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NOTA IMPORTANTE: Todos los derechos de publicación de Harry


Potter pertenecer a J.K. Rowling, a Bloomsbury y, en caso de la edición en
español, a la editorial Salamandra. Los personajes, lugares, y demás
nombres propios tienen copyright de Warner BROS. Por tanto, bajo ningún
concepto puede usarse este texto con ánimo de lucro. Este texto está
escrito y distribuido libremente por mí, basándose en las novelas de J.K.

Rowling, sin otro interés que el de divertirme y divertir a otros.


Óscar Paz, 2004. oscarpaz_hp@hotmail.com |
http://oscarpaz.webcindario.com

Para Lucía,

Que leyó esta historia antes que nadie,

Para Ale,

Que me hizo l orar en la Escena bajo el árbol

E para ti, miña nena,

Que sempre estás comigo cando te necesito.

El Sueño

Transcurría, lenta y calurosa, la tarde del 30 de julio. En el número 4 de


Privet Drive, Little Winghing, Surrey, un chico delgado y con gafas,
vestido con ropa que era demasiado grande para él, lavaba el coche de sus
tíos con aspecto resignado. Hacer las tareas de la casa no era ya un castigo
ni una novedad para Harry Potter, sino la costumbre de toda su vida en
aquel lugar. Aún así, ese verano no le parecía tan importante tener que
hacer cosas, ni tan malo... de hecho, las tareas domésticas le distraían, le
ayudaban a no pensar...

porque eso era lo más horrible de todo: pensar, recordar, porque cada vez
que recordaba una horrible sensación de culpabilidad y desasosiego lo
invadía.

Mientras fregaba el coche, algunos vecinos pasaron por delante de la casa,


lanzándole descaradas miradas de desprecio y repugnancia. Eso a Harry ya
no le importaba. Estaba más que acostumbrado a el as. No vivía en una cal
e donde su aspecto fuera precisamente bienvenido, y no ayudaba que todos
los vecinos creyesen que Harry acudía al Colegio San Bruto para
Delincuentes Juveniles Incurables. Eso, desde luego, estaba
completamente alejado de la realidad, pero sus tíos preferían que los
vecinos creyesen que tenían en su casa a un chico que acudía a esa
institución que a que supiesen la verdad: que Harry asistía cada año al
Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, porque sus tíos odiaban
visceralmente cualquier cosa fuera de lo normal, y tener un mago en
casa... Su mayor miedo era que alguien pudiese descubrirlo algún día, por
lo que castigaban a Harry por cualquier mención o palabra relacionada con
su mundo. El peor día de la vida de los Dursley había sido cuando, quince
años atrás, habían encontrado a Harry a la puerta de su casa, con una carta
en la que se les explicaba que tendrían que quedarse con él, porque sus
padres habían muerto, asesinados por Lord Voldemort, el mago tenebroso
más terrible que el mundo había conocido.

Harry siempre había creído que sus padres habían muerto en un accidente
de coche, hasta que, cuando cumplió los once años, se enteró de la verdad
cuando fue invitado a asistir al Colegio Hogwarts. Durante sus cinco años
al í, siempre se había preguntado por qué Lord Voldemort había ido tras él,
no tras sus padres, sino tras él, que sólo era un bebé... y, finalmente, lo
había sabido: había averiguado la existencia de una profecía, una profecía
que lo señalaba a él como al único que tendría poder para vencer a
Voldemort, una profecía que decía, básicamente, que uno de los dos
tendría que matar al otro... Harry no comprendía aún como se había
sentido después de conocer la verdad por la cual su padrino había muerto,
la verdad por la cual había sido engañado y l evado al Departamento de
Misterios, acompañado por sus amigos, que habían estado a punto de
morir... Harry no podía ni pensar en el o sin sentir atroces punzadas de
culpabilidad y de dolor. La verdad, que Dumbledore finalmente le había
revelado, le había aislado aún más del resto del mundo. Generalmente, se
sentía fuera de lugar cuando estaba en Privet Drive, pero ahora se sentía
igual respecto al mundo mágico; se sentía como perteneciente a otra
dimensión. No había sentido ni un solo momento de felicidad en todo el
verano, ni siquiera las continuas cartas de Ron y Hermione (e incluso de
Ginny y Lupin) que recibía eran capaces de alegrarle. No podía con la
culpa; podía odiar a Snape, podía estar enfadado con Dumbledore, pero, en
el fondo, sabía que la culpa era suya. Él era el que se había dejado engañar,
aún cuando Hermione le había dicho que seguramente sería una trampa...
Intentó no pensar más. Acabó de enjabonar el coche y empezó a darle con
la manguera para aclararlo.

Entonces se abrió la puerta de la casa, y su primo Dudley, cuyo tamaño,


según opinaba Harry, amenazaría al de una bal ena joven, salió al exterior,
sonriéndole con malicia.

—¿Te diviertes? —le preguntó, mientras comía un gran trozo de


chocolate.

—Cál ate —le espetó Harry, sin mirarle siquiera.

—¿Estás triste? Llevas todo el verano así. ¿No te gustan las vacaciones,
primo?

—He dicho que te cal es —repitió Harry, mirando a Dudley con una
expresión que el otro sólo le había visto una vez, el año anterior, y había
terminado siendo atacado por dos dementores (aunque Harry no había
tenido nada que ver con eso, salvo en el hecho de que iban a por él).

Dudley cal ó un instante, con miedo, pero luego se dio cuenta de que Harry
no tenía la varita con él.

—No me das miedo —dijo—. No l evas esa cosa...

—¿Por qué no te largas a fumar al parque con tus amiguitos y me dejas en


paz? —le preguntó Harry, alzando la voz.

Dudley miró hacia la casa, temeroso de que su madre, que creía que era
una especie de angelito, hubiese oído lo que Harry había dicho.

—¡Habla más bajo!

—¿Tienes miedo de que mami oiga que su peoncita fuma? —se burló
Harry, sin verdadera diversión. Antes aquel o le habría hecho disfrutar,
pero esas cosas ya pertenecían al pasado, a otra vida completamente
distinta. Prefería que Dudley le dejara en paz.
Dudley le gruñó, crispando los puños.

—Que te diviertas —le dijo finalmente, yéndose por Privet Drive arriba.

Harry ni siquiera le miró. Terminó de lavar el coche, recogió la manguera


y las demás cosas y entró en la casa.

—¿Has acabado de lavar el coche? —le preguntó tía Petunia con


severidad.

—Sí —respondió, lacónico.

—Bien —dijo el a, poniendo la cara más amable de la que era capaz con
Harry—. Entonces puedes comerte un trozo de helado, si te apetece.

Harry se quedó asombrado, aunque ese tipo de comportamiento empezaba


a ser normal ese verano. Desde luego, Harry sabía por qué era: sus tíos
vivían atemorizados de que algún mago pudiera aparecer por Privet Drive
si trataban mal a Harry, tal como les habían advertido en King’s Cross un
mes antes. Cada vez que habían regañado a Harry por algo, tía Petunia se
pasaba horas frente a la ventana, mirando recelosa, quizás esperando ver
aparecer gente con túnicas extrañas, el pelo rosa o parches que ocultasen
horribles ojos giratorios. Sólo de pensar lo que pensarían los vecinos si
gente así entraba en su casa, los Dursley se ponían lívidos, así que ese año
estaban haciendo un esfuerzo y procuraban tratar a Harry todo lo bien que
podían, lo cual, generalmente, equivalía a ignorarle por completo.

Cogió un trozo de helado y se fue a su habitación. Pensaba pasarse la tarde


al í, sin hacer nada más que mirar al techo o por la ventana. A pesar de
toda su tristeza, notaba que un cambio sí se había producido en él, y
deseaba ver a sus amigos, su único apoyo. Sabía (o al menos, esperaba),
que las cosas serían más fáciles estando con el os. Cuando entró en su
habitación, vio a Hedwig, su lechuza, que estaba en la jaula, bebiendo
agua. Encima de la cama tenía dos cartas: una era de Ron; la otra tenía el
sel o de Hogwarts y el del Ministerio de Magia. Se sentó en la cama, dejó
el helado en la mesil a y abrió la carta de Ron: Hola Harry:
¿Qué tal te va con los muggles? Espero que la amenaza de Moody, mi
padre y los demás siga causando su efecto en el os y te traten como
mereces. Supongo que ya estarás harto de estar ahí, así que te alegrará
saber que Dumbledore nos ha dicho que para mañana, que es tu
cumpleaños, podremos ir a buscarte y l evarte a Grimmauld Place. Sé que
esperabas que fuésemos a por ti antes, pero no ha sido posible. Mi madre
dice que haremos una fiesta.

Hermione también irá, cuando l egue de España. Fred y George también


están aquí, y seguro que traen un montón de cosas de la tienda de bromas,
tienen algunas verdaderamente geniales. Espero que se traigan algo
nuevo... si mi madre les deja, claro. Tengo muchas ganas de verte, amigo.
Hasta mañana.

Atentamente.

Ron

¡Vendrían a buscarle...! Harry sintió la primera sensación de alegría desde


que había dejado a sus amigos en la estación en junio. Mañana, a esas
horas, estaría con Ron y los demás, lejos de aquel a casa. Durante un
momento, sólo un momento, sintió una alegría como la de antaño... hasta
darse cuenta de a dónde irían... Harry había esperado ir a La Madriguera,
pero era obvio que irían a Grimmauld Place... y al í no estaría Sirius.
Harry volvió a deprimirse. No sabía cómo se tomaría el entrar de nuevo en
aquel a casa, el ver a los demás y que su padrino no estuviese con él...
Abrió el baúl, y guardó la carta de Ron junto a las otras y una postal que
Hermione le había enviado tres días antes desde Cádiz, donde veraneaba
con sus padres.

Sus ojos se desviaron hacia su Saeta de Fuego, la mejor escoba voladora


del mundo, que Sirius le había regalado cuando iba en tercero, antes
incluso de conocerle. Desvió la mirada hacia un recorte de periódico que
guardaba. Era un artículo de El Profeta, de principios de julio: EL
MINISTERIO RECONOCE ERRORES EN EL

CASO DE SIRIUS BLACK


La Directora del Departamento de Seguridad Mágica, Amelia Susan
Bones, declaró ayer a El Profeta que se habían producido importantes
novedades respecto al caso de Sirius Black y a los sucesos ocurridos hace
quince años, que le valieron a Black una estancia de doce años en
Azkaban, hasta que hace ahora tres años lograra fugarse, siendo el
primero de los encarcelados al í en conseguirlo.

Sirius Black, como todo el mundo sabe, había sido acusado de vender a
Lord Voldemort a Lily y James Potter, y de asesinar a Petter Pettigrew,
amigo de Black y los Potter, que le había 4

acorralado, y a otros doce muggles en una cal e. Capturado, fue enviado a


Azkaban sin juicio previo.

Tras su fuga, se creyó que Black iba tras Harry Potter, su ahijado, para
terminar el trabajo comenzado por su amo doce años antes; sin embargo,
atrapado en Hogwarts, antes de volver a fugarse había declarado que él
no había matado a aquel a gente, sino que había sido una trampa de Peter
Pettigrew, quien, según Black, seguía vivo, contrariamente a lo que todos
creían. Curiosamente, Harry Potter y dos amigos suyos, que habían sido
capturados por Black, confirmaron la historia, aunque, creyendo que
Black los había hechizado, nadie les concedió crédito.

No obstante, tras aceptar lo que Harry Potter y Albus Dumbledore l evan


diciendo desde junio del año pasado sobre el retorno de El Que No Debe
Ser Nombrado y la forma en que lo hizo, y las confesiones de algunos de
los partidarios del mismo, tras su captura en junio de este año, se
confirmó la realidad: Sirius Black es inocente, y el asesino que debía de
ser buscado en su lugar, Peter Pettigrew, se encuentra en paradero
desconocido. Ante esto, el Ministerio ha revocado la Orden de Merlín de
Primera Clase de Pettigrew, concediéndosela a Black, quien,
lamentablemente, tendrá que recibirla a título póstumo, ya que cayó
luchando contra los seguidores de El Que No Debe Ser Nombrado para
salvar a su ahijado, en junio pasado, durante los sucesos que revelaron al
mundo que...

Harry derramó una lágrima mientras terminaba de leer el recorte por


enésima vez. Al í, junto a él, tenía el distintivo de la Orden de Merlín de
Primera Clase que le habían concedido a Sirius; Dumbledore se la había
enviado. Harry había estado recibiendo El Profeta durante todas las
vacaciones, y su nombre había salido multitud de veces, al igual que los de
Ron y Hermione, e incluso, aunque menos, los de Nevil e, Ginny y Luna.
Pareciera que en El Profeta hubiera nacido un repentino interés por
conocer más a fondo a los amigos de Harry y a las aventuras en que se
habían visto envueltos. Harry, sin embargo, despreciaba todo aquel o,
aunque seis meses antes hubiera dado la mitad de lo que poseía en su
cámara de Gringotts por ver artículos como aquel os. Invariablemente, leía
el periódico y luego lo tiraba. Sólo había conservado aquel recorte.

Lo guardó en el baúl y volvió a la cama. Vio entonces la carta del


Ministerio, de la que se había olvidado totalmente. La abrió, y se dio
cuenta de lo que eran: las calificaciones de sus TIMOs. Apenas se había
acordado de que tenía que recibir los resultados. Sintió un deje de
nerviosismo, pero apenas le importó.

Antes se habría sentido muy preocupado por los resultados, de los cuales
dependería qué asignaturas podría tener en sexto, y consecuentemente, qué
carrera podría hacer. Pero ahora pensaba que eso no tenía demasiada
importancia; su futuro estaba ya marcado, tuviera las notas que tuviera.

Sacó el primer pergamino que había dentro, que era el certificado de los
TIMOs, y lo leyó: RESULTADOS T.I.M.O.

Harry James Potter

Transformaciones...................................... Supera las expectativas


Adivinación................................................................ Insatisfactorio
Encantamientos........................................ Supera las expectativas Hª de la
magia................................................................. Aceptable Defensa Contra
las A. O........................................... Extraordinario
Astronomía...................................................................... Aceptable
Pociones.......................................................................... Aceptable Cuidado
de Criaturas Mágicas................. Supera las expectativas
Herbología................................................ Supera las expectativas

Firmado: 5
Griselda Marchbanks, Presidenta del Tribunal de Exámenes Mágicos.

Se sorprendió ¡no estaban nada mal!. Había obtenido ocho TIMOs, con
cuatro «Supera las Expectativas» y un «Extraordinario». Sonrió un poco.
La verdad, había esperado tener un «Extraordinario» en Defensa Contra las
Artes Oscuras, pero no se lo había dicho a nadie por si acaso... se imaginó
la cara de Dolores Umbridge si lo viera... e instantáneamente se puso
serio. No le agradaba recordar a Dolores Umbridge, la última profesora de
Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry creía que incluso la odiaba más
que a Snape.

El a le había hecho la vida imposible en Hogwarts a base de decretos y


decretos del Ministerio, firmados por Fudge. El a le había enviado dos
dementores, que, si bien no consiguieron absorberle el alma casi habían
provocado que le expulsaran del colegio y le rompiesen la varita... le había
apartado del equipo de quidditch e incluso había pretendido utilizar contra
él la maldición cruciatus...

Intentó alejar a Dolores Umbridge de su cabeza y abrió el otro pergamino


que contenía la carta. Estaba firmado por la profesora McGonagal ; decía
que pronto recibirían una carta con las asignaturas a escoger para el año
siguiente. Harry guardó el sobre en el baúl.

Se tiró sobre la cama. Incluso había aprobado Pociones... imaginó que


seguramente Snape se sentiría decepcionado. Seguramente le habría
amargado el curso recordándole lo malo que era en su clase y demás, pero
a Harry no creía que eso le importara ya. Con un Aceptable, Snape nunca
le admitiría en sus clases de Pociones para el EXTASIS, así que se libraría
para siempre de su asignatura más odiada. No tener más Pociones eran
unas perspectivas maravil osas. En otras circunstancias, ya estaría saltando
de alegría. En la situación actual, se sentía bastante contento ante la idea.
Imaginar cómo sería un año entero de Pociones después de haber mirado
en el Pensadero de Snape le aterrorizaba. Los últimos días de la asignatura
ya habían sido suficientemente horribles, no necesitaba repetirlos. Aparte
de Pociones, ya no tendría más Adivinación, porque la había suspendido.
Tampoco le importaba. Estaba harto de inventarse tragedias en los trabajos
y de que la profesora Trelawney no parase de predecirle la muerte
constantemente; no le importaba mucho, porque la profesora Trelawney
sólo había hecho dos profecías auténticas en su vida, y ni siquiera era
consciente de el o...

Harry se acordó de cómo le habría ido a Ron y a Hermione. Suponía que


Hermione habría tenido un

«Extraordinario» en todo o en casi todo... era la alumna más inteligente de


Hogwarts, no había nada que el a no supiera ni pregunta de clase en la que
no levantara la mano. No le habría extrañado nada que sacara una nota
superior a la máxima. Hermione se había quejado mucho de los exámenes,
pero teniendo en cuenta que para el a, como decía Ron, un trabajo de clase
en el que le hubieran puesto un nueve era su peor pesadil a, no se le podía
hacer mucho caso. Esperaba que también a Ron le hubiera ido bien.
Suponía que si él había sacado 8 TIMOs Ron no habría sacado menos. En
cuanto a las cosas del colegio, excepto quizás en Defensa Contra las Artes
Oscuras, Harry no era mejor que Ron en nada. Se acordó de Hagrid y de lo
contento que se iba a poner cuando supiera que había sacado un «Supera
las expectativas» en Cuidado de Criaturas Mágicas, la clase que Hagrid
impartía, compaginándola con sus labores de Guardabosques y guardián de
los terrenos de Hogwarts. Hagrid era el profesor preferido por Harry,
aunque el o se debía mucho más a la amistad personal que le unía a él
(Hagrid había sido el primer miembro de la comunidad mágica que había
conocido Harry. Le había rescatado de los Dursley cuando le l egó la hora
de entrar en Hogwarts y éstos habían intentado por todos los medios evitar
que fuera) que a las aptitudes como profesor de Hagrid en sí. Aunque sabía
muchísimo sobre criaturas mágicas, la predilección de Hagrid por los
monstruos era un tanto... peligrosa. Hagrid habría preferido tener como
mascota un dragón que un perro, tenía amistad con arañas gigantes, había
comprado un perro enorme de tres cabezas al que l amaba Fluffy y se había
traído a un gigante al bosque prohibido...

Harry se incorporó. Cogió su helado, que se estaba derritiendo, y se acercó


a la ventana. Miró al exterior. La verdad era que hacía un día excelente.
Decidió guardarse un poco las penas y las amarguras y salió de la casa,
avanzando por Privet Drive arriba, con paso lento, como perdido. Incluso
sonrió. Si algún vecino le veía, seguramente pensaría que tramaba algo, o
que estaba drogado... Caminó, pensando si todavía estaría siendo vigilado
por la Orden. Suponía que sí, aunque nunca había visto a ninguno de el os
por al í.

Seguramente l evaban una capa invisible. Le gustaría ser como Moody o


Dumbledore, y poder ver a través de las capas invisibles, pero, por
desgracia, no podía. Ya no le importaba que estuvieran vigilándole sin
decírselo, aunque el verano anterior, cuando se había enterado, se había
enfadado muchísimo. Ahora eso le parecía un asunto sin importancia; de
hecho, por un lado incluso pensaba que era mejor no saber si lo vigilaban y
quién lo hacía, no le apetecía hablar con nadie.

Caminó por la cal e Magnolia, dirigiéndose al parque infantil donde


pensaba sentarse un rato en uno de los bancos. Cuando l egó, algunos de
los niños le miraron de forma rara y cuchicheando... pero eso ya no le
importaba. Se había acostumbrado a los cuchicheos a su paso, a que la
gente torciera la cabeza cuando le 6

veía, e incluso a que le tuviesen miedo... tanto en el mundo mágico como


en el mundo muggle. En uno, la curiosidad y los murmul os los despertaba
su cicatriz, en el otro, sus ropas grandes y raídas... y en ambos casos, su
fama. Harry se preguntaba por qué algunos de los chicos del barrio tenían
miedo de él, cuando su primo Dudley era el verdadero matón. Al fin y al
cabo, él no se había metido nunca con nadie, al contrario que Dudley y los
suyos, que eran el terror del lugar. No obstante, como sucedía con todo lo
que concernía a su «pequeñín», los Dursley ignoraban absolutamente todo
lo que hiciese pensar que su hijo no era el angelito que el os creían.

Harry se quedó deambulando por el parque hasta que la tarde empezó a


caer. Cuando l egó el crepúsculo y las farolas empezaron a encenderse,
decidió que era mejor volver a casa y prepararlo todo... también tendría
que decirles a sus tíos que al día siguiente se iba, quisieran el os o no. Por
muy mal que fuese a sentirse en Grimmauld Place, prefería estar al í que
en Privet Drive.

Mientras volvía hacia la cal e Magnolia, Harry oyó un estruendo de risas y


varios chil idos de chicas. Se acercó a ver qué sucedía y descubrió a su
primo Dudley con sus amigos: habían asustado a un grupo de chicas con
una serpiente que Piers Polkiss, el mejor amigo de Dudley, l evaba encima.
Se reían como bobos. Decidió pasar de el os y volver a casa, cuando
Gordon, uno de los gorilas amigos de su primo, le vio.

—¡Eh, Dudley! ¡Mira quien va por al í!

Dudley miró, y su sonrisa se esfumó.

—¡Si es nuestro querido Harry Potter! —gritó Piers, acercándose—. ¿Lo


asustamos un poco, Dud?

—Dejadle, no le hagáis caso —dijo Dudley, intentando parecer valiente,


pero debatiéndose por dentro. Harry podía sentirlo, aunque no l evaba su
varita, Dudley tenía miedo de lo que pasaría si a Harry le maltrataban...

—Vamos, podemos divertirnos un poco —dijo Piers, mientras los demás


le rodeaban, riéndose—. ¿Te gusta mi serpiente, Potter? —le preguntó,
divertido, mientras la serpiente silbaba.

Harry podría haberse asustado en otras circunstancias, al no tener su


varita. Pero no en aquél as, con aquel a serpiente al í. Él habría preferido
que le dejasen en paz, desde luego, pero ahora que se habían metido con él
ya no. Quería liberar su rabia contra el os, hacerles sentir miedo... el
estúpido de Piers no tenía ni idea de que Harry sabía hablar pársel; daba
igual lo amaestrada que la tuviera, si Harry le decía algo, la serpiente le
obedecería al instante.

Dudley se acercó, fijándose en su primo, y se dio cuenta, con una sonrisa,


de que Harry no l evaba su varita con él.

—Vaya... a ver si eres tan valiente ahora...

—A tus papis no les va a gustar esto, Dud... podrían recibir visitas...

Dudley dio un bote repentino, y los demás se quedaron mirándole, aunque


no podían comprender qué le había pasado. Harry sí lo comprendía. Sin
embargo, el miedo de Dudley se esfumó al ver las caras de duda de sus
amigos. Volvió a sonreír.

—¿Sabéis que mañana es el cumpleaños de Harry?


—¿Sí? —preguntó Piers, risueño—. Bueno, entonces dejemos que
comehombres le dé un regalito —añadió, acercando la serpiente a Harry.

—¿ Comehombres? —se rió Harry—. Qué ocurrente eres...

—¿No tienes miedo, Potter? Creo que duele mucho su mordisco... —dijo,
ofendido por la risa de Harry, acercándole la serpiente aún más, hasta que
estuvo a treinta centímetros de su cara. La serpiente silbó con más fuerza.
Gordon, Malcom y Dudley se reían.

Pero Harry ya no. Fijó sus ojos en los de la serpiente, y todo cambió. La
serpiente dejó de silbar al instante, notando el dominio de Harry y su
verdadera naturaleza. Harry se perdió en los ojos del animal, sintiéndose
como nunca lo había hecho al usar la lengua pársel; sintió que podía
dominar a la serpiente con su sola mirada... Sintió algo nuevo, distinto,
dentro de sí, pero no le dio importancia, sólo quería asustar un poco a esos
imbéciles. Silbó algo. Piers le miró extrañado, al igual que los demás.
Harry levantó un brazo y tocó la cabeza del animal. Comehombres, para
sorpresa de su dueño, se deslizó por el brazo de Harry y se envolvió en él.
Los demás retrocedieron, espantados.

—¿Qué...? —se preguntó Piers.

Harry sonrió.

—No eres muy listo, ¿eh, Piers? ¿Qué tal si te atacara a ti?

Harry volvió a silbar de aquel a forma extraña, y la serpiente abandonó su


cuerpo, dirigiéndose, amenazante, hacia su dueño, que retrocedió
horrorizado.

—¡No...! —gritó, muy asustado—. ¿Qué haces? ¿Cómo haces eso?

—¿Tienes miedo, Piers? —dijo Harry, que seguía sonriendo y caminaba


lentamente, siguiendo a la serpiente. Harry deseaba que la serpiente les
mordiera... pero entonces reaccionó. Volvió a hacer aquel os ruidos
sibilantes, y el animal se detuvo, acariciándole la mano. Harry levantó la
mirada hacia los demás, pensando en lo que había estado a punto de hacer
—. Largaos.

El os le miraron con terror, Piers cogió a la serpiente (con miedo) y se


marcharon sin despedirse de Dudley, que se le quedó mirando, con
evidente miedo en la cara. Obviamente, los demás, aunque habían
percibido algo extraño, no sabían nada, pero Dudley pareció entender.

—No necesito mi varita para hacer ciertas cosas, Gran D —le aclaró Harry
—. Y estas cosas, además, puedo hacerlas sin más, no tengo que dar
explicaciones por el as. —Cal ó un momento, y miró a su primo más
fijamente—. Te advierto una cosa, Dudley: no son buenos tiempos para
mí, ni en realidad para nadie... no hagas que me enfade, podría ser muy
desagradable... Recuerda a tía Marge.

Harry se refería a la vez que había convertido a su tía en globo, durante


una cena, sin varita, sólo por haberse sentido muy enfadado, ya que su tía
había estado criticando a sus padres, de los que, desde luego, no sabía nada
que fuese verdad.

Dudley no le respondió. Estaba lívido. Harry emprendió el regreso a casa,


sin esperar por él, que le siguió, con paso lento, unos minutos después.

Cuando l egó al número 4, tío Vernon ya estaba en casa, en el salón. Tía


Petunia preparaba la cena. Harry subió a su cuarto, tirándose en la cama,
mientras esperaba la hora de la cena. Empezó a pensar en lo sucedido.
¿Qué había pasado en el parque? ¿Qué era aquel a sensación que había
sentido al mirar a la serpiente? La había dominado sólo con la mirada...
¿Cómo lo había hecho? No lo sabía... pero no le gustaba. En aquel
momento no le había importado, pero ahora, al pensarlo... Intentó
olvidarlo y se puso a leer un libro. Sintió a Dudley entrar, un rato después.
Cuando finalmente su tía le l amó, bajó al comedor.

Miró a Dudley y le dirigió una sonrisa maliciosa. Había sido un desquite


dulce, que le había liberado de parte de la rabia que sentía, pero meterse
con su primo no era suficiente. Quizás antes, pero no ahora. Se sentó y
empezó a comerse su filete. Dudley no decía nada, y comía carne como si
la fuesen a prohibir al día siguiente.

—Mañana vendrán a buscarme —anunció Harry de pronto.

—¿Cómo dices, chico? —preguntó su tío, mirándole.

—He dicho que mañana vendrán mis amigos a recogerme.

Tía Petunia puso cara de espanto.

—¿Vendrán a recogerte? ¿Cómo? —gruñó su tío, mirándole—. ¿No


vendrán con cosas raras, verdad?

Harry no le contestó. La verdad, Ron no le había dicho cómo vendrían a


recogerle... y seguro que a su tío no le hacía gracia que le volvieran a
destrozar el salón.

—Eh, vendrán en coche, creo —dijo Harry para tranquilizar a sus tíos.

—Más vale. Y esperemos que se vistan como la gente normal...

Harry tampoco respondió.

—¿A qué hora vendrán? —inquirió su tía.

—No lo sé... supongo que por la mañana —respondió Harry, acordándose


de que iban a celebrar una fiesta por su cumpleaños.

Siguió comiendo. En ese momento, comenzaban las noticias. Harry casi


nunca las veía, ahora que El Profeta había publicado por fin la verdad. No
obstante, no había sucedido nada desde lo del Ministerio. Ni siquiera los
mortífagos encerrados en Azkaban habían huido aún, y Harry no dejaba de
preguntarse por qué, si los dementores habían abandonado la prisión. ¿Qué
los retenía? Harry no lo sabía. Si habían escapado antes, cuando los
dementores aún custodiaban la prisión...

—¡Otra vez hablando de los raros esos! —gruñó de pronto tío Vernon,
mirando al televisor y sacando a Harry de sus pensamientos.
—...La mencionada señora aseguró ante la policía, muy asustada, que
había visto a dos mortífagos cerca de su casa durante la noche y... —Harry
se quedó atónito. ¿Había dicho «mortífagos»? ¿En el noticiario muggle?—
...La policía no encuentra motivos para creer que realmente pudiera haber
dos miembros de esa peligrosa secta por la región, pero las investigaciones
continúan. Como nuestros telespectadores recordarán, los mortífagos,
nombre que se dan a sí mismos los integrantes de esta extraña secta, son
altamente peligrosos y no deben de ser atacados bajo ningún concepto, y
menos cuando van vestidos con las túnicas y máscaras que usan para
cometer sus crímenes. Aún no se conoce claramente sus objetivos ni sus
pretensiones, pero algunos de el os, identificados por la policía, son
estos...

Siguió una imagen de algunos de los mortífagos que no habían ido a


Azkaban en junio: Colagusano, Goyle, Travers... Harry detuvo su mirada
sobre la imagen de Bel atrix Lestrange... el a había matado a su padrino, el
a había torturado hasta la demencia a los padres de Nevil e... Harry no
odiaba a nadie tanto como a el a, excepto quizás a Colagusano y al propio
Voldemort. Algún día se vería las caras con el a, se lo había jurado muchas
noches durante las cuales la imagen de Sirius, abriendo los ojos y cayendo
a través del arco lo asaltaban sin cesar.

—¿Te pasa algo, chico? —preguntó tío Vernon, mirándole con desagrado.

—No —respondió Harry con sequedad.

—¿Como que no? ¡Mirabas esas fotografías como si los conocieras!

—Porque los conozco.

—¿Los conoces?

—Son magos —respondió Harry—. Magos malvados. Seguidores de


Voldemort —aclaró.

—¿Voldemort? ¿Esos molígrafos son seguidores de ése?


—Sí.

—¿Y por qué salen en nuestro telediario? —preguntó tío Vernon, ofendido
ante la idea.

—El Ministro de Magia habrá informado al Primer Ministro de que...

—¡¡No digas eso aquí!! —le espetó su tío. Saber que existía un Ministerio
de Magia era un shock del que aún no se había repuesto.

—Está bien —dijo Harry, exasperado—. Esa gente es muy peligrosa. Para
todo el mundo, no sólo para nosotros... La última vez, antes de que...
matara a mis padres, muchos mugg... muchas personas normales también
fueron asesinadas...

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué tenemos nosotros que ver con...?

—Él odiaba a los... los magos que son hijos de gente normal, como... como
a Lily —explicó tía Petunia con trabajo. Harry la miró boquiabierto por
segunda vez en dos años... Era la primera vez que l amaba a la madre de
Harry, su hermana, por su nombre.

Tío Vernon la miró extrañado. Harry continuó.

—Él desea apoderarse de todo nuestro mundo —explicó—. Pero si lo


consigue... también irá a por lo demás.

—¿Cómo? —bramó tío Vernon—. ¿Que ese Lord Voldcomosel ame viene
también a por nosotros?

—Sí —respondió Harry—. Si consigue apoderarse del mundo mágico...


nada os salvará.

Tío Vernon no decía nada. Aquel o era demasiado para él. Habían acabado
de cenar, pero ninguno de los cuatro se movió de la mesa.

—¿Y hacéis algo para detenerlo? —preguntó, por fin.


—Por supuesto —respondió Harry—. Muchos magos están arriesgando su
vida para vigilarle, para enfrentarse a él, para protegerme...

—¿Protegerte? —preguntó su tío—. ¿Qué tienes que ver tú...?

—Tengo que ver porque sólo yo puedo matarle —respondió Harry con
desgana. Aún no creía que estuviese teniendo aquel a conversación con sus
tíos—. Si él me mata a mí... se acabó.

Su tío abrió la boca. Tia Petunia profirió un quejido, y Dudley miraba a


Harry como si nunca antes le hubiese visto. Harry no dijo más. Se levantó
y subió a su habitación, sin que nadie intentase detenerlo, cerrando la
puerta tras de sí.

Se acercó a la ventana, pensativo. Se acordó de enviarle una lechuza a


Ron, para decirles que usaran un método de viaje lo más normal posible,
pero luego decidió que ya era demasiado tarde para eso si venían a
buscarle por la mañana, así que lo dejó.

Ya era noche cerrada, pero la brisa era suave y cálida. Harry observó largo
rato ese mundo, un mundo tranquilo que no tenía ni idea de que, en algún
lugar, Lord Voldemort tramaba algo, reclutaba seguidores, y preparaba
planes... ¿Qué pretendía? ¿Por qué no actuaba, ahora que todo el mundo
sabía ya que había retornado? No lo sabía. No había vuelto a tener más
visiones, aparte de algún que otro ocasional dolor de la cicatriz. Los
dolores habían sido algo más fuertes las dos últimas noches, pero nada
serio. También sabía que había soñado con algo, pero al levantarse no
había recordado qué era. No le importaba, realmente, y casi lo prefería,
porque últimamente sólo soñaba con pesadil as donde lo ocurrido en el
Departamento de Misterios y en el cementerio de Little Hangleton se
entremezclaban de forma horrible. Cerró la ventana y volvió a su cama. Se
acostó sobre el a, y decidió leer algo para quitarse de la cabeza las
preocupaciones.

Terminó cogiendo el libro Equipos de Quidditch de Gran Bretaña e


Irlanda, que Hermione le había regalado hacía dos años. Lo había leído
cientos de veces, pero no le importaba, porque Harry era un forofo del
quidditch, aparte de un excelente jugador del mismo deporte. Empezó a
pasar las páginas, que casi se sabía de memoria, pero sin verdadero
interés. ¿De verdad había l egado a tal extremo de depresión que ya ni el
quidditch ni la perspectiva de ver a sus amigos consiguiesen alegrarlo?

Había sido, desde todos los puntos de vista, un día excelente: había
recibido buenas notas en sus TIMOs, no tendría más clases con Snape, al
día siguiente, que era su cumpleaños, se iría a Grimmauld Place con sus
amigos, había asustado a Dudley y a su banda sin violar ninguna ley... y
aún así, se encontraba vacío, triste. Nada de aquel o tenía verdadera
importancia. Las vivencias del pasado y la terrible amenaza del futuro
pesaban sobre él como losas, alejándolo del mundo normal. Se sentía
aparte, distanciado de todos, diferente. Diferente. Se dio cuenta de que en
todos sus años de vida nunca había sabido realmente lo que esa palabra
significaba para él: diferente...

Dejó el libro a un lado. No podía concentrarse. Sólo una cosa lo alegraba:


no podía ir ya a peor. De todas formas, al menos al día siguiente estaría
con los Weasley, que siempre habían sido para él como una familia... de
hecho, mejores que su auténtica familia. Harry sabía que le querían como
a un hijo, y él les quería a el os como unos padres. Tal vez... tal vez
pudiera alegrarse sólo un poco. Tal vez.

Se desvistió y se metió en la cama. Se esforzó por dormirse y no tardó en


hacerlo.

Entonces, la cicatriz volvió a dolerle fuertemente. Hacía semanas que no


sentía un dolor como aquel. Le había dolido a veces durante el verano, sí,
pero no como esa vez. Supuso que Voldemort estaba muy enfadado por
alguna razón... aunque, realmente, no notaba el enfado, o la alegría, como
la notaba otras veces. Harry se acostó intentado volver a dormirse, pero el
dolor continuaba. La cabeza empezó a darle vueltas, y sus pensamientos se
iban y volvían, entremezclados con recuerdos. Sintió que no controlaba su
mente, y de pronto vio a Sybil Trelawney, hablándole con aquel a extraña
voz que una vez le había oído: «El Señor Tenebroso está abandonado y sin
amigos, abandonado por sus seguidores...» Repentinamente, la visión
cambió y la vio como la había visto en el pensadero de Dumbledore: «El
único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca, nacido de...»
Harry veía, mientras se sumía en sueños cada vez más y más profundos, a
su antigua profesora de Adivinación realizar la dos profecías sobre Lord
Voldemort, y su visión dio paso al recuerdo del departamento de
misterios... y a Sirius... y de nuevo la profecía, cuya voz parecía proceder
de un pozo cavernoso cada vez más hondo... «...y uno de los dos deberá
matar al otro...» «...antes de la medianoche, el vasal o se liberará y se
reunirá con él, y el Señor Tenebroso se alzará de nuevo, más grande y más
terrible que nunca»... Harry corría por entre las estanterías l enas de
esferas, pero no veía a Hermione ni a Nevil e... ni a Ron, ni a Ginny ni a
Luna... ¿Dónde estaban? ¿Les habían atrapado los mortífagos? No lo sabía.
De repente se oyó un fuerte estruendo. Harry se detuvo, cubriéndose la
cabeza con los brazos. Todas las estanterías se derrumbaron, y estal aron
las esferas, desparramándose por el suelo, y de todas salía la imagen de la
profesora Trelawney, que hablaba: « ...ninguno puede vivir mientras el
otro sobreviva...» Harry cayó de rodil as, gritando, mientras la estancia
empezaba a dar vueltas y vueltas, mareándolo. Luego sintió que se hundía
en un pozo, y cayó, cayó durante lo que le pareció una eternidad. Cuando
aterrizó, se levantó y abrió los ojos. Entonces vio que salía de una tumba
en un cementerio. Miró la lápida, que ponía «Tom Ryddle» y, mientras
miraba, contempló horrorizado cómo aparecía debajo una nueva
inscripción: «Harry James Potter». Gritó, pero nada salió de su garganta.
Una sombra le cubrió de repente. Se volvió, y frente a él se erguía
Voldemort, y ciertamente parecía más grande y terrible que nunca. Sus
ojos despedían l amas, sus labios se curvaban en una sonrisa espeluznante,
y apuntaba a Harry con la varita. «Te he impuesto mi marca... te he hecho
mi igual...», decía, y se reía... y Harry vio con horror como una cicatriz
idéntica a la suya aparecía en la frente del mago. Éste bajó lentamente su
varita hasta apuntarle directamente al corazón. Su boca se abrió, y aunque
Harry gritaba con todas sus fuerzas, seguía oyendo como Voldemort se
reía y pronunciaba las palabras « Avada Kedavra»

mientras seguía apuntándole. Harry cerró los ojos esperando el impacto,


pero éste no se produjo. En su lugar, volvió a sentir como caía, y dejó de
oír al mago, porque se alejaba en la oscuridad. Cuando se detuvo y abrió
los ojos sintió que todo era distinto. Todo había cambiado, y estaba en otro
lugar, y también en otro tiempo. Algo había pasado, porque ahora no se
sentía como en un sueño, sino que notaba que aquel o no era real... podía
sentir lo que sentía su otro yo, pero no podía hacer nada más... Se sentía
diferente, pesado, inmenso... y poderoso, poderoso como nadie, poderoso
como nada... Se encontró sentado en una sala oscura. Delante de él,
lentamente, un rostro fantasmal se acercaba mientras le hablaba... Harry
reconoció la cara como la de Salazar Slytherin, uno de los cuatro
fundadores de Hogwarts. Había visto su imagen en la cámara de los
secretos cuando iba en segundo. Slytherin movía los labios, pero Harry, al
principio, no le oía, luego, cuando se acercó más, empezó a comprender
sus palabras: «...te has unido a él. Te has unido a mi heredero... bien...
bien... te he esperado... tanto tiempo... te alejaste mucho, pero has vuelto,
al fin has vuelto... al fin has venido a mí... y la conseguirás para él, y
entonces...» Harry quería oír qué era lo que tenía que conseguir, pero no
pudo, porque la imagen de Slytherin se desvaneció. El Harry que le
escuchaba sonreía... pero él se horrorizaba por dentro... algo malo,
horrible, le había sucedido, algo terrible, pero no l egaba a saber qué era.
Entonces se levantó, y era alto, y vestía de negro, y ya no estaba en aquel a
estancia oscura, sino en lo alto de una montaña, y cientos de mortífagos se
arrodil aban ante su presencia.

Dos inmensas serpientes lo flanqueaban, silbando... Y de pronto lo supo:


de alguna forma, ahora era el soberano del mundo mágico, se había
apoderado de todo, finalmente lo había conseguido... pero no solo, no era
sólo él... Levantó una mano blanca y cadavérica, y los mortífagos trajeron
a un encapuchado para ser ejecutado... Harry bebería su sangre, como la de
todos los que le habían precedido. Una parte de él se horrorizó, pero otra
parte lo deseaba. Sabía lo que hacían: ejecutaban a los sangre sucia, a sus
enemigos, a muggles ... Los mortífagos le quitaron la capucha al reo... y
Harry vio, horrorizado, que era Hermione, su amiga Hermione, que le miró
a los ojos. Un lágrima le resbaló por su rostro manchado. Tenía el pelo
enmarañado y sucio, y la túnica desgarrada. Suplicaba, pero a Harry no le
importaba. Sabía que era la última de todos, y que estaba sola, y que en
cuanto estuviese muerta todo habría acabado... el Harry que contemplaba
intentaba hablarle, intentaba impedirlo, pero de su boca solamente salía
aquel a risa fantasmal, terrible, cruel, desprovista de toda emoción
humana. Hermione gritaba, pedía, pero Harry se dio cuenta de que en su
súplica no había miedo... se dio cuenta de que Hermione suplicaba por él,
no por el a, pero eso no le importaba. Ya nada le importaba. Se acercó, y
había un espejo, se miró, y se vio, y era su cara, pero 10

también era la de Voldemort, sus ojos eran negros con bril os rojizos e
inhumanos y su cicatriz ahora parecía una serpiente. Volvió la vista e hizo
una seña, y un mortífago se quitó la capucha. Lo reconoció: era Macnair, y
levantaba el hacha que una vez Harry le había visto... Hermione l oró en
silencio, pero no bajó la cabeza, sino que miró a Harry con... ¿piedad? Sí,
aquel a expresión era piedad, o lástima... y eso era lo más horrible de todo,
lo que más daño le hacía, aquel sentimiento... ¿Por qué no lo odiaba? ¡Él
iba a matarla, debería odiarlo! Macnair se preparó para matar. Hermione,
consciente de su destino, abrió la boca y pronunció sus últimas palabras
mirando a Harry directamente a los ojos:

—Te perdono, Harry. Ojalá alguna vez comprendas, ojalá alguna vez
vuelvas a...

Pero no terminó la frase. Macnair descargó el hacha, y los hermosos ojos


marrones de Hermione se apagaron, mientras una última lágrima salía de
el os y rodaba por su mejil a, y un hilo de sangre resbalaba por la comisura
de sus labios. Entonces, Harry sintió que se partía, pero no vio más, porque
la visión terminaba y él, por fin, se alejaba...

Se despertó gritando y bañado en sudor. La cicatriz le dolía de una forma


espantosa. Se quedó despierto y sentado. Temblaba de pies a cabeza. Había
tenido muchas pesadil as en su vida, pero ninguna como aquel a... no
parecía una pesadil a... era como una visión, pero no era como las demás
visiones que había tenido... y Harry supo, de alguna manera, que aquel o
que había visto o algo muy parecido podía hacerse realidad... Supo,
horrorizado, que él podría... podría l egar a ser tan poderoso como el sueño
le había mostrado... sólo tenía que unirse a Voldemort, abandonarlo todo y
todo sería real... Harry tembló al pensarlo.

—¡No! No puede ser... yo nunca podría... ¡Nunca lo haré! Sólo era una
pesadil a... sólo una pesadil a...

La puerta de la habitación se abrió de golpe, la luz se encendió, y Harry,


aún tembloroso, vio a tío Vernon, que le miraba no con cara de enfado,
sino de susto.

—¡¿Qué te pasa?! —preguntó

—Na... nada, sólo era una pesadil a —explicó Harry.

—¡Creí que te había sucedido algo! —gritó. Ahora sí parecía enfadado—.


Procura no tener más pesadil as de esas y no gritar tanto, o dormirás en el
sótano ¿de acuerdo?

—De... de acuerdo —balbuceó. La cicatriz aún le quemaba.

Tío Vernon le miró un momento, apagó la luz y volvió a cerrar la puerta.

—No lo haré... no es posible —repitió para sí.

Pero mientras lo decía, pensó en la posibilidad... aunque era terrible, el


Harry del sueño ya no sentía dolor, ya no sentía rabia ni pena... estaba por
encima de todo y de todos, por encima del mal y del bien... ya no era un
ser humano. Se encontró deseando ser así... no sentir el dolor por Sirius,
por sus padres... no sentir más miedo, no volver a ser humil ado por Snape,
por los de Slytherin, por el ministerio... no volver a preocuparse... intentó
apartar esos pensamientos de la cabeza. Había ordenado ejecutar a
Hermione... ¡y era su mejor amiga! El a y Ron siempre habían estado con
él... incluso en el sueño, a Hermione parecía preocuparle más el monstruo
en el que Harry se había convertido que su propia vida... Se sintió
asqueado de sí mismo. El dolor de la cicatriz había remitido un poco.
Intentó volver a dormirse. Al día siguiente hablaría con Dumbledore,
aunque una parte de él seguía enfadada con el director por haberle
ocultado tantas cosas durante tanto tiempo, pero era el único que podría
ayudarle, ahora que Sirius no estaba... ¿Y

qué era aquel o que la imagen de Slytherin le había dicho? « Tienes que
conseguirla para él...» ¿Qué tenía que conseguir? Harry no lo sabía, pero
sentía que saberlo era algo importante, muy importante.

Antes de dormirse, había pensado que tal vez podría alegrarse... tal vez.
Ahora sabía la respuesta: no había ningún tal vez.
Evitando pensar, intentó volver a dormirse, y al fin lo consiguió, pero
tardó mucho, mucho tiempo en hacerlo.

11

De Nuevo en Grimmauld Place

Los Weasley acudieron a buscarlo a media mañana. Afortunadamente para


Harry, y también para la salud mental de los Dursley, vinieron en un coche
prestado por el ministerio. De él se bajaron el señor Weasley y Ron, que
parecía muy contento. Ron ya le había contado que la actitud hacia su
padre en el ministerio había cambiado mucho, y que incluso era posible
que le ascendieran. El ministerio había prestado el coche seguramente para
ayudar en la protección de Harry. Una vez reconocido que Voldemort había
retornado, la protección de Harry se hacía muy necesaria. Fudge habría
sido informado de todo lo ocurrido por Dumbledore, y en el ministerio
habrían tomado medidas para protegerle, como se habían tomado cuando
fue l evado a vivir con los Dursley, sabedores de que Harry era el primer
objetivo del malvado mago.

El señor Weasley saludó a tío Vernon, que no le devolvió el saludo. Sólo


esperaba que se fuesen cuanto antes sin que ocurriera nada anormal que
mereciera la atención de los vecinos. Dudley había desaparecido; Harry
supuso que aun recordaba el caramelo longuilinguo que había probado dos
años antes y la experiencia del día anterior.

—¡Hola Harry! FELICIDADES —saludó Ron, dándole un abrazo. Parecía


muy alegre—. ¿Qué tal?

—Hola Ron. Buenos días, señor Weasley —dijo Harry, intentando sonreír,
pero sin conseguir demasiado.

—Buenos días, Harry. ¡Feliz cumpleaños! —dijo Arthur Weasley también


muy alegre. Luego se fijó en su cara y le preguntó, preocupado—: ¿Qué tal
te encuentras? No tienes muy buena cara.
—Bueno... no he pasado muy buena noche... pesadil as —aclaró.

—¡Ah, claro...! Pero tranquilo, Harry. Pasarán —respondió más tranquilo


el señor Weasley. Obviamente suponía que soñaba con lo sucedido en el
departamento de misterios. Pero Ron había visto la mirada que Harry
había puesto y supuso que había algo más.

—Bueno Harry —dijo Ron— ¿Te ayudo a bajar las cosas?

—Sí, gracias.

—Bien chicos. ¿Necesitáis ayuda? —preguntó el señor Weasley

—No, gracias —respondió Harry—. Nos apañaremos.

—Bien —dijo el señor Weasley, quien pareció pensar que tenía una
excelente ocasión para hablar con tío Vernon. A Arthur Weasley los
muggles le volvían loco.

Mientras contemplaban a tío Vernon asustado al ver que el señor Weasley


se dirigía a él, Ron y Harry subieron a por el baúl y las cosas de Harry.

—Oye Harry... —dijo Ron— ¿Seguro que sólo fue una pesadil a?

Harry no respondió. Miró a Ron con una expresión grave.

—No... No fue una visión, si es a lo que te refieres... pero fue muy extraño.
Era horrible, eso te lo puedo asegurar...

—¿Qué viste? —a Ron se le había borrado la sonrisa de su cara pecosa.

Harry dudó un momento. ¿Era aquel el momento apropiado para contarlo?


Es más ¿quería contarlo? Decidió que en aquel momento no.

—Eh... fragmentos de sueños y... a Sirius, y Voldemort... luego muertes,


cosas horribles... y no recuerdo mucho más —mintió.

Ron le miró poco convencido.


—¿Seguro? ¿Sólo es eso?

—Sí, Ron. Tranquilízate —Harry intentó sonreír—. Es que fue un sueño


muy vívido... pero no creo que sea importante...

Ron siguió mirándole, incrédulo, pero no insistió. Harry sabía que no le


creía, y agradeció que su amigo no lo presionara. Iba a contárselo, desde
luego, pero cuando estuviese con Hermione, y a ser posible, antes deseaba
hablar con Dumbledore. Cogieron todas las cosas y salieron al pasil o.
Vieron como Dudley, que miraba por la puerta entreabierta, la cerraba
rápidamente, con miedo. Ron sonrió.

Bajaron la escalera, y Harry sonrió al ver a tío Vernon intentando librarse


del señor Weasley, que le acosaba a preguntas sobre el funcionamiento de
los más diversos aparatos de la casa.

—Ya podemos irnos, señor Weasley —dijo Harry, que estaba deseando
abandonar aquel lugar.

—Bien, chicos. ¿Tenéis todo?

—Sí papá. Vámonos o no l egaremos para comer —dijo Ron.

—Bien, bien —dijo el señor Weasley. Luego se dirigió a tío Vernon—.


Bueno, señor Dursley, hasta la próxima. Cuidaremos de Harry.

Tío Vernon no contestó. Obviamente no le importaba mucho ni poco que


cuidaran de Harry, pero la idea de volver a ver al señor Weasley en su casa
le ponía enfermo.

12

Metieron el baúl en el maletero (en el que Harry habría jurado que no


cabía) y se montó con Ron detrás.

Harry no preguntó como harían para l egar a la hora de la comida.


Obviamente, el coche del ministerio no era un coche normal. Enseguida se
pusieron en marcha, y por arte de magia, se pusieron delante de todas las
colas, atravesando semáforos en rojo y estrechos cal ejones por donde no
pasaría una motocicleta.

Ron empezó a contarle a Harry las novedades. A Fred y George les iba
muy bien con la tienda, y el negocio había prosperado a las mil maravil as.
De hecho, incluso la señora Weasley, que al principio se había opuesto
totalmente a los «Sortilegios Weasley» estaba orgul osa de el os. Le dijo a
Harry que Hermione l egaría al día siguiente, pues había estado de
vacaciones en España (le había enviado a Harry una postal desde Cádiz) y
que sus padres la l evarían a Grimmauld Place después de l egar al
aeropuerto.

—¿Quién comerá hoy al í? —preguntó Harry, intentado meterse en la


conversación y animarse un poco.

—Supongo que casi todos —respondió el señor Weasley—: Tonks,


Kingsley, Mundungus, Charlie, Bil , Lupin... ¡Ah! y también Dumbledore.
Celebraremos una fiesta. Mol y va a hacer un pastel estupendo.

—Estupendo —Harry se alegró. Los vería a casi todos, a pesar de no tener


mucho ánimo para fiestas. Y

podría hablar con Dumbledore, que era lo que más deseaba. No preguntó
por Percy, prefería esperar a estar a solas con Ron. Miró por la ventana. El
coche avanzaba a extraordinaria velocidad, casi como el autobús
noctámbulo, pero el conductor lo manejaba mejor que Ernie, quien l evaba
el autobús. Durante el resto del camino, Ron le contó a Harry que había
sacado 7 TIMOs. Como Harry, había suspendido adivinación, pero también
Historia de la Magia. Sin embargo, estaba contentísimo. No había
esperado tanto. Y también había sacado un «Extraordinario» en Defensa
Contra las Artes Oscuras. Harry se alegró. Esperaba que todos los
miembros del «Ejército de Dumbledore» al que él había dado clases de
Defensa contra las Artes Oscuras hubieran sacado un «Supera las
expectativas» como mínimo. Harry recordó el grupo, y al hacerlo, se
acordó de Cho Chang, la buscadora de Ravenclaw con la que Harry había
tenido una corta relación el año anterior (Harry no habría podido asegurar
que habían sido novios), muy marcada por la muerte de Cedric Diggory,
que había sido el novio de Cho el año anterior, antes de ser asesinado por
Lord Voldemort la noche de su renacimiento. Al recordarla, Harry sólo
notó una especie de nostalgia por otros tiempos que parecían ahora muy
lejanos, como pertenecientes a otra época y a otro mundo distinto. Un
mundo en el que su padrino vivía, y en el que Harry no sabía que tendría
que morir o matar. Al pensar esto último se acordó de su sueño, e
instintivamente pensó que existían, o parecían existir otras alternativas...
pero no quería pensar en eso.

Apartó esas ideas de la cabeza y se dirigió a Ron:

—Oye Ron, ¿has entrenado algo para quidditch? —Ron era el guardián de
Gryffindor desde el año anterior.

—¡Sí! —respondió Ron muy alegre. He jugado con Fred, George, Bil ,
Charlie y Ginny cuando podíamos. Y

creo que he mejorado bastante —dijo orgul oso. Su autoestima había


crecido mucho desde el partido final contra Ravenclaw, cuando se habían
proclamado campeones—. Ginny es la que está más triste. Supone que
ahora que Umbridge ha sido expulsada del colegio, tú volverás a ser el
buscador de Gryffindor. Eso la alegra —añadió mirando a Harry—, pero le
gustaba pertenecer al equipo...

—¡Ah!, es verdad... —dijo Harry. Le daba un poco de pena por Ginny—.


Pero tal vez consiga otro puesto. Al fin y al cabo, Angelina se fue el año
anterior, al igual que Alicia... Habrá que buscar nuevas cazadoras...

quizá tenga suerte. El año pasado me dijo que se presentaría.

—¿Quién será el nuevo capitán del equipo? —preguntó Ron, pensativo—.


¿Crees que te nombrarán a ti?

Harry no lo había pensado nunca. Realmente, él era el jugador más antiguo


del equipo, detrás de Katie Bel , que era cazadora. Aunque era muy buena,
Harry consideraba que, como buscador, era el mejor jugador del equipo.
Desde que él jugaba, sólo habían perdido un partido de todos los que había
disputado, y había sido debido a una invasión de dementores...
—No sé —respondió—. Katie es la jugadora más antigua del equipo...

—Pues yo creo que te nombrarán a ti —afirmó Ron, convencido—.


Después de lo que te hizo Umbridge el año pasado, seguro que McGonagal
quiere recompensarte.

Harry sonrió.

Un rato después, l egaron a Londres. El coche del ministerio les dejó en


Grimmauld Place y, tras despedirse del conductor, se dirigieron a la
separación entre el número 11 y el número 13, donde, al entrar, apareció el
número 12, el Cuartel General de la Orden del Fénix. Protegido por el
encantamiento Fidelio, sólo si Dumbledore, guardián de los secretos, decía
a alguien donde estaba la casa, podría éste encontrarla. Harry y Ron
cargaron el baúl y el señor Weasley cogió la jaula de Hedwig.

Nada más entrar, el cuadro de la madre de Sirius se puso a gritar y a


vociferar como de costumbre. De la cocina salió rápidamente Lupin, y
entre él y el señor Weasley lograron cerrar las cortinas.

—¡¡Cerdos!! ¡¡Sangre sucia!! ¡¡Traidores!! ¡¡Abandonad la casa de mis


padres...!!

Descontado el cuadro, Harry apreció un sutil cambio respecto a la primera


vez que había entrado. El vestíbulo aparecía más limpio, mucho más
habitable. Atraído por los gritos de su ama, Kreacher, el elfo 13

doméstico, bajó las escaleras, refunfuñando, como siempre, y miró a


Harry. Se le formó una sonrisa en la cara.

—¡Vaya! Kreacher saluda al joven amo, sí. Saluda al gran Harry Potter.
Pero el joven Harry Potter ha perdido a su padrino, me dicen, aunque él de
nuevo escapó del Señor Tenebroso, sí, un sangre mestiza, un sangre
mestiza con suerte, sí. Y viene acompañado de ese traidor a la sangre y de
uno de sus asquerosos retoños...

Harry le miró con un odio visceral. Ni siquiera había recordado que vería
al elfo doméstico.
—¡¡Apártate de mi camino!! —le gritó con rabia, dirigiéndose hacia él—
¡¡Y no vuelvas a mencionar a Sirius!!

¡¡Tú me engañaste!! ¡¡Murió por tu culpa!!

La última vez que Harry había visto a Kreacher, éste le había engañado
para que fuera al departamento de misterios, haciéndole creer que Sirius
estaba al í. Si no hubiese sido por él...

La señora Weasley salió en ese momento de la cocina. Harry se dirigía


hacia Kreacher, con expresión furibunda.

—¡Harry...! ¡Oh Harry! Cálmate cariño, ven, ven por aquí... —la señora
Weasley le dio un abrazo y dos besos

—. Lárgate —le dijo a Kreacher.

—Estúpida, esta maldita traidora a la sangre se cree que puede dar órdenes
a Kreacher, ¡oh, pobre Kreacher, si su ama lo viera, sirviendo a toda esta
escoria! —El elfo se alejó por las escaleras.

—Venga, tranquilízate, Harry —le dijo Lupin—. Hoy es tu cumpleaños.


Dieciséis años ya...

Harry entró en la cocina. Había un aroma delicioso en el aire, pero Harry


se había puesto furioso, y ahora esa furia era sustituida por pena y tristeza,
y más al ver a todos los miembros de la Orden en la cocina, excepto a su
padrino, a Hagrid, a la profesora McGonagal y a Snape. Todos le saludaron
y le felicitaron por su cumpleaños. Instantes después, entraron por la
puerta Ginny, Fred y George. Ginny dio un grito de alegría y le dio un gran
abrazo a Harry y un beso. Harry se quedó un poco extrañado, Ginny solía
ser más tímida con él. Fred y George le saludaron, miraron que su madre
no les viera y le entregaron un pequeño libro.

—Toma Harry. Es tu regalo de cumpleaños —dijo Fred.

—Ábrelo —dijo George.


—Gracias chicos —Harry lo abrió de mala gana, no se sentía muy
animado para fiestas ni regalos, pero no quería decepcionar a los gemelos.
Ni siquiera había mirado el título.

Al abrirlo, a Harry se le cayó el pelo y en su lugar le creció una frondosa


hierba verde con espigas y algún que otro tulipán. Todo el mundo se quedó
un instante mudo, y luego estal aron en carcajadas. Incluso Harry se rió.

—¡¡George y Fred Weasley!! ¡Os dije que nada de tonterías! —les gritó la
señora Weasley intentando poner expresión de enfado, aunque a decir
verdad, parecía a punto de echarse a reír.

—¡Tranquila mamá! Se recuperará en media hora. ¿Te gusta Harry? ¡Es un


libro hierbapelo! ¡Un nuevo éxito de Sortilegios Weasley! —explicó Fred
entusiasmado—. Si se lo das a alguien, al abrirlo se le cae el pelo y le
crecen hierbas de todo tipo, según la página por la que lo abras. Cuestan
tres galeones de nada.

—¡Y espera que te mostremos los caramelos para desdentados! —agregó


George.

Un poco más animado, Harry se sentó a disfrutar de su fiesta, aunque


Lupin tuvo que hacerle un pequeño encantamiento desvanecedor, porque
con la hierba casi no podía comer, así que se vio obligado a quedarse calvo
durante media hora, hasta que le creció de nuevo el pelo y se le quedó
como antes. La comida resultó deliciosa, y nadie habló mucho mientras
comían.

—¿Qué tal te encuentras, Harry? —preguntó Lupin.

—Bien, gracias —contestó, con un tono seco que Lupin no percibió.

—Me alegro, Harry. La vida continúa —dijo, suspirando—. Debemos


seguir adelante. No hagas caso de Kreacher... él sólo obedecía órdenes.
Lleva toda su vida sirviendo a una mala familia...

—Dobby también servía en una mala familia y no es como Kreacher. ¡No


pienso perdonarle! —había vuelto a ponerse serio y enfurruñado.
Dumbledore le miró fijamente un momento, pero no dijo nada. Harry casi
lamentó que no le dijese algo para exculpar a Kreacher, así habría podido
desahogar su rabia un poco más. Nadie habló nada durante un buen rato,
hasta que Fred hizo que a Ron le saltara sopa desde el plato y el ambiente
se distendió un poco.

Hablaron de banalidades, con alguna carcajada cuando Fred y George


hacían alguna locura, pero Harry no dijo gran cosa. Prefería comer en
silencio y mantenerse en un segundo plano, y los demás parecieron
entenderlo. Miraba a veces a Dumbledore, y se encontró en varias
ocasiones con la mirada del anciano mago. Una mirada, que tras la fachada
de alegría, mostraba un deje de preocupación por algo.

Tras la comida, y los pasteles, y el «cumpleaños feliz», Harry subió a su


habitación con Ron, Ginny, Fred y George para deshacer su maleta y abrir
sus regalos. Habría sido el mejor cumpleaños de su vida si Sirius hubiese
estado con él... Harry intentó alejar esos pensamientos y disfrutar del día,
pero no podía. Ya ni siquiera era la ausencia de su padrino. El recuerdo
vívido del sueño lo atormentaba sin cesar. Cuando tuvo las maletas
deshechas, Harry preguntó a Fred y George por la tienda.

14

—¡Va estupendamente, tío! Jamás habríamos imaginado tanto éxito en tan


poco tiempo... aunque claro, teníamos un buen estudio de mercado —dijo
George riéndose.

Harry sonrió. El «estudio de mercado» había sido l evado a cabo por los
gemelos en multitud de alumnos de primero el año anterior, pese a los
intentos de Hermione por evitarlo.

No dijo nada durante un momento. Quería preguntar algo y no sabía muy


bien cómo.

—Bueno y... ¿y Percy? —dijo por fin, con una sonrisa tímida en la cara.

—Percy... —comenzó a decir Ron—. ¿Sabes?, quizá lo veas hoy, Harry.


Sigue viviendo en Londres, pero quizás venga por aquí. Dumbledore le ha
invitado —explicó, mientras Harry se extrañaba. Percy había creído que
Dumbledore era un criminal—. Tardó dos semanas, pero una noche vino a
casa a disculparse. Mi padre se mostró reacio, y Fred y George querían
darle de premio turrón sangranarices, pero mamá se puso a l orar de
felicidad. Le ha costado mucho, pero ha pedido perdón, y a ti, desde luego,
te debe una disculpa. Ya le ha pedido perdón a Dumbledore. Ahora vuelve
a trabajar en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, no
quiso seguir con Fudge, quien, por cierto, ha despedido a Dolores
Umbridge por lo de los dementores y lo de la maldición cruciatus contra
ti. Todo salió a la luz y además el a no estaba en muy buenas condiciones
para trabajar... —Ron sonrió—. Creo que ahora vive en Escocia, con su
hermana o algo así. Fudge ha estado dando muchas explicaciones y
disculpas. Mi padre opina que si sigue mucho en el cargo será un milagro.

—Me alegro de que hayan echado a Umbridge. Tiene suerte de no haber


acabado en Azkaban —dijo Harry, tajante—. Yo, por mi parte, seré feliz si
no vuelvo a verla en la vida.

—¿Vas a perdonar a Percy, Harry? —preguntó Ginny.

—No lo sé —contestó Harry, pensativo—. Supongo... aunque desde luego


no será lo mismo nunca. Aún no se me quita de la cabeza que haya podido
tragarse toda la basura que decía ese periódico.

—Por nuestra parte es sólo como medio hermano —dijo Fred muy serio
—. No vamos a perdonarle tan fácilmente que haya hecho sufrir tanto a
nuestros padres. De hecho, si no fuera por mamá...

A esto le siguió un silencio un poco incómodo, hasta que George, para


romper la tensión, preguntó:

—¿Sigue pareciéndose el idiota de tu primo a un bal enato joven?

—No. Ahora ya es un bal enato casi adulto —dijo Harry con una sonrisa.
Fred y George rieron y el ambiente se distendió.

—Fred y yo hemos pensado en hacerle un tributo creando un pastel


Dudley.
—¿Un pastel Dudley? ¿Qué hace? —preguntó Harry, perplejo.

—Lo comes y engordas 120 kilos de golpe —respondió George—. ¡Va a


ser el terror de las chicas!

—Sí, hasta un cazurro como ese puede servir para algo, ya ves —dijo Fred
entre las risas de Ginny, Ron y Harry. Éste se sentía muy feliz de haberle
dado el premio del Torneo de los Tres Magos a Fred y George.

Nadie era capaz de levantar el ánimo como el os en las situaciones más


tristes.

—Vamos a ampliar el negocio, Harry. Lee Jordan va a ayudarnos, ahora


que ha terminado en Hogwarts. La verdad es que sin él no es lo mismo...
—explicó George.

Harry se asustó de lo que podrían hacer entre los tres. No conocía a nadie
capaz de hacer tantas travesuras y gamberradas. Estaba seguro que en unos
años la tienda de Zonko tendría graves problemas con la competencia.

Después de hablar un rato sobre el quidditch, Harry, más alegre que en


ningún momento del día (que aún así no era mucho), bajó con Ron.
Afortunadamente, no volvió a ver a Kreacher. Una vez en el vestíbulo,
Lupin se acercó a él, mientras Ron entraba en la cocina.

—¿Te encuentras mejor, Harry? Cuando l egaste no tenías buena cara.

—He pasado una mala noche... —respondió Harry.

—Harry, sé que es duro volver aquí, y ver a Kreacher, y todo lo demás,


después de lo que pasó, pero debes seguir adelante. Sirius seguirá contigo
en tus recuerdos. Tú le diste un tiempo en libertad que no habría tenido si
no le hubieras salvado de los dementores, y él hizo lo que debía hacer
como enemigo de Voldemort y tutor tuyo. No debes sentirte triste. Murió
como un hombre libre, alégrate. Además, el ministerio ha decidido
concederle a título póstumo la Orden de Merlín de Primera Clase que le
habían otorgado a Peter...
—Eso no va a devolverle a la vida —repuso Harry con sequedad.

—Sí, pero al menos todo el mundo le recordará como a un héroe en vez de


como a un asesino fugado. Tú tienes a tus amigos, Harry... amigos muy
buenos, de los mejores que se puede tener, diría yo. El os siempre estarán
contigo. Yo perdí a mis mejores amigos del colegio: primero tu padre...
luego creí que Peter había muerto, y aun peor, que Sirius era un
mortífago... me alegré muchísimo al saber que era inocente... y ahora ha
muerto, y Peter resulta ser el asesino. Tú todavía tienes a tus amigos, y
para los Weasley eres como un hijo. No debes olvidar eso.

—Lo sé... —dijo Harry pensativo. Lupin tenía razón—. Supongo que lo
superaré, con el tiempo...

—¡Así me gusta! —Lupin parecía un poco más alegre—. Yo también le


echo de menos ¿sabes? Pero sé que tanto él como tu padre estarán siempre
con nosotros.

15

Harry sonrió y dejó a Lupin. Entró en la cocina, donde estaba Ron,


charlando animadamente con Tonks y Kingsley Shacklebolt. Harry se les
unió, verdaderamente alegre por primera vez en el día. La señora Weasley
le miró y se le dibujó una sonrisa en la cara.

Una hora después, Kingsley y Tonks salieron. Mientras Ron se servía una
merienda con Ginny, Harry se dirigió al lavabo. Al salir de la cocina, se
abrió la puerta de la entrada y Snape entró en el vestíbulo. Harry se le
quedó mirando con una expresión entre indiferente y de odio. El rostro de
Snape, sin embargo, no mostraba la menor duda: mostraba un odio
indescriptible. No había olvidado la humil ación de haber cogido a Harry
mirando en sus recuerdos más odiados. Harry tampoco había sido muy
feliz ese día, se había l evado una desilusión respecto a su padre...

—Ho... hola profesor —logró decir Harry.

—No he venido a charlar contigo, Potter, así que no me molestes. ¿Dónde


está el director?
—No lo sé —le respondió Harry—. Pero la señora Weasley está en la
cocina.

Snape, tras dirigirle una última mirada de intenso odio, entró en la cocina
y cerró la puerta. Harry se dirigió al lavabo y al salir se encontró con Fred
y George.

—Parece que nuestro querido ex profesor de pociones ha venido a


hacernos una visita, ¿eh, Harry?

—Sí. Y por mí me habría ahorrado la molestia de verlo. Sólo me consuela


la idea de que no volveré a tener clase con él nunca más.

—Si quieres, Harry, Fred y yo tal vez podríamos darte un empleo a tiempo
parcial como cobaya, si no quieres volver a Hogwarts —ofreció George
con expresión excesivamente seria y profesional.

—Mejor que no... gracias —dijo Harry con una sonrisa— Creo que es
menos arriesgado enfrentarse a un ejército de mortífagos.

—Tú te lo pierdes, chaval —respondió Fred encogiéndose de hombros


mientras se dirigían a otra habitación.

Cuando Harry bajó, Snape ya se había ido, para alivio de Ron y Ginny.
Ofrecieron a Harry unos bocadil os y fueron a sentarse al viejo salón del
sótano de la casa, ahora rehabilitado. Mientras comían, Harry miró a
Ginny.

—¿Qué tal con Dean Thomas, Ginny? —le preguntó, sin rodeos, y
sorprendiéndose a sí mismo por su atrevimiento. Ginny no le había
hablado nada de eso en las cuatro cartas que le había enviado a Privet
Drive.

—Eh... bueno... —dijo Ginny, un poco cohibida. Harry le había gustado


prácticamente hasta el año anterior, y hablar de estos temas con él le daba
un poco de vergüenza.
—Lo dejaron hace una semana —respondió Ron, sonriente—. Ginny dice
que en vacaciones no le ve y que se pone algo pesado. Michael Corner
también se puso muy pesado ¿eh, Ginny? ¿No será que te aburres con
facilidad? Tal vez deberías elegir a alguien a quien vieses a menudo, no
sé... —dijo, lanzando miradas furtivas hacia Harry.

Ginny le miró con expresión asesina. Harry miró hacia otro lado, como
distraído... Harry sospechaba que Ron deseaba que Ginny saliera con él,
pero a él nunca le había gustado el a, era más bien como una hermana
pequeña...

—¿Y si te preocuparas de ti, Ron? —respondió Ginny, levantándose


enfurecida— Mientras te preocupas tanto por mí, tú vas a dejar pasar tu
ocasión...

—¿Qué ocasión? —le preguntó Ron, con el entrecejo fruncido.

—Déjalo, da igual —dijo la chica, meneando la cabeza con gesto enfadado


—. No ves lo que tienes delante de las narices...

—¿A qué te refieres? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo más aún.

—¡Me refiero a Hermione, idiota! —gritó Ginny.

—¡¿Cómo dices?! —Ron también se había levantado. Ginny salió del


salón, sin escuchar más a su hermano

—. ¿Tú la has oído? —le preguntó a Harry—. ¡Está loca! ¿Yo, con
Hermione? No, gracias —repuso Ron muy ofendido.

Harry casi lamentó haber sacado el tema, pero pensó, divertido, si Ginny
no tendría algo de razón en lo que había dicho.

Antes de la hora de cenar. Harry subió a su habitación a ver como estaba


Hedwig. Recordó que aún no había hablado con Dumbledore, y que debía
hacerlo pronto. A pesar de que se lo estaba pasando mucho mejor de lo que
había creído posible, Harry se acordó de su sueño. Tenía que hablar con
Dumbledore, y éste no estaba en la casa y no sabía cuando volvería. Bajó a
la cocina y le preguntó a Moody, que limpiaba su ojo mágico, si sabía
cuando regresaría el director.

—Pues no lo sé, Potter, pero dudo que venga hoy a cenar. Probablemente
hasta mañana no vuelva por aquí.

¿Por qué? ¿Te sucede algo? —inquirió, mirándole de una forma extraña
debido a su ojo vacío.

—No... sólo quería tratar un asunto con él —dijo Harry, encogiéndose de


hombros—. Nada importante.

—Si tienes algún problema, Potter, no dudes en contármelo. A mí o a


cualquier otro. ¿No habrás tenido alguna visión más, verdad?

16

—Eh... no. Ninguna.

—Mejor, mucho mejor. Recuerda, Potter, estate siempre alerta.

—Lo recordaré, profesor.

—Y preferiría que no me l amarais profesor... no hace más que recordarme


a aquel canal a...

Harry volvió al salón, donde Ron, Fred, George y Ginny jugaban una
partida de gobstones. Ron iba perdiendo. Se le daba mucho mejor el
ajedrez mágico, en el que siempre conseguía ganar a Harry. Al parecer,
Ginny y Ron ya no estaban picados, y dirimían sus diferencias en la
partida. Ginny l evaba las de ganar. Harry se quedó mirándolos. Un rato
después, la señora Weasley les l amó para cenar.

Estaban poniendo la mesa cuando Tonks l egó, y un instante después,


Lupin se les unió. Charlie había regresado a Rumania, y Bil tenía una cita
con Fleur Delacour. A Fleur le había gustado Bil desde que le había visto
por primera vez durante el Torneo de los Tres Magos.
Mientras charlaban animadamente, se abrió la puerta del vestíbulo. Era el
señor Weasley, e invitó a alguien a pasar con él.

Cuando la puerta de la cocina se abrió, vieron quien venía con él: Percy.

La señora Weasley se levantó y corrió a abrazar a su hijo.

—Vamos hijo, pasa... —le invitó su madre—. ¿Has cenado?

—No, mamá —repuso Percy—. Pero no tengo mucha hambre... sólo venía
a... —Miró un instante a Harry y bajó la vista.

Harry procuró no mirarle directamente, como si la cosa no fuera con él.

—Vamos, siéntate. Comerás con nosotros.

Percy se sentó, un poco cohibido porque todos habían cal ado y le miraban
de reojo de vez en cuando. El señor Weasley también se sentó. Percy no
parecía saber ni qué decir, ni a quien mirar. Finalmente, haciendo acopio
de valor, habló.

—Esto... Harry... —dijo tímidamente.

—¿Sí? —preguntó Harry, como sin interés.

—Bueno, yo... —se había puesto rojo y parecía muy nervioso— yo


quería... quería disculparme por haber dicho todas esas cosas de ti... Sé que
fue horrible, pero... pero leía El Profeta, y Cornelius Fudge aseguraba que
mentías...

—Ya. El Profeta decía y Fudge aseguraba —le espetó Harry, continuando


con su cena como si tal cosa.

—Es que... —Percy cal ó unos segundos— era tan... tan impensable que
El-que-no-debe-ser-nombrado retornara... Nadie querría creerlo, era más
fácil pensar que te querías dar importancia, como con lo del torneo de los
Tres Magos... —intentó explicarse Percy.
—Claro —dijo Harry escuetamente—. Yo sí quería creerlo ¿verdad?
¡Somos grandes amigos! ¡Pero estaba al í! ¡No quería creerlo, pero lo vi!
¡Él mató a mis padres! ¡¿Cómo iba a querer darme importancia por el o?!

¡¿Qué creías que quería?! —Harry se había puesto en pie y gritaba—.


¡Para mí esta cicatriz no es más que una desgracia y una maldición! ¡No
me apetece precisamente darme importancia por el o! ¡Yo le daría mi fama
a quien la quisiera! Preferiría tener aquí a mis padres y a Sirius...

Percy bajó la cabeza, sin saber qué decir. Los demás miraban la escena sin
decir nada.

—Yo... yo lo siento mucho —balbuceó—. De verdad lo siento... Si no


quieres perdonarme yo lo entenderé...

pero ya sabes que yo... yo siempre he seguido las normas


escrupulosamente y... bueno... —hizo ademán de levantarse e irse. Harry
vio la cara de pena que ponía la señora Weasley y se le partió el corazón.
La rabia que sentía cedió lentamente.

—Está bien —dijo—. Te disculpo, Percy. Pero no esperes mi amistad de


buenas a primeras. Hay cosas más importantes que las dichosas normas. Si
Ron, Hermione y yo hubiésemos seguido siempre las normas, Voldemort
—Percy se estremeció al oír el nombre— habría retornado hace tiempo y
tendría la piedra filosofal. Y Ginny habría muerto en la cámara secreta. Y
Sirius habría recibido un beso de aquel os dementores... ¡A veces hay
cosas más importantes que seguir las leyes!

—Lo... lo sé... Está bien —Percy le miró a la cara, un poco más aliviado
—. Está bien, Harry. Yo... yo te lo agradezco —Pero Harry se fijó en la
expresión de ternura y alivio de la señora Weasley más que en la de Percy.

La cena transcurrió sin más incidentes, aunque en un tono de mayor


frialdad que antes de que Percy l egara.

Éste, al acabar de comer, no tardó en irse, alegando que al día siguiente


tendría que levantarse temprano.
Era obvio que no se sentía demasiado cómodo, y a Harry no le extrañaba
nada.

Harry, por su parte, se sentía bastante cansado, así que subió a su


habitación para acostarse. Ron y Ginny subieron con él, y también los
gemelos, quienes al día siguiente tendrían que abrir la tienda de artículos
de broma. Harry estaba deseando ir a verla.

—Eh Harry —dijo Ron—. ¡Mañana l ega Hermione! Supongo que se lo


habrá pasado estupendamente en España... yo me lo pasé muy bien en
Egipto... —agregó, con voz soñadora—. Me gustaría viajar más.

—Sí, es estupendo —Harry estaba pensando si, cuando l egase su amiga,


debería contarles a el a y a Ron todo lo que estaba ocultando. No l egó a
ninguna conclusión y decidió consultarlo con la almohada.

17

—Seguro que viene muy morena... —siguió diciendo Ron, como si hablara
consigo mismo. Ginny miró a Harry con una risita que Harry captó al
instante. Ron no se percató. Parecía que él mismo estuviera en España.

«¿Qué le pasa? —se preguntó Harry a sí mismo—. Nunca lo había visto


así...»

—...y seguramente te traerá algo, Harry —terminó Ron, sonriente. —


Tratándose de Hermione, será algún tratado sobre magia española, seguro.

Harry se rió. Eso era propio de Hermione, quien era la única persona que
Harry y Ron conocían que se había leído Historia de Hogwarts,
Evaluación de la Educación Mágica en Europa y otros libros similares.
Ron pareció volver de su ensimismamiento

—Vamos Ginny, vete a tu cuarto, Harry y yo vamos a acostarnos —ordenó


Ron.

—Está bien, mandón —dijo Ginny echándole la lengua a su hermano—.


Hasta mañana, Harry.
—Hasta mañana, Ginny. —Harry miró a su amigo, que empezaba a
ponerse el pijama—. ¿Qué te pasa? —le preguntó.

Ron levantó la cabeza y miró a Harry.

—¿A mí? Nada. ¿Por qué? —respondió, mirando a Harry fijamente.

Harry no respondió inmediatamente. Aquel era Ron, sí, pero había


cambiado en algo, aunque no sabía exactamente en qué.

—Has cambiado —dijo Harry, sin más—. ¿Desde cuando ese... interés por
Hermione?

—¿Interés? —dijo Ron, un tanto extrañado. Luego sonrió, pero no con su


sonrisa habitual, sino con otra, más... ¿madura?—. Es nuestra amiga. Y
respecto a que he cambiado... ¿tú no has cambiado? —preguntó él.

Entendió a Ron sin que se explicara. Estaba claro a lo que se refería:


Departamento de Misterios. Habían estado a punto de perder la vida... y ya
no era como cuando tenían doce años. Y él, concretamente, había
cambiado mucho más de lo que Ron podía aún imaginarse.

—Sí, sí he cambiado —afirmó Harry.

—Yo también —dijo Ron—. Y Ginny... y supongo que también Hermione.


Ha pasado un mes, y creo que todos hemos tenido mucho tiempo para
pensar, ¿no crees?

—Sí, sí lo creo —dijo Harry, que estaba totalmente de acuerdo con su


amigo.

—Me he dado cuenta de que no me has contado la verdad sobre tu sueño


—añadió Ron—. Pero sé que lo harás.

Harry sonrió.

—Quería hablar con Dumbledore antes —se disculpó.

—No pasa nada, no te preocupes... Confío en ti.


—Gracias —dijo Harry—. ¿Sabes? No estoy tan alegre como aparento.

—Ya lo sé. Tampoco yo. También echo de menos a Sirius...

Ninguno de los dos dijo nada más. Harry se puso el pijama y se metió en la
cama. Estuvo un rato pensando en lo que había pasado durante el día.
Sobre todo, lo que más había notado era aquel extraño cambio en Ron. Sí,
era lógico, después de lo que habían pasado, pero... había algo más. Harry
lo sentía. Tras aquel cambio había algo más, no sabía el qué. Sin embargo,
sabía que, fuese lo que fuese, Hermione también estaría afectaba. Casi
podía sentirlo. Pensando en el o, se fue quedando dormido, más tranquilo.
Al día siguiente l egaba Hermione, y hablaría con Dumbledore. Todo se
solucionaría. Seguro. Durmió toda la noche calmado y sin sueños.

Cuando despertó por la mañana, Ron aún estaba dormido. Se dirigió al


baño, se vistió y luego salió al pasil o.

Al salir vio a Kreacher que se dirigía con algo al dormitorio de la madre


de Sirius. Harry le siguió. Abrió la puerta y encontró al elfo hablando solo
y con una foto en la mano. Al í, estaba aún buckbeak, el hipogrifo en el
que una vez él y Hermione habían salvado a su padrino del beso de los
dementores.

—Hola, buckbeak —dijo Harry acariciándole el pico. El hipogrifo se


inclinó saludándole. Luego miró al elfo doméstico, que se encogía en un
rincón, echando maldiciones contra todos por tener al hipogrifo en el
cuarto que había sido de su ama—. ¿Qué tienes ahí, Kreacher?

El elfo doméstico miró a Harry con visible odio e intentó ocultar la foto.

—Kreacher no oculta nada al joven amo, al joven sangre mestiza, no...

—Dámelo —dijo Harry.

—No... no... ¡Kreacher no tiene nada!

—Vamos Kreacher, dámelo.


De mala gana, y rumiando maldiciones, Kreacher se lo entregó. Harry lo
miró. Parecía ser una antigua foto de familia que Kreacher habría salvado
de la purga de Sirius. No reconoció el lugar, que parecía algún sitio de
montaña. En el a Harry reconoció al mismo Sirius que había visto en el
recuerdo de Snape. Un muchacho de unos 15 años. No tenía una expresión
feliz. A su lado había otra muchacha aproximadamente de su misma edad,
con la misma expresión de disgusto que Sirius. Harry no la reconoció.
Siguió fijándose en los 18

rostros, y vio a la madre de Sirius, agarrada a un hombre que debía ser su


marido. Apoyaban sus brazos sobre los hombros de un niño que se parecía
algo a su padrino. Harry supuso que debía ser su hermano, Regulus. Entre
otras personas a las que tampoco reconoció, vio a dos chicas, junto a la
muchacha que estaba al lado de su padrino. Tenían una expresión de
suficiencia en la cara que a Harry le pareció repugnante. A una de el as
Harry la había visto hacía muy poco en el departamento de misterios, a la
otra la había conocido en los Mundiales de quidditch: Bel atrix Lestrange
y Narcissa Malfoy, su hermana y madre de Draco Malfoy, le miraban con
expresión de superioridad. Harry dedujo que la muchacha que estaba al
lado de su padrino debía de ser Andrómeda, hermana de Bel atrix y
Narcissa y madre de Tonks, que, al igual que su padrino, había sido
«expulsada» de la familia por haberse casado con Ted Tonks, un hijo de
muggles.

Harry observó durante un rato a la familia Black. Una de las más antiguas
familias de magos, corrompida casi hasta la médula por la idea de la
sangre limpia y la superioridad de los brujos... a Harry no le extrañó que
Sirius hubiese querido abandonar aquel a familia cuando pudo.
Comparados con el os, los Dursley parecían aceptables...

—¿De dónde sacaste esta foto, Kreacher?

Pero Kreacher no dijo nada, se largó lanzando maldiciones contra Harry e


intentando no quedar al alcance de Buckbeak, que intentó darle un picotazo
cuando el elfo iba a salir de la habitación. Mirando aún la foto, Harry bajó
a desayunar. En la cocina se encontró con Lupin y la señora Weasley. Fred
y George acababan de marcharse a la tienda de artículos de broma.
—Buenos días, señora Weasley, buenos días, profesor Lupin.

—Buenos días, Harry, cariño ¿has dormido bien?

—Sí, gracias.

—¿Qué es eso, Harry? —preguntó Lupin señalando la foto.

—Es una foto que le quité a Kreacher...

—Déjamela...

Lupin la miró, y frunció el ceño.

—¿Los conocía, profesor Lupin?

—Sí —dijo Lupin con visible desagrado—. Los conocí cuando estábamos
en Hogwarts. Sirius nos había presentado a sus padres en la estación, pero
nunca quiso que fuéramos a su casa. No le gustaba nada. Al igual que tú,
Harry, Sirius prefería pasar sus vacaciones en Hogwarts, o cuando podía,
en casa de James.

Por supuesto, nunca les dijo que yo era un hombre lobo, ni que mi padre
era muggle. Tus abuelos, sin embargo, sí lo sabían, y no les importaba,
aunque constantemente nos decían que tuviésemos cuidado... —

Lupin sonrió, recordando—. Si hubiesen sabido lo que hacíamos...

Harry sonrió. La familia de su padre había sido para Sirius como los
Weasley para él: una segunda familia, mejor que la auténtica...

—Sírvete unas tostadas, Harry. Iré a levantar a Ron y a Ginny —dijo la


señora Weasley, saliendo de la cocina.

Lupin siguió mirando la fotografía un rato, y luego la apartó.

—¿Quieres conservarla? —le preguntó.


—No. Esa mujer está ahí —dijo Harry con expresión de odio—. El a mató
a Sirius. Todos los motivos por los que Sirius murió están ahí, en las caras
de esa gente... No quiero verlos. A ninguno de el os.

—Bien, porque yo tampoco —Lupin se levantó y tiró la foto en el fuego.

Mientras Harry desayunaba, pensativo, bajaron Ron y Ginny.

—Hola Haaaarry —saludó Ron, bostezando. Se sirvió un poco de leche y


unas tostadas y empezó a comer

—. No sé qué prisa tiene mi madre porque nos levantemos. No hay nada


que hacer aquí.

—Bueno, hoy l ega Hermione, Ron —dijo Ginny mirando a su hermano


con expresión divertida.

—Ya lo sé —contestó Ron, sin hacer caso de la risita ni del tono de su


hermana— ¿La traerán sus padres?

¿O tenemos que ir a buscarla nosotros? —preguntó.

—¿Y yo que sé? —respondió Harry.

—Sus padres la dejarán aquí —dijo la señora Weasley, entrando en la


cocina.

Terminaron el desayuno y fueron a recoger sus habitaciones. Ron protestó,


pero la señora Weasley amenazó con lanzarle un embrujo si el cuarto no
estaba listo en media hora. Ginny fue a su habitación, que compartiría con
Hermione, y Harry y Ron entraron en el suyo.

—Oye Ron —dijo Harry mientras terminaba de hacer su cama— ¿Quién


custodia Azkaban ahora?

—No estoy muy seguro... creo que ahora hay al í magos del departamento
de seguridad mágica, algunos aurores, creo... eso es lo que he oído a mi
padre y a Kingsley. Por supuesto, han tenido que echarle algunos conjuros
más a la prisión y reformarla. Sin los dementores, la fuga es muchísimo
más fácil...

—Ya... —Harry se preguntaba como todavía no se habían fugado de al í


los mortífagos. Un grupo de magos no detendría a lord Voldemort.

—¿Tú también te preguntas por qué no han huido todavía? —dijo Ron
mirándole.

—Sí. ¿No te parece raro?

19

—Bueno... a lo mejor el os solos no pueden, y quizás Quien tú sabes quería


darles un escarmiento por haber fracasado en su misión...

—Quizás —dijo Harry, pensativo—. Pero a Bel atrix la ayudó cuando los
aurores l egaron al ministerio de magia...

—Bueno, el a era su sirviente más fiel, ¿no? Y además estaba a su lado.


Seguro que si hubiera estado con los demás en el departamento de
misterios no habría bajado a ayudarla.

Terminaron de recoger la habitación y bajaron al salón. Se pasaron el resto


de la mañana jugando al ajedrez mágico, mientras Ginny leía un libro,
hasta que oyeron el timbre de la puerta.

—¡Harry, Ron, Ginny! Creo que deberíais venir —les l amó la señora
Weasley, por encima de los gritos de

«¡¡Otra vez esta asquerosa sangre sucia en la casa de mis padres!!», que
otra vez gritaba el cuadro.

Los tres salieron corriendo del salón hacia el vestíbulo. Al í estaba


Hermione, que sonrió enormemente al verlos.

—¡Harry! —exclamó Hermione, lanzándose hacia él. Le dio un fuerte


abrazo y un beso—. ¿Qué tal te encuentras? ¡Feliz cumpleaños! Te he
traído un regalo.
—Bien. Gracias Hermione.

—Hola Ron —Hermione le dio otro abrazo a Ron, que la miraba de forma
extraña. Ginny se aguantaba la risa.

—Hola Hermione. Estás muy... morena —dijo, un poco ruborizado.


Hermione le sonrió.

—Bienvenida —dijo Ginny.

—Hola Ginny —le contestó Hermione, dándole un beso.

—Que los chicos te ayuden a l evar las cosas a tu cuarto, querida —dijo la
señora Weasley.

—Gracias.

Entre todos cargaron el equipaje de Hermione hasta la habitación que


compartía con Ginny. Harry se fijó en que Hermione había crecido algo, y
que l evaba el pelo algo menos enmarañado que de costumbre. Por la
expresión de Ron, Harry se dio cuenta de que también se había fijado.

—¿Qué tal por España, Hermione? —le preguntó Ginny.

—¡Oh! Estupendo. Es precioso. ¡Y hay magia muy interesante! He


aprendido mucho —explicó Hermione, contentísima—. Además encontré
una tienda donde vendían una poción estupenda para el pelo ¿Lo veis? —

dijo, tocándoselo.

—Te queda muy bien —opinó Ginny, mientras Ron y Harry se miraban.
Sólo Hermione podía utilizar unas vacaciones para aprender cosas.

—¿Qué tal va todo por aquí? —les preguntó el a.

—Como siempre. Bueno, casi... —respondió Harry, bajando la mirada.

Hermione borró la sonrisa de su cara y se mostró un poco preocupada,


notando que Harry se había acordado de su padrino.
—Tranquilo Harry. Todo mejorará, ya lo verás... Toma tu regalo —dijo el
a, intentando animarle.

Hermione le entregó a Harry un libro, como ya esperaba. Se titulaba


hechizos y maldiciones de los musulmanes de Al-Andalus. Harry miró a
Ron y ambos sonrieron.

—¿Al-Andalus? ¿Qué significa eso? —preguntó Ron.

—Al-Andalus era como se l amaba la provincia musulmana que


comprendía España y Portugal, Ron.

—Ah... —dijo Ron, sin parecer muy enterado.

—Gracias Hermione. Tiene pinta de ser muy interesante —dijo Harry, no


demasiado convencido de sus palabras.

Miró a su amiga, que le observaba con atención. Como había supuesto, en


sus ojos también se veía aquel mismo cambio que había notado en Ron.
Apartó la mirada. Observar de aquel a forma los ojos de su amiga lo ponía
nervioso, muy nervioso. Se fijó entonces en Ginny, y descubrió que su
mirada también mostraba el cambio que había notado en sus amigos,
aunque no era tan profundo como en el os. Frunció el entrecejo.

¿Desde cuándo era tan perspicaz leyendo en los ojos de la gente?

No hablaron nada más. Las miradas que se habían dirigido parecían haber
sido suficiente conversación para que todos se entendieran. Bajaron a
comer. En la cocina estaba ya el señor Weasley y ojoloco Moody. Harry
esperaba ver a Dumbledore, pero no preguntó por él para no preocupar a
nadie. No quería que le hicieran preguntas. Hermione estuvo toda la
comida hablando de sus vacaciones en España, pero Harry no prestó
demasiado atención. Su cabeza daba vueltas, pensando en si debía o no
debía contárselo todo... en junio había decidido que no, pero ahora... Harry
había visto en los ojos de sus amigos que estaban preparados para
escucharle. También Ron parecía un poco ido, a pesar de que intentaba
escuchar a su amiga.
Cuando terminaron de comer, Harry había tomado ya su decisión: Iba a
contarles a Ron y a Hermione muchas de las cosas que le preocupaban,
porque, aunque había procurado disimularlo y alejar la idea de su cabeza,
al observar los ojos de Hermione no había podido evitar ponerse nervioso,
porque había recordado su cara en su sueño, sus ojos l orosos, su expresión
de dolor..., mientras pedía a Harry clemencia por su vida.

20

Confesiones y Secretos

Los tres amigos salieron de la cocina hacia el vestíbulo. Harry iba delante,
y se paró antes de l egar a las escaleras.

—Tengo que contaros algo —les dijo, volviéndose para mirarlos.

21

—¿Lo del sueño, Harry? —preguntó Ron.

—¿Qué sueño? —interrogó Hermione, con cara de preocupación—


¿Sigues teniendo visiones de Voldemort?

—Vamos a mi cuarto. Os lo contaré al í. Hay... hay varias cosas que no


sabéis.

Empezaban a subir las escaleras cuando Ginny salió también de la cocina


y los miró.

—¿Puedo ir yo? —preguntó. La chica esperó ansiosa un sí, pero bajó la


cabeza cuando Harry, Ron y Hermione se miraron entre el os—. Ya veo...
¡Nadie me cuenta nunca nada! Y yo... ¡yo también estuve al í, Harry, y
también fui parte del ED! No soy una niña estúpida...

Harry se lo pensó un momento.


—Ya lo sé, Ginny... Está bien, puedes venir —Harry no estaba muy seguro,
pero sabía lo que era que nadie le contara nada, y no quería hacer lo
mismo.

—¡Gracias Harry! —le dijo la chica, mucho más contenta.

Subieron a su cuarto y Harry cerró la puerta. Ron y Hermione se sentaron


en una de las camas, y Ginny en la otra.

—Bueno Harry —dijo Ron— ¿Qué no nos has contado?

—¿Qué es ese sueño que tuviste? —interrogó Hermione.

Harry paseó por la habitación, sin mirar a sus amigos, pensando en si


debía hacerlo, en si debía contárselo todo. Decidió que sí, que había l
egado el momento. No podía l evar más esa carga consigo. Necesitaba
desahogarse, aunque el o significara aterrorizar a sus mejores amigos.

—Antes debo contaros otra cosa —dijo, sin volverse.

—¿El qué? —preguntó Ginny.

—Bueno —Harry buscó como empezar—. ¿Recordáis la profecía que


Voldemort deseaba?

—Sí. Se rompió y nadie la escuchó —se lamentó Ron.

—Una pena —agregó Hermione.

—Bueno... Veréis —Harry volvió a dar vueltas por la habitación mientras


los demás permanecían sentados en las camas, mirándole—. Cuando
Dumbledore me sacó esa noche del Ministerio de Magia y me l evó a su
despacho me contó muchas cosas, la mayoría de las cuales ya os las conté,
pero hay algo que no os dije.

—¿El qué? —preguntó Hermione.

—Dumbledore me habló de la profecía. Me explicó que lo que había en el


Departamento de Misterios sólo era... una grabación.
—¿Una grabación? —preguntó Ron, extrañado.

—Sí, la grabación de la profecía. Dumbledore fue el que la escuchó,


cuando se hizo, hace dieciséis años, en Cabeza de Puerco...

—¡Entonces no se ha perdido! —exclamó Ron—. ¿Por qué no nos lo


dijiste antes?

—¿Quién hizo la profecía, Harry? —inquirió, interesada, Hermione.

—La profesora Trelawney —respondió Harry.

Al oír eso, los tres se quedaron con la boca abierta. Todo el mundo tenía a
la profesora Trelawney por una impostora, aunque Harry había visto dos
años antes como profetizaba el retorno de Voldemort...

—Sí... bueno —dijo Harry, observando la expresión de incredulidad de sus


amigos—, Dumbledore había ido a entrevistarla para el puesto de
profesora de adivinación, y encontró que, a diferencia de su antepasada
Cassandra, no tenía grandes dones. Se iba a ir cuando su voz cambió y en
un tono grave pronunció la profecía. Dumbledore me lo mostró en el
pensadero. La esfera sólo era una grabación de la misma.

—¿Qué... qué decía, Harry? —preguntó Hermione.

—¿Por qué no nos lo contaste antes? —preguntó Ron de nuevo.

—Porque... bueno, no sabía cómo os lo tomaríais —se disculpó. Miró a


sus amigos con gravedad—. De hecho, no pensaba contároslo aún, y no lo
haría si no fuese por dos razones: el sueño que tuve, y que vi que ya estáis
preparados. Al menos, mucho más preparados que en junio.

Ron, Hermione y Ginny se miraron entre el os, sin comprender a qué se


refería Harry con aquel o. Luego volvieron a dirigir la vista hacia él.

—La profecía decía algo así: «el único con poder para derrotar al Señor
Tenebroso l egará cuando el séptimo mes termina, nacido de padres que
han huido tres veces de él. El Señor tenebroso lo marcará como a su igual,
pero él tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce. Y uno deberá
morir a manos del otro, porque ninguno puede vivir mientras el otro
sobreviva» —Harry cal ó un momento y miró a sus amigos, que se habían
quedado muy serios. Hermione parecía muy asustada—. ¿Entendéis por
qué no lo había contado antes? —dijo, apesadumbrado.

—¿Qué significa exactamente, Harry? —preguntó Ron.

—No seas tonto, Ron. Está claro: significa que o Voldemort mata a Harry
o... o Harry tendrá que matar a Voldemort —explicó Hermione, con la voz
temblorosa—. ¿Es eso, verdad?

Harry afirmó con la cabeza. Ron había puesto unos ojos como platos.
Ginny soltó un quejido.

22

—Por eso él quiso matarme cuando era niño. Uno de sus mortífagos oyó la
profecía, pero sólo la primera parte, y por eso acudió a matarme, creyendo
que era lo que debía hacer, sin saber que, al intentarlo, sólo conseguiría
marcarme...

—¿Qué quiere decir «marcarle como a su igual»? ¿Es la cicatriz? —


preguntó Ginny, asustada.

—Sí —respondió Harry, asintiendo—. Él me transfirió algunos de sus


poderes aquel a noche, como la capacidad de hablar pársel, y se estableció
una conexión entre nosotros... supongo que por eso mi varita y la de
Voldemort tienen el mismo núcleo. Por eso la varita me eligió —finalizó.

—Ya... —dijo Ron, entendiendo—. Pero Harry, ¡¿qué poder posees que no
tenga Vo-Voldemort?! —

preguntó, ansioso

—Bueno... según Dumbledore, ese... poder o fuerza, es algo despreciado


por Voldemort. Dumbledore me dijo que la noche del ataque, cuando
Voldemort me poseyó, fue ese poder el que me salvó, cuando recordé a
Sirius. Es... —Harry se sentía un poco tonto diciendo esto— el amor, el
corazón, el cariño... Yo sentía que me moría y me alegré, porque el dolor
era horrible y quería que acabara, quería morirme y que todo l egara a su
fin... y entonces pensé que podría volver a ver a Sirius, y al hacerlo,
Voldemort me liberó. También fue eso, el amor de mi madre al sacrificarse
por mí, lo que se supone que me salvó cuando era un bebé.

Sus tres amigos le miraron durante un rato, sin decir nada, aún asimilando
lo que Harry les contaba, aún intentando digerir el hecho de que su mejor
amigo tendría que enfrentarse a muerte a un mago, y no a cualquiera, sino
al mago más poderoso y terrible que el mundo había conocido...

—¿Pero cómo vas a vencer a Voldemort con amor? —preguntó Ron, un


rato después—. Con lograr que no te posea no vas a conseguir matarle...

Harry sacudió la cabeza, dejándose caer sobre una de las camas.

—No lo sé, Ron. En realidad no tengo idea de casi nada...

—Dios mío Harry... yo me moriría si supiera que mi destino es ese... —


comentó Hermione.

—Ésa es la razón por la que Dumbledore nunca me lo había dicho —dijo


Harry un poco resentido—. Creía que no sería capaz de superarlo... pero si
lo hubiese sabido, Sirius aún seguiría vivo...

—No te culpes, Harry... —le pidió Hermione—. Dumbledore también es


humano, también puede cometer errores... Yo no sé si me atrevería a
decirle a alguien algo como eso... —el a se acercó a él y le pasó un brazo
por los hombros—. Pero algo es cierto: sea lo que sea lo que tengas que
hacer, estaremos contigo. No lucharás solo.

Harry miró a la chica con dulzura y agradecimiento. Habérselo contado a


sus amigos era como haber repartido la carga, como haberla aligerado. Se
sintió un poco más aliviado.

—Gracias —dijo.

—Ahora cuéntanos lo de ese sueño que tuviste.


Harry se quedó cal ado un largo rato. Aún no sabía muy bien como
explicárselo a su amiga... Quizás el os pensarían que era una pesadil a,
nada más, pero él había sentido cómo ocurría, lo había visto, había sido
tan real...

—Bueno, veréis —comenzó—. Hace dos días empezó a dolerme la


cicatriz antes de acostarme. Hacía mucho tiempo que no me dolía tanto.
Me quedé dormido en medio del dolor, y comencé a soñar. Soñé con aquel
a noche en la sala de las profecías, y con la profecía en sí. Todo se
entremezclaba de forma muy confusa. El lugar cambió y yo estaba en el
cementerio de la casa de los Ryddle, y Voldemort se disponía a matarme...
pero, entonces... —Harry se cal ó un momento.

—¿Entonces qué? —dijo Ron—. Hasta ahora parece una simple pesadil a,
Harry...

—Pues no lo era —replicó Harry, cortante. Cal ó un momento, y luego


prosiguió—: Sucedió algo extraño: Me encontré en otro lugar, y en otro
tiempo, y ya no era tan confuso. Me sentía extraño, inmenso, poderoso...

pero también despiadado, malvado... yo... yo era Voldemort... o más bien


nos habíamos unido en una sola persona, y... y lo gobernaba todo... mi
cicatriz tenía forma de serpiente, y tenía muchísimos servidores, y
ordenaba que ejecutaran a alguien y... y... —Harry habló apresuradamente,
con frases entrecortadas, empezando a temblar.

—Tranquilo, Harry. Despacio —Hermione intentó tranquilizarle, aunque a


el a se la veía nerviosa y asustada

—. Continúa ¿y...?

—¡Eras tú! —gritó Harry, con lágrimas en los ojos—. Yo... yo ordenaba
que los mortífagos, que eran cientos, te ejecutaran, y... y tú estabas herida,
y sola, y pedías clemencia, me pedías que no siguiera, me decías que yo no
podía ser así, y yo quería gritar... ¡Pero de mi boca sólo salía esa horrible
risa!... y entonces me desperté —terminó, sin atreverse a contarle que la
había visto morir.
Hermione temblaba de pies a cabeza. Ron parecía ido y Ginny parecía a
punto de echarse a correr.

—¿A... a mí? —preguntó Hermione.

—Sí.

—Pero... ¿era una visión? ¿Una profecía? —Hermione parecía aterrada


ante esta última posibilidad.

—No sentí que fuera una premonición... pero sí que podía ser real. Creo
que era una posibilidad en mi futuro.

Si... si quiero... si me uno a él, podría suceder. Ya me lo ofreció hace


tiempo —Añadió.

23

—¡¿QUÉ?! —Gritó Ron, abriendo muchísimo los ojos.

—Cuando estaba frente a Quirrel ... Voldemort me ofreció unirme a él...


me dijeron que no había bien ni mal... sólo poder... —le explicó Harry con
la mirada perdida en el suelo—. Y yo en mi sueño sentía eso...

sentía que estaba por encima del bien y del mal... era una especie de dios
oscuro... ya no era humano...

—¡Pero Harry! —gritó Ron— ¡Tú jamás harías algo así! Tú le odias. Él
mató a tus padres, y por su culpa murió Sirius... ¡Y ya ha intentado matarte
un montón de veces...! Seguro que te envió esas visiones sólo para
asustarte... igual que hizo cuando viste a tu padrino en el Departamento de
Misterios...

—Claro Harry —dijo Hermione, algo más tranquila—. Tú nunca me harías


daño. Estoy segura de el o.

—Yo... yo no estoy seguro de nada... Cuando soñaba... cuando estaba al í...


estaba horrorizado, pero... pero a una parte de mí le gustaba... ¡ya no había
dolor ni tristeza! Ya no me importaba nadie, sólo yo mismo... ya no podía
sufrir ni por Sirius, ni por mis padres, ni por vosotros...

Todos permanecieron cal ados durante un rato.

—¿Se lo has contado a alguien, Harry? —preguntó Hermione.

—Quería hablar con Dumbledore, pero ayer no tuve ocasión...

—Bueno, tal vez venga hoy por aquí. Seguro que todo se soluciona ¡Ya lo
verás! —dijo Ron, intentando animar a su amigo.

—No veo cómo —le respondió Harry, abatido, dejándose caer de espaldas
en la cama.

—Nosotros te ayudaremos, Harry. ¡No te dejaremos solo! —manifestó


Ginny enérgicamente.

—Gracias, Ginny —dijo Harry intentando sonreír, pero sin conseguirlo.

Ron se levantó y se acercó a su mejor amigo.

—Nos da igual lo que diga esa profecía —afirmó con rotundidad—.


Nosotros estaremos a tu lado. Si debes enfrentarte a Vo-Voldemort, yo
estaré contigo. Moriré contigo si es necesario.

—Gracias, Ron... —dijo Harry, mirando a su amigo con infinita gratitud.

—También yo —añadió Hermione.

Harry le sonrió. Estuvieron un rato cal ados. Nadie se atrevía a decir nada
más. Cada uno pensaba para sus adentros lo que aquel o podría significar.

—Bueno... ¿por qué no bajamos al salón? Podríamos hacer algo para


divertirnos... no sé, quizá podríamos ir al cal ejón Diagon y así veríais la
tienda de Fred y George. Está genial —dijo Ron, intentando cambiar de
tema y animar algo el ambiente.

La perspectiva de un viaje al cal ejón Diagon alegró a Harry un poco.


—No creo que mamá nos deje, Ron. No si alguien no nos acompaña —
repuso Ginny.

—¿Acompañarnos? Podemos ir por la chimenea. No tendremos que pisar


el Londres muggle.

—Estoy segura de que no nos dejará.

Bajaron a la cocina, donde sólo estaba la señora Weasley. Todos los demás
habían salido, por una razón u otra. Ron preguntó si podían ir al cal ejón
Diagon, pero la señora Weasley no parecía muy dispuesta.

—No Ron. Pronto l egarán las cartas de Hogwarts, y entonces iremos un


día todos juntos.

Ron salió de la cocina protestando que ya no era un niño y que su madre lo


trataba como si lo fuera, pero la señora Weasley no le hizo caso. Dado que
no podían salir, se fueron al salón a charlar, jugar una partida de
gobstones, o quizás al ajedrez mágico.

—Oye, Hermione, ¿sabes una cosa? —dijo Harry cuando l evaban un rato
jugando una partida de gobstones.

—No ¿el qué?

—Ayer vino Percy. Se ha disculpado conmigo. —A Hermione era a quien


mejor le había caído siempre Percy, al menos, hasta el año anterior.

—¡¿De veras?! Me alegro. Ron ya me había dicho que se había disculpado


con la familia en una carta que me envió —dijo Hermione— ¿Y qué le
dijiste?

Harry miró a Ron un instante. A él no le había mandado ninguna carta


contándole lo de Percy. Ron se encogió de hombros.

—Bueno, le dije que estaba disculpado... aunque no iba a olvidar


fácilmente que me creyera un mentiroso. Si le perdoné fue sobre todo por
la madre de Ron. El a estaba tan disgustada...
—Hiciste bien. Al fin y al cabo, Percy puede ser una gran ayuda... como
trabaja en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional...

—Pero no es miembro de la Orden —dijo Ron—. Si se lo pide a


Dumbledore, seguro que lo acepta, pero no lo ha hecho. Y Fred y George
aun planean si enviarle algún regalo de su tienda que esté en periodo de
pruebas...

—¡Espero que no lo hagan! —dijo Hermione—. Podrían volver a


estropearlo todo. Percy no es malo...

solamente es demasiado estirado con las normas...

—Y demasiado ambicioso —agregó Ron.

Siguieron jugando durante un rato, y de repente, Hermione preguntó,


cambiando de tema.

—Bueno, y ¿qué asignaturas vais a coger este año?

24

—¿Cómo? —preguntó Ron, mirando a Hermione sin comprender.

—Venga, Ron, vamos a empezar sexto. Tenemos que elegir qué


asignaturas queremos para los ÉXTASIS

del próximo curso. Por supuesto, sólo podemos elegir asignaturas que
hayamos aprobado en el TIMO... y luego, esperar que nos admitan, claro.
Por cierto... ¿qué tal las notas del TIMO?

—¡Bien! —dijo Harry—. Yo conseguí ocho y Ron siete. ¿Y tú?

—Yo... —dijo Hermione algo colorada— ¡Sólo obtuve «supera las


expectativas» en Aritmancia!

—¿Y en lo demás? —preguntó Ron, aunque se imaginaba la respuesta


—Bueno... no me fue mal —respondió Hermione con timidez—
«Extraordinario» en todo... tuve suerte —

terminó, ruborizándose.

—Vamos, Hermione. Todos nos imaginábamos que ibas a conseguir esas


notas. ¡Eres la chica más lista que conocemos! —le dijo Harry. Hermione
sonrió, ruborizándose aún más.

—¿Qué vas a escoger tú? —le preguntó Ron a su amiga.

—Bueno... de momento seguiré con todo lo que tengo. Me atrae la idea de


ser auror, pero también me gustaría trabajar en el Departamento de
Misterios, aunque para trabajar al í hace falta una buena nota en el
EXTASIS de Teoría de la Magia, que es muy difícil... Me parece muy
interesante. Lo único que ya no tendré es Historia de la Magia, y vosotros
tampoco. Sólo se da hasta quinto.

A Harry y a Ron no les disgustaba en absoluto acabar Historia de la Magia,


que era una asignatura aburridísima cuyo profesor era un fantasma tan
anclado en la rutina que la había seguido aun después de muerto.

—A mí me gustaría ser auror, pero no sé... tendría que dar Pociones, y,


quitando el hecho de que Snape no me admitirá por haber sacado sólo un
«Aceptable» en el TIMO, no me apetece en absoluto verle. Nunca más.

—Tienes que intentarlo, Harry, si es lo que te gusta... —le animó


Hermione.

—Bueno, si al final vences a Vo-Voldemort, supongo que te nombrarán


auror honorario... o quizás incluso ministro de magia ¿no crees? —
aventuró Ron.

Harry no encontró muy divertida la posibilidad que Ron le ofrecía...


aunque la verdad era que si no conseguía vencer a Voldemort tampoco
tendría que preocuparse por su futuro...

—Bueno Ron ¿y tú qué? —le dijo Hermione.


—Bueno... a mí me gustaría ser jugador de quidditch... —dijo Ron—. Pero
no creo que sea lo bastante bueno. Si no puedo me gustaría ser auror, pero
me parece excesivamente peligroso... no sé. Supongo que elegiré las
mismas asignaturas que teníamos, como Harry. Excepto adivinación... y ya
veremos Pociones. La perspectiva de aguantar a Snape dos años más no
me resulta demasiado atractiva.

—Puf, pues a mí me toca este año el TIMO... —se lamentó Ginny—. Va a


ser horrible.

—No te preocupes, Ginny —Hermione la tranquilizó—. Mientras no hagas


como dos que yo me sé y dejes que todo se te vaya acumulando, no tendrás
problemas.

Ginny sonrió, y Ron miró a Hermione con visible enfado.

—Bueno, no nos ha ido tan mal ¿no? —espetó Ron.

—Ya, pero si no os hubiera dejado mis apuntes...

—Y si Harry no nos hubiera enseñado Defensa Contra las Artes Oscuras,


tú no habrías conseguido... —le respondió Ron.

—Sí... pero la idea fue mía —cortó rápidamente Hermione.

—Dejadlo ya, por favor —pidió Harry antes de que la discusión fuera a
más y sus dos amigos acabaran peleados como de costumbre.

Ambos se miraron y bajaron la cabeza.

—Bueno... y ¿quién será este año el profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras? —preguntó Hermione para cambiar un poco de tema.

—No lo sé. No sé de nadie que pueda querer ese puesto —dijo Ron—. Ya
van cinco profesores en cinco años...

—No lo nombrará el ministerio ¿verdad? —preguntó Harry asustado—.


Según el decreto nº 22...
—No —respondió Ron rápidamente—. Fudge abolió todos los decretos de
enseñanza. No creo que tenga ganas de enfrentarse a Dumbledore. Mi
padre dice que Fudge sabe muy bien que sin Dumbledore, Vo-Voldemort
hará lo que le venga en gana, y además actualmente el ministro no es
demasiado popular...

Hermione miró a Ron fijamente un rato, sonriente. Ron nunca se había


atrevido a pronunciar el nombre de Voldemort, aunque era obvio que aún
le costaba.

—Espero que sea bueno —dijo Harry, esperanzado—. Nos va a hacer falta.

—De todas formas —dijo Hermione—. Quizás deberíamos seguir con las
clases particulares... El año pasado nos fue muy bien con el as. No creo
que hubiésemos logrado salir vivos del Departamento de Misterios si no
las hubiéramos dado.

Harry se mostró de acuerdo en esto último... aunque, aún así, habían salido
vivos por un pelo, y le había costado la vida a Sirius... y si Dumbledore no
hubiese l egado...

25

—¿Tú qué dices, Harry? —le preguntó Hermione.

—Bueno... ya veremos —aunque lo había pasado bien en esas clases, no


sabía si quería ver a todos los que habían formado el Ejército de
Dumbledore... no estaba demasiado seguro de qué haría si se encontraba
con Cho Chang de nuevo. Ya no le gustaba, pero seguro que sería una
situación incómoda. Al fin y al cabo, la última vez que había hablado con
el a habían discutido a causa de su amiga Marietta. Harry frunció el ceño
al acordarse de el a. Los había denunciado ante la profesora Umbridge y
sólo la fuga de Dumbledore y la rápida actuación de un hechizo
desmemorizador de Kingsley los había librado de la expulsión.

—¿Estás bien Harry? —le preguntó Ron muy serio.

—¿Eh...? ¡Ah! Sí, sí, no te preocupes, Ron. Sólo pensaba...


—¿Cho Chang? —inquirió Hermione.

—Bueno, no exactamente... —Harry intentó evitar el tema. Hermione


siempre parecía saber lo que pasaba por su cabeza, y eso no le gustaba
nada.

Un rato después, oyeron el timbre de la puerta. Como de costumbre, el


retrato de la madre de Sirius empezó a gritar y a insultar. Aún no habían
logrado quitar el cuadro de la pared y ya resultaba un poco molesto.

Ginny salió a tomar un vaso de agua y a buscar unas cervezas de mantequil


a para los cuatro. Cuando volvió, le dijo a Harry.

—Bueno Harry. Si quieres hablar con Dumbledore deberías ir a la cocina.


Acaba de l egar.

—Ve, anda, antes de que sea la hora de la cena —le aconsejó Hermione.

Harry se levantó y fue a la cocina. Al í se encontró a Albus Dumbledore, a


la profesora McGonagal , a Lupin y a la señora Weasley hablando muy
juntos.

—Eh... hola profesor. Hola profesora McGonagal —saludó Harry.

—Hola Potter —respondió Minerva McGonagal mirándolo con interés.

—¿Querías algo, Harry? —le preguntó Dumbledore.

—Bueno, yo quería hablar con usted un momento, profesor —le dijo


Harry.

Dumbledore le miró fijamente.

—Está bien. Espérame en el salón de la planta de arriba, Harry. Iré


enseguida.

Harry salió de la cocina y subió las escaleras. Mientras esperaba a


Dumbledore, se sentó en un sil ón. Harry prefería esperar al director en su
despacho de Hogwarts. Siempre había alguna cosa interesante que mirar.
Pero aquí, en el salón, no había nada excepto unos sil ones y unas mesas.
Sirius había quitado todos los cuadros y recuerdos de su familia de la casa,
excepto el mural genealógico de los Black, el retrato de su madre y lo que
hubiese conseguido salvar Kreacher. Un cuarto de hora después subió
Dumbledore. Se sentó frente a él.

—Bien, Harry. Cuéntame ¿Qué te ocurre? Es por el sueño ¿Verdad? —le


preguntó Dumbledore.

—¿Cómo sabe que tuve un sueño? —preguntó Harry extrañado

—Ya te dije que soy un experto en Legeremancia, Harry. Ayer, durante la


comida, pude ver la preocupación que sentías y su motivo, aunque, por
supuesto, no intenté averiguar nada más. Desgraciadamente, no tuve
tiempo para hablar contigo.

—Pues sí, es por el sueño... verá, profesor, hace dos noches yo estaba
encima de mi cama, y de repente empezó a dolerme la cicatriz muchísimo,
como si Voldemort estuviera muy enfadado, aunque no tuve ninguna
visión ni ninguna sensación ¿sabe? —Harry hizo una pequeña pausa.

—Sí. Continúa —Dumbledore le dirigía una mirada evaluadora.

—Bueno, intenté dormirme, y empecé a soñar...

Harry le contó el sueño a Dumbledore con pelos y señales, incluso la


aparición del rostro de Slytherin que no había mencionado a sus amigos.

—¿Qué puede significar, profesor? —le preguntó Harry—. Yo creo que era
una especie de... premonición de lo que podría ocurrir si... ya sabe.

Dumbledore no contestó. Se quedó mirando a Harry durante un rato,


pensativo. Su cara mostraba preocupación.

—Profesor... ¿cree que Voldemort me provocó esa visión para... para


intentar que me una a él?

—Podría ser, Harry —le contestó Dumbledore—. Es posible que


Voldemort intente algo así... No lo sé. La verdad, nunca había oído hablar
de la posibilidad de que dos magos se unieran en uno solo, pero... —el
director se encogió de hombros—. Voldemort ha intentado matarte en
cuatro ocasiones, sin contar el combate en la cámara secreta, y en todas ha
fal ado. Esperaba que la profecía le dijera cómo matarte, pero no pudo
conseguirla. Sabe que entre vosotros hay una conexión mental y mágica,
debido que os leéis la mente y a la actuación de las varitas cuando os
enfrentasteis la noche que él retornó. Es posible que piense que si os unís,
nada en este mundo pueda detenerle, y creo que tu sueño confirma esta
idea. Ya conoces la profecía, Harry. Si tú no le vences, nadie más podrá
hacerlo.

Harry miró hacia la alfombra.

—Pero yo no quiero unirme a él... y sin embargo...

—...una parte de ti lo deseaba —terminó Dumbledore.

26

—Sí... pero no es unirme a él lo que yo deseaba... en el sueño, era el poder


lo que me atraía, y sobre todo, la ausencia de dolor...

—Harry, conozco el dolor. Yo también he perdido a seres queridos, y sé


que es horrible, pero el dolor es un pequeño precio a pagar por el amor...
Harry —Dumbledore le miraba muy fijamente— ¿Sabes por qué en tu
sueño no sufrías?

Harry no respondió.

—No era por el poder que poseías, Harry. No sufrías porque no tenías por
quien sentir dolor. Ese ser que había en tu sueño, Harry, estaba solo, al
igual que lo está Voldemort ahora. No sufre, no siente dolor, porque no
ama. Es incapaz de sentir algo por alguien, y quizá sea eso, más que todas
sus transformaciones y poderes, lo que le aleja de un ser humano.

Harry meditó unos instantes en lo que Dumbledore le decía. La última vez


que había hablado con él, le había gritado que no deseaba ser humano...
Dumbledore parecía saber lo que Harry pensaba y le dijo:
—Cuando perdiste a tu padrino, el dolor fue horrible, Harry. Yo también lo
sentí. Traté mucho a Sirius, como a tu padre, y su pérdida me causó mucha
pena. Pero cuando decías que no querías ser humano, no pensabas en los
Weasley, o en Hermione, o en los demás compañeros que tienes en
Hogwarts. ¿De verdad crees que el dolor de la pérdida es un precio
excesivo por el amor que nuestros seres queridos nos dan?

—No —respondió Harry, tras meditarlo un rato—. Pero eso no lo hace


menos horrible. Nada lo cura, a cada momento algo me recuerda a él...

—Lo sé. Sé que es duro para ti estar aquí, y que él no esté, pero en algo te
equivocas. Sí hay una cura: El amor. El amor es causa, pero también
remedio, del dolor. Sirius, y también tus padres, murieron por protegerte,
por dar a sus seres queridos la posibilidad de vivir en un mundo mejor que
el que les había tocado a el os. Nadie moriría por Voldemort, Harry. Sus
mortífagos solamente están con él por interés, o por miedo. Ya viste como
cuando él cayó, sus seguidores le abandonaron. ¿Te abandonaron tus
amigos cuando todo el mundo creía que mentías?

—No... —volvió a decir Harry. Ron y Hermione lo habían acompañado al


ministerio, aun a pesar de que era una locura, a pesar de que, si Harry
estaba en lo cierto, Voldemort les esperaba... y una oleada de gratitud
hacia sus dos amigos lo envolvió—. No. Jamás me han abandonado.
Habrían muerto por mí. Y yo por el os.

—Exacto, Harry. Tú, al igual que tus padres, o Sirius, tienes un tipo de
inmortalidad que Voldemort nunca conseguirá: la inmortalidad de los que
siguen viviendo en el recuerdo de quienes los amaban. ¿Crees que alguien
l oró por Voldemort cuando desapareció? Sus servidores sólo se
preocuparon de salvar su propia piel.

—Los Lestrange y Crouch sí le buscaron —repuso Harry.

—Sí, pero no era por amor, Harry. O no al menos por lo que tú y yo


entendemos por amor. Tú y Voldemort compartís muchas cosas, como tú
mismo comprobaste cuando ibas en segundo. Ambos perdisteis a vuestra
familia, y ambos os veíais obligados a vivir en un lugar que no queríais...
pero, como te dije, Harry, tú hiciste amigos y elegiste el buen camino, el
camino del amor. Tom Ryddle eligió el camino del odio y la amargura.

Quizás pueda ser muy poderoso, pero nunca conocerá la felicidad


auténtica. Él eligió el camino fácil, pero nunca tendrá las recompensas que
el camino que tú tomaste te puedan dar.

Harry pensó en lo que Dumbledore le había dicho... y se dio cuenta de que


se sentía un poco mejor.

Dumbledore hacía ver las cosas de otra manera... sin embargo, aun distaba
mucho de estar tranquilo.

—Profesor Dumbledore... ¿cómo el amor, cómo el corazón va a ser más


poderoso que todas las armas provenientes de las artes oscuras que
Voldemort debe poseer?

—Harry, creí que ya lo habías entendido. El amor es la fuerza más grande


y maravil osa que puede impulsar a un ser humano. Ninguna
contramaldición puede detener a la maldición asesina, como ya sabes.
Pero el amor de tu madre por ti, su sacrificio, la detuvo. Te salvó, mientras
que todos lo años de conjuros e investigaciones de Voldemort en las Artes
Oscuras apenas consiguieron evitar que muriera cuando la maldición
rebotó contra él —le explicó Dumbledore—. El amor es poderoso, Harry,
porque el que lo siente está dispuesto a sacrificarse por aquel o que ama.
Nada hay que conduzca a un ser humano a sacrificarse tanto como el amor
por un ser querido. Tú ya lo sabes: fue el cariño por Sirius lo que te l evó
al departamento de misterios en junio. Fuiste a rescatarlo aunque sabías
que lo más probable era que encontraras la muerte.

Y eso mismo fue lo que hizo que Ron, Hermione, Nevil e, Ginny y Luna te
acompañaran, a pesar de que sabían lo que les esperaba.

Harry se quedó un momento pensativo. Lo que decía Dumbledore tenía


bastante sentido...

—Y cuando el año pasado os ofrecisteis a ayudar a Hagrid con Grawp,


Harry, también fue vuestro cariño por él lo que os impulsó. Nadie se habría
ofrecido a algo semejante si no fuera por una razón muy poderosa.

Harry miró a Dumbledore. No tenía ni idea de que estuviera al corriente de


la presencia de Grawp en el bosque… Recordó a Hagrid, y se perdió en
pensamientos durante unos minutos, mientras Dumbledore le miraba,
hasta que se acordó de otra cosa:

—Profesor... ¿Qué significa la presencia de Slytherin? Parecía que hubiera


estado esperando durante años que yo me uniera a su heredero ¿Qué es lo
que tengo que conseguir?

27

—Sobre eso, Harry, siento decir que no estoy seguro. Voldemort l eva un
mes inactivo. No sabemos lo que pretende, ahora que su plan ha fal ado y
no ha podido conseguir la profecía... —Dumbledore miró fijamente a
Harry—. ¿Dijiste que habías soñado con la profecía?

—Sí. ¿Por qué? ¿Tiene algo que ver?

Dumbledore no contestó. Parecía haberse dado cuenta de algo y mostraba


una expresión de preocupación...

—No estoy muy seguro, Harry —respondió por fin Dumbledore—. Hay
muchas cosas que ignoramos. Pero no me gusta que sueñes esas cosas. La
Orden debe ponerse a trabajar, y tú también.

—¿Yo?

—Claro. Yo terminaré de darte las clases de oclumancia que había


comenzado el profesor Snape. Y es importante que empecemos cuanto
antes, para tener tiempo mientras no empiece el curso.

Aunque a Harry no le gustaba la oclumancia, sintió un inmenso alivio al


saber que sería Dumbledore el que le enseñaría. Las clases con Snape
habían resultado horribles.

—¿Cuándo las daremos, profesor?


—No lo sé, depende de cuando pueda. Pero procuraré que sean tres o
cuatro horas por semana, Harry. Sólo quedan cuatro semanas para que l
egue septiembre y hemos de aprovechar el tiempo —Dumbledore le miró

—. ¿Deseas decirme algo más?

—Eh... creo que no, profesor. Gracias.

—De nada, Harry. Todo se resolverá, ya lo verás.

Dumbledore se dirigió hacia la salida e iba a salir cuando Harry le habló:

—Profesor Dumbledore...

—¿Sí? —Dumbledore le miró fijamente.

—Prométame que no me ocultará nada... prefiero saber la verdad, por


horrible que sea.

Dumbledore le miró durante unos segundos con expresión grave.

—Te lo prometo, Harry. No volveré a cometer el mismo error, te lo


aseguro. Me ha costado muy caro y créeme que lo estoy pagando con
creces.

Dicho esto, Dumbledore bajó. Harry permaneció al í unos minutos y luego


decidió bajar junto a sus amigos.

De repente sentía un gran deseo de estar con el os, de hablarles, de decirles


todo lo que sentía, que se arrepentía de haberles gritado el año anterior, de
haber estado tan insoportable...

Cuando entró en el salón del sótano, Ron y Ginny jugaban al ajedrez


mágico, y Ron se estaba desquitando de la derrota en la partida de
gobstones. Hermione leía un libro. Se quedó mirándolos un instante y un
cálido sentimiento de emoción le embargó. Aquel a era su familia, y
siempre estarían con él, como lo habían estado hasta ahora, a pesar de las
locuras que había hecho... Hermione se percató de su presencia, levantó la
mirada y sonrió.
—¿Qué tal Harry? Pareces muy contento.

Harry les contó por encima la conversación con Dumbledore. Cuando


terminó, Ron le dijo:

—¿Ves? Todo se arreglará. Si Vol-Voldemort quiere que te unas a él debe


ser porque te tiene miedo. Al fin y al cabo, por eso intentó matarte de niño
¿no?

—Sí... De todas formas, Dumbledore tampoco sabe exactamente qué


significa el sueño, y creo que está preocupado... pero bueno, no es de eso
de lo que quería hablar. Yo... yo quería deciros algo... —Harry no sabía
como expresarse.

—¿Entonces qué es? —le preguntó Hermione.

—Bueno... sé que el curso pasado no estuve muy agradable... que he sido...


bastante estúpido.

—Vamos Harry, tú no eres estúpido —le dijo Ron.

—Sí, Ron. Pagué con vosotros la frustración que sentía en contra del
ministerio, de Malfoy, de Umbridge... y vosotros siempre habéis estado a
mi lado. Incluso me sentí celoso cuando recibiste la insignia de prefecto

¿sabes? Empecé a pensar en todo lo que yo había hecho que no habíais


hecho vosotros. No soy más que un idiota. Yo fui el que salvó la piedra, sí,
pero no lo habría logrado sin vosotros, sin tus conocimientos —le dijo a
Hermione, que se ruborizó—, o tu habilidad y tu sacrificio al jugar al
ajedrez... y me enfrenté solo al basilisco porque tú no pudiste pasar... pero
bajaste, y habrías venido sin falta, a pesar de que tu varita estaba rota. Y
tampoco habría logrado salvar a Sirius si Hermione no me hubiera
ayudado, ni habría ganado el torneo de los tres magos sin vuestra ayuda...
y el año pasado tampoco habría conseguido escapar de los mortífagos sin
vosotros, o sin Ginny. —Los tres estaban ruborizados—. Lo que quiero
decir es que nunca me habéis dejado solo... habríais muerto por mí y...

—Harry, tú también habrías muerto por nosotros —le dijo Ron.


—Tú arriesgaste tu vida para salvarme —le recordó Ginny.

—Lo que pretendo que entendáis es que yo... sin vosotros... sois lo mejor
que he conocido en mi vida —soltó Harry por fin—. Vosotros fuisteis mis
primeros amigos. Tú y tus hermanos os arriesgasteis mucho al ir a 28

buscarme en el coche aquel verano —dijo mirando a Ron—. Y el año


pasado... fue el pensar en vosotros lo que me salvó de aquel os
dementores... si no no habría conseguido lanzar el patronus...

Hermione le miró con ternura y los ojos l orosos. Se acercó a él y lo


abrazó.

—Vamos Harry, no es para tanto. Sólo hicimos lo que tú habrías hecho por
nosotros...

—Lo sé, pero ahora que Voldemort ha retornado... ¡en junio pude haber
hecho que os mataran a todos! Y...

bueno, no quería que algo así volviera a pasar sin deciros esto.
Dumbledore me ha abierto los ojos en muchas cosas —terminó Harry,
levantándose y dirigiéndose a la puerta. Pero antes de l egar pensó algo y
se volvió hacia Ron y Hermione, aun sin saber muy bien por qué lo hacía
—. Y tal vez vosotros dos deberíais plantearos algo respecto a vuestras
discusiones.

—¿Qué? —preguntó Ron, sin comprender.

—Digo que tal vez deberíais pensar por qué discutís tan a menudo por
tonterías —aclaró Harry—. Mirad, estamos en peligro, cada vez más, y no
sé... ¿Qué haríais si os pasara algo y estuvieseis enfadados en ese
momento? ¿Cómo os sentiríais si a uno de vosotros le pasara... algo, y lo
último que os hubierais dicho fuese un insulto?

Ron se puso un poco colorado, pero miró a Harry fijamente. Hermione


miraba a la alfombra, como si fuera muy interesante. Ginny los observaba
a los dos, con expresión seria. Harry les dirigió una última mirada y se
volvió para cruzar la puerta, pero antes de salir del todo, volvió a hablar:
—Me voy un rato a la habitación, hasta la hora de cenar... os agradecería
que me dejarais solo hasta entonces. Quiero pensar.

—Claro, sin problema —dijo Ron.

Estuvo leyendo en su cuarto, solo, hasta la hora de cenar, cuando Fred y


George le despertaron con un susto al aparecerse en medio de la
habitación.

—¡Hola Harry! —saludó Fred

—Te hemos traído unas ranas de chocolate, tío —dijo George entregándole
una bolsa.

Harry miró la bolsa y luego a los gemelos, con desconfianza.

—¿Son ranas de chocolate normales?

—Harry, tus dudas nos ofenden en lo más profundo de nuestro corazón —


dijo Fred poniendo cara de circunstancias.

—Ya —respondió Harry.

—Te aseguro que no son invención nuestra, Harry. Son las mismas
aburridas ranas de chocolate de toda la vida —le aseguró Fred. Harry las
miró un momento con desconfianza.

—Está bien, las probaré.

Comió una, esperando vomitar, o que le sangrara la nariz, o que le


crecieran las orejas o varias narices, o que empezara a dar saltos por la
habitación, pero nada de eso pasó. Era una rana de las de siempre.

—¿Lo ves, desconfiado?

—Venga, Harry, baja a cenar. Y que nuestra madre no vea que te hemos
dado ranas de chocolate antes de la cena, o nos despel eja.
Los gemelos se desaparecieron, y Harry bajó por las escaleras, hacia la
cocina.

Cuando entró, vio a Moody, a Tonks, a Lupin, a la profesora McGonagal , a


Dumbledore, a los señores Weasley, a Bil y a otro mago que había visto
pocas veces, l amado Dedalus Diggle.

—Harry, cariño, avisa a Ron, Hermione y Ginny, ¿Vale? —le pidió la


señora Weasley.

—Bien.

Harry entró en el salón y vio al í a los gemelos, que sacaban algo de una
bolsa.

—Toma, Hermione, es un pequeño regalo —le dijo Fred, dándole un libro.

—Es por habernos permitido trabajar con tantas comodidades y libertad el


año pasado en el colegio —

explicó George en tono irónico.

Hermione lo cogió, sorprendida, pero sin hacer caso del comentario de


George, y lo miró un momento.

—¡Oh! Gracias, chicos. Tiene buena pinta. Plantas e hierbas mágicas de


uso común —leyó Hermione mientras lo abría.

Al instante, como le había pasado a Harry, el pelo se le cayó, y le


empezaron a crecer varias ortigas, unos cuantos claveles y algún que otro
cardo.

¡¡AAAAAAAGH!! —Gritó Hermione, mientras todos los demás se partían


en dos de la risa. Al instante entró la señora Weasley, que echó una nueva
bronca a Fred y a George por jugar con sus productos en la casa.

—¡A poner la mesa! ¡Los dos solos!

—Está bien, mamá, ya vamos —dijo George, aún riéndose


—¡¡Y sin magia!! —terminó la señora Weasley, tajante—. Tranquila,
querida, yo lo arreglaré —le dijo a Hermione, con una expresión entre
divertida y de infinita paciencia. Le dio unos toques con la varita, y la
cabeza de Hermione volvió a quedar como antes.

29

Pasaron a cenar, aun con una sonrisa en la cara. La verdad, había sido todo
un espectáculo... Hermione miraba alternativamente a Ron y a Harry,
como retándolos a que se atrevieran a reírse.

Durante la cena, el señor Weasley comentó que en el ministerio, la


posición de Fudge se tambaleaba cada día más.

—Los sectores que se opusieron a su política durante todo este año están
cobrando un gran peso —decía—.

No me sorprendería que dimitiera. Aunque no se viera obligado por las


circunstancias (y sus acciones durante el año pasado podrían obligarlo), no
veo a Cornelius Fudge enfrentarse a la situación actual. La mayoría de la
gente cree que la actitud que mostró desde el verano pasado se debe a que
Fudge no sería capaz de actuar frente a lo que se nos viene encima.

—Fudge le ha cogido mucho gusto al poder —gruñó Moody—. No lo


soltará así porque sí, sea cual sea la amenaza actual. Aunque si por mí
fuera, le echaría del ministerio de una patada. No sé porque le dejas seguir
en el cargo, Dumbledore...

—¿Dumbledore? —preguntó Harry, entrando en la conversación.

—Dumbledore ha estado colaborando con Fudge —explicó el señor


Weasley, mirando al director, que no decía nada—. O bueno, más bien al
revés... si Dumbledore dijera que Fudge es un incompetente y debería
dejar el cargo, no creo que tardasen ni dos días en echarle de una patada,
como dice Alastor —terminó, riendo.

Harry y Ron se miraron, con una sonrisa cómplice. A Harry, la idea de ver
al ministro saliendo del ministerio debido a una patada de Moody le
resultaba maravil osamente satisfactoria. Aún no podía terminar de creer
la actitud que había tenido durante el curso anterior...

—Yo jamás me habría imaginado la reacción del ministro la noche en que


El-que-debe-ser-nombrado retornó. Un año antes, durante una
conversación en las Tres Escobas, parecía creer que Sirius Black pretendía
reunirse con él para ayudarlo a instaurar su poder. Entonces no le parecía
una posibilidad descabel ada, y sin embargo, a la hora de la verdad... —la
profesora McGonagal sacudió la cabeza—. Y

luego atreverse a enviar a Hogwarts a esa horrible mujer, Dolores


Umbridge... —la profesora puso una expresión de asco y rabia. Dolores
Umbridge había estado a punto de matarla cuando había intentado impedir
que Dolores arrestara a Hagrid.

—Una cosa es saber que Voldemort podría retornar si lo ayudaban, y otra


muy distinta aceptar que había regresado, Minerva —repuso el profesor
Dumbledore.

—La profesora Umbridge debería haber terminado en Azkaban —dijo


Harry mirando a su plato—. No era una mortífaga, pero cualidades no le
faltaban. Era cruel y retorcida... me envió a los dementores e intentó
utilizar contra mí la maldición cruciatus, y los castigos, con esa pluma que
tenía...

Todo el mundo cal ó durante un rato, hasta que al fin dijo Dumbledore:

—Bueno, lo importante es que ya no tendremos que verla nunca más,


Harry.

Harry miró al director, sin responder nada.

Tras la cena, Harry, Ron, Hermione y Ginny subieron a la habitación de


Harry y Ron, donde estuvieron hablando un buen rato antes de acostarse.
Mientras se metían en la cama, Ron le preguntó a Harry:

—Oye, Harry... ¿Tú qué crees que trama?


—¿Quién?

—Vo-Voldemort... como tú puedes sentir lo que piensa...

—Ya os dije antes que no tengo ni idea, Ron. Pero l eva mucho tiempo
inactivo. Estoy seguro de que algo planea, pero no tengo ni idea de lo que
es. Aparte de ese sueño no he tenido ninguna otra visión o sensación...

Ron se acostó, sin decir nada más. Parecía muy pensativo, aunque no daba
la impresión de estar pensado en Voldemort. Por varias veces estuvo a
punto de decirle algo a Harry, pero al final no abrió la boca.

30

Ataque en el Callejón Diagon

El día 3 de agosto en Grimmauld Place resultó absolutamente tedioso.


Apenas apareció por al í nadie de la Orden en todo el día, y Harry, Ron,
Hermione y Ginny se pasaron el día ayudando a la señora Weasley a hacer
las tareas domésticas. Cuando no tenían nada que hacer, se dedicaban a
jugar a algo o a leer algún libro. El momento más interesante del día l egó
cuando, poco antes de la hora de la cena, l egaron las lechuzas con las
cartas de Hogwarts.

La carta de Ginny era como la que habían recibido los otros tres el curso
anterior, pero la de Harry, Ron y Hermione contenía un pergamino de
solicitud de la asignaturas que querían cursar al año siguiente. Cada carta
era distinta, porque en los pergaminos sólo podían marcar las asignaturas
que habían aprobado en el TIMO.

Hermione tomó rápidamente su decisión, marcando todas las casil as que


contenía su pergamino. Ron, por su parte, no estaba tan seguro.

—Yo no sé si al final elegir Pociones... Si pretendo l egar a auror, en caso


de no l egar a ser jugador de quidditch...
—Recuerda que esto es sólo una solicitud, Ron. Que solicites Pociones no
quiere decir que el profesor Snape vaya a darte clases —le recordó
Hermione.

—Entonces yo ya me puedo ir olvidando... No he conseguido más que un


«Aceptable», y con la manía que Snape me tiene...

—¿Eso qué quiere decir? ¿Vas a intentarlo o no?

Harry se lo pensó un rato. No quería más clases con Snape, pero quería
intentar l egar a ser auror...

—Seguramente me arrepentiré, pero voy a intentarlo...

—Pues si tú te atreves, Harry, yo también —dijo Ron.

Rel enaron los formularios y volvieron a meterlos en los sobres para


mandarlas al colegio, donde les remitirían la contestación oficial sobre las
asignaturas en que habían sido aceptados.

—¿Cuándo nos contestarán? —preguntó Ron.

—Creo que en dos días —le dijo Hermione, mientras cerraba su sobre y se
la entregaba a la lechuza.

Enviaron las solicitudes y fueron al salón a sentarse, para charlar un rato


antes de cenar. Estaba previsto que Bil , Tonks, Dedalus Diggle y Moody
acudieran a comer, aparte de Lupin, que residía al í, los señores Weasley,
los gemelos y el os mismos.

Cuando la señora Weasley les l amó para que pusieran la mesa, vieron
también a Mundungus Fletcher, que charlaba en susurros con Fred y
George, seguramente contándoles alguna de las suyas. Los gemelos
parecían divertidos. A la señora Weasley no le hacía mucha gracia que sus
hijos hicieran tantas migas con Mundungus, que era un sinvergüenza y
siempre estaba metido en extraños negocios y operaciones de dudosa
legalidad, pero Fred y George conseguían a través de Fletcher diversos
productos para sus artículos de la tienda de bromas que difícilmente
podrían haber conseguido por cauces legales.

Harry, Ron, Hermione y Ginny se terminaron de poner la mesa y se


sentaron. Las chicas se sentaron cada una a un lado de Tonks, con la que
habían hecho una gran amistad, y esta les contaba diversas anécdotas del
colegio. En esos momentos les hablaba de un ex novio al que había
engañado haciéndose pasar por otra usando sus capacidades de
metamorfomaga. Hermione y Ginny reían por lo bajo.

Cuando estaban cenando, el señor Weasley preguntó a Mundungus si había


oído algo raro respecto a Dolores Umbridge. Harry, Ron, Hermione, Ginny
y los gemelos dejaron sus respectivas conversaciones y miraron al señor
Weasley.

—¿Qué le ha sucedido a esa bruja? —inquirió George.

—Hace dos días que nadie sabe nada de el a —explicó el señor Weasley—.
Cuando Fudge la despidió se encerró en su casa de Escocia y apenas salía.
Tras salir su historia en los periódicos decidió suspender por tiempo
indefinido todas sus apariciones públicas. Pero ahora hace dos días que
nadie sabe dónde está.

—¿Y qué? —preguntó Harry— ¿Por qué se preocupa la Orden del Fénix
de lo que esa mujer haga?

—Pues eso mismo pensábamos nosotros —dijo Tonks—. Pero


Dumbledore insistió en que debíamos intentar averiguar su paradero, que
podía ser importante, y le encargó a Mundungus que indagara algo por si
sabía algo de lo que había sido de el a.

—Y mis pesquisas han resultado inútiles —explicó Mundungus—.


Ninguno de mis conocidos sabe o ha oído algo de el a.

31

—Tal vez ha decidido que el extranjero puede tener un mejor aire para el a
—dijo Ron—. Al fin y al cabo aquí no la quiere nadie.
—Es posible. Pero Dumbledore sospecha que, de alguna forma, y con
algún objetivo aún desconocido para nosotros, Quien Vosotros Sabéis
puede tener algo que ver.

—¿Sospecha que podría haberse unido a los mortífagos? —dijo Hermione,


escéptica—. La profesora Umbridge era una mujer horrible, pero dudo que
le atrajeran los planes de Voldemort de unirse a los gigantes y demás. El a
los odia.

—¡No la l ames «profesora» Hermione! —exclamó Fred asqueado—. Esa


mujer no tenía nada de profesora.

—Dumbledore no cree que se haya unido a los mortífagos —explicó el


señor Weasley—. Pero sí cree que su desaparición puede tener algo que
ver con Quien vosotros sabéis. Quizás la haya secuestrado para obtener
información, al fin y al cabo el a era la mano derecha de Fudge...

Harry habría sentido lástima por cualquiera que hubiera tenido la


desgracia de caer en manos de Voldemort para obtener información, pero
le costaba muchísimo sentirla por la profesora Umbridge, que, aun sin ser
una mortífaga, era tan cruel, despiadada y obsesiva con la superioridad de
los magos como el os. A pesar de lo que Hermione había dicho de los
gigantes, a él no le habría extrañado nada que se hubiera unido a
Voldemort.

Terminaron de cenar, y subieron a sus cuartos. Estaban deseosos por hablar


del «asunto Umbridge».

Llegaron arriba y se sentaron en las camas.

—¿Qué creéis que le habrá pasado a Umbridge? —preguntó Hermione.

—Yo no lo sé. Y sinceramente tampoco me importa —dijo Ron—. Pero


creo que la Orden debería dedicarse a cualquier cosa en vez de
preocuparse por el a. Que Fudge la busque.

—¡Ron! ¡Es una persona! —le regañó Hermione—. Yo no le desearía a


nadie ser víctima de Voldemort.
—Pues yo estoy de acuerdo con Ron —dijo Fred—. Yo casi le tendría
lástima a Quien-vosotros-sabéis si está con esa cosa.

Harry, Ron, George y Ginny rieron, e incluso la expresión de Hermione se


suavizó.

—Seguro que si la tiene, la suelta —dijo George—. No hay muchas


maldades mayores que devolvérnosla...

—A mí lo que me gustaría saber es por qué cree Dumbledore que


Voldemort podría tener algo que ver —dijo Harry.

—Tal vez Snape sepa algo —contestó Ginny.

—Pero si así fuera, Dumbledore no le pediría a Mundungus que


investigara. No creo que Fletcher tenga relación con algún mortífago... —
repuso Harry.

—Dumbledore quiso que Mundungus investigara para saber si descubría


algo —razonó Hermione—. Dado que no ha averiguado nada, debemos de
concluir que o bien ha huido en secreto, o bien sí es cierto que Voldemort
la tiene.

—Pero si Voldemort quiere información ¿no le habría sido mejor


secuestrar a alguien del propio Ministerio?

Al fin y al cabo, Umbridge ya no trabaja al í, y desde que se fue ha habido


bastantes cambios —dijo Ron.

—Sí, pero quizás sea más fácil de capturar —replicó Hermione—. Dado
que está escondida de la opinión pública, tal vez Voldemort espere que su
desaparición se atribuya a otras causas.

—Bueno, realmente, la situación de Dolores Umbridge no es lo que me va


a quitar el sueño esta noche —dijo George bostezando—. Fred y yo nos
vamos a la cama. ¡Hasta mañana!

Fred se despidió y con un «¡crac!», los gemelos desparecieron.


—¿Por qué harán eso si su habitación está a 10 metros? —preguntó
Hermione, exasperada—. Bueno, nosotras también nos vamos a la cama,
¿verdad, Ginny?

—Sí. Yo también estoy cansada de limpiar esta casa. Hasta mañana Ron.
Hasta mañana Harry.

—Hasta mañana —se despidieron Harry y Ron. Las chicas salieron de la


habitación y el os se metieron en la cama.

—¿A ti te preocupa, Harry?

—No demasiado... además, seguro que Voldemort no la ha matado ni


torturado. Porque si no seguro que lo habría sentido... a no ser que haya
aprendido a ocultar sus emociones...

—Pero ha podido matarla uno de sus seguidores... Colagusano, o quizá Bel


atrix...

—Es posible, pero si la han interrogado, seguro que lo ha hecho él, para
asegurarse de que no le mienta. De todas formas, creo que ya tenemos
suficientes preocupaciones sin molestarnos por lo que el pase a esa
estúpida. Lo más probable es que se haya largado del país.

Los dos amigos se metieron en la cama. No tardaron en dormirse.

El día siguiente transcurrió de nuevo en el tedio más absoluto. A media


tarde, Snape y Dumbledore l egaron para una reunión extraordinaria en la
que también participaron Kingsley, los Weasley, Mundungus Fletcher y Bil
. Dado que sin Fred y George carecían de orejas extensibles, Harry, Ron,
Hermione y Ginny no pudieron enterarse de gran cosa.

32

Cuando la reunión terminó, bajaron a la cocina. Al l egar al vestíbulo,


Snape salía y se lo encontraron cara a cara. Les miró como si fueran un
montón de excrementos de doxy y les dijo:
—Vaya… Potter, Weasley. Ya he recibido vuestras... solicitudes.
Sinceramente, me sorprende que dos ineptos como vosotros en este sutil
arte que es la fabricación de pociones hayan conseguido tan siquiera un

«Aceptable» en el TIMO, y me sorprende aún más que hayáis tenido la


osadía de solicitar mi asignatura cuando sabéis sobradamente que no
acepto a ningún alumno que no haya obtenido un «Extraordinario». La
verdad, no acabo de entender qué pretendéis. —Cal ó un instante para
saborear los insultos que acababa de decirles—. No obstante, Dumbledore
se ha reunido con todos los profesores y ha decidido, como medida
extraordinaria, que todo alumno que haya aprobado una asignatura en el
TIMO tiene derecho a cursarla para el EXTASIS. —Hizo una mueca de
desagrado que indicaba claramente que aquel a idea le repugnaba—. Al
parecer, cree que la... situación actual así lo requiere, y que todo el mundo
debe estar lo más preparado que pueda. Yo no lo creo así, desde luego. En
conclusión, estáis admitidos, pero no voy a tolerar que os paséis ni lo más
mínimo, o me aseguraré de no seguir viéndoos más en mi aula. Os aseguro
que mis clases para el EXTASIS no son tan sencil as como para el TIMO.
Voy a requerir un nivel que estoy seguro que no poseéis, así que yo que
vosotros no contaría aprobar la asignatura.

En ese momento, Bil salió de la cocina, y mirando alternativamente a


Snape y a los cuatro amigos dijo:

—¿Sucede algo?

—No —dijo Harry, mirando fijamente a Snape con cara de odio—. El


profesor Snape sólo nos informaba de que nos ha aceptado en sus clases de
Pociones.

—Bien —dijo Bil , echándole una mirada de desconfianza a Snape antes


de entrar de nuevo en la cocina.

Snape se fue y los cuatro se dirigieron a la cocina.

—Imbécil —dijo Ron enfadado.


—Nos ha aceptado por obligación. Nos va a hacer la vida imposible —se
lamentó Harry.

Entraron en la cocina y se encontraron a todos sentados, tomando té.

—Harry, Ron, Hermione —les dijo Dumbledore al verlos—. Me he


permitido traeros personalmente las cartas. Les entregó un sobre a cada
uno.

Los abrieron y comprobaron, como les había dicho Snape, que los habían
admitido en todo lo que habían solicitado.

—Mañana iremos al cal ejón Diagon —les comunicó la señora Weasley—.


Podremos pasar al í todo el día si queréis.

Los cuatro se mostraron contentísimos ante la perspectiva de una salida


fuera del número 12 de Grimmauld Place.

—¡Por fin! —dijo Ron—. Ya estaba harto de estar aquí encerrado todo el
día.

—Profesor Dumbledore —dijo Hermione—. ¿Se sabe algo de Dolores


Umbridge?

La expresión de Dumbledore cambió. Parecía preocupado

—No, Hermione. No sabemos nada aún.

—¿Por qué está tan seguro de que su desaparición tiene algo que ver con
Voldemort, profesor? —preguntó Harry.

—Es una sospecha, Harry. Conozco muy bien a Voldemort, y sé que podría
pretender... —dejó la frase sin terminar.

—Vamos, Vamos —dijo la señora Weasley—. Esto no es asunto que os


concierna a vosotros ahora. Id al salón hasta la hora de cenar.

—¡Jo, mamá! ¡Nunca nos dejas enterarnos de nada! —dijo Ginny


resentida.
Pero la señora Weasley no escuchó las protestas de su hija. Los sacó de la
cocina empujándolos y cerró la puerta.

Se dirigieron al salón y se pusieron a hablar de la reunión.

—¿Creéis que Snape ha venido a informar de algo relacionado con


Dolores Umbridge? —preguntó Ron.

—No lo creo —respondió Hermione—. Dumbledore dijo que no se sabía


nada... Si Snape hubiese averiguado algo sabrían que Voldemort la tiene
¿No?

—Ya, pero es que a lo mejor Dumbledore no nos ha dicho todo lo que


saben —repuso Ron.

—¿Tú qué crees, Harry? —le preguntó Hermione.

—Bueno... no lo sé. Creo que no saben nada... pero estoy seguro de que
Dumbledore cree que Voldemort tiene algo que ver, y parecía bastante
convencido. Daba la impresión de que sabía que tramaba algo...

—En fin, nada podemos hacer —repuso Hermione. Luego su cara cambió
y sonrió—. Bueno ¡Alegrémonos!

Nos han dado todo lo que hemos pedido.

—Yo ya me estoy arrepintiendo de haber pedido Pociones —se lamentó


Ron—. ¡Snape ha dicho que será peor de lo habitual! Yo no me lo imagino.

—Pues métete un día en mi cuerpo y sabrás lo que es —dijo Harry.

—Vamos, solamente tendréis que esforzaros un poco más y no dejar que


os afecte —intentó animarlos Hermione. Si bien ni a Harry ni a Ron
parecía animarles mucho la idea de hacer trabajo extra para Pociones.

33

Dejaron la conversación, porque en esos momentos aparecieron Fred y


George con un «catacrac» que los sobresaltó a todos. Traían una edición de
El Profeta.

—Tomad —dijo Fred—. Habla de la desaparición de Umbridge.

Harry cogió el periódico y leyó:

EXTRAÑA DESPARICIÓN DE LA EX DIRECTORA DE HOGWARTS Y


EX SUBSECRETARIA DEL MINISTRO DE MAGIA, DOLORES JANE
UMBRIDGE

El Ministerio de Magia ha informado que Dolores Jane Umbridge,


recientemente despedida de la oficina de Cornelius Fudge, ha desparecido
misteriosamente de su casa de Escocia hace ocho días. La mencionada
señora Umbridge se había retirado a su casa familiar, abandonando su
domicilio de Londres cuando salieron a la luz pública los flagrantes
abusos que había cometido como miembro del Ministerio de Magia y como
Suma Inquisidora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Su
hermana y única pariente, Theresa Mary Umbridge, la había aceptado
como invitada a pesar de que la relación entre las dos hermanas no era de
gran cordialidad.

«No nos l evábamos muy bien», nos cuenta Theresa, «pero al fin y al cabo
era mi hermana, y no tenía a dónde ir si abandonaba Londres. El a
permanecía todo el tiempo en la casa y ni siquiera miraba los periódicos
cuando yo se los traía».

Según su hermana, el día 29 de julio salió a ver a una gran amiga suya, y
cuando volvió a su casa su hermana había desparecido. No había señales
de violencia, ni nota de despedida, ni nada. La desparecida no había
recogido ninguno de sus efectos pesonales.

Miembros del Ministerio de Magia han señalado que Dolores Umbridge


podría haberse ido al extranjero debido a la fama que arrastraba en este
país, pero no todo el mundo comparte esa opinión. Ciertas personas
parecen creer que su desaparición podría deberse a El que no debe ser
nombrado. Si esto fuera así, la desaparición de Dolores Umbridge se
sumaría a las muertes de Bertha Jorkins, Cedric Diggory, Bartemius
Crouch, Broderick Bode, Sirius Black y el muggle Frank Bryce,
acontecidas desde que el mencionado Lord ... retornó a sus actividades.

Por su parte, el ministro de Magia, Cornelius Fudge, cuya actuación


desde hace un año, unido a los actos ilegales cometidos por su ex
subsecretaria han sido fuente de gran polémica recientemente, ha
rehusado hacer declaraciones al respecto.

—¿No se l evó ninguna de sus cosas? —preguntó Hermione extrañada—.


Pues entonces seguro que ha sido secuestrada.

—A lo mejor no cogió nada porque lo que quería era desaparecer rápido


mientras su hermana no estaba —

propuso Ron.

—Ya. Y si quería largarse del país, ¿Para qué se mudó a la casa de su


hermana? —Repuso Hermione.

—Bueno... no sé... quizás está loca —dijo Ron, más por l evar la contraria
que por propia convicción.

—Ya —dijo Hermione—. Yo creo que Voldemort la ha secuestrado,


aunque no acabo de tener muy claro el por qué...

—Bueno, se supone que para obtener información ¿no? —dijo Fred—. Era
la subsecretaria del ministro...

—¿Información sobre qué? —preguntó Hermione.

—¿Y yo que sé? —le contestó Fred—. Yo no soy Quien tú sabes.

Todos cal aron un rato. Harry pensó que, si era cierto que Voldemort había
secuestrado a Dolores Umbridge, significaba que había vuelto a sus
actividades y que, de nuevo, tenía algún plan.

Ron preguntó a Fred y George qué tal la tienda, y estos empezaron a


contarles qué tal les había ido el día, y hablando de estas cosas, l egó la
hora de cenar.
Al día siguiente, se levantaron temprano para acudir al Cal ejón Diagon.
Iban a ir al mismo tiempo que Fred y George. Viajarían hasta la chimenea
de la tienda de los gemelos y luego irían a hacer las compras del Colegio.
Harry estaba deseoso de ir, porque la vida en Grimmauld Place era un
aburrimiento, y además, hacía tres años que no pisaba ese cal ejón, desde
que había estado al í antes del comenzar el tercer año en Hogwarts.

Fred y George fueron los primeros diciendo «número 93 del Cal ejón
Diagon». Los siguió Ginny, la señora Weasley, Harry, Hermione y por
último Ron.

La tienda, según se fijó Harry, estaba muy bien montada. No era un local
muy grande, pero bastaba, y tenía por la parte de atrás una especie de
almacén donde los gemelos guardaban sus productos, aparte de utilizarlo
como laboratorio cuando no había clientes.

—Está realmente genial, chicos —dijo Hermione, verdaramente


sorprendida.

34

La tienda tenía un aspecto muy jovial. Tenía un mostrador en forma de L


casi l eno de objetos para vender.

Por uno de los lados del mostrador había un pasil o, donde estaba la
chimenea, que conducía a la parte de atrás, el almacén. Harry se fijó en
todo lo que tenían, y muchos productos le trajeron bonitos recuerdos. En
un lado del mostrador tenían un montón de sombreros acéfalos, que hacían
invisible la cabeza de quien se los ponía. Al lado de los sombreros había
un montón de extrañas golosinas y gal etas. Harry reconoció entre el as las
famosas gal etas de canarios. Otros dulces tenían nombres como «chicles
aliento de cerdo»,

«magdalenas hinchables» o «manzanas evanescentes», que, según le


explicó Ron, tenían de especial que desaparecía el trozo que querías
morder hasta que no quedaba nada. En otra zona había unas bonitas cajas
que ponían «Magifuegos Salvajes Weasley», que habían sido un gran éxito
el año anterior en Hogwarts. A su lado, había paraguas hidrófobos, cuya
tela desaparecía en cuanto se ponía a l over. En un estante aparecían
amontonados caramelos longuilinguos, caramelos desdentados, libros
hierbapelo y pergaminos insultantes. Había también plumas que hacían
aparecer en la frente de su usuario lo que éste escribiera con el a, y libros
que se borraban en cuanto alguien escribía una página completa en el os.

En otro lado de la tienda estaban los famosos Surtidos Saltaclases. Harry


vio el turrón sangranarices, las pastil as vomitivas, tofes de la fiebre y
demás productos destinados a provocar en el consumidor cualquier
dolencia que le permitiese abandonar un aula. El detal e divertido lo ponía
un gran cartel colocado sobre los Surtidos Saltaclases. Cartel que a
Hermione no le hizo gracia, porque decía: «Sección prohibida a Prefectos,
Premios Anuales y especimenes similares». Si alguna conclusión se podía
sacar de aquel a tienda era que los gemelos tenían una imaginación sin
límites.

—¿Te apetece alguna cosa, Harry? —preguntó Fred con una sonrisa.

—¿Para mí o para dársela a alguien? —bromeó Harry.

—La decisión es tuya, chico —le respondió Fred.

—Tal vez os interese una buena provisión de Surtidos Saltaclases para las
clases con Snape —dijo George a Harry y a Ron—. Os hacemos un
descuento especial del 10 por ciento. También descontamos el diez por
ciento a quienes se comprometan a usar los productos contra alumnos de
Slytherin...

—Harry y Ron no van a comprar ningún Surtido Saltaclases —atajó la


señora Weasley—. Que conste que es lo que menos me gusta de todo lo
que hay en esta tienda.

—¡Pero mamá, es nuestro producto estrel a! —repuso George, mientras la


señora Weasley le miraba con severidad.

—¿Y vienen por aquí muchos alumnos? —preguntó Hermione.


—Oh, ya lo creo —le contestó Fred—. Pero no sólo alumnos. También
vienen muchos niños que aún no han entrado en el Colegio...

—...y muchos que ya han salido —terminó su hermano.

Un momento después de que George terminara de hablar, se oyó un ruido


en la chimenea y apareció Lee Jordan, el socio de los gemelos.

—¡Hola! —saludó Lee muy contento, mirando hacia Harry, Ron,


Hermione y Ginny—. ¡Qué agradable sorpresa! Hola, señora Weasley.

Le devolvieron el saludo.

—Me preguntaba cuándo vendríais a vernos —debéis ser de los pocos


alumnos de Hogwarts que aún no han venido, si descontamos a Slytherin.

—Aún así, hay muchos de Slytherin que sí han venido —repuso George.

—Seguro que Malfoy no —dijo Harry.

—Pues no, y es una lástima, porque tenemos algo preparado


exclusivamente para él —dijo George, misterioso y divertido a la vez.

Se entretuvieron otro buen rato mirando y hablando. Entre tanto, fueron


entrando varios alumnos de Hogwarts y otros clientes. Muchos de el os
querían Magifuegos Salvajes, que, según los gemelos le habían dicho a
Harry, constituían un exitazo en fiestas. En un momento que la tienda se
quedó vacía, George y Lee se fueron a la trastienda, y Ginny los
acompañó, mientras Fred se quedaba atendiendo.

—Van a terminar los primeros Pasteles Dudley, Harry —explicó George,


divertido—. Luego prepararemos un antídoto para devolver a la
normalidad a los que los coman.

Harry pensó en qué sucedería si Dudley probaba uno de esos pasteles y,


francamente, metía miedo. Seguro que los Dursley nunca se imaginarían
que Dudley pudiera l egar a ser famoso en el mundo mágico, y Harry
estaba seguro de que no les gustaría nada saber el motivo de que lo fuera.
—Bueno, muchachos —dijo la señora Weasley—. Deberíamos ir a
comprarlo todo, ¿no? Luego comeremos en el Caldero Chorreante. Bil ,
Lupin y Arthur se nos unirán al í.

Se despidieron de George, l amaron a Ginny y salieron. Antes de nada,


Harry se acercó a Gringotts para sacar dinero de su cámara acorazada.
Hermione nunca había estado en las cámaras acorazadas de Gringotts, y le
preguntó a Harry si podía acompañarle.

35

—¡Es realmente impresionante! —decía Hermione emocionada al salir del


banco, mientras se dirigían a Flourish y Blotts para comprar los libros.
Mientras andaban por la cal e, se fijaron en que mucha gente miraba y
señalaba a Harry. Algunos se paraban a felicitarle por su valentía, muchos
también a Ron y Hermione, pues la noticia de lo que había sucedido en el
Departamento de Misterios se había difundido por todo el mundo mágico,
publicada en los periódicos (aunque en ninguno se hablaba exactamente de
qué querían los mortífagos que habían entrado al í aquel a noche). Como
consecuencia, también Ron y Hermione eran famosos, y, en menor medida,
también Ginny, Nevil e y Luna. A Harry, aunque le agradaba que la gente
volviese a creer en él en vez de que pensaran que era un adolescente
trastornado, la atención de la gente le molestaba un poco. A Hermione la
cohibía algo, pero Ron, que pocas veces sobresalía, teniendo en cuenta a
sus hermanos y que sus mejores amigos eran, respectivamente, el famoso
Harry Potter y la chica más inteligente de Hogwarts, se encontraba muy a
gusto.

Entraron en la librería, donde, para su sorpresa, se encontraron con Nevil e


y su abuela, que acababan de comprar las cosas del colegio. La señora
Longbottom miraba con ternura a su nieto. Harry pensó que seguramente
se sentía más orgul osa de Nevil e de lo que se había sentido en su vida. Se
había enfrentado a los mortífagos, incluidos los torturadores de su padre y
su madre, y había sobrevivido para contarlo.

—Hola chicos —saludó Nevil e, muy contento de verlos.

—¡Hola Nevil e! —saludó a su vez Harry—. Hola, señora Longbottom.


—Hola, hijos —los saludó la abuela de Nevil e, con una gran sonrisa—.
¡Me alegra muchísimo veros! En junio hicisteis algo grande, a pesar de
que fue tan peligroso... Mi nieto me contó lo del ED.

—Nunca lo había visto esforzarse tanto, señora Longbottom —dijo


Hermione, y Nevil e se sonrojó—. Y fue un verdadero valiente.

—Gracias a vosotros por ayudarle con esas clases. Sacó un «Supera las
expectativas» en su TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras —les dijo
su abuela—, algo que nunca hubiese esperado. Bueno, ya hemos terminado
de comprar y tenemos que irnos. Cuidaos, hijos. Saludos, señora Weasley.

—Adiós —se despidieron—. Te veremos en Hogwarts, Nevil e.

Nevil e y su abuela se fueron y Harry, Ron y Hermione se pusieron a pedir


los libros que necesitaban.

Pidieron Libro Reglamentario de Hechizos, sexto curso, Guía de la


Transformación, Nivel Superior, La Ciencia Exacta de la Fabricación de
Pociones, Nivel ÉXTASIS, Secretos del Cosmos, para astronomía y
Criaturas Mágicas y sus Necesidades, para Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hermione pidió además Aritmancia: Estudio Avanzado de la Numerología
y El Secreto de las Runas Antiguas, para Aritmancia y Estudio de las
Runas, respectivamente. No necesitaban nada para Defensa Contra las
Artes Oscuras.

Al salir, la señora Weasley les dijo que el a les l evaría todo a la tienda de
artículos de broma, y que fuesen a dar una vuelta por ahí hasta la hora de
comer. Se dirigieron a la heladería de Florean Fortescue a tomar algo.
Cuando se iban a sentar, Ginny vio a una amiga suya y fue a saludarla.

—Nos veremos después —dijo, mientras se alejaba.

Pidieron tres helados y se pusieron a hablar sobre la asignatura de Defensa


Contra las Artes Oscuras.

—¿Habrá encontrado Dumbledore un profesor? —preguntó Hermione.


—Espero —dijo Ron—. Si no... imaginad que se la da a Snape, que l eva
años pidiéndola...

—Espero que no —dijo Harry con miedo.

—Bueno, si se la da a Snape —aventuró Ron—, quizás no dure mucho,


viendo lo que les pasó a los demás...

—No caerá esa breva —se lamentó Harry.

—Harry, Ron, con eso no se bromea —comentó Hermione con expresión


reprobatoria—. No creo que Dumbledore le diese el puesto a Snape. Al fin
y al cabo lo ha rechazado durante años, aun a costa de poner a inútiles
como Lockhart, o de dejar que el Ministerio eligiese al profesor...

—Pues entonces no sé quién puede ser... —contestó Harry.

—¡Oye Harry! —dijo de pronto Ron— ¿Por qué no le pides tú el puesto a


Dumbledore?

Hermione y Harry le miraron como si estuviera loco

—¡No me miréis así! Harry se ha enfrentado a cosas que muy pocos


aurores han visto. Y como profe es genial, no hay más que ver las notas
que hemos sacado todos en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Vamos, Ron. Dumbledore no dará un puesto de profesor a un alumno —


le dijo Hermione.

—Ya lo sé, Hermione, era sólo una broma. B-r-o-m-a.

—¡Ya sé lo que es una broma! —repuso Hermione, ligeramente ofendida.

—¿Seguro?

—¿Estás tratando de decirme algo? —inquirió Hermione, arqueando una


ceja.

—¿Yo? No, claro que no.


Hermione le miró detenidamente frunciendo el ceño. Ron le sostuvo la
mirada, desafiante. Harry estaba a punto de decirles algo, porque le
parecía increíble que se pusieran a discutir por... ¿Por qué discutían?

36

Después de lo que les había dicho... Sin embargo, cuando abrió la boca,
Ron se echó a reír. Un instante después, Hermione hizo lo mismo. Harry
frunció el entrecejo.

—¿Cuál es el chiste? —preguntó, con lo que Ron y Hermione se rieron


aún más.

—Ninguno. Me hizo gracia la cara de Hermione.

—A mí me hizo gracia la tuya —repuso el a, mirando a Ron.

Harry arqueó las cejas, pensando en si se habría perdido algo, y decidió


olvidarlo.

Estuvieron hablando un rato, hasta que volvió Ginny. Luego decidieron


darse un paseo por la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del
Quidditch. Se entretuvieron mirando las nuevas escobas, aunque no había
ninguna tan buena como la Saeta de Fuego de Harry, y eso que ya había
tres años que había salido.

Después de estar un rato mirando, decidieron ir a esperar a los demás en el


Caldero Chorreante. Ginny volvió a irse al encontrarse con otra de sus
amigas, y les dijo que el a avisaría a su madre y que se verían al í a la hora
de comer.

Los tres amigos salieron del Cal ejón Diagon y entraron en el Caldero
Chorreante. Sólo estaba el dueño, Tom, al que saludaron, un cliente en la
barra y un individuo bajo y rechoncho en una esquina oscura. Vestía una
túnica negra, y tenía la cara, casi tapada por una capucha, inclinada sobre
una taza de té. Sus ropas estaban raídas y mugrientas. Harry le echó un
vistazo y se sentaron en una mesa. Pidieron tres cervezas de mantequil a y
se pusieron a charlar mientras bebían. Un rato después, el único cliente
salió y se quedaron solos en el local, a excepción del personaje de la túnica
y el dueño.

Ninguno de los tres se fijó en que el encapuchado levantaba la cabeza de


vez en cuando para lanzar miradas a los tres amigos desde debajo de la
capucha.

Un minuto después de que el cliente de la barra hubiese salido, Harry


sintió de pronto que su cicatriz se partía.

—¡AAAgh! —gritó, agarrándose la cabeza con las manos—. ¡Nooo!

Hermione y Ron se inclinaron sobre Harry, asustados, Tom también le


miró, e hizo ademán de acercarse a el os

—¿Estás bien, Harry? —preguntó Hermione, asustada— ¿Qué...?

Pero no l egó a terminar la pregunta, porque un rayo aturdidor la golpeó en


la espalda, dejándola inconsciente en el suelo. Ron se volvió
instintivamente hacia atrás, y recibió un segundo impacto que le hizo
rodar sobre la mesa y caer al suelo. Tom, el dueño del local, intentó sacar
su varita, pero antes de levantarla también había recibido un impacto.

Harry se volvió, mientras el dolor remitía, e intentó sacar su varita, pero se


quedó con la boca abierta. Bajo la capucha, Dolores Umbridge le sonreía,
apuntándole con la varita.

—¡Usted! —gritó Harry, sorprendido.

—Sí, Potter, yo —dijo Dolores Umbridge—. Por fin volvemos a


encontrarnos, pero esta vez no te librarás de mí tan fácilmente. —Levantó
la varita y lanzó contra Harry un hechizo que, cuando el muchacho lo
esquivó, partió una mesa por la mitad.

—No te escondas, chico —le dijo Dolores. Seguía sonriéndole—. Vamos,


enfréntate a mí.

—¡Se ha unido a él! —le gritó Harry lanzándole a su vez un rayo


paralizante. Dolores gritó «¡protego!» y esquivó el hechizo. Sonreía, pero
Harry se fijó en que sus ojos tenían una extraña expresión soñadora,
perdida, que a Harry le resultaba familiar.

Umbridge miró hacia un lado e hizo una floritura hacia una serie de cuchil
os que había tras la barra. Los cuchil os empezaron a flotar y se dirigieron
hacia Harry a toda velocidad. Logró esquivarlos la primera vez echándose
a un lado. Los cuchil os pasaron por su lado y por encima, pero dieron la
vuelta a un gesto de la varita de Dolores Umbridge y cargaron de nuevo
contra Harry. Este les apuntó con la varita mientras gritaba

« ¡finite incantatem! ». Logró que cayeran todos menos dos. Harry rodó
sobre sí mismo y uno de los el os se clavó a unos centímetros de su
cabeza, pero el otro le atravesó el hombro izquierdo. Harry chil ó de dolor.

Dolores sonreía aún más, pero sus ojos seguían mostrando aquel a
expresión perdida, como si estuviera en otra parte. Hizo un nuevo gesto
con la varita y el cuchil o que se había clavado en el suelo se levantó de
nuevo y apuntó hacia Harry, que se retorcía de dolor, e incapaz de escapar

—¡No! —gritó— ¡No lo haga!...

Pero Dolores no le escuchaba.

—Se acabó, Potter, ahora...

— ¡DESMAIUS!

El rayo alcanzó a Dolores Umbridge, que no había tenido tiempo de


moverse casi, y cayó hacia atrás. El cuchil o flotante cayó un instante
después, rebotando en el suelo a pocos centímetros del costado de Harry.

Ron se levantó, apuntando aún hacia su atacante, todavía medio aturdido, y


se dirigió hacia Harry.

—¿Estás bien?

—Creo que sí. Gracias, Ron. Me has salvado la vida.

37
—Eso no importa ahora. Tenemos que curarte esa herida —dijo mirando
hacia el hombro de Harry—.

Parece grave.

Ron corrió hacia Hermione y le apuntó con su varita.

— ¡Enervate!

Hermione abrió los ojos y se levantó, mirando a los lados.

—¿Ron...? ¿Qué ha sucedido?

Miró hacia Umbridge y profirió un quejido de sorpresa. Luego vio a Harry


y puso una expresión de horror.

—¡Harry! ¿Quién...? ¿Ha sido el a?

Harry movió la cabeza afirmativamente mientras Ron despertaba al dueño


del local. Este, tras percatarse de la situación, salió a buscar ayuda.

—¡Vuelvo enseguida! ¡No os mováis! —les advirtió. Luego se dirigió a


Ron—: Quítale la varita, Weasley, y vigílala.

Ron recogió la varita de Dolores Umbridge del suelo, mientras seguía


apuntándole. Hermione se había levantado, y, antes de dirigirse a Harry,
apuntó también a Dolores.

— ¡Incárcero! —gritó, y Dolores quedó completamente atada e


inmovilizada.

Un instante después se aparecieron dos sanadores de San Mungo, del


Servicio de Atención Inmediata y Urgente. Le sacaron el cuchil o y con
unos movimientos de varita le curaron la herida. Por último se la
vendaron.

—¿Te encuentras bien? —preguntó uno de los sanadores.

—Sí —contestó Harry—. Gracias.


—¿Le van a l evar al Hospital? —preguntó Ron, que seguía vigilando a
Dolores Umbridge.

—No será necesario —dijo uno de el os; luego se dirigió a Harry—: No ha


sido grave. Descansa durante dos días y estarás como nuevo.
Afortunadamente no se te clavó en ningún órgano vital. Un poco más
abajo y quizás no lo habrías contado.

Los sanadores se despidieron y se desaparecieron. Los curiosos habían


empezado a l egar, y pronto oyeron a la señora Weasley y a Ginny,
seguidas de Fred, George y Lee Jordan.

—¡Dios mío! ¿Estás bien, cariño? —preguntó la señora Weasley casi l


orando— ¡Oh, es culpa mía! ¡No debí dejaros solos! ¡Si te l ega pasar
algo...!

—Tranquila, señora Weasley. Estoy bien.

—¿Y vosotros? —preguntó a Ron y a Hermione.

—Sí, mamá. Sólo nos aturdió.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cómo he sido tan descuidada?

—No ha pasado nada, mamá, de verdad...

Fred, George, Ginny y Lee lanzaron un grito al ver a Dolores Umbridge,


que comenzaba a despertarse.

—¿Ha sido el a? —preguntó Fred.

—Sí —respondió Harry

—¡Maldita bruja vengativa! —gritó Ginny, apuntándole con la varita. Pero


en ese momento aparecieron Kingsley Shacklebolt y otro auror al que no
conocían. Se quedaron estupefactos al ver a Dolores Umbridge, que
comenzaba a despertar y parecía no entender nada. Tras preguntar
brevemente a Harry y a la señora Weasley lo sucedido, cogieron a Dolores
Umbridge y la levantaron.
—Tendrás que acudir a declarar al Ministerio cuando puedas, Harry —le
comunicó Kingsley—. Y también vosotros dos —añadió, señalando a Ron
y a Hermione. El dueño del Caldero Chorreante empezó a dispersar a los
curiosos y ofreció algo de beber a los tres amigos.

—Vamos, Madame Umbridge —dijo Kingsley—. Esta vez ha l egado


demasiado lejos.

—Shacklebolt... yo... no entiendo... —Umbridge parecía estar en otro


mundo.

—Ya lo entenderá en el Cuartel de Aurores —repuso el otro auror—.


Vamos.

Ambos se desaparecieron, l evándose a Dolores con el os.

—¿Pero cómo ha podido hacer algo así? —se lamentaba la señora Weasley
—. ¿Cómo?

—Pues fácilmente, mamá —dijo George—. Si el año pasado envió


dementores a Little Winghing...

—No —replicó Harry, pensativo—. No era el a

—¿Cómo dices, Harry? —preguntó Hermione—. Claro que fue el a la que


envió los...

—Eso no. Lo de hoy —aclaró Harry, cortándola—. Vi sus ojos... Eran


como los del señor Crouch durante el Torneo de los Tres Magos. Creo...
creo que el a estaba controlada por la maldición imperius.

—¿Estás seguro de lo que dices, cariño? —preguntó la señora Weasley,


muy seria.

—Sí —contestó—. Casi seguro.

Un rato después comenzaron a aparecer otros miembros de la Orden.


Algunos habían acudido a comer, otros fueron al conocer lo ocurrido.
También l egó Dumbledore. Harry se lo contó todo. Cuando terminó, el
director, muy serio, se quedó un momento pensativo y preguntó:

38

—¿Estás seguro de que estaba controlada, Harry?

—Sí. Al principio creí que era que se había unido a él, que se había
convertido en una mortífaga. Pero luego me di cuenta. Tenía una expresión
en los ojos que no era la de su cara. Era como la del señor Crouch, como si
no estuviera aquí...

Dumbledore cal ó unos instantes, mirando al suelo.

—Está bien. Ahora debes descansar. Afortunadamente, gracias a tu


habilidad y a la proverbial ayuda de Ron no hemos de lamentar daños. —
Ron se sonrojó—. Mañana tendremos que acudir al Ministerio de Magia
para aclarar esto. Vengo de al í. Dolores Umbridge será juzgada ante el
Wizengamot. Ahora será mejor que comamos algo. Debes de reponer
fuerzas. ¿Te duele la herida?

—Apenas. Los sanadores me la curaron.

—Bien.

—¿Preferirías que te l evásemos a casa, cariño? —preguntó la señora


Weasley, que aún parecía muy preocupada y apenada ante lo ocurrido.

—No, señora Weasley, gracias. Estaré bien. Apenas me duele.

El cantinero preparó rápidamente una mesa grande donde todos pudieran


sentarse a comer tranquilos.

Hacía las cosas rápido. Parecía muy nervioso aún.

Cuando la mesa estuvo puesta, todos se sentaron para disfrutar de la


comida y regresar rápidamente a Grimmauld Place.

—Profesor Dumbledore...
—¿Sí, Hermione?

—¿Por qué Voldemort —y media mesa pegó un respingo— iba a


secuestrar a Dolores Umbridge para atacar a Harry? —preguntó—. Tiene
suficientes seguidores como para hacerlo, ¿verdad?

—No lo sabremos hasta mañana —le respondió Dumbledore—. Pero


pueden existir varias razones. No creo que el secuestro de Dolores tuviese
como objetivo eliminar a Harry, pero, una vez que Voldemort la utilizó,
quizás decidió que podía ser una buena idea...

—En caso de que estuviera controlada por la maldición imperius —repuso


Ron—. Yo la creo capaz de intentar matarnos sin que se lo manden. El año
pasado se mostró capaz de cosas similares.

—Estaba controlada, Ron —aseguró Harry con calma—. Esto estaba


preparado. Cuando el último cliente se fue, sentí ese dolor de la cicatriz
que nos distrajo y el a aprovechó para atacarnos. No creo que haya sido
una casualidad.

—Yo no digo que haya sido una casualidad —se explicó Ron—.
Simplemente...

—Llegó aquí ayer por la mañana —dijo de pronto el dueño del Caldero
Chorreante desde la barra, interrumpiendo a Ron—. No traía equipaje, y
no le vi la cara en ningún momento. Dijo que pensaba quedarse durante el
tiempo que necesitase, que podrían ser semanas. No dijo nada más.
Siempre estaba en esa mesa, sentada, y a cada rato pedía un té.

—Claro. Sabría que en algún momento, Harry vendría por aquí para
comprar el material para el colegio y estaría más desprotegido. Supongo
que a Quien-vosotros-sabéis no le importaría mucho que luego atraparan a
Umbridge —dijo el señor Weasley.

Terminaron de comer y luego volvieron a Grimmauld Place. La señora


Weasley hizo dormir a Harry toda la tarde, y les dijo a Ron y a Hermione
que también deberían descansar, aunque ambos manifestaron no tener
sueño, por lo que Harry fue el único que durmió aquel a tarde. Se levantó
para la cena, pero tras terminar volvió a acostarse pronto porque al día
siguiente iría, con Ron y Hermione, a la vista del Ministerio de Magia.

No le hacía mucha gracia, porque aunque esta vez fuera en calidad de


testigo, volver a aquel a sala le traía malos recuerdos.

La señora Weasley los levantó temprano al día siguiente, porque la vista


era a las nueve y cuarto. Mientras desayunaban, Dumbledore l egó para
buscarlos.

—Buenos días a todos —dijo al aparecerse—. ¿Qué tal te encuentras,


Harry?

—Bien... Gracias, profesor.

—Estupendo —dijo Dumbledore con una ligera sonrisa—. ¿Nos vamos?

—¿Cómo iremos, profesor? —preguntó Hermione.

—Utilizaremos la Red Flu, que es lo más rápido que tenemos, dado que no
podéis apareceros —le contestó Dumbledore.

—Venga, iros ya. Que se hace tarde —se despidió la señora Weasley—. Y
tened cuidado.

Utilizaron la chimenea de la cocina, y salieron en el Ministerio de Magia,


en el Atrio, por dónde Harry había visto entrar a los aurores y a Fudge en
junio. Se dirigieron al mostrador de seguridad para el examen y luego
hacia los ascensores que conducían a la sala de juicios del Wizengamot.
Harry se fijó en que la Fuente de los Hermanos Mágicos, que había sido
destrozada por la batal a entre él y Bel atrix y entre Voldemort y
Dumbledore, había sido reconstruida.

39

Cuando l egaron a la sala de juicios, casi todo el mundo estaba ya al í,


incluida Amelia Bones, directora del Departamento de Seguridad Mágica.
Dumbledore dejó a los tres amigos y ocupó su puesto.
Hermione y Ron parecían nerviosos de estar al í, mientras todos los
miembros del tribunal les miraban y cuchicheaban. Harry, que había
visitado esa sala en condiciones mucho más adversas, estaba más
tranquilo. Miró hacia los magos de las túnicas con la W. Observó que entre
el os se encontraba Griselda Marchbanks, que al parecer debía haber
vuelto al Wizengamot cuando el tribunal readmitió a Dumbledore.

Los magos murmuraban, mirándolos, aunque esta vez sabía que los
murmul os eran de una clase muy diferente a los que había escuchado en
su visita a aquel a sala el verano anterior.

Momentos después, las puertas de la sala volvieron a abrirse, y dos aurores


a los que Harry nunca había visto entraron, custodiando a una asustada
Dolores Umbridge, que dirigió una temerosa mirada a los tres amigos. Los
aurores la condujeron hasta la sil a que estaba en el centro de la sala,
donde la mujer se sentó.

Un momento después, las cadenas la apresaron. El a dejó escapar un


gemido. No parecía esperar que la tratasen así. Se hizo el silencio un
momento, y luego Amelia Bones habló:

—Vista del día 6 de Agosto, relativa al intento de homicidio cometido


contra Harry James Potter el día 5 de Agosto enl el Caldero Chorreante,
Cal ejón Diagon, Londres. —Amelia Bones hizo una pequeña pausa y
levantó la mirada, observando a Dolores Umbridge—. Se la acusa a usted,
Dolores Jane Umbridge, de este atentado, así como del cargo de posible
pertenencia a los mortífagos...

—¡Yo no fui, Amelia! ¡Yo no lo hice! ¡No quería! —chil ó Dolores


Umbridge.

Amelia Bones la miró con incredulidad.

—¿Está diciéndonos que usted no fue? Porque hay cuatro testigos que
afirman...

—¡No! ¡Quiero decir que yo no quería! ¡Él me obligó!


—¿Él? ¿Se refiere a El Que No Debe Ser Nombrado?

—¡Sí! ¡El os me secuestraron! Me torturó —la cara de Dolores Umbridge


se contrajo en una expresión de dolor—. Luego me echó la maldición
imperius y me obligó a esperar a Potter en el Caldero Chorreante.

Amelia Bones volvió a bajar la vista hacia sus papeles y levantó un


pergamino, observándolo detenidamente.

—Tengo aquí su declaración —le informó—. Dice usted que dos


mortífagos se presentaron en casa de su hermana mientras usted se
disponía a tomar un té en el salón. —Dolores asintió—. Declara que la
aturdieron, y que cuando despertó estaba en una habitación oscura,
vigilada por uno de el os.

—Sí, así fue.

—Sin embargo, aquí no dice usted nada de por qué iba a querer El Que No
Debe Ser Nombrado utilizarla a usted para acabar con la vida del señor
Potter. Sólo declara que la torturó durante dos días, y que el día 31

de julio él fue junto a usted, muy contento, aunque cansado. Luego le


lanzó la maldición y la envió aquí, sin más.

—Bueno... Él parecía agotado, sí, ¡pero igualmente era terrible! Dijo que
había conseguido algo, estaba muy contento. —Harry cruzó rápidas
miradas con Hermione y Ron—. Se acercó a mí y me dijo que yo había
sido útil, que como premio, me permitiría... me permitiría vengarme de
Potter. Me echó la maldición y me obligó a ir al Caldero Chorreante, a
esperar a que Potter apareciera, si lo hacía. En tal caso, debía matarle.

—Humm, no sé, por una parte parece convincente, pero los sanadores de
San Mungo que la examinaron dicen que no tiene usted marca alguna o
señal de que haya sido torturada durante dos días, como dice usted que
sucedió, y su pasado, señora Umbridge, pesa mucho contra usted.

Dolores Umbridge gimió.


—¡Tienes que creerme, Amelia! ¡Yo no quería! Él me curó antes de
echarme la maldición, precisamente para no dejar pruebas...

—Sin embargo, las ha dejado, porque usted está aquí, confesando.

—Sí... yo...

—Bueno, veremos lo que tienen que decir los testigos al respecto —dijo
Madame Bones. Miró un pergamino

—. Llamo a declarar a la señorita Hermione Granger. Por favor, si es...

Pero no acabó de hablar, porque en ese momento, Dolores Umbridge se


puso a chil ar. Movía uno de sus brazos frenéticamente, mientras con el
otro intentaba, en vano, agarrárselo.

—Señora Umbridge, ¿qué diablos le ocurre? —preguntó madame Bones,


con gesto de enfado y de sorpresa.

—¡Me duele! ¡Me duele! ¡ME DUELE!

—¿Pero qué...?

Harry, Ron y Hermione se miraron extrañados, antes de volver la vista


hacia Dolores Umbridge, que cada vez chil aba más. Un instante después,
de su antebrazo derecho comenzó a salir humo. Los miembros del tribunal
se pusieron en pie. Harry no esperó y se acercó a la mujer, que gritaba a
pleno pulmón. Le levantó la manga de la túnica y vio una pulsera, que
apretaba firmemente su muñeca. Desprendía humo y mucho calor; le
estaba quemando la piel. Horrorizado, Harry vio como en la pulsera
aparecía dibujada la marca tenebrosa.

40

—¿Qué es esto? —preguntó Harry, muy asustado.

—¡Él me lo puso, pero no sabía qué era! ¡DUELE MUCHO!


Dumbledore bajó de su asiento. Harry intentó quitarle la pulsera, pero era
inútil, y además le quemaba.

—¡No puedo!

—¡Déjame! —gritó Hermione, sacando su varita. Apuntó a la pulsera y


gritó—: ¡Diffindo!

Se produjo un destel o y un chasquido, pero no sucedió nada. Dumbledore


l egó junto a el os, también con la varita en la mano, e intentó algo
parecido, pero la pulsera seguía sin desprenderse.

Dumbledore levantó la varita para intentar otra cosa, pero entonces, la


marca tenebrosa de la pulsera bril ó más que nunca, y Dolores Umbridge
empezó a chil ar aún más fuerte. Empezó a salirle humo por las orejas, la
boca y las fosas nasales, y desprendía calor como un horno.

—¡NOOOOOO! —chil ó.

El pelo se le incendió, y la túnica le empezó a arder. Dumbledore le echó


agua con la varita, pero no sirvió de nada. El cuerpo de Dolores Umbridge
despedía cada vez más calor, hasta que dejó de aul ar y de retorcerse.
Entonces, el calor empezó a disminuir, y la pulsera ardió, desprendiendo
un humo verdoso que formó una marca tenebrosa encima del cuerpo de la
mujer.

Varios magos habían salido ya de la sala para buscar ayuda, y el resto


comenzó a chil ar al ver la marca, que se elevaba en la sala. Dumbledore
acercó su mano al cuerpo. Sus ojos mostraban furia y preocupación.

—¿Dumbledore? —preguntó Amelia Bones, intentando conservar la calma


—. ¿Está...?

Dumbledore asintió lentamente.

Hermione puso cara de asco y se abrazó a Harry, escondiendo la cabeza en


su hombro para evitar mirar el cadáver, que seguía humeando y
desprendiendo un desagradable olor a carne quemada y a pelo
chamuscado.

Hermione, Harry y Ron fueron sacados de la sala, mientras un grupo de


sanadores de San Mungo entraba en el a. Los tres amigos permanecieron
fuera, sin hablar durante unos minutos.

—¿Por... por qué le habrá hecho eso? —preguntó Ron—. Fue horrible. Me
caía mal, pero una muerte como ésa...

—La respuesta más lógica es que lo hiciera para no dejar pruebas —opinó
Hermione, con voz débil y temblorosa de la impresión.

—¡Pero ya había declarado! ¡Ya había confesado todo! ¿Qué sentido tiene?

—No lo sé, Ron —respondió Hermione—. ¿Tú qué crees, Harry?

—No sé, Hermione. No tengo ni idea. Lo único en lo que puedo pensar es


en cuántos tipos de objetos mortíferos tendrá como esa pulsera...

De pronto, las puertas de la sala de juicios se abrieron y los sanadores de


San Mungo pasaron, l evando la camil a con el cuerpo de Dolores
Umbridge tapado por una manta. Un instante después, salió Dumbledore
acompañado por Amelia Bones.

—Tengo que subir a mi oficina, Albus —musitó—. Tendré que presentar


un informe... Por Merlín, nunca, en toda mi vida había visto... —Meneó la
cabeza—. La marca tenebrosa en la sala de juicios del Wizengamot...

Bueno, nos vemos, Dumbledore.

—Adiós, Amelia. —Dumbledore se volvió hacia Harry, Ron y Hermione


—. Os enviaré ahora mismo a Grimmauld Place. Yo he de quedarme aquí
un rato más. Nos veremos al í.

—Profesor...

—Ahora no, Harry. Ya hablaremos más tarde. Vamos, tenéis que iros.
Dumbledore les acompañó hasta las chimeneas, mientras a su alrededor el
revuelo por la noticia de lo ocurrido se extendía entre los funcionarios del
Ministerio. Llegaron a la primera de las chimeneas y, tras despedirse de un
preocupado Albus Dumbledore, los tres regresaron, muy serios, al número
12 de Grimmauld Place.

41

Profesor Dumbledore

Harry, Ron y Hermione fueron directos a la cocina del Grimmauld Place,


donde se encontraban Lupin y la señora Weasley. Los dos los miraron, y,
cuando vieron las caras de los tres amigos, se dieron cuenta rápidamente
de que algo había pasado.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó la señora Weasley, acercándose a el os.

Los tres amigos se miraron, y Hermione empezó a contar, con voz


entrecortada, lo que había sucedido en la sala de juicios del Wizengamot.

—¿La Marca Tenebrosa en la sala de juicios? —preguntó Lupin, muy


impresionado, cuando Hermione terminó de hablar.

Harry asintió.

—Dios mío... qué horrible muerte debió de sufrir —musitó la señora


Weasley, que se había sentado al oír el relato de la muerte de Dolores
Umbridge—. ¿Vosotros estáis bien? ¿Queréis tomar un té?

—No —respondió Harry rápidamente. Lo que quería era irse rápidamente


arriba con Ron y Hermione para hablar de lo sucedido.

—Está bien... Será mejor que os vayáis a descansar —sugirió, con aire
distraído. Los tres amigos se apresuraron a asentir y salieron de la cocina,
en dirección a la habitación de Harry y Ron.
No habían hecho más que entrar, cerrar la puerta y sentarse en las camas,
cuando Ginny abrió la puerta y entró también en la habitación. Sonrió.

—¡Ya habéis l egado! Me pareció oíros subir las escaleras y... ¿qué pasa?
—preguntó de pronto, viendo las caras de los tres.

Esta vez fue Harry el que empezó a relatar la historia del juicio y el
posterior asesinato. También Ginny se quedó altamente impresionada.

—¿Ni Dumbledore pudo romper aquel a pulsera? —preguntó, sorprendida


y extrañada—. No me lo puedo creer... Dumbledore es el mago más grande
del mundo, es...

—No sé si no pudo, o simplemente no le dio tiempo, porque todo ocurrió


demasiado deprisa —terció Hermione—. Aunque la verdad, parecía tan
sorprendido y horrorizado como los demás.

Estuvieron cal ados un rato. Harry se levantó y se acercó a la ventana.


Miró por el a unos instantes, sin observar nada en concreto, y habló:

—Sea como fuere, ya no podemos hacer nada por Dolores Umbridge. Y,


aunque su muerte haya sido horrible, no seré yo quien l ore por el a. —
Ron, Hermione y Ginny le miraron—. Lo que realmente me importó de
toda su declaración fue aquel o que dijo de que el día 31 parecía
especialmente contento, y también cansado... dijo que había averiguado
algo.

Ron puso expresión de estar recordando algo, pero Hermione abrió mucho
los ojos.

—¡Es cierto! —exclamó—. Yo también me di cuenta... el día 31 fue el día


que tuviste tu sueño, ¿verdad?

—-Sí —respondió Harry.

—Entonces, ¿Es ya seguro que Quién Vosotros Sabéis tuvo algo que ver
con el o? —preguntó Ginny.

—Estoy convencida —respondió Hermione.


—Yo también —afirmó Harry.

—¿Y qué es lo que averiguó? —preguntó Ginny.

—No sé, quizás que podría unirse a mí para aumentar aún más su poder,
no sé... aunque no me imagino que haya atacado mi mente para
provocarme esa visión, salvo que quisiera saber otra cosa y la visión fuese
una consecuencia...

—¿Y qué querría averiguar? —preguntó Ginny.

—Bueno, ¿qué es lo que Harry sabe y Voldemort ha querido saber desde


que retornó? —preguntó Hermione.

Ron abrió mucho los ojos.

—¡La profecía!

Harry miró a Hermione, que asintió.

—¿Crees que quería saber lo que decía a través de mí?

—Es lo más lógico, ¿no? Es la única forma que tiene ahora de saber qué
decía...

—Pero... ¡espera! —exclamó Harry, recordando algo—. Dumbledore se


quedó muy pensativo cuando le dije que en mi sueño aparecían las
profecías... quizás sea cierto... aunque, ¿por qué aparecían las dos? A él
sólo le interesa la primera, ¿no? La otra ya no dice nada útil... de hecho, él
ni siquiera sabía de su existencia.

42

—Bueno, supongo que intentaría acceder a algo relacionado con las


profecías en tu mente, y por eso aparecían las dos... —opinó Hermione.

—O sea, que, según parece, ya conoce su contenido... —resumió Ginny.


—Pero, ¿de qué le sirve conocerla? —preguntó Ron—. Quiero decir, él
quería saber cómo matarte ¿no?

Creía que la profecía se lo diría. Pero no dice nada de eso... Sólo dice que
uno de los dos deberá matar al otro...

—No sé qué utilidad puede tenerle, pero si Dumbledore no quería que


supiera lo que decía, sería por algo —

dijo Hermione.

—Bueno, ahora sabe que tienes un poder que él no conoce, Harry —dijo
Ron—. Quizás te coja miedo...

¡Seguro que por eso envió a Umbridge para intentar matarte!

—No. No creo que me tenga miedo. Creo que se le han abierto ciertas
posibilidades que nosotros no entendemos. Algo relacionado con la
segunda parte del sueño...

—No creo que logremos entender esto, Harry —opinó Ginny muy seria—.
Pero hay una cosa que sí creo, y es que tienes que hablar con Dumbledore
y decirle que crees que Quien tú sabes conoce la profecía...

—Ya —dijo Harry—. Esta tarde tengo clases de oclumancia con él. De
todas formas, estoy seguro de que no se le escapó la declaración de
Umbridge. De hecho, ya cuando le conté el sueño mencionó la profecía y
parecía preocupado... Creo que se lo temía.

—Bueno, ya veremos qué pasa —dijo Hermione—. Ahora deberíamos


bajar a comer.

—Si —dijo Harry— Tengo hambre...

Bajaron. El señor Weasley, Bil , Fred, George, Kingsley y Tonks habían l


egado ya, y todos hablaban de lo sucedido en el Ministerio. Cuando Harry,
Ron, Hermione y Ginny entraron en la cocina, todas las conversaciones
cesaron y las miradas se centraron en el os. El señor Weasley corrió a
abrazar a Ron.
—Estoy bien, papá —dijo Ron, un tanto incómodo.

—¡No sabes como me asusté cuando me enteré de lo que había sucedido!


—exclamó el señor Weasley—.

La Marca Tenebrosa en el Ministerio... Es terrible.

Ninguno de los tres se libró del interrogatorio, porque aunque casi todos
conocían casi todos los hechos, en algunos casos los rumores que se
habían extendido por el Ministerio habían alterado la verdadera historia.

Cuando finalmente la atención dejó de centrarse en el os, Harry se dejó


caer en una sil a al lado de Lupin.

—Pareces preocupado —dijo éste—. ¿Tanto te ha afectado?

—No es por eso... bueno, en parte sí, pero lo que más me preocupa es otra
cosa —respondió Harry.

—¿Otra cosa? ¿El qué?

—Bueno... —dijo Harry— Creo que Voldemort la conoce.

—¿Que conoce qué?

—La profecía. Que ya sabe todo su contenido.

—¡¿Cómo dices?! —preguntó Lupin, sorprendido y preocupado a la vez


—. ¿Cómo lo sabes?

Harry le explicó la declaración de Umbridge.

—¡Oh...! —exclamó Lupin, y su preocupación se acentuó—. Esto no es


bueno... nada bueno... Aunque Dumbledore ya sospechaba algo así.
Tendrás que decírselo en cuanto l egue, Harry. No creo que después de lo
sucedido venga a comer, pero seguramente vendrá después, al fin y al
cabo, hoy tendrás la primera clase de Oclumancia.

Harry asintió.
La comida transcurrió tranquila, porque casi todo lo que se podía decir
respecto a al muerte de Dolores Umbridge ya había sido dicho, y todo el
mundo se dedicaba a pensar. Al poco de terminar, y mientras los cuatro
amigos estaban el salón, jugando una partida de naipes explosivos, l egó
Dumbledore.

Llamó a Harry, y éste fue a reunirse con él, mientras sus amigos le
deseaban buena suerte con la oclumancia.

—Buenas tardes, Harry —saludó Dumbledore. Sonreía ligeramente,


aunque aún parecía preocupado—. Al final no pude venir a comer, con
todo lo sucedido... pero bueno... Será mejor que subamos al salón de
arriba.

Estaremos más tranquilos.

Harry asintió y ambos subieron las escaleras y entraron en el salón del


primer piso.

—Profesor... —dijo Harry en cuanto l egaron a la estancia y cerraron la


puerta—. ¿Cómo lo hizo?

—Bueno, no es tan difícil para alguien como él —respondió el director—.


Supongo que ya conoces muchos de los objetos mágicos altamente
peligrosos que hay por ahí.

—Sí, a veces Ron me habla de objetos que su padre tiene que requisar.

—Exacto. Digamos que la pulsera que le puso a Dolores Umbridge no es


en sí un objeto extraordinario...

excepto por el increíble hechizo de protección que evita que pueda


sacárselo. Utilicé todo mi poder para romper la pulsera con el
encantamiento seccionador, pero ya viste que no funcionó... Bueno,
hubiera conseguido sacársela si hubiésemos tenido más tiempo, claro, pero
todo fue demasiado rápido.

Harry asintió.
43

—¿Por qué lo hizo, profesor? El a ya había confesado y declarado. ¿Qué


sentido tenía matarla entonces?

¿Por qué no lo hizo antes?

—No podría asegurar al cien por cien el motivo —respondió Dumbledore


—, pero estoy casi seguro de que lo hizo simplemente para asustar. Un
asesinato como ése en la sala de juicios donde tantos seguidores suyos
fueron juzgados. Es indudable que fue un gran golpe de efecto...

«Sólo para asustar —pensó Harry, asqueado—. No había ninguna razón...


sólo por asustar...».

Harry se quedó cal ado durante un rato, sumido en sus pensamientos.


Dumbledore se sentó en uno de los sil ones.

—Hay algo más que te preocupa, ¿verdad? —le preguntó.

—Sí —confesó Harry—. Me preocupa lo que dijo sobre el día en que


Voldemort estaba contento... me preocupa que haya logrado averiguar el
contenido de la profecía gracias a mí. ¿Cree usted que la conoce, que
averiguó lo que dice?

Dumbledore le miró, pero no dijo nada durante unos instantes.

—Sí, Harry —dijo, suspirando—. Yo también lo creo. Oí perfectamente lo


que declaró Dolores. Supongo que eso era lo que pretendía... y por eso es
necesario que te esfuerces en la oclumancia, Harry. Debes evitar todo
contacto mental con Lord Voldemort. No podemos evitar el mal que ya
está hecho, pero podemos evitar males futuros.

—Está bien... Pero profesor —pidió Harry, Intentando ocultar toda la rabia
que sentía al pensar que si Voldemort conocía la profecía, todo lo que
habían hecho durante el año anterior no servía para nada—, ¿Por qué no
me explica antes en qué consisten exactamente la Legeremancia y la
oclumancia?
—Verás —explicó Dumbledore—. La legeremancia proporciona al que la
utiliza acceso a diversos estratos de la mente de la persona objetivo.
Muchas veces, o si uno no sabe como hacerlo bien, sólo se consigue un
acceso superficial a los pensamientos activos de la persona... pero un
dominio más profundo permite

«hurgar» en los recuerdos, en cosas casi olvidadas y enterradas... Bien


dirigida, la legeremancia es una mina de información. Para evitar el
acceso, como ya sabes, podemos recurrir a la oclumancia. Harry, la
oclumancia consta de dos partes, diferenciadas pero interrelacionadas e
inútiles la una sin la otra: La primera parte es la mental. Vaciar la mente,
controlar las emociones y evitar visualizar como pensamientos activos
aquel o que queremos ocultar. Esto es indispensable y es lo primero que
practicaremos. Luego está la parte mágica. Con el a, la mente crea una
barrera contra la penetración externa. Eso sí, sin dominar la mente, no se
logra nada. Es por el o que dominar la oclumancia es muy difícil y cuesta
un trabajo casi constante,

¿entiendes? —Harry asintió—. Bien, entonces comencemos.

—De acuerdo —dijo Harry.

—Cierra tu mente —le ordenó Dumbledore—. Evita los pensamientos más


emotivos, que son aquel os que más fácilmente se dejan l evar, nublando la
razón y favoreciendo la penetración del atacante.

Harry intentó hacerlo, pero le era muy difícil dejar la mente en blanco con
tantas cosas como estaban sucediendo.

—Venga, Harry. Cuando cuente tres: 1... 2... 3... ¡legeremens!

Harry sintió cómo hurgaban en su cabeza, cómo se abrían los recuerdos de


sus sueños, del miedo por sus amigos y por sí mismo, Sirius caía por el
velo... Sirius... Sirius había muerto porque él no había logrado dominar
aquel a técnica, porque se había dejado engañar... No podía dejarle
continuar... tenía que resistirse...

—¡YA! —gritó. El torrente de imágenes se detuvo. Dumbledore sonreía.


—¡Bien, Harry! —lo felicitó Dumbledore—. Ha sido un buen intento.
Conseguiste detenerme al final, pero debes impedirme entrar. Debes dejar
tu mente en blanco.

—Eso es lo que me decía el profesor Snape, pero es muy difícil.

—Está bien. Vamos a ver... —Dumbledore observó la habitación—. Ya


sé... fija tu mirada en un punto de la habitación y concéntrate solamente en
lo que ves, evita pensar en nada más ¿de acuerdo? —Harry asintió

—. Tres segundos.

Harry se fijó en los dibujos de uno de los sil ones hasta que sólo veía los
colores, no ya la forma. Sintió que se iba, que se adormecía, que se
relajaba...

— ¡Legeremens!

Sintió el impacto, sintió hurgar, pero mantuvo la concentración en el sil


ón, hasta que al final, empezaron a superponerse imágenes de su tía Marge
y de los Dursley, de Dudley persiguiéndole con sus amigos... y luego cesó.

—¡Excelente! —exclamó Dumbledore, muy contento—. Esta vez me ha


costado mucho más hacerlo.

Harry se frotó la cicatriz. Le dolía un poco y la sentía palpitar.


Dumbledore le miró un rato.

—Será mejor que hoy lo dejemos aquí. No ha estado mal. El próximo día
seguiremos practicando el vacío mental, el control de las emociones.
Cuando lo hayas logrado, empezaremos con el cierre mágico de la mente.

—Vale —dijo Harry.

44

—¿Qué tal te encuentras?

—Me duele un poco la cicatriz...


—Eso es normal, pero a medida que vayas progresando, el dolor debería
de disminuir. Bueno, ahora tengo que irme, y que no se te olvide practicar,
dejar la mente en blanco antes de dormir. Utiliza lo que te he enseñado:
Fija tu mirada en algo antes de dormirte y no pienses en otra cosa. Es muy
importante.

—Sí, profesor.

—Hasta luego, Harry —dijo Dumbledore, y desapareció.

Harry bajó al salón de abajo, donde Ron, Hermione y Ginny le esperaban.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Hermione.

—Creo que bastante bien. Mucho mejor que con Snape, desde luego.

—Normal —dijo Ron— Debe de ser imposible vaciar la mente cuando


Snape te está mirando con esa cara que tiene...

—Dumbledore me ha explicado cómo hacerlo. Cómo vaciar la mente antes


de dormir —explicó Harry—.

Espero no volver a tener esos horribles sueños...

—Claro que no —dijo Hermione convencida—. Dumbledore es el mago


más grande del mundo. Seguro que con él progresas rápido.

—Eso espero, porque no quiero que Voldemort se entere de más cosas a


través de mí.

—¡Es cierto! —dijo Ginny— ¿Le preguntaste a Dumbledore sobre la


profecía?

—Sí —respondió Harry—. Y él está de acuerdo conmigo. Cree que


Voldemort la conoce ya. Que averiguó lo que decía a través de mí.

—¿Y qué piensan hacer? —preguntó Ron.


—No lo sé. Sólo me dijo que eso era lo que teníamos que evitar y
empezamos con las clases...

—Vaya...

—Bueno. Esperemos que no le sirva de mucho —dijo Ginny, esperanzada.

—A mí me preocupa más el resto del sueño... lo que no eran como


recuerdos... Creo que fue alguna especie de efecto del intento de
Voldemort... pero, ¿por qué sucedió ahora y no antes?

—¿A qué te refieres? —preguntó Hermione.

—Me refiero a que él ha estado intentando entrar en mi mente durante


todo el año pasado... incluso lo consiguió varias veces... ¿Por qué no hubo
antes ese sueño, entonces? ¿Qué es lo que es distinto ahora?

—¿Por qué no se lo preguntas a Dumbledore? Quizás ya sepa por qué viste


eso —propuso Hermione—.

Nosotros no podemos contestarte a eso.

Harry se quedó pensativo un momento y luego miró a sus amigos.

—Sí, lo haré. Y vosotros estaréis conmigo.

—¿Nosotros?

—Sí, Ron. A vosotros os afecta tanto como a mí... quiero saber por qué en
ese sueño tenía que matar a Hermione... y sospecho que vosotros dos... —
dijo dirigiéndose a Ginny y a Ron— vosotros dos estabais...

bueno, muertos...

—¿Por qué dices eso? —preguntó Ginny, asustada

—Porque en mi sueño, Hermione estaba sola. Lo sabía. Y si estaba sola, es


porque vosotros... bueno, ya imagináis...
Ginny ahogó un grito.

—Harry, esfuérzate en la oclumancia —pidió Ron—. Nosotros te


ayudaremos, pero no vuelvas a tener un sueño como ése...

—No fue mi gusto tenerlo —declaró Harry con sequedad.

Pasaron varios días tranquilos en la casa, mientras agosto transcurría,


acercándose cada vez más el comienzo del nuevo curso. Ron había
intentado varias veces que les dejaran salir o hacer algo de vez en cuando,
pero la señora Weasley se negó rotundamente. Tras lo sucedido en el
Caldero Chorreante les vigilaba a cada rato, para saber si estaban bien, y
los cuatro estaban ya aburridos hasta cotas extremas. La única diversión
que tenían eran las cosas que de vez en cuando les traían Fred y George
cuando volvían de la tienda por las noches. Se aburrían tanto que estaban
deseando que hubiese algo que limpiar o alguna tarea por hacer. Cuando no
tenían nada que hacer, se sentaban en el salón de abajo con la puerta
abierta, para saber quién entraba o salía y quitar algo de la monotonía que
inundaba la casa. Vieron varias veces al profesor Snape, pero en ningún
momento se hablaron. Se limitaban a lanzarse miradas de odio.

Harry había explicado a Ron y a Hermione en qué consistía la Oclumancia,


y la chica había intentado ayudarle como podía, aunque sin saber
Legeremancia no le eran de mucha ayuda. Hermione se lamentaba
constantemente por no tener algún libro de dónde poder sacar información.

45

Seis días después de la primera clase con Dumbledore, Lupin le comunicó


a Harry que aquel a tarde tendrían una nueva. Harry recibió la noticia con
alegría. No le gustaba demasiado la práctica de la Oclumancia, pero podría
hablar con Dumbledore, y al menos no se aburriría.

Cuando Dumbledore l egó, le dijo a Harry que esperara en el salón de


arriba, que él subiría enseguida.

Cuando finalmente subió el director, unos diez minutos más tarde, se


encontró al í también a Ron, Hermione y Ginny.
—Hola muchachos —les dijo Dumbledore mirándolos por encima de sus
gafas de media luna—. ¿Qué tal os encontráis?

—Bien, profesor —contestó Hermione.

—Me alegro, pero ahora os rogaría que nos dejaseis solos. Harry necesita
toda la concentración posible.

—Profesor —dijo Harry—. Antes de comenzar quería preguntarle una


cosa... por eso están aquí el os —

señaló hacia sus amigos.

—¿El qué, Harry?

—Bueno... Usted sabe que la noche en que tuve aquel sueño, Voldemort
intentó averiguar el contenido de la profecía buscándola en mi mente...

—Sí

—Pero nosotros queríamos saber por qué... por qué vino el sueño que tuve
después. ¿A qué se debió?

Dumbledore no dijo nada durante un momento. Luego suspiró.

—Veréis... no estoy muy seguro de por qué sucedió eso. Creo que, cuando
Voldemort supo el contenido de la profecía, y vuestras mentes estaban
conectadas, de alguna manera... se os reveló una posibilidad alternativa a
mataros el uno al otro. Lo que viste, Harry, es el final de ese proceso. No l
ego a comprender exactamente cómo podrías l egar a ser parte de
Voldemort, pero estoy seguro de que ése era el final de todo... Respecto a
cómo se ha revelado eso, de momento sólo podemos hacer conjeturas.

—Profesor —intervino Hermione—, ¿por qué Harry me mataba? ¿Por qué


también a Ron?

—¿A Ron? —inquirió Dumbledore, sorprendido.


—Sí... bueno, no lo vi en mi sueño —explicó Harry—, pero sabía que
había sucedido. Hermione estaba sola...

—Verás, Harry. Ya te dije que Voldemort no podía poseerte si estabas l eno


del sentimiento que él tanto detesta e infravalora. Si te unes a él, una cosa
estaría clara: No podríais estar unidos si tú sientes cariño por alguien.
Tendrías que destruir todo aquel o que amas. Sólo así podríais vivir
unidos. Voldemort no permitiría que una parte de su ser sintiese algún tipo
de amor o de afecto por algo. Que Ron o Hermione siguiesen vivos sería
un peligro latente, porque siempre tendrías algo por lo que liberarte, algo
que podría hacerte reaccionar y cambiar de bando...

—Comprendo...

—Cuando me contaste tu sueño, me decías que una parte de ti deseaba


hacer lo que hacías, mientras otra parte se horrorizaba. Esa parte es la que
muere. Por eso digo que lo que ves es el final. El final de todas las
amenazas para la supremacía de Voldemort... y la tuya.

—Pero yo no lo haré. Nunca me uniría a él... ¿Por qué habría de querer


hacerlo? ¡Él mató a mis padres! Y

por su culpa murió Sirius...

—Por el dolor, Harry —le dijo Dumbledore con voz muy tranquila y
calmada—. Tú mismo lo dijiste: a veces el dolor es tan grande que
haríamos lo que fuese porque parara, por no sentirlo... Si Voldemort ha
urdido nuevos planes encaminados a hacer que te unas a él, visto el fracaso
de su nuevo intento de asesinato, temo que intentará utilizar tu dolor.

—Eso quiere decir...

—Que intentará dañar a los que amas, Harry.

Harry miró hacia Ron, Hermione y Ginny, que se habían quedado mudos.
Por supuesto, el os sabían que estaban en peligro, por ser de las familias
que eran, por ser enemigos de Voldemort y por ser amigos suyos, claro,
pero nunca habían sido un objetivo preferente para el malvado mago.
Saber que ahora el os quizá corrían más peligro que él le hizo sentirse
extrañamente furioso.

—Querrá que te dominen la ira, el odio y el dolor —continuó Dumbledore


— Pero no os preocupéis. Aquí no puede encontraros, y en Hogwarts
estaréis a salvo. La Orden os vigila, y también el Ministerio de Magia. Y

ahora, si nos disculpáis —Miró a Hermione, Ron y Ginny—, Harry debe


practicar. Sabéis lo que está en juego.

Ron, Ginny y Hermione salieron, deseándole suerte a Harry. En cuanto se


cerró la puerta, Dumbledore le dijo a Harry que volviera a dejar la mente
en blanco. Harry volvió a fijar su vista en el sil ón, intentando alejar de su
cabeza todo pensamiento que no fueran los colores. Cuando Dumbledore
creyó que estaba preparado, le apuntó con su varita:

— ¡Legeremens!

46

Harry notó de nuevo aquel os dedos que hurgaban, pero siguó concentrado
en el sil ón, en sus colores...

pero de pronto, se vio a sí mismo muerto en el suelo, y a Ron, y al señor


Weasley, y a Hermione... veía el boggart que había encontrado la señora
Weasley el verano anterior. De pronto, Harry se encontró gritando.

—Tranquilízate, Harry —Le dijo Dumbledore poniéndole una mano sobre


su hombro—. Tienes que olvidar eso.

—Lo sé, ¡pero es muy difícil! ¡No soporto la idea de que puedan atacar a
mis amigos por mi culpa!

—Harry, no es por tu culpa... Tú no eres responsable de lo que voldemort


haga o desee hacer.

—Sí, pero si no fuera por mí...


—Si no fuera por ti, Voldemort quizás no habría sido vencido, y quién
sabe lo que habríamos tenido que lamentar. No puedes culparte. Ahora haz
el favor de concentrarte y de vaciar tu mente.

Harry volvió a intentarlo, y consiguió resistir más tiempo, pero al final, su


mente volvió a l enarse de imágenes en las que veía a Hermione caer
atravesada por un hechizo y a Ron ser atacado por un cerebro...

—Venga, lo has hecho mucho mejor —Lo animó Dumbledore cuando se


detuvo—. Sigamos.

Continuaron practicando durante mucho tiempo. Aunque tardó mucho en


hacerlo igual de bien que al final de su primera sesión, cuando la señora
Weasley les l amó para cenar había mejorado bastante.

—Lo estás haciendo bien. Ahora bajemos a cenar y recuperar fuerzas.


Creo que Mol y nos ha preparado algo delicioso —Dijo Dumbledore con
una sonrisa—. Mañana continuaremos.

—¿Mañana?

—Sí, tendremos que aprovechar el tiempo al máximo, Harry. Sólo quedan


veinte días para que comience el curso escolar.

Bajaron a cenar. Mientras comían, Lupin estuvo preguntándole a Harry qué


tal le iban las clases.

—El profesor Dumbledore dice que bien —Respondió Harry—. Desde


luego, muchísimo mejor que con Snape.

—Bien, Harry. Sigue esforzándote. Estoy seguro de que tienes


capacidades. No hay mucha gente que a los 13 años ya sea capaz de hacer
un patronus... ni aún a la tuya.

—Bueno... ahora sí. Hermione, Ron y Ginny también pueden hacerlo —


repuso Harry—. Ron y Ginny aún no lo dominan del todo, pero con un
poco de práctica...

—¿Se lo enseñaste tú?


—Sí, en las reuniones del ED, el año pasado.

—Guau —Lupin parecía impresionado—. Debes ser un excelente


profesor... y el os muy buenos alumnos.

Harry se sonrojó un poco y siguió comiendo su pastel de carne, hasta que


Hermione preguntó:

—Profesor Dumbledore...

—¿Sí, Hermione?

—¿Quién es nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras?

—Bueno... —dijo Dumbledore, aparentemente apesadumbrado—. No he


conseguido encontrar un candidato dispuesto, así que he tenido que optar
por el único disponible.

—Que es... —comenzó a decir Ron, asustado. Miró a Harry. Se le veía


claramente que creía que Dumbledore diría «Severus Snape».

—Yo, por supuesto —terminó Dumbledore, sonriente.

Hermione, Harry, Ginny y Ron se miraron los unos a los otros, incapaces
de decirse nada.

—¡Genial! —terminó por decir Ron, aliviado.

—Gracias, señor Weasley —le sonrió el director.

Tras semejante revelación, terminaron de cenar, mucho más contentos que


antes, por supuesto.

Durante las dos semanas siguientes, Harry continuó sus clases con
Dumbledore. Había progresado muchísimo, y, aunque por supuesto
Dumbledore podía hurgar en su mente, prácticamente sólo lograba ver lo
que Harry le mostraba, que casi siempre eran unas manchas de color que
se parecían a un sil ón.
—Pronto podremos empezar con la segunda parte, Harry —le dijo
Dumbledore el día 21 de Agosto—.

Tendremos la próxima clase, si puedo, el día 23. Empezaremos a cerrar tu


mente mágicamente.

—Bien, profesor —dijo Harry.

—¿Te ha dolido la cicatriz algo?

—No, sólo un poco cuando terminamos las clases...

—Bien. Mejor así. Ahora, cuando aprendas la defensa mágica, no volverás


a sentir irrupciones externas en tus sueños.

Sin embargo, no pudieron tener la clase del día 23, porque un poco antes
de comenzarla, Snape l egó con, al parecer, importantes noticias, y hubo
una reunión extraordinaria de la Orden.

—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Ron.

—No lo sé —dijo Harry—. Ahora ya no siento nada cuando Voldemort se


siente contento o furioso...

47

—Ya, y por una parte es una lástima —dijo Ron, y Hermione le lanzó una
mirada severa—. ¡Ya lo sé, Hermione! Pero es la única forma de que nos
enteremos de algo más...

—Vamos Ron, ya nos enteraremos. Al final siempre nos enteramos —le


dijo Hermione.

Al poco rato, todos se marcharon de la casa, excepto la señora Weasley.

—¿Qué ha pasado, mamá? —preguntó Ginny.

—No estamos muy seguros todavía —respondió ésta, evadiendo el tema


—. Pero sea lo que sea, mañana os enteraréis. Ahora olvidadlo.
Al parecer, debía de suceder algo gordo, porque nadie acudió a cenar,
excepto el señor Weasley y Bil , que comieron algo, y, tras hablar unos
minutos con la señora Weasley, volvieron a irse.

—¿Qué pasará? —preguntó Harry a los demás, una vez estuvieron en el


cuarto en el que dormían él y Ron.

—Ni idea —respondió Fred—. Pero seguro que es serio. Todos parecían
preocupados...

—Deberíamos irnos a dormir —dijo Hermione—. Si vuestra madre nos


encuentra a todos aquí, en vez de estar en la cama...

—Sí, será lo mejor. Mañana nos enteraremos —dijo Ginny.

—No sé cómo... Mamá ha puesto un encantamiento en la cocina para que


no funcionen las orejas extensibles —comentó George, un poco enojado.

—Bueno, si es algo importante, saldrá en los periódicos, ¿No? —dijo


Hermione—. Mejor vayámonos.

El a y Ginny se despidieron y se fueron a su cuarto. Fred y George también


se desaparecieron.

—¿Qué tramará? —preguntó Ron, mientras se metía en la cama y apagaba


la luz.

—No lo sé —respondió Harry, preocupado—. No lo sé...

Se tapó y se durmió. Sin embargo, no pudo dormir tranquilo, porque más


tarde, en algún momento de la noche, la cicatriz comenzó a darle
punzadas, y un sueño, una serie de imágenes, ocupó su mente. No entendía
mucho, porque el sueño no era claro, como si viese algo lejano, algo
difuso... supo que era una de sus visiones, era consciente de el o. Quizás la
mejora de la oclumancia le había permitido aislarse de los sueños... ¿Por
qué, entonces, veía ese? No lo sabía. Las imágenes l egaban vagas. Se
acercó a una chimenea que había en una estancia oscura, de el a había
salido una mujer, que se volvió para verle, y emitió un grito de terror, que
Harry oyó muy lejano, como proveniente de un pozo profundo. Levantó la
varita rápidamente, sin que la mujer tuviese tiempo de actuar. Un rayo
verde salió de la misma, y un instante después la mujer estaba muerta. Se
acercó a la chimenea, que estaba encendida con un fuego verde, y lanzó
contra el a una poción, luego murmuró un conjuro y las l amas se
apagaron. Se sentía contento. Todo iba bien... la imagen se borró, y sólo
quedó negrura. Harry no supo cuánto tiempo esperó, hasta que la visión
volvió a aclararse. Sabía que podía romper la conexión, que podía
detenerla, que debía dejar de ver lo que veía, pero no podía. La curiosidad
era muy grande. Voldemort había matado a alguien y tramaba algo
importante... ¿Qué era? ¿Dónde estaba? La visión se aclaró, y vio un largo
y oscuro pasil o, iluminado por débiles antorchas. Se acercó a una puerta,
donde había más gente. Esperaban algo. No le vieron. Él entró y lanzó un
hechizo, como un pequeño punto amaril o. El hechizo estal ó, y los
guardianes cayeron, heridos o muertos. Le habría gustado acabar con el os,
pero ahora no podía, él l egaría pronto. ¿Quién era «él»? Harry no lo sabía.
Voldemort tenía prisa. Atravesó la sala donde estaban los hombres heridos,
y se acercó a una zona l ega de puertas enrejadas. Cada celda contenía a
una persona. Se acercó a la primera y miró, sonriente. El prisionero se
arrodil ó al verle, y también sonrió. Su aspecto era lamentable, pero Harry
reconoció, con odio, la figura altiva de Lucius Malfoy. Había averiguado
dónde estaba Voldemort, y qué pretendía: había ido a liberar a los presos
de Azkaban. Abrió las puertas de las celdas con prisa, y los mortífagos que
había encerrado en junio salieron, arrodil ándose ante su señor. Voldemort
sonrió, y les ordenó que se dieran prisa, y que subieran a lo alto de la
fortaleza, la vía de escape más rápida. Harry se sentía furioso. ¿Nadie iba a
detener aquel o? La cicatriz le dolió más, y perdió de nuevo la conexión
durante un largo rato.

Cuando la recuperó, se vio en lo alto de una torre. Era de noche, y el cielo


estaba nublado. Sólo algunas antorchas en la fortaleza permitían ver algo.
Pero Voldemort no las necesitaba. La oscuridad era su elemento
predilecto, en el a se sentía seguro y más fuerte, no por nada tenía aquel os
ojos que le permitían horadar hasta en la negrura más profunda. Harry
sentía los gritos de la lucha que se libraba en el exterior de la fortaleza,
pero junto a él no había nadie. ¿Dónde estaban los mortífagos? Hacía algo
en el borde de la torre, ya casi estaba... entonces, sintió un golpe, y un
grito desgarró el aire, seguido del sonido de un cuerpo al caer. Voldemort
se volvió, iracundo, y miró a su enemigo, que descendía de una escoba,
frente a él.

—Dumbledore... —pronunció el nombre con asco y desprecio... pero no


había ni atisbo de miedo en su voz.

Sólo odio.

—No te saldrás con la tuya, Tom —dijo el anciano que sostenía la varita
frente a él.

—¿Ah, no? —Se rió con aquel a risa espeluznante que aterrorizaría a
cualquier otro mago, excepto a aquél al que hacía frente.

48

«Dumbledore... —pensó Harry—.¿Por qué no l egó antes?».

—Ya es tarde para ti, viejo metomentodo. Ya me has causado muchos


problemas, demasiados problemas...

Pero ahora ya no podrás hacer nada. Ya es tarde para ti —repitió—. Ahora


soy el mago más poderoso del mundo, Dumbledore, como pronto
comprobarás. El Lord Voldemort al que te enfrentaste en junio no es sino
la sombra de lo que soy ahora... He descubierto el gran secreto, profesor
—pronunció la palabra «profesor»

con un tono de absoluto desprecio, insultante, despectivo, y luego sonrió


con maldad.

—Demuéstralo, Tom —la voz de Dumbledore sonaba tranquila.

—No lo necesito, Dumbledore, porque tú también lo sabes... sé que lo


sabes desde que Potter te contó cómo volví... no lo sabes todo, no..., pero
sí muchas cosas, sé que lo intuyes. Y ahora todas tus precauciones han
sido en vano, he roto tu hechizo antidesaparición, como has visto, y
también conozco el contenido de la profecía... —Se rió con ganas.
Dumbledore no dijo nada—. Me sorprendes, viejo idiota... No sabes cómo
me alegré al conocer la verdad... sólo Potter puede matarme, ¿eh? Resulta
gracioso... No tienes ninguna esperanza, Dumbledore, ninguna.

—¿No? —preguntó Dumbledore—. Dime entonces por qué ha conseguido


huir de ti cinco veces ya...

—Ha tenido... mucha suerte, desde luego. Pero eso no será suficiente. Ese
chico será mío... vivo o muerto.

—Nunca mientras yo viva.

—¿Ah, no? —siseó Voldemort—. Si ésas son tus condiciones... ¡Muere,


entonces!

Agitó la varita y un resplandor amaril o muy intenso bril ó. Dumbledore


intentó protegerse, pero su intento no fue suficiente, y cayó hacia atrás,
golpeado por la explosión. Quedó tendido en el suelo. Sin embargo, logró
incorporarse. Estaba herido. Tenía sangre en la cara, aunque no parecía
nada grave. Apuntó rápidamente con su varita hacia su enemigo.

— ¡Desmaius! —gritó.

Voldemort se rió. Se tambaleó ligeramente al recibir el impacto... y volvió


a incorporarse. Harry casi no resistía, la cicatriz le dolía demasiado. Sentía
que iba a perder el contacto, pero no quería; deseaba ver lo que sucedía,
deseaba saber de qué hablaba Voldemort...

Dumbledore miró a su enemigo con un deje de preocupación.

—No ha servido de nada, Dumbledore... de nada. Ya te lo dije: estás


acabado —Miró hacia abajo, y vio que las cosas estaban mal. Tenía que
irse pronto—. Acabaré contigo otro día, viejo loco. —Agitó de nuevo su
varita, y de nuevo Dumbledore intentó protegerse, sin que resultara del
todo. El hechizo estal ó y el director de Hogwarts quedó tendido en el
suelo.

Harry se sintió aterrado. Sabía que Dumbledore no estaba muerto, porque


Voldemort lo sabía. Quería matarlo, rematarle por fin... pero no tenía
tiempo, ahora no podía ponerse a luchar con él. Se volvió y saltó al vacío.
Cayó, pero su velocidad descendió, hasta posarse en el suelo con suavidad.
Miró a su alrededor, pero Harry casi no veía, la cicatriz le dolía más cada
vez por el esfuerzo, y la conexión se rompió. Se sumió en la negrura, y
despertó en la oscuridad de su habitación.

Se levantó de la cama. En estos momentos, en Azkaban, había heridos,


muertos... Voldemort había rescatado a sus mortífagos, y Harry había visto
cómo el terrible mago había derrotado a Dumbledore...

¿Cómo? ¿Por qué había crecido tanto su poder? ¿Qué era lo que
Dumbledore sabía desde que le había contado la forma en que había
retornado? El temor lo embargó... ¿Cómo iba él, un muchacho de dieciséis
años, vencer a un mago al que ni Dumbledore podía derrotar? Se encontró
deseando no haber visto nada.

En la cama de al lado, Ron dormía apaciblemente, con la respiración


acompasada. Le envidió. Harry volvió a la cama, pero no consiguió
dormirse en toda la noche.

Empezaba a quedarse dormido de nuevo cuando un sonoro «crac» volvió a


despertarle del todo. Era Fred.

Parecía muy serio. Se acercó y despertó a Ron, que empezó a protestar.

—¿Fred...? —dijo Ron, adormilado—. ¿Qué haces aquí?

—¡Chist! ¡Cál ate! —le ordenó el gemelo—. Tenéis que leer esto. Voy a
despertar a Harry.

—Ya estoy despierto —dijo Harry, incorporándose y poniéndose las gafas.

—Ah... vale —dijo Fred, dando un pequeño brinco al oírle—. Mirad, os he


traído El Profeta...

—Ya sé lo que dice —soltó Harry, en tono serio.

—¿Cómo dices? —preguntó Fred, mirándole con cara rara. Ron también le
observó con interés.
—Habla del ataque a Azkaban, ¿verdad?

Fred abrió la boca completamente. Ron los miraba sin entender nada.

—¿Ataque a Azkaban? —preguntó. Le cogió el periódico a su hermano y


comenzó a leer.

ASALTO A LA PRISIÓN DE AZKABAN

El Ministerio de Magia ha informado de un terrible suceso acontecido la


pasada noche, cuya gravedad ha motivado la salida de una edición
especial de este diario.

A media tarde del día de ayer, cundieron rumores de que El que no debe
ser nombrado planeaba un ataque contra Azkaban, donde se encontraban
presos varios de sus seguidores desde el 49

pasado junio. Tras la deserción de los dementores, la fortaleza se hayaba


custodiada por aurores y funcionarios del Ministerio, y se habían
aumentado los métodos mágicos destinados a evitar la fuga de los
prisioneros.

Tras conocerse el rumor, se tomaron medidas para aumentar la protección


de la prisión, pero fue inútil. El propio Lord..., con cinco de sus
seguidores, entre los que se encontraba Bel atrix Lestrange, se
aparecieron en la isla de la prisión, violando de forma inexplicable el
hechizo antidesaparición que Albus Dumbledore había creado para
protegerla.

Los guardianes de la fortaleza no pudieron hacer nada para contener a los


agresores, y la ayuda no pudo l egar a tiempo, debido al bloqueo de la
única chimenea con la que se podía acceder al interior de la prisión, por
la cual iban a entrar los refuerzos del Ministerio de Magia. Los
mortífagos fueron liberados, e incluso varios prisioneros más huyeron. Se
prevee que se unan a las filas de El Que No Debe Ser Nombrado.

Debido a la batal a que tuvo lugar en el exterior de los muros de la


prisión, es necesario lamentar la muerte de los aurores Maldius Dawlish y
Gil ian Torch. Por otra parte, Antonin Dolohov, uno de los prisioneros,
resultó muerto al caer desde lo alto de la fortaleza.

Aparte de los muertos, se encuentran heridos Kingsley Shacklebolt,


Gabriel Munbungs, Edward Shorks, Bil Weasley...

Ron y Fred se miraron, y salieron corriendo de la habitación, seguidos por


Harry. Bajaron a las cocinas, donde estaba la señora Weasley, que parecía
ligeramente preocupada.

—¡Mamá! ¿Qué tal...?

—¿Ron? —la señora Weasley se los miró, sorprendida—. ¿Qué haces...?


¡Fred! ¿No se supone que debías de estar en la tienda? —preguntó, con voz
de enfado.

—¡Mamá! ¿Qué es esto de que Bil está herido? —preguntó Ron, sin hacer
caso de su madre. La señora Weasley palideció.

—¿Cómo sabes eso?

Ron le mostró a su madre el periódico.

—Vaya... —miró a Fred con mala cara, y luego suspiró—. No os


preocupéis, apenas tiene nada. Volverá pronto. Tu padre vino por la
mañana y me contó lo que había pasado. Ahora está en el Ministerio.
Percy está con Bil , pero yo iré a buscarlo después, cuando Lupin regrese.

—¿Qué le pasó? —inquirió Fred.

—Una explosión —respondió la señora Weasley con una tranquilidad que


sorprendió a Harry. ¿Cómo podía estar tan calmada con lo que había
pasado? Tal vez apenas supiese nada...

—Volveré a la tienda, a contárselo a George —dijo Fred, despareciendo.


Ron y Harry se quedaron en la cocina.

—Desayunad, vamos —les dijo la señora Weasley—. Yo me prepararé


para cuando vuelva Lupin.
—¿Él también estaba al í? —preguntó Harry.

—Sí, él también, pero no le ha pasado nada.

—Veamos qué más dice aquí —dijo Ron cuando su madre hubo salido de
la cocina, inclinándose hacia el ejemplar de El Profeta, mientras
empezaban a desayunar:

... e incluso Albus Dumbledore, que han sido trasladados ya al Hospital


San Mungo.

Afortunadamente, ninguno de el os corre peligro.

En el Ministerio ha cundido el caos, y nadie parece estar muy seguro de


qué debe hacerse para enfrentarse al Que No Debe Ser Nombrado. Albus
Dumbledore ha rechazado hacer declaraciones sobre lo que planea hacer,
y Cornelius Fudge aún no ha tenido tiempo de concedernos una entrevista.

—¡Maldita sea! —exclamó Ron—. Otra vez todos sueltos... ¿Y qué es eso
de que Dumbledore está herido?

Harry miró a Ron.

—Yo lo vi. Vi el enfrentamiento de Dumbledore y Voldemort...

—¿Lo viste?

—Sí..., pero de forma distinta a como lo veo siempre... me l egaban las


imágenes, pero yo sabía que soñaba, y que podía desconectar... supongo
que se debe a la oclumancia. No obstante, quise seguir viendo... y vi.
Voldemort le dijo a Dumbledore que ahora era el más poderoso mago del
mundo, gracias a algo, que ambos sabían, pero que no dijeron... Voldemort
le lanzó un hechizo e hirió a Dumbledore, dejándolo en el suelo...

—¿Sin más?

—Sí... bueno, añadió algo más —recordó Harry—. Le confirmó a


Dumbledore que conoce la profecía...
Ron hizo una mueca de desagrado.

—Mierda... —dijo.

50

—Pero lo que más me preocupa... —comenzó a decir Harry.

En esos momentos alguien l egó a la casa, interrumpiendo la conversación


de los dos amigos. Se abrió la puerta de la cocina y vieron que era Lupin,
con cara de cansado y todo manchado. Tenía un corte en la cara y varios
desgarros en su túnica.

—¡Profesor Lupin! —exclamó Harry— ¿Qué sucedió? ¿Estuvo al í? ¿Se


encuentra bien?

—Sí, Harry. Luego, si queréis, os lo contaré todo, pero, si no os importa,


voy a darme un baño y a tomarme un té antes de nada... y tengo que ver a
Mol y...

—Ya estoy aquí —respondió la señora Weasley, entrando en la cocina y


observando preocupada el aspecto de Lupin—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, gracias, Mol y. Solamente muy cansado... Puedes irte a San Mungo
cuando quieras...

—Gracias, Remus —dijo el a. Se despidió de Ron y Harry y se marchó.

Lupin Les dijo que se iba a tomar un baño y subió por las escaleras. Cinco
minutos después bajaron Hermione y Ginny, ambas con cara de sueño.

—¿Qué pasa? —preguntó Ginny, bostezando—. He empezado a oír ruidos


en todas partes... —miró la cocina, y luego a Harry y Ron—. ¿Dónde está
todo el mundo?

—Tomad —dijo Ron, acercándoles el periódico.

Hermione lo cogió, y sus ojos se abrieron como platos, despertándose


completamente.
—No puede ser...

—¿El qué? —preguntó Ginny, acercándose a el a y leyendo también.

—¡Ah! —chil ó—. ¡Bil !

—Tranquila, está bien —dijo Ron—. Mamá ha ido a buscarlo a San


Mungo. No tiene nada grave. Pronto volverán.

—Dios mío, Dumbledore herido... —murmuraba Hermione, aterrada—.


Pero... ¿Cómo...? Él es el mago más...

—Ya no —la interrumpió Harry. Hermione levantó la mirada del periódico


y se fijó en su amigo—. Ya no es el mago más poderoso del mundo.
Voldemort lo es.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —preguntó Hermione, aterrada.

—Ayer... ayer por la noche me pasó algo muy raro —explicó Harry—.
Tuve otra visión, pero no como las del año pasado... creo que, creo que yo
la provoqué... —Hermione, Ginny y Ron le miraban boquiabiertos y sin
comprender—. Creo que la visión se produjo como las demás veces, pero
luego fue distinto... distinto porque yo quería verla... yo mantuve la
conexión hasta que no pude más. Vi a Voldemort matar a una mujer y
bloquear la chimenea de la Red Flu, y luego le vi sacar de las celdas a los
demás, les ordenó que subieran a la torre... Al í no sé qué pasó. Perdí la
conexión, y, cuando la recuperé, Voldemort estaba junto a los muros,
haciendo algo, pero Dumbledore l egó y le atacó. Oí un grito, y luego oí la
conversación entre ambos.

—¿Qué dijeron? —preguntó Ginny.

Voldemort le dijo a Dumbledore que ahora él era el más mago más


poderoso del mundo, y que él, Dumbledore, ya lo sabía debido a la forma
en que había vuelto, aunque no sé a qué se refería... También mencionó
que conocía la profecía, y que yo... —hizo un pausa— yo sería suyo, vivo
o muerto. Luego le lanzó un hechizo a Dumbledore, y él no pudo
defenderse, cayó herido, y Voldemort bajó desde lo alto de la prisión.
Después la cicatriz me empezó a doler demasiado y no vi más.

Hermione se mordía el labio inferior con tanta insistencia que Harry pensó
que acabaría haciéndose daño.

—Ahora es el mago más poderoso del mundo gracias a la forma en que


volvió... —Murmuraba, mirando al vacío.

—¿Estás buscando respuestas, Hermione? —preguntó Ron, mirándola.

Hermione no le contestó. De hecho, no parecía haber oído la pregunta de


Ron. Éste iba a repetirla, cuando Lupin, con mucho mejor aspecto, entró
en la cocina.

—¿Qué tal estás? —le preguntó Harry.

—Mejor, aunque sigo cansado —respondió, con una sonrisa triste.

—Cuéntanos lo que pasó en Azkaban —pidió Ron.

—No sé si debería...

—Ya lo sabemos casi todo, viene en El Profeta —terció Ginny—. Sólo


queremos saber cómo fue el ataque y qué le pasó a Bil .

—Está bien —aceptó Lupin.

Se preparó un té, se sentó y empezó a hablar, mientras los demás le


miraban, expectantes.

—Veréis, ayer por la tarde, el profesor Snape nos comunicó que había
ciertos planes para asaltar Azkaban durante la noche y liberar a los presos.
Todos nos sorprendimos, porque de momento, no había hecho nada por el
os. De todas formas, empezamos a prepararnos. Dumbledore acudió a
hablar con Fudge y nosotros emprendimos camino a Azkaban para ayudar
en su protección. Dumbledore nos dijo que él acudiría con ayuda en el
momento preciso, para evitar sospechas. Esperamos al í durante horas.
Creíamos que vendrían 51
por mar, o algo así, ya que Dumbledore había invocado un hechizo
antidesaparición en toda la isla, pero Voldemort lo rompió, no sabemos
cómo.

—¿Apareció sin más? —quiso saber Harry.

—No... apareció un círculo rojo cerca de la fortaleza, y en él se


aparecieron. Salieron de él, pero el círculo quedó al í. Yo estaba en las
puertas, junto a Arthur y otros, y nos preparamos, mientras avisábamos a
los demás. No contábamos tener tan poco tiempo. —Lupin hizo una pausa
y tomó un sorbo de té—. Nos dirigimos a el os, pero le habíamos
subestimado: Cuando nos acercamos a el os unos cincuenta dementores
nos rodearon.

—¿Llevó dementores? —dijo Hermione, aterrorizada.

—Sí —respondió Lupin—. Tuvimos que defendernos de el os mientras los


mortífagos nos atacaban. En tanto, Voldemort pasó de largo, destruyó las
puertas y entró, dirigiéndose a la chimenea. Al í mató a Torch, la primera
aurora que había l egado, y bloqueó el acceso, para evitar, sobre todo la l
egada de Dumbledore.

Luego se dirigió hacia el pasil o de máxima seguridad, donde estaba el


otro equipo de defensa, pero se libró de el os y rescató a los prisioneros,
los mandó subir a lo alto, y los bajó con un hechizo levitatorio hacia dónde
estábamos nosotros y el círculo aquel. Sospecho que tenía un tiempo
limitado.

—Vaya... —murmuró Ginny—. ¿Y mientras, vosotros?

—Repelimos a los dementores y seguimos luchando contra los mortífagos,


pero nos fue difícil porque nosotros estábamos débiles a causa de la lucha
con los dementores, así, Bel atrix Lestrange mató a Dawlish...

La cara de Harry se transformó en un gesto de odio al oír el nombre de la


asesina de Sirius.
—... y entonces l egó Dumbledore. Se había aparecido con una escoba
sobre el mar, fuera de la isla, y se dirigió hacia Voldemort, que en ese
momento estaba bajando a Dolohov. Voldemort perdió la concentración y
aquél cayó desde lo alto de la torre.

—Ah... —dijo Ron, mirando a Harry—. Entonces fue eso lo que...

Harry le dio una patada en el tobil o a su amigo por debajo de la mesa,


antes de que pudiera decir las palabras «oíste en tu sueño». Ron se cal ó.

—¿Qué decías, Ron? —preguntó Lupin.

—Digo que entonces fue eso lo que le pasó a Dolohov —respondió,


mirando a Harry fugazmente.

—Sí, se mató al caer... pero Voldemort hirió a Dumbledore y bajó. Los


mortífagos se replegaron hacia el círculo y desaparecieron, aunque Lucius
Malfoy se l evó un recuerdo mío en su hombro derecho —dijo Lupin con
satisfacción.

—¡Buf! —dijo Ron cuando Lupin terminó— Debió de ser terrible...

—Lo fue, Ron —dijo Lupin, cabizbajo— Murieron dos personas y no


logramos impedir la liberación de los mortífagos. Y además ahora son más
que antes...

—¿Cuántos prisioneros se fueron con él? —preguntó Hermione—. Quiero


decir, que no fueran mortífagos.

—Unos ocho —respondió Lupin—, y conseguimos detener a tres que se


habrían ido tambiénl. Los demás prisioneros no quisieron irse. Se
quedaron en sus celdas.

—Menos mal...

—Sí, ya lo creo... —Hermione se mostró de acuerdo.

Lupin se terminó el té y dijo que se iba a descasar un rato, si no les


importaba. Harry, Ron, Hermione y Ginny se quedaron en la cocina,
terminando de desayunar, y luego se pasaron la mañana hablando del
ataque, esperando la l egada de los demás.

—Sucedió algo más en el combate entre Voldemort y Dumbledore —dijo


Harry, de pronto.

—¿El qué? —le preguntó Ron.

—Cuando estaba en el suelo, tras el primer hechizo de Voldemort,


Dumbledore le lanzó un hechizo aturdidor a él... y no le hizo nada.

—¡¿Qué?! —preguntó Ron, impresionado—. ¿Cómo...?

—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé, pero también estoy asustado. Él


simplemente se tambaleó, pero lo resistió... lo resistió.

Hermione seguía pensativa, intentado quizás sacar algo en claro de todo


aquel lío.

Lupin, por su parte, durmió hasta la hora de comer, hora en que también l
egaron los señores Weasley y Bil .

Con el os venía Fleur Delacour, que, al parecer, también se había unido a


la Orden.

Todos saludaron a Bil , preguntándole como estaba, y luego a Fleur, que


les dirigió una sonrisa. Preguntó a Harry qué tal estaba y felicitó a Ron por
lo que había hecho en el Caldero Chorreante. Ron se ruborizó, Fleur
siempre causaba en él un efecto similar. Hermione frunció el entrecejo y
puso cara rara. Fleur se fijó en el a.

—Hola, «Hegmione» —la saludó Fleur, sonriendo ligeramente.

—Hola —Dijo Hermione con sequedad.

Los Weasley, Bil y Fleur pasaron a la cocina, con Lupin, pero Ron, Harry,
Hermione y Ginny se quedaron un momento en el vestíbulo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Ron.


52

—¿A mí? —respondió Hermione, extrañada—. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé... tu saludo a Fleur me ha parecido... raro —dijo, encogiéndose de


hombros.

—Imaginaciones tuyas —repuso Hermione, dirigiéndose a la cocina. Pero


antes de entrar, miró a Ron y dijo

—: En todo caso, rara el a. No sé a qué ha venido esa sonrisa al mirarme.

—Yo sí —afirmó Ginny, muy contenta. Los tres la miraron con curiosidad.
Harry, en realidad, no entendía nada de lo que iba aquel a conversación—.
Pero no os lo voy a decir, no es asunto mío —declaró, abriendo la puerta y
entrando en la cocina, dejándolos a los tres al í, que tardaron un momento
en seguirla.

La señora Weasley empezó a preparar la comida, ayudado por los chicos y


por Fleur, para acabar cuanto antes.

—¿Cómo te hirieron, Bil ? —preguntó Ginny, en cuanto empezaron a


comer.

—Bueno, a mí me habían asignado, junto con otros diez magos, que


guardáramos las celdas de los mortífagos. Cuando oímos la alarma y que
empezaban los combates, nos pusimos alerta, esperando el ataque y los
refuerzos del Ministerio... refuerzos que no l egaron nunca. Quien vosotros
sabéis nos atacó de repente, sin darnos casi tiempo a defendernos. No sé
como no nos mató a la mayoría. Supongo que quería marcharse cuanto
antes... Se había hecho invisible, y nos pil ó casi por sorpresa... Utilizó un
hechizo explosivo de una potencia que no había visto nunca. Así me hirió
a mí, dejándome inconsciente. No pudimos hacer nada. Es demasiado
poderoso... No sé cómo nos nos mató a todos.

Bil sacudió la cabeza, mirando hacia abajo. Fleur le acarició el brazo


cariñosamente y le sonrió. No había duda que le consideraba todo un
héroe.
El resto de la comida transcurrió entre el silencio y conversaciones
banales. Tras terminar, Bil fue a acostarse, al igual que el señor Weasley.
Fleur volvió a Gringotts, y Harry, Ron, Hermione y Ginny se fueron a
pasar la tarde al salón.

Tardaron dos días en volver a ver a Dumbledore. Sólo quedaban cinco días
para comenzar el curso, y Harry ya se había hecho a la idea de que no daría
más clases de Oclumancia hasta volver a Hogwarts. Pero ese día,
Dumbledore volvió a Grimmauld Place. No parecía haber sido herido, pero
estaba serio y preocupado.

Parecía más viejo, mucho más viejo que la última vez que Harry lo había
visto. Llamó a Harry y le comunicó que tendrían una clase, y que sería la
última antes del comienzo del curso.

—Bien, Harry —le dijo Dumbledore cuando estuvieron los dos en el salón
que utilizaban siempre—, hoy comenzaremos con el cierre mágico de la
mente. Con él, evitaremos cualquier tipo de intrusión. Es la parte más
complicada de la oclumancia, y la que revela al agresor que dominamos la
técnica.

—¿Se lo revela al agresor?

—Sí. Hasta ahora eres capaz de dominar tus pensamientos y recuerdos


ante una intrusión, pero el agresor es capaz de entrar, aunque sólo ve lo
que tú le muestras. Esto impide que sepa si dominas la oclumancia, o bien
no tienes lo que busca. Sin embargo —siguió explicando Dumbledore—,
con el cierre mágico, el agresor será incapaz, o prácticamente incapaz de
penetrar y obtener cualquier cosa, con lo que sabrá que está siendo
rechazado ¿Entiendes? Esto es lo que practicaremos ahora.

—Sí... ¿Cómo se hace?

—Esto es lo más complicado. Normalmente, todo aquel que estudia


oclumancia debe de haber estudiado Teoría de la Magia. Como a lo mejor
sabes, es una asignatura que sólo se cursa en séptimo, y es de las más
difíciles. Un buen mago se caracteriza por dominar bien la Teoría de la
Magia ¿Has oído hablar de esa asignatura?
—Un poco —dijo Harry—. Consiste en explicar y entender cómo hacemos
los hechizos y esas cosas

¿Verdad?

—Más o menos —dijo Dumbledore—. En la Teoría de la Magia se estudia


por qué se usan las varitas, cuál es su utilidad, por qué unos hechizos
funcionan y otros no... ¿Sabes cuál es la función de la varita mágica?

—Bueno... con el a se hacen los hechizos ¿No? Por lo menos, la mayoría.

—Sí, pero podemos hacer magia sin varita: desaparecernos, la


legeremancia, etc... La varita es un canalizador. Canaliza y proyecta la
magia, pero la magia en sí, se hace con la mente, como cuando estamos
enfadados y hacemos cosas extrañas. Ya sabes a qué me refiero.

Harry asintió. Recordaba haber hecho desaparecer cristales cuando estaba


enfadado, hacer estal ar cosas e incluso haber convertido a su tía Marge en
un globo.

—Bien —continuó Dumbledore—. Una varita mágica canaliza la magia,


haciéndola más manejable y más potente. Del mismo modo, las pociones
no funcionan si el que las prepara no es un mago, o a veces incluso no
funcionan si no es un mago el que se las bebe. Por ejemplo, Harry, la
poción multijugos no funciona si se la toma un muggle, ¿entiendes?

—Sí —dijo Harry.

—Bien. Lo que intento explicarte es que, para cerrar tu mente


mágicamente, debes hacer magia sin varita.

Debes relajarte, dejar la mente en blanco y cerrarla mediante algún tipo de


muro o puerta que nadie pueda abrir ¿lo coges?

—Más o menos... Debo hacer lo mismo que ya hacía, y desear una barrera.

53
—Sí. Debes dejar tu mente en blanco, excepto por un muro. Ese muro
debes imaginártelo como una barrera entre tu mente y lo que está fuera, o
como una puerta. Eso no funcionaría en un muggle, pero tú eres un mago,
y tu mente proyectará esa barrera contra las agresiones externas, que
«rebotarán» en ese muro sin conseguir obtener nada ¿Lo entiendes? —
Harry asintió—. Bien, entonces vamos a probarlo

—Vale —dijo Harry, no muy convencido.

—Contaré hasta cinco, Harry.

Harry fijó su vista de nuevo en el sil ón que siempre utilizaba, hasta que
no vio nada, y empezó a pensar en un muro que separaba su mente del
exterior.

—uno... dos... tres... cuatro... cinco... ¡Legeremens! —gritó Dumbledore


Harry sintió de nuevo que hurgaban, que intentaban entrar en su mente.
Aunque sólo veía el sil ón, no conseguía evitar que aquel os dedos
entrasen. Se esforzó más y segundos después la intrusión cesó.

—Bien —dijo Dumbledore, bajando la varita—. No ha estado mal para ser


la primera vez, pero no has logrado detenerme. Al final me has echado,
pero eso ya lo sabías hacer antes. He visto el muro, pero no es lo que
necesitas para detenerme. Recuerda que no es un muro real. Tienes que
proyectar la idea de que tu mente es infranqueable.

—Lo intentaré, pero es difícil...

—Lo sé, pero cuando hayas cogido la idea progresarás muy rápido. Venga,
volvamos a intentarlo.

Harry dejó de nuevo la mente en blanco. Intentó visualizar el muro, sel ar


su mente mediante la magia... y se acordó del hechizo que Hermione había
usado en el departamento de Misterios. Pensó « ¡Fermaportus! »

mientras visualizaba su mente, intentando cerrarla como si fuera una


puerta. Y sintió que así era. Cuando Dumbledore gritó « ¡Legeremens!»,
tardó un rato en lograr entrar, y apenas consiguió nada. Harry lo expulsó
con rapidez.

—¡Excelente, Harry! —le felicitó Dumbledore— ¿Cómo lo hiciste? No


sentí como un muro...

—Utilicé el hechizo fermaportus. Lo hice para cerrar la mente y que no se


pudiera abrir, como si fuera una puerta...

—Excelente —dijo Dumbledore, sorprendido—. No esperaba que lo


consiguieran con tanta rapidez... Desde luego, tienes aptitudes, eso no se
puede negar —afirmó—. Bueno, como has visto, un mago no necesita la
varita para hacer magia. La varita sólo es un medio de proyectar la magia,
Harry. Pero en tu mente, la magia puedes utilizarla sin más. Nuestras
reacciones mentales, nuestras ideas, son lo que condiciona la magia que
hacemos. No podemos usar hechizos sin saber lo que hacen. La mente es
lo esencial. No lo olvides.

Seguiremos trabajando un rato más, para que fijes la idea. Si lo haces tan
bien como ahora, en la próxima clase, que ya daremos en Hogwarts,
utilizaré toda mi capacidad para atacarte, y de improviso ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Harry, un poco colorado por las alabanzas del
director.

Siguieron practicando un rato, y Harry no sólo logró hacerlo igual, sino


que cada vez lo hacía mejor. Al cabo de media hora, Dumbledore decidió
dejarlo.

—Bueno Harry. Has estado muy bien —dijo, levantándose—. Nos veremos
en Hogwarts —se dirigió a la puerta.

—Profesor...

—¿Sí?

—¿Qué sucedió en Azkaban? —preguntó Harry—. ¿Cómo le hirieron?


—Voldemort me hirió —explicó el anciano mago—. Me cogió por
sorpresa, desde luego... y no se puede negar tampoco que ahora sea más
poderoso que antes, bastante más...

—¿Cómo pudo romper el hechizo antiaparición?

—No lo sé... supongo que con su poder, puede conseguir casi cualquier
cosa.

—Pero... ¿Eso quiere decir que podría aparecerse en Hogwarts?

—No —respondió Dumbledore—. El hechizo que protege Hogwarts es


muy antiguo, y de otro tipo... No creo que nadie pueda romperlo. No te
preocupes por el o. ¿Algo más?

Harry dudó.

—No, gracias, profesor —dijo finalmente.

—Nos veremos en Hogwarts, entonces —dijo Dumbledore, despidiéndose


y saliendo de la habitación.

Harry se quedó pensativo un momento. No había sido sincero con


Dumbledore, porque no le había hablado de su visión, pero al fin y al cabo,
Dumbledore tampoco le había dicho nada de su conversación con
Voldemort, y aunque había comentado el hecho de que fuera ahora más
poderoso que nunca, no había dicho nada acerca de por qué lo era, ni qué
era lo que Dumbledore sabía acerca de la manera en que había retornado.
Y aunque también había mencionado la forma en que Voldemort le había
herido, no comentó nada acerca del hecho de que su hechizo aturdidor
apenas había tenido ningún efecto en él. Intentó convencerse de que había
una buena razón para el o... o bueno, tal vez Dumbledore no lo supiera,
aunque Voldemort creyera que sí. Pensando en que ya lo averiguaría,
Harry bajó contento, o todo lo contento que podía estar en las
circunstancias actuales, a explicarles a Ron y a Hermione sus progresos.

54
—¡Bien, Harry! —dijo Hermione muy alegre—. Por fin te librarás para
siempre del acecho de Voldemort en tus sueños.

—Sí... —Reconoció Harry. Luego su cara se entristeció y dijo con


pesadumbre—: Ojalá me hubiera esforzado tanto con Snape. Ahora Sirius
estaría vivo...

—Vamos, no te entristezcas, Harry —le dijo Ginny, poniéndole una mano


en el hombro—. Tú no podías saber que Quien tú sabes intentaría
engañarte para que fueras al Departamento de Misterios...

—Sí, pero Snape me avisó, me dijo que él podría intentar utilizarme... y yo


no le di importancia. Y Hermione también me lo dijo. Me dijo que
seguramente sería una trampa...

—Vamos, déjalo ya —pidió Hermione.

Harry se cal ó durante un rato, mientras veía como Hermione y Ron


jugaban al ajedrez mágico.

—Le pregunté a Dumbledore sobre el ataque —comentó, cuando Ron y


Hermione terminaron la partida (con victoria de Ron).

—¿Sí? —preguntó Hermione, muy interesada—. ¿Y qué te dijo?

—Nada que ya no supiéramos. No me habló de la causa de que Voldemort


sea ahora cada vez más fuerte...

Claro que yo tampoco le conté nada acerca del sueño...

—Eh, Harry... —dijo Hermione, mirando a Ron—. He estado pensando... y


creo que ya sé a qué se refería Voldemort.

Ron asintió.

—¿A qué?

—Creemos que al hecho de usar tu sangre —explicó Hermione.


—¿Mi sangre?

—Sí, él te dijo que tu sangre le haría más fuerte que la de ningún otro,
¿no? —dijo Ron.

—Sí, pero eso era porque con mi sangre la protección de mi madre no


sería una barrera para él y podría matarme —replicó Harry.

—Es posible que sólo sea eso... pero no encontramos otra cosa —dijo
Hermione—. Tiene que ser por tu sangre.

Harry cal ó. ¿Tendrían razón? Pero, ¿Por qué iba a ser más poderoso por
usar su sangre? ¿No sería más poderoso si usara la de otro mago más
experimentado?

No volvieron a hablar del tema, pero Harry pensaba en el o a menudo, y no


podía evitar sentirse preocupado.

Así pasaron los últimos días de Agosto, y l egó el momento de regresar a


Hogwarts. El día 31, Harry, Ron, Hermione y Ginny prepararon todas sus
cosas. Al día siguiente, dos coches del Ministerio les l evarían a la
estación de King’s Cross, para coger el tren que los l evaría de vuelta al
colegio.

55

Comienzo de Curso

La mañana del día 1 de septiembre, el ajetreo comenzó temprano en el


número de 12 de Grimmauld Place.

Harry, Ron, Hermione y Ginny desayunaron y bajaron sus cosas, mientras


esperaban a los coches del Ministerio que traería el señor Weasley.
Llegaron a las diez menos cuarto. Harry, Ron, Hermione y Ginny se
despidieron de Lupin y de Tonks, los únicos miembros de la Orden que
estaban en la casa, aparte de Ojoloco Moody. Este último les acompañaría
a la estación, junto con los señores Weasley, Dedalus Diggle y Mundungus
Fletcher.

Fuera contemplaron un día soleado, de verano. Hacía calor. Los cuatro


amigos acomodaron los baúles y se montaron en los coches.

—Buena suerte, muchachos —se despidió Lupin—. Y tú cuídate, Harry. Y


no te olvides de practicar la Oclumancia.

Harry asintió. Los coches se pusieron en marcha, y en menos de media


hora habían l egado a la estación. El señor Weasley despidió a los chóferes
del Ministerio dándoles las gracias, y los cuatro chicos, escoltados por
Moody y los Weasley, se dirigieron al andén Nueve y Tres Cuartos.
Atravesaron la barrera mágica y se encontraron frente al Expreso de
Hogwarts.

—Bueno hijos —dijo la señora Weasley—. Cuidaos.

Les dio un abrazo y un beso a cada uno. El señor Weasley también se


despidió.

—No os metáis en líos —les advirtió. Y agregó, mirando a Harry y a Ron


—: No os andéis escapando por ahí.

Puede ser muy peligroso.

—Estaos alerta —añadió Moody—. Y si notas cualquier cosa extraña,


Potter, no tardes en comunicárselo a Dumbledore ¿de acuerdo?

—Sí —respondió Harry—. Adiós profesor Moody, adiós señores Weasley.


Señor Diggle, señor Fletcher...

—Cuidaos —les pidió la señora Weasley—. ¡No se os ocurra salir fuera


del colegio a deshora ni nada así!

—Tranquila, mamá —dijo Ron, cansado de advertencias.

—Bueno, nos veremos en Hogsmeade —dijo Mundungus—. Estaremos


vigilando por al í cuando tengáis salidas.
Los cuatro se despidieron y se dirigieron al tren. Al ir a entrar, Harry vio a
una mujer rubia con cara de asco que les dirigió una mirada altiva y
cargada de odio. Era Narcisa Malfoy. Habría venido a acompañar a Draco.

Harry la miró con desafío, y subió al tren, siguiendo a Ron y a Hermione.


Volvió la mirada y miró por última vez a la madre de Malfoy, cuyo rostro
cambió para mostrar una ligera sonrisa cargada de maldad. Harry se volvió
y siguió a sus compañeros.

Encontraron un compartimiento vacío y se sentaron en él.

—Bueno, aquí otra vez —dijo Ron.

—Sí... y estoy contento —confesó Harry—. Grimmauld Place se estaba


volviendo muy aburrido. Sólo lamento tener que volver a ver a Malfoy... y
a Snape. Y hablando de Malfoy... ¿Visteis a su madre? —

preguntó.

Ron, Hermione y Ginny negaron con la cabeza.

—Yo sí, cuando subíamos al tren. No os imagináis el asco con el que nos
miró.

—Bah, es mejor no hacerles caso —dijo Hermione, mirando por la


ventana como la estación comenzaba a quedar atrás, mientras el tren cogía
velocidad.

—Sí, pero el caso es que al final me sonrió...

—¿Te sonrió? —preguntó Ron, extrañado.

—Sí, pero te aseguro que no era una sonrisa simpática. Más bien creo que
venía a decirme que Lucius ya vuelve a andar por ahí...

Ron frunció el ceño y puso mala cara.

—No me lo recuerdes. Sólo de pensar en la cara que tendrá Malfoy...


Mientras hablaba, se abrió la puerta del compartimiento y entró Nevil e
Longbottom, acompañado de una chica rubia, de ojos saltones y mirada
soñadora.

—¡Hola! —saludó Luna Lovegood, muy contenta de verlos, sentándose


entre Hermione y Ron—. ¿Qué tal el verano? El mío estupendo. Suecia es
un país magnífico —comentó. No parecía en absoluto preocupada por nada
que pasara en el mundo.

—¿Conseguisteis atrapar un Snorckack de cuernos arrugados, Luna? —


preguntó Ginny con una sonrisa, mientras se acercaba a Harry para dejarle
a Nevil e un sitio.

—No... —respondió la chica un poco decepcionada— ¡Pero conseguimos


montones de testimonios que afirman haberlos visto! Mi padre ha sacado
un número especial.

56

El padre de Luna era director de la revista El Quisquil oso, que era un


tanto inusual. En el a, Harry había logrado publicar por primera vez la
historia del retorno del Voldemort, pues en El Profeta, presionado por
Fudge, había sido imposible.

—Estupendo —dijo Ginny, ahogando una risita.

—Eh, bueno... —dijo de pronto Hermione, levantándose y agarrando a Ron


—. Nosotros tenemos que ir al compartimiento de los prefectos, ya nos
veremos más tarde ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Harry, mirándolos.

—Oye, Harry, cógeme comida del carrito ¿vale? Si no me moriré de


hambre cuando volvamos —pidió Ron.

—No te preocupes —le dijo Harry, sonriéndole.

Ron y Hermione salieron del compartimiento y cerraron la puerta. Harry


se acercó a la ventana y se pasó mucho tiempo mirando al exterior,
mientras Ginny charlaba con Nevil e. Luna leía El Quisquil oso
tranquilamente, sin atender a nada más. Era como aquel viaje, igual que
hacía un año, como si nada hubiera cambiado... Y sin embargo, muchas
cosas eran ahora distintas: nuevas pérdidas, nuevos peligros, nuevas
revelaciones y un año más dejaban una huel a visible en todos. Aunque
parecieran tan normales como siempre, Harry podía notar, bajo esa
apariencia, algo que se había forjado en el os al final del año anterior, algo
que había madurado en el os durante el verano.

Ginny dejó de hablar con Nevil e, y se puso a acariciar a Crookshanks,


mientras miraba a Harry con interés, quien tras notar un rato la mirada de
la chica, se volvió hacia el a, aunque sin decir nada.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la pelirroja, mirándole con


gravedad.

—Sí —respondió Harry con firmeza—. ¿Por qué?

Ginny se encogió de hombros.

—No sé, parecías un poco ido... triste...

—Ginny, ya sabes... —se cortó, dándose cuenta de que no estaban solos—.


Ya sabes que nada es igual.

—Ya lo sé —repuso Ginny—. Piensas que esta escena es parecida a la del


año pasado ¿verdad? Y que ojalá hubieses sabido entonces lo que sabes
ahora.

Harry la miró asombrado.

—No eres el único que lo piensa —terminó Ginny.

Harry le sonrió. Por lo menos no era el único que se sentía extraño, y esa
idea lo reconfortaba. Nevil e asentía con la cabeza, con una mirada que
Harry no le había visto nunca. Parecía... muy mayor... y bueno, al fin y al
cabo, se había encontrado y enfrentado a los verdugos de sus padres, a los
responsables de que estuvieran, locos, en una sala del Hospital San
Mungo. Incluso había sufrido, durante un breve tiempo, la misma tortura
que el os habían padecido.

El viaje transcurrió lentamente hasta que l egó el carrito de la comida.


Compraron de todos los tipos de golosinas, y Harry se aprovisionó de
suficientes para que también tuviesen Ron y Hermione, los cuales
regresaron media hora más tarde.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Harry al verlos entrar, fijándose en la cara


de disgusto que traían.

—No ha estado mal —respondió Ron evasivamente, sentándose junto a


Harry y abriendo una caja de ranas de chocolate—. Ya te imaginarás como
está Malfoy después de la fuga...

—Sí, me lo imagino —afirmó Harry con disgusto.

—Parecía que le hubiesen dado a él el Premio Anual —dijo Ron, con asco.

—De todas formas no fue tan grave —comentó Hermione—. Dado que
sólo son dos de Slytherin, y todos los demás nos l evamos muy bien. Lo
verdaderamente horrible fue tener que soportar su presencia. La verdad es
que en eso Ron tiene razón, la expresión de Malfoy me daba ganas de
vomitar.

Harry se lo imaginó. No le apetecía en absoluto tener delante a Malfoy,


aunque él estuviera solo y Harry acompañado de los demás prefectos:
Ernie Macmil an, Hannah Abbott, Anthony Goldstein y Padma Patil, todos
amigos de Harry, por haber pertenecido al ED el año anterior.

Se pasaron un rato comiendo en silencio, o hablando de tonterías, hasta


que, de pronto, se abrió la puerta de nuevo. Al í estaban Malfoy, Crabbe y
Goyle, con una sonrisa de oreja a oreja y una expresión de prepotencia
increíble.

—Vaya, una interesante reunión —dijo Malfoy con tono despectivo,


mientras recorría con la mirada todo el compartimiento—. Seguramente
dirigida por el gran héroe Potter, con la asistencia de los pobretones
Weasley, el patoso Longbottom, la loca Lovegood y la sangre sucia. —
Hizo un gesto de desagrado—. Podría montar un circo con lo que hay aquí
—añadió, mientras Crabbe y Goyle se reían como idiotas.

Harry miró a Malfoy con odio.

—Largaos de aquí.

—¿Estás enfadado, Potter? —preguntó Malfoy sonriendo aún más—. Ya te


lo dije en junio: nuestros padres no iban a estar encerrados mucho
tiempo... —luego su sonrisa se esfumó y puso cara de asco—. Ya me
enteré de que conseguiste librarte en el Caldero Chorreante, Pipipote, pero
no te librarás por siempre...

¿Cómo te sienta el haber sido salvado por Weasley? —Volvió a sonreír un


instante y luego su expresión se 57

tornó dura—. Vas a acabar mal, Potter. Tú y estos amigos tuyos —terminó,
señalando a los demás con un gesto.

—Cál ate, Malfoy ¿q quieres acabar convertido otra vez en babosa? —le
espetó Hermione.

Malfoy la miró con una mezcla de asco y de odio.

—Tú no me hables, sangre sucia sabelotodo. Sé que en junio te libraste


por un pelo de morir. No te imaginas como lo lamenté... que sólo te faltara
un pelo, claro.

Harry se levantó apuntándole con su varita, furioso. Aún se sentía culpable


por aquel o, y ver a Malfoy alegrarse le ponía enfermo. Ron también sacó
su varita.

—Vaya —dijo Hermione muy tranquila—, es curioso que te muestres tan


altivo conmigo, Malfoy, porque hay que ver como tu padre le lame las
botas al sangre mestiza de su amo... ¿O no sabías que Voldemort era hijo
de padre muggle?
Malfoy acentuó su expresión de odio e intentó decir algo, pero no encontró
réplica alguna.

—Si no te largas, Malfoy, te echaré un maleficio del que no te vas a


olvidar en tu vida. Tal vez seáis muy

«sangre limpia», pero no nos l egáis ni a la suela de los zapatos —le dijo
Harry. Hermione, Ginny y Nevil e sacaron también las varitas y apuntaron.
Luna, mientras, siguió leyendo como si no pasara nada en el vagón.

—Vámonos —dijo Malfoy, viéndose en inferioridad—. Ya nos veremos,


Potter.

—Sí, lárgate, Malfoy —dijo Ron—. Tendrías que haber visto la cara de tu
padre cuando l egó Dumbledore al Departamento de Misterios. Temblaba
como una niña frente al lobo. —Esta vez fueron Harry, Nevil e, Ginny y
Hermione los que se rieron.

Malfoy se volvió e intentó sacar la varita. Ginny le apuntó a la cara.

—Inténtalo —dijo mirándole fijamente con una expresión de desafío—.


Inténtalo y tal vez vuelvas a probar el maleficio de los mocomurciélagos.

Malfoy miró a Ginny con rencor, pero guardó la varita y se fueron.

—Creo que debí echarle el maleficio —opinó Ginny, guardando la varita y


volviendo a sentarse.

—Déjalo —le dijo Hermione—. No es más que un imbécil que no tiene


razón, y encima lo sabe.

—¿Dónde se esconderán? —preguntó Nevil e, de pronto—. Me refiero a


los mortífagos fugados —aclaró, viendo las caras de incomprensión de los
demás.

—Supongo que con Voldemort —dijo Harry—. El año en que regresó


estuvo escondido en la casa de su padre, en Little Hangleton, y luego en
casa de Crouch... Pero no sé, supongo que los aurores habrán buscado al í...
—A lo mejor Voldemort también ha ocultado su guarida mediante el
encantamiento fidelio —aventuró Ron.

Siguieron conversando mientras comían todo lo que habían comprado del


carrito, hasta que l egaron a la estación de Hogsmeade.

Al í se bajaron. Los prefectos l amaron a los de primer año para que


siguieran a Hagrid en el viaje a través del lago. Harry, Hermione y Ron
corrieron a saludarle antes de montar en los carruajes que les l evarían al
Castil o.

—¡Hola Hagrid! —saludó Harry.

—Hola muchachos —dijo Hagrid, muy contento de verle—. ¿Qué tal el


verano? Ya me enteré de lo que sucedió en el Caldero Chorreante —
susurró, meneando la cabeza—. Un asunto de lo más desagradable.

—Bueno, podría haber sido peor —dijo Harry, encogiéndose de hombros


—. Ya no es que nos pil en por sorpresa estas cosas...

—¿Qué tal está Grawp, Hagrid? —preguntó Hermione, en voz baja.

—¡Oh! ¡Ha progresado mucho con el idioma!, y se comporta muchísimo


mejor. Y he tenido noticias de que algunos gigantes que no querían unirse
a Quien vosotros sabéis podrían venir... No muchos, pero sí algunos... —se
cal ó y miró a los alumnos de primer año, que se acercaban—. Bueno,
tengo que dejaros, nos veremos en el Castil o. ¡Los de primer año! Vamos,
seguidme a los botes.

Harry, Hermione, Ron, Ginny, Luna y Nevil e se dirigieron a los carruajes


conducidos por Thestrals y se subieron a uno.

Cuando todo el mundo hubo subido, las carrozas emprendieron la marcha


y se dirigieron al Castil o. Una vez al í, fueron al Gran Comedor, donde en
breve comenzaría la Ceremonia de Selección, en la cual los nuevos
alumnos serían asignados a alguna de las cuatro casas de Hogwarts:
Slytherin, Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff.
Se sentaron a la mesa de Gryffindor, y esperaron la l egada de los nuevos,
mientras saludaban a los demás compañeros de su casa.

—Espero que no tarden mucho —dijo Ron, mirando las fuentes vacías y
los platos con avidez—. Me muero de hambre

—¡Pero si has estado comiendo todo el camino! —exclamó Hermione.

—¿Y qué? Es hora de cenar.

Hermione sacudió la cabeza. Harry miró a Dumbledore, que lo saludó con


una pequeña inclinación de cabeza. Luego miró a Snape, que parecía tan
malhumorado como siempre y le miró con la expresión de odio 58

y desprecio que siempre usaba con Harry, aunque éste hubiera jurado que
se había intensificado, si tal era posible. Luego contempló al resto de los
alumnos. Vio que muchos miraban hacia él y cuchicheaban. Harry sabía
que, a diferencia del año anterior, la gente no hablaba de lo chiflado que
debía de estar, sino seguramente de los que había sucedido en el
Departamento de Misterios y en el Caldero Chorreante, pero descubrió
que, en realidad, no le importaba. Aún se sentía como si perteneciera a
otro mundo distinto a los demás. Aunque la sensación había cedido un
poco, se sentía lejano de lo que al í ocurría. Sólo sentía a Ron y a
Hermione cerca de él... En ese momento, se abrió la puerta del comedor,
interrumpiendo sus pensamientos, y la profesora McGonagal entró,
seguida de los nuevos alumnos. Esperaron frente al sombrero
seleccionador, y éste comenzó su canción:

Hace tiempo, cuatro brujos excepcionales,

se reunieron y hablaron largo tiempo.

Querían construir un lugar duradero

Donde enseñar magia a los jóvenes magos.

Tras deliberaciones y muchas discusiones,

Construyeron este inmenso castil o,


Y en él residieron, Hogwarts lo l amaron.

Y trajeron a él jóvenes aprendices de hechizos, encantamientos y


maldiciones.

Cuatro eran los gloriosos fundadores:

Slytherin el grande y ambicioso,

Gryffindor, el valiente y temerario,

Raveclaw, la inteligente y perspicaz,

Y Hufflepuff, la tenaz y la más leal.

Slytherin era el más ambicioso de todos,

Deseaba el poder como ninguno.

Y dijo para sí: «En mi casa estarán

Los ambiciosos de sangre limpia, astutos

Y de mente despierta: los mejores de todos».

Gryffindor era el arriesgado y valiente,

Deseaba hacer grandes hazañas.

Y pensó: «En mi casa estarán los osados,

Los abiertos de mente, los valientes,

Los de corazón fuerte y espíritu ardiente.»

Ravenclaw era la sabia y la inteligente,

Deseaba los mayores conocimientos.

Y se dijo: «A mi casa invitaré a los despiertos,


A aquel os de mente clara, los perspicaces,

Los de cabeza despejada y sabiduría creciente.»

Hufflepuff era la más tenaz y obstinada,

Y deseaba una vida humilde y sencil a.

Y pensó: «En mi casa estarán todos,

Los más trabajadores, los leales,

La gente sencil a y de corazón porfiado.»

Durante años los cuatro vivieron en armonía,

Trabajando juntos por Hogwarts,

Pero al fin surgió la disidencia,

Hubo disputas y se terminó la paz que había.

Las casas se distanciaron, las tensiones surgieron.

Y la fuerza del colegio se vio mermada.

Por eso os digo a todos, en este día:

No batal éis por cosas que otros decidieron,

Manteneos juntos, unidos sois mejores,

59

Apoyaos unos a otros, unidos sois más fuertes.

Cuando terminó y los alumnos hubieron aplaudido, la profesora


McGonagal comenzó a l amar a los de primer año para ser seleccionados,
que esperaban nerviosos, en una fila. La primera fue Admuns, Iria, que fue
enviada a Ravenclaw. Harry observó a los nuevos y se fijó en el último
alumno de la fila, que miraba hacia la mesa de profesores y a la de
Gryffindor con una expresión entre la indiferencia, la curiosidad y el
desprecio. Era mucho más alto que los demás y a Harry le costaba pensar
que tuviese once años. Nadie más parecía fijarse en él, atentos todos a la
ceremonia de selección, que continuaba.

—Bolt, Alice

—¡HUFFLEPUF!

—Burning, Dyllus.

—¡RAVENCLAW!

Ron observaba la larga fila de alumnos que aún quedaba, esperando que
terminara. Miraba los platos vacíos con expresión ávida, y se veía que
tenía ganas de decir algo, pero, viendo a Nick Casi Decapitado, que
observaba la selección entre él y Hermione, y mirando también a su
amiga, no dijo nada.

—Dings, Shirtley.

—¡SLYTHERIN!

—Fommedon, Alexis.

—¡GRYFFINDOR!

—Funtil, Marva.

—¡HUFFLEPUFF!

—Grideon, Graham.

—¡GRYFFINDOR!

Harry, Ron y Hermione aplaudieron fuertemente a Graham Grideon, al


igual que Nick Casi Decapitado y el resto de la mesa.
—Espero que este año nos vaya mejor que el año pasado —dijo Nick—.
Slytherin ganó la Copa de la Casa por una diferencia abrumadora...

—Bueno, hicieron trampa, ¿no? —dijo Ron, mientras Lommedon, Alexis,


era enviado a Hufflepuff.

Harry no comentó nada. No había estado en el banquete de fin de curso, y


no había preguntado siquiera si se había entregado la Copa. Al fin y al
cabo, en cuarto año no se había celebrado la tradicional entrega de la Copa
de la Casa debido a los trágicos sucesos del final del Torneo de los Tres
Magos.

La ceremonia continuó, y la fila de alumnos se hizo cada vez más corta,


mientras iban pasando los últimos alumnos, «Tiggor, Ferminus»
«¡Gryffindor!», «Verdon, Hil ary», «¡Hufflepuff!», y, para terminar, «Dul
ymer, Henry», que resultó ser el chico de mirada desagradable. Se sentó en
la sil a, lentamente, y miró al comedor con expresión de tranquilidad. Era
moreno, y muy alto para ser de primero. Era bien parecido, pero tenía una
expresión extraña en la cara. Harry pensó que no le gustaba aquel chico,
aunque ahora no parecía tener tan mala cara como antes. Él le miró un
momento fijamente, mientras la profesora McGonagal le ponía el
sombrero. Antes ya de tocar su cabeza, el sombrero gritó «¡Slytherin!». El
chico echó una última mirada a la mesa de Gryffindor y se dirigió a la de
Slytherin, con sonrisa de suficiencia, donde fue recibido con aplausos.

Se sentó frente a Malfoy, y enseguida empezó a hablar con él.

—¿Os habéis fijado en ese chico, Dul ymer? —preguntó Harry—. Pensaba
que no podía haber mirada más desagradable que la de Malfoy.

—Sí —dijo Hermione—. No me gustó nada. Y al parecer, ya ha hecho


buenas migas con él.

—Es de Slytherin, qué se le va a pedir —dijo Ron con tono de sabiduría—.


Bueno, a ver si empieza el banquete...

—¿Por qué habrá sido el último de la lista si su apel ido empieza por D?
—preguntó Hermione—. Además parece muy alto para su edad ¿no
creéis?

Nadie contestó, porque en ese momento, McGonagal pidió silencio.


Dumbledore se levantó y pronunció su habitual discurso de principios de
curso.

—Bienvenidos todos un año más a Hogwarts. Tengo muchas cosas


interesantes que deciros, pero estoy seguro de que todos vosotros
preferiréis l enar vuestras barrigas antes que vuestras cabezas, así que... ¡a
comer!.

Dumbledore dio una palmada y las mesas se l enaron de comida. Durante


un rato, incluso las animadas conversaciones sobre el verano y lo que
había sucedido se calmaron mientras todo el mundo se dedicaba a l enarse
la boca con los deliciosos platos que atiborraban las mesas. Cuando
estaban casi terminando, la profesora McGonagal volvió a pedir atención.
Dumbledore se levantó de nuevo y habló:

—Bueno, ahora, unas cuántas normas de principio de curso. Como bien


sabréis la mayoría, el Bosque Oscuro está prohibido a los estudiantes, al
igual que el pueblo de Hogsmeade para los que no tengan permiso. El
señor Filch me ha pedido que os recuerde que no se puede hacer magia en
los pasil os y que la 60

lista de artículos prohibidos, que asciende a 489, puede consultarse en su


despacho. —Dumbledore paseó la mirada por el comedor, mientras hacía
una pausa—. Dicho esto, he de anunciar algunas novedades: como no he
podido encontrar ningún profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras
decente, tan necesario en estos momentos, he decidido darlas yo mismo.

Las mesas de Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff estal aron en un aplauso


y en vítores, no así en la mesa de Slytherin, donde solamente algunos
mostraron su conformidad. Harry vio a Malfoy poner cara de desagrado.

Dul ymer, a su lado, sonreía ligeramente, una imagen que no cuadraba con
la mueca de desprecio que le había visto antes. Dumbledore continuó,
pidiendo silencio.
—Gracias, gracias —dijo sonriente—. Aparte de eso, este año, además de
la habitual temporada de quidditch, hemos decidido organizar un Torneo
de Quidditch entre Colegios, que se celebrará en Diciembre y Enero, y en
el que participarán Beauxbatons y Durmstrang, colegios que ya conocéis, y
el Colegio Castelfidalio, de Italia. Cualquier jugador de los equipos de las
casas podrá presentarse a las pruebas para el equipo del Colegio, que serán
en la última semana de Octubre. En Hal oween l egarán nuestros invitados.

Los partidos de la semifinal se jugarán en Diciembre, y en Enero será la


final. Los alumnos invitados pasarán las navidades con nosotros. Espero
que todos seréis amables, y que estaréis unidos. —Su mirada se agravó y
su tono se hizo más serio—. Todos hemos sido testigos el año pasado de lo
que las mentiras y la división pueden provocar, y espero que permanezcáis
todos juntos. Buenas noches.

Nada más terminar, empezaron los murmul os acerca del Torneo de


Quidditch.

—«Hadi», ¿«gué» te «paece» lo del «tonneo»? —preguntó Ron, aún con la


boca l ena de pastel de chocolate.

—¡Estupendo! —afirmó Harry, contento. El quidditch era una de las cosas


que más le gustaban de Hogwarts, y tener doble ración le parecía fabuloso
—. Pienso presentarme a las pruebas de buscador. Más quidditch de lo
habitual, es lo mejor que se le podría haber ocurrido a Dumbledore...

—Sí. ¿Te imaginas la cara de Malfoy si tú consigues el puesto de buscador


en vez de él?

A Harry aún no se le había ocurrido, pero la idea de dejar fuera a Malfoy


le añadió un fuerte atractivo al asunto que Harry no había considerado.

—Sería estupendo... —dijo, y preguntó—: ¿Tú te vas a presentar para


guardián?

Pero Ron no le contestó, porque en ese momento se acercó Katie Bel , una
de las cazadoras del equipo de Gryffindor.
—Hola Harry —saludó—. Hola, Ron. Ginny...

—Hola, Katie —dijo Harry.

—Harry, quería decirte que McGonagal iba a nombrarme a mí nueva


capitana del equipo, por antigüedad y eso, ya sabes...

—¡Estupendo! —dijo Harry deprisa, aunque un poco decepcionado. Se


había hecho ilusiones de ser él el capitán del equipo. Se había olvidado
casi completamente de la chica—. Enhorabuena, Katie.

—Gracias, pero... no lo he aceptado.

—¿Que no lo has aceptado? ¿Y por qué? —preguntó Harry, sorprendido.

—Tú eres mejor jugador que yo. Tú debes de ser el capitán. Además, te lo
mereces, por lo que te hizo Umbridge el año pasado...

—¿Cómo? ¿Has renunciado para que el capitán sea yo?

—Sí... Además, tú podrás ser el capitán el año que viene también, y yo, en
cambio, termino este año. No sería bueno para el equipo cambiar de
capitán cada año ¿verdad? Así que, si quieres el puesto, sólo tienes que ir a
ver a McGonagal ... Bueno, ya nos veremos. Hasta luego, Harry.

Y volvió a su sitio, sin dar a Harry tiempo de replicar.

—¡Genial, Harry! Es estupendo —le felicitó Hermione—. Capitán del


equipo.

—No sé si aceptar... —Harry dudaba.

—¡No seas tonto! Katie tiene razón —dijo Ron—. Te lo mereces, has
conseguido un montón de victorias para Gryffindor. Debes aceptarlo.

—Bueno, si tú lo dices... De todas formas, el año pasado ganasteis sin mí...

—Vamos, no te lo pienses tanto —le dijo Ginny—. Acepta. Y no es cierto


que ganáramos sin ti. Tú ganaste el primer partido.
—Lo pensaré —dijo finalmente Harry.

Dumbledore despidió a los alumnos y Ron y Hermione se levantaron para


guiar a los de primer año a la torre de Gryffindor. Harry les acompañó. Sin
embargo, cuando iban hacia las puertas, se encontraron de frente con Cho
Chang.

—Ho... hola Harry —dijo Cho, sonrojándose y mirando al suelo.

—Te esperaremos arriba, Harry —dijo Hermione. Harry hubiera preferido


irse con el os, pero la repentina acción de su amiga no le dio elección—.
La contraseña es «lágrimas de fénix» —añadió, yéndose con Ron, ambos
seguidos de los alumnos de primer año.

—Hola, Cho...

61

—¿Qué tal el verano? —preguntó el a con timidez—. Me enteré de lo del


ataque...

—Bueno, pudo ser mucho peor... —le dijo Harry, sin saber qué más añadir.

—Me alegro de que estés bien, Harry, de verdad... —En ese momento,
Michael Corner, el novio de Cho, se le acercó, pasándole un brazo por los
hombros y mirando a Harry con desconfianza—. Bueno, ya nos veremos...
Adiós.

—Adiós —musitó éste. Corner le hizo un gesto con la cabeza y se fueron.


Harry los miró un momento y se dirigió a la torre de Gryffindor.
Definitivamente, Cho era ya cosa del pasado. Ya ni siquiera había sentido
la pequeña punzada de celos que había tenido cuando la había visto hablar
con Roger Davies en el último partido de quidditch del curso anterior. Lo
único que había notado era una desagradable sensación de incomodidad.

Fuera del Gran Comedor, para desgracia de Harry, se encontró con los de
Slytherin. Algunos le miraron con curiosidad, y otros, como era
costumbre, con verdadero desprecio, pero a Harry no le importaban ya. Iba
a pasar de largo, cuando Dul ymer, para sorpresa de todos, se le acercó.

—Harry Potter —le dijo, con una extraña sonrisa en la boca que a Harry le
pareció entre agradable y misteriosa—. Encantado de conocerte —añadió,
tendiéndole la mano.

Harry se quedó absorto, mirando alternativamente al chico y a su mano.


Tras unos momentos de vacilación, se la estrechó.

—Lo... lo mismo digo... Henry Dul ymer, ¿verdad?

—El mismo —afirmó él—. Es un placer conocerte, te lo digo en serio... —


Miró en torno a sí, viendo cómo Malfoy y Pansy Parkinson l evaban a los
alumnos a la sala común de Slytherin—. Pero ahora tengo que dejarte, no
sé cómo se va a mi sala común... Sin embargo, estoy seguro de que ya nos
veremos. Tenía muchísimas ganas de conocerte... he seguido con gran
atención lo que hiciste este año. Creo que podremos ser amigos, a pesar de
las rivalidades entre las casas, ¿verdad?

—Esto... sí, supongo que sí —contestó Harry, totalmente alucinado.


¿Amigo de un miembro de Slytherin?

¿Amigo del chico que había mirado con desprecio a Dumbledore y había
hecho migas con Malfoy?

—Estupendo —dijo Dul ymer con una sonrisa, aún estrechándole la mano
—. Bueno, Harry, he de irme.

Se volvió hacia los de Slytherin, que le miraban como si estuviera loco, y


se marchó con el os, hablando con Malfoy, que, acompañado de Pansy,
guiaba a los de primero. Por su expresión se diría que hubiera visto
resucitar a un muerto. Harry se dirigió a la torre, pensando en lo sucedido.
Mientras avanzaba por los pasil os, se dio cuenta del detal e más extraño:
Dul ymer había sido de los pocos, o el único, que en ningún momento le
había mirado a la cicatriz, sólo a los ojos.
Cuando se encontró frente al cuadro de la señora gorda pronunció
«lágrimas de fénix» y el cuadro se abrió para dejarle pasar. Entró y se
encontró a Ron y a Hermione. Les contó el encuentro con Dul ymer.

—¿Amigos? —preguntó Ron, escéptico—. ¿Amigo de un chico de


Slytherin que además confraterniza con Malfoy? No me lo acabo de
creer...

—A mí también me extraña —dijo Hermione—. No me gustó cuando lo vi


la primera vez, esa expresión de saber más que los demás... tenía un deje
de maldad en la cara. Aunque a lo mejor fue una mala impresión...

sería estupendo que tuviéramos más amistad con Slytherin...

—Vamos, Hermione —le dijo Ron—. La mitad de los miembros de


Slytherin están felices sabiendo que Vol-Voldemort anda por ahí.

—Por eso mismo, Ron. Tal vez si hubiera más amistad, comprenderían lo
erróneo de sus ideas sobre los magos de sangre mestiza y demás
estupideces...

—Seguramente —dijo Ron, con mirada de total incredulidad—. Díselo a


Malfoy...

—No todos van a ser como Malfoy...

—No, claro —dijo Ron, sarcásticamente—. El resto son buenos, pero con
malas influencias, ¿verdad?

—Eres imposible, Ron —le dijo Hermione, cansada, y se fue a la cama.

Harry y Ron también subieron a acostarse. Mientras se ponían los pijamas,


apareció Nevil e, y luego Dean y Seamus. Harry y Ron se pusieron a mirar
los horarios del día siguiente.

—¡Vaya, esto sí que es un buen comienzo de curso! Clase doble de


pociones a las nueve... luego tenemos Transformaciones, Encantamientos
y Herbología...
—Y no tenemos Defensa Contra las Artes Oscuras hasta el jueves... —
terminó Harry.

—Yo, afortunadamente, ya no tengo Pociones —comentó Nevil e—. Y no


me entristece nada librarme de el as.

—Nosotros tampoco tenemos —dijeron Dean y Seamus a la vez.

—¡Qué suerte! —exclamó Ron, suspirando—. Bueno, será mejor que nos
acostemos, si l egamos tarde a clase el primer día Snape es capaz de degol
arnos.

Cuando entraron en la clase de Pociones al día siguiente, vieron que muy


poca gente había pedido la asignatura, y la mayoría eran de Slytherin.
Nada más entrar, Harry ya sufrió la mirada de odio de Malfoy, y luego una
sonrisa de suficiencia. Harry supuso que Draco esperaba ver algún castigo
o insulto para Harry por parte de Snape, y lo peor de todo era que él
también lo esperaba.

62

Snape entró un instante después, hablando ya desde el mismo momento de


atravesar el umbral de la mazmorra.

—¡Silencio! —exclamó, aunque no tenía ninguna necesidad de pedirlo—.


Bien, esto es una clase de Pociones para el EXTASIS. No creáis que voy a
tolerar la mínima estupidez. Creo firmemente que la mayoría de los que
estáis aquí no merecíais estarlo —dijo suavemente, haciendo una pausa
para mirar a Harry con desprecio—. Os advierto que si alguno de vosotros
no alcanza el nivel mínimo exigido, me aseguraré de expulsarle de esta
asignatura, eso podéis tenerlo por seguro.

Cal ó un momento, mirando a la clase, y luego continuó:

—Bien, hoy empezaremos por algo sencil o, aunque no espero que la


mayoría de vosotros consiga hacerlo bien. —Y volvió a mirar a Harry
despectivamente—. La poción que practicaremos hoy es una avanzada
poción curativa l amada poción crecehuesos. Su efecto es regenerar el
esqueleto de un ser vivo que lo haya perdido por cualquier circunstancia.
Las instrucciones para hacerla están en la pizarra —mientras lo decía,
golpeó la pizarra con la varita y aparecieron las instrucciones— y los
ingredientes los tenéis en los armarios.

Dos horas deberían bastaros.

Harry procuró concentrarse e intentar seguir las instrucciones al pie de la


letra. No quería dar a Snape el mínimo motivo para castigarlo, ponerle
deberes de más o incluso un cero... Fue a buscar los ingredientes y los
preparó a conciencia, fijándose todo lo que podía en Hermione. Veía a Ron
hacer lo mismo que él.

También estaba nervioso.

—¿Qué tal vas, Harry? —le preguntó Ron

—Creo que bien... aunque seguro que Snape tiene algo que decir.

—Bueno, de momento, creo que nuestras pociones tienen el mismo color y


aspecto que la de Hermione...

Mezclaron todos los ingredientes y se pusieron a cocerla durante los 25


minutos necesarios. Luego tendrían que echarle unas gotas de sangre de
Cóndor, dejarla reposar durante 10 minutos y listo.

Cuando terminó, vio que se parecía mucho a la de Hermione. Probó una


gota y comprobó que sabía prácticamente igual que la que una vez le había
dado la señora Pomfrey para regenerarle el hueso del brazo derecho:
horrible.

—¿Qué tal os ha quedado? —preguntó Hermione.

—Creo que está perfecta —dijo Harry animado. Esperaba ver la cara de
decepción de Snape cuando no pudiese ponerle un suspenso.

—La mía creo que también está bien —dijo Ron—. A ver...
Llenaron las botel as, pusieron su nombre en el as y se las entregaron a
Snape, quien, por un instante puso una cara de furia al mirar la botel a de
Harry. Esto le bastó para suponer que la poción tenía el aspecto correcto.

Fueron hacia su mesa, recogieron sus cosas y se fueron, sin mirar a nadie.
Se dirigieron al aula de Transformaciones. Esa clase la tenían con los de
Ravenclaw. Con Slytherin tenían, como siempre, Pociones y Cuidado de
Criaturas Mágicas, y con Hufflepuff Herbología.

Llegaron al aula de transformaciones, se sentaron, y fueron sacando los


libros mientras l egaba la profesora McGonagal .

—Hola a todo el mundo —dijo la profesora al entrar—. Como algunos ya


sabréis, este año empezaremos a ver la transformación humana, un arte
complejo, que si se intenta sin dominarla bien, puede traer consecuencias
funestas. En las primeras clases, estudiaremos los fundamentos básicos, y
luego procederemos a comenzar con cambios sencil os, como cambiar el
color del pelo, de ojos, etcétera. Tendréis que tener en cuenta que la
transformación con varita es más difícil que la transformación con
Pociones, que también veréis este año, y, así mismo, es más fácil
transformar a otra persona que a uno mismo. ¿Queda claro?

La clase asintió.

—Bien, entonces, empezaremos a ver las diferencias entre transformación


humana y la de animales grandes...

No resultó una clase muy entretenida, copiando casi continuamente las


explicaciones de la profesora McGonagal , y aun les quedaban varias
clases así antes de comenzar a hacer los primeros cambios.

En la clase de Encantamientos, el profesor Flitwick empezó a enseñarles


los encantamientos de invisibilidad, que eran muy complejos. Tampoco
fue una clase muy entretenida.

—Otra clase más de copiar y me da algo —dijo Ron mientras se dirigían a


los invernaderos.
—¿Qué esperabas? —le dijo Hermione—. No vamos a ponernos a hacer
encantamientos o transformaciones complejas sin antes saber bien cómo
hacerlo... He estado leyendo un libro sobre transformaciones donde se dice
que un mago intentó transformarse en un águila sin conocer bien los
principios, y aunque lo consiguió, nunca más volvió a decir otra cosa que
no fueran graznidos.

Entraron en los invernaderos, y para alivio de Harry y Ron, no tuvieron


que copiar toda la clase, sino aprender a cuidar unas plantas l amadas
«Flores de Fuego».

—¿Alguien sabe para qué sirven las Flores de Fuego? —preguntó la


profesora Sprout 63

Hermione levantó la mano, como siempre.

—Los pétalos de las Flores de Fuego se usan, entre otras cosas, para
fabricar los Polvos Flú y como ingrediente básico para pociones
incendiarias.

—¡Muy bien! Diez puntos para Gryffindor —dijo la señora Sprout—. ¿Y


alguien sabe por qué son complicadas de cuidar?

—Porque necesitan mucha agua —respondió de nuevo Hermione—. Si la


planta no tiene el agua suficiente, arderá.

—Correcto. Otros diez puntos.

Pasaron la clase entre apuntes y regando a cada rato las Flores de Fuego.
En la siguiente clase deberían pasarlas a unos tiestos especiales que
regaban la planta correctamente cada poco rato.

Cuando acabó la clase, se dirigieron al Gran Comedor. Cuando se hubieron


sentado, y la comida apareció delante de el os, Hermione se quedó
pensativa.

—¿«Gué» pasa, «Hegmione»? ¿No comes? —preguntó Ron.


—Es que... ¿Cómo seguirán haciendo aquí la comida? El año pasado hice
muchísimos gorros para los elfos domésticos y se los l evaron todos...
¿Trabajarán ahora cobrando?

Harry miró hacia su plato, pensando en si debería decirle la verdad que le


había estado ocultando durante todo el año anterior. Tras muchas dudas,
finalmente decidió que era mejor.

—Verás, Hermione... —comenzó Harry, esperando que su amiga no se lo


tomase demasiado mal—. En realidad no liberaste a ningún elfo
doméstico...

—¡¿Qué?! ¿Cómo que no? ¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque Dobby me lo contó una noche en que me lo encontré en la sala


común. Ningún elfo quería limpiar la torre de Gryffindor, porque
consideraban que los gorros y las prendas escondidas eran una ofensa para
el os, así que siempre lo hacía Dobby. Fue él quien cogió todos los gorros
y prendas que hiciste. Algunos se los dio a Winky...

Hermione parecía incapaz de hablar.

—¿Que Dobby los cogió todos? ¡¿Para eso me pasé todo el curso haciendo
punto?! ¡¿Y por qué no me lo dijiste antes?! —gritó, mirando a Harry con
furia.

Harry bajó la mirada, sin saber qué contestar.

—Vamos, Hermione ¿qué esperabas? —le dijo Ron, tragando—. Ya te dije


que los elfos domésticos no quieren ser libres... Dobby era un caso raro,
nada más. Deberías dejar eso del PEDDO...

—¡No! —gritó, y sin decir una palabra más, se levantó y se fue.

No la vieron en toda la tarde. Tenía clase de Runas Antiguas hasta las


cuatro, pero tampoco la vieron después. Harry y Ron pasaron la tarde
jugando al ajedrez en la torre de Gryffindor, hasta que Harry decidió ir a
hablar con la profesora McGonagal .
Se dirigió hacia su despacho, y, para desgracia suya, se encontró con
Snape.

—¡Potter! ¿Adónde vas?

—Voy a hablar con la profesora McGonagal ... señor —respondió,


reprimiéndose las ganas de escupirle si aquel o iba contra las normas del
Colegio.

—Pues bien, ve y no molestes. —Snape hizo ademán de irse, cuando se


volvió y le dijo—: Tu poción crecehuesos no estaba del todo mal... Has
conseguido un aprobado raspado... Supongo que hay que agradecérselo a la
señorita Granger, como el de Weasley... Pero si te soy sincero, ni aún con
su ayuda creo que se repita —terminó, y en su cara se formó una sonrisa
de desprecio.

Harry hizo un esfuerzo por contenerse y se fue. ¿Un aprobado raspado? ¡Si
era una de las mejores pociones que había hecho nunca! Continuó hacia el
despacho de McGonagal , sintiendo que ya le habían amargado la tarde.

Llegó a la puerta y l amó

—Adelante —dijo McGonagal .

—Eh... buenas tardes, profesora.

—Buenas tardes, Potter. Siéntate —Harry se sentó—. ¿Qué querías?

—Bueno, verá... Katie Bel habló conmigo y...

—¡Ah!, ya... —entendió la profesora—. Has venido por lo del puesto de


capitán.

—Sí... Dado que el a lo rechazó en mi favor, he decidido aceptarlo...

—Bien, Potter. Si lo quieres, el puesto es tuyo —se levantó, abrió un cajón


y le entregó unas l aves de color dorado y escarlata, una más grande y otra
algo más pequeña—. Ésta es la l ave de los vestuarios de Gryffindor, y esa
pequeña, la del despacho del capitán. Al í encontrarás el equipo de
Gryffindor: Los uniformes y el baúl del juego asignado para vuestros
entrenamientos. Recuerda que, como capitán, eres responsable del
material que haya al í. Nadie que no pertenezca al equipo debe poder
entrar ¿de acuerdo?

—Sí.

—La semana próxima serán las pruebas para el equipo. Necesitaremos dos
cazadoras nuevas, dado que se fueron Alicia y Angelina. Espero que
encontréis unos buenos sustitutos —la profesora suspiró. Sólo 64

quedaban él y Katie del legendario equipo de Gryffindor que había


dirigido Oliver Wood—. Bueno, si no quieres nada más, ya puedes irte.

—Hasta luego, profesora —se despidió Harry. Se levantó y se dirigió a la


puerta, pero antes de abrirla, la profesora le habló:

—Espero que este año mantengamos la copa, señor Potter —dijo con una
leve sonrisa, mirando desde Harry a la copa de Quidditch que habían
conseguido el año anterior.

Harry también le sonrió.

—Lo intentaremos.

Harry salió y se dirigió a la torre de Gryffindor. Buscó a todos los


miembros del equipo: Ron, Katie, Sloper, Kirke y Ginny y les comunicó
que las pruebas para los nuevos miembros serían el viernes de la semana
siguiente.

—Ginny, ¿vas a presentarte a Cazadora o seguirás sólo como buscadora


suplente?

—Por supuesto que me voy a presentar. Ron y yo hemos estado entrenando


antes de...

—Vale, vale —la cortó Harry antes de que hablara de Grimmauld Place—.
Entonces el viernes a las siete.
Luego, él y Ron subieron a su habitación y empezaron a pensar en tácticas
de quidditch hasta la hora de la cena.

Cuando bajaron al Gran Comedor, Hermione aún no había aparecido.

—¿Dónde estará? —se preguntó Harry, mirando a todos lados.

—Está en la biblioteca —respondió Parvati Patil dos puestos más al á—.


Se pasó al í toda la tarde. Parecía furiosa.

—Seguro que está con algo del PEDDO —dijo Ron, sacudiendo la cabeza
—. A lo mejor ahora se declara en huelga de hambre...

Harry siguió comiendo. Levantó la cabeza y miró al Gran Comedor. Se fijó


en la mesa de Slytherin, donde vio a Dul ymer de frente a él, sentado entre
Malfoy y Crabbe. También él levantó la cabeza, miró a Harry y le saludó
levantando la mano, con una sonrisa en la cara. Harry le devolvió el
saludo, viendo con regocijo como Malfoy miraba a Dul ymer con cara de
enfado y le decía algo, pero, al parecer, a Dul ymer no pareció importarle
mucho.

—Qué chico tan raro, ese Dul ymer... —le dijo a Ron— La primera vez
que le vi me cayó mal, pero ahora no sé que pensar... es amigo de Malfoy,
y, sin embargo, le enfada y le provoca cada vez que me saluda...

—A lo mejor está loco —aventuró Ron, mientras se metía en la boca un


gran trozo de carne.

Harry no dijo nada, pero no creía, en absoluto, que Dul ymer estuviese
loco.

Cuando terminaron la cena, salieron del Gran Comedor, topándose, para su


desgracia, con Malfoy, Crabbe, Goyle y otros de Slytherin.

—¡Vaya, Rey Weasley! —saludó Malfoy, haciendo una reverencia que


provocó carcajadas de los de Slytherin. El resto de alumnos que pasaban
por al í hicieron muecas de desprecio—. ¿Vas a presentarte a las pruebas
para el equipo del Colegio? ¿Buscarás un poco de gloria en ese palo que el
perdedor de tu padre te compró con tanto esfuerzo?

Ron le miró con furia, con evidentes deseos de romperle la cabeza, pero
luego pareció pensárselo mejor, sonrió y respondió:

—¡Oh! Claro, ya ves... Es que no todos tenemos un padre que se relaciona


con lo más selecto del Ministerio, Malfoy... Los carceleros, no sé si me
entiendes...

Harry estal ó en una carcajada, al igual que Dean, Seamus y Nevil e, que se
habían acercado. Malfoy se puso pálido y borró la sonrisa de su cara.

—No te atrevas a meterte con mi padre, Weasley —le advirtió.

—Pues cál ate entonces —le espetó Harry, y se dirigieron a la escalinata.

Subieron a la torre de Gryffindor, y al í, para su sorpresa, se encontraba


Hermione.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó Ron—. Le acabo de echar una


buena a Malfoy...

—Estaba en la biblioteca, investigando —soltó Hermione, sin escucharle


—. Tengo que cambiar mis planes,

¿no? Ya he perdido casi un año...

—Vamos, Hermione, los elfos de aquí no son como Dobby —dijo Harry—.
Dobby estaba con los Malfoy, y le maltrataban a diario. Dumbledore trata
muy bien a los elfos de Hogwarts...

Hermione le miró con dureza. Aún no le había perdonado que hubiera


estado tanto tiempo ocultándole la verdad acerca de las prendas que hacía
para los elfos.

—Sí, pero a ti no te gustaría estar en una prisión aunque te trataran bien


¿verdad?
—No... pero...

—Déjalo, Harry. Ya has dicho bastante.

—¡Lo siento! ¿de acuerdo? —exclamó Harry, algo mosqueado también—.


¡Tenía otras cosas en las que pensar!

Hermione no dijo nada, pero suavizó la mirada.

65

—¿Por qué no vamos a las cocinas y comes algo, Hermione? —le sugirió
Ron—. Te vas a morir de hambre.

Si tú te mueres ¿quién defenderá los derechos de los elfos?

Hermione miró a Ron con furia, como diciéndolo que no se bromeaba con
ese tema, pero al final aceptó bajar. Estaba hambrienta.

Cuando entraron en las cocinas, Dobby salió a recibirlos contentísimo.

—¡Harry Potter! ¡Y sus amigos, el señor Weasley y la señorita Granger!


¡Me alegro mucho de verlos!

—Hola Dobby —saludó Harry.

—Oye, Dobby ¿Podríais traernos algo de comer? Es que Hermione no ha


cenado —pidió Ron.

—¡Por supuesto, señor!

Pronto se acercaron varios elfos, cargados con bandejas l enas de


deliciosos pasteles. Hermione se puso a comer y Ron la acompañó.

—¿Tú no habías cenado ya?

—Sí, pero es que me da pena que comas tú sola...


—Ya —dijo Hermione, que no se creía nada—. Oye, Dobby, ¿qué tal está
Winky?

—Bueno... está durmiendo, señorita. Otra vez ha bebido demasiada


cerveza de mantequil a...

—¿Aún sigue apenada por Crouch? —preguntó Harry.

—No, señor, pero se ha acostumbrado a la cerveza...

—Dobby —interrumpió Hermione, desviando la conversación hacia donde


le interesaba—. ¿Por qué cogiste tú todos los gorros que hice el año
pasado y que fui dejando por la torre de Gryffindor?

Dobby abrió mucho los ojos.

—¿Fue usted? —preguntó—. ¡Muy mal hecho, señorita! Ningún elfo


quería ir a la torre de Gryffindor, señorita. ¡Les ofendía mucho! Dobby
tenía que quitar todos los gorros y limpiar él solo...

—Pero ¿por qué se ofenden? A ti te dieron la prenda y no te ofendió,


¿verdad?

—Los demás consideran a Dobby un elfo extraño, señorita. Y aquí nos


tratan bien, no como en casa de mis antiguos amos. El profesor
Dumbledore es un amo excelente. Dobby es feliz trabajando para él.

—Vamos, Hermione, déjalo —aconsejó Ron, pasándole un brazo por los


hombros—. Entra en el Ministerio, y cuando te conviertas en Directora del
Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, o cuando
seas Ministra, podrás crear una nueva ley de Defensa de los Elfos
Domésticos y darles derechos...

Hermione no respondió, pero miró a Ron con una sonrisa, aunque la


decepción se leía en su cara.

Se despidieron de Dobby y de los demás elfos, y subieron de nuevo a la


Torre de Gryffindor. Al día siguiente, afortunadamente, no tenían
Pociones, sino clase doble de Transformaciones y Encantamientos por la
mañana, y Cuidado de Las Criaturas Mágicas y Astronomía por la tarde.
Hermione, además, tenía clase de Runas Antiguas.

En la clase de Transformaciones siguieron con los principios básicos de la


transformación humana y sus diferencias con las transformación animal.
La clase de Encantamientos resultó algo más divertida, porque empezaron
a hacer invisible una piedra pequeña. Hermione consiguió volverla
invisible al tercer intento.

Harry lo consiguió al final de la clase, aunque a través de la piedra se


veían las cosas un poco raras, como si hubiera algo de humo. Ron, por su
parte, logró hacer invisible la parte exterior de la piedra, pero seguía
viéndose su núcleo, que parecía que flotaba.

Harry ya deseaba que l egara la tarde, para tener la primera clase de con
Hagrid. Después de comer, se dirigieron al bosque para la clase. Hagrid ya
los estaba esperando.

—Hola Hagrid —saludaron Harry, Ron y Hermione.

—Hola, muchachos...

—A ver qué monstruo vemos hoy —dijo Malfoy a Crabbe, Goyle y Pansy
Parkinson, que se reían—. ¿Qué utilidad tendrá? ¿Podrá quemarnos?
¿Mordernos? ¿Arrancarnos los ojos?

Los de Slytherin se desternil aban de risa.

—Cál ate, Malfoy —le soltó Hermione, con desagrado.

—A lo mejor estudiamos a los sangre sucia —continuó Malfoy, como


hablando consigo mismo, pero con una mirada maliciosa dirigida a
Hermione.

Harry y Ron lo miraron con odio y visible rabia. Harry hubiese dado lo que
fuera por no seguir teniendo aquel a clase con los de Slytherin. Varios de
Gryffindor sacaron las varitas, pero en ese momento Hagrid, que no había
oído a Malfoy, se acercó y empezó con la clase. Malfoy sonrió.
—Bueno, este año empezaremos a ver algunas de las criaturas más
fascinantes que existen, en la medida en que podamos conseguirlas.

—A lo mejor estudiamos a los gigantes... —siguió diciendo Malfoy, y los


de Slytherin volvieron a reírse.

Harry iba a decir algo, pero Hagrid se le adelantó.

—A lo mejor lo hacemos —dijo Hagrid—. Creo que tu padre pronto va a


tratar con el os, ¿verdad? No sé si estará muy contento si hablas mal de los
nuevos amigos de su jefe...

Malfoy enrojeció y miró a Hagrid con odio, y los de Gryffindor se rieron,


pero mirando a Malfoy con rabia.

66

—Y otra cosa, Malfoy —continuó Hagrid—. Si vuelves a hablar sin


permiso le quitaré puntos a Slytherin y te castigaré ¿de acuerdo? —
Pareció pensar algo y añadió—: Quizás obligándote a pasear hipogrifos,
no he olvidado lo que te gustan...

Malfoy se aguantó y no dijo nada más, totalmente rojo de la humil ación y


la rabia que sentía, mientras los de Gryffindor volvían a reírse. Hermione,
Ron y Harry le sonrieron a Hagrid.

—Bueno, para las primeras clases de este año, me he decidido por algo
especial: Los fénix. Es muy difícil conseguirlos, así que sólo tenemos uno,
que me lo ha prestado Dumbledore .—Hagrid miró hacia lo alto—.

Ven, Fawkes.

El fénix apareció volando, y se posó cariñosamente en el brazo de Hagrid.


Todos profirieron un «¡Ah!», al verlo.

—Los fénix son criaturas increíbles —explicó Hagrid—. Son


excepcionalmente inteligentes. Si un fénix os entrega su amistad, os será
leal para siempre, pero si desconfía, os será casi imposible acercaros a él.
Como sabréis, son criaturas inmortales. Cuando les l ega la hora, se
consumen en fuego, y renacen de sus propias cenizas. Su ciclo vital dura
alrededor de un año. Lo mismo les ocurrirá si alguien intenta matarles...

Resultan útiles porque pueden l evar cargas muy pesadas, y también


pueden aparecerse y desaparecerse l evando a alguien con el os. ¿Alguien
sabe algo más?

Harry levantó la mano. Hagrid le sonrió y le hizo una señal con la cabeza.

—Sus lágrimas tienen grandes propiedades curativas.

—Exacto. Son un remedio excelente contra las peores heridas. Diez puntos
para Gryffindor.

Pasaron el resto de la clase acariciando a Fawkes, mirándole y


aprendiendo a cuidarle. A la mayoría de los de Slytherin no les fue fácil.
Fawkes no se fiaba de el os. Cuando la clase terminó, Harry, Ron y
Hermione se quedaron un rato con Hagrid.

—Bien hecho, Hagrid —le felicitó Ron—. Le has plantado cara a ese
engreído de Malfoy.

Hagrid le sonrió a Ron. Malfoy había hecho todo lo posible por que
despidieran a Hagrid durante los tres años que l evaba como profesor de
Cuidado de Criaturas Mágicas.

—¿Por qué no venís el viernes a tomar el té conmigo? —sugirió Hagrid—.


Podríamos ir a ver a Grawp... ¡Es broma! ¡Es broma! —dijo rápidamente
al ver las caras de los tres amigos.

—Bueno, tenemos que irnos a clase de Astronomía, Hagrid —dijo Harry


—. Nos veremos en la cena ¿vale?

—De acuerdo. Hasta luego —se despidió él—. ¡Ah!, ¿podéis l evar a
Fawkes hasta el castil o?

—Claro —respondió Harry, cogiendo al pájaro.


Se despidieron y se dirigieron al castil o. Harry l evaba a Fawkes sobre su
brazo.

—Ha sido una clase estupenda —dijo Hermione—. Los fénix son
fantásticos. Me gustaría tanto tener uno...

—Pero son muy difíciles de conseguir, ya has oído a Hagrid —repuso Ron
—. Sólo nace uno nuevo cada mucho tiempo, y normalmente no se acercan
a los humanos. No sé cómo haría Dumbledore para conseguir ése...

—Lástima —dijo Hermione, acariciando a Fawkes, mientras entraban en


el vestíbulo del Castil o.

67

Henry Dullymer

Al día siguiente, empezaban de nuevo con Pociones dobles. Cuando l


egaron al aula, Snape empezó a repartir las notas de la poción crecehuesos.
Harry ya sabía su nota, y la de Ron era como la suya. Hermione, sin
embargo, había obtenido un notable, lo que la disgustó muchísimo.

—No te quejes —murmuró Harry—. A ti no te odia tanto como a mí.

—¡Silencio! —gruñó Snape—. Hoy seguiremos con otra de las últimas


pociones curativas. Cuando acabemos con el as, comenzaremos con las
pociones de Transformación, de las que, de momento, sólo conocéis la
poción multijugos. Hoy veremos la poción crecemiembros. Ésta es una
poción muy compleja, que se utiliza para regenerar no sólo huesos, sino
cualquier miembro que haya sido cortado o arrancado. Es una poción
realmente complicada, y que no funciona en todos los casos. Depende de
la causa que haya provocado la pérdida del miembro en cuestión. Los
ingredientes y las instrucciones están en la pizarra.

Proceded.
Harry se asustó al ver los ingredientes y las instrucciones. Había que ser
muy cuidadoso. Al igual que en la primera clase, intentó seguir los pasos
de Hermione, pero supo que no le iba todo igual cuando la poción de
Hermione, al cocerla los 15 minutos necesarios antes de echarle las
cáscaras de huevo de serpiente de cascabel, mostraba un aspecto suave y
levemente denso, de un color plateado. La suya contenía grumos, era más
esperas y tenía un color mucho más blanco. La de Ron, por otra parte, era
de color rojo y soltaba chispas. Snape pasó junto a el os y les miró, con
sonrisa despectiva.

—Potter, Weasley... Si esto es una poción crecemiembros yo no me l amo


Severus Snape. Como era de esperar, no habéis leído atentamente. Para el
próximo lunes quiero que cada uno me entregue una redacción en la que
me explique qué han hecho mal. Por supuesto, no voy a decírselo. Estamos
en sexto. Si han aprobado el TIMO, supongo que serán capaces de hacerlo.
Para el lunes. Recojan y váyanse.

—Lo que nos faltaba —dijo Ron, cuando salieron de la mazmorra—.


Tendremos que averiguar qué hicimos mal... ¿Tú lo sabes?

—No tengo ni idea —le dijo Harry—. Espero que Hermione nos ayude...

El resto de las clases fue un poco mejor. El momento más extraño del día
lo tuvieron a mediodía, cuando Harry, Ron y Hermione se dirigían al Gran
Comedor. Al ir a entrar, Henry Dul ymer se les acercó.

—Hola, Harry —saludó, sonriente.

—Ah... Hola, Henry —respondió Harry.

—Tú debes ser Ron Weasley ¿verdad? —dijo Dul ymer rápidamente,
extendiéndole la mano a Ron.

—Eh... pues sí —Ron le estrechó la mano— ¿Cómo lo sabes?

—¡Oh! He oído hablar de ti. —Luego miró a Hermione, le sonrió y


también le extendió la mano—. Y tú, por supuesto, eres Hermione
Granger.
—Sí... —contestó Hermione, dándole la mano tras reponerse de la
sorpresa. Nadie de Slytherin había dado la mano a alguien de Gryffindor, y
menos aún a alguien que no fuera de sangre limpia—. Tú eres Henry Dul
ymer.

—Sí, el mismo. Estaba deseando conoceros... En este colegio sois


legendarios ¿Lo sabíais? Me he enterado de todo lo que habéis hecho... y,
por supuesto —dijo dirigiéndose a Hermione—, todos saben que eres la
alumna más inteligente del colegio.

—Eh... bueno —dijo Hermione, ruborizándose—. No creo que sea la más


inteligente...

—¡Oh! Sí lo eres... —repuso Henry—. Tal como hablan de ti mis


compañeros, debes de serlo.

Harry iba a preguntarle qué era lo que decían, pero en ese momento,
apareció Malfoy. Vio a Dul ymer hablando con Hermione y sonriéndole y
puso una expresión de enfado que nunca le habían visto. Parecía como si
acabara de indigestarse.

—¡Dul ymer! ¿Se puede saber qué haces? ¡Es una sangre sucia! —Draco
estaba rojo de ira— ¡¿Por qué hablas con el os?! ¡Tu lugar es Slytherin,
con gente de Slytherin!

—Cal a, Malfoy —le contestó Dul ymer, sin mirarle siquiera—. Sé


perfectamente que Granger es hija de muggles, y también que es mejor
bruja que tú y que yo. Por lo demás, sé cuál es mi casa, y también creo
saber qué es lo que debo hacer, gracias.

Malfoy se quedó mudo. Iba a decir algo, pero no encontró las palabras, así
que entró al comedor. Harry, Ron y Hermione estaban asombrados. ¿Un
miembro de Slytherin hablando con el os y humil ando a Malfoy?

—Oye —dijo Harry— ¿Por qué lo haces?

—¿Por qué hago el qué? —Preguntó Dul ymer.


—Hablar con nosotros, y con Hermione... Todos en Slytherin nos odian.

68

—Bueno —dijo Henry—. Yo no me dejo influir por lo que piensen los


demás. Sé que hay rivalidad entre Gryffindor y Slytherin, pero eso no tiene
nada que ver... Es lo que dijo nuestro director, ¿no? Que teníamos que estar
unidos. Yo soy un mago de sangre limpia, pero nunca he tenido nada en
contra de los hijos de muggles. Jamás he encontrado un motivo para el o.
Todos somos humanos ¿no?

—No pareces de Slytherin —le dijo Ron.

—Bueno, supongo que serán otras características lo que me hace estar al


í... —dijo Dul ymer sonriendo—. O

a lo mejor el sombrero se equivocó, no lo sé. De todas formas yo me


siento a gusto. Malfoy a veces es algo estúpido, pero conmigo se ha
portado bien, y los demás igual. A Draco hay que perdonarle algunos detal
es.

Con el padre que tiene, tampoco se puede esperar otra cosa...

Harry, Ron y Hermione rieron.

—Además, no todos en mi casa son como dan a entender, pero bueno, las
demás casas detestan a Slytherin, así que mis compañeros se comportan
igual. Además, la mayoría son influenciados desde que entran, con sólo
once años...

—¿«Son influenciados»? —preguntó Harry—. ¿Cuántos años tienes tú?

—Tengo quince años.

—¿Quince años? —se sorprendió Ron—. Entonces, ¿cómo no has entrado


en Hogwarts antes?

—Bueno, mi familia y yo vivíamos en Alemania. Nos vinimos aquí en


verano.
—Pues hablas muy bien para ser extranjero —dijo Hermione.

—No soy extranjero. Mi familia es de aquí desde siempre, pero nos


mudamos a Alemania cuando yo tenía siete años. Ahora hemos vuelto.

—Aaah... entonces debes de conocer a mi hermana —dijo Ron.

—¿A Ginny? Bueno, sí. No mucho, claro, sólo hemos tenido dos días de
clase juntos. Tenemos con Gryffindor Cuidado de Criaturas Mágicas,
Pociones y Adivinación, aunque Adivinación aún no la he tenido.

Bueno, otro día seguimos charlando, que tengo hambre —se despidió.

—Sí, nosotros también —dijo Ron—. Ya nos veremos.

Dul ymer se fue hacia la mesa de Slytherin, y los tres amigos, aún
sorprendidos, se dirigieron a la suya, mientras otros alumnos les miraban
con asombro, sin acabar de creérselo.

—¿No es raro? —preguntó Ron, en cuanto se hubo sentado.

—Es lo más extraño que he visto nunca —afirmó Hermione—. Cuando le


vi en la ceremonia de selección me pareció repulsivo... pero ahora no lo sé.
Parece simpático.

—A mí ya me parecía muy mayor para ser de primero —dijo Harry.

—Hola —saludó Ginny, sentándose con el os—. ¿De qué habláis?

—De Henry Dul ymer —respondió Ron.

—Ah, sí. El chico nuevo de Slytherin. Va a mi clase.

—¿Cómo es? —preguntó Harry.

—Pues no le conozco mucho, pero parece bastante simpático. De hecho, le


gusta Hagrid...

—¿Le gusta Hagrid? —se sorprendió Hermione.


—Sí, en la clase de ayer estuvo hablando con él un rato.

—¿Y los demás de Slytherin?

—Algunos le miraron con desagrado, pero a otros parecía divertirles. Yo


creo que piensan que está loco.

—Si sigue comportándose así y hablándole a Malfoy como antes, le harán


la vida imposible en Slytherin —

dijo Ron, mirando hacia la mesa de la casa de la serpiente, donde Dul


ymer parecía discutir algo con Malfoy.

Tras terminar la comida, los de Gryffindor estaban nerviosos. Esa tarde,


finalmente, tenían la primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras
con Dumbledore. Cuando l egaron al aula, Dumbledore ya les estaba
esperando.

—Buenas tardes a todos. Pasad y sentaos —les dijo, sonrientes.

Todos se sentaron, expectantes.

—Bueno, este año, que ya estáis en sexto, vamos a esforzarnos todos


bastante. Como bien sabéis, ahora es más necesaria que nunca una buena
preparación. Sé que con el falso profesor Moody visteis las maldiciones
imperdonables y otras cosas, la mayoría de las cuales no deberías ver hasta
este año. Sin embargo, es mejor así, ya que tenemos mucho que avanzar.
Al fin y al cabo, no creo equivocarme si digo que el año pasado no
aprendisteis gran cosa ¿verdad? —dijo Dumbledore, mirándolos con una
sonrisa.

—¿Gran cosa? ¡No aprendimos nada! —contestó Parvati.

—Bueno, en esta clase concretamente creo que avanzasteis bastante,


¿verdad? —dijo Dumbledore, con una gran sonrisa—. ¿Cuántos sabéis
hacer un patronus?

Levantaron las manos Harry, Hermione, Ron, Dean Thomas, Seamus y,


tímidamente, Nevil e. Parvati y Lavender no habían conseguido grandes
progresos con los patronus el año anterior.

69

—¡Excelente! —exclamó Dumbledore, satisfecho—. Lo normal es que al


comenzar sexto nadie sepa cómo hacerlo. De hecho, muchos magos no
aprenden a hacerlos nunca. Pues bien, como sabéis, los dementores han
abandonado Azkaban, y se han unido a Lord Voldemort. —La clase dio un
respingo. Dumbledore los miró—. Vamos, es hora de que empecéis a l
amar a las cosas por su nombre. No va a aparecerse aquí solamente por
mentarle ¿no creéis?. Y si no queréis l amarle así, podéis l amarle Tom
Ryddle, su verdadero nombre. Vale... —continuó—, como iba diciendo,
ahora que los dementores están contra nosotros, lo primero que haremos
será aprender a defendernos de el os. Veremos en primer lugar el
encantamiento patronus.

Espero que no os cueste demasiado aprenderlo, a pesar de lo difícil que es.


¿Qué tal si empezamos con una demostración?

Dumbledore señaló a los que habían levantado la mano. Harry se levantó,


sacó su varita y recordó el momento en el que habían ganado el
campeonato de quidditch del colegio, cuando había vencido al
colacuerno...

— ¡Expecto patronum!

Un ciervo plateado se desprendió de la varita y empezó a dar vueltas por la


clase mientras los alumnos que nunca lo habían visto proferían un
«¡Oooh!» de asombro. Cuando desapareció, Hermione lanzó el suyo, y una
nutria estuvo paseando por entre las mesas. Ron no consiguió que el suyo
fuera completamente corpóreo, pero lo reconoció como un águila. Dean
Thomas sí lo había conseguido casi del todo, y generó un perro, aunque se
desvaneció pronto. Luego Seamus conjuró lo que parecía un gato, aunque
algo difuminado.

—¿Y tú, Nevil e? —preguntó Dumbledore, mirándole por encima de sus


gafas de media luna.
—A mí no me sale aún...

—Vamos, inténtalo.

Nevil e hizo ademán de concentración, y, aunque lo único que salió de la


varita fue un humo plateado, fue mucho mejor que la última vez que lo
había intentado.

—Bien. No ha estado mal. 15 puntos para gryffindor por todos los


patronus corpóreos y 10 puntos por los demás —Los alumnos se miraron
unos a otros, sonrientes. Acababan de conseguir 80 puntos en un momento.

Dumbledore pasó el resto de la clase explicándoles los fundamentos del


encantamiento patronus, y diciéndoles que empezarían a practicarla en la
clase del día siguiente. Cuando abandonaron la clase, Dumbledore pidió a
Harry que se quedara un momento.

—¿Sí, profesor?

—Harry —dijo Dumbledore sentándose—, debemos seguir con las clases


de oclumancia. ¿Qué te parece este domingo, a las cinco, en mi despacho?

—De acuerdo —aceptó Harry—. Hasta mañana, profesor Dumbledore.

—Hasta mañana, Harry.

Harry salió del aula y fue a reunirse con Ron y Hermione.

Al día siguiente, en Defensa Contra las Artes Oscuras, comenzaron a


practicar el patronus. Dumbledore les dijo que buscaría un boggart, para
que pudieran practicar con él, pero eso sería cuando dominaran el hechizo.

Por la tarde, que como la de todos los viernes, la tenían libre, Harry, Ron y
Hermione fueron a visitar a Hagrid.

—Pasad —los invitó su amigo, abriéndoles la puerta— ¿Queréis un té?

—Sí —dijo rápidamente Ron.


Hagrid se acercó al fuego y empezó a prepararlo, mientras los tres se
sentaban alrededor de la mesa.

—¿Qué tal va la primera semana de clases? —les preguntó Hagrid,


mientras l enaba la tetera de agua y la ponía a hervir.

—Bueno... excepto con Snape, bastante bien —dijo Harry.

—¡Con Dumbledore genial! —exclamó Ron entusiasmado— No sé como


no ha dado clase antes...

—Cuando yo estaba en el colegio, daba Transformaciones —comentó


Hagrid, con expresión nostálgica—.

Era un excelente profesor... excelente. En cuanto al profesor Snape...


procurad esforzaros.

—Oye, Hagrid —dijo Ron—. ¿Sabes que este año hay un alumno de
Slytherin que es simpático?

—Henry Dul ymer, ¿Verdad? —respondió Hagrid sin pensárselo.

—Sí. Ginny nos dijo que había estado hablando contigo —dijo Harry,
sorprendido.

—Pues sí. He tenido dos clases con él. Ayer fueron simplemente unas
palabras acerca de la clase, pero hoy por la mañana se ha quedado a hablar
un rato conmigo. Me dijo que le apetecía conocerme, que nunca había
hablado con un semigigante, y que le gustaría hablar conmigo, si no me
importaba. Y yo le dije que claro que no me importaba.

—¿Te dijo todo eso? ¿Que nunca había hablado con un semigigante? —
preguntó Harry, asombrado—. ¿Y

qué hicieron los demás de Slytherin?

—Le miraron como si estuviera loco —respondió Hagrid con una sonrisa.

—¿De qué hablasteis? —Inquirió Hermione.


70

—De cosas sin importancia... Me dijo que sabía que era amigo vuestro, y
que casi todos los compañeros de Slytherin me querían ver despedido,
pero que a él no le importaba lo que yo fuera y que le habían gustado mis
clases. Luego se despidió amablemente y se fue.

—Cuanto más oigo de ese chico más me extraño. No entiendo qué hace en
Slytherin —dijo Harry.

—Ojalá todos fueran como él —comentó Ron con un suspiro.

Tras agotar el tema Henry Dul ymer, estuvieron charlando un rato más de
los respectivos veranos de cada uno. Hagrid quiso saber hasta el último
detal e del lo sucedido en el juicio de Dolores Umbridge. Harry se lo contó
con pelos y señales mientras terminaban el té.

—Bueno, Hagrid —dijo Hermione de pronto, mirando la hora—. Gracias


por el té, pero tenemos que irnos.

Harry y Ron tienen que hacer una redacción para el profesor Snape, y
estoy segura de que no saben como hacerla todavía.

—¡Pero Hermione! Es el primer viernes del curso... —replicó Ron.

—Da igual. Venga, vamos.

Viendo que era inútil negarse, se despidieron de Hagrid y volvieron al


Castil o, donde Hermione les obligó a ir a la biblioteca y trabajar hasta la
hora de la cena en su trabajo de pociones, que resultó ser verdaderamente
odioso. Se pasaron toda la tarde consultando libros sobre ingredientes y
fórmulas para encontrar lo que había ido mal. Al final, y con la ayuda de
Hermione, lograron dejar listo la mayor parte del trabajo.

Llegó al fin el domingo, y a la hora acordada Harry se dirigió hacia el


despacho de Dumbledore, para su clase de Oclumancia. Estaba ya en el
pasil o que conducía a la entrada, cuando apareció Dul ymer, quien se l
evó un susto al ver a Harry.
—¡Ah! ¡Hola, Harry! —saludó.

—Hola, Henry ¿Qué haces aquí?

—Eh... nada. Estaba paseando, viendo el Castil o, que es impresionante, y


me quedé mirando esa gárgola de ahí... ¿Qué es? Parece que guarda esa
puerta de ahí ¿verdad?

—Sí... es el despacho de Dumbledore —le dijo Harry, un poco extrañado.

—Aah, así que aquí es... Interesante... —dijo por fin—. Bueno Harry, debo
irme. Ya nos veremos. ¡Saluda a Ron y a Hermione! —añadió, mientras se
alejaba por el pasil o.

Harry esperó a que se fuera y pronunció «caramelo de limón», la


contraseña que le había dicho Dumbledore.

Cuando entró en el despacho, el director ya lo estaba esperando.

—Buenas tardes, Harry. ¿Estás listo?

—Creo que sí, profesor.

—Bien. ¿Te ha dolido algo la cicatriz? ¿Algún sueño extraño?

—No —respondió Harry con sinceridad—. Ninguno.

—Estupendo. Entonces comencemos. —Se levantó y se puso delante de él


—. En nuestra última clase avanzaste mucho, Harry. Hoy repasaremos y
perfeccionaremos las técnicas de ocultación mágica. El próximo día
empezaremos con los ataques imprevistos ¿De acuerdo? —Harry asintió
—. Prepárate.

Harry vació su mente, tal como había aprendido a hacerlo y hacía o


procuraba hacer todas las noches, y sel ó su mente: «fermaportus», pensó,
imaginándose una puerta en su cabeza. Dumbledore atacó y al final logró
entrar al final, pero con grandes trabajos.
—No vaciaste totalmente tu mente, Harry. He visto a ese chico nuevo,
Henry Dul ymer ¿Le conoces?

—Sí... he hablado con él varias veces... es muy raro para ser de Slytherin...

—Sí, algo he oído —comentó Dumbledore, sin darle importancia—. Pero


debes concentrarte. Sácalo de tu mente.

Siguieron practicando hasta la hora de la cena. Harry pronto logró alcanzar


el nivel de la última clase, e incluso superarlo.

—Bien —dijo Dumbledore tras el último intento, con aspecto algo


cansado, pero satisfecho—. Lo dejamos aquí, Harry. ¿Te viene bien que
continuemos el próximo domingo?

—Sí.

—De acuerdo, pues hasta la clase de mañana, entonces.

Harry abandonó el despacho y se dirigió hacia la sala común.

La siguiente semana trascurrió apacible, aún con el buen tiempo del


verano, con lo cual la mayoría de los alumnos, cuando no estaban en las
clases o en la biblioteca, intentaban pasar el tiempo al aire libre. Harry,
Hermione y Ron solían hacer los deberes bajo la gran haya junto al lago.
Snape les había puesto, para alivio de Harry y Ron, un aprobado en sus
trabajos, y en las clases de transformaciones habían empezado a hacer
pequeños cambios: color y longitud del pelo, color de los ojos... Si bien la
primera vez que Harry intentó cambiar su color de ojos, se los volvió hacia
atrás, necesitando la intervención de la profesora McGonagal para volver a
ponérselos bien. En clase de Encantamientos, sin embargo, los tres habían
logrado volver 71

invisibles sus piedras (Hermione ya conseguía hacer invisibles a algunos


animales pequeños), y en Defensa Contra las Artes Oscuras, el patronus de
Ron era ya casi perfecto.
Al fin l egó el viernes, el momento de las pruebas de quidditch. Harry, Ron
y Ginny se encaminaron al campo de quidditch, junto con Hermione. Katie
Bel ya estaba al í, y en unos minutos después l egaron Kirke y Sloper. Se
cambiaron en los vestuarios y subieron a las escobas. Empezaron a probar
a los nuevos candidatos, todos para el puesto de cazador. Las pruebas
consistían en avanzar, intentar sortear a Katie, y marcarle un gol a Ron. La
primera en empezar fue Ginny. Sólo logró meterle un gol en las cinco
ocasiones, pero sorteó dos veces a Katie.

—Bien hecho, Ginny —le dijo Harry cuando el a terminó.

—Gracias, Harry —le sonrió la pelirroja.

Continuaron con las pruebas durante tres horas, hasta que casi hubo
oscurecido. Cuando se reunieron en el centro del campo, tomaron la
decisión de aceptar a Ginny como cazadora y como Buscadora suplente.
Otro chico de cuarto año, Gregory Sheldon, consiguió el otro puesto de
cazador, y Harry decidió aceptar a una chica de quinto, Anna Snowblack,
como cazadora suplente.

—Bien —dijo Harry a todos—. Tendremos que empezar a entrenar pronto.


Debido al Torneo de quidditch que empezará antes de Navidad, el primer
partido será el día 3 de Octubre. Jugaremos contra Ravenclaw. El día 10
jugarán Hufflepuff y Slytherin. Luego habrá las pruebas para el equipo de
Hogwarts, ya que el primer partido del torneo será a finales de noviembre.
La copa escolar no se volverá a jugar hasta el día 6 de Marzo, cuando
jugaremos contra Hufflepuff. El próximo martes y miércoles,
entrenamiento a las seis de la tarde ¿de acuerdo?

Todos estuvieron de acuerdo.

—Bien, pues a cambiarse.

Cuando se dirigían hacia los vestuarios, Ron le dijo a Harry:

—Harry, mira quién está al í.


Miró, y, para su sorpresa, junto a las gradas estaba Henry Dul ymer,
sentado al lado de Hermione, y ambos charlaban animadamente.

—¿Habrá venido a espiarnos? —preguntó Ron.

—No sé... pero no creo —dijo Harry.

—Pues yo no estoy tan seguro... quizás él no lo haga por sí, pero veo a
Malfoy perfectamente capaz de obligarle a observar cómo jugamos... —
Ron abrió los ojos de pronto— ¿Y si Malfoy ha encargado a Dul ymer la
tarea de espiarnos, y por eso se l eva tan bien con nosotros?

—Vamos, Ron, ¿no crees que eso es algo paranoico? —le dijo Harry a su
amigo, con una sonrisa—.

Además, ya sabes que Malfoy nunca ha tenido ningún problema en venir él


mismo a los entrenamientos.

—Seguro que lo dice porque está con Hermione —dijo Ginny, entre risitas.

—¡¿Qué?! ¿Pero qué dices? —Ron estaba rojo como los tomates— ¿Harry,
tú has oído...?

Pero Ron cal ó, porque se aproximaban a donde estaban Hermione y Dul


ymer.

—... Y al í es donde vivimos aún ahora mis padres y yo —contaba


Hermione—. Fui dos años al colegio muggle en aquel lugar, antes de
recibir la carta de Hogwarts... —Volvió la cabeza, al ver a Harry, Ron y
Ginny—. ¡Ah! ¡Hola!

—Hola, Harry —saludó Dul ymer también, muy sonriente—. Ron... Hola,
Ginny.

Henry le dirigió una enorme sonrisa y Ginny se ruborizó un poco.

—Hola —dijeron los tres.

—¿Qué haces por aquí, Henry?


—Bueno... he venido a ver si eres tan bueno jugando al quidditch como
Draco Malfoy da a entender.

—¿Malfoy dice que soy bueno al quidditch? —preguntó Harry, extrañado.

—No —contestó Dul ymer—. Siempre dice que eres buscador por pura
suerte, pero como se le notan los celos en todo el cuerpo, por eso sé que
eres bueno. Aunque claro, hoy no he podido comprobarlo... Pero lo
veremos cuando juguéis contra Slytherin ¿verdad? Oh, no os confundáis
—dijo riendo, al ver la cara de extrañeza que tenían todos—. Yo quiero
que gane Slytherin, claro, pero seguro que será un buen partido...

—Ah... —dijo Ron—. Claro, por supuesto...

—Casi no te han marcado goles —le dijo Henry a Ron—. Los del equipo
de mi casa dicen que eres un patoso, pero yo no lo creo. No dejes que te
afecten esas tonterías. Hermione me ha contado lo de la canción del año
pasado...

Ron se puso un poco colorado, pero sonrió abiertamente a Dul ymer.


Nunca habría esperado que un alumno de Slytherin le dijese que era un
buen guardián...

—Y tú eres una buena cazadora, Ginny. Malfoy siempre habla mal de


vosotros, pero yo no veo que tengáis nada malo. Sois siete hermanos
¿Verdad? Y cuatro de vosotros habéis sido prefectos... y dos Premios
Anuales... y todos miembros del equipo de Gryffindor menos Percy... que
ha conseguido ser Asistente de Fudge... No está mal...

72

Ron y Ginny le miraron exultantes. Estaban tan acostumbrados a oír


desprecios hacia su familia de parte de los de Slytherin que casi no podían
creerse lo que oían.

—Gra-gracias —balbuceó Ginny.


—Aunque mi padre siempre dice que Fudge no tiene luces ni para
abrocharse los botones de la túnica —

concluyó Dul ymer, con lo que todos estal aron en carcajadas.

—Oye, eres muy simpático —le dijo Hermione—. De verdad no pareces


de Slytherin.

—Bueno... dicen que en Slytherin son astutos, y dispuestos a lo que sea


por conseguir sus metas ¿No? A lo mejor es por eso... No creo ser lo
bastante trabajador para estar en Hufflepuff, ni lo bastante inteligente para
ser de Ravenclaw, ni mucho menos valiente como para ser de Gryffindor.

—¿En tu antiguo colegio no había casas o algo así? —preguntó Harry.

—No, al í estábamos todos juntos, sin más.

—¿Cómo se l amaba ese colegio? —quiso saber Ginny.

—No tiene nombre. Todo el mundo lo conoce como Instituto Alemán de


Alta Hechicería, aunque no hay tan

«Alta Hechicería». Hogwarts me parece mejor, por lo que he visto...


Dumbledore es un gran director,

¿verdad?

—Sí, sí que lo es —respondió Ron rápidamente.

—En Slytherin gusta a muy pocos, pero a mí me parece un buen profesor.


¿Le conocéis bien?

—¡Ya lo creo! —dijo Ginny—. Le vemos y hablamos con él muy a


menudo. Es un mago extraordinario, aunque a veces parece algo chiflado...

—Pero no lo está —atajó Harry, por si acaso—. Bueno, será mejor que nos
cambiemos, está anocheciendo...

—Vale —dijo Hermione—. Os espero aquí.


—Yo también —agregó Dul ymer—. No tardéis.

Ron, Harry y Ginny entraron en los vestuarios, se cambiaron y salieron.


Hermione y Dul ymer hablaban muy animadamente sobre los TIMOs. La
chica le explicaba muy contenta cómo eran, qué solían preguntar... y el
Slytherin parecía muy interesado.

—Ya veo... —decía— Yo seguro que me pondré nervioso. En Alemania era


de los mejores de la clase, y aquí no me va mal, pero he oído que los
TIMOs aquí son dificilísimos...

—Vamos, no te preocupes. Si estudias duro no tendrás ningún problema.

—Eso espero...

—En las clases lo haces bien —dijo Ginny—. Pareces buen mago.

—¿De veras crees eso? —le preguntó Henry.

—Eh... sí —respondió Ginny, sonriéndole también—. En las clases lo


haces muy bien.

Dul ymer mostró una sonrisa aún más abierta.

—Tenéis razón. No me preocuparé. Si dos trols como Crabbe y Goyle han


sacado algunos tampoco debe de ser para tanto —dijo, entre las risas de
todos.

—Bueno, deberíamos irnos —sugirió Hermione, aún riéndose—. Casi es


de noche...

Mientras caminaban hacia el castil o, Harry le preguntó a su nuevo amigo:

—Oye, Henry... Hablas mucho de Malfoy... ¿Cómo se tomó lo que le


dijiste el otro día antes de entrar en el Gran Comedor? Se marchó muy
ofendido. No creo que debieras meterte así con él si estás en Slytherin...

—Oh, no hay problema... —le contestó Dul ymer con una sonrisa de
suficiencia— No es tan peligroso en la sala de Slytherin como parece
fuera... No os preocupéis por él.

—¿Sabrá dónde se esconde su padre? —preguntó Ron, intentando


sonsacarle algo.

—Supongo, aunque obviamente no lo ha dicho. Lo que sí ha contado es


que los aurores ya han registrado dos veces su mansión. Aunque claro, no
va a ser tan tonto como para esconderse al í.

Entraron en el Castil o y se dirigieron al Gran Comedor. Al í se separaron


amablemente, y, mientras Dul ymer se sentaba en la mesa de Slytherin con
algunos chicos de su curso, Harry, Ron, Hermione y Ginny fueron hacia la
mesa de Gryffindor.

—Oye, Hermione —dijo Ron, cuando empezaron a comer—. ¿De qué


estuvisteis hablando?

—Pues mientras hacíais las pruebas no gran cosa —respondió Hermione


—. Parecía muy interesado en cómo jugabais. Me dijo que a él le
encantaba el quidditch, pero que no era lo suficientemente bueno como
para formar parte del equipo de Slytherin. Me dijo que le gustaba más
vivir aquí que en Alemania y...

Se interrumpió, porque en ese momento, Katie se acercó a el os.

—Oye, Harry, ¿qué hacía ese chico de Slytherin en nuestras pruebas?

—Fue a vernos —le contestó Harry—. Es... amigo nuestro.

—¿Amigo vuestro? —Levantó una ceja—. ¿Uno de Slytherin? ¿Que


además es amigo de Malfoy? —

preguntó el a, incrédula.

—Bueno... ya sé que es raro. A nosotros también nos extrañó, pero parece


sincero. No le importa que Hermione sea hija de muggles, le gusta
Dumbledore y también Hagrid...
—Ummhh —dijo Katie con el ceño fruncido—. No sé... ¿Seguro que no es
un espía?

—Eso también lo dijo Ron —mencionó Ginny.

73

—¡Sólo fue una broma! —exclamó Ron, enojado.

—Ya, eso lo dices ahora porque dijo que eras buen guardián —le espetó
Ginny.

Ron la miró con cara de furia, rojo hasta las orejas.

—Está bien —les dijo Katie—. Pero no os fiéis demasiado... y de todas


formas, preferiría que nadie de otras casas viniera a ver nuestros
entrenamientos...

—Ya lo sé —le dijo Harry—. No te preocupes.

El sábado por la tarde lo pasaron haciendo deberes bajo la gran haya junto
al lago, que se había convertido en su sitio preferido cuando hacía buen
tiempo. Estaban haciendo una redacción para herbología sobre las
propiedades de las Astinias, unas extrañas plantas que sólo crecían bajo la
luz de la luna y cuyas propiedades relajantes eran usadas para muchas
pócimas del sueño. De hecho, en clase usaban el encantamiento casco-
burbuja para evitar caer dormidos por los efectos de los polvos que
soltaban. Hermione corregía la redacción de Ron tranquilamente, cuando
oyeron la voz arrastrada de Draco Malfoy.

—¡Pero si son los grandes héroes de Hogwarts! —exclamó, haciendo una


reverencia.

Harry, Ron y Hermione levantaron la vista con desagrado. Al í estaba


Malfoy, flanqueado, como siempre, por Crabbe y Goyle, que sonreían.

—¡Pero si es el hijo de presidiario, con sus dos trols de seguridad! —gritó


Ron, y Harry y Hermione se rieron.
Malfoy, por el contrario puso su peor cara de desprecio, al igual que
Crabbe y Goyle, a quienes no parecía gustarles que les l amaran trols.
Levantaron los puños y miraron a Ron amenazantes.

—¡Dejadle! —ordenó Malfoy, conteniéndolos—. No se reirá tanto en el


próximo partido de quidditch ¿verdad, Weasley? Supongo que no puedes
esforzarte mucho, ¿a que no? Tu madre te habrá dicho que cuides ese palo
que te compró el año pasado... Seguro que no puede comprarte otro en
cincuenta años.

Ron se levantó, furioso, pero Malfoy estaba preparado, sacó rápidamente


su varita y apuntó:

— ¡Hemor...

— ¡Expel iarmus!

Malfoy no tuvo tiempo de terminar el hechizo, cayó sentado, su varita


saltó por los aires y fue a caer limpiamente en la mano de Henry Dul
ymer, que se acercaba con su propia varita en la mano, con la que aún
apuntaba a Malfoy.

—¡¿Qué diablos haces?! —le preguntó éste a Dul ymer, mirándole casi
con odio. Harry, Ron y Hermione estaban con la boca abierta.

—No querrás que le quiten puntos a Slytherin por tu culpa, ¿verdad,


Draco? No deberías hacer estas tonterías si queremos ganar a Gryffindor
este año en la Copa de las Casas.

—¡No me importa que...!

—Pues a mí sí —dijo Dul ymer sin inmutarse.

—¿Por qué les defiendes? ¡Eres muy raro! No será que te gusta la sangre
sucia ¿verdad? —preguntó, mirándole resentido.

—No la l ames así —repuso él, tranquilamente.


—¡Entonces es eso! ¡Eres la vergüenza de Slytherin! ¡Y me caías bien! —
Malfoy parecía fuera de sí.

—El a no me gusta. Y aunque así fuera, no veo qué tiene que ver eso con
Slytherin.

Se acercó a Malfoy, le entregó su varita y tiró de él, l evándoselo aparte.


Habló con él un rato, muy serio. La expresión de Malfoy iba del enfado al
asombro. Crabbe y Goyle no sabían qué hacer, y Harry, Ron y Hermione
seguían con la boca abierta. Al fin, Dul ymer se apartó de Malfoy y se
dirigió hacia los tres amigos.

—Crabbe, Goyle, vámonos —dijo Malfoy, con cara de desagrado. Luego


miró hacia Ron—. Ya nos veremos, Weasley.

—¿Estáis bien? —les preguntó Dul ymer al acercarse a el os.

—Eh... sí, gracias —dijo Ron, aún sorprendido.

—No pasa nada. No me gustan las peleas —dijo Dul ymer, encogiéndose
de hombros.

—¿Qué le has dicho a Malfoy para que se fuera? —quiso saber Harry.

—¡Oh! Nada importante... —respondió, sonriente.

—Te ha salido muy bien el hechizo de desarme —le dijo Harry.

—Ya. En Alemania teníamos clases de duelo. Eran las más divertidas, y no


se me daba nada mal. No deberíais pelearos tanto —agregó—. No tiene
sentido. Dentro de poco habrá ese torneo de Quidditch, deberíais uniros
para hacer un gran equipo.

—No lo creo... Malfoy y yo siempre nos hemos odiado, desde que l


egamos aquí —le confesó Harry.

—Lo sé, pero, de todas formas... —Volvió a encogerse de hombros—


Bueno, he de irme, también tengo que hacer muchos deberes... Que os
divirtáis.
—Hasta luego —dijo Ron—. Y gracias de nuevo.

Dul ymer le sonrió y se alejó hacia el castil o.

—¿Qué le habrá dicho a Malfoy? —Se preguntó Hermione, mordiéndose


el labio inferior.

74

—No lo sé... pero Malfoy no es de los que se dejan intimidar por


amenazas...

—¿Qué mas da? El caso es que se ha ido —dijo Harry.

Siguieron trabajando hasta la hora de la cena. Aquel a noche, en la mesa de


Gryffindor no se habló de otra cosa que del ataque de Dul ymer a Malfoy.
Todo el mundo se había enterado. Harry y Ron lo contaron varias veces.
Casi todos los que habían hablado con Dul ymer tenían algo que decir.
Parecía haberse convertido en el héroe del colegio, y el rumor se extendió
por las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw, hasta l egar a la de Slytherin.
Harry observó, muy contento, que Malfoy tenía una expresión de rencor en
la cara que le resultó maravil osa. Dul ymer, sin embargo, sonreía
ligeramente. Se fijó en la cara de Draco y se le acercó para decirle algo,
pero éste no cambió su cara.

Antes de irse aquel día a la sala común, muchos de Gryffindor saludaron a


Dul ymer, al igual que muchos de Ravenclaw y Hufflepuff. Se había vuelto
popular. Era de Slytherin y había puesto en su sitio a Draco Malfoy
defendiendo a Harry Potter, a Ron Weasley y a Hermione Granger. Sí,
desde luego, se había convertido en alguien muy, muy popular.

75

El Segundo Sueño
En su segunda clase de Oclumancia desde que estaban en Hogwarts,
practicaron los ataques de imprevisto.

Dumbledore le había dicho a Harry que mintiese en ciertas cosas y que


tratara de ocultárselo. El director intentó desconcentrarle de varias
maneras durante una charla, saliéndose del tema del que hablaban para
mencionar cosas aparentemente sin sentido, tal como hacía tantas veces.
Harry no logró ocultar a Dumbledore todo lo que debería haber hecho,
pero no lo hizo mal.

—Ha estado bastante bien —le dijo Dumbledore al final—. Has


conseguido engañarme en casi todo. Y hay que tener en cuenta que yo
estoy aquí frente a ti. A Voldemort le sería imposible penetrar tu mente
desde fuera de este castil o.

—¿Entonces ya no vamos a practicar más, profesor? —preguntó Harry.

—Por supuesto que sí. De momento, el próximo domingo tendremos una


nueva sesión. Luego ya veremos.

Deberíamos aprovechar algo más por la semana, pero se acerca el partido


de quidditch, y seguramente querrás entrenar ¿verdad?

—Sí, claro.

—Bien. No te preocupes. Lo haces realmente bien. Simplemente recuerda


que todas las noches debes practicar.

—Lo sé. Ya me he habituado a hacerlo.

—Excelente. Ahora, Harry, puedes irte. Esta noche creo que nos han
preparado una cena realmente exquisita...

—Hasta mañana, profesor Dumbledore —se despidió Harry, levantándose.

—Hasta mañana, Harry.

La semana siguiente transcurrió muy ajetreada. Harry requirió un gran


esfuerzo de todos para entrenar. Lo hacían tres veces por semana, dos
horas diarias. Y no lo hacían más porque los demás equipos también
entrenaban, y necesitaban tiempo para hacer los deberes y estudiar.

Ron había mejorado bastante. El último partido del curso anterior, en el


que Gryffindor había vencido a Ravenclaw consiguiendo proclamarse
campeón de Quidditch del Colegio le había dado seguridad, y desde luego
había entrenado en verano. Ginny no lo hacía mal como cazadora, aunque
evidentemente no era como Angelina o Alicia, y el otro cazador tampoco
era malo. Afortunadamente, pensó Harry, ese año aún contaban con Katie
Bel , que era una excelente cazadora.

Sloper y Kirke, como golpeadores, aún dejaban bastante que desear, y


desde luego, no eran ni remotamente comparables a los gemelos Weasley,
pero habían mejorado muchísimo en el verano. Harry se concentró sobre
todo en el os, y los entrenaba mientras los demás cazadores (los tres
jugadores y la suplente), hacían equipos dos a dos turnándose para atacar y
defender, respectivamente, mientras Ron hacía de guardián.

Harry, por su parte, intentaba mejorar aún más en atrapar la snitch, pues no
podía asegurar la superioridad del resto del equipo de Gryffindor, a pesar
de que hubieran ganado el año anterior. Al fin y al cabo, entonces aún
estaban Angelina y Alicia…

Se imaginó siendo elegido buscador del equipo del Colegio, por encima de
Malfoy, ganando el torneo de los Colegios y encima el campeonato
escolar… Sería estupendo, teniendo en cuenta que sólo le quedaba otro
año en Hogwarts… si no lo mataban antes, claro, pensó para sí.

Las clases de la semana estuvieron bastante bien. En Defensa Contra las


Artes Oscuras casi todos habían logrado dominar el patronus, así que
Dumbledore decidió l evar a clase un boggart.

—Bien, según tengo entendido, Harry, los boggarts se convierten en


dementores al estar delante de ti,

¿verdad?

—Sí —contestó Harry, temiendo lo que Dumbledore iba a pedirle.


—Bien, entonces, si haces el favor de acercarte a esta maleta donde está el
boggart…

A Harry no le hacía demasiada gracia estar delante de un dementor


mientras sus compañeros le lanzaban patronus, pero accedió. Cuando
estuvo cerca, Dumbledore abrió la maleta y un dementor emergió de el a,
estirando sus brazos hacia Harry, quien empezó a notar el frío, la oscuridad
y la infelicidad que los dementores provocaban. Toda la clase quedó en
silencio, hasta que oyó a Dumbledore decir:

—¡Venga, Ron! Tú primero.

Ron se acercó con dificultades y lanzó el hechizo. Ya conseguía


dominarlo, pero al í solamente le salió un esbozo del águila que generaba.
Se lanzó contra el boggart-dementor, pero no consiguió mucho. Le 76

sustituyó Hermione, quien también estaba blanca, pero tampoco logró que
su nutria fuese lo suficientemente potente para vencer, sólo consiguió
detenerlo un poco. Harry ya no resistía, sacó su varita y se concentró.

— ¡Expecto patronum!

De su varita salió el ciervo, que golpeó al dementor haciéndole tropezar.


Luego murmuró «¡Ridíkkulo!» y el boggart cayó, envuelto en sus mantos.
Dumbledore le apuntó con la varita y lo metió en la maleta.

—¿Estás bien, Harry? —le preguntó, con expresión algo preocupada.

—Sí, gracias, profesor. Pero ya no aguantaba más…

—No pasa nada —dijo Dumbledore dándole una tableta de chocolate—.


¿Veis lo que ha hecho Harry? Lo difícil del patronus es utilizarlo ante un
verdadero dementor. Además, recordad que cuántos más dementores, más
difícil es hacerlo. Descansaremos un rato y volveremos a intentarlo, si
Harry está dispuesto, ¿bien?

Harry asintió.
La siguiente vez fue algo mejor; Ron lanzó un patronus casi perfecto que
hizo alejarse al dementor. Siguieron practicando aquel o durante toda la
semana. Dumbledore quería verlos preparados para enfrentarse a los
dementores a toda costa.

En Transformaciones, ya habían empezado a hacer cambios más serios,


como cambiar la forma de parte del cuerpo, y pronto harían
transformaciones a los compañeros, antes de iniciar la transformación
personal, que era lo más difícil que verían ese curso, junto con los
hechizos comparecedores.

Lo peor para Harry seguía siendo Pociones. Snape intentaba


desconcentrarle por todos los medios para evitar que hiciese bien lo que
les pedía. Era una clase torturante, porque sólo el os tres y Parvati eran de
Gryffindor, los demás eran todos de Slytherin, y Draco Malfoy buscaba
por todos los medios humil ar a Harry y Ron, no olvidaba la afrenta que le
había hecho Dul ymer por su culpa. Aunque, sin embargo, parecía l evarse
igual de bien con él. Harry no sabía si pensar que Malfoy era tonto o que
sabía algo que el os no.

Habían acabado con las últimas pociones curativas, y ahora estaban


empezando con las pociones de transformación. La primera que tenían que
preparar era la poción multijugos, que, aunque ya conocían sus
ingredientes, nunca la habían hecho en clase. Les l evaría un mes
prepararla. Mientras la hacían, para lo cual tenían que bajar varias veces al
día para atenderla, Snape les daba clases del resto de pociones
transformadoras, que permitían convertirse en animal, envejecer o
rejuvenecer durante un tiempo, Adquirir alas, un tercer ojo, etc. Cuando
abandonaban el aula, usaban un encantamiento sobre los calderos para que
nadie los tocara, pues no se fiaban de los de Slytherin ni de Snape.

Mientras la fecha del partido contra Ravenclaw se acercaba, Harry seguía


progresando con la oclumancia.

En la siguiente clase que tuvo, Harry consiguió bloquear casi totalmente a


Dumbledore, pues no le costaba nada dejar la mente en blanco y cerrarla,
simplemente se veía surcando el aire, persiguiendo una snitch, que era en
lo que más pensaba últimamente. Si conseguían vencer a Ravenclaw…
Dumbledore le felicitó al término de la clase por los progresos.

—Vas muy bien —le dijo, sonriente—. Lo único que puede sacarse de tu
mente es que te encanta el quidditch.

Harry sonrió mientras se despedía del director y abandonaba su despacho


para dirigirse al gran comedor. Iba pensando el partido, esperando que el
equipo lo hiciese bien, cuando se encontró cara a cara con Cho en la puerta
del comedor.

—Hola Harry... —saludó Cho al verlo de frente, un poco cortada.

—Hola Cho. —Harry se quedó un poco atontado. No se había dado cuenta


que tendría que jugar contra Cho, que era la buscadora de Ravenclaw…

—¿Te han hecho capitán de Gryffindor, verdad? —le preguntó el a, viendo


que Harry no decía nada y que parecía alelado.

—Eh... sí, Katie Bel renunció al puesto en mi favor…

—Yo también soy la capitana de Ravenclaw —comentó, como si no


tuviese importancia—. Supongo que nos veremos ¿no? —Luego, para
romper un poco la tensión, añadió, sonriente—: ¡Pero esta vez voy a
ganarte!

—Bueno, no es por nada, pero espero que no… —replicó Harry, esbozando
también una tímida sonrisa.

Se quedaron un rato cal ados, sin saber qué decir, hasta que la chica,
incómoda, decidió irse.

—Bueno, Harry… ya nos veremos.

Se volvió y se dirigió hacia el interior del Gran Comedor, cuando Harry, en


un impulso, la l amó:

—Cho, espera. —La chica se volvió, sorprendida, y lo miró.

—¿Sí?
—Oye… me gustaría que volviésemos a ser amigos, como antes… o
bueno, mejor que antes. Desde lo de Marietta… bueno, desde lo del curso
pasado, hemos estado muy raros…

Cho le miró sin decir nada.

77

—Quiero decir… yo sé que metí la pata cuando fuimos a Hogsmeade en


San Valentín… Es que no sabía…

—Intentó explicarse lo mejor que podía—. Nunca había estado con una
chica ¿sabes? Resulta que donde vivo todos piensan que soy un
delincuente, porque mis tíos son muggles, y odian a los magos y… y
bueno, tú me gustabas mucho… —dijo por fin— A mí no me gusta
Hermione. La quiero mucho, pero sólo es amiga mía…

—Harry, yo… ahora… —balbuceó Cho, cohibida y sorprendida por las


palabras de él.

—No, no hace falta que digas nada… ya sé que ahora estás con Michael
Corner… Bueno, yo estoy bien, pero no me gusta que cada vez que nos
veamos tengamos que disimular ¿sabes? Me gustaría que fuésemos
amigos…

Cho miraba al suelo. Levantó la mirada y observó a Harry fijamente. A


Harry ya no le gustaba como antes, lo sabía, pero seguía siendo muy, muy
guapa… Finalmente, el a le sonrió.

—No te preocupes. Claro que quiero ser amiga tuya. Tú también me


gustabas mucho, Harry. Es una pena que nos haya ido mal… Supongo que
había demasiadas cosas en contra —añadió.

—Sí, supongo... Bueno, será mejor que vayamos a comer ¿no? —dijo
sonriéndole—. ¿Sabes? Me alegro de haber aclarado las cosas.

—Yo también me alegro. Realmente me estaba cansando de estos


incómodos encuentros —reconoció—.
Bueno, nos vemos, Harry.

—Hasta luego.

Harry entró al Gran Comedor y se sentó junto a Ron y Ginny, enfrente de


Hermione.

—¿Has estado hablando con Cho Chang? —le preguntó Hermione con una
sonrisa.

—Sí —respondió. Ron le dirigió una mirada inquisitiva—. Es que era muy
incómodo cuando nos encontrábamos, y en breve será el partido contra
Ravenclaw. El a es la capitana.

—¿Y qué ha pasado? —preguntó Ron, y sin dejar hablar a Harry añadió—:
Además, ¿el a no salía con Corner?

—No le he pedido que salga conmigo —respondió Harry mirando a Ron


—. Sólo le he dicho que me gustaría que fuésemos amigos… y bueno. Me
alegro, ahora me siento mejor...

—Has hecho lo que debías —le dijo Hermione, sonriendo aún más.

—Sí, bueno, siempre que su amiga la chivata no tenga nada que decir —
dijo Ron ácidamente.

—Vamos, Ron, no seas así —le regañó Hermione.

—¿Es que no te acuerdas de lo que nos hizo?

—Sí me acuerdo, pero lo pasado, pasado está y...

—¡Ja! Si tú fuiste la que le pusiste el embrujo.

—Sí, pero eso fue al año pasado, para evitar que nos delatara alguien, y...

—Ya, pero no se lo quitaste, ¿a que no?

Hermione le miró, furiosa.


—¡Pues no! Porque...

Harry se cansó de mirar a uno y a otra, suspiró y se dirigió a Ginny, que


también los miraba.

—Bueno... ¿qué tal te va todo a ti?

Durante la semana siguiente, la previa al gran partido, Harry aumentó el


ritmo de los entrenamientos. Cho también quería entrenar más, y Harry y
el a convinieron en que el sábado por la mañana entrenaría Gryffindor y
por la tarde entrenaría Ravenclaw.

Entre tanto, los deberes ya habían crecido de forma desmesurada, y sobre


todo Snape les mandaba trabajo sin parar.

—¡Uf! —se quejó Ron un día saliendo de Pociones, después de que Snape
les hubiese mandado escribir una fórmula para una «sencil a» poción
transformadora que permitiese cambiar el color de los ojos a voluntad
durante el tiempo que hiciese efecto, que no podría ser inferior a una hora
—. Seguro que lo hace para que no podamos entrenar. A nosotros no nos
da ayuda ninguna, y yo vi a Pansy Parkinson pedirle consejo sobre ciertos
ingredientes, y él se lo dio. ¿Te imaginas si le pides ayuda tú, Harry?

—Probablemente me usaría a mí como ingrediente —dijo éste, cansado de


Snape.

—Vamos, vamos. Estamos en sexto —dijo Hermione—. Tenemos que


saber encontrar nuestras propias pociones. Ya veréis cómo lo
conseguimos.

—Si tú lo dices…

—Vamos, Ron. Yo aparte tengo que traducir un montón de textos para


Runas Antiguas y eso sin contar un trabajo enorme para Aritmancia…

—Ya, pero no tienes que entrenar como un bestia, como nosotros… —dijo
Ron mirando a Harry de soslayo.
—Es necesario, tenemos que ganar a Ravenclaw —repuso Harry—. Si
luego ganamos a Hufflepuff tendremos muchas opciones para ganar el
campeonato. Además, si sigues mejorando a lo mejor consigues entrar en
el equipo de Hogwarts…

78

A Ron se le iluminó la cara.

—Sí, tal vez… —Sus ojos bril aron de la ilusión—. ¿Os imagináis la cara
de Malfoy?

Harry y Hermione sonrieron, mientras se dirigían a Transformaciones, y


luego, a Encantamientos, donde ninguno de los dos había conseguido hacer
aún un Encantamiento Proteico decente. La única que lo había logrado era
Hermione, que ya sabía hacerlos desde el año anterior. El primer ejercicio
que tenían que hacer era un par de pergaminos imitadores: En uno tenía
que aparecer lo mismo que se escribiese en el otro, pero a los de Ron y
Harry sólo les salían extrañas manchas de tinta cuando se escribía en el
otro.

El sábado, se levantaron a las nueve. Harry pretendía estar entrenando a


las diez, y trabajar por lo menos hasta las dos. Ron protestó un poco
cuando Harry le hizo levantarse de la cama, pero Harry no le hizo ningún
caso. En el comedor se encontraron con los demás. Ginny y Katie ya
estaban desayunando y charlaban sobre quidditch. Kirke y Sloper l egaron
detrás de Harry y Ron, y poco después, aparecieron Gregory Sheldon y
Anna Snowblack. Tras desayunar se dirigieron al campo de Quidditch.
Estuvieron un rato aburridísimo mientras Harry terminaba de explicarles
las nuevas tácticas que había diseñado, mirando un montón de libros y
demás sobre Quidditch.

—¡Vamos! —dijo Harry al ver sus caras de sueño y aburrimiento—.


¡Tenemos que tener una estrategia! Los de Ravenclaw son bastante buenos.

—Sí, Harry, pero esto, a las diez de la mañana un sábadoooo... —dijo Ron
bostezando.
Cuando Harry terminó de explicarles las tácticas a emplear, montaron en
las escobas y se pusieron a entrenar. Harry los observaba, mientras
intentaba atrapar la snitch. Logró cogerla siete veces en la primera hora de
entrenamiento. Luego decidió hacer trabajar duro a Sloper y a Kirke, y
hechizó las bludgers para que se dirigieran contra el os constantemente.
Les costó bastante trabajo y unos cuantos golpes, pero Harry quedó
bastante satisfecho con el trabajo conseguido. Volvió a mandarles ensayar
las tácticas que había diseñado y l amó a Ginny para entrenarla un poco
como buscadora. Tenía que intentar conseguir la snitch antes que Harry.
No lo consiguió ninguna vez, pero Harry consideraba que era mejor
entrenamiento para él competir con alguien que buscar la snitch solo.

Cuando a las dos y cuarto dejaron el entrenamiento, todos estaban


molidos, pero Harry estaba bastante satisfecho.

—Bien —les dijo antes de entrar en los vestuarios— Creo que hemos
mejorado mucho desde el primer entrenamiento. Seguiremos entrenando
así la semana que viene, y me sorprenderé si no ganamos. Ahora, a
cambiarse y a comer.

Se cambiaron y salieron. Harry cerró los vestuarios. Hermione se dirigió


hacia el os.

—¡Hermione! ¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, sorprendido.

—He venido a ver el final de los entrenamientos. No me apetecía comer


sola.

—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Harry.

—Creo que no lo hacéis mal. Desde luego, habéis trabajado duro. Si os


emplearais así en Pociones, seguro que Snape os pondría incluso
notables...

—pufff... ¡Vamos, Hermione! Prefiero caerme de la escoba desde los aros


que aguantar una clase de Snape...

Hermione sacudió la cabeza.


Entraron al Gran Comedor. Harry y Ron comieron como mulas. Luego
salieron, porque querían darse un baño. Harry saludó a Cho, que apuraba a
los del equipo de Ravenclaw para ir a entrenar. Cuando iban a flanquear las
puertas, Malfoy saltó, desde la mesa de Slytherin:

—¡Eh, Rey Weasley! ¿Tienes ya corona? ¿Has reservado ya una plaza en


San Mungo?

Ron iba a contestar, pero Harry gritó:

—¡Eh, Malfoy, me han dicho que en tu primer partido te van a atar la


snitch a la mano, tal vez así consigas atraparla!

Malfoy no respondió nada, pero su puso rojo. Harry vio a Dul ymer taparse
la boca para reírse. Le saludó y salió con Ron.

—No le hagas caso —le dijo a su amigo—. El muy cretino sólo intenta
desmoralizarte porque tiene miedo de que lo hagas igual de bien que en el
último partido del año pasado.

La semana siguiente, previa al partido, transcurrió en un mar de


entusiasmo. A medida que pasaban los días, se notaba más el nerviosismo
de todos, sobre todo en Gryffindor, donde todos querían ver la actuación
del nuevo equipo. Los alumnos no paraban de dar palmadas a los
miembros de equipo, y sobre todo a Harry, animándolos, preguntándole
qué tal iba todo. Harry casi no podía concentrarse en las clases. Iba a ser
su primer partido como capitán. En Pociones, al estar desconcentrado,
Snape le regañaba aún más de lo habitual, y ponía unas sonrisas aún más
repugnantes que de costumbre cuando le ponía una mala nota.

—¡Vamos, Harry! Tienes que concentrarte. Y no le hagas caso, sólo quiere


desconcentraros para el partido contra Ravenclaw... —le decía Hermione.
Harry gruñía y no decía nada.

79

En Defensa Contra las Artes Oscuras, habían acabado con los patronus, y
Dumbledore les explicaba cosas que el falso Moody no les había enseñado
sobre las Maldiciones Imperdonables. Hagrid, por su parte, les había l
evado unos animales l amados Kowlers. Eran muy difíciles de ver, ya que
se camuflaban confundiéndose con la vegetación, pero eran muy útiles,
pues ayudaban a encontrar cualquier tipo de planta que se necesitara, por
rara que fuese. No había l evado aún ningún animal peligroso a las clases,
y todo el mundo estaba bastante contento del rumbo que había tomado
aquel a asignatura, lo que alegraba enormemente a Harry.

Al fin l egó el día del partido. Durante el desayuno, Harry, Ron y Ginny
recibieron una carta de los Weasley y de Lupin, donde les daban ánimos
para el encuentro. Harry se sorprendió mucho, y gratamente, porque era la
primera vez que hacían algo así. La mañana transcurrió lentamente y los
de Slytherin, en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, se mostraron
especialmente desagradables.

A la hora de la comida, estaban bastante nerviosos, sobre todo Ron y


Harry. Uno por ver si lo hacía tan bien como en el anterior partido y el otro
por ver el resultado de su primer partido como capitán. Ginny, por su
parte, estaba bastante tranquila.

—¿Cómo estáis? —preguntó Hermione, mirándolos a ambos.

—Bueno... un poco nerviosos —respondió Harry.

—Lo haréis bien —les dijo Hermione, sonriéndoles.

Tras terminar de comer, se levantaron para dirigirse al campo. Harry se


había tranquilizado un poco, pero Ron estaba más nervioso aún que antes.

—¿Qué te pasa? El año pasado acabaste bien, ¿no? —le preguntó


Hermione, acercándose a él.

—No sé... ¿Y si lo hago mal? Y encima estarán al í todos los de


Slytherin...

—Vamos, te he visto en los entrenamientos y eres muy bueno. Lo harás


muy bien —repitió el a, animándole.
Le dio un beso en la mejil a—. ¿Me dedicarás alguna parada? Al fin y al
cabo no te vi en el último partido del año pasado...

Ron se quedó mirando a Hermione como atontado, y luego sonrió.

—Claro... por... por supuesto que sí.

Harry arrastró a Ron hacia la salida del Gran Comedor, mientras el chico
volvía una vez más la cabeza para sonreírle a Hermione.

Llegaron a los vestuarios, se cambiaron y esperaron. Cuando se les l amó,


abrieron la puerta y salieron al campo, volando. El nuevo comentarista,
que sustituía a Lee Jordan, era un chico l amado Lansvil e, de Hufflepuff,
que iba en tercero.

—¡Salen al campo los jugadores de Gryffindor, actuales campeones! ¡Ahí


tenemos a Katie Bel , Ginny Weasley y Gregory Sheldon, cazadores,
Andrew Kirke y Jack Sloper, golpeadores, Ronald Weasley, guardián y
Harry Potter, buscador y capitán del equipo!

Las gradas de Gryffindor aplaudían a reventar, mientras desde Slytherin se


oían fuertes silbidos.

—¡Aquí viene el equipo de Ravenclaw! ¡Con Bradley, Morton y Zalvin,


cazadores, Roserus y Stilwick, golpeadores, Ferziberd, guardián, y Chang,
buscadora y capitana!

—Bien ¡Quiero juego limpio! ¿De acuerdo? —les dijo la señora Hooch.
Harry se situó frente a Cho. Se miraron—. ¡Cuando suene el silbato!
¡tres!....

—Suerte, Cho.

—...¡dos!...

—Lo mismo digo, Harry —dijo el a sonriéndole—. Que gane el mejor.

—...¡uno!
La señora Hooch lanzó la quaffle al aire al tiempo que hacía sonar su
silbato. Los cazadores se lanzaron a por el a, y Ginny estuvo a punto de
atraparla, pero al final la cogió Bradley, que se lanzó hacia la meta de
Gryffindor. Katie le persiguió, pero no logró darle alcance. Sorteó a
Gregory Sheldon y lanzó.

—¡Bradley lanza y...! ¡¡Weasley lo ha parado!! La quaffle ahora en


posesión de Ginny Weasley, que pasa a Bel , que sortea a Morton ¡¡Uy!!
Esa bludger de Stilwick ha estado a punto de alcanzarla! Se dirige a la
meta, lanza y... ¡¡Gol!! ¡Gol de Gryffindor!

Harry se alegró, y saludó a Katie. Luego se volvió hacia Ron y le hizo una
seña. Ron miraba en ese momento hacia los de Slytherin, que parecían
decepcionados. Luego decidió ponerse a buscar la snitch. Cho había
empezado a buscar con decisión tras el gol. Harry se puso también a dar
vueltas alrededor del campo, sin dejar de observar a su equipo. Ahora era
Ravenclaw quien atacaba por medio de Zalvin, que se la pasaba a Bradley.
Sloper le lanzó una bludger, pero la esquivó, aunque la maniobra permitió
que Sheldon lograse arrebatarle la quaffle, que cayó en manos de Ginny,
quien se lanzó hacia la meta, sorteando con dificultad a Morton.

—¡Ginny Weasley avanza! ¡Kirke va tras el a y…! ¡Uy! Ha faltado muy


poco. Kirke ha desviado proverbialmente una bludger que ha estado a
punto de golpear a Weasley en la cabeza.

80

Harry observó a Ginny, que l egó a la meta y lanzó, pero Ferziberd, el


guardián de Ravenclaw, consiguió pararla. Harry hizo un gesto de rabia.
Ginny se quedó un segundo mirando a Ferziberd y luego empezó a
perseguir a Bradley, que volvía a la carga. Harry siguió dando vueltas, pero
aún no había rastro de la snitch.

Se cruzó con Cho, quien le sonreía, aunque con un deje de preocupación.


Harry no la perdía de vista por si veía la snitch. En ese momento, Ron
volvía a parar un lanzamiento de Morton, pero no logró retener la quaffle,
que cayó en manos de Bradley, quien se dispuso a tirar de nuevo. Sin
embargo, una bludger lanzada hábilmente por Sloper le alcanzó en un
costado, haciéndole tastabil ar y soltar la quaffle. Katie descendió en
picado y la cogió, lanzándose hacia la meta de Ravenclaw, mientras
Bradley maldecía en intentaba darle alcance.

—¡Bel avanza! ¡Ha sorteado a Morton y se dirige hacia los aros! Se


prepara para lanzar y... ¡Ha hecho una extraña maniobra y la pasa a
Weasley, que ha salido de atrás! Ferziberd está mal colocado ahora y...
¡¡gol de Gryffindor!! ¡Ginny Weasley ha marcado!

Las gradas de Gryffindor chil aban a reventar. Harry levantó un pulgar en


dirección a Ginny, quien le sonrió.

Esa jugada había sido idea de él y de Ron, y la habían ensayado las dos
últimas semanas.

Cho parecía cada vez más apurada por encontrar la snitch. Estaba casi del
otro lado del campo, cerca de Ron. Harry le miró y vio un reflejo dorado
cerca del aro izquierdo. Harry intentó acercarse no demasiado rápido ni
directo para evitar que Cho se diera cuenta, pero el a también lo vio. Se
lanzó a por la snitch, y Harry aceleró cuanto pudo, pero estaba demasiado
lejos. Cho se acercaba al aro, cuando Sloper, que se había dado cuenta, le
lanzó una bludger obligándola a desviarse. La snitch se movió hacia el
otro lado, acercándose algo más a Harry, que aceleró más. Cho recurperó
velocidad y se dirigió también hacia la snitch. El estadio había cal ado,
expectante ante la jugada. Ambos cazadores estiraron la mano, pero en ese
momento, la snitch se movió muy rápidamente. Harry no vio hacia donde
iba porque tuvo que hacer un movimiento muy brusco, al igual que Cho,
para evitar chocar.

—¿Estás bien? —le preguntó. Habían faltado cinco centímetros.

—¡Sí! —le gritó Cho, que empezó a mirar por si volvía a ver la snitch.

El partido continuó. Pasó más de media hora antes de que volviera a verse
rastro de la snitch, que parecía particularmente difícil. En ese tiempo,
Katie logró marcar otros dos tantos, con lo que Gryffindor se puso
cuarenta a cero, pero Ravenclaw logró recortar veinte puntos por medio de
Bradley. En el momento en que Ginny y Katie se dirigían de nuevo hacia la
meta de Ravenclaw después de una parada de Ron, siguiendo otra de las
jugadas ensayadas, Harry vio la snitch cerca de las gradas de Slytherin, y
se lanzó hacia al í a toda velocidad. Algunos alumnos tuvieron que
agacharse. Cho le vio, y se lanzó a su vez. La snitch volvió a moverse de
nuevo y empezó a dar vueltas, cerca de suelo, muy rápida. Harry la
persiguió, seguido de Cho.

Pero la Saeta de Fuego de Harry era más rápida, y la snitch también era
muy veloz, así que Cho no logró mantenerse a la altura. Viendo que así no
conseguía nada, levantó el vuelo intentando averiguar hacia dónde seguiría
la snitch. Por suerte para el a, la snitch subió y se dirigió hacia atrás, a
unos cuatro metros de altura.

Harry viró e intentó seguirla, pero la snitch se dirigía recta hacia Cho.
Viendo que la iba a coger, Harry aceleró al máximo la Saeta, situándose a
un metro de la pequeña esfera dorada. Se dio cuenta de que Cho iba
atraparla, así que hizo lo único que podía. Se irguió, estiró la mano... y
saltó. Saltó sin pensar, mientras la escoba iba a casi doscientos kilómetros
por hora. Logró agarrar la snitch un segundo antes de que pasara Cho.
Cayó por el suelo a toda velocidad, dando vueltas y volteretas, rodando por
el césped, haciéndose un ovil o para evitar hacerse demasiado daño. Por
suerte, las túnicas de quidditch era de muy buena calidad a la hora de
evitar daños. Cuando se detuvo, estaba mareado, medio inconsciente y le
dolía todo el cuerpo. Todo el estadio quedó en silencio, incluso el
comentarista, Lansvil e. Momentos después, oyó vagamente que decía:

—¡¡Harry Potter está en el suelo!! ¡Ha saltado de su escoba y ha caído!


¡No se mueve!

Harry, haciendo un esfuerzo terrible, levantó algo el brazo y dejó ver la


snitch, que aún tenía atrapada en su mano.

El estadio prorrumpió en gritos. En las gradas de Gryffindor, los alumnos


saltaban. Los de Ravenclaw, que se veían ganadores al ver cómo la snitch
se dirigía hacia Cho, se veían abatidos, y los de Slytherin silbaban.

—¡¡Harry Potter ha atrapado la snitch!! ¡Gryffindor gana por ciento


noventa a veinte!
Harry ya no oyó más. Dejó caer el brazo. Vio fugazmente como los
jugadores del equipo de Gryffindor bajaban y le rodeaban, preocupados.
Luego no resistió más y se desmayó.

Cuando horas después recuperó la conciencia totalmente, todo su equipo le


rodeaba aún. Estaba en la enfermería, y también Hermione estaba al í.

—¿Estás bien, Harry? —le preguntó su amiga, que, al igual que todos los
demás, parecía muy preocupada.

—¡Ay!, creo que sí... —dijo, incorporándose y poniéndose las gafas, y


volviendo a caer en la cama, dolorido.

—¡Ha sido una jugada increíble, Harry! —le dijo Ron, emocionado.

81

—Sí... pero no sé si volvería a repetirla. Creí que me mataba... ¡Pero


hemos ganado! Lo habéis hecho todos muy bien. Mejor incluso de lo que
me esperaba.

La señora Pomfrey le dijo que tendría que quedarse hasta el día siguiente
en la enfermería, y les dijo a los demás que se fueran, que debía dormir y
descansar. Todos se fueron. Hermione y Ron le dijeron que vendrían a
verlo después de cenar. Hagrid le envió dos trabletas de chocolate de
Honeydukes, junto a una tarjeta de felicitación por lo bien que lo había
hecho.

Antes de la cena, Ginny volvió a verlo. Le traía unas ranas de chocolate


que tenía guardadas.

—No deberías haberlo hecho, Harry —le dijo Ginny, con cara de
preocupación—. Si l egas a chocar contra algo te habrías matado.

—Lo hice sin pensar... Vi que la snitch se dirigía hacia el a y sin más, salté.
Si lo hubiera pensado dos segundos te aseguro que no lo habría hecho.

—De todas formas, esa jugada pasará a la historia. Nunca había visto nada
igual.
—Tú también estuviste muy bien. Marcaste un gol.

—Sí, pero fal é dos... Katie es mucho mejor que yo.

—Ya, pero el a l eva seis años en el equipo, al fin y al cabo.

Después de charlar otro rato, Ginny se despidió y bajó a cenar. Unos


minutos después de salir el a, l egó Cho. Venía sola.

—Hola Harry...

—¡Ah!, hola Cho.

—¿Te encuentras bien?

—Sí... más o menos. ¿Y tú?

—Bien. Bueno... un poco triste, si te soy sincera —dijo con una sonrisa un
poco forzada.

—Ya. Lo siento... pero has jugado muy bien. Si no l ego a ser tan loco
como para tirarme de la escoba habríais ganado.

—Ya, pero te tiraste. Fue una gran jugada. Aunque creí que te matabas
cuando te vi saltar...

—Yo también creí que me mataba en cuanto salté... pero ya era tarde, debí
haberlo pensado antes.

Cho soltó una risita y le miró.

—Bueno, aun no está todo perdido. Si ganamos a Hufflepuff y a Slytherin,


y... bueno, no ganáis los dos partidos que quedan... Aunque ya no podré
ganarte nunca. Me has derrotado todas las veces.

—Bueno, sólo nos hemos enfrentado en dos ocasiones, ¿no?. En cuanto al


campeonato, no te rindas, aún falta mucho por decidir, aunque no os lo
vamos a poner fácil.
—Eso espero. No me gustan las victorias demasiado sencil as —dijo el a
riendo—. Bueno, Harry, me voy a cenar. Que te mejores.

—Gracias. Y gracias también por venir a verme.

—No hay de qué. Somos amigos, ¿no?.

Harry le sonrió y Cho, dándole un beso en la mejil a, se fue. Harry se


quedó un rato mirando hacia la puerta por la que había salido.

La señora Pomfrey le trajo una sopa para cenar, y luego le dio otra
cucharada de una pócima que Harry reconoció como una de las pociones
curativas que habían visto con Snape, y que afortunadamente no sabía tan
mal como la poción crecehuesos.

Después de cenar, volvieron, como le habían dicho, Ron y Hermione, pero


no venían solos: Henry Dul ymer venía con el os.

—Hola Harry —saludó al entrar—. ¿Qué tal estás?

—Bueno, podría estar mejor...

—¡Ha sido una jugada excepcional! —exclamó Henry, muy contento—.


¡Draco no se lo creía! Nunca va a poder superar eso...

Harry sonrió. Si Malfoy se moría de la envidia entonces había merecido la


pena tirarse de la escoba... o bueno, casi.

—Veníamos a verte, cuando nos encontramos a Henry —le explicó


Hermione—. Nos dijo que también le apetecía venir, y nos acompañó.

—Gracias —le dijo Harry.

—¡Oh!, no es nada. Somos amigos ¿verdad? Además, es muy probable que


seas el buscador del colegio para el torneo y debes de estar en forma...
Necesitas apoyo.

—Debes de ser el único de Slytherin que se alegra —le dijo Ron.


—Bueno... no puedo decir que me alegre de que hayáis ganado, eso le pone
las cosas más difíciles a Slytherin, pero qué se le va a hacer... y no es
cierto que nadie en Slytherin se alegre de que Harry esté bien, aunque no
lo reconozcan.

Estuvieron charlando animadamente un buen rato, hasta que Madame


Pomfrey los echó a todos de la enfermería, alegando que Harry tenía que
descansar. Sus dos amigos y Dul ymer se despidieron y salieron de la
enfermería.

82

Al día siguiente, por la mañana, la señora Pomfrey le dio a Harry el


desayuno y luego le dijo que podía irse ya. Harry se vistió y se dirigió a la
Torre de Gryffindor, exultante de alegría. Al entrar, todos los Gryffindors
que estaban despiertos empezaron a vitorearlo. Aún se veían en la sala los
restos de la fiesta de la noche anterior. Durante todo el día duró la
celebración, y durante la comida, fue la mesa de Gryffindor la más
ruidosa. Cuando salieron después de comer, Harry aprovechó para saludar
a Malfoy, alegrándose aún más de la cara de rabia y decepción de Draco.

—Seguro que le hubiese gustado que te hubieses matado en el partido —


Dijo Ron al ver la cara de Malfoy.

—Seguramente. Mejor para Slytherin y sensacional para Voldemort.

—A lo mejor a Draco le daba un infarto de la emoción...

Todos rieron.

Durante la noche, en la sala común continuó la fiesta que habían celebrado


la noche anterior, ya que ahora estaba Harry, sin embargo, no se quedó
demasiado rato y se fue a acostar temprano. Aún le dolía un poco el cuerpo
del partido del sábado anterior, y se encontraba cansado, pero estaba
totalmente feliz. Sonriendo, no tardó en dormirse.

Su sueño fue tranquilo y sosegado, hasta que, en algún momento de la


noche, la cicatriz empezó a dolerle, suavemente al principio, y luego más
fuerte, pero no se despertó. Se hundió más y más en un sueño oscuro.

Se sumió en las sombras, se sintió caer en la oscuridad, hasta que de


pronto chocó contra el suelo. Harry abrió los ojos y miró. No se sentía en
absoluto como él mismo. No estaba en Hogwarts, sino en un bosque, y era
casi de noche. Era más viejo, y además no estaba solo. Se sentía igual que
la otra vez, que en el otro sueño... pero este momento era antes de aquel o.
No mucho más, pero sí era anterior. Harry no podía explicar cómo lo sabía,
pero lo sabía. Había venido a hacer algo importante, muy importante,
aunque aún no sabía qué era. Comenzó a andar. Era alto, y poderoso... y se
sentía l eno de odio, libre de todo otro sentimiento, excepto una extraña
alegría... todo estaba a punto de acabar, la última barrera, el último escol o
del camino estaba ante él. Esa noche pondría fin a su largo viaje. Esa
noche sel aría su unión, destruiría lo único que se interponía entre él y la
fusión total. Harry no sabía exactamente qué era. Sabía, sin embargo, que
lo había conseguido. Sus enemigos estaban destruidos, sus seguidores, por
devoción o por miedo, eran cientos... había logrado alcanzar casi el control
absoluto... sólo le faltaba aquel a cosa, aquel detal e que le impedía
sentirse pleno, sentirse unido, aquel a última amenaza que podría hacer
que se derrumbase todo su poder como un castil o de naipes. Siguió
andando por el bosque, totalmente oscuro aun a la luz de la luna, y se
acercó a un claro, cerca de un pueblo. La luna l ena bril aba con fuerza, y
Harry contempló la casa que estaba frente a él. Se hal aba en las sombras,
y ninguna luz había en su interior. Pero él sabía que estaban al í. Se acercó,
sin hacer ruido, como una sombra. Sacó su varita y apuntó a la puerta. Su
voz, fría y cruel, pronunció « alohomora», pero la puerta no se abrió.
Sonrió. Volvió a apuntar e hizo un fluido movimiento. La puerta se
consumió y desapareció, sin apenas hacer ruido, y él penetró en la casa,
encontrándose en un oscuro vestíbulo. Avanzó lentamente por un corredor
hasta una habitación en penumbras. Sólo un difuso y mortecino fuego
iluminaba débilmente la estancia. Harry podía sentirlo, estaba muy cerca
de l egar al final.

Había esperado tanto... Y de pronto los vio. Al í estaban, frente a él. Los
últimos, los únicos que quedaban, los únicos que se atrevían aún a hacerle
frente. Si superaba la prueba, si vencía aquel a noche, ya nada se opondría
en su camino. Los miró, con odio, con desprecio. Sus rostros permanecían
en las sombras, pero a Harry le resultaban conocidos ¿Quiénes eran?
Sintió miedo, sintió horror. Sabía para qué había ido al í: Había ido a
matar. Las dos figuras se irguieron, firmes, sujetando las varitas con una
mano. Con las manos libres se cogieron, para enfrentarse, unidos, a la
amenaza que se cernía sobre el os. Le esperaban. Harry percibió su miedo,
percibió... resignación... pero también percibió algo más... algo que no le
gustaba, algo que le costaba reconocer, algo que casi había olvidado: era
amor. Se querían, se querían mucho, y estaban juntos frente a él. Se le
enfrentarían juntos, y, si no había más remedio, morirían juntos. Una parte
de él sintió asco y desprecio por lo que percibía, pero otra parte,
escondida, profunda, sintió un leve calor... deseaba también ese amor que
sentía, sabía que podía tenerlo, como antes lo había tenido... pero para el o
tenía que romper aquel a cárcel, aquel a unión... si el os morían ya no
habría escape, ya no habría solución. Luchó, luchó por evitarlo. Pensó, por
última vez, que quizás podría ser diferente, quizás podría ser feliz, con el
os...

pero no podía. La parte malvada se impuso: Iba a hacer lo que había ido a
hacer. Lentamente, se bajó la capucha y los miró.

—Has venido —dijo una de las figuras. Aquel a voz... ¿Por qué Harry no
sabía quienes eran? En el sueño, su yo lo sabía... lo sabía, pero él no
conseguía averiguarlo—. Después de todo, has venido.

—Sí. He venido. Es la hora... vuestra hora —se rió. Con una risa cruel,
fría, desprovista de humanidad. Miró al fuego y le apuntó con su varita. El
fuego crepitó y creció, e iluminó toda la estancia. Volvió la cabeza
lentamente, y les vio. Vio a sus últimos enemigos, su última barrera, los
últimos que se le oponían, y se sintió 83

horrorizado. Intentó gritar de miedo, de terror, pero no pudo. Su yo sonrió,


con desprecio, mientras Harry intentaba gritar con todas sus fuerzas, huir,
dejar de ver lo que sabía que iba a ver... pero no podía. Estaba atrapado al
í, lo quisiera o no.

Frente a él, agarrados de la mano, temblando, con lágrimas cayéndoles de


los ojos, estaban Ron y Hermione, sus amigos en otro tiempo, pero ahora
también sus enemigos. Ninguno de los magos con los que se había
enfrentado podía hacerle tanto daño como el amor que una parte de él
mismo aún sentía por el os.

Le miraban con los ojos l orosos, pero con la voz firme. Hermione l evaba
la misma ropa que le había visto en aquel otro sueño, donde la había
matado. Estaban solos, aguardando por él. Sabían que iba a ir, que quería
matarlos, pero aún así habían esperado. Habían esperado porque sabían
que eran lo único que podría separar a Harry de Voldemort, los únicos que
podrían aun recuperar a su amigo. Las dos últimas personas a quienes él
aún quería... si morían, ya no habría escape, todo estaría perdido. Harry
intentó despertar, intentó detenerse, decir algo, pero no podía, estaba
atrapado y ni siquiera podía cerrar los ojos ni apartar la vista...

Voldemort dominaba... Voldemort intentaba aniquilar el único poder de


Harry que él no poseía, el poder que impedía la total unión, el único poder
que podía aún hacer fracasar sus planes...

—¿Estáis preparados? —preguntó, sin atisbo de humanidad en la voz.

—Siempre lo hemos estado —respondió Hermione, tranquilamente—.


¿Vas a matarnos?

—A eso he venido. Me habéis causado problemas, me habéis causado


muchos problemas... pero eso se acabó. Sois la última puerta entre el
poder absoluto y yo. He pasado por encima de todos los que se me han
opuesto, y también pasaré sobre vosotros.

—Vas a matarnos —dijo Ron, mirándole fijamente a los ojos—. Vas a


matarnos como mataste a Ginny...

como mataste a mis padres, a mis hermanos, ¿verdad? Vas a hacerlo.


Nosotros aún te queremos, Harry... y tú vas a matarnos...

¿Qué decía Ron? ¿Qué él había matado a todos los Weasley? No podía ser,
no podía ser... ¡Eran su segunda familia! ¡No podía haberlos matado!
Aquel o tenía que ser una pesadil a, tenía que ser un error...
—¡¡Cál ate!! —le gritó. No quería oír que el os aún lo querían, que lo
amaban, no quería oír aquel as voces compasivas. ¿Por qué no le odiaban?
Tenía que acabar pronto—. Sí —respondió por fin—. Igual que a el os.

Murieron luchando, Ron. ¿Vas a luchar tú también? ¿Vas a enfrentarte a


mí?

—Lo hiciste —continuó Ron, como si no le hubiera escuchado—. Los


mataste: a mis padres, que siempre te ayudaron. Te dieron un hogar cuando
en tu casa te despreciaban, te trataron como a un hijo... ¡mejor que a un
hijo! Y así se lo pagaste... y mataste a Ginny. El a te quería, siempre te
había admirado, y tú la mataste igual. Y a mis hermanos... —Sacudió la
cabeza y miró hacia él—. Serás muy poderoso, pero para mí sólo eres un
monstruo...

Harry les miraba, les escuchaba, aunque sabía que no debía hacerlo, había
planeado l egar y matar, sin más. Si esperaba demasiado...

—Sí, es cierto —reconoció—. Siempre se portaron bien... por eso los maté
sin sufrimiento, Ron. Y a vosotros os mataré igual, a pesar de todos los
problemas que me habéis dado... os prometo que no os dolerá.

—Harry no lo hagas —pidió Hermione, y una lágrima resbaló por su cara


—. Aún puedes salvarte, Harry...

Nosotros aún te queremos, eres nuestro amigo. Harry...

Sintió un ramalazo de furia, pero también una suave y dulce ola de calor.
Tenía que apagar aquel a sensación. No quería escuchar a Hermione, no
quería oírla, no debía. Era peligroso...

—¡¡YO NO SOY HARRY!! —gritó—. ¡¡Soy el Señor Tenebroso!! ¡¡El


Señor Tenebroso!!

—Sí, sí lo eres. Dentro de ti, aún lo eres... sé que sí —dijo Ron, desafiante

—Lucha contra él, Harry. Él no es nadie. Nadie le quiere, nadie haría nada
por él. Tú le venciste muchas veces, puedes volver a hacerlo, Harry, sé que
puedes...

Harry temblaba de furia, de odio, de rabia... tenía que terminar pronto.


Levantó su varita hacia Hermione.

—¡¡He dicho que te cal es, asquerosa sangre sucia!! —Apuntó al corazón
de su amiga en otro tiempo, iba a matarla. Tenía que hacerlo ya... pero Ron
se interpuso.

—¡No! —gritó, levantando la varita y apuntando a Harry, l orando,


mientras cubría a Hermione—. No lo harás.

—¡¡Ron!! ¡¡NO!! —gritó Hermione.

—No dejaré que la mates delante de mí, maldito asesino, no te dejaré... —


dijo Ron, mientras levantaba la varita.

—Apártate —siseó Harry.

—No te temo y lo sabes…

—¡Apártate!

Ron apuntó, pero Harry hizo un gesto y cayó con fuerza contra una mesa,
golpeándose.

—¡Ron! —gritó Hermione, agachándose junto a él. Volvió la vista hacia


Harry—. ¡¿Por qué haces esto?!

¿Por qué nos haces esto, Harry? ¿Por qué te has convertido en lo que
eres...?

—¡¡TE DIJE QUE TE CALLARAS!! —Levantó su varita y apuntó—.


¡Crucio!

84

Hermione se doblegó del dolor. Harry nunca había sentido nada así. El
dolor de Hermione le producía un sombrío placer que nunca había sentido,
pero, al mismo tiempo, un inmenso sufrimiento recorría su alma... o lo que
quedara de el a.

—¡¡DÉJALA!! —gritó Ron. Hizo un movimiento y Harry sintió un golpe.


Los chil idos de Hermione se convirtieron en gemidos. Se levantó,
dolorida. Harry sonrió.

—Vaya, el joven Weasley sabe jugar... Veamos qué te parece si el a muere


primero...

Volvió a levantar su varita y apuntó a Hermione, directamente a su


corazón, Pero Ron volvió a ponerse en el medio, cogiéndole la mano a su
amiga.

—No voy a dejar que lo hagas, maldito asesino, no voy a dejarte...

—¡Ron! ¡Apártate, Ron! —gimió Hermione.

—No. No voy a dejar que te haga daño. No te perderé a ti como perdí a


todos los demás...

Levantó su varita y abrió la boca, pero Harry fue más rápido, y aunque por
dentro sentía como si se partiese en dos, de su boca sólo salio una risa
acompañada de las palabras:

— ¡Avada Kedavra!

—¡¡NOOOOOO!! —chil ó Hermione, cerrando los ojos.

El torrente de muerte verde salió de la varita de Harry. Ron vio lo que se le


venía encima, consciente de que iba a morir, y dirigió una última mirada a
los ojos de Harry, suplicante, una última mirada en donde se veían
grabados todos los grandes momentos que habían pasado juntos, todas las
cosas que habían hecho... vio las partidas de ajedrez, vio el viaje en el Ford
Anglia, vio los Mundiales de Quidditch, los partidos en el colegio, los
paseos furtivos por Hogwarts bajo la capa invisible... vio los ojos del
hermano que nunca había tenido, de un hermano al que estaba
asesinando... y entonces el torrente verde alcanzó a Ron, sonó un
chasquido, y sus ojos se vaciaron. De su boca salió un último y débil
«Harry...» y cayó al suelo, muerto, sosteniendo aún la varita con una mano,
y agarrando aún con la otra la mano de Hermione, que cayó a su lado,
abrazándole, l orando desconsolada sobre el cadáver de su amigo.

Harry le apuntó a el a, pero ya no era capaz, no en ese momento... No


podía, no podía hacerlo... estaba dividido. Sabía que eso pasaría en breve,
sí, porque ya no había nadie por quien luchar, sólo necesitaba descansar un
rato, tranquilizarse... ya sabía que iba a ser difícil, pero estaba hecho. Esa
parte de él que aún amaba... moría. Ahora sólo quedaba el a, la sangre
sucia, que l oraba. Se levantó, temblorosa, apuntándole con su varita.

Harry se sentía morir, se sentía destrozado, no podía hacer nada, no podía


detenerse, l oraba por Ron, l oraba por Hermione, l oraba por sí mismo. Se
había convertido en un monstruo. Quería despertar, salir de al í, pero no
podía.

—¿Qué vas a hacer, muchacha? ¿Qué intentas?

—Vas a pagarlo... vas a pagarlo... —murmuraba Hermione—. ¡¡Era tu


amigo!! ¡¡Tu mejor amigo!! ¡¡Habría muerto por ti, Harry!! ¿Cómo
pudiste matarlo? ¡¿CÓMO PUDISTE MATARLO?! —gritaba Hermione, l
orando de furia, de rabia, de desesperación.

Harry no quería seguir oyendo, los gritos de Hermione le perforaban...


Hizo un gesto con su varita y la de Hermione saltó de su mano,
partiéndose. Luego se tocó la Marca Tenebrosa que tenía en un brazo, y al
momento aparecieron varios mortífagos rodeándole. Señaló a Hermione
con el dedo y el os la cogieron, se la l evaron, aún l orando, peleando por
coger a Ron. Ordenó que se la l evaran, porque él no podía matarla, no
podía hacerle daño en aquel momento. El a moriría después, por supuesto,
pero en ese momento no podía hacerlo, acababa de matar a Ron, y ya era
demasiado para un día. Los mortífagos arrastraron a Hermione, que dejó
de resistirse, l orando, pero Harry ya no vio más, porque se iba, y la
cicatriz le dolía, le ardía intensamente. Todo se volvió oscuro un momento
y entonces despertó.
Estaba sudando a mares, la cicatriz seguía doliéndole y temblaba. Acababa
de ver como asesinaba a su mejor amigo y como había ordenado que se l
evaran a Hermione para matarla. Harry no se había sentido peor en toda su
vida.

85

De Mal en Peor

Harry no consiguió volver a pegar ojo en toda la noche. El recuerdo le


atormentaba, y cada vez que cerraba los ojos veía a Ron, cayendo muerto,
con aquel a última mirada. No entendía nada. Había estudiado
Oclumancia, la dominaba, la cicatriz casi no le dolía nunca... ¿Cómo podía
haber visto aquel o? Aunque no era como las visiones que tenía de lo que
Voldemort hacía. La sensación era distinta, como la otra vez...

Se levantó y se acercó a la ventana, mirando hacia los terrenos del


Colegio, hacia la cabaña de Hagrid y más al á, hacia el Bosque Prohibido.
No sabía qué hacer... tendría que volver a hablar con Dumbledore. Se
levantó y bebió un poco de agua. Se acercó a la cama de Ron, pero mirarle
le producía dolor... Había sido tan real verle morir... y una parte de él,
horrible, había disfrutado matándole...

Volvió a la cama, intentando olvidar esos pensamientos, pero no podía. No


logró volver a dormir pese a intentarlo. Simplemente daba vueltas en la
cama, revolviéndose, viendo las terribles imágenes de su sueño cada vez
que cerraba los ojos.

Cuando l egó la mañana, salió de la cama temprano, y bajó a la sala


común, esperando que l egase la hora de desayunar en el Gran Comedor.
En cuanto vio que eran las ocho y media a comer, aunque apenas tenía
hambre. Aún estaba al í, intentando terminarse una tostada (la primera),
pensativo, cuando l egó Dumbledore con la profesora McGonagal . Esa
tarde tenían clase de Oclumancia, como todos los domingos, y Harry
pensaba aprovechar para hablar con el director. Pero antes hablaría con
Ron y Hermione, y el os también acudirían, con él, al despacho de
Dumbledore.

Se iba a levantar, y a dirigirse de nuevo a la sala común de Gryffindor,


cuando apareció en el comedor Henry Dul ymer.

—¡Harry! ¡Qué sorpresa, verte aquí tan temprano! ¿Te sucede algo? —
preguntó Dul ymer con cara de preocupación, al ver la expresión de Harry.

—No, Henry. Es que he tenido una mala noche...

—Ya. ¿Celebrando hasta tarde las victorias, eh? —dijo con su sonrisa
habitual.

—Eh... sí, supongo que fue eso —contestó Harry, forzando una sonrisa—.
Bueno, Henry, si me disculpas...

tengo bastantes cosas que hacer...

—Sí, claro. La verdad yo también tengo muchísimo trabajo. Por eso me he


levantado tan temprano. La próxima semana jugamos contra Hufflepuff y
voy a tener mucho menos tiempo, con los nervios y eso...

—Ya —le dijo Harry rápidamente—. Bueno, ahora, si me disculpas...

—Claro, claro. Hasta otra, Harry.

—Adiós, Henry.

Harry se dirigió rápido hacia la Torre de Gryffindor. Por el pasil o se


encontró con varios de sus compañeros, que se dirigían a desayunar. Todos
le palmoteaban la espalda y le preguntaban de dónde venía tan temprano.
Harry apenas conseguía forzar una sonrisa e irse librando de todos sin
parecer demasiado desagradable. Sólo quería sentarse en un sil ón, o
acostarse sobre su cama, y estar solo... o hablar con Ron y Hermione,
aunque no sabía cómo se sentiría en su presencia... una vez era soportable,
había superado con bastante éxito la prueba de contarles a sus amigos, y
sobre todo a Hermione, su primer sueño, pero ahora, volver a pasar de
nuevo por el o, y además esta vez también ver la mirada que Ron pondría...
Y para su suerte (o su desgracia, según lo pensara), al entrar en la sala
común se los encontró a los dos.

—Oye Ron, ¿dónde...? ¡Ah! Harry —dijo Hermione al verlo entrar—. ¿De
dónde vienes?

—De desayunar...

—¿Tan temprano? —le preguntó Ron, extrañado—. Sí que debías de tener


hambre...

—Pues la verdad es que no... —musitó Harry.

—¿Entonces? —le preguntó Hermione, que empezó a poner cara seria al


mirar a Harry—. ¿Te encuentras bien?

—Es que no he dormido apenas nada...

Era tan difícil estar al í, frente a el os, cuando hacía unas horas había
presenciado como los destruía... Al í estaban, uno al lado del otro, como en
el sueño. Harry pensó que si se les ocurriese cogerse de las manos, echaría
a correr gritando.

—Oye, Harry, más vale que nos digas lo que te pasa... —le amenazó su
amiga.

—Está bien, pero vámonos a un sitio tranquilo —dijo al ver que la sala
común se l enaba de gente—. No quiero estar aquí dentro...

—¿Qué sitio? —preguntó Ron.

—Vámonos afuera. Hace buen día.

86

Salieron de la sala común, siguiendo a Harry, que los l evó cerca del lago,
donde no había nadie. Hermione y Ron le siguieron lanzándose miradas de
preocupación.
—Vamos, Harry. Dinos qué te pasa. Nos tienes preocupados —le dijo
Hermione cuando finalmente se detuvieron.

—Bueno... —Harry no sabía muy bien cómo decirlo.

—¿Qué? Vamos, Harry, habla —le apremió Ron.

—¡No es fácil, Ron! —gritó, irritado.

—Está bien, amigo, tranquilo. —Ron no parecía enfadado por el estal ido
de furia de Harry, sino más preocupado, al igual que Hermione.

Harry se dio la vuelta, mirando al lago. Cogió una piedra y la lanzó al


agua. Sentía las miradas de sus amigos clavadas en su espalda.

—He tenido otro sueño —dijo por fin.

—¿Otro sueño? —preguntó Hermione—. ¿Uno de esos sueños con


Voldemort?

—No... es como el que tuve en julio. Un sueño donde yo y Voldemort


éramos casi lo mismo...

—¿Como aquel en el que... en el que me matabas a mí?

—Sí —respondió Harry.

—Pe-pero ¿Cómo? —preguntó Ron—. Ahora casi nunca te duele la


cicatriz ¿verdad?

—No. Y no sé cómo puedo soñar esto, porque ya prácticamente domino la


oclumancia a la perfección. ¡Se supone que Voldemort no podría volver a
entrar en mi mente!

—¿Qué... qué sucedía en el sueño, Harry? —preguntó Hermione, dando la


impresión de que realmente preferiría no saberlo.

—Era un momento anterior al otro sueño. No mucho. Quizás solamente


días, pero era antes...
—¿Entonces yo estaba viva?

—Sí. Tú... y Ron. Estabais juntos, en una casa. Sólo quedabais vosotros...

—¿Sólo quedábamos nosotros? —preguntó Ron, sin comprender.

—¡Sí! Erais mis últimos enemigos... los únicos que quedabais para
enfrentarse a mí... los únicos que aún podíais hacer algo.

—¿Qué...? Nosotros... ¿Tus últimos enemigos? —preguntó Ron de nuevo,


aún más confundido.

—Sí, Ron. Ya sabes... yo era malvado, malvado y muy poderoso. Sólo


vosotros os interponíais en mi camino... porque yo, o la parte de mí que
quedaba, aún os quería. Eso era lo único que podía hacer fracasar todos
mis... bueno, los planes de Voldemort, o de quien quiera que fuera yo...

—Ya... Pero, ¿y Dumbledore? ¿Y todos los demás?

—No sé... quizás muertos. De todos modos daba lo mismo. Sólo vosotros
podíais detenerme, si lograbais hacer que nos separamos yo y Voldemort...
Él no soporta el afecto, el cariño... en el sueño sufría al veros...

—¿Qué sucedió, Harry? —le dijo Hermione, que se temía ya el desenlace.

—Bueno... yo entraba en la casa, iba a mataros, para librarme de todos


aquel os a quienes había querido...

Ron y tú estabais cogidos de la mano, esperándome... Ron me decía que


yo... que yo había matado a toda su familia...

—¡¿Qué?! —gritó Ron—. ¿Mis padres? ¿Mis hermanos...?

Harry asintió, lentamente.

—¿Recordáis que os dije que en el otro sueño tú estabas sola, Hermione?

—Sí —dijo la muchacha, cada vez más afligida.


—En este sueño... es cuando mueres tú, Ron —le dijo a su amigo—.
Moriste para proteger a Hermione... a...

a el a hacía que se la l evaran los mortífagos. No pude matarla al í, estaba


destrozado y débil por tu muerte, pero lo había conseguido... ¡Era horrible!

Harry empezó a sol ozar. Ron estaba petrificado. Hermione temblaba, y le


pasó a Harry un brazo por los hombros, apretándolo contra el a.

—Vamos, Harry... todo eso no es cierto... tú nunca lo harías, nunca... Sólo


son trucos de Voldemort...

—Claro, Harry —la apoyó Ron, que parecía un poco recuperado, aunque
seguía lívido—. Yo sé que tú nunca... que nunca nos harías daño.

—¡¿Cómo podéis estar tan seguros?! —preguntó Harry, casi gritando—.


¿Cómo lo sabéis?

—Harry, te conocemos —dijo Hermione con voz calmada—. Sabemos que


nunca nos harías daño, nunca...

—¡Yo no estoy tan seguro! ¡Vosotros no lo visteis, no estabais al í...! yo...


yo me sentía tan distinto, tan capaz de todo... Unido a él ¿quién sabe qué
sería capaz de hacer?

—Pero tú nunca te unirías a él —repuso Hermione.

—No por mí... —dijo Harry—. Pero ¿y si me obliga?

—¿Cómo iba a obligarte? —preguntó Ron

—¡No lo sé! Él es Voldemort. Sus poderes han crecido. Derrotó a


Dumbledore, ¿recordáis? ¡Es el mago más poderoso del mundo!

87

—Con Dumbledore es con quien tienes que hablar, Harry. Ya tiene que
saber algo respecto a estos sueños.
Y tiene que haber una explicación para que los tengas aun cuando dominas
la Oclumancia.

—Esta tarde hablaré con él, cuando tenga que acudir a las clases. Y
vosotros vendréis conmigo.

—¿Nosotros? —preguntó Ron, sorprendido.

—Pues claro. Estáis tan implicados como yo en esto.

Hermione asintió. Se quedaron un rato cal ados, y luego decidieron volver


al Castil o, dando un paseo por primero por el campo de quidditch. No
hablaron apenas.

Desde al í emprendieron el regreso hacia el castil o. Estaban cerca de las


puertas cuando vieron salir a los de Slytherin, que se acercaban con sus
escobas para entrenar para el partido.

Los tres amigos procuraron poner una expresión de disimulo cuando se


cruzaron con Malfoy y los demás.

—¿Qué hacías en el campo, Potter? —soltó Malfoy con expresión de


desprecio—. ¿Buscar tus dientes?

Los de Slytherin rieron la gracia. Harry miró a Malfoy de forma


amenazante.

—A no ser que te creas más poderoso que Voldemort, Malfoy, cál ate. —
Harry le apuntó con la varita. Los jugadores de Slytherin habían dado un
respingo y se habían quedado serios al oír el nombre.

Malfoy iba a replicar, cuando alguien gritó:

—¡Potter!

Harry se volvió en dirección al castil o. Era Snape, que salía del vestíbulo
con paso rápido. Harry pudo ver la sonrisa que se dibujaba en la expresión
de Malfoy.
—¿Amenazando a otro alumno, Potter? —dijo Snape con desprecio—.
Bien, diez puntos menos para Gryffindor. Y ahora volved al castil o. Y
vosotros, a entrenar —ordenó al equipo de Slytherin, que se fueron
riéndose por lo bajo hacia el campo de quidditch.

—¡Oh, claro que sí! —dijo Harry, rabioso—. Defienda usted a su querido
Malfoy. Será un estupendo mortífago algún día ¿verdad? Al igual que su
padre.

Snape le miró, con furia.

—Eso, Potter, creo que no tiene nada que ver con lo que ha pasado aquí. Y
ahora regresa al castil o si no quieres que te quite otros diez puntos.

Harry le miró con un odio visceral, pero no dijo nada más. Entró en el
vestíbulo, seguido por Ron y Hermione.

—¡Maldito imbécil! —dijo Ron—. ¡Ojalá una bludger le abra la cabeza!

—¿A Malfoy o a Snape? —preguntó Hermione.

Ron dudó un momento y finalmente respondió:

—A los dos.

Se dirigieron a la sala común, donde estuvieron toda la mañana, hasta la


hora de comer. Luego, a las cinco, se dirigieron al despacho de
Dumbledore.

Harry pronunció la contraseña, «caramelo de limón», y los tres subieron


por la escalera hasta el despacho, donde ya los esperaba el director.

—Hola Harry —saludó. Luego se fijó en Ron y Hermione—. Señor


Weasley, señorita Granger... ¿Qué hacen aquí?

—Harry quería que viniéramos, profesor —le explicó Hermione—. Tiene


algo importante que contarle.

Dumbledore volvió su mirada hacia Harry, con expresión grave.


—¿Qué ha sucedido, Harry?

—He tenido otro sueño, profesor. Otro sueño en el que yo estaba unido a
Voldemort...

—¿Has tenido otro sueño de esos? —preguntó Dumbledore, preocupado


—. ¿Esta noche?

—Sí

Dumbledore no dijo nada durante unos segundos.

—¿No se supone que no tendría que tener más sueños de esos? Ahora
domino la Oclumancia bastante bien...

Dumbledore pareció pensarse lentamente la respuesta antes de responder.

—Temo, Harry, que la oclumancia no te protegerá de esos sueños.

—¿Cómo? ¿Pero no se suponía que era eso lo que...?

—La Oclumancia impide que Voldemort acceda a tus pensamientos, o que


pueda enviarte visiones, Harry —

le interrumpió Dumbledore—. Pero creo que estos sueños son algo más
profundo que todo eso.

—Creo que no le entiendo —dijo Harry.

—Cuéntame lo que viste, y luego hablaremos.

Harry, haciendo un esfuerzo, le explicó a Dumbledore todo el sueño.


Cuando terminó, el director tenía una expresión preocupada.

—Es lo que sucede antes del otro sueño. Del que tuviste en julio.

Harry asintió.
—¿Por qué Harry ve esas cosas, profesor? —preguntó Hermione—. ¿No...
no serán profecías, verdad?

—No, señorita Granger. No son profecías. Tengo una teoría al respecto,


pero no podemos estar completamente seguros de lo que sucede en
realidad...

88

—Por favor, profesor. Quiero una explicación. La que sea... —pidió Harry
—. Ya no aguanto más sin saber qué me está pasando...

—Bueno, te explicaré lo que creo, aunque sólo es una teoría... —Hizo una
pequeña pausa y luego prosiguió

—: Según creo, en julio, Voldemort intentó atacar tu mente, con la


intención, seguramente, de conocer la profecía. Se preparó mucho, y lo
consiguió, porque tú soñaste con el a, y él la vio. Sin embargo, creo que
sucedió algo más. Cuando conoció la profecía, el sueño no se detuvo. Creo
que había profundizado demasiado en tu mente, Harry, y descubrió una
extraña conexión.

—¿La descubrió esa noche? Pero él ya lo sabía. Sabía que podemos


leernos la mente mutuamente sin estar cerca...

—No fue eso lo que descubrió. Harry, me temo que una parte de la mente
de Voldemort y la tuya están compartidas de una forma extraña e
inexplicable. Es una sola, pero dividida en esencia entre tú y él. Y esa
noche él consiguió, aunque no lo pretendía, o no lo sabía, l egar hasta esa
mente compartida. Y entonces tuvisteis esa visión, que no es una profecía,
sino una imagen de lo que podría suceder, algo enterrado en vuestras
mentes. Visteis una tercera opción a mataros mutuamente. La posibilidad
de uniros, y lo que tendríais que hacer para que eso sucediera: Eliminar a
tus amigos, Harry, las personas por las que sientes un afecto que
Voldemort no podría soportar. Supongo que él quedó tan sorprendido como
tú por la revelación, y ha tramado ciertos planes. La noche pasada,
supongo que intentó conocer más y volvió a acceder a esa mente
compartida.
—Pero, dominando la oclumancia, ¿Cómo pudo...?

—Porque esa «mente», Harry, no es tuya ni de él, sino de los dos, y por
tanto, no puedes protegerla. No saca nada de ti, pero, cuando lo hace,
podéis tener esas visiones que le muestran lo que debe hacer para
conseguir lo que pretende. De alguna forma, a veces existe un extraño
conocimiento en la mente que no procede de nada que hayamos visto u
oído, sino que simplemente, por alguna razón, lo tenemos. Es algo que
procede de nosotros, de nuestro pasado... nunca se sabe. Hay muchas cosas
que no sabemos sobre la mente, así que no puedo darte una explicación
satisfactoria.

—¿Entonces Voldemort pretende unirse con Harry? —preguntó Ron.

—Tal vez —respondió Dumbledore—. Tal vez... pero aún no sé cómo


pretende hacerlo. Porque Harry tendría que querer... y aún así... no lo sé.
De todas formas, yo no lo l amaría exactamente «unirse».

—¿Ah no? —se extrañó Harry—. ¿Cómo lo l amaría usted?

—Creo que él te destruiría, Harry. Al mismo tiempo que todo lo que amas
muere, también lo que tú eres muere un poco, y eres cada vez más él...
temo que, al final, lo único que quede de ti sea tu poder, que es lo único
que Voldemort desea.

Harry no dijo nada. Lo que Dumbledore decía era peor que estar muerto.

—¿Y Voldemort sabe cómo hacer eso? —preguntó Hermione.

—Es posible —respondió Dumbledore—. No los sabemos. De todas


formas, en Hogwarts estás a salvo... y hacemos lo que podemos para
averiguar qué planes tiene.

—Es posible, entonces, que vuelva a tener esos sueños, ¿verdad? —


preguntó Harry.

—Me temo que sí —respondió Dumbledore—. Supongo que Lord


Voldemort deseará toda la información posible... y la oclumancia ya no va
a protegerte, así que ya no tiene mucho sentido que sigamos practicando,
Harry. Ya dominas lo suficiente para que Voldemort no pueda obtener
información de tu mente ni pueda engañarte.

Harry se quedó un instante pensativo, pensando en preguntarle al director


acerca de su conversación con Voldemort en Azkaban, pero eso supondría
que tendría que explicarle su visión del ataque, y no quería hacerlo. Debía,
pero no le apetecía, porque se sentía decepcionado con el director. Harry
siempre se imaginaba a Dumbledore como a alguien a quien siempre se
podía recurrir, a quien siempre se le podía preguntar. Sin embargo, no
había podido contestarle a la pregunta que más lo atormentaba: ¿Qué
significaban realmente los sueños?

Como despertando de un sueño, Harry se levantó y se despidió de


Dumbledore intentando evitar la irritación que sentía. Una irritación que,
muy en su interior, reconocía como injusta. Dumbledore sólo era un
hombre, no podía saberlo siempre todo...

—Adiós, Harry —le despidió Dumbledore, mirándole con preocupación,


como si intentara ver qué le pasaba

—. Señor Weasley, señorita Granger... Hasta luego.

Los tres amigos bajaron y, lentamente, se encaminaron a la sala común

—Una parte de tu mente está compartida con Voldemort... —decía


Hermione— Madre mía...

Harry no dijo nada. Estaba enfadado. Sin motivos, pero lo estaba... ¿Por
qué diablos le tenía que pasar todo aquel o? ¿Y por qué nadie sabía qué
era?

—Harry... —lo l amó Hermione. No contestó.

¿Por qué? ¿Y por qué sus amigos estaban por el medio? ¿De dónde salía la
información para esos sueños?

¿Cómo se construían?
—¡Harry! —exclamó Hermione.

89

—¿QUÉ? —gritó Harry, saliendo de sus pensamientos.

—¿Qué te pasa?

—¿Tú qué crees, Hermione? Veo en mis sueños cómo os mato, y nadie me
da respuestas de qué significa...

—Harry, significa que para que Voldemort y tú...

—¡Eso ya lo sé! ¡Me refiero a qué significa realmente!

—¿Cómo?

—¡He visto cómo os mato, quiero saber por qué, quiero saber qué significa
todo lo que veo!

—Harry, sólo es un sueño. No es real —intervino Ron.

—¡NO LO ENTENDÉIS! —estal ó—. ¡No comprendéis cómo me sentí!


¡Era como si fuese DE VERDAD!

—Harry... —dijo Hermione, con voz débil y asustada.

—Dejadlo —espetó Harry, con voz gélida—. Me voy a dar una vuelta.
Quiero estar solo.

Así, sin esperar más, se alejó de sus amigos, que se quedaron plantados
mirándole, y salió a los terrenos, dirigiéndose al lago, donde nadie pudiese
verlo. Se sentó en la oril a y empezó a lanzar piedras al agua.

¿Por qué nadie lo entendía? ¡Él ya sabía que los sueños mostraban cómo se
forjaba su unión con Voldemort! Lo que quería saber era por qué pasaban
las cosas que pasaban, por qué sus amigos aparecían por el medio... por
qué en los sueños se los veía como a el os mismos, como si lo que veía
fuese un recuerdo, y no una visión de algo que no había sucedido, sacada
de sabe Dios dónde... Por ejemplo: ¿por qué en el sueño Ron y Hermione
aparecían cogidos de la mano? «Bueno, son amigos y estaban frente a un
gran peligro, se estaban dando apoyo», pensó. Sí, era una buena
explicación, pero... ¿por qué su yo del sueño, o lo que fuese, se mostraba
tan furioso al verles así? ¿Tanto daño le hacía el cariño de amigos que se
tenían? Porque era eso lo que se veía, ¿no? Por eso actuaban así, porque ya
sólo se tenían el uno al otro...

. ..o quizá no. Quizá hay algo más entre el os. Quizá los sueños te han
mostrado lo que tienes delante de los ojos y te niegas a ver. Lo que quizás
el os mismos se niegan a ver.

Murmuró una voz en su cabeza. ¿Qué quería decir eso? ¿Que Ron y
Hermione se gustaban? ¿Era eso? No lo sabía... cierto es que algo
sospechaba a veces, pero... se le hacía extraño pensarlo, aunque eso
explicaría tantas cosas...

Y si era cierto... si realmente los sueños le mostraban cosas que él mismo


no veía... ¿No podría Voldemort averiguar algo importante a través de el
os?

Seguramente sí podría.

De todas formas daba igual, porque él no era así, él nunca haría eso, no.
Jamás.

¿Ah, no? ¿Y el incidente con la serpiente qué? Querías hacerle daño a


aquel chico. Reconócelo.

Harry cerró los ojos. Hacía mucho que no recordaba el incidente con la
serpiente de Piers... ¿Qué le pasaba? ¿Qué diablos le sucedía? ¿Sería
posible que l egase a convertirse en lo que había visto en sus sueños?

«No —se dijo—. Nunca. Ya una vez pensé eso, cuando se abrió la Cámara
de los Secretos, y no tenía nada que ver conmigo. Yo elijo. Yo tomo mis
decisiones», pensó. Al menos, eso esperaba. Eso esperaba.
—¿Por qué estás aquí tan solo? —preguntó a sus espaldas una voz
soñadora.

Harry se volvió rápidamente, saliendo bruscamente de su


ensimismamiento, y vio a Luna Lovegood, que lo miraba con sus ojos
saltones.

—Me apetecía pensar —respondió Harry, encogiéndose de hombros—.


¿Por qué estás sola tú?

—Bueno, casi siempre lo estoy. ¿Quién querría estar con la lunática


Lovegood?

El tono en que Luna dijo aquel o hizo que Harry sintiera lástima por el a.

—A mí no me importa —contestó él, con sinceridad.

Luna le sonrió.

—Pareces preocupado. ¿Te pasa algo? ¿Es por tu padrino? —preguntó.

—No, no es por él. Ya he asumido su muerte. Algunas personas me dijeron


que aquel os a quienes queremos nunca nos abandonan, y que los
volveremos a ver.

Miró hacia la chica, sonriendo. El a también le sonrió.

—Si no es por eso... ¿Por qué es?

—He tenido malos sueños. Muy malos.

—Bueno, yo también tengo pesadil as a veces sobre lo que...

—No es eso. Es que soñé que mataba a Ron, y era tan real... tengo miedo,
y me enfadé con él y Hermione, porque creen que algo así nunca sucederá
y... ¡No lo entienden!

Luna no dijo nada.


90

—Oye, Luna... —Harry no sabía si preguntárselo o no, el a creía en


muchas cosas absurdas, y quizás no sirviera de ayuda, pero era otra
opinión—. ¿Tú crees... crees que alguien pueda dominar a una persona a
través de sus sueños?

Los ojos de la chica se iluminaron.

—Bueno, hace tiempo, mi padre escribió un artículo sobre una oscura


tribu de magos africanos, los Wabbylassi, que... —se interrumpió al ver la
cara escéptica de Harry—. Tú también piensas que todo lo que sale en El
Quisquil oso son tonterías, ¿verdad?

A Harry le parecía cruel decirle que en general sí, y miró hacia el lago. El
a no se ofendió.

—Mira, estamos en el mundo mágico, ¿no? Todo es posible. ¿Acaso si


antes de recibir la carta de Hogwarts hubieras leído de su existencia en una
revista, lo habrías creído?

A Harry le impactó el argumento. Desde luego, era bueno.

—Pues... bueno, supongo que tienes razón.

—Tal vez todo el mundo piense que soy una lunática, pero me gusta pensar
que todo es posible, Harry.

—Yo no creo que estés loca —repuso Harry—. Lo siento.

—No tienes que disculparte conmigo —respondió el a—. Tal vez sí


deberías hacerlo con tus amigos. Mira, sé que estáis muy unidos, eso se
ve... Quizás te comprenden mucho mejor de lo que imaginas, y por eso
saben que nunca harías algo así.

Luna se levantó.

—Gracias —dijo Harry.


—De nada, Harry. Cuídate —se despidió el a, mientras se alejaba.

Harry la miró un rato, mientras el a regresaba al castil o, y decidió seguir


su consejo, por lo que se dirigió a la sala común.

Cuando entró, vio a Ron y a Hermione sentados, esperando. En cuanto le


vieron, se levantaron con una ligera vacilación. Harry los miró, y se sintió
mal. Se acercó a el os.

—Ron... Hermione... lo siento —farful ó.

Ron y Hermione le miraron un instante y luego sonrieron.

—Está bien, Harry —dijo Hermione—. No te preocupes. Sabemos que no


es fácil.

—De verdad que lo siento...

—No pasa nada —aseguró Ron.

Aliviado, se sentó con sus dos amigos junto al fuego.

—Harry... —dijo Ron—. ¿Por qué no intentas tú entrar en esa mente


compartida? Podrías intentar ver cosas, averiguar más...

—No sé cómo hacerlo. Nunca lo he intentado. Todas las visiones que tenía
del estado de ánimo de Voldemort eran automáticas. Nunca intenté ver por
mí mismo... Supongo que para eso tendría que dominar la legeremancia...
Y yo no quiero tener más sueños de esos... ¡Son horribles! No quiero
verme matando a nadie más... No sé si podría soportarlo...

—¿A quien te has visto matando? —preguntó Ginny, que se había


acercado a el os mientras hablaban.

—¡Ginny! ¿Qué haces aquí? —le preguntó Ron, enfadado.

—Sólo quería estar un rato con vosotros. No estaba curioseando —añadió,


al ver la expresión de su hermano—. Pero le he oído decir eso... ¿Ha
pasado algo? —preguntó, un poco asustada.
—He tenido otro sueño —respondió Harry.

—¿Otro? ¿Cómo aquel...?

—Sí.

—¿Y qué... qué sucedía esta vez? —preguntó, bajando la voz.

Harry se lo contó por encima, evitando decirle que ya la había matado a el


a y a toda su familia. Cuando terminó, la chica parecía asustada, como él
mismo estaba. Hablar con sus amigos, sin embargo, le animó algo, aunque
durante los días siguientes, cada vez que se quedaba un rato solo, aquel as
imágenes volvían a asaltar su cabeza una y otra vez.

El lunes transcurrió tranquilo y sin incidentes. Por todos los pasil os crecía
la emoción debido al partido de quidditch que enfrentaría a Hufflepuff y
Slytherin ese viernes. Slytherin debía ganar, si no quería quedarse por
detrás de Gryffindor.

Sin embargo, la expectación por el partido se vio un poco apartada el


martes por la mañana. Harry se dio cuenta de que en la mesa de los
profesores, cuchicheaban unos con otros, y supo que pasaba algo raro. Lo
que se confirmó cuando Hermione recibió El Profeta. Lo desplegó,
empezó a leerlo y sus ojos se abrieron desmesuradamente. Con el labio
temblando, miró a sus amigos.

—Harry... Ron... Leed... leed esto.

Hermione les mostró la portada:

91

LA MARCA TENEBROSA APARECE

EN LONDRES

Ayer por la noche, la marca tenebrosa apareció, después de 16 años, en


Londres. Fue localizada sobre la vivienda que compartían, desde hace un
año aproximadamente, Percy Weasley, funcionario del Departamento de
Cooperación Mágica Internacional y su novia Penélope Clearwater,
funcionaria del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas
Mágicas.

El señor Percy Weasley se encontraba con sus padres en el momento del


ataque, pero en la casa sí se encontraba la mencionada señorita Penélope
Clearwater, que se ha convertido en la última víctima del Que No Debe Ser
Nombrado y sus seguidores. Se cree que el objetivo podría haber sido
Percy Weasley, por ser un alto funcionario del Departamento de
Cooperación Mágica Internacional, aparte de pertenecer a la familia
Weasley, que, como todo el mundo sabe, están muy próximos a Albus
Dumbledore, el mayor enemigo de Quien Ustedes Saben.

El señor Percy Weasley se hal aba destrozado, rodeado por sus padres, y
no ha querido hacer declaraciones, exceptuando que no descansará hasta
saber quien lo había hecho y l evarle ante la justicia.

El ataque ha causado una nueva alarma en la comunidad mágica, que


estaba bastante calmada debido a la aparente inactividad de los grupos de
mortífagos, que...

Ron se quedó perplejo. ¿La novia de Percy muerta? Miró hacia


Dumbledore, quien le devolvió la mirada. Se levantó, seguido de Ginny y
de Harry y Hermione, y se acercó a la mesa de los profesores.

—¡Profesor Dumbledore! ¿Qué ha pasado?

El director los miró con expresión grave y triste.

—Será mejor que me acompañe a mi despacho, señor Weasley, y también


su hermana —dijo—. Potter y la señorita Granger también pueden venir.

La profesora McGonagal y Dumbledore salieron del comedor, seguidos


por los cuatro amigos. A Harry no se le escapó la cara de preocupación de
Dul ymer, ni la alegría contenida que mostraba Malfoy. Se obligó a mirar
hacia otro lado.

Entraron en el despacho de la profesora McGonagal , y cerraron la puerta.


—¿Qué ha sucedido? —volvió a preguntar Ron.

—Verás, Ron —explicó Dumbledore—. Anoche celebramos una reunión


de la Orden del Fénix. Invitamos a Percy, y finalmente vino. Penélope, sin
embargo, aún no había l egado a casa. Estaba al í cuando ocurrió el ataque.
Creemos que los atacantes iban detrás de Percy.

—¿Pero por qué? ¿Por ser del Departamento de Cooperación Mágica


Internacional? —preguntó Ron.

—No —respondió Dumbledore lentamente—. Me temo que simplemente


por ser de tu familia. Por ser de la Orden del Fénix, y, concretamente, por
ser amigos de Harry.

—¿Por ser...? —preguntó Harry, incrédulo—. No puede ser... ¿Por qué...?


¿Qué tiene que ver...?

—Lo tiene que ver todo, Harry —respondió Dumbledore—. Recuerda lo


que te expliqué cuando hablamos en verano. Recuerda lo que viste en tu
sueño. Voldemort va a tratar de hacerte daño, de destruir a los que amas.
No hace falta decir que debéis tener todos muchísimo cuidado.

—¿Han atacado a esa chica por mi culpa? —preguntó Harry, asustado y


enfadado—. ¿Intenta decirme eso?

—No —negó Dumbledore rotundamente—. No debes de pensar eso ni por


un momento. Tú no tienes la culpa de lo que Voldemort o sus mortífagos
hagan. Y esto, Harry —le advirtió Dumbledore muy seriamente

—, es algo que deberás recordar muy bien. No es culpa tuya.

—¡Pero lo hizo por mí! —chil ó Harry.

—Sí, pero no puedes culparte de eso. Tú no elegiste ser quien eres, o tener
esa cicatriz. El único responsable de ese asesinato es Voldemort, Harry. No
debes olvidar esto nunca —insistió.

—Diga lo que diga, lo hizo por mí...


—Harry, sabes bien que no pondría nada sobre ti si no fuese necesario, o si
no te lo hubiese prometido —le dijo Dumbledore—. Pero creo que debes
saber el por qué. Sé que es difícil, pero tienes que ser fuerte, y, sobre todo,
recordad que nada, nada de lo que pase es culpa tuya. —Los miró a todos,
especialmente a Ron y a Ginny—. Supongo que querréis enviar una
lechuza, así que podéis saltaros las primeras clases. Todos.

Ron le dio las gracias al director con voz débil, y salieron del despacho,
cabizbajos y silenciosos. Se dirigieron a la sala común. Desde luego que se
saltaban Pociones. Lo que menos querían era ver a Snape, y menos aún a
Malfoy. La sala estaba totalmente vacía, y aprovecharon para escribir una
carta para Percy y para los señores Weasley. A Harry ya se le había pasado
del todo el enfado y el rencor hacia Percy. La firmaron todos y la enviaron
por medio de Hedwig.

92

El día transcurrió triste y apagado. Ron y Ginny parecían idos, y Harry no


se quitaba de la cabeza la idea de que todo era por su culpa. Primero el
sueño aquel, y dos días después, una chica era asesinada por ser novia de
un miembro de la familia Weasley... sólo por aquel motivo... Recordó a
Penélope, cuando él y Ron la habían visto saliendo de las mazmorras,
cuando es su segundo año se habían transformando en Crabbe y Goyle por
una hora, la recordó en la enfermería, petrificada, y también cuando le
había pedido ver su Saeta de Fuego, en tercero... y ahora estaba muerta.
Mientras tanto, Hermione intentaba consolar como podía a unos y a otros,
sin demasiado éxito.

Por la noche les l egó la contestación a su carta. Era una nota breve y
triste. Percy sólo había escrito una línea, agradeciendo su preocupación y
su apoyo. Los Weasley, por su parte, les pedían que no se preocuparan y
que tuvieran cuidado, muchísimo cuidado. Que no se alejasen unos de
otros y no salieran del castil o a deshoras.

Harry creía que ya no se podía sentir peor de lo que se sentía. Ya casi no


lograba recordar la alegría sentida después del partido contra Ravenclaw...

Hermione pareció darse cuenta de lo que Harry sentía, y se acercó a él.


—No puedes culparte, Harry. Eso es lo que Voldemort pretende, hacer que
te sientas mal, que te culpes, que te hagas vulnerable... Tienes que
sobreponerte, vamos —le animó—. No puedes estar así... Y estás
descuidando tus deberes.

—¡Ya sé que no debo sentirme así! —gritó Harry—. Pero no puedo


evitarlo... Tú no viste esos sueños...

Voldemort no mata personas por tu causa...

—Venga, Harry. Ya es suficiente con que muera gente. No dejes que su


muerte haya sido inútil. Tienes que reponerte. Tienes que luchar. Venga,
vamos a hacer ambos el trabajo de la profesora McGonagal . Ron también
lo está haciendo.

Harry miró a su amigo, que se había puesto a trabajar con un ímpetu


desconocido en él tras leer la carta.

Harry hizo un esfuerzo y se dirigió a donde estaba, siguiendo a Hermione.

La semana no transcurrió mucho mejor que aquel día, pues Harry seguía
teniendo el ánimo por los suelos.

Tampoco Ginny se encontraba muy bien, sabiendo que su hermano había


perdido a su novia, Ron sin embargo, pareció superarlo bastante bien. Al
fin l egó el viernes, cuando iban a enfrentarse Slytherin y Hufflepuff. Ron
intentó animar a Harry diciéndole que esperaba que Slytherin perdiese.
Harry intentó quitarse las preocupaciones intentando concentrarse en el
partido, lo que consiguió solamente a medias.

El día del partido, Harry, Ron y Hermione se dirigieron al estadio.


Ocuparon unos asientos de primera fila y se dispusieron para animar a
Hufflepuff. Hagrid se sentó con el os. Un poco antes de empezar el
partido, l egó Ginny, y, acompañándola, Henry Dul ymer vestido con los
colores de Slytherin.

—¡Hola! —saludó muy contento—. Hola, Hagrid.


—Hola, Henry —le dijo Hagrid, mirándole amablemente.

—He venido a saludaros y a daros algo de ánimo. Leí en El Profeta la


noticia del ataque de Londres, y hablé con Ginny, que estaba bastante
afectada y... bueno, también quería decirte que lo siento, Ron.

—Gracias... no tenías que molestarte —agradeció Ron.

Henry se quedó un momento sin saber qué más añadir.

—Bueno, voy a ver el partido con los míos. Seguramente vosotros


animaréis a Hufflepuff... —les dijo sonriendo.

—Bueno... —empezó a decir Harry.

—¡Oh! No pasa nada. Estoy seguro de que vamos a ganar, y, sinceramente,


yo también habría deseado que perdierais vosotros. Lo tendríamos más
fácil. Bueno, me voy. Adiós Ginny —dijo, y se fue hacia las bancadas de
Slytherin.

—¿«Adiós Ginny»? —interrogó Ron, mirando a su hermana con el ceño


fruncido.

—¿Qué pasa? Es compañero mío —soltó Ginny, a la defensiva.

—¿Sólo amigo? —prosiguió Ron.

—¡Oh, vamos, Ron! —dijo Hermione, exasperada—. Déjala en paz,


¿quieres? El partido va a comenzar...

Ron cal ó, aunque dando la impresión de que no había terminado con aquel
a conversación. Los dos equipos saltaron al campo y el partido comenzó
con el pitido de la señora Hooch.

El partido estuvo interesante, y Harry consiguió casi olvidarse de las


preocupaciones que le atormentaban, aunque no tuvo la alegría de ver
perder a Slytherin. Iban 70 a 40 a favor del equipo de Malfoy cuando éste
logró atrapar la snitch, aunque le faltó poco para que la cogiese
Summerby, el buscador de Hufflepuff, que era bastante bueno. Sin
embargo, montaba una Cometa 340, que no podía compararse con la
Nimbus 2.001

de Malfoy. Harry pensó que si Summerby hubiese tenido aunque


solamente fuera una Nimbus 2000, habría logrado atrapar la snitch. Sin
embargo, no era así. Malfoy se paseó por el estadio con la snitch en la
mano, muy ufano, y al pasar por donde estaba Harry le dirigió una mirada
de desprecio. Las gradas de Slytherin le 93

vitoreaban, mientras todos los demás silbaban y abucheaban. Hagrid se


lamentaba de que Slytherin hubiera ganado, aunque técnicamente no
debería de tomar partido.

—Bueno, no te preocupes, Harry. Tú eres mucho mejor que Malfoy.

—Gracias, Hagrid —le dijo Harry, forzando un poco la sonrisa.

Al ganar 220 a 40, Slytherin se ponía por delante de Gryffindor en el


campeonato, aunque Harry no dudaba que él sería perfectamente capaz de
atrapar la snitch antes que Malfoy y ganar, cuando jugaran contra el os.

Cuando subían hacia el castil o, Dul ymer se les acercó, muy contento.

—Bueno, lo siento, chicos. ¡Tendréis que esforzaros más en el próximo


encuentro! —exclamó, dirigiéndose hacia Harry, Ron y Ginny. Luego se
unió al grupo con el que venía y se adelantaron hacia el Castil o.

La semana siguiente no fue mejor que la anterior. En las clases de


Pociones, Harry estaba aún demasiado despistado y Snape no paraba de
mandarle trabajos extra y de ponerle ceros. Encima, Malfoy estaba aún, si
cabe, más desagradable. Antes de la clase del martes, abordó a Ron, muy
sonriente.

—¿Qué tal, Weasley? ¿Con duelo en la familia?

Crabbe y Goyle se rieron. Ron no dijo nada, pero antes de que Hermione o
Harry, que miraban con profundo odio a Malfoy, pudieran detenerlo, sacó
su varita y le echó un maleficio que l enó toda la cara de Draco de pústulas
supurantes. Desgraciadamente, en ese momento l egaba Snape, quien pidió
explicaciones a Crabbe, el cual, conteniendo la risa, le contó que Ron
había l egado, sacado su varita y atacado a Malfoy.

—¿Te ha parecido divertido, Weasley?

—¡No es cierto, señor! —se defendió Ron—. ¡Él empezó! Sólo le estaba
dando su merecido...

—Ya veo. Parece ser que opinas que tienes madera de juez o de verdugo,
¿eh? Bien, veinte puntos menos para Gryffindor, y luego ya pensaremos el
castigo...

—¡Pero profesor, Malfoy se burló del asesinato de Penélope Clearwater!

—No creo haberle preguntado, señorita Granger, así que cál ese —dijo con
tono cortante. Luego se dirigió a Crabbe y a Goyle—: l evadle a la
enfermería.

Cuando la clase acabó, Snape l amó a Ron y le ordenó una de las cosas que
éste más odiaba como castigo: limpiar los orinales de la enfermería sin
magia.

Al menos, las clases con Dumbledore resultaban más prácticas, útiles y


entretenidas. Después de los patronus, habían estado tratando más
profundamente con las maldiciones imperdonables, y, según les había
dicho el director, pronto empezarían a ver una serie de hechizos de
combate muy potentes.

—Pero eso será la semana que viene —les informó en la clase del jueves
—. Empezaremos a ver el hechizo deflagratius.

Harry se alegró de que terminara la semana. El sábado tenían la primera


excursión a Hogsmeade. Harry ya estaba deseando salir algo del castil o,
aunque esos significase que tendría que trabajar todo el domingo para
entregarle los deberes a Snape.
Llegaron a Hogsmeade con la intención de tomar una cerveza de
mantequil a en Las Tres Escobas antes que nada, pero al l egar al pueblo lo
primero que notaron fue el enorme cambio en el ambiente desde el año
anterior. La gente parecía nerviosa, y miraba a todos lados con temor,
como si Voldemort fuese a salir de detrás de una piedra en cualquier
momento.

—Fijaos en la gente —dijo Hermione, mirando a su alrededor.

—Están asustados —observó Harry—. Supongo que la reaparición de la


Marca Tenebrosa ha aumentado aún más el temor...

Se dirigieron a Honeydukes, a aprovisionarse de dulces y golosinas.


Echaron de menos el ver a los gemelos Weasley y a Lee Jordan en la
tienda de Zonko, que era el primer lugar al que el os iban cuando l egaban
a Hogsmeade. La verdad, se echaba en falta los alborotos que armaban en
la sala común de Gryffindor, pensó Harry con nostalgia.

Tras salir de la tienda de golosinas, y mientras paseaban por las cal es, sin
rumbo fijo, vieron a Cho Chang y a Michael Corner, que se dirigían al
salón de té de Madame Pudipié, un lugar que a Cho le encantaba para sus
citas. Cho saludó a Harry y Michael Corner les hizo una seña con la
cabeza.

—Es algo desagradable, ¿verdad? —comentó Ron, refiriéndose a Michael


Corner.

—Sólo lo dices porque salió con Ginny —le dijo Hermione.

—¡No es cierto! —se defendió Ron—. Pero fíjate cómo nos saluda. Como
si fuésemos escregutos o algo así.

—Ya, pero es porque siente celos de Harry...

—¿Celos de mí? —preguntó Harry, sorprendido—. Si yo ya no tengo nada


con Cho, excepto que somos amigos...
—Sí, pero el a fue a verte en la enfermería, y siempre habla contigo, y tú
le gustabas, y como encima te admira... Michael teme que vuelva contigo
y lo deje a él.

—Vaya tontería —dijo Harry—. Yo no quiero volver con Cho...

—Ya, pero... —Hermione se encogió de hombros.

94

—Lo que yo decía: que es un imbécil —sentenció Ron.

Hermione le lanzó una mirada severa, pero no comentó nada.

—¿Vamos a Las Tres Escobas? —propuso Harry.

—Sí, me apetece una buena cerveza de mantequil a —dijo Ron.

Se dirigieron hacia al í, y, poco antes de l egar, se encontraron también a


Ginny, que hablaba con Luna Lovegood y con Henry Dul ymer de forma
muy animada. Los saludaron sin entrar en la conversación, y siguieron
andando.

—Hablan mucho ¿verdad? —dijo Hermione con una sonrisa, mirando a


Henry y a Ginny.

—Sí. Tal vez demasiado... —respondió Ron, frunciendo el entrecejo.

—Vamos, Ron, ¿cuándo vas a dejarla en paz? Ya sabe lo que hace, y Dul
ymer parece bastante simpático...

—lo regañó Hermione.

—Sí, es muy simpático, pero es de Slytherin... podría elegir a mejores


candidatos en Gryffindor —dijo, mirando de reojo, como siempre, a Harry,
que procuró no darse cuenta.

Estuvieron sentados durante un buen rato, conversando mientras bebían


sus cervezas. No dejaron de observar a la gente, que parecía hablar en
susurros y bastante asustada.

En cuanto terminaron, Hermione dijo que quería comprar más pergamino,


porque le quedaba poco, así que salieron del local y se dirigieron la tienda.

Una vez Hermione se hubo aprovisionado, en palabras de Ron, de


suficiente pergamino para empapelar Hogwarts, decidieron dar un paseo
hasta la hora de comer, y se dirigieron hacia la salida del pueblo,
apartándose de las casas.

—No creo que sea una buena idea que vayáis por ahí —dijo una voz a sus
espaldas.

Los tres dieron un respingo y se volvieron, para encontrarse a un sonriente


Mundungus Fletcher.

—¡Qué susto nos has dado, Dung! —exclamó Ron.

—Vaya, lo siento, pero no debéis salir de pueblo ni alejaros de la zona


principal.

—¿Nos estás siguiendo? —preguntó Harry.

—¡Pues claro! ¿Qué esperabas? —dijo, señalando la capa invisible de


Moody.

—¿Has estado todo el tiempo detrás de nosotros, observándonos? —


preguntó Hermione, un tanto ofendida.

—No, no. Sólo he estado por aquí, pero no he estado escuchando vuestras
conversaciones ni nada así... —

aclaró—. Además, sabéis que yo soy una tumba.

Harry se rió. No era de extrañar que Mundungus fuese una tumba: era el
primero que tenía cosas que esconder.

—Bueno, está bien, no iremos por aquí —dijo Ron, suspirando—. ¿Vamos
ya a Las Tres Escobas, a comer?
Aún era algo temprano, pero Harry y Hermione asintieron.

—Bueno, si vais a estar en Las Tres Escobas, entonces yo puedo hacer una
pausa —dijo Mundungus—.

Además, tengo que ver a un conocido en Cabeza de Puerco...

Hermione gruñó por lo bajo, imaginándose qué se traería Mundungus entre


manos. Ron se rió.

Se despidieron de Mundungus y se fueron a Las Tres Escobas de nuevo,


donde comieron.

Habían acabado de comer hacía unos minutos, cuando entraron Hagrid, la


profesora McGonagal , la profesora Sprout y el profesor Flitwick.
Hablaban en susurros y con caras de preocupación. Se sentaron en una
mesa apartada sin darse cuenta de que el os tres estaban al í. Miraban una
edición de tarde de El Profeta con gran interés.

—¿Qué habrá sucedido? —preguntó Harry, sin apartar la vista de los


cuatro profesores.

—No sé... ¿algo relacionado con Voldemort? —sugirió Ron.

—Seguramente —dijo Hermione—. Podríamos comprar el periódico para


enterarnos...

—Sí, será mejor. Vayamos —decidió Harry.

Terminaron las cervezas de mantequil a que habían pedido y se levantaron.


Al salir saludaron a Hagrid y a los demás profesores, que seguían hablando
en cuchicheos. Notaron que por la cal e el ambiente estaba aún más tenso
que por la mañana. Grupos de personas leían el periódico, meneaban la
cabeza y cuchicheaban.

Intrigados, los tres amigos se dirigieron a la librería de Hogsmeade y al í


compraron la edición de El Profeta.

Nada más mirar la primera plana se enteraron de lo que había ocurrido.


LA MARCA TENEBROSA APARECE EN GRECIA

Dimitri Korpoulos, reportero especial de El Profeta para Grecia, nos


informa de la aparición de la marca tenebrosa en un pequeño pueblo del
área de Delfos, pocos días después de su aparición en Londres, lo que
confirma el incremento de actividad de El Que No Debe Ser Nombrado y
de sus seguidores.

95

Nuestro reportero nos comunica que la aparición de la marca señala un


nuevo asesinato, en este caso el del desaparecido director del Instituto de
Magia Durmstrang, Igor Karkarov.

Karkarov había huido hace casi año y medio del Colegio Hogwarts, donde
se encontraba a causa de la participación de Durmstrang en el Torneo de
los Tres Magos. Al parecer había huido al notar el retorno del Que No
Debe Ser Nombrado, temiendo venganza debido a los mortífagos que
traicionó para librarse de la condena en Azkaban.

Parece ser que, al final, Quien Ustedes Saben logró dar con él, sufriendo
el mismo castigo que aquel os que desertaron de su bando antes de su
caída. Karkarov, según las autoridades, fue torturado hasta la muerte
mediante la maldición cruciatus.

Igor Karkarov había sido detenido tras la caída del Que No Debe Ser
Nombrado por Alastor

«Ojoloco» Moody y acusado...

Hermione dejó de leer. Harry se horrorizó. Nunca le había caído bien


Karkarov, pero no le habría deseado que Voldemort lo atrapara. Había
tardado casi un año y medio, pero no le había valido de nada huir.

—Parece ser que no consiguió escapar... —dijo Hermione, que también


parecía horrorizada por la noticia.

—Si Voldemort va detrás de ti lo tienes mal —afirmó Harry.


—Muerto a base de emplear la maldición cruciatus... debe de ser horrible
—dijo Ron con desagrado.

—Es una especie de escarmiento, para que a nadie más se le vuelva a


ocurrir traicionarle —opinó Harry—.

Quería dar una lección...

—De verdad ha comenzado ¿no creéis? —les preguntó Hermione—. Los


asesinatos, ataques y demás van en aumento...

—Sí, ya ha comenzado —dijo Harry—. Y cada vez irá a peor.

—¿Lo habrá hecho él mismo? —preguntó Ron—. ¿O habrán sido los


mortífagos?

—No creo que se haya ido a Grecia para torturar a Karkarov —dijo
Hermione—. Seguramente lo hizo algún otro... quizás Rookwood. Seguro
que le tenía ganas.

—¿Rookwood? —preguntó Ron, sin comprender.

—Sí. Rookwood entró en Azkaban acusado por Karkarov —explicó Harry


—. Acusó a otros también, pero ya estaban muertos o capturados.

Continuaron hablaron de Karkarov mientras regresaban al castil o.


Notaron que muchos otros alumnos también hablaban y comentaban el
tema, sobre lo horrible que sería morir así, o cómo habría conseguido
Voldemort encontrarle...

Pasó el fin de semana y l egó el lunes, donde, en la clase de Pociones,


Snape estuvo mucho más tranquilo de lo habitual. Les dio las
instrucciones de una nueva poción y se sentó, pensativo, en su mesa. Harry
supuso que en su mente estaba presente la captura de Karkarov, y que
seguramente se preguntaba si sería el siguiente... seguramente tenía
miedo, y Harry no podía reprochárselo. Se preguntó cómo hacía Snape
para enterarse de lo que los mortífagos planeaban. ¿Habría vuelto con el
os, como había hecho hacía dieciséis años? Snape era experto en
oclumancia, y seguramente podría engañar a Voldemort, pero ¿cómo
podría éste creer a Snape, cuando él se había enfrentado a Quirrel ? Si
hubiera sido fiel, Snape tendría que haberle ayudado entonces... Harry
permaneció sumido en esos pensamientos hasta el final de la clase.

Harry odiaba a Snape, pero aún así, no deseaba ni por asomo que
Voldemort lo capturara. Probablemente le esperaría la misma muerte que a
Karkarov, o incluso peor. Aún así, seguía trabajando para la Orden y
arriesgándose. Por primera vez en su vida, y aún a pesar de la aversión que
le tenía, Harry sintió admiración por su profesor de Pociones.

96

10

Explosiones y Pruebas de Quidditch

Harry, Ron y Hermione y los demás alumnos de Gryffindor se dirigían


hacia la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras muy emocionados. Ese
día empezaban a ver los hechizos explosivos.

—Son muy difíciles, y es necesario mucho poder para realizarlos —


explicaba Hermione—. Por eso se utilizan las pociones explosivas hechas
con Flores de Fuego, aunque no son tan útiles. También es muy difícil
defenderse de el os. Los encantamientos escudo no los detienen. Es como
una bomba.

—Es lo que utilizó Voldemort en Azkaban —recordó Ron—. Con lo que


irió a Bil y atacó a Dumbledore...

Entraron en el aula, donde ya los esperaba Dumbledore.

—Buenos días a todos —saludó—. Bueno, como os había dicho, hoy


empezaremos con los hechizos explosivos. Dado que no es prudente
utilizarlos aquí, los practicaremos fuera. He preparado un lugar apropiado
cerca del bosque. Si hacéis el favor de seguirme...
Dumbledore salió del aula, seguido por todos los alumnos, que se miraban
intrigados; nunca habían tenido una clase de Defensa Contra las Artes
Oscuras fuera. El director se dirigió hacia donde estaba el campo de
quidditch, pero acercándose al bosque, donde estaban colocadas unas
grandes piedras. Dumbledore se detuvo cerca de el as.

—Bien, antes de empezar, os explicaré un poco en qué consisten los


hechizos explosivos. ¿Alguien sabe algo de el os? —preguntó
Dumbledore.

—Son un tipo de hechizo avanzado —contestó rápidamente Hermione—.


Provoca una explosión, como si fuera una bomba. Fue... fue el tipo de
hechizo que empleó Voldemort en Azkaban ¿verdad? —añadió, con cierta
timidez.

La mayoría de la clase pegó un respingo. Pocos conocían los detal es del


ataque a Azkaban. Dumbledore los miró y respondió.

—Correcto. Diez puntos para Gryffindor. —Dumbledore dejó escapar un


pequeño suspiro—. Sí, Voldemort usó este hechizo en Azkaban... pero, sin
lugar a dudas, el uso más famoso del hechizo explosivo, y que más
conmoción causó en el mundo mágico, sucedió hace unos quince años.

Harry, de pronto, comprendió.

—Pettigrew —dijo.

—¿Cómo dices, Harry? —preguntó Dumbledore.

—Fue lo que hizo Pettigrew ¿verdad? Así destruyó aquel a cal e y mató a
aquel os muggles...

—Sí. Es cierto —respondió Dumbledore, observando a Harry


detenidamente—. Peter Pettigrew —explicó—

usó el hechizo explosivo a su alrededor aquel día, cuando Sirius Black lo


tenía acorralado. Usó una variante difícil, que consiste en provocar una
explosión alrededor, dejando casi intacto el centro mismo de la explosión,
con lo que él consiguió salvarse, pese a ser herido. Aquel día mató a doce
personas que pasaban por la cal e. Realmente, aunque Peter no era un
mago excesivamente poderoso, logró un hechizo bastante potente.

Los alumnos cuchicheaban unos con otros, mitad asombrados, mitad


aterrorizados y miraban a Harry de vez en cuando. La mayoría, por no
decir todos, ya sabían cuál había sido el motivo por el que Sirius Black
había perseguido a Pettigrew aquel día, debido a lo aparecido en El
Profeta.

—Bien —continuó Dumbledore—. El hechizo explosivo, o deflagratius,


se consigue apuntando con la varita y gritando «¡deflagratio!», ¿lo
entendéis? Sin embargo, no basta con eso. Así podríais l egar a romper una
piedra, o una puerta, pero no es toda la potencia del hechizo. Por supuesto,
la potencia varía según el mago o bruja que lo lanza, pues depende del
propio poder del mago, aunque hay técnicas de Artes Oscuras que
aumentan su eficacia. Estas técnicas consisten básicamente en recurrir al
odio y la violencia, ya que el hechizo deflagratius se activa con la rabia, o
con una emoción muy fuerte y violenta. Es un hechizo propio de las Artes
Oscuras, que tiene que ir precedido de un deseo de destrucción, al igual
que ocurre con las maldiciones imperdonables, que requieren odio y deseo
de hacer daño del que las utiliza, ¿comprendéis? —

Los alumnos asintieron—. Bien, ahora os lo mostraré. Apartaos un poco,


por favor.

Dumbledore apuntó con la varita a una roca que había a unos veinte
metros. Debía de medir casi un metro y medio de alto por dos de ancho.
Todos esperaban, expectantes.

—¡Agachaos! —les ordenó Dumbledore.

Todos se tiraron al suelo y se cubrieron.

— ¡Deflagratio! —gritó Dumbledore.

De la varita de Dumbledore salió un pequeñísimo pero bril ante rayo de


luz que impactó en la roca. Al instante, ésta estal ó en miles de fragmentos
ardientes, ninguno mayor que un dedal, trozos que empezaron a caer a su
alrededor.

97

—¡Por Merlín! —dijo Lavender, incorporándose y sacudiéndose el pelo


para quitarle el polvo y los pequeños fragmentos de roca.

En el lugar donde había estado la piedra había un pequeño cráter.

—¡No ha quedado nada! —exclamó Ron.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Dumbledore.

La clase le respondió afirmativamente, en medio del asombro.

—Ha sido impresionante —dijo Ron.

—Increíble —corroboró Seamus.

—¿Asombrados? —preguntó Dumbledore, sonriendo—. Pues esto no es


más que una pequeña muestra.

Sólo pretendía destruir el objeto al que apuntaba. El hechizo puede usarse


para provocar simplemente una explosión que destroce lo que pil e.
Tampoco lo he hecho demasiado potente, o podría haberos hecho daño.

Ahora quiero que lo hagáis vosotros. Intentaréis destruir una de esas


piedras pequeñas de al í ¿de acuerdo?

Los alumnos asintieron.

—¿Quién será el primero? —Dumbledore les miró—. ¿Quizás tú, Nevil e?

—¿Yo...? Bueno...

Nevil e se adelantó y apuntó a una de las piedras.


—Bien, debes sentir deseos de destruirla, de destrozarla ¿de acuerdo?
Concentra tu rabia en el a y pronuncia las palabras. No te pongas nervioso,
lo harás bien.

Nevil e se concentró y gritó el hechizo:

— ¡Deflagratio!

De la varita de Nevil e se desprendió una luz amaril a que golpeó a la


piedra, que se agrietó. Saltaron algunos trozos.

—No está nada mal para ser la primera vez —le dijo Dumbledore—.
Gracias, Nevil e. ¿Quién será el siguiente?

Harry se adelantó. Quería probarlo. Así había logrado huir colagusano


quince años atrás... Si hubiese conocido ese hechizo en junio, lo habría
empleado contra los mortífagos, pero ahora...

—Venga, Harry. Concéntrate —dijo Dumbledore.

Levantó la varita y apuntó. Recordó lo que Dumbledore había dicho, y


pensó en todo lo que lo atormentaba, la muerte de Sirius, la fuga de los
prisioneros de Azkaban, la muerte de Penélope Clearwater, las burlas de
Malfoy, los sueños... sintió ascender de su interior una rabia como nunca
había sentido, un deseo de destruir que nacía en lo más profundo de su ser,
una sensación como la del día que había atacado a los amigos de Dudley...
Cuando lanzó el conjuro, lo hizo con un grito de furia.

— ¡Deflagratio!

Un poderoso rayo amaril o bril ante salió disparado de su varita contra otra
de las rocas. Al impactar, estal ó en mil ones de partículas de polvo,
provocando un estal ido de fuego y lanzando por los aires trozos del suelo
donde había estado la piedra. Harry cayó al suelo por la fuerza de la
deflagración, a pesar de estar a unos veinte metros de donde se había
producido.
—¡Dios! ¿Habéis visto eso? —exclamó Dean Thomas, entre sorprendido y
asustado.

Harry estaba asombrado. Dumbledore le ayudó a levantarse.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó. Lo miraba de una forma extraña.

—Eh... sí, gracias profesor.

—Ha sido realmente espectacular, Harry —le dijo Dumbledore, muy


impresionado—. Nunca había visto hacer algo así a un estudiante la
primera vez...

Harry se retiró, quitándose el polvo de la túnica.

—¡Guau, Harry! ¡Ha sido increíble! —le dijo Ron, entusiasmado.

—Ha sido... terrorífico —le dijo Hermione—. Tienes un gran poder...


¿Cómo has hecho eso?

—Pues es ahora cuando lo descubro... —le respondió Harry, que no sabía


si alegrarse o asustarse ante lo que acababa de hacer. Había estado muy
bien, pero al fin y al cabo, era un hechizo empleado por las Artes
Oscuras... y aquel a sensación naciendo dentro de él, aquel deseo de
destruir...

En ese momento, Seamus intentaba ejecutar el hechizo, pero tuvo un éxito


similar al de Nevil e. Hermione lo hizo bastante bien, partiendo la roca en
varios trozos, y Ron consiguió resquebrajar la suya y pegarle fuego a la
hierba que la rodeaba, pero ninguno se había aproximado ni de lejos a lo
que había logrado Harry.

—Bien. No ha estado mal. El próximo día continuaremos, y luego os


enseñaré cómo protegerse, en la medida de lo posible, de este ataque ¿de
acuerdo? Podéis iros.

Harry, Ron y Hermione cogieron sus cosas para regresar al castil o.


—Tú espera un momento, Harry —le pidió el director. Hermione y Ron se
quedaron mirando a su amigo, pero Dumbledore los instó a regresar—.
Harry os alcanzará en seguida.

Ron y Hermione asintieron y emprendieron el regreso al castil o. Harry se


acercó a Dumbledore.

—¿Te encuentras bien, Harry? —le preguntó el director, mirándolo


fijamente.

—Sí. ¿Por qué no iba a estarlo? —contestó Harry.

98

—Harry, supongo que te darás cuenta de que lo que hiciste no es normal,


¿verdad?

—Sí, pero no sé cómo...

—¿Hay algo que quieras contarme, Harry?

Harry miró al director, pensando quizás en contarle la extraña sensación


que por segunda vez en su vida había sentido... pero entonces recordó que
Dumbledore aún no le había dicho nada acerca de lo que había hablando
con Voldemort en Azkaban, y decidió no decir nada. Concentrándose en
todo lo que sabía de oclumancia, por si acaso, respondió:

—No, nada, profesor. Simplemente, me asusté un poco por poder hacer


algo así...

—Está bien, Harry. No te preocupes. Siempre has sido bueno en Defensa


Contra las Artes Oscuras. Puedes irte.

—Hasta luego, profesor —se despidió Harry, volviendo al castil o,


mientras Dumbledore le miraba con una expresión de preocupación en su
rostro.

A Harry no le apetecía hablar con nadie más. Aquel o le recordaba


demasiado a cuando había mostrado su facultad de hablar pársel ante todo
el colegio, incluso en la pregunta que Dumbledore le había formulado,
idéntica a la que le había hecho cuatro años atrás, y su respuesta había sido
la misma. Bueno, ahora no había hecho nada malo... aunque, realmente,
entonces tampoco.

—Harry ¿qué te pasa? —preguntó Ron, preocupado al ver la cara de Harry


cuando se dirigían al comedor.

Harry había estado silencioso toda la mañana—. ¿Qué te dijo


Dumbledore?

—¿Que qué me pasa? —preguntó Harry—. ¿Habéis visto lo que he hecho?


Ya oísteis a Dumbledore:

¡Nunca había visto a nadie hacerlo así!

Aceleró el paso hacia el comedor.

—Tranquilízate, Harry —le dijo Hermione, pero él no le hizo caso—.


Harry, ¡párate!

Harry se detuvo y miró a su amiga.

—Has hecho algo muy difícil, sí, ¿y qué? También aprendiste a hacer un
patronus a los trece años, algo que casi nadie ha hecho tampoco, y no te
asustaste ¿verdad?

—No, pero el patronus no es un hechizo de las Artes Oscuras.

—El hechizo explosivo no es necesariamente parte de las Artes Oscuras,


aunque los mortífagos lo utilicen —

repuso Hermione—. Es un hechizo poderoso y nada más. Todos sabemos


que tienes algunos poderes especiales ¿y qué? No se puede decir que no
vayas a necesitarlos ¿verdad?

Harry no dijo nada.


—Hermione tiene razón, Harry, no hay motivo para que te pongas así. Esto
sólo significa que tendrás buena nota en Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¡No es sólo eso! ¡No es el hechizo! ¡Es cómo me sentí al usarlo! Sentí...
sentí... algo dentro de mí, algo malo...

Ron y Hermione se miraron, y luego observaron a Harry.

—No te preocupes —dijo Hermione, poniéndole una mano sobre el


hombro—. Todo irá bien... de verdad, no has hecho nada malo.

Harry miró a su amiga y asintió.

A Harry le alegró comprobar que sus compañeros pensaban igual que


Hermione y Ron, porque, en el comedor, todo el mundo le felicitó por su
hechizo, e incluso algunos le sugerían una pequeña demostración contra la
zona de la mesa de Slytherin en donde estaba Draco Malfoy.

—Me parece una magnífica idea... o, si no quieres que te vean, espera a


encontrártelo por los jardines —dijo Ron, contento, mientras Harry
sonreía. A Hermione, sin embargo, no le hizo ninguna gracia.

—¡Ni se te ocurra! —le dijo a Harry. Luego miró a Ron—. ¿Cómo dices
esas cosas?

—Vamos, Hermione, sólo era broma. Es obvio que no va a usar el hechizo


deflagratius contra una persona.

Aunque seguro que ahora no se pone tan bravucón contigo... —añadió,


mirando de nuevo a su amigo.

—Eso espero. No tengo ninguna necesidad de verle ni de hablar con él.

Y efectivamente, durante toda la semana, Malfoy no se dirigió a Harry,


Ron o Hermione una sola vez. La verdad, los de Slytherin le miraban con
un poco de temor, pero a Harry no le importaba demasiado. De hecho, eso
le alegraba. Snape continuaba cal ado y tranquilo, y Harry prefería verle
así, aunque no se alegrara del peligro que corría. Por las tardes, procuraban
ir a entrenar para quidditch siempre que podían.
Las pruebas para el equipo de Hogwarts eran la semana siguiente, y Harry
estaba decidido a que la mayor parte de ese equipo procediera de
Gryffindor. Harry no había hablado en serio con nadie acerca de quién
creía que formaría el equipo del colegio. Se elegirían los siete jugadores
más un suplente para cada uno.

99

Suponía que, de Gryffindor, lograrían entrar en el equipo titular él y Katie,


y quizás, si le iba bien en las pruebas, pudiese entrar Ron. No creía que
Sloper y Kirke l egaran ni siquiera a ser suplentes, a pesar de lo mucho que
habían mejorado. En cuanto a Ginny, esperaba que pudiese estar en el
equipo final, aunque fuese sólo una suplente.

Todo el equipo se esforzaba al máximo, pero los de las demás casas no se


quedaban atrás. Harry había visto entrenar varias veces a Cho, y la chica lo
hacía realmente bien. Una tarde, al salir de los vestuarios tras el
entrenamiento, vio a los de Ravenclaw, que iban a iniciar el suyo. Se
acercó a hablar con Cho.

—Hola —saludó.

—Hola, Harry. ¿Cómo fue vuestro entrenamiento? ¿Estás preparado para


las pruebas?

—Creo que sí —dijo Harry con seguridad—. ¿Y tú?

—Lo intento. Creo que voy bastante bien... aunque supongo que el puesto
lo conseguirás tú.

—Bueno... si es así, espero que seas tú y no Malfoy quien obtenga el


puesto de buscador suplente. O que ganes tú, si no lo consigo yo.

—Gracias —le dijo Cho, sonriente.

—No tienes que agradecerme que te desee algo mejor que a Malfoy —le
dijo, riendo—. Incluso a un dementor le desearía algo mejor que a Malfoy.

Cho se rió.
—Bueno, Harry, he de ir a entrenar —dijo, mirando a su equipo, que ya la
esperaba en el aire.

—Vale. Suerte...

—Gracias. Adiós.

Harry esperó a Ron y a Ginny para regresar al castil o. Hermione no había


bajado al entrenamiento. Estaba demasiado ocupada con una gran
traducción para la clase de Runas Antiguas.

Cuando l egaron a la sala común de Gryffindor, la vieron, enfrascada en


trabajo en una mesa cerca de la ventana.

—¿Qué tal ha ido? —les preguntó al verlos.

—Creo que bien —respondió Harry—. El equipo estará preparado. Me l


evaré una sorpresa si al menos cuatro de nosotros no entramos en el
equipo, como titulares o como suplentes.

—Bien. Sólo espero que no haya demasiados de Slytherin —dijo


Hermione, volviendo a su trabajo.

En la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras del jueves, Dumbledore


volvió a l evarlos a los terrenos, para seguir entrenado los hechizos
explosivos. Volvía a haber un montón de piedras, y, como la primera vez,
una era más grande que las demás.

—Bien. Hoy seguiremos practicando los hechizos, y todos volveréis a


intentarlo —les dijo Dumbledore—.

Como veis, he traído una roca especialmente grande, a ver qué podéis
hacer con el a.

Los alumnos empezaron a murmurar. Casi nadie era capaz de hacer estal ar
una de las piedras pequeñas, así que difícilmente podrían hacer estal ar la
grande, que era sólo un poco más pequeña que la que había usado
Dumbledore en su demostración.
—Antes de probarlo —continuó diciendo Dumbledore—. Os mostraré el
único hechizo que puede detener, siempre parcialmente, al hechizo
explosivo. Por supuesto, si un mago lanza su hechizo con potencia
directamente contra alguien, ni este hechizo lo salvará. Su utilidad reside
en evitar los efectos colaterales —

Hizo una pequeña pausa—. Bien, muchos de vosotros ya conocéis el


encantamiento escudo, protego, que sirve para desviar pequeñas
maldiciones, y también conocéis los encantamientos repulsores, que se
usan para alejar objetos. El encantamiento escudo que se usa contra el
hechizo explosivo es una combinación de los dos que busca desviar la
onda expansiva de la explosión. Prestad atención —dijo Dumbledore
sacando la varita—, porque es difícil, y si no se hace rápido no sirve de
nada. —se dirigió a Harry—: Ahora, vas a destruir la roca grande con tu
hechizo ¿de acuerdo? Estoy seguro de que podrás. Yo —señaló,
dirigiéndose a los demás— me pondré delante de vosotros y usaré el
hechizo para protegeros. Observad cómo se hace.

Describió un movimiento circular rápido con la varita, y luego la levantó


frente a él diciendo « ¡protego repulsorum! »

—¡Adelante Harry! —le dijo Dumbledore mientras mantenía la varita


levantada.

Harry miró a sus compañeros, no demasiado seguro, pero apuntó a la roca.


Se concentró e intentó recordar toda la rabia que podía sentir.

— ¡Deflagratio!

El pequeño punto de luz salió de la varita de Harry e impactó contra la


roca, pero, contra lo que todos esperaban, apenas si le hizo un agujero y
algunas grietas. Dumbledore parecía confundido, y los demás gryffindors
se miraban unos a otros.

—Harry, ¿qué ha pasado? —le preguntó Dumbledore, bajando la varita y


acercándosele.
—No... no lo sé —respondió. Aunque era mentira. Tenía una ligera idea de
por qué el hechizo no había funcionado.

100

—No debes sentir temor de tus poderes, Harry. Para bien o para mal, son
tuyos —le dijo Dumbledore suavemente—. Es eso, ¿verdad?

Harry no respondió.

—Si no te gustan, mayor razón para aprender a controlarlos. Venga, vuelve


a intentarlo.

Harry suspiró y asintió. Esperó a que Dumbledore volviera a crear el


escudo, y se preparó, concentrándose, dejando que la rabia y los recuerdos
lo invadieran de nuevo, deseando ver aquel a roca destrozada, deseando...

— ¡Deflagratio!

Y esta vez sí. Un poderoso punto luminoso impactó en la roca, haciéndola


estal ar en mil ones de fragmentos, calcinando la tierra a su alrededor y
haciendo que todos levantasen los brazos para protegerse, lo que fue
innecesario, porque el escudo de Dumbledore amortiguó la explosión y
desvió los fragmentos de roca.

—Excelente, Harry —dijo Dumbledore, antes de volverse hacia la clase—.


¿Habéis visto cómo el escudo desviaba los trozos de roca y detenía la
magia de la explosión? —Todos asintieron—. Bien, pues entonces,
seguiremos practicando el hechizo, y luego, empezaremos a practicar el
escudo repulsor, que es muy útil, y no sólo contra este hechizo.

Como había hecho el lunes, Dumbledore empezó a l amar a los alumnos,


haciéndoles destrozar algunas de las piedras. Les explicó como canalizar
la magia para obtener una explosión, impulsando la rabia, al igual que el
patronus se generaba impulsando recuerdos felices. En general estuvo
mejor que el lunes, aunque Lavender, que se puso muy nerviosa cuando le
tocó, en vez de destrozar la piedra hizo que ardiera y diera botes por el
prado, hasta que Dumbledore, con un gesto de su varita, la detuvo.
Cuando finalmente regresaron al castil o, todo el mundo charlaba
animadamente sobre lo interesante que había sido la clase.

—Me ha gustado muchísimo —decía Hermione—. Ese escudo debe de ser


realmente difícil... Dumbledore es un mago excelente.

—Yo veo más difícil destrozar una piedra como lo ha hecho Harry —
repuso Ron—. ¡Y el otro día creí que habías hecho algo espectacular! Lo
de hoy ha sido una pasada.

Harry sonrió.

—Pero, Harry... ¿Por qué no te salió bien la primera vez? —preguntó


Hermione—. ¿Qué te dijo Dumbledore?

Harry tardó un rato en contestar.

—No me salió porque me dio miedo...

—¿Miedo? —preguntó Ron.

—Sí. Miedo de la sensación que me produce hacerlo... miedo... porque...


porque... —no dijo más. No quería decir más. No quería decir «porque me
gusta».

—Está bien, Harry. Está bien —le dijo Hermione, sin entender demasiado
lo que le pasaba a su amigo.

Regresaron a la sala común de Gryffindor. Hermione se dispuso a acabar


su trabajo para Runas Antiguas y Harry y Ron se pusieron a jugar al
ajedrez, bajo la mirada de Seamus y Nevil e, que felicitaron a Ron cuando
logró un gran jaque mate sobre Harry.

—Tal vez deberías usar el hechizo deflagratius contra las piezas de Ron,
Harry —le insinuó Seamus—. Si no, no sé si lograrás ganarle nunca...

Al fin, y tras larga espera para todos los miembros de los equipos de
quidditch, l egó el viernes siguiente, cuando se iban a celebrar las pruebas
de selección para el equipo de Hogwarts. Luego se nombraría a un capitán,
y el equipo empezaría a entrenar. Los otros colegios invitados l egarían el
día 30, y en Hal oween se celebraría el sorteo de las semifinales, para ver a
quién le tocaba jugar contra quién.

Harry y Ron estaban nerviosos, pero sobre todo Ron, que no logró hacer
estal ar su roca en Defensa Contra las Artes Oscuras, tal y como había
logrado la tarde anterior. En Transformaciones, Harry, que tenía que
convertir los brazos de Nevil e en alas, acabó convirtiendo al muchacho en
un cisne con orejas que empezó a volar como un loco por la clase, hasta
que la profesora McGonagal lo devolvió a su forma normal.

La comida fue muy agitada. Todo el mundo hacía cábalas sobre quien
acabaría en el equipo del Colegio, al que, por supuesto, se presentaban
todos los jugadores de los cuatro equipos de las Casas. Harry se
tranquilizó. Era el mejor buscador y además, se alegró al descubrir que
todos apostaban sobre seguro por él como buscador titular. Aunque, por
otra parte, se imaginaba las caras de sus compañeros si Malfoy conseguía
el puesto en su lugar... Se obligó a comer y a dejar de pensar en esas cosas.
En cuanto al puesto suplente, se barajaban por igual los nombres de Cho y
Malfoy, al cual no parecía hacerle ninguna gracia que todo el mundo lo
considerara peor que Harry. A Ron le daban también grandes posibilidades
de estar en el equipo, aunque no muchos le veían como el titular. Harry
pensó que los jugadores suplentes se l evarían una desilusión. Cada equipo
jugaría dos partidos, así que no había muchas posibilidades de que a
alguno de los suplentes le tocase jugar.

101

Cuando la comida terminaba (ni Ron ni Harry habían comido mucho, y


Ginny estaba pálida), Dumbledore se levantó:

—Bueno. Como todos sabéis, esta tarde son las pruebas de quidditch para
el equipo del Colegio, así que ruego a todos que os dirijáis al campo. A los
capitanes de los equipos de las Casas les pediré que se vengan por aquí, y a
los jugadores que deseen presentarse a las pruebas, que esperen delante de
los vestuarios de sus equipos respectivos.
Harry se levantó y se dirigió hacia la mesa de los profesores entre las
palabras de ánimo de sus compañeros, que también se levantaban para
dirigirse al campo de quidditch. Pasó a la sala tras la mesa de los
profesores, donde esperaban la señora Hooch y Dumbledore, aparte de
McGonagal , Snape, la profesora Sprout y el profesor Flitwick, que era el
jefe de la casa de Ravenclaw. Enseguida entraron Cho Chang, Zacharias
Smith y Warrington, que miró a los demás con un cierto desdén, aunque
sin l egar a parecer odioso, como habría parecido Malfoy.

—Bien —les dijo Dumbledore—. Ahora iremos al campo, abriréis los


vestuarios y tomaréis nota de qué jugadores de cada equipo quieren
presentarse a las pruebas ¿de acuerdo? Luego le daréis la lista a la señora
Hooch. Vamos.

Asintieron y se dirigieron al estadio, donde ya estaba medio colegio. Harry


le sonrió a Cho y se dirigió a abrir los vestuarios de Gryffindor. Como era
de esperar, todos los miembros del equipo iban a participar. Se los veía
nerviosos.

—Tranquilos —les dijo Harry—. Somos un buen equipo. De lo mejor.


Estoy seguro de que todos lo haréis bien.

Todos le miraron con una sonrisa un poco forzada. Ginny ni siquiera


levantó la cabeza del suelo, y Ron estaba pálido y no dejaba de resoplar.

Se cambiaron y salieron al campo, en medio del griterío de los de


Gryffindor. Harry le entregó su lista a la señora Hooch un instante después
de Warrington y luego esperó junto a su equipo. Malfoy miró a Ron y se
rió.

—Vaya, Weasley... veo que vas a participar, aunque sea con ese palo...
¿Vas a intentar dar algo de gloria a tu pobre nombre? ¿Eh? —se burló. Sin
embargo, sus compañeros o estaban nerviosos o no les hizo gracia la
broma, porque sólo se rieron Crabbe y Goyle.

—¿Y tú qué? ¿Preparándote a ver si consigues un puesto de suplente? —


contraatacó Ron.
Los de Gryffindor se echaron a reír al instante, mientras Malfoy enrojecía
de rabia. Iba a decir algo, pero entonces la señora Hooch amplificó su voz
con la magia y habló al estadio.

—¡ATENCIÓN! ¡Silencio, por favor! Voy a describir cómo se harán las


pruebas para el equipo. Se harán tres pruebas. La primera prueba será para
los cazadores y los guardianes. Consistirá en tiros de penalties. Cada
cazador lanzará cuatro penalties a cada guardián. Cada cazador ganará un
punto por cada gol marcado, y cada guardián ganará dos puntos por cada
tiro parado ¿de acuerdo? Comenzamos...

El primer guardián en afrontar la prueba fue el guardián de Slytherin,


Miles Bletchley, quien lo hizo bastante bien, aunque Katie logró marcarle
tres goles de cuatro. Ginny le marcó uno y Sheldon otro. Anna Snowblack,
por desgracia, no marcó ninguno.

Luego le tocó el turno a Ron, que logró parar dos de los cuatro penalties de
Katie (al fin y al cabo, era contra quien entrenaba). Ginny, sin embargo,
logró meterle dos. Lo peor fue cuando Warrington le metió tres,
provocando las burlas de Malfoy y los de Slytherin, aunque lo hizo
bastante bien contra los otros tres cazadores del equipo. Tras Ron le tocó
al buscador de Ravenclaw y luego al de Hufflepuff. Al finalizar la prueba,
Ron estaba en el segundo puesto, por detrás de Bletchley, aunque sólo a
tres puntos. De las cazadoras, Katie era la mejor, Ginny estaba en el quinto
puesto, Sheldon en el octavo y Snowblack en el duodécimo; Warrington
estaba de tercero; Bradley, estaba de segundo y Zalvin de sexto, ambos de
Ravenclaw; otro de Slytherin era el cuarto. La señora Hooch pidió un
breve descanso.

—Lo habéis hecho genial —les dijo Harry a Ron, Katie, Ginny, Sheldon y
Snowblack—. Katie ya tiene mucho hecho, y Ginny, aún puedes entrar de
titular. Gregory, tú aún puedes l egar a suplente. Ron, lo has hecho muy
bien, seguro que puedes superar a Bletchley. Ésta no era la prueba
definitiva de los cazadores y guardianes....

Se cal ó, porque la señora Hooch hablaba de nuevo.


—Bien, ahora, mientras los cazadores y los guardianes descansan,
empezaremos con la prueba de los golpeadores. La misión de cada
golpeador será proteger a su jugador, que simularemos con estas tablas
donde tienen dibujado su rostro. Las tablas han sido encantadas y se
moverán por el estadio. Soltaremos cuatro bludgers, que debéis esquivar y
lanzar contra los demás jugadores. Si una bludger golpea una de las tablas,
el golpeador correspondiente queda eliminado. También será eliminado si
el golpeador recibe así mismo, dos golpes, o si golpea con el bate una de
las tablas o a otro jugador —Cogió las tablas y las soltó.

Comenzaron a volar y se esparcieron por todo el campo—. Bien. Ahora,


cuando toque el silbato, subiréis a vuestras escobas. Cinco segundos
después, se soltarán las bludgers.

102

La señora Hooch pitó. Cada casa animaba a los suyos lo que podía. El
primero en ser eliminado, para alegría de Harry y Ron, fue Goyle, que se
apartó de su tabla mientras se protegía de una bludger enviada por uno de
los golpeadores de Hufflepuff. El juego se hacía difícil de seguir, con los
siete jugadores restantes por todo el estadio, enviándose las cuatro
bludgers unos a otros. Los dos últimos serían los titulares, y los dos
últimos eliminados, los suplentes.

La prueba continuaba. A Harry le dio un vuelco el corazón cuando dos


bludgers se lanzaron a por Sloper, pero logró repeler una y,
afortunadamente la otra no tocó su tabla. Minutos después caía abatido
Roserus, del equipo de Ravenclaw, y después el golpeador de Hufflepuff
que había eliminado a Goyle. Sólo quedaban cinco, y Kirke y Sloper aún
se mantenían, aunque cada vez era más difícil, porque las bludgers tenían
cada vez menos objetivos. El tercer eliminado fue el otro golpeador de
Ravenclaw, Stil wick, para desilusión de Cho. Kirke le había enviado una
bludger por la espalda que no vio. Sin embargo, al mismo tiempo, Crabbe
le envió otra a él, destrozando su tabla y eliminándolo. Ahora sólo
quedaban Sloper, Crabbe y otro golpeador de Hufflepuff, Evan Modded.
Kirke había logrado el puesto de segundo suplente, así que estaba en el
equipo. La lucha ahora era encarnizada: las cuatro bludgers se lanzaban a
por los tres jugadores sin piedad, y a duras penas eran capaces de
defenderse. Se les empezaba a ver cansados y con los brazos doloridos de
golpear. Sloper se detuvo un momento a sacudirse el brazo, aprovechando
que había alejado a dos bludgers.

—¡Cuidado! —le gritó Ron.

Sloper miró justo a tiempo para dar una voltereta en la escoba y esquivar
la bludger que Crabbe le había enviado. Hizo un giro y golpeó la bludger
de vuelta hacia el jugador de Slytherin, que logró repelerla hacia Modded,
que en ese momento se defendía de otra. No vio la que Crabbe le había
lanzado y le golpeó en la cara. Aún no estaba eliminado, pero quedó
aturdido, y no pudo esquivar otra bludger que se lanzó directa hacia su
tabla, destrozándola.

La señora Hooch pitó y Crabbe y Sloper bajaron entre los aplausos de


todos. Harry, Ron y los demás del equipo se acercaron a felicitar a Kirke y
a Sloper.

—¡Perfecto! Los dos en el equipo —les dijo Harry sonriendo.

—Sí, pero yo soy segundo suplente, así que lo tengo crudo para jugar —
repuso Kirke, algo desanimado.

—Lo has hecho bien —le dijo Katie.

Cuando hubieron guardado las bludgers, la señora Hooch habló de nuevo:

—¡Bien! ¡Atención, por favor! Vamos a dar paso a la tercer y última


prueba para el equipo. Ahora jugarán los guardianes, cazadores y
buscadores. Los guardianes permanecerán frente a los aros, mientras los
cazadores, de dos en dos, intentan marcar. Tendrán enfrente a otros cuatro
cazadores, que se irán rotando.

Se formarán siete equipos de cazadores. Cada jugador cogerá un número


de esta caja. Los cazadores que tengan el mismo número jugarán juntos.

Empezaron a sacar los números. Por suerte, a Ginny le tocó con Katie, a
Sheldon con Bradley y, para finaliazar, a Anna Snowblack con Warrington,
lo que no le hizo ninguna gracia a ninguno de los dos.

—Bien —siguió explicando la señora Hooch cuando todos los equipos


estuvieron formados—. Cada equipo de cazadores tendrá dos
oportunidades de marcar. Avanzarán desde el medio campo hacia los aros.
Si el guardián o alguno de los otros cazadores cogen la quaffle, el equipo
atacante pierde la oportunidad ¿de acuerdo? Si marcan, obtienen dos
puntos cada uno, que se suman a los que ya tienen. Si los defensores
logran detenerlos, el que haya cogido la quaffle gana dos puntos. Si los
atacantes tiran contra los aros y el guardián lo para, gana dos puntos el
guardián y uno los cazadores que atacan, pero los defensas ninguno. Y, si
marcan, el guardián pierde un punto. ¿De acuerdo?

Todos los jugadores asintieron.

—Bien. En cuanto a los buscadores, jugarán por el medio, como en un


partido real. Se soltarán dos snitchs.

El primero en atrapar una de el as será el titular, y el que atrape la otra,


será el suplente. ¿Me han entendido?

Harry, Cho, Malfoy y Owen Cauldwel , el buscador de Hufflepuff,


asintieron.

—Bien, jugadores ¡en posición!

Los buscadores subieron a lo alto, disponiéndose en círculo, mientras


Bletchley se ponía frente a los aros.

Atacaban Warrington y Anna. Entre los defensores, Ginny y Katie.

—¿Estás listo, Potter? —le dijo Malfoy

—Más de lo que tú querrías, Malfoy —contestó Harry.

Se miraron fijamente el uno al otro.

—Suerte, Harry —le deseó Cho.


—Lo mismo te digo —dijo Harry, sonriéndole e ignorando la mueca de
desprecio de Malfoy.

La señora Hooch soltó las dos snitchs y le pasó la quaffle a Warrington. Un


instante después, hizo sonar su silbato.

Warrington se lanzó hacia la portería, casi ignorando a Anna. Logró


esquivar a un cazador de Hufflepuff y a otro de Ravenclaw, evitando
pasarle a Anna la quaffle, que avanzaba casi sin cubrir. Harry, mientras
103

sobrevolaba el campo, observó como Warrington se lanzaba hacia


Bletchley, pero Ginny se le cruzó con una maniobra peligrosa, Warrington
se vio obligado a frenar y la chica le arrebató la quaffle. Harry sonrió
mientras Warrington miraba a Ginny con odio. Lo sintió por Anna, pero
esto aumentaba las posibilidades de Ginny y de Katie. Observó cómo Ron
aplaudía como loco, al igual que Hermione y Hagrid. Vio a Cauldwel , que
volaba cerca de Malfoy, y a Cho, al otro lado del estadio, y se obligó a
concentrarse en lo suyo y a no distraerse. Si Malfoy atrapaba la primera
sntich no se lo perdonaría. Empezó a volar rápidamente, sacándole partido
a su Saeta de Fuego, observando a los demás buscadores, pero no veía aún
ni rastro de las snitchs.

Warrington y Anna volvían a atacar. Esta vez, el cazador de Slytherin


decidió colaborar con la chica. Se aproximaron bastante a los aros, pero al
final, en un pase, Katie interceptó de nuevo la quaffle. Anna bajó la
cabeza. Lo tenía difícil. Warrington volvía a lamentarse. Finalmente, en el
último ataque, Warrington tiró, y para alegría de Harry, consiguió marcar.
Esto aumentaba las posibilidades de Ron. Los equipos de cazadores se
sucedieron. Cuando acabó el turno de Bletchley, Katie había conseguido
siete puntos y Ginny cinco. Sheldon tenía tres más, y Anna dos. Bletchley
había conseguido ocho puntos y perdido tres, con lo que estaba a ocho de
Ron. Estaba difícil, pero Harry no perdió la esperanza.

Era el turno de Ron. Harry le hizo una seña de ánimo y siguió buscando la
snitch. Intentó evitar mirar hacia Ron, para no distraerse. Mientras
Warrington y Anna comenzaban de nuevo los ataques, Cauldwel se lanzó
en picado hacia el fondo de los aros que no se utilizaban. Harry lo vio y
emprendió la persecución, y al instante se le unieron Cho y Malfoy, que
estaba más cerca. Cauldwel aceleró, pero Malfoy se le cruzó, obligándolo
a desviarse. Cho se pegó a Malfoy, mientras Harry los seguía, acelerando
al máximo su Saeta de Fuego. Los tres forcejearon, pero en el último
instante, la snitch se movió, sobrevolando la cabeza de Malfoy, con lo que
no consiguieron atraparla. Harry viró rápidamente y emprendió su
persecución, pero la snitch desapareció de su vista. Cauldwel se
desplazaba hacia el otro lado del estadio, buscando la otra.

Harry se dirigió hacia al í también. Cuando sobrevolaba a los demás


jugadores, observó una buena parada de Ron, mientras Bradley, que había
tirado, se lamentaba. Mientras le sonreía a Ron, vio la otra snitch, que
flotaba un poco por encima del aro de la izquierda. El que más cerca se
encontraba de él era Cauldwel , que miraba hacia otro lado. Harry, loco de
alegría, se lanzó por la snitch, pero ésta, al acercársele, descendió hasta el
fondo. Harry la persiguió. La pequeña esfera dorada voló a unos treinta
centímetros del césped, pegada a las tribunas. Harry la persiguió,
acercándosele. Por desgracia, la snitch se dirigía hacia dónde estaban Cho
y Malfoy, que descendieron para atajarla. Harry aceleró aun más. La snitch
cambió de dirección súbitamente, dirigiéndose hacia las tribunas de
enfrente. Harry viró, seguido a unos metros por Malfoy y Cho.

Se acercaba, estaba cerca de cogerla

—¡Vamos, vamos! —gritó Harry—. Sólo un poco más...

Entonces, la snitch volvió a virar, subiendo, Harry subió tras el a y vio


venir a Cauldwel . En ese momento, sobre las gradas frente a él, vio a la
otra snitch, a unos cuarenta metros de donde se encontraba. Malfoy
también la vio y fue a por el a, Cho dudó y finalmente fue tras Malfoy. La
segunda snitch permanecía quieta, y Malfoy se acercaba rápidamente. Si
Harry no cogía la suya pronto, podía perder el puesto titular... vio que
Cauldwel se dirigía a él rápidamente, espoleó su escoba, estiró el brazo y...

—¡¡Sí!!

El estadio estal ó. De las gradas de Gryffindor subían unos impresionantes


aplausos. Harry miró hacia Malfoy y Cho, que perseguían a la segunda
snitch enzarzados. Sin embargo, la escoba de Cho no era rival para la
Nimbus 2.001 de Malfoy, que se adelantó, consiguiendo atrapar la segunda
snitch, arrancando sonoros vítores y aplausos de los de Slytherin. No
obstante, no parecía muy feliz. Era el suplente de Harry. Cho aterrizó,
triste, había tenido cerca de sus manos el entrar en el equipo y no lo había
conseguido. La señora Hooch los l amó, para que no interrumpieran el
resto de la prueba. Ron estaba ya terminando su turno.

Harry descendió, y al instante Hermione se abalanzó sobre él, abrazándole.

—¡Bien hecho, Harry! Sabíamos que lo conseguirías.

—¡Muy bien, Harry! —le dijo Hagrid dándole una palmada en el hombro
que casi lo tira al suelo—. Has vencido a Malfoy.

Harry miró a Draco y le sonrió. Malfoy le miró con cara de odio. No pudo
verle más porque sus compañeros de Gryffindor le rodearon, abrazándole.
Parvati y Lavender le dieron dos sonoros besos cada una en la mejil a que
le hicieron ponerse colorado. Colin Creevey empezó a hacerle fotos.
Cuando logró librarse de el os, se dirigió a Hermione, que observaba la
prueba.

—¿Cómo va Ron?

—Ahora mismo está atacando el sexto equipo —dijo Hermione—. Le han


tirado a puerta seis veces y ha parado cuatro —explicó Hermione mientras
miraban cómo Morton y otro cazador de Slytherin atacaban—. A estos les
falta este intento.

—Necesita parar por lo menos dos más para entrar de titular, si no, entrará
Bletchley —dijo Harry.

—Lo sé —le dijo Hermione.

En el último intento de Morton y su compañero, el cazador de Slytherin


esquivó a Sheldon y lanzó al aro izquierdo. Ron se tiró a por la quaffle.
Aunque no logró atraparla, detuvo el disparo.
104

—¡Bien, Ron! —gritó Hermione—. ¡Tienes que parar uno más!

Ron parecía nervioso, pero seguro. Ahora atacaban dos cazadores de


Hufflepuff. Katie y Ginny estaban en la defensa. Comenzó el primer
ataque. Los cazadores estaban bien compenetrados y lograron atravesar la
defensa, esquivar a Katie y Ginny y tirar. Afortunadamente, el tiro no fue
muy bueno, y Ron lo paró sin dificultades.

—¡Sí! —gritó Harry, mientras de su alrededor los de Gryffindor


levantaban oleadas de aplausos—. ¡Ha empatado con Bletchley!

—¡Es suficiente! —gritó Hermione—. ¡Porque sólo le han marcado dos


goles, y a Bletchley tres!

El último intento de los Hufflepuffs no fue muy bueno y Warrington logró


interceptar la quaffle.

La señora Hooch pitó y Ron descendió, muy contento. Bletchley, sin


embargo, parecía algo enfurruñado.

Cuando Ron l egó junto a Hermione y Harry, la chica le dio un fuerte


abrazo, al igual que Harry. Estaba muy contento.

—¡Felicidades a ti también, Harry! —le dijo Ron—. Derrotaste a Malfoy.


Seguro que debe de estar enfadadísimo. Espero que los otros guardianes no
logren superarme...

—No te preocupes. Le sacas once puntos al guardián de Ravenclaw y doce


al de Hufflepuff... no lo tienen fácil.

Ron sonrió aún más.

—Katie va líder de puntuación de cazadoras —comentó Hermione—. Y


Ginny va de cuarta. Sheldon sigue de octavo y Anna de décima. De tercero
va Warrington, y de segundo Bradley; de quinto va uno de Hufflepuff y de
sexto otro de Slytherin. De momento, tenemos a cuatro de Gryffindor en el
equipo del colegio. ¡No está mal! Eso representa un éxito para el capitán
—dijo mirando a Harry, que se sonrojó algo, sin decir nada.

Empezaba el turno del Ferziberd, el guardián de Ravenclaw. Sólo logró


sacar tres cuatro puntos más de los que tenía; el de Hufflepuff consiguió
cinco, pero no era suficiente. Ron había sido, indiscutiblemente, el mejor
en el campo, aunque Bletchley fuese mejor en los penalties. Ron no cabía
en sí de contento. Lo había conseguido.

Finalmente, Katie había quedado de primera, seguida de Bradley y


Warrington. Ginny había sido cuarta, y uno de Slytherin y otro de
Hufflepuff habían logrado los puestos quinto y sexto. La señora Hooch l
amó a todos, titulares y suplentes. Dumbledore se les acercó.

—¡Bien! ¡Bien! Mis felicitaciones a todos —dijo mirándolos, sonriente—,


también a aquel os que no han resultado elegidos. El próximo lunes se os
entregarán los uniformes del equipo de Hogwarts. Vuestros vestuarios
serán los de Hufflepuff. Los de Slytherin los usará Beauxbatons, los de
Gryffindor Durmstrang y los de Ravenclaw Castelfidalio. Por tanto, ruego
a los capitanes de los equipos que entreguen sus l aves a la señora Hooch,
quien os las devolverá en cuanto acabe el torneo. El lunes se os l amará a
una reunión y elegiréis a vuestro capitán ¿de acuerdo? —Todos asintieron
con la cabeza—. Bien. Pues podéis retiraros a descansar o aprovechar para
armar jaleo —añadió, guiñándoles un ojo.

Mientras estaban en los vestuarios, donde habían entrado a cambiarse,


Harry habló al equipo:

—Estoy muy orgul oso de que seis de nosotros hayamos logrado entrar en
el equipo —les dijo—. Esto demuestra que somos los mejores. Cuando
acabe el torneo, ganaremos la copa escolar. ¡Lo presiento!

Los jugadores jalearon y gritaron ante el comentario de Harry, que fue


elevado en hombros de todos, donde estuvo un rato, hasta que sus
compañeros decidieron dejarle de nuevo en el suelo.

Salieron de los vestuarios muy alegres, donde los esperaba Hermione, y


volvieron al castil o. Harry se encontraba feliz como no se había sentido
en semanas, o aun en meses.

Mientras volvían, vieron a Dul ymer, que felicitaba a Malfoy por estar en
el equipo, aunque Malfoy no parecía demasiado feliz. Harry no vio a Cho.
Dedujo que tampoco el a estaba muy feliz. Sólo había un jugador de
Ravenclaw en el equipo titular de Hogwarts y el a había perdido ante
Malfoy. Dul ymer dejó a Malfoy y se acercó a el os.

—Felicidades —dijo, sonriéndoles—. Esperaba que tú fueses el buscador,


Harry.

—Gracias —dijo Harry, sonriéndole a su vez.

—Draco no estaba muy contento —comentó Dul ymer mirando hacia los
de Slytherin—. Pero bueno, qué se le va a hacer. Espero que dejéis el pabel
ón de Hogwarts bien alto.

—Lo intentaremos —dijo Ginny—. Aunque yo no creo que l egue a jugar...

—¡Oh!, nunca se sabe. El los partidos de quidditch puede haber heridos


¿no? Y además, vais a entrenar todos juntos, y todos colaboraréis.

—Es cierto —confirmó Harry—. Entrenaremos mediante partidos.

—Y tú serás el capitán ¿verdad, Harry? —afirmó, más que preguntó,


Henry.

—¿Yo? No sé...

—Pues yo sí. El capitán se elige por votación de los jugadores, y dado que
de los catorce, seis son de Gryffindor... Te vas a presentar para capitán
¿no?

—Ahora que lo dices...

Miró a Katie.

105
—Yo renuncié al puesto de capitana de Gryffindor. No voy a presentarme a
capitana de Hogwarts. Hazlo tú.

Has hecho un buen trabajo con el equipo.

—Sí, Harry —pidió Ginny.

—Bueno... sí, creo que lo haré.

—Bien. Entonces, ya nos veremos. Os dejo

Se alejó corriendo hacia su grupo de Slytherin.

—Tienes que presentarte tú, Harry —dijo Ron—. Seguro que los de
Ravenclaw y Hufflepuff, si no se presenta ninguno de el os, te eligen a ti.
Imagínate la cara de Malfoy...

—Me presentaré —dijo Harry rotundamente, mientras regresaban al Castil


o, entre risas y alegría.

11

Los Competidores del Torneo

La noche del viernes constituyó una auténtica fiesta en la sala común de


Gryffindor, donde todo el mundo felicitaba sin parar a los miembros del
equipo que habían entrado al equipo del colegio, o bien daban ánimos a los
que no lo habían conseguido. La sala común estaba l ena de dulces,
cervezas de mantequil a y demás cosas adquiridas por los alumnos en la
cocina. Harry se preguntó cómo habían montado aquel a fiesta sin ayuda
de los gemelos Weasley, que eran quienes se ocupaban siempre de aquel os
asuntos. Ron respondió a su pregunta mostrándole un libro mientras
Hermione no miraba. El libro provenía de Sortilegios Weasley y se
titulaba Cosas Divertidas Que Se Pueden Hacer En Hogwarts. Harry
comprendió que Ron se lo mostrara sin que Hermione lo viera; dudaba que
la prefecta aprobara lo que ese libro decía. Técnicamente, Ron también
debería confiscar un libro como aquél, pero el pelirrojo no era lo que se
dice muy estricto con las obligaciones que acarreaba su insignia.
La profesora McGonagal había acudido ya a la sala común a las nueve y
media, al oír el alboroto, pero, finalmente, había decidido dar permiso
para continuar la fiesta hasta las doce, encargando a Hermione la
responsabilidad de enviar a todo el mundo a la cama a esa hora.

Así pues, la fiesta se prolongó hasta medianoche, y, durante aquel as horas,


nadie en la sala común de Gryffindor recordó que fuera de los muros del
castil o, el temor inundaba los corazones de los habitantes del mundo
mágico, y, que en algún lugar, el más terrible de los magos planeaba algo,
algo que le permitiese, por fin, adueñarse del mundo.

Cuando l egó la medianoche, Hermione se acercó a Harry y a Ron, que


comentaban por enésima vez sus respectivas actuaciones durante las
pruebas.

—Ron, son las doce.

—Ya lo sé —contestó él.

Hermione puso los ojos en blanco.

—McGonagal sólo nos dio permiso hasta las doce.

—¿Quieres que terminemos la fiesta? —preguntó él, asustado ante la idea


de enviar a la cama a los aún muy animados miembros de la casa de
Gryffindor que l enaban la sala común.

—¡Somos los prefectos!

—Está bien, está bien —dijo Ron, suspirando.

Así pues, entre él y Hermione pusieron fin a la fiesta, enviando a todos a


las camas, pese a las protestas de muchos. Harry los esperó sentado en una
butaca. Cuando sólo quedaron el os tres, Hermione miró a su alrededor y
les habló:

—Bueno, ahora tenemos que recoger todo esto...

—¡¿Qué?! —exclamaron Harry y Ron al unísono.


Hermione les miró con severidad.

—¿No querréis que dejemos esto así, verdad?

—Pero... ¿por qué nosotros? —preguntó Ron.

—Porque somos los prefectos —volvió a decir Hermione.

—Exacto, no somos elf... esto, criados —rectificó, viendo la cara de


Hermione al empezar a decir «elfos domésticos».

Hermione lo miró con severidad.

—Mira, si no puedes con tus obligaciones de prefecto, díselo a McGonagal


y que nombre a otro —le espetó.

Harry miró a su amigo. La verdad es que pensaba que Ron no era un


prefecto muy entusiasta, y siempre se quejaba de lo pesado que era tener
que hacer de vez en cuando rondas por los pasil os, como tenían que hacer
él y Hermione.

106

Ron se quedó un instante mudo, observando a su amiga, como si sopesara


los pros y los contras de ser prefecto.

—Vale, recojamos —dijo, sacando su varita y empezando a limpiar.

Hermione le miró, y en su rostro severo se dibujó una sonrisa.

Cuando media hora más tarde Harry se metió en la cama, tras haber
ayudado a Ron y a Hermione a limpiar, estaba cansadísimo. Se alegró de
que al día siguiente fuera sábado, porque dudaba que pudiera levantarse
antes de las once de la mañana por lo menos.

Se sentía feliz... bueno, quizá no feliz, exactamente, pero sí muy contento.


Parecía como si los problemas se hubieran alejado momentáneamente de
él, absorbidos por la emoción del Torneo de Quidditch. Se había sentido
maravil osamente montado sobre su escoba, venciendo a Draco Malfoy, y
viendo cómo Ron y Ginny conseguían un puesto en el equipo del colegio.
Era como si los sueños, los asesinatos y los peligros hubiesen
desaparecido del mapa, al menos por un tiempo. Sin tiempo para pensar
más, Harry se durmió profundamente.

El sábado por la mañana lo pasaron haciendo deberes en la biblioteca.


Tenían que trabajar en conjuros transformadores parciales para
McGonagal , y preparar una introducción para el tema de encantamientos
levitatorios avanzados, para el profesor Flitwick. Hermione ya l evaba el
trabajo muy avanzado, y Harry y Ron sospechaban que seguramente ya
sabía ejecutar aquel os hechizos, y no sólo hacer una introducción sobre el
os. Se encontraban en la sección prohibida, a la que tenían acceso
controlado por ir en sexto, y estaban usando ciertos volúmenes
polvorientos de magia avanzada para el trabajo de Encantamientos. Harry,
que creía que el trabajo iba a ser aburrido, descubrió que no, pues los
hechizos levitatorios avanzados se usaban en las escobas voladoras, en
alfombras y otros objetos de ese tipo. También podía aprender a volar por
sí mismo, aunque las escobas eran más rápidas.

Terminaron casi a la hora de comer, ya que querían tener la tarde libre para
ir a tomar el té con Hagrid, quien los había invitado para hablar de la
prueba del día anterior y del torneo de Quidditch.

Acudieron a la cabaña de Hagrid poco después de haber comido. Llamaron


a la puerta, y Hagrid les abrió.

—¡Hola! —los saludó—. Pasad.

Entraron y cerraron la puerta. El día estaba un poco frío y Fang dormitaba


junto a la chimenea.

—Voy a preparar el té. ¿Todos queréis, verdad? —les preguntó.

—Yo no —dijo Hermione—. Aún hemos comido hace poco y no me


apetece.

—¿Qué te ha parecido la prueba, Hagrid? —preguntó Ron.


—Estuvo muy entretenida y emocionante —dijo Hagrid mientras ponía la
tetera a hervir—. Emocionante como un auténtico partido. Me alegro de
que los dos estéis en el equipo. Creo que tenemos posibilidades en el
Torneo.

—¿Sabéis algo de los jugadores de Durmstrang o Beauxbatons? —


preguntó Harry.

—No demasiado —contestó Hermione—. En Evaluación de la Educación


Mágica en Europa no se habla mucho de quidditch. De hecho, en este
sentido sólo se hace mención a Castelfidalio, donde le dan mucha
importancia al deporte. Creo que de esa escuela han salido excelentes
jugadores.

—No te preocupes, Harry —le dijo Ron—. Si Krum aún estuviera en el


colegio, quizás tendríamos problemas, pero ya terminó hace dos años, así
que...

—Viktor sigue en Durmstrang —le contradijo Hermione.

—¿Qué? —saltó Ron—. Pero si iba en séptimo hace dos años y... —cal ó
un momento y miró a Hermione fijamente—. ¿Y tú como lo sabes? ¿ Aún
s igues escribiéndote con él?

—Pues sí —dijo Hermione, como sin darle importancia—. Y no es un


alumno. Trabaja como profesor de vuelo y entrenador de quidditch, aparte
de estar en un equipo de quidditch de Bulgaria. Será el único profesor de
Durmstrang que venga, aparte del director.

Ron se quedó sin palabras y puso mala cara al oír las palabras «será el
único profesor de Durmstrang que venga». No parecía hacerle mucha
gracia que Viktor Krum regresara a Hogwarts.

—¿Quién es el nuevo director? —preguntó Harry.

—No lo sé —dijo Hermione, encogiéndose de hombros.


—Se l ama Petrimov, Sergei Petrimov —respondió Hagrid, que quitaba la
tetera del fuego—. Dumbledore nos lo dijo. No sé gran cosa acerca de él,
pero al menos no es un ex mortífago, como Karkarov.

—Claro, porque no hay ex mortífagos —dijo Ron—. Los ex mortífagos, o


son mortífagos, como Malfoy, o están muertos, como Karkarov.

—Snape no está muerto —repuso Harry.

—Sí... pero Snape es un caso aparte.

107

Hagrid sirvió el té y unas gal etas hechas por él, que, conociendo el arte
culinario del semigigante, nadie probó, alegando que hacía poco que
habían comido.

—¿Ya has sabido algo de los gigantes, Hagrid? —preguntó Harry dando un
sorbo a su taza de té.

—No —contestó Hagrid, triste—. Quizás no han conseguido l egar, quien


sabe... o quizás los han descubierto y los han matado...

—¿Y de los que se unieron a Voldemort?

—Tampoco. Ignoramos si han venido, o si Quien Vosotros Sabéis ha hecho


una alianza con el os pero permanecen en las montañas...

—¿Qué utilidad pueden tener en las montañas? —preguntó Ron.

—No lo sabemos, pero Dumbledore sospecha que intentará hacer que


vengan aquí, al fin y al cabo es donde los necesita...

—¿Piensa asaltar el Ministerio de Magia? —inquirió Harry.

—Ése es su objetivo final —dijo Hagrid—. Controlarlo todo. Aunque


mientras tengamos a Dumbledore, Hogwarts seguirá siendo un lugar
seguro.
—Quizás al principio —dijo Harry, levantándose y mirando por la ventana
—. Si el resto cae, Hogwarts también... y Dumbledore no puede derrotar a
Voldemort. Se está volviendo más fuerte... Dumbledore ya no puede contra
él.

Nadie dijo nada. Harry siguió mirando por la ventana. Hermione


acariciaba a Fang, Ron terminaba su té y Hagrid el suyo.

—¿No irás a preocuparte ahora, verdad? —le preguntó Ron por fin.

—No... Es que ayer, cuando me acosté estuve pensando... durante estos


días parece que nos olvidamos de lo sucedido hace poco... ¿Cómo están tus
padres y Percy? —le preguntó.

—Eh... no lo sé —admitió Ron, un poco avergonzado.

—Deberías escribirles. Yo también le escribiré a Lupin. No es Sirius...


pero también era amigo de mi padre...

—Cal ó un momento, y luego dijo—: Espero que el Torneo dé sus frutos...

—¿Sus frutos? —preguntó Ron

—Sí. Que nos unamos. En el Torneo de los Tres Magos Madame Maxime
se unió a nosotros para ayudarnos

¿recordáis? Espero que este año sea igual.

—Estoy casi seguro —dijo Hagrid—. Dumbledore es un gran hombre, y


logrará lo que se propone. Estoy convencido. —Luego se animó y dijo—:
¿Vas a presentarte a capitán del equipo de Hogwarts, Harry?

—Sí —respondió éste, abandonando la ventana y volviendo a sentarse en


su sil a.

—Pues si te presentas lo serás. No dudo que tendrás los apoyos de todos


los jugadores de Gryffindor, y no creo que ningún otro candidato tenga
más simpatías, sobre todo si es de Slytherin.
—Seguro que Malfoy se presentará —dijo Harry.

—Yo no estoy tan segura, Harry —repuso Hermione. Como la miraban con
cara extraña, explicó—: Para empezar, no es capitán de Slytherin, sino que
lo es Warrington, así que lo lógico sería que, en todo caso, se presentara él.
Además, supongo que Malfoy sabe que si se presenta como capitán,
perderá, y no creo que quiera volver a perder frente a ti, ¿no crees?

Ni a Harry ni a Ron se les había pasado por la cabeza esa posibilidad, pero
Harry pensó que lo que Hermione decía tenía bastante sentido...

—No creo que quiera perder, pero no va a aceptar tan fácilmente a Harry
como capitán —apuntó Ron.

—Bueno, esperará que alguien que no sea de Gryffindor se presente, y


hará que los de Slytherin lo apoyen.

El os son cinco. Si apoyan a un candidato de Hufflepuff, podrías no


obtener el puesto...

—Si Bradley apoya a Harry, serán siete contra siete...

—Bueno, da igual. Dejadlo. Yo estoy casi seguro de que sí se presentará —


dijo Harry, tajante—. De todas formas, no me importaría no ser el capitán,
siempre que no lo sea alguien de Slytherin.

Eran casi las siete de la tarde cuando finalmente abandonaron la cabaña de


Hagrid para dirigirse de nuevo al castil o. La noche caía ya, y Harry sabía
que no debía andar por los terrenos en la oscuridad. Fueron a la sala
común de Gryffindor, donde Harry y Ron se pusieron a jugar una partida
de ajedrez antes de bajar a cenar.

Cuando subieron, Harry escribió una pequeña nota para Lupin, y Ron hizo
lo propio con sus padres. Como no sabían si los Weasley estaban en ese
momento en Grimmauld Place, Harry envió su carta por medio de Hedwig
y Ron mandó la suya por Pig.
Recibieron la contestación el domingo a mediodía. La carta de Lupin
decía: Harry:

Te agradezco tu carta. Aunque los miembros de la Orden siguen pasando


por aquí a menudo, me siento un poco solo. De momento todo va bien, no
ha habido ninguna cosa extraña, pero 108

Dumbledore no está tranquilo. Aún no sabemos dónde se esconden los


mortífagos fugados, ni lo que trama Voldemort. Intentamos hacer
averiguaciones acerca de esos sueños que has tenido, pero no tenemos
demasiada información. De todas formas, tú no debes preocuparte de
momento. Mientras estés en Hogwarts estarás a salvo, y en las salidas a
Hogsmeade, tendrás siempre a alguien vigilándote. Esfuérzate en las
clases de Dumbledore. Nos ha dicho que se te da muy bien, y en estos días,
todo lo que puedas aprender no será demasiado.

Atentamente

Lupin

P.D.: Felicitaciones a ti, a Ron y a Ginny por estar en el equipo del


colegio. Saluda también a Hermione.

—Aún no han averiguado dónde se esconden los fugados —dijo Harry al


terminar de leer la carta—. ¿Cómo será que Snape no lo sabe?

—Tal vez no se dicen todo unos a otros —opinó Hermione.

—Sí, es posible... —Harry recordó algo—. Eso es lo que dijo Karkarov en


el juicio, que sólo Voldemort los conocía a todos...

—¿Qué dicen tus padres, Ron? —le preguntó Hermione.

—No gran cosa. Aún están tristes por Percy. Me dicen que ha solicitado el
traslado al Departamento de Seguridad Mágica, pero aún no ha recibido
respuesta. Fred y George también han ingresado en la Orden.

—¿Fred y George? —preguntó Hermione, sorprendida. Era obvio que no


consideraba a los gemelos lo suficientemente serios como para algo así.
—Sí. Quieren ayudar en todo lo que puedan, aunque claro, sin saber lo que
trama Voldemort...

Terminaron de comer, y pasaron el día en la sala común. Hermione se puso


a hablar con Ginny, al lado de Parvati y Lavender, y Harry, Ron, Seamus y
Dean empezaron a jugar una partida de naipes explosivos.

Al día siguiente por la mañana, en clase de Pociones, Harry comprobó, con


desagrado, que Snape ya se había recuperado de la noticia de la muerte de
Karkarov, porque volvía a estar tan desagradable como siempre. Les había
ordenado preparar una solución transformadora para adquirir ciertas
capacidades animales (algo parecido a las branquialgas, según comprobó
Harry, aunque más potente y difícil de preparar, por supuesto). La receta
que Snape les había mandado era bastante complicada. Harry se ganó una
regañina de Snape porque con su solución no había conseguido desarrol ar
todas las habilidades que la poción otorgaba. Harry se enfureció, porque la
de Goyle apenas si se podía beber y no le había dicho nada.

Malfoy, por primera vez desde el viernes, le sonrió de forma despectiva.

En Defensa Contra las Artes Oscuras, Dumbledore empezó a enseñarles el


encantamiento escudo respulsor, que podía, además, ser útil en más casos
que ese. No avanzaron demasiado, porque sólo estuvieron practicando el
movimiento y las bases del hechizo, los encantamientos escudo y el
encantamiento repulsor.

En la clase de Encantamientos, empezaban con los Encantamientos


levitatorios avanzados, muy superiores al Wingardium Leviosa que era el
único que conocían hasta el momento. Lo primero que iba a aprender era a
levitar por sí mismos, o sea, a volar sin escoba. El profesor Flitwick les
dijo que no era demasiado difícil, comparado con otros hechizos como los
de las escobas voladoras.

—Bueno, esto será interesante aprenderlo, por si nos caemos de la escoba


en un partido —le dijo Harry a Ron, que le sonrió, mientras Hermione les
mandaba cal ar y atender a la explicación de Flitwick.
Finalmente acabaron las clases por ese día, l egó la tarde, y, con el a, la
primera reunión del equipo de Hogwarts, en el campo de quidditch a las
seis en punto.

Harry, Ron y Ginny bajaron juntos al estadio. Al í ya estaban los de


Slytherin, que les miraron con desprecio al l egar. Sin embargo, Malfoy se
contuvo las ganas de decir algo, porque la señora Hooch ya estaba al í.

Harry se fijó en que los vestuarios ya no tenían los colores de las casas,
sino que en cada uno de el os se veía el escudo de uno de los Colegios
participantes. Cuando l egaron el resto de jugadores, la señora Hooch
habló:

—Bien. Hoy estamos aquí reunidos para organizar el equipo, y elegir un


capitán que dirigirá los entrenamientos, entrenamientos que yo supervisaré
¿de acuerdo?

Todos asintieron.

—Bien, entonces lo primero que haremos será elegir al capitán. ¿Quiénes


se ofrecen voluntarios?

Harry dio un paso al frente, empujado por Ron.

—Yo —dijo. Malfoy lo miró con odio, pero no se movió. «Quizás


Hermione tenía razón y no se presenta», pensó. Pero nadie de Hufflepuff,
ni Bradley, de Ravenclaw, se movió, así que Malfoy acabó levantándose.

—Yo también —dijo, mirando fijamente a Harry.

109

—Bien ¿Nadie más? —preguntó la señora Hooch—. Vale —dijo, al ver


que nadie más se ofrecía—.

Entonces votemos. Que levanten la mano quienes quieran votar por Harry
Potter.
Harry y todos los demás de Gryffindor levantaron la mano, al igual que
Bradley y, finalmente, también los dos de Hufflepuff. Malfoy intentó
disimular la rabia que sentía al ver a los de Ravenclaw y Hufflepuff
levantar la mano. Harry intentó disimular su alegría.

—Bien. Parece que no hay dudas. Por nueve votos a favor, es elegido
capitán el buscador Harry Potter. —

Se dirigió a él—: Toma: Son las l aves de los vestuarios de Hufflepuff,


ahora los de Hogwarts. En él está ya todo el material. Cambiaos y salid de
nuevo al campo. Entrenaremos un rato.

Harry cogió la l ave y se dirigió a los vestuarios, seguido del resto de


jugadores. Una vez dentro, Malfoy se encaró con él.

—Vaya, vaya. Como no, el gran... Potter de nuevo el protagonista. Hace


dos años campeón del colegio y ahora capitán del equipo de quidditch.
Siempre l amando la atención, ¿eh? —escupió, con amargura.

—Cál ate, Malfoy —le dijo Ron—. Tú te presentaste y has perdido.


Acéptalo.

—Sí, desde luego es mejor perder que ganar gracias a votos como el tuyo,
Weasley. Tú de guardián...

vamos listos —le dijo mirándole con desprecio entre las sonrisas de los de
Slytherin.

Ginny sacó la varita y apuntó a Malfoy

—Te lo dije en el tren, Malfoy —dijo, mirándole amenazadoramente—. Si


no te cal as...

—¡Ya salió la eterna defensora de Potter! Me pregunto qué te da para que


le defiendas tanto. ¿Te ha prometido amor eterno? —se burló Malfoy
sonriendo burlonamente, mientras Crabbe y Goyle se reían como idiotas.

—Déjale, Ginny —dijo Katie mirando a Malfoy con rabia—. Lo único que
tiene es envidia, porque ha perdido.
Eso es todo.

—¿Envidia? ¿De...?

—¡YA! —gritó Harry—. ¡Todo el mundo a cambiarse y al campo! Ahora


somos un equipo, y vamos a comportarnos como tal.

—A mí no me des órdenes, Potter —le dijo Malfoy, que se había puesto


serio—. No tolero que...

Pero Harry no quiso escuchar más. Sacó la varita, apuntó a Malfoy y gritó:

— ¡Silencius!

Malfoy siguió abriendo y cerrando la boca, pero sin decir nada.

—Bien, espero que ahora podamos comportarnos.

Malfoy le miró con un odio tan intenso, que no necesitaba palabras para
expresarse, pero fue a cambiarse.

Warrington le aplicó el contrahechizo para que pudiese volver a hablar.

Salieron al campo, con los uniformes del colegio, que eran de color plata y
oro, con el escudo de Hogwarts en el pecho. La señora Hooch les esperaba.

—Bien. Espero que recuerden todos que mientras estén en el equipo del
colegio, no pertenecen a ninguna casa. Aquí todos sois miembros de un
solo equipo, y espero que todos trabajéis por el bien del mismo, sin
excepción. ¿De acuerdo? —Todos asintieron, incluso los de Slytherin—.
Bien, pues entonces dad unas vueltas por el estadio y pasaos la quaffle un
rato.

Les entregó el balón rojo y levantaron el vuelo, pasándoselo unos a otros,


sin apenas hablar. Algunos alumnos, entre el os Dul ymer, que estaba con
Goyle, se habían acercado a verlos. Estuvieron un rato jugando con la
quaffle y volando por el estadio, hasta que la señora Hooch los l amó,
diciéndoles que a las seis del día siguiente tendrían la primera sesión de
entrenamiento real, que ya estaría dirigida por el capitán, o sea, por Harry.
Afortunadamente, al volver a cambiarse, no hubo problemas. Al parecer
Malfoy había dejado para otra ocasión el vengarse de él. Cuando todos
hubieron salido, cerró los vestuarios y, acompañado por Ron y Ginny, se
dirigió a la torre de Gryffindor, donde Hermione se encontraba estudiando
los encantamientos levitatorios. Harry y Ron se sentaron en un sofá, donde
Crookshanks se les subió, acurrucándose sobre Ron, que lo acarició.

—¿Qué tal fue? —preguntó Hermione.

—Bastante bien... Harry fue elegido capitán, por supuesto. —Hermione


sonrió—. Malfoy se puso bastante pesado, así que le lanzó el hechizo
silenciador ¡Estaba la mar de gracioso!

—¿Le echaste un hechizo silenciador? Me imagino que no le debió de


gustar nada —dijo Hermione, riendo.

—Pues no, pero se aguantó. Supongo que espera pil arme en alguna —dijo
Harry, encogiéndose de hombros y acariciando a Hedwig, que se le había
posado en un brazo—. Pero me da igual. No le tengo ningún miedo.

Al día siguiente, por la tarde, Harry y Ron se encaminaron hacia el estadio


para el primer entrenamiento en serio del equipo. Fueron los primeros en l
egar. Harry abrió los vestuarios y se pusieron los uniformes de 110

equipo. Sacaron el maletín con los balones y empezaron a volar, mientras l


egaban el resto de miembros del equipo.

Llevaban cinco minutos en el aire cuando aparecieron Ginny, Kirke y


Sloper, y tras el os, Katie y Bradley, seguidos por los dos jugadores de
Hufflepuff y los de Slytherin. Un momento después l egó la señora Hooch,
montada en su escoba.

Cuando todos se hubieron cambiado, Harry les dijo a los seis cazadores
que empezaran a practicar pases con la quaffle para acostumbrarse a jugar
juntos. Bletchley y Ron se turnaron para ponerse en los aros.

Luego, la señora Hooch soltó las bludgers para que los golpeadores
practicasen.
—¡Malfoy! —llamó Harry.

Malfoy le miró, arrogante.

—Tú y yo vamos a intentar atrapar la snitch ¿De acuerdo?

Malfoy no le contestó.

—¡Suelte la snitch! —le dijo Harry a la señora Hooch. Esta, abrió el cajón
y soltó la pequeña esfera dorada, que en seguida desapareció de la vista.

Harry empezó a buscarla, mientras observaba el juego de los demás de vez


en cuando. Malfoy, aunque no había hablado ni una sola vez con Harry,
también empezó a buscar la snitch por todo el campo.

Cuando l evaban un rato jugando, Harry observó que Katie y Warrington,


aunque nunca habían jugado juntos, se coordinaban bastante bien en los
ataques. Podrían formar una excelente pareja en ataque, con el apoyo de
Bradley, que era bueno esquivando a los cazadores contrarios. Ron y
Bletchley lo hacían ambos bastante bien.

La señora Hooch les ordenó dejarlo a las siete y media, ya que apenas se
veía nada. Harry había logrado atrapar tres veces la snitch, aunque Malfoy
había lograda cogerla en una ocasión.

—Bien. No ha estado nada mal —dijo la señora Hooch—. ¿Alguien tiene


problemas para estar mañana aquí a la misma hora?

Nadie los tenía.

—Bien. Pues entonces cambiaos y volved al castil o.

Se cambiaron en medio del silencio. A pesar de las rivalidades dentro del


equipo, todos parecían haber entendido que eran un equipo, y, aunque no se
l evaban bien, procuraron no discutir. Harry se sintió satisfecho de el o. No
sentía ningún deseo de confraternizar con Malfoy o con Crabbe, pero
tendría que procurar no tener peleas con el os mientras durase el Torneo.
Pasaron los días y l egó el jueves, día en que l egaban los invitados. Todo
el mundo parecía contento y expectante, excepto Ron, que había estado
todo el día un poco huraño. Hermione le había mirado a cada rato durante
la comida, pero no le había dicho nada. Harry tampoco le comentó nada al
respecto, porque creía tener una idea bastante clara de por qué no estaba su
amigo de buen humor. Harry recordó lo que les había dicho la tarde en que
había hablado con Dumbledore acerca de su sueño, cuando estaban en
Grimmauld Place, pero ninguno de los dos había vuelto a mencionar el
tema, y Harry decidió no volver a hablar sobre el o tampoco, aunque a
veces, desde que había tenido el segundo sueño, al ver a sus dos amigos
pensaba en el o.

Por la tarde, tenían clase doble de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero
nadie estuvo muy concentrado.

Seguían con el encantamiento escudo, que, de momento, a la que mejor se


le daba era a Hermione. Harry se ocupaba de provocar las explosiones que
tenían que detener. Había aprendido bastante bien a controlar la potencia
del hechizo. Esa tarde, Harry pensó, sin embargo, que quizás Ron podría
lanzar un hechizo explosivo que no tendría mucho que envidiar al suyo.

La clase se suspendió a la cinco de la tarde, y todos regresaron a la sala


común a prepararse. Los invitados l egarían a las seis. La profesora
McGonagal les había recordado que esperaba que se comportaran como se
suponía que debían comportarse los alumnos de Hogwarts y Gryffindor. A
las seis de la tarde, todos esperaban frente a las puertas del castil o, en los
terrenos. Hermione l amó la atención de Harry acerca de Hagrid, que había
intentado arreglar, sin mucho éxito, su normalmente desaliñado aspecto.

Ron no decía nada. Ginny, que lo miraba, se acercó a Harry.

—¿Qué le pasa a Ron? Está muy raro —dijo, susurrando.

—No se lo he preguntado —respondió Harry, sin que Ron o Hermione


pudieran oírle—. Pero tengo una idea bastante aproximada...

—Viktor Krum, ¿verdad? —le dijo Ginny, riéndose por lo bajo.


—Sí —contestó Harry, con otra sonrisa.

—¿Cómo l egarán hasta aquí? —preguntó de pronto Nevil e—. ¿Lo harán
como la otra vez?

—Supongo —dijo Hermione—. Lo que no sé es como van a l egar los de


Castelfidalio...

Pero cal ó, porque en esos momentos, un ruido siseante en el lago hizo que
todos volvieran la cabeza hacia al í. Apareció un remolino, del que empezó
a salir, lentamente, el ya conocido barco de Durmstrang, que se 111

acercó lentamente a la oril a. Echaron un ancla, y pronto descendieron de


él un hombre alto, un chico un poco más bajo que él y unos quince chicos
y chicas. Harry no conoció a ninguno. Todos los que habían venido para el
Torneo de los Tres Magos ya habían terminado el Colegio.

Se aceraron al Castil o. Harry supuso que el hombre era Petrimov, el


director de Durmstrang. Tenía unos cuarenta años, y parecía más agradable
que Karkarov. El chico que lo acompañaba era Krum, que apenas había
cambiado desde la última vez que Harry lo había visto. Dumbledore se
acercó a el os y le estrechó la mano al director

—¡Sergei! Encantado de teneros aquí —dijo Dumbledore sonriente.

—Lo mismo digo, Albus, lo mismo digo —contestó cortésmente Petrimov


—. Creo que ya conoces a Viktor...

—Por supuesto. Encantados de volver a recibirte, Viktor —le dijo


Dumbledore dándole la mano. Luego volvió a dirigirse a Petrimov—.
Pasad al comedor si queréis. ¿O preferís esperar aquí a que l eguen los
demás?

—Creo que esperaremos, gracias —decidió Petrimov mirando a Krum. Se


pusieron a un lado de las puertas y esperaron.

Ron miraba a Hermione inquisitivamente, pero sin decir nada. Krum


barrió a la multitud de alumnos de Hogwarts hasta que les vio. Entonces le
sonrió a Hermione y les lanzó un saludo, pero no se acercó. Ron frunció el
ceño aún más.

Unos dos minutos después, algunos «¡oh!» y dedos señalando indicaron la


l egada de los gigantescos carruajes de Beauxbatons, que aterrizaron donde
lo habían hecho dos años antes, cerca de la cabaña de Hagrid. Éste,
pasándose una mano por el cabel o, se acercó rápidamente para sujetar a
los gigantescos cabal os. Abrió una puerta y de el a descendió Madame
Maxime, tal como la recordaban. Hagrid le sonrió, y Madame Maxime le
dio un caluroso abrazo.

—¡«Haguid»! ¡Qué «aleguía» me da «volveg» a «vegte»! —saludó,


mientras se dirigían hacia Dumbledore.

Petrimov se acercó a el os también—. ¡«Dumbledog», viejo amigo, qué


«aleguía veg» que estás bien!

—Sí. Bienvenida, Madame Maxime —dijo Dumbledore. Luego señaló a


Petrimov—. Éste es Sergei Petrimov, director de Durmstrang.

—¡Ah! Encantada —saludó el a.

—Lo mismo digo, querida señora. Es un verdadero placer.

—«Haggid», ¿«Queguías ocupagte» de los cabal os? Estoy un poco


cansada.

—Por supuesto —dijo Hagrid, volviendo hacia el carruaje.

De Beauxbatons venían otros quince chicos y chicas. No venía nadie más


con el os aparte de Madame Maxime.

—¡«Recuerda» que solamente beben whisky de malta «pugo»!

Hagrid asintió, mientras cogía los dos primeros cabal os y se los l evaba
por detrás de su cabaña.

Los alumnos de Beauxbatons se pusieron del lado de la puerta contrario al


que estaban los de Durmstrang.
Ron le dio un codazo a Harry.

—¡Mira, Harry! —exclamó, sorprendido—. ¿No reconoces a aquel a


chica?

Harry y Hermione se volvieron hacia los de Beauxbatons, y Harry los


miró. De pronto, se fijó en una muchacha de pelo largo, color platino,
dientes blancos perfectos y muy hermosa.

—¡Es Gabriel e! —exclamó Harry—. ¡La hermana de Fleur! —Pero luego


pensó—: No puede ser...

Había cambiado mucho en esos dos años, pero Harry la reconoció como la
chica que había salvado, junto a Ron, del fondo del lago durante la
segunda prueba del Torneo de los Tres Magos. La chica se fijó en el os, los
reconoció y les sonrió.

—No es tan guapa como Fleur, pero no está nada mal —observó Ron.

Hermione puso una cara rara al oír el comentario de Ron.

—Pero cuando la saqué del lago, me pareció que tendría unos ocho años
—recordó Harry—. Ahora, en cambio, parece tener unos catorce...

Ron se encogió de hombros.

Apenas había pasado un minuto desde el comentario de Harry, cuando una


luz bril ó entre el os y los carruajes de Beauxbatons, y aparecieron una
mujer y catorce chicos, sin ninguna chica, que sostenían una especie de
cruz hecha de dos hierros cruzados a la cual se agarraban todos.

—Vaya, esos deben de ser los de Castelfidalio...

—Han venido con un traslador. No es muy impresionante, ¿verdad? —


comentó una chica delante de el os.

—¿Dónde van a dormir? —se preguntó Ron—. ¿En el castil o?


Pero su pregunta se respondió pronto, porque tres alumnos cogieron una
especie de bastones que traían y, a una seña de la mujer, que debía de ser la
directora de Castelfidalio, los clavaron en el suelo, cada uno a seis metros
del otro. Se apartaron un poco, y los bastones se inflaron, convirtiéndose
en tres tiendas de campaña. Las dos de los lados iguales y la tercera, la del
medio, un poco más pequeña.

—¡Vaya...! —dijo Hermione—. Tiendas de campaña... Supongo que serán


como las que usamos en los mundiales.

112

La directora de Castelfidalio, seguida por los alumnos, se acercó a


Dumbledore, que venía flanqueado por Madame Maxime y Petrimov.

—¡Señora Ferl ini! ¡Qué alegría darle la bienvenida a Hogwarts!

—Hola, Dumbledore —contestó la señora Ferl ini con un perfecto acento


inglés—. Yo también estoy encantada de conocer por fin Hogwarts —
añadió, mirando al castil o.

—Estos son Sergei Petrimov, director de Durmstrang, y Madame Maxime,


directora de la Academia Beauxbatons.

Todos se saludaron, y luego, Dumbledore invitó a todo el mundo a pasar al


Gran Comedor a calentarse, y a prepararse para la cena, que se serviría
dentro de un rato.

Harry, Ron y Hermione pasaron al Gran Comedor, sentándose en la mesa


de Gryffindor. Los alumnos de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio
permanecían a las puertas. Harry recordó que dos años antes, Ron le había
dicho a Hermione que se apartara para dejarle sitio a Krum y que se
sentara en su mesa, pero estaba bastante seguro de que esta vez no iba a
ser así.

Dumbledore pidió a todos que se sentaran en las mesas que quisieran. Los
de Durmstrang volvieron a sentarse en la de Slytherin, los de Beauxbatons
en la de Ravenclaw, y los de Castelfidalio se sentaron en la de Gryffindor.
Krum, por su parte, echando miradas a la mesa de Gryffindor, se sentó en
la mesa de los profesores, junto a su director. Ferl ini se sentó junto a
McGonagal y Madame Maxime junto a Hagrid, que empezó a charlar
animadamente con el a.

De pronto, Dumbledore se levantó y pidió silencio.

—¡Bien, bien, bien! Voy a pediros a todos un caluroso saludo a nuestros


ilustres invitados.

Todo el Gran Comedor aplaudió con fuerza. Cuando los aplausos cesaron,
Dumbledore continuó:

—Estoy encantado de daros la bienvenida a Hogwarts. Cualquier cosa que


necesitéis o deseéis, no tenéis más que pedirla, y estaremos encantados de
complaceros. Mañana por la noche, en la fiesta de Hal oween, se celebrará
el sorteo para ver cómo quedan los partidos del Torneo. Ahora, y sin más
preámbulos, ¡a comer!

Dumbledore se sentó y comenzó a hablar con la señora Ferl ini. Krum


comía sin mirar a ningún lado, con expresión ceñuda. Ron, por su parte,
parecía alegre de que el famoso buscador aún no se hubiera acercado por
la mesa de Gryffindor y estaba más tratable.

Parvati y Lavender charlaban animadamente con los chicos de


Castelfidalio. Uno de el os, de pronto, se fijó en Harry y se quedó
mirándolo. Harry le devolvió la mirada.

—Tú eres Harry Potter —dijo.

—Sí —contestó Harry, sin saber qué más añadir. Finalmente agregó—:
¿Cómo te l amas tú?

—Anton Riccel o. Soy el capitán del equipo de Casltefidalio...

—Yo soy el capitán del equipo de Hogwarts —le dijo Harry.

—¡Vaya! Pues encantado —dijo, sonriendo y levantándose para darle la


mano—. ¿Qué puesto tienes?
—Buscador —respondió Harry.

—Ah, yo soy guardián.

—Entonces como yo —intervino Ron, estrechándole la mano a Anton—.


Soy Ron Weasley, y ésta es mi hermana Ginny. Es cazadora suplente —
añadió.

—Encantado de conoceros a los tres —dijo. Luego, observando a


Hermione, dijo—: ¿Y tú?

—Yo soy Hermione Granger. Pero no juego. Soy su amiga.

—Ah, pues encantado también... Ya nos veremos, entonces —dijo, y


volvió a su sitio, donde siguió charlando con Parvati y Lavender, que
parecían muy emocionadas. Harry, Ron y Hermione se pasaron el resto de
la cena charlando sobre el torneo y los demás equipos.

Cuando terminó la cena y se levantaron para ir a dormir, Krum se les


acercó.

—Hola «Herrmione» —saludó el búlgaro.

—Hola Viktor —saludó a su vez la muchacha, sonriendo y dándole un


beso en la mejil a. Ron entrecerró los ojos y frunció el entrecejo—. Veo
que ya has aprendido a decir casi bien mi nombre.

—He «practicado» —dijo él, sonriendo también.

Ron parecía totalmente contrariado, y no se esforzó nada en disimularlo.


Krum se volvió hacia Harry.

—Hola, «Harry» —saludó.

—Hola, Viktor —le dijo Harry sonriendo también y estrechándole la


mano.

—¿Estás en el equipo de «Hogwarts»?


—Sí —contestó Harry, orgul oso—. Soy el capitán.

Krum le sonrió. Luego miró a Ron.

—Hola —le dijo.

—Hola —contestó Ron, de mala gana y sin darle la mano.

—Bueno, yo ya me voy —dijo Krum, despidiéndose de el os—.


«Herrmione», ¿Mañana «podrríamos hablarr»?

—Eh... sí, claro —le dijo Hermione.

113

—Estupendo. Hasta mañana, entonces.

Salió acompañando a los alumnos de Durmstrang. Harry, Ron y Hermione


volvieron a la sala común de Gryffindor. Ron estaba visiblemente
enfadado. Con un escueto «hasta mañana», subió por las escaleras de los
dormitorios. Hermione se quedó un rato mirando hacia las escaleras, sin
decir nada. Harry, que no le apetecía hablar del tema, se acercó a Seamus y
Dean, que hablaban sobre el torneo. Hermione se acercó a hablar con
Ginny, y un poco después se fue a la cama también.

12

La Noche de Halloween

El viernes por la mañana, después del desayuno, Krum se acercó a


Hermione para hablar con el a, bajo la atenta mirada de Ron. Sin embargo,
Hermione le dijo que en ese momento no podía, debido a que tenían a las
nueve clase con Dumbledore en los terrenos.

—Bueno —les dijo Dumbledore cuando l egaron a la habitual zona donde


hacían las prácticas de hechizos explosivos—. Ya sé que estáis todos muy
emocionados debido a los acontecimientos de hoy y de ayer, así que nos
limitaremos a hacer un breve repaso. Practicaremos otra vez los hechizos
deflagratius. Mientras uno de vosotros hace el hechizo, quiero que los
demás practiquéis el encantamiento escudo ¿de acuerdo? Bien...

—Dumbledore miró a Harry—. Harry, tú dominas este hechizo a la


perfección, así que limítate a practicar el escudo.

—De acuerdo —dijo.

—¿Quién empieza? —preguntó Dumbledore. Y Hermione se adelantó—.


Bien, pues inténtalo entonces con esa piedra de al í. Los demás, preparad
los escudos.

Hermione lo hizo bastante bien, destrozando la piedra.

—Muy bien, Hermione. Estupendo —le sonrió Dumbledore mientras la


chica volvía junto a los demás muy contenta.

Todos lo hicieron más o menos bien. Incluso Nevil e, que, después de pil
arle el truco, era de los que mejores explosiones provocaban. Ron, como
Harry había supuesto, logró una explosión espectacular, que requirió la
potencia de los escudos que sus compañeros intentaban crear. Harry se
imaginó en quién habría pensado Ron que era la piedra para proyectar su
rabia. Por la forma en que Hermione frunció el entrecejo, Harry supuso
que su amiga también se lo había imaginado.

Cuando terminó la clase volvieron al castil o, para la clase de


Transformaciones. Al pasar frente a las tiendas de los de Castelfidalio,
vieron a Anton, que charlaba con uno de sus compañeros en italiano,
mirando hacia el barco de Durmstrang. Cuando pasaron por al í, Anton los
vio y esbozó una sonrisa. Parvati y Lavender empezaron a cuchichear y a
soltar risitas; Anton era bastante guapo.

—¡Hola Harry! —le saludó—. Éste es Marco Giussi, nuestro buscador —


dijo, señalando al chico que estaba con él, que miraba a Harry con interés
—. Marco, éste es Harry Potter, capitán y buscador del equipo de
Hogwarts, y ése es Ron Weasley, el guardián. El a es Hermione, amiga
suya.
Marco los saludó, dándoles la mano.

—¿Eres bueno? —le preguntó Marco, con interés.

—Bueno... creo que no lo hago mal.

—Claro que no —dijo Dean, que se había acercado, junto a Seamus—.


Harry es uno de los mejores buscadores que ha dado Hogwarts.

—Estupendo —dijo Marco—. ¿Qué escoba tienes?

—Una Saeta de Fuego —Dijo Harry, orgul oso.

—Guau —se sorprendió Marco—. Yo tengo una Nimbus 2.002, como


todos los del equipo... No es tan buena, pero no está mal...

—¿Erais vosotros los que hacíais explosiones al á abajo? —preguntó


Anton.

—Sí —respondió Ron—. Practicamos el hechizo deflagratius...

—Ah, es un hechizo muy interesante... Yo lo estudié también el año


pasado... —Los miró—. ¿Vais en sexto, no?

—Sí —contestó Harry.

—Yo estoy ya en séptimo, y Marco va en quinto...

—Bueno, debemos irnos —intervino Hermione, viendo que casi todos los
de Gryffindor estaban ya entrando por las puertas del castil o—. Tenemos
clase con McGonagal ahora —les recordó.

—Ah, sí, es cierto —dijo Harry—. Bueno, ya nos veremos en la comida...

—Hasta luego —dijeron los italianos, antes de volver a su tienda.

114
Harry, Ron y Hermione entraron en el castil o, dirigiéndose hacia el aula
de Transformaciones. Cuando acabó la clase, debían volver a los terrenos,
para la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Al salir, vieron a Krum,
que se tomaba uno de sus baños en el lago.

—Os juro que no sé cómo puede hacerlo —dijo Harry a Ron y a Hermione
—. Recuerdo cuando hice la prueba del Torneo de los Tres Magos, y estaba
helado. ¿Te acuerdas, Ron?

—Sí —dijo éste, que miraba como Krum avanzaba de nuevo hacia la oril a
dando grandes brazadas.

—Dicen que es bastante saludable tomar baños de agua fría —comentó


Hermione, mientras bajaban hacia la cabaña de Hagrid—. Siempre y
cuando luego te seques bien y tomes algo caliente después, claro.

Llegaron a la cabaña, y vieron a Hagrid, que les esperaba charlando junto a


Madame Maxime.

—¡Hola! Espero que no os importe que l eve a Olympe de invitada a


nuestras clases —dijo Hagrid, muy contento y sonriéndole a Madame
Maxime.

—Claro que no —dijo Harry, sonriéndole también a Hagrid.

—Genial. Convención de semigigantes —dijo Malfoy, con desprecio,


susurrando para que Hagrid no le oyera. Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson
se rieron.

Harry volvió la cabeza, lanzándole una mirada furiosa a Malfoy, pero éste
le miró burlonamente, sin borrar la sonrisa de su cara.

—¿Qué? —le preguntó Draco.

Harry no contestó, y siguió a Hagrid y a Madame Maxime al interior del


bosque, donde les esperaban unas criaturas extrañas. Parecían hombrecil
os de unos veinte centímetros de alto, de color gris verdoso, con grandes
ojos como los de los elfos domésticos. Parpadeaban rápidamente, y se
quedaron mirando a los alumnos en cuanto l egaron. Debía de haber unos
diez.

—¡Mirad lo que me nos ha traído Olympe! —exclamó Hagrid muy


ilusionado—. ¡Son muy difíciles de encontrar en Gran Bretaña! Suelen
preferir los climas más cálidos. ¿Sabéis qué son? —preguntó a la clase.

—Se l aman gnobbles —dijo Hermione—. Son una especie de duendes de


los bosques. Son muy útiles para proteger lugares y objetos mágicos.
Pueden ayudar a la persona adecuada a encontrarlos, o bien despistar a
alguien para que nunca l egue a cierto sitio.

—Correcto —dijo Hagrid—. Diez puntos para Gryffindor. Son realmente


difíciles de encontrar. En Beauxbatons tienen bastantes. Según creo, uno
de los grupos de gnobbles más grandes del mundo,

¿verdad? —preguntó mirando a Madame Maxime, que asintió, sonriente


—. Y nos ha traído éstos. Incluso nos los podremos quedar. Aproximaos a
el os, con cuidado, no se fían fácilmente de los humanos.

Harry, Ron y Hermione se acercaron lentamente a uno de los gnobbles. La


pequeña criatura les miró y se apartó un poco para atrás.

—Vamos, acercaos sin miedo. Éstos están habituados al contacto con


humanos, no son como los que podemos encontrar en los bosques, que
cuesta mucho hacer que confíen en uno. Podemos usarlos para encontrar
criaturas como los unicornios, muy mágicas, o para hal ar ciertas plantas
mágicas muy raras. A ver si sois capaces de hacer que os conduzcan hasta
un unicornio —les dijo Hagrid.

Harry, Hermione y Ron se acercaron más a la pequeña criatura, que


finalmente se dejó tocar.

—«Acaguiciadlos» un poco —les recomendó Madame Maxime—. Y


luego habladles.

Hermione se inclinó sobre el pequeño ser, y le dio unas suaves caricias en


la cabeza. Los gnobbles no tenían pelo. Entornó los ojos y se acercó a
Hermione, contento.

—Parece que le has caído bien, Hermione —le dijo Hagrid—. Ahora
decidle que os l eve junto a un unicornio, pero no os adentréis demasiado
en el bosque. Hay unos cuantos por aquí cerca.

Harry y Ron acariciaron también al pequeño gnobble. Un poco a la


izquierda de el os, Parvati y Lavender acariciaban también al suyo. Para
alegría de Harry, el gnobble al que intentaban acariciar Malfoy, Crabbe y
Goyle, intentaba apartarse un poco de el os.

—Llévanos ante un unicornio, por favor —le pidió Hermione.

El gnobble la miró parpadeando, sin hacer nada, pero luego agarró a la


chica con su pequeña mano, que sólo tenía cuatro dedos, y los l evó al
interior del bosque.

—¡Bien! —dijo Hagrid—. Vamos tras vosotros, no os preocupéis.

El gnobble les l evó a través de la espesura hasta un pequeño claro, donde


les mostró tres hermosos unicornios jóvenes, con el cuerno aún sin acabar
de desarrol ar.

—¡Es estupendo! —exclamó Hermione—. Qué criatura más útil... Es muy


difícil encontrar unicornios, y él nos ha traído sin más.

Momentos después l egó Nevil e, con otro gnobble un poco más alto que el
de Harry, Ron y Hermione, y, detrás de él, Dean y Seamus, Parvati y
Lavender y un grupo de chicas de Slytherin. También l egaron Madame
Maxime y Hagrid.

—Bien, diez puntos para Gryffindor por ser los primeros —les dijo Hagrid
a los tres amigos—. Ahora, ya podemos regresar, si queréis.

115

Parvati y Lavender, junto con Hermione, fueron a acariciar a los


unicornios. En esos momentos, l egó finalmente Malfoy, con aspecto
contrariado. Al final, Pansy Parkinson había logrado que el gnobble de
Malfoy los condujera hacia el claro.

Cuando salieron al fin del bosque, dejaron al gnobble, que Ron l evó en
brazos, junto a la cabaña de Hagrid.

Se despidieron de él y de Madame Maxime y se dirigieron al castil o.

—Son unos animales muy interesantes, ¿no creéis? —dijo Hermione—. Oí


hablar de el os en Francia, cuando fui de vacaciones con mis padres.

—Me gustaría tener uno para explorar el castil o —dijo Ron, pensativo—.
¿Os imagináis qué lugares mágicos o qué objetos podríamos encontrar?
Mi padre y mi madre siempre han dicho que Hogwarts oculta muchas
cosas y muchos secretos...

—¿Cómo qué? —inquirió Hermione.

—No lo sé... por eso son secretos —dijo Ron—. Fijaos, si en segundo
hubiésemos tenido un ser de ésos, a lo mejor nos habría conducido antes a
la Cámara de los Secretos...

—La Cámara de los Secretos no es un lugar mágico —repuso Hermione.

—¿Como que no?

—No tiene nada de mágico, excepto la entrada ¿verdad, Harry? —Harry se


encogió de hombros—. Quizás si le pidieses al gnobble que te l evase
junto a un basilisco...

—Los basiliscos sí que no son mágicos —replicó Ron.

—¿Ah, no? —preguntó Hermione.

Harry, a quien le daba igual si los gnobbles podían encontrar o no la


Cámara de los Secretos, se adelantó a sus dos amigos, que continuaron
discutiendo acerca del tema hasta que l egaron a la sala común, donde
estuvieron hasta la hora de la comida.
Cuando entraron en el Gran Comedor, los de Durmstrang ya estaban al í.
Krum ocupaba su puesto al lado de Petrimov, del otro lado tenía a Snape.
La comida ya estaba en la mesa, y se pusieron a comer. Un instante
después aparecieron los de Beauxbatons y los de Castelfidalio, que
volvieron a sentarse en la mesa de Gryffindor. Anton y Marco se sentaron
con Harry, Ron y Hermione, y empezaron a hablar con el os de las
diferencias entre Castelfidalio y Hogwarts.

—En Castelfidalio somos unos setecientos estudiantes —explicaba Anton


—. Al í no estamos divididos en casas, pero también tenemos liga de
quidditch. Hay seis equipos, y no cuatro, y cualquiera puede presentarse a
uno de el os. Se le da mucha importancia al quidditch al í.

—He leído que el colegio también es un castil o, como éste ¿verdad? —le
preguntó Hermione.

—Sí, pero no es tan grande como Hogwarts. Se construyó en el siglo XV,


así que también es más reciente.

Se encuentra en el medio de un bosque y al lado de un río.

—¿Al í admiten a los magos de familia muggle? —preguntó Dean—.


Porque en Durmstrang tengo entendido que no.

—Por supuesto que sí —respondió Anton—. En Italia, eso de los sangre


sucia no se l eva en absoluto. A casi nadie le importa de qué tipo de
familia venga alguien. De hecho, mi abuelo paterno es un muggle.

—Ojalá fuera así aquí —dijo Dean—. Los de Slytherin piensan que los
descendientes de muggles no deberían ser admitidos en el mundo
mágico...

—¿Por qué? —preguntó Anton—. Son magos, aunque nadie les enseñe la
magia ¿no?

—Exacto —dijo Hermione—. Aunque ahora, en Durmstrang, desde que


Karkarov no está, sí que admiten a descendientes de muggles. Al parecer,
el número de estudiantes era muy reducido... A Petrimov, al parecer,
tampoco le importa mucho la sangre.

—¿Y tú como sabes eso? —le preguntó Ron.

—Viktor me lo contó en una de sus cartas...

—¡Ah! Claro, me olvidaba, Vicky...

—No empieces, Ron... —le advirtió Hermione—. ¡Y no lo l ames así!

—Yo no empiezo nada.

Hermione suspiró, meneando la cabeza.

Anton se les quedó mirando, y le preguntó al oído a Ginny, que estaba a su


lado:

—¿Qué les pasa a éstos?

—Nada, no te preocupes —dijo Ginny, riéndose por lo bajo y mirando a


Harry—. Siempre están igual.

—Ah...

Cuando la comida terminó, Dumbledore se levantó y pidió silencio.

—Bueno, ahora, rogaré a los capitanes de los cuatro equipos, que pasen a
la sala que hay tras nosotros, donde se les informará de ciertos detal es
relativos al Torneo. A los demás miembros de los equipos, les pediré que
vayan al campo de quidditch. Gracias.

Harry se levantó, y acompañado por Anton, se dirigió a la sala que había


tras la mesa de los profesores.

Luego entraron Dumbledore, Ferl ini, Krum, Petrimov y Madame


Maxime, la capitana de Beaxubatons y el capitán de Durmstrang.

116
—Bueno, lo primero, será una presentación —dijo Dumbledore, mirando a
los demás—. Por Hogwarts, Harry Potter.

Harry notó como, instantáneamente, las miradas de la capitana y el capitán


de Beuxbatons y Durmstrang se dirigían a su frente.

Ferl ini presentó a Anton, Madame Maxime a su capitana, Amelie


Blisseisse, y Petrimov presentó al suyo, un chico l amado Roman
Klingum.

—Bueno —volvió a hablar Dumbledore—. Como sabéis, el torneo se


disputará mediante una semifinal, una final, y un partido en el que se
decidirá el tercer y cuarto puesto. Esta noche, antes de la cena, cada
capitán meterá el nombre de su equipo en un recipiente que hemos
preparado, y que será el que emparejará a los equipos para la semifinal ¿de
acuerdo?

Asintieron.

—Bien. Entonces, ahora, por favor, id al campo de quidditch, donde os


espera la profesora Hooch. Tiene algunas cosas que explicaros. Harry, por
favor, guíalos ¿de acuerdo?

—Vale —dijo Harry—. Seguidme.

Salieron del Castil o y se dirigieron al campo de quidditch. Anton iba a su


lado. También venía Krum

—¿Qué puesto tenéis en el equipo? —preguntó Amelie, la capitana de


Beauxbatons.

—Yo soy buscador —dijo Harry.

—Como yo, entonces —dijo el capitán de Durmstrang, con voz grave,


mirando a Harry.

—Yo soy guardián —dijo Anton—. ¿Y tú? —añadió, dirigiéndose a


Amelie.
—Yo soy cazadora.

—¿Qué quieren que hagamos en el campo, Harry? —le preguntó Anton

—No sé... supongo que daros las l aves de vuestros vestuarios...

—Y también «darnos» los «horarios» de «entrenamiento» —intervino


Krum, que no había hablado hasta entonces.

—Ah, claro.

Llegaron al campo. Todos los jugadores estaban al í, sin hablar apenas,


esperando a los capitanes.

Cada uno de el os presentó a los demás a su equipo, antes de que la señora


Hooch les entregara las l aves de los vestuarios y les indicara dónde
estaban. Luego les entregó a cada equipo su horario de entrenamientos,
que para Hogwarts era por la tarde, casi siempre a última hora, debido a
las clases.

Los jugadores de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio pasearon por el


campo de quidditch, y fueron a ver sus vestuarios. Los de Hogwarts, que
ya los conocían, volvieron al castil o.

Para alivio de Ron, Hermione estaba en la sala común, y al í siguió hasta


la hora de la cena. Obligó a Harry y a Ron a trabajar con el a en los
encantamientos levitatorios, aunque ninguno de los dos tenía la más
mínima gana de hacer nada. Estaban más preocupados por el sorteo y por
quien les tocaría en la semifinal.

De hecho, ese era el tema de conversación en la sala común. Dean y


Seamus discutían sobre cuál de los tres equipos rivales sería más fácil de
derrotar. En un sofá junto al fuego, Nevil e y Ginny hablaban de lo mismo.
Harry y Ron intentaron dejar los encantamientos y unirse a los demás,
pero Hermione no cedió.

Cuando al fin l egó la hora de bajar a cenar, todos los alumnos de


Gryffindor descendieron al Gran Comedor, que había sido engalanado con
calabazas y todo tipo de adornos propios del día. Cuando todos estuvieron
sentados, Dumbledore se levantó. Tenía delante de él la urna que les
habían mostrado al mediodía.

—Atención todos, por favor —pidió Dumbledore—. Esta noche


procederemos al sorteo para el torneo de quidditch. Pediré a los capitanes
que escriban en un trozo de pergamino el nombre de su colegio, y esta
urna hechizada elegirá, de forma totalmente aleatoria, los partidos que se
disputarán. Bien..., en primer lugar, el capitán de Durmstrang, Roman
Klingum.

Klingum se levantó de la mesa de Slytherin y se acercó a la mesa de los


profesores. Escribió el nombre de su equipo en un trozo de pergamino y lo
introdujo en la urna.

—Gracias, señor Klingum —dijo Dumbledore—. Bien, ahora, el capitán


de Hogwarts, Harry Potter. Si haces el favor, Harry...

Se levantó de la mesa y se acercó a la mesa de los profesores, mientras


todo el mundo le miraba.

Al acercarse a la urna, miró a Snape, que le devolvió una mirada de


desprecio. Harry escribió «Hogwarts» en un trozo de pergamino, y lo
metió en la urna.

—Gracias, Harry —le dijo Dumbledore, mientras él volvía a su sitio—.


Ahora, por favor, la capitana de Beauxbatons, Amelie Blisseisse. Si es tan
amable...

Amelie hizo lo propio, y, por último, Anton.

—Bien —dijo Dumbledore, satisfecho—. Cuando termine la cena,


conoceremos los resultados del sorteo.

Ahora, como supongo que estáis hambrientos, ¡a disfrutar del banquete!

Las fuentes de las mesas se l enaron con una soberbia cena. Durante los
primeros minutos, nadie habló, ocupados como estaban en comer.
—Oye, Harry —dijo un rato después Anton—. ¿Crees que nos tocará jugar
juntos en la semifinal?

117

—No lo sé —le contestó Harry, entre sonrisas—. Pero prefiero que nos
toque en la final, ahora que te conozco.

—Yo también lo espero así —dijo, contento—. Pero espero que nos toque
Beauxbatons, a los de Durmstrang los ha entrenado Krum...

—Sí, yo también creo que los de Beauxbatons son más fáciles de vencer
—opinó Ron, echando un vistazo a los jugadores de Beauxbatons—.
Parecen más jóvenes y con menos experiencia...

—Sí, Beauxbatons nunca ha destacado por el quidditch —continuó


diciendo Anton—. Al contrario que Durmstrang, o que Hogwarts y
Castalfidalio.

Harry se sirvió un gran trozo de pastel de carne, uno de sus platos


favoritos. Ron comía un gran filete. Los postres consistieron en grandes
cantidades de dulces, pasteles y tartas de todos los tipos y variedades
imaginables.

—La comida aquí es estupenda —reconoció Anton—. En Castelfidalio


también hay buena cocina, pero esto lo supera.

—Bueno, tampoco es así todos los días —dijo Parvati, mirando fijamente
al chico—. Pero como hoy es fiesta especial...

—Pero a mediodía no era fiesta, y la comida fue igualmente magnífica —


insistió Anton—. Buf, creo que ya no puedo más. Si sigo comiendo así, la
escoba no podrá conmigo... —dijo, entre las risas de los de Gryffindor.

En ese momento, Dumbledore se levantó, pidiendo silencio.

—Bien. Ha l egado el momento de conocer el resultado del sorteo —


declaró, sacando su varita y dando un suave golpe en la urna.
Al instante, la urna bril ó, emitiendo un suave fuego y humo. El humo se
levantó, arremolinándose en dos grandes volutas, que bril aron. Cada una
de el as, definió dos nombres, indicando los equipos que se enfrentarían en
cada partido.

La primera voluta en aclararse, decía: CASTELFIDALIO —


DURMSTRANG y la segunda voluta, HOGWARTS — BEAUXBATONS

El Gran Comedor se l enó de murmul os y conversaciones animadas sobre


los emparejamientos.

—Bien, bien —dijo Dumbledore pidiendo silencio de nuevo—. El primer


partido será, entonces, Castelfidalio contra Durmstrang, el día veintinueve
de noviembre a las cuatro de la tarde. El segundo partido de las
semifinales, Hogwarts contra Beauxbatons, se celebrará el día seis de
diciembre, también a las cuatro de la tarde. La final será a vuelta de
navidades, el día diecisiete de Enero. Bueno, pues mucha a suerte a todos,
y que gane el mejor. Ahora, antes de que continuéis con la fiesta, sólo otro
detal e que, estoy seguro, alegrará a la mayoría de vosotros.

Todos los alumnos miraron a Dumbledore, expectantes.

—Este año, por navidad, celebraremos también un gran baile que estoy
seguro todos disfrutaréis —dijo Dumbledore con una sonrisa. Luego se
puso un poco más serio, mientras por las mesas comenzaban los
cuchicheos—. Es posible que en el futuro no tengamos muchos momentos
de felicidad o de celebración, así que espero que todos disfrutéis lo
máximo posible de esta fiesta.

Parvati y Lavender estaban ya cuchicheando sin parar. Harry, por su parte,


no sabía si alegrarse ante la idea de un baile o no. Por su parte, Ron se
había quedado mudo. Miraba a Dumbledore y a Hermione
alternativamente, que hablaba con Ginny como si nada hubiera pasado.

—Bueno, «Hagui» —dijo una voz detrás de Harry. Se volvió y resultó ser
Grabriel e Delacour—. «Paguece»

que tenemos que «enfguentagnos» en las semifinales.


—Sí, eso parece —dijo Harry—. Nunca había hablado con la chica, ni
siquiera cuando la había sacado del agua, dos años antes.

—Oye, hace dos años, no te di las «ggacias pog habegme» sacado. Ni a


«Gon» tampoco...

—No hace falta —dijo Ron rápidamente.

—Es cierto, no fue nada —corroboró Harry, que se había sentido muy
arrepentido de haberlo hecho.

—Bueno, «paga» mí sí que fue algo «importante» —insistió la muchacha.


Ron la miraba un tanto embobado.

Harry estuvo a punto de echarse a reír. A su amigo le afectaban las veelas


de una forma extraordinaria.

Hermione había dejado la conversación con Ginny y observaba a Ron.

—¿En qué puesto juegas? —le preguntó Harry.

—Soy «buscadoga» —respondió—. Amelie me ha dicho que tú también


«egues buscadog».

—Sí —confirmó Harry, y añadió—: Y Ron es guardián.

—Genial —dijo la chica, sonriendo y mostrando unos dientes blancos


perfectos—. Bueno, «Gon, ega hoga»

de que nos «conociégamos», al fin y al cabo, casi somos familia, ¿no? —


sonrió aún más.

—Sí, es cierto —dijo Ron, que también sonrió.

—Y «tendguemos» baile... genial. Me encantan los bailes —comentó el a


—. ¿A «vosotgos» no?

—Esto... pues no sabría decirte... —dijo Harry.


—Nos encantan —respondió Ron, y Hermione frunció el entrecejo.

118

—Tú le pediste a mi «hegmana» que «guega» contigo hace dos años.

—Sí, bueno... —dijo Ron, mientras sus orejas enrojecían intensamente.

—Ja, ja, ja —se rió el a—. No hace falta que te pongas así. Mi «hegmana»
usa demasiado sus dotes de veela.

Ron no dijo nada.

—Bueno, ya nos «veguemos» —dijo la chica, mirándoles con ojos bril


antes, mientras empezaba a alejarse de la mesa.

—Oye... —dijo Harry, sin resistir la curiosidad—. ¿Cuántos años tienes?

—«tguece» —contestó la muchacha.

—¿Trece? —preguntó Harry sorprendido—. Yo habría jurado que hace dos


años tenías ocho...

Gabriel e sonrió.

—Ya. «Pego» tenía once. Es por la «sanggue» de Veela —confesó—.


Cambiamos muy poco hasta que nos l ega la adolescencia.

—Ah —dijo Harry, sorprendido—. Ya entiendo.

—Bueno, «ahoga» he de «igme» —se despidió—. Ya nos «veguemos»,


concuñado —le dijo a Ron.

—Hasta luego —dijo Harry.

—Vuelve por aquí cuando quieras —le ofreció Ron, que no pestañeaba,
sonriéndole también.
—¿Qué tal si despiertas, Ron? —le dijo Hermione cuando Gabriel e se
hubo ido.

—Ya estoy despierto —dijo Ron, con cara de perplejidad, sin darse cuenta
del tono irónico de Hermione.

La fiesta continuó, muy animada. Anton le dijo a Harry que esperaba verlo
en la final, a lo que Harry le contestó que él esperaba verlo a él. La
mayoría de chicas se mostraba entusiasmada con la idea del baile, y
hablaban sobre a quién pensaban invitar o con quien les gustaría ir.

Un rato después del anuncio de Dumbledore, Krum abandonó la mesa de


los profesores y se acercó a la de Gryffindor.

—Hola —saludó.

—Hola —le dijeron Harry y Hermione.

—«Herrmione» me contó todo lo que habéis hecho el año pasado, Harry


—dijo Krum, sentándose con el os

—. Fuisteis muy valientes y temerarios...

—Bueno, en realidad creo que fui bastante estúpido —dijo Harry.

—Yo no lo «crreo». Lo arriesgasteis todo «porr salvar» a ese «padrino»


tuyo...

—Y precisamente hicimos lo contrario —dijo Harry, entristecido de


repente.

Hermione lo vio y decidió cambiar un poco de tema

—Hablando de pérdidas... ¿Cómo os ha sentado lo de Karkarov, Viktor? —


preguntó.

—Nos lo «esperrabamos». Nadie creía que «fuerra» a «escaparr porr


siempre». No «erra» muy buen
«dirrector» —admitió Krum—. «Petrrimov» es mucho «mejorr».

—Ahora sí admiten a magos que no sean de sangre limpia, ¿verdad? —le


preguntó Harry, volviendo a la conversación—. Hermione nos lo ha dicho.

—Sí. A «Karrkarrov» no le gustaban. No le gustó nada que yo «fuerra» al


baile contigo, «Herrmione» —

comentó Krum, mirando a Hermione fijamente. el a desvió la mirada.

Estuvieron hablando un buen rato, e incluso Ron participó en la


conversación, hasta que l egó la hora de irse a la cama. Al día siguiente
tenían entrenamiento por la tarde y debían estar descansados.

—Bueno, hasta mañana, Viktor —le dijo Hermione, al ir a salir del Gran
Comedor.

—«Herrmione, esperra» un momento —pidió Krum—. ¿«Podrríamos


hablarr»?

—Esto... sí —contestó la chica.

—Te esperamos en la sala común —le dijo Harry, tirando de Ron, que no
paraba de mirar atrás mientras subían las escaleras. Parecía muy
contrariado.

—¿Oye, estás bien? —le preguntó Harry a su amigo.

—Claro que sí. Perfectamente. ¿Por qué no iba a estarlo? —dijo Ron,
visiblemente enfadado.

Harry no dijo nada más. Entraron en la sala común y se sentaron en el sofá


junto al fuego, donde Ginny se les unió.

—¿Qué te ha parecido el sorteo, Harry? —preguntó Ginny.

—Bueno, creo que nos ha tocado el partido más fácil —dijo Harry—. Creo
que Castelfidalio son los más difíciles, aunque a los de Durmstrang los
entrene Krum.
—¿Qué opinas tú, Ron? —le dijo a su hermano.

—Está todo muy bien —contestó Ron, malhumorado, sin quitar la vista de
la entrada de la torre.

—Oye, Ron, ¿por qué no hablas con Hermione de una vez en lugar de
hacer tanto el tonto? —Ron la miró con los ojos muy abiertos—. Pídele
que vaya al baile contigo.

—No tengo nada que hablar con el a —contestó Ron—. Déjame en paz,
¿quieres?

Ginny le puso mala cara.

—Hermione tiene razón, eres imposible —le soltó, yéndose con un grupo
de chicas de su curso.

119

En ese momento, la puerta del retrato se abrió, y entró Hermione.

—¿Me prestas a Hedwig, Harry? —preguntó.

—Está en la lechucería —respondió él.

—¿Puedo usarla para enviar una carta a mis padres?

—Claro.

Ron la miró con enfado.

—¿Vas a contarles tu conversación con Krum? —le dijo, en tono entre


enfadado y burlón.

—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando a Ron con suspicacia.

—Digo que si vas a contarles que Vicky sigue loquito por ti —repitió Ron,
hiriente.
—No es asunto tuyo —le contestó Hermione, enfadándose también.

—¿Qué? —insistió Ron—. ¿Ya te ha pedido que vayas con él al baile,


verdad?

Hermione le miró, furiosa.

—¡Pues sí! —exclamó, poniéndose un poco colorada. Todas las


conversaciones se apagaron, mientras todos los que estaban en la sala los
miraban.

—¡Pues ve con él, y que te diviertas! —le gritó Ron, poniéndose en pie de
un salto.

—¡Pues para que te enteres, no le he dicho que sí! —gritó el a, poniéndose


roja de ira—. Y ahora, si me disculpas, voy a la lechucería, si eso no te
molesta, claro.

Y salió sin decir más.

Ron se quedó mudo.

—¿No le ha dicho que sí? —Ron parecía desconcertado, pero ya no


parecía enfadado. Miró a Harry.

—Yo me voy a la cama —fue toda la respuesta de Harry, y subió hacia los
dormitorios.

Nevil e, Dean y Seamus aún permanecían en la sala común. Harry se puso


el pijama, y se iba a meter en la cama cuando entró Ron, con paso lento.
Miró hacia Harry, dudando.

—Oye, Harry... —empezó.

—¿Qué?

—¿Recuerdas lo que nos dijiste aquel día, en Grimmauld Place?

—¿Cuándo?
—El día que nos contaste lo del sueño...

—Ah... sí —dijo Harry, cayendo en la cuenta. Ron nunca le había hablado


de aquel o.

—Bueno... ¿Crees... crees que debería pedirle que fuera al baile conmigo?
—Ron se puso colorado.

—No lo sé —respondió. Le miró—. ¿Tú quieres ir con el a?

—Bueno... sí —admitió.

—Pues entonces pídeselo, no hagas como hace dos años.

—¿Tú crees que... que aceptará?

—Mira, no soy un as en esto, pero creo que sí... cuando se le pase el


enfado, claro. —Luego añadió—: Si no quisiera ir contigo estoy seguro de
que habría aceptado ir con Krum...

Ron no dijo nada más, pero esbozó una sonrisa.

—¿Tú con quien vas a ir? —preguntó.

—No lo sé...

Era cierto, aún no se lo había planteado... si fuera el año anterior, habría


ido con Cho, pero ahora...

—¿Habláis del baile? —preguntó Seamus, que entraba seguido de Nevil e


y Dean.

—Eh... sí —reconoció Ron.

—¿Vas a ir con Hermione, Ron? —le preguntó Dean con una risita.

—No sé con quien voy a ir —respondió Ron—. ¿Con quien vas a ir tú?

—No lo sé tampoco...
—Yo se lo voy a volver a pedir a Lavender —dijo Seamus—. En el otro
baile me lo pasé muy bien con el a...

Siguieron hablando un rato del tema, mientras se ponían los pijamas.


Estaban a punto de meterse en la cama cuando la puerta del cuarto se abrió
y Ginny entró como una exhalación, con la preocupación pintada en la
cara.

—Harry, Ron...

—¿Qué pasa, Ginny? —dijo Ron—. ¿Qué haces aquí?

—Es Hermione —dijo, jadeando—. La han encontrado sin sentido en la


lechucería. Alguien la ha atacado.

—¡¿Qué?! —gritó Ron. Se puso la bata y, seguido por Harry, salió tras
Ginny.

—¿Qué sucedió?

—No lo sabemos —dijo Ginny—. McGonagal entró y me dijo que os


avisara. La han l evado a la enfermería.

Los tres salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería


corriendo. Al í estaban Dumbledore y la profesora McGonagal , junto a la
señora Pomfrey, que le daba a Hermione, que ya estaba consciente, una
poción.

—¡Hermione! ¿Cómo está? —preguntó Ron.

—Tranquilo, señor Weasley —dijo Dumbledore—. No le ha pasado nada


grave. Sólo la han aturdido.

120

—¿Qué sucedió, Hermione? ¿Quién lo hizo?

—No lo sé... —respondió la chica, que parecía algo mareada—. No


recuerdo nada después de que salí de la sala común... Pero al parecer, debí
enviar la carta, porque ya no la tengo.

—La gata del señor Filch la encontró, pero no encontramos al culpable —


explicó la profesora McGonagal , que parecía muy preocupada.

—Pero, ¿por qué no recuerdas nada? —le preguntó Harry—. Si sólo te han
aturdido...

—Me temo —intervino Dumbledore, muy serio— que el que la atacó


también le modificó la memoria —Harry y Ron miraron al director,
sorprendidos—. Seguramente la señorita Granger vio algo que su atacante
no quería que viera, pero el qué, o el por qué, lo ignoramos.

Nadie supo qué decir.

13

Sospechas

—Bueno, me temo que aquí no podemos hacer nada más —dijo


Dumbledore con pesadumbre—. Será mejor que nos retiremos, Minerva.

La profesora McGonagal asintió.

—No tardéis en volver a la sala común —les dijo a Ron, a Harry y a


Ginny. Hasta mañana.

Los dos profesores salieron de la enfermería, dejando a la señora Promfrey


con los cuatro amigos.

—Vamos, vosotros también tenéis que iros a dormir —dijo la señora


Pomfrey—. La señorita Granger debe descansar.

—Sólo unos minutos más, por favor —pidió Ron, que parecía muy
afligido.

—Está bien. Tienen cinco minutos —concedió la señora Pomfrey,


entrando en su despacho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron.

—Sí, Ron... sólo un poco mareada —respondió Hermione, sonriéndole.

—¿De veras no recuerdas nada? —preguntó Harry.

—No, Harry. Ya os lo dije: lo último que recuerdo es que salí de la torre de


Gryffindor, y luego me desperté aquí.

Ron parecía a punto de echarse a l orar.

—Hermione, yo... yo lo siento. Si te l ega a pasar algo grave... —sacudió


la cabeza—. Siento haberte dicho todo eso... tienes todo el derecho a ir al
baile de Navidad con Krum si quieres...

Hermione le miró un momento, y volvió a sonreírle.

—No te preocupes, Ron. No pasa nada. Está olvidado.

Ron le dio un abrazo.

—No volverás a andar sola por los pasil os de noche —le dijo, rotundo—.
Yo o Harry te acompañaremos siempre.

—Vamos, no creo que sea para tanto. Si quisieran hacerme daño, me lo


habrían hecho...

—A lo mejor no te lo hicieron porque no pudieron... —dijo Ron.

—Vamos, venga. Déjenla dormir —les ordenó la señora Pomfrey,


volviendo a entrar en la sala—. No deberían estar por el colegio a estas
horas después de lo sucedido.

Los tres se dispusieron a irse.

—Mañana vendremos a verte, Hermione —prometió Harry, dándole unas


palmadas en el hombro.

—Sí, a primera hora —confirmó Ron, agarrándole la mano.


Ginny le dio un beso.

—Descansa.

—Gracias a los tres —se despidió—. Hasta mañana.

Una vez hubieron salido de la enfermería, Ron le preguntó a Harry:

—¿Quién lo habrá hecho?

Harry tardó unos segundos en contestar.

—No lo sé... No tengo ni idea.

—¿Crees... crees que tendrá que ver con Voldemort? —le preguntó Ron,
visiblemente asustado ante la posibilidad.

—Es posible —admitió Harry—. Aunque no sé...

—A lo mejor fue casualidad —dijo Ginny, y Harry y Ron la miraron, sin


comprender—. Quiero decir, a lo mejor Hermione vio a alguien haciendo
algo que no debía, y por eso la atacó, pero no tiene por qué estar
relacionado con Quien Vosotros Sabéis...

121

—¿Y quien iba a hacer algo así por que le pil aran incumpliendo una
norma? Únicamente alguien de Slytherin... —dijo Ron.

—Vamos, pensad ¿Quién va a estar aquí, ante las narices de Dumbledore,


trabajando para Quien Vosotros Sabéis? —preguntó Ginny.

—Bueno, en primero estuvo Quirrel ¿no? Y luego Crouch... —señaló


Harry.

—Sí, pero eran mayores, no sé... este año no hay ningún profesor nuevo,
tendría que ser un alumno...
—¿Cómo que no? ¿Y los de Durmstrang y Castelfidalio? —dijo Ron—.
Fijaos: l egan ayer, y hoy hay un ataque en Hogwarts. ¿No os parece
sospechoso?

—Y podría haber sido un alumno —dijo Harry, mientras Ron pronunciaba


la contraseña ante la señora gorda

—. En mi opinión, es lo más probable.

—¿Y qué alumno? —preguntó Ginny, sentándose en un sil ón.

—¿Qué tal Draco Malfoy? —insinuó Ron—. Le veo perfectamente capaz


de estar aquí cumpliendo órdenes de Voldemort...

—Pues yo no —replicó Ginny—. Es un bravucón engreído, pero estoy


seguro de que en el fondo es un cobarde.

—Pues a lo mejor alguno de los otros colegios... —sugirió Ron.

—Todos salieron del castil o en cuanto acabó la fiesta —le contestó su


hermana.

—¿Estás segura? A lo mejor volvieron a entrar... Quizás alguno tiene una


capa invisible... —aventuró.

—Bueno, yo me voy a acostar —dijo Ginny—. No creo que discutiendo


aquí saquemos nada... Hasta mañana.

Subió las escaleras hacia las habitaciones de las chicas.

—¿Tú qué crees? —le preguntó Ron a Harry, que estaba muy cal ado.

—No lo sé... Para empezar, deberíamos saber el motivo por el que le


lanzaron un hechizo desmemorizante...

—Podríamos coger la capa e ir a la lechucería...

—¿Qué esperas encontrar? El que haya atacado a Hermione seguro que no


ha dejado pruebas... —Se quedó pensando—. La lechucería... ¿Qué haría al
í?

—Sólo se puede hacer una cosa en la lechucería: enviar un mensaje —dijo


Ron—. ¿Crees que Hermione vio a alguien enviar una lechuza? Pero ¿por
qué iban a atacarla por una cosa así?

—Todo dependería de a quien se la enviara o qué estaba enviando...

—¿Crees que pudo haber visto a Malfoy enviando un mensaje para su


padre o algo así?

—No sé... es posible. Pero no creo que tengamos forma de averiguarlo.


Será mejor que nos vayamos a dormir.

Subieron hacia los dormitorios. Cuando se estaban poniendo los pijamas,


Nevil e se incorporó.

—Harry..., Ron... —dijo en voz baja.

—¿Qué pasa, Nevil e? —preguntó Harry.

—¿Hermione está bien?

—Sí. Sólo la aturdieron.

—¿Quién fue?

—No lo sabemos, Nevil e —dijo Ron—. Nadie lo sabe.

—Vaya... bueno, menos mal que está bien —se tranquilizó Nevil e—. Creí
que era algo más grave... Vale..., hasta mañana, entonces.

—Hasta mañana, Nevil e —le dijeron Harry y Ron.

Harry tardó un rato en dormirse. Lo que había dicho Ron le hizo pensar. El
primer ataque extraño en Hogwarts desde hacía dos años, y ocurría justo
después de que l egaran los de Durmstrang, Beauxbatons y Castelfidalio.
Harry confiaba en los de Beauxbatons, al fin y al cabo Madame Maxime
ayudaba a Dumbledore, pero no sabía demasiado de los demás. Sólo podía
confiar en Krum, de entre todos el os, o al menos eso creía. Los de
Castelfidalio parecían simpáticos, pero ¿quién sabía? El falso Moody
también había parecido simpático... Harry, además, no sabía nada de
Petrimov ni de Ferl ini. Decidió que, al día siguiente, le escribiría sin falta
una carta a Lupin a ver si sabía algo de el os. Le habría gustado pensar que
quizás fuese Malfoy, pero le extrañaba. Si Malfoy quería comunicar
información a Voldemort le bastaría con escribir a su madre, que no
resultaría sospechoso... Dumbledore había dicho que no sabían quién
habría podido hacerlo. ¿Había sido totalmente sincero? Dumbledore
siempre parecía saber lo que se tramaba en el castil o... ¿Sería posible que
ni siquiera tuviese una vaga idea? Decidió que también iría a hablar con él.

Por la mañana, Ron le despertó temprano para ir a buscar a Hermione. Se


vistieron y se dirigieron a la enfermería. Hermione ya estaba despierta.

—Buenos días, Hermione —la saludó Ron, sentándose en el borde de la


cama—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias —respondió la chica—. Pero quiero irme ya.

—¿Vienes a desayunar al Gran Comedor? —le preguntó Harry.

122

—Sí, creo que sí. Le preguntaré a la señora Pomfrey...

La señora Pomfrey dio el visto bueno a que Hermione saliera de la


enfermería, así que Hermione bajó al Gran Comedor acompañada por
Harry y Ron. Todo el mundo le preguntó cómo estaba y qué había
sucedido.

Incluso Anton se acercó a el a.

—La directora Ferl ini nos dijo lo que había pasado —comentó—. ¿Te
encuentras bien?

—Sí, gracias...
Se sentaron a comer. Durante todo el desayuno, Harry no dejó de observar
al Gran Comedor. Alguien, de todos los que había al í sentados, había
hecho algo la noche anterior, algo que justificaba haber atacado a
Hermione y haberle borrado la memoria, corriendo un gran riesgo. ¿Qué
habría hecho? ¿Quién sería?

¿Sería alguien de Hogwarts, o sería de otro Colegio? Los miedos de Harry,


atenuados por las emociones del quidditch, volvieron.

—¿Te encuentras bien, Harry? —preguntó Hermione.

—¿Eh? Ah, sí... sólo estaba pensando.

—Parecías en otro mundo —le dijo Ron.

—Intentas averiguar quién ha sido ¿Verdad? —preguntó Hermione.

Harry asintió, sin decir nada.

—Bueno, si quieres alguna pista... si ha sido un alumno, supongo que será


de los cursos superiores, sexto o séptimo —dijo Hermione—. Incluso
quizás de quinto... cuarto, de cuarto no creo, tendría que ser muy muy
bueno..

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ron.

—Los encantamientos desmemorizantes son muy difíciles de hacer —les


informó Hermione—. Es necesario un gran control para no provocar un
desastre, o para que el sujeto atacado no recupere la memoria unas horas
después.

—Ya veo... sexto o séptimo ¿no? —dijo Ron mirando hacia la mesa de
Slytherin.

—¿Piensas en alguien? —le preguntó Hermione.

—Claro. ¿Quién tiene un padre que es mortífago y está orgul oso de el o?:
Draco Malfoy.
—¿Crees que ha podido hacerlo Malfoy? —preguntó Hermione, un tanto
escéptica.

—Pues sí ¿Quién si no? Tú debiste verle enviando algún mensaje o algo


para su padre, o para Voldemort, y él te atacó para que no pudieras decir
nada.

Hermione frunció un poco el ceño, pero no dijo nada.

Después del desayuno, Harry subió a la sala común, y escribió una nota
para Lupin, contándole lo sucedido y preguntándole si sabía algo sobre
Ferl ini o Petrimov. Al terminarla, se la l evó a Hedwig.

—Llévale esto a Lupin ¿vale? —le dijo a la lechuza, soltándola en la


ventana.

Cuando Hedwig salió, en lugar de regresar a la sala común, Harry se


detuvo un rato observando la lechucería, buscando algo raro, pero no vio
nada digno de interés. Miró a las lechuzas. Solamente el as eran testigos
de lo que había sucedido durante la noche. Salió de la lechucería, para
dirigirse de nuevo a la torre de Gryffindor, pero a medio camino cambió
de idea, y se dirigió al despacho de Dumbledore.

Se aseguró de que no hubiese nadie rondando por los pasil os y pronunció


la contraseña frente a la gárgola de piedra. Subió la escalera hasta el
despacho y entró. Dumbledore estaba sentado, y levantó la cabeza al oír a
Harry.

—¿Harry? —preguntó extrañado—. ¿Qué haces aquí?

—Verá, profesor —explicó Harry—. He estado preocupado por lo de


Hermione, ya sabe...

—Sí, claro. Pero ya se encuentra bien. —Dumbledore le miró—. ¿Hay


alguna cosa que sepas, o hayas averiguado, y no me la hayas contado?

—No, profesor —respondió Harry; y esta vez era verdad—. Por eso he
venido. Quería saber si tiene alguna idea de quien pudo haberlo hecho, y
por qué...

—Me temo que no, Harry. Anoche registramos la lechucería, y no


encontramos nada sospechoso, ni tampoco vimos a nadie por los pasil os.

Harry asintió.

—¿Cree que tuvo algo que ver con Voldemort, profesor?

Dumbledore se lo pensó un momento antes de contestar.

—Es posible.

—Profesor... ¿cree que atacaron a Hermione por ser amiga mía? ¿Como
hicieron con la novia de Percy?

—No podemos estar seguros, Harry, pero creo que puedo tranquilizarte
sobre ese aspecto. Me temo que el ataque contra Hermione se debió a que
estaba en el lugar equivocado en el momento erróneo. Si quisieran hacerle
daño, le habrían hecho algo más que aturdirla.

Harry se quedó un poco más tranquilo.

—¿No hay forma de romper un embrujo desmemorizante?

123

—La hay —afirmó Dumbledore—. Pero podríamos no lograr nada... y


destrozar la mente de la señorita Granger. No podemos arriesgarnos.

—Como le sucedió a Bertha Jorkins...

—Sí.

Harry se sintió un poco decepcionado. No tenía muchas esperanzas en que


hubiera alguna posibilidad de hacer recuperar la memoria a Hermione,
pero había esperado que Dumbledore pudiese hacer algo.

—Profesor... sólo una cosa más.


—Dime.

—¿Cree que fue alguien de Hogwarts?

—No lo sé, pero temo que es lo más probable... encontrarse a esas horas,
en la lechucería... No creo que la mayoría de nuestros invitados sepan
dónde está, y sería sospechoso que salieran del castil o después de que sus
compañeros ya hubieran regresado a sus moradas... pero claro, es posible.

—Bueno, pues gracias, profesor. Es todo lo que quería saber...

—Hasta luego, Harry —le despidió Dumbledore.

Harry se levantó y se dirigió a la salida, bajo la mirada del director.


Cuando iba a bajar por la escalera, Dumbledore le habló, preocupado:

—Harry.

—¿Sí, profesor? —preguntó Harry, volviéndose.

—Ten cuidado.

Harry le sostuvo la mirada unos segundos antes de contestar.

—Lo tendré.

Aún un poco desorientado por la advertencia de Dumbledore, regresó a la


sala común de Gryffindor. ¿Temía Dumbledore que el que había atacado a
Hermione intentara atacarlo también a él? Harry supuso que no se
atreverían a hacerle daño de verdad... no delante de Dumbledore. Además,
por otra parte, ¿podría matarlo alguien que no fuese Voldemort? La
profecía decía que uno debería morir a manos del otro... pero Harry
dudaba que si un mortífago le lanzaba una maldición asesina, fuese a
sobrevivir...

Llegó ante el cuadro de la señora gorda, pronunció la contraseña, «bosque


de unicornios», y entró en la sala común, donde Ron y Hermione le
esperaban.
—Has tardado mucho en ir a la lechucería —le dijo Ron.

—Ya, es que fui a hablar con Dumbledore...

—¿Fuiste a hablar con Dumbledore? —preguntó Hermione, sorprendida


—. ¿Por qué? ¿Por qué no nos lo dijiste?

—No lo sé. Se me ocurrió cuando venía hacia aquí... pero dio lo mismo.
No sabe nada.

—¿Ni siquiera tiene sospechas? —se extrañó Ron

—No... pero opina que fue alguien de Hogwarts. También está bastante
seguro de que fue una casualidad que te atacasen —le dijo a Hermione.

—¿Eso era lo que te preocupaba? —preguntó su amiga—. ¿Que me


hubieran aturdido por ser amiga tuya?

—Pues sí... —admitió Harry—. Después de lo de Percy...

—Vamos, no debes preocuparte tanto —le dijo Hermione—. Delante de


Dumbledore nadie va a atreverse a hacernos algo grave de verdad...

Harry asintió, pero no quedó muy convencido. Se habían atrevido a esto,


así que seguramente se atreverían a más, y aquel a advertencia de
Dumbledore...

—Oye, Harry —dijo Ron, para cambiar de tema—. ¿Por qué no planeamos
tácticas de quidditch? Hoy tenemos el primer entrenamiento...

La cara de Harry cambió al instante.

—De acuerdo —dijo, yendo con Ron y cogiendo una pequeña maqueta del
campo de quidditch, con el que hacían volar pequeñas fichas como si
fuesen jugadores.

Por la tarde, se dirigieron al campo de quidditch para el entrenamiento. Se


estaban cambiando cuando entró Malfoy seguido de los jugadores de
Slytherin. Al entrar, miró a Harry y a Ron con una sonrisa.
—¿Qué tal está la sangre sucia, Weasley? Parece que empieza a sufrir
lagunas... demasiados libros —soltó en medio de las risas de los de
Slytherin.

Los demás miembros del equipo lo miraron con desprecio.

—¿Cómo puedes reírte de eso, cretino? —soltó Bradley.

—A lo mejor se ríe porque fue él quien lo hizo —dijo Ron, mirando a


Malfoy con rabia—. ¿Trabajando para el jefe de tu padre, Malfoy?

Hubo un silencio tenso. Malfoy volvió a sonreír.

—Bueno, si te lo dijera, Weasley, tendría que borrarte la memoria —


contestó, alejándose seguido por nuevas risas de Crabbe.

124

—¡Maldito...! —Ron se levantó.

—¡Déjalo, Ron! —dijo Harry sujetándole—. Seguro que él no ha sido.

—¿Ah, no, Potter? —le preguntó Malfoy, volviéndose, sorprendido—.


Vaya... creí que serías el primero en sospechar de mí. —No parecía
contrariado, sino más bien orgul oso.

—No sospecho de ti, Malfoy, porque hacerlo supondría admitir que eres
capaz de lanzar un hechizo desmemorizante, y es obvio que eso está fuera
de tu alcance.

Esta vez fueron los demás los que se rieron, mientras Malfoy enrojecía de
la rabia.

—Y ahora —continuó Harry sin darle tiempo a replicar—. Vamos a salir a


entrenar, que es lo que tenemos que hacer.

—A mí no me des órdenes, Potter —le espetó Malfoy.


—Si no quieres seguir las directrices del equipo, Malfoy, puedes solicitar
la baja —dijo Harry—. Puedes estar seguro de que no lo lamentaremos, y
hay otros candidatos dispuestos a ocupar tu puesto.

—Ah, claro... —dijo Malfoy, volviendo a sonreír con malicia—. A Potter


le gustaría que su amada Chang estuviera con él en el equipo...

—Oye, deja a Cho en paz —le advirtió Bradley.

—No le hagáis caso —dijo Harry—. Vamos a entrenar.

Salieron a los terrenos, donde les esperaba la señora Hooch.

—¿Estáis listos? —les preguntó—. ¿Algún problema?

—Ninguno —respondió Harry—. Estamos preparados.

—Bien, pues entonces ¡a volar! Eres el capitán, tú decides lo que se hace...

Harry asintió y subió con sus compañeros, que calentaron volando un rato.
Después de la discusión en los vestuarios, la situación era un poco fría.

—Bueno —dijo Harry, viendo que había dos bandos en el equipo—. Está
claro que muchos de nosotros no nos caemos bien, así que sólo preguntaré
si queréis ganar el Torneo de Quidditch o no.

Todos los jugadores se miraron unos a otros, y al final asintieron.

—Bien. Entonces, os recomiendo a los cazadores que practiquen los pases,


antes de probar estrategias de ataque, que necesitarán más preparación.
Katie, Bradley, Warrington... vosotros sois los mejores cazadores, sois los
más indicados para organizar vuestro entrenamiento...

Trabajaron durante casi cuatro horas, hasta que acabaron prácticamente


agotados. Afortunadamente, no hubo más discusiones, y aunque la relación
entre los de Slytherin y los demás siguió fría, el entrenamiento no estuvo
del todo mal.
Cuando se cambiaron, Harry sólo les dijo que todo el mundo había
trabajado bien, y que se verían en el siguiente entrenamiento, el lunes a las
cinco y media de la tarde. Luego subió con Ron hacia el castil o. Al pasar
por delante de la cabaña de Hagrid, éste les saludó

—¡Eh! ¡Harry! ¡Ron!

Se volvieron.

—Hola Hagrid —saludó Harry—. ¿Qué tal estás?

—Bien, bien —contestó—. ¿Cómo se encuentra Hermione?

—Se encuentra bien, afortunadamente. No fue nada grave.

—No, pero pudo serlo... —Hagrid se inclinó hacia el os—. Lo peor no fue
lo que le pasó, sino el hecho de que ocurriera algo así en Hogwarts...

—¿Por qué no le preguntaste cómo se encontraba durante la comida? —le


preguntó Ron.

—Bueno, no fui a comer, ¿No os disteis cuenta?

—Eh... pues no —dijo Harry, que no se había fijado.

—Comí con Olympe, y luego la l evé a una pequeña excursión, a ver...


bueno, ya sabéis a quién... —dijo susurrando y señalando hacia el bosque.

—¿La l evaste a ver a Grawp? —preguntó Harry.

—Sí. Él vino con nosotros ¿recuerdas?

—Sí. ¿Qué dijo el a?

—¡Oh! Se mostró sorprendida con sus progresos —dijo Hagrid, orgul oso
—. Tendríais que venir a verle...

—Sí, cualquier día de estos... —dijo Harry, dándole largas.


—Bueno, deberíamos volver al Castil o —opinó Ron, mirando alrededor
—. Ya es de noche...

—Sí, es cierto —asintió Harry—. Hasta luego, Hagrid.

—Hasta luego, muchachos ¡y dadle recuerdos a Hermione de mi parte!

Harry y Ron subieron a la torre de Gryffindor, pero Hermione no se


encontraba al í.

—¿Dónde está Hermione? —le preguntó Ron a Nevil e, que miraba su


mimbulus mimbletonia, que estaba ya muy grande.

—Creo que está en la biblioteca, pero no estoy seguro —dijo Nevil e,


echándole un poco de agua a su planta.

—Ah, vale. Gracias, Nevil e.

125

Ron le ofreció a Harry una partida de ajedrez mágico, que el chico aceptó.
Mientras jugaban, Ron le preguntó:

—Oye, Harry... ¿Ya has pensado con quien vas a ir al baile?

—Pues no...

—Podrías decírselo a Ginny, creo que el a aún no tiene pareja —dijo Ron,
como si fuera un comentario sin importancia.

—No sé, Ron... ya veremos.

—Si no se lo dices tú, a lo mejor se lo dice Dul ymer —dijo Ron,


preocupado.

—¿Y qué? —preguntó Harry levantando la vista—. Dul ymer parece buen
chico, y es simpático...
—Pero es de Slytherin —repuso Ron, moviendo un cabal o y comiendo un
solitario peón de Harry.

—Bueno... sí, pero no todos los de Slytherin van a ser unos estúpidos
como Malfoy, Crabbe o Goyle —dijo Harry, moviendo su alfil.

—No pensarás volver a pedírselo a Parvati ¿verdad? —soltó Ron,


moviendo a su vez otro cabal o.

—No. Además, dudo que quisiera volver conmigo. No se lo pasó


demasiado bien la última vez. —Cal ó un momento, pensando la próxima
jugada, y tras adelantar un peón, preguntó—: ¿Y tú? ¿Vas a pedírselo a
Hermione por fin?

—Eh... sí, supongo —reconoció Ron.

—Pues no deberías esperar al último día —le advirtió Harry.

—Ya, sólo espero el momento oportuno...

— ya es el momento oportuno —le espetó Harry, y dejaron la


conversación, porque en ese momento entró Hermione, que se sentó a ver
cómo terminaban la partida, antes de bajar a cenar.

—¿Malfoy estaba muy contento? No me extraña —dijo Hermione con


asco mientras se servía un poco de pudín—. Seguro que se habría alegrado
si me hubiera pasado algo grave.

—¿Sería él? —volvió a insistir Ron—. No sólo no negó haberlo hecho,


sino que además parecía orgul oso de que sospecháramos de él...

—Ya, pero Malfoy es así: le encantaría ser el protagonista de todo —


repuso Hermione—. Yo no creo que fuera él... Su padre no le dijo que le
había entregado el diario de Ryddle a Ginny en segundo ¿recordáis? No
creo que ahora confíe en él para estas cosas...

—A lo mejor Voldemort se lo ha ordenado —sugirió Ron.


Hermione soltó un bufido que significaba claramente que dudaba mucho
que fuera así.

—Pero ahora tiene cuatro años más que entonces —insistió Ron—. Yo le
veo perfectamente capaz...

—Yo no creo que fuese él —dijo Harry—. Pero claro, siempre es posible...

Mientras hablaban, Henry Dul ymer se levantó de la mesa de Slytherin y


se acercó a la de Gryffindor, donde estaban los tres amigos.

—Hola —saludó, muy serio.

—Hola —contestaron Harry, Ron y Hermione.

—Me he enterado de lo que te pasó, Hermione... —dijo, observando a la


chica muy fijamente, con interés—.

¿Te encuentras bien?

—Sí, claro —dijo Hermione, sonriendo tímidamente ante la expresión de


Dul ymer—. Gracias por preocuparte...

—¿Es cierto que no recuerdas nada? —preguntó Dul ymer, con la misma
expresión de preocupación e interés que antes.

—Sí... por desgracia..

—Lástima —dijo el chico—. Pero estás bien, que es lo importante —


añadió, relajándose y sonriendo.

—Sí.

—Oye, Henry —dijo Ron—. Tú no sabrás...

—¿Si fue Malfoy? —terminó Henry, viendo como Ron miraba a la mesa
de Slytherin—. Pues no, no fue él.
Sé lo que pasó en el entrenamiento esta tarde, pero ayer, al salir de la
fiesta, bajó directamente a la sala común de Slytherin...

—Ah... vale —dijo Ron.

—Bueno, me vuelvo a mi mesa. Me alegro de que estés bien, Hermione.


Cuídate.

—Gracias por interesarte —dijo la chica.

Dul ymer asintió, se despidió y volvió a la mesa de Slytherin.

—¿Lo ves, Ron? —le soltó Hermione a Ron—. Malfoy no fue.

—Bueno... ¿Vosotros creéis que si Malfoy lo hubiese hecho, se lo habría


contado a Dul ymer?

—Pero no es que no se lo contara —puntualizó Harry—. Es que estuvo en


la sala común de Slytherin tras la fiesta, que es cuando ocurrió el ataque...

Ron frunció el ceño, pero no dijo más.

126

Cuando se levantaron para volver a la sala común, también Viktor Krum se


les acercó.

—Hola «Herrmione» —saludó, con gesto hosco, aunque ligeramente


preocupado—. ¿Te «encuentrras»

bien?

—Sí, gracias, Viktor —le respondió Hermione, sonriéndole.

—¿«Podrríamos hablarr»?

—Sí, por supuesto —dijo Hermione, mirando a Ron fugazmente, que


observaba a Krum con los ojos como rendijas.
—Bueno, nosotros vamos delante, Hermione —le dijo Harry—. Hasta
mañana, Viktor.

—No sé si es prudente dejarla sola... —opinó Ron.

—Vamos, esto está l eno de gente, Ron —insistió Harry, lanzándole una
significativa mirada y tirando de él.

Ron accedió, no muy convencido. Subieron la escalinata, se dirigieron al


pasil o de la señora gorda y entraron en la sala común. Ron se puso a dar
vueltas, con cara de preocupación.

—Seguro que le está volviendo a preguntar lo del baile —decía, hablando


más consigo mismo que con Harry, que lo observaba, entre divertido y
exasperado.

—No necesariamente —dijo para animar a su amigo, aunque estaba


convencido de que era precisamente lo que Krum estaba haciendo.

Ron le miró.

—Vale, sí, seguramente se lo está volviendo a preguntar —reconoció


Harry—, pero eso no quiere decir nada...

Ron no contestó, pero volvió a dar vueltas de un lado para otro, hasta que
entró Hermione.

—Ah, ya has l egado —dijo Ron, aparentando tranquilidad y tragándose


las ganas de preguntarle qué le quería Krum.

—Sí —dijo Hermione.

Harry miró a Ron y decidió echarle un cable.

—¿Qué tal? —le preguntó a su amiga.

—Bien... —respondió Hermione—. Quería saber cómo me encontraba y


esas cosas —añadió, sin darle importancia, pero poniéndose un poco
colorada.
—¿Sólo eso? —preguntó Harry sonriéndole, mientras Ron, que estaba un
poco detrás de Hermione, ponía cara de susto.

—Bueno, ha vuelto a preguntarme lo del baile... —reconoció, mirando al


fuego—. Me dijo que había estado muy preocupado, y que... bueno.. —
dijo, azorada.

—¿Qué? —preguntó Ron, intentando no parecer enfadado, preocupado ni


demasiado interesado, aunque sin demasiado éxito.

—Bueno... que aún le... le gusto —terminó Hermione, poniéndose aún más
roja. Ron frunció el ceño.

—¿Y qué le has dicho? —le preguntó Harry.

—Bueno... que aún no sabía... que tenía que pensarlo...

Ron suspiró de alivio, procurando que Hermione no se diera cuenta.

—Bueno, me voy a dormir —dijo Hermione, levantándose rápidamente—.


Hasta mañana, Harry. Hasta mañana, Ron.

Subió las escaleras hacia los dormitorios. Ron se dejó caer en el sofá,
lanzando suspiros de alivio. Ginny, que había estado hablando con Colin
Creevey, se acercó al sofá y se sentó con el os.

—¿Podrías dejarnos un momento? —le dijo su hermano.

—¿Quieres hablar de Hermione? —le preguntó Ginny sin hacerle caso—.


¿Ya le has pedido que sea tu pareja en el baile?

—¿Qué? —saltó Ron—. ¿Qué dices?

—Vamos, Ron. El a no va a esperar para siempre. Si no se lo pides, irá con


Krum —le advirtió Ginny, seria.

—¿Cómo? —preguntó, sorprendido por la revelación de Ginny—. Bueno...


quizás yo no quiera ir con el a.
¿No se te ha ocurrido? —añadió.

—Ya, claro, claro —le dijo Ginny levantándose, sin darle ningún crédito
—. Bueno, yo os dejo. Hasta mañana.

—El a tiene razón, Ron —dijo Harry, cuando Ginny se hubo ido.

Ron no le contestó, aunque tampoco era necesario que lo hiciera.

Al día siguiente, mientras desayunaban, Hedwig trajo la contestación de


Lupin. Harry abrió la carta y se la leyó a Ron y a Hermione:

Harry:

Dumbledore nos informó también del ataque hoy (sábado), en una reunión
extraordinaria de la Orden. No tenemos noticia o prueba alguna de que
Voldemort tenga agentes o espías en 127

Hogwarts, pero, si los tuviera, seguramente lo mantendría lo más en


secreto posible; lo suficiente como para que no pudiésemos averiguarlo.

No tenemos demasiada información acerca de Petrimov o de Ferl ini, pero


no tenemos motivos de sospecha acerca de el os. Petrimov era profesor de
Encantamientos en Durmstrang, puesto que ocupa desde hace seis años,
aunque al parecer, no estaba de acuerdo con todas las directrices de
Karkarov. Cuando éste huyó, fue nombrado director.

Nada en su pasado sugiere que pueda estar trabajando para los


mortífagos. En cuanto a Ferl ini, l eva dirigiendo Castelfidalio unos ocho
años. Sabemos que es hija de un mago, anterior director del Colegio, y de
una mujer muggle. Tampoco tenemos motivo alguno de sospecha.

Ahora bien, tanto tú, como Ron, Hermione y Ginny debéis de tener mucho
cuidado. Procura no recorrer el castil o solo, ni que el os lo hagan. De
todas formas, miembros de la Orden vigilarán Hogsmeade y estarán cerca
de Hogwarts por si es necesario.

Saluda a Ron y a Hermione. Los padres de Ron y Fred y George también


os mandan saludos. Dumbledore les ha pedido que residan la mayor parte
del tiempo aquí. No cree que La Madriguera sea un lugar seguro.

Saludos.

Lupin

—Bueno, seguimos como antes —anunció Harry al terminar de leer la


carta.

—Bueno, igual no —replicó Hermione—. Ahora sabemos que Ferl ini y


Petrimov no son sospechosos.

—Lupin dice que no tienen motivos para considerarlos sospechosos, pero


no que no lo sean —puntualizó Ron.

—Da lo mismo. Yo no creo que fueran el os —sentenció Hermione.

—Y tus padres ahora también viven en Grimmauld Place... —comentó


Harry.

—Supongo que, tras lo de la novia de Percy, cree que La Madriguera


podría ser un próximo objetivo.

—Sería algo muy lógico —dijo Hermione.

Harry suspiró, pero no dijo nada más. Toda la familia de Ron estaba en
peligro, sin embargo, él parecía soportarlo y l evarlo bastante bien. No se
quejaba, y no parecía triste, deprimido o demasiado preocupado.

Harry esperaba que fuese porque su amigo realmente se sintiera así, y no


porque se estuviera guardando para él todos sus miedos y temores.

Apartó la vista de Ron y volvió a recorrer con la mirada el Gran Comedor.


Alguien, entre todos los presentes, ocultaba un secreto. Alguien, la noche
de Hal oween, había hecho algo, algo tan secreto, o tan terrible, como para
justificar un ataque a un alumno delante del mismísimo Albus
Dumbledore.

128
14

Las Semifinales Del Torneo

Durante la semana siguiente, Dumbledore se esforzó especialmente en


enseñar defensa rápida a los alumnos. Hicieron una pequeña pausa para
practicar el encantamiento escudo, poniéndose por parejas y lanzándose
hechizos paralizantes unos a otros, hechizos que el oponente debía detener.
En la clase de sexto de Gryffindor, donde todos habían pertenecido al ED,
a todos los alumnos se les daba muy bien, así que Dumbledore pensó algo
más avanzado para el os: lanzarse débiles ataques con el hechizo
explosivo, haciéndolo estal ar a un metro del oponente, que debía tratar de
detenerlo con un escudo. Evidentemente, antes de hacerlo, Dumbledore se
aseguró de que todos dominaran perfectamente el encantamiento escudo
repulsor.

—Tened mucho cuidado —les advirtió Dumbledore—. Hechizos débiles y


lanzados a un metro del rival ¿de acuerdo?

Así lo hicieron. Harry, que practicaba con Nevil e, con Ron y con
Hermione era el más rápido, aunque Nevil e no lo hacía del todo mal.
Desde lo ocurrido en junio del año anterior, su autoestima había crecido
mucho, y nadie le habría reconocido como el pobre chico de primer año,
que parecía casi un squib.

—Ha estado bien la clase ¿verdad? —dijo Hermione al salir, cuando


regresaban al castil o—. Esto es justo lo que necesitábamos, algo como lo
que hacíamos en el ED el año pasado.

—Sí, está muy bien —reconoció Ron—. Pero hay un pequeño fal o ¿No
creéis?

—¿Qué fal o? —preguntó Hermione.

—Es obvio: si el que te atacó era un alumno de Hogwarts, también está


siendo entrenado ¿no?

Hermione abrió la boca, un tanto sorprendida.


—Vaya, es cierto... no se me había ocurrido.

—Eso da igual —opinó Harry, y sus amigos le miraron—. ¿Os habéis dado
cuenta? Los que fuimos miembros del ED somos imbatibles para los
demás. Dudo que el que atacó a Hermione fuera mejor que el a.

Lo más probable es que te hubiera pil ado desprevenida, o sorprendida...

Hermione le sonrió.

Después de comer, Harry y Ron bajaron al estadio para preparar el


entrenamiento de aquel a tarde. Cuando l egaron, estaban entrenando los
de Beauxbatons. Gabriel e los vio y los saludó con la mano. Harry y Ron le
devolvieron el saludo y se dirigieron a los vestuarios de Hogwarts, donde
se cambiaron. Luego, con unos cuantos pergaminos, salieron a las gradas a
planear las jugadas.

—¿Qué te parecen? —peguntó Ron, mirando como jugaban los de


Beauxbatons.

—No son malos —reconoció Harry, viendo una jugada entre la capitana,
Amelie, y otro cazador—. Pero creo que podremos derrotarlos.

Mientras planeaban diversas estrategias, modificando algunas según la


forma de juego que veían en sus futuros rivales, Harry observaba como
evolucionaba Gabriel e por el campo, que sería su rival el día del partido.
Comprobó que volaba bastante bien, y que tenía buena vista, algo
indispensable para localizar la pequeña snitch. De todas formas, estaba
bastante seguro de poder atrapar la pequeña bola antes que la chica.

Harry y Ron siguieron planeando jugadas hasta las cinco, hora en que los
jugadores de Beauxbatons descendieron para cambiarse. Grabriel e se les
acercó.

—¿Qué os ha «paguecido»? —preguntó, sonriente.

—Vuelas muy bien —le dijo Ron.


—Me va a costar derrotarte —admitió Harry—. Pero no te equivoques,
quiero que l eguemos a la final, y voy a conseguirlo —afirmó con
rotundidad.

Gabriel e sonrió aún más.

—Bueno, eso «habgá» que «veglo» ¿no? —dijo mientras se alejaba hacia
los vestuarios.

—Está mucho más guapa que hace dos años ¿verdad? —dijo Ron.

—Sí —reconoció Harry, y luego miró a su amigo con pil ería—. ¿Por qué
no la invitas a el a al baile?

—¿Eh? —se sorprendió Ron—. No... mejor que no...

Harry se rió en silencio, mientras su amigo miraba los pergaminos como si


fueran algo muy interesante.

Momentos después l egaron el resto de jugadores de Hogwarts. Se


cambiaron y salieron de nuevo al campo.

Cuando todos le hubieron rodeado, Harry comenzó a explicar las


estrategias que había diseñado.

129

—Bueno —explicó—. Hemos visto a los de Beauxbatons, y no son malos,


pero creo que somos superiores.

Su factor clave es la velocidad, son bastante ágiles y rápidos, pero, si


superamos eso, creo que podemos derrotarlos con relativa sencil ez...

Siguió explicando las estrategias a emplear. En general, a todos les pareció


bien. De vez en cuando alguien hacía una anotación o sugerencia, excepto
Malfoy, que a cada rato soltaba una risita despectiva y decía por lo bajo
cosas como «¿Eso es una estrategia? Mi perro podría hacerlo mejor».
Harry le miró, pero no le dijo nada y siguió explicando una jugada que
serviría para distraer al guardián del equipo contrario, una versión
modificada de una jugada similar que usaban en el equipo de Gryffindor.
Draco se rió.

—¿A quién quieres engañar? Con una jugada así sólo distraeríamos al
guardián si fuese Weasley —se burló.

—Oye, si no vas a decir algo constructivo, ¿por qué no te cal as? —le dijo
Katie.

—Sí, al fin y al cabo, él está en el equipo titular y tú sólo eres suplente


¿no? —comentó Evan Modded, de Hufflepuff, refiriéndose a Ron.

Malfoy se cal ó, humil ado y furioso.

—Bien, pues visto todo... ¡a trabajar! —ordenó Harry al equipo.

Los jugadores levantaron el vuelo y se dispusieron a jugar un partido,


titulares contra suplentes, que no duró demasiado porque, tras doce
minutos, y cuando los titulares ganaban setenta a veinte, Harry atrapó la
snitch.

—Vale —dijo, mientras se reunían todos en el centro del campo—. Lo


hemos hecho bien, ahora seguiremos con...

—Oye, Potter —dijo Warrington—. ¿Por qué no jugamos nosotros sin


tener en cuenta la snitch y tú y Malfoy os ocupáis de eso? Opino que es lo
mejor para el entrenamiento. Si la atrapáis pronto tenemos que interrumpir
nuestro juego y es una pérdida de tiempo.

Varios jugadores asintieron.

—Eh... sí, es una buena idea —reconoció Harry—. Pues lo haremos así
entonces.

Los demás jugadores volvieron a sus posiciones en el campo, y Harry y


Malfoy se quedaron en el centro.

—Bien, voy a soltarla, Malfoy —dijo Harry—. A la de cinco, comenzamos


¿de acuerdo?
Malfoy no dijo nada, pero hizo lo que Harry le decía.

Cuando finalmente la señora Hooch les mandó parar, Harry había atrapado
la snitch cinco veces y Malfoy una, y los jugadores titulares habían ganado
a los suplentes por 380 a 90.

—Ha sido una buena sesión —les felicitó Harry—. El próximo día, que es,
veamos... el miércoles, continuaremos.

Durante toda la semana trabajaron duro cuando podían, ya que la última


semana del mes todas las horas de entrenamiento estaban reservadas para
Durmstrang y Castelfidalio, que jugarían el día veintinueve, al igual que el
os y Beauxbatons tendrían el campo sólo para el os la semana siguiente,
previa a su propio partido.

Ensayaron numerosas jugadas y movimientos, y en general, Harry se


mostraba muy satisfecho con el rendimiento del equipo.

—Creo que lo estamos haciendo bastante bien —le dijo Ginny a Harry
después de una sesión especialmente agotadora—. Estoy segura de que
ganaremos a Beauxbatons.

La desventaja de tanto entrenamiento era la gran cantidad de deberes que


se les acumulaban a Harry y a Ron, que apenas hacían otra cosa más que
trabajar y entrenar, a pesar de la ayuda de Hermione. Ron, además, tenía
sus obligaciones de prefecto, que le quitaban aún más tiempo.

Mientras tanto, en El Profeta, que leían todos los días, había vuelto la
calma. Se sabía que los aurores trabajaban día y noche en busca de los
mortífagos, pero no había habido ninguna detención, ninguna muerte,
ningún ataque. En el castil o, nadie daba señas de ser el agresor de
Hermione y los alumnos estaban mucho más tranquilos. Harry, por su
parte, aún no se había planteado con quien ir al baile, y Ron seguía sin
decirle nada a Hermione, que por su parte seguía dándole largas a Krum,
que cada dos días la abordaba preguntándole si finalmente iba a ir con él.

Un día, mientras Harry y Ron terminaban una redacción para


transformaciones, Harry le preguntó a Ron.
—Oye ¿vas a decírselo algún día? —Y miró a Hermione, que charlaba con
Ginny, Parvati y Lavender en el sofá.

—Eh... sí, algún día de estos —dijo Ron, poniéndose nervioso


repentinamente.

—¿Cuánto tiempo más crees que va a estar dándole largas a Krum? —le
preguntó Harry.

—Bueno —repuso Ron—. Si quisiera ir conmigo, también podría


pedírmelo el a ¿no crees?

—Sí, pero no lo hará —contestó Harry, muy seguro—. Te lo dijo muy


claro hace dos años...

Ron frunció el ceño, sin contestar, volviendo a su redacción. Harry le miró


un rato.

—¿Por qué no te atreves? —le preguntó—. Es nuestra mejor amiga. Hace


dos años lo hiciste sin más...

Ron tampoco contestó. Harry se encogió de hombros y volvió a también a


su redacción.

130

Transcurrieron los días hacia el veintinueve de noviembre. Harry se


encontraba bastante satisfecho con los resultados del equipo en los
entrenamientos, y estaba bastante seguro de poder pasar a la final.
También los demás equipos entrenaban sin pausa. Cuando l egó la última
semana del mes, antes del partido, tanto Castelfidalio como Durmstrang,
unos por la mañana y los otros por la tarde, no abandonaban el campo de
quidditch, y se los veía nerviosos y cansados.

Finalmente l egó el día del gran partido. Todo el mundo se encontraba muy
excitado. En el desayuno, los de Castelfidalio apenas probaron bocado.

—¿No coméis más? —les preguntó Ron—. Vais a necesitar fuerzas contra
Durmstrang.
—Yo no puedo comer más —dijo Anton, visiblemente nervioso—. Antes
de los partidos sólo comemos algo ligero. Ahora nos retiraremos a
descansar, para estar con fuerzas. Llevamos toda la semana entrenando
como bestias.

—Sí, ya os hemos visto —dijo Harry.

Tras el desayuno, Harry, Ron y Hermione salieron a dar un paseo por los
terrenos. Aunque aún no hacía demasiado frío, la temperatura era baja. Un
débil Sol lucía en el cielo, y soplaba una suave brisa. Los jugadores de
Castelfidalio permanecían en sus tiendas, y los de Durmstrang se veían en
su barco, contemplando el lago y los terrenos del colegio.

—¿Quién creéis que ganará? —les preguntó Hermione.

—Durmstrang —aseguró Harry.

—Ummm, yo creo que Castelfidalio —opinó Ron.

Hermione los miró a ambos, que se encogieron de hombros y se echaron a


reír.

—Supongo que ambos tienen posibilidades —concluyó Ron.

—Los de Durmstrang parecen menos nerviosos que Anton y los suyos


¿verdad? —observó Hermione.

—Sí, pero Krum tampoco parecía muy expresivo durante el Torneo de los
Tres Magos —recordó Harry.

Cuando l egó la hora de comer, Harry vio que había alguien más en la
mesa de los profesores que no conocía, que charlaba con Dumbledore

—¿Quién es ése? —le preguntó a Ron.

Ron miró hacia el desconocido y se encogió de hombros.

—No lo sé. Supongo que será alguien del Ministerio, ¿no?


Nadie, de los que estaban cerca de los tres amigos, sabía quien era el
extraño, así que no lo supieron hasta que Dumbledore habló, cuando ya
estaban terminado de comer.

—Bien. Como sabéis —comenzó, tras levantarse y pedir silencio—, hoy


es el primer partido de la semifinal, Durmstrang contra Castelfidalio.
Como veis —dijo, señalando hacia el hombre que Harry no conocía—.
Hoy nos acompaña el señor Larry Binddle, Director del Departamento de
Deportes y Juegos Mágicos del Ministerio de Magia.

Binddle se levantó un momento, mientras el Gran Comedor aplaudía,


aunque sin entusiasmo. Luego volvió a sentarse. Indudablemente, tenía
menos gracia que Ludo Bagman.

—Bueno, el partido será a las cuatro y media de la tarde —continuó


diciendo Dumbledore una vez los aplausos finalizaron—. Los jugadores
deberán estar en el terreno a las cuatro y cuarto. Eso es todo. Mucha suerte
a ambos equipos y espero que todos lo pasemos muy bien.

El Gran Comedor volvió a aplaudir. Cuando la comida finalmente terminó,


los alumnos de Castelfidalio se levantaron.

—Bueno, nosotros nos vamos —declaró Anton—. Queremos prepararnos


con tranquilidad.

—De acuerdo —les dijo Harry—. Buena suerte.

—Gracias.

—Nosotras os animaremos —dijeron Parvati y Lavender, mostrándoles


una bandera que habían confeccionado con el emblema de Castelfidalio,
un castil o dorado con estrel as y una varita sobre fondo azul.

—Vaya, gracias —agradeció Anton con una sonrisa—. Nos hará falta
ayuda...

Despidiéndose, salieron del Gran Comedor. Un rato después, hicieron lo


mismo los de Durmstrang, encabezados por Krum.
Harry, Ron, Hermione y demás subieron a la torre de Gryffindor antes de
dirigirse al estadio a presenciar el partido.

Una gran multitud descendía desde el castil o hacia el Estadio. Estaban


todos los alumnos de Hogwarts, y aparte, Harry vio que había muchos
adultos que querían contemplarlo: miembros del Ministerio, padres de
alumnos, habitantes de Hogsmeade... la multitud se congregó en las
gradas, armando un espectacular griterío que a Harry le recordó a los
Mundiales de Quidditch, esperando el comienzo del encuentro.

—¡Cuánta gente hay! —exclamó Ron, sorprendido, cuando l egaron al


estadio.

—Claro —dijo Hermione, como si fuera obvio—. Es la primera vez que en


Hogwarts se celebra un campeonato como éste. En otros lugares del
mundo, y de Europa, ha habido torneos, pero nunca aquí, por eso hay tanta
expectación.

131

—¿Y por qué aquí no ha habido Torneos? —preguntó Ron.

—No lo sé... supongo que como había el Torneo de los Tres Magos, y ya
hay un campeonato de quidditch en el colegio, la dirección nunca
consideró necesario participar en algo así...

Ron volvió a contemplar la muchedumbre, mientras se dirigían a un sitio


en las gradas.

—¿Te imaginas la de gente que habrá cuando juguemos nosotros? —le


preguntó Ron a Harry, un poco asustado.

—Sí, seguramente más —opinó Harry.

—Espero que lo hagamos bien —dijo Ron, quien se hizo a un lado,


dejando sitio a Parvati y Lavender, que agitaban su bandera de
Castelfidalio dando saltos, muy excitadas.
Pronto todo el mundo se hubo sentado, y el griterío descendió. La señora
Hooch salió al campo. El comentarista, que Harry había esperado fuese
Binddle, al igual que lo había sido Bagman en los mundiales, era Lansvil
e.

—No parece que tenga ni la mitad de entusiasmo que Bagman, ¿verdad?


—comentó Ron mirando al Director del Departamento de Deportes y
Juegos Mágicos—. Esto se le daba mejor a Bagman, aunque fuese un
irresponsable.

—La verdad es que sí —dijo Harry dándole la razón a su amigo.

Lansvil e habló:

—¡Bienvenidos, señoras y señores, damas y cabal eros, alumnos y


alumnas, al primer Torneo Estudiantil Internacional de Quidditch en
Hogwarts! —gritó, y todo el estadio aplaudió ruidosamente—. ¡Hoy se
celebra el primer partido de las semifinales, donde se enfrentarán dos
grandes rivales, ambos con grandes equipos, el Instituto Durmstrang y el
Colegio Castelfidalio!

Nuevos aplausos y gritos. Parvati y Lavender agitaron su bandera con más


fuerza.

—Espero que nos animen a nosotros con tanto entusiasmo —dijo Ron
observando atónito a sus compañeras.

Lansvil e continuó con su presentación:

—En breves momentos, nuestro árbitro, la señora Hooch, pitará el inicio


del partido. Y aquí tenemos ya al equipo de Castelfidalio, capitaneado por
Anton Riccel o, guardián, y detrás de él el resto de jugadores: Viessi,
Rodens y Spiel i, cazadores, Furti y Malone, golpeadores, y Giussi,
buscador.

Los jugadores de Castelfidalio salieron a medida que Lansvil e dictaba sus


nombres y dieron una vuelta al estadio, entre las aclamaciones del público.
—¡Y ahora tenemos aquí al equipo de Durmstrang! —continuó—.
Entrenados por el famoso buscador Viktor Krum, ahí sale ya su capitán y
buscador, Klingum, seguido de sus cazadores, Kregs, Zandef y Dutrov, de
Markon y Zirks, golpeadores, y, por último, del guardián, Vliesky.

Al igual que los jugadores de Castelfidalio, los de Durmstrang hicieron


una espectacular vuelta al estadio.

Luego se reunieron todos en el centro, con los buscadores un poco por


arriba.

—Bien. Klingum, Riccel o, daos la mano —ordenó la señora Hooch.

Ambos se estrecharon las manos cordialmente, deseándose suerte. La


señora Hooch lanzó la quaffle, soltó las bludgers y la snitch y pitó.

—¡El partido da comienzo! —gritó Lansvil e, emocionado—. Y Viessi, de


Castelfidalio, coge la quaffle y avanza, sorteando a Dutron, ahora asciende
y hace un gran pase a Spiel o, que desciende y se lanza, Kregs le bloquea,
pasa a Rodens, que lanza y ¡Vliesky la para! Ahora Durmstrang en
posesión por medio de Dutron, que acelera, seguido de Spiel o, que intenta
darle alcance y... ¡Uy! —exclamó—. Esa bludger de Furti le ha hecho
soltar el balón, pero Zandef lo recupera y prosigue el ataque de
Durmstrang.

Zandef avanzó como un rayo directo a los aros defendidos por Anton, que
se preparó. El cazador lanzó con fuerza, pero fal ó y Anton cazó la quaffle,
pasándosela a Spiel i, que de inmediato sorteó a Dutron lanzándose a toda
velocidad hacia el campo contrario.

Harry dejó de observar el ataque de Castelfidalio para mirar hacia


Klingum y Marco Giussi, que recorrían el campo, buscando la snitch, de la
cual no había rastro de momento.

¡Ha estado cerca! —exclamó Lansvil e cuando Spiel i estuvo a punto de


colar la quaffle por el aro izquierdo.
—¡Ooooh! ¡Qué lástima! —gritó Parvati, agitando furiosamente su
bandera.

Spiel i se lamentó unos segundos, lo que fue un error fatal, porque Dutron
avanzó con la quaffle a toda velocidad, pasándosela a Kregs. Rodens
intentó bloquearlo, pero recibió una bludger lanzada por Zirks que le hizo
tambalearse, y estuvo a punto de caer de la escoba. Kregs lo esquivó y se
lanzó hacia los aros.

Cuando iba a lanzar, se la pasó a Dutron, que hizo amago de lanzarla, pero
se la devolvió. Kregs lanzó y marcó.

—¡GOOOL! —gritó Lansvil e—. ¡Primer gol de Durmstrang!


¡Durmstrang gana por diez puntos a cero, y ni rastro de la snitch!

—¡Oh, no! —se lamentaron Parvati y Lavender.

—Ha sido una excelente jugada —observó Ron—. Esa bludger que lanzó
Zirks fue proverbial.

132

—Sí, ha sido muy bueno, pero diez a cero aún no es nada —dijo Harry, que
observó a Krum, el cual había abandonado su gesto hosco y sonreía
vagamente.

La alegría, sin embargo, le duró poco, porque Spiel i, flanqueado por Furti
y Malone, que desviaron las dos bludgers hacia los defensores de
Durmstrang, consiguió atravesar el campo, y pasándosela a Viessi, que se
había acercado a los aros sin que los de Durmstrang le prestaran mucha
atención, logró meter la quaffle por el aro derecho. Parvati y Lavender se
pusieron como locas.

—¡GOOL de Castelfidalio! Una sensacional y rápida jugada de Spiel i,


Viessi y los dos golpeadores ha culminado en tanto. ¡Ambos equipos van
empatados a diez puntos!

—¿Habéis visto eso? —preguntó Hermione—. Ha sido rapidísimo.


—Ya lo creo —corroboró Ron—. Una jugada muy bien ensayada.

Pero los de Durmstrang no se amilanaron por el empate y volvieron al


ataque por medio de los tres cazadores, que avanzaron en triángulo
esquivando a los cazadores enemigos. La jugada parecía destinada al éxito,
pero Viessi, en un espectacular movimiento, le arrebató la quaffle a
Dutrov, pasándosela a Rodens, que se lanzó como una bala hacia los aros.
Vliesky se situó para hacerle frente, pero el cazador ejecutó un sensacional
viraje que culminó en gol

—¡Y nuevo gol de Castelfidalio! —gritaba Lansvil e—. Otra jugada muy
rápida. Los de Durmstrang van a tener que ponerse las pilas para detener
este tipo de contraataques ultrarveloces de los cazadores contrarios.

—Tenemos que tener en cuenta eso —le dijo Harry a Ron.

—¿El qué? —preguntó Ron, distraído, mientras los de Durmstrang volvían


al ataque por medio de Kregs.

—La rapidez de los de Castelfidalio en el contraataque. Parece ser su


mejor arma.

—Sí, es cierto.

—¡Fijaos en Klingum! —gritó Hermione de repente.

Harry y Ron, y todos los que se encontraban cerca, miraron. Klingum


volaba a velocidad de vértigo hacia un punto cerca de las gradas en la
parte del campo de Durmstrang. Giussi lo seguía, pero era obvio que no
iba a alcanzarlo. Si la snitch no se movía, Durmstrang tenía el partido
ganado. Y así pareció ser, de no ser por Furti, que hábilmente lanzó una
bludger contra el punto en el que estaba la snitch, obligando a Klingum a
detenerse y desviarse, y provocando que la snitch volviera a desaparecer.

—¡Guau! —exclamó Ron, sorprendido—. Ese golpeador, Furti, o Forti, ha


estado genial...

—Sí, habrían perdido el partido de no ser por él.


Furti parecía muy contento de su hazaña, y volvía a volar escoltando a los
cazadores de su equipo, que consiguió un nuevo tanto de manos de Spiel i.

—Mira a Krum, Harry —le dijo Ron, divertido.

Harry y Hermione miraron. Krum parecía muy disgustado. Era obvio que
había esperado que Klingum capturara la snitch. Parecía comprender que
los cazadores de Castelfidalio eran superiores a los de Durmstrang, que,
aunque eran buenos, no tenían la misma rapidez que sus rivales.

Durmstrang atacaba ahora, y Dutron consiguió lanzar, pero Riccel o


consiguió detener la quaffle y pasársela a Viessi, que se lanzó de nuevo,
mientras sus golpeadores le despejaban el camino mediante dos
lanzamientos. Lograron l egar ante los aros de Durmstrang, pero Vliesky
logró detener la quaffle mediante una sensacional parada.

—¡Uff! Durmstrang le debe la vida a su guardián en esta jugada —


comentaba Lansvil e—. Ha sido un verdadero paradón. Ahora es
Durmstrang, por medio de Dutron, quien ataca. Avanza rápidamente y pasa
a Kregs, quien prosigue y ¡Uy!, una bludger le ha golpeado en la escoba,
deja caer la quaffle. Ahora Rodens con la quaffle, ahora Viessi, va a
lanzar... ¡Increíble! ¡Rodens ha interceptado el lanzamiento de Viessi
cuando Vliesky pretendía pararlo! Lanza y... ¡¡Ha colado la quaffle por el
aro central!! ¡¡Fantástico gol de Castelfidalio, quien gana treinta a diez!!

—Hasta ahora no es para tanto —opinó Ron, que casi había sido pisoteado
por Lavender—. Sólo ganan por veinte.

—Sí, pero están demostrando una gran superioridad en cuanto a


golpeadores y cazadores —dijo Katie Bel de pronto, acercándose y
poniéndose a su lado—. ¿Os estáis fijando?

—Sí —respondió Harry—. Son rapidísimos ¿verdad?. Está claro que son
superiores a Durmstrang, excepto por Klingum, que parece mejor buscador
que Giussi.

—Cierto —afirmó Katie—. No obstante, si no atrapa la snitch pronto...


—Todavía tendría que marcar Castelfidalio catorce goles para no tener que
preocuparse de la snitch —dijo Ron.

—Sí, pero lo conseguirán si Durmstrang no espabila —observó Katie,


mirando como los de Durmstrang intentaban otra jugada fal ida, aunque
esta vez, los cazadores de Castelfidalio no consiguieron marcar gracias a
la intervención de Zirks, que obligó a Spiel i a desviarse, provocando que
Zandef le arrebatara la quaffle.

133

—¡Y ahora Durmstrang de nuevo al ataque! Zandef pasa a Kregs, que


esquiva a Spiel i, pasa a Dutron y

¡Vaya disparo! ¡Sí! ¡¡Dutron marca!! —gritó Lansvil e—. Treinta a veinte
a favor de Castelfidalio.

El partido continuó, ambos equipos pusieron cada vez más, luchando con
frenesí. Sin embargo, quedó patente que los cazadores de Castelfidalio
eran mejores. En cinco minutos, con dos rápidas jugadas, lograron marcar
otros dos tantos, poniéndose cincuenta a veinte. Klingum daba vueltas por
el cambio cada vez a más velocidad, buscando la snitch desesperadamente.
Giussi le seguía, pero no volaba tan bien como él. Se notaba claramente
que Klingum había sido especialmente escogido y entrenado por Krum.

Anton había logrado detener un nuevo disparo de Dutron, y había pasado


la quaffle a Spiel i, que era el mejor cazador de Castelfidalio. Éste avanzó
a toda velocidad sorteando a todos los jugadores, pero, cuando se acercaba
a la meta, Zirks intentó lanzarle una bludger, al mismo tiempo que el
cazador se desviaba, recibiendo el impacto del golpeador enemigo en la
espalda. Dejó caer la quaffle, tambaleándose. Zirks se disculpó.

—¡Falta! —gritó la señora Hooch acercándose con su escoba—. Penalti


para Castelfidalio por agresión no provocada sobre su cazador.

Spiel i seguía algo atontado, así que Rodens lanzó, consiguiendo marcar.

—¡Nuevo gol de Castelfidalio! ¡Y ganan sesenta a veinte!


Spiel i pareció recuperarse un poco y volvió a introducirse en el juego,
aunque hacía muecas de dolor.

Los cazadores de Durmstrang avanzaron, intentando recortar distancias,


sin conseguirlo, y Viessi marcó en otro espectacular contraataque.

—Se están alejando mucho, y la snitch sigue sin aparecer —comentó Ron.

Harry observó a los buscadores, que rodeaban el campo a gran velocidad.


De pronto, Giussi vio algo, porque se lanzó hacia la zona de las gradas que
quedaban frente a donde estaban Harry, Ron y Hermione. Klingum lo vio y
se lanzó tras él, acelerando su escoba al máximo, pero Giussi le l evaba
ventaja. La snitch, sin embargo, se movió, y Giussi empezó a perseguirla,
y casi le había puesto la mano encima cuando Klingum l egó como una
bala y le dio un manotazo en el brazo, impidiendo que el italiano capturara
la bola. Sin embargo, él tampoco consiguió cogerla, porque se dirigían
hacia la barrera y ambos hubieron de desviarse con un brusco giro para
evitar chocar. La snitch salió disparada hacia arriba y volvió a desaparecer.

—¡Esta vez ha sido Klingum quien ha evitado por los pelos la victoria de
Castelfidalio! ¡Y el juego sigue! Y

Spiel i, que parece recuperado, lanza un nuevo disparo que... ¡Sí!


¡Consigue marcar un nuevo tanto! Y van ochenta a veinte. Las cosas se
ponen difíciles para Durmstrang —comentó Lansvil e.

Los de Durmstrang, sin embargo, lograron recortar veinte puntos en dos


sensacionales jugadas, que volvieron a levantar un gran griterío y
expectación en el estadio: ochenta a cuarenta. De todas formas, pensó
Harry, no servía de mucho, parecían más cansados que los de Castelfidalio,
y empezaban a fal ar más.

Entonces, los golpeadores Furti y Malone empezaron un ataque feroz,


golpeando con las bludgers a Kregs, a Zandef y a Vliesky, que quedó sin
resuel o. Los cazadores italianos aprovecharon para marcar en pocos
minutos cinco goles más.
—¡Sensacional racha de Castelfidalio! —gritaba el comentarista—. Ciento
treinta a cuarenta. Si consiguen sesenta puntos más, Durmstrang lo tendrá
muy mal...

Y Durmstrang lo tenía muy mal, porque Vliesky seguía sin reponerse de


todo del golpe en el estómago, y no lograba parar bien. Spiel i logró meter
otros tres tantos, aliviados un poco por un rápido gol de Dutron. El
marcador estaba ciento sesenta a cincuenta y Krum parecía muy
contrariado. No dejaba de mirar a Klingum, esperando que diese
resultados pronto.

El partido continuó, y los cazadores italianos, agotados por el esfuerzo de


los últimos minutos, bajaron un poco el ritmo, logrando solamente un
nuevo gol en cinco minutos, y evitando a duras penas que Dutron marcara.
En ese momento...

—¡Harry, Ron! ¡Observad! —les gritó Katie señalando hacia donde estaba
Riccel o, que acababa de pasar la quaffle a Rodens.

—¿Qué sucede? —preguntó Hermione, mirando en aquel a dirección.

Klingum avanzaba hacia Riccel o a toda velocidad. Giussi iba también


hacia al í, aunque sin ver por qué. Lo vio demasiado tarde: Riccel o se
cubrió apartándose un poco, creyendo que Klingum iba contra él, y al i,
detrás de donde había estado él antes, estaba la pequeña snitch. Giussi no
tuvo ninguna oportunidad.

Klingum atravesó el aro encogiéndose y cazó la esfera dorada, volviendo


al campo con expresión de satisfacción y el brazo en alto.

¡¡KLINGUM ATRAPA LA SNITCH!! —gritó Lansvil e—. ¡¡Durmstrang


gana por doscientos puntos a ciento setenta!!

Parvati y Lavender bajaron la bandera, decepcionadas y tristes. Krum, sin


embargo, parecía otro. Los jugadores de Drumstrang abrazaron a su
buscador, mientras los italianos los miraban, tristes y abatidos.
—¡Ha sido un excepcional partido! ¡Ambos equipos pueden sentirse orgul
osos!

Los jugadores bajaron y se dieron la mano. El público aplaudió a rabiar.

134

—Ha sigo genial —afirmó Ron, contento—. Me da pena por Anton y los
suyos, que lo han hecho muy bien, pero si pasamos a la final, prefiero
enfrentarme a Durmstrang... ¿Podrás vencer a Klingum, verdad? —

preguntó Ron.

—No lo sé... —dijo Harry con sinceridad—. Es muy bueno... pero supongo
que sí podría.

Harry, Ron y Hermione se acercaron al campo, donde se encontraron con


Anton y los demás, que recibían la felicitación de su directora, que
intentaba sonreír, aunque se le notaba claramente que estaba triste por la
derrota.

—Lo habéis hecho estupendamente —le dijo Harry a Anton—. Podéis


estar muy orgul osos. Si el partido hubiese durado diez minutos más, creo
que habríais ganado.

Anton se encogió de hombros, cansado y abatido.

—Es posible... bueno, gracias. Temo que ya no podremos enfrentarnos si


derrotáis a Beauxbatons. Espero que os vaya mejor que a nosotros...

Parvati y Lavender se acercaron y le dieron dos sonoros besos a cada uno


de los italianos.

—¿Y éstas? —se preguntó Hermione mirándolas—. Vaya club de fans...

Ron se rió. Harry felicitaba a Klingum, y luego hizo lo mismo con Krum,
que hablaba con sus jugadores.
Ron también iba a felicitarle, aunque en ese momento bajaron Dumbledore
y Binddle, quien felicitó a todos los jugadores, dándoles la mano uno por
uno.

Cuando terminó, Ron, al igual que Hermione, felicitaron a Krum, quien,


quizás con la emoción de la victoria, no le preguntó a Hermione por el
baile. Luego regresaron al castil o. Por el camino se les acercó Ginny y
luego también Bradley. Recorrieron el camino de vuelta hablando sobre el
partido, lo emocionante que había sido, el buen juego de los italianos, la
limpieza por parte de todos los jugadores y la victoria de Durmstrang.

—Para nosotros es mejor que ganara Durmstrang —opinó Bradley—.


Aunque sea peor para ti, Harry.

Éste se encogió de hombros.

—Primero debemos derrotar a Beauxbatons —les recordó.

—No creo que tengamos demasiados problemas —dijo Bradley, mirando a


los de Beauxbatons, que avanzaban cerca de el os, enfrascados en una
conversación sobre el partido.

Llegaron al castil o, se despidieron de Bradley y se dirigieron a la sala


común, donde estuvieron, conversando, hasta la hora de la cena, en que
bajaron al Gran Comedor. Para su sorpresa, Binddle seguía al í, sentado al
lado de Dumbledore. Los de Castelfidalio l egaron un poco después que el
os, y parecían un poco más alegres.

—¿Estáis mejor? —les preguntó Parvati, mirando a Anton fijamente.

Anton le sonrió.

—Sí. Hemos jugado lo mejor que sabemos, así que no tenemos nada de
qué arrepentirnos. Y sólo perdimos por cuarenta puntos —añadió.

—La culpa es mía —dijo de pronto Marco Giussi, mirando a la mesa—. Si


hubiera sido más rápido...
—No tienes por qué culparte —intervino Harry—. Lo hiciste muy bien. Él
tuvo suerte, al final, de ver la snitch antes que tú. Puede pasarle a
cualquiera.

Marco levantó la mirada, con una tímida sonrisa, y asintió.

En esos momentos, la cena apareció sobre la mesa, y todo el mundo se


dispuso a comer. Cuando estaban terminando, Dumbledore se levantó:

—Bueno, bueno, bueno. Espero que todo el mundo lo haya pasado bien
esta tarde. Aprovecho para felicitar a los primeros finalistas, Durmstrang,
por su victoria, y a Castelfidalio por su excelente juego. Como sabéis, el
próximo partido será el próximo sábado, también a las cuatro y media de
la tarde, Hogwarts contra Beauxbatons. —Los aplausos atronaron el Gran
Comedor—. Esto es todo, podéis seguir con la cena.

Cuando salieron del Gran Comedor, Harry habló con Bradley y con
Modded, para decirles que tendrían entrenamiento al día siguiente, a las
cuatro. En las puertas vio a Dul ymer, que hablaba con unos compañeros
suyos de Slytherin.

—¡Eh, Henry! —lo l amó Harry.

—¿Sí? —dijo el muchacho, volviéndose y acercándose a Harry, Ron y


Hermione.

—Oye, ¿podrías recordarles a Malfoy y a los demás que mañana tenemos


entrenamiento a las cuatro?

—Claro, Harry. Sin problemas.

—Gracias —le dijo Harry, subiendo la escalinata con sus dos amigos.

Harry, Ron y Hermione estuvieron jugando en la sala común un rato, hasta


que dieron las once, momento en que Harry reunió a todos los miembros
del equipo para enviarlos a la cama.

—Mañana vamos a tener un duro entrenamiento, así que hemos de estar


descansados —explicó—.
Debemos prepararnos a fondo para enfrentarnos a Beauxbatons. No
podemos, bajo ninguna circunstancia, perder.

—Tranquilo, Harry —dijo Sloper—. Hemos estado observándolos y somos


superiores a el os.

—Cierto —corroboró Kirke.

—Me da igual. No podemos confiarnos.

135

Así pues, subieron a acostarse. Hermione también subió, al parecer tenía


mucho que hacer al día siguiente.

—Y vosotros también deberíais emplear la mañana en trabajar algo —les


reprochó Hermione mientras se dirigían a las escaleras—. Os estáis
volviendo a retrasar en vuestros deberes.

Harry se acostó y durmió como un tronco, hasta que se despertó, a las diez
de la mañana. Haciendo un esfuerzo, se levantó, y, sin hacer ruido para no
despertar a Seamus, Dean y Nevil e, despertó a Ron, que se levantó no de
muy buen grado.

Bajaron a la sala común, donde ya estaba Ginny, estudiando. Hermione se


les unió poco después. Tenían la intención de pasar la mañana trabajando
en la sala común, pero como Harry no quitaba los ojos de la ventana, por
donde veía a los de Beauxbatons en el campo de quidditch, Hermione los
obligó a ir a la biblioteca, donde permanecieron hasta la una y media,
enfrascados en sus trabajos de Transformaciones y en una redacción para
herbología.

Cuando al fin l egó la tarde, se dirigieron al campo de quidditch, donde


Harry obligó al equipo a la sesión de trabajo más dura de todas las que
habían tenido. Algunos jugadores se quejaron, pero Harry insistió en que
el resto de la semana, con las clases y demás, tenían mucho menos tiempo
para trabajar.
—En serio, ¿qué les sucede a los capitanes de los equipos de quidditch? —
preguntó Ron—. ¿Están poseídos?

El entrenamiento fue durísimo, a decir verdad. Harry obligó a hacer tiros


de penaltis, pases, quiebros, a esquivar a cazadores contrarios, a esquivar
bludgers y a ensayar un sinfín de jugadas, y después, a jugar un partido.
Mientras tanto, él y Malfoy se dedicaron a perseguir la snitch por todo el
campo una y otra vez.

Cuando finalmente dio por terminada la sesión, todos los jugadores


estaban rendidos.

—Vamos —los animó Harry—. Debemos estar preparados para resistir un


partido largo. Recordad como el cansancio hizo más débiles a los de
Durmstrang ayer. Si los de Beauxbatons se cansan antes, tendremos
muchas más posibilidades si el partido es largo.

Nadie dijo nada.

—Bien, entonces, hasta mañana a las cinco y media.

Los jugadores se cambiaron y fueron saliendo, dirigiéndose, con paso


cansado, hacia el castil o, mientras a su alrededor se hacía casi noche
cerrada.

La semana siguiente transcurrió lenta, y los nervios de Harry crecían a


medida que se acercaba el sábado.

Sabía que eran buenos, que estaban entrenando duro y que hacían todo lo
que podían, pero no podía evitar pensar «¿Y si perdemos?». Veía las caras
de desilusión de sus compañeros, a los de Slytherin culpándole a él de la
derrota, por ser un mal capitán, a Malfoy echándole toda la culpa, por no
ser rápido atrapando la snitch... Intentaba evitar ponerse nervioso, l evaba
seis años jugando al quidditch, y siempre lo había hecho bien, pero no
podía evitar sentirse preocupado. Nunca había tenido tanta responsabilidad
en el equipo como este año.
Afortunadamente, los profesores procuraron ponerles pocos deberes,
exceptuando a Snape, que actuaba como si no existiera el Torneo, excepto
para meterse con Harry al mandarle trabajos.

—Quiero un trabajo de cincuenta centímetros de pergamino para el


próximo lunes sobre los distintos ingredientes a emplear en las Pociones
Transformadoras Inanimadas y sus distintos efectos ¿de acuerdo?

—les dijo en la clase del martes—. Y esto va también por usted, señor
Potter. Espero que mejore el nivel de su redacción de la semana pasada.
Que sea el flamante capitán del equipo del Colegio no le concede ningún
privilegio en mi clase —le espetó con una mueca de desprecio en el rostro.

Malfoy miró a Harry y sonrió con malicia.

—¡Será imbécil! —se lamentaba más tarde a Ron y Hermione, mientras se


dirigían al aula de Transformaciones—. Basé mi redacción en la tuya,
Hermione. Y a ti te pone un notable y a mí y aprobado con anotación «muy
flojo».

—No dejes que te ofusque, Harry —dijo Ron—. Ahora debemos estar
concentrados en el partido.

Cuando finalmente l egó el viernes, y con él la última sesión de


entrenamiento antes del partido, se decidió entre todos que era mejor jugar
sólo dos horas, para estar descansados para el día siguiente. Hicieron un
entrenamiento tranquilo, practicando las mejores jugadas ensayadas.
Cuando terminaron, Harry les habló:

—Bien. Creo que hemos hecho un excelente trabajo. Todos —añadió,


mirando a los de Slytherin—. Así que no veo qué problema podríamos
tener mañana, salvo muchísima mala suerte, o que los de Beauxbatons se
hayan convertido en máquinas de jugar al quidditch.

Se retiraron. Aquel a noche, la expectación reinaba en la sala común de


Gryffindor, y, en general, en todo el castil o. Por donde pasaban, los
jugadores del equipo recibían ánimos y palmadas en la espalda de los
demás estudiantes. Durante la noche, en la sala común de Gryffindor hubo
fiesta, pero Harry no les permitió a los jugadores disfrutarla mucho.

—Si ganamos, ya lo celebraremos mañana ¿de acuerdo? —dijo mientras


mandaba a todos a la cama.

136

Harry estaba nervioso, y tardó en dormirse. En la cama de al lado, Ron se


movía. Harry supuso que a él también le costaba conciliar el sueño.
Finalmente, y tras dar vueltas y vueltas a la cabeza y convencerse de que
habían entrenado todo lo posible, se durmió.

El sábado amaneció nublado y frío, pero, afortunadamente, sin l uvias. Los


de Hogwarts incluso lo tomaron como una ventaja, suponiendo que los de
Beauxbatons no estarían tan acostumbrados al frío de Inglaterra.

Harry, Ron y Ginny, junto a Sloper, Kirke y Katie, permanecieron toda la


mañana en la sala común, sentados y hablando del partido, hasta que l egó,
muy rápidamente, la hora de comer. Se levantaron y bajaron al Gran
Comedor, donde ya estaba casi todo el mundo, incluidos los de
Beauxbatons, que, según pudo comprobar Harry con alivio, parecían tan
nerviosos como el os. Los alumnos de Hogwarts aplaudieron cuando los
vieron entrar y sentarse, y también, aunque algo menos sonoramente,
cuando l egaron los de Slytherin. En la mesa de los profesores volvía a
estar Binddle, sentado al lado de Dumbledore, aunque, al igual que la
semana anterior, no dijo nada, y fue Dumbledore quien realizó la
presentación del segundo partido de la semifinal.

—Buena suerte —les deseó Hermione, dándoles un beso a cada uno—.


Espero que lo hagáis bien.

Cuando finalmente se levantaron para dirigirse al campo de quidditch, los


estudiantes aplaudieron con fuerza. Al ir a salir del Gran Comedor, Cho,
que no había hablado con Harry desde el día de la prueba, se le acercó.

—Hola Harry —saludó.


—Ah... Hola, Cho —contestó él, mientras sus compañeros proseguían
hacia el terreno.

—Sólo quería desearos suerte. Seguro que lo hacéis muy bien...

—Gracias.

—A mí también me gustaría jugar —añadió el a, un poco triste.

—Lo sé... es una lástima que tengamos que aguantar a Malfoy, pero claro...
—Luego, para animarla, añadió

—: De todas formas, te estás ahorrando muchos nervios, y, sobre todo,


mucho cansancio. Creo que cuando acabe el partido, ganemos o perdamos,
voy a dormir dos días...

Cho le miró, un poco más alegre.

—Bueno, tengo que irme —dijo él—. Me esperan...

—Sí, claro. Estaremos todos al í, animándoos.

Harry le hizo un gesto y se dirigió al campo. Cuando l egaron, la gente ya


empezaba a abarrotar las tribunas.

De repente, Ron l amó la atención de Harry.

—¡Mira quién está al í!

Harry miró, y vio a Lupin, Tonks, Kingsley, Moody, los Weasley, los
gemelos y Bil con Fleur Delacour. Se acercaron a el os.

—¿Qué hacéis aquí? —Preguntó Ron a sus padres, sorprendido.

—Bueno, queríamos verlo ¿No? Además, Dumbledore ha decidido que


sería mejor que hubiera por aquí algunos miembros de la Orden, por si
acaso...
—Sí. Nosotros aún tenemos que distribuirnos. Mundungus ya está por al á
—dijo Lupin, señalando otro extremo del campo.

—Y nosotros no podíamos quedarnos sin ver los progresos del quidditch


en Hogwarts ahora que no estamos

—dijo Fred.

—Exacto —corroboró Angelina Johnson, a quien aún no habían visto—.


¡Espero que lo hagáis bien! —

exclamó, corriendo a saludar a Katie Bel , que le dio un fuerte abrazo.

—Lee está por al á, repartiendo ciertos... productos para la fiesta de la


victoria —susurró George.

—¿Productos para la fiesta de la victoria? —preguntó Ron—. Qué


peligro...

Bil se les acercó.

—Yo he venido también a apoyaros, aunque bueno, Fleur dice que prefiere
que gane Beauxbatons...

tenemos una pequeña apuesta —dijo riéndose.

—¿No os «impogta, vegdad»? —preguntó Fleur, sonriente—. «Pego


pgefeguiguía» que ganase mi colegio.

—Claro que no —dijo Ron al instante, también sonriendo.

—Bueno, «cgueo» que voy a ir a «saludag» a mi «hegmana» y a Madame


Maxime.

Fleur se dirigió hacia su hermana, que venía con los demás de


Beauxbatons, y que profirió un grito al verla.

Se abrazaron con fuerza. También Madame Maxime, que venía detrás,


saludó a Fleur.
—Bueno, vamos a cambiarnos —dijo Harry—. Ya casi es hora...

—Bien, buena suerte muchachos —les deseó el señor Weasley—. ¡Luchad


duro!

Harry, Ron y Ginny asintieron, y se fueron hacia los vestuarios. Se


cambiaron y esperaron, mientras el estadio terminaba de l enarse y el
griterío crecía.

Por fin, la voz de Lansvil e se elevó en el aire:

137

—¡Bienvenidos todos de nuevo al Primer Torneo Estudiantil Internacional


de Quidditch en Hogwarts! Esta tarde tendremos el placer de presenciar el
segundo partido, que decidirá quién habrá de enfrentarse a Durmstrang en
la final, ¡Hogwarts o Beauxbatons!

Un inmenso clamor recorrió el estadio.

—¡Y aquí l ega el equipo de Hogwarts! —gritó, y las puertas se abrieron.


Montaron en las escobas y salieron disparados, dando una vuelta al campo,
en medio de una increíble ovación. Ciertamente, había más gente que en el
primer partido, observó Harry mientras Lansvil e nombraba a los
jugadores, que se detuvieron en el centro del campo, jaleados por el
público.

—Mira, Harry —le dijo Ron.

Harry miró: Parvati y Lavender agitaban una bandera de Hogwarts, que


Hermione estaba encantando, y crecía y ondulaba, inmensa. A su lado
estaba Luna Lovegood, con uno de sus sombreros, esta vez, el león y el
águila, que gritaban «¡HOGWARTS!» una y otra vez.

En ese momento, Lansvil e habló de nuevo, presentando a los jugadores de


Beauxbatons:

—¡Aquí tenemos a la capitana, la cazadora Blisseisse, al guardián,


Amèdis, a los otros dos cazadores, Dutrois y Bissone, a los golpeadores,
Deltfour y Armignan, y la buscadora, Delacour!

Un aplauso saludó el vuelo de los de Beauxbatons, que recorrieron el


estadio hasta ponerse frente a los de Hogwarts.

—«Suegte, Hagui» —le deseó Grabriel e, sonriéndole, pero sin ocultar su


nerviosismo.

—Lo mismo te digo —contestó el muchacho, sonriendo a su vez.

—Blisseisse, Potter, daos la mano —ordenó la señora Hooch.

Se la dieron, deseándose suerte. Luego Harry regresó a su puesto, frente a


Gabriel e.

La señora Hooch soltó lanzó la quaffle, soltó las bludgers y la snitch, y


silbó.

—¡El partido ha comenzado! —gritó Lansvil e—. Y Bel coge la quaffle,


lanzándose hacia la meta de Amèdis, Blisseisse intenta bloquearla pero no
lo consigue, Bel pasa a Warrington, que acelera, sortea a Dutrois, esquiva
una bludger de Deltfour y ¡Lanza! Pero Amèdis lo ha parado, y ahora es
Bissone la que avanza con la quaffle, esquivando en un difícil quiebro a
Bradley. Warrington la sigue, le da alcance y ¡Consigue arrebatarle la
quaffle! Ahora Hogwarts al ataque, l ega ante los aros... lanza... ¡SÍ!
¡¡Warrington marca!! ¡¡Diez a cero para Hogwarts!!

Harry sonrió, mientras seguía buscando la snitch. Warrington recibió la


felicitación de sus compañeros y de todo el estadio, que aplaudía. Ahora
eran los de Beauxbatons quienes atacaban, por medio de Blisseisse, pero
una bludger de Crabble la obligó a soltar la quaffle, que fue recogida por
Bradley, quien se lanzó como un rayo hacia la meta. Cuando l egaba,
esquivó a Dutrois y se lanzó hacia el aro derecho, hacia el que también se
lanzó Amèdis, pero Bradley le pasó a Katie, que marcó en el aro izquierdo
casi sin coger el balón.

—¡¡Y otro gol de Hogwarts!! —gritaba emocinado Lansvil e—.


¡Espectacular jugada de Bradley y Bel !
¡Hogwarts vence por veinte a cero!

El equipo de Beauxbatons, sin embargo, no se amilanó: Volvieron al


ataque con su mejor arma, la rapidez, y Bissone logró plantarse ante Ron,
que logró detener el disparo, aunque con dificultades. Harry suspiró y le
sonrió a Ron, haciéndole una seña. Ron sonreía. Se tranquilizó. Haber
detenido un disparo difícil como aquel le daría a Ron más confianza en sí
mismo para el resto del encuentro. De pronto, sintió como si se despertara
¡No estaba buscando la snitch! Culpándose por haber perdido dos minutos
mirando, volvió la vista hacia Gabriel e, que daba vueltas por el campo.
Afortunadamente, no daba señas de haber visto la snitch. Harry se puso a
buscarla rápidamente, aunque la pequeña esfera no se veía por ningún
lado. A cada rato, se fijaba en Gabriel e. No quería alejarse mucho de el a
por si la chica veía la snitch antes que él.

Descendió y se puso a buscar por las inmediaciones de las gradas, lo que


dificultaba su concentración porque la gente le gritaba de una forma
ensordecedora, lo que empeoró cuando Katie consiguió el tercer tanto para
Hogwarts. La alegría por el gol, fue, sin embargo, efímera, porque los de
Beauxbatons hicieron un veloz contraataque el más puro estilo de
Castelfidalio y consiguieron burlar a Ron, consiguiendo su primer tanto.

El partido continuó. Harry pronto dejó de preocuparse por el resto, porque


Ron consiguió hacer dos paradas después del primer gol, y luego Bradley
había logrado un tanto y Warrington otro, tras arrebatarle la quaffle a
Dutrois en un despiste. Ganaban cincuenta a diez, y Harry estaba seguro de
que iban a mejorar el tanteo.

Así pues, se concentró sólo en buscar la snitch y en Gabriel e, que


realmente volaba bien. Además, lo hacía tan rápido todo el tiempo, que
Harry no podía estar seguro de si la chica sólo recorría el estadio o si había
visto la pequeña esfera. Decidió jugar un poco con el a y distraerla, para
buscar mejor. De repente aceleró a tope su escoba lanzándose hacia la
meta de Beauxbatons, donde tenía lugar una fuerte lucha por la posesión
de la quaffle, que finalmente quedó en manos de Dutrois, que avanzó hacia
Ron esquivando una bludger de Sloper. Harry esquivó a su vez otra de
Armignan y avanzó recto, notando como Gabriel e le seguía y escuchando
vagamente como Lansvil e le mencionaba. Mantuvo la cabeza fina en la
portería, como si al í estuviera la snitch, pero con los ojos recorría el
campo buscando el menor destel o dorado. Llegó a los aros y les dio la
vuelta, volviendo en la dirección contraria y sonriéndole a Gabriel e al
cruzarse con el a, 138

haciendo comprender a la chica que sólo había sido una treta. En esos
momentos, Katie avanzaba a toda velocidad hacia la meta de Beauxbatons,
Warrington iba por el otro lado, pero entre el os estaba Blisseisse, que
intentaba bloquear a Katie. Harry se lanzó hacia al í, obligando a la
francesa a desviarse, con lo que Katie pudo pasar la quaffle a Warrington,
que marcó, despistando a Amèdis.

—¡¡Setenta a diez!! ¡Hogwarts está incrementando la diferencia! Parece


que los cazadores locales son claramente superiores —dijo Lansvil e, en
medio de los gritos y los abucheos de la afición de Beauxbatons.

Harry, que seguía sin ver la snitch, volvió a hacer la misma jugada que
antes, lanzándose hacia las gradas donde estaban la mayoría de los de
Gryffindor. Al pasar, oyó los gritos de ánimo de sus compañeros y de
Hagrid, que estaba al í.

—¡Ánimo, Harry! —oyó gritar a Hermione, Parvati y Lavender, que


agitaron más fuertemente su inmensa bandera.

Harry volvió a ascender, sonriendo de nuevo. Gabriel e le miró


entrecerrando los ojos, y se dirigió hacia otro lado.

¡¡Gol de Beauxbatons!! —gritaba en aquel os momentos Lansvil e—. La


cazadora Blisseisse ha efectuado un espectacular giro sobre Bel ,
engañando a Weasley. ¡Ochenta a veinte para Hogwarts!.

Harry no se preocupó, incluso cuando dos minutos después los de


Beauxbatons marcaron un nuevo tanto.

Siguió recorriendo el estadio ¿dónde estaba la snitch? Gabriel e también


seguía sin verla, y ya l evaban mucho rato jugando. ¿Habría salido del
estadio? A Harry nunca le había pasado eso, pero había leído que podía
suceder. Volvió a emplear la misma técnica de despiste, lanzándose esta
vez hacia el fondo de los aros de la portería de Ron. Gabriel e le siguió
otra vez al principio, pero se dio cuenta de que era otra estratagema de
Harry y pronto lo abandonó, volviendo a sobrevolar el campo.

«Bien, desconfía de mí —pensó Harry—. Desconfía también cuando de


verdad vea la snitch». Pero Harry no la veía. Pasaron otros diez minutos.
Habían logrado meter un gol, y los de Beauxbatons otro. Harry se acercó a
Katie y a Warrington mientras los de Beauxbatons volvían al juego.

—Hacedlo ya —les dijo Harry—. Juego total.

Ambos asintieron. Ahora, jugarían al máximo de sus capacidades, de una


forma agotadora. No sabía cuanto aguantarían, pero esperaba que los de
Beauxbatons no pudieran resistirlo (se les veía más cansados) y eso diera
una rápida ventaja a Hogwarts. Así lo hicieron. Crabbe y Sloper
empezaron a lanzar bludgers como locos, volando a toda velocidad. Katie,
Warrington y Bradley, por su parte, atacaron con todas sus fuerzas.

Esto pil ó a los de Beauxbatons por sorpresa, que no contaban con una
presión tan fuerte como estaban haciendo. En pocos minutos, Hogwarts
había conseguido otros cincuenta puntos. Estaban ciento cuarenta a treinta.
No era suficiente.

Salió el Sol. La nubosidad había descendido, y en el cielo se veían grandes


claros, lo que facilitaría la búsqueda, porque la pequeña bola dorada bril
aría.

Harry dio una vuelta y entonces vio algo que le asustó: Gabriel e volaba
hacia él y la snitch estaba a unos diez metros de el a, a un lado. No la había
visto, pero si volvía la cabeza... Harry estaba muy lejos. Hizo lo único que
se le ocurrió: volver a lanzarse hacia la dirección contraria obligando a
Gabriel e a mirarle, y rezar porque surtiera efecto. Esta vez usó toda la
velocidad de la escoba dirigiéndose hacia el suelo, con la mirada fija, para
convencer a la chica. El público contuvo la respiración. En el último
segundo, Harry se elevó con un peligrosísimo giro y evitó chocar. Miró
hacia la chica y suspiró de alivio. Gabriel e no le había seguido apenas,
pero se había movido unos metros hacia él y le miraba, y la snitch ya no
estaba. El a le sonrió, como diciéndole «Ya no me engañas». Harry le
sonrió también, intentando que no se le notara lo aliviado que estaba.

Blisseisse logró un tanto para Beauxbatons con esfuerzo, pero Warrington


y Katie marcaron otro cada uno, poniendo el partido ciento sesenta a
cuarenta. Empezaban a desmoralizarse, y Gabriel e buscó la snitch con
más afán. Si no la atrapaba pronto, perderían el partido. Hogwarts iba
camino de alcanzar una diferencia de ciento cincuenta puntos, y Gabriel e
estaba segura de que sus compañeros no podrían recortarla. Empezó a
moverse, y Harry la observó, mientras buscaba. Observó las gradas de un
lado a otro, y de repente... lo vio: un destel o dorado en la primera fila,
cerca de un hombre. Harry se lanzó a toda velocidad. Gabriel e lo miró,
pero no le siguió. Harry volvió la vista al bril o que había visto, que volvió
a relucir al Sol. En unos segundos ya estaba al í. Frenó y miró: no había
rastro de la snitch. Miró a todos lados mientras el público le contemplaba.
Entonces lo descubrió: no había visto la snitch. El hombre que tenía
enfrente l evaba un reloj de oro. Reprendiéndose a sí mismo, volvió al
campo... y entonces vio a Gabriel e, que se dirigía a una zona de las gradas
al otro lado. Al í sí estaba la verdadera snitch. Harry aceleró su Saeta de
Fuego al máximo, pero Gabriel e se acercaba. Entonces, la snich se metió
entre la gente y Gabriel e frenó. El público se apartó, asustado, pero Harry
aprovechó: sin pensar en el o, aceleró aún más, adelantó a su rival como
una tromba y se lanzó contra las gradas. El público se tiró al suelo, Harry
se golpeó una pierna contra la baradil a, pero no hizo caso del dolor y
estiró la mano... ¡Sí! Levantó el vuelo y alzó el brazo. El estadio retumbó
de los gritos.

—¡¡Harry Potter ha atrapado la snitch!! —gritaba Lansvil e emocionado y


dando saltos—. ¡¡Hogwarts gana por trescientos diez a cuarenta!!

139

Harry se sentía contentísimo. Lo habían conseguido, estaban en la final.


Incluso Warrington le abrazó, aunque, dándose cuenta, lo soltó pronto, un
poco avergonzado. Harry vio a Hagrid, que saltaba y aplaudía, a Hermione,
Parvati y Lavender, que corrían por el campo agitando la bandera como
locas, a los señores Weasley, que también saltaban, a los gemelos y a Bil .
Fleur le estrechó la mano a Bil y le dio un beso, sonriendo. De pronto,
Harry volvió a sentir el dolor en la pierna, se había dado un buen golpe,
tendría que verlo la señora Pomfrey. Descendió. El equipo de Beauxbatons
le felicitó.

—Me engañaste mucho, «Hagui». «Egues» un «buscadog espectacular» —


le dijo Gabriel e dándole la mano.

—Tú también eres buena —le dijo Harry, aguantándose el dolor—. Si la


snitch no se hubiera metido en las gradas...

—«Pog» eso —respondió la chica—. Yo nunca «habguía» hecho lo que tú


hiciste. Me «habguía» matado.

Dejó la conversación, porque Hermione había saltado sobre él y le


abrazaba, y Binddle se acercaba a el os, con Madame Maxime y
Dumbledore, que estaba muy sonriente. Le estrecharon la mano.

—Sensacional jugada, señor Potter —le dijo Binddle.

—¡Excelente, Harry! —dijo Dumbledore—. Pero deberías ir a que la


señora Pomfrey te viera esa pierna ¿no crees?

Harry asintió, sonriente. Se dirigió hacia la enfermera, que estaba en uno


de los lados, quien le miró la pierna, curándosela.

—No ha sido grave. Sólo una mazadura —dijo—. Tómate esto y listo. De
todas formas, me gustaría que dejara usted de hacer estas locuras, señor
Potter. En todos mis años había visto a alguien tan a menudo como a usted.

Harry se lo bebió, mientras los Weasley, que acababan de felicitar a Ron,


se acercaban a él, acompañados por Hermione.

—¡Estupendo! —decía el señor Weasley, orgul oso—. Habéis jugado todos


excelentemente.

—Gracias, señor Weasley —dijo Harry. Ron también parecía enormemente


feliz.
—¿Viste mis paradas, Harry? —preguntó, orgul oso—. ¡Y tú estuviste
sensacional!

—Sí —afirmó Harry, acercándose con Ron a los demás—. Todos hemos
estado fabulosos. Si jugamos así el día de la final, el título es nuestro.

Los jugadores se daban palmadas y abrazos entre el os. Ninguno parecía


recordar que eran de distintas casas, excepto Malfoy, que miró a Crabbe
amenazadoramente, y éste, un poco avergonzado, se hizo a un lado.

Momentos después fueron a cambiarse, contentos y felices del resultado y


del trabajo realizado. Cuando salieron al campo, los Weasley, Tonks,
Moody, Lupin y demás les esperaban.

—Bueno, nosotros nos vamos —dijo el señor Weasley—. Espero que lo


celebréis mucho.

—Lo harán —dijo Fred—. Hemos hecho grandes ventas hoy...

—Ya lo creo —afirmó Lee Jordan—. Lástima que no podamos


quedarnos...

Se dirigieron al castil o. Al í se despidieron. Harry, Ron, Hermione y


Ginny entraron en el castil o y los demás se fueron al exterior, donde
podrían desaparecerse.

La celebración por la victoria duró toda la tarde, y, según se acercaba la


noche, se puso de manifiesto lo que los gemelos y Lee Jordan habían
vendido: grandes cantidades de Magifuegos Salvajes, que l enaron el castil
o hasta bien entrada la noche. A Filch no le gustó nada, pero Dumbledore,
que no los había visto el año anterior, los encontró magníficos.

Durante la cena, el director felicitó a los ganadores, recordándoles la fecha


de la final Hogwarts —

Durmstrang, el día 17 de enero. El partido por el tercer y cuarto puesto se


jugaría el viernes anterior.
Tras la deliciosa cena, Cho se acercó a felicitar a Harry y al resto del
equipo, y también Henry Dul ymer.

—¡Lo hicisteis genial! —les dijo el Slytherin, muy alegre—. ¡Todos en el


colegio estamos orgul osos de tener un equipo tan fantástico!

Harry y Ron se sonrojaron ligeramente.

—¡Es cierto! —continuó—. Y no podemos negar que el trabajo del capitán


ha dado un gran resultado —

añadió, palmoteando la espalda de Harry.

—Bueno... yo no hice gran cosa... —Harry intentó parecer modesto.

—No es cierto —dijo Ron—. ¡Hurra por el capitán!

Y toda la mesa de Gryffindor gritó «¡Hurra!». Desde la mesa de Slytherin,


Malfoy lo oyó, y miró a Harry con odio, pero era de los pocos. Warrington
lo celebraba como el que más, y no parecía querer saber, aquel a noche,
nada de enfrentamientos entre casas.

Los de Castelfidalio también participaban de la fiesta, celebrando y


comentando las mejores jugadas del partido, y los de Ravenclaw animaban
como podían a los de Beauxbatons, que eran los más apagados.

Harry miró a Dumbledore, que recorría con sus ojos el Gran Comedor.
Parecía muy satisfecho. Harry miró a su vez y comprendió: eso era lo que
el director había pretendido. Todo el colegio, incluso los invitados,
parecían haber olvidado todas sus diferencias, participando unidos de una
gran fiesta.

140

Aquel a noche, cuando Harry se metió en la cama, tras la celebración en la


sala común, se sentía feliz y contento. Parecía un día muy inapropiado
para preocuparse por Voldemort, por los mortífagos, por los ataques o por
quien había atacado a Hermione. Se durmió sin ninguna preocupación,
soñando con escobas voladoras, grandes éxitos y futuras victorias en
campos de quidditch.

15

La Nueva Reunión del ED

Al día siguiente, Harry y Ron se levantaron aún con la euforia de la


victoria. Bajaron a la sala común, donde ya estaba Hermione, leyendo, y
estuvieron hablando un rato, muy animados, hasta que, de pronto, Ron
abrió mucho los ojos.

—¡Oh, no! —exclamó.

—¿Qué sucede, Ron? —preguntó Hermione, levantando la vista del libro y


mirando a su amigo.

—Mis padres... ayer, con el lío del partido, no me acordé de preguntarles


qué tal estaban... ni cómo le iba a Percy...

—¡Es cierto! —reconoció Harry, reprendiéndose—. Creo que deberíamos


enviarles una carta...

—Será lo mejor —dijo Hermione—. Hagámoslo ahora.

Escribieron la carta, lamentando no haberse interesado el día anterior por


el os ni por Percy, preguntaron qué tal se encontraban y mandaron saludos.
Luego, antes de comer, se dirigieron a la lechucería para enviarla.

Luego bajaron al Gran Comedor. Al í, en las puertas, se encontraron con


los de Beauxbatons, que también entraban.

—¿Os encontráis más animados? —les preguntó Ron

—Un poco. Jugamos lo «mejor» que sabemos —dijo Amelia Blisseisse,


encogiéndose de hombros.

—Lo hicisteis muy bien, de verdad —afirmó Harry, sonriendo.


—Sí, «pego vosotgos mejog» —replicó Gabriel e—. Nos disteis una
paliza.

—Bueno, mirad el lado positivo —dijo Ron—. Ahora no tenéis la presión


de la final... —Y añadió—: sólo tenéis que preocuparos de con quien vais
a ir al baile.

Gabriel e se rió, mirándolo. Entraron en el comedor. Al í, Nevil e le pidió a


Hermione si podría ayudarlo con la redacción de Transformaciones.

—Claro que sí, Nevil e —dijo Hermione, sonriéndole—. Yo también tengo


que hacerla.

Harry se quedó pensativo, lo que había dicho Nevil e...

—¡Oh, no! —exclamó, preocupado—. ¡Yo aún no he empezado la


redacción para Snape! Si no se la entrego mañana es capaz de
envenenarme.

—¿Cómo no la empezaste antes, Harry? —le reprochó Hermione.

—¡Ni pensé en el o! Durante las semanas, con los entrenamientos, no


podía, y ayer, con la euforia... —

intentó explicarse Harry.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer en cuanto termines de comer.

Harry dio un golpe en la mesa. Pensaba disfrutar de un relajado día para


reponerse del partido y de la fiesta, y en lugar de eso tenía que ponerse a
trabajar en una redacción para Snape. Miró hacia el profesor y le dirigió
una mirada de odio intenso, aunque Snape, que comía con su habitual
expresión seria, no lo vio.

Cuando terminaron de comer, Harry, Ron, Hermione y Nevil e se


dirigieron a la sala común. Harry iba enfurruñado por culpa del trabajo, y
Ron, que también tenía que acabarlo, no iba más contento que él.
Cuando cruzaron las puertas del comedor, Gabriel e se levantó corriendo
de la mesa de Ravenclaw y se les acercó.

—Eh... «Gon» —dijo la chica, un poco cohibida.

—¿Sí? —preguntó Ron con mal talante, pensando en Snape.

—Bueno... yo «queguía pgueguntagte» algo...

Ron pareció despertar.

—¿El qué? —preguntó.

—Esto... «podguíamos hablag» en «pguivado»? —dijo la chica.

Ron puso cara rara, y miró a sus amigos, antes de volver a mirar a la chica.

—Sí... supongo... —contestó.

—Te esperamos en la sala común —dijo Harry, volviéndose y dirigiéndose


a la escalinata de mármol. Ron asintió.

141

Harry, Nevil e y Hermione subieron la escalinata, dejando a Ron con


Gabriel e. Hermione miró hacia atrás, con gesto de enfado, pero siguió
subiendo por las escaleras. Llegaron a la sala común y empezaron a sacar
el material para el trabajo.

—¡Vamos, que no tengo todo el día! —les dijo a Harry y a Nevil e.

Nevil e miró a Harry, extrañado, preguntándole con la mirada qué le habría


pasado a Hermione de repente.

Harry, que se lo imaginaba, se encogió de hombros.

Un momento después l egó Ron, que parecía muy azorado. Harry le miró,
pero Hermione no levantó la mirada de su redacción. Ron se sentó,
mirando a Hermione de soslayo.
—¿No nos vas a contar qué te quería la chica-veela? —preguntó Harry,
con un asomo de sonrisa.

—Eh... —Ron se puso colorado. Hermione le miró de reojo—. Pues...


quería preguntarme si tenía pareja para el baile y... si querría ir con el a.

A Hermione parecía que la conversación no le interesaba, pero Harry vio


que escribía con furia en su pergamino.

—¡Guau, Ron! —dijo Nevil e impresionado—. ¡Qué suerte! ¡Es


guapísima!

—Esto... sí —admitió Ron, con una sonrisa.

—¿Y qué le dijiste? —preguntó Harry, lanzándole una mirada dura que
Ron entendió muy bien.

—Bueno... —dijo Ron lanzándole a su vez rápidas miradas a Hermione—.


Le dije que... no.

Harry le sonrió. Hermione también se asombró, y le miró, pero sin decir


nada.

—¿Que no? —preguntó Nevil e, que no podía creérselo—. ¿Por qué no?
¿Qué razón le diste?

—Esto... le dije que... bueno, que a lo mejor iba con... con otra persona...

—¿Con quién? —le preguntó Nevil e.

—Bueno... No sé... ya se sabrá —dijo Ron sacando sus cosas, y no volvió a


hablar del tema.

Se dedicaron al trabajo toda la tarde, pero no fue demasiado difícil;


Hermione estaba de mucho mejor humor.

Al día siguiente, en Pociones, Harry le entregó con una sonrisa su trabajo a


Snape, que le miró como si estuviera cubierto de estiércol de dragón, pero
no dijo nada. Harry le sonrió con suficiencia a Malfoy, que le miraba.
Más tarde, a mediodía, mientras comían, Hedwig les trajo la respuesta de
los padres de Ron: Hola muchachos:

No os preocupéis. Es normal que estuvierais distraídos por el partido. Es


bueno que al menos vosotros tengáis algo con lo que distraeros de todo lo
que sucede. Ese torneo ha sido una gran idea de Dumbledore.

Nosotros nos encontramos bien. Como sabéis, ahora estamos casi siempre
en Grimmauld Place, por consejo de Dumbledore. Percy se encuentra un
poco mejor. Ha conseguido el traslado al Departamento de Seguridad
Mágica, y trabaja constantemente. Parece más tranquilo, pero está
obsesionado. Aún no hay pistas que nos permitan saber quién cometió el
crimen, pero vosotros no os preocupéis ¿de acuerdo? Estudiad mucho ¡y
no os metáis en líos!

Gracias por preocuparos.

Besos

—¡Vaya...! pobre Percy —se lamentó Hermione—. Espero que no se


encuentre demasiado mal...

—¿Cómo quieres que se encuentre? —preguntó Harry—. Han matado a su


novia cuando el objetivo era él...

—Esperemos que no se convierta en un obseso como el señor Crouch —


dijo Hermione con tristeza.

—Hermione —dijo Ron—. Percy ya es como el señor Crouch.

Hermione miró a Ron con severidad, pero no dijo nada.

Por la tarde, los tres amigos bajaron a la biblioteca, donde permanecieron


hasta las seis trabajando para Encantamientos y para Transformaciones.
Hermione, además, tenía otro trabajo de traducción para Runas Antiguas.
Al terminar, salieron para volver a la sala común. Avanzaban por un pasil
o desierto, cuando vieron a Nevil e al otro extremo, que se volvió hacia el
os, que en esos momentos se encontraban a unos siete u ocho metros de él.
—¡Ah! Hola, chicos —saludó Nevil e, volviéndose—. ¿Habéis...?

Pero Nevil e no dijo nada más, porque alguien a sus espaldas, desde el
pasil o del cual venía, gritó

« ¡Crucio! », y Nevil e cayó al suelo, retorciéndose de dolor.

—¡NEVILLE! —gritó Harry, y él, Ron y Hermione sacaron las varitas y se


dirigieron hacia su amigo.

Al l egar al cruce de los pasil os, Nevil e ya había dejado de gritar y sólo
gemía. Miraron a todos lados, pero no vieron a nadie más en el pasil o.

142

—¡No es posible! —gritó Harry, sorprendido—. Cogedle —dijo Harry a


Hermione y a Ron—. Voy a buscar quién...

—¡No Harry! —le previno Hermione—. ¡Puede ser peligroso!

—¡No voy a dejar que escape! —exclamó decidido, corriendo por el pasil
o.

Pero no vio a nadie. Ni por el pasil o, ni en ninguna de las habitaciones que


en él había. Extrañado, y sobre todo, decepcionado, volvió junto a Ron y a
Hermione, que acababan de despertar a Nevil e y lo l evaban a la
enfermería.

—¿Viste quién te atacó, Nevil e? —le preguntaba Ron.

—No... no venía nadie detrás de mí...

—¿Encontraste algo, Harry? —le preguntó Hermione, preocupada.

—No —admitió Harry, con gesto de rabia—. Será mejor l evarle a la


enfermería y avisar a Dumbledore...

Ayudaron a Nevil e a caminar, que aún estaba dolorido, y se dirigieron a la


enfermería, cuando se encontraron, al doblar una esquina, a Henry Dul
ymer.

—¡Hola! —saludó él, sonriente. De pronto, su expresión cambió, al ver a


Nevil e—. ¿Qué le ha pasado?

—Alguien le ha atacado —dijo Harry—. Le han lanzado la maldición


cruciatus.

—¿La maldición cruciatus? —preguntó Dul ymer, espantado—. Pero ¿por


qué? ¿Quién?

—Eso nos gustaría saber —dijo Harry—. Eso nos gustaría saber...

—Pero... ¿por qué? —volvió a preguntar Dul ymer, sacudiendo la cabeza


—. A Hermione se supone que la atacaron porque vio algo ¿no? Pero Nevil
e...

Hermione se acercó al despacho de McGonagal mientras Harry, Ron y


Henry l evaban a Nevil e a la enfermería. La señora Pomfrey le examinó y
los tranquilizó. Al parecer, no tenía nada grave.

Hermione apareció entonces por la puerta, seguida de la profesora


McGonagal y de Dumbledore.

—¿Se encuentra bien, señor Longbottom? —preguntó la profesora


McGonagal , con cara preocupada.

—Sí, gracias profesora... —contestó Nevil e.

—No tiene nada grave —añadió la señora Pomfrey—. Sólo se encuentra


un poco dolorido debido a la maldición.

—¿Quién fue? —preguntó Dumbledore, aunque con expresión de saber ya


la respuesta.

—No lo sabemos —reconoció Harry—. No le vimos. Y es imposible,


porque l egamos al pasil o aquel un segundo después de que atacaran a
Nevil e...
—¿Por qué lo habrán hecho, profesor? —preguntó Dul ymer, con aspecto
preocupado.

—Tengo mis sospechas, señor Dul ymer —dijo Dumbledore, pensativo—.


Pero nada concreto...

—¿Voy a tener que quedarme aquí? —preguntó Nevil e.

—No, señor Longbottom —respondió la señora Pomfrey—. No le ha


pasado nada grave. Puede irse cuando quiera.

—Bueno, menos mal. Dado que estáis todos bien, es mejor que regreséis a
vuestras salas comunes —dijo Dumbledore.

—Está bien. Yo me voy, entonces —se despidió Henry—. Cuídate, Nevil e.

—Gracias —contestó Nevil e. Dul ymer le sonrió y se fue. Nevil e se


levantó y se dirigió hacia la salida, acompañado de los demás, pero Harry,
al atravesar la puerta, se quedó escuchando.

—¿Qué crees que significa esto, Albus? —preguntaba la profesora


McGonagal .

—No lo sé, Minerva... pero es obvio que el ataque a la señorita Granger no


fue un hecho aislado...

—Pero... ¿por qué? —preguntó la profesora McGonagal , aún más


asustada—. ¿Por qué lo habrán hecho, Albus? No tiene sentido...

—Para asustar, Minerva —contestó Dumbledore con voz grave—. Para


asustar. El atacante no tiene que hacer algo grave. Sólo tiene que mostrar
que podría haber hecho algo grave... Aunque usar la maldición cruciatus...

—¿Qué alumno se arriesgaría a hacer algo así, Albus? ¡Arriesgarse a


cadena perpetua en Azkaban!

—No lo sé —respondió Dumbledore, con voz grave—. Sólo sé que el


colegio no es seguro ahora.
No dijeron más, y Harry bajó las escaleras rápidamente, pero con cuidado.
Alcanzó a sus amigos y juntos se dirigieron hacia la sala común. Todo el
mundo sabía ya lo ocurrido, y hablaban con Nevil e. La gente se veía
asustada.

Los tres amigos se sentaron, y Harry les contó a Ron y a Hermione lo que
Dumbledore le había dicho.

—¿Para asustar? —preguntó Ron—. ¿La maldición cruciatus?...

—Entre esto y lo que me pasó a mí, los estudiantes tendrán miedo...


atreverse a usar una maldición imperdonable contra un alumno en
Hogwarts... eso no había sucedido nunca antes —explicó Hermione.

Ninguno de los tres dijo nada más y se quedaron un rato mirando al fuego.
Harry y Ron decidieron jugar una partida de ajedrez, observados por
Hermione, aunque ninguno de los dos estaba muy concentrado. Serían las
ocho de la tarde cuando una lechuza entró en la sala, dejando una nota para
Harry.

—¿Quién me enviará esto? —se preguntó, mientras abría la nota, bajo la


mirada de sus amigos.

143

Harry:

Debemos hablar. Es importante. Ven a mi despacho ahora mismo. La


contraseña es «dulces de chocolate». Ven con Ron y Hermione. No se lo
digáis a nadie.

Dumbledore.

—¿Qué querrá? —preguntó Ron—. ¿Sabrá algo qué...?

—Vayamos a averiguarlo —le interrumpió Hermione, levantándose—.


Pronto será hora de cenar.
Harry tiró la nota en la chimenea y salió de la sala común, seguido por
Ron y Hermione. Se dirigieron juntos al despacho del director, observando
cualquier movimiento en el ya oscuro y frío castil o. Llegaron frente a la
gárgola y Harry pronunció la contraseña.

—Buenas tardes de nuevo —los recibió Dumbledore cuando entraron en el


despacho.

—Hola profesor —saludaron. Harry añadió—: ¿Por qué quería vernos?

—Como os habréis dado cuenta —dijo Dumbledore—, y como Harry


habrá oído —añadió, mirando a Harry con una sonrisa— el castil o no
parece ser un lugar seguro, y no sabemos quién está detrás de estos
ataques. —Dumbledore hizo una pausa y los tres asintieron—. Así pues, y
dado que en mis clases no puedo enseñaros duelo ni otras cosas, debido al
programa que quiero que cumpláis, he decidido que es una buena idea
recuperar una asociación estudiantil perdida.

—¿Cómo? —preguntó Ron, sin entender.

—Me refiero, señor Weasley, a que sugiero que volváis a reunir al ED.

Se quedaron con la boca abierta. Dumbledore les sonrió, pero la expresión


grave no se borró de su rostro.

—Pero profesor... el ED era para aprender defensa... porque con la


profesora Umbridge no... —explicó Harry.

—Lo sé —interrumpió Dumbledore—. Pero ahora también necesitáis


aprender a defenderos. Podréis practicar lo que en clase no hacemos
¿entendéis? Pero esta vez será legal... ¿O no queréis? —preguntó.

—Eh... pues claro que queremos, profesor —dijo Hermione, y miró a Ron
y a Harry—. Queremos, ¿no?

—Sí —respondió Harry—. Pero... ¿Quiénes? ¿Los mismos del año


pasado?
—En principio, esa sería la idea —contestó Dumbledore—. Aunque luego
podrían unirse más personas... de una forma controlada y discreta. Ya me
entendéis.

Harry asintió.

—Las reuniones deberíais de mantenerlas en secreto —aconsejó


Dumbledore—. Usad el mismo sistema que usabais el año pasado, y la
misma sala ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Harry.

—Bien. Podéis empezar a prepararlo todo... y mantenedme informado —


terminó Dumbledore—. Ahora iros, pronto será la hora de la cena.

—Está bien. Hasta luego, profesor —se despidieron, bajando de nuevo por
la escalera.

—¡Guau! —dijo Ron en cuanto salieron de la escalera al pasil o—. Otra


vez en el ED...

—No deberías estar tan contento, Ron —repuso Hermione, seria.

—¿Ah, no? ¿Y por qué? —preguntó Ron, mirando a su amiga—. ¿Acaso a


ti no te gusta la idea?

—Sí. Pero si Dumbledore cree que debemos aprender defensa personal


aparte de las estupendas clases de Defensa Contra las Artes Oscuras que
da... es que teme que algo malo nos pase. Ya le oíste: Hogwarts no es un
lugar seguro ahora...

—Aún así...

—Bueno —dijo Hermione, dirigiéndose a Harry—. Deberíamos hablar con


los demás esta noche ¿no? Para ir organizándolo, digo...

—Sí, sería lo mejor —dijo Harry, que estaba pensando en qué practicar en
el ED. El año anterior los habían interrumpido justo después de aprender
los patronus...
Cuando l egaron a la sala común, lo primero que hicieron fue l amar a
Ginny, Seamus, Dean, Parvati, Lavender, Nevil e, Katie y los hermanos
Creevey, los miembros del ED de Gryffindor.

—Bien, escuchadme —decía Hermione, mientras los demás aguardaban,


expectantes—. Dumbledore nos ha aconsejado que volvamos a formar el
ED... —todos dieron inmediatas muestras de satisfacción y alegría

— pero que deberíamos ser discretos, para que no se entere quien no deba
¿de acuerdo?

Todos asintieron.

—Bien —continuó Hermione—. Esta noche, en la cena, hablaremos con


los demás, pero de forma disimulada. No queremos que Malfoy o sus
amigos se enteren ¿de acuerdo?

—Vale. Yo puedo hablar con mi hermana sin problemas —sugirió Parvati


—. Y el a puede hablar con sus amigas...

—Sí, y yo puedo decírselo a Luna —afirmó Ginny.

—Vale. Yo hablaré entonces con Cho chang... —dijo Harry, mirando a los
demás por si alguien decía algo—.

El a se lo dirá a Corner y a los demás.

144

—Excelente —dijo Hermione—. Y tú, Ron, puedes hablar con Macmil an,
que se lo comunicará a los demás de Hufflepuff. De momento, conque
seamos los mismos que el año pasado es suficiente. Luego ya veremos.

¿Conserváis aún los falsos galeones?

Todo el mundo asintió.

—De acuerdo. Entonces hablaremos con todo el mundo, y... ¿qué os parece
hacer la primera reunión el miércoles a las siete? —preguntó Hermione—.
¿No tenéis entrenamiento ese día, verdad? —añadió, mirando a Harry y a
Ron.

—No —confirmó Harry.

—De acuerdo, pues entonces decídselo a todos: el miércoles a las siete, en


la Sala de los Menesteres.

Durante la cena, a cada rato alguien de Gryffindor se levantaba,


acercándose a otras mesas y hablando bajo.

Harry vio que Padma Patil asentía ilusionada cuando Parvati habló con el
a, y miró a Harry. Lo mismo hicieron Ernie Macmil an, Justin Finch-
Fletchley y Hannah Abbot cuando Ron se acercó a el os, un rato después.
Dumbledore observaba el Gran Comedor con una leve sonrisa. Era el
único que se daba cuenta de lo que pasaba.

Harry habló con Cho al terminar la cena, mientras Krum se acercaba de


nuevo a Hermione, para volver a preguntarle lo del baile. Ron, por su
parte, hablaba con Gabriel e, que, aunque se la veía algo desilusionada, no
parecía querer rendirse en su intención de que Ron le dijese, al menos, con
quien iba.

—Eh... Cho ¿podríamos hablar un momento? —le preguntó Harry a la


chica, cuando abandonaba el Gran Comedor con Michael Corner y su
amiga Marietta. Marietta bajó la mirada. Cho le había dicho que se sentía
bastante avergonzada por lo que había hecho, pero de todas formas, a
Harry aquel o no le bastaba. Si Marietta no hubiera hablado, Dumbledore
no habría tenido que irse de Hogwarts, y muchas cosa habrían cambiado.
Michael Corner le miró con desconfianza—. Eh... tú también puedes estar,
Michael —le dijo Harry, para tranquilizarlo. Marietta, un poco
abochornada, le dijo a Cho que la esperaría en la sala común.

—¿Qué sucede, Harry? —le preguntó la chica.

—Bueno, supongo que os habréis enterado del ataque contra Nevil e


¿verdad? —preguntó.
—Sí, claro —dijo Cho—. Nadie va solo por los pasil os ahora...

—Bueno, pues Dumbledore nos ha dicho que deberíamos volver a formar


el ED... y hemos estado hablando con todos los antiguos miembros.

—Ah... ya me pareció algo raro que en la cena...

—Pero queremos que sea un secreto —les advirtió Harry—. De momento,


sólo los miembros del año pasado

¿vale? Tendremos la primera reunión el miércoles, a las siete, donde


siempre. Si queréis venir...

—¡Por supuesto! —exclamó Cho con rotundidad—. ¿Verdad? —añadió,


mirando a Michael.

—Sí, claro, claro —dijo el chico, más tranquilo y también emocionado.

—Bien, entonces, el miércoles a las siete. Por cierto... ¿tenéis vuestras


monedas?

—Sí —contestaron los dos.

—Vale. Porque usaremos el mismo método para organizarnos. Bueno,


pues eso es todo...

—Está bien... hasta el miércoles entonces, Harry —se despidió Cho. Y se


fueron.

Hermione y Ron ya habían acabado de hablar con Krum y Gabriel e,


respectivamente, y le esperaban, sin hablar. Harry les miró y subieron a la
sala común.

—¿Qué? ¿Qué tal os va con vuestros admiradores? —preguntó Harry,


sonriendo interiormente ante la situación.

—Bueno, yo... le he dicho lo mismo —contestó Hermione, mientras


entraban por el agujero del retrato.
—Y yo... yo también —afirmó Ron.

Harry se rió, mientras se dirigía hacia las escaleras que conducían a los
dormitorios. Se volvió, y, un poco más serio, les dijo:

—¿Por qué sois tan tontos? —Y, sin agregar más, los dejó al í,
sorprendidos, cada uno mirando hacia un lado distinto de la sala común.

El martes por la tarde tuvieron la primera sesión de entrenamiento tras el


partido contra Beauxbatons. Harry no quiso hacer demasiado trabajo,
debido a que hacía poco que habían tenido el partido, y que aún faltaba
para la final.

—Supongo que todos os quedaréis aquí en navidad —les dijo cuando el


entrenamiento terminó. Todo el mundo asintió—. Bien, porque
entrenaremos durante las vacaciones, aunque esté nevado ¿de acuerdo?

Los jugadores asintieron, aunque no estaban muy de acuerdo con tener que
jugar en la nieve.

—Pues nos irá bien, porque la final será en pleno invierno también, así nos
acostumbraremos. Recordad que los de Durmstrang están habituados al
frío invernal, así que hemos de trabajar duro.

Los jugadores lo aceptaron, aunque de mala gana, y Malfoy hizo una


mueca, pero Harry no le prestó atención.

145

Llegó el miércoles y, finalmente, las siete. El miércoles y el jueves eran


los días más duros de la semana.

Para Hermione, el miércoles incluso más, pues tenía Aritmancia y Runas


Antiguas, aparte de todo lo que tenían Harry y Ron.

Un rato antes de las siete, se dirigieron al séptimo piso, donde estaba la


Sala de los Menesteres. Como siempre, al solicitar su ayuda, la Sala
apareció ante el os. Pasaron y esperaron a los demás, que no tardaron en l
egar. Harry se sorprendió enormemente de ver entrar a Marietta con Cho,
pero no dijo nada. Varios de los alumnos la miraron con desconfianza, y el
a, abochornada, se sentó al final de todo, junto a Cho, que se sentó con el
a.

Cuando todos se hubieron sentado, expectantes, Hermione habló:

—Bueno, veo que estamos todos los del año pasado que aún seguimos en
Hogwarts —dijo mirándolos—.

Bien, este año, como sabéis, tenemos permiso de Dumbledore para hacer
esto, así que no tenemos ningún problema. Tampoco vamos a firmar en
ningún papel embrujado. No creo que sea necesario... —Hermione hizo
una pausa, y algunos alumnos suspiraron con alivio. Algunos miraron
hacia Marietta e hicieron gestos de desagrado—. Y bueno, ahora... si
quieres decir algo, Harry...

Harry se levantó y les miró.

—Bueno... Como sabéis, tras los ataques que han ocurrido en Hogwarts
recientemente, Dumbledore habló con nosotros —dijo, señalándose a sí
mismo, a Ron y a Hermione— y nos sugirió que volviésemos a formar el
grupo...

—¿Por qué? —preguntó Terry Boot. Harry le miró—. Es decir,


Dumbledore es un gran profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. El
año pasado nos reunimos porque con Umbridge no íbamos a aprender
nada...

—Porque Dumbledore nos enseñará Defensa según el curso en que


estemos —explicó Harry—. Y porque este grupo está más orientado a la
defensa en combate, es decir, hechizos aturdidores, obstaculizadores...

ese tipo de cosas, que es lo que necesitamos para defendernos si nos atacan
por los pasil os...

—Pero esas cosas ya sabemos hacerlas —recordó Parvati—. Aprendimos


el año pasado...
—Sí, pero no lo suficiente, al parecer. Debemos practicar más, y luego,
aprender cosas nuevas, que encontremos en libros, o en cualquier sitio, y
que podamos entrenar aquí.

—¿Sabéis quién está detrás de los ataques? —preguntó Justin

—No —reconoció Harry—. Pero lo más probable es que sea un alumno.


Por eso hemos de tener cuidado y no decirle a nadie lo que hacemos,
¿entendéis? Y mucho menos a los de Slytherin. Ni por asomo debe
enterarse Draco Malfoy o sus amigos de lo que estamos haciendo...

—Ya, pero Harry... ¿y si el agresor está entre nosotros? —preguntó Colin


Creevey.

Todos se miraron unos a los otros.

—No lo creo —dijo Harry—. Aquí todos nos l evamos bien... No, el
agresor no está entre nosotros.

—Sí, seguramente sea de Slytherin —comentó Hannah Abbott—. Quizás


Malfoy... ¿habéis pensado en él?

—Sí —confirmó Ron—. Pero ni Hermione ni Harry creen que fuera él. Yo
no estoy tan seguro —añadió. Ni Harry ni Hermione dijeron nada.

—Vale —dijo Ernie Macmil an, cambiando de tema—. ¿Y cuándo nos


reuniremos?

—Tendrá que ser cuando no haya entrenamientos —advirtió Katie—. La


final se acerca...

—Los miércoles los tenemos todos libres ¿no? A esta hora... o a las ocho.
De todas formas, todo el mundo tiene aún sus galeones falsos ¿verdad?

Todo el mundo asintió, mostrando los galeones, que aún contenían la fecha
de la última reunión, antes de las fiestas de pascua, cuando Umbridge los
había descubierto.
—Vale. Entonces, si algún miércoles no se puede, cambiaré las fechas y la
hora de la reunión y listo.

Procuraré hacerlo con antelación, por si alguien no puede ese día ¿de
acuerdo? Así tendrá tiempo de avisar.

—Estupendo —dijo Dean Thomas, impaciente—. ¿Empezamos ya?

—Oye —preguntó de pronto Anthony Goldstein—. ¿Y con estas clases,


más lo del año pasado, podríamos hacer lo mismo que vosotros? —Harry
le miró, interrogante—. Quiero decir, si podríamos ser capaces de
enfrentarnos a un grupo de mortífagos y huir, como vosotros en junio...

—No veo por qué no —respondió Harry—. Ése es el objetivo... aunque si


no hubiera sido porque querían la profecía que tenía yo igual no...

—¿Profecía? —preguntó Seamus, extrañado. Harry comprendió que había


metido la pata—. ¿De qué profecía hablas?

—Bueno... —Harry miró a Hermione y a Ron, buscando una solución—.


De una que había en el Departamento de Misterios. Yo la tenía y
Voldemort la quería, por eso no nos mataron inmediatamente...

—¿Hay profecías en el Departamento de Misterios? —preguntó Cho,


sorprendida.

—Sí. Entre otras cosas. Bueno, ahora... —continuó Harry intentando


cambiar de tema.

—¿Y qué había en esa profecía que quería Quien Tú Sabes? —inquirió
Justin, interrumpiéndole.

—No lo sabemos —explicó Nevil e, con pesadumbre—. Se rompió y nadie


la oyó. Sólo sabemos que decía

«Señor Tenebroso y Harry Potter».

146
Por toda la sala se oyeron lamentos por la pérdida de la profecía. Miraban
a Harry. Harry miró a Nevil e.

Nunca le habían contado lo que decía la profecía, ni que podría haberse


referido a él...

—Bueno, dejemos eso y empecemos ¿vale? —sugirió Hermione—. Ya


pasa de las siete y media.

—Sí, empecemos —aprobó Harry, deseando abandonar el tema de la


profecía y el Departamento de Misterios—. Practicaremos los hechizos
obstaculizador y aturdidor, y el encantamiento escudo, para recordar un
poco. Luego, la próxima clase, haremos cosas más serias. Pero antes,
haremos algo muy necesario —

dijo, mirándolos—. Quiero que, uno por uno, todos digáis «Voldemort».

Los alumnos se revolvieron, agitados.

—Vamos. ¿Creéis que va a aparecerse aquí sin más por decir esa palabra?
¿Cómo vais a enfrentaros a él si ni siquiera os atrevéis a pronunciar su
nombre?

—Voldemort —dijo Ron.

—Voldemort —repitió Hermione.

—Vo-Voldemort —pronunció Nevil e. Harry le sonrió.

—Voldemort —chil ó la voz de Ginny.

Uno a uno, y poco a poco, todos fueron atreviéndose a decir el nombre, y


acabaron repitiéndolo, todos juntos, a coro.

—Bien —dijo Harry, muy satisfecho—. Ahora sí podemos empezar.

Se pusieron por parejas y empezaron a practicar. Ron se puso con


Hermione, Luna con Padma Patil, Ginny con Terry Boot y Nevil e con
Michael Corner, y pronto la sala se l enó con gritos de « ¡impedimenta! » y
« ¡desmaius! », mientras las respectivas parejas gritaban «¡protego!».
Harry se paseó entre el os, observándolos. Se fijó en la enorme mejora de
Nevil e, que no paraba de aturdir a Corner, atravesando su escudo, que era
muy débil. En general, lo hacían bastante bien. Ron y Hermione parecían
enfrascados en una verdadera batal a, dejándose l evar, y pronto las parejas
que estaban cerca de el os se apartaron para no resultar lastimados por la
potencia de sus conjuros, que eran desviados por los escudos. Ambos
sonreían.

Los demás les miraron, asombrados.

—¡Eh! —gritó Harry, sonriendo—. ¡Tranquilos! No es un combate a


muerte...

Ambos se detuvieron, poniéndose rojos, y empezaron a hacerlo de forma


más relajada.

Harry intentó evitar pasar por cerca de Cho y de Marietta, porque no


quería hablar con la chica, pero tuvo que hacerlo, porque se le acercaron.
Harry la miró sin mostrar emoción alguna.

—Oye, Harry... —dijo Marietta, mirando al suelo. Era la primera vez que
hablaba con él.

—¿Qué? —preguntó Harry.

—Bueno... que yo... el año pasado... bueno...

—Está bien —dijo Harry sin más—. No es necesario que digas nada. Ya
tuviste tu castigo. Para mí, es suficiente. —Luego la miró— ¿Esta vez
vienes por propia voluntad?

—Sí... —respondió, mirando a Harry—. Sí, ahora sí...

—Vale. Pues ya está —dijo Harry, serio—. Podéis seguir practicando.

Volvieron a sus puestos sin decir más, pero Cho le dirigió una sonrisa a
Harry, y él se la devolvió, sin que Marietta lo viera.
A las nueve, finalmente dieron por terminado la primera sesión. Se
despidieron y salieron por grupos de la Sala de los Menesteres, para evitar
sospechas de los demás alumnos, sobre todo de los de Slytherin.

Harry, Ron y Hermione salieron los últimos y bajaron a cenar.

—Ha estado bien ¿verdad? —comentó Hermione, muy contenta.

—Sí, ha estado bien —reconoció Harry—. Pero no es necesario que os


metáis tanto en el papel como hoy.

—Ya, Harry —dijo Ron—. Pero es que ya tenemos práctica, y solamente


desviar hechizos por turnos...

—Ya lo sé, pero ya haremos combates más adelante, cuando los demás
estén más preparados.

—Nevil e ya está muy preparado —afirmó Ron—. Corner no era capaz de


hacer nada contra él. Nunca habría pensado que era capaz de tanto... ¿os
acordáis de él cuando estábamos en primero?

—Sí, ha mejorado muchísimo —reconoció Harry—. Supongo que conocer


a Bel atrix Lestrange le ha cambiado. Me imagino lo que sintió —Harry se
quedó un poco pensativo—. Lo mismo que sentí yo cuando conocí a
Voldemort... o cuando me enteré de que Sirius había traicionado a mis
padres... aunque no fuese verdad.

Tras la cena subieron a la sala común. Varios chicos miraban el tablón de


anuncios. Hermione se acercó a ver qué pasaba.

—¡Vaya, este fin de semana es la última visita a Hogsmeade! —exclamó


—. Genial, me encanta ir cuando está nevado ¡es tan bonito! —dijo
mirando por la ventana como los primeros copos de nieve del invierno
caían. Luego se volvió hacia Ron y Harry—. ¿Qué hacéis?

—Vamos a jugar una partida con los naipes explosivos —dijo Ron.

—¿Jugar? —preguntó Hermione, arrugando la frente—. ¡Este sábado


vamos a Hogsmeade! ¡Mañana tenéis entrenamiento! ¿Cuándo vais a hacer
los deberes?

147

—Hermione... no —suplicó Ron. Pero no hubo manera, y tuvieron que


ponerse a trabajar. Estuvieron levantados hasta muy tarde, y se quedaron
los tres solos. Cuando ya iba a ir a acostarse, apareció Dobby.

—¡Harry Potter! —exclamó, l eno de felicidad—. ¡Harry Potter y sus dos


amigos! ¡Dobby tenía muchas ganas de verlo, señor!

—Hola Dobby —saludó Hermione, contenta—. ¿Qué tal te va?

—Dobby está bien, señorita, gracias. Dobby viene todos los días a limpiar
la sala común de Gryffindor, señorita.

—¿Vienes tú siempre a ver si nos ves? —preguntó Harry.

—Sí, señor —dijo el elfo—. Y además, ningún otro elfo quiere venir,
porque temen encontrarse prendas de ropa...

Hermione se puso algo roja.

—Pero ya no lo hago —apuntó Hermione—. Total, no sirve de nada...

—Es cierto —dijo Ron—. ¿Has dejado ya eso del PEDDO?

Hermione miró a Ron.

—¡Claro que no! Pero aún no se me ha ocurrido qué hacer —admitió.

—¿Y cómo te va, Dobby? —preguntó Harry.

—¡Muy bien, señor! El profesor Dumbledore l amó a Dobby hoy, señor —


explicó el elfo—. Me ha pedido que acondicione para la navidad la Sala de
los Menesteres, señor, porque Harry Potter y sus amigos vuelven a
practicar al í defensa, señor.
—¿Dumbledore te ha pedido eso? —preguntó Harry, divertido—. Está
bien... ¡Pero esta vez no l enes la sala de fotos mías!

Dobby sonrió.

—Te ayudaremos a limpiar esto, Dobby —dijo Hermione, mirando a Ron


con fiereza, que se cal ó lo que iba a decir—. No tienes por qué hacerlo tú
solo.

—¡No es necesario, señorita! —exclamó Dobby, preocupado—. Ése es el


trabajo de Dobby.

—¿Por un galeón a la semana? Ni soñarlo —dijo Hermione, rotunda—. Te


ayudaremos.

Así que ayudaron a Dobby, y entre los cuatro, y con ayuda de la magia,
habían terminado de limpiar la sala común en diez minutos.

—¿Veis como no era para tanto? —les dijo Hermione cuando Dobby se
hubo ido, tras darles las gracias infinitamente—. Si os molesta tanto
limpiar entre cuatro, imaginad que lo tuvierais que hacer solos y todos los
días... sin obtener nada a cambio.

—Ya, Hermione —dijo Ron—. Será mejor que nos vayamos a dormir ¿no?

—Sí —opinó Harry. Se despidieron y subieron las escaleras, hacia los


dormitorios.

16

El Ataque de los Dementores

Si el miércoles había sido un día duro, el jueves y el viernes no fueron más


fáciles. El jueves tuvieron entrenamiento con el equipo, y, como Harry
consideró que ya habían descansado lo suficiente y que había que apurar
los entrenamientos, trabajaron toda la tarde, en el campo nevado y con
temperaturas bajo cero.
Cuando terminaron, todo el mundo sintió alivio y corrieron a meterse bajo
las duchas de agua caliente.

Malfoy, sin embargo, se puso a protestar:

—¿Pretendes matarnos de frío, Potter? —le espetó—. A lo mejor tú estás


acostumbrado a él porque la casa de Weasley estará l ena de agujeros de
ratones, pero los demás...

Ron se levantó, enfadado, y Ginny sacó su varita.

—Cál ate ¿quieres? —dijo Harry, sujetando a Ron, que le lanzaba a


Malfoy miradas asesinas.

—Oye, si no estás a gusto ¿por qué no te vas del equipo? —le preguntó
Bradley, enfadado—. Te aseguro que no vamos a ponernos a l orar por el o.

Malfoy miró a Bradley con desprecio, pero se cal ó y no dijo nada más.
Recogió sus cosas y se dirigió al castil o seguido por Crabbe.

Harry y Ron le sonrieron a Bradley, y luego, tras despedirse, cerraron los


vestuarios y se dirigieron al castil o.

Ron abría un camino en la nieve con el conjuro que Hermione les había
enseñado para expulsar aire caliente.

148

El viernes no tenían entrenamiento, pero sí un montón de deberes, y dado


que el día siguiente lo pasarían en Hogsmeade y el domingo tendrían
entrenamiento otra vez, tuvieron que esforzarse toda la tarde, y acostarse a
las tantas, para poder terminar.

—¿Y si lo dejamos ya? —preguntó Ron, mirando su reloj, que marcaba ya


las doce y media de la noche—.

Podemos terminar mañana, después de volver de Hogsmeade.

Hermione le miró.
—Está bien —aceptó—. La verdad es que yo también tengo sueño...
Terminaremos mañana, entonces.

Hermione se despidió y subió las escaleras. De pronto, se volvió y los


miró.

—¿No subís? —preguntó, extrañada.

—Sí, sí, vamos ahora mismo —le dijo Ron—. Hasta mañana.

Hermione los miró un momento más y subió hacia el dormitorio.

—¿Qué pasa? —le preguntó Harry a su amigo.

—Oye, Harry... Mañana, en Hogsmeade... ¿podrías dejarnos un momento


solos a mí y a Hermione?

—¿Eh? Ah, sí, claro... supongo que sí —dijo Harry—. ¿Vas a pedírselo por
fin?

—Sí —Dijo Ron—. Espero que me diga que sí, porque si no, no sé con
quien voy a ir... —añadió, como sin darle importancia al hecho de que
Hermione pudiera decirle que no.

—¿Y necesitas estar solo para eso? —inquirió Harry, arqueando una ceja.

—Esto, bueno, en realidad no, pero...

—Tranquilo, te dejaré solo un rato —dijo Harry, sonriendo—. Y no te


preocupes, si te dice que no, siempre podríais con Gabriel e Delacour.

—Mmm... después de decirle que me gustaría ir con otra no creo que esté
bien ¿verdad?

—Supongo que no —dijo Harry, encogiéndose de hombros, mientras


entraban en el dormitorio.

Por la mañana, bajaron al Gran Comedor. Nada más entrar, Krum se acercó
a Hermione, para preguntarle si más tarde podrían hablar en Hogsmeade.
Ron les observaba, nervioso. Hermione le dijo que sí y se despidió de él.

Después del desayuno, salieron del Gran Comedor, para ir a buscar las
capas y demás cosas. Se cruzaron con Dul ymer, que salió corriendo y
miró a Harry. Llevaba un paquete sin abrir, que acababa de recibir.

Parecía nervioso.

—¡Hola! —saludó—. ¿Vais a Hogsmeade?

—Claro —dijo Ron—. Íbamos a buscar nuestras cosas...

—Ya. Yo también —dijo él—. Nos vemos, entonces.

Salió corriendo. Harry, Ron y Hermione se dirigieron a la escalinata, y


subieron a la torre de Gryffindor. Al í cogieron sus cosas y bajaron.
Cuando l egaban al vestíbulo, esperaron a que Filch empezara a pasar lista.

—Mira Weasley —dijo Draco Malfoy, sonriendo y mostrándole a Ron un


galeón—. ¿A que son bonitos?

¿Alguna vez has visto uno?

Ron se puso rojo de ira, pero Harry y Hermione le sujetaron.

—Lárgate a tu agujero, Malfoy.

—¿Has visto tú alguno, Potter? ¿O has venido aquí con ese ridículo dinero
muggle?

—¿Un galeón es todo lo que tienes? —le preguntó Harry.

—Es más de lo que Weasley ve junto en un año.

—Puede —dijo Harry, haciendo ademán de coger su monedero, donde l


evaba al menos seis galeones. Su rostro se puso serio—. ¡Oh!

—¿Qué pasa, Harry? —le preguntó Hermione, observando cómo su amigo


se miraba los bolsil os.
—No tengo mi monedero —dijo, preocupado—. Y juraría que lo cogí del
baúl...

—Vaya, vaya... ¿qué me ibas a mostrar, Potter? —se rió Malfoy—. No me


dirás que eres más pobre que Weasley...

—¿Pasa algo aquí? —preguntó la profesora McGonagal , acercándose con


rostro severo.

—Nada, profesora —dijo Malfoy rápidamente.

—Eso espero. No me gustaría ver a tres prefectos pelearse. El castigo sería


muy severo.

—Nos veremos en Hogsmeade —dijo Malfoy, yéndose con Crabbe y


Goyle.

—Estúpido —mascul ó Hermione. Luego se volvió hacia Harry—. ¿Has


encontrado tu monedero?

—No, y no puede ser...

—A lo mejor lo dejaste encima de la cama, o algo así —le dijo Ron.

—Es posible —admitió él, no muy seguro—. Volveré a buscarlo. No hace


falta que me esperéis —les dijo, viendo como los alumnos comenzaban a
salir del vestíbulo—. Os alcanzaré al í.

—Podemos esperarte —ofreció Ron.

—No, iros ya —dijo, mirando a su amigo, a ver si comprendía que podía


aprovechar el momento para hablar con Hermione—. Nos veremos en Las
Tres Escobas.

—Eh... vale —entendió Ron—. Nos vemos al í, entonces.

149
Salieron detrás de los demás alumnos. Harry subió la escalinata y se
dirigió a la torre de Gryffindor. Buscó el monedero por todos lados, e
incluso preguntó a los de primero y segundo si lo habían visto, pero todo
el mundo le dijo que no. Preocupado, volvió a salir de la sala, mirando por
los pasil os. ¿Qué le había hecho al monedero? Pensó un momento. Estaba
seguro de que lo había metido en el bolsil o. Decidió dirigirse a
Hogsmeade. Ron o Hermione le podrían prestar algo de dinero, y luego él
ya sacaría más de su cámara acorazada de Gringotts y se lo devolvería. De
todas formas, no entendía qué le habría podido pasar. Se miró los bolsil os
de la túnica por si tenía algún agujero en el os mientras avanzaba por un
pasil o desierto. Todo el castil o estaba en silencio. Los pocos alumnos que
no podían ir a Hogsmeade estaban durmiendo aún o en las salas comunes,
ya que fuera de las habitaciones con chimeneas, el castil o estaba helado.
Se dirigía hacia las escaleras, pensativo, cuando oyó tras él una voz que
pronunciaba un conjuro:

— ¡Sono videns!

Harry se volvió instantáneamente, pero no vio quien había lanzado el


hechizo, porque el rayo del encantamiento le dio y se desmayó al instante,
sin ver nada más.

No supo cuánto tiempo había pasado en la oscuridad, cuando pareció que


se despertaba. Delante de él empezó a vislumbrar una cierta claridad y
empezó a recordar... ¡Alguien le había atacado! Pero... ¿qué le había
hecho? Se dio cuenta de que no estaba despierto. No sentía su cuerpo ni
podía moverse. La claridad iba en aumento, pero no estaba seguro de verla
con sus ojos. ¿Estaba soñando? Le pareció que no. La imagen se aclaró, y
Harry empezó a notar frío. Estaba en el exterior, en la nieve. Reconoció el
lugar: estaba cerca del camino que salía de Hogsmeade, más al á de la cal
e principal. ¿Cómo había l egado al í? ¿Le había l evado su agresor? No lo
sabía, pero no podía volver la cabeza. Sólo veía lo que tenía delante de él.

La visión se aclaró más, y empezó a oír el rugir del viento y de los árboles.
El día estaba oscuro, y no podía ver demasiado lejos. Desde donde estaba,
apenas alcanzaba a ver bien Dervish y Banges. La imagen se movió, o más
bien, él, o lo que fuera que era él o por donde veía y oía, se movió. Intentó
hablar o gritar, pero no lo consiguió. Empezó a asustarse. ¿Qué sucedía?
Siguió moviéndose lentamente por la cal e principal.

Las cal es del pueblo bul ían de gente, sobre todo, alumnos del colegio,
que hacían colas a las entradas de las tiendas. Sin embargo, el día estaba
oscuro y apenas se veía nada a unos metros. Harry empezó a sentirse muy
mal. No entendía nada, no comprendía por qué veía Hogsmeade como si
estuviera despierto y, sin embargo, no podía hacer nada. Recordó el
conjuro que le habían lanzado, « Sono videns» ¿Qué conjuro era? No lo
había oído nunca.

Se acercó a Las Tres Escobas. ¿Por qué nadie lo veía? No lo entendía. En


la puerta del pub, estaban Ron y Hermione, charlando, aunque Harry no
podía oír aún lo que decían. ¿Quién les observaba? Cada vez se acercaba
más a el os. ¿Estaban en peligro? ¿Por qué veía la escena desde abajo,
como si caminara a ras del suelo? Estaba ya muy cerca de sus dos amigos,
y podía oír lo que hablaban.

—¿Por qué tarda tanto? —preguntaba Hermione.

—No lo habrá encontrado —contestó Ron.

—¿Esperamos dentro? —preguntó el a.

—Eh... ¿por qué no damos un paseo mientras le esperamos? Siempre dices


que te gusta Hogsmeade cuando está nevado.

Hermione sonrió.

—De acuerdo, vamos.

Comenzaron a andar por la cal e principal, casi sin hablar, y pasaron


Dervish y Banges. ¿Adónde iban? Harry intentó gritarles, decirles que
volvieran al pueblo, que algo malo ocurría, pero no podía hacer nada, y la
desesperación y la impotencia lo consumían.

Harry, o aquel o a través de lo que él veía, los seguía lentamente, a unos


tres metros, pero sin dejar de observarlos. Cada vez sentía más pánico.
Estaban ya en el camino que salía de Hogsmeade, y con la nieve y la
niebla, apenas se veían las casas, más separadas en esa parte del pueblo.

—Hermione... —dijo Ron.

—¿Qué? —preguntó la chica, parándose y mirando a su amigo.

—Tenías razón hace dos años en lo que me dijiste después del baile —dijo
él, mirando al suelo.

—¿Qué? —preguntó Hermione, sorprendida.

—Eres mi mejor amiga. Debí haberte invitado a ti si no me gustaba


ninguna chica, en vez de buscar a la más guapa posible y haberte dejado
como último recurso. Estaba enfadado por no haberme dado cuenta de que
podía invitar a mi mejor amiga.

—¿Por qué me dices eso ahora? —preguntó Hermione, muy sorprendida


—. Además, no pasa nada. Eso está olvidado.

—No para mí —dijo él—. Siempre estás conmigo y con Harry, y a veces
creo que no me doy cuenta de el o...

no sé, es como si fueras a estar ahí siempre, ¿sabes?. Creo que me


enfureció darme cuenta de que no tiene por qué ser así.

150

—De verdad, no pasa nada... aunque te agradezco que me lo digas —dijo


Hermione, sonriendo.

Ron también sonrió, quedándose cal ado. Hermione tampoco dijo nada.

—Hermione... ¿querrías... querrías venir al baile conmigo? —preguntó por


fin.

Hermione se quedó muda un momento, y sus mejil as enrojecieron más


que por el simple frío. Miró hacia abajo, pero Harry pudo ver que sonreía.
Luego miró a Ron fijamente.
—¿Qué dices? —preguntó él, intentando no parecer nervioso—. ¿O vas...
vas a ir con Krum?

—No —le respondió Hermione.

—Entonces... ¿vendrás? —insistió Ron.

Harry no sabía qué pensar o qué hacer. ¿Él quería pedirle perdón a
Hermione? ¿Ron? ¿Para eso quería estar a solas con el a? Harry se habría
puesto a pensar en el o, y la idea le hacía gracia, pero la preocupación que
sentía era mayor que cualquier otra idea en su cabeza. ¿Por qué tenían que
haberse alejado tanto? No había sido buena idea, porque algo malo iba a
pasar. Harry estaba seguro de el o. Algo malo iba a pasar... y él no podía
impedirlo.

Hermione abrió la boca de pronto, pero volvió a cerrarla sin decir nada,
mirando a los lados. Su expresión había cambiado y parecía asustada. Ron
hizo lo mismo. «¿Qué sucede?», pensó Harry desesperado. «¿Qué pasa?».
Pronto lo sintió. El día se había hecho de repente más oscuro, y todo ruido
había cesado. Percibió entonces un frío que no tenía nada que ver con el
del invierno. Hermione se abrazó a Ron, asustada. «¡No!», gritó Harry,
comprendiendo. «¡No puede ser!».

Pero era. Harry los vio de pronto: dementores... habían aparecido de


repente, y eran muchos. Se acercaban a el os, desde todas las direcciones.
Hermione se echó las manos a la cabeza, y empezó a gritar. Ron también.
Los oscuros seres encapuchados se acercaron a el os lentamente. Entonces,
Harry oyó más gritos.

Venían del resto del pueblo. ¿También atacaban al í los dementores? ¿Un
ataque en masa de dementores contra Hogsmeade? Harry se sintió l eno de
rabia e impotencia. Sus amigos iban a ser destruidos y no podía hacer nada
por evitarlo... ni siquiera podía dejar de verlo. Hermione se separó de Ron,
que estaba arrodil ado, y haciendo un esfuerzo enorme sacó su varita.

— ¡Expecto patronum! —gritó, pero de su varita solamente se desprendió


una débil voluta de humo plateado, que retuvo unos instantes a los
dementores, antes de desaparecer. Entonces, avanzaron hacia el a,
estirando las manos putrefactas. Debía de haber unos cuarenta por lo
menos. Hermione cayó de nuevo, sol ozando, incapaz de defenderse.

Entonces, Ron levantó la cabeza y vio a Hermione. Se abalanzaban encima


de el a. Harry vio cómo su amigo sol ozaba.

—¡No! —gritó—. ¡¡Dejadla malditos!! ¡¡NO LA TOQUÉIS!!.

Pero los dementores no escucharon. Agarraron la cabeza de Hermione, que


los miró medio desmayada, con una expresión de tristeza y resignación
infinita. Ron también la vio... y su rostro se desencajó. Se levantó, con
dificultad, y apuntó con su varita, haciendo un esfuerzo de concentración
que Harry jamás le había visto.

— ¡EXPECTO PATRONUM! —gritó, con todas las fuerzas que le


quedaban.

Y entonces sí, una enorme águila plateada se desprendió de la varita y


arremetió contra los dementores que sujetaban a Hermione, alejándolos.
Hermione miró un momento hacia Ron, y cayó al suelo. El chico gritó y se
acercó a su amiga. El águila siguió volando a su alrededor unos instantes,
golpeando a los dementores y obligándolos a irse.

—¡Hermione! ¿Estás bien? ¿Estás bien? —gritaba Ron, mientras se


acercaba a el a, arrastrándose sobre la nieve—. Por favor, contéstame...

Cayó junto a el a y la agarró. Pero estaba débil. Su patronus había


desaparecido, y casi todos los dementores se habían alejado. «¡Bien hecho,
Ron!», pensó Harry, infinitamente más aliviado y orgul oso de su amigo.
«¡Bien hecho, amigo!». Pero la alegría le duró poco: otros dementores se
les acercaban por detrás. Ron los sintió, se volvió e intentó levantarse,
pero ya no pudo.

—No... —gimió— Por favor, no... más no... a el a no...

Se puso delante de Hermione y levantó la varita.

— ¡Expecto... Expecto patronum!


Pero esa vez sólo consiguió una voluta de humo. Se encontraba demasiado
débil, y respiraba con dificultad.

Harry le veía sudar, a pesar del frío.

—Ron... —gimió Hermione débilmente, agarrándose la cabeza con las


manos.

—Tienes que irte, Hermione... tienes que...

Pero ya no dijo más. Los dementores se les echaron encima, bajándose las
capuchas. Agarraron la cabeza de Ron, que se interponía entre Hermione y
el os, y se dispusieron a besarlo, cuando un ciervo plateado que bril aba
como la luna se lanzó contra los monstruos, alejándolos de sus objetivos.
Entonces, la oscuridad pasó, y el día se l enó de ruidos de nuevo. «¿Un
ciervo?», se preguntó Harry. «¿Quién...?» Y entonces vio a quien había
lanzado al patronus: era Ginny, que venía corriendo, con la varita en la
mano y expresión asustada.

—¡¡Ron!! ¡¡Hermione!! ¿Estáis bien?

151

—Sí... —contestó Hermione débilmente—. Gracias a Ron...

Ron la miró y miró a su hermana.

—Ginny, ¿estás bien?

—Sí... pero ha sido horrible... —contestó la pelirroja moviendo la cabeza


—. Eran muchos... en Hogsmeade...

Ron levantó a Hermione, cargándola en sus brazos. Se tambaleó, pero


logró sostenerse. Se dirigieron hacia el pueblo, cuando Harry avanzó,
rápidamente, hacia el os.

«¡No! ¡Corred! —intentó decirles Harry, de nuevo sin conseguirlo—.


¡Tenéis que huir!»
Mientras avanzaba a toda velocidad hacia los tres, sin que lo vieran,
apareció Nevil e, también jadeando, corriendo por el camino. Lo seguía
Lupin.

Pero Harry no vio más. Se acercó a Hermione rápidamente y la atacó en


una pierna. No vio cómo, pero oyó el grito de la chica, vio un chorro de
sangre, y luego oyó la voz de Nevil e gritar « ¡Evanesco! ».

De la varita de Nevil e salió un destel o y Harry sintió que perdía el


contacto. Dejó de ver, de oír y quedó sumido en la oscuridad.

Abrió los ojos de verdad y se incorporó. ¿Qué había pasado? De pronto lo


recordó todo. No sabía dónde se encontraba, pero estaba oscuro. Cogió su
varita del bolsil o y gritó « ¡lumos! ». La varita se encendió y vio que
estaba en un armario de la limpieza. Se levantó y salió. Notó, para su
sorpresa, que tenía algo colgado del cuel o: era un medal ón de color rojo,
que palpitaba y bril aba, pero apagándose, hasta que quedó de un color rojo
oscuro. Harry lo miró. ¿Qué era aquel o y quién se lo había dado?
Entonces se acordó de lo sucedido y corrió hacia la sala común. Subió las
escaleras a toda velocidad y cogió su Saeta de Fuego. Volvió a salir por el
retrato como una exhalación, mientras los alumnos de Gryffindor le
miraban, atónitos. Salió a los terrenos y montó sobre su escoba, volando
hacia Hogsmeade a toda velocidad. Llegó al pueblo pronto. Al í reinaba el
caos. La gente corría de un lado a otro. Los alumnos, asustados, regresaban
a Hogwarts como podían. Harry buscó y distinguió a Ron, que l evaba en
brazos a Hermione, a pesar de que apenas podía consigo mismo.

Lupin, Nevil e y Ginny los acompañaban, muy preocupados. Hermione se


agarraba a Ron muy débilmente, casi desmayada, mientras su pierna,
cubierta con vendas, empezaba a empaparse de sangre.

—¡¡RON!! ¡¡HERMIONE!! —gritó Harry, mientras descendía junto a el


os.

—Harry... —dijo Ron débilmente—. ¡No sabes lo que ha pasado!


¡Necesitamos...!

—¡Sí, sí lo sé!
—¿Lo sabes? —preguntó Lupin, sorprendido—. ¿Cómo...?

—¡Eso no importa ahora! —gritó Harry—. Llévala a la enfermería, Ron


—le dijo a su amigo, entregándole la Saeta de Fuego.

Ron la cogió. Montó en el a a Hermione con ayuda de Ginny y sacó su


varita. Le apuntó y exclamó:

« Mobilicorpus». El cuerpo de Hermione se quedó ingrávido. Ron la


sujetó, y dándole las gracias a Harry, se lanzó hacia el castil o.

—¿Qué sucedió? —preguntó a los demás—. Vi como los dementores


atacaban a Ron y a Hermione...

—Pero ¿cómo? ¿No estabas en el castil o? —preguntó Lupin, mientras se


acercaban a el os Moody y Tonks.

—Sí... Me atacaron... y tuve un sueño...

—¿Te atacaron? —preguntó Tonks, sin comprender.

—Sí, cuando volvía a por mi monedero. Me lanzaron un conjuro y me


desmayé, o me dormí, no sé, y luego tuve una visión, y vi como atacaban a
Ron y Hermione... sentí a los dementores... pensé que los iban a besar. Ron
lanzó un patronus y alejó a los que les atacaban, pero vinieron más... y
luego vi el ciervo de Ginny —finalizó, mirándola.

—¿Cómo...? —preguntó Lupin.

—No lo sé... pero Nevil e disparó a algo... que era por donde yo veía —
explicó Harry.

—¿Aquel o? ¡Creo que era una serpiente! —dijo Nevil e—. O al menos
daba la sensación, porque era invisible. Se lanzó a por Ron y Hermione, y
la mordió en la pierna. Entonces lancé un hechizo desvanecedor...

—Entonces era a través de el a por donde yo veía... —murmuró Harry—.


Exactamente como en las navidades pasadas...
—Cuando desapareció, quedó esto —dijo Nevil e, sacando de su túnica un
medal ón igual al que él había encontrado sobre sí mismo. Harry se
asombró al verlo y sacó el suyo.

—¿Qué significa esto? —preguntó Ginny.

—Lo encontré sobre mí, cuando me desperté —explicó Harry—. Me


habían metido en un armario de la limpieza. Desperté cuando le disparaste
a la serpiente, Nevil e.

Lupin cogió los medal ones y los examinó.

—¿Qué son? —preguntó Tonks.

—No lo sé —reconoció Lupin con pesar—. Nunca había visto nada como
esto...

152

—Deberíamos hablar de esto en el despacho de Dumbledore —gruñó


Moody—. Este lugar no es seguro —

les advirtió, mientras su ojo daba vueltas sin parar mirando a todos lados.
Ya hemos avisado al Ministerio y pronto l egarán los aurores y varios
sanadores de San Mungo, para atender a la gente.

—Entonces yo me quedaré —dijo Tonks—. Vosotros volved al castil o,


con los demás.

Emprendieron el regreso. La gente se veía asustada. Los dueños de


Honeydukes repartían chocolate gratis a las personas que aún se veían más
afectadas por lo sucedido. Mientras pasaban por delante de Las Tres
Escobas, Harry vio cómo varios vecinos de Hogsmeade, l orando, l evaban
a un hombre en una camil a.

Tenía los ojos abiertos, pero sin vida. No estaba muerto, y sin embargo...

—¡Dios mío! —dijo de pronto, comprendiendo—. Los dementores lo


han...
—Sí —explicó Lupin, con pesar—. Lo besaron. A él y a otros dos más.
Aún así, no hay que lamentar demasiados daños para los que eran.
Debieron atacarnos un centenar por lo menos. Suerte que estábamos aquí
—contó Lupin—. Cuando empezaron a l egar, la gente se asustó y no era
capaz de reaccionar, y nosotros no éramos suficientes. Menos mal que
Ginny y Nevil e, y algunos alumnos más: Dean Thomas, Seamus Finnigan,
Luna Lovegood, Anthony Goldstein... bueno, varios, aparte de la profesora
McGonagal y el profesor Flitwick, nos ayudaron a echarlos...

Harry les sonrió a Ginny y a Nevil e.

—...pero estábamos preocupados, porque no sabíamos si habías l egado, y


no veíamos a Ron y a Hermione.

Entonces Dean nos contó que los había visto salir por al í, y Ginny, Nevil e
y yo corrimos.

—Y menos mal —suspiró Harry—. Unos segundos más tarde y el os...

No pudo continuar y bajó la cabeza. Ginny le abrazó.

—¡Fue horrible! —gritó por fin—. ¡Lo veía todo y no... no podía evitarlo!
¡¡No podía hacer nada!!

—Tranquilo, muchacho —le dijo Moody—. Ya ha pasado.

Llegaron al castil o y corrieron a la enfermería. Muchos alumnos estaban


al í, pero la que peor estaba era Hermione, que estaba en una camil a, con
Ron a su lado. Ambos tomaban chocolate. Dumbledore estaba al í también,
con una expresión de preocupación que Harry le había visto pocas veces.
También McGonagal estaba al í, y cerca rondaban Snape y la profesora
Sprout. La señora Pomfrey, mientras, daba chocolate a todos.

—¡Harry! —Exclamó Dumbledore al verle—. ¿Tú te encuentras bien?

—Sí —contestó Harry dirigiéndose a Hermione y Ron—. Yo estaba en el


castil o... pero el os necesitan chocolate —explicó, señalando a Ginny y a
Nevil e.
—¿Estáis bien? —les preguntó a sus dos amigos, que ya presentaban
mejor aspecto, aunque la herida de Hermione seguía mal—. ¿Y tu pierna?

—Ya hemos hablado con San Mungo, para que nos den el antídoto del
veneno de la serpiente.

—¿San Mungo? —preguntó Harry, sin entender.

—La serpiente que mordió a Hermione fue la misma que atacó a mi padre,
Harry —explicó Ron.

—¿Era la serpiente de...?

—Es lo más probable —dijo Dumbledore.

Harry se sintió completamente l eno de rabia. Voldemort... todo había sido


una trampa de algún tipo... Cómo lo odiaba...

—Tranquilo, Harry. Hermione no corre peligro —dijo Dumbledore—. Iba


a salir para Hogsmeade cuando el señor Weasley l egó en la escoba. Tuve
que sujetarle para que no cayera de el a. Luego los traje aquí rápidamente.

—¿Estás bien? —le preguntó Ginny a su hermano, abrazándolo.

—Sí... gracias a ti —contestó Ron, abrazándola aún más fuerte—. Hiciste


un patronus espectacular... y Nevil e también estuvo genial, deshaciéndose
de la serpiente.

—Luego tendremos que hablar, profesor —le dijo Harry a Dumbledore—.


Mientras tanto, el os pueden contarle... —dijo, señalando a Lupin y a
Moody.

—Sí. En cuanto podáis, venid a mi despacho —les dijo Dumbledore—.


Alastor, Remus... acompañadme, por favor.

Salieron de la enfermería. Snape los miró un momento, luego dirigió una


mirada extraña a Harry, Ron y Hermione y salió con los demás.
—Fracasé, Harry —se lamentó Hermione—. No conseguí hacer el
patronus...

—¡Había muchos, Hermione! —la disculpó Harry—. Y estaban muy


cerca...

—Tú una vez apartaste a cien... y Ron también lo hizo hoy... salvó nuestra
vida...

—No tiene importancia —dijo Ron, agarrándole la mano—. Cualquiera de


nosotros lo habría hecho...

—Pero te pusiste delante de mí —insistió la chica—. Para apartarme de el


os...

—¿No pretenderías que te dejase al í sola, verdad?

—Fuiste muy valiente, Ron —le dijo Harry, dándole unas palmadas a su
amigo.

—Oye ¿y tú como lo viste? ¿Qué viste? —le preguntó su amigo, que se


había puesto colorado.

153

—No lo sé —dijo Harry—. Sólo sé que tenía esto —sacó los dos colgantes
— y que veía desde la posición de la serpiente. Os vi desde que salisteis de
Las Tres Escobas... y os oí, hasta que l egaron los dementores...

—¿Nos oíste? —preguntó Ron, poniéndose más rojo aún.

—Sí...

—Pero... ¿cómo, Harry? —preguntó Hermione, abriendo los ojos


lentamente—. Ibas a por el monedero y...

—... y me atacaron —terminó Harry—. Me lanzaron un conjuro y veía eso,


como en un sueño... y cuando Nevil e atacó a la serpiente, desperté, cogí la
escoba y me fui a Hogsmeade a buscaros.
—¿Y tenías eso en el cuel o? —preguntó Ron, señalando el extraño medal
ón.

—Sí... Lo que quiere decir...

—...que el ataque estaba preparado, y el objetivo no era... matarte —


terminó Hermione con dificultad.

—Ya. El objetivo era matarnos a nosotros —agregó Ron, y un silencio


cayó sobre el os.

Harry observó la sala. Muchos estudiantes ya la abandonaban. Algunos se


les acercaron. Para su sorpresa, Harry vio a Malfoy, que tomaba chocolate,
y parecía más pálido de lo habitual, junto a Crabbe, Goyle, Pansy
Parkinson y otros de Slytherin.

Sintió que el alivio que había experimentado al saber que sus amigos
estaban bien estal aba en una rabia inexplicable que no podía contener.
Ron miró hacia Malfoy también y sus labios se crisparon. Nevil e también
los miraba.

—Vamos —dijo Harry, tenso del odio y la rabia que sentía. Nevil e y Ron
le flanquearon.

—¡No! —les dijo Hermione, pero no le hicieron caso.

Se plantaron enfrente de Malfoy y los demás y sacaron sus varitas,


apuntándoles. Malfoy les miró, un tanto sorprendido, con una cara entre
desprecio y miedo. Seguía pálido.

—Malfoy —dijo Harry, aguantándose las ganas de gritar—. ¿Estás


satisfecho? Tres personas han perdido su alma en Hogsmeade por culpa de
Voldemort y de cerdos como tu padre y los de ésos. —Señaló a Crabbe y a
Goyle. Harry temblaba, y de la punta de su varita saltaron chispas. Malfoy
retrocedió—. ¿Estás contento?

¡Contesta!

Malfoy no dijo nada, pero le sostuvo la mirada. Luego miró a Hermione.


—¿Te preocupa la sangre sucia, Potter? —dijo, con desprecio, pero en su
voz se notaba el miedo—. ¿O te importa más a ti, Weasley?

Ron levantó más su varita, de la que también empezaban a saltar chispas.


En la enfermería no se oía otra cosa. La señora Pomfrey estaba en su
despacho, esperando el antídoto para Hermione.

—Cál ate —dijo Ron, con una voz que Harry no había oído nunca—. Cál
ate, Malfoy, porque si no... si no...

Malfoy intentó ponerse arrogante, pero las miradas de Harry, Ron y Nevil
e le asustaban, al igual que sus varitas, chispeantes. Los demás de
Slytherin se apartaron, dejando a Draco solo con Crabbe y Goyle. Pansy
Parkinson bajó la mirada. Con esfuerzo, Malfoy intentó sonreír de forma
despectiva, y entonces, Harry volvió a sentirlo, a sentir aquel a sensación
que surgía de su interior, la que había notado cuando había lanzado la
serpiente de Piers Polkiss contra él... deseaba hacerle daño a Malfoy,
mucho daño, y sabía que podía hacerlo. Levantó la varita hacia la cara del
Slytherin, y de el a empezaron a saltar chispas con fuerza inusitada.
Malfoy apartó la cabeza hacia atrás, mirando la bril ante punta de la varita,
asustado. Harry recordó a sus amigos bajo los dementores, y la furia
creció... sólo estaban él y Malfoy... le odiaba, le odiaba muchísimo... el
pelo de Malfoy empezó a agitarse, y un estremecimiento recorrió la
enfermería. A Harry no le importaba. Se sentía poderoso ahora, iba a
hacerle daño por todo lo que había pasado. Draco parecía más asustado
que nunca en su vida, mientras la varita de Harry bril aba cada vez más.
Crabbe y Goyle se apartaron de Malfoy, cuyo pelo se agitaba cada vez más
violentamente. Miró a los ojos de Harry, y empezó a temblar. Ése era el
momento, ahora, iba hacerle daño, no era como un inocente. Malfoy era
malvado, no importaría dañarle, era una rata, una asquerosa serpiente, e
iba a pagar por todo, iba a...

—Dejadles —pidió Hermione, interrumpiendo—. Por favor... Ron...


Harry... Nevil e... es una basura y lo sabe.

Dejadle.
Ron y Nevil e bajaron la varita, pero Harry no lo hizo. Había oído a
Hermione, pero no era tiempo de prestarle atención. Era hora de hacer
justicia, de vengar, de...

—¡Ron! —gritó Hermione—. ¡Detenlo!

Ron reaccionó y le agarró la mano a su amigo.

—Harry... No. Hermione tiene razón. —Harry le miró lentamente, bajando


la varita un poco. Cuando miró a su amigo, el bril o de la varita se apagó
—. Déjale...

—Ron...

—Ya está, amigo, ya está...

Harry bajó la varita del todo. Volvía a sentirse tranquilo... tranquilo pero
atemorizado. Atemorizado de sí mismo.

—No sabes la suerte que has tenido, Malfoy —dijo Harry. «No tienes ni
idea de la suerte que has tenido», agregó, para sí, aunque sin comprender
bien lo que aquel o significaba. Sólo sabía que había vuelto a 154

sentirlo, aquel o que nacía en su interior, y que había estado a punto de


hacerle algo a Malfoy... algo terrible.

Intentó relajarse.

—Dale las gracias a la sangre sucia, Malfoy —dijo Nevil e, mirándole


fijamente—. Porque si no, la señora Pomfrey iba a tener hoy trabajo extra
contigo.

Malfoy no dijo nada. Nevil e nunca se le había enfrentado así. Ron miró a
Malfoy con una mezcla de odio y asco.

—Si me entero de que tú has tenido algo que ver con esto, Malfoy —le
amenazó Ron—. Te vas a enterar

¿me comprendes?
Malfoy puso una expresión de inmensa rabia, e hizo ademán de sacar la
varita, pero vio como los miraban todos los que había en la sala y no se
atrevió. Eran miradas del desprecio más profundo. Los tres amigos se
volvieron y regresaron junto a Hermione y Ginny. Hermione les cogió las
manos y los abrazó. Pero a nadie se le escapó la forma en que todos
miraban a Crabbe, Goyle y Malfoy, y en general, a los demás de Slytherin,
que abandonaron la sala cabizbajos, dejando solos a Draco y a sus amigos.
En cuanto éstos hubieron salido, las miradas de los demás se dirigieron a
Harry, aunque éste no les prestó atención.

—Harry, ¿qué te pasó? —preguntó Hermione, preocupada.

Harry iba a decir algo, pero en ese momento entraron por la puerta Cho,
Michael Corner, Seamus, Dean, Parvati, Lavender, Luna, Bradley, Katie
Bel , Sloper y Kirke, que les saludaron, les preguntaron qué tal estaban y
demás.

—Fue horrible —recordó Katie—. No sé como escapamos... utilicé un


patronus, pero resultó muy débil...

Luna hizo otro, y eso nos salvó —explicó, mirando a la chica—. Lo hizo
muy bien...

—¡Yo usé otro patronus, Harry! —dijo Dean, emocionado—. Y Seamus


otro. Le ayudamos al profesor Lupin y a ojoloco Moody... pero a pesar de
todo... no conseguimos evitar que dieran tres besos —terminó,
compungido.

—Sí, fue muy rápido —contó Parvati—. Yo y Lavender estábamos en Las


Tres Escobas y todo se oscureció... l egaron de todos lados, y de pronto
estaban por todo el pueblo... Fue horrible, lo más horrible que he visto
nunca... También usamos los patronus, pero temo que no fueron demasiado
buenos.

—Ya lo sé —dijo Harry, sonriendo. Se sentía orgul oso de el os. Estuvieron


al í un rato, contando lo que habían visto. Cho explicó también como había
usado su patronus, que, aunque había sido débil, había bastado para retener
a dos dementores que se les abalanzaban, y como Dul ymer se había
acercado a el os corriendo y los había ayudado a alejarse de los monstruos.

—¿Dul ymer? —preguntó Harry. «Bueno, al menos hay uno bueno», pensó
para sí, sonriendo.

—Fue muy valiente —reconoció Cho.

Luego recibieron también la visita de los jugadores de Castelfidalio, que


también habían visto a los dementores en Hogsmeade, y la de Viktor
Krum, y luego la de Gabriel e y algunos más de Beauxbatons.

Cuando la señora Pomfrey los autorizó a salir, fueron antes de nada a la


torre de Gryffindor, donde recibieron a Ron, Hermione, Ginny y Nevil e
como héroes. Todo el mundo sabía ya lo que habían hecho. Ron se puso
rojo. Pocas veces había sido aclamado así, ya que siempre estaba a la
sombra de Harry, pero éste se alegró por él. También Nevil e era asaltado a
preguntas, lo que supuso un verdadero orgul o para él, que casi nunca
destacaba en nada.

Tras el recibimiento, iban a acomodarse en los sil ones, junto al fuego,


cuando Ginny recordó algo.

—¡Tenemos que ir al despacho de Dumbledore!

—¡Es cierto! —exclamó Ron—. Seguro que Lupin y Moody quieren saber
si estamos bien...

—Vamos —dijo Harry—. Pronto será hora de comer. —Y todos salieron


por el agujero del retrato para dirigirse al despacho del director. Harry
pronunció la contraseña y subieron. Lupin aún estaba al í, al igual que
Moody, y también estaban, para sorpresa de todos, los Weasley, que se
abalanzaron sobre Ron y Ginny cuando los vieron.

—¡¡Hijos míos!! —lloraba la señora Weasley—. ¡Qué susto nos l evamos


al saberlo! ¡Debe de haber sido horrible! —luego cogió a Harry—. ¡Harry,
cariño! Remus ya nos contó lo que te había pasado... Hermione —
dijo por fin, abrazando a la chica—. ¿Estás bien?

—Sí —dijo el a, sonriendo—. Aún me duele algo la pierna, pero estoy


bien.

—Sentaos —les ofreció Dumbledore.

La profesora McGonagal hizo aparecer unas sil as para cada uno.

—Me encantaría saber hacer esto para cuando estuviese cansado —


comentó Ron, dejándose caer en su butaca.

—Aprenderá este año, señor Weasley, no se preocupe... o al menos eso


espero —dijo la profesora McGonagal sonriendo.

—Bien —dijo Dumbledore—. Harry, quiero que me expliques todo lo que


sucedió esta mañana.

Harry les contó que habían ido a buscar las cosas, y cómo, al regresar, no
había encontrado su monedero, por lo cual había ido a buscarlo a su
habitación, y, al no encontrarlo, había creído que lo había perdido, y que
155

había pensado en ir a Hogsmeade igual, y pedirles dinero prestado a Ron y


Hermione, pero que en el pasil o le habían atacado, y no había visto a
quién lo había hecho.

—¿No te seguía nadie? —preguntó Dumbledore, con extrañeza.

—No que yo sepa, pero claro, como venía pensando en el monedero, que
estaba seguro que lo había metido aquí... —dijo Harry, metiendo la mano
en el bolsil o de la túnica. De pronto, su expresión de disgusto fue
sustituida por una de sorpresa—. ¿Qué diablos...?

Sacó la mano, y al í tenía el monedero.

—No es posible. ¡Antes no lo tenía! —Lo abrió y contó el dinero—. Está


todo... Pero no es posible...
—¿Qué significa esto, Dumbledore? —preguntó Lupin.

—Significa, Remus, que alguien le quitó el monedero a Harry con la


intención de que se quedara atrás... al parecer, el objetivo era atacarle aquí,
y que no fuera a Hogsmeade —explicó. Luego añadió—: y si se lo
devolvieron, es obvio que querían que supiera que había sido planeado...

—Pero era un plan muy arriesgado —opinó Hermione—. Podríamos


haberle acompañado, o podría no haberse dado cuenta de que no l evaba el
monedero...

—Es cierto —reconoció el director—. Pero, por desgracia, les salió bien.
Al menos esa parte —Dumbledore sonrió—. Afortunadamente, nuestro ED
les fastidió un poco el resto a Voldemort...

—Pero profesor... ¿por qué no dejarme ir? ¿No querría Voldemort


matarme? —preguntó Harry, sorprendido.

—No Harry —respondió Hermione—. Querían que vieses cómo nos


destruían. Supongo que para eso servían esos colgantes.

Harry miró a Dumbledore, que asintió.

—¡Pero eso es horrible, Dumbledore! —exclamó la señora Weasley,


tapándose la boca con la mano.

—Sí, Mol y, es horrible. —Suspiró—. Por desgracia, vivimos tiempos


también horribles. Harry, déjame ver esos colgantes.

Se los entregó y Dumbledore los examinó.

—Increíble —declaró el director, impresionado—. Sin duda, obra del


mismo Voldemort. Supongo que mediante uno daba órdenes a la serpiente,
que tenía como misión seguir a Ron y a Hermione, los mejores amigos de
Harry, mientras el otro le permitía ver lo que sucedía —explicó—. No
obstante, ya no podemos saber cómo funcionaban. Han perdido su poder.

—Cuando me quité el mío, bril aba —comentó Harry—. Pero luego se


apagó.
—El que le quité a la serpiente también —señaló Nevil e.

—¿Oíste el hechizo que te lanzaron, Harry?

—Sí —respondió—: « Sono videns».

—Ya veo... —asintió Dumbledore—. Un hechizo del sueño, que por medio
de estos colgantes, te permitía ver lo que veía el otro... muy inteligente.
Un viejo hechizo de las Artes Oscuras. Pero claro, cuando Nevil e
desvaneció a la serpiente el colgante perdió su efecto y despertaste...

—¿Por qué no prefirieron matarme, profesor? ¿Por qué dejarme en el


castil o, a salvo?

—Por los sueños, Harry —contestó Dumbledore con lentitud—. Los


sueños decían que para que Voldemort pudiera unirse a ti, debería eliminar
todo aquel o a lo que amaras... supongo que piensa que si tus amigos
mueren delante de tus ojos, tendrías suficiente rabia y odio como para
enfrentarte a él... y él podría...

persuadirte.

—¡No! —gritó—. Nunca lo haré. No me uniré a él. —Snape, que estaba al


í pero no había dicho nada, le miró

—. Mató a mis padres... y por su culpa murió Sirius, y mató a la novia de


Percy, y ataca a Ron y a Hermione... ¡¿Cómo iba a unirme a él?! ¡No
podría!

—¿No lo comprendes, Harry? —intervino Lupin—. Él desea que te sientas


tan culpable, rabioso y l eno de odio que sólo te importe la venganza, o
dejar de sentir dolor. Luego creemos que podría usar algo, aunque no
sabemos el qué, para obligarte a unirte a él.

—Pero ¿por qué? —preguntó Harry—. ¿Por qué...?

—¿Recuerdas lo que nos contaste, Harry? —le preguntó Ron. Harry le


miró—. El poder. Te sentías poderoso... supongo que eso es lo que él
quiere ¿no?
—Exacto —confirmó Dumbledore—. De alguna manera, si te unes a él,
Harry, Voldemort será invencible.

Eso es lo que desea, lo que busca. Ya es más poderoso que antes de caer...
quizás yo habría podido derrotarle antes, pero ahora no. —Y una mueca de
disgusto apareció en su cara—. Temo que sólo tú puedas hacerlo —dijo,
poniéndose aún más serio—. Aunque no sabemos cómo.

Harry miró al director. Aún no le había hablado acerca de la conversación


que había tenido con Voldemort en lo alto de la fortaleza de Azkaban, pero
él, por su parte, tampoco había revelado que la había visto... y además,
ahora, otra cosa lo preocupaba. ¿Qué era esa «cosa», ese sentimiento que
emergía dentro de él a veces? Lo había sentido en dos ocasiones, y en
ambas había estado a punto de hacerle mucho daño a alguien... era una
sensación que le recordaba peligrosamente a los sueños, y eso no le
gustaba... ¿Sería posible que él se convirtiera en algo como Voldemort?
¿Estaría el mago haciéndole algo? No lo sabía, y no 156

quería confesarle a nadie lo que le sucedía, porque, en el fondo, le gustaba


la sensación de poder que le embargaba cuando se sentía así, y, además, no
había hecho nada malo a sus amigos... ¿verdad?

No, pero si hoy Ron no te hubiera detenido, ¿qué le habrías hecho a


Malfoy?

«Malfoy no es amigo mío —pensó—. Además, se lo merecía. Se lo


merecía».

¿Eso crees?

Le dijo la voz. Harry no supo qué contestar... pero daba igual. Aquel o no
podía ser tan malo, ¿no? Cuando surgía en él, se sentía más fuerte, e intuía
que pronto iba a necesitar toda la fuerza que pudiera conseguir.

Dejó de lado los pensamientos y volvió a la conversación.

—Pero ¿no le sería mejor matarme? —insistió Harry—. Al fin y al cabo,


si me mata ya nadie podrá derrotarle,
¿no?

—Sí —admitió Dumbledore—. Pero ya ha intentado hacerlo cuatro veces


y ha fracasado. Y le será más fácil apoderarse de todo con el poder que le
ofreces. Tú lo viste... y eso es lo que él más ambiciona: poder. Poder sin
límites.

—Pero era horrible —confesó Harry—. Era horrible sentirse así, tan
malvado, no tenía a nadie... —Cerró los ojos y bajó la cabeza. Hermione le
abrazó, reconfortándolo. Harry, sin decir nada, se lo agradeció.

—¿Quién puede haberlo hecho, Dumbledore? —preguntó el señor


Weasley, que aún no había dicho nada en toda la reunión.

—No lo sé, Arthur. La verdad, no tengo ni idea... Pero quien quiera que lo
haya hecho, es muy listo —añadió Dumbledore—. Muy listo y muy astuto.

Harry, Ron, Hermione, Ginny y Nevil e abandonaron el despacho de


Dumbledore después de despedirse de Lupin, Moody, y los señores
Weasley.

—¿Estás bien, Harry? —le preguntó Ginny mirándole, cuando l egaban al


retrato de la Señora Gorda, que estaba con su amiga Violeta. No has dicho
ni una palabra.

—¿Cómo crees que voy a estar bien? —repuso, triste—. Hoy han atacado
Hogsmeade por mí, tres personas han perdido su alma, han podido ser
muchas más y... y todo por mí...

Harry se derrumbó en un sil ón.

—Ya hemos terminado esta conversación, Harry —dijo Hermione—. La


culpa no es tuya... es de Voldemort.

Sólo y exclusivamente de él... Tú no tienes la culpa de ser quién eres.

—Es cierto —corroboró Ron—. A nosotros nos gusta como eres, Harry.
Eres el mejor amigo que he tenido nunca, y seguiré a tu lado, aunque me
amenacen todos los mortífagos, los dementores y los gigantes del mundo.
Harry sonrió a su amigo, que se había sentado al lado de Hermione. Ginny
le dio unas palmadas en el brazo y se agachó a su lado.

—Sois estupendos —dijo por fin—. Y estáis aquí, animándome a mí,


cuando habéis sido vosotros los que casi pierden el alma, mientras yo
dormía en el castil o...

Le sonrieron.

—Deberíamos bajar a comer ¿no? —sugirió Nevil e—. No sé a vosotros,


pero a mí, esto de enfrentarme a dementores, me da hambre...

Todos rieron, pero se levantaron y bajaron a comer. Cuando entraron en el


Gran Comedor, La gente se volvía para mirarlos. Harry se sintió arropado.
Qué diferencia con al año anterior, cuando todo el mundo le miraba como
si estuviese loco... Hogwarts estaba más unido que nunca ese día, y Harry
se alegró de que así fuera.

Los de Castelfidalio los saludaron al pasar, especialmente a Ron, Ginny y


Nevil e, cuyas hazañas todo el castil o conocía ya. Harry vio a Hagrid,
sentado junto a Madame Maxime, que los saludaron con alegría. Les
devolvió el saludo. Se sentaron en su mesa. El comedor estaba más
apagado que de costumbre, aunque Harry observó con alegría como, en la
mesa de Ravenclaw, la gente no paraba de hablar con Luna, asombrados
por su patronus, con el que había salvado a un grupo de alumnos de su casa
y de Hufflepuff, junto a Katie Bel y dos amigas suyas.

Antes de que empezaran a comer, Dumbledore se levantó, muy serio. Todo


el mundo le miró, cal ado.

—Como todos sabéis, hoy es un día triste y oscuro. Lo que se suponía iba
a ser un día de alegría, como lo son todas las visitas a Hogsmeade, se ha
convertido en una batal a. —Miró al comedor fijamente e hizo una pausa
—. Afortunadamente, no tenemos que lamentar daños graves para ningún
alumno, pero como seguramente sabréis, tres habitantes de Hogsmeade
fueron atacados, y su alma les fue arrebatada. —Se oyeron algunos gritos
apagados de terror—. Muchos de vosotros mostrasteis gran valentía,
enfrentándoos a los dementores, y por eso estoy orgul oso de vosotros. Por
tanto —dijo, levantando su copa—. Quiero hacer un brindis por todos los
que, con valor, se enfrentaron al enemigo, o intentaron ayudar a los demás
a riesgo de su propia vida. ¡Por el os! —exclamó Dumbledore.

—¡Por el os! —repitieron los alumnos y demás profesores, bebiendo.

—Ahora, sin embargo, tengo otra mala noticia que daros —continuó,
dejando su copa en la mesa—.

Preferiría no tener que hacerlo, pero es algo que debéis saber. —Los
alumnos le miraron, expectantes—.

157

Alguien, en este colegio, sabía lo que iba a suceder hoy. —Los alumnos,
horrorizados, se miraron unos a otros, y muchos desviaron su mirada hacia
la mesa de Slytherin—. Alguien que atacó y hechizó a Harry Potter, con la
intención de que viera, sin poder hacer nada, como los dementores
destruían a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger.

Harry sintió como todo el mundo le miraba, y también a Ron y a


Hermione.

—Esto es algo horrible —prosiguió Dumbledore, con aspecto serio y


amenazador. Harry supuso que el agresor debía de estar temblando si veía
al director en esos momentos—. Y quiero decirle a esa persona que no
quedará impune de algo como lo que ha sucedido hoy. Por tanto, y
mientras no demos con el culpable de estos ataques, ruego a todos los
alumnos que no vayan nunca solos por los pasil os. El colegio no es seguro
—finalizó. Y tras pasar su mirada sobre las cuatro mesas, volvió a
sentarse.

Los cuchicheos comenzaron al instante. Harry vio a Malfoy hablar con


Crabbe y Goyle, muy juntos. Dul ymer estaba a su lado, con expresión
asustada. Miró a Harry y le saludó con la mano. Harry le devolvió el
saludo.
Harry recordó que había salvado a Cho de dos dementores. «Qué
diferencia con Malfoy —pensó—. Seguro que él, en cuanto vio a los
dementores cerca huyó sin mirar atrás». Se obligó a no mirar hacia él y a
meterse en la conversación.

Después de comer, lo primero que Harry hizo fue modificar los números
de su moneda, para celebrar una reunión aquel a misma tarde, a las seis.

—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Ginny más tarde en la sala común,
al notar el cambio en su moneda.

—Porque quiero deciros algo a todos —respondió Harry, sin agregar más.

Cuando al fin l egaron las seis, Harry, acompañado de Ron y de Hermione,


se dirigió hacia la Sala de los Menesteres. Ernie Macmil an, Hannah
Abbott, Susan Bones y Justin Finch—Fletchley ya estaban al í. Dobby ya
había decorado la sala para la navidad, pero, como Harry le había dicho,
no había colgado fotos suyas por todo el techo.

Pronto fueron l egando los demás, y sentándose, intrigados, en los cojines,


mientras Harry paseaba al frente de la sala. Cuando todos estuvieron ya
sentados, Harry inspiró, y les habló.

—Supongo que os preguntaréis por qué os he convocado hoy, si no había


planes de ninguna reunión —dijo Harry, mirándolos—. Pues bien, el
motivo, obviamente, es lo que ha sucedido esta mañana. —Harry hizo una
pausa, mientras sus compañeros le miraban, con interés—. Y os
preguntaréis que qué tengo que deciros, cuando Dumbledore ya lo ha
explicado todo... pues bien, lo que quería deciros es que estoy orgul oso de
vosotros. De todos vosotros. —Hizo otra pequeña pausa, y los demás
sonrieron, mirándose unos a otros, con evidente orgul o—. Os
comportasteis muy bien, y, de no haber sido por vuestra ayuda, quizás los
acontecimientos de hoy serían mucho más graves. Desde hoy vamos a
trabajar más duro que nunca. Vamos a prepararnos para lo peor porque
creo, y no soy el único, que las cosas aun van a empeorar. También os voy
a pedir que estéis alerta: tenemos que encontrar, como sea, a quien está
detrás de los ataques en este castil o.
Todos asintieron. Dean, viendo que nadie decía nada, habló:

—Bueno, aprendimos con los mejores en esto ¿no? —Dijo—. Tú y


Dumbledore...

Los demás asintieron a las palabras de Dean. Harry le sonrió. Los veía al í,
aclamándole, y se sintió más arropado que nunca desde la muerte de
Sirius. Aquel os chicos harían lo que fuese por él, y él lo haría por el os.
Harry no podía expresar con palabras lo que aquel o significaba para él.
Ron y Hermione le miraron y le sonrieron. Parecían saber lo que pasaba
por su cabeza. Él les sonrió, a su vez.

—Bueno, ahora ya podéis iros si queréis —les dijo—. Perdonad por


haberos molestado sólo para esto, pero... quería que lo supierais. Era
importante para mí. Ahora, regresad a las salas comunes de vuestras casas,
y hacedlo en grupos —les advirtió mientras los despedía.

Uno a uno, se fueron despidiendo de él y abandonaron la sala. Solamente


quedaron Ron, Hermione y Ginny.

Antes de salir de al í, Hermione lo l amó.

—¿Qué te sucedió en la enfermería, Harry? —le preguntó.

—¿Qué?

—Te pusiste muy raro... Harry, todos lo sentimos. Fue como un


estremecimiento... ¿Qué sucedió?

Harry miró a su amiga. Era imposible engañarla, y la esperanza de que se


hubiera olvidado de aquel suceso había sido estúpida.

—No lo sé. Sólo sé que sentía tanta rabia hacia Malfoy que... —Meneó la
cabeza—. No puedo explicarlo, es como si algo dentro de mí me l enara de
poder, de un poder que no había sentido antes... quería hacerle pagar a
Malfoy, y le habría hecho daño si Ron no me hubiera detenido. Pero no sé
qué es, ni por qué me pasa, ni de dónde sale.

Hermione, Ron y Ginny le miraron fijamente, sin decir nada.


158

—No os asustéis, ¿vale? No es malo... sólo que mi rabia era más intensa, y
eso me hace sentir más fuerte.

No es malo si me ayuda a defenderme mejor... —afirmó, intentado


convencerse a sí mismo.

—Harry... —Ron parecía azorado, y se le notaba que buscaba las palabras


adecuadas—. Harry, tu mirada...

no era sólo de rabia. Era de odio profundo...

Harry bajó la cabeza y no dijo nada. Se dejó caer sentado en el suelo.

—No sé Ron... no sé lo que me pasa. Y, aunque no quiera pensar en el o,


tengo miedo. Tengo miedo porque estoy descubriendo cosas en mí de las
que no tenía ni idea. —Hizo una pausa, porque una idea había surgido en
su cabeza—. Me sentía de forma parecida a cuando... a cuando miraba a
Dumbledore el año pasado —confesó.

Los tres le miraron sin decir nada durante un momento.

—pero... pero él no puede poseerte ahora, ¿verdad? No ahora que sabes


oclumancia —dijo Ron.

—No debería. De hecho, no creo que lo que me sucede sea lo mismo que
el año pasado. No sé qué es, pero no viene de fuera de mí. Está en mí.

Hermione se agachó junto a él y le pasó un brazo por los hombros.

—Vamos, todo estará bien... ¿Por qué no hablas con Dumbledore acerca de
esto?

—No. Aún no me ha hablado acerca del motivo por el que Voldemort es


tan poderoso ahora... No pienso decirle nada de momento.

—De todas formas, Harry, lo más sensato sería...


—No pienso hacerlo, Hermione. No insistas.

Hermione miró a Ron, buscando su apoyo.

—Harry, yo también creo que deberías hablar con Dumbledore... aunque


puedes esperar un tiempo, si no estás preparado —agregó, viendo la
mirada de su amigo.

—Ya veremos —respondió, dando por terminada la conversación. Se


levantó y se encaminó a la salida.

Bajaron a cenar, sin hablar nada entre el os. Cuando iban a entrar en el
Gran Comedor, Henry Dul ymer se les acercó.

—Hola —saludó, serio—. ¿Qué tal os encontráis? Ya me enteré de lo


ocurrido, el ataque, y todo eso... —

explicó, mirando a Harry.

—Estamos bien. Gracias, Henry —dijo Ginny.

—Hoy estuviste muy bien —le dijo a la chica, con una sonrisa—. Tú
también —añadió, dirigiéndose a Ron—.

Oí que tú solo expulsaste a unos cincuenta...

Ron sonrió, sin decir nada.

—Tú salvaste a Cho Chang, a Michael Corner y a Marietta Edgecombe —


le recordó Harry—. También lo hiciste muy bien.

—Sí, pero Chang ya había lanzado un patronus, y yo ni siquiera lo


intenté... simplemente los aparté de los dementores, se habían quedado de
piedra al í, delante de el os, y no tardarían en atacarlos otra vez, así que los
alejé de el os. No fue nada del otro mundo. Si los demás no hubiesen usado
sus patronus, habrían acabado con nosotros de todas formas.

—Les ayudaste poniéndote en peligro —insistió Harry—. Eso ya es


mucho. Otros simplemente habrían corrido —agregó, mirando sin querer
hacia la mesa de Slytherin.

Henry siguió su mirada.

—¿Te refieres a Malfoy? —preguntó, y luego añadió—: sí, se largó en


cuanto vio a los dementores, con Crabbe y Goyle tras él. Pero ya le
conocéis, no es muy valiente ¿verdad?

—No es sólo que no sea valiente, que no lo es —opinó Hermione, mirando


a Malfoy con desagrado—, es simplemente que no le importa... que,
realmente, no tenía ninguna razón para quedarse a ayudar.

Henry sonrió.

—Sí, pero qué se le va a hacer ¿verdad? —dijo, encogiéndose de hombros


—. Y bueno... de todas formas, no todos en Slytherin se comportaron
como él. Algunos sí ayudaron. Bueno, voy a cenar. Ya nos veremos...

cuidaos.

—Hasta luego —le respondieron, dirigiéndose a la mesa de Gryffindor. La


cena, aunque un poco más alegre que la comida, también fue apagada.
Cuando terminó, Hagrid se acercó a el os, para preguntarles qué tal
estaban.

—Fue horrible —explicó Hagrid, moviendo la cabeza—. Bajé por la tarde


al pub y todo el mundo estaba horrorizado. Todas las tiendas habían
cerrado, y parecía que el pueblo estuviera muerto. Ni en los días en que
Quién vosotros sabéis era todopoderoso había sucedido algo tan brutal
como un ataque de cientos de dementores... Menos mal que estabais al í
vosotros —sonrió Hagrid—. Los eternos héroes de Hogwarts —

añadió, y Ron se ruborizó de nuevo.

Tras la cena, volvieron a la sala común. Todo el mundo quería acostarse y


olvidar aquel día nefasto. Harry, Ron, Hermione y Ginny, sin embargo,
fueron los últimos en irse a dormir. Estuvieron sentados, frente al fuego,
charlando a ratos y pensativos otros. Ron parecía especialmente ido, y de
vez en cuando miraba a Harry, que creyó comprender: Con la l egada de
los dementores, Hermione no le había contestado al fin si 159

iría al baile con él. Le sonrió. Luego miró a Ginny, que parecía pensativa y
miraba al fuego, cuyas l amas se reflejaban en sus ojos, bril antes. Recordó
una escena similar, vivida hacía casi un año, en Grimmauld Place.

También entonces su mirada reflejaba la tristeza por un acontecimiento


doloroso. Harry siempre había pensado que había tenido mucha suerte de l
egar a los dieciséis años, pero Ginny era poco menos afortunada que él. Su
primer año en Hogwarts había sido poseída por Tom Ryddle, Voldemort, y
había estado a punto de morir en la Cámara de los Secretos... y el año
anterior, en el Departamento de Misterios...

Observó su cara y pensó en cómo había cambiado, al igual que Nevil e.


Luego miró a Ron y Hermione. Tan jóvenes todos, y ya tan marcados por
el sufrimiento y el peligro... y Harry intuía que aún no habían pasado lo
peor. Por lo menos, él no lo había pasado. Volvió a mirar a Ginny, y de
pronto lo recordó. Había querido preguntárselo, pero lo había olvidado. La
chica pareció darse cuenta de las miradas de Harry y se volvió hacia él.

—Un ciervo... —dijo Harry—. Tu patronus es un ciervo.

—Sí —dijo la chica, mirándole—. Lo descubrí en las clases de


Dumbledore. El año pasado no conseguí hacerlo...

—¿Por qué no me lo habías dicho? —inquirió Harry—. El mío también es


un ciervo.

—Ya lo sé. No sé porque no te lo dije —agregó, encogiéndose de hombros


y volviendo a dirigir la mirada hacia el fuego—. Supongo que no le di
importancia...

—Lo hiciste muy bien hoy —le dijo Harry, mirándola aún fijamente.

Ginny volvió otra vez la vista hacia él, sin sonrojarse por el comentario
del chico.
—Ya —reconoció—. Pero no es necesario que me lo digas tantas veces...
me pondré colorada de nuevo —

terminó, sonriendo.

Harry no le dijo nada más, pero siguió mirándola. Hermione y Ron les
observaban, cal ados. Ginny volvió a mirar al fuego. Harry volvió a fijarse
en sus ojos castaños, que reflejaban las l amas de la chimenea de una
forma extraña. Se sorprendió a sí mismo descubriendo que aquel bril o
triste le fascinaba... y más ahora, que se veía en él el dolor y el sufrimiento
de todo lo pasado desde junio. Apartó la vista. Se levantó y se dirigió a la
ventana, desde donde veía la cabaña de Hagrid y el carruaje de
Beauxbatons, en los que aún había luz.

Luego se volvió y contempló a sus amigos. Ron miró entonces a


Hermione, y abrió la boca, volvió a cerrarla, como dudando, y finalmente
habló:

—Oye, Hermione... —le dijo a la chica, que se volvió para mirarle— Aún
no has contestado a mi pregunta de esta mañana.

Ginny volvió entonces la cara, mirando a su hermano con un asomo de


sonrisa. Hermione también le miraba, con expresión seria. Finalmente
sonrió.

—Sí —respondió el a, y el rostro de Ron se iluminó—. Iré contigo. —Se


levantó y se acercó a él—. Pensé que ya no ibas a pedírmelo. No habría
esperado más que unos días. Hace más de un mes que nos dijeron que
habría baile...

Las orejas de Ron enrojecieron.

—Bueno. Me voy a la cama. Ha sido un día demasiado largo —declaró


Hermione. Se agachó, le dio un beso a Ron en la mejil a y subió a su
cuarto.

Ginny se despidió también y la siguió. Ron se quedó mirando la escalera


del dormitorio de las chicas, embobado, tocándose en la cara con aspecto
de no darse cuenta de lo que hacía. Harry le miró durante un rato, hasta
que Ron pareció despertar y también lo miró a él. Sonrió.

—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Harry de pronto. Su amigo le miró, sin


entender—. El patronus, quiero decir. Estabas rodeado por los dementores,
en un momento así es muy difícil... ¿Cómo lo hiciste?

Ron sonrió más abiertamente.

—Me sentía fatal —explicó—. No podía recordar más que cosas horribles,
como lo de mi padre y cosas así, y... miré a Hermione, que tenía ese
aspecto, tan triste y resignado mientras aquel os monstruos le cogían la
cara... y no podía dejarla morir de esa forma ¿entiendes? Creía que iba a
perderla y entonces recordé aquel día, con el trol, cuando la salvamos y
nos hicimos amigos... ¿Lo recuerdas? Y lancé el patronus.

Harry le sonrió aún más.

—Te das cuenta de que fue una hazaña espectacular, ¿verdad?

Ron lo miró, perplejo.

—Hombre... tú venciste a cien dementores en tercero, ¿lo recuerdas?

—Sí, pero no estaba rodeado por el os —explicó Harry, mientras se dirigía


a las escaleras—. Estaba del otro lado del lago.

Ron lo miró, serio, y lo siguió, sin decir nada.

—Bueno, no se puede decir que te haya sido fácil conseguir pareja para el
baile ¿no? —bromeó Harry, mientras subían por las escaleras hacia su
dormitorio—. ¡Ah!, Sólo un pequeño detal e...

—¿Cuál? —preguntó Ron, abriendo la puerta de su cuarto.

—La próxima vez que quieras pedirle algo, hazlo en Las Tres Escobas ¿de
acuerdo?

160
Ron le miró con los ojos muy abiertos, asintió y sonrió. Ambos entraron
en el dormitorio, se pusieron los pijamas y se acostaron. Harry tenía
mucho en qué pensar, aunque ninguna gana de hacerlo. Pensó en la
conversación con Ron, y recordó una frase pronunciada por su amigo,
quizás inconscientemente: «Creía que iba a perderla». Harry sonrió y se
durmió.

161

17 — El Enfrentamiento

La sala común de Gryffindor estuvo bastante vacía hasta bien entrada la


mañana aquel domingo. Ron y Harry se despertaron a las diez y media, y
cuando finalmente bajaron a la sala común, se encontraron a Ginny y a
Hermione, que miraban un montón de paquetes.

—¿Qué es todo eso? —preguntó Ron, bostezando.

—Regalos de Fred y George —aclaró Ginny—. Nos lo han enviado por la


mañana, para compensar lo de ayer... Son dulces, pasteles, y varias cosas
de la tienda de bromas.

—¿Pasteles y dulces de la tienda de bromas? —preguntó Harry frunciendo


el entrecejo—. Pues no seré yo quien me los coma...

—No, tonto —explicó Hermione—. Los pasteles y los dulces son de los
buenos. Hay gal etas y otras cosas de la tienda de bromas, pero están
aparte...

—Genial —dijo Ron, sentándose con el as y empezando a comer un pastel


de chocolate.

—¿Puedes comer aún más chocolate? —le preguntó Hermione, con


aspecto asqueado—. ¿Después de todo lo que nos dieron ayer?

—Hermione, nunca se come demasiado chocolate —repuso Ron, cogiendo


otro pastel.
Cuando el resto de la gente bajó de los dormitorios, fueron recibiendo
comida también, aunque no todos la obtuvieron de pastelerías, con lo que
pronto se vieron por la sala común canarios pelando, gente a la que se le
ponía el pelo rosa chil ón e incluso víctimas del terrible pastel Dudley.
Afortunadamente, Fred y George habían enviado antídotos, porque
Seamus, al que le tocó uno de los temibles pasteles, engordó tanto que
partió la sil a en la que se había sentado y no era capaz de levantarse. La
sala se l enó de carcajadas, pero todo el mundo tuvo buen cuidado de ver
qué comía, y sólo algunos valientes se atrevieron a probar las últimas
golosinas que quedaban.

Debían de ser ya las doce y media casi, cuando una lechuza le trajo a
Hermione El Profeta Dominical, que la chica cogió con gran expectación.

—Veamos qué dice del ataque de ayer... —dijo, desdoblando el diario.

Leyó la primera plana:

TERROR EN HOGSMEADE

La comunidad mágica está aterrorizada debido a los terribles sucesos


ocurridos durante la jornada de ayer en el pueblo de Hogsmeade.

Transcurría la mañana cuando al menos doscientos dementores invadieron


el pueblo, causando un total caos y un terror como no se recuerda nunca.
Hay que tener en cuenta,, además, que el pueblo se encontraba abarrotado
de estudiantes de Hogwarts, que disfrutaban de uno de los fines de semana
de permiso para visitar el lugar.

Por lo que han contado los testigos, se debería de dar gracias a la


presencia de los jóvenes, muchos de los cuales, recientemente entrenados
por Albus Dumbledore, quien, aparte de ser director del Colegio se ocupa
este año de la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras, fueron
capaces de hacer frente a los monstruos, evitando una masacre mayor que
las tres víctimas que, desgraciadamente, hemos de lamentar.

La peor parte, quitando a las tres víctimas del beso, fue para Ronald
Weasley, hijo de Arthur Weasley, funcionario del Departamento Contra el
Uso Indebido de la Magia, y Hermione Granger, una muchacha hija de
muggles, ambos grandes amigos de Harry Potter. Según testigos, no menos
de cincuenta dementores se abalanzaron sobre ambos muchachos, que, sin
embargo, lograron reperlerlos.

El pueblo de Hogsmeade se encontraba en la tarde de ayer mortecino y


temeroso. Rosmerta Wilkins, dueña del famoso pub Las Tres Escobas, no
fue capaz de contarnos apenas nada debido a los sol ozos que la
embargaban.

Tras el ataque, varios aurores y sanadores de...

Hermione levantó la cabeza.

—No hablan de ti, Harry —informó Hermione.

—Claro que no —repuso él—. Yo no hice nada. Estaba aquí.

—Eso quiero decir: que no hablan del motivo del ataque...

—Supongo que Dumbledore no se lo habrá dicho, y hace bien —dijo Ron,


que se mostraba muy orgul oso de que el periódico hablase bien de él.

162

Hermione siguió leyendo hasta casi la hora de comer. El resto del día
transcurrió tranquilo. Se había suspendido el entrenamiento para aquel a
tarde, y Harry, Ron y Hermione la pasaron paseando por los terrenos.
Llevaban en un tarro uno de los fuegos transportables de Hermione, junto
al cual se apiñaban los tres, buscando el calor. Pasaron junto a las tiendas
de campaña de los de Castelfidalio, y se quedaron observando.

—¿No tendrán frío? —se preguntó Hermione—. En Italia tienen un clima


mucho más cálido, y encima, en esas tiendas...

—No lo sé —dijo Harry, mirando también las tres tiendas de campaña.

En ese momento, Anton y uno de los cazadores de su equipo, Viessi,


salieron de una de las tiendas y los vieron. Se les acercaron.
—Hola —saludaron, y Anton agregó—: ¿Qué hacéis fuera, con el frío que
hace?

—Nos aburríamos de estar dentro —respondió Harry—. ¿Vosotros no


tenéis frío?

—No —respondió el chico—. Estas tiendas son muy confortables y


especiales. Están pensadas especialmente para el invierno.

—¿Queréis verlas? —ofreció Viessi.

—Vale —aceptó Ron, y los tres siguieron a los italianos al interior de la


tienda.

Era muy espaciosa. Cabían en el a ocho personas. Había dos cuartos, con
dos literas de dos camas cada una, más una cocina, dos baños y una
especie de salón-recibidor, que era donde estaban. Al í había varias
butacas mul idas y cómodas, y en el centro crepitaba un fuego dentro de
una campana, parecido al que había creado Hermione, que producía un
calor suave. De uno de los cuartos salieron otros tres chicos, cuyos
nombres Harry no conocía. Eran suplentes del equipo. Anton se los
presentó y se saludaron.

—¿Queréis tomar un café o un té? —les ofreció.

—De acuerdo —aceptó Ron, de buena gana—. La verdad es que nos


vendría bien algo caliente.

Anton entró a la cocina y, unos minutos después salió con una cafetera y
una tetera. Uno de los chicos convocó varias tazas y el azucarero. Ron y
Harry tomaron té, pero Hermione prefirió un café.

—Oye, ¿cómo es posible esto? —preguntó Ron, mientras observaba la


entrada de la tienda, que no estaba cerrada—. No entra nada de frío ni de
nieve.

—Es un encantamiento —explicó Viessi—. No deja pasar nada del


exterior, como frío o agua. Ya os dijimos que estas tiendas eran especiales
para el invierno.

—Están muy bien —opinó Hermione, admirada, recorriendo con la mirada


la habitación en la que estaban mientras daba un sorbo a su café.

—Gracias —dijo uno de los chicos suplentes, halagado—. No es como


tener un castil o, pero no está mal.

Anton tenía delante la misma edición de El Profeta que había recibido


Hermione, y lo miró, pensativo.

—Fue terrible ¿no creéis? —comentó Anton, mirando aún al diario—. Lo


de ayer, quiero decir...

—Sí, horrible —afirmó Hermione, estremeciéndose al recordarlo.

—Nosotros no habíamos visto nunca a un dementor. Y, la verdad, podría


haber pasado el resto de mi vida sin saber cómo eran en realidad.

—Sí. Nos habían hablado de el os, claro, pero son mucho más terribles de
lo que imaginábamos, tan oscuros, con ese olor y ese estertor al respirar...
—dijo otro de los chicos, poniendo mala cara.

—Si cincuenta dementores nos hubieran atacado a nosotros, a estas


horas... —dijo Anton, mirando a Ron y a Hermione con admiración.

—Yo no hice nada —explicó la chica, un poco avergonzada—. Fue Ron, si


no es por él...

—Se abalanzaron sobre ti primero —la disculpó Ron—. Eso me dio


tiempo a reaccionar.

Hermione le sonrió.

—¿No os sentís inseguros aquí? —preguntó, dirigiéndose a los italianos.

—Sabíamos que había riesgo al venir —comentó Viessi, dando un sorbo a


su té—. Por todo eso de Quien Vosotros Sabéis, y tal... pero no
imaginábamos que algo así podría suceder. Por supuesto —continuó—,
todos hemos oído las terribles historias de cuando él era poderoso, antes
de su caída. Pero como prácticamente sólo había actuado en Inglaterra, lo
veíamos como algo lejano. Obviamente, todo el mundo sabía que si
hubiera conseguido conquistar este país, habría seguido con el resto, pero
como tú le venciste

—dijo, mirando a Harry— nunca tuvimos demasiado que lamentar... Así


que, hasta ayer, no sé, supongo que pensábamos que no nos podía suceder
a nosotros, no sé si me entendéis...

Harry no dijo nada. No le apetecía hablar de Voldemort después de lo


sucedido el día anterior, pero no quería ofender a sus anfitriones. El os
parecieron comprenderlo y dejaron el tema.

—Bueno, y ¿vais a asistir al baile? —preguntó Ron, para romper el


silencio que se había formado.

—Claro —contestó Anton, contento—. Yo ya tengo pareja. Esa chica


amiga vuestra, Parvati Patil, me lo pidió hace una semana.

—¿Parvati? —preguntó Harry—. Pues ni se te ocurra decirle que no


quieres bailar —le advirtió. Anton le miró con suspicacia.

—Fui con el a hace dos años —explicó Harry, encogiéndose de hombros.


Anton sonrió.

163

—¿Y vosotros ya tenéis pareja? —preguntó él—. Tú, como capitán,


tendrás que abrir el baile, al igual que yo y los demás...

—¡¿Qué?! —preguntó Harry, atragantándose con el último sorbo de su té


— ¿Otra vez?

—¿No te lo han dicho aún? —se extrañó Anton—. Pues falta poco más de
una semana...

Ron se rió.
—Nosotros vamos a ir juntos —dijo, señalándose a sí mismo y a
Hermione—. Pero Harry aún no tiene con quién...

—Y ya puedes ir buscando pareja —le advirtió Hermione, con una sonrisa


—. Si no, McGonagal se va a enfadar...

Harry miró al suelo, con fastidio. Por supuesto, pensaba l evar pareja, pero
no le había parecido tan importante ni tan urgente antes...

—Yo iré con la capitana de Beauxbatons —dijo Viessi—. Se lo pedí hace


poco.

—Creo que nos lo pasaremos bien —opinó Hermione—. Y bien es cierto


que necesitamos un poco de alegría... Bueno, será mejor que nos vayamos
—añadió, mirando su reloj—. Deberíamos ponernos a hacer algo útil...

—¿Quieres hacer deberes hoy? —le preguntó Ron, sorprendido—. Se está


muy bien aquí, y además, si estuviésemos entrenando, como deberíamos,
no podríamos hacer nada...

—Sí, pero no lo estáis —le interrumpió Hermione con voz autoritaria—.


Así que podréis poneros al día.

—¡Hermione, es la última semana del trimestre! —protestó Ron, en vano.

La chica le miró de aquel a forma que tanto recordaba a la de la profesora


McGonagal , y Ron se cal ó. Los italianos les miraban, divertidos.

—Bueno, nos vamos, entonces —Se despidió Ron, con cara de resignación
—. Nos veremos en la cena.

—Hasta luego —Respondieron el os, mientras los tres amigos salían de la


tienda.

Se dirigieron al castil o y estuvieron hasta la hora de cenar en la


biblioteca, trabajando. Ron refunfuñaba a cada rato, y Hermione, en vez de
mirarle severamente, sonreía para sí, lo que exasperaba a Ron, que, sin
embargo, no protestó más en alto. Harry estuvo distraído pensando en el
baile, y con quién iría. Había dejado que pasaran las semanas, sin darse
cuenta de que la Navidad estaba a la vuelta de la esquina.

Después de cenar, estuvo también sentado junto al fuego, sin saber qué
hacer, pensando en con quién podría ir. Ron, para vengarse de Hermione
por haberle hecho trabajar toda la tarde, la había retado a jugar al ajedrez
mágico, única cosa en la que podía ganarle, lo que en esos momentos
hacía, con cara de gran satisfacción.

Harry miró al fuego, pensativo. Le habría gustado tanto que Sirius hubiese
aparecido al í, para hablarle...

pero era imposible. Hacía tiempo que no pensaba así en su padrino,


acostumbrado como estaba a estar sin él en Hogwarts, pero volver a darse
cuenta de que nunca volvería a hablarle le hundió los ánimos. Se quedó al
í, con la cabeza gacha, hasta que alguien se sentó a su lado.

—Hola —lo saludó la voz de Ginny.

Harry se volvió y la miró.

—Hola...

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la chica.

—Perfectamente —mintió Harry, volviendo a mirar al fuego.

—No es cierto —le contradijo el a—. Es por Sirius ¿verdad? Te has


acordado de él al mirar la chimenea.

Harry giró la cabeza rápidamente, sorprendido, y la miró.

—¿Cómo lo sabes?

—Ron me lo contó este verano. Las veces que hablabais con él por la
chimenea, y esas cosas...

—Ah, ya... pues sí —confesó—. Estoy triste por él, y por todo lo que ha
pasado... esas pobres personas que han perdido su alma... Son muchas
cosas ¿sabes? Y me siento muy culpable... Me gustaría mucho hablar con
él.

—Ya lo sé —dijo Ginny, poniéndole una mano en el hombro y mirándole


con comprensión—. Yo también me sentí muy culpable con todo aquel o
que sucedió cuando estaba en primero ¿recuerdas? Y tenía mucho miedo...
pero no fue culpa mía. Al menos no toda. Quizás fui ingenua, o tonta...
pero sólo tenía once años.

—Pero no murió nadie —puntualizó Harry.

—Es cierto —reconoció el a—. Si hubiese muerto alguien entonces seguro


que nunca me lo habría perdonado. Aún sueño con eso a veces ¿sabes?

Harry le sonrió. Se sentía un poco mejor. Volvió a mirarla. Aún tenía


pesadil as con aquel o... Harry se preguntó por qué nunca habría hablado
con Ginny de esas cosas. Él recordaba haber tenido pesadil as con los
acontecimientos de su primer año, pero no le habían afectado demasiado.
Había estado a punto de morir, pero no había sido tan consciente de el o
como la noche en que Voldemort retornó. Supuso que era demasiado joven
para creer realmente que podía morir. Harry siguió mirándola, y se acordó
de cuando estaban en el bosque, tras escapar de la profesora Umbridge.
Harry la había tratado como a una niña tonta cuando el a pretendía
acompañarles al Departamento de Misterios, y se sintió mal por el o.

164

—Oye, Ginny...

—¿Qué?

—Perdóname por como te traté el año pasado, en el bosque, cuando l


egasteis a dónde estábamos yo y Hermione...

—No pasa nada —repuso el a sonriéndole—. Bueno —dijo, levantándose


y bostezando—, creo que me voy a ir a dormir. Hasta mañana, Harry.

Harry la miró mientras se volvía, y entonces...


—Ginny —llamó. La chica se volvió hacia él y se quedó mirándole—.
¿Tienes con quien ir al baile?

—No... —respondió el a, poniéndose un poco colorada—. Aún no...

—¿Quieres ir conmigo?

El a le miró unos instantes.

—Vale —aceptó, sonriendo—. Pero Harry...

—¿Qué?

—Bueno..., tú sabes que antes me gustabas ¿verdad?

—Sí —confirmó él, sin saber a dónde quería l egar con aquel o—. ¿Por
qué?

—Bueno, ahora no... es decir, yo te quiero mucho, pero ya no... ya no es


igual...

—Ya lo sé —le dijo él—. No te preocupes. Iremos al baile como amigos


¿vale? Es lo único que quiero.

—De acuerdo, entonces —dijo el a, contenta de haber aclarado las cosas


—. Nos vemos mañana. Que descanses, Harry.

Ginny se despidió de Ron y de Hermione y subió a su cuarto. Harry se les


acercó, sonriente, a tiempo de contemplar cómo Ron, en una espectacular
jugada, destruía la reina de Hermione con un alfil. Hermione puso cara de
incredulidad, mientras Ron sonreía muy satisfecho.

—Bueno, Hermione, creo que la cosa está clara —dijo Ron con alegría.

La chica, muy a su pesar, se rindió. Se recostó en su sil a con un suspiro de


resignación y miró a Harry.

—¿De qué hablabas con Ginny? —le preguntó, alzando una ceja.
—De nada...

—¿De nada?

—Le he pedido que vaya al baile conmigo.

Hermione sonrió y Ron se alegró muchísimo.

—¿Sí? ¡Genial! —exclamó—. ¿Y qué te ha dicho?

—Que sí...

—¡Bien! —gritó Ron—. Ya era hora de que eligiera a alguien apropiado


—añadió bajando la voz para que no le oyera Dean Thomas, que charlaba
con Nevil e cerca de el os.

—No nos hemos hecho novios ni nada de eso —explicó Harry, un poco
asombrado del comportamiento de su amigo.

—Ya, pero...

—Pero nada —le interrumpió Harry—. Vamos a ir al baile juntos y nada


más, no te imagines cosas extrañas.

Ron se cal ó, pero se le veía muy contento cuando finalmente se fueron a


la cama.

Al día siguiente, lunes, tuvieron el entrenamiento que no habían tenido el


domingo. Todo el mundo recordaba aún la escena de la enfermería, donde
aparte de Malfoy y Crabbe estaba también Warrington, así que nadie
discutió nada, e incluso Malfoy estuvo cal ado, aunque no se privó de
lanzar miradas despectivas y de rabia contenida. No entrenaron demasiado
tiempo, porque hacía bastante frío y empezó a nevar con fuerza, siendo
prácticamente imposible ver nada a dos metros de distancia. Aún así, a
Harry le resultó satisfactorio el comportamiento del equipo durante la hora
y media en que no había nevado.

Esa noche, Hermione fue a hablar con Krum. Harry y Ron vieron que la
chica debía de haberle dicho ya que no iría con él, porque el búlgaro puso
una cara de profunda tristeza y decepción, y levantó la vista mirando hacia
Ron.

—¿Sabes? —le dijo éste a Harry, mirando al chico—. Incluso me da un


poco de lástima...

Harry le sonrió a su amigo, pero no dijo nada. Hermione regresó a la mesa.

—¿Qué le has dicho? —le preguntó Harry.

—Que iba a ir con Ron —respondió Hermione, seria—. Que lo sentía, y


ya.

—¿Y qué te dijo él?

—¿Qué querías que me dijera? Me preguntó si yo... si... bueno, eso es cosa
suya ¿no? —les espetó Hermione, poniéndose a comer sin mirarles.

Harry y Ron se miraron con cara de incomprensión, pero no dijeron nada.

Dado que el miércoles volvían a tener entrenamiento, Harry cambió la


fecha de la siguiente reunión del ED

para el día anterior, martes.

165

—Bueno, para la última clase antes de las vacaciones, he pensado en algo


especial —les dijo Harry a todos los miembros, cuando estuvieron
sentados frente a él—. Todos habéis mejorado mucho, y creo que todos
seríais buenos en duelo, así que he pensado en algo más... grande, por
decirlo así.

Todos se miraron entre el os, nerviosos y expectantes.

—He pensado en hacer un combate entre dos equipos, usando sólo


hechizos aturdidores, obstaculizadores, maleficios de inmovilidad y
escudos, claro. Bueno, también podrían utilizarse encantamientos
convocadores y de desarme. ¿Qué os parece?
—Genial —dijo Dean, emocionado ante la idea.

—¡Sí, estupendo! —corroboró Seamus.

Todos los demás parecían también muy contentos ante la idea, así que
Harry se dispuso a dividir a los alumnos en dos equipos, partiendo de los
que habían estado en el Departamento de Misterios en junio.

—Bueno, yo estaré en un equipo, y será mejor que Ron y Hermione estén


en otro, ¿vale? —dijo Harry—.

Que vengan conmigo Nevil e y Ginny, con vosotros Luna...

Al final, en un equipo estuvieron Harry, Ginny, Nevil e, Parvati, Lavender,


Cho, Michael Corner, Colin Creevey, Katie Bel , Zacharias Smith y Terry
Boot. En el otro quedaron Ron, Hermione, Luna, Padma Patil, Anthony
Goldstein, Ernie Macmil an, Justin Finch-Fletchley, Hannah Abbott, Susan
Bones, Dennis Creevey y Marietta Edgecombe.

—Va a ser difícil, no tenemos mucho sitio —comentó Ginny, mirando a su


alrededor.

—Ya, pero es todo lo que... —dijo Harry.

—Eso puede arreglarse —interrumpió Hermione—. Sacó la varita y


realizó en la sala un encantamiento aumentador para hacerla el doble de
grande.

—¡Guau, Hermione! —exclamó Harry, viendo los resultados.

—Está genial —murmuró Ernie Macmil an.

Hermione se ruborizó ligeramente, sonriendo.

Extendieron los cojines por la sala para no hacerse daño si caían, y ambos
equipos se pusieron uno frente al otro. Todos levantaron sus varitas,
atentos a la seña de Harry.

—¡YA! —gritó.
La sala se l enó instantáneamente de gritos de « ¡desmaius! », «
¡impedimenta! », « ¡expel iarmus! » y

« ¡protego! ». Las primeras víctimas de los hechizos empezaban a caer


sobre los cojines, o sobre el suelo.

Las varitas volaban y los rayos de los hechizos surcaban el aire como
flechas. Harry había aturdido rápidamente a Justin, y seguidamente, había
ido a enfrentarse con Ron y Hermione, que habían acribil ado a
encantamientos a Zacharias Smith y a Terry Boot. Se defendió bastante
bien de sus amigos, pero eran dos, y al final necesitó la ayuda de Nevil e
para desarmar a Ron y esquivar a Hermione. Se alejó de el a, dejando que
se enfrentara a Nevil e y a Ginny, mientras Ron intentaba conseguir una
varita e intentaba esquivar los hechizos de los contrarios.

—¡Cho!, ocúpate de despertar a los desmayados —le ordenó Harry a la


chica. El a asintió y empezó a apuntar a los que estaban en el suelo
exclamando « ¡Enervate! » Una y otra vez.

La batal a continuó durante otros diez minutos, pero, al final, el grupo de


Harry, donde sólo quedaban en pie él, Ginny y Katie Bel , logró aturdir a
Hermione, la única que quedaba en pie del equipo contrario, y la pelea
terminó.

Agotados, empezaron a despertar a todos los que estaban desmayados,


mientras los inmovilizados recuperaban la capacidad de moverse.

—Ha estado muy bien —dijo Seamus, frotándose un brazo dolorido a


causa de una caída.

—Sí, ¡y ganamos! —gritó Nevil e, cogiendo del suelo su varita y


entregándole la suya a Ron.

—Todos habéis estado muy bien —los felicitó Harry—. Espero que hayáis
visto la diferencia entre un duelo, donde sólo hay que estar pendientes del
oponente, de una batal a como ésta, donde puede surgir un hechizo de
cualquier lado. Es necesario tener los ojos abiertos y la mente despierta y
concentrada, porque cada instante puede ser el último. Bueno, nos veremos
la semana próxima.

—Repetiremos esto alguna vez, ¿verdad, Harry? —preguntó Colin.

—Sí, lo haremos —confirmó Harry—. Pero no la próxima semana. Para el


comienzo de vacaciones haremos algo sencil o y relajado. Hasta luego.

Los miembros del ED se despidieron y, lentamente, abandonaron la Sala


de Menesteres, rumbo a sus propias salas comunes.

El miércoles por la tarde se dirigieron al campo de quidditch. Harry había


estado hablando con Ginny y con Ron, y los dos se habían mostrado de
acuerdo en suspender los entrenamientos hasta navidades, porque cuando
acababan las clases ya era casi noche, y encima hacía demasiado frío. Ese
día, por tanto se dirigieron hacia el campo para hablar con los demás.
Dado que no iban a tardar demasiado, Hermione los acompañó.

166

Cuando l egaron ya estaban al í todos los demás. Harry se sorprendió de


ver también a Pansy Parkinson y algunas chicas más de Slytherin al í.
También estaba Goyle.

—¿Qué hacen éstos aquí? —le preguntó Ron a Harry, que se encogió de
hombros.

Harry saludó al equipo, y les comentó lo de dejar los entrenamientos hasta


navidades.

—Ya es de noche —dijo—. Y hace frío. En navidad tendremos más tiempo


para entrenar. Por otro lado, creo que estamos bastante preparados para la
final...

—Sí, yo también creo que es buena idea —opinó Bradley—. Con este
tiempo es imposible hacer nada. ¿Qué pensáis vosotros? —preguntó,
dirigiéndose a los de Slytherin. Malfoy se apresuró a contestar, con
desprecio.
—¿Y qué más da? Potter ya ha decidido ¿no? Él es el Gran Capitán.

—Oye, imbécil —le saltó Ron, que desde el sábado crispaba los puños
cada vez que le veía—. ¿No te quejabas el otro día del frío? ¿De qué te
quejas ahora?

—A mí no me hables así, Weasley —le soltó Malfoy, adelantándose—.


Mejor preocúpate de que no le pase nada a la estúpida sangre sucia esa,
que será lo único para lo que valgas. En todo caso, si fracasas tampoco se
perderá mucho...

Crabbe se rió, pero fue el único de los de Slytherin que lo hizo. Ron sacó
su varita en un segundo y le apuntó a Malfoy, que se quedó inmóvil un
instante. Luego retrocedió.

—Ya estoy harto —dijo Ron, mirándole con profundo odio—. Estoy harto
de ti, de aguantar tu maldita prepotencia por esa estupidez de la sangre
limpia, o porque seas hijo de tu querido papaíto Lucius Malfoy.

Para mí no eres más que basura, y tu padre es una basura aún mayor que
tú.

Malfoy puso una expresión de asco como Harry no le había visto nunca,
pero no dijo nada. Hermione agarró a Ron.

—Déjale, Ron. No merece la pena que te metas en un lío por él.

Ron bajó la varita a regañadientes, lanzándole miradas asesinas a Malfoy.

—Vaya —dijo éste, sonriendo de nuevo—. Weasley, así que ahora te dejas
dominar por una sangre sucia,

¿eh? Bueno, viniendo de una familia como la tuya, es de esperar. ¿En tu


casa les laméis las botas a los muggles? —Sonrió—. Seguro que sí, así al
menos comeríais algo...

—No le hagas caso, Ron —dijo Ginny, mirando a Malfoy—. Lo dice


porque él escapó como un cobarde cuando los dementores l egaron a
Hogsmeade.
—Sí, porque quizás ya sabía que iban a ir ¿verdad, Malfoy? —le espetó
Ron.

Draco sonrió, pero no le contestó. Miró a Ginny.

—Yo no soy ningún cobarde, niña tonta. Lo que pasa es que nunca me
pondría en peligro por salvar a una sangre sucia como Granger, que no
vale para nada.

—¿Ah, no, Malfoy? —intervino Harry, cortando a Ron, que se disponía a


responder—. Pues tu padre no opina eso. —Malfoy le miró, frunciendo el
ceño, sin comprender—. Sí. Él se siente avergonzado de que «una
muchacha que ni siquiera viene de una familia de magos te supere en todas
las asignaturas» —dijo Harry, recordando lo que Lucius Malfoy le había
dicho a su hijo cuando iban a comenzar segundo, en una oscura tienda del
cal ejón Knockturn.

Malfoy se puso lívido.

—¿Quién te ha dicho eso, Potter? ¿Cómo sabes que... ?

—Sé muchas cosas, Malfoy. Más que tú, desde luego. No, Ron —dijo,
dirigiéndose a su amigo—. Malfoy no sabía nada del ataque de los
dementores. Su padre, al fin y al cabo, nunca ha confiado en él ¿verdad?.

—Es cierto —dijo Ron, sonriendo, recordando a qué se refería Harry—.


Como tú dices: «resultaría sospechoso que yo supiese demasiado». —
Malfoy palideció aún más—. Sí, Malfoy. Tú nunca l egaste a saber que fue
tu padre el causante de los ataques que hubo en segundo ¿verdad? Tu padre
nunca te contó que él puso el diario de Ryddle en el caldero de Ginny. Casi
muere por su culpa... y Hermione...

Malfoy retrocedió, asustado. Crabbe y Goyle miraban a Harry y a Ron


como si les vieran por primera vez.

—Sí. Gracias a su padre, casi cierran el colegio ¿no lo sabíais? —dijo


Harry mirando a los demás de Slytherin—. Habría sido divertido que por
no permitir estudiar a los hijos de muggles vosotros hubieseis tenido que
abandonar Hogwarts ¿verdad?

Los de Slytherin miraban alternativamente a Malfoy y a Harry y Ron,


asombrados, igual que muchos de los demás. Casi nadie conocía aquel as
cosas.

—¿Recuerdas, Malfoy, lo que nos dijiste en el tren, cuando volvíamos a


casa, al terminar cuarto? —le preguntó Hermione, mirándole fijamente—.
«Los sangre sucia y los amigos de los muggles serán los primeros en caer»
—le recordó. Luego miró a los demás de Slytherin—. ¿Creéis que es
cierto? ¿Creéis que estaréis a salvo por ser de sangre limpia? ¿Creéis que,
al igual que ahora, si no cumplís sus órdenes os esperará algo como
Azkaban? —Los de Slytherin miraron a Hermione, pero no dijeron nada
—. No. Él no perdona. No da otra oportunidad. Acordaos de Quirrel . Él le
sirvió, le ayudó... y Voldemort le abandonó cuando fracasó, dejándole
morir. ¿Es eso lo que queréis?

—Sí... —intervino Harry—. Igual que el sábado. Mandó a los dementores


atacar Hogsmeade... ¿Le importó algo que estuvierais al í? ¿Se preocupó
de que pudieseis sufrir daños? No, porque no le importa nada ni 167

nadie que no sea él mismo. Peter Pettigrew traicionó a sus mejores


amigos... a mis padres —aclaró Harry.

Hermione y Ron se sorprendieron al oírle contar aquel o—, a Sirius Black,


por él. Yo le perdoné la vida, cuando Lupin y Sirius querían matarlo, en
tercero... y él huyó, y ayudó a Voldemort a retornar... ¿Y cuál fue su
recompensa?: Voldemort le obligó a cortarse una mano por él, y luego se
limitó a burlarse. —Todo el mundo puso cara de asco al oír aquel o—.
¿Crees que tu padre está a salvo por ser partidario suyo, Malfoy?

Pues no lo está. Voldemort no dudaría ni un segundo en matarle si eso le


ayudara a conseguir sus planes. El año pasado él y sus amigos entraron en
el Departamento de Misterios por orden suya, arriesgándose, y cuando
Dumbledore apareció, se largó, dejándolos al í. No le importó lo más
mínimo que fueran a Azkaban.
Vosotros casi impedís que fuésemos al í, aquel día ¿recuerdas? Porque
claro, tu padre no te lo dijo... ¿Te imaginas que hubieseis conseguido
retenernos aquí? ¿Cómo crees que habría actuado Voldemort si l ega a
saber que casi estropeáis sus planes?

Malfoy cal aba. Los de Slytherin miraban al suelo, algunos asustados. El


os casi les habían impedido ir al Departamento de Misterios cuando
formaban parte de la Brigada Inquisitorial... Casi se habían interpuesto, sin
saberlo, en los planes de Voldemort. Los demás miraban a Harry, con una
expresión extraña, entre la admiración, la sorpresa y el temor.

—Sirius Black tenía un hermano —continuó Harry—. Se l amaba Regulus.


Sus padres, los Black, eran como tu padre, Malfoy. Tú ya debes saberlo,
eres de su familia, al fin y al cabo. Él también creía que Voldemort decía
la verdad sobre esas tonterías de la purificación de la sangre mágica y
demás... y se unió a el os. Pero tuvo miedo, quiso dejarlo cuando
Voldemort empezó a pedirle ciertas cosas. Obviamente, no pudo. Le
asesinaron. La purificación de la sangre mágica... —Harry soltó una risa
sin alegría— es curioso, teniendo en cuenta que él es hijo de padre
muggle... —Harry sacudió la cabeza, y miró a los de Slytherin otra vez—.

Pensad si eso es lo que queréis para vosotros y vuestras familias. Vivir


bajo el miedo constante: porque Voldemort no sólo mata a los enemigos o
a los traidores... también tortura a los que le fal an. Así que, si os unís a él,
tened cuidado de no decepcionarle...

Harry cal ó. Malfoy no decía nada. Miró a Warrington, pero éste bajó la
cabeza.

—¿Y qué, Potter? —soltó Malfoy—. Mejor arriesgarse a las iras del Señor
Tenebroso que aceptar vivir rodeados de gente como Granger y demás
¿verdad? —dijo, mirando a su grupo—. Te crees muy hombre por haber
escapado en junio, pero no escaparás siempre.

Ron volvió a sacar la varita.

—¡No! —le dijo Harry, que tenía una expresión extraña en la cara—.
Déjale. Es demasiado estúpido para comprenderlo. Su causa ha podido
costarle la muerte a mucha gente, incluso a amigos suyos... pero qué más
le da. Me das pena, Malfoy —Harry le sonrió—. Sí, creo que ya no te odio.
Sólo me das pena... me das pena por lo equivocado que estás, por lo
equivocado que está tu padre... Recuerdo una cosa que Voldemort dijo la
noche en que retornó, cuando tu padre y los demás volvieron a reunirse
con él: «yo no tengo clemencia»... Tu padre y los demás le abandonaron a
su suerte durante trece años, renegaron de él...

¿Crees que les ha perdonado? ¿Crees que los aprecia? Tal vez ahora los
necesite... pero, ¿y si gana? ¿Los perdonará, o habrán de recibir su castigo?

Malfoy no aguantó aquel o. Se puso lívido de rabia... y de miedo.


Warrington alzó la voz.

—¿Es cierto todo lo que has dicho? ¿Todo lo que has contado?

—¿No lo sabes acaso? —preguntó Harry—. Mírale a la cara a él y lo


sabrás. Pregúntale. Vosotros nunca habéis visto... nunca habéis entendido...
a el os no les importa nadie, aparte de el os mismos. Eres patético

—dijo, volviendo a dirigirse a Malfoy—. Tu padre es uno de sus


seguidores predilectos, y tú temes incluso decir su nombre... ¿Quieres
vivir siempre con miedo, Malfoy? ¿Crees que si los dementores te
hubieran besado el sábado él le habría pedido disculpas a tu padre?

Aquel o fue demasiado para Malfoy, sacó su varita y le apuntó a Harry.

— ¡Des...!

Pero Harry fue mucho más rápido.

— ¡Expel iarmus!

La varita de Draco saltó de su mano y Harry la cogió. Harry avanzó.


Malfoy retrocedió lentamente.

—Ya hace mucho tiempo que hemos dejado de ser unos niños, Malfoy —
le dijo Harry lentamente, mirándole directamente a los ojos—. Ya no es
como en primero, cuando jugábamos a quitarnos puntos, tratando de
hacernos las cosas difíciles aquí. Ya no es tiempo de bromas. He estado
muchas veces al borde de la muerte, y no te tengo miedo. Muchas cosas
han cambiado desde al año pasado. Muchas más de las que te imaginas...
sé que eres demasiado estúpido, o demasiado orgul oso, para entender, y
yo no pienso peder el tiempo contigo. Estás solo. No tienes amigos...
realmente, me das pena. Nadie haría nada por ti.

Harry le devolvió su varita. Malfoy la cogió, pero su mirada irradiaba el


odio más intenso que a Harry le habían dirigido nunca.

—Lárgate —le espetó Ron.

—Sí, vete Malfoy —agregó Katie Bel .

—No queremos verte —añadió Ginny.

168

—Fuera —dijo Evan Modded.

Malfoy los miró a todos, con odio.

—Vámonos —ordenó, mirando a Crabbe, a Goyle y a los demás—.


Larguémonos.

Se dirigió al castil o. Crabbe y Goyle le siguieron, Pansy Parkinson


también, pero miraba al suelo. Su grupo de amigas, tras dudar, fueron tras
el a.

—Vais a acabar todos muy mal —les advirtió Malfoy, volviéndose—.


Tenedlo por seguro.

—Eso me lo l evas diciendo desde hace cinco años —replicó Harry—. Y


aquí seguimos.

Malfoy continuó. Harry se volvió y miró a Bletchley, a Warrington y a


otros de Slytherin que estaban con el os.
—No todos en Slytherin somos así —dijo Warrington, y su voz sonó como
una disculpa—. No todos nosotros queremos que muera gente, ni
apoyamos a Quien Vosotros Sabéis.

—No sabíamos ni la mitad de las cosas que has contado —agregó


Bletchley—. Yo también tengo miedo de él.

Harry les miró.

—Está bien.

—No es que nos gusten los sangre... bueno, los hijos de muggles —explicó
Warrington, mirando a Hermione

—. Pero no queremos que mueran, ni el os ni los muggles.

—¿Alguna vez habéis tratado con alguien de familia muggle? —intervino


Hermione, acercándose.

—No... —admitió Bletchley—. Es algo que nunca...

—Pues deberíais. Creo que nunca he hecho nada para merecer vuestro
desprecio.

—Nosotros no queríamos que muriera nadie cuando hubo los ataques, hace
cuatro años —dijo Bletchley—.

No nos importaba que os asustaran, pero no queríamos que hubiera


muertos.

—Está bien —dijo Hermione—. Quizás... quizás muchos de nosotros


podríamos empezar de nuevo.

—Lo sentimos —dijeron Warrington y Bletchley dándole la mano a


Hermione, aunque con algo de reticencia

—. No queremos que nos odiéis. Nunca nos habíamos dado cuenta de lo


mucho que todos nos odiáis a los que estamos en Slytherin hasta que
vimos a los demás en la enfermería, el día del ataque, y no nos gusta.
No nos importaba que prefirierais que ganara cualquier casa que no fuera
la nuestra, pero no queremos que nos odiéis de esa forma. Nosotros
también tuvimos miedo en Hogsmeade.

—Yo no quiero odiar a nadie —repuso Harry.

—Creemos que eres un buen capitán del equipo, Potter —le dijo
Warrington—. Has hecho un buen trabajo.

—Gracias —Respondió Harry, sonriendo ligeramente.

Bletchley se dirigió a Ron.

—Eres un buen guardián —admitió—. Te mereces el puesto.

Ron dudó, pero al final le estrechó la mano.

—Sentimos lo de la canción, Weasley —añadió Warrington—. Y también


lo de aquel día en el despacho de Umbridge... nosotros también creíamos
que era un estúpida, pero... bueno...

—Está bien, dejadlo así. Olvidémoslo —dijo Harry.

—Deberíamos regresar al castil o —sugirió Ginny—. Aquí hace


demasiado frío.

—Sí, será lo mejor —dijo Harry, mirando a su alrededor—. Se ha hecho


casi de noche.

Harry volvió la vista hacia, el castil o, y vio a Malfoy, Crabbe y Goyle, que
miraban la escena desde lejos.

Pansy Parkinson y sus amigas ya se habían ido al castil o. Harry los miró
un momento, y echó a andar hacia el os.

—Harry ¿adónde vas? —preguntó Hermione.

—Nos vemos ahora —respondió Harry.


Corrió y se acercó a Malfoy, que fruncía el ceño y parecía muy
contrariado.

—Quiero hablar contigo, Malfoy —dijo Harry suavemente.

—Pues yo contigo no. ¿Crees que me lavarás el cerebro, como a esos


estúpidos de Warrington y Bletchley?

Pues no lo harás.

—Yo no quiero lavarte el cerebro. Sólo quiero hacerte una pregunta.

Malfoy no dijo nada.

—¿Sabías lo de Hogsmeade? —preguntó Harry.

Malfoy curvó su boca en una sonrisa, pero no respondió.

—Dime que no lo sabías, y te creeré.

Malfoy arrugó la frente.

—¿Qué? ¿Ahora confías en mí?

—No, pero te creeré si aquí y ahora me dices que tú no sabías nada.

—¿Y qué más te da?

—Mira, Malfoy. Nos hemos odiado desde el primer día que nos vimos. Sé
que nunca podríamos l egar a ser amigos. Sólo trato de darte una nueva
oportunidad. No te pido que te unas a nosotros, o a nuestro bando.

Sólo que te apartes.

Malfoy sonrió.

169
—¿Y por qué? Tú elegiste el bando malo, Potter. Te lo dije siempre. Estás
en el bando perdedor.

—¿Sabes lo que me da más pena de ti, Malfoy? —Draco le miró—. Que


no te das cuenta de que, consigáis o no la victoria en esta guerra, siempre
seréis los perdedores.

—¿Eso crees, eh? Pues déjame decirte que yo pienso que no. El Señor
Tenebroso librará al mundo mágico de toda esa basura como los sangre
sucia y demás. Yo a eso lo l amo ganar.

—¿Por qué ese odio a los hijos de los muggles? ¿Por qué?

—¿Lo ves, Potter? Tú también te criaste con muggles. Tú tampoco


entiendes nuestras costumbres. Esa infecta sangre sucia quitó a los sangre
limpia lo que era nuestro por derecho. Deben ser eliminados.

—¿De qué hablas?

Malfoy sonrió más, despectivamente.

—No tienes ni idea de nada. Nosotros hemos estado en el mundo mágico


siempre. No vamos a tolerar que los sangre sucia aparezcan de pronto a
aprovecharse de lo que es nuestro. Perderéis, Potter. Te veré muerto.

—Malfoy. Recuerda lo que pasó en la enfermería el otro día. Te estoy


dando una oportunidad, a pesar de lo que te detesto, de que recapacites. Es
una última oportunidad. Haz tu elección, porque no habrá vuelta atrás.

Si ahora eliges ser como eres, seguir así, pues bien, te consideraré como
enemigo, y entonces pobre de ti si me entero de que has hecho alguna.

—¿Eso es una amenaza?

—Sí, lo es.

—Bien, Potter. Pues déjame a mí decirte algo: no me importan tus


amenazas. Estoy donde tengo que estar.
Jamás me juntaría con alguien como tú, Granger o Weasley.

Malfoy se volvió y se dirigió al castil o.

—Bien —dijo Harry, mirando hacia la espalda de Malfoy—. Has elegido.


Espero que nunca necesites que alguien arriesgue su vida por ti, Malfoy.

Le miró durante unos segundos y se volvió, a esperar a los demás. Se había


tragado su orgul o, y el odio que sentía por Malfoy, por darle una nueva
oportunidad, porque había visto el miedo en su cara el día del ataque de
los dementores, porque había esperado que quizás comprendiese lo que
podía ser el futuro bajo Voldemort, pero no lo había conseguido. Estaba
tan convencido, o su orgul o era tan grande, que nunca aceptaría lo erróneo
de su conducta. Harry no pensaba volver a intentarlo. Una vez, él había
rechazado la mano de Malfoy, porque Malfoy no le gustaba, y además él
había despreciado a Ron, sólo porque era pobre, y Ron y su familia habían
sido las únicas personas, aparte de Hagrid, que le habían tratado bien.
Quizás no fuera el mejor en nada, quizás no tuviera mucho dinero, pero era
un amigo leal, y buena persona. Con él y su familia Harry se sentía como
con la suya propia, y eso, para alguien que no había conocido más que
desprecio hasta donde podía recordar, era más importante que ninguna otra
cosa.

Ahora, él le había tendido no la mano, pero sí un puente a Malfoy. Una


oportunidad de no ser algún día un mortífago, pero el chico la había
rechazado. Según él, parecía muy ofendido por algo que los hijos de
muggles les había hecho, o quitado, pero Harry no sabía qué era.

Harry no le había mentido. Había sido una última oportunidad. Estaban en


guerra, sus amigos estaban amenazados, y él no iba a permitir que nada
pudiera pasarles. No toleraría ni lo más mínimo al enemigo.

Ahora, para él, Malfoy no era ya partidario del enemigo: era parte del
enemigo, lo mismo daba si realmente era así o no. Si hacía algo, o si Harry
sospechaba algo, ninguna norma del colegio, prefecto o profesor libraría al
Slytherin de pagar por el o.
Los demás l egaron entonces junto a él, interrumpiendo sus pensamientos,
y, sin decir nada, emprendieron el rumbo al castil o. Para entonces, volvía
a nevar. Hermione abrió un camino en la nieve, y los demás iluminaron sus
varitas. Nadie habló mientras recorrían el camino que separaba el castil o
del campo de quidditch. Cuando l egaron al vestíbulo, se miraron un
momento.

—Bueno, nosotros nos vamos a nuestra sala... —dijo Warrington— Nos


vemos...

—Adiós —se despidieron. Los de Ravenclaw se fueron a su sala, los de


Hufflepuff a la suya y los de Gryffindor se dirigieron al pasil o de la
Señora Gorda. Entraron y se sentaron junto al fuego.

—¿Ha sido una tarde extraña, verdad? —Preguntó Hermione.

—Sí —corroboró Ginny—. Nunca imaginé...

—La mayoría de el os no tenían ni idea de muchas de las cosas que


pasan... —dijo Hermione.

—Malfoy, sin embargo... —Dijo Ginny.

—Malfoy es imbécil —Dijo Ron, tajante.

—¿De qué hablaste con él, Harry? —quiso saber Hermione.

Harry les contó su conversación con Malfoy, su propuesta, y la negativa


del muchacho.

—Bueno, era de esperarse, ¿no? —dijo Ginny.

—Habrá muchos como él —les dijo Harry—. Pocos actuarán como


Warrington y Bletchley. Ya visteis a Parkinson y a sus amigas.

—Sí, pero al menos tuvo la decencia de avergonzarse —agregó Hermione,


sonriendo.

170
—Hay más gente que opina así —dijo Harry—. Acordaos de todos aquel
os que se unieron al grupo de los mortífagos en los Mundiales de
Quidditch para divertirse a costa de aquel os muggles...

—Dejemos esto —pidió Ron—. Podríamos hacer algo más productivo,


como bajar a cenar.

Todos se rieron, y siguieron a Ron por el agujero del retrato.

Cuando l egaron al Gran Comedor, se fijaron en que la mesa de Slytherin


estaba muy alterada. Malfoy miraba hacia el os a cada rato, con la mayor
mirada de odio que le habían visto nunca. Su mirada se cruzó con la de
Harry, dejando claro lo que se habían dicho: el tiempo de los juegos se
había acabado. Ahora eran enemigos, pero no como lo habían sido antes;
ahora eran enemigos de verdad. Cada uno había escogido su bando, y nada
podría cruzar el precipicio formado entre ambos.

Eso, sin embargo, no explicaba la alteración en la mesa de Slytherin, ni la


cara de enfado de Malfoy. No tuvieron que esperar mucho para saber qué
pasaba, porque, a la salida de la cena, Dul ymer se acercó a el os.

—¿Qué habéis hecho esta tarde? —les preguntó, serio.

—¿Cómo? —dijo Harry—. ¿A qué te refieres?

—Tuvisteis un enfrentamiento con Malfoy en el campo de quidditch,


¿verdad?

—Sí —le respondió Harry.

—Pues no sabéis la que habéis armado: Warrington y Bletchley l egaron


después, y Draco se les enfrentó.

Tuvieron una discusión muy fuerte. Todo el mundo se enteró de eso que
dijiste sobre que el padre de Draco había sido el causante de los ataques en
segundo, y Warrington le dijo a Malfoy que era un odioso y que todo el
mundo odiaba a Slytherin más que nunca por causa suya y cosas así... Se
armó una buena. Algunos se pusieron de parte de él, y otros en contra,
luego discutieron acerca de Quién Vosotros Sabéis y demás...

Draco está enfadadísimo con vosotros.

Ron sonrió.

—¿Draco Malfoy con enemigos en Slytherin? —preguntó, sin acabar de


creérselo—. Pues me alegro, es hora de que le pongan en su sitio también
al í. Francamente, no me extraña, después de lo sucedido el sábado en
Hogsmeade... Es hora de que la gente de tu casa espabile y se entere de a
quién tiene por compañero.

—No te digo que no —repuso Henry—. Pero yo que vosotros tendría


cuidado. Nunca le había visto tan furioso... y bueno, no está solo. Hay
gente que le apoya, no lo olvidéis.

—Estamos acostumbrados a las furias de Malfoy, no te preocupes —le


dijo Harry—. Ojalá nuestro único problema fuese él...

—Bueno, yo os he avisado.

—De acuerdo —dijo Ron—. Gracias.

Dul ymer se despidió y se fue, y el os regresaron a la torre de Gryffindor.

—Guau —dijo Ron al entrar—. Ya estoy deseando verle de cerca, a ver la


cara que pone ese estúpido...

Bueno —Ron miró a Harry—. ¿Va una partida de ajedrez antes de irnos a
dormir?

Harry aceptó la partida.

El resto de la última semana pasó tranquilo, aunque Malfoy, Crabbe y


Goyle, cada vez que veían a Harry, Ron y Hermione crispaban los puños,
lanzándoles miradas asesinas. Harry suponía que buscaban alguna ocasión
apropiada para vengarse, pero le daba lo mismo. De todas formas, no
tenían muchas oportunidades, porque nadie vagaba por el castil o a
deshora, ni nadie iba nunca solo, con lo que Malfoy y los demás sólo
podían gruñir y poner malas caras.

Así l egó el final del trimestre, y los carruajes aparecieron frente a las
puertas para l evar a casa a los alumnos que se iban por Navidad, aunque,
desde luego, nadie de cuarto para arriba se iba a casa, ni ninguno de los
alumnos de los cursos inferiores que estaban invitados al baile. Harry, Ron
y Hermione pasaron la tarde del último viernes de clase tomando el té con
Hagrid. Al día siguiente, sábado, tendrían el primer entrenamiento del
equipo, y Harry quería empezar temprano, para jugar un buen rato antes de
que l egara la noche.

El sábado, después de comer, Harry y Ron se levantaron para ir hacia el


campo de quidditch. Ron le preguntó a Hermione si le apetecía ir, pero el a
se negó.

—Voy a aprovechar para visitar las cocinas —dijo, decidida—. Y luego iré
a la biblioteca...

—¿Aún sigues con lo del PEDDO? ¡Creí que ya lo habías dejado! —


exclamó Ron.

—¡Por supuesto que no! —Dijo Hermione, ofendida—. No voy a dejar a


los pobres elfos desamparados.

Simplemente, he hecho una pausa por falta de iniciativas... pero no voy a


dejarlo.

Ron meneó la cabeza, pero no dijo más. Subieron a coger las escobas y,
acompañados por Ginny, bajaron al campo. Fueron los primeros en l egar.
Entraron en los vestuarios y se cambiaron, procurando ponerse mucha ropa
de abrigo. Realmente hacía mucho frío. Un rato después fueron l egando el
resto de jugadores, pero los 171

de Slytherin venían en dos grupos: en uno Malfoy y Crabbe, y en el otro


Warrington, Bletchley y el otro cazador suplente.
En cuanto Malfoy y Crabbe entraron, le lanzaron una mirada asesina a
Harry y a Ron, pero no dijeron nada, y Harry no les hizo caso. Dio las
instrucciones para el entrenamiento como siempre, y salieron a jugar. Las
condiciones eran bastante buenas, porque a pesar del frío y la nieve, el día
estaba claro y se veía bien.

Fue un buen entrenamiento. Los de Slytherin se mostraron más


colaboradores que nunca, excepto Malfoy y Crabbe, que se comportaron
de manera muy agresiva. En una ocasión, Crabbe le lanzó una bludger tan
fuerte a Ginny si la chica no hubiera tenido buenos reflejos la habría tirado
de la escoba. Ron se puso hecho una furia.

—¡Pero qué haces, bestia! ¿Estás loco? —Ron voló hacia él. Crabbe se
reía.

—Veremos qué hace Weasley, ¿eh, Potter? —le dijo Malfoy a Harry,
observando la escena.

Harry le lanzó una mirada dura a Malfoy y se lanzó hacia Ron, pero sin
necesidad, porque Warrington y Katie Bel le pararon.

—Venga, Ron, no ha pasado nada. Déjale —dijo Katie

—Oye, Crabbe —dijo Harry, acercándose—. Si vuelves a hacer algo así en


un entrenamiento, hablaré con la señora Hooch, ¿entiendes? Así que si
quieres seguir en el equipo, compórtate.

Crabbe miró a Harry, sin dejar de sonreír.

—Vamos, vamos, Potter. Tu querida admiradora debería poder defenderse


de una simple bludger, ¿no? —

Sonrió aún más—. A lo mejor no...

—Cál ate, Draco —le espetó Warrington—. Deberíamos seguir con el


entrenamiento.

—Vaya, ¿ahora también defiendes a esta escoria? —le contestó Malfoy—.


¿Por qué no te buscas una sangre sucia para que te acompañe al baile?
¿Qué, te han perdonado haber sido miembro de la Brigada Inquisitorial?
¿O Potter va a firmarte un autógrafo?

—He dicho que te cal es.

—¡Basta! —gritó Harry—. Las diferencias personales que tengamos las


dejamos para después, estamos aquí porque somos un equipo ¿de acuerdo?
Y nos vamos a comportar como un equipo. Ron, vuelve a los aros.

Ron obedeció, pero siguió lanzando feroces miradas a Crabbe y a Malfoy.

El entrenamiento, afortunadamente, terminó sin más incidentes, pero la


tensión se notaba cada vez más.

Harry se preguntó cuánto aguantaría el equipo aquel a situación.

Mientras se cambiaban, al terminar, Harry miraba a Draco. Le había


pedido que le dijera que no sabía nada del ataque de los dementores. Si se
lo hubiese dicho, Harry le habría creído, porque si lo hubiese sabido, Harry
estaba seguro de que se vanagloriaría de el o. Pero Malfoy no le había
respondido, y ahora no sabía qué pensar; por una parte, estaba casi
convencido de que si lo hubiese sabido, no habría ido a Hogsmeade aquel
día. Por otro lado, si Malfoy no hubiera hecho aquel a extraña burla con el
galeón, Harry no se habría dado cuenta de que no l evaba su monedero
hasta l egar al pueblo, y el plan de hacerle ver cómo los dementores
eliminaban a Ron y a Hermione habría fracasado. ¿Lo habría hecho
Malfoy a propósito, o había sido casualidad? ¿Y si había sido casualidad,
cómo pensaba hacer el que le había quitado el monedero para que se diera
cuenta de que no lo l evaba? ¿Lo habría dejado a la suerte? Harry lo
dudaba. Conocía lo suficientemente bien a Voldemort como para poder
asegurar que ninguno de sus siervos dejaría los detal es de un plan como
ése a la suerte.

Sus pensamientos no le l evaban a nada. Estaba tan confundido como


antes.

172
18

El Baile de Navidad

El primer domingo de las vacaciones de navidad, la mayoría de los


alumnos se lo pasaron jugando fuera, en la nieve. Harry, Ron y Hermione
también salieron. Empezaron a jugar a lanzarse bolas de nieve con otros
muchos alumnos, y acabaron en una verdadera batal a campal. Harry, Ron
y Hermione se enfrentaron a Nevil e, Seamus y Dean, hechizando bolas de
nieve para golpearse. Obviamente, los primeros tenían ventaja, porque
Hermione dominaba los hechizos levitatorios como nadie y pronto tuvo un
verdadero ejército de bolas de nieve, que Ron y Harry hacían, persiguiendo
a los otros tres. Tanto revuelo armaron, que los alumnos de Castelfidalio
se les unieron, y luego también los de Beauxbatons, ya que Amelie, su
capitana, estaba charlando con Viessi, y había ido corriendo a avisar a sus
compañeros. Llevaban ya otro buen rato cuando Ginny y sus amigas se les
acercaron para participar, y luego el resto del ED. Harry tenía que
reconocer que Marietta Edgecombe era realmente simpática si se lo
proponía, y se lo había propuesto, para intentar compensar lo del año
anterior. Había pedido disculpas a todo el mundo e incluso Hermione le
había dicho que lamentaba lo del embrujo, pero que «era necesario». Ron
se sorprendió bastante de eso, pero sólo se lo comentó a Harry.

No pasó mucho antes de que medio colegio estuviera observando cómo


jugaban todos el os con la nieve.

Dado que Hermione era tan buena con los hechizos levitatorios, casi todos
los demás fueron contra el a.

—¡Aaagh! —gritó, cubriéndose como podía e intentando alejar la enorme


cantidad de bolas que les arrojaban.

—¡Venga, a por el os! —gritó Seamus, pletórico.

—Por las barbas de Merlín... ¿y qué hacemos? —preguntó Ron, viendo


cómo todos se les venían encima, riéndose.
—Haz un encantamiento escudo repulsor, Ron —dijo Harry, riéndose—.
Tengo una idea... ayúdale Hermione.

Lo hicieron, y las bolas que les lanzaban empezaron a rebotar.

—¡Vamos, Harry, no resistiremos todo el día! —le dijo Ron,


retrocediendo.

—Vale, al á voy... ¡Preparaos! —les gritó a los demás. Levantó su varita,


apuntó al frente, y gritó—:

¡Deflagratio!

Hermione le miró abriendo mucho los ojos.

—¡Harry! ¿Qué...?

El hechizo de Harry estal ó a unos metros de el os, pero no produjo fuego,


sino que levantó una gran cantidad de nieve, arrojándola contra los demás,
que avanzaban hacia el os, y haciéndoles caer, completamente cubiertos de
blanco.

Harry, Ron y Hermione estal aron en carcajadas, viendo a los demás.

—¡Eso no vale! —gritó Ginny, perpleja y cubierta de nieve.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Anton, levantándose y sacudiéndose


la nieve que le cubría.

—Se me da bien —respondió Harry, que no podía parar de reírse.

—¿Ah, sí? —dijo Nevil e, con mirada peligrosa, y apuntó a Harry—.


¡Expel iarmus!

La varita de Harry saltó de las manos, y Nevil e la recuperó con el


encantamiento convocador.

—¡Buena idea! —gritó Cho, desarmando a Ron, mientras Hannah Abbott


le quitaba la varita a Hermione.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ginny, con una risita.

—Creo que necesitan un escarmiento.

—Sí, yo también lo opino.

—¡No vale! —exclamó Ron—. Sin las varitas no...

Pero no terminó la frase, sino que empezaron a correr, perseguidos por


todos los demás, que aún estaban medio cubiertos de blanco. Se dirigieron
a la cabaña de Hagrid, y entraron en el a, cerrando la puerta.

—¿Qué hacéis? —preguntó Hagrid, que se había levantado de un brinco,


sorprendido. Estaba tomando el té con Madame Maxime, que también
miraba a los tres con curiosidad.

—Bueno, verás, es que estábamos en una pelea de bolas de nieve, y lo


tenemos mal, como puedes oír —

explicó Harry, jadeando, mientras fuera se oían los gritos de «¡Salid!» y


«¡Hagrid, sácalos!».

Hagrid se rió.

—¿Y vuestras varitas?

—Las tienen el os —respondió Ron, mirando por la ventana, contra la que


se estamparon varias bolas de nieve.

—Pues lo tenéis mal... —les dijo Hagrid, sonriendo.

—¡Salid! —se oyó gritar, al otro lado de la puerta.

173

—¿Qué vais a hacer? —preguntó Hagrid.

—Bueno, habrá que salir, supongo... —dijo Harry, temeroso.


—Suerte —les deseó Madame Maxime.

—Gracias —respondió Hermione, mientras Harry abría la puerta


lentamente.

Los tres salieron de la cabaña, despacio, mientras todos los demás les
miraban, con las varitas sacadas y rodeados de bolas de nieve flotantes.

—Eh... bueno... ¿no podríamos hacer una tregua? —preguntó Ron.

El grupo de alumnos que tenían delante estal ó en una carcajada. Eran


muchos: todos los miembros del ED, los de Castefidalio, los de
Beauxbatons, así como varios alumnos más, entre los que se encontraba
Henry Dul ymer, que hablaba con Ginny mientras les miraba.

—Bueno, ¿qué decís? —preguntó Harry.

La respuesta fue una inmensa l uvia de bolas de nieve que los dejó
empapados. Se quitaron la nieve como pudieron, mientras Ginny, Cho y
Nevil e les devolvían, riéndose, sus varitas.

—Ya estamos en paz —dijo Nevil e.

Se juntaron todos y se pusieron a hablar, riéndose. Un grupo de chicos


riéndose y hablando, disfrutando de los primeros días de la Navidad,
riéndose a pesar de lo que habían pasado recientemente.

Desde una ventana del cercano castil o, un anciano de larga barba blanca
les observaba con una sonrisa. Le alegraba verlos así. Le daba esperanzas.
Nadie sabía tan bien como él cuán mal estaban las cosas, cuán terrible
sería la tormenta cuando de verdad estal ase. Sabía muy bien que, hasta el
momento, sólo habían l egado los primeros nubarrones. Contempló al
grupo de chicos, especialmente a seis de el os. Cuánto habían cambiado,
cuánto habían aprendido. Sólo esperaba que nada pasara antes del baile de
Navidad, que tuvieran ocasión de disfrutar y distraerse por unos días. En el
os estaba la esperanza, y ahora, viéndolos así, unidos, supo que quizá todo
acabaría bien.
Con una sonrisa aún más grande, Albus Dumbledore se retiró de la
ventana.

En el nevado jardín, el grupo de chicos se disgregó, excepto algunos


grupitos aislados. Se despidieron y cada uno regresó a su habitación, o, en
el caso de los de Beauxbatons y Castelfidalio, a su carruaje o tienda de
campaña, a secarse y a cambiarse de ropa.

—Ha sido estupendo, ¿verdad? —decía Ginny cuando l egaron a la sala


común.

—Ya lo creo... ese hechizo explosivo, Harry ¡fue espectacular! —añadió


Dean.

—Sí, pero pudo haberte salido mal —le reprendió Hermione.

—Sé lo que hago —repuso Harry—. Controlo perfectamente ese hechizo.

—Ya lo sé, pero de todas formas...

—Vamos, Hermione, tú también te reíste —le dijo Ron.

—Sí, pero es que... fue muy gracioso —dijo Hermione, que abandonó su
expresión seria y volvió a reírse.

Los días que transcurrieron hasta el día del baile no fueron tan divertidos,
ya que tenían bastantes deberes, y Harry también tenía que pensar en los
entrenamientos de quidditch y en la siguiente reunión del ED. Desde el
domingo hasta el día del baile, el jueves, tenían entrenamiento dos días, el
lunes y el miércoles, así que Harry señaló el martes a las seis para la
próxima reunión del ED.

Los entrenamientos iban bastante bien, y todo el equipo se mostraba


satisfecho. Incluso Malfoy se ahorraba sus comentarios, aunque no parara
de lanzar miradas asesinas a Harry y a Ron.

El martes, Harry se dirigió solo a la Sala de los Menesteres. Hermione y


Ron tenían que hacer algo de unas rondas por ser prefectos, así que
acordaron en verse al í.
Fue el primero en l egar, y se sentó, a esperar, hasta que unos minutos
después de él l egó Luna Lovegood.

—Hola —saludó el a en cuanto l egó, sentándose a su lado.

—Hola. ¿Qué tal te va?

—Bueno, como siempre —respondió el a—. ¿Y a ti? Ya he visto que te


encuentras mejor que aquel día que estabas junto al lago.

—Sí, me encuentro mejor. Ese día me ayudaste. Y ya es la segunda vez —


dijo Harry sonriendo—. Gracias.

—No hay de qué.

—¿Vas a ir al baile? —le preguntó Harry.

—No creo —contestó el a—. Nadie me ha invitado.

—¿Por qué no invitas tú a alguien?

—Nadie querría ir conmigo. Además, no me gusta bailar.

—Bueno, aquí te apreciamos... ¿Por qué no se lo pides a Nevil e? Creo que


él tampoco tiene pareja...

—Sí que tiene —dijo Luna. Harry la miró, un tanto sorprendido—. Me


encontré con él hoy por la tarde y estuvimos hablando un rato.

—¿Y quién es?

—No lo sé...

174

—Bueno, pues no sé... alguien del ED habrá que no tenga pareja, ¿no?

—Da igual —dijo Luna—. Pero, de todas formas, igual me paso por al í...
—Sí, venga. Aunque no traigas pareja, nos reiremos un rato...

No siguieron hablando más, porque empezaron a l egar todos los demás.

—Bueno —dijo Harry a sus compañeros cuando estuvieron todos en la


sala—. Dado que todos estaréis más preocupados por el baile de Navidad
que por otras cosas, hoy haremos algo sencil o... y no será una batal a con
bolas de nieve —añadió, entre las risas de los demás—. He pensado en
practicar el hechizo Incárcerus.. . No es demasiado potente, pero resulta
útil. Es lo único que aprendí de la profesora Umbridge —

comentó, sonriente, mientras los demás repetían entre el os «¿Ha dicho la


profesora Umbridge?»—. Os haré una demostración. Levántate, Ron.

—¿Yo? ¿Por qué yo?

—Vamos, no voy a hacerte nada.

Ron se levantó, con desconfianza, y se puso delante de Harry.

—Vale, este hechizo sirve para atar al contrario ¿de acuerdo? Observad. —
Apuntó con la varita a Ron y exclamó—: ¡Incárcero!

Unas cuerdas se soltaron de la punta de su varita y ataron a Ron,


haciéndole caer al suelo.

—¿Veis? No es muy potente, pero es algo —comentó, mientras señalaba a


Ron de nuevo, diciendo

« ¡Diffindo! » para liberarle—. Poneos en parejas y practicad. Y cuidado al


liberar a vuestras parejas, no les vayáis a seccionar un brazo o una oreja...

Se pusieron en grupos para practicar. No tardaron demasiado en coger la


idea del hechizo, que era bastante sencil o. Luego, Harry les dijo que se
fueran, que ya seguirían después del día del baile.

Cuando iban a irse, Cho le pidió a Harry si podía hablar con él.

—Eh... sí, claro —respondió.


—Te esperamos abajo, Harry —dijo Hermione, que salió con Ron y Ginny.

—¿Me esperáis abajo también vosotros? —les preguntó Cho a Michael y a


Marietta.

—Claro —contestó el chico. Al parecer, se había dado cuenta de que Harry


no tenía ninguna intención con Cho, o tal vez el a le había asegurado que
no sentía nada por Harry, pero se había vuelto mucho más amable y
confiado—. Hasta luego, Harry.

—¿Qué querías? —preguntó Harry, algo nervioso, cuando se quedaron


solos.

—Bueno... sólo hablar un minuto —dijo el a, dando una vuelta alrededor


de Harry, que la miraba, desconcertado. Cho miró al techo, donde Dobby
había colgado muérdago—. ¿Te acuerdas del año pasado?

Me dijiste que seguramente estaría l eno de nargles...

—Sí... —dijo Harry, que no entendía por qué Cho le hablaba de aquel o. El
a estaba con Michael... Su mente empezó a divagar. ¿Qué haría si intentaba
besarlo otra vez?

—¿Tienes pareja para el baile de Navidad? —preguntó el a, mirándole y


sonriendo.

—Eh... sí, voy a ir con Ginny.

—Me alegro —dijo Cho, mirando la sala como si la viese por primera vez
—. Yo voy a ir con Michael, claro.

—Claro —dijo Harry, que seguía sin entender a qué venía aquel o.

—Bueno, sólo quería desearte feliz navidad, y eso, saber si ibas a ir al


baile... y si... bueno, si no te importaría bailar una vez conmigo. Por los
viejos tiempos...

—Eh... —dijo Harry, perplejo ante la invitación— No, claro que no...
bueno, si Ginny no tiene inconveniente...
Cho le sonrió.

—No pienses cosas que no son —aclaró la chica—. Pero realmente me


apetecía... como hace dos años me lo pediste... ¿Sabes? —añadió—. Si no
hubiera ido con Cedric igual habría aceptado...

Harry le sonrió por vez primera desde que se habían quedado solos.

—Oye... sé que no fui muy comprensivo contigo el año pasado... Yo, si


quieres... estoy dispuesto a contarte todo lo que sucedió aquel a noche...

—Gracias, Harry... pero creo que ya no lo necesito. Sé que para ti no fue


fácil estar conmigo... —Bajó la mirada, y luego volvió a mirar a los ojos
de él—. Has cambiado mucho este año... Has crecido ¿sabes?

Estás distinto...

—Sí, lo estoy —reconoció Harry, pensando en el o—, han pasado muchas


cosas... y he sabido... bueno, lo siento, no puedo decírtelo...

—No pasa nada —dijo el a—. Bueno, será mejor que bajemos ¿no? Nos
veremos en el baile —se despidió, dirigiéndose a la puerta.

—¡Espera! —la l amó Harry—. No debemos andar solos por el castil o.


Bajaremos juntos.

—Vale —aceptó Cho, sonriendo abiertamente.

Cuando Harry entró por el retrato de la señora gorda, diez minutos más
tarde, se encontró a Ginny, a Ron y a Hermione, que le esperaban. Harry se
sentó al lado de Ginny y Hermione.

175

—¿Qué te quería? —le preguntó Ginny, con interés.

—Nada. Sólo saber si iría al baile, y si tenía pareja...

—¿Por qué? —preguntó Ron—. ¿El a no va a ir con Corner?


—Sí —respondió Harry, acariciando a Crookshanks, que se había subido a
sus piernas.

—¿Entonces?

—Bueno, me dijo que hace dos años, si no hubiese ido con Cedric, tal vez
habría ido conmigo... y que si querría bailar una vez con el a pasado
mañana. ¿Te importa? —le preguntó a Ginny—. Yo le dije que claro que
no me importaba, pero si a ti te molesta...

Ginny le sonrió.

—Claro que no, Harry, no te preocupes.

Harry sonrió también, aliviado. Lo último que habría querido era que
Ginny se hubiese enfadado.

Pasó el miércoles y finalmente l egó el día de Navidad. Harry se despertó


bastante pronto, pero no tanto como Ron, que ya estaba mirando sus
regalos de Navidad cuando Harry se incorporó.

—...aquí el tradicional jersey Weasley —decía Ron, abriendo sus regalos.


Ya estaba vestido. Sintió a Harry y miró hacia él—. ¡Ah! Buenos días,
Harry. Feliz Navidad.

—Feliz Navidad, Ron —contestó Harry sonriendo.

Seamus, Nevil e y Dean también se habían despertado y empezaron a abrir


sus regalos. Harry abrió el primer paquete, que resultó ser el jersey de la
señora Weasley, verde con unas letras doradas que ponía

«HP», más la acostumbrada caja de dulces. Hagrid les enviaba también un


gran surtido de golosinas de Honeydukes, con todas las preferidas de Ron
y Harry. Fred y George les enviaron un nuevo paquete de su tienda, que
contenía unos sombreros que dejaban caer sobre la cara del que se los
ponía ceniza, huevo, harina o agua. Ron, tras abrir el paquete de sus
hermanos, abrió el de Harry, que era un estupendo álbum de fotos sobre los
Chudley Cannons, su equipo de quidditch favorito.
—¡Gracias, Harry! —exclamó Ron pasando algunas páginas, antes de
seguir abriendo el resto de regalos.

Harry desenvolvió otro de sus regalos. Era un libro, una especie de álbum
de fotos. Era de parte de Ron, Hermione y Ginny. Tenía un título: La
Primera Copa de Quidditch. Harry lo abrió, extrañado, y vio lo que era:
una gran colección de fotos de los partidos de quidditch de su tercer año en
Hogwarts, cuando habían ganado el campeonato por primera vez.

—¿Cómo has...? —preguntó Harry, emocionado, mirando a su amigo.

Ron sonrió.

—Colin Creevey —respondió Ron—. ¿No recuerdas que se pasaba todo el


día haciendo fotos? Pues Ginny habló con él y le pidió una copia de todas
las de ese año en los partidos. Es un regalo de los tres, no sólo mío —
aclaró Ron.

Harry miró el álbum. Era muy bonito. Lo abrió por las últimas página y se
encontró fotos de él, de Ron, de Hermione, de Ginny, de Fred y George y
de más alumnos de Gryffindor. Debajo había una inscripción firmada por
los tres: « De tus mejores amigos, para que nunca nos olvides, Harry
Potter».

—Nunca podría olvidaros —dijo, mirando a Ron, conteniendo a duras


penas las ganas de abrazarle—. Es precioso, de verdad.

—Bueno, es sólo un regalo, y éramos tres.

—Es el mejor regalo que he recibido nunca —replicó Harry—. Excepto


quizás el álbum de mis padres y la capa invisible... Gracias, Ron.

—No hay de qué, amigo —respondió Ron, abriendo su último paquete, el


de Dobby. Eran unos calcetines, uno verde y el otro azul. Harry tenía un
gorro rojo con el león de Gryffindor en dorado. Ambas prendas obra del
propio elfo.

—¿Bajamos? —preguntó Ron.


—Sí, espera, le voy a enviar esta bufanda a Dobby...

—¡Ah, sí! Mándale también estos guantes míos —le dijo Ron, dándoselos
antes de que bajara—. Yo bajo dentro de un minuto.

Harry bajó a la sala común, y le entregó los regalos de Dobby a Hedwig


para que los l evara a las cocinas.

Se sentó en una butaca a mirar su álbum, cuando bajaron Hermione y


Ginny.

—¡Hola Harry! ¡Feliz Navidad! —dijo Hermione, mostrando la caja de


plumas y tinteros de lujo que Harry le había regalado—. Es estupendo,
muchas gracias...

—No es para tanto —dijo Harry, sonriendo—. Gracias a vosotras por el


álbum, es fantástico, de verdad.

—No es nada —dijo Ginny, también sonriente. Traía con el a una hermosa
capa de terciopelo negro—.

Muchas gracias. Es preciosa... pero no debías haberte molestado. Seguro


que te ha costado un pastón —

dijo, dándole un beso en la mejil a que le dejó un tanto sorprendido.

—¿Y Ron? —preguntó Hermione, que, una vez que le dio las gracias a
Harry, se había puesto un poco triste.

—Pues dijo que bajaba ahora, en un momento...

176

—Ah, vale —dijo el a, sentándose en otra butaca. Suspiró.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Harry—. Pareces triste.

—No es nada —respondió.


En ese momento, Ron bajó por las escaleras. Ginny se acercó a él para
felicitarlo y agradecerle su regalo, pero Hermione miró al fuego y no dijo
nada. Ron se sentó en otra butaca, a su lado, y la miró.

—Toma —dijo él, sacando del bolsil o de su túnica un paquete rectangular


y entregándoselo.

La cara de Hermione cambió al instante, y cogió el paquete con una


sonrisa.

—¿Es para mí?

—¿No creerías que no te iba a regalar nada, verdad? —preguntó Ron


sonriendo, pero con cara desafiante.

Hermione se sonrojó un poco, pero no respondió.

Quitó el envoltorio y se encontró con una bonita caja de terciopelo negro,


con una gran W de oro en medio.

Ginny vio la caja y profirió un quejido.

—¡No puede ser! —exclamó.

Hermione la miró un instante, mientras Ron sonreía, y luego abrió la caja.

Sus ojos y su boca se abrieron desmesuradamente, al igual que los de


Harry. Dentro de la caja estaba la diadema más hermosa que Harry había
visto en su vida: era toda de plata, pero parecía extraordinariamente pulida
y bril ante, y tenía engarzadas unas preciosas gemas que bril aban como
lámparas, lanzando destel os dorados, que se reflejaban maravil osamente
en la plata.

—¿Te gusta? —le preguntó Ron.

—Esto... esto... pero no... ¿De dónde...? —balbuceó Hermione.

—Es una reliquia familiar Weasley —explicó Ginny, que parecía no


creérselo—. Tenemos dos...
—¿Reliquia familiar? —preguntó Hermione—. Ron, no puedo aceptarla...

—Claro que sí. En nuestra familia apenas hay chicas. Tenemos dos
diademas como ésa, pero una será para Ginny. La otra no tiene dueña, así
que le pedí a mi madre si podía dártela —sus orejas enrojecieron al decir
esto—, al fin y al cabo, eres como de la familia...

—Pero... pero...

—Pero nada. Es tuya y ya. Fíjate, esas gemas tienen un hechizo. ¿Ves
cómo bril an?

—Es realmente preciosa —dijo Hermione, embelesada por el bril o de la


joya, que iluminaba su cara.

—Espero que te la pongas hoy. Serás la reina de la fiesta.

Hermione sonrió.

—Gracias... no sé qué decir...

—Di que te la pondrás... si no te importa l evar una reliquia Weasley,


claro.

—¡Por supuesto que no! —respondió el a rápidamente—. Por supuesto que


me la pondré.

—Parece muy antigua —comentó Harry.

—Bueno, por las pintas, debe de ser de cuándo los Weasley tenían dinero,
así que... —bromeó Ron.

Hermione no paraba de darle las gracias a Ron. Parvati y Lavender, que


habían bajado también, se acercaron a ver la joya entre murmul os de
admiración. Entonces Harry vio a Colin Creevey, que acababa de bajar por
las escaleras, y se acercó a él.

—Oye, Colin... muchas gracias por las fotos...


—¿Qué fotos, Harry? —preguntó el chico, sin entender.

—Las que les prestaste a el os para mi álbum...

—¡Ah! ¡No es nada, Harry! —exclamó sonriente—. Tú nos das unas clases
estupendas... Espero que te hayan gustado —añadió, feliz.

—Claro que sí. De verdad, muchas gracias.

—Ya te dije que no era nada. Bueno, voy a bajar a desayunar ¿vale? ¡Hasta
luego, Harry!.

—Hasta luego, Colin —respondió, volviendo junto a sus amigos.

Pasaron al í casi toda la mañana. Harry no paraba de contemplar su álbum,


maravil ado. Le traía tan gratos recuerdos... aquel año había conocido a
Sirius... Y ahora, aunque lo había perdido, sentía que viendo aquel as fotos
podía recordar cada momento. Miró las fotos del partido contra
Hufflepuff, cuando había conocido a Cedric, las fotos de los dementores
acercándose... luego pasó al partido contra Ravenclaw, donde había visto
por primera vez a Cho Chang, y el a le había sonreído. Observó la foto de
su patronus, embistiendo a Malfoy, Crabbe, Goyle y Flint, que se habían
disfrazado de dementores. Aquel a vez no lo había visto, y ahora lo
reconoció: era su ciervo, aún no completamente corpóreo, pero era un
ciervo, no cabía duda. Luego pasó a la final, frente a Slytherin; vio su
propia imagen apartando el brazo de Malfoy para coger la snitch... luego
recibiendo la Copa de manos de Oliver Wood... Habían pasado tantas cosas
desde aquel o... Pensó en Sirius, al que aún no conocía en aquel os
momentos, y que ahora estaba muerto, en Cedric, que había sido asesinado
al año siguiente... en Cho, con la que ya no tenía nada... y un sentimiento
de nostalgia, amargo, pero aún así cálido, le invadió.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione, que le observaba.

—Nada... sólo recordaba —respondió Harry, absorto en el álbum.

177
Fue una mañana espléndida, al í todos juntos, disfrutando de sus regalos y
de la mutua compañía... luego, por la noche, sería el baile, y Harry no
sintió que fuera una losa, como lo había sido el del Torneo de los Tres
Magos. Esta vez le apetecía ir. Charlaría con Ginny (Incluso bailaría), y
estaría con Ron y Hermione, sus mejores amigos. Nada podía salir mal en
un día como aquél, aunque fuera de Hogwarts esperasen todas las
desgracias del mundo.

Por la tarde, tras la estupenda comida, casi todos los alumnos salieron a
disfrutar un rato de la tarde fuera del castil o en la nieve.

—Pero yo no pienso participar en una batal a de bolas de nieve hoy —


advirtió Hermione.

—Pues... creo que yo sí —respondió Harry, lanzándole una a Ron, que


inmediatamente empezó a perseguir a su amigo.

Cuando ya l evaban un buen rato fuera, y Harry y Ron estaban ya


empapados, Hermione y Ginny se retiraron para prepararse.

—¡Poneos guapas! —les gritó Ron cuando se dirigían al castil o, mientras


intentaba esquivar un lanzamiento de Harry.

Tras jugar un rato más, ambos se acercaron a Dean, Seamus y Nevil e, que
charlaban animadamente con Ernie Macmil an, Justin Finch-Fletchley y
Hannah Abbott. Tras un rato, Ernie, Justin y Hannah se retiraron, y los
otros cinco decidieron regresar a su dormitorio en la torre de Gryffindor.

—Bueno ¿con quién vais a ir vosotros? —preguntó Ron, sentándose sobre


su cama, cuando hubieron entrado en la habitación.

—Yo con Lavender, ya os lo dije —respondió Seamus.

—Yo voy a ir con Susan Bones —dijo Dean—. Es muy simpática y


agradable, se lo pedí en una de las reuniones del ED...

—¿Y tú, Nevil e? —le preguntó Ron.

—Eh... bueno, mejor os enteráis luego —respondió, poniéndose colorado.


—¿Por qué? —preguntó Ron, intrigado, mirando a Nevil e con suspicacia.

—Nosotros tampoco lo sabemos. No nos lo ha querido decir —comentó


Seamus.

—Bueno... es que no sé si os lo creeríais —dijo Nevil e, cada vez más rojo


—. Pero lo sabréis dentro de dos horas, ¿no?

Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros. Ron propuso jugar una


partida al snap explosivo, y eso estuvieron haciendo hasta las siete, hora
en la que decidieron vestirse y prepararse. Harry se puso su túnica verde
botel a, que ya casi le quedaba pequeña, y pensó que pronto tendría que
comprarse una nueva.

Intentó peinarse un poco el pelo, sin conseguirlo demasiado, y decidió


dejarlo como estaba. A Ron la túnica le quedaba mejor, porque se la había
comprado hacía año y medio y sus hermanos la habían elegido un poco
más grande de lo necesario para que le sirviera más tiempo. Se peinó con
mucho esmero.

—¿Crees que estoy bien, Harry? —preguntaba, mirándose al espejo.

Harry se reía.

—Sí, te ves bien… —le dijo Harry—. No sabía que te importara tanto...

Ron frunció el ceño, mientras Dean y Seamus soltaban risitas.

—Bueno, nos vemos en el Gran Comedor —dijo Nevil e, saliendo del


dormitorio.

—¿Adónde vas? —le preguntó Seamus. Pero Nevil e ya había salido y no


le respondió—. ¿Con quién irá?

Cuando Ron estuvo listo, los cuatro bajaron a la sala común. Nevil e no
estaba al í, y Dean salió para ir a buscar a Susan. Harry, Ron y Seamus se
sentaron a esperar, rodeados por una multitud multicolor de Gryffindors
emocionados. Parvati y Lavender bajaron del dormitorio con cara de
circunstancias, las dos muy guapas. Seamus se acercó a Lavender y Parvati
salió para ir a reunirse con Anton en el vestíbulo. Poco después bajaron
Hermione y Ginny. Harry se quedó asombrado, pero no tanto como Ron,
que estaba con la boca abierta y no parecía capaz de cerrarla, hasta que
Harry le dio un codazo. Ginny l evaba una túnica de color aguamarina, con
el pelo recogido pero dejando unos mechones que le caían sobre la cara.
Llevaba por encima la capa que Harry le había regalado. Estaba muy
guapa. Harry le sonrió y el a se ruborizó un poco.

Hermione, por su parte, estaba incluso mejor que en el baile anterior: se


había alisado el pelo un poco más, pero se había hecho un recogido
distinto al de la otra vez, y parte de su pelo le caía, aunque dejaba al aire
su cuel o. Su túnica era de color plateado con reflejos dorados, y l evaba en
la frente la diadema de Ron, cuya plata y gemas bril aban como si tuviesen
luz propia, atrayendo la mirada de la gente sobre el a. Estaba
impresionante. Les sonrió y se acercó a Ron.

—Estás... guapísima —balbuceó Ron, poniéndose colorado.

—Tú también estás muy bien —dijo el a, sonriéndole—. Gracias otra vez
por la diadema, es... es preciosa.

Me encanta.

—¿Bajamos? —sugirió Harry, mirándoles. Los demás asintieron y salieron


por el agujero del retrato para dirigirse al vestíbulo.

178

—Te queda muy bien —le dijo Harry a Ginny mientras bajaban.

—Gracias. La verdad es que me viene estupendamente, porque tenía un


poco de frío...

Llegaron al vestíbulo. La mayoría de los alumnos ya estaban al í. Harry y


Ginny saludaron a Cho y a Michael Corner. Anton y Parvati ya estaban
junto a las puertas, al igual que Viessi y Amelie Blisseisse. Harry y Ginny
se despidieron de Hermione y Ron y fueron junto a el os, ya que Harry era
el capitán de Hogwarts. Se saludaron. Todos estaban un poco nerviosos.
Pronto se les unió Klingum, el capitán de Durmstrang, que venía
acompañado de una chica que Harry no conocía, aunque sabía que era de
Slytherin. Para su sorpresa, el a le sonrió.

A las ocho en punto, se abrieron las puertas del Gran Comedor, y los
capitanes y sus respectivas parejas entraron, siguiendo a la profesora
McGonagal . El comedor había sido engalanado maravil osamente, con
árboles de Navidad, muérdago colgado del techo y tiras de hiedra. Las
mesas de las casas habían sido sustituidas por mesas más pequeñas,
alumbradas por preciosas esferas doradas y plateadas que parecían flotar.
De las paredes colgaban tiras de oro y de plata que bril aban con la luz de
las esferas, y grupos de hadas revoloteaban en los árboles de Navidad.

Los capitanes se dirigieron hacia la mesa principal, donde ya estaban


sentados Dumbledore, Snape, Flitwick, Petrimov, la profesora Sprout, la
directora Ferl ini, Madame Maxime, Hagrid, Larry Binddle y Krum. La
profesora McGonagal , que l evaba una túnica negra, les pidió que miraran
hacia las puertas para recibir a los demás alumnos, que fueron entrando
lentamente. En las mesas pequeñas cabían seis personas, y Harry vio a Ron
y a Hermione, cuya diadema parecía bril ar más que las propias lámparas,
sentarse en una de el as, cercana a la suya, acompañados por Seamus y
Lavender. Los dos sitios que faltaban fueron ocupados por Nevil e, que
parecía que se había pintado de rojo la cara. No era para menos: Harry vio,
con incredulidad, que su pareja era Gabriel e Delacour, que también estaba
guapísima, con una túnica de color azul muy suave y un precioso colgante
de oro en el cuel o. Ron también miró, sin creérselo, y luego se volvió
hacia Harry, lanzándole una mirada de asombro, que Harry le devolvió.

—¿Te lo esperabas? —le preguntó Ginny, que también miraba a Nevil e.

—No —respondió él—. Por eso nos dijo que no le creeríamos...

Muy sorprendido, volvió a mirar hacia las puertas. Draco Malfoy entraba
en esos momentos, con su túnica negra, acompañado de Pansy Parkinson.
Goyle iba solo, Crabbe, por el contrario, había conseguido pareja: Mil
icent Bulstrode. Harry miró a Malfoy y él le lanzó una mirada furibunda.
Cuando todo el mundo hubo entrado, los capitanes y sus parejas se
sentaron. Dumbledore les dio la bienvenida, y la cena comenzó. Hagrid
saludó a Harry a Ginny, diciéndole que estaba muy guapa. Hagrid se había
puesto un traje que le quedaba bastante bien, pero afortunadamente había
decidido no arreglarse el pelo ni la barba, operaciones que nunca le daban
muy buen resultado. Harry observó a Krum. Venía solo y no paraba de
mirar a Hermione, que charlaba muy animadamente con Lavender y
Gabriel e, mientras Ron, Seamus y Nevil e hablaban entre el os muy
ufanos y satisfechos.

Dumbledore pidió al plato su cena, y los demás comensales hicieron lo


mismo. Harry pidió solomil o con patatas. Ginny escogió ensaladil a.

—¿Estáis entrenando duro? —les preguntó Anton, que se había sentado al


lado de Ginny.

—Bueno, hacemos lo que podemos —confesó Harry—. Con este tiempo...

Anton le sonrió, y se volvió hacia Parvati, que le hacía preguntas.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Harry a Ginny en voz baja; la chica


comía sin levantar mucho la cabeza.

—Un poco nerviosa —reconoció el a—. La verdad, preferiría estar en una


de las otras mesas...

—Yo también —le dijo Harry, con una mirada de complicidad.


Dumbledore les sonrió—. ¿Se te da bien bailar? —preguntó, cambiando de
tema.

—Bueno, creo que sí... —dijo el a.

—Más vale, porque a mí no. En el otro baile era Parvati la que me l evaba
—explicó—. Aunque no le di tiempo a enseñarme mucho —añadió
susurrando. Ginny se rió.

—Bueno, a mí sí se me da bien —intervino Anton, sonriéndole a Parvati


—. Así que seré yo quien te l eve, si no te importa.
—Claro que no —repuso el a, sonriendo de oreja a oreja.

Harry miró a Ron, que al parecer acababa de decir algo muy gracioso,
porque Hermione se reía a carcajadas. Deseó estar al í, con el os, en vez de
en la mesa principal.

—¿Le habías visto alguna vez tan alegre? —preguntó Ginny, que también
miraba hacia al í.

—Pues no sé... creo que no —respondió Harry, sonriendo. Luego agregó,


en voz baja—: Creo que no habría venido al baile si Hermione hubiese
venido con Krum.

—Te creo —respondió Ginny—. De todas formas, el a no habría ido con


Krum, le gusta Ron —confesó.

—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho el a? —preguntó Harry, sorprendido.


No era que no lo sospechara (sin contar lo que había pensado junto al lago,
tras tener el segundo sueño), pero...

—Bueno, viste con qué cara miraba a Ron en la enfermería el día del
ataque de los Dementores, ¿no? —dijo Ginny—. Y además, ¿recuerdas el
día que vino Fleur a Grimmauld Place?

179

—Sí.

—¿Recuerdas que Fleur sonrió a Hermione, y el a dijo que le había


parecido extraño?

—Sí, tú dijiste que sabías por qué era...

—Sí. He hablado bastante con Fleur, y bueno, digamos que las veelas
tienen cierta habilidad para... saber de qué pie cojea cada uno, ¿entiendes?

—Más o menos —dijo Harry, no muy convencido.


—Bueno, el a sabe perfectamente el efecto que causa en Ron, y le hizo
gracia la cara de Hermione, porque se le notaba que eran celos. Por eso
sonrió.

—¿Celos? ¿Hermione está celosa de Fleur? —preguntó Harry. Entonces


una luz se encendió en su cabeza

—. Claro... por eso parecía tan furiosa después de la segunda prueba del
Torneo de los Tres Magos...

—¿Por qué estaba furiosa?

—Bueno, Fleur nos dio dos besos a mí y a Ron cuando sacamos a Gabriel
e del agua...

Ginny sonrió.

—Pues eso... y claro, a mi hermano le gusta Hermione, aunque se niegue a


aceptarlo... aunque bueno, creo que ya es más consciente de el o que
antes...

—Bueno, y si los dos se gustan, ¿por qué no... no están juntos? —preguntó
Harry, que aún le costaba pensar en sus dos mejores amigos de esa manera.

—Porque son muy tercos, supongo... ¡Pero tú ni pío! ¡No les digas nada!
—le avisó Ginny. Miró a su plato un rato y luego se volvió hacia Harry—.
¿A ti te importaría que... que salieran juntos?

—Eh... pues no sé, no creo... —dijo Harry, que aún no había pensado en
eso—. ¿Por qué iba a importarme?

—No sé... tal vez te sentirías desplazado.

—No, el os no me dejarían solo nunca —aseguró Harry con total


rotundidad.

Ginny le miró, sonrió y siguió comiendo, sin decir nada. Harry también
sonrió. Le pareció que estaba resultando un día excelente, a pesar de todo
en lo que estaban inmersos. Mirase a donde mirase, veía la felicidad en los
rostros de la gente. Los bailes no eran lo suyo... o eso creía, al fin y al
cabo, sólo había acudido a uno, y había resultado un poco deprimente, pero
se convenció de que aquel día podría pasárselo bien.

Volvió la mirada a la mesa y se metió de l eno en la conversación sobre


quidditch que mantenían Anton, Viessi y Amelie. Parvati se limitaba a
escuchar, y Klingum y la chica de Slytherin hablaban entre el os.

Dumbledore hablaba con Ferl ini, y Hagrid con Madame Maxime.

—...Estoy seguro de que quedaremos terceros —le decía Viessi a Amelie


entre risas—. Es obvio que nuestros cazadores son superiores...

—Y no os olvidéis del guardián, me han dicho que es una máquina... —


agregó Anton, mientras Parvati se reía.

—¿Ah, sí? —respondía Amelie, con una mirada irónica—. Eso lo


«veguemos», me «encaggaré personalmente» de «tigagte» de tu escoba.

—Ya se verá —respondió él, riendo.

—Oye, Ginny —dijo Harry, cambiando de conversación—, ¿Qué hacías


antes de venir a Hogwarts cuando Ron entró? Nunca he sabido mucho de la
vida de los magos antes de entrar al colegio.

—Bueno, básicamente, me aburría mucho —contestó—. Cuando estaba


Ron, pues aún estaba con él, ya sabes... pero cuando entró a Hogwarts...
Por eso estaba tan triste aquel día en la estación, cuando te conocimos
¿recuerdas?

—Sí, Fred y George te dijeron que te enviarían un inodoro de Hogwarts, y


cuando luego le dijeron a tu madre que me habían conocido tú no parabas
de decirle: «¿puedo subir al tren para verlo? ¡Quiero verlo!» —

recordó Harry, sonriendo.

Ginny se ruborizó un poco, algo avergonzada.


—Es que no te imaginas lo que era tu nombre, pensaba... no sé, que serías
distinto, y sin embargo, estabas al í y parecías tan... aturdido...

—Es que lo estaba, no te haces una idea... averiguar de pronto que era un
mago... yo creía que mis padres habían muerto en un accidente de coche, y
que mi cicatriz me la había hecho en el mismo accidente... y cuando
Hagrid me contó la verdad, y me mostró el cal ejón Diagon, y todos me
conocían... No sé, me sentía totalmente perdido... —Harry la miró—.
¿Sabes lo que es que todo el mundo sepa más de ti que tú mismo?

Pues eso me pasaba a mí.

—Sí, eso nos contaba Ron... decía que Hermione sabía más de ti que tú...
—La chica se rió—. Pues yo, mientras estaba en casa mamá nos enseñaba
todo lo que no enseñan en Hogwarts ¿sabes? Vamos, lo que se aprende en
las escuelas muggles. Y, cuando podía, pues aprovechaba para volar en las
escobas, porque mis hermanos nunca me dejaban jugar con el os al
quidditch.

—Yo iba a una escuela muggle, claro, pero la odiaba... De hecho, si te digo
la verdad, odiaba todo lo que conocía antes de venir aquí. Mis tíos me
odiaban, me castigaban por cualquier cosa rara, y el caso es que yo no
sabía por qué. Y en la escuela nadie se acercaba a mí, porque mi primo
Dudley y su banda eran los 180

matones de la clase, todos sabían que me detestaban, y nadie quería


meterse en problemas con el os, por tanto no tenía amigos. Así que ya ves
qué alivio sentí cuando vine aquí y conocí a Ron, y cuando nos hicimos
amigos de Hermione... nunca había tenido con quien compartir nada así
que...

—Lo sé. Por eso mi madre te hizo aquel jersey. Ron nos contó en una carta
cómo había sido tu vida, y mi madre pensó que merecías un buen regalo.

Harry sonrió, mientras empezaba con su postre, tarta de manzana, que


estaba realmente deliciosa.
—Eso es muy triste —intervino Anton, que había oído parte de la
conversación—. ¿Por qué te querían tan mal tus tíos?

—Porque odian la magia. Odiaban, o temían, a mis padres; no querían


saber nada de gente como nosotros, es decir, magos. Y cuando se quedaron
conmigo decidieron cortar por las bravas cualquier cosa rara que pudiera
hacer... pero obviamente, no lo consiguieron. Gracias a Hagrid —añadió,
mirando al semigigante, que había levantado la cabeza hacia él al oír su
nombre.

—Ah, sí... —dijo Hagrid—. Yo te l evé a aquel a casa, y yo te fui a buscar.


Cada vez que me acuerdo de los Dursley... —Hagrid puso una expresión de
rabia y cerró los puños.

Harry siguió hablando con Ginny sobre sus respectivas vidas antes de
Hogwarts. Nunca había hablado tanto con el a, y menos a solas, o casi a
solas. La verdad, pensó Harry sorprendido, era que resultaba fácil hacerlo.

Cuando finalmente la cena terminó, Dumbledore se levantó y se dirigió a


todos los presentes:

—Bueno, espero que la cena haya sido de vuestro agrado —dijo, sonriente
—. Ahora l ega el momento de la fiesta, que se prolongará hasta la una de
la madrugada. Pido a todos, por favor, que se pongan en pie.

Todo el mundo se levantó de su sil a. Dumbledore agitó su varita y las


mesas se apartaron a los lados, dejando espacio para la zona de baile.

—Bien. Ahora los capitanes de los cuatro equipos iniciarán el baile, al que
luego nos uniremos —indicó. Hizo una seña y un grupo musical al que
Harry no conocía salió al escenario, bajo los aplausos de la gente.

—Bueno, vamos al á ¿no? —dijo Ginny, sonriéndole.

Harry asintió y siguió a Anton y a Parvati, que se colocaron en el centro.


Harry vio a Ron, Seamus, Nevil e y Dean, que le sonreían con pil ería, y
Harry les hizo una mueca.
—¿Conoces el grupo éste? —le preguntó Harry a Ginny.

—Sí, se l aman los «Trols musicales» —respondió Ginny—. Vienen de


Estados Unidos... sí, es un nombre un poco estúpido —añadió, viendo la
expresión de Harry—, pero lo hacen bastante bien.

Los «Trols Musicales» empezaron a tocar una canción lenta, pero


agradable, Harry cogió a Ginny y empezaron a bailar, entre Anton y
Parvati y Klingum y la chica de Slytherin. Viessi y Amelie estaban un
poco más apartados.

Harry se había sentido totalmente indiferente en el baile de Navidad del


Torneo de los Tres Magos, pero estaba disfrutando éste. «Bueno, quizás no
tenga muchos momentos felices, sabiendo lo que me espera...

quizás debería procurar disfrutar lo más posible», pensó para sí. Sonrió
más y empezó a bailar de forma más entusiasta, a medida que la canción
cogía más ritmo. Agarró a Ginny y empezó a dar vueltas alrededor de las
demás parejas. Ginny lo miraba como si estuviese loco.

—¡Harry! ¿Qué haces? ¡Para! ¡Van a pensar que estamos locos! —dijo el
a, riéndose.

—¿Y qué? —respondió él—. De mí ya han dicho muchas veces que lo


estoy, ¿no? Por una más no importará —Ginny rió aún más.

El resto de alumnos empezó a unirse a la fiesta. Dumbledore bailaba con


la profesora McGonagal , que meneaba la cabeza ante algo que le decía el
director, que sonreía. Madame Maxime y Hagrid bailaban juntos, y
ocupaban una buena zona de la pista. Ron y Hermione se acercaron
también, seguidos de Nevil e y Gabriel e, Seamus y Lavender y Dean y
Susan. Harry nunca había visto bailar a Ron, pero descubrió que no lo
hacía del todo mal, aunque era Hermione quien lo l evaba. Ambos
sonreían, pero el pelirrojo parecía nervioso. Nevil e, por su parte, se estaba
esforzando al máximo en no pisar a Gabriel e, y de momento lo conseguía.
Cuando terminó la canción, Harry se acercó y saludó a Nevil e y a Gabriel
e. Ron y Hermione, sin embargo, siguieron bailando. A la luz de las
esferas, que ahora flotaban en el aire, el bril o de la diadema de Hermione
era aún más notorio, y los hacía destacar muchísimo, porque su luz se
iluminaba sus rostros como si tuvieran luz propia.

Harry volvió al baile tras saludar a Nevil e, y siguió moviendo a Ginny


frenéticamente, cruzándose con Ernie Macmil an, que venía con Hannah
Abbott.

—¡Pareces Fred! —le dijo Ginny a Harry, riendo, mientras éste bailaba de
forma más movida cada vez.

—¡Sí, y es muy divertidooooo! —dijo él, riéndose aún más, mientras hacía
que los dos girasen.

—¡Voy a marearme!

—¡Genial, porque yo ya estoy mareado!

—¡Harry! ¿Te han lanzado un encantamiento estimulante? —le preguntó


Ginny, sujetándole.

—No sé, ¿lo has hecho tú? —le preguntó, riéndose. Ginny meneó la
cabeza.

181

Cuando terminó la canción, se acercaron a una mesa, a sentarse un rato.


Nevil e y Gabril e y Ron y Hermione también se acercaron.

—Vamos a buscar unas cervezas de mantequil a —sugirió Ron.

—¡Sí, por favor! ¡Me muero de la sed!

—Sí, es una idea estupenda —opinó Gabriel e.

Harry, Ron y Nevil e fueron a buscar las bebidas.

—Vamos, Nevil e, cuéntanos. ¿Cómo lo hiciste? —preguntó Ron,


sonriendo. Nevil e le miró, perplejo—.
Traerla al baile —aclaró Ron, señalando a Gabriel e con la cabeza.

—¡Ah...! Pues veréis, el a te lo había pedido a ti ¿no? —dijo él,


poniéndose algo colorado—. Pero como tú le dijiste que no, yo pensé:
«bueno, no tengo nada que perder...» y, tras armarme de valor, se lo dije el
día de la pelea de bolas de nieve. Tardé mucho, ya lo sé, pero sabía que el a
aún quería ir contigo, Ron, así que no tenía pareja. Empezamos a hablar,
me preguntó mi nombre y ¿sabéis qué? —Nevil e parecía más orgul oso de
lo que Harry había visto nunca—. ¡Me dijo que me conocía! Que había
leído de mí por los periódicos, ya sabéis... y estuve hablando mucho con el
a. La verdad, es muy simpática. Luego le pregunté si tenía pareja, y como
me dijo que no, le pregunté si querría venir conmigo, y aceptó.

—¡Bien hecho! —le felicitó Ron, dándole una palmada en la espalda,


mientras cogían seis cervezas de mantequil a.

—Sí, bien hecho, Nevil e —agregó Harry—. Lo único que te ha faltado


todos estos años es confianza en ti mismo.

Nevil e sonrió, intentando quitarse el rubor de sus mejil as, mientras


volvían a la mesa. Se tomaron las cervezas de mantequil a, charlando y
riendo, y luego volvieron a la zona de baile. Entonces, frente a el os
apareció Malfoy, con Pansy, que los miró. Malfoy se fijó en Hermione, y
luego en su diadema, que bril aba intensamente, y se quedó sin saber qué
decir. Pansy le lanzaba miradas de odio.

—Vaya, Weasley —dijo Draco, recuperándose de su impresión—. ¿Cómo


te sientes al ver que lo que l eva Granger en la frente vale más que tu casa
entera?

Hermione miró a Malfoy con rabia y dejó entrever evidentes ganas de


abofetearlo, pero Ron sonrió.

—Pues me siento muy bien, al fin y al cabo se lo he regalado yo... —


Malfoy abrió la boca al oírlo, perplejo y aturdido—. ¿Qué le has regalado
tú a el a? —preguntó Ron, señalando a Pansy con un gesto.
La pálida cara de Malfoy se puso sonrosada, y no supo qué contestar.
Hermione sonrió, cogió a Ron y siguieron hacia la zona de baile.

—Apártate, Malfoy. Estorbas —dijo Nevil e al pasar con Gabriel e. Por su


parte, Harry le miró, pero no le dijo nada.

Estuvieron bailando otro rato, cuando recibieron una nueva visita. Esta vez
era Henry Dul ymer quien se les acercaba, sonriente.

—¡Hola! —saludó, contento—. ¿Qué tal el baile?

—Genial —respondió Harry—. ¿Y tú?

—Muy bien. He venido con una chica que se l ama Sarah... es de Slytherin,
de cuarto, no sé si la conocerás... —Harry negó con la cabeza—. Da lo
mismo. Bueno, el caso es que yo quería venir con Ginny

—comentó mirándola, mientras sonreía—. Pero ya había encontrado un


pretendiente mejor... Y la verdad, me das un poco de envidia, Potter —
terminó el chico.

Ginny se ruborizó y le sonrió a Henry.

—Si quieres bailar con el a y el a quiere no tengo problema —dijo Harry.

—Gracias, pero no... por ahí viene Sarah... es muy simpática... realmente
muy simpática... —dijo, casi susurrando, mientras su cara se ponía seria
por un instante al mirar a la chica, que era rubia, y bastante bonita. Parecía
agradable. Dul ymer apartó la vista de el a y volvió a sonreír como antes
—. Seguiré con el a.

¡Nos vemos! —se despidió, agarrando a Sarah, y empezaron a bailar.

—Bueno ¿seguimos? —dijo Harry.

—Seguimos —aceptó Ginny.

Media hora más tarde, volvieron a ocupar su mesa, cansados. Tomaron


más cervezas de mantequil a, riéndose, felices.
Tras estar al í un rato, Nevil e y Gabriel e volvieron al baile.

—¿Te importa si bailo una canción con Hermione? —le preguntó Harry a
Ginny, al ver que Nevil e volvía al baile.

—Claro que no. Yo quiero saber qué tal lo hace mi hermanito...

—De acuerdo. ¿Bailas conmigo, Hermione? —preguntó Harry.

—Claro —respondió el a, levantándose y acompañándolo a la pista,


mientras Ginny arrastraba a Ron, que pedía a gritos que le dejara
descansar y tomarse su cerveza de mantequil a en paz.

—¿Qué tal te lo estás pasando? —le preguntó Hermione mientras


comenzaban el baile.

—Estupendamente. La verdad es que no creí que fuese a pasármelo ni la


mitad de bien —admitió, sonriendo.

182

—Ya veo —dijo Hermione.

—Y tú con Ron ¿qué tal? Parece que también os lo pasáis muy bien...

—Sí, es cierto —reconoció Hermione sonriendo, mirando hacia Ron y


Ginny—. Me hace reír mucho...

—¿Habrías venido con Krum si Ron no te lo hubiese pedido? ¿O se lo


habrías pedido tú? —preguntó, sin rodeos.

—Bueno, no sé... ¿Pedírselo yo...? Humm...

—Vamos, Hermione, sé que querías venir con él —le dijo Harry—. Vi la


sonrisa que pusiste cuando te lo pidió... y también la cara de enfado que
tenías cuando nos contó que Gabriel e se lo había pedido a él —«Y

eso sin mencionar que te gusta», pensó para sí, reprimiendo la risa.
Hermione se puso colorada.

—Vale, sí, quería venir con él, pero no sé si se lo habría pedido. Esperaba
que lo hiciera él, después de lo que le dije la otra vez...

—Eres demasiado orgul osa —le recriminó Harry.

—¡Mira quien fue a hablar! —exclamó Hermione—. El señor «yo no le


echo de menos...»

Harry sonrió.

—Aquel o era distinto —señaló, mirando hacia otro lado.

—Claro, claro.

—Bueno, y ¿vas a salir con él? —le espetó Harry de pronto. Hermione le
miró abriendo los ojos completamente y parándose en seco.

—¡¿Qué?! ¿Por qué dices eso? Sólo hemos venido a un baile, nada más, no
hay nada de eso... no sé cómo se te ocurre...

—Yo tampoco lo sé —dijo él, sonriendo—. ¿Recuerdas lo que os dije en


verano, verdad? Lo que os dije aquel día en Grimmauld Place.

—Sí —dijo el a—. Pero no sé por qué...

—Vamos, Hermione, sí lo sabes... Todas esas discusiones absurdas, esos


celos que os traéis el uno con el otro... Además, si sólo vienes con él como
amigo... ¿Por qué querías venir con él y no conmigo?

—¿Qué? Bueno, no sé... yo... tú...

Harry se aguantó las ganas de reírse.

—Vamos, confiésamelo. Soy tu amigo. No le diré nada.

—Pero qué... yo no... nosotros... —Hermione estaba totalmente roja y


Harry empezó a reírse—. ¡Harry! ¡No te rías! ¡No tiene gracia!
—Pues para mí sí...

—¿Sí, eh? ¿Y tú con Ginny? Parecíais pasarlo muy bien hablando...

—Sí, es verdad —reconoció Harry, mientras los «Trols Musicales»


dejaban de tocar—. ¡Vaya! Ha terminado la canción. Debería volver con el
a. Y tú con Ron...

—¡Eh! —lo l amó Hermione, mientras Harry se soltaba y se dirigía junto a


sus amigos.

—¿Qué os pasaba? —preguntó Ginny cuando l egaron junto a el a y Ron.

—¡Oh! Nada, ya sabes cómo es de orgul osa Hermione...

—¡¿Qué?! ¿Cómo...? —exclamó Hermione.

Pero Harry no la dejó terminar de hablar. Cogió a Ginny y se apartó,


riéndose a carcajadas. Ron los miraba extrañado, pero agarró a Hermione y
empezó a bailar con el a la siguiente canción, mirando a la chica con
expresión interrogante.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Ginny con curiosidad.

—Nada, sólo me metí un poco con el a... le pregunté si iba a salir con
Ron...

—¿Que hiciste QUÉ? ¿Cómo se te ocurre? —exclamó Ginny totalmente


sorprendida, mirándole como si estuviese loco—. Te dije que no les...

—¡Oh! Vamos, no es para tanto... —repuso él—. Olvídalo ¿quieres?


Bailemos, venga...

—Está bien —aceptó la chica, dejándose l evar—. Pero no sé como se te


ocurren esas cosas...

Un rato después, mientras hablaban con Seamus y Lavender, Cho y


Michael Corner se les acercaron. Cho iba muy guapa, con una túnica roja,
unos grandes pendientes de aro y una bonita gargantil a. Tenía el largo
pelo suelto, cayéndole por la espalda.

—Hola Harry —saludó al acercarse—. Hola Seamus, Lavender, Ginny...

—Hola —respondieron los cuatro, sonrientes.

—Oye Harry, teníamos un baile pendiente ¿recuerdas? —le preguntó Cho.

—Sí —dijo él.

—¿Te importa? —le preguntó Cho a Ginny tímidamente.

—Claro que no —respondió la chica.

—Yo bailaré con el a, si quiere —se ofreció Michael—. ¿Aceptas?

—Sí —dijo el a, siguiendo a Michael mientras Harry se iba con Cho y


comenzaban al bailar al ritmo de un tema mucho más lento que el último
que habían tocado.

183

Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Harry se sentía cómodo, pero
un poco extraño.

—¿Qué tal te lo estás pasando? —preguntó el a, mirándole.

—Bastante bien —respondió Harry—. Mucho mejor que la última vez,


desde luego.

Cho se sonrojó un poco.

—Bueno, ya sé que preferirías haber venido conmigo... yo...

—No tienes que decir nada —la interrumpió él—. No tienes que
disculparte ni nada así... ¿Y qué tal te va a ti con Michael? —preguntó,
desviando el tema un poco.
—Bien. Nos va bien. Lo estoy pasando muy bien con él. ¿Y tú con Ginny?

—Bien, pero no hay nada entre nosotros —explicó—. Sólo somos amigos.

Cho no dijo nada durante un rato. Siguieron bailando, lentamente. El a


apoyó su cabeza contra el hombro de él. Harry se sintió extraño por ese
comportamiento. Miró a Michael Corner, que bailaba hablando
tranquilamente con Ginny. Ninguno de los dos se fijaba en el os. «¿Por qué
se apoya así en mí?», se preguntó Harry, sin saber qué hacer. Siguió
abrazándola y bailando, sin decir nada, hasta que el a habló:

—¿Sabes? Fue en el baile donde me enamoré de Cedric...

Harry se detuvo en seco. ¿Por qué le decía aquel o ahora? Cho levantó la
cabeza. Tenía los ojos l orosos.

—Lo... lo siento —murmuró, secándose las lágrimas—. Ya sé que no


debería hablar de Cedric, pero no sé, creo que tú serías la única persona
con la que hablaría de el o... sé que piensas que soy una l orona, pero no
puedo evitarlo... Ya no estoy enamorada de él, pero fue tan terrible todo...
Lo siento... —dijo, disculpándose.

Harry la miraba, sin saber qué hacer ni qué decir, pero comprendió.
Comprendió lo que era estar en un lugar donde todo recordaba a un ser
querido. Lo comprendió porque lo había vivido. Ahora podía entenderlo...
y entonces recordó la voz de Hermione: « sólo tenías que ser cariñoso con
el a... » Acercó a Cho contra él y la abrazó.

—No pasa nada —dijo, con voz dulce—. No te preocupes. Te entiendo. Sé


lo que es que todo te recuerde a alguien a quien has perdido. No tienes que
sentirte mal ni avergonzarte de el o...

Harry la abrazó más fuerte, y el a le devolvió el abrazo. Pensó en lo que


habría hecho en una situación parecida el año anterior... y meneó la cabeza,
dándose cuenta de lo mucho que había cambiado, de lo que había
madurado de repente. Aunque por una parte se alegraba (era más fácil
comprenderlo todo), por otra sentía que muchas cosas de las que habían
sido esenciales en su vida, ciertos juegos y diversiones con Ron, explorar
el castil o, escaparse a Hogsmeade, desafiar las normas por tonterías,
peleas ridículas con Malfoy por estupideces..., habían quedado
definitivamente atrás.

—¿Te apetece sentarte? —le preguntó. Cho negó con la cabeza.

—No, gracias... gracias por el abrazo, era lo que necesitaba —dijo el a,


sonriendo, aunque aún con los ojos l orosos—. Eres una persona
estupenda, Harry. Me alegro muchísimo de haberte conocido...

Harry sonrió, poniéndose colorado. Volvieron con los demás. Ron y


Hermione bailaban, al parecer ajenos a todo, pero Harry vio como el a le
miraba una vez, formando con los labios las palabras «Bien hecho». Harry
le sonrió.

—Bueno, ¿qué tal? —le preguntó Ginny—. ¿Bien?

—Estupendamente —respondió Cho, sonriendo con ganas—. ¿Vamos,


Michael?

—Sí —respondió él—. Hasta luego, Ginny. Harry...

Se perdieron entre la multitud.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Ginny—. Me fijé en el a y estaba l


orando...

—Ahora sí, creo —respondió Harry—. Cedric —aclaró—. Se acordó de


él...

—¿Aún te gusta? —le preguntó Ginny directamente, mirándole a los ojos.

—No. Ya no... —respondió Harry, pensando en cómo se sentía respecto a


Cho—. Pero sí le tengo cariño...

—Eres un buen chico, ¿sabes? —le dijo el a, sonriendo.

—Gracias —contestó Harry, mirándola fijamente—. Pero sólo seguí el


consejo de Hermione, nada más... No hice nada del otro mundo.
—Has cambiado mucho desde el año pasado —dijo el a—. Me gusta más
tu nueva forma de ser.

—Bueno... han pasado cosas... Supongo que no me ha quedado más


remedio que cambiar, aunque preferiría no haber tenido que hacerlo —
repuso Harry, con un deje de tristeza.

Ginny le sonrió, mientras seguían bailando, moviéndose entre la multitud.


El a le abrazó más y Harry correspondió a su abrazo, sintiéndose mejor
que en mucho tiempo. Ron y Hermione también bailaban muy juntos, los
dos muy sonrientes. Anton y Parvati pasaron por su lado, y les sonrieron.
Nevil e, por su parte, parecía muy contento bailando con Gabriel e. Harry
giró la cabeza y vio a Cho, que también bailaba muy pegada a Michael. El
a le sonrió y él le devolvió la sonrisa.

—¿Te apetece que demos un paseo por los jardines? —preguntó Harry,
deteniéndose.

—Sí, vale —respondió Ginny—. Vamos.

Salieron del Gran Comedor hacia el vestíbulo, y luego al exterior, a la fría


noche. Ginny se cubrió con la capa. Pasearon lentamente entre los rosales
que habían sido conjurados al í, donde muchas parejas estaban 184

ya. Caminaron durante un rato, sin hablar, disfrutando sólo de la mutua


compañía. Finalmente se sentaron en un banco, un poco apartados del
castil o.

—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó él, mirándola.

—Estupendamente —contestó Ginny—. Pero no sé por qué dices


«pasado», sólo son las doce menos cuarto... aún queda más de una hora.

—Ya... bueno, lo de antes no tiene nada que ver con lo de ahora ¿no? —
repuso él.

Ginny no le respondió. Sólo le miró.


—Siento mucho haberte metido en aquel lío en junio —dijo Harry con
pesar, mirando a Ginny a los ojos—.

No tenía derecho... me dejé engañar como un estúpido.

—No hables de eso ahora —le pidió el a, cogiéndole una mano—.


Además, fui porque quise, tú me dijiste que me quedara. No tienes por qué
disculparte.

—¿Por qué lo hiciste? Creíamos que Voldemort estaba al í... ¿No tuviste
miedo?

—Claro que sí, pero yo apreciaba a Sirius, ¿sabes? Y no quería que sólo
vosotros os enfrentarais al peligro; Ron es mi hermano, y tú y Hermione
sois amigos míos.

Harry no respondió. Sacó su varita de la túnica y la acarició.

—¿Qué le miras? —le preguntó Ginny, extrañada ante aquel


comportamiento.

—Es la hermana de la varita de Voldemort. Su núcleo es una pluma de


Fawkes...

—Ya me lo has dicho... ¿A qué viene eso ahora?

—No lo sé —respondió él—. ¿Te imaginas que alguien hubiese sabido eso
cuando todos creían que era el Heredero de Slytherin?

Ginny no respondió y bajó la mirada. No le gustaba recordar aquel o.

—Lo siento, no debería... lo siento —se disculpó Harry.

—No te preocupes —dijo el a quitándole importancia—. No es nada...

Harry le dio un beso suave en la mejil a.

—Volvamos dentro ¿vale? —pidió él, mientras Ginny lo miraba perpleja


ante aquel repentino beso.
Se levantaron y atravesaron los rosales hacia el vestíbulo. Por el camino
vieron a Seamus y a Lavender, que parecían atareados. También se
encontraron a Cho, que paseaba abrazada a Michael, e incluso Nevil e, que
hablaba animadamente, aunque algo nervioso, cogido del brazo de Gabriel
e.

Entraron en el Gran Comedor, donde el baile proseguía. Harry y Ginny


divisaron a Ron y a Hermione, que estaban cerca de una de las mesas,
bebiendo zumo de calabaza y riéndose sin parar. Cuando Harry y Ginny se
les acercaron, Ron les miró, inquisitivo.

—¿Dónde habéis estado?

—Hemos salido a dar un paseo al jardín —explicó Harry, poniéndole a su


amigo una cara de «no-es-lo-quetú-crees». Ron no parecía muy
convencido.

—¿Un paseo, eh? —dijo, con una risita, mientras Ginny le lanzaba una
mirada severa.

—Déjales, Ron —pidió Hermione, dándole un golpe cariñoso en el brazo


—. Vamos a bailar, venga.

—¿Más? —preguntó él.

—Pues claro ¡Esto es un baile!

—Estoy cansado, y aún no he terminado mi zumo de calabaza...

—Venga...

—Está bien, ya voy, eres... —pero no dijo qué era Hermione, porque
Víktor Krum, que se había pasado toda la noche solo, se les acercaba.

—Hola —saludó, con algo de timidez.

—Hola —le respondieron. Ron le miró con desconfianza.


—«Herrmione», ¿«podrríamos hablarr»? —preguntó, mirando
alternativamente a Ron y a el a.

—Esto... sí, claro —respondió Hermione, mirando a Ron—. ¿Te importa?


Es sólo un momento, no...

—No te preocupes —dijo él, esforzándose por sonreír—. No estamos


atados.

Hermione le sonrió y se alejó un poco con Krum. Ron les siguió con la
mirada.

—No te preocupes —le dijo Harry—. El a ha venido contigo ¿no?

—Claro —apoyó Ginny—. ¿O es que quieres algo más que una


acompañante de baile? —le preguntó.

Ron no le contestó a su hermana, pero le sonrió a Harry, quien cogió unas


cervezas de mantequil a y se tomó una, mientras Ginny se tomaba otra.
Ron le daba sorbos a su zumo de calabaza. Hermione volvió al cabo de
cinco minutos. Krum se quedó dando vueltas por la pista de baile.

—¿Qué quería? —preguntó Ron.

—Ya te imaginas... saber si quería bailar con él... me dijo que ya sabía que
había venido contigo, pero que se sentía solo, y que no quería bailar ni
estar con nadie más... —se ruborizó ligeramente— y que la otra vez lo
había pasado muy bien y bueno... —Hermione parecía un poco triste por
Krum, pero obviamente le había dicho que no.

Ron la miró un rato, sin decir nada, y luego miró a Krum, que daba vueltas
con su paso desgarbado por la pista, sin hacer caso de los que bailaban.

185

Suspiró.

—Baila un poco con él —dijo.


—¿Cómo? —preguntó Hermione, mirando hacia su amigo con un gesto de
asombro en la cara.

—Digo que bailes al menos una vez con él. En serio, no me importa, y
tampoco me gusta verle así de triste.

Además, él te lo pidió primero ¿no? —apuntó, obligándose a sonreír.

Hermione estaba perpleja. Finalmente, le sonrió a Ron y se dirigió adónde


estaba Krum, cuya cara cambió como de la noche al día.

—¿Te encuentras bien, Ron? —le preguntó Ginny, asombrada.

—Sí ¿por?

—No sé... ¿Desde cuándo te preocupas así por Krum?

Ron la miró con severidad, pero, para sorpresa de Harry, sonrió.

—Bueno, el a ha venido conmigo... y, de todas formas, yo no soy su dueño.


Sólo somos amigos, al fin y al cabo...

—¿Es que te gustaría que fuéseis algo más que «sólo» amigos, hermano?

—Cál ate, Ginny.

—¡Oh, vale, terco! Vámonos a bailar, Harry —dijo el a, agarrándole y l


evándoselo a la pista.

Harry se encogió de hombros y la siguió. Se quedaron a cinco metros de


Ron. Hermione y Krum bailaron dos canciones, antes de que Krum la
dejara. El a se acercó a coger más zumo de calabaza, y Krum se acercó a
Ron, que le miró con una expresión indiferente. Krum se acercó a él,
sonriéndole, y le habló en voz baja, Cuando el búlgaro se apartó, Ron se le
quedó mirando, perplejo y con la cara del mismo color que su pelo.

Krum, lanzándole una última sonrisa, se alejó, mientras Hermione volvía


con su zumo de calabaza. Al poco rato, Viktor estaba bailando con una de
las chicas de su «club de fans».
—¿Qué le habrá dicho? —se preguntó Ginny, sonriendo.

—No tengo ni idea.

Ginny se rió.

—Aún no me creo que haya dejado que Hermione bailara con él... no
pensé que estaría tan cambiado...

aunque todos hayamos cambiado mucho desde el curso pasado, creo que
esto es demasiado...

—¿Desde el curso pasado? No me viste mientras estaba en Privet Drive...


Realmente creía que nunca volvería a ser feliz —recordó—. De hecho, con
todo lo que está pasando, no sé cómo lo soy...

—¿Eres feliz? —le preguntó el a, mirándole.

—Sí... creo que sí... —respondió Harry, pensándolo un momento— O por


lo menos, más feliz de lo que he sido en mucho tiempo.

Ginny le sonrió, mientras seguían moviéndose, bailando entre las demás


parejas. Harry miró hacia Dumbledore, y vio que el director, que bailaba
con Madame Maxime, también le miraba. Le sonrió y le guiñó un ojo, y
Harry movió la cabeza en señal afirmativa, sonriéndole también. Además,
para su alegría, mientras bailaban, algunos de Slytherin le saludaron, no
sólo Dul ymer, Warrington, Bletchley y la chica que acompañaba a
Klingum, sino otros. De hecho, había alumnos y alumnas de Slytherin que
habían acudido al baile con parejas que no eran de su misma casa... y eso
era una novedad extraordinaria. Harry supo que eso era consecuencia de su
enfrentamiento con Malfoy, y se alegró más que nunca de el o. Le alegraba
saber que no todos en Slytherin eran como Malfoy o sus amigos, aunque
fuesen astutos y ambiciosos.

A las doce y media, decidieron volver a dar una vuelta por los jardines.
Ron y Hermione se habían sentado en una mesa y charlaban con Hagrid,
pero Seamus y Lavender no habían regresado. Dean y Susan habían salido
así mismo hacía un rato. De Nevil e y Gabriel e tampoco se sabía nada.
Harry, al salir del vestíbulo, contempló la luna, que iluminaba maravil
osamente los jardines y la nieve de los terrenos. Volvieron paseando al
banco que habían ocupado antes. Afortunadamente, estaba libre. Seamus y
Lavender, al parecer, no se habían movido mucho desde la vez anterior, ni
tampoco habían variado demasiado su actividad. Nevil e y Gabriel e se
habían sentado cerca y se oía perfectamente su conversación y la risa de la
chica. «¿Ése es Nevil e?», se preguntó Harry sin poder creérselo.

—Aún no te he agradecido las cartas que me mandaste en verano —dijo de


pronto Harry.

—Sí lo hiciste —repuso el a—: Cuando me las contestabas.

—Ya, pero no es lo mismo... No sabes lo que fue aquel o, a pesar de que


los Dursley me trataron mejor que nunca en mi vida... me sentía deprimido
por todo. Creí que me iba a morir del dolor...

—Ya lo sabemos, Harry. Nos lo contaste.

Harry se cal ó un momento, y se acordó de algo.

—¿Sabes que el día anterior a que fueran a buscarme utilicé una serpiente
de un amigo de mi primo Dudley para asustarles?

—¿Cómo?

—Sí... Uno de sus amigos tenía una serpiente. La usaban para asustar a las
chicas en el parque —explicó

—. Yo no quería meterme con el os... o más bien que el os se metieran


conmigo ¿sabes? Antes habría resultado divertido... pero ya no. Sin
embargo, me vieron, e intentaron asustarme con el a.

186

—¿Utilizaste la lengua pársel? —preguntó Ginny.

—Sí... les di un buen susto. No creo que vuelvan a acercarse a mí en toda


mi vida.
—¿Por qué lo hiciste? Si ya no te resultaba divertido...

—Lo hice por rabia... sentía tantas ganas de hacer algo, tantas ganas de
vengarme... —Su rostro se ensombreció—. Ésa fue la primera vez que lo
sentí.

—¿Que sentiste el qué?

—Esa... sensación de poder y rabia... me sentí distinto con la serpiente...


estuve a punto de hacerles daño...

Estaba tan rabioso, tan enfadado...

—¿Como cuando amenazaste a Malfoy en la enfermería?

—Sí —confesó Harry—. Pero no tan fuerte...

—¿Se lo has contado a alguien?

Harry negó con la cabeza.

—No, nadie lo sabe... yo... ni siquiera sé por qué te lo he contado. Ginny, a


veces tengo miedo, miedo de lo que hay dentro de mí, miedo de esos
poderes: la lengua pársel, el hechizo explosivo...

—Harry, hace mucho que usas la lengua pársel...

—No como esta vez. Sentí que dominaba a la serpiente casi sin hablar...
Me sentí muy raro... tengo miedo.

Miedo de mí mismo... ¿Y si así es como Voldemort va a conseguir unirse a


mí? ¿Y si así es como va a lograr poseerme?

Ginny le miró asustada, apartándose de él, pero luego volvió a abrazarle.

—No pienses en eso esta noche —le pidió el a—. Esta noche no.

—¿Crees que yo quiero hacerlo? —preguntó, con un leve deje de


irritación, que calmó enseguida—. Pero no te preocupes, esta noche,
hablar de eso no me sienta mal... sé que tú, Ron, Hermione, Hagrid,
Dumbledore...

sé que estáis ahí... sé que estáis a mi lado. Puedo hablar de lo que sea, pero
creo que no podría preocuparme.

Le sonrió a Ginny y se levantaron. La chica le miró, preocupada aún.

—Estoy bien, de verdad —le aseguró—. Demos un pequeño paseo antes de


volver para terminar el baile —

sugirió.

—De acuerdo.

Caminaron por los pasil os entre los rosales, en el os no había nieve.


Vieron a Cho y a Michael, que se besaban con ternura en un banco. Harry
los miró un instante, y, sorprendentemente, sintió un cálido sentimiento de
alegría por el a. Luego vieron a Ron y Hermione, que habían salido del
castil o y paseaban también entre los rosales, hablando.

—Vaya, estáis aquí —dijo Ron al ver a Harry y a Ginny—. Pensé que
habíais desaparecido, junto a todos los demás...

—Estábamos paseando —dijo Ginny.

—Ya. ¿Paseando como Seamus y Lavender?

Hermione miró a Ron con expresión reprobatoria y Ron se apresuró a


decir:

—No he dicho nada.

—Sí, mejor —dijo Ginny.

—¿Volvemos adentro? —sugirió Harry.

—Sí, tengo que ir al baño —dijo Ginny.


—¿Vamos? —le preguntó Ron a Hermione.

—¿Terminamos el paseo antes?

—Como quieras —dijo Ron—. Nos vemos enseguida —le dijo a Harry.

Éste asintió, y, acompañado por Ginny, entraron de nuevo en el castil o.


Ginny se dirigió a los lavabos de las chicas y Harry entró en el Gran
Comedor, donde todo el mundo disfrutaba los últimos momentos del baile.

Paseó un rato por entre las mesas, y, por primera vez en la noche, vio a
Luna Lovegood, sentada en una mesa y hablando con otra chica que Harry
no conocía. Se acercó a el as.

—Me alegro de que al fin hayas venido —dijo Harry.

Luna se volvió hacia él y le sonrió. Estaba mucho más guapa que de


costumbre, con el pelo bien arreglado y una bonita túnica verde clara.
Además, ayudaba que no tuviera su habitual expresión de chiflada.

—Te dije que me pasaría...

—¿No has bailado nada?

—No.

Harry se sentó y estuvo cal ado unos segundos.

—Ya sé que no te gusta bailar, pero... ¿quieres intentarlo aunque sólo sea
una vez?

—¿Y Ginny? —preguntó Luna.

—En el baño.

—Vale... Supongo que se puede probar —contestó Luna.

Ambos se acercaron a la pista. Se cogieron y empezaron a bailar.


187

—Bailas bien —le dijo Harry, cuando l evaban un rato—. ¿Por qué dices
que no te gusta?

Luna respondió sin mirarle.

—Mi madre me enseñó.

—Ah... —soltó Harry, sin saber qué más decir.

—No he bailado desde que el a murió. A el a le gustaba mucho bailar.

Harry no dijo nada. Simplemente, siguieron bailando hasta que la canción


terminó. Entonces, vio a Ginny, que esperaba sentada en una mesa. Ron y
Hermione también habían regresado, y estaban con el a.

Harry y Luna se acercaron a el os.

—Gracias —dijo Luna.

—¿Por?

—Por bailar conmigo. Nadie me lo había pedido antes que tú.

Habían l egado ya a donde estaban Ginny, Ron y Hermione. Los tres


miraron a Luna sin decir nada.

Estuvieron un rato hablando, hasta que los «Trols musicales» anunciaron


que procederían a tocar la última canción y se despedirían, y agradecían el
buen público que habían tenido.

Todo el mundo les aplaudió, y empezaron a tocar una melodía lenta como
último tema.

—¿El último baile, Ron? —le preguntó Hermione.

—Vale —aceptó él, cogiendo a su amiga. Hermione se agarró a él, y luego,


lentamente, se le abrazó con fuerza. Ron la miró un rato, y miró a Harry
sin saber qué hacer. Harry le sonrió, recordando la escena con Cho. Se
encogió de hombros. Finalmente, también Ron abrazó a Hermione con
fuerza, sonrojándose un poco ante la mirada de su amigo y su hermana.

Cuando la canción terminó, Dumbledore les dio a todos las gracias por
asistir, esperando que todo el mundo lo hubiera pasado bien.

—...y dicho esto, buenas noches a todos y ¡Feliz Navidad! —terminó,


sonriente.

Todo el mundo aplaudió con ganas, y los alumnos empezaron a salir del
comedor para dirigirse a sus respectivas salas comunes. En el vestíbulo,
Hagrid se despidió de el os. Vieron a Nevil e despedirse cariñosamente de
Gabriel e, que le dijo algo así como «Esta noche lo he pasado
estupendamente.

«Ggacias», y le dio un beso en la mejil a que hizo que la redonda cara de


Nevil e pareciera un tomate.

Los de Gryffindor, charlando animadamente sobre el baile, caminaron


hasta el retrato de la Dama Gorda y fueron pasando a la sala común. Al í,
Harry, Ron, Hermione y Ginny se sentaron en el sofá junto al fuego.

Nevil e se les unió, muy contento. Seamus, por su parte, se despidió


afectuosamente de Lavender, que subió a su habitación muy feliz,
acompañada por Parvati, que le gritó a Hermione: «¡No tardes!», antes de
subir.

—Ha sido estupendo, ¿verdad? —dijo Seamus, sentándose también.

—Sobre todo para algunos —comentó Ron, mirando a Seamus


significativamente. Él sonrió.

—Sí, ha estado fantástico —corroboró Nevil e—. Lástima que no haya


más durante el año...

—¿Os habéis fijado en el comportamiento de algunos de los de Slytherin?


—preguntó Ron—. Yo no me lo creía cuando lo vi... nos sonreían... bueno,
sólo algunos, pero ya es algo.

—Sí, fue extraño, pero me alegro —declaró Hermione—. Todos


deberíamos estar más unidos, como hoy...

—Sí, siempre que ganemos jugando al quidditch —puntualizó Ron entre


las risas de Seamus, Nevil e y Harry. Hermione le lanzó una mirada
diciendo «¡Quidditch!».

—Bueno, creo que me voy a acostar —señaló Harry, bostezando—. La


verdad, estoy molido.

—Sí, yo también —dijo Seamus. Se despidió y subió al dormitorio,


seguido por Nevil e y por Dean, que acababa de entrar por el retrato.

—Lo he pasado muy bien, Harry —dijo Ginny—. Realmente muy bien.

—Yo también —declaró él—. Espero que podamos charlar más a


menudo... realmente eres una gran chica

¿sabes?

Ginny le sonrió y le dio un beso en la mejil a. Se despidió de Ron y


Hermione y subió a su cuarto. Hermione y Ron, por su parte, se sonreían
sin hablar. El a le dio las buenas noches a los dos, y luego un dulce beso en
la mejil a a Ron. Él, por su parte, le quitó la diadema, y antes de volvérsela
a poner, le dio un beso en la frente. Hermione sonrió aún más y subió a su
dormitorio.

—Bueno ¿qué? —le preguntó Harry, cuando se hubieron quedado solos.

—¿Qué de qué?

—Ya me entiendes... ¿qué tal?

—Pues ya viste... bien. Realmente me lo he pasado muy bien, sí. Muy


bien...
—Sí, ya vi la cara de embobados que teníais... y que no habéis tenido una
sola discusión en días —apostil ó

—. No parecéis vosotros.

Ron le sonrió a su amigo.

—Bueno, eso está bien, ¿no?

—Sí, está muy bien, pero... resulta raro.

—¿Raro?

—Sí, raro. —Harry miró a su amigo con expresión inquisitiva—. ¿Qué te


dijo Krum?

188

—¿Eh? ¡Ah!, nada, nada...

—¿Como que nada?

—Bueno... simplemente me dio las gracias por permitirle a Hermione


bailar con él... yo le dije que no era necesario, que el a no era mi novia ni
nada así, y él me miró con cara rara...

—¿Cara rara?

—Sí... Yo tampoco sé por qué —dijo Ron—. Luego me dijo que la cuidara
como había hecho hasta ahora, y que era un buen guardián... y se fue.

—¿Ves? —dijo Harry. Ron le miró fijamente— Hasta Krum se da cuenta.

—¿Cuenta de qué? —preguntó Ron.

—Vamos, Ron, reconoce que te gusta Hermione...

—Bueno, yo... —se sonrojó hasta la raíz del cabel o—. ¿Y tú con Ginny?
—soltó, cambiando de tema.
—No lo sé —reconoció Harry—. Realmente, no lo sé. Es cierto que no me
había dado cuenta de cómo es... y de que me encanta estar con el a, y
hablarle y todo eso, pero no me gusta. Al menos, todavía no...

—¿Todavía no? —inquirió Ron, levantando una ceja y pareciéndose


enormemente a Hermione en la expresión de la cara—. Será mejor que nos
vayamos a la cama ante tanto derroche de sinceridad y sentimentalismo...
—dijo, riéndose.

Harry se rió también.

—Sí, será mejor. La verdad, estos bailes son matadores ¿no crees?

—Ya te digo. El quidditch es menos cansado, y desde luego mucho menos


complicado —declaró Ron, mientras ambos, riéndose, subían las escaleras
y abrían la puerta de su habitación.

189

19

Los Gigantes, las Arañas y los Centauros

Nadie pisó la sala común de Gryffindor antes de las once de la mañana el


día 26 de diciembre. El baile de la noche anterior había dejado agotados a
la mayoría de los alumnos, y el castil o estuvo silencioso toda la mañana.

Cuando Harry se despertó, lo primero que le pareció era que sólo había
pasado un momento desde que se había acostado. Hacía mucho que no
dormía tan bien. Se quedó un momento metido en la cama, disfrutando del
agradable tacto de las sábanas y del suave calor en el que estaba envuelto.
Recordó la noche anterior y sonrió. Luego, se incorporó y se puso las
gafas. Miró hacia la ventana, por dónde se veía a la nieve caer, y luego
hacia la cama de Ron, donde su amigo dormía plácidamente, con una
sonrisa dibujada en los labios.

La sonrisa de Harry se acentuó; estaba feliz. Se levantó, sin despertar a


nadie, y bajó a la sala común en pijama. Cogió su álbum de fotos y se
sentó frente al fuego. La sala estaba vacía, y él se alegró de que así fuera,
durante un rato al menos. Abrió el álbum por la última página y miró las
fotos de él mismo y sus amigos, que le sonreían. Harry las contempló un
rato, e incluso derramó una lágrima de felicidad, que se apresuró a limpiar
rápidamente cuando sintió que alguien entraba en la sala.

—¡Harry! —exclamó la voz de Colin Creevey, pletórica—. ¡Precisamente


la persona a la que quería ver!

—Hola, Colin —saludó.

—¿Te lo pasaste bien ayer, Harry? —preguntó Colin, feliz—. ¡Yo sí! Era
mi primer baile, y fue muy divertido.

¿No crees que estuvo magnífico, Harry?

—Sí, sí lo creo —respondió Harry, sonriendo.

—Bueno, verás, quería verte para darte esto —dijo Colin, dándole otras
seis fotos más—. Perdona por hacerlas sin que te dieses cuenta, Harry,
pero pensé que te gustarían para completar ese libro... Las acabo de
revelar.

Harry cogió las fotos, extrañado. Las miró y sonrió. Una le mostraba a él,
bailando con Ginny, otra le mostraba bailando con Hermione. La tercera
era de su baile con Cho, en otra se veía a Ron y a Hermione, en la
siguiente a Ron y a Ginny, y, para finalizar, en la más grande se veían
Nevil e, Gabriel e, Ron, Ginny, Hermione y él mismo, sentados en una de
las mesas. No supo qué decir.

—¿Te gustan? —preguntó Colin, mirándole expectante.

—Claro que sí... muchas gracias... no sé qué decir... —balbuceó. En otras


circunstancias, Harry se habría enfadado por haber sido fotografiado sin su
consentimiento, pero la alegría de tener un recuerdo de aquel a noche era
más fuerte que cualquier otro sentimiento.
—De nada, Harry. Me alegro de que te gusten... bueno, me voy a mi cuarto
—dijo el chico, despidiéndose.

Harry cogió las fotos y las miró, y luego las fue pegando en el álbum, al
final, junto a las demás de él y sus amigos. Estuvo contemplándolo
durante un largo rato, sin darse cuenta de que Ron y Nevil e habían l
egado.

—¿Qué haces? —preguntó Ron, aún despeinado y bostezando.

—Nada... miraba estas fotos que me ha dado Colin... ¿No querrías alguna
para ti? —le preguntó a su amigo, que observaba las fotos.

—¡Claro que sí! Le pediré a Colin una copia para mí... Mira Nevil e, tú
también sales.

Nevil e se acercó para verlo. Aún estaban al í cuando el resto de los


alumnos de Gryffindor bajaron, l enando la sala común de ruidos y
conversaciones. Parvati, Lavender y Hermione bajaron juntas, y al parecer,
aún no habían agotado los temas de conversación sobre el baile. Hermione
se sentó junto a Ron, dedicándole una sonrisa, mientras Lavender se
acercaba a Seamus y empezaba a charlar con él animadamente.

Ron le enseñó a Hermione las fotos, y la chica se quedó mirándolas con


dulzura, como también hizo Ginny cuando finalmente bajó de su
dormitorio.

Los siguientes días transcurrieron tranquilos y apacibles, a pesar de no


tener ya tanto tiempo libre. Hermione se empeñó en hacerles estudiar todo
lo que podía, a pesar de las protestas constantes de Ron, y encima, la final
de quidditch se aproximaba, con lo que los entrenamientos se
amontonaban. A decir verdad, los entrenamientos del equipo eran mucho
más agradables desde el enfrentamiento, en lo que respectaba a la mayoría
de los jugadores de Slytherin, pero Malfoy y Crabbe se habían vuelto aún
más desagradables, y ahora rara vez se veían sin la compañía de Goyle,
Pansy Parkinson, sus amigas y algunos otros de Slytherin, que parecían
odiar más que nunca a Harry y a sus amigos.
Harry, sin embargo, no les hacía demasiado caso. Tras el baile, se sentía
demasiado feliz y contento como para preocuparse por Malfoy y su grupo
de Slytherin, por lo que les sonreía cada vez que pasaba junto a el os,
mientras Crabbe y Goyle crispaban los puños y Draco endurecía sus
miradas. Sin embargo, a Harry no 190

se le había olvidado ni un ápice cuál había sido el resultado y las


consecuencias de aquel enfrentamiento, y tenía muy claro que sí
encontraba algún motivo para creer que el Slytherin andaba metido en algo
raro, iban a tener un serio encuentro.

La tranquilidad de las vacaciones en Hogwarts, sin embargo, se


interrumpió una tarde, cuatro días después del baile, dos días antes de fin
de año. Harry, Hermione y Ron se encontraban en la sala común. Harry y
Ron jugaban al ajedrez, mientras que Hermione leía un inmenso libro,
sentada a su lado, cuando Hedwig entró por la ventana trayendo una nota
para Harry. Era de Hagrid.

Harry: Venid a verme esta tarde a las cinco. Trae a Ron y Hermione. Usad
la capa invisible y entrad por la puerta que da al huerto de las calabazas.
No se lo digáis a nadie.

Hagrid

—¿Qué querrá? —preguntó Ron, extrañado—. ¿Por qué nos pedirá que
usemos la capa invisible?

—No lo sé... seguro que quiere mostrarnos algo... Bueno, sólo falta una
hora ¿no? —dijo Harry, mirando su reloj—. Pronto lo sabremos.

Hermione se mordía el labio inferior, con expresión seria.

—¿En qué piensas, Hermione? —le preguntó Ron, mirándola.

—No sé... Es muy raro ¿no? ¿Por qué quiere que nos ocultemos?

—Vamos, Hermione, es Hagrid —repuso Ron—. No nos va a pasar nada


malo...
—Lo sé, pero me extraña...

—Venga, dejadlo. Mejor será que nos preparemos. Cogeré la mochila y


meteré la capa dentro, luego saldremos y nos la pondremos en algún pasil
o.

—Bien —dijo Ron—. Pero antes, déjame que te dé jaque mate, tenía una
jugada estupenda...

Media hora después, los tres salían de la sala común. Harry l evaba la
mochila y se dirigieron al vestíbulo.

Cuando se acercaron, Harry sacó el mapa del merodeador y, viendo que no


hubiese nadie, sacó la capa y se la pusieron encima.

—Vamos —susurró.

Descendieron las escaleras lentamente y l egaron a la puerta principal, que


afortunadamente estaba abierta.

Salieron y se dirigieron a la cabaña de Hagrid, la rodearon y golpearon


suavemente la puerta de atrás.

Hagrid abrió.

—¿Sois vosotros? —preguntó.

—Sí —respondió Ron. Pasaron y se quitaron la capa.

—¿Qué sucede, Hagrid? —le preguntó Harry—. ¿Por qué tanto misterio y
secreto?

—¡Porque quiero que veáis una cosa maravil osa! —les anunció Hagrid,
muy feliz—. Os dije que os pusieseis la capa porque no creo que nadie
quiera que os lo muestre... pero yo pienso que tenéis derecho a saberlo, y,
como de todas formas os ibais a enterar igual...

—¿Qué es, Hagrid? —preguntó Hermione.


—No os lo puedo explicar —respondió Hagrid—. Lo mejor es que lo veáis
por vosotros mismos... Venid, está en el bosque...

—¿En el bosque? —preguntó Ron, poniendo cara de desagrado—. ¿Qué


hay en el bosque?

—No preguntéis, ya os dije que es mejor que lo vieseis. ¡Pero es maravil


oso, ya veréis! No será peligroso.

Hagrid abrió la puerta y salió al huerto, internándose en el bosque,


asegurándose de que nadie los veía.

Harry, Ron y Hermione lo siguieron, un poco asustados. La idea que tenía


Hagrid de lo que era peligroso no era muy común.

—¿Adónde vamos, Hagrid? —preguntó Hermione de nuevo, mientras se


internaban en las profundidades del bosque, siguiendo a su amigo por una
ruta peligrosa que ya conocían—. ¡Dios mío! —dijo susurrando, dándose
cuenta de la dirección que tomaban. Miró a Harry, que también lo había
notado.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, que no sabía a dónde l evaba aquel camino.

—Nos l eva junto a Grawp... —musitó Hermione.

—¿Grawp? ¿El gigante? —exclamó Ron, asustado—. ¡Oh, no...! ¿Por qué
habremos venido?

—Vamos, chicos —los animó Hagrid—. Os aseguro que no os


arrepentiréis.

—Desde luego que no —murmuró Ron—. Yo ya estoy arrepentido.

—¡Hagrid! ¿Y los centauros? —preguntó Harry de pronto—. ¡Dijeron que


no dejarían...!

—No os preocupéis por el os —les tranquilizó Hagrid—. Dumbledore


habló con el os. Siguen enfadados conmigo, pero ya no se meterán con
nosotros. Nos dejarán pasar en paz. De todas formas, creo que no nos los
encontraremos...

—¿Han perdonado a Firenze? —preguntó Ron.

—Claro que no. Nunca lo harán. Los centauros son muy tercos.

Harry y Hermione se miraron. Aún recordaban demasiado bien lo furiosos


que se habían puesto los centauros cuando se habían internado en el
bosque con la profesora Umbridge el año anterior. A pesar de 191

todo, continuaron avanzando tras Hagrid, hasta l egar al lugar en el que,


unos meses antes, Hagrid les había mostrado a su hermano pequeño.

—¿Qué es lo que quieres que veamos, Hagrid? —le insistió Hermione, con
el rostro compungido.

—Pues... hemos recibido visita. Observad.

Se acercaron lentamente a donde estaba Hagrid, y, dónde antes había


árboles, ahora había un gran claro, y lo que parecía una especie de
campamento, donde descansaban, al menos, seis gigantes. Harry reconoció
entre el os a Grawp, que era el más pequeño de todos. Se quedaron
atónitos.

—¡Dios mío! —dijo Ron, asustado.

—No os preocupéis —repitió Hagrid, risueño, entrando en el campamento


—. ¡Hola, Grawpy!

—¿Hagui? —preguntó Grawp, volviéndose hacia él.

—Sí, soy yo. ¡Mira quien ha venido, Grawpy! ¡Harry y Hermione! ¿Te
acuerdas? ¡Y también Ron!

—¿Hermy? —gruñó Grawp, mirando por encima de Hagrid. Hermione se


agarró a Harry y a Ron, que estaba lívido.

—Saludad sin miedo —dijo Hagrid, sonriente.


—Ho-hola G-Grawp —tartamudeó Ron, mirando las inmensas manos del
gigante e intentando mantenerse lejos de el as.

Harry se fijó en los demás gigantes, que dormitaban sin que pareciera
importarles en absoluto la escena.

Casi todos presentaban grandes heridas en la cara y el cuerpo.

—¿Cuándo l egaron, Hagrid? —preguntó Harry, procurando mantenerse


también lejos del alcance de Grawp, que se había levantado y se movía al
lado de su hermano.

—Hace tres días —Les informó Hagrid, contento—. Tuvimos noticias de


el o, ya sabéis, por la Orden, y yo y Olympe fuimos a buscarlos en secreto,
y los trajimos aquí. Dumbledore dijo que era el único sitio seguro.

Llevaban mucho tiempo viajando desde las montañas. Antes formaban un


grupo de ocho, pero a tres los mataron. Éstos consiguieron huir y ponerse
en contacto con nosotros. Les costó mucho l egar. Llevaban cuatro meses
viajando.

—¿Cuatro meses? Guau —dijo Ron, que se acercó un poco más, algo más
tranquilo al ver que los gigantes no les hacían demasiado caso—. ¿Cómo
viajan los gigantes sin que los muggles los vean?

—Bueno, no les es fácil —respondió Hagrid—. Pero tienen sus medios.


Saben ocultarse muy bien cuando les conviene... y, de todas formas, los
muggles que ven gigantes no suelen vivir para contarlo...

—Sí, he leído que pueden camuflarse como rocas y cosas así ¿verdad? —
comentó Hermione, que seguía agarrada a sus dos amigos.

—Sí, así es.

—¿No habrán matado a nadie para l egar hasta aquí, verdad? —preguntó
Ron.

—¡Oh, no! Claro que no... cuando hablamos con el os en su campamento


les hablamos de las condiciones para la convivencia a los que nos
escucharon. Éstos tenían miedo de los demás gigantes, así que necesitaban
ayuda y se portaron bien. O al menos, eso dicen...

—¿Eso dicen? —dijo Ron, escéptico, viendo la cara de brutalidad de los


gigantes.

—Dumbledore les cree —sentenció Hagrid—. Vino a verlos en cuanto l


egaron y les habló. Les ofreció este lugar y nuestra ayuda a cambio de su
apoyo.

—¿Su apoyo? —preguntó Hermione—. ¿Su apoyo para qué? ¿Qué quiere
Dumbledore que hagan?

—No lo sé —respondió Hagrid—. Tal vez sólo que confraternicen con


nosotros, en vez de con Quien Vosotros Sabéis.

—¿Lo sabe el Ministerio? —preguntó Hermione.

—No sé... creo que Dumbledore ha dicho algo... supongo que, en todo
caso, sólo lo sabrá Fudge...

—¿Fudge? No creo que se lo tome muy bien —opinó Harry.

—No le va a quedar otro remedio si Dumbledore quiere que se queden. La


gente se ha dado cuenta de que todo lo que dijo Dumbledore sobre lo que
había que hacer una vez retornado Quien Vosotros Sabéis era lo que se
tenía que haber hecho... ahora es demasiado tarde para algunas cosas,
como el asunto de Azkaban y los dementores, pero bueno...

—¿Qué tal le tratan? —preguntó Hermione, señalando a Grawp—. ¿No


decías que al í le pegaban?

—Bueno, sí, pero aquí, de momento, lo tratan muy bien —contestó Hagrid
—. No se meten nada con él, aunque sea el más pequeño. Claro que
tampoco están en muy buenas condiciones para ser violentos —

agregó, mirando el lamentable estado físico de los demás gigantes—.


Además, aquel as dos de al í son hembras, y se l eva muy bien con una...
ahora ya no está solo y es más feliz.
Harry miró a Grawp, que se había sentado y balanceaba un árbol, una de
sus diversiones favoritas. Le pareció que estaba igual que cuando lo había
visto por primera vez.

—¿Qué opinan los centauros de que estén aquí? —preguntó Ron.

—No les ha gustado mucho la idea, si te digo la verdad —respondió


Hagrid—. Pero no hay mucho que puedan hacer, así que simplemente
evitan este lugar.

—¿Hablan nuestro idioma? —preguntó Harry.

192

—Aquél de al í lo chapurrea un poco —dijo Hagrid, señalando a un


gigante que tenían un inmenso corte en la cara y que parecía que le faltaba
un ojo—. Pero no demasiado. Grawp habla mejor que él. Generalmente
hace de intérprete para los demás.

—Bueno, Hagrid, esto es muy interesante, pero... creo que deberíamos


regresar al castil o —sugirió Hermione con aprensión—. Se está haciendo
de noche...

—Sí, es cierto —dijo Hagrid, mirando en torno a él—. Volvamos... Adiós


Grawpy —le dijo al gigante, que miró hacia él—. Nos vamos. Vendré a
verte mañana.

Grawp le hizo un gesto, y emprendieron el regreso.

—Bueno, ya sabéis, no debéis de decir nada a nadie de esto —les recordó


Hagrid, mientras emprendían la senda de regreso—. No es que importe, al
fin y al cabo creo que os enteraríais pronto, pero bueno, ya me entendéis...

—Tranquilo, Hagrid. No diremos nada, te lo aseguro —prometió Ron,


yendo más deprisa hacia el castil o de lo que había ido hacia el claro.

—¿Estás completamente seguro de que son... bueno, inofensivos? —


preguntó Hermione, que miraba alrededor constantemente para asegurarse
de que no aparecían Magorian, Bane o algún otro centauro.
—Bueno, son gigantes, ¿no? Pero creo que se portarán bien... necesitan
nuestra ayuda. No querrán que los demás se enteren de dónde están...

—¿Los demás gigantes? —inquirió Harry—. ¿No estaban en Rusia o por


al á?

—Bueno... eso es otra cosa que quería contaros, pero esperad a que l
eguemos a mi casa. ¡Oh! —dijo Hagrid de pronto, deteniéndose en seco.
Ron chocó contra él.

—¿Qué pasa, Hagrid? —preguntó Harry, acercándosele.

—¡Chist! —susurró Hagrid—. Mejor será que vayamos por otro camino,
éste puede ser algo... inapropiado.

Hablad bajo.

—¿Pero qué sucede? —preguntó Ron, aún más asustado.

—Bane —indicó Hagrid, con un susurro—. Mejor será que no nos


metamos en líos... Iremos por al í, dando un rodeo.

—¿Un rodeo? —preguntó Hermione.

—Sí. Seguidme y hablad bajo.

Caminaron detrás de Hagrid durante un rato, antes de que Ron se diera


cuenta de hacia dónde se dirigían.

—Hagrid... —dijo, con voz débil y temblorosa—. Por aquí se va a... a...

—...a la guarida de Aragog —terminó Harry, también nervioso.

—¿Aragog? —preguntó Hermione abriendo mucho los ojos—. ¿Esa araña


gigante que quería usaros como cena?

—Sí —confirmó Ron, estremeciéndose; se dirigió a Hagrid—: ¿Por qué


vamos por aquí? ¡No deberíamos ir por aquí!
—Tranquilos, no os preocupéis —dijo Hagrid—. Vais conmigo.

—Hagrid, ya estamos lejos de los centauros, ¿por qué seguimos este


camino?

—Es que, ya que paso por aquí... hace mucho que no visito a Aragog...

—¿Y tienes que visitarlo hoy? —preguntó Harry.

Ron miró a Harry con miedo. Hermione se agarró a el os, mirando hacia
todos lados. Tras caminar unos veinte minutos más, l egaron a la
hondonada de las arañas. Ron miraba hacia el suelo, por donde caminaban
centenares, o quizás miles, de pequeñas arañas. Harry levantó la cabeza y
vio a las más grandes descolgarse de los árboles. Los tres amigos sacaron
las varitas y se apretujaron cada vez más. Las arañas empezaron a
rodearlos, pero sin acercárseles. Hagrid se detuvo.

—¡Aragog! —llamó.

—¿Hagrid? —preguntó una voz, que hizo que Ron se estremeciera aún
más, mientras miraba a su alrededor.

—Sí, soy yo.

La inmensa araña se levantó y salió de su cubil, acercándose. Hagrid le


sonreía.

—Hola, Hagrid... Hacía tiempo que no venías a verme... —dijo—. No


vienes solo.

—Son los dos chicos que escaparon hace cuatro años —dijo otra araña,
chascando las pinzas fuertemente.

—¿Aquél os?

—Son amigos míos, Aragog —aclaró Hagrid—. Hoy no venía a verte —


explicó—, pero pasaba por cerca y he venido a decirte que no les hagas
daño.
—¿Por qué? Mi instinto me empuja a el o... no puedo negar carne fresca a
mis hijos...

Harry, Ron y Hermione se apretaron aún más. Las arañas continuaban


descendiendo de los árboles y rodeándolos, haciendo sonar sus pinzas.

—Porque son mis amigos, Aragog. El os me han ayudado en multitud de


ocasiones. Por eso te pido que si los ves, o te los encuentras, les ayudes... o
por lo menos no les ataques.

Aragog miró a Hagrid un momento, sin decir nada.

193

—Además, el os mataron al basilisco del castil o...

—¡No pronuncies ese nombre! —gritó la araña, estremeciendo todo su


cuerpo. Luego se calmó—. ¿Es cierto eso? ¿Esos chicos lo mataron? —Cal
ó un momento—. Bien... entonces, está bien. Me habéis hecho un gran
favor, a mí y a mis hijos. Por el o, y porque Hagrid me lo pide, no os
haremos daño si volvéis por aquí, y os ayudaremos, si podemos. Pero os
pido que no me visitéis a menudo, si podéis evitarlo; la tentación es muy
grande...

—De... de acuerdo —murmuró Ron, con cara de espanto—. No vendremos


si no es necesario... gracias.

—Gracias, Aragog —dijo Hagrid, sonriendo—. Ahora tenemos que irnos.


Cuídate.

—Adiós, Hagrid. Adiós, amigos de Hagrid.

—A... Adiós —dijo Harry.

Salieron de la hondonada, mirando a los lados, mientras las arañas,


chascando sus pinzas, se apartaban de su camino. Ron respiraba
agitadamente.
—Tranquilo —le dijo Hermione, que parecía más calmada—. No pasará
nada.

—No pensé que tendría que volver a este lugar nunca...

—Vamos, apuraos —les dijo Hagrid—. Ya es tarde, y deberíais regresar


pronto al castil o.

Caminaron hacia Hogwarts, recorriendo la senda que Harry y Ron habían


hecho casi cuatro años atrás. Tras alejarse un buen trecho de la hondonada,
Ron se tranquilizó, aunque echaba miradas fugaces hacia atrás de vez en
cuando. Cuando habían recorrido ya más de la mitad del camino e iban
más tranquilos, una figura les salió al paso, seguida de varias más.

—¿Qué haces, Hagrid? —preguntó la fuerte y masculina voz de Magorian.

—¡Oh, no! —Ggmió Ron—. Primero gigantes, luego arañas y ahora


centauros... ¿Y para encontrarnos con el os vinimos por ese lugar horrible?

—Ya sabes de dónde vengo, Magorian —respondió Hagrid con voz severa.

—Sí, lo sé... y sabes perfectamente que no nos gusta lo que habéis traído al
bosque.

—¡Mira, Magorian! ¡Los alumnos de colegio! ¡Los que nos echaron


encima al gigante y escaparon! —gritó otro centauro, al ver a Harry y a
Hermione.

—No os atreváis a hacerles nada —amenazó Hagrid, cubriendo a los tres


amigos.

—No haremos nada. Les dejaremos pasar —repuso Magorian


tranquilamente.

—¿Por qué? ¡Acuérdate de lo que dijo la chica! ¡Nos usaron! ¡Se burlaron
de nosotros!

—¿Sabes quiénes son, Delane?


—No, pero eso...

—Es Harry Potter. Harry Potter y sus amigos.

—¿Harry Potter?

—Sí... Por eso pasarán.

Harry les miró, extrañado, y salió de detrás de Hagrid.

—Eh... ¿Magorian? —Llamó. El centauro le miró—. ¿Por qué nos van a


dejar pasar?

—Hemos jurado no oponernos al destino. Hemos visto en los cielos lo que


sucederá, y hoy debéis continuar vuestro camino —respondió el centauro.

—¿Nuestro camino? —preguntó Hermione—. ¿Qué camino?

—No revelamos nuestros conocimientos a los humanos. Simplemente,


debéis cumplir con lo que está escrito. Regresad al castil o.

Dicho eso, Magorian desapareció en el bosque, seguido de los demás


centauros. Harry, Ron y Hermione se miraron, extrañados.

—¿Nuestro camino? —se preguntó Ron—. ¿Qué habrá querido decir...?

—Dejadlos —aconsejó Hagrid—. Es imposible sacar algo en claro de unos


centauros. Mejor será que regresemos.

Hagrid se echó a andar y regresaron a su cabaña, donde entraron, al igual


que había salido, por la puerta del huerto de las calabazas.

—Bueno... ¿Qué es eso que tenías que contarnos de los demás gigantes? —
preguntó Harry, ansioso, apartando de su cabeza, por el momento, el
asunto de los centauros y sentándose en una sil a, mientras Ron y
Hermione hacían otro tanto.

—Bueno —comenzó Hagrid—. Creemos... o más bien, estamos bastante


seguros de que todos los gigantes han retornado... —les explicó.
—¿Cómo? —preguntó Ron—. ¿Todos?

—Sí. De hecho, éstos fueron los últimos en l egar, ya que vinieron


escondiéndose y sin ayuda. Creemos que los demás sí tuvieron ayuda para
regresar, y que lo han hecho hace ya tiempo.

—¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo? —peguntó Hermione, acercándose un poco


al fuego para calentarse—.

¿Cómo lo sabéis?

—No puedo deciros como lo sabemos, pero lo sabemos. Llevan en el país


más o menos tres semanas, o eso creemos —dijo Hagrid, poniendo la
tetera encima de la mesa y cogiendo unas tazas y azúcar.

194

—Se han unido a él ¿verdad? —dijo Harry.

—Sí —afirmó Hagrid con pesar, mientras servía el té.

—¿Sabéis dónde están? —preguntó Ron—. No es lo mismo esconder seis


gigantes que treinta o cuarenta...

—No estamos seguros —respondió Hagrid—. Parece ser que Quien


Vosotros Sabéis está actuando con mucho secretismo. Tenemos nuestras
razones para pensar que se encuentran en algún lugar de las Tierras Altas
Escocesas. De todas formas, Quien Vosotros Sabéis no necesita
esconderlos tan bien como nosotros.

—¿Por qué no? —preguntó Harry.

—Porque a él le da igual que vayan por ahí matando a muggles o haciendo


destrozos —respondió Hagrid—.

Observad esto.

Sacó de un cajón una hoja de un periódico muggle y se la pasó. Hermione


la leyó: MISTERIOSAS Y BRUTALES MUERTES EN UN
PUEBLO DE ESCOCIA

La policía no se explica aún la causa de la tragedia ocurrida en el pueblo


escocés de High Rock, donde una familia fue encontrada muerta hoy por la
mañana. Dicha familia, los Lossarch, residían en una finca apartada del
núcleo principal del pueblo unos dos kilómetros. La casa estaba
destrozada, y los cadáveres de Seamus y Elizabeth Lossarch, y los de sus
tres hijos, John, Wil iam y Jennifer se encontraban horriblemente
mutilados.

No se ha dado aún una explicación para el estado de los cadáveres,


aunque, como algunos forenses han señalado, parecen obra de alguna
especie de animal especialmente brutal. No obstante, nadie se pone de
acuerdo sobre qué clase de animal, ya que los cadáveres no presentan
signos de mordeduras o arañazos. Aún aceptando la tesis de algún tipo de
animal, queda sin explicación el lamentable estado de la casa, que estaba
semiderruida. Ninguno de los vecinos de High Rock se explica el suceso,
aunque algunas personas han declarado que a veces, en los últimos días,
se oyen extraños rugidos en las montañas. Muchos han admitido que
tienen miedo.

—Lleva fecha de hace dos semanas —observó Hermione.

—¿Qué son «forenses»? —preguntó Ron.

—Médicos —explicó Hermione—. Trabajan para la policía. Su misión


consiste en determinar la causa de la muerte de una persona.

—Ah... —dijo Ron, que parecía que no le hubiese quedado muy claro.

—Fueron los gigantes ¿verdad? —Preguntó Harry, triste—. Los gigantes


mataron a esa familia...

—Dumbledore así lo cree, Harry. Y yo también.

—¿Y qué vais a hacer con el os? —inquirió Hermione— ¿Intentar


convencerlos de que vuelvan a nuestro bando?
—No lo sé —declaró Hagrid—. Dumbledore aún no nos ha dicho nada al
respecto...

—¿Cuánto tiempo hace que sabéis que han regresado?

—Desde que l egaron éstos —respondió Hagrid—. El os nos lo contaron.


Nos informaron de que todos se habían puesto en marcha hace tiempo,
guiados por Golgomath. A los que no quisieron venir los mataron. Al
parecer, los mortífagos les hicieron grandes promesas sobre los regalos y
privilegios que tendrían al regresar aquí.

—¿Aún sigue siendo Golgomath su jefe?

—Sí —contestó Hagrid, disgustado—. Macnair y el otro mortífago les l


evaron muchos regalos. Eso le dio a Golgomath poder sobre el grupo. Los
que no estaban de acuerdo con él... bueno, ya imagináis, los mataron.

Ya os dije que éstos eran ocho cuando se separaron del grupo principal. A
tres los mataron y a los demás ya visteis cómo los dejaron.

—Qué bestias —dijo Ron.

—Cuando l egaron a Francia, tuvimos noticias de el os, y Dumbledore


habló con Madame Maxime y conmigo, y fuimos a buscarlos —continuó
—. El os nos contaron todo, y entonces Dumbledore se acordó de ese
recorte de periódico que había leído. Lo había guardado porque le había
parecido extraño.

—¿Dumbledore siempre lee los periódicos muggles? —preguntó Ron.

—Sí, por supuesto —contestó Hagrid—. Pero es uno de los pocos magos
que lo hace.

Los cuatro terminaron su té, en silencio, contemplando la foto que


mostraba cómo había quedado la casa de aquel a familia.

—Será mejor que regreséis al castil o —les dijo Hagrid cuando


terminaron, viendo que eran casi las siete—.
No deberíais estar por fuera a estas horas. Poneos la capa. Y recordad: ¡no
le digáis a nadie lo que os he mostrado!

195

—No te preocupes —dijo Harry, cogiendo la capa y cubriendo con el a a


Ron y a Hermione—. Hasta la cena, Hagrid.

—Adiós —se despidió él, abriendo la puerta trasera para dejarles salir.

Se dirigieron a la puerta del castil o y entraron. Afortunadamente, el


vestíbulo estaba vacío. Subieron por la escalinata, deteniéndose un
momento detrás de una estatua en un corredor cuando vieron a Filch, que
paseaba con su gata. Obviamente, el celador no podía verlos, pero a Harry
siempre le había parecido que la Señora Norris era capaz de notar su
presencia aunque no pudiera verlos. Cuando pasaron, se dirigieron raudos
al pasil o de la Señora Gorda. Comprobando que no había nadie cerca, se
quitaron la capa, Harry se la guardó en la mochila y entraron en la sala
común.

—¿Dónde habéis estado? —preguntó Ginny, que estaba sentada junto al


fuego, leyendo—. No os ha visto nadie desde hace casi dos horas...

—Eh... fuimos a la biblioteca y luego a ver a Hagrid —mintió Harry a


medias.

—Ah —dijo el a con un ligero tono de pena—. Podríais habérmelo dicho,


yo también habría ido...

—Ya, pero... —comenzó a explicar Harry.

—...se nos ocurrió estando en la biblioteca, Ginny —terminó Ron.

Aquel a noche, tras acostarse, Harry tardó mucho tiempo en dormirse. Y


no porque estuviera pensando en los gigantes... No, recordaba las palabras
de Magorian: «deben seguir su camino». Y no se refería sólo a él, sino
también a Ron y a Hermione... Los centauros podían resultar muy
misteriosos y extraños, pero Harry creía en su capacidad para predecir el
futuro... al menos en parte, y si habían dicho aquel o... ¿Estaban también
sus amigos marcados, aunque ninguna profecía los mencionase? Harry no
lo sabía, pero pensar que a el os podría sucederles algo terrible lo
angustiaba. ¿Cuál era aquel «camino» que debían seguir?

¿Qué sabían los centauros y no querían decirle? Harry sabía que era inútil
preguntarles. Recordó su primer encuentro con el os, en una oscura noche,
en el Bosque Prohibido, cinco años atrás... entonces sólo habían
conseguido sacarles que «Marte estaba muy bril ante esta noche,
especialmente bril ante». ¿Sabrían el os algo que pudiera ayudar? Era
posible, pero, en todo caso, sabía que jamás harían o dirían nada que
interfiriese con lo que el os creían que era el destino escrito en los cielos.

Pasaron un par de días. Harry se pasaba bastante tiempo mirando hacia el


bosque desde la ventana de la sala común. Le pareció distinguir entre las
frondosas copas de los árboles el claro donde estaba el campamento de los
gigantes. Debía de ser al í, parecía salir humo... ¿Qué planes tenía
Dumbledore para aquel os gigantes? ¿Cómo pensaba usar Voldemort a los
que estaban de su parte? No se le ocurría nada que respondiese a esas
preguntas. Oscurecía, y Harry fijó su mirada en el cielo, que esa noche
estaba despejado. Miró las estrel as y recordó de nuevo las palabras que
Magorian había dicho: «tienen que seguir su camino» ¿Qué camino era
ése? Desde aquel día se lo preguntaba a menudo ¿Qué habían visto los
centauros en el cielo? ¿Qué mostraban las estrel as que iba a suceder? No
lo sabía, no podía saberlo, pero últimamente, el cielo estrel ado le atraía
cada vez más. ¿Qué secreto sobre su destino y el de las personas que más
quería ocultaban aquel as estrel as, si es que realmente ocultaban alguno?
Él era el único que se preocupaba por el o. Apenas había hablado con Ron
o Hermione del encuentro con los centauros. Ron parecía haberlo
olvidado, y Hermione no creía en la Adivinación, o creía muy poco.

—¿Qué te pasa? —le preguntó de pronto Ginny, sobresaltándole y


sacándole de sus pensamientos.

—¿Eh? ¿Cómo dices? —dijo Harry, volviéndose.

—Digo que qué te pasa... te pasas los días mirando por esa ventana. ¿Te
preocupa algo?
—No... no es nada, no te preocupes.

Ginny le sonrió, como diciéndole «a mí no me engañas».

—Sé que me ocultáis algo —le soltó el a, y Harry abrió mucho los ojos—.
Sí, lo sé... no es que guste, pero tampoco me importa. Supongo que hay
una buena razón para que no me lo digáis, pero... ¿es algo grave?

—No —respondió él, mirándola a los ojos—. No demasiado.

—Entonces es cierto que me ocultabais algo... Me lo imaginaba. Llevo ya


mucho tiempo con vosotros tres, y sé cuando escondéis alguna cosa.

—Sí, es cierto —reconoció Harry—. Pero mira, no te lo podemos decir...


nos hicieron prometer que no diríamos nada, que pronto lo sabríamos
todos... No te enfades, por favor.

—No me enfado —dijo el a, tranquila y sonriente—. ¿Por qué iba a


hacerlo?

—Bueno, yo, el año pasado, cuando no me...

—Ya, pero era distinto. Tú habías hecho todas aquel as cosas y era lógico
que quisieras saber qué pasaba,

¿no?

Harry le sonrió. En ese momento, Hermione y Ron entraron en la sala


común. Habían terminado sus guardias por los pasil os.

196

—Hombre, la pareja prefecta —bromeó Ginny—. ¿Qué tal las guardias?

—Cál ate, Ginny —espetó Ron, dejándose caer en el sofá junto al fuego—.
A ver si te crees que es muy divertido deambular por los pasil os con Filch
y este frío...
—Depende de la compañía —dijo Ginny, riéndose y mirando a Harry, que
también se rió.

Hermione los miró con severidad, dejándose caer al lado de Ron.

—¿Queréis perder cinco puntos para Gryffindor cada uno?

Eso les cortó la risa al instante. Harry abrió la boca para decir algo, pero
entonces fueron sus dos amigos los que empezaron a reírse.

—Bah, bromas de prefectos —dijo Ginny en tono despectivo, sentándose.


Tras un rato, la chica le dijo a Hermione si quería hablar con el a un rato, y
subieron a los dormitorios, mientras Harry y Ron jugaban una partida de
ajedrez mágico.

—Bueno, ¿qué, como te va con Hermione?

—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Otra vez con eso?

—Sí, ya ves, es el tema del mes... ¿Me respondes?

—No —dijo Ron, en tono cortante.

—Vale... Tampoco necesito que lo hagas, veo perfectamente cómo os


miráis, así que...

—¿Y cómo nos miramos, si puede saberse? —preguntó Ron, intentando


parecer mosqueado.

—Bueno, los ojos son vuestros ¿no? Si no lo sabéis, pues ya me dirás...

—No seas pesado, Harry, sabes perfectamente que sólo somos amigos.

—Sí, porque sois demasiado tontos para...

—¿Quieres jugar al ajedrez o no? —dijo Ron, desesperado.

—Está bien, está bien, ya me cal o...


Harry perdió la partida.

Tras acabar, Ron subió al dormitorio. Pronto sería hora de cenar. Harry, de
nuevo volvió a acercarse a la ventana de la sala común y miró el cielo,
preguntándose de nuevo qué secretos ocultaba, fascinado. Incluso se le
ocurrió la absurda idea de pedirles consejo a Parvati y Lavender, que eran
las mejores en adivinación, aunque, al igual que la profesora Trelawney,
nunca acertaban en nada. Llegó a lamentarse de no tener más Adivinación,
porque ahora, con la ayuda de Firenze, quizás... Harry abrió mucho los
ojos. ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Firenze! Él le ayudaría, además,
ahora vivía en el castil o, y podría hablar con él cuando quisiera... Iría
después de cenar, sin falta.

Un rato más tarde, Ron bajó del dormitorio, y, tras él, Ginny y Hermione,
acompañadas de Parvati y Lavender. Bajaron todos juntos a cenar, y
cuando la cena terminó Harry se levantó antes que nadie.

—¿Adónde vas? —le preguntó Ron, mientras engul ía pastel como si


hubiera un mes que no comía—. Aún no hemos terminado la cena...

—Yo sí, os veré luego en la sala común.

—¡Harry! —lo l amó Hermione mientras él se dirigía ya a la salida. Oyó a


su amiga, pero simplemente se volvió e hizo un gesto con la mano. Salió
al vestíbulo y se dirigió al aula en la que Firenze impartía sus clases de
Adivinación, rogando que estuviera al í. Llamó a la puerta, y, para su
alegría, el centauro le dio permiso para entrar.

—Esto... hola —saludó, entrando en el aula y acercándose a donde estaba


el centauro, en medio del bosque mágico que Dumbledore había creado
para él en aquel lugar.

—Harry Potter. Qué sorpresa verte por aquí... —saludó Firenze con
cortesía.

—Eh, sí... —Se preguntó como empezar, y decidió no ser demasiado


directo, no quería parecer un interesado—. ¿Qué tal te va aquí?
—Bueno, no está del todo mal, aunque añoro al bosque y a mi manada.
Esto no es lo mismo.

—Ya, claro... Yo vi a los demás hace poco, en el bosque —comentó Harry.

—¿Sí? ¿No te hicieron daño? Me enteré de lo sucedido a finales del curso


pasado.

—Bueno, no parecían contentos de vernos —respondió Harry, l evando la


conversación por donde él quería

—, pero Magorian dijo que... que nos dejarían pasar, que teníamos que
seguir con nuestro camino —agregó, mirando a Firenze fijamente.

—Sí, no me extraña —afirmó Firenze—. Magorian nunca iría contra lo


que está escrito en los cielos...

—Pero no quiso decirnos nada de qué camino era ése...

—Por supuesto que no. Los centauros no suelen revelar sus secretos a los
humanos...

—Pero tú lo haces.

—Bueno, ya te habrás dado cuenta de que no soy un centauro común... —


dijo, medio sonriendo, medio triste.

—¿Tú sabes de qué hablaba? —le preguntó Harry sin más preámbulos—.
No me quito eso de la cabeza...

¿Qué tienen que ver mis amigos?

197

—Todo, Harry Potter. Ya conoces tu destino, lo que ha sido marcado para


ti… pero ese camino no tienes por qué recorrerlo solo... y no lo harás. Sea
como fuere, tus amigos estarán contigo, y, l egado el momento, los
necesitarás.
—¿Mi destino? ¿Conoces... conoces la profecía? —preguntó Harry.

—Sí. Dumbledore habla a menudo conmigo.

—Pero... la profecía dice que sólo yo... sólo yo puedo matar a Voldemort
—repuso Harry.

—Sí, es cierto... pero una historia no es sólo su final, y un camino no sólo


es el destino... antes de l egar a ese final, antes de l egar a la noche en la
que al menos uno de los dos no vea el nuevo amanecer, han de suceder
muchas cosas, Harry Potter, y mucho dependerá de aquel os que estén a tu
lado.

Harry quedó impresionado por las palabras de Firenze.

—¿La noche en la que uno de los dos no verá el nuevo amanecer?

—Así está escrito, Harry Potter. Es algo claro que todo terminará en una
noche, pero no está dicho ni el cuándo ni el cómo... esas respuestas las hal
arás en el camino, tú y aquel os que te acompañen, porque recuérdalo: sin
el os, no recorrerás ningún camino, ni l egarás a ningún lugar.

Harry miró a Firenze en silencio, pensando, analizando el significado de


aquel as palabras.

—Es todo lo que puedo decirte, joven Potter. Siento no ser de más ayuda,
pero el destino y el futuro dependen de muchas decisiones, de muchas
elecciones, y quedan muchas por tomar antes del fin.

Harry entendió que aquel as palabras daban por terminada su charla, y se


despidió de Firenze.

—Gracias...

—No hay de qué, Harry Potter... y si me permites un último consejo,


recuerda que el futuro lo escribimos nosotros: somos lo que queremos ser,
somos lo que elegimos ser, no aquel o que hemos nacido para ser.

Recuérdalo, y ten cuidado.


Sin entender muy bien aquel as últimas palabras, Harry abandonó la
estancia y regresó, lentamente, a la sala común. La verdad, aunque Firenze
fuese más hablador que los demás de su especie, no es que usase un
lenguaje muy comprensible, pensaba Harry.

Entró en la sala común, donde Seamus, Dean, Nevil e, Ron, Hermione,


Ginny, Parvati y Lavender estaban, todos juntos frente al fuego, charlando
animadamente de muchas cosas. Se habían hecho todos muy buenos
amigos, gracias al baile y a las reuniones del ED, que continuaban durante
la navidad. Seamus estaba junto a Lavender, haciéndole mimos, mientras
Dean y Ginny escuchaban a Parvati. Nevil e mriraba al fuego y Hermione
se reía con Ron, que acariciaba a Crookshanks detrás de las orejas. En
cuanto Harry entró, todos volvieron la mirada hacia él.

—¿Dónde estabas? —preguntó Ron.

—Ya os lo contaré —contestó Harry, sentándose junto a Nevil e. Hermione


y Ron se miraron un instante, pero no dijeron nada más.

Después de haber pasado una agradable velada, se fueron a dormir, sin que
Harry l egara a hablarles a sus amigos de su charla con Firenze. Estaba
cansado, y disfrutaba de un apacible sueño cuando alguien entró en la
habitación, despertándole a él y a Ron.

—Señor Potter... señor Potter ¡despierte!

—¿Qué sucede? —preguntó Harry, aún medio dormido. Frente a él, estaba
la profesora McGonagal .

—Tienen que venir conmigo —dijo el a, que estaba muy seria, mirándole
a él y a Ron, que ya estaba despierto—. Vístanse pronto. Es importante.
Les espero en la sala común.

Harry y Ron se miraron y se vistieron rápidamente, procurando no


despertar a los demás. En la sala común estaba Ginny esperándolos.

—Acompáñenme al despacho del director —dijo el a.


—¿Qué ha sucedido, profesora? —Ppreguntó Harry.

—¿Dónde está Hermione? —inquirió Ron, que parecía muy preocupado.


La última vez que la profesora McGonagal los había l evado a los tres al
despacho de Dumbledore, su padre había estado a punto de morir.

Llegaron frente a la gárgola de piedra. La profesora McGonagal pronunció


la contraseña, «pastel de pasas»

y subieron al despacho. Al í estaba el profesor Dumbledore, con mirada


triste y preocupada, y, enfrente, estaba Hermione, que l oraba.

—¿Profesor...? —preguntó Ron, observando la escena—. ¡Hermione! ¿Qué


te pasa? —Corrió junto a el a y se agachó—. ¿Te encuentras bien?

—El a se encuentra bien, señor Weasley —explicó Dumbledore


lentamente, como si le costara hablar—.

Son sus padres. Fueron atacados esta noche.

198

20

La Reunión de la Orden

—¡¿Qué?! —exclamaron Ron y Harry al mismo tiempo. Hermione se echó


a l orar más aún, mientras Ginny se acercaba a el a—. Pero... ¿por qué?
Quiero decir, sus padres son... —añadió Harry, sin comprender.

—Os lo explicarán más tarde. No les ha pasado nada grave, gracias a la


vigilancia, claro. También Lupin está herido, pero se recuperará.

—¿Lupin está...?

—Iréis todos a Grimmauld Place ahora mismo —les indicó Dumbledore


—. Al í os lo contarán todo. Lo normal sería que fuese sólo el a, pero el a
misma solicitó que la acompañarais. Coged los polvos Flu. Los Weasley os
esperan al í.
Un tanto conmocionados y aún sin entender, se acercaron a la chimenea.
Ginny fue la primera. Hermione, que se apoyaba en Ron, fue la siguiente.
El último fue Harry. Salió por la chimenea de la cocina. La señora Weasley
abrazaba a Hermione, que seguía l orando. Fred y George también estaban
al í, muy serios, acompañados de Bil , Tonks y Moody.

—¿Qué... qué ha su-sucedido? —preguntaba Hermione, que no dejaba de l


orar.

—Siéntate, cariño —le dijo amablemente la señora Weasley. Luego miró


hacia Harry, Ron y Ginny—.

Vosotros también.

Harry y Ginny se sentaron al lado de Fred y George. Ron se sentó con


Hermione, abrazándola, mientras el a no dejaba de l orar.

—No l ores más, querida —pidió la señora Weasley, que también tenía los
ojos l orosos—. Tus padres se pondrán bien... Están en San Mungo, pero se
pondrán bien...

—¡Quiero ir a verlos! —chil ó Hermione entre sol ozos—. ¡Quiero ir a


verlos!

—Iremos enseguida, de verdad —le prometió la señora Weasley—. Pero


aún no pueden recibir visitas, mientras los atienden...

—¡Me da igual! —gritó Hermione—. ¡Quiero estar con el os!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron, que hacía esfuerzos por sujetar a su


amiga—. ¿Por qué iban a atacar a sus padres si son...?

—Todo a su debido tiempo, Ron —atajó el señor Weasley. Pero Harry no


necesitaba explicaciones. Se imaginaba muy bien por qué los padres de
Hermione habían sido atacados, y por qué estaban siendo vigilados, como
Dumbledore les había dicho, pero no dijo nada—. Sabíamos que tus padres
podrían ser...
bueno, atacados —explicó—. Por eso estaban vigilados. Se lo habíamos
dicho, ofreciéndoles incluso venir aquí, pero no quisieron. No pensaban
abandonar su vida normal. Por eso les pusimos vigilancia, y Dumbledore
protegió tu casa con encantamientos. Tus padres no querían que te
preocuparas, así que no te dijimos nada —aclaró, viendo la pregunta que
Hermione iba a formular.

—Esta noche, durante la guardia de Lupin, nuestros encantamientos


avisaron del peligro —continuó Tonks, seria—. Lupin entró
inmediatamente, y se encontró a dos mortífagos que habían acorralado a
tus padres.

Intentó luchar contra el os, pero le superaron. Afortunadamente, Arthur, yo


y Moody nos presentamos al í al momento. Al verse en inferioridad, se
desaparecieron.

—¡¿QUÉ HICIERON?! ¡¿QUÉ LES HA PASADO A MIS PADRES?! —


chil ó Hermione con todas sus fuerzas.

Ron la abrazó más, sujetándola, hasta que el a se calmó un poco.

—U-usaron la maldición cruciatus contra tu padre —explicó la señora


Weasley con la voz temblorosa.

Hermione profirió un grito—. Pero tranquila, cariño, no les dio tiempo a


hacerles mucho daño... Cuando Lupin entró, les lanzaron un hechizo para
intentar terminar... para... para acabar con el os —el volumen de su voz
bajó muchísimo mientras decía esto—, pero no lo consiguieron. Se
pondrán bien, de verdad.

Hermione sol ozaba aún con más fuerza. A Ginny también le caían las
lágrimas. Harry no sabía que hacer ni a dónde mirar, ver a su mejor amiga
en ese estado le partía el corazón. Ron estaba lívido, también tenía los ojos
l orosos, y seguía abrazando a Hermione contra él.

—¡¡Quiero ir a verlos!! —gritó el a—. ¡¡Quiero ir a verlos!!


—Claro, querida —dijo la señora Weasley, acercándose a el a y haciéndole
una caricia—. Iremos ahora mismo.

Se levantaron. El señor Weasley cogió los polvos Flu.

—Vamos —dijo—. Mol y, ve tú primero.

La señora Weasley entró en la chimenea, gritó «¡Hospital San Mungo!», y


desapareció. La siguiente fue Hermione, seguida por Ron, Ginny, Harry,
Fred, George y el señor Weasley.

Salieron por una chimenea del vestíbulo de San Mungo en la que Harry no
se había fijado la última vez que había venido. La señora Weasley se
encaminó a la Cuarta Planta, Daños Provocados Por Hechizos, seguida 199

de los demás. Hermione había dejado de l orar, y tenía la mirada perdida.


Cuando l egaron a la cuarta planta, se dirigieron a la sala Janice Hutton,
donde estaban los padres de Hermione y Lupin. El sanador que estaba al
cargo se l amaba Filsfweet. La señora Weasley se dirigió a él.

—Eh... buenas noches... veníamos a ver a los Granger —le comunicó—. Y


también al señor Lupin.

—Granger y Lupin... bien. ¿Ustedes son...?

—El a es la hija de los Granger —explicó la señora Weasley, señalando a


Hermione—. Nosotros somos amigos de la familia.

—De acuerdo. Pueden pasar, en silencio y de dos en dos —señaló el


sanador—. El señor Lupin está despierto, pero los Granger duermen bajo
hechizo, no despertarán hasta dentro de unas horas.

—¿Có-cómo están mis padres? —preguntó Hermione, con voz débil.

—No te preocupes —la tranquilizó Filsfweet—. Lo grave ya ha pasado.


Tienen diversas heridas y contusiones, y deberán pasar todo el día aquí,
pero se recuperarán sin problemas.

Hermione suspiró, aliviada.


—Quiero pasar a verlos...

—De acuerdo —dijo la señora Weasley—. Vamos, cariño. Ven conmigo.

Entraron en la sala. Los demás se quedaron fuera, esperando, paseando por


el corredor, tristes y sin saber qué decir. Harry nunca había visto así a
Hermione. Supuso que, al ser sus padres muggles, nunca había creído que
pudiese l egar a pasarles algo por causa suya... por causa suya... Sí, salvo
que no era por causa de el a, pensó. Era por causa de él. Habían atacado a
sus padres por ser amiga de Harry, igual que los habían atacado a el a y a
Ron, igual que habían matado a Penélope Clearwater... por él los Weasley
vivían bajo amenaza... ¿Cuántas cosas más tendrían que suceder por él?
¿Cuántas personas inocentes más iban a pagar con sus vidas por su
amistad? Harry derramó una lágrima, una lágrima de pena, frustración y
rabia.

«¿Cuándo terminará esto? —pensó—. ¡¿Cuándo va a terminar?!». Sintió


deseos de gritar, de romper algo, pero se contuvo... ¿Cómo podía haber
pensado hacía unas horas, cuando todos estaban en la sala común, que eran
felices y estaban a salvo? ¿Cómo podía haber estado tan tranquilo? Ahora
se daba cuenta de la verdad: todo aquel o había sido una ilusión. No
estaban a salvo, nunca lo habían estado y nunca lo estarían, mientras
Voldemort viviese... Voldemort. Un sentimiento de ira y odio renovados
hacia él surgieron de su interior. Lo odiaba más que nunca. Su odio era tan
intenso que no podía contenerlo. El año anterior casi había muerto el señor
Weasley, luego había perdido a Sirius, ahora los padres de Hermione
habían sido atacados... En su mente se formó la imagen de aquel a casa
destruida y de la familia mutilada por los gigantes... sólo que sus rostros
no eran los de unos desconocidos: los padres eran el señor y la señora
Weasley, y los otros tres cuerpos eran los de Ron y Hermione... y Ginny...

Sacudió la cabeza para no pensar en aquel o. No podía pensar en aquel o...


Volvió junto a los demás. Ginny estaba sentada en una sil a, apoyada en
Fred. George estaba del otro lado. Ron, por su parte, daba vueltas, con la
mirada más perdida que Harry le había visto nunca. El señor Weasley,
mientras, miraba hacia la puerta de la sala y esperaba.
Cinco minutos después, la puerta se abrió y Hermione y la señora Weasley
salieron. Hermione tenía el rostro bañado en lágrimas, pero al menos yo
no parecía la imagen de la desesperación. Ron se acercó a el a y la abrazó.
Hermione se apoyó en él y sol ozó.

—Tranquilízate, vamos —dijo él, suavemente—. Vamos, ya ha pasado


todo. Se pondrán bien...

Harry se acercó. También él quería abrazar a su amiga, pero una parte de él


se resistía... ¿Cómo iba abrazarla, cuándo él era la causa primera de que
estuviera así? Quiso quitarse ese sentimiento de la cabeza, esa idea... Él no
era el responsable, él no había elegido aquel o, y lo sabía, pero... la
culpabilidad volvía, y cada vez era más difícil librarse de el a.

Se quedó parado a medio metro de Hermione. El a le miró un momento.


Harry bajó la cabeza.

—Harry... —dijo el a con voz débil y l orosa, separándose de Ron y


acercándose a él—. Harry... tú no tienes la culpa... tú no tienes la culpa.

Harry se acercó a su amiga y la abrazó con fuerza.

—Lo siento —dijo, temblando—. Lo siento Hermione... yo...

—Tranquilo, hijo —la señora Weasley también se había acercado—. Tú...

—Ya sé que no es culpa mía —repuso Harry—. Pero... cada vez que creo
que todo va bien, que las cosas han mejorado, sucede algo que lo
estropea... Estoy harto, harto...

—Vamos, compañero —dijo Ron, poniéndole una mano en el hombro—.


Todos nos sentimos mal, pero no podemos rendirnos. Tú no tienes la culpa.
El único responsable es ese hijo de...

—¡Ron! —le gritó su madre.

Ron se cal ó, pero siguió apoyando una mano en el hombro de Harry.

—¿Cómo está Lupin? —preguntó Fred.


—Bien —dijo la señora Weasley—. Sólo tiene heridas superficiales y un
brazo roto. Nada grave.

—Voy a entrar a verlo —dijo el señor Weasley, abriendo la puerta de la


sala.

200

—Bueno, nosotros ya no hacemos nada aquí —dijo Fred, levantándose—.


Mañana tenemos que trabajar y es tarde... —Se acercó a Hermione,
seguido de George, y ambos la abrazaron—. No te preocupes ¿vale?

Estarán bien atendidos.

—Gracias por venir —dijo el a, intentando sonreír.

—No es nada. Bueno, hasta mañana —dijeron, le dieron un beso a su


madre y desaparecieron.

—Creo que también deberíamos volver a Grimmauld Place y descansar —


opinó la señora Weasley—. Aquí tampoco podemos hacer nada.

—¡No! —se negó Hermione—. No pienso irme y dejarlos solos... Quiero


estar aquí cuando despierten.

—Está bien, querida —concedió la señora Weasley con un suspiro—. Ron,


Harry, Ginny... sería mejor que…

—Yo me quedo con el a —declaró Ron con rotundidad—. No la voy a


dejar aquí sola.

Hermione le sonrió con dulzura.

—Yo también me quedo —afirmó Harry, poniéndose del otro lado de su


amiga—. Somos sus amigos y no la vamos a dejar aquí.

—Yo me quedo con el os —dijo también Ginny.

La señora Weasley los miró y volvió a suspirar, con una leve sonrisa.
—Está bien, nos quedaremos aquí... Iré a buscar un café. ¿Alguien quiere
uno? —preguntó, mirándolos.

—Yo —respondió Harry.

—¿Vosotros no?

Hermione, Ron y Ginny negaron con la cabeza. La señora Weasley se fue y


los cuatro se sentaron en las sil as. Hermione apoyó su cabeza en el
hombro de Ron.

—Gracias... —musitó.

—¿Cómo? —preguntó Ron, mirándola.

—Digo que gracias a los tres, por estar conmigo...

—Vamos, Hermione. Jamás te dejaríamos sola... somos amigos ¿no?

El a sonrió y derramó una lágrima. Ron cogió un pañuelo de su bolsil o y


se la secó con suavidad.

—No l ores más —pidió—. Todo se va a arreglar.

Hermione se pegó más a él y lo abrazó. Ron se quedó un momento sin


saber qué hacer, y luego le pasó un brazo por los hombros. Los cuatro
esperaron, en silencio, el regreso de la señora Weasley, con los dos cafés.
Le dio el suyo a Harry y se sentó en una sil a. Al poco rato, el señor
Weasley salió de la sala y se sentó junto a su esposa sin decir nada. Ginny
se quedó dormida un poco después, apoyada en su madre.

Harry, sin embargo, no encontraba motivo ninguno para dormir, y se


levantó a dar otro paseo. Hermione, apoyada en Ron, también se durmió
finalmente. Ron, como Harry, tampoco durmió nada. Miraba a su amiga
con ojos tristes, y de vez en cuando cruzaba miradas con Harry.

Cuatro horas después de haber l egado, el señor Weasley se fue, ya que


tenía que trabajar al día siguiente y quería darse una ducha antes y
cambiarse de ropa. Un rato después, el sanador Filsfweet se acercó, entró
en la sala y volvió a salir unos minutos más tarde.

—Los Granger han despertado —les informó, con una sonrisa—. Pueden
pasar a verlos si quieren.

Ron sacudió a Hermione ligeramente, que seguía dormida.

—Hermione... Hermione, despierta.

La chica abrió los ojos, lentamente. Miró hacia su amigo, desorientada, y


sonrió, antes de recordar dónde estaba.

—¿Qué ha pasado? —preguntó súbitamente, poniéndose en pie con


rapidez.

—Tus padres han despertado, querida —le dijo la señora Weasley—.


Podemos entrar a verlos.

Hermione se dirigió rápidamente a la sala, seguida de Ron y la señora


Weasley. Harry se acercó a Ginny, que aún dormía, y la despertó. Entraron
en la sala un momento después. Harry lo hizo nervioso. Hermione
comprendía... pero ¿entenderían los Granger el por qué les había sucedido
aquel o? ¿No querrían, después de lo vivido, alejarse del mundo de los
magos? Cuando entraron, Hermione se abrazaba a sus padres, sonriendo,
aunque las lágrimas le caían por la cara. Su madre la miraba con ternura.

—No l ores, cariño. Papá y yo estamos bien... no nos ha pasado nada.


Gracias al señor Lupin —añadió, mirando hacia la cama de enfrente,
donde estaba Lupin, sonriéndoles. Harry y Ginny se acercaron a las camas.

—Hola, señor y señora Granger... —saludó Harry, nervioso.

—Hola Harry... Ginny... —respondió el padre de Hermione, con voz débil.


Parecía que le costara hablar.

—¿Os habéis quedado todos a pasar la noche aquí? —preguntó la señora


Granger.
—Yo quise quedarme, y el os no me dejaron sola —respondió Hermione,
mirando a sus amigos con cariño.

—Gracias por... cuidar de el a —agradeció el señor Granger, con esfuerzo.

—¿Qué sucedió, mamá? —preguntó Hermione, poniéndose seria de nuevo


—. ¿Cómo fue?

La madre de Hermione cerró los ojos, como si fuera doloroso recordar.


Luego los abrió de nuevo y miró a su hija.

201

—Estábamos durmiendo —contó—, cuando oímos un ruido. Nos


despertamos. Tu padre se levantó para ver qué había sucedido. Entonces se
abrió la puerta, y al í estaban el os, encapuchados y con máscaras. Eran
dos. Tu padre les preguntó quién eran, qué querían y qué hacían en nuestra
casa, pero el os simplemente se rieron. Llevaban varitas, así que supimos
que eran magos. Uno de el os levantó la varita y lanzó a tu padre hacia
atrás, cayendo en el suelo. Luego entraron en la habitación. Yo tenía
muchísimo miedo. —Hizo una pausa para tomar aire—. El que había
arrojado a tu padre hacia atrás levantó de nuevo su varita y gritó algo, y tu
padre empezó a retorcerse de dolor. Yo cerré los ojos para no verlo. —
Hermione también cerró los suyos, luchando de nuevo para no l orar—.
Entonces apareció Lupin, y atacó al de la varita, que cayó. El otro sacó la
suya y le hizo algo, pero Lupin lo esquivó. No obstante, el primer mago le
atacó de nuevo y le dio de l eno, haciéndole caer hacia atrás, por las
escaleras.

»Entonces aparecieron los demás, que empezaron a lanzar hechizos. Uno


de los encapuchados hizo una cosa con la varita hacia mí y hacia tu padre,
y ya no recuerdo más, hasta que desperté aquí.

Hermione temblaba de rabia y miedo. Harry volvía a sentirse culpable.

—Yo... yo lo siento —balbuceó. Los padres de Hermione le miraron—.


Todo es por causa mía, porque Hermione es mi amiga... todo esto...
—No te echamos la culpa, Harry —dijo la señora Granger con amabilidad
—. Ni yo ni mi marido. Sabemos lo amigos que tú y Ron sois de
Hermione. Sabemos lo importantes que sois para el a. No es culpa tuya. Ya
tienes bastantes problemas sin culparte con los de los demás. Sabemos que
has salvado la vida de Hermione varias veces... tú y Ron... y os estamos
muy agradecidos. El a es lo más importante para nosotros... lo más
importante.

—Es cierto que... a veces... hemos pensado si tal vez Hermione no estaría
mejor lejos de... de Hogwarts —

intervino el señor Granger, hablando con dificultad—. Pero sabemos que


el a... el a no lo soportaría, que el a no querría, así que... aceptamos lo que
tenga que ocurrir. De todas formas... ya sabemos que... que ni siquiera
alejándose de Hogwarts estaría a salvo...

—No hables, papá —pidió Hermione.

El a le abrazó, l orando de nuevo. Harry y Ron se apartaron, y se acercaron


a saludar a Lupin, quien les dijo que en unas horas le darían el alta, porque
ya se encontraba casi totalmente recuperado.

—Me lanzaron un hechizo y me caí por las escaleras, así fue cómo me
rompí el brazo, pero afortunadamente no ha sido grave...

—Gracias, profesor Lupin —le dijo Hermione, acercándose y dándole un


beso—. Gracias por salvar a mis padres...

—Yo no les salvé —replicó Lupin—. En realidad, casi me matan a mí


también...

—Da igual. Usted estaba al í, si no fuera por eso...

Hermione se quedó charlando un rato con Lupin, y Harry y Ron volvieron


junto a los Granger, la señora Weasley y Ginny.

—¿No les da miedo todo esto? —preguntó Harry—. ¿No les atemoriza lo
que puede suceder?
La madre de Hermione tomó aire, y miró a su hija, que seguía hablando
con Lupin.

—Sí, por supuesto que sí... pero es su vida. Nunca vimos a Hermione tan
feliz como cuando regresó de Hogwarts después de su primer año al í.
Tanto mi marido como yo estábamos orgul osos de que el a fuera aceptada
en ese colegio, porque nunca había tenido muchos amigos, amigos de
verdad. —Volvió a dirigir una mirada a Hermione, y sonrió—. Por
supuesto, el a era la primera de su clase en la escuela a la que iba, pero
creo que siempre fue demasiado responsable para su edad, y, aunque se l
evaba bien con todo el mundo, no tenía verdaderos amigos, amigos con los
que salir a jugar o a divertirse. Siempre estuvo sola hasta que fue a
Hogwarts y os conoció. Jamás la habíamos visto tan feliz, estuvo todo el
verano hablando de lo maravil oso que era el colegio, de lo mucho que le
gustaba la magia... y de los fantásticos amigos que había encontrado.

Harry y Ron se ruborizaron.

—Por supuesto, la primera vez que de verdad tuvimos miedo fue cuando
nos enteramos de que la habían petrificado, pero el a misma nos contó
cómo vosotros dos habíais ido a la guarida de unas ¿arañas gigantes?

—dijo con algo de aprensión. Ron asintió, con desagrado—, y luego


bajado a la Cámara Secreta, o algo así, para acabar con la serpiente que la
había hechizado, ¿no?

—Sí... —respondió Harry.

—Entonces, supimos que si con doce años habíais hecho eso, siempre
estaríais ahí para ayudarla, y veo que no nos hemos equivocado, ¿verdad?
Aunque siempre os estéis metiendo en líos, pero bueno, teniendo en cuenta
lo que sucede... sé que el a nunca permitiría una injusticia si pudiese
evitarla, y así tenemos que aceptarlo. Nos agrada que el a haga lo correcto.

—¿De qué habláis? —preguntó Hermione, acercándose a el os.

—De ti, hija, de ti... les contaba a Harry y a Ron que...


—¡Mamá! —se quejó Hermione, ruborizándose—. ¿Has estado diciendo
lo orgul osa que te sientes de mí?

—Bueno, no tiene nada de malo, ¿no?

202

Hermione sacudió la cabeza y miró a su padre, que sonrió con esfuerzo.

—Por supuesto que no —repuso la señora Weasley—. Yo, mismamente,


siempre digo que...

—¡Mamá! —la cortó Ron.

La señora Weasley y la señora Granger se miraron y ambas sonrieron a la


vez.

—Bueno... hija, chicos —dijo la señora Granger mirándolos—. ¿Por qué


no os vais a dormir un rato?

Nosotros estamos bien... Nos darán el alta hoy o mañana. Iros y descansad.

—No, yo quiero quedarme aquí —afirmó Hermione con terquedad.

—Vamos, hija, tienes que dormir... señora Weasley...

—Llámeme Mol y, por favor.

—De acuerdo —aceptó la madre de Hermione, sonriendo—. Mol y, l


éveselos, que descansen. Aquí no pueden hacer nada.

—Sí, creo que será lo mejor —asintió el a—. Vamos, chicos. Dormir un
rato os hará bien.

Hermione protestó, pero al final terminó accediendo. Se despidió de sus


padres y bajaron a la planta baja, por donde volvieron a Grimmauld Place.

—¿Cómo están? —preguntó Tonks en cuanto l egaron a la cocina de la


antigua casa de los Black.
—Bien, están todos bien —respondió la señora Weasley—. Remus volverá
hoy. Los Granger saldrán hoy por la tarde, o quizás mañana.

—Bueno. Al menos una buena noticia —dijo el a, alegre.

—Venga, vosotros a dormir —les ordenó la señora Weasley a Harry, Ron,


Hermione y Ginny, con un tono amable pero que indicaba que no admitía
réplicas.

Subieron a sus cuartos. Hermione y Ginny se despidieron de el os. Tras


asegurarse de que su amiga estaba bien, Ron y Harry entraron en su cuarto
y se tiraron sobre las camas, sin cambiarse siquiera. Ron se durmió al
instante. Harry se quedó un rato pensativo y luego se puso el pijama.
Llamó a Ron para que se cambiara y se metiera en la cama, o cogería frío.
Ron refunfuñó, pero acabó haciéndole caso a su amigo.

***

Por la mañana, Harry se despertó con un ruido en la habitación. Abrió los


ojos y vio a Hermione a través de la luz que entraba por la puerta. Aún
tenía puesto el camisón, y por encima l evaba una bata.

—Hola Harry —saludó, sonriendo—. ¿Cómo has dormido?

—Bien —respondió Harry, incorporándose y frotándose los ojos. Ron


seguía dormido. Hermione se sentó en el borde de la cama de Harry—. ¿Y
tú?

—También —respondió el a—. Aún tengo sueño, pero me desperté y vine


a veros...

—¿Qué hora es? —preguntó, susurrando.

—Las diez y media de la mañana.

—Ah... ya es bastante tarde.

—No te levantes, no hemos dormido mucho... Bueno, yo y Ginny


dormimos en el hospital, pero vosotros no...
Ron abrió un ojo y gruñó, dándose una vuelta. Hermione lo miró y se rió.
Luego, el chico abrió los dos y los observó.

—Buenos díaaas... —dijo, bostezando—. ¿Hermione...? ¿Qué haces aquí?


Deberías estar durmiendo...

—La verdad, creo que dormiré otro rato aún —respondió el a con voz
cansada—. Me siento mucho mejor...

pero ha sido todo tan horrible... Desperté y decidí venir a haceros una
visita.

Se acercó a la cama de Ron y le dio un beso en la mejil a.

—¿A qué viene eso? —preguntó él, desconcertado.

—Por cuidarme toda la noche...

—Hermione, somos amigos.

—Ya lo sé... —Sonrió más—. Pues por eso, entonces.

Ron se la quedó mirando. Harry les sonrió y luego se dejó caer de nuevo
en la cama, mirando al techo.

Hermione se apoyó en Ron. Nadie dijo nada durante un rato. Harry cerró
los ojos y, sin darse cuenta, volvió a quedarse dormido.

Cuando despertó, dos horas más tarde, se sentía mucho mejor, más
descansado. Se incorporó y se puso las gafas. Miró hacia la cama de Ron.
Hermione seguía al í, pero se había quedado dormida, acurrucada junto a
su amigo. Estaba tapada. Ron también dormía plácidamente, con un brazo
por encima de la chica. Harry los observó un largo rato. En otras
circunstancias, habría bromeado con Ginny sobre el os, como lo había
hecho la noche del baile, pero Harry no encontraba una situación más
inapropiada que aquél a para hacer bromas.

Se levantó y se vistió, sin hacer ruido. Caminó por la habitación, mientras


observaba a sus dos amigos.
Recordó el baile. Las dos personas que dormían al í eran lo que más quería
en el mundo. Desde que había entrado en Hogwarts el os habían estado
siempre con él. Le habían hecho disfrutar de los momentos buenos y le
habían ayudado a superar los malos. Fuera como fuese, nunca podría
separarse de el os. Harry pensó 203

que se los veía muy bien juntos. Desde tiempo atrás había sospechado lo
que sentía Ron por Hermione, y, aunque había experimentado más dudas,
también se imaginaba lo que Hermione sentía por Ron. Ahora estaban ahí
los dos, más unidos que nunca... ¿Por qué tenían que sufrir el os? Él había
sufrido la pérdida desde pequeño, al perder a sus padres. Siempre había
estado marcado, siempre había sido distinto... lo odiaba, porque era
injusto, pero había aprendido a aceptarlo; pero lo que no podía aceptar era
arrastrar a sus mejores amigos con él. Sintió un fuerte ramalazo de odio
contra los que habían atacado a los Granger la noche anterior. Sintió cómo
se l enaba de rabia, de furia incontenida, de impotencia... Recordó
entonces la conversación que había tenido con Firenze. Había sido la
noche anterior, aunque pareciera que habían pasado siglos desde
entonces... Firenze le había dicho que el os también estaban destinados a
seguir el mismo camino que él... a acompañarle hasta el final... de alguna
forma, o por alguna razón, también estaban marcados.

Se sentó en la cama, abatido. Ron y Hermione despertaron con el ruido. Su


amiga miró un momento, despistada, y luego volvió la cabeza, viendo a
Ron. Se dio cuenta de dónde estaba y se levantó rápidamente, casi
tropezando con las mantas al hacerlo.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, asustado también.

—¿Qué... qué hago...? —Hermione estaba completamente roja.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry.

—Eh... sí, pero...

—Te quedaste dormida —le contó Ron, sonriendo, aunque con cierta
inseguridad—. No quería despertarte...
—Pero no estaba tapada antes... —recordó Hermione, que seguía roja.

—No sabía si tendrías frío —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. ¿He


hecho algo malo?

—Eh... no, no —respondió Hermione, tranquilizándose y volviendo a


sentarse en la cama—. Gracias por taparme —añadió, con una sonrisa
tímida.

Ron se ruborizó y miró a Harry, que por momentos se sentía sobrar.

—Voy a cambiarme. Debe ser casi la hora de comer... —dijo Hermione,


levantándose de nuevo.

Iba a salir por la puerta cuando ésta se abrió y entró Ginny, ya vestida.

—¿Dónde estabas? —le preguntó a Hermione.

—Aquí...

—Si parece que te acabas de levantar —observó Ginny, mirándola.

—Es que me acabo de levantar —confirmó Hermione, saliendo del cuarto.


Ginny miró a Harry, que se encogió de hombros, y a Ron, que mostraba
una expresión inescrutable.

—Bueno, vamos a comer dentro de un rato —les comunicó—. No tardéis


en bajar.

Un rato después, Ron y Harry entraron en la cocina, donde estaban los


Weasley, Bil , Ginny, Moody, Kingsley y Lupin, que los saludaron al entrar.

—¿Se encuentra ya bien, profesor? —preguntó Harry.

—Sí —dijo Lupin, sonriente—. Preparado para otra.

—¿Y los padres de Hermione? —preguntó Ron.

—Les darán el alta mañana.


—¿Les borrarán la memoria? —quiso saber Ron, preocupado.

—No —respondió el señor Weasley—. Son padres de una bruja, no les


borrarán la memoria.

—Bueno, venga, la comida está casi lista. Comamos, luego hay reunión de
la Orden... —dijo la señora Weasley.

—¿Reunión de la Orden? —preguntó Harry.

—Sí.

—¿Y qué...?

—Nada de preguntas por ahora, muchachos —dijo el señor Weasley con


voz tranquila.

Ron no dijo nada, pero Harry se quedó pensativo. «Reunión de la Orden...


hay una reunión de la Orden», repitió, para sí. «Pues bien, en esta reunión
sí voy a participar», decidió.

Estaban acabando de poner la mesa cuando Hermione bajó. Lo primero


que hizo fue preguntar por sus padres. Cuando Lupin le respondió que les
darían el alta al día siguiente, y que se encontraban mucho mejor, el a
sonrió, aliviada. Un instante después aparecieron los gemelos, que
saludaron a Hermione afectuosamente, preguntándole por sus padres.

—Vamos, a comer todo el mundo —ordenó la señora Weasley.

En cuanto terminaron, empezó a recoger la mesa. Tonks intentó ayudarla,


pero rompió tres platos, que Lupin, sonriendo, arregló con su varita.
Apenas habían acabado de limpiar, cuando l egaron Dumbledore, el
profesor Snape y Percy.

Harry miró a Percy, mientras Dumbledore preguntaba por los Granger.


Snape cruzó la cocina y se sentó en el otro lado de la mesa, sin decir nada.
Harry evitó mirarle.

—¿Cómo te encuentras, Percy? —le preguntó al tercero de los Weasley.


Percy se encogió de hombros.

204

—No muy bien —admitió.

—Bueno, venga —dijo la señora Weasley, apresurándolos—. Harry, Ron,


Hermione y Ginny, salid, por favor.

Ron suspiró e iba a levantarse, cuando Harry lo agarró del brazo, con
decisión, haciendo que se volviera a sentar.

—No nos vamos a ir —dijo con determinación.

—¿Cómo?

—Digo que no nos vamos a ir. Ya no. Quiero saber lo que está pasando.

—Harry, no creo que sea… —empezó a decir la señora Weasley, mirando a


Dumbledore.

—Pues yo sí lo creo —interrumpió Harry, que estaba empezando a


enfadarse, y ver la cara de desprecio de Snape no ayudaba. Se obligó
mentalmente a calmar la voz y prosiguió—: Mire, señora Weasley, ya sé
que sólo quiere lo mejor para mí… y para nosotros, pero no somos niños.
Si hubiera… si hubiera sabido lo que estaba pasando, no tendríamos que
haber ido al Departamento de Misterios en junio… —Hizo una pausa, no
quería pensar en Sirius en ese momento—. Creo que tengo derecho a saber
lo que pasa ¿no? Al fin y al cabo, soy yo quien debe matarle ¿verdad? Va
detrás de mí, y quiero saber qué está pasando —concluyó, con voz fuerte y
decidida.

La señora Weasley no dijo nada, y miró a su marido y a Dumbledore, que


tampoco hablaban.

—Está bien, Harry —concedió Dumbledore con resignación—. Puedes


quedarte. Tienes razón: tienes derecho.

La señora Weasley suspiró, pero Harry sonrió.


—Y el os también deben quedarse —solicitó Harry, señalando a Ron,
Hermione y Ginny—. Sin el os no estaría aquí.

Los tres sonrieron, satisfechos y triunfantes.

—Está bien —repitió Dumbledore. Miró hacia la señora Weasley, que no


parecía en absoluto de acuerdo, y le dijo—: Mira, Mol y, Harry tiene
razón. Y además, lo que tenemos que hablar hoy le interesa a Hermione.

Tienen derecho a quedarse.

—Está bien —dijo la señora Weasley, abatida, aunque no del todo


convencida, y sentándose en su sil a.

—Bueno, comencemos entonces —dijo Dumbledore—. ¿Qué se sabe del


ataque de ayer?

Moody habló:

—Los reconocimos a los dos —gruñó, con cierto desagrado.

—Bien. ¿Quienes eran? —preguntó Dumbledore.

Moody miró hacia Harry, Ron y Hermione y respondió:

—Lucius Malfoy y Gregory Goyle.

Hermione se quedó con la boca abierta y Ginny profirió un quejido. Harry


se l enó de rabia al oírlo, y miró a Ron, que también apretaba los puños.

—Malfoy... precisamente Malfoy —murmuró Harry, temblando de rabia.

—¡Cuándo vea a ese ca...! —gritó Ron, enfurecido.

—¡Ron! —exclamó Dumbledore, comprensivo pero severo—. Si queréis


quedaros, tendréis que aprender a controlaros.

Ron se contuvo, pero a duras penas. A Hermione volvían a correrle las


lágrimas por la cara.
—Severus ¿sabes algo?

—Apenas nada... pero hoy por la mañana me enteré de que cuando el


Señor Tenebroso comunicó la decisión de atacar a los Granger, Lucius
Malfoy se ofreció, y solicitó ser él el que lo hiciera...

—¿Y por qué no dijo eso antes de que los hubieran atacado? —le espetó
Harry a Snape, que le miró fijamente.

—Obviamente, porque no lo sabía. Sabíamos que eran un objetivo, pero no


teníamos horas ni fechas.

—¿Cómo sabe usted todo eso? —le preguntó Ron—. ¿Cómo se entera de
esas cosas?

—Eso no es asunto vuestro —Respondió Snape con frialdad.

—¿P-Por qué lo hizo? —Preguntó Hermione, aún sol ozando—. ¿Por qué
quería atacar a mis padres?

—Por la misma razón que os atacó a vosotros en Hogsmeade, Hermione


—respondió Dumbledore con tranquilidad—. Intenta sembrar en vosotros
el desánimo, la rabia, el odio...

—Pues si eso es lo que pretendía lo ha conseguido con creces —repuso


Harry, mientras Ron asentía.

—Harry, no debes hacer eso... —le dijo Lupin suavemente.

—¿El qué?

—Llenarte de rencor. Eso es lo que Voldemort pretende. Está decidido a


apoderarse de ti desde que tuviste esos sueños. No debes permitir que se
salga con la suya.

—¡No puedes exigirme que no lo odie! ¡Destruyó a mi familia! ¡Y ahora


encima pretende arrebatarme todo aquel o que me importa! ¡¡LE ODIO!!
¡¡LE ABORREZCO!!
—Tranquilízate, cariño —le pidió la señora Weasley—. No debes ponerte
así.

—Nunca me uniré a él —afirmó Harry, rotundamente—. Nunca. Antes


prefiero morir. Me da igual lo que haga o lo que piense. Jamás me uniré a
él...

205

—No subestimes el poder del Señor Tenebroso, Potter —le advirtió Snape
despectivamente—. Él tiene conocimientos, tiene métodos...

Harry le miró.

—¿Qué métodos?

—Él no los comparte con nosotros. Pero sabe, o tiene una idea, de cómo
conseguirlo...

—¿«No los comparte con nosotros»? —preguntó Ron con extrañeza—.


¿Quién es «nosotros»?

—Los mortífagos —respondió Snape con aplomo.

—¿Eso es usted? O sea, ¡que trabaja para él!

—Ron, tranquilo. El profesor Snape es nuestro espía. Hace un trabajo muy


peligroso para la Orden —explicó Dumbledore.

—¿Cómo puede ser su espía? ¿Cómo confía en usted? ¡Usted estaba en


contra de Quirrel ! ¡Se libró de la condena gracias al testimonio de
Dumbledore de que era un espía! ¿Cómo va a confiar en usted?

—Quirrel nunca me dijo que trabajaba para el Señor Tenebroso —explicó


Snape tranquilamente—. En cuanto a lo demás, los motivos por los que
confía en mí no son de tu incumbencia, Potter.

—Pues yo creo que todo lo que tenga que ver con Voldemort es de mi
incumbencia —replicó Harry, desafiante.
—Harry, tranquilízate —le dijo Dumbledore con seriedad.

—¿Cómo cree que voy a tranquilizarme con todo esto que está pasando?

Dumbledore no respondió.

—¿Qué va a pasar con mis padres en cuanto salgan de San Mungo? —


preguntó Hermione, cambiando de tema.

—Tendrán que quedarse aquí —explicó el señor Weasley—. Ya lo hemos


organizado todo. Seguirán con su vida normal, pero pasarán aquí las
noches.

—¿Están de acuerdo en eso?

—Sí, después de lo que les pasó... Les proporcionaremos un traslador que


puedan usar cada día. Aquí estarán a salvo, no debes preocuparte por el os.

Hermione asintió.

—¿Cómo piensa Voldemort conseguir apoderarse de mí? —preguntó


Harry, retomando el tema anterior.

—Ya te he dicho que no nos ha dicho cómo piensa hacerlo, Potter.

—¿Y no tenéis ninguna sospecha? —insistió.

—Ya te dije todo lo que sabíamos sobre esto, Harry —respondió


Dumbledore—. Creemos que busca algún tipo de objeto, o de poder, que le
permitiría conseguirlo, pero no sabemos qué es. Suponemos que quizá
haya averiguado algo a través de los sueños.

—¿A través de los sueños? —preguntó Harry, extrañado—. En los sueños


no hay nada que diga cómo conseguirlo... sólo muestran el fin del
proceso...

—Bueno, el caso es que creemos que quizá lo que ves tú y lo que ve él no


es exactamente igual —intervino Lupin. Harry lo miró, sin comprender—.
Sí, esos sueños que se originan en esa extraña mente compartida que tenéis
podrían mostrar cosas ligeramente distintas a cada uno de los dos.

—¿Cómo sabéis eso?

—No lo sabemos —terció Moody—. Pero lo sospechamos.

—¿Recuerdas la aparición de Slytherin en tu primer sueño, Harry? —


Harry asintió—. Me dijiste que no entendías lo que significaba. Yo
tampoco lo sabía, pero su rostro te dijo algo...

—Me dijo que por fin había vuelto, que me había unido a él... y que tenía
que conseguirla... Pero no sabía qué era lo que tenía que conseguir, no lo
dijo. Sin embargo... —Harry recordó algo de aquel a noche—.

Sabía que aquel o era algo importante, muy importante.

—Exacto —dijo Dumbledore—. Creemos que quizás Lord Voldemort sí


sepa qué era lo que tenías que conseguir, aunque no estamos seguros.

—Lo que sí es seguro es que ha trazado sus planes basándose en esos


sueños —añadió Snape—. Lo tiene todo previsto, aunque nosotros sólo
conocemos parte. Es cierto que estaba muy disgustado cuando fracasó el
ataque de los dementores, pero seguirá adelante.

—¿Aún no sabéis nada sobre quién podría ser el responsable de los


ataques en Hogwarts? —preguntó Ginny.

—No —respondió Dumbledore—. Es algo que Voldemort mantiene muy


en secreto.

—¿Por qué tiene a alguien al í? ¿No es demasiado arriesgado? —preguntó


Hermione.

—A él no le importa lo arriesgado que sea —señaló Bil —. Cualquiera de


sus siervos preferiría arriesgarse a ser descubierto delante de Dumbledore
a desobedecer sus órdenes.
—No sabemos exactamente por qué hay un infiltrado en Hogwarts —dijo
Dumbledore—. Pero ya ha resultado útil. Quizás sea un espía, o quizás
tenga otras misiones. No lo sabemos.

—¿Cómo es que aún no han localizado a los mortífagos? —preguntó de


pronto Ginny—. Si el profesor Snape se reúne con el os, debe saber dónde
están escondidos ¿no?

206

—No —respondió Moody—. Los mortífagos fugados no se esconden en el


mismo lugar en el que se reúnen con Voldemort, para evitar posibles
traiciones. Tememos, de hecho, que él sospeche que tenemos un espía, por
eso debemos andarnos con cuidado y no actuar como si supiésemos todo lo
que trama, porque entonces confirmaríamos sus sospechas. Para nosotros,
tener un espía entre el os es muy útil.

—Bueno, creo que ya habéis oído todo lo que necesitabais ¿no? —


intervino la señora Weasley, mirando hacia Harry, Ron, Hermione y Ginny.

—Sí. Creo que por hoy basta, muchachos. Ya no vamos a debatir nada
interesante. Es mejor que os retiréis y descanséis.

—No. No es todo —dijo Harry, mirando a Dumbledore fijamente.

—¿Hay algo más?

—Sí. Quiero saber por qué Voldemort es ahora tan poderoso.

Todos los miembros de la Orden se miraron unos a otros con evidente


incomodidad, y la mayoría de las miradas acabaron en Dumbledore, que
aún no respondía.

—Ha seguido con sus pruebas y sus experimentos —explicó el director


por fin—. No ha estado cruzado de brazos durante todo el año pasado y
durante el verano. Sigue intentando buscar la inmortalidad, acrecentar sus
poderes...

—¿Y qué más? —interrumpió Harry.


—¿Más? —preguntó Dumbledore, algo nervioso. Harry nunca había visto
a Dumbledore nervioso.

—Sí. Hay algo respecto a la forma en que volvió aquel a noche. Quiero
saber qué es.

Hermione, Ron y Ginny miraron a Harry. Dumbledore se quedó un instante


sorprendido.

—¿Qué te hace pensar...?

—Nada. Simplemente lo sé —mintió Harry.

—¿Qué nos ocultas, Harry? —preguntó Dumbledore. Observaba


directamente a los ojos de Harry, pero éste no apartó la vista. El director
no podría averiguar nada, porque Harry se había acostumbrado demasiado
a usar la oclumancia.

Harry no respondió inmediatamente, pero al final decidió contar la verdad


a medias.

—Oí la conversación entre usted y Voldemort en lo alto de Azkaban. La oí


en su mente.

Dumbledore miró a Harry fijamente, mientras todos los demás le


observaban, asombrados.

—¿Que oíste...? —dijo Lupin.

—Sí. Él le dijo algo de que ahora era el mago más poderoso del mundo
gracias a algo que usted sabía —

contó, mirando a Dumbledore—. ¿Tiene que ver conmigo? ¿Qué es?

Dumbledore suspiró y miró a Harry por encima de sus gafas de media


luna.

—Bueno... no estamos seguros del todo, y aún siendo las cosas como
pensamos, no sabemos demasiado...
pero creemos que la razón por la que los poderes de Voldemort han crecido
tanto se debe a... tu sangre.

Harry captó la mirada Hermione al oír aquel o.

—¿Mi sangre?

—Sí, tu sangre. La sangre que le venció y le derrotó una vez. Al haber


renacido con el a, al parecer no sólo ahora puede tocarte y atravesar la
protección que tu madre te concedió, sino que le dio a él nueva fuerza, y
nuevo poder... un poder y una fuerza que ha estado desarrol ando durante
todo este tiempo.

—Pero... ¿Por qué? ¿Por qué va a ser más fuerte y poderoso?

—Como ya te dije, no estamos seguros...

—Pero usted es el mago más grande del mundo. ¡Debe saberlo!

—Por desgracia no soy el mago más grande del mundo... y también por
desgracia, no tengo una respuesta a tu pregunta.

Harry se sintió un poco decepcionado. ¿Por qué era Voldemort tan


poderoso gracias a su sangre? ¿Qué tenía él que no tuviesen los demás,
aparte de la protección que su madre le había dado?

—¿Qué tengo yo?

—¿Cómo?

—¿Qué tengo yo? —repitió Harry—. ¿Qué me hace diferente de los


demás? ¿Por qué mi sangre le hace más fuerte?

—Tengo una teoría... —confesó Dumbledore—. Una teoría que quiero


confirmar del todo... hasta entonces, no puedo decirte nada. Entiéndelo. —
La mirada de Dumbledore era de súplica—. Pero te aseguro que
hablaremos pronto, Harry.
Harry sintió ganas de enfurecerse, pero se controló. Había dicho que se lo
contaría.

—Está bien...

—Bueno, y ahora, sí creo que ya habéis hablado y oído bastante —


intervino la señora Weasley—. Es mejor que salgáis.

—Sí, es lo mejor —terció Lupin—. Lo interesante ya se ha terminado —


añadió, para que no se sintieran demasiado defraudados.

207

—De acuerdo —respondió Harry. La verdad, ahora lo que más le apetecía


era pensar, o hablar con sus amigos... pero sobre todo pensar. Los cuatro se
levantaron y salieron de la cocina.

—¿Estás bien, Hermione? —preguntó Harry en cuanto estuvieron en el


vestíbulo y cerraron la puerta, mirándola suspicazmente.

La chica asintió, sin mirarle.

—Lucius Malfoy —dijo Ron de pronto—. Ese cerdo... quiso ser él el que
atacara a los padres de Hermione.

¡Maldito canal a!

—Los Malfoy siempre me han tenido tirria... mis padres son muggles...

—Pero no eres la única hija de muggles que hay en Hogwarts —apuntó


Ginny.

—Sí, Ginny, pero ya sabes que Lucius Malfoy y papá se l evan fatal, y
Hermione es amiga nuestra. No olvides que somos los enemigos mortales
de Draco Malfoy. Draco... —repitió Ron, crispando los puños—.

Cuando vea a ese desgraciado... y a Goyle...


Harry no dijo nada, pero recordó lo que le había dicho a Malfoy. Si
averiguaba que Draco había tenido algo que ver, aunque fuese una
minucia, Harry se aseguraría de que lo lamentara.

Hermione, por su parte, tampoco decía nada y seguía con la cabeza baja.

—Oye, Harry —preguntó Ginny—. ¿Qué es eso de lo de la cabeza de


Slytherin en tu sueño? No nos dijiste nada de eso cuando nos lo contaste.

—¡Es verdad! ¿Qué era eso de «tenías que conseguirla»? —preguntó Ron,
mirando a Harry con avidez.

También Hermione levantó la cabeza.

Harry les habló de la aparición de Slytherin, y de sus sospechas de que


aquel o que tenía que conseguir, fuese lo que fuese, era muy importante.

—¿Y no tienes ni idea de lo que es? —inquirió Ron, un poco


decepcionado.

—No. No tengo ni la más remota idea...

—¿Qué será? —se preguntó Ron—. ¿Algún tipo de arma?

—Quizá sea lo que necesita Voldemort para... apoderarse de Harry ¿no? —


sugirió Ginny.

Harry la miró.

—Sí... quizás sea eso. Dumbledore siempre me ha dicho que no tenía ni


idea de cómo podría Voldemort lograr que nos fusionáramos o como
quiera que se l ame eso...

—A mí lo que me sorprendió es lo que nos enteramos de Snape... trabaja


de espía como los mortífagos, está entre el os... —dijo Ron.

—Bueno, eso ya lo sospechábamos ¿no? —Dijo Hermione.


—Sí, pero de todas formas, estoy de acuerdo con Harry, ¿Cómo puede
Voldemort confiar en él? ¿No dijiste que la noche en que retornó dijo que
uno de los mortífagos creía que lo había abandonado para siempre y que
debía morir? Tú creías que se refería a Snape, ¿verdad? —preguntó Ron.

—Sí —afirmó Harry—. Estoy casi seguro. Pero bueno, quizás convenció a
Voldemort de que seguía siendo fiel a él...

—Ya, pero ¿no debería haberse reunido con él aquel a noche, como los
demás? —insistió Ron—. Sin embargo, se quedó aquí...

—Sí, pero se fue después ¿recuerdas? —apuntó Hermione—. Dumbledore


le dijo: «ya sabes lo que quiero de ti, si estás dispuesto...» Supongo que
iría a reunirse con el os. Seguramente les diría que no podía haber acudido
antes.

Harry asintió, mostrándose de acuerdo con su amiga. Eso mismo había


pensado él en el banquete de Fin de Curso de aquel año.

—A mí lo que me preocupa es eso de tu sangre, Harry —comentó Ginny


—. Lo de que tu sangre le haga tan fuerte... ¿Por qué? ¿Qué será lo que
sospecha Dumbledore?

—No lo sé... Ni idea —dijo Harry—. Pero ahora que lo menciona,


recuerdo que cuando le dije que Colagusano había sacado sangre de mí,
parecía más viejo y derrotado que nunca. Supongo que ahí fue cuando
empezó a sospecharlo...

—Bueno, la profecía decía que tú eras el único con poder para derrotar a
Voldemort, ¿no? —recordó Ron—.

Quizá sea por eso... por ese poder que tienes...

Harry miró a Ron, sin decir nada, pero Hermione parecía estar de acuerdo.

—Bueno, no creo que l eguemos a ninguna conclusión, así que... ¿hacemos


algo? —preguntó Ginny, mirándolos.

—¿Algo como qué? —quiso saber Ron.


—No sé, en primer lugar, deberíamos recoger las habitaciones, ¿no? Está
todo desordenado, como nos levantamos tan tarde...

—¿Recoger? ¿Ahora? —preguntó Ron, poniendo cara de asco, y mirando a


Harry, que tampoco tenía muchas ganas de hacer nada.

208

—Sí, yo creo que será lo mejor —opinó Hermione—. Luego podremos


seguir hablando... nosotras vamos a nuestra habitación. Recoged la
vuestra, vamos —les ordenó, mientras subía las escaleras, acompañada de
Ginny.

Harry y Ron se miraron, encogiéndose de hombros, pero se pusieron a


ordenar el cuarto.

—¿De qué crees que estarán hablando ahora? —preguntó Ron, mientras
hacía su cama.

—No lo sé —respondió Harry, doblando su ropa y metiéndola en el baúl


—. Supongo que de guardias, o a lo mejor de los gigantes... se supone que
no sabemos nada sobre el os.

Ron sonrió.

—Sí, seguro que Hagrid se metería en un lío si los demás supieran que nos
lo ha enseñado...

—¿Tú crees que Dumbledore no sabe que los hemos visto? —preguntó
Harry, sonriendo a su vez.

Ron se encogió de hombros, sonriendo aún más. Salieron del cuarto, y se


encontraron con Hermione y Ginny, que venían del suyo.

—¿Ya habéis terminado?

—Sí. Ahora vamos a jugar una partida de ajedrez al salón ¿venís? —


preguntó Ron.
—Vale —respondieron el as, siguiéndoles.

Estuvieron jugando un rato en el salón en el que Harry practicaba


oclumancia con Dumbledore, hasta que la señora Weasley subió.

—¿Ya ha terminado la reunión? —preguntó Harry.

—Sí, hace un momento —contestó el a—. ¿Queréis merendar algo?

—Yo sí —afirmó Ron rápidamente y levantándose.

—Señora Weasley... ¿y mis padres? —preguntó Hermione.

—Les darán el alta mañana —informó la señora Weasley—. Iremos a


buscarlos por la mañana, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —asintió Hermione, contenta de saber que pronto tendría a


sus padres con el a.

Bajaron a la cocina, donde casi todo el mundo se había ido ya, excepto
Lupin y Tonks. Merendaron y luego pasaron el resto de la tarde en el salón
del sótano, charlando y jugando partidas con los naipes explosivos.

Fred y George se les unieron en cuanto l egaron del Cal ejón Diagon.

A pesar de haber dormido casi toda la mañana, estaban bastante cansados,


y se fueron a acostar pronto.

Hermione, además, quería levantarse temprano para acompañar al señor


Weasley a buscar a sus padres.

—¿Quieres que te acompañemos? —Le preguntó Ron, antes de despedirse,


por la noche.

—No, gracias —respondió Hermione—. Además, vamos a ir en coche, y


no cabría nadie más.

—Está bien. Que descanséis —dijeron Harry y Ron, mientras Hermione y


Ginny salían y cerraban la puerta.
209

21

Un Poco de Historia Familiar

Cuando Harry y Ron se levantaron a la mañana siguiente, la señora


Weasley les informó de que Hermione ya se había ido al hospital con
Lupin y el señor Weasley, para buscar a sus padres.

—Llegarán para la hora de la comida —terminó.

—Vale —dijo Ron, mientras terminaba su desayuno—. ¿Una partida de


ajedrez, Harry?

—De acuerdo —aceptó él, levantándose y acompañando a su amigo al


salón.

—¿No podéis jugar a otra cosa en lo que yo pueda participar? —preguntó


la voz de Ginny desde las escaleras.

Harry y Ron se miraron.

—Está bien —concedió Ron—. ¿Jugamos con los naipes explosivos?

—¡Sí! —respondió Ginny, contenta, mientras los seguía al salón.

Estuvieron jugando toda la mañana, hasta que l egó Hermione con sus
padres. Salieron a recibirles.

Hermione venía muy contenta. El señor y la señora Granger se


encontraban perfectamente, y miraban a todas partes muy sorprendidos.
Ambos dieron un bote cuando, al entrar, el cuadro de la madre de Sirius se
puso a gritar como nunca había hecho hasta entonces:

—¡¡AAAAAGH!! ¡¡QUÉ HACE ESTA ESCORIA EN LA CASA DE MIS


PADRES!! ¡¡MUGGLES!! ¡¡CÓMO OS
ATREVÉIS, BASURA, A PROFANAR ESTA CASA!! ¡¡CÓMO OSÁIS
TRAER A LA CASA DE MI FAMILIA A ESTA PORQUERÍA!!

Lupin se adelantó rápidamente y, con ayuda del señor Weasley, volvieron a


silenciar el cuadro. Los Granger lo miraban asustados.

—¿Qué era eso?

—Tranquila, mamá —dijo Hermione—. No le hagas caso... sólo es un


estúpido cuadro...

—¿Quién era esa mujer?

—La madre de Sirius Black.

—¿Sirius Black? —dijo el señor Granger—. ¿No es ese el que...?

—Sí —respondió Hermione rápidamente.

—¡Oh, Dios mío! ¡Lo que le faltaba al pobre Kreacher! ¡Lo que le faltaba
a esta casa! —El elfo había bajado las escaleras, atraído por los gritos del
cuadro—. ¿Cómo es posible? ¡Muggles en la casa!

—Éstos son mis padres, Kreacher —le dijo Hermione amablemente.

—¡Ooh! ¡A la sangre sucia no le bastaba con profanar el a esta mansión,


sino que además osa traer a sus padres! ¡¿Qué diría su ama si viera a
Kreacher con esta gente?!

—¿Cómo has l amado a mi hija? —le preguntó el señor Granger,


visiblemente ofendido.

—¡Y ahora este sucio muggle se atreve a dirigirse a Kreacher, como si


fuese un mago, como si fuese su amo! ¡Oh, pobre Kreacher! ¿Qué ha
hecho él para merecer esto?

—Harry —dijo Lupin—. Pídele que se vaya y que no vuelva a insultar a


Hermione ni a sus padres.
Ordénaselo.

—¿Que yo haga qué?

—Hazlo.

—Está bien —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. Kreacher, lárgate.


Y quiero que trates con más respeto a Hermione y a sus padres ¿de
acuerdo?

—Claro, amo —murmuró el elfo, enfurruñado—. Kreacher vive para


servir al joven amo, sí. ¡Oh, qué desgraciado es el pobre Kreacher! —
Subió las escaleras, con paso cansado, sin dejar de murmurar.

—¿Qué era eso? —preguntó la señora Granger.

—Era un elfo doméstico, mamá —explicó Hermione—. Ya te he hablado


de el os.

—¿No se supone que son obedientes y humildes? —preguntó la señora


Granger, extrañada.

—Generalmente sí —dijo Ron—. Pero éste está un poco loco.

Hermione miró a Ron con severidad, mientras la señora Weasley bajaba en


ese momento por las escaleras.

Su cara se iluminó al ver a los padres de Hermione.

—¡Vengan por aquí! —les indicó, después de felicitarlos—. Vengan a la


cocina, la comida estará lista pronto, supongo que tienen hambre ¿verdad?

—Bueno, algo sí —reconoció la señora Granger con una sonrisa.

—Llevad sus cosas al segundo dormitorio del tercer piso —les dijo la
señora Weasley a los chicos.

—Vale. Vamos —obedeció Hermione, cogiendo algunas maletas.


—Déjalo —le dijo Ron—. Yo y Harry lo haremos. Tú vuelve con tus
padres, seguro que tienes muchas ganas de estar con el os.

210

—Gracias —dijo Hermione, sonriendo. Dejó las maletas y entró en la


cocina.

—Yo os ayudaré —se ofreció Ginny.

Cogieron las maletas y demás y lo subieron a la habitación que había


dicho la señora Weasley, donde lo dejaron todo, antes de bajar a comer.

—Da gusto ver a Hermione tan contenta, ¿verdad? —dijo Ron sonriendo.

—Pues sí, la verdad —afirmó Harry—. Lo ha pasado muy mal...

Entraron en la cocina. La comida estaba casi lista, y Hermione estaba


poniendo la mesa. Su madre intentaba ayudarla, pero el a no le dejaba.

—Vamos, estate ahí sentada. Acabas de salir del Hospital...

—¿Y qué? Ya estoy perfectamente. Vamos, déjame ayudarte. Sabes que no


me gusta estar sin hacer nada...

—Está bien, pesada.

La señora Granger se levantó y ayudó a su hija. El señor Granger,


mientras, respondía a las incesantes preguntas del señor Weasley sobre el
mundo muggle, mientras la señora Weasley lo miraba con desaprobación.

Cuando la comida estuvo lista, se sentaron a la mesa. Los Granger eran el


centro de la conversación, porque, aunque habían estado en el Cal ejón
Diagon, era la primera vez que estaban en una casa de magos.

Hermione, por su parte, se sentía enormemente feliz de tener a sus padres


compartiendo su mundo.
Resultó una tarde bastante alegre. Hermione, feliz de tener a sus padres
con el a, ni siquiera recordaba la reunión de la Orden del día anterior.
Harry, sin embargo, sí la recordaba. A cada momento veía a Lucius
Malfoy, con su despectiva sonrisa, levantar su varita para torturar a los
padres de su amiga; y a pesar de que Ron también parecía contento por la
alegría de Hermione, las miradas que cruzaba con Harry le indicaban a
éste que su amigo tampoco había olvidado lo sucedido.

Cuando la comida terminó, Hermione se dedicó a mostrarles la casa entera


a sus padres. Les enseñó a Buckbeak (obviamente, nunca habían visto a un
hipogrifo) y todo tipo de cosas que no había en las casas muggles
normales.

Harry, por su parte, los dejó y bajó a la cocina, donde se encontró con
Lupin, que leía El Profeta. Estaba solo. Harry le miró y se acordó de algo
que quería comentarle.

—Eh... Remus —dijo. Lupin levantó la cabeza. Harry nunca le había l


amado por su nombre de pila.

—¿Sí, Harry?

—¿Podemos hablar un momento?

—Claro —respondió él, dejando el periódico a un lado—. ¿De qué quieres


hablar?

—¿Por qué me dijiste antes que le ordenara a Kreacher eso? ¿Por qué yo?
—preguntó Harry.

Lupin le miró, un poco sorprendido por la pregunta.

—¿No te lo imaginas, Harry? —dijo—. Sirius no tenía familiares, aparte


de ti. Todo lo que tenía te lo ha dejado, excepto una parte de su fortuna
familiar, que me legó a mí. Tú eres ahora el dueño de esta casa, y, por
tanto, el amo de Kreacher.
Lupin lo dijo como si fuera lo más normal del mundo, pero Harry se quedó
anonadado.

—¿Cómo dices? —exclamó, sorprendido. Nunca se había parado a pensar


en el o...

—Para él, eras como un hijo. Te nombró su heredero, en caso de que le


pasara algo. ¿De quién creías que era ahora esta casa?

—Nunca lo había pensado... —respondió Harry. Se quedó un rato


pensativo y luego añadió—: Pero entonces ¿por qué Kreacher os obedece a
los demás y no se va de la casa? Yo no le había ordenado nada nunca...

—Porque Sirius convirtió esta casa en el cuartel general de la Orden, y


ordenó a Kreacher que sirviera a sus miembros. Por eso no puede irse ni
desobedecernos. Sin embargo, a ninguno nos obedece como a ti, que eres
su legítimo amo.

—Así que esta casa es mía... —murmuró Harry, mirando a su alrededor,


pensando en el significado de aquel as palabras, en sus consecuencias, e
intentando asimilarlas—. Ya no tendré que volver con los Dursley, porque
tengo casa propia... —cerró los ojos y recordó a su padrino,
agradeciéndoselo en silencio, pensando en lo que aquel o iba a cambiar su
vida...

—Me temo que no, Harry —repuso Lupin, interrumpiendo sus


pensamientos—. Me temo que el próximo verano tendrás que regresar a
casa de tus tíos, aunque sea por un breve período.

—Pero ¿por qué? —preguntó él, desilusionado—. No quiero volver a


Privet Drive nunca más.

—Sabes por qué debes volver al í, Harry —le dijo Lupin—. Dumbledore
ya te lo explicó.

—Sí, Dumbledore me lo explicó —repitió él, algo irritado—. Tengo que


volver al í una vez al año y Voldemort no podrá atacarme en aquel a casa,
ya lo sé. Pero tampoco puede atacarme aquí ¿no? —objetó, mirando a
Lupin fijamente—. Al fin y al cabo, aquí no puede entrar si Dumbledore
no le dice dónde está esta casa, y no creo que lo haga.

—Sí, pero debes renovar esa protección que tu madre puso en ti,
¿entiendes? Es importante, Harry. Yo tampoco lo entiendo muy bien, pero
Dumbledore dice que es algo fundamental.

211

—Sí, ya lo sé —respondió con aspereza. Ese año regresaría a Privet Drive,


si no podía evitarlo, al fin y al cabo era menor de edad, pero en cuanto
cumpliese los diecisiete años, no volvería al í nunca. Se lo juró a sí
mismo.

—Tengo algo más para ti en relación con Sirius —dijo Lupin,


levantándose y pasando al salón contiguo.

Harry lo siguió—. Ya es hora de que te lo dé. —Lupin abrió un cajón de un


mueble y sacó algo. Parecía una l ave de Gringotts—. Es la l ave de la
cámara de Sirius, la 711. Aun después de retirar mi parte, queda mucho
dinero, de hecho, bastante más que el que hay en tu propia cámara. Ahora
es tuyo.

Harry abrió mucho los ojos. En su cámara de Gringotts había aún miles de
galeones... y si aún añadía más...

era rico.

—No creo que vayas a pasar escasez, ¿verdad? —comentó Lupin,


sonriendo, aunque con expresión triste.

Harry cogió la l ave de su padrino y la acarició, con cariño.

—Sirius me dijo que te entregase tu parte de la fortuna, la mitad, y que yo


me quedase la cámara 711, pero he pensado que seguramente te gustaría
conservar su l ave.

Harry le sonrió. Sí, sí quería conservarla... La guardó en su bolsil o.


Mientras lo hacía se formuló una pregunta que sólo una vez se había
hecho, aunque en aquel a ocasión había sido relativa a su propio dinero.

—¿De dónde proviene la fortuna de los Black? —preguntó Harry en voz


alta—. ¿En qué trabajaban?

Lupin no contestó inmediatamente. Se sentó en un sofá y miró a Harry.

—¿Has estudiado en Historia de la Magia cómo funcionaba nuestro mundo


antes de la creación del Ministerio? —preguntó Lupin.

—Sí... —respondió Harry. Historia de la Magia nunca había sido su fuerte


—. El órgano de gobierno era el Consejo de los Magos.

—Exacto —dijo Lupin.

—¿Y qué tiene eso que ver?

—Verás, Harry, el Consejo de Magos era algo parecido a un consejo de


sabios o de ancianos. Sus miembros no eran elegidos por la comunidad
mágica, sino por el os mismos. El Consejo se creó a principios de la Edad
Media, para agrupar a los magos y brujas, que vivían desperdigados y casi
sin control. Las pocas familias de larga tradición mágica se unieron y
crearon el Consejo, que se convirtió en el órgano regulador de todo lo que
concernía al mundo mágico. Esto no sucedió sólo aquí, sino que también
ocurrió así, o de manera similar, en el resto del mundo. En aquel os
tiempos, el número de brujas y de magos era muy limitado, porque los
magos nacidos de muggles no eran considerados, ya que nadie se ocupaba
de buscarlos y enseñarles magia. No había escuelas, y los brujos aprendían
generalmente en sus casas, o eran enseñados por alguien conocido, o que
se dedicara a el o.

»Dado que las familias de larga tradición crearon el Consejo, el os


tuvieron el poder. Serían como los nobles entre los muggles, por así
decirlo. Desde luego, despreciaban a los muggles, y la mayoría se
aprovechó de el os. Consiguieron tierras y poder, tanto entre los magos
como entre los no magos, y así iniciaron sus fortunas. Los Black eran una
de esas familias, al igual que los Malfoy u otras, de las cuales quedan ya
muy pocas.
»En aquel tiempo, no obstante, ya se sabía que había magos y brujas que
nacían de padres que fueran ambos muggles, pero apenas ninguno fue
admitido en la comunidad mágica hasta la creación de Hogwarts, cuando
todos los niños y niñas mágicos fueron invitados a aprender magia. A la
mayoría de miembros del Consejo, esto no les gustó. No querían tener
muggles entre el os, y se volvieron más despectivos y más preocupados
por la limpieza de sangre, despreciando a todos aquel os que tuvieran
antepasados muggles. A muchos otros magos y brujas, sin embargo, no les
importó, sino que se alegraron de tener con el os a más gente mágica, lo
que dio lugar a la mezcla de sangre. Las familias de sangre completamente
pura eran cada vez menos, pero se volvieron más reaccionarios y
obsesivos con las genealogías y la sangre limpia. Estas familias eran las
que tenían el poder desde antaño, y por tanto el dinero. De ahí procede la
fortuna de los Black, al igual que la de los Malfoy y otras importantes
familias de sangre limpia. Usaron su poder durante siglos para reunirla,
hasta la creación del Ministerio.

—¿Cómo sucedió eso? —preguntó Harry, intrigado.

—Bueno, el número de magos de sangre mezclada se hizo muy grande,


pero el poder estaba sólo en manos de los sangre limpia, que despreciaban
a los que no fuesen como el os, y de ahí surgió la disputa. Los sangre
limpia consideraban a los magos mezclados o a los hijos de muggles casi
como esclavos o sirvientes.

De hecho, despreciaban a cualquiera que no fuese mago, o más


concretamente, mago puro, porque estaban convencidos de su
superioridad, y que esa superioridad les daba derecho a todo. Esa disputa l
egó a la Confederación Internacional de los Magos y culminó con la
creación de los Ministerios de Magia. Los miembros del Consejo, la
mayoría, intentaron oponerse, pero no pudieron hacer nada, ya que eran
demasiado pocos. Aunque no sólo los magos de familias de larga tradición
despreciaban a los «sangre sucia», sólo el os tenían el poder, por lo que no
tuvieron apoyos. La mayoría de la gente quería tener derecho a decidir lo
que se haría en el mundo mágico, aunque eso supusiera darles la misma
oportunidad a los hijos de los muggles. Las familias de sangre limpia más
poderosas nunca perdonaron eso. Nunca 212
olvidaron que gran parte de su poder les había sido arrebatado para
otorgárselo a la gente común, y por el o su odio hacia los hijos de muggles
fue mayor que nunca y perdura hasta la actualidad ¿comprendes?

Harry asintió. Ahora entendía. Por eso los Black, o los Malfoy se
comportaban así con los hijos de muggles, los consideraban inferiores, y
habían accedido a un poder que antes sólo les pertenecía a el os... eso era
lo que Malfoy le había dicho aquel día. Esa era la razón de su odio: que
aquel os a los que consideraban inferiores habían conseguido los mismos
derechos que el os.

—A pesar de todo esto, estas familias siguieron teniendo mucho poder,


debido a su tradición y a las inmensas fortunas que habían acumulado
durante siglos —concluyó Lupin.

Harry se quedó pensativo. Entonces recordó su propia cámara, l ena de


galeones. ¿De dónde procedía aquel dinero? Harry se lo había preguntado
la primera vez que había ido a Gringotts, con Hagrid, pero ese día había
tanto que ver que se había olvidado completamente del tema...

—¿De ahí proviene también la fortuna de mis padres? —preguntó.

—No —respondió Lupin—. O bueno, no exactamente.

—¿«No exactamente»?

—Sí. Los Potter también son una de las antiguas familias de magos,
aunque, al igual que los Weasley, nunca dieron importancia al tema de la
limpieza de sangre. Su sangre no es totalmente pura, como la de los Black
o los Malfoy, porque durante su historia ha habido matrimonios con gente
se sangre impura. Aún así, tu familia es muy antigua, y como todas el as,
poseía negocios y tierras. Era una familia de grandes magos. Nunca
hicieron nada ilícito para obtener dinero, al contrario que muchos otros. —
Lupin hizo una pausa—. El dinero de tu cámara acorazada en Gringotts es
la fortuna familiar de los Potter, que tus padres te dejaron al morir.

Por supuesto, aunque te haya parecido mucho dinero el que hay al í, no


puede compararse a la fortuna de los Black.
—¿Sirius tenía aún más dinero del que hay en mi cámara? —preguntó
Harry, recordando el enorme tesoro que aún permanecía guardado en su
cámara de Gringotts.

Lupin soltó una risita.

—Por supuesto que sí. Muchísimo más. De hecho, aunque ya retiré la


mitad que me correspondía, te aseguro que en esa cámara queda aún
dinero suficiente para que no tengas preocupaciones el resto de tu vida.
Los Black era muy ricos... de hecho, diría que eran más ricos que los
Malfoy, antes de que las herencias se repartiesen, claro. Ahora mismo no
creo que en la cámara 711 haya más dinero que en la de los Malfoy, pero
seguramente no le falta mucho.

Harry se levantó, y vagó por el salón, mirando al fuego, pensando en todo


el o... Era rico... no, rico no: riquísimo. En la cámara de sus padres podían
quedar aún decenas de miles de galeones. ¿Cuánto quedaría en la de
Sirius? ¿Cientos de miles? ¿Mil ones? Volvió a mirar a Lupin, el único
amigo de su padre que quedaba con vida, excepto colagusano... Nunca
había sabido mucho de sus padres, y muchas preguntas le asaltaron ahora
¿Qué hacían? ¿En qué trabajaban? ¿Dónde vivían? ¿Qué había sido del
resto de la familia de su padre? Sabía que los padres de su madre y tía
Petunia habían muerto años antes de que nacieran él y Dudley, pero nunca
había sabido cómo. Volvió a sentarse.

—Remus... —comenzó Harry, con un nudo en la garganta—. Quiero...


quiero que me lo cuentes todo sobre mis padres y mi familia... Me estoy
dando cuenta de que no sé nada de el os...

Lupin le miró y asintió, lentamente.

—Está bien —dijo—. Te contaré todo lo que quieras saber, o lo que sepa
yo mismo... Aunque no sé si seré la persona más adecuada para hacerlo.

—¿Por qué no? Eres el último de los amigos de mi padre. ¿Quién podría
ser más adecuado?

—¿Tus tíos nunca te hablaron de tu familia?


Harry negó con la cabeza.

—No. Siempre me dijeron que mis padres habían muerto en un accidente


de coche. También sé que mis abuelos maternos murieron años antes de
que naciera yo, pero nunca me explicaron cómo. Cada vez que hacía
alguna pregunta, me castigaban, o me respondían: «no hagas preguntas»
—recordó con amargura.

—Sí, ya me imagino... —suspiró—. Tus tíos siempre odiaron todo lo que


tuviese que ver con la magia.

—¿Les conoces? —inquirió Harry.

—No exactamente. Sólo les vi una vez, en el funeral de tus abuelos, los
padres de Lily, pero tu tía y tu tío no hablaron con nosotros.

—¿«Funeral de mis abuelos»? —preguntó Harry, extrañado—. ¿Murieron


los dos juntos?

—Sí —contestó Lupin; su cara se puso triste al recordarlo—. Murieron


cuando tu madre tenía diecinueve años, en un accidente de coche.

—¿Mis abuelos murieron en un accidente?

—Sí. Supongo que de ahí sacaron la idea tus tíos sobre lo de tus padres...
A tu madre le afectó muchísimo.

Eran su única familia, ya que Petunia nunca fue muy buena hermana,
desde el momento en que Lily recibió su carta. Por lo que me contaba, el a
casi la odiaba, y eso a Lily, que tenían un grandísimo corazón, le dolía 213

muchísimo. —Lupin sonrió—. El a era muy fuerte, pero la vida le puso


duras pruebas... en su casa, su hermana la odiaba por ser bruja, y en
Hogwarts había quien la odiaba por ser hija de muggles...

—¿Te contaba? —Harry estaba un poco extrañado y no entendía


demasiado.

Lupin miró a Harry y sonrió.


—Lo siento. Creo que más bien recordaba en voz alta. Mejor te contaré
desde el principio...

—Sí, mejor. —Harry se acomodó, preparándose para escuchar, por


primera vez en su vida, la historia de sus padres y su familia.

—Tu padre, Sirius, Peter y yo fuimos los cuatro a Gryffindor, ya lo sabes.


Compartíamos dormitorio, por supuesto, y nos hicimos amigos la primera
noche de estar en Hogwarts. Nosotros cuatro éramos los únicos de nuestro
curso de Gryffindor, y nos hicimos inseparables casi desde el principio;
James y Sirius descubrieron ambos que eran igual de traviesos la primera
noche; yo les hablaba del mundo muggle que conocía por mi padre; y
Peter... bueno, él era el animador de James y Sirius, y eso a el os les
encantaba.

Harry sonrió.

—Sí, nos hicimos inseparables —dijo Lupin con expresión soñadora. Se


hubiese dicho que había regresado a sus años en el colegio—. Yo, por
desgracia, tenía que ocultarles mi condición, a pesar de que odiaba tener
que mentirles, pero el os eran mis mejores amigos (mis primeros amigos,
de hecho), y no quería perderlos por nada.

»Tu madre estaba también en nuestro curso, claro. Las chicas de


Gryffindor eran cinco, y el a se hizo muy amiga sobre todo de dos: Alissa
Wil ish, (que luego se convirtió en Alissa Prewett), y Alice Stonefield,
(que se convertiría en Alice Longbottom).

—¿Mi madre era amiga de la madre de Nevil e? —preguntó Harry,


asombrado por aquel a coincidencia.

—Sí... era su mejor amiga, y eso no cambió después de Hogwarts. —Lupin


suspiró—. La verdad, las tres tuvieron mala suerte: tu madre muerta,
Alissa, que estaba casada con Gideon Prewett (que, por si no lo sabías, era
primo de Mol y, la madre de Ron), también fue asesinada, poco después
que su marido, y ya sabes lo que les sucedió a los Longbottom...

Harry asintió.
—Bueno, creo que a tu padre le gustó tu madre casi desde la primera vez
que la vio, porque, aunque con el tiempo l egó a tener muchas
admiradoras, nunca le hizo demasiado caso a ninguna. —Harry sonrió—.
Claro que el a no le hacía demasiado caso a él, porque James y Sirius se
metían en líos continuamente, y con esa manía suya de hechizar a la gente,
sobre todo a Snape... Lily era muy respetuosa con las normas, y muy buena
estudiante, de hecho. ¿Sabes? Hermione siempre me recuerda mucho a el
a... respetuosas con las reglas, buenísimas estudiantes, defensoras de los
derechos de los débiles... —Lupin sonrió, y Harry también lo hizo.

»Tu padre siempre intentaba impresionarla, pero claro, la idea que tenía
James de lo que era impresionar a alguien no coincidía mucho con la de
Lily, y siempre estaban discutiendo... o más bien discutía Lily, porque
James no acababa de entender qué era lo que hacía mal.

—Mi madre le detestaba —comentó Harry, recordando la imagen del


pensadero.

—Oh, no, no le detestaba —sonrió Lupin—. De hecho, creo que a veces le


habría gustado disfrutar de las locuras de James, pero su racionalidad y
sentido del deber se lo impedían.

Las palabras de Lupin le trajeron a Harry el recuerdo de otra imagen en el


pensadero de Snape: James sostenía a Snape en el aire, boca abajo, y le
pareció percibir un asomo de sonrisa en los labios de su madre, pero el a la
había reprimido al instante, gritándole a James que lo dejara en paz.

—Llegué a entender y a conocer bastante bien a tu madre, y el a fue una


buena amiga mía. Fue a el a a la primera persona que le confié que era un
licántropo, sin que lo hubiera descubierto, como hicieron James, Sirius y
Peter, y el a juró guardarme el secreto siempre, y así lo hizo.

—¿Cómo l egasteis a haceros tan amigos? —quiso saber Harry.

—Bueno, los dos fuimos prefectos de Gryffindor, así que l egamos a pasar
bastante tiempo juntos. Así comprendí que, realmente, a tu madre James le
gustaba, pero no quería ni admitirlo, ni sentir nada por él, porque le
parecía muy arrogante. Le daba rabia que le gustase, aunque sólo fuese un
poco, alguien como él, y ésa era una de las razones por las que siempre
intentaba sacarle defectos.

»Tu padre y Sirius empezaron a cambiar en sexto, porque las cosas


empezaron a ponerse verdaderamente serias, y comenzamos a sentir el
miedo. Mientras estábamos en Hogwarts, Voldemort apareció en escena y
empezó a darse a conocer; al principio sólo hablaba, aunque nadie sabía
bien quien era. Decía que los sangre limpia debían de recuperar el control
que legítimamente les correspondía, y que la comunidad mágica debía
deshacerse de los hijos de los muggles. Mucha gente le escuchó, al
principio, incluso cuando empezó a reclutar seguidores, incluso a pesar de
que Dumbledore previno al mundo contra él, pues él le conocía.

Corrían rumores de que era sospechoso de ciertos asesinatos, pero...


mucha gente quería oírle, y se hizo fuerte en poco tiempo. Cuando se
mostró tal cual era, pocos ya podían hacerle frente.

»En nuestros últimos años en Hogwarts, empezó a conseguir cada vez más
y más poder. Los asesinatos y desapariciones se volvieron el pan de cada
día. El miedo comenzó a extenderse y el Ministerio se vio 214

desbordado. Por supuesto, fue en los últimos años de su reinado cuando


verdaderamente mostró cuán poderoso era, y cuán despiadado, pero ya en
Hogwarts Dumbledore intentó prevenirnos contra él, avisarnos de lo
engañoso que podía resultar; desgraciadamente, no todos le escucharon.
Bel atrix Lestrange, que tenía dos años más que nosotros, se unió a él en
cuanto salió de Hogwarts, al igual que Lucius Malfoy, que era un año
mayor que el a, y salía ya por entonces con Narcisa, la hermana de Bel
atrix, que es de mi edad. Lucius fue un líder de Slytherin ya en el colegio,
más aún de lo que es su hijo hoy. Bel atrix y Rodolphus, por su parte,
formaban un grupo con Travers, Mulciber y Avery. También Snape iba con
el os, a pesar de que era el más joven; creo que otra de las causas por las
que Snape nos odiaba era porque nosotros teníamos una amistad real;
Snape y los demás no eran amigos, simplemente, tenían afinidad de
gustos: les encantaban las Artes Oscuras.

»Sirius y tu padre querían ser aurores —Harry sonrió mucho al oír aquel o
—. Tomaron la decisión final en sexto. Por supuesto, eso nos cambió
bastante, y sobre todo a el os; los aurores vivían muy amenazados, y
sabíamos que, en el futuro, sería una profesión muy, muy peligrosa. Así
fue como Sirius y James se volvieron más «normales», y el motivo por el
cual, al fin, James consiguió ser Premio Anual de Hogwarts en séptimo,
cosa que nunca hubiésemos esperado un año antes. Tu madre fue también
Premio Anual y bueno...

empezaron a pasar mucho más tiempo juntos. Tu madre, al ver el cambio


de James, empezó a l evarse mucho mejor con él, y así fue como James le
contó sus planes de ser auror. Un día, tu madre le preguntó si no tenía
miedo, y él respondió que sí, pero que era lo que quería, y que merecía la
pena arriesgar la vida por defender a personas como el a... —Lupin esbozó
una sonrisa al recordar— creo que ahí fue donde saltó la chispa definitiva
entre ambos.

—¿Mi padre os contó que le había dicho eso a mi madre? —preguntó


Harry, extrañado. Harry se sorprendió porque él, al menos, nunca haría
algo así... creía que se moriría de la vergüenza.

Lupin se rió.

—¡Por supuesto que no! Sirius los espió usando la magia. Creo que nunca
se lo contó a James, seguramente nos hubiera matado si se hubiera
enterado. Después de eso, pasado un tiempo, comenzaron a salir.

—¿Qué quería ser mi madre? ¿Y tú?

—Tu madre siempre deseó ser sanadora de San Mungo, y eso fue lo que
hizo cuando salió de Hogwarts. A mí me habría gustado ser auror, aunque
no tenía tanto entusiasmo como James y Sirius, ni sus notas.

Además, a los hombres lobo no se nos admite en la Academia de Aurores,


y menos con Crouch al frente del Departamento de Seguridad Mágica.
Éste se había vuelto tan fanático que había alargado la carrera de Auror a
cuatro años, para preparar a los mejores.

—¿Qué hiciste, entonces?


—No mucho. Como te dije, los hombres lobo no encontramos trabajo
fácilmente. Pero en Hogwarts había sido bueno en herbología y pociones,
y logré una especie de empleo como preparador de productos para San
Mungo. No ganaba demasiado, pero era algo. Tu madre empezó a hacer el
curso y las prácticas de sanadora en San Mungo, y tu padre y Sirius
ingresaron en la Academia de Aurores.

—Así que mi padre l egó a ser auror... —dijo Harry—. ¿Por qué nadie me
lo había dicho?

Lupin puso cara triste y se levantó. Se puso de espaldas a Harry y miró al


fuego. No se volvió para contestar.

—Porque no l egaron a ser aurores. Ni él, ni Sirius.

—¿No? ¿Por qué no?

—Como te conté, cuando teníamos diecinueve años, y tu padre y Sirius


estaban en el segundo curso, tus abuelos, los padres de Lily, murieron en
un accidente de coche. Para Lily eran casi la única familia, y se sumió en
una terrible depresión, acrecentada por el hecho de que su hermana ni
siquiera le dirigió la palabra, ni se acercó a el a durante el funeral.

Harry se entristeció, y sintió un ramalazo de furia contra tío Vernon y tía


Petunia.

—Tu madre necesitaba ayuda, así que James abandonó la Academia


durante un tiempo para estar con el a, poco antes de los exámenes. Sirius
abandonó la Academia con él, porque se habían prometido que empezarían
la carrera, la harían y la terminarían juntos. Tu padre se l evó a tu madre a
vivir a su casa, porque tus abuelos paternos la querían como a una hija; de
hecho, nos querían a todos como a hijos. —

Harry no pudo evitar pensar en los Weasley al escuchar eso—. James la


cuidó, y el cariño y el amor de los Potter la hicieron volver a la vida, a la
alegría.
»Cuando se sintió bien de nuevo, James y Sirius habían perdido los
exámenes de su segundo año, y habían empezado el tercer curso, con lo
que perdieron dos años. Lo primero que hizo Lily cuando se sintió bien
otra vez, fue ir a visitar a tu tía a Privet Drive, donde tus tíos se acababan
de comprar su casa. James le dijo que era una mala idea, que le tenía a él,
a nosotros, a sus amigas, que la visitaban continuamente, pero el a se
empeñó; era su hermana, la hija de sus padres, su única familia, y quería
verla.

—¿Qué sucedió? —preguntó Harry. Lupin se volvió hacia él y lo miró


fijamente.

—Tu tía le cerró la puerta en las narices, diciéndole que no quería saber
nada de el a, ni de gente como el a.

Cuando Lily regresó a casa esa noche, l oraba como una niña pequeña.

215

Harry apretó los puños, l eno de rabia.

—Continúa, por favor.

—Lily no se resignó, y, aunque no volvió a ver a tu tía Petunia, de vez en


cuando le mandaba cartas, contándole cómo le iba, pero nunca recibió
ninguna respuesta. Sin embargo, tu tía debía de leer las cartas, porque
sabía que tú habías nacido, aunque nunca te hubiesen visto hasta la noche
en que Dumbledore te dejó al í.

—¿Qué opinaban mis abuelos de que mi madre y tía Petunia se l evasen


tan mal?

—Bueno, obviamente, no les gustaba, aunque tus abuelos, por lo que tu


madre me contó, no sabían realmente cuánto la detestaba su hermana.
Cuando salieron de Hogwarts, tus padres y tus tíos solían ir a comer una
vez al mes a casa de tus abuelos, por petición de éstos, pero eran comidas
tensas. A tu padre no le gustaban, porque, aunque apreciaba a los padres de
Lily, detestaba a los Dursley. A tus tíos tampoco les agradaba, aunque lo
hacían por tus abuelos. Por supuesto, cuando éstos murieron, los Dursley
dejaron de fingir.

—¿Qué sucedió después?

—Tu padre y Sirius volvieron a la Academia con veintiún años, y tu madre


siguió sus prácticas en San Mungo. En aquel tiempo, Voldemort estaba en
su pleno apogeo, y Dumbledore había fundado la Orden del Fénix para
oponerse a él. Todos nos unimos sin dudarlo; sabíamos de lo que era capaz
Voldemort, y todos apreciábamos mucho a Dumbledore. Yo, además, le
debía mucho por todo lo que había hecho por mí... sin contar que aún me
sentía culpable por todo lo que hacíamos en el colegio, sobre todo siendo
yo prefecto.

—¿Y por qué, si volvieron a la Academia, no terminaron la carrera?

—Bueno, Voldemort se hizo demasiado terrible. Sabía perfectamente que


Dumbledore era su mayor enemigo, y, enterado de la existencia de la
Orden del Fénix, empezó a acosarnos con más furia que a los propios
aurores. Muchos tuvimos que ocultarnos, escondernos.

»Tus padres habían planeado casarse en cuanto James terminara su tercer


año en la Academia de aurores, cuando tenían veintidós años, porque
además, Lily acababa su preparación como sanadora, pero de nuevo, la
fatalidad sacudió a la familia.

—¿Qué pasó? —quiso saber Harry.

Lupin miró de nuevo al fuego, cerrando los ojos, como si el recuerdo fuese
demasiado doloroso.

—La persecución a la que fuimos sometidos fue demasiado para muchos.


En las navidades de aquel año, Alissa, la mejor amiga de tu madre, y su
marido, fueron asesinados por los partidarios de Voldemort. A todos nos
afectó muchísimo, sobre todo a tu madre, pero también a tu abuela, que
conocía bien a Alissa, y a la cual tenía mucho cariño. Además, tus propios
padres estuvieron a punto de ser atacados. Todo eso, y el peligro que
corríamos todos, fue demasiada tensión para tu abuela, y enfermó.
—¿Enfermó? —preguntó Harry.

—Sí. Se puso cada vez más grave. La sola mención de Voldemort la ponía
de los nervios y le hacía vomitar.

Ningún sanador pudo hacer nada por el a. Su mal no era corporal. Murió
dos meses antes de la fecha en la que tus padres pensaban casarse.

Harry se quedó como si le echaran por encima un jarro de agua helada. A


Lupin le corría una lágrima por la cara.

—James se quedó como ido, y tu madre no dejó de l orar en días. Tu


abuela, antes de morir, hizo prometer a Lily y a James que se casarían en
la fecha prevista, y que serían muy felices. Tu padre sólo logró asentir,
mientras las lágrimas caían silenciosamente por sus mejil as.

»Ni James ni Sirius hicieron tampoco los exámenes de aquel año, pero,
como habían prometido, Lily y James se casaron en la fecha prevista, en el
verano, el 18 de julio. Fue el segundo día más feliz en la vida de tus
padres, pero no fue ni la sombra de lo que había podido ser si tu abuela y
tus otros abuelos hubiesen estado vivos. Además, tu abuelo, aunque
parecía contento, estaba como ido. A la boda asistieron también Frank y
Alice, y nosotros asistimos a la suya, que celebraron al mes siguiente; ese
año se habían graduado ambos en la Academia de Aurores.

—¿Por qué dices que ese fue el segundo día más feliz de la vida de mis
padres?

—Porque el día más feliz para el os fue cuando, un año después, naciste tú.
¿Sabes, Harry? —dijo Lupin, mirándole fijamente—. Creo que, de alguna
manera, tú les salvaste la vida a tus padres; les diste una fuerte razón para
luchar, tras tantas pérdidas. Creo que, cuando dieron su vida por ti, sólo te
devolvieron el favor que tú les habías hecho al nacer, porque les diste una
alegría que casi habían perdido. Además, también tu abuelo volvió a
sonreír al verte: su primer y único nieto.

»No obstante, ya antes de nacer tú, tus padres se habían ocultado en la


antigua casa de campo de los Potter, construida un siglo antes, porque
Voldemort ya había intentado matarlos tres veces, y con lo de la profecía...

»Estuvieron escondidos en aquel a casa durante casi dos años, hasta que
Voldemort decidió seriamente poner fin a tu vida. Entonces, Dumbledore,
alertado, decidió que lo mejor era usar el encantamiento fidelio...

y así se hizo, con Peter. Lo demás, ya lo sabes.

216

Sí, Harry lo sabía: Peter Pettigrew, Colagusano, había sido espía de


Voldemort durante un año, y en cuanto tuvo la l ave de la guarida de los
Potter, se la entregó a Voldemort. Informado por el guardián secreto,
Voldemort pudo encontrar la casa de sus padres y matarlos, pero él,
protegido por el sacrificio de su madre, un hecho del que Voldemort no se
había percatado, le había salvado la vida y al mismo tiempo casi había
provocado la muerte al tenebroso mago.

—¿Y mi abuelo? —preguntó Harry—. ¿Él estaba vivo, no? ¿Por qué no
me l evaron con él?

Lupin paseó lentamente por el salón antes de contestar.

—Tu abuelo... tras la muerte de tus padres, no volvió a ser el mismo. No


estaba capacitado para cuidarte. De hecho, yo le cuidé a él un tiempo. La
muerte de su hijo y su nuera, el hecho de que creyese que Sirius, que para
él era un hijo, hubiese sido la causa de sus muertes, y además hubiera
asesinado a Peter, fue demasiado para él. Murió ese mismo año, antes de
Navidad, consumido por la pena y la tristeza.

Harry se quedó frío. Jamás había esperado que la historia de su familia


pudiera ser tan triste, tan l ena de dolor y sufrimiento. ¿Es que acaso su
familia estaba maldita?

—No imaginaba que fuera tan triste... —murmuró, con voz débil.

—Lo fue, pero también hubo momentos muy felices, te lo aseguro. Tus
padres estaban muy enamorados, y su amor fue bonito. Su boda, y tu
nacimiento, fueron días enormemente felices para el os, puedo
asegurártelo.

Harry sonrió ligeramente, y se encontró deseando sentir algo así por


alguien, experimentar esa sensación alguna vez. Sabía, o se daba cuenta,
de que lo que había sentido por Cho no era comparable a eso. Deseó sentir
ese amor, esa felicidad, pero no sabía si sería posible. ¿Y si la conseguía, y
Voldemort se lo arrebataba todo? ¿Qué sucedería si algo les ocurría a sus
amigos? ¿Se consumiría de pena, como su abuelo? Sí, seguramente eso
sucedería... Se imaginó viendo morir a Ron, a Hermione, a Ginny, a Lupin,
a los Weasley... mientras él seguía vivo y no lo resistió. No era capaz de
imaginárselo. No podía.

En ese momento, se abrió la puerta del salón, y entró Ginny, quien, al ver
las caras de Lupin y Harry se quedó un poco cortada.

—¿Pasa algo? ¿Queréis estar solos? —preguntó la pelirroja.

—No, no —respondió rápidamente Lupin—. Quédate si quieres. Yo ya me


iba. Hasta luego, Harry.

—Hasta luego, Remus —dijo Harry, mirándole—. Muchas gracias, de


verdad.

—No hay de qué —dijo Lupin, abriendo la puerta de la cocina.

Harry se quedó pensativo, mirando al fuego. Ginny se acercó a él


lentamente y se sentó a su lado.

—¿Me puedo sentar aquí? —preguntó.

—¿Eh? Claro, claro que puedes... ¿Dónde están Ron y Hermione?

—Ron está en vuestro cuarto, haciendo no sé qué. Hermione salió con sus
padres, a dar un pequeño paseo por Londres... creo que han salido a la
cafetería que está al otro lado de la plaza.

—Está bien —dijo Harry, sin mucho ánimo.


—¿Qué te pasa, Harry? —le preguntó Ginny, acercándose a él—. Pareces
muy triste...

—No estoy triste... sólo... me siento extraño.

—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

Harry metió la mano en el bolsil o y sacó lentamente la l ave de la cámara


de Sirius.

—Ésta es la l ave de Gringotts de Sirius —explicó, como hablando solo—.


Él me lo dejó todo, excepto parte de su dinero, que se lo legó a Lupin.
Ahora soy el propietario de esta casa...

—¿Tú eres el dueño de la casa?

Harry afirmó con la cabeza.

—Vaya... bueno, bien pensado es lógico —dijo el a—. ¿Y estás triste por
eso?

—No. Le pregunté a Lupin cómo era mi familia, le pedí que me contara


cosas de el os, nunca he sabido demasiado...

—Sí, ya lo sé... ¿Y? ¿Te lo contó?

—Sí. Me lo contó todo. Me contó cómo he perdido a toda mi familia...


cómo murieron mis abuelos, cómo mi tía dejó de hablar completamente a
mi madre tras aquel o... cómo murió mi otra abuela... y luego mis padres.

Y menos de dos meses después de el os, murió mi abuelo.

Ginny miró a Harry con tristeza, con comprensión, pero sin decir nada.

—¿Por qué, Ginny? ¿Por qué sufrieron mis padres tanto? Mis abuelos
maternos mueren en accidente de coche, mi abuela de enfermedad y mi
abuelo de tristeza, por haber perdido a toda su familia... No sabía que la
historia de mis padres estuviera cargada de tantas desgracias... Mis padres
murieron con veinticuatro años
¿sabes? ¡Sólo con veinticuatro años! ¿Está maldita mi familia?

Ginny no supo qué decir. Se acercó a él y lo abrazó.

—Tranquilo, vamos... Al menos fueron felices, durante un tiempo ¿no?

Harry asintió.

—Sí, a pesar de todo, tuvieron momentos muy felices... eso me dijo Lupin.
Pero lo perdieron todo. Todo por culpa de Voldemort... —Harry puso una
expresión de odio y amargura como Ginny no le había visto nunca—.

217

Todo por culpa de él... destrozó mi vida antes ya de que yo naciera... todos
sufrían porque tenían miedo por mis padres, que eran objetivos para él...
Le odio tanto...

—Lo sé, lo sé... Pero Harry, tú tienes una familia —dijo Ginny—. Nos
tienes a nosotros, a todos... y a Hermione. Sabes que te queremos como si
fueras uno más... Lo sabes, ¿verdad?

Harry sonrió.

—Sí, sí lo sé —dijo él, con una sonrisa débil—. Gracias... otra vez.

—Vamos, no tienes que agradecerme nada. Mira, voy a l amar a Ron y


podremos jugar una partida de gobstones ¿de acuerdo? Así te animarás.
Además, pasado mañana tenemos que regresar a Hogwarts, deberíamos
aprovechar el tiempo...

—Vale... Os espero aquí.

Ginny salió, y al rato volvió, seguida de Ron, que miraba a Harry


inquisitivamente. Se sentaron en los sil ones.

—¿Estás mejor? —preguntó Ginny, preparando el juego.

—Sí, gracias.
—Ginny me ha dicho que Lupin te ha contado la historia de tu familia...

—Sí, así es —dijo Harry.

—¿Es... muy triste? —preguntó Ron, un poco cohibido.

Harry asintió.

—Lo siento...

—No pasa nada... —dijo Harry intentando sonreír—. ¿Jugamos?

—Si, venga —dijo Ginny.

Estuvieron jugando durante horas, riéndose, y, cuando Hermione y sus


padres volvieron, Harry volvía a encontrarse animado. Quizás su familia
había sufrido muchas tragedias, sí, pero también habían sido afortunados.
Habían sido felices, habían tenido grandes amigos, y habían sido buenas
personas, valientes y decididas. Harry se sintió orgul oso de ser hijo de
quien era, algo que hacía tiempo que no sentía, desde que había visto a su
padre en el pensadero de Snape... aquel o ahora le parecía una chiquil ada
comparado con lo que habían tenido que vivir después, todas aquel as
duras pruebas...

Jugaban la última partida cuando Hermione entró, muy contenta, en el


salón y se sentó con el os.

—¿Y tus padres? —le preguntó Ron.

—En la cocina, con Lupin y tu madre —respondió el a.

—¿Qué tal el paseo? —le preguntó Harry.

—Bueno, un poco frío, pero muy bien. Además fue muy gracioso, mi
padre aún no se acostumbra al hecho de que la casa aparezca y desaparezca
cuando se acerca o se aleja uno de el a —comentó Hermione alegremente.

—Ya, es que no es una cosa muy normal, al fin y al cabo...


—¿Y vosotros qué habéis hecho? —les preguntó el a.

—Nada... hemos estado jugando toda la tarde, desde que saliste.

—¿Y dónde estabas antes, Harry? —preguntó Hermione—. No te vi... y no


había nadie en la cocina.

—Estaba aquí con Lupin —contestó—. Me entregó la l ave de la cámara


acorazada de Gringotts de Sirius.

—¿Tienes la l ave de Sirius? —preguntó el a—. Anda...

—Claro. Soy su heredero... Me lo ha dejado todo a mí.

—¿Todo? —preguntó Ron, sorprendido—. Entonces, la casa...

—También es mía, sí —terminó Harry.

—Vaya... ¡cómo mola! —exclamó Ron.

—También... también me contó la historia de mis padres —dijo, sin saber


muy bien por qué.

—¿La historia de tus padres? —preguntó Hermione, seria—. A mí me


gustaría conocerla... ¿Nos la contarías?

Hermione recibió una mirada muy significativa de Ron, pero no hizo caso.
Harry no contestó. Se levantó y se acercó a la chimenea, mirándola. Luego
se volvió y, sin más, empezó a hablar.

Ninguno de los tres lo interrumpió ni dijo nada mientras Harry explicaba,


lentamente, la vida de sus padres y sus abuelos tras salir de Hogwarts.
Cuando terminó, se sentó en el sil ón, sin decir nada, y se quedó
mirándolos. A Hermione le caía una lágrima por la mejil a y tenía los ojos
vidriosos.

—Lo siento —murmuró—. Es muy triste que les pasara todo eso...
—Ya lo sé —dijo él. Para su propia sorpresa, ya no se sentía triste, al
menos no como cuando había oído la historia por primera vez. Ahora
conocía mejor a sus padres, y además, contárselo a el os le había hecho
librarse del nudo que sentía en el estómago. Se sentía... liberado—. Pero
fueron valientes y luchadores.

Estoy orgul oso de el os...

Hermione se levantó y se acercó a él, dándole un pequeño abrazo.

—Gracias por contárnoslo —dijo—. Por confiar en nosotros...

Harry se quedó mirándola.

218

—Si no confío en vosotros no tengo en quien confiar —afirmó con


seguridad—. Sois mi familia, al fin y al cabo.

Hermione, Ron y Ginny sonrieron, mientras la señora Weasley abría la


puerta para decirles que la cena ya estaba lista.

Los dos últimos días de vacaciones fueron muy tranquilos, aunque Harry
se pasaba gran parte del tiempo solo, recorriendo la casa que ahora le
pertenecía, pensando en todo lo que había sabido... Recordando a sus
padres... a sus abuelos, tal como los había visto en el espejo de Oesed... en
Alice Logbottom, a la que había visto el año anterior en San Mungo, sin
saber que había sido la mejor amiga de su madre...

El último día de las vacaciones se levantaron temprano. Regresarían en el


expreso de Hogwarts, así que tenían que estar en King’s Cross a las once
de la mañana. Los Weasley, Fred y George, Lupin y los Granger acudieron
a despedirlos.

—Cuidaos, ¿vale? —les pidió Hermione a sus padres—. Ha sido


estupendo estar con vosotros estos días...

—No te preocupes, cariño —dijo su madre, mientras Hermione se


abrazaba a su padre—. Tú sí debes cuidarte.
Harry, Ron y Ginny se despidieron de los Weasley y de Lupin, y luego
también de los Granger, y se dispusieron a subir al tren.

—Tomad esto, para que os entretengáis —dijo Fred, dándoles una gran
bolsa de golosinas—. Os servirá para el viaje.

—No hay nada de la tienda de bromas —les aseguró George sonriendo.

—¡Gracias! —exclamaron Harry y Ron, muy contentos.

Subieron al tren, que iba casi vacío, debido a que la mayoría de los
estudiantes se habían quedado en Hogwarts debido al baile. Los cuatro se
sentaron en un compartimiento vacío, y saludaron por la ventana hasta que
la Andén Nueve y Tres Cuartos se perdió de vista.

219

22

Discusión con Snape

—Bueno, volvemos al á —dijo Hermione, suspirando—. Al final, la


Navidad no ha estado tan mal...

—Bueno, yo preferiría que no hubiera pasado nada de esto —dijo Ron—.


Estábamos muy bien antes...

—También lo habría preferido yo, pero al menos ahora mis padres estarán
a salvo en Grimmauld Place... No sé qué haría si les pasase algo...

—Eso no va a suceder —aseguró Ginny—. Estarán protegidos.

—Además, no te quedarías sola en el mundo —añadió Ron—. Nos tienes a


nosotros.

—Ya lo sé —dijo el a, sonriendo.

—Comamos algo de lo que nos trajeron Fred y George —sugirió Harry—.


La verdad es que tengo algo de hambre...
—Sí, yo también —dijo Ron, abriendo una caja de ranas de chocolate.

Hermione y Ginny se miraron, riéndose por lo bajo.

—¿Gué bafa? —preguntó Ron, mirándolas, con la boca l ena de chocolate.

—Nada Ron —dijo Hermione, mirándolo con una expresión entre la


diversión y el asco—. ¿Tú tienes estómago o un saco sin fondo?

—¿Gué difes? —soltó él, tragando—. Tengo estómago, como todo el


mundo, pero hemos desayunado poco,

¿verdad, Harry?

—Verdad —asintió Harry, comiendo un gran trozo de empanada de


calabaza—. Por cierto, ¿los prefectos no tenéis que ir a vuestro vagón?

—No. Sólo en el viaje de ida a Hogwarts —respondió Hermione.

Pasaron el resto del viaje hablando, comiendo o simplemente dormitando,


hasta que se hizo de noche.

Finalmente, tras una montaña, vieron el iluminado castil o de Hogwarts


sobre su colina.

—Hemos l egado —dijo Hermione.

—Sí, justo para la hora de la cena —comentó Ron.

Hermione puso los ojos en blanco, mientras cogía sus cosas.

Al bajar en la estación de Hogsmeade, subieron a uno de los carruajes que


los l evarían al castil o. Nada más l egar frente a las puertas y bajarse, se
dirigieron rápidamente a la torre de Gryffindor.

No hacían más que entrar cuando todo el mundo los abordó,


preguntándoles qué tal les había ido, cómo lo habían pasado y qué había
sucedido.
—La profesora McGonagal nos dijo que os habíais ido porque habían
atacado a tus padres, Hermione —dijo Nevil e—. ¿Es verdad?

—Sí —respondió Hermione, impresionada por el recibimiento—. Fue


cierto, pero ya se encuentran bien.

—Os echamos de menos —dijo Seamus—. Esperábamos más reuniones


del ED, pero bueno, lo importante es que todo el mundo esté bien ¿no?

Tras diez minutos respondiendo preguntas, pudieron subir a dejar las cosas
en sus cuartos. Al bajar, Harry se acercó a Katie Bel , que estaba sentada
junto al fuego.

—Oye, Katie ¿habéis entrenado algo?

—Por supuesto —dijo el a, levantando la vista—. Aunque sin vosotros no


fue lo mismo, pero bueno.

Tenemos entrenamiento dentro de dos días otra vez.

—Vale. Tendremos que ponernos las pilas —dijo él. Se volvió y miró
hacia Ron y hacia Hermione y Ginny, que acababan de bajar—. ¿Vamos a
cenar?

—Sí, claro ¿a qué esperamos? —dijo Ron rápidamente.

Cuando l egaron al comedor, recibieron la inmediata visita de Ernie,


Hannah, Justin y Susan, que también querían preguntarle a Hermione por
sus padres.

—¿También vosotros lo sabéis? —preguntó Hermione, extrañada.

—Claro —respondió Ernie—. Tuvimos una reunión del ED —añadió en


susurros—. Y vuestros compañeros de Gryffindor nos lo contaron todo.

—Aah, ya... Pues sí, están bien —dijo Hermione—. Gracias por
preocuparos.
—¿Ha pasado algo en estos días? —les preguntó Harry a Parvati y a
Lavender, que estaban sentadas a su lado.

—Pues no —respondió Parvati—. Nada fuera de lo normal.

Poco después entraron los jugadores de Castelfidalio, que se acercaron a


saludarlos, preguntándoles cómo les había ido y demás. La cena
transcurrió animada, hasta que, un rato después, entró en el comedor
Draco Malfoy, seguido por Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson. Parecía muy
ufano y contento. Al sentarse en su 220

mesa, dirigió la vista hacia donde estaban el os. Ron lo vio y crispó los
puños, poniéndose en pie. Harry, que también había puesto mala cara, lo
sujetó.

—Déjalo por hoy —le aconsejó, con tono frío. Y seguramente fue ese
tono, más que las manos de Harry, lo que sujetó a Ron.

—¿Que lo deje? ¡Míralo como sonríe! Será hijo de...

Hermione también volvió la cabeza, vio a Malfoy y su sonrisa se borró.


Miró hacia Ron y Harry.

—Harry tiene razón, Ron. Déjale...

—No pienso dejarlo, cuando lo pil e...

—¿Qué pasa? —preguntó Nevil e, que se acababa de sentar y miraba a


Ron, que seguía con aspecto furioso.

—Malfoy —respondió Harry—. Fue su padre el que atacó a los padres de


Hermione.

—¡¿Qué?! —exclamó Nevil e, impactado—. Por eso estaba tan sonriente


desde que os marchasteis. Todos creíamos que era porque no podíais
asistir a los entrenamientos de quidditch...

—¿Así que estaba contento, eh? —preguntó Ron, extremadamente


enfadado y rabioso—. Ya le borraré yo esa sonrisa cuando le tenga
delante...

Cuando acabó la cena salieron al vestíbulo. Ron y Harry lanzaron feroces


miradas hacia Malfoy, pero éste no se fijaba en el os. Sorprendentemente,
algunos de Slytherin miraban a Hermione con ¿Lástima? ¿Simpatía?

Harry no habría sabido decirlo. Lo que era seguro era que no eran las
mismas miradas de antes. No eran demasiados, pero al menos, era algo.

Salieron del comedor y se dirigieron a la escalinata, cuando Cho, Michael


Corner y Marietta Edgecombe los abordaron.

—¡Hola! —saludó Cho—. ¿Qué tal estáis? Ya nos enteramos de lo de tus


padres, Hermione —dijo apresuradamente—. Lo sentimos mucho... ¿Se
encuentran bien?

—Sí, están bien —respondió Hermione, agradecida.

—Es horrible todo esto ¿verdad? —añadió, con el rostro triste.

—Sí, sí lo es...

Estuvieron hablando unos minutos y finalmente se separaron. Al día


siguiente tenían clase por la mañana y se encontraban bastante cansados.

Cuando l egaron a la mazmorra para la clase de Pociones por la mañana,


los tres entraron a ocupar sus sitios rápidamente. Hermione quería a toda
costa evitar que Malfoy se encontrara con Harry y Ron de frente.

Ron tuvo que reunir todas sus fuerzas para evitar echarse sobre él, quien,
afortunadamente, parecía bastante cansado y no apto para discusiones.
Harry estaba mucho más tranquilo, aunque no menos furioso que Ron.
Simplemente, esperaba el momento. Intentó evitar mirar a su enemigo,
aunque, si no hubieran estado en clase de Pociones con Snape, no sabía
qué habría hecho.

La mañana transcurrió lentamente. Cuando salieron de la clase de


Encantamientos, donde terminaban los hechizos levitatorios avanzados,
los tres salieron a dar un paseo por los terrenos y a ver a Hagrid, ya que
tenían tiempo antes de comer. Caminaron lentamente por los terrenos, en
la oril a del lago. La nieve aún lo cubría todo, y hacía frío. Habrían parado
a charlar un rato con los alumnos de Castelfidalio, pero estaban
entrenando en el campo de quidditch para su propio partido, así que se
dirigieron lentamente hacia la cabaña de Hagrid. Éste no estaba al í.
Buscaron un rato y le oyeron: estaba dando una clase. Se acercaron. Hagrid
les enseñaba a alumnos de quinto de Slytherin y Gryffindor cómo
diferenciar a los Knarls de los erizos, aunque no parecía muy
entusiasmado.

—Hola, Hagrid —saludó Harry.

—¡Hola, muchachos! —contestó el semigigante, acercándoseles—. Me


alegro mucho de veros. Como veis, estamos estudiando a los Knarls...

Harry vio cómo Ginny, por mirar hacia el os, se pinchaba un dedo con una
púa. Harry se rió y la chica le dedicó una mueca.

—...no es que sean unas criaturas fascinantes, ya veis, pero bueno, salen en
el TIMO —continuaba Hagrid

—. Bueno ¿y qué tal? ¿Todo bien, Hermione?

—Todo bien —respondió la chica.

—Estupendo entonces. Me entristecí mucho al saberlo. Realmente


horrible... —sacudió la cabeza con pesar

—. Bueno, tengo que seguir con la clase... os veré a la hora de comer.

—Hasta luego, Hagrid —se despidieron. Agitaron las manos en dirección


a Ginny y se volvieron, cuando se tropezaron con Dul ymer, que se había
levantado.

—¡Hola! —saludó—. Yo también me he enterado de lo de tus padres,


Hermione. Lo siento... Ha tenido que ser horrible ¿verdad?

—Sí, ha sido horrible, Henry... pero bueno, lo importante es que están bien
y a salvo.
221

—Sí. Es cierto. Bueno —dijo, mirando hacia su Knarl, que compartía con
otros dos chicos de Slytherin—, volveré con el bicho este...

—¿No te gustan los Knarls?

—Bueno, ya me he pinchado tres veces... y son algo aburridos. Seguro que


a Hagrid le gustaría enseñarnos algún tipo de bicho más interesante... y, sin
que me oigan los demás —añadió, susurrando—, a mí también.

Harry, Ron y Hermione se rieron.

—Ten cuidado con lo que deseas —le advirtió Ron—. Si te hubiera


mostrado los escregutos de cola explosiva...

—¿Los qué? —preguntó Dul ymer.

—Es una historia muy larga, ya te la contaremos... —dijo Harry, sonriendo


—. Bueno, hasta luego, Henry.

—Adiós —se despidió él, volviendo con su grupo.

Los tres regresaron al castil o lentamente, y subieron a la sala común antes


de bajar a comer.

—Resulta agradable que todo el mundo se preocupe por uno —decía


Hermione mientras bajaban por la escalinata hacia el vestíbulo—. Pero ya
me cansa repetir siempre lo mismo de que si es horrible, o si estamos
bien... ¿no creéis?

—Hombre, un poco pesado sí que es, sí —reconoció Harry.

Por la tarde no tenían clase, y Harry y Ron habían pensado en pasarse la


tarde en la sala común, pero se les habían acumulado los deberes que no
habían hecho los últimos días de vacaciones, y Hermione insistió hasta
que bajaron a la biblioteca a trabajar. Tenían que preparar un trabajo sobre
el conjunto de hechizos levitatorios como fin de las clases de
Encantamientos con el os. Sorprendentemente, tanto a Harry como a Ron
se les daban bastante bien.

—Me alegro de que os guste este trabajo —decía Hermione, mientras


consultaba un grueso volumen l amado Hechizos Levitatorios Avanzados y
Técnicas Secretas—. ¿A qué se debe tanto interés? —preguntó, sonriendo.

—Bueno, es útil para el quidditch, ¿no? —dijo Ron, mientras buscaba en


otro libro—. Esto sería de gran ayuda si nos caemos de una escoba...

Hermione le miró y puso los ojos en blanco.

—Quidditch. ¿Cómo no lo había pensado? —soltó, meneando la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, mirándola con seriedad—. Es cierto, sería


fabuloso volar por nosotros mismos...

—Eso es muy difícil de hacer —repuso Hermione.

—Ya, pero para eso estudiamos ¿no?

—¿Crees que puedes ponerte a volar así...?

—¿Queréis dejarlo ya? —preguntó Harry, cansado—. Me gustaría


terminar el trabajo hoy.

Hermione y Ron le miraron, y luego se miraron entre el os.

—Vale, Harry. Ya nos cal amos...

—Bien —soltó Harry con sequedad, sin levantar los ojos de su pergamino.

A las seis, habían acabado el trabajo de Encantamientos. Hermione quería


ponerse con una redacción sobre hechizos transformadores inanimados
para la profesora McGonagal , pero tanto Ron como Harry se negaron,
alegando que podrían empezar después de la cena.

—Ya hemos avanzado mucho hoy —alegó Ron—. Y esa redacción no nos
va a l evar tanto tiempo si trabajamos entre los tres —añadió, mientras
recogían los libros y los metían en las mochilas.

—¿Trabajar entre los tres? —preguntó Hermione arqueando una ceja—.


No querrás decir que yo lo haré y vosotros copiaréis, ¿verdad?

—¡Claro que no! —exclamó Ron mientras salían de la biblioteca,


intentando parecer molesto por la desconfianza de su amiga, mientras el a
le observaba con una mirada inquisitiva y una ligera sonrisa.

Subieron a la sala común y dejaron las mochilas. Harry sugirió ir a dar un


paseo breve por el exterior antes de la cena y volvieron a bajar. Llegaron al
solitario vestíbulo y se disponían a salir por las puertas de roble, cuando
oyeron una voz burlona a sus espaldas. Lo último que habrían querido.

—¡Vaya! ¿a quien tenemos aquí? —preguntó Draco Malfoy con expresión


maliciosa. Harry, Ron y Hermione se volvieron al instante—. ¿Qué tal van
las cosas por casa, Granger? ¿Una Navidad agitada? ¿Muchas visitas?

Crabbe y Goyle se rieron con ganas. La cara de Hermione reflejaba una


rabia inmensa, y los ojos se le empañaron, pero Ron y Harry miraban a
Malfoy como no le habían mirado nunca. En un instante, ya tenían las
varitas fuera y les apuntaban. Crabbe y Goyle dejaron de reírse, y Malfoy
torció el gesto.

—Esta vez no te libras, Malfoy —le espetó Ron, apuntándole a la cara—.


Vas a pagar por lo que tu padre y el de ese imbécil —señaló a Goyle— han
hecho, te lo aseguro.

—¿Te has divertido mucho, eh? —le preguntó Harry—. Eres detestable,
eres un asco. Incluso en tu propia casa, en Slytherin, te odian. Había
decidido pasar completamente de ti este año, Malfoy, pero ya no. Te avisé.
Te lo dije muy claramente. Te dije que si hacías alguna...

222

—¿Sufres por esos muggles, Potter? —preguntó Malfoy con desprecio, y


también con odio—. Y tú, Weasley,
¿también sufres por tu novia, no? Creí que tu familia no podía caer más
bajo, pero estar con una sangre sucia...

Ron no escuchó más. Si hubiera sido el año anterior, él y Harry habrían


saltado sobre Malfoy para partirle la cara, pero ya no. Pese a la inmensa
rabia que sentían, al odio que los embargaba, mantuvieron la cabeza y la
mirada fría. De la varita de Ron salió un destel o y Malfoy fue lanzado seis
metros hacia atrás, cayendo espatarrado en el suelo. Crabbe y Goyle
intentaron acercarse a Ron con los puños cerrados, pero Harry les apuntó
con su varita.

— ¡Incárcero! —gritó, y unas gruesas cuerdas ataron a los dos, dejándolos


inmóviles.

—¡Bien hecho! —dijo Ron, mirándolos.

—¡Ron, CUIDADO! —gritó Hermione, señalando a Malfoy.

Ron miró al tiempo que Malfoy sacaba su varita y lanzaba su « ¡Expel


iarmus! », pero levantó la suya con rapidez mientras decía « ¡Protego! », y
fue la varita de Malfoy la que saltó de su mano. Éste, sorprendido, intentó
cogerla, pero Harry la recuperó con el encantamiento convocador.

—Bien —dijo Harry, suavemente—. Muy bien, a ver qué hacemos contigo,
Malfoy...

—Dejadles ya —pidió Hermione, mirando a los lados—. Va a venir


alguien y...

—No —contestó Ron en un tono que no admitía réplicas—. Es hora de que


este cerdo pague. Lo demás me da igual.

Malfoy retrocedía, arrastrándose, con visible expresión de miedo. Jamás


había visto a Ron y a Harry con aquel as miradas, la de Harry recordaba a
la que le había puesto en la enfermería, el día del ataque de los
dementores, y la de Ron se le parecía. Aquel día había tenido miedo, y
ahora también parecía tenerlo. Harry podía sentirlo.
— ¡Furnunculus! —gritó Harry, y la cara de Malfoy se l enó de pústulas.

— ¡Invidens! —exclamó Ron a su vez. Malfoy gritó y se frotó los ojos. Le


había echado un hechizo de ceguera.

— ¡Locomotor mortis! —dijo Harry, y las piernas de Draco se pegaron


instantáneamente. Estaba completamente indefenso. Gemía de miedo.

—Y, para terminar, Malfoy... ¡Wingardium Leviosa! —Ron hizo un


movimiento con la varita, distinto del hechizo normal, y Malfoy se elevó
por los aires, quedando sostenido por los, pies, boca abajo, a unos cuatro
metros de altura.

—Que te diviertas —le dijo Harry, mientras él y Ron guardaban sus varitas
y volvían junto a Hermione—. No te muevas demasiado —agregó, viendo
como Malfoy se retorcía en el aire—, o el hechizo podría fal ar... No creo
que te gustara la caída...

—Bueno, no sería bueno que gritaran, ¿no? —preguntó Ron, mientras les
lanzaba a los tres un hechizo silenciador.

—¡Oh, por favor, Harry, Ron...! Os lo agradezco, de verdad... ¡Pero os vais


a meter en un lío...! —suplicó Hermione.

—¿Qué es lo que sucede aquí? —dijo, de pronto, la fría voz de Snape, que
acababa de entrar en el vestíbulo por el pasil o de las mazmorras—. ¿Qué
es todo esto? —preguntó, mirando a Malfoy, Crabbe y Goyle, y luego a los
tres amigos.

—Simplemente le estábamos dando a Malfoy su merecido, señor —


respondió Harry con descaro.

—Vaya, vaya... ya veo. Potter, Granger, Weasley... Os habéis metido en un


buen lío, os lo aseguro —dijo Snape—. Hizo un movimiento con la varita
y Malfoy descendió hasta quedar en el suelo. Luego, con otro movimiento,
desató a Crabbe y a Goyle—. Llevadle a la enfermería —les ordenó,
señalando a Malfoy—.
Vosotros tres, venid conmigo.

—Hermione no ha hecho nada —repuso Harry, desafiante y sin moverse


del sitio.

—¡¡He dicho que vengáis conmigo!! ¡Ya estás en un buen lío, Potter, no lo
empeores!!

Harry, Ron y Hermione le siguieron, sin decir nada. Harry y Ron le


lanzaban miradas de odio a la espalda, y Hermione no paraba de repetir
«¡Oh, no! ¡Oh, no!» en susurros.

Entraron en el despacho de Snape, que cerró la puerta.

—Bien —dijo, sentándose—. Parece que os habéis estado divirtiendo


mucho ¿verdad? Esto os va a costar, para empezar, cincuenta puntos de
Gryffindor por cada uno.

—¡¿Qué?! —gritó Harry, sin poder creérselo—. ¿Cincuenta?

—¡Cál ate, Potter! —gritó Snape—. ¡Y da gracias que no sean más! Si no


hubiese l egado, a saber qué más le habrían hecho al señor Malfoy...

—¿Qué más? —interrumpió Harry, fuera de sí—. ¡¡ÉL SE ESTABA


BURLANDO DE LOS PADRES DE

HERMIONE, PORQUE EL CERDO DE SU PADRE LES ATACÓ, Y


ESTABA ORGULLOSO DE ELLO, PERO, CLARO, A USTED ESO NO
LE IMPORTA, ¿VERDAD?!! ¡¡NO LE HICIMOS NI LA MITAD DE LO

QUE SE MERECÍA!!

Snape le miró fijamente.

223

—No me grites, Potter. No vuelvas a levantarme la voz. Creo que tú no


eres juez en este colegio, ni te compete castigar la conducta de los
alumnos. ¡En este colegio hay unas normas y tú y tus amigos os las habéis
saltado, como siempre! Pero ya no me sorprendo de nada. Nunca me he
esperado otra cosa desde que l egaste a este colegio —añadió, con una
mueca de desprecio—. En cuanto te vi, supe que eras igual que él, igual de
arrogante, igual de prepotente que tu padre...

Harry sintió un ramalazo de furia como no había sentido nunca. Hacía


pocos días que se había enterado de la desgraciada vida de sus padres,
muertos con veinticuatro años, y ahí estaba Snape, un ex mortífago,
burlándose de él...

—¡¡NO HABLE DE MI PADRE!! ¡¡NO SE LE OCURRA HABLAR DE


ÉL!!

—¡¡Te dije que no me levantaras la voz!! ¿Así que estás orgul oso de él,
verdad? ¿Lo que viste en el pensadero el año pasado no te afectó, a que
no? O quizás te divirtió... ¡¿Te divirtió, Potter?! —soltó Snape, gritando a
su vez.

—¡¡NO, NO ME DIVIRTIÓ!! ¡¡PERO USTED NO TIENE NI IDEA, NO


SABE NADA DE MI PADRE, USTED

NO...!!

—¡¡CÁLLATE!! —gritó Snape también, fuera de sí, levantándose y dando


la vuelta a su escritorio, poniéndose delante de Harry. Ron y Hermione
parecían asustados. Snape les miró con furia—. ¡Largaos! —

les ordenó. Ambos dieron un salto—. ¡Potter os comunicará vuestro


castigo! ¡AHORA SALID DE AQUÍ!

Los dos miraron a Harry con miedo, y salieron de la mazmorra,


temblando. Harry se quedó solo con Snape.

Se miraban con un odio intenso.

—¿Dices que yo no sé, Potter? ¡Sé perfectamente! ¡¡TU PADRE NO


HACÍA MÁS QUE SALTARSE TODAS
LAS NORMAS DE ESTE COLEGIO, PORQUE CLARO, ERA
DEMASIADO BUENO PARA ELLAS, Y TÚ

ERES IGUAL!! ¡¡¿TE CREES MÁS QUE LOS DEMÁS PORQUE ERES
CAPITÁN DEL EQUIPO DEL

COLEGIO?!! ¡¡PUES PERMÍTEME DECIRTE QUE A MÍ ESO NO ME


IMPORTA!!

—¡¡CÁLLESE!! Usted... usted... —Harry temblaba de ira—. ¿CÓMO SE


ATREVE A HABLAR DE NORMAS?

¿CÓMO SE ATREVE A HABLAR DE ARROGANCIA CUANDO USTED


TIENE ESA MARCA EN EL

BRAZO? ¡¿CÓMO SE ATREVE?!

Aquel o pil ó a Snape desprevenido. Durante un momento no supo qué


decir.

—¿Esa marca era alguna norma del colegio? ¿O eso no era traspasar
límites? —prosiguió Harry—. ¿A CUÁNTA GENTE MATÓ? ¡¿A
CUÁNTA GENTE TORTURÓ MIENTRAS LO SERVÍA A ÉL?!

—Nunca maté ni torturé a nadie —repuso Snape, calmando la voz—. ¡Y


además creo que eso no es asunto tuyo!

—¡¡¿NO ES ASUNTO MÍO?!! —gritó—. ¡¡ÉL DESTRUYÓ A TODA MI


FAMILIA!! ¡¡USTED NO TIENE NI IDEA!! ¡¡Estaba bien, a salvo, con él,
¿verdad?!! ¡¡Mientras, mis padres debían esconderse como si fueran
delincuentes!! ¡¡El os murieron, murieron con sólo veinticuatro años, y
usted está aquí, vivo!!

—¡¡Tuve muchos riesgos, maldito mocoso!! ¡¡Hice de espía!! ¡Si me


hubiera atrapado, habría muerto de forma mucho más dolorosa que tus
padres, te lo aseguro!

—¡Ah, claro! —repuso Harry—. Si le hubieran pil ado... ¡¡Pero está vivo,
¿no?!! ¡Y mis padres están muertos!
—Veo que estás muy orgul oso de lo que hacían tus padres ¿verdad? Como
lo estabas de Black... ¿Y qué hizo él? ¿Qué hizo él durante todo el año...?

Aquel o fue demasiado para Harry, oír a Snape hablar de Sirius lo l enó de
una ira que nunca habría creído posible.

—¡¡NO HABLE DE SIRIUS!! ¡¡NO SE LE OCURRA DECIR SU


NOMBRE!! ¡¡ÉL MURIÓ POR SU CULPA, PORQUE SIEMPRE ESTABA
BURLÁNDOSE DE ÉL, DE QUE SE QUEDABA A SALVO EN LA
CASA, MIENTRAS USTED ARRIESGABA SU VIDA!! —gritó Harry con
todas sus fuerzas. La discusión debía de oírse en todo el castil o—. ¡¡NO
PODÍA SALIR DE CASA POR SU MALDITA CULPA, SI USTED NO

HUBIERA SIDO TAN ENTROMETIDO, SI NO HUBIERA SIDO TAN


ESTÚPIDO, SIRIUS PODRÍA HABER

PROBADO SU INOCENCIA AQUELLA NOCHE, Y PETTIGREW


ESTARÍA ENCARCELADO!! ¡¡SIRIUS

PASÓ DOCE AÑOS EN AZKABAN SIENDO INOCENTE, MIENTRAS


USTED ESTABA LIBRE!! ¡¡SI NO

FUERA POR SU IDIOTEZ, POR SU MALDITA ANSIA DE VENGANZA,


VOLDEMORT NO HABRÍA RETORNADO NUNCA!! ¡¡POR SU CULPA
SIRIUS DEBÍA PERMANECER EN AQUELLA CASA A LA QUE

ODIABA, TENIENDO QUE OÍR SUS INSINUACIONES SOBRE SI IBA


BIEN LA LIMPIEZA!! ¡¡ÉL NO ERA NINGÚN COBARDE, SE HABRÍA
ENFRENTADO A VOLDEMORT SIN MIEDO!!

—¡¡No pronuncies ese nombre!! —chil ó Snape.

—¡¡MATÓ A MIS PADRES, DESTRUYÓ A MI FAMILIA, ME LO


ARREBATÓ TODO, ME HE ENFRENTADO

A ÉL Y DIGO SU NOMBRE!! ¡¡¡VOLDEMORT!!! ¡¡¡VOLDEMORT!!!


¡¡¡VOLDEMORT!!!

Snape se estremeció y se l evó la mano al antebrazo izquierdo.


—¿Le tiene miedo? ¡¡PUES YO NO, LO ÚNICO QUE SIENTO HACIA
ÉL Y HACIA TODOS SUS

SEGUIDORES, PASADOS O PRESENTES, ES ODIO!!

—¡¡No hables de lo que no entiendes!! ¡¡Tú no sabes... tú no tienes ni idea


de cómo era entonces...!!

224

—¡¡NO NECESITO SABERLO!! —gritó Harry aún más fuerte—. ¡¡MIS


PADRES JAMÁS SE HUBIERAN

UNIDO A ÉL!! ¡¡JAMÁS!! ¡¡AUNQUE LES HUBIERA AMENAZADO


CON LA MUERTE MÁS DOLOROSA QUE EXISTA!!

—¿Crees que tu padre era mejor que yo, verdad? ¡¡Tu padre se dedicó a
humil arme desde el primer día que estuvimos aquí!! —exclamó Snape,
cambiando el punto de vista de la conversación—. ¡¡Lo odiaba!! ¡¡Y tú
eres igual que él...!!

—¡¡YA, MI PADRE ERA UN ARROGANTE Y UN CHULO,


¿VERDAD?!! ¿Y MI MADRE QUÉ? ¿QUÉ

DISCULPA TIENE PARA ELLA? ¡¡ELLA LE DEFENDIÓ, LE AYUDÓ, Y


USTED SE LIMITÓ A LLAMARLE

ASQUEROSA SANGRE SUCIA!! ¡¡LA LLAMÓ SANGRE SUCIA, AL


IGUAL QUE SU QUERIDO DRACO

MALFOY!! ¡¡ME IMAGINO QUE CUANDO SE ABRIÓ LA CÁMARA


DE LOS SECRETOS HACE CUATRO

AÑOS, USTED ESTARÍA MUY FELIZ ¿VERDAD?!!

—¡¡Eso no es cierto!! ¡¡Nunca he querido que muera nadie en este colegio,


sea de la sangre que sea!!
—¡¡Ya, eso lo dice ahora, pero bien que sonreía cuando Malfoy le ofreció
solicitar el puesto de director cuando echaron a Dumbledore!! ¡¡Y l amó a
mi madre sangre sucia!! ¡¿Qué le había hecho el a?!

—¡¡Es cierto que le l amé sangre sucia a tu madre, sí!! —reconoció Snape,
y apartó la mirada, cerrando los ojos un momento, como si hubiera
recibido un golpe—, pero no estoy... no estoy orgul oso de el o, ¿te
enteras? —agregó, con un tono de voz mucho más suave. Parecía muy
afectado por el comentario de Harry.

Harry se calmó también y se quedó pensativo. Aquél a no era la respuesta


que él esperaba... ¿Había notado un deje de culpa, de arrepentimiento, en
la voz de Snape? No podía ser...

—Sí, sí me entero... —respondió, extrañado aún. Snape seguía sin mirarle


—. ¡¡Tampoco Sirius estaba orgul oso de lo que sucedió aquel día después
de los TIMOs, pero eso no le impidió odiarlo, ¿verdad?!! —

Harry hizo una pausa. Snape volvió a mirar hacia él—. ¿Por qué me
detesta tanto? ¡Usted me odió desde el primer día que puse el pie en este
colegio! ¡Yo no sabía quien era usted, no sabía quien era mi padre, no
sabía nada! ¡¡Nunca le había hecho nada, y usted me hizo aquí la vida
imposible sin ningún motivo!!

—¿Sin ningún motivo? —siseó Snape—. ¿Acaso no recuerdas todas las


infracciones a las normas de la escuela que hacías? ¿Lo has olvidado?
¿Todos esos paseos y vagabundeos nocturnos?

—¿Infracciones? ¡¡Protegí la piedra filosofal!! ¡¡Sabía que Voldemort


rondaba el castil o!! ¡¡Era más importante proteger la piedra!! ¡¡Yo era, y
soy, su objetivo!! ¡¡No puedo ir junto a él, con la marca en el brazo, y
unirme a su bando si me conviene!! ¡¡Si no lucho estoy acabado!!

—Ya, y sabías lo de la piedra desde el primer día ¿verdad?, tú...

—¡¡No ponga excusas!! ¡¡Usted me odió sólo por ser hijo de mi padre!!
¡¡Sólo por eso!! ¡¡YO NO SOY MI PADRE!! —gritó, l eno de
resentimiento por los años de burlas y humil aciones.
Snape no se había esperado aquel o por parte de Harry. Se quedó cal ado.

—¡Usted siempre habla de normas, normas, normas! ¿Y qué pasa con los
alumnos de su casa? —continuó Harry, que era incapaz de cal arse y
deseaba soltar todas las amarguras que había acumulado hacia su profesor
—. ¿No hay una norma del colegio que dice que los profesores deben de
ser justos? ¿O ésa no la conoce? ¿Cuándo ha sido usted justo? ¡¡No he
visto un solo partido de quidditch de Slytherin en el que hubieran jugado
limpio!! Pero eso le da igual, ¿verdad? Es como hoy, el imbécil de Malfoy
se burló de Hermione, de sus padres... ¿Qué debería haber hecho yo?
¿Decírselo a usted? ¿Para qué? ¿Para que me contestara que eso son
tonterías? ¡No, gracias! Hermione es mi amiga, ha estado a punto de
morir, han estado a punto de matar a sus padres, ¡y no voy a dejar que
nadie se burle de el a, aunque sea su alumno favorito! ¡¡Me da igual que
me quite quinientos puntos!! ¡¡Es mi amiga, y si alguien se mete con el a,
la defenderé!!

Snape se quedó cal ado y volvió a sentarse, mientras Harry le miraba con
un odio visceral.

—Me da igual el castigo que me ponga —prosiguió—. Ya no me importa


nada de eso. Nada será peor que lo que ya me espera... Y le repito que si
vuelvo a ver a Malfoy, y vuelve a burlarse de nosotros por algo
relacionado con su padre y los mortífagos, volveré a hacer lo mismo, o
algo peor ¿se entera?

—No esperaba otra cosa, por supuesto —repuso Snape.

—¿Por qué no habló con los periódicos el año pasado, o hace dos años?
Podría haber dicho todo lo que piensa de mí. Luego podría haberlo leído
en su clase de Pociones para sus queridos alumnos... Usted dice que le
humil aron, ¡¡no debieron de haberle humil ado mucho cuando enseguida
ha olvidado lo que se siente!! ¡¡Usted y mi padre se odiaban, pero nunca
ha tenido que soportar que los periódicos digan que está loco, ni que el
Ministerio de Magia en pleno vaya tras usted, ¿verdad? No lo sabe... no lo
entiende...
Supongo que usted disfrutaba enormemente leyendo los artículos de El
Profeta, ¿verdad? —continuó Harry

—. Y no contento con eso, aprovechaba cada clase de Oclumancia para


insultarme aún más. «No eres ni especial ni importante», ya... claro que
no. Simplemente tendré que matar a Voldemort, pero claro, eso no es
especial ni importante... ¿Cree que me haré el chulo por el o? ¡¡Pues no!!
¡¡Le dejo a usted ese honor!!

¡¡Nunca he querido ser famoso por esta estúpida cicatriz!! ¡¡Se la regalo!!
¡¡Preferiría un mil ón de veces tener aquí a mis padres!!

—¡Yo no quiero esa cicatriz! —estal ó Snape—. ¡Ni en sueños querría ser
tú!

225

—Ya, pero no me hace las cosas más fáciles, ¿verdad? Ni a mí ni a


ninguno de nosotros... Es como a Nevil e, siempre burlándose de él...
¡Goyle no es mejor alumno que él, y usted nunca lo humil a públicamente!
—Suspiró, y con la voz calmada volvió a hablar—: Ya no quiero hablar
más. No quiero discutir con usted. Estoy más que harto de todo esto. —
Levantó la vista y miró a Snape a los ojos—. Dígame cuál es nuestro
castigo y déjeme irme.

Snape no dijo nada durante un momento, y empezó a pasar unos


pergaminos que tenía sobre la mesa.

—Vete.

—¿Qué? —preguntó Harry, sin comprender.

—¡He dicho que te largues de aquí! ¡¡Y nunca hables con nadie acerca de
esta conversación!!

—¿Y el castigo?

—¡¡He dicho que te vayas!!


Harry miró al profesor unos instantes. Se volvió, abrió la puerta y salió sin
mirar atrás.

Se dirigió lentamente hacia la sala común, pensativo. No les había puesto


un castigo. Desde que habían entrado en Hogwarts, era la primera vez que
Snape no le castigaba por algo. Aunque eso no le importó.

Igualmente lo detestaba. Que no les castigase sólo quería decir que por una
vez, Snape se había sentido culpable por todo lo que Harry le había dicho.
Por el camino se cruzó con varios alumnos de Slytherin que le miraron con
interés. Debían haber oído los gritos en las mazmorras. A Harry le daba
igual. Estaba demasiado cansado, demasiado harto, demasiado enfadado...
Y también extrañado. Aquel a mención a su madre, aquel a impresión de
que Snape se sentía arrepentido, o culpable... ¿Qué significaba? No lo
sabía, pero, inexplicablemente, supo que su profesor le ocultaba algo
respecto a aquel o... y que tenía que ver con que no les hubiera puesto
ningún castigo. Llegó frente al retrato de la Señora Gorda, dijo la
contraseña, («calamar gigante») y pasó a la sala común.

Ron y Hermione esperaban, nerviosos, sentados junto al fuego. Al ver a


Harry se levantaron rápidamente y se acercaron a él.

—¡Harry! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —le preguntó Hermione,


fijándose en la expresión de su amigo.

—Nada. No tenemos castigo.

—¿No tenemos castigo? —preguntó Ron, sin creérselo—. ¿Por qué no?

—No lo sé...

—¿Qué sucedió, Harry? —inquirió Hermione—. Estábamos muy


asustados. ¡Estabais los dos fuera de sí!

—Ya lo sé. Discutimos. Muchísimo. Sobre mis padres, sobre Malfoy...


sobre nosotros. Jamás me había sentido tan airado... Llevaba cinco años
deseando gritarle todo lo que le he dicho hoy.
—¿Pero qué fue? ¿Cómo es que no nos puso un castigo?

Harry se sentó en una butaca, y les contó todo lo que había sucedido en la
mazmorra.

—... Y le dije muy claramente que me daba igual lo que me hiciera —


terminó Harry—. Si me quería quitar quinientos puntos que me los
quitara, que eras mi amiga, y si Malfoy volvía a hacer algo como lo de
hoy, le haríamos algo mucho peor.

—¡Bien dicho! —le felicitó Ron—. Estoy totalmente de acuerdo.

Hermione los miró con expresión extraña y finalmente les sonrió.

—Gracias... pero no era necesario... no me importa lo que diga ese cerdo


de Malfoy...

—Pues a nosotros sí —dijo Ron, muy serio—. Ya estamos hartos de él y


de su maldita prepotencia, de su chulería...

Hermione se acercó a el os y los abrazó, haciendo que Ron se cal ara,


sorprendido.

—Aún no entiendo por qué no nos castigó —dijo Hermione al soltarlos.

—Le dije que me dijese el castigo y me dejara irme, que estaba harto. Y
simplemente me ordenó que me fuera.

—¿Sin más? —preguntó Ron, abriendo los ojos desmesuradamente.

Harry asintió.

—Supongo que se habrá sentido un poco culpable por todo lo que le dije...
No sé. Tampoco me importa mucho —agregó. Pero era verdad solamente a
medias. Después de la mención a su madre, la ira de Snape se había
diluido, y había vuelto a su habitual tono frío. ¿Qué significaba?

Estuvieron un rato sentados frente al fuego, cal ados. Hermione se puso a


leer un libro, y Ron miraba a Harry, que parecía ensimismado. Pensaba en
la discusión con Snape una y otra vez, en lo que había dicho sobre l amarle
sangre sucia a su madre... «No me siento orgul oso de el o». Snape había
reconocido que no se sentía orgul oso de algo que había hecho. También
había confesado que no querría estar en su lugar por nada del mundo. Eso
era obvio. ¿Quién lo querría? Su mente divagó hasta que Hermione sugirió
que bajaran a cenar.

—Después tenemos que hacer la redacción para Transformaciones


¿recordáis?

—Vaya, es cierto —dijo Ron con fastidio.

—Fue idea tuya dejarlo para ahora —le recordó Hermione con una sonrisa.

226

Los tres se levantaron y bajaron al comedor. Cuando pasaron frente a los


inmensos relojes que marcaban los puntos de las casas, Harry se detuvo en
seco.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, parándose también y mirando a su amigo.

—¡Observad los puntos!

Ron y Hermione miraron al reloj de Gryffindor y se quedaron atónitos.


Tenían veinte puntos más que a la hora de la comida.

—¡No puede ser! —exclamó Ron—. ¿Habremos conseguido ciento setenta


puntos por la tarde?

—No seas idiota —respondió Hermione—. Esto sólo puede significar...

—... que Snape no nos quitó puntos —concluyó Harry.

—No es posible —dijo Ron, meneando la cabeza—. ¿Después de lo que


hicimos? ¿Después de todo lo que le dijiste? No puede ser.

Entraron, desconcertados, en el Gran Comedor. Harry no lo entendía.


¿Tanto le había afectado la discusión a Snape? Pensó que quizás se le
había olvidado sacar los puntos, pero al momento desechó la idea. Snape
jamás se había olvidado de sacar puntos a Gryffindor, y menos por causa
suya. Se sentó en su lugar y miró hacia la mesa de Slytherin. Malfoy ya
había recuperado su aspecto normal. Sus miradas se cruzaron, l enas de
odio. Harry sabía que no pararía hasta vengarse. Nunca le habían humil
ado tanto y no iba a perdonarlo.

Apartó su mirada y se fijó en Snape. Parecía totalmente indiferente, como


si no hubiese sucedido nada en toda la tarde.

Aquel a noche, mientras Harry se metía en la cama, su mente empezó a


divagar hacia la discusión de aquel a tarde. ¿Por qué Snape se había
sentido mal cuando Harry le recordó el insulto a su madre? ¿Por qué
Dumbledore confiaba en él? ¿Por qué les había perdonado el ataque a
Malfoy, Crabbe y Goyle? No lo sabía, y la curiosidad le mataba. Durmió
mal toda la noche. Por la mañana, se levantó temprano y bajó a la sala
común. Se sentó frente al fuego y esperó a que se levantaran Ron y
Hermione para bajar a desayunar.

Tenían hora doble de Pociones y a Harry no le apetecía nada ver a Draco


Malfoy. No estaba seguro de si quería o no ver a Snape. Cuando ya l evaba
un rato frente al fuego, empezaron a bajar alumnos que iban a desayunar.
Siguió esperando hasta que alguien se sentó a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó Ginny, mirándole con preocupación. Había


bajado con una de sus amigas—.

Pareces ido...

—Estoy bien —respondió Harry—. Es sólo que no me puedo quitar una


idea de la cabeza...

—¿Es por lo de Snape? —preguntó el a, mirándole fijamente—. Puedes


contármelo... ¿Quieres bajar a desayunar?

—Estaba esperando por Ron y Hermione...

—Puedes esperarlos abajo. ¿Vienes?


—De acuerdo —aceptó, y, cogiendo su mochila, las siguió al Gran
Comedor.

—Bueno, a ver ¿qué te preocupa?

Harry le contó a Ginny lo de la discusión un poco por encima.

—...Y ahora no dejo de pensar en por qué tuvo ese cambio de actitud
cuando mencioné a mi madre —dijo—.

Antes parecía que estaba deseando matarme, y luego nos deja ir sin castigo
y sin quitarme puntos...

—¿Y eso te preocupa tanto? ¿Por qué?

—No lo sé... Sospecho que me oculta, o que me ocultan, algo sobre mi


madre.

—¿El qué? ¿Crees que Snape podría estar enamorado de el a? —dijo


Ginny en tono de broma.

Harry, en cambio, la miró con seriedad. No se lo había planteado... ¿Y si


era así? ¿Y si Snape se había enamorado de Lily y por eso odiaba aún más
a su padre, y a él mismo, que era la prueba viva del amor entre sus el os?
Parecía una locura, pero...

—¿No lo creerás, verdad? —le preguntó Ginny—. Sólo lo dije en broma...

—Claro que no —respondió Harry rápidamente.

Ginny le miró un tanto escéptica, pero no dijo nada. Momentos después


entraron Ron y Hermione. Tras terminar de desayunar, se dirigieron a la
clase de Pociones rápidamente. Malfoy, Crabbe y Goyle ya estaban al í,
acompañados por Pansy Parkinson. Cuando Malfoy les miró, su mirada se
l enó de odio y de rencor.

Crabbe y Goyle, por su parte, cerraron los puños con ademán amenazante.
Hermione les susurró a Harry y a Ron que no hicieran ninguna locura, pero
el os no contestaron.
—Apartaos —dijo Harry con voz severa.

—¿Y si no quiero? —preguntó Malfoy, desafiante.

—Si no quieres, yo te quitaré —le amenazó Ron, sacando su varita—. Te


aseguro que me produciría un gran placer hacerlo...

Malfoy, Crabbe y Goyle miraron alternativamente a la varita y a Ron.


Draco dudó, pero el recuerdo de lo sucedido el día anterior pudo más y se
apartó.

—Espero que estaréis disfrutando de vuestro castigo, ¿no? —soltó a sus


espaldas con voz burlona.

—No tenemos ningún castigo —le espetó Harry, sonriéndole con frialdad.

227

Malfoy abrió la boca para decir algo, pero en esos momentos entró Snape
y se cal ó. Snape se dirigió a la pizarra y empezó a hablarles de la poción a
preparar ese día. No miró a Harry en toda la hora, ni le dirigió la palabra,
ni una sola vez.

Por la tarde, después de comer, Harry, Ron y Ginny se dirigieron al campo


de quidditch para el entrenamiento. Quedaba poco más de una semana para
el partido con Durmstrang, y debían esforzarse, pues su rival se había
estado entrenando duramente en las navidades.

Cuando l egaron al campo, aun no había nadie al í. Algunos miembros del


equipo tenían clase por las tardes, así que no habían quedado hasta las
cinco. El os habían ido primero porque querían entrenar un poco antes,
para ponerse al día.

Así pues, estuvieron volando y practicando hasta que empezaron a l egar el


resto de miembros del equipo.

Malfoy y Crabbe l egaron los últimos, acompañados por Goyle.

—¡Cambiaos rápido! —les gritó Harry.


Malfoy le dirigió una mirada de desprecio y entró, seguido por Crabbe, en
los vestuarios. Un rato después, salieron y se montaron en las escobas.
Goyle se sentó en las gradas para verlos.

—No quiero tonterías, Malfoy —le advirtió Harry—. ¿De acuerdo?

Malfoy sonrió despectivamente. Comenzaron el entrenamiento, de la


misma forma que siempre lo hacían, practicando jugadas al principio, y
luego jugando un partido. Malfoy y Crabbe se estaban portando bien, pero
Harry, que los observaba, sospechaba que tramaban algo, así que no los
perdía de vista.

Efectivamente, así era. Cuando estaban a punto de terminar el partido,


Malfoy se acercó a la portería de Ron, pero a más altura, mientras
intentaba localizar la snitch, y le gritó algo, riéndose. Harry, que se
encontraba lejos, no pudo oír lo que decía, pero vio la cara de furia de Ron,
que se lanzó contra él.

Entonces, Crabbe, que estaba cerca, le lanzó una bludger con todas sus
fuerzas, que Ron no vio. Harry gritó, pero su amigo no le oyó. La bludger
lo golpeó con fuerza en la cara, y se cayó de la escoba. Malfoy sonrió con
malicia, pero Harry, acercándose veloz, sacó la varita y detuvo la caída de
Ron, de la misma forma que Dumbledore lo había hecho con él mismo tres
años antes. Aún así, el golpe fue considerable, porque había caído desde
unos quince metros de altura, por lo menos. Quedó tendido en la nieve,
con un brazo en una posición extraña. Oyó a Ginny gritar y descender
rápidamente hacia su hermano, mientras el resto del equipo se acercaba
también, mirando a Malfoy y a Crabbe con rabia.

—¿Estás loco, Malfoy? —bramó Warrington—. ¡Falta una semana para la


final y es nuestro guardián! ¿Se puede saber qué te pasa?

Malfoy no le contestó y siguió sonriendo. Harry descendió junto a Ron.

—¿Cómo está? —le preguntó a Ginny.

—Se ha desmayado —dijo Ginny, asustada—. Pero creo que está bien,
excepto por el brazo, creo que se lo ha roto.
El resto del equipo descendió y se acercó a Ron, excepto Malfoy y Crabbe,
que permanecieron apartados y risueños. Harry los miró con furia.

—¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?

—No creerás que un Weasley va a burlarse de mí y quedarse tan tranquilo,


¿verdad, Potter? —dijo Malfoy, muy satisfecho.

Harry no pensó siquiera lo que estaba haciendo. Sacó su varita y, antes de


que Malfoy pudiese reaccionar, Harry lo había lanzado contra las gradas,
produciéndole un corte en la frente. Volvió junto a Ron.

—Hay que l evarle a la enfermería —decía Ginny.

—Yo os ayudaré —se ofreció Warrington—. Luego arreglaremos cuentas


con Malfoy.

Sacó su varita e hizo aparecer una camil a. Subieron a Ron y lo l evaron


levitado hacia el castil o. A lo lejos, delante de el os, iba Malfoy,
tambaleándose, sujeto por Crabbe y Goyle.

En cuanto entraron en el vestíbulo, los vieron a los tres, que hablaban con
Snape, al parecer, «explicándole»

lo sucedido.

—Potter —gruñó Snape—. ¿Por qué has atacado a Malfoy esta vez?

—¡Él y Crabbe casi matan a mi hermano! —gritó Ginny, señalando a la


camil a.

—¡No le haga caso, señor! —gimió Malfoy—. Simplemente estábamos


entrenando, Weasley recibió una bludger y cayó, y Potter me atacó
inmediatamente.

—¿QUÉ? —bramó Harry—. ¡Él voló hacia ti porque le dijiste algo, y


luego Crabbe le lanzó la bludger! ¡Lo teníais planeado, elevaste la escoba
para que la caída fuese peor!
—¡BASTA! —gritó Snape—. Ya he oído suficiente. Diez puntos menos
para Gryffindor, Potter.

—¡¿Qué?! —exclamó Harry, airado, al mismo tiempo que, detrás de él,


sus compañeros murmuraban, enojados. Malfoy, en cambio, se reía por lo
bajo—. ¿Y qué hay de...?

—... y diez puntos menos para Slytherin, Malfoy —terminó Snape, sin
escuchar nada más—. Ahora id a la enfermería, y no quiero escuchar una
sola palabra más.

228

Malfoy se quedó sin habla, y parecía más atontado por lo que acababa de
oír que por el golpe que se había l evado. Todos, en realidad, se habían
quedado mudos del asombro. ¿Snape quitando puntos a Slytherin?

¿Quitándole puntos a Slytherin a causa de Malfoy?

Harry no dijo más. Dio las gracias a Warrington y entre él y Ginny


subieron a Ron a la enfermería, mientras que Crabbe y Goyle l evaban a
Malfoy. A Harry le preocupaba el estado de Ron, pero el comportamiento
de Snape l enaba su cabeza mucho más.

229

23

La Final

—¿Dices que Snape le quitó puntos a Slytherin? —preguntaba Ron,


totalmente sorprendido—. ¿Y por causa de Malfoy? No puedo creerlo —
terminó, meneando la cabeza.

—Pues es cierto —le dijo Ginny, que estaba sentada a su lado en una sil a.

Nada más l evarle a la enfermería, Ginny había ido a avisar a Hermione,


que había subido corriendo, toda asustada. Ron había tardado media hora
en despertar, y, como Ginny había supuesto, tenía el brazo roto, amén de
varias magul aduras. Sin embargo, gracias a Harry no tenía nada grave, y
podría abandonar la enfermería al día siguiente. Cuando Madame Pomfrey
los dejó solos, Harry y Ginny contaron lo que había ocurrido en el
vestíbulo.

—¿Cuándo ha quitado Snape puntos a Slytherin? —preguntó Ron,


haciendo muecas de dolor al moverse.

—Nunca —respondió Hermione, mientras lo sujetaba con suavidad—.


Deja de moverte tanto, que tienes el brazo roto.

—Es que no me gusta estar aquí —dijo él—. Entre nosotros tres nos
pasamos media vida en este lugar.

Harry, Hermione y Ginny se rieron.

—¿Por qué fuiste hacia Malfoy, Ron? —le preguntó Harry—. ¿Qué te dijo,
que ni siquiera viste la bludger?

El rostro de Ron se ensombreció y se l enó de una expresión de rabia. En


vez de contestar, miró a Hermione.

—Me dijo que le iba a mandar una carta a su padre —explicó Ron.

—¿Una carta? —preguntó Hermione, sin comprender—. ¿Y qué?

—Una carta para pedirle que la próxima vez... que la próxima vez no
dejara escapar a tus padres —terminó Ron, con amargura, apretando tanto
los puños que soltó un grito de dolor. Hermione se puso seria y miró a su
amigo.

—No le hagas caso —le dijo el a—. Sólo pretende provocarte. Mis padres
ahora están a salvo...

—Me da igual —Replicó Ron—. Si vuelve a decírmelo...

Harry volvió la vista hacia Malfoy, que estaba en la camil a más alejada,
acompañado por Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson, y los observó unos
instantes, antes de volverse de nuevo hacia Ron.
Una hora después, Harry, Ginny y Hermione se despidieron de Ron,
dejándolo solo con Malfoy y bajaron a cenar al Gran Comedor. Al í, la
mayoría de los alumnos ya se había enterado de lo sucedido, y todo el
mundo comentaba, extrañado, el comportamiento de Snape. Nadie, nunca,
recordaba haber visto a Snape quitando puntos a Slytherin.

Tras la cena, subieron a la sala común. Hermione dijo que iba a ir a ver a
Ron antes de irse a la cama, y se dirigía de nuevo al agujero del retrato,
cuando Harry la sujetó.

—¡No!

—¿Qué haces? —le preguntó Hermione, extrañada por el comportamiento


de su amigo.

—¿Ya has olvidado que nadie debe andar solo por los pasil os? ¡Y menos
de noche! Recuerda que hay alguien peligroso en Hogwarts...

—Es cierto —recordó el a—. Con todo lo que ha pasado, se me había


olvidado. Pero yo quería ir a ver a Ron...

—Yo también iré —dijo Harry—. Te acompaño.

—Sin mí no vais —afirmó Ginny a sus espaldas.

—Yo también quiero ver a Ron —añadió Nevil e, acercándose.

—Igual que nosotros —dijeron Dean y Seamus, uniéndose también al


grupo.

—Está bien, vamos todos —dijo Harry.

Salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería. Ron y Malfoy se


encontraban solos, y se lanzaba miradas furibundas uno al otro. La
expresión de Ron cambió, sin embargo, cuando vio a los demás entrar por
la puerta.

—¡Hola! —saludó muy contento al verlos—. Creí que no vendríais hasta


mañana...
—No íbamos a dejarte aquí, sin despedirnos de ti —repuso Hermione,
sonriéndole.

Cogieron sil as y se sentaron alrededor de la cama. La señora Pomfrey


salió de su despacho a ver qué ocurría.

—Tienen media hora —les advirtió con severidad—. El señor Weasley


debe descansar.

Todos asintieron, y se acercaron para hablar sin que Malfoy los oyera. Sin
embargo, no parecía interesarle mucho lo que dijesen, porque se puso a
mirar al techo. Ron parecía feliz de que todos hubiesen ido a verlo, y
charlaba animadamente. En un momento, Harry, siguiendo un impulso,
levantó la vista hacia Malfoy, y observó que el chico los miraba. Incluso
pareció captar en su mirada un deje de envidia. «No puede ser», pensó
Harry. Malfoy apartó la mirada al ver que Harry le observaba, y volvió a
mirar al techo. Harry se dio 230

cuenta de que nadie había ido a verlo a él desde que le habían dejado en la
enfermería. ¿Había visto una mirada de envidia en él por eso? Durante un
instante, sintió lástima de Malfoy, que se encontraba totalmente solo.
Ahora, además, una parte de los Slytherins estaban peleados con él, como
Warrington o Bletchley... Le parecía increíble, ciertamente, pero le dio
pena verlo al í solo, viendo como a una de las personas que más detestaba
y despreciaba era más apreciado que él. Aquel a sensación le hizo sentirse
raro, y decidió que no le gustaba. Luego recordó lo que le había dicho a
Ron, y también lo que le había soltado a Hermione, y aquel sentimiento se
esfumó. «Se lo merece. Se merece estar ahí y solo. Lo eligió así. Le di la
oportunidad y lo eligió así. Además, casi matan a Ron entre él y Crabbe»,
pensó, y volvió a meterse en la conversación con los demás.

—Bueno, ¿podrás entrenar pasado mañana? —le preguntó a su amigo.

—No sé... espero que sí.

—¡No creo que eso sea prudente! —le reprochó Hermione.

—Vamos, Hermione —dijo Ron—. El partido es dentro de una semana...


—Bueno, pero hay un suplente ¿no?

—¿Un suplente? —dijo Ron levantando la voz—. ¿Me estás diciendo que
no juegue la final?

—¡Claro que no! —repuso el a—. Simplemente no quiero que te pase


nada.

—No me va a pasar nada. Ya tengo el brazo curado, sólo debo descansar


hasta mañana.

—Si veo que no está en buenas condiciones, yo mismo le prohibiré


entrenar pasado mañana —dijo Harry.

—Está bien —aceptó Hermione a regañadientes, sabiendo perfectamente


que Harry sólo lo decía para tranquilizarla.

—Y hablando de jugar y no jugar —Dijo Dean—. ¿Qué vas a hacer con


Malfoy y Crabbe, Harry?

—No lo sé —respondió Harry, dirigiéndole otra fugaz mirada a Malfoy,


que seguía mirando al techo—. De momento, permitirles seguir... eso sí,
pienso decirles a ambos unas cuantas cosas... aunque me temo que sus
propios compañeros de Slytherin ya les dirán lo suyo, si han conseguido
que Snape les quite puntos a el os...

—Eso es algo que sigo sin entender, no importa cuántas veces me lo


expliquéis —dijo Seamus—. ¿De verdad no sabéis por qué fue?

—No —mintió Harry. Sólo él, Ron, Hermione y Ginny sabían lo que había
sucedido en la discusión que había tenido con Snape.

—Bueno, venga, todos a la cama —ordenó la señora Pomfrey con


severidad, saliendo de su despacho—.

Los pacientes deben descansar.

Haciendo caso a la enfermera, todos se levantaron, se despidieron de Ron


y bajaron a la sala común. Una vez al í, se separaron. Nevil e y Dean
fueron a acostarse. Seamus se fue a hablar con Lavender, Ginny se sentó a
leer un libro en una mesa apartada, y Harry se puso a hacer levitar cosas.
Hermione se sentó a su lado y estuvo practicando un rato con él, a pesar de
que ya dominaba a la perfección todos los hechizos levitatorios que
existían. Tras estar un rato, le dijo a Harry que también se iba a la cama.

—¿Tú no vas a acostarte? —preguntó el a, levantándose.

—No tengo sueño aún —respondió él, mientras hacía elevarse unos
cojines y dar vueltas en el aire alrededor de otro que yacía suspendido a un
metro del suelo.

—Vale... pues hasta mañana, Harry —se despidió el a, subiendo por las
escaleras de los dormitorios.

Ciertamente, Harry no tenía nada de sueño. Su cabeza divagaba sobre el


motivo de Snape para hacer lo que había hecho. Si un mes antes hubiera
sucedido lo que había pasado esa tarde, Snape les hubiese quitado veinte
puntos sin mirar siquiera a Ron... Realmente, y pensándolo bien, tampoco
era un asunto tan importante, pero a Harry lo obsesionaba. Tenía la certeza
de que Snape le ocultaba, o sabía, algo respecto a sus padres... algo que le
había hecho sentirse culpable... ¿Había sido eso lo que le había movido a
actuar así? ¿O había sido la acusación de Harry de que los profesores
debían ser justos y que él, en cambio, siempre beneficiaba a Slytherin? No
lo sabía, y la curiosidad lo mataba.

—Estás muy pensativo últimamente —le dijo Ginny, sentándose a su lado.

—Pues sí —respondió Harry, con frialdad. No le apetecía que le hiciesen


preguntas sobre lo que rondaba su cabeza.

—Puedes hablar conmigo hoy igual que lo hiciste la noche del baile —dijo
Ginny, sin inmutarse por el tono de Harry.

Harry se volvió hacia el a. Tenía una mirada de comprensión, y la frialdad


de Harry se disolvió.

—Ya lo sé, Ginny —dijo, en un tono más amable.


El a no dijo nada durante un rato, y luego soltó, sin más:

—¿Te fijaste en Malfoy?

—Pues no mucho, la verdad —mintió Harry—. ¿Por qué?

—¿No te pareció que se encontraba solo?

—¿Qué? —preguntó Harry, sorprendido por lo que estaba oyendo.

—Digo que parecía muy solo... e incluso diría que tenía envidia de que
Ron tuviera visitas y él no.

231

Harry no dijo nada, perplejo por lo que oía, perplejo al darse cuenta de que
él había pensado exactamente lo mismo.

—Es posible —dijo, sin darle importancia—. Pero no me importa. Ron


está al í por su culpa.

—Ya lo sé —repuso el a—. Pero... no sé, me dio un poco de lástima que


nadie fuera a verlo, aunque sea un imbécil y un prepotente —añadió,
encogiéndose de hombros.

Harry miró a Ginny, sin responder, mientras el a se levantaba.

—Me voy a la cama —dijo—. Y tú también deberías hacerlo, hoy te


levantaste muy temprano...

Harry la observó mientras se alejaba hacia las escaleras y dudó, pero


finalmente lo dijo:

—Ginny... —El a se dio la vuelta, mirándole—. A mí también. A mí


también me dio un poco de lástima —dijo por fin. Pero añadió
rápidamente—: Pero eso no cambia nada. Le odio y le detesto igual.

—Ya lo sé, Harry —dijo el a—. Pero es esperanzador que, con todo lo que
nos ha hecho, seamos capaces de sentir aunque sólo sea un poco de lástima
por él ¿no crees?

—¿Esperanzador? —preguntó Harry, sin comprender.

—Claro —explicó Ginny—. Eso es lo que nos diferencia de él ¿no? De


Voldemort y los mortífagos. —Harry se la quedó mirando, sin acabar de
entender lo que el a quería decir—. Bueno, hasta mañana, Harry.

—Adiós —murmuró, mientras Ginny subía por las escaleras, con lo que él
se quedó, solo y pensativo de nuevo, en la sala común.

Cinco minutos después subía por las escaleras hacia su dormitorio, con la
cabeza dándole vueltas, a veces en torno al asunto de Snape, y otras en
torno a lo que Ginny le había dicho. Harry pensó que no conocía bien a la
hermana de su mejor amigo, y que lo que había dicho esa noche parecía
alguna de las cosas típicas y extrañas que a veces decía Hermione, como lo
de «fomentar la unión entre las casas» y cosas así. «Será por hablar tanto
entre el as», decidió, mientras se metía en la cama.

Dos días después tenían el siguiente entrenamiento, y antes de salir al


campo, Harry les advirtió a todos que si se repetía un comportamiento
como el del último día, el responsable sería expulsado del equipo. Aquel o
no pareció afectarles a Malfoy y Crabbe, que, sin embargo, sí parecían
preocupados por los diez puntos que Snape les había quitado, por lo que
procuraron comportarse de modo adecuado en el resto de los
entrenamientos.

Llegó así la semana de la gran final, y en todo el colegio empezó a notarse


la emoción y la expectación, sobre todo teniendo en cuenta que en dos días
se jugarían dos partidos, algo que nunca antes había ocurrido en Hogwarts.
Por todos lados, los alumnos murmuraban y cuchicheaban sobre quien era
mejor o qué equipo creían que sería el vencedor.

En la mesa de Gryffindor, los de Castelfidalio se veían nerviosos y


preocupados por el encuentro.

—¿Por qué estáis tan nerviosos? —les preguntó Harry el lunes a la hora de
comer—. Sois mejores que Beauxbatons —agregó, bajando la voz.
—Sí, ya... pero nunca se sabe, y han estado entrenando mucho. Si
quedamos de cuartos, con la tradición en quidditch de nuestro colegio, me
moriré de vergüenza cuando volvamos a casa —respondió Anton.

—Lo importante es que lo hagáis lo mejor que podáis —dijo Ron.

—Sí, bueno...

—Nosotras os apoyaremos —declaró Parvati muy animada—. No os


preocupéis.

—Pues, yo, sintiéndolo, apoyaré a Beauxbatons —intervino Nevil e,


poniéndose un poco colorado.

—Normal —dijo Seamus, y él y Ron soltaron una risita.

—¿A quién vas a apoyar tú, Harry? —le preguntó Nevil e.

—Hmm, no sé —respondió—. A vosotros os conozco más —dijo, mirando


hacia Anton—, pero estuvimos con Gabriel e en el baile de Navidad y me
cayó bastante bien...

—¿Entonces? —insistió Nevil e.

—Entonces no sé —concluyó Harry—. Apoyaré a ambos, sin


predilecciones.

—¡Ah, eso no vale! —dijo Parvati—. ¡O con unos o con otros!

—Pues a mí me parece la mejor opción —le apoyó Hermione—. Pienso


hacer lo mismo.

—Yo, sin embargo, estaré del lado de Beauxbatons —terció Ron—. No por
nada, pero dado que Parvati y Lavender os apoyarán a vosotros, yo ayudaré
a Nevil e. Seremos dos contra dos. Además, yo también conozco a Gabriel
e y me cae muy bien, sin contar que es casi como de mi familia...

La semana transcurrió lenta, y Harry y Ron apenas tenían tiempo para


nada, porque cuando no estaban entrenando, estaban planeando jugadas y
haciendo deberes. Ni siquiera habían vuelto a visitar a Hagrid, ni jugado
una sola partida de ajedrez, ni entre el os, ni con Hermione, que, aunque
tenía el mismo trabajo de siempre, pasaba más tiempo sola debido a que
Ron y Harry estaban con la cabeza en la final.

232

Finalmente, l egó el viernes, día del partido por el tercer y cuarto puesto.
En las mesas, a la hora de la comida, todo el mundo hablaba sin parar,
hacían apuestas y comentaban sus opiniones. Los de Castelfidalio parecían
tranquilos, aunque un poco serios, al igual que los de Beauxbatons. Como
en los otros partidos, también aquel día Larry Binddle estaba al í.

Cuando terminó la comida y Dumbledore habló, los alumnos de


Castelfidalio se levantaron y se dirigieron al campo, recibiendo palabras
de apoyo y suerte por parte de todos.

Harry, Ron y Hermione también se levantaron para dirigirse al estadio. En


la puerta se encontraron con los de Beauxbatons, que también salían.
Viessi y Amelie se miraron y se sonrieron, y ambos se marcharon
hablando animadamente. Nevil e, por su parte, se acercó a Gabriel e para
desearle mucha suerte, y la chica le sonrió. Harry, Hermione y Ron
hicieron lo propio y se dirigieron al exterior con paso lento, cuando
Parvati y Lavender salieron disparadas por la escalinata.

—¿Adónde van éstas? —preguntó Ron, mirándolas.

—¡Claro! ¡Ron! —lo l amó Nevil e—. ¡La bandera!

—¡Anda! —exclamó Ron, dándose un golpe en la cabeza—. Es cierto,


vamos.

Ron y Nevil e subieron por la escalera y se perdieron de vista.

—¿Bandera? —preguntó Hermione.

—Hicieron una bandera de Beauxbatons —le contó a Hermione, mientras


atravesaban las puertas de roble para dirigirse al estadio.
A pesar del frío que hacía, y de que todo permanecía nevado aún, el campo
de quidditch estaba l eno de gente. Harry y Hermione se sentaron en la
primera fila, acompañados por Dean y Seamus. Luego l egaron Parvati y
Lavender y también Ron y Nevil e. Se pusieron unos a un lado y otros al
otro, y comenzaron a agitar sus banderas, haciéndose la competencia.
Lavender le sonreía a Seamus, que la miraba como si la viera por primera
vez, mientras Dean y Harry se reían. Hermione, por su parte, miraba a
Nevil e y a Ron, que agitaban con ímpetu su bandera.

—¡Podías ayudarnos, Hermione! —le pidió Ron—. ¡En nuestro partido lo


hiciste muy bien!

Hermione le sonrió levemente y meneó la cabeza.

Lansvil e, el comentarista, reclamó entonces atención, y empezó a


nombrar a los jugadores, que saltaron al campo montados en sus escobas y,
tras dar unas vueltas, se colocaron en sus posiciones. Amèlie y Anton se
dieron la mano.

La señora Hooch, tras su eterna advertencia sobre el juego limpio, soltó las
bludgers y la snitch, lanzó la quaffle e hizo sonar su silbato.

—¡Y el partido comienza! —gritó Lansvil e—. ¡Y Blisseisse coge la


quaffle!, se lanza hacia la meta de Riccel o, Viessi va tras el a, que esquiva
una bludger, pasa a Dutrois, éste a Bissone, que lanza y... ¡Riccel o la para!

Parvati y Lavender agitaron las banderas con fuerza, mientras Ron y Nevil
e suspiraban, decepcionados.

—Parece que esté muy emocionante ¿no? —preguntó Dul ymer,


sentándose junto a Hermione y observando a Parvati, Lavender, Nevil e y
Ron.

—Sí, ya ves —afirmó Harry con una sonrisa.

—Bueno ¿Quién crees que ganará, Harry? —preguntó, mientras Rodens y


Spiel o, en una espléndida jugada, conseguían el primer tanto para
Castelfidalio.
—Castelfidalio —respondió Harry—. Siempre que Gabriel e no atrape
antes la snitch, es bastante buena...

—Sí, yo también lo opino —dijo él.

El juego continuaba, muy rápido. Ambos equipos eran


extraordinariamente veloces.

—Beauxbatons ahora al ataque, por medio de Bissone... Dutrois... de


nuevo Bissone ¡Uf, eso ha debido de doler! —exclamó Lansvil e, cuando
una bludger de Furti golpeó a Bissone, haciéndole perder la quaffle—.

Pero Blisseisse la recupera... esquiva a Spiel o, ahora a Viessi... pasa a


Bissone, que se la devulve... lanza y... ¡sí, ha marcado! ¡Estupenda jugada
de Castelfidalio! ¡Empate a diez en el marcador!

Ahora eran Ron y Nevil e los que saltaban y agitaban las banderas con
fuerza.

—Una jugada muy buena —comentó Dul ymer, mientras los de


Castelfidalio volvían al ataque por medio de Viessi.

—Sí, y rápida. Ambos son rápidos, en realidad —dijo Harry—. Pero los de
Castelfidalio lo son más, y tienen más estrategia...

—Ya —asintió Dul ymer, viendo como los italianos marcaban un nuevo
tanto, colocándose veinte a diez.

El partido prosiguió, con otros dos tantos de Castelfidalio, mientras la


snitch seguía sin aparecer. Gabriel e y Giussi la buscaban por todo el
campo, pero sin resultados. Beauxbatons logró un nuevo tanto, pero era
bastante obvio que los cazadores y golpeadores de Castelfidalio eran
superiores. Al terminar la primera media hora del partido, el marcador
estaba setenta a treinta para Castelfidalio, y todo parecía indicar que la
diferencia no iba a dejar de crecer.

—Si Gabriel e no atrapa la snitch pronto, las cosas se van a poner fatal —
declaró Ron, mirando a Nevil e—.
Animémosla con fuerza.

233

—¡No tenéis nada que hacer! —gritó Parvati—. ¡Vamos a ganar!

Como si quisieran darle la razón, Viessi marcó dos tantos casi seguidos, y
Anton logró evitar un tanto de Dutrois mediante una parada espectacular.
Los aficionados de Beauxbatons imploraban con todas sus fuerzas que
Gabriel e atrapara la snitch pronto, o perderían.

—¡Beauxbatons al ataque por medio de Blisseisse! ¡Sortea a Viessi y a


Spiel o, pasa a Dutrois...! Dutrois está en buena posición y lanza... ¡Ha
batido a Riccel o! ¡Noventa a cuarenta para Castelfidalio! ¡Y no hay
tregua! ¡Bissone avanza con la quaffle a toda velocidad, los cazadores de
Beauxbatons no conseguirán pararlo! ¡Se ha puesto fuera del alcance de
las bludgers, ahora sólo Amèdis está frente a él... tira... Y

MARCA! ¡Cien a cuarenta!

Harry aplaudió la jugada, que había sido un contraataque rapidísimo,


mientras los de Beauxbatons volvían a la carga.

—¡Mirad! —gritó Hermione, señalando a Gabriel e, que volaba a toda


velocidad hacia un punto cercano al centro del campo, donde bril aba algo
dorado, por encima de la blanca capa de nieve. Giussi, sin embargo,
también la había visto y volaba tras el a.

—¡Vamos Gabriel e! ¡CORRE! —animaba Nevil e con todas sus fuerzas.

La chica iba a coger la snitch, pero Giussi pegó un fuerte acelerón y se


puso casi a su altura, dándole un golpe que la apartó. La snitch se movió y
ambos empezaron a perseguirla, mientras la pequeña esfera dorada
intentaba zafarse. Todo el estadio se había dado cuenta de lo que ocurría y
tenía la vista puesta en los dos buscadores. Incluso los demás jugadores se
habían olvidado de jugar y los observaban.
Al l egar a los postes, la snitch se elevó, Gabriel e y Giussi se elevaron
también, en pos de el a, pero la chica fue algo más rápida. Estiró la mano
para agarrarla cuando...

¡PAM!

Una bludger le había dado en el brazo, haciéndola tastabil ar. Malone la


había lanzado con mucha habilidad.

Gabriel e perdió el control y se desvió, y Giussi, acelerando, atrapó la


snitch.

—¡¡Y FIN DEL PARTIDO!! ¡¡Increíble!! ¡Cuando parecía que Delacour ya


tenía la snitch en la mano, una providencial bludger de Malone le ha
arrancado la victoria de las manos! ¡Castelfidalio gana por doscientos
cincuenta a cuarenta!

—¡¡Oh, no!! —exclamaron Ron y Nevil e, al mismo tiempo—. ¡Por qué


poco!

—Les ha faltado un pelo —comentó Harry, aplaudiendo como todos los


demás—. Ese golpeador, Malone, lo ha hecho genial...

—¿Le habrá hecho mucho daño en el brazo? —preguntó Hermione,


fijándose en Gabriel e, que había aterrizado y se lo sujetaba.

Harry, que sabía perfectamente lo que un golpe como aquél podía hacer,
asintió.

—Seguramente... pero bueno, mientras no sea Lockhart quien intente


arreglárselo, no creo que le pase nada.

Descendieron al campo. La señora Pomfrey atendía a Gabriel e mientras


Malone se disculpaba con el a y le preguntaba si se encontraba bien.

—Felicidades —les dijo Harry a Anton y a sus compañeros—. Habéis


ganado.
—Se lo debemos a Malone —replicó él—. Habríamos perdido de no ser
por esa bludger.

—Bueno, todos lo habéis hecho bien.

Los de Beauxbatons parecían algo tristes. Habían tenido casi la victoria en


la mano y habían perdido.

Rodeaban a Gabriel e, que parecía la más abatida, intentando animarla.

—Lo habéis hecho muy bien, no te preocupes —le dijo Ron—. Estas cosas
pasan...

—Sí, «pego podguíamos habeg» ganado... —respondió la chica.

Dumbledore anunció muy alegre el resultado del partido, y entregó los


trofeos correspondientes al tercer y cuarto puestos entre los aplausos
entusiasmados del público. Luego, Gabriel e, acompañada del resto de su
equipo y de Nevil e, fue l evada a la enfermería, donde pasaría la noche.

Harry, Ron, Hermione y los demás regresaron lentamente al castil o sobre


la nieve.

—Bueno, mañana nosotros, compañero —dijo Ron.

—Sí... lo haremos bien, estoy seguro —afirmó Harry.

—Nos animarás, ¿verdad? —le preguntó Ron a Hermione.

—Pues claro —respondió el a.

Al l egar al castil o, subieron a la sala común, donde permanecieron,


charlando sobre el partido, y sobre la final del día siguiente, hasta la hora
de la cena, que resultó exquisita, en medio de la celebración. Los de
Castelfidalio estaban muy animados, y los de Beauxbatons, aunque algo
tristes aún, también disfrutaban de la fiesta.

Al terminar la cena, Harry, Ron, Hermione y Ginny subieron a la sala


común. Harry reunió a todos los miembros de Gryffindor del equipo y
estuvo hablando con el os, antes de mandarlos a la cama.

—¿Tú no subes, Hermione? —le preguntó Ginny.

234

Hermione, que estaba frente a la chimenea, leyendo en un libro muy


atenta, aunque algo aburrida, respondió que no.

—Más tarde...

—Vale, hasta mañana —se despidieron Ron y Harry, subiendo por la


escalera, mientras Ginny subía por la otra.

Harry durmió bien aquel a noche, pero se despertó temprano, y se


descubrió a sí mismo nervioso por el partido.

«Lo haremos bien —se dijo, intentando convencerse—. Hemos entrenado


duro y somos buenos».

Se levantó lentamente, se vistió, bajó a la sala común, donde sólo había


tres chicos de primer año, y se sentó en una butaca, pensando en el partido,
en las estrategias que habían ensayado y en las jugadas que habían
planeado.

Un rato después Ron bajó por las escaleras y se sentó junto a Harry.

—¿Vamos a desayunar?

—No tengo mucha hambre —respondió Harry—. Podríamos esperar a


Hermione...

—Como quieras —dijo Ron.

La sala común se fue l enando de gente y Hermione no bajaba, así que


decidieron ir al comedor el os solos.

Estaban casi terminando cuando el a l egó, acompañada por Ginny.


—¿Por qué has tardado tanto? —le preguntó Ron.

—Tenía sueño —contestó Hermione, bostezando—. Ayer me acosté


tarde...

—¿Por qué? —le preguntó Harry—. ¿Estuviste haciendo deberes?

—No. Quería hablar con Dobby...

—¿Con Dobby? ¿Para qué?

—Bueno, cosas del PEDDO... he estado pensando e investigando.

—¿El PEDDO? ¿Aún con eso? Creí que lo habías dejado después de la
visita a las cocinas... —dijo Ron, sorprendido.

—¡Pues claro que no! —replicó el a, poniéndole mala cara—. Deja de


insistir con eso, sabes perfectamente que no voy a dejarlo.

Ron miró a Harry, pero no dijo nada y siguió comiendo.

La mañana transcurrió lentamente, y todo el mundo estaba emocionado.


En la sala común de Gryffindor, el ruido y el jaleo eran enormes. Los
miembros del equipo no paraban de recibir palmadas en la espalda y
palabras de ánimo.

A la hora de comer, Harry y Ron bajaron al Gran Comedor, donde fueron


recibidos con ovaciones y gritos, al igual que los demás miembros del
equipo. Harry vio a Cho, que le sonreía, y la saludó con la mano. Se
sentaron en la mesa, enfrente de Ginny y Hermione, aunque ni él ni Ron
comieron demasiado.

—Bueno. Llegó nuestro turno —le dijo Harry a Ron cuando la comida
finalizó.

—Sí —respondió él—. Vamos a ganar. ¿Tenéis lista la bandera? —


preguntó, dirigiéndose a Hermione.

—Por supuesto —contestó el a.


—Mucha suerte a los dos —dijo de pronto una voz soñadora a sus
espaldas.

Tanto Ron como Harry se dieron la vuelta y vieron a Luna, con su


sombrero del león y el águila.

—Gracias —dijo Harry, sonriendo.

—Procuraré hacer mucho ruido en el estadio. ¡Páralas todas, Ronald! —


exclamó, yéndose hacia la mesa de Ravenclaw.

En cuanto Dumbledore les dijo que se dirigieran al campo, se levantaron y


se dirigieron a las puertas, junto al resto del equipo. Hermione fue con el
os. Hacía más frío que el día anterior, pero también estaba más despejado,
con lo que se vería mejor.

—Tienes que cuidarte de Klingum —le advirtió Ron—. Es un buen


buscador.

—Ya lo sé —dijo Harry.

El campo de quidditch ya estaba abarrotado de gente. Como en la ocasión


anterior, habían venido a verles.

No estaban los Weasley, pero sí Fred y George, Lupin, Bil , Fleur, Moody,
Tonks, Emmeline Vance y Mundungus, a los que saludaron antes de
dirigirse a los vestuarios.

—Mucha suerte a los dos —les deseó Hermione, dándoles a cada uno un
beso en la mejil a.

—Gracias —respondieron, mientras el a se alejaba para ir a reunirse con


Parvati y Lavender, que ya hacían ondear la inmensa bandera de Hogwarts.
Para su sorpresa, Dean, Seamus y Nevil e también tenían otra.

—Bien —les dijo Harry a los del equipo, mientras esperaban ser l amados
—. Hemos entrenado bien, somos un gran equipo, y vamos a ganar, ¿de
acuerdo?
—¡Sí! —gritaron todos al unísono, dándose la mano, excepto Crabbe y
Malfoy, que se quedaron como estaban.

—¡Suerte! —les deseó Ginny—. Lo haréis muy bien.

235

En aquel momento, Lansvil e gritaba los nombres de los jugadores de


Durmstrang, que salían al campo, y un momento después, anunció los
suyos. Las puertas se abrieron y los siete jugadores montaron en las
escobas, saliendo al estadio en medio de una ensordecedora ovación. Harry
vio a Hermione, Parvati, Lavender, Dean, Seamus y Nevil e, bajo las
inmensas banderas. A su lado estaba Hagrid, que también vitoreaba. Los
miembros de la Orden, como en la otra ocasión, se habían distribuido por
el Estadio. En la tribuna principal, Dumbledore se encontraba sentado
entre Petrimov, con el cual charlaba, y Larry Binddle, que parecía muy
atento a lo que sucedía en el campo. Harry pasó frente a Krum, que estaba
muy serio, y le saludó, antes de colocarse en posición, frente a Klingum, al
que le dio la mano con amabilidad.

—Que gane el mejor —dijo Harry.

—Suerte —dijo Klingum.

La señora Hooch liberó las bludgers y la snitch y soltó la quaffle. Pitó.

—¡¡Y el partido comienza!! —gritó Lansvil e—. ¡Y es Hogwarts quien va


a al ataque! ¡Hogwarts, a través de Bel , que pasa Warrington, que esquiva
a Kregs y pasa a Bradley, que avanza! ¡Puede tirar! ¡No, la bludger de
Markon le ha hecho tambalearse y Dutron se ha apoderado de la quaffle!

Harry observó la primera jugada e inmediatamente se puso a buscar la


snitch. Tenía que estar atento, Klingum era muy bueno y volaba
estupendamente, si veía la snitch antes que él... Empezó a dar vueltas por
el estadio, procurando atender a lo que decía Lansvil e.

—Dutron a Zandef, que esquiva la bludger de Crabbe, pasa a Kregs...


Warrington intenta arrebatarle la quaffle, pero no lo consigue... Kregs
continúa, de vuelta para Zandef... Kregs de nuevo... la primera prueba para
Weasley... ¡y sí, la ha parado!

Harry miró a Ron desde la distancia y le hizo una seña con el pulgar, que
Ron le devolvió, muy sonriente.

Ahora era Warrington el que atacaba, junto a Bradley. Sloper le cubría.


Avanzaron a toda velocidad, y, en una estupenda jugada, consiguieron el
primer tanto para Hogwarts, al que unos minutos después se le unió otro
de Katie.

En las gradas, los alumnos chil aban sin parar. Harry intentó no
emocionarse aún más cuando Ron logró detener un nuevo tiro de Dutron,
pero le costó. Debía pensar que veinte a cero no era nada, y más cuando
Klingum era un excelente buscador. Siguió dando vueltas, atento a la más
mínima señal de la snitch, mientras evitaba perder de vista a Klingum, que
volaba por el estadio haciendo lo mismo que él. Quería terminar pronto.
Hacía bastante frío, y se le entumecían las manos, agarradas al mango de
la escoba. Y

Mientras se movía para esquivar una bludger que se dirigía hacia él, la vio.
Se encontraba a unos cuatro metros por encima de la tribuna principal. Él
se encontraba cerca de la meta de Vliesky, bastante lejos, y Klingum
volaba por el centro del campo, aunque bastante bajo. Espoleó a su Saeta
de Fuego y se lanzó hacia la snitch. Llevaba recorrida la mitad de la
distancia cuando Klingum se lanzó también hacia al í. Harry estaba algo
más cerca, y su escoba era más rápida, sin embargo, cuando l egó a la
tribuna, la snitch se movió, y Harry, que tuvo que esquivar una bludger, no
pudo ver hacia dónde se había ido. Miró hacia Klingum, pero él tampoco
parecía haber visto dónde se había metido. Volvió a dar vueltas, un poco
decepcionado. Si la snitch hubiera esperado sólo unos segundos más, la
habría atrapado.

El partido siguió su curso. Hogwarts ganaba por sesenta a treinta, tras un


gol de Dutron, y en esos momentos Katie atacaba, apoyada por Bradley.

—¡Bel lanza...! ¡Pero Vliesky la ha parado! —comentaba Lansvil e—.


Gran parada de Vliesky, que ahora se la pasa a Kregs, que se lanza al
ataque, seguido de cerca por Bradley, que intenta arrebatarle la quaffle... y

¡sí! Se la ha quitado, la pasa a Warrington y éste vuelve hacia los aros de


Vliesky... va a lanzar... ¡Y se la pasa a Bel ! ¡Bel tira de nuevo...!
¡MARCA! ¡Setenta a treinta para Hogwarts!

Harry apretó el puño. Lo estaban haciendo excelentemente. Si ahora él


atrapaba la snitch... Prosiguió la búsqueda de la pequeña esfera, mientras
esquivaba las bludgers que le lanzaban los golpeadores del equipo
contrario. Pasó sobre las gradas, donde había un grupo de chicos de
Slytherin, y vio a Henry Dul ymer, sentado al lado de la chica que le había
acompañado al baile. El a gritaba y aplaudía, pero Henry parecía serio. Le
miró y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. Harry siguió hacia los aros
de Ron y los rodeó.

—¿Qué tal vas? —le preguntó.

—¡Bien! ¿Y tú?

—¡Genial!

—Estupendo... ¡Ah, Harry! —le l amó Ron, mientras se alejaba. Harry


volvió la cabeza hacia su amigo—.

¡Atrápala pronto, me estoy congelando!

Harry sonrió y le hizo un gesto, antes de seguir su búsqueda. Descendió,


observado a Klingum, y empezó a buscar la snitch más cerca del suelo.
Entonces, empezó a oír murmul os y gritos de asombro. Miró a ver qué
pasaba, y lo vio: Warrington había dejado caer la quaffle en medio del
ataque y se dirigía a toda velocidad hacia él, con una extraña expresión de
concentración en la cara. Harry se quedó sorprendido, y apartó la escoba
justo a tiempo para evitar que Warrington chocara contra él.

—¿Qué haces? —gritó, mientras los demás jugadores se detenían para


observarlos.
Warrington no contestó. Volvió a elevarse y se lanzó de nuevo contra él a
toda velocidad.

236

—¡¿Estás loco?! —chil ó Harry, apartándose de nuevo por lo pelos.

Warrington pasó como una bala por su lado, en dirección al suelo. Iba a
estrel arse. Cuando estaba a tan solo tres metros del suelo, pareció
recapacitar e intentó frenar y elevar la escoba.

No lo consiguió. Recibió un tremendo impacto contra el suelo y salió


rodando sobre la nieve, quedándose después inmóvil. Su escoba estaba
destrozada por el golpe.

La señora Hooch pitó tiempo, y se acercó a él. El estadio había


enmudecido. Harry descendió también y tocó a Warrington, que no se
movía.

«Que esté vivo —pedía Harry—. Que esté vivo, por favor...»

Le miró el pulso. Aunque débil, se le notaba. Harry suspiró.

—¿Qué ha pasado? —preguntó la señora Hooch, mirándole también el


pulso y dejando salir también un suspiro de alivio al comprobar que no
estaba muerto.

—No sé, se lanzó contra mí, sin más... no me lo explico.

Varias personas se acercaron desde las gradas, incluida la señora Pomfrey.


hicieron aparecer una camil a y se lo l evaron a la enfermería.

—¿Por qué ha hecho eso? —preguntaba Katie, que parecía conmocionada


—. ¿Qué va a pasar ahora?

—El partido continuará —dijo la señora Hooch—. ¿No, señor director? —


le preguntó a Dumbledore, que también se había acercado.
—Sí, continuará, sí... —respondió Dumbledore, muy serio. Miró a Harry
con expresión grave—. Que salga el jugador suplente.

Harry le dirigió una mirada a Ron, que su amigo captó. Al í pasaba algo
extraño. Harry no estaba demasiado seguro de si el partido debía
continuar, pero estaban a un paso de la victoria... Miró hacia las gradas y
vio a Lupin, que se acercaba a Dumbledore, lo que confirmó las sospechas
de Harry. Ron también se había dado cuenta.

—Vamos, la primera suplente de Hogwarts... Ginny Weasley —llamó la


señora Hooch.

Ginny salió y montó en su escoba. Se la veía nerviosa y un tanto


preocupada.

—Tranquila —le dijo Harry—. Lo harás bien.

—Harry... ¿viste la cara de Warrington?

—Sí que la vi.

—Pero no cuando chocó... parecía como si despertara, Harry. Creo que le


hicieron algo —susurró para que sólo Harry la oyera.

Harry observó a los suplentes. Draco Malfoy estaba al í sentado y en su


cara se veía perplejidad, aunque no disgusto, por lo sucedido.

Los jugadores volvían a sus posiciones. Ginny se colocó también, en el


lugar de Warrington.

La señora Hooch pitó, y el partido se reanudó. Harry y Klingum se


lanzaron como locos a buscar la snitch, mientras Bradley atrapaba la
quaffle y se lanzaba hacia la meta de Vliesky con Ginny a un lado y Katie
al otro. Sorteó a Dutron y se la pasó a Ginny, que aceleró, lanzándosela a
Katie, que marcó de nuevo.

—¡¡Bel marca!! ¡¡Ochenta a treinta para Hogwarts!!


Harry no sabía si alegrarse. Iban ganando el partido, sí, pero aquel
comportamiento de Warrington... y su estado era muy grave. Suponía que
la señora Pomfrey la curaría, pero ¿Cuánto tardaría? Ahora sólo deseaba
atrapar la snitch cuanto antes y que todo finalizara, y conocer una
explicación de lo que había sucedido. Empezó a dar vueltas por el campo
cada vez más rápido, usando toda su capacidad, toda su habilidad,
buscando la esfera dorada con desesperación. Miró hacia sus compañeros.
Durmstrang acababa de marcar. A Ron no se le veía demasiado
concentrado... seguramente también estaba preocupado. Bajo la gran
bandera de Hogwarts, Hermione se mordía el labio inferior... El a también
había notado algo raro.

Klingum volaba a toda velocidad también. Se le veía ansioso por terminar.

«¿Dónde estás? —se preguntaba Harry, mirando a todos lados—. ¿Dónde


te has metido?» La snitch, sin embargo, no aparecía por ningún lado.
Estaba congelado y nervioso. Algo no iba bien en aquel partido. El público
seguía gritando. No tan fuerte como antes, no con tanta intensidad, pero
volvían a animar. Siguió buscando, con ímpetu, sin dejar de atender a los
comentarios de Lansvil e.

—¡Dutron avanza, pero esa bludger de Crabbe lo ha desestabilizado! ¡Bel


le roba la quaffle! ¡Bel para Bradley... para Weasley... de nuevo para Bel ...
Weasley... Ahora lanza...! ¡Y MARCA! ¡Ginny Weasley marca su primer
tanto para Hogwarts! —Exclamó Lansvil e, completamente emocionado
—. ¡Noventa a cuarenta para Hogwarts y la snitch dorada sigue sin
aparecer! ¡Observen a Potter, está volando a toda velocidad!

¡Quiere atrapar esa snitch cuanto antes, aunque Klingum, de Durmstrang,


no parece tener menos prisa!

Harry pasó junto a Ginny, que volaba en pos de Kregs, y le sonrió. El a le


devolvió el saludo, nerviosa, mientras volaba veloz tras el cazador.

El partido prosiguió durante otros diez minutos, en los cuales la


puntuación pasó a ser de ciento veinte a sesenta para Hogwarts. Ginny
había conseguido otro tanto, y se la veía muy orgul osa. Se lanzó, con
Bradley, en persecución de Dutron, que volaba con la quaffle hacia la meta
de Ron. Harry se encontraba sobre el centro del campo, cuando vio un
destel o dorado a un metro de altura y a unos quince metros de los 237

postes que defendía su amigo. Se lanzó hacia el a, mientras Klingum, que


también lo había visto, se le aproximaba. Iban a la par, dándose mutuos
empujones, cuando Harry oyó un «¿Qué es eso?» desde las gradas.
Levantó la vista y lo que vio le heló la sangre: alguien volaba en una
escoba hacia los aros de Ron, por detrás. Alguien que l evaba una túnica
negra y capucha. E iba a mucha velocidad. Los demás no lo habían visto.
Ron acababa de detener un lanzamiento de Kregs y estaba despistado, y
Ginny, Katie y Bradley se disponían a volver al ataque. El desconocido
descendía hacia el os muy rápidamente.

Olvidándose del partido y de la snitch, Harry se separó de Klingum y


ascendió, acelerando al máximo su escoba. El desconocido se acercaba a
Ginny por detrás, y en la mano l evaba una varita.

—¡¡CUIDADO!! —gritó Harry, al mismo tiempo que Dutron se paraba en


seco, pues también había visto al extraño.

El encapuchado apuntó hacia Ginny con su varita, mientras Harry se


acercaba rápidamente a el a. Todo sucedió en un segundo. De la varita del
desconocido salió un destel o verde que se aproximó a Ginny. El a, que en
ese momento miraba hacia Harry, lo vio, y sus ojos se abrieron por la
sorpresa. Harry tuvo la vaga impresión de oír a Ron gritar «¡Ginny!» antes
de chocar contra el a y apartarla. El rayo verde dio en la Saeta de Fuego de
Harry, y ésta se prendió. Ambos cayeron, abrazados, desde la altura de casi
doce metros a la que se encontraban. Sin tiempo a pensar y concentrándose
todo lo que podía, intentó poner en práctica lo que había aprendido en
clase de Encantamientos e intentó frenar su caída, levitando. Notó como su
velocidad disminuía, pero con Ginny abrazada a él, no era suficiente... se
iban a estrel ar... y entonces, inexplicablemente, sintió cómo se frenaban
con más intensidad, antes de chocar finalmente contra el suelo y quedar
ambos tendidos en la nieve, jadeantes.

—Ginny... ¿estás bien? —preguntó Harry, intentando incorporarse.

—Creo que sí... pero me he hecho daño.


Harry miró alrededor. Por todas partes se oían gritos de terror. Miró hacia
lo alto, pero no vio al encapuchado. Sólo veía a los demás jugadores, que
descendían, y a Dumbledore y a los miembros de la Orden, que habían
saltado y entraban en el campo, corriendo hacia el os.

—¿Cómo es que estamos vivos? —preguntaba Ginny.

—No sé... intenté levitar, pero no sabía que lo hacía tan bien...

—¡¡Ginny!! ¡¡Harry!! ¿Estáis bien? —gritaba Ron, bajándose de la escoba.


Tenía la varita en la mano.

—¡Ron! —Harry se fijó en su varita y comprendió—. ¡Fuiste tú, ¿verdad?!


Frenaste nuestra caída.

—Sí —respondió él, agachándose junto a el os—. Pero no pensé que lo


lograría...

—Bueno, yo hacía algo parecido —dijo Harry, sonriéndole—. Gracias...

—¿Gracias? ¡Casi te mueres, Harry! —exclamó Ron, asustado—. ¡Ese


tipo lanzó un Avada kedavra!

—Lo sé...

—Me has salvado la vida, Harry... —decía Ginny, que parecía a punto de
echarse a l orar—. Creí que iba a morir cuando vi la luz verde...

—¡Harry! ¡Ginny! ¿Estáis bien? —preguntaba Lupin, con aspecto


preocupado, mientras se acercaba a el os, seguido por Dumbledore.

—Sí, estamos bien, gracias... —contestó Harry, poniéndose en pie gracias


a Ron, y ayudando a Ginny a levantarse.

—Gracias a Dios que has intervenido, Harry... y gracias también al señor


Weasley —dijo Dumbledore, que parecía más furioso de lo que Harry
había visto nunca—. No tuvimos tiempo de hacer nada.
—Profesor, Remus... ¿dónde está? ¿Dónde se ha metido el extraño? ¡Era
un mortífago! —chil ó Harry.

—Al fal ar su objetivo, y al veros caer, desapareció —respondió Lupin,


más calmado ahora que veía que ambos estaban bien.

—¿Desapareció? Pero, ¡eso no puede ser! —exclamó Harry—. Aquí


nadie...

—Usó un traslador —respondió Dumbledore—. No nos dio tiempo a


detenerlo.

—¿Traía un traslador? —preguntó Harry, alucinado.

—¡¡Harry!! —gritó de pronto Hermione, antes de abrazarlo—. ¿Estás


bien? ¡Creímos que la maldición te había dado!

—No, le dio a la escoba... —murmuró Harry, intentando no caerse ante el


abrazo de su amiga—. ¡La escoba!

¡Mi Saeta de Fuego! ¿Qué...?

—Se consumió, Harry —respondió Katie Bel —. Ardió como una


antorcha.

Harry cerró los ojos, fastidiado... era el regalo de Sirius, y lo había


perdido...

Klingum, que también había bajado de la escoba, se acercó a el os.

—¿Estás bien? —preguntó. Tenía la snitch en la mano—. Lo siento, no me


di cuenta de «porr» qué te

«apartabas» hasta que ya la había cogido. Pero no vale, «porr» supuesto...

—No te preocupes por eso —le dijo Harry con cansancio—. No importa.

Harry y Ginny fueron conducidos a la enfermería, acompañados de Ron,


Hermione y el resto del equipo, así como Fred y George, que habían l
egado corriendo a ver a su hermana. El resto de los miembros de la Orden
subieron al despacho de Dumbledore.

238

La señora Pomfrey los miró y los puso en dos camil as.

—No tenéis más que algunas magul aduras, afortunadamente —les dijo—.
Tomaos esto y podréis iros dentro de un rato.

—¿Qué tal está? —preguntó Harry, señalando a Warrington, que parecía


inconsciente. Bletchley se había acercado a él, y les contaba a los que
estaban al í lo que había sucedido.

—Sigue inconsciente —respondió la señora Pomfrey—. Es un milagro que


esté vivo.

Harry se levantó de su camil a y también se acercó a él. Tenía muy mal


aspecto. Aparentemente, tenía la mitad de los huesos del cuerpo rotos, y
apenas respiraba.

Harry y Ginny salieron de la enfermería al cabo de una hora. La señora


Pomfrey no permitió a nadie más entrar, porque Warrington necesitaba
descanso y silencio. En cuanto salieron, Harry, Ron, Hermione y Ginny se
dirigieron a la sala común.

—Harry, ¿qué significa esto? —preguntó Hermione, que parecía aún muy
nerviosa.

—No lo sé, Hermione...

—¿Por qué atacó a Ginny? —preguntó Ron—. Fue directo hacia el a...
¿Por qué lo hizo? ¡Ni siquiera tenía que estar jugando!.

Harry se detuvo de golpe.

—¡Claro! —exclamó, mientras los otros tres le miraban, extrañados.


—Ginny, dijiste que Warrington intentó frenar al final ¿verdad? Cuando
iba a estrel arse.

—Sí, su cara cambió completamente...

—Por eso... Warrington no hizo aquel o aposta, alguien le hizo algo...


Quien quiera que se lo haya hecho, no quería atacarme a mí, sólo quería
ponerle fuera de circulación, para que Ginny tuviese que jugar.

—¿Qué? —exclamó el a, asustada—. ¿Por qué?

—¿Por qué? ¡Por lo mismo de siempre! Por la misma razón que atacaron
los dementores, o que murió Penélope Clearwater, o que atacaron a los
padres de Hermione... ¡Por mí!

—Pero... aun así... ¿Por qué algo tan complicado para atacar a Ginny? —
preguntó Ron—. Yo estaba en el campo, era más fácil haberlo hecho
contra mí...

Harry no respondió. No lo sabía.

—El baile de navidad —dijo Hermione de pronto.

—¿Qué? —preguntaron Harry y Ron a la vez.

Harry, tú fuiste con Ginny al baile de navidad... seguramente fue por eso
—opinó Hermione.

—Claro... —asintió Ron—. De nuevo, esto nos trae a quien está haciendo
esto en Hogwarts... Esta vez se ha arriesgado mucho ¿no creéis? Hacer
todo esto delante de Dumbledore...

—Tenemos que descubrir quién es como sea... —dijo Harry, furioso—.


¡Tenemos que saber quien es, y tenemos que saberlo YA!

—Bueno, eso no es muy difícil —dijo Hermione mientras entraban por el


agujero del retrato.

—¿Ah, no? —preguntó Ron, levantando las cejas.


—No —respondió el a tranquilamente—. Si las cosas han sucedido como
creemos... Warrington nos lo dirá cuando despierte.

A Harry se le iluminó la cara.

—¡Es cierto! Seguro que no tarda en despertar, la señora Pomfrey lo


curará pronto, siempre lo hace...

La cena de esa noche no pudo haber sido más distinta de lo que Harry
había pensado aquel a mañana.

Hubiesen perdido o ganado, esperaba una gran celebración, una fiesta. En


su lugar, el comedor se hal aba silencioso, y de las mesas de las casas sólo
se elevaban débiles murmul os. Harry observó a Dumbledore, que hablaba
con la profesora McGonagal . Ambos tenían expresiones de total seriedad.
Snape, por su parte, apenas levantaba la cara de la mesa. ¿Sería posible
que no se hubiese enterado de que algo así iba a pasar?

Volvió su atención a la cena, aunque apenas tenía hambre. Ginny tampoco


estaba comiendo nada, se limitaba a hurgar en el plato con su tenedor. Los
alumnos levantaban la cabeza y los miraban de vez en cuando, hablando.
Aún nadie podía creerse que los mortífagos se hubieran atrevido a hacer
algo como aquel o delante de Dumbledore. Harry se levantó pronto de la
mesa. No quería quedarse al final ni escuchar lo que Dumbledore tuviera
que decir. Quería volver a la sala común y pensar.

Al verle, Ron, Hermione y Ginny se levantaron también y lo siguieron. Las


cabezas de todos se volvían para mirarlos mientras salían del Gran
Comedor.

—¡Harry! ¡Eh, Harry! —gritó una voz tras el os, cuando se acercaban a la
escalinata de mármol. Se volvieron para mirar. Era Cho, seguida por
Michael Corner, Anthony Goldstein, Terry Boot y Luna.

—Hola Cho... —saludó Harry.

—¿Os encontráis bien? —preguntó el a—. ¡Dios mío, nos l evamos un


susto terrible cuando lo vimos!
Creíamos que la maldición te daría —terminó, mirando a Ginny.

239

—Yo también —dijo la chica—. Era incapaz de moverme...

—Menos mal que estabas al í —dijo Michael, mirando a Harry y


sonriéndole—. Fuiste rapidísimo... Es una lástima lo de tu Saeta de
Fuego...

—Sí, ya... pero eso da igual. Lo importante es que estamos vivos...

—¿Quién creéis que pudo ser? —preguntó Anthony Goldstein.

—Alguien de Slytherin, seguro —terció Terry Boot.

—No deberíamos hablar de esto aquí —dijo Hermione, mirando a los


lados—. Deberíamos esperar a la próxima reunión del ED...

—¿Cuándo? —preguntó Marietta.

—Mañana —respondió Harry con decisión—. Esto está descontrolándose.


Tenemos que hacer algo y pronto.

—Vale, pues hasta mañana entonces —Se despidió Cho, al igual que sus
compañeros, que volvieron al Gran Comedor.

Harry, Ron, Hermione y Ginny entraron en la sala común y se sentaron


junto al fuego, pensativos. Harry estaba cansado, pero no creía que fuese
capaz de dormir... había estado a un pelo de la muerte, al igual que Ginny...
Aun no se creía que estuvieran vivos. Ginny parecía muy afectada aún.

—Venga, no te preocupes. Ya ha pasado todo —intentó animarla Harry,


forzando una sonrisa.

—Harry, me has salvado la vida dos veces... primero me apartas del rayo y
luego frenas la caída...
—Bueno, la caída no la frené yo solo. Si no es por Ron no lo habría
conseguido... Menos mal que tenías tu varita —dijo, mirando a su amigo.

—Consideré que era prudente l evarla, aunque no sé por qué.

—Bueno, es obvio que no tenéis problemas con los hechizos levitatorios,


¿no? —dijo Hermione, sonriéndoles.

—Te dije que serían útiles en el quidditch —le recordó Ron con tono
mordaz. Hermione no respondió.

—Me voy a la cama —dijo Ginny, levantándose—. Gracias otra vez... —le
dio un beso en la mejil a a Harry y otro a Ron, y subió por las escaleras de
los dormitorios.

—Yo también voy a acostarme —anunció Hermione—. Y vosotros


deberíais hacer lo mismo.

—Yo no creo que pueda dormirme —dijo Harry.

—Yo tampoco —añadió Ron.

—Bueno, como queráis —dijo el a dirigiéndose hacia las escaleras—.


Hasta mañana.

—Hasta mañana —contestaron ambos.

—¿Qué crees que le sucedió a Warrington? —le preguntó Ron a su amigo.

—No lo sé... algún hechizo, supongo...

—Oye, es mejor que subamos a la cama, antes de que l eguen todos los
demás.

—Sí, tienes razón —dijo Harry, levantándose.

Harry se puso el pijama y se metió en la cama, preocupado, recordando los


sucesos de aquel a tarde. Había estado a punto de morir dos veces... había
salvado a Ginny por un pelo... La habían atacado delante de él porque
había sido su acompañante en el baile de Navidad, o eso era lo más
probable... Había l egado a tener una verdadera amistad con Ginny, un
extraño entendimiento, y no soportaría que le pasase nada...

¿Cuántos más intentos como el de esa tarde habría? Hasta ahora había
fracasado todos, excepto el de Penélope Clearwater (y aún así, Percy, que
parecía haber sido el principal objetivo, se había salvado), pero

¿cuántos ataques más podrían resistir antes de que alguien querido para él
perdiera la vida? No lo sabía...

pero lo que sí sabía eran dos cosas: Voldemort no se detendría ante nada, y
él, Harry, no pararía hasta que el asesino de sus padres estuviese muerto.

240

24

El Peligro Acecha

Lo primero que hizo Harry al levantarse, al día siguiente, fue modificar los
números de su falso galeón para reunir al ED aquel a tarde a las cinco.
Luego, en cuanto Ron y Hermione estuvieron con él, bajaron a desayunar

—¿Qué vas a hacer respecto a la Saeta de Fuego, Harry? —le preguntó


Ron.

—No lo sé... Me da tanta rabia... ¡Era un regalo de Sirius! —exclamó,


dolido—. Supongo que me compraré otra.

—¿Otra Saeta de Fuego? —preguntó Hermione, levantando la vista de su


cuenco de gachas.

—Sí.

—Guau... te vas a gastar una fortuna —dijo Ron, mirándole con una ligera
envidia.
—Bueno, Sirius me dejó su dinero, ¿no? Y en su cámara, según me contó
Lupin, hay mucho más dinero que en la mía, en la que ya hay bastante, así
que no creo que tenga mucho problema...

Ron bajó la mirada, pensativo, untando una y otra vez su tostada. Harry y
Hermione se fijaron en él y se miraron. La situación económica de los
Weasley, con el ascenso obtenido por el señor Weasley y la ayuda de Fred
y George, era mucho mejor, pero no podía compararse a la de Harry, que
poseía ahora dos cámaras l enas de miles de galeones cada una.

—Te regalaré una a ti y otra a Ginny —dijo Harry de pronto.

—¿Qué? —preguntó Ron, levantando la mirada, atónito.

—Que os regalaré una Saeta de Fuego a cada uno.

—No... Harry, no puedes... ¡Cuestan cientos de galeones cada una! ¡No


puedes gastarte tanto dinero!

—Mira —replicó Harry—, Sirius me dejó todo ese dinero, no sé qué hacer
con él, ¿vale? Me gustaría compartirlo con alguien, no lo quiero sólo para
mí... vosotros me ayudasteis a rescatarlo aquel a noche. Tú me salvaste
hoy la vida. Eres amigo mío, eres como un hermano, así que no discutas.

Ron cal ó, sin saber qué decir, pero poniéndose rojo.

—Tú le regalaste esa diadema a Hermione, que es carísima ¿recuerdas? Y


el a la aceptó. Bueno, tú puedes hacer lo mismo... No lo hago por caridad,
si es eso lo que te impide aceptarlo. Lo hago porque quiero.

—Pero Harry...

—Vosotros siempre me habéis aceptado en vuestra casa —continuó Harry,


sin hacerle caso—. He dormido al í, he sido invitado a los Mundiales por
tu padre, he comido con vosotros... Me habéis dado una familia,
comparado con eso, una escoba, aunque valga cientos de galeones, no es
nada.
Ron sonrió, sin saber qué replicar. Hermione también sonreía, mirándolos
con los ojos vidriosos.

—Está bien —aceptó Ron—. Pero no tendrás que regalarme nada por mi
cumpleaños.

—De acuerdo —dijo Harry, y se dieron la mano con fuerza.

—¿Qué te pasa a ti? —preguntó Ron mirando hacia Hermione, que se


limpiaba los ojos.

—Nada —respondió el a.

—Eres muy rara, ¿lo sabías? —le dijo Ron, observándola con interés.

En cuanto regresaron a la sala común, Harry subió a su habitación, cogió


un ejemplar de El Mundo de la Escoba e hizo un pedido de tres Saetas de
Fuego. Luego bajó y se unió a Ron y Hermione, que estaban trabajando en
un mapa de astronomía.

—No me aclaro con todos estos asteroides y cometas —decía Ron—. ¿Por
qué todos tienen que tener nombre?

Hermione le miraba el trabajo, con una expresión a medias entre la


diversión y el reproche. Harry cogió su propio mapa y se puso también a
hacer el trabajo, hasta que bajó Ginny de su dormitorio.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry en cuanto se les acercó.

—Sí, mucho mejor, gracias... —respondió el a—. Es que... aun no me


puedo creer lo que ocurrió ayer.

¿Habéis desayunado ya?

—Sí —respondió Ron—. Hemos subido hace un rato.

—Ah, bueno... —Miró a su alrededor y vio a Colin Creevey, que hablaba


con su hermano—. Oye, Colin,
¿Has desayunado?

—No —contestó el chico.

—¿Te apetece bajar conmigo?

—Claro que no. Dennis nos acompañará, él tampoco ha comido.

Ginny se despidió de el os, dejándolos entre mapas del sistema solar, y


salió con los Creevey por el agujero del retrato.

241

Esa misma tarde, a las cuatro, Harry se levantó de la butaca en la que se


encontraba leyendo y habló con Ron y Hermione.

—¿Me acompañáis?

—¿Adónde? —preguntó Ron—. Aún falta una hora para las cinco...

—Quiero ir a la enfermería antes, a ver cómo está Warrington.

—¡Ah, sí! ¡Es cierto! Vamos —dijo Ron, levantándose inmediatamente—.


¿Vienes, Hermione?

—Claro —respondió el a.

Salieron de la sala común y se dirigieron a la enfermería. Para su sorpresa,


al entrar vieron a Dul ymer y a Sarah, la chica del baile, que estaban junto
a Warrington, observándole. Henry mostraba una expresión muy
preocupada. Warrington, por su parte, parecía igual que el día anterior,
aunque su respiración era más suave.

—Hola —dijo Harry, saludando—. ¿Cómo está?

—Un poco mejor que ayer —respondió Dul ymer, sin abandonar la
expresión de preocupación. Luego miró a Sarah, y después a Harry, Ron y
Hermione, y volvió a hablar—: Bueno, creo que no os conocéis
oficialmente. Eh... el a es Sarah Brighton; Sarah, éstos son Harry Potter,
Ron Weasley y Hermione Granger...

—Sí, ya lo sé —contestó la chica, sonriendo, y les tendió la mano—.


Encantada.

—Nosotros también estamos encantados —dijo Ron.

—La señora Pomfrey dijo que se está mejorando. Que es posible que en un
par de días recupere la conciencia —comentó la chica.

—¿De verdad? —dijo Harry, muy contento—. Eso es estupendo.

—¿Por qué tienes esa cara de preocupación, Henry? —preguntó Hermione,


mirándole—. Se va a poner bien...

—Sí, ya lo sé, pero lo grave es que haya sucedido algo así ¿no creéis?

—En Slytherin hay mucho miedo —declaró Sarah, compungida—. Nunca,


nadie de nuestra casa, había sido... bueno, atacado así.

—Sí, lo imaginamos —dijo Harry.

—Malfoy se ha puesto insoportable —comentó Henry con algo de


desagrado—. Dice que eso le ha pasado a Warrington por hacerse amigo
vuestro, que se había olvidado de cuál era su lugar, y que éstas son las
consecuencias... Creo que, de no ser por Crabbe y Goyle, Bletchley lo
hubiera golpeado.

—Desgraciadamente, muchos piensan como Malfoy —añadió Sarah—. A


mí nunca me cayó bien, siempre tan prepotente, él y esos amigos suyos,
siempre jactándose de su padre, de quien era...

—Bueno, no creo que Warrington esté así por l evarse bien con nosotros
—dijo Harry. Henry y Sarah le miraron, interrogantes—. Creemos que le
pasó esto porque querían que jugase Ginny, para luego poder atacarla.

Dul ymer parecía impresionado.


—Guau ¿estáis seguros de eso?

—Prácticamente —respondió Hermione.

—¿Y por qué alguien iba a querer hacer algo así? —quiso saber Sarah.

—No estamos seguros —mintió Harry.

Se quedaron charlando al í, con Henry y Sarah, durante media hora más,


tras lo cual abandonaron la enfermería para dirigirse a la Sala de los
Menesteres.

—Tenemos aún mucho tiempo por delante —dijo Ron, mirando su reloj.

—No pasa nada —repuso Hermione, cogiendo un libro y sentándose en


uno de los cojines—. Aquí hay mucho para leer...

Hermione, por tanto, se puso a leer, mientras Harry y Ron pasaban el


tiempo intentando desarmarse, hasta que los demás empezaron a l egar.
Harry les indicó que se sentaran, y, acto seguido, les contó todo lo
sucedido en el partido del día anterior, incluidas sus sospechas.

—La buena noticia —añadió, para terminar—, es que Warrington se está


recuperando. Creemos que en un par de días podría despertar, y decirnos
quién le ha hecho esto.

—Eso sería estupendo —manifestó Ernie—. Por fin sabremos quien está
detrás de todo esto...

—Siempre que Warrington lo sepa, claro —apuntó Anthony Goldstein.

—Bueno, en caso de que no fuera así, tenemos que encontrar la manera de


averiguar quien lo ha hecho.

—¿Y qué manera es esa?

—Bueno, aquí somos de tres casas, ¿no? Podemos indagar entre nuestros
compañeros, a ver qué averiguamos.
—Sí, eso es una buena idea —dijo Ron—. Aunque claro, aquí no hay nadie
de Slytherin, y lo más probable es que el que lo haga sea de Slytherin.

En la sala se escucharon murmul os que le daban la razón a Ron.

—Eso está muy bien, pero ¿estamos seguros de que esto lo hace un
alumno? —preguntó Terry Boot.

242

—No, pero es lo más probable —respondió Harry—. No hay ningún


profesor nuevo desde el año pasado, así que...

—Yo creo que Snape sería capaz de hacer algo así —comentó Justin Finch
—Fletchley.

—No. Snape no es agradable, pero está de nuestra parte —sentenció Harry


con determinación.

—Bueno, dado que todo conduce a que sea un alumno el que hace esto, y
que probablemente sea de Slytherin, está claro que necesitamos contactos
en Slytherin —dijo Hermione. Los demás la miraron como si estuviera
loca.

—¿Contactos con los de Slytherin? —preguntó Michael Corner—. ¿Estás


loca?

—Tiene razón —la apoyó Harry—. En Slytherin ya no son las cosas como
eran. Seguro que la mayoría conocéis a Henry Dul ymer, que es muy
simpático, y últimamente, Warrington y Bletchley están mucho más
amables. Ha habido un cambio de actitud muy grande en alguna gente de
Slytherin. Además, ahora también están asustados por lo que le ha pasado
a Warrington, y seguro que querrán colaborar.

—¿Vas a meter a alguien de Slytherin en el ED? —preguntó Cho, sin


creérselo.

—No. No de momento, pero creo que deberíamos intentar contactar con


aquel os que estén más dispuestos a ayudarnos, es decir, aquel os que no
sean como Malfoy y los suyos. Si conocéis a alguien medianamente
dispuesto... intentad sonsacarle algo. Eso sí, de manera sutil ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondieron la mayoría, aunque no demasiado


convencidos ante la idea.

—Bueno... ¿Vamos a hacer algo hoy? —preguntó Cho.

—Sí, podríamos hacer algo —dijo Harry—. Conocemos un par de


maleficios nuevos...

—¿Cuáles?

—Uno se lo vi a Ron echárselo a Malfoy, es útil. Se l ama Maleficio de la


Ceguera y, vamos, deja ciego a la persona que lo recibe.

—¿Ciego para siempre?

—¡Claro que no! —respondió Ron.

Una vez explicados como eran los maleficios, se pusieron por parejas para
practicarlos, lo que estuvieron haciendo durante una hora, antes de
separarse y volver cada uno a sus salas comunes.

Al día siguiente, cuando terminaron de comer, Harry, Ron y Hermione


subieron a la sala común. Ron se sentó en su butaca, junto a fuego, y miró
a Hermione.

—¿Te apetece jugar al ajedrez? —le preguntó.

Hermione le miró y sonrió.

—Claro que sí. No jugamos desde Navidad —dijo el a muy alegre.

—Bajo ahora —les dijo Harry, dirigiéndose a las escaleras.

Entró en su habitación, y al í, para su sorpresa, le esperaba el envío que


había solicitado el día anterior: tres magníficos paquetes esperaban sobre
su cama, con una nota.
—Sí que se dan prisa —dijo, sonriendo de ilusión, y abriendo la carta.

Estimado señor Potter:

Aquí tiene usted su pedido: tres magníficas escobas voladoras modelo


Saeta de Fuego.

Esperamos que las disfrute. Gracias por depositar su confianza en


Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch , Cal ejón Diagon nº 28,
Londres.

Harry sonrió, y miró la factura, que también le adjuntaban: dos mil


setecientos galeones. La sonrisa se le borró.

—Guau, novecientos galeones cada una... Podrían haberme hecho un


descuento por comprar a lo grande

—murmuró para sí.

Cogió los tres paquetes y se dirigió a la escalera. Se le olvidó la factura en


cuanto pensó en las caras de Ron y Ginny al verlas...

Ron y Hermione habían empezado ya la partida. Ginny estaba con el os,


mirándolos, muy entretenida. Harry se sentó y Ron abrió la boca al ver los
paquetes.

—¿Ya han l egado? —preguntó, emocionado, olvidándose del ajedrez.

—Sí —dijo Harry, sonriéndole y entregándole su paquete—. Y éste es para


ti, Ginny.

—¿Qué es esto? —preguntó, muy sorprendida, mientras lo abría.

—Un pequeño regalo.

—¡¿Un pequeño regalo?! —exclamó Ginny, al abrirla—. ¡Es una Saeta de


Fuego!

—Sí. Tenemos tres, una para cada uno...


Ron miraba la suya con expresión embobada.

—Muchísimas gracias, Harry, de verdad... —murmuraba, sin dejar de


acariciar el palo.

243

—¿«Muchísimas gracias»? —preguntó Ginny, perpleja—. ¡Ron! Harry...


no, no podemos aceptarlas, valen demasiado dinero...

—Mira, ya he discutido esto con Ron. Tienes que aceptarla, es lo mínimo


que os corresponde de lo que me ha dejado Sirius. Además, ya están
pagadas y no voy a devolverlas, así que, si no la quieres, tendré que
dársela a Filch para que barra los pasil os con el a.

—¿Barrer los pasil os con una Saeta de Fuego? —exclamó Seamus, que se
había acercado y observaba maravil ado las tres escobas—. Pero, ¿qué
dices?

Harry se rió.

—¿Lo ves? Es tuya. Con el as, ganaremos el campeonato de quidditch del


colegio, ya que no ganamos el Torneo Internacional...

—No sé qué decir... —murmuró Ginny, muy colorada.

—Di «Gracias» y ya está.

Ginny sonrió y le miró a los ojos.

—Gracias —dijo, dándole un rápido beso en la mejil a.

Harry se fijó entonces en Hermione, que los miraba sonriente, y se dio


cuenta de que a el a no le había regalado nada. El a era la que le había
ayudado finalmente a rescatar a Sirius de los dementores, y se había
quedado sin regalo. A el a no parecía importarle, poro se sintió muy
avergonzado de no haberse acordado de regalarle algo a su amiga.
«Tengo que conseguir algo para el a —pensó para sí—. ¿Cómo puedo ser
tan tonto?»

—¿Vamos a dar una vuelta para probarlas? —sugirió Ron, emocionado.

—Está bien —dijo Harry.

—¿Vienes, Hermione? —le preguntó Harry, sintiéndose culpable—.


Puedes volar con nosotros...

—No, gracias —repuso el a, sonriendo—. Voy a empezar una traducción


para Runas Antiguas.

A Harry le pareció que la sonrisa de Hermione era un poco forzada,


aunque no sabía por qué, y no se atrevía a preguntárselo, por si la razón era
que el a no tuviera regalo. Antes de salir por el agujero del retrato, le
dirigió una última mirada a su amiga, que permanecía sentada delante del
tablero con la partida de ajedrez sin terminar.

Harry, Ron y Ginny salieron al exterior y se dirigieron al campo de


quidditch, donde estuvieron volando hora y media. Ron y Ginny parecían
extasiados por las habilidades de la Saeta de Fuego.

Mucho más cansados, y casi congelados, regresaron volando al castil o y


entraron en el vestíbulo, donde se encontraron con Malfoy, Crabbe y
Goyle.

—Vaya, ¿de dónde vendrán estos tres? —dijo Malfoy, más arrogante de lo
que había estado últimamente—.

Fijaos, han sustituido a la sangre sucia por otra pobretona, y...

Malfoy cal ó y abrió mucho los ojos, viendo las escobas que traían.

—¿Son Saetas de Fuego? —preguntó, acercándose.

—Pues sí —respondió Harry, con una gran sonrisa.

—¡Pero si la tuya ardió! ¡Yo la vi arder!


—Es cierto, pero he comprado otra. Y les he regalado dos a el os —señaló
—. ¿Te gustan?

Ginny y Ron se rieron ante la cara de asombro de Malfoy y se dirigieron a


la escalinata, pero antes de subir Harry se volvió y añadió:

—Y estoy pensando en regalarles otra a cada uno de los miembros del


equipo de Gryffindor... ¿Qué te parece?

Harry se dio la vuelta y subió las escaleras, riéndose con Ron y Ginny, sin
esperar a que Malfoy hiciera o dijese algo.

—¿No lo dirás en serio, verdad? —le preguntó Ron a Harry—. Lo de


regalar una a cada miembro del equipo...

—Claro que no —contestó Harry—. Sólo lo dije para asustarle...

Entraron en la sala común y buscaron a Hermione con la mirada, pero no


estaba al í. Harry se fijó en que el tablero de ajedrez estaba igual que antes
de que se fueran.

—Parvati, ¿dónde está Hermione? —le preguntó Ron.

—No sé... creo que dijo algo de las cocinas...

—¿Cocinas? ¡Otra vez con el PEDDO! ¡Y encima, sola por el castil o! —


Ron meneó la cabeza, exasperado.

—Para el a es importante —dijo Ginny—. Deberías tratar de entenderlo.

—Ginny, los elfos no quieren ser libres —afirmó Ron, sentándose en una
butaca.

—No es cuestión de que los elfos quieran ser libres o no, Ron, creí que
habías madurado lo suficiente para entenderlo —le espetó Ginny, subiendo
a su cuarto.

—¿Qué le pasa ahora a ésta? —le preguntó a Harry.


—No lo sé —respondió Harry, que tampoco había entendido nada.

Harry y Ron se pusieron, a su pesar, a hacer los deberes, y l evaban una


hora trabajando cuando Hermione entró en la sala común.

244

—¿Qué tal el vuelo? —les preguntó.

—¡Genial! —contestó Ron—. Tenías que haber visto la cara de Malfoy


cuando vio las escobas... era para morirse. Y por cierto —añadió, en tono
reprobatorio—: ¿De dónde vienes? ¡Sabes que no debemos ir solos por los
pasil os!

—Ya lo sé, pero no había nadie que me acompañara —dijo el a, con un


leve tono de decepción en la voz—, y quería ir a las cocinas y a la
biblioteca.

—¿Otra vez a las cocinas? ¿Qué tramas?

—No tramo nada —se defendió el a, sentándose en la butaca en la que


estaba antes, mirando al tablero de ajedrez.

Ron la miró con cara de incredulidad, pero, viendo que si seguían así iban
a discutir, cambió de tema.

—¿No ibas a hacer algo de Runas Antiguas? —preguntó.

—Por eso fui a la biblioteca —contestó Hermione, mirando al tablero.


Luego miró a Ron otra vez y empezó a recoger las piezas.

—¿Por qué está tan seria? —le preguntó Ron a Harry en un susurro.

—No sé —contestó Harry. No quería decirle a su amigo que a lo mejor


Hermione estaba así por no tener el a un regalo... aunque, en el fondo,
sospechaba que no era (al menos) sólo por eso.

El martes, después de la comida, Harry y Ron se dirigieron a la biblioteca


para un horrible trabajo que les había puesto Snape. Hermione, por su
parte, tenía clase de Runas Antiguas.

—¿Quieres que te acompañemos al aula? —Preguntó Ron.

—No, gracias, iré con los de Ravenclaw —Respondió Hermione, con una
sonrisa que le parecía algo forzada. Y era la segunda en dos días.

«¿Qué le pasará? —pensó Harry mientras él y Ron caminaban hacia la


biblioteca—.¡Tengo que conseguirle pronto un regalo! Pero no sé qué
puede ser tan bueno para Hermione como lo es una Saeta de Fuego para
Ron...»

—¿En qué piensas? —Le preguntó Ron.

—Nada...

—¿Nada? Parece que estás en otro mundo.

—Mira, es que a ti y a Ginny os regalé las Saetas de Fuego ¿sabes? Y no


se me ocurrió regalarle nada a Hermione, como el a no juega al
quidditch... —confesó, avergonzado— y mira, me siento ma; no sé qué
comprarle para compensarla. ¿No te parece que está algo rara
últimamente?

—Un poco sí —respondió Ron—. Tengo que hablar con el a... últimamente
le hemos hecho poco caso, con todo lo de la final de quidditch, los
entrenamientos y eso...

—Sí, tienes razón...

Entraron en la biblioteca y se pusieron a hurgar entre polvorientos


volúmenes sobre pociones para el trabajo que debían hacer.

—Buf, esto es horrible... ¿Por qué no esperamos a que venga Hermione y


nos ayude? —sugirió Ron.

—Ya no nos falta tanto —dijo Harry—. Creo que podemos hacerlo bien...
¿Qué haríamos si Hermione no hubiera l egado a ser amiga nuestra?
—Pues que aún estaríamos en primero —respondió Ron, riéndose.

Continuaron trabajando durante un rato, hasta que por la puerta entró


Hermione, muy agitada.

—¡Ron! ¡Harry!

—¿Qué pasa? —preguntaron ambos, poniéndose en pie de un salto.

—Es Warrington. Parece que está despertando.

—¿De verdad? ¡Vamos al á!

Los tres salieron disparados hacia la enfermería, donde encontraron a la


señora Pomfrey con Warrington, que parecía agitarse. Estaba acompañado
por Bletchley y algunos más de Slytherin, aunque Harry no conocía el
nombre de ninguno.

—¿Cómo está? —preguntó Harry.

—Bueno, parece que empieza a despertar... —respondió Bletchley.

Harry, Ron y Hermione se sentaron en unas sil as, observando cómo


Warrington luchaba por recuperar la conciencia. En ese momento, oyeron
chirriar la puerta de la enfermería, pero no entró nadie.

—Cerraré la puerta —dijo Ron, levantándose. Cerró la puerta y volvió a


sentarse en su sitio.

—¿Cómo supiste que estaba despertando? —le preguntó Harry a


Hermione.

—Pasé por aquí al salir de la clase de Runas Antiguas —respondió el a—.


Entonces corrí a avisaros...

—¿Vosotros no tenéis idea de lo que le sucedió el día del partido? —


preguntó Ron, mirando hacia los de Slytherin.
—No —respondió Bletchley—. Parecía nervioso, pero nada fuera de lo
normal.

En ese momento, Warrington abrió los ojos.

245

—...gua —pidió, débilmente.

—¿Qué ha dicho?

—Creo que quiere agua —dijo Hermione, levantándose y dándole de beber


a Warrington.

—Gracias, señorita Granger —dijo la señora Pomfrey, acercándose—.


Vaya, parece que vuelve con nosotros...

Warrington abrió los ojos del todo y miró a su alrededor. Se quedó


observando a Harry.

—Potter...

—¿Qué sucede? ¿Cómo estás? —preguntó Harry.

—Siento lo del partido... no pude evitarlo... no quería...

—Está bien, está bien. No te preocupes —dijo Harry, intentando calmarlo.

—Richard, no hables —pidió Bletchley.

—Es necesario tener cuidado... es peligroso... —dijo Warrington de nuevo.

—¿Qué te sucedió, Richard? —le preguntó Harry, sabiendo que


Warrington no debía de hablar, pero ansioso por obtener una respuesta.

—Maldición... imperius... No pude resistirme hasta ver que me iba a


matar... quería matarme...

—¿Quién, Richard? —preguntó Bletchley—. ¿Quién fue?


—Debéis tener cuidado con él... vosotros tres... —continuó, mirando a
Harry, Ron y Hermione—. Es muy peligroso... Él... Aaagh...

—¡Señor Warrington! ¿Qué le pasa? —exclamó la señora Pomfrey


asustada.

Warrington empezó a convulsionarse y a echar espuma por la boca. Sus


ojos se vidriaron, quedando fijos en el infinito, y luego se relajó.

—¡Dios mío! —murmuró Hermione, l evándose las manos a la boca.

—¡¿Qué sucede?! —preguntó Bletchley, muy asustado.

—Está... está...

—¡No, aún no! —gritó la señora Pomfrey—. ¡Salid todos de aquí! ¡Que
alguien avise al director! ¡Le han envenenado! Aún no está muerto, pero
puede ser cuestión de minutos.

Harry, Ron y Hermione se quedaron petrificados. ¿Envenenado?

—¡Vamos! —exclamó Hermione, agarrándolos a ambos y sacándolos de


su ensimismamiento—. ¡Tenemos que avisar a Dumbledore!

Salieron corriendo de la enfermería y se lanzaron hacia el despacho del


director.

—¿Adónde van con tanta prisa? —preguntó la voz fría de Snape.

—¡Es Warrington, profesor! —explicó Harry—. ¡Le han envenenado, hay


que l evarle a San Mungo!

—¿Cómo dices, Potter? —preguntó Snape, antes de salir raudo hacia la


enfermería—. ¡Avisad al director!

Hermione dijo la contraseña y subieron al despacho.

—¡Profesor Dumbledore! —entró gritando Hermione. Dumbledore, que


estaba leyendo unos pergaminos, levantó la vista asustado—. ¡Tiene que ir
a la enfermería, Warrington ha sido envenenado!

—¿Qué? ¡Vamos!

Se levantó y bajó como un rayo hacia el corredor, y luego, seguido de los


tres amigos, corrió hacia la enfermería.

—¡Poppy! ¿Cómo está? —preguntó al entrar.

—Muy mal, señor director, no sé cuanto aguantará...

—Bien, lo l evaremos a través de la chimenea... ayúdame, Severus. —


Ambos cogieron a Warrington en una camil a y lo acercaron a la
chimenea; Snape cogió polvos Flú—. Vosotros esperadme en mi despacho
—les dijo Dumbledore.

Snape lanzó los polvos Flú y entre él y Dumbledore metieron a Warrington


en la chimenea y desaparecieron.

La señora Pomfrey estaba aterrorizada y pálida como la luna.

—Señora Pomfrey... —dijo Hermione—. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo le han


envenenado?

—No lo sé —respondió el a.

—¡Bebió agua! —dijo Ron de pronto—. Seguro que al í estaba el veneno...


Es obvio que el que se lo dio fue el mismo que le lanzó la maldición
imperius, y claro, no querría que confesara...

—No lo hará —repuso la señora Pomfrey, abatida—. No sé exactamente


qué veneno le dieron, pero estaba entre la vida y la muerte. Lo que es
seguro es que no estaba en el agua.

—¿Por?

—Porque si es lo que yo creo, al beberlo habría actuado muy rápidamente.


No habría tenido tiempo de decir nada más.
—¿Entonces...? —preguntó Ron.

—Lo más probable es que lo haya absorbido a través de la piel... eso


explicaría por qué aún está vivo.

Harry, Ron y Hermione se miraron. ¿A través de la piel?

—Bueno, vosotros es mejor que os vayáis... y que tengáis los ojos abiertos.
Este castil o no es nada seguro.

246

Los tres se miraron, y volvieron al despacho de Dumbledore, cabizbajos y


pensativos. Habían presenciado un intento de asesinato... que quizás aún
culminase en éxito.

—¿Cómo creéis que le envenenaron? —preguntó Hermione—. Tuvo que


ser mientras estábamos al í, pero nadie le tocó, excepto yo cuando le di
agua...

—Si le envenenaron cuando estábamos al í, eso quiere decir que fue uno
de aquel os chicos de Slytherin

¿no? ¿Quién más podría haber sido?

—No lo sé, pero no creo que fuese ninguno de los que estábamos al í.
Warrington le hubiese reconocido.

Tenía que estar hablando de otra persona —razonó Harry.

—No necesariamente —le contradijo Ron—. No parecía ver mucho. Y si


no hablaba de ninguno de los que estaban al í, ¿de quién lo hacía?

—Sea quien sea, debe ser un alumno de último curso, o como mínimo de
sexto —opinó Hermione—. Si fue capaz de lanzar una maldición
imperius...

—¿Alguien de Durmstrang? —sugirió Ron.


—No creo... por como hablaba Warrington de él, parecía conocerle...

Siguieron formulando hipótesis durante un largo rato, hasta que el fuego


de la chimenea crepitó, volviéndose verde, y Dumbledore salió de él, con
expresión de gran preocupación.

—¡Profesor! —exclamó Harry rápidamente—. ¿Qué le pasó? ¿Cómo está?

—Se mantiene con vida —respondió Dumbledore con voz preocupada.


Parecía haber envejecido veinte años desde que los tres le habían avisado.

—¿«Se mantiene»? —repitió Hermione con un quejido.

—Sí. Le han administrado a través de la piel unas gotas del peor veneno
que se conoce. No hay antídoto contra él. En San Mungo lo tratarán, pero
dependerá de su propia resistencia el que viva o muera. En caso de que
finalmente viva, no tenemos ni idea de cuánto tardará en despertar.

—Pero ¿cómo? ¡Nosotros estábamos al í! ¡Nadie le hizo nada, y de pronto


empezó a convulsionarse!

Dumbledore negó con la cabeza.

—No lo sé.

—Warrington nos dijo que alguien le había lanzado la maldición imperius,


que el que lo hizo era muy peligroso...

—¿La maldición imperius? —Dumbledore movió la cabeza en gesto


afirmativo—. Sí, ya me esperaba que fuese eso...

—¿Sigue sin tener idea de quien fue, verdad? —preguntó Harry,


conociendo de antemano la respuesta.

—Sí —contestó el director con pesar—. Ninguno de los alumnos de este


colegio podría, en principio, saber usar esa maldición... Al menos ninguno
de séptimo para abajo.

—¿No podemos hacer nada? —preguntó Ron.


—Temo que sólo esperar... estamos haciendo esfuerzos sobrehumanos para
averiguar quién es el causante de todo esto y qué es lo que finalmente
pretende Voldemort. —Dumbledore los miró—. Vosotros regresad a la
sala común, y no se os ocurra salir de al í ¿de acuerdo? He de hablar con
los demás profesores.

—Está bien —obedeció Harry, levantándose—. Hasta luego, profesor


Dumbledore.

—Hasta luego, Harry, Ron, Hermione... y tened cuidado —advirtió, por


última vez.

Regresaron, más temerosos que nunca, a la sala común de Gryffindor,


donde contaron todo lo sucedido, provocando gritos de miedo y terror
entre los alumnos.

—No es posible... ¿Le envenenaron delante de todo el mundo y no visteis


cómo ni quién? —Preguntaba Dean Thomas—. ¿Pero cómo lo hizo?

—Nadie lo sabe, Dean —respondió Ron.

—A lo mejor puede hacerse invisible —opinó Colin Creevey.

—¡O quizás puede desaparecerse! —dijo Lavender, mirando a los lados


por si acaso.

—¿Cuántas veces voy a decirlo? —preguntó Hermione, poniendo los ojos


en blanco—. Nadie puede...

—...aparecerse ni desaparecerse en este castil o —terminó Ron, sonriente.


Hermione le miró y en su cara se formó una sonrisa.

Durante la tarde, el rumor de lo que le había pasado a Warrington se


extendió por el castil o, y Harry convocó una reunión del ED para antes de
la cena, con la idea de hablar de lo sucedido y practicar algo.

—Es necesario que lo hagamos mejor y más seguido —les recordó—. Esto
se está volviendo muy peligroso.
No sabemos cómo ese individuo envenenó a Warrington, pero lo último
que nos dijo antes de volver a quedarse inconsciente, es que tuviésemos
cuidado. Muchísimo cuidado.

Se pasaron la hora practicando hechizos, esquivando y atacando, como en


una lucha real. Harry colocaba a una persona en el centro de la sala, y
cinco a su alrededor, que le atacaban al azar, y él o el a debían defenderse
lo mejor posible, para estar preparados para ataques inesperados.

Tras terminar la reunión, a las seis y media, Hermione pidió a Ginny que
la acompañara.

247

—¿No vienes a la sala común? —le preguntó Ron—. ¿Vais a ir por ahí
solas?

—No te preocupes, Ron. No tardaremos. Si no l egamos a tiempo, bajad a


cenar, nos veremos al í.

—Está bien —aceptó Ron a regañadientes.

Ambas se marcharon corriendo y Ron y Harry se encaminaron hacia la


sala común.

—¿Qué crees que irían a hacer? —le preguntó Harry.

—Seguro que es algo del PEDDO —contestó Ron—. ¿Cómo puede pensar
en eso con todo lo que está ocurriendo?

Harry se encogió de hombros, mientras miraba en el mapa del Merodeador


si había algún peligro, pero cerca de el os sólo se veían a los miembros del
ED, regresando a las salas comunes en pequeños grupos.

Avanzaban por un pasil o desierto cuando oyeron un grito. Ambos se


miraron y echaron a correr. Doblaron una esquina y lo que vieron los
paralizó: alguien, con una túnica y capucha, parecidas a las de los
mortífagos, pero no igual, apuntaba a Cho, que se encogía en el suelo,
temerosa. A su lado, Michael Corner estaba desmayado, con una herida
sangrante en la frente.

—¡EH, TÚ! —gritó Harry, sacando su varita al mismo tiempo que la de


Ron.

El extraño levantó la cabeza, pero no podían verle la cara. Levantó su


varita y lanzó un hechizo aturdidor.

— ¡Protego! —gritó Harry.

El hechizo rebotó, pero el extraño lo esquivó, hizo un movimiento con la


varita y empezó a salir humo de el a; no se veía nada.

—¡A por él! —gritó Harry.

Corrió con Ron en dirección al extraño, lanzando hechizos aturdidores.


Atravesaron el humo y se encontraron al final del pasil o. Se oían pasos a
la izquierda y siguieron por al í. Al doblar otra esquina, vieron como el
encapuchado doblaba por otro pasil o un poco más adelante.

—¡Es nuestro! —gritó Ron—. ¡Vamos a por él!

Corrieron hacia aquel pasil o, con las varitas preparadas, pero, cuando lo
doblaron...

—¡No hay nadie! —exclamó Ron, sorprendido.

—¡Es imposible! —dijo Harry. En aquel corredor no había habitaciones ni


aulas, y habían entrado en él cinco segundos más tarde que el
encapuchado. No podía haber l egado al otro extremo.

—¡El mapa! —gritó Ron.

Harry sacó rápidamente el mapa y lo miró. Se vio a sí mismo, a Cho y a


Michael Corner, pero no aparecía nadie por los pasil os cercanos.

—No es posible... ¡NO ES POSIBLE!


—¿No aparece? Pero... ¡Eso significa que se ha desaparecido! —exclamó
Ron—. Y no se puede... a no ser que tenga un traslador...

—¡Maldita sea! —chil ó Harry, con rabia y de la punta de su varita


saltaron chispas—. Nos ha faltado tan poco para cazarle... tan poco...

—No podemos hacer nada, Harry —dijo Ron, más calmado, aunque
también decepcionado por la fuga del acechador—. Deberíamos volver
junto a Cho y Michael.

Regresaron por los pasil os. Cho acababa de despertar a Michael y se


encontraba aturdido.

—¡Cho! ¿Qué sucedió? ¿Te encuentras bien? —preguntó Harry,


agachándose y ayudándola a levantar a Michael.

—Sí... —respondió el a, l orosa—. Veníamos por aquí, ambos alerta,


cuando apareció no sé como. Nos quedamos paralizados tan sólo un
segundo... y él le lanzó a Michael un destel o con su varita. Michael pegó
contra la pared y se desmayó. Yo intenté hacer algo, pero me lanzó
rápidamente un Expel iarmus... Si no l egáis vosotros no sé qué hubiera
pasado... Gracias —dijo por fin, con los ojos bañados en lágrimas—. ¿No
le atrapasteis, verdad?

—No sabemos dónde se metió —confesó Ron—. De repente no estaba... y


no salía en el Mapa del Merodeador, lo que quiere decir que tuvo que salir
del castil o de alguna forma, porque por al í no había nadie.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó la voz de la profesora McGonagal ,


que había l egado, acompañada del profesor Flitwick.

—Han atacado a Michael Corner, profesora —explicó Harry—. Un


individuo encapuchado. Pero no conseguimos detenerlo. Huyó, y no
tenemos ni idea de cómo lo hizo.

—¡Dios mío! —exclamó la profesora, acercándose a Michael—. Hay que l


evarlo a la enfermería. Profesor Flitwick, si es tan amable...
—Claro, claro —chil ó el pequeño profesor—. Mobilicorpus.

El cuerpo de Michael Corner se elevó en el aire y el profesor lo guió hasta


la enfermería, seguido por los demás.

La señora Pomfrey le cerró la herida en un instante. No tenía nada grave.

—No le ha pasado nada... sólo un golpe fuerte. Dios mío, vaya día l
evamos... —comentó la enfermera, moviendo la cabeza a un lado y a otro.

248

—¿Tenéis idea de quien era el encapuchado? —les preguntó la profesora


McGonagal a Harry y a Ron.

El os negaron con la cabeza.

—No le vimos la cara en ningún momento. Y tampoco dijo nada que


pudiésemos oír.

—Yo sí oí su voz, pero no parecía una voz humana... sonaba tétrica —dijo
Cho, estremeciéndose al recordarlo.

La profesora McGonagal suspiró. Les acompañaremos a sus salas comunes


—dijo—. Permanezcan al í sin salir. Tengo que hablar con el profesor
Dumbledore. Esto ya es demasiado serio.

La profesora McGonagal los dejó en la torre de Gryffindor, y luego, junto


con el profesor Flitwick, l evaron a Cho y a Michael a su sala.

—¿Han l egado ya Hermione y Ginny? —preguntó Ron en cuanto


entraron.

—No —respondió Nevil e, que estaba sentado con Dean y Seamus—.


¿Qué sucede?

—Sucede que...
Y contaron todo lo que había pasado con Cho, Michael y el encapuchado
desde que habían salido de la Sala de los Menesteres.

—Y lo más raro —añadió Harry—, es que yo estaba mirando el mapa, y


un instante antes me había fijado en los nombres de Cho y Michael... y
estaban completamente solos.

—¿Cómo es posible eso? —preguntó Parvati.

—No lo sé. En el Mapa del Merodeador sale el nombre de todo el mundo,


aunque l even capas invisibles o sean animagos. Si no salía cuando miré...
es que no estaba al í —concluyó.

—Dios mío... —murmuró Lavender, aterrorizada.

Harry y Ron se dejaron caer en un sil ón, esperando a Ginny y Hermione.

—No vendrán —dijo Ron de pronto, recordando—. Irán directamente al


comedor.

—Voy a mirar dónde están —dijo Harry, sacando el mapa. Lo observó


unos segundos y señaló—. Sí, mira.

Están en las cocinas —le indicó a Ron.

—¡Están locas! —gritó Ron, furioso—. ¡Después de todo lo que ha


pasado, se van solas a las cocinas! ¿En qué piensan?

—Tranquilízate, Ron —dijo Harry—. Luego hablaremos con el as.

Pero Ron no le escuchó y se puso a dar vueltas, con cara de furia, hasta que
el agujero del retrato se abrió y la profesora McGonagal entró en la sala.

—He venido a buscarlos para que bajen a cenar —les informó la profesora
—. Y a partir de ahora será siempre así.

Harry y Ron se miraron, y siguieron a la profesora McGonagal al Gran


Comedor. Al mismo tiempo, el profesor Snape conducía a los de Slytherin,
la profesora Sprout a los de Hufflepuff y el profesor Flitwick a los de
Ravenclaw. También Madame Maxime, Madame Ferl ini y Petrimov
conducían a sus alumnos. Las únicas que estaban en el comedor eran
Ginny y Hermione, que se preguntaban por qué nadie había bajado aún a
cenar.

—¿Dónde estabais? —chil ó Ron, furioso, sentándose frente a el as

—Estábamos en... ¿Qué ha pasado? —inquirió Hermione, mirando a todos


lados.

Mientras empezaban a cenar, Harry se lo contó. Ron estaba que echaba


chispas, pero intentaba calmarse por todos los medios posibles. Hermione
y Ginny parecían muy afligidas por lo sucedido. En la mesa de Ravenclaw,
Cho aún no se había repuesto.

—Pero no puede ser que no apareciera en el mapa del Merodeador... ¡y


aquí nadie puede aparecerse! —

decía Hermione.

—¿Cómo lo sabes? —intervino Nevil e—. ¿Y si Voldemort ha aprendido


cómo hacerlo?

Hermione no parecía de acuerdo, pero no sabía qué pensar, y se mordía el


labio inferior sin parar.

—Sí, recuerda que venció el hechizo antidesaparición de Azkaban —dijo


Ginny.

—Si pudiera aparecerse en Hogwarts, yo ya estaría muerto —dijo Harry


inmediatamente—. No creo que pueda aparecerse aquí.

Al final de la cena, Dumbledore, que parecía más viejo de lo que Harry le


había visto nunca, se levantó.

—Alumnos —comenzó, en tono alto y fuerte—. Supongo que la mayoría


de vosotros ya sabéis lo sucedido ayer, y también el ataque a dos de
vuestros compañeros, ocurrido hoy. —Paseó su mirada por las mesas,
donde todos los ojos permanecían fijos en él—. Hogwarts se ha vuelto un
lugar peligroso, y el peligro acecha en todas partes. Lamento informar que,
mientras el culpable no sea atrapado, ningún alumno deambulará por los
pasil os a partir de las seis de la tarde. Entre clase y clase, todos los
alumnos deberán ir juntos. Los prefectos vigilarán, y castigarán, a todo
aquél que vaya solo de un lugar a otro. Asimismo, los jefes de cada casa
irán a buscar a sus alumnos para bajar a cenar, y luego los acompañarán de
vuelta a su sala común.

Aparte de todo esto, queda suspendido el campeonato escolar de quidditch,


así como las salidas a Hogsmeade y todas las actividades extraescolares.
—Las palabras de Dumbledore fueron recibidas con un silencio mortal y
expresiones de disgusto—. Sólo tengo que añadir que tengáis cuidado.
Todos.

249

Dumbledore se sentó, y la profesora McGonagal se levantó, para


acompañar a los alumnos de Gryffindor a su torre, mientras los demás
jefes de las casas hacían lo mismo.

—¡Oh, no! ¡Han suspendido el quidditch, ahora que tenemos las mejores
escobas del colegio! —se quejó Ron—. Y encima mira a ese imbécil cómo
sonríe... —agregó, con rabia, observando a Malfoy.

Salieron del Gran Comedor, cruzándose con los de Slytherin. Dul ymer,
que les saludó al pasar, parecía abatido. Malfoy, sin embargo, estaba
radiante.

—¿Por qué sonríes tanto, Malfoy? Ya viste lo que le pasó a Warrington, y


eso que era de tu casa... ¿O es porque ahora te ahorrarás la humil ación de
jugar contra nosotros al quidditch? —preguntó Harry.

Malfoy sonrió aún más.

—Warrington fue un estúpido al relacionarse con gente como vosotros... y


ahora está pagando —susurró—.

Eso les enseñará a los demás.


—Eres despreciable —le dijo Hermione al pasar.

—Ándate con ojo, sangre sucia —le advirtió Malfoy—. Al Señor


Tenebroso no le gustan los que son como tú.

Ojalá seas la siguiente —añadió por lo bajo.

Ron lo miró con odio, pero ya se encontraban demasiado lejos para decir o
hacer algo. La profesora McGonagal los dejó frente al retrato de la Dama
Gorda y se fue.

—Esto es como cuando se abrió la Cámara de los Secretos —dijo Nevil e


—. Ojalá termine pronto...

—No creo que vaya a terminar sin más —dijo Hermione, sombría. Suspiró
y cambió de tema—. Bueno, voy a hacer unos cuantos gorros de elfo...
¿Alguien quiere ayudarme? —preguntó, intentando distraer y animar el
ambiente.

Fue lo peor que pudo haber dicho. El autocontrol que Ron había logrado
mantener durante la cena se esfumó en un instante.

—¡¿PERO QUÉ DICES?! —bramó, de tal forma que hasta Harry se


asustó. Jamás había oído a Ron gritar de aquel a manera—. ¡CON LO QUE
HA PASADO A TI SÓLO SE TE OCURRE HACER GORROS DE

ELFOS PARA EL DICHOSO PEDO!

—¡No es pedo, es...! —intentó decir Hermione, temblando al ver a Ron


así.

—¡¡ME DA EXACTAMENTE IGUAL CÓMO SE LLAME!! ¡¡HAN


ENVENENADO A UN ALUMNO!! ¡¡HAN

ATACADO HOY A DOS!! ¡¡Y MIENTRAS, TÚ DEAMBULANDO SOLA


POR LAS COCINAS, CON GINNY, Y

NOSOTROS AQUÍ PREOCUPADOS POR SI ESTARIAIS BIEN!! —gritó,


rojo de ira. Hermione le miraba asombrada, y no era la única. Todos los
que estaban en la sala lo observaban—. ¿EN QUÉ DIABLOS

PIENSAS? ¡¡Y ENCIMA TE LLEVAS A GINNY!! ¡¿Y SI LE PASA


ALGO POR TU CULPA?!

—Ron, yo... —balbuceó Hermione, que parecía a punto de l orar.

—¡¡NO ME DIGAS NADA!! ¿CUÁNDO VAS A DEJAR EL ROLLO ESE?


¡¡LOS ELFOS NO QUIEREN SER

LIBRES, DÉJALOS EN PAZ, NUNCA VAS A CONSEGUIR NADA Y


TODOS ESTAMOS HARTOS DE

OÍRTE HABLAR DE ESO!!

—¡¿Cómo puedes decirme eso?! —gritó también Hermione, l orando y


temblando—. ¿Eso es lo que piensas? ¡¡Pensé que habías madurado un
poco, pensé que lo entenderías!!

Hermione se puso a l orar más fuerte y subió las escaleras a los


dormitorios corriendo.

—¡Sí, eso es lo que tienes que hacer! —gritó por último Ron, mirando
hacia las escaleras.

—¡Ron! —exclamó Harry—. ¿No crees que te has pasado?

—¡¡Eres un imbécil!! —le gritó Ginny, enojadísima—. ¿Por qué le has


dicho todo eso? ¿Por qué eres tan burro y tan bruto?

—¿Qué? —preguntó Ron, mirándola sorprendido.

—Déjalo, Ron. Eres único estropeando las cosas —añadió, y subió


también las escaleras.

—¿Pero qué...? —Miró a Harry—. ¿Tú entiendes algo?

—No... —confesó Harry—. Pero creo que te has pasado mucho con
Hermione. ¿Por qué te has puesto así?
Ron no dijo nada, y pareció dudar.

—Bueno, tal vez me haya pasado —reconoció, calmándose—. Pero


alguien tenía que decírselo ¿no? Se ha puesto en peligro el a y ha puesto en
peligro a mi hermana... Harry, no sé qué haría si les pasara algo... no pude
evitar enfadarme tanto.

—Yo te entiendo —le dijo Harry a su amigo, comprensivamente—. Pero


creo que deberías disculparte.

—Bueno, tal vez no debería haberle dicho lo último que le dije... —


murmuró Ron, inseguro.

—Eres un insensible y un idiota, Weasley —le espetó entonces Parvati,


subiendo con Lavender por las escaleras.

—¿Y a qué viene esto ahora? —preguntó, agitando los brazos,


malhumorado y volviendo a enfadarse—.

¡Me voy a la cama!

Harry se quedó en la sala común, mientras los murmul os y las


conversaciones, momentáneamente aplazadas, volvían a l enar el
ambiente, y luego, finalmente, también él subió a acostarse. Harry pensaba
que Ron tenía parte de razón, pero no consideraba buena idea el habérselo
dicho así a Hermione, y 250

suponía, tal y como los conocía a ambos, que tenían por delante un largo
enfado al estilo de los viejos tiempos.

251

25

La Confesión de Ron

Ron no se disculpó a la mañana siguiente, porque Hermione ni siquiera


bajó a desayunar. Encima, Ginny no le hablaba, y esto lo ponía aún de peor
humor, lo que no facilitaba que le apeteciera disculparse con nadie.
Por su parte, Hermione no le dirigió la palabra a Ron en toda la mañana,
ignorándole completamente. Harry tuvo que sentarse en medio de los dos
en todas las clases.

No había tenido una buena noche. Se la había pasado casi toda pensando
en el encapuchado, en cómo hacía lo que hacía, cuando se suponía que era
imposible. Había dado vueltas al asunto de por qué habían atacado a Cho
esta vez, y l egado a la conclusión de que seguramente se debía a que había
«salido» con el a el año anterior, y a que ahora eran amigos. Esto añadía
un nuevo fardo a lo que Harry cargaba ya sobre su conciencia, y
aumentaba aún más las preocupaciones que tenía respecto a las
pretensiones de Voldemort y los mortífagos. Ahora, a todo esto se le unía
aguantar el enfado de sus mejores amigos, y, como resultado, cuando l egó
la hora de comer Harry estaba también de mal humor.

Se sentó al lado de Ron, que le lanzaba miradas fugaces a Hermione, la


cual se había sentado al lado de Parvati y Lavender, que hablaban con el a.
Ginny se había sentado enfrente de el os, pero no le dirigía la palabra a
Ron, y, cuando éste intentaba hablar con el a, la chica hacía como si no le
oyese.

Por la tarde, en clase de Criaturas Mágicas, Harry se acercó a Hagrid, que


había ido a buscarlos al castil o, y estuvo charlando con él, sin acercarse ni
a Ron ni a Hermione, que estaban, uno con Seamus, Dean y Nevil e, y la
otra con Parvati y Lavender.

—¿Os pasa algo? —le preguntó Hagrid por lo bajo, mientras Harry
intentaba hacer dormir a un Wil idor, una especie de ratón blanco, cuyos
pelos del bigote eran útiles para pociones de relajación y sueño, y también
contra el dolor. Lo malo era que no había forma de arrancárselos a no ser
que el animal estuviera dormido.

—Ron y Hermione, que están otra vez enfadados...

—¿Enfadados? —se extrañó Hagrid—. Si en el baile de Navidad parecía


que... ¿riña de enamorados? —

preguntó con una sonrisa pícara.


Harry soltó un bufido.

—¡Qué va...! Bueno, en realidad no lo sé. Durante todas las navidades


estuvieron bien, pero ahora Hermione l eva unos días muy rara, y encima
ayer Ron le gritó que todo eso del PEDDO no sirve para nada y claro,
ahora están los dos enfadados. Y yo en el medio, como si no tuviera ya
bastantes preocupaciones...

—Bueno, ya se les pasará, ¿no? Siempre se les acaba pasando.

—Eso espero —dijo Harry, observando con sorpresa que su Wil idor se
había quedado dormido.

Cuando la clase terminó, Hagrid los acompañó de vuelta al castil o, donde


tenían clase de Astronomía.

Subieron al aula, y se pusieron a trabajar en un nuevo mapa celeste que la


profesora Sinistra les había dado, mapa que tendrían que usar en su
próxima clase nocturna.

—Oye, Harry... —comenzó a decir Hermione en voz baja, mientras


trabajaban en sus mapas—. ¿Tienes algo de ropa vieja o así que ya no
uses?

—No sé, creo que algo sí... ¿Por qué? —preguntó Harry.

—Es que quería reunir algo de ropa para los elfos —explicó el a—. Mira,
ya he...

Ron bufó, exasperado, sin levantar la cabeza de su mapa. Hermione le


miró con enfado.

—No te he pedido ayuda a ti —le dijo.

—No pensaba dártela aunque me la pidieras —espetó Ron.

Hermione iba a decir algo, pero Harry la interrumpió.


—¡Ya estoy harto! ¡A ver si os comportáis de una vez, tengo ya suficientes
preocupaciones como para atender a vuestras tonterías!

Se levantó muy enfadado, cogió su mapa y sus cosas y se cambió a otra


mesa, dejando a sus amigos solos donde estaban, con la boca abierta.

—Señor Potter, ¿le pasa algo? —preguntó la profesora Sinistra desde su


escritorio.

—No, profesora. Nada importante.

—Pues entonces haga el favor de no molestar si no quiere que le quite


puntos a Gryffindor.

—Está bien. Lo siento.

Se puso a trabajar, aunque ahora apenas podía concentrarse, entre las


preocupaciones que tenía y el enfado que sentía hacia Ron y Hermione.
«¿Cuándo van a dejar de hacer tanto el imbécil? ¿Por qué no se comportan
como en Navidad?. Desde luego, no lo entiendo», pensaba, mientras
intentaba rel enar su mapa.

252

De vez en cuando los miraba. El os permanecieron en la misma mesa,


trabajando en silencio, y levantando la vista fugazmente de vez en cuando.

Cuando terminó la clase, salió raudo hacia la torre de Gryffindor, casi sin
esperar a sus compañeros, algo que sabía que no debía hacer, pero no
quería hablar con ninguno de los dos.

Entró en la sala común y se dejó caer en una butaca junto al fuego. Un


momento después entró Ron, seguido de todos los demás alumnos de
Gryffindor, que le miraban. Hermione iba en clase de Runas Antiguas.

—Harry... —dijo Ron con voz débil—. Ya no hemos discutido más...

—Claro, es bastante difícil que discutáis si no os habláis, ¿no te parece?


—dijo Harry con tono sarcástico.
—¿Más problemas? —preguntó Ginny, acercándose y sentándose junto a
Harry.

—No hasta ahora mismo —respondió Ron mordazmente al ver a su


hermana—. Estaré arriba hasta la hora de cenar.

Y subió por las escaleras, perdiéndose de vista.

—Siguen igual, ¿verdad?

—Sí. Y no es que no esté acostumbrado, pero ahora hacía tanto tiempo que
no estaban así... no sé, creí que... bueno, después de todo lo que ha pasado
suponía que estarían mejor que nunca ¿no? ¿Por qué hacen todo esto?

—No estoy muy segura de entender a Ron, aunque creo que sí —dijo
Ginny—. Pero sé perfectamente lo que le pasa a Hermione.

—¿Ah, sí? ¿Y qué le pasa? —quiso saber Harry—. Ya sé que está enfadada
por lo de la PEDDO, pero no sé, ya l eva algunos días rara... ¡Maldita sea!
¡Tengo que encontrarle un regalo...!

—No es por la Saeta de Fuego que Hermione está así, Harry... ¿de veras no
lo sabes? —Le preguntó Ginny, extrañada—. Creí que habías aprendido lo
suficiente como para entenderlo...

—Pues parece que no... —refunfuñó él— y además, tampoco tengo la


cabeza para estar pensando en qué les pasa. Entre las clases, los deberes y
lo que está ocurriendo tengo de sobra.

—Sí, me lo imagino... —dijo Ginny con un suspiro—. Yo también


empiezo a desear que acabe este año, tengo tanto trabajo que creo que
nunca podré terminarlo.

—No hace falta que me lo expliques... —le dijo Harry—. Y aún no te ha l


egado lo peor, espera a las vacaciones de Pascua y verás.

—No me asustes —le advirtió la chica—. Es lo último que necesito. Más


agobio.
—¿Te apetece jugar al ajedrez y relajarte algo? —propuso Harry.

—La verdad, me encantaría, pero tengo que hacer dos redacciones para
mañana y ni siquiera he empezado.

—Vale, no te preocupes.

Ginny se fue a una mesa, donde tenía todos sus apuntes y cosas, y Harry se
quedó solo frente al fuego, hasta que l egó Hermione. La profesora
McGonagal la había acompañado hasta la torre, porque era la única de
Gryffindor que tenía aquel a asignatura. Entonces, Harry se acordó de algo
y se acercó al agujero del retrato.

—¡Profesora McGonagal ! —llamó.

La profesora se volvió, cuando ya se iba.

—¿Qué pasa, señor Potter?

—Profesora... con todas estas nuevas restricciones... ¿qué va a pasar con el


ED? —preguntó en voz baja.

Hermione los miró a ambos.

—Me temo, señor Potter, que esas reuniones deben ser suspendidas por el
momento.

—Pero profesora —intervino Hermione—, necesitamos estar preparados


por si hay más ataques...

—Señorita Granger, dos alumnos fueron atacados volviendo de esas


reuniones de una forma muy extraña.

No podemos permitir que vuelva a ocurrir. Lo siento.

Harry quería replicar, pero la expresión de la profesora McGonagal le


indicó que no serviría de nada, así que se cal ó.

—Volveré a buscarlos para la cena a las siete en punto. Hasta luego.


Harry y Hermione pasaron a la sala común y se sentaron.

—¿Sigues enfadado? —se atrevió a preguntarle Hermione.

—¿Lo seguís vosotros?

—Bueno, Harry, ya sabes como es Ron. ¡Oíste lo que me dijo!

—Sí, lo oí, y ya le dije que se había pasado, pero tu actitud creo que
también es exagerada, y de todas formas tenía un poco de razón, no
deberíais andar por el castil o las dos solas después de lo que le pasó a
Warrington.

—Tú tampoco lo entiendes, y, como siempre, te pones de parte de Ron —


dijo Hermione, levantándose con aire triste y enfadado.

—Yo no estoy de parte de nadie ¿vale? ¡Somos amigos! Se supone que


todos estamos de la misma parte.

253

—Eso díselo a Ron cuando lo veas —contestó Hermione, subiendo por las
escaleras de los dormitorios de las chicas.

—Genial —musitó Harry—. Uno en un lado y la otra en el otro. Pues sí


que estamos bien.

A las siete en punto, se abrió el retrato de Dama Gorda y entró la profesora


McGonagal , l amando a los estudiantes para bajar a cenar. Ron bajó y
acompañó a Harry, sin abrir la boca hasta que estuvieron todos sentados.

—¿Y Hermione? —preguntó, tímidamente.

—No ha querido bajar a cenar —respondió Lavender, tres lugares más al á


—. ¿Qué le habéis hecho esta vez? —les preguntó, con mirada severa.

—¿Qué? ¡Yo no le he hecho nada! ¡No he hablado con el a en toda la


tarde!
—Ya nos hemos dado cuenta de eso —dijo Parvati con tono frío.

—Sí, ahora tendré yo la culpa de todo —mascul ó Ron, concentrándose en


la cena.

Ginny levantó un momento la vista y le lanzó una mirada, pero pareció


contenerse y no dijo nada.

Cuando la cena terminó, la profesora McGonagal volvió a l evar a los


alumnos a la torre de Gryffindor. Una vez al í, Dean iba a ponerse a charlar
con Seamus, pero Lavender se le adelantó y se lo l evó a un rincón de la
sala común. Encogiéndose de hombros, él y Nevil e se sentaron con Ron y
Harry, y propusieron una partida de snap explosivo, mientras Ginny, que
estaba al í cerca, les observaba.

—¿Dónde está Hermione? —preguntó Nevil e mientras jugaban.

—Estará tejiendo gorros de elfos o algo así —respondió Ron, que había
puesto mala cara al oír la pregunta de Nevil e.

Ginny miró a su hermano y aquel a vez no se contuvo:

—¿Sigues, eh? ¿Cómo puedes ser tan idiota?

—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó Ron, mirándola muy
enfadado.

—¡Digo que cómo puedes ser más tonto que un trol con deficiencia
mental!

—¡¿Qué?! —Ron se había puesto rojo de ira—. ¿A qué viene eso?

—No voy a discutir contigo ahora —respondió Ginny, más calmada—. No


debería meterme, pero como parecéis todos tontos, y ya estoy harta de
veros así, tendré que hacerlo, así que, Ronald Weasley —dijo,
pareciéndose terriblemente a su madre en el tono de voz—, antes de irte a
la cama hoy, me vas a escuchar y bien.
Ron, tras escuchar a su hermana, soltó un simple «¡Déjame en paz!», pero,
aún así, no se acostó hasta que la sala común quedó vacía.

—Bueno, ya estamos los tres solos —dijo—. ¿Qué es lo que quieres?

Ginny dejó sus trabajos, recogió la mesa y se sentó frente a su hermano.

—¿De verdad no sabes por qué Hermione está así?

—¡Por el rol o ese del PEDDO! ¿Por qué va a ser? ¡Pero no es para tanto!
¡No es la primera vez que me meto con el a por eso, ya lo hemos hecho
antes, y nunca se había puesto así!

—Tú lo has dicho —dijo Ginny tranquilamente—: «antes».

—¿Y qué mas da antes que ahora?

—Ron —dijo Ginny con voz muy suave—. Si en serio crees que es igual
todo antes que ahora, entonces no tengo nada que decirte.

Ron la miró un instante, y luego apartó la vista.

—Vale. Al menos entiendes eso —dijo Ginny.

—De todas formas...

—¿Quieres saber por qué Hermione estaba tan rara estos últimos días,
Harry? —le preguntó Ginny.

—Pues sinceramente, sí.

—Bien. Últimamente, con los asuntos del torneo, las clases y demás,
Hermione ha estado muy sola, sobre todo considerando el caso que le
hacías en Navidad, Ron.

—Sí, ya lo sabemos —gruñó Ron, bajando la mirada.

—El lunes le pediste que jugara al ajedrez contigo, algo que hacía mucho
que no hacías, y el a aceptó encantada, ¿te acuerdas?
—Sí ¿y qué?

—¿Y qué? ¡Que cuando Harry bajó con las escobas, la dejaste tirada, sin
terminar la partida! El a lo comprendió, sí, pero se sintió dolida. Se sintió
como si volar un rato te importase más que el a.

—¡Pero eso no es cierto! —exclamó Ron—. Además, ¡le ofrecimos venir


con nosotros y no quiso!

—Ron, a el a no le gusta volar. Sólo quería jugar un rato contigo, como


antes de Navidad.

—¡Pero el a me importa más que volar en una escoba! —dijo Ron—. Lo


que pasa es que... bueno, tal vez no me di cuenta, porque estaba
emocionado con la Saeta de Fuego y...

—...Y no te acordaste más de el a, ni terminaste la partida de ajedrez


cuando volviste, a pesar de que dejó el tablero tal como estaba.

254

—¿Por eso estaba así? —preguntó Harry, un poco sorprendido, pero


acordándose de la mirada de Hermione cuando salieron aquel día de la sala
común.

—Sí y no.

—¿Sí y no? —preguntó Ron.

—Ron, no es la partida de ajedrez sólo, es... sólo tenías que demostrarle


que te importa. Sólo eso.

—¡Pero el a ya sabe que me importa! ¡Somos amigos desde hace mucho!

—Tal vez necesita que se lo demuestres más a menudo ¿no lo has


pensado? Mira, en el baile de Navidad estabas como nunca te he visto,
¿sabes?. Me sentía orgul osa de ti. Y luego, con lo de sus padres, la
apoyaste muchísimo. Ahora volvemos aquí y vuelves a comportarte como
un estúpido. A el a no le habría dolido tanto si no hubiera conocido otro
Ron en Navidad. ¿Aún no lo entiendes?

—Sí... bueno... pero ¿por qué se puso así por lo del PEDDO?

—¡Ay, Ron! ¿Hay que explicártelo todo? —dijo Ginny, exasperada—. ¡Le
dijiste que todo el mundo estaba harto de sus tonterías!

—Vale, está bien, de acuerdo. Me pasé, pero sigo sin entender por qué es
tan importante lo del PEDDO.

¡Los elfos no quieren ser libres!

—Ron... no importa que los elfos quieran ser libres o no. No importa que
el a consiga algo o no...

—¿Entonces qué es lo que importa?

—Lo que importa es que para Hermione es importante, Ron. El a esperaba


que tú entendieras eso, aún cuando no entendieras el porqué. Sólo tenías
que entender que a el a le importa. Como amigos suyos, deberíais
comprender lo que es importante para Hermione. El a comprende lo
importante que es para vosotros el quidditch ¿verdad? ¿No podéis hacer lo
mismo?

Ron bajó la cabeza, pensativo, y Harry hizo otro tanto. La verdad era que
nunca habían valorado nada lo que el PEDDO significaba para Hermione.
Nunca habían hecho lo más mínimo por ayudarla, a pesar de que el a
siempre les ayudaba en todo lo que podía con los deberes para que ambos
pudiesen entrenar para el equipo de quidditch.

—Lo siento... —musitó Ron, avergonzado— ¡Pero estaba muy


preocupado! ¡Acababan de atacar a Cho y a Michael, y vosotras dos
andabais por ahí sin pensar en nada! ¡Si os l ega a pasar algo, yo...!

—A mí no tienes que decirme que lo sientes —dijo Ginny—. Díselo a el a.


En cuanto a lo de que estuviéramos por el castil o aquel día... ¿cuántas
veces os dijo el a hace tres años que Harry no debía ir a Hogsmeade?
¡También el a estaba preocupada por vosotros! ¿Le hicisteis caso alguna
vez?

Ron bajó la cabeza, compungido. Harry también se sintió mal. Ahora


comprendía lo difícil que había sido para Hermione hacer aquel o,
sabiendo que el os se enfadarían con el a, pero que igualmente debía
hacerlo.

—¿Cómo... cómo está? —preguntó Ron, con voz casi inaudible.

—El día que le gritaste todo eso se pasó media noche l orando mirando la
diadema que le regalaste por Navidad —confesó Ginny—. Con eso te
harás una idea.

Ron apoyó los codos en las rodil as y se tapó la cara con las manos.

—Por eso estaban Parvati y Lavender tan enfadadas conmigo, ¿verdad?

—Sí.

—¿Por qué soy tan imbécil? —dijo Ron finalmente.

—Espero que hagas algo por arreglarlo, Ron —le dijo su hermana—.
Mira, sé que te gusta Hermione, y lo sé desde hace mucho, así que no te
molestes en negármelo. No te comportes como un idiota y habla con el a.

Ron no dijo nada durante un rato. Se levantó y paseó por la sala común,
pensativo.

—Haré algo mejor que eso... —murmuró Ron.

—¿Cómo?

—Ginny, ¿qué está haciendo Hermione con los elfos domésticos?

A Ginny le sorprendió la pregunta.

—Intenta que vistan algo mejor —respondió—. Está intentando que


Dobby le ayude a que dejen esos trapos y se pongan otras cosas.
—¿Y cómo hace eso? —preguntó Harry.

—Los elfos no aceptan la ropa si se la da Hermione, pero está intentando


convencerlos de que la acepten si se la da Dobby... le ha costado, pero creo
que va a conseguirlo. Por eso quiere hacer más ropa para el os, y conseguir
prendas que nadie use, que siempre serán más cómodas que esos
asquerosos trapos de cocina.

—Vale... Gracias, Ginny —dijo Ron—. Y por favor, no le digas nada a


Hermione de esto, ¿de acuerdo?

—Está bien... ¿Qué vas a hacer?

—Mañana lo sabrás.

—Como quieras... Pero no metas la pata, Ron, o no volveré a ayudarte —le


advirtió el a, dirigiéndose a las escaleras. Ron siguió mirándola.

—Ginny... —la l amó, en un impulso.

—¿Qué?

—¿A el a le...? Es decir, ¿a el a yo...?

255

—Eso tendrás que preguntárselo tú —fue toda la respuesta de su hermana,


que subió las escaleras, dejando a los dos amigos solos.

—He sido muy imbécil, ¿verdad? —dijo Ron, mirando hacia Harry.

—No has sido sólo tú.

—No me refiero sólo al PEDDO... me refiero también al baile de navidad


de hace dos años ¿te acuerdas?

Fui muy estúpido, ¿verdad?


—Sólo un poco —dijo Harry, para tranquilizar a su amigo—. Pero ya te
disculpaste ¿no? Y creo que a el a le sorprendió para bien... Yo también fui
muy idiota con Cho el año pasado... —añadió Harry, con un suspiro—.

Bueno, ¿qué vas a hacer?

—Pues... Harry, ¿aún quieres hacerle un regalo a Hermione?

—Sí, claro.

—Estupendo. Entonces tenemos que hacer algo ahora mismo, mientras


esperamos a Dobby.

Durante toda la mañana del día siguiente, Hermione siguió sin dirigirle la
palabra a Ron. Ni siquiera le miraba.

—Hola —le dijo Harry tímidamente a la hora del desayuno.

—Hola, Harry.

—¿Cómo estás?

—Bien... ¿Por qué no iba a estarlo?

—Vamos, Hermione, no tienes por qué disimular conmigo.

Hermione se quedó cal ada un momento y miró a Ron, que hablaba con
Dean y Nevil e.

—¿Por qué me dijo todo eso, Harry?

—Bueno, ya conoces a Ron...

—Sí, ya le conozco... —suspiró el a—. Creí que había cambiado un poco,


que se había dado cuenta por fin de que... bueno, da igual —finalizó
Hermione, como si se hubiera dado cuenta de que no hablaba sola.

—Todo se arreglará, ya verás. Confía en mí, ¿vale?


Hermione asintió, sin decir nada.

La mañana transcurrió lentamente. Ron le dirigía a cada rato miradas a


Hermione, pero sin hablarle. Cuando salieron de la clase de Astronomía,
Ron y Harry corrieron rápidamente a la sala común, mientras Hermione se
dirigía a Aritmancia. Un momento después de que entraran, tal como
habían acordado la noche anterior, apareció Dobby. En la sala común no
había mucha gente, pero todo el mundo se lo quedó mirando, incluso los
que lo conocían.

—¡Bien, escuchadme! —exclamó Ron con tono autoritario. Todo el mundo


dejó lo que estaba haciendo y se fijó en él—. Vamos a cambiar algunas
cosas en la sala común de Gryffindor, y vamos a empezar hoy. Sé que
algunos pensáis que soy imbécil —dijo, mirando a Parvati y Lavender,
mientras algunos se reían—, pero resulta que, además, soy un imbécil
prefecto, así que me vais a hacer caso. —Hizo subir a Dobby a una mesa y
siguió hablando—. Éste es Dobby, un elfo doméstico, y nos va a contar
algunas cosas sobre su vida

¿de acuerdo? Y todos vais a escucharle. Cuando termine, yo os diré algo


que vamos a hacer...

—Bueno, ya sabes, ¿no, Harry? —le decía Ron por lo bajo a la hora de la
comida—. En cuanto salgamos de Defensa Contra las Artes Oscuras, te l
evas a Hermione a la biblioteca y esperas una hora, hasta las seis

¿de acuerdo?

—Sí, Ron, ya lo sé.

—Cuando entres te pones la insignia, pero sin que el a te vea.

—Tranquilo.

—Tenemos que hacerlo por el a... o más bien tengo... He sido muy idiota
mucho tiempo —se lamentó—.

Nunca hemos valorado lo que el a hacía por protegernos, ¿Verdad?


—No. Nunca —respondió Harry, con pesar.

—Pues no te olvides de decírselo —le dijo Ginny, sentándose al lado de su


hermano.

Tal y como habían acordado, al salir de Defensa Contra las Artes Oscuras,
Harry se acercó a Hermione.

—Oye, Hermione... ¿quieres venir conmigo a la biblioteca? Estaba


pensando en empezar el trabajo que nos ha mandado la profesora Sprout...

—Sí —contestó Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada furtiva—. No


quiero ir a la sala común.

Harry le hizo un gesto imperceptible a Ron y salió hacia la biblioteca,


acompañado por Hermione. Le daba mucha lástima ver a su amiga tan
triste, pero no podía decirle nada. Si Ron lo hacía todo bien, en una hora
volvería a sonreír.

256

—¿Estás bien, Harry? Pareces nervioso...

—Sí, estoy bien. Tranquila.

Entraron en la biblioteca, donde se pusieron a trabajar hasta las seis de la


tarde, la nueva hora de cierre de la biblioteca, momento en el cual la
señora Pince ordenó a todo el mundo que volvieran a sus salas comunes.

Aparte de el os dos, sólo había otros tres chicos y una chica de Gryffindor
en la biblioteca, y Hermione, como prefecta, los l amó.

—Venid con nosotros, vamos.

En cuanto l egaron frente al retrato de la Dama Gorda, Harry sacó su


insignia del bolsil o y se la guardó en la mano.

—«bombones de licor» —dijo Hermione.


—Me encantarían —comentó la Señora Gorda, mientras el cuadro se
abría.

Hermione entró y Harry aprovechó para colocarse la bril ante insignia que
decía «PEDDO». Entró él también y observó la escena: Hermione miraba
con cara de perplejidad lo que sucedía en la sala común. Unos metros por
delante de el a estaba Ron, al lado de Dobby, con su insignia en la túnica,
debajo de la de prefecto. Por toda la sala, decenas de insignias más, que
Ron y él habían hecho la noche anterior, bril aban en las túnicas de los
alumnos, que parecían estar limpiando la sala común a conciencia. Al lado
de Dobby había una mesa l ena de ropa, y varios estudiantes, también con
insignias, la colocaban, ayudados por el elfo.

Ron miraba a Hermione con una sonrisa, mientras sostenía con una mano
un pequeño cuaderno que pertenecía a su amiga. El cuaderno estaba
abierto, y contenía una lista de nombres en las que los tres primeros eran:
Hermione Granger (Presidenta), Harry Potter (Secretario) y Ronald
Weasley (Tesorero), pero, a diferencia de la última vez que lo había visto,
ahora había muchos nombres más. Ginny, a su lado, sostenía una lata que
parecía l ena de monedas, y también sonreía.

Al ver a Hermione, todo el mundo se quedó quieto, observándola con


interés. El a no dijo nada durante un momento, y su mirada recorrió la
sala. Se detuvo unos instantes en un pergamino aumentado que colgaba de
la pared, que contenía un manifiesto cuyo título era: «Detengamos el
Vergonzante Abuso de Nuestras Compañeras las Criaturas Mágicas y
Exijamos el Cambio de su Situación Legal». A ambos lados del título se
veía el escudo de Gryffindor.

—Esto es para usted, presidenta —dijo Ron ceremoniosamente,


entregándole el cuaderno—. Como ves —

añadió, moviendo el brazo y señalando al resto de la sala—, hemos


trabajado duro...

Hermione no decía nada, pero sus ojos ya estaba vidriosos. Cogió el


cuaderno que Ron le daba y empezó a mirarlo a él y a su amigo
alternativamente. Luego miró hacia Harry, que sonreía, y se fijó en su
túnica, donde también lucía la insignia.

—No quería decirte todas esas cosas el otro día —se disculpó Ron—. Fui
un estúpido. No es verdad que a nadie le importe. Si esto es importante
para ti, para nosotros también.

Hermione no resistió más y se lanzó a los brazos de Ron, sol ozando de


alegría.

—¡¡Ron!! —exclamó, abrazándolo con fuerza y dándole un gran beso en la


mejil a—. ¿Cómo hiciste...?

¿Cómo...?

—Bueno, es una larga historia —dijo Ron, sonriendo, aunque un poco


cohibido por la repentina efusividad de Hermione—. No fue fácil
convencer a todos éstos de que limpiaran la sala común. Tuve que
ponerme algo serio... —añadió, señalando su insignia de prefecto—.
También traje a Dobby para que les diese una charla... y ya ves. Fíjate:
hemos conseguido dos sickles por persona —explicó, señalando la hucha
que l evaba Ginny—, y Harry va a donar un galeón por cada miembro que
consigamos...

—Y también reunimos un montón de ropa que Dobby entregará a los


demás elfos —agregó Ginny—. Todo fue idea de Ron...

Hermione le miraba con los ojos aún l orosos y la felicidad dibujada en la


cara.

—¿Y cómo vas a... vas a donar un galeón por cada firma? —balbuceó
Hermione, mirando a Harry.

—Esto es lo que deseas ¿no? Trabajar por la libertad de los elfos. Toda
asociación importante que se precie necesita fondos. Es el regalo que
mereces de la herencia de Sirius, ya que no te interesan las escobas
voladoras. Yo lo financiaré.
—¡Gracias! —exclamó, abrazándolos a los dos—. De verdad, me habéis
hecho muy feliz... Gracias también a todos vosotros —dijo Hermione,
separándose de sus amigos y mirando a todos los demás, que le sonreían.
Luego se dirigió al elfo.

—¿Cómo estás, Dobby?

—¡Estupendamente, señorita! —respondió el elfo, muy feliz—. Los


alumnos han prometido que no tendremos que limpiar más la sala común
de Gryffindor, señorita, aunque a Dobby no le molesta nada limpiar la sala
común de Gryffindor. ¡Y nos han conseguido mucha ropa! ¡A Dobby
siempre le ha parecido que los amigos de Harry Potter son casi tan
grandiosos como él!

Ron se ruborizó, pero parecía muy orgul oso.

257

—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Hermione a Ron.

—Bueno, digamos que tras la charla de Dobby, dije que, como prefecto,
aquí se iba a hacer limpieza por parte de los alumnos y... los fui
convenciendo —terminó, en tono misterioso.

—Nos amenazó con mandarnos copiar la frase «Plataforma Élfica de


Defensa de los Derechos Obreros»

hasta que la idea se quedara fijada en nuestra cabeza —contó Katie Bel
con una sonrisa.

—Sin olvidar que prometió a muchos dejarles volar en su Saeta de Fuego


y en la de Harry cuando el os no las necesitaran —añadió Ginny.

—¿Hiciste eso? —preguntó Hermione, sorprendida.

—Bueno, sí... —reconoció Ron—. Ya ves. Pero merece la pena, sólo por
verte contenta otra vez. Y no tendrás que hacer más visitas sola a las
cocinas, porque nosotros te acompañaremos.
—Ron, no sé qué decir...

—Sólo que me perdonas.

—No hay nada que perdonar...

—Sí, sí lo hay —replicó Ron—. Desde que volvimos de Navidad me he


portado como un estúpido —dijo, mirando de reojo a Ginny, que sonrió—,
y no quiero que sea así. Quiero que estés feliz, como el día del baile...

Ron ya se había puesto rojo, pero miraba a Hermione fijamente. El a


volvió a abrazarlo con fuerza.

—Mejor os dejamos solos, ¿no? —dijo Ginny, haciendo ademán de


apartarse—, aunque aquí, en la sala común... —comentó, observando
como todo el mundo miraba a su hermano y a Hermione.

—No importa —dijo Ron, separándose de el a. Se dirigió a todos los


demás—: ¡Bueno, muchas gracias a todos los que han colaborado! ¡No os
olvidéis de hablar a todo el mundo de esto! ¿De acuerdo? —Tras el
agradecimiento se dirigió a sus amigos, en voz más baja—. ¿Nos
sentamos?

Hermione asintió.

—Bueno, Dobby ahora debe irse —dijo el elfo, cogiendo toda la ropa que
había reunido—. ¡Muchas gracias, señores y señoritas! —Hizo un
chasquido, y desapareció.

—¿Cómo has conseguido el cuaderno, el manifiesto y la hucha si lo tenía


todo en mi habitación? —preguntó Hermione con curiosidad.

—Con el encantamiento convocador, por supuesto —respondió Ron con


una sonrisa—. Y bueno, dejemos ahora esto... Tú y yo teníamos una
partida de ajedrez pendiente, ¿verdad?

Hermione sonrió aún más.


—Sí —respondió, contenta. Ron se levantó, cogió el juego y se
dispusieron a jugar—. ¿No te quitas la insignia ahora?

—Claro que no. La vamos a l evar siempre puesta.

—¿Aunque la gente se ría de ti? —preguntó Hermione.

—Aunque se rían de nosotros —respondió Harry—. Nunca le hemos dado


importancia a las cosas que te importan a ti, Hermione... lo sentimos
mucho, de verdad.

—No pasa nada —dijo el a—. De verdad me habéis hecho feliz hoy...

—Y aún no está todo, ¿verdad, Ron? —dijo Ginny, con una sonrisa.

—Sí, bueno... es posible —respondió Ron, evadiendo el tema—. Mueves


tú, Hermione.

—¿Qué más hay? —preguntó Hermione, mirándolos.

—Nada. Sólo que después me gustaría hablar contigo...

—Ah, vale —dijo Hermione.

Ron y Hermione estuvieron jugando un rato, mientras Ginny y Harry


conversaban, ambos contentos de que al fin se hubiese arreglado todo.

—Bueno, ¿de qué querías hablar? —preguntó Hermione, después de haber


recibido el esperado jaque mate de Ron .

—Bueno... es que...

—Será mejor que lo dejéis para después de cenar —dijo Harry, viendo
como se abría el cuadro para dejar paso a la profesora McGonagal , que
venía a buscarlos para la cena.

—No —dijo Ron con seguridad—. Hablaremos ahora, que no hay nadie.

—¿Ahora? —preguntó Hermione extrañada—. Pero si es hora de cenar y...


—Dobby nos subirá comida —replicó Ron—. Ya se lo dije antes.

—Ah... —doltó Hermione, cada vez mas sorprendida—. Está bien,


entonces...

—Bueno, nosotros sí vamos —dijo Ginny, levantándose—. ¡Hasta luego!

Harry también se despidió y le dio unas palmadas de apoyo a su amigo.


Hermione los miraba a todos sin comprender nada.

—¿Qué crees que sucederá? —le preguntó Ginny a Harry un rato después,
mientras comenzaban a cenar.

—Bueno... —comenzó Harry, con la misma sonrisa que había puesto en el


baile de Navidad— Creo que es obvio, ¿verdad?

—¿Tú crees? —preguntó Ginny, con una risita.

258

—Por supuesto, no había más que verle la cara antes a Hermione...

—Sí, supongo que sí...

Cuando la cena terminó, la profesora McGonagal volvió a acompañarlos a


la torre de Gryffindor. A Harry no se le escapó como la gente se fijaba en
su insignia y en la de Ginny (sin contar las de Nevil e, Dean, Seamus,
Parvati o Lavender), pero no le importó. Empezaba realmente a creer en el
PEDDO, y, al fin y al cabo, era el primero que había intervenido para
liberar a un elfo doméstico... Tal vez Ron fuese mejor presidente que
Hermione.

—¿Dónde se han metido el señor Weasley y la señorita Granger? —


preguntó la profesora mientras subían la escalinata—. Deberían estar aquí,
son prefectos.

—Es que Hermione no se encontraba del todo bien, profesora —mintió


Ginny—. Y Ron se ha quedado con el a.
—Ah... comprendo —contestó la profesora McGonagal .

En cuanto l egaron al retrato de la Dama Gorda, Harry y Ginny fueron los


primeros en entrar a la sala común.

Ron y Hermione estaban al í, muy juntos, comiendo lo que Dobby les


había traído y riéndose los dos, muy contentos.

—¡Hola! —saludó Hermione con alegría, cuando los vio entrar.

—Hola —dijeron Harry y Ginny, con una sonrisa—. ¿Qué tal?

—Pues muy bien, comiendo, ya ves... —dijo Ron, encogiéndose de


hombros y sonriendo mucho.

—Sí, ya veo —dijo Harry, mirando a su amigo fijamente.

—Bueno, y ¿de qué habéis hablado? —preguntó Ginny.

—Esto... nada importante —contestó Hermione, mientras el a y Ron se


ponían completamente rojos.

—Ya... —dijo Ginny, pero no preguntó nada más.

Ginny y Harry les ayudaron a limpiar todo lo que habían manchado y


luego se quedaron charlando. Parvati y Lavender se les acercaron para
intentar sacarles algo, pero sin conseguirlo, aunque, por la forma en que
miraban a Hermione, Harry dedujo que no se escaparía de un
interrogatorio firme en cuanto subieran a su habitación.

Más o menos a las once, volvieron a quedarse los cuatro solos, y un rato
después también Hermione anunció que se iba a la cama.

—Estoy bastante cansada —dijo—. Y mañana tengo mucho trabajo


¡Apenas he hecho algo hoy!

—Al menos tú y Harry habéis hecho lo de herbología, porque yo ni eso —


le recordó Ron.
—Bueno, no te preocupes, te lo dejaremos mirar un poquito... —ofreció
Hermione, con una sonrisa—. Bueno, me voy a acostar...

Pero no se movió, sino que se quedó al í, como si no supiera hacia dónde


ir, hasta que Ron se levantó.

—Esto... hasta mañana —dijo Ron, poniéndose de nuevo más rojo que su
pelo.

—Hasta mañana... —repitió Hermione, poniéndose también colorada.

Entonces, Ron se le acercó, con cierta timidez, y le dio un suave y pequeño


beso en la boca.

—Que descanses... —dijo él, separándose.

Hermione le sonrió, y, sin mirar a Harry ni a Ginny, que los observaban


ligeramente sorprendidos, se fue a su cuarto.

—¡Felicidades, Ron! —exclamó Ginny con alegría, abrazando a su


hermano.

—Gracias, Ginny... —musitó Ron, un tanto azorado.

—Tengo mucho sueño y mañana me espera un día duro, pero ya me


contarás, ¿eh?. ¡Hasta mañana!

—Hasta mañana —dijeron a la vez Harry y Ron, quedándose solos en la


sala común.

—Bueno, ¿me vas a contar lo que ha pasado o no? —preguntó Harry.

—Bueno, ya has visto... —murmuró Ron, intentando evadirse.

—Ron... soy tu mejor amigo y también el de Hermione, ¿no?

—Esto, sí... Vale, ya te cuento —aceptó Ron, poniéndose un poco nervioso


—. Verás, en cuanto todos salisteis nos sentamos aquí, donde estábamos
ahora —comenzó Ron—, y bueno, me puse algo nervioso y no sabía cómo
empezar, así que estuvimos hablando un poco del PEDDO... pero eso
incluso fue peor, porque me miraba de una forma rara que me puso aún
más nervioso. —Hizo una pausa—. Bueno, luego l egó Dobby con la
comida, le di las gracias y volvió a marcharse, preparamos la mesa y
empezamos a cenar. Entonces el a me preguntó que de qué quería hablarle,
y bueno, yo le dije que quería contarle algo.

—Muy bien —dijo Harry con una sonrisa—. Continúa.

—El a me preguntó qué era, y yo le dije: «¿Recuerdas nuestra


conversación en Hogsmeade, antes de que l egaran los dementores?». El a
asintió. Yo le dije de nuevo que lo sentía, que no debería haber intentado ir
con la chica más guapa, que ni siquiera debía haber pensado en el o,
teniendo en cuenta que no me gustaba nadie y que el a no tenía pareja...

—Ya. ¿Y?

Ron sonrió, con la mirada perdida en el suelo.

259

—Me dijo que se había enfadado mucho porque la había hecho sentir mal,
porque el a pensaba, teniendo en cuenta que a mí no me gustaba nadie y
que el a era mi mejor amiga, que yo se lo pediría, y que al decirle eso, se
había sentido ofendida. ¡Harry, el a creyó que yo pensaba que no era lo
suficientemente guapa como para que yo quisiera ir con el a, sin importar
que fuésemos amigos!

—¿Y no lo pensabas? —inquirió Harry.

—¡No! Bueno... no sé... Es que... el a siempre está ahí, ¿sabes? No sé, me


resultó raro pensar en Hermione, en nuestra amiga Hermione, como...
como una chica para l evar a un baile, no sé... ¿a ti no te resultaría raro?

—Hombre, un poco sí... —respondió Harry, pensativamente—. Y bueno,


¿qué más?
—Le dije que no era cierto, que el a sí me parecía guapa, que en el baile
estaba genial, y... bueno, que entonces me había dado cuenta, pero no
quería admitirlo. El a me miró, un poco roja, y me preguntó que qué no
quería admitir...

Ron se quedó cal ado, con la vista de nuevo perdida en la alfombra.

—¿Y qué le dijiste? —quiso saber Harry.

—Le... le dije que el a me gustaba, que al principio no quería creerlo,


quería negarlo, no podía ser, era mi amiga, pero cada vez que el a
mencionaba a Krum... y luego, todo el verano que pasamos en Grimmauld
Place me había valido para darme cuenta de que no podía evitarlo: me
gustaba y mucho, quizá desde hacía bastante tiempo ya.

—¿Qué te respondió el a?

—Simplemente me miró de forma extraña. Yo me asusté un poco,


creyendo que tal vez me gritaría o algo así, ya sabes cómo es a veces
Hermione...

—Pero no te gritó.

—No. Me... me besó —dijo Ron, bajando la voz al mismo tiempo que sus
orejas enrojecían.

—¿Cómo?

—Que me besó... fue un beso pequeño, pero... no sé... yo...

Harry se rió.

—¿Qué pasa?

—Que seguro que fue mucho mejor que mi beso con Cho...

—Bueno, no sé... eso sí, Hermione no l oraba.

—Me imagino que no —dijo Harry—. ¿Y qué más?


—¿Más? Bueno... el a me dijo que yo también... que yo también le gustaba
desde hacía tiempo, que también la ponía celosa que yo mirara a Fleur, y
que había esperado bastante tiempo a que yo me diese cuenta...

—Ya —dijo Harry. Ahora que oía esas explicaciones, muchas de las cosas
que había visto, pequeños detal es que casi había ignorado, se juntaban y
empezaban a encajar—. Y bueno, ¿ahora qué?

—¿Como que «ahora qué»? ¿Ahora qué qué?

—Que qué vais a hacer, ahora, si vais a... bueno... estar juntos —las dos
últimas palabras resonaron en su cabeza de forma extraña.

—Eh, pues sí... ¿no? El a me gusta, yo le gusto... pues ya está. De todas


formas, estamos casi todo el día juntos ya.

Harry sonrió.

—Bueno, pues entonces felicidades, Ron —dijo finalmente, contento por


sus dos amigos. Se levantó y le estrechó la mano, pero Ron,
impulsivamente, le abrazó.

—Gracias, Harry... —Luego Ron se separó de él y añadió—: pero esto no


va a cambiar nada entre nosotros

¿vale?

—Bueno, yo espero que sí —replicó Harry, sonriendo—. Supongo que


ahora dejaréis de discutir por tonterías...

—Sí, bueno, eso sí... —afirmó Ron—. Pero yo me refería a que los tres
seguiremos siendo amigos, ¿sabes?

Como antes. Que el a sea mi... bueno, que estemos juntos nunca cambiará
eso.

—Ya lo sé. No hace falta que te expliques. —Ron no contestó nada, sólo
sonrió—. Me alegro de que por fin te hayas decidido a decírselo...
Ron se quedó un momento cal ado y miró a Harry con expresión grave.
Harry volvía a ver en los ojos de su amigo aquel cambio que había notado
en Grimmauld Place, pero más marcado, más maduro.

—He tardado demasiado —dijo Ron—. ¿Sabes?, me engañaba a mí mismo


diciéndome que el a no me gustaba... ¿Cómo podía gustarme mi mejor
amiga?, pero, cuando tras volver del Departamento de Misterios en junio,
la señora Pomfrey me curó del maleficio que me habían echado, y ver a
Hermione, que seguía inconsciente, casi muerta... no te imaginas lo que
pensé, lo que sufrí... ¿Y si el a hubiera muerto? Pero luego se recuperó, y
decidí dejarlo pasar, al fin y al cabo, no creía que yo pudiese gustarle,
aunque seamos amigos, siempre nos estamos peleando, ya sabes... así que
lo dejé pasar... Hasta el día del ataque en Hogsmeade. ¡Estuve a punto de
perderla otra vez!

—Pero la salvaste.

260

—Sí, la salvé, pero... ¿Y si no lo hubiera conseguido? Pensé luego en


decírselo en el baile... —recordó Ron

—, pero no sé por qué no lo hice, no me salían las palabras y... bueno,


ahora sé que hace tiempo que se lo tenía que haber dicho.

Harry le sonrió a su amigo y le dio una palmada en la espalda.

—Bueno, ahora ya está, ¿no? Todo solucionado —dijo, sonriéndole—. Y


será mejor que nos vayamos a la cama, es tarde y hoy ha sido un día muy
largo.

—Sí, será lo mejor.

Ambos subieron por las escaleras hacia su dormitorio, y se metieron en la


cama.

Harry no se durmió enseguida, sino que se quedó un rato pensando. Sus


dos mejores amigos estaban juntos. Él se alegraba por el os, claro que sí.
Sabía desde hacía mucho que a Ron le gustaba Hermione, y sospechaba
que también a el a le gustaba Ron. Sin embargo, no pudo evitar un
pequeño sentimiento de inquietud. ¿De verdad nada iba a cambiar, como
Ron le había dicho? Era obvio que las cosas no podían ser exactamente
iguales que antes, claro, pero ¿cuánto iban a cambiar? ¿Se sentiría él
sobrar cuando estuviesen los tres juntos? Intentó convencerse de que no.
En el fondo, sabía que no. Eran sus mejores amigos, nunca le dejarían
solo. Nunca. O eso esperaba, porque con todo lo que estaba pasando, sin el
os no lo soportaría. No podría.

Se dio la vuelta y miró hacia Ron, que, por el acompasado sonido de su


respiración, parecía ya dormido.

Sonrió. No, el os nunca le dejarían solo. Se tapó hasta la barbil a y cerró


los ojos. Cinco minutos después, ya estaba dormido.

261

26

Snape, en Peligro

—Buenos días —les dijo Hermione a Harry y a Ron, cuando bajaron a la


sala común al día siguiente por la mañana—. ¡Vamos a desayunar pronto,
o l egaremos tarde a Defensa Contra las Artes Oscuras!

—Sí, sí, ya vamos... —respondió Ron, bostezando.

Él y Harry cogieron sus mochilas, cuando bajaron Parvati y Lavender, que


le sonrieron a Ron con picardía, antes de salir por el agujero del retrato.

—¿Qué les pasa a éstas? —preguntó Ron, sorprendido.

—Nada, no les hagas caso —dijo Hermione, poniéndose algo colorada.

Bajaron al Gran Comedor, que ya estaba medio l eno, y se sentaron un


poco aparte de los demás. Hermione y Ron no paraban de lanzarse miradas
fugaces que terminaban en sonrisas tímidas. A Harry le hacía un poco de
gracia ver a sus amigos así, aunque por otra parte se le hacía muy raro. Por
los cuchicheos y risitas de Parvati y Lavender, supo que no era el único al
que le hacía gracia. Hermione miraba continuamente a sus compañeras de
cuarto, con una expresión entre divertida y exasperada.

—¿Se lo has contado, no? —le preguntó Ron más tarde, mientras se
dirigían a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Sí, se lo dije —respondió Hermione tranquilamente—. ¿Por qué no iba a


hacerlo? No tengo nada de lo que avergonzarme. ¿O sí? —dijo, mirando a
Ron y sonriendo.

—¡Claro que no! —aseguró Ron, tajante.

Al l egar a clase, se sentaron los tres en su sitio habitual, hasta que l egó
Dumbledore, cuya mirada se dirigió rápidamente hacia las insignias que
toda la clase lucía en sus túnicas.

—Bonitas insignias —dijo, sonriendo.

—Gracias, profesor —dijo Harry.

—Tal vez, más tarde, podríais darme una a mí.

—Eh... claro que sí —dijo Hermione, sorprendida pero muy ilusionada con
la idea de que Dumbledore perteneciera al PEDDO.

Más tarde, después de Transformaciones, salieron a los terrenos para ir a


la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. En cuanto salieron del castil o,
Ron, tras un momento de vacilación, agarró la mano de Hermione.

El a le miró, sorprendida, y sonrió.

Se cruzaron con varios de Slytherin, que les lanzaban miradas de interés,


aunque Harry no sabría decir si se debían a que Ron y Hermione fuesen
cogidos de la mano, a que los tres l evasen una insignia que ponía

«P.E.D.D.O.», o a las dos cosas.


—¡Vaya, vaya! —dijo la arrastrada voz de Draco Malfoy a sus espaldas—.
¡Qué ven mis ojos! ¡Granger y Weasley! ¡El pobretón y la sangre sucia!
Desde luego, es bastante cierto eso de que la mierda atrae a las moscas...

Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson se rieron como bobos.

—¿Qué has dicho, Malfoy? —gritó Ron, encarándose con él y agarrando


su varita.

—Vaya... no le gusta que insulte a su novia, ¿eh, Weasley? ¿Qué eres tú, la
mierda, o las moscas?

—Te lo advierto, Malfoy, una palabra más y...

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hagrid, que se había acercado al castil o


para buscarlos, aunque un poco tarde.

—Eh... nada —respondió Malfoy, alejándose con sus amigos.

Hagrid miró hacia Malfoy con el ceño fruncido, y luego observó a los tres
amigos.

—Bueno, veo que ya sois otra vez amigos —comentó Hagrid, mirando
hacia Ron y Hermione—. ¿Ya habéis hecho las paces?

—Ya lo creo, y no sabes cómo... —dijo Harry, casi riéndose, mientras


Hermione le daba un pisotón y Ron le lanzaba una mirada fulminante.

Hagrid los miró un momento, sin entender, y luego se volvió.

—Pues mucho mejor así. Vamos, seguidme.

Los tres siguieron a Hagrid, mientras Harry hacía esfuerzos por contener
la risa... y los gritos de dolor por su pie.

De vuelta en la sala común, antes de la hora de comer, Hermione se quedó


mirando el gran manifiesto que colgaba de la pared.

—¿Por qué pusisteis esto aquí? —les preguntó.


262

—Bueno, es para las generaciones venideras —explicó Ron—. Para


formar a los nuevos alumnos, ya sabes.

—¿Generaciones venideras? —preguntó Hermione arqueando una ceja—.


¿Esto va a quedar aquí?

—No queda más remedio —dijo Harry—. Porque le pusimos un


encantamiento de presencia permanente.

—¿Qué hicisteis qué? —preguntó Hermione, mirándolos como si


estuviesen locos.

—Es necesario tomar medidas radicales, Hermione —explicó Ron—. Tú


eras demasiado blanda con la propaganda —agregó, sonriente.

Hermione meneó la cabeza y sonrió.

—Y no debemos olvidarnos de la insignia de Dumbledore —les recordó


Harry—. ¿Cuándo se la daremos?

¿O no vamos a hacerlo?

—¿No hacerlo? ¡Es el director! ¡Nos puede ayudar mucho! —exclamó


Ron—. Le daré una insignia a la hora de la comida...

—¿A la hora de la comida? —preguntó Hermione.

—Claro, ahí le veremos seguro —dijo Ron.

—Ron, le pones más fervor que yo.

—Bueno, Hermione, esta asociación tiene dos años y no se puede decir


que hayamos avanzado mucho,

¿no? Harry es el único que ha conseguido liberar a un elfo doméstico. Hay


que ponerse las pilas.
Hermione miró a Harry, que se encogió de hombros, y sonrió de nuevo.

A la hora de la comida, Hermione bajó el cuaderno del registro, a petición


de Ron, y cogió una insignia.

Luego se dirigieron al comedor, donde Ginny les esperaba.

—¡Por fin! —dijo Ginny—. No os vi a la hora del desayuno. —Miró a Ron


y Hermione—. Bueno, ¿qué tal?

—Bien —respondieron los dos a un tiempo.

—Sí, eso ya lo veo. Pero yo quiero que alguien me cuente...

—No puedo —dijo Ron rápidamente—. Tengo trabajo.

Se alejó hacia la mesa de los profesores y se acercó a Dumbledore, con el


que habló un minuto. A Harry le hacía gracia la cara de absoluta
perplejidad que ponía la profesora McGonagal al escuchar lo que ambos
decían. También Krum los miraba con interés. Ferl ini, por su parte, ponía
caras raras. Un momento después, Ron le entregó, bajo la mirada de medio
comedor, lo que Harry supuso que era la insignia, y Dumbledore le entregó
a Ron algo a cambio. Éste volvió a la mesa de Gryffindor, muy contento, y
un instante después, el profesor Dumbledore lucía una insignia de la
PEDDO en su sombrero.

—¿Qué le has hecho a Ron? —le preguntó Harry a Hermione—. Porque,


desde luego...

—Hecho —dijo Ron, sentándose muy satisfecho—. Y aquí están los dos
sickles...

—¿Le has pedido la cuota de afiliación? —exclamó Hermione.

—Bueno, no iba a hacerlo, pero él me preguntó y se lo dije. Ahora sólo


falta apuntar... —Cogió el cuaderno y escribió, debajo del último nombre,
«Albus Dumbledore»—. Listo.

—¿No te habrán poseído Fred y George, verdad? —le preguntó Hermione.


—Hum... —Ron se quedó pensativo, mirando al techo, antes de contestar
— creo que no. Pero bueno, ya sabes, algo siempre se pega.

Harry, Hermione y Ginny se rieron.

Por la tarde, decidieron ir a hacerle una vista a Hagrid, ya que no tenían


clase. Ginny les preguntó si podía ir con el os, y Harry le pidió por favor
que lo hiciera.

—Sí, mejor vente, porque éstos irán cogidos de la mano y yo iré mirando a
las nubes.

Ron y Hermione se ruborizaron ligeramente, pero no dijeron nada.

Así pues, a las tres y media salieron del castil o. Hermione y Ron, como
Harry había dicho, iban cogidos de la mano.

—Parece que se acerca la primavera, ¿eh? —sijo Draco Malfoy con sorna,
que se dirigía al castil o, seguido de sus eternos guardaespaldas—.
Primero el pobretón y la sangre sucia, y ahora también la pobretona y el
cabeza rajada.

Crabbe y Goyle, como siempre, soltaron una risotada estúpida.

—¿Te vuelves más imbécil por momentos? —preguntó Harry, que ya


estaba harto de encontrarse con Malfoy—. Creo haberte dicho ya que no
aguantaría más estupideces por tu parte. —Echó mano a la varita—.

Si vuelves a decir otra palabra...

—Sí, mejor vámonos —dijo Malfoy con malicia—. Parece ser que ha l
egado el tiempo de celo en la familia Weasley, y no querríamos...

—¡Serás...! —gritó Ron, sacando su varita y apuntándole a Malfoy.

Le iba a lanzar un hechizo cuando Hermione lo contuvo.

263
—Tranquilízate, Ron. No le hagas caso. Lo que le pasa es que tiene
envidia, porque ni esa estúpida de Parkinson se fija en él.

Malfoy enrojeció de ira ante el comentario de Hermione.

—¿Cómo te atreves, asquerosa sang...?

— ¡Silencius! —gritó Harry, y Malfoy siguió moviendo la boca, pero sin


hablar—. Vámonos antes de que me arrepienta de dejarlo sólo con esto...

—¿Cuántas veces le hemos echado ya a Malfoy un encantamiento


silenciador este curso? —le preguntó Ron, mientras se alejaban del castil
o, donde Crabbe y Goyle intentaban deshacer el hechizo de Harry.

—Esta es la tercera —declaró Harry.

Ginny y Hermione se rieron.

Llamaron a la cabaña de Hagrid, quien los invitó a pasar. Estaba solo.

—¡Hola chicos! —saludó, contento de verlos—. Pasad adentro. ¿Os


apetece un té, verdad?

—Sí, claro —dijo Ginny—. Hay que celebrarlo.

—¿Celebrar el qué?

—Que Ron y Hermione ya son pareja y...

—¡¡Ginny!! —exclamaron los dos a la vez.

—¿Es eso cierto? —preguntó Hagrid, mirando hacia los dos y sonriendo
abiertamente.

—Bueno... sí —admitió Hermione, poniéndose muy colorada.

—¡Me alegro de escuchar una buena noticia, en medio de tantas


desgracias! —dijo Hagrid muy contento—.
Si lo hubiera sabido, habría preparado un pastel o una tarta.

Harry, Ron y Hermione se miraron, aliviados. Menos mal que no lo había


sabido, entonces.

Estuvieron en la cabaña de Hagrid hasta las cuatro y media, cuando


salieron para dirigirse de nuevo al castil o.

—Esto... Harry, Ginny… —comenzó a decir Hermione, un poco nerviosa y


con las mejil as sonrosadas— ¿os importa si Ron y yo damos un pequeño
paseo por el lago?

—No —respondieron ambos.

—¿Un paseo? —preguntó Ron, mirándola detenidamente—. ¿Tú... y yo?


¿Solos?

—Pues claro, tonto... bueno, sólo si quieres, claro... —dijo Hermione,


ruborizándose algo más.

—Sí, vale —respondió Ron, mientras sus orejas enrojecían.

—Subimos en veinte minutos —dijo Hermione—. Tenemos que empezar a


hacer los deberes, tenemos un montón de trabajo para este fin de semana.

—¡Hermione, no me hables de deberes o me pondré histérica! —chil ó


Ginny.

—Vale, vale... bueno, hasta luego —se despidió Hermione, mientras se


alejaba hacia el lago, acompañada por Ron.

Harry y Ginny volvieron a la sala común. Ginny se puso a trabajar con


hechizos desvanecedores, que aún no lograba dominar del todo bien. Harry
decidió ponerse a hacer sus deberes también, y se acercó a la mesa de
Ginny.

—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó.

—Claro —contestó Ginny.


Harry se puso a hacer sus deberes de Transformaciones, y de vez en
cuando le echaba un cable a Ginny con el hechizo desvanecedor. Ron y
Hermione entraron por el agujero del retrato a las cinco y media.

—¿Veinte minutos? —preguntó Ginny, mirándolos.

—¿Querías alguna cosa? —soltó Ron.

—No...

—¿Entonces qué mas te da? —espetó Ron, poniéndose colorado.

—Bueno, venga, vamos a trabajar. Empezaremos por lo de


Transformaciones, ya que Harry está con el o...

—dijo Hermione inmediatamente.

Se pasaron toda la tarde, hasta la hora de la cena, haciendo deberes.

—Bueno, después de cenar haremos ese trabajo para el profesor Snape y


podremos dejar lo demás para mañana —planeó Hermione, mientras
entraban en el Gran Comedor y se sentaban en la mesa.

—¿Lo de Pociones? ¿Ahora? —se quejó Ron—. Pero Hermione, ese


trabajo es horrible...

—Por eso mismo, cuanto antes lo terminemos, más aliviados nos


sentiremos...

Ron no respondió, aunque ciertamente, la perspectiva de un trabajo de


Pociones después de la cena no era algo que pareciera aliviarle.

—Vamos, Harry —le animó Ron—. Di que no quieres hacerlo ahora,


seremos dos contra una...

—No hay votación que... —comenzó a decir Hermione, pero una voz la
interrumpió.
—«Herrmione», ¿es «cierrto»? —preguntó de pronto una voz a espaldas
de el a.

264

—¿Eh? —dijo la chica, volviéndose—. ¡Ah! Hola, Víktor —saludó


Hermione—. ¿Qué me decías? ¿Si es cierto el qué?

—Que «erres» novia de él —dijo el búlgaro, señalando a Ron.

—¡Ah! Eso... —dijo el a, poniéndose colorada y sintiéndose un tanto


incómoda—. Bueno, sí, es cierto... —

declaró.

El rostro de Krum se ensombreció, aunque a Harry le pareció que la


respuesta de Hermione no le extrañaba nada, sino que más bien le
confirmaba algo que él ya sabía que sucedería.

—Vaya... bueno, «enhorrabuena», entonces... —dijo Krum—. Lo has


conseguido.

Ron frunció el entrecejo ante el comentario del búlgaro.

—Esto... sí... —murmuró Hermione, poniéndose como un tomate y


hablando casi con el cuel o de su camisa.

—«Esperro» que seas feliz, de «verrdad» —dijo él, y parecía sincero—.


También venía a «despedirrme» —

continuó—. Mañana «porr» la «tarrde» nos «marrchamos».

—¿Ya os vais? —preguntó Harry—. Creí que os quedaríais aquí...

—No. «Ahorra» que el «Torrneo» ha finalizado, aunque sea sin


«ganadorr», debemos «volverr».

—Ah... no lo sabía —declaró Hermione—. Pero no tienes que despedirte


ahora... nos veremos mañana ¿no?
Krum se encogió de hombros.

—Bueno, vuelvo a la mesa. Hasta mañana —dijo, despidiéndose—.


Cuídala —agregó, mirando hacia Ron, que asintió.

—Como corren las noticias por este castil o... —comentó Ron, mirando a
Krum. Luego se volvió hacia Hermione, observándola con mirada suspicaz
—. ¿Por qué dijo eso de «lo has conseguido»? —le preguntó.

Hermione miró a Ron fijamente, con expresión seria, y luego bajó la


mirada hacia su plato, concentrándose en su comida.

—Bueno... digamos que en algunas cartas que le mandaba... le hablaba un


poco de ti... —esto último lo dijo en voz tan baja que apenas si pudieron
oírla Ron, Harry y Ginny.

La expresión de Ron estaba entre la sorpresa y la incredulidad.

—¿Le hablabas de mí?

—Bueno, de todos en general —explicó Hermione—. Pero sí, le hablaba


de ti... y él se dio cuenta de que...

bueno, de que me gustabas más que como mi mejor amigo...

Harry sonrió ligeramente. Sus dos amigos le miraron, interrogantes.

—Y él preocupándose por si yo tenía algo contigo, o si me gustabas,


cuando su rival estaba a mi lado.

Hermione esbozó una sonrisa.

—Al parecer, el único que no se dio cuenta fui yo —dijo Ron.

—Bueno, no te extrañes, no eres muy despierto para esas cosas —dijo


Hermione. Ron la miró con expresión de ligero enfado—. O al menos, no
lo eras —se apresuró a añadir, ante la mirada de su novio.
Siguieron comiendo, y, tras un rato, Harry miró hacia el capitán de
Castelfidalio

—¡Eh, Anton! —preguntó Harry. Anton le miró—. ¿Vosotros también os


vais mañana?

—Sí —respondió él—. Tenemos que volver al colegio, no nos l ega sólo
con lo que estudiamos por nosotros mismos, aunque la directora nos dé
clases.

—Los de Beauxbatons también se van mañana —les comunicó Nevil e,


que parecía algo triste ante la noticia.

—Bueno, es lógico —Dijo Hermione—. Aquí, realmente, ya no pintan


nada, y con lo que está pasando últimamente supongo que querrán irse...

—Pero tú tranquilo, Nevil e —dijo Ron con una sonrisa—. Si quieres, ya


le diremos a Fleur que se traiga a su hermana en las vacaciones...

Nevil e se ruborizó y sonrió ligeramente.

Una vez estuvieron de vuelta en la sala común, se pusieron a hacer el


trabajo de Pociones, que, como todos los de esa asignatura, para Harry y
Ron resultó ser un asco.

No lo terminaron hasta las once, cuando en la sala común ya sólo


quedaban tres o cuatro personas. Los tres estuvieron un rato charlando, y
luego Harry dijo que se iba a la cama.

—¿Vienes? —le preguntó a Ron, con una ligera sonrisa, sabiendo de


antemano la respuesta.

—Dentro de un rato —contestó él, sonriéndole con un ligero nerviosismo.

—Vale, hasta mañana, tortolitos —se burló, y se dirigió a la escalera,


esquivando un cojín que le lanzó Ron.

Entró en la habitación y se tumbó sobre la cama, sin ponerse el pijama


siquiera. Tal vez podía esperar a Ron (si no tardaba demasiado), y charlar
un rato con él... y pensando en esto, se quedó dormido, atacado por una
repentina somnolencia...

265

Estaba en otro lugar, en una habitación que ya había visto con


anterioridad. Un hombre estaba que le resultaba familiar estaba agachado
enfrente de él, vestido con una túnica y una capucha, y parecía asustado.

—¿Cómo te has atrevido a hacerlo, sucio traidor? —decía Harry, con una
voz fría y cruel—. ¿Cómo has podido pensar siquiera por un instante que
no te descubriría?

—Señor... señor... —murmuraba el hombre encogido, sin mostrar la cara,


que mantenía oculta bajo una capucha.

—¡No pongas excusas! Has traicionado a Lord Voldemort, Severus. Y eso


tiene un precio… un precio muy alto.

Snape levantó la cabeza y miró hacia él. El miedo estaba dibujado en su


rostro. Un miedo como nunca había visto en aquel a cara. Se regocijó al
notarlo, a pesar de lo increíblemente furioso que estaba. De hecho, hacía
muchísimo tiempo que no estaba tan furioso. El que creía que era su espía
en Hogwarts, era un traidor...

—Debí haberte matado la noche en que volviste, alegando no poder haber


venido a mí antes, debido a Dumbledore. Sin embargo, nunca confié del
todo en ti, Severus. He tomado mis precauciones, y ahora veo que hice
bien. ¿Sabes cuál es el castigo a los traidores, Snape?

—Señor... de verdad... no entiendo... —balbuceó Snape.

—¿No entiendes? Creo que esta misiva que recibí hace una semana de mi
otro agente, un agente en el que confío mucho más que en ti, está muy
clara, ¿no crees? —preguntó Harry, que era, como notó enseguida,
Voldemort—. Bueno, volvamos a donde estábamos... ¿Conoces el castigo,
Severus?
—Señor...

—¡¿Lo conoces?! —empezaba a perder la paciencia.

—Sí...

—Bien. Entonces prepárate.

Levantó la varita y gritó « ¡Crucio! ». Snape se retorcía en el suelo, debido


a los horribles dolores que sentía.

La tortura duró al menos dos minutos. La cicatriz le dolía con mucha


fuerza.

—¿Duele, verdad? Sí, sé que duele... pero no te preocupes, esto no es nada,


aún queda mucho dolor por delante, te lo aseguro...

Otros mortífagos se movieron, quedando a la vista de Harry. Eran Macnair,


Jugson y Avery. Se reían al ver a Snape, que gemía. Harry jamás se habría
imaginado ver así a su profesor de Pociones.

—¿Otra pequeña ración, Severus? —siseó, volviendo a lanzar la maldición


contra Snape, que de nuevo se retorció en el suelo, gritando. Después de un
rato, volvió a detenerse. Los gritos de Snape cesaron y se convirtieron en
gemidos de dolor.

—¿Cómo has podido pensar que no te descubriría? —dijo Voldemort,


tranquilamente, con ira contenida—.

¿Te crees más listo que el Señor Tenebroso? Tal vez pensabas que
Dumbledore te protegería... ¿Dónde está ahora Dumbledore? Llámalo, a
ver si viene... —Voldemort se rió, y los mortífagos también lo hicieron.

De pronto, Snape dejó de gemir y se encogió. Antes de que nadie tuviera


tiempo de hacer nada, sacó la varita y lanzó un hechizo aturdidor contra
Voldemort. Esto le cogió de sorpresa, pero con un gesto de la varita el
hechizo se desvió y golpeó en una de las paredes. Sin embargo, eso le
había dado tiempo a Snape, que miró a Voldemort con miedo por última
vez, y, con esfuerzo, desapareció.
—¡¡NO!! —gritó Voldemort, l eno de ira; la cicatriz le estaba quemando
enormemente—. ¡¡Id a por él!! —les gritó a los mortífagos—. ¡¡Traedlo
de vuelta, vivo o muerto!!

—Señor... amo —murmuró Avery, temblando—. ¿Cómo sabremos


dónde...?

—¿Eres estúpido? —escupió Harry—. ¡Ha ido a Hogwarts! ¡Buscadle


fuera de los terrenos, donde pueda aparecerse! ¡YA!

—Sí, amo —asintieron los tres mortífagos, y desaparecieron.

Harry soltó un rugido de furia y decepción, y la cicatriz pareció partírsele


en dos.

Se despertó temblando, bañado en sudor; la cicatriz le ardía y no sabía


bien dónde estaba ni qué había pasado. Se quedó quieto un segundo,
palpándose la cicatriz, y luego lo recordó todo. ¡Snape estaba en peligro!
¡Voldemort le había descubierto! Pero había conseguido huir, aunque
estaba herido y débil...

Se levantó de un salto. Aún estaba vestido, tal como se había acostado. Se


acercó a la cama de Ron, pero estaba vacía. Entonces recordó que se había
quedado en la sala común, con Hermione. Seguramente aún estarían al í.
Sólo había pasado media hora desde que se había acostado. Bajó las
escaleras a toda prisa, y, efectivamente, al í estaban los dos, sentados junto
a la chimenea, y en ese momento estaban besándose como si no hubiera en
el mundo nada más que el os dos.

—¡¡Ron!! ¡¡Hermione!! —gritó, entrando en la sala común como una


tromba.

Ron y Hermione se separaron instantáneamente, dando un brinco.

—¡Harry! ¿Qué te pasa? ¿Por qué das esas voces? —preguntó Hermione,
que estaba completamente roja por el hecho de que su amigo los hubiese
visto a el a y a Ron en ese momento.
266

—¡Es Snape, está en peligro!

—¿Qué?

—¡Snape! ¡Voldemort descubrió que trabaja para la Orden! ¡Lo estaba


torturando, pero él consiguió huir, aunque está herido! ¡Macnair, Jugson y
Avery van tras él!

—Harry, ¿qué dices? —preguntó Ron, confundido—. ¿Has tenido otro


sueño de esos?

—Sí... bueno, como los del año pasado. ¡TENEMOS QUE DARNOS
PRISA!

—De acuerdo, Harry, pero tranquilízate ¿vale? —dijo Hermione


suavemente, aunque parecía muy asustada

—. Debemos contárselo a Dumbledore...

—¡No hay tiempo! ¡Van a encontrarlo!

—Pero Harry, ¿qué vamos a hacer nosotros? ¡No sabemos dónde está! —
dijo Hermione, intentando hacer razonar a Harry.

—¿Y si fuera una trampa? —sugirió Ron.

Harry se lo pensó un momento... y la respuesta emergió rápidamente en su


cabeza: no. No era una trampa.

Lo que había visto había sucedido y sabía que era verdad. Lo sabía
totalmente. No sólo es que lo hubiese visto, también sentía que era cierto...

—¡No es una trampa! No sé cómo lo sé... ¡pero lo sé! —exclamó—. En


cuanto a dónde está... —Entonces recordó las palabras de Voldemort: «ha
ido a Hogwarts». Se concentró, dando vueltas por la sala, pensando... ¿Qué
podían hacer?.
Está en el bosque prohibido.

Se quedó quieto. ¿De dónde había salido aquel a idea? No lo sabía, pero sí
sabía otra cosa: también era cierta. Snape estaba en el bosque prohibido.
¿Cómo podrían...?

—¡El mapa del merodeador! —exclamó.

Subió corriendo a la habitación, dejando a Ron y Hermione, que le


miraban sin comprender nada. Abrió el baúl, cogió el mapa y bajó
corriendo a la sala. Empezó a buscar...

—¡¡Aquí está!! —gritó. Se lo mostró a Ron y Hermione.

Casi en los límites del mapa, un punto con la inscripción «Severus Snape»
se movía lentamente, en el bosque. Otros tres puntos que indicaban la
posición de Avery, Jugson y Macnair se movían cerca, demasiado cerca.

—¡Dios mío! —chil ó Hermione, asustada—. ¿Qué vamos a hacer?

—Ir a por él, mientras alguien avisa a Dumbledore.

—¿Pero cómo l egamos al í? —preguntó Ron.

Harry se fijó en la ventana, que daba al bosque.

—Con las escobas. ¡Vamos! —gritó.

Harry y Ron subieron al cuarto, cogieron sus capas, las varitas y las
escobas, y regresaron a la sala común.

—¡Hermione, tú ve a avisar a Dumbledore!, ¿de acuerdo? —dijo Harry,


mientras abría la ventana.

—¡No! ¡Yo voy con vosotros!

—No, Hermione, sólo tenemos dos escobas y es muy peligroso, alguien


debe avisar a Dumble... —dijo Ron, siendo interrumpido por un ruido en
las escaleras
—¿Qué pasa? —preguntó Nevil e, entrando en la sala común—. He oído
gritos y ruido...

—¡Nevil e! —exclamó Hermione, muy alegre de la presencia del chico—.


¡Ve a avisar a Dumbledore, dile que el profesor Snape está en el bosque,
que está herido, y que tres mortífagos le persiguen!

—¿Qué...? —preguntó Nevil e, aturdido—. ¿Cómo...?

—¡No preguntes, hazlo! —le ordenó Hermione—. Nosotros vamos a


intentar ayudarle.

—Es... está bien —dijo Nevil e, sin entender, pero obedeciendo a


Hermione.

Salió por el agujero del retrato. Hermione se volvió hacia Ron.

—Tú me l evarás, Ron.

—No, Hermione, es muy peligroso y...

—Sí tú vas, yo también. ¡Soy mejor bruja que tú! —chil ó Hermione,
enfadándose.

—Está bien —cedió Ron—. Monta.

—¡Daos prisa! Se acercan a él —dijo Harry, observando el mapa.

En cuanto Hermione hubo subido y se agarró a Ron, salieron por la


ventana, volando en medio de la fría noche hacia el Bosque Prohibido. El
frío viento de enero les cortaba la cara.

— ¡Lumos! —dijo Harry, para encender su varita y ver el mapa.

—Sujétate bien, Hermione —dijo Ron.

—Tranquilo, no me caeré —contestó la chica.

Sobrevolaron las copas de los árboles y se adentraron en el bosque.


—¡Aquí! —les susurró Harry, descendiendo lentamente.

Ron le siguió y pronto estuvieron bajo los árboles. Harry bajó de la escoba,
seguido por Ron y Hermione, que también encendieron sus varitas.

—¡Tenemos que darnos prisa! —dijo Harry.

267

Nerviosos y asustados, dejaron las escobas junto a un árbol y empezaron a


buscar a su alrededor, esperando encontrar a Snape antes de que l egaran
los mortífagos.

—¡Aquí! —gritó Ron, señalando un bulto que se agachaba junto a un


árbol.

—¡Profesor Snape! —dijo Harry, bajando la voz—. ¡Somos nosotros!


¡Vamos a sacarle de aquí!

—¿Potter...? —preguntó Snape, con voz débil. Estaba pálido, y parecía a


punto de desmayarse.

—Sí, tranquilícese, todo saldrá bien —dijo, ayudando a Snape a levantarse


—. Nos iremos de aquí en escobas...

—¡Eh! —gritó alguien, y un rayo de luz los iluminó—. ¡Está aquí! ¡Está
con Potter!

—¿Potter? —preguntó otra voz algo más lejana que la primera—. ¡Que no
escapen!

— ¡Desmaius! —gritó el primer mortífago.

Harry se agachó, y el rayo dio en un árbol cercano.

—¡Tenemos que irnos! —gritó.

—¡Harry, las escobas están al í! —chil ó Hermione, señalando el lugar


donde estaba el mortífago.
—¡Pues corramos!

Harry intentó arrastrar a Snape, que estaba débil y apenas caminaba. Ron y
Hermione lanzaron varios hechizos aturdidores hacia donde estaba el
mortífago, que recibió un impacto.

—¡Le he dado! —exclamó Hermione, siguiendo a Harry.

—¡Pero no tardarán en volver! —apuntó Harry—. Y no puedo l evarle yo


solo... ¿Adónde vamos?

— ¡Mobilicorpus! —dijo Hermione, apuntando a Snape—. Ahora será


más fácil.

Sin esperar a que los mortífagos volvieran a perseguirlos, se adentraron en


el bosque.

—¿No vamos en dirección contraria al castil o? —preguntó Hermione,


mirando hacia atrás de vez en cuando, donde se oían ruidos y pisadas,
aunque aún lejanos.

—¡Estamos muy metidos en el bosque! Jamás l egaremos a los terrenos


antes de que nos atrapen —señaló Harry, jadeando .

—¿Entonces?

—Sólo hay una solución —dijo Ron, cuya voz temblaba y denotaba pánico
—. Estamos cerca de la guarida de Aragog.

—¿La guarida de Aragog? —exclamó Hermione, más asustada aún—.


¿Estás loco?

—Me gusta mucho menos la idea a mí que a ti —aseguró Ron—. Pero nos
prometió que no nos harían daño, y quizás nos ayude...

—Es lo único que tenemos —sentenció Harry—. ¡Vamos!

Así pues, avanzaron, saltando ramas y esquivando árboles, procurando


huir de los mortífagos, que cada vez se oían más cerca, dirigiéndose hacia
la hondonada de las arañas.

—¿Seguro que vamos bien? —preguntó Hermione.

—¡Sí! —respondió Ron—. No podría olvidar este camino en mi vida.

Llevar a Snape les retrasaba mucho, y los mortífagos debían estar cada vez
más cerca. No faltaba demasiado para l egar, cuando Harry tropezó y cayó.

—¡Harry! —gritó Ron, deteniéndose a ayudarlo.

—¡Corred! —les ordenó Harry, incorporándose, mientras las luces de las


varitas de los mortífagos se acercaban. ¡Intentaré detenerlos, o al menos
retrasarlos!

—¡Harry, no! —suplicó Hermione.

—¡Confiad en mí!

Se oyeron varios gritos de « ¡Desmaius!» , y varios rayos rojos pasaron


sobre sus cabezas. Harry se volvió hacia el lugar desde donde se acercaban
los mortífagos.

—¡Ahora veréis! —gritó, con rabia. Dirigió su varita hacia la zona de la


que venían y exclamó—: ¡Deflagratio!

Un pequeño punto de luz, pero muy bril ante, se desprendió de la varita de


Harry y se dirigió al lugar de donde procedían las voces de los mortífagos.
Solamente oyó un grito de «¡Cuidado!» antes de producirse la explosión,
que hizo estal ar y arder varios árboles. Harry alcanzó a oír varios gritos y
lamentos, antes de darse la vuelta y correr tras sus amigos, a los que
alcanzó un momento después.

—¿Qué hiciste? —le preguntó Ron—. ¿Un hechizo explosivo?

—Sí —respondió Harry—. Eso los detendrá un tiempo.

—¡Bien hecho! —lo felicitó Hermione.


Cinco minutos después, empezó a notarse la claridad de la luna, señal de
que estaban l engando a la hondonada. Instantes después, sintieron cómo
las gigantescas arañas descendían, rodeándolos.

—¡Somos nosotros! —gritó Ron, intentando contener su miedo—. ¡Somos


los amigos de Hagrid!

—¿Qué hacéis aquí? —dijo una horrible voz, que sin embargo no era la de
Aragog.

—Necesitamos ayuda —dijo Harry.

—¿Ayuda?

—¡Aragog nos prometió ayuda! —dijo Harry, intentando tranquilizar su


voz. Sabía lo que tenía que decir, lo sabía desde que habían decidido ir
hacia ese lugar, pero aún así, la idea le provocó un nudo en el estómago.

268

Intentó evitar no pensar en lo que iba a hacer, diciéndose a sí mismo que


era necesario, que los mortífagos se lo merecían, pero, aún así, le resultaba
horrible—. Si nos ayudáis, podréis... podréis comeros a los tres que nos
persiguen —dijo, intentando sonar seguro.

Hermione profirió un quejido al oír aquel o.

—¿Tres humanos? —preguntó la araña.

—Sí —respondió Harry, rotundo.

—¡Ahí están! —gritó la voz de Macnair tras el os—. ¡Cojámoslos!

Harry, Ron y Hermione se volvieron, mientras varios haces de luz roja y


verde surcaban el bosque. El asesino rayo de luz verde golpeó en una de
las arañas, que cayó en el acto, doblando las patas. El resto de arañas
empezó a chascar sus pinzas con furia.
—¿Qué es eso? —chil ó otro de los mortífagos, mientras aparecían en la
hondonada.

No tuvo tiempo de decir más. Las arañas cayeron sobre el os, y empezaron
a retroceder, intentando defenderse con hechizos. Hermione torció la
cabeza para no verlo.

—¡Debemos aprovechar para irnos! —dijo Harry, que tampoco quería


pensar en lo que iba a suceder—.

¡Venga!

Volvieron a los árboles, esquivando a las arañas que iba en pos de los tres
mortífagos, dejándolos a el os en paz. Se dirigieron esta vez a los terrenos
del castil o, pasando a veinte metros de donde sus perseguidores se
defendían de las arañas. Antes de empezar la carrera, Harry vio con horror
como una gigantesca araña caía desde un árbol sobre Avery, clavándole sus
pinzas y desgarrándole la carne. Volvió la vista, espantado, y siguió a sus
amigos.

—¡Dios mío, Jugson! —gritó Macnair, aterrorizado—. ¡Tenemos que salir


de aquí!

Harry no pudo evitar pensar que resultaba irónico que el hombre que había
trabajado matando criaturas peligrosas para el Ministerio de Magia fuese
probablemente a morir precisamente a causa de criaturas que seguramente
el Ministerio habría considerado merecedoras de su hacha.

Un destel o iluminó el bosque y se oyeron chil idos de las arañas, feroces.

—¡Huyen! —gritó la voz de Jugson—. ¡Vamos a por el os!

—¿Y Avery?

—¡Está muerto! ¡Corre antes de que esos monstruos vuelvan!

—¡CORRED! —gritó Harry con todas sus fuerzas.


Pero los mortífagos iban más rápido, aunque, detrás de el os, las arañas se
les acercaban. Avanzaban a toda la velocidad que podían, sintiendo detrás
la carrera de sus enemigos.

Los pasos se acercaban, y, de pronto, una voz surgió tras el os.

—¡Deteneos! ¡Avada kedavra!

Un rayo verde surgió de sus espaldas y se dirigió hacia el os, directo a


Hermione.

—¡¡Apártate!! —gritó Harry, dándole un empujón.

Todo sucedió en un instante. Hermione esquivó la mayor parte de la


maldición, pero el rayo rozó débilmente contra su cabeza, produciendo un
ligero chasquido, antes de chocar contra un árbol y prenderle fuego. La
chica abrió mucho los ojos, y, al instante, se desplomó. Al mismo tiempo
que Harry y Ron gritaban

«¡HERMIONE!», Jugson profirió un chil ido de satisfacción; un instante


después, las arañas cayeron sobre el os. Macnair fue rápido y se
desapareció. Jugson no tuvo tanta suerte: las arañas le rodearon. Gritó de
dolor durante unos segundos y luego se cal ó. Instantes después, los
gigantescos arácnidos se l evaron su cuerpo a la hondonada.

Snape había caído al suelo al deshacerse el hechizo de Hermione, que


estaba en el suelo, sin dar señales de vida. Harry y Ron se arrodil aron a su
lado, muy asustados, pero sin querer pensar en lo que había pasado.

—¡¡Hermione!! ¡¡HERMIONE!! —gritaba Ron, desesperado.

Harry tocó lentamente el cuerpo de su amiga, sintiendo que su corazón se


partía y su alma se helaba con cada comprobación que hacía; no tenía
pulso; no respiraba; y su piel se estaba quedando fría.

—¡¡Tenemos que l evarla a la enfermería, Harry!!

—Ron, amigo... —dijo Harry, mientras las lágrimas empezaban a correr


por su cara. Agarró a Ron por los hombros, que había empezado a sacudir
el cuerpo de Hermione con fuerza—. No podemos hacer nada, está...

—¡¡NO!! ¡¡NO DIGAS ESO!! ¡¡NO PIENSO PERDERLA AHORA!!


¡¿ENTIENDES?! —estal ó—.

¡¡HERMIONE, NO PUEDES DEJARME AHORA!! —Ron hundió su


cabeza en el pecho de su amiga, l orando desconsoladamente—. ¡¿Por qué
tuviste que venir?! ¡Tenía un mal presentimiento! ¡Sabía que algo malo iba
a ocurrir! ¡¡HARRY!! —Ron miró hacia él, y en sus ojos había súplica—.
Dime que no es cierto, dime que está viva... —Harry apartó la vista de su
amigo, y él volvió a sumirse en sol ozos—. Harry... ¿QUÉ VAMOS A
HACER SIN HERMIONE? ¿QUÉ VOY A HACER AHORA SIN ELLA?

Harry se levantó, hundido. No podía ser, aquel o era una pesadil a...
primero a sus padres, después a Sirius, y ahora a Hermione... ¿Cómo iban
a explicárselo a sus padres? ¿Qué iban a decirles?. Dejando que las 269

lágrimas cayesen por su cara con total libertad, levantó la varita y lanzó
chispas al aire. Quizás Dumbledore ya les estaría buscando, si Nevil e le
había avisado.

Esperaron un rato. Ron había dejado de l orar y seguía abrazando el cuerpo


sin vida de Hermione. Parecía ido. Snape seguía sin sentido. Snape...
habían ido a rescatarlo, y eso les había costado la vida de su mejor amiga...
Sabía que él no tenía la culpa de nada, que no les había mandado ir, que no
los había obligado a l evar a Hermione, pero aun así le odió. Le odió,
porque eso era más fácil que reconocer que por su precipitación habían
matado a Hermione... de nuevo se había precipitado, de nuevo había
arrastrado a sus amigos a una aventura sin sentido, y le había costado la
vida a su mejor amiga. Se sintió el ser más miserable de la tierra... había
hecho que mataran a dos mortífagos, y se había horrorizado de el o... pero
ahora eso no le parecía horrible... es más: deseó ser él el que hubiese
matado a Jugson con sus propias manos.

Se sentó en el suelo, escondiendo el rostro entre sus rodil as, mientras l


oraba amargamente, hasta que poco después oyeron pasos en el bosque:
Dumbledore y Hagrid se acercaban a el os, corriendo.
—¡Harry! —exclamó Dumbledore cuando l egó junto a el os, muy
preocupado—. Nevil e me avisó, y vimos las chispas... ¿qué ha pasado? —
preguntó, antes de fijarse en la escena—. Severus... señorita Granger...

¿Qué ha pasado, Harry?

Harry negó con la cabeza, incapaz de hablar. Ron parecía no haberse dado
cuenta de que había alguien al í.

Hagrid se fijó en Hermione y en Ron y comprendió.

—No... ¡NO!

—Hagrid, coge a Severus —le dijo Dumbledore, intentando que su voz


sonara tranquila. Luego hizo aparecer una camil a y puso en el a a
Hermione, mientras Harry agarraba a Ron, que volvía a sol ozar—. Harry...
¿no estará...?

Harry asintió, volviendo a l orar, mientras Ron se apoyaba contra él.

—Le lanzaron un Avada Kedavra... Le rozó la cabeza...

—¿Un Avada Kedavra? —Dumbledore cerró los ojos y bajó la cabeza.


Examinó a Hermione un momento, y una lágrima resbaló por su mejil a,
perdiéndose en su barba. Aquel a lágrima pareció ser el fin de todas las
esperanzas de Ron, que se derrumbó a los pies de Harry.

—¡NO! El a no... ¿Por qué el a, Harry? ¿Por qué no pudo darme a mí...?

—Vamos, amigo, tienes que levantarte —le dijo Harry, l orando también,
mientras Dumbledore, suavemente, cubría el cuerpo de Hermione con una
sábana. Agradeció no tener que ver a su amiga en ese estado.

Hagrid miraba la escena, sujetando a Snape, con ojos l orosos. Harry


levantó a Ron con esfuerzo y, sin decir nada más, emprendieron el regreso
al castil o, con paso lento y triste.

En los tiempos que siguieron, Harry nunca pudo recordar bien cómo había
sido aquel penoso viaje de regreso al castil o a través del bosque, con Ron
apoyándose en su hombro, casi sin poder caminar, murmurando una y otra
vez el nombre de Hermione. Por su cabeza no dejaban de pasar una y otra
vez imágenes de su amiga desde el día que se habían conocido en el tren
de Hogwarts, hacía más de cinco años. No era capaz de mirar su cuerpo
inmóvil y tapado sobre la camil a que Dumbledore l evaba con su varita.
Hagrid, que l evaba a Snape sobre sus hombros, tampoco dijo nada en todo
el viaje, y las lágrimas se derramaban también por su rostro.

Finalmente, la lúgubre y triste comitiva salió del bosque. Harry vio el


castil o, iluminado... el castil o donde tantas aventuras habían compartido
con Hermione, los tres mayores amigos que Hogwarts había visto en los
últimos años, ahora reducidos a dos. Perder a Sirius había sido terrible, sin
duda, pero, al fin y al cabo, sólo hacía dos años que le conocía, y tampoco
se habían visto tanto... Pero a Hermione, perder a Hermione era más que
perder una amiga o una hermana, era perder parte de lo que él y Ron eran.

Lentamente entraron en el vestíbulo del castil o, donde se encontraban a la


profesora McGonagal , Moody, Lupin y Kingsley.

—¡Albus! —gritó la profesora McGonagal al verlos—. ¿Cómo está? —


preguntó, mirando a Snape.

—Se recuperará.

Pero la profesora no le escuchó, porque había visto la camil a y el aspecto


desolado de Harry y Ron.

—¡Dios mío! —exclamó, horrorizada—. Albus, ¿no...? ¿No será la... la


señorita Granger? —preguntó, con voz temblorosa.

—Sí, es el a —respondió Dumbledore.

—¿No estará...?

—Temo que sí.

Lupin tuvo que sostener a la profesora McGonagal . Miró a Ron y Harry,


pero Harry no era capaz de hablar, casi ni veía por donde iba, y Ron
parecía en otro mundo.

—Harry... —comenzó a decir Tonks.

—Ahora no, Nymphadora —pidió Dumbledore—. Ahora no. Primero


vayamos a la enfermería.

270

Lentamente, subieron la escalinata de mármol, con paso triste. Harry y


Ron iban los últimos, y parecía también que cualquier rastro de vida, junto
con las esperanzas y la alegría, habían desaparecido de el os para siempre.

271

27

Sin Hermione

En cuanto entraron en la enfermería, la señora Pomfrey puso a Snape, que


empezaba a recuperar la conciencia, en una camil a, y a Hermione en otra.
Harry y Ron se sentaron al lado del cuerpo inerte de su amiga, rodeados
por los demás, aunque sin advertir realmente su presencia.

La señora Pomfrey intentó hacerles un reconocimiento a Ron y Harry, pero


ninguno de los dos se dejó.

—Déjalos, Poppy —pidió Dumbledore—. Están bien... o todo lo bien que


pueden estar.

Ron se agarró a la mano derecha de Hermione, aquel a misma mano que


horas antes había agarrado cuando se dirigían a la clase de Cuidado de
Criaturas Mágicas.

—Un día... —murmuraba Ron—. Sólo un día, Harry... fue mía un día... y
me la quitaron... me la quitaron...

Harry no sabía qué hacer ni qué decir. Le parecía increíble que sólo un día
antes, Ron y Hermione se hubieran dado su primer beso, que después de la
cena hubiesen estado hablando de las clases del día siguiente, que
simplemente una hora y media antes, hubiera encontrado a Hermione
besándose con Ron en la sala común... y ahora...

Nadie de los presentes decía nada, abrumados por el dolor de los dos
amigos. Tonks l oraba; la profesora McGonagal se había sentado en una
camil a, abatida.

La señora Pomfrey, tras darle una poción a Snape que le había hecho
dormirse, se acercó a Hermione y la examinó durante un rato. Su cara
adquirió un leve matiz de extrañeza.

—Señor Potter. ¿Qué le sucedió?

—Poppy, no creo que sea el momento...

—Hágame caso, señor director —interrumpió la enfermera—. ¿Qué


sucedió, muchacho? Cuéntamelo con detal e.

Harry cerró los ojos. Recordarlo era doloroso, muy doloroso... si tan sólo
hubiese sido un poco más rápido...

—Un mortífago le lanzó una maldición asesina...

—¿Le dio?

—¿Cómo...?

—¿Le dio?

—¡Pues claro! —gritó Harry—. ¿Cómo cree que está así?

—¿Le dio de l eno? —insistió la señora pomfrey.

—¿Qué? —Harry estaba muriéndose por la pérdida de Hermione y ahí


estaba la enfermera, haciendo preguntas estúpidas.

—¿Le dio toda la maldición?


—No, yo la aparté. Sólo le... le rozó la cabeza. El resto dio en un árbol.

La expresión de la señora Pomfrey se iluminó, y miró a Dumbledore, que


le devolvió la mirada.

—Poppy, ¿crees que...? —preguntó el director, abriendo mucho los ojos.

—Sí, Albus, estoy segura. No está muerta.

Harry miró inmediatamente a la enfermera, y Ron pareció volver a la vida.

—¿Qué...? —musitó—. ¿Está... viva?

—No —explicó Dumbledore, lentamente—. Si la señora Pomfrey tiene


razón, no está ni viva ni muerta. Al no haber recibido la maldición
completamente, a veces la víctima no l ega a morir... sino que queda en un
estado entre la vida y la muerte. No respira, no come, su corazón no late,
pero no está muerta. Y por tanto, puede despertar... o puede morir.

—¿QUÉ? —gritó Harry—. ¡Entonces hay que l evarla a San Mungo!

—No, Harry —negó Dumbledore—. Nada podemos hacer por el a.


Técnicamente, su cuerpo está muerto.

Tendremos que dejarla descansar... y, si el a es fuerte, tal vez se recupere.


Sólo el tiempo lo dirá.

—Pero puede vivir ¿verdad? —dijo Ron, cuya mirada bril aba. Tenía una
nueva esperanza, y ningún «pero»

se la iba a quitar—. Puede vivir... y vivirá, ¡sé que vivirá!

—Ron, Harry... —dijo Dumbledore, con la voz calmada—. No os hagáis


ilusiones... conservad la esperanza, pero no os hagáis ilusiones...

—¡Da igual! ¡Yo sé que vivirá! —decía Ron, aferrado a la idea—.


¡Hermione es mi novia, l evamos sólo un día juntos! ¡Después de tanto
tiempo, estamos juntos, y el a no me abandonará! ¡Hermione nunca
abandonará sus obligaciones, y su obligación es estar conmigo y con
Harry!

—Creo que el señor Potter y el señor Weasley deberían descansar, Albus...


mañana nos lo contarán todo, pero hoy deberían descansar —sugirió la
profesora McGonagal .

—Sí, es lo mejor. Todos deberíamos descansar —declaró—. Harry, Ron...

272

—¡No! —gritó Ron, aferrando la mano de Hermione con fuerza—. No voy


a moverme de aquí. El a va a despertar, y yo estaré con el a cuando
despierte —declaró firmemente, acariciándola.

—Está bien. Que se queden aquí —concedió Dumbledore.

Lentamente, y dando palmadas de apoyo a Harry y a Ron, todos


abandonaron la enfermería.

Ambos se quedaron sentados junto a su amiga durante horas, sin hablar,


sin mirarse, pero agradeciendo la mutua compañía que se hacían, hasta que
Harry se tumbó sobre una camil a, y el cansancio, el agotamiento, las
fuertes emociones del día y saber que aún había esperanza, le vencieron y
se durmió.

Cuando al día siguiente por la mañana Harry se despertó, no recordó qué


hacía en la enfermería, hasta que, al volver la mirada, vio a Ron, en la
misma posición que la noche anterior, agarrando la mano inerte de
Hermione. Entonces los recuerdos de lo sucedido volvieron de golpe a su
mente. Se incorporó y se acercó a su amigo, cuyo rostro parecía
demacrado por el cansancio y la falta de sueño.

—Ron...

—Hola, Harry —lo saludó su amigo, con la voz débil—. Al fin has
despertado...

—Ron, ¿no has dormido nada?


—No tengo sueño.

—Tienes que descansar, Ron...

—No.

Harry no insistió. Miró hacia la camil a donde habían dejado a Snape la


noche anterior. Estaba vacía.

—¿Y Snape?

—Se fue hace una hora —dijo Ron—. Habló con la señora Pomfrey, nos
miró un rato y se fue.

Harry se acercó a Hermione. Seguía exactamente igual. ¿Y si no


despertaba? ¿Y si ya estaba muerta?

¿Cómo lo sabían? Intentó apartar esos pensamientos, pero no pudo. Su


mente se empeñaba en jugarle malas pasadas. Se acercó al despacho de la
señora Pomfrey.

—Perdone...

—¡Oh, señor Potter! Veo que ha despertado. Espero que haya descansado
algo.

—Esto... sí, un poco...

—Debería intentar hacer dormir a su amigo —le dijo, mirando a Ron con
preocupación.

—Ya lo he intentado, pero no quiere... —Cal ó un momento, reuniendo


fuerzas para hacer la pregunta que quería hacer—. Señora Pomfrey...
¿cómo sabe que el a no... que no está muerta?

—Bueno, eso es muy difícil, pero una sanadora preparada, como yo, sabe
distinguir la muerte real de la aparente.

—¿Lo sabe ahora mismo?


—No, claro que no. Eso requiere un examen como el que hice anoche —
respondió—. Por eso le puse aquel a vela.

Señaló una vela que había encima de la mesil a, en la que Harry no se


había fijado.

—¿Qué es?

—Es una vela especial, la Vela de la Vida. Su l ama arde con un complejo
encantamiento y con una gota de la sangre de tu amiga. Debe estar cerca
de el a. Mientras la vela no se apague, querrá decir que la señorita Granger
sigue con vida.

Harry le dio las gracias a la señora Pomfrey y volvió junto a Ron. Un rato
después, la enfermera les ofreció comida, pero ninguno de los dos probó
bocado.

Serían las nueve de la mañana cuando la puerta de la enfermería se abrió,


y por el a entró Dumbledore, seguido de Ginny, que estaba pálida, y de
Nevil e, muy asustado.

—Hermione... —musitó Ginny al verla. Se le acercó lentamente y la


contempló. Empezó a l orar silenciosamente. Luego se acercó a su
hermano y le dio un abrazo. Él se lo devolvió.

—¿Cómo estás, Harry? —le preguntó Ginny en cuanto se soltó de Ron,


dándole también un abrazo.

—Muy mal —respondió, con sinceridad—. Jamás me he sentido peor...


bueno —dijo, pensándolo mejor—, quizás ayer por la noche, cuando
creímos que estaba muerta...

—Se recuperará —aseguró Ginny—. Es la chica más valiente y más fuerte


que conozco. Volverá.

Ron miró lentamente a su hermana, y, por primera vez desde que Harry
había bajado del dormitorio la noche anterior, sonrió.
Nevil e también se acercó a el os, dándoles apoyo. También las lágrimas
caían por sus mejil as.

Tímidamente, tocó una de las manos de Hermione, apartándose


rápidamente al notar los frías que estaban.

—Deberíais ir a la sala común y descansar algo más, Harry —dijo


Dumbledore—. Aquí no podéis hacer nada. —Dumbledore tomó aire,
como si quisiera coger fuerzas para lo que tenía que decir, y añadió—:
Esta tarde tendréis que venir a mi despacho. Sé que es duro, pero es
necesario que nos contéis cómo supisteis lo que pasaba, y qué sucedió con
los mortífagos.

273

Harry no respondió. No le apetecía en absoluto hablar de lo que había


sucedido, pero sabía que era inevitable, y tampoco tenía fuerzas para
discutir.

—¿Cuánta gente sabe lo que ha pasado? —preguntó Harry.

—Sólo los que estamos aquí y los profesores —contestó Dumbledore—.


Por supuesto, vuestra ausencia de la torre de Gryffindor resulta muy
sospechosa entre vuestros compañeros, así que el os pronto se enterarán,
como todo el castil o. Bueno, nos vemos a la hora de la comida, espero —
se despidió Dumbledore.

—Ron —dijo Harry, en cuanto Dumbledore hubo salido—. Vayamos un


rato a descansar a la sala común.

—No. No quiero que esté sola.

—Yo me quedaré con el a —se ofreció Ginny—. Yo la cuidaré.

Ron dudó un momento, mirando a su hermana y a Hermione,


alternativamente.

—Está bien —aceptó finalmente, levantándose y siguiendo a Harry y a


Nevil e.
Harry agradeció no encontrarse a nadie de camino a la torre de Gryffindor.
No estaba preparado para responder a preguntas. Cuando entraron por el
agujero de retrato, tal como temía, todo el mundo se acercó para
preguntar, pero Nevil e los atajó.

—Por favor, ahora no... yo os contestaré lo que sepa, pero no les hagáis
preguntas todavía.

Harry sintió un profundo agradecimiento hacia Nevil e por el gesto. Él y


Ron subieron a su habitación y se tumbaron en las camas, sin decir nada,
donde estuvieron hasta la hora de comer. Ron, finalmente, se durmió, pero
Harry fue incapaz. Cuando l egó la hora de la comida, se acercó para
despertar a su amigo.

—Ron... tenemos que ir a comer.

—No quiero, Harry —dijo Ron—. Por favor, tráeme algo, o quédate y se
lo decimos a Nevil e, pero no quiero bajar.

—Está bien —dijo Harry, suspirando—. Te traeré algo de comida.

—Gracias... y Harry...

—¿Qué?

—Díselo a Krum. Tiene derecho a ir a verla, si quiere. Hoy se van, y si


Hermione no... bueno, supongo que querrá despedirse.

Harry se quedó sorprendido por aquel o. Además, era la primera vez que
aceptaba que quizás Hermione no volviera a despertar desde que
Dumbledore les había explicado lo que le sucedía.

—Está bien —respondió Harry, saliendo y cerrando la puerta.

Cuando bajó a la sala común, todo el mundo lo miraba. En las caras de


todos se veían la tristeza y la compasión. Parvati y Lavender tenían cara de
haber l orado. Nunca se habían l evado tan bien con Hermione como ese
año.
—¿Queréis saber qué ha pasado? —preguntó Harry, dirigiéndose a todos.
Nadie respondió, pero sus caras decían «sí».

Así que se lo contó, aunque omitiendo el sueño y el motivo por el que


habían ido al bosque, y también el ataque de las arañas a los mortífagos.

—... y no preguntéis por lo que falta, porque no voy a contarlo... y quizás


tampoco querríais saberlo —

agregó, pensando en la muerte de Avery y Jugson.

Todo el mundo estaba horrorizado. Sin embargo, por la forma en que le


miraban, era obvio que creían que eran héroes o algo así, aunque Harry
nunca había sentido menos ganas de ser un héroe que ese día.

Mientras se dirigían hacia el Gran Comedor, un rato después, su cabeza


daba vueltas en torno a la guerra con Voldemort. Él había estado seguro, al
conocer la existencia de la Orden del Fénix, de que quería luchar, pero ya
no estaba tan convencido. Después de lo ocurrido en junio... después de lo
de esa noche... Nunca había considerado tan en serio la posibilidad de que,
antes de que todo terminara, pudiera perder a gran parte de sus seres
queridos, y la idea lo espantaba.

Durante la comida no habló apenas, y nadie trató de forzarlo. Si alguien se


le acercaba para hablar con él, sus compañeros le convencían de que no lo
hiciera. Antes de que terminara la comida, el rumor de lo que había
sucedido la noche anterior se había filtrado por todo el colegio. Lo supo
por la forma en que las miradas de todos se volvían hacia él, por la forma
en que lo observaban y cuchicheaban.

A Harry no le importaba. Miró hacia la mesa de los profesores, donde


estaba Snape, que, aunque parecía pálido, tenía buen aspecto. Eso sí,
apenas comía, y no levantaba la vista de su plato. Luego se fijó en Krum,
cuya mirada buscaba a Hermione en la mesa de Gryffindor. Dado que Ron
tampoco estaba, Harry supuso que pensaba que estarían juntos. Se levantó
lentamente y fue hacia él.

—Viktor...
—¿Sí, «Harrry»?

—Tienes que venir conmigo. Hay algo que debes saber.

Krum, intrigado, se levantó y siguió a Harry hasta el vestíbulo, mientras


cientos de miradas se volvían hacia el os.

—¿Qué pasa? —preguntó Krum, una vez hubieron salido.

—Se trata de Hermione.

274

—¿Qué le pasa? Ya he visto que no ha bajado a «comerr». Supongo que


«estarrá...»

—No, Viktor —lo interrumpió Harry—. Ron está en nuestra habitación. Él


me pidió que te lo contara.

—¿Que me «contarras» qué? —la voz de Krum había cogido un leve matiz
de preocupación.

—Que Hermione está en la enfermería, entre la vida y la muerte... y que es


posible que... que no despierte más.

Krum se puso pálido.

—¿«Perro» qué...?

—Te lo contaré por el camino, vamos.

Cuando l egaron a la enfermería, Krum parecía aturdido ante lo que Harry


le había dicho (más o menos lo mismo que a los demás de Gryffindor). Se
acercó a la cama de Hermione y la miró con tristeza. Harry, lo primero que
hizo fue mirar la vela, que seguía encendida.

—Hola —los saludó Ginny.


—Hola Ginny... ¿por qué no bajas a comer? —le sugirió Harry—. Yo me
quedaré un rato...

—¿Y Ron?

—En la habitación... ¡Ah!, l évale algo de comer cuando subas, ¿vale?

—Vale —dijo la chica, saliendo de la enfermería.

—«Parrece» que está «muerrta» —comentó Krum.

—Nosotros así lo creímos.

—Debió de «serr horrrible...»

Harry no respondió.

—Tu amigo está muy mal, ¿«verrdad»?

Harry asintió.

Krum se quedó media hora al í, contemplando a Hermione en silencio, y


luego, acompañado de Harry, bajó al vestíbulo.

—Bueno, «Harrry», me vuelvo al «barrco». «Grracias porr perrmitirrme


despedirrme» de «Herrmione». Si no nos vemos... «Suerrte». Y cuida de tu
amigo... y de el a.

Krum le extendió la mano y Harry se la estrechó. Cuando se soltó, se


quedó mirando, durante un rato, como el búlgaro, con el aire más triste
que Harry le había visto nunca, salía del castil o con su paso desgarbado.

Volvió a la sala común. Afortunadamente, ninguno de los alumnos de otras


casas con los que se cruzó tenía trato con él, con lo que simplemente se
limitaron a mirarle.

Al entrar en la torre de Gryffindor se dirigió hacia su habitación, pero


Parvati y Lavender lo abordaron.
—Harry...

—¿Podemos ir a ver a Hermione?

—Claro —dijo Harry—. Pero os advierto que es mejor que no la toquéis...


no sería agradable. Y no vayáis solas, recordad las nuevas normas, y que
en Hogwarts hay alguien peligroso.

—Está bien —dijeron ambas, y se acercaron a Nevil e, Dean y Seamus.

Harry subió al dormitorio y entró. Se acercó a Ron, que estaba despierto.


Tenía enfrente de él las tres fotos del baile de Navidad donde salía
Hermione, y no paraba de mirarlas.

—Ginny te traerá algo de comer —dijo Harry.

—Vale, gracias... ¿Hablaste con Krum?

—Sí.

—¿Quién está con Hermione?

—Parvati, Lavender, Seamus, Dean y Nevil e van al á.

—Ah... vale. Entonces dentro de un rato volveremos.

—Antes tenemos que ir al despacho de Dumbledore —le recordó Harry.

—Sí, lo había olvidado... —dijo, haciendo una mueca de disgusto— pero


no quiero recordarlo, Harry...

—Yo tampoco, Ron. Yo tampoco. Pero tenemos que ser fuertes por el a,
como el a siempre lo ha sido por nosotros, incluso cuando no le
hablábamos ¿recuerdas? Tenemos que seguir adelante, para estar aquí
cuando vuelva.

—Sí —dijo Ron, convenciéndose—. Claro que sí, amigo. ¡Estaremos


aquí!, Y volveremos a ser los tres de siempre, y violaremos alguna norma
del colegio, visitaremos la cocinas y el a nos prestará sus apuntes,
mientras nos regaña por no atender en clase... —Ron sonreía vagamente, y
en sus ojos había una mirada soñadora.

Ambos se sentaron en la cama, y se pusieron a hablar y a recordar viejas


aventuras vividas junto a su amiga, e incluso se rieron. Cuando Ginny
entró en la habitación, con comida para Ron, ambos estaban algo más
animados.

—Bueno, Dumbledore me ha dicho que os espera dentro de media hora en


su despacho —les informó Ginny.

—Vale —dijo Harry—. Gracias...

—¿Estáis un poco mejor?

275

—Sí, un poco —afirmó Ron—. Hermione pronto estará con nosotros, lo


sé, y todo será otra vez como antes.

Harry vio como Ginny sonreía para animar a su hermano, pero sus ojos
decían que no tenía tantas esperanzas como Ron en la recuperación de
Hermione.

Cuando Ron terminó de comer, los dos amigos se dirigieron al despacho


de Dumbledore, tal como Ginny les había dicho. En cuanto entraron,
vieron al í a Dumbledore, la profesora McGonagal , a Snape y a Lupin.

—Pasad y sentaos, por favor —los invitó Dumbledore, al verlos entrar.

Se sentaron, sin decir nada.

—Harry, quiero que nos cuentes tu sueño —pidió Dumbledore.

Harry cogió aire, y les contó cómo se había quedado dormido muy
rápidamente, y cómo ese sueño había comenzado. Luego relató lo que
había visto.
—¿Fue eso exactamente lo que pasó, Severus? —preguntó Dumbledore
cuando Harry hubo acabado.

—Sí... —respondió Snape.

—Profesor —fijo Harry mirando a Dumbledore—. ¿Cómo... cómo es


posible que viera eso? ¡Se supone que domino la oclumancia, se suponía
que los únicos sueños que vería serían aquel os proféticos, o como se l
amen!

—No lo sabemos —contestó Dumbledore—. ¿Era un sueño exactamente


igual a los demás que tenías el año pasado?

—Sí... bueno, no —dijo Harry, recordando algo—. Había algo distinto.

—¿El qué?

—Cuando se lo conté a Ron y a... —Bajó la cabeza. Era doloroso


recordarlo. Dumbledore pareció entender y aguardó, paciente— bueno,
pues Ron dijo que cómo sabía que no era un engaño, como la visión de
Sirius, y yo me puse a pensar... y lo supe.

—¿Qué supiste?

—Que lo que veía era cierto.

—¿Lo supiste sin más? —preguntó Lupin.

—Sí.

—¿Cómo supisteis dónde estaba el profesor Snape? —preguntó el director.

—Voldemort les había dicho a los mortífagos que se aparecería cerca de


Hogwarts. Entonces, yo me puse a pensar dónde, y en mi cabeza se formó
la idea «está en el bosque prohibido».

—¿Así, sin más? —Dumbledore parecía asombrado.


—Sí, y supe que era cierto, que estaba al í. Cogimos el mapa del
merodeador y al í lo vimos, entrando en los terrenos del castil o, y fuimos
a buscarle, mientras Nevil e le avisaba a usted...

—Si Nevil e no hubiera bajado, habría sido Hermione quien habría ido a
avisarle —intervino Ron—. Y ahora no... ahora... —Ron volvió a sol ozar.

—Tranquilícese, señor Weasley, por favor —pidió la profesora McGonagal


, con la voz entrecortada.

—¿Cómo escapasteis de los mortífagos?

—Corrimos a la guarida de Aragog.

—¿Quién es Aragog? —quiso saber Lupin.

—Una araña gigante amiga de Hagrid. Tiene una guarida en el bosque con
miles de arañas. Logramos l egar al í, y los mortífagos nos siguieron. No
sabían nada de lo que al í había.

—¿Y cómo estáis vivos? —preguntó Lupin.

—Hace poco, Hagrid le dijo a Aragog que no nos atacara si nos veían por
al í —explicó Harry—. Y anoche...

les prometimos comida si nos ayudaban. Les dije que... que podrían
comerse a los mortífagos.

La profesora McGonagal se horrorizó. Snape le miró con interés y


sorpresa, pero Dumbledore no dijo nada.

—¿Qué les pasó a los mortífagos?

—Llegaron a la hondonada, sin saber lo que había. Las arañas destrozaron


a Avery y nosotros huimos.

Jugson y Macnair lograron repelerlas y nos siguieron. Fue entonces


cuando... cuando atacaron a Hermione.
—¿Y luego?

—Las arañas cayeron sobre el os al instante. La hondonada está fuera de


los límites de Hogwarts, así que Macnair pudo desaparecerse... Jugson no
lo consiguió; lo mataron.

—Dios mío... —murmuró Lupin.

—No me da pena —declaró Harry con rabia—. Él fue el que atacó a


Hermione, le estuvo bien empleado...

le... —Meneó la cabeza.

Nadie dijo nada durante un rato.

—¿Entonces vuestras escobas están el bosque? —preguntó Dumbledore.

—Sí...

—Bueno, haré que Hagrid las recupere, no os preocupéis.

—No voy a volver a montarme en una escoba —afirmó Ron—. No volveré


a jugar un partido de quidditch a no ser que el a esté viéndonos.

Dumbledore miró a Ron por encima de sus gafas de media luna, con
expresión grave, sin decir nada.

276

—Profesor... ¿cómo he soñado eso? ¿Cómo es posible que supiera dónde


iba a aparecer él? —preguntó Harry, señalando a Snape.

—No lo sabemos, Harry —respondió Dumbledore.

—¿Cómo pudo saber el infiltrado que usted era un espía? —preguntó


Harry, mirando a Snape.

—Tampoco lo sé. El Señor Tenebroso no me...


—¡Deje de l amarlo Señor Tenebroso! —chil ó Harry, y Snape dio un
brinco—. Llámele por su nombre, incluso su despreciado Nevil e
Longbottom se atreve a hacerlo...

Snape miró a Harry con severidad, pero Dumbledore pareció dirigirle una
débil sonrisa, antes de que su rostro recuperase la expresión grave.

—No sabemos cómo pudo averiguarlo, porque dentro de Hogwarts nunca


tratamos ninguno de estos temas con el profesor Snape para evitar...
sospechas. Además, él se reúne siempre con los mortífagos los viernes por
la noche, como ayer, y Voldemort creía que no lo sabíamos. Voldemort
suponía que el profesor Snape me había pedido protección aquí, en
Hogwarts, tras su retorno, y que yo no sabía nada de su vuelta con él.

Harry se quedó pensativo. ¿Cómo lo había averiguado el infiltrado? Fuera


quien fuese, era un diablo, un demonio. ¿Cómo hacía todas aquel as cosas?
Deseaba tanto tenerle delante, para hacerle pagar...

—Por cierto... ¿cómo sigue Warrington? —preguntó Harry, acordándose de


él.

—Igual —respondió Dumbledore—. Se recuperará, pero no sabemos


cuánto tiempo le l evará. Puede que meses.

—Profesor... —dijo Ron, y Dumbledore le miró—. ¿Han hablado ya con


los padres de Hermione? ¿Se lo han dicho?

—Vendrán a verla mañana.

—¿Qué vamos a decirles, Harry? —sol ozó su amigo—. ¿Cómo vamos a


explicárselo? ¡¡Cómo vamos a decirles que la l evamos con nosotros a una
misión suicida en el bosque prohibido!!

—Señor Weasley... Ron, yo hablé con el os, yo me ocuparé... —dijo


Dumbledore con voz calmada, intentando tranquilizarle.

—Nos odiarán, nos odiarán por dejarla ir... y tendrán razón al hacerlo.
—¿Cómo se lo han tomado, profesor? —preguntó Harry, temeroso de la
respuesta.

—Mal, lógicamente. Están destrozados —respondió Lupin—. Pero


albergan la esperanza de que vuelva a la vida... igual que nosotros.

—¿Qué posibilidades hay de eso? —preguntó Harry—. ¡Y quiero la


verdad!

—Harry, que se sepa, solamente a ocho personas en toda la historia les ha


sucedido lo que a Hermione.

—¿Y?

—Son los únicos casos que se conocen, así que tampoco se sabe mucho...
—Dumbledore reunió fuerzas para proseguir—. Sólo dos de esas ocho
personas sobrevivieron. Uno despertó a los cinco días; el otro, a los nueve.
El resto murieron, o bien por el efecto final de la maldición... o por
demasiada espera.

—¿Demasiada espera?

—Aún no ha pasado un día desde que sucedió —explicó Dumbledore—. Y


por tanto es temprano aún, pero se cree que la recuperación debe suceder
entre los tres o cuatro días y los diez o doce. Más al á de eso, aunque la
víctima no muera, el cuerpo se degrada lentamente, a pesar de estar
inanimado, y... bueno, más al á de tres semanas nadie cree que la persona
pueda recuperarse.

Harry asintió. Ron había cerrado los ojos.

—Si despierta en las fechas que se esperan, estaría recuperada en un par de


días después, puesto que el cuerpo no sufre daños por efecto de la
maldición asesina.

—¡No puedo soportar estar aquí y no poder hacer nada por el a! —


exclamó Harry.
—Podéis hacer algo —le contradijo Dumbledore—. Podéis hacerle
compañía y darle vuestro cariño. No sabemos mucho sobre la muerte, pero
si algo es más fuerte que el a, es el amor y el cariño. Amor y cariño como
el que existe entre vosotros... así que, quien sabe, quizás pueda oíros,
quizás eso sea lo que necesita para despertar.

Harry y Ron asintieron, cabizbajos.

—Y ahora, sólo una última cosa —dijo Dumbledore. Su expresión ahora


era severa.

—Harry... ¿cómo se os ocurrió ir los tres solos al bosque, con tres


mortífagos rondando por al í?

—¡No había tiempo! —exclamó Harry.

—Harry, no puedes hacer esto. No puedes intentar salvar a todo el mundo.


Es una actitud que os honra, pero no podéis. No debes arriesgarte por nada,
¿entiendes? ¡Por nada! ¡Por nadie!

A Harry le sorprendió oír aquel o de parte de Dumbledore, que siempre,


bajo cualquier razón, había defendido lo importante de hacer lo correcto
en vez de lo fácil.

—¿Qué quería que hiciésemos? ¿Dejarle morir? —dijo Harry, irritándose.


Ya se sentía lo suficientemente culpable, sin que Dumbledore le hiciera
sentir peor.

—Avisarme. ¡Podíais haber muerto los tres!

277

Ron bajó la mirada, pero Harry no. Ahora, más que triste, se sentía
enfadado, ofendido... cuando volvió a hablar, su voz sonaba fría.

—Está bien —dijo—. Le aseguro que no lo volveremos a hacer.

Dumbledore le miró fijamente unos segundos, y Harry le sostuvo la


mirada.
—Podéis iros —dijo Dumbledore—. Minerva, si hicieras el favor de
acompañarlos...

—Por supuesto —contestó la profesora McGonagal , saliendo detrás de


Harry y Ron.

—Se recuperará —les dijo Lupin cuando se disponían a salir—. Siempre


habéis estado juntos ¿verdad? El a volverá.

Harry y Ron miraron a Lupin con agradecimiento, pero no dijeron nada.


Salieron del despacho y la profesora McGonagal los acompañó.

—No queremos ir a la torre de Gryffindor. Queremos ir a la enfermería —


dijo Ron.

—Está bien, señor Weasley, les l evaré al í —aceptó la profesora


McGonagal , resignada.

Les l evó a la enfermería, y, tras observar un instante a Hermione, se fue,


dejándolos al í. Ron volvió a ocupar la misma sil a del día anterior, y
volvió a coger la fría mano de su amiga. Harry se puso del otro lado de la
cama, contemplándola en silencio.

Tras permanecer al í una hora y media, Harry sintió que no aguantaba más.
Necesitaba tomar el fresco, o dar un paseo, o lo que fuera. Además, estaba
l egando la hora de la partida de los de Beauxbatons, Castelfidalio y
Durmstrang, y quería despedirse.

—Ron, necesito dar una vuelta y despejarme... ¿vienes?

Ron negó con la cabeza.

—Si los ves marcharse... a los demás, digo, despídelos de mi parte, ¿vale?
—fue lo único que dijo.

—Vale. Volveré luego —dijo Harry, echándole una última mirada a su


amigo antes de salir de la enfermería.
Sabía que no debía de andar solo por el castil o, pero no le importaba.
Incluso deseó que el infiltrado, que el asesino, intentara atacarlo... agarró
su varita con fuerza. Tal vez le lanzaría un hechizo explosivo a la cabeza...
cerró los ojos, intentando contener las lágrimas de rabia e impotencia que
luchaban por salir de sus ojos.

—¡Ooooh! ¡Un alumno vagabundeando, un alumno vagabundeando! —


chil ó Peeves, revoloteando a su alrededor y aplaudiendo, muy contento—.
¿Qué hará Potter aquí?

—¡Cál ate, Peeves! —exclamó Harry, continuando su camino sin hacerle


caso.

Eso no le gustó al Poltergeist, que siguió intentando molestar a Harry,


hasta que al poco rato se cansó de que éste no le prestara atención y
desapareció. Harry bajó las escaleras del vestíbulo, saliendo al exterior,
donde empezaba a haber gente, esperando el momento de la despedida.
Todo el mundo parecía triste y compungido.

—Hola, Potter —saludó Malfoy, que también estaba fuera, con Crabbe y
Goyle—. ¿Qué tal estás?

—¿Qué mierda quieres, Malfoy? —preguntó Harry, intentando contenerse.

—Nada, Potter... es que he oído que la sangre sucia anda un poco falta de
ánimo estos días —dijo, con la malicia bril ándole en los ojos. Luego,
antes de que Harry dijera nada, su rostro se puso serio y preguntó, en voz
baja—: ¿Cómo conseguisteis escapar esta vez, Potter?

Crabbe y Goyle sonrieron con maldad. Harry miró a Malfoy fijamente y se


le acercó.

—No escapamos de el os, Malfoy —repuso Harry con un tono de voz


gélido—: los matamos.

Malfoy pegó un brinco. No parecía querer creerle, pero leyó en los ojos de
Harry que lo que le decía era verdad. Palideció y retrocedió, asustado.
—Y no quieras saber cómo murieron, Malfoy —continuó Harry,
disfrutando de la reacción de su enemigo—.

No te gustaría, te lo aseguro. Fue muy, muy doloroso...

Malfoy se apartó y se fue de al í con paso rápido, seguido por Crabbe y


Goyle. También Harry se apartó, paseando. No le apetecía que la gente se
le acercara. Pasó por delante de las tiendas de los de Castelfidalio, que
estaban terminando de recoger, y se les acercó.

—Hola —dijo, con voz sombría.

—Hola, Harry —respondió Anton—. ¿Cómo... cómo estás?

Harry se encogió de hombros.

—La verdad, lo sentimos mucho... nos caía muy bien Hermione —dijo
Anton—. Esperamos que se recupere... ¿Y tu amigo Ron? —preguntó.

—Con el a, en la enfermería...

—Ya... Parvati me contó que... que estaban saliendo desde el jueves...

—Sí.

Harry les estrechó la mano a todos.

—Estoy encantado de haberos conocido —declaró—. Ron me ha pedido


que me despida de vosotros por él.

—Nosotros también estamos encantados, Harry. Lástima que no haya


salido todo tan bien como debería...

Despídenos de Ron, ¿vale? Y también de Hermione si... bueno, cuando


despierte.

278
Harry asintió, hizo un saludo con la mano y se alejó, caminando por los
terrenos, viendo cómo los estudiantes salían del castil o para despedir a
sus invitados. Pasó frente al carruaje de Beauxbatons, donde Hagrid y
Madame Maxime colocaban a los cabal os.

—Hola, Harry... —dijo Hagrid al verlo. Tampoco parecía muy feliz—.


¿Cómo sigue Hermione?

—Igual...

—Ya... bueno... hay que esperar, Harry, ya sabes. Pero el a es fuerte...

—Lo sé... —dijo Harry, casi sin detenerse—. Bueno, Hagrid, voy a seguir
dando una vuelta...

—Como quieras, Harry... ¡Ah! —dijo de pronto, acordándose de algo—.


Mañana iré a por vuestras Saetas de Fuego. Puedes venir a por el as
cuando quieras.

—Muchas gracias, Hagrid.

Harry dejó a Hagrid y volvió a la entrada del castil o, pensando en que no


iría a buscar las escobas ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro. Por
alguna razón, no le apetecía ver aquel as escobas. Al menos, no de
momento. Vio a Seamus, Dean, Nevil e y Ginny, y se acercó a el os.
Parvati y Lavender estaban despidiéndose de los italianos.

—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Ginny—. ¿Y dónde está Ron?

—Estoy bien. Ron está en la enfermería —respondió, mecánicamente.

Ginny se acercó a él y le abrazó. Harry le devolvió el gesto, agradecido.


Eso era lo que necesitaba, un abrazo... Permanecieron así, mientras
Gabriel e se acercaba para despedirse de el os. Habló un rato con Nevil e,
despidiéndose de él. Le dio dos besos y luego se acercó a Harry.

—Cuidaos —les dijo—. Despídeme de «Gon», ¿de «acuegdo»? —Harry


asintió—. «Espego» que nos volvamos a «veg pgonto». Lo he pasado bien
aquí. Siento que haya «tegminado» todo así.
Le dio un beso en la mejil a a Harry, se despidió de los demás, le sonrió a
Nevil e y volvió con sus compañeros.

Krum fue el último en acercarse. Klingum lo acompañaba.

—Cuídate mucho, «Harrry», y saluda a «Rron» de mi «parrte». —Se


miraron un momento, y Krum añadió—: Si «Herrmione» se «rrecuperra»,
avisadme. ¿Lo «harrás»?

—Claro, Viktor —le aseguró Harry—. Si el a da señales de vida, te


enviaremos una carta. Cuídate tú también.

—Nos «volverremos» a «verr prronto» —dijo Krum, estrechándole la


mano—. «Dumbledorre» me «ofrreció unirrme», ya sabes... y yo acepté.

—Estupendo —declaró Harry, sabiendo que Krum se refería a la Orden del


Fénix.

Krum se apartó. Klingum se adelantó y le estrechó la mano a Harry y a


Ginny.

—Jugáis muy bien —dijo—. «Esperro» que algún día podamos «acabarr»
el «parrtido».

—Gracias —respondió Harry—. Yo también lo espero...

Klingum hizo un gesto de despedida y él y Krum se alejaron. Dumbledore


charlaba con los directores de los tres colegios invitados, y los despidió.
Cada uno de el os regresó a su transporte. Cinco minutos después, todos
habían abandonado Hogwarts.

Lentamente, los estudiantes volvieron a entrar en el vestíbulo, donde los


jefes de las casas esperaban para acompañarlos a las salas comunes.

Cuando entraron en la de Gryffindor, Harry observó, con sorpresa, que


Ron se encontraba al í, sentado junto al fuego, mirando de nuevo las fotos
del álbum de Harry.

—Creí que estarías en la enfermería —dijo Harry, sentándose a su lado.


—La señora Pomfrey me obligó a volver. Dijo que era peligroso estar de
noche por ahí, y que la enfermería se cerraría.

—El a estará bien —dijo Ginny—. No te preocupes.

—¿Bien? ¡Estará sola!

—Iremos a visitarla —afirmó Harry—. Usaremos la capa invisible.

—Harry, no deberíais, si os pil an... —les advirtió Ginny.

—Nos da igual si nos pil an —aseguró Ron, y Harry asintió.

—De acuerdo, pero esperad al menos a después de la hora de cenar, ¿vale?


—les pidió Ginny, viendo que sería inútil tratar de convencerlos de que no
lo hicieran—. Y no quiero oír que no vas a bajar, Ron. Llevas casi un día
sin comer nada.

—Está bien, bajaré a cenar —le prometió Ron a su hermana.

Lo hizo, pero no comió gran cosa, al igual que Harry. Casi nadie había
visto a Ron desde lo sucedido el día anterior, y, durante toda la cena, los
miembros del ED no pararon de acercarse a saludarles y a preguntar cómo
estaban. Ron, generalmente, se limitaba a hacer gestos con la cabeza.

Cho fue de los últimos en acercarse, junto a Marietta y Michael. Los tres
se sentaron en la mesa de Gryffindor.

—¿Cómo estáis? —preguntó Cho con timidez, y rápidamente agregó,


nerviosa—: Bueno, es una pregunta un tanto estúpida, lo sé...

279

—No pasa nada, Cho —la tranquilizó Harry.

—Entiendo como te sientes —le dijo Cho a Ron—. Bueno, más o menos...
pero al menos tú tienes alguna esperanza...

—Gracias —musitó Ron, mirando a Cho.


—¿Por... por qué fuisteis al bosque? —preguntó el a, mirándolos.

—No podemos decirlo. Lo siento —respondió Harry.

—Ah. Bueno...

—¿Y los mortífagos? —preguntó Michael—. Oí que os habían perseguido


tres...

—Uno huyó. Los otros dos murieron —contó Harry con frialdad.

—¿Qué...? —preguntó Michael, mirando muy fijamente a Harry, al igual


que Cho y Marietta—. ¿Cómo...?

—Créeme, no te gustaría saberlo —respondió Harry, mirándole fijamente.

Michael no preguntó nada más.

Cuando, más tarde, salían del comedor, fue Henry Dul ymer el que se les
acercó. Parecía triste y preocupado.

—Harry... Ron... —dijo, mirándolos a los ojos—. Lo siento.

—Gracias —respondieron ambos.

—Era... Es una buena chica. Me caía muy bien. —Miró a Ron—. Me


enteré de que erais... bueno, novios...

—Sí... —contestó Ron, con voz casi inaudible y mirando al suelo.

—No sé qué más decir... —reconoció Henry, que parecía consternado.

—No te preocupes. Gracias por interesarte —le dijo Harry—. Ya nos


veremos... Vamos, Ron.

—Sí... Adiós, Henry —se despidió Ron.

—Iré a verla cuando pueda —dijo el chico, yéndose.


Harry y Ron siguieron al grupo de alumnos de Gryffindor hasta el pasil o
del retrato de la Dama Gorda, donde la profesora McGonagal los dejó.
Harry y Ron, nada más entrar, fueron a buscar la capa de invisibilidad y el
mapa del merodeador.

—No estoy seguro de que debáis hacerlo —les advirtió Ginny de nuevo,
muy seria—. Si os cogen...

—Nos da lo mismo, ya te lo hemos dicho. Además, el prefecto soy yo, con


lo que no hay problema —dijo Ron sin inmutarse—. Vamos, Harry.

Ambos salieron al pasil o, se pusieron la capa y se dirigieron a la


enfermería. La puerta estaba cerrada, pero la abrieron con un hechizo. Se
introdujeron en la sala y se sentaron junto a Hermione, donde
permanecieron, en silencio, hasta las once de la noche, hora en que
decidieron volver a la torre y dormir. Al fin y al cabo, al día siguiente por
la mañana vendrían los Granger, y debían verlos, a pesar de que la idea
misma los aterrorizaba.

La visita de los Granger no fue, a pesar de todo, tan terrible como Harry y
Ron podrían haber pensado. No les echaron la culpa de lo ocurrido. De
hecho, la madre de Hermione le agradeció a Harry haber apartado a su hija
de la maldición, dándole una esperanza de volver a la vida. El padre de
Hermione había sugerido la posibilidad de l evarla con el os a Grimmauld
Place, pero su esposa se había opuesto. Al í Harry y Ron podrían visitarla,
que seguramente sería lo que Hermione quería.

—Nosotros... lo sentimos tanto —se disculpó Ron por enésima vez, l


orando de nuevo—. ¡Todo fue culpa nuestra! ¡Intenté que no viniera, pero
no me escuchó, y ahora...!

—Vamos, vamos... no te culpes. Conocemos a Hermione. Nunca se lo


habría perdonado si no os hubiera acompañado y os hubiese pasado algo...
por lo menos salvasteis al profesor Snape... Sé que el a estará orgul osa.
Nosotros lo estamos... —declaró la señora Granger, sol ozando, abrazada a
su esposo.
—Lupin nos dijo que... que tú y Hermione... desde el jueves —balbuceó el
padre de Hermione.

—Sí... —respondió Ron, más triste aún, sin mirar a la cara a los Granger.

Para su sorpresa, la señora Granger se acercó a él y lo abrazó.

—Hermione te quería mucho —dijo, l orando—. Bueno, os quería a los


dos más que a su vida, pero tú, Ron...

bueno, hace ya mucho tiempo que sabemos que le gustas, por la forma en
que hablaba de ti...

Ron no sabía qué decir.

—A mí también me gusta desde hace mucho —confesó Ron—. Siempre


fui un desastre, siempre haciéndola enfadarse y discutiendo con el a... y
ahora, después de estar con el a, sólo un día después, casi consigo que la
maten... —Ron se sentó, se tapó la cara con las manos y l oró. Harry le
pasó un brazo por los hombros.

Los Granger se quedaron hasta el mediodía, y luego Dumbledore los envió


de nuevo, mediante un traslador, a Grimmauld Place. Se fueron tras
despedirse de Harry y Ron y hacerles prometer que cuidarían de
Hermione.

280

Al día siguiente, lunes, Harry se levantó para acudir a clase de Pociones,


con menos ganas que nunca. Ron, sin embargo, no parecía querer ir.

—Déjame, Harry... ¿De qué nos sirven las clases si el a no está?

Harry miró a su amigo, y suspiró. Tenía que ser fuerte por los dos, o Ron
se hundiría. Tendría que sacar fuerzas de donde no las tenía.

—Ron... ¿qué crees que nos hará Hermione si despierta y no tenemos unos
apuntes que prestarle? Nos matará.
Ron le miró con firmeza un rato, y luego sonrió.

—Creo que tienes razón, amigo... —dijo, levantándose y vistiéndose.

La idea de conseguir los apuntes que Hermione les pediría si despertaba


había generado en Ron una nueva energía. Dado que ahora era el único
prefecto de Gryffindor, se tomaba sus labores muy en serio, y no se había
olvidado del PEDDO ni de la promesa de limpiar las salas comunes.
Cuando no estaba en clase o vigilando a los alumnos, él y Harry trabajaban
lo que podían en sus deberes, intentando estar el menor tiempo posible
ociosos. De hecho, la nueva actitud de Ron había hecho plantearse a
muchos si Hermione no le habría poseído (obviamente, lo decían cuando
ninguno de los dos amigos podía oírles). El resto de su tiempo lo pasaban
en la enfermería, donde Hermione seguía igual, sin cambio alguno.

No habían ido a buscar las escobas a la cabaña de Hagrid. Ambos habían


decidido que sólo irían a por el as si su amiga les acompañaba.

A medida que la semana transcurría, esperaban cada día alguna señal de


recuperación. Según el plazo de Dumbledore, Hermione debería de
despertarse esa misma semana o los primeros días de la siguiente. Si
pasaba más tiempo y no había cambios... Harry ni siquiera quería pensar
en eso.

Él y Ron ya no jugaban ni al ajedrez, porque no era tan divertido si


Hermione no les estaba mirando, y apenas hablaban de otra cosa que no
fueran sus deberes y obligaciones. Ron seguía trabajando en la PEDDO, y
había hablado con mucha gente de otras casas, consiguiendo que varios
alumnos más se uniesen (sobre todo, los miembros del ED). Harry sabía
que no todos se habían unido por convicción en la causa de los derechos de
los elfos, pero poca gente era capaz de negarse cuando Ron lo pedía, con
aquel a mirada perdida que reflejaba tristeza, aunque su rostro mostrase
una sonrisa.

Ginny era un gran apoyo para los dos, pero no era como Hermione, a pesar
de que Harry había l egado a apreciarla muchísimo. Sin embargo, les hacía
compañía casi siempre, aunque los tres estuvieran en silencio.
No era la primera vez que Ron y Harry estaban sin Hermione; en segundo
año, el a había estado petrificada en la enfermería durante semanas, pero
en aquel entonces sabían que se pondría bien, que se recuperaría.

Ahora, las posibilidades (aunque no quisieran reconocerlo) eran escasas, y


además desde entonces habían pasado tantas cosas más juntos que ya nada
era igual... Nada en el castil o era lo mismo para los dos sin su amiga a su
lado. No era lo mismo hacer algo no permitido cuando no estaba Hermione
para ser sensata y criticarlos, aunque se enfadasen con su amiga por el o.
No era lo mismo sentarse junto al fuego sin el a haciéndoles compañía, ni
ir a clase sin que nadie les ayudase en los trabajos ni con los hechizos...
todo les recordaba a el a. Todo. Harry nunca se había imaginado que se
pudiera l egar a depender tanto de una persona como el os tres dependían
los unos de los otros.

Afortunadamente para Harry y Ron, y para la salud de Malfoy, éste no se


había metido con el os, ni les había hablado, desde el día que los alumnos
extranjeros se habían ido. Harry supuso que Malfoy se habría enterado de
que, efectivamente, Jugson y Avery estaban muertos, y de que el os eran
los causantes de su muerte, y estaría asustado. Snape, por su parte, aunque
seguía sin ser amable, pasaba grandes ratos de sus clases de Pociones
mirando a los dos amigos, que se sentaban siempre solos en el lugar que
compartían con Hermione, aunque no les decía nada. La mirada de Harry
había coincidido en alguna ocasión con la de Snape, pero los ojos del
profesor ya no despedían aquel característico odio que siempre había visto
en el os al mirarlo. Ahora no sabía qué pensar de él.

El jueves, tras la hora doble que tenían con él, Snape les pidió a Harry y a
Ron que se quedaran un instante.

Cuando todo el mundo hubo salido, Harry habló, antes de que Snape lo
hiciera.

—Mire, si quiere insultarnos, humil arnos o algo así, le advierto que nos
da lo mismo, y, si lo que quiere es darnos las gracias, ahórreselas. Puede
seguir odiándome igual, no me importa. Si hubiésemos sabido lo que nos
iba a costar su rescate, nos habríamos limitado a decírselo a Dumbledore.
—No me interrumpas, Potter —dijo Snape—. Lo único que quería saber
es: ¿por qué fuiste?

A Harry le sorprendió la pregunta.

—Fuimos porque no dejaríamos morir a nadie pudiendo evitarlo, ni


siquiera a usted.

—Tenéis mucha sangre fría. Los dos —dijo Snape—. Desde luego, no se
puede negar que no hayáis aprendido nada en estos años de meteros en
problemas. Conservadla... y cuidad a Granger. No quisiera perder a la
única alumna de Gryffindor que contesta preguntas en clase, aunque sea
una pesadez.

Dicho esto, Snape salió de la mazmorra, dejando a los dos amigos


totalmente confundidos.

—¿Qué le pasa a Snape últimamente?

—No lo sé —dijo Harry—. Pero casi preferiría que fuese el de antes. Sería
más fácil odiarlo.

281

Snape no era el único que estaba extraño. Miles Bletchley, el guardián de


Slytherin, y también el mejor amigo de Warrington, se l evaba cada vez
mejor con el os, y, cuando se encontraban por los pasil os, solían conversar
aunque no fueran más que unas palabras. También a él se le veía
preocupado por el estado de su amigo.

Así transcurrió la semana. Hermione l evaba nueve días en el mismo


estado y, aunque la vela seguía bril ando, no daba señales de vida. Harry
sabía que el tiempo límite, o al menos el tiempo en que tendría el mayor
número de posibilidades de despertar se estaba acabando, y se ponía más
nervioso cada vez. Ron cada día se pasaba más tiempo mirando todas las
fotos en las que salían con Hermione, especialmente la que los mostraba a
los dos en el baile. Todos los alumnos de Gryffindor los miraban con
lástima, aunque el os mismos estaban tristes, y Harry comprendió que la
mayoría habían abandonado la esperanza de que Hermione despertase.

En el fin de semana, también los Weasley habían ido a verla. La señora


Weasley no había podido soportarlo y había salido corriendo de la
enfermería, l orando amargamente. Los Granger habían pasado los dos
días en el castil o, al lado de su hija.

Ron, por su parte, apenas había podido soportar ver a su madre salir l
orando de la enfermería, y se había encerrado en la habitación, con los
ojos l orosos y la mirada perdida.

Empezó la nueva semana, y, transcurrió, día tras día, sin cambios en el


estado de Hermione. Para el siguiente fin de semana, aunque nadie lo
decía, Harry sabía que todo el mundo había perdido la esperanza de que
despertara. Llevaba así dos semanas enteras... empezaba a ser demasiado
para su cuerpo, y se la notaba más consumida y demacrada. Harry no
comentaba nada, pero también empezaba a creer que habían perdido a su
amiga para siempre. El único que parecía seguir teniendo verdaderas
esperanzas, aparte de sus padres, era Ron, que se pasaba al í, en la
enfermería cada vez más tiempo, hablando con el a en susurros,
contándole todo lo que pasaba y hacían, hablándole acerca de los casi seis
años que l evaban siendo amigos.

La noche del domingo, Harry se descubrió l orando de nuevo. Supuso que


aquel o significaba que empezaba a aceptar como cierto el hecho de que no
volverían a hablar con Hermione, que la habían perdido definitivamente.
Ron no estaba en la habitación. Cogía la capa de Harry y se quedaba en la
enfermería horas y horas, hasta bien entrada la noche. Ginny estaba muy
preocupada por él, tenía unas ojeras horribles, e iba por todos lados como
un sonámbulo. Si lograba atender en clase, Harry sabía que se debía
únicamente a conseguir apuntes para Hermione, para cuando el a
despertara.

La profesora McGonagal había hablado con él, diciéndole que estaban


pensando en nombrar una nueva prefecta de Gryffindor, porque él no podía
cumplir con sus obligaciones solo, pero Ron había puesto una cara de
espanto y se habían negado en rotundo, alegando que él no quería otra
compañera que no fuese Hermione, y que a el a le daría un ataque si
despertaba y veía que le habían quitado su insignia, así que la profesora
McGonagal había dejado el asunto así, aunque sólo por el momento.

Así pues, Ron casi no daba abasto. El jueves estaba tan cansado que en
clase de Pociones parecía no saber lo que estaba haciendo. Snape estuvo
un rato fijándose en él, y finalmente se les acercó.

—Weasley, ¿qué hace?

—La poción, profesor —respondió Ron, observando su caldero, donde


sólo tenía agua y pétalos de Luparia.

—Sería mejor que se fuese.

—¿Qué? —peguntó Ron, alzando la vista.

—Que se vaya a la enfermería y duerma. Potter, acompáñele.

Harry miró durante un momento a su profesor, extrañado, y luego se


levantó y acompañó a Ron a la enfermería, donde se quedaron con
Hermione. Harry acudió luego a clase de Transformaciones, pero logró
que Ron se tomase una poción para dormir de la señora Pomfrey.

Él también estaba muy cansado, agotado... no sólo tenía que soportar la


horrible pérdida de Hermione, la idea de seguir en Hogwarts durante un
año y medio más sin el a, sino que además tenía que ser fuerte por Ron.
¿Cómo soportaría todo lo que le esperaba sin su mejor amiga a su lado?
¿Quién pondría ahora la voz de la razón en el grupo?. Sentía que se hundía,
pero aún así, a pesar de todo, se mantenía, se mantenía por Ron, porque, si
él no resistía, su amigo se derrumbaría por completo. Y si no hubiese sido
por Ginny, por los ánimos y el cariño que les daba, así como el apoyo
moral de todos los Gryffindors, sabía que él también se habría rendido
hacía tiempo.

—¿Dónde está Ron? —le preguntó Ginny a la hora de la comida,


sentándose a su lado, como ahora hacía siempre.
—Está en la enfermería...

—¿Con Hermione?

—Sí, Snape nos mandó al í. No preguntes, porque yo tampoco lo sé —dijo,


al ver la cara de extrañeza de Ginny—. Y conseguí que se tomase una
pócima para dormir, porque le iba a dar algo...

282

—¿Tú como estás?

—Empiezo a aceptar que... que quizás la hayamos perdido para siempre...

Ginny le puso una mano sobre el hombro y le miró, con compasión, cariño
y tristeza, todo a la vez.

—¿Tú qué crees? —le preguntó a la pelirroja.

—No lo sé... —respondió—. Me gustaría tanto pensar que despertará...


pero creo que yo también he aceptado que no lo hará.

Ginny le miró un instante y luego siguió comiendo. Ninguno de los dos


volvió a decir nada.

Pasó casi una semana más, y se cumplió un mes desde que Hermione había
sido atacada. Harry había l orado amargamente cada una de las noches de
esa semana, aceptando con infinita tristeza que Hermione ya no volvería
jamás. Un mes era demasiado tiempo. Aunque la vela no se apagara, era
demasiado tarde...

Ron ya no aparecía por el dormitorio, se pasaba las noches en la


enfermería, sin decir nada. Dumbledore le había descubierto durmiendo al
í unos días antes, cubierto por la capa de Harry, y le había permitido
hacerlo.

El viernes, cuando se cumplían cuatro semanas exactas de la estancia de


Hermione en la enfermería, Harry y Ron se encontraban junto a su amiga,
mirándola en silencio, cuando Dumbledore entró y se dirigió a el os.
—Ron —lo l amó Dumbledore, suavemente. El pelirrojo volvió la cabeza
lentamente y miró al director, que parecía abatido y acabado, temeroso de
lo que iba a decir, pero sabedor de que tenía que hacerlo—. Ron, ya ha
pasado demasiado tiempo... Tú y Harry tenéis que seguir viviendo. La vida
no se ha terminado para vosotros.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Ron, poniéndose furioso—. ¿Me está


diciendo que el a no despertará? ¡No pienso creerle! ¡No va a
abandonarnos, no nos dejará solos, sabe que sin el a suspenderíamos
todo...!

Dumbledore se acercó a él y le puso un brazo en el hombro.

—No te pido que abandones la esperanza, pero sí que sigas tu vida... te


estás destrozando. Harry también te necesita... Piénsalo, Ron. Piensa que
ya ha pasado demasiado tiempo. —Miró a Harry, pidiendo ayuda—.

Harry...

—Ron —dijo él, con lágrimas en los ojos—. No podemos seguir así... el a
no lo querría.

—Harry... ¿Qué me estás diciendo? —Ron le miró, suplicante—. ¡No digas


que tú también piensas que no volverá, Harry! ¡No lo digas!

—Ron, amigo... —balbuceó Harry, acercándose a Ron y abrazándolo—.


Tenemos que superarlo...

Discretamente, y sin que lo vieran, Dumbledore abandonó la sala, mientras


una lágrima resbalaba por su mejil a, dejando a los dos amigos solos con
su dolor.

Soltándose del abrazo de Harry, Ron pareció comprender, entender que


habían perdido a Hermione, que ya nada volvería a ser igual, y que
tendrían que seguir con su vida, una vida sin Hermione. Cayó de rodil as
en el suelo, l orando con amargura, con la cabeza apoyada contra el brazo
de Hermione.
—¿DE QUÉ VALE TODO LO QUE APRENDEMOS AQUÍ? —gritó Ron
con furia, mientras las lágrimas corrían por su cara—. ¿DE QUÉ VALE
TODA LA MAGIA QUE NOS ENSEÑAN SI NI SIQUIERA PODEMOS

USARLA PARA DESPERTAR A HERMIONE? ¿PARA QUÉ NOS


VALE...? —Miró hacia Harry, que le apoyó la mano en el hombro—. ¿Para
qué, Harry?

—Ron, tranquilízate, por favor... —intentó consolarlo Harry, aunque en el


fondo, pensaba lo mismo que él.

—Hermione... —dijo, volviendo a mirarla—. Te vengaremos, te lo juro.


Harry y yo. No pararemos hasta encontrar a Voldemort, y le haremos pagar
lo que te han hecho, te lo juramos... te lo prometemos... —se cal ó un
momento, limpiándose las lágrimas—. Siento tanto haberte perdido
ahora... El último día contigo, y el del baile de Navidad, han sido los más
felices de mi vida... —Se incorporó y le dio a Hermione un suave beso en
la frente—. Te quiero, Hermione.

Se levantó y se apartó, mirándola.

—Hermione, amiga —dijo Harry, agarrándole la otra mano, con la


intención de despedirse también—. No sabes la falta que nos haces, lo que
te necesitamos... Espero que, estés donde estés, estés bien. Yo también juro
que te vengaré. Ambos te lo juramos. —Depositó otro beso en la mejil a
de su amiga y se levantó—. Yo también te quiero.

Ron sacó su varita y la levantó.

— ¡Accio diadema! —exclamó, concentrándose.

Un instante después, la diadema Weasley que Ron le había regalado a


Hermione entraba por la puerta y se posaba en su mano. Se acercó a
Hermione y se la colocó en la frente. Luego, juntos, miraron a su amiga
por última vez. Su expresión pasó de la tristeza a la frialdad. Estaban
listos. Ya nada importaba, salvo hacer pagar su crimen a los que les habían
quitado a Hermione. Primero habían sido sus padres, luego Sirius y ahora
Hermione; ésta era la gota que colmaba el vaso. Voldemort y sus
mortífagos tenían que pagar. Harry se sintió rabioso, l eno de odio. Sintió
aquel a sensación dentro de sí una nueva vez... sólo que, esta vez, esa
fuerza no iba a abandonarlo. Miró a Ron, y su amigo tenía la misma
expresión, la misma determinación que él. Volvieron la vista una última
vez hacia Hermione, y salieron de la enfermería.

283

—¿Qué ha pasado? —dijo una sorprendida Ginny en cuanto entraron en la


sala común y vio sus caras, tristes, pero con miradas frías, abatidas, pero
que mostraban determinación—. Lavender ha dicho que la diadema de
Hermione salió volando por la ventana hace un momento...

—Yo la convoqué —dijo Ron—. Se la he puesto. Es mi gesto de


despedida.

—¿Gesto de despedida? —sol ozó Ginny—. ¿No habrá...?

—Aún no —dijo Harry—. Pero hemos abandonado la esperanza. Es hora


de ponerse a trabajar.

—¿Trabajar? ¿Trabajar en qué? —preguntó Ginny, asustada de las


expresiones de ambos.

—En la venganza —respondió Ron, tajante.

—¿Venganza? ¿Qué vais a hacer? —preguntó Ginny, asustándose—. ¡No


se os ocurra hacer ninguna locura, no quiero que os maten!

—Me da igual... Voldemort l eva arrancándome parte de la vida desde que


nací. Que me la arranque toda de una vez o pierda la suya en el intento.

—Vamos a ponernos a entrenar, aunque sea aquí, si Dumbledore no nos


permite hacerlo en la Sala de los Menesteres —la informó Ron, decidido
—. No pararemos hasta que ese cerdo y todos los que son como él estén
bajo tierra. Lo hemos jurado sobre el cadáver de Hermione.

Ginny profirió un quejido de miedo, mientras Harry y Ron subían a la


habitación, dejando en la sala común un incómodo silencio. Todo el
mundo había oído las últimas frases que habían dicho.

Ese viernes, ambos sorprendieron a todos por la forma en que entraron al


Gran Comedor a mediodía. De sus ojos había desaparecido toda alegría, y
sus expresiones eran gélidas. Se sentaron en su mesa, bajo la atenta mirada
de todo el mundo. No se dijeron nada durante toda la comida, pero
tampoco tenían necesidad de hacerlo.

—Espero que os hayáis pensado mejor eso que dijisteis antes —les dijo
Ginny más tarde, en la sala común.

—No. No voy a dejar que muera más gente inocente —afirmó Harry con
rotundidad—. Nadie nos va a detener. Voy a por la capa invisible.

—¿Qué vais a hacer? —le preguntó Ginny en cuanto hubo bajado.

—Vamos a coger libros de la sección prohibida —dijo Ron—. Los


necesitamos para prepararnos.

—¡Por favor, Harry! —suplicó Ginny, con lágrimas en los ojos—. No


hagáis locuras... ¡No quiero perderos, no quiero que os pase nada!

—Ginny... —respondió Harry, mirándola con dulzura—. Tenemos que


hacerlo... tengo que hacerlo... es mi destino.

Ginny se sentó en una butaca y l oró. Harry la miró, deseando consolarla,


con el corazón roto por verla así, pero no había vuelta atrás. Habían hecho
un juramento y lo iban a mantener. Se dio la vuelta y salió de la sala
común detrás de Ron.

284

28

El Tercer Sueño

Durante todo el fin de semana, Harry y Ron estuvieron intentando obtener


libros avanzados de defensa contra las Artes Oscuras en la sección
prohibida; entraban en la biblioteca, esperaban a la hora de cierre
poniéndose la capa tras las estanterías y luego entraban en la sección
prohibida, donde buscaban libros, que duplicaban usando un útil hechizo
que copiaba el contenido de un papel o pergamino en otro, para evitar
sospechas. Lo que hacían era muy arriesgado, y estuvieron a punto de ser
atrapados por Filch en varias ocasiones, pero no les importaba. Ya nada les
importaba.

Tras duplicar los libros, volvían a la torre y se encerraban en su


habitación, intentando evitar mirar la cara de tristeza y preocupación de
Ginny. Una vez arriba, practicaban los hechizos, intentando dominarlos, a
pesar de que eran bastante avanzados; el primero que querían aprender era
l amada «maldición cortante». Era parecido al encantamiento seccionador,
pero muchísimo más peligrosa, porque podía cortarle la cabeza a una
persona sin dificultad. Para realizarlo había que hacer un difícil
movimiento con la varita, pero, una vez dominado, podía hacerse rápido y
era muy difícil de esquivar. A pesar de su dificultad, terminaron
dominándolo, poniendo más empeño del que habían puesto en ninguna
otra cosa en su vida. Habían convertido un palo en una especie de muñeco,
y practicaban con él, reparándolo tras cada corte que le hacían.

En cuanto Ron, tras hacer cuatro latigazos rápidos con la varita, dejó al
muñeco sin cabeza, brazos y un gran tajo en el pecho, Harry dio por
dominada la maldición.

—Vale, esto ya lo tenemos —dijo con satisfacción, contemplando el


estado del muñeco—. Pasemos a otra cosa.

—Sugiero enfrascarnos en eso de la magia autocurativa —dijo Ron,


contemplando uno de los montones de pergaminos que habían obtenido de
la sección prohibida.

—Creo que es demasiado avanzado... aquí dice que la capacidad de


autocurarse requiere de un gran poder mágico. Muy poca gente puede
hacerlo... —comentó, leyendo el pergamino—. Es como hacerse animago
o algo así... Deberíamos saber antes Teoría de la Magia...

—Podríamos conseguir libros en la biblioteca sobre eso —dijo Ron.


—Es una asignatura de séptimo...

—¿Y qué? La necesitaremos. Toda ayuda será poca cuando estemos frente
a ese maldito asesino.

—Está bien, mañana intentaremos conseguir un ejemplar y nos


dedicaremos a leerlo... Mientras, aquí hay una maldición que tiene muy
buena pinta, se l ama «maldición de la locura». Al parecer provoca un
efecto de locura temporal en quien la recibe... la duración de los efectos
depende del agredido, y de la capacidad del agresor, claro. Se puede tratar,
pero no tiene contramaldición directa... la idea es parecida a la de los
hechizos desmemorizantes —leyó Harry—. Vaya, aquí dice que estuvo a
punto de ser incorporada entre las maldiciones imperdonables...

—¿Por qué no lo fue? —quiso saber Ron.

—No tiene efectos mortales, como puede tener la maldición cruciatus y la


maldición asesina, pero sus efectos sobre la mente son terribles...

—Me gusta —dijo Ron—. Pero ¿cómo la practicamos? No vamos a


ensayarla en nosotros, ¿verdad?

—Claro que no.

—¿Entonces qué sugieres? ¿Que lo probemos con Malfoy? Podríamos


secuestrarle y usarle como cobaya...

—Sin duda sería interesante, pero no... Aquí dice que puede hacerse muy
débil, y sólo provocaría un dolor ligero de cabeza y mareo, con lo que
podríamos probarlo entre nosotros, pero si no nos sale bien podríamos
armar una buena...

—Entonces mejor dejarlo.

—¡No! —dijo Harry, que se le acababa de ocurrir una idea—. Usaremos la


trasformación. Podemos convertir el muñeco en un mono y probar en él...

—Sí, eso es buena idea... pero luego lo convertimos otra vez en muñeco,
no me gusta hacer sufrir a los animales.
—Claro, a mí tampoco —dijo Harry—. Bueno, hagámoslo entonces...
aunque quizás haga mucho ruido el mono.

—Contra eso hay solución —dijo Ron—. Antes he leído un hechizo muy
útil, el encantamiento insonorizador.

—¿Insonorizador?

—Sí, verás... —Sacó la varita, hizo un gesto en círculo hacia toda la


habitación y exclamó—: ¡Insonoreo! —

La habitación pareció emitir un débil destel o, que luego se apagó—. Ya


está, ahora nadie oirá desde fuera lo que pase aquí, así hagamos estal ar la
habitación.

285

—Genial —dijo Harry, felicitando a Ron—. Empecemos pues...

Convirtieron al muñeco en mono y se prepararon.

—Empezaré yo —dijo Harry, ya he leído como va. Apuntó al mono, que se


movía por la habitación, se concentró en lo que deseaba y exclamó—:
¡Loucurae!

El mono profirió un ligero quejido, pero al instante ya se le había pasado.

—No ha salido muy bien —comentó Ron.

—Es la primera vez... lo volveré a intentar.

Repitió el hechizo, concentrándose aún más, pero el resultado fue similar.


Practicó durante media hora, hasta que le cogió el truco, y el mono chil
aba, bailoteando sin control cuando le lanzaba la maldición.

—Vale, ahora lo haré yo... —apuntó al mono y volvió a convertirlo en un


muñeco—. Mejor dejemos a ese pobre animal, convertiremos otra cosa. Se
acercó a la ventana y convocó una piedra desde los terrenos del colegio,
que también convirtió en un mono.
—Tienes que concentrarte con fuerza en lo que deseas hacerle, y cuando
lances el hechizo, notarás algo en tu cabeza. Tienes que hacer que esos
pensamientos se vuelvan contra él y lo torturen, ¿de acuerdo?

—Sí. —Se preparó y lanzó el hechizo—: ¡Loucurae!

No sucedió nada.

—Tranquilo, vuelve a intentarlo —lo animó Harry.

Ron continuó. Tardó cuarenta minutos en dominarlo.

—Vale —dijo Harry, volviendo a convertir al mono, que chil aba, en


piedra—. Esto ya está. Hemos hecho un buen trabajo, pero deberíamos
dejarlo, es tarde ya, y pronto subirán Dean, Seamus y Nevil e...

—Es cierto, nos hemos perdido la cena —recordó Ron.

—Le pediremos a Dobby que nos suba algo. Ahora bajemos.

Guardaron todos los pergaminos y libros que tenían y Ron quitó el hechizo
insonorizador a la habitación.

Salieron y bajaron, esperando a que los demás subieran de cenar. Ron


cogió a Pigwidgeon y le mandó un mensaje a Dobby a las cocinas para que
les subiera algo de comer, si podía, cosa que el elfo no tardó ni cinco
minutos en hacer.

—Gracias, Dobby —dijo Ron mientras él y Harry se surtían de los pasteles


que el elfo había traído.

—De nada, señor. Todos estamos encantados de ayudarles, Harry Potter y


Ron Weasley, pero estamos tristes por la joven señorita amiga de ustedes.

Los rostros de Harry y Ron se ensombrecieron.

—Bueno... Dobby debe irse... —dijo el elfo, viendo la cara de los dos
amigos, y desapareció.
—¿Qué habéis estado haciendo? —les preguntó Ginny poco después, tras
regresar de la cena.

—Hemos estado practicando —dijo Ron, sin molestarse en hablar bajo.

—¿Practicando qué?

—Hechizos, maldiciones... Ese tipo de cosas, ya sabes —respondió Ron


tranquilamente.

—Harry... de verdad me estáis preocupando. Yo también estoy triste por


Hermione, pero no podéis hacer esto...

—¿No podemos, Ginny? —preguntó Harry, con voz irónica—. Sabes


perfectamente que puedo, que soy el único que puedo, y que tendré que
enfrentarme a él antes o después. Siendo así, prefiero que sea cuanto antes.

Todo murmul o y conversación en la sala común se apagó al oír a Harry.


Sólo Ginny y Ron sabían cuál era el contenido de la profecía.

—Harry, Dumbledore no lo aprobaría...

—No nos importa lo que Dumbledore piense —declaró Harry con dureza
—. Supongo que no esperará que me quede aquí, vigilado y a salvo para
siempre mientras mi mejor amiga está a punto de morir y Voldemort sigue
por ahí, tramando sabe Dios qué... porque si lo espera, está muy
equivocado —agregó.

Ron asintió, dándole la razón a su amigo.

—¿No estaréis practicando Artes Oscuras o algo así, verdad? —preguntó


el a en voz baja. Su voz denotaba miedo.

—No exactamente —respondió Ron.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir lo que dice. Que no estamos aprendiendo magia oscura...


aunque tampoco es que sea muy blanca, si a eso vamos —aclaró Ron.
—Por favor, por favor... —suplicó Ginny—. No me obliguéis a contárselo
a alguien.

—Ni se te ocurra —le advirtió Ron.

—Ginny... —dijo Harry, acercándose a la chica y poniéndole las manos


sobre los hombros—. Tenemos que hacerlo... es mi destino, tengo que
prepararme. No puedo esperar vencerle con el expel iarmus o el embrujo
de piernas de gelatina... necesito armas poderosas. Tienes que entenderlo.
Me he enfrentado a él cada año, éste no será distinto, lo sé, tarde o
temprano nos veremos las caras, y no pienso confiar mi suerte a una
conexión de varitas o a la repentina aparición de Dumbledore.

286

—Harry... ya no eres el mismo. ¿Por qué no vuelves a ser el chico


optimista del baile de Navidad?

—Esa parte de mí murió con Hermione —respondió con dureza—. Ese


Harry ya no existe.

—Ese Harry me gustaba —fue toda la respuesta de Ginny, mientras se


levantaba y se dirigía a su habitación, con los ojos l orosos.

Harry se la quedó mirando, pero no dijo nada.

—Bueno, planeemos lo que vamos a hacer mañana —le dijo a Ron con
resignación.

Y así, también el domingo lo pasaron practicando hechizos y maldiciones,


haciendo duelos e intentando volverse cada vez más hábiles en el arte de la
lucha, intentando concentrarse todo lo que podían en lo que hacían, para
evitar recordar que el cuerpo de su amiga, aun no muerta, reposaba en la
enfermería.

—No habéis ido a visitar a Hermione desde el viernes —les reprochó


Ginny durante la cena.
—Ginny... ya te dijimos que habíamos abandonado la esperanza... —
explicó Ron, intentando mostrarse fuerte.

—Yo tampoco creo que vaya a volver, pero aún no actúo como si estuviese
muerta —espetó Ginny—. Hace tres días parecías creer que en cualquier
momento abriría los ojos, y ahora...

—No quiero ilusionarme —confesó Ron—. No quiero pensar que volverá


y luego tener que volver a sufrir cuando me entere de que la he perdido.
No lo soportaría.

—Sigue con la diadema puesta —dijo Ginny.

—Nadie va a quitársela —aseguró Ron—. Es suya, y la enterrarán con el a.


—Una lágrima se derramó por su mejil a al decir esto último.

Durante todos los días de la siguiente semana, la última de febrero, Harry


y Ron retomaron las clases con una energía y una determinación que nadie
les había visto nunca. Se esforzaban al máximo en todo lo que hacían,
poniendo el máximo empeño, y obteniendo resultados. Pareciese como si
la energía y la vida que le faltaban a Hermione se hubiese unido a el os. La
razón de tanto esfuerzo era clara: aprender lo máximo posible en el menor
tiempo. En cuanto terminaban los deberes, se encerraban en su cuarto o se
iban en secreto a la Sala de los Menesteres, donde seguían practicando
hechizos, maldiciones y contramaldiciones con verdadero fervor. A Ron le
costaba algo más que a Harry, porque éste había descubierto que la
sensación de rabia y de deseo de venganza que le invadía le hacía más
fuerte, ayudándole a realizar los hechizos de forma más potente y efectiva.
Se dio cuenta de que sus poderes crecían como nunca. Los de Ron
también, pero no como los suyos. A veces le parecía que había nacido para
eso, y aún no sabía si eso le gustaba o le aterraba... sólo sabía que era útil,
y eso era lo que en esos momentos importaba; le daba igual que las veces
que había usado ese poder hubiese estado a punto de hacer mucho daño a
alguien, o que esa sensación le recordara demasiado a los sueños. Sólo
importaba que todo era más fácil cuando se dejaba dominar por esa
sensación... y más ahora, que parecía estar aprendiendo a controlarla.
Sabía perfectamente que todo el mundo había notado su cambio y el de
Ron. En Encantamientos, donde estaban viendo los encantamientos
enfriadores y calentadores, habían conseguido hacer unos encantamientos
calentadores tan potentes que no sólo habían conseguido derretir el hielo
que había en un cubo, sino que casi lo habían hecho estal ar: el agua se
había vaporizado completamente. Por otra parte, en Transformaciones,
donde habían comenzado a ver los hechizos comparecedores, ambos
habían logrado hacer aparecer una rana desde el lago en sólo dos días de
clase, lo que les había permitido obtener treinta puntos para Gryffindor de
una muy sorprendida profesora McGonagal .

La semana terminó, y comenzó una nueva, y Hermione seguía igual. Harry


y Ron no habían vuelto a la enfermería, y pasaban cada vez más tiempo
enfrascados en sus prácticas. Aparte de todas las maldiciones y hechizos
que habían aprendido, habían empezado a entrenarse en una nueva forma
de lucha con las varitas: usaban los encantamientos levitadores y
locomotores para arrojarse cosas, quitarse las varitas y arrojar al contrario
contra algún lugar, lo que frecuentemente hacía que acabasen sus
entrenamientos doloridos y magul ados, pasando mucho tiempo con partes
de sus cuerpos recubiertas de solución de murtlap.

Harry había descubierto que se le daba muy bien ese tipo de lucha. Sólo se
dejaba l evar por la emoción, por el brote de poder que se producía en su
cuerpo, y Ron apenas era capaz de defenderse, a pesar de que también él
mejoraba muchísimo. A veces, Harry pensaba si no estaría, de alguna
manera, inyectando en su amigo parte de sus propias capacidades y
sensaciones, pero luego la idea le parecía absurda y la desechaba. Sin
embargo, algo extraño les sucedía, porque habían l egado a un extremo de
comprensión más al á de las palabras y los gestos, y cuando practicaban
hechizos, pensando en la venganza, en el momento en que los mortífagos
estuviesen frente a el os, se l enaban de rabia y de odio, y les parecía que
nada en el mundo de la magia era imposible para el os; entonces
practicaban cada vez con más fervor, cada vez con más intensidad, porque
eso era lo único que distraía sus mentes del hecho de que su mejor amiga
estuviese en la enfermería casi sin posibilidades de recuperación.

287
El jueves por la tarde, Harry y Ron se dirigían a la sala común, tras salir de
Defensa Contra las Artes Oscuras, donde ambos acababan de realizar a la
perfección un hechizo de clonación, que permitía crear una ilusión que
parecía un doble de uno mismo durante un breve tiempo, para despistar.
Harry miró a su amigo.

—Ron... —dijo con cautela— ¿no crees que deberíamos ir a visitar a


Hermione? Hace casi dos semanas que no vamos...

Ron tardó en contestar, pero la frialdad que últimamente l enaba sus ojos
pareció disolverse lentamente.

—Tal vez tengas razón... —dijo, dudando. Luego se decidió—: sí,


vayamos.

Así pues, se dirigieron a la enfermería, donde Hermione seguía tendida,


igual que siempre. Se la veía increíblemente pálida y consumida, con la
diadema aún bril ándole sobre la frente. A su lado, la Vela de la Vida aún
ardía. Ambos miraron a su amiga unos instantes, y la capa de dureza que
se habían forjado durante las dos últimas semanas se rompió en pedazos.

—Hermione... —susurró Ron, acercándose a el a—. Hermione, si supieras


todo lo que estamos aprendiendo... todo lo que estamos haciendo...
Imagínate lo que podríamos hacer si tú estuvieras con nosotros...

—Sí... nos estamos convirtiendo en los primeros de la clase —dijo Harry


—. Ojalá pudieses vernos. Nos gustaría tanto que te sintieras orgul osa de
nosotros...

—No sé si puedes vernos —dijo Ron—. Tal vez piensas como mi hermana,
que no deberíamos hacer lo que hacemos, que no deberíamos
obsesionarnos con la venganza... Ojalá pudieras lanzarnos una de esas
miradas de reproche. —Ron se cal ó por un largo rato, mientras miraba a
su novia—. Sentimos no haber venido a verte antes. Perdónanos...

Ambos amigos se quedaron cal ados un largo rato, hasta que Harry se
levantó. Eran las cinco y veinte.
—¿Por qué no salimos afuera un rato, Ron? —propuso, mientras miraba
por la ventana—. Hace un buen día, y aún no son las seis...

—Sí, me vendrá bien —respondió Ron, levantándose—. Hasta mañana,


Hermione —se despidió.

Bajaron al vestíbulo y salieron a los terrenos. Se acercaron al lago.


Muchos estudiantes aprovechaban el tiempo antes de las seis, hora en que
todos deberían estar en sus salas comunes.

—Vaya, qué paseo más solitario —se burló Draco Malfoy, que iba con
Crabbe, Goyle, Pansy Parkinson y Mil icent Bulstrode—. ¿Os habéis
quedado sin novias? —Los demás se rieron como tontos—. ¡Ah!, me
olvidaba... creo que Granger ha pasado a mejor vida... Bueno,
considerando la vida que un Weasley puede ofrecer, cualquier otra vida es
mejor.

Crabbe, Goyle, Pansy y Mil icent le rieron la gracia a carcajadas.

Harry y Ron no se reían. Tampoco parecían furiosos. Contemplaban a


Malfoy fijamente, con rostro inescrutable. Sin embargo, sí estaban
furiosos. Acababan de ver a Hermione y ahora aparecía delante de el os el
cretino de Malfoy, burlándose...

—Harry —dijo Ron con voz calmada, pero tan gélida que podría congelar
el lago—. ¿No crees que Malfoy es un seguidor de Voldemort?

Los de Slytherin soltaron un respingo, y miraron, ya sin reírse, a los dos


amigos.

—Si no lo es, lo será.

—Y recuerdas la promesa. El juramento que hicimos.

—Sí. No parar hasta que todos estén bajo tierra. Hasta el último.
¿Recuerdas, Malfoy? Te lo dije. Te dije que te consideraría uno de el os...

Malfoy los miraba con una leve sonrisa, que se desvaneció. Sacó la varita
y los demás lo imitaron. La comisura de los labios de Ron se curvó en una
sonrisa diabólica. Dio un rápido latigazo con su varita antes de que los
Slytherins tuviesen tiempo de hacer nada, y la varita de Malfoy saltó de su
mano.

—¿Qué...? —se preguntó Malfoy, sorprendido.

Demasiado lento, demasiado tarde. Harry y Ron habían practicado


demasiado. Ambos volvieron a hacer los movimientos y las varitas de los
otros cuatro saltaron también.

—Demasiado lentos —sonrió Ron.

—Demasiado estúpidos —añadió Harry.

Harry apuntó con su varita, y, esta vez, la conocida sensación de odio y


poder lo invadió por completo, como nunca, más aún que el día que había
amenazado a Draco en la enfermería... y en esta ocasión, Ron no estaba
dispuesto a detenerle, porque estaba igual o casi igual que él. Malfoy tenía
miedo. Más miedo que el día en que le habían humil ado en el vestíbulo,
más miedo que el día del ataque de los dementores. Pareció recordar que
las dos personas que estaban delante de él habían provocado la muerte de
dos mortífagos, y parecía más asustado que nunca antes en su vida.

Crabbe y Goyle, sin las varitas y sin pensar en lo que hacían, avanzaron
hacia el os, pero, con un rápido conjuro de Ron, ambos cayeron de rodil as,
agarrándose la cabeza y aul ando de dolor; les había echado una 288

maldición, parecida a la de la locura, pero más débil, una Maldición de


Jaqueca. Sin embargo, el dolor de cabeza que provocaba era insoportable.

—Vale, dos menos... —dijo Harry.

—Ahora a por la pieza principal —decidió Ron.

Varios estudiantes se habían acercado a ver la escena.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó Malfoy, con el miedo dibujado en la


cara.
—¿Tienes miedo? —le preguntó Harry, burlón.

—Aún no sabe lo que es tenerlo, pero pronto lo sabrá —amenazó Ron.

Harry hizo un gesto con la varita, se vio un destel o, y Pansy Parkinson fue
lanzada a las frías aguas del lago, entre las risas de los demás alumnos.
Chil ó de frío, levantándose e intentando salir, toda empapada.

—Ahora tú, Bulstrode —dijo Ron. El a intentó correr, pero con un gesto de
su varita, la chica fue lanzada al agua igualmente, cayendo cerca de Pansy,
que en esos momentos intentaba salir del lago, tiritando y chorreando.

—Bueno, y ahora el premio gordo —siseó Harry.

—Os castigaré —amenazó Malfoy, respirando fuertemente—. Te lo


advierto, Potter...

—Haz lo que quieras.

Apuntó con su varita. A él no bastaba con echarle al lago... a él había que


hacerle mucho, mucho más...

Dirigió la varita hacia el cuel o del Slytherin, y el chico se lo agarró como


si le estuviesen ahorcando; y, efectivamente, eso estaba haciendo Harry.

Draco se levantó del suelo, sujeto por el cuel o, incapaz de soltarse ni


defenderse; se estaba poniendo morado, y, si Harry seguía, se ahogaría.
Intentó gritar, pero no podía. Los alumnos que se habían reído al ver cómo
Pansy y Mil icent eran lanzadas al lago, ahora estaban asustados. Algunos
le gritaban que le dejase, pero a Harry y a Ron no les importaban los
demás. No les importaba nada. Alguien tenía que enseñarle a Malfoy,
alguien tenía que hacerle pagar... y el os se iban a encargar de eso.

Malfoy intentó pedir auxilio, pero era incapaz de decir nada. Harry
disfrutó viendo el sufrimiento de su enemigo, porque, de alguna manera,
eso aliviaba el suyo propio. Eso le enseñaría, así aprendería...

—Harry, déjale —dijo una voz a su lado.


Harry ni siquiera miró a quien había hablado; no apartaba los ojos de
Draco Malfoy, pero reconoció la voz de Luna.

—¡Harry! ¡Ronald! ¡Parad! —gritó.

—Cál ate, Luna —dijo Ron con sequedad.

—¿De verdad creéis que esto es lo que Hermione quiere que hagáis? ¿Lo
creéis? —dijo Luna.

—Por culpa de individuos como Malfoy, no sabemos lo que Hermione


querría.

—¿De verdad crees eso? ¿De verdad piensas que el a se ha ido? ¿Acaso no
hay nada de el a en vosotros?

¿Ya la habéis olvidado?

Aquel as palabras golpearon a Harry como un mazazo, y se sintió extraño.


Miró a Malfoy, que casi desfal ecía, y, soltando un grito, movió la varita y
lo arrojó al lago. Pansy y Mil icent, que estaban muy asustadas, se
acercaron para ayudarle a salir del agua; Crabbe y Goyle seguían
retorciéndose del dolor de cabeza.

—Eso está mejor —dijo Luna. Los miró a los dos, y el os la observaron.

—Gracias... —musitó Harry.

—Si no queréis perderla —dijo Luna—, no olvidéis lo que el a os ha


enseñado, lo que hay de el a en vosotros. Mi madre murió hace mucho,
pero aún recuerdo lo que me enseñó, y procuro comportarme de una forma
que a el a le hubiese gustado, para que se sienta orgul osa de mí.

—¿Orgul osa de ti? —preguntó Ron—. Pero si está...

—No importa —atajó Luna—. Sé que el a me ve. A veces he soñado con el


a... y sé que es el a de verdad.

El a me quiere, y yo a el a, y no me abandonará nunca.


Luna dijo aquel o muy convencida. Les miró unos instantes y luego se
marchó, dejando a Ron y a Harry sorprendidos e incrédulos.

El os se miraron entre sí, y luego observaron a la gente que les rodeaba,


que los miraban asustados; Draco, Pansy y Mil icent intentaban secarse; y
Crabbe y Goyle seguían en el suelo. Harry y Ron los miraron con odio, y el
os retrocedieron. Daba igual lo que Luna les hubiese dicho... quizás fuera
verdad, quizás no... pero no se arrepentían de lo que habían hecho. No se
arrepentían de nada.

Emprendieron el regreso al castil o, pero, tras dar unos pasos, Ron se


volvió y lanzó una contramaldición hacia Crabbe y Goyle, que al momento
dejaron de sujetarse la cabeza y de quejarse.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Harry, mientras volvían al castil o sin


mirar atrás.

—Bueno, ya sabes que eso sólo puede hacerlo el que ha realizado el


hechizo... la señora Pomfrey habría tardado horas en curarles, y no es
necesario que estén gritando en la enfermería. Hermione debe descansar.

289

Un rato antes de bajar a cenar, Harry y Ron bajaron de su cuarto, donde


habían estado trabajando un rato, y se encontraron con la mirada de una
muy preocupada Ginny.

—¿Qué es eso que me ha contado Luna de que casi ahogáis a Malfoy y que
los tirasteis, a él, a Pansy Parkinson y a Mil icent Bulstrode al lago?

—Pues eso mismo —respondió Harry.

—¿Me lo dices tan tranquilo? ¡Luna me dijo que estuvisteis a punto de


matar a Malfoy!

—Ya veo que ha tardado en ir con el cuento —dijo Ron—. Seguro que será
la historia estrel a del próximo mes en El Quisquil oso.
—¡Se preocupa por vosotros! ¡Igual que yo! ¡Igual que todos! —exclamó
Ginny, desesperada—. ¡Miraos, por Merlín! ¿Creéis que a Hermione le
gustaría veros así?

—¡No hables de el a! —gritó Harry—. Eso ya nos lo dijo Luna, ¿de


acuerdo? ¡DEJADNOS EN PAZ!

Harry se sentó en una esquina de la sala común, y Ron le siguió, dejando


muda a una muy sorprendida, preocupada y asustada Ginny.

A la hora de la cena, la historia de la humil ación de Malfoy y sus amigos


ya se había extendido por todo el colegio. En la mesa de Slytherin, Draco
parecía más enfadado y ofendido que nunca, pero bajaba la mirada para
evitar encontrarse las miradas de burla y satisfacción de los demás
estudiantes... aunque éstos también miraban con cierta aprensión hacia
Harry y Ron. Tal vez ya circulasen rumores sobre lo locos que se habían
vuelto debido a la pérdida de Hermione; y teniendo en cuenta que su
comportamiento las últimas semanas podría calificarse de obsesivo, a
ninguno de los dos les sorprendería que los creyesen unos perturbados,
pero les daba lo mismo.

—¿Qué crees que pensarán ahora de nosotros? —le preguntó Ron a Harry.

—No sé... tal vez nos tengan miedo... últimamente no somos los mismos,
¿no crees? —contestó Ron.

—Sí, probablemente.

Más tarde, cuando la profesora McGonagal dejó a los alumnos de


Gryffindor enfrente del retrato, los l amó a ambos para que la
acompañaran al despacho.

—¿Qué pasa, profesora? —preguntó Harry, una vez se sentaron frente al


escritorio de la jefa de la casa de Gryffindor.

El a los miró severamente.


—Potter, Weasley... los prefectos de Slytherin, Parkinson y Malfoy, me
han informado de un asunto bastante grave.

—¿De que les hemos tirado al lago? —dijo Ron, como si fuera algo
normal.

—Pues sí, señor Weasley, sin contar con que el señor Malfoy afirma que
Potter estuvo a punto de ahogarle.

Espero oír una explicación. Ahora.

—¿No se la ha dado Malfoy? —preguntó Harry—. Quizás, al acusarnos, se


le olvidó comentar que se había burlado de nosotros y de Hermione. Pues
bien, toleramos que se metan con nosotros, pero nadie va a burlarse de el
a, y menos un asqueroso mortífago —sentenció Harry.

—Señor Potter, en este colegio hay unas normas. Sé que están ustedes
dolidos, enfadados... pero este comportamiento no puede repetirse.

—Castíguenos, si eso es lo que cree que merecemos —dijo Harry—, o


quítenos puntos. No nos importa.

Comparado con la pérdida de Hermione, con lo que me espera para el


futuro, perder la copa de la casa o limpiar la sala de trofeos no me parece
muy grave. Si Malfoy vuelve a burlarse de Hermione de esa forma, no se
librará con una caída al lago —aseguró Harry. Ron asintió, apoyando a su
amigo.

—Si se siente decepcionada con nosotros, lo sentimos —añadió Ron.

La profesora McGonagal los miró, con una expresión entre la severidad y


la compasión.

—¿Y si les expulsaran? —preguntó, observando su reacción.

Harry la miró fijamente.

—Partiríamos a enfrentarnos a Voldemort con lo que sabemos —afirmó—.


No esperaremos a que venga a por nosotros, ni a que mate a nadie más.
La profesora había perdido su expresión seria y parecía suplicar. Aquel a
conversación no la controlaba el a.

—Serán veinte puntos menos para Gryffindor —dijo por fin, con
expresión de derrota—. Ahora les l evaré de nuevo a su sala común. Y por
favor, no hagan locuras. Sólo piensen en lo que sería para su familia, señor
Weasley, perderles a ustedes dos, aparte de a la señorita Granger. Mire a su
hermana: el a está muy preocupada por ustedes. —Les dirigió una última
mirada, y, sin decir nada más, los condujo al retrato de la Dama Gorda,
donde les dejó.

Harry y Ron se miraron. Las últimas palabras de la profesora les habían


afectado mucho más que cualquier regaño o castigo.

—¿Qué tal? —les preguntó Ginny en cuanto entraron.

—Veinte puntos menos para Gryffindor —dijo Harry.

290

—Bueno, no está mal, por tirar a dos prefectos y otra alumna al lago...

—Se lo merecían —afirmó Ron. Ginny puso cara de súplica, pero su


expresión cambió cuando Ron añadió

—: Hoy hemos ido a ver a Hermione...

—¿De verdad? —preguntó Ginny, poniéndose muy contenta por la noticia


—. Ya era hora...

—Tenías razón —admitió Harry, mirando a Ginny—. No iremos a


enfrentarnos a Voldemort a las primeras de cambio, pero no vamos a dejar
de prepararnos, ¿verdad, Ron?

—Por supuesto que no —dijo éste.

—Gracias —dijo Ginny, sonriendo—. De verdad que estaba muy


preocupada por vosotros.
El viernes por la tarde Harry, Ron y Ginny bajaron a tomar el té con
Hagrid. No lo hacían desde lo sucedido en el bosque. Parecía mentira que
hubiese sido hacía sólo seis semanas... a el os les parecían años.

Hagrid les contó que él también había subido a verla a menudo, sacando el
asunto al notar que los tres habían asimilado ya la idea de que el a
terminaría muriendo. No obstante, cambiaron de tema de conversación,
porque pensar en Hermione al í, donde tantas veces habían ido a tomar el
té, o a sonsacarle información a Hagrid, resultaba muy doloroso.

Tras dejar a Hagrid y volver al castil o, los tres decidieron pasarse por la
enfermería, antes de volver a la sala común. Se quedaron los tres de pie,
observando el frío cadáver de su amiga, inmóvil, ajeno a todo. A Ron
empezaron a caerle las lágrimas, y se acercó lentamente a el a, cogiéndole
la fría mano, intentando darle algo de calor.

—Hermione... si supieras lo mucho que te echamos de menos... Nunca te


dijimos lo importante que eras para nosotros, y ahora es demasiado tarde.
Sin embargo, te aseguro que por mucho tiempo que pase nunca, nunca te
olvidaremos. Seguirás viva en nuestros recuerdos, Hermione. Nunca
volveremos a tener una amiga como lo eras tú. Nunca...

Ginny l oraba en silencio. Harry le pasó un brazo sobre los hombros,


reconfortándola, y ambos se acercaron también a la cama. Se quedaron al í
los tres, en silencio, mirando a Hermione, sin saber qué hacer ni qué decir.
Tras un largo rato se levantaron, y lentamente regresaron a la sala común,
sin hablar. Se sentaron junto al fuego y no tardaron en verse rodeados de
sus compañeros, aunque todos estaban silenciosos.

—¿Qué tal lo l eváis? —les preguntó Harry a Parvati y Lavender.

—Bueno... —respondió Parvati—. Aún no nos acostumbramos a tener el


dormitorio para nosotras solas...

parece muy vacío.

—Sí, la verdad es que echamos de menos sus regañinas —reconoció


Lavender.
—No sería capaz de recordar las veces que me ha ayudado en Pociones —
comentó Nevil e—. Nunca habría l egado a sexto sin su ayuda...

Se quedaron todos juntos, hablando, hasta la hora de la cena. Ron dijo que
no tenía hambre y Harry tampoco bajó al comedor. En cuanto los demás se
hubieron marchado, subieron a su habitación.

—Ya l eva seis semanas... —comentó Harry.

—Sí —respondió Ron.

—¿Nos ponemos a trabajar?

—Sería lo mejor... aprovechemos que estamos solos.

Así pues, sacaron la inmensa cantidad de libros e información que habían


obtenido de la biblioteca y se pusieron a leer y buscar nuevos hechizos y
maldiciones.

—¡Cómo le gustaría todo esto a Hermione! —suspiró Ron, mientras leía


un pergamino sobre una maldición para confundir.

—Sí, le encantaría... —afirmó Harry—. Aunque nos echaría un buen


sermón por haber robado toda esta información, y encima siendo tú un
prefecto...

—Seguramente eso haría —dijo Ron, sonriendo levemente.

Estuvieron leyendo durante media hora más, hasta que todo el mundo
subió de la cena. Luego, Harry y Ron, presionados por Ginny, jugaron una
partida al ajedrez mágico, pero no pudieron terminarla. Ron se levantó y
se fue a la mitad, y Harry lo siguió hasta su habitación.

—Ron... —lo l amó Harry. Su amigo estaba sobre la cama, mirando su


insignia de la PEDDO con ojos tristes.

—Lo siento, Harry... pero no habíamos jugado desde...

—Lo sé —dijo Harry, suspirando—. Yo tampoco estaba demasiado bien.


—La echo muchísimo de menos, Harry... creí que, después de un mes se
me haría normal estar sin el a, pero no es así. Hogwarts nunca será lo
mismo sin Hermione... ¿A quien le darán el Premio Anual el año que viene
si no es a el a?

—Yo también la echo mucho en falta —dijo Harry. Luego se levantó de la


cama de su amigo y se dirigió a la suya—. Ya que estamos aquí, creo que
me voy a acostar... Hasta mañana, Ron.

—Hasta mañana, Harry.

291

Se desvistió, se puso el pijama y se metió en la cama. Ron hizo lo mismo.


Un rato después, ambos estaban dormidos.

En medio de la noche, un ruido lo despertó. La luz estaba encendida y,


cuando Harry se puso las gafas, vio a la profesora McGonagal junto a la
cama de Ron. Parecía muy nerviosa.

—¿Profesora McGonagal ? —preguntó Harry, aún adormilado. Ron se


había despertado también, y miraba a la profesora con cara de fastidio.

—Señor Potter, señor Weasley... es sobre la señorita Granger —dijo la


profesora con voz temblorosa.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ron, despertándose de golpe.

—Les ha l amado —respondió la profesora, emocionada.

—¿Qué? ¿Que nos ha...? —Ron abría y cerraba la boca, anonadado. Miró a
Harry.

Ambos se pusieron en pie de un salto, cogieron sus batas y se dirigieron a


la enfermería, siguiendo a la profesora McGonagal . Aún no se lo creían...
si les había l amado, es que había despertado... seis semanas después, pero
lo había conseguido.
Entraron en la enfermería y vieron al profesor Dumbledore y la señora
Pomfrey, que estaban junto a Hermione. El director sonreía. Ron y Harry
corrieron junto a su amiga. La Vela de la Vida bril aba con fuerza
inusitada. Ambos amigos miraron a su compañera.

No parecía la misma de hacía unas horas. Ya no estaba tan pálida, y


respiraba, aunque débilmente. Su piel ya no estaba fría. Parecía dormida, y
se la veía débil.

—¿Cómo ha...? —preguntaba Ron, que, al igual que Harry, derramaba


lágrimas de felicidad.

—Despertó hace media hora. La vela nos avisó —respondió Dumbledore


—. Lo primero que dijo fue: «Ron...

¿Dónde estás?... Harry...» —El director parecía muy alegre.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Ron, cuya cara irradiaba alegría.

—Claro que sí —respondió la señora Pomfrey—. Ahora duerme, y tendrá


que pasar en la enfermería varios días, pero se recuperará totalmente...
después de seis semanas. —La enfermera no parecía acabar de creérselo
—. Es un milagro.

—¿Has oído Harry? —preguntó Ron, sonriente—. ¡Se recuperará! ¡No la


hemos perdido! ¡Sabía que no nos abandonaría, el a nunca lo haría!

Los dos amigos, pletóricos de felicidad, se abrazaron.

—Ciertamente, cuando vine aquí hace dos semanas creía que ya no


despertaría —explicó Dumbledore—.

Me alegra haberme equivocado. Mañana por la mañana se lo


comunicaremos a sus padres.

—¿Cuándo despertará? —preguntó Harry.

—Dentro de unas horas —contestó la señora Pomfrey.


—Nos quedaremos con el a hasta que despierte, ¿verdad, Ron?

—¡Por supuesto! —dijo Ron, muy convencido.

—Profesor... —comenzó a decir la enfermera, con cara de no estar de


acuerdo.

—Déjalos, Poppy, creo que tienen derecho. Han sufrido mucho, y estoy
seguro de que a la señorita Granger su presencia le hará mejor que
cualquier otro remedio.

Así pues, Dumbledore y la profesora McGonagal se retiraron, y la


enfermera volvió a su despacho, dejando a los dos amigos con Hermione.
Se sentaron cada uno a su lado y esperaron. Ron le cogió la mano, como
siempre hacía, y la chica se la agarró de forma inconsciente. Ron sonrió
como no lo hacía en mucho tiempo.

Harry inclinó la cabeza sobre el otro brazo de su amiga, sintiendo en él un


calor que no había esperado volver a notar nunca.

Abrió los ojos lentamente. Sentía dolor en la espalda. Se incorporó y vio


que estaba en la enfermería. Se había quedado dormido, con la cabeza
apoyada sobre la cama de Hermione. A Ron le había pasado lo mismo.
Miró a su amiga, que se movía. No sabía qué hora era. Harry se acercó a el
a, y el a abrió los ojos, mirándole. Se quedó un instante inmóvil, y luego
sonrió.

—Hola, Harry...

—Hola Hermione —dijo Harry, l eno de felicidad—. Te hemos echado


mucho de menos.

—Yo también a vosotros... pero sabía... que estabais conmigo.

—Creímos que te habíamos perdido para siempre... Lo siento. Perdimos la


esperanza hace semanas... El último en aceptar que quizá no volverías fue
Ron. Ha dormido aquí todos los días de la semana pasada.
Hermione volvió la cabeza hacia Ron, que seguía dormido, y lentamente le
acarició la cabeza. El chico murmuró algo, y finalmente despertó y se
incorporó. Miró hacia Hermione, que le sonreía, y sus ojos se l enaron de
lágrimas.

—¡¡Hermione!! —chil ó, abrazándola—. Hermione, te he echado tanto de


menos... ¡Nunca vuelvas a hacernos esto! ¿Me oyes? ¡Nunca!

292

La chica soltó una risita.

—Lo intentaré, te lo prometo... —le dijo Hermione dulcemente—. Y ahora


me gustaría saber qué pasó...

Juraría que recibí un Avada Kedavra en el bosque... ¿Cómo estoy viva? —


preguntó.

—Harry te apartó, pero el rayo te tocó. Has estado durante seis semanas
entre la vida y la muerte, sin saber si vivirías o morirías, sin poder hacer
nada por ti.

—Seis semanas... —dijo el a, ligeramente sorprendida—. No parece que


haya pasado tanto tiempo...

—¿Te has dado cuenta del tiempo?

—Más o menos... era una cosa extraña... pero sabía que estabais conmigo.
No podía oíros, no podía veros...

pero os sentía. Gracias. No sé si habría despertado de no ser por vosotros...

—No sabes lo que han sido estas semanas sin ti. Este colegio no es lo
mismo si tú no estás en él ¿sabías?

—le dijo Ron sonriendo.

—¿Cuántas tonterías habéis hecho mientras yo no os vigilaba? —preguntó


la chica.
Ron y Harry se miraron, sonrientes.

—Puedes estar tranquila. Ginny procuraba regañarnos —dijo Harry—. Nos


ayudó mucho. De no ser por el a...

—Y no hicimos apenas locuras, sólo tiramos a Malfoy, a Pansy Parkinson


y a Mil icent Bulstrode al lago...

—¿Que hicisteis qué? —preguntó Hermione, poniéndose seria.

—Sí, se burlaron de ti ayer, ¿sabes? —explicó Ron, poniéndose furioso—.


Cerdos...

—¿Y Crabbe y Goyle?

—Les eché una maldición para provocarles una jaqueca.

—¿Vosotros dos habéis acabado con los cinco?

Harry sonrió con suficiencia.

—No te imaginas lo que hemos aprendido ni lo que hemos estado


haciendo estas dos últimas semanas...

—Sí, casi nos hemos convertido en los primeros de la clase —dijo Ron.
Hermione sonrió, sorprendida—. Y

tenemos todos los apuntes que necesitas para volver a ponerte al día...

—Gracias —dijo Hermione, feliz.

—Sí, no nos importará ayudarte con los hechizos ni darte unas clases de
apoyo —se burló Harry.

—Hemos estado preparándonos muy en serio —aseguró Ron—. Ya verás


lo que tenemos en nuestra habitación...

Hermione los miró, sonriente. De pronto, se l evó una mano a la frente y


tocó la diadema. Se la quitó y la miró. Luego miró a Ron.
—¿Por qué la tengo aquí?

—Era tuya... quería que la l evaras hasta que... bueno... ya me entiendes —


apartó la mirada. Hermione le observó un instante.

—Gracias por estar conmigo... a los dos. Yo tampoco podría estar sin
vosotros.

Ron se acercó a el a y le dio un pequeño beso en la boca.

—He echado mucho de menos esto... Fue tan terrible imaginar que te
había perdido justo después de tenerte... y tus padres están destrozados. —
Hermione miró a Ron, y su cara se entristeció—. Pero hoy vendrán a verte,
tranquila. Ya... ya saben lo nuestro.

—¿Lo saben?

—Sí, Lupin debió contárselo. Estaba aquí, con Tonks y Kingsley, la noche
en que rescatamos a Snape.

Cuando salimos del bosque creíamos que habías muerto. Ni siquiera te


haces una idea de lo que fue...

—Estoy deseando ver a mis padres y a todos los demás...

—Todos están muy tristes. Se alegrarán enormemente cuando te vean, ya


verás. Y no creerías cuánta gente hay ahora en el PEDDO...

—¿Habéis seguido con el PEDDO?

—Sí, Ron ha estado muy ocupado —dijo Harry.

Hermione sonreía como nunca mirando a su novio.

—¿Qué más ha sucedido? ¿Qué pasó con los mortífagos? ¿Y Snape?

—Eh, eh, una pregunta cada vez —la calmó Harry, sonriente—. Macnair
huyó. Jugson, el que te atacó, no lo consiguió. Las arañas cayeron sobre él
un instante después de atacarte. Lo mataron. —Hermione hizo una mueca
de desagrado—. Snape está bien, aunque muy raro.

—¿Muy raro? ¿Más que antes?

—Sí. La semana pasada nos dejó salir de su clase para que yo trajera a Ron
aquí...

—¿Por? ¿Qué te pasó? —preguntó mirando hacia Ron.

—Bueno, cogía mi capa invisible y se venía a pasar las noches aquí, así
que luego estaba agotado... —

explicó Harry—. Ese día l evábamos media hora de clase y apenas había
empezado con la poción.

—¿Y Snape os dejó iros?

—Sí.

—¿Y...?

293

—No preguntes más —le dijo Ron—. Tienes que descansar. Mañana
contestaremos a todo lo que quieras.

Ahora debes dormir, y nosotros también deberíamos...

—¿Os vais? —preguntó Hermione, intentado no parecer decepcionada


ante la idea.

—Claro que no. Vamos a quedarnos contigo hasta mañana. Hemos


esperado seis semanas a que volvieras.

No vamos a dejarte sola ahora —dijo Ron.

Harry se levantó y se acercó a la cama de al lado, acostándose en el a.


—¿Por qué te vas ahí? —preguntó Hermione.

—Porque antes me quedé dormido apoyado en tu cama, y ahora me duele


horrores la espalda. Si vuelvo a hacerlo, mañana caminaré a cuatro patas.

Hermione y Ron se rieron.

—¿Y tú? —le preguntó Hermione a Ron.

—Yo no voy a separarme de ti —dijo, mientras se sentaba en la cama de la


chica, tumbándose junto a el a.

—¿Qué haces? —le preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Y si entra la


señora Pomfrey?

Ron se rió, y Harry también.

—¿Qué os pasa?

—Echábamos de menos que nos regañases por algo —dijo Ron—. Pero
tranquilízate, no estamos haciendo nada en contra de las normas del
colegio, ¿no? Y no voy a dormir en una sil a. Si no me dejas dormir aquí,
me iré a esa cama.

Hermione pareció dudar.

—Está bien —concedió el a finalmente.

Harry cerró los ojos, recordando las últimas semanas. Habían sido una
auténtica pesadil a, pero ahora, por fin, terminaba. Hermione estaba de
nuevo con el os, y todo sería como antes. Por fin...

—¡Señor Weasley! —gritó alguien, despertándole. Harry abrió los ojos y


miró hacia la cama de al lado. Ya era de día. La señora Pomfrey observaba
muy seria a Ron y a Hermione, que dormían en la misma cama, abrazados.
Ron se despertó y se levantó de un salto—. ¿Qué hace usted en esa cama?.

—Esto... yo... pues ya ve... dormir —dijo Ron, aún medio dormido y
completamente rojo.
—¡Son ustedes prefectos de la escuela! ¡Deberían de dar ejemplo! ¡Esta
chica necesita descanso! —les regañó la enfermera, volviendo a su
despacho.

—¿Qué pasa? ¿Los prefectos no duermen? —preguntó Ron, mirando a sus


amigos.

Harry sonreía, y Hermione parecía compungida, pero luego soltó una


risita.

—¿Qué tal has dormido? —le preguntó Ron a Hermione.

—Estupendamente —respondió el a—. ¿Y tú?

—También.

—Yo voy a bajar a la sala común —dijo Harry—. Seguramente todos


quieran saber qué ha pasado... y querrán venir a visitarte —añadió,
mirando a Hermione.

—Yo me quedo aquí —dijo Ron.

—No, tú vas —le ordenó Hermione—. Nadie debe andar solo por los pasil
os, ya lo sabéis. Pero no tardéis en volver, ¿vale?

—Está bien —aceptó Ron—. Vamos, Harry. Te acompañaré para que no te


pierdas.

Se despidieron de Hermione y bajaron, más contentos de lo que se habían


sentido en mucho tiempo, a la sala común, donde casi todo el mundo
estaba ya despierto. Ginny estaba sentada con Colin Creevey, y miró
inquisitivamente a los dos amigos cuando entraron.

—¿De dónde venís tan contentos? —les preguntó, temerosa.

—¡¡Ginny!! —gritó Ron abalanzándose sobre el a y dándole un gran beso


en la mejil a—. ¡¡Ha despertado!!

—¿Qué? —preguntó Ginny, mientras todo el mundo se giraba para verlos.


—¡¡Hermione ha despertado!! ¡¡Está viva!!

—¿De verdad? —preguntó Ginny, casi sin creérselo.

—Venimos de la enfermería —contó Harry—. Hemos pasado la noche al í,


con el a. Aún está débil, pero pronto se pondrá bien.

—¡Eso es estupendo! Es... es un milagro —dijo Ginny, mientras su rostro


se iluminaba.

La sala común de Gryffindor se l enó pronto de alegría y de gritos debido a


la milagrosa recuperación de Hermione, y no pasó mucho tiempo antes de
que Harry, Ron, Ginny, Seamus, Dean, Nevil e, Parvati y Lavender se
dirigieran hacia la enfermería.

Hermione los recibió a todos con alegría. Estaba encantada de verlos. Sin
embargo, a la señora Pomfrey no le hizo nada de gracia, y, tras cinco
minutos, echó a todo el mundo, excepto a Harry, Ron y Ginny.

—¿Qué barbaridades han hecho estos dos mientras yo no estaba, aparte de


tirar a los prefectos de Slytherin al lago? —le preguntó Hermione a Ginny.

—Nada, simplemente entrenarse como locos en lucha y sabe Dios qué más
—dijo Ginny.

294

—¿Cómo?

—Sí... verás, Hermione —dijo Ron—. Hemos estado duplicando libros de


la sección prohibida y...

—¿Qué? —preguntó Hermione, sorprendida—. ¿Habéis estado sacando


información de al í sin permiso?

¡Ron, eres prefecto!

Harry y Ron se miraron, pareciendo culpables, y luego se echaron a reír.


—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Hermione, mirándolos con severidad.

—Sabíamos que dirías eso —respondió Ron.

Hermione sonrió, algo avergonzada.

—¿Y para qué habéis estado haciendo eso?

Ambos amigos se pusieron serios.

—Creíamos que ibas a morir, que nunca volverías —explicó Harry—. No


podíamos soportarlo. No íbamos a quedarnos sin hacer nada. Nos
esforzamos al máximo en las clases, para aprender. Sacamos libros de la
biblioteca para prepararnos.

—¿Prepararos?

—Sí. No te imaginas lo que sabemos hacer, Hermione... Juramos vengarte.


Juramos no parar hasta que Voldemort y sus secuaces estuvieran bajo
tierra. Por eso hemos hecho esto.

—Sí, aunque a Ginny la teníamos loca. Creo que estaba convencida de que
en cualquier momento íbamos a salir de Hogwarts para emprender la
búsqueda de Voldemort —dijo Harry.

—¡No os veíais! ¡Todo el mundo lo decía, parecíais otros! ¡Dabais miedo,


tan seguros de vosotros, con esas miradas vengativas y frías...!

—¿Ibais a ir a vengarme? —preguntó Hermione, con una mirada entre el


reproche y el cariño.

—Por supuesto —afirmó Ron—. No podía soportar la idea de perderte


justo después de haberte conseguido...

Hermione le sonrió.

—Bueno, ya veremos qué habéis hecho y qué habéis aprendido —les dijo
Hermione—. Y bueno... ¿se sabe ya quién es el mortífago o lo que sea que
está aquí?
—No —respondió Harry—. No ha dado señales de vida. Supongo que con
las nuevas restricciones es cada vez más difícil hacer algo.

Se quedaron toda la mañana con Hermione. A las diez y media, sus padres
acudieron al castil o, acompañados por Lupin y los Weasley. Incluso Fred
y George habían venido, acompañados por Lee Jordan.

Los Granger se pusieron como locos al ver a su hija de nuevo. También la


señora Weasley l oraba de la emoción.

—Bueno, hermano —le decía Fred a Ron, cerca de la ventana, a donde se


habían ido mientras Hermione hablaba con sus padres y los Weasley—. Ya
has recuperado a tu amor platónico.

—¿Qué dices? —dijo Ron, sonrojándose.

—Vaya, el pequeño Ronnie, el prefecto, se nos pone colorado... —dijo


George en tono burlón.

—No seáis estúpidos.

—Si no lo somos, hermano —dijo Fred.

—Por supuesto, estamos encantados de tener a Hermione en la familia —


agregó George.

—Siempre que no deis lugar a una rama de Weasleys prefectos, claro —


puntualizó Fred.

—Sí, si no, tendremos que ocuparnos nosotros mismos de educar a


nuestros sobrinos.

—¡Dejadme en paz!

—Vale, vale, hermano... no nos hagas daño —dijo Fred, encogiéndose y


haciendo ademán de protegerse con los brazos.

—Os advierto que podría —dijo Harry con una sonrisa—. Hemos
aprendido algunos maleficios bastante interesantes.
—Sí —añadió Ron—. Estoy pensando en echaros la maldición de la locura
y...

Las caras de los gemelos se pusieron serias.

—¿Sabes hacer la maldición de la locura? —preguntó Fred, muy


sorprendido.

—Sí, yo y Harry hemos aprendido... —dijo Ron en voz baja, mirando que
nadie le escuchase.

—Pero si aquí no se aprende —repuso George—. Sólo en la sección


prohibida se podría... ¿Habéis leído libros de la sección prohibida sin
permiso?

—Pues sí —dijo Ron, poniendo una mirada peligrosa—. Así que tened
cuidado, o acabaréis en el lago, como Malfoy.

—¿Habéis tirado a Malfoy al lago? ¿En este tiempo? —preguntó Fred,


sonriendo de nuevo.

—Sí, por imbécil —respondió Harry.

—Vaya, vaya, Fred... —dijo George con nostalgia—. Las nuevas


generaciones nos relevan...

—Sí, pero siempre habrá un antes y un después de nosotros —sentenció


Fred, y tanto los gemelos como Lee Jordan se rieron a carcajadas.

295

Los Weasley se fueron a mediodía, pero los Granger se quedaron todo el


sábado con su hija. La alegría que sentían al haberla recuperado no se
podía describir con palabras.

Ya por la noche, cuando sus padres se habían ido, Hermione se encontraba


con Ron y Harry. Su aspecto había ido mejorando durante el día, a pesar de
que aún estaba cansada, pálida y delgada, pero, según Madame Pomfrey,
en dos o tres días podría abandonar la enfermería. Lo que tendría que
hacer era comer bien para recuperarse completamente.

—Yo me encargaré de que coma, no se preocupe —dijo Ron muy serio a la


enfermera—. Como si tengo que hacerle tragar la comida con un hechizo.

—¿Tú vas a hechizarme a mí? —preguntó Hermione, desafiante.

—Te sorprenderías —respondió Ron con voz misteriosa.

Estuvieron en la enfermería hasta las diez y media, hora en que la señora


Pomfrey mandó a Harry y a Ron a la sala común.

—¿No podemos quedarnos? —le preguntó Ron.

—Hoy no. Además, no me fío de usted —le espetó la enfermera.

—¿Cómo? —preguntó Ron, ofendido, mientras Hermione y Harry se


echaban a reír.

—Anda, Ron, será mejor que nos vayamos —dijo Harry, aún riéndose.

—Está bien —aceptó él, de mala gana. Se acercó a Hermione y le dio un


beso—. Mañana por la mañana nos vemos, ¿vale? Que duermas bien.

—Hasta mañana, Hermione —dijo Harry.

—Hasta mañana —se despidió la chica, viéndolos salir.

Harry y Ron regresaron a la sala común. Nevil e y Ginny charlaban junto


al fuego y se sentaron un rato con el os.

—Pensé que os quedaríais en la enfermería —dijo Ginny.

—Eso queríamos, pero la señora Pomfrey no nos dejó, porque no se fía de


Ron.

—¿Qué? —preguntó Ginny, sorprendida. Ron se puso rojo y miró a Harry


con furia.
—Es que la noche pasada durmió en la cama de Hermione, y la señora
Pomfrey los vio por la mañana —

contó Harry, riéndose.

—¡Sólo dormía! —chil ó Ron.

—Nadie ha dicho lo contrario, hermano —dijo Ginny riéndose—. Pero ya


sabes lo protectora que es la señora Pomfrey con sus enfermos...

—Me voy a la cama —soltó Ron sin más y subió las escaleras hacia el
dormitorio.

—Creo que yo también subiré a acostarme —dijo Harry. Estoy molido de


la noche anterior. Hasta mañana.

—Hasta mañana —respondieron Ginny y Nevil e.

Harry subió a su habitación y miró a Ron, que se acababa de meter en la


cama. Parecía algo enfurruñado.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry.

—¿Por qué se lo has contado a mi hermana? —preguntó Ron, con mirada


acusadora.

—Bueno, era una anécdota divertida, ¿no? —dijo Harry—. Además, no me


digas que te vas a enfadar por algo así hoy...

—Supongo que no —dijo Ron, sonriendo al fin—. Hasta mañana, Harry.

—Hasta mañana, Ron.

Harry se metió en la cama, pensando en el día vivido. Era curioso lo


distinto que parecía todo ahora que Hermione había vuelto. La sensación
de desesperación, de deseos de venganza, de angustia, había desaparecido,
dejando sitio a una felicidad casi olvidada. Cerró los ojos y le vinieron a la
mente sus palabras:
«ese Harry ya no existe», y recordó la contestación de Ginny: «ese Harry
me gustaba». Sonrió, aun sin saber muy bien por qué. «Bueno, al fin y al
cabo, ese Harry puede que aún exista», pensó, sonriendo aún más. Se dio la
vuelta y se durmió.

Era de noche. La luna iluminaba los terrenos del castil o, y Harry se


encontraba paseando por la oril a del lago, aunque no sabía por qué estaba
al í, ni por qué estaba solo. Se sentía triste, muy triste. Andaba lentamente,
sin rumbo fijo, con la mirada perdida. Cogió una piedra y la arrojó al lago,
viéndola hundirse en el agua, sintiéndose desdichado, como si él mismo se
hubiera hundido. Suspiró y siguió caminando, pensativo, hasta que oyó
una fría voz en su cabeza.

Estás caminando solo porque estás solo.

Se detuvo en seco, mirando al castil o. «Eso no es cierto —pensó—. Tengo


a mis amigos, Ron y Hermione...»

Ron y Hermione están juntos ahora. Tú ya no eres importante para el os y


lo sabes.

«Eso no es verdad. El os nunca me abandonarían».

296

Ya te han abandonado. O si no, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué no estás con
el os?

«Quería salir a pasear un rato», pensó, aún sabiendo que lo que decía no
era verdad.

Ja, ja, ja. No sirve de nada que te engañes. Estás solo... pero da igual,
porque tú no los necesitas.

«¡Son mis amigos!, y no estoy solo», pensó, intentando convencerse a sí


mismo.

¿Ah, sí? ¿Y dónde están?


«Están... —pensó, pero no terminó la frase. No sabía donde estaban—. Iré
con el os ahora mismo», decidió, y se dirigió hacia el castil o con paso
rápido.

Es inútil que vayas. El os no quieren verte. Ninguno de el os... y tú sabes


por qué. No te engañes, no sufras...

«¡Cál ate!», pensó con fuerza, empezando a correr. Quería alejarse de


aquel a voz, no oírla más...

¿Por qué te haces esto, Harry Potter? ¿Por qué, cuando no lo necesitas?
Tú puedes conseguirlo todo, si te ayudo... No les necesitas... ni el os a ti.

«¡He dicho que te cal es!», pensó de nuevo, acercándose a las puertas de
roble. Las atravesó y se dirigió a la torre de Gryffindor. Quería l egar y ver
a sus amigos, hablar con el os y que le dijeran que el os estaban con él,
como tantas otras veces habían hecho.

No lo harán. No están contigo. Sólo te tienes a ti mismo, y es lo mejor.


Eres mejor que el os, lo has sabido siempre. ¿Por qué preocuparse por
quienes te abandonan?

«¡Cál ate, maldita sea!». La voz le estaba poniendo furioso, muy furioso.

Entró en la sala común. Al í sólo estaban Parvati y Lavender, junto al


fuego. Se acercó a el as, que le miraron con suspicacia y con desagrado
mal disimulado.

—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó.

—¿Por qué quieres saberlo? —contestó Parvati.

—Necesito hablar con el os. Es importante.

Ambas se rieron. A Harry no le gustó nada aquel a risa.

—No creo que les apetezca estar contigo ahora. Están juntos, y no quieren
que los molestes, por eso no vamos a decirte dónde están.
—¡Es importante! —repitió Harry, empezando a enfadarse.

Volvieron a reírse.

—No creo que a el os les parezca importante —dijo Lavender con


expresión mordaz.

—Está bien —dijo Harry intentando tranquilizarse. Ya vería a Ron y a


Hermione después, pero ahora necesitaba hablar con alguien... Ginny
valdría, siempre le escuchaba.

Te escuchaba... antes. A el a tampoco le importas, ¿no lo entiendes?

Procuró ignorar aquel a voz.

—¿Dónde está Ginny? —les preguntó a sus compañeras. Quería alejarse


de el as cuanto antes, no le gustaba nada como se dirigían a él... le estaban
poniendo muy furioso.

—Con Nevil e —respondió Parvati con sequedad.

—¿Con Nevil e? —se extrañó Harry.

—Ah, tú no lo sabías, claro... —dijo Lavender, y su boca se curvó en una


sonrisa maliciosa—. Normal que nadie te lo dijera...

Te lo estoy diciendo, Harry. Mira a estas estúpidas. ¿Cómo se atreven a


hablarte así? Gozan de libertad gracias a ti, deberían arrodil arse ante tu
presencia... todos deberían arrodil arse ante tu presencia.

Harry cerró los ojos, intentando tranquilizarse, intentando ignorar la voz y


las últimas palabras de Lavender.

—Quiero hablar con el a —dijo, con un tono de voz más frío.

—Dudo muchísimo que prefiera hablar contigo que estar con Nevil e —
comentó Parvati, y las dos volvieron a reírse.
—¡Necesito hablar con alguien! —gritó, ya desesperado. ¿Qué les pasaba
a esas dos? ¿Es que no entendían? Estaban poniéndole muy furioso,
deseaba sacar su varita y hacerles algo, deseaba... Movió la cabeza,
intentando apartar aquel os pensamientos.

—Eso no le importa a nadie —se burló Parvati.

Harry apretó los puños y cerró los ojos de nuevo, intentando contener la
rabia que sentía.

Te lo dije. A el os no les importas. Sólo te tienes a ti mismo... y a mí. Y yo


te ayudaré. ¿Vas a tolerar que esas dos estúpidas se burlen de ti? Si Harry
Potter quiere algo, Harry Potter debe tenerlo.

«¡Cál ate de una vez!», pensó. Volvió a mirar a Parvati y Lavender, que le
miraban con burla.

—¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó de nuevo, con tono aún más
frío.

—¿Eres estúpido? ¡El os no quieren saber nada de ti! —exclamó Lavender


—. ¡Lárgate y déjanos en paz! —

gritó, aunque a Harry le pareció ver un deje de miedo en su voz. Eso le


divirtió un poco, pero muy poco.

—¿Por qué no estáis en vuestro cuarto? —preguntó Harry, dándose cuenta


de que era tarde. Sonrió—.

Están al í, ¿verdad? Ron y Hermione están al í... Pues bien, voy a subir a
hablar con...

—Tú no vas a ningún lado —dijo Parvati, seria, poniéndose frente a las
escaleras de los dormitorios.

—Apártate, Parvati.

—No voy a hacerlo. Lárgate, Potter.


297

Se ha acabado la hora de la educación. Eres Harry Potter, el niño que


vivió, el que ha huido del Señor Tenebroso en multitud de ocasiones, el que
ha vencido a cien dementores... esa mocosa estúpida no va a detenerte.
Dale una lección.

«No voy a hacerle daño».

A el a no le importa hacértelo a ti.

—Apártate, Parvati. Es tu última oportunidad —Harry casi pareció


suplicar, a pesar de su tono, que seguía siendo frío.

—Lárgate, Potter, ¿quieres? Todos estamos hartos de ti —intervino


Lavender.

Ya lo has escuchado. Te lo dije... pero hay algo que puedes hacer... algo
que debes hacer, que debes demostrar...

«¡No!».

Tú quieres hacerlo. Hazlo.

«¡No, no puedo!», pensó Harry, sabiendo que deseaba hacerlo, deseaba


borrar aquel a expresión de desprecio de la cara de Lavender, y aumentar
el bril o de miedo que veía en los ojos de Parvati.

No hay elección. Son el as o tú. El as ya han elegido su camino. Tus


amigos ya han demostrado lo que les importas. Es hora de hacer tu
elección, es hora de demostrar quién eres, es tiempo de que las burlas
terminen, de que las humil aciones cesen. Debes hacer un escarmiento.

Harry intentó resistirse, pero supo que no podía, no podía porque lo


deseaba, deseaba liberarse de la frustración de verse abandonado, de verse
despreciado. Ya no se sentía como él mismo, se sentía... fuerte, poderoso...
algo nuevo surgía en él, algo que lo l enaba de seguridad... aquel a
sensación lo l enaba de nuevo, pero de forma muy distinta a antes... ahora
se sentía tan fuerte... Nadie volvería a burlarse de él.
Nadie.

—Bien... Si así es como lo quieres... —Sacó su varita. Ya no se sentía él


mismo, no se sentía como si fuese su mano la que se levantaba apuntando
a Parvati, sabiendo lo que iba a hacer, y, en el fondo, aunque temiéndolo,
deseando hacerlo. Su boca se curvó en una sonrisa demoníaca—. Deberías
haberte apartado.

¡Avada kedavra!

El letal rayo verde salió, y Harry sintió un enorme pero placentero


escalofrío cuando dio de l eno en el pecho de Parvati, que se desplomó
sobre las escaleras, sin vida.

—¡¿Qué has hecho?! —gritaba Lavender, muy asustada, casi sin creer lo
que acababa de suceder—. ¡¿Qué has hecho?!

Has hecho lo que debías. Esa estúpida no debería haberse puesto en tu


camino.

Harry sonrió.

—Debería de haberse apartado. Conmigo no se juega. —Levantó la varita


hacia Lavender—. ¿Dónde están Ron y Hermione? —preguntó, casi
deseando que se negara a hablar.

—A-arriba —contestó Lavender, temblando de miedo.

Harry volvió a sonreír.

—¿Ves? Es más fácil si cooperas.

Bien hecho. Les has demostrado quien eres, se lo has enseñado. No los
necesitas, a ninguno de el os. Sólo te harán sufrir, si no los amas, no
sufrirás.

Subió las escaleras hacia los dormitorios, y, al l egar arriba, abrió la puerta
de la habitación de Hermione.
Entró.

Todo cambió. Aquel o no era una habitación de Hogwarts. Era la


habitación de Ron en La Madriguera. Él también había cambiado, y ahora
era distinto, muy distinto: mucho más poderoso, más alto, y más malvado.

Y no acababa de matar a Parvati. Eso hacía ya tiempo que había pasado.


Ya no era el Harry de antes, ahora era aquel ser poderoso, terrible, cruel y
frío. La habitación estaba vacía. Bajó las escaleras de nuevo, esperando
encontrar a alguien en la casa... Se quedó quieto en la cocina, esperando, y
de pronto, la puerta se abrió, y por el a entró Ginny, una Ginny más
crecida, acompañada por Nevil e. La chica abrió mucho los ojos al verlo.

—¡Ha-Harry! —exclamó, casi en un grito de terror.

—Hola, Ginny —dijo, con aquel a voz gélida que no era la suya. Sintió
una punzada de odio y rabia al ver como Ginny agarraba la mano de Nevil
e... <<Estúpido Longbottom», pensó—. ¿Cómo estás? Hace mucho que no
te veo...

—¿Qué haces aquí? —preguntó el a. La mirada de sorpresa había sido


sustituida por otra de odio... y miedo, o más bien, pánico.

—He venido a verte. Éramos amigos, ¿verdad? O eso creía... hasta que me
abandonasteis todos... —La miró fijamente—. Afortunadamente, me he
dado cuenta de que no os necesito, de que no me hacéis falta.

—Harry, no te abandonamos. Nunca lo hicimos, las cosas no sucedieron


como crees...

—¡Cál ate! —No sabía bien por qué, pero no debía oír las explicaciones de
Ginny, porque eran peligrosas, porque podían tener razón, y eso le
destruiría—. ¡Necesitaba hablar con vosotros aquel día y a nadie le
importaba! ¡Estabas con ese estúpido!

298

—Harry, yo no estaba con Nevil e aquel día, yo...


—¡No hables! ¡No des excusas! No necesito tus estúpidas explicaciones.
Ahora lo tengo todo, lo puedo todo...

—Harry, si supieras...

—Harry, deberías escuchar... —intervino Nevil e, temblando.

—No creo haber pedido tu opinión —siseó Harry. Estaba en una lucha
interna. Una parte de él pedía que les escuchara, que comprendería, pero
otra, que era más fuerte, decía que no, que lo que tenía que hacer ya lo
sabía, y a eso había ido.

—Harry...

—Cál ate, niña estúpida. Se ha terminado el tiempo de hablar.

Sacó la varita y lanzó una maldición, pero ambos se apartaron a tiempo.

—¿Os gusta jugar, eh? —dijo, riéndose ligeramente.

Ginny lanzó un hechizo, pero Harry lo desvió con un movimiento de su


varita. Mientras, el a y Nevil e salieron al jardín. Harry salió tras el os, y al
hacerlo, se encontró a Fred y George.

—¿Qué...? —dijo George sorprendido, al ver a Harry al í—. ¿Qué haces tú


aquí?

—Cál ate, Weasley —dijo Harry, dando un fuerte latigazo con la varita.
George gritó, y de su garganta comenzó a manar sangre a borbotones.
Ginny chil ó. Fred se arrodil ó junto a su hermano, horrorizado. Harry no
esperó más y apuntó al gemelo—. Avada kedavra.

Fred cayó, sin vida, junto a su hermano, que se desangraba. Ginny gritaba
y l oraba con todas sus fuerzas, mientras Nevil e intentaba sostenerla.

—¿Por qué haces esto, Harry? ¿Por qué? —chil aba la chica—. Yo te
quería tanto... ¡Eras mi amigo! ¡Eran amigos tuyos!
—Yo no tengo amigos; tengo servidores, tengo esclavos. Yo no soy Harry
Potter, muchacha estúpida.

Entiéndelo de una vez... —Miró a los cuerpos de los gemelos, luego a


Ginny, y añadió—: No te preocupes, pronto te reunirás con el os, muy
pronto.

Levantó la varita otra vez.

—¡No lo harás! —gritó Nevil e. Lanzó un hechizo aturdidor contra él, pero
Harry lo desvió sin problemas.

—¿Pretendes enfrentarte a mí, Longbottom? Nunca tuviste mucho cerebro.

—Yo... yo valgo por doce como tú.

Harry se quedó de piedra un instante, y luego se echó a reír.

—Recuerdas las viejas frases, ¿eh, Nevil e? Lástima que no tengan valor...

Nevil e volvió a agitar la varita, y un delgado haz cortante se dirigió hacia


Harry, pero éste desapareció y apareció de nuevo detrás del chico.

—Muy lento, Longbottom... —Nevil e se giró rápidamente, poro no a


tiempo. Harry levantó la varita y murmuró el hechizo. El rayo verde salió
e impactó contra la cara de Nevil e, que cayó en el acto—. Adiós,
Longbottom.

—¡NOOOOO! —gritó Ginny, que seguía arrodil ada. Se acercó a Nevil e y


le miró con pena, antes de volver la cabeza hacia Harry—. ¿CÓMO
PUEDES HACER ESTO?

—Te lo enseñaré —siseó Harry, sonriendo—. Es fácil... observa —dijo,


mientras le apuntaba a la cara.

—Harry... recuerda el baile... recuerda el baile de Navidad.

—¡Cál ate! ¡No me recuerdes aquel o! ¡Todos me traicionasteis! —gritó, l


eno de furia.
—No es verdad, Harry. Si supieras lo que sucedió aquel día...

—¡Me traicionasteis! —chil ó. Pero, ¿era verdad? ¿De verdad habían


sucedido las cosas así? «No, sabes que no», dijo una voz en su cabeza. «Sí!
—chil ó otra—. ¡Sucedieron así, sólo trata de debilitarte, acaba con el a!».

—Me traicionasteis...

—Harry, no sabes...

—Me gustará ver la cara de Ron y Hermione cuando vean esto... lástima
que no pueda quedarme. —Su expresión era ahora de disgusto, de un odio
irracional, inhumano—. También a el os les l egará la hora...

—Harry... —suplicó Ginny, sol ozando—. No sabes lo que…

—No necesito saber nada —cortó él. Apuntó directo a su cara—. Avada
kedavra Ginny cerró los ojos antes de recibir el impacto. Su cuerpo sin
vida se desplomó junto al de Nevil e. Harry observó su obra: vio a Fred,
muerto, junto a George, que también había fal ecido, bañado en un charco
de sangre; frente a él, Nevil e y Ginny... Sintió que se partía, sintió deseos
de l orar por sus amigos, y un dolor muy profundo, que era a la vez físico y
espiritual, lo perforó. Ya estaba bien por un día... tenía que irse y
descansar. Tenía que recuperarse, luchar contra aquel sentimiento horrible
que lo obligaba a sufrir por lo que acababa de hacer. La cicatriz empezó a
dolerle de pronto con muchísima intensidad, y todo se volvió negro.

299

29

El Cazador Cazado

—¡Harry! —exclamó Ron. Estaba de pie junto a su cama, con cara


asustada—. ¿Qué te pasa?

Harry se incorporó lentamente. La cicatriz seguía doliéndole de forma


horrible. Miró a Ron.
—¡Apártate! ¡Déjame solo! —gritó. Se levantó de la cama, se puso las
zapatil as y la bata y salió por la puerta. Bajó a la sala común y se sentó
junto al fuego, temblando. Había sido horrible. Estaba muy asustado.

Sabía que había sido un sueño, pero nunca había sido tan real... nunca.

—¡Harry! ¿Estás bien? —preguntó Ron, que también había bajado,


acercándose a él.

—Apártate de mí —dijo Harry, mirándole con furia. Aún recordaba lo


sucedido en el sueño. Parvati le había dicho que estaba solo, que Ron y
Hermione ahora no querrían saber nada de él... y uno de sus temores era
precisamente ese. Se sentía aún l eno de aquel a furia, de aquel odio que
había experimentado... y estaba asustado. Mortalmente asustado.

—Harry... ¿qué...? —murmuró Ron, confundido—. Has tenido una pesadil


a, deberías ir a ver a Dumb...

—¡No voy a ningún lado! —chil ó—. ¡Aléjate de mí!

Nevil e, Dean y Seamus bajaban en aquel momento por las escaleras.


Harry miró a la asustada cara de Nevil e y sintió asco hacia sí mismo al
recordar lo que había hecho... pero también algo más... ¿Una punzada de
odio? No podía ser...

—Harry —dijo Ron, con la voz calmada, intentando aproximarse a su


amigo—. Soy tu amigo... cuéntame qué pa...

—¿Eres mi amigo, no? —preguntó, sarcásticamente—. ¡Vete con


Hermione! ¡Seguro que prefieres estar con el a que aguantar mis tonterías!
—gritó. Ron se levantó de un salto, como si Harry le hubiese golpeado,
mirándole asustado. Harry le observó. Sólo era Ron. Su amigo. Él nunca le
abandonaría. ¿Cómo podía haber creído o pensado algo así? ¿Qué le
pasaba?—. Lo... lo siento, Ron. No quería decir eso... es que... en el
sueño...

—No pasa nada, Harry —dijo él, acercándose y dándole un abrazo—. Ya


ha pasado. Ya está... ¿Tuviste otro sueño?
—Sí... un sueño como el del verano, no como el de Snape.

Dean, Seamus y Nevil e los miraban, sin comprender.

—¿Qué sueños? —preguntó Seamus.

—Dejadnos, por favor —pidió Ron.

Los tres se miraron y volvieron a subir por las escaleras, murmurando


entre el os.

—Esta vez era algo distinto —explicó Harry.

—¿Cómo distinto?

—En los demás sueños, yo estaba dentro de mí mismo, ¿sabes?. Veía y


sentía todo lo que sentía mi yo del sueño, pero sabía que estaba soñando,
que no estaba al í. Esta vez no. Esta vez yo era el yo del sueño.

—¿Volvías a estar unido a Voldemort?

—No al principio. Al principio era yo, pero una voz me decía que estaba
solo, que me habíais abandonado...

estábamos en Hogwarts. Yo quería hablar contigo y con Hermione, pero


Parvati y Lavender no me dejaban, decían que yo no os importaba, que
preferíais estar solos... yo me enfurecía muchísimo... la voz me decía que
yo era Harry Potter, que no debía dejarme dominar... Parvati intentaba que
no subiera a veros... y yo...

yo la mataba.

—¿La matabas?

—¡Sí! —gritó Harry—. Era muy real, yo me sentía abandonado por


todos... luego ya no era yo, era ese yo del futuro o de dónde sea... e iba a tu
casa... y mataba a George, a Fred, a Ginny y a Nevil e, que estaban juntos...

—¿Qué? —exclamó Ron.


—Ron, era tan real... me sentía tan mal. ¡Cuándo vi a Nevil e bajar de la
escalera sentí una punzada de odio!

Y al verte a ti...

—Harry, yo nunca voy a abandonarte. Eres mi mejor amigo. No importa


que esté con Hermione... y el a te dirá lo mismo. Nuestra amistad, la
amistad que los tres tenemos, es lo más importante...

—Ya lo sé, Ron... ya lo sé... lo siento... ¿Por qué tiene que pasar esto ahora,
justo cuando Hermione se ha puesto bien? ¿No voy a poder sentirme
contento por algo sin que pase algo malo?

—Vamos, tranquilízate. ¿Te apetece alguna cosa? ¿Un té o así?

—Sí me gustaría, pero no sé de dónde vamos a sacarlo a estas horas...

—Bueno, a ver si me sale... —dijo Ron, sacando su varita y agitándola


encima de la mesa. No pasó nada—.

Bueno, vuelvo a probar.

300

Lo hizo y esta vez sí, aparecieron dos tazas de té.

—¡Vaya! Esto no está nada mal... —dijo, sorprendido de su propia


habilidad—. Tendré que enseñárselo a Hermione —añadió, sonriendo.

Harry también sonrió. Cogió su taza y dio un sorbo. Se tranquilizó. ¿Cómo


podía haber pensado eso de sus amigos?

—Oye, esto está muy bien —dijo.

—Gracias —contestó Ron, halagado—. ¿Quieres contarme más?

Harry le contó lo sucedido antes de aparecer en La Madriguera, cómo creía


que aquel o había desembocado en su unión con Voldemort, y cómo las
cosas no parecían haber sucedido como él había creído aquel a noche en el
castil o.

—¿Qué piensas que era, un engaño o así? —preguntó Ron.

—No sé... el caso es que yo parecía saber que no era cierto que Ginny
estuviese con Nevil e y que tú y Hermione no quisierais hablar conmigo...
pero no quería admitirlo ni escucharlo, porque eso... eso destruiría la
unión, o algo así...

—Ya, es lo mismo que las otras veces, tenías que matarnos, pero al
matarnos también sufrías... y ese sufrimiento también te destruía.

—Más o menos —dijo Harry.

Estuvieron en silencio, terminando el té, durante un rato, hasta que Ron


preguntó.

—¿Por qué sentiste odio hacia Nevil e al verle con Ginny?

Harry se quedó paralizado un momento... No lo había pensado.

—No lo sé... —respondió.

—Harry... ¿no te gustará Ginny, verdad? —preguntó Ron con una ligera
sonrisa.

—Creo que no... —respondió él. Era cierto, con Ginny nunca había sentido
lo mismo que sentía al ver a Cho... pero, ¿por qué había recordado aquel as
frases antes de dormirse?—. No, no me gusta —aseguró.

Ron le miró con ciertas dudas, pero no dijo nada al respecto.

—Mejor será que vayamos a dormir, ¿no? —Dijo—. Deberías descansar.


Y mañana ir a contárselo a Dumbledore.

—Sí, será mejor volver a la cama.

Subieron de nuevo a su habitación y se volvieron a acostar.


—¿Estás bien, Harry? —preguntó Nevil e, que seguía despierto.

—Sí, Nevil e. Gracias.

Harry se tapó. No se dejaría engañar ni dominar por aquel os sueños. Sólo


eran un engaño, una mentira. No sabía qué ganaba Voldemort con todo
aquel o, pero él no iba a caer en la desesperación, ni iba abandonar a sus
amigos, viese lo que viese. Bastante más tranquilo y relajado por el té y la
conversación con Ron, volvió a dormirse.

Por la mañana, cuando se despertó, Ron aún estaba durmiendo. Se vistió y


bajó a la sala común, donde sólo había unos siete alumnos, entre el os,
Ginny. Sintió una opresión en el estómago al verla.

—Hola Ginny... —la saludó Harry.

—Buenos días —respondió Ginny, sonriéndole. Luego se fijó en la


expresión de Harry y se puso seria—.

¿Qué te pasa?

—He tenido un sueño horrible...

—¿Un sueño? —repitió Ginny, asustada.

—Sí...

Harry se lo contó. Sorprendentemente, Ginny no mostró ningún signo de


miedo o de temor.

—No te preocupes —dijo el a, agarrándole una mano—. Sabes que eso no


es cierto... Ron y Hermione nunca te abandonarán, y tú nunca me harías
daño. Además, yo no salgo con Nevil e —añadió, con una risita

—. ¿Cómo sale eso en tu sueño?

—No lo sé —dijo Harry, sonriendo también, un poco avergonzado.

Estuvieron hablando cinco minutos más, hasta que Ron bajó.


—Buenos días —dijo el pelirrojo, saludando a su hermana y a su amigo—.
¿Vamos a desayunar?

—Vale —dijo Harry—. Luego iré a ver si veo a Dumbledore...

Cuando iban a salir del retrato, Parvati y Lavender bajaron las escaleras.
Harry las miró un momento y se dirigió a el as.

—Parvati... Si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías,


¿verdad?

—¿Qué? —peguntó Parvati, sorprendida.

—Digo que, si yo quisiera ver a Ron y a Hermione, tú no me lo impedirías.

—Claro que no —dijo Parvati, mirando a Harry como si estuviese loco—.


¿Por qué dices eso?

301

—¡Por nada! —dijo Harry, dándole un abrazo y saliendo fuera de la sala


común, dejando a la chica totalmente sorprendida.

—Vamos a la enfermería —dijo Ron.

—¿Pero no íbamos a ir a desayunar? —preguntó Harry.

—Desayunaremos al í, en la enfermería.

—¿Qué?

—Hazme caso, Harry. Seguro que Hermione prefiere que comamos con el
a que comer sola.

Harry miró a Ginny y se encogió de hombros. Ambos siguieron a Ron


hasta la enfermería. Hermione ya estaba despierta, y su cara se iluminó al
verlos. Tenía mucho mejor aspecto que el día anterior.

—¿Qué tal estás? —le preguntó Ron, acercándose a el a.


—Bien —respondió Hermione—. Pero ya estoy harta de estar aquí.

—¿Has desayunado ya? —le preguntó Ron.

—No —dijo Hermione.

—Estupendo, entonces comeremos los cuatro juntos.

—¿Cómo? —preguntó Hermione. Miró a Harry, que se encogió de


hombros.

—Venga, Harry, ayúdame.

Ron agitó la varita encima de la mesa, tal como había hecho la noche
anterior, e hizo aparecer en el a una fuente con un desayuno digno del
comedor. Hermione abrió los ojos como platos.

—¿Sabes hacer hechizos comparecedores? —preguntó Hermione,


impresionada.

—Hemos aprendido en Transformaciones —dijo Harry—. Empezamos la


semana pasada. Se nos dan bastante bien. Aunque, por lo visto, Ron parece
tener un don especial para proporcionar comida.

—Esto lo he sacado de las cocinas —explicó Ron—. Esto es para ti —dijo,


mirando a Hemione y poniéndole la bandeja encima.

—¿Todo esto?

—Tienes que comer, ya sabes lo que dijo la señora Pomfrey.

—¡No puedo comer todo esto!

—Si no te lo comes, lo enviaré directamente a tu estómago —la amenazó


Ron, apuntando con la varita a la bandeja.

Hermione se lo quedó mirando, pasmada, y luego se rió.

—Está bien.
—Bueno, pues yo lo mismo —dijo Harry. Sacudió la varita y aparecieron
bandejas con comida. Una para él y otra para Ginny—. Toma —le dijo a la
pelirroja, pasándole su desayuno.

—Gracias.

Mientras desayunaban, Harry miró a Hermione.

—Tengo que contarte algo —dijo, con aspecto serio.

—¿El qué? —preguntó la chica.

—Ayer tuve otro sueño como el del verano y aquél en que os atacaba a ti y
a Ron —explicó.

—¿Otro? —preguntó Hermione, dejando de comer.

—Sí... Verás... —comenzó a decir Harry. Se lo contó todo. Cuando


terminó, Hermione estaba pálida.

—¿No creerás eso, verdad?

—¿El qué?

—Que Ron y yo vamos a dejarte de lado o algo así...

—¡Claro que no! —exclamó Harry, mirando a Ron para que no se le


ocurriera comentar el incidente de la noche anterior—. Pero en el sueño
era... tan real...

—¿Has hablado ya con Dumbledore? —preguntó el a.

—No... Iba a ir después. Aunque no sé para qué, tampoco saben nada, y yo


ya me estoy cansando... quiero saber qué significan realmente estos
sueños, qué me dicen, qué me indican... quiero respuestas, y nadie puede
dármelas.

Hermione miró a su amigo con lástima, mientras Ron empezaba a recoger


las bandejas y las ponía en una pila, momento en el que la señora Pomfrey
entró en la sala, viendo al chico desvanecer las bandejas para devolverlas a
la cocina.

—¿Pero qué hacen? —chil ó—. ¡Señor Weasley! ¡Esto no es un comedor!


¡Si sigue así terminaré prohibiéndole la entrada a la enfermería!

—¿Qué? —preguntó Ron, abriendo mucho los ojos y visiblemente


enfadado—. Pero si yo... yo... —Miró hacia sus amigos. El momento triste
había pasado y se reían tapándose la boca—. ¡Esta mujer me ha cogido
manía! —exclamó.

—Anda, acompáñame al despacho de Dumbledore —le pidió Harry,


volviendo a ponerse serio.

—Sí, está bien.

Se despidieron de Hermione y de Ginny, que se quedó con el a, y se


dirigieron, alertas, al despacho del director. Llegaron a la gárgola y
pronunciaron la contraseña, pero no se abrió. Debían de haberla cambiado.

302

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ron.

—Vayamos a ver a la profesora McGonagal .

Se dirigieron al despacho de la subdirectora, l amaron, y ésta que los hizo


pasar.

—¿Qué sucede? —les preguntó.

—Queríamos hablar con el profesor Dumbledore, profesora.

—¿Por? ¿Qué ha sucedido, Potter?

—He tenido otro sueño.

—¿Otro?
—Sí.

La profesora lo miró con expresión grave y preocupada y suspiró.

—Está bien, les acompañaré hasta al í.

La profesora los l evó de nuevo ante la gárgola y pronunció la contraseña,


«bol os de chocolate». Harry y Ron le dieron las gracias y entraron en el
despacho.

—Profesor Dumbledore —dijo Harry al entrar.

—¿Harry? —preguntó Dumbledore, que estaba de pie, junto a Fawkes—.


Pasad, pasad. Precisamente quería hablar con vosotros.

Harry se quedó un tanto sorprendido.

—Ah... ¿y por qué?

—Primero vosotros. ¿Qué queríais?

—Es que... he tenido otro sueño —dijo Harry.

El director lo miró fijamente y se sentó en su sil a, sin decir nada. Con un


gesto los invitó a hacer lo mismo.

—Cuéntamelo, Harry —pidió.

Harry se lo relató todo.

—Profesor... ¿Cree que puedo hacer eso? ¿Que puedo l egar a ser así?

—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore, mirándole por encima de sus


gafas de media luna.

—No... no creo. Dudo que fuera capaz de matar a Parvati sólo porque una
estúpida voz me lo dijera... —pero Harry no estaba totalmente seguro de lo
que decía, porque si Luna no hubiese l egado a donde estaban él y Ron
atacando a Malfoy... ¿qué habría sucedido? Prefirió no pensar en eso—.
Profesor... ¿qué significa todo esto?

—Supongo que hemos visto el comienzo —contestó Dumbledore—.


Primero viste el final, luego un momento intermedio, pero importante, y
ahora hemos visto el principio... la primera muerte, antes de la «fusión».

—Pero no se ve cómo ocurre esa «fusión...»

—Sí, es cierto... y es una lástima, porque nos sería de mucha utilidad saber
qué busca o pretende Voldemort. Antes, con la ayuda del profesor Snape,
aún sabíamos algo, pero ahora...

—¿Por qué en ese sueño me sentía el yo del sueño? No me sentía como si


estuviera en el cuerpo de otra persona, como las demás veces...

—Tampoco lo sé —admitió Dumbledore—. Supongo que la conexión, por


alguna razón, se está haciendo más fuerte. —El director miró a Harry muy
fijamente, tanto que el chico casi se intimidó—. Harry, ¿cómo te sentiste?

—¿Cuándo?

—Cuando matabas a la señorita Patil.

—Me gustó... —admitió, sin atreverse a mirar a los ojos de Dumbledore—


pero de una forma extraña. No disfruté de la misma forma que disfruto
jugando al quidditch o estando con Ron o Hermione... Me sentí...

poderoso.

—¿Alguna vez te has sentido así en la vida real? Os he estado observando


esta semana muy atentamente

—les dijo Dumbledore—. Y desde que creísteis que Hermione moriría


habéis estado muy extraños...

demasiado concentrados. Diría que las cosas os salen demasiado bien.


—Me sentía muy mal por Hermione. Sólo queríamos vengarnos —explicó
Harry, bajando la cabeza—, y me sentía... sí, como si pudiese hacer
muchas más cosas...

—¿Eso lo descubriste practicando hechizos de la sección prohibida? —La


mirada de Dumbledore era inquisitiva.

Harry y Ron se miraron, sorprendidos.

—Sí, sé que habéis estado cogiendo libros de al í —les dijo Dumbledore,


aunque no parecía enfadado.

—Sí —respondió Harry, aunque no era del todo cierto, porque había
descubierto ese poder ya en verano—.

Lo descubrí cuando hacíamos esos hechizos.

—Bien... —dijo Dumbledore, asintiendo—. Ahora vais a prometerme que


vais a dejar de coger libros de la sección prohibida, al menos de momento.
Ya no tenéis que vengar a nadie... Luego, dentro de un tiempo, ya
hablaremos, ¿de acuerdo?

—Está bien —asintió Harry.

—¿Señor Weasley?

303

—Se lo prometemos —dijo Ron.

—Vale, podéis iros.

—Hasta luego, profesor —se despidieron, saliendo del despacho del


director.

—¿De qué querrá hablarnos más adelante? —preguntó Ron.

—No sé...
—¿Vamos a seguir practicando, Harry? —preguntó Ron.

—Le prometimos a Dumbledore que no seguiríamos robando libros de la


sección prohibida.

—Sí, eso es cierto —dijo Ron con una sonrisa—. Pero no le dijimos que
dejaríamos de practicar con lo que ya tenemos.

Harry miró a su amigo y también le sonrió.

Pasaron la tarde del domingo con Hermione. El a insistió en que le


explicaran todo lo que habían visto en clase, y los dos amigos se lo
contaron, aunque Ron no le permitió a Hermione intentar aprenderse los
hechizos comparecedores, que a él parecían salirle muy bien.

—Ya lo harás el martes, cuando regreses a clase —dijo Ron—. Yo prometo


darte clases si veo que las necesitas.

Hermione le dio un golpe en el hombro a su amigo. No se hacía a la idea


de que Ron pudiese dominar un hechizo antes que el a, pero luego sonrió.

—¿De verdad me ayudarías?

—Pues claro. ¿Cuántas veces me has ayudado tú? Haría lo que fuera por ti
—aseguró, y se sonrojó al instante.

—¡Qué romántico! —exclamó Harry, y se acercó a la ventana, mientras


sus amigos volvían a ruborizarse.

Llegó el lunes, y Harry y Ron volvieron a clase. A primera hora tenían


Pociones, y ninguno de los dos había visto a Malfoy de cerca desde el
incidente del lago. Habrían preferido no verle, pero les daba igual, ahora
que Hermione estaba bien.

En cuanto l egaron a la clase, Malfoy les miró con odio, odio profundo,
pero también, como Harry se alegró de comprobar, con cierto temor. En
cuanto acabó la clase, en la que Ron y Harry consiguieron una poción

«casi» digna de Hermione, salieron al pasil o, y Malfoy los siguió.


—Parece que ya se te recuperó la sangre sucia, Weasley —gruñó.

Harry se volvió, un tanto sorprendido de que Malfoy se atreviera a meterse


con el os tras lo sucedido en el lago. Supuso que había notado su cambio
de expresión.

—No la l ames así, Malfoy —le advirtió Ron.

—Oooh, ¡cómo la defiende! —se burló Malfoy.

Ron sacó su varita en un instante y apuntó.

—¿Quieres que repitamos lo del lago? —amenazó—. ¿Quieres, Malfoy?

—Déjalo, Ron —dijo Harry, bajándole la varita a su amigo—. Sólo es un


estúpido. Lo único que pasa es que tiene envidia de que tú tengas amigos
verdaderos y él no. ¿Verdad, Malfoy? Envidia como la que se te veía en la
enfermería, cuando Ron estaba acompañado y tú no.

Ron se relajó y sonrió. Malfoy parecía más humil ado que nunca.

—¿Envidia de Weasley? ¿Yo? ¡No me hagas reír!

Harry sonrió.

—Eres un imbécil, Malfoy. No sé como pudiste darme lástima aquel a


noche —continuó Harry. Él y Ron se dieron la vuelta y se fueron, dejando
a Malfoy sin palabras. Harry le había dicho que le había dado lástima.

Debía ser el peor insulto que le habían dirigido nunca.

—¿Qué te parece si esta tarde, antes de ir a buscar a Hermione,


practicamos un poco en la Sala de los Menesteres? —sugirió Harry a la
hora de la comida.

—Sí, buena idea —dijo Ron—. Aunque sería mejor en nuestra habitación,
al fin y al cabo no queremos que Dumbledore lo sepa, ¿no?

—Sí, será mejor.


Así pues, subieron a su habitación después de comer, cerraron la puerta
con un hechizo que sólo el os podrían abrir y la insonorizaron.

—Ahora necesitamos sitio —dijo Ron, empezando a reducir las camas con
un toque de su varita.

—Bien, ¿qué te parece un poco de combate sin hechizos? Sólo moviendo


objetos con la varita.

—Perfecto —dijo Ron, preparándose.

304

Empezaron la lucha. La verdad, ambos eran bastante buenos. Durante toda


la semana anterior habían trabajado sin descanso y luchaban de forma
excepcional, aunque Harry, cuando la emoción y la concentración del
duelo lo embargaban, se sentía más capaz, más poderoso, y Ron no era
capaz de detenerlo.

—Buf, no puedo contigo —reconoció Ron al levantarse por tercera vez del
suelo y recoger su varita, que estaba a dos metros de él.

—No sé por qué. Eres muy bueno —dijo Harry, mirando a su varita—. Es
como si... no sé, como si hubiera nacido para esto.

—Bueno, eso es una buena noticia, ¿no? Vas a necesitar todo y más para
vencer a Voldemort. Aunque Hermione y yo estaremos siempre a tu lado,
aunque nos cueste la vida.

—Lo sé —dijo Harry, sonriendo—. Gracias.

—¿Vamos a buscar a Hermione? —propuso Ron—. Ya l evamos tiempo


aquí, e igual Seamus, Nevil e y Dean quieren entrar en la habitación...

—Sí, deberíamos salir...

Volvieron a dejar la habitación como estaba y salieron, contentos porque


pronto tendrían de nuevo a su amiga con el os.
Salieron por el agujero del retrato y se encaminaron a la enfermería,
charlando alegremente sobre lo que harían aquel a noche, cuando los tres
volvieran a estar en la sala común.

—Nada divertido, supongo —decía Ron—. Seguro que Hermione quiere


ponerse a hacer deberes y estudiar para recuperar el tiempo perdido.

—Sí, seguro —dijo Harry, riéndose mientras avanzaban por un corredor


desierto—. ¿Y sabes qué? —Ron lo miró—. Eso es lo que significa tener a
Hermione con nosotros... y es maravil oso.

Ambos se echaron a reír.

De pronto, su risa se congeló. Delante de él, salido como de la nada, había


aparecido un encapuchado que les apuntaba con la varita, dejándolos a los
dos casi congelados de la impresión—. ¡Cuidado!

El encapuchado lanzó un hechizo, pero ambos lo esquivaron. Harry lanzó


un hechizo aturdidor, pero el otro lo desvió usando el encantamiento
escudo y golpeó a Harry en una pierna. Éste cayó al suelo, consciente aún,
pero su varita se le desprendió de la mano.

—¡Harry! —gritó Ron mientras hacía un movimiento con la varita y la del


extraño saltaba de sus manos—.

¡Maldito cerdo! ¡No te...!

Pero no terminó la frase, porque el extraño sacó otra varita de la túnica y


lanzó un rápido ataque contra Ron que le pil ó sorprendido. Ron se l evó
las manos a la boca, mientras por su nariz comenzaba a manar sangre.

Aul ó y cayó al suelo. El desconocido se rió y apuntó a Ron.

—Adiós, Weasley —murmuró. Iba a pronunciar un hechizo cuando


alguien apareció por el mismo pasil o del que había salido él.

— ¡Expel iarmus! —gritó.


La varita del desconocido saltó de su mano y él se volvió para mirar.
Entonces, Harry cogió su varita y lanzó al atacante contra la pared. Se
levantó con dificultad y miró a su salvador. Era Henry Dul ymer.

—¿Estáis bien? —preguntó el Slytherin jadeando, sin dejar de apuntar al


desconocido.

—Sí, gracias a ti —dijo Harry—. Veníamos en las nubes, charlando.


¿Estás bien, Ron?

El pelirrojo asintió. Se levantó y cogió su varita. Seguía con la mano sobre


la boca, de donde seguía manando sangre, al igual que de su nariz.

—Ahora sabremos quien eres —dijo Harry, haciendo un gesto con la


varita. La capucha le cayó y vieron a quien se ocultaba debajo. Dul ymer
abrió mucho los ojos.

—¿Aldus Birffen?

—No sabía tu nombre, pero te conozco —le dijo Harry al extraño, que los
miraba con odio y desprecio, pero no decía nada—. Eres de séptimo.
Slytherin... ¡Estabas en la enfermería el día que envenenaron a
Warrington! ¡Fuiste tú!

—Era necesario —dijo él con una sonrisa, que al instante se volvió gélida,
cuando fijó sus ojos en Dul ymer

—. Y tú, traidor a Slytherin, lo pagarás —amenazó—. El Señor Tenebroso


no perdona.

—Será mejor pedir ayuda —dijo Harry, haciendo que su varita produjese
un fuerte estampido—. ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo envenenaste a
Warrington?

—No voy a decírtelo, Potter, y si crees que vas a retenerme aquí... —Hizo
ademán de coger una de las varitas.

—No te muevas —le advirtió Dul ymer, apuntándole a la cara—, o te


arrepentirás.
—¡No puedo fal arle al Señor Tenebroso! —gritó Birffen.

—Creo que ya lo has hecho. Aunque tengo que admitir que lo hiciste
bastante bien hasta ahora —dijo Harry.

Ron miraba con odio al encapuchado. Seguía sangrando.

—¿Pob gué atacabte a Hemmione? —preguntó.

—No voy a decírtelo —respondió el otro, desafiante.

305

—Pueb entonfes... —comenzó Ron, apuntándole con su varita.

—¿Qué sucede aq...? ¡Ah! —exclamó la profesora McGonagal , que venía


corriendo, acompañada del profesor Snape—. ¡Señor Birffen! ¿Usted es...?

Snape le miraba sorprendido. Birffen le vio y su cara mostró una horrible


mueca de asco y desprecio.

—Usted... traidor. El Señor Tenebroso dará contigo, Snape...

—Venga con nosotros, Birffen. Iremos al despacho del director —ordenó


la profesora McGonagal , recuperando el aplomo.

—No —respondió él, con un puño apoyado contra su pecho—. Ni lo


soñéis. El Señor Tenebroso no admite fracasos. —Harry notó que parecía
asustado. Dul ymer parecía muy nervioso. Ron le miraba con furia—. No
pienso hablar y traicionarle.

—Pues creo que... —comenzó a decir la profesora McGonagal .

No terminó, porque Birffen, rápidamente, se l evó la mano que tenía sobre


el pecho a la boca y se tragó algo que tenía en el a. Sonrió como un
demente. La profesora McGonagal se le acercó gritando «¡No!», pero ya
era tarde. El rostro de Birffen mostró una última expresión de satisfacción,
antes de convertirse en una mueca de horror absoluto y miedo. Cayó al
suelo de rodil as, con la respiración convertida en un estertor, y se
desplomó. La profesora McGonagal y Snape se inclinaron sobre él. Harry
y Ron se miraban, asustados.

—Está... muerto —declaró la profesora McGonagal , con un hilo de voz y


el rostro compungido—. Se ha suicidado.

Snape se incorporó, con la cara desencajada, mirando al alumno por causa


del cual casi había sido ejecutado, e hizo aparecer una camil a; cargaron en
el a el cuerpo sin vida de Birffen. Snape parecía aturdido.

—Ustedes deberían de ir a la enfermería también —dijo la profesora


McGonagal ,. suspirando—. Tienen cincuenta puntos cada uno para sus
casas.

—Gracias —dijo de nuevo Harry, mirando a Dul ymer, que parecía


conmocionado.

—No es nada —dijo él—. Bueno, ahora parece que el peligro ha


terminado, ¿no?

—Sí, eso parece —dijo Harry, mientras emprendían el camino a la


enfermería—. Pero ya no sabremos cómo lo hizo. Prefirió suicidarse... —
Harry meneó la cabeza—. Aún no lo entiendo.

Entraron en la enfermería. La señora Pomfrey examinaba a Birffen en


aquel momento, confirmando que se había envenenado. Hermione miraba
la escena con la boca abierta, muy asustada. Entonces vio a Ron, a Harry y
a Henry y sus ojos se abrieron aún más.

—¡Ron! ¡Harry! ¿Qué os ha pasado? —preguntó la chica, muy


preocupada.

Ron señaló hacia la camil a donde estaba Birffen.

—Él era el encapuchado, el acechador, el siervo de Voldemort —explicó


Harry—. Nos atacó en un pasil o y nos cogió desprevenidos, suerte que l
egó Henry, porque l evaba dos varitas.

—¿Qué le ha pasado? ¿Por qué... por qué está muerto?


—Se ha suicidado al verse acorralado —explicó Henry—. Se tomó algo
que tenía en una mano...

Hermione profirió un quejido.

—¿Qué le ha pasado a Ron?

—Le lanzó un hechizo a la cara. Produce un efecto como un golpe o algo


así

—Deje que le eche un vistazo a eso, señor Weasley —dijo la señora


Pomfrey acercándose. Estaba lívida.

Examinó la herida, dio un toque con la varita en la cara de Ron y ésta dejó
de sangrar—. Listo.

—Gracias —dijo Ron—. Dolía bastante. —Se apuntó con la varita a la


cara, cerró los ojos y dijo—: fregotego.

La sangre desapareció, y también la que le había caído por la túnica.

—Severus, por favor, ve a avisar al director —pidió la profesora


McGonagal . Luego se dirigió a el os—.

Vosotros deberíais iros ya. ¿La señorita Granger puede salir, señora
Pomfrey?

—Sí, sí... —murmuró la enfermera, mientas miraba a Birffen y meneaba


la cabeza.

—Entonces iros —les ordenó la subdirectora.

Hermione se levantó de la cama. Ya estaba vestida, porque estaba


esperando a que Ron y Harry fuesen a buscarla. Aún lucía la diadema
sobre su frente. No se la había quitado ni para dormir.

—¡Qué alegría verte en pie, por fin! —exclamó Ron.


—Sí, yo también estoy contenta... —dijo Hermione— y encima ahora que
habéis cazado al acechador, el colegio dejará de ser peligroso... lástima
que se haya suicidado. ¿Qué podrá l evar a alguien a hacer eso?

¿Tanto miedo tendría de lo que le pasaría si le obligaban a hablar?

—Tal vez —dijo Henry—. No sé cómo se lo tomará Bletchley cuando sepa


que fue él el que envenenó a Warrington... No es que fuesen amigos, pero
al fin y al cabo, eran compañeros de habitación —comentó—.

Supongo que no le hará mucha gracia.

Caminaron juntos desde la enfermería hasta l egar a un corredor, donde


finalmente se separaron.

—Bueno, yo sigo por aquí. Ya nos veremos. Me alegro de que por fin estés
bien, Hermione —dijo Dul ymer.

—Gracias.

—Sí, gracias de nuevo —dijo Ron—. Nos veremos en la cena.

306

El os tres se dirigieron al pasil o de la Dama Gorda, y entraron en la sala


común. Al verla, los estudiantes recibieron a Hermione con gritos de
alegría. Ginny corrió hacia el a y la abrazó.

—Por fin has vuelto —le dijo.

—No es el único motivo de alegría —dijo Harry.

—¿No? ¿Cuál más hay? —preguntó Parvati, que miraba a Harry fijamente
mientras Lavender abrazaba a Hermione.

—Hemos capturado al acechador, al responsable de los ataques.

La sala común se l enó de murmul os.


—¿En serio?

—Sí, intentó atacarnos cuando íbamos a buscar a Hermione... —dijo


Harry.

Ron terminó de contar lo que había sucedido. Al terminar, todo el mundo


en la sala común estaba horrorizado.

—Se envenenó a sí mismo... —murmuraba Parvati.

—Sí que debía tener miedo... —decía otro chico.

—No sé, pero no parecía que fuese miedo lo que tenía —comentó Harry.

—Sí, a mí tampoco me pareció que se suicidase por miedo a ser atrapado...


más bien parecía que quería evitar que le pudieran sacar algo de
información acerca de Voldemort —agregó Ron.

—¿Suicidarse por lealtad a Voldemort? —preguntó Hermione, sorprendida


—. Me parece algo exagerado, sobre todo teniendo en cuenta que era un
chico de diecisiete años...

—Un chico de diecisiete años que intentó matar a un compañero suyo dos
veces, que ha atacado a varios más y ha permitido y ayudado a que
ocurrieran montones de cosas horrendas —puntualizó Ron.

—Bueno, al menos, ahora ha terminado —dijo Nevil e—. Supongo que


ahora quitarán todas las restricciones especiales que han puesto, ¿verdad?

—Sí, sería lo más probable... —opinó Harry, pensando en el ED.

—Bueno, Hermione —dijo Ron cuando la gente que los rodeaba empezó a
dispersarse y a hablar en grupos

—. ¿Quieres que te enseñemos todo lo que tenemos?

—¿Lo que tenéis de qué?

—De la sección prohibida —susurró Ron.


—Pues claro que quiero —respondió Hermione inmediatamente.

—Pero está en nuestro cuarto, Ron —le recordó Harry.

—¿Y qué? —preguntó Ron, mirando a su alrededor—. Seamus y Lavender


están con lo suyo, y Dean y Nevil e parecen muy entretenidos charlando.
Además, somos prefectos.

—Sí, es cierto —dijo Hermione—. No debería subir a...

—¡Vamos, Hermione! —exclamó Ron, exasperado—. ¡Has estado al í más


veces! ¿Quieres ver lo que tenemos o no?

—Sí, claro que quiero —respondió la chica, convenciéndose, y siguió a


Ron por las escaleras. Harry iba detrás de el os.

—Es increíble que consiguierais todo eso —dijo Hermione más tarde,
mientras cenaban. Aún estaba sorprendida por lo que había visto.

—Ya ves que no perdemos el tiempo. Tú serás la reina de la biblioteca,


pero nosotros somos los amos de la sección prohibida —susurró Ron.
Hermione le puso cara rara.

—¿Y ya domináis parte de los hechizos?

—Pues sí —respondió Ron—. Al que mejor se le da es a Harry,


descubrimos que tiene...

—...un talento natural —terminó Harry con cara seria.

—Sí, eso. Pero yo tampoco soy manco. Si vieras lo que hago con la
maldición cortante...

—¿Qué es? Antes no me dio tiempo a verla.

—Digamos que es como el encantamiento seccionador, pero si éste fuera


un niño con una cuchara, la maldición cortante sería Hagrid con un hacha
afilada.
—Vaya... ya me lo enseñaréis, ¿no? En el ED.

Harry y Ron se miraron.

—El caso es que le prometimos a Dumbledore que dejaríamos de robar en


la sección prohibida, y no vamos a enseñar a los demás algo que es casi
Artes Oscuras... Sin embargo, encontraremos otras cosas para practicar,
como entrenamiento con encantamientos de movimiento de objetos,
levitación y esas cosas —

explicó Harry—. Ron y yo hemos practicado y hacemos unos combates


excelentes. Así vencimos a Malfoy, Crabbe, Goyle, Parkinson y Bulstrode.

—Pero yo...

—Nosotros tres seguiremos aprendiendo lo que tenemos —dijo Harry—.


Tú nos ayudarás, algunas cosas no nos pusimos a hacerlas porque sin ti,
creíamos que no podríamos.

307

Hermione sonrió.

El comedor estaba bastante silencioso esa noche, sobre todo en la mesa de


Slytherin, donde faltaba otro alumno. Cuando la cena terminó,
Dumbledore se puso en pie, muy serio.

—Alumnos, tengo algo que anunciaros. Es a la vez una buena noticia, y


una mala. —Todo el comedor tenía sus ojos vueltos hacia el director—. La
buena noticia es que el acechador, el siervo de Lord Voldemort, ha sido
descubierto y capturado. —Nada más decir, esto, los murmul os
comenzaron, y aparecieron por doquier rostros de alivio y sonrisas—. La
mala noticia —continuó Dumbledore— es que está muerto. —Los murmul
os cal aron al instante—. El acechador era Aldus Birffen, un alumno de
séptimo de la casa Slytherin.

—Al decir esto último se oyeron exclamaciones aisladas del estilo de «de
Slytherin tenía que ser»—. Este alumno está muerto porque decidió
suicidarse al ser capturado. —Un estremecimiento de horror recorrió el
Gran Comedor—. No obstante, y aunque no sepamos ya el por qué, o con
qué intención hizo las cosas que hizo, me complace anunciar que el
peligro ha pasado, y, por tanto, serán abolidas las normas especiales y
regresará el campeonato escolar de quidditch.

—¡Bien! —exclamó Ron, contento. Miró a Harry, que también estaba


alegre por la noticia.

—A pesar de todo —continuó Dumbledore—, las visitas a Hogsmeade


permanecerán suspendidas. Ahora, buenas noches a todos.

—Voy a hablar con Dumbledore —dijo Harry, levantándose y corriendo


hacia la mesa de los profesores. Se acercó al director—. Profesor, ¿puedo
hablar con usted un momento?

—Claro, Harry —respondió—. Sígueme.

Harry siguió al director hasta la sala que había detrás de la mesa, donde
otras dos veces se había reunido.

—Tú dirás.

—Esto, profesor, ya que Birffen ha sido capturado... ¿podríamos volver a


formar el ED?

—Sí, claro. Si queréis... cuando os lo dije, tenía en mente la defensa


precisamente contra el atacante, así que ahora no tendría mucho sentido,
pero es una buena idea.

—Gracias, profesor —dijo Harry, contento—. Por cierto... ¿Ha sabido algo
más acerca de él?

—No. Entre sus cosas no había apenas nada. No había cartas ni nada
parecido. Lo único que tenemos es un frasquito del veneno que usó con
Warrington y varias pastil as del que usó para suicidarse...

—¿Por qué lo hizo, profesor? ¿Tan leal era? —quiso saber Harry. Por
mucho que le diera vueltas, no conseguía comprenderlo.
—No lo sé... pero hay muchas cosas que me gustaría que nos hubiese
contado —dijo el director con pesar

—. Bueno, Harry, ahora es mejor que regreses a la torre de Gryffindor.


Hasta mañana.

—Hasta mañana, profesor —se despidió Harry, volviendo al Gran


Comedor y reuniéndose con sus amigos, que le esperaban.

Al salir se encontraron con Bletchley, que parecía muy afectado. Iba


acompañado de otro chico de Slytherin, seguramente otro alumno de
séptimo año. Se quedaron mirando unos a otros un momento.

—Miles... ¿qué tal estás? —preguntó Harry.

Bletchley se encogió de hombros.

—Nunca hubiera creído que Aldus... No es que fuésemos amigos, pero...


¡Maldito cerdo! ¡Si no se hubiera suicidado yo mismo lo habría matado!

—Tranquilízate, vamos —le dijo Ron—. Fíjate, ahora podremos volver a


jugar al quidditch...

Bletchley le miró con el ceño fruncido, y Hermione le dirigió una mirada


reprobatoria.

—Warrington no está para jugar —respondió Bletchley secamente.

—Bueno... pero él se recuperará. Seguro que encontráis a otro cazador...


bueno, nosotros nos vamos —dijo, viendo que la cara de Bletchley no se
alegraba.

—Adiós —musitó éste.

—¿Por qué has tenido que hablarle de quidditch? ¿Cómo se te ocurre? —le
preguntó Hermione mientras se dirigían a la torre de Gryffindor.

—Pensé que le animaría, no sé... —se defendió Ron.


—Su mejor amigo, que es cazador, está al borde de la muerte, y resulta
que otro compañero suyo resulta ser un asesino, y vas tú y le hablas de
quidditch.

—¡Creí que era una buena idea! —dijo Ron, irritado.

—Pues es obvio que no lo era —le reprendió Hermione. Harry los miraba
a ambos sin decir nada. Daba igual lo que fueran, nunca dejarían de
discutir.

—Ya sé que no fue una buena idea —dijo de pronto Ron, bajando la cabeza
—. Lo siento.

—Ah —fue todo lo que atinó a decir Hermione, sorprendida—. Vale...

—¿Para qué fuiste a ver a Dumbledore, Harry? —le preguntó Ron.

—Fui para preguntarle si podíamos volver a reunir al ED, ahora que el


peligro ha pasado.

—¿Y podemos?

—Sí.

—¡Bien! —exclamó Ron, volviendo a alegrarse, mientras entraban en la


sala común.

308

Una vez dentro, Hermione se empeñó en ponerse al día con los trabajos, y
tuvo a Ron y a Harry hasta medianoche practicando hechizos
comparecedores. No tardó demasiado en cogerles el truco.

—Bueno, creo que ya lo dominas —dijo Ron, con aspecto cansado—. Así
que me voy a la cama, estoy muerto...

—Querría ver los apuntes de Encantamientos —dijo Hermione—. Llevo


mucho tiempo metida en la cama y estoy harta.
—De eso nada —le dijo Ron—. Aún no estás recuperada, así que a la
cama.

—No quiero acostarme, quiero...

—¡No! —exclamó Ron, con cara seria y expresión autoritaria—. He dicho


que a la cama, o no verás ni mis apuntes ni los de Harry.

—Está bien —aceptó el a, sonriendo al ver así a Ron—. Hasta mañana. —


Le dio un beso a Ron y se dirigió a las escaleras—. Hasta mañana, Harry.

—Hasta mañana —contestó él. Luego se volvió hacia Ron—. A mí no me


pongas nunca esa cara que le has puesto a el a, o te echaré un maleficio. Ya
me l ega cuando las pone el a.

Ron sonrió.

—Será que me posee el espíritu de prefecto... espero que Fred y George no


se enteren.

Harry se rió, mientras subía con su amigo hacia su habitación.

Más tarde, dando vueltas en la cama, comenzó a pensar. No podía


dormirse. Había esperado tanto para saber quién era y qué misterios
ocultaba el extraño, el acechador, que ahora se sentía decepcionado. Había
sido más rápido, y ahora estaba muerto. Ya no podrían saber cómo había
hecho todas aquel as cosas, o por qué había atacado a Hermione, o cómo
había sabido que Snape era un espía... De todas formas, al menos ahora
corrían un peligro menor, y Voldemort había perdido una de sus bazas.
Harry recordó la expresión de triunfo de Birffen al tomarse la pastil a y
pensó que habían tenido suerte. Alguien así tenía que ser un demente, un
loco. ¿Qué no habría sido capaz de hacer alguien como él? No quería ni
pensarlo. ¿Qué podría obligar a una persona a hacer todo eso por alguien
como Voldemort? ¿Qué tenía que causaba ese efecto en algunas personas?
¿Era su poder, sus ideas? No encontraba una razón lógica...
involuntariamente, sus pensamientos volvieron a su sueño. Recordó cómo
había matado a Parvati... era completamente distinto al primero, en el que
mataba a Hermione. En éste se había sentido totalmente distinto,
totalmente inhumano...

en el último, sin embargo, se había reconocido a sí mismo, aunque


cambiado, transformado y como poseído... como si fuese él, pero con
sentimientos, conocimientos e ideas que no le pertenecían... ¿Qué
significaba? ¿Cuál era la pretensión final de Voldemort? ¿Cómo iba él a
vencerle? No lo sabía, y no quería pensar en el o, así que intentó dormirse.

309

30

La Tercera Profecía

Al día siguiente, con el regreso de Hermione a las clases, la normalidad


regresó completamente a la vida de Ron y Harry. Incluso Snape le dio la
bienvenida en clase de Pociones, si podía l amarse bienvenida a «Vaya,
señorita Granger. Nuestra sabelotodo regresa a clase. Siéntese con sus
compañeros», pero lo dijo en un tono no despectivo, y eso era lo máximo
que se podía esperar de Snape, con lo que Hermione sonrió tímidamente.

Malfoy por su parte, hizo una mueca de disgusto al ver a Hermione en


clase, pero ninguno de los tres amigos le hizo ningún caso.

Por la tarde, después de que Hermione saliera de la clase de Runas


Antiguas, Harry le preguntó si quería bajar con el os a la cabaña de Hagrid.

—¿A qué? ¡Deberíamos ponernos a trabajar! ¡Voy muy atrasada! —


protestó Hermione.

—¿Atrasada? —preguntó Ron, mirándola divertido—. Hermione, cuando


tú vas atrasada respecto a tu nivel, aún vas muy por delante de los demás.

Hermione le sonrió, halagada.

—Está bien, pero ¿a qué queréis ir ahora?


—Tenemos que recuperar nuestras escobas. Debemos volver a los
entrenamientos.

—¿Aún no fuisteis por las escobas al bosque?

—Hagrid las recuperó —dijo Harry—. Pero Ron no quiso que fuésemos a
buscarlas. Dijo que no volvería a montar en escoba a no ser que tú
estuvieras viéndonos.

La chica miró a su novio con ternura y una gran sonrisa. Las palabras de
Harry habían terminado de convencerla.

—Claro que iré con vosotros —dijo.

Así pues, bajaron a la cabaña de Hagrid, que se alegró muchísimo de la


visita de Hermione. Pese a las iniciales reticencias de el a, terminaron
tomando el té con su amigo. Cuando finalmente salieron de la cabaña con
las dos Saetas de Fuego, ya eran casi las cinco.

—¡Hemos perdido casi una hora! —se lamentó Hermione—. ¡Estaremos


otra vez levantados hasta medianoche!

—Vamos, no te alteres tanto. Te has librado de la muerte por un pelo... ¡Ni


siquiera por un pelo! Deberías disfrutar más de la vida —le dijo Ron,
montando en su Saeta de Fuego y volando a su alrededor—. ¿Quieres que
te dé un paseo?

—No, no quiero —dijo Hermione—. Baja de ahí, tenemos cosas que hacer.

—Está bien, está bien... ¿vienes tú, Harry?

Harry miró a Hermione, que le observaba con severidad, y luego a Ron,


que disfrutaba volando a su alrededor, y también montó en su escoba.

—¡Harry!

—Vamos, Hermione, sólo será un momento, hace mucho que no vuelo...


Hermione se dirigió hacia el castil o, meneando la cabeza y murmurando,
pero Ron se acercó a el a por detrás, le apuntó con su varita, la levantó en
el aire mientras el a gritaba y la sentó en al escoba.

—¡Ronald Weasley, secuestrador profesional! —gritó, mientras Harry se


reía.

—¡Ron, bájame! —le ordenó Hermione, enfadada.

—Creo que no... —dijo él, deteniéndose a cuatro metros de altura, al lado
de Harry.

—¿Por qué no te gusta volar? ¡Es muy divertido! —le dijo Harry.

—No es que no me guste, pero no le veo la misma gracia que le ves tú.

—Pues no sabes lo que te pierdes —dijo Harry, mientras se dirigía hacia el


castil o, seguido por Ron y Hermione, que había dejado de forcejear. Se
elevaron y se acercaron a la ventana de Gryffindor.

—¿Qué hacéis? —preguntó Hermione.

—Llegar antes para ponernos a trabajar sin perder tiempo paseando —


explicó Harry—. Ahora podremos trabajar antes de lo que esperabas. —Se
acercó a la ventana, le apuntó con la varita diciendo « Alohomora» y la
ventana se abrió. Entraron por el a, ante la mirada sorprendida de los
demás Gryffindors.

—Ya está —dijo Ron bajando de la escoba, mientras él y Harry eran


aclamados por todos los presentes en la sala común—. ¿Ves? No ha sido
tan terrible.

—¡Ni se te ocurra volver a hacerlo! —le advirtió el a—. Y ahora, a


trabajar.

Ni Ron ni Harry protestaron, y estuvieron haciendo deberes hasta la hora


de la cena.

310
El resto de la semana transcurrió con total normalidad. El equipo de
quidditch comenzó de nuevo sus entrenamientos, porque tendrían el
partido contra Hufflepuff el día 27 por la mañana. En teoría, tendrían que
jugar contra Slytherin, pero debido a la enfermedad de Warrington y a la
necesidad de encontrar un nuevo cazador, jugarían contra Hufflepuff, y
dos semanas después, Slytherin se enfrentaría a Ravenclaw.

Así mismo, el Ejército de Dumbledore volvió a reunirse por primera vez


tras la recuperación de Hermione el jueves de esa semana, y Harry y Ron
hicieron una sombrosa demostración de duelo que arrancó aplausos de los
demás miembros del grupo.

—Bueno, casi todos sabéis manejar estos hechizos levitatorios y


locomotores. Sólo hay que combinarlos bien y practicar apara poder hacer
cosas así —explicó Harry, moviendo la varita de forma que la túnica de
Ron se levantó y le envolvió la cabeza, provocando carcajadas en toda la
sala.

—Sí, o como ésta —dijo Ron moviendo la suya y provocando que las
piernas de Harry se levantaran, con lo que cayó sentado en el suelo. Los
demás volvieron a reírse.

—Sí, o como ésa —dijo Harry, levantándose—. Poneos en parejas y


practicad.

Así lo hicieron. Al final de la clase habían mejorado bastante, pero


ninguno de el os, excepto Hermione, eran comparables a Harry y Ron.

—¿Cómo hicisteis para aprender todo esto tan rápido? —les preguntó
Hermione sorprendida en cuanto salieron de la Sala, tras la reunión.

—Estábamos muy motivados —explicó Ron, poniendo una expresión


sombría al recordar.

Más tarde, cuando bajaban al vestíbulo para ir a cenar, Henry Dul ymer
salió del pasadizo de las mazmorras, también en dirección al comedor.
Venía solo.
—Hola, Henry —saludó Harry. El chico se giró hacia la escalinata y se los
quedó mirando.

—Hola, no os había visto... ¿qué tal?

—Perfectamente —contestó Ron—. ¿Y tú?

—Bien, aunque aún estoy afectado por lo del otro día... No consigo
quitarme de la cabeza la imagen de Birffen al tragarse aquel a pastil a...

—Sí, ya... cuesta mucho, al principio —dijo Harry—. E incluso después,


aunque ver cosas así ya sea algo normal en nuestra vida.

—Me gustaría ser tan bueno en defensa como vosotros —comentó Henry
con algo de pesar—. Lo hacéis muy bien...

—Bueno, tampoco tanto —Ron intentó parecer modesto, a pesar de que el


orgul o se veía en su cara—. Si tú no nos l egas a ayudar, ese tipo podría
habernos matado.

—Sólo tuve suerte de estar al í y que no me viera —dijo él—. Pero


vosotros sois buenos, si no no habríais podido defenderos de Malfoy y los
demás junto al lago. Eran cinco contra dos y no tuvieron ni una sola
oportunidad.

—Bueno... eso sí —admitió Harry, sin saber cómo replicar—. Pero claro,
Crabbe y Goyle con la varita no son gran cosa...

—Aún así —insistió Henry—. Bueno, me voy a comer, Sarah me está


esperando. ¡Hasta luego!

Harry se quedó mirando hacia él durante un rato.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —le dijo Hermione.

Harry se volvió hacia el a.

—Puede —dijo—. ¿En qué pensabas tú?


—En invitarlo a formar parte del ED.

—Sí, yo también pensaba en eso.

—A mí no me parece mal —terció Ron—. Nos ha ayudado muchas veces.

—Entonces lo haré. Le invitaré a la próxima reunión.

Debido a los entrenamientos de quidditch, y a que Hermione quería


ponerse al día cuanto antes, la siguiente reunión del ED se aplazó hasta el
miércoles siguiente. Ese día, después de la comida, Harry esperó a que
Henry se levantara de la mesa de Slytherin. Entonces se levantó y se
acercó a él en el vestíbulo.

—¡Henry! —lo l amó. El chico se dio la vuelta y se le acercó.

—Hola, Harry. ¿Qué sucede?

—Tengo algo que proponerte, pero no podrás contárselo a nadie.

—Está bien —dijo él, intrigado—. ¿Qué es?

—Verás, el caso es que Ron, Hermione y yo, y otros cuantos alumnos de


Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff tenemos montado una especie... de
club —explicó—. Lo utilizamos para prepararnos para combatir y
aprender Defensa Contra las Artes Oscuras.

El rostro de Henry se iluminó.

—Anda... así que ese es vuestro secreto... —dijo, sonriendo.

311

—Sí, más o menos. El caso es que... bueno, eres el primer Slytherin que
nos cae bien y que nos ha ayudado, y por eso hemos decidido ofrecerte que
te unieras a nosotros, si quieres.

—¿En serio? —exclamó, pletórico de alegría—. ¡Claro que quiero!


Harry sonrió.

—Bueno, el grupo es secreto entre los alumnos, aunque los profesores lo


conocen. Si quieres unirte, sube hoy al séptimo piso a las ocho menos
cuarto, y espérame delante del cuadro de Barnabás El Chiflado ¿de
acuerdo?

—¡De acuerdo! —exclamó él, mientras se dirigía de nuevo al pasil o de


las mazmorras—. ¡Y tranquilo, no diré nada!

—¿Ya está? —preguntó un momento después Hermione, saliendo del


comedor con Ron y Ginny.

—Sí.

—¿Ya está el qué? —preguntó Ginny.

—Hemos invitado a Henry a unirse al ED —le explicó Ron.

—¡Ah, pues me alegro! —dijo el a—. La verdad es que es muy simpático,


me l evo muy bien con él.

A la hora prevista, las ocho menos cuarto, Harry, Ron, Hermione y Ginny
se dirigieron al séptimo piso.

Habían quedado con los demás a las ocho, pero así podrían hablar con
Henry antes. Él ya les estaba esperando.

—¡Hola! —saludó, muy contento.

—Hola —respondieron los cuatro. Henry se fijó en Ginny.

—¿Tú también perteneces?

—Sí, por supuesto —contestó la pelirroja, sonriente.

—Por aquí —dijo Harry, entrando por una puerta que Henry no había visto
antes.
—¿Y esto? —preguntó él, mirando a su alrededor en cuanto entró en la
sala—. Está genial.

—Se l ama Sala de los Menesteres —explicó Hermione—. Sólo aparece


cuando alguien la necesita de verdad, y entonces contiene lo que más
precises en ese momento.

—Vaya... —El chico parecía impresionado, viendo las estanterías l enas de


libros y los cojines por el suelo.

Estuvieron charlando un rato, mientras fueron l egando los demás


miembros del ED. Todos se quedaron sorprendidos de ver al í a Henry,
pero a nadie pareció disgustarle. De hecho, Cho, Michael, Marietta y Colin
Creevey, que era de su edad, lo saludaron con una sonrisa.

—Bueno, como veis —dijo Harry cuando todos estuvieron sentados—,


tenemos un invitado. Creo que todos lo conocéis, pero, si no es así, os diré
que se l ama Henry Dul ymer y que es un alumno de quinto año. Como
sabéis, nos ha ayudado en multitud de ocasiones, así que le he ofrecido
unirse a nosotros. Él ha aceptado, así como la condición de no decírselo a
nadie. ¿Alguien tiene algo en contra? —preguntó, mirando a todo el
mundo.

Nadie dijo nada. Parvati, de hecho, le miraba y se reía tontamente con


Lavender; Henry era bastante guapo.

—Perfecto —Harry sonrió—. Henry Dul ymer, bienvenido al Ejército de


Dumbledore.

—¿Ejército de Dumbledore? —preguntó él, extrañado—. ¿Lo l amáis así?

—Es una larga historia —dijo Ginny.

—Siempre nos referimos a él como ED —aclaró Terry Boot—. Para evitar


sospechas.

Hermione se levantó y se acercó a Henry.


—Toma esto —le dijo, entregándole uno de sus galeones falsos—. Si te
fijas en esos números —Hermione señaló el borde de la moneda—, verás
que indican la fecha y la hora de esta reunión. Cuando Harry cambie la
fecha en su moneda, la tuya se calentará y sabrás cuando debemos
reunirnos ¿de acuerdo? Así no despertamos sospechas.

—Vaya —dijo él, impresionado—. Esto es fantástico. Gracias.

—Bueno, podríamos empezar, ¿verdad? —sugirió Harry. Todos asintieron


—. Creo que deberíamos seguir con el plan del otro día, practicando el
combate a base de hechizos de movimiento. Hacerlos con rapidez y
destreza es fundamental. Vosotros practicad eso, Ron puede observaros.
Yo, mientras hablaré con Henry y comprobaré su nivel.

Todo el mundo hizo lo que Harry dijo, y se dispusieron a continuar con lo


que habían practicado en la última reunión.

—Bueno, ya he visto que dominas perfectamente el hechizo de desarme —


dijo Harry, dirigiéndose a Henry, que observaba a los demás—. ¿Sabes
hacer el embrujo paralizante?

—Sí —respondió Henry—. ¿Quieres verlo?

—Claro.

El chico se preparó y le lanzó a Harry un perfecto embrujo paralizante que


lo dejó inmóvil durante un minuto.

—Bien —dijo Harry contento, al recuperar la movilidad—. ¿El hechizo de


la Inmovilidad Total? —Henry asintió—. ¿La maldición reductora? —El
chico volvió a asentir, satisfecho de sí mismo. Harry también sonrió

—. ¿El maleficio de la ceguera?

—Ese no —dijo él.

312

—Vale, empezaremos por ahí...


A Henry no le costó nada dominarlo. Tras terminar con él, le mostró
varios maleficios que el chico aún no conocía, y luego Harry dio por
terminada la sesión, porque ya eran las nueve.

—Bien, lo has hecho estupendamente —lo felicitó Harry—. Pronto podrás


empezar a practicar lo mismo que el os. Quizás sepas unos cuantos
maleficios menos, pero bueno, los hechizos de combate más importantes
los dominas. —Luego se dirigió a los demás—: Vale, he observado que
habéis mejorado mucho desde la última clase, pero aún podéis hacerlo
mejor, en especial los más jóvenes, que no conocéis tan bien esos
hechizos. La próxima semana seguiremos con el o, ¿de acuerdo?

Todos asintieron, contentos, y se dispusieron a regresar a sus salas


comunes.

—Me he divertido mucho, y he aprendido bastante —dijo Henry, contento,


mientras bajaba con Harry, Hermione, Ron y Ginny—. Ha sido estupendo.
Gracias por dejarme participar.

—De nada. —Harry sonrió—. Eso sí, recuerda que no debes decir nada a
nadie, y menos a Malfoy o a cualquiera de sus amigos.

—Ni se me ocurriría decirle nada a él —aseguró Henry—. Lo que sí tendré


que hacer es inventarme una excusa para Sarah...

—Sé que es algo indiscreto —dijo Ron—, pero ¿hay algo entre tú y esa
chica? —preguntó, con una sonrisa.

Hermione le lanzó una mirada fulminante.

—¡Ron! ¡Eso no es asunto tuyo!

—No pasa nada, Hermione. No me molesta —dijo Henry, que sonreía—.


El caso es que algo sí que hay... no pensé que me caería tan bien cuando la
invité al baile, pero es una gran chica... y muy guapa, además —

añadió, ruborizándose ligeramente.


—¿Ves? No era para tanto, no le ha molestado —dijo Ron, mirando a
Hermione.

—De todas formas, no puedes...

—¡Dejadlo ya! —exclamaron Harry y Ginny al mismo tiempo. Ron y


Hermione se quedaron cal ados, mirando a uno y a otro, y Harry y Ginny
se echaron a reír. Henry también sonrió.

—Es que siempre están igual, sean novios o no —explicó Harry.

—Sí, se nota que se quieren, ¿verdad? —dijo Henry sonriendo, mientras se


alejaba por un corredor—. ¡Nos vemos!

—Hasta mañana —dijo Harry viéndole irse—. Un chico excelente —opinó


—. Lástima que esté en Slytherin.

—Sí, una pena. Y Sarah, su novia, también es muy simpática. Podrían


estar ambos en Gryffindor... —

comentó Ron. Hermione le miró con el ceño fruncido.

—Vámonos rápido —le dijo Harry a Ginny al ver la expresión de


Hermione—. Ya se arreglarán.

Y ambos se alejaron rápidamente hacia el pasil o del retrato, mientras sus


dos amigos quedaban atrás.

Llegaron media hora después, mientras Harry y Ginny charlaban


animadamente junto al fuego.

—¿Dónde estabais? —preguntó Ginny al verles.

—Dirimiendo diferencias —contestó Hermione con toda naturalidad.

—¿Dirimiendo diferencias? —repitió Harry, mirando a sus amigos. Una


ligera sonrisa asomó en su cara, pero una mirada de Hermione se la borró.
Ron no decía nada—. Bueno —dijo Harry, cambiando de tema—.
¿Jugamos al ajedrez, Ron?

—¡Ah, no! —saltó Hermione—. Ya hemos perdido media hora de más.


Ahora nos vamos a poner con Transformaciones. Quiero acabar de
ponerme al día.

—¿Qué? —dijo Harry—. ¿Qué es eso de «ya hemos perdido media hora»?
¡Sois vosotros los que habéis estado por ahí en algún sitio, haciéndoos
carantoñas!

Ron se ruborizó algo y se le escapó una risita, pero Hermione endureció su


mirada.

—¡Eso da lo mismo! ¡Quiero ponerme al día!

—Está bien, está bien... —murmuró Harry, yendo a buscar su mochila y la


de Ron.

Al día siguiente por la mañana, durante el desayuno, Pigwidgeon, la


lechuza de Ron l egó trayendo una carta para Hermione. El a la cogió,
sorprendida. Era de Krum.

—¿Viktor? —preguntó, lenvantando la mirada hacia Ron y Harry—. ¿Por


qué me la ha traído Pig?

—Yo le envié una carta el día que despertaste —dijo Ron—. Fue a verte el
día que se marcharon, y le pidió a Harry que le informáramos de lo que te
pasara...

—¿Y tú le escribiste una carta? —preguntó Hermione, mirando a Ron


incrédula.

—Fue idea suya que yo le contara lo que te había pasado —dijo Harry.

Hermione comenzó a abrir la carta, con cara de asombro. Se la leyó:

Querida Hermione:
No te imaginas lo que me alegré cuando recibí la carta de Ron diciéndome
que te habías recuperado. Había pasado ya un mes y medio y no albergaba
esperanzas de que puedieras 313

volver a la vida, pero me alegro mucho de haberme equivocado. Dales las


gracias a Harry y a Ron por todo, pero, más que nada, por cuidarte. Tienes
suerte de tener amigos como el os, aunque espero que sepas que aquí
también tienes, o tenéis, un amigo.

No sé si el os te habrán comentado que ahora me he unido a la Orden del


Fénix, pero así es, así que quizás nos veamos pronto.

Cuídate mucho.

Un beso.

Viktor

Hermione sonrió al terminar de leerla.

—Gracias por decírselo —dijo.

—No fue nada. Se le veía preocupado —dijo Harry.

—Ya os dije que era un buen chico.

Ron sonrió.

—Y un gran buscador —añadió.

Pasó el viernes y l egó el fin de semana, pero Harry, Ron y Hermione lo


disfrutaron poco. Harry y Ron tenían entrenamiento de quidditch, y,
cuando no estaban en el campo, estaban trabajando, ayudando a Hermione
o, si les quedaba un momento, leyendo los pergaminos que habían sacado
de la sección prohibida de la biblioteca.

El domingo a mediodía, tras la comida, Henry Dul ymer se acercó a la


mesa de Gryffindor y se sentó a lado de Harry.
—¿Puedo sentarme, verdad? —preguntó.

—Parece que sí —dijo Harry, sonriendo, pues el chico ya estaba sentado a


su lado.

—Quería pediros algo... —comenzó a decir él. Parecía un poco nervioso.

—¿El qué? —preguntó Harry.

—Bueno, querría saber si Sarah podría... ya sabéis... ir con nosotros —


dijo, en voz baja—. No le he dicho nada, que conste, antes quería saber si
puede.

Harry miró a Ron y a Hermione, que sonrieron.

—Por mí sí —dijo la chica.

—Por mí también —añadió Ron.

—No hay problema, entonces —dijo Harry.

—¡Gracias! —exclamó Henry, muy feliz—. Se va a poner muy contenta.


¡Voy a decírselo! ¡Nos vemos!

—¡Adiós! —se despidió Harry. Luego miró hacia sus amigos—. Bueno,
otro miembro más.

Sarah acudió a la primera reunión del ED el miércoles. Estaba bastante


nerviosa, a pesar de los intentos de Henry por tranquilizarla. Como en el
caso del chico, le había dicho que la l evara a la Sala un rato antes de las
ocho.

—Hola —saludaron Harry, Ron, Hermione y Ginny al l egar.

—¡Hola! —respondió Henry. Sarah también saludó, aunque seguía


nerviosa.

—Tranquilízate —le dijo Harry—. No vamos a hacerte nada.


—Está preocupada porque somos de Slytherin —explicó Henry, mirando a
la chica con una sonrisa.

—No te preocupes por eso —le dijo Hermione—. A nosotros no nos


importa, si no, no te habríamos invitado.

Y a los demás tampoco les importará. —Sacó de su bolsil o otro galeón


falso y se lo dio—. Toma esto, así sabrás la fecha y la hora de cada
reunión. Está marcada en esos números de la moneda. ¿La ves?

Sarah asintió, sonriente.

—Gracias...

—¿Entramos ya? —preguntó Harry—. Los demás no tardarán en l egar, y


si nos ven aquí, los demás alumnos sospecharán algo.

—Sí, entremos —dijo Ron, abriendo la puerta de la Sala, que había


aparecido en medio del muro.

—Vaya, sí que es fenomenal este lugar —dijo Sarah al entrar.

—Ya te lo dije antes. Verás como te lo pasas bien.

—¿Y si lo hago mal? —preguntó la chica.

—No lo harás mal —le aseguró Harry—. ¿Conoces a Nevil e Longbottom?

—Sé quien es, pero nunca he hablado con él...

—Pues te aseguro que su confianza a principios del año pasado era nula, y
ahora es tan bueno como cualquiera de los demás. Sólo debes tener
confianza, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió el a, sintiéndose algo más cómoda y sonriendo


más abiertamente.

Empezaron a l egar los demás miembros, y a ninguno se le pasó la


presencia de Sarah. Se sentaron y esperaron la presentación de Harry.
314

—Bueno, como veis, hoy tenemos a otra invitada más —dijo Harry
sonriente—. El a es Sarah Brighton, la...

esto, una amiga de Henry...

—Es mi novia —aclaró Henry con aplomo, sin dejar de sonreír. Sarah se
ruborizó, pero le sonrió.

—Bueno, pues eso, su novia —continuó Harry—. Y también quiere unirse


a nosotros. De nuevo, ¿alguien tiene algo en contra?

Nadie dijo nada.

—Vale, pues entonces... ¡Bienvenida!

—Gracias —dijo la chica, mirando a los demás miembros del ED, que le
sonreían.

—Bueno, todos sabéis donde estabais el otro día. Continuad con eso, ¿de
acuerdo? —Todo el mundo se emparejó rápidamente. Harry miró a Henry
y a Sarah—. Bueno, vosotros dos practicaréis un poco aparte, hasta
poneros un poco más a su altura, ¿vale?. Empezad practicando el Expel
iarmus y el embrujo paralizante. Ya sé que los dominas, Henry, pero así le
enseñas a el a y yo podré observar como van los demás, ¿te importa?

—Por supuesto que no —dijo él, sonriendo.

Harry se paseó por entre los demás, que movían sus varitas intentando
desarmar o tirar al suelo a su oponente. La mayoría lo hacían bastante
bien. El que más problemas tenía era Dennis Creevey, que aún estaba en
tercero. Hermione había mejorado muchísimo y a Ron le costaba vencerla.
A Harry no le sorprendió en absoluto.

A las nueve, tras terminar la reunión, Henry y Sarah esperaron al final para
irse.

—¿Qué tal lo has pasado? —le preguntó Harry a la chica.


—Muy bien, gracias. Esto está genial, se nota que sabes lo que haces...

—Bueno, todo es gracias a la ayuda de el os —dijo, señalando a Ron y a


Hermione, que sonrieron.

—Hay muy buen ambiente aquí —comentó Sarah con un deje de envidia
mientras bajaban—. Me gusta estar en Slytherin, y al í tengo a buenas
amigas, pero este ambiente me gusta más.

—Bueno, ¿por qué no venís tú y Henry a comer con nosotros mañana? —


sugirió Ron en un deje de inspiración—. A nosotros no nos importa, y no
está prohibido, ¿verdad? —añadió, interrogando a Hermione con la
mirada.

—No, no está prohibido, aunque es muy raro.

—¿Qué te parece la idea? —le preguntó Henry a su novia.

—Me gustaría... sería interesante, pero no sé cómo se lo tomarían los


demás.

—Tus amigas se lo tomarán bien, no te preocupes, y los demás da igual.

—Mirday y Gertrude no creo que se lo tomen bien...

—No sabía que eras amiga de esas dos.

—No lo soy, pero también son compañeras de habitación... y tú eres amigo


de Malfoy —añadió.

—Sí, pero no me importa lo que diga, ya lo sabes. Vamos, acepta.

—Está bien —dijo el a, finalmente—. Nos vemos entonces a la hora de


comer —dijo, mirando hacia Harry, Ron y Hermione, que sonrieron.

—Genial —dijo Ron—. Hasta mañana, entonces.

—Hasta mañana —se despidieron los dos mientras bajaban para dirigirse a
las mazmorras.
Al día siguiente, a la hora de comer, Harry, Ron y Hermione l egaron
temprano al Gran Comedor, para cogerles un sitio a Henry y a Sarah. Éstos
l egaron cuando ya casi todo el mundo estaba sentado, y un murmul o se
elevó en el comedor cuando ambos se dirigieron a la mesa de Gryffindor y
se sentaron al í, enfrente de los tres amigos, y entre Nevil e y Seamus, que
los saludaron muy sonrientes. Los murmul os fueron en aumento cuando la
comida se sirvió y empezaron a comer con los demás Gryffindors. En la
mesa de Slytherin no se lo creían, excepto las amigas de Sarah, que la
saludaron con una sonrisa cuando el a se volvió para mirarlas en una
ocasión. El a estaba un poco nerviosa. Henry, sin embargo, se veía muy
seguro de sí mismo. En la mesa de los profesores también había asombro,
aunque Dumbledore sonreía. Snape, sin embargo, no parecía creérselo.

—Mirad a Malfoy —dijo Hermione. Harry le observó. Charlaba con


Crabbe y Goyle, y parecía muy furioso.

Bletchley, que estaba tres puestos a la derecha de Goyle, le miraba y se


reía.

—No me importa lo que piense —declaró Henry mientras seguía


comiéndose su filete.

—¡Bien dicho! —dijo Seamus, dándole una palmada en el hombro. Sarah


se puso a hablar con Nevil e, que al principio se mostró un poco tímido,
pero pronto cogió confianza y empezó a hablar con la chica con total
naturalidad, contándole cómo había pasado de ser un patoso a trabajar con
ahínco al enterarse de la fuga de Azkaban por parte de Bel atrix Lestrange
y los demás mortífagos.

Henry, Ron, Harry y Seamus enseguida comenzaron a hablar de quidditch,


así que Hermione se concentró en una conversación con Ginny, que estaba
a su lado, a la que también se unió Sarah, tras finalizar su charla con Nevil
e.

315

Cuando la comida finalizó, todo el mundo se despidió de los Slytherins


con gran amabilidad. A todos les habían caído bien.
—Me alegro de haberlo hecho —dijo Sarah al salir al vestíbulo. Iba de la
mano de Henry, y acompañados por Harry, Ron, Hermione, Ginny y Nevil
e.

—Podéis volver cuando queráis —dijo éste último. Sarah le sonrió.

—Sí, tenéis que volver —insistió Ginny—. Si tus amigas son tan
simpáticas como tú, también pueden venir el as.

—Gracias, Ginny —agradeció Sarah—. La verdad es que sois estupendos


todos, y me...

—¡Eh, Dul ymer! —gritó Malfoy desde las puertas del Gran Comedor,
acercándose a el os y seguido de Crabbe y Goyle—. ¿Se puede saber qué
haces? —Malfoy estaba rojo de la ira.

Henry le miró intentando mantener la paciencia, mientras Sarah musitaba


un «Oh, no».

—Oye, Malfoy —dijo Ron—. Si tienes algún problema tal vez yo pueda...

—Déjalo, Ron. Yo me ocupo —dijo Henry muy serio. Se acercó a Draco y


se lo l evó a un lado. Henry le hablaba con gran seriedad, y Malfoy apenas
decía nada.

—No sé por qué sigue siendo amigo suyo —dijo Sarah mirándolos.

Mientras hablaban, Pansy Parkinson y dos des sus amigas se les acercaron
y miraron a Sarah con repugnancia.

—Eh, Brighton, ¿ahora te juntas con la escoria? —Sonrió con desprecio—.


Tampoco es que me extrañe.

Nunca fuiste gran cosa —escupió.

—No le hables así, Parkinson —saltó Nevil e, sorprendido de su propio


atrevimiento. Pansy le miró con incredulidad, y al mismo tiempo, asco.
—Vaya, Longbottom muestra agal as... ¿Has preparado una poción de
valentía, Longbottom?

—Gracias, Nevil e, pero esto no es necesario. —Sarah se acercó a Pansy y


le soltó una bofetada en toda la cara. Pansy chil ó, sorprendida. Nevil e,
Harry, Ron, Hermione y Ginny la miraron asombrados.

—¿CÓMO TE ATREVES, MOCOSA?

—¿Qué me vas a hacer? ¿Le quitarás puntos a Slytherin? No lo creo...

Al momento, Henry dejó a Draco y volvió con el os. Malfoy les hizo una
seña a Crabbe, Goyle y a Pansy, miró con odio a los demás y se fueron.
Pansy se volvió para dirigir una mirada de odio a Sarah, y le hizo una seña
indicando que se iba a acordar de su atrevimiento.

—¿Qué es lo que le dices para que te deje en paz y no te odie? —le


preguntó Harry a Henry, asombrado.

—Bueno, digamos que sé como manejarlo —respondió Henry con una


gran sonrisa—. Bueno, creo que tenemos clase —observó, mirando su
reloj—. Deberíamos irnos.

—Sí, es cierto —corroboró Hermione. Se volvió hacia Sarah—. Ese


bofetón ha estado genial —le dijo a Sarah—. No sabes cuánto tiempo hace
que quiero hacerlo.

Sarah sonrió.

—Ha sido un placer. —Se volvió hacia Nevil e—. Gracias —le dijo,
mientras se alejaban.

—¿Qué le habrá dicho a Malfoy? —preguntó Ron.

—No tengo ni idea —respondió Harry—. Pero me gustaría saberlo.

—Y vaya carácter, el de Sarah... y eso que parece dulce y tranquila —


comentó Ginny.
—Bueno, es una Slytherin, al fin y al cabo —dijo Harry, mientras se
dirigían a clase.

La escena de la comida volvió a repetirse el domingo siguiente. Sarah hizo


muy buenas migas con Parvati y Lavender, a las que apenas había
conocido la vez anterior, y todo el mundo se dio cuenta de que, si no
hubiera sido por sus amigas, a la chica no le habría importado tener que
comer en la mesa de Gryffindor siempre. Además, también parecía haber
encontrado en Nevil e un buen amigo.

—¿Parkinson no te hizo nada por el bofetón que le diste? —preguntó


Parvati.

Sarah puso mala cara.

—Tengo que limpiar su habitación durante toda esta semana —dijo.

—Qué abusona, ¿no? —dijo Ginny—. ¿Puede hacer eso?

—Sí —contestó Hermione—. Los prefectos pueden imponer cualquier


castigo, siempre que el jefe de la casa lo apruebe, y supongo que Snape lo
habrá hecho.

Henry gruñó algo como «Snape».

—¿No te cae bien? —quiso saber Ron.

—No —respondió Henry, casi con repugnancia.

—Pues qué raro, porque siempre beneficia a Slytherin. Es normal que


nosotros le odiemos, pero vosotros...

—Lo sé, pero no me gusta. Sería justo decir que le detesto —confesó
Henry, que parecía necesitar contarlo

—. Malfoy y los demás me hablaron muy bien de él, pero no es lo que yo


esperaba.

—Ah... ¿y qué esperabas? —preguntó Ron.


316

—Da igual. ¿Cambiamos de tema? Hablar de él me pone de mal humor —


dijo, y todos los que estaban a su alrededor se rieron.

El lunes no tenían entrenamiento de quidditch, así que Harry y Ron


estuvieron toda la tarde en la sala común, con Hermione, que intentaba
ponerse al día con un montón de apuntes de Aritmancia que le habían
prestado sus compañeros de Ravenclaw en esa asignatura. Harry y Ron,
mientras, practicaban hechizos comparecedores junto al fuego. Ambos
estaban un poco aburridos, y movían la varita casi con desgana haciendo
aparecer los más diversos objetos.

Serían las cinco y media cuando se produjo un fogonazo encima de sus


cabezas, que los asustó a ambos.

Una carta cayó sobre Harry, acompañada de una pluma.

—Fawkes... —dijo Harry, sorprendido, mirando la nota—. Debe de ser un


mensaje de Dumbledore.

Ron miró con curiosidad, y también Hermione se levantó y se acercó a el


os.

—Me dice que acuda a su despacho ahora mismo —dijo Harry—. No


menciona el motivo...

—¿Podemos ir nosotros? —preguntó Ron.

—No sé, aquí no decía nada.

—Mejor que vayas tú solo, Harry —dijo Hermione—. Luego ya nos lo


contarás.

—Pues yo creo que deberíamos ir —replicó Ron—. Últimamente, siempre


vamos...

—No, Ron. No sabemos para qué quiere ver a Harry. Si quisiera que
fuésemos, nos lo habría dicho. Así que irá Harry solo —sentenció
Hermione. Ron puso mala cara, pero no replicó.

—Bueno, vale —dijo Harry, levantándose—. Nos veremos después. Si


tardo, bajad a cenar y me reuniré al í con vosotros.

—De acuerdo —respondieron ambos.

Harry salió por el agujero del retrato y se encaminó al despacho del


director. Cuando entró, se sorprendió al ver que no estaba solo. Ginny
estaba con él, y parecía muy nerviosa. Se fijó también en que el pensadero
de Dumbledore estaba sobre la mesa.

—Hola, profesor —saludó Harry—. ¿Ginny? ¿Qué haces aquí?

La chica le miró, pero no dijo nada.

—Siéntate, Harry —le pidió Dumbledore.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, que empezaba a preocuparse.

—Bueno... Ha pasado algo importante —Dijo Dumbledore, como si no


acabara de decidir cómo explicarlo—.

La señorita Weasley ha venido a mí desde su clase de Adivinación.

—¿Por? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Harry.

—No, gracias —respondió el a, sonriendo—. Es sólo que... bueno...

—Esta tarde, los alumnos de quinto curso de Gryffindor y Slytherin han


presenciado un fenómeno muy extraño —dijo Dumbledore. Harry miró al
director sin comprender—. Han presenciado la formulación de una
verdadera profecía.

Harry se quedó mudo del asombro un instante. ¿Otra profecía de la


profesora Trelawney?

—Sí —dijo Dumbledore, como adivinando los pensamientos de Harry—,


la profesora Trelawney ha realizado otra profecía.
—Tiene que ver conmigo, ¿verdad? —dijo Harry casi sin pensar.

—Sí —respondió el director tranquilamente—. Tiene que ver contigo.


Ginny, por favor, cuéntanos cómo sucedió.

—Estábamos repasando con la bola de cristal —contó la chica—. La


profesora se sentó y se puso a mirar en la suya, cuando, de pronto, se puso
muy tiesa y comenzó a hablar de una forma rara... cuando terminó, no
recordaba nada de lo que había sucedido. Yo comprendí y vine
directamente aquí. Creo que los demás no entendieron nada, o no tanto
como yo, porque no habían oído la otra profecía.

—¿Qué dijo? —preguntó Harry, ansioso, pero nervioso a la vez.

—Lo veremos —dijo Dumbledore—. Ginny ha puesto su recuerdo aquí. —


Dumbledore señaló el pensadero

—. Veamos qué nos dice...

Tocó con la varita el recipiente, y de él salió la imagen de la profesora


Trelawney, con el mismo aspecto ido que Harry había visto una vez en
persona, y otra más en aquel mismo objeto.

— El momento se acerca. El Señor Tenebroso, con la sangre de su igual,


se ha vuelto más poderoso y más terrible que nunca. Su ascenso será
imparable, a no ser que aquél al que ha marcado logre detenerle, y será el
único que pueda, porque en él han crecido durante quince años los
poderes del Señor Tenebroso, y otro poder que el Señor Tenebroso no
conoce le rodea, y si no sucumbe, sólo con ambos y la ayuda de la
Antorcha de la Llama Verde podrá vencer cuando l egue la hora...

La voz de Sybil Trelawney se debilitó y luego su imagen se esfumó. Harry


no dijo nada; en su cabeza seguían resonando las palabras. Ginny tampoco
hablaba y Dumbledore parecía pensativo.

—Profesor... —dijo Harry. Dumbledore pareció volver de su


ensimismamiento.
317

—Bueno, ¿qué te parece, Harry? —le preguntó el director, mirándole


fijamente por encima de sus gafas.

—No sé... dice que l ega la hora... que Voldemort es más fuerte que nunca
gracias a mi sangre... —Entonces recordó la reunión de la Orden del Fénix,
y supo que era el momento de saberlo todo. Miró a Dumbledore con
decisión—. Quiero saberlo todo. Quiero saberlo todo ya.

Dumbledore miró a Harry y asintió. Luego se volvió hacia Ginny.

—Señorita Weasley... ¿le importaría dejarnos solos?

—Eh... no, claro que no —respondió Ginny, levantándose—. Hasta luego


profesor. Hasta luego, Harry.

—Hasta luego, Ginny —dijo Harry.

—Señorita Weasley... le rogaría que no comente esto con nadie, ni siquiera


a su hermano o a la señorita Granger, hasta que yo acabe de hablar con
Harry.

—Por supuesto —contestó Ginny, saliendo del despacho.

En cuanto Ginny salió, Dumbledore miró a Harry.

—Hace unos días te dije que pronto tendríamos una conversación,


¿recuerdas?

—Sí —contestó Harry.

—Bueno, pues el momento ha l egado. Desde el verano he esperado una


respuesta, una señal, algo que nos indicara el siguiente paso... y esa
respuesta está aquí.

»Me preguntaste por qué Voldemort es tan fuerte, por qué gracias a tu
sangre se ha vuelto tan poderoso...
pues bien, yo no estaba completamente seguro de por qué... y sigo sin
estarlo, pero creo que puedo darte una respuesta aproximada.

Harry miró a Dumbledore, expectante, sin decir nada.

—En tu sangre reside una antiquísima magia, un poderosísimo escudo


prácticamente imposible de romper o atravesar, porque un sacrificio de
amor es la magia defensiva más poderosa que puede emplearse. Yo sabía,
desde el momento en que invoqué los medios para mantenerte a salvo y
que esa protección se renovase cada año en casa de tu tía, que mientras esa
protección se mantuviese, Voldemort no podría hacerte daño.

»Sin embargo, la noche en que él regresó y me contaste qué ingredientes


había usado para realizar la poción que le devolvió a su cuerpo, comprendí
que había vencido esa barrera, y no sólo eso, sino que además esa
protección iría también a él, y que si lograba comprender cómo
funcionaba, le haría aún más fuerte frente a cualquiera que se enfrentara a
él; cualquiera excepto tú.

—¿Yo? —preguntó Harry, sin comprender.

—Sí. Ahora él puede tocarte, puede matarte, porque comparte esa


protección contigo, pero, además, esa protección, combinada con los
experimentos que él realizó antes de su caída, y que le permitieron
sobrevivir a la maldición asesina, le han hecho prácticamente intocable
para cualquiera —dijo con pesar—. Yo mismo lo comprobé, en Azkaban:
le lancé un hechizo aturdidor, y apenas le afectó.

—Lo sé —dijo Harry—. Lo vi. —Dumbledore le miró—. Aquel a noche,


yo... yo mantuve una conexión con Voldemort. Le espié.

—¿A pesar de la oclumancia? —inquirió Dumbledore, un tanto


sorprendido, pero tampoco demasiado—.

Vaya... las cosas van muy rápido, más rápido de lo que yo me esperaba.

—Profesor... Si usted no pudo hacerle daño... ¿Qué voy a poder hacer yo?
—La protección que ahora posee Voldemort no funciona contra ti, porque
es tuya. Tus hechizos seguirán haciéndole efecto, igual que antes. —
Dumbledore parecía consternado, y miró a Harry con tristeza—. No sabes
cómo lamento poner otra carga más sobre ti... cuando antes del verano te
expliqué lo que la profecía decía, esperaba poder mantener a raya a
Voldemort hasta el momento en que estuvieses preparado para enfrentarte
a él... tenía la esperanza de que no lograra descubrir tan pronto lo que tu
sangre podía ofrecerle, pero dos cosas jugaron en nuestra contra: el hecho
de que él te poseyera, y los sueños.

—¿Qué tiene eso que ver?

—Harry, intuyo, o sé, que el hecho de que te poseyera provocó un cambio


en ambos... profundizó vuestra conexión y despertó... cosas ocultas.

—¿Cosas ocultas?

—«En él han crecido durante quince años los poderes del Señor
Tenebroso» —repitió Dumbledore—. El hecho de que sepas hablar pársel,
o de que se te den bien la Defensa Contra las Artes Oscuras sólo es el
principio. Como te dije el otro día, cuando creísteis que Hermione moriría,
las cosas os salían demasiado bien... Harry, ¿no has notado nada extraño?

—Sí —confesó Harry, apesadumbrado—. Durante todo este año, cada vez
que me sentía especialmente furioso, o l eno de rabia y odio... era como si
algo me inundara, algo que me l enaba de poder... lo sentí por primera vez
en verano, cuando les arrojé una serpiente a los amigos de mi primo
Dudley...

—Conozco ese incidente —interrumpió Dumbledore. Harry le miró—.


Has estado vigilado, como seguramente supondrías, y aquí, en Hogwarts,
también te he observado mucho más de cerca de lo que te imaginas. —
Hizo una pausa antes de seguir—. Dices que lo sentiste por primera vez el
día aquél, con la serpiente... ¿no hiciste una conexión lógica, Harry?

318

—¿Qué conexión?
—Me refiero a que ese día, el día que el poder que Voldemort puso en ti se
mostró tal y como es, fue el día que tuviste tu primer sueño.

Harry abrió mucho los ojos. No lo había pensado.

—Sí, supongo que Voldemort lo notó, supongo que el hecho de haber sido
poseído por él, más la rabia que sentías por lo de Sirius, despertó ese poder
dormido en ti, un poder que puede l egar a dominarte, como el día que
atacasteis al señor Malfoy y a sus amigos, ¿verdad?

—Sí —confesó—. Pero... no creo que sea sólo eso lo que me posee, ¿no?
Porque Ron estaba casi igual que yo, y él...

—Sí, el asunto del señor Weasley es también muy extraño. Es curioso


como los dos habéis estado...

compartiendo habilidades, ¿verdad?

—Sí... eso pensé yo a veces, pero siempre me pareció una estupidez...

—No necesariamente tiene que serlo. No sé exactamente a qué se debe,


pero entre los dos, y también con Hermione, tenéis un fuerte vínculo, y
esos vínculos a veces son mucho más misteriosos y poderosos de lo que
podríamos pensar... sí, a veces la magia puede ser muy misteriosa, y
sorprendernos con cosas increíbles... Deberíais hacerle caso a la señorita
Lovegood: casi todo es posible, Harry. Recuérdalo.

—De todas formas, profesor, aún no entiendo por qué Voldemort es más
poderoso. Entiendo que sea más difícil atacarle, pero... ¡logró romper su
hechizo antidesaparición! ¿Cómo lo hizo?

—Eso, Harry, es lo más curioso... él te dio poderes a ti, y luego, tu sangre


le revivió a él... ambos os habéis dado algo el uno al otro, y le devolviste
parte de un poder que le pertenecía... un poder que le ha hecho más grande
aún de lo que ya era.

Harry asintió. Así que era eso lo que le diferenciaba de los demás: él
poseía dentro de sí poderes que Voldemort le había dado, poderes que
habían crecido en él... y esos poderes en su sangre habían terminado por
hacer más fuerte a su poseedor original.

—Vale... entiendo entonces esa parte, pero... ¿Qué es eso de que tengo un
poder que me rodea y que debo utilizar los dos para derrotarle? Se supone
que el poder que yo poseo y él no es el... el amor, ¿no? ¿Qué es eso de que
me rodea?

Dumbledore negó con la cabeza.

—Eso es lo más extraño de las profecías. ¿Nunca te has planteado lo


curioso que es que yo oyese la primera profecía de Sybil sobre Voldemort
y tú la segunda? —Harry negó con la cabeza, aunque, ahora que lo
pensaba, sí era extraño—. No se sabe mucho sobre el arte de las profecías,
pero lo que es cierto es que siempre las oye quien tiene que oírlas. Ésta la
escuchó la señorita Weasley, que es amiga tuya, y va dirigida a ti, Harry. Si
alguien tiene las respuestas a los interrogantes que presenta, eres tú. Yo sé
algunas respuestas, y si no sé otras, es que tú debes de saberlas.

—¡Pero no las sé! —repuso Harry.

—Entonces, tienes que descubrirlas.

Harry se dejó caer contra el respaldo de su butaca y miró a los cuadros de


la pared, que escuchaban la conversación atentamente.

—¿Y si las profecías se equivocan? —dijo Harry—. No paran de decir que


yo soy el único que puede derrotar a Voldemort, pero, ¿por qué ha de ser
cierto? ¿Sólo porque la profesora Trelawney lo diga?

—No. Las profecías no funcionan así. Las cosas no suceden de una forma
porque se haya profetizado algo, sino que se genera una profecía porque
las cosas sucederán así. —Harry miró al director con cara de no
comprender nada—. Las profecías son como la historia: ambas cuentan
algo, las unas del futuro, la otra del pasado, y ambas tienen una similitud:
lo que dicen no se puede cambiar, por eso las profecías son tan raras; es
muy difícil prever algo que ocurrirá seguro, y por el o la mayoría de las
profecías son vagas y dan pocos detal es; por ejemplo, la primera dice que
uno de los dos deberá matar al otro... pero no especifica quién ganará. Las
profecías nos informan sobre hechos del futuro que no se pueden cambiar,
pero hay pocos hechos de este tipo, y es por el o que las auténticas
predicciones son tan poco comunes.

—Pero la profecía se equivoca —replicó Harry—. Si Voldemort logra


fusionarse conmigo, o absorberme, como pretende, ninguno de los dos
morirá...

—Bueno, eso significa dos cosas: o bien que no logrará hacerlo, y


terminaréis por enfrentaros a muerte..., o bien esa unión significará tu
muerte, aunque no sea una muerte en el sentido físico... dejarás de ser tú,
perderás tu espíritu, tus recuerdos, lo que te define.

Harry se quedó cal ado un momento, meditando las palabras de


Dumbledore. Se dio cuenta de que tenía razón: en el tercer sueño se sentía
mucho más él mismo que en el primero... y eso le hizo pensar en otra cosa.

—Profesor... ¿Por qué me siento así cuando me embarga ese... ese


supuesto poder que Voldemort dejó en mí?

—Porque nuestros poderes, nuestra magia, está fuertemente ligada a lo


que somos, a lo que sentimos, a nuestras emociones... Recuerda cómo
inflaste a tu tía hace tres años, porque estabas muy enfadado... —

319

Harry asintió—. Bueno, supongo que Voldemort dejó ese poder, y parte de
sus propios conocimientos y recuerdos, parte de lo que él mismo es, en ti.
Por el o, al utilizar esos poderes, te sientes más conectado a él, y su odio,
su rabia, te l enan...

Harry se levantó de un brinco, asustado.

—¿Quiere decir que tengo a parte de Voldemort en mí? ¿Que puede...


dominarme con lo que dejó en mi mente? —exclamó, totalmente
aterrorizado ante la idea.
—No... y sí. Efectivamente, tienes algo de él en ti, sí, pero no por el o
puede poseerte ni dominarte... si tú no te dejas. Sea como fuere, esos
poderes, esas capacidades, forman parte de ti; lo han formado siempre...

¿Recuerdas nuestra conversación al final de tu segundo año aquí? —Harry


asintió—. Me preguntaste algo muy similar... ¿y qué te respondí?

—Que yo estaba en Gryffindor; que había elegido ir a Gryffindor.

—Exacto. Y te lo repito: tú elegiste ser como eres, da igual los poderes


que poseas, o de dónde provengan.

No dejaste que lo que hay en ti marque tu camino, y, con el o, te has


salvado. Obviamente, esos poderes son peligrosos, y no deben ser
utilizados sin control; esa fue una de las razones por lo que te dije todo
aquel o cuando hablamos en agosto. Tenías que comprender que tus
amigos siempre estarían contigo, que tu razón para vivir, para luchar, son
el os; por eso también os prohibí a ti a Ron hacer lo que hacíais... porque
no es bueno pensar sólo en la venganza y olvidarnos de nosotros... o de los
que nos necesitan. Harry, cuando luches, hazlo no por venganza, no por
odio, sino por salvar vidas. Recuerda esto, porque es importante.

Harry no dijo nada, y miró a Dumbledore con gravedad.

—Profesor... no puede pedirme que no le odie —dijo por fin.

—Lo sé, Harry... lo sé. Sé que te han hecho mucho daño. Lupin me
comentó que te había contado la historia de tus padres y tus abuelos.
Imagino cómo debes sentirte... pero esa no es razón para morir. Tus
amigos, los que están vivos, los que están aquí... el os sí son una buena
razón para morir, para luchar.

—Lo sé.

—Tendrás que entrenarte —dijo Dumbledore—. Ahora que estás más


tranquilo, que no estás obsesionado con vengar a Hermione, tendrás que
comenzar a entrenarte para dominar ese poder que posees, antes de que
Voldemort pueda sacar algún provecho de él.
—¿Podría hacerlo? —inquirió Harry.

—Me temo que sí. Quizás no aún, pero sí más adelante.

—¿Cómo voy a prepararme?

—Como lo has estado haciendo hasta ahora.

—¿En el ED?

—No. Con tus amigos. Ron y Hermione te ayudarán, siempre estarán


contigo, y les vendrá bien estar preparados... —dijo Dumbledore—.
También Ginny, supongo... y Nevil e.

—¿Nevil e?

—Sí. Siempre ha sido muy inseguro. Lo que les sucedió a sus padres le
afectó mucho durante toda su vida, pero el año pasado demostró de lo que
es capaz, y creo que aún se puede esperar mucho más de él. ¿Le has
hablado de la profecía?

—No —respondió Harry.

—Pues deberías hacerlo.

—Está bien. Se lo comentaré... —dijo Harry. Respecto al entrenamiento,


¿qué haré?

—Yo te proporcionaré la ayuda y los libros que necesitas, y te guiaré. No


es recomendable jugar con lo que hay en la sección prohibida; es
peligroso.

—De acuerdo.

Harry se quedó mirando al director unos instantes, pensando aún en la


profecía. Dumbledore le miró a su vez, como si esperara algo. Finalmente,
Harry hizo la única pregunta que quedaba por formular:

—Profesor... ¿qué es la Antorcha de la Llama Verde?


—Esa es una buena pregunta —respondió Dumbledore lentamente—. Sin
embargo, siento decirte que no tengo la respuesta, o al menos, una
respuesta satisfactoria... lo único que sé acerca de la antorcha es la leyenda
acerca de el a.

—¿Leyenda?

—Sí. Una antigua leyenda, una leyenda que data de la época de la


fundación de Hogwarts; de hecho, tiene muchísimo que ver con Hogwarts.

—¿Con Hogwarts?

—Sí. Con Hogwarts... y sus fundadores. Si se supone que debes


encontrarla y usarla, tendré que contarte la leyenda tal como yo la
conozco.

—De acuerdo —dijo Harry, disponiéndose a escuchar.

320

31

Leyendas del Pasado

—La leyenda de la antorcha de la l ama verde data de la misma época que


la de la Cámara de los Secretos

—explicó Dumbledore—. De hecho, tienen bastante relación. Sin


embargo, a diferencia de la historia sobre la cámara, a ésta nunca se le
concedió mucho crédito. No aparece en Historia de Hogwarts, y dudo que
pudieses encontrar algo sobre el a en la biblioteca.

—¿Por qué? —preguntó Harry.

—Por lo fantástica que es, y porque nadie ha visto jamás esa antorcha...
sin contar el hecho de que nadie cree en su existencia.

—Pero nadie había visto tampoco la Cámara de los Secretos, y sin


embargo...
—Sí, pero luego entenderás por qué esa historia se extendió... y la de la
antorcha no.

—Si como dice, no aparece en ningún libro, ¿cómo la conoce usted?

—Bueno, todos los directores de Hogwarts la han conocido, generalmente


por habérsela oído a otro director o profesor... Así se ha transmitido la
leyenda durante siglos. Por supuesto, es muy posible que la historia esté
muy alejada de la realidad, aunque, desde luego, explicaría algunas cosas...
—dijo pensativamente.

Luego volvió a mirar a Harry—. En fin, supongo que conoces la historia


de la fundación de Hogwarts, ¿no?

—Sólo lo básico —respondió Harry.

—Entonces te la contaré un poco más en profundidad, porque tiene una


relación muy grande con la leyenda de la Antorcha.

Harry asintió de nuevo.

—Bien... Según tengo entendido, en Navidad Lupin te habló del Consejo


de los Magos, ¿verdad? Te contó cómo ningún alumno de familia muggle
era iniciado en la magia hasta que se construyó Hogwarts. —Harry asintió
—. Bueno, pues debes saber que Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw y
Hufflepuff eran todos miembros del Consejo de los Magos.

—¿Todos? —preguntó Harry, sorprendido.

—Sí, todos. De hecho, eran además grandes amigos; Gryffindor y


Slytherin eran casi inseparables, y lo mismo podría decirse de Hufflepuff
y Ravenclaw.

—¿Gryffindor era amigo de Slytherin? —se extrañó Harry—. Pero si


luego...

—Sí, eran grandes amigos. ¿No oíste la canción del sombrero


seleccionador del año pasado?
—Sí, pero no recuerdo que dijera nada de eso...

—Pues lo dijo —repuso Dumbledore—. Gryffindor y Slytherin eran los


más grandes magos de su tiempo, además de muy amigos. Ambos tenían
sus diferencias, desde luego, pero habían aceptado que eso era parte de su
amistad. Slytherin, sobre todo, era el más grande, y deseaba por encima de
todo alcanzar poder en la magia, el máximo poder posible. Era
extremadamente ambicioso. Gryffindor, por su parte, no estaba tan
interesado en el poder en sí como en hacer grandes cosas, grandes hazañas
con él. Sin embargo, todos coincidían en un deseo, un deseo común que
era mayor que sus anhelos personales: construir un lugar donde los niños y
niñas mágicos pudiesen aprender todo aquel o que podían enseñarles.

»Así fue cómo, tras un tiempo y duros trabajos, Hogwarts fue construido.
Los cuatro trabajaron con ahínco, y eligieron este lugar por hal arse cerca
de Hogsmeade, lugar adonde los alumnos podrían ir de vez en cuando.
Cada uno de los fundadores puso algo de él en este castil o, y construyeron
salas secretas y habitaciones encantadas; pasadizos ocultos y puertas
invisibles. Sería justo decir que hicieron tantas cosas que no creo que
nadie haya descubierto nunca todos los secretos del castil o.

»Cuando el colegio estuvo listo, empezaron a buscar niños con dotes


mágicas y los trajeron a estudiar aquí.

Los cuatro tenían en mente la idea de que Hogwarts fuese el colegio de


magia más importante del mundo.

»Por supuesto, cada uno de los fundadores tenía sus preferencias, así que
decidieron dividir a los alumnos en casas, según los caracteres de cada
uno. Cada niño era examinado por los cuatro fundadores y elegido por uno
de el os.

—Parece todo genial, ¿no? —comentó Harry.

—Sí, al principio... hasta que Gryffindor empezó a buscar magos entre los
muggles. En cuanto Slytherin se enteró, se opuso, alegando que los hijos
de muggles no tenían idea ninguna acerca de nuestro mundo, y que no
tenían derecho a estar al í. Gryffindor, sin embargo, se empeñó, y los
alumnos hijos de muggles fueron admitidos en su casa, al igual que en las
casas de Ravenclaw y Hufflepuff, que se mostraron del lado de Gryffindor
en la disputa. Slytherin, por tanto, cedió, pero nunca admitió a ninguno de
el os en su casa, y los miraba con recelo.

»Evidentemente, Slytherin no fue el único que se disgustó ante la idea de


hijos de muggles en Hogwarts; la mayoría de los miembros del Consejo de
los Magos también lo hicieron, aunque poco podían hacer, porque 321

Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw eran los más grandes, sin contar a


Slytherin, y éste no quería disputar más con Gryffindor. Por tanto, durante
años el colegio funcionó en armonía, mientras los fundadores lo dirigían, y
las cuatro casas vivían en sana competitividad, pero sin odios entre el as.
No obstante, a Slytherin cada vez le gustaba menos la idea de tener
alumnos de sangre muggle en Hogwarts, creía que hablarían a todo el
mundo muggle acerca de los magos; los veía sorprenderse con cada cosa
mágica y le parecían tontos y poco aptos para l egar a ser alguien
importante en el mundo mágico; no se fiaba de el os.

»Tras tener nuevas discusiones con Gryffindor y los demás fundadores


acerca de el o, decidió concentrarse en su otra gran obsesión: la búsqueda
del poder. Los años en Hogwarts ocupándose de la educación de los demás
y descuidando la suya propia habían hecho renacer una desmesurada
ambición en él; deseaba construir un objeto tan poderoso como fuera
posible, un objeto capaz de focalizar y concentrar toda la magia.

Había hablado de su idea con Gryffindor, y éste, pensando en la gran


cantidad de cosas que podrían hacerse con un objeto así se unió a él para
construirlo.

»Trabajaron durante años, en secreto; sólo Ravenclaw y Hufflepuff


supieron de lo que estaban haciendo, pues Slytherin les pidió ayuda:
necesitaban la inteligencia de Ravenclaw y la tenacidad de Hufflepuff.

Pusieron todo su conocimiento y poder en la construcción de ese objeto y,


al final, tuvieron éxito.

—¿Es la antorcha, verdad? —dijo Harry.


—Sí... o eso dice la leyenda. Realmente, ni Gryffindor ni Slytherin
hablaron a nadie acerca de la antorcha, excepto a Hufflepuff y a
Ravenclaw, y ni siquiera el as sabían mucho acerca de lo que era, a pesar
de haber colaborado en su construcción. Slytherin no quería revelar el
secreto, porque el objeto era muy poderoso y cualquier mago lo desearía.

»Sin embargo, para usar el poder de la antorcha, no bastaba un mago solo,


sino que tenían que ser dos, dos a la vez, y no dos cualesquiera. Según las
palabras que se transmitieron en la leyenda, tenían que ser dos personas
con un vínculo mágico profundo que tuvieran mentalidades opuestas... una
especie de dualidad; sólo eso encendería la antorcha y permitiría que
ambos magos pudiesen usarla para un bien común, y nunca para los
intereses personales de uno de el os.

—¿La antorcha tiene que ser usada por dos magos? —preguntó Harry,
sorprendiéndose del detal e.

—Sí, o al menos, eso se dice. Al parecer, la hicieron así porque el poder de


dos magos conectado por la antorcha podría conseguir cosas increíbles, y,
además, se aseguraban de que nadie podría robar y usar la antorcha para
malos fines.

—¿Quién podía usarla? —preguntó Harry.

—Bueno, Slytherin y Gryffindor, obviamente; que se sepa, eran los únicos


que podían... claro que, como nadie conocía la existencia de la antorcha,
no se sabe si alguien más podría haberla hecho funcionar. En la leyenda se
dice que ninguna pareja de los cuatro fundadores que no fueran el os dos
era capaz de encenderla. Es todo lo que se sabe sobre eso.

—¿Qué poderes tiene?

—Ése es otro misterio —declaró Dumbledore—. Se dice que posee algún


poder sobre la mente, y también la capacidad de canalizar y focalizar la
magia de quienes la usan, pero no se cuenta nada más, y quizás sólo sean
invenciones.
»La leyenda cuenta también que Gryffindor y Slytherin la usaron para
crear la mayoría de los hechizos que protegen Hogwarts, como el hechizo
antidesaparición, y eso explicaría por qué Voldemort aún no ha sido capaz
de romperlo; se dice también que usaron la antorcha para crear el Libro
del Registro, que localiza a cada niño mágico cuando nace para que pueda
acudir al cumplir los once años... incluso también cuenta que el Sombrero
Seleccionador fue creado a partir de las mentes de los cuatro fundadores
usando la antorcha, para que fuese más fácil la selección de los nuevos
alumnos...

—Vaya... cuántas cosas, ¿no?

—Si son ciertas —puntualizó Dumbledore—, que podría ser que no.

—Profesor... ¿usted cree en la existencia de la antorcha?

—Bueno, no estaba seguro de creer en el a... hasta ahora. Si la profecía


dice que la necesitarás, es que obviamente existe.

—Pero ¿dónde está? ¿Qué sucedió con el a?

—Bueno... pasaron los años, y durante ese tiempo, la antorcha fue


guardada como un secreto, siendo utilizada sólo en contadas ocasiones, y
no se sabe siquiera para qué. Mientras, en el colegio, las cosas empezaban
a cambiar. Slytherin volvió a tener nuevas discusiones con Gryffindor
acerca de los hijos de muggles, y estas disputas cada vez eran más
violentas; los alumnos de sangre muggle empezaron a temerle, y no sólo a
él, sino también a los miembros de su casa, que se contagiaron del odio de
su mentor por el os.

»Sucedió que, un año, un alumno de sangre muggle logró las más altas
calificaciones de su curso, algo que nadie como él había hecho hasta
entonces; se dice que Slytherin no quiso entregarle el premio que el
colegio concedía por entonces al alumno más aventajado, y la ceremonia
de entrega se realizó sin él. Esto, desde luego —aclaró Dumbledore—, no
se sabe exactamente si fue cierto o falso. La historia cuenta que Slytherin,
322
durante la ceremonia, se sumió en oscuros pensamientos y en odio hacia
los sangre sucia, como había empezado a l amarlos en secreto, temiendo
que algún día pudiesen ser importantes en el mundo de la magia. Sabiendo
que nunca convencería a los demás de sus ideas, terminó de construir la
Cámara de los Secretos y encerró al í a un monstruo.

»Su intención era que fuese algo secreto, claro, aunque se lo contó a
miembros de su casa, según dicen las historias, y así la leyenda de la
Cámara de los Secretos se difundió y se transmitió hasta nuestros días
como un rumor. Gryffindor la oyó, pero se negó a creer que su amigo fuese
capaz, pese a su intolerancia, de hacer algo semejante. Sin embargo, un
día, al parecer, descubrió a Slytherin intentando usar la antorcha para
cambiar el hechizo del Libro del Registro e impedir que aparecieran en él
los hijos de los muggles; por supuesto no lo consiguió, porque él solo no
podía usar la antorcha. Estal ó una disputa entre el os, donde salió a relucir
el tema de la Cámara, y algo hizo creer a Gryffindor que de verdad existía.
Horrorizado, se enfrentó a su amigo, y tras la mayor discusión que jamás
habían tenido, su amistad se terminó. Slytherin decidió abandonar el
colegio, a pesar de lo mucho que lo amaba, pues no quería seguir rodeado
por los demás fundadores y los hijos de los muggles. Así, una noche, sel ó
la cámara hasta que l egase su heredero y se aprestó a marcharse. Entonces
recordó la antorcha y decidió que no quería que se quedara en manos de
sus ahora enemigos. Así pues, intentó l evársela, pero no pudo.

—¿Por qué no pudo?

—Porque la antorcha no podía ser sacada de Hogwarts por nadie que no


pudiese encenderla, y Slytherin solo no podía hacerlo. Furioso, decidió
ocultarla para que, al menos, sus enemigos nunca pudiesen usarla.

Posteriormente abandonó el castil o, y nadie volvió a saber de él nunca —


terminó Dumbledore.

—¿Entonces la antorcha está aquí? —preguntó Harry.

—Sí, pero nadie sabe dónde, porque nadie la ha visto nunca —contestó
Dumbledore—. Gryffindor la buscó durante años, pero nunca la encontró.
Nadie sabe dónde la ocultó Slytherin.
—Y se supone que yo debo usarla.

—Sí.

—¿Y cómo voy a usarla si no sé dónde está? ¿Tengo que buscarla?

Dumbledore suspiró, y en su rostro apareció una expresión de derrota.

—No lo sé —dijo—. No lo sé...

Harry también suspiró y miró al suelo.

—Ya pensaremos en el asunto de la antorcha —le dijo Dumbledore—.


Ahora preocúpate simplemente de prepararte, ¿de acuerdo? Pero no te
obsesiones. Recuerda que pronto tendréis el partido contra Hufflepuff.

Intenta distraerte un poco.

—¿Distraerme? —preguntó Harry, sorprendido—. No creo que pueda,


profesor. ¿Cómo voy a distraerme con lo que acabo de oír?

—Harry, sé que es duro, pero tú mismo me hiciste prometer que no te


ocultaría nada. Si lo he hecho en algún momento este año —Harry alzó la
vista— ha sido sólo temporalmente y por necesidad, o porque no haya
estado seguro de algo. Como te dije antes, nadie lamenta todo esto más
que yo. He intentado protegerte toda tu vida, y siento que ahora estoy
fracasando, porque ya no puedo hacer nada por ayudarte o darte tiempo. Ya
ni siquiera puedo responderte a la mitad de las cosas que me preguntas, y
sé que eso te decepciona.

Harry no dijo nada.

—Es mejor que ahora te vayas. Ve con tus amigos, habla con el os. Te hará
bien. Seguid practicando con lo que conseguisteis en la Sección Prohibida
de la biblioteca, y pronto yo os proporcionaré más cosas.

—Está bien —dijo Harry, levantándose y dirigiéndose a la puerta—. Hasta


luego, profesor.
—Harry... —lo l amó Dumbledore. Harry se volvió y miró al director—.
No estás solo.

—Lo sé —respondió Harry, esbozando una sonrisa antes de bajar por la


escalera.

Se dirigió lentamente a la sala común, sin prisa, aprovechando el tiempo


para pensar. Recordaba las palabras de la profecía, pero lo que más volvía
a su cabeza no era la misteriosa Antorcha de la Llama Verde... eran otras
palabras; unas palabras sencil as, y que, sin embargo, le l enaban de terror:
El momento se acerca...

El momento se acerca. La hora del enfrentamiento final contra Voldemort,


la lucha en la que uno de los dos moriría. Había deseado que l egara ese
momento, pero ahora que Hermione estaba bien, que su vida volvía a estar
más o menos como antes, sentía que ese pensamiento lo asustaba. No: lo
aterrorizaba... ¿Qué posibilidades tenía? Bufó. No había tenido casi
posibilidades en sus enfrentamientos anteriores. ¿Cómo lo haría ahora,
siendo Voldemort mucho más poderoso? «Bueno, tú también eres más
poderoso», pensó. Era cierto. Aquel os poderes le hacían más fuerte,
pero... ¿Daría resultado usar los poderes que Voldemort le había
transferido contra él? Y además, estaba el hecho de aquel poder «que le
rodeaba», y que tendría que usar también... Dumbledore le había dicho que
él tenía que saber, o descubrir, qué poder era, pero no tenía ni idea... se
suponía que el sólo poseía un poder que Voldemort no tenía: el amor; el
amor de su madre al 323

morir por el a, el amor de aquel os a los que quería, pero... ¿qué era eso de
que lo rodeaba? No lograba explicarse nada, y la cabeza ya le daba vueltas.

—¿Te vas a quedar ahí todo el día? —le preguntó la Señora Gorda,
sacándole de sus pensamientos. Sin darse cuenta había l egado a la torre de
Gryffindor.

—Ah... sí, «escarapelas rojas» —dijo, y el retrato se abrió para dejarle


pasar.
Cuando entró en la sala común, vio a Ginny, a Ron y a Hermione sentados
junto a la chimenea. Ron y Hermione miraban a Ginny, pero se volvieron
hacia él al verle.

—¡Harry! —dijo Ron—. ¿Qué ha pasado? Los de quinto han l egado


hablando no se qué de una profecía de la profesora Trelawney, pero Ginny
no nos quiere decir nada. —Le lanzó a su hermana una mirada fulminante
—. ¿Qué ha pasado?

—Subamos a nuestro cuarto —dijo Harry.

—¿A vuestro cuarto? —preguntó Hermione.

—¡Ay, Hermione! ¿Vas a decir lo mismo cada vez? —dijo Ron.

—Es que...

—Seamus está fuera, con Lavender, Nevil e está en la biblioteca y Dean se


ha quedado dormido en aquel a butaca —explicó Ron, exasperado—. No
hay problema.

—Vale... —aceptó Hermione, aunque no demasiado convencida.

Harry se dirigió a su habitación y los demás lo siguieron, atrayendo


miradas de los demás alumnos que estaban en la sala común.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron, en cuanto hubo entrado y cerrado la puerta


—. ¿A qué tanto misterio?

Harry tomó aire antes de contestar.

—Lo que decían esos de quinto es cierto. La profesora Trelawney ha


realizado otra profecía.

—¿Otra? —preguntaron Ron y Hermione a un tiempo.

—Sí. Ginny estaba al í. El a acudió al despacho de Dumbledore y se lo


contó.
—Por eso te l amó —dijo Ron.

—Sí.

—¿Qué dice? —quiso saber Hermione, impaciente.

Harry les repitió las palabras de la profecía, lo que Dumbledore le había


contado sobre su sangre y su conexión con Voldemort.

—Vaya... —dijo Ron cuando Harry hubo terminado—. Así que eso es lo
que te pasó en la enfermería y en el lago...

—Sí... pero en el lago, Ron, también te pasó a ti algo parecido. ¿No lo


recuerdas?

—Sí —respondió Ron, temeroso—. Pero... yo no... yo no tengo nada de


Voldemort, ¿verdad? —preguntó.

—No... pero Dumbledore cree que hemos estado... compartiendo


habilidades.

—¿Compartiendo habilidades? —preguntó Hermione, sin entender.

—Él tampoco se lo explica. Me dijo algo de un vínculo entre nosotros,


pero nada más. Lo que sí me dijo es que tendría que aprender a dominar
estos poderes... que tengo que entrenarme en serio.

—¿Entrenarte en serio? —preguntó Ron.

—Sí... Dumbledore me dijo que me permitiría usar la Sección Prohibida.

—¿La Sección Prohibida? ¿Vas a hacer lo mismo que hacíamos tú y yo


antes? —quiso saber Ron.

— vamos a hacer, quieres decir.

—¿Vamos? ¿Nosotros también? —preguntó Hermione.


—Sí. Nosotros cuatro. Dumbledore dice que vosotros también tenéis que
prepararos, y yo no puedo entrenar solo.

—¡Genial! —exclamó Ron, emocionado—. ¿Y dónde lo haremos? ¿Aquí?

—No. Esta habitación es muy pequeña para cuatro... usaremos la Sala de


los Menesteres.

—Sí, mucho mejor —opinó Ginny—. ¿Cuándo empezaremos?

—Mañana —respondió Harry.

—De acuerdo —dijo Hermione—. Y Harry... ¿qué es eso de la «Antorcha


de la Llama Verde»?

Harry respondió a la pregunta relatándoles la leyenda que Dumbledore le


había contado a él, incluido el hecho de que nadie sabía dónde estaba y que
nadie creía en su existencia.

—Bueno, tenemos que encontrarla, ¿no? —dijo Hermione pensativamente


—. Habrá que buscar en la biblioteca...

—Dumbledore me dijo que seguramente no encontraría nada en la


biblioteca —replicó Harry—. Es una historia que muy poca gente conoce...

—Algo tiene que haber —insistió Hermione—. ¡Siempre hay algo!

—Como quieras —dijo Harry—. Lo importante ahora es que empecemos a


entrenarnos. Dumbledore me dijo que no me preocupase por la antorcha de
momento, tal vez él tenga alguna idea.

324

—Sí, además, no sé cómo vamos a encontrarla nosotros. Si los fundadores


de Hogwarts no pudieron, conociendo el castil o, creo que nuestras
posibilidades son pequeñas... quien sabe dónde la escondió el viejo
chiflado de Slytherin... a lo mejor la enterró en el bosque, o la metió en un
muro... —dijo Ron.
—Pero sería muy interesante encontrarla pronto, ¿no? Quién sabe qué
increíbles poderes tenga... —

comentó Hermione.

—De todas formas, si la leyenda dice la verdad, se necesitan dos magos


opuestos para usarla —dijo Harry

—. No creo que ninguno de nosotros pueda utilizarla...

—¿Entonces? —inquirió Ginny—. ¿De qué sirve?

—Magos opuestos... ¿Tú y Voldemort? —sugirió Ron, espantado.

Hermione miró a Ron y abrió mucho los ojos.

—¡Claro! Pero... ¿cómo vais a utilizarla juntos?

—No tengo ni idea, y prefiero no pensarlo —respondió Harry.

—Bueno, yo he quedado con Luna —dijo Ginny, mirando la hora—. Nos


veremos en la cena, dentro de un rato.

Se levantó y salió de la habitación.

—Será mejor que nosotros también bajemos —dijo Hermione.

Los tres amigos bajaron a la sala común, sin hablar, y se sentaron cerca de
la ventana.

—¿Una partida de ajedrez mientras no es hora de cenar, Harry? —propuso


Ron.

En cuanto los tres amigos entraron en el Gran Comedor, veinte minutos


después, el murmul o habitual descendió, mientras todas las cabezas se
volvían hacia el os. Probablemente, a esas horas todo el colegio se habría
enterado de la extraña profecía, y aunque nadie conocía la primera, no era
muy difícil suponer a quien se refería con aquel o de «aquél al que ha
marcado». Harry suspiró, pensando en cuánto tardarían esta vez sus
compañeros en tener miedo de él, teniendo en cuenta lo que la profecía
decía acerca de los poderes de Voldemort que habían crecido en él, y el
extraño comportamiento que habían tenido el y Ron, sobre todo el asunto
de Malfoy junto al lago. Sin embargo, decidió que no le importaba... tenía
a su lado a quien necesitaba, y tenía ya suficientes preocupaciones sin que
se añadiera lo que pensaban los demás sobre él.

Se sentaron en la mesa de Gryffindor, donde ya estaba Ginny. Luna la


acompañaba. Cuando Harry se sentó, la chica le miró con interés.

—¿Qué tal estás? —le preguntó.

—Bien... —respondió Harry, extrañándose ante la pregunta—. ¿Por qué lo


dices?

—Bueno, he oído rumores sobre una profecía, y luego Ginny me ha


hablado de lo que pasó...

Harry miró a Ginny con expresión reprobatoria.

—Bueno, el a ya lo sabía, y además, es amiga nuestra, ¿no? —se defendió


Ginny.

—Sí, supongo... —dijo Harry.

—Eso de que la hora se acerca... ¿quiere decir que pronto tendrás que
enfrentarte a Voldemort? —preguntó Luna, como si fuese la cosa más
normal del mundo.

—Sí —respondió Harry.

—Vaya... y todo por una profecía... Es como las que había en el


Departamento de Misterios, ¿verdad? Como las que querían los
mortífagos...

—Sí —volvió a decir Harry.

—Mi padre siempre ha dicho que el Ministerio guarda cosas muy


importantes al í, cosas que la gente debería saber.
—¿Como qué? —preguntó Ron sarcásticamente—. ¿Unicornios sin
cuerno?

Hermione soltó una débil risita que se apresuró a disimular con una tos.

—No —repuso Luna muy tranquila, mirando a Ron fijamente—. Cosas


como sentimientos... al í juegan con cosas muy peligrosas, como el velo
aquél, y no dicen a nadie para qué lo hacen. ¿Quién sabe qué fines tendrán
esas cosas?

—Lo hacen para estudiarlas —repuso Hermione.

—¿Para estudiarlas? ¿Qué hay en la cámara aquel a que no pudimos abrir?


¿Eh?

Hermione no respondió.

—Dumbledore me dijo que siempre estaba cerrada —dijo Harry.

—¿Siempre? —preguntó Ron—. ¿Nadie entra? ¿Ni los inefables?

—No. Dumbledore dijo que había una fuerza inmensa y maravil osa... creo
que es... amor.

—¿Amor? —preguntó Ron, escéptico—. Lo dices como si el amor se


pudiera meter en una caja, como las patatas...

—Oye, a mí no me digas, yo no sé nada...

325

—Bueno, yo me voy a mi mesa —dijo Luna. Miró a Harry y sonrió—. No


te preocupes, Harry. Todo acabará bien. Lo sé... tus padres cuidan de ti,
igual que mi madre cuida de mí —añadió, con gran seguridad.

Se fue, y Harry se la quedó mirando fijamente. Entonces fue él el que


esbozó una sonrisa.
Esa noche, cuando se metió en la cama, Harry tardó en dormirse, porque
realmente tenía mucho en lo que pensar. Constantemente le venían a la
mente las palabras «el momento se acerca», y la idea de enfrentarse él solo
a Voldemort, sin ayuda, lo aterrorizaba. No obstante, sabía que al final, l
egado el momento, no tendría tanto miedo. Así le había pasado las
anteriores ocasiones en que había estado frente a él; una vez aceptado que
no podía huir, se había sentido más valiente y dispuesto... esperaba que
fuese así también la próxima vez, porque ahora Dumbledore ya no podría
protegerle como antes... no se repetiría una batal a como la del Atrio del
Ministerio... Dumbledore ya no podía enfrentarse a Voldemort con
garantías.

Esos pensamientos no le l evaban a nada, así que se concentró en la


Antorcha de la Llama Verde. ¿Para qué serviría? ¿Dónde la habría
escondido Slytherin antes de abandonar Hogwarts? No se le ocurría nada...

tendrían que encontrar alguna manera de hal arla, quizás con algún
hechizo. Aunque no imaginaba qué tipo de hechizo podrían usar el os que
no se le hubiera ocurrido a nadie antes. Extrañamente, se dio cuenta de que
el nombre, «Antorcha de la Llama Verde», le sonaba, le sonaba
extrañamente, aunque nunca lo había oído antes, de eso estaba seguro.
Pensando en el a, y en los poderes que tendría, y en cómo podría usarla
para luchar contra Voldemort, se durmió.

Soñó que estaba en un pasil o de Hogwarts. Avanzaba por él, pero no l


egaba ni al final, ni a ningún corredor lateral o puerta. Caminó durante
mucho tiempo, hasta que sintió que alguien le l amaba. Se volvió a mirar,
pero no vio a nadie. Siguió avanzando, y de pronto el pasil o se terminó.
Se encontraba en una sala circular que no tenía más salidas. De pronto, una
neblina fantasmal se formó frente a él, y el rostro de Slytherin, tal como lo
había visto en otro sueño, le habló:

—Ya lo sabes... ya la tienes... encuéntrala... encuentra la Antorcha de la


Llama Verde... y únete a él... ríndete a él... ríndete a mí... deja que crezca
en ti, escucha su voz... deja que te hable, deja que te enseñe...

Harry se quedó asombrado, sin saber qué decir. La habitación empezó a


dar vueltas y se despertó. Era por la mañana.
Así que era eso. Eso era lo que tenía encontrar, que conseguir. Era la
Antorcha de la Llama Verde. Eso era aquel o tan importante, pero claro, no
había podido saberlo porque no conocía la existencia de tal objeto por
entonces...

Se levantó, se vistió y bajó a la sala común, a esperar a Ron y a Hermione

—¿Quieres decir que es con esa Antorcha con lo que se supone que
Voldemort conseguirá unirse a ti, o poseerte? —preguntaba Ron en voz
baja durante la clase de Encantamientos. Estaban practicando hechizos
parlantes con unas estatuil as que el profesor Flitwick les había dado, y era
un momento ideal para hablar, de tanto ruido que había.

—Eso creo —afirmó Harry.

—Vaya, entonces se entiendo que tengáis que utilizarla entre los dos... —
comentó Hermione.

—Bueno, Harry, si los dos tenéis que usarla, entonces la solución es sencil
a: no la uses y no podrá apoderarse de ti —dijo Ron, muy satisfecho de su
conclusión.

Hermione le miró con expresión de paciencia.

—Ron, ¿no recuerdas la profecía? Si Harry no usa la Antorcha, no podrá


vencer a Voldemort.

Ron frunció el ceño.

—¿Y por qué sabes tú todas esas cosas en tu sueño? No entiendo que pinta
Slytherin en tu cabeza —dijo Ron.

—No sé... supongo que se deberá a mi conexión con Voldemort... recuerdo


que cuando estábamos en segundo, el nombre de Tom Ryddle me decía
algo, y sin embargo no lo había oído nunca.

—Conocimientos ocultos en la mente que no se han aprendido —dijo


Hermione, haciendo que su estatuil a se pusiera a cantar una canción
muggle—. Leí algo acerca de el o en un libro. Se supone que las mentes de
los magos, bajo ciertas condiciones, pueden transmitir conocimientos de
padres a hijos... supongo que Voldemort, junto a esa «mente compartida»
te pasó ciertos conocimientos o recuerdos suyos.

—¿Y cómo se puede entrar en ese «conocimiento oculto»? —preguntó


Harry.

—No sé —respondió Hermione—. Es una cosa muy rara, y no está muy


investigado.

—Genial —musitó Harry—. Ninguna respuesta.

326

El resto de la semana resultó muy ajetreada, con los entrenamientos de


quidditch, la reunión del ED del miércoles y el trabajo extra de Harry, Ron,
Hermione y Ginny, que buscaban entre el material que Ron y Harry
guardaban hechizos y maldiciones para protegerse y defenderse.

La reunión del ED resultó un tanto incómoda para Harry, porque la


mayoría de los miembros querían saber algo acerca de la profecía, qué
significaba, y si realmente se refería a él.

—No puedo hablaros de eso —contestaba Harry a la pregunta de Justin


Finch-Fletchley.

—Pero tú lo sabes, ¿no? —inquirió Ernie Macmil an—. Se refiere a ti.

—Sí, se refiere a mí, pero ya he dicho que no quiero ni pienso hablar de


eso, ¿de acuerdo?

—Sí, pero... —comenzó a decir Anthony Goldstein.

—Ya vale —intervino Henry Dul ymer—. Si Harry no quiere hablar de el


o, o no puede, sus razones tendrá.

Harry le dirigió a Henry una mirada de agradecimiento.


—Gracias, Henry. Bueno, venga, a trabajar —ordenó—. Tú, Henry, ven
conmigo, te enseñaré algunas cosas... Sarah, tú...

—Yo puedo ayudarla —se ofreció Nevil e—. Así repaso un rato, y luego
practicaré con Ron y Hermione.

—Gracias, Nevil e —dijo Harry.

Empezó a trabajar con Henry, mientras Nevil e mostraba a Sarah varios


tipos de maleficios y contramaleficios. La chica aprendía deprisa, y exigía
a Nevil e que le enseñase más.

—Qué ambiciosa eres —comentó Nevil e, con una sonrisa.

—Bueno, soy de Slytherin, ¿no? —respondió el a con otra sonrisa.

Pasaron los días, y Harry, Ron, Hermione y Ginny seguían entrenándose


por su cuenta, en solitario. Harry y Ron les enseñaron las maldiciones de
jaqueca, la maldición cortante, la Maldición de la Locura y otras varias
que habían aprendido, mientras intentaban dominar el poder de Harry. Sin
embargo, en esto no estaban teniendo demasiado éxito.

—Sigues luchando estupendamente, Harry —dijo Ron un día—, pero no es


ya como antes, como cuando Hermione no estaba.

—Lo sé —respondió Harry—. No consigo sentir lo mismo... necesito algo


que me enfade, que me produzca verdadero odio...

—¿Y si piensas en Malfoy? —sugirió Ginny.

—No basta. No l ega con pensar... tiene que ser algo mucho más profundo,
no sé...

—¿Por qué no le preguntas a Dumbledore? —dijo Hermione.

—Ya lo he hecho, y me ha respondido que debo seguir intentándolo, que


debe salir de mí. Él no puede ayudarme en esto. Dice que vosotros sabréis
mejor que nadie cómo ayudarme.
—¿Nosotros? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. Si él lo dice...

Sea como fuere, Harry no lograba avanzar en el control de sus habilidades,


y el caso es que Nevil e empezaba a sospechar, o eso creían, porque a
veces se los quedaba mirando cuando salían de la sala común, o cuando
volvían, y ponía cara de saber que algo sucedía y se lo estaba perdiendo.
Harry sabía que tenía que hablar con él, y además tenía ganas de hacerlo,
sobre todo desde que había sabido que sus padres y los de él habían sido
grandes amigos, que quizá habían incluso estado juntos cuando aún eran
niños... pero la final de quidditch al principio, y lo de Hermione después,
le habían distraído mucho. Al final había decidido hablar con él tras el
partido contra Hufflepuff.

Por su parte, Luna, según había dicho Ginny, también sospechaba algo.
Ambas pasaban muchísimo tiempo juntas ahora, ya fuera en clases o en la
biblioteca, y eran grandes amigas. Ginny contaba que a veces la miraba
raro, y que le decía cosas como «tú ocultas algo», cosa que Ginny se
apresuraba a negar.

—Harry, estás algo distraído hoy —le comentó Ron al terminar el


entrenamiento del martes anterior al partido contra Hufflepuff.

—Lo siento, tengo la cabeza en otra parte —contestó.

Así era: se había puesto a pensar en el entrenamiento del día anterior,


donde tampoco había logrado ningún resultado, pese a intentar por todos
los medios enfadarse y sentir odio y rabia. De hecho, en eso había tenido
éxito, porque había pensado en la muerte de Sirius, en los padres de
Hermione, en lo que le había pasado a el a, en Bel atrix Lestrange... pero la
sensación de poder no había surgido en él. Por otro lado, le gustaría tener
alguien con quien hablar, como a Sirius... pero ya no estaba. Pensando en
esto, vio a Luna, que había estado viendo el entrenamiento; había bajado
con Ginny. Recordó lo que el a le había dicho sobre su madre y le entraron
ganas de hablar con el a.

—Yo no voy —dijo Ron—. Tengo cosas que hacer.


—Yo tengo muchísimos deberes —se disculpó Ginny—. Tampoco me
puedo quedar... pero el a y yo íbamos a subir juntas...

327

—Id vosotros —les dijo Harry, acercándose a Luna, que se levantaba—.


Hola Luna.

—Hola —contestó la chica, que también se había levantado.

—No, no te vayas —le pidió Harry—. ¿Podemos hablar un momento?

—Claro —respondió el a, un tanto extrañada—. ¿Qué quieres?

—Luna, eso que dijiste de que mis padres me protegen, y que tu madre a
ti, y que a veces sueñas con el a...

¿Lo dices en serio?

—Por supuesto —contestó—. ¿Acaso tú no lo crees?

—No lo sé... todo el mundo me dice siempre que aquel os a los que
queremos nunca nos abandonan, pero...

—Porque es cierto. Mira, ya te dije que yo he soñado a veces con mi


madre, y quizá pienses que sólo es un sueño, pero yo no lo creo... creo que
el cariño de nuestros seres queridos se queda aquí, se mantiene... sólo que
no somos capaces de darnos cuenta a veces de el o. Excepto en los sueños,
cuando estamos más relajados.

Aquel o tenía cierto sentido. Harry recordaba que Snape le había dicho que
él percibía a Voldemort más claramente cuando dormía, porque su mente
estaba más relajada, más abierta...

—Quizás tengas razón...

—La tengo. ¿No recuerdas el velo? ¿No recuerdas las voces? Son las l
amadas de los muertos a sus seres queridos.
—¿Cómo? —Harry miró a la chica muy fijamente—. ¿Cómo sabes eso?

—Mi padre escribió un artículo hace mucho tiempo sobre ese velo del
Ministerio...

Harry frunció el ceño involuntariamente, y Luna lo captó.

—Te aseguro que es cierto —dijo—. Mi padre habló con antiguos


funcionarios del Departamento de Misterios, pero no pudo obtener toda la
información que quería, porque no pueden hablar mucho. De todas
formas... ese arco es como una puerta, o algo así. ¿No sentiste acaso su l
amada, su atracción? —Harry asintió—. ¿Ves? La l amada de los muertos
por sus seres queridos.

—Sí, tal vez tengas razón, pero... ¿y cuando no estamos cerca del velo?

—El velo no es la única puerta —contestó Luna.

—¿No? ¿Y dónde están las otras?

Luna se encogió de hombros.

—No lo sé.

Harry miró al frente, al vacío campo de quidditch, y luego se levantó, sin


decir nada. Luna lo imitó. Juntos volvieron al castil o.

—Entonces de verdad crees que el os están con nosotros. Siempre.

—Sí —respondió Luna.

Harry sonrió. La creía. Aunque resultara increíble, la creía. Creía en lo que


había dicho sobre el velo, y también en lo demás. Ron y Hermione
apreciaban a Luna más que el año anterior, bastante más, pero no como
había l egado a apreciarla él. Aunque no habían hablado muchas veces,
cada vez que lo hacía se sentía bien... el a creía en cosas increíbles, creía
en casi todo, y descubrió que le gustaba ese punto de vista.
Quizás porque, con lo que pasaba y con lo que esperaba, necesitaba creer
en lo imposible.

Se despidió de Luna en el vestíbulo y se dirigió a la sala común, quizás a


hacer sus deberes de Pociones, con Ron y Hermione. Snape estaba raro, y
quizás pareciese odiarle menos y ser más amable, pero como profesor no
había cambiado ni un ápice y seguía siendo igual de severo y exigente.

Cuando entró en la torre de Gryffindor, sin embargo, no vio a ninguno de


sus dos amigos. Sólo estaba Ginny, leyendo su libro de Transformaciones
junto a la chimenea.

—¿Dónde están Ron y Hermione? —le preguntó, sentándose a su lado.

El a se encogió de hombros.

—Algo de prefectos, creo... —respondió, con vaguedad—. ¿Qué tal la


charla con Luna?

—Bien... Sus puntos de vista son... muy originales.

—Pero muchas veces está en lo cierto, ¿verdad?

—Sí.

—Oye, Ginny...

La chica levantó la mirada de su libro y la fijó en Harry.

—Muchas gracias por tu apoyo, por tu ayuda, cuando Hermione estaba en


la enfermería. No sé qué habríamos hecho sin ti... Lamento haberte
gritado.

—No pasa nada, Harry. Sé que fue muy duro para vosotros. Lo fue para mí,
así que no me imagino lo que debió ser para Ron y para ti...

—Eres una buena amiga.


—Bueno, tú me salvaste la vida ya... ¿tres veces? —dijo con una sonrisa, y
ambos se rieron.

Estuvieron el resto de la tarde juntos, haciendo los deberes o hablando,


hasta que l egaron Ron y Hermione y los cuatro juntos bajaron a cenar.

328

32

Defensa Avanzada Contra las Artes Oscuras

El día del partido contra Hufflepuff era esperado por todo el colegio con
muchísima emoción, ya que nadie había albergado la esperanza de que se
fueran a reanudar los partidos tras los ataques, y considerando todo lo que
había pasado (incluida la desastrosa final del Torneo Internacional) todo el
mundo tenía grandes ganas de divertirse y distraerse. No obstante,
Dumbledore había anunciado excepcionales medidas de seguridad por si
acaso, y se había puesto un hechizo antilevitatorio en el estadio: sólo las
escobas que Dumbledore autorizase podrían volar al í.

El viernes por la noche Harry había mandado a todo el mundo a dormir


temprano, para estar descansados para el partido. Quería que todos los
jugadores estuviesen en la sala común a las nueve en punto de la mañana.
El partido comenzaría a las once.

El sábado por la mañana, se despertó a las ocho. No había dormido


demasiado bien; aún estaba nervioso por lo sucedido en el partido anterior,
pero tenía que superarlo. Estaba seguro de que, sin el acechador en el
castil o y con las nuevas medidas de seguridad, nada podría pasar...
aunque, por si acaso, pensaba terminar el partido cuanto antes.

A las ocho y cuarto se levantó, se vistió y bajó a la sala común. Ron aún
dormía plácidamente, y decidió no despertarlo. Miró por la ventana. El día
era soleado y fresco. Se estaría bien en el campo. Además, había buena
visibilidad, y con el reflejo del Sol sería más fácil localizar la snitch.
Abandonó la ventana y se sentó en el sofá a esperar a los demás jugadores.
La primera en bajar fue Ginny, que estaba pálida.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Harry, preocupado, al verla.

El a asintió, sentándose a su lado.

—¿Estás nerviosa? ¿Por lo que pasó en el otro partido?

—Sí —respondió.

—Dumbledore no permitirá que pase nada malo esta vez —le aseguró
Harry—. Ya lo verás.

—Lo sé, pero... he tenido pesadil as toda la noche con eso, y no he


dormido nada bien.

—¿Quieres que le pida a Anna que te sustituya?

—No, no... estaré bien —dijo el a, esbozando una sonrisa—. Siempre que
tú estés al í para protegerme —

añadió, acentuando su sonrisa y mirando a Harry directamente.

Harry también sonrió.

—Por supuesto —contestó.

Se acercó a el a y le dio un abrazo.

—No pasará nada —aseguró, y el a asintió con la cabeza contra su


hombro.

—Bueno, ¿todos listos? —preguntó Harry al finalizar el desayuno. El


equipo entero le miró y asintió—. Bien, no creo que haya ningún
problema. Si todos habéis terminado, a los vestuarios.

Todos los jugadores se levantaron para dirigirse al campo de quidditch, y


los demás alumnos también empezaban a hacer lo mismo para dirigirse a
las gradas del estadio.

—Mucha suerte —les deseó Hermione, acompañándolos hasta el final de


la mesa de Gryffindor—. Lo haréis bien.

—¿«Mucha suerte»? —dijo Ron alzando una ceja—. ¿Ésa es tu forma de


darme ánimos?

Hermione se rió y luego le dio un beso en los labios.

—¿Así te parece mejor? —preguntó, con una sonrisa.

—Mucho mejor —contestó Ron.

—Venga, dejadlo ya —pidió Harry, encaminándose hacia el vestíbulo.

Hermione volvió a la mesa, junto a Parvati y Lavender, y Ron siguió a


Harry y al resto del equipo hacia el campo de quidditch.

—¡No os esforcéis mucho! —les dijo Henry Dul ymer cuando salían al
exterior.

Harry se volvió y lo miró. Con él estaban Sarah y sus tres amigas, y las
cuatro sonreían.

—¿Tenéis miedo de perder la copa de quidditch? —se burló Ron, también


sonriendo.

—Sí, pero no se lo digas a Malfoy —bromeó Sarah.

—Tranquilos, intentaremos no dejaros muy atrás en la clasificación —dijo


Harry, riendo y encaminándose de nuevo hacia el estadio.

Una vez que se hubieron cambiado y estuvieron listos, Harry se dirigió a


sus compañeros: 329

—Bueno, Hufflepuff no es nuestro peor rival. Somos muy buenos, y


tenemos la ventaja de que la mayoría estábamos en el equipo del colegio y
entrenamos mucho más. Si jugamos como sabemos, ganaremos —
aseguró.

—Sin contar que tenemos tres Saetas de Fuego en el equipo —comentó


Katie Bel .

—Sin contar eso —sonrió Harry.

Cogieron las escobas y salieron al campo, adonde empezaban a l egar ya


los de Hufflepuff.

Harry le dio la mano a Zacharias Smith.

—Bien, espero juego limpio —dijo la señora Hooch, como siempre.


Liberó las bludgers y la snitch y lanzó la quaffle; pitó y el partido
comenzó.

Harry, Ron y Ginny se elevaron antes que nadie. Ron se dirigió a los aros,
Ginny cazó la quaffle y Harry empezó a buscar la snitch. Mientas lo hacía,
observó a su equipo. Con su nueva escoba, Ginny volaba como un rayo y
logró pronto el primer gol para Gryffindor. Cuando regresó, celebrándolo
con Katie Bel , parecía que los nervios se habían esfumado. Harry le
sonrió y siguió buscando.

Los de Hufflepuff no lo hacían mal, pero Gryffindor era superior. Diez


minutos después de haber comenzado el partido, ya ganaban por noventa a
diez, y Harry estaba feliz. Además, nada podía pasar, porque en las gradas
vigilaban los profesores y miembros de la Orden del Fénix, y cuatro
aurores patrul aban en escobas sobre el terreno de juego, intentando no
molestar a los jugadores.

Harry surcaba en aire, vigilando a Summerby, el buscador de Hufflepuff,


cuando divisó la snitch a media altura, cerca del centro del campo.
Inmediatamente se lanzó hacia al í, con intención de atraparla y terminar
el partido. Sintió como el griterío del estadio crecía mientras volaba a toda
velocidad hacia la snitch, pero no prestó atención. Summerby le seguía,
pero su Barredora 9 no era ni mucho menos rival para la Saeta de Fuego de
Harry. Éste se acercó a la snitch, que comenzó a moverse, pero no importó.
La mano de Harry se estiró y se cerró sobre la pequeña esfera dorada.
—¡HARRY POTTER HA ATRAPADO LA SNITCH! —gritó Lansvil e,
intentando que no se notara su decepción por la derrota de Hufflepuff—.
¡Gryffindor gana por doscientos cuarenta a diez!

Harry voló, con el brazo en alto, mientras sus compañeros de equipo se


echaban sobre él para felicitarle.

—¡Bravo, Harry! —exclamó Hermione corriendo hacia él con Nevil e,


Seamus, Parvati, Lavender y Dean—. Y

tú también has estado genial, Ron... —añadió, abrazándole.

***

—Con esto nos ponemos de primeros en el campeonato del colegio hasta


el partido de Slytherin —decía Ron más tarde, en la sala común—. Y
además nos ponemos de primeros en la copa de las casas... ¡Genial!

—Sí, ha estado bien —afirmó Harry.

—Bueno, ¿bajamos a comer? —sugirió Hermione.

—Sí, me estoy muriendo de hambre —declaró Ron.

Se levantaron todos y bajaron al comedor, hablando aún del partido y de


las posibilidades de Slytherin contra Ravenclaw sin Warrington.

Acababan de sentarse en la mesa cuando Henry y Sarah se acercaron y se


sentaron con el os.

—Nos hemos autoinvitado —declaró Henry, muy contento.

—Vaya, éstos de Slytherin ya no respetan nada —comentó Ron en tono de


broma.

—Un respeto a la mejor casa, Weasley —respondió Sarah, intentando


parecer seria y severa, aunque sin mucho éxito.
La comida resultó muy agradable, hablando sobre el partido y temas
varios que provocaron frecuentes carcajadas.

Tras terminar la comida y despedirse de Henry y Sarah, Harry, Ron y


Hermione se fueron a la sala común; Ginny había quedado con Luna.

—¿Qué hacemos? —preguntó Hermione—. ¿Nos ponemos con la


redacción sobre hechizos parlantes para Flitwick?

Ron la miró como si estuviera loca.

—¡Estamos cansados!

—Yo tengo que hablar con Nevil e —dijo Harry.

—¿Con Nevil e? —preguntó Hermione.

—Sí... luego os explico. Así, además, podéis estar un rato solos. Hasta
luego —dijo, levantándose, mientras Ron, sonriente, se sentaba al lado de
Hermione, que miraba a Harry con el ceño fruncido.

Harry se acercó a Nevil e, que leía un libro sobre herbología junto a la


ventana.

—¿Podemos hablar un rato, Nevil e? —le preguntó Harry.

El chico levantó la vista del libro, sorprendido.

—Claro... ¿qué pasa?

—Subamos a la habitación.

330

Sin entender, pero sin preguntar, Nevil e siguió a Harry hasta el


dormitorio.

—¿Qué sucede? —preguntó, sentándose en su cama, mientras Harry lo


hacía en la suya.
Harry pensó en cómo empezar. Nunca había hablado con Nevil e acerca de
sus padres, era un tema que el chico siempre evitaba, y Harry no sabía
cómo le sentaría.

—Nevil e... ¿tú sabías que mi madre y la tuya habían sido grandes amigas
en Hogwarts?

Nevil e se puso serio.

—Sí... mi abuela me contó algo.

—Lupin me explicó toda la historia en Navidad —dijo Harry—. Tu madre


y la mía eran compañeras de Gryffindor. Tu madre fue la mejor amiga de
la mía, y también después de salir de Hogwarts.

—¿Mejores amigas? —preguntó Nevil e, asombrado—. Vaya, tanto no


sabía...

—Sí. De hecho, tus padres estuvieron en la boda de los míos. Nunca me


había fijado antes, pero salen en una foto que tengo... —dijo, observando a
Nevil e—. ¿Quieres verla?

Nevil e no dijo nada durante un momento, y luego asintió lentamente.


Harry abrió su baúl y sacó el álbum que Hagrid le había regalado. Buscó la
foto y se la enseñó a Nevil e.

Nevil e miró la foto un rato y dejó escapar un lágrima.

—¿Cuándo fue esto? —preguntó, con voz débil, viendo la cara de felicidad
de sus padres.

—Cuando tenían veintidós años.

—Dos años antes de...

—Sí.

—Lo siento, Harry. No debería ponerme así —dijo, secándose la lágrima


—. Al menos mis padres viven...
—No estoy seguro de que yo prefiriese que mis padres viviesen a que... a
que estuviesen así.

—¿Por qué me dices esto, Harry? —inquirió Nevil e, con suspicacia.

—¿Te das cuenta de que seguramente nos vimos alguna vez siendo bebés?
—dijo Harry, sonriendo. Le resultaba curioso pensar que el chico que
estaba enfrente de él, Nevil e, hubiese sido probablemente el primer niño
del mundo mágico con el que había estado. Nevil e también sonrió.

—Sí. Resulta curioso, ¿verdad?

—Sí.

—De todas formas, sigo sin entender...

—Nevil e... ¿sabes lo que es la Orden del Fénix?

El chico negó con la cabeza.

—Es un grupo de magos. Un grupo de magos dirigido por Dumbledore,


cuya misión fue, y es, enfrentarse a Voldemort.

—¿Como los aurores?

—hum... no exactamente. Es un grupo secreto. Mis padres pertenecían a el


a, al igual que el profesor Lupin, Sirius Black, la profesora McGonagal ,
Ojoloco Moody y muchos otros... ahora, por ejemplo, también están los
padres y los hermanos de Ron... tus padres también pertenecían.

—¿Mis padres también?

—Sí.

—Vaya... —dijo Nevil e, sonriendo—. Mi abuela siempre dice que mis


padres eran héroes, que eran grandes magos. De lo mejor.

—Lo eran —confirmó Harry—. Al igual que los míos. Pero nosotros no
somos peores que el os, Nevil e. Sé que tus padres se sentirían orgul osos
de ti si supieran cómo enfrentaste a los mortífagos en junio pasado.

Nevil e bajó la cabeza.

—No. No soy tan bueno como mi padre... él era un estudiante


sobresaliente, y mi madre también. Yo apenas si consigo aprobar.

—También lo eran mis padres... pero murieron. Sin embargo, eso no


significa que yo vaya a morir —dijo, aunque no muy convencido de sus
palabras. De todos modos, prefería no pensar en el o—. No soy peor mago
que el os. Y tampoco tú.

Nevil e miró a Harry.

—Yo no soy tan bueno como tú. Ni siquiera me aproximo —declaró,


bajando de nuevo la cabeza.

—Nevil e... ¿recuerdas la profecía? ¿la que se rompió?

—Sí.

—Nevil e... yo sé lo que decía; Dumbledore la escuchó. ¿Quieres saber qué


decía?

—Pues... sí —respondió. Parecía sorprendido por la noticia, y más aún por


el hecho de que Harry se lo estuviera contando.

Harry le repitió las palabras de la profecía. Nevil e las escuchó y se quedó


mirando a Harry, sorprendido.

—Habla de ti... ¿verdad? ¡Dios mío! —exclamó, asustado—. Vas a tener


que... que matar a Voldemort...

—Sí... O él me matará a mí.

—Oh, Harry... ¿Cómo... cómo puedes vivir con eso?

Harry soltó una risa triste.


331

—No ha sido fácil aceptarlo, te lo aseguro... de hecho, todavía no lo he


aceptado, pero... ya estoy acostumbrado a enfrentarme a la muerte —dijo,
encogiéndose de hombros.

—Ésa sí es una responsabilidad...

—Sí... Una responsabilidad que tú podrías haber tenido.

—¿Yo? —preguntó Nevil e.

—Ambos nacimos a finales de julio —dijo Harry—. Y tanto tus padres


como los míos huyeron de Voldemort en tres ocasiones; Dumbledore me
lo contó.

Nevil e abrió mucho los ojos, y empezó a abrir y cerrar la boca, sin decir
nada.

—Eso... eso quiere decir... —balbuceó.

—Quiere decir que tú podrías haber sido el chico de la cicatriz, y no yo.


Simplemente, Voldemort me eligió a mí. Dumbledore dice que es porque
ambos tenemos sangre mezclada y se identificó conmigo... pero podrías
haber sido tú. ¿Te das cuenta? Podrías haber sido tú.

—Pero no lo soy —dijo Nevil e, asustado y negando con la cabeza—. No


lo soy. Sólo soy Nevil e Longbottom.

—A mí me gustaría ser sólo Harry Potter y no «el niño que vivió». Nevil
e, le dijiste a Sarah que debía confiar más en sí misma... conseguiste l evar
a Gabriel e Delacour al baile... no eres ningún inútil. Eres un buen mago.
En el ED eres de los mejores, de los que más se esfuerza. Puedes hacer lo
que hago yo... o casi todo

—dijo Harry—. Te aseguro que puedes. Eres valiente, y un buen amigo.


No mucha gente se habría atrevido a ir al Departamento de Misterios si
pensaran que Voldemort está al í —añadió.
—Bueno, para eso nos preparamos, ¿no?

—Sí, pero igualmente, es necesario mucho valor. Y no flaqueaste, no


huiste. Me dijiste que no les diera la profecía pese a lo que te hicieran. No
eres peor que ningún otro mago, y seguramente eres mejor que muchos.
Recuerda el ataque en Hogsmeade.

Nevil e sonrió abiertamente.

—¿Realmente... realmente crees que puedo hacerlo?

—Estoy seguro de el o. Tenemos muchas cosas en común... Voldemort


destrozó a nuestras familias; ambos odiamos a Bel atrix Lestrage...

Nevil e frunció el ceño al oír el nombre.

—Me gustaría tanto enfrentarme a el a...

—Tendremos ocasión. Nevil e... quiero que lo hagas con nosotros. Quiero
que entrenes defensa avanzada con Ron, Hermione, Ginny y yo.

—¿Yo?

—Sí, tú. Tengo que aprender a dominar mis poderes, las habilidades que
Voldemort dejó en mí.

—¿Las habilidades que...? ¿Te refieres a lo que dice esa profecía nueva?

—Sí —contestó Harry.

—¡Oh!, vaya... ya empezaba a sospechar que hacíais algo raro...

Harry sonrió.

—¿Y qué hacéis? ¿Lo mismo que en el ED?

—No... entrenamos con cosas de la Sección Prohibida y demás... con


cierto control por parte de Dumbledore, claro. Al í hay cosas
verdaderamente terribles.
—¿Como qué?

—Como esto —dijo Harry. Apuntó a un cojín con la varita y lo hizo flotar;
luego, con un rápido movimiento de su varita, lo segó en dos trozos.

—¡Vaya! —Exclamó Nevil e, con la boca abierta—. ¡Qué velocidad! Es


impresionante...

—Sí, sobre todo si lo usas contra una persona —dijo Harry, reparando el
cojín y dejándolo donde estaba.

—¿Contra... contra una persona? —preguntó Nevil e, atemorizado.

—Sí. Para eso es...

—Pero... podrías matar a alguien con eso.

—Sí —declaró Harry, sin inmutarse.

—No parece que te importe...

—Te equivocas —aseguró Harry, con expresión muy seria—. No quiero


matar a nadie... nunca lo he querido.

Pero si es necesario escoger entre la vida de mis amigos, o la mía, y la de


los mortífagos, no dudaré.

—Ya... —asintió Nevil e—. Vosotros... vosotros hicisteis que mataran a


esos mortífagos del bosque,

¿verdad?

—No directamente, pero sí... era nuestra única oportunidad de escapar.

—¿Cómo... cómo te sentiste?

Harry miró a Nevil e con gravedad.


—Sólo nos importaba Hermione, nada más... en esos momentos, me dio
igual que estuviesen muertos. De hecho, lamenté no haber sido yo quien
los matara.

Se hizo el silencio ante el último comentario de Harry, hasta que éste


volvió a hablar.

332

—Bueno, ya te diré cuándo nos reunimos la próxima vez. Ahora será


mejor que bajemos.

—Sí... —dijo Nevil e, levantándose—. Harry...

—¿Qué? —preguntó Harry, volviéndose hacia él.

—Muchas gracias.

Harry sonrió.

—De nada, Nevil e.

Los dos bajaron a la sala común. Harry buscó con la vista a Ron y
Hermione, pero no estaban, así que se dispuso a esperarlos empezando su
trabajo de Encantamientos.

Sus dos amigos l egaron veinte minutos más tarde y se sentaron junto a él.

—¿De dónde venís? —preguntó Harry.

—De dar una vuelta —contestó Hermione evasivamente—. ¿Ya has


hablado con Nevil e?

—Sí.

—¿Y puede saberse de qué? —preguntó Ron.

—Le hablé de nuestros padres... y de la profecía.


—¿De la profecía? —preguntó Ron, muy sorprendido.

—Sí... la profecía también podría haberse referido a él —contestó Harry


—. Creo que le dará una inyección de autoestima... y practicará defensa
con nosotros.

—¿Qué? —dijo Hermione—. ¿Y eso?

—Dumbledore me lo recomendó el día que hablé con él —dijo Harry—.


Sus razones tendría.

—Bueno, si Dumbledore lo aconseja... supongo que está bien —aceptó


Hermione.

Y así Nevil e Longbottom se unió al grupo secreto de entrenamiento


avanzado. Harry y Ron enseñaron a Hermione, Ginny y Nevil e todo lo que
habían aprendido durante la ausencia de su amiga: la maldición de la
locura, la maldición cortante, y otros muchos tipos de hechizos y tácticas.
Progresivamente, todos mejoraban.

Dumbledore se reunía a veces con el os, para conocer lo que hacían, sus
progresos y sus habilidades. En general, todo iba muy bien, exceptuando
que Harry seguía sin lograr dominar su poder. Seguía sin lograr alcanzar el
nivel suficiente de odio y rabia como para invocarlo, y se desesperaba.

—¿Por qué no me sale cuando lo necesito? —se quejaba en una de las


reuniones.

—Vamos, no te obsesiones —le dijo Ginny—. Ya lo conseguirás.

—Antes era mucho más fácil. ¿Por qué ahora no me sale?

—Bueno... antes estábamos muy enfadados, tristes, rabiosos... pero


supongo que desde que Hermione está bien todo es demasiado bueno como
para sentirnos como nos sentíamos —opinó Ron. Hermione le sonrió.

—Sí, supongo que es eso.

—¿Y si traemos a Malfoy aquí? —sugirió Nevil e.


—Últimamente ni se nos acerca —dijo Ron esbozando una sonrisa de
satisfacción—. Desde que lo tiramos al lago se ha metido mucho menos
con nosotros.

—Bueno, el caso es que lo has empezado a sentir este año, ¿no? Cuando se
ha hecho fuerte... tal vez dentro de un tiempo puedas hacerlo mejor.

—Sí, pero no tenemos tiempo, Ginny... —dijo Harry—. Recuerda: «el


momento se acerca».

—Ya, pero no tiene que ser este año, ¿no? Aquí en Hogwarts estás a salvo,
y también en casa de tus tíos y en Grimmauld Place... Voldemort no podrá
atraparte tan fácilmente.

—Tiene razón, Harry —la apoyó Hermione.

—Sí, ya lo sé... Pero, ¿durante cuánto tiempo?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Hermione.

—¿Durante cuánto tiempo será Hogwarts seguro? Hasta ahora lo era


porque Voldemort temía a Dumbledore... pero ahora ya no le teme.
¿Cuánto tiempo será Hogwarts seguro ahora?

Nadie supo qué contestar.

Pese a su fracaso en el intento de dominar sus nuevos poderes, Harry tuvo


su momento de alegría en el partido entre Slytherin y Ravenclaw. Slytherin
ganó, pero lo hizo con una diferencia de sólo treinta puntos.

Habían sustituido a Warrington por un chico de cuarto curso que no lo


hacía del todo mal. Así, Gryffindor seguía por delante en el campeonato
escolar, y sólo perderían la copa si perdían frente a Slytherin en el partido
final por una diferencia de ciento noventa puntos. Pero lo que más
alegraba a Harry era que Cho había conseguido atrapar la snitch antes que
Malfoy, aunque hubiesen perdido el partido; los cazadores de Slytherin
eran mucho mejores.
—¡Muy bien hecho, Cho! —la felicitó Harry, dándole un abrazo, tras el
partido.

—Gracias, Harry... Tenía ganas de desquitarme por haber perdido en la


selección para el equipo del colegio.

333

—Estuviste muy bien.

Cho sonrió.

—¿Qué tal estás tú? —le preguntó Cho—. Hace mucho que no hablamos...

—Bien, bastante bien —dijo Harry, aunque no fuese del todo verdad.

—A mí no me engañas... Estás preocupado, ¿verdad? Por esa profecía...

Harry asintió.

—Todos estamos en el ED —dijo, con voz más baja—. Estamos al í por


algo... si necesitas ayuda sólo tienes que pedirla, ¿vale?

—Gracias —contestó Harry, sonriendo.

—Bueno, ahí viene Michael. Me voy... ya nos veremos en la próxima


reunión —se despidió el a.

—Hasta luego —dijo Harry, volviendo él también junto a Ron y Hermione.

—¿Te apetece un ajedrez antes del ir a comer, Ron? —le preguntó Harry a
su amigo.

Éste miró rápidamente a Hermione antes de contestar.

—No podemos —contestó—. Tenemos que ir a hablar con Dumbledore...


algo relacionado con lo de ser prefectos, ya sabes...

—Ah, vale... —dijo Harry. Sin embargo, algo le decía que Ron le mentía.
«Bueno, tal vez quiera estar un rato a solas con Hermione», pensó. «Pero
entonces, ¿por qué me miente?

Podría decirlo simplemente... y si es así, me extraña aún más que


Hermione esté de acuerdo en que me mientan... Estás paranoico, Harry»,
concluyó.

Sin embargo, aquel a idea de que Ron y Hermione le ocultaban algo no se


le quitó de la cabeza, y sus sospechas se acentuaron en la clase de
Pociones del lunes.

—Diez puntos menos para Gryffindor —dijo Snape a Ron y Hermione—.


Esta clase no es para estar de charla, sino para hacer pociones. Será mejor
que les aleje un poco, creo que últimamente pasan mucho tiempo juntos.

Y mandó a Ron a una esquina de la clase y a Hermione a otra.

—¿Qué pasa? —le preguntó Harry a Ron al terminar la clase.

—Nada... ¿Qué va a pasar? —contestó Ron, sin mirarle a la cara.

—Ya —dijo Harry, empezando a mosquearse en serio.

Todo el resto del día Ron y Hermione estuvieron raros. Harry le preguntó a
Ginny, pero el a estaba tan extrañada como él. Cuando se dirigieron a la
Sala de los Menesteres para su entrenamiento, Harry iba ya bastante
enfadado.

—Bueno, ¿qué hacemos hoy? —le preguntó Harry a Hermione—. Si


podemos saberlo los demás, claro.

Hermione miró a Ron, y éste se encaró con Harry.

—¿Te pasa algo?

—¿Qué?

—Digo que si tienes algún problema por no ser el centro de atención


siempre.
—¿Cómo? —Harry no se sentía ya enfadado, si no sorprendido.

—Ron, ¿qué...? —preguntó Ginny, que también parecía alucinada.

—Tú no te metas.

—Oye, no le hables así —dijo Harry, con tono amenazante.

—Yo le hablo como quiero. En cuanto a nosotros... mira, Hermione y yo


estamos juntos, ¿entiendes? Y

necesitamos tiempo para nosotros, así que no esperes que te vayamos a


contar todo... ni esperes ser el centro de nuestras vidas.

Harry abría y cerraba la boca, sin saber qué decir. Tenía un nudo en el
estómago.

—Hermione, ¿qué quiere decir...?

—Creo que está claro, Harry —respondió el a con tono frío—. Nosotros ya
tenemos nuestra vida, y tú no eres su centro —añadió, cogiendo de la
mano a Ron.

Nevil e parecía asustado, y Ginny miraba a su hermano y a Hermione


incrédula. Harry se sorprendió aún más... y comenzó a enfadarse. A
enfadarse mucho.

—¿CÓMO PUEDES DECIR ESO? ¡NO ME LO PUEDO CREER!

—¿Y qué esperabas? Mira, hemos aguantado mucho, pero que encima no
podamos tener ni un secreto...

—Creía que éramos amigos, me dijisteis que nada cambiaría entre


nosotros, me dijiste que...

—Sí, ya lo sé, pero qué quieres, contigo no se puede, en el plan en que


estás. Nosotros no tenemos la culpa de tus problemas —le espetó Ron.

—¿Qué quieres decir? ¿QUÉ QUIERES DECIR?


—¡QUIERO DECIR QUE NOS DEJES EN PAZ!

Las palabras de Ron abofetearon a Harry. No podía creer lo que oía, no


podía creérselo...

—Vale, ya basta de broma... —dijo Harry, forzando una sonrisa.

—¿Lo ves? Crees que todo el mundo va a estar siempre adorándote —


repuso Ron—. ¡Pues no! —gritó, y sacó su varita. Le lanzó un hechizo a
Harry y éste cayó hacia atrás, golpeado en el pecho.

334

Completamente fuera de sí, herido, Harry se levantó, sintiendo los miedos


que le habían atenazado durante su tercer sueño... se sintió traicionado,
despreciado, por aquel os por los cuales lo había dado todo.

Nevil e había sacado la varita, pero Harry fue más rápido. Sacó la suya y
apuntó sin pensar, su mente convertida en un torbel ino, l enándose de
odio, de miedo, de rabia y deseos de venganza. Las l amas de los
candelabros de la sala se agitaron y un estremecimiento recorrió el lugar.
Ron levantó su varita, pero no sirvió de nada: de la de Harry salió un
destel o y la varita de Ron saltó por los aires, y él y Hermione fueron
lanzados violentamente hacia atrás. Cayeron y gimieron, pero Hermione se
incorporó y sacó la suya. Apuntó a Harry y exclamó « ¡expel iarmus! ».

El hechizo no funcionó: Harry hizo un movimiento y el encantamiento fue


desviado. Agitó la varita de nuevo y la de Hermione saltó como la de Ron.
Harry les apuntó, con el rostro tenso de la ira, del odio. Ginny y Nevil e
miraban la escena, sin reaccionar, aún demasiado sorprendidos para hacer
nada.

Harry movió su varita, cuya punta bril aba intensamente, y sus dos
antiguos amigos fueron levantados y aplastados contra la pared, incapaces
de moverse.

—¿Cómo habéis podido? ¿Creíais que ibais a burlaros de mí? ¡PUES NO!
¡Ahora veréis...!
Levantó la varita aún más y Ron y Hermione ascendieron, aún pegados a la
pared. Sus caras se contrajeron en una mueca de dolor. Harry iba a hacerles
daño... si el os le abandonaban, si le traicionaban, ya nada importaba...
nada.

Se preparó para lanzar un hechizo, cuando Ron empezó a sonreír, pese al


dolor.

—¿Te hace gracia? —dijo Harry—. Yo te quitaré las ganas de reír...

—No es eso, Harry —respondió Ron, con su tono de voz normal—. ¿Es
que no lo ves?

—¿Qué no veo?

—¡Lo estás haciendo! —exclamó Hermione con dificultad—. Estás


haciéndolo, Harry, estás usando tu poder...

—Sí, amigo. Lo estás haciendo, puedo sentirlo en mí —agregó Ron—. Y


en más de un sentido —dijo, haciendo una mueca de dolor.

Harry dudó, extrañado, y aflojó la presión sobre el os.

—¿Qué...?

—¿No lo ves? ¡Ha funcionado! ¡Te hemos puesto furioso y lo has logrado!

Harry se quedó un momento cal ado... y entonces entendió: lo estaba


haciendo, estaba usando su poder, estaba l eno de él... y aunque no era tan
intenso, ahora que la rabia lo abandonaba, sentía que lo controlaba mejor.

—Es cierto... —musitó—. Es cierto...

—Sí... y Harry... —dijo Hermione. Harry la miró—. ¿Podrías bajarnos?

Harry bajó su varita y Ron y Hermione quedaron libres.

—¿Hicisteis todo esto para enfurecerme? —preguntó Harry.


—Sí. De eso quería hablarnos Dumbledore el sábado... nos dijo que la
clave estaba en usar tus miedos.

Entonces recordé lo que pasó la noche en que tuviste el sueño y Hermione


y yo planeamos todo esto.

—¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó Ginny enfadada—. ¡Me disteis


un susto de muerte!

—Tenía que parecer real, Ginny —se explicó Hermione.

—Pues pareció demasiado real —dijo Harry—. ¡Pude haberos hecho daño!

—No creo que pudieras —dijo Ron—. Y era algo necesario. No estábamos
avanzando nada...

—Vale, sí, pero... no hacía falta esto. De todas formas, ahora que lo sé
estaremos como antes...

—No. Aún lo sientes, lo sé —dijo Ron—. Aprovechemos. Te atacaremos


todos.

Y así lo hicieron. Los cuatro se enfrentaron a Harry, y éste, aunque se


notaba mucho más tranquilo, pudo apreciar el extraordinario incremento
en sus capacidades, desviando hechizos y atacando a su vez, defendiéndose
extraordinariamente bien de sus cuatro amigos

—Ha sido perfecto —declaró al terminar—. Creo que ahora sí lograré


dominarlo. —Miró hacia Ron y Hermione—. Por un momento l egué a
creer que... Lo siento.

—Tenía que ser así —dijo Hermione, acercándose a él y cogiéndole una


mano—. Era la única forma.

—Una forma dolorosa —agregó Ron, tocándose las partes doloridas de su


cuerpo, que eran bastantes—.

Creo que iré a la enfermería...


—Bueno, ya que lo mencionas... ésa es otra buena cuestión —dijo
Hermione—. He estado mirando libros sobre sanación básica, creo que nos
vendría bien saber algo, por si acaso...

—Sí, es una buena idea —opinó Ginny.

—Yo también —añadió Harry—. Ron y yo miramos algo de magia


autocurativa, pero es demasiado avanzada para nuestro nivel.

—Lo sé, pero lo que yo digo está a nuestro alcance...

—Entonces tendremos que ponernos a mirar algo de teoría ¿no? —


preguntó Harry.

—Seguramente, pero ahora será mejor que nos vayamos, ¿no? —sugirió
Ginny, que aún estaba impresionada; Nevil e, por su parte, ni siquiera
había abierto la boca.

335

—Sí —dijo Harry, mirando la hora—. Casi es hora de cenar.

Y loa cinco salieron de la habitación y bajaron al comedor.

—Oye, Harry... ¿cómo lo hiciste? —preguntó Hermione, levantando la


vista de la redacción de Pociones que los tres estaban haciendo. Era casi
medianoche y la sala común se había vaciado.

Harry miró a su amiga.

—¿Cómo hice el qué?

—Desviar mi hechizo sin utilizar un encantamiento escudo.

—No sé... —respondió Harry—. Lo hice casi por instinto...

—Pero en algún lugar habrás aprendido —dijo Ron.


Harry se lo pensó. Sí lo había visto antes, pero ¿dónde? Entonces, su
mente se iluminó y lo recordó.

—En los sueños —respondió—. En el último sueño lo hacía... y se lo vi


hacer a Voldemort cuando tuve el sueño sobre Snape.

—Vaya, pues sería algo realmente útil de aprender —opinó Hermione.

—No sé exactamente cómo lo hago —repuso Harry.

—Lo descubriremos —dijo Hermione, muy segura—. En algún libro se


hablará de eso, y con tu ayuda lo aprenderemos. Es algo muy útil como
para no utilizarlo.

—A lo mejor Harry sólo puede hacerlo cuando se pone así —dijo Ron.

—No lo creo. Puede que le sea más fácil, pero al fin y al cabo, todo lo que
se hace con una varita puede aprenderse, sea más sencil o o más
complicado —le contradijo Hermione—. Y además, yo... yo también lo
sentí dentro de mí —añadió.

—Ah, claro, tú no lo habías sentido antes... —dijo Ron—. Yo ya lo probé,


cuando nos enfrentamos a Malfoy y a sus amigos, pero en esa ocasión fue
distinto. Ambos estábamos muy enfadados. Hoy sólo lo estaba Harry.

Hermione se mordió el labio inferior.

—¿Por qué lo sentimos? Ni Ginny ni Nevil e lo sintieron —dijo Hermione.

—No lo sé... —dijo Harry—. Ya os dije que Dumbledore habló de un


vínculo, pero no sé exactamente qué quería decir.

—Bueno, se referirá a que somos amigos, ¿no? —dijo Ron.

—No creo. Ginny también es amiga mía y el a no notó nada —dijo Harry.

—Bueno, tu relación con nosotros es más profunda que con Ginny, ¿no? —
dijo Ron.
—Sí, eso sí... pero no creo que sea todo.

—Pues entonces no sé —dijo Hermione, suspirando.

—Firenze me dijo en Navidad que vosotros también estábais marcados,


que recorreríamos juntos el camino

—dijo Harry, con la mirada perdida en sus manos—. Tal vez sea por eso.

—¿Firenze? —preguntó Ron, arrugando la frente—. ¿Cuándo hablaste con


él?

—En Navidad, la misma noche que nos marchamos a Grimmauld Place.


Quería contároslo, pero con todo lo que pasó después se me olvidó.

—¿Te dijo que nosotros también estábamos marcados? —preguntó


Hermione.

—Sí. Me dijo que sin vosotros no l egaría a ninguna parte... pero tampoco
entendí muy bien todo lo que quería decirme.

Hermione y Ron se miraron.

—¿Y qué tiene que ver eso con que sintamos cuando usas tu poder? —
preguntó Ron.

Harry se encogió de hombros, sin saber qué contestar.

Pasaron los días y Harry, aunque aún no lograba dominar su poder, había
hecho enormes progresos, y ya era capaz de ejecutar normalmente el
desvío de maldiciones; Hermione había buscado como una posesa en la
sección prohibida hasta encontrar algo acerca de el o y al final lo había
conseguido. El a y Ron también habían logrado dominar la técnica, aunque
ninguno de los dos estaba demasiado seguro de cómo lo había hecho. A
Nevil e y a Ginny aún les costaba, y no conseguían desviar más que
algunos hechizos débiles.

Mientras tanto, las reuniones del ED también proseguían, así como los
entrenamientos de quidditch; también, como Hermione les recordaba
constantemente, se acercaban los exámenes finales, lo que para Ginny
significaba los TIMOs. La consecuencia de todo esto era que apenas tenían
un solo momento de libertad o de ocio.

Por una parte, Harry lo prefería, porque para él, los momentos de ocio,
como cuando se iba a la cama, simplemente le provocaban que en su
cabeza no dejaran de resonar las palabras «el momento se acerca», y el
desasosiego lo invadía. No estaba preparado para enfrentarse a Voldemort
en un combate a muerte, lo sabía. ¿Cómo iba a matarle? ¿Con una
maldición asesina? Ni siquiera sabía cómo hacerla... o eso creía, porque
había veces en que pensaba que sí sabría... de la misma forma que sabía
cómo desviar hechizos: lo 336

había visto en sus sueños; y Bel atrix Lestrange le había dicho que se
necesitaba odiar, desear hacer daño para usar una maldición
imperdonable... bueno, si ese era el requisito, a Harry le sobraba capacidad
para lanzarle una maldición asesina a Voldemort.

Dumbledore no le había vuelto a hablar sobre la Antorcha de la Llama


Verde, aunque se había reunido con él a veces para ver sus progresos y
orientarles, y Harry empezaba a desesperarse; se desesperaba porque
deseaba ver ese objeto, tocarlo, sentirlo... conocer sus poderes. Deseaba
tenerlo, pero el deseo parecía no provenir de él mismo, sino de algo
profundo enterrado en su mente. ¿Quizás el deseo de Slytherin? ¿Quizás el
de Voldemort? No lo sabía.

Hermione había comentado varias veces que tenían que buscar


información sobre la antorcha y sobre Hogwarts, y había l egado un día a
la sala común con un libro titulado Cuartos Secretos en Hogwarts. El a se
lo había leído en un par de días, pero no había encontrado nada interesante,
porque Ron había dicho que si la Antorcha estuviera en una habitación que
salía en un libro, seguramente ya alguien la habría encontrado.

Se acercaba el final del mes de Abril, y con el o los exámenes estaban cada
día más cerca; por otra parte, también el partido contra Slytherin se
aproximaba, sería a finales de mayo, y los entrenamientos se
intensificaban, pero Harry y Ron no estaban demasiado preocupados:
Gryffindor era mejor que Slytherin, y además, ninguno de los dos creía
que fuesen a perder por ciento noventa puntos de diferencia, que era lo que
necesitaba Slytherin para ganar la Copa de Quidditch.

—Es ya como si fuese nuestra —les dijo Ron a Harry y a Ginny, entrando
en la sala común tras el entrenamiento de la tarde.

—Habéis tardado mucho —les reprochó Hermione, que tenía una mesa
invadida por libros y apuntes.

—Bueno, queremos ganar —se excusó Harry, dejándose caer en una butaca
—. Buf... Estoy muerto.

—Harry, tú y Ron apenas habéis empezado con el trabajo sobre


autotransformación que pidió la profesora McGonagal , y ya sabéis que
dijo que lo tendría muy en cuenta para la nota final.

—Hermione, por favor, no nos atosigues... ¡Hace casi un mes que no


jugamos al ajedrez mágico! —exclamó Ron—. Voy a perder habilidades.

—A ver si es verdad, y consigo ganarte —dijo Harry, sonriendo.

—Tú tampoco juegas, también perderás facultades —le respondió Ron,


acercándose a Hermione para ver qué hacía—. ¿Este trabajo para la
profesora Sprout no era de cuarenta centímetros? —le preguntó a la chica,
un poco asustado.

—Sí —contestó Hermione, sin dejar de escribir.

—¡Ya l evas casi un metro! —exclamó Ron.

—Ya, es que encontré información adicional... —comentó el a, sin darle


importancia.

Ron bufó.

—Yo apenas l egué a lo mínimo pedido —declaró—. ¿Cuánto puede dar


para escribir el cuidado de los Arbustos Migrantes Africanos?

—Pues... —comenzó a explicar Hermione.


—Era una pregunta retórica —dijo Ron, cortándola. Hermione gruñó y
siguió escribiendo.

—Podrías hacer algo útil, en vez de molestar —le espetó el a.

Ron la miró y le dio un beso en la frente antes de ir y sentarse junto a


Harry. Hermione no se movió y siguió con su trabajo, pero ahora con una
ligera sonrisa en la cara.

—Venga Harry, una partidita de ajedrez.

—Sí, me irá bien para relajarme.

Hermione les lanzó una mirada reprobatoria (que ambos chicos procuraron
ingnorar) y siguió trabajando.

Tras terminar la partida, (y ser derrotado por Ron), Harry se quedó un rato
mirando al fuego, y luego se acercó a Ginny, que trabajaba en una
redacción para Pociones; Ron se había sentado con Hermione y se había
puesto a hacer su trabajo de Transformaciones, en un intento de que
Hermione dejara de mirarlo con severidad.

Harry observó la redacción de Ginny sobre las propiedades de la sangre de


serpiente en las pociones curativas, y una bombil a pareció encenderse en
su cerebro.

—¡Claro! ¿Cómo no lo pensé antes?

Ginny levantó la vista y le miró, interrogante, pero Harry corrió junto a


Ron y a Hermione.

—Ya sé cómo mejorar el control de mis poderes —dijo.

—Ya lo estás haciendo —repuso Ron.

—Más aún. No sé cómo no lo pensé antes...

—¿El qué?
—Que no es estrictamente necesario que esté muy enfadado... ¿cuál es el
primer poder de Voldemort que demostré poseer? —les preguntó.

—La lengua pársel —contestó Hermione.

337

—Exacto; y fue utilizándola, en verano, cuando sentí por primera vez esa
sensación.

—¿Y qué quieres decir con eso? —preguntó Ron.

—Quiero decir que debemos usar una serpiente en nuestra próxima


práctica.

—¿Una serpiente? —preguntó Ron—. ¿Y de dónde la sacamos?

—¿No recuerdas el hechizo que usó Malfoy en el Club de Duelo?

—Ah, sí... vale.

Pusieron en práctica lo de la serpiente tres días después, en su siguiente


reunión, esperando conseguir mejores resultados que en las anteriores
ocasiones.

—Bueno, apartaos —les dijo Harry a sus cuatro compañeros. Extendió la


varita y exclamó—: ¡Serpensortia!

De la punta de la varita de Harry salió una serpiente que cayó frente a él,
en el piso, silbando. Ron, Hermione, Ginny y Nevil e retrocedieron. Harry
se puso frente a la serpiente, pensando en la serpiente de Voldemort, en la
vez que la había visto, la noche en la que el mago había retornado...
recordó la muerte de Cedric, las burlas de los mortífagos... entonces, fijó
su vista en la serpiente e instantáneamente lo sintió, pero de una forma
muchísimo más intensa que la última vez, casi como si la serpiente y él
fueran uno solo; no le extrañó que el basilisco sólo obedeciera a Ryddle, si
era capaz de dominar a las serpientes de una forma tan intensa. Harry se
sintió invadido de fuerza y de poder, y conocimientos e imágenes que no
eran suyos brotaron de su mente. Se sentía casi capaz de todo, o al menos,
capaz de mucho más. La serpiente permanecía frente a él, inmóvil,
totalmente sometida a su voluntad; se sintió solo, se sintió poderoso...
agitó la varita, haciendo estal ar todas las estanterías de la habitación.

Apenas percibió el respingo que pegaron Ron, Hermione, Ginny y Nevil e.


Harry se sentía a cada momento más l eno, pero, tal y como había
practicado, procuraba no sacar de su mente los recuerdos y la presencia de
sus amigos, que le ayudaban a controlarse. Entonces se le ocurrió algo
para probar; algo que deseaba saber. Silbó y la serpiente se enroscó junto a
él, quedándose quieta. Harry miró a la mesa de los chivatoscopios.

—Perdona, Ron —dijo.

Ron le miró con el entrecejo fruncido, sin entender. Harry apuntó a la mesa
con su varita y la convirtió en una araña grande. Ron profirió un quejido,
pero Harry no le hizo caso. Apuntó a la araña con su varita y se concentró,
concentró su odio en el a...

— ¡Avada Kedavra! —gritó.

Entonces lo sintió, sintió lo mismo que en los sueños, y de su varita brotó


un rayo verde que impactó contra la araña produciendo un chasquido; la
araña cayó, muerta. Harry se sintió muy extraño, y de su interior empezó a
brotar una nueva sensación aún más absorbente y poderosa, una sensación
que le alejaba de la realidad... y en ese momento sintió una mano sobre su
hombro.

—Harry... ya. Ya está.

Harry se volvió y vio a Hermione, que le abrazó. Entonces sintió que las
sensaciones se iban, que el odio desaparecía, y volvió a sentirse normal.

—Gracias... —murmuró, mientras apretaba a su amiga contra él.

Hermione se separó de él, y miró a la araña. Ron también se había


acercado. Agitó la varita y la serpiente desapareció.

—Vaya, parece que lo has hecho —dijo Ron, mirando también a la araña.
—Sí —dijo Harry, muy serio—. Lo he hecho.

338

33

En la Cámara de los Secretos

En reuniones posteriores, Harry se ofreció a intentar enseñarles a sus


amigos cómo realizar la maldición asesina, pero tanto Ron como
Hermione se negaron.

—¿Tú te niegas a aprender algo? —se extrañó Harry, mirando a su amiga.

—No... no quiero hacer eso —se defendió el a.

—Yo tampoco, Harry... quiero decir, sé cómo se hace; te vi hacerlo, pero...


no quiero, salvo que no tenga más remedio.

—A mí tampoco me gusta —repuso Harry—, pero... si tengo que matar a


Voldemort...

—¿Les vas a preguntar a Ginny y a Nevil e si quieren aprenderlo? —


preguntó Ron.

—No. Si vosotros no queréis, mejor olvidarlo. Yo tampoco lo volveré a


hacer. Lo mejor ahora es concentrarnos en lo que dijo Hermione y
practicar magia curativa. Ahora que ya casi he dominado mis poderes me
parece lo más útil.

—Sí, sí. Mejor aprender a curar que a matar —se apresuró a decir
Hermione.

Así pues, Harry, Ron y Hermione empezaron a acumular sesiones de


biblioteca buscando información sobre curación, y en una semana habían
logrado reunir como veinte libros al respecto.

—¿No crees que nos hemos pasado, Hermione? —dijo Ron, mientras
contemplaban el montón de libros que habían dejado encima de la cama de
Harry.

—No. Tenemos lo básico, y...

—¿Lo básico? —preguntó Harry, mirando a Hermione con incredulidad—.


Hermione, los exámenes se acercan, ¿cuándo vamos a ponernos a leer todo
esto?

—Si no lo leemos antes de los exámenes, lo haremos después —dijo el a


—. El caso es que tenemos la información, ¿no? Luego ya haremos lo que
podamos.

—Bueno, visto así...

Así pues, se repartieron los libros, de tal forma que luego compartirían lo
aprendido, sin tener que leer cada uno todo. A Ginny estuvo a punto de
darle un colapso cuando vio la montaña de libros.

—¡No tengo tiempo para esto! —exclamó, histérica—. ¡Falta menos de un


mes para los TIMOs!

—Está bien, está bien —dijo Hermione, suspirando—. Seleccionaré lo


más importante de todo...

Una vez hubieron mirado la teoría, se pusieron con la práctica a mediados


de la segunda semana de mayo.

Leer cada uno su parte les había costado acostarse generalmente a la una
de la madrugada o más tarde incluso. Por suerte, Hermione había
preparado una poción contra el sueño cuya receta había encontrado en la
sección prohibida; esto les permitía mantenerse en pie, pues al tomar la
poción se necesitaban menos horas de sueño para descansar lo mismo,
aunque no se debía abusar de el a, porque con el tiempo hacía menos
efecto y además podía causar efectos negativos.

Las prácticas, por desgracia, exigían ciertos sacrificios por parte de los
cinco: para poder curarse, tenían que estar heridos, y se provocaban
moretones y pequeños cortes unos a otros para luego curarse las heridas.
Hermione captó enseguida la esencia de los hechizos para curar, y Harry
descubrió también que no se le daban mal; Ron lo hacía normal, al igual
que Nevil e; a Ginny se le veían facultades, pero debido a la proximidad de
los TIMOs ahora no solía acudir a todas las reuniones que hacían.

—Te pasaste con ese hechizo, Harry —decía Ron, quejándose y tocándose
un moretón que tenía en un brazo, mientras bajaban por la escalinata de
mármol hacia el vestíbulo. Se dirigían a cenar tras una de sus reuniones.
Harry le había lanzado un hechizo golpeador bastante fuerte, y Hermione
no había conseguido quitarle de todo el dolor.

—Necesitaríamos una poción para calmarte ese dolor de todo —dijo la


chica—. Tal vez deberías ir a la enfermería.

—No —dijo Ron—, tampoco es para tanto.

—Lo siento, no era mi intención —se disculpó Harry.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Luna de pronto, mirando a Ron, que


seguía frotándose el brazo.

—Nada... un golpe —contestó.

Luna lo miró con desconfianza.

—Vosotros estáis metidos en algo —dijo Luna—. Ginny siempre me lo


niega, y evade el tema, pero lo sé; lo noto.

—No estamos metidos en nada —negó Ron.

Luna se encogió de hombros.

339

—Bueno, si tú lo dices...

—Sí, esto... ¿Qué tal los TIMOs, Luna? —preguntó Harry para desviar el
tema.
—Bueno, creo que bien... al menos, no estoy tan histérica como Ginny...
por cierto, ¿dónde está?

—No lo sé —respondió Harry—. ¿No había quedado contigo para estudiar


en la biblioteca?

—Subió a la sala común a dejar sus cosas —explicó Luna, volviendo a


mirarlos con desconfianza—. ¿Dónde estabais vosotros?

—Eh... —dijo Harry. Se miraron los unos a los otros— en nuestro cuarto
—contestó.

—¿Y qué hacía el a en vuestro cuarto? —preguntó, señalando a Hermione.

—Hablar con tranquilidad —contestó la chica—. Y ya es hora de cenar,


deberíamos entrar —dijo, adelantándose y entrando en el comedor.

—Sí, es cierto, y tenemos mucho que hacer después. Hasta luego, Luna —
dijo Harry, entrando también en el comedor seguido por Ron y Nevil e.

—Me ocultáis algo —declaró Luna, convencida, antes de dirigirse a su


mesa.

—Ha faltado poco —dijo Ron al sentarse.

—No nos ha creído —apuntó Harry.

—Normal —dijo Hermione—. Era obvio que estábamos mintiendo.

—Bueno, da lo mismo —dijo Ron, observando cómo la comida aparecía


en los platos y empezando a cenar.

Hacía cinco minutos que habían comenzado a comer cuando l egó Ginny.

—¿Qué tal os fue? —preguntó, nada más saludar y sentarse.

—Bueno, tu hermano está un poco herido, pero por lo demás bien.

—Harry, que es un bestia —se quejó Ron.


—¡Eh! Ya me disculpé —se defendió Harry.

Ginny se rió y miró la «herida» de Ron.

—Vamos, Ron, eres un quejica. Eso no es nada.

—No, pero duele —dijo él.

—Luna sospecha de nosotros —comentó Harry.

—Ya... yo he intentado decirle que no pasa nada, pero no hay manera, no


me cree. Creo que ha heredado el olfato de su padre.

—¿El olfato de su padre? —inquirió Hermione—. ¿Te refieres a ver cosas


donde no las hay?

—No; me refiero a sospechar de todo —dijo Ginny.

Dejaron el tema, porque Seamus se sentó al lado de Harry y se puso a


hablar de quidditch con él y Ron, aunque éste pronto cambió la
conversación por una charla sobre algo que le decía Hermione, y Ginny se
puso a hablar con Nevil e.

Terminaron de cenar y subieron a la sala común. Al í, Nevil e se acercó a


Harry.

—Oye, Harry... ¿has vuelto a hablar con Dumbledore acerca de esa


antorcha verde?

—«Antorcha de la Llama Verde» —lo corrigió Harry—. No, no me ha


vuelto a decir nada... tal vez espera una señal o algo así...

—¿Una señal? —preguntó Ron.

—Sí... cuando hablé con él por lo de la profecía, me dijo que l evaba


tiempo esperando una señal...

—¿Dumbledore esperaba una profecía de la profesora Trelawney? —se


sorprendió Ron.
—Claro que no, tonto —intervino Hermione—. No se pueden predecir las
profecías. Harry se refiere a que Dumbledore esperaba alguna cosa que le
dijese cómo continuar, ¿no?

—Algo así —afirmó Harry.

—¿Y qué espera ahora? ¿Algo que le revele dónde está la antorcha esa? —
preguntó Ron.

—No lo sé. Ya te dije que no me había comentado nada desde el día que
me habló de la leyenda.

—Quizás sea hora de buscarla en serio —dijo Hermione.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ron, volviéndose hacia el a—. ¿A que


registremos el castil o?

—No, eso l evaría mucho tiempo... creo que deberíamos buscar algo en la
biblioteca.

—¿Cosas sobre la antorcha? Ya buscamos y no encontramos nada —dijo


Harry.

—No. Algún tipo de hechizo para localizar objetos... algo así tiene que
haber.

—¿Y no crees que cuando Slytherin la ocultó pensaría en eso? —dijo Ron.

—Es posible, pero sin probar no lo sabremos —se defendió el a.

—Vale, mañana es sábado, podremos dedicarnos a eso un rato... buf, esto


va a ser agotador —se lamentó Harry—. ¿Cuándo vamos a poder volver a
dormir como las personas normales?

Tal como habían planeado, pasaron el sábado buscando hechizos en la


biblioteca. A mediodía tenían ya cinco que podrían servirles, y decidieron
practicarlos después de la comida.

—¿Funcionarán? —preguntó Harry.


340

—No sé —contestó Hermione, recostándose en su sil a—. No son hechizos


demasiado complicados...

cualquiera que pretenda esconder algo en serio probablemente se habría


protegido de el os... aunque los dos últimos son hechizos relativamente
modernos, no creo que Slytherin los conociera...

—No es por ser pesimista, pero dudo que con esto consigamos algo...
¡Fijaos! El primero es poco más que un hechizo convocador, dudo mucho
que al centenar de directores de Hogwarts que ha debido de haber desde
Slytherin no se les ocurriera hacer esto.

—Es lo que tenemos... o esto, o recorrer y buscar todo el castil o, pero eso
seguro que sí se les ha ocurrido

—repuso Hermione.

—Venga, vamos a comer, probaremos después —dijo Harry, zanjando el


asunto.

Recogieron sus cosas de la biblioteca y se dirigieron al comedor,


dejándose caer, más que sentándose, en la mesa de Gryffindor.

—¿Qué os pasa a vosotros? Últimamente parece que os estéis pegando


unas palizas de muerte... sin contar lo raros que estáis —les dijo Seamus,
que estaba sentado al lado de Harry.

—Los exámenes se acercan, Seamus —respondió Ron.

Seamus se lo quedó mirando.

—Sí... y entiendo entonces que Hermione esté así, pero tú y Harry...

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Ron muy ofendido—. ¿Que
somos unos vagos?
—¡No, no! —contestó Seamus, alarmado—. Es que... no sé... no es muy...
normal.

—Bueno, en realidad, desde lo que... lo que le pasó a Hermione sí es


normal —terció Parvati, defendiendo a Ron—. Recuerda que Ron parecía
un muerto en vida, hacía él todo el trabajo de prefecto, cogía todos los
apuntes, estudiaba, visitaba a Hermione constantemente y seguía con la
PEDDO...

Ron enrojeció bajo la mirada de Hermione.

—¿Lo ves? —le dijo a Seamus, intentando librarse de su rubor.

—De todas formas, estáis muy raros... —insistió Seamus antes de volver a
dedicarle toda su atención a la comida.

Cuando terminaron, los tres decidieron ir a la Sala de los Menesteres para


practicar los hechizos de localización, pero, tal y como Ron había
afirmado, ninguno de el os funcionó.

—Vale... —dijo Hermione, que pese a esperarse el resultado estaba un


poco decepcionada—. Habrá que seguir buscando...

—¿Seguir buscando? —dijo Ron—. Esto no funciona...

—Hay hechizos más potentes —dijo Hermione—. Pero quizás


necesitemos hacer alguna poción...

—Bueno, eso no es problema, si encontramos la Antorcha —dijo Harry.

—Vale, pues a la biblioteca entonces —ordenó Hermione, levantándose.

—¿Otra vez? —preguntó Ron, con aspecto resignado.

—Sí —contestó Hermione.

Volvieron a la biblioteca y de nuevo se sumergieron en volúmenes acerca


de complejos encantamientos, hasta que una voz les distrajo.
—¡Vaya, estáis aquí! —dijo Henry Dul ymer, acercándoseles.

—Hola, Henry... —saludó Harry, cerrando un inmenso libro que tenía


delante.

—Vaya, os veo muy ocupados —comentó Henry observando la cantidad de


libros que tenían delante—.

Bueno, yo sólo quería verte porque me acordé de un libro que compré en el


Cal ejón Diagon, y le pedí a mi padre que me lo enviara. —Sacó un libro
de su bolsil o y se lo pasó a Harry. Se titulaba Los más Extraños Mitos y
las Más Absurdas Leyendas.

—¿Qué es esto? —preguntó Harry, mirando el libro.

—Ábrelo por la página 124.

Harry lo hizo y sus ojos se abrieron como platos. Al í, con letras grandes,
estaba escrito: LA LEYENDA DE LA ANTORCHA DE LA LLAMA
VERDE

—¡Vaya! —exclamó Harry, mostrándoles el libro a Ron y a Hermione, que


también se sorprendieron—. ¿Por qué me has enseñado esto?

Henry se encogió de hombros.

—Supuse que te interesaría, con todo eso de la profecía...

—Muchas gracias —dijo Harry.

—De nada. Yo me tengo que ir, pero te lo dejo, si quieres —ofreció Henry
—. Ya me lo devolverás.

—Te lo agradecería mucho —dijo Harry.

—Tuyo es, entonces. Bueno, que os sea útil —se despidió Henry, saliendo
de la biblioteca.

Harry, Ron y Hermione le dijeron adiós y se pusieron a leer el libro.


De las muchas leyendas que guarda el Colegio Hogwarts de Magia y
Hechicería, pocas son tan desconocidas y rechazadas como la leyenda de
la Antorcha de la Llama Verde, quizás porque 341

nunca se había escrito antes (la leyenda se ha transmitido oralmente


contada por los directores de Hogwarts y algún que otro profesor), por lo
fantástico del objeto que describe o por el hecho de que tenga relación
con otra leyenda, más conocida, pero también considerada falsa: la
leyenda de La Cámara de los Secretos (pág. 114). Sin embargo, pese a que
hay rumores que afirman que la cámara existe y fue abierta hace unos
treinta años, nadie afirma nada relativo a la Antorcha de la Llama Verde;
nadie la ha visto nunca, y el hecho de que la leyenda se transmita
oralmente ha hecho pensar que probablemente sea algún cuento cuya
historia se cambió y modificó con el paso de los años...

Hermione siguió leyendo en silencio, pero cuando levantó la cabeza


parecía decepcionada.

—Dice lo mismo que tú nos contaste, Harry.

—Ya, era de esperarse —respondió Harry, soltando un suspiro.

—Bueno, le devolveremos el libro a Henry antes —dijo Ron.

—Podríamos devolvérselo dentro de unos días —dijo Hermione—. Parece


muy interesante.

—Vamos, Hermione... ¡como si no tuviéramos ya suficientes cosas que


hacer! —exclamó Ron.

—Lo que pasa es que yo tengo más intereses que el quidditch —le espetó
Hermione con mirada severa.

—Yo también —contestó Ron, mirándola significativamente.

Hermione no contestó y bajó la cabeza, con las mejil as teñidas de un


fuerte color rojo.
Dos horas después se dirigían ya a la sala común. Habían encontrado un
hechizo que quizás serviría, pero, como Hermione había dicho, era
necesario hacer una invocación al objeto usando una poción.

—¿Y dónde la hacemos? —preguntó Ron.

—Bueno, donde hacemos todo últimamente —contestó Hermione—. En la


Sala de los Menesteres... si lo deseamos, tendremos un lugar magnífico
con todos los ingredientes que necesitemos.

—¡Cierto! Eso facilitará las cosas —aprobó Harry.

Así, quedaron en hacer la poción el lunes, ya que les l evaría varias horas y
al día siguiente, domingo, Harry y Ron tenían entrenamiento de quidditch;
y lo que quedaba de tarde del sábado iban a dedicarlo a sus prácticas de
curación.

Así pues, dejaron todo lo que habían conseguido sobre el hechizo de


invocación en sus habitaciones y, acompañados de Nevil e se dirigieron a
la Sala de los Menesteres; Ginny se encontraría al í con el os.

Tenían pensado estar una hora y media tranquilos, practicando, pero sus
esperanzas se desvanecieron cuando, diez minutos después de haber
entrado, la puerta se abrió y Luna Lovegood entró en la habitación.

—¡LUNA! —exclamó Ginny.

—Sabía que algo hacíais —dijo la chica, con expresión de enfado—.


Pensaba que éramos amigos... sobre todo tú, Ginny.

—Lo siento, Luna, pero es que... —Ginny parecía compungida y estaba tan
roja como su pelo.

—Es culpa mía —intervino Harry—. Dumbledore me aconsejó que hiciera


esto y que no se lo dijera a nadie.

—¿Y el os? —inquirió Luna—. Vale que Ron y Hermione son tus mejores
amigos, pero ¿qué pasa con Ginny y Nevil e? ¿Por qué están el os y nadie
más?
Harry suspiró y miró a la chica fijamente.

—Siéntate —le pidió.

Luna se sentó, y, para sorpresa de todos, Harry empezó a contarle todo: la


profecía perdida, la última, sus accesos de poder y cómo Dumbledore le
había recomendado intentar dominarlos con ayuda de sus amigos.

—...Ginny y Nevil e están aquí por consejo de Dumbledore, aunque no sé


bien por qué —dijo Harry—.

Simplemente le hice caso, y, además, no íbamos a poder ocultárselo...

—Está bien, está bien —dijo Luna.

—¿No te asustas? —le preguntó Ginny, sorprendida.

—¿Por qué iba a asustarme? —respondió Luna.

—¡Porque Harry tendrá que enfrentarse a Voldemort en un combate a


muerte!

—Bueno, ya lo ha hecho... ¿no? Además, no va a estar solo.

Harry miró a la chica muy sorprendido.

—¿Te enfrentarías a Voldemort para ayudarme?

—Ya lo hicimos una vez, ¿no?

—Vosotros no os enfrentasteis a Voldemort, sólo a los mortífagos.

—Ya, pero cuando salimos de aquí creíamos que Voldemort estaría al í...
¿Qué mas da? Si no vamos nosotros a por él, vendrá él a por nosotros...
Mejor dar el primer golpe.

—En eso estoy de acuerdo —dijo Ron.


—Además, también están tus padres... y tu padrino. El os no van a dejarte
solo.

—Luna —intervino Hermione con paciencia—. Los padres de Harry...

342

—Sí, están muertos, lo sé... pero mi padre tiene muchos libros, ¿sabéis? Y
muchas cosas raras de las que se publican en la revista... en verano, tras
conocerte, busqué algo sobre magia antigua... y bueno, se supone que tu
madre hizo algo cuando se sacrificó por ti, te dejó esa protección que
tienes...

—Esa protección ya no me vale contra Voldemort —repuso Harry.

—Tal vez... pero tu madre vive en ti a través de eso... al fin y al cabo,


tienes una deuda con el a.

—¿Una deuda? —preguntó Nevil e, extrañado.

—Sí... cuando un mago le salva la vida a otro...

—...se crea un vínculo entre el os —terminó Harry—. Sí, lo sé,


Dumbledore me lo dijo.

—Ya verás como tus padres están contigo, Harry —dijo Luna, muy segura
de sus palabras.

Harry sonrió. No sabía si creía a Luna realmente, o si simplemente quería


creerla, pero desde que charlaba con el a acerca de esos temas se sentía
mejor, como más protegido, más cerca de sus padres, y también de Sirius.

—Bueno, y... ¿qué hacéis? —quiso saber Luna.

—Practicar magia curativa —contestó Ginny.

—¿Magia curativa? Creí que hacíais algo como lo del ED...


—Lo hacíamos, pero ya hemos terminado con eso, más o menos —explicó
Harry—. Hermione pensó que aprender algo de magia curativa nos vendría
muy bien, y en eso estamos.

—¿Y ya has dominado esos impulsos tuyos?

—Sí... o eso creo... —contestó Harry.

—Más vale, porque cuando os vi a ti y a Ron con Malfoy junto al lago me


asusté mucho...

—Sí, bueno, aún no te agradecí que me detuvieras ese día... si aciertas a no


l egar a tiempo, quién sabe lo que habría pasado.

—No fue nada —dijo el a—. No podía dejar que hicieseis una locura.

—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Ginny.

—Seguir, ¿no? Aún no hemos hecho nada —respondió Harry.

—Por mí no os cortéis —dijo Luna—. ¿Puedo quedarme?

—No veo por qué no —contestó Harry.

Levantándose, volvieron a las prácticas, mientras Luna Lovegood los


observaba, muy interesada.

—¿Cuánto tiempo l evará preparar la poción? —le preguntó Ron a


Hermione en voz baja durante la clase de Pociones del lunes.

—Una hora, más o menos, si tenemos todos los ingredientes —contestó el


a.

—Bueno, de eso se encargará la Sala de los Menesteres, ¿no? —dijo Harry.

—¿Cuándo lo hacemos? ¿Después de comer? —volvió a preguntar Ron.

—Mejor cuando... —dijo Hermione, pero se interrumpió al ver que Snape


se les acercaba.
—Weasley, tu poción está demasiado clara. ¿Cuántas gotas de aceite de
piel de sapo le has echado?

—Eh... cuatro, señor —contestó Ron.

—¿No sabes leer? Al í pone «cinco» —dijo Snape, señalando a la pizarra


—. A ver tú, Potter... —Se inclinó sobre la poción de Harry y no vio nada
digno de mención—. Vale... A ver tú, Granger... —La poción de Hermione
también estaba bien, así que Snape se fue sin decir nada más al fondo del
aula, a revisar otros calderos.

—No me extraña que Weasley no sepa leer, seguro que no vio un libro
antes de entrar en Hogwarts —dijo la arrastrada voz de Draco Malfoy, que
estaba sentado cerca de el os con Crabbe y Goyle. Hablaba en voz baja,
pero lo suficientemente alta como para que Harry, Ron y Hermione le
oyeran—. Seguro que la sangre sucia le lee los textos...

Ron se giró hacia Malfoy, enfurecido, y apretó los puños, pero al í no


podía hacer nada y lo sabía. Malfoy le sonrió con burla.

—Al menos mi padre puede entrar en casa sin esconderse —soltó Ron,
observando con satisfacción cómo la sonrisa se borraba de la cara de
Draco.

—No le hagas caso, Ron... —dijo Hermione—. Toma, échale otra gota de
aceite a la poción, aún se puede arreglar... y bueno, como decía —
prosiguió, bajando la voz—, es mejor hacerlo cuando todo el mundo esté
cenando, para evitar encontrarnos a alguien por casualidad.

—Hermione, sólo es un hechizo —dijo Harry.

—Sí, pero es potente y no sabemos cómo nos indicará el paradero de la


Antorcha, si lo hace. Mejor que el castil o esté lo más solitario posible.

—Está bien...

Así pues, aquel a tarde, a las seis y media, Harry, Ron y Hermione salieron
de la sala común para dirigirse a la Sala de los Menesteres. Harry l evaba
el mapa del merodeador y observaba que ni Filch ni su gata 343

estuviesen por al í; la mayoría de estudiantes se dirigía ya hacia el


comedor para cenar. Su paseo fue tranquilo hasta que, al torcer por un pasil
o, oyeron l antos y sol ozos mezclados con una risa cruel.

—¡La granos! ¡La gorda! ¡La fea! —chil aba Peeves, persiguiendo a
Myrtle La Llorona, que avanzaba por el corredor, mientras el poltergeist le
arrojaba libros.

—¡Peeves! —chil ó Hermione, con voz mandona—. ¡Déjala!

—¡No quiero! —gritó Peeves, riéndose estridentemente y haciéndoles


pedorretas.

—¡Si no paras iré a buscar al Barón Sanguinario!

Por toda respuesta, Peeves empezó a arrojarles libros a el os, hasta que
Harry se hartó, sacó su varita e hizo que los libros empezaran a perseguir a
Peeves, que se alejó revoloteando para evitar que los gruesos volúmenes le
golpearan.

—Gracias... —sol ozó Myrtle en cuanto Peeves su hubo ido.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Hermione—. ¿Por qué te perseguía


Peeves?

—Salí a pasear y Peeves me vio... y luego empezó a insultarme y a tirarme


libros... ¡Siempre se mete conmigo! ¡Todo el mundo se mete conmigo! —
chil ó Myrtle, volviendo a l orar.

—Vamos, no te pongas así —dijo Harry, mirando a sus amigos; Ron


miraba a Myrtle exasperado, y Hermione la observaba con lástima.

—Ya no vienes nunca a visitarme —dijo Myrtle, ahogando un sol ozo—.


Hace dos años me dijiste que vendrías, y no has vuelto, no volviste desde
que saliste de aquel a tubería...

Al oír las palabras de Myrtle, Hermione abrió los ojos desmesuradamente.


—¡Cómo no me di cuenta antes! —exclamó.

—¿Qué? —preguntó Ron, confundido, mirando a Harry, que estaba igual


que su amigo—. ¿De qué no te diste cuenta?

—¡Es obvio! ¡Ha estado todo el tiempo delante de nuestros ojos y no lo


vimos! ¿Cómo hemos sido tan tontos?

—Hermione, ¿nos puedes explicar qué pasa?

—¡Está claro, Ron! ¿Qué lugar de Hogwarts es el más seguro de todos?


¿En dónde podría esconder Slytherin la Antorcha para que nadie, ni los
otros fundadores, pudiesen encontrarla?

—¿Te refieres a...? —dijo Harry, dándose cuenta también.

—¡Sí! ¡La Cámara de los Secretos!

La cara de Ron se iluminó.

—¡Claro! Es lógico... al í sólo un heredero de Slytherin podría encontrar la


Antorcha... el escondite perfecto.

¡Hermione, eres bril ante! —exclamó.

Hermione se ruborizó ligeramente, pero parecía muy satisfecha de sí


misma.

—Puede, pero teníamos que habernos dado cuenta antes.

—Bueno, la idea no está mal, pero tampoco estamos seguros de que esté al
í... —dijo Harry.

—Por mirar nada perdemos...

—¡Vayamos! —dijo Ron.

—¿De qué habláis? —quiso saber Myrtle—. ¡Yo aún estoy aquí!
—Myrtle —dijo Hermione, volviéndose hacia el fantasma—. ¿Qué te
parece si te acompañamos a tus lavabos?

La cara de Myrtle bril ó de alegría.

—¿De verdad? ¿Vais a acompañarme?

—Sí, vamos a hacerlo —confirmó Harry.

Muy excitados, los tres se dirigieron a los lavabos de chicas del segundo
piso, donde no entraban desde hacía cuatro años, acompañados por Myrtle,
a la que se veía muy feliz. Entraron y Harry se situó frente al lavabo que
abría la puerta de la Cámara.

—Bueno, aquí estamos otra vez... —dijo, recordando lo que había pasado
al í.

—Esta vez no habrá peligro, ¿verdad? —preguntó Hermione, algo


asustada. Nunca había entrado en la Cámara Secreta.

—No, ya no hay ningún basilisco —dijo Harry.

—No obstante, nos estamos apresurando —dijo Ron.

—¿Por? —le preguntó Harry.

—Porque... ¿con qué vamos a subir si no tenemos un fénix?

—Tienes razón... —dijo Harry, asintiendo.

—Bueno, alguna manera habrá, ¿no? ¿Cómo salía Slytherin de la Cámara?

—No lo sé —dijo Harry—. Por si acaso, vayamos a buscar nuestras


escobas, ahora que no hay nadie en la sala común.

—¿Ya os vais? —preguntó Myrtle, muy triste, viendo cómo se dirigían a


la puerta.

—Volveremos enseguida, Myrtle —la tranquilizó Hermione.


344

Salieron y volvieron a la sala común. Entraron esperando no encontrarse a


nadie, pero, para su sorpresa, Ginny estaba sentada en una butaca, leyendo
un libro.

—¡Vaya! Me preguntaba dónde estaríais... Nevil e me dijo que no sabía.

—¡Creo que hemos descubierto dónde está la Antorcha de la Llama Verde!


—exclamó Ron, emocionado.

—¿«Hemos»? —dijo Hermione, arqueando una ceja.

—Bueno, Hermione ha descubierto dónde está la Antorcha —se corrigió


Ron.

—En realidad no estoy segura —puntualizó el a—, pero es una


posibilidad.

—¿Habéis hecho algún hechizo? ¿Dónde está? —preguntó Ginny.

—No hemos hecho nada. Nos cruzamos con Myrtle la l orona y a


Hermione se le ocurrió la respuesta más lógica: la Cámara de los Secretos
—explicó Harry.

—¿La Cámara de los...? ¡Pues claro! La verdad sería lo más normal que
estuviese al í —opinó Ginny.

—Ahora mismo íbamos a entrar —dijo Ron—. ¿Quieres venir?

Ginny palideció.

—¡No! No quiero volver al í nunca más —declaró el a—. Jamás.

—Oh... vaya, lo siento, Ginny —dijo Ron—. No quería...

—Da igual, no te preocupes... ¿Vais a ir ahora, dices?

—Sí, sólo veníamos a coger nuestras escobas —dijo Harry.


—Bueno, yo os esperaba para bajar a cenar, pero entonces iré sola.
¡Suerte! —les deseó, saliendo por el agujero del retrato.

Ron y Harry fueron a por sus escobas y bajaron de nuevo a la sala común,
donde Hermione los esperaba.

Salieron los tres juntos y volvieron al baño de Myrtle.

—Bueno, al á vamos —dijo Harry, poniéndose enfrente del grifo que abría
la Cámara. Miró a sus amigos.

Ron estaba serio, y a Hermione se la veía un tanto nerviosa. Harry volvió


la vista hacia la serpiente dibujada en el grifo y siseó: «Ábrete».

Al instante, el grifo empezó a girar, el lavabo se hundió y quedó a la vista


la tubería por la que él, Ron y Gilderoy Lockhart habían bajado casi
exactamente cuatro años atrás.

—Ya está —dijo Harry, mirando la negra abertura.

—¿Vais a volver a bajar por ahí? —preguntó Myrtle, contenta—. Harry, ya


sabes que si mueres ahí...

—Sí, podré vivir aquí —terminó Harry.

—Bueno, vamos ¿no? —preguntó Ron.

Hermione asintió. Harry se montó en su escoba y descendió por la tubería,


ligeramente inclinado. Ron y Hermione le siguieron.

—Esto está muy oscuro —comentó Hermione, con un deje de nerviosismo


en la voz.

— ¡Lumos! —exclamó Harry, encendiendo su varita; Ron y Hermione


hicieron lo mismo.

La tubería por la que bajaban era muy larga, pero a Harry le dio la
impresión de que la última vez que había bajado era más corta... quizás se
debía a que en realidad, no quería l egar abajo; esta vez, por el contrario,
no había ningún peligro (o al menos eso creía).

Llegaron al fondo, al túnel que conducía a la Cámara. Con las tres luces,
podían ver algo más, pero no demasiado.

—Vaya, qué lugar tan desagradable —comentó Hermione, observando la


suciedad que había por doquier.

—Ya... ¿Qué esperabas? —le dijo Ron. Se volvió hacia Harry—. Bueno, y
ahora ¿dónde buscamos? —le preguntó, mirando a su alrededor.

—Entremos en la Cámara —propuso Harry.

Siguieron el túnel hacia la entrada, hasta l egar al muro de piedras que


había separado a Ron y a Harry. Aún quedaba la abertura que Ron había
abierto, pero algunas piedras más habían caído.

—Esto parece peligroso —dijo Hermione—. Parece que el túnel se


derrumba...

—Esto lo hizo tu adorado Lockhart —dijo Ron, y Hermione le lanzó una


mirada asesina— cuando intentó desmemorizarnos a Harry y a mí con mi
varita.

—Apartemos las piedras —dijo Harry, levantando su varita y haciendo que


las piedras se moviesen lentamente, despejando el camino. Ron y
Hermione le imitaron, y, al rato, el resto del túnel quedó a su vista.

Avanzaron por él, juntos, doblando las curvas, apuntando con los haces de
luz de sus varitas a los lados, por si veían algo interesante, pero no había
nada en esa parte.

Doblaron la última curva y se encontraron frente a una pared con dos


serpientes tal adas: la entrada de la Cámara. Harry se adelantó, volvió a
decir «ábrete» en lengua pársel y las dos mitades del muro se separaron,
mostrándoles la Cámara de los Secretos, con sus inmensas columnas tal
adas con serpientes enroscadas.
—Aquí es —dijo Harry.

—Es impresionante —dijo Hermione, con la voz ahogada.

—Increíble —corroboró Ron.

Avanzaron entre las columnas, dirigiéndose al final de la misma.

345

—¿Qué es eso? —preguntó Hermione, deteniéndose de pronto y señalando


con su varita algo que había delante de el os.

—Los restos del basilisco —respondió Harry, caminando de nuevo. Miró


el cuerpo de la gran serpiente que había sido el habitante de la Cámara, del
que ahora sólo quedaban los huesos.

—Era inmenso —dijo Ron.

—Sí, lo era —afirmó Harry—. Y peligroso.

Se quedaron mirando al esqueleto unos instantes y luego avanzaron hasta


la inmensa estatua de Slytherin que había al fondo de la Cámara.

—Bueno, ¿dónde empezamos a buscar? —preguntó Ron.

—No lo sé —respondió Harry—. Cuando vine la otra vez, no tuve mucho


tiempo de hacer turismo.

—Separémonos y registrémoslo todo —sugirió Hermione.

Así lo hicieron, pero, tras media hora de búsqueda quedó claro que no iban
a encontrar nada.

—Así es imposible —dijo Harry, iluminando con su varita las lisas


paredes y las columnas; no había nada que se pareciera ni remotamente a
un escondite donde ocultar algo.

—Yo no he encontrado nada —dijo ron, acercándose a Harry—. ¿Y tú?


—Tampoco.

Ambos fueron junto a Hermione, que exploraba junto a la inmensa estatua,


también sin resultados.

—Tal vez esté en su boca —dijo Harry—. El basilisco salió de al í.

Los tres miraron hacia la cabeza de piedra de Slytherin.

—¿Y si le preguntas por la Antorcha en lengua pársel? —preguntó Ron.

—No puedo hacerlo sin una serpiente —dijo Harry.

—¿Lo has intentado? —preguntó Hermione.

—No... bueno, nada pierdo...

Se concentró e hizo la pregunta: «¿Dónde está la Antorcha de la Llama


Verde?»

—Lo has dicho en nuestro idioma —dijo Hermione.

Se concentró con más intensidad, sintiendo el poder de Voldemort dentro


de sí, dejando que lo l enase...

volvió a mirar al rostro de la estatua y repitió la pregunta... y esta vez sí lo


hizo en lengua pársel.

No sucedió nada.

—Inténtalo de nuevo con otras palabras —sugirió Hermione.

Harry así lo hizo, pero lo más que consiguió fue que la estatua abriese la
boca, tal y como lo había hecho cuando Ryddle había l amado al basilisco.

—¿Miramos dentro? —dijo Ron.

—Vale —aceptó Harry. Levantó la varita y gritó—: ¡Accio Saeta de


Fuego!
Instantes después, la Saeta de Fuego entraba en la Cámara y se quedaba a
su lado. Harry montó en el a y subió hasta la boca de Slytherin. Miró en su
interior, pero al í no había nada; sólo era el cubil del basilisco.

Revisó su cabeza, sus ojos, pero sin resultado. Decepcionado, volvió a


bajar.

—No está aquí —dijo Ron, abatido—. Hemos venido en vano.

—No —replicó Harry—. Sé que está aquí. Siento que está aquí. No sé
cómo, pero lo sé... aunque no sé exactamente dónde ni cómo descubrirla.

—Podríamos probar con los hechizos de búsqueda y localización —sugirió


Hermione—. Ahora que estamos en la Cámara, quizás funcionen.

—Por probar nada perdemos —dijo Harry, encogiéndose de hombros.

Así pues, pusieron en práctica los cinco hechizos que habían usado el
sábado anterior, pero ninguno de el os dio resultado.

—Nada. Esto no sirve... —dijo Harry, desanimado—. Quizás la Antorcha


es demasiado mágica como para ser encontrada con... ¿Qué te pasa, Ron?
—preguntó, mirando a su amigo, que había abierto mucho los ojos.

—¿Cómo no se nos ocurrió? —dijo—. ¡Demasiado mágico! ¡Ahí está la


solución!

—¿Qué solución? —inquirió Harry. Hermione también miraba a Ron sin


entender.

—¿No os acordáis? ¡Podemos usar un gnobble! ¡Hagrid nos dijo que


podían encontrar cualquier cosa mágica!

Hermione miró a Ron con una gran sonrisa.

—¡Vaya, veo que le sacas partido a las clases por una vez!

—¿Por una vez? —exclamó Ron, indignado, pero su expresión de enfado


se disipó al ver cómo Hermione se reía—. No es momento de bromas —
dijo.

—Bueno, pues me voy ahora mismo a pedirle un gnobble a Hagrid —dijo


Harry—. ¿Venís o me esperáis aquí?

—¿Qué hacemos? —preguntó Ron, mirando a Hermione.

—Esperemos —dijo el a.

346

—Vale, enseguida vuelvo —dijo Harry, montando en su escoba y volando


hacia el túnel, y, después, hacia la tubería de salida. Poco después ya
estaba en los baños de Myrtle.

—¿Vienes solo? —le preguntó el a.

—No tengo tiempo, Myrtle —dijo Harry, mirando que no hubiese nadie en
los pasil os y saliendo del lavabo.

Corrió hacia las puertas y luego atravesó el patio hasta la cabaña de


Hagrid. Había luz. Afortunadamente, ya debía haber terminado de cenar.

Llamó a la puerta con insistencia y Hagrid le abrió la puerta.

—¡Harry! —exclamó Hagrid, muy contento de verlo—. No te vi en la


cena... pasa, pasa... ¿Dónde están Ron y Hermione?

—Gracias, Hagrid, pero no vengo de visita. Necesito que prestes a uno de


los gnobbles.

—¿Un gnobble? ¿Para qué?

—Ahora no puedo explicártelo —dijo Harry—. ¿Me lo prestas?

—Claro, claro —dijo Hagrid, confuso—. Ven por aquí...

Harry siguió al semigigante hasta detrás de su cabaña, donde estaban los


gnobbles.
—Coge el que quieras...

Harry los observó y cogió el que habían usado Ron, Hermione y él en


clase.

—¡Gracias, Hagrid! —dijo, corriendo de nuevo hacia el castil o—. ¡Te lo


devolveré pronto!

Entró por las puertas y se dirigió hacia los lavabos de chicas del segundo
piso. Entró, cogió su escoba y bajó de nuevo al interior de la Cámara.
Recorrió el túnel y entró en la gran sala. Entonces oyó a Ron y Hermione;
se habían sentado junto a una columna y hablaban animadamente, dándose
algún que otro beso.

—¿Interrumpo? —dijo Harry, provocando que sus dos amigos pegaran un


bote—. Nunca había pensado en este lugar como un sitio para citas, pero si
queréis os la abro cuando deseéis privacidad... —comentó, con sorna.

—Cál ate, Harry —dijo Ron, un tanto azorado—. ¡Vaya, lo has traído! —
exclamó, al ver al gnobble.

—A eso fui, ¿no?

Hermione se acercó al pequeño ser y le acarició la cabeza.

—¡Hola pequeño! —dijo cariñosamente—. Llévanos hasta al Antorcha de


la Llama Verde, por favor —le susurró con dulzura.

El gnobble no se movió durante unos instantes, y observó a Hermione,


inclinando la cabeza a un lado y al otro. Tras un rato, empezó a moverse
en dirección a una de las columnas de la sala: la que estaba más próxima a
la estatua de Slytherin. Se agarró a el a y la tocó.

—¿Eso quiere decir que está ahí? —preguntó Ron.

—Supongo... —dijo Hermione, acercándose—. ¿Está ahí? —le preguntó al


gnobble.
El gnobble asintió y volvió a tocar la columna. Harry, Ron y Hermione la
miraron, pero no vieron nada fuera de lo corriente. Entonces, el gnobble
comenzó a subir por la columna y señaló una de las cabezas de serpiente.
Harry se fijó y vio que, en la boca de la serpiente, la lengua se parecía a
una l amarada; era distinta de todas las demás serpientes.

—¡Debe ser esto! —exclamó.

—¿Y qué hay que hacer? —preguntó Ron.

Pero Harry ya lo sabía. Miró a la serpiente y siseó: «Ábrete».

La columna entera se estremeció. Las serpientes empezaron a girar, y la


columna comenzó a elevarse, dejando al descubierto un pedestal que había
estado oculto en el interior. Harry, Ron y Hermione vieron cómo la
columna se elevaba del todo y observaron con detenimiento lo que había
delante de sus ojos.

347

34

La Antorcha de la Llama Verde

Harry se adelantó y observó el pedestal. Sobre él había una antorcha


metálica, de color plateado; estaba clavada en su soporte, y estaba
apagada. Harry alargó la mano y la cogió. Ron y Hermione se acercaron a
él y también la observaron. La antorcha estaba decorada con leones y
serpientes, símbolos de Gryffindor y Slytherin, respectivamente. En su
extremo, donde se suponía que se encendía el fuego, sólo había una
especie de bola; no había nada que pudiese arder, como en una antorcha
normal.

—¿Notas algo? —le preguntó Hermione a Harry.

—No —respondió él—. Nada. Tócala tú.


Hermione cogió la Antorcha de manos de Harry, pero tampoco sucedió
nada; con Ron pasó lo mismo.

—Bueno, tal vez tengamos que cogerla dos a la vez —sugirió Hermione
—. Así era como la encendían Slytherin y Gryffindor, ¿no?

—Sí —dijo Harry, agarrando también la Antorcha, que estaba en manos de


Ron, pero siguió sin suceder nada; lo mismo pasó cuando la cogieron Ron
y Hermione y Hermione y Harry.

—Supongo que funcionará si la tocáis tú y Voldemort —dijo Hermione.

—Supongo —contestó Harry, no muy ilusionado con la idea.

—¿Y si probamos a encenderla por el método normal? —dijo Ron,


acercando su varita a la punta de la Antorcha—. ¡Incendio!

De la varita de Ron salió una l amarada, pero la Antorcha siguió sin arder.

—Nada...

—Bueno, lo mejor es que se la enseñemos a Dumbledore —dijo Hermione


—. Tal vez él sepa qué hacer...

—Lo dudo, pero de todas formas tengo que decírselo —repuso Harry—.
Bueno, será mejor salir de aquí.

Los tres se encaminaron al túnel. Ron cogió al gnobble en brazos y lo l evó


con él. Avanzaron en silencio por el túnel hasta l egar al extremo de la
tubería que servía de entrada. Al í cogieron las escobas y subieron
lentamente hacia los lavabos de Myrtle la l orona.

—¿No notáis un olor raro? —preguntó Harry, cuando casi estaban l egando
arriba.

—Sí... —contestó Ron con una mueca de asco—. Huele fatal.

Harry salió por la abertura del lavabo y se estaba apartando para dejar sitio
a Ron y Hermione, cuando una voz lo sobresaltó:
—¡Vaya, ya estás aquí!

Harry se volvió para observar la cara sonriente de Henry Dul ymer; tenía
puesto un casco-burbuja. Myrtle estaba a su lado, muy contenta. Harry se
quedó de piedra.

—¡He-Henry! —exclamó, mientras Ron y Hermione salían de la tubería y


se lo quedaban mirando también—.

¿Qué haces aquí? ¿Y por qué huele tan mal?

—Bueno, te vi correr antes y te l amé, pero no me oíste, así que te seguí


hasta aquí. Me extrañó mucho que entraras en un lavabo de chicas, y entré
yo también... entonces vi el agujero y supuse que estarías ahí, pero como
no sabía qué era decidí no bajar. Entonces me di cuenta de que podría venir
alguien y ver esto y por eso tiré un montón de bombas fétidas, pero Myrtle
ya me explicó que aquí nunca entra nadie; yo no lo sabía... ¿De dónde
venís?

Harry miró a Ron y Hermione, que le devolvieron la mirada.

—De... de la Cámara de los Secretos —respondió.

—¿De la Cámara de los Secretos? —exclamó él, muy sorprendido—. ¿De


la legendaria Cámara de los Secretos? ¡Guau! ¿Y qué habéis ido a hacer al
í? —preguntó. Entonces vio la Antorcha en las manos de Harry y su
mirada se iluminó—. ¡Vaya! ¿Ésa es la Antorcha de la Llama Verde?
¿Estaba ahí dentro?

—La respuesta a todo es «sí» —dijo Harry, aún anonadado.

—Increíble —musitó Henry, mirando aún la Antorcha—. ¿Y qué hace?

—De momento nada —respondió Harry.

—¿Nada? —dijo Henry, un poco desilusionado—. Bueno, quizás no sabes


aún cómo funciona... según el libro que te dejé, se necesitan dos mentes
opuestas pero vinculadas para hacerla funcionar...
—Sí... supongo que es eso.

—Deberíamos irnos de aquí —sugirió Hermione—. Además, huele fatal.

—Apoyo la idea —dijo Ron, con una mueca de asco.

—Sí, vayámonos —dijo Henry, yendo hacia la salida. Sin embargo, antes
de salir se volvió a mirar a Harry—.

¿No la irás a l evar así y que la vea todo el mundo, verdad? —comentó,
señalando a la Antorcha.

—¿Eh? ¡Ah! Pues no debería —dijo Harry, dándose cuenta de que Henry
tenía razón.

348

—Toma esta bolsa —dijo Henry, entregándole una bolsa de tela donde la
Antorcha cabría perfectamente—.

Ya me la devolverás.

—Gracias —dijo Harry, metiendo la Antorcha en la bolsa.

Los cuatro salieron del baño, caminaron un rato hasta las escaleras y se
despidieron, dirigiéndose cada uno a sus respectivas salas comunes.

—¿No deberíamos ir a devolverle el gnobble a Hagrid? —dijo Ron,


señalando al pequeño ser, que parpadeaba en sus brazos.

—Sí, deberíamos —asintió Harry—. Así podremos hablar un poco con él,
hace tiempo que no lo visitamos en condiciones.

—De acuerdo —dijo Hermione—. Vayamos.

—¿Y la Antorcha? —preguntó Harry.

—Podemos l evarla con nosotros —respondió Hermione.


Volvieron sobre sus pasos y se dirigieron al vestíbulo, atravesaron las
puertas y se dirigieron a la cabaña de Hagrid. Hermione l amó y Hagrid les
abrió, sorprendido de ver a Harry de nuevo.

—¡Ah!, sois vosotros —saludó el semigigante—. Pasad, pasad, si no


tenéis tanta prisa como Harry antes.

—No, ya no —respondió Harry—. Venimos a devolverte al gnobble. Nos


ha sido muy útil. Gracias.

—De nada. ¿Para qué lo queríais?

—Para encontrar esto —contestó Harry, mostrándole la Antorcha a Hagrid,


que abrió mucho los ojos al verla.

—¡Oh! ¿Es la famosa Antorcha de la Llama Verde? —preguntó.

—Sí... lo es. O al menos eso creemos, porque de momento no hemos


notado nada en el a.

—¿Se la habéis enseñado ya a Dumbledore? —inquirió Hagrid.

—No, aún no. Acabamos de encontrarla —explicó Ron, que aún seguía
con el gnobble en brazos.

—¿Y dónde estaba? —preguntó Hagrid, mirando la Antorcha de cerca.

—En la Cámara de los Secretos —contestó Hermione.

—¿En la...? ¡Gárgolas galopantes...! Desde luego, no hay escondrijo mejor


—opinó Hagrid.

—Oye, Hagrid, ¿dónde dejo al gnobble?

—¡Ah!, perdona, Ron, me olvidé de él... ¿te importa dejarlo fuera, junto a
los otros?

—No —contestó Ron, saliendo de la cabaña con el gnobble en brazos.


Regresó unos momentos después y los tres decidieron volver al castil o. Se
despidieron de Hagrid y volvieron a la torre de Gryffindor, donde Ginny
los esperaba, sentada en una butaca.

—¡Habéis tardado mucho! —exclamó la chica al verlos—. ¿La habéis


encontrado? —preguntó, bajando la voz.

Harry le mostró el fardo, sonriente.

—¿Está ahí? —Harry asintió—. ¿Puedo verla?

—No tiene gran cosa que ver —respondió Harry—. No hemos conseguido
hacerla funcionar, así que...

—De todas formas me gustaría verla —insistió Ginny.

—Cuando nos quedemos solos —le prometió Harry.

Por tanto, mientras la sala no se vaciaba, Harry, Ron y Hermione se


pusieron a adelantar deberes, y, cuando acabaron, o más bien se aburrieron,
Ron se puso a jugar al ajedrez contra Harry, y luego contra Hermione;
ambos perdieron.

La sala común se vació a las once y media, y entonces Harry sacó la


Antorcha del fardo y se la mostró a Ginny, que la cogió con cierto temor.

—Vaya, no parece que tenga nada especial —comentó.

—Ya te lo dije. No hemos logrado hacerla funcionar —dijo Harry—.


Supongo que sólo funcionará si Voldemort y yo la tocamos.

—¿Y no vas a saber cómo funciona hasta entonces?

Harry se encogió de hombros.

—mañana iré a hablar con Dumbledore, a ver qué me dice.

—Yo ya estoy deseando verla funcionar, a ver qué puedes hacer con el a —
dijo Ron, embargado por la emoción.
—Pues yo casi temo más pensar qué podría hacer con el a Voldemort —
repuso Harry.

—Pero de momento la tienes tú —dijo Ginny.

—Sí, de momento la tengo yo —repitió Harry—. De momento.

Esa noche tardó un buen rato en dormirse. Había sido un día largo y
emocionante. Realmente, nunca había pensado que volvería a entrar en la
Cámara de los Secretos, y menos para buscar una antorcha que
supuestamente poseía poderes inimaginables. Harry deseó con todas sus
fuerzas que Dumbledore pudiera hacer algo con la Antorcha, o decirle
alguna cosa más sobre el a, porque si la primera vez que la usaba era con
Voldemort, se moriría del miedo. Como había dicho, temía lo que
Voldemort podría hacer con el a...

349

como, por ejemplo, poseerle y dominarle. Cierto era que, como Ginny
había dicho, la tenía él, pero... ¿acaso en su primer sueño el rostro
fantasmal de Slytherin no le había dicho «la conseguirás para él»? Bien
podría ser casualidad, pero a Harry no se lo parecía. ¿Significaban aquel as
palabras que él debía encontrar la Antorcha y entregársela a Voldemort?
Bueno, él nunca se la entregaría voluntariamente, pero seguramente el
mago intentaría quitársela de alguna forma, y siendo quien era, Harry
sabía perfectamente que era capaz de conseguirlo. Al fin y al cabo, había
conseguido sacar a Harry de Hogwarts en dos ocasiones mediante
estratagemas y trampas, ambas complejas y arriesgadas, sí, pero habían
dado resultado. ¿Volvería a intentarlo? Harry no encontró otra respuesta
que no fuera una afirmación.

El martes tenían clases toda la mañana, y ninguna de el as era Defensa


Contra las Artes Oscuras, así que Harry tuvo que esperar a por la tarde
para ir a ver a Dumbledore. Desgraciadamente, el director tenía clases con
otros cursos hasta las seis, así que Harry esperó pacientemente a esa hora
para acudir al despacho del director. Ni Hermione ni Ron acudieron con él;
prefirieron dejar que Harry hablase a solas con el director.
Así pues, a las seis y diez aproximadamente Harry se dirigió hacia el
despacho, pronunció la contraseña y entró.

—Profesor Dumbledore... —dijo, con voz ahogada.

Dumbledore, que estaba sentado tras su escritorio, levantó la vista hacia él


al oírle entrar.

—¿Harry? ¿Qué sucede?

Por toda respuesta, Harry se acercó al escritorio de Dumbledore, abrió el


fardo y sacó la Antorcha, poniéndola sobre la mesa. Dumbledore abrió
muchísimo los ojos.

—¡Oh! ¡Es la Antorcha! —exclamó, muy sorprendido—. La has


encontrado... ¿Dónde la has encontrado?

—Bueno, en realidad la idea fue de Hermione —explicó Harry—. La


encontramos en la Cámara de los Secretos.

—La Cámara de los Secretos... pues claro...

Dumbledore cogió la Antorcha y la examinó durante un rato.

—No logramos hacer que funcionara —comentó Harry.

—Es normal... ya te expliqué que se necesitan dos magos opuestos y


vinculados de algún modo para que se encienda.

—Como Voldemort y yo.

—Sí.

—Pero Slytherin y Gryffindor, ¿qué vínculo tenían? ¿El de que eran


amigos?

—Sí, pero no sólo eso; ambos pusieron parte de sí en este objeto, supongo
que eso creó un vínculo más fuerte entre ambos... un vínculo lo
suficientemente fuerte entre sus mentes como para permitirles encenderla.
—¿Y cómo se supone que debo usarla contra Voldemort, si tenemos que
encenderla los dos?

—No lo sé —contestó Dumbledore, quitando la mirada de la Antorcha y


dirigiéndola hacia los ojos de Harry

—. No lo sé. No sé nada de este objeto aparte de lo que ya te conté,


suponiendo que sea cierto, claro.

—¿Y qué se supone que voy a hacer con el a? —preguntó Harry—. ¿La
dejo aquí?

—No —respondió Dumbledore—. Tú la necesitas. Es tuya. Guárdala, pero


protégela bien. Cuanta menos gente sepa que la tienes, mejor.

—De acuerdo —dijo Harry, volviendo a meter la Antorcha en el fardo.

—Te preocupa algo, ¿verdad? —dijo Dumbledore de pronto, observando a


Harry fijamente sobre sus gafas de media luna.

—¿Cómo voy a hacerlo? —fue la respuesta de Harry—. ¿Cómo voy a


dominar el poder de la Antorcha para luchar contra Voldemort? No sé qué
hace, ni cómo usar sus poderes... ¿Cómo evitaré que la use para apoderarse
de mí y hacer realidad lo que vi en mis sueños?

—Confío en ti —dijo Dumbledore con tranquilidad—. Sé que, l egado el


momento, harás lo que debas hacer, lo correcto, como siempre has hecho...
y también sé que podrás derrotarle, que puedes ser más fuerte que él,
porque tienes algo, o alguien, por lo que luchar.

—¿Por qué dice que puedo ser más fuerte que él? Nunca le he vencido, me
he limitado a huir de él...

—¿Recuerdas tu duelo contra él la noche en que retornó?

—Jamás podría olvidarlo —repuso Harry.

—Bien, cuando las varitas se conectaron, tú le derrotaste; tú obligaste a la


varita de Voldemort a vomitar los últimos hechizos que había realizado...
fuiste más fuerte que él... y sabes por qué.

—Por el sonido —contestó Harry, casi sin pensar—. El canto del fénix me
recordaba a usted, a mis amigos...

a la gente que me rodea.

—Exacto; tú tenías un mayor motivo para vencer que Voldemort para


matarte, y eso te salvó: tu cariño por aquel os a los que aprecias te hizo
más fuerte que él, y siempre lo hará, si no olvidas por qué luchamos.

Harry sonrió y asintió.

—Luna siempre dice que mis padres, y... y Sirius están conmigo, que
nunca me dejan solo...

350

—¿Tú lo crees? —le preguntó Dumbledore.

—Sí —respondió Harry.

—Y haces bien —le dijo Dumbledore—. Aquel os que amamos, que nos
aman, nunca nos abandonan del todo... y menos aquel os que han hecho un
sacrificio de amor por nosotros, como tu madre hizo por ti.

Harry se quedó un momento cal ado, y luego se puso en pie.

—Esto es todo lo que quería decirle, profesor —dijo.

—Bien... La verdad es que ya es hora de cenar. Hasta luego, Harry... y


guárdala bien —le advirtió Dumbledore, señalando hacia el fardo con una
ligera inclinación de cabeza.

—Lo haré —respondió Harry, antes de salir de despacho.

Se dirigió a la sala común, donde Ron y Hermione lo esperaban para bajar


a cenar. Antes de hacerlo, subió a la habitación, abrió el baúl, metió la
Antorcha dentro, bajó la tapa y la sel ó con un fuerte encantamiento de
seguridad. No quería correr riesgos. Luego bajó y, acompañado por sus dos
amigos, se dirigió al comedor, mientras les contaba lo que había hablado
con Dumbledore.

—O sea, que no tiene respuestas —concluyó Ron, en cuanto Harry hubo


terminado de hablar, cuando ya casi entraban en el comedor.

—Sí, pero me dijo que confiaba en mí, que podía ser más fuerte que
Voldemort... espero que sea verdad.

—Nosotros también —dijo Hermione—. Pero si Dumbledore lo dice, yo


confío en él.

—También yo —la apoyó Ron—. Y en ti —agregó, dándole una palmada


en el hombro a Harry. —Éste sonrió.

Entraron al comedor y se sentaron. Ginny ya estaba al í y Harry le


comentó por encima su charla con Dumbledore; también el a se quedó un
poco decepcionada al ver que el director no podía ayudarles demasiado.

—Vaya, creía que él tendría las respuestas —se lamentó Ginny.

—Bueno, él nunca había visto la Antorcha, sólo conoce la leyenda, así que
no es de extrañar —dijo Harry.

Al terminar de cenar, los cuatro salieron juntos del Gran Comedor. Harry
miró hacia Henry, quien se acercó, solo. Harry le devolvió la bolsa que le
había prestado.

—Gracias —dijo Harry.

—De nada —respondió Henry—. Cuando necesites algo, ya sabes... Y


bueno, ¿qué, has logrado avanzar algo con esa antorcha?

—No —respondió Harry con sinceridad.

—Bueno, ya verás cómo lo consigues —dijo Henry, haciendo ademán de


irse—. Me voy a terminar mi cena.
—Hasta mañana —se despidió Harry, siguiendo a sus amigos a la sala
común.

El resto de la semana transcurrió tranquila. Las clases continuaban


normalmente, con el detal e de que los deberes se incrementaban y que los
profesores no paraban de recordarles que los exámenes estaban a la vuelta
de la esquina. Aparte, el último partido de quidditch de la temporada, la
final, se celebraría el día 22, y sólo faltaba una semana para él. Debido a el
o, en la reunión del ED del jueves se acordó suspender las reuniones de
forma indefinida. Al terminar la reunión, Cho se acercó a Harry.

—Hola, Harry —dijo el a.

—Hola Cho —saludó Harry. Ron y Hermione le hicieron un gesto y


salieron de la Sala de los Menesteres.

—¿Qué tal has estado este tiempo? —le preguntó el a, como si no supiera
de qué hablar, o no quisiera hacerlo.

—Bien... —respondió Harry—. ¿Y tú?

—Nerviosa —respondió el a—. Los EXTASIS, ya sabes...

—Sí, me imagino.

—Oye, Harry... ésta es probablemente la última reunión del ED en la que


participo, y quería agradecerte todo lo que me has ayudado.

Harry la miró fijamente.

—No tienes nada que agradecerme —repuso.

—Sí lo tengo —replicó el a—. He aprendido muchísimo. Todos hemos


aprendido muchísimo gracias a ti.

Creo que sacaré una buena nota en el EXTASIS de Defensa Contra las
Artes Oscuras —dijo, con una sonrisa—. Voy a echar esto de menos... y
también a ti.
—Yo también te voy a echar de menos —dijo Harry.

—Espero que volvamos a vernos después de salir de Hogwarts —dijo el a


—. Y... espero que tengas mucha suerte, Harry. De verdad.

Se acercó lentamente a él y le dio un suave beso en la mejil a. Le sonrió y


luego se marchó.

Harry se quedó un instante mirando a la puerta antes de volver a la sala


común.

—¿Qué te quería? —preguntó Ron, cuando Harry entró por el agujero del
retrato.

—Darme las gracias y despedirse —contestó Harry.

351

—¿Despedirse? —preguntó Ron, extrañado.

—El a se va este año, Ron, y si ya no tenemos más reuniones del ED no va


a tener mucho más tiempo para ver a Harry —explicó Hermione.

—Ah, claro... —asintió Ron—. Y, bueno —dijo, cambiando de


conversación—. ¿Qué hacemos con nuestras propias reuniones?

—Es mejor suspenderlas también hasta después de los exámenes —opinó


Harry—. Los exámenes están ahí y casi no tenemos tiempo de hacer nada.

—Sí, yo también opino que es lo mejor —dijo Hermione.

Bueno, y hablando de exámenes... es mejor que nos pongamos a estudiar


—dijo Harry, yendo a buscar su mochila.

Los días pasaron, y el halo de tranquilidad empezó a desvanecerse. Por


todas partes corrían rumores de que algo grande se preparaba, después de
meses casi sin ninguna actividad por parte de los mortífagos. En El
Profeta habían aparecido noticias extrañas sobre los gigantes que se
ocultaban en las tierras de Escocia, y además había desparecido un guardia
de seguridad del Ministerio. Si bien no se sabía nada de él, todas las
sospechas apuntaban a Voldemort como responsable de su desaparición. Al
igual que cuando se avecinaba una tormenta, se notaba el nerviosismo en
las noticias, en los profesores, que cuchicheaban por los pasil os cada vez
más a menudo, e incluso en los estudiantes, que tal vez recibían
preocupantes noticias desde sus casas.

Todo lo que de alguna manera se había estado preparando se desencadenó


la mañana del domingo siguiente, al menos para Harry. Se había levantado
bastante tarde, porque la noche anterior habían estado trabajando hasta
tarde, y quería estar descansado para el entrenamiento de quidditch que
tendrían por la tarde, ya que la final era el sábado siguiente. Cuando bajó a
la sala común, ya ni Ron ni Hermione estaban en el a. Suponiendo que
estaban en el Gran Comedor, se dirigió hacia al í. Le sorprendió un poco el
silencio que se palpaba en el castil o. Extrañado, bajó al vestíbulo y cruzó
las puertas del comedor, donde reinaba un inusual silencio. Sólo se
escuchaban débiles murmul os, murmul os que se acrecentaron cuando él
entró y vio cómo todo el mundo se le quedaba mirando. Además, observó
que Dumbledore no estaba sentado en su habitual asiento. Sin entender
nada, se dirigió hacia la mesa de Gryffindor, donde estaban Ron y
Hermione, leyendo El Profeta. Cuando se acercó a el os, ambos se
dirigieron una rápida mirada de preocupación. Ginny estaba frente a el os
y tenía una lágrima en los ojos.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Por qué me mira todo el mundo? ¿Por
qué hay tanto silencio?

—Esto... esto es terrible, Harry... —musitó Hermione, entregándole el


periódico.

Harry frunció el entrecejo y lo cogió. Miró la primera plana y se quedó


petrificado.

EL TERROR VUELVE A HOGSMEADE

La pasada noche la Marca Tenebrosa volvió a bril ar, esta vez en el pueblo
de Hogsmeade, que ya se viera atacado por una horda de dementores
antes de Navidad. En esta ocasión, como en la anterior, la causa del
ataque parece ser la proximidad a Hogwarts y, sobre todo, la presencia en
ese colegio de Harry Potter.

La Marca Tenebrosa señalaba la vivienda donde fue asesinado el auror


Kingsley Shacklebolt, que tenía como misión vigilar el pueblo, cosa que el
Ministerio viene haciendo desde el ataque de los dementores y debido al
gran objetivo que siempre ha sido para El Que No Debe Ser Nombrado el
Colegio Hogwarts, con el aliciente de la presencia de Harry Potter.

Lo más curioso es que la muerte del auror Shacklebolt parece deberse


simplemente a enviar un mensaje al niño que vivió: junto al cadáver se hal
aba una carta sel ada con la Marca Tenebrosa que contenía el siguiente
mensaje:

«Harry Potter... ¿Te gusta mi regalo? ¿te gusta, Harry? Le conocías,


¿verdad, Potter? ¿Te duele?

¿Te duele tanto como la muerte de tu padrino? Ja ja ja. ¡Sólo es un regalo,


Potter! Un regalo a cambio de que me entregues dos cosas que tú tienes y
que yo quiero... Pon el precio por el as, Potter. Pon el precio en número de
cadáveres.»

Nadie ha conseguido explicar el significado de este mensaje, y el


periódico no ha podido hablar aún con Albus Dumbledore, quien, por otro
lado, ha prohibido totalmente una entrevista con Harry Potter al
respecto...

Harry dejó caer el periódico, estremecido. Temblaba. Kingsley había


muerto. Había muerto sólo porque Voldemort quería dejarle un mensaje,
un mensaje que él entendía perfectamente. Hermione, Ron y Ginny le
miraron preocupados. Harry se levantó, retrocediendo, tropezando con el
banco. No podía ser... aquel o era demasiado, demasiado... luchó contra las
lágrimas de pena, odio y rabia que luchaban por salir de sus ojos.

352

Golpeó la mesa con un puño y cerró los ojos intentando contenerse.


Cuando los volvió a abrir, vio que todo el comedor le miraba con tristeza,
con pena, con lástima...

—¡NO! —gritó—. ¡¿CUÁNDO VA A TERMINAR ESTO?!

La profesora McGonagal se levantó, con el rostro compungido.

—Por favor, señorita Weasley —dijo, dirigiéndose a Ginny—. Acompañe


al señor Potter a su habitación...

Los prefectos, por favor, deben reunirse conmigo en mi despacho.

—Profesora —dijo Hermione, mirando alternativamente hacia el a y hacia


Harry—. ¿No podemos Ron y yo...?

—Lo siento, señorita Granger, pero esto es muy importante —dijo la


profesora, muy afectada.

Hermione miró a Harry con pena.

—Iremos pronto —dijo Ron.

Harry no respondió. Abandonó como una tromba el Gran Comedor,


seguido por Ginny. Al salir, dirigió una fugaz mirada hacia la mesa de
Slytherin. Henry y Sarah le miraron con compasión, pero Malfoy tenía una
ligera sonrisa en su cara, mientras se levantaba para acudir a la reunión de
los prefectos.

Harry volvió la cabeza rápidamente y corrió hacia la torre de Gryffindor.


Quería estar solo, quería pensar, quería destrozar algo...

—¡Harry, espérame! —gritaba Ginny, corriendo detrás de él; pero Harry


no la escuchaba. Llegó a la sala común y subió velozmente las escaleras
hasta l egar a su habitación. Cerró a puerta, se sentó en la cama y empezó a
pegarle puñetazos, gritando con todas sus fuerzas.

—¡TE ODIO! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO MÁS QUE A NADA EN
ESTE MUNDO! ¡JURO QUE
ACABARÉ CONTIGO AUNQUE ME CUESTE A MÍ LA VIDA! —gritó,
dejando que las lágrimas corrieran por su cara.

Un hombre, un hombre a quien conocía, había muerto. Otro miembro de la


Orden del Fénix menos. Y no sólo eso: Voldemort había prometido seguir
matando hasta que tuviera las dos cosas que tenía Harry que él deseaba.
No sabía qué hacer, si huir, si marcharse a enfrentarlo o quedarse al í
escondido, esperando su momento. Ninguna elección parecía correcta.
Voldemort sabía que él tenía la Antorcha. ¿Lo habría sentido?

No lo sabía. Se levantó de la cama y empezó a dar vueltas, dejando que las


sensaciones, el poder y la rabia lo l enasen del todo, dejando que su cabeza
se evadiera y se l enara sólo de rencor, un rencor y un odio que hiciesen
que el dolor se alejara de él.

Entonces, oyó que l amaban a la puerta.

—¡Harry! ¡Harry, sé que estás ahí, ábreme! —gritó Ginny.

—¡DÉJAME EN PAZ!

—Harry, ¡ábreme!

—¡¡NO!! —gritó, haciendo estal ar el cristal de su ventana.

—Está bien —dijo Ginny.

Harry oyó un golpe seco y unas palabras y la puerta se abrió. Ginny traía la
varita en su mano.

—¡Te dije que no entraras! —le gritó, fuera de sí.

—¡Harry! ¡Tienes que controlarte!

—¡NO QUIERO! ¿Cómo voy a controlarme?

Harry se dirigió a su baúl, le dio un toque con su varita y éste se abrió.


Metió el brazo y sacó la Antorcha.
—Harry...

—¡Quiere esto! ¿entiendes? ¡Me ha dicho que seguirá matando gente hasta
que le dé lo que quiere!

—¿Y qué quiere? —preguntó Ginny, asustada, acercándose a él


lentamente.

—¡Esto! —chil ó, agitando la Antorcha—. Esto y ¡a mí! ¡Me quiere a mí!


—gritó, elevando la voz y provocando que las camas temblasen y a Ginny
la recorriera un escalofrío.

—Harry... Harry, por favor... —dijo Ginny, con las lágrimas cayéndole por
la mejil a. Se acercó a él e intentó abrazarle.

Harry la observó, mirando cómo las lágrimas le caían por la cara... le


pareció tan frágil... un cálido sentimiento emergió de él, elevándose en
medio del odio y los deseos de venganza. El a le quería, se preocupaba por
él... levantó una mano y le tocó la mejil a, secándole las lágrimas, y luego
la abrazó.

Nada podría haberle preparado para lo que sucedió a continuación: en


medio del odio que sentía y el calor que le embargaba por la proximidad
de Ginny, una poderosa imagen brotó en su cabeza, haciéndole proferir un
chil ido. Era una fuerte luz verde, y le dio una punzada de dolor en la
cicatriz. Al momento, la Antorcha bril ó y una l ama verde muy intensa
salió de su extremo. Harry la miró un instante, asombrado, y luego sintió
algo que no había experimentado nunca antes: su mente se aclaró, sus
pensamientos se hicieron diáfanos; sintió su poder, todo su poder, tanto el
suyo como el que Voldemort había dejado en él... y podía manejar y
controlar ambos; todos sus recuerdos aparecieron con total nitidez, y sintió
a Ginny... la sintió en él, sintió su miedo al creer que era la causante de los
ataques, su angustia porque él no le hacía caso... sintió deseos de ir junto a
sí mismo y tocarse, porque era el gran Harry Potter, el héroe que siempre
había querido conocer...

sintió la paz que el a había sentido al abrir los ojos y ver su propio rostro
cerca del suyo, se sintió estremecer 353
cuando él le dijo que Ryddle ya no estaba y que todo iría bien... sintió su
calidez mientras bailaba abrazada a él en el baile de Navidad...

Todo había sucedido en un segundo. Un torrente de sensaciones como no


había sentido nunca. Se separó de Ginny y el flujo de emociones y
recuerdos desapareció.

—Harry, ¿qué...? —preguntó Ginny, mirando cómo la Antorcha ardía, con


una l ama más apagada, ahora que Harry se había separado de el a.

Harry miró a la Antorcha, concentrándose en su mente, sintiendo todo


aquel o... y una punzada de dolor le atravesó. Se sintió como si cayera en
un pozo del que no podía salir, y oyó una risa horrible y cruel: una risa que
odiaba... y sintió un grito, un grito que amaba, un grito pronunciado por
una mujer cuyo recuerdo lo acompañaba siempre. Vio como Voldemort se
dirigía a él, vio cómo le apuntaba y murmuraba el hechizo, vio cómo la luz
verde lo alcanzaba, produciéndole un terrible escozor en la frente... un
escozor que se convirtió en un dolor horrible, un dolor que le hacía estal ar
la cabeza y que le sumió en la profunda oscuridad de la inconsciencia.

—¡Harry! ¡Harry! ¿estás bien? —oyó. La voz era débil y parecía lejana.

—¿Ginny...? —musitó, con voz casi inaudible.

—¡Harry! ¿Te encuentras bien? ¡Qué susto me has dado!

Lentamente, Harry se incorporó, ayudado por Ginny. La cicatriz aún le


dolía horriblemente. Abrió los ojos del todo y miró hacia su izquierda,
donde estaba la Antorcha de la Llama Verde, ahora apagada.

—¿Qué sucedió? —preguntó.

—No sé... me abrazaste, y luego vi que la Antorcha se encendía, y sentí


una cosa rara... no sé, como si alguien hurgara en mi cabeza. Luego te
separaste y pusiste los ojos en blanco, como si estuvieras en trance.

Intenté despertarte, pero no respondías. Tuve miedo, la Antorcha comenzó


a bril ar muchísimo y tú empezaste a gritar. Iba a quitártela cuando te
desmayaste; la soltaste y se apagó. —Ginny le dirigió una mirada
preocupada—. ¿Qué sucedió?

—Vi a Voldemort... vi a Voldemort cuando me atacó, cuando me hizo


esto... —dijo, señalándose la cicatriz

—. No entiendo cómo, pero lo vi...

—Harry... ¿cómo lo hiciste? ¿Cómo pudiste encenderla?

—No lo sé —respondió Harry—. No lo sé...

Pero era una verdad a medias... tenía una ligera idea de por qué lo había
logrado, cuando se suponía que se necesitaban dos personas para
encenderla. Miró a Ginny.

—Siento haberte gritado —le dijo.

—No pasa nada —dijo el a—. Es normal que estés muy afectado... ¿Te
encuentras mejor?

—Un poco —contestó—. Es que esto es... esto es horrible, Ginny...

—Lo sé Harry. Es terrible que Kingsley haya muerto, pero no puedes hacer
nada, y no es culpa tuya...

—Te vi —dijo Harry—. Te vi cuando te abracé.

—¿Qué?

—Vi tus... tus recuerdos. Algunos. Era extraño, porque los sentía como si
fuesen míos...

—¿Viste mis recuerdos?

—Sí... tus recuerdos relacionados conmigo, como cuando te saqué de la


Cámara de los Secretos...

Ginny se sonrojó un poco, avergonzada.


—Vaya... qué interesante, ¿no?

—No tienes que avergonzarte —dijo Harry, aunque, si él hubiese estado en


la misma situación, se habría muerto de la vergüenza.

—Lo sé, pero... que tú veas eso...

—Me siento halagado —dijo él, para animarla. Se acercó a el a y le dio un


nuevo abrazo. Se separaron lentamente y entonces Ron y Hermione
entraron en el cuarto, con caras asustadas.

—¡Harry! —gritó Hermione.

—¿Qué? —preguntó él, algo sobresaltado.

—¿E-Estás bien?

—No —respondió Harry—. Pero estoy mejor que antes.

—Menos mal —dijo Ron, observando la ventana rota y las camas movidas
y desordenadas.

—¿Qué os quería McGonagal ? —preguntó Ginny.

—Hablarnos de lo que sucedió en Hogsmeade —dijo Hermione—. ¿Qué


hace la Antorcha aquí tirada? —

preguntó, mirándola.

—Después os explico. Primero vosotros —dijo Harry, sin tocar la


Antorcha.

—Por lo que entendimos, la casa donde mataron a Kingsley estaba siendo


usada por la Orden.

—¿McGonagal dijo eso? —preguntó Harry, sorprendido.

354
—No, pero Ron y yo l egamos a esa conclusión —explicó Hermione—. El
caso es que, debido a la amenaza de Voldemort, va a haber nuevas
restricciones, y no se podrá salir del castil o pasadas las seis, ni a ninguna
otra hora sin la autorización de un profesor.

—Los prefectos y los Premios Anuales tendremos que vigilar los pasil os
y las salas comunes para que ningún alumno haga ninguna tontería —
prosiguió Ron—. Que es lo que nos faltaba, con los exámenes encima.

—¿Y el quidditch? —inquirió Harry.

Hermione negó con la cabeza.

—Lo han suspendido —aclaró Ron—. Algunos protestamos, pero no hubo


manera.

—¡Claro que no! ¡Me parece una decisión muy sensata! —dijo Hermione.

Ron iba a replicar, pero prefirió cal arse. Quizás, en el fondo, también
opinaba igual. A Harry le molestaba no poder enfrentarse a Malfoy y ganar
de nuevo la copa, pero en ese momento le importaba poco; tenía
preocupaciones más acuciantes.

—¿Y dónde está Dumbledore? —preguntó.

—En Hogsmeade. Tenía que ir al í y luego habrá ido al Ministerio,


supongo. Además, tal vez haya una reunión de la Orden del Fénix —dijo
Hermione.

—Ya...

—Bueno, y ahora explícanos: ¿qué ha pasado aquí? —inquirió Hermione.

—He logrado encender la Antorcha de la Llama Verde —contestó Harry.

—¿QUÉ? —chil ó Hermione, sin poder creérselo.

—Lo que oyes. Estaba l eno de ese poder, y la cogí... y luego l egó Ginny,
la abracé y... se encendió.
—¿Sin más? —preguntó Ron.

Harry asintió.

—¿Y qué... qué pasó? —quiso saber Ron.

—Fue muy extraño. Me sentí como si mi mente estuviera perfectamente


ordenada y tuviera un control pleno de mí mismo... y después vi recuerdos,
recuerdos de Ginny... la solté, y entonces...

—¿Qué? —preguntó Ron con apremio.

—Vi el momento en que Voldemort me atacó y me dejó la cicatriz.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Hermione, abriendo mucho los ojos.

—Sí —respondió Harry.

—¿Podrías hacerlo de nuevo? —preguntó Ron.

—No lo sé... la verdad es que fue muy extraño... y al final, muy doloroso
—dijo.

—Tendrás que hablar con Dumbledore pronto —dijo Hermione.

—Lo sé —contestó Harry—. Lo haré cuando regrese.

—Vuelve a intentarlo, venga —pidió Ron.

Harry cogió la Antorcha y la miró, pero no sucedió nada.

—No se enciende —dijo Ron.

Harry se concentró, intentando volver a sentir el odio. Recordó la noticia,


la muerte de Kingsley, las burlas sobre Sirius, la promesa de más
asesinatos, la sonrisa cínica de Malfoy... y de nuevo lo embargó la ya
conocida sensación... ahora sólo faltaba algo opuesto a aquel o que sentía...
así que miró a Ron y a Hermione, sus amigos, su apoyo, su...
Cortó el hilo de sus pensamientos cuando de la Antorcha volvió a surgir
una l amarada verde que hizo que se estremeciera al contemplar en sí
mismo todo su poder, toda su fuerza, esperando ser utilizada... en ese
momento se sintió capaz de todo, capaz de derrotar a cualquiera, incluso a
Voldemort... tenía la Antorcha, que le aclaraba la mente y focalizaba su
magia de una manera increíble... nada era imposible para él ahora...

Se metió en sí mismo y empezó a ver imágenes de cosas que ni siquiera


recordaba, cosas que le parecía eran imposibles de recordar para un niño
tan pequeño: escenas de su infancia, en casa de los Dursley, y más atrás
aún. Se perdió en sí mismo más y más, y sintió como una suave brisa
nocturna le rozaba. Estaba envuelto en una manta y se oía el sonido de
¿una moto? Sí, era una moto... la antigua moto de Sirius, y un hombre
gigantesco lo l evaba. Harry reconoció aquel aroma, aquel cuerpo, aquel a
barba que veía débilmente en la noche... era Hagrid... Hagrid... sintió cómo
el viento lo arrul aba y se dormía... Estaba cansado y la cicatriz le
palpitaba aún...

Retrocedió aún más y entonces vio los rostros sonrientes de sus padres,
inclinándose sobre él. Su padre tenía un brazo por encima del hombro de
su madre, y ambos le miraban. Harry se sintió l eno de una ternura y de un
amor como no había conocido... incluso oía sus voces...

— Se parece mucho a ti —dijo su madre.

— Pero tiene tus ojos —respondió él.

— ¿Realmente crees que es cierto? —preguntó el a, con tono triste.

— ¿A qué te refieres, Lily?

355

— Es tan pequeño... ¿cómo va a enfrentarse a Voldemort, James?

Su padre se acercó a su madre y la abrazó.


— Cariño... tranquila... siempre le protegeremos. Siempre vamos a estar
con él, siempre... es nuestro pequeño.

— Realmente es una bendición del cielo, ¿no crees?

— Sí. Después de todo lo que hemos pasado y aún pasamos, lo es...

— Te quiero, James...

— Yo también te quiero, Lily...

La imagen se difuminó y, haciendo un esfuerzo, Harry regresó al mundo


real. La Antorcha aún ardía en su mano, y una lágrima caía por su cara.

—¿Estás bien? —le preguntó Hermione, acercándose a él.

Harry sonrió.

—He visto a mis padres —dijo, con voz ahogada—. He visto a mis
padres...

—¿A tus padres? —le preguntó el a—. ¿Cómo?

—No lo sé... la Antorcha aclara mi mente, me permite recordar cosas que


había olvidado, no sé...

—¿Qué viste? —se interesó Hermione, agarrándole la mano libre con las
suyas.

—Estaban junto a mí, junto a mi cuna. Me miraban y hablaban de la


profecía... mi madre estaba asustada...

pero se querían —sonrió—. Se querían muchísimo...

Hermione le abrazó.

—Aún te quieren —le susurró. La sonrisa de Harry se acentuó, y la


Antorcha ardió con más fuerza.
Harry sintió algo parecido a cuando estaba con Ginny, y vio imágenes de
un trol gigante que intentaba golpearle... pero no a él, sino a el a, porque
era Hermione. Estaba muy asustada, y tenía miedo, miedo de morir.
Entonces, se vio a sí mismo y a Ron, vio la lucha, vio cómo Ron hacía que
el trol cayese desmayado con su propio garrote, y sintió un inmenso
alivio... y también algo más, pero en ese momento, Hermione se separó de
él y la conexión se cortó.

—¿Qué sucedió? —preguntó Hermione.

—Vi... vi tus recuerdos...

—La pelea con el trol —dijo Hermione.

—Sí... ¿Cómo lo sabes?

—Yo también lo vi.

—¿Lo viste? Pero... no puede ser... Ginny no vio nada cuando sentí sus
recuerdos. ¿Por qué tú sí?

—No lo sé —dijo Harry.

—¿Eso es lo que hace la Antorcha? —preguntó Ron, un tanto


decepcionado—. ¿Te muestra tus recuerdos y los de los demás?

—No... no sólo eso —dijo Harry.

Sacó su varita, apuntó a Ron y lo convirtió en un gato, luego en un perro y


luego le devolvió a su forma normal.

—¿A qué juegas? —preguntó Ron, indignado.

—¿No lo ves? Puedo hacer muchas más cosas cuando la tengo en la


mano...

Cerró los ojos y lentamente se elevó en el aire, notando las sorprendidas


miradas de Ron, Hermione y Ginny.
—¡Alucinante! —exclamó Hermione.

—Vaya... desde luego, parece útil.

—No es tan poderosa como cuando la usan dos personas, creo, pero aún
así desarrol a mis poderes mágicos de una forma que no podría haber
imaginado —dijo Harry, descendiendo y apagando la Antorcha.

—Tienes que ir a ver a Dumbledore cuanto antes —dijo Hermione.

—Lo sé. De hecho, voy a ir a verle ahora mismo.

Cogió una bolsa y metió la Antorcha dentro, ocultándola en la túnica.


Luego, acompañado por sus tres amigos, bajó a la sala común.

Al í, todo el mundo cal ó y se volvió para mirarle. Fue Nevil e el que dijo
lo que todos pensaban:

—Harry... ¿Cómo estás?

—Mejor —contestó—. Gracias, Nevil e.

—¿Qué es lo que quiere Voldemort de ti, Harry? —preguntó Seamus.

—A mí —respondió Harry.

Y sin decir nada más ni esperar a nada, salió por agujero del retrato,
dejando la sala común en un completo silencio.

356

35

Caos

Harry se encaminó con paso rápido al despacho de la profesora


McGonagal . Llegó y l amó a la puerta.

—Adelante —dijo la profesora.


Harry abrió la puerta y entró. La profesora McGonagal estaba sentada tras
su escritorio, levantó la vista y se sorprendió de ver a Harry al í.

—¡Señor Potter! ¿Qué hace aquí? Debería estar en la sala común...

—Tengo que hablar con el director. ¿Ya ha vuelto? —dijo Harry con voz
cortante.

—Sí, pero está reunido —contestó la profesora, y su cara se contrajo en


una mueca de disgusto—. No sé cómo se atreve a venir aquí después de...
—farful ó en voz baja, moviendo la cabeza.

—¿Cómo dice?

—Nada, nada. ¿Cómo se encuentra, señor Potter?

—Mal. ¿Cómo quiere que me encuentre? Pero de todas formas estoy


mejor que antes.

—No puede dejarse abatir, señor Potter. Usted no es culpable de esas


muertes ni de ninguna otra cosa.

—Lo sé —respondió Harry—. Bueno, yo me voy, es importante que vea al


director. Hasta luego, profesora McGonagal .

Salió rápidamente del despacho sin escuchar lo que la profesora le decía y


se dirigió raudo a la oficina de Dumbledore. Pronunció la contraseña y
entró. Al l egar junto a la puerta oyó que Dumbledore hablaba con alguien,
pero no le importó: lo que él tenía que decirle era más importante que
nada, así que abrió la puerta y se precipitó en el despacho. Se quedó de
piedra al ver quien estaba con Dumbledore.

Era Fudge.

Harry se quedó mirando al Ministro de Magia, que tenía un aspecto mucho


más desmejorado que la última vez que lo había visto, hacía casi un año;
durante ese tiempo parecía haber envejecido una década.
—¿Harry? —dijo Dumbledore, mirando a Harry con extrañeza ante su
repentina irrupción.

—¡Harry! —exclamó Cornelius Fudge, visiblemente nervioso—. ¿Cómo...


cómo estás?

—¿A usted qué le parece? —espetó Harry. No quería ser desagradable,


pero considerando lo que el Ministro había hecho durante todo el año
anterior a Harry le costaba mucho no sacar la varita y lanzarle un
maleficio.

Se volvió hacia Dumbledore.

—Yo quería hablar con usted, profesor... Es importante.

—¿Tiene que ver con Quien tú sabes? —inquirió el Ministro—. Porque si


es algo relacionado con eso, yo...

—Tiene que ver conmigo —cortó Harry.

—Está bien —dijo Dumbledore—. De todas formas el Ministro y yo ya


casi habíamos acabado nuestra charla. Volveré enseguida, Harry. Espérame
aquí.

Harry tomó asiento y ni siquiera miró a Fudge cuando éste salió del
despacho, acompañado por Dumbledore.

En cuanto cerraron la puerta, Harry sacó la Antorcha y la puso sobre la


mesa. Luego se levantó un comenzó a pasear por el despacho, mirando los
libros, los cuadros y los cachivaches plateados que había por todos lados.
Entonces, sus ojos se posaron en la vitrina que contenía la espada de
Godric Gryffindor. Él la había sacado del Sombrero Seleccionador, y
Dumbledore le había dicho que sólo un auténtico miembro Gryffindor
habría podido hacerlo. Volvió la vista hacia la Antorcha, se fijó en los
leones y serpientes que la adornaban...

y comprendió. Comprendió por qué él podía encender la Antorcha: era un


auténtico Gryffindor, el campeón de Gryffindor... y tenía los poderes y las
habilidades del heredero de Slytherin... ambas mentes en una, ambos
poderes en un solo cuerpo, y su mente estaba conectada... por eso había
funcionado la Antorcha: estaba desplegando los poderes que Voldemort le
había transferido, y entonces Ginny le había abrazado y había despertado
en él todo lo opuesto a lo que sentía: cariño, ternura... entonces la
Antorcha se había activado... quizás era la única persona en el mundo
capaz de algo así... de encender y usar la Antorcha por sí mismo. Todo su
poder le pertenecía. Todo.

Todavía estaba pensando en el o cuado la puerta del despacho volvió a


abrirse y Dumbledore entró de nuevo.

—Me imagino que querrás hablar de lo que sucedió en Hogsmeade —dijo


Dumbledore, sentándose.

—Sí... pero no sólo eso.

—Ya veo —dijo Dumbledore, mirando la Antorcha.

—Lo hizo para que me entregue a él —dijo Harry—. Y también para que
le entregue la Antorcha.

—Sí, eso parece —dijo Dumbledore, aunque no parecía muy seguro—. La


profesora McGonagal ya me contó que saliste... enfurecido del Gran
Comedor al enterarte.

—¡Por supuesto que salí enfurecido! ¿Cómo no iba enfurecerme? Mató a


Kingsley para... ¡para nada! Sólo para asustarme, para...

357

—Para enfadarte —terminó Dumbledore.

—Sí...

—Salí del comedor y corrí a mi habitación. Ginny vino conmigo. Estaba


muy furioso, y las cosas estal aban...
cogí la Antorcha y Ginny trató de calmarme, de abrazarme... y sucedió
algo muy raro.

—¿El qué? —preguntó Dumbledore, observando fijamente a Harry con


mucho interés.

—Esto —respondió Harry, cogiendo la Antorcha de la mesa. Se concentró


como antes había hecho, y al momento la Antorcha ardió por tercera vez;
cada vez le resultaba más fácil hacerlo.

Dumbledore se quedó impresionado al verlo.

—¡Por Merlín! No me esperaba esto...

—Puedo encenderla solo. Puedo hacerlo si utilizo los poderes de


Voldemort al mismo tiempo que recuerdo a alguien a quien quiero... creo
que es por todo eso de la mente compartida...

—Sin duda se debe a eso —dijo Dumbledore, aún muy sorprendido—.


¿Qué notas? ¿Qué sientes?

—Siento que mi mente se aclara... siento que puedo hacer muchas cosas,
algunas que nunca he visto cómo se hacen. Puedo recordar cosas de
cuándo sólo era un bebé, y también... también ver los recuerdos de otras
personas.

—¿Viste los recuerdos de alguien?

—Los de Ginny, al abrazarla... y también los de Hermione, abrazándola


también...

—Parece ser que tiene grandes poderes sobre la mente...

—Pero es extraño —dijo Harry, dejando que la Antorcha se apagara—.


Hermione vio lo mismo que vi yo, pero Ginny no. ¿Por qué?

Dumbledore se quedó pensativo unos momentos, antes de contestar.


—Tiene que ver con el vínculo que existe entre vosotros. Seguramente la
Antorcha los hace más fuertes... y el vínculo que tienes con Hermione es
mayor que el que tienes con Ginny. Es todo lo que puedo decirte por el
momento.

Harry asintió y prosiguió:

—Vi el momento en que Voldemort me atacaba, sentí la maldición dar


contra mí, sentí el dolor en la cicatriz...

y también he visto a mis padres...

—¿A tus padres? —se sorprendió Dumbledore—. Vaya, debe tener un


poder sobre la mente realmente grande si consigue que recuerdes cosas de
cuando tenías un año... ni siquiera un dementor logra hacer que recuerdes
con nitidez un momento tan traumático como la muerte de tus padres y el
ataque de Voldemort.

Harry no dijo nada. Haber encendido la Antorcha le había aclarado las


ideas nuevamente, y le había hecho pensar en otra cosa.

—Profesor... ¿qué voy a hacer si Voldemort sigue matando para que yo le


entregue la Antorcha?

Dumbledore pareció pensarse mucho la respuesta.

—Nada —respondió—. No puedes hacer nada. Tú no puedes evitar que


mate. Nadie puede. Lo máximo que podemos hacer es intentar protegernos
lo mejor posible.

—¡Pero yo no puedo estar sin hacer nada mientras mata a gente, sabiendo
que yo podría evitarlo!

—¿Podrías? —le preguntó Dumbledore, observándole con atención—.


¿Cómo?

—Yendo junto a él... con la Antorcha.

—Ya... ¿Y qué sucederá entonces?


—Me enfrentaré a él... lucharé con él.

—Y si mueres y se apodera de la Antorcha, o peor, se apodera de ti,


¿impedirás las muertes?

Harry bajó la cabeza.

—No —respondió.

—Sé que es difícil para ti. También lo es para mí no haber podido impedir
la muerte de Sirius, o la de Kingsley, o muchas otras... pero no podemos
culparnos de todo lo que sucede. Sea como sea, tú no puedes ir junto a
Voldemort para que deje de matar, porque no lo hará. No lo hará hasta que
sea derrotado. ¿Estás preparado para derrotarle?

—No lo sé. Cuando uso la Antorcha me da la impresión de que puedo


hacer cosas increíbles, pero no sé si será suficiente...

—Si no puedo hacer otra cosa, al menos intentaré protegerte hasta que
estés preparado para enfrentarte a él... o al menos, más preparado que
ahora. Sé que has progresado mucho, que ya controlas tu poder, y más
ahora, que puedes utilizar la Antorcha tú solo, pero no creo que sea
suficiente todavía... Voldemort l eva demasiados años utilizando las Artes
Oscuras, luchando y preparándose. Es extremadamente hábil y muy
inteligente... y está dispuesto a todo. Una peligrosa combinación.

—También yo estoy dispuesto a todo —declaró Harry apretando los


dientes—. No deseo nada más en este mundo que acabar con él...

—Ésa es otra razón por la cual no debes aún enfrentarte a él —dijo


Dumbledore—. Aún no has comprendido... y mientras no comprendas no
podrás derrotarle.

—¿Qué no he comprendido? —quiso saber Harry.

358

—No puedo decírtelo directamente —dijo Dumbledore, apesadumbrado


—. No estarás preparado hasta que lo entiendas por ti mismo. Sólo te diré
que no podrás vencer a Voldemort con sus propias armas.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Es todo lo que puedo decirte, Harry. No serviría de nada que yo te lo


dijera: tienes que descubrirlo tú mismo; sólo entonces estarás preparado...
Pero estoy seguro de que lo harás.

Entendiendo que aquel o marcaba el final de la conversación, Harry cogió


y guardó la Antorcha y salió del despacho del director, un poco enfadado
porque le ocultaba algo. ¿Qué sería? Según Dumbledore, no serviría de
nada que él se lo dijera, si no era capaz de descubrirlo nunca estaría
preparado. Por otra parte, le había dicho que no podría vencer a Voldemort
con sus propias armas... ¿Eso quería decir que no serviría de nada usar el
poder que Voldemort le había transferido contra él? No podía ser, porque
sin ese poder no se veía capaz de hacer nada.

Caminó lentamente hacia la sala común, pensando en diversas cosas, como


Fudge, por ejemplo. A Harry le había desagradado profundamente verlo, y
no se había molestado para nada en ocultarlo. Además, no soportaba que
pretendiera hacerse el preocupado, el simpático, o menos aún, el
importante. Cuando había dicho «Si tiene que ver con Quien Tú Sabes yo
debería saberlo» a Harry le habían entrado ganas de golpearlo, o de echarle
un maleficio.

Por otra parte, se sentía un poco decepcionado porque Dumbledore le


había hecho entrar en razón respecto a lo de entregarse a Voldemort,
porque si éste seguía matando a gente sólo para obligarle a «salir del
escondrijo» sentía que no podría soportarlo.

Suspiró y pensó que no tenía ganas de ir a la sala común. Saldría a dar un


paseo por los terrenos y luego iría directamente al Gran Comedor. Al fin y
al cabo, aunque no le apetecía demasiado estar ante todo el colegio, no
había desayunado y estaba muerto de hambre.

Por tanto, bajó hacia el vestíbulo y se dispuso a salir, pero las puertas del
castil o estaban cerradas.
—Potter, ¿qué haces? —preguntó Filch acercándose a él con su habitual
cara de mal humor.

—Quería salir a dar una vuelta.

—Nadie sale del castil o sin permiso, Potter, y no veo el tuyo, así que
regresa a tu sala común si no quieres que te castigue.

Harry miró fijamente al conserje. Estaba harto y quería salir a dar una
vuelta. ¿Era tanto pedir? Y no sólo no podía, sino que además el amargado
del celador pretendía castigarlo, como si todo lo que pasaba no fuese ya
suficiente castigo.

—Inténtelo —dijo Harry, desafiante, sacando su varita.

Filch la miró con recelo. Jamás un estudiante se le había enfrentado así, y


además, era un squib, lo que significaba que no tenía ninguna posibilidad
contra Harry.

—¿Me estás amenazando? —preguntó, con voz firme. Sin embargo, Harry
notó un deje de temor en el a.

Se dispuso a contestar que sí, que le estaba desafiando, pero decidió que
aquel o no le l evaba a nada y lo único que haría sería buscarse problemas,
así que decidió dejarlo. Podía ir a la lechucería.

—No —respondió, alejándose de las puertas y subiendo la escalinata hacia


la lechucería.

Entró en el a y se acercó a la ventana, por donde contempló un perfecto día


de primavera. Sintió que algo revoloteaba cerca de él y una lechuza se
posó suavemente en su brazo. Era Hedwig.

—Hola, Hedwig —dijo Harry, mirando a su querida lechuza, su primer


regalo de cumpleaños, cortesía de Hagrid—. Me están pasando muchas
cosas horribles, y no sé qué hacer para que se acaben —le dijo, y la
lechuza lo picó cariñosamente en la mano. Harry la acarició—. Y ya no
tengo a Sirius para que me aconseje... ¿Te acuerdas de Sirius?
Hedwig ululó de una forma que a Harry le pareció afirmativa.

—Le echo mucho de menos... Pero una amiga me ha dicho que aún sigue
conmigo. Ojalá yo pudiera soñar con él, sentirlo, como el a dice que siente
a su madre. Claro que todo el mundo opina que está un poco loca... la l
aman Lunática, Lunática Lovegood. Yo también lo pensaba, de hecho, pero
ahora creo que su forma de ver las cosas es... interesante. Incluso
reconfortante a veces... —Suspiró, hizo una pausa y miró por la ventana—.
Ojalá las lechuzas pudierais l evarles mensajes a los muertos... Hoy he
recordado a mis padres, ¿sabes? Fue maravil oso verlos a los dos,
cuidándome. Es curioso que, aunque ni siquiera me acuerde de el os, los
eche de menos... supongo que todo el mundo me ha hablado mucho de
ambos... Pero ahora, al menos, ya tengo un recuerdo verdadero, no una
historia contada. Y estoy seguro de que podré recordar más cosas aún si
utilizo la Antorcha...

Su cara se ensombreció y apretó los puños con fuerza.

—Nunca dejaré que él la tenga. Nunca. No voy a dársela, digan lo que


digan esos sueños... Jamás la tendrá.

Harry dejó a Hedwig fuera de la ventana y la lechuza voló delante de él,


sobre los terrenos del castil o.

Observó la cabaña de Hagrid y vio al semigigante salir de el a y acercarse


a su huerto. Deseó estar al í, con su amigo, pero no podía, por culpa de las
nuevas normas... normas hechas casi exclusivamente para él..., o por él.

359

Suspirando de nuevo, elevó su vista hacia donde quedaba Hogsmeade...


Hogsmeade, que aquel día se había despertado con la imagen del terror
sobre sus casas. Echaba de menos ir al pueblo, pasear por sus cal es, tomar
una cerveza de mantequil a en Las Tres Escobas, comprar dulces en
Honeydukes y adquirir artículos de broma en Zonko. Lo echaba de menos,
y ahora, debido a la guerra, ya no sabía si volvería a ver el pueblo mientras
no saliese del colegio. Suponiendo, claro, que viviese para terminar sus
estudios en Hogwarts. Esa idea le recordó de nuevo a las palabras de la
profecía, «el momento se acerca», y recordarlo no ayudó a la tranquilidad
de Harrry.

Se quedó al í al menos media hora, mirando al bosque, observando a


Hagrid trabajar en el huerto, admirando las montañas que se veían a lo
lejos y el lago; viendo de vez en cuando a Hedwig, que volaba tranquila...

Cuando l egó la hora de la comida, dejó a la lechuza junto a las demás y


salió de al í para dirigirse a la sala común y bajar a comer con Ron y
Hermione.

—«hadas encantadas» —le dijo a la Señora Gorda al l egar frente a el a. El


retrato se abrió y entró en la sala.

Ron y Hermione estaban al í, sentados en una mesa, con pergaminos y


libros esparcidos frente a el os, pero no parecían muy concentrados en los
deberes: hablaban en voz baja y con expresión seria. Cuando vieron a
Harry, ambos se levantaron de un salto y se dirigieron hacia él.

—¡Harry! —exclamó Hermione—. ¿Dónde estabas? Ya nos estábamos


preocupando.

—Quería salir a dar un paseo por los terrenos, pero Filch no me dejó, así
que me fui a la lechucería y estuve al í.

—¿Estás bien? ¿Pasó algo en el despacho de Dumbledore?

—Le mostré cómo funcionaba la Antorcha... —contestó Harry—. Pero lo


mejor fue que me encontré al í a alguien a quien no tenía ninguna gana de
ver.

—¿A Snape? —preguntó Ron.

—No; a Fudge.

—¿Fudge? —preguntó Ron.

—Sí...
—¿Qué hacía al í? —preguntó Hermione, muy interesada.

—Supongo que hablar de lo que pasó en Hogsmeade —contestó Harry—.


No escuché nada de lo que hablaban, porque se marchó justo después de l
egar yo.

—Idiota —mascul ó Ron, mientras salían de la sala común para ir al


comedor.

Harry sonrió.

—A la profesora McGonagal tampoco le hizo ninguna gracia que estuviera


aquí —comentó Harry.

Llegaron al vestíbulo, entraron en el Gran Comedor y se sentaron. Harry


notó las miradas fugaces (y no tan fugaces) que muchos de los alumnos le
dirigían, pero no les prestó atención. Les pidió a Ron y a Hermione que
terminaran rápido de comer, que no le apetecía estar al í, y ambos
asintieron.

Mientras se levantaba, tras acabar de comer, dirigió una mirada a la mesa


de Ravenclaw y se encontró con la mirada preocupada de Cho. Harry
esbozó una sonrisa y le hizo un saludo con la cabeza, antes de encaminarse
a la salida, seguido por Ron y Hermione.

—No puedes dejar que te afecte —dijo la voz de Henry Dul ymer a sus
espaldas, cuando ya estaban en el vestíbulo.

Harry, Ron y Hermione se volvieron. Henry había salido del comedor, con
Sarah. Ambos estaban serios.

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—No puedes dejar que te afecte. Sé que es difícil... pero es lo que él


quiere.

—¿De qué hablas? —le preguntó Harry.


—Del asesinato de ese auror. No puedes perder los estribos. Él espera que
hagas una locura. No le des el gusto.

—No pienso hacerlo —respondió Harry.

Henry sonrió.

—Así me gusta. Sé más fuerte que él, Harry. Demuéstrale quién es el


mejor.

—Yo no soy el mejor —repuso Harry cansadamente. Hizo un saludo con la


cabeza y se volvió hacia la escalinata.

Ron y Hermione despidieron a Henry y a Sarah y le siguieron.

Harry entró en la sala común y se dejó caer sobre una butaca. Ron y
Hermione se sentaron cada uno a su lado.

—¿Estás bien? —preguntó Hermione.

—Sí —contestó Harry.

—¿Por qué quisiste que nos fuésemos tan pronto del Gran Comedor? —
preguntó Ron.

—No quería ver cómo todos me miraban.

—No te miraban por nada malo —dijo Hermione.

—Lo sé, pero no me gusta —repuso Harry.

—Lo que necesitas es distraerte un poco —dijo Ron—. ¿Jugamos una


partida al ajedrez mágico?

360

—¡Ron! Falta muy poco para los exámenes, no creo que... —comenzó a
regañar Hermione.
—Hermione —dijo Ron, cortándola—, no creo que sea un momento muy
apropiado para estudiar. Deja que se distraiga un poco.

Hermione miró a Harry y suspiró.

—De acuerdo...

—¿Puedo opinar yo? —dijo Harry con voz corante. Sus dos amigos le
miraron—. Bien: no quiero jugar al ajedrez ahora, ni tampoco estudiar.
Prefiero estar un rato solo... jugad vosotros.

Se levantó y se dirigió hacia su habitación, bajo la mirada de sus dos


amigos.

Estuvo al í, solo, casi toda la tarde. Se tumbó en la cama, pensando,


recordando todo lo que le había pasado desde que había entrado en
Hogwarts, la forma en que había cambiado su vida... le parecía increíble lo
distinto que era todo cuando creía que sus padres habían muerto en un
accidente de coche... cerró los ojos y recordó la imagen de sus padres, la
forma en que se abrazaban frente a su cuna... ¿Cuánto tiempo tendría en
ese recuerdo? ¿Seis meses? ¿Ocho? ¿Diez? ¿Cuánto faltaba para que el os
murieran?

Pensó en coger la Antorcha de nuevo e intentar recordar más, pero cuando


iba a abrir el baúl, la puerta del dormitorio se abrió y entró Nevil e.

—Hola, Harry —saludó, dirigiéndose a su cama. Abrió su baúl y estuvo


revolviendo en varias cosas—.

¿Cómo estás?

Harry se encogió de hombros.

—Más o menos.

—Las cosas mejorarán —dijo Nevil e, cogiendo su mochila y saliendo del


cuarto.

«Ojalá», pensó Harry.


La interrupción de Nevil e le quitó las ganas de usar la Antorcha, así que
se levantó y se acercó a la ventana, por donde contempló los extensos
terrenos del colegio.

Media hora después, Dean subió a buscar algo, y más tarde Seamus hizo
algo similar. Harry comenzó a sospechar que todas aquel as subidas tenían
como objetivo saber cómo se encontraba, y la idea de que sus amigos se
preocuparan por él le hizo sonreír por primera vez en la tarde.

Cuando después de Seamus fue Ron el que entró, Harry se volvió para
mirarle.

—Estoy bien —dijo—. No hace falta que estéis subiendo a cada rato a
mirar si me he muerto.

Las orejas de Ron enrojecieron. Se acercó a él.

—Sólo queríamos saber cómo te encontrabas —explicó.

—Lo sé, y os lo agradezco... pero de verdad que estoy bien. Sólo quería
estar un rato en silencio, pensando.

—¿Y en qué piensas? ¿En Kingsley?

—En todo —contestó Harry, mirando hacia fuera de nuevo.

Ron asintió y también miró por la ventana.

—Se prepara algo —dijo Harry de repente.

—¿Qué?

—Se prepara algo. No sé el qué, pero se prepara algo... algo terrible.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ron, intrigado.

—Simplemente lo sé; lo noto.

Ron le puso una mano sobre el hombro derecho.


—Lo superaremos. Sea lo que sea, saldremos adelante... ¿Lo hemos hecho
hasta ahora, no?

—Sí —dijo Harry, mirando a Ron y sonriéndole—. Lo hemos hecho.

—¿Vienes? Hermione está intranquila —le preguntó Ron.

Harry asintió y se puso en pie.

—Sí. Creo que ya he pensado bastante por hoy... —dijo. Miró hacia Ron y
le preguntó—: ¿Al final jugasteis al ajedrez o te puso a estudiar?

—La convencí para una partida rápida, pero ahora estábamos repasando
Transformaciones.

Ambos amigos bajaron las escaleras hasta la sala común, donde, rodeado
por todos sus amigos, Harry logró olvidarse por unas horas de los
problemas que le atormentaban.

La penúltima semana antes de los exámenes resultó bastante dura, no sólo


por la gran cantidad de trabajo de repaso que los profesores mandaban,
sino también porque la gente esperaba el último partido de quidditch como
un respiro y se lo habían quitado; aparte, con las nuevas restricciones
apenas se podía salir al exterior del castil o, excepto a mediodía, tras la
comida, momento en que las puertas se abrían y los alumnos podían gozar
de media hora en los jardines o junto al lago, media hora que todo el
mundo aprovechaba al máximo. Sin embargo, no podían alejarse
demasiado de las puertas principales, y los profesores y los prefectos
tenían la obligación de vigilar y estar atentos, lo cual exasperaba a Ron,
que se quejaba de que ni siquiera podía relajarse completamente durante
esos momentos. Incluso a Hermione le desagradaba la tarea.

361

No obstante, las medidas no eran exageradas: Harry le había dicho a Ron


que algo se preparaba, y parecía ser cierto, porque El Profeta traía todos
los días noticias sobre extraños sucesos, desapariciones repentinas de
funcionarios del Ministerio que aparecían a las pocas horas o incluso al
día siguiente, sin acordarse de dónde habían estado, rumores sobre
incremento de actividad de los mortífagos, y un largo etcétera. El miedo y
el nerviosismo se palpaban en cada noticia, en cada entrevista, y Harry
esperaba con temor el momento en que sucediese algo.

El clímax de lo que sucedía comenzó a desatarse el viernes. Ese día,


durante el desayuno, Hermione les leyó a Ron y a Harry la noticia
principal que venía en él:

EL MINISTERIO ENVÍA A ESCOCIA UNA FUERZA

DE AURORES CONTRA LA CRECIENTE AMENAZA

DE LOS GIGANTES

El Ministro de Magia, Cornelius Fudge, acompañado por la Directora del


Departamento de Seguridad Mágica, Amelia Susan Bones, ha declarado
esta mañana que un batal ón de aurores partirán hoy mismo hacia las
Tierras Altas escocesas con la misión de detener la creciente amenaza que
representan los gigantes aliados a El Que No Debe Ser Nombrado. Al
parecer, se han producido ciertas muertes de muggles, e incluso las de dos
magos, que parecen deberse a estos fieros seres. No se sabe con qué
objetivo se produjeron esos ataques, pero el Ministerio ha decidido tomar
medidas drásticas para evitar incidentes mayores.

«Los muggles empiezan a darse cuenta de algo, y el Ministerio no puede


tolerar más muertes inocentes sin intervenir de forma seria y efectiva.
Enviar una fuerza de aurores capacitados para combatir el problema es
sin duda la mejor decisión que podríamos haber tomado dadas las
circunstancias», declaró Cornelius Fudge.

Algunos funcionarios del Ministerio, por su parte, han declarado que no


creen que una guerra contra los gigantes sea la mejor solución, cuando
los aurores son tan necesarios para localizar y encontrar a los mortífagos,
y afirman que se debería tratar de l egar a una tregua con los gigantes, tal
y como sugirió hace tiempo Albus Dumbledore.

—¿Qué opináis? —preguntó Hermione, levantando la vista del periódico.


—No me gusta —respondió Harry.

—¿Por? —preguntó Ron—. Si esos gigantes están matando gente es


necesario hacer algo...

—Sí, pero no sé... justo ahora, que las cosas aquí empiezan a ponerse feas,
parte de los aurores son enviados lejos del Ministerio... No sé, no me
gusta.

—A mí tampoco —dijo Hermione—. Pero Ron tiene razón: algo había que
hacer, el Ministerio no puede cruzarse de brazos mientras muggles y
magos inocentes mueren...

—Bueno, ya veremos qué pasa —dijo Harry, mirando el reloj—. Tenemos


que irnos a Defensa Contra las Artes Oscuras.

Se dirigieron al aula y esperaron a Dumbledore, sin embargo, no fue el


director quien entró por la puerta, sino Snape. Harry y Ron se miraron
alarmados, y Hermione frunció el entrecejo.

—Silencio —dijo Snape fríamente, acal ando instantáneamente los


murmul os—. El profesor Dumbledore no puede daros clase hoy y yo le
sustituiré. Me ha dicho que estabais viendo los métodos más efectivos de
desvío de maldiciones, así que con eso seguiremos.

La clase no fue tan desagradable como podría haber sido, ya que


Dumbledore le debía haber dejado a Snape instrucciones exactas de qué
hacer, y, por otra parte, Ron, Hermione, y sobre todo Harry, eran expertos
en el desvío de maldiciones.

Al acabar la clase y dirigirse al aula de Transformaciones, Ron preguntó:

—¿Por qué no nos daría Dumbledore la clase?

—Obvio —dijo Hermione—: seguramente esté haciendo algo relacionado


con el asunto de los gigantes.

La respuesta a sus preguntas la tuvieron una hora después, cuando se


dirigieron a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Hagrid parecía
nervioso, y, al terminar la clase, pidió a los tres amigos que se quedaran.

El semigigante esperó a que Malfoy, que había tardado mucho en recoger


sus cosas y los miraba de reojo se fuese, y luego les habló a los tres:

—Quería despedirme de vosotros.

—¿Despedirte? —preguntó Harry, sin entender—. ¿Adónde te vas?

—Parto con la expedición de aurores que buscarán a los gigantes en


Escocia. Dumbledore me pidió que fuera, que intentara evitar en lo posible
una matanza...

—¿Y las clases? —preguntó Hermione—. ¡Falta una semana y poco para
los exámenes!

—La profesora Grubbly-Plank me sustituirá.

—¡Es peligroso! —dijo Harry—. ¡No puedes ir sin hacer magia!

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—Tengo permiso para hacer magia desde que demostrasteis que yo no fui
el que abrió la Cámara de los Secretos —contestó Hagrid, esbozando una
sonrisa—. Va a ser duro, pero debo ir.

—Ten muchísimo cuidado —dijo Harry, abrazándolo por la cintura.

Hagrid le dio unas palmaditas en la cabeza y una lágrima se escapó de sus


ojos.

—Lo tendré... Vamos, vamos, a lo mejor estoy de vuelta antes de que


acabe el curso... sólo prometedme que sacaréis una buena nota.

—Te lo prometemos —dijo Ron, estrechándole la mano. Hermione le dio


un abrazo.

—Cuidad de el a —les pidió Hagrid, señalando a Hermione.


—Lo haremos —prometió Ron.

—Pero aún te veremos en la comida, ¿no? —dijo Harry.

—No. Recojo mis cosas y partiré enseguida.

Harry le dio otro abrazo.

—Ten mucho cuidado —repitió.

—Tú también... tú también.

Se separaron y los tres amigos emprendieron el regreso al castil o,


echando de vez en cuando miradas hacia la cabaña de Hagrid.

—Estará bien —dijo Ron, intentando parecer convencido de lo que decía y


mirando a Harry, que parecía muy triste y preocupado—. Estará bien.

—Eso espero...

La tarde de ese viernes fue muy agitada. Por todas partes se oían murmul
os y rumores sobre los planes de Voldemort y la misión de los aurores en
Escocia. Además, algunos alumnos eran hijos o parientes cercanos de los
miembros de la misión y se los veía preocupados por sus familiares.

A medida que se acercaba la noche, los rumores, en lugar de ir a menos,


fueron a más: se dijo que había aparecido de nuevo la Marca Tenebrosa en
Hogsmeade; otros comentaban que los dueños de Honeydukes habían sido
asesinados; algunos opinaban que la Casa de los Gritos estaba sirviendo de
escondite para un grupo de mortífagos... sea como fuera, muchos parecían
creer que Voldemort se preparaba para asaltar Hogwarts o algo parecido.

Muchos miraban a Harry, sabiendo que él era uno de los objetivos de


Voldemort. Incluso no faltó quien dijo que si el objetivo de Voldemort era
Harry, debería irse de Hogwarts para no poner a todos en peligro. El que
había dicho esto era un chico de Hufflepuff, de tercer año, que hablaba con
otros amigos en el vestíbulo, y tuvo la mala suerte de ser oído por Ron
cuando se dirigían a cenar.
Ron se volvió hacia él como un rayo.

—Perdona, ¿cómo dices? —preguntó, con los brazos en jarras.

El chico se asustó al principio, pero luego cogió aire y se enfrentó a Ron.

—Digo que, si la presencia de Potter aquí nos pone en peligro a todos, tal
vez debería irse.

—¿ERES IMBÉCIL? —gritó Ron, sobresaltando al muchacho, que pegó


un bote en el suelo—. ¡PARA TU

INFORMACIÓN, GRACIAS A HARRY AÚN TIENES UN COLEGIO AL


QUE ACUDIR, ASÍ QUE NO

HABLES DE LO QUE NO ENTIENDES!

—Eso fue pura suerte... —repuso el chico, aunque con miedo.

—¿SUERTE? —Ron estaba fuera de sí—. ¡PARA QUE LO SEPAS, TÚ,


MOCOSO, Y TODOS LOS DEMÁS, SÓLO HARRY PUEDE MATAR A
VOLDEMORT, ASÍ QUE HARÍAS BIEN EN TRATARLE MEJOR,
PORQUE YO ME LO PENSARÍA BIEN ANTES DE ARRIESGAR MI
VIDA POR TIPOS COMO TÚ!

—¡Ron! —exclamó Hermione.

Todo el vestíbulo se había quedado en silencio al escuchar las palabras de


Ron. Harry no decía nada.

El chico de Hufflepuff retrocedió y no dijo nada más.

—Tiene razón, Weasley —dijo Malfoy, que se abrió paso entre la gente,
seguido por Crabbe y Goyle—. Si él nos pone en peligro, debería irse... y
eso de que es el único que puede matar al Señor Tenebroso... no me hagas
reír.

Ron le dirigió una mirada de odio a Malfoy.


—¡Tú cál ate! —gritó—. ¡Tu padre es un asqueroso mortífago, y si
tuvieras un mínimo de vergüenza no saldrías de tu cuarto! O mejor, ¿por
qué no te largas de aquí y vas con él a que te enseñe Artes Oscuras?

Draco sonrió y no contestó. Dirigiéndole una mirada burlona a Harry, entró


en el Gran Comedor.

Harry dirigió una mirada a todos los alumnos que abarrotaban el vestíbulo
y también se encaminó al comedor. Hermione se acercó a Ron, que aún
miraba furioso al chico de Hufflepuff y a sus amigos, y tiró de él.

—Vamos, ya has hablado demasiado —dijo, arrastrándolo y siguiendo a


Harry.

Tras la cena, Harry se acostó temprano, mientras en la sala común la


mayoría de los alumnos discutían el asunto de los gigantes y de todos los
rumores que circulaban.

363

Harry pensaba en Hagrid, que había partido a la guerra... le sonaba


dramático, como en una novela muggle, pero no había palabras más
correctas: había partido a la guerra, y quien sabe si volvería con vida...

mientras, él, que debía librar la batal a final, la batal a que terminaría con
la guerra, estaba tumbado en la cama, bajo la relativa seguridad que
Hogwarts y Albus Dumbledore ofrecían. Se sintió mal por el o, pero, como
Dumbledore le había dicho, nada podía hacer de momento. Nada, salvo
prepararse y comprender...

pero ¿comprender el qué? Dumbledore tenía que habérselo dicho. ¿Y si no


lo descubría nunca? O peor, ¿y si lo descubría y no sabía que lo había
hecho?

Pensando en todo el o, dio vueltas y vueltas en la cama y finalmente se


quedó dormido.
La mañana siguiente no fue menos agitada que la tarde anterior. De hecho,
lo fue más: los profesores parecían enormemente nerviosos, y las puertas
del castil o estuvieron cerradas toda la mañana, aunque por la tarde se
abrieron para que los alumnos pudiesen disfrutar un poco de los terrenos.

Harry, Ron y Hermione se pasaron la tarde bajo el haya junto al lago,


hablando de Hagrid, de donde estaría.

Tendrían que estar estudiando, pero ni siquiera Hermione era capaz de


concentrarse.

A las seis, aproximadamente, iban a entrar en el castil o para ir a cenar,


cuando una sirena muy potente comenzó a sonar.

—¿Qué es eso? —preguntó Ron, sorprendido, poniéndose en pie de un


salto.

—¡La alarma! —gritó Hermione, muy asustada—. ¡Tenemos que entrar en


el castil o!

—¿La alarma? —dijo Harry, sin entender—. Pero, ¿qué...?

Pero no l egó a preguntar nada, porque un grupo de chicos empezó a chil ar


y a señalar el cielo. Harry miró en aquel a dirección y vio el motivo del
grito: una gigantesca calavera que parecía hecha de esmeraldas y de cuya
boc salía una serpiente bril aba en lo alto, sobre el bosque, rivalizando con
el Sol que empezaba a descender.

—¡La Marca Tenebrosa! —gritó Harry.

—¡CORRED! —ordenó Hermione, y los tres, junto al resto de alumnos de


Hogwarts, entraron en el castil o.

Al instante, la voz de la profesora McGonagal resonó, l amando a los


prefectos a su despacho.

—¡Vamos! —dijo Hermione, agarrando a Ron del brazo.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry a Nevil e, que se acercaba a el os.


—¡No sé! He oído por ahí que... —Nevil e temblaba— unos alumnos han
escuchado decir a los profesores que Voldemort ha lanzado un ataque
contra el Ministerio de Magia.

—¿QUÉ?

—Yo tampoco puedo creerlo —dijo Nevil e, tembloroso—. Tal vez sólo
sea un rumor.

—Deberíamos irnos a la sala común —sugirió Lavender, acercándose a el


os con Seamus, Dean y Parvati.

—Sí, ahora vamos —respondió Harry. Miró a su alrededor, al ajetreado


vestíbulo, mientras Filch cerraba las puertas de roble, y luego empezaba a
enviar a todo el mundo a las salas comunes.

—Vamos —dijo Harry, empezando a subir la escalinata de mármol.

Nevil e lo siguió, cuando una voz los l amó.

—¡Harry! ¡Nevil e! ¿dónde está Ginny?

Era Luna. Estaba muy agitada.

—No lo sé —respondió Harry—. ¿Por?

—Estaba conmigo fuera cuando apareció la Marca, y luego, con el fol ón,
no sé dónde se metió. ¡No la encuentro por ningún lado!

—Tal vez ya esté en la sala común —dijo Nevil e.

—Seguramente —corroboró Harry, deseando que así fuera.

—No sé, Harry, yo no la vi entrar, y antes de aparecer la Marca se puso


muy rara...

—¿Rara?

—Sí, no sé, como ida...


—Miremos en la sala común. Acompáñanos si quieres.

Los tres subieron hasta el pasil o de la Dama Gorda y entraron en la sala


común de Gryffindor. La presencia de Luna al í habría resultado el centro
de atención en una situación normal, pero en la actual sólo provocó
algunas miradas; la sala era un caos total. Muchos alumnos eran hijos de
funcionarios del Ministerio, y la idea de que se estuviese produciendo un
ataque al í los ponía de los nervios.

Harry se dirigió hacia un grupo de chicas de quinto.

—¿Habéis visto a Ginny? —les preguntó.

—No —respondió una—. Aquí no está.

—¿Y en la habitación?

—Yo acabo de bajar de al í y tampoco está —respondió otra.

—No está aquí —les dijo Harry a Nevil e y a Luna.

—¿Entonces? —preguntó Nevil e.

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—Busquémosla por el castil o —dijo Harry.

Volvieron a salir de la sala común e iban a bajar al vestíbulo, cuando se


encontraron con Ron y Hermione, que venían muy alterados.

—¡Están atacando el Ministerio de Magia! —les informó Hermione,


jadeando.

—¿Es cierto? —preguntó Nevil e.

—Sí —dijo Ron, que estaba pálido—. Esta tarde comenzaron a l egar
miles de cartas, cartas que estal aban y prendían fuego a todo. El
Ministerio es un caos, y al parecer han entrado un grupo de mortífagos,
dementores... y... dicen que también Voldemort.
—¿Voldemort? —se sorprendió Harry.

—Sí. La Orden del Fénix ya va para al á. Dumbledore, Snape y la


profesora McGonagal también fueron —

explicó Hermione—. Ahora es Flitwick quien está al cargo aquí.

—Un ataque al Ministerio... —murmuró Harry.

—No había ocurrido nunca algo así. Realmente debe creerse muy fuerte...
—dijo Ron, poniéndose más blanco a medida que pasaba el tiempo.

—¿Estás bien? —le preguntó Luna.

—No —respondió Ron—. Mi padre está al í, y Percy...

—A los prefectos nos han ordenado mantener a todo el mundo en las salas
comunes —dijo Hermione—. Al acabar la reunión, Dumbledore habló
conmigo y con Ron y nos explicó lo que pasaba.

—Un ataque ahora... ¡Y muchos aurores están en Escocia, luchando contra


los gigantes! —recordó Nevil e.

—Todo es un plan, un maldito plan... —murmuró Harry.

—Sí, es un plan. Un plan muy bueno —comentó Hermione—. Por cierto,


¿qué hacéis aquí fuera?

—¡Oh! ¡Ginny! —exclamó Harry, dándose un golpe con la mano en la


frente.

—¿Qué pasa con Ginny? —preguntó Ron.

—¡No sabemos dónde está! —contestó Harry—. Estábamos buscándola.

—¿No sabéis...? —dijo Ron, muy asustado.

—No. Estaba conmigo y luego la perdí de vista, pero estaba muy rara... —
explicó Luna.
—Tenemos que encontrarla —dijo Ron—. Bajemos al vestíbulo, a lo
mejor alguien la ha visto.

Empezaron a bajar las escaleras cuando se encontraron con Henry Dul


ymer, que las subía. Tenía arañazos y heridas en la cara, la túnica
desgarrada y sucia y parecía muy asustado.

—¡Ron! —gritó.

—¿Henry? ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado?

—Es Ginny, Ron...

—¿Dónde está, Henry? ¿Qué le pasa?

—¡Se la l evaron! —exclamó.

—¿Se la l evaron? —preguntó Ron, poniéndose lívido—. ¿QUIÉN? ¿QUÉ


HA PASADO?

—Tranquilo, Ron —dijo Hermione, poniéndole una mano en el hombro,


aunque también el a estaba lívida—.

Henry, explícanos...

Henry tragó con dificultad y empezó a hablar.

—Estaba fuera cuando sonó la alarma, con Sarah. Estaba cerca de la


cabaña de Hagrid, y empezamos a correr hacia el castil o. Entonces vi a
Ginny, pero no se dirigía al castil o, sino hacia el bosque. Me extrañó
mucho, así que le dije a Sarah que corriera hacia el castil o, que yo iría a
buscarla. —Hizo una pausa para respirar, mientras todos le miraban
expectantes. Ron no aguantaba los nervios—. La seguí, l amándola, pero el
a no me escuchó. Intenté detenerla, pero no pareció reconocerme.
Entonces intenté cogerla en brazos y l evarla al castil o, porque ya estaba
todo el mundo dentro e iban a cerrar las puertas... pero entonces un
hechizo me golpeó en la cara. Caí, y dos mortífagos salieron del bosque y
la cogieron. Yo intenté seguirlos, pero me vieron y me lanzaron más
hechizos. No pude defenderme. Afortunadamente no me mataron, parecían
tener prisa. Ginny empezó a reaccionar y a gritar, l amándome y
pidiéndome que la ayudara, pero los mortífagos volvieron a atacarme.
Murmuraban algo de «la chica que había sido poseída», o algo así, no oía
muy bien. Luego cogieron un traslador y se la l evaron.

Ron se dejó caer en la escalera. Hermione profirió un quejido y se agachó


junto a Ron. Harry se sentía consternado, perplejo... y sobre todo, furioso.
¿Qué querría Voldemort de Ginny? ¿Qué era eso de «la chica que había
sido poseída»? ¿Pretendía Voldemort hacer algo con el a?

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Luna.

—Tenemos que ir a buscarla —respondió Harry.

—¿A buscarla? —preguntó Nevil e—. ¿Cómo? No sabemos dónde está.


¿Cómo vamos a encontrarla?

—No tenemos alternativa —dijo Ron, con voz ahogada y débil—. Nadie
puede ayudarnos, no hay ningún miembro de la Orden aquí, todos están en
el Ministerio... y si no vamos será demasiado tarde...

—¿Y cómo vamos a encontrarla? —preguntó Hermione.

—Esto... —intervino Henry—. Yo... yo tal vez podría ayudaros en eso.

—¿Tú? ¿Cómo? —le interrogó Harry.

365

—Bueno, como ya le dije a Hermione, mi padre trabajó en el


Departamento de Transportes Mágicos del Ministerio Alemán... y bueno,
yo leí algunos de los libros que tenía, y también me explicó muchas cosas,
porque a mí me encantan los viajes, y... bueno, a lo que iba —dijo, viendo
la mirada apremiante de Ron y Harry—. Existen maneras de seguir a un
traslador. Sé cómo hacer un traslador que siga a otro, porque los
trasladores dejan una especie de estela... no obstante, es necesario hacerlo
en menos de una hora.

—¿Sabes hacer un traslador? —preguntó Hermione, muy sorprendida.


—No... sé hacer un traslador de seguimiento, que es más fácil... o eso creo,
porque nunca he hecho ninguno.

—¿Qué hay que hacer?

—Sólo crearlo en el lugar en donde se usó el traslador al que quieres


seguir.

—¿Qué hacemos? —preguntó Ron, mirando a Harry.

—No tenemos alternativa —respondió Harry.

—Esto podría ser una trampa —opinó Henry—. Recuerda la carta, Harry...

—Aunque lo sea. No dejaré a Ginny en manos de ese monstruo. Además,


si está en el Ministerio con los mortífagos y nos damos prisa, quizá
tengamos una oportunidad.

—Hagámoslo —dijo Ron, muy seguro—. ¿Hermione?

—Esto me da muy mala espina, pero no dejaré ni que a Ginny le pase nada
ni que vayáis solos.

—Hermione... yo... yo no quiero que te pase nada... otra vez —dijo Ron,
con la voz débil.

—Tampoco yo quiero que os pase nada a vosotros —repuso el a—. Y


sugiero que, sea como sea, dejemos un mensaje para Dumbledore.

—De acuerdo —dijo Harry—. Vamos a la sala común.

Subieron de nuevo las escaleras y entraron. Hermione fue a su habitación a


escribir la nota y bajó con un sobre que entregó a Pig para que la l evara al
despacho de Dumbledore.

—Vale... ya está.

—¿Estamos seguros de esto? —preguntó Luna.


—Sea como sea, debéis decidirlo pronto —advirtió Henry—. Ya hace unos
veinticinco minutos que se la l evaron, y no creo que yo pueda l egar al
límite de una hora para hacer el traslador. Tenemos unos quince minutos,
nada más.

—Vamos —dijo Harry.

—Harry... —dijo Henry, deteniéndose fuera del retrato de la Dama Gorda


—. Esto podría ser una trampa... Él podría estar al í, o l egar después...

—Sí ¿y?

—Tal vez tengas que enfrentarte a él... ¿No necesitarás la Antorcha?

Harry se quedó pensando. ¿Llevar la Antorcha? ¿No sería eso lo que


Voldemort querría? Pero, por otro lado, si iba a enfrentarse a él, sólo
tendría oportunidad si la l evaba. No tenía alternativa. Quizá estuviera
cometiendo un error, pero era todo lo que podía hacer.

—Sí, la l evaré.

—Harry, no sé si es buena idea —opinó Hermione—. Tal vez eso es lo que


él quiere...

—Tal vez —dijo Harry—. Pero sin el a no tengo posibilidad... y además, él


no sabe algo que nosotros sí.

Henry los miró con el entrecejo fruncido; Luna y Nevil e no entendían


nada.

—Voy a por el a —decidió Harry.

Entró de nuevo en la sala común y salió un momento después, con la


Antorcha de la Llama Verde.

—Vamos —dijo.

Se lanzaron escaleras abajo hasta l egar al vestíbulo. Afortunadamente,


Filch no estaba al í, vigilando las puertas. Pero estaba Draco Malfoy.
—¡Vaya! —exclamó al verlos, muy risueño—. Dos prefectos violando las
normas al permitir a alumnos vagar por el colegio... creo que tendré que
informar de esto.

—Déjanos pasar, Malfoy —ordenó Harry.

—¿Vas al Ministerio, Potter? —se burló—. ¿A hacerte el héroe? —


Acentuó su sonrisa y luego dirigió la mirada hacia Henry—. ¿Tú también
quieres ser un patético héroe, Dul ymer?

—Vamos a salir, Malfoy —dijo Henry, con el semblante serio. Malfoy le


observó unos minutos y luego se apartó.

—Salid —dijo suavemente—. Yo no os he visto.

Henry abrió las puertas, y Ron le ayudó, pero Harry y Hermione se


quedaron mirando a Malfoy con extrañeza. ¿Desde cuándo les hacía
favores?

—¿Por qué nos dejas salir, Malfoy? —le preguntó Harry mientras los
demás salían al exterior.

Malfoy no dijo nada y miró a Harry fijamente. Parecía muy contento, pero
Harry notaba en los ojos del Slytherin el inmenso odio que sentía hacia él.

—Adiós Potter —Fue toda la respuesta de Draco.

366

Harry le miró un momento y luego salió también. Por primera vez, se


preguntó si estarían haciendo lo correcto, y fueron las palabras de Malfoy
las que le habían hecho pensar en el o, porque el «adiós» que les había
dicho no había sonado como un «hasta luego»; había sonado como un
«hasta nunca».

Por supuesto, esto no cambiaba nada. Ginny estaba en peligro y él iría, y si


tenía que enfrentarse a Voldemort, lo haría. Estaba mucho más preparado
que la otra vez. Sin embargo, sus planes sí cambiaron.
Miró a sus amigos, que corrían delante de él, hacia el bosque, y tomó una
decisión.

Llegaron al bosque, al lugar donde, según Henry, los mortífagos se habían


l evado a Ginny. Henry sacó su cinturón, lo puso en el suelo y le apuntó
con su varita.

—Espero que funcione —dijo, concentrándose—. ¡Portus!

El cinturón retembló y bril ó un instante, y luego volvió a quedarse como


estaba.

—¿Ha funcionado? —preguntó Ron.

—Creo que sí —dijo Henry, cogiendo el cinturón y levantándolo.

—Vale. Entonces vamos...

—¿Iremos todos? —preguntó Hermione.

—Yo sí —respondió Luna rápidamente—. Ginny es mi amiga, y al fin y al


cabo, si yo le hubiese puesto más atención no habría pasado esto.

—Yo también —dijo Nevil e—. También es mi amiga, y para eso me he


estado preparando. —Una expresión decidida se formó en su rostro y
añadió—: Quiero volver a enfrentarme a Bel atrix Lestrange.

—Yo también voy con vosotros —declaró Henry—. Me aceptasteis y me


ayudasteis, y lo que hice, lo hice para algo.

—Nadie irá —dijo de pronto Harry, con voz autoritaria. Todos posaron sus
miradas en él, extrañados—. Voy yo solo —terminó.

—¿Cómo? —preguntó Hermione.

—He dicho que voy yo solo. No permitiré que os pase nada malo. Soy yo
quien deber enfrentarse a él; es a mí a quien quiere. Esto es una locura, y
no permitiré que forméis parte de el a sin necesidad.
—¡NO! —gritó Ron, enfadado—. ¿Estás loco? ¡No vas a ir tú solo! ¡Es mi
hermana, y yo voy a ir, lo quieras o no!

—Si me quedo, no me lo perdonaré en la vida —añadió Hermione.

—¿Recuerdas lo que te dijo Firenze? —le preguntó Ron a Harry. Éste le


miró sin responder—. Pues ya sabes... sin nosotros, no hay camino. Iremos
—su tono no admitía réplica.

Harry suspiró y asintió.

—Vale —dijo Henry—. Entonces, agarrad el cinturón, y cuando cuente


tres...

—Espera —pidió Ron. Se volvió hacia Hermione y la miró—. Hermione...

—¿Qué pasa, Ron? Estamos perdiendo el tiempo... —dijo el a con


expresión cansada y paciente.

—Hermione, nunca te lo he dicho, excepto cuando estabas en la


enfermería y no podías oírme... pero puede que hoy sea el último día de
nuestra vida, y... Hermione, te... te quiero.

La expresión de Hermione se dulcificó.

—Sé que lo hiciste —contestó—. Sé que ambos me lo dijisteis... yo


también te quiero, Ron...

Se irguió y le dio un beso en la boca. Ron cerró los ojos. Se quedaron así
unos segundos y luego se apartaron, se cogieron de la mano y pusieron la
otra en el cinturón.

—Ya —dijo Ron, sin mirar a nadie a la cara.

Henry asintió y dirigió una mirada a todos.

—Un... dos... tres —dijo.


Harry sintió la conocida sensación de ser arrastrado por el estómago, y
viajaron en un torbel ino de colores, sintiendo chocar los dedos de unos
contra otros hasta caer, en un revoltijo, en una sala no demasiado
iluminada.

Entonces, sin previo aviso y antes de que tuvieran tiempo de levantarse,


oyeron una voz que exclamó:

— ¡Accio varitas!

Harry sintió, mientras se incorporaba, que su varita se escapaba de su


bolsil o. Un instante después, y aún sin tiempo para darse cuenta de lo que
estaba pasando, otra voz que conocía, pero usando un tono que jamás le
había oído, dijo con voz autoritaria:

—Magnífico. Y ahora, Potter, entrégame la Antorcha de la Llama Verde.

367

36

El Infiltrado

Harry se levantó, creyendo que no había oído bien. Ron y Hermione se


levantaron a su izquierda, y Nevil e y Luna a su derecha. También el os
parecían anonadados, aparte de asustados.

Henry estaba y a de pie, ante el os, y se había acercado a los tres


mortífagos que les apuntaban con sus varitas; Henry aún conservaba la
suya, con la que apuntaba a Harry, y de su cara había desparecido
totalmente la expresión amable y simpática. Ahora sólo mostraba odio y
satisfacción, una satisfacción cruel; sus ojos estaban fríos, pero bril aban
con avidez, como si hubiera estado esperando largo tiempo por lo que
veía.

—Entrégame la Antorcha —repitió, con el mismo tono frío, y esta vez


también con un deje de impaciencia.
—¿Qué? ¿Qué estás haciendo? —Harry no comprendía nada. Vio que
estaban en una sala bastante grande, quizás de unos veinticinco metros de
largo y unos quince de ancho, débilmente iluminada; no había ventanas ni
muebles: sólo dos puertas que estaban detrás de los mortífagos. No había
por dónde escapar.

Henry se rió con malicia y crueldad.

—¿Eres duro de oído? Te he dicho que me entregues la Antorcha de la


Llama Verde. Ahora.

—¿Pero qué dices? —se atrevió a preguntar Ron—. ¿Por qué estás al lado
de esos? ¿Y por qué tienes aún la varita? ¿Qué te pasa?

Los mortífagos se rieron. Henry sonrió.

—Desde luego, Weasley, no eres más tonto porque no entrenas. —Volvió a


mirar a Harry, y sus ojos parecieron despedir l amas—. Entrégame la
Antorcha. ¡YA!

—No —respondió Harry, desafiante. No entendía qué sucedía, pero desde


luego era algo mucho peor de lo que podría haber imaginado—. ¿Qué te
pasa? ¿Te han echado la maldición imperius, te has vuelto loco, o qué?

Henry volvió a reírse.

—¿Sabes, Potter? El Señor Tenebroso tiene razón: eres estúpido. Un


estúpido con mucha suerte, sí... pero un estúpido. ¿Todavía no lo
comprendes?

—¿Señor Tenebroso? ¿Por qué lo l amas así?

—¿No es obvio? ¡Él es mi señor, mi amo! Yo estoy a su servicio, Potter.

—No puede ser, no es cierto —dijo Harry.

Los mortífagos se rieron más aún.


—No has cambiado nada, Potter. Sigues siendo un idiota —dijo el más
corpulento de los tres. A Harry le sonaba su voz.

—¿Quién eres? ¿De qué me conoces?

El mortífago se quitó la máscara y Harry, Ron y Hermione dejaron escapar


un grito de sorpresa.

Era Marcus Flint, el antiguo capitán del equipo de quidditch de Slytherin.

—Vaya... veo que has seguido un magnífico camino desde que saliste de
Hogwarts —le espetó Harry.

—Sí, ya ves... Tengo ambiciones, Potter... y este... trabajo, tiene ciertas


recompensas, como este momento.

—Se rió, y los otros dos mortífagos se rieron con él.

—Pues a mí me sorprende que Voldemort haya aceptado a un idiota


descerebrado como tú; tiene que estar desesperado —le dijo Hermione.

Los mortífagos la miraron fijamente, y Flint pareció asesinarla con la


mirada.

—¡Cál ate, sangre sucia!

—No vuelvas a pronunciar el nombre del Señor Tenebroso con tu boca,


estúpida engreída —la amenazó Henry, apuntándole con la varita.

Entonces Harry se dio cuenta de algo en lo que no había pensado: Henry


nunca, nunca, había pronunciado el nombre de Voldemort, ni lo había l
amado Quien Tú Sabes o algo así... siempre se refería a él como

«Él»... ¿Cómo no se había dado cuenta antes? De todas formas, aún no


podía creerlo...

—Aparta tu varita de el a —dijo Ron, dando un paso al frente.

Henry se rió.
—¡Ooh! ¡Qué romántico! ¿Vas a defenderla con tu vida, Weasley? —se
burló Henry.

—Si es necesario, sí.

—¡Qué bonito...! pues tranquilo, tal vez tengas la ocasión de hacerlo. —


Volvió a mirar a Harry—. Y ahora estamos perdiendo el tiempo. Te he
dicho que me entregues la Antorcha de la Llama Verde. YA. Si no, verás lo
que les pasa a tus amigos.

—¿Por qué? —le preguntó Nevil e, antes de que Harry pudiese decir nada
—. ¿Por qué trataste de defender a Ginny y ahora haces esto?

368

Al oír las palabras de Nevil e, Henry y los otros mortífagos prorrumpieron


en carcajadas.

—¿Que la ayudé? ¡No me hagas reír! ¿Tú no coges una, verdad


Longbottom? Yo no la ayudé... fui yo quien la l evó al bosque y se la
entregué a el os —dijo, señalando a los mortífagos—. El os proyectaron la
Marca Tenebrosa y esperaron a que yo les l evara a Ginny al lugar
convenido.

—Tú no estabas al í —dijo Luna.

—Claro que sí, Lunática —la contradijo Henry—. Claro que tú no me


viste... ni nadie. Yo le eché la maldición imperius a esa estúpida y la l evé
al bosque, y luego me hice esto —explicó, señalándose la cara y la túnica

— para disimular.

Harry sintió un ramalazo de odio al oír aquel o, y sobre todo, al oír como
Henry l amaba estúpida a Ginny.

—¡Maldito cerdo! ¡Nos has engañado todo este tiempo!

—Por supuesto que sí —respondió Henry—. Aunque no fue fácil, no fue


tampoco tan complicado como yo pensaba... por supuesto, lo peor fue
tener que aguantaros, tener que soportar vuestras tonterías, estar con
sangres sucias y demás —miró con asco a Hermione— para conseguir
acercarme a vosotros... Sí, fue horrible, pero este momento, y la gratitud
eterna del Señor Tenebroso, serán mi compensación.

—Nos engañaste... —murmuró Harry de nuevo, l eno de odio.

—Sí... Soy buen actor, ¿verdad?

—Sólo tienes quince años... ¿Cómo puedes ser tan... tan...? —Hermione no
encontraba las palabras.

—Éste es mi sueño desde siempre: servir al Señor Tenebroso, ayudarle,


elevarme con él.

Harry observó la mirada de Henry: era la mirada de un verdadero


fanático... de un loco, incluso.

—Pero no es posible... ¡Tú nos ayudaste a detener a Birffen! ¿Fuiste capaz


de entregar a un aliado tuyo?

Ante la mención de Birffen, Henry se echó a reír.

—Potter, Potter, Potter... ¿Cómo puedes ser tan estúpido? Birffen no era
mi aliado, no era nadie... Birffen sólo fue un cabeza de turco. Yo lo hice
todo: yo te hechicé y te puse el colgante, yo ataqué a Longbottom, yo le
eché la maldición imperius a Warrington, yo le envenené en la enfermería,
yo ataqué a Corner y a Chang...

¡Fui yo, Potter! ¡Siempre yo!

Harry se quedó como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por


encima. Aquel o era imposible...

imposible. Aquel chico, de sólo quince años, estaba confesando ser un


asesino.

—¿Birffen era inocente? —preguntó Ron, que también parecía totalmente


alucinado ante lo que estaba oyendo.
—Por supuesto que sí. Yo oí la profecía de Trelawney e inmediatamente
me comuniqué con el Señor Tenebroso... entonces, me ordenó que me
aproximara más a vosotros. Por supuesto, era difícil hacerlo con las
nuevas restricciones, y también me era complicado hacer cualquier cosa,
así que hice lo mismo que mi señor hizo cuando estaba en Hogwarts:
utilizar a alguien inocente y hacerlo parecer culpable... Recordé que
Birffen estaba en la enfermería el día que envenené a Warrington, y decidí
usarle: le lancé la maldición imperius y le hice meter en su baúl lo que
encontraron después. Acto seguido, le entregué la pastil a de veneno que se
tomó... que claro, él no sabía que era veneno, y le ordené atacaros... Yo
venía detrás de él y os «ayudé»... y al parecer, mi plan funcionó incluso
mejor de lo que yo pensaba, porque me admitisteis en ese grupo... —soltó
una débil risa—. No sabes cómo me reí, Potter...

—Eres un monstruo —dijo Hermione—, un auténtico monstruo...

—Es posible... —dijo Henry, que parecía halagado.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo hiciste todas aquel as cosas? ¡Tú no estabas


en la enfermería cuando Warrington fue envenenado!

—Potter... ¿intentas distraerme? Entrégame la Antorcha, y mientras


esperamos al Señor Tenebroso podremos hablar un rato. No lo hagas, y tus
amigos sufrirán.

—No se la des, Harry —dijo Nevil e.

Henry le miró fijamente.

—¿Que no me la dé? Mala elección... Pero bueno... siempre he querido


repetir esto, Longbottom, me encantaron tus gritos... —Apuntó a Nevil e
con la varita y gritó—: ¡Crucio!

Nevil e cayó al suelo, aul ando de dolor. Flint se rió en silencio. Harry
estaba horrorizado. Nevil e cada vez chil aba más y Henry no se detenía:
parecía estar disfrutando enormemente.

—¡Déjale! —gritó Harry, abalanzándose hacia Henry.


— ¡IMPEDIMENTA! —exclamó Flint, y Harry cayó hacia atrás, inmóvil.

Henry continuó su tortura a Nevil e. Desde su posición, Harry vio cómo


Hermione apoyaba la cabeza en el hombro de Ron, que crispaba los puños
de la impotencia, para no ver.

Unos segundos después, Henry se detuvo y los gritos de Nevil e se


convirtieron en gemidos. Harry se incorporó, libre del maleficio, mientras
Luna intentaba que Nevil e se levantara, lo que hizo con dificultad.

—¿Quieres que lo repita, Potter? Si no quieres, entrégame la Antorcha.

—¿Acaso si lo hago los dejarás ir?

—Me temo que no... pero no sufrirán... ¿O prefieres quizás que ahora se lo
haga a el a? —preguntó Henry, señalando a Hermione. Ron la abrazó
contra sí.

369

—Ni se te ocurra —amenazó.

—Vale —dijo Henry tranquilamente. Apuntó a Ron y repitió—: ¡Crucio!

Ron se dobló y cayó de rodil as, chil ando. Hermione se agachó a su lado,
mientras las lágrimas empezaban a correr por su cara. Harry estaba
completamente horrorizado..

—¡Déjale! —gritó Hermione, mirando a Henry con el odio más intenso


que había visto en su mirada—.

¡DÉJALE!

Henry levantó la varita.

—Esto puede acabar, Potter. Simplemente entrégame la Antorcha.

—¿Para qué la quiere? —preguntó Harry.


—Eso no es asunto tuyo... ni mío. Simplemente la quiere, y ya.

—Él está en el Ministerio.

—Vendrá —dijo Henry—. Lo del Ministerio sólo era una distracción para
alejar a Dumbledore y a los demás...

—¿Sólo una distracción? —dijo Hermione, alucinada—. ¿Un ataque al


Ministerio de Magia sólo como distracción?

—Bueno, tal vez haya otros objetivos, pero son secundarios —aclaró
Henry.

—Por eso cogiste a Ginny, ¿verdad? Para obligarme a venir —dijo Harry.

—En parte sí —contestó Henry—. Pero el Señor Tenebroso la quería a el a


y sólo a el a; las razones yo no las sé. Entrégame la Antorcha.

—¿Por qué no me torturas a mí? —le preguntó Harry.

—Me encantaría, te lo aseguro... —Henry sonrió ante la idea— pero no


puedo... a no ser que des muchos problemas, claro.

—Te... mataré... —dijo entonces Ron, apoyándose en Hermione y en Harry


y mirando a Henry—. Te mataré, maldito cerdo...

—Lo dudo mucho, Weasley. Dame la Antorcha, Potter... o seguiré.

—No se la des... —pidió Nevil e, con voz débil—. No se la des...

Harry bufó, exasperado.

—Es increíble... ¡Qué entrega, qué valentía! —se mofó—. Gryffindors...


sois todos estúpidos.

—Simplemente no hacemos lo más fácil... hacemos lo correcto —


respondió Hermione.
—Admirable —se burló Henry—. Pero bueno, si así lo preferís... —
Apuntó a Luna y por tercera vez gritó—:

¡Crucio!

Pero esta vez, Harry se puso en medio y recibió el impacto de la


maldición. Gritó del dolor, pero no era tan terrible como cuando
Voldemort le había hecho lo mismo. Henry le miró sorprendido, pero no se
detuvo.

Frunció el ceño con furia e intensificó el ataque. Harry dejó que el dolor,
la rabia, el odio... lo embargaran, dejó que su poder brotase, mientras el
dolor lo consumía... empezó a sentirse más fuerte, sintiendo que el dolor
se hacía menor, lejano... vagamente oyó a Flint gritarle a Henry que lo
dejase, más vagamente aún oyó el «¡Cál ate!» que Henry gritó en
respuesta. Dejó que el poder lo embargase aún más, y entonces levantó la
mirada. Al posar los ojos en los de Henry, un estremecimiento recorrió el
lugar. Harry gritó y Henry fue lanzado hacia atrás, cayendo de espaldas.
Los mortífagos miraron a Harry asustados.

—¡Bien hecho, Harry! —lo felicitó Ron—. Veréis aún de lo que es capaz
—amenazó mirando a los mortífagos.

Henry se incorporó con lentitud y miró a Harry con odio y sorpresa.

—¿Qué diablos...?

—¿Quieres ver la Antocha? Bien...

Harry la sacó y la elevó, mostrándosela a los mortífagos.

—Muéstrales lo que puedes hacer, Harry —lo animó Hermione—.


Enséñales.

Harry se concentró, pensó en Ginny, en el sacrificio de sus amigos, en las


palabras que Ron le había dirigido a Hermione antes de coger el traslador...
y la Antorcha se encendió. Los mortífagos retrocedieron, asustados, y
Henry parecía alucinado.
—No... ¡No es posible! —exclamó.

Harry miró a Flint, chascó los dedos con furia y éste fue lanzado hacia
atrás, golpeándose la cabeza. Iba a hacer lo mismo con otro, cuando, en un
instante, Henry hizo un movimiento repentino con la varita y la Antorcha
saltó de las manos de Harry, apagándose y cayendo al suelo.

—Gracias por enseñarme esto, Potter. Es muy útil —dijo con satisfacción,
aunque parecía muy furioso—.

¡Accio Antorcha!

La Antorcha voló hasta la mano extendida de Henry.

—Bien —dijo, mirándola—. Al fin la tengo.

Harry se hal aba desconcertado, molesto y furioso consigo mismo. Se


había descuidado y había perdido la última posibilidad de escapar. Su furia
se disipó, siendo sustituida por una total decepción. No había nada que
hacer... Voldemort l egaría y el os estarían perdidos. Ron y Hermione
también parecían derrotados.

Habían depositado sus esperanzas en él, y él les había fal ado.

370

—Vale, y ahora, como prometí... ¿Qué tal si charlamos un rato? —ofreció


Henry, sonriente.

—¿Fuiste tú quien me atacó en la lechucería? —preguntó Hermione.


Henry sonrió.

—Por supuesto que fui yo —respondió—. No debió haber pasado, pero


aún era inexperto y cometí un error.

Tenía que informar al Señor Tenebroso de lo ocurrido en el sorteo, y me


dirigí hacia la lechucería. Era tarde, y no pensé que hubiese nadie. Estaba
oscuro y casi no se veía, así que entré, cogí mi lechuza y le dije que le l
evase el mensaje al Señor Tenebroso... Cuál no sería mi sorpresa cuando oí
un gemido y te vi, sentada y apoyada contra la pared del fondo con cara de
haber l orado. Me mirabas con ojos como platos, y claro, supe que me
habías oído. Por eso te lancé un hechizo aturdidor y luego te desmemoricé.

Ron le dirigió una mirada a Hermione antes de volver a mirar a Henry.

—Por eso estabas tan preocupado al día siguiente, ¿verdad? No era por
Hermione...

—Pues claro que no era por el a. Era la primera vez que había lanzado un
hechizo desmemorizante y necesitaba saber si el a se acordaba de algo.
Pude comprobar que no.

—¿Y lo de Nevil e? —inquirió Harry—. ¿Por qué le atacaste?

Henry se encogió de hombros.

—Sólo para asustar... No hay una razón concreta. El Señor Tenebroso me


dijo que de vez en cuando os recordara que estaba al í —respondió,
sonriendo.

—Pero no es posible, te encontramos poco después... no puede ser...

Pero Harry pensó entonces que habían tenido demasiados encuentros


casuales con Henry Dul ymer durante el curso, como el día que habían
salido de la Cámara de los Secretos...

—¿Cómo lo hacías? ¿Cómo podías desaparecer? ¿Cómo nos encontrabas


siempre?

—Eso es lo más interesante de todo, Potter... —dijo Henry con una sonrisa
—. ¿Olvidas que sirvo al mago más grande del mundo? Supongo que te
preguntarás cómo no aparecía el acechador en el mapa del merodeador...
¿Verdad?

Harry no dijo nada, sólo esperó. Henry sonrió más y sacó un colgante que l
evaba al cuel o.
—Esto es una de las grandes obras del Señor Tenebroso. Él me lo
proporcionó. Observad... —Tocó un botoncito del colgante e
instantáneamente se volvió invisible. Harry abrió mucho los ojos. Un
momento después volvió a aparecer—. ¿A que es genial? Y no sólo eso...
si quiero, también evita que aparezca en el mapa del merodeador.

—¿Cómo? ¿Cómo puedes evitar...?

—Fácil, Potter... ¿Olvidas que uno de sus creadores está con nosotros?

Harry crispó los puños.

—Colagusano...

—Colagusano, sí... y no fue esto lo único que hizo... mira lo que nos ayudó
a fabricar...

Metió la mano en un bolsil o de su túnica y sacó una réplica exacta del


mapa del merodeador.

—¡No es posible! —exclamó Harry, asombrado.

—Ya lo creo que lo es... ¿Cómo crees que os vigilaba y os encontraba? Os


he estado siguiendo todo el curso, Potter. Así te encontré, yendo invisible,
el día del ataque de los dementores.

—¡Pero tú ayudaste ese día en Hogsmeade! —dijo Luna—. Si sabías que


habría dementores, ¿por qué fuiste?

—Tenía que ir, tenía que aproximarme a vosotros... por eso hice lo que
hice. Por supuesto, no había riesgo: los dementores no me habrían atacado.
Tenían órdenes.

—Los dementores no son muy apegados a las órdenes —dijo Harry.

—No a las del Ministerio; pero te aseguro que sí a las del Señor
Tenebroso, Potter —apuntó Flint.
—Y tú querías l evar a mi hermana al baile, maldito cerdo... —dijo Ron,
mirando a Henry con furia.

—Sí... —reconoció Henry—. Era una forma de aproximarme, pero no me


salió bien. Pero da igual, porque, al fin y al cabo, me ha ido mucho mejor
—comentó, riéndose.

—¿Por qué le hiciste aquel o a Warrington? —preguntó Hermione.

—Órdenes del Señor Tenebroso. Él quería que Ginny muriera. Lo que


pretendía exactamente, no lo sé. Pero volviste a frustrar el plan.

—Un plan absurdo —dijo Harry—. ¿Para qué algo tan complicado?

—Yo sólo cumplo órdenes —respondió Henry.

—Qué ingenuos fuimos —se lamentó Harry—. Aquel día, cuando te vimos
en la enfermería junto a Warrington, creíamos que te preocupabas por él, y
tú... tú...

—Yo sólo me preocupaba por si despertaba, sí —concluyó Henry, con una


sonrisa.

—¿Cómo le envenenaste? —quiso saber Ron.

—Os seguí —respondió Henry—. Me hice invisible, abrí la puerta de la


enfermería y entré... al principio iba a echar el veneno en el agua, pero l
egué tarde. Viendo que Warrington iba a hablar, hice lo único que podía:
usé la magia para hacer levitar un poco de veneno hasta su piel. Tuvo que
ser poco, para que no lo vierais, y no fue suficiente para matarlo, pero ya
da igual.

371

—Nosotros intentamos eliminarle en el hospital, pero por desgracia


Dumbledore ordenó que estuviera vigilado y protegido, y no tuvimos
ocasión de hacerlo —añadió Flint, con una mueca de desagrado.
—Y tú... entonces fuiste tú quien le habló de Snape a Voldemort, ¿verdad?
—dijo Harry, observando a Henry, quien endureció su mirada al oír el
nombre.

—Te he dicho que no pronuncies su nombre.

—¿Fuiste tú? —insistió Harry.

—Claro que fui yo, imbécil. Snape no sabía quien era yo, el Señor
Tenebroso no se lo había dicho a casi nadie. Además, no se fiaba del todo
de Snape y me ordenó echarle un ojo. El día que discutiste con él, yo os
seguí, invisible, y, gracias esta vez a un gran invento de los Weasley —
dijo, sacando del bolsil o unas orejas extensibles—, me enteré de la
verdad: que Snape era un sucio traidor que trabajaba en realidad para la
maldita Orden del Fénix.

—Por eso le odias tanto... —apuntó Hermione.

—¡Por supuesto! —exclamó Henry con un odio profundo—. Asqueroso


traidor... se libró de morir, sí, pero no escapará siempre. El Señor
Tenebroso dará con él y le espera lo mismo, o peor, que a Karkarov.

—¿Por qué nos odias tanto? —preguntó Nevil e—. ¿Acaso no fuimos
amables contigo? ¿Acaso no te divertiste con nosotros?

Henry miró a Nevil e y soltó una risotada.

—Qué gracioso eres, Longbottom... ¿Divertirme? Soy muy, muy


ambicioso... deseo el poder, el poder que sólo el Señor Tenebroso puede
proporcionar... ¿Cómo voy a divertirme con un grupo de sangre sucia,
amigos de muggles y demás? ¡Es imposible! ¡Inconcebible!

—Hablas como Malfoy... siempre pensé que eras distinto, y en realidad...


—dijo Harry.

—¿Como Malfoy? —se rió Henry—. En absoluto soy como él...

—¿Él lo sabía? —preguntó Harry. Henry le miró—. ¿Él lo sabía? Fue


Malfoy el que me hizo darme cuenta de que no l evaba mi monedero el día
del ataque de los dementores. ¿Él lo sabía?

—Por supuesto que no —respondió Henry—. Sabía que yo no era tan


amigo vuestro como hacía ver, y que tramaba algo, claro, pero nada más.
Por supuesto, dudaba de mí a menudo, cada vez que me veía con vosotros,
por eso hablaba con él, para advertirle que no lo estropeara todo.

»En cuanto a lo del monedero, no sabía cómo hacer para que te dieses
cuenta de que no lo tenías, así que convencí a Malfoy de que se burlara de
vosotros usando un galeón... no fue una gran idea, lo sé, pero fue lo único
que se me ocurrió... y funcionó —terminó Henry, muy satisfecho.

—¿Y Sarah? —preguntó Nevil e—. ¿El a también es como tú?

—No... por desgracia, porque la verdad me gusta bastante... pero el a no es


una Slytherin pura, como yo...

qué se le va a hacer —dijo, suspirando.

—El a te gusta —dijo Hermione—. Se te nota... ¿Por qué haces esto?


¡Podrías ser feliz con el a!

—No seas estúpida —escupió Henry—. Ahora tengo lo que siempre he


querido, ninguna chica se va a interponer entre mis sueños y yo.

—¡¡La has engañado todo este tiempo!! —gritó Nevil e.

Henry se volvió hacia él y sonrió con desprecio.

—¿Acaso te gusta, Longbottom? —Los mortífagos se rieron—. Bueno, no


creo que a el a, aunque le caigas bien, le vaya a gustar un estúpido como
tú. De todas formas, tranquilo... dudo que eso vaya a ser un problema para
ti —añadió, con tono burlón.

—Ya, supongo que pensáis matarnos a todos —dijo Harry.

Henry se rió.
—Bueno, no conocemos exactamente los planes del Señor Tenebroso, pero
casi puedo jurar que no os va a enviar de vacaciones por ahí.

—¿Dónde está? —preguntó Harry, gritando—. ¡Que venga de una vez!

—Tranquilo, Potter —dijo Henry con voz calmada—. Todo a su tiempo...


estoy seguro de que, en el fondo, no deseas que l egue. Sobre todo porque
antes tiene que hacerle una visita a tu amiguita —agregó, disfrutando del
efecto que sus palabras causaban en Harry.

—¡MALDITO ASESINO! ¿QUÉ VAIS A HACER CON ELLA? —gritó


Ron, soltándose de Hermione y lanzándose contra Henry. Éste le miró, y
sin más, le lanzó un hechizo que hizo que Ron se doblara, atacado por un
repentino dolor de estómago.

—Tranquilízate, Weasley. Vivirás más.

Harry no se abalanzó sobre Henry, pero también ardía de la ira. Volvió a


concentrarse, invocando toda su furia, su fuerza y su poder, intentando
hacer algo aunque no tuviera la Antorcha de la Llama Verde.

Henry le miró, y de su cara se borró la sonrisa, pasando a mostrar furia.

—No vas a hacer lo mismo —dijo, apuntándole con su varita—. ¡Crucio!

Harry volvió a sentir el dolor y su concentración se esfumó. Tras unos


segundos de tortura, Henry le liberó.

Harry comenzó a jadear, y volvió a ponerse en pie lentamente, con ayuda


de Luna.

372

Hermione le miró. Se la veía asustada. Le hizo un imperceptible gesto a


Harry y éste lo entendió: el a iba a tratar de ganar tiempo, a ver si se les
ocurría algo.

—¿Quién eres? —preguntó Hermione. Henry la miró sin comprender—.


¿Quién eres en realidad?
—¿A qué te refieres? —preguntó Henry.

—Es imposible lo que has hecho. Sólo tienes quince años... ¿Dónde has
aprendido a hacer las maldiciones imperdonables, los hechizos
desmemorizantes y demás?

—Es obvio... —contestó Henry—. El Señor Tenebroso me enseñó.

—¿Cómo? —preguntó Ron.

—El verano pasado, él me enseñó.

—Eso es imposible —replicó Hermione—. Los magos menores de edad no


pueden hacer magia fuera de Hogwarts. Te habrían sancionado.

Henry se echó a reír.

—Granger, a veces eres tan estúpida que no sé cómo has podido ser la
mejor estudiante de Hogwarts estos años... claro que, viendo de quien te
rodeas... —meneó la cabeza. Hermione parecía furiosa—. En fin, es obvio
que el mayor mago del mundo tiene métodos para evitar que el Ministerio
detecte ciertas cosas. Nadie sabe lo que ocurre aquí dentro, ni en otras
casas como ésta.

—¿Otras casas? ¿Hay más? —preguntó Hermione.

Henry acentuó su sonrisa.

—¿Crees que te lo voy a contar? No soy estúpido, sangre sucia.

—¿También fue él quien te enseñó a hacer trasladores?

—Yo no sé hacer trasladores, idiota. El traslador que nos trajo aquí ya me


lo dieron hecho.

—Pero tú lanzaste el hechizo —dijo Ron—. Y el traslador bril ó y


retembló...
—Sí, lo hice retemblar y bril ar, pero nada más; ya estaba hechizado de
antes.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar Hermione—. ¿Cómo l egaste a esto?


¿Cómo, teniendo sólo quince años, l egas a ser uno de sus servidores?

—¿Quieres saberlo? ¿De verdad?

Hermione asintió. Henry sonrió.

—Ya te dije que mis padres se mudaron a Alemania, ¿verdad? Sí, te lo


conté cuando hablamos aquel día, en el entrenamiento de quidditch...
cuando tú me contaste tu vida, sí... —La boca de Henry se curvó en una
sonrisa de total maldad—. Por cierto... ¿Sabes que fui yo quien le
comunicó al Señor Tenebroso dónde vivían tus padres? —Hermione abrió
los ojos y la boca—. Sí... y también fui yo quien le recomendó que les
hicieran una... «visita», sabiendo lo mucho que los querías y te
preocupaban debido a la guerra... ¿Una gran idea, no crees?

Hermione temblaba de la rabia. Harry no podía creer que una persona, que
un chico más joven que él fuera capaz de tales maldades. No podía
concebir que alguien tuviese tanta sangre fría... a su lado, Malfoy era casi
un santo.

Intentó concentrarse en una solución que les permitiera escapar y rescatar


a Ginny, pero lo que oía le distraía completamente, y, por otra parte, la
única forma de salir eran las dos puertas que estaban detrás de los
mortífagos, y ni siquiera sabían si estaban cerradas. Necesitaban recuperar
sus varitas, pero no sabía cómo podía hacerlo. Intentar usar sus poderes no
iba a funcionarle, porque Henry era demasiado astuto y lo vigilaba. Si
intentaba algo de nuevo, sólo recibiría una nueva dosis de dolor.

—¡Eres un monstruo, un demonio! —gritaba Hermione, presa del l anto.

—Llora, l ora, sangre sucia... ¿Crees que me vas a dar pena, o me voy a
arrepentir, sólo por que l ores o por lo que digas? Eres una estúpida.
—¡DEJA DE INSULTARLA! —gritó Ron—. ¡El a vale un mil ón de veces
más que tú!

Henry no contestó. Sólo se rió.

—S-Sigue —dijo Hermione, sol ozando aún, pero con expresión firme—.
Sigue contando.

—Bueno... como decía, no te conté el por qué nos habíamos ido, ¿verdad?
Pues el motivo es sencil o: mi padre era un mortífago. Uno de los últimos,
en realidad. Entró al servicio del Señor Tenebroso unos seis meses antes de
su caída. Mi padre había deseado unirse a él desde que salió de Hogwarts,
y mi madre también lo apoyaba, aunque no era tan fervorosa. Mi padre fue
un mortífago muy poco conocido, creo que sólo el Señor Tenebroso y uno
o dos mortífagos más sabían su nombre... pero era inteligente, servicial y
dispuesto a todo.

»Mi familia, pese a ser de sangre limpia, nunca ha sido una de esas
familias «nobles», como se jacta Malfoy... y siempre los envidiamos. El
Señor Tenebroso fue el ídolo de mi padre, y su mayor sueño fue unirse a
él. No obstante, cuando cayó —su cara mostró desagrado— mi padre sabía
que todo había terminado para nosotros. Intentó encontrarlo, ayudarle,
pero no sabía cómo, y apenas conocía a los demás mortífagos.

Siendo así, pasamos a la sombra. Viendo cómo se ponían las cosas aquí,
decidió que nos fuésemos a Alemania. Al í la presión de los aurores era
menor que aquí, donde aún había mucha histeria, pese a haber 373

pasado ya siete años desde el fin de la guerra. Desde al í mi padre siguió


intentando hacer algo, aunque sin éxito.

»Yo crecí oyendo a mis padres hablar del Señor Tenebroso. Leí libros
sobre él, sobre lo que había hecho, sobre lo que quería... se convirtió en mi
ídolo, l egó a apasionarme mucho más de lo que mi padre pretendía...
mucho más que a él, de hecho. Deseaba conocerle, verle, servirle y
ascender a su lado; me encantaba cómo se había encumbrado a pesar de
haber vivido en el espantoso mundo muggle... siempre soñé con ser como
él. Siempre.
—Estás loco —dijo Hermione.

—No, simplemente soy muy ambicioso —contestó Henry con tranquilidad


—. Mi sueño es el poder, el auténtico poder... soy un Slytherin puro —dijo,
orgul oso—. El Señor Tenebroso me lo dijo muchas veces...

que yo sería un Slytherin puro. Y lo soy.

—Sí. El sombrero te eligió en un instante —recordó Ron—. ¿Cómo no nos


dimos cuenta?

—Weasley, Weasley... tú fuiste el que más trabajo me dio... tuve que hacer
un montón de halagos a tu mugrienta familia para ganarme algo de tu
confianza... ¿O crees que no noté que no te gustaba en exceso mi

«amistad» con tu hermana?

Ron gruñó.

—Sí, pero enseguida vi tu punto débil: tu falta de autoestima, de orgul o.


Así que yo lo alimenté... y con el o me gané tu confianza. Eres fácil de
complacer. Tienes tanta envidia de los que te rodean que te mueres por un
poquito de atención... Eres una presa fácil, a pesar de lo desconfiado que
eres.

Hermione agarró a Ron, porque estaba a punto de saltarle encima a Dul


ymer de nuevo.

—Sí, es cierto eso —intervino Flint—. ¿Qué orgul o va a tener? El nuevo


patoso guardián de Gryffindor, ¿eh?

El Rey Weasley...

Henry sonrió.

—Sí... el Rey Weasley.

—Sigue con la historia y deja de insultar —pidió Hermione—. Muéstranos


cuán detestable eres.
Henry la miró, manteniendo su sonrisa.

—Será para mí un placer encargarme después de ti, sangre sucia... te


aseguro que tu muerte va a ser muy lenta.

—Continúa —dijo Hermione, sin perder la calma.

—Bien... Cuando hace dos años mi padre notó que la Marca le escocía de
nuevo, supo que había regresado.

No te puedes imaginar nuestra alegría aquel día. Nos preparamos y él


partió a encontrarse con Él.

—¿Fue a la reunión de mortífagos tras el renacimiento de Voldemort? —


se extrañó Harry—. Pues no le mencionó.

Henry cerró los ojos y suspiró.

—Te he dicho miles de veces que no oses pronunciar su nombre, Potter. —


Levantó su varita y apuntó a Luna—. ¡Crucio!

Luna cayó al suelo instantáneamente y se retorció durante un tiempo,


mientras Harry le gritaba a Henry que la dejara en paz.

—Esto es para que aprendas, Potter. Si vuelves a pronunciar su nombre,


será peor, ¿te enteras? —dijo Henry, levantando la varita al terminar de
hablar.

—Realmente lo disfrutas, ¿verdad? —le preguntó Harry, temblando de ira


y de impotencia—. No haces esto sólo por poder. Te gusta.

—Sí... Nací para esto, Potter. Siempre lo he sabido... siempre. —Miró


hacia Hermione—. Bueno, sigo con la historia, ¿no?

Hermione asintió.

—Vale. Como decía, mi padre se reunió con el Señor Tenebroso más tarde
y casi a solas. Entonces empezamos a arreglarlo todo para mudarnos aquí,
aunque mi padre estuvo un tiempo buscando seguidores en Alemania... y
gracias a él está aquí Rudolf —dijo, señalando al mortífago que estaba a
su lado, a la derecha de Flint. Rudolf se quitó la máscara e inclinó la
cabeza con una sonrisa. También era muy joven.

Harry pensó que debía de tener unos veinte años, no más.

»Bueno, el caso es que seguimos en Alemania durante un año más, y yo le


pedí, le rogué a mi padre que me presentara al Señor Tenebroso. Yo tendría
que venir a Hogwarts, y estaba dispuesto a servir de espía, de mensajero o
de lo que fuera. Y así sucedió. A comienzos del verano, fui presentado... y
la realidad superó mis sueños, mi imaginación, mis fantasías... el Señor
Tenebroso es aún más grande de lo que había pensado... supe entonces
definitivamente que servirle y estar a su lado era lo único que yo deseaba.

Harry observó la expresión soñadora de Dul ymer, que parecía estar ido,
como sumergido en su propio sueño... tenía la misma expresión de
devoción que había visto en Barty Crouch hijo.

—Estás realmente loco —dijo Ron.

—¿Tú crees? —preguntó Henry, con expresión burlona—. Bien... —


prosiguió—. El caso es que sí, se me concedió la misión de hacer lo que
fuera necesario aquí, principalmente informar... el Señor Tenebroso me
374

enseñó mucho, mucho. Y yo aprendía con ganas. Mi trabajo no iba a ser


gran cosa... hasta que, a principios de Agosto, todo cambió.

»El Señor Tenebroso me dijo que los planes habían sido modificados, y
que tendría que tratar de acercarme a ti, proporcionarle toda la
información posible sobre tus amigos y vigilarte de cerca... y me entregó
todo esto

—dijo, señalando su colgante y el bolsil o donde había guardado el mapa


del merodeador—. También puso un útil hechizo en mis ropas —añadió.
Se tocó la túnica con la varita y ésta se transformó en un instante en una
túnica más grande, oscura y con capucha: Harry reconoció al acechador
que había atacado a Cho y a Michael. Henry se quitó la capucha y
continuó.

»Fue un plan muy inteligente, ¿no crees, Potter? El Señor Tenebroso usó
para acercarse a ti la única arma de la que Dumbledore no puede
protegerte...

—¿De qué hablas? —inquirió Harry.

—De un amigo, Potter... de un amigo. Ese estúpido siempre está hablando


de su adorada «unidad entre casas», y esas estupideces... El Señor
Tenebrosos me dijo que el hecho de que tú tuvieras un amigo en Slytherin
sería uno de los sueños de Dumbledore... y ya ves.

Harry crispó los puños, enfurecido consigo mismo por haber confiado tan
ciegamente en alguien como Henry Dul ymer. Claro que el chico había
hecho muy bien su papel, de eso no cabía duda.

—¿Nadie sospechó de ti en Slytherin? —preguntó.

—No. Sólo Malfoy sabía que algo no era como parecía. Con los demás me
comportaba igual que con vosotros, lo cual me producía un intenso
desagrado, para qué negártelo.

—Me recuerdas a Barty Crouch —dijo Harry con desagrado.

—¿Barty Crouch? –dijo Henry—. Sí, el Señor Tenebroso me habló de él...


Su misión era parecida a la mía.

—No lo digo por eso. Lo digo porque era tan fanático como tú... incluso
mató a su propio padre.

Henry se rió.

—Bueno, yo no mataría a mi padre... es un gran padre, pero...

—¿Un gran padre? —se extrañó Hermione—. Un buen padre no permitiría


que un hijo suyo se convirtiera en un maldito asesino como tú, ni que
corriera los riesgos que tú corres.
—¿Por qué no? —preguntó Henry.

—Porque... ¡Porque está mal! —chil ó Hermione.

—¿Mal? Creo que en eso, nuestras opiniones difieren —dijo Henry con
una sonrisa—. Y respecto a Barty Crouch, sí, yo no mataría a mi padre,
pero no me extraña que tuviera esa devoción al Señor Tenebroso, él es tan
grande...

—Acabó besado por un dementor —le dijo Harry—. ¿Ése es el gran futuro
que tú esperas?

—Por supuesto que no... a mí no me va a besar ningún denmentor... —


aseguró Henry—. ¿Pretendes hacer una analogía entre nosotros? Te
advierto que eso no va a servirte de nada.

—Cada uno hace lo que quiere, pero al final, siempre hay que pagar —dijo
Luna, con aire filosófico.

Henry la miró un instante antes de echarse a reír.

—¡Vaya, qué gran frase! —se burló—. Pero ¿sabes? Creo que tienes
razón... vosotros habéis desafiado al Señor Tenebroso y ahora tenéis que
pagar.

Henry empezó a moverse de un lado a otro, con la varita aún apuntándoles,


vigilándolos. Harry le observó, intentando aún asimilar lo que había oído,
lo que ese chico había hecho. Los tres mortífagos que estaba tras él
seguramente ya tenían la marca, eran adultos... y aún así parecía que
Henry era quien l evaba el bastón de mando. Harry se preguntó en qué
nivel de estima le tendría Voldemort para confiar tan ciegamente en él y
enviarlo a una misión tan arriesgada y terrible... y qué tan loco o tan
ambicioso tendría que ser alguien para aceptar hacer eso, para querer darlo
todo por un asesino despiadado.

Miró su reloj. Ya eran casi las ocho. Llevaban casi una hora y media al í,
esperando la l egada de Voldemort.
¿Qué habría pasado en el Ministerio de Magia? Miró a Ron, que parecía
extremadamente nervioso. Henry también le observaba.

—¿Sufres, Weasley? —le preguntó, burlándose—. Es duro no saber si tu


padre y tu hermano están vivos o muertos, ¿verdad? Sin contar lo que
pueda pasarle a tu hermanita cuando el Señor l egue.

Ron se mordía los labios de la furia, y apretaba tanto los puños que
clavaba los dedos en la palma de la mano. Sin poderse aguantar más, saltó,
antes de que Hermione pudiese agarrarlo, hacia Henry. Éste levantó la
varita, pero Ron fue más rápido y esquivó el hechizo, pegándole a
continuación un puñetazo en la cara a Henry, que cayó al suelo, con el
labio partido.

Aprovechando el momento de distracción, Harry se concentró en atraer


hacia sí las varitas. Con la Antorcha podría hacerlo, pero la Antorcha sólo
focalizaba e intensificaba su magia, no se la proporcionaba. La magia
estaba dentro de él... podía hacerlo... Mientras Flint le echaba a Ron de
nuevo la maldición cruciatus y Henry se ponía en pie, limpiándose la
sangre del labio y mirando a Ron con odio profundo, Harry concentró toda
su rabia y su odio en la varitas, en un acto desesperado... y éstas volaron a
su mano.

—¡No! —gritó Henry, al verlo.

375

Los mortífagos se disponían intentar desarmar a Harry, pero éste ya le


había tirado su varita a Hermione, que reaccionó al instante, desarmando a
Flint, mientras Harry evitaba ser desarmado por Rudolf y a su vez les
quitaba la varita a él y al otro mortífago. Entonces encaró a Henry al
tiempo que les daba sus varitas a Ron, Luna y Nevil e, que apuntaron a los
otros mortífagos, lo que ya hacía Hermione.

—Tira la varita —le dijo Harry a Henry, que estaba rojo de la ira y de la
rabia, y que a su vez apuntaba a Harry.

—No.
—Tírala, Henry, si no quieres probar lo que soy capaz de hacer... te
aseguro que si me dejo l evar no vas a acabar muy bien.

—No —repitió.

—Bien, entonces... —comenzó a decir Harry, pero se interrumpió al


instante, porque se había abierto la puerta que estaba detrás de los
mortífagos y alguien entraba.

Entonces, sin previo aviso, la cicatriz empezó a dolerle intensamente y se


doblegó del dolor. Ron, Hermione, Luna y Nevil e le miraron antes de
volverse a ver quién había entrado.

Harry levantó la vista también y miró.

Alto, con una túnica negra, la cara como de serpiente, con dos rendijas en
lugar de nariz, ojos rojos y manos de largos dedos blancos que sostenían
una varita.

Lord Voldemort había l egado.

376

37

Harry y Voldemort

—Parece que l ego a tiempo —siseó Voldemort, entrando en la habitación.


Harry percibió cómo Ron, Hermione, Nevil e y Luna se estremecían al
oírlo; jamás habían estado frente a Voldemort.

Voldemort caminó hacia el os. Harry se incorporó, tocándose la cicatriz,


que le palpitaba, aunque el dolor había disminuido un poco.

—Hola, Potter... tenía muchas ganas de verte —dijo Voldemort, sonriendo


con crueldad.

—Yo a ti no —respondió Harry, desafiante.


Voldemort se volvió hacia los mortífagos y se acercó a Henry, sin
importarle que Harry y sus amigos siguieran con las varitas en alto.

—Henry... mi fiel servidor. Veo que has cumplido a la perfección con tu


misión —dijo, observando con avidez la Antorcha que asomaba por uno de
los bolsil os de la túnica de Henry.

—Amo... —murmuró Henry, arrodil ándose y besándole el bajo de la


túnica. Luego irguió su cabeza y miró a Voldemort con una devoción que
iba más al á de todo lo que Harry podría haber imaginado... aquel o era
adoración pura.

—Levántate, Henry —dijo Voldemort—. Tu padre tiene ganas de verte.

Un instante después, otro mortífago entró en la sala por donde había


entrado Voldemort y cerró la puerta. Se acercó a Henry y se quitó la
capucha y la máscara.

—Padre —dijo Henry, acercándose a él.

Dul ymer padre le puso una mano en el hombro a su hijo y le dio unas
palmadas. Ambos sonreían.

—Estoy muy orgul oso de ti, hijo —dijo.

Henry se volvió hacia Harry, muy sonriente.

—Os presento a mi padre: Richard Dul ymer.

Harry no dijo nada, y los demás tampoco.

—Bueno, ahora que hemos terminado con las presentaciones —habló


Voldemort, atrayendo la atención de todos—. Podemos pasar a cuestiones
más importantes. —Se volvió hacia los tres mortífagos—. Veo que apenas
sois capaces de mantener a cinco críos desarmados a raya... si no es por
Henry, quizás habrían escapado. Después arreglaremos ese problema de
incompetencia.
—Amo... —suplicó Flint—. Nosotros... Weasley nos distrajo, señor, él se
abalanzó sobre Dul ymer, y Potter...

Potter hace cosas sin varita, señor... no lo sabíamos... perdón, señor...

—Cál ate, Marcus. Eres patético. ¿Potter hace cosas sin varita? Es lógico,
idiota. Todos los magos pueden hacerlo. Bueno... —dijo, mirando a Ron—.
¿Tú eres Ronald Weasley, verdad?

Ron no contestó, pero se puso blanco. Voldemort sonrió con maldad.

—Tu padre no estaba muy bien de salud cuando abandoné el Ministerio,


¿sabías?

Ron palideció aún más y dejó escapar un gemido.

—No le creas, Ron... puede que no sea verdad. Es un mentiroso —dijo


Harry.

—¡No le hables así al Señor Tenebroso! —gritó Henry, apuntándole a


Harry con su varita.

—Déjale, Henry —dijo Voldemort, y Henry bajó la varita—. Potter


siempre ha sido un tanto... descarado.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Harry—. Ya me tienes a mí. Déjales


marchar a el os, no tienen nada que ver con esto.

Voldemort se rió y Harry se sintió estremecer.

—Temo que no puedo hacer eso, Potter... y tú sabes por qué.

—Si crees que yo voy a matar a mis amigos, estás más loco de lo que
pareces.

—Potter, Potter... Tú harás lo que yo quiera que hagas... de hecho, tú


querrás hacerlo. Ya lo hiciste, para ser exactos.

—¿Qué?
—Los sueños, Potter... ¿Te gustaron los sueños? ¿No te gustó el poder? Yo
puedo dártelo. Únete a mí, Harry... únete a mí y seremos los dueños del
mundo.

—¡Nunca! —gritó Harry.

—Dumbledore te ha comido la cabeza con esas tonterías de hacer lo


correcto, ¿verdad? —dijo Voldemort con desprecio—. Típico de él. De
todas formas no tienes opción... porque Dumbledore no va a venir a
salvarte: está muy ocupado en el Ministerio de Magia.

—¿Qué hiciste al í? —le preguntó Harry—. ¿Qué hiciste?

—Una visita de cortesía —se rió Voldemort—. El año pasado no pude


quedarme a la bonita reunión que se estaba organizando, y decidí que era
muy poco educado por mi parte no visitar a los aurores, cuando l evan
tanto buscándome.

377

—Eres un maldito monstruo —dijo Harry, temblando del odio y de la


rabia.

—Y tú eres extremadamente molesto, Potter —escupió Voldemort,


borrando su sonrisa y poniendo una expresión de odio que hizo que a
Harry le diese una nueva punzada en la cicatriz—. Por tu culpa perdí a dos
de mis siervos... y ayudaste a escapar a un traidor... tú y esos amigos tuyos
habéis chafado la mayoría de mis planes este año: el ataque de los
dementores, el atentado en la final de quidditch... No sabes lo
increíblemente molesto que resultas.

—¿Por qué hiciste aquel o en la final del torneo de quidditch? —quiso


saber Harry—. ¿Por qué algo tan estúpido y complejo?

Voldemort se rió.

—Por varias razones, Potter... por un lado, quería demostrarle a


Dumbledore lo que soy capaz de hacer, provocar un poco de miedo, y de
paso, matar a esa amiga tuya... una amiga que te importa mucho, ¿no es
cierto?

Harry frunció el ceño, furioso.

—De hecho, te importa más de lo que tú mismo admites... pero no es un


secreto para mí. Pero ¿sabes? Me alegro de que la salvaras... porque me ha
sido muy útil... y aún lo será más.

—¿Q-Qué le has h-hecho? —preguntó Ron, temblando.

—Eso es un pequeño secreto entre el a y yo... y también le debo a Potter lo


que he podido hacer con el a —

dijo, riéndose—. No habría podido hacerlo si no fuera por su estúpida


manía de querer ayudar a todo el mundo...

—¿QUÉ LE HAS HECHO? —exclamó Harry, furioso.

—Muy bien, Potter... muy bien. Déjate l evar, deja que el odio te l ene. Eso
es lo que tienes que hacer.

Demuestra lo que puedes lograr con el poder que te di, enséñame qué
haces con esa fuerza que me ha hecho a mí más poderoso de lo que nunca
he sido.

»Dumbledore hizo un buen trabajo contigo enseñándote a cerrar tu mente,


pero aún así, yo puedo sentirte Potter... cuando te dejas l evar por tu odio,
por tu rabia, nuestra conexión se hace más fuerte. Eso es lo que yo
necesito.

—Déjales a el os —le desafió Harry—. Tú y yo solos. Vamos. Todo es


entre nosotros.

—¡Qué abnegado eres! —respondió Voldemort—. Dispuesto a dar tu vida


por las de tus amigos... Harry, nunca cambiarás... por eso eres débil.

—Yo no soy débil —contestó Harry.


—Sí, sí lo eres... y ya deberías de saberlo, Harry, ya deberías haberlo
entendido.

—¿Qué debería haber entendido?

—Los sueños, Harry... ¿No tienes preguntas, dudas, acerca de los sueños?

Harry miró a Voldemort fijamente, a pesar de que eso le producía un dolor


más fuerte en la cicatriz. Llevaba un año preguntándose por el significado
de los sueños, por lo que eran... y ahora tenía la ocasión de conocer la
respuesta. La respuesta... pero no quería admitirlo ante Voldemort.

—Los sueños sólo muestran lo que podría suceder si nos unimos —dijo
Harry.

Voldemort se rió.

—A mí no trates de engañarme, Harry... Sabes perfectamente que eso no es


así... sabes que los sueños muestran algo más. ¿Quieres saber qué es,
Harry?

—Dímelo. Vamos, dímelo. ¿Qué es?

—Tu debilidad, Potter... —contestó Voldemort con voz triunfante—. Los


sueños muestran tu debilidad... —

sonrió con satisfacción y malicia y señaló a Ron, Hermione, Luna y Nevil


e—. Tus amigos son tu debilidad.

—N-No... no es cierto... —dijo Harry.

—Sí lo es, Harry. Tú lo sabes... si yo les amenazo de muerte, harás lo que


sea para protegerles... son tu debilidad... y están en mi poder. Como tú.
Viniste aquí porque esa chica estaba en peligro... harías lo que fuera para
salvarles, como hiciste el año pasado. Otra vez has caído en la misma
trampa.

—¡No! —gritó, l eno de rabia, apuntándole a Voldemort con la varita.


—¿Quieres luchar? —le preguntó Voldemort, sorprendido—. ¿Crees que
puedes vencerme?

—Sabes que puedo.

—Tal vez sería divertido comprobarlo... pero temo que no va a ser posible.
He esperado mucho por este momento, y no quiero esperar más. Es hora de
unirnos, Harry.

—¡No! ¡No puedes obligarme!

—¿Tú crees? —le preguntó Voldemort—. ¿Estás seguro?

—Jamás me uniré a ti... no puedes poseerme, no puedes porque yo siento


cariño hacia mucha gente... tú no lo soportas.

—Sí, eso es cierto —reconoció Voldemort—. Por eso he hecho todas esas
cosas, por eso he atacado y matado a toda esa gente...

—¿Por qué? —gritó Harry—. ¿No lo hiciste para destruir a mis amigos,
para dejarme solo?

—Claro que no, Potter... —contestó Voldemort, sonriendo.

378

Harry parecía perplejo.

—¿Qué? ¿Entonces por qué? ¡DIME POR QUÉ!

Voldemort se rió.

—Lo hice para que me odiaras, Potter... sólo para que me odiaras, sólo
para que en tu mente sólo existiera rencor hacia mí... Dime, ¿lo he
conseguido? ¿Me odias más que a nada en este mundo? ¿No deseas
matarme?

Harry temblaba, l eno de rabia y de odio como nunca. Todas las veces que
había creído sentir el odio más grande del que era capaz habían sido un
espejismo, porque no habían sido nada comparado con lo que sentía en ese
momento.

—¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ Y MIL VECES SÍ! ¡ERES UN MALDITO MONSTRUO!


—gritó, provocando que las velas que iluminaban el lugar temblaran y que
los mortífagos retrocedieran, pero Voldemort sólo sonrió.

—Bien... bien, Potter. Hazlo. Muéstramelo. Desde luego, es una maravil a


que ese poder haya despertado en ti...

—¿Una maravil a? —dijo Harry, extrañado—. ¿Por qué ha de ser una


maravil a que yo haya descubierto un poder que me vuelve mucho más
fuerte?

—¿Por qué? Sencil o, Harry... Estuve un mes intentado entrar en tu mente


y conocer la profecía, porque sabía que Dumbledore te habría dicho lo que
decía... pero no había forma. Sólo notaba una tristeza horrible que no me
permitía seguir... lo único que había en tu cabeza era el recuerdo de
Black... hasta que, a finales de julio, logré hacerlo con una facilidad
pasmosa... algo había cambiado, lo percibía. Y cuál no sería mi sorpresa
cuando, tras oír las profecías, aquel a visión surge ante mí... ante nosotros.
Una providencial visión que me obligó a modificar todos mis planes.

—Intentaste matarme después de eso —dijo Harry.

—Sí, bueno... en realidad, Umbridge no te habría matado, la habría


detenido antes, pero no hizo falta. Por cierto —dijo, mientras su boca sin
labios se curvaba en una sonrisa cruel—, ¿te gustó cómo la maté?

—Fue algo horrible —dijo Harry asqueado—. Fue espantoso.

—Lo sé... pero bueno, tú la odiabas, ¿no? —comentó, riéndose, y luego


prosiguió con lo que estaba contado

—: Ah... hurgar en la mente que nos une para ver más era cansado, muy
cansado... cada vez que lo hacía tenía que descansar durante días, pero
mereció la pena. Ahora me apoderaré de ti, y, debido al odio que sientes,
no podrás evitarlo. Tengo que agradecerte que hayas traído mi herencia —
añadió, señalando la Antorcha, que aún estaba en manos de Henry.

—No es tuya —dijo Harry.

—Por supuesto que sí lo es —replicó Voldemort—. Slytherin la construyó,


y me pertenece por derecho.

—No la hizo Slytherin solo. Gryffindor participó.

—Ya... pues que su heredero la reclame —dijo, riéndose, mientras miraba


la Antorcha con deseo.

—No vas a tenerla —dijo Harry, desafiante.

—¿No? Yo creo que sí —dijo Voldemort, estirando su mano libre hacia


Henry, que le tendió la Antorcha.

— ¡Accio Antorcha! —exclamó de pronto Harry, apuntando con su varita.

La Antorcha se soltó de las manos de Henry y voló hacia Harry, pero,


cuando iba por la mitad del camino, Voldemort la atrajo hacia sí con un
movimiento de su varita, y la cogió.

—¿Creías que era tan fácil, Potter? Me temo que aún no sabes con quién
tratas. Tal vez debería mostrártelo.

Tal vez necesites una lección para saber que no se juega conmigo. Tal vez,
sí...

Se metió la Antorcha en un bolsil o de la túnica y apuntó con su varita


hacia el grupo compacto que formaban Harry y sus amigos, que tenían las
varitas en alto. Voldemort movió la varita y todos, Harry incluido, cayeron
de espaldas. Voldemort volvió a mover la varita y Hermione fue arrastrada
hacia delante.

Voldemort le apuntó.

—Ponte en pie, sangre sucia.


Hermione temblaba, pero se levantó, a pesar de que las piernas casi ni la
sostenían, y enfrentó a Voldemort.

—Eres valiente, muchacha... ahora veamos si también eres fuerte.

—¡No le hagas daño! —gritaron Ron y Harry al mismo tiempo,


poniéndose en pie, pero Dul ymer y su padre les apuntaron con las varitas
y los ataron con cuerdas.

—El espectáculo se verá mejor si estáis quietos —se burló Henry.

Voldemort sonrió y apuntó a Hermione.

—¿Lista, sangre sucia?

Hermione levantó su varita.

— ¡Crucio! —gritó Voldemort, y al momento Hermione empezó a chil ar.


Ron cerró los ojos para no mirar, y Harry se retorcía de la ira. Nevil e
estaba blanco como el papel, y Luna tenía la mirada triste.

Tras unos quince segundos, Voldemort levantó su varita y Hermione dejó


de gritar. Entonces, el a apuntó con su varita e hizo un rápido movimiento
con el a. Voldemort dejó escapar un chil ido que atravesó la cabeza de
Harry y se l evó una mano a la cara, donde un pequeño corte había
aparecido.

379

—¿CÓMO HAS HECHO ESO? —gritó Voldemort, preso de la furia, pero


también del desconcierto—.

¡Ningún mago puede atacarme con un hechizo! ¡¿Cómo lo has hecho?!

—Mi idea era cortarte la cabeza —dijo Hermione, reuniendo todo su valor.

—Ya veo... la maldición cortante. Parece que estáis preparados... Tu


hechizo me tocó. Muy debilitado, pero me tocó. ¿Cómo lo has hecho? ¡Ni
siquiera Dumbledore puede hacerme nada!
—No lo sé —dijo Hermione.

—Vale... da lo mismo —dijo Voldemort, más para sí mismo que para los
demás—. Sea como sea, el caso es que no voy a permitir esto...

Apuntó de nuevo a Hermione y le lanzó otra vez la maldición cruciatus.


Harry y Ron no podían hacer nada, pero Nevil e, en un impulso, levantó la
varita y gritó:

— ¡Desmaius!

El hechizo golpeó a Voldemort, pero no sucedió nada; ni siquiera dejó de


atacar a Hermione.

—Vaya —dijo Voldemort, levantando la varita de nuevo—. Parece que los


hechizos de Longbottom no me hacen efecto... No sé por qué los tuyos sí,
muchacha... pero no vas a tener ocasión de repetirlo, te lo aseguro.

—Déjala —dijo Harry—. Vamos, suéltame y apodérate de mí, si crees que


puedes hacerlo, pero déjala.

—¿Por qué? —preguntó Voldemort—. Una sangre sucia menos...

—¡No la l ames así! —gritó Ron—. ¡Tú también eres hijo de padre
muggle!

Voldemort dirigió sus fríos ojos de serpiente hacia Ron y éste palideció,
mientras el valor que le había invadido se disipaba de pronto.

—Sí, mi padre era muggle... pero yo corté esos lazos familiares de forma
drástica —dijo—. Y digamos que mi sangre, ahora mismo, no se podría
considerar muggle, chico... porque yo soy mucho, mucho más que un
simple mago, como quizás puedas comprobar pronto. Y ahora, ¿dónde
estábamos? —se preguntó, volviendo sus ojos hacia Hermione—. Ah, sí...

Volvió a apuntarle con su varita mientras Hermione se encogía, esperando


recibir otra dosis de dolor.
—Huelo el miedo en ti, muchacha... y a pesar de el o, no te quejas, no
suplicas... sí, eres como el sueño muestra, valerosa y fuerte, no puedo
negarlo.

Hermione miró a Voldemort sin decir nada.

—Pero, a pesar de todas esas magníficas cualidades, acabas muriendo... y


será pronto, porque creo que tu querido novio no puede hacer mucho por
salvarte —añadió, viendo cómo Ron forcejeaba, sin poder soltarse

—. ¿Quieres ver cómo muere, chico?

—No se te ocurra hacerle nada —amenazó Ron, mientras las lágrimas


inundaban sus ojos.

Voldemort sonrió, hizo un gesto con la varita y Hermione fue lanzada


hacia atrás. Luego hizo otro movimiento y todos quedaron atados
fuertemente, mientras Harry era liberado.

—Tenías razón, Potter, estamos perdiendo el tiempo. El trabajo está antes


que el placer.

Sacó la Antorcha de la Llama Verde del bolsil o de su túnica y la miró.

—Veamos lo que puedes hacer...

Hizo ademán de concentrarse, pero la Antorcha no hacía nada.

—No conseguirás encenderla —dijo Harry. Voldemort le miró


directamente, provocándole otra punzada en la cicatriz.

—Ya lo sé... tenemos que encenderla entre los dos, ¿verdad? Pues bien...
eso vamos a hacer.

—Amo... —intervino Henry Dul ymer. Voldemort le miró—. Potter puede


encenderla, amo. Antes lo hizo. La encendió él solo.

Voldemort sonrió.
—Lo sé —dijo

—¿Lo sabes? —preguntó Harry, sorprendido.

—Pues claro, estúpido. ¿Cómo si no ibas a poder traerla aquí? Si no


pudieses encenderla, no habrías podido sacarla de Hogwarts.

—¿Cómo sabías que podría?

—Sé muchas cosas, Potter. Muchas... la razón por la que puedes encender
la Antorcha es la misma por la cual he deseado matarte desde que retorné.

—¿Y cuál es esa razón? —inquirió Harry—. ¿Que yo poseo un poder que
tú no? ¿Que yo soy el único que puede derrotarte?

—No, Potter... ¿Nunca te has preguntado qué significa la última parte de la


profecía? ¿No sabes acaso por qué «ninguno puede vivir mientras el otro
sobreviva»? ¿No sabes acaso por qué te duele la cicatriz al acercarme a ti,
o por qué tienes ese poder y esos conocimientos que no salen de ninguna
parte?

—La mente compartida... —dijo Harry—. Pero no sé qué...

—No, Potter. La mente compartida es una causa... la realidad es que, la


noche en que intenté matarte y fui destruido, parte de mí, de mi mente, de
mi poder... fue a ti —dijo, señalando la cicatriz—. Te hice mi igual, te di
mis poderes, mi fuerza...

380

—Eso ya lo sé —dijo Harry.

—Potter, parte de mi mente está en la tuya, parte de lo que yo soy. Es


cierto que tengo más poder que antes, pero parte de mi propia esencia está
en ti... vive en ti. Por eso tú percibiste nuestra conexión antes que yo, por
eso te duele la cicatriz...

—Ya —dijo Harry—. ¿Y qué? ¿Por eso deseas matarme? Tú tienes el


mismo poder.
—¿No comprendes? Parte de mi propia esencia está en ti... y sólo puedo
recuperarla si tú mueres, Potter...

si tú no mueres, jamás podré alcanzar la inmortalidad... jamás estaré


completo. Por eso debes morir... por eso no puedo vivir mientras tú estés
vivo.

Harry se quedó absorto ante tal revelación. ¿Voldemort necesitaba matarle


para volverse inmortal?

—¿Lo entiendes ahora? Yo lo comprendí hace tiempo, y por eso usé tu


sangre, Potter, para obtener tu protección, y porque me permitiría, más
adelante, usar esa protección en mi propio beneficio... sólo porque tú
tienes algo mío, parte de mi propia esencia, en tu interior. Claro que,
ahora, se me brinda algo mejor: ¿Por qué matarte, si puedo absorber mi
propia esencia, y a la vez la tuya, fusionándome contigo? Eso me hará
muchísimo más poderoso de lo imaginable. Nos hará, Potter. A los dos...
¿No te gusta la idea?

—¡No! —gritó Harry, retrocediendo.

—Lástima... pero bueno, ¿entiendes ahora por qué puedes encender la


Antorcha? Tienes dos mentes en ti, Potter... por eso puedes encenderla sin
que yo la toque, porque parte de mí ya está en ti. Ahora quiero verlo.

Harry miró a Voldemort con furia... así que ese era el gran secreto, el
motivo de su conexión inexplicable: Parte de Voldemort, parte de su
propia esencia estaba en él... así había conseguido espiarle la noche del
ataque a Azkaban, cuando habían empezado a desarrol ar sus poderes...
Ahora lo entendía todo. Voldemort nunca podría vivir con plenitud si él no
moría, y él jamás podría vivir porque Voldemort nunca le dejaría en paz...
uno de los dos debía de morir.

—Dámela y te lo mostraré —le desafió Harry, señalando la Antorcha.

Voldemort sonrió.

—Sí. Eso voy a hacer.


—Entrégamela entonces.

—Potter, Potter... Tal vez piensas que soy estúpido, y que te la voy a
entregar sin más... pues no. Como dije antes, eres débil... yo tengo a tu
debilidad. Podrías hacer lo que quisieras, luchar, e intentar huir... pero no
lo harás. No lo harás porque si lo intentas... —apuntó con la varita a Ron y
lo atrajo hacia sí— él morirá. Henry lo matará.

Henry sonrió y apuntó a Ron con su varita. Harry apretó los puños de la
rabia. Sabía perfectamente que Dul ymer mataría a Ron sin dudarlo. Lo
veía en sus ojos. No sólo lo haría... sino que estaba deseando tener que
hacerlo.

—Enciéndela, Potter —dijo Voldemort, lanzándole a Harry la Antorcha.

Harry la cogió, pensando la manera de hacer tiempo, de liberar a sus


amigos.

—No puedo —dijo—. Necesito que el os me den su apoyo, sentirme bien,


saber que están a salvo... si él está amenazando a Ron, no puedo hacerlo.

Voldemort miró a Harry fijamente.

—Puede que Dumbledore te haya enseñado oclumancia, Potter... pero tú y


yo compartimos una conexión muy profunda y sé que me estás mintiendo.
Enciende la Antorcha o tendrás verdaderos motivos de preocupación.

Sin otra opción que hacer lo que Voldemort le decía y confiarse a la suerte,
Harry se dispuso a encender la Antorcha. Quizás una vez encendida y con
la mente clara, se le ocurriera qué hacer.

—Deberíamos quitarle la varita —sugirió Richard Dul ymer.

—Sí, tienes razón. Entrégame tu varita, Potter.

Mirando al señor Dul ymer con odio, Harry le lanzó la varita a Voldemort.
La situación era estupenda: sus amigos atados; Ron amenazado de muerte;
y él iba a luchar con Voldemort, el mago más grande del mundo, sin varita.
Si ésta era la batal a final, las cosas estaban muy mal.
Harry miró de nuevo a Voldemort, dejándose l enar por todo el odio que
sentía por él, por todos sus deseos de matarlo, sintiendo cómo el poder lo l
enaba. Voldemort lo percibió, porque sonrió. Eso era lo que el mago
deseaba, pero Harry no podía evitarlo. Luego miró a sus amigos,
recordando los momentos con el os, pensó en Ginny, en Ginny, de la que
no sabía nada, que quizás moriría sin haber vuelto a hablar con el a, sin
decirle lo especial que se había vuelto para él, lo mucho que había
cambiado... recordó la imagen de sus padres junto a su cuna, y una lágrima
resbaló por su mejil a. Voldemort sonrió con desprecio, y la Antorcha se
encendió, se encendió con una fuerza inusitada, y de el a salía una enorme
l amarada verde que los iluminaba a todos, dándoles un aspecto ponzoñoso
y fantasmal.

Sintió al instante todo su poder, toda su magia recorriéndole, lista para ser
usada... si tan sólo tuviese su varita...

«Cógela —se dijo a sí mismo—.Ahora puedes...»

«Ron moriría —se respondió—. Henry no dudará en matarlo».

381

«Pero también puedes detenerlo a él. Aún sin varita, puedes hacer
conjuros... recuerda el cierre de la mente.

Puedes hacerlo...».

Harry estaba en un mar de dudas, pero tendría que resolverlas pronto,


porque Voldemort miraba la Antorcha con avidez. Comenzó a acercarse a
Harry, y éste tomó una decisión.

Concentrándose, gritó « ¡Desmaius! » y Henry cayó hacia atrás como si lo


hubiesen golpeado, aturdido, aunque no desmayado. Al instante, Harry se
volvió hacia Voldemort, y, mientras su varita volvía a su mano, hizo saltar
la de Voldemort de su mano. Con un grito triunfante, apuntó con su varita
al mago, que estaba inmóvil... y parecía temeroso.

—Ahora soy yo el que te tiene a ti.


—¿Tú crees? —dijo él.

Estiró la mano y su varita voló hacia él. Harry gritó y le lanzó un hechizo
aturdidor, pero Voldemort desapareció y apareció al instante, detrás de él.

—Fal o, Potter.

Voldemort intentó agarrar la Antorcha, pero Harry saltó y levitó,


alejándose de él. Volvió a apuntar con su varita y le lanzó unas cuerdas que
ataron al malvado mago. Éste, lanzando un rugido de furia, hizo
desaparecer las cuerdas y apuntó de nuevo a Harry, que sintió una presión
en la nuca que lo hizo caer al suelo.

—No vas a escapar, Potter... No hoy. No con mi Antorcha... no sin darme


lo que es mío.

Los mortífagos retrocedieron hacia las paredes, mientras el señor Dul


ymer terminaba de despejar a su hijo, que aún estaba aturdido. Hermione,
Ron, Luna y Nevil e miraban la escena con los ojos muy abiertos, y
animaban a Harry.

Pero Harry apenas les oía, porque sus cinco sentidos y toda su mente se
concentraban sólo en una cosa: derrotar a Voldemort como fuera, o, al
menos, liberar a sus amigos para que pudiesen huir de al í.

Voldemort se lanzó hacia él de nuevo, y Harry intentó detenerlo con un


embrujo obstaculizador, pero él lo desvió con un movimiento de varita.

—Eso no va a funcionarte, muchacho. ¡Eres mío! ¡Acepta tu destino,


Potter!

—¡Nunca! —gritó Harry, agitando la varita de tal forma que Voldemort se


tambaleó hacia atrás.

—¡No puedes escapar de mí, Potter! ¡Deseas el poder tanto como yo!

—¡No por encima de las vidas de mis amigos! —gritó—. ¡SÓLO DESEO
TENER AQUELLO QUE TÚ ME
ARREBATASTE, MONSTRUO!

—-¡Lucha por el o entonces! —le desafió Voldemort, al tiempo que le


lanzaba una maldición cruciatus que Harry logró esquivar.

Harry contraatacó con la maldición cortante, pero Voldemort fue muy


rápido, y con el encantamiento escudo logró detenerla.

—¿No pensarías que iba a ser tan fácil, verdad?

Harry miró a Voldemort, pensando qué hacer. Estaba tan l eno de ira que
casi no se explicaba cómo la Antorcha aún ardía. Voldemort le miró con
sus fríos ojos, y sonrió.

—Perfecto, Potter. Nunca me has odiado más que ahora... Nunca. Eres
mío.

Y, sin más, desapareció. Harry se quedó un momento quieto, esperando la


aparición del mago, y entonces, por segunda vez en su vida, sintió cómo su
cuerpo y su mente eran invadidos por una serpiente que se fundía con él
mismo, al tiempo que el dolor de su cicatriz se hacía insoportable,
horrendo, inaguantable.

Intentó liberarse como la otra vez, pensando en sus amigos, en sus padres,
en todo lo bueno que tenía, pero no funcionó, y sabía por qué: la Antorcha.
La Antorcha permitía la dualidad, la favorecía, la usaba... y con el a,
Voldemort podía poseerle. Sintió cómo el poder que había puesto
Voldemort en él emergía, apoderándose de su mente, l enándole de deseos
de muerte, de deseos de poder, de dominación; visiones de grandeza, los
sueños de Voldemort, surgían en medio del dolor inimaginable que
atormentaba su espíritu.

No podía escapar, tenía que luchar o Voldemort le poseería, le dominaría,


así que se concentró, percibiendo cómo la Antorcha ardía con tanta
intensidad que su fuego ya no subía hacia lo alto, sino que caía,
rodeándole, envolviéndole, al tiempo que de su boca salían terribles chil
idos. Los mortífagos miraban la escena asustados, pero Harry oyó cómo
Hermione, y luego también los demás le gritaban palabras de ánimo, le
decían que no se rindiera, que luchara... y un sentimiento cálido lo inundó,
desplazando la maldad, desplazando a Voldemort... moriría antes que
hacerles daño, se mataría a sí mismo antes de convertirse en lo que había
visto en sus sueños...

Entonces, en un supremo esfuerzo de concentración, una l amarada verde


estal ó a su alrededor y sus amigos fueron liberados de sus ataduras. Con
fuerza renovada, se preparó para enfrentar a Voldemort, e intentó
expulsarle de su cuerpo, echarle, vencerle... sintió su presencia, su maldad,
su mente y su espíritu, que rivalizaban con los suyos, y lo miró a los ojos.
Voldemort le devolvió la mirada desde su cuerpo de serpiente con el que
envolvía a Harry en un abrazo que era casi una fusión... casi, pero aún no
una fusión completa.

382

Y Mientras miraba con desafío a esos ojos cargados de maldad, sintió que
se sumergía, que perdía contacto con el mundo, y que caía, más y más
profundamente, perdiéndose entre los recuerdos y vivencias que guardaba
la mente de su eterno enemigo.

383

38

La Historia de Tom Ryddle

Harry cayó en un vacío infinito, y dejó de sentir su cuerpo, e incluso sus


emociones. Incluso el dolor de la cicatriz había desaparecido, porque al í
no había cicatriz... estaba en la mente de Voldemort, en su recuerdo.

Había caído al í sin saber cómo y no sabía cómo salir.

Sintió entonces que la oscuridad se disipaba, y empezó a percibir otros


pensamientos y emociones que no eran los suyos... sino los de un niño, al
tiempo que sus propios pensamientos, sus propias emociones se
difuminaban; la preocupación por sus amigos desapareció, nublándose.
Podía pensar, y recordar... pero su mente estaba l ena con las del niño.
Abrió los ojos, pero tampoco eran los suyos, sino que, de nuevo, eran los
del niño. Estaba en lo que parecía el patio de un colegio, pero no parecía
demasiado cuidado. Había columpios y otras cosas, pero estaba todo algo
viejo y desvencijado. No l ovía, pero el suelo estaba mojado y el cielo era
oscuro y gris.

Harry podía percibir los pensamientos del niño, así como los suyos. Se dio
cuenta de que aquel niño era Tom Ryddle; Tom Ryddle cuando tenía ocho
años. Estaba triste. No era feliz. No le gustaba el orfanato (eso era el lugar
donde estaba). Quería haber tenido unos padres, como otros niños que
conocía, pero no sabía nada de el os... de hecho, por una parte no los
quería, porque le habían dejado en aquel lugar horrible. A Tom no le
gustaba ningún niño de aquel lugar, y no tenía amigos, porque todos
pensaban que era raro. De hecho, era raro, porque a veces a su alrededor
pasaban cosas extrañas e inexplicables. Los niños mayores se metían con
él por cualquier cosa, y nadie le defendía, porque a Tom no le gustaba
ninguno de los otros niños y no se l evaba con el os; le parecía que él no
pertenecía a aquel lugar, él no era como los demás. No sabía en qué era
distinto, pero lo era; lo sabía.

Caminó por el patio, solo, como siempre. A Harry le sorprendió ver lo


parecido que era aquel o con lo que él recordaba de su infancia en el
colegio muggle, con la banda de Dudley persiguiéndole, y sintió lástima
por Tom Ryddle, olvidándose momentáneamente de todas las cosas
terribles que algún día haría el niño en el cual estaba metido, sintiendo
sólo su pena y su tristeza.

Se acercó a un columpio y se sentó en él. Siempre elegía aquel columpio,


y al í pasaba horas. No le importó que estuviera mojado. Era su lugar, el
lugar en el que esperaba el momento en que todo cambiara y pudiera irse
de al í. Su mayor deseo era que ese día l egara alguna vez.

Empezó a columpiarse lentamente, y sólo l evaba al í unos minutos cuando


alguien le empujó por detrás y lo tiró al suelo, haciendo que se arañara una
rodil a. Sintió risas. Se volvió y los vio: eran John Brandon y sus amigos,
unos chicos de diez años que siempre se metían con él. Harry percibió el
intenso odio que Tom sentía hacia el os. De hecho, se sorprendió al ver el
inmenso odio que el niño albergaba en su interior, pese a tener sólo ocho
años.

—¡Hola, Ryddle! ¡Tendrías que aprender a usar los columpios o te harás


daño! —exclamó John. Los demás se rieron.

Tom tenía ganas de decirle que se cal ara, porque él ni siquiera sabía
cuánto eran dos más dos, pero se aguantó. Era demasiado inteligente como
para dejarse l evar así. Si le decía aquel o, Brandon le empezaría a pegar
puñetazos. Por tanto, se levantó sin decir nada y se alejó despacio,
esperando que le dejaran en paz.

Afortunadamente para él, así fue. Robert Fils, otro de los amigos de John,
había dicho algo y los demás se habían reído, olvidándose de Ryddle, que
se sentó en un banco alejado, pero desde donde podía ver a sus enemigos.

Los miró con odio. Eran los chicos que más odiaba de todo el colegio, pero
no los únicos. Quizás a la mayoría no los odiaba, pero ninguno le gustaba.
Ninguno quería ser amigo suyo, y, realmente, tampoco él quería ser amigo
de el os. Algo en su interior le hacía alejarse de todo el mundo, porque
aquél no era su sitio.

Pensó en su apel ido, Ryddle... Él había preguntado muchas veces quienes


eran sus padres, pero nadie en el orfanato le había dicho nada. Odió a
Ryddle, a su padre, fuera quien fuera, por haber permitido que estuviera en
un lugar como éste.

Se tocó la rodil a que se había arañado, y apretó el puño de la mano libre


con rabia. Miró hacia John Brandon, que se columpiaba en su lugar
preferido. Si pudiese hacerle algo... si pudiese...

Y de pronto, mientras Tom miraba, Harry vio cómo las cadenas del
columpio se rompían y John era lanzado al suelo, dando vueltas y
mojándose completamente en un charco. Tom sonrió. Le estaba bien
empleado.

Ojalá él pudiera hacer cosas como esa cuando quisiera... entonces nadie se
metería con él.
Pero Harry supo la verdad. El joven Ryddle no lo sabía, pero Harry estaba
seguro de que era el niño el que había roto las cadenas del columpio, tal
como él había inflado a tía Marge o hecho desvanecer el cristal que
encerraba a la serpiente del zoo.

384

Tom se levantó y se alejó, riéndose aún. Volvió una vez la cabeza para ver
cómo Jonh se levantaba, l eno de barro y maldiciendo. Tom se rió más.
Sólo lamentaba que no le hubiera pasado algo más grave. Más doloroso...

El recuerdo comenzó a esfumarse, y Harry se encontró pronto en medio de


la oscuridad. Entonces sus propios pensamientos y emociones se hicieron
más claros, más sólidos, y volvió a sentir preocupación por sus amigos,
pero entonces un nuevo recuerdo tomó el lugar de la oscuridad y Harry se
vio de nuevo invadido por la mente de Ryddle.

Estaba en un momento posterior de la vida de su vida, aunque seguía


teniendo ocho años. Habían pasado unos meses desde el incidente del
columpio. Estaba en la enfermería del orfanato, con una mano vendada.

John Brandon se la había roto, porque él se había reído cuando el chico


había caído en el patio, al tropezar con una piedra.

Tom se levantó, maldiciendo su vida. Le habían roto la mano, y aunque a


casi nadie le caía bien John Brandon, a nadie le importaba demasiado lo
que le pasara a Tom. A él por una parte le daba igual, porque no le gustaba
nadie, pero se sentía solo. Echaba en falta a alguien que fuera como él,
aunque no sabía exactamente qué era eso de «ser como él».

Salió de la enfermería, mientras los otros niños con los que se cruzaba se
reían de él, o le miraban raro.

Tenía fama de ser extraño e incluso de estar un poco loco, pero no le


importaba. Sabía que algún día saldría de al í, y le esperaba algo grande.
Podía sentirlo.
Harry apreció pronto las diferencias entre él y Tom Ryddle. Aunque en un
principio había hal ado similitudes, se dio cuenta de que Tom no tenía
amigos no sólo porque no le dejaran, como le había pasado a él; Harry se
dio cuenta de que Tom tampoco habría tenido amigos de haber podido.

Salió del edificio, que era lúgubre y triste, al patio. Era un día de
primavera, y hacía buen tiempo. Caminó por el patio, como siempre hacía,
hasta l egar al fondo del mismo, cerca de las verjas. Se sentó al í, entre los
matorrales, en un lugar que había descubierto y que era estupendo cuando
no quería que lo molestaran, que solía ser casi siempre. Se quedó un rato
al í, mirando al aire, hasta que un extraño sonido sibilante le hizo volver a
la realidad: una serpiente había salido de uno de los matorrales y se
acercaba a él, amenazante.

La primera reacción de Tom fue quedarse inmóvil, presa del miedo,


esperando quizás que la serpiente se fuera, aunque sorprendentemente otra
parte de él deseaba que se acercara, tocarla, incluso usarla como mascota.
Sería un buen arma para que no se metieran con él, desde luego. La
serpiente siguió acercándose a él, lentamente. Tom la miró, y, sin pensar,
le gritó:

—¡Vete!

La serpiente se detuvo al momento y comenzó a retroceder. Tom la miró


con extrañeza. ¿Acaso la serpiente le estaba obedeciendo? Siguiendo un
extraño impulso volvió a hablarle:

—Ven aquí.

Le pareció que de su boca no salían palabras, sino extraños silbidos, pero


no habría podido asegurarlo.

Entonces, para su mayor sorpresa, la serpiente hizo lo que le decía y se


acercó a él, pero sin hacerle daño.

Tom sentía que la serpiente no le haría ningún mal. ¿Cómo era aquel o
posible? Alargó una mano para tocarla, acariciándola. Le gustaba su tacto,
era suave... se dio cuenta en ese momento de que le gustaban las
serpientes, y aquel misterioso animal que le obedecía sería su mascota.
Quizá podría utilizarla...

Harry se asustó al ver lo que Tom estaba pensando hacer con la serpiente.
Él mismo le había lanzado una serpiente a Dudley, sí... pero había sido sin
querer, mientras que Tom lo estaba pensando con total sangre fría. Siguió
observando cómo el chico hablaba con la serpiente, ordenándole hacer
cosas, y finalmente le dio ciertas instrucciones. La serpiente se metió entre
los matorrales y Tom salió a la vista, esperando ver a John Brandon, lo que
no tardó demasiado en suceder. Cuando el chico vio a Tom, que le miraba
con descaro, se acercó a él, seguido por sus amigos.

—¡Eh, chicos, mirad quién está al í! —exclamó.

—¿Le arreglamos la otra mano, John? —preguntó otro de los amigos de


John.

—Podríamos, podríamos —contestó él—. ¿Me estás mirando con descaro,


niño? —le preguntó, mirándole con desprecio.

Acércate... eso es. Acércate, pensaba Tom, sonriendo por dentro.

John l egó frente a Tom, y éste retrocedió hacia la verja.

—¿Tienes algún problema, rarito?

—Sí —respondió Tom—. Tú.

—¿Cómo dices? —preguntó John, muy sorprendido por el atrevimiento de


Tom.

—Pártele la cara —sugirió el chico que se l amaba Robert Fils.

—Sí, eso es justamente lo que...

Pero no terminó la frase, porque entonces la serpiente salió de los


matorrales y sin previo aviso se lanzó sobre John. Tom sonrió con
satisfacción. John gritó e intentó escapar, pero la serpiente le mordió en
una pierna. Chil ó del dolor, mientras los otros chicos se apartaban.
—¿Duele, John? —se burló Tom—. ¿Es doloroso?

385

Le silbó a la serpiente y ésta retrocedió. John se agarraba la pierna y chil


aba, dolorido, en tanto sus amigos intentaban levantarle para l evarle a la
enfermería.

Mientras tanto, Tom se alejó, satisfecho. A John no le había pasado nada


grave, pero se sorprendió pensando algo: ¿Le habría gustado que John
hubiese muerto?

Nada se habría perdido, se dijo a sí mismo.

Y mientras veía a Tom caminar por el patio, Harry sintió como la imagen
se iba otra vez, y se aclaraba de nuevo unos días después del incidente de
la serpiente.

Los amigos de John habían contado cómo la serpiente le había atacado y


ahora todo el mundo miraba aún más raro a Tom, además de que le
evitaban. A Tom esto le daba casi igual, lo único que quería era que no se
metieran con él, y eso casi lo había conseguido, o eso creía.

Se encontraba en su habitación, haciendo sus deberes, solo, cuando la


puerta se abrió y John y sus amigos entraron. Parecían muy furiosos. Tom
levantó la mirada y tuvo miedo. Al í no tenía a su serpiente. ¿Qué haría?

—Bien, Ryddle —dijo John—. Ahora vas a explicarme el asunto ése de la


serpiente... ¿Cómo lo hiciste?

—Yo no hice nada —se defendió Tom.

—¡Mentiroso! Le silbaste algo, yo te vi —lo contradijo Robert Fils.

—¿Estás diciendo que yo soy capaz de hablar con las serpientes?

—Eso queremos saber... porque no me gustó nada lo que hiciste —dijo


John—. Y ya sabes que cuando algo no me gusta...
—Yo... yo sólo le mandé que parara, nada más —dijo Tom, buscando una
salida.

—No me mientas, mocoso —dijo John, levantando el puño en señal de


amenaza.

—Déjame en paz —dijo Tom.

—Creo que no... —respondió John.

Sus amigos agarraron a Tom y John empezó a pegarle con fuerza en el


estómago. Harry podía sentir el dolor del niño, su rabia, su intensísimo
odio por no poder hacer nada. John le pegó también en la cara,
rompiéndole el labio y provocándole una hemorragia nasal. Luego lo
dejaron tirado en el suelo, mientras se encaminaban a la puerta. Antes de
salir, John se volvió y le miró con desprecio.

—Esto para que aprendas, estúpido. Conmigo no se juega.

Tom no respondió. Sólo se quedó al í, sangrando, maldiciendo su suerte.


Cómo los odiaba. A todos. Se juró a sí mismo que algún día pagarían por
aquel o. Algún día se vengaría... pero por el momento sólo podía sufrir. Se
levantó y cogió unos pañuelos para limpiarse la cara. Aún respiraba con
dificultad por los golpes recibidos en el estómago. Se puso un pañuelo en
la nariz para cortar la hemorragia, y, mientras lo hacía, se juró que algún
día sería él el que haría sangrar a ese grupo. Por su vida que lo haría.

Una vez más, la imagen cambió y Harry se sumió en la oscuridad, sin


saber si vería algo más de la vida de su peor enemigo o volvería ya al
mundo real. ¿Qué había sucedido? ¿Estaba atrapado en la mente de
Voldemort mientras él controlaba su cuerpo? ¿Y sus amigos? A Harry le
aterraba sobre todo esto último...

sus amigos.

Entonces, la imagen volvió de nuevo y Harry sintió otra vez los


pensamientos de Ryddle, al tiempo que las preocupaciones parecían
desaparecer. Tenía ya once años, y era verano. Había estado paseando por
el patio, aburrido, como siempre. Le gustaría salir alguna vez de al í, pero
hasta los catorce años no les dejaban salir del orfanato. Aquél patio era
casi lo único que había conocido en su vida. En aquel lugar había
descubierto que poseía más habilidades que la de hablar con serpientes,
pero no era capaz de controlarlas.

Sólo lograba usarlas en momentos de mucho miedo o tensión, y aun así no


siempre. Si pudiera hacerlo cuando quisiera John Brandon no le habría
dado una paliza como la que había recibido un mes antes.

Mientras paseaba, uno de los profesores del orfanato lo l amó. Tom le


siguió, pensando en si se habría metido en algún lío, pero sabía que no.
Excepto por los problemas que tenía con Brandon, era un chico excelente:
era de los que mejores notas sacaban y nunca daba problemas. Así pues, no
comprendía la razón de la l amada del profesor.

—¿Qué sucede, señor Wiles?

—El director quiere verte, Ryddle —respondió el profesor.

Tom no dijo nada más y siguió al profesor hasta el despacho del director,
donde éste lo dejó.

—Te esperan —dijo, antes de marcharse.

Tom abrió la puerta y entró. El director estaba sentado tras su escritorio, y


parecía nervioso. Junto a él había otro hombre que sostenía una carta. Al
verle entrar, el hombre sonrió.

—Buenos días —saludó Tom, con cortesía.

—Buenos días —contestó el director—. Ryddle, este hombre, el señor...

—Dilfuss.

—Eso, Dilfuss, tiene... algo para usted.

—¿Para mí? —preguntó Tom, perplejo.


386

El señor Dilfuss le entregó la carta que tenía en la mano, que iba dirigida a
él. Tom la miró y se dispuso a abrirla, cuando vio el sel o con el que estaba
cerrada. Nunca había visto aquel escudo, pero extrañamente, le sonaba
familiar. Sin hacer mucho caso, abrió la carta y empezó a leerla. Harry
observó que era casi idéntica a la que él mismo había recibido cuando
tenía once años.

En el momento en el que Tom leyó las palabras «Colegio Hogwarts de


Magia y Hechicería», algo despertó en su mente, como un recuerdo largo
tiempo enterrado. Nunca había oído ese nombre, Hogwarts, y, sin embargo,
le parecía que siempre había formado parte de él. Sin entender por qué se
sentía así, siguió leyendo. Cuando terminó, miró a Dilfuss, que lo
observaba con una sonrisa en la cara.

Tom estaba alucinado. Aquel a carta quería decir... quería decir que era un
mago. Y eso era imposible...

¿Imposible? Recordó todas las cosas raras, el hecho de que hablaba con las
serpientes y otros muchos detal es, pero, sobre todo, dos cosas: la
sensación que siempre había tenido de que no pertenecía a ese lugar, y la
extraña familiaridad que el nombre de Hogwarts tenía para él.

—¿Qué te parece? —preguntó Dilfuss, mirándole e interrumpiendo sus


pensamientos.

—Esto... ¿Esto es una broma?

—No, no lo es —respondió el señor Dilfuss—. Eres un mago, Tom.

—No es posible —replicó.

—Te aseguro que sí —dijo Dilfuss, sacando una varita y haciendo levitar
unas carpetas del escritorio del director, que retrocedió algo asustado.

Tom abrió muchísimo los ojos, sorprendido y muy asombrado... y entonces


supo que era cierto. Era un mago. Aquel o era lo suyo. Siempre lo había
sido, ahora lo sabía.

—¿Quieres ir a Hogwarts, Tom?

—No lo sé —contestó el aludido, aunque era mentira. Estaba totalmente


seguro de querer ir—. ¿Cómo es?

—Es un colegio interno para magos —explicó Dilfuss—. Vivirás al í


durante siete años, excepto en las vacaciones de verano, y, si quieres,
también podrás venir aquí en Navidad.

Interno. Tendría que vivir al í, alejado de Brandon y de todos los demás...


con magos. Magos como él. La idea no le podía parecer más satisfactoria.

—¡Por supuesto que quiero ir! —exclamó—. ¿Puedo? —preguntó,


dirigiéndose al director.

—Si lo deseas... sí. Pero no podremos decirle a nadie adónde vas.

—No importa. Nadie me aprecia aquí.

—Estupendo —dijo Dilfuss—. Entonces tendrás que ir al Cal ejón Diagon


a comprar tus cosas...

—¿Dónde está eso? —preguntó Ryddle.

—Yo te l evaré dentro de una semana, ya que no tienes familia —contestó


Dilfuss.

Tom sonrió, pero algo le preocupaba.

—Esto... señor —dijo con voz débil—. Yo... yo no tengo dinero.

—El orfanato te dará una cantidad para tus libros —dijo el director—, al
igual que lo haríamos si estudiases aquí.

—Vaya... —se sorprendió Tom—. G-Gracias.


—Estupendo entonces —sonrió Dilfuss—. Vendré a buscarte en una
semana, Tom. Cuídate.

Dilfuss hizo un gesto de despedida y desapareció. Tanto Tom como el


director se quedaron estupefactos.

—B-Bueno, Ryddle... diremos que te han ofrecido un puesto en un colegio


exclusivo, ¿de acuerdo? Nada más.

—De acuerdo, señor.

Ryddle se fue del despacho, dejando al director aún sorprendido por lo que
acababa de pasar. Mientras caminaba por los pasil os, se sentía más feliz
de lo que había estado nunca. Dejaría el orfanato y conocería un mundo
nuevo... un mundo que se prometía extraordinario. Era un mago. Un
mago... Brandon y los demás no volverían a molestarle. Nunca más. Ahora
lo sabía: él era superior a todos los demás chicos de aquel lugar. Era un
mago, un auténtico mago...

Se dispuso a esperar pacientemente el día en que visitaría el Cal ejón


Diagon para comprar sus cosas.

El recuerdo desapareció y fue sustituido por otro. Tom y Dilfuss


caminaban por Londres, rumbo al Caldero Chorreante. Entraron y salieron
por la parte de atrás. Tom estaba muy sorprendido por todo lo que veía. Se
fijó cómo Dilfuss tocaba las piedras con su varita, haciendo que se abriera
un agujero en el muro por el que entraron en la cal e más extraña que Tom
había visto en su vida.

Harry no pudo evitar sonreír mentalmente, a pesar de la situación. Aquel o


le recordaba enormemente a su primer visita al Cal ejón Diagon con
Hagrid.

Dilfuss acompañó a Tom a Gringotts para cambiar el dinero muggle


(Dilfuss le había explicado lo que significaba la palabra, y Tom había
empezado a asociarla, de forma inconsciente, con algo malo) por el
mágico.
Tras salir de Gringotts, fueron a comprar las túnicas, el caldero y la tinta y
el pergamino. Tom no dejaba de sorprenderse ante todo. Aquél era su
mundo. Siempre lo había sido... sólo que no lo conocía. Por primera vez en
su vida se sentía bien, se sentía pleno y con esperanzas.

387

Antes de ir a Flourish y Blotts a por los libros, Dilfuss dejó a Tom ante Ol
ivander’s.

—Aquí es mejor que entres tú solo —le dijo

—¿Qué se compra aquí? —preguntó Tom.

—Lo más importante: la varita mágica —respondió Dilfuss.

Así pues, Tom entró, y pronto el señor Ol ivander apareció para atenderle.
Harry lo reconoció, pero estaba mucho más joven que cuando él lo había
visto... unos cincuenta años más joven.

—Buenos días, joven —saludó Ol ivander con amabilidad—. La primera


varita, ¿verdad?

—Sí —respondió tímidamente Tom.

—¿Su nombre...?

—Tom Ryddle —contestó.

—Bien, señor Ryddle, veamos qué podemos encontrar para usted.

Ol ivander le midió el brazo y comenzó a buscar.

—Veamos... ésta: treinta y un centímetros, núcleo de nervio de corazón de


dragón y madera de sándalo.

Bonita y flexible. Cógela y agítala.

Tom hizo lo que le pedía, y al instante Ol ivander se la quitó.


—Mejor no... veamos —murmuró, mientras rebuscaba entre las cajas—.
Ésta otra: núcleo de pelo de unicornio, madera de roble, rígida, treinta y
tres centímetros.

Tom la agitó de nuevo, y de nuevo Ol ivander se la quitó. Cuando hubo


probado otras tres, Ol ivander sacó otra que tenia en un cajón. Al lado de
el a, había otra caja... una caja que Harry recordaba bien.

—Veamos ésta... hace poco que la tengo, una combinación extraña, pero es
poderosa... núcleo de pluma de cola de fénix, madera de acebo, treinta y
dos centímetros, flexible.

Tom la cogió y al instante, una l uvia de chispas salió de la punta de la


varita. Ol ivander se entusiasmó.

—¡Magnífico! ¡Se l eva una varita excelente, señor Ryddle! Una de las
mejores que he fabricado, de hecho.

Tom sonrió. Pagó su varita y salió de la tienda, donde se encontró con


Dilfuss. Ambos se dirigieron a Flourish y Blotts. Al í, Tom compró los
libros que necesitaba. Cuando iba a salir, vio un libro que le l amó la
atención: Historia de Hogwarts. No pudo resistirlo y lo compró. Algo se
revolvía en su cabeza cada vez que oía el nombre y quería saberlo todo de
ese colegio.

Dilfuss volvió a dejarle en el orfanato, dándole antes las instrucciones para


l egar al Andén Nueve y Tres Cuartos de la estación de King’s Cross.

Tom se encaminó a su cama, cogió Historia de Hogwarts y comenzó a leer.

Harry veía cómo leía el libro, aunque no seguido, sino que de vez en
cuando parecía que avanzaba muy deprisa, y luego se detenía y la escena
volvía a transcurrir con normalidad.

Vio cómo Tom leía un capítulo l amado: La Fundación y las Casas. En el


momento en el que leyó el nombre de Salazar Slytherin, algo aún más
fuerte y familiar que cuando había oído el nombre de Hogwarts se
despertó en su mente. ¿Qué significaba ese nombre para él? Tom no lo
sabía, pero Harry sí... y se preguntó si l egaría a ver cómo Tom había
descubierto que era el heredero de Slytherin.

Tom leyó ávidamente todo lo relacionado con Slytherin y su casa, y sus


ojos se abrieron desmesuradamente al enterarse de por qué el símbolo de
Slytherin era una serpiente: Slytherin podía hablar con la serpientes, un
don rarísimo. Un don que él mismo tenía.

Tras ver las cualidades de la casa de Slytherin, Tom supo que esa era la
suya: él tenía que estar al í. Era de Slytherin. Lo sabía. Aquel nombre
ejercía una atracción sobre él que no podía explicar... tenía que saber más,
mucho más sobre él.

Harry sintió cómo pasaban los días, y de nuevo se encontró con Tom
Ryddle, que leía sus libros en su cama, mientras los demás niños estaban
fuera y no le veían. Sólo faltaban dos días para que empezara el curso en
Hogwarts, y no veía el momento en que ese momento l egara y pudiese
abandonar, hasta Navidad por lo menos, el horrible orfanato.

Se maravil ó con todo lo que se podía hacer con la magia. Aquel o era
fantástico, era lo suyo. Aprendía rápidamente, muy rápidamente, como si
hubiese estado toda la vida viviendo entre magos. Le encantaba, le
fascinaba... y deseaba más. Deseaba saber muchísimo más...

Terminó de leer el libro y lo guardó. Entonces, una idea se le vino a la


cabeza. Era un mago... ¿Y sus padres? En el cal ejón Diagon había visto a
gente con sus hijos, gentes que pertenecían a ese mundo.

Deseaba saber más de sus padres, seguramente el os habían sido magos, y,


si era así, ¿por qué le habían dejado en aquel horrible lugar?

Se levantó y, decidido a saber la verdad, se dirigió al despacho del director


y l amó a la puerta.

—Adelante —respondió el director.

Tom abrió la puerta y entró. El director se sorprendió al verle.


—¡Ryddle! ¿qué hace aquí? —le preguntó.

—Señor director... yo quería saber lo que le sucedió a mis padres, si eran


magos... ¿Por qué me dejaron aquí?

El director suspiró y se recostó en su asiento.

388

—Siéntese, Ryddle. —Tom obedeció y siguió mirando al director—. Su


madre... su madre murió, Ryddle.

Murió al nacer usted.

Tom miró al director fijamente, ligeramente sorprendido, pero no


afectado.

—Vivió sólo lo suficiente para ponerle su nombre: Tom Sorvolo Ryddle.

—¿Y mi padre?

El director hizo una pausa antes de responder.

—Tu padre no quiso saber nada de tu madre ni de ti —contestó.

Tom no se inmutó físicamente, pero por dentro se l enó de rabia, de una


rabia y un odio intensos.

—No quiso saber nada de mí...

—No —confirmó el director, con pesadumbre—. Creo que aún vive, pero,
a todos los efectos, no eres hijo suyo.

—Gracias por decírmelo —dijo Tom lacónicamente, levantándose del


asiento y saliendo del despacho sin siquiera despedirse.

Corrió por los pasil os, l eno de rabia, hasta l egar a su habitación, donde
cerró de un portazo y se tumbó en su cama. Su padre no quería saber nada
de él. Nada.
—¡Maldito seas! —gritó, l eno de rabia.

En ese momento, una lechuza entró por la ventana, dejando una carta
dirigida a él en su cama. No se sorprendió por el método de entrega,
porque Dilfuss ya le había explicado todo acerca de las lechuzas
mensajeras, pero sí se extrañó de recibir una carta por ese método, porque
él no conocía a ningún mago.

Intrigado, olvidando momentáneamente su rabia, la abrió y comenzó a


leerla.

Tom:

Seguramente te preguntarás quién soy y por qué te escribo, porque


probablemente no conocerás a ningún mago o bruja... Bueno, mi nombre
es Wilma Sorens. Tú no me conoces, pero yo soy, o más bien era, amiga de
tu madre.

A estas alturas ya sabrás que eres un mago, y en unos días irás a


Hogwarts, por eso debes de saber lo que te voy a contar. Quizás sea algo
duro leer algo como lo que estoy a punto de escribir a los once años, pero
le prometí a tu madre que así lo haría.

Tu madre era una bruja. Yo la conocí en Hogwarts, ambas fuimos


compañeras en Slytherin, y seguimos siendo amigas al terminar el colegio.
Tu madre vivía en un pequeño pueblo l amado Pequeño Hangleton y al í se
enamoró de tu padre, Tom Ryddle, un muggle (supongo que ya sabrás que
muggle quiere decir «no mago») que vivía en la aldea, bastante rico.. A mí
nunca me gustó Ryddle, porque él y su familia eran groseros, engreídos y
maleducados. Además, era muggle y eso no me acababa de convencer, pero
tu madre estaba enamorada, y logró estar con él. Sin embargo, cometió el
terrible error de quedarse embarazada. Cuando tu madre lo supo, se vio
obligada a decirle a tu padre lo que el a era. En cuanto se enteró, tu padre
no quiso saber nada más de tu madre ni de ti, y se desentendió de todo. Tu
madre l oró mucho, soportando sola el embarazo. Sólo yo estuve a su lado
cuando naciste. Los Ryddle le habían dado dinero a tu madre a cambio de
dejarles en paz y liberar de toda responsabilidad respecto al niño a tu
padre. Tu madre no tuvo más remedio que aceptarlo, porque el a no tenía
gran cosa, y en su estado apenas podía trabajar...

Necesitaba ese dinero.

Por desgracia, el parto fue difícil, y tu madre murió poco después de dar a
luz. Lo único que pudo hacer fue ponerte tu nombre, Tom Sorvolo Ryddle.
Tom por tu padre, y Sorvolo por tu abuelo materno. El a sabía que yo no
podía cuidar de ti, porque tenía que irme al extranjero un tiempo, ya que
no tenía trabajo aquí, pero me prometió que antes de que fueras a
Hogwarts te contaría la verdad, y eso estoy haciendo. Me gustaría quizás
habértelo dicho en persona, pero vivo en Turquía y no me ha sido posible
volver a Inglaterra. Espero poder ir a visitarte algún día.

Siento que te hayas enterado así, pero era una promesa que debía cumplir.

Suerte en Hogwarts.

Wilma Sornes P.D.: Respecto a tu padre, si te interesa, creo que sigue


viviendo en Pequeño Hangleton. No te recomiendo que vayas a conocerle,
pero por si acaso, yo te lo digo.

Tom temblaba al terminar de leer la carta. Temblaba de la rabia, del odio...


su padre... su padre, un muggle...

un muggle estúpido que le había abandonado. Tenían dinero, al parecer, y a


pesar de todo, había permitido que él viviese en un maldito orfanato,
alejado de su mundo, sin saber quién era. Odió a Tom Ryddle. Odió a su
padre con todas sus fuerzas. Algún día se vengaría de él... algún día...

Quería irse ya, alejarse del mundo muggle para siempre. Lo odiaba. Por
culpa de un muggle, su padre, vivía al í, en aquel lugar, donde no le
gustaba a nadie. Incluso el director le miraba raro ahora, como si temiera
que le fuese a convertir en rata o algo así. Slytherin tenía razón... los
muggles no eran de fiar.

389
Asombrado por la rápida transformación que Ryddle estaba sufriendo, por
la rapidez en que se l enaba de odio y rencor, acercándose cada vez más a
lo que l egaría a ser, Harry avanzó hasta el momento en que Ryddle
viajaba en el expreso de Hogwarts, solo en un compartimiento. Las
imágenes se sucedieron rápidamente hasta l egar a la estación de
Hogsmeade, donde se bajó.

Mientras el guardabosque de entonces, Ogg, los l evaba al castil o en las


barcas, Tom observó Hogwarts, maravil ado, sabiendo que esa era su
verdadera casa: su única casa. Y ahora estaba de vuelta.

Entró con los demás en el iluminado castil o, hasta una sala contigua al
Gran Comedor. Al í, Harry vio cómo Dumbledore, que debía de ser el
subdirector, les informaba que pronto tendría lugar la ceremonia de
selección. Algunos niños comenzaron a hablar, pero Tom no. Él esperaba
ansioso el momento de ponerse el Sombrero Seleccionador y que éste lo
mandara a Slytherin.

Dumbledore volvió a entrar y los l amó para que lo siguieran. Al í, esperó


el momento de ser l amado.

Cuando Dumbledore mencionó su nombre, se subió al taburete y se puso el


Sombrero.

—¡Oh! —murmuró el Sombrero en su oído—. Slytherin... eres Slytherin...


¡SLYTHERIN! —gritó el Sombrero un instante después, y Tom,
satisfecho, se dirigió hacia su mesa, sentándose con los demás de su casa.

Los que estaban a su lado le dieron la bienvenida, aunque de manera un


poco más fría que las bienvenidas que recibían los alumnos de las otras
casas. No obstante, no le importó. No era amigo de las familiaridades.

Sus compañeros de casa le preguntaron su nombre, y luego algunos


empezaron a hablar de sus familias, de sus antepasados y demás. Tom
sabía que todos los alumnos de Slytherin eran hijos de magos, y por eso le
sorprendía algo el hecho de que él, que era hijo de un muggle, estuviera al
í... aunque, por alguna razón, sabía que igualmente estaría al í, que aquel a
era su casa.
—¿Y quienes son tus padres, Ryddle? —le preguntó un chico que estaba a
su lado.

—Mi madre era una bruja, pero está muerta. Mi padre es muggle y no lo
conozco.

Un silencio siguió a sus últimas palabras.

—¿Tu padre es muggle? —preguntó, muy extrañado, otro alumno.

—Sí.

—Pero eso no puede ser... nadie es Slytherin es hijo de muggles. Nadie.


Nunca.

—Yo no sé nada sobre mi padre, ni quiero saberlo —repuso Ryddle, a la


defensiva.

—Eres un sangre mestiza —dijo una chica, mirándolo con algo de


desagrado.

A Tom no le gustó la expresión... no le gustó aquel a expresión referida a


él... porque él era más que eso, lo sabía.

—No conozco a mi padre —repitió.

Nadie agregó nada, porque el director, Armando Dippet, comenzó


entonces su discurso de bienvenida y luego empezó la comida, pero a Tom
no se le escapó que algunos en la mesa le miraban con desagrado... e
incluso asco.

No habló apenas durante el resto de la comida, sólo miraba y pensaba...


pensaba en lo que el Sombrero le había dicho. Parecía haberse sorprendido
con él... ¿Por qué? ¿Y qué significaba aquel o de «eres Slytherin»? No lo
sabía, pero le intrigaba...

Harry sintió que, de nuevo, el tiempo pasaba, y su recorrido por la mente


de Ryddle se detenía aproximadamente un mes después.
Ryddle estaba en la biblioteca, estudiando. Estaba muy contento. No es
que tuviera amigos de verdad, pero se l evaba bien con sus compañeros de
cuarto. No parecía importarles en exceso que fuese un sangre mestiza,
porque él siempre les contaba lo que detestaba a su padre por lo que le
había hecho. Sin embargo, le desagradaba mucho que otros Slytherins lo l
amaran así, porque él mismo era quien peor se sentía por haber tenido un
padre muggle. En el mes que l evaban de clases, había descubierto que no
sólo se le daba bien la magia, sino que parecía que la magia y él fueran lo
mismo. Era el mejor de su clase, con diferencia.

Le daba la impresión de que la varita era más bien una extensión de sí


mismo, que con el a podría hacer lo que quisiera. Siempre había sido
inteligente, y en el orfanato era el primero de la clase... pero no podía
compararse con esto. En Hogwarts estaba demostrando para qué había
nacido, a dónde pertenecía... y eso le hacía sentirse aún más furioso. Se
sentía furioso porque de haber conocido antes la magia, de haber podido
estudiarla, aunque no practicarla, habría estado contento, habría podido ser
casi un dios... y por culpa de los muggles había tenido una infancia de
sufrimiento. Los odiaba. Sin embargo, ocultaba todos sus pensamientos, e
incluso era cordial con los de las demás casas, algo extraño en un
Slytherin... aunque, desde luego, odiaba a los sangre sucia. Los odiaba
porque el os hablaban bien del mundo muggle, y él lo detestaba; los odiaba
porque habían venido a Hogwarts en las mismas condiciones que él, pero
él tendría que haber pertenecido a este mundo desde siempre, y encima, el
os habían sido felices en su infancia... los odiaba por el o. No tenían
derecho a estar al í, como él, cuando él había pasado tanto en su maldito
mundo.

Cerró el libro de Transformaciones que leía, y decidió buscar algo en la


biblioteca, algo que l evaba tiempo pensando. Algo sobre la lengua pársel.
Tras preguntarle a la bibliotecaria, que le miró raro cuando le dijo el tema
de su búsqueda, hal ó un libro en donde se hablaba de ese don. Buscó un
rato, y finalmente encontró una nota al respecto:

390

Lengua Pársel: el don de hablar y comprender la lengua de las serpientes,


dominarlas y comunicarse con el as. Un don extraordinariamente raro. La
única persona que se conoce con ese don era Salazar Slytherin, uno de los
fundadores de Hogwarts. A pesar de no ser un don común, es considerado
un signo tenebroso, debido a que las serpientes son frecuentemente
utilizadas por la magia negra.

No había más información. No era raro, por otra parte, si sólo había habido
un hablante de pársel, y había vivido hacía casi mil años. No obstante, él
hablaba pársel también... y el Sombrero había dicho que era Slytherin.
Además, estaba el detal e de que Hogwarts le sonaba, igual que el nombre
de Slytherin... su facilidad para usar la magia... ¿Qué significaba? ¿Quería
todo eso decir que él era la reencarnación de Slytherin? ¿Podía eso ser
posible? No lo sabía... pero se moría de la curiosidad.

También observó el dato de que era considerado un don tenebroso. Él no le


había dicho a nadie que podía hacerlo, porque le parecía una baza a su
favor y quería guardársela, y en ese momento se alegró de el o.

Era mejor que nadie supiese que tenía ese don.

El recuerdo se difuminó de nuevo, y Harry vio a Tom Ryddle apuntar su


nombre en la lista de alumnos que se quedarían en Hogwarts para
Navidad...

Luego las imágenes avanzaron más, pasando por pequeñas escenas de las
clases, en la sala común de Slytherin, los exámenes... y la l egada a King’s
Cross al final del curso.

Ése era el momento que Ryddle más había temido: la vuelta al orfanato.
Sólo serían dos meses, pero iban a ser dos meses terribles. Probablemente
Brandon y sus amigos querrían darle todas las palizas que se había evitado
ese curso, y él no podría hacer magia para evitarlo, o le expulsarían de
Hogwarts.

El director del orfanato le estaba esperando en la estación. Ambos se


saludaron y luego se fueron de vuelta al orfanato. Apenas hablaron durante
el camino. Al l egar, Ryddle dejó sus cosas en su dormitorio, cerrando bien
el baúl, no quería que alguien viese su contenido. La mayoría de sus
compañeros del orfanato lo miraban con curiosidad. Nadie sabía a qué
colegio iba.

Tal y como había supuesto, nada más ser visto por John Brandon y sus
amigos, éstos se lanzaron hacia él.

—¡Pero si es Tommy! ¡Cuánto tiempo, Ryddle! ¿Cómo te ha ido en ese


«colegio especial»? ¿Nos has echado de menos, Ryddle? Nosotros a ti sí...

Un instante después, Tom sintió cómo el puño de Brandon se hundía en su


estómago, para ser acompañado, un segundo más tarde, por una patada en
la espinil a.

—Bienvenido, Tommy —se rió John—. Ya nos veremos más tarde... —se
burló, mientras se alejaba acompañado por las risas de sus amigos.

Tom estaba dolorido, pero se aguantó. Ahora podía aguantar. Ahora que era
un mago, el mejor mago de su edad, podía aguantar, podía esperar... era
paciente, siempre lo había sido. Algún día, le devolvería con creces a John
Brandon todo lo que le había hecho.

Se irguió, frotándose el lugar donde le habían dado la patada, y fue a


sentarse en uno de los bancos del patio, deseando que pronto fuese el día
uno de septiembre.

Y segundos después, Harry se encontró en los recuerdos de ese día. El


verano había pasado para Ryddle, y había sido espantoso. Aún tenía
moretones por todo el cuerpo, cortesía de sus compañeros del orfanato.

En el tren, se juntó con sus compañeros, que le preguntaron el motivo de


sus heridas.

—John Brandon —respondió Tom.

—¿Ese muggle del que nos hablaste?

Tom asintió.

—Lástima que no puedas echarle un buen maleficio...


Tom también lo lamentaba. Lo lamentaba muchísimo.

No quería regresar al orfanato muggle. Nunca más. Hablaría con el


director Dippet para ver si podía quedarse en Hogwarts también en verano.
Era un alumno ejemplar, tendrían que permitírselo...

Así pues, ese mismo día, tras el banquete, Tom se dirigió a hablar con el
jefe de su casa para que lo l evara junto a Dippet. El profesor así lo hizo, y
dejó a Ryddle frente a la gárgola de piedra, una vez pronunciada la
contraseña. Tom subió y esperó al director, que no estaba al í.

Se sentó y miró los cuadros y las estanterías. Entonces vio al Sombrero


Seleccionador, y una duda que quería resolver volvió a su mente. Cogió el
Sombrero y se lo puso.

—¿Por qué me pusiste en Slytherin? —le preguntó.

—Fue una decisión muy sencil a. Eres una auténtico Slytherin —respondió
el Sombrero.

—Soy de sangre mezclada —replicó Tom—. Nadie en Slytherin tiene


sangre mezclada... tú dijiste que yo era Slytherin, y puedo hablar pársel...

—Sí, puedes... porque eres descendiente de Salazar Slytherin, lo vi


claramente. Todo está en tu mente... por eso estás en Slytherin. Eres su
heredero. Ningún otro descendiente antes que tú podía hablar pársel. Eres
el primero.

391

Tom se quedó boquiabierto... alucinado... él... él, Tom Ryddle... heredero


de Slytherin. Descendiente de Salazar Slytherin, fundador de Hogwarts,
uno de los magos más grandes de la historia...

Se quitó el Sombrero y lo dejó en su lugar, aún sin dar crédito. Olvidando


la razón por la que había subido al despacho del director, se marchó a su
habitación en la mazmorra de Slytherin.
Su antepasado había construido Hogwarts. Pertenecía a una antiquísima
familia de magos, si exceptuaba a su padre... y había tenido que vivir en un
orfanato muggle, alejado del mundo al que pertenecía por derecho.

Él tenía más derecho que nadie a estar en Hogwarts, y había estado lejos
durante once años... once horribles años.

Odió a su padre, odió a los muggles, odió a los sangre sucia, a los que se
burlaban de él por ser un sangre mezclada. Era un Slytherin con más
derecho que ningún otro...

Harry pudo notar como la mente de Ryddle se l enaba de fantasías, de


sueños de poder y de grandeza. Al fin sabía quién era, al fin sabía de dónde
provenía. Era el heredero de Slytherin, y recuperaría su herencia...

cogió Historia de Hogwarts y leyó de nuevo la leyenda de la Cámara de


los Secretos... tenía que encontrarla.

Al í había algo para él: su destino. Ahora era el único de los descendientes
de los fundadores, y las cosas se harían como debían hacerse: echaría de
Hogwarts a los sangre sucia, vaya si lo haría. Se vengaría de todos... y
algún día, cuando fuese el mago más grande del mundo, tal como había
sido su antepasado, todos conocerían su nombre, su nombre... pero no ese
asqueroso nombre, Tom Ryddle... no el nombre de un estúpido muggle. El
Heredero de Slytherin se merecía un nombre mejor, un nombre digno de
él...

Cogió su varita y escribió su nombre en letras ígneas, en el aire. Las miró


y compuso la palabra «Lord». Eso estaba bien. Él era un Señor, un noble...
miró el resto de las letras y formó «Soy». «Soy Lord». ¿Pero Lord qué?
Buscó darles forma al resto de letras, pero no le salía nada... entonces le
vino a la cabeza la palabra

«mort». Eso sonaba bien... pero faltaba algo... y de pronto lo vio claro:
«Voldemort». Ése era el nombre, ése sería él... Lord Voldemort. Sonaba
terrible, sonaba poderoso... algún día, todo el mundo temería ese nombre.
Pensaba asegurarse de el o.
Sintió que alguien abría la puerta e hizo esfumarse las letras. Aún no era
momento de mostrar su nombre...

aún no.

—¿Qué te pasa, Tom? —le preguntó uno de sus compañeros, mirándolo


detenidamente—. Tienes una expresión rara, como si fueras más... no sé...
altivo.

—Nada. Estoy bien. Muy bien —respondió.

Su compañero de cuarto le miró, extrañado aún, pero se encogió de


hombros y se dirigió a su cama. Tom se acostó, pensando en lo que iba a
hacer: buscar la Cámara de los Secretos. Él era el heredero... tenía que
encontrarla. Y lo haría. Sabía que no era una leyenda. Lo intuía. Le habían
sonado los nombres de Slytherin y Hogwarts, así que, bien podría ser que
también la ubicación de la Cámara de los Secretos estuviera en su mente...

Harry sintió que era arrastrado a través de un torbel ino de imágenes y


recuerdos, a través de los años, mientras percibía vagamente la búsqueda
por parte de Ryddle de la Cámara, buscando en libros, en rincones, en
todas partes... sin éxito. Viajó y vio cómo Ryddle crecía, convirtiéndose en
el muchacho que Harry había conocido en el diario... hasta que finalmente
se detuvo. Estaba a principios del quinto año. Era, por supuesto, prefecto.
Eso le daba más tiempo para buscar por el castil o. Sólo le quedaban tres
años en Hogwarts, incluido el actual, y no podía permitirse tardar mucho
más en encontrar la Cámara. Paseaba por el pasil o de las mazmorras. Ya
era tarde, casi las nueve, y los corredores estaban vacíos. Entonces sintió
un ruido tras una puerta, y se acercó con sigilo. La entreabrió y vio a
Hagrid, ese estúpido gigantón de Gryffindor que no hacía más que meterse
en problemas. Tom, por supuesto, aunque no tenía mucho trato con él, le
trataba con amabilidad, como a todo el mundo, aunque por dentro pensaba
en cómo podrían haber aceptado en Hogwarts a un patán como aquél.

«Cuando encuentre la Cámara de los Secretos, me ocuparé de que esto no


pase», se dijo a sí mismo. Harry sintió ira al percibir esos pensamientos de
parte de Tom. Éste observó cómo Hagrid abría un armario y dejaba salir
una enorme araña. Debía de tratarse de una acromántula. Típico de Hagrid.
Pensó en descubrirle, pero, pensando que quizás aquel o pudiese servirle
más adelante, se alejó sin que Hagrid hubiese advertido su presencia.

La visión se nubló y volvió a aclararse. Había pasado un mes, y de nuevo


Ryddle se encontraba paseando por el castil o, de guardia. Estaba en el
segundo piso, y pasaba frente a los servicios de las chicas.

Entonces, algo, una especie de sensación, le hizo detenerse. Había buscado


en todo el castil o, pero nunca había mirado en los servicios de la chicas...
Claro que, ¿y por qué iba a estar la entrada en un sitio así?

Aunque, por otra parte... ¿por qué no? Dudaba que a alguien se le ocurriera
mirar al í, así que entró, aprovechando que no había nadie. Se puso a mirar
por todas partes: el suelo, las paredes, los retretes, los lavabos... abrió los
grifos distraídamente, mientras se miraba al espejo, y comprobó que uno
de el os no funcionaba. Lo miró y entonces sus ojos se abrieron
desmesuradamente. En el grifo había tal ada una pequeña serpiente. Tom
se agachó sobre él y la observó detenidamente. Tenía que ser aquel o.
Tenía que ser... lo era.

392

Se fijó en la serpiente, pensando en cómo abrir la entrada, y la respuesta,


obvia, vino a su cabeza. Aspiró y dijo, en lengua pársel:

— Ábrete.

El grifo bril ó y comenzó a girar. Un momento después, el lavabo se


hundió y ante él se abrió una tubería.

Mirando que no hubiese nadie, bajó por el a hasta l egar al túnel. Encendió
su varita y caminó, observándolo todo, casi sin poder contener su emoción.
Llegó al muro, y repitiendo las mismas palabras que ante el lavabo, el
muro se separó y penetró en la sala, una sala que hacía mil años que nadie
visitaba. Caminó por el a, lentamente, observando las columnas, hasta l
egar a la estatua de su antepasado. La contempló con devoción, sintiendo
que estaba culminando con su destino. Sintiendo que había nacido para
aquel o. Miró a Slytherin y le habló, usando la lengua pársel:
— ¡Dime algo, Slytherin, mi antepasado! ¡Soy tu heredero, y he venido a
por lo que es mío! ¡He venido a cumplir con mi destino!

Entonces, para su sorpresa, la boca de Slytherin se abrió y el gigantesco


basilisco salió de el a. Ryddle se dio cuenta de lo que era y rápidamente
apartó los ojos.

El enorme reptil descendió siseando y se posó en el suelo. Sin mirar al


monstruo a los ojos, Ryddle volvió a hablar:

— Yo soy tu amo. Ha l egado nuestra hora. Me servirás, y cumplirás con


lo que yo te diga... Tú y yo acabaremos con los sangre sucia. Tú y yo.

—Sí... —Siseó el basilisco—. Quiero matar, quiero desgarrar, quiero


sangre... quiero sangre humana...

Déjame...

— Tendrás todo la sangre sucia que quieras —dijo Ryddle, con una
sonrisa—. Aún no hoy, pero muy pronto.

Estate atento, porque te l amaré... y deberás acudir.

Se quedó al í contemplando la Cámara un rato. Tenía un basilisco.


Magnífico... Más de lo que había podido soñar. pronto, los sangre sucia,
defensores de los muggles, tendrían su merecido. Él mostraría su poder,
mostraría cómo debían de ser las cosas... pronto todo cambiaría en
Hogwarts. Él iba a asegurarse de el o.

Salió de la Cámara y volvió al túnel. La serpiente lo siguió, siseando.


Ahora era su amo, y haría todo lo que él quisiese. Llegó caminado a la
tubería y descubrió que no sabía cómo salir. Entonces, se acordó del
basilisco.

— Súbeme —le ordenó, mientras se montaba en su lomo y se pegaba a él.

El basilisco obedeció, ascendió por la tubería y dejó a Ryddle en el baño.

— Pronto te l amaré. Ahora vete —le ordenó a la serpiente, sin mirarla.


Sintió cómo el basilisco volvía a la Cámara de los Secretos, y el lavabo
volvía a cerrarse.

Sonriendo como nunca, Ryddle volvió a la sala común de Slytherin.

El recuerdo se fue, y uno nuevo ocupó su lugar. Estaba a finales de


noviembre. Ryddle caminaba de nuevo por el pasil o del segundo piso, en
dirección a los servicios. Había intentado abrir la Cámara en dos
ocasiones, pero no había podido. Ahora era el momento. Se acercó al
lavabo, lo abrió, y l amó al basilisco.

Unos minutos después, la gigantesca serpiente salió de al í y se deslizó por


el suelo del baño.

— Busca a los sangre sucia... búscalos... huélelos... mátalos.

El basilisco salió al pasil o, y Ryddle lo siguió, poniendo atención para que


nadie lo viera. Se deslizó por los pasil os, olfateando, buscando a un
alumno hijo de muggles... y lo encontró en los baños de chicos de ese
mismo piso. El basilisco entró por la puerta y Ryddle oyó un chil ido de
terror que se apagó al instante.

Ryddle sonrió y se acercó, mientras el basilisco salía.

— Regresa a la Cámara, ¡vamos!

El basilisco obedeció y Ryddle miró en el baño. El chico era de tercer año,


de Hufflepuff. Pero para su desagrado, no estaba muerto. Estaba
petrificado. Ryddle levantó la vista y observó el espejo del baño. El chico
sólo había visto el reflejo de los ojos del basilisco.

—Bueno, da igual —dijo—. Se asustarán... sólo falta un pequeño detal e.

Sacó su varita y apuntó al espejo, donde fueron apareciendo letras de color


rojo. Letras que decían: La Cámara de los Secretos ha sido abierta.
Preparaos, enemigos del heredero.

Sonriendo satisfecho, Ryddle se alejó de aquel pasil o y volvió a las


mazmorras.
Otra vez más, Harry vio cómo la imagen del pasil o desaparecía, junto con
su percepción de los pensamientos de Ryddle, y la imagen reaparecía,
meses más tarde.

Ryddle se encontraba en su cama, pensando. Había abierto la Cámara tres


veces, y había petrificado a tres alumnos sangre sucia, pero ninguno había
muerto. Era el problema de que la mayoría de que dos de los tres ataques
se hubieran producido en los baños, donde había espejos; el otro había
sucedido en un pasil o, pero el chico había visto al basilisco a través de sus
gafas, mientras las limpiaba, y no había podido verle bien los ojos.

393

Ciertamente, el Colegio estaba aterrorizado, pero no había habido ninguna


muerte... y Ryddle deseaba una muerte. La deseaba con todas sus fuerzas.

Se levantó y salió de la sala común con cuidado. Debía ser cauteloso.


Nadie sospecharía de él, por supuesto, porque todos los profesores le
alababan, e incluso los alumnos de las otras casas le apreciaban.

Si hubiera sospechas de alguien de Slytherin, él sería el último en quien


pensarían... excepto quizás Dumbledore. Dumbledore... era un magnífico
profesor, un mago extraordinariamente poderoso, pero nunca le había
gustado tanto como a los demás, y Tom había observado que últimamente
Dumbledore le observaba quizás demasiado para su gusto. Tendría que ser
muy cuidadoso.

Paseó por el castil o, pensando en la carta que le había enviado aquel a


mañana al director. Quería quedarse en Hogwarts durante el verano. El
verano anterior apenas había sufrido a Brandon y a sus amigos, porque
había crecido mucho y había dejado de ser un niño esmirriado, pero aún
así sufría al í... y además, a todo eso se le sumaba el detal e de la guerra.
La guerra de los muggles. Los magos estaban relativamente a salvo, pero
el orfanato seguía siendo peligroso. Quería quedarse en el castil o.

Casi sin darse cuenta estaba frente al servicio de las chicas del segundo
piso. Ya que estaba al í... entró.
Abrió la Cámara y l amó al basilisco. Entonces, oyó abrirse la puerta del
retrete que estaba enfrente y oyó la voz de una chica.

—¿Quién eres? ¡Esto es un baño de... AAGH!

Ryddle miró hacia el retrete, hacia donde también miraba el basilisco,


cuya cabeza asomaba por la tubería.

Se acercó a la puerta y miró quien era. Sonrió.

Era una sangre sucia, esa l orona estúpida de Myrtle. Estaba muerta. Por
fin, estaba muerta. Soltó una risita de satisfacción y le ordenó al basilisco
que se fuera. Él, poniendo extremo cuidado, salió también del baño y se
alejó.

Al mismo tiempo que Ryddle avanzaba por el pasil o, Harry perdió


contacto y la visión cambió a un momento posterior en el tiempo.
Mientras ocurría, pensó en cuanto tiempo l evaba ya en la mente de
Ryddle... le parecían horas... días, incluso. ¿Qué estaría sucediendo fuera?
El temor empezó a invadirle, pero, en ese momento, la visión se aclaró de
nuevo y Harry dejó de pensar en el mundo exterior.

Ryddle estaba ya en sexto. Acababa de comenzar el curso. Estaba un poco


triste, porque no había podido volver a abrir la Cámara de los Secretos...
Desde que había denunciado a Hagrid, habría sido imprudente.

Además, Dumbledore le observaba muy de cerca. A Ryddle no le gustaba


Dumbledore. Si alguien en Hogwarts sospechaba de él, era el profesor de
Transformaciones. Por supuesto, no tenía pruebas; de hecho, Ryddle
estaba seguro que ni siquiera tenía la certeza de que él tuviera algo que ver
con los ataques, pero sospechaba, sí... al menos, Ryddle intuía que
Dumbledore sabía que no era tan buen chico como aparentaba. Él no creía
que Hagrid fuera el que había abierto la Cámara de los Secretos, desde
luego, si no, no habría convencido a Dippet de que le permitiese ser el
ayudante de Ogg, el guardabosques.

Ryddle, por su parte, cada vez que veía a Hagrid con Ogg le daban ganas
de reír... pero lo hacía en silencio, con disimulo.
Paseaba por el borde del lago, pensando... había estado cinco años
buscando, cinco años buscando la Cámara de los Secretos, y no iba a dejar
que su secreto se olvidara. Él se encargaría de que alguien pudiese volver a
abrirla, desde luego... y sabía ya cómo hacerlo... con magia oscura. Magia
oscura avanzada.

Ryddle había hecho algunos viajes de incógnito al Cal ejón Diagon, y al í


había encontrado libros muy interesantes, vaya que sí... No tenía mucho
dinero, claro, pero se lo robaba a los muggles y luego lo cambiaba en
Gringotts. Con ese dinero había conseguido varios ejemplares sobre magia
oscura muy valiosos y muy prohibidos, y los había leído en verano. Ahora
que estaba de nuevo en Hogwarts, era hora de poner en práctica lo que
había aprendido. Era hora de dejar... un diario de sus «actividades».

Así pues, cogió todo lo que necesitaba y se escondió en la Sala de los


Menesteres, para sorpresa de Harry.

Al í encontró un lugar perfectamente equipado para fabricar pociones.

Se sentó junto a un caldero que humeaba al fuego, y preparó los


ingredientes de una tinta especial: tinta, sangre de murciélago, lengua de
sapo, polvo de cuerno de unicornio y lo más importante... unas gotas de su
propia sangre. Había leído que la sangre humana era uno de los
ingredientes más poderosos usados en magia negra, y lo que quería hacer
era desde luego muy, muy poderoso. Mezcló todos los ingredientes y
preparó la poción. Cuando terminó, obtuvo una especie de tinta negra con
bril os rojizos. Sonrió. Estaba perfecto. Cogió un poco en una vasija y la
puso encima de la mesa. Sólo faltaba el último ingrediente de la tinta: su
mente, sus recuerdos.

Acercó la punta de la varita a su frente y fue sacando de el a las mismas


hebras plateadas que Harry había visto sacar a Dumbledore para usar un
pensadero. A medida que las sacaba, las echaba en la vasija de la tinta,
donde se disolvían. Cuando terminó, Ryddle sacó su varita y tocó con el a
el libro, murmurando un hechizo:

394
—Conserva mi alma y guarda mi recuerdo; que quien en ti esconda
secretos, que a cambio te entregue su alma; que quien escriba te entregue
su vida, que tú te vuelvas más fuerte; que su muerte sea tu vida, que tu
vida sea su muerte. Deja en él una marca perenne, guarda en ti un recuerdo
eterno.

El diario bril ó, mientras sus páginas empezaban a pasarse velozmente... y,


mientras sucedía, Ryddle vertió la tinta en el as, que la absorbieron sin
dejar rastro. Ryddle sonrió. Estaba hecho. Algún día el diario acabaría en
manos inocentes, en manos de alguien que sería poseído... y la Cámara de
los Secretos se abriría otra vez.

Cogió sus cosas, lo limpió todo y salió de la Sala de los Menesteres.

La imagen volvió a avanzar y Harry se encontró en el verano del sexto


curso en Hogwarts. Ya tenía diecisiete años, y legalmente, en el mundo
mágico era mayor de edad. Sin embargo, no tenía trabajo ni adónde ir, así
que se dispuso a pasar su último verano en el orfanato muggle. Por suerte,
en la banda de Brandon eran ya todos mayores de edad, y ya no vivían al í.
Según había sabido Ryddle, se habían alistado en el ejército y estaban en
la guerra. Ryddle deseó fervientemente que Brandon no muriese víctima
de los alemanes... lo deseó con toda su alma. Con diecisiete años ya era
mayor de edad, así que ya podía hacer magia fuera de Hogwarts, pero
prefirió no hacerlo. De todas formas, era ilegal hacerla ante muggles. Sería
paciente. Un año más no importaba. Además, pasaría parte del verano
haciendo los exámenes de Aparición en el Ministerio de Magia. Era lo
único que le faltaba, porque ya tenía un dominio extraordinario de las
Artes Oscuras. No por nada era el mejor estudiante que Hogwarts había
dado. Había obtenido doce TIMOs, todos con «Extraordinario», y estaba
seguro de que sería Premio Anual... aunque esto último no le preocupaba
demasiado. Lo que deseaba era terminar Hogwarts... y empezar su propio
aprendizaje. Estaba decido a ser el mago más grande del mundo, más
grande aún que Dumbledore, mucho más. Era lo único que deseaba.

Lo único... aparte de su venganza, claro.

La imagen cambió de nuevo. Estaba ya en el final del verano. Se


encontraba en una especie de cueva.
Había pasado el verano preparándola, desde que había obtenido su carnet
de aparición... podría haberlo hecho sin el carnet, pero quería evitarse
problemas con el Ministerio de Magia mientras no terminara en Hogwarts.
Una vez lo hiciera, ya daba igual... porque pensaba hacer cosas que le
costarían castigos mucho peores que una simple multa. Había pensado en
no regresar a Hogwarts, pero finalmente había decidido volver y hacer su
séptimo año. No por los EXTASIS, porque a él los títulos nada le
importaban. No pensaba ir a mendigar un empleo al Ministerio de Magia...
su destino era mucho más grande que eso. Quería volver a Hogwarts por su
biblioteca, por aprender aún más... porque quería que su conocimiento de
la magia fuese mayor que el de ningún otro mago. Nadie debería poder
desafiarle. Nadie.

Observó su trabajo: la cueva estaba l ena de libros sobre magia oscura,


libros que habían sido difíciles de hal ar. No todos se encontraban en el cal
ejón Knockturn, algunos los había conseguido de magos oscuros que había
conocido... sí, Ryddle (o más bien Voldemort, como se hacía l amar
siempre fuera de Hogwarts) tenía muy buenos contactos... El resto de la
cuerva estaba repleto de ingredientes de pociones y otros materiales. Y,
por supuesto, la cueva tenía todo tipo de medidas de seguridad; medidas
muy difíciles de evitar.

Sonriendo, se sentó en una sil a y comenzó a leer un libro.

El tiempo avanzó, haciendo transcurrir los meses en segundos, y Harry se


encontró observando lo que había ocurrido un día de abril del séptimo
curso de Ryddle en Hogwarts.

Estaba paseando por un pasil o, de guardia, porque, evidentemente, era el


Premio Anual. Mientras lo hacía, oyó chil idos en un aula. Se acercó a ver
qué sucedía y se encontró con un alumno de sexto de su propia casa, que
molestaba a un chico de Gryffindor.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó Ryddle, con voz autoritaria.

—Nada... simplemente le enseñaba a usar la varita a este sangre sucia —


contestó burlonamente el chico de Slytherin. Ryddle sabía que se l amaba
Lyman, Dutch Lyman.
—Déjale —le ordenó Ryddle—. Y estás castigado. Tú vete —le dijo al
Gryffindor.

El chico se largó del aula, musitando un débil «gracias». A Ryddle le


importaba muy poco el chico, y menos si era un sangre sucia... pero tenía
una reputación que mantener.

—Informaré de esto al director —le dijo Ryddle a Lyman.

—Ya veo... —dijo el chico, con rabia en su voz—. ¡Cómo no! Un


asqueroso sangre mestiza defendiendo a un sangre sucia... era de
esperarse. Aún no logro explicarme cómo es posible que estés en
Slytherin... eres la vergüenza de la casa. Vives con muggles, te relacionas
con los Gryffindor...

Ryddle miró al chico con un odio visceral. Hacía años que nadie le l
amaba de esa forma... él era el heredero de Slytherin, y ningún estúpido
iba a osar insultarle. Nadie. Sonrió con maldad.

—Nadie me l ama sangre mestiza, imbécil —dijo, con un tono de voz


bastante distinto del habitual.

—Es lo que eres.

Ryddle le apuntó con la varita y le hizo chocar contra la pared,


inmovilizándolo. Se acercó a él lentamente. El otro jadeaba, sorprendido
del comportamiento del Premio Anual.

395

—Nadie l ama sangre mestiza al heredero de Slytherin. Nadie —susurró, y,


mientras lo hacía, movía la varita, haciendo que el chico se golpeara la
cabeza contra la pared.

Lyman ya sangraba, pero Ryddle no paraba, estaba extasiado, como


poseído... era la primera vez que atacaba directamente a una persona con
su magia, y le hacía sentirse maravil osamente bien, poderoso, terrible...
hasta que de pronto la puerta se abrió y Dumbledore entró en el aula.
—¡Ryddle! —exclamó, mirando la escena asombrado.

Ryddle se volvió hacia Dumbledore instantánemente. Era lo peor que le


podía haber pasado... pero ya estaba hecho. Dumbledore ayudaría al chico,
y éste confesaría que Ryddle era el heredero de Slytherin... ya no tenía
salida. tendría que actuar pronto.

Intentó parecer amable y confundido.

—Lo... lo siento, profesor... yo... lo siento —murmuró, bajando la cabeza,


y salió del aula antes de que Dumbledore pudiese decirle algo. Ryddle
sabía que ayudaría al chico antes de hacer nada, pero tenía poco tiempo.
Corrió a la mazmorra de Slytherin y subió a su habitación. Recogió todas
sus cosas con un movimiento de varita y lo metió todo en su baúl. Luego,
hizo que el baúl encogiera y se lo metió en un bolsil o. Salió rápidamente
de las mazmorras sin hacer caso de nadie y corrió a los terrenos, hacia la
verja.

Salió por entre las estatuas de cerdos alados y se volvió una vez para
admirar el castil o en todo su esplendor.

—Algún día volveré... y serás mío. Te convertiré en lo que Slytherin


habría querido. Algún día...

Miró unos momentos más el lugar donde había pasado los últimos siete
años, el lugar donde había aprendido todo y donde se había convertido en
lo que era, y luego desapareció.

La imagen cambió de pronto. Había pasado un mes aproximadamente


desde que había abandonado Hogwarts. Se encontraba en un campo, en la
ladera de una colina, y miraba hacia una mansión que se erguía sobre él.
Harry la reconoció, a pesar de que la mansión se veía mucho más cuidada
a como él la había visto. Era la casa del padre de Ryddle. Tom había
acudido a cumplir su venganza. Había l egado la hora. El Sol ya descendía
hacia el horizonte. Cuando se hubiese hecho de noche habría l egado la
hora.
Miró a un hombre que l evaba un azadón y que caminaba por el jardín. El
hombre le miró un instante antes de dirigirse a una cabaña. A Harry le
sonaba su cara, y luego recordó quien era: era el anciano que había salido
de la varita de Voldemort la noche de su retorno, aunque mucho más
joven. Ryddle no le prestó atención y siguió observando la casa. La hora se
acercaba.

Finalmente el Sol se ocultó y se hizo de noche. Ryddle esperó un rato y


luego se acercó a la casa y observó la puerta. Intentó abrirla, pero estaba
cerrada. Por tanto, sacó su varita y susurró:

— Alohomora.

La puerta se abrió y Ryddle entró en la casa y volvió a cerrar la puerta.


Observó cada detal e, cada mueble, cada objeto, todo lujoso. Aquel a casa
podía haber sido suya... y a cambio, había malvivido en un antro muggle.
Frunció el ceño y se dirigió a la sala, caminando sigilosamente. Se acercó
a la puerta y contempló la escena: una mujer ya mayor cosía
tranquilamente en un sil ón, mientras otro hombre también mayor se
tomaba una copa junto a otro, que era más joven. Se parecía enormemente
a Ryddle. Éste frunció el ceño y observó por primera vez a su padre. Al
padre que le había abandonado. Sin poder esperar más, entró en la sala y
cerró la puerta.

Al instante, los dos hombres se levantaron y le miraron con sorpresa y


fiereza.

—¿Quién es usted? —le preguntó a Ryddle su abuelo—. ¡¿Cómo ha


entrado en mi casa?!

La mujer se levantó y se colocó detrás de su marido y su hijo. Ryddle


sonrió y miró hacia su padre.

—¿No sabes quién soy, Tom? —preguntó, con tono frío.

Tom se movió, acercándose a un cajón, lo abrió y sacó una pistola, con la


que apuntó al chico que, sin saberlo, era su hijo.
—Vete de nuestra casa, muchacho, o te juro que dispararé.

Ryddle acentuó su sonrisa.

—¿No me digas? —se burló—. Sacó su varita y rápidamente exclamó-:


¡Expel iarmus!

La pistola saltó de las manos de Tom Ryddle padre y cayó en las de su


hijo. Los tres Ryddle abrieron los ojos desorbitadamente.

—¡No... no puede ser! ¡T-Tú eres... eres... un mago! —exclamó Tom


Ryddle padre.

—Sí... lo soy —dijo Tom. Luego, mientras hacía un movimiento circular


con la varita, exclamó-: ¡Insonoreo!

La estancia relumbró un instante y luego se apagó. Los Ryddle se


encogieron y retrocedieron, l enos de miedo.

—Hay gente en la casa —dijo la mujer—. Nos... nos oirán.

—Nadie oirá nada —le aseguró Ryddle.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —preguntó Tom Ryddle padre.

—¿Acaso no me reconoces? Mírame... —contestó Ryddle hijo.

El otro abrió mucho los ojos, retrocediendo, al tiempo que la comprensión


lo invadía, l enándole de miedo.

—¡No! ¡No puede... no puede ser!

396

—Sí, lo es —dijo Tom con voz suave, aunque fría—. Hola, papá. He
esperado muchísimo tiempo para conocerte. Demasiado tiempo.

Los señores Ryddle profirieron un quejido, y el señor Ryddle agregó:


—¡No! ¿Cómo... cómo nos has encontrado?

Ryddle le ignoró y se encaró con su padre.

—Me abandonaste, sucio muggle. Pasé once años horribles en un maldito


orfanato. Te he odiado desde el día en que conocí tu nombre... un nombre
que yo mismo l evo. —Ryddle padre le miró con temor—. Sí... me l amo
Tom Ryddle, pero no es un nombre digno de mí. Me lo he cambiado por
uno mucho mejor... puedes l amarme Lord Voldemort.

—¿Qué quieres? —preguntó su padre, que aún no parecía creerse que un


hijo que había tenido dieciocho años antes, y al cual no había visto nunca,
estuviese ante él, apuntándole con una varita mágica—.

¿Dinero? Puedo... puedo darte todo el que quieras.

Tom se rió.

—¿Dinero? No quiero nada que tú puedas darme... lo único que deseo, yo


mismo me lo puedo proporcionar.

—Apuntó con la varita hacia su abuelo y sin dudar exclamó, l eno de odio
—: ¡Avada Kedavra!

Un rayo de luz verde salió de la varita y golpeó al señor Ryddle, y éste,


con el terror reflejado en la cara, cayó al suelo, muerto. Su esposa empezó
a chil ar, histérica.

—Vas a pagar por todo lo que sufrí... a los once años juré que me vengaría,
y soy una persona que cumple sus promesas.

—Tom... hijo... —suplicó Ryddle padre, echándole fugaces miradas al


cadáver de su padre—. No lo hagas...

¡No lo hagas! ¡Soy tu padre!

—No. Tú no eres nadie. Y para ti, yo soy Lord Voldemort. —Dirigió la


varita hacia su abuela, que sol ozaba, y repitió—: ¡Avada Kedavra!
También el a cayó. En su cara se dibujaba el espanto.

—No... no por favor... ten piedad, hijo...

—Yo no tengo piedad —fue la fría respuesta de Voldemort—. Pero


tranquilo, a ti no te mataré simplemente...

antes, quiero que conozcas algo que a mí me enseñaron bien en el


orfanato.

—¿El... el qué? —inquirió Ryddle, retrocediendo lentamente hacia la


pared. No parecía realmente deseoso de conocer la respuesta.

—El dolor —dijo Voldemort, mientras le apuntaba con la varita—.


¡Crucio!

El padre de Voldemort se retorció del dolor. Harry sintió el enorme placer


que la venganza despertaba en el mago... había esperado siete largos años
ese momento, y ahora, por fin, se hacía realidad.

Tras una tortura de un minuto, Voldemort levantó la varita, dejando a


Ryddle en el suelo, jadeante.

—¿Te ha gustado? —preguntó Voldemort—. ¿Te ha gustado, padre?

Ryddle siguió jadeando, sin decir nada.

—¡Contéstame! ¿Te ha gustado?

—N-No —respondió Ryddle.

—Pues yo lo sufrí año tras año, desde que tengo memoria... y todo te lo
debo a ti. Por eso he venido a darte la parte del dolor que te corresponde.

—No... por favor... más no...

— ¡Crucio!
De nuevo, Ryddle se retorció sobre sí mismo, chil ando todo cuanto podía,
incapaz de liberarse de la maldición. Ryddle mantuvo la tortura durante
más de un minuto y luego se detuvo.

—Acabemos de una vez —dijo Voldemort en un siseo—. Mírame, padre.

Ryddle levantó la mirada con lentitud, y, en el momento en que sus ojos se


encontraron, Voldemort lanzó su última maldición.

— Avada Kedavra.

El rayo verde salió de la varita y le dio a Ryddle en la cara. Éste cerró los
ojos con fuerza mientras chil aba, y acto seguido se desplomó en el suelo,
sin vida.

Voldemort contempló unos momentos su obra, satisfecho. Por fin se había


vengado. Por fin. Quitó el encantamiento insonorizador de la sala y
desapareció.

Harry se sintió arrastrado de nuevo hacia el futuro, a un momento unos dos


meses posterior a aquél. Estaba en su cueva, mirando una dirección. La
dirección donde vivía John Brandon, en un piso de Londres. Había tardado
en encontrarlo, pero lo había conseguido. Voldemort sonrió y desapareció.

Apareció en la cocina de una casa no muy grande, y miró a su alrededor.


Había una puerta que conducía a un pequeño salón comedor. Pasó por el a
y siguió buscando por la casa. No había nadie, pero daba igual.

Esperaría. Había esperado años y años, y podía esperar unos minutos, o


incluso unas horas. Sacó la varita e insonorizó toda la casa. Luego se sentó
en una butaca no muy cómoda y esperó.

Media hora más tarde, sintió la puerta abrirse y oyó que dos personas
entraban al pequeño recibidor contiguo al salón. Ambas hablaban
animadamente. Voldemort sonrió.

397
Unos instantes más tarde, las dos personas que habían hablado entraron en
el salón y se quedaron mudos e inmóviles al verle al í. Voldemort las
reconoció: uno era, obviamente, John Brandon; el otro era Robert Fils.

Habían cambiado bastante, pero eran el os.

—¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa? —preguntó John Brandon casi a
gritos—. ¿Cómo has entrado?

¡Habla!

Voldemort sonrió aún más. Fils le miró frunciendo el entrecejo y luego


puso una cara de incredulidad.

—No puede ser... —mascul ó.

—¿Qué? —preguntón John, mirándole de reojo, pero sin perder de vista a


Voldemort.

—Es... ¡es Ryddle! ¡Tom Ryddle!

Brandon también frunció el entrecejo.

—No es posible... o... sí —susurró, moviendo la cabeza con lentitud en


señal afirmativa—. Eres tú... ¿Qué diablos haces en mi casa? ¿Cómo has
entrado?

—Te echaba de menos —contestó Voldemort en tono de burla.

—¿Te burlas de mí, Ryddle? Tal vez tengamos que darte un recordatorio
de lo que pasa cuando alguien me...

—No necesitas recordarme nada —repuso Voldemort con un tono frío que
paralizó a Brandon—. Recuerdo perfectamente todo sobre ti... por eso
estoy aquí. Por eso... y por una promesa.

—¿Promesa? ¿Qué promesa? —bramó Brandon.


—La promesa de que algún día te haría pagar todo lo que me hiciste en el
orfanato. La promesa de devolverte con creces todo el daño que me
hicisteis... todo... y con intereses.

—Ya está bien —cortó Brandon. Salió al recibidor, cogió una especie de
palo que parecía un bate y volvió a entrar en el salón—. Verás ahora,
imbécil...

Brandon se abalanzó contra él, pero Voldemort agitó la mano y el otro


cayó hacia atrás, aunque sin hacerse mucho daño.

—¡¿Qué diablos ha pasado?! —bramó, furioso, pero también algo


asustado.

Voldemort sonrió más y sacó la varita.

—¿Recuerdas que me l amaban «el rarito»? —siseó Voldemort—. ¿Lo


recuerdas? ¿Recuerdas que hablaba con las serpientes? ¿Lo recuerdas,
John?

Brandon lo miró con furia mientras se levantaba, pero también con miedo.

—Pues sí... resulta que soy un chico raro... —prosiguió Voldemort— muy
raro... y ahora he venido a compartir con vosotros algo de lo que aprendí
en mi colegio especial...

—¿De qué hablas? —gritó Brandon, levantando el bate de nuevo.

—Tú eres el premio gordo, John... tú para el final. Empezaré por Fils...

—¿Qué? —preguntó el aludido, arrugando la frente—. ¿Qué quieres decir


con eso?

Pero Voldemort no contestó. Apuntó a Brandon con la varita y le hizo caer


en la butaca, sentado. Un segundo después, unas gruesas y fuertes cuerdas
lo ataron firmemente al mismo. Los ojos del chico estaban abiertos de par
en par, y Fils había empezado a retroceder, al tiempo que se ponía lívido.
—Soy un mago —dijo Voldemort con una sonrisa cruel—. Un mago
tenebroso, para ser exactos.

Apuntó a Fils con la varita, lo levantó en el aire y lo dejó caer entre él y


Brandon.

—¿CÓMO HACES ESO? —chil ó Brandon con pánico.

—Ya te lo dije: soy un mago... Y ahora veréis lo bueno, lo verdaderamente


bueno... —apuntó a Fils y exclamó—: ¡Crucio!

Fils empezó a chil ar y a aul ar como un loco, retorciéndose. Voldemort


proyectaba en él todo su odio y su rabia, todos sus recuerdos del orfanato.
Si Fils gritaba así, Harry no podía ni imaginarse cómo lo haría Brandon...

Éste tenía la cara desencajada y empezó a gritar pidiendo auxilio.

—Puedes gritar lo que quieras —dijo Voldemort, sin dejar de mirar ni de


torturar a Fils—. Nadie va a oírte.

Voldemort mantuvo su tortura durante unos tres o cuatro minutos. Fils ya


comenzaba a desvariar y a murmurar incoherencias. Lo miró con asco y
desprecio y luego susurró:

— Avada Kedavra.

El asesino rayo verde salió de la varita y Fils murió de forma instantánea.


Brandon soltó un gemido débil.

Estaba totalmente aterrorizado.

—Tu turno —dijo Voldemort, mirándole.

—¡No, por favor! —suplicó—. ¡Éramos jóvenes, no sabíamos!

—Es una lástima —declaró Voldemort. Luego endureció su tono—. Y no


me l ames así. Mi nombre es Lord Voldemort.

—¡Por favor, te lo suplico!


— ¡Crucio! —gritó Voldemort, sin desatarle siquiera.

Brandon se retorció todo lo que podía, intentando escapar, gritando, pero


sin conseguir nada. Voldemort siguió y siguió, permitiendo que todo su
odio se dirigiese a su más antiguo enemigo. No se detuvo cuando 398

Brandon empezó a echar espuma por la boca, ni cuando los ojos


empezaron a girarle sin control. Tampoco cuando empezó a temblar sin
ton ni son... Llevaba casi diez minutos seguidos de tortura, de una tortura
inimaginable... y siguió, continuó, disfrutando, hasta que Brandon perdió
todo sentido de la cordura y se limitó a retorcerse y a agitarse, babeándose
y poniendo los ojos en blanco.

Levantó la varita y lo miró. Le daba asco. Había perdido la cordura, e


incluso su cuerpo estaba deshecho por la tortura. Sonrió, viendo el patético
fin de su antiguo compañero del orfanato y miró a su alrededor, pensando
qué hacer.

Finalmente, hizo que las cuerdas desaparecieran y Brandon cayó al suelo,


aún agitándose y murmurando incoherencias mientras se babeaba sin
control. Luego Voldemort apuntó a un extremo de la sala y giró sobre sí
mismo al tiempo que gritaba « ¡Incendio! ». La casa comenzó a arder por
cada sitio al que la varita apuntaba. Cuando el incendio se hubo
propagado, quitó el hechizo de insonorización y desapareció.

Apareció al instante en el exterior del orfanato. Era casi de noche. Se


acercó a la verja y miró el patio que tantas veces había recorrido. Con su
varita, hizo un agujero en la tela y pasó al interior. ¡Cómo detestaba aquel
lugar! Todo el mundo debía de estar ya dentro. Se acercó lentamente al
columpio donde tanto le gustaba sentarse, y se meció en él un rato. Luego
se levantó y caminó hacia el lugar donde había hablado pársel por primera
vez. Se quedó al í unos segundos y luego se dirigió hacia el lúgubre
edificio.

Mientras caminaba, un hombre se acercó a él y le ordenó que se detuviera.


Voldemort ni le miró.
Simplemente levantó la varita y antes de que el otro tuviese tiempo de
decir nada, estaba muerto. Miró al edificio. Por la hora, debían de estar
acabando de cenar. Desapareció y apareció junto a su antigua cama.

Para su sorpresa, había un niño de unos trece años en la habitación que


dejó escapar un chil ido ahogado cuando vio a Voldemort aparecer.

Voldemort le miró y le lanzó la maldición asesina. Se acercó al cuerpo


caído y murmuró:

—Créeme. Es mejor así.

Luego se volvió hacia su cama y le prendió fuego, al igual que a las demás
camas y a la habitación entera.

Desapareció y apareció en cada habitación del orfanato, incendiándolas


todas. Posteriormente, apareció junto a la entrada y tras matar al celador,
que se había quedado mudo al verle aparecer, le prendió fuego a todo el
vestíbulo.

Cuando terminó, apareció de nuevo en el exterior de la verja, y observó


durante unos minutos cómo el incendio se extendía e iluminaba la noche.
Sintió los chil idos y los gritos de los niños y no tan niños que vivían al í y
escupió con asco.

—muggles... —dijo, con un tono de profundo desprecio.

Observó cómo el edificio empezaba a consumirse. Oyó los gritos. Vio


cómo del edificio salían personas ardiendo, que se retorcían al tiempo que
se quemaban vivas, hasta caer, muertas, en el patio, y sonrió ampliamente,
disfrutando la escena.

Contempló lo que sucedía un minuto más y luego desapareció hacia su


cueva.

La imagen se desvaneció y Harry pudo horrorizarse ante lo que acababa de


ver. Podía entender lo de Brandon, y también lo de su padre, pero el
orfanato... ¿cuántos niños habrían muerto al í? Y los que habían
sobrevivido, ¿qué habría sido de el os?

Dejó de pensar, porque una rápida sucesión de imágenes pasaban por su


mente, mientras los años transcurrían veloces. Observó los viajes de
Voldemort, sus encuentros con magos tenebrosos de todo el mundo; lo vio
leyendo libros de Artes Oscuras, practicando hechizos prohibidos,
aprendiendo y haciéndose cada vez más y más poderoso, preparándose
para su momento, para su hora. Descubriendo lo necesario para dar el
siguiente paso, el paso que lo haría más poderoso que ningún otro mago
vivo...

Finalmente, el viaje se detuvo en un momento muy alejado de la


adolescencia de Voldemort. Tenía cuarenta y un años, pero se conservaba
bien... Tomaba pociones para detener el envejecimiento; pociones que él
mismo había mejorado y preparado. Aparentaba no más de treinta años,
quizá incluso menos. Se encontraba en una habitación débilmente
iluminada, con otro mago. La única luz provenía de un par de velas
suspendidas en el aire y del fuego que ardía bajo un inmenso caldero
donde se preparaba una poción maloliente. El caldero era casi tan alto
como el propio Voldemort, y la poción que contenía era de un color verde
ponzoñoso.

—¿De verdad quieres hacerlo, Voldemort? —preguntaba el otro mago—.


Por lo que has dicho, esta poción tiene efectos... horribles.

—¿Horribles? —musitó Voldemort con un deje de burla—. He estado años


viajando y estudiando para poder inventar y fabricar esta poción. Ahora
nada me impedirá culminar el proceso, y empezar la búsqueda de la vida
inmortal.

—Pero, las consecuencias...

—¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? ¿Deshacerme definitivamente de


unos sentimientos que nunca he tenido?

—Te maldecirás —insistió el otro, señalando una vasija con un líquido


plateado, que Harry reconoció como sangre de unicornio—. Si la bebes, si
la usas...

399

—No me importa, idiota. Ya te he dicho que estoy dispuesto. A cambio de


mi humanidad, me protegeré de la muerte, me transformaré, me haré aún
más poderoso de lo que soy...

—Ya eres más poderoso que ningún otro mago...

—No —replicó Voldemort, furioso—. Hay uno que rivaliza conmigo... hay
uno, pero después de esto, yo seré más poderoso que él. Lo seré.

—Venderás tu alma...

—Sí... lo haré. Y mi magia será aún más grande, y mi vida será larga, y
podré poseer a la gente mucho mejor que ahora... Y cál ate ya.

El otro mago obedeció y se cal ó, y Voldemort siguió preparando la


poción. Harry vio cómo añadía polvo de hueso de cordero, y luego sacaba
una gran serpiente de una caja.

—Lo siento, pequeña —murmuró—. Pero te necesito para mí... eres mi


ingrediente especial. Lo que necesita el heredero de Slytherin...

Cogió una daga y degol ó a la serpiente. Luego, echó cabeza y cuerpo en el


caldero, que empezó a echar un humo negro y aún más apestoso.
Posteriormente cogió otra vasija que estaba junto a la de sangre de
unicornio, vacía, y la puso cerca de él.

—Falta un ingrediente esencial —dijo, cortándose en la muñeca y dejando


que la sangre manase, l enando la pequeña vasija. Luego se dio un toque
con la varita y la herida se cerró—. Perfecto.

—Ya está todo, ¿no? —preguntó el otro mago, mirando con asco la poción.

—No —dijo Voldemort acercándose a él.

—¿No?
—No; falta el ingrediente más importante.

El mago frunció el entrecejo, extrañado.

—¿Cuál es?

Voldemort le miró fijamente.

—Un sacrificio humano —dijo, mientras con un rápido movimiento se


ponía detrás de él y le clavaba la daga en el cuel o, al tiempo que con su
otro brazo lo sujetaba por la barbil a.

El mago abrió los ojos de la sorpresa, y comenzó a agitarse furiosamente,


pero no consiguió liberarse.

Perdía fuerzas, y Voldemort era más alto y fuerte. La única vasija que
quedaba vacía se levantó en el aire y se colocó bajo el cuel o del mago que
moría, l enándose de su sangre.

—Un sacrifico de un mago —comentó Voldemort—. No es nada personal,


de verdad... agradezco toda tu ayuda hasta el momento, en especial ésta.

El joven murió y Voldemort dejó caer su cuerpo al suelo.

—No podría hacerlo sin ti —murmuró, satisfecho, y puso la vasija de


sangre junto a la de sangre de unicornio y la suya propia.

Observó el caldero. Ya estaba casi a punto. Esperó unos minutos, y, en


cuanto la poción cambió a un color blanquecino, apagó el fuego.

Lentamente, cogió la vasija con la sangre del mago y la alzó en una mano,
al tiempo que en la otra alzaba la varita. Mientras vertía la sangre en la
poción comenzó a recitar el conjuro:

—¡Sangre del sacrificio, renueva mi poder, eleva mi fuerza y entrégame tu


magia!

Vertió la sangre y la poción chispeó, volviéndose de un color rojizo. Acto


seguido, cogió la sangre de unicornio y exclamó:
—¡Sangre de la pureza, átame a la vida y detén a la muerte, encadena mi
alma y fortalece mi espíritu!

Vertió la plateada sangre de unicornio y la poción se volvió de un rojo más


oscuro, al tiempo que burbujeaba, soltando un olor repugnante.

Cogió la vasija con su propia sangre y pronunció el final del hechizo:

—¡Sangre del heredero, sangre del elegido, renueva mi cuerpo y otórgame


el poder, destruye el calor de la humanidad y entrégame el frío de la
serpiente!

Vertió su sangre y la poción adquirió un tono rojo muy oscuro, casi negro.
Estaba lista.

Lentamente, se desvistió, dejó la varita a un lado y se metió en la ardiente


poción, que al instante burbujeó y chispeó como nunca. Sentía el calor en
su cuerpo, l enándolo, pero no lo quemaba. Se sumergió completamente y
se dejó l evar...

Sintió que la poción lo l enaba, consumiendo su viejo cuerpo, su vieja


vida; sintió cómo su mente se l enaba de torbel inos, y como oleadas de
dolor le recorrían, mientras lentamente se sumergía en un sueño
profundo...

Cuando despertó, el caldero estaba casi vacío. Se irguió lentamente. Era


más alto que antes. Lo notó.

También era más delgado. Miró sus dedos, que se había vuelto más largos.
Toda su piel era pálida. Salió lentamente del caldero. Se notaba... más
mágico. Y en su interior había desaparecido todo sentimiento humano que
hubiera podido albergar. Ahora era casi un dios... no lo era todavía, pero
había dado el primer paso. El paso más importante.

400

Notó que veía... distinto, como percibiendo más detal es. Ahora no le
parecía que la habitación fuese oscura, aunque lo estaba. Cogió su varita,
acariciándola con sus nuevas manos e hizo aparecer un gran espejo. Se
miró en él. Miró su cabeza, sin pelo, su rostro de serpiente, sus ojos
felinos con bril os rojizos inhumanos, y sonrió. Tom Ryddle había
muerto... y Lord Voldemort había renacido en toda su plenitud.

La imagen se nubló, y se aclaró de nuevo. Se encontraba en una sala,


rodeado de otros magos y brujas.

Sus servidores. Se disponía a señalarlos con la Marca Tenebrosa, una


marca que significaría una atadura y un vínculo de por vida entre él y sus
siervos.

Hizo una seña y el primero de el os se acercó. Era Bel atrix Lestrange.


Extendió su brazo izquierdo y Voldemort cogió un pequeño trozo de hierro
que tenía al final la forma de la Marca. Lo metió en fuego y luego en una
extraña poción. Un momento después, lo aplicó sobre el brazo de la
mortífaga, que intentó ahogar el chil ido de dolor. Voldemort sonrió.
Apuntó a la Marca, que bril aba, con la varita, y susurró:

—¡Morsmordre!

La Marca bril ó más y se volvió de un color rojizo, que se apagó


lentamente.

—El siguiente —siseó, con voz fría y autoritaria.

Rodolphus Lestrange se adelantó, al tiempo que su esposa se retiraba.


Voldemort repitió el ritual. Luego fue el turno de Travers, después vino
Lucius Malfoy, seguido por Crabbe, Nott...

La imagen se fue y Harry se encontró en otro momento distinto. Estaba en


otro lugar, sentado en un sil ón.

Leía El Profeta, comprobando con regocijo cómo su poder se extendía por


todo el mundo mágico... si no fuera por Dumbledore, todo sería suyo ya...
todo. No quería admitirlo, pero a pesar de su transformación y de todo su
poder, aún le temía. Sabía que seguramente él era más poderoso que el
director de Hogwarts, pero, aún así... y lo peor era que todos pensaban que
Dumbledore era el más grande de los magos vivos, aún incluso por encima
de él. Eso era lo que más odiaba. Años profundizando en las Artes Oscuras
para que todo el mundo pensara que no era aún el más poderoso... claro
que él no había mostrado aún todo su poder, claro que no... algún día,
pronto, Dumbledore probaría en sus carnes la maldición asesina... Quizás
Dumbledore fuese muy poderoso, pero él, Lord Voldemort, era casi
inmortal. Dumbledore no podría matarlo, desde luego que no. Nadia
podría. Nadie.

En medio de sus pensamientos, un mortífago solicitó audiencia. Él lo


permitió. El mortífago estaba agitado y algo perturbaba su mente, podía
verlo con total claridad.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó, mientras su siervo se arrodil aba.

—Mi señor... he oído una profecía... —dijo el mortífago, sin rodeos.

—¿Una profecía? —inquirió, sorprendido—. ¿Una auténtica profecía?

El mortífago asintió.

—No la oí toda, porque me echaron del local, amo, pero oí parte...

—¿Qué decía?

—Decía que... que el único con poder para derrotarle nacería a finales del
séptimo mes, amo, y que nacería de aquel os que le habían desafiado tres
veces...

Voldemort abrió los ojos y horadó con la mirada al mortífago.

—¿El único con poder para derrotarme a mí?

—Sí, señor... eso decía.

Voldemort se levantó y comenzó a pasear por la estancia. El mortífago


permaneció inmóvil.

—¿No oíste más?


—No, señor... —musitó el otro, estremeciéndose, temiendo ser castigado
—. Me... me echaron de al í, amo, no pude oír más...

Pero Voldemort ya no le prestaba atención.

—Alguien con poder para derrotarme... el único. Tiene que morir —se dijo
—. Tiene que morir. —Miró de nuevo a su sirviente—. Rabastan, ¿quién la
oyó?

—¿Señor?

—Digo que quién oyó la profecía, idiota.

—A-Albus Dumbledore, amo...

Voldemort chil ó de la rabia. ¡Precisamente Dumbledore! De todos los


magos del mundo, tenía que ser él...

pero daba igual. Ese crío no viviría para aprender a hablar. Eso estaba
decidido.

Pensó en las posibilidades... ¿Quién había escapado tres veces de él? No


había muchos que hubiesen huido ni siquiera una vez... y tres veces, sólo
lo habían hecho dos matrimonios, ambos miembros de la maldita Orden
del Fénix: los Longbottom y los Potter. No sabía si alguna de esas dos
parejas esperaba un hijo... pero se enteraría, luego esperaría al nacimiento
del niño y lo mataría.

Harry se estremeció al tiempo que sentía que la visión se desvanecía de


nuevo, para dar paso a otro recuerdo.

Estaban en la misma sala que antes. Voldemort hablaba con un mortífago


bajo que se arrodil aba ante él.

Harry sintió asco y odio: era Colagusano.

401
—Y bien, Colagusano... ¿Qué tienes que decirme hoy? Espero que sea algo
útil, estoy cansado de esperar... ese niño tiene ya más de un año... y tras él,
hay otro que también debe morir.

—Señor... p-puedo decirle dónde están. Los Potter me han hecho... me han
hecho su g-guardián s-secreto, señor... —farful ó Colagusano, muerto de
miedo.

Voldemort sonrió ampliamente. Por fin los tenía. Por fin...

—Dime dónde están.

—En la residencia de los Potter en el Val e de Godric, señor...

—Bien, muy bien Colagusano. Estupendo. Has sido útil. Serás


recompensado.

—G-gracias, señor... gracias...

Colagusano se retiró y Voldemort se quedó solo. Había l egado la hora de


Harry Potter.

Desapareció y apareció en el Val e de Godric. Avanzó lentamente por una


carretera repitiendo mentalmente la dirección que Colagusano le había
dado, y, de pronto, una casa de campo surgió ante él de la nada. Se rió.
Eran suyos.

Se acercó a la casa silenciosamente y antes de nada, le lanzó un hechizo


antidesaparición. Nadie se marcharía de al í con ese niño. Nadie.

Abrió la puerta con su varita y entró en la casa. Vio frente a él a un hombre


que se había levantado de un sil ón rápidamente y que miraba a la puerta
aterrorizado. Era James Potter.

—Sorpresa, Potter...

—¡Es él Lily, es él! ¡Coge a Harry y vete! —gritó James Potter, sacando su
varita al tiempo que sentía cómo su esposa profería un chil ido y subía por
la escalera.
James se irguió y decidido a presentar batal a lanzó un maleficio contra
Voldemort, pero éste lo repelió con un escudo que sacó de la nada. Un
instante después apuntó con su varita y murmuró:

— ¡Avada Kedavra!

James saltó a un lado, mientras el maleficio golpeaba un mueble,


haciéndolo arder y provocando un incendio.

—¿Te gusta jugar? —preguntó Voldemort con sorna... pero furioso. Había
escapado tres veces, pero esta vez no. Esta vez James Potter moriría.

— ¡Petrificus Totalus! —exclamó, lanzando el maleficio contra


Voldemort Pero de nuevo, el mago fue más rápido y se defendió con un
encantamiento escudo. Acto seguido, lanzó tres maldiciones asesinas que
James logró esquivar a duras penas, destrozando la casa al í donde
golpeaban. Voldemort ya estaba furioso. Agitó su varita y James fue
lanzado hacia atrás, golpeándose la cabeza. Trató de incorporarse, pero,
cuando lo hizo, Voldemort estaba delante de él, con la varita apuntándole
al pecho.

—Te has escapado tres veces... y aún no sé cómo lo lograsteis la última


vez... no sé cómo lo supisteis, Potter, pero ahora ha l egado tu hora.

Aún metido en la cabeza y la mente de Voldemort, Harry intentó chil ar,


gritar, al ver a su padre, derrotado...

Iba a morir y él lo sabía. Iba a morir para darle una oportunidad a su


madre y a él... una oportunidad que Harry sabía que el a no tendría.

— Avada Kedavra.

James gritó y cayó al suelo, sin vida.

—No podías escapar siempre, Potter —dijo Voldemort, pasando por


encima de su cadáver. Sonrió para sí.

Por fin estaba muerto... le había dado muchos problemas, pero al fin había
tenido el final que esperaba a todos los que combatían a Lord Voldemort.
Subió por las escaleras y se acercó a una habitación, mientras en la planta
de abajo, el incendio crecía. Lily Potter estaba delante de la cuna de Harry,
que miraba la escena sin comprender.

—Por fin ese niño es mío —dijo Voldemort, mirando hacia el bebé de la
cuna.

—A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor... —suplicó Lily

—Apártate, estúpida... apártate...

—A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí, mátame a mí en su lugar...

—¡He dicho que te apartes!

Lily sol ozó, pero no se apartó de delante de Harry.

—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad...

Voldemort la habría matado, pero no podía... porque el a estaba l ena de


aquel o que tanto detestaba. Debía ser la persona más l ena de él de
cuántas había conocido... aquel horrible sentimiento, causa principal de la
debilidad de sus enemigos, pero que a veces era demasiado poderoso,
impulsándolos a hacer lo que él consideraba auténticas estupideces. Estaba
protegiendo al chico, y eso podía ser malo, muy malo... Le apuntó con la
varita y la apartó a un lado.

—Bien, te toca, mocoso... —siseó Voldemort, dirigiendo su varita hacia


Harry, que lo miraba con la boca abierta, sin comprender lo que estaba a
punto de pasarle.

— ¡Avada Kedavra! —exclamó Voldemort.

402

—¡No! —gritó Lily al mismo tiempo, saltando hacia Harry e


interponiéndose entre él y la maldición, que la golpeó en la espalda,
provocándole la muerte instantánea.
—Estúpida... —murmuró Voldemort, aún sorprendido, mirando el cadáver
de Lily—. Igualmente morirá ahora...

Volvió a apuntar a Harry.

—Adiós, Harry Potter... Avada Kedavra.

El rayo salió de la varita y golpeó a Harry en la frente, haciéndole caer


hacia atrás... pero algo más sucedió: en lugar del chasquido habitual que la
maldición producía, se oyó como una explosión, y el rayo rebotó hacia
Voldemort, que no tuvo tiempo de hacer nada, de lo sorprendido que
estaba... había cometido un error: había olvidado el motivo por el que no
había matado a Lily Potter al principio.

Acto seguido, la maldición le dio de l eno, y el dolor fue atroz,


insoportable, terrible... se vio expulsado del cuerpo, que quedó destruido,
al igual que la habitación entera. Sólo el chico estaba intacto... la
maldición no lo tocaba. El dolor era horrible, inhumano...

Harry lo percibió como si él mismo fuese Voldemort, y la conexión se


rompió. La escena perdió coherencia y se difuminó... y sintió que, en
medio del dolor, que ahora se había trasladado del todo a su cicatriz,
volvía a la realidad.

403

39

Frente a Frente

El dolor de la cicatriz era horrible, espantoso como nunca... pero estaba de


nuevo en la realidad, y sintió la Antorcha en su mano y el fuego que lo
envolvía... y algo más: cuatro manos aparte de la suya agarraban la
Antorcha. En medio de su agonía, percibió los pensamientos y los gritos
de Ron y Hermione, que se habían lanzado para quitársela de las manos.
Al fin lo lograron, y la Antorcha se apagó con un terrible fogonazo verde
que los lanzó a todos al suelo.
El dolor de la cicatriz cesó, y vio a Voldemort, ya fuera de su cuerpo,
incorporándose con dificultad. Se miró a sí mismo: un fuego verde que se
apagaba sin dejar daños lo cubría, y lo mismo ocurría con sus dos amigos,
que también empezaban a incorporarse. La Antorcha estaba en medio de
los cuatro.

Harry vio a los mortífagos: estaban inmóviles, aterrorizados por lo que


habían visto. Ninguno se movió ni un milímetro. Luna y Nevil e también
parecían paralizados.

Se levantó y miró a Voldemort con furia, repugnancia y odio intenso... las


imágenes de lo que había visto pasaban ante su mente, horrorizándole.

—Eres más monstruo aún de lo que había pensado —dijo—. Eres... eres
realmente detestable... —hizo una breve pausa mientras levantaba su
varita—. Los niños del orfanato... ¿CÓMO PUDISTE HACER AQUELLO?

—¿Te gustaron mis memorias, Potter? ¿Te agradaron? No esperaba este


efecto... fuiste muy fuerte, no logré dominarte... pero yo también vi tus
recuerdos, tu vida... muy parecida a la mía, ¿no crees?

—No —respondió Harry con decisión. Todos los demás los miraban sin
entender de qué hablaban—. Yo jamás fui como tú. Jamás.

—¿No? Tu primo Dudley me recordó muchísimo a John Brandon...


Conociste a Brandon, ¿verdad?

—Sí... y él tampoco se merecía lo que le hiciste... aunque eso, de alguna


forma, puedo entenderlo. Pero el incendio del orfanato...

Voldemort sonrió con crueldad, sin responder.

—¿Estás bien, Harry? —intervino Hermione, que se había ido alejando de


Voldemort y acercándose a su amigo, al igual que Ron.

—Sí —contestó—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Casi dos horas —respondió Ron—. Pensamos que no volverías, estabas


en trance... temimos lo peor, y luego el fuego se hizo aún más intenso, y
empezaste a gritar, y Hermione y yo...

—¿Dos horas? —se sorprendió Harry. Para él habían sido casi como días...

—Ya basta de charla —cortó Voldemort con tono gélido—. No estamos


aquí para esto.

—No pudiste poseerme —dijo Harry—. Tu plan ha fal ado. Todo lo que
has planeado no sirve para nada.

—Sí, es cierto... que mi plan principal ha fal ado —siseó Voldemort. Harry
frunció el entrecejo al oír lo de

«plan principal»—. Por eso tenía planes alternativos... planes que van muy
bien... por otro lado, matarte también es un excelente plan, ya te dije que si
te mato, seré aún más poderoso que ahora. No es lo mismo, pero bueno...
Mirándolo desde otro punto de vista, matarte es, en algunos aspectos,
mucho mejor plan... te ofrecería una última oportunidad de unirte a mí por
propia voluntad, pero... lo que he visto me dice que no aceptarás... lástima.
Pero claro, conozco tus debilidades, Potter. Ahora mejor que nunca.

—¿Qué planes son esos? —quiso saber Harry.

—Me temo que no te lo diré, Potter... —dijo Voldemort—. Y tú no


deberías preocuparte por el os. Ahora mismo, si fuera tú, me preocuparía
principalmente por mí... porque voy a matarte, Potter. Tenlo por seguro.

—Luchemos tú y yo solos, ¿de acuerdo? La batal a final. Solos tú y yo —


le desafió Harry.

—Sí —convino Voldemort—. Solos tú y yo... —sonrió con maldad y se


volvió a los mortífagos—. Matad a los demás —les ordenó.

Los mortífagos empuñaron las varitas y se dispusieron a obedecer las


órdenes de su amo. Por su parte, Ron, Hermione, Luna y Nevil e se
prepararon para el combate.

—Podéis con el os —los animó Harry—. Lo sé. Podéis con el os.


—Harry, ¿y tú? —inquirió Hermione, muy asustada, mientras retrocedían
lentamente, situándose para luchar mejor.

—Yo intentaré alejar a Voldemort de vosotros —les susurró—. Rescatad a


Ginny si podéis y marchaos sin esperarme.

—Harry, ¿qué...? —preguntó Ron, pero no tuvo tiempo de acabar, porque


los mortífagos empezaron a atacar.

Ron fue atacado por Flint, Nevil e por el mortífago que se l amaba Rudolf,
Luna por el otro y Hermione por Henry.

404

—¡Te dije que te mataría, sangre sucia! —gritó el chico con voz cruel,
lanzándole a Hermione una maldición cruciatus que no dio en el blanco.

—¡Hazlo! —lo desafió Hermione, atacando a su vez con un hechizo


aturdidor que el otro esquivó.

Harry y Voldemort permanecían quietos, mirándose frente a frente.

—¿Estás listo para morir, Potter?

—Sí —contestó Harry. Se distrajo viendo cómo Dul ymer padre le lanzaba
una maldición asesina a Ron, que éste esquivó. Él le había lanzado un
maleficio de ceguera a Flint. Una vez esquivado el ataque de Dul ymer,
dio un latigazo con la varita y el antiguo capitán de quidditch comenzó a
sangrar por el cuel o, desplomándose.

«¡Bien, Ron!», pensó Harry para sí.

Sólo se había distraído un segundo, pero fue suficiente. Por el rabil o del
ojo vio cómo Voldemort le lanzaba una maldición asesina que logró
esquivar con un gran salto impulsado con magia.

—¡Bravo, Potter! —gritó Voldemort, lanzándole más hechizos y


maldiciones que Harry desviaba con dificultad.
Al fin tuvo un momento de respiro y atacó con el maleficio de la
Inmovilidad Total, pero el mago la desvió.

—¿No sabes hacer algo mejor? —se burló Voldemort—. No quieres usar
las Artes Oscuras, ¿eh, Potter?

¿Esto es todo lo que Dumbledore te ha enseñado?

Harry retrocedía, acosado. Se defendía bien, pero no lo suficiente. Sin la


Antorcha, no tenía posibilidades de vencer, y la Antorcha estaba lejos de
él, cerca de Voldemort. Sólo podía hacer una cosa... dejar que de nuevo la
rabia y el odio por todo lo que había visto lo invadieran, mientras
empezaba a atacar con más furia, sin importarle ya los otros combates que
se producían a su alrededor... ahora se sentía l eno del poder... y había visto
cómo Voldemort hacía aquel o en su mente... podía hacerlo. Lanzó un
hechizo aturdidor con tanta potencia que Voldemort tuvo que crear un
escudo para defenderse, y acto seguido estiró la mano y la Antorcha voló
hacia él.

—¡No! —gritó Voldemort.

—¡Sí! —exclamó Harry. Cogió la Antorcha y recordó a su madre. La l ama


verde bril ó y Harry se sintió más poderoso aún.

—¡Lucha ahora! —le gritó a su enemigo.

—¡Morirás igualmente! —le aseguró Voldemort, lanzando maldiciones


con más furia que antes.

Harry las desviaba y contraatacaba, y en uno de sus ataques, una fuerte


maldición de jaqueca golpeó al mortífago alemán, que atacaba a Nevil e.
El mortífago cayó de rodil as, y Nevil e pasó a ayudar a Luna, que tenía
problemas; Ron peleaba a la izquierda de Harry, pero un poco alejado, y
parecía defenderse bastante bien de Richard Dul ymer. Hermione, por su
parte, estaba a la derecha de Harry, y tenía a Henry casi dominado.

Entonces, Voldemort le lanzó a Harry una flecha plateada que el chico


esquivó, y ésta golpeó a Hermione en un brazo, haciéndole sangrar y
proferir un grito de dolor. Un instante después cayó al suelo. Henry sonrió
y le apuntó con su varita.

—¡HERMIONE! —gritó Harry.

—¡Error, Potter! —exclamó Voldemort, lanzándole una fuerte maldición


que le hizo caer al suelo con un terrible dolor en el estómago y las costil
as. Apenas podía respirar. La Antorcha había caído de sus manos y se
había apagado. Estaba indefenso y Voldemort le apuntaba.

—Te dije que el os eran tu debilidad, Potter —siseó Voldemort


apuntándole con la varita—. Te lo advertí...

Adiós.

Vagamente, Harry vio a Ron esquivar los hechizos de Dul ymer mientras
los veía horrorizado a él y a Hermione. Luna y Nevil e, por su parte,
acababan de vencer al mortífago de Luna. Hermione miraba con rabia a
Henry, que se preparaba para atacar.

Harry volvió a mirar a Voldemort, mientras pedía perdón mentalmente por


su debilidad, al tiempo que el mago pronunciaba su « ¡Avada Kedavra! ».

Al mismo tiempo que eso sucedía, Henry también hablaba:

—Adiós, sangre sucia... —dijo, con la voz cargada de desprecio.

Hermione vio el rayo salir de la varita de Voldemort y, en un impulso,


agitó la suya hacia Henry. La varita soltó un destel o al tiempo que el a
gritaba:

—¡Adiós, Henry!

Henry fue lanzado hacia atrás, sorprendido, y, en su caída, se interpuso en


el camino del asesino rayo verde, que lo golpeó en el lado izquierdo de su
espalda. Harry vio cómo sus ojos se abrían desmesuradamente, al tiempo
que la vida se escapaba de su cuerpo. Profirió un simple «¡Oh!» y se
desplomó, muerto. Hermione había cerrado los ojos. Harry observó un
instante, aún atontado, el cuerpo sin vida del que habían creído su amigo.
Voldemort estaba petrificado.

—¡No! —gritó, furioso.

Entonces, Dul ymer padre vio lo que había sucedido y comenzó a gritar.

405

—¡¡HENRY!! ¡¡HENRY!! ¡MALDITA SANGRE SUCIA, HAS MATADO


A MI HIJO!

Ante la atónita mirada de todos, incluso del mismo Voldemort, se lanzó a


por Hermione. Pero Harry aprovechó el momento de distracción y cogió la
Antorcha. Quizás él no sobreviviese, pero ahora sus amigos tenían una
oportunidad.

Se irguió y apuntó con su varita a Dul ymer.

— ¡Desmaius!

El hechizo golpeó al mortífago y cayó al suelo, inconsciente. Un instante


después, Harry se lanzó al suelo para esquivar una nueva maldición
asesina de parte de Voldemort.

—¡Yo mismo os mataré a todos! —gritó el mago con furia. Sus ojos
despedían l amas. Agitó la varita y tanto Ron como Nevil e y Luna fueron
lanzados al suelo con fuerza. Hermione no cayó, porque no se había
levantado, y Harry resistió usando todo su poder para el o. Un momento
después, lanzó un potente ataque contra Voldemort y éste fue lanzado
hacia atrás, atravesando la puerta por la que había entrado y cayendo en la
sala contigua.

—¡Buscad a Ginny y salid de aquí rápido! —les ordenó Harry a sus


amigos mientras corría hacia la puerta por la que Voldemort había caído.

—¡No! —chil ó Hermione—. ¡No te dejaremos solo!


—¡HACED LO QUE OS DIGO! —gritó Harry, al tiempo que, deseándoles
suerte mentalmente y rezando porque Ginny estuviera viva, cruzaba la
puerta.

La sala en la que estaba ahora tenía sólo otra puerta aparte de aquel a por
la que Harry había entrado; quedaba en la pared de la derecha. Tampoco
tenía ventanas, pero había un sil ón en el a, algunas estanterías vacías de
madera y una chimenea apagada. En las paredes había antorchas que
iluminaban el lugar.

Harry vio a Voldemort, que intentaba levantarse, y le lanzó un hechizo


aturdidor que le golpeó en el pecho, tumbándolo de nuevo.

Aprovechando el tiempo, se volvió hacia la puerta.

— ¡Reparo! —exclamó, apuntándole con su varita. La puerta se arregló, y,


un segundo después, encendió la Antorcha y la cerró con el mejor conjuro
que sabía y con toda su magia. Hermione no podría abrirla ahora.

Quizás sólo Voldemort podría. Y él, por supuesto. Así se aseguraba de que
sus amigos no podrían seguirle.

Una vez hecho todo, se volvió hacia Voldemort, que se incorporaba de


nuevo.

—¿No creerías que un simple hechizo aturdidor iba a retenerme mucho


tiempo, verdad? —preguntó.

—No —respondió Harry.

—Muy valiente por tu parte arrojarme aquí y cerrar la puerta, para


permitir huir a tus amigos —se burló—.

Pero no servirá de nada.

—El os huirán —aseguró Harry.

—¿Eso crees? —preguntó Voldemort.


—Sí.

Voldemort levantó la manga izquierda de su túnica y dejó al descubierto la


Marca Tenebrosa que tenía al í y mostrándosela a Harry, que ignoraba que
Voldemort tuviera una. Tal vez se la había hecho hacía poco.

Harry vio que la Marca se había vuelto de un color negro azabache.

—No puedes oír nada, porque estas habitaciones están siempre


insonorizadas, pero mis mortífagos ya han empezado a regresar del
Ministerio de Magia... y apresarán a tus amigos. No huirán... no tendrán
tiempo, porque intentarán entrar aquí para ayudarte. Cuando quieran huir,
será tarde.

—¡Eso no es cierto! —replicó Harry con furia.

—Sabes que sí lo es, Potter... sabes que digo la verdad. Puedes sentirlo. El
os no se marcharán sin ti... ¿No te parece fantástico tener tan buenos
amigos? Lástima que vayas a perderlos, ¿verdad? Pero tranquilo —

añadió, riéndose—, me encargaré de que puedas verlos pronto...

Harry tembló de la ira y apretó los puños. Sabía que aquel o era cierto. No
podía negarlo. Sabía que sus amigos no le dejarían, buscarían la forma de
entrar... y mientras, los mortífagos regresarían para para matarlos...

—Sabrán defenderse —aseguró.

—Los has entrenado bien, tengo que reconocerlo —dijo Voldemort con un
deje de admiración en su voz—.

Pero a los demás no los engañarán. Ya saben de lo que sois capaces. Sin
embargo, no sufras. Como te he dicho, pronto estarás con el os...

—No moriré sin luchar —replicó Harry, apretando más su varita.

—Lo sé... conozco a los Potter —dijo Voldemort, al tiempo que la


crueldad de su sonrisa se acentuaba—.
¿Lo viste, Harry? ¿Viste mi encuentro con tu valiente padre? ¿Lo viste
morir para salvaros a ti y a tu madre?

—Sí —escupió Harry—. Lo vi todo... incluso tu final.

—Lo sé, lo sentí... ahí comenzó el dolor... ¿Sabes qué veía yo, Potter?

Harry no respondió, sino que mantuvo la mirada.

406

—Veía tu ridículo baile de Navidad, con esa chica estúpida. —soltó una
risotada gélida que habría hecho que a Harry se le erizase la piel si no
hubiese estado tan enfadado—. ¿Sabes? No soy muy bueno para esto,
Harry, porque nunca he amado a ninguna chica, pero debiste decirle que la
querías... ahora no tendrás oportunidad. Es una pena. Me imagino cómo
sufrirá el a cuando sepa que todos estáis muertos...

—Eres un monstruo —le contestó Harry, evitando a duras penas pensar en


las últimas palabras del mago—.

Hiciste esa poción... bebiste sangre de unicornio. Te maldijiste a ti mismo


para ser... eso que eres. Por eso no soportas el amor, ¿verdad?

Voldemort sonrió.

—Sí, hice la poción... ¿te gustó mi hechizo? Fue esa poción la que me
permitió vivir tras recibir la maldición asesina que debía de haberte
matado, Potter. Creo que ha sido muy útil, ¿verdad?

—Siempre me he preguntado, desde nuestro encuentro hace cinco años,


por qué no querías matar a mi madre... y ahora lo sé: la temías... temías lo
que sentía por mí. Temías ese sentimiento que, según tú, nos l ena de
debilidad...

—Sí... sabía que el a estaba tan l ena de esa antigua magia que podría
protegerte de mí y hacerme daño, pero el deseo de matarte nubló mi
mente. No me di cuenta de lo que acababa de pasar... —suspiró—. Un gran
error por mi parte, debo admitirlo, pero ya no importa, porque gracias a
ese error soy más fuerte aún que nunca. Yo te creé, Potter... en cierto
modo, eres como el hijo que nunca tuve...

—¡YO NO SOY NADA TUYO!

—Sí lo eres... yo te di poder, yo hice que tuvieras que vivir sin padres...
todo lo que eres me lo debes a mí. Y

ahora, cuando te mate, el círculo se cerrará, y yo seré más poderoso que


nunca, sin un enemigo que pueda vencerme. Cuando tú mueras, ningún
mago podrá tocarme.

—¿Qué? —exclamó Harry—. ¿Qué dices?

—No tengo ganas de más charlas ni explicaciones, Potter. Ahora nadie


puede salvarte. Nadie. Tú y yo, y nadie más. Veamos quién es el más
fuerte.

Harry levantó su varita, mientras en la otra mano sostenía la Antorcha de


la Llama Verde, que ardía. Se concentró todo lo que podía en su enemigo.
En ese momento, no existía nada más que él y Voldemort, y lo único que
importaba era acabar con la vida de semejante asesino, de semejante
monstruo.

Sin aviso previo, la lucha comenzó. Voldemort empezó a lanzar


maldiciones asesinas sin cesar, que Harry intentaba esquivar como podía,
algunas veces apartándose, otras creando con la varita escudos sólidos que
se destruían cuando las maldiciones impactaban contra el os.

De vez en cuando, sentía que la Antorcha intentaba escapársele de las


manos: Voldemort intentaba quitársela, pero siempre lograba retenerla.

Se tiró a un lado para esquivar un nuevo rayo verde al tiempo que lanzaba
unas cuerdas desde su varita que trataron de inmovilizar a Voldemort, pero
éste hizo un suave movimiento con su varita y las cuerdas se convirtieron
en serpientes que se volvieron hacia Harry, dispuestas a atarcarle.
— ¡A él! ¡Atacadle a él! —siseó Harry, haciendo que las serpientes se
volvieran hacia Voldemort.

— ¡No, estúpidas! ¡Matad a Potter! ¡Acabad con él! —replicó Voldemort,


provocando que las serpientes se detuvieran y enfrentaran a Harry de
nuevo.

—No puedes competir conmigo, Potter... yo soy el heredero de Slytherin...


yo soy la serpiente.

Harry apuntó a las serpientes con su varita y las hizo desaparecer, pero al
mismo tiempo, Voldemort dio un latigazo con la suya y Harry empezó a
sangrar por la cara. Tenía un corte bastante feo.

Antes de que Voldemort pudiese lanzar otra maldición, hizo un


movimiento con su varita y el mago cayó hacia atrás sobre el sil ón que
había en la sala. Acto seguido, apuntó al sil ón y de éste brotaron unas
gruesas cadenas que lo ataron. Voldemort las miró y se volvió hacia Harry.

—Si crees que con esto vas a...

Pero Harry no le escuchó. Apuntó de nuevo al sil ón y exclamó:

— ¡Incendio!

El sil ón comenzó a arder, con Voldemort atado a él. El mago chil ó, pero,
antes de que las l amas pudiesen hacerle algo, desapareció y apareció
detrás de Harry.

Harry sintió que aparecía tras él y se tiró rápidamente al suelo, al tiempo


que un rayo verde pasaba unos centímetros por encima de su cabeza. Giró
sobre sí mismo y apuntó a Voldemort, que volvía a dirigir su varita hacia
Harry.

— ¡Impedimenta!

Voldemort cayó hacia atrás, momentáneamente inmóvil, y luego Harry se


levantó, apuntó de nuevo y gritó:
— ¡Petrificus Totalus!

Un instante después, Voldemort cayó al suelo, completamente inmóvil, y


Harry soltó un grito triunfante.

—¡Te tengo! —exclamó, dando un salto de alegría—. ¡Ahora te...!

Pero había cantado victoria muy rápido. Voldemort desapareció de nuevo y


al segundo apareció a un lado de Harry, con completa movilidad.

407

—¿Creías que era tan fácil? ¿En serio pensaste que me habías vencido? —
preguntó, mientras enviaba contra Harry un hechizo que lo lanzó contra la
pared que quedaba ahora a su espalda. Harry cayó, jadeando, e intentó
levantarse, pero antes de conseguirlo, Voldemort ya le había lanzado una
nueva maldición cortante, que casi logró esquivar, pero no del todo. Parte
le dio en el hombro, produciéndole una nueva herida que le escocía.

—¡Estás acabado, Potter! ¡No entiendo cómo puedes ni siquiera soñar en


vencerme, cuando has visto todo lo que puedo hacer! —gritó, mientras se
acercaba a Harry con paso lento.

—¡Aún no! —chil ó, haciendo lo único que aún no había hecho: usar las
maldiciones imperdonables. Usar las mismas tácticas que él, las Artes
Oscuras. En su cabeza, una voz le dijo que no lo hiciera, pero no había más
salida. Levantó su varita con dificultad y exclamó—: ¡Crucio!

Voldemort se quedó tan sorprendido que no reaccionó. La maldición le dio


y gritó del dolor. Los gritos y el dolor de Voldemort le producían terribles
punzadas en la cicatriz, pero resistió. Iba a enseñarle un poco de su propia
medicina.

—¿Te gusta? —le preguntó, levantándose y concentrando en él todo su


odio y su rabia.

—¡Tú no puedes detenerme con esto, Potter! —chil ó Voldemort, en medio


de los gritos—. ¡No está en tu naturaleza! ¡Yo te enseñaré!
Se levantó con fuerza, deteniendo la maldición de Harry, que casi se cayó
de la sorpresa, y, acto seguido, Voldemort empleó contra él la maldición
que segundos antes estaba recibiendo.

Harry gritó como nunca. La Antorcha cayó de su mano, apagándose. El


dolor era infinitamente más grande que cuando Henry lo había hecho,
horas antes. La cicatriz amenazaba con partírsele, y sentía como si tuviera
fuego en las venas, al tiempo que miles de cuchil os helados cortaban su
carne y sus huesos se rompían.

Intentó resistir, pensar, liberarse, pero era imposible. Voldemort no


detenía su ataque. Estaba haciéndolo con tanta rabia y tanto odio que
Harry no sabía si podría resistirlo. Era mejor morir ya y que todo
terminara...

Entonces, la imagen de Ron, Hermione, Nevil e y Luna siendo asesinados


por Voldemort se dibujó en su mente. No podía permitirlo... tenía que
alejar al mago de el os...

Voldemort detuvo su ataque y Harry quedó en el suelo, tumbado, casi sin


fuerzas ni para respirar.

—¿Te gustó, Harry? ¿Quieres otro poco?

Harry no respondió. Ahora tenía a la derecha la pared donde estaba la


puerta por la que había entrado, y en la de enfrente, detrás de Voldemort,
estaba la otra puerta de la sala. No podía vencer a Voldemort, lo sabía...

sólo podía intentar huir y procurar que el mago lo siguiera, para dar una
oportunidad a sus amigos. Pero,

¿cómo lo haría?

—¿Sabes, Harry? —dijo Voldemort, como si fuese a comentar que l ovía


—. Quizás tus estúpidos amigos ya están muertos en este momento...

Harry sintió que el odio lo embargaba... el odio... y la preocupación.


Voldemort sonrió ampliamente, observando la reacción que producían en
Harry sus palabras.

—¡No! —gritó Harry, en respuesta.

—La esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad, Potter?

Harry no contestó. ¡Cómo lo odiaba! Se sentía totalmente impotente. Todo


lo que había hecho, todo lo que había entrenado, no bastaba; Voldemort era
más poderoso de lo que podía imaginar. Ningún hechizo le causaba un
daño serio. Ni siquiera la maldición cruciatus había dejado secuelas en él.

—Será mejor terminar —dijo Voldemort—. Tal vez aún pueda ocuparme
de algunos de tus amigos, para pasar el rato...

—¡NO TE LO PERMITIRÉ! —gritó Harry a pleno pulmón. No sabía


cómo, pero Voldemort no haría daño a sus amigos. No lo permitiría...

Dejó que de nuevo, toda su furia y su odio le dominasen, y, en un impulso,


agitó la varita, dando un latigazo con todas sus fuerzas que cogió de
improviso al mago, que no esperaba que a Harry le quedaran fuerzas para
eso tras la tortura a la que había sido sometido. Un gran tajo cruzó el
rostro del mago, y de él empezó a brotar sangre. Voldemort aul ó. Harry se
incorporó con dificultad y dio otra fuerte sacudida, produciéndole un
profundo corte en el brazo que sostenía la varita, la cual cayó al suelo.

—¡Yo tampoco soy tan fácil de derrotar! —gritó.

—¡Eso lo veremos! —siseó Voldemort. Chasqueó los dedos con fuerza, y


unas cuerdas salidas de la nada ataron a Harry, que se tambaleó y cayó al
suelo.

Aprovechando el momento, Voldemort cerró los ojos y las heridas


comenzaron a cerrársele.

«¡Sabe autocurarse! —se sorprendió Harry, disgustado—.¡Maldita sea!».

Voldemort parecía muy concentrado. Tenía unos valiosos segundos. Se


concentró y las cuerdas cayeron, liberándole. Se levantó rápidamente,
recogiendo su varita, estiró la mano y la Antorcha voló hacia el a.
Entonces apuntó a Voldemort, que acababa de abrir los ojos, aunque aún
no había terminado con su curación, y lo envió con fuerza contra la pared
que quedaba a su izquierda, enfrente de la puerta por la que 408

habían entrado. Era su ocasión. Harry recogió también la varita de


Voldemort y se lanzó hacia la puerta que estaba frente a él. La abrió con un
giro de su varita y se precipitó por el a.

La cruzó sin mirar hacia nada, sólo pensando en escapar, cuando chocó
con alguien, haciendo que los dos cayeran al suelo.

Harry miró y vio que la persona contra la que había chocado era un
mortífago bajito. Sin tiempo para ver quién era ni pelear contra él, se
levantó con la intención de huir.

Pero el mortífago se levantó también, y, al hacerlo, se le cayó la capucha,


Harry vio quién era y su corazón dio un vuelco: era Colagusano. Ambos se
quedaron totalmente inmóviles, mirándose fijamente.

—¡Tú! —gritó Harry.

—Harry... —musitó Colagusano, y apartó la mirada.

La visión del antiguo amigo de sus padres despertó en Harry recuerdos


hermosos y a la vez dolorosos, y, casi automáticamente, la Antorcha se
encendió de nuevo, iluminando el pasil o en que se encontraban con un
tono verdoso.

Harry respiraba con fuerza, l eno de odio y rencor: el hombre que estaba
frente a él había ayudado a Henry Dul ymer; el hombre que estaba frente a
él había provocado la muerte de sus padres, había matado a Cedric, estaba
con los asesinos de Sirius... lo odiaba, lo odiaba casi tanto como al mismo
Voldemort...

—Vaya, Colagusano. Ya subes —dijo tranquilamente la voz de Voldemort


desde la sala. Haz el favor de traer de nuevo a nuestro viejo amigo, si eres
tan amable.
Colagusano empezó a temblar al oír la voz de Voldemort, pero apuntó a
Harry con su varita y le hizo un gesto con la cabeza. Voldemort se acercó a
la puerta y se rió.

—¿Pensabas ir a algún sitio, Potter? —preguntó.

Harry pensó en sus posibilidades: si entraba de nuevo en la sala,


Voldemort lo mataría sin lugar a dudas. Ya no había juego, ni opción.
Había sido derrotado, y sólo le quedaba morir. Su única opción era intentar
huir, apartando a Colagusano. No era un mago demasiado bueno... podría
hacerlo...

Lo decidió: si iba a morir, al menos no sería como un cordero. Se volvió


de nuevo hacia Colagusano, para sorpresa de éste, y se abalanzó sobre él
para apartarlo. Creyó que lo conseguiría hasta el momento en que el
mortífago le tocó la mano.

Al instante, un torrente de imágenes invadió su mente, como ya le pasara


con Ginny y con Hermione. Su cabeza dio vueltas y vio a Colagusano,
arrodil ado frente a Voldemort y temblando ante la fiera y penetrante
mirada del mago.

— ¿Qué has decidido, Peter? ¿Vas a estar de mi lado?

—Señor, yo... —gimoteó Colagusano—. Mis amigos...

—Peter, Peter, Peter... imagino que deseas vivir, ¿verdad?

—Sí, señor... sí, pero...

—Peter... sabes lo que les pasa a aquel os que no se ponen de mi parte. Lo


sabes, ¿verdad?

—Sí, señor... sí.

—Y no querrás que pase eso, ¿me equivoco?

—No...
—Mejor, porque realmente, aquel os que me desafían lo pagan muy caro...
muy, muy caro.

—Sí, señor...

—¿Lo harás, Peter? ¿Estarás de mi lado?

Colagusano gimoteó aún más antes de responder:

—Sí, señor... sí. Lo haré...

—Buena decisión, Peter. Buena decisión... Tienes que estar del lado de los
ganadores.

El recuerdo se esfumó y fue sustituido por otro, donde el padre y la madre


de Harry ejecutaban un hechizo sobre Colagusano en presencia de Sirius...
una nueva imagen sustituyó a la anterior, y Colagusano revelaba a
Voldemort el paradero de los padres de Harry... Luego Colagusano miraba
a Sirius en medio de una cal e.

Sirius despedía furia por los ojos... Estaba tirado en el suelo, en la casa de
los gritos, mientras Remus y Sirius le apuntaban con las varitas, y Harry,
Ron y Hermione miraban... Llevaba a Voldemort en brazos, qué asco le
producía, y le daba de beber un extraño líquido que había sacado de la
serpiente... Se veía un cementerio y tenía una daga en la mano. Recitaba
un hechizo que le habían enseñado... Carne del vasal o, voluntariamente
ofrecida, revivirás a tu señor... agarraba la daga con fuerza y se disponía a
cortarse la mano... Estaba en una celda, con Voldemort. Voldemort
recitaba unas palabras sobre una persona tumbada de espaldas. Apenas se
veía nada.

— Ya está hecho. Cuando despierte, dale la poción, Colagusano.

—Sí... sí señor.

—No me fal es, Colagusano... no me fal es esta vez.

—No... no señor, no... no fal aré.


—Más te vale, porque esto es muy importante...

409

Voldemort se iba y Colagusano esperaba, vigilante... la imagen se


desvaneció y volvió... la persona se agitaba. Colagusano le dio la vuelta
para darle la poción, y Harry vio que era Ginny... Ginny...

Entonces chil ó con todas sus fuerzas y retornó a la realidad, soltándose de


Colagusano y cayendo de espaldas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Voldemort.

—No... no lo sé, señor, yo... sentí como si... como si me hicieran algo en la
cabeza...

—Bueno, ahora lo aclaramos —dijo Voldemort, sin darle importancia—.


Pero antes, Potter, tienes algo que es mío y que aprecio mucho... —estiró
su mano y su varita voló hasta el a desde el bolsil o de la túnica de Harry
donde él la había guardado. Acto seguido, le apuntó con el a y Harry fue
arrastrado de vuelta a la sala.

Voldemort se encaró con él y Colagusano entró un instante después,


cerrando la puerta. Harry lo miró.

—Te vi... vi tus recuerdos... ¡¿Qué le habéis hecho a Ginny?!

—Ya te dije que eso no debía preocuparte, Potter... ¿Por qué insistes? —Se
volvió hacia Colagusano—.

¿Cómo está la chica?

—Está... está dormida, amo. Le di la poción.

—Bien... perfecto.

Harry miró a Voldemort con odio. ¿Qué planeaba con Ginny? ¿Qué le
habían hecho? Dul ymer había dicho que Voldemort la quería
específicamente a el a... ¿Por qué? Si le iban a matar ahora, los planes de
Voldemort para Ginny no tenían nada que ver con él.

Volvió su vista a Colagusano, que temblaba. Pensó en sus recuerdos,


recuerdos dispares, distintos, pero en todos, absolutamente en todos, había
una similitud, en todos había una constante, algo que siempre estaba
presente: el miedo. Colagusano estaba l eno de miedo, aterrorizado...
Harry supo con toda seguridad que quizás l evaba años donde sentía miedo
cada día, cada noche, cada momento...

—Es curioso, ¿no crees, Potter? —dijo Voldemort, apuntándole con la


varita.

—¿El qué es curioso?

—Que gracias a Colagusano te ataqué cuando eras un niño, y de nuevo


gracias a él, voy a matarte ahora sin tener que perseguirte... ¿no te parece
curioso?

Harry apretó los dientes, sin decir nada. Voldemort lo miró y levantó la
varita.

—Adiós, Potter.

Voldemort lanzó su maldición, pero Harry seguía dispuesto a luchar. Se


concentró y, mediante la magia, se desplazó arrastrándose por el suelo. El
rayo verde golpeó en el lugar donde Harry había estado un segundo antes y
abrió un boquete en el suelo.

—¿Cuándo vas a dejar de alargar tu agonía? —exclamó Voldemort, harto.

—¡Cuando mueras! —respondió Harry, dando latigazos con la varita,


intentando destrozar a Voldemort usando la maldición cortante.

Pero Voldemort esquivó todos los ataques con su varita, y a cambió lanzó
una maldición cruciatus que Harry detuvo haciendo aparecer ante él una
gran piedra que reventó al ser alcanzada por la maldición.
Colagusano, agachado para evitar las maldiciones y los hechizos que
rebotaban, se fue moviendo hasta situarse por detrás de Harry, pegándose a
la pared del fondo, la que daba a la sala a donde el traslador los había l
evado horas antes.

Harry no le prestó demasiada atención, estaba ocupado esquivando las


flechas plateadas que Voldemort le lanzaba. Si una le daba, lo atravesaría
de parte a parte.

Creó un escudo plateado para defenderse, similar al que Voldemort había


creado en su lucha contra Dumbledore el año anterior, y lo usó para
detener las maldiciones, que golpeaban en él produciendo un sonido sordo
y haciendo que el brazo le retemblara.

—¿Dumbledore te ha enseñado a hacer eso? —preguntó Voldemort,


mirando el escudo con sorpresa.

—Nos enseñó escudos, sí... pero esto lo aprendí de ti —contestó Harry,


sonriendo con desafío—. Tengo muchos de tus conocimientos en mi
mente... y desde que vi tus recuerdos, más aún.

—Ya veo... A ver entonces qué tal resistes esto.

Describió un largo movimiento con la varita y de su punta brotó un


luminoso globo plateado que se quedó suspendido en el aire. Se desplazó
hacia la izquierda de Voldemort y empezó a disparar flechas plateadas,
menos potentes que las que Voldemort le había tirado antes, pero aún así
letales. Harry las detenía con el escudo, pero, al tiempo, Voldemort atacó
lanzando contra Harry la maldición cruciatus de nuevo.

Harry consiguió evitarla tres veces, al tiempo que esquivaba las flechas.
Entonces, aprovechando los breves momentos que tenía, hizo aparecer
diez largos cuchil os en el suelo, agitó la varita hacia el os, encantándolos,
e hizo que empezaran a perseguir a Voldemort. Mientras, se volvió hacia
la esfera plateada, le apuntó con la varita y gritó:

— ¡Deletrium!
La esfera plateada se desvaneció y Harry sonrió, volviéndose hacia
Voldemort.

Su sonrisa se desvaneció en el instante en que uno de sus propios cuchil os


se le clavaba en el hombro derecho, haciéndole soltar la varita y gritar de
dolor.

410

—Esto no funciona, Potter... ya deberías saberlo —dijo Voldemort. Harry


vio cómo el resto de cuchil os yacían por el suelo desparramados.
Voldemort apuntó de nuevo a Harry y gritó—: ¡Expel iarmus!

Harry sintió el hechizo, pero la Antorcha siguió en su mano, como si


estuviese pegada a el a.

—Vaya... —dijo Voldemort, molesto—. Parece que no la quieres soltar...


bueno, muere con el a. Luego será mía. ¡Avada Kedavra!

El rayo verde salió, pero Harry, a pesar del dolor, saltó hacia la derecha,
esquivando el rayo. Aún no había terminado de apartarse cuando
Voldemort ya había gritado:

— ¡Crucio!

El dolor l enó a Harry de nuevo. Durante más de un minuto, el mago


mantuvo la tortura, saboreando el dolor de Harry.

—¿Por... Por qué no me matas así? —preguntó, hablando con difucultad—.


¿No te gustaría más?

—Sí... pero no funcionaría. Te liberarías, Potter. Eso que l evas dentro, sea
lo que sea, te permite liberarte...

y yo no quiero que huyas. Ahora ya he terminado de jugar contigo; esto ya


me aburre —levantó la varita y apuntó al corazón de Harry—: ¡Avada
Kedavra!
Pero Harry no iba a rendirse. La l ama de la Antorcha se hizo más intensa
y Harry levitó hacia un lado, esquivando la maldición por enésima vez esa
noche. Voldemort gritó de furia y le envió de nuevo la maldición
cruciatus.

—Colagusano, ¡Cógele! —gritó Voldemort al levantar la varita—. Ya


estoy harto. ¡Sujétale!

Gimoteando, Colagusano agarró a Harry por los brazos y lo levantó,


sujetándole el brazo libre en la espalda.

Harry peleó, pero no le quedaban fuerzas, y la l ama de la Antorcha se


debilitaba.

—Ahora, Potter, estás acabado...

Harry cerró los ojos. Se sentía completamente agotado. Ya no podía hacer


nada... al menos, le quedaba el consuelo de que Voldemort había sufrido
para matarlo. Abrió los ojos de nuevo, miró a Voldemort, y se preparó para
morir.

411

40

Amor, Dolor y Muerte

Pensó en sus padres. Quería que el os fuesen lo último que viese antes de
morir. Cerró los ojos. No quería ver el rostro de Voldemort más. Quería
ver a sus padres, sólo a el os... no quiso pensar en sus amigos, en toda la
gente que se sentiría decepcionada al conocer que había sido derrotado, en
toda la gente que tendría que sufrir a Voldemort, porque nadie podría
vencerle... el recuerdo de sus padres se hizo más nítido, y Harry sonrió.
Notó las manos de Colagusano agarrándole, y sintió su miedo... lo percibió
a través de la Antorcha, cuya l ama, con el recuerdo de sus padres, se había
hecho más intensa. Colagusano temblaba... temía a Voldemort, temía lo
que él sería a partir de ese momento...
Entonces Harry tomó una determinación: le dejaría un recuerdo a
Colagusano, un recuerdo para siempre...

se concentró y envió los recuerdos de sus padres a la mente del traidor.

—Abre los ojos, Potter... —susurró Voldemort.

Harry no le hizo caso. Percibió la agitación de Colagusano al sentir el


recuerdo de sus amigos en otro tiempo... luego le envió una imagen de
Sirius cayendo a través del velo... luego una imagen de Cedric y Cho en el
baile de Navidad...

Detente, por favor... para... te lo suplico, Harry, no me tortures más...

Harry se quedó de piedra. Había sentido el pensamiento de Colagusano...

«Te lo mereces... te mereces todo eso...»

—Abre los ojos, Potter, no me obligues...

Por favor, Harry... sé que soy detestable... ¿No sientes mi miedo, Harry?
He vivido con miedo desde hace años y años...

«Eres escoria, te mereces el miedo. No vas a darme lástima».

—...a que te los abra yo. ¡Ábrelos!

Debiste haber dejado que Sirius y Remus me mataran... habría estado


mejor de lo que estoy ahora, pero quizás... quizás...

—¿Qué te pasa, Colagusano? ¿Tú también cierras los ojos? ¡No seas
cobarde! —exclamó Voldemort, furioso.

«Sí, debería haberlo hecho. Cedric y muchos otros estarían vivos... como
Sirius».

Sí, sí... no me hagas ver sus rostros más, por favor... por favor... ya no
puedo más... ya no soporto esto...
por favor... soy una basura, lo sé, pero...

«Pero ¿qué?».

—¡Abrid los ojos! —exclamó Voldemort, impacientándose.

Pero quizás aún pueda demostrar que el Sombrero no se equivocó al


ponerme en Gryffindor...

«¿Qué?».

—¡Abre los ojos, Potter!

Haz lo que dice... la chica está en el sótano, bajando por las escaleras al
final del pasil o por el que yo venía...

Harry abrió los ojos más por la sorpresa de la confesión de Colagusano


que por otra cosa.

—Bien... —sonrió Voldemort.

Lo siento, Harry... créeme que lo siento... no sabía, no imaginaba... pero


ahora podré pedirles perdón, sí... y quizás también a aquel chico...

Harry no comprendía nada.

—Enfrenta a la muerte como un hombre. Como tu padre —dijo Voldemort


con cara de satisfacción, levantando la varita—. Da recuerdos en el otro
mundo, Potter... ¡Avada Kedavra!

Harry no podía soltarse. Iba a morir...

Huye en cuanto suceda.

Harry abrió los ojos del todo al oír lo que Colagusano le había dicho
mentalmente, mientras el rayo venía hacia él, y entonces...

...Entonces Colagusano lo empujó a un lado y la maldición lo golpeó a él.


Harry cayó al suelo, sorprendido, al igual que Voldemort, que miró a
Colagusano con incredulidad. El torrente verde dio de l eno contra su
pecho, y Harry oyó el típico chasquido. Pero, en el mismo momento en el
que Colagusano moría, una especie de guijarro de color entre verde y
dorado rebotó desde Colagusano hacia Voldemort, estal ándole en la mano.

Colagusano cayó al suelo, sin vida, y Voldemort soltó la varita,


agarrándose el brazo y retorciéndose del dolor. Harry no entendía nada...
excepto que Pettigrew le había salvado la vida, dando la suya a cambio.

Había pagado su deuda.

412

—Gracias, Peter... —dijo Harry, levantándose, casi sin acabar de creer que
todavía estuviese vivo. Recordó las últimas palabras de Colagusano:
«Huye en cuanto pase...» Recogió rápidamente su varita y se dispuso a
irse, sin dejar de mirar cómo Voldemort se retorcía.

—¡Maldito traidor! —gritaba—. ¡Debí haberte matado hace tiempo!

Harry miró con odio al mago. Recordó el terror que había percibido en
Peter, el miedo, la angustia... recordó todo lo que había visto en su mente,
todo lo que había pasado por culpa de Voldemort en los últimos años y lo
odió más que nunca, más que a nada... tenía que pagar. No podía irse sin
más. Tenía que terminar. Tenía que hacerlo... El ser que tenía delante ni
siquiera era ya humano, era un demonio... matarlo no era malo, matarlo
era justo...

La Antorcha bril ó con fuerza extraordinaria. Su fuego se elevaba casi


hasta el techo. Harry miró a Voldemort y le apuntó con su varita. El mago
ya no gemía tanto y estaba recogiendo la suya.

—Mírame —dijo Harry, con tono frío, gélido. Sólo sentía odio y deseos de
venganza—. Mírame, monstruo, y recuerda todo el mal que has hecho.
Recuerda a Cedric Diggory, recuerda a Myrtle la l orona, recuerda a Peter
Pettigrew, a James Potter, a Lily Potter, a Sirius Black, a Penélope
Clearwater, a Hermione Granger, a Ron Weasley, a Ginny Weasley, a
Kingsley Shacklebolt, a Broderick Bode, a Gil ian Torch, a Maldius
Dawlish, a Richard Warrington, a Aldus Birffen, a Frank y Alice
Longbottom, a Nevil e Longbottom, a Luna Lovegood, a los chicos del
orfanato, a todos los que los dementores besaron en Hogsmeade y a tantos
y tantos otros...

Voldemort estaba aún dolorido, pero miró a Harry con odio... y una pizca
de miedo.

—¿Qué vas a hacer?

—¡RECUÉRDALOS A TODOS, ASESINO! —gritó. Estiró el brazo y


exclamó, con toda su alma y todo su odio—: ¡¡AVADA KEDAVRA!!

Voldemort abrió los ojos, totalmente sorprendido, mientras el rayo asesino


salía de la varita de Harry y chocaba contra su pecho. Harry sintió un
placer que sólo había sentido en sus sueños, pero aumentado miles de
veces... el placer del odio y la venganza. Pero, al instante, la cicatriz
pareció partírsele del dolor.

Voldemort chil ó, y los muebles de la sala saltaron en pedazos y se


prendieron fuego. Voldemort cayó hacia atrás y Harry levantó la varita...

...Pero Voldemort no estaba muerto. Seguía respirando en jadeos, y con la


mano que no sostenía la varita se apretaba el pecho en el lugar donde la
maldición le había dado. Sufría. Harry no podía creérselo... había usado
todo su odio, toda su rabia... ¡Tenía que estar muerto!

—No... conseguirás... matarme... así, Potter —jadeó Voldemort,


incorporándose con muchísima dificultad—.

Estoy por encima de todo eso... la poción sólo fue el principio... no puedes
matarme...

—¡No! No es posible... ¡No es posible! —dijo Harry, negando con la


cabeza y retrocediendo.

—Hoy has ganado tú, Potter... gracias a la suerte, como siempre... y a ese
estúpido de Pettigrew... usé su mano para revivir... y matarlo fue doloroso,
muy doloroso...

—No es posible... no es posible... —seguía repitiendo Harry.

—No puedo... luchar más —dijo Voldemort, dejándose caer—. Pero nos
veremos pronto, Potter... pronto.

—¿Qué? ¡De eso nada! ¡Tú no...!

Voldemort elevó la cabeza y esbozó una sonrisa que dejó a Harry helado.

—Gracias, Potter... creo que esto es aún mejor que haberte matado... de
momento, al menos.

Harry arrugó la frente, sin entender nada, y, un segundo después,


Voldemort desapareció.

—¡NO! —gritó—. ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —Harry se dejó caer al


suelo y lo golpeó con el puño—.

¡Maldito seas, maldito...! ¡MALDITO SEAS!

Se levantó lentamente. No sabía por qué Voldemort le había dado las


gracias y le había sonreído, pero no podía ser nada bueno... nada bueno. Le
apetecía tumbarse, descansar, y pensar en todo lo que había visto, en todo
lo que había pasado, pero no podía... Recordó a Ron, Hermione, Luna,
Nevil e y Ginny, y dejó las lamentaciones para después. Se curó un poco el
hombro mientras se acercaba al cadáver de Pettigrew. Se agachó y le cerró
los ojos con la mano.

—Gracias... Dumbledore tenía razón... al final, tenía razón... Espero que


ahora puedas descansar.

Se irguió y se dirigió a la puerta que conducía a la sala donde esperaba


encontrar, con vida, a sus amigos.

Cogió la Antorcha con fuerza y empuñó la varita. La lucha aún no había


terminado. Dejó que la pena y el dolor fueran eclipsados por el odio y la
rabia una vez más, y pensó en sus amigos.
«Voy a ayudaros —pensó para sí—. Saldremos de ésta».

Apuntó a la puerta con la varita y la abrió. Entró y contempló la escena


que se presentaba ante sus ojos con la mirada fría.

Hacia la esquina de su izquierda estaban Ron, Hermione y Luna. Hermione


y Luna se encontraban bastante bien, excepto por algunos rasguños y la
herida que Hermione aún tenía en el brazo (aunque Harry vio que se la
había curado parcialmente), pero Ron tenía la túnica del brazo izquierdo
empapado en sangre, y su rostro mostraba dolor. Los tres empuñaban sus
varitas frente a un grupo de mortífagos que quedaban ahora más o 413

menos frente a Harry. Los reconoció: eran Lucius Malfoy, Marcus Flint, el
alemán l amado Rudolf, Crabbe, Nott, Travers y Rookwood.

Harry miró ahora hacia su derecha y vio a Nevil e, casi inconsciente,


apuntado por la varita de Bel atrix Lestrange. Su marido, Rodolphus, y el
hermano de éste, Rabastan, estaban a su lado. Harry observó que Richard
Dul ymer no estaba, al igual que el cuerpo de Henry. También el mortífago
desconocido había desaparecido.

Harry contempló a los mortífagos, y éstos miraron hacia él, incrédulos.

—¡Potter! —gritó Malfoy, muy sorprendido.

—Sí, soy yo —dijo Harry.

—¡Estás bien, estás vivo! —chil ó Hermione, con alegría. Ron también
sonrió, aunque cansadamente, y Luna soltó un suspiro de alivio.

—¿Dónde está el Señor Tenebroso? —inquirió Malfoy.

Harry observó cómo la mayoría de los mortífagos se apretaban el brazo


izquierdo.

—Digamos que tuvo un problema conmigo y se fue —contestó Harry.

—¿Insinúas que le venciste, mocoso? —gritó Bel atrix, furiosa,


levantando la varita hacia Harry.
—Cree lo que quieras —dijo Harry, mirándola con odio intenso, y bajó la
vista hacia Nevil e—. ¿Qué le has hecho?

Bel atrix suavizó su expresión de furia, mezclándola con una de


satisfacción.

—Le mostré un poco de lo que vivieron sus padres —respondió.

—Aún tengo una cuenta pendiente contigo —dijo Harry, con la voz
cargada de odio.

—No me digas... —se burló Bel atrix—. ¿Echas mucho de menos a tu


querido padrino? —preguntó, mofándose.

Harry la miró con más odio aún, si tal era posible. La l ama de la Antorcha
bril ó más, y algunos mortífagos retrocedieron. Harry levantó la varita y
sin que a la mortífaga le diera tiempo a nada, gritó, casi sin pensar en lo
que hacía:

— ¡Crucio!

Bel atrix cayó al suelo, retorciéndose, mientras los demás miraban a Harry,
atónitos.

Un instante después, Rodolphus Lestrange agitó su varita y lanzó contra


Harry el mismo rayo violeta que Dolohov había usado contra Hermione,
pero Harry levantó la suya y con un suave movimiento lo desvió, haciendo
que golpeara a Travers en el estómago, que chil ó y cayó al suelo,
inconsciente. Rodolphus miró a Harry, incrédulo, mientras Bel atrix, con el
odio dibujado en la cara, se incorporaba.

—Nos vamos de aquí —declaró Harry, moviendo la varita hacia los


mortífagos de forma amenazadora—. Si intentáis algo...

—¡Nadie va a irse! —gritó Bel atrix, lanzando contra Harry una maldición
asesina. Harry se agachó y agitó su varita, y Bel atrix cayó hacia atrás.
Hizo otro movimiento y Rodolphus fue convertido una rata. Iba a hacer lo
mismo con Rabastan, cuando un rayo aturdidor se dirigió hacia él,
proveniente de la varita de Rookwood.

Harry enderezó su varita y gritó:

— ¡Protego!

El hechizo rebotó y Rookwood se movió para esquivarlo.

—¡Estate quieto, Potter! —ordenó Lucius Malfoy apuntando a Ron y a


Hermione, que lo miraban desafiantes

—. Estate quieto y entréganos la Antorcha.

—No lo hagas Harry —dijo Ron—. No se la des.

—¿Quieres que te pase lo que a tu padre? —preguntó Malfoy con una


sonrisa, mirando a Ron.

Ron le dirigió a Malfoy una mirada asesina, al igual que Hermione.

—O lo que les pasó a los padres de el a... —continuó Malfoy, señalando a


Hermione.

Ron no aguantó más y lanzó un corte hacia Malfoy, pero éste lo esquivó y
lanzó a su vez una maldición a Ron, que la desvió con un movimiento de
su varita.

Los mortífagos se prepararon todos para atacar, bajo las órdenes de Bel
atrix, que se había levantado.

Viendo la escena, Harry, casi sin pensar, hizo lo que su instinto, o quizás su
mente, concentrada gracias a la Antorcha, le decía. Agitó la varita con
fuerza, en un movimiento que nunca había hecho, un movimiento cuyo
conocimiento estaba quizás enterrado en lo hondo de su mente, o quizás lo
había aprendido cuando se había visto sumergido en los recuerdos de
Voldemort.
La punta de la varita bril ó, dejando una estela plateada que fue lanzada,
como una gran cuerda, a los pies de los mortífagos, estal ando y haciendo
que éstos cayeran hacia atrás. La estancia se l enó de humo y Harry gritó:

—¡CORRED!

Vio cómo Hermione le decía algo a Ron, y ambos creaban sendos clones
suyos mientras echaban a correr hacia la puerta donde estaba Harry. Luna
aturdió a un mortífago que intentaba ver algo y corrió también.

414

—¡Quietos! —gritó Malfoy, lanzándole a Ron un hechizo que lo golpeó en


la cabeza, haciéndole caer al suelo. Sangraba algo. Hermione chil ó y se
agachó a recogerlo, al tiempo que Malfoy se preparaba para lanzar un
nuevo maleficio.

Pero Luna fue más rápida y le envió a Malfoy un hechizo que le rompió la
boca, haciéndole sangrar profusamente.

Harry, mientras, movía ágilmente la varita, desarmando y lanzando hacia


atrás a los mortífagos que se iban levantando. Miró a Hermione, que
sujetaba a Ron, y ambos l egaron hasta él.

—¡Pasad al otro lado! —gritó Harry. Luego se volvió hacia Luna—. ¡Coge
a Nevil e! —le ordenó, mientras con otro movimiento de varita lanzaba a
Crabbe a la otra punta de la habitación.

Luna levantó a Nevil e con su varita y pasó a la habitación contigua. Harry


la siguió, y cerró la puerta con un hechizo.

—¡Vámonos, les l evará un rato abrirla, o eso espero!

—¡Espera un segundo! —pidió Hermione, que intentaba curarle la herida a


Ron, aunque no lo conseguía del todo.

Harry se acercó a su amigo.

—Menos mal que estáis bien... —dijo, con un suspiro.


—«Efo» digo yo «pob» ti —dijo Ron con dificultad.

—¡No hables! —le reprendió Hermione. Dio varios toques con su varita y
el aspecto de Ron mejoró un poco

—. Es todo lo que puedo hacer, ¡vamos!

—Gracias —dijo Ron.

—Eh —dijo Luna—. Aquí hay un hombre... muerto.

Ron y Hermione miraron hacia el cadáver de Colagusano. Harry volvió la


mirada, sintiendo los golpes en la puerta. La iban a abrir. Tenían que huir.
Miró hacia sus amigos y vio que Ron y Hermione le miraban con cierto
temor.

—Harry... —susurró Hermione—. ¿No le habrás...?

—No, yo no lo maté —contestó Harry, caminando hacia el pasil o por el


que Pettigrew había l egado—. Fue Voldemort. Gracias a Peter estoy
vivo...

Ron y Hermione le miraron asombrados, pero no dijeron nada, porque los


golpes en la puerta eran cada vez más fuertes.

—¡Vámonos! —ordenó Harry—. Ginny está viva, y está por aquí.

—¿Está viva? —preguntó Ron, con alegría en su voz—. ¡Menos mal!

Fueron entrando en el pasil o. Luna, que l evaba a Nevil e, iba de primera,


seguida por Harry, Ron y Hermione.

De pronto, se oyó una potente explosión y luego gritos.

—¡Por aquí! —chil aba la voz de Bel atrix Lestrange.

—¡CORRED! —dijo Harry.


Se lanzaron a toda velocidad hacia el final del pasil o, que era bastante
largo, con algunas puertas cerradas a los lados. Estaban l egando al final,
donde había otra puerta, cuando varias maldiciones volaron hacia el os a
través del pasil o, obligándolos a agacharse.

—¡Que no escapen! —gritó Bel atrix.

Ron se volvió y lanzó un hechizo explosivo que obligó a los mortífagos a


crear un escudo y a detenerse.

—¡Seguid! —exclamó Ron—. Yo los retendré algo. Buscad a Ginny.

—¡No Ron! —chil ó Hermione, con miedo.

—¡Alguien debe retrasarlos!

—¡Entonces me quedaré contigo! —decidió Hermione.

—No, me quedo yo —dijo Luna. Hermione la miró, sorprendida—. Tú


eres la que mejor saber curar —explicó

—. Si Ginny está herida tú podrás ayudar... y Harry puede encontrarla más


rápido, usando la Antorcha...

—Está bien —cedió Hermione, mirando a Ron y acercándose a Harry.

—¡Tened cuidado! —dijo Harry, abriendo la puerta y comenzando a bajar


por las escaleras que había al otro lado. Ron y Luna hicieron un gesto con
la cabeza y se volvieron para enfrentar a los mortífagos, que empezaban a
atravesar el muro de fuego y cascotes que la explosión había producido.

Harry bajó a toda velocidad, apuntando al cuerpo inerte de Nevil e, que iba
delante de él, y oyendo el ruido que los hechizos producían en el piso de
arriba. Hermione iba detrás suyo.

—¿Cómo sabes que está aquí? —preguntó.

—Peter me lo dijo —respondió Harry.


—¿En serio te salvó la vida? —preguntó Hermione. Ya habían l egado al
piso de abajo, que estaba oscuro.

Harry encendió su varita.

—Sí —respondió—. Me tenía sujeto y me apartó cuando Voldemort me


lanzó la maldición. Le dio a él.

415

Hermione no dijo nada. Harry alumbró el pasil o que tenían delante


mientras avanzaban. Cada ciertos metros, dos pasil os salían de aquél en
que se encontraban: uno a la izquierda y otro a la derecha. Harry pasó de
largo de los dos primeros cruces.

—No se oye nada de lo que pasa arriba —comentó Hermione con tono
preocupado, mirando hacia atrás, hacia las escaleras.

—Voldemort dijo que todas las salas de esta casa o lo que sea estaban
insonorizadas. Desde aquí no podemos oír lo que pase arriba, ni al revés.

Hermione no comentó nada, pero no borró su expresión de preocupación.


Harry se detuvo y la miró.

—Estarán bien —le aseguró—. Ron es muy bueno, luché mucho contra él,
y Luna tampoco lo hace mal.

—Eso espero... —contestó Hermione, en voz baja.

—Verás como sí —dijo Harry, reanudando la marcha.

—¿Puedes... sentirla? —inquirió Hermione, mirando a todos lados por si


venía alguien.

—No sé... no exactamente, pero creo que es por aquí...

En el tercer cruce, torció a la derecha. Había puertas de vez en cuando,


pero no entraron en ninguna.
De repente, una sombra se apareció ante el os, dejándolos en el sitio.

— ¡Avada Kedavra! —gritó.

Harry reaccionó con rapidez, tirándose sobre Hermione, y la maldición


pasó sobre sus cabezas. El mortífago volvió a apuntar, pero Hermione sacó
el brazo, dio un latigazo con la varita y le segó la mano al mortífago, que
empezó a chil ar.

Harry se levantó y le lanzó un hechizo aturdidor.

El mortífago cayó. Harry se acercó y vio que era Rabastan, el hermano de


Rodolphus Lestrange.

—Sangra mucho —dijo Hermione.

—Ya se preocuparán por él —contestó Harry—. Debemos seguir, pueden


aparecer más...

—Gracias por salvarme —dijo Hermione mientras corría detrás de Harry,


que torció a la derecha al final del pasil o.

—Tú me salvaste antes —replicó Harry—. Y tuviste que matar a Henry...

Hermione bajó la cabeza y una lágrima cayó por su cara.

—No fue culpa tuya —dijo Harry, parándose y abrazándola—. Si no lo


hubieses hecho, quizás los dos habríamos muerto...

—Lo sé, Harry... pero... he... he matado a una persona... —sol ozó.

—Yo provoqué la muerte de los dos mortífagos del bosque —dijo Harry
—. Nosotros no pedimos esto, pero...

no nos queda más remedio que hacer lo que podamos...

—Sigamos —dijo Hermione, limpiándose las lágrimas y soltándose de


Harry.
—Creo que es aquí —dijo Harry, mirando una puerta a sus espaldas.

Hermione apuntó con su varita y susurró:

— ¡Alohomora!

La puerta se abrió y entraron. La habitación estaba completamente a


oscuras. Harry dejó a Nevil e en el suelo y usó su varita para iluminar la
habitación. Entonces la vio: estaba en el centro, en el suelo, sin sentido.

Harry corrió hacia el a y se agachó.

—¡Ginny! —gritó, l amándola—. ¡Ginny, por favor, despierta!

Estaba muy fría, pero respiraba. Aún vivía.

—¿Cómo está? ¿Qué le hicieron? —preguntó Hermione.

—No lo sé —respondió Harry, con las lágrimas brotándole de los ojos.


Ginny estaba muy pálida, y parecía demacrada—. ¿Qué te hizo? ¿QUÉ TE
HIZO?

—Harry, cálmate, por favor... —pidió Hermione—. Trataré de despertarla.


—Apuntó a Ginny con su varita y susurró—: ¡Enervate!

Pero no funcionó. Ginny se movió algo en los brazos de Harry, pero siguió
inconsciente.

—¡GINNY! ¡GINNY! Si te l ega a pasar algo, yo...

Harry acercó su frente la de la chica y sol ozó.

—Me has ayudado tanto este año... no te vayas... vuelve, por favor...

Hermione miraba la escena con compasión, sin saber qué hacer.

—Vayámonos de aquí, Harry. Encontremos a Ron y a Luna y vayámonos...


En el hospital sabrán qué hacer.
Harry no escuchaba.

—¡Ginny! ¡Háblame, Ginny...!

Le dio un pequeño beso en la frente y la chica se revolvió.

—Harry... —murmuró.

—Dime, Ginny... háblame...

—Harry, no dejes que vuelva, por favor —suplicó Ginny, abrazándose a


Harry. Seguía teniendo los ojos cerrados y su voz era soñolienta—. No
dejes que me haga más daño...

Harry sintió que se l enaba de una ira tan intensa que parecía fuego.

416

—¿Qué te hizo, Ginny? ¿Qué te hizo?

—No lo sé... pero dolía... y me hizo recordar cosas horribles...

—Te sacaremos de aquí —afirmó Harry—. Hermione —dijo, volviéndose


a su amiga—. ¿Puedes hacer algo con Nevil e?

—Lo intentaré —respondió Hermione, acercándose a Nevil e—.


¡Enervate! —exclamó, apuntándole con la varita. Nevil e abrió un poco
los ojos y miró a Hermione

—Hermione... —musitó.

—¿Cómo estás Nevil e? —preguntó el a, mirándole con compasión.

—Me duele... todo... —respondió.

—Contra eso no puedo hacer nada —se disculpó Hermione—.


Necesitaríamos una poción...

Nevil e se incorporó e intentó levantarse.


—¿Qué le hicieron? —quiso saber Harry, aunque se lo imaginaba.

—Bel atrix Lestrange utilizó contra él la maldición cruciatus durante


bastante tiempo —contestó el a.

—Maldita... —musitó Harry, mientras volvía su atención a Ginny, que


volvía a estar sumida en la semi nconsciencia—. ¿Puedes caminar, Nevil
e?

—Creo que sí... —Miró hacia Harry y pareció dibujar una sonrisa en
medio del dolor que se reflejaba en su cara—. ¡Qué bien que estás vivo,
Harry! ¿Pudiste con él?

—Más o menos —respondió Harry, encantando a Ginny para hacerla


liviana como una pluma. Nevil e le miró, asombrado.

—Eres increíble —dijo. Harry sonrió débilmente.

—Apóyate en mí, Nevil e —ofreció Hermione.

—Gracias —respondió el chico—. ¿Qué le pasó a Ginny?

—No lo sabemos —respondió Harry—. Voldemort la hechizó, pero no


sabemos para qué...

Se acercaron a la salida. Harry abrió la puerta y salieron al pasil o. No se


oía nada.

—¿Cómo vamos a encontrar a Ron y a Luna? —preguntó Hermione,


preocupada.

—Creo que yo puedo hacerlo... —dijo Harry, haciendo que la Antorcha se


encendiera. Se concentró, pensando en Ron... en Ron...

—Están bien, retuvieron a los mortífagos un rato y huyeron... creo que


están en el piso de arriba, tenemos que volver...

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Hermione, muy sorprendida.


—No lo sé; con Ginny no era tan fácil.

Empezaron a caminar, cada vez más rápido. Tenían que encontrar a Ron
pronto, pero no sabían dónde estarían los mortífagos. Doblaron la esquina
para entrar en el pasil o que conducía al principal, por donde volverían al
piso de arriba, cuando una puerta se abrió delante de Harry y un mortífago
salió de el a, haciéndoles detenerse en seco. El mortífago lanzó un hechizo
y Harry se apartó, pero golpeó a Nevil e, haciendo que él y Hermione
cayeran al suelo. El mortífago se dispuso a atacar de nuevo, pero Harry fue
más rápido.

— ¡Desmaius! —gritó, apuntándole. El rayo rojo dio en el pecho del


mortífago y éste cayó al suelo, desmayado.

—¡AAGH! —gritó Hermione, a sus espaldas.

Harry se volvió rápidamente y vio a Bel atrix Lestrange, que sonreía con
crueldad. Nevil e estaba en el suelo, y la mortífaga sostenía a Hermione, al
tiempo que apoyaba la punta de su varita en su cuel o.

—¡Bravo, Potter! —dijo Bel atrix—. Te defiendes bien... pero, ¿qué harás
ahora? Un solo movimiento en falso y tu querida amiga sangre sucia
morirá.

Harry temblaba de la ira, del odio... Hermione estaba pálida.

—¿Qué quieres? —le preguntó Harry a Bel atrix.

—Tira esa Antorcha y la varita, Potter... tíralas o...

Harry miró a Hermione, que le devolvió la mirada. La chica, sin más,


asintió de forma casi imperceptible.

Harry dejó caer la Antorcha, que se apagó, pero el odio y el poder que le
embargaban estaban ahí... movió el brazo derecho hacia delante, dejando
caer la varita, pero al mismo tiempo, gritó:

—¡AHORA!
Bel atrix arrugó la frente, y Hermione se agachó. Harry no detuvo el
movimiento del brazo, sino que lo agitó con más fuerza hacia Bel atrix, y
ésta cayó hacia atrás, sorprendida, soltando a Hermione. Harry bajó el
brazo y la varita voló de nuevo hacia su mano, levantó el brazo y apuntó a
Bel atrix, que casi no había tenido tiempo de darse cuenta de qué había
pasado.

—¿No te parece que hemos entrenado mucho, Bel a? —preguntó Harry


con tono gélido, mientras avanzaba lentamente hacia el a. Bel atrix levantó
la varita, pero Harry le apuntó con la suya y se la arrebató, rompiéndola y
tirándola a un lado.

—¡NO! —chil ó Bel atrix—. ¡Era mi varita!

417

—No la vas a necesitar —dijo Harry. Se había olvidado de todo... de todo...


ahora tenía a Bel atrix ante él y le iba a hacer sufrir... la punta de la varita
de Harry bril ó con un destel o, y Bel atrix fue levantada del suelo, tal
como le había pasado a Malfoy en el lago, y la hizo chocar contra la pared
del final del pasil o. Se estaba ahogando.

—Te odio —dijo Harry—. No sabes cómo te odio... vas a pagar todo el
daño que has hecho...

Harry percibió el miedo en la mirada de Bel atrix. Realmente el a le tenía


miedo en ese momento... y tenía motivos.

Bel atrix peleaba, pero no conseguía soltarse. Se estaba quedando sin


fuerzas. Iba a morir.

—Harry, déjala... —susurró Hermione, que se había acercado a él—. Tú no


eres un asesino... déjala, Harry.

La ataremos. La aturdiremos.

Con esfuerzo, Harry soltó a Bel atrix, que cayó al suelo. El a comenzó a
jadear.
— ¡Desmaius! —exclamó Harry. El rayo alcanzó a la mortífaga y se
desmayó. Luego la ató y la metió en una de las habitaciones del pasil o.

—Vámonos —dijo Harry, cogiendo de nuevo a Ginny y a la Antorcha.


Hermione ayudó a Nevil e y emprendieron el camino a paso rápido.

Llegaron al pasil o principal y se dirigieron a la escalera, pero, cuando


estaban a punto de l egar, Harry oyó que gritaban, detrás de el os:

—¡Al í están!

Sin volverse para mirar cómo los mortífagos los seguían, se precipitaron
escaleras arriba a toda velocidad. Al l egar arriba, Harry miró hacia abajo
y vio a los mortífagos, que comenzaban a l egar y empezaban a subir.

— ¡Incendio! —exclamó, y las escaleras empezaron a arder—. Eso los


detendrá un poco.

Salieron al pasil o, que estaba medio destruido por el combate que habían
tenido antes Ron, Luna y los mortífagos, y se metieron por una puerta
lateral, que conducía a otro pasil o.

—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Hermione.

—Sí, ¡vamos!

Corrieron lo más que podían, que, con Harry cargando a Ginny (aunque
hechizada no pesara nada) y con Nevil e apoyándose en Hermione, no era
mucho. Llegaron al final del pasil o y se detuvieron. Se oían voces a la
izquierda. Harry le hizo una seña a Hermione y a Nevil e para que
guardaran silencio y se acercaron lentamente a una puerta abierta.

Miró al interior y vio a dos mortífagos, uno de los cuales le pareció


Crabbe, apuntando a Ron. Luna estaba en el suelo, y parecía inconsciente.
También había un mortífago desmayado. Crabbe y el otro mortífago
estaban de espaldas, frente a Ron, y los tres tenían las varitas en alto. Ron
vio a Harry, pero su expresión no cambió.

—¡Tira la varita, Weasley! —ordenó Crabbe.


—¡Oblígame!

—Lo haré si no...

— ¡Desmaius! —gritó Harry. Crabbe se volvió justo cuando el rayo


aturdidor lo golpeaba. El otro mortífago se había vuelto también,
sorprendido, y levantaba la varita, pero entonces Ron le lanzó por la
espalda otro hechizo aturdidor.

—¡Ron! —gritó Harry, corriendo hacia su amigo—. ¡Estás bien!

—Un poco magul ado —dijo Ron, sin ocultar su alegría al ver que todos
estaban bien. Harry vio que tenía más heridas que antes, y su brazo le
volvía a sangrar.

Ron se acercó a el os y vio a Ginny. Su expresión se ensombreció.

—¡GINNY! —chil ó—. ¿Qué le han hecho?

—No lo sabemos —contestó Harry—. Pero se encuentra bien. Sólo que


está débil y casi sin conocimiento, pero antes me habló.

—¡Maldito cerdo! —exclamó Ron, apretando los puños.

Hermione se acercó entonces a Ron y lo abrazó con fuerza. Ron soltó un


quejido de dolor.

—¡Lo siento! —se disculpó Hermione, soltándose—. Es que estaba tan


preocupada...

Ron le sonrió.

—No pasa nada. Nosotros también estábamos preocupados —dijo,


acercándose a Luna—. ¡Enervate! —

Luna abrió los ojos y se levantó con ayuda de Ron. Harry observó que
también el a presentaba varias heridas y magul aduras.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Nevil e, mirando hacia los mortífagos
desmayados. Les apuntó con su varita y los ató a todos.

—Sí, los demás no tardarán en l egar —dijo Harry.

Salieron al pasil o, mirando lentamente a todos lados.

—¿Por dónde es? —preguntó Hermione.

—No lo sé —dijo Harry—. Esto debe de ser inmenso...

418

Caminaron lentamente por los pasil os, esperando l egar al final, o a una
puerta, o ventana, o algo. De pronto, sintieron ruidos y rápidamente se
metieron en una habitación. Harry se asombró al verla. Era muy grande, y
estaba l ena de cajas. Parecía una especie de almacén.

—Deben estar por aquí —decía una voz en el pasil o—. Encontramos a
Crabbe, a Nott y a Mulden atados ahí atrás.

—¡Esos idiotas...! —exclamó la voz de Malfoy con desagrado—.


¡Tenemos que encontrarlos! Personalmente tengo una cuenta pendiente
con esa chica rubia...

Luna se estremeció.

—No pueden estar muy lejos —dijo otro mortífago—. Deberíamos


reagruparnos.

—Sí, l amad a los demás. Por este lado no hay salida. Están atrapados.

Harry miró a Ron, que estaba a su lado, y éste le devolvió una mirada
preocupada.

Esperaron un rato bastante grande, escondidos, mientras fuera se oían los


pasos de los mortífagos, que eran cada vez más. Debían estar juntándose
todos.
—Tenemos que irnos —dijo Harry, irguiéndose y mirando al almacén—.
Busquemos otra salida...

Empezaron a recorrer el lugar, por entre las cajas, alejándose de la puerta


por la que habían entrado, cuando oyeron una voz que chil aba:

—¡Esta puerta está abierta! ¡Por aquí!

Harry, Ron, Luna, Nevil e y Hermione no necesitaron oír más para echar a
correr, mientras los mortífagos irrumpían en el almacén, persiguiéndolos.

—¡Tirad las cajas! —gritó Harry, volviéndose y agitando la varita


furiosamente. Ron, Hermione, Nevil e y Luna le imitaron, y las pilas de
cajas, muchas de las cuales parecían estar vacías, cayeron con estrépito.

—¡Que no escapen! —gritó la voz de Bel atrix Lestrange por encima del
ruido de las cajas y las estanterías desplomándose.

Aprovechando la confusión, l egaron al final de la sala, donde, para su


desgracia, no había más puertas.

—¿Qué hacemos ahora? —se lamentó Ron, mirando hacia atrás, donde los
mortífagos se abrían paso.

—Distraerlos —dijo Nevil e, incendiando las cajas con su varita. Luna le


imitó, y un instante después también lo hizo Ron. Hermione, por su parte,
miró a la pared.

—Si no hay puerta, habrá que hacerla —dijo. Apuntó con su varita y gritó
—: ¡Deflagratio!

La pared estal ó, y Harry vio que tras el a había otra habitación.

—¡Genial, Hermione! —la felicitó Harry—. ¡Vamos!

Se precipitaron a través de la abertura, y se encontraron en una sala más


pequeña, pero que también tenía cajas y estanterías. Al final había una
puerta, que, obviamente, era la de entrada.
—¡Vámonos! —dijo Hermione, viendo que Harry se había detenido.

—No. El os piensan que el almacén no tiene salida. Deben creer que


estamos atrapados, pero... nos seguirán. Les dejaremos un regalo —dijo,
con la mirada sombría.

—¿Qué regalo? —preguntó Ron, viendo cómo las cajas ardientes volaban,
apartadas por los mortífagos.

—Haced lo que yo. —estiró el brazo derecho y exclamó—: ¡Serpensortia!

De la varita se desprendió una serpiente, y los demás se quedaron


mirándola.

—¡Hacedlo! —ordenó Harry, y sus amigos salieron de su estupor—.


Hacedlo varias veces.

Pronto, delante de el os se aglomeraban más de veinte serpientes. Harry


las miró y sintió de nuevo el dominio y el poder.

— Escodeos —silbó—. Escondeos y esperad... y atacad cuando vengan...


atacadles, mordedles...

Las serpientes obedecieron, metiéndose entre las cajas, en las estanterías,


enroscándose en el suelo, y esperaron.

—Listo. ¡Vámonos! —exclamó Harry, viendo cómo los mortífagos


apartaban las últimas cajas.

Nadie necesitó que Harry lo repitiera. Salieron a toda velocidad por la


puerta, y Harry la sel ó al pasar.

Estaban en un pasil o. Sin más motivo que la intuición, corrieron hacia la


derecha, esperando encontrar pronto una salida, antes de que los
mortífagos se libraran de las serpientes.

Tras correr y correr, el pasil o se acabó en una pared. Disgustados, miraron


en las puertas de los pasil os, pero todas las habitaciones estaban vacías, y
no tenían ventanas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ron—. ¿Volvemos atrás?

—No podemos —dijo Harry—. Salvo que luchemos...

—Tal vez tras esa pared esté el exterior —aventuró Luna.

Harry miró a Hermione, que se encogió de hombros.

—Apartaos —dijo. Levantó la varita, al tiempo que Hermione creaba un


escudo, y dijo—: ¡Deflagratio!

La pared estal ó y el aire fresco de la noche entró por el agujero.

—¡Libres! —exclamó Nevil e.

Sin ocultar su alegría, se precipitaron por el agujero hacia la noche, clara


bajo la luz de la luna l ena. Harry vio que estaban en una especie de
descampado, rodeados por bosque. Frente a el os se erguía una colina, Al í,
en lo alto, a unos trescientos metros de dónde se encontraban, el bosque
parecía más espeso que por 419

los alrededores, así que corrieron hacia al á, reuniendo sus últimas fuerzas.
Harry se volvió, y observó la casa: era de dos pisos, y mucho más pequeña
de lo que parecía. Debía de tener un encantamiento aumentador en su
interior, porque ni siquiera la sala adónde el traslador los había l evado
cabría al í dentro.

Llegaron a lo alto de la colina y Ron cayó al suelo, exhausto.

—No puedo más —dijo. Se agarraba el hombro.

Estaban justo al borde del bosque. Desde donde estaban, se podía ver
perfectamente la cabaña, solitaria.

Harry no tenía ni idea de dónde estaban, ni de cómo iban a salir de al í.

—Deja que te lo cure un poco—dijo Hermione, acercándose a Ron.

Harry dejó a Ginny en el suelo, y Nevil e se sentó también, jadeando.


—¿Cómo os fue en el sótano? —preguntó Luna—. Nosotros los
contuvimos un rato, pero luego tuvimos que huir por el pasil o. Algunos
nos siguieron, pero otros se desaparecieron...

—Tuvimos un par de encuentros —dijo Harry—. Pero le di una lección a


Bel atrix Lestrange.

—A mí también me gustaría darle otra... —dijo Nevil e.

Se hizo el silencio. Harry miró a Ginny y le acarició la mejil a. Ginny...


¿Qué le habían hecho? ¿Para qué?

Sintió que todo lo que había vivido esa noche se agolpaba en su mente: la
verdad sobre Henry, el ataque al Ministerio, la muerte de Peter, las
visiones de la mente de Voldemort... la confesión del mago de que todo lo
que había hecho durante el año había sido para que Harry lo odiara... La
visión de la muerte de sus padres, la huida de Voldemort, al que no había
podido matar... el dolor lo abrumó, lo l enó... el dolor era inmenso,
terrible... todo el dolor que no había sentido antes, que había postergado,
cayó sobre él de pronto, casi nublándole la vista.

Y tras el dolor, la furia y el odio lo invadieron, maldiciéndose a sí mismo


por lo que le había tocado vivir, por lo que tenían que vivir sus amigos por
su culpa... Miró a la Antorcha, que se había encendido de nuevo... si no la
hubiera traído probablemente estarían todos muertos...

Vio que Hermione y Ron le miraban. Luna observaba la luna, distraída, y


Nevil e se había tumbado.

—Harry... —dijo Hermione— ¿qué sucedió en aquel a sala? ¿Cómo


venciste a Voldemort?

Harry no contestó. Apartó su mirada y observó la casa de la que habían


huido. Iba a decir algo cuando por la abertura por la que el os habían
salido empezaron a salir los mortífagos. Todos. Incluso los heridos.

Harry se l enó de rabia, de odio... No les permitiría perseguirlos más. No


les dejaría... no lo haría... Aquel o tenía que terminar de una vez.
—¿Dónde están? —gritaba Bel atrix—. ¿Dónde se han metido?

Harry se levantó y miró a los mortífagos. La Antorcha bril aba en su mano.

—¡Harry, escóndete! —susurró Hermione.

—No. No voy a esconderme más.

—¡Al í están! —gritó otro mortífago, y las cabezas de todos se volvieron


hacia Harry.

—¡A por el os! —ordenó Bel atrix.

Los mortífagos se reunieron ante la casa y empezaron a correr hacia la


colina.

—Ron, Hermione, haced un escudo repulsor. ¡Rápido! —ordenó Harry,


mientras apuntaba a la casa con su varita y observaba a los mortífagos
reunirse.

—¿Qué...? —preguntó Hermione.

—¡HACEDLO!

Ron y Hermione, sin entender muy bien, hicieron lo que Harry les pedía,
uno a cada lado, delante de Nevil e, Luna y Ginny.

Harry estiró el brazo, concentrando toda su rabia, todo su odio, todo su


poder... la Antorcha bril ó intensamente, y su fuego verde se elevó hacia el
cielo. Harry apretó los dientes y...

—¡NO! —gritó Hermione—. ¡No lo hagas, Harry!

...exclamó, con todas sus fuerzas:

— ¡DEFLAGRATIO!

La punta de la varita de Harry bril ó como si el Sol hubiera aparecido al í,


e iluminó el bosque entero. Los mortífagos, algunos de los cuales ya
habían avanzado unos cincuenta metros, se detuvieron un instante.

El intenso punto de luz se desprendió de la varita y se dirigió a toda


velocidad hacia la casa, como si el Sol hubiera caído.

Los mortífagos entendieron lo que pasaba un segundo antes de que


sucediera. El punto de luz chocó con la casa, y ésta estal ó, pero estal ó
como si hubiera tenido dentro un camión de dinamita; estal ó en mil ones
de pedazos, elevando hacia el cielo una bola de fuego de varios metros de
altura que iluminó el bosque, y los árboles que había cerca de la casa
ardieron y se consumieron. Harry observó cómo algunos mortífagos eran
lanzados, ardiendo, por la fuerza de la explosión, mientras que otros se
habían protegido con escudos. Los más rápidos se habían desaparecido.

La fuerza de la explosión arrojó a Harry, Ron y Hermione hacia atrás, pese


al escudo, y quedaron tumbados en el suelo, bajo la l uvia de minúsculos
fragmentos de la casa que empezaba a caer.

Harry se incorporó, y Ron se acercó a Hermione.

420

—¿Estás bien? —le preguntó.

—S-Sí —respondió Hermione, temblando.

Harry se levantó y miró a la casa, o más bien a los restos, que ardían. Vio
los cuerpos de varios mortífagos, que estaban en l amas. Otros empezaron
a moverse... Aún no podía creer lo que había hecho, lo que había
provocado...

Entonces, volvió la cabeza hacia su derecha, donde había oído un «crac».

—¡PAGARÉIS POR ESTO, MALDITOS! —gritó Lucius Malfoy, que


había aparecido al í, a unos metros de el os. Harry se quedó un instante
inmóvil, y todo pareció pasar a cámara lenta. Vio cómo Hermione y Ron se
separaban, mirando hacia Lucius, tan sorprendidos como Harry. Nevil e
también había vuelto la cabeza.
Luna, que estaba entre Harry y Lucius, sentada en el suelo, también se
volvió para mirarle.

Malfoy tenía la varita extendida y apuntaba hacia Harry, que abrió mucho
los ojos.

— ¡Avada kedavra! —gritó Malfoy, y el rayo verde salió de su varita.

Harry chil ó. El rayo voló hacia el os, pero no iba dirigido hacia él. Surcó
el aire y golpeó en la cara sorprendida de Luna, que soltó un quejido de
sorpresa, antes de desplomarse. Estaba muerta.

Nevil e gimió un débil «¡No!», y Harry gritó como si le fuese la vida en el


o.

—¡NOOOOOOO! ¡MALDITO ASESINO!

Pero Ron y Hermione habían reaccionado ya, y antes de que Lucius


lanzase su maldición ya estaban dirigiendo sus varitas hacia él. Ambos
mostraban una expresión de profundo asco y odio en su cara, y ambos
gritaron al unísono, como si se hubiesen puesto de acuerdo:

— ¡LOUCURAE!

Sus varitas soltaron un fuerte destel o, y al instante, mientras en la herida


cara de Malfoy se dibujaba una sonrisa al ver caer a Luna, empezó a chil
ar como un loco, soltó la varita y se agarró la cabeza con las dos manos.
Gritaba como si lo estuvieran matando, ponía los ojos en blanco y soltaba
espuma por la boca.

Ron y Hermione lo miraron, atemorizados. Ninguno de los dos parecía


haber pensado que el otro haría lo mismo.

Malfoy empezó a correr, sin rumbo, tropezando y gritando. Chocó contra


un árbol, se cayó, siguió gritando y murmurando incoherencias y volvió a
levantarse. Harry no lo soportaba. Le apuntó con su varita y le lanzó un
hechizo aturdidor, antes de acercarse a Luna.

Malfoy cayó al suelo y dejó de gritar, pero seguía temblando y agitándose.


—¡Luna! —sol ozó Harry—. ¡Luna! Luna...

Harry tomó una de las manos de la muchacha y la miró a la cara. El a


mantenía en el rostro una expresión de sorpresa, y sus saltones ojos
miraban hacia el infinito. Harry no pudo soportar mirarlos y se los cerró.
Y eran ya los segundos que cerraba aquel a noche.

—Ahora puedes ver a tu madre, Luna... —Harry la agarró y la apretó


contra sí. Ron y Hermione se le acercaron y los rodearon. Hermione l
oraba también, y Ron tenía los ojos vidriosos; Nevil e se había desmayado.

—Harry... —musitó Hermione—. Harry...

—¿Por qué? ¿POR QUÉ TANTA MUERTE?

Hermione le puso una mano en el hombro, mientras Ron tomaba la otra


mano de Luna entre las suyas.

Harry miró a sus amigos, y el os a él, y se comprendieron sólo con el o.


Aquel a noche cambiaba todo. Nada sería igual a partir de entonces. Los
tres se pusieron en pie, a la vez, mirándose, y se apartaron del cadáver de
Luna. Siguieron mirándose, sin prestar casi atención a los magos que
habían empezado a aparecer cerca de donde estaba la casa y que apuntaban
a los mortífagos que estaban heridos con sus varitas; sin prestar atención
al fuego que ardía. Sólo mirándose.

De pronto, se acercaron entre sí, e, iluminados por el fuego y bajo la luz de


la luna, se fundieron en un abrazo, un abrazo que lo significaba todo para
el os; un abrazo que sel aba su vínculo eterno de amistad...

Un abrazo que continuaba cuando los aurores del Ministerio y los


miembros de la Orden del Fénix se acercaron a el os. Dumbledore se
aproximó a donde estaban. Vio el cadáver de Luna y luego miró a los tres
amigos, que seguían abrazados, sin decir nada.

Harry sentía las frentes de Ron y Hermione contra la suya, y aquel o era lo
que necesitaba en ese momento.
Todo lo que necesitaba. Bueno... quizás todo no. Los tres se miraron a los
ojos, abrieron la boca, y pronunciaron a la vez dos simples palabras:

—Os quiero.

421

41

«Unidos Somos Más Fuertes»

Harry, desde su cama en la enfermería, observaba a la señora Pomfrey, que


en el otro extremo de la sala atendía a Ginny. Dumbledore estaba al í, al
igual que Snape y la profesora McGonagal . Snape tenía un brazo vendado.

Ron, Hermione y Nevil e estaban también en camas, y también miraban en


silencio. Luna estaba cubierta con una manta en otra camil a.

Ninguno de los cuatro había dicho nada aún, aparte de «estamos bien»,
desde que los habían encontrado junto al bosque y los habían traído a
Hogwarts. Permanecían serios y en silencio.

Cuando la señora Pomfrey terminó de examinar a Ginny, Dumbledore les


pidió a el a, a Snape y a la profesora McGonagal que le dejasen solo con
Harry, Ron, Hermione y Nevil e. La enfermera y los profesores hicieron lo
que Dumbledore les pedía, y el director se sentó en una sil a, junto a Harry,
y le miró con gravedad. Harry le devolvió la mirada.

—¿Qué le hicieron a Ginny, profesor? —preguntó.

Dumbledore suspiró.

—No lo sabemos —respondió—. Se recuperará, pero está débil y cansada,


y apenas recuerda nada. No hemos notado nada más en el a.

—¡Pero le hicieron algo! ¡Voldemort planea algo con el a, lo sé, me lo


dijo!

Dumbledore meneó la cabeza.


—No sabemos el qué. No parece tener nada. Ahora descansa, pero mañana
ya podrá levantarse, al igual que vosotros.

—¿Cómo están mi padre y Percy, profesor? —preguntó Ron, ansioso.

—Bueno, Arthur está en San Mungo. Pero —añadió, al ver la expresión de


susto de Ron— no le pasa nada grave. Algunas heridas y maleficios, pero
en unos días estará bien. Percy no sufrió heridas. De hecho, nadie sabe
muy bien dónde estuvo...

—¿Qué sucedió, profesor? —inquirió Hermione—. ¿Cómo fue?

—Terrible —respondió Dumbledore—. Terrible. Mortífagos, vampiros,


dementores... por desgracia, hay que lamentar varias muertes... entre el as,
la de Cornelius Fudge.

Harry se sorprendió muchísimo, al igual que Ron, Hermione y Nevil e.

—¿Fudge? —preguntó Harry.

—Sí. Voldemort le mató personalmente, nada más l egar al Ministerio. La


lucha fue terrible, espantosa... —

Meneó la cabeza—. Pero logramos echarlos... se fueron. Y capturamos a


Mulciber, a Goyle y a cuatro de los que se les unieron en Azkaban. Otro
murió. Los demás lograron huir, pero el Ministerio es un caos. Casi todo el
edificio ha sido destruido. Hará falta mucho trabajo para que vuelva a ser
lo que era.

—Y ¿quién será el nuevo ministro de magia? —quiso saber Ron.

—El Wizengamot deberá elegirlo pronto. La normalidad debe volver


cuanto antes —respondió Dumbledore.

—¿Cuántas personas murieron? —preguntó Harry, mirando a las sábanas


de su cama.

—Once —respondió el director.


Harry apretó las mantas con las manos, hasta que se le quedaron blancas.
Once muertos... once muertos para poder atraerle a él a una trampa...
apretó los dientes con rabia, con odio.

—No fue culpa tuya, Harry —dijo Dumbledore—. Igualmente hubiera


pasado, tarde o temprano. —Hizo una pausa y tomó aire—. Y ahora quiero
que me cuentes todo lo que sucedió desde que apareció la Marca
Tenebrosa en el cielo. Sólo que me lo cuentes... sin preguntas. Luego
debéis descansar. Mañana hablaremos más, cuando estéis mejor.

Harry no habló durante un rato. Recordarlo era terrible. Terrible y


doloroso. Miró a la cama donde yacía Luna y sus ojos se l enaron de
lágrimas.

Comenzó a hablar, y lentamente, explicó cómo habían visto la Marca,


cómo habían empezado a buscar a Ginny tras encontrar a Luna. Cómo
Henry había aparecido y los había engañado para l evarles a aquel a casa,
cómo habían luchado, cómo había l egado Voldemort y había luchado
contra él. En el punto en el que dijo que Henry había muerto, Hermione
bajó la cabeza. Sin decir nada. Dumbledore le dirigió una mirada
compasiva.

—Siento que hayas tenido que pasar por algo así... a veces, ninguna
elección parece buena, pero hiciste lo que debías. Salvaste tu vida y
también a un amigo tuyo. No te tortures más. Provocar la muerte de
alguien es algo horrible, pero a veces no hay opción.

Hermione asintió en silencio.

—¿Viste los recuerdos de Voldemort? —se sorprendió Dumbledore.

422

—Sí... vi cómo descubrió que era el heredero de Slytherin, cómo encontró


la Cámara de los Secretos y la abrió... vi cómo usted descubrió quien era,
el día que abandonó Hogwarts... vi cómo mató a sus padres, cómo mató a
dos chicos, Brandon y Fils que habían acudido al orfanato con él... ¡Lo vi
incendiar el orfanato, un orfanato l eno de niños! —gritó.
Ron y Hermione lo miraban horrorizados. Dumbledore mostraba una
expresión de dolor.

—Siempre sospeché que fue él quien comenzó aquel incendio...

—¿Usted lo sabía?

—Leí la noticia en los periódicos, pero nunca hubo pruebas de nada.

—¿Cuántos murieron? —preguntó Harry, con la voz temblando—.


¿Cuántas personas murieron en aquel incendio?

—cuarenta y siete —contestó Dumbledore.

Harry cerró los ojos, espantado, abrumado por el horror. Dumbledore le


miró un momento y luego volvió a hablar:

—¿Qué más viste, Harry?

Vi su transformación... lo vi convertirse en lo que es con una poción y un


hechizo. Se maldijo a sí mismo, se deshizo de su humanidad... para
alcanzar vida y poder... Vi cómo marcaba a los mortífagos, vi la traición de
Peter Pettigrew... y luego vi cómo mató a mis padres... vi por qué no había
querido matar a mi madre... —

Dumbledore mostró curiosidad al oír esto—. No quiso matarla porque


estaba l ena de amor... de amor por mí... lo temía... temía que si la mataba,
pudiese suceder lo que sucedió...

—Sí, tu madre era una persona que no conocía el odio o el rencor, aunque
tuviera un carácter fuerte. El a siempre perdonaba... siempre estuvo
dispuesta a perdonar a tu tía Petunia si el a cambiaba, a pesar de todo lo
que le hizo —comentó Dumbledore.

—No consiguió poseerme —dijo Harry—. Le envié a otra habitación, y al


í luchamos, estuve a punto de morir... a punto... y entonces logré escapar,
pero me choqué con Colagusano, que había estado atendiendo a Ginny. Yo
estaba derrotado, vencido... y Voldemort ordenó a Colagusano que me
sujetara, y él lo hizo.
Pero yo tení la Antorcha, y percibía su miedo... su terror. Le hice ver a mis
padres y a Sirius... y a Cedric, y se derrumbó. Me dijo mentalmente que
quizás... que quizás aún podría demostrar que el sombrero no se había
equivocado enviándole a Gryffindor, y, cuando Voldemort lanzó la
maldición, me apartó y la recibió él.

—Te salvó la vida —dijo Dumbledore, con una sonrisa triste—. Te dije
que algún día te alegrarías de haberle permitido vivir.

—Sí... pero entonces sucedió algo raro —prosiguió Harry—. Al matar a


Peter, algo le pasó a Voldemort. Una especie de rayo, o algo así, rebotó a
través de la maldición y le hizo mucho daño. Le hizo caer al suelo.

Voldemort dijo que era por haber usado su mano para revivir...

—Sí... Voldemort estaba en deuda con Peter de una forma muy poderosa...
—explicó Dumbledore—. Él dio su mano y recitó el hechizo. Voldemort
tendría que haber muerto, pero dado su condición actual...

—Entonces... entonces... —dijo Harry, mientras su rostro se ensombrecía y


crispaba los puños—. Yo... yo me enfurecí tanto que... que... quería
matarlo, terminar con él de una vez... y...

—¿Qué hiciste, Harry? —preguntó Dumbledore, y parecía muy


preocupado. Ron y Hermione le miraron más fijamente. Aún no sabían
cómo Harry había derrotado a Voldemort.

—Le lancé un Avada Kedavra.

Ron abrió mucho los ojos, y Hermione profirió un quejido; Nevil e estaba
con la boca abierta. Dumbledore bajó la cabeza y asintió, lentamente.

—¿No murió, verdad?

—No —respondió Harry—. Simplemente cayó al suelo, dolorido y


debilitado, pero ni siquiera se desmayó...

Me dijo que aquel o era mejor que haberme matado, me sonrió... y


desapareció.
Dumbledore suspiró, sin decir nada...

—¿Por qué? ¿Por qué no le pasó nada? ¿Cómo voy a matarlo si una
maldición asesina no le hace daño? —

preguntó Harry, desesperado.

—Te dije que no podrías derrotar a Voldemort con sus propias armas —
respondió Dumbledore, volviendo a mirarle a los ojos—. Él se protegió
contra lo único que conoce que puede hacerle daño: las Artes Oscuras.

—Pero, si con eso no le haré daño... ¿Cómo lo haré? ¿Cómo le venceré?

Dumbledore tardó unos segundos en responder.

—De eso mejor hablaremos mañana... ¿de acuerdo?

Harry asintió, y se quedó unos momentos en silencio, pensando.

—¿A cuántos maté? —preguntó de pronto.

—¿Qué?

—¿A cuántos mortífagos maté con el hechizo explosivo que usé?

—A cuatro —respondió Dumbledore con lentitud. Harry cerró los ojos.


Era un asesino—. Travers, a otros dos cuyo nombre no conocíamos, y a
Rabastan Lestrange.

Harry abrió los ojos al oír el nombre.

423

—Y heriste a muchos más. Pudimos capturar a Marcus Flint, a Rookwood,


a Crabbe y a Lucius Malfoy... que por cierto, ¿qué le sucedió? Se encuentra
como loco.

—Él mató a Luna —dijo Hermione, con voz triste y ahogada—. Entonces,
yo... yo recordé a mis padres y... y le lancé la maldición de la locura con
todas mis fuerzas.

—Yo también recordé a mi padre —añadió Ron—. Y también le lancé la


maldición al mismo tiempo que Hermione...

Dumbledore los miró con sorpresa.

—Dos maldiciones de la locura tan potentes a la vez... —suspiró—. Va a


costar mucho que se recupere... si l ega a hacerlo.

—¿Dónde está? —preguntó Harry.

—En San Mungo —contestó Dumbledore.

—¿Cómo nos encontraron, profesor? —preguntó Nevil e de pronto—.


Creíamos que nadie podría ayudarnos.

—Eso tenéis que agradecérselo a la señorita Granger —dijo Dumbledore


con una ligera sonrisa—. En la nota que me dejó en el despacho al l egar
del Ministerio de Magia había un galeón falso con un útil hechizo de
localización. El a tiene el otro. Así os encontramos.

—¿Por qué no nos dijiste que habías hecho eso? —preguntó Ron.

—Preferí no hacerlo —contestó Hermione—. Quizás por intuición,


quizás... no sé.

—Pues menos mal que no lo dijiste, si no, Henry te lo habría quitado...

—De todas, formas, os defendisteis extraordinariamente bien —dijo


Dumbledore—. Creo que no sé cómo expresarme para describir lo orgul
oso que estoy de vosotros. Os enfrentasteis a un grupo de mortífagos,
superior en número, y salisteis victoriosos. Permanecisteis unidos en todo
momento, y esa es vuestra mayor fuerza, no lo olvidéis.

»Harry, para ti no tengo palabras. Has logrado lo que casi ningún mago
antes que tú había hecho: derrotar a Lord Voldemort en un duelo. Le
demostraste quién eres, no te rendiste, y nos has dado a todos esperanzas.
Te aseguro que a estas horas no hay un solo mortífago que no te tema. Esta
noche has enfrentado una prueba terrible, quizás la más terrible que hayas
tenido en tu vida: te viste obligado a ver cosas espantosas, a enfrentar un
peligro inimaginable, pero te salvaste, y, aunque ahora sólo puedas pensar
en lo horrible que fue lo que hiciste al final, salvaste a tus amigos y a ti
mismo, y además, salvaste a un hombre, a Peter Pettigrew, de un mal
destino. Le ayudaste a comprender, y su sacrificio fue su salvación. No te
diré que no estés triste; no te diré que no l ores, incluso, porque eres joven,
y las vivencias de esta noche van más al á de lo que muchos magos adultos
podrían soportar, pero si te diré: alégrate; alégrate, porque tus amigos
están vivos, y esta noche, aunque no hayamos ganado la guerra, hemos
ganado una batal a.

—A Luna no la salvé —repuso Harry—. A el a no pude salvarla... está


muerta...

—No siempre se puede salvar a todo el mundo —dijo Dumbledore


apesadumbrado—. Pero el a murió haciendo lo correcto, rodeada por gente
que la quería, por gente que la habría protegido de haber sido posible... y
siempre estará en nuestros corazones.

—¿Ya lo sabe su padre? —se interesó Hermione.

—Aún no. Me comunicaré con él después... será duro hacerlo. El a era casi
su única familia.

Esto último hizo que Harry aún se sintiera peor. Sabía que las palabras de
Dumbledore eran ciertas; sabía que, si Luna no hubiese ido, quizás todo
habría sido mucho peor, pero... perderla ahora era duro, era duro, después
de lo que el a le había ayudado.

—Ahora tengo que irme —dijo Dumbledore, levantándose—. Pero


mañana hablaremos... al mediodía, tendré que hablar al colegio.

Dicho esto, el director salió de la enfermería.

Harry se levantó de su cama, bajo la atenta mirada de todos, y se acercó a


la cama de Luna, destapándole la cama, y cogiéndole una mano, que estaba
ya fría.

«Lo siento, Luna... de veras lo siento. Pero nunca, nunca te olvidaré... y


espero que, tal como me dijiste, puedas visitarme en mis sueños... de veras
me gustaría.»

Se acercó y lentamente depositó un beso en su mejil a.

«Adiós, Luna Lovegood. Fue estupendo conocerte.»

Se apartó de la cama de Luna, volviendo a taparla, y se acercó a la de


Ginny, que estaba dormida. Harry le acarició la mejil a lenta y
delicadamente, como si tuviera miedo de dañarla. La miró fijamente unos
instantes.

—Descubriremos qué te hicieron, Ginny... —le susurró—. Lo


descubriremos. No dejaré que vuelva a acercarse a ti ni a hacerte daño, te
lo prometo. Te lo juro...

Le agarró la mano y depositó un suave beso en su palma. La chica se


revolvió, inquieta, y Harry sonrió.

Parecía tan frágil...

Dejó su brazo en la cama y volvió a la suya, junto a sus amigos. Se acostó


e intentó dormirse, pero era inútil.

No podía. De ninguna forma. Lo que había pasado, lo que había visto...


recordó a su padre, luchando, y a su madre, poniéndose delante de él para
salvarle la vida... recordó a los chicos del orfanato, envueltos en l amas,
gritando... Pensó en Henry Dul ymer, que los había engañado durante un
año, haciéndose pasar por 424

su amigo... pensó en Sarah... ¿Lo sabría ya? Probablemente no, aunque


seguramente estaría preocupada, sin saber por qué Henry no estaba en la
sala común...

Finalmente, pensó en los mortífagos, en aquel os a los que había matado.


Se lo merecían, de eso no había duda, pero... era horrible. En el momento
en el que había lanzado el hechizo explosivo, aquel o le parecía lo normal
y lo lógico: acabar con el os, terminar con la batal a de una vez... pero
después, pasada la rabia... era horrible. ¿Podría volver a sonreír, ser feliz,
después de aquel o? La guerra había comenzado con fuerza.

Voldemort había sufrido un revés aquel a noche, pero había sembrado el


caos en el Ministerio de Magia...

¿Cuánto tardaría en liberar a los mortífagos presos y atacar de nuevo?


Porque Harry estaba seguro de que no se detendría ante nada.

Recordó a Lucius Malfoy, el asesino de Luna. Si Hermione y Ron le habían


echado la maldición de la locura pensando en sus padres, pensando en la
muerte de Luna, Lucius vería esas imágenes torturándolo día y noche. Una
maldición de la locura lanzada con fuerza podía tardar semanas en
curarse... pero dos a la vez...

¿se recuperaría alguna vez Malfoy? Harry pensó que, en realidad, se lo


merecía. Ahora que los dementores no estaban en Azkaban, era lo mejor
para tenerle controlado. Se preguntó si Draco sabría ya lo que le habría
pasado a su padre. Probablemente no todavía, pero no tardaría en
enterarse.

Miró hacia la derecha, donde estaba Nevil e. Su respiración era


acompasada: estaba durmiendo. Se alegró por él, le haría bien... había
sufrido mucho. No sabía cuánto tiempo había estado recibiendo la
maldición cruciatus de parte de Bel atrix, pero debía de haber sido un buen
rato. Bel atrix... había vuelto a escaparse, esa maldita... pero algún día
Nevil e y él la cazarían, y le darían su merecido por lo que les había hecho
a Sirius y a los Longbottom.

Sintió un débil sol ozo a su izquierda y volvió la cabeza. Era Hermione.


Apenas se la oía, pero escuchando con atención, Harry estuvo seguro: l
oraba. Le dio pena su amiga. Seguramente aún no soportaba la idea de
haber matado a alguien. Él lo había hecho, pero... era distinto. Estaba l eno
del poder de Voldemort y así era más fácil... y aún así, se sentía fatal.
Teniendo en cuenta que él tenía a su favor todo lo que le había sucedido en
su vida, todo lo que había visto en la mente de Voldemort... eran cosas que
mitigaban la culpabilidad, pero Hermione... el a siempre había sido la más
sensata, la más preocupada por lo que estaba bien, por las normas, por
hacer lo correcto... podía entender cómo debía de sentirse. Se levantó y se
acercó a su cama.

—Hermione... —susurró. La chica miró hacia él, limpiándose los ojos,


sorprendida.

—¿Q-Qué haces Harry? ¿No duermes?

—No podía —respondió Harry—. Y veo que no soy el único. —Hizo una
pausa y acarició la cara de su amiga. Estaba húmeda—. Hermione, no l
ores...

—¡Maté a una persona, Harry! ¡Maté a Henry! ¡Sólo tenía quince años, y
yo lo maté!

—Si no lo hubieras hecho, yo estaría muerto, Hermione... sé que es duro,


pero... él...

—¡No me digas que se lo merecía, por favor! —pidió Hermione, alzando


más la voz—. ¡Sé que se lo merecía, pero...! ¡Eso no es justificación,
Harry! ¡Eso no me sirve!

—Hermione... —dijo entonces Ron, sobresaltando a Hermione y a Harry


—. Hermione... él eligió ese camino.

Harry se lo dijo, Luna se lo dijo... pero él siguió adelante. ¿No es peor la


muerte de Birffen, que era inocente?

Además, imagínate, sus padres creyendo que era un mortífago... ¿Y esa


gente del Ministerio? O incluso tú, Hermione, cuando casi mueres en el
bosque. Eso sí es injusto... Tú hiciste lo que yo habría hecho, Hermione...
para mí no eres una asesina, y para Harry tampoco. Eran el os o nosotros,
así de simple, y así de duro —concluyó, acercándose y tomándole a
Hermione una mano.

—Ron tiene razón, amiga —dijo Harry.


—No pienses en la vida que quitaste... piensa en las que salvaste con el o:
la de Harry, para empezar, la tuya, también la mía, la de Nevil e, la de
Luna... y a Ginny... y a mucha otra gente que no tendría ninguna
oportunidad si Harry hubiese muerto.

Ron le limpió una lágrima a Hermione, y el a sonrió.

—Aún así... aún así me siento mal, pero... gracias —dijo, forzando una
sonrisa.

—Yo sí debo de darte las gracias —dijo Harry—. Me salvaste la vida.

—Tú me salvaste a mí otras veces —declaró el a.

—Todos nos hemos salvado la vida los unos a los otros en alguna ocasión
—dijo Ron—. Y así seguirá siendo.

—Harry... Ron... —susurró Hermione—. Siempre estaremos juntos,


¿verdad?

—Siempre —dijo Harry.

—Ni lo dudes —corroboró Ron—. No voy a dejar escapar un buen partido


como tú —bromeó, y Hermione soltó una risita. La primera de la noche.

Harry se inclinó, le dio un beso en la mejil a a Hermione y le dijo:

—Duerme... todo se arreglará.

«O eso espero...», dijo para sí.

425

Le dio una palmada en el hombro a Ron y se irguió para irse a su cama.


Ron también hizo amago de levantarse.

—Ron... —lo l amó Hermione.

—¿Qué?
—No... no te vayas. No me dejes sola.

Ron sonrió y se acostó a su lado, abrazándola.

—Está bien.

—Gracias, Ron...

—¿Gracias por qué?

—Por cuidarme... por... por recibir en mi lugar la maldición cruciatus... y


gracias a los dos por estar siempre conmigo.

—Soy yo el que debe daros las gracias —dijo Harry—. Por no dejarme ser
tan idiota y venir conmigo... por estar conmigo a pesar de todo. —Harry
sonrió—. Hasta mañana.

—Hasta mañana, Harry —contestaron ambos.

Harry se acostó en su cama, y un poco más tranquilo que antes, se durmió.

Cuando por la mañana despertó, ya eran casi las once. Se encontraba


mucho mejor, más descansado, y sobre todo, menos dolorido. Si incorporó
y se puso las gafas. Miró hacia su izquierda y vio que Ron y Hermione aún
dormían. Nevil e, por el contrario, estaba ya despierto.

—Hola Harry —saludó.

—Buenos días, Nevil e...

—El a escapó Harry —se lamentó Nevil e—. Escapó otra vez.

—Algún día la atraparemos —dijo Harry, levantándose de la cama y


acercándose a la de Nevil e.

—Sí, cuando al fin derrotes a Voldemort para siempre.

—No sé cómo lo haré, Nevil e... ni siquiera si podré.


—Podrás —aseguró Nevil e—. Anoche le venciste.

—No lo habría conseguido sin la Antorcha... y si no hubiera sido por


Hermione y por Peter Pettigrew no lo habría logrado... él me derrotó,
Nevil e. Me venció. Fue la suerte de la deuda de Voldemort hacia
Pettigrew lo que me permitió lanzarle el Avada Kedavra... y aún así
sobrevivió.

—Da igual. Encontrarás la manera —dijo Nevil e—. Sé que lo harás.

Harry sonrió, y no habló durante unos minutos.

—Luchaste muy bien anoche —comentó.

—No tan bien... Bel atrix Lestrange me dominó, me venció...

—Pero resististe su tortura. Fuiste muy fuerte. Y no te amilanaste ante la


presencia de Voldemort.

—Tuve muchísimo miedo —confesó Nevil e—. Fue espantoso... es tan...


tan horrible, tan malvado...

—No te haces una idea —dijo Harry, pensando en lo que había visto en los
recuerdos del mago.

En ese momento, Ginny se agitó. Harry se levantó y se acercó a la cama de


la chica, sentándose junto a el a.

—¿Estás despierta? —preguntó con suavidad. Harry comprobó con alegría


que no parecía tan pálida como la noche anterior.

—Sí... —respondió, con voz casi inaudible. Abrió los ojos y miró a Harry
—. ¿Qué sucedió, Harry? Recuerdo haber oído a Nevil e, a Ron... a Luna...
una explosión muy fuerte... ¿Qué pasó?

—Todo terminó, Ginny. Estás en Hogwarts, en la enfermería.

—¿Y los demás?


Harry bajó la cabeza.

—Harry —dijo Ginny, incorporándose y abriendo más los ojos—, ¿y los


demás?

—Ron, Hermione y Nevil e están bien —contestó Harry—, pero Luna...

—¿Qué le pasó? —preguntó Ginny, alzando la voz.

—Lucius Malfoy la... la mató.

Ginny se puso pálida de nuevo, y sus ojos se l enaron de lágrimas.

—¡No Harry! ¡No puede ser cierto!

Harry no dijo nada, simplemente movió la cabeza afirmativamente.

—¡NO! —gritó Ginny, desesperada—. ¿Dónde está? —preguntó,


incorporándose e intentando salir de la cama.

—Ginny, no...

—¡Quiero verla, Harry! ¡No puedo creerlo si no la veo!

Harry la soltó y Ginny salió da la cama, acercándose a la cama donde


reposaba Luna, tapada.

Hermione y Ron despertaron con los chil idos de Ginny, y Ron miró a su
hermana.

—¿Ginny? —murmuró, aún medio dormido. Entonces vio lo que se


proponía hacer—. Ginny, no lo hagas...

—le pidió.

426

Pero Ginny no escuchaba. Apartó la sábana y miró a Luna. Harry se le


acercó por detrás.
—¡NO! ¡NO PUEDE SER CIERTO, NO PUEDE ESTAR MUERTA! —Se
dejó caer sobra la cama y empezó a l orar.

—Señorita Weasley... —dijo la señora Pomfrey, entrando en la enfermería


— no debería ver...

—¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ ELLA?

—Fue por ayudarnos, por salvarte a ti —explicó Harry—. Todos quisieron


ir, Ginny... Lucius Malfoy la asesinó a traición. No pudimos evitarlo.

—¡MALDITO CERDO! —chil ó Ginny, mientras Harry la abrazaba contra


sí, intentando calmarla—. ¿DÓNDE

ESTÁ? ¡DIME QUE LO CAPTURASTE, HARRY!

—Algo mejor que eso —respondió Ron—: Hermione y yo le echamos la


maldición de la locura a la vez.

Ahora está en San Mungo.

—¡Le está bien empleado! —chil ó Ginny, sol ozando aún más fuerte.

—Ya... cálmate, vamos... yo también la echo de menos... —susurró Harry.

—Señorita Weasley, debería calmarse. El señor Lovegood l egará pronto y


no tardará en subir... Deben de ser fuertes —dijo la señora Pomfrey,
aunque también el a derramaba una lágrima. Miró hacia la cama de
Hermione, donde aún estaba Ron, pero esta vez no dijo nada. Suspiró y
entró en su despacho.

Harry miró a Ron y a Hermione. No se sentía con fuerzas para enfrentar el


encuentro con el padre de Luna.

Ginny se separó de la cama de Luna, l orando en silencio y volvió a la


suya. Harry la acompañó.

—¿Recuerdas lo que te hicieron, Ginny? —preguntó.


El a negó con la cabeza.

—Apenas nada. Sólo recuerdo que me dolía, y que recordé que... —Negó
fuertemente con la cabeza—. No quiero hablar de el o, fue demasiado
horrible... No quiero hablar de nada...

—Está bien, no pasa nada... —le dijo Harry suavemente—. Descansa,


vamos...

Ginny hizo caso a Harry y volvió a su cama, con los ojos l orosos.

El padre de Luna l egó media hora más tarde. Su expresión de tristeza iba
más al á de lo imaginable. Entró en la enfermería con Dumbledore, que
también lucía una grave expresión de pena y derrota, y con el profesor
Flitwick, que también parecía muy nervioso, y se acercó a la cama donde
reposaba su hija, sin decir nada. Descubrió su cara y nada más verla se
echó a l orar en silencio.

Harry lo miró desde su cama, con el corazón roto. Vio a Hermione, que l
oraba, a Ron, cuya expresión era de una inmensa tristeza. Nevil e miraba
al suelo, y Ginny observaba la escena como atontada, mientras las
lágrimas le caían por la mejil as.

Tras unos minutos l orando sobre el cadáver de su única hija, el señor


Lovegood se acercó a Harry, momento que éste había estado temiendo, y le
pidió que le contara todo lo que había sucedido, cómo había pasado.

A Harry se le trabaron las palabras al responder, y contó la historia sin


mirar al señor Lovegood a la cara.

Pensó que si lo hacía, le daría algo.

—La mataron a traición... —-musitó el padre de Luna, dejando escapar


varias lágrimas.

—Sí —contestó Harry—. Si no, no les habría sido fácil... Luna era una
gran bruja. Era valiente e inteligente y... y me ayudó mucho este año.
Mucho... yo...
—No digas más... por favor... no digas más. No es necesario... no es
necesario... —balbuceó el señor Lovegood—. Sé que la habríais salvado de
haber podido... os... os agradezco que hayáis capturado a ese Malfoy... os
lo agradezco... Cuidaos...

El señor Lovegood volvió junto a su hija, le dio un beso, la tapó, y se


dirigió a la puerta, acompañado por Dumbledore y el profesor Flitwick,
que también soltaba una lágrima. Sin embargo, antes de salir, se volvió
otra vez hacia el os y dijo:

—El entierro será mañana por la tarde... —dijo el señor Lovegood, como
si las palabras lo quemaran—. Si queréis asistir, podéis hacerlo...

Harry asintió, y el señor Lovegood se fue.

—Harry —dijo Dumbledore—. ¿Te importaría ir a mi despacho en media


hora, aproximadamente?

—De acuerdo —contestó Harry, y Dumbledore se fue.

Harry miró a Ginny, que al irse el señor Lovegood se había echado a l orar
desconsoladamente, hundiendo su cabeza en la almohada.

Media hora más tarde, tal como le habían dicho, Harry salió solo de la
enfermería y se dirigió al despacho del director, con paso cansado,
intentando no encontrarse con nadie, lo que, afortunadamente, consiguió.

Dumbledore ya le estaba esperando. Harry entró y se sentó frente al


escritorio del director, que lo miró detenidamente.

427

—¿Cómo te encuentras, Harry? —le preguntó.

—Más descansado, pero... —meneó la cabeza.

—Cargar con la idea de haber provocado la muerte de cuatro personas,


aunque fuesen mortífagos es algo que nunca debería tener que soportarse a
los dieciséis años, pero, lamentablemente...
—No es sólo eso el motivo por el que me siento mal... es... Voldemort me
dijo que todo lo que ha sucedido, todo lo que hizo este año fue para... para
hacer que le odiara más que nunca...

—Sí, me lo imaginaba. Supongo que necesitaba verte l eno de odio para


poder poseerte.

—Sí —confirmó Harry.

—Pero aún así, no lo consiguió... Resististe.

Harry asintió.

—¿Usted lo sabía? —preguntó—. ¿Usted sabía el motivo por el que


Voldemort tiene que matarme? ¿Sabe por qué él no puede vivir si yo estoy
vivo?

—Tengo una idea, nada más —admitió Dumbledore—. Supongo que se


debe a los poderes que te transfirió al atacarte; al hecho de que poseas
parte de su mente.

—Parte de su esencia —puntualizó Harry—. Me dijo que si yo no moría,


él jamás podría tener una vida completa... jamás podría alcanzar la
inmortalidad...

—Jamás abandonará esa obsesión —dijo Dumbledore, bajando la mirada


—. Siempre ha buscado la inmortalidad, y no parará hasta conseguirla.

—Ya casi la tiene —dijo Harry—. ¡No pude matarlo! —exclamó—.


¿Cómo lo haré?

—Explotando su mayor debilidad —explicó Dumbledore—: su falta de


humanidad.

Harry miró a Dumbledore interrogativamente.

—¿Y cómo haré eso? ¡No lo sé! No encuentro ese poder que pueda
vencerle, ese poder que él no tiene...
¿Lo tengo por él? ¿Por la cicatriz?

—No —respondió Dumbledore—. ¿No recuerdas la profecía? Ese poder lo


tendrías igual aunque él no te hubiese transferido poderes... porque ese
poder, procede de ti... de tu madre.

—¿De mi madre?

—Dijiste que habías visto cómo Voldemort no había querido matar a tu


madre, ¿verdad?

—Sí... no lo hizo porque el a estaba l ena de amor, de buenos


sentimientos... temía que pudiera suceder lo que sucedió al final.

—Sí. Tu madre era una persona muy especial. Siempre dispuesta a ayudar
a todo el mundo, incluso a aquel os que la odiaban —contó Dumbledore—.
Era realmente una muchacha muy, muy especial. Siempre guardó afecto
por tu tía, a pesar de todo lo que el a la despreciaba. Y el amor de tu madre
por ti era realmente inmenso, Harry, inmenso e incondicional. Un amor tan
grande como ese debe ser tenido en cuenta. El hecho grandioso de la noche
en que Voldemort te atacó no reside simplemente en que tu madre hubiese
muerto para salvarte, cosa que han hecho más personas, sino en el
inconcebible amor que abrigaba tu madre... un amor que has heredado en
más de un sentido, porque está en tu corazón... y en tus venas.

Voldemort comparte la protección que recorre tu sangre, pero no la que


está en tu alma. Ése es tu poder, tu fuerza... y su debilidad.

—Pero no sé cómo usarlo —repuso Harry—. Y él dijo que mis


sentimientos, que mis amigos, eran mi debilidad, que por el os caía en
trampas, que por miedo a lo que pudiera pasarles no era fuerte, no podía
luchar...

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Dumbledore—. ¿Crees que tus amigos


son tu debilidad?

—No —respondió Harry, muy seguro de sus palabras—. Sin el os yo no...


yo no podría hacer nada.
—Exacto. Eso es algo que Voldemort nunca pudo entender, ni siquiera
cuando era totalmente humano.

—Pero yo no sé cómo usar esa debilidad contra él —repitió Harry—. No


veo en mí ese amor tan grande que dice que mi madre me transfirió...

—Harry, ¿con cuántos años lograste hacer un patronus?

—Con trece —contestó Harry, sin entender a qué venía aquel o.

—¿Recuerdas lo que es en sí un patronus?

—Una fuerza positiva —dijo Harry.

—Sí... y tú lo hiciste con trece años. Harry, nadie, y digo nadie, antes que
tú, había hecho un patronus corpóreo con trece años. Nadie.

—¡Pero fue suerte! Yo no lo habría hecho si no hubiera sabido, por el


giratiempo, que podía hacerlo.

—Sí, gracias al giratiempo supiste que podías hacerlo... pero lo importante


es que podías. Por eso gracias al giratiempo pudiste verte haciéndolo... las
circunstancias te mostraron que podías hacerlo, pero el hecho de poder,
reside en ti —concluyó Dumbledore—. Harry, un patronus es una fuerza
positiva basado en el amor, en sentimientos humanos... fue viéndote
hacerlo cuando vi lo que guardabas dentro... cuando supe que mis
esperanzas en ti no eran vanas.

—Pero, aún así... no sé cómo hacerlo.

428

—Ya te dije que en eso no podría ayudarte. Tú debes entenderlo. Pero lo


que si te digo, es que las Artes Oscuras no derrotarán a Voldemort. No
puedes vencerle con sus armas.

Harry asintió y se quedó un rato cal ado, mirando al suelo, mientras sentía
la mirada de Dumbledore sobre él.
—Profesor... Cuando Peter me estaba sujetando, sentí sus pensamientos.
Pude enviarle recuerdos a su mente, hablar con él... y pude ver también
recuerdos de Hermione, y de Ginny... ¿Por qué? ¿Por qué hace eso la
Antorcha?

—Sólo tengo una teoría —dijo Dumbledore, con aspecto pensativo—.


Creo que se debe al hecho de que la Antorcha de la Llama Verde use las
conexiones, los vínculos entre los magos. He estado pensando en el o
desde que me contaste que podías encenderla tú solo, y pienso que, cuando
la Antorcha se enciende, conecta las mentes de los magos que se tocan y
poseen un vínculo, de acuerdo al mandato de ambos. Dado que tú manejas
la Antorcha tú solo, tú percibes las mentes de los demás.

—Pero, ¿qué vínculo tengo con Ginny, con Peter...?

—Como te dije, cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un vínculo


entre el os. Ése es el vínculo que había entre tú y Peter, o entre tú y Ginny.
También lo hay entre tú, Ron y Hermione... pero con el os es diferente, por
eso la sensación para el os es diferente.

—¿En qué es diferente? —quiso saber Harry.

—En el hecho de que, a Ron y a Hermione, no sólo tú les salvaste la vida a


el os, si no que también el os te la han salvado a ti.

Harry pensó en el o, y recordó... él le había salvado la vida a Ron, y Ron a


él también, varias veces aquel año, comenzando por el día del ataque en el
Caldero Chorreante. Había salvado a Hermione, de los dementores, de
morir aplastada por causa de Grawp... y el a le había salvado a él el año
anterior, y también la noche anterior...

—Sí, es cierto...

—El vínculo con el os es más fuerte, ya sin contar la inmensa amistad que
os une, que un vínculo muy poderoso también —explicó Dumbledore.

—¿Por eso los hechizos de Ron tocan a Voldemort? —inquirió Harry.


Dumbledore le dirigió una mirada extrañada.

—¿Los hechizos de Ron tocan a Voldemort?

—Sí, y también los de Hermione. Los de Nevil e, sin embargo, no.

Dumbledore se tocó la barba, pensativo.

—Tendré que meditar acerca de eso —fue su respuesta—. Y también lo


haré acerca de que, cuando tú usas tu poder y dejas que la esencia de
Voldemort te l ene, el os puedan sentirlo. Cuando tenga una respuesta, os
la daré.

Harry asintió lentamente, y miró a los cuadros de las paredes. La mayoría


parecían dormir, pero algunos sólo fingían y escuchaban la conversación
entre alumno y director.

—¿Hay algo más que quieras comentarme, Harry?

—Voldemort volvió a decirme que me parezco mucho a él, que nuestras


infancias son similares...

—¿Viste su infancia?

—Sí —contestó Harry—. Vi a un chico, John Brandon, y a sus amigos,


hacerle la vida imposible. Él los odiaba... me recordó a mi primo Dudley.

—¿Y piensas que eres como él?

—¡No! Él no habría tenido amigos ni de haber podido. En Hogwarts


tampoco tuvo verdaderos amigos. Nunca le importó nadie, y cuando
descubrió quién era, menos aún.

—Sí, él se dejó l evar por el que creía que era su destino... al contrario que
tú. Al igual que Henry Dul ymer.

—Sí, de hecho, Dul ymer me recordó mucho a Ryddle... tan engañoso, tan
aparentemente simpático y servicial, tan ambicioso y tan malvado...
—Lord Voldemort siempre ha tenido facilidad para fascinar a la gente,
para arrastrarla a su lado...

—Aún no termino de creerme que fuera un mortífago... Voldemort lo


envió porque sabía que él podría l egar a mí, que usted nunca podría
protegerme de un amigo, porque la amistad y colaboración entre las casas
es algo que usted siempre había deseado.

—Sí, es cierto... aunque yo conozco muy bien a Voldemort, temo que, por
desgracia, también él me conoce mucho a mí. Realmente Henry Dul ymer
me engañó. Realmente creí que era la respuesta a mis plegarias...

cuando era todo lo contrario.

Harry volvió la vista hacia Fawkes y se quedó mirándolo durante un rato.


Todo era tan horrible... habían ocurrido tantas cosas que aún no las había
asimilado por completo, y no sabía si alguna vez l egaría a hacerlo.

—De verdad siento todo lo que ha pasado —dijo Dumbledore,


apesadumbrado. Parecía más envejecido que en ninguna otra ocasión—.
Sabía que éste sería un año duro, aunque, si te he de ser sincero, Harry,
esperaba que lo que ha sucedido esta noche, los ataques, hubieran
empezado antes. No tan fuerte, pero sí 429

que hubiera empezado hace tiempo. Supongo que Voldemort prefirió


concentrarse en sus nuevos planes...

—suspiró—. ¿Sabes por qué organicé el Torneo de Quidditch, Harry? —


preguntó el director.

—Para distraernos —dijo Harry—, y para aumentar los lazos con otros
magos...

—Sí —confirmó Dumbledore—. Pero lo hice, sobre todo, por ti.

Harry le miró con asombro.

—¿Por mí?
—Sí. Sé lo que te gusta el quidditch, lo que te distrae... hace que te
mantengas ocupado. Eso fue lo que me dio la idea. Sabía que éste sería un
año terrible para ti, y quería evitar que te preocuparas más de lo necesario,
que te distrajeras... Y, aunque no terminó demasiado bien, creo que, al
menos en parte, logré mi propósito.

—Sí —confirmó Harry—. El torneo me ayudó a distraerme, a no pensar en


todo lo que sucedía... si no hubiera sido por el o, creo que me habría vuelto
loco.

Dumbledore esbozó una sonrisa triste. Las miradas de ambos se cruzaron,


y luego Harry volvió a mirar hacia Fawkes, que dormitaba.

—Harry —dijo Dumbledore, recuperando su atención—. Respecto a los


exámenes de fin de curso... ni tú, ni Ron, ni Hermione ni Nevil e tenéis que
hacerlos si no os sentís preparados.

Harry miró al director con detenimiento.

—¿Y Ginny?

A el a, por desgracia, no se le pueden quitar los TIMOs, pero ya me he


ocupado para que pueda examinarse al principio del verano, y tenga
tiempo de descansar antes.

Harry asintió con la cabeza.

—¿Qué haréis vosotros?

—No lo sé —contestó Harry con sinceridad—. Tendré que hablarlo con los
demás.

—Está bien. Ahora es mejor que te vayas, Harry. Descansa... Lo necesitas.


Has vivido una experiencia horrible.

Harry se levantó lentamente y comenzó a salir del despacho.

—Sólo una cosa más...


Harry se volvió hacia Dumbledore y lo miró.

—Supongo que no os apetecerá demasiado, pero realmente me gustaría


que acudieseis al comedor hoy.

A Harry, realmente, no le apetecía enfrentar las miradas de sus


compañeros, y respondió:

—Lo intentaré.

Dicho lo cual salió del despacho y regresó a la enfermería. Entró y lo


primero que observó fue que el cadáver de Luna ya no estaba al í.

—Se lo l evaron ya —dijo Hermione, viendo cómo Harry miraba a la cama


donde había reposado el cuerpo de la chica.

Harry asintió y fue a sentarse a su cama. Nevil e miraba al techo, y Ginny


parecía ida. Harry se tumbó y cerró los ojos durante un rato. Ninguno de
sus amigos le preguntó nada.

Llegó la hora de la comida, y ninguno de los cinco había dicho palabra


alguna desde el regreso de Harry. No había sido necesario. Sólo una
mirada bastaba para entenderse entre el os. La primera en hablar fue
Hermione.

—¿Bajamos a comer al Gran Comedor o nos quedamos aquí? —preguntó.

Nadie contestó durante unos minutos, hasta que lo hizo Harry.

—Dumbledore quería que bajáramos. Será duro, lo sé... pero creo que
debemos hacerlo. Tenemos que hablar con Sarah y... debemos mostrar que
somos fuertes; mostrar que no estamos vencidos... bajemos, pero
hagámoslo los cinco juntos... o los cuatro, si Ginny no puede.

Ron asintió, al igual que Hermione. También Nevil e estuvo de acuerdo, y


Ginny musitó un «yo también voy».

Se cambiaron y salieron de la enfermería, aún vendados. Ginny caminaba


con paso débil y se apoyaba en Hermione. El castil o estaba silencioso.
Todo el mundo debía de estar ya en el Gran Comedor.

Lentamente y en silencio, bajaron la escalinata de mármol hasta el


vestíbulo. Peeves revoloteaba por al í, y se acercó con intención de
meterse con el os, pero algo en sus caras hizo al poltergeist desistir de su
idea y alejarse hacia los pisos superiores.

Llegaron ante las puertas de roble del comedor, que estaban cerradas, y
escucharon el bul icio que había en su interior, el cual parecía ser menor
que otros días.

Harry empujó las puertas, que se abrieron, y entró, seguido de sus amigos.
Al hacerlo, todos en el Gran Comedor volvieron las cabezas para mirarlos.
Harry se detuvo y enfrentó sus miradas, al igual que sus amigos.

430

Harry recorrió con su vista las cuatro mesas y los rostros de sus
compañeros. No sabía cuánto sabrían de lo que había pasado la noche
anterior, pero desde luego, sabía lo que mostraban aquel os rostros que le
miraban: admiración.

Harry miró a la mesa de Ravenclaw, que era la más triste, y su mirada se


cruzó con la de Cho, que parecía muy afligida. Se miraron unos segundos
antes de que Harry se fijara en los estandartes negros que decoraban el
comedor: un tributo a Luna y a los muertos en el Ministerio, seguramente.

Observó la mesa de Slytherin, y miró a Draco Malfoy, que parecía más


furioso de lo que Harry lo había visto nunca. Daba la impresión de que
parecía a punto de salir y saltar sobre el os. Harry le sostuvo la mirada un
instante antes de fijarse en Sarah, que se levantó al verles. Sus ojos
estaban rojos y las lágrimas le corrían por la cara. Se acercó a el os
lentamente y Harry la miró con compasión.

—¡Harry...! —dijo, l orando—. Harry... dime que no es cierto... dímelo,


Harry... dime que Henry no es un asesino, por favor...

Harry la miró y luego bajó la cabeza, desviando la vista.


—Lo siento, Sarah...

La chica empezó a l orar más aún. Nevil e se adelantó con cierta timidez y
luego la abrazó, ante la atenta mirada de todos en el comedor.

—¡Me engañó! —gritó Sarah—. ¡Me engañó, Nevil e! ¡Todo este tiempo,
sólo era una mentira...! ¡Y ahora está muerto!

Hermione bajó la cabeza. Los ojos ya habían empezado a vidriársele. Ron


se acercó a el a y la abrazó.

—Él... él te quería, Sarah... —dijo Hermione—. Quiso mantenerte al


margen de todo... tú eras lo único en lo que no mentía. De veras le
gustabas.

Las palabras de Hermione, en lugar de hacer que Sarah se sintiera mejor,


le hicieron l orar más aún.

Harry le puso una mano en el hombro a Sarah y repitió:

—Lo siento...

Quitó la mano y se dirigió a la mesa de Gryffindor, donde se sentó.


Hermione le siguió, mientras Ron sostenía a Ginny y la l evaba a la mesa.
Nevil e siguió abrazando a la chica y la condujo también a la mesa de
Gryffindor. El a se dejó l evar.

Los seis se sentaron, sin decir nada. Todos los Gryffindors les miraron,
dándoles apoyo aunque no abrieran la boca.

La comida transcurrió en silencio. Apenas nadie hablaba. Harry observó a


sus compañeros mientras comía.

Muchos tenían caras tristes y preocupadas: probablemente, parientes de


aquel os que habían muerto o sido heridos en el ataque al Ministerio de la
noche anterior. Sarah, por su parte, apenas probaba bocado, y seguía l
orando en silencio. Nevil e la miraba con ternura y lástima, sin saber qué
hacer ni qué decirle.
Cuando la comida estaba a punto de terminar, Dumbledore se puso en pie
y todas las miradas se dirigieron a él.

—Antes de deciros nada —dijo—, quisiera haceros saber que me gustaría


mucho no tener que decir lo que tengo que decir, pero es necesario.
Supongo que la mayoría de vosotros ya tendréis una idea general de lo
sucedido ayer, tanto en el Ministerio de Magia como aquí, y sabréis por
qué faltan hoy dos alumnos a esta comida.

»Lamento profundamente tener que comunicar que el motivo por el que


Henry Dul ymer, alumno de quinto curso de la casa Slytherin, y Luna
Lovegood, alumna de quinto de la casa Ravenclaw, no están hoy aquí, es
porque ambos están muertos. —Los alumnos de Ravenclaw bajaron la
mirada, y algunos de Slytherin apretaron los puños—. Me duele
profundamente deciros —continuó Dumbledore— que Henry Dul ymer
estaba aquí a las órdenes de Lord Voldemort. —Muchos alumnos
profirieron un gemido, un grito, o ambas cosas, a pesar de que la mayoría
habían oído las palabras de Sarah—. Él atacó a Hermione Granger en Hal
oween, él usó la maldición cruciatus contra Nevil e Longbottom, él
hechizó a Harry Potter el día del ataque de los dementores, él utilizó la
maldición imperius contra Richard Warrington, él le envenenó después, él
atacó a Cho Chang y a Michael Corner en un pasil o, y lo peor: hechizó a
Aldus Birffen para hacerle parecer culpable y le obligó a suicidarse.

La mayoría de los alumnos estaban horrorizados, pues no les parecía


posible que alguien tan simpático como Henry Dul ymer hubiese hecho
algo así. Harry miró a Sarah, que se había ido poniendo más pálida con
cada palabra de Dumbledore, y que ahora estaba abrazada a Nevil e, l
orando de nuevo.

—Henry Dul ymer fue el responsable del secuestro de Ginny Weasley,


ocurrido ayer, y fue el que envió a Harry Potter, a Ronald Weasley, a
Hermione Granger, a Nevil e Longbottom y a Luna Lovegood a una
trampa preparada por Lord Voldemort.

La mayoría de miradas se volvió hacia la mesa de Gryffindor, pero ni


Harry, ni Ron, ni Hermione ni Ginny apartaron la mirada de Dumbledore,
que los miró a su vez; Nevil e seguía abrazando a Sarah, intentando
consolarla.

—A el os quería referirme hoy especialmente —prosiguió el director—. El


os fueron lanzados a esa trampa, y para el o atacó Lord Voldemort el
Ministerio de Magia: con el único fin de alejarme a mí y a la mayoría de
431

profesores de Hogwarts. Sin embargo, los planes de Lord Voldemort


fueron frustrados una vez más: este grupo de alumnos, sin duda
extraordinario, logró vencer y huir de Voldemort y sus mortífagos.

Permanecieron unidos en todo momento, dispuestos a luchar y a morir los


unos por los otros, y salieron victoriosos. No se dejaron intimidar, ni
asustar, ni camelar con ofrecimientos de poder y gloria. Hicieron lo
correcto, aunque fuese lo difícil, y con el o, muchas vidas, quizás más de
las que podríamos imaginar, fueron salvadas. Henry Dul ymer murió en la
batal a, a causa de una maldición asesina del propio Lord Voldemort, una
maldición que tenía por objetivo a Harry Potter.

Harry sintió que todas las miradas caían en él en ese momento, pero no
prestó atención.

—Y a él, a Harry, quería referirme especialmente, porque ha mostrado más


valor y más poder del que jamás hubiese creído posible: se enfrentó en
combate a Lord Voldemort, y le venció.

Ante esto, murmul os de admiración se elevaron. Esta vez Harry sí miró a


sus compañeros, que le veían con sorpresa, y finalmente, sus ojos se
detuvieron en Malfoy y sus amigos, cuyas caras habían pasado de una
expresión de mal humor a otra de incredulidad total, sorpresa e incluso
miedo.

—Pero no le venció solo, porque no estaba solo: alguien dio su vida para
salvarle, alguien salvó su propia alma muriendo para hacer lo correcto,
para darnos a todos una nueva oportunidad. Alguien que equivocó el
camino, pero que rectificó a tiempo: Peter Pettigrew. Por su parte, Luna
Lovegood, a pesar de su valentía y de haber logrado escapar de la casa a
donde habían sido conducidos, fue asesinada a traición por un mortífago.

Harry dirigió una feroz mirada a Malfoy, y vio que Ron hacía lo mismo.

—Algo debemos sacar de todo esto, y es que el poder no lo es todo, porque


la amistad, el amor y el valor son a veces mucho más fuertes de lo que
imaginamos, y debemos aprender que somos capaces de las cosas más
increíbles cuando nuestros seres queridos están en peligro. Ayer, Harry
salvó su vida con un sacrificio, con un sacrificio de un antiguo enemigo.
Un enemigo al que Harry había perdonado la vida en una ocasión. Esto nos
enseña que siempre, siempre debemos hacer lo correcto, porque tarde o
temprano, el bien que hacemos tiene su recompensa, si no en nosotros, sí
en nuestros seres queridos. El os vencieron ayer, contra toda previsión,
porque estaban unidos; porque recordadlo siempre: solos no somos nada,
pero unidos lo somos todo; unidos somos más fuertes; unidos podemos
enfrentarnos a cualquier cosa. Recordadlo; recordadlo por la gente que
ayer murió injustamente, por la gente que ayer fue herida, por la gente,
muchos de vosotros también, que ayer perdió a familiares, amigos,
conocidos. Recordad siempre a aquel os que dieron su vida, o que la
arriesgaron, para que pudiésemos vivir en un mundo un poco mejor.

»Y por el o quiero pediros un aplauso para todas las víctimas del


Ministerio de Magia, y por Luna Lovegood.

Todo el mundo, excepto algunos de Slytherin, se pusieron en pie y


aplaudieron con fuerza durante varios minutos. Cuando los aplausos
finalizaron, Dumbledore habló de nuevo:

—Y ahora quisiera pedir un nuevo aplauso por Harry Potter, Ronald


Weasley, Hermione Granger, Nevil e Longbottom y Ginny Weasley.

De nuevo los aplausos atronaron el Gran Comedor, sobre todo en la mesa


de Gryffindor. Sarah aplaudía con todas sus fuerzas, mientras algunas
lágrimas seguían bajando por su cara, pero miraba a Nevil e y, por primera
vez en el día, sonreía.
—Recordad a todos aquel os que murieron por nosotros —terminó
Dumbledore—. Recordadlos, y haced lo correcto.

El director se sentó de nuevo, y los alumnos empezaron a salir del Gran


Comedor.

Harry, Ron, Hermione, Nevil e, Ginny y Sarah acababan de salir al


vestíbulo, que estaba l eno de estudiantes que los miraban, cuando una voz
arrastrada los hizo detenerse.

—No creáis que voy a olvidar lo que le hicisteis a mi padre —amenazó


Draco Malfoy, mirándolos con odio, al igual que Crabbe y Goyle.

En el vestíbulo se hizo el silencio. Harry se volvió lentamente, y miró a


Malfoy fijamente, con expresión seria y amenazante.

—¿Qué le hicimos, Malfoy? —preguntó Harry.

—Lo sabes bien, Potter.

—¿No quieres decirlo? ¿No quieres decir que Ron y Hermione, una sangre
sucia y un pobretón, le lanzaron a tu padre una maldición tan potente que
está en San Mungo, completamente loco y con pocas esperanzas de
recuperación? —dijo Harry mordazmente.

Malfoy enrojeció, de ira y de vergüenza, mientras en el vestíbulo se


elevaban los murmul os.

—Fuisteis vosotros... —escupió, mirando a Ron y Hermione. Estos le


devolvieron la mirada.

—¿Y sabéis por qué lo hicimos? —preguntó Ron en voz alta—. Lo


hicimos porque el cerdo asesino de tu padre mató a traición a Luna. ¡Él la
asesinó!

Gritos y murmul os de indignación y rabia l enaron el vestíbulo, mientras


Malfoy retrocedía, temeroso de las miradas que todo el colegio le dirigía.
—Sí, la mató a traición porque no fue capaz de matarla frente a frente —
añadió Hermione—. El a le venció.

Harry miró a Draco, que temblaba, y se volvió.

432

—Adiós, Malfoy.

Ron, Hermione, Ginny, Nevil e y Sarah se volvieron también.

—¡Esto no queda así! —gritó Malfoy, sacando su varita, al igual que


Crabbe y Goyle.

Pero Harry fue mucho más rápido. Sin apenas volverse, sacó su varita, la
dirigió hacia los tres Slytherins y la agitó levemente.

La punta de la varita emitió un destel o y Malfoy, Crabbe y Goyle fueron


lanzados hacia atrás, contra la pared, y quedaron al í, tendidos y humil
ados.

Harry guardó la varita y, acompañado por sus amigos y bajo la mirada del
resto del colegio, subió la escalinata para dirigirse a la sala común de
Gryffindor.

433

42

¿Esperanza?

Aquel a tarde, tras l evar a Ginny de nuevo a la enfermería, Harry, Ron,


Hermione y Nevil e estuvieron en la habitación de los chicos de sexto
curso. Harry les habló acerca de su conversación con Dumbledore, y les
comentó que no tendrían que hacer los exámenes si no querían. Realmente,
a Harry no le apetecía mucho tener exámenes después de lo que había
pasado, y a Ron tampoco, pero, por otro lado, sería una distracción, algo
que los ayudaría a no pensar demasiado en lo sucedido. Para sorpresa de
todos, también Hermione dudaba sobre qué hacer, pero, al final, dijo que
era mejor que los hicieran, y, también para sorpresa de el a, Harry, Ron y
Nevil e estuvieron de acuerdo.

Sin embargo, a ninguno de los cuatro les apetecía hacer nada aquel a tarde,
así que se quedaron mucho tiempo en la habitación, pese al buen tiempo
que hacía fuera. Harry observó los terrenos del colegio por la ventana,
dándose cuenta de que el bul icio del exterior era mucho menor que otros
años por las mismas fechas. Había alumnos fuera, sí, estudiando bajo los
árboles, o junto al lago, pero estaban silenciosos, como apagados.

Ron decidió enviar una carta a Grimmauld Place, preguntando por su


padre, por Percy y por todos. También Hermione añadió una nota para sus
padres, diciéndoles que estaba bien. Hedwig la l evó.

Un poco antes de la hora de la cena, los cuatro bajaron a la sala común,


atrayendo las miradas de los demás alumnos que estudiaban o pasaban el
tiempo al í. Nevil e se despidió de el os y salió de la sala, mientras Harry,
Ron y Hermione se sentaban cerca de la chimenea, en silencio.

Lentamente, Parvati, Lavender, Seamus y Dean los rodearon.

—¿Qué tal estáis? —preguntó Parvati.

—Intentando sobrel evarlo —contestó Harry.

—Debió de ser horrible, ¿verdad? —dijo Dean.

—No creo que puedas hacerte una idea —respondió Ron sin mirarle.

Se hizo el silencio, hasta que Seamus miró a Harry.

—Harry... —El chico levantó la mirada— ¿de verdad venciste a


Voldemort?

Harry le miró durante un instante, con expresión muy seria.

—No exactamente. Estaría muerto de no ser por Hermione y por


Pettigrew...
—Pero, entonces...

—Al matar a Pettigrew, Voldemort se... se hizo daño por... bueno, da lo


mismo. Entonces yo tuve tiempo y le... —dudó si decir lo que seguía, pero
al final habló— le lancé un Avada Kedavra.

Parvati y Lavender profirieron sendos quejidos, asustadas. Dean abrió


mucho la boca y Seamus parecía impresionado.

—¿Eso quiere decir que le... le mataste?

—No —respondión Harry, con pesar—. Le debilité, le hice daño, y le


obligué a irse, pero no le maté. Ni siquiera se desmayó. No se le puede
matar así.

—¿No... no murió con la maldición asesina? —preguntó Dean, muy


sorprendido—. Pero si nadie puede sobrevivir a el a, es decir...

—Sí se puede —replicó Harry—. Él puede... él hizo... da igual —dijo,


poniéndose en pie de pronto. Tenía que salir de al í. Se dirigió al agujero
del retrato y salió de la sala común.

Caminó por el castil o, por los pasil os desiertos, sin rumbo fijo.
Finalmente, terminó en el exterior. Muchos alumnos le saludaban al pasar,
pero Harry apenas hacía caso de ninguno. Llegó hasta la cabaña de Hagrid,
que estaba silenciosa, y Fang salió a saludarle. Harry acarició la cabeza del
perro distraídamente, pensando en donde estaría su amigo, en si se
encontraría bien...

Lentamente, se alejó de la cabaña y se acercó al lago. Se sentó cerca de


unos arbustos, alejado de todo el mundo, y observó cómo el calamar
gigante se movía en el agua.

Pensó en por qué había huido así de la sala común... y la única respuesta
que hal ó fue que tenía miedo.

Miedo de lo que significaba que Voldemort hubiera sobrevivido a su


maldición, miedo de sus planes para con Ginny... miedo de lo que pasaría
ahora. Dumbledore le había dicho que el hecho de que Harry hubiera
podido hacer un patronus a tan temprana edad había significado una
esperanza para él, pero Harry no veía tal esperanza. No veía la forma de
acabar con Voldemort.

Se quedó al í sentado durante bastante tiempo, solo, en tranquilidad. Ni


siquiera acudió a cenar. Estuvo al í hasta que vio a Ron y a Hermione
paseando junto al lago, cogidos de la mano. Quizás le estaban buscando.

Lentamente, se levantó y se acercó a el os, que le miraron con alivio.

—¡Llevamos mucho tiempo buscándote! —dijo Hermione.

—Me apetecía estar solo un rato... —contestó Harry, como disculpándose.

434

—Lo comprendemos, Harry. No tienes que disculparte —dijo Hermione.

—Pero podías avisar —añadió Ron.

—¿Fuisteis a cenar? —preguntó Harry, mientras los tres se encaminaban


al castil o de nuevo. El Sol estaba ya poniéndose.

—No —contestó Hermione—. No nos apetecía bajar al Gran Comedor.


Dobby nos trajo algo a la sala común.

—¿Y Nevil e?

—Él sí bajó, con Sarah...

—Ah... vale.

—¿Tú no quieres cenar nada? —preguntó Ron—. Podemos bajar a las


cocinas, si quieres...

—No, no tengo hambre, gracias —respondió Harry.


Subieron a la sala común y se sentaron en unas butacas, cerca de la
ventana.

—Mirad —dijo Hermione, mirándolos con cierto temor—. Ya sé que no


tenemos por qué, y que seguramente no tenéis ganas, pero, si vamos a
hacer los exámenes deberíamos...

—De acuerdo —respondieron Ron y Harry a la vez.

—¿De verdad? —dijo Hermione, gratamente sorprendida.

—Eso nos distraerá —explicó Harry.

—Vale, entonces sugiero que empecemos con Po... —dijo Hermione,


momento en que fueron interrumpidos por Colin Creevey.

—¡Harry, Harry! —chil ó—. No he tenido ocasión de decírtelo, Harry, pero


¡me parece que sois geniales todos, sobre todo tú!

—Gracias, Colin —dijo Harry, algo apabul ado ante la emoción del joven.

—¿Puedo sacaros una foto, Harry? ¿Puedo?

Ron miraba a Colin como si estuviera viendo a Snape bailar con falda.
Harry y Hermione cruzaron una mirada exasperada.

—Está bien, Colin —concedió Harry, esperando así que el chico le dejara
en paz de una vez.

—¡Gracias! ¡Te daré una copia, te lo prometo!

—De acuerdo, de acuerdo...

Colin hizo tres fotos y finalmente les dejó, con lo que los tres amigos
pudieron ponerse a estudiar Pociones, que sería el primer examen que
tendrían, el martes de la siguiente semana, a las nueve de la mañana.

Harry no tenía demasiadas ganas de estudiar, y menos pociones, porque


constantemente mezclaba en su cabeza ingredientes de lo que leía con
recuerdos de lo que había visto, y se encontraba pensando en las pociones
que había visto hacer en los recuerdos de Voldemort. Curiosamente,
recordaba todo, y además, se descubrió en varias ocasiones pensando cosas
como «sangre de un mago, ingrediente muy poderoso en las pociones de
Artes Oscuras, pues...». ¿Cuánto habría aprendido de lo que había visto, de
lo que había despertado en su interior? En el combate contra Voldemort se
había librado de cuerdas sin usar su varita, había hecho un montón de
cosas que ahora difícilmente recordaba cómo se hacían...

—¡Harry!

—¿Qué? —exclamó, levantando la vista de sus apuntes.

—Llevas un rato en las nubes. ¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione.

—Nada —contestó—. Sólo pensaba... recordaba cosas...

—Tienes que procurar concentrarte...

—Ya lo sé, Hermione, pero no es tan sencil o cuando cada cosa que leo me
recuerda a las pociones de Voldemort y a sus propiedades útiles en las
Artes Oscuras...

—¿Recuerdas cosas de ésas? —preguntó Ron, sorprendido.

Harry asintió.

—Bueno, tal vez deberíamos estudiar otra cosa, entonces... —sugirió


Hermione, mirando a Harry con preocupación.

—No, da igual —dijo Harry—. Seguiré con esto. Intentaré concentrarme


más en esto y no pensar demasiado...

Y así lo hizo, pero, cuando l evaba veinte minutos se levantó de pronto.

—¡No hemos ido a ver a Ginny! —exclamó.

—Nosotros sí —dijo Ron, mirándole—. Cuando te estuvimos buscando,


también miramos al í y la vimos, pero la señora Pomfrey le había dado una
poción para que durmiera hasta mañana, así que no hablamos con el a...

—Ah, vaya... —dijo Harry, volviendo a sentarse. Realmente le hubiera


gustado hablar con el a un rato...

Los tres amigos estuvieron estudiando aproximadamente hasta las diez y


media, hora en que decidieron ir a acostarse.

435

Al día siguiente, por la mañana, se encontraron a las ocho y media en la


sala común, para bajar a desayunar.

Ninguno de los tres habló mientras bajaban al Gran Comedor. Era lunes,
era el día. Por la tarde sería el entierro de Luna. Y, como si el tiempo
también quisiera guardar luto, el día estaba oscuro y nublado, y amenazaba
l uvia. También el viento era bastante fuerte.

Los tres amigos desayunaban en silencio cuando l egó el correo, y Hedwig


les entregó una carta.

—Es de tus padres, Ron —dijo Harry, cogiéndola.

—Ábrela tú —le pidió su amigo, que se había puesto nervioso.

Harry abrió el sobre y empezó a leer:

Hijo; queridos Harry y Hermione:

Tu padre se encuentra bien, Ron. Aún estará en San Mungo hasta el martes
o el miércoles, pero se encuentra bien. Realmente, Percy es el que más me
preocupa: aunque apenas resultó herido, está muy raro. Apenas habla, y
parece ido. Hemos intentado por todos los medios que nos diga lo que le
pasa, pero no hay manera. Ya no sé qué hacer con él.

Por lo demás, aquí todos estamos bastante tristes por lo que le pasó a
Kingsley, sobre todo Tonks, pero procuramos seguir adelante como
podemos.
Hermione, hija, tus padres se encuentran perfectamente, pero, al igual que
todos nosotros, están deseando verte, veros a todos, y comprobar por
nosotros mismos que estáis bien. ¡Aún no podemos creer la trampa en la
que fuisteis metidos! Cuando Dumbledore nos lo contó, creí que me
desmayaba, y a tu madre estuvo a punto de darle algo. Aún no logro
hacerme a la idea de que Harry haya tenido que vérselas con Quien
Vosotros Sabéis... ¡Qué mal debió de pasarlo!

Lamento muchísimo lo que le sucedió a esa chica, Luna... gente tan joven
no debería morir en una guerra, pero, a pesar de todo, nos alegramos
enormemente de que estéis bien. Sobre todo por Ginny. Dumbledore me
contó que Quien Vosotros Sabéis le hizo algo, pero que nadie sabe qué
fue... Aunque me digáis que está bien, y que no tiene nada, no estaré
tranquila hasta que la vea, y para eso aún falta casi un mes... Todos
estamos deseando que volváis.

Cuidaos mucho, por favor. Besos y abrazos de todos.

Tu madre Harry terminó de leer la carta y miró a sus amigos. Ron


esbozaba una ligera sonrisa de alivio, pero Hermione parecía preocupada,
y se mordía el labio inferior mientras removía su cuenco de gachas de
avena.

—Menos mal que mi padre está bien —dijo Ron.

—Percy, sin embargo... —dijo Harry—. ¿Qué le pasará?

—No lo sé —contestó Ron. Miró hacia Hermione y le preguntó—: ¿Qué te


pasa, Hermione?

—Son mis padres —respondió el a—. Debieron estar preocupadísimos...


después de lo que me pasó, meterme ahora en esto...

—No fue culpa tuya, y estás bien. Eso es lo importante —dijo Harry.

—Sí, pero...
—Vamos, no te preocupes. El os están a salvo, y los verás pronto. Y será
mejor que nos vayamos o l egaremos tarde a Pociones —añadió, mirando
al reloj.

Así que se levantaron y se dirigieron a clase de Pociones, donde, por


primera vez desde el día anterior a mediodía, se encontraron a Draco
Malfoy de frente, que los miró con el odio más profundo del que era
capaz, al igual que Crabbe y Goyle. Harry, Ron y Hermione procuraron
ignorarlos y entraron en la mazmorra.

Unas dos horas más tarde, cuando la clase de Defensa Contra las Artes
Oscuras terminó, Dumbledore pidió a Harry, Ron, Hermione y Nevil e que
se quedaran un momento.

—Como sabéis, hoy, a las cinco de la tarde, es el entierro de Luna —les


dijo, una vez los demás estudiantes hubieron salido del aula.

—Lo sabemos —dijo Harry.

—Si asistís, estad a las cuatro y media en el Gran Comedor, donde un


traslador os l evará hasta la casa de los Lovegood.

—De acuerdo. Al í estaremos —contestó Harry, antes de salir del aula con
sus tres amigos y dirigirse hacia la clase de Encantamientos.

Aquel a tarde, después de comer, Harry, Ron, Hermione y Nevil e subieron


a la sala común, para prepararse para el entierro de Luna.

—¿Cómo debemos vestirnos? —inquirió Harry, que no sabía nada de las


costumbres funerarias de los magos.

—Con túnicas negras y el sombrero —explicó Ron.

436

—Ah, entonces vale la túnica del colegio —dijo Harry.

—No, no se pueden l evar símbolos ni escudos...


—Pero entonces ¿de dónde...?

Pero Harry no terminó la pregunta, porque a su lado, con un sonoro ruido,


apareció Dobby.

—¿Dobby? —preguntó Hermione al verlo—. ¿Qué haces aquí?

—El profesor Dumbledore me pidió que viniera, señorita —contestó el


elfo—. Tengo que traer túnicas apropiadas para un funeral a los
estudiantes que lo deseen...

—Ah, perfecto —dijo Ron—. Dumbledore siempre piensa en todo...

—Pues son entonces cinco túnicas —dijo Harry—. Contando a Ginny, que,
por cierto, tenemos que ir a buscarla...

—¿Ginny irá? —se extrañó Ron.

—Me lo dijo antes de que saliera de la enfermería, cuando fuimos a verla


antes de comer.

—Ah, vale... Pues cinco túnicas entonces, Dobby...

—Yo quiero otra —dijo de pronto Seamus.

—Y yo —añadió Parvati.

—Yo también quiero ir —dijo Lavender.

—Por supuesto, yo también —agregó Dean.

Así, acabaron uniéndose también Colin Creevey y Katie Bel . Por tanto,
irían todos los miembros del ED de Gryffindor.

Dobby tomó nota y desapareció. Harry, Ron y Hermione fueron a buscar a


Ginny a la enfermería, que ya los estaba esperando. Tenía ya mucho mejor
aspecto, aunque aún estaba pálida. Y Harry dudaba si la palidez se debía a
lo que le había pasado o al acto al cual iban a asistir.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron.

—Sí, sí... —respondió Ginny.

Salieron de la enfermería y bajaron de nuevo a la sala común. Un rato


después, Dobby regresó con túnicas para todo el mundo. Eran muy
parecidas a las del colegio, pero de un color negro aún más oscuro. Cada
uno de los alumnos que iban a acudir al funeral cogió la suya y subieron a
sus cuartos a cambiarse y a ponerse los sombreros. Diez minutos después
todos volvían a estar en la sala común, ya preparados, esperando en
silencio la hora para acudir al Gran Comedor.

A las cuatro y veinte, Harry se levantó y los demás hicieron lo mismo.


Salieron por el agujero del retrato y caminaron lentamente hacia el Gran
Comedor, donde estaban reuniéndose también los miembros del ED de
Hufflepuff y muchos alumnos de Ravenclaw, todos vestidos igual que los
de Gryffindor. También Dumbledore, McGonagal y el profesor Flitwick
estaban al í. Los tres vestían igual que los alumnos, pero Dumbledore l
evaba al cuel o un gran medal ón dorado sujeto por una cadena de oro.

—Bueno, creo que ya estamos todos —dijo el director, recorriendo con la


mirada a los alumnos—. Formad grupos de seis y trocad una de las tazas
—ordenó, señalando varias tazas que había sobre las mesas.

Harry, Ron, Hermione, Ginny, Nevil e y Katie Bel tocaron una, al tiempo
que los demás estudiantes hacían lo propio. Dumbledore miró que todos
tocaran las tazas.

—uno... dos... tres... —musitó.

Al instante, Harry se sintió arrastrado en medio del ya conocido torbel ino


de colores, mientras notaba los hombros de Ron y Hermione golpeando
contra los suyos.

Unos instantes después aparecieron en el jardín de una casa, al igual que


los demás alumnos. Dejaron las tazas sobre una mesa y siguieron a
Dumbledore, a McGonagal y a Flitwick. Atravesaron unos setos y pasaron
por el lado de la casa a la que pertenecía el jardín, que no era muy grande,
pero era bonita y parecía confortable. Debía de tratarse de la casa de los
Lovegood.

Llegaron a la parte trasera de la casa, donde ya había un grupo numeroso


de personas. Todas tenían una mirada triste. La mayoría de el os se
quedaron mirando a Dumbledore, y un instante después, hacia Harry y sus
amigos. Se oyeron algunos cuchicheos.

Dumbledore les dijo que esperaran al í, y acto seguido entró en la casa por
una puerta trasera. Harry comenzó a caminar por el jardín, lentamente.
Ron, Hermione y Ginny le acompañaban, pero no hablaron.

Miró al cielo, que seguía encapotado y gris, triste, al igual que él mismo.
Recordó a Luna, pensando en que no volvería a hablar con el a, cuando una
voz soñadora resonó en su cabeza.

« y de todos modos, tampoco es como si no fuera a ver a mi madre nunca


más...»

«...Vamos, Harry, tú los has oído, detrás del velo, ¿verdad?...»

Harry esbozó una sonrisa y miró al cielo, dejando que el viento lo azotara
en la cara.

Unos minutos después, Dumbledore volvió a salir de la casa, con paso


lento. Miraba hacia el suelo y l evaba las manos entrelazadas. Detrás de él
flotaba un ataúd de caoba, muy hermoso, adornado con flores. Detrás del
ataúd venía el padre de Luna, sol ozando en silencio. Un señor mayor le
agarraba por un brazo, mientras otra señora, mayor también, le agarraba el
otro. El señor se parecía vagamente al señor Lovegood; debía de tratarse
del abuelo de Luna, y la señora debía ser su abuela.

437

Detrás de el os venían otros dos señores mayores, que l oraban también. La


señora tenía los mismos ojos que Luna. Debían de ser los otros abuelos,
los padres de su madre. Harry pensó en qué terrible debía de ser la
angustia para el os. Habían perdido a su hija y ahora perdían a su nieta.
La gente se apartó para dejarles pasar, y luego los siguieron hacia una zona
apartada del jardín, donde se veían dos lápidas. Ante una de el as había una
tumba abierta. La comitiva fúnebre se detuvo al í y Dumbledore se volvió
hacia la gente. Hizo un movimiento con su varita y el ataúd se posó en el
suelo.

—Debemos quitarnos los sombreros —susurró Ron, quitándose el suyo.

Todo el mundo lo hizo, sujetándolo con las dos manos. Harry miró hacia
Ginny, que derramaba lágrimas silenciosas. También Hermione hacía
esfuerzos para no l orar, pero tenía los ojos vidriosos. Cho, que estaba
detrás de Harry, l oraba abiertamente.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry en voz baja.

La chica negó con la cabeza. Michael Corner tenía un brazo sobre el a y la


tenía apoyada contra su hombro.

—E-Es que... me... me recuerda tanto al... al funeral de Cedric... que... —


meneó la cabeza y enterró la cabeza en el hombro de Michael, el cual
cruzó una mirada con Harry.

—Estamos aquí —dijo de pronto Dumbledore—. Para dar el último adiós


a Luna Lovegood, alumna de quince años del Colegio Hogwarts de Magia,
gran hija y mejor amiga. Luna dio su vida luchando por aquel o que
consideraba justo, luchando por ayudar a sus amigos, por salvar a una
persona querida para el a...

Ginny se echó a l orar más fuerte al oír aquel o, y Harry la abrazó contra
sí.

—...Su muerte es algo terrible, siendo tan joven, y nos ha afligido a todos,
aún en estos días donde este tipo de noticias son, por desgracia, tan
frecuentes. —Hizo una pausa y miró a todos los asistentes—. Todos los
que estamos hoy aquí, unos más, y otros menos, la conocíamos, y todos,
sin excepción, le teníamos cariño.
Fue valiente en vida, y será recordada en la muerte, en espera del
momento en que, como el a siempre creyó, volveremos a verla.

Harry hubiera jurado que Dumbledore le miró directamente a los ojos al


decir aquel o.

—Hoy, seamos padre, abuelos, amigos, familiares, compañeros o


conocidos, le decimos: «Hasta pronto, Luna, pero no adiós, porque aquel
os a los que amamos no nos abandonan, no los abandonamos. Y gracias,
gracias por tu sacrificio, por tu valentía, por mostrar que aún queda
esperanza, por mostrar que, si hay personas dispuestas a morir por los
demás, por aquel os a quienes quieren, no todo está perdido. Gracias,
Luna. No te olvidaremos».

Dumbledore se cal ó y se apartó a un lado. El padre de Luna se agachó y


besó el ataúd, l orando con fuerza.

Luego sus abuelos hicieron lo mismo. Cuando terminaron, Dumbledore


levantó la varita y murmuró unas palabras que Harry no comprendió.
Cuando terminó, el ataúd se levantó y se metió en la tumba suavemente.

Acto seguido, la tierra lo cubrió.

Todo el mundo volvió a ponerse el sombrero, y Harry hizo lo mismo.


Algunas personas comenzaron a retirarse, pero otras se acercaban a la
tumba y dejaban una flor, o tiraban un beso. Harry y Ginny se acercaron,
igual que Ron, Hermione y Nevil e, que fueron detrás.

Ginny se arrodil ó y l oró un rato, mirando la tumba de Luna, mientras


murmuraba palabras que Harry no alcanzaba a entender. Él miró hacia la
lápida que había al lado, que decía: MARY ANN LOVEGOOD

Amada esposa y madre.

Era la lápida de la madre de Luna. En la de la chica ponía:

LUNA LOVEGOOD

Hija querida, buena amiga


y luchadora incansable.

Caída luchando frente a los seguidores de El Que No Debe Ser Nombrado.

Harry sacó su varita y murmuró « ¡Orchideous!». De la punta de la varita


apareció una rosa blanca, y Harry la depositó sobre la tumba.

«Adiós, Luna Lovegood. Gracias por todo... De veras siento esto, de veras
que sí... ojalá lo hubiese sabido, no te habría dejado ir, pero ahora no
puedo hacer nada. Lo siento... Lo siento de verdad.»

Una lágrima resbaló por su mejil a y cayó sobre la tierra de la tumba, al


tiempo que Ginny depositaba su propia flor. Ambos se apartaron y Ron,
Hermione y Nevil e se acercaron, depositando también sendas flores.

Hermione no aguantó las lágrimas y se abrazó a Harry, que la palmoteó


torpemente en la espalda.

438

Así, agarrado a su amiga, caminaron lentamente hacia la parte de delante


de la casa, mientras el resto de los alumnos daban a Luna su último adiós.

Una vez todos estuvieron reunidos, volvieron a coger las tazas, que los
devolvieron en unos segundos al Gran Comedor en Hogwarts.

—En nombre de los Lovegood, gracias a todos por asistir —dijo


Dumbledore, mirando hacia todos el os—.

Podéis retiraros.

Harry, junto a los demás Gryffindor, volvió a la sala común, donde se


sentó en una butaca, mirando hacia el techo, sin ver nada.

—Todo fue por mi culpa... —sol ozó Ginny a su lado, de pronto.

—¿Qué? —preguntó Harry, mirándola—. ¿Por qué dices eso?


—Si yo hubiera logrado resistirme a la maldición imperius, esto nunca
habría pasado...

—Ginny, Ginny... Voldemort habría encontrado otra forma de obligarte...


habría hal ado otra manera. No es culpa tuya.

Ginny no dijo nada, pero siguió l orando. Harry, Ron y Hermione se


miraron, sin saber qué más decir...

aunque tampoco era necesario decir nada.

Aquel a noche, cuando se fue a la cama, Harry no sentía ningún deseo de


dormir, ni tampoco se sentía cansado. Estuvo dando vueltas en la cama un
buen rato, mucho tiempo después de que todos sus compañeros se
hubieran dormido. No podía apartar de su mente la lápida de la tumba de
Luna, ni la imagen de Lucius Malfoy lanzando la maldición asesina que
había acabado con la vida de la chica. Intentó relajarse, apartando de su
cabeza aquel os pensamientos y finalmente, aunque le costó, logró
dormirse.

Soñó. Estaba en la casa de los mortífagos, corriendo por pasil os sin fin.
Hermione iba a su lado, pero los pasil os no se terminaban, y no
encontraban a Ginny. Entonces, encontraban una salida al exterior, y
estaban todos juntos, Ginny incluida, pero aparecía Lucius Malfoy,
diciendo burlonamente «personalmente tengo una cuenta pendiente con
esa chica rubia...» y, al instante, Luna caía fulminada. Harry gritaba, pero
Malfoy sólo se reía más y más. Entonces aparecía Bel atrix, que también
se reía como loca, burlándose de Harry: «La echas mucho de menos, ¿eh?
¿La querías mucho, pequeño Potter?». Harry no podía parar de gritar, y sus
amigos parecían todos petrificados. Los mortífagos comenzaban a
rodearles, y entonces...

...El sueño cambió. Cambió totalmente. Harry se encontraba en una


habitación oscura, muy oscura. Pero sabía que era un habitación, aunque
no sabía dónde estaba. La habitación estaba vacía, pero aún así algo la l
enaba. Algo bueno... algo maravil oso. Podía percibirlo... podía sentir su
proximidad... pero, ¿la proximidad de qué? Vio que, frente a él, algo como
un punto rojo bril aba débilmente. ¿Qué era? Harry intentó acercarse,
porque quería tocarlo, y entonces...

—Hola Harry —oyó que decían, a su espalda. Se volvió y vio a Luna, pero
muy distinta, como si tuviera luz propia. Sonreía.

—¿Luna? ¿Eres tú?

—Sí, Harry. Soy yo...

—Pero no puede ser, estás... estás... tú... hoy fue tu...

—Lo sé, Harry... pero, ¿no recuerdas lo que te dije?

—¿Que los muertos nos hablan en los sueños?

—Sí... pero sólo si los escuchas.

—¿Y por qué te escucho a ti y nunca escuché a los demás?

—Esta habitación es muy especial, Harry...

Harry miró a los lados, sin comprender. No había nada, y, sin embargo,
notaba algo... algo bueno.

—¿En qué es especial?

—No vengo a hablar de eso, Harry... no tengo tiempo... no puedo


explicarte lo que es... sólo quiero decirte que tú tampoco tienes la culpa de
lo que me pasó. No os guardo rencor... a ninguno.

—Luna, yo...

—No, Harry. Estoy bien... lo siento mucho por mi padre, pero ahora estoy
con mi madre, y juntas le cuidaremos.

—Pero Luna, eras tan joven...


—Sí... me gustaría al menos haberle dado un beso a Ronald, pero bueno...
él ya tiene a Hermione.

Harry frunció el entrecejo.

—¿Te gustaba Ron?

—Un poco —confesó—. Pero no estoy aquí por eso... sólo quería decirte
que gracias por todo a ti también.

Nunca había tenido verdaderos amigos... Y también recordarte que no


olvides que hay esperanza. Siempre queda esperanza. Cuídate Harry...
espero que nos veamos... algún día...

—Luna, ¡espera! —exclamó Harry—. Esto... ¿esto en un sueño... o es real?

Luna sonrió, y desapareció lentamente.

439

—Hasta pronto, Harry...

—¡Luna, espera! ¡Luna!

—¡Luna! —chil ó, levantándose de pronto. Estaba en su cama.

—Harry, ¿estás bien? —preguntó Ron, adormilado.

—Sí, sí... sólo fue un sueño... creo...

Volvió a tumbarse en la cama. ¿De veras sólo había sido un sueño? No lo


sabía... pero, fuera realidad o fuera ficción, se encontraba mejor. Mucho
mejor. Había sentido algo en aquel a sala, algo que le hacía sentir bien. «
Es una sala muy especial», había dicho Luna... ¿Qué era? Fuera lo que
fuese, se había sentido cerca de algo... de algo bueno, pero que no podía
concretar. Algo que le había hecho sentirse... feliz por unos instantes.

—Hasta pronto, Luna —murmuró, antes de volver a dormirse, esta vez sin
soñar.
La mañana siguiente, Harry se levantó con más ganas que ninguno de los
dos días anteriores. Se encontraba mucho más enérgico, más contento.
Quizás se debía al sueño. No lo sabía, y, realmente, no le importaba.
Estaba algo más contento, más esperanzado, aunque fuese sin razón
aparente, y eso era bueno.

Esperó en la sala común a que bajaran sus amigos. Hermione fue la


primera, y Ron bajó cinco minutos después. Al ver a su amigo, Harry
esbozó una sonrisa, recordando lo que Luna le había dicho en el sueño.

¿Sería verdad? No lo sabía, pero, por los extraños comportamientos de


Luna respecto a Ron, sobre todo el año anterior, podría pensarse que sí...

—¿Por qué sonríes? —preguntó Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Tengo


algo en la cara?

—No, por nada —dijo Harry.

—Pareces más contento —observó Hermione, dirigiéndole una mirada


inquisitiva.

—Sí... no sé por qué será, pero me siento mejor.

—Bueno, la verdad, yo también —declaró Hermione—. No demasiado,


pero sí un poco. Es extraño...

—Yo también lo he notado —añadió Ron.

Harry no dijo nada. Había pensado si contarles su sueño, pero Hermione


no creía demasiado en cosas de ese tipo, y decidió que era mejor cal árselo
por el momento. Tal vez no fuera nada. Así pues, mientras bajaban hacia el
Gran Comedor, empezó a hablar sobre las clases y lo que harían por la
tarde.

Así, fueron pasando los días hacia los exámenes. Los tres amigos parecían
estar, quien sabe por qué, un poco más alegres, y estudiar los distraía. Por
otra parte, parecía que sus conocimientos sobre magia hubiesen
aumentado mucho desde su reciente aventura, cosa que sorprendía
bastante a Ron y a Hermione, y no tanto a Harry, quien ya se había dado
cuenta que algo raro le había pasado en su enfrentamiento con Voldemort.
Probablemente todos sus recuerdos, conocimientos ocultos y poderes
habían despertado por fin...

Ginny, por su lado, parecía casi totalmente recuperada, y no mostraba


síntomas de nada raro. Sin embargo, todavía estaba apagada y se negaba a
hablar de lo que le había pasado cuando Voldemort la había hechizado.
Cada vez que alguien intentaba decirle algo al respecto, el a rehuía el tema
y comenzaba hablar de otra cosa, o simplemente cerraba los ojos y negaba
con la cabeza.

Por fin l egó el día uno de junio, y, con el o, los exámenes, que se
prologaron durante toda esa semana y la siguiente. Harry, Ron y Hermione
quedaron bastante contentos de los resultados, descubriendo que, pese a lo
que les había pasado, eran muy buenos en magia. Harry no se sorprendía
demasiado de lo que podía hacer, aunque no se lo comentaba a nadie, pero
sí se extrañaba ante lo que hacían sus amigos. Ron, por ejemplo, en el
examen de Transformaciones había realizado un extraordinario hechizo
comparecedor que había dejado a McGonagal con la boca abierta. Incluso
Ron mismo se había sorprendido. Harry lo miró durante un rato,
repitiéndose la misma pregunta que lo reconcomía cada vez más a
menudo. ¿Qué les había pasado a Ron y a Hermione? Y, como siempre, la
respuesta se le escapaba. Ni siquiera Dumbledore había sabido
responderle.

Hermione, por su parte, estaba haciéndolo excelentemente, como era


normal en el a, y obtuvo la máxima puntuación en todos los exámenes. El
día que dieron los resultados sonrió como no lo había hecho en semanas.
Harry, por su parte, obtuvo la nota máxima (con honores) en Defensa
Contra las Artes Oscuras, e igualó a Hermione en Transformaciones y
Encantamientos; Ron, así mismo, obtuvo también la nota máxima en
Defensa Contra las Artes Oscuras y en Transformaciones, e incluso Nevil
e obtuvo también la máxima nota en Defensa Contra las Artes Oscuras. En
Pociones, Harry obtuvo un notable alto, para sorpresa suya y de Snape, que
le miró con extrañeza el día en que publicaron las notas.
La única que ese día estaba algo triste era Ginny, pues el a aún tendría que
superar los TIMOs a principios de julio, y por tanto aún tenía mucho que
estudiar.

440

Durante los siguientes días, Harry, Ron y Hermione pasaron mucho tiempo
paseando alrededor del lago, o sentándose bajo el haya, hablando, o
simplemente caminando, disfrutando de la mutua compañía que se daban.
Harry fue paulatinamente contándoles todo lo que había visto en la mente
de Voldemort, y todo lo que había pasado entre el os dos. Hermione se
quedó completamente horrorizada cuando Harry les describió las terribles
escenas que había presenciado.

Otras veces se acercaban a la cabaña de Hagrid, que seguía vacía, y


estaban un rato con Fang. Los tres habían sacado excelentes notas en
Cuidado de Criaturas Mágicas, y deseaban fervorosamente que Hagrid
estuviera al í para poder contárselo. Pero Hagrid seguía en Escocia, con los
aurores, y sólo sabían algo de el os por los periódicos, pero nunca gran
cosa. Al menos, como Ron decía, la ausencia de noticias eran buenas
noticias, dado el caso.

Así, en relativa calma y tranquilidad, transcurrieron los días hasta l egar el


día de fin de curso y el banquete.

Como todos los años, la comida resultó excepcional, pero el ambiente era
mucho menos festivo de lo que debería. En ese banquete se entregaba la
Copa de las Casas, que, por puntos, debería corresponder a Gryffindor,
pero en lugar de la decoración dorada y escarlata había estandartes y
crespones negros, en señal de duelo.

Harry estaba sentado entre Nevil e y Ginny, que seguía bastante triste, pese
a todos los intentos de sus compañeros y amigos por animarla. En los
últimos tiempos, Luna había sido su mejor amiga, y ahora la había
perdido. Por otro lado, las secuelas de lo que había vivido en aquel a casa,
fuera lo que fuese, no se habían borrado de sus ojos. Harry había intentado
de todo, pero no conseguía animarla, y había l egado a la conclusión de
que sólo necesitaba tiempo, como él lo había necesitado el año anterior.
El banquete transcurrió en relativo silencio, hasta que, al finalizar,
Dumbledore se puso en pie para su tradicional discurso de despedida.

—Queridos alumnos, aquí estamos, de nuevo, ante el fin de otro curso. Un


curso, que, desde luego, ha resultado mucho más movido de lo que sin
duda habríamos deseado.

Se detuvo un momento, mirando a todos lentamente, mientras los alumnos


le devolvían la mirada.

—La mayoría de cosas que me gustaría deciros hoy, os las he dicho ya


hace unas semanas, pero, aún así, me gustaría repetir algunas. Me gustaría
recordaros a una persona que no está hoy con nosotros en esa mesa —dijo,
señalando a la mesa de Ravenclaw—, sólo por haber intentado ayudar a
una amiga. También faltan otras dos personas al í —agregó, señalando esta
vez a la mesa de Slytherin—. Aldus Birffen, que, por desgracia no volverá
nunca con nosotros, y Richard Warrington, que aún sigue en el Hospital
San Mungo, aunque, afortunadamente, parece mostrar síntomas de
mejoría.

»Ningún delito cometieron esos alumnos, esos muchachos, para sufrir lo


que sufrieron. La única razón de lo que les pasó está en la maldad, en la
horrible e inhumana maldad de Lord Voldemort y de sus seguidores.

Por eso os pido, que hagáis lo que hagáis, decidáis lo que decidáis, penséis
siempre en lo que es justo y lo que no, en lo que está bien y en lo que no,
en lo que os gustaría para vosotros y en lo que no os gustaría; haced
siempre lo correcto, porque nunca se sabe cuándo necesitaremos ayuda, ni
quién será la única persona que pueda dárnosla. Recordadlo, y procurad
estar unidos, porque todos, con nuestras diferencias, somos más fuertes
cuando estamos juntos.

»Que tengáis un buen verano —terminó el director, volviendo a sentarse.

Los alumnos comenzaron a levantarse para regresar a sus salas comunes.


La mayoría todavía tenía que recoger las cosas para regresar a casa al día
siguiente. Harry no era una excepción, ni tampoco Ron.
Hermione, en cambio, ya lo tenía todo listo.

Cuando se disponían a salir del Gran Comedor, Cho se acercó a Harry.

—Hola, Harry...

—Hola Cho.

—Harry, yo... yo quería despedirme de ti. Hoy es mi última noche en


Hogwarts —dijo, con un aire nostálgico, mientras dirigía una mirada a
todo el Gran Comedor—. Voy a echar esto mucho de menos... y también a
mucha gente. Incluido tú.

—Gracias... —dijo él, halagado.

—Apenas hablamos desde lo que pasó, y yo quería decirte que eres muy
valiente, Harry. Que todos lo sois...

de veras es increíble que lograras vencer a Vo-Voldemort...

—Bueno, en realidad no le derroté —matizó Harry.

—Da lo mismo. Te enfrentaste a él y saliste con vida. Ganaste... él no pudo


contigo. De verdad eres fantástico, y me reafirmo en lo que te dije en
Navidad: me alegro muchísimo de haberte conocido... Me ayudaste
mucho... a todos nos has ayudado.

—No fue para tanto —dijo Harry, queriendo parecer modesto, aunque muy
halagado.

—Sí, si lo fue... Creo que sacaré una excelente nota en el EXTASIS de


Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Me alegro —dijo Harry—. ¿Qué harás el año que viene?

441

—Me gustaría meterme a jugadora profesional de quidditch, pero no sé si


lo conseguiré. Si no, me gustaría trabajar en el negocio familiar. Mi
familia posee terrenos con cultivos mágicos que vendemos para hacer
pociones y demás. Es algo que siempre me gustó, aunque prefiero el
quidditch.

—Seguro que lo conseguirás; eres buena jugadora.

Cho le sonrió.

—Bueno, Harry... espero que nos veamos algún día. Cuídate y que tengas
mucha, mucha suerte.

—Lo mismo te digo.

Cho se acercó a él y lo besó suavemente en la mejil a.

—Adiós, Harry...

—Adiós Cho...

El a salió del Gran Comedor, donde apenas quedaba ya nadie, Harry la


miró un rato. Su primer amor, su amor frustrado. Afortunadamente, ya
superado. Ahora el a era feliz, y él... bueno, ¿quién sabía? Quizás la
respuesta a su felicidad estaba muy cerca...

Suspiró y se dirigió a la torre de Gryffindor, para recoger sus cosas.

En la sala común reinaba un gran alboroto, pero Harry no hizo caso. Al í


no estaba ninguno de sus amigos, así que subió directamente a su
dormitorio, donde Ron recogía sus cosas.

— ¡Bauleo! —exclamaba en el momento en que Harry entró. Las cosas de


Ron se elevaron y se guardaron en su baúl. Ron miró el resultado y frunció
el ceño—. Bueno, no queda muy ordenado, pero para ser un primer intento
no está mal...

—Creo que voy a imitarte —dijo Harry, repitiendo el hechizo, que, para su
sorpresa, le salió algo mejor que a Ron.
—Vaya, valdrías para ama de casa, Harry —dijo Seamus, mirando el
resultado.

—Muy gracioso —repuso Harry.

Terminaron de recoger lo poco que quedaba y volvieron a la sala común,


donde ya los esperaban Hermione y Ginny. Los cuatro empezaron a hablar,
y cuando tres horas más tarde se fueron a acostar, todos los alumnos de
sexto de Gryffindor estaban al í, aparte de algunas de las amigas de Ginny.
Todos hablaron muy animadamente sobre esa noche, e incluso Ginny
sonrió algo, a pesar de que los TIMOs se le venían encima.

Al día siguiente, por la mañana, recogieron sus baúles, Harry y Ron


metieron a Pig y a Hedwig en sus jaulas y bajaron a la sala común. Un
instante después l egó Hermione, y los tres bajaron al patio, a esperar por
los carruajes que los l evarían a la estación de Hogsmeade. Hacía calor, y
el día era hermoso. Nadie diría que vivían un interludio en una guerra que
no había hecho sino comenzar.

Los carruajes l egaron. Harry, Ron, Hermione, Ginny, Nevil e y Dean


subieron en uno, que los condujo hasta la estación, donde subieron al
expreso de Hogwarts que los l evaría a King’s Cross. Buscaron un
compartimiento vacío y se sentaron.

—Bueno, un año más —dijo Ron, mientras el tren se ponía en marcha.

Harry no dijo nada. Miró por el cristal hacia el exterior, observando el


castil o... parecía que había sido ayer cuando lo había visto por primera
vez, y ya habían pasado seis años... seis largos años, y él era ahora tan
distinto al chico que había cogido el expreso con sólo once años que pensó
que, si se hubiese visto, no se habría reconocido a sí mismo. Se acordó de
Ron y de la entrada de Hermione en el compartimiento, e,
inevitablemente, sonrió.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Hermione, mirándole.

—Sólo recordaba lo mandona e insoportable que eras —dijo Harry, sin


borrar su sonrisa de la cara.
Hermione lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿A qué viene eso?

—Simplemente me acordaba de la primera vez que te vimos, cuando


estabas buscando el sapo de Nevil e...

Bueno, a mí no me molestaste mucho, pero a Ron...

Hermione se volvió hacia Ron, que puso mala cara.

—No me gustó que te burlaras de mi hechizo. ¡Yo no sabía que era falso!

Hermione sonrió y se sentó a su lado.

—Bueno, no te preocupes... estoy seguro de que ahora podrías hacerlo.

Ron la miró con los ojos entrecerrados, intentando averiguar si el a se reía


de él, pero al parecer no vio peligro, porque se relajó inmediatamente.

—Y bueno —intervino Nevil e, cambiando de tema—, ¿qué vais a hacer


ahora, en verano?

—Yo estudiar para los TIMOs —contestó Ginny, poniendo cara de


disgusto.

—Bueno, no te preocupes. Ahora que no tengo nada que hacer, yo te


ayudaré —dijo Hermione—. Y también Ron.

Ron miró a Hermione con cara de «no me metas en esto». Harry los
observó a los dos.

—¿Tú ayudarás a Ginny? Pero... —y entonces comprendió—: Todos vais a


Grimmauld Place, ¿verdad?

442

—Sí —respondió Hermione, lanzándola una rápida mirada de


preocupación a Ron y luego volviendo a mirar a Harry—. ¿No lo sabías?
—No lo pensé —contestó Harry, y era cierto.

—Mis padres siguen viviendo al í, así que...

—Igual que los míos —añadió Ron.

Harry se dejó caer contra el respaldo del asiento, un poco triste. Sus
amigos pasarían el verano juntos y él tendría que ir a Privet Drive...

—Pero este año estarás poco tiempo, te lo aseguro —dijo Ron—. Este
verano haremos todos los exámenes de Aparición...

—¿Todos? —preguntó Hermione, extrañada—. Yo no puedo, no cumpliré


los diecisiete hasta septiembre...

—Sí, todos —confirmó Ron—. Puedes hacer igual los exámenes, y creo
que mi padre ha conseguido un permiso especial para ti, teniendo en
cuenta tu expediente...

—¿Podré aparecerme antes de los diecisiete años? —Hermione no parecía


poder creérselo—. ¡Creí que tendría que esperar un año!

—No, el Ministerio nos ha dado «privilegios». Creo que también


podremos hacer magia moderada... —

añadió—. Bueno, yo puedo hacerla igual, porque ya tengo la edad.

—Eso sí, en cuanto cumpla los diecisiete y sea mayor de edad no volveré a
Privet Drive nunca. Jamás.

—Iremos a buscarte antes, creo —dijo Ron—. Y si no, insistiré sin cesar
para que lo hagan.

Harry le sonrió.

—Perdonad, pero ¿qué es Grimmauld Place? —preguntó Nevil e,


intrigado.
—Es un lugar de Londres, donde está la antigua casa de Sirius Black.
Ahora es el cuartel general de la Orden del Fénix.

—Vaya, qué emocionante debe ser estar al í, ¿no?

—No te creas —contestó Ron—. El primer verano que estuvimos al í nos


lo pasamos limpiando y limpiando...

y el segundo casi fue peor, porque no había nada que hacer, y como no
podíamos participar en las reuniones de la Orden...

—Ya veo —dijo Nevil e, aunque su cara no podía ocultar que, a pesar de
todo, le encantaría ir a Grimmauld Place y estar con el os.

El viaje continuó sin incidentes durante un buen rato. Cuando pasó la


señora del carrito, se aprovisionaron de suficiente comida para todo el
viaje. Habían empezado a comer cuando la puerta del compartimiento se
abrió y Sarah entró.

—Hola... —saludó la chica, con aire triste—. Os estaba buscando, quería


despedirme de vosotros... y bueno, agradeceros todo lo que hicisteis por
mí...

—No fue nada —dijo Ron.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Hermione.

—Bueno... no bien, pero sí mejor —contestó el a, sentándose al lado de


Nevil e—. Gracias a ti... —le dijo al chico—. Estos días me has ayudado
mucho. De verdad, gracias...

—No tienes por qué darlas —dijo Nevil e, que estaba muy rojo.

—Pues yo sí creo que...

Pero se interrumpió, porque la puerta se abrió de nuevo y Malfoy, seguido


por Crabbe y Goyle, se asomó.

Tenía la cara contraída de la rabia, y la varita en la mano.


—Potter... —escupió— supongo que no pensarías que iba a quedarme sin
hacer nada después de la humil ación del otro día, y de lo que le hiciste a
mi padre, ¿verdad?

—Lárgate, Malfoy —dijo Harry, que se había puesto serio y miraba al


Slytherin cada vez más concentrado.

—Resulta que no quiero —repuso Malfoy, levantando la varita. Crabbe y


Goyle hicieron lo mismo. Ron intentó echar mano a la suya, pero Malfoy
le apuntó directamente—. Yo que tú no lo intentaría. A ti y a esa novia
tuya os debo una, una muy grande... —entonces miró hacia su derecha y
vio al í a Sarah, que lo miraba con odio—. ¿Qué haces tú aquí, Brighton?
Veo que no aprendes... ¿No podrías ser como Dul ymer?

Al final, resultó ser mejor de lo que parecía...

Al oír a Malfoy, Sarah soltó un chil ido de rabia y se levantó con intención
de golpearlo, pero Malfoy le apuntó y exclamó:

— ¡Impedimenta!

Sarah fue golpeada por el rayo y cayó hacia atrás, encima de Nevil e.

—¡Maldito cerdo...! —gritó Ron, poniéndose en pie.

Pero esta vez fue Goyle el que hizo que Ron cayera hacia atrás. Harry
estaba observando todo, y ya era suficiente.

—Ya basta —dijo. Malfoy le miró con burla.

—¿Qué?

—He dicho que ya basta. Lárgate.

—¿Y si no quiero? —lo desafió Malfoy.

443
Harry lo miró un instante. Entonces, dejándose l enar de poder, levantó su
mano y la agitó hacia Malfoy, que cayó hacia atrás, tirando en el proceso a
Crabbe y Goyle. Harry dio unos pasos lentamente hacia el os, mientras
Draco, sorprendido, levantaba su varita.

—¿Cómo... cómo has hecho...? Da igual, no te creas que... —apuntó con su


varita y se dispuso a atacar, pero Harry estiró la mano antes, y las varitas
de los tres volaron hacia el a.

Malfoy abrió los ojos desmesuradamente.

—No juegues conmigo, Malfoy. Te lo advierto. Tengo un límite, y no te


gustaría que lo cruzara.

Arrojó las varitas a un extremo del pasil o y cerró la puerta del


compartimiento, dejando a los tres Slytherins tirados en el suelo.

—Eso estuvo genial —lo felicitó Sarah, asombrada—. ¿Cómo lo has


hecho?

—Talento natural —respondió Harry.

La chica sonrió.

—Se lo merece —dijo—. Pero, si hubiera sido yo, les habría hecho algo...
Bueno, me voy. Gracias por todo de nuevo. —Miró a Nevil e—. Sobre
todo, gracias a ti. —Sonrió, se agachó y lo besó en la mejil a—. Adiós...

Nevil e no dijo nada. Su cara estaba más roja que el pelo de Ron, pero
sonreía tímidamente.

—Parece que te aprecia mucho, Nevil e —comentó Ginny, con una sonrisa,
en cuanto Sarah hubo salido.

—Sí... bueno... vamos a escribirnos en verano —dijo, mirando al suelo.

—Eso está bien, muy bien —dijo Hermione, sonriéndole.


El resto del viaje transcurrió sin incidencias. Tras comer, se pusieron a
jugar al snap explosivo hasta que el tren l egó a King’s Cross, momento en
que recogieron todo y se bajaron del tren. Nevil e se despidió de el os y se
fue. Harry, Ron, Hermione y Ginny atravesaron la barrera encantada hacia
el mundo muggle, y vieron a los Weasley, los Granger, Fred, George,
Lupin, Moody y a Mundungus, que los esperaban.

—¡Ron! ¡Ginny! —chil ó la señora Weasley al verlos, corriendo hacia el


os. Ron y Ginny aún no se habían percatado de lo que sucedía y ya estaban
en los brazos de su madre, que l oraba de la emoción.

—Ya mamá.. estamos bien... —decía Ron, intentando soltarse.

—¡Ay, hijos, he estado tan preocupada...! —Los soltó y se volvió hacia


Harry—. Harry, cielo... ¡has pasado tanto! ¿Cómo estás?

—Bien, gracias, señora Weasley.

Hermione estaba saludando a sus padres. Ron y Ginny saludaban al señor


Weasley, que parecía totalmente recuperado.

—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Lupin, acercándose a él.

—Mejor —contestó Harry.

—Fue una lástima que esa noche hubiera Luna l ena, con lo que me habría
gustado ayudar...

Harry asintió, pero él no lo lamentó. Lo último que necesitaba era que


Lupin, el último amigo de sus padres, hubiese muerto también.

—Ya sabes lo que hizo Peter, ¿verdad?

—Sí —contestó Lupin, con una sonrisa—. Dumbledore me lo contó.


Nunca lo hubiera esperado. Por mi parte, casi le he perdonado todo lo que
hizo.

—Yo también le he perdonado —afirmó Harry, mientras se acercaba al


resto del grupo.
—Mis felicitaciones, Harry —dijo el señor Weasley—. Como siempre, has
dado más de lo que se podría esperar.

—Sí, fantástico, Potter —corroboró Moody.

—Sí, siempre en las diversiones sin contar con nosotros —dijo Fred,
queriendo parecer ofendido.

—Ten familia para esto —añadió George, con la misma expresión que su
hermano.

Harry sonrió. Nunca cambiarían.

—Muy buena la que le hicisteis a Malfoy, cuñadita —dijo Fred, mirando a


Hermione, que se puso colorada al oír cómo la había l amado el gemelo.
Ron también estaba azorado.

—Nos tuvisteis muy preocupados —dijo el padre de Hermione, serio—.


Siempre metiéndoos en líos...

—Tenemos que irnos —interrumpió Moody, mirando el reloj. Llevaba el


mismo bombín que el año anterior, pero Harry casi podía sentir su ojo
moviéndose en todas direcciones, buscando el peligro.

—Sí... —confirmó Lupin—. Bueno, Harry... te veremos pronto.

—Muy pronto —puntualizó la señora Weasley.

Ginny se acercó a él y le dio un beso en la mejil a, al tiempo que le


susurraba al oído:

—Gracias de nuevo... por todo...

Harry le sonrió.

—Lo mismo te digo. Cuídate mucho y... suerte en los TIMOs.

Ginny asintió, y se alejó. Ron y Hermione se acercaron a Harry.


—Te escribiremos todos los días —aseguró Hermione, abrazándole.

444

—Todos —corroboró Ron.

—Aún no me acostumbro a la idea de que yo me tenga que ir a Privet


Drive mientras vosotros vais a mi casa

—comentó, con un deje de tristeza.

Ni Ron ni Hermione dijeron nada. Harry se volvió y miró a los Dursley,


que le esperaban, observando a sus amigos con miedo.

—Bueno, me voy...

—Todos los días, recuérdalo —dijo Hermione.

—No estarás solo —dijo Ron—. Insistiremos cada día para que vayan a
buscarte.

Harry les miró, y observó sus manos, que se habían cogido. Sonrió. Aún no
se había ido y ya los estaba echando de menos. A todos. Pero estaban ahí,
con él... y eso le tranquilizaba algo.

—Aprovechad para estar a solas... —les dijo en voz baja. El os se


ruborizaron—. Os echaré de menos...

—Y nosotros a ti —dijo Hermione. Se acercó a él y le dio un beso en la


mejil a. Ron le estrechó la mano con fuerza y le dio una palmada en el
hombro.

Harry dirigió una última mirada a Ginny, que le observaba con tristeza, y
le sonrió.

«Cuídate, Ginny», pensó. Se volvió y se acercó a los Dursley.

—Pensé que no acababas nunca, chico —gruñó tío Vernon.


Harry no contestó y siguió caminando, pensando en sus amigos. Recordó
el sueño con Luna y sus palabras.

«Sí, quizás haya esperanza —dijo para sí—. Quizás aún la haya».

Tío Vernon, tía Petunia y Dudley le siguieron, caminando hacia la soleada


cal e.

Nota Final del Autor

Bueno, hasta aquí hemos l egado. Por fin, tras largos meses, el libro está
completo. No todo me satisface completamente, pero bueno, en algún
momento había que terminar de revisar. Supongo que nadie está nunca del
todo contento con lo que escribe. Por ejemplo, capítulos que me gustaron
mucho fueron «El Sueño», «El Baile de Navidad», «La Historia de Tom
Ryddle», «Amor, Dolor y Muerte»... Otros, como el capítulo de las
pruebas de quidditch, no me gustaron tanto, pero bueno, así es... Quizás
sea algo más

«sentimental» de lo que sería el libro de Rowling, pero bueno, ya tienen 16


años, ¿no? Y después de lo que han pasado... Aparte, hay cambios
motivados por otras razones, algunas de las cuales ya se han explicado
aquí, y otras se explicarán en el libro siete. Creo que lo más pastelero de
todo es la relación de amistad entre Harry y Cho (si odiáis a Cho, lo
lamento. Yo la comprendo, y, para más datos sobre el a y sobre como yo la
veo, id a la web que indico más abajo y al principio del libro), y sobre
todo, la relación Ron – Hermione al final... pero bueno, no podían ser
siempre unos tontos... y qué queréis, me encantan esos dos. Lástima que
no pueda escribir de el os como querría por las limitaciones que me
autoimpuse (respeto a la personalidad de los personajes, contar la historia
tal como Harry la ve, intentar no hacer nada que Rowling no haría...).

Ahora, un descanso, pensar y... comenzar el libro séptimo. Espero


sinceramente que os haya gustado, y que no me odiéis por todas las
muertes que hay... aunque, si alguna merece el odio, es, desde luego, la de
Luna.
Lo lamento por sus fans. A mí también me gustaba mucho esa chica. De
hecho, escribiendo este libro aprendí a quererla de verdad, a quererla
mucho... pero... esto es una guerra, y siempre son los más inocentes los
que pagan. En fin, siempre podrá visitarnos en los sueños, ¿verdad?

Supongo que os habrán quedado muchas dudas, ¿no? Ya me imagino lo


que os preguntaréis: «¿Qué le pasó a Snape tras la discusión con Harry?»,
«¿Qué le hizo Voldemort a Ginny?», «El sueño de Harry con Luna, ¿fue
real, o sólo un sueño?», «¿Se curará Lucius Malfoy?», «¿Qué pasa con
Harry y Ginny, si pasa algo? ¿Y con Ron y Hermione?»

Sí, muchas preguntas... o eso espero. Bueno, todas tienen contestación en


el libro siete. Todas estas y muchas más... en la web os iré dando alguna
pista sobre el libro siete, y si hacéis las preguntas correctas, quizás os
responda a alguna antes de publicarlo... Pero, si queréis pistas, leed bien
este libro, porque hay muchas, muchas pistas en él... y también en los
otros cinco.

Para los fans de Sirius que tal vez esperaran verle corretear por ahí, lo
siento... ya lo dijo Dumbledore, y Rowling lo confirmó: nada puede
resucitar a un muerto. Sin embargo, Sirius está presente, en el recuerdo de
Harry, y también lo estará en el libro siete... Rowling dijo que moría y que
había una razón para el o... y bueno, yo digo lo mismo.

Y bien, ahora una pregunta mía: ¿Alguien pensó realmente que Hermione l
egaría a morir? Supongo que no... ni Harry, ni Ron, ni Hermione podían
morir en el libro seis... aunque, del siete si que ya no se puede decir nada...
sólo que habrá muertes muy, muy dolorosas...

Otra pregunta más: ¿Qué os pareció Henry Dul ymer? Un verdadero


cabrón, ¿verdad? Sí, ya lo creo... desde luego, es uno de mis personajes
preferidos del libro (su papel, porque, lo que es él como persona, 445

suponiendo que se le pueda l amar así, es odioso). Tan bien engañaba, que
incluso yo, que supe en todo momento lo que hacía, me sorprendí mientras
escribía el capítulo de «El Infiltrado», de lo malvado que era.

¿Alguien sospechó que Birffen no fuera el verdadero asesino?


Bueno, y hasta aquí l ego. De verdad me he sentido muy feliz escribiendo
este libro. Hacerlo me ha ayudado a comprender cómo son los personajes,
a quererlos más (bueno, a Voldemort no, es un monstruo auténtico, ni a
Bel atrix, ni a los Dul ymer, ni a Draco Malfoy, que es que lo odio... Dios,
me habría gustado matarlo dolorosamente, pero... en fin, la historia es la
historia, y no puedo hacer lo que me plazca...) y a admirar más el mundo
Harry Potter. Y me alegro de que aún me quede un libro por escribir...

Si tenéis preguntas, dudas, o cualquier otra cosa, podéis escribirme a


oscarpaz_hp@hotmail.com, o ir a

http://oscarpaz-hp.iespana.es. En esta web iré colgando “material extra”:


explicaciones sobre los personajes, cómo evolucionó la historia,
respuestas a preguntas, datos sobre el libro séptimo... etc. Eso sí, dentro de
un tiempo (días o un par de semanas), siendo hoy 28 de agosto de 2004,
porque estoy cansado, y, además, viene septiembre...

Un saludo a todos los lectores y fans de Harry Potter.

http://oscarpaz.webcindario.com/ nuevo servidor

Agradecimientos:

Esta sección no podía faltar. Aunque, como dije, sólo me basé en los libros
y en mi imaginación para escribir éste, debo mucho:

Para empezar, a Rowling, claro... ¿Por qué será?

A Daniela Lynx, sea quien sea, por su versión de «Harry potter y la Orden
del Fénix». Fue el primer fanfic que leí y lo que me impulsó a escribir este
libro... de hecho, la primera idea me vino justo al acabar de leerlo...
A Crazymam, escritora del fanfic, publicado en la web de la Warner
BROS.

http://boards.harrypotter.warnerbros.es, tomo español, titulado «El Don de


la Vida». Gracias a ese fic me vino a la cabeza el papel que Luna
representa en esta historia. Además, su fanfic está genial.

A todos aquel os que leyeron versiones tempranas de los primeros


capítulos y me apoyaron, a quienes me animaron a publicarlo, a los que
me insistieron una y otra vez... a todos el os: gracias. Va por vosotros.

446
Document Outline
El Sueño
De Nuevo en Grimmauld Place
Ataque en el Callejón Diagon
La expresión de Dumbledore cambió. Parecía preocupado
Hermione y Harry le miraron como si estuviera loco
Profesor Dumbledore
Comienzo de Curso
La gente sencilla y de corazón porfiado.»
Henry Dullymer
El Segundo Sueño
De Mal en Peor
Explosiones y Pruebas de Quidditch
Los Competidores del Torneo
La Noche de Halloween
Las Semifinales Del Torneo
La Nueva Reunión del ED
El Ataque de los Dementores
TERROR EN HOGSMEADE
La comunidad mágica está aterrorizada debido a los terribles
sucesos ocurridos durante la jornada de ayer en el pueblo de
Hogsmeade.
Los Gigantes, las Arañas y los Centauros
La Reunión de la Orden
Un Poco de Historia Familiar
Discusión con Snape
El Peligro Acecha
La Confesión de Ron
Snape, en Peligro
Sin Hermione
El Tercer Sueño
La Tercera Profecía
Leyendas del Pasado
Defensa Avanzada Contra las Artes Oscuras
En la Cámara de los Secretos
La Antorcha de la Llama Verde
Caos
El Infiltrado
Harry y Voldemort
La Historia de Tom Ryddle
Frente a Frente
Amor, Dolor y Muerte
Huye en cuanto suceda.

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