellos no
se marcharán sin ti... ¿No te parece fantástico tener tan buenos amigos? Lástima que
vayas a perderlos, ¿verdad? Pero tranquilo —añadió, riéndose—, me encargaré de
que puedas verlos pronto...
Harry tembló de la ira y apretó los puños. Sabía que aquello era cierto. No podía
negarlo. Sabía que sus amigos no le dejarían, buscarían la forma de entrar... y
mientras, los mortífagos regresarían para para matarlos...
—Sabrán defenderse —aseguró.
—Los has entrenado bien, tengo que reconocerlo —dijo Voldemort con un deje de
admiración en su voz—. Pero a los demás no los engañarán. Ya saben de lo que sois
capaces. Sin embargo, no sufras. Como te he dicho, pronto estarás con ellos...
—No moriré sin luchar —replicó Harry, apretando más su varita.
—Lo sé... conozco a los Potter —dijo Voldemort, al tiempo que la crueldad de su
sonrisa se acentuaba—. ¿Lo viste, Harry? ¿Viste mi encuentro con tu valiente padre?
¿Lo viste morir para salvaros a ti y a tu madre?
—Sí —escupió Harry—. Lo vi todo... incluso tu final.
—Lo sé, lo sentí... ahí comenzó el dolor... ¿Sabes qué veía yo, Potter?
Harry no respondió, sino que mantuvo la mirada.
—Veía tu ridículo baile de Navidad, con esa chica estúpida. —soltó una risotada
gélida que habría hecho que a Harry se le erizase la piel si no hubiese estado tan
enfadado—. ¿Sabes? No soy muy bueno para esto, Harry, porque nunca he amado a
ninguna chica, pero debiste decirle que la querías... ahora no tendrás oportunidad. Es
una pena. Me imagino cómo sufrirá ella cuando sepa que todos estáis muertos...
—Eres un monstruo —le contestó Harry, evitando a duras penas pensar en las
últimas palabras del mago—. Hiciste esa poción... bebiste sangre de unicornio. Te
maldijiste a ti mismo para ser... eso que eres. Por eso no soportas el amor, ¿verdad?
Voldemort sonrió.
—Sí, hice la poción... ¿te gustó mi hechizo? Fue esa poción la que me permitió
vivir tras recibir la maldición asesina que debía de haberte matado, Potter. Creo que
ha sido muy útil, ¿verdad?
—Siempre me he preguntado, desde nuestro encuentro hace cinco años, por qué
no querías matar a mi madre... y ahora lo sé: la temías... temías lo que sentía por mí.
Temías ese sentimiento que, según tú, nos llena de debilidad...
—Sí... sabía que ella estaba tan llena de esa antigua magia que podría protegerte
de mí y hacerme daño, pero el deseo de matarte nubló mi mente. No me di cuenta de
lo que acababa de pasar... —suspiró—. Un gran error por mi parte, debo admitirlo,
pero ya no importa, porque gracias a ese error soy más fuerte aún que nunca. Yo te
creé, Potter... en cierto modo, eres como el hijo que nunca tuve...
—¡YO NO SOY NADA TUYO!
—Sí lo eres... yo te di poder, yo hice que tuvieras que vivir sin padres... todo lo que
eres me lo debes a mí. Y ahora, cuando te mate, el círculo se cerrará, y yo seré más
poderoso que nunca, sin un enemigo que pueda vencerme. Cuando tú mueras, ningún
mago podrá tocarme.
—¿Qué? —exclamó Harry—. ¿Qué dices?
—No tengo ganas de más charlas ni explicaciones, Potter. Ahora nadie puede
salvarte. Nadie. Tú y yo, y nadie más. Veamos quién es el más fuerte.
Harry levantó su varita, mientras en la otra mano sostenía la Antorcha de la Llama
Verde, que ardía. Se concentró todo lo que podía en su enemigo. En ese momento, no
existía nada más que él y Voldemort, y lo único que importaba era acabar con la vida
de semejante asesino, de semejante monstruo.
Sin aviso previo, la lucha comenzó. Voldemort empezó a lanzar maldiciones
asesinas sin cesar, que Harry intentaba esquivar como podía, algunas veces
apartándose, otras creando con la varita escudos sólidos que se destruían cuando las
maldiciones impactaban contra ellos.
De vez en cuando, sentía que la Antorcha intentaba escapársele de las manos:
Voldemort intentaba quitársela, pero siempre lograba retenerla.
Se tiró a un lado para esquivar un nuevo rayo verde al tiempo que lanzaba unas
cuerdas desde su varita que trataron de inmovilizar a Voldemort, pero éste hizo un
suave movimiento con su varita y las cuerdas se convirtieron en serpientes que se
volvieron hacia Harry, dispuestas a atarcarle.
—¡A él! ¡Atacadle a él! —siseó Harry, haciendo que las serpientes se volvieran
hacia Voldemort.
—¡No, estúpidas! ¡Matad a Potter! ¡Acabad con él! —replicó Voldemort,
provocando que las serpientes se detuvieran y enfrentaran a Harry de nuevo.
—No puedes competir conmigo, Potter... yo soy el heredero de Slytherin... yo soy
la serpiente.
Harry apuntó a las serpientes con su varita y las hizo desaparecer, pero al mismo
tiempo, Voldemort dio un latigazo con la suya y Harry empezó a sangrar por la cara.
Tenía un corte bastante feo.
Antes de que Voldemort pudiese lanzar otra maldición, hizo un movimiento con su
varita y el mago cayó hacia atrás sobre el sillón que había en la sala. Acto seguido,
apuntó al sillón y de éste brotaron unas gruesas cadenas que lo ataron. Voldemort las
miró y se volvió hacia Harry.
—Si crees que con esto vas a...
Pero Harry no le escuchó. Apuntó de nuevo al sillón y exclamó:
—¡Incendio!
El sillón comenzó a arder, con Voldemort atado a él. El mago chilló, pero, antes de
que las llamas pudiesen hacerle algo, desapareció y apareció detrás de Harry.
Harry sintió que aparecía tras él y se tiró rápidamente al suelo, al tiempo que un
rayo verde pasaba unos centímetros por encima de su cabeza. Giró sobre sí mismo y
apuntó a Voldemort, que volvía a dirigir su varita hacia Harry.
—¡Impedimenta!
Voldemort cayó hacia atrás, momentáneamente inmóvil, y luego Harry se levantó,
apuntó de nuevo y gritó:
—¡Petrificus Totalus!
Un instante después, Voldemort cayó al suelo, completamente inmóvil, y Harry
soltó un grito triunfante.
—¡Te tengo! —exclamó, dando un salto de alegría—. ¡Ahora te...!
Pero había cantado victoria muy rápido. Voldemort desapareció de nuevo y al
segundo apareció a un lado de Harry, con completa movilidad.
—¿Creías que era tan fácil? ¿En serio pensaste que me habías vencido? —
preguntó, mientras enviaba contra Harry un hechizo que lo lanzó contra la pared que
quedaba ahora a su espalda. Harry cayó, jadeando, e intentó levantarse, pero antes
de conseguirlo, Voldemort ya le había lanzado una nueva maldición cortante, que casi
logró esquivar, pero no del todo. Parte le dio en el hombro, produciéndole una nueva
herida que le escocía.
—¡Estás acabado, Potter! ¡No entiendo cómo puedes ni siquiera soñar en
vencerme, cuando has visto todo lo que puedo hacer! —gritó, mientras se acercaba a
Harry con paso lento.
—¡Aún no! —chilló, haciendo lo único que aún no había hecho: usar las
maldiciones imperdonables. Usar las mismas tácticas que él, las Artes Oscuras. En su
cabeza, una voz le dijo que no lo hiciera, pero no había más salida. Levantó su varita
con dificultad y exclamó—: ¡Crucio!
Voldemort se quedó tan sorprendido que no reaccionó. La maldición le dio y gritó
del dolor. Los gritos y el dolor de Voldemort le producían terribles punzadas en la
cicatriz, pero resistió. Iba a enseñarle un poco de su propia medicina.
—¿Te gusta? —le preguntó, levantándose y concentrando en él todo su odio y su
rabia.
—¡Tú no puedes detenerme con esto, Potter! —chilló Voldemort, en medio de los
gritos—. ¡No está en tu naturaleza! ¡Yo te enseñaré!
Se levantó con fuerza, deteniendo la maldición de Harry, que casi se cayó de la
sorpresa, y, acto seguido, Voldemort empleó contra él la maldición que segundos
antes estaba recibiendo.
Harry gritó como nunca. La Antorcha cayó de su mano, apagándose. El dolor era
infinitamente más grande que cuando Henry lo había hecho, horas antes. La cicatriz
amenazaba con partírsele, y sentía como si tuviera fuego en las venas, al tiempo que
miles de cuchillos helados cortaban su carne y sus huesos se rompían.
Intentó resistir, pensar, liberarse, pero era imposible. Voldemort no detenía su
ataque. Estaba haciéndolo con tanta rabia y tanto odio que Harry no sabía si podría
resistirlo. Era mejor morir ya y que todo terminara...
Entonces, la imagen de Ron, Hermione, Neville y Luna siendo asesinados por
Voldemort se dibujó en su mente. No podía permitirlo... tenía que alejar al mago de
ellos...
Voldemort detuvo su ataque y Harry quedó en el suelo, tumbado, casi sin fuerzas
ni para respirar.
—¿Te gustó, Harry? ¿Quieres otro poco?
Harry no respondió. Ahora tenía a la derecha la pared donde estaba la puerta por
la que había entrado, y en la de enfrente, detrás de Voldemort, estaba la otra puerta
de la sala. No podía vencer a Voldemort, lo sabía... sólo podía intentar huir y procurar
que el mago lo siguiera, para dar una oportunidad a sus amigos. Pero, ¿cómo lo
haría?
—¿Sabes, Harry? —dijo Voldemort, como si fuese a comentar que llovía—. Quizás
tus estúpidos amigos ya están muertos en este momento...
Harry sintió que el odio lo embargaba... el odio... y la preocupación. Voldemort
sonrió ampliamente, observando la reacción que producían en Harry sus palabras.
—¡No! —gritó Harry, en respuesta.
—La esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad, Potter?
Harry no contestó. ¡Cómo lo odiaba! Se sentía totalmente impotente. Todo lo que
había hecho, todo lo que había entrenado, no bastaba; Voldemort era más poderoso
de lo que podía imaginar. Ningún hechizo le causaba un daño serio. Ni siquiera la
maldición cruciatus había dejado secuelas en él.
—Será mejor terminar —dijo Voldemort—. Tal vez aún pueda ocuparme de
algunos de tus amigos, para pasar el rato...
—¡NO TE LO PERMITIRÉ! —gritó Harry a pleno pulmón. No sabía cómo, pero
Voldemort no haría daño a sus amigos. No lo permitiría...
Dejó que de nuevo, toda su furia y su odio le dominasen, y, en un impulso, agitó la
varita, dando un latigazo con todas sus fuerzas que cogió de improviso al mago, que
no esperaba que a Harry le quedaran fuerzas para eso tras la tortura a la que había
sido sometido. Un gran tajo cruzó el rostro del mago, y de él empezó a brotar sangre.
Voldemort aulló. Harry se incorporó con dificultad y dio otra fuerte sacudida,
produciéndole un profundo corte en el brazo que sostenía la varita, la cual cayó al
suelo.
—¡Yo tampoco soy tan fácil de derrotar! —gritó.
—¡Eso lo veremos! —siseó Voldemort. Chasqueó los dedos con fuerza, y unas
cuerdas salidas de la nada ataron a Harry, que se tambaleó y cayó al suelo.
Aprovechando el momento, Voldemort cerró los ojos y las heridas comenzaron a
cerrársele.
«¡Sabe autocurarse! —se sorprendió Harry, disgustado—.¡Maldita sea!».
Voldemort parecía muy concentrado. Tenía unos valiosos segundos. Se concentró
y las cuerdas cayeron, liberándole. Se levantó rápidamente, recogiendo su varita,
estiró la mano y la Antorcha voló hacia ella. Entonces apuntó a Voldemort, que
acababa de abrir los ojos, aunque aún no había terminado con su curación, y lo envió
con fuerza contra la pared que quedaba a su izquierda, enfrente de la puerta por la
que habían entrado. Era su ocasión. Harry recogió también la varita de Voldemort y se
lanzó hacia la puerta que estaba frente a él. La abrió con un giro de su varita y se
precipitó por ella.
La cruzó sin mirar hacia nada, sólo pensando en escapar, cuando chocó con
alguien, haciendo que los dos cayeran al suelo.
Harry miró y vio que la persona contra la que había chocado era un mortífago
bajito. Sin tiempo para ver quién era ni pelear contra él, se levantó con la intención de
huir.
Pero el mortífago se levantó también, y, al hacerlo, se le cayó la capucha, Harry vio
quién era y su corazón dio un vuelco: era Colagusano. Ambos se quedaron totalmente
inmóviles, mirándose fijamente.
—¡Tú! —gritó Harry.
—Harry... —musitó Colagusano, y apartó la mirada.
La visión del antiguo amigo de sus padres despertó en Harry recuerdos hermosos
y a la vez dolorosos, y, casi automáticamente, la Antorcha se encendió de nuevo,
iluminando el pasillo en que se encontraban con un tono verdoso.
Harry respiraba con fuerza, lleno de odio y rencor: el hombre que estaba frente a él
había ayudado a Henry Dullymer; el hombre que estaba frente a él había provocado la
muerte de sus padres, había matado a Cedric, estaba con los asesinos de Sirius... lo
odiaba, lo odiaba casi tanto como al mismo Voldemort...
—Vaya, Colagusano. Ya subes —dijo tranquilamente la voz de Voldemort desde la
sala. Haz el favor de traer de nuevo a nuestro viejo amigo, si eres tan amable.
Colagusano empezó a temblar al oír la voz de Voldemort, pero apuntó a Harry con
su varita y le hizo un gesto con la cabeza. Voldemort se acercó a la puerta y se rió.
—¿Pensabas ir a algún sitio, Potter? —preguntó.
Harry pensó en sus posibilidades: si entraba de nuevo en la sala, Voldemort lo
mataría sin lugar a dudas. Ya no había juego, ni opción. Había sido derrotado, y sólo le
quedaba morir. Su única opción era intentar huir, apartando a Colagusano. No era un
mago demasiado bueno... podría hacerlo...
Lo decidió: si iba a morir, al menos no sería como un cordero. Se volvió de nuevo
hacia Colagusano, para sorpresa de éste, y se abalanzó sobre él para apartarlo. Creyó
que lo conseguiría hasta el momento en que el mortífago le tocó la mano.
Al instante, un torrente de imágenes invadió su mente, como ya le pasara con
Ginny y con Hermione. Su cabeza dio vueltas y vio a Colagusano, arrodillado frente a
Voldemort y temblando ante la fiera y penetrante mirada del mago.
—¿Qué has decidido, Peter? ¿Vas a estar de mi lado?
—Señor, yo... —gimoteó Colagusano—. Mis amigos...
—Peter, Peter, Peter... imagino que deseas vivir, ¿verdad?
—Sí, señor... sí, pero...
—Peter... sabes lo que les pasa a aquellos que no se ponen de mi parte. Lo sabes,
¿verdad?
—Sí, señor... sí.
—Y no querrás que pase eso, ¿me equivoco?
—No...
—Mejor, porque realmente, aquellos que me desafían lo pagan muy caro... muy,
muy caro.
—Sí, señor...
—¿Lo harás, Peter? ¿Estarás de mi lado?
Colagusano gimoteó aún más antes de responder:
—Sí, señor... sí. Lo haré...
—Buena decisión, Peter. Buena decisión... Tienes que estar del lado de los
ganadores.
El recuerdo se esfumó y fue sustituido por otro, donde el padre y la madre de Harry
ejecutaban un hechizo sobre Colagusano en presencia de Sirius... una nueva imagen
sustituyó a la anterior, y Colagusano revelaba a Voldemort el paradero de los padres
de Harry... Luego Colagusano miraba a Sirius en medio de una calle. Sirius despedía
furia por los ojos... Estaba tirado en el suelo, en la casa de los gritos, mientras Remus
y Sirius le apuntaban con las varitas, y Harry, Ron y Hermione miraban... Llevaba a
Voldemort en brazos, qué asco le producía, y le daba de beber un extraño líquido que
había sacado de la serpiente... Se veía un cementerio y tenía una daga en la mano.
Recitaba un hechizo que le habían enseñado... Carne del vasallo, voluntariamente
ofrecida, revivirás a tu señor... agarraba la daga con fuerza y se disponía a cortarse la
mano... Estaba en una celda, con Voldemort. Voldemort recitaba unas palabras sobre
una persona tumbada de espaldas. Apenas se veía nada.
—Ya está hecho. Cuando despierte, dale la poción, Colagusano.
—Sí... sí señor.
—No me falles, Colagusano... no me falles esta vez.
—No... no señor, no... no fallaré.
—Más te vale, porque esto es muy importante...
Voldemort se iba y Colagusano esperaba, vigilante... la imagen se desvaneció y
volvió... la persona se agitaba. Colagusano le dio la vuelta para darle la poción, y Harry
vio que era Ginny... Ginny...
Entonces chilló con todas sus fuerzas y retornó a la realidad, soltándose de
Colagusano y cayendo de espaldas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Voldemort.
—No... no lo sé, señor, yo... sentí como si... como si me hicieran algo en la
cabeza...
—Bueno, ahora lo aclaramos —dijo Voldemort, sin darle importancia—. Pero
antes, Potter, tienes algo que es mío y que aprecio mucho... —estiró su mano y su
varita voló hasta ella desde el bolsillo de la túnica de Harry donde él la había
guardado. Acto seguido, le apuntó con ella y Harry fue arrastrado de vuelta a la sala.
Voldemort se encaró con él y Colagusano entró un instante después, cerrando la
puerta. Harry lo miró.
—Te vi... vi tus recuerdos... ¡¿Qué le habéis hecho a Ginny?!
—Ya te dije que eso no debía preocuparte, Potter... ¿Por qué insistes? —Se volvió
hacia Colagusano—. ¿Cómo está la chica?
—Está... está dormida, amo. Le di la poción.
—Bien... perfecto.
Harry miró a Voldemort con odio. ¿Qué planeaba con Ginny? ¿Qué le habían
hecho? Dullymer había dicho que Voldemort la quería específicamente a ella... ¿Por
qué? Si le iban a matar ahora, los planes de Voldemort para Ginny no tenían nada que
ver con él.
Volvió su vista a Colagusano, que temblaba. Pensó en sus recuerdos, recuerdos
dispares, distintos, pero en todos, absolutamente en todos, había una similitud, en
todos había una constante, algo que siempre estaba presente: el miedo. Colagusano
estaba lleno de miedo, aterrorizado... Harry supo con toda seguridad que quizás
llevaba años donde sentía miedo cada día, cada noche, cada momento...
—Es curioso, ¿no crees, Potter? —dijo Voldemort, apuntándole con la varita.
—¿El qué es curioso?
—Que gracias a Colagusano te ataqué cuando eras un niño, y de nuevo gracias a
él, voy a matarte ahora sin tener que perseguirte... ¿no te parece curioso?
Harry apretó los dientes, sin decir nada. Voldemort lo miró y levantó la varita.
—Adiós, Potter.
Voldemort lanzó su maldición, pero Harry seguía dispuesto a luchar. Se concentró
y, mediante la magia, se desplazó arrastrándose por el suelo. El rayo verde golpeó en
el lugar donde Harry había estado un segundo antes y abrió un boquete en el suelo.
—¿Cuándo vas a dejar de alargar tu agonía? —exclamó Voldemort, harto.
—¡Cuando mueras! —respondió Harry, dando latigazos con la varita, intentando
destrozar a Voldemort usando la maldición cortante.
Pero Voldemort esquivó todos los ataques con su varita, y a cambió lanzó una
maldición cruciatus que Harry detuvo haciendo aparecer ante él una gran piedra que
reventó al ser alcanzada por la maldición.
Colagusano, agachado para evitar las maldiciones y los hechizos que rebotaban,
se fue moviendo hasta situarse por detrás de Harry, pegándose a la pared del fondo,
la que daba a la sala a donde el traslador los había llevado horas antes.
Harry no le prestó demasiada atención, estaba ocupado esquivando las flechas
plateadas que Voldemort le lanzaba. Si una le daba, lo atravesaría de parte a parte.
Creó un escudo plateado para defenderse, similar al que Voldemort había creado
en su lucha contra Dumbledore el año anterior, y lo usó para detener las maldiciones,
que golpeaban en él produciendo un sonido sordo y haciendo que el brazo le
retemblara.
—¿Dumbledore te ha enseñado a hacer eso? —preguntó Voldemort, mirando el
escudo con sorpresa.
—Nos enseñó escudos, sí... pero esto lo aprendí de ti —contestó Harry, sonriendo
con desafío—. Tengo muchos de tus conocimientos en mi mente... y desde que vi tus
recuerdos, más aún.
—Ya veo... A ver entonces qué tal resistes esto.
Describió un largo movimiento con la varita y de su punta brotó un luminoso globo
plateado que se quedó suspendido en el aire. Se desplazó hacia la izquierda de
Voldemort y empezó a disparar flechas plateadas, menos potentes que las que
Voldemort le había tirado antes, pero aún así letales. Harry las detenía con el escudo,
pero, al tiempo, Voldemort atacó lanzando contra Harry la maldición cruciatus de
nuevo.
Harry consiguió evitarla tres veces, al tiempo que esquivaba las flechas. Entonces,
aprovechando los breves momentos que tenía, hizo aparecer diez largos cuchillos en
el suelo, agitó la varita hacia ellos, encantándolos, e hizo que empezaran a perseguir a
Voldemort. Mientras, se volvió hacia la esfera plateada, le apuntó con la varita y gritó:
—¡Deletrium!
La esfera plateada se desvaneció y Harry sonrió, volviéndose hacia Voldemort.
Su sonrisa se desvaneció en el instante en que uno de sus propios cuchillos se le
clavaba en el hombro derecho, haciéndole soltar la varita y gritar de dolor.
—Esto no funciona, Potter... ya deberías saberlo —dijo Voldemort. Harry vio cómo
el resto de cuchillos yacían por el suelo desparramados. Voldemort apuntó de nuevo a
Harry y gritó—: ¡Expelliarmus!
Harry sintió el hechizo, pero la Antorcha siguió en su mano, como si estuviese
pegada a ella.
—Vaya... —dijo Voldemort, molesto—. Parece que no la quieres soltar... bueno,
muere con ella. Luego será mía. ¡Avada Kedavra!
El rayo verde salió, pero Harry, a pesar del dolor, saltó hacia la derecha,
esquivando el rayo. Aún no había terminado de apartarse cuando Voldemort ya había
gritado:
—¡Crucio!
El dolor llenó a Harry de nuevo. Durante más de un minuto, el mago mantuvo la
tortura, saboreando el dolor de Harry.
—¿Por... Por qué no me matas así? —preguntó, hablando con difucultad—. ¿No te
gustaría más?
—Sí... pero no funcionaría. Te liberarías, Potter. Eso que llevas dentro, sea lo que
sea, te permite liberarte... y yo no quiero que huyas. Ahora ya he terminado de jugar
contigo; esto ya me aburre —levantó la varita y apuntó al corazón de Harry—: ¡Avada
Kedavra!
Pero Harry no iba a rendirse. La llama de la Antorcha se hizo más intensa y Harry
levitó hacia un lado, esquivando la maldición por enésima vez esa noche. Voldemort
gritó de furia y le envió de nuevo la maldición cruciatus.
—Colagusano, ¡Cógele! —gritó Voldemort al levantar la varita—. Ya estoy harto.
¡Sujétale!
Gimoteando, Colagusano agarró a Harry por los brazos y lo levantó, sujetándole el
brazo libre en la espalda. Harry peleó, pero no le quedaban fuerzas, y la llama de la
Antorcha se debilitaba.
—Ahora, Potter, estás acabado...
Harry cerró los ojos. Se sentía completamente agotado. Ya no podía hacer nada...
al menos, le quedaba el consuelo de que Voldemort había sufrido para matarlo. Abrió
los ojos de nuevo, miró a Voldemort, y se preparó para morir.
40

Amor, Dolor y Muerte

Pensó en sus padres. Quería que ellos fuesen lo último que viese antes de morir.
Cerró los ojos. No quería ver el rostro de Voldemort más. Quería ver a sus padres,
sólo a ellos... no quiso pensar en sus amigos, en toda la gente que se sentiría
decepcionada al conocer que había sido derrotado, en toda la gente que tendría que
sufrir a Voldemort, porque nadie podría vencerle... el recuerdo de sus padres se hizo
más nítido, y Harry sonrió. Notó las manos de Colagusano agarrándole, y sintió su
miedo... lo percibió a través de la Antorcha, cuya llama, con el recuerdo de sus padres,
se había hecho más intensa. Colagusano temblaba... temía a Voldemort, temía lo que
él sería a partir de ese momento...
Entonces Harry tomó una determinación: le dejaría un recuerdo a Colagusano, un
recuerdo para siempre... se concentró y envió los recuerdos de sus padres a la mente
del traidor.
—Abre los ojos, Potter... —susurró Voldemort.
Harry no le hizo caso. Percibió la agitación de Colagusano al sentir el recuerdo de
sus amigos en otro tiempo... luego le envió una imagen de Sirius cayendo a través del
velo... luego una imagen de Cedric y Cho en el baile de Navidad...
Detente, por favor... para... te lo suplico, Harry, no me tortures más...
Harry se quedó de piedra. Había sentido el pensamiento de Colagusano...
«Te lo mereces... te mereces todo eso...»
—Abre los ojos, Potter, no me obligues...
Por favor, Harry... sé que soy detestable... ¿No sientes mi miedo, Harry? He vivido
con miedo desde hace años y años...
«Eres escoria, te mereces el miedo. No vas a darme lástima».
—...a que te los abra yo. ¡Ábrelos!
Debiste haber dejado que Sirius y Remus me mataran... habría estado mejor de lo
que estoy ahora, pero quizás... quizás...
—¿Qué te pasa, Colagusano? ¿Tú también cierras los ojos? ¡No seas cobarde! —
exclamó Voldemort, furioso.
«Sí, debería haberlo hecho. Cedric y muchos otros estarían vivos... como Sirius».
Sí, sí... no me hagas ver sus rostros más, por favor... por favor... ya no puedo
más... ya no soporto esto... por favor... soy una basura, lo sé, pero...
«Pero ¿qué?».
—¡Abrid los ojos! —exclamó Voldemort, impacientándose.
Pero quizás aún pueda demostrar que el Sombrero no se equivocó al ponerme en
Gryffindor...
«¿Qué?».
—¡Abre los ojos, Potter!
Haz lo que dice... la chica está en el sótano, bajando por las escaleras al final del
pasillo por el que yo venía...
Harry abrió los ojos más por la sorpresa de la confesión de Colagusano que por
otra cosa.
—Bien... —sonrió Voldemort.
Lo siento, Harry... créeme que lo siento... no sabía, no imaginaba... pero ahora
podré pedirles perdón, sí... y quizás también a aquel chico...
Harry no comprendía nada.
—Enfrenta a la muerte como un hombre. Como tu padre —dijo Voldemort con cara
de satisfacción, levantando la varita—. Da recuerdos en el otro mundo, Potter...
¡Avada Kedavra!
Harry no podía soltarse. Iba a morir...
Huye en cuanto suceda.
Harry abrió los ojos del todo al oír lo que Colagusano le había dicho mentalmente,
mientras el rayo venía hacia él, y entonces...
...Entonces Colagusano lo empujó a un lado y la maldición lo golpeó a él. Harry
cayó al suelo, sorprendido, al igual que Voldemort, que miró a Colagusano con
incredulidad. El torrente verde dio de lleno contra su pecho, y Harry oyó el típico
chasquido. Pero, en el mismo momento en el que Colagusano moría, una especie de
guijarro de color entre verde y dorado rebotó desde Colagusano hacia Voldemort,
estallándole en la mano.
Colagusano cayó al suelo, sin vida, y Voldemort soltó la varita, agarrándose el
brazo y retorciéndose del dolor. Harry no entendía nada... excepto que Pettigrew le
había salvado la vida, dando la suya a cambio. Había pagado su deuda.
—Gracias, Peter... —dijo Harry, levantándose, casi sin acabar de creer que todavía
estuviese vivo. Recordó las últimas palabras de Colagusano: «Huye en cuanto
pase...» Recogió rápidamente su varita y se dispuso a irse, sin dejar de mirar cómo
Voldemort se retorcía.
—¡Maldito traidor! —gritaba—. ¡Debí haberte matado hace tiempo!
Harry miró con odio al mago. Recordó el terror que había percibido en Peter, el
miedo, la angustia... recordó todo lo que había visto en su mente, todo lo que había
pasado por culpa de Voldemort en los últimos años y lo odió más que nunca, más que
a nada... tenía que pagar. No podía irse sin más. Tenía que terminar. Tenía que
hacerlo... El ser que tenía delante ni siquiera era ya humano, era un demonio...
matarlo no era malo, matarlo era justo...
La Antorcha brilló con fuerza extraordinaria. Su fuego se elevaba casi hasta el
techo. Harry miró a Voldemort y le apuntó con su varita. El mago ya no gemía tanto y
estaba recogiendo la suya.
—Mírame —dijo Harry, con tono frío, gélido. Sólo sentía odio y deseos de
venganza—. Mírame, monstruo, y recuerda todo el mal que has hecho. Recuerda a
Cedric Diggory, recuerda a Myrtle la llorona, recuerda a Peter Pettigrew, a James
Potter, a Lily Potter, a Sirius Black, a Penélope Clearwater, a Hermione Granger, a
Ron Weasley, a Ginny Weasley, a Kingsley Shacklebolt, a Broderick Bode, a Gillian
Torch, a Maldius Dawlish, a Richard Warrington, a Aldus Birffen, a Frank y Alice
Longbottom, a Neville Longbottom, a Luna Lovegood, a los chicos del orfanato, a
todos los que los dementores besaron en Hogsmeade y a tantos y tantos otros...
Voldemort estaba aún dolorido, pero miró a Harry con odio... y una pizca de miedo.
—¿Qué vas a hacer?
—¡RECUÉRDALOS A TODOS, ASESINO! —gritó. Estiró el brazo y exclamó, con
toda su alma y todo su odio—: ¡¡AVADA KEDAVRA!!
Voldemort abrió los ojos, totalmente sorprendido, mientras el rayo asesino salía de
la varita de Harry y chocaba contra su pecho. Harry sintió un placer que sólo había
sentido en sus sueños, pero aumentado miles de veces... el placer del odio y la
venganza. Pero, al instante, la cicatriz pareció partírsele del dolor. Voldemort chilló, y
los muebles de la sala saltaron en pedazos y se prendieron fuego. Voldemort cayó
hacia atrás y Harry levantó la varita...
...Pero Voldemort no estaba muerto. Seguía respirando en jadeos, y con la mano
que no sostenía la varita se apretaba el pecho en el lugar donde la maldición le había
dado. Sufría. Harry no podía creérselo... había usado todo su odio, toda su rabia...
¡Tenía que estar muerto!
—No... conseguirás... matarme... así, Potter —jadeó Voldemort, incorporándose
con muchísima dificultad—. Estoy por encima de todo eso... la poción sólo fue el
principio... no puedes matarme...
—¡No! No es posible... ¡No es posible! —dijo Harry, negando con la cabeza y
retrocediendo.
—Hoy has ganado tú, Potter... gracias a la suerte, como siempre... y a ese
estúpido de Pettigrew... usé su mano para revivir... y matarlo fue doloroso, muy
doloroso...
—No es posible... no es posible... —seguía repitiendo Harry.
—No puedo... luchar más —dijo Voldemort, dejándose caer—. Pero nos veremos
pronto, Potter... pronto.
—¿Qué? ¡De eso nada! ¡Tú no...!
Voldemort elevó la cabeza y esbozó una sonrisa que dejó a Harry helado.
—Gracias, Potter... creo que esto es aún mejor que haberte matado... de
momento, al menos.
Harry arrugó la frente, sin entender nada, y, un segundo después, Voldemort
desapareció.
—¡NO! —gritó—. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —Harry se dejó caer al suelo y lo
golpeó con el puño—. ¡Maldito seas, maldito...! ¡MALDITO SEAS!
Se levantó lentamente. No sabía por qué Voldemort le había dado las gracias y le
había sonreído, pero no podía ser nada bueno... nada bueno. Le apetecía tumbarse,
descansar, y pensar en todo lo que había visto, en todo lo que había pasado, pero no
podía... Recordó a Ron, Hermione, Luna, Neville y Ginny, y dejó las lamentaciones
para después. Se curó un poco el hombro mientras se acercaba al cadáver de
Pettigrew. Se agachó y le cerró los ojos con la mano.
—Gracias... Dumbledore tenía razón... al final, tenía razón... Espero que ahora
puedas descansar.
Se irguió y se dirigió a la puerta que conducía a la sala donde esperaba encontrar,
con vida, a sus amigos. Cogió la Antorcha con fuerza y empuñó la varita. La lucha aún
no había terminado. Dejó que la pena y el dolor fueran eclipsados por el odio y la rabia
una vez más, y pensó en sus amigos.
«Voy a ayudaros —pensó para sí—. Saldremos de ésta».
Apuntó a la puerta con la varita y la abrió. Entró y contempló la escena que se
presentaba ante sus ojos con la mirada fría.
Hacia la esquina de su izquierda estaban Ron, Hermione y Luna. Hermione y Luna
se encontraban bastante bien, excepto por algunos rasguños y la herida que Hermione
aún tenía en el brazo (aunque Harry vio que se la había curado parcialmente), pero
Ron tenía la túnica del brazo izquierdo empapado en sangre, y su rostro mostraba
dolor. Los tres empuñaban sus varitas frente a un grupo de mortífagos que quedaban
ahora más o menos frente a Harry. Los reconoció: eran Lucius Malfoy, Marcus Flint, el
alemán llamado Rudolf, Crabbe, Nott, Travers y Rookwood.
Harry miró ahora hacia su derecha y vio a Neville, casi inconsciente, apuntado por
la varita de Bellatrix Lestrange. Su marido, Rodolphus, y el hermano de éste,
Rabastan, estaban a su lado. Harry observó que Richard Dullymer no estaba, al igual
que el cuerpo de Henry. También el mortífago desconocido había desaparecido.
Harry contempló a los mortífagos, y éstos miraron hacia él, incrédulos.
—¡Potter! —gritó Malfoy, muy sorprendido.
—Sí, soy yo —dijo Harry.
—¡Estás bien, estás vivo! —chilló Hermione, con alegría. Ron también sonrió,
aunque cansadamente, y Luna soltó un suspiro de alivio.
—¿Dónde está el Señor Tenebroso? —inquirió Malfoy.
Harry observó cómo la mayoría de los mortífagos se apretaban el brazo izquierdo.
—Digamos que tuvo un problema conmigo y se fue —contestó Harry.
—¿Insinúas que le venciste, mocoso? —gritó Bellatrix, furiosa, levantando la varita
hacia Harry.
—Cree lo que quieras —dijo Harry, mirándola con odio intenso, y bajó la vista
hacia Neville—. ¿Qué le has hecho?
Bellatrix suavizó su expresión de furia, mezclándola con una de satisfacción.
—Le mostré un poco de lo que vivieron sus padres —respondió.
—Aún tengo una cuenta pendiente contigo —dijo Harry, con la voz cargada de
odio.
—No me digas... —se burló Bellatrix—. ¿Echas mucho de menos a tu querido
padrino? —preguntó, mofándose.
Harry la miró con más odio aún, si tal era posible. La llama de la Antorcha brilló
más, y algunos mortífagos retrocedieron. Harry levantó la varita y sin que a la
mortífaga le diera tiempo a nada, gritó, casi sin pensar en lo que hacía:
—¡Crucio!
Bellatrix cayó al suelo, retorciéndose, mientras los demás miraban a Harry,
atónitos.
Un instante después, Rodolphus Lestrange agitó su varita y lanzó contra Harry el
mismo rayo violeta que Dolohov había usado contra Hermione, pero Harry levantó la
suya y con un suave movimiento lo desvió, haciendo que golpeara a Travers en el
estómago, que chilló y cayó al suelo, inconsciente. Rodolphus miró a Harry, incrédulo,
mientras Bellatrix, con el odio dibujado en la cara, se incorporaba.
—Nos vamos de aquí —declaró Harry, moviendo la varita hacia los mortífagos de
forma amenazadora—. Si intentáis algo...
—¡Nadie va a irse! —gritó Bellatrix, lanzando contra Harry una maldición asesina.
Harry se agachó y agitó su varita, y Bellatrix cayó hacia atrás. Hizo otro movimiento y
Rodolphus fue convertido una rata. Iba a hacer lo mismo con Rabastan, cuando un
rayo aturdidor se dirigió hacia él, proveniente de la varita de Rookwood. Harry
enderezó su varita y gritó:
—¡Protego!
El hechizo rebotó y Rookwood se movió para esquivarlo.
—¡Estate quieto, Potter! —ordenó Lucius Malfoy apuntando a Ron y a Hermione,
que lo miraban desafiantes—. Estate quieto y entréganos la Antorcha.
—No lo hagas Harry —dijo Ron—. No se la des.
—¿Quieres que te pase lo que a tu padre? —preguntó Malfoy con una sonrisa,
mirando a Ron.
Ron le dirigió a Malfoy una mirada asesina, al igual que Hermione.
—O lo que les pasó a los padres de ella... —continuó Malfoy, señalando a
Hermione.
Ron no aguantó más y lanzó un corte hacia Malfoy, pero éste lo esquivó y lanzó a
su vez una maldición a Ron, que la desvió con un movimiento de su varita.
Los mortífagos se prepararon todos para atacar, bajo las órdenes de Bellatrix, que
se había levantado. Viendo la escena, Harry, casi sin pensar, hizo lo que su instinto, o
quizás su mente, concentrada gracias a la Antorcha, le decía. Agitó la varita con
fuerza, en un movimiento que nunca había hecho, un movimiento cuyo conocimiento
estaba quizás enterrado en lo hondo de su mente, o quizás lo había aprendido cuando
se había visto sumergido en los recuerdos de Voldemort.
La punta de la varita brilló, dejando una estela plateada que fue lanzada, como una
gran cuerda, a los pies de los mortífagos, estallando y haciendo que éstos cayeran
hacia atrás. La estancia se llenó de humo y Harry gritó:
—¡CORRED!
Vio cómo Hermione le decía algo a Ron, y ambos creaban sendos clones suyos
mientras echaban a correr hacia la puerta donde estaba Harry. Luna aturdió a un
mortífago que intentaba ver algo y corrió también.
—¡Quietos! —gritó Malfoy, lanzándole a Ron un hechizo que lo golpeó en la
cabeza, haciéndole caer al suelo. Sangraba algo. Hermione chilló y se agachó a
recogerlo, al tiempo que Malfoy se preparaba para lanzar un nuevo maleficio.
Pero Luna fue más rápida y le envió a Malfoy un hechizo que le rompió la boca,
haciéndole sangrar profusamente.
Harry, mientras, movía ágilmente la varita, desarmando y lanzando hacia atrás a
los mortífagos que se iban levantando. Miró a Hermione, que sujetaba a Ron, y ambos
llegaron hasta él.
—¡Pasad al otro lado! —gritó Harry. Luego se volvió hacia Luna—. ¡Coge a Neville!
—le ordenó, mientras con otro movimiento de varita lanzaba a Crabbe a la otra punta
de la habitación.
Luna levantó a Neville con su varita y pasó a la habitación contigua. Harry la
siguió, y cerró la puerta con un hechizo.
—¡Vámonos, les llevará un rato abrirla, o eso espero!
—¡Espera un segundo! —pidió Hermione, que intentaba curarle la herida a Ron,
aunque no lo conseguía del todo.
Harry se acercó a su amigo.
—Menos mal que estáis bien... —dijo, con un suspiro.
—«Efo» digo yo «pob» ti —dijo Ron con dificultad.
—¡No hables! —le reprendió Hermione. Dio varios toques con su varita y el
aspecto de Ron mejoró un poco—. Es todo lo que puedo hacer, ¡vamos!
—Gracias —dijo Ron.
—Eh —dijo Luna—. Aquí hay un hombre... muerto.
Ron y Hermione miraron hacia el cadáver de Colagusano. Harry volvió la mirada,
sintiendo los golpes en la puerta. La iban a abrir. Tenían que huir. Miró hacia sus
amigos y vio que Ron y Hermione le miraban con cierto temor.
—Harry... —susurró Hermione—. ¿No le habrás...?
—No, yo no lo maté —contestó Harry, caminando hacia el pasillo por el que
Pettigrew había llegado—. Fue Voldemort. Gracias a Peter estoy vivo...
Ron y Hermione le miraron asombrados, pero no dijeron nada, porque los golpes
en la puerta eran cada vez más fuertes.
—¡Vámonos! —ordenó Harry—. Ginny está viva, y está por aquí.
—¿Está viva? —preguntó Ron, con alegría en su voz—. ¡Menos mal!
Fueron entrando en el pasillo. Luna, que llevaba a Neville, iba de primera, seguida
por Harry, Ron y Hermione.
De pronto, se oyó una potente explosión y luego gritos.
—¡Por aquí! —chillaba la voz de Bellatrix Lestrange.
—¡CORRED! —dijo Harry.
Se lanzaron a toda velocidad hacia el final del pasillo, que era bastante largo, con
algunas puertas cerradas a los lados. Estaban llegando al final, donde había otra
puerta, cuando varias maldiciones volaron hacia ellos a través del pasillo, obligándolos
a agacharse.
—¡Que no escapen! —gritó Bellatrix.
Ron se volvió y lanzó un hechizo explosivo que obligó a los mortífagos a crear un
escudo y a detenerse.
—¡Seguid! —exclamó Ron—. Yo los retendré algo. Buscad a Ginny.
—¡No Ron! —chilló Hermione, con miedo.
—¡Alguien debe retrasarlos!
—¡Entonces me quedaré contigo! —decidió Hermione.
—No, me quedo yo —dijo Luna. Hermione la miró, sorprendida—. Tú eres la que
mejor saber curar —explicó—. Si Ginny está herida tú podrás ayudar... y Harry puede
encontrarla más rápido, usando la Antorcha...
—Está bien —cedió Hermione, mirando a Ron y acercándose a Harry.
—¡Tened cuidado! —dijo Harry, abriendo la puerta y comenzando a bajar por las
escaleras que había al otro lado. Ron y Luna hicieron un gesto con la cabeza y se
volvieron para enfrentar a los mortífagos, que empezaban a atravesar el muro de
fuego y cascotes que la explosión había producido.
Harry bajó a toda velocidad, apuntando al cuerpo inerte de Neville, que iba delante
de él, y oyendo el ruido que los hechizos producían en el piso de arriba. Hermione iba
detrás suyo.
—¿Cómo sabes que está aquí? —preguntó.
—Peter me lo dijo —respondió Harry.
—¿En serio te salvó la vida? —preguntó Hermione. Ya habían llegado al piso de
abajo, que estaba oscuro. Harry encendió su varita.
—Sí —respondió—. Me tenía sujeto y me apartó cuando Voldemort me lanzó la
maldición. Le dio a él.
Hermione no dijo nada. Harry alumbró el pasillo que tenían delante mientras
avanzaban. Cada ciertos metros, dos pasillos salían de aquél en que se encontraban:
uno a la izquierda y otro a la derecha. Harry pasó de largo de los dos primeros cruces.
—No se oye nada de lo que pasa arriba —comentó Hermione con tono
preocupado, mirando hacia atrás, hacia las escaleras.
—Voldemort dijo que todas las salas de esta casa o lo que sea estaban
insonorizadas. Desde aquí no podemos oír lo que pase arriba, ni al revés.
Hermione no comentó nada, pero no borró su expresión de preocupación. Harry se
detuvo y la miró.
—Estarán bien —le aseguró—. Ron es muy bueno, luché mucho contra él, y Luna
tampoco lo hace mal.
—Eso espero... —contestó Hermione, en voz baja.
—Verás como sí —dijo Harry, reanudando la marcha.
—¿Puedes... sentirla? —inquirió Hermione, mirando a todos lados por si venía
alguien.
—No sé... no exactamente, pero creo que es por aquí...
En el tercer cruce, torció a la derecha. Había puertas de vez en cuando, pero no
entraron en ninguna.
De repente, una sombra se apareció ante ellos, dejándolos en el sitio.
—¡Avada Kedavra! —gritó.
Harry reaccionó con rapidez, tirándose sobre Hermione, y la maldición pasó sobre
sus cabezas. El mortífago volvió a apuntar, pero Hermione sacó el brazo, dio un
latigazo con la varita y le segó la mano al mortífago, que empezó a chillar.
Harry se levantó y le lanzó un hechizo aturdidor.
El mortífago cayó. Harry se acercó y vio que era Rabastan, el hermano de
Rodolphus Lestrange.
—Sangra mucho —dijo Hermione.
—Ya se preocuparán por él —contestó Harry—. Debemos seguir, pueden aparecer
más...
—Gracias por salvarme —dijo Hermione mientras corría detrás de Harry, que
torció a la derecha al final del pasillo.
—Tú me salvaste antes —replicó Harry—. Y tuviste que matar a Henry...
Hermione bajó la cabeza y una lágrima cayó por su cara.
—No fue culpa tuya —dijo Harry, parándose y abrazándola—. Si no lo hubieses
hecho, quizás los dos habríamos muerto...
—Lo sé, Harry... pero... he... he matado a una persona... —sollozó.
—Yo provoqué la muerte de los dos mortífagos del bosque —dijo Harry—.
Nosotros no pedimos esto, pero... no nos queda más remedio que hacer lo que
podamos...
—Sigamos —dijo Hermione, limpiándose las lágrimas y soltándose de Harry.
—Creo que es aquí —dijo Harry, mirando una puerta a sus espaldas.
Hermione apuntó con su varita y susurró:
—¡Alohomora!
La puerta se abrió y entraron. La habitación estaba completamente a oscuras.
Harry dejó a Neville en el suelo y usó su varita para iluminar la habitación. Entonces la
vio: estaba en el centro, en el suelo, sin sentido. Harry corrió hacia ella y se agachó.
—¡Ginny! —gritó, llamándola—. ¡Ginny, por favor, despierta!
Estaba muy fría, pero respiraba. Aún vivía.
—¿Cómo está? ¿Qué le hicieron? —preguntó Hermione.
—No lo sé —respondió Harry, con las lágrimas brotándole de los ojos. Ginny
estaba muy pálida, y parecía demacrada—. ¿Qué te hizo? ¿QUÉ TE HIZO?
—Harry, cálmate, por favor... —pidió Hermione—. Trataré de despertarla. —
Apuntó a Ginny con su varita y susurró—: ¡Enervate!
Pero no funcionó. Ginny se movió algo en los brazos de Harry, pero siguió
inconsciente.
—¡GINNY! ¡GINNY! Si te llega a pasar algo, yo...
Harry acercó su frente la de la chica y sollozó.
—Me has ayudado tanto este año... no te vayas... vuelve, por favor...
Hermione miraba la escena con compasión, sin saber qué hacer.
—Vayámonos de aquí, Harry. Encontremos a Ron y a Luna y vayámonos... En el
hospital sabrán qué hacer.
Harry no escuchaba.
—¡Ginny! ¡Háblame, Ginny...!
Le dio un pequeño beso en la frente y la chica se revolvió.
—Harry... —murmuró.
—Dime, Ginny... háblame...
—Harry, no dejes que vuelva, por favor —suplicó Ginny, abrazándose a Harry.
Seguía teniendo los ojos cerrados y su voz era soñolienta—. No dejes que me haga
más daño...
Harry sintió que se llenaba de una ira tan intensa que parecía fuego.
—¿Qué te hizo, Ginny? ¿Qué te hizo?
—No lo sé... pero dolía... y me hizo recordar cosas horribles...
—Te sacaremos de aquí —afirmó Harry—. Hermione —dijo, volviéndose a su
amiga—. ¿Puedes hacer algo con Neville?
—Lo intentaré —respondió Hermione, acercándose a Neville—. ¡Enervate! —
exclamó, apuntándole con la varita. Neville abrió un poco los ojos y miró a Hermione
—Hermione... —musitó.
—¿Cómo estás Neville? —preguntó ella, mirándole con compasión.
—Me duele... todo... —respondió.
—Contra eso no puedo hacer nada —se disculpó Hermione—. Necesitaríamos una
poción...
Neville se incorporó e intentó levantarse.
—¿Qué le hicieron? —quiso saber Harry, aunque se lo imaginaba.
—Bellatrix Lestrange utilizó contra él la maldición cruciatus durante bastante
tiempo —contestó ella.
—Maldita... —musitó Harry, mientras volvía su atención a Ginny, que volvía a estar
sumida en la semiinconsciencia—. ¿Puedes caminar, Neville?
—Creo que sí... —Miró hacia Harry y pareció dibujar una sonrisa en medio del
dolor que se reflejaba en su cara—. ¡Qué bien que estás vivo, Harry! ¿Pudiste con él?
—Más o menos —respondió Harry, encantando a Ginny para hacerla liviana como
una pluma. Neville le miró, asombrado.
—Eres increíble —dijo. Harry sonrió débilmente.
—Apóyate en mí, Neville —ofreció Hermione.
—Gracias —respondió el chico—. ¿Qué le pasó a Ginny?
—No lo sabemos —respondió Harry—. Voldemort la hechizó, pero no sabemos
para qué...
Se acercaron a la salida. Harry abrió la puerta y salieron al pasillo. No se oía nada.
—¿Cómo vamos a encontrar a Ron y a Luna? —preguntó Hermione, preocupada.
—Creo que yo puedo hacerlo... —dijo Harry, haciendo que la Antorcha se
encendiera. Se concentró, pensando en Ron... en Ron...
—Están bien, retuvieron a los mortífagos un rato y huyeron... creo que están en el
piso de arriba, tenemos que volver...
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Hermione, muy sorprendida.
—No lo sé; con Ginny no era tan fácil.
Empezaron a caminar, cada vez más rápido. Tenían que encontrar a Ron pronto,
pero no sabían dónde estarían los mortífagos. Doblaron la esquina para entrar en el
pasillo que conducía al principal, por donde volverían al piso de arriba, cuando una
puerta se abrió delante de Harry y un mortífago salió de ella, haciéndoles detenerse en
seco. El mortífago lanzó un hechizo y Harry se apartó, pero golpeó a Neville, haciendo
que él y Hermione cayeran al suelo. El mortífago se dispuso a atacar de nuevo, pero
Harry fue más rápido.
—¡Desmaius! —gritó, apuntándole. El rayo rojo dio en el pecho del mortífago y
éste cayó al suelo, desmayado.
—¡AAGH! —gritó Hermione, a sus espaldas.
Harry se volvió rápidamente y vio a Bellatrix Lestrange, que sonreía con crueldad.
Neville estaba en el suelo, y la mortífaga sostenía a Hermione, al tiempo que apoyaba
la punta de su varita en su cuello.
—¡Bravo, Potter! —dijo Bellatrix—. Te defiendes bien... pero, ¿qué harás ahora?
Un solo movimiento en falso y tu querida amiga sangre sucia morirá.
Harry temblaba de la ira, del odio... Hermione estaba pálida.
—¿Qué quieres? —le preguntó Harry a Bellatrix.
—Tira esa Antorcha y la varita, Potter... tíralas o...
Harry miró a Hermione, que le devolvió la mirada. La chica, sin más, asintió de
forma casi imperceptible.
Harry dejó caer la Antorcha, que se apagó, pero el odio y el poder que le
embargaban estaban ahí... movió el brazo derecho hacia delante, dejando caer la
varita, pero al mismo tiempo, gritó:
—¡AHORA!
Bellatrix arrugó la frente, y Hermione se agachó. Harry no detuvo el movimiento del
brazo, sino que lo agitó con más fuerza hacia Bellatrix, y ésta cayó hacia atrás,
sorprendida, soltando a Hermione. Harry bajó el brazo y la varita voló de nuevo hacia
su mano, levantó el brazo y apuntó a Bellatrix, que casi no había tenido tiempo de
darse cuenta de qué había pasado.
—¿No te parece que hemos entrenado mucho, Bella? —preguntó Harry con tono
gélido, mientras avanzaba lentamente hacia ella. Bellatrix levantó la varita, pero Harry
le apuntó con la suya y se la arrebató, rompiéndola y tirándola a un lado.
—¡NO! —chilló Bellatrix—. ¡Era mi varita!
—No la vas a necesitar —dijo Harry. Se había olvidado de todo... de todo... ahora
tenía a Bellatrix ante él y le iba a hacer sufrir... la punta de la varita de Harry brilló con
un destello, y Bellatrix fue levantada del suelo, tal como le había pasado a Malfoy en el
lago, y la hizo chocar contra la pared del final del pasillo. Se estaba ahogando.
—Te odio —dijo Harry—. No sabes cómo te odio... vas a pagar todo el daño que
has hecho...
Harry percibió el miedo en la mirada de Bellatrix. Realmente ella le tenía miedo en
ese momento... y tenía motivos.
Bellatrix peleaba, pero no conseguía soltarse. Se estaba quedando sin fuerzas. Iba
a morir.
—Harry, déjala... —susurró Hermione, que se había acercado a él—. Tú no eres
un asesino... déjala, Harry. La ataremos. La aturdiremos.
Con esfuerzo, Harry soltó a Bellatrix, que cayó al suelo. Ella comenzó a jadear.
—¡Desmaius! —exclamó Harry. El rayo alcanzó a la mortífaga y se desmayó.
Luego la ató y la metió en una de las habitaciones del pasillo.
—Vámonos —dijo Harry, cogiendo de nuevo a Ginny y a la Antorcha. Hermione
ayudó a Neville y emprendieron el camino a paso rápido.
Llegaron al pasillo principal y se dirigieron a la escalera, pero, cuando estaban a
punto de llegar, Harry oyó que gritaban, detrás de ellos:
—¡Allí están!
Sin volverse para mirar cómo los mortífagos los seguían, se precipitaron escaleras
arriba a toda velocidad. Al llegar arriba, Harry miró hacia abajo y vio a los mortífagos,
que comenzaban a llegar y empezaban a subir.
—¡Incendio! —exclamó, y las escaleras empezaron a arder—. Eso los detendrá un
poco.
Salieron al pasillo, que estaba medio destruido por el combate que habían tenido
antes Ron, Luna y los mortífagos, y se metieron por una puerta lateral, que conducía a
otro pasillo.
—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Hermione.
—Sí, ¡vamos!
Corrieron lo más que podían, que, con Harry cargando a Ginny (aunque hechizada
no pesara nada) y con Neville apoyándose en Hermione, no era mucho. Llegaron al
final del pasillo y se detuvieron. Se oían voces a la izquierda. Harry le hizo una seña a
Hermione y a Neville para que guardaran silencio y se acercaron lentamente a una
puerta abierta.
Miró al interior y vio a dos mortífagos, uno de los cuales le pareció Crabbe,
apuntando a Ron. Luna estaba en el suelo, y parecía inconsciente. También había un
mortífago desmayado. Crabbe y el otro mortífago estaban de espaldas, frente a Ron, y
los tres tenían las varitas en alto. Ron vio a Harry, pero su expresión no cambió.
—¡Tira la varita, Weasley! —ordenó Crabbe.
—¡Oblígame!
—Lo haré si no...
—¡Desmaius! —gritó Harry. Crabbe se volvió justo cuando el rayo aturdidor lo
golpeaba. El otro mortífago se había vuelto también, sorprendido, y levantaba la varita,
pero entonces Ron le lanzó por la espalda otro hechizo aturdidor.
—¡Ron! —gritó Harry, corriendo hacia su amigo—. ¡Estás bien!
—Un poco magullado —dijo Ron, sin ocultar su alegría al ver que todos estaban
bien. Harry vio que tenía más heridas que antes, y su brazo le volvía a sangrar.
Ron se acercó a ellos y vio a Ginny. Su expresión se ensombreció.
—¡GINNY! —chilló—. ¿Qué le han hecho?
—No lo sabemos —contestó Harry—. Pero se encuentra bien. Sólo que está débil
y casi sin conocimiento, pero antes me habló.
—¡Maldito cerdo! —exclamó Ron, apretando los puños.
Hermione se acercó entonces a Ron y lo abrazó con fuerza. Ron soltó un quejido
de dolor.
—¡Lo siento! —se disculpó Hermione, soltándose—. Es que estaba tan
preocupada...
Ron le sonrió.
—No pasa nada. Nosotros también estábamos preocupados —dijo, acercándose a
Luna—. ¡Enervate! —Luna abrió los ojos y se levantó con ayuda de Ron. Harry
observó que también ella presentaba varias heridas y magulladuras.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Neville, mirando hacia los mortífagos
desmayados. Les apuntó con su varita y los ató a todos.
—Sí, los demás no tardarán en llegar —dijo Harry.
Salieron al pasillo, mirando lentamente a todos lados.
—¿Por dónde es? —preguntó Hermione.
—No lo sé —dijo Harry—. Esto debe de ser inmenso...
Caminaron lentamente por los pasillos, esperando llegar al final, o a una puerta, o
ventana, o algo. De pronto, sintieron ruidos y rápidamente se metieron en una
habitación. Harry se asombró al verla. Era muy grande, y estaba llena de cajas.
Parecía una especie de almacén.
—Deben estar por aquí —decía una voz en el pasillo—. Encontramos a Crabbe, a
Nott y a Mulden atados ahí atrás.
—¡Esos idiotas...! —exclamó la voz de Malfoy con desagrado—. ¡Tenemos que
encontrarlos! Personalmente tengo una cuenta pendiente con esa chica rubia...
Luna se estremeció.
—No pueden estar muy lejos —dijo otro mortífago—. Deberíamos reagruparnos.
—Sí, llamad a los demás. Por este lado no hay salida. Están atrapados.
Harry miró a Ron, que estaba a su lado, y éste le devolvió una mirada preocupada.
Esperaron un rato bastante grande, escondidos, mientras fuera se oían los pasos
de los mortífagos, que eran cada vez más. Debían estar juntándose todos.
—Tenemos que irnos —dijo Harry, irguiéndose y mirando al almacén—.
Busquemos otra salida...
Empezaron a recorrer el lugar, por entre las cajas, alejándose de la puerta por la
que habían entrado, cuando oyeron una voz que chillaba:
—¡Esta puerta está abierta! ¡Por aquí!
Harry, Ron, Luna, Neville y Hermione no necesitaron oír más para echar a correr,
mientras los mortífagos irrumpían en el almacén, persiguiéndolos.
—¡Tirad las cajas! —gritó Harry, volviéndose y agitando la varita furiosamente.
Ron, Hermione, Neville y Luna le imitaron, y las pilas de cajas, muchas de las cuales
parecían estar vacías, cayeron con estrépito.
—¡Que no escapen! —gritó la voz de Bellatrix Lestrange por encima del ruido de
las cajas y las estanterías desplomándose.
Aprovechando la confusión, llegaron al final de la sala, donde, para su desgracia,
no había más puertas.
—¿Qué hacemos ahora? —se lamentó Ron, mirando hacia atrás, donde los
mortífagos se abrían paso.
—Distraerlos —dijo Neville, incendiando las cajas con su varita. Luna le imitó, y un
instante después también lo hizo Ron. Hermione, por su parte, miró a la pared.
—Si no hay puerta, habrá que hacerla —dijo. Apuntó con su varita y gritó—:
¡Deflagratio!
La pared estalló, y Harry vio que tras ella había otra habitación.
—¡Genial, Hermione! —la felicitó Harry—. ¡Vamos!
Se precipitaron a través de la abertura, y se encontraron en una sala más
pequeña, pero que también tenía cajas y estanterías. Al final había una puerta, que,
obviamente, era la de entrada.
—¡Vámonos! —dijo Hermione, viendo que Harry se había detenido.
—No. Ellos piensan que el almacén no tiene salida. Deben creer que estamos
atrapados, pero... nos seguirán. Les dejaremos un regalo —dijo, con la mirada
sombría.
—¿Qué regalo? —preguntó Ron, viendo cómo las cajas ardientes volaban,
apartadas por los mortífagos.
—Haced lo que yo. —estiró el brazo derecho y exclamó—: ¡Serpensortia!
De la varita se desprendió una serpiente, y los demás se quedaron mirándola.
—¡Hacedlo! —ordenó Harry, y sus amigos salieron de su estupor—. Hacedlo
varias veces.
Pronto, delante de ellos se aglomeraban más de veinte serpientes. Harry las miró y
sintió de nuevo el dominio y el poder.
—Escodeos —silbó—. Escondeos y esperad... y atacad cuando vengan...
atacadles, mordedles...
Las serpientes obedecieron, metiéndose entre las cajas, en las estanterías,
enroscándose en el suelo, y esperaron.
—Listo. ¡Vámonos! —exclamó Harry, viendo cómo los mortífagos apartaban las
últimas cajas.
Nadie necesitó que Harry lo repitiera. Salieron a toda velocidad por la puerta, y
Harry la selló al pasar.
Estaban en un pasillo. Sin más motivo que la intuición, corrieron hacia la derecha,
esperando encontrar pronto una salida, antes de que los mortífagos se libraran de las
serpientes.
Tras correr y correr, el pasillo se acabó en una pared. Disgustados, miraron en las
puertas de los pasillos, pero todas las habitaciones estaban vacías, y no tenían
ventanas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ron—. ¿Volvemos atrás?
—No podemos —dijo Harry—. Salvo que luchemos...
—Tal vez tras esa pared esté el exterior —aventuró Luna.
Harry miró a Hermione, que se encogió de hombros.
—Apartaos —dijo. Levantó la varita, al tiempo que Hermione creaba un escudo, y
dijo—: ¡Deflagratio!
La pared estalló y el aire fresco de la noche entró por el agujero.
—¡Libres! —exclamó Neville.
Sin ocultar su alegría, se precipitaron por el agujero hacia la noche, clara bajo la
luz de la luna llena. Harry vio que estaban en una especie de descampado, rodeados
por bosque. Frente a ellos se erguía una colina, Allí, en lo alto, a unos trescientos
metros de dónde se encontraban, el bosque parecía más espeso que por los
alrededores, así que corrieron hacia allá, reuniendo sus últimas fuerzas. Harry se
volvió, y observó la casa: era de dos pisos, y mucho más pequeña de lo que parecía.
Debía de tener un encantamiento aumentador en su interior, porque ni siquiera la sala
adónde el traslador los había llevado cabría allí dentro.
Llegaron a lo alto de la colina y Ron cayó al suelo, exhausto.
—No puedo más —dijo. Se agarraba el hombro.
Estaban justo al borde del bosque. Desde donde estaban, se podía ver
perfectamente la cabaña, solitaria. Harry no tenía ni idea de dónde estaban, ni de
cómo iban a salir de allí.
—Deja que te lo cure un poco—dijo Hermione, acercándose a Ron.
Harry dejó a Ginny en el suelo, y Neville se sentó también, jadeando.
—¿Cómo os fue en el sótano? —preguntó Luna—. Nosotros los contuvimos un
rato, pero luego tuvimos que huir por el pasillo. Algunos nos siguieron, pero otros se
desaparecieron...
—Tuvimos un par de encuentros —dijo Harry—. Pero le di una lección a Bellatrix
Lestrange.
—A mí también me gustaría darle otra... —dijo Neville.
Se hizo el silencio. Harry miró a Ginny y le acarició la mejilla. Ginny... ¿Qué le
habían hecho? ¿Para qué? Sintió que todo lo que había vivido esa noche se agolpaba
en su mente: la verdad sobre Henry, el ataque al Ministerio, la muerte de Peter, las
visiones de la mente de Voldemort... la confesión del mago de que todo lo que había
hecho durante el año había sido para que Harry lo odiara... La visión de la muerte de
sus padres, la huida de Voldemort, al que no había podido matar... el dolor lo abrumó,
lo llenó... el dolor era inmenso, terrible... todo el dolor que no había sentido antes, que
había postergado, cayó sobre él de pronto, casi nublándole la vista.
Y tras el dolor, la furia y el odio lo invadieron, maldiciéndose a sí mismo por lo que
le había tocado vivir, por lo que tenían que vivir sus amigos por su culpa... Miró a la
Antorcha, que se había encendido de nuevo... si no la hubiera traído probablemente
estarían todos muertos...
Vio que Hermione y Ron le miraban. Luna observaba la luna, distraída, y Neville se
había tumbado.
—Harry... —dijo Hermione— ¿qué sucedió en aquella sala? ¿Cómo venciste a
Voldemort?
Harry no contestó. Apartó su mirada y observó la casa de la que habían huido. Iba
a decir algo cuando por la abertura por la que ellos habían salido empezaron a salir los
mortífagos. Todos. Incluso los heridos.
Harry se llenó de rabia, de odio... No les permitiría perseguirlos más. No les
dejaría... no lo haría... Aquello tenía que terminar de una vez.
—¿Dónde están? —gritaba Bellatrix—. ¿Dónde se han metido?
Harry se levantó y miró a los mortífagos. La Antorcha brillaba en su mano.
—¡Harry, escóndete! —susurró Hermione.
—No. No voy a esconderme más.
—¡Allí están! —gritó otro mortífago, y las cabezas de todos se volvieron hacia
Harry.
—¡A por ellos! —ordenó Bellatrix.
Los mortífagos se reunieron ante la casa y empezaron a correr hacia la colina.
—Ron, Hermione, haced un escudo repulsor. ¡Rápido! —ordenó Harry, mientras
apuntaba a la casa con su varita y observaba a los mortífagos reunirse.
—¿Qué...? —preguntó Hermione.
—¡HACEDLO!
Ron y Hermione, sin entender muy bien, hicieron lo que Harry les pedía, uno a
cada lado, delante de Neville, Luna y Ginny.
Harry estiró el brazo, concentrando toda su rabia, todo su odio, todo su poder... la
Antorcha brilló intensamente, y su fuego verde se elevó hacia el cielo. Harry apretó los
dientes y...
—¡NO! —gritó Hermione—. ¡No lo hagas, Harry!
...exclamó, con todas sus fuerzas:
—¡DEFLAGRATIO!
La punta de la varita de Harry brilló como si el Sol hubiera aparecido allí, e iluminó
el bosque entero. Los mortífagos, algunos de los cuales ya habían avanzado unos
cincuenta metros, se detuvieron un instante.
El intenso punto de luz se desprendió de la varita y se dirigió a toda velocidad
hacia la casa, como si el Sol hubiera caído.
Los mortífagos entendieron lo que pasaba un segundo antes de que sucediera. El
punto de luz chocó con la casa, y ésta estalló, pero estalló como si hubiera tenido
dentro un camión de dinamita; estalló en millones de pedazos, elevando hacia el cielo
una bola de fuego de varios metros de altura que iluminó el bosque, y los árboles que
había cerca de la casa ardieron y se consumieron. Harry observó cómo algunos
mortífagos eran lanzados, ardiendo, por la fuerza de la explosión, mientras que otros
se habían protegido con escudos. Los más rápidos se habían desaparecido.
La fuerza de la explosión arrojó a Harry, Ron y Hermione hacia atrás, pese al
escudo, y quedaron tumbados en el suelo, bajo la lluvia de minúsculos fragmentos de
la casa que empezaba a caer.
Harry se incorporó, y Ron se acercó a Hermione.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—S-Sí —respondió Hermione, temblando.
Harry se levantó y miró a la casa, o más bien a los restos, que ardían. Vio los
cuerpos de varios mortífagos, que estaban en llamas. Otros empezaron a moverse...
Aún no podía creer lo que había hecho, lo que había provocado...
Entonces, volvió la cabeza hacia su derecha, donde había oído un «crac».
—¡PAGARÉIS POR ESTO, MALDITOS! —gritó Lucius Malfoy, que había
aparecido allí, a unos metros de ellos. Harry se quedó un instante inmóvil, y todo
pareció pasar a cámara lenta. Vio cómo Hermione y Ron se separaban, mirando hacia
Lucius, tan sorprendidos como Harry. Neville también había vuelto la cabeza. Luna,
que estaba entre Harry y Lucius, sentada en el suelo, también se volvió para mirarle.
Malfoy tenía la varita extendida y apuntaba hacia Harry, que abrió mucho los ojos.
—¡Avada kedavra! —gritó Malfoy, y el rayo verde salió de su varita.
Harry chilló. El rayo voló hacia ellos, pero no iba dirigido hacia él. Surcó el aire y
golpeó en la cara sorprendida de Luna, que soltó un quejido de sorpresa, antes de
desplomarse. Estaba muerta.
Neville gimió un débil «¡No!», y Harry gritó como si le fuese la vida en ello.
—¡NOOOOOOO! ¡MALDITO ASESINO!
Pero Ron y Hermione habían reaccionado ya, y antes de que Lucius lanzase su
maldición ya estaban dirigiendo sus varitas hacia él. Ambos mostraban una expresión
de profundo asco y odio en su cara, y ambos gritaron al unísono, como si se hubiesen
puesto de acuerdo:
—¡LOUCURAE!
Sus varitas soltaron un fuerte destello, y al instante, mientras en la herida cara de
Malfoy se dibujaba una sonrisa al ver caer a Luna, empezó a chillar como un loco,
soltó la varita y se agarró la cabeza con las dos manos. Gritaba como si lo estuvieran
matando, ponía los ojos en blanco y soltaba espuma por la boca.
Ron y Hermione lo miraron, atemorizados. Ninguno de los dos parecía haber
pensado que el otro haría lo mismo.
Malfoy empezó a correr, sin rumbo, tropezando y gritando. Chocó contra un árbol,
se cayó, siguió gritando y murmurando incoherencias y volvió a levantarse. Harry no lo
soportaba. Le apuntó con su varita y le lanzó un hechizo aturdidor, antes de acercarse
a Luna.
Malfoy cayó al suelo y dejó de gritar, pero seguía temblando y agitándose.
—¡Luna! —sollozó Harry—. ¡Luna! Luna...
Harry tomó una de las manos de la muchacha y la miró a la cara. Ella mantenía en
el rostro una expresión de sorpresa, y sus saltones ojos miraban hacia el infinito. Harry
no pudo soportar mirarlos y se los cerró. Y eran ya los segundos que cerraba aquella
noche.
—Ahora puedes ver a tu madre, Luna... —Harry la agarró y la apretó contra sí. Ron
y Hermione se le acercaron y los rodearon. Hermione lloraba también, y Ron tenía los
ojos vidriosos; Neville se había desmayado.
—Harry... —musitó Hermione—. Harry...
—¿Por qué? ¿POR QUÉ TANTA MUERTE?
Hermione le puso una mano en el hombro, mientras Ron tomaba la otra mano de
Luna entre las suyas.
Harry miró a sus amigos, y ellos a él, y se comprendieron sólo con ello. Aquella
noche cambiaba todo. Nada sería igual a partir de entonces. Los tres se pusieron en
pie, a la vez, mirándose, y se apartaron del cadáver de Luna. Siguieron mirándose, sin
prestar casi atención a los magos que habían empezado a aparecer cerca de donde
estaba la casa y que apuntaban a los mortífagos que estaban heridos con sus varitas;
sin prestar atención al fuego que ardía. Sólo mirándose.
De pronto, se acercaron entre sí, e, iluminados por el fuego y bajo la luz de la luna,
se fundieron en un abrazo, un abrazo que lo significaba todo para ellos; un abrazo que
sellaba su vínculo eterno de amistad... Un abrazo que continuaba cuando los aurores
del Ministerio y los miembros de la Orden del Fénix se acercaron a ellos. Dumbledore
se aproximó a donde estaban. Vio el cadáver de Luna y luego miró a los tres amigos,
que seguían abrazados, sin decir nada.
Harry sentía las frentes de Ron y Hermione contra la suya, y aquello era lo que
necesitaba en ese momento. Todo lo que necesitaba. Bueno... quizás todo no. Los
tres se miraron a los ojos, abrieron la boca, y pronunciaron a la vez dos simples
palabras:
—Os quiero.
41

«Unidos Somos Más Fuertes»

Harry, desde su cama en la enfermería, observaba a la señora Pomfrey, que en el


otro extremo de la sala atendía a Ginny. Dumbledore estaba allí, al igual que Snape y
la profesora McGonagall. Snape tenía un brazo vendado.
Ron, Hermione y Neville estaban también en camas, y también miraban en
silencio. Luna estaba cubierta con una manta en otra camilla.
Ninguno de los cuatro había dicho nada aún, aparte de «estamos bien», desde que
los habían encontrado junto al bosque y los habían traído a Hogwarts. Permanecían
serios y en silencio.
Cuando la señora Pomfrey terminó de examinar a Ginny, Dumbledore les pidió a
ella, a Snape y a la profesora McGonagall que le dejasen solo con Harry, Ron,
Hermione y Neville. La enfermera y los profesores hicieron lo que Dumbledore les
pedía, y el director se sentó en una silla, junto a Harry, y le miró con gravedad. Harry le
devolvió la mirada.
—¿Qué le hicieron a Ginny, profesor? —preguntó.
Dumbledore suspiró.
—No lo sabemos —respondió—. Se recuperará, pero está débil y cansada, y
apenas recuerda nada. No hemos notado nada más en ella.
—¡Pero le hicieron algo! ¡Voldemort planea algo con ella, lo sé, me lo dijo!
Dumbledore meneó la cabeza.
—No sabemos el qué. No parece tener nada. Ahora descansa, pero mañana ya
podrá levantarse, al igual que vosotros.
—¿Cómo están mi padre y Percy, profesor? —preguntó Ron, ansioso.
—Bueno, Arthur está en San Mungo. Pero —añadió, al ver la expresión de susto
de Ron— no le pasa nada grave. Algunas heridas y maleficios, pero en unos días
estará bien. Percy no sufrió heridas. De hecho, nadie sabe muy bien dónde estuvo...
—¿Qué sucedió, profesor? —inquirió Hermione—. ¿Cómo fue?
—Terrible —respondió Dumbledore—. Terrible. Mortífagos, vampiros,
dementores... por desgracia, hay que lamentar varias muertes... entre ellas, la de
Cornelius Fudge.
Harry se sorprendió muchísimo, al igual que Ron, Hermione y Neville.
—¿Fudge? —preguntó Harry.
—Sí. Voldemort le mató personalmente, nada más llegar al Ministerio. La lucha fue
terrible, espantosa... —Meneó la cabeza—. Pero logramos echarlos... se fueron. Y
capturamos a Mulciber, a Goyle y a cuatro de los que se les unieron en Azkaban. Otro
murió. Los demás lograron huir, pero el Ministerio es un caos. Casi todo el edificio ha
sido destruido. Hará falta mucho trabajo para que vuelva a ser lo que era.
—Y ¿quién será el nuevo ministro de magia? —quiso saber Ron.
—El Wizengamot deberá elegirlo pronto. La normalidad debe volver cuanto antes
—respondió Dumbledore.
—¿Cuántas personas murieron? —preguntó Harry, mirando a las sábanas de su
cama.
—Once —respondió el director.
Harry apretó las mantas con las manos, hasta que se le quedaron blancas. Once
muertos... once muertos para poder atraerle a él a una trampa... apretó los dientes con
rabia, con odio.
—No fue culpa tuya, Harry —dijo Dumbledore—. Igualmente hubiera pasado, tarde
o temprano. —Hizo una pausa y tomó aire—. Y ahora quiero que me cuentes todo lo
que sucedió desde que apareció la Marca Tenebrosa en el cielo. Sólo que me lo
cuentes... sin preguntas. Luego debéis descansar. Mañana hablaremos más, cuando
estéis mejor.
Harry no habló durante un rato. Recordarlo era terrible. Terrible y doloroso. Miró a
la cama donde yacía Luna y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Comenzó a hablar, y lentamente, explicó cómo habían visto la Marca, cómo habían
empezado a buscar a Ginny tras encontrar a Luna. Cómo Henry había aparecido y los
había engañado para llevarles a aquella casa, cómo habían luchado, cómo había
llegado Voldemort y había luchado contra él. En el punto en el que dijo que Henry
había muerto, Hermione bajó la cabeza. Sin decir nada. Dumbledore le dirigió una
mirada compasiva.
—Siento que hayas tenido que pasar por algo así... a veces, ninguna elección
parece buena, pero hiciste lo que debías. Salvaste tu vida y también a un amigo tuyo.
No te tortures más. Provocar la muerte de alguien es algo horrible, pero a veces no
hay opción.
Hermione asintió en silencio.
—¿Viste los recuerdos de Voldemort? —se sorprendió Dumbledore.
—Sí... vi cómo descubrió que era el heredero de Slytherin, cómo encontró la
Cámara de los Secretos y la abrió... vi cómo usted descubrió quien era, el día que
abandonó Hogwarts... vi cómo mató a sus padres, cómo mató a dos chicos, Brandon y
Fils que habían acudido al orfanato con él... ¡Lo vi incendiar el orfanato, un orfanato
lleno de niños! —gritó.
Ron y Hermione lo miraban horrorizados. Dumbledore mostraba una expresión de
dolor.
—Siempre sospeché que fue él quien comenzó aquel incendio...
—¿Usted lo sabía?
—Leí la noticia en los periódicos, pero nunca hubo pruebas de nada.
—¿Cuántos murieron? —preguntó Harry, con la voz temblando—. ¿Cuántas
personas murieron en aquel incendio?
—cuarenta y siete —contestó Dumbledore.
Harry cerró los ojos, espantado, abrumado por el horror. Dumbledore le miró un
momento y luego volvió a hablar:
—¿Qué más viste, Harry?
Vi su transformación... lo vi convertirse en lo que es con una poción y un hechizo.
Se maldijo a sí mismo, se deshizo de su humanidad... para alcanzar vida y poder... Vi
cómo marcaba a los mortífagos, vi la traición de Peter Pettigrew... y luego vi cómo
mató a mis padres... vi por qué no había querido matar a mi madre... —Dumbledore
mostró curiosidad al oír esto—. No quiso matarla porque estaba llena de amor... de
amor por mí... lo temía... temía que si la mataba, pudiese suceder lo que sucedió...
—Sí, tu madre era una persona que no conocía el odio o el rencor, aunque tuviera
un carácter fuerte. Ella siempre perdonaba... siempre estuvo dispuesta a perdonar a tu
tía Petunia si ella cambiaba, a pesar de todo lo que le hizo —comentó Dumbledore.
—No consiguió poseerme —dijo Harry—. Le envié a otra habitación, y allí
luchamos, estuve a punto de morir... a punto... y entonces logré escapar, pero me
choqué con Colagusano, que había estado atendiendo a Ginny. Yo estaba derrotado,
vencido... y Voldemort ordenó a Colagusano que me sujetara, y él lo hizo. Pero yo tení
la Antorcha, y percibía su miedo... su terror. Le hice ver a mis padres y a Sirius... y a
Cedric, y se derrumbó. Me dijo mentalmente que quizás... que quizás aún podría
demostrar que el sombrero no se había equivocado enviándole a Gryffindor, y, cuando
Voldemort lanzó la maldición, me apartó y la recibió él.
—Te salvó la vida —dijo Dumbledore, con una sonrisa triste—. Te dije que algún
día te alegrarías de haberle permitido vivir.
—Sí... pero entonces sucedió algo raro —prosiguió Harry—. Al matar a Peter, algo
le pasó a Voldemort. Una especie de rayo, o algo así, rebotó a través de la maldición y
le hizo mucho daño. Le hizo caer al suelo. Voldemort dijo que era por haber usado su
mano para revivir...
—Sí... Voldemort estaba en deuda con Peter de una forma muy poderosa... —
explicó Dumbledore—. Él dio su mano y recitó el hechizo. Voldemort tendría que haber
muerto, pero dado su condición actual...
—Entonces... entonces... —dijo Harry, mientras su rostro se ensombrecía y
crispaba los puños—. Yo... yo me enfurecí tanto que... que... quería matarlo, terminar
con él de una vez... y...
—¿Qué hiciste, Harry? —preguntó Dumbledore, y parecía muy preocupado. Ron y
Hermione le miraron más fijamente. Aún no sabían cómo Harry había derrotado a
Voldemort.
—Le lancé un Avada Kedavra.
Ron abrió mucho los ojos, y Hermione profirió un quejido; Neville estaba con la
boca abierta. Dumbledore bajó la cabeza y asintió, lentamente.
—¿No murió, verdad?
—No —respondió Harry—. Simplemente cayó al suelo, dolorido y debilitado, pero
ni siquiera se desmayó... Me dijo que aquello era mejor que haberme matado, me
sonrió... y desapareció.
Dumbledore suspiró, sin decir nada...
—¿Por qué? ¿Por qué no le pasó nada? ¿Cómo voy a matarlo si una maldición
asesina no le hace daño? —preguntó Harry, desesperado.
—Te dije que no podrías derrotar a Voldemort con sus propias armas —respondió
Dumbledore, volviendo a mirarle a los ojos—. Él se protegió contra lo único que
conoce que puede hacerle daño: las Artes Oscuras.
—Pero, si con eso no le haré daño... ¿Cómo lo haré? ¿Cómo le venceré?
Dumbledore tardó unos segundos en responder.
—De eso mejor hablaremos mañana... ¿de acuerdo?
Harry asintió, y se quedó unos momentos en silencio, pensando.
—¿A cuántos maté? —preguntó de pronto.
—¿Qué?
—¿A cuántos mortífagos maté con el hechizo explosivo que usé?
—A cuatro —respondió Dumbledore con lentitud. Harry cerró los ojos. Era un
asesino—. Travers, a otros dos cuyo nombre no conocíamos, y a Rabastan Lestrange.
Harry abrió los ojos al oír el nombre.
—Y heriste a muchos más. Pudimos capturar a Marcus Flint, a Rookwood, a
Crabbe y a Lucius Malfoy... que por cierto, ¿qué le sucedió? Se encuentra como loco.
—Él mató a Luna —dijo Hermione, con voz triste y ahogada—. Entonces, yo... yo
recordé a mis padres y... y le lancé la maldición de la locura con todas mis fuerzas.
—Yo también recordé a mi padre —añadió Ron—. Y también le lancé la maldición
al mismo tiempo que Hermione...
Dumbledore los miró con sorpresa.
—Dos maldiciones de la locura tan potentes a la vez... —suspiró—. Va a costar
mucho que se recupere... si llega a hacerlo.
—¿Dónde está? —preguntó Harry.
—En San Mungo —contestó Dumbledore.
—¿Cómo nos encontraron, profesor? —preguntó Neville de pronto—. Creíamos
que nadie podría ayudarnos.
—Eso tenéis que agradecérselo a la señorita Granger —dijo Dumbledore con una
ligera sonrisa—. En la nota que me dejó en el despacho al llegar del Ministerio de
Magia había un galeón falso con un útil hechizo de localización. Ella tiene el otro. Así
os encontramos.
—¿Por qué no nos dijiste que habías hecho eso? —preguntó Ron.
—Preferí no hacerlo —contestó Hermione—. Quizás por intuición, quizás... no sé.
—Pues menos mal que no lo dijiste, si no, Henry te lo habría quitado...
—De todas, formas, os defendisteis extraordinariamente bien —dijo Dumbledore
—. Creo que no sé cómo expresarme para describir lo orgulloso que estoy de
vosotros. Os enfrentasteis a un grupo de mortífagos, superior en número, y salisteis
victoriosos. Permanecisteis unidos en todo momento, y esa es vuestra mayor fuerza,
no lo olvidéis.
»Harry, para ti no tengo palabras. Has logrado lo que casi ningún mago antes que
tú había hecho: derrotar a Lord Voldemort en un duelo. Le demostraste quién eres, no
te rendiste, y nos has dado a todos esperanzas. Te aseguro que a estas horas no hay
un solo mortífago que no te tema. Esta noche has enfrentado una prueba terrible,
quizás la más terrible que hayas tenido en tu vida: te viste obligado a ver cosas
espantosas, a enfrentar un peligro inimaginable, pero te salvaste, y, aunque ahora sólo
puedas pensar en lo horrible que fue lo que hiciste al final, salvaste a tus amigos y a ti
mismo, y además, salvaste a un hombre, a Peter Pettigrew, de un mal destino. Le
ayudaste a comprender, y su sacrificio fue su salvación. No te diré que no estés triste;
no te diré que no llores, incluso, porque eres joven, y las vivencias de esta noche van
más allá de lo que muchos magos adultos podrían soportar, pero si te diré: alégrate;
alégrate, porque tus amigos están vivos, y esta noche, aunque no hayamos ganado la
guerra, hemos ganado una batalla.
—A Luna no la salvé —repuso Harry—. A ella no pude salvarla... está muerta...
—No siempre se puede salvar a todo el mundo —dijo Dumbledore apesadumbrado
—. Pero ella murió haciendo lo correcto, rodeada por gente que la quería, por gente
que la habría protegido de haber sido posible... y siempre estará en nuestros
corazones.
—¿Ya lo sabe su padre? —se interesó Hermione.
—Aún no. Me comunicaré con él después... será duro hacerlo. Ella era casi su
única familia.
Esto último hizo que Harry aún se sintiera peor. Sabía que las palabras de
Dumbledore eran ciertas; sabía que, si Luna no hubiese ido, quizás todo habría sido
mucho peor, pero... perderla ahora era duro, era duro, después de lo que ella le había
ayudado.
—Ahora tengo que irme —dijo Dumbledore, levantándose—. Pero mañana
hablaremos... al mediodía, tendré que hablar al colegio.
Dicho esto, el director salió de la enfermería.
Harry se levantó de su cama, bajo la atenta mirada de todos, y se acercó a la
cama de Luna, destapándole la cama, y cogiéndole una mano, que estaba ya fría.
«Lo siento, Luna... de veras lo siento. Pero nunca, nunca te olvidaré... y espero
que, tal como me dijiste, puedas visitarme en mis sueños... de veras me gustaría.»
Se acercó y lentamente depositó un beso en su mejilla.
«Adiós, Luna Lovegood. Fue estupendo conocerte.»
Se apartó de la cama de Luna, volviendo a taparla, y se acercó a la de Ginny, que
estaba dormida. Harry le acarició la mejilla lenta y delicadamente, como si tuviera
miedo de dañarla. La miró fijamente unos instantes.
—Descubriremos qué te hicieron, Ginny... —le susurró—. Lo descubriremos. No
dejaré que vuelva a acercarse a ti ni a hacerte daño, te lo prometo. Te lo juro...
Le agarró la mano y depositó un suave beso en su palma. La chica se revolvió,
inquieta, y Harry sonrió. Parecía tan frágil...
Dejó su brazo en la cama y volvió a la suya, junto a sus amigos. Se acostó e
intentó dormirse, pero era inútil. No podía. De ninguna forma. Lo que había pasado, lo
que había visto... recordó a su padre, luchando, y a su madre, poniéndose delante de
él para salvarle la vida... recordó a los chicos del orfanato, envueltos en llamas,
gritando... Pensó en Henry Dullymer, que los había engañado durante un año,
haciéndose pasar por su amigo... pensó en Sarah... ¿Lo sabría ya? Probablemente no,
aunque seguramente estaría preocupada, sin saber por qué Henry no estaba en la
sala común...
Finalmente, pensó en los mortífagos, en aquellos a los que había matado. Se lo
merecían, de eso no había duda, pero... era horrible. En el momento en el que había
lanzado el hechizo explosivo, aquello le parecía lo normal y lo lógico: acabar con ellos,
terminar con la batalla de una vez... pero después, pasada la rabia... era horrible.
¿Podría volver a sonreír, ser feliz, después de aquello? La guerra había comenzado
con fuerza. Voldemort había sufrido un revés aquella noche, pero había sembrado el
caos en el Ministerio de Magia... ¿Cuánto tardaría en liberar a los mortífagos presos y
atacar de nuevo? Porque Harry estaba seguro de que no se detendría ante nada.
Recordó a Lucius Malfoy, el asesino de Luna. Si Hermione y Ron le habían echado
la maldición de la locura pensando en sus padres, pensando en la muerte de Luna,
Lucius vería esas imágenes torturándolo día y noche. Una maldición de la locura
lanzada con fuerza podía tardar semanas en curarse... pero dos a la vez... ¿se
recuperaría alguna vez Malfoy? Harry pensó que, en realidad, se lo merecía. Ahora
que los dementores no estaban en Azkaban, era lo mejor para tenerle controlado. Se
preguntó si Draco sabría ya lo que le habría pasado a su padre. Probablemente no
todavía, pero no tardaría en enterarse.
Miró hacia la derecha, donde estaba Neville. Su respiración era acompasada:
estaba durmiendo. Se alegró por él, le haría bien... había sufrido mucho. No sabía
cuánto tiempo había estado recibiendo la maldición cruciatus de parte de Bellatrix,
pero debía de haber sido un buen rato. Bellatrix... había vuelto a escaparse, esa
maldita... pero algún día Neville y él la cazarían, y le darían su merecido por lo que les
había hecho a Sirius y a los Longbottom.
Sintió un débil sollozo a su izquierda y volvió la cabeza. Era Hermione. Apenas se
la oía, pero escuchando con atención, Harry estuvo seguro: lloraba. Le dio pena su
amiga. Seguramente aún no soportaba la idea de haber matado a alguien. Él lo había
hecho, pero... era distinto. Estaba lleno del poder de Voldemort y así era más fácil... y
aún así, se sentía fatal. Teniendo en cuenta que él tenía a su favor todo lo que le
había sucedido en su vida, todo lo que había visto en la mente de Voldemort... eran
cosas que mitigaban la culpabilidad, pero Hermione... ella siempre había sido la más
sensata, la más preocupada por lo que estaba bien, por las normas, por hacer lo
correcto... podía entender cómo debía de sentirse. Se levantó y se acercó a su cama.
—Hermione... —susurró. La chica miró hacia él, limpiándose los ojos, sorprendida.
—¿Q-Qué haces Harry? ¿No duermes?
—No podía —respondió Harry—. Y veo que no soy el único. —Hizo una pausa y
acarició la cara de su amiga. Estaba húmeda—. Hermione, no llores...
—¡Maté a una persona, Harry! ¡Maté a Henry! ¡Sólo tenía quince años, y yo lo
maté!
—Si no lo hubieras hecho, yo estaría muerto, Hermione... sé que es duro, pero...
él...
—¡No me digas que se lo merecía, por favor! —pidió Hermione, alzando más la
voz—. ¡Sé que se lo merecía, pero...! ¡Eso no es justificación, Harry! ¡Eso no me sirve!
—Hermione... —dijo entonces Ron, sobresaltando a Hermione y a Harry—.
Hermione... él eligió ese camino. Harry se lo dijo, Luna se lo dijo... pero él siguió
adelante. ¿No es peor la muerte de Birffen, que era inocente? Además, imagínate, sus
padres creyendo que era un mortífago... ¿Y esa gente del Ministerio? O incluso tú,
Hermione, cuando casi mueres en el bosque. Eso sí es injusto... Tú hiciste lo que yo
habría hecho, Hermione... para mí no eres una asesina, y para Harry tampoco. Eran
ellos o nosotros, así de simple, y así de duro —concluyó, acercándose y tomándole a
Hermione una mano.
—Ron tiene razón, amiga —dijo Harry.
—No pienses en la vida que quitaste... piensa en las que salvaste con ello: la de
Harry, para empezar, la tuya, también la mía, la de Neville, la de Luna... y a Ginny... y
a mucha otra gente que no tendría ninguna oportunidad si Harry hubiese muerto.
Ron le limpió una lágrima a Hermione, y ella sonrió.
—Aún así... aún así me siento mal, pero... gracias —dijo, forzando una sonrisa.
—Yo sí debo de darte las gracias —dijo Harry—. Me salvaste la vida.
—Tú me salvaste a mí otras veces —declaró ella.
—Todos nos hemos salvado la vida los unos a los otros en alguna ocasión —dijo
Ron—. Y así seguirá siendo.
—Harry... Ron... —susurró Hermione—. Siempre estaremos juntos, ¿verdad?
—Siempre —dijo Harry.
—Ni lo dudes —corroboró Ron—. No voy a dejar escapar un buen partido como tú
—bromeó, y Hermione soltó una risita. La primera de la noche.
Harry se inclinó, le dio un beso en la mejilla a Hermione y le dijo:
—Duerme... todo se arreglará.
«O eso espero...», dijo para sí.
Le dio una palmada en el hombro a Ron y se irguió para irse a su cama. Ron
también hizo amago de levantarse.
—Ron... —lo llamó Hermione.
—¿Qué?
—No... no te vayas. No me dejes sola.
Ron sonrió y se acostó a su lado, abrazándola.
—Está bien.
—Gracias, Ron...
—¿Gracias por qué?
—Por cuidarme... por... por recibir en mi lugar la maldición cruciatus... y gracias a
los dos por estar siempre conmigo.
—Soy yo el que debe daros las gracias —dijo Harry—. Por no dejarme ser tan
idiota y venir conmigo... por estar conmigo a pesar de todo. —Harry sonrió—. Hasta
mañana.
—Hasta mañana, Harry —contestaron ambos.
Harry se acostó en su cama, y un poco más tranquilo que antes, se durmió.

Cuando por la mañana despertó, ya eran casi las once. Se encontraba mucho
mejor, más descansado, y sobre todo, menos dolorido. Si incorporó y se puso las
gafas. Miró hacia su izquierda y vio que Ron y Hermione aún dormían. Neville, por el
contrario, estaba ya despierto.
—Hola Harry —saludó.
—Buenos días, Neville...
—Ella escapó Harry —se lamentó Neville—. Escapó otra vez.
—Algún día la atraparemos —dijo Harry, levantándose de la cama y acercándose
a la de Neville.
—Sí, cuando al fin derrotes a Voldemort para siempre.
—No sé cómo lo haré, Neville... ni siquiera si podré.
—Podrás —aseguró Neville—. Anoche le venciste.
—No lo habría conseguido sin la Antorcha... y si no hubiera sido por Hermione y
por Peter Pettigrew no lo habría logrado... él me derrotó, Neville. Me venció. Fue la
suerte de la deuda de Voldemort hacia Pettigrew lo que me permitió lanzarle el Avada
Kedavra... y aún así sobrevivió.
—Da igual. Encontrarás la manera —dijo Neville—. Sé que lo harás.
Harry sonrió, y no habló durante unos minutos.
—Luchaste muy bien anoche —comentó.
—No tan bien... Bellatrix Lestrange me dominó, me venció...
—Pero resististe su tortura. Fuiste muy fuerte. Y no te amilanaste ante la presencia
de Voldemort.
—Tuve muchísimo miedo —confesó Neville—. Fue espantoso... es tan... tan
horrible, tan malvado...
—No te haces una idea —dijo Harry, pensando en lo que había visto en los
recuerdos del mago.
En ese momento, Ginny se agitó. Harry se levantó y se acercó a la cama de la
chica, sentándose junto a ella.
—¿Estás despierta? —preguntó con suavidad. Harry comprobó con alegría que no
parecía tan pálida como la noche anterior.
—Sí... —respondió, con voz casi inaudible. Abrió los ojos y miró a Harry—. ¿Qué
sucedió, Harry? Recuerdo haber oído a Neville, a Ron... a Luna... una explosión muy
fuerte... ¿Qué pasó?
—Todo terminó, Ginny. Estás en Hogwarts, en la enfermería.
—¿Y los demás?
Harry bajó la cabeza.
—Harry —dijo Ginny, incorporándose y abriendo más los ojos—, ¿y los demás?
—Ron, Hermione y Neville están bien —contestó Harry—, pero Luna...
—¿Qué le pasó? —preguntó Ginny, alzando la voz.
—Lucius Malfoy la... la mató.
Ginny se puso pálida de nuevo, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡No Harry! ¡No puede ser cierto!
Harry no dijo nada, simplemente movió la cabeza afirmativamente.
—¡NO! —gritó Ginny, desesperada—. ¿Dónde está? —preguntó, incorporándose e
intentando salir de la cama.
—Ginny, no...
—¡Quiero verla, Harry! ¡No puedo creerlo si no la veo!
Harry la soltó y Ginny salió da la cama, acercándose a la cama donde reposaba
Luna, tapada.
Hermione y Ron despertaron con los chillidos de Ginny, y Ron miró a su hermana.
—¿Ginny? —murmuró, aún medio dormido. Entonces vio lo que se proponía hacer
—. Ginny, no lo hagas... —le pidió.
Pero Ginny no escuchaba. Apartó la sábana y miró a Luna. Harry se le acercó por
detrás.
—¡NO! ¡NO PUEDE SER CIERTO, NO PUEDE ESTAR MUERTA! —Se dejó caer
sobra la cama y empezó a llorar.
—Señorita Weasley... —dijo la señora Pomfrey, entrando en la enfermería— no
debería ver...
—¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ ELLA?
—Fue por ayudarnos, por salvarte a ti —explicó Harry—. Todos quisieron ir,
Ginny... Lucius Malfoy la asesinó a traición. No pudimos evitarlo.
—¡MALDITO CERDO! —chilló Ginny, mientras Harry la abrazaba contra sí,
intentando calmarla—. ¿DÓNDE ESTÁ? ¡DIME QUE LO CAPTURASTE, HARRY!
—Algo mejor que eso —respondió Ron—: Hermione y yo le echamos la maldición
de la locura a la vez. Ahora está en San Mungo.
—¡Le está bien empleado! —chilló Ginny, sollozando aún más fuerte.
—Ya... cálmate, vamos... yo también la echo de menos... —susurró Harry.
—Señorita Weasley, debería calmarse. El señor Lovegood llegará pronto y no
tardará en subir... Deben de ser fuertes —dijo la señora Pomfrey, aunque también ella
derramaba una lágrima. Miró hacia la cama de Hermione, donde aún estaba Ron, pero
esta vez no dijo nada. Suspiró y entró en su despacho.
Harry miró a Ron y a Hermione. No se sentía con fuerzas para enfrentar el
encuentro con el padre de Luna.
Ginny se separó de la cama de Luna, llorando en silencio y volvió a la suya. Harry
la acompañó.
—¿Recuerdas lo que te hicieron, Ginny? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—Apenas nada. Sólo recuerdo que me dolía, y que recordé que... —Negó
fuertemente con la cabeza—. No quiero hablar de ello, fue demasiado horrible... No
quiero hablar de nada...
—Está bien, no pasa nada... —le dijo Harry suavemente—. Descansa, vamos...
Ginny hizo caso a Harry y volvió a su cama, con los ojos llorosos.

El padre de Luna llegó media hora más tarde. Su expresión de tristeza iba más allá
de lo imaginable. Entró en la enfermería con Dumbledore, que también lucía una grave
expresión de pena y derrota, y con el profesor Flitwick, que también parecía muy
nervioso, y se acercó a la cama donde reposaba su hija, sin decir nada. Descubrió su
cara y nada más verla se echó a llorar en silencio.
Harry lo miró desde su cama, con el corazón roto. Vio a Hermione, que lloraba, a
Ron, cuya expresión era de una inmensa tristeza. Neville miraba al suelo, y Ginny
observaba la escena como atontada, mientras las lágrimas le caían por la mejillas.
Tras unos minutos llorando sobre el cadáver de su única hija, el señor Lovegood
se acercó a Harry, momento que éste había estado temiendo, y le pidió que le contara
todo lo que había sucedido, cómo había pasado.
A Harry se le trabaron las palabras al responder, y contó la historia sin mirar al
señor Lovegood a la cara. Pensó que si lo hacía, le daría algo.
—La mataron a traición... —-musitó el padre de Luna, dejando escapar varias
lágrimas.
—Sí —contestó Harry—. Si no, no les habría sido fácil... Luna era una gran bruja.
Era valiente e inteligente y... y me ayudó mucho este año. Mucho... yo...
—No digas más... por favor... no digas más. No es necesario... no es necesario...
—balbuceó el señor Lovegood—. Sé que la habríais salvado de haber podido... os...
os agradezco que hayáis capturado a ese Malfoy... os lo agradezco... Cuidaos...
El señor Lovegood volvió junto a su hija, le dio un beso, la tapó, y se dirigió a la
puerta, acompañado por Dumbledore y el profesor Flitwick, que también soltaba una
lágrima. Sin embargo, antes de salir, se volvió otra vez hacia ellos y dijo:
—El entierro será mañana por la tarde... —dijo el señor Lovegood, como si las
palabras lo quemaran—. Si queréis asistir, podéis hacerlo...
Harry asintió, y el señor Lovegood se fue.
—Harry —dijo Dumbledore—. ¿Te importaría ir a mi despacho en media hora,
aproximadamente?
—De acuerdo —contestó Harry, y Dumbledore se fue.
Harry miró a Ginny, que al irse el señor Lovegood se había echado a llorar
desconsoladamente, hundiendo su cabeza en la almohada.

Media hora más tarde, tal como le habían dicho, Harry salió solo de la enfermería y
se dirigió al despacho del director, con paso cansado, intentando no encontrarse con
nadie, lo que, afortunadamente, consiguió.
Dumbledore ya le estaba esperando. Harry entró y se sentó frente al escritorio del
director, que lo miró detenidamente.
—¿Cómo te encuentras, Harry? —le preguntó.
—Más descansado, pero... —meneó la cabeza.
—Cargar con la idea de haber provocado la muerte de cuatro personas, aunque
fuesen mortífagos es algo que nunca debería tener que soportarse a los dieciséis
años, pero, lamentablemente...
—No es sólo eso el motivo por el que me siento mal... es... Voldemort me dijo que
todo lo que ha sucedido, todo lo que hizo este año fue para... para hacer que le odiara
más que nunca...
—Sí, me lo imaginaba. Supongo que necesitaba verte lleno de odio para poder
poseerte.
—Sí —confirmó Harry.
—Pero aún así, no lo consiguió... Resististe.
Harry asintió.
—¿Usted lo sabía? —preguntó—. ¿Usted sabía el motivo por el que Voldemort
tiene que matarme? ¿Sabe por qué él no puede vivir si yo estoy vivo?
—Tengo una idea, nada más —admitió Dumbledore—. Supongo que se debe a los
poderes que te transfirió al atacarte; al hecho de que poseas parte de su mente.
—Parte de su esencia —puntualizó Harry—. Me dijo que si yo no moría, él jamás
podría tener una vida completa... jamás podría alcanzar la inmortalidad...
—Jamás abandonará esa obsesión —dijo Dumbledore, bajando la mirada—.
Siempre ha buscado la inmortalidad, y no parará hasta conseguirla.
—Ya casi la tiene —dijo Harry—. ¡No pude matarlo! —exclamó—. ¿Cómo lo haré?
—Explotando su mayor debilidad —explicó Dumbledore—: su falta de humanidad.
Harry miró a Dumbledore interrogativamente.
—¿Y cómo haré eso? ¡No lo sé! No encuentro ese poder que pueda vencerle, ese
poder que él no tiene... ¿Lo tengo por él? ¿Por la cicatriz?
—No —respondió Dumbledore—. ¿No recuerdas la profecía? Ese poder lo
tendrías igual aunque él no te hubiese transferido poderes... porque ese poder,
procede de ti... de tu madre.
—¿De mi madre?
—Dijiste que habías visto cómo Voldemort no había querido matar a tu madre,
¿verdad?
—Sí... no lo hizo porque ella estaba llena de amor, de buenos sentimientos... temía
que pudiera suceder lo que sucedió al final.
—Sí. Tu madre era una persona muy especial. Siempre dispuesta a ayudar a todo
el mundo, incluso a aquellos que la odiaban —contó Dumbledore—. Era realmente
una muchacha muy, muy especial. Siempre guardó afecto por tu tía, a pesar de todo lo
que ella la despreciaba. Y el amor de tu madre por ti era realmente inmenso, Harry,
inmenso e incondicional. Un amor tan grande como ese debe ser tenido en cuenta. El
hecho grandioso de la noche en que Voldemort te atacó no reside simplemente en que
tu madre hubiese muerto para salvarte, cosa que han hecho más personas, sino en el
inconcebible amor que abrigaba tu madre... un amor que has heredado en más de un
sentido, porque está en tu corazón... y en tus venas. Voldemort comparte la protección
que recorre tu sangre, pero no la que está en tu alma. Ése es tu poder, tu fuerza... y su
debilidad.
—Pero no sé cómo usarlo —repuso Harry—. Y él dijo que mis sentimientos, que
mis amigos, eran mi debilidad, que por ellos caía en trampas, que por miedo a lo que
pudiera pasarles no era fuerte, no podía luchar...
—¿Y tú qué piensas? —preguntó Dumbledore—. ¿Crees que tus amigos son tu
debilidad?
—No —respondió Harry, muy seguro de sus palabras—. Sin ellos yo no... yo no
podría hacer nada.
—Exacto. Eso es algo que Voldemort nunca pudo entender, ni siquiera cuando era
totalmente humano.
—Pero yo no sé cómo usar esa debilidad contra él —repitió Harry—. No veo en mí
ese amor tan grande que dice que mi madre me transfirió...
—Harry, ¿con cuántos años lograste hacer un patronus?
—Con trece —contestó Harry, sin entender a qué venía aquello.
—¿Recuerdas lo que es en sí un patronus?
—Una fuerza positiva —dijo Harry.
—Sí... y tú lo hiciste con trece años. Harry, nadie, y digo nadie, antes que tú, había
hecho un patronus corpóreo con trece años. Nadie.
—¡Pero fue suerte! Yo no lo habría hecho si no hubiera sabido, por el giratiempo,
que podía hacerlo.
—Sí, gracias al giratiempo supiste que podías hacerlo... pero lo importante es que
podías. Por eso gracias al giratiempo pudiste verte haciéndolo... las circunstancias te
mostraron que podías hacerlo, pero el hecho de poder, reside en ti —concluyó
Dumbledore—. Harry, un patronus es una fuerza positiva basado en el amor, en
sentimientos humanos... fue viéndote hacerlo cuando vi lo que guardabas dentro...
cuando supe que mis esperanzas en ti no eran vanas.
—Pero, aún así... no sé cómo hacerlo.
—Ya te dije que en eso no podría ayudarte. Tú debes entenderlo. Pero lo que si te
digo, es que las Artes Oscuras no derrotarán a Voldemort. No puedes vencerle con
sus armas.
Harry asintió y se quedó un rato callado, mirando al suelo, mientras sentía la
mirada de Dumbledore sobre él.
—Profesor... Cuando Peter me estaba sujetando, sentí sus pensamientos. Pude
enviarle recuerdos a su mente, hablar con él... y pude ver también recuerdos de
Hermione, y de Ginny... ¿Por qué? ¿Por qué hace eso la Antorcha?
—Sólo tengo una teoría —dijo Dumbledore, con aspecto pensativo—. Creo que se
debe al hecho de que la Antorcha de la Llama Verde use las conexiones, los vínculos
entre los magos. He estado pensando en ello desde que me contaste que podías
encenderla tú solo, y pienso que, cuando la Antorcha se enciende, conecta las mentes
de los magos que se tocan y poseen un vínculo, de acuerdo al mandato de ambos.
Dado que tú manejas la Antorcha tú solo, tú percibes las mentes de los demás.
—Pero, ¿qué vínculo tengo con Ginny, con Peter...?
—Como te dije, cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un vínculo entre
ellos. Ése es el vínculo que había entre tú y Peter, o entre tú y Ginny. También lo hay
entre tú, Ron y Hermione... pero con ellos es diferente, por eso la sensación para ellos
es diferente.
—¿En qué es diferente? —quiso saber Harry.
—En el hecho de que, a Ron y a Hermione, no sólo tú les salvaste la vida a ellos,
si no que también ellos te la han salvado a ti.
Harry pensó en ello, y recordó... él le había salvado la vida a Ron, y Ron a él
también, varias veces aquel año, comenzando por el día del ataque en el Caldero
Chorreante. Había salvado a Hermione, de los dementores, de morir aplastada por
causa de Grawp... y ella le había salvado a él el año anterior, y también la noche
anterior...
—Sí, es cierto...
—El vínculo con ellos es más fuerte, ya sin contar la inmensa amistad que os une,
que un vínculo muy poderoso también —explicó Dumbledore.
—¿Por eso los hechizos de Ron tocan a Voldemort? —inquirió Harry.
Dumbledore le dirigió una mirada extrañada.
—¿Los hechizos de Ron tocan a Voldemort?
—Sí, y también los de Hermione. Los de Neville, sin embargo, no.
Dumbledore se tocó la barba, pensativo.
—Tendré que meditar acerca de eso —fue su respuesta—. Y también lo haré
acerca de que, cuando tú usas tu poder y dejas que la esencia de Voldemort te llene,
ellos puedan sentirlo. Cuando tenga una respuesta, os la daré.
Harry asintió lentamente, y miró a los cuadros de las paredes. La mayoría parecían
dormir, pero algunos sólo fingían y escuchaban la conversación entre alumno y
director.
—¿Hay algo más que quieras comentarme, Harry?
—Voldemort volvió a decirme que me parezco mucho a él, que nuestras infancias
son similares...
—¿Viste su infancia?
—Sí —contestó Harry—. Vi a un chico, John Brandon, y a sus amigos, hacerle la
vida imposible. Él los odiaba... me recordó a mi primo Dudley.
—¿Y piensas que eres como él?
—¡No! Él no habría tenido amigos ni de haber podido. En Hogwarts tampoco tuvo
verdaderos amigos. Nunca le importó nadie, y cuando descubrió quién era, menos
aún.
—Sí, él se dejó llevar por el que creía que era su destino... al contrario que tú. Al
igual que Henry Dullymer.
—Sí, de hecho, Dullymer me recordó mucho a Ryddle... tan engañoso, tan
aparentemente simpático y servicial, tan ambicioso y tan malvado...
—Lord Voldemort siempre ha tenido facilidad para fascinar a la gente, para
arrastrarla a su lado...
—Aún no termino de creerme que fuera un mortífago... Voldemort lo envió porque
sabía que él podría llegar a mí, que usted nunca podría protegerme de un amigo,
porque la amistad y colaboración entre las casas es algo que usted siempre había
deseado.
—Sí, es cierto... aunque yo conozco muy bien a Voldemort, temo que, por
desgracia, también él me conoce mucho a mí. Realmente Henry Dullymer me engañó.
Realmente creí que era la respuesta a mis plegarias... cuando era todo lo contrario.
Harry volvió la vista hacia Fawkes y se quedó mirándolo durante un rato. Todo era
tan horrible... habían ocurrido tantas cosas que aún no las había asimilado por
completo, y no sabía si alguna vez llegaría a hacerlo.
—De verdad siento todo lo que ha pasado —dijo Dumbledore, apesadumbrado.
Parecía más envejecido que en ninguna otra ocasión—. Sabía que éste sería un año
duro, aunque, si te he de ser sincero, Harry, esperaba que lo que ha sucedido esta
noche, los ataques, hubieran empezado antes. No tan fuerte, pero sí que hubiera
empezado hace tiempo. Supongo que Voldemort prefirió concentrarse en sus nuevos
planes... —suspiró—. ¿Sabes por qué organicé el Torneo de Quidditch, Harry? —
preguntó el director.
—Para distraernos —dijo Harry—, y para aumentar los lazos con otros magos...
—Sí —confirmó Dumbledore—. Pero lo hice, sobre todo, por ti.
Harry le miró con asombro.
—¿Por mí?
—Sí. Sé lo que te gusta el quidditch, lo que te distrae... hace que te mantengas
ocupado. Eso fue lo que me dio la idea. Sabía que éste sería un año terrible para ti, y
quería evitar que te preocuparas más de lo necesario, que te distrajeras... Y, aunque
no terminó demasiado bien, creo que, al menos en parte, logré mi propósito.
—Sí —confirmó Harry—. El torneo me ayudó a distraerme, a no pensar en todo lo
que sucedía... si no hubiera sido por ello, creo que me habría vuelto loco.
Dumbledore esbozó una sonrisa triste. Las miradas de ambos se cruzaron, y luego
Harry volvió a mirar hacia Fawkes, que dormitaba.
—Harry —dijo Dumbledore, recuperando su atención—. Respecto a los exámenes
de fin de curso... ni tú, ni Ron, ni Hermione ni Neville tenéis que hacerlos si no os
sentís preparados.
Harry miró al director con detenimiento.
—¿Y Ginny?
A ella, por desgracia, no se le pueden quitar los TIMOs, pero ya me he ocupado
para que pueda examinarse al principio del verano, y tenga tiempo de descansar
antes.
Harry asintió con la cabeza.
—¿Qué haréis vosotros?
—No lo sé —contestó Harry con sinceridad—. Tendré que hablarlo con los demás.
—Está bien. Ahora es mejor que te vayas, Harry. Descansa... Lo necesitas. Has
vivido una experiencia horrible.
Harry se levantó lentamente y comenzó a salir del despacho.
—Sólo una cosa más...
Harry se volvió hacia Dumbledore y lo miró.
—Supongo que no os apetecerá demasiado, pero realmente me gustaría que
acudieseis al comedor hoy.
A Harry, realmente, no le apetecía enfrentar las miradas de sus compañeros, y
respondió:
—Lo intentaré.
Dicho lo cual salió del despacho y regresó a la enfermería. Entró y lo primero que
observó fue que el cadáver de Luna ya no estaba allí.
—Se lo llevaron ya —dijo Hermione, viendo cómo Harry miraba a la cama donde
había reposado el cuerpo de la chica.
Harry asintió y fue a sentarse a su cama. Neville miraba al techo, y Ginny parecía
ida. Harry se tumbó y cerró los ojos durante un rato. Ninguno de sus amigos le
preguntó nada.

Llegó la hora de la comida, y ninguno de los cinco había dicho palabra alguna
desde el regreso de Harry. No había sido necesario. Sólo una mirada bastaba para
entenderse entre ellos. La primera en hablar fue Hermione.
—¿Bajamos a comer al Gran Comedor o nos quedamos aquí? —preguntó.
Nadie contestó durante unos minutos, hasta que lo hizo Harry.
—Dumbledore quería que bajáramos. Será duro, lo sé... pero creo que debemos
hacerlo. Tenemos que hablar con Sarah y... debemos mostrar que somos fuertes;
mostrar que no estamos vencidos... bajemos, pero hagámoslo los cinco juntos... o los
cuatro, si Ginny no puede.
Ron asintió, al igual que Hermione. También Neville estuvo de acuerdo, y Ginny
musitó un «yo también voy».
Se cambiaron y salieron de la enfermería, aún vendados. Ginny caminaba con
paso débil y se apoyaba en Hermione. El castillo estaba silencioso. Todo el mundo
debía de estar ya en el Gran Comedor.
Lentamente y en silencio, bajaron la escalinata de mármol hasta el vestíbulo.
Peeves revoloteaba por allí, y se acercó con intención de meterse con ellos, pero algo
en sus caras hizo al poltergeist desistir de su idea y alejarse hacia los pisos
superiores.
Llegaron ante las puertas de roble del comedor, que estaban cerradas, y
escucharon el bullicio que había en su interior, el cual parecía ser menor que otros
días.
Harry empujó las puertas, que se abrieron, y entró, seguido de sus amigos. Al
hacerlo, todos en el Gran Comedor volvieron las cabezas para mirarlos. Harry se
detuvo y enfrentó sus miradas, al igual que sus amigos.
Harry recorrió con su vista las cuatro mesas y los rostros de sus compañeros. No
sabía cuánto sabrían de lo que había pasado la noche anterior, pero desde luego,
sabía lo que mostraban aquellos rostros que le miraban: admiración.
Harry miró a la mesa de Ravenclaw, que era la más triste, y su mirada se cruzó
con la de Cho, que parecía muy afligida. Se miraron unos segundos antes de que
Harry se fijara en los estandartes negros que decoraban el comedor: un tributo a Luna
y a los muertos en el Ministerio, seguramente.
Observó la mesa de Slytherin, y miró a Draco Malfoy, que parecía más furioso de
lo que Harry lo había visto nunca. Daba la impresión de que parecía a punto de salir y
saltar sobre ellos. Harry le sostuvo la mirada un instante antes de fijarse en Sarah, que
se levantó al verles. Sus ojos estaban rojos y las lágrimas le corrían por la cara. Se
acercó a ellos lentamente y Harry la miró con compasión.
—¡Harry...! —dijo, llorando—. Harry... dime que no es cierto... dímelo, Harry... dime
que Henry no es un asesino, por favor...
Harry la miró y luego bajó la cabeza, desviando la vista.
—Lo siento, Sarah...
La chica empezó a llorar más aún. Neville se adelantó con cierta timidez y luego la
abrazó, ante la atenta mirada de todos en el comedor.
—¡Me engañó! —gritó Sarah—. ¡Me engañó, Neville! ¡Todo este tiempo, sólo era
una mentira...! ¡Y ahora está muerto!
Hermione bajó la cabeza. Los ojos ya habían empezado a vidriársele. Ron se
acercó a ella y la abrazó.
—Él... él te quería, Sarah... —dijo Hermione—. Quiso mantenerte al margen de
todo... tú eras lo único en lo que no mentía. De veras le gustabas.
Las palabras de Hermione, en lugar de hacer que Sarah se sintiera mejor, le
hicieron llorar más aún.
Harry le puso una mano en el hombro a Sarah y repitió:
—Lo siento...
Quitó la mano y se dirigió a la mesa de Gryffindor, donde se sentó. Hermione le
siguió, mientras Ron sostenía a Ginny y la llevaba a la mesa. Neville siguió abrazando
a la chica y la condujo también a la mesa de Gryffindor. Ella se dejó llevar.
Los seis se sentaron, sin decir nada. Todos los Gryffindors les miraron, dándoles
apoyo aunque no abrieran la boca.
La comida transcurrió en silencio. Apenas nadie hablaba. Harry observó a sus
compañeros mientras comía. Muchos tenían caras tristes y preocupadas:
probablemente, parientes de aquellos que habían muerto o sido heridos en el ataque
al Ministerio de la noche anterior. Sarah, por su parte, apenas probaba bocado, y
seguía llorando en silencio. Neville la miraba con ternura y lástima, sin saber qué
hacer ni qué decirle.
Cuando la comida estaba a punto de terminar, Dumbledore se puso en pie y todas
las miradas se dirigieron a él.
—Antes de deciros nada —dijo—, quisiera haceros saber que me gustaría mucho
no tener que decir lo que tengo que decir, pero es necesario. Supongo que la mayoría
de vosotros ya tendréis una idea general de lo sucedido ayer, tanto en el Ministerio de
Magia como aquí, y sabréis por qué faltan hoy dos alumnos a esta comida.
»Lamento profundamente tener que comunicar que el motivo por el que Henry
Dullymer, alumno de quinto curso de la casa Slytherin, y Luna Lovegood, alumna de
quinto de la casa Ravenclaw, no están hoy aquí, es porque ambos están muertos. —
Los alumnos de Ravenclaw bajaron la mirada, y algunos de Slytherin apretaron los
puños—. Me duele profundamente deciros —continuó Dumbledore— que Henry
Dullymer estaba aquí a las órdenes de Lord Voldemort. —Muchos alumnos profirieron
un gemido, un grito, o ambas cosas, a pesar de que la mayoría habían oído las
palabras de Sarah—. Él atacó a Hermione Granger en Halloween, él usó la maldición
cruciatus contra Neville Longbottom, él hechizó a Harry Potter el día del ataque de los
dementores, él utilizó la maldición imperius contra Richard Warrington, él le envenenó
después, él atacó a Cho Chang y a Michael Corner en un pasillo, y lo peor: hechizó a
Aldus Birffen para hacerle parecer culpable y le obligó a suicidarse.
La mayoría de los alumnos estaban horrorizados, pues no les parecía posible que
alguien tan simpático como Henry Dullymer hubiese hecho algo así. Harry miró a
Sarah, que se había ido poniendo más pálida con cada palabra de Dumbledore, y que
ahora estaba abrazada a Neville, llorando de nuevo.
—Henry Dullymer fue el responsable del secuestro de Ginny Weasley, ocurrido
ayer, y fue el que envió a Harry Potter, a Ronald Weasley, a Hermione Granger, a
Neville Longbottom y a Luna Lovegood a una trampa preparada por Lord Voldemort.
La mayoría de miradas se volvió hacia la mesa de Gryffindor, pero ni Harry, ni Ron,
ni Hermione ni Ginny apartaron la mirada de Dumbledore, que los miró a su vez;
Neville seguía abrazando a Sarah, intentando consolarla.
—A ellos quería referirme hoy especialmente —prosiguió el director—. Ellos fueron
lanzados a esa trampa, y para ello atacó Lord Voldemort el Ministerio de Magia: con el
único fin de alejarme a mí y a la mayoría de profesores de Hogwarts. Sin embargo, los
planes de Lord Voldemort fueron frustrados una vez más: este grupo de alumnos, sin
duda extraordinario, logró vencer y huir de Voldemort y sus mortífagos. Permanecieron
unidos en todo momento, dispuestos a luchar y a morir los unos por los otros, y
salieron victoriosos. No se dejaron intimidar, ni asustar, ni camelar con ofrecimientos
de poder y gloria. Hicieron lo correcto, aunque fuese lo difícil, y con ello, muchas vidas,
quizás más de las que podríamos imaginar, fueron salvadas. Henry Dullymer murió en
la batalla, a causa de una maldición asesina del propio Lord Voldemort, una maldición
que tenía por objetivo a Harry Potter.
Harry sintió que todas las miradas caían en él en ese momento, pero no prestó
atención.
—Y a él, a Harry, quería referirme especialmente, porque ha mostrado más valor y
más poder del que jamás hubiese creído posible: se enfrentó en combate a Lord
Voldemort, y le venció.
Ante esto, murmullos de admiración se elevaron. Esta vez Harry sí miró a sus
compañeros, que le veían con sorpresa, y finalmente, sus ojos se detuvieron en Malfoy
y sus amigos, cuyas caras habían pasado de una expresión de mal humor a otra de
incredulidad total, sorpresa e incluso miedo.
—Pero no le venció solo, porque no estaba solo: alguien dio su vida para salvarle,
alguien salvó su propia alma muriendo para hacer lo correcto, para darnos a todos una
nueva oportunidad. Alguien que equivocó el camino, pero que rectificó a tiempo: Peter
Pettigrew. Por su parte, Luna Lovegood, a pesar de su valentía y de haber logrado
escapar de la casa a donde habían sido conducidos, fue asesinada a traición por un
mortífago.
Harry dirigió una feroz mirada a Malfoy, y vio que Ron hacía lo mismo.
—Algo debemos sacar de todo esto, y es que el poder no lo es todo, porque la
amistad, el amor y el valor son a veces mucho más fuertes de lo que imaginamos, y
debemos aprender que somos capaces de las cosas más increíbles cuando nuestros
seres queridos están en peligro. Ayer, Harry salvó su vida con un sacrificio, con un
sacrificio de un antiguo enemigo. Un enemigo al que Harry había perdonado la vida en
una ocasión. Esto nos enseña que siempre, siempre debemos hacer lo correcto,
porque tarde o temprano, el bien que hacemos tiene su recompensa, si no en
nosotros, sí en nuestros seres queridos. Ellos vencieron ayer, contra toda previsión,
porque estaban unidos; porque recordadlo siempre: solos no somos nada, pero unidos
lo somos todo; unidos somos más fuertes; unidos podemos enfrentarnos a cualquier
cosa. Recordadlo; recordadlo por la gente que ayer murió injustamente, por la gente
que ayer fue herida, por la gente, muchos de vosotros también, que ayer perdió a
familiares, amigos, conocidos. Recordad siempre a aquellos que dieron su vida, o que
la arriesgaron, para que pudiésemos vivir en un mundo un poco mejor.
»Y por ello quiero pediros un aplauso para todas las víctimas del Ministerio de
Magia, y por Luna Lovegood.
Todo el mundo, excepto algunos de Slytherin, se pusieron en pie y aplaudieron con
fuerza durante varios minutos. Cuando los aplausos finalizaron, Dumbledore habló de
nuevo:
—Y ahora quisiera pedir un nuevo aplauso por Harry Potter, Ronald Weasley,
Hermione Granger, Neville Longbottom y Ginny Weasley.
De nuevo los aplausos atronaron el Gran Comedor, sobre todo en la mesa de
Gryffindor. Sarah aplaudía con todas sus fuerzas, mientras algunas lágrimas seguían
bajando por su cara, pero miraba a Neville y, por primera vez en el día, sonreía.
—Recordad a todos aquellos que murieron por nosotros —terminó Dumbledore—.
Recordadlos, y haced lo correcto.
El director se sentó de nuevo, y los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor.
Harry, Ron, Hermione, Neville, Ginny y Sarah acababan de salir al vestíbulo, que
estaba lleno de estudiantes que los miraban, cuando una voz arrastrada los hizo
detenerse.
—No creáis que voy a olvidar lo que le hicisteis a mi padre —amenazó Draco
Malfoy, mirándolos con odio, al igual que Crabbe y Goyle.
En el vestíbulo se hizo el silencio. Harry se volvió lentamente, y miró a Malfoy
fijamente, con expresión seria y amenazante.
—¿Qué le hicimos, Malfoy? —preguntó Harry.
—Lo sabes bien, Potter.
—¿No quieres decirlo? ¿No quieres decir que Ron y Hermione, una sangre sucia y
un pobretón, le lanzaron a tu padre una maldición tan potente que está en San Mungo,
completamente loco y con pocas esperanzas de recuperación? —dijo Harry
mordazmente.
Malfoy enrojeció, de ira y de vergüenza, mientras en el vestíbulo se elevaban los
murmullos.
—Fuisteis vosotros... —escupió, mirando a Ron y Hermione. Estos le devolvieron
la mirada.
—¿Y sabéis por qué lo hicimos? —preguntó Ron en voz alta—. Lo hicimos porque
el cerdo asesino de tu padre mató a traición a Luna. ¡Él la asesinó!
Gritos y murmullos de indignación y rabia llenaron el vestíbulo, mientras Malfoy
retrocedía, temeroso de las miradas que todo el colegio le dirigía.
—Sí, la mató a traición porque no fue capaz de matarla frente a frente —añadió
Hermione—. Ella le venció.
Harry miró a Draco, que temblaba, y se volvió.
—Adiós, Malfoy.
Ron, Hermione, Ginny, Neville y Sarah se volvieron también.
—¡Esto no queda así! —gritó Malfoy, sacando su varita, al igual que Crabbe y
Goyle.
Pero Harry fue mucho más rápido. Sin apenas volverse, sacó su varita, la dirigió
hacia los tres Slytherins y la agitó levemente.
La punta de la varita emitió un destello y Malfoy, Crabbe y Goyle fueron lanzados
hacia atrás, contra la pared, y quedaron allí, tendidos y humillados.
Harry guardó la varita y, acompañado por sus amigos y bajo la mirada del resto del
colegio, subió la escalinata para dirigirse a la sala común de Gryffindor.
42

¿Esperanza?

Aquella tarde, tras llevar a Ginny de nuevo a la enfermería, Harry, Ron, Hermione y
Neville estuvieron en la habitación de los chicos de sexto curso. Harry les habló acerca
de su conversación con Dumbledore, y les comentó que no tendrían que hacer los
exámenes si no querían. Realmente, a Harry no le apetecía mucho tener exámenes
después de lo que había pasado, y a Ron tampoco, pero, por otro lado, sería una
distracción, algo que los ayudaría a no pensar demasiado en lo sucedido. Para
sorpresa de todos, también Hermione dudaba sobre qué hacer, pero, al final, dijo que
era mejor que los hicieran, y, también para sorpresa de ella, Harry, Ron y Neville
estuvieron de acuerdo.
Sin embargo, a ninguno de los cuatro les apetecía hacer nada aquella tarde, así
que se quedaron mucho tiempo en la habitación, pese al buen tiempo que hacía fuera.
Harry observó los terrenos del colegio por la ventana, dándose cuenta de que el
bullicio del exterior era mucho menor que otros años por las mismas fechas. Había
alumnos fuera, sí, estudiando bajo los árboles, o junto al lago, pero estaban
silenciosos, como apagados.
Ron decidió enviar una carta a Grimmauld Place, preguntando por su padre, por
Percy y por todos. También Hermione añadió una nota para sus padres, diciéndoles
que estaba bien. Hedwig la llevó.
Un poco antes de la hora de la cena, los cuatro bajaron a la sala común, atrayendo
las miradas de los demás alumnos que estudiaban o pasaban el tiempo allí. Neville se
despidió de ellos y salió de la sala, mientras Harry, Ron y Hermione se sentaban cerca
de la chimenea, en silencio.
Lentamente, Parvati, Lavender, Seamus y Dean los rodearon.
—¿Qué tal estáis? —preguntó Parvati.
—Intentando sobrellevarlo —contestó Harry.
—Debió de ser horrible, ¿verdad? —dijo Dean.
—No creo que puedas hacerte una idea —respondió Ron sin mirarle.
Se hizo el silencio, hasta que Seamus miró a Harry.
—Harry... —El chico levantó la mirada— ¿de verdad venciste a Voldemort?
Harry le miró durante un instante, con expresión muy seria.
—No exactamente. Estaría muerto de no ser por Hermione y por Pettigrew...
—Pero, entonces...
—Al matar a Pettigrew, Voldemort se... se hizo daño por... bueno, da lo mismo.
Entonces yo tuve tiempo y le... —dudó si decir lo que seguía, pero al final habló— le
lancé un Avada Kedavra.
Parvati y Lavender profirieron sendos quejidos, asustadas. Dean abrió mucho la
boca y Seamus parecía impresionado.
—¿Eso quiere decir que le... le mataste?
—No —respondión Harry, con pesar—. Le debilité, le hice daño, y le obligué a irse,
pero no le maté. Ni siquiera se desmayó. No se le puede matar así.
—¿No... no murió con la maldición asesina? —preguntó Dean, muy sorprendido—.
Pero si nadie puede sobrevivir a ella, es decir...
—Sí se puede —replicó Harry—. Él puede... él hizo... da igual —dijo, poniéndose
en pie de pronto. Tenía que salir de allí. Se dirigió al agujero del retrato y salió de la
sala común.
Caminó por el castillo, por los pasillos desiertos, sin rumbo fijo. Finalmente, terminó
en el exterior. Muchos alumnos le saludaban al pasar, pero Harry apenas hacía caso
de ninguno. Llegó hasta la cabaña de Hagrid, que estaba silenciosa, y Fang salió a
saludarle. Harry acarició la cabeza del perro distraídamente, pensando en donde
estaría su amigo, en si se encontraría bien...
Lentamente, se alejó de la cabaña y se acercó al lago. Se sentó cerca de unos
arbustos, alejado de todo el mundo, y observó cómo el calamar gigante se movía en el
agua.
Pensó en por qué había huido así de la sala común... y la única respuesta que
halló fue que tenía miedo. Miedo de lo que significaba que Voldemort hubiera
sobrevivido a su maldición, miedo de sus planes para con Ginny... miedo de lo que
pasaría ahora. Dumbledore le había dicho que el hecho de que Harry hubiera podido
hacer un patronus a tan temprana edad había significado una esperanza para él, pero
Harry no veía tal esperanza. No veía la forma de acabar con Voldemort.
Se quedó allí sentado durante bastante tiempo, solo, en tranquilidad. Ni siquiera
acudió a cenar. Estuvo allí hasta que vio a Ron y a Hermione paseando junto al lago,
cogidos de la mano. Quizás le estaban buscando. Lentamente, se levantó y se acercó
a ellos, que le miraron con alivio.
—¡Llevamos mucho tiempo buscándote! —dijo Hermione.
—Me apetecía estar solo un rato... —contestó Harry, como disculpándose.
—Lo comprendemos, Harry. No tienes que disculparte —dijo Hermione.
—Pero podías avisar —añadió Ron.
—¿Fuisteis a cenar? —preguntó Harry, mientras los tres se encaminaban al
castillo de nuevo. El Sol estaba ya poniéndose.
—No —contestó Hermione—. No nos apetecía bajar al Gran Comedor. Dobby nos
trajo algo a la sala común.
—¿Y Neville?
—Él sí bajó, con Sarah...
—Ah... vale.
—¿Tú no quieres cenar nada? —preguntó Ron—. Podemos bajar a las cocinas, si
quieres...
—No, no tengo hambre, gracias —respondió Harry.
Subieron a la sala común y se sentaron en unas butacas, cerca de la ventana.
—Mirad —dijo Hermione, mirándolos con cierto temor—. Ya sé que no tenemos
por qué, y que seguramente no tenéis ganas, pero, si vamos a hacer los exámenes
deberíamos...
—De acuerdo —respondieron Ron y Harry a la vez.
—¿De verdad? —dijo Hermione, gratamente sorprendida.
—Eso nos distraerá —explicó Harry.
—Vale, entonces sugiero que empecemos con Po... —dijo Hermione, momento en
que fueron interrumpidos por Colin Creevey.
—¡Harry, Harry! —chilló—. No he tenido ocasión de decírtelo, Harry, pero ¡me
parece que sois geniales todos, sobre todo tú!
—Gracias, Colin —dijo Harry, algo apabullado ante la emoción del joven.
—¿Puedo sacaros una foto, Harry? ¿Puedo?
Ron miraba a Colin como si estuviera viendo a Snape bailar con falda. Harry y
Hermione cruzaron una mirada exasperada.
—Está bien, Colin —concedió Harry, esperando así que el chico le dejara en paz
de una vez.
—¡Gracias! ¡Te daré una copia, te lo prometo!
—De acuerdo, de acuerdo...
Colin hizo tres fotos y finalmente les dejó, con lo que los tres amigos pudieron
ponerse a estudiar Pociones, que sería el primer examen que tendrían, el martes de la
siguiente semana, a las nueve de la mañana.
Harry no tenía demasiadas ganas de estudiar, y menos pociones, porque
constantemente mezclaba en su cabeza ingredientes de lo que leía con recuerdos de
lo que había visto, y se encontraba pensando en las pociones que había visto hacer en
los recuerdos de Voldemort. Curiosamente, recordaba todo, y además, se descubrió
en varias ocasiones pensando cosas como «sangre de un mago, ingrediente muy
poderoso en las pociones de Artes Oscuras, pues...». ¿Cuánto habría aprendido de lo
que había visto, de lo que había despertado en su interior? En el combate contra
Voldemort se había librado de cuerdas sin usar su varita, había hecho un montón de
cosas que ahora difícilmente recordaba cómo se hacían...
—¡Harry!
—¿Qué? —exclamó, levantando la vista de sus apuntes.
—Llevas un rato en las nubes. ¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione.
—Nada —contestó—. Sólo pensaba... recordaba cosas...
—Tienes que procurar concentrarte...
—Ya lo sé, Hermione, pero no es tan sencillo cuando cada cosa que leo me
recuerda a las pociones de Voldemort y a sus propiedades útiles en las Artes
Oscuras...
—¿Recuerdas cosas de ésas? —preguntó Ron, sorprendido.
Harry asintió.
—Bueno, tal vez deberíamos estudiar otra cosa, entonces... —sugirió Hermione,
mirando a Harry con preocupación.
—No, da igual —dijo Harry—. Seguiré con esto. Intentaré concentrarme más en
esto y no pensar demasiado...
Y así lo hizo, pero, cuando llevaba veinte minutos se levantó de pronto.
—¡No hemos ido a ver a Ginny! —exclamó.
—Nosotros sí —dijo Ron, mirándole—. Cuando te estuvimos buscando, también
miramos allí y la vimos, pero la señora Pomfrey le había dado una poción para que
durmiera hasta mañana, así que no hablamos con ella...
—Ah, vaya... —dijo Harry, volviendo a sentarse. Realmente le hubiera gustado
hablar con ella un rato...
Los tres amigos estuvieron estudiando aproximadamente hasta las diez y media,
hora en que decidieron ir a acostarse.

Al día siguiente, por la mañana, se encontraron a las ocho y media en la sala


común, para bajar a desayunar. Ninguno de los tres habló mientras bajaban al Gran
Comedor. Era lunes, era el día. Por la tarde sería el entierro de Luna. Y, como si el
tiempo también quisiera guardar luto, el día estaba oscuro y nublado, y amenazaba
lluvia. También el viento era bastante fuerte.
Los tres amigos desayunaban en silencio cuando llegó el correo, y Hedwig les
entregó una carta.
—Es de tus padres, Ron —dijo Harry, cogiéndola.
—Ábrela tú —le pidió su amigo, que se había puesto nervioso.
Harry abrió el sobre y empezó a leer:

Hijo; queridos Harry y Hermione:


Tu padre se encuentra bien, Ron. Aún estará en San Mungo hasta
el martes o el miércoles, pero se encuentra bien. Realmente, Percy es
el que más me preocupa: aunque apenas resultó herido, está muy raro.
Apenas habla, y parece ido. Hemos intentado por todos los medios que
nos diga lo que le pasa, pero no hay manera. Ya no sé qué hacer con
él.
Por lo demás, aquí todos estamos bastante tristes por lo que le
pasó a Kingsley, sobre todo Tonks, pero procuramos seguir adelante
como podemos.
Hermione, hija, tus padres se encuentran perfectamente, pero, al
igual que todos nosotros, están deseando verte, veros a todos, y
comprobar por nosotros mismos que estáis bien. ¡Aún no podemos
creer la trampa en la que fuisteis metidos! Cuando Dumbledore nos lo
contó, creí que me desmayaba, y a tu madre estuvo a punto de darle
algo. Aún no logro hacerme a la idea de que Harry haya tenido que
vérselas con Quien Vosotros Sabéis... ¡Qué mal debió de pasarlo!
Lamento muchísimo lo que le sucedió a esa chica, Luna... gente
tan joven no debería morir en una guerra, pero, a pesar de todo, nos
alegramos enormemente de que estéis bien. Sobre todo por Ginny.
Dumbledore me contó que Quien Vosotros Sabéis le hizo algo, pero
que nadie sabe qué fue... Aunque me digáis que está bien, y que no
tiene nada, no estaré tranquila hasta que la vea, y para eso aún falta
casi un mes... Todos estamos deseando que volváis.
Cuidaos mucho, por favor. Besos y abrazos de todos.

Tu madre

Harry terminó de leer la carta y miró a sus amigos. Ron esbozaba una ligera
sonrisa de alivio, pero Hermione parecía preocupada, y se mordía el labio inferior
mientras removía su cuenco de gachas de avena.
—Menos mal que mi padre está bien —dijo Ron.
—Percy, sin embargo... —dijo Harry—. ¿Qué le pasará?
—No lo sé —contestó Ron. Miró hacia Hermione y le preguntó—: ¿Qué te pasa,
Hermione?
—Son mis padres —respondió ella—. Debieron estar preocupadísimos... después
de lo que me pasó, meterme ahora en esto...
—No fue culpa tuya, y estás bien. Eso es lo importante —dijo Harry.
—Sí, pero...
—Vamos, no te preocupes. Ellos están a salvo, y los verás pronto. Y será mejor
que nos vayamos o llegaremos tarde a Pociones —añadió, mirando al reloj.
Así que se levantaron y se dirigieron a clase de Pociones, donde, por primera vez
desde el día anterior a mediodía, se encontraron a Draco Malfoy de frente, que los
miró con el odio más profundo del que era capaz, al igual que Crabbe y Goyle. Harry,
Ron y Hermione procuraron ignorarlos y entraron en la mazmorra.
Unas dos horas más tarde, cuando la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras
terminó, Dumbledore pidió a Harry, Ron, Hermione y Neville que se quedaran un
momento.
—Como sabéis, hoy, a las cinco de la tarde, es el entierro de Luna —les dijo, una
vez los demás estudiantes hubieron salido del aula.
—Lo sabemos —dijo Harry.
—Si asistís, estad a las cuatro y media en el Gran Comedor, donde un traslador os
llevará hasta la casa de los Lovegood.
—De acuerdo. Allí estaremos —contestó Harry, antes de salir del aula con sus tres
amigos y dirigirse hacia la clase de Encantamientos.

Aquella tarde, después de comer, Harry, Ron, Hermione y Neville subieron a la


sala común, para prepararse para el entierro de Luna.
—¿Cómo debemos vestirnos? —inquirió Harry, que no sabía nada de las
costumbres funerarias de los magos.
—Con túnicas negras y el sombrero —explicó Ron.
—Ah, entonces vale la túnica del colegio —dijo Harry.
—No, no se pueden llevar símbolos ni escudos...
—Pero entonces ¿de dónde...?
Pero Harry no terminó la pregunta, porque a su lado, con un sonoro ruido, apareció
Dobby.
—¿Dobby? —preguntó Hermione al verlo—. ¿Qué haces aquí?
—El profesor Dumbledore me pidió que viniera, señorita —contestó el elfo—.
Tengo que traer túnicas apropiadas para un funeral a los estudiantes que lo deseen...
—Ah, perfecto —dijo Ron—. Dumbledore siempre piensa en todo...
—Pues son entonces cinco túnicas —dijo Harry—. Contando a Ginny, que, por
cierto, tenemos que ir a buscarla...
—¿Ginny irá? —se extrañó Ron.
—Me lo dijo antes de que saliera de la enfermería, cuando fuimos a verla antes de
comer.
—Ah, vale... Pues cinco túnicas entonces, Dobby...
—Yo quiero otra —dijo de pronto Seamus.
—Y yo —añadió Parvati.
—Yo también quiero ir —dijo Lavender.
—Por supuesto, yo también —agregó Dean.
Así, acabaron uniéndose también Colin Creevey y Katie Bell. Por tanto, irían todos
los miembros del ED de Gryffindor.
Dobby tomó nota y desapareció. Harry, Ron y Hermione fueron a buscar a Ginny a
la enfermería, que ya los estaba esperando. Tenía ya mucho mejor aspecto, aunque
aún estaba pálida. Y Harry dudaba si la palidez se debía a lo que le había pasado o al
acto al cual iban a asistir.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron.
—Sí, sí... —respondió Ginny.
Salieron de la enfermería y bajaron de nuevo a la sala común. Un rato después,
Dobby regresó con túnicas para todo el mundo. Eran muy parecidas a las del colegio,
pero de un color negro aún más oscuro. Cada uno de los alumnos que iban a acudir al
funeral cogió la suya y subieron a sus cuartos a cambiarse y a ponerse los sombreros.
Diez minutos después todos volvían a estar en la sala común, ya preparados,
esperando en silencio la hora para acudir al Gran Comedor.
A las cuatro y veinte, Harry se levantó y los demás hicieron lo mismo. Salieron por
el agujero del retrato y caminaron lentamente hacia el Gran Comedor, donde estaban
reuniéndose también los miembros del ED de Hufflepuff y muchos alumnos de
Ravenclaw, todos vestidos igual que los de Gryffindor. También Dumbledore,
McGonagall y el profesor Flitwick estaban allí. Los tres vestían igual que los alumnos,
pero Dumbledore llevaba al cuello un gran medallón dorado sujeto por una cadena de
oro.
—Bueno, creo que ya estamos todos —dijo el director, recorriendo con la mirada a
los alumnos—. Formad grupos de seis y trocad una de las tazas —ordenó, señalando
varias tazas que había sobre las mesas.
Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y Katie Bell tocaron una, al tiempo que los
demás estudiantes hacían lo propio. Dumbledore miró que todos tocaran las tazas.
—uno... dos... tres... —musitó.
Al instante, Harry se sintió arrastrado en medio del ya conocido torbellino de
colores, mientras notaba los hombros de Ron y Hermione golpeando contra los suyos.
Unos instantes después aparecieron en el jardín de una casa, al igual que los
demás alumnos. Dejaron las tazas sobre una mesa y siguieron a Dumbledore, a
McGonagall y a Flitwick. Atravesaron unos setos y pasaron por el lado de la casa a la
que pertenecía el jardín, que no era muy grande, pero era bonita y parecía confortable.
Debía de tratarse de la casa de los Lovegood.
Llegaron a la parte trasera de la casa, donde ya había un grupo numeroso de
personas. Todas tenían una mirada triste. La mayoría de ellos se quedaron mirando a
Dumbledore, y un instante después, hacia Harry y sus amigos. Se oyeron algunos
cuchicheos.
Dumbledore les dijo que esperaran allí, y acto seguido entró en la casa por una
puerta trasera. Harry comenzó a caminar por el jardín, lentamente. Ron, Hermione y
Ginny le acompañaban, pero no hablaron. Miró al cielo, que seguía encapotado y gris,
triste, al igual que él mismo. Recordó a Luna, pensando en que no volvería a hablar
con ella, cuando una voz soñadora resonó en su cabeza.
«y de todos modos, tampoco es como si no fuera a ver a mi madre nunca más...»
«...Vamos, Harry, tú los has oído, detrás del velo, ¿verdad?...»
Harry esbozó una sonrisa y miró al cielo, dejando que el viento lo azotara en la
cara.
Unos minutos después, Dumbledore volvió a salir de la casa, con paso lento.
Miraba hacia el suelo y llevaba las manos entrelazadas. Detrás de él flotaba un ataúd
de caoba, muy hermoso, adornado con flores. Detrás del ataúd venía el padre de
Luna, sollozando en silencio. Un señor mayor le agarraba por un brazo, mientras otra
señora, mayor también, le agarraba el otro. El señor se parecía vagamente al señor
Lovegood; debía de tratarse del abuelo de Luna, y la señora debía ser su abuela.
Detrás de ellos venían otros dos señores mayores, que lloraban también. La
señora tenía los mismos ojos que Luna. Debían de ser los otros abuelos, los padres de
su madre. Harry pensó en qué terrible debía de ser la angustia para ellos. Habían
perdido a su hija y ahora perdían a su nieta.
La gente se apartó para dejarles pasar, y luego los siguieron hacia una zona
apartada del jardín, donde se veían dos lápidas. Ante una de ellas había una tumba
abierta. La comitiva fúnebre se detuvo allí y Dumbledore se volvió hacia la gente. Hizo
un movimiento con su varita y el ataúd se posó en el suelo.
—Debemos quitarnos los sombreros —susurró Ron, quitándose el suyo.
Todo el mundo lo hizo, sujetándolo con las dos manos. Harry miró hacia Ginny,
que derramaba lágrimas silenciosas. También Hermione hacía esfuerzos para no
llorar, pero tenía los ojos vidriosos. Cho, que estaba detrás de Harry, lloraba
abiertamente.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry en voz baja.
La chica negó con la cabeza. Michael Corner tenía un brazo sobre ella y la tenía
apoyada contra su hombro.
—E-Es que... me... me recuerda tanto al... al funeral de Cedric... que... —meneó la
cabeza y enterró la cabeza en el hombro de Michael, el cual cruzó una mirada con
Harry.
—Estamos aquí —dijo de pronto Dumbledore—. Para dar el último adiós a Luna
Lovegood, alumna de quince años del Colegio Hogwarts de Magia, gran hija y mejor
amiga. Luna dio su vida luchando por aquello que consideraba justo, luchando por
ayudar a sus amigos, por salvar a una persona querida para ella...
Ginny se echó a llorar más fuerte al oír aquello, y Harry la abrazó contra sí.
—...Su muerte es algo terrible, siendo tan joven, y nos ha afligido a todos, aún en
estos días donde este tipo de noticias son, por desgracia, tan frecuentes. —Hizo una
pausa y miró a todos los asistentes—. Todos los que estamos hoy aquí, unos más, y
otros menos, la conocíamos, y todos, sin excepción, le teníamos cariño. Fue valiente
en vida, y será recordada en la muerte, en espera del momento en que, como ella
siempre creyó, volveremos a verla.
Harry hubiera jurado que Dumbledore le miró directamente a los ojos al decir
aquello.
—Hoy, seamos padre, abuelos, amigos, familiares, compañeros o conocidos, le
decimos: «Hasta pronto, Luna, pero no adiós, porque aquellos a los que amamos no
nos abandonan, no los abandonamos. Y gracias, gracias por tu sacrificio, por tu
valentía, por mostrar que aún queda esperanza, por mostrar que, si hay personas
dispuestas a morir por los demás, por aquellos a quienes quieren, no todo está
perdido. Gracias, Luna. No te olvidaremos».
Dumbledore se calló y se apartó a un lado. El padre de Luna se agachó y besó el
ataúd, llorando con fuerza. Luego sus abuelos hicieron lo mismo. Cuando terminaron,
Dumbledore levantó la varita y murmuró unas palabras que Harry no comprendió.
Cuando terminó, el ataúd se levantó y se metió en la tumba suavemente. Acto
seguido, la tierra lo cubrió.
Todo el mundo volvió a ponerse el sombrero, y Harry hizo lo mismo. Algunas
personas comenzaron a retirarse, pero otras se acercaban a la tumba y dejaban una
flor, o tiraban un beso. Harry y Ginny se acercaron, igual que Ron, Hermione y Neville,
que fueron detrás.
Ginny se arrodilló y lloró un rato, mirando la tumba de Luna, mientras murmuraba
palabras que Harry no alcanzaba a entender. Él miró hacia la lápida que había al lado,
que decía:

MARY ANN LOVEGOOD

Amada esposa y madre.

Era la lápida de la madre de Luna. En la de la chica ponía:

LUNA LOVEGOOD

Hija querida, buena amiga


y luchadora incansable.
Caída luchando frente a los
seguidores de El Que No
Debe Ser Nombrado.

Harry sacó su varita y murmuró «¡Orchideous!». De la punta de la varita apareció


una rosa blanca, y Harry la depositó sobre la tumba.
«Adiós, Luna Lovegood. Gracias por todo... De veras siento esto, de veras que sí...
ojalá lo hubiese sabido, no te habría dejado ir, pero ahora no puedo hacer nada. Lo
siento... Lo siento de verdad.»
Una lágrima resbaló por su mejilla y cayó sobre la tierra de la tumba, al tiempo que
Ginny depositaba su propia flor. Ambos se apartaron y Ron, Hermione y Neville se
acercaron, depositando también sendas flores. Hermione no aguantó las lágrimas y se
abrazó a Harry, que la palmoteó torpemente en la espalda.
Así, agarrado a su amiga, caminaron lentamente hacia la parte de delante de la
casa, mientras el resto de los alumnos daban a Luna su último adiós.
Una vez todos estuvieron reunidos, volvieron a coger las tazas, que los devolvieron
en unos segundos al Gran Comedor en Hogwarts.
—En nombre de los Lovegood, gracias a todos por asistir —dijo Dumbledore,
mirando hacia todos ellos—. Podéis retiraros.
Harry, junto a los demás Gryffindor, volvió a la sala común, donde se sentó en una
butaca, mirando hacia el techo, sin ver nada.
—Todo fue por mi culpa... —sollozó Ginny a su lado, de pronto.
—¿Qué? —preguntó Harry, mirándola—. ¿Por qué dices eso?
—Si yo hubiera logrado resistirme a la maldición imperius, esto nunca habría
pasado...
—Ginny, Ginny... Voldemort habría encontrado otra forma de obligarte... habría
hallado otra manera. No es culpa tuya.
Ginny no dijo nada, pero siguió llorando. Harry, Ron y Hermione se miraron, sin
saber qué más decir... aunque tampoco era necesario decir nada.

Aquella noche, cuando se fue a la cama, Harry no sentía ningún deseo de dormir,
ni tampoco se sentía cansado. Estuvo dando vueltas en la cama un buen rato, mucho
tiempo después de que todos sus compañeros se hubieran dormido. No podía apartar
de su mente la lápida de la tumba de Luna, ni la imagen de Lucius Malfoy lanzando la
maldición asesina que había acabado con la vida de la chica. Intentó relajarse,
apartando de su cabeza aquellos pensamientos y finalmente, aunque le costó, logró
dormirse.
Soñó. Estaba en la casa de los mortífagos, corriendo por pasillos sin fin. Hermione
iba a su lado, pero los pasillos no se terminaban, y no encontraban a Ginny. Entonces,
encontraban una salida al exterior, y estaban todos juntos, Ginny incluida, pero
aparecía Lucius Malfoy, diciendo burlonamente «personalmente tengo una cuenta
pendiente con esa chica rubia...» y, al instante, Luna caía fulminada. Harry gritaba,
pero Malfoy sólo se reía más y más. Entonces aparecía Bellatrix, que también se reía
como loca, burlándose de Harry: «La echas mucho de menos, ¿eh? ¿La querías
mucho, pequeño Potter?». Harry no podía parar de gritar, y sus amigos parecían todos
petrificados. Los mortífagos comenzaban a rodearles, y entonces...
...El sueño cambió. Cambió totalmente. Harry se encontraba en una habitación
oscura, muy oscura. Pero sabía que era un habitación, aunque no sabía dónde estaba.
La habitación estaba vacía, pero aún así algo la llenaba. Algo bueno... algo
maravilloso. Podía percibirlo... podía sentir su proximidad... pero, ¿la proximidad de
qué? Vio que, frente a él, algo como un punto rojo brillaba débilmente. ¿Qué era?
Harry intentó acercarse, porque quería tocarlo, y entonces...
—Hola Harry —oyó que decían, a su espalda. Se volvió y vio a Luna, pero muy
distinta, como si tuviera luz propia. Sonreía.
—¿Luna? ¿Eres tú?
—Sí, Harry. Soy yo...
—Pero no puede ser, estás... estás... tú... hoy fue tu...
—Lo sé, Harry... pero, ¿no recuerdas lo que te dije?
—¿Que los muertos nos hablan en los sueños?
—Sí... pero sólo si los escuchas.
—¿Y por qué te escucho a ti y nunca escuché a los demás?
—Esta habitación es muy especial, Harry...
Harry miró a los lados, sin comprender. No había nada, y, sin embargo, notaba
algo... algo bueno.
—¿En qué es especial?
—No vengo a hablar de eso, Harry... no tengo tiempo... no puedo explicarte lo que
es... sólo quiero decirte que tú tampoco tienes la culpa de lo que me pasó. No os
guardo rencor... a ninguno.
—Luna, yo...
—No, Harry. Estoy bien... lo siento mucho por mi padre, pero ahora estoy con mi
madre, y juntas le cuidaremos.
—Pero Luna, eras tan joven...
—Sí... me gustaría al menos haberle dado un beso a Ronald, pero bueno... él ya
tiene a Hermione.
Harry frunció el entrecejo.
—¿Te gustaba Ron?
—Un poco —confesó—. Pero no estoy aquí por eso... sólo quería decirte que
gracias por todo a ti también. Nunca había tenido verdaderos amigos... Y también
recordarte que no olvides que hay esperanza. Siempre queda esperanza. Cuídate
Harry... espero que nos veamos... algún día...
—Luna, ¡espera! —exclamó Harry—. Esto... ¿esto en un sueño... o es real?
Luna sonrió, y desapareció lentamente.
—Hasta pronto, Harry...
—¡Luna, espera! ¡Luna!
—¡Luna! —chilló, levantándose de pronto. Estaba en su cama.
—Harry, ¿estás bien? —preguntó Ron, adormilado.
—Sí, sí... sólo fue un sueño... creo...
Volvió a tumbarse en la cama. ¿De veras sólo había sido un sueño? No lo sabía...
pero, fuera realidad o fuera ficción, se encontraba mejor. Mucho mejor. Había sentido
algo en aquella sala, algo que le hacía sentir bien. «Es una sala muy especial», había
dicho Luna... ¿Qué era? Fuera lo que fuese, se había sentido cerca de algo... de algo
bueno, pero que no podía concretar. Algo que le había hecho sentirse... feliz por unos
instantes.
—Hasta pronto, Luna —murmuró, antes de volver a dormirse, esta vez sin soñar.

La mañana siguiente, Harry se levantó con más ganas que ninguno de los dos días
anteriores. Se encontraba mucho más enérgico, más contento. Quizás se debía al
sueño. No lo sabía, y, realmente, no le importaba. Estaba algo más contento, más
esperanzado, aunque fuese sin razón aparente, y eso era bueno.
Esperó en la sala común a que bajaran sus amigos. Hermione fue la primera, y
Ron bajó cinco minutos después. Al ver a su amigo, Harry esbozó una sonrisa,
recordando lo que Luna le había dicho en el sueño. ¿Sería verdad? No lo sabía, pero,
por los extraños comportamientos de Luna respecto a Ron, sobre todo el año anterior,
podría pensarse que sí...
—¿Por qué sonríes? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Tengo algo en la
cara?
—No, por nada —dijo Harry.
—Pareces más contento —observó Hermione, dirigiéndole una mirada inquisitiva.
—Sí... no sé por qué será, pero me siento mejor.
—Bueno, la verdad, yo también —declaró Hermione—. No demasiado, pero sí un
poco. Es extraño...
—Yo también lo he notado —añadió Ron.
Harry no dijo nada. Había pensado si contarles su sueño, pero Hermione no creía
demasiado en cosas de ese tipo, y decidió que era mejor callárselo por el momento.
Tal vez no fuera nada. Así pues, mientras bajaban hacia el Gran Comedor, empezó a
hablar sobre las clases y lo que harían por la tarde.
Así, fueron pasando los días hacia los exámenes. Los tres amigos parecían estar,
quien sabe por qué, un poco más alegres, y estudiar los distraía. Por otra parte,
parecía que sus conocimientos sobre magia hubiesen aumentado mucho desde su
reciente aventura, cosa que sorprendía bastante a Ron y a Hermione, y no tanto a
Harry, quien ya se había dado cuenta que algo raro le había pasado en su
enfrentamiento con Voldemort. Probablemente todos sus recuerdos, conocimientos
ocultos y poderes habían despertado por fin...
Ginny, por su lado, parecía casi totalmente recuperada, y no mostraba síntomas de
nada raro. Sin embargo, todavía estaba apagada y se negaba a hablar de lo que le
había pasado cuando Voldemort la había hechizado. Cada vez que alguien intentaba
decirle algo al respecto, ella rehuía el tema y comenzaba hablar de otra cosa, o
simplemente cerraba los ojos y negaba con la cabeza.
Por fin llegó el día uno de junio, y, con ello, los exámenes, que se prologaron
durante toda esa semana y la siguiente. Harry, Ron y Hermione quedaron bastante
contentos de los resultados, descubriendo que, pese a lo que les había pasado, eran
muy buenos en magia. Harry no se sorprendía demasiado de lo que podía hacer,
aunque no se lo comentaba a nadie, pero sí se extrañaba ante lo que hacían sus
amigos. Ron, por ejemplo, en el examen de Transformaciones había realizado un
extraordinario hechizo comparecedor que había dejado a McGonagall con la boca
abierta. Incluso Ron mismo se había sorprendido. Harry lo miró durante un rato,
repitiéndose la misma pregunta que lo reconcomía cada vez más a menudo. ¿Qué les
había pasado a Ron y a Hermione? Y, como siempre, la respuesta se le escapaba. Ni
siquiera Dumbledore había sabido responderle.
Hermione, por su parte, estaba haciéndolo excelentemente, como era normal en
ella, y obtuvo la máxima puntuación en todos los exámenes. El día que dieron los
resultados sonrió como no lo había hecho en semanas. Harry, por su parte, obtuvo la
nota máxima (con honores) en Defensa Contra las Artes Oscuras, e igualó a Hermione
en Transformaciones y Encantamientos; Ron, así mismo, obtuvo también la nota
máxima en Defensa Contra las Artes Oscuras y en Transformaciones, e incluso Neville
obtuvo también la máxima nota en Defensa Contra las Artes Oscuras. En Pociones,
Harry obtuvo un notable alto, para sorpresa suya y de Snape, que le miró con
extrañeza el día en que publicaron las notas.
La única que ese día estaba algo triste era Ginny, pues ella aún tendría que
superar los TIMOs a principios de julio, y por tanto aún tenía mucho que estudiar.

Durante los siguientes días, Harry, Ron y Hermione pasaron mucho tiempo
paseando alrededor del lago, o sentándose bajo el haya, hablando, o simplemente
caminando, disfrutando de la mutua compañía que se daban. Harry fue
paulatinamente contándoles todo lo que había visto en la mente de Voldemort, y todo
lo que había pasado entre ellos dos. Hermione se quedó completamente horrorizada
cuando Harry les describió las terribles escenas que había presenciado.
Otras veces se acercaban a la cabaña de Hagrid, que seguía vacía, y estaban un
rato con Fang. Los tres habían sacado excelentes notas en Cuidado de Criaturas
Mágicas, y deseaban fervorosamente que Hagrid estuviera allí para poder contárselo.
Pero Hagrid seguía en Escocia, con los aurores, y sólo sabían algo de ellos por los
periódicos, pero nunca gran cosa. Al menos, como Ron decía, la ausencia de noticias
eran buenas noticias, dado el caso.
Así, en relativa calma y tranquilidad, transcurrieron los días hasta llegar el día de
fin de curso y el banquete.
Como todos los años, la comida resultó excepcional, pero el ambiente era mucho
menos festivo de lo que debería. En ese banquete se entregaba la Copa de las Casas,
que, por puntos, debería corresponder a Gryffindor, pero en lugar de la decoración
dorada y escarlata había estandartes y crespones negros, en señal de duelo.
Harry estaba sentado entre Neville y Ginny, que seguía bastante triste, pese a
todos los intentos de sus compañeros y amigos por animarla. En los últimos tiempos,
Luna había sido su mejor amiga, y ahora la había perdido. Por otro lado, las secuelas
de lo que había vivido en aquella casa, fuera lo que fuese, no se habían borrado de
sus ojos. Harry había intentado de todo, pero no conseguía animarla, y había llegado a
la conclusión de que sólo necesitaba tiempo, como él lo había necesitado el año
anterior.
El banquete transcurrió en relativo silencio, hasta que, al finalizar, Dumbledore se
puso en pie para su tradicional discurso de despedida.
—Queridos alumnos, aquí estamos, de nuevo, ante el fin de otro curso. Un curso,
que, desde luego, ha resultado mucho más movido de lo que sin duda habríamos
deseado.
Se detuvo un momento, mirando a todos lentamente, mientras los alumnos le
devolvían la mirada.
—La mayoría de cosas que me gustaría deciros hoy, os las he dicho ya hace unas
semanas, pero, aún así, me gustaría repetir algunas. Me gustaría recordaros a una
persona que no está hoy con nosotros en esa mesa —dijo, señalando a la mesa de
Ravenclaw—, sólo por haber intentado ayudar a una amiga. También faltan otras dos
personas allí —agregó, señalando esta vez a la mesa de Slytherin—. Aldus Birffen,
que, por desgracia no volverá nunca con nosotros, y Richard Warrington, que aún
sigue en el Hospital San Mungo, aunque, afortunadamente, parece mostrar síntomas
de mejoría.
»Ningún delito cometieron esos alumnos, esos muchachos, para sufrir lo que
sufrieron. La única razón de lo que les pasó está en la maldad, en la horrible e
inhumana maldad de Lord Voldemort y de sus seguidores. Por eso os pido, que hagáis
lo que hagáis, decidáis lo que decidáis, penséis siempre en lo que es justo y lo que no,
en lo que está bien y en lo que no, en lo que os gustaría para vosotros y en lo que no
os gustaría; haced siempre lo correcto, porque nunca se sabe cuándo necesitaremos
ayuda, ni quién será la única persona que pueda dárnosla. Recordadlo, y procurad
estar unidos, porque todos, con nuestras diferencias, somos más fuertes cuando
estamos juntos.
»Que tengáis un buen verano —terminó el director, volviendo a sentarse.
Los alumnos comenzaron a levantarse para regresar a sus salas comunes. La
mayoría todavía tenía que recoger las cosas para regresar a casa al día siguiente.
Harry no era una excepción, ni tampoco Ron. Hermione, en cambio, ya lo tenía todo
listo.
Cuando se disponían a salir del Gran Comedor, Cho se acercó a Harry.
—Hola, Harry...
—Hola Cho.
—Harry, yo... yo quería despedirme de ti. Hoy es mi última noche en Hogwarts —
dijo, con un aire nostálgico, mientras dirigía una mirada a todo el Gran Comedor—.
Voy a echar esto mucho de menos... y también a mucha gente. Incluido tú.
—Gracias... —dijo él, halagado.
—Apenas hablamos desde lo que pasó, y yo quería decirte que eres muy valiente,
Harry. Que todos lo sois... de veras es increíble que lograras vencer a Vo-Voldemort...
—Bueno, en realidad no le derroté —matizó Harry.
—Da lo mismo. Te enfrentaste a él y saliste con vida. Ganaste... él no pudo
contigo. De verdad eres fantástico, y me reafirmo en lo que te dije en Navidad: me
alegro muchísimo de haberte conocido... Me ayudaste mucho... a todos nos has
ayudado.
—No fue para tanto —dijo Harry, queriendo parecer modesto, aunque muy
halagado.
—Sí, si lo fue... Creo que sacaré una excelente nota en el EXTASIS de Defensa
Contra las Artes Oscuras.
—Me alegro —dijo Harry—. ¿Qué harás el año que viene?
—Me gustaría meterme a jugadora profesional de quidditch, pero no sé si lo
conseguiré. Si no, me gustaría trabajar en el negocio familiar. Mi familia posee
terrenos con cultivos mágicos que vendemos para hacer pociones y demás. Es algo
que siempre me gustó, aunque prefiero el quidditch.
—Seguro que lo conseguirás; eres buena jugadora.
Cho le sonrió.
—Bueno, Harry... espero que nos veamos algún día. Cuídate y que tengas mucha,
mucha suerte.
—Lo mismo te digo.
Cho se acercó a él y lo besó suavemente en la mejilla.
—Adiós, Harry...
—Adiós Cho...
Ella salió del Gran Comedor, donde apenas quedaba ya nadie, Harry la miró un
rato. Su primer amor, su amor frustrado. Afortunadamente, ya superado. Ahora ella era
feliz, y él... bueno, ¿quién sabía? Quizás la respuesta a su felicidad estaba muy
cerca...
Suspiró y se dirigió a la torre de Gryffindor, para recoger sus cosas.
En la sala común reinaba un gran alboroto, pero Harry no hizo caso. Allí no estaba
ninguno de sus amigos, así que subió directamente a su dormitorio, donde Ron
recogía sus cosas.
—¡Bauleo! —exclamaba en el momento en que Harry entró. Las cosas de Ron se
elevaron y se guardaron en su baúl. Ron miró el resultado y frunció el ceño—. Bueno,
no queda muy ordenado, pero para ser un primer intento no está mal...
—Creo que voy a imitarte —dijo Harry, repitiendo el hechizo, que, para su
sorpresa, le salió algo mejor que a Ron.
—Vaya, valdrías para ama de casa, Harry —dijo Seamus, mirando el resultado.
—Muy gracioso —repuso Harry.
Terminaron de recoger lo poco que quedaba y volvieron a la sala común, donde ya
los esperaban Hermione y Ginny. Los cuatro empezaron a hablar, y cuando tres horas
más tarde se fueron a acostar, todos los alumnos de sexto de Gryffindor estaban allí,
aparte de algunas de las amigas de Ginny. Todos hablaron muy animadamente sobre
esa noche, e incluso Ginny sonrió algo, a pesar de que los TIMOs se le venían
encima.

Al día siguiente, por la mañana, recogieron sus baúles, Harry y Ron metieron a Pig
y a Hedwig en sus jaulas y bajaron a la sala común. Un instante después llegó
Hermione, y los tres bajaron al patio, a esperar por los carruajes que los llevarían a la
estación de Hogsmeade. Hacía calor, y el día era hermoso. Nadie diría que vivían un
interludio en una guerra que no había hecho sino comenzar.
Los carruajes llegaron. Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville y Dean subieron en
uno, que los condujo hasta la estación, donde subieron al expreso de Hogwarts que
los llevaría a King’s Cross. Buscaron un compartimiento vacío y se sentaron.
—Bueno, un año más —dijo Ron, mientras el tren se ponía en marcha.
Harry no dijo nada. Miró por el cristal hacia el exterior, observando el castillo...
parecía que había sido ayer cuando lo había visto por primera vez, y ya habían pasado
seis años... seis largos años, y él era ahora tan distinto al chico que había cogido el
expreso con sólo once años que pensó que, si se hubiese visto, no se habría
reconocido a sí mismo. Se acordó de Ron y de la entrada de Hermione en el
compartimiento, e, inevitablemente, sonrió.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione, mirándole.
—Sólo recordaba lo mandona e insoportable que eras —dijo Harry, sin borrar su
sonrisa de la cara.
Hermione lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué? ¿A qué viene eso?
—Simplemente me acordaba de la primera vez que te vimos, cuando estabas
buscando el sapo de Neville... Bueno, a mí no me molestaste mucho, pero a Ron...
Hermione se volvió hacia Ron, que puso mala cara.
—No me gustó que te burlaras de mi hechizo. ¡Yo no sabía que era falso!
Hermione sonrió y se sentó a su lado.
—Bueno, no te preocupes... estoy seguro de que ahora podrías hacerlo.
Ron la miró con los ojos entrecerrados, intentando averiguar si ella se reía de él,
pero al parecer no vio peligro, porque se relajó inmediatamente.
—Y bueno —intervino Neville, cambiando de tema—, ¿qué vais a hacer ahora, en
verano?
—Yo estudiar para los TIMOs —contestó Ginny, poniendo cara de disgusto.
—Bueno, no te preocupes. Ahora que no tengo nada que hacer, yo te ayudaré —
dijo Hermione—. Y también Ron.
Ron miró a Hermione con cara de «no me metas en esto». Harry los observó a los
dos.
—¿Tú ayudarás a Ginny? Pero... —y entonces comprendió—: Todos vais a
Grimmauld Place, ¿verdad?
—Sí —respondió Hermione, lanzándola una rápida mirada de preocupación a Ron
y luego volviendo a mirar a Harry—. ¿No lo sabías?
—No lo pensé —contestó Harry, y era cierto.
—Mis padres siguen viviendo allí, así que...
—Igual que los míos —añadió Ron.
Harry se dejó caer contra el respaldo del asiento, un poco triste. Sus amigos
pasarían el verano juntos y él tendría que ir a Privet Drive...
—Pero este año estarás poco tiempo, te lo aseguro —dijo Ron—. Este verano
haremos todos los exámenes de Aparición...
—¿Todos? —preguntó Hermione, extrañada—. Yo no puedo, no cumpliré los
diecisiete hasta septiembre...
—Sí, todos —confirmó Ron—. Puedes hacer igual los exámenes, y creo que mi
padre ha conseguido un permiso especial para ti, teniendo en cuenta tu expediente...
—¿Podré aparecerme antes de los diecisiete años? —Hermione no parecía poder
creérselo—. ¡Creí que tendría que esperar un año!
—No, el Ministerio nos ha dado «privilegios». Creo que también podremos hacer
magia moderada... —añadió—. Bueno, yo puedo hacerla igual, porque ya tengo la
edad.
—Eso sí, en cuanto cumpla los diecisiete y sea mayor de edad no volveré a Privet
Drive nunca. Jamás.
—Iremos a buscarte antes, creo —dijo Ron—. Y si no, insistiré sin cesar para que
lo hagan.
Harry le sonrió.
—Perdonad, pero ¿qué es Grimmauld Place? —preguntó Neville, intrigado.
—Es un lugar de Londres, donde está la antigua casa de Sirius Black. Ahora es el
cuartel general de la Orden del Fénix.
—Vaya, qué emocionante debe ser estar allí, ¿no?
—No te creas —contestó Ron—. El primer verano que estuvimos allí nos lo
pasamos limpiando y limpiando... y el segundo casi fue peor, porque no había nada
que hacer, y como no podíamos participar en las reuniones de la Orden...
—Ya veo —dijo Neville, aunque su cara no podía ocultar que, a pesar de todo, le
encantaría ir a Grimmauld Place y estar con ellos.
El viaje continuó sin incidentes durante un buen rato. Cuando pasó la señora del
carrito, se aprovisionaron de suficiente comida para todo el viaje. Habían empezado a
comer cuando la puerta del compartimiento se abrió y Sarah entró.
—Hola... —saludó la chica, con aire triste—. Os estaba buscando, quería
despedirme de vosotros... y bueno, agradeceros todo lo que hicisteis por mí...
—No fue nada —dijo Ron.
—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Hermione.
—Bueno... no bien, pero sí mejor —contestó ella, sentándose al lado de Neville—.
Gracias a ti... —le dijo al chico—. Estos días me has ayudado mucho. De verdad,
gracias...
—No tienes por qué darlas —dijo Neville, que estaba muy rojo.
—Pues yo sí creo que...
Pero se interrumpió, porque la puerta se abrió de nuevo y Malfoy, seguido por
Crabbe y Goyle, se asomó. Tenía la cara contraída de la rabia, y la varita en la mano.
—Potter... —escupió— supongo que no pensarías que iba a quedarme sin hacer
nada después de la humillación del otro día, y de lo que le hiciste a mi padre,
¿verdad?
—Lárgate, Malfoy —dijo Harry, que se había puesto serio y miraba al Slytherin
cada vez más concentrado.
—Resulta que no quiero —repuso Malfoy, levantando la varita. Crabbe y Goyle
hicieron lo mismo. Ron intentó echar mano a la suya, pero Malfoy le apuntó
directamente—. Yo que tú no lo intentaría. A ti y a esa novia tuya os debo una, una
muy grande... —entonces miró hacia su derecha y vio allí a Sarah, que lo miraba con
odio—. ¿Qué haces tú aquí, Brighton? Veo que no aprendes... ¿No podrías ser como
Dullymer? Al final, resultó ser mejor de lo que parecía...
Al oír a Malfoy, Sarah soltó un chillido de rabia y se levantó con intención de
golpearlo, pero Malfoy le apuntó y exclamó:
—¡Impedimenta!
Sarah fue golpeada por el rayo y cayó hacia atrás, encima de Neville.
—¡Maldito cerdo...! —gritó Ron, poniéndose en pie.
Pero esta vez fue Goyle el que hizo que Ron cayera hacia atrás. Harry estaba
observando todo, y ya era suficiente.
—Ya basta —dijo. Malfoy le miró con burla.
—¿Qué?
—He dicho que ya basta. Lárgate.
—¿Y si no quiero? —lo desafió Malfoy.
Harry lo miró un instante. Entonces, dejándose llenar de poder, levantó su mano y
la agitó hacia Malfoy, que cayó hacia atrás, tirando en el proceso a Crabbe y Goyle.
Harry dio unos pasos lentamente hacia ellos, mientras Draco, sorprendido, levantaba
su varita.
—¿Cómo... cómo has hecho...? Da igual, no te creas que... —apuntó con su varita
y se dispuso a atacar, pero Harry estiró la mano antes, y las varitas de los tres volaron
hacia ella.
Malfoy abrió los ojos desmesuradamente.
—No juegues conmigo, Malfoy. Te lo advierto. Tengo un límite, y no te gustaría
que lo cruzara.
Arrojó las varitas a un extremo del pasillo y cerró la puerta del compartimiento,
dejando a los tres Slytherins tirados en el suelo.
—Eso estuvo genial —lo felicitó Sarah, asombrada—. ¿Cómo lo has hecho?
—Talento natural —respondió Harry.
La chica sonrió.
—Se lo merece —dijo—. Pero, si hubiera sido yo, les habría hecho algo... Bueno,
me voy. Gracias por todo de nuevo. —Miró a Neville—. Sobre todo, gracias a ti. —
Sonrió, se agachó y lo besó en la mejilla—. Adiós...
Neville no dijo nada. Su cara estaba más roja que el pelo de Ron, pero sonreía
tímidamente.
—Parece que te aprecia mucho, Neville —comentó Ginny, con una sonrisa, en
cuanto Sarah hubo salido.
—Sí... bueno... vamos a escribirnos en verano —dijo, mirando al suelo.
—Eso está bien, muy bien —dijo Hermione, sonriéndole.

El resto del viaje transcurrió sin incidencias. Tras comer, se pusieron a jugar al
snap explosivo hasta que el tren llegó a King’s Cross, momento en que recogieron
todo y se bajaron del tren. Neville se despidió de ellos y se fue. Harry, Ron, Hermione
y Ginny atravesaron la barrera encantada hacia el mundo muggle, y vieron a los
Weasley, los Granger, Fred, George, Lupin, Moody y a Mundungus, que los
esperaban.
—¡Ron! ¡Ginny! —chilló la señora Weasley al verlos, corriendo hacia ellos. Ron y
Ginny aún no se habían percatado de lo que sucedía y ya estaban en los brazos de su
madre, que lloraba de la emoción.
—Ya mamá.. estamos bien... —decía Ron, intentando soltarse.
—¡Ay, hijos, he estado tan preocupada...! —Los soltó y se volvió hacia Harry—.
Harry, cielo... ¡has pasado tanto! ¿Cómo estás?
—Bien, gracias, señora Weasley.
Hermione estaba saludando a sus padres. Ron y Ginny saludaban al señor
Weasley, que parecía totalmente recuperado.
—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Lupin, acercándose a él.
—Mejor —contestó Harry.
—Fue una lástima que esa noche hubiera Luna llena, con lo que me habría
gustado ayudar...
Harry asintió, pero él no lo lamentó. Lo último que necesitaba era que Lupin, el
último amigo de sus padres, hubiese muerto también.
—Ya sabes lo que hizo Peter, ¿verdad?
—Sí —contestó Lupin, con una sonrisa—. Dumbledore me lo contó. Nunca lo
hubiera esperado. Por mi parte, casi le he perdonado todo lo que hizo.
—Yo también le he perdonado —afirmó Harry, mientras se acercaba al resto del
grupo.
—Mis felicitaciones, Harry —dijo el señor Weasley—. Como siempre, has dado
más de lo que se podría esperar.
—Sí, fantástico, Potter —corroboró Moody.
—Sí, siempre en las diversiones sin contar con nosotros —dijo Fred, queriendo
parecer ofendido.
—Ten familia para esto —añadió George, con la misma expresión que su
hermano.
Harry sonrió. Nunca cambiarían.
—Muy buena la que le hicisteis a Malfoy, cuñadita —dijo Fred, mirando a
Hermione, que se puso colorada al oír cómo la había llamado el gemelo. Ron también
estaba azorado.
—Nos tuvisteis muy preocupados —dijo el padre de Hermione, serio—. Siempre
metiéndoos en líos...
—Tenemos que irnos —interrumpió Moody, mirando el reloj. Llevaba el mismo
bombín que el año anterior, pero Harry casi podía sentir su ojo moviéndose en todas
direcciones, buscando el peligro.
—Sí... —confirmó Lupin—. Bueno, Harry... te veremos pronto.
—Muy pronto —puntualizó la señora Weasley.
Ginny se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, al tiempo que le susurraba al
oído:
—Gracias de nuevo... por todo...
Harry le sonrió.
—Lo mismo te digo. Cuídate mucho y... suerte en los TIMOs.
Ginny asintió, y se alejó. Ron y Hermione se acercaron a Harry.
—Te escribiremos todos los días —aseguró Hermione, abrazándole.
—Todos —corroboró Ron.
—Aún no me acostumbro a la idea de que yo me tenga que ir a Privet Drive
mientras vosotros vais a mi casa —comentó, con un deje de tristeza.
Ni Ron ni Hermione dijeron nada. Harry se volvió y miró a los Dursley, que le
esperaban, observando a sus amigos con miedo.
—Bueno, me voy...
—Todos los días, recuérdalo —dijo Hermione.
—No estarás solo —dijo Ron—. Insistiremos cada día para que vayan a buscarte.
Harry les miró, y observó sus manos, que se habían cogido. Sonrió. Aún no se
había ido y ya los estaba echando de menos. A todos. Pero estaban ahí, con él... y
eso le tranquilizaba algo.
—Aprovechad para estar a solas... —les dijo en voz baja. Ellos se ruborizaron—.
Os echaré de menos...
—Y nosotros a ti —dijo Hermione. Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla.
Ron le estrechó la mano con fuerza y le dio una palmada en el hombro.
Harry dirigió una última mirada a Ginny, que le observaba con tristeza, y le sonrió.
«Cuídate, Ginny», pensó. Se volvió y se acercó a los Dursley.
—Pensé que no acababas nunca, chico —gruñó tío Vernon.
Harry no contestó y siguió caminando, pensando en sus amigos. Recordó el sueño
con Luna y sus palabras.
«Sí, quizás haya esperanza —dijo para sí—. Quizás aún la haya».
Tío Vernon, tía Petunia y Dudley le siguieron, caminando hacia la soleada calle.
Nota Final del Autor

Bueno, hasta aquí hemos llegado. Por fin, tras largos meses, el libro está
completo. No todo me satisface completamente, pero bueno, en algún momento
había que terminar de revisar. Supongo que nadie está nunca del todo contento
con lo que escribe. Por ejemplo, capítulos que me gustaron mucho fueron «El
Sueño», «El Baile de Navidad», «La Historia de Tom Ryddle», «Amor, Dolor y
Muerte»... Otros, como el capítulo de las pruebas de quidditch, no me gustaron
tanto, pero bueno, así es... Quizás sea algo más «sentimental» de lo que sería el
libro de Rowling, pero bueno, ya tienen 16 años, ¿no? Y después de lo que han
pasado... Aparte, hay cambios motivados por otras razones, algunas de las cuales
ya se han explicado aquí, y otras se explicarán en el libro siete. Creo que lo más
pastelero de todo es la relación de amistad entre Harry y Cho (si odiáis a Cho, lo
lamento. Yo la comprendo, y, para más datos sobre ella y sobre como yo la veo,
id a la web que indico más abajo y al principio del libro), y sobre todo, la
relación Ron – Hermione al final... pero bueno, no podían ser siempre unos
tontos... y qué queréis, me encantan esos dos. Lástima que no pueda escribir de
ellos como querría por la limitaciones que me autoimpuse (respeto a la
personalidad de los personajes, contar la historia tal como Harry la ve, intentar no
hacer nada que Rowling no haría...).

Ahora, un descanso, pensar y... comenzar el libro séptimo. Espero


sinceramente que os haya gustado, y que no me odiéis por todas las muertes que
hay... aunque, si alguna merece el odio, es, desde luego, la de Luna. Lo lamento
por sus fans. A mí también me gustaba mucho esa chica. De hecho, escribiendo
este libro aprendí a quererla de verdad, a quererla mucho... pero... esto es una
guerra, y siempre son los más inocentes los que pagan. En fin, siempre podrá
visitarnos en los sueños, ¿verdad?
Supongo que os habrán quedado muchas dudas, ¿no? Ya me imagino lo que
os preguntaréis: «¿Qué le pasó a Snape tras la discusión con Harry?», «¿Qué le
hizo Voldemort a Ginny?», «El sueño de Harry con Luna, ¿fue real, o sólo un
sueño?», «¿Se curará Lucius Malfoy?», «¿Qué pasa con Harry y Ginny, si pasa
algo? ¿Y con Ron y Hermione?»
Sí, muchas preguntas... o eso espero. Bueno, todas tienen contestación en el
libro siete. Todas estas y muchas más... en la web os iré dando alguna pista sobre
el libro siete, y si hacéis las preguntas correctas, quizás os responda a alguna
antes de publicarlo... Pero, si queréis pistas, leed bien este libro, porque hay
muchas, muchas pistas en él... y también en los otros cinco.
Para los fans de Sirius que tal vez esperaran verle corretear por ahí, lo siento...
ya lo dijo Dumbledore, y Rowling lo confirmó: nada puede resucitar a un muerto.
Sin embargo, Sirius está presente, en el recuerdo de Harry, y también lo estará en
el libro siete... Rowling dijo que moría y que había una razón para ello... y bueno,
yo digo lo mismo.
Y bien, ahora una pregunta mía: ¿Alguien pensó realmente que Hermione
llegaría a morir? Supongo que no... ni Harry, ni Ron, ni Hermione podían morir
en el libro seis... aunque, del siete si que ya no se puede decir nada... sólo que
habrá muertes muy, muy dolorosas...
Otra pregunta más: ¿Qué os pareció Henry Dullymer? Un verdadero cabrón,
¿verdad? Sí, ya lo creo... desde luego, es uno de mis personajes preferidos del
libro (su papel, porque, lo que es él como persona, suponiendo que se le pueda
llamar así, es odioso). Tan bien engañaba, que incluso yo, que supe en todo
momento lo que hacía, me sorprendí mientras escribía el capítulo de «El
Infiltrado», de lo malvado que era. ¿Alguien sospechó que Birffen no fuera el
verdadero asesino?

Bueno, y hasta aquí llego. De verdad me he sentido muy feliz escribiendo este
libro. Hacerlo me ha ayudado a comprender cómo son los personajes, a quererlos
más (bueno, a Voldemort no, es un monstruo auténtico, ni a Bellatrix, ni a los
Dullymer, ni a Draco Malfoy, que es que lo odio... Dios, me habría gustado
matarlo dolorosamente, pero... en fin, la historia es la historia, y no puedo hacer
lo que me plazca...) y a admirar más el mundo Harry Potter. Y me alegro de que
aún me quede un libro por escribir...
Si tenéis preguntas, dudas, o cualquier otra cosa, podéis escribirme a
oscarpaz_hp@hotmail.com, o ir a http://oscarpaz-hp.iespana.es. En esta
web iré colgando “material extra”: explicaciones sobre los personajes, cómo
evolucionó la historia, respuestas a preguntas, datos sobre el libro séptimo... etc.
Eso sí, dentro de un tiempo (días o un par de semanas), siendo hoy 28 de agosto
de 2004, porque estoy cansado, y, además, viene septiembre...
Un saludo a todos los lectores y fans de Harry Potter.

Agradecimientos:

Esta sección no podía faltar. Aunque, como dije, sólo me basé en los libros y
en mi imaginación para escribir éste, debo mucho:
• Para empezar, a Rowling, claro... ¿Por qué será?
• A Daniela Lynx, sea quien sea, por su versión de «Harry potter y la
Orden del Fénix». Fue el primer fanfic que leí y lo que me impulsó a
escribir este libro... de hecho, la primera idea me vino justo al acabar
de leerlo...
• A Crazymam, escritora del fanfic, publicado en la web de la Warner
BROS. http://boards.harrypotter.warnerbros.es, tomo español,
titulado «El Don de la Vida». Gracias a ese fic me vino a la cabeza el
papel que Luna representa en esta historia. Además, su fanfic está
genial.
• A todos aquellos que leyeron versiones tempranas de los primeros
capítulos y me apoyaron, a quienes me animaron a publicarlo, a los
que me insistieron una y otra vez... a todos ellos: gracias. Va por
vosotros.

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